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VOLVER A CERVANTES ACTAS DEL IV CONGRESO INTERNACIONAL DE LA ASOCIACIÓN DE CERVANTISTAS Lepanto, 1/8 de octubre de 2000 Antonio Bernat Vistarini (Ed.) Universitat de les Illes Balears Palma, 2001

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VOLVER A CERVANTES

ACTAS DEL IV CONGRESO INTERNACIONAL DE LA

ASOCIACIÓN DE CERVANTISTAS

Lepanto, 1/8 de octubre de 2000

Antonio Bernat Vistarini (Ed.)

Universitat de les Illes Balears Palma, 2001

HACIA UNA RE-EVALUACIÓN DE LEPANTO

I. K. Hassiotis

La mayor parte de los análisis no descriptivos que se han hecho sobre la batalla naval de

Lepanto, se preocupó de poner en duda la importancia de ésta a través del tiempo y, en consecuencia, de desvirtuar la apreciación cervantina por la «más alta ocasión que vieron los siglos».1 Esta puesta en duda tiene su origen principalmente en los años de la Ilustración y, hasta el periodo de entreguerras, no sólo fue de orden historiográfico, sino que, en mi opinión, fundamentalmente ideológico; y para ser más preciso, de evidente carácter antihispánico y no al margen de lo que se conoce como «leyenda negra».2 No obstante, la subvaloración de la batalla naval se hizo mucho más sistemática después de la Segunda Guerra Mundial, claramente cuando cambian las prioridades de la historiografía contemporánea; en otras palabras, cuando ésta, mostrando un obstinado rechazo por la llamada «historia de los acontecimientos» y, en especial, por la historia política, se inclina, al contrario, por los fenómenos económicos y sociales de la «larga duracion»3. En todo caso, algunos enfoques más tradicionales de la historia del Mediterráneo también pusieron en tela de juicio la importancia de la batalla de Lepanto, enfatizando, por el contrario, las consecuencias a largo plazo de otros hechos bélicos y diplomáticos de la misma época, aunque menos conocidos: de la derrota de los portugueses en el Alcazarquivir marroquí, el 4 de agosto de 1578, o, de la tregua hispano-turca de 1580.4 ¿Qué significa entonces discutir hoy día sobre un acontecimiento bélico, ocurrido hace 430 años y que para muchos historiadores ha constituido, a pesar de su carácter espectacular, una mera estrella fugaz sin mayores consecuencias?

Trataré aquí de responder, de la forma más breve posible, a las objeciones más serias que se han hecho en cuanto a la significación de Lepanto, insistiendo en aquellos aspectos que son menos conocidos, es decir, que están relacionados con los pueblos de Europa Oriental y en particular con los griegos. Ahora, aunque estos aspectos no invalidan las apreciaciones generales que encontramos en la historiografía contemporánea, muestran, a mi modo de ver, lo exageradamente negativo de dichas objeciones.5

Primera objeción: La actuación de la Santa Liga fue transitoria (duró sólo entre dos y tres años) y, lo más importante, no produjo ningún cambio a largo plazo en la política tradicional de las potencias involucradas: Los venecianos, un año y medio después de la batalla, en marzo de 1573, habían firmado, en secreto e independientemente de sus aliados, un tratado de paz con la Sublime

38 I. K. Hassiotis [2] Puerta, reconociendo con ello la soberania otomana en Chipre6. Los españoles, por su parte, que constituían el factor principal en la victoria de Lepanto, a partir de 1574 centraron una vez más su política, ya no en el Mediterráneo, sino que en el Atlántico y en Europa del Norte.7 Además, desde 1577 se interesarán en lograr una tregua con la Sublime Puerta, la cual firmarán efectivamente en 1580, como ya se ha dicho8. Por útimo, a la Santa Sede, el eje central de la campaña antiturca, le tomó cerca de veinte años realizar un intento similar, como fue el de la década de 1590, en los años del Papa Clemente VIII (1592-1605)9 y, más de cien años, para llegar a jugar nuevamente un papel unificador de las fuerzas europeas contra los otomanos, lo que ocurrió recién en 1684, durante el papado de Inocencio XI (1676-1689).10 Por otra parte, la destrucción de la flota otomana en Lepanto no impidió que los turcos, dos años después, hicieran una reaparición enérgica en el Mediterráneo central y que, una vez ocupada la base española de La Goleta, en Túnez, en el verano de 1574, reconquistaran y mantuvieran a lo largo de varios decenios su hegemonía en los pequeños estados del norte de Africa11. En consecuencia, la gran victoria cristiana del 7 de octubre de 1571, si bien había tenido un carácter espectacular, resultó «inútil» y no trajo mayores consecuencias.12

Sin embargo, el clima político tras la batalla naval, tanto en el Occidente cristiano, como en el Mediterráneo, sufrió un cambio perceptible en relación al periodo anterior. Primero que nada, los desembarcos otomanos en el Mediterráneo central y occidental se vieron limitados claramente después de Lepanto. Podríamos decir que en el Mediterráneo se consolida una especie de frontera marina, un limes, que separaba el lado oriental (que continuó estando bajo la soberanía otomana) del lado central y occidental (bajo soberanía indiscutiblemente cristiana). Además, el único triunfo militar de los turcos, que tuvo lugar más allá de dicha frontera, fue la ya citada reconquista de La Goleta, en 1574, un acontecimiento realmente impresionante pero que no invalidaba más que el éxito efímero que había tenido Don Juan el año anterior.13 Es claro entonces que no se la puede igualar a la batalla de 1571, ni siquiera al asedio de Malta en 1565.

Por otro lado, desde entonces y durante dos siglos, no se produjo ningún conflicto cristiano-musulmán importante en aguas mediterráneas, ni de este, ni de oeste. Este hecho no se debía sólo a que el interés español se encontrara centrado ahora en el Atlántico y en Europa del norte14; se debía principalmente a la decadencia del poder marítimo otomano, decadencia que Cervantes ya había notado en 157115 y, que los mismos cristianos que habitaban en el imperio turco, verán de cerca durante las primeras décadas que siguieron a Lepanto16. Por supuesto, la reducción del poder militar otomano fue un proceso lento, pero continuo: fue necesario que transcurriera casi un siglo para que los turcos empezaran su retirada de la región norte de los Balcanes, es decir, después del segundo, siniestro para ellos, sitio de Viena, en 1683, y sobre todo, con la intervención, en 1684, de una nueva alianza, la Liga Sacra de Linz;17 y esperaremos dos siglos enteros para ver un nuevo desastre de la flota otomana en el Mediterráneo, como fue durante la batalla naval del 7 de julio de 1770 en el golfo de Çesmé, al este de la isla de Quíos.18

Pero aun cuando pareciera haber entonces una especie de estancamiento, la presencia marítima de los dos grandes rivales no dejó de existir en el Medite-

[3] Hacia una re-evaluación de Lepanto 39 rráneo, si bien se había reducido, claro, en tamaño y eficacia. Es por ello que el período

inmediatamente posterior a Lepanto pertenece a un nuevo capítulo de la historia mediterránea, caracterizado por continuos enfrentamientos navales, aunque a menor escala. Las fuerzas cristianas —fundamentalmente las flotas españolas de Nápoles y Sicilia, así como las flotillas de los caballeros de Malta y de Toscana— se limitaron a reiteradas campañas corsarias en el archipiélago del Egeo y las costas del mar Jonio.19 Los otomanos, a su vez, se conformaban con las incursiones de menor alcalce, que realizaban sus aliados norteafricanos en las costas de Sicilia, del sur de Italia, Cerdeña, las islas Baleares y, cada vez menos, en las costas de Cataluña y del sureste de la península ibérica20. No obstante, mientras los ataques de los norteafricanos apenas si ejercerán un cambio serio en la situación política y económica del Mediterráneo occidental, no se puede afirmar lo mismo de las incesantes operaciones de los cristianos en el Levante, las cuales, llevadas a cabo casi anualmente y, a pesar de su limitada extensión, traían sus consecuencias: primero, fomentaban conflictos de orden político que ponían en duda una y otra vez la legitimidad de la soberanía otomana, influyendo así en las relaciones entre la Sublime Puerta y las potencias europeas; segundo, minaban continuamente el desarrollo de la marina mercante otomana, como resultado de sus constantes operaciones navales (barcos hundidos, prisioneros cautivos, daños causados en los desastres y los saqueos etc.).21 Esta situación, en cambio, favoreció directamente las actividades marítimas mercantiles de los griegos, quienes, gozando de una relativa tolerancia por parte de los corsarios cristianos, se encargaron del tráfico de productos del imperio otomano hacia las rutas del Levante e incluso del Mediterráneo central.22 Para quienes están familiarizados con la historia neohelénica, este hecho es de especial interés, ya que está conectado con circunstancias que, más tarde, llevarán a un cambio en el escenario económico y, en cierto modo, también político, del mundo griego moderno.

Objeción segunda: El gran impacto de la batalla naval en el mundo cristiano no tuvo posteriores resultados, puesto que la Liga, aparte de su actuación colectiva, no era en realidad paneuropea y no influyó en la totalidad de éste, ni siquiera en el lado occidental.

Para empezar, cuando, el 20 de mayo de 1571, se constituye la «Santa Liga Antiturca» como confederatio perpetua, a pesar de que mostró un carácter no duradero, desde un principio se sumaron a ella no sólo España, Venecia y la Santa Sede, sino que también Génova (que, de todas maneras, se encontraba hacía años al servicio de la marina española), los caballeros de Malta y casi todos los pequeños estados italianos (Toscana, Saboya, etc.), incluso aquellos que eran enemigos de Venecia y España23. Desde este punto de vista entonces, tenemos una repercusión importante de orden político, aun cuando fuese transitoria: la pacificación, en primer lugar, de los pequeños estados italianos y su coalición, suceso que podríamos considerarlo como una muestra, muy temprana, de la unificación italiana.24

Pero además, la batalla naval no fue sólo obra exclusiva de españoles e italianos. La presencia paralela, dentro de la Liga, de aventureros y mercenarios, provenientes de diversos países de Europa (de Suiza, la mayor parte, pero también de Portugal, Irlanda, Dinamarca, Suecia, Alemania, Austria, Polonia e, incluso, de una Francia filoturca25), le daba a esa enorme movilización de

40 I. K. Hassiotis [4] fuerzas, más que un simple carácter mediterráneo; hasta cierto punto era paneuropea.

Al mismo tiempo, el clima ideológico que surge tras la batalla en Europa occidental (y, como veremos, también en el Oriente cristiano), no tenía precedentes: la victoria cristiana en sí constituyó una razón para que reviviera el espíritu de cruzada a nivel pancristiano, incluso en aquellos países que colaboraban con los otomanos (por ejemplo en Francia)26. Y este resurgimiento del clima antiturco se ve, justamente, reflejado de dos maneras: primero, en la circulación de numerosos impresos breves y de carácter popular, que se referían al Turco y a su régimen tiránico27 y, segundo, en una abundante producción literaria y artística. No sé de otro acontecimiento de la historia moderna europea, anterior a la Revolución francesa, que haya inspirado tantas obras de la literatura y del arte, como ocurrió con la batalla naval de Lepanto. Independientemente de su calidad, la abundancia de estas manifestaciones, así como su alcance geográfico y su constante presencia a través del tiempo en diversos campos artísticos —desde la literatura popular y los singulares escritos profético-escatológicos, hasta la literatura erudita, junto con el teatro, la música, la escultura y la pintura—28 apuntan a un mismo hecho histórico: que los pueblos europeos, a pesar de su disgregación política y, más notable aun, a pesar de la gran escisión eclesiástica que los marcaba, continuaron actuando, ideológicamente, como miembros de una misma comunidad, compacta, o, si se quiere, de un «cuerpo cristiano común».29

Por otro lado, aunque la opinión pública europea no se liberó completamente de su tradicional «turcofobia»30, aun así el mundo occidental dejó atrás, en gran parte, su complejo de inferioridad frente al poderío otomano tanto militar como naval, pero sobre todo frente a este útimo.31 Es más, el número de desembarcos enemigos que realizan los turcos, ya sea en el Mediterráneo central u occidental, se ve, como ya se ha dicho, claramente reducido a partir de 1571.

Las dos objeciones que veremos ahora conciernen principalmente a los griegos: La batalla naval, si bien tuvo lugar en aguas helénicas, los griegos mismos no participaron en ella; estamos, pues, hablando de un enfrentamiento en el que se debatieron las fuerzas occidentales con las otomanas, pero en el que no tomaron parte los pueblos cristianos del Levante turco.

Y no obstante: la intervención, al menos del factor griego, en la guerra de Chipre y, en particular, en Lepanto, no era despreciable. El silencio que caracterizó a la bibliografía occidental, respecto a este punto, debido comúnmente a la ignorancia sobre la existencia de las fuentes correspondientes (las «orientales», en particular), así como a la parcialidad con que los historiadores seleccionaban las suyas, no borra una realidad bastante bien documentada: que la participación en el terreno militar, primero que nada de los griegos y, hasta cierto punto, de otros pueblos cristianos del territorio otomano, constituye un fenómeno con bastante importancia.32

En concreto, la presencia griega la podemos apreciar sobre todo en los siguientes campos:

a) En la tripulación de las naves. Los casos más conocidos son las 4 galeras equipadas con comandantes y marinos griegos de Corfú, las 5 galeras

[5] Hacia una re-evaluación de Lepanto 41 con tripulación de la isla de Zante y las 20 con cretenses. Dichas naves, junto con otras menores y menos equipadas, las cuales, operaban en las costas occidentales del Epiro y del Peloponeso, tomaron parte, a excepción de unas pocas, en la batalla naval de Lepanto. A este mismo campo de acción pertenecen los marinos griegos que operaban, ya fuera en conjunto con la flota cristiana o independientemente.33

b) En el potencial humano que intervino tanto en la defensa de Chipre, como en la de otras regiones bajo dominio veneciano, en Lepanto y en las operaciones, en general, de la Liga hasta el final de la guerra. En las fuerzas de tierra servían primeramente los «stradioti» o «estradiotas» y, en segundo lugar, las unidades militares irregulares greco-albanesas, que, como se sabe, eran empleadas tanto por los venecianos (en especial en sus dominios del Levante), como por los españoles en Nápoles y Sicilia, así como en casi todas las guerras itálicas y en Flandes.34 No disponemos de cifras exactas con respecto al número de los combatientes griegos provenientes de los territorios españoles de Italia. En todo caso, en base a los datos disponibles, sabemos que la mayoría de la población masculina adulta de origen griego y albanés, residente en la Italia española de esa época, sirvió en el ejército, la caballería ligera y en la marina.35 Además, numerosos testimonios, guardados principalmente en el archivo general de Simancas, hacen referencia a la participación de denominados griegos en «la batalla naval», la «jornada de Navarino» y en las operaciones de Don Juan en Túnez36. Los venecianos, por su parte, hacían reclutamientos masivos, generalmente obligatorios, para el ejército y la marina, pero no sólo en sus territorios, sino que también en aquellos bajo dominio otomano (como, por ejemplo, en las islas Cícladas)37. Se calcula que en 1570-1572 fueron reclutados, por lo menos en Creta, 3.841 remeros y marinos, además de 3.721 soldados.38

Sin embargo, en el número de griegos combatientes en Lepanto hay que considerar a los griegos de la parte turca. Es así como se calcula que en las vísperas de la guerra había entre 7.500 a 10.000 griegos, provenientes de Asia Menor y de las islas del Egeo, reclutados obligatoriamente como marinos y remeros en la flota otomana39. La mayor parte de ellos desapareció al hundirse las galeras otomanas en el golfo de Corinto. Paralelamente, casi todas las narraciones hechas por testigos presenciales de la época, hacen mención el papel decisivo que tuvieron en la batalla naval los motines y sublevaciones en masa por parte de los marinos y remeros cristianos de la flota enemiga. Por esta razón todos los prisioneros griegos, sin excepciones, fueron liberados, tras la batalla por los comandantes de la Liga.40

Como conclusión, podemos estimar que, exceptuando a españoles e italianos, la participación griega en las operaciones bélicas de la Santa Liga fue mayor comparativamente a la de los demás pueblos europeos beligerantes.

Igualmente debe hacerse notar que los griegos también se sumaron, a su modo, a la euforia que se produjo en toda Europa con la creación de la Santa Liga y, en especial, con la victoria de los aliados cristianos en las islas Echínades. Las fuentes griegas respectivas, las llamadas «enthymiseis» (glosas recordatorias) y «crónicas breves» lograron, con su laconismo y todo, expresar de una manera indirecta y reservada la alegría que había provocado en estos autores anónimos la aparición en aguas griegas del «millar de bajeles latinos»

42 I. K. Hassiotis [6] y, más tarde, «la admirable y magna guerra» en la que precisamente —dice— «vencieron los Romaios»41.

En los territorios bajo dominio veneciano y entre los griegos de la Diáspora, dicha euforia fue abierta y, en consecuencia, mucho más notoria, por razones obvias; por ello las muestras artísticas y literarias griegas que tienen como tema la guerra de Chipre, provienen justamente de estas regiones. No me refiero sólo a los escasos versos que se salvaron del paso del tiempo, sino que en especial, a las representaciones pictóricas de la batalla naval, ya sean dibujos (p. ejemplo los de Jorge Klontsas), iconos de la escuela jonia o las grandes composiciones (como las obras de Doménico Theotocópulos, con su retrato de Don Juan y, más aún, con su «Alegoría de la Santa Liga», o, los frescos de Antonio Vasilakis (o Aliense), que decoraban el palacio ducal de Venecia.42

Cuarta y útima objeción: La intervención del factor griego en la guerra no impidió el avance turco en Chipre, ni la conquista de la isla; tampoco puso en serio peligro la soberanía otomana en otras regiones griegas.

No obstante, la actuación de la Santa Liga y el desastre de la flota otomana en Lepanto no están totalmente desconectadas del destino del pueblo heleno: En las vísperas mismas de la batalla naval se había producido un clima revolucionario, único, en numerosas regiones del mundo griega (desde Chipre, Rodas y Peloponeso hasta Macedonia y el Epiro del norte), que se relacionaba directamente con el curso que tomaban las operaciones de la armada cristiana43. He aquí como describe las cosas en su patria el autor de un importante texto de la época: la Crónica de Galaxidi, escrita por el monje Eutimio, proveniente de un pueblo cercano a Delfos: «Disponiéndose los francos (los occidentales) a vencer a la armada turca, le dijeron a todos los cristianos que se levantaran en armas contra los turcos, y que ellos los ayudarían. Escuchando entonces los cristianos tales palabras de alivio con gran alegría y muy ocultamente se prepararon... y acordaron que algunos de tierra firme y otros del mar atacaran a los turcos diciendo ‘o la muerte o la liberación, y quien se arrepienta y nos traicione que no vea mejores días en el rostro de Dios’. Y todos pusieron las manos sobre los iconos y juraron por su vida... etc.»44

Todas aquellas rebeliones fracasaron o terminaron en sangrientos encuentros. Aun así, la esperanza de que algún día reaparecería «la armada», sirvió para mantener, durante décadas, un continuo espíritu revolucionario casi en todos las regiones griegas. Dichos intentos de sublevación, por su parte, incluso aquellos que constituían meros planes antiturcos y que no se llevaron nunca a cabo, fueron todos organizados inspirándose en el eco permanente de «aquel gran día»; y, al comienzo, en conjunto con las fuerzas aliadas cristianas que habían tomado parte en los hechos de 1570-72, y, más tarde, en colaboración con otros continuadores de la causa.45

Pero todos estos intentos, claro, no tuvieron resultados inmediatos; en los casos más desafortunados terminaron en rebeliones desorganizadas y de carácter local (en Chipre, el Peloponeso, en la Macedonia nordoccidental, en Tesalia y en el Epiro). Sin embargo, no por ello dejarían de tener consecuencias en el futuro. Primero que nada, revivieron la idea de que el régimen otomano no era ni legítimo ni tampoco irrevocable; de este modo, atizaban la

[7] Hacia una re-evaluación de Lepanto 43 llama de la resistencia griega durante décadas. Segundo, permitieron que el asunto de la liberación se mantuviera pendiente, conectando, al mismo tiempo, la cuestión griega con la política europea en el Mediterráneo oriental.46

La importancia de este hecho se hace más evidente cuando la analizamos dentro de la perspectiva del tiempo. Porque, en útimo caso, la batalla naval de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, preparó a largo plazo el terreno para la batalla naval de Navarino, que 256 años más tarde, el 8/20 de octubre de 1827, abrirá finalmente el camino para la liberación de Grecia y, con la independencia helénica como una suerte de catalítico, precipitará los procesos históricos que cambiarán, en forma radical, el mapa político de Europa sudoriental.

NOTAS

1 Don Quijote de la Mancha, ed. Juan Bautista de Avalle-Arce, Madrid, 1979, vol. 1, Prólogo al lector. 2 Ya que el blanco de la mayoría de las acusaciones fueron la casa de Austria y, en particular, Felipe II,

quienes, evidentemente habían cosechado los honores de la victoria a través de Don Juan. De la enorme bibliografia sobre el tema, me limito aquí a citar sólo el estudio clásico, aunque polémico, de J. Juderías, La leyenda negra, Madrid 1917 (útima ed. 1986), y las obras más recientes de H. Kamen y J. Pérez, La imagen internacional de la España de Felipe II: Leyenda negra o conflicto de intereses, Valladolid 1980, y de Ricardo García Cárcel, La leyenda negra: Historia y opinión, Madrid 1998.

3 De todos modos es evidente la inseguridad del destacado representante de la historiografía de la «larga duración», Fernand Braudel, en el capítulo que dedica justamente a Lepanto en su ya consagrada obra El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2a ed. francesa, París 1966, 2a española Madrid 1976; véase la edición inglesa (utilizada para el presente estudio) The Mediterranean and the Mediterranean World in the Age of Philip II, London 1972, vol. II, p. 1089. La inseguridad de Braudel, que de cierta forma también está presente en su «Bilan d’un bataille», en Il Mediterraneo nella seconda metà del ’500 alla luce di Lepanto, ed. G. Benzoni, Florencia 1974, págs. 109-120 (= «Lepanto: Balance de una batalla», En torno al Mediterráneo, Barcelona 1997, págs. 287-298), llevó a Andrew Hess a ver en el destacado historiador francés la tendencia a atribuirle a la batalla una imagen similar a la de «previous imperial histories»; véase su artículo «The Battle of Lepanto and its Place in Mediterranean History», Past and Present, 57 (Nov. 1972), págs. 55-56. Para una valoración de la política filipina en el contexto de Lepanto, véanse las observaciones de E. Martínez Ruiz, «Felipe II en la encrucijada, 1565-1575», Madrid, Revista de Arte, Geografía e Historia, 1 (1998), págs. 73 y ss.

4 Para lo primero véase el análisis de Hess, op. cit., págs. 65-68. Respecto a las negociaciones hispano-turcas, que llevaron a la tregua de 1580, Braudel dedica bastantes páginas originales en The Mediterranean, II, págs. 1143 y ss.

5 Cf. también los interesantes análisis positivos sobre la importancia de la batalla, presentados en dos recientes estudios: Jean Dumont, Lépante, l’histoire étouffée, París 1997 (ed. esp.: Lepanto, La historia oculta, Madrid 1999, págs. 75 y ss.); David García Hernán y Enrique García Hernán, Lepanto: El día después, Madrid 1999, págs. 15-19, 157-162.

6 Michel Lesure, «Notes et documents sur les relations vénéto-ottomanes, 1570-1573, I», Turcica, 4 (1972), págs. 134-164; cf. M. Brunetti, «La crisi finale della Sacra Lega (1573)», Miscellanea in onore di Roberto Cessi, vol. 2, Roma 1958, págs. 145-155.

7 Sobre el cambio de la política naval española después de Lepanto, cf. M. de P. Pi Corrales, El declive de la marina filipina, 1570-1590, Madrid 1989.

8 Para la bibliografía reciente cf. J. M. Floristán, «Los prolegómenos de la tregua hispano-turca de 1578», Sü dostforschungen, 57 (1998), págs. 53 y ss.

9 Con respecto a la política antiturca de la Santa Sede después de Lepanto se puede consultar la monografía breve de Massimo Petrocchi, La politica della Santa Sede di fronte all’invasione ottomana (1444-1718), Nápoles 1955, págs. 78 y ss. Sobre la Liga del papa Clemente VIII, cf. Alexander Randa, Pro Republica Christiana: Die Walachei im «Langen» Tü rkenkrieg der katholischen Universalmä chte (1593-1606), Munich 1964, págs 63 y ss., Peter Bartl, «Marciare verso Constantinopoli. Zur Tü rkenpolitik Klemens’ VIII», Saeculum, 20 (1969), págs. 44-56, y, recientemente,

44 I. K. Hassiotis [8] Marko Jakov, I Balcani tra Impero Ottomano e potenze europee (sec. XVI e XVII): Il ruolo della diplomazia pontificia, Cosenza 1997.

10 En cuanto a la intervención de Inocencio XI en la Sacra Liga de Linz, además de las abundantes relaciones que comprende la extensa obra de Ludwig von Pastor, Geschichte der Pä pste, vol. XIV-2, págs. 694 y ss., cf. Petrocchi, op. cit., págs. 95 y ss.

11 Braudel, The Mediterranean, vol. 2, págs. 1127-1142; cf. Hess, op. cit., págs. 64-66. 12 Cf. Michel Lesure, Lépante: La crise de l’empire ottoman, París 1972, págs. 10 y ss, 254-255. 13 Dumont, op. cit., págs. 85-86, cita la «paradójica» evaluación de Cervantes, testigo presencial en las

operaciones de Túnez, quien, en el Quijote (1a parte, cap. xxxix), afirma que «fue particular gracia y merced que el Cielo hizo a España el permitir que se asolase aquella oficina y capa de maldades y aquella gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí [en Túnez] sin provecho se gastaban».

14 Cerca este eje estratégico se refiere más o menos la opinión de Braudel sobre la «paz en el Mediterráneo» tras la recuperación de Túnez por los turcos: The Mediterranean, vol. 2, págs. 1139 y ss.

15 Quijote, I, xxxix. 16 I. K. Hassiotis, «O archiepískopos Achridos Ioakeím kai oi synomotikés kiniseis sti Vóreio Épeiro, 1572-

1576)» [El arzobispo de Ocrida Joaquín y los movimientos conspiratorios en el Epiro del Norte], Makedonicá, 6 (1964), págs. 238 y ss., y «Spanish Policy towards the Greek Insurrectionary Movements of the Early Seventeenth Century», Actes du IIe Congrè s Intern. des Études du Sud-est Européen, vol. 2, Atenas 1978, págs. 313 y ss.

17 Sobre la euforia que surgió en Europa occidental, análoga a la de Lepanto, aunque de menor alcance geográfico, después del fracaso turco en Viena, véase S. C. Chew, The Crescent and the Rose: Islam and England during the Renaissance, Nueva York 1937, págs. 141 y ss., Cl. D. Rouillard, The Turk in French History, Thought and Literature (1520-1660), París 1938, págs. 70-72, 365-366, 379, 414-415, y D. M. Vaughan, Europe and the Turk. A Pattern of Alliances, 1350-1700, Liverpool 1954, págs. 284-285; cf. L. Drapeyron, «Un projet français de conquête de l’empire ottoman du XVIe et XVIIe siè cles», Revue des Deux Mondes, 18 (1876), págs. 144-145.

18 La reacción de la opinión pública europea ante los éxitos rusos durante la guerra de 1768- 1774 y, en particular, después de su victoria en Çesmé, se refleja en la circulación de publicaciones populares y en la producción literaria de intelectuales, italianos, en particular: Franco Venturi, Settecento riformatore, vol. III: La prima crisi dell’Antico Regime, 1768-1776, Torino 1979, págs. 110- 124. En cuanto a la postura de los griegos de Nápoles, cf. Costantino Nicas, «Cultura arcadica e Greci a Napoli nel settecento», Italohelenicá, Rivista di cultura greco-moderna, 2 (1989), págs. 237-251.

19 De la extensa, aunque variada, bibliografía sobre el tema, me limito aquí a citar, además de la obra general de Cesáreo Fernández Duro, Armada española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, vol. 3, Madrid 1897 (reimpr. en 1972), los estudios especiales de Gino Guarnieri, I cavalieri di Santo Stefano nella storia della marina italiana (1562-1589), Pisa 1960, págs. 138 y ss., Alberto Tenenti, Venezia e i corsari, 1580-1615, Bari 1961, págs. 48 y ss., y Jaime Salvá, La orden de Malta y las acciones navales españolas contra turcos y berberiscos en los siglos XVI y XVII, Madrid 1944, págs. 287 y ss.

20 Véase, por ej., los estudios registrados por Florentino Pérez-Embid y Francisco Morales Padrón en su Bibliografía española de historia marítima, 1932-1962, Sevilla 1970, pág. 83, núm. 1.355-1.364, y el libro de Salvatore Bono, I corsari barbareschi, Turín 1964.

21 Ferrucio Sassi, «La politica navale veneziana dopo Lepanto. Il primo periodo: Da Lepanto ai tentativi di Lega Italica», Archivio Veneto, n.s., 38-41 (1946-47), págs. 99-200.

22 Alexandra Krantonelli, «I simasía tis navmachías tis Navpaktu stin anáptixi tis ellinikís navtilías» (La importancia de la batalla naval de Lepanto en el desarrollo de la marina mercante griega), Símikta (Instituto Nacional de Investigaciones, Atenas), 9 (1994), págs.269-282.

23 Cf. Dumont, op. cit., págs. 43-44, 62. 24 Cf. Dumont, op. cit., págs. 44-45: «Una prefiguración de la unidad italiana». 25 Cf. Dumont, op. cit., págs. 71-72. Sobre los «fanti foresteri» de las fuerzas venecianas que han

participado en la guerra de Chipre y en Lepanto cf. las referencias de John R. Hale, «From Peacetime Establishment to Fighting Machine: The Venetian Army and the War of Cyprus and Lepanto», en Il Mediterraneo nella seconda metà del ’500 alla luce di Lepanto, ed. Gino Benzoni, Florencia 1974, págs. 174-175, 182.

[9] Hacia una re-evaluación de Lepanto 45

26 Chew, op. cit., págs. 3 y ss., 100 y ss., y Rouillard, op. cit., págs. 37 y ss., 169 y ss., 646 y ss. Es importante notar que después de Lepanto se produjo un clima anticristiano en la sociedad otomana que, por décadas, influyó también negativamente en las relaciones entre la Sublime Puerta y las potencias católicas, en especial, con España; cf. Angelo Tamborra, Gli stati italiani, l’Europa e il problema turco dopo Lepanto, Florencia 1961, págs. 2-3.

27 La bibliografía más completa sobre estos impresos (turcica), aunque sólo del siglo XVI, se registró en dos tomos por C. Gö llner, Turcica: Die europä ischen Tü rkendrü cke des XVI. Jahrhunderts, Berlín-Bucurest 1961.

28 La bibliografía es extensa. A modo de ejemplo se puede citar a José López de Toro, Los poetas de Lepanto, Madrid 1950, págs. 26 y ss. Cf. también la obra impresionante de Albert Mas, Les Turcs dans la littérature espagnole du siècle d’or. Recherches sur l’évolution d’un thè me littéraire, vols. 1-2, París 1967, así como las contribuciones de Carlo Dionisotti, Giovanni Gorini, Achille Olivieri y Anna Pallucchini en Il Mediterraneo nella seconda metà, págs. 127-151, 153-162, 257-277, 279-287.

29 Sobre el significado que tenía en esa época este término y el papel del desafío turco en la evolución histórica del mismo, cf. I. K. Hassiotis, Anazitontas tin enotita stin polimorfía: Oi aparchés tis evropaï kís enotitas (Buscando la unidad en la variedad: Los orígenes de la unidad europea), Tesalónica 2000, págs. 59 y ss.

30 Relacionado con este fenomeno: H. J. Kissling, «Tü rkenfurcht und Tü rkenhoffnung im 15./16. Jahrhundert. Zur Geschichte eines Komplexes», Sü dost-Forschungen, 23 (1964), págs. 1-18.

31 Braudel, The Mediterranean, vol. 2, págs. 1088, 1103 y ss. 32 En cuanto a la participación de los griegos en la guerra de Chipre y en la batalla de Lepanto: I. K. Hassiotis,

Oi Éllines stis paramonés tis navmachias tis Navpaktu, 1568-1571 (Los griegos en las vísperas de la batalla naval de Lepanto, 1568-1571), Tesalónica 1970, págs. 135 y ss., 194 y ss., 209 y ss.; cf. Manoussos Manoussacas, «Lepanto e i Greci», Il Mediterraneo nella seconda metà , págs 224 y ss. Sobre la impresión que causó la batalla en los pueblos de los estados danubianos: Andrei Pippidi, «Les pays danubiens et Lépante», ib., págs. 289 y ss.

33 Hassiotis, op. cit., págs. 91 y ss., 197 y ss. 34 Hassiotis, op. cit., págs. 135 y ss. Cf. Nasa Patapíu, «I káthodos ton Ellinoalvanón stradioti stin Kypro» (El

avance de los estradiotas griego-albaneses en Chipre», Epetirida (Centro de Investigaciones Científicas, Nicosia), 24 (1998), págs. 194 y ss.

35 Cf. I. K. Hassiotis, «Sull’organizzazione, integrazione e ideologia politica dei Greci a Napoli (XV-XIX sec.)», Epistimoniki Epetiris (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Tesalónica), 20 (1981), págs. 443-444, 446 ss.

36 Sobre el desembarco de las fuerzas de la Liga en Navarino, en 4/5 de octubre de 1572, véase Braudel, The Mediterranean, vol. 2, pág. 1123.

37 Hassiotis, Oi Éllines, págs. 169 y ss. 38 Hassiotis, op. cit., págs. 205-206. 39 Basilis Sfiróeras, Ta elliniká plirómata tu turkikú stólu (La tripulación griega de la armada turca), Atenas 1968, págs. 24-27; cf. Lesure, Lépante, pág. 192. 40 Sfiróeras, op. cit., págs. 29-30; Manoussacas, op. cit., pág. 229. 41 Es curioso el uso en esta frase del término «Romaioi», que se aplicaba a los griegos, ya desde la Edad Media; cf. Spyros Vryonis, «Recent Scholarship on Continuity and Discontinuity of Culture:

Classical Greeks, Byzantines, Modern Greeks», Byzantina kai Metabyzantina, 1 (Malibu, 1978), págs. 248 y ss. 42 Manoussacas, op. cit., págs. 231-232. 43 Hassiotis, Oi Éllines, págs. 91 y ss., 135 y ss, y passim. 44 Véase la primera edición de Constantino Sathas, Chronicón anékdoton Galaxidíu (Crónica inédita de Galaxidi), Atenas 1865, págs. 212 y ss. 45 I. K. Hassiotis, «Oi evropaï kés dynameis kai to próvlima tis ellinikís anexartisías» (Las potencias europeas y el problema de la independencia griega), en Ellada: Historía kai politismós, Tesalónica

1981, págs. 97 y ss. 46 Cf. Hassiotis, op. cit., págs. 108-109, 114 y ss.