violencia en bogotá

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El Astrolabio

REPORTE DE CASo

RESUMENEste artículo busca proporcionar una re-flexión sobre la dinámica de la violencia política en la ciudad de Bogotá. La ciu-dad y sus habitantes han experimentado diferentes cambios tanto en procesos educativos como sociales; se analiza el impacto de los diferentes movimientos insurgentes y el resultado de sus activi-dades en la comunidad capitalina, sin olvidar los cambios sufridos en esta. Intenta analizar la sociedad, la cultura y la conciencia social que se han gene-rado a través del uso de la violencia en el pensamiento de los capitalinos, en un contexto que implica la realidad social y política; destaca la Influencia política del grupo insurgente conocido como el M–19 y su frustrado intento de toma del poder en la década de los ochenta.

Palabras clave: Bogotá, violencia, grupos insurgentes, Palacio de Justicia, M-19.

APUNTES PARA ESTUDIAR LA VIOLENCIA POLÍTICA EN BOGOTÁ

Uriel Ignacio Garzón Cárdenas1; Robert Ojeda Pérez2

1. Estudiante de Sistemas de Información y Documentación, Universidad de la Salle. 2. Profesor y Coordinador Área de Historia, Universidad de la Salle.

Correspondencia para el autor: [email protected]

Recibido: 11 de febrero de 2011 Aceptado: 29 de abril de 2011

SUMMARYThis article presents a reflection on the dynamics of political violence in Bo-gota. Since the city and its inhabitants have experienced different changes in both educational and social processes, it analyzes the impact of different in-surgent movements and the changes in Bogota community as a result of their activities. Furthermore, it analyzes how violence has generated a particular way of thinking that affects the capital socie-ty, its culture, and social awareness in a context that involves social and political realities. The article stresses on the political influence of the insurgent group known as the M – 19 and its unsuccessful attempt to seize power in the early 80s.

Key words: Bogota, violence,

Insurgent groups, Palace of Justice, M-19.

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INTRODUCCIÓN Colombia vive constantemente una si-tuación violenta, muestra de ello es la gran cantidad de noticias sobre muertos, heridos y damnificados de alguna forma como consecuencia de ésta. Al realizar un pequeño recorrido a nivel nacional encontramos que las diferencias concep-tuales de nuestros primeros dirigentes han influído de forma cuestionable sobre el pensamiento del pueblo colombiano tanto así que no ha sido ningún problema el uso de la violencia para sobreponer un pensamiento sobre otro. La fuerza que ha cobrado el uso de la violencia nos muestra desde un sentido filosófico que como “corresponde a un temperamento que encuentra atractivo el dinamismo y el cambio por sí mismos” (Sorel, 1906). En el caso colombiano los grupos auto-ritarios han encontrado en la violencia cierta satisfacción psicológica la cual conlleva a la consecución del poder, la-mentablemente sin medir las consecuen-cias. Curiosamente la “acción directa” de los grupos políticos puede conllevar a la violencia, sin esta ser su idea, tal es el caso de una mala interpretación de las ideas; en el caso de los anarquistas esta acción expresa la necesidad para los trabajadores de interponerse de forma directa, sin intermediarios como institu-ciones del estado o los partidos políticos.

MARCO CONCEPTUAL Y CONTEXTO HISTÓRICO La violencia es un sistema1 que replantea constantemente el pensamiento general

debido a que es usada para mostrar tanto el acuerdo como el desacuerdo frente a un tema o circunstancia. Su introducción en la política tiene estrecha relación con la historia del país y es tal su influencia que ha llegado a afectar los mismos parti-dos políticos nacionales de forma radical.

Cuando se establecen relaciones entre violencia y política surgen mitos que se entretejen en la sociedad, sobreva-lorando el costo de una idea política o social sin antes verificar su huella en el entorno. La violencia política puede ser completamente autoritaria o de carácter nihilista2 . Estos polos hacen que resul-te imperativo replantear las diferentes concepciones en las que la violencia se instala como una práctica social hege-mónica que vista desde la perspectiva del filósofo Antonio Gramsci (1981) “es el dominio de una clase que impone su visión y sus valores a los otros sectores sociales que conforman una comunidad”. La violencia termina por arraigarse en la sociedad como consecuencia del desequilibrio social, las condiciones de pobreza y desigualdad y la poca apertura económica de las minorías en relación a los tradicionales grupos políticos nacio-nales.

Antes de empezar con la violencia en la política bogotana, es necesario re-troceder en el tiempo y comprender las ideologías de los partidos políticos colombianos para mostrar su influencia en el pensamiento de la gente de esta época. Es claro que desde hace bastante tiempo existe en Colombia cierto aire

1. Entendiendo sistema como un conjunto de elementos con relaciones de interacción e interdependencia que le confieren entidad propia.2. Nihilismo. Negación de toda creencia. Negación de todo principio religioso, político o social. Nietzsche define el nihilismo como “la transvaloración de los valores” y lo juzga una reacción contra la actitud que sustituye los valores vitales fundados en los instintos primarios, los únicos auténticamente validos, por los falsos valores religiosos y morales propios del cristianismo y por los principios de la filosofía tradicional.

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de enfrentamiento en cuanto a ideas políticas y administrativas se refiere, así como el uso de la violencia para imponer el pensamiento propio sobre otro total-mente adverso. Muestra de esto fue el enfrentamiento absurdo que surgió en la época de la República Granadina entre federalistas y centralistas, cuya lucha interna generó la reconquista española o el caso del enfrentamiento de las di-vergentes bolivarianas vs. santanderistas y ministeriales o casacas vs. los antimi-nisteriales o liberales en los últimos años de la Gran Colombia.

Con respecto a este fenómeno expuesto en el panorama nacional las preguntas que dan pie a esta investigación son: ¿cómo la violencia interviene en los partidos políticos de Bogotá?, ¿cuáles son sus consecuencias en la población bogotana?, ¿qué personas se benefician de este tipo de violencia? y ¿cuáles son los espacios de violencia política en Bo-gotá? La respuesta a estos interrogantes nos permitirá exponer la dinámica de la violencia política, incluyendo su impac-to a nivel psicosocial en la comunidad bogotana, a través de un recorrido his-tórico desde el origen de la guerrilla, los paramilitares y las milicias urbanas en Bogotá en la década de los años 50, hasta la primera década del siglo XXI; de igual manera se busca destacar la influencia política de la guerrilla y de los paramilitares en la capital, mostrando las consecuencias actuales en cuanto a lo social, económico, cultural e individual.

ALGUNOS ANTECEDENTES NACIONALES A partir del siglo XVIII se fueron perfi-lando dos mentalidades en Colombia, la tradicionalista y la liberal. Estas propor-cionan el marco a las ideas, actitudes y

sentimientos de los grupos más antiguos e importantes de Colombia originados propiamente a mediados del siglo XIX, los partidos Liberal y Conservador. Sus ideologías las define López (1990):

El Conservatismo considera que el orden es la base fundamental para mantener la estabilidad: orden políti-co, social, familiar, entre otros. Con-sidera que la moral es la esencia de la sociedad, y la religión, el elemento indispensable para el estado; por ello considera importante la unidad entre la iglesia y el estado, la cual se manifiesta en su lucha por mantener el concordato (...). El Liberalismo colombiano es la expresión política de una concepción individualista del mundo, la cual parte del concepto del valor absoluto de la persona humana; es por ello una ideología antropocén-trica. La libertad se entiende como el medio de hacer valer los atributos esenciales de la persona. En el siglo XIX, el liberalismo planteo su interés en aumentar y difundir al máximo el bienestar humano, e inculcar (…) respeto por la libertad de los ciuda-danos.

Desafortunadamente el fanatismo pro-movió enfrentamientos radicales de dos estilos de vida que llevaron a la triste-mente célebre Guerra de los Mil Días, de 1899 a 1902, de consecuencias nefastas para Colombia. Sin embargo, durante la posguerra se generó cierto desarrollo en el país, tanto así que:

se montaron fabricas, electrificado-ras, bancos y empresas de transporte. En el frente cafetero, el exportador a secas tomó el relevo del comerciante-hacendado. El occidente sufrió menos

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y las élites medellinenses y caleñas se beneficiaron de la paz relativa que reinó por allí (Palacios, 2001).

BOGOTÁ EN DESARROLLO Mientras tanto hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX Bogotá se convirtió en un centro intelectual con diversidad de periódicos entre los que se encontra-ban “La Civilización” periódico conser-vador y “El Aviso” periódico liberal, que daban un nuevo aire de información a los bogotanos; de igual manera fueron edi-tadas obras de notables escritores y las tertulias se expandieron en Colombia de forma rápida y constante. En la década de los veinte Bogotá tuvo un auge en su semblante, las calles fueron adaptadas para el nuevo transporte con los primeros automóviles, el Concejo estableció la nomenclatura y numeración de calles y carreras cambiando los nombres por nú-meros, aparecieron el tranvía eléctrico y el tren para el trasporte público, se inauguró el alumbrado con la construc-ción de una central eléctrica y se dió una mayor cobertura del servicio telefónico.

La población predominante estaba compuesta por campesinos pobres y minifundistas o jornaleros al igual que desocupados de la ciudad, en su mayor parte:

analfabeta y de baja de calificación pero esto no fue barrera para ingre-sar en las actividades de albañilería y construcción, a los pocos talleres y fabricas; a las actividades más fe-meninas que iban desde coser, lavar y planchar ropas, hasta el servicio doméstico interno en las casas, o la prostitución, ya estratificada entre lupanares de distintas categorías y las mujeres de la calle (Palacios, 2001).

En la ciudad se encontraban familias pudientes que vivían en el centro y como consecuencia de esto los sectores medios empezaron a adquirir posición en la so-ciedad, mediante el fortalecimiento de la industria, la burocracia y la racionali-zación del estado.

Cuando Bogotá comenzaba a vivir en el siglo XX (…) las diferencias entre grupos sociales se hacían muy noto-rias, algo ostentosas, especialmente en el vestir, a causa de que el traje era todavía una forma de distinguirse socialmente (Archila, 1997).

A partir de la década de los treinta em-pezó un florecimiento en la construcción con obras como la Ciudad Universitaria conocida también como la “Ciudad Blan-ca” que conforma el actual campus de la Universidad Nacional de Colombia, el Parque Nacional ubicado cerca a la Pontificia Universidad Javeriana, al igual que el estadio Nemesio Camacho “El Campín”. De esta misma forma “la cua-drícula hispana heredada de la colonia se comenzó a desdibujar en los bordes de la ciudad y ésta inició su atención hacia el norte y el sur: Chapinero y San Cris-tóbal” (Archila, 1997). La aparición del hierro, el cemento y el vidrio crearon una revolución que dejó atrás las técnicas de albañilería española e indígena dejando de ser las iglesias las construcciones más altas para darles espacio a los bancos, considerados los nuevos símbolos del progreso.

Aquí conviene detenerse un momento a fin de mencionar que así como la capital estaba en desarrollo también albergaba gente pobre que se ubicaba en las peri-ferias, siendo un tercio de la población la que pagaba alquiler por una tienda. Las tiendas eran cuartos de 15 a 18 m2, sin

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luz, ventilación o ninguna clase de higie-ne sanitaria; para los arrendadores eran buen negocio y de esta forma los propie-tarios empezaron a construir en zonas sin alcantarillado que forzosamente formaron calles agrestes y artesanales. Como resultado de estas condiciones, la salud de los pobladores fue atacada por disentería, neumonía y tuberculosis; a partir de estos problemas de salubridad se desarrollaron labores de saneamiento en sectores como el Paseo Bolívar, la canalización del río San Francisco, y con esto se organizó la junta de pavimenta-ción y construcción del alcantarillado. La expansión de la ciudad continúo su marcha de forma incontenible, tanto así que “en la década del 50 se iniciaron grandes urbanizaciones como el barrio Chicó, la Autopista Norte, el Aeropuerto El Dorado y la ampliación y reconstruc-ción de la Avenida Caracas” (Archila, 1997). El acelerado crecimiento de la capital hizo que en 1951 se adoptara el Plan de Desarrollo Urbano de la Ciudad.

A principios de los años 40, Colombia atravesaba una época de conversión debido al fin de la hegemonía del par-tido conservador (1886-1930), que tuvo una crisis entre los años de 1928 y 1930 debido a la diferencia social que existía frente a la clase trabajadora, dando a entender que el gobierno amparaba las compañías norteamericanas y resultan-do en la baja de precios del café y el cierre del crédito fácil de la banca neo-yorquina (Carrioza 1992). La hegemonía liberal (1934-1945), que comenzó con la administración de Olaya Herrera y se afianza en el gobierno de Alfonso López Pumarejo, propicia algunas reformas enmarcadas bajo el término revolución en marcha (Carrioza 1992). La crisis de esta hegemonía ocurrió durante unas maniobras militares donde el jefe de

estado fue apresado por unos oficiales en servicio exigiendo su renuncia; este golpe aunque fallido mostraba el alcance de la oposición. Debido a que era una época conspirativa en el país, fué Jorge Eliecer Gaitán en 1945 quien empezó a cobrar una marca-da fuerza entre el pueblo colombiano, gozando en parte por su posición frente a lo acontecido años atrás en la Masacre de las Bananeras, de donde gano el título del Tribuno del Pueblo, con el que es conocido en los sectores populares. Mien-tras tanto en Bogotá ocurría la huelga de Textiles Monserrate (7 de octubre de 1945), conformada por 600 trabajadores que tenían un pliego de peticiones que incluían alza de salarios y bonificaciones, entre otros. Desafortunadamente los dueños fueron bastante testarudos en cuanto a estas peticiones prolongando la huelga por 45 días, al cabo de los cuales se convoca un paro nacional de solidaridad que cobija los servicios de transporte aéreo, marítimo y fluvial. En el término de media hora se habían unido al paro empresas que no estaban afiliadas. Este movimiento fue cubierto por los medios de comunicación como un hecho sin precedentes. El Bogotazo, ocurrido en 1948, fue el detonante de una lucha interna que estaba avisada en-tre los simpatizantes de los dos partidos más importantes del país, un hecho que demostró que la democracia en Colombia había sido puesta a prueba. Alrededor de tres mil personas murieron en esta sangrienta lucha civil.

Una vez replanteadas las hegemonías administrativas en el país hace su apa-rición el Frente Nacional, asociación política entre conservadores y liberales que estableció un tipo de democracia controlada y que se prolongó entre 1958

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y 1974. La idea principal fue llegar a un acuerdo de igualdad que consistía en el desarrollo del país, empezando con Alberto Lleras Camargo, después del mandato de Gustavo Rojas Pinilla. Esta institución hizo su aparición al finalizar la guerra interna ocurrida en Colombia de 1949 hasta 1953, que resultó en una nación devastada y con forzada emigra-ción de familias campesinas; la tétrica escena de muerte vivida por la juven-tud de esta época, unida a los actos de muerte que se producían al interior del Congreso Nacional y en las asambleas departamentales, donde los diputados recurrían a la amenaza con armas debido a su falta de argumentos, se constituyen en los ingredientes de una violencia que de hecho aún no ha cesado. Este perío-do, marcaría de forma definitiva la lucha bipartidista en Colombia.

APARICIÓN E INFLUENCIA DE LOS MOVIMIENTOS INSURGENTES EN BOGOTÁ

En la década de los sesenta se crearon los Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), lideradas por Manuel Marulanda Vélez alias “Tirofijo”, como resultado del Bogotazo. En los setenta

haría su aparición el Ejército de Libera-ción Nacional (ELN) como resultado de una alianza entre estudiantes y sectores progresistas de la Iglesia Católica sien-do su primer líder el sacerdote Camilo Torres, con una fuerte influencia de la revolución cubana. Posteriormente se constituye el Ejército Popular de Libera-ción (EPL), conformándose así La Coor-dinadora Nacional de Guerrillas, cuyo propósito era presentar un frente unido en las negociaciones de paz promovidas por el gobierno. Del mismo modo, en 1970 hizo su aparición el Movimiento 19 de abril más conocido como el M-19 como consecuencia de las elecciones presidenciales que fueron acusadas de fraude contra el general Gustavo Rojas Pinilla; el objetivo principal de este mo-vimiento fue el cambio de la Constitución colombiana para de esta forma ampliar las opciones democráticas. Al respecto conviene decir que sólo los partidos políticos tradicionales gobernaban el país con mano de hierro, limitando las opciones de los colombianos.

Esta guerrilla en particular tuvo fuertes influencias directas en Bogotá, debido a que desde sus inicios se presentaron como la solución a diferentes males que aquejaban a los colombianos como co-menta Vera Grabe (2006), ex integrante del M-19, generando cierta intriga en la sociedad capitalina. Este grupo in-tegrado en su mayoría por estudiantes universitarios planearon durante largo tiempo el robo de la espada de Bolívar y fue así como el 17 de enero de 1974 entraron en la Quinta de Bolívar y lo-graron su objetivo conservándola como símbolo de una tradición de lucha. Un año después en el mes de febrero este grupo subversivo secuestraría a José Raquel Mercado presidente de la Confe-deración de Trabajadores de Colombia

América en medio del Bogotazo. Imagen tomada de Colombia 200 años de identidad. Publicaciones Semana, 2010.

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para ajusticiarlo debido a sus nexos con los Estados Unidos; dejaron a decisión publica la suerte de este funcionario y el 19 de abril de 1976 fue asesinado. El posterior asalto al Cantón Norte fue catalogado como una humillación para el Ejército Nacional, pues se sustrajeron 5000 armas a través de un túnel el 31 de Diciembre de 1978. El 27 de febrero de 1980 ingresaron a la Embajada de la República Dominicana, donde duraron más de 60 días con rehenes diplomáticos de varios países negociando la liberación de presos políticos.

Esta guerrilla estaba más concentrada en la ciudad y las acciones realizadas esta-ban encaminadas a ridiculizar al gobierno y a las fuerzas militares, tanto así que incluso idearon un atentado en contra del comandante del Ejército Nacional días antes de la toma del Palacio de Justicia, perpetrada el 6 de noviembre de 1985; es justo decir que este episodio de la po-lítica nacional estuvo enmarcado en una cadena de errores tanto de los guerrille-ros como del Estado, siendo el objetivo del Ejército destruir al M-19, mientras que el objetivo de la toma guerrillera era llevar a juicio al Presidente de la República, el señor Belisario Betancur.

Esta descripción sería incompleta si no se hiciera mención a los traumas económi-cos, psicológicos y morales que siguieron en la finalización de este cruento episo-dio, tales como el incendio de la edifi-cación y posteriormente la destrucción de todos los archivos, de acuerdo con El Tiempo en su artículo Las cifras del Palacio De Justicia. Según un informe revelado por el Ministerio de Justicia en diciembre de 1993,

(…) Los trabajos de reconstrucción del Palacio, iniciados en el primer semestre de 1986 con una inversión total de 108 136.000 pesos, arrojarían sus primeros resultados concretos en 1994,(…), según datos suministrados por la interventoría a la Contraloría, el total pagado para la construcción, a 30 de diciembre de 1994, ascendió a $16.867.6 millones (El Tiempo 17 de noviembre de 1996).

En este mismo artículo se destaca que la Contraloría advierte que tan sólo se ha ejecutado un 36% de la obra de reconstrucción en 1996, y en la página del Consejo Superior de la Judicatura en obras terminadas de la rama judicial, encontramos que el edificio Palacio de Justica se entregó en el año de 1999 con una inversión total de 49.320 millones de pesos, valor que encontramos reflejado en concreto, mármol italiano y vidrios blindados.

Para la población capitalina los traumas psicológicos aún se encuentran latentes. Tal es el caso de personas que imploran justicia por sus familiares desaparecidos en la cafetería, siendo esta una incerti-dumbre que no se ha podido apaciguar con el tiempo. Una vez más la genera-ción que crecería en esta época sería testigo de la violencia como recurso

Armados para matar. Imagen tomada de Colombia 200 años de identidad. Publicaciones Semana, 2010.

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para la obtención de algún objetivo. Los capitalinos con el pasar del tiempo eran espectadores de la reconstrucción del palacio, pero no podían entender cómo poco a poco lo sucedido en este lugar quedaba sepultado en pilas de documentos sin respuesta por parte de los directamente responsables otorgando cierto grado de impunidad. Unido a esto, las consecuencias morales se encuentran enmarcadas en el asesinato no sólo de una gran cantidad de gente sino que ade-más se centra en los cuatro magistrados de la Sala Constitucional que autorizaban la extradición. Después de este incidente la Corte Suprema declaró inaplicable la extradición por un vicio de procedimien-to; habría que decir también que existen rumores que en esta intervención se en-contraba de forma implícita Pablo Esco-bar, dejando en entredicho la autonomía del grupo catalogándolos como “mario-netas”. En este punto cabe preguntarse si en verdad fue necesario extremar el riesgo que corrían los rehenes con tal de restituir por parte del gobierno el orden en la Capital. Hay que reconocer que la victoria de las Fuerzas Armadas en este suceso no fué muy convincente y que además se encontraban de alguna forma humillados por este grupo guerrillero; para ellos no era una opción el dejar que se salieran con la suya como lo habían hecho con anterioridad. El presidente había entablado conversaciones de paz sin ningún resultado, es por eso que la unión de estos factores terminó en una implacable y trascendental guerra en el centro de la capital a pocos pasos del Palacio de Nariño.

Las autodefensas originadas en el siglo XIX con la denominada “Ley del Llano” y el paramilitarismo que se desarrolló en la década de los ochenta, se cons-tituyeron posteriormente en grupos de autoprotección o en extensión de los

ejércitos privados que surgieron de las industrias ilegales tales como el nar-cotráfico y el comercio de esmeraldas (Informe Nacional de Desarrollo Humano Colombia,2003). El objetivo de estos “ejércitos” fue el de dar una respuesta a las guerrillas locales. El patrocinio que reciben estos grupos de parte de algunos mandos militares, determinados empresarios y por ciertos políticos, ex-plica el por qué las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) crecieron de forma visible durante el fracaso de los diálogos de paz realizados entre el gobierno y la guerrilla.

Las AUC fueron responsables de múltiples masacres, torturas, extorsiones, secues-tros, entre otros métodos de terror psi-cológico con el fin de conseguir dinero y territorios para ganar poder militar y po-lítico en diferentes sitios de la geografía nacional; a este movimiento insurgente también se le atribuyen fosas comunes en las que se han encontrado sindicalistas, indígenas o políticos desaparecidos sobre quienes caía la acusación de ser ayudan-tes o simpatizantes de la guerrilla.

A pesar que en la actualidad las AUC se encuentran desmovilizadas gracias a la finalización del proceso en el año de 2006, existen grupos que no se acogie-ron a dicha desmovilización dando como

Incendio del Palacio de Justicia durante la toma efectuada por el grupo guerrillero M-19. Imagen tomada de El tiempo, 1985.

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base a las Águilas Negras (consideradas como la tercera generación de los grupos paramilitares en Colombia). Este grupo insurgente está actualmente dedicado a la extorsión, el robo, el secuestro y el terrorismo. Como consecuencia de la desmovilización de las AUC, salió a la luz pública el resultado de las investiga-ciones que vinculaban a miembros de la política nacional con el grupo armado. Prueba de esto es el denominado “Pacto de Ralito” donde,

una de las cosas que más llama la atención del documento secreto que un grupo de congresistas y políticos firmó con la cúpula de los parami-litares, hace casi seis años, son los postulados para refundar la patria y establecer un nuevo contrato social. Los términos del texto dan cuenta de que lo que se comprometieron a hacer cuatro senadores, siete representan-tes a la Cámara, dos gobernadores y cinco alcaldes, que hacen parte de los 32 firmantes, era un pacto de largo alcance con uno de los grupos ilegales más crueles de la historia de la violencia en Colombia (Este es el pacto secreto de Ralito,Nullvalue).

En cuanto a la capital “los grupos para-militares hacen presencia en Bogotá de varias formas” revela un informe de la Personería elaborado en el 2008 y dado a conocer por un concejal del Polo De-mocrático. Simultáneamente, la Policía Metropolitana por medio de su coman-dante el general Rodolfo Palomino, acla-raba que no había presencia paramilitar en la capital, sino que eran bandas de delincuencia común. Lo cierto es que la delincuencia avanza cada vez más rápido en la capital afectando la seguridad y el estilo de vida de los barrios de Bogotá; el 20 de mayo de 2008 el presidente de la republica Álvaro Uribe Vélez, autorizó

a la Policía Nacional a entrar en las uni-versidades en caso de violencia interna citando los sucesos de protesta que se encuentran en la Universidad Nacional y la Universidad Pedagógica, dejando en claro que en estos sitios existen grupos milicianos.

En cuanto al informe de la personería denominado “Solicitud de información 2008ee351901”, menciona que,

No obstante, los pronunciamientos oficiales sobre la inexistencia de es-tos grupos ilegales en la ciudad, las quejas recibidas de pobladores de diferentes localidades indican que estos grupos armados al margen de la ley hacen presencia en la ciudad de variadas formas, generando hechos de violencia contra la población civil como amenazas, desplazamientos forzados, homicidios selectivos, re-clutamientos forzados y extorsiones, entre otros (Las herencias de las AUC en Bogotá. (s.f.)).

Las localidades más afectadas por este fenómeno son Chapinero, San Cristóbal, Santa Fe, Rafael Uribe Uribe, Teusaqui-llo, Usme, Ciudad Bolívar, Bosa, Kennedy y Suba. Según la Defensoría estos grupos obtienen lucro mediante el lavado de ac-tivos y narcotráfico, así como de negocios ilícitos como prostíbulos, bares, moteles y residencias.

Por otra parte, los testimonios de dife-rentes personas muestran la incertidum-bre psicológica por las acciones de estos grupos que además de ser maquiavélicas y premeditadas infunden terror colecti-vo en los habitantes de los barrios de la capital.

Desde hace meses hay toque de queda en el barrio. Hace varios años, por

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ahí unos ocho o diez, los cadáveres quedaban tirados en la calle, no se los llevaban. Las familias los reconocían ahí, en los pisos bañados en sangre y lluvia. Ahora se los llevan, no queda rastro de nada. Cada mes, a veces cada dos meses, uno ve los cuerpos bajar por el río. De tanto en tanto llegan hasta la planta de tratamiento de agua” (Las herencias de las AUC en Bogotá. (s.f.)).

¿Qué pasa cuando alguien trata de cam-biar las cosas y denuncia estos abusos?

al que denunciaba algo, lo mataban al instante. Un día encontré en una bolsa de basura el cuerpo de uno de mis amigos, de 76 años. Había sido cortado en pedazos. Días antes, él había decidido denunciar a los gati-lleros. La retaliación fue inmediata y brutal. La imagen de mi amigo en el fondo negro de la bolsa me persigue hasta el día de hoy. También recuer-do cómo unas 20 familias dejaron el barrio en un solo fin de semana, ahuyentados por las amenazas de los gatilleros”, comenta un habitante de Altos de Cazucá.

Dejar los muertos en las calles a la vis-ta de todos fortalece el miedo en las comunidades y sirve como advertencia a la delincuencia común de no pisar estos terrenos ya que muchas veces las personas halladas muertas suelen ser delincuentes de poca monta avisados con anterioridad mediante panfletos o listas publicadas en estos barrios. Una vez más, la intervención de las denominadas “milicias urbanas” ha venido generando un aumento en las tasas de homicidio en Bogotá cambiando su política de proyec-ción al pueblo por un gobierno opresor en los 50 al tener un vínculo fuerte con el narcotráfico, el secuestro y la extorsión,

dando lugar a una lucha representativa entre expresiones políticas, sociales y económicas. La población está en constante zozobra debido a estos fenómenos y los benefi-ciarios de este tipo de violencia son los delincuentes que hacen uso de la intimi-dación y el miedo para lograr posición, respeto y dinero. Se agrava la situación por la poca presencia de la Fuerzas Ar-madas en ciertos sectores como es el caso de los barrios periféricos de la ciu-dad donde la presencia de la policía es prácticamente nula. Analistas comentan sobre la denominada “Tenaza sobre Bo-gotá”, que muestra la vulnerabilidad de la ciudad a ser invadida por los diferentes grupos insurgentes del país. Preocupadas por esta situación, las autoridades han intensificado desde el 2002 sus operati-vos de control, para evitar que los grupos insurgentes conecten de alguna forma los conflictos del norte y el sur del país en la capital, “la estrategia de las FARC consiste en armar una tenaza alrededor de la ciudad e incomunicarla”, según el analista Mauricio Lloreda (Gomez, Y. (2002).

Actualmente en Cundinamarca operan los frentes 22, 42, 51, 53, 54 y columnas de las compañías Manuela Beltrán, Es-teban Ramírez, Policarpa Salavarrieta y Vladimir Estivel. De esta forma las FARC han hecho presencia y ejercido control histórico en 47 de los 116 municipios; recientemente ampliaron su área de influencia a otros 36. En 15 municipios su disputa por el poder es contra las autodefensas y fuera de esto se encuen-tran expandiéndose en 17 más; tradicio-nalmente han sido zonas de la FARC las provincias de:

Tequendama, Guavio, (…) Medina y Sumapaz. De implantación más re-

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ciente las provincias de (…), Rionegro, Ubaté y Sabana Occidente. Y están en expansión actualmente en las provin-cias de Almeidas, Sabana Centro y en disputa del territorio con los paramili-tares en las provincia Gualivá y Siba-té. Las Autodefensas tienen presencia en los cascos urbanos de las provincias de Alto Magdalena, Sabana Occiden-te, Oriente, Medina, Ubaté, Gualiva, Rionegro, Sabana Centro, Magdalena Centro, Sumapaz, Bajo Magdalena y Soacha (Gomez, Y. (2002).

Además, se sabe que existen corredores de movilidad alrededor de Bogotá cuyo objetivo es el de conectar los frentes rurales con las milicias urbanas.

En este entorno las Fuerzas Armadas no han bajado la guardia y mediante el desarrollo de estrategias en asocio con la Gobernación de Cundinamarca han de-sarrollado un cuerpo elite antiterrorista, cuyo objetivo es el de vigilar y mantener control permanente para evitar sorpresas de las milicias en la capital. Simultánea-mente en Cundinamarca el Ejército junto con la Policía patrullan constantemente puntos críticos para evitar la instalación y el dominio territorial de estos grupos. Refuerzan la seguridad capitalina el ba-tallón de alta montaña en Sumapaz, el batallón Tequendama ubicado en la Ca-lera, el batallón Antonio Caro en Villeta, un batallón ubicado en Arbeláez y otro en Nemocón. Sin embargo, ¿qué ocurriría si Bogotá fuese invadida? “La urbanización del conflicto no es la toma de Bogotá sino bloquear a la ciudad. Perder en Bogotá significaría dejar sin alimentos a 7 millo-nes de personas, perder la mitad de los impuestos y paralizar el 35 por ciento del aparato productivo y perder 20 mil

millones de dólares del Producto Interno Bruto (PIB).” Gracias a la presencia de los diferentes batallones en Bogotá en unión con la policía Nacional en sus alrededo-res, las milicias no tienen posibilidades de bloquear a Bogotá. CONCLUSIONES Después de realizar un recorrido histórico y mirar de cerca las acciones cometidas por los grupos insurgentes en la ciudad de Bogotá, encontramos que aún no se han hecho responsables todos los que tienen que ver con el conflicto. El Tribunal Superior de Bogotá consideró muchos hechos violentos como delitos de lesa humanidad y por consiguiente los desmovilizados de los grupos insur-gentes seguirán siendo investigados. Sin embargo, recordemos que en el año de 1992 se finalizó el proceso y que varias de las hoy figuras políticas del país tuvieron que ver con los incidentes, como es el caso de los señores Antonio Navarro y Gustavo Petro. Incluso en ese mismo año el entonces senador Álvaro Uribe “pro-movió una nueva ley de indulto para los rebeldes del M-19 que participaron en la toma” (http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-224730-ex-m-19-seguiran-siendo-investigados-toma-del-palacio); aquellos familiares de un centenar de personas como también los parientes de los 11 civiles desaparecidos en la toma del Palacio de Justicia espe-ran en la actualidad respuestas de una justicia nacional lenta y sin memoria. Por otra parte, se constata que las nuevas formas de violencia no son más que la evocación de las viejas maneras de impo-ner un pensamiento sobre otro. Las gue-rrillas, que en sus orígenes planteaban una revolución ideológica a través de las armas en contra de un gobierno opresor, corrupto y permisivo, se constituyen hoy

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Investigación y Ciencia del Gimnasio Campestre

en un puñado de personas dedicadas al narcotráfico y a la comisión de terribles crímenes contra la población civil. En las periferias de la ciudad los jóvenes son forzados a pertenecer a un bando, grupo, o pandilla y defenderlo con su vida; empezando así sus vidas como de-lincuentes comunes y siendo formados como las “futuras cabezas de los grupos insurgentes”. Si llegan a edad madura, creen que el poder lo da el dinero y el uso de la violencia y el miedo. Desafortunadamente no sólo encontra-mos este fenómeno en las periferias ya que en la actualidad las universidades públicas son resguardo de fuertes lazos revolucionarios. Las redes de estos gru-pos siguen siendo en cierta forma invi-sibles para las autoridades debido a que la gente reconoce que en estos lugares suceden encuentros de los diferentes grupos insurgentes, pero no pueden de-nunciarlos debido a la ley del silencio que reina por el temor y el miedo.

Finalmente, al comprender los intereses que confluyen en la realidad capitalina se explican muchos fenómenos que suceden a diario en Bogotá. La sociedad civil debe exigir por parte de su administración, sus políticos y sus contratistas, compromisos más serios para evitar la corrupción y no permitir que grupos subversivos tomen la vocería del pueblo y justifiquen sus desmanes aduciendo que lo hacen en protesta frente a los hechos que hoy enfrenta la capital.

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