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El problema de la lectura ALFREDO CARBALLO PICAZO Profesor adjunto de gramática y crítica literaria Secretario de la « Revista de Filología Española», CSIC JUSTIFICAOION Hace dos arios publiqué en estas mismas pági- nas un artículo titulado La lectura y el comenta- rio de textos en el bachillerato (1963, núm. 155, págs. 119-123). Insistía en él en un hecho sobra- damente conocido: lo poco que leen los alumnos de bachillerato: «Nuestros alumnos no leen por la extensión de los programas; por los horarios, recargados con los trabajos en casa; por la com- petencia, difícil competencia, con el cine, la te- levisión y los periódicos deportivos, del Oeste o del espacio.» Creo interesante volver sobre el tema. Una encuesta hecha a un pequeño grupo de alumnos de segundo y tercer año, alumnos —luego lo veremos— de características muy pecu- liares, sobre sus lecturas, me ha animado a es- cribir este artículo. Se trata de un microensayo, de una cala que nos permitirá radiografiar, en un área limitada, las ideas de unos muchachos. Tal vez el Mediterráneo esté descubierto, pero me pa- rece útil comprobar que está ahí y que seguirá estando mientras no cambien las circunstancias a escala nacional. ¿Encuesta? ¿Entrevista? Aunque no haya que tomar excesivamente en serio, entre nosotros, los tantos por ciento que una encuesta facilita, pare- ce lógico no despreciar este camino, tan frecuen- tado en otros países, para acercarnos a un tema. Ahora, el de la lectura en la edad infantil y en la juvenil o, más exactamente, en la edad infan- til. El cuestionario no pretende agotar las posibi- lidades; no pasa de un intento. Ni el número de las preguntas —40— ni el número de alumnos que contestan —25— permiten ir más allá. Número, si, insuficiente —preguntas, alumnos— para lle- gar a conclusiones; acaso no para sentir la ur- gencia de un problema que exige un serio e in- mediato planteamiento. CIRCUNSTANCIAS 1. LA EDAD Hemos prescindido en la encuesta de los alum- nos de primero, que están muy cerca de la es- cuela todavía; entre el chico de primero y el de segundo hay diferencias perceptibles: el de se- gundo ya se ha habituado, casi siempre, a la variedad de Profesores en lugar de un maestro único y a la mayor libertad que tiene en el ba- chillerato. No hemos tenido en cuenta los alum- nos de cuarto, al borde la reválida, en una eta- pa de crisis, camino del bachillerato superior, y tampoco los preus, a dos pasos de la universi- dad. Comentaremos en otra ocasión los resultados de la encuesta con alumnos de quinto y sexto. Podremos formar dos grupos homogéneos o casi homogéneos: alumnos de once y doce arios, lec- tores de libros infantiles, y alumnos a los que debe interesar la literatura juvenil por su edad: catorce y quince arios. Quede, insisto, para otra ocasión el estudio del segundo grupo. 2. LA FAMILIA La edad es una circunstancia fundamental; no deben olvidarse otros factores decisivos en el planteamiento del problema: el ambiente fami- liar y, como índice de este, la profesión del padre. Mera serial, claro, pero a la que hay que conceder, en principio, una atención especialísima. Los pa- dres de nuestros 24 alumnos —uno no contesta- se reparten así: nueve ingenieros, seis abogados, un diplomático, dos comerciantes, un industrial, un arquitecto, un aviador, un editor, un profesor de Filosofía —su hijo seguirá la carrera de inge- niero—, uno se dedica a su finca. Es posible que alguno conteste sin la debida exactitud; acaso, por ejemplo, el último de la serie tenga el título de ingeniero agrónomo. Eliminados los casos du- dosos, de los 24 padres, el 75 por 100 ha pasado por la universidad. El tanto por ciento es muy elevado; sus hijos asisten —hasta ahora no lo hemos dicho— a un colegio particular inaccesi- ble, por motivos económicos, para muchos chicos. Una referencia indirecta: según el informe de Caritas para el Plan de Comunicación Cristiana de Bienes, de la población total de nuestro país, más de los dos tercios (20.287.723) no tiene otros estudios iniciados y realizados que los primarios, y sólo un millón y medio de personas poseían estudios de carácter medio o los habían iniciado en 1960. De un total de más de tres millones de personas comprendidas entre los dieciocho y veinticuatro arios, estudian unas 120.000. Una comparación más concreta: de 25 alum- nos —escogidos por orden alfabético— de un se- gundo ario de un instituto nacional de enseñan- za media, sólo el 40 por 100 de sus padres han pasado por las universidades; es decir, casi la mitad de los padres de nuestros alumnos.

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Page 1: El problema de la lectura... · 2020. 6. 22. · El problema de la lectura ALFREDO CARBALLO PICAZO Profesor adjunto de gramática y crítica literaria Secretario de la «Revista de

El problema de la lectura

ALFREDO CARBALLO PICAZO

Profesor adjunto de gramática y crítica literariaSecretario de la «Revista de Filología Española», CSIC

JUSTIFICAOION

Hace dos arios publiqué en estas mismas pági-nas un artículo titulado La lectura y el comenta-rio de textos en el bachillerato (1963, núm. 155,

págs. 119-123). Insistía en él en un hecho sobra-damente conocido: lo poco que leen los alumnosde bachillerato: «Nuestros alumnos no leen porla extensión de los programas; por los horarios,recargados con los trabajos en casa; por la com-petencia, difícil competencia, con el cine, la te-levisión y los periódicos deportivos, del Oeste odel espacio.» Creo interesante volver sobre eltema. Una encuesta hecha a un pequeño grupode alumnos de segundo y tercer año, alumnos—luego lo veremos— de características muy pecu-liares, sobre sus lecturas, me ha animado a es-cribir este artículo. Se trata de un microensayo,de una cala que nos permitirá radiografiar, en unárea limitada, las ideas de unos muchachos. Talvez el Mediterráneo esté descubierto, pero me pa-rece útil comprobar que está ahí y que seguiráestando mientras no cambien las circunstanciasa escala nacional.

¿Encuesta? ¿Entrevista? Aunque no haya quetomar excesivamente en serio, entre nosotros, lostantos por ciento que una encuesta facilita, pare-ce lógico no despreciar este camino, tan frecuen-tado en otros países, para acercarnos a un tema.Ahora, el de la lectura en la edad infantil y enla juvenil o, más exactamente, en la edad infan-til. El cuestionario no pretende agotar las posibi-lidades; no pasa de un intento. Ni el número delas preguntas —40— ni el número de alumnos quecontestan —25— permiten ir más allá. Número,si, insuficiente —preguntas, alumnos— para lle-gar a conclusiones; acaso no para sentir la ur-gencia de un problema que exige un serio e in-mediato planteamiento.

CIRCUNSTANCIAS

1. LA EDAD

Hemos prescindido en la encuesta de los alum-nos de primero, que están muy cerca de la es-cuela todavía; entre el chico de primero y el desegundo hay diferencias perceptibles: el de se-gundo ya se ha habituado, casi siempre, a lavariedad de Profesores en lugar de un maestroúnico y a la mayor libertad que tiene en el ba-

chillerato. No hemos tenido en cuenta los alum-nos de cuarto, al borde la reválida, en una eta-pa de crisis, camino del bachillerato superior, ytampoco los preus, a dos pasos de la universi-dad. Comentaremos en otra ocasión los resultadosde la encuesta con alumnos de quinto y sexto.Podremos formar dos grupos homogéneos o casihomogéneos: alumnos de once y doce arios, lec-tores de libros infantiles, y alumnos a los quedebe interesar la literatura juvenil por su edad:catorce y quince arios. Quede, insisto, para otraocasión el estudio del segundo grupo.

2. LA FAMILIA

La edad es una circunstancia fundamental;no deben olvidarse otros factores decisivos en elplanteamiento del problema: el ambiente fami-liar y, como índice de este, la profesión del padre.Mera serial, claro, pero a la que hay que conceder,en principio, una atención especialísima. Los pa-dres de nuestros 24 alumnos —uno no contesta-se reparten así: nueve ingenieros, seis abogados,un diplomático, dos comerciantes, un industrial,un arquitecto, un aviador, un editor, un profesorde Filosofía —su hijo seguirá la carrera de inge-niero—, uno se dedica a su finca. Es posible quealguno conteste sin la debida exactitud; acaso,por ejemplo, el último de la serie tenga el títulode ingeniero agrónomo. Eliminados los casos du-dosos, de los 24 padres, el 75 por 100 ha pasadopor la universidad. El tanto por ciento es muyelevado; sus hijos asisten —hasta ahora no lohemos dicho— a un colegio particular inaccesi-ble, por motivos económicos, para muchos chicos.

Una referencia indirecta: según el informe deCaritas para el Plan de Comunicación Cristianade Bienes, de la población total de nuestro país,más de los dos tercios (20.287.723) no tiene otrosestudios iniciados y realizados que los primarios,y sólo un millón y medio de personas poseíanestudios de carácter medio o los habían iniciadoen 1960. De un total de más de tres millones depersonas comprendidas entre los dieciocho yveinticuatro arios, estudian unas 120.000.

Una comparación más concreta: de 25 alum-nos —escogidos por orden alfabético— de un se-gundo ario de un instituto nacional de enseñan-za media, sólo el 40 por 100 de sus padres hanpasado por las universidades; es decir, casi lamitad de los padres de nuestros alumnos.

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LA COMPRA DE LIBROS

No llevaría mucho tiempo reunir una docenade textos de observadores excepcionales de nues-tra sociedad sobre lo poco que se lee en España.Volvamos a los números. Según los datos delAnuario del Instituto Nacional de Estadística de1962, el total de librerías existente en España erade 2.763, de las cuales 2.131, de libros nuevos;511, de usados, y 121, de centros de enseñanza.Partiendo de 2.131 y de la población censada el31 de diciembre de 1960 —30.903.137—, se llega aque existe una librería por 14.971 habitantes. EnMadrid, por cada 7.320: en Almería, por cada36.077, y en Cuenca, por cada 28.675. La estadís-tica, con todas sus imprecisiones, es alecciona-dora.

Un 70 por 100 de nuestros alumnos contestaafirmativamente a la pregunta de si conocen li-brerías de Madrid. Ese tanto por ciento —no ol-videmos que tienen once y doce arios— resultamuy alto. Pero el número queda pronto dismi-nuido al ver qué librerías conocen los que re-cuerdan —no muchos— el nombre de la librería.No se trata de librerías-librerías, sino de pape-lerías, en donde los libros, junto a los cuadernos,las cajas de pintura, desempeñan un papel caside «extra». Y confirman este descuento las con-testaciones a la pregunta siguiente: ¿Has estadoen la librería Aguilar? Aguilar publica coleccio-nes de libros infantiles y juveniles tan conocidascomo las series Globos de colores; muchos denuestros alumnos viven en el barrio de Salaman-ca o cerca de la avenida del Generalísimo. Sólonueve han estado en alguna de las librerías Agui-lar« Es un dato de valor relativo: pueden leer, yleer mucho, sin conocer personalmente libreríasmadrileñas. Pero ¿no convendría que, con su fa-milia, se fuesen acostumbrando a visitarlas y a laaventura, auténtica aventura, de elegir un libro?¿No se despertaría así en ellos el interés por al-canzar, de un estante, el libro con lomo multico-lor o por separar, de un montón, el libro de por-tada sugestiva?

La mayoría de los niños españoles no disponende dinero para comprar libros. ¿Cuestan demasia-do? Ejemplos concretos: La serie El Globo Rojo,para niños de hasta siete arios. oscila entre 50 y150 pesetas, con predominio de 90; la serie ElGlobo Azul, para ocho-diez años, entre 90 y 150,con ventaja para los de 150; en la serie El GloboVerde, para once-trece arios, los precios van de150 a 200; en la serie El Glogo Amarillo, catorce-dieciséis arios, de 60 a 200. La serie de iniciaciónliteraria tiene un precio único: 125 pesetas. Losconocidos cuentos de Elena Fortún valen 80 pe-setas cada uno. Claro: para otros libros no hayque pagar tanto. Pero no nos hagamos ilusiones:la mayoría de los padres no dan o no pueden dara sus hijos ni las 15 ó 20 pesetas que cuesta uncuento, un vulgar cuento, un modestísimo cuen-to, en mal papel, con pobre impresión y unaportada en rústica.

José A. Pérez Rioja (1) ha recordado una es-tadística desconsoladora hecha en Barcelona conmás de 16.000 niños y niñas. En el 41,5 por 100de las casas hay menos de 25 libros (incluidaslas cartillas y las enciclopedias); el 46 por 100de los niños y niñas contesta que su primer li-bro leído ha sido la cartilla escolar; el 56 por 100ha recibido sólo un libro como regalo en Navidado en Reyes; el 25 por 100, el día de su santo.

En el presupuesto de muchas familias españo-las falta la partida «libro». ¿Se trata sólo delfactor negativo del precio? Si no se compran, enla mayoría de los casos, al menos en la clasemedia o en la clase baja-media, es porque nadiede la familia siente la necesidad de comprarlos.«Un libro, por término medio, vale lo que unabutaca de teatro (bastante menos que dos o tresbutacas, pudiendo disfrutarlo varias personas).y muchísimo menos que una entrada para el fút-bol o los toros. Y el público las paga sin regatear.Luego no es el precio del libro el que levantaesa muralla invisible entre el escritor y sus posi-bles lectores» (2). «Mientras se regatea el preciode «un libro al ario», se acude todas las semanasa costosos espectáculos del músculo en un paísdonde no se practica el deporte; mientras las bi-bliotecas están vacías, se llenan, se abarrotan losbares, las salas de fiestas y toda clase de centrosde distracción, en un país que necesita no yaavanzar sin pausa, sino correr hacia adelante sindescanso» (3).

Nuestros alumnos, afortunadamente, no tro-piezan con dificultades económicas para comprarlibros. Casi siempre es la madre o el padre elque los regala al muchacho. Trece reconocen lainfluencia del padre o de la madre en materialibro —con clara desventaja para la madre—;muy tímidamente aparecen la abuela y el profe-sor como factores influyentes en la compra delibros. La mayoría de los chicos —sólo cuatro con-testan «no»— compran libros con dinero que lesdan con esa finalidad concreta. ¿Cuánto de lapaga total destinan a libros? Se trata, natural-mente, de cantidades aproximadas. Calculan lamitad cinco; seis, la tercera parte; siete respon-den: «nada». Creo, sin temor a equivocarnos, Ydado que 10 de los 25 incluyen las revistas en laliteratura infantil y juvenil, que podemos llegara la conclusión no muy optimista de que menosde la mitad de nuestros alumnos sienten la ne-cesidad de comprar libros, libros de verdad.

Tienen libros en biblioteca suya 19, cantidadnada despreciable. ¿Se trata de una bibliotecaactiva o de un elemento de adorno en el cuartodel niño? No habría duda si el muchacho fueseél mismo quien, de su dinero, comprase los libros.

Todos contestan «sí» a la pregunta: Tu padre,¿tiene muchos libros? En la especificación de la

(1) JosÉ A. PÉREZ RIOJA: «Literatura y publicacio-*ne» para niños y adolescentes». Revista de Educación,1965, número 168, p. 58.

( 2) DOLORES MEDIO: «El lector». Arriba, 21 de mar-zo de 1965.

(3) ANGEL MARÍA DE LERA : ABC, 14 de enero de 1964.

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materia, no faltan respuestas curiosas: «Si, tienemuchos del Oeste, de Derecho»; «papá tiene mu-chos libros de todo»; «sí, mi padre tiene dos li-brerías de libros»; «de todo»; «demasiados de De-recho». Pero a la mayoría le impresiona demasia-do la especialización. ¿Acaso no hay en esas bi-bliotecas —con libros de Derecho, de ganadería,de barcos, de medicina, de física, etc.— librosapropiados para los muchachos? La mayoría delos chicos no lo sabe; sólo hablan de una materiao de dos muy concretas, de acuerdo con la pro-fesión del padre. ¿No habrá en esos estantes tanrepletos de libros técnicos alguno con tomitos dela colección Araluce o de la Biblioteca Literariadel Estudiante, dirigida por Menéndez Pidal? Alparecer, las visitas a la biblioteca del padre noson todo lo frecuentes que deberían ser.

Menos un muchacho, todos afirman que su pa-dre o su madre saben qué libros leen. Salvo cinco,que contestan con «nadie» a ¿comentas con al-guien lo que piensas de los libros?, los demásespecifican: con mis hermanos, con mis padres,con mis amigos. Importa saber —elemental laborde policía— qué libros están en las manos de loshijos, pero también qué impresión les causa sulectura. A ninguno de los alumnos se le ha ocu-rrido escribir esa impresión; parece recomenda-ble que el padre, la madre, los hermanos, los pro-fesores contribuyan eficazmente a orientar laslecturas del muchacho: se trata, sí, de leer, dedarse cuenta de lo que se ha leído y de referirloa un sistema elemental de valores. Y ahí el niñonecesita una mano que le ayude, una voz quedialogue con él y le lleve a pensar para que, mástarde, converse consigo mismo.

QUE QUIEREN SERNUESTROS ALUMNOS

¿En qué medida los libros orientan la vocacióndel alumno? Once y doce arios es una edad de-masiado temprana para contestar a la pregunta«¿qué quieres ser?» «El joven —decía Marañón—sólo se fija en el ruido y en el color de fuera, noen la realidad auténtica. Desde la niebla, el niñono puede distinguir, salvo casos excepcionales. lameta a la que se dirigirá. «Ser militar es, para eljoven, desfilar en la parada con un gran unifor-me y, con un solo gesto, mandar. Ser ingenieroes recibir la gloria oficial y los aplausos de lamultitud en ese día solemne —que vemos en losgrabados— en que se abren las esclusas del granistmo que une dos mares. Ser médico es recorrerla ciudad en un automóvil confortable, reco-giendo en cada casa, con el pingüe emolumento,la gratitud del ser que ha sido arrancado de lamuerte» (4).• De los 25 alumnos, sólo uno contesta «no sé»; elpadre de este alumno es editor. Los otros 24 res-

(4) GREGORIO MARAÑÓN : Vocación y ética y otrosensayos. Madrid, Espasa-Calpe, 1947, pág. 41.

ponden: médico, dos; ingeniero, diez; abogados,cinco; arquitectos, tres; militar, uno; aviador,uno; agente de Bolsa, uno; director de hotel, uno.Trece muchachos escogen la misma profesiónque el padre; once, distinta. Tres muchachos conpadre abogado prefieren una escuela especial deingeniería o arquitectura. Nadie ejerce la medici-na en casa de los que piensan estudiarla.

El recuento de las profesiones hacia las quenuestros alumnos se inclinan confirma un hechosuficientemente conocido: el predominio, abru-mador, de las ciencias sobre las letras. ¿Puederelacionarse este dato con la afición o escasaafición por la lectura? Todo intento de genera-lización precisa una elemental cautela. Pero¿cuántos de nuestros amigos, ingenieros ya, re-conocen que los arios de pre ingreso en la es-cuela les han impedido leer? Si el alumno sedecide por una carrera de ciencias, muchas y di-versas circunstancias le alejarán de los libros, almenos hasta terminada la carrera. Hay excep-ciones y no hace falta insistir en ello. Aunqueestas vocaciones tempranas hayan de considerar-se con reservas, no podrá, olvidarse el dato en elbalance último de las causas de que nuestrosalumnos lean poco o no lean.

LOS PELIGROS DE LA LECTURA

Insisto: la antología de textos sobre la escasaafición del español medio por la lectura es abru-madora, aplastante. Hace unos meses Arriba pre-guntó a Federico Carlos Säinz de Robles, JoséManuel Sierra —director de Radio Juventud deEspaña— y a José Ramón Aguado —vicepresiden-te de Afrodisio Aguado—: «La lectura es, posi-blemente, el vehículo más importante de cultura.Teniendo esto en cuenta, ¿cree usted que el es-pañol medio lee lo suficiente?» Y la contestación,en los tres casos. fue la misma: un categórico«no». Sáinz de Robles va más allá,: «No es lograve que el español medio lea poco, sino que elespañol que se las echa de culto y que ocupaimportantes cargos tampoco lea ni lo imprescin-dible» (5). Esto nos recuerda a Unamuno: «Lomalo es —y esto, aunque se ha referido muchoentre nosotros conviene repetirlo aquí una vezmás— que no tenemos sino una enorme masa deplebe intelectual y una muy escasa aristocraciade la misma especie. Nos falta clase media de lacultura; nos falta algo así como una burguesíadel espíritu deseosa de ilustrarse» (6). Si se tiranpocos libros, tienen que costar caros y pocos loscompran; si los compran pocos, el editor no searriesga. En 1959 nos superaron Polonia y Ho-landa, con 6.663 y 8.588 libros, respectivamente,editados al ario; España no llegó a los 5.761.

Se lee poco, muy poco. El español siente —en

(5) Arriba, 7 de febrero de 1965.(S) Soliloquios V conversaciones. Buenos Aires, Espa-

sa-Calpe, 1942, págs. 133-4.

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general, claro— escaso interés por la lectura, es-casísima curiosidad por la ciencia y la técnica.El fenómeno sólo puede explicarse desde la so-ciología. «En pueblos de veinte mil habitantesno alcanza el medio millar el número de perió-dicos que se absorben. Todo «film» u obra tea-tral que envuelve una preocupación es tachadamayoritariamente de «petardo». Lo que más in-teresa es la violencia, sobre todo en su aspectofísico; la procacidad o la evasión. Y no se digaque es tan sólo el llamado estado llano el quevuelve la espalda a las inquietudes de tipo su-perior, sino que es todo un pueblo el que acampaen el pantano de la mediocridad, de la chismo-rrería y la banalidad» (7).

Se leía poco. ¿Se lee ahora menos? ¿Qué nue-vos peligros amenazan la lectura? ¿La radio? ¿Latelevisión? ¿El fútbol? ¿Las revistas infantiles?En el caso del estudiante de bachillerato, ¿el ex-cesivo horario de estudio? «El cine, la radio, latelevisión, la práctica de los deportes y la vidamoderna, q ue obliga a comer en pie entre dostrabajos y a perder muchas horas (en otra epocadedicadas a la lectura reposada y tranquila), enlas paradas de los autobuses y en el recorrido delos largos trayectos —contesta Dolores Medio—son enemigos mortales del libro» (8). Empecemoscon las revistas infantiles.

1. LAS REVISTAS INFANTILES

Uno de los mayores peligros que amenaza a lalectura es la revista, con muchos dibujos y pocotexto; folletines en tono menor atraen a los ni-ños y a los muchachos de todos los paises y decualquier condición social. Los puestos de perió-dicos las sujetan, con pinzas, en escala multico-lor; a veces, en una esquina del «metro», se ofrecela mercancía a posibles lectores de estación a es-tación —j y vaya si los hay!—, y no faltan lastiendas que compran, venden y cambian «Haza-ñas bélicas» o «Relatos de guerra». Los niños ylos muchachos se fijan en los dibujos; no suelen,por fortuna, prestar atención a las nubecitas quedescansan sobre la cabeza del que habla. Existeuna industria nacional para el mercado interior.A. Manent recordaba hace poco el auge de lasrevistas infantiles en Barcelona. Barcelona editael 60 por 100 de las revistas infantiles españolas;en un siglo han aparecido allí unas 200 (9). Con-cluye .Manent: «Hay que abrir otros cauces paraque los niños encuentren en todas sus revistasalgo más que un motivo de estúpida risa.» Mu-chas voces han dado la serial de alarma (10). La

(7) ANGEL MARÍA DE LERA : «El eclipse». ABC, 14 deenero de 1964.

(8) Articulo citado.(9) ABC, 16 de febrero de 1965, pág. 47. Remite al

estudio de MARIA TERESA RolíniA : La revista infantil enBarcelona.

(10) «En la falta de contenido, de buen gusto y deequilibrio que caracterizan hoy en general a estas pu-blicaciones es donde radica, en la más amplia exten-sión y en mucha mayor profundidad de cuanto se cree,el más agudo problema creado en torno a la lecturapara la infancia y la adolescencia». JOSÉ PÉREZ RIOJA,articulo citado, pág. 161.

industria nacional no abastece el mercado inte-rior y necesitamos importar revistas infantiles deHispanoamérica, de Méjico y de Argentina sobretodo.

Los títulos de las series ofrecen pocas diferen-cias y son sintomáticos: Hazañas bélicas, Relatosde guerra, Supermán, Hazañas del Oeste, Briga-da secreta, El princije de las brumas, El capitánTrueno, Flecha Roja, Comic-Boy, El hombre en-mascarado, Flash Gordon, Rip Kirby, Julieta Jo-nes, Texas Raizger, Porky, Roy Rogers, Tarzán...Japoneses y norteamericanos, alemanes y fran-ceses e ingleses todavía combaten a muerte enesas páginas de dudosa ejemplaridad. Aunque alfinal suelen triunfar el valor y la honradez, eltriunfo llega demasiado tarde, como en las pe-liculas de James Bond. Los niños difícilmente ol-vidarán el directo a la mandíbula o el puntapiéen el tobillo. El héroe se enfrenta con sus ene-migos, uno tras otro, y los vence, uno tras otro.A veces el episodio no termina en el número, yel niño o el muchacho esperan intranquilos, igualque nuestras abuelas las entregas de Fernándezy González, hasta la semana siguiente, por lasuerte del héroe, en peligro el viernes o el sábado.

Tengo delante una revista para los jóvenes; laestaba leyendo en un estudio uno de mis alumnosde segundo curso. Título: A puñetazo limpio. Loshéroes son Roberto Alcázar y Pedrín. En la por-tada, una feroz lucha entre cinco personajes. En-tramos en materia en seguida: reunión de téc-nicos, un satélite con sistemas maravillosos derecepción y transmisión, una llave robada, la dela conexión directa... Y Roberto Alcázar y Pedrín,solicitados por Ernest Henn, participan en laaventura con métodos eficaces: puñetazos, pun-tapiés, llaves, sillas, torturas a base de cosqui-llas... Y en las nubecitas, con letra primorosa:«No convenía que hubiesen dos»; «Nos faltan vi-sitar dos, Pedrín»; «Esos pájaros están zumbán-dose de caliente»; «Y mucho cuidado, que le caeel bigote». Las revistas infantiles serán el día demañana una fuente inagotable para conocer ellenguaje afectivo español: «Te mataré, bribón»;«No podrás, mis puños te harán antes polvo»;«Pillastre de siete suelas»; «Despertad, granu-jas»; «Toma del frasco, Carrasco».

El niño y el muchacho siguen la corriente delos mayores. ¿No tienen un éxito fabuloso laspelículas de James Bond? Oriana Fallaci defineasí el héroe: «Egoísta. Astuto. Amoral. Solo comoun perro.» Y Harry Saltzmann puntualiza: «Laspelículas de Bond son los western de hoy, adap-tados a la psicología de hoy. En los antiguoswestern el bueno derrotaba al malo; en estosnuevos western, el malo, es decir, Bond, derrotaa otro todavía más malo que él» (11). ¿Cómo pue-de extrañarnos que los niños y los muchachossientan más interés por El capitán Trueno quepor los cuento de Andersen?

(11) La Gaceta Ilustrada, 27 de marzo de 1905, nú-mero 442, pág. 56.

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Sólo diez de los veinticinco incluyen los perió-dicos y las revistas que compran en los puestosen la literatura infantil y juvenil. Pero, literaturao infraliteratura, los chicos leen más revistas quelibros. Un curioso balance de preferencias: Tom

y Jerry lo leen 22; Hazañas bélicas, 21; Hopalong

Cassidy, 20; El capitán Trueno y Supermán, 19;Relatos de guerra, 18: Hazañas del Oeste, Vidas

ejemplares, 17; los que menos aceptación tienen:Brigada secreta, 12; Pulgarcito, 11; El principe

de las brumas, 2. A dos de los 25 chicos les sonfamiliares 14 títulos; a tres, 13. Dos casos ex-cepcionales: uno compra todos; otro, ninguno.¿Será verdad lo uno y lo otro?

¿Pueden considerarse estas revistas de temasesencialmente bélicos, de relatos fantásticos, conpredominio de la fuerza bruta, factores negativosen la lectura de los niños y muchachos? La res-puesta no ofrece dudas. Añádase que esas revis-tas no despiertan en el niño y en el muchachoel interés por tener una biblioteca; una vez leí-das, se olvidan en un rincón, se cambian, se re-galan, se tiran.

2. EL FUTBOL

Más de una vez he preguntado a muchachosque ignoraban las cosas más elementales de nues-tra cultura la línea delantera de un equipo deprimera división y, salvo alguna rarísima excep-ción, repetían nombres familiares el 90 por 100de los muchachos españoles. El fútbol. de sim-ple deporte, se ha convertido en una industriade alcance extraordinario, tan extraordinario, queen una caracterización del español actual no pue-de prescindirse de él. Y los futbolistas, ídoloscomo los toreros o los cantantes melenudos, nohan leido. Y han triunfado.

Nuestros muchachos leen poco. ¿Y Marca? Die-ciséis contestan afirmativamente. Marca es dia-rio. ¿Cuántas horas emplean los alumnos al mes,al ario, en enterarse de las declaraciones del de-fensa lateral del X sobre el equipo contrario, delos planes del entrenador del Z a la vista de losenfermos del once enemigo. de los posibles tras-pasos?

3. LA TELEVISION

La pantalla de la televisión es una circunstan-cia imprescindible en la vida de miles de hogaresespañoles. Hasta en los barrios más humildes lasantenas trepan en busca de imágenes y de voces.Muchas cosas han cambiado al entrar en juegola televisión. La literatura, también. Seria absur-do abordar aquí el alcance de la televisión en lavida de un público que, como primera medida.desaparece en la sombra, y frente a la pantalla,interrumpe la vida familiar. No se hable de quela televisión favorece la vida hogareña. Si no haydiálogo, la familia se descompone en individuoscon dos sentidos: vista y oido. Marañón ya in-sistió en las virtudes del libro y en la tiranía dela radio. ¿Qué diría hoy en el paralelo televi-

sión-libro? La televisión uniformará, como hahecho la radio, y aun más, la mentalidad delpúblico hasta convertirla en algo mimético, ho-mogéneo. Influye decisivamente en nuestra ma-nera de hablar, es tema de conversación en cual-quier esquina (12). Mientras la televisión notenga la posibilidad de ofrecer más programas,pensará en el gran público, o mejor, en el pú-blico grande, numeroso, gregario. y sujetará a esepúblico, con afán de dominio, a una fácil tiranía.Unamuno denunció el peligro en relación con laprensa: «La prensa, en general. lejos de tratarde corregir los prejuicios y las presunciones delpúblico, tiende a confirmarlas. Hay para ella va-lores declarados, que es lo mismo que valores so-breentendidos, a que no se puede tocar» (13).

¿Qué representa la televisión para la lectura?En primer lugar, un factor negativo. No todosopinan lo mismo. Pero hay que partir de un he-cho indiscutible: la televisión ocupa un tiempodel horario de nuestros alumnos, horario bastan-te cargado. que acaso, de estar apagada, hubie-sen dedicado a la lectura. Una alumna norte-americana, de veinte arios, estudiante en España.me dice: «Casi todas las casas aorteamericanastienen televisión. En mi opinión, la televisiónhace más daño que el cine. Muchos niños pasanhoras y horas enfrente de la televisión diaria-mente, mientras que sólo van al cine una vez ala semana. Y por eso, claro, niños que normal-mente leerían, no leen, porque les gasta más mi-rar la tele» (14). No se pretende resucitar la po-sición de «la aldea perdida», sí comprobar unhecho. No sólo es problema de tiempo. ¿En quémedida TVE hace propaganda del libro? En el«Mirador literario» del ABC de 4 de marzo de 1965el editorialista escribe: «Desgraciadamente, hoypor hoy, nuestra televisión parece haber olvidadoel libro. Funcionando doce horas al día, aproxi-madamente, hacen un total de ciento sesenta yocho horas cada catorce días. Pues bien: de lascitadas ciento sesenta y ocho horas sólo dedicaal libro, a su glosa y crítica, doce o catorce mi-nutos escasos, es decir, ni un minuto entero aldía. La desproporción es tan superlativa e increí-ble, que no necesita comentario ni subrayado al-guno. ¡Horas y horas diarias para «filmes» devaqueros, para los deportes, concursos y entre-namientos, inanes, y no se reserva un minuto si-quiera para el libro en el país de Cervantes, Que-vedo y Galdós.»

¿Qué opinan nuestros alumnos? Un 70 por 100piensa que la televisión influye negativamente enla lectura. El muchacho tiende al menor esfuer-zo; leer implica escoger, elegir ; la pantalla ofrece

(12) JOSÉ MARÍA PEMÄN «El lenguaje expropiado».ABC, 24 de enero de 1964.

(13) Soliloquios y conversaciones. Buenos Aires. Es-pasa-CalPe, 1942, pág. 132. Véase JOSÉ A. PÉREZ RIOJA,artículo citado, pág. 110.

(14) Jost A. PÉREZ RIOJA, artículo citado, pág. 110.Tiene muy interesantes referencias el articulo de PÉREZ

RIOJA véase el artículo de JESÚS GARCÍA JIMÉNEZ, enla Revista de Educación, 1965, núm. 170, págs. 105-111,con bibliografía.

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incansablemente a los ojos y a los oídos progra-mas, el mismo programa para todos, pero nosiempre el mismo programa. Y al muchacho leatrae la película. Y le atraen las declaracionesdel futbolista o del torero, aunque hablen a trom-picones y no digan nada que merezca ja. pena.Y le atraen los partidos de baloncesto y de fút-bol. Y le atrae el trasnochar a la menor disculpa.Y le atrae la jovencita que anuncia un jabónmaravilloso. «Al libro se le ama —dice Marañón—porque se le puede elegir y porque, al volver cadahoja, nos invita no sólo a pensar, sino a insistiro a rectificar, todo lo cual equivale a conversar»...

4. EL HORARIO ESCOLAR

Los alumnos se quejan del horario escolar y,de cuando en cuando, los padres de familia pro-testan de que el muchacho, de vuelta a casa,necesite estudiar. Es una realidad amarga, quehasta ahora padres y alumnos no han conseguidomodificar sustancialmente, porque de nada sirveque el legislador suprima los deberes en casa sincambiar el programa de las asignaturas y des-tierre el memorismo en los exámenes.

Preguntamos a los chicos: «¿Crees que, de ver-dad, te queda tiempo libre en casa para leer?»La contestación tal vez sorprenda: el 60 por 100dice: «Sí.» Necesitaríamos conocer el expedienteacadémico de estos alumnos tan optimistas. De-mos por buena la respuesta. Surgen al momentonuevas preguntas: ¿En qué emplean ese tiem-po? ¿Qué hacen los fines de semana? La mayoríaincluye, en el programa de sábado y domingo, lalectura, junto a la televisión, la visita a la finca,el guateque en casa del amigo. Sólo un alumnocontesta con sinceridad lapidaria: «Leo muy poco,y cuando estoy aburrido y no hay tele.» La pre-gunta, acaso, esté mal hecha; al menos no sirvepara saber si leen algo positivo o un nuevo ca-pítulo de Hazañas bélicas.

Hagamos un recuento: casi todos nuestrosalumnos leen el Marca, prefieren ir al cine, ca-torce tienen profesor particular—pongamos unahora alterna—, frecuentan las casas de los ami-gos, dedican varias horas de la semana a jugar,estudian... ¿Cuándo leen?

LOS AÑOS PASAN

Gracias a la colección publicada por la edito-rial catalana Araluce —tomitos bien encuaderna-dos, con ilustraciones más que discretas, al pre-cio de 2,75 pesetas—, muchos niños tuvieronoportunidad de conocer historias de Shakespeare,La Divina Comedia, Guillermo Teil, La Odisea, Lal'Hada, la Eneida... A María Luz Morales se de-ben versiones y adaptaciones inolvidables. Otrascolecciones han desplazado a las serie de Aralu-ce. De nuestros muchachos, sólo uno conoce lacolección.

En 1920 se traduce al español El tesoro de lajuventud. Diez de los 25 lo conocen. El tiempo

pasa, y los editores condenan al olvido coleccio-nes completas. Habría que preguntarse si paramejorar o retroceder. Aguilar ha publicado cua-tro series de El globo de colores. Sólo la terceraparte de nuestros chicos saben que existen.

No sólo ha cambiado la actitud del niño y delmuchacho colectivamente. También cambia sugusto como individuo, al margen de las presionesde la época. Libros leídos en unos arios, no losvolveremos a leer más. Nuestros alumnos no vol-verían a leer Dumbo, el Quijote, El globo rojo,Pulgarcito, Gulliver, Bambi, Caperucita Roja, Pe-ter Pan, Pinocho, Alicia en el país de las mara-villas, Andersen, Mickey Mouse, Los tres cerditosy el lobo... Salvo algunos ejemplos de dudosísimajustificación ---j ese Quijote!—, los chicos renun-cian a los cuentos, a los relatos de Walt Disney.Los consideran infantiles, y ellos ya no son niños.

LAS PREFERENCIAS

¿Cuál es el héroe preferido de nuestros alum-nos? Creo curioso copiar algunas contestaciones:«El Cid, porque trabaja muy bien en todas laspelículas que he visto.» «Colón, porque era unhombre valiente.» Hitler, Enyd Blighton. «Jack,por ser amigo de los animales.» «El asesino, por-que es el que te intriga más.» «Taras Bulba,porque demuestra ser un cosaco duro y fuerte, ycon la responsabilidad de un cosaco.» «El capi-tán del barco de La isla del tesoro, por su cruel-dad.» «Ivanhoe, por su valentía.» «Rommel, por-que me gusta la guerra.»

Una última pregunta nos orienta sobre las pre-ferencias de los muchachos. Lo que más les inte-resa en un libro es el tema, el argumento. 13 seinclinan, además, por el final feliz, y 12, porlos personajes: 10 defienden la calidad moral dellibro. Sólo seis valoran los dibujos.

Prefieren los libros de policías y ladrones 18;después, los de guerra; luego, los relatos fantás-ticos y del Oeste. Las biografías despiertan pocointerés; son «rollos». Insisten: el género de aven-turas es el mejor. Y un alumno añade: «Y quehaya alguna que otra guerra.» Por eso les gustanLa guerra de los comanches, El tigre de Malasia,¡Hundid el «Bismarck»!, La tierra se estremece,La isla del tesoro, Robinsón Crusoe... Otros, unaminoría, se inclinan por los libros de la natura-leza: animales, plantas.

QUE HAN LEIDO

Los libros infantiles y juveniles, como todos,pueden agruparse en dos categorías: los que, pormúltiples razones, están de moda unos arios, ylos clásicos de aceptación nuiversal. Corazón, deEdmundo d'Amicis (1846-1908), consigue, en 1886,un éxito extraordinario. «Se convirtió en el escri-tor más leído de Italia», comenta Vossler. Des-de 1886 muchos niños han llorado con la lectura

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de El tamborcillo sardo o De los Apeninos a losAndes. ¿Y ahora?

En la encuesta hemos tenido en cuenta 25 tí-tulos. No se vea en la selección un criterio de-terminado. Faltan intencionadamente algunos;tal vez sobren otros. En conjunto, son libros quehan leído —hemos leído— generaciones y gene-raciones. ¿Y ahora?

Teniendo en cuenta las respuestas de los chi-cos, podemos llegar a algunas conclusiones. Na-die ha leído leyendas tan conocidas como MaesePérez el organista, ni El libro talonario, ni ¡Adiós,cordera!, ni las Aventuras de Pipo y Pipa, ni lasde Celia... Y con un solo lector cuentan El condeLucanor; La buenaventura, de Pedro Antonio deAlarcón; El viaje de Nils, de Selma Lagerlof. Lostítulos de la literatura clásica española no inte-resan a los chicos: ni Lucanor, ni el Lazarillo,ni Becquer, ni Alarcón. Caso excepcional: Pla-tero y yo, con 15 lectores; han aprendido muchosa leer en él.

Corazón, demasiado sentimental, sólo cuentacon cuatro lectores. Extraña el escaso éxito deFlor de leyendas, uno de los libros que todos losniños españoles deberían leer. Extraña tambiénel número de lectores de Marcelino Pan y Vino—sólo 11—, de extraordinario éxito hace unosarios.

Los cuentos de Charles Perrault siempre hansido lectura predilecta de los niños. En cualquierpaís. ¿Quién no ha leído Piel de Asno, las haza-ñas de Pulgarcito, El gato con botas, La Ceni-cienta o Caperucita Roja? Perrault destinó suscuentos a un público, en principio, no infantil.Pero los niños, como en otras ocasiones, se apro-piaron de ellos, y los protagonistas de los Contesde fées son familiares a lectores de cinco a onceaños. Lo mismo que los Cuentos para niños delos hermanos Grimm, y que los cuentos de An-dersen. A esos tres clásicos —Perrault, Grimm,Andersen— hay que añadir las aventuras de WaltDisney y las aventuras de Pinocho, y Alicia en elpaís de las maravillas, del matemático CharlesLutwidge Dogson, conocido por el seudónimo deLewis Carroll.

Todos son títulos clásicos entre los niños. Amedida que pasan los arios, se buscan otros gé-neros: los de aventuras, de viajes. Por eso no hadecaído la fama de Julio Verne, ni de EmilioSalgan, ni de Zane Grey, ni de James OliverCurwood. ni de Edgar Rice Burroughs.

Los resultados de la encuesta orientan sobrelas preferencias de nuestros alumnos y, en gene-ral, de los chicos de su edad: desconocen prác-ticamente las obras clásicas, desconocen la lite-ratura del xix. Les interesan los cuentos para

niños de Perrault, Grimm. Andersen; mejor, lesinteresaban. Les interesan hoy las novelas deficción, de protagonistas invencibles y aventurasextraordinarias.

La lista tiene una validez relativa. Si hubiése-mos añadido otros títulos —por ejemplo. Kipling.Stevenson—, ¿qué habrían contestado? Hay unapregunta al final: «¡Qué libros añadirías a lalista?» Once no añaden ninguno; otros —conser-vo su ortografía— añaden: de indios y de guerra;los de Enid Bliton; los de misterios y de EmilioSalgan; Peter Pand, Taras Bulba, La isla delTesoro; Animales y Plantas. Monumentos; Lasmil y una noche, La isla misteriosa, El Cid; co-lecciones Aventura e Historia; Tintín, OliverTwist, el Quijote, Luiso...

A casi la mitad de los alumnos no se les ocu-rre ningún título. Otros repiten autores mencio-nados o mencionan títulos imprecisos. ¿Puedentenerse en cuenta las sugerencias de incluir elQuijote, Taras Bulba, Oliver Twist? Merecen con-siderarse otras propiedades: La isla del tesoro,Tintín, Peter Pan; Enyd Bliton; Luiso.

La pobreza de las respuestas a esta preguntaconcreta, ¿nos hace desconfiar de las contesta-ciones a la anterior? Acaso nuestros alumnoshayan leído más títulos y no los recuerden en elmomento de contestar. Pero ya es un síntoma elolvido de esos posibles títulos (15).

FINAL

Hemos llegado al final. Nuestros alumnos hancontestado con bastante sinceridad —no les he-mos exigido que firmen—; salvo raras, rarísimasexcepciones, podemos fiarnos de sus respuestas.Respuestas a una entrevista hecha a 25 mucha-chos en mesa redonda. Son simplemente datos;a los alumnos no les hemos pedido más. Creoque, a pesar del número y de la limitación dela clase social, pueden orientarnos. ¿Remedios?El artículo no pretende sugerir; tan sólo reco-ger lo que 25 chicos nos han dicho sobre untema que a nosotros, los mayores, nos apa-siona (16).

(15) Autores u obras incluidas en la lista : don JuanManuel, el Lazarillo, Perrault, Grimm, W. Disney, An-dersen, d'Arnicis, Bécquer, Alarcón, Leopoldo Alas( ¡ Adiós , Cordera!), Verne, Carrol, Pinocho, Pipo y Pipa,J. R. Jiménez, Celia, Rice, Heidi, Lagerlof, Salgan, Grey,Curwood, Marcelino Pan y Vino, Flor de leyendas, Ati-la, de Luis de Diego; M. Butluel (El niño, la golondrinay el gato).

(16) Orientan sobre el tema : AURORA MEDINA: Biblio-graf ja infantil recreativa. Madrid. Ministerio de Educa-ción Nacional, 1958, y Jost A. PÉREZ RIOJA: Mil obraspara jóvenes. Madrid, Dirección General de Archi-vos, 1952.