el paÍs semanal, domingo 3 de octubre de 1976/11 la noche

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El 9 de febrero de 1956, hace veinte años, un falangista, Miguel Alvarez, fue herido de bala en un enfrentamiento entre estudiantes. Durante meses, la vida de este joven de dieciocho años se transformó en una preocupación permanente para los españoles. Más de cincuenta personas —demócratas los unos, reformistas los más— serían detenidas y acusadas de provocar los sucesos. Algunos grupos de falangistas y excombatientes se preparaban para pasar por las armas a los disidentes. El entonces ministro de Educación «Mientras yo sea capitán general, aquí no se mueve ni Dios.» La autoritaria orden del teniente general Ro- drigo, capitán general de Madrid, había electrizado, aún más si cabe, el ambiente político. Un muchacho falangista de 18 años había sido herido de pistola en plena calle de Alberto Aguilera. Los seuístas, furio- sos, pedían venganza. El Congreso Nacional de Estudiantes había re- vuelto la Universidad de San Bernardo. Convocado por destacados líderes —demócratas los unos, refor- mistas los más—, mediante un manifiesto contra el monopolio sindical que el SEU ostentaba en la Uni- versidad, ese congreso se convirtió pronto en el ger- men de los enfrentamientos. El documento aperturista hacía referencia a la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y fue redactado por los intelectuales que se reunían en torno al circulo «Tiempo Nuevo», entidad cultural promovida por el ministro de Educación Nacional, Joaquín Ruiz-Giménez, y el rector, Pedro Laín En- tralgo. Tres mil estudiantes estamparon su firma en el escrito, que fue leído en todas las clases de la Univer- sidad. Pocos días después, cuando se discutía el docu- mento en las aulas, los falangistas invadían la Facul- tad de Derecho. Provistos de porras, palos y calcetines llenos de arena, arrasan el mobiliario y los enseres del centro. La respuesta de los estudiantes no se hace esperar y se decide atacar los locales del SEU. La violencia aumenta por momentos. Una lápida a los caídos queda destrozada y hasta se arrancan flechas del escudo oficial de Falange. El 9 de febrero se celebra el aniversario de la muerte del falangista Matías Montero, ocurrida en 1934. Los periódicos de la víspera insertaban aparatosos recua- dros con los actos programados para el festivo día de exaltación de los valores nacionalsindicalistas. Los recientes enfrentamientos habían convertido la con- memoración en un desafío político. Según las distin- tas notas, se celebraría una misa en la capilla de la conflictiva Facultad de Derecho, una ofrenda de las tradicionales cinco rosas ante la lápida conmemora- tiva, en la calle Víctor Pradera y visitas a las tumbas del propio Matías Montero y de José Miguel Guitar- te. Mientras, Arriba descargaba tinta contra los ene- migos de la nación. Raimundo Fernández-Cuesta, secretario general del Movimiento, había cruzado días antes el Atlántico y, después de asistir a la toma de posesión del presidente brasileño Kubistchek, se dirigía a Santo Domingo. El ministro de Educación, Ruiz-Giménez, clausuraba los actos conmemorativos del año ignaciano en la Universidad con comprome- tidas palabras: «Tenemos en nuestra mochila las armas para triunfar, porque nuestra esperanza está intocada, como el 18 de julio.» El más duro enfrentamiento se produjo el día 9, cuando un grupo de estudiantes falangistas regresaba de los actos en memoria de Matías Montero. «Varios estudiantes —explicaría más tarde uno de los heridos en la refriega, Joaquín Ferrero— fuimos agredidos por otro grupo más numeroso, de ideología contraria. Nos asustaron. Se desabrocharon las gabardinas y en sus manos aparecieron porras y palos, amén de algu- nos stick de hockey. No vimos pistola alguna. Uno de nosotros, Eusebio Gamo, de Filosofía, se echó adelante gritando el Cara al Sol. Empezaron a llover piedras sobre nosotros. Una de ellas descalabró a un com- La noche de los cuchillos largos '.ÚWWrf.- «fíMr ¿*' t . ti l^a.í.ij. t pañero. Entonces comenzaron a sonar tiros. A mi espalda cayó Miguel Alvarez. Todos echaron a co- rrer. Algunos de nuestro grupo se refugiaron en la esquina de Guzmán el Bueno. Tuve tiempo de acompañar al que sangraba una farmacia.» Según el mismo testimonio, unos treinta falangis- tas venían en marcha: «La masa, vociferante, a los gritos de a ellos, que son falangistas, avanzó por el bulevar. Decidimos hacerles frente. Entre los univer- sitarios había alumnos de los colegios José Antonio, Santa María y César Carlos, y algunos cadetes del Frente de Juventudes.» Miguel Alvarez fue asistido en una farmacia. San- graba copiosamente por la cabeza. Antonio Gullón, secretario nacional de ex cautivos, ayudado por varios muchachos, introdujo a Miguel en un coche. Un ca- marada del herido empapó con su sangre la camisa azul. Conmocionado y sin sentido, el herido, miem- EL PAÍS SEMANAL, domingo 3 de octubre de 1976/11 Nacional, Joaquín Ruiz-Giménez, y el rector de Madrid, Pedro Laín Entralgo, encabezaban una lista negra que circulaba entre las manos de los exaltados falangistas. El Ejército, bajo estado de excepción, lograría, no sin esfuerzo, desarmar a los «ortodoxos». Apoyándose en el testimonio personal de detenidos y protagonistas, y en la investigación de documentos históricos realizada por Fernando González, Ernesto Garrido ha redactado este reportaje. bro de la centuria Sotomayor, ingresó en la Clínica de la Concepción, perteneciente entonces al Instituto de Investigaciones Médicas. A los pocos minutos, los más altos mandos falan- gistas y destacadas personalidades del régimen lla- maban a la clínica. «No puede morir. Sálvele. El doctor Obrador, médico que asistió a Miguel Alvarez Pérez, declaraba que el herido presentaba un estado de suma gravedad, shock traumático, inconsciencia y «una extensa resección en el tejido cerebral lesionado y edematoso en la parte posterior del hemisferio derecho». A una primera operación le sucedió otra de algo más de dos horas de duración. Jiménez Díaz vigilaba personalmente el proceso. Blas Pérez no dormía en los despachos del Minis- terio de la Gobernación. Tomás Romajaro, vicese- cretario nacional del Movimiento —hoy secretario del Consejo del Reino; Manuel Fraga Iribarne, secre- tario general de Educación; José Solís, delegado na- cional de Sindicatos; el delegado nacional de ex- combatientes, Tomás García Rebull; Jesús Gay, jefe del SEU en el distrito de la Universidad, Miguel Ángel García Ortiz, Vizcaíno, etc., que habían asisti- do juntos a himnos y glorias por el camarada Matías Montero, permanecían inquietos en los despachos oficiales. El camino de la reforma Hacía dos años que el SEU había iniciado el defi- nitivo camino hacia su fracaso y extinción, hecho que se produciría diez años más tarde. En 1954 sólo algunos grupos monárquicos di- sentían de la línea oficial del SEU. El Hogar Guitarte, situado a espaldas de la Universidad de San Bernar- do, era el lugar de reunión de los falangistas. Un pequeño núcleo de universitarios —dice Enri- que Múgica, actualmente miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE— ni monárquicos, ni falangistas, consideramos la necesidad de crear un movimiento democrático de universitarios. Dentro de este círculo había personas como Tamames o yo, que poseíamos ascendencia republicana. Otros miembros eran Julio Diamante, Julián Marcos, Fernando Sánchez Dragó, Javier Pradera, etcétera.» Las últimas organizaciones de la FUE habían sido desmanteladas y «aprovechamos —continúa Múgi- ca— el nacimiento de un movimiento cultural contes- tatario. Por aquel tiempo se publicaron libros de Gabriel Celaya y Blas de Otero. Era la época de Bienvenido, mister Marshall y los cineclubs ofrecían películas hasta entonces prohibidas». La Universidad comenzaba, después de la posgue- rra, a ser el centro de las preocupaciones culturales y políticas, «aunque intentábamos llegar a la política por la estética». La visita a Gibraltar de una alta personalidad británica derivó en una manifestación nacionalista organizada por el SEU y que contó con todos los parabienes oficiales. Miles de estudiantes marcharon hasta la embajada inglesa entonando gritos de «Gibraltar, español». En contra de lo que se podía pensar, fue disuelta por la Policía Armada. La actuación de las fuerzas del orden produjo tanta irritación entre los universitarios que, reunidos en el Paraninfo, examinaron la situación y, a los gritos de «prensa libre» —la oficial escondió, como era norma,

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Page 1: EL PAÍS SEMANAL, domingo 3 de octubre de 1976/11 La noche

El 9 de febrero de 1956, haceveinte años, un falangista,

Miguel Alvarez, fue herido debala en un enfrentamiento entre

estudiantes. Durante meses, lavida de este joven de dieciocho

años se transformó en unapreocupación permanente paralos españoles. Más de cincuentapersonas —demócratas los unos,

reformistas los más— seríandetenidas y acusadas de provocar

los sucesos. Algunos grupos defalangistas y excombatientes sepreparaban para pasar por las

armas a los disidentes. Elentonces ministro de Educación

«Mientras yo sea capitán general, aquí no se mueve niDios.» La autoritaria orden del teniente general Ro-drigo, capitán general de Madrid, había electrizado,aún más si cabe, el ambiente político. Un muchachofalangista de 18 años había sido herido de pistola enplena calle de Alberto Aguilera. Los seuístas, furio-sos, pedían venganza.

El Congreso Nacional de Estudiantes había re-vuelto la Universidad de San Bernardo. Convocadopor destacados líderes —demócratas los unos, refor-mistas los más—, mediante un manifiesto contra elmonopolio sindical que el SEU ostentaba en la Uni-versidad, ese congreso se convirtió pronto en el ger-men de los enfrentamientos.

El documento aperturista hacía referencia a laDeclaración de Derechos Humanos de la ONU y fueredactado por los intelectuales que se reunían entorno al circulo «Tiempo Nuevo», entidad culturalpromovida por el ministro de Educación Nacional,Joaquín Ruiz-Giménez, y el rector, Pedro Laín En-tralgo. Tres mil estudiantes estamparon su firma en elescrito, que fue leído en todas las clases de la Univer-sidad.

Pocos días después, cuando se discutía el docu-mento en las aulas, los falangistas invadían la Facul-tad de Derecho. Provistos de porras, palos y calcetinesllenos de arena, arrasan el mobiliario y los enseres delcentro. La respuesta de los estudiantes no se haceesperar y se decide atacar los locales del SEU. Laviolencia aumenta por momentos. Una lápida a loscaídos queda destrozada y hasta se arrancan flechasdel escudo oficial de Falange.

El 9 de febrero se celebra el aniversario de la muertedel falangista Matías Montero, ocurrida en 1934. Losperiódicos de la víspera insertaban aparatosos recua-dros con los actos programados para el festivo día deexaltación de los valores nacionalsindicalistas. Losrecientes enfrentamientos habían convertido la con-memoración en un desafío político. Según las distin-tas notas, se celebraría una misa en la capilla de laconflictiva Facultad de Derecho, una ofrenda de lastradicionales cinco rosas ante la lápida conmemora-tiva, en la calle Víctor Pradera y visitas a las tumbasdel propio Matías Montero y de José Miguel Guitar-te. Mientras, Arriba descargaba tinta contra los ene-migos de la nación. Raimundo Fernández-Cuesta,secretario general del Movimiento, había cruzadodías antes el Atlántico y, después de asistir a la tomade posesión del presidente brasileño Kubistchek, sedirigía a Santo Domingo. El ministro de Educación,Ruiz-Giménez, clausuraba los actos conmemorativosdel año ignaciano en la Universidad con comprome-tidas palabras: «Tenemos en nuestra mochila lasarmas para triunfar, porque nuestra esperanza estáintocada, como el 18 de julio.»

El más duro enfrentamiento se produjo el día 9,cuando un grupo de estudiantes falangistas regresabade los actos en memoria de Matías Montero. «Variosestudiantes —explicaría más tarde uno de los heridosen la refriega, Joaquín Ferrero— fuimos agredidospor otro grupo más numeroso, de ideología contraria.Nos asustaron. Se desabrocharon las gabardinas y ensus manos aparecieron porras y palos, amén de algu-nos stick de hockey. No vimos pistola alguna. Uno denosotros, Eusebio Gamo, de Filosofía, se echó adelantegritando el Cara al Sol. Empezaron a llover piedrassobre nosotros. Una de ellas descalabró a un com-

La nochede los

cuchilloslargos

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pañero. Entonces comenzaron a sonar tiros. A miespalda cayó Miguel Alvarez. Todos echaron a co-rrer. Algunos de nuestro grupo se refugiaron en laesquina de Guzmán el Bueno. Tuve t iempo deacompañar al que sangraba una farmacia.»

Según el mismo testimonio, unos treinta falangis-tas venían en marcha: «La masa, vociferante, a losgritos de a ellos, que son falangistas, avanzó por elbulevar. Decidimos hacerles frente. Entre los univer-sitarios había alumnos de los colegios José Antonio,Santa María y César Carlos, y algunos cadetes delFrente de Juventudes.»

Miguel Alvarez fue asistido en una farmacia. San-graba copiosamente por la cabeza. Antonio Gullón,secretario nacional de ex cautivos, ayudado por variosmuchachos, introdujo a Miguel en un coche. Un ca-marada del herido empapó con su sangre la camisaazul. Conmocionado y sin sentido, el herido, miem-

EL PAÍS SEMANAL, domingo 3 de octubre de 1976/11

Nacional, JoaquínRuiz-Giménez, y el rector deMadrid, Pedro Laín Entralgo,encabezaban una lista negra quecirculaba entre las manos de losexaltados falangistas. El Ejército,bajo estado de excepción,lograría, no sin esfuerzo, desarmara los «ortodoxos».Apoyándose en el testimoniopersonal de detenidos yprotagonistas, y en lainvestigación de documentoshistóricos realizada porFernando González, ErnestoGarrido ha redactado estereportaje.

bro de la centuria Sotomayor, ingresó en la Clínica dela Concepción, perteneciente entonces al Instituto deInvestigaciones Médicas.

A los pocos minutos, los más altos mandos falan-gistas y destacadas personalidades del régimen lla-maban a la clínica. «No puede morir. Sálvele. Eldoctor Obrador, médico que asistió a Miguel AlvarezPérez, declaraba que el herido presentaba un estadode suma gravedad, shock traumático, inconsciencia y«una extensa resección en el tejido cerebral lesionadoy edematoso en la parte posterior del hemisferioderecho». A una primera operación le sucedió otra dealgo más de dos horas de duración. Jiménez Díazvigilaba personalmente el proceso.

Blas Pérez no dormía en los despachos del Minis-terio de la Gobernación. Tomás Romajaro, vicese-cretario nacional del Movimiento —hoy secretario delConsejo del R e i n o ; Manuel Fraga Iribarne, secre-tario general de Educación; José Solís, delegado na-cional de Sindicatos; el delegado nacional de ex-combatientes, Tomás García Rebull; Jesús Gay, jefedel SEU en el distrito de la Universidad, MiguelÁngel García Ortiz, Vizcaíno, etc., que habían asisti-do juntos a himnos y glorias por el camarada MatíasMontero, permanecían inquietos en los despachosoficiales.

El camino dela reforma

Hacía dos años que el SEU había iniciado el defi-nitivo camino hacia su fracaso y extinción, hecho quese produciría diez años más tarde.

En 1954 sólo algunos grupos monárquicos di-sentían de la línea oficial del SEU. El Hogar Guitarte,situado a espaldas de la Universidad de San Bernar-do, era el lugar de reunión de los falangistas.

Un pequeño núcleo de universitarios —dice Enri-que Múgica, actualmente miembro de la ComisiónEjecutiva del PSOE— ni monárquicos, ni falangistas,consideramos la necesidad de crear un movimientodemocrático de universitarios. Dentro de este círculohabía personas como Tamames o yo, que poseíamosascendencia republicana. Otros miembros eran JulioDiamante, Julián Marcos, Fernando Sánchez Dragó,Javier Pradera, etcétera.»

Las últimas organizaciones de la FUE habían sidodesmanteladas y «aprovechamos —continúa Múgi-ca— el nacimiento de un movimiento cultural contes-tatario. Por aquel tiempo se publicaron libros deGabriel Celaya y Blas de Otero. Era la época deBienvenido, mister Marshall y los cineclubs ofrecíanpelículas hasta entonces prohibidas».

La Universidad comenzaba, después de la posgue-rra, a ser el centro de las preocupaciones culturales ypolíticas, «aunque intentábamos llegar a la políticapor la estética». La visita a Gibraltar de una altapersonalidad británica derivó en una manifestaciónnacionalista organizada por el SEU y que contó contodos los parabienes oficiales. Miles de estudiantesmarcharon hasta la embajada inglesa entonandogritos de «Gibraltar, español». En contra de lo que sepodía pensar, fue disuelta por la Policía Armada.

La actuación de las fuerzas del orden produjo tantairritación entre los universitarios que, reunidos en elParaninfo, examinaron la situación y, a los gritos de«prensa libre» —la oficial escondió, como era norma,

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12/EL PAÍS SEMANAL, domingo 3 de octubre de 1976

Después de ser operado, MiguelAlvarez no recordaba nada.Había olvidado todo,completamente todo. Ni siquierasabía rezar oración alguna. Unamigo, falangista, comenzó aenseñarle con paciencia.Después de algún tiempo,recobró la memoria y aprendiócuanto necesitaba. Aún no sabenada sobre el estado deexcepción decretado por Francohace veinte años ni de losdetenidos.

milia Alvarez es una familia cris-tiana y falangista. «Tanto él comosu padre —asegura la madre— sonhombres de ideas f i rmes ypatrióticas.» El abuelo de Miguelfue militante de Acción Popular.

M i g u e l no pudo pilotar unavión, objetivo para el que tra-bajó, antes del 56, en el BazarChamberí (Eloy Gonzalo, 28) yalgunos bares cércanos a su do-micilio. Actualmente, su aficiónes tocar el piano, oír música y ha-cer gimnasia. «Me hubiese gusta-do d i r ig i r una orquesta y sercompositor. Ya no puedo, perotengo realizadas varias obras pe-queñas.» Es un forofo de la zar-zuela y de la música clásica y no sepierde concierto alguno del Tea-tro Real.

La familia vive de la jubilacióndel padre y de los beneficios ob-tenidos por el quiosco de bebidassituado frente al Palacio de Co-municaciones, y que el conde deMayalde , entonces alcalde deMadrid, les proporcionase. «Nohemos recibido más ayuda que elquiosco —nos dicen—. Pero cual-quier día cambian de alcalde ynos lo quitan.»

Miguel i to , como suelen lla-marle todavía los médicos de laClínica de la Concepción —lugardonde fue in te rvenido por pri-mera vez—, estima que los suce-sos del 56 contribuyeron a garan-tizar «otros diez años de paz paraEspaña». Es todavía socio de losCírculos de José Antonio, aun-que su ficha no aparezca en losarchivos actualizados tras el últi

iguel Alvarez vive. Casi cie-go, paralítico de medio cuerpo, olvi-vidado por casi todos, aquel jovenfalangista de 18 años, herido debala en un enfrentamiento entreestudiantes el 9 de febrero de1956, pasa horas y horas pensan-do aún en su recuperación. En unmodesto piso situado en la calleGeneral Alvarez de Castro, 21,olvida poco a poco los sucesos delos que todo un país estuvo pen-diente. Nada recuerda del estadode excepción decre tado porFranco hace veinte años. Tam-poco sabe nada de los detenidos.

Miguel fue recogido por ma-nos falangistas, manchado desangre, cuando los manifestanteshuían de los disparos por las ca-lles de Alberto Aguilera yGuzmán el Bueno. El XXII aniversario de la muerte de MatíasMontero fue el día más luctuosopara los supervivientes de la se-miolvidada posguerra. Todo elpaís pendiente de su vida. Unavida que salvó, en dos arriesgadasoperaciones, el doctor Obrador yel cuadro médico que dirigía elprofesor Jiménez Díaz.

«Después de la operación —di-ce la m a d r e — no recordabaabsolutamente nada. Había olvi-dado todo, completamente todo.Ni siquiera sabía rezar oraciónalguna. Un amigo nuestro, falan-gista, comenzó a enseñarle conp a c i e n c i a . Después de a l g ú ntiempo, recobró la memor ia yaprendió cuanto necesitaba. Hoyposee una gran cultura.»

Los partes médicos eran segui-dos con inquietud por los deteni-dos y sus familiares. Incluso porpersonajes que ocuparon puestosoficiales, como Laín Entra lgo—rector de la Universidad de SanBernardo— o el propio ministrode Educación y Ciencia, JoaquínR u i z - G i m é n e z . Los p r imerostenían un juicio acalorado. Lossegundos sabían que sus nombrescirculaban por el Madrid políticoen las listas elaboradas para unanoche de los largos cuchillos.

La casa donde hoy vive MiguelAlvarez Pérez está situada en elMadrid castizo de Chamberí. Es-t recha , s in luz , de escalerasdesvencijadas. En el recibidorse agolpan un piano, el tresillo deterciopelo, un tocadiscos úl t imomodelo y dos cuadros con sendosdibujos a carboncillo de Miguel ysu hermana Concepción, ya ca-sada. Sus padres, Romualdo Al-varez Arenas y ConcepciónPérez, acompañan a Miguel a to-das partes. V iven juntos en lamisma casa de bodas, en el lugardonde nació el falangista galar-donado con la medalla al valor.La mayor parte de los vecinosdesconocen su identidad. La fa-

mo congreso. «Antes —dice— ibaa menudo al círculo; hace tiempoque no voy por allí, pues sólo da-ban conferencias y no se hacíanada.» Recuerda con nostalgia aHedilla, padre, «hombre que es-cribió cosas muy duras y que lle-vaba razón en lo que dijo sobreFranco. Estoy de acuerdo con él».Opina que José Antonio Primode Rivera «no hubiese vivido decualquier forma» y que actual-mente es «urgente la unidad delos falangistas». «Me daría igual—cont inúa— que como jefe pro-v i s iona l nombrasen a Arrese ,Girón o Fernández-Cuesta, aun-que es preciso reconocer que sonviejos y han de dejar paso a losjóvenes.» «¿Fraga?, Fraga es unchaquetero.»

Ni Elorriaga, Ruiz Gallardón,Tamames, Múgica, Padreda, co-nocen personalmente al falangis-ta de la centuria de Sotomayor.Desde la cárcel oirían su nombrey poco después, reconocerían aMiguel en las fotos publicadas enlos periódicos. «Ruiz-Giménez ysu mujer nos han visitado variasveces. Inc luso me f e l i c i t an enNavidad y el día de mi santo. Son

MIGUEL ALVAREZ VIVEmuy amables. Arrese y el condede Mayalde también envían re-cuerdos. Sí, Girón sí nos escribe.Fernández-Cuesta nunca se hapreocupado, no ha venido nun-ca.»

Miguel Alvarez se pone muynervioso cuando recuerda los he-chos, a pesar de los treinta añostranscurridos. No tiene amigos,«los que tenía se han casado. An-tes nos reuníamos unos t re intaque pertenecíamos a la misma

centuria. Siempre marchábamosjuntos en las excursiones. Al ca-sarse, todo varía. Yo lo compren-do.» Sus padres p iensan quepodía trabajar; «otros muchos—afi rman— han encontrado em-pleo».

«El doctor Obrador (habla lam a d r e ) hizo cuanto pudo .»Jiménez Díaz se portó muy bien.El doctor Boixador , t ambién .Jiménez Díaz hubiera deseadotener un hijo como Miguel, con el

mismo amor a la patria, con susmismos ideales.» «Conservamostodos los recortes que se han pu-blicado sobre el tema. En cual-qu ie r b iograf ía sobre Francoaparece Miguel. Nos han dichoque en un libro de un historiadorfrancés aparece una fotografíasuya. He encargado a unos ami-gos que lo compren.»

«Franco —concluye Miguel—,me dijo que contara con él cuan-do recuperara la vista.»

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EL PAÍS SEMANAL, domingo 3 de octubre de 1976/13

a .

AYER, EN ALBERTO AGUILERA

Ita grupo d* jóvene» cam*radas da la Falange montan guardia en el lugar donde ayer derramó«u **nae» MH"u«l Alvaraz Pérod (Tí

los hechos»— y «abajo el SEU», se quemaron losperiódicos de Madrid y se organizó otra marcha haciala Dirección General de Seguridad. El sentimientodemocrático todavía se presentaba inmaduro, ya quemuchos estudiantes renegaban de Falange medianteslogans como «Franco, sí; Falange, no».

Semanas más tarde, se organizaron algunos en-cuentros entre la poesía y la Universidad, en los queintervinieron escritores contestatarios. Con ellos seintentaba combatir la carencia de espíritu crítico y launiformidad cultural.

El éxito de los encuentros influyó decisivamentepara que al año siguiente se celebrase el Congreso deEscritores Jóvenes. Con la ayuda del rector, PedroLaín —afirma Múgica— «intentábamos desarrollarcharlas y coloquios para la constitución de un sindi-cato democrático». El Congreso tuvo lugar en unoslocales que cedió el rectorado y en la presidencia seunían, por vez primera, miembros del SEU y univer-sitarios de corte democrático. Durante las sesiones seeditó un boletín informativo de las actividades, «enuno de cuyos números apareció una esquela de Orte-ga y Gasset, sin la cruz tradicional», apunta Múgica.

El ministro de Educación Nacional, convencido deque podría fraguarse una reforma desde dentro, sen-timiento muy compartido por otra parte por el alaprogresista del SEU, colaboró en esta vivificación dela Universidad. Ruiz-Giménez y Pedro Laín, minis-tro y rector, respectivamente, habían iniciado unaetapa de seudorrenovación que contaba con laantipatía de los duros personajes de Gobernación ySecretaría General del Movimiento, encabezadospor Blas Pérez y Tomás Romojaro. Ruiz-Giménez sehabía propuesto escolarizar a todos los niños es-pañoles.

Al iniciarse 1956, apareció en la prensa, concreta-mente en las páginas del semanario El Español (loeditaba el Ministerio de Información y Turismo), undocumento sobre la Universidad en el que se denun-ciaba a diversos profesores y alumnos. Elaborado,entre otros, por Eduardo Navarro y Pedro RodríguezGarcía,y atribuido al Opus, el escrito se extendíasobre una supuesta infiltración marxista en la Uni-versidad. Enrique Múgica, entonces militante comu-nista de base, era centro de atención por sus amorescon una muchacha en la playa y su osadía al escribiren la arena «soy comunista». Ramón Tamames eraacusado de «poseer inclinaciones electorales».

Derecho era la Facultad más renovadora. Allí sedaban cita los profesores y alumnos contestatarios.Su número había crecido desde el Congreso de Es-critores Jóvenes. El éxito de éste hizo pensar en laconvocatoria de un Congreso Nacional de Estudian-tes. «Era un intento de democratización de la Uni-versidad», dice Gabriel Elorriaga, ex gobernadorcivil, fraguista y en aquel año jefe de ActividadesCulturales del SEU. «El SEU, prosigue, se había

transformado en un sistema de representación cor-porativo, pero estaba viciado».

Junto a personajes como Tamames o Múgica seaglutinaban en el grupo personas nacidas del régi-men. Dionisio Ridruejo, mano derecha del fundadorde Falange, comenzaba su repudio ideológico de lasdoctrinas franquistas. Igual sucedía con Miguel Sán-chez Mazas, José María Ruiz Gallardón, hijo delTebib Arrumi, monárquico y hoy ultraconservador,estableció relación con los anteriores debido a sudescontento por el pucherazo que recibiera la candi-datura monárquica a las elecciones municipales de1953. Formaban parte de aquella candidatura: Joa-quín Satrústegui, Leopoldo Calvo Sotelo, TorcuatoLuca de Tena y Juan Manuel Fanjul. Gabriel Elo-rriaga, seuísta reformador, se avino a colaborar antela promesa de Javier Pradera —entonces miembro delPCE— de que conseguiría el puesto de jefe nacionaldel SEU; jefatura que le había arrebatado SerranoMontalvo, después de que Jordana de Pozas fuesedestituido por criticar la actuación de la policía en larepresión de la manifestación pro Gibraltar español.En fin, otros nombres eran los de Juan SebastiánGarrigues (hijo del ex ministro de Justicia, AntonioGarrigues y Díaz-Cañabate), Juan Antonio Bardem,Alfonso Sastre, Julio Diamante...

Primer manifiestodemocrático

Tiempo Nuevo, círculo cultural presidido porGaspar Gómez de la Serna y situado cerca de la callemadrileña de Velázquez, era el punto de reunión de laintelectualidad. Allí se realizó la redacción definitivadel documento de oposición público más importantedespués de la guerra.

El llamamiento al Congreso Nacional de Estu-diantes se empieza a perfilar en la clandestinidad. Laidea parte de Jorge Semprún, responsable de intelec-tuales y estudiantes del Partido Comunista. «El do-cumento —dice Tamames— lo redactamos en el caféLa Mezquita —hoy café Santander—. Pradera, Múgicay el mismo Tamames repasaron el escrito en el Retiroy José López Moreno —director de cine— lo redactó amáquina. Múgica fue el encargado de leerlo enTiempo Nuevo.

Miguel Sánchez Mazas, hijo de Rafael SánchezMazas, ex ministro, puso objeciones al texto. El actualdirigente ugetista, exiliado en Ginebra, formó partedel consejo de redacción junto con Juan SebastiánGarrigues y los tres citados. El mismo se encargó dehacer las copias.

El manifiesto fue leído en todas las facultades. Lasclases se interrumpieron para recoger firmas. Tama-mes, Carlos Zayas —hoy miembro del PSOE—, Gon-zalo Sol —director de la guía gastronómica Sol— yalgunos otros recogieron las firmas. Tres mil estu-

diantes, entre los que figuraba el actual ministro deComercio, Juan Lladó Fernández Urrutia, estampa-ron su firma en el papel.

Las discusiones sobre su contenido se prodigaron.Tamames fue requerido por el decano de Derecho,José Torres López, para que cesasen los debates.Curiosamente, las firmas nunca aparecieron. El ru-mor, posteriormente desmentido por el protagonista,apunta a Juan Sebastián Garrigues como acaparadorde los contestatarios folios.

La noche de loscuchillos largos -

En este enrarecido ambiente se producen los suce-sos del 9 de febrero. La Universidad estalla. Las clasesse suspenden por decreto. El estado de excepciónpesa sobre el país. Dos artículos del Fuero de losEspañoles, tan importantes como el 14 y el 18, seríansuspendidos por tres meses.

La Dirección General de Seguridad acusa a losantifalangistas de portar armas y ser los únicos res-ponsables de los sucesos. Una nota oficial se centrasobre «la provocación de elementos de filiación co-munista». En la calle corren rumores dispares. Algu-nos dicen haber visto disparar a un taxista. Otrosestiman que fueron policías de paisano los quedesenfundaron sus armas. Enrique Múgica estima,sin embargo, que pudieron ser los mismos compañe-ros del herido los responsables de los hechos: «Mehabían mostrado en diversas ocasiones todo un arse-nal de barras de hierro, pistolas y hasta granadas en elHogar Guitarte.»

La prensa recuerda los avisos que lanzó antes deldía 9. Efectivamente, Arriba y otros periódicos inser-taron en sus páginas diversos artículos anticomunis-tas. El órgano de Secretaría General reprodujo unartículo de Mundo Obrero, escrito por Federico Sán-chez —alias de Jorge Semprún— en el que se criticabaal SEU y se llamaba a «la lucha a favor de las liberta-des democráticas de expresión y asociación».

Mientras los renovadores simultaneaban sus reu-niones en las casas de Ruiz Gallardón, de Garrigues yde García Valdecasas, Tamames era sometido por lapolicía a su primer interrogatorio. «Curiosamente nome preguntaron», dice, «quién escribió el boceto».Tomás Romojaro y Gumersindo García —jefe delservicio de investigación de la Secretaría General—,entre otros, alentaban a los falangistas para respon-der a la «provocación». Desde los mismos localesoficiales se llamó a todas las centurias y juventudes.

Madrid temía una noche de los cuchillos largos.Una lista que contenía los nombres de más de cin-cuenta personas circulaba en los exaltados ambientesfalangistas. El ministro de Educación,Ruiz-Giménez; el rector, Laín Entralgo; el decano deDerecho, Torres López, estaban incluidos junto a

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Miguel Alvarez, con su madre, antes de los sucesos Muchachos de la centuria Sotomayor,en un campament

Tamames, Múgica, Ridruejo, Pradera, Bardem, Sán-chez Mazas, Garrigues y un largo etcétera.

En el lugar de los disparos, camaradas del heridoMiguel Alvarez hacían guardia permanente. TorresLópez, al conocer que estaba en la lista, huye a París.La Guardia de Franco, los falangistas ortodoxos, elFrente de Juventudes estaban en pie de alerta. Lasarmas de los círculos seuístas pasaron de mano enmano. Se ha estimado que 5.000 personas estuvieronaquella noche amenazadas de muerte. Luis GonzálezVicen, jefe de la Guardia de Franco, llamaba incan-sablemente a sus incondicionales.

Muñoz Grandes y los mandos militares hacían loimposible por controlar la situación. El primero deellos, vicepresidente del Gobierno, era recibido ur-gentemente en El Pardo. Franco hace saber que tododepende del estado del herido, que continúa deba-tiéndose entre la vida y la muerte.

Detenidos bajo excepción

El primero de los detenidos es Dionisio Ridruejo.Fuerzas policiales acuden a casa de Tamames, peroéste se encuentra en la finca de Luis Miguel Domin-guín (el padre de Tamames era médico del torero).Los inspectores llaman por teléfono y Ramón Tama-mes tiene que trasladarse a Madrid con urgencia. «Espor motivos de seguridad», me dijeron cuando meintroducían en el coche, afirma el economista. RuizGallardón es detenido en plena reunión y en su casa.Es interrogado dos veces. Enrique Múgica, que sehallaba cumpliendo el servicio militar, es trasladadoa la capital. «En los interrogatorios —dice— contestéque los manifestantes no llevaban ni siquiera unalfiler.» Gabriel Elorriaga es arrestado en La Coruña,donde se encontraba pronunciando una conferencia.

Por fin, los centros de Falange, SEU y Guardia deFranco son inervenidos por el Ejército. Algunas per-sonas son desarmadas por la calle.

El Juzgado número 19, se ocupa del sumario. El«camarada» Roberto Reyes asume la representaciónde la familia de Miguel Alvarez; Reyes era delegadode Justicia del Movimiento...

«Estuvimos nueve días incomunicados en la Di-rección General de Seguridad», narra Ramón Ta-mames. Al décimo día, el juez decreta la libertadprovisional de los detenidos, pero el ministro de laGobernación ordena su traslado a Carabanchel. Losministros y altas personalidades se suceden en susvisitas a la Clínica de la Concepción. Juan José Pra-dera, hombre de confianza de RaimundoFernández-Cuesta, intercede no por su sobrino, Ja-vier Pradera, sino por otro de los detenidos: GabrielElorriaga. El padre de Tamames hace llegar suspreocupaciones a Agustín Muñoz Grandes.

Un día antes de que Miguel Alvarez comience

realmente a recuperarse y mueva alguno de susmiembros, son destituidos sin explicaciones —comoera habitual— los ministros de Educación,Ruiz-Giménez, y del Movimiento, Fernández-Cues-ta. Laín, rector de la Universidad de Madrid, FragaIribarne, secretario general técnico, también sonapartados. Jesús Rubio y José Luis Arrese ocuparonlos Ministerios de Educación y Movimiento. DiegoSalas Pombo sustituye a Romojaro en la vicepresi-dencia general.

Reliquias, plegarias y misas se suceden en todo elpaís por el estado de salud de Miguel Alvarez. JorgeMistral ofrece su sangre por si fuera necesaria unatransfusión. El doctor Elío informa a la prensa: «Sehan aplicado al herido drogas neoroplégicas y sucuerpo estuvo sometido a hibernación.»

En la cárcel se unen a los anteriormente citadosotra serie de personas, entre las que se encontrabanFernando Sánchez Dragó, Julio Diamante, JuliánMarcos, José Luis Abellán, Jesús López Pacheco.Juan Sebastián Garrigues no llega a ser arrestado,debido a las gestiones de su padre.

Al mes y medio de los sucesos, un nuevo y nutridogrupo de personas ingresa en prisión. Vicente Girbauy Francisco Bustelo son acusados distribuir ilegal-mente un escrito de solidaridad con los detenidos,que finaliza con la frase: «Abajo Blas Himmler.». Losdefendería José María Gil-Robles en su primera ac-tuación como abogado de un juicio político, despuésde su vuelta del exilio. Al parecer, Franco se interesópersonalmente en la causa, pues le preocupaba quelos acusados fueran absueltos.

Los treinta de Carabanchel

A los restantes se les acusa de reunión ilegal. «Tu-vieron que incluir en el sumario hasta a los criados demi casa —dice Ruiz Gallardón—». Alguno de los de-tenidos es sospechoso de delito por tener en su casaobras del «sedicioso filósofo» Ortega y Gasset y otroshan de responder por poseer documentos de la Co-munidad Europea del Carbón y del Acero y de laEuropa verde. Ruiz Gallardón se encarga, además desu propia defensa, de la de Ridruejo y Sánchez Ma-zas. Antonio Garrigues, padre, defiende a su hijo. Lavista de la causa nunca se celebró, ya que, el mismodía en que dio comienzo, el fiscal retiró la acusación.

Ridruejo y Tamames pintaban en Carabanchel susprimeros cuadros y Fernando Sánchez Dragóconseguía el premio de poesía, promovido por losdetenidos en primavera. Ridruejo fue autorizado asalir de su celda para asistir al entierro de su hermanaen Soria. Al regreso fue otra vez conducido a Cara-banchel.

Elorriaga logra salir a los cuarenta días por mediode una instancia enviada «a tan alta jerarquía» comoArrese. Javier Pradera cumple arresto en un cuartel

de Getafe, dada su condición de teniente jurídico delEjército del Aire. El 17 de abril sale Tamames. Elúltimo es Enrique Múgica. El tiempo que permanecióen prisión se lo descuentan del servicio militar.

La reforma ha fracasado

Los sucesos sirven para que los ultras tomenposiciones en distintos ministerios. Blas Pérez apun-tala su poder con la ayuda de García Hernández,padre del ex ministro, que posee una vivienda en laDirección General de Seguridad y es el encargado deorganizar a la policía.

La reforma desde dentro ha fracasado y los falan-gistas consiguen su objetivo: apartar al propagandistaRuiz-Giménez. Arrese es autorizado a ensayar denuevo la revolución pendiente. Desde SecretaríaGeneral intenta recuperar el SEU sin éxito. Reapa-rece La Hora, revista que dirigiera antes de los suce-sos Gabriel Elorriaga. Fraga es nombrado, con eltiempo, subdirector del Instituto de Estudios Políti-cos.

Según Javier Pradera, «1956 es un año de sumaimportancia en la historia del régimen». Ese año,personas como Dionisio Ridruejo y Miguel SánchezMazas comienzan a distanciarse del franquismo. Lavida política se inicia en la Universidad. La oposiciónagrupa no sólo a los ilegales de siempre». Nace laAsociación Socialista Universitaria (ASU) de la ma-no de Vicente Girbau, Francisco Bustelo, Montesinosy Víctor Pradera (hermano de Javier). También secrea el Frente de Liberación Popular, compuesto porcristianos de izquierda como Julio Cerón y Raimun-do Ortega. Los monárquicos desaparecen de las aulasuniversitarias.

Convencidos de que la contestación universitariacontinuará, el Gobierno incrementa los efectivos dela Policía Armada y las fuerzas de orden público engeneral. José Antonio Girón encamina al desastrenuestra economía con su slogan «subiremos los sala-rios y no los precios». La galopante inflación agravala recensión económica producida por las heladas.Una gran nevada cae sobre el país y las exportaciones,sobre todo las de cítricos, tocan fondo. La autarquíano es solución para la crisis. Los nuevos aireseconómicos no llegarán a las esferas gubernamenta-les hasta la entrada en el Gabinete de Mariano Rubioy Alberto Ullastres.

Franco estudia en un castillo sevillano, asesoradopor Javier Conde y José Luís Arrese, la estrategiapolítica a seguir. El general percibe que la doctrinafalangista sólo es viable traduciéndola al franquismo.Blas Pérez abandonará el Ministerio de Goberna-ción, cargo al que había llegado de la mano de unhombre de la confianza del general, el notarioMartínez Fusset. La oposición estaba contenida, demomento, por el miedo.