la chica del tren

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¿Estabas en el tren de las 8.04?¿Viste algo sospechoso? Rachel, sí.Rachel toma siempre el tren de las 8.04 h. Cada mañana lo mismo: elmismo paisaje, las mismas casas…y la misma parada en la señal roja.Son sólo unos segundos, pero lepermiten observar a una parejadesayunando tranquilamente en suterraza.

Siente que los conoce y se inventaunos nombres para ellos: Jess yJason. Su vida es perfecta, no comola suya. Pero un día ve algo. Sucedemuy deprisa, pero es suficiente. ¿Y

si Jess y Jason no son tan felicescomo ella cree? ¿Y si nada es lo queparece? Tú no la conoces. Ella a ti,sí

Paula Hawkins

La chica deltren

ePub r1.0Titivillus 17.06.15

Título original: The Girl on the TrainPaula Hawkins, 2015Traducción: Aleix MontotoDiseño de cubierta: Claire Ward

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

Para Kate

Está enterrada debajo de un abedul,cerca de las viejas vías del tren. Unmojón —en realidad, poco más que unapila de piedras— señala su tumba. Noquería que su lugar de descanso llamarala atención, pero tampoco podía dejarlasin ningún recordatorio. Ahí dormirá enpaz, sin que nadie la moleste, sin ruidossalvo el canto de los pájaros y el rumorde los trenes.

Una por la pena, dos por la alegría,tres por una chica. Tres por una chica.Me he quedado atascada en el tres, soyincapaz de seguir.[1] Tengo la cabezallena de ruidos y la boca llena desangre. Tres por una chica. Oigo lasurracas, están riéndose, burlándose demí. Oigo su estridente carcajada. Unanoticia. Malas noticias. Ahora puedoverlas, sus siluetas negras se recortancontra el sol. Los pájaros no, otra cosa.Alguien viene. Alguien me estáhablando. «Mira. Mira lo que me hashecho hacer».

RACHEL

Viernes, 5 de julio de 2013Mañana

Hay una pila de ropa a un lado de lasvías del tren. Una prenda de color azulcielo —una camisa, quizá—, mezcladacon otra de color blanco sucio.Seguramente no es más que basura quealguien ha tirado a los arbustos quebordean las vías. Puede que la hayandejado los ingenieros que trabajan enesta parte del trayecto, suelen venir por

aquí. O quizá es otra cosa. Mi madresolía decirme que tenía una imaginaciónhiperactiva; Tom también me lo decía.No puedo evitarlo, veo estos restos deropa, una camiseta sucia o un zapatosolitario, y sólo puedo pensar en el otrozapato, y en los pies que los llevaban.

El tren se vuelve a poner en marchacon una estridente sacudida, la pequeñapila de ropa desaparece de mi vista yseguimos el trayecto en dirección aLondres con el enérgico paso de uncorredor. Alguien en el asiento de atrásexhala un suspiro de impotenteirritación; el lento tren de las 8.04 queva de Ashbury a Euston puede poner aprueba la paciencia del viajero más

experimentado. El viaje debería durarcincuenta y cuatro minutos, pero rara vezlo hace: esta sección de las vías esantigua y decrépita, y está asediada porproblemas de señalización einterminables trabajos de ingeniería.

El tren sigue avanzando poco a pocoy pasa por delante de almacenes, torresde agua, puentes y cobertizos. Tambiénde modestas casas victorianas con laespalda vuelta a las vías.

Con la cabeza apoyada en laventanilla del vagón, veo pasar estascasas como si se tratara del travellingde una película. Nadie más las ve así;seguramente, ni siquiera sus propietarioslas ven desde esta perspectiva. Dos

veces al día, sólo por un momento, tengola posibilidad de echar un vistazo aotras vidas. Hay algo reconfortante en elhecho de ver a personas desconocidasen la seguridad de sus casas.

Suena el móvil de alguien; unamelodía incongruentemente alegre yanimada. Tardan en contestar y siguesonando durante un rato. También puedooír cómo los demás viajeros cambian deposición en sus asientos, pasan laspáginas de sus periódicos o teclean ensu ordenador. El tren da unas sacudidasy se bambolea al tomar la curva, y luegoralentiza la marcha al acercarse a unsemáforo en rojo. Intento no levantar lamirada y leer el periódico gratuito que

me dieron al entrar en la estación, perolas palabras no son más que un borrón,nada retiene mi interés. En mi cabeza,sigo viendo esa pequeña pila de ropatirada a un lado de las vías, abandonada.

Tarde

El gin-tonic premezclado burbujea en elborde de la lata y yo me la llevo a loslabios y le doy un sorbo. Agrio y frío.Es el sabor de mis primeras vacacionescon Tom. En 2005 fuimos a un pueblo depescadores en la costa del País Vasco.Por las mañanas, nadábamosochocientos metros hasta la pequeña isla

de la bahía y hacíamos el amor enocultas playas secretas. Por las tardes,nos sentábamos en un bar y bebíamoscargados y amargos gin-tonics mientrasobservábamos los partidos de fútbol deveinticinco personas por equipo que lagente jugaba aprovechando la mareabaja.

Doy otro sorbo al gin-tonic, y luegootro: ya casi me he terminado la lata,pero no pasa nada, llevo tres más en labolsa de plástico que descansa a mispies. Es viernes, así que no tengo porqué sentirme culpable por beber en eltren. Por fin es viernes. La diversióncomienza aquí.

Este fin de semana va a hacer un

tiempo maravilloso. Eso es lo que handicho. Sol radiante, cielos despejados.En los viejos tiempos, quizá habríamosido a Corly Wood con comida yperiódicos y nos habríamos pasado todala tarde tumbados en una manta,bebiendo vino bajo la moteada luz delsol. O habríamos hecho una barbacoacon amigos. O tal vez habríamos ido alThe Rose, nos habríamos sentado en laterraza y habríamos dejado pasar latarde con los rostros encendidos a causadel sol y del alcohol. Luego habríamosregresado paseando a casa cogidos delbrazo y nos habríamos quedadodormidos en el sofá.

Sol radiante, cielos despejados,

nadie con quien jugar, nada que hacer.Vivir tal y como lo hago hoy día resultamás duro en verano, cuando hay tantashoras de sol y tan escaso es el refugio dela oscuridad; cuando todo el mundo estáen la calle, mostrándose flagrante yagresivamente feliz. Resulta agotador yuna se siente mal por no unirse a losdemás.

El fin de semana se extiende ante mí,cuarenta y ocho horas vacías paraocupar. Me vuelvo a llevar la lata a loslabios, pero ya no queda una sola gota.

Lunes, 8 de julio de 2013

Mañana

Es un alivio estar de vuelta en el tren delas 8.04. No es que me muera de ganasde llegar a Londres para comenzar lasemana. De hecho, no tengo ningúninterés en particular por estar enLondres. Sólo quiero reclinarme en elsuave y mullido asiento de velvetón ysentir la calidez de la luz del sol queentra por la ventanilla, el constantebalanceo del vagón y el reconfortanteritmo de las ruedas en los raíles.Prefiero estar aquí, mirando las casasque hay junto a las vías, que en casiningún otro lugar.

Aproximadamente a medio caminode mi trayecto, hay un semáforodefectuoso. O, al menos, creo que estádefectuoso, pues casi siempre está enrojo. La mayor parte de los días nosdetenemos en él, a veces unos pocossegundos, otras durante minutos. Cuandovoy en el vagón D —cosa quenormalmente hago— y el tren se detieneen este semáforo —cosa que acostumbrahacer—, puedo ver perfectamente micasa favorita de las que están junto a lasvías: la del número 15.

La casa del número 15 es muyparecida a las demás casas que hay eneste tramo de las vías: una casa adosadavictoriana de dos plantas, con un

estrecho y cuidado jardín que seextiende unos seis metros hasta la cerca,más allá de la cual hay unos pocosmetros de tierra de nadie antes de llegara las vías del tren. Conozco esta casa dememoria. Conozco todos sus ladrillos,el color de las cortinas del dormitoriodel piso de arriba (beis, con unestampado azul oscuro), losdesconchados de la pintura que hay en elmarco de la ventanilla del cuarto debaño y las cuatro tejas que faltan en unasección del lado derecho del tejado.

También sé que a veces, en lascálidas tardes de verano, los ocupantesde esta casa, Jason y Jess, salen por laventana de guillotina para sentarse en la

terraza que han improvisado sobre eltejado de la extensión de la cocina. Setrata de una pareja perfecta. Él esmoreno y fornido. Parece fuerte,protector y amable. Tiene una gransonrisa. Ella es una de esas mujerespequeñas como un pajarillo, muy guapa,de piel pálida y pelo rubio muy corto.La estructura ósea de su rostro lepermite llevarlo así: prominentespómulos salpicados de pecas y marcadamandíbula.

Mientras estamos parados en elsemáforo en rojo, echo un vistazo por silos veo. Por las mañanas, Jess sueleestar en el jardín tomando café, sobretodo en verano. A veces, cuando la veo

ahí, tengo la sensación de que ellatambién me ve a mí y me entran ganas desaludarla. Soy excesivamente conscientede mí misma. A Jason no lo veo tan amenudo porque suele estar de viaje detrabajo. Pero incluso si no están en casa,suelo pensar en lo que deben de estarhaciendo. Esta mañana puede que sehayan tomado el día libre y ella estétumbada en la cama mientras él preparael desayuno, o quizá se han ido a correrjuntos, porque ése es el tipo de cosasque hacen. (Tom y yo solíamos salir acorrer juntos los domingos; yo lo hacía aun ritmo un poco más rápido de lohabitual en mí y él mucho más lento, asípodíamos ir los dos juntos). Tal vez Jess

está en la habitación de sobra del pisode arriba, pintando, o quizá estánduchándose juntos, ella con las manoscontra las baldosas y él sujetándola porlas caderas.

Tarde

Volviéndome levemente hacia laventanilla para darle la espalda al restodel vagón, abro una de las pequeñasbotellas de Chenin Blanc que compré enla estación de Euston. No está fría, peroservirá. Tras verter un poco de vino enun vaso de plástico, vuelvo a cerrar labotella y la guardo en el bolso. Los

lunes no es tan aceptable beber en eltren a no ser que lo hagas en compañía,y éste no es mi caso.

En estos trenes hay rostrosfamiliares, gente que veo todas lassemanas yendo de un lado para otro. Losreconozco y seguramente ellos mereconocen a mí. Lo que no sé es si meven tal y como realmente soy.

Es una tarde magnífica. Cálida, perono demasiado. El sol ha iniciado superezoso descenso y las sombras sealargan y la luz comienza a teñir dedorado los árboles. El traqueteante trensigue adelante y pasamos frente a la casade Jason y Jess, apenas un borrón bajola luz vespertina. En ocasiones, no muy

a menudo, puedo verlos desde este ladode las vías. Si no hay ningún tren en ladirección opuesta, a veces llego avislumbrarlos en la terraza. Si no —como hoy—, me limito a imaginar lo queestarán haciendo. Jess sentada en laterraza con los pies sobre la mesa, conun vaso de vino en la mano y Jasondetrás de ella, con las manos en sushombros. Imagino el tacto y el peso delas manos de él, reconfortantes yprotectoras. A veces me sorprendo a mímisma recordando la última vez quetuve un contacto físico significativo conotra persona, sólo un abrazo o un cordialapretón de manos, y siento una punzadaen el corazón.

Martes, 9 de julio de 2013Mañana

La pila de ropa de la semana pasadasigue ahí, y todavía parece máspolvorienta y solitaria que hace unosdías. Leí en algún lugar que un trenpuede arrancarte la ropa al impactar contu cuerpo. No es tan inusual, moriratropellada por un tren. Dicen quesucede unas doscientas o trescientasveces al año; es decir, al menos uno decada dos días. No estoy segura decuántas de estas muertes sonaccidentales. Al pasar lentamente junto a

la ropa, miro si hay algún resto desangre, pero no veo ninguno.

Como es habitual, el tren se detieneen el semáforo y veo a Jess en el patio,de pie delante de las puertas correderas.Lleva un vestido con un estampado decolor claro y los pies desnudos. Estámirando hacia la casa por encima delhombro. Es probable que esté hablandocon Jason, que estará preparando eldesayuno. Mientras el tren se vuelve aponer en marcha, mantengo la miradapuesta en Jess. No quiero ver las otrascasas; en particular, no quiero ver la quehay cuatro puertas más abajo, la que eramía.

Viví en el número 23 de Blenheim

Road durante cinco años, un periododichosamente feliz y absolutamentedesgraciado. Ahora no puedo mirarla.Fue mi primera casa. No la de mispadres ni un piso compartido con otrosestudiantes: mi primera casa. Ahora nosoporto mirarla. Bueno, sí puedo, lohago, quiero hacerlo, no quiero hacerlo,intento no hacerlo. Cada día, me digo amí misma que no debo mirarla y cadadía lo hago. No puedo evitarlo, a pesarde que ahí no hay nada que quiera ver yde que todo lo que vea me dolerá; apesar de que recuerdo claramente cómome sentí la vez que la miré y advertí queel estor de color crema del dormitoriodel piso de arriba había sido

reemplazado por algo de un infantilcolor rosa pálido; a pesar de quetodavía recuerdo el dolor que sentícuando, al ver a Anna regando losrosales de la cerca, reparé en suprominente barriga de embarazadadebajo de la camiseta y me mordí ellabio con tal fuerza que me hice sangre.

Cierro los ojos y cuento hasta diez,quince, veinte. Ya está, ya ha pasado, yano hay nada que ver. Entramos en laestación de Witney y luego volvemos asalir y el tren comienza a ganarvelocidad a medida que los suburbiosdan paso al sucio norte de Londres y lascasas con terraza son reemplazadas porpuentes llenos de grafitis y edificios

vacíos con las ventanas rotas. Cuantomás cerca estamos de Euston, másinquieta me siento. Aumenta la presión:¿qué tal será el día de hoy? Unosquinientos metros antes de quelleguemos a Euston, en el lado derechode las vías, hay un sucio edificio bajo dehormigón. En un lateral, alguien hapintado: «LA VIDA NO ES UN PÁRRAFO».Pienso en la pila de ropa a un lado delas vías y siento un nudo en la garganta.La vida no es un párrafo y la muerte noes un paréntesis.

Tarde

El tren que cojo por la tarde, el de las17.56, es un poco más lento que el de lamañana: tarda una hora y un minuto,siete minutos más que el de la mañana, apesar de que no se detiene en ningunaotra estación. No me importa. Delmismo modo que no tengo ninguna prisapor llegar a Londres por las mañanas,tampoco la tengo por llegar a Ashburypor las tardes. Y no sólo porque se tratede Ashbury, aunque sin duda es un lugarsuficientemente malo. Este pueblo,creado en los sesenta y que se extiendecomo un tumor por el centro deBuckinghamshire, no es ni mejor ni peorque docenas de poblaciones similares:un centro plagado de cafeterías, tiendas

de móviles y sucursales de JD Sports,rodeado de suburbios y, más allá deéstos, el reino de los cines multiplex ylos grandes almacenes Tesco. Yo vivoen un edificio más o menos elegante ymás o menos nuevo situado en el puntoen el que el centro comercial del pueblocomienza a dar paso a las afuerasresidenciales, pero no es mi hogar. Mihogar es la casa adosada victoriana delas vías, de la que era copropietaria. EnAshbury no soy propietaria de nada, nitampoco arrendataria, sino una merahuésped del pequeño segundodormitorio del insulso e inofensivodúplex de Cathy, a cuya buena voluntadestoy sujeta.

Cathy y yo éramos amigas en launiversidad. Medio amigas, en realidad;nuestra relación nunca llegó a ser tanestrecha. El primer año, vivía al otrolado del pasillo y hacíamos el mismocurso, de modo que surgió una alianzanatural en esas amedrentadoras primerassemanas en las que todavía no habíamosconocido a gente con la que teníamosmás cosas en común. Ya no nos solíamosver demasiado una vez pasado eseprimer año, y prácticamente nadadespués de la universidad salvo enalguna boda ocasional. Sin embargo,cuando me encontré en apuros resultóque ella tenía una habitación de sobradisponible y me pareció una opción

aceptable. Yo estaba convencida de quesólo sería por un par de meses, seis a losumo, y no sabía qué otra cosa hacer.Nunca había vivido sola; había pasadode vivir en casa de mis padres a hacerloen una residencia y luego con Tom. Laidea, pues, me resultaba abrumadora, asíque finalmente acepté la oferta de Cathy.De eso ya casi hace dos años.

No es tan horrible. Cathy es unabuena persona de un modo inclusoimpositivo. Se asegura de que seasconsciente de su bondad. Su bondad espalpable, se trata de su rasgodefinitorio, y necesita que se lereconozca con frecuencia, casi a diario.Eso puede resultar agotador, pero en el

fondo no es tan malo, se me ocurrenpeores cosas en una compañera de piso.No, lo que más me molesta de mi nuevasituación (todavía me parece nueva,aunque ya hayan pasado dos años) no esCathy, ni tampoco Ashbury, sino lapérdida de control. En el apartamento deCathy siempre me siento como unainvitada no especialmente bienvenida.Es algo que percibo en la cocina, dondea duras penas cabemos cuando ambashacemos la cena a la vez, o en el sofácuando me acomodo a su lado (ellaaferrada al mando a distancia). El únicoespacio que siento mío es mi diminutodormitorio, ocupado casi por entero poruna cama doble y un escritorio y sin

apenas espacio entre ellos para podercaminar. Es lo bastante cómodo, pero noes un lugar en el que apetezca pasar elrato, de modo que suelo estar en el salóno en la mesa de la cocina, sintiéndomeincómoda e impotente. He perdido elcontrol de todo, incluso de los lugaresque visito mentalmente.

Miércoles, 10 de julio de2013Mañana

Cada vez hace más calor. Apenas sonlas ocho y media y el calor ya aprieta y

la humedad es altísima. Me gustaría quecayera una tormenta, pero hoy el cielo esde un insolente, pálido y acuoso azul.Me seco el sudor del labio superior.Desearía haberme acordado de compraruna botella de agua.

Esta mañana no veo a Jason y a Jessy siento una profunda decepción. Es unatontería, ya lo sé. Observo atentamentela casa, pero no se ve nada. Las cortinasde la planta baja están descorridas perolas puertas correderas están cerradas yla luz del sol se refleja en el cristal. Laventana de guillotina del piso de arribatambién está cerrada. Jason debe deestar fuera por trabajo. Es médico, creo;seguramente trabaja en una de esas

organizaciones que operan en elextranjero. Está siempre de guardia, conla bolsa preparada en el estante superiordel armario. Cuando hay un terremoto enIrán o un tsunami en Asia, él lo dejatodo, coge su bolsa y al cabo de unosminutos ya está en Heathrow, preparadopara volar y salvar vidas.

En cuanto a Jess y sus atrevidosestampados, sus zapatillas de deporteConverse, su belleza y su presencia,trabaja en la industria de la moda. Oquizá en el negocio de la música, o enpublicidad; también podría ser estilistao fotógrafa. Y además, pinta bien. Tieneuna marcada vena artística. Ya laimagino en la habitación de sobra del

piso de arriba, con la música a todovolumen, las ventanas abiertas, un pincelen la mano y un enorme lienzo apoyadoen la pared. Estará ahí hastamedianoche; Jason sabe que no debemolestarla mientras está trabajando.

En realidad no puedo verla, claroestá. No sé si pinta ni si Jason se ríemucho ni tampoco si Jess tiene lospómulos marcados. Desde aquí, nopuedo ver su estructura ósea y nunca heoído la voz de Jason. Ni siquiera los hevisto nunca de cerca: cuando yo vivía enesa calle ellos todavía no vivían ahí. Nosé exactamente cuándo se trasladaron.Creo que comencé a reparar en elloshará cosa de un año y, poco a poco, a

medida que fueron pasando los meses,se fueron volviendo cada vez másimportantes para mí.

Tampoco conozco sus nombres, asíque tuve que inventármelos. Jason,porque es tan atractivo como unaestrella de cine británica; no en planDepp ni Pitt, sino más bien Firth, oJason Isaacs. Y Jess simplemente porquequeda bien con Jason y a ella le pega.Hace juego con lo guapa ydespreocupada que parece. Son undueto, un equipo. Y son felices, lo noto.Son lo que yo era, son Tom y yo hacecinco años. Son lo que perdí, son todolo que quiero ser.

Tarde

La camisa me va demasiado pequeña —los botones del pecho parecen a puntode reventar— y unas amplias manchasde sudor son visibles bajo las axilas.Me escuecen los ojos y la garganta. Estatarde no quiero que el viaje se alargue;quiero llegar cuanto antes a casa,desvestirme y meterme en la ducha,donde nadie pueda verme.

Me quedo mirando al hombre que vasentado delante de mí. Es más o menosde mi edad, unos treinta y pocos años, ytiene el pelo moreno y las sienescanosas. Piel cetrina. Va trajeado, pero

se ha quitado la americana y la hacolgado en el respaldo del asiento de allado. Un MacBook delgado como unpapel descansa sobre su regazo. Tecleadespacio. En la muñeca derecha lleva unreloj plateado con una esfera de grantamaño; parece caro, quizá un Breitling.No deja de mordisquearse el interior dela mejilla. Puede que esté nervioso. Oquizá profundamente concentrado.Escribiendo un importante email a uncolega de la oficina de Nueva York, oredactando con cuidado un mensaje deruptura a su novia. De repente, levantala mirada y me repasa de arriba abajosin dejar de reparar en la pequeñabotella de vino que hay en la mesilla.

Luego aparta la mirada. Algo en el rictusde su boca sugiere aversión. Meencuentra repulsiva.

No soy la misma chica de antes. Yano soy deseable. Resulto más biendesagradable. No es sólo que hayaengordado un poco, ni que tenga elrostro hinchado por la bebida y la faltade sueño; es como si la gente pudieraver el dolor escrito en todo mi cuerpo;es visible en mi cara, en mi postura, enmis movimientos.

Una noche de la semana pasada, salíde mi habitación para tomar un vaso deagua y, sin querer, oí a Cathy hablandocon Damien, su novio, en el salón.«Estoy realmente preocupada con ella.

No ayuda el hecho de que esté siempresola». Y luego añadió: «¿No conocerása alguien en tu trabajo, o quizá en el clubde rugby?». A lo que Damien lecontestó: «¿Para Rachel? No pretendoser gracioso, Cath, pero no estoy segurode conocer a nadie tan desesperado».

Jueves, 11 de julio de 2013Mañana

No dejo de toquetear la tirita que llevoen el dedo índice. Esta mañana helavado la taza del café con ella puesta,de modo que todavía está mojada. Y

también sucia a pesar de que antesestaba limpia. No quiero quitármelaporque el corte es profundo. Cuandollegué ayer por la tarde, Cathy no estabaen casa de modo que fui a la licorería ycompré un par de botellas de vino. Mebebí la primera y luego se me ocurrióaprovechar el hecho de estar sola ydecidí hacerme un filete con salsa decebollas rojas y una ensalada verde. Unacomida buena y sana. Mientras cortabalas cebollas me hice un corte en la puntadel dedo, así que fui al cuarto de bañopara limpiarme la herida y luego a lahabitación a tumbarme un rato. Debí deolvidarme de todo y quedarme dormida,porque me desperté sobre las diez y

Cathy y Damien estaban hablando. Éldecía lo mal que le parecía que yohubiera dejado la cocina así. Cathysubió a verme. Tras llamar con suavidada la puerta, la abrió ligeramente, asomóla cabeza ladeándola un poco y mepreguntó si estaba bien. Yo le pedídisculpas sin estar segura de por qué lohacía. Ella dijo que no pasaba nada,pero que si no me importaba limpiar unpoco la cocina. Había sangre en la tablade cortar, la cocina olía a carne cruda yel filete se estaba volviendo gris sobrela encimera. Damien ni siquiera me dijohola, se limitó a negar con la cabeza alverme y se marchó al dormitorio deCathy.

Cuando ambos se hubieron ido a lacama, recordé que todavía no me habíabebido la segunda botella, de modo quela abrí. Me senté en el sofá y puse latelevisión con el sonido muy bajo paraque no la oyeran. No recuerdo quéestaba viendo, pero en un momento dadome debí de sentir sola, o feliz, o algo,porque quería hablar con alguien. Lanecesidad debía de ser abrumadora y nohabía nadie a quien pudiera llamar salvoTom.

No hay nadie con quien quierahablar salvo Tom. El registro dellamadas de mi móvil indica que lellamé cuatro veces: a las 23.02, las23.12, las 23.54 y las 00.09. A juzgar

por la duración de las llamadas, dejédos mensajes. Puede que él inclusollegara a descolgar el teléfono, pero norecuerdo haber hablado con él. Sírecuerdo dejar el primer mensaje; creoque sólo le pedía que me llamara. Esodebió de ser lo que dije en ambos, locual tampoco es tan malo.

Al llegar al semáforo en rojo, el trense detiene con una sacudida y levanto lamirada. Jess está sentada en el patio,bebiendo una taza de café. Tiene lospies encima de la mesa y toma el sol conla cabeza echada hacia atrás. Detrás deella, creo ver la sombra de alguienmoviéndose: Jason. Me muero de ganasde vislumbrar su atractivo rostro.

Quiero que salga afuera y, tal y comosuele hacer, se coloque detrás de ella yle bese en la coronilla.

Él no sale y, en un momento dado,ella levanta la cabeza. Hay algo en susmovimientos que parece distinto; sonmás pesados, como si alguien tirara desus extremidades hacia abajo. Esperoque Jason salga, pero el tren se pone enmarcha con una sacudida y comienza aavanzar sin que dé ninguna señal; Jessestá sola. Y, de repente, me sorprendo amí misma mirando directamente mi casa,incapaz de apartar la vista. Losventanales están abiertos de par en par yla luz entra en la cocina. No sé si loestoy viendo de verdad o son

imaginaciones mías. ¿Está ella lavandolos platos? ¿Hay una niña pequeñasentada en la mecedora para bebé quedescansa sobre la mesa de la cocina?

Cierro los ojos y dejo que laoscuridad se extienda hasta que pasa deser una sensación de tristeza a algopeor: un recuerdo, un flashback. Nosólo le pedí que me devolviera lallamada. Ahora también recuerdo quelloraba y que le dije que lo quería y quesiempre lo haría. «Por favor, Tom, porfavor, necesito hablar contigo. Te echode menos». No no no no no no no.

He de aceptarlo, de nada sirveintentar no pensar en ello. Me voy asentir fatal todo el día. Las oleadas —

fuertes, luego más débiles y luego másfuertes otra vez— me provocarán unnudo en la boca del estómago, lazozobra de la vergüenza y un repentinocalor en el rostro y yo me limitaré acerrar con fuerza los ojos como si deese modo pudiera conseguir quedesapareciera todo. Mientras tanto, nodejaré de decirme que, al fin y al cabo,tampoco es lo peor que he hecho. No escomo si me hubiera caído en público, ole hubiera gritado a un desconocido enla calle. Tampoco como si hubierahumillado a mi marido durante unabarbacoa veraniega al insultar a gritos ala esposa de uno de sus amigos. Nicomo si nos hubiéramos peleado una

noche en casa, hubiera ido a por él conun palo de golf y hubiera abierto unboquete en la pared del pasillo. Ni comosi hubiera vuelto con paso tambaleante ala oficina después de un almuerzo detres horas y que todo el mundo memirara y luego Martin Miles me hubierallevado a un lado y me hubiera dicho:«Creo que deberías irte a casa, Rachel».Una vez leí el libro de una exalcohólicaen el que contaba que les habíapracticado una felación a dos hombresque acababa de conocer en elrestaurante de una abarrotada calle deLondres. Cuando lo leí, pensé que yo noestaba tan mal. Ahí es donde pongo ellímite.

Tarde

He estado pensando en Jess todo el día yno he podido concentrarme en nadasalvo en lo que he visto esta mañana.¿Qué es lo que me ha hecho pensar quealgo iba mal? A esa distancia no podíaverla bien, pero he tenido la sensaciónde que estaba sola. Más que sola:abandonada. Quizá efectivamente loestaba, quizá él ha viajado a uno de esospaíses calurosos a los que acude parasalvar vidas. Y ella lo echa de menos yse preocupa aunque sepa que él tieneque ir.

Claro que lo echa de menos, igualque yo. Jason es amable y fuerte, todo loque un marido debería ser. Y los dosforman un auténtico equipo, puedo verlo,lo sé. La fuerza de Jason, la actitudprotectora que irradia, no quiere decirque ella sea débil. Ella es fuerte de otromodo: las conexiones intelectuales querealiza lo dejan a él con la boca abiertade admiración; es capaz de diseccionarel meollo de un problema y analizarlo enel tiempo que otras personas tardan endecir buenos días. En las fiestas, élsuele cogerla de la mano aunque haceaños que están juntos. Se respetanmutuamente, jamás infravaloran al otro.

Esta tarde me siento agotada. Estoy

completamente sobria. Algunos días memuero por beber; otros soy incapaz.Hoy, la simple idea hace que se merevuelva el estómago. Pero la sobriedaden el tren vespertino es un desafío.Sobre todo ahora, con este calor. Unafina capa de sudor cubre cadacentímetro de mi piel, siento unhormigueo en el interior de la boca y losojos me escuecen cuando, alfrotármelos, el rímel se me mete por lascomisuras.

De repente, el móvil vibra en mibolso, me sobresalta. Las dos chicas quevan sentadas al otro lado del vagón sevuelven hacia mí y luego se miran entresí e intercambian una sonrisa. No sé qué

pensarán de mí, pero sé que no es algobueno. El corazón me late con fuerzacuando cojo el teléfono. Sé que estotampoco será algo bueno: quizá se tratade Cathy para pedirme amablemente queesta tarde le dé un descanso a la bebida.O de mi madre para decirme que lasemana que viene estará en Londres y sepasará por mi oficina para ir a almorzar.Miro la pantalla. Es Tom. Vacilo duranteun segundo y luego contesto.

—¿Rachel?Durante los primeros cinco años,

nunca fui Rachel. Siempre Rach. O, aveces, Shelley, porque él sabía que loodiaba y le hacía gracia ver cómo meenfadaba y que, a pesar de ello, al final

no pudiera evitar unirme a sus risas.—Soy yo, Rachel —dice con voz

plúmbea, parece cansado—. Escucha,tienes que dejar de hacer esto, ¿deacuerdo? —Yo no digo nada. El trenestá aminorando su marcha y casi estáenfrente de su casa, mi antigua casa. Megustaría decirle que saliera al patio y mepermitiera verlo—. Por favor, Rachel,no puedes estar llamándomecontinuamente. Has de resolver tusproblemas de una vez. —Siento un nudoen la garganta tan grande como unguijarro, prieto e inamovible. No puedotragar. No puedo hablar—. ¿Rachel?¿Estás ahí? Sé que las cosas no te vanbien, y lo siento de veras pero… Yo no

puedo ayudarte, y todas estas llamadasestán molestando a Anna. Ya no te puedoayudar más. Ve a Alcohólicos Anónimoso algo así. Por favor, Rachel. Cuandosalgas hoy del trabajo, ve a una reuniónde Alcohólicos Anónimos.

Me quito la sucia tirita del dedo yme quedo mirando la carne pálida yarrugada y la sangre reseca que hay en elborde de la uña. Entonces presiono conel pulgar de la mano derecha el centrodel corte hasta que noto cómo se abre.El dolor es intenso y candente. Contengoel aliento y la herida comienza a sangrar.Las chicas que van sentadas al otro ladodel vagón se me quedan mirando con elrostro lívido.

MEGAN

Un año antes

Miércoles, 16 de mayo de2012Mañana

Oigo cómo se acerca el tren; meconozco su ritmo de memoria. Cogevelocidad al salir de la estación deNorthcore y, tras tomar la curva,comienza a aminorar la marcha, eltraqueteo da paso a un murmullo y, a

veces, éste al chirrido de los frenoscuando el tren se detiene en el semáforoque hay a un par de cientos de metros dela casa. El café que descansa sobre lamesa se ha enfriado, pero me da muchapereza levantarme y hacerme otro.

A veces ni siquiera miro pasar lostrenes, sólo los escucho. Sentada aquípor las mañanas con los ojos cerrados yla anaranjada luz del cálido sol en lospárpados, tengo la sensación de quepodría estar en cualquier lugar. En el surde España, en la playa; o en Italia, enCinque Terre, con todas esas bonitascasas de colores y los trenes que llevana la gente de una población a otra. Opodría estar de vuelta en Holkham, con

los chillidos de las gaviotas en losoídos, sal en la lengua y un tren fantasmapasando por las herrumbrosas vías quehabía a medio kilómetro.

Hoy el tren no se detiene, se limita adesplazarse lentamente. Oigo el ruido delas ruedas cuando pasan por el cambiode agujas y casi noto su balanceo. Nopuedo ver los rostros de los pasajeros, ysé que no son más que trabajadores quese dirigen a Euston para sentarse detrásde sus escritorios, pero eso no impideque sueñe con viajes más exóticos, conaventuras al final de la línea y más allá.Mentalmente, regreso una y otra vez aHolkham; es extraño que en mañanascomo ésta todavía piense en ese lugar

con tal afecto y nostalgia, pero lo hago.El viento en la hierba, el cieloextendiéndose sobre las dunas, ladestartalada casa infestada de ratones yllena de velas, polvo y música. Ahora estodo como un sueño.

De pronto, noto que mi corazón seacelera ligeramente.

Luego oigo sus pasos en la escaleray la pregunta que me hace:

—¿Quieres otra taza de café, Megs?El hechizo se ha roto, estoy

despierta.

Tarde

Los dos dedos de vodka del Martiniseco que me he servido me han hechoentrar en calor a pesar de la fresca brisaque corre. Estoy en la terraza, esperandoque Scott vuelva a casa. Voy a intentarconvencerlo para que me lleve a cenaral italiano de Kingly Road. Hace siglosque no vamos.

Hoy no he hecho mucho. Deberíahaber cumplimentado el formulario deadmisión para el curso de telas de laescuela St. Martins, y he comenzado ahacerlo en la cocina, pero de repente heoído a una mujer gritando de un modohorrible y he pensado que estabanmatando a alguien. He salido corriendoal jardín, pero no he visto nada.

Sin embargo, todavía podía oírla. Enun tono de voz estridente y desesperado,la mujer ha exclamado entonces:

—¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Quépretendes hacerle a la pequeña?!¡Dámela! ¡Dámela!

He tenido la sensación de que haestado gritando durante mucho rato,aunque probablemente sólo han sidounos segundos.

He subido corriendo a la terraza delpiso de arriba y, a través de los árboles,he visto que unos cuantos jardines másallá, junto a la cerca, había dos mujeres.Una de ellas estaba llorando —o tal vezlo hacían las dos—, y también había unbebé desgañitándose.

He pensado en llamar a la policía,pero finalmente la situación se hacalmado. La mujer que gritaba se hametido corriendo en casa con el bebé enbrazos y la otra se ha quedado fuera.Luego también ella ha salido corriendohacia la casa, pero ha tropezado y, trasponerse otra vez en pie, se ha quedadodando vueltas por el jardín. Realmenteextraño. Dios sabrá a qué se ha debidotodo esto, pero es lo más excitante queme ha pasado en semanas.

Ahora que ya no voy a la galería misdías están vacíos. De veras lo echo demenos. Echo de menos hablar con losartistas, echo de menos tratar con todasesas aburridas mamás jóvenes que

miraban embobadas los cuadros con unvaso de café de Starbucks en la manomientras les decían a sus amigas quecuando su pequeña Jessie iba a laguardería pintaba mejor.

A veces, me entran ganas deponerme en contacto con alguien de losviejos tiempos, pero luego pienso queno tendríamos nada de lo que hablar. Nisiquiera reconocerían a Megan, lasuburbanita felizmente casada. Encualquier caso, no puedo arriesgarme amirar atrás. Eso es siempre una malaidea. Esperaré a que termine el verano ybuscaré un trabajo. Sería una penadesperdiciar estos largos días deverano. Ya encontraré algo, aquí o en

otro lugar, sé que lo haré.

Martes, 14 de agosto de 2012Mañana

Repaso por enésima vez la ropa quecuelga de mi armario, toda perfecta parala encargada de una pequeña perovanguardista galería de arte, pero nopara hacer de «niñera». Dios mío, hastala palabra me da arcadas. Finalmente,me pongo unos pantalones vaqueros yuna camiseta y me hago una coleta. Nisiquiera me molesto en maquillarme. Notiene ningún sentido ponerme guapa para

pasarme todo el día con un bebé.Bajo a la planta baja con ganas de

pelea. Scott está haciendo café en lacocina. Se vuelve hacia mí con unasonrisa y, al instante, me siento másanimada. Mi mohín se transforma en unasonrisa. Él me ofrece una taza de café yme da un beso.

No tiene sentido culparlo de esto,fue idea mía. Yo me ofrecí voluntariapara hacerlo, para convertirme en niñerade esa pareja de nuestra calle. En aquelmomento, me pareció que podía serdivertido. En realidad, fue unaestupidez, debía de estar loca. Loca yaburrida. Sentía curiosidad. Creo que laidea se me ocurrió después de oír a la

mujer gritando en el jardín. Quería saberqué había sucedido. No es que se lohaya preguntado, claro está. Eso no esalgo que se pregunte sin más, ¿verdad?

Scott me animó a hacerlo. Se pusorealmente contento cuando lo sugerí.Cree que pasar tiempo alrededor debebés despertará mi instinto maternal.En realidad, sin embargo, estáconsiguiendo exactamente lo contrario:en cuanto salgo de su casa, voycorriendo a la mía, me desvisto y memeto en la ducha para quitarme el olor abebé.

Añoro mis días en la galería,arreglada, peinada, hablando conadultos sobre arte, películas, o sobre

nada en particular. Nada en particularsería un progreso respecto a misconversaciones con Anna. ¡Qué aburridaes, por Dios! Probablemente, antes teníaalguna cosa que contar, pero ahora sólohabla del bebé. ¿Va lo bastanteabrigada? ¿Va demasiado abrigada?¿Cuánta leche ha tomado? Y siempreestá presente, de modo que la mayorparte del tiempo me siento como si yosólo fuera de repuesto. Mi trabajoconsiste en vigilar al bebé mientrasAnna descansa, para darle un respiro(me pregunto exactamente de qué). Setrata de una mujer extrañamentenerviosa. Todo el rato soy consciente desu presencia. No deja de revolotear a mi

alrededor. Se sobresalta cada vez quepasa un tren. O cuando suena el teléfono.«Son tan frágiles, ¿verdad?», sueledecir, y de eso no puedo discrepar.

Salgo de casa y recorro loscincuenta metros que separan nuestravivienda de la suya, en la mismaBlenheim Road. Lo hago sin prisa. Hoyno es ella quien me abre la puerta, sinoel marido, Tom, todo trajeado y a puntode marcharse al trabajo. Con traje tienebuen aspecto; no tanto como Scott, perono está mal (es más pequeño y pálido y,si lo miras de cerca, se puede advertirque tiene los ojos un poco demasiadojuntos). Me ofrece su amplia sonrisa a loTom Cruise y luego se marcha, de modo

que me quedo con Anna y el bebé.

Jueves, 16 de agosto de 2012Tarde

¡He dejado el trabajo!Me siento mucho mejor, como si

todo fuera posible. ¡Soy libre!Estoy sentada en la terraza,

esperando que llueva. El cielo estáoscuro y las golondrinas revoloteannerviosamente de un lado para otro. Elaire está preñado de humedad. Scottllegará a casa dentro de más o menosuna hora y tendré que contárselo. Se

enfadará un poco, pero ya se locompensaré. Y no pienso quedarme encasa sentada todo el día: he estadohaciendo planes. Podría hacer un cursode fotografía, o poner un puesto en elmercadillo y vender joyas. O aprender acocinar.

Un profesor del colegio me dijo unavez que yo era una maestra de lareinvención. Por aquel entonces, noentendí bien a qué se refería, pensabaque estaba intentando quedarse conmigo,pero ahora me gusta la idea. Fugitiva,amante, esposa, camarera, encargada deuna galería, niñera y, entre medias,algunas pocas cosas más. Así pues, ¿quéquiero ser mañana?

En realidad, no tenía intención dedejarlo, pero las palabras han salido demi boca. Estábamos sentados a la mesade la cocina, Anna con el bebé en elregazo y Tom —que había regresado unmomento para coger algo— tomándoseuna taza de café y, de repente, todo meha parecido ridículo, no tenía ningúnsentido que yo estuviera ahí. Todavíapeor: me sentía incómoda, como si fuerauna intrusa.

—He encontrado otro trabajo, asíque ya no podré seguir viniendo —hedicho sin pensar de verdad en ello.

Anna se me ha quedado mirandofijamente. Dudo que me haya creído. Alfinal, se ha limitado a decir:

—¡Oh, qué pena!Pero he notado que no lo decía en

serio. Parecía aliviada. Ni siquiera meha preguntado en qué consistía el otrotrabajo (por suerte, porque no teníapreparada ninguna mentira convincente).

Tom se ha mostrado un tantosorprendido.

—Te echaremos de menos —hadicho, pero también era mentira.

La única persona que estarárealmente decepcionada es Scott, demodo que he de pensar en qué le diré.Tal vez podría decirle que Tom estabatirándome los tejos. Eso pondría puntofinal a la cuestión.

Jueves, 20 de septiembre de2012Mañana

Son poco más de las siete y fuera hacefrío, pero ahora está todo tan bonito conesas franjas de jardín unas al lado de lasotras, verdes y frías, a la espera de quelos rayos del sol asomen por encima delas vías y les hagan cobrar vida… Llevohoras despierta; no puedo dormir. Hacedías que no lo hago. Lo odio. Odio elinsomnio más que ninguna otra cosa: ahítumbada, dándole vueltas a la cabeza,tictac, tictac, tictac, tictac. Me pica todo.

Quiero raparme al cero.Quiero correr. Quiero ir de viaje en

un descapotable con la capota bajada.Quiero conducir hasta la costa,cualquier costa. Quiero caminar por laplaya. Mi hermano mayor y yopensábamos dedicarnos a viajar.Teníamos tantos planes, Ben y yo…Bueno, en su mayor parte eran planes deBen. Estaba hecho un soñador. Íbamos aviajar en moto de París a la Costa Azul,o a recorrer la costa Oeste de EstadosUnidos, de Seattle a Los Ángeles, o aseguir los pasos del Che Guevara, deBuenos Aires a Caracas. Si hubierahecho todo eso, quizá yo no habríaterminado aquí sin saber qué hacer. O

quizá habría terminado justo donde estoyy sería plenamente feliz. Pero no lo hice,claro está, porque Ben nunca llegó aParís. De hecho, no llegó ni siquiera aCambridge. Murió en la A10 cuando lasruedas de un camión articulado leaplastaron el cráneo.

Lo echo de menos todos los días.Más que a nadie, creo. Es el granagujero de mi vida, en el centro mismode mi alma, o quizá sólo fue suprincipio. No lo sé. Ni siquiera sé sitodo esto está realmente relacionado conBen, o si lo está con todo lo que pasódespués, y todo lo que ha pasado desdeentonces. Lo único que sé es que, unminuto estoy bien y la vida es dulce y no

echo nada en falta y, al siguiente, medisperso, comienzo a desbarrar y otravez me muero por escaparme.

Así pues, ¡he decidido que iré a vera un psicoanalista! Puede que sea raro,pero quizá también resulte gracioso.Siempre he pensado que sería divertidoser católica y poder acudir a unconfesionario, desahogarse y que, alperdonarte, el sacerdote erradique todostus pecados y haga borrón y cuentanueva.

Esto no es exactamente lo mismo,claro está. Estoy un poco nerviosa, peroen los últimos tiempos no consigodormir y Scott ha insistido en que vaya.Yo le he dicho que me cuesta hablar

sobre esto incluso con la gente queconozco y que apenas puedo hacerlo conél, a lo que él me ha contestado que deeso se trata, que a un desconocido se lepuede contar cualquier cosa. Pero esono es cierto. No se le puede contar sinmás cualquier cosa. Pobre Scott. Nosabe ni la mitad. Me quiere tanto que meresulta doloroso. No sé cómo lo hace.Yo me volvería loca a mí misma.

Pero he de hacer algo y al menosesto parece un primer paso. Si lo piensobien, todos esos planes que tenía (cursosde fotografía, clases de cocina) eran unpoco absurdos, como si estuvierajugando a la vida real en vez de vivirlade verdad. Necesito encontrar algo que

deba hacer, algo indiscutible. No puedolimitarme a esto, no puedo ser sólo unaesposa. No entiendo cómo alguien puedehacerlo; no hay literalmente nada quehacer salvo esperar. Esperar a que elhombre regrese a casa y te quiera. Oeso, o buscar alrededor algo que tedistraiga.

Tarde

Me están haciendo esperar. La cita erahace media hora y todavía estoy aquí,sentada en recepción hojeando un Voguey pensando en levantarme y marcharme.Ya sé que las citas de los médicos

suelen retrasarse, pero ¿las de lospsicoanalistas? Las películas me habíanhecho creer que te echaban en cuanto secumplían tus cincuenta minutos. Supongoque Hollywood no se refiere a lospsicoanalistas a los que te envía elServicio Nacional de Salud inglés.

Estoy a punto de acercarme a larecepcionista y decirle que ya heesperado suficiente y que me marchocuando la puerta de la consulta se abre yaparece un hombre alto y delgado queme ofrece la mano con expresión dedisculpa.

—Señora Hipwell, lamento muchohaberla hecho esperar —dice.

Yo sonrío, le digo que no pasa nada

y, en este mismo momento, tengo lasensación de que todo irá bien, puessólo llevo en su compañía uno o dosminutos y ya me siento más tranquila.

Creo que se debe a su voz. Suave ybaja. Con un ligero acento, cosa que yaesperaba porque se llama Kamal Abdic.Debe de tener unos treinta y pico años,aunque con esa increíble piel de colormiel oscura parece más joven. Tieneunas manos de largos y delicados dedosque no puedo evitar imaginar sobre mí;casi puedo sentirlos recorriendo micuerpo.

Se trata de una sesión introductoria,para conocernos, así que no hablamosde nada sustancial. Me pregunta cuál es

el problema y le explico lo de losataques de pánico, el insomnio, el hechode que por las noches permanezcodespierta demasiado asustada como paraquedarme dormida. Él quiere quedesarrolle un poco más esto, pero yotodavía no estoy lista. Me pregunta sitomo drogas o bebo alcohol. Yo le digoque actualmente tengo otros vicios. Mefijo en su expresión y creo que sabe aqué me refiero. Luego tengo la sensaciónde que me debería estar tomando todoesto algo más en serio, de modo que lehablo del cierre de la galería y que no séqué hacer, de mi falta de dirección, delhecho de que paso demasiado ratoencerrada en mis pensamientos. Él no

habla mucho, apenas realiza algúnapunte ocasional, pero quiero oírlohablar más, de modo que cuando ya mevoy le pregunto de dónde es.

—Maidstone —explica—, en Kent.Aunque me mudé a Corly hace yaalgunos años. —Sabe que eso no es loque le he preguntado y me ofrece unasonrisa lobuna.

Cuando llego a casa, Scott me estáesperando y, de inmediato, me pone unacopa en la mano y me pregunta qué tal haido. Yo le contesto que bien. Luego mepregunta por el psicoanalista. ¿Me hagustado? ¿Parecía un tipo agradable? Levuelvo a decir que ha estado bienporque no quiero parecer demasiado

entusiasta. Me pregunta entonces sihemos hablado sobre Ben. Scott piensaque todo está relacionado con Ben.Puede que tenga razón. Puede que meconozca mejor de lo que pienso.

Martes, 25 de septiembre de2012Mañana

Esta mañana me he despertadotemprano, pero he podido dormir unascuantas horas, lo cual supone una mejorarespecto a la semana pasada. Allevantarme casi me sentía revitalizada,

de modo que en vez de sentarme en laterraza, he decidido ir a dar un paseo.

Últimamente me he estadorecluyendo casi sin darme cuenta. Sólovoy a comprar comida, a las clases depilates y al psicoanalista. De vez encuando, voy a casa de Tara. El resto deltiempo lo paso encerrada en casa. Nome extraña que esté inquieta.

Salgo de casa, tuerzo a la derecha,luego a la izquierda y enfilo KinglyRoad. Dejo atrás el pub The Rose.Antes íbamos siempre; no consigorecordar por qué dejamos de hacerlo. Amí nunca me gustó mucho: demasiadasparejas de treinta y largos añosbebiendo excesivamente mientras

escudriñan el local en busca de algomejor y se preguntan si tendrán el valornecesario. Quizá por eso dejamos de ir,porque no me gustaba. Dejo atrás el pub,pues, y también las tiendas. No quiero irmuy lejos, sólo dar una pequeña vueltapara estirar las piernas.

Es agradable estar en la calletemprano, antes de que los padres llevena los niños a la escuela y de que lostrabajadores acudan a sus empleos; lascalles están vacías y limpias, y el díalleno de posibilidades. Vuelvo a girar ala izquierda y me dirijo hacia elpequeño parque infantil, el único —ymás bien pobre— espacio verde del quedisponemos. Ahora está vacío, pero en

unas pocas horas estará repleto de niñospequeños, madres y au pairs. La mitadde las chicas de pilates también estaránaquí, vestidas de la cabeza a los piescon ropa deportiva Sweaty Betty,estirando los músculoscompetitivamente y con una taza de caféStarbucks en sus cuidadas manos.

Sigo adelante y llego a RoseberryAvenue. Si girara por esta calle, llegaríaa mi galería —o a lo que antes era migalería y ahora un escaparate vacío—,pero no quiero hacerlo, porque eso esalgo que todavía me duele un poco. Hicetodo lo posible para que funcionara,pero la abrí en el lugar equivocado y enel momento equivocado: en los

suburbios no interesa el arte, no con estasituación económica. En vez de eso,pues, tuerzo a la derecha y paso pordelante del Tesco Express, luego pordelante del otro pub, ése al que va lagente de la zona, y emprendo el caminode vuelta a casa. Ahora siento mariposasen el estómago. Estoy comenzando aponerme nerviosa. Temo toparme conlos Watson, porque cuando nos vemos lasituación resulta algo incómoda. Estáclaro que no tengo ningún trabajo nuevoy que mentí porque no quería seguirtrabajando para ellos.

O, más bien, la situación resultaincómoda siempre que la veo a ella.Tom simplemente me ignora. Anna, en

cambio, parece tomarse las cosas deforma personal. Está claro que piensaque mi corta carrera como niñera llegó asu fin por culpa de ella o tal vez de suhija. En realidad, su hija no tuvo nadaque ver, aunque el hecho de que nodejara de llorar tampoco la hacíademasiado adorable. Es todo mucho máscomplicado, aunque claro está, a ella nopuedo explicárselo. En cualquier caso,supongo que ésta es una de las razonespor las que he estado recluida, paraevitar ver a los Watson. Una parte de míespera que simplemente se muden. Séque a ella no le gusta nada vivir aquí:odia la casa, odia vivir entre las cosasde la exesposa de él, odia los trenes.

Me detengo en la esquina y mequedo mirando el paso subterráneo. Eseolor a frío y humedad siempre meprovoca un pequeño escalofrío. Es comolevantar una roca para ver qué haydebajo: humedad, gusanos y tierra. Merecuerda a cuando de niña jugaba en eljardín y buscaba ranas en el estanquecon Ben. La calle está despejada —nohay señal alguna de Tom o Anna—, y laparte de mí que no puede resistirse a unpoco de melodrama se siente algodecepcionada.

Tarde

Scott acaba de llamar para decir que sequedará a trabajar hasta tarde, lo cual noera lo que quería oír. Me sientointranquila, llevo así todo el día. Nopuedo estarme quieta. Necesitaba quevolviera a casa y me tranquilizara, peroahora todavía tardará unas horas más.Mi mente no va a dejar de dar vueltas ymás vueltas y más vueltas y sé que meespera otra noche en vela.

No puedo limitarme a permaneceraquí sentada mirando los trenes, estoydemasiado agitada. El corazón me va amil por hora, como si fuera un pájarointentando escapar de su jaula. Mepongo las chanclas, desciendo a laplanta baja y salgo a la calle. Son más o

menos las siete y media y por la calletodavía hay algunos trabajadoresrezagados de vuelta a casa. No haynadie más a la vista, aunque se puedenoír los gritos de los niños jugando en losjardines traseros, aprovechando losúltimos rayos del sol veraniego antes deque los llamen para ir a cenar.

Recorro la calle rumbo a la estación,me detengo un momento delante delnúmero 23 y pienso en llamar al timbre.¿Qué diría? ¿Que me he quedado sinazúcar? ¿Si les apetece charlar? Tienenlas persianas medio abiertas, pero noveo a nadie dentro.

Sigo adelante en dirección a laesquina y, sin pensar realmente en ello,

continúo hasta el paso subterráneo. Justocuando estoy recorriéndolo, pasa un trenpor encima. Es glorioso: parece unterremoto, lo puedo sentir en el centrodel cuerpo, revolviéndome la sangre.Entonces bajo la mirada y advierto queen el suelo hay algo. Es una cinta para lacabeza de color púrpura, muy usada ydada de sí. La habrá tirado un corredor,pero algo en ella me provocaescalofríos y quiero salir de ahí a todaprisa y volver a estar bajo la luz del sol.

De camino a casa, lo veo pasar a milado con el coche. Nuestras miradas seencuentran un segundo y me sonríe.

RACHEL

Viernes, 12 de julio de 2013Mañana

Estoy agotada y con la cabezaabotargada por el sueño que tengo.Cuando bebo, apenas puedo dormir.Pierdo completamente el conocimientodurante una hora o dos y luego medespierto, presa del miedo y asqueadaconmigo misma. Los días en los que nobebo nada, en cambio, por la noche mequedo sumida en el más pesado de los

sueños y caigo en una profundainconsciencia. Al día siguiente, noconsigo despertarme del todo y continúoadormilada durante horas, a vecesincluso todo el día.

Hoy hay poca gente en mi vagón yninguna en mi vecindad inmediata.Nadie me está mirando, así que apoyo lacabeza contra el cristal y cierro los ojos.

El chirrido de los frenos del tren medespierta. Estamos en el semáforo. Aesta hora de la mañana, en esta épocadel año, el sol ilumina directamente laparte posterior de las casas que hayjunto a las vías, inundándolas de luz.Casi puedo sentir la calidez de esosrayos de sol matutinos en el rostro y los

brazos mientras permanezco sentada a lamesa del desayuno, delante de Tom, conlos pies sobre los suyos porque siempreestán mucho más calientes que los míosy con la mirada puesta en el periódico.Él me sonríe y yo me sonrojo; noto cómoel rubor se extiende desde mi pechohasta el cuello, tal y como siempre hacíacuando él me miraba de un mododeterminado.

Parpadeo con fuerza y Tomdesaparece. Todavía estamos en elsemáforo. Veo a Jess en el jardín y,detrás de ella, a un hombre que sale decasa. Lleva algo en las manos —una tazade café, quizá— y, al mirarle bien lacara, me doy cuenta de que no se trata de

Jason. Este hombre es más alto, másdelgado, más oscuro. Debe de ser unamigo de la familia; o quizá un hermanode ella, o de Jason. El tipo se inclina ydeja la taza sobre la mesa metálica delpatio. Tal vez se trata de un primo deAustralia que ha venido a pasar un parde semanas, o el más viejo amigo deJason (que hizo de padrino en su boda).Jess se acerca a él, coloca las manosalrededor de su cintura y le da un largo yprofundo beso. El tren se pone enmarcha.

No me lo puedo creer. Cuando porfin consigo coger aire, me doy cuenta deque había estado conteniendo larespiración. ¿Por qué iba ella a hacer

algo así? Jason la quiere, lo sé, sonfelices. No puedo creerme que ella lehaga eso, él no se lo merece. Siento unaprofunda decepción, como si la personaengañada hubiera sido yo. Un dolorfamiliar me inunda el pecho. Ya me hesentido antes así. A una escala mayor yun nivel más intenso, claro está, perorecuerdo este tipo de dolor. Esimposible olvidarse de él.

Lo descubrí del modo que todo elmundo parece descubrirlo hoy en día: undespiste electrónico. A veces se trata deun mensaje de texto o de voz, en mi casofue un email (ese equivalente modernodel lápiz de labios en el cuello). Fue unaccidente, no estaba fisgoneando. Tenía

prohibido tocar el ordenador de Tomporque él temía que le pudiera borrarpor error algo importante, o abrir algoque no debiera y descargar con ello unvirus, un troyano o algo así.

«La tecnología no es tu punto fuerte,¿verdad, Rach?», dijo una vez que borrésin querer todos los contactos de sucuenta de correo electrónico. Así pues,no debía tocar su ordenador. Pero esedía estaba haciendo algo bueno, sóloquería compensarlo por haber estadoúltimamente un poco arisca y difícil.Había planeado hacer una escapada paracelebrar nuestro cuarto aniversario, unviaje para recordar cómo éramos antes.Quería que fuera una sorpresa, de modo

que tuve que mirar su agenda de trabajo.Tuve que hacerlo.

No estaba fisgoneando. Mi intenciónno era pillarlo ni nada de eso. No queríaconvertirme en una de esas lamentablesesposas recelosas que rebuscan en losbolsillos de sus maridos. Una vez,contesté su móvil mientras él estaba enla ducha y él se enfadó mucho y meacusó de no confiar en él. Pareciósentirse realmente dolido, de modo queme sentí fatal.

Necesitaba ver su agenda de trabajoy él había dejado su portátil encendidoporque llegaba tarde a una reunión. Erala oportunidad perfecta, de modo queeché un vistazo en su calendario y anoté

algunas fechas. Cuando cerré la ventanade la agenda, la de su cuenta de correoelectrónico con la sesión abierta quedóa plena vista. El último email recibidoera de [email protected]. Lo abrí.XXXXX. Eso era todo: una línea deequis. Al principio, pensé que se tratabade correo basura, pero luego me dicuenta de que eran besos.

Era la respuesta a un email que élhabía enviado hacía unas pocas horas,justo antes de las siete, cuando yotodavía estaba durmiendo.

Anoche me quedé dormidopensando en ti, soñando con quebesaba tu boca, tus pechos, el

interior de tus muslos. Aldespertarme esta mañana, túseguías ocupando mispensamientos y me moría portocarte. No esperes que estécuerdo, no puedo, no sin ti.

Revisé sus emails: había docenasescondidos en una carpeta llamada«Admin». Descubrí que la mujer sellamaba Anna Boyd y que mi maridoestaba enamorado de ella. Eso era loque él le decía frecuentemente. Tambiénque nunca antes se había sentido así, quese moría de ganas de estar con ella, quedentro de poco estarían juntos.

No tengo palabras para describir lo

que sentí aquel día, pero ahora, sentadaen el tren, me invade la furia. Me clavolas uñas en las palmas de las manos ylas lágrimas acuden a mis ojos. Sientouna oleada de intensa ira. Tengo lasensación de que algo me ha sidoarrebatado. ¿Cómo ha podido hacerlo?¿Cómo ha podido Jess hacer algo así?¿Qué diantre le pasa? ¡Con la vida quetienen! ¡Es realmente maravillosa!Nunca he comprendido cómo la gentepuede ignorar como si tal cosa el dañoque causa al seguir el dictado de sucorazón. ¿Quién ha dicho que hacer esosea algo bueno? Es puro egoísmo, merointerés personal por conquistarlo todo.Me inunda el odio. Si viera a esa mujer

ahora, si viera a Jess, le escupiría en lacara. Le arrancaría los ojos.

Tarde

Hay un problema en la línea. Hancancelado el tren rápido de las 17.56 aStoke, de modo que sus pasajeros hanocupado el mío y van apretujados de pieen el vagón. Afortunadamente, heconseguido asiento, pero es de pasillo,no de ventanilla, así que ahora haycuerpos pegados a mi hombro y mirodilla, invadiendo mi espacio. Siento elimpulso de obligarlos a retroceder, delevantarme y empujarlos. El calor ha ido

en aumento todo el día, asfixiándomecada vez más. Me siento como sirespirara a través de una máscara. Todaslas ventanas del vagón están abiertas y, apesar de que estamos en marcha, pareceque no haya aire. Es como si fuéramosencerrados en una caja metálica. Mispulmones no tienen suficiente aire.Siento náuseas. Sigo pensando en laescena de la cafetería. Me siento comosi todavía estuviera ahí, viendo laexpresión de sus rostros.

Culpo a Jess. Esta mañana seguíaobsesionada con el asunto. No podíadejar de pensar en lo que le había hechoa Jason y en la pelea que tendríancuando él lo descubriera y su mundo —

como antaño el mío— se hicierapedazos. Iba absorta en mispensamientos sin fijarme por dónde ibay, sin darme cuenta, me he metido en lacafetería a la que acude todo HuntingdonWhitely. No los he visto hasta queestaba en la puerta y, para entonces, yaera demasiado tarde: me estabanmirando. Han abierto los ojos comoplatos durante una fracción de segundo,pero rápidamente han fingido unasonrisa. El triunvirato de incomodidadformado por Martin Miles, Sasha yHarriet ha comenzado a hacerme señas ya indicarme que me acercara.

—¡Rachel! —ha dicho Martinextendiendo los brazos y dándome un

abrazo.No me lo esperaba y mis brazos han

quedado atrapados entre ambos,incómodamente apretujados contra sucuerpo. Sasha y Harriet me han sonreídoy me han dado un par de vacilantesbesos en la mejilla, procurando noacercar demasiado el rostro al mío.

—¿Qué estás haciendo aquí?Durante un momento excesivamente

largo, me he quedado en blanco. Hebajado la mirada al suelo, he notado queme sonrojaba y, al darme cuenta de queestaba empeorando la situación, hefingido una sonrisa y he dicho:

—Una entrevista. Una entrevista.—¡Oh! —Martin no ha conseguido

ocultar su sorpresa, mientras que Sashay Harriet han asentido y sonreído—.¿Con quién?

No he conseguido recordar elnombre de ninguna empresa derelaciones públicas. Ni una sola.Tampoco el de ninguna inmobiliaria (yya no digamos una en la que fueraplausible que estuvieran contratandopersonal). Me he limitado a quedarmeahí de pie, frotándome el labio inferiorcon el dedo índice y negando con lacabeza hasta que finalmente Martin hadicho:

—Es alto secreto, ¿no? Algunasempresas son así de raras, ¿verdad? Noquieren que uno diga nada hasta que los

contratos están firmados y todo esoficial.

Eso era una gilipollez y él lo sabía.Lo ha dicho para salvarme y nadie se loha tragado, pero todo el mundo ha hechover que sí y ha asentido. Avergonzadasde mí, Harriet y Sasha no dejaban demirar la puerta por encima de mihombro en busca de una escapatoria.

—Será mejor que vaya a pedir micafé —he dicho—. No quiero llegartarde.

Martin me ha colocado la manosobre mi antebrazo y ha afirmado:

—Me alegro de verte, Rachel. —Sucompasión era casi palpable. Hastaestos últimos uno o dos años no me

había dado cuenta de lo vergonzoso queresulta que se compadezcan de una.

Mi plan para esa mañana consistíaen ir a la biblioteca de Holborn, enTheobalds Road, pero después de eseencuentro ya no tenía ánimos para ello,así que he optado por ir a Regents Park.Una vez ahí, me he dirigido al extremomás lejano —cerca del zoo—, me hesentado bajo la sombra de un sicomoro yme he puesto a pensar en todas las horasque se extendían ante mí mientrasrecordaba la conversación de lacafetería y la expresión en el rostro deMartin cuando se ha despedido de mí.

No debía de llevar ni media hora enel parque cuando de repente ha sonado

el móvil. Era otra vez Tom, esta vezllamándome desde el fijo de casa. Heintentado visualizarlo trabajando con elportátil en nuestra soleada cocina, perola imagen se ha visto arruinada por lasintrusiones de su nueva vida: ella estaríarondando a su alrededor, haciendo té odando de comer a la pequeña. Así pues,he dejado que saltara el buzón de voz yhe vuelto a guardar el móvil en el bolso.No quería volver a oír a Tom, hoy no: yaestaba siendo un día lo bastante horribley todavía no eran las diez y media de lamañana. Sin embargo, al cabo de tresminutos he vuelto a coger el móvil paraconsultar el buzón de voz. Me hepreparado para lo doloroso que todavía

me resulta oír su voz —esa vozantiguamente risueña y luminosa y queahora utiliza sólo para regañarme,consolarme o mostrarme su compasión—, pero no era él.

—Rachel, soy Anna. —He colgadode golpe.

De repente, me costaba respirar y nohe podido evitar que los pensamientosse arremolinaran en mi cabeza ni que mepicara la piel, de modo que me hepuesto en pie y he ido hasta el colmadode Titchfield Street. Allí he compradocuatro latas de gin-tonic y, tras regresaral parque, he abierto la primera, me lahe bebido tan rápido como he podido yrápidamente he abierto la segunda. Todo

de espaldas al sendero para no ver a loscorredores, a las madres con cochecitoso a los turistas, pues si no los veía podíafingir que ellos tampoco me veían a mí,como si fuera una niña. Entonces hevuelto a llamar al buzón de voz.

—Rachel, soy Anna. —Una largapausa—. Necesito hablar contigo sobrelas llamadas. —Otra larga pausa. Tal ycomo suelen hacer las esposas y lasmadres ocupadas, mientras hablabaconmigo estaba haciendo otra cosa:recogiendo la casa, cargando ellavavajillas…—. Mira, sé que lo estáspasando mal —ha dicho, como si ella notuviera nada que ver con mi dolor—,pero no puedes llamarnos continuamente

por la noche. —Su tono de voz eracortante e irritado—. Cuando llamas, nosólo nos despiertas a nosotros, sinotambién a Evie, y eso es inaceptable.Últimamente nos está costando muchoque se duerma. —Últimamente nos estácostando mucho que se duerma. Nos. Anosotros. A nuestra pequeña familia.Con nuestros problemas y nuestrasrutinas. Puta zorra. Es un cuco que dejósu huevo en mi nido. Me lo quitó todo,absolutamente todo, ¿y ahora me llamapara decirme que mi sufrimiento laincomoda?

En cuanto me he terminado lasegunda lata, he abierto la tercera. Pordesgracia, el dichoso bienestar

provocado por la presencia del alcoholen el flujo sanguíneo tan sólo ha duradounos minutos y luego me he comenzado asentir mal. Estaba yendo demasiadodeprisa, incluso para mí, y he tenido quebajar el ritmo; si no lo hacía, iba a pasaralgo malo. Haría algo de lo que mearrepentiría. La llamaría y le diría queno me importa ella, ni me importa sufamilia, ni me importa si su hija novuelve a dormir bien el resto de su vida.Le diría que la frase que Tom utilizó conella —«No esperes que esté cuerdo»—también la había utilizado conmigo alprincipio de nuestra relación; me laescribió en una carta en la que medeclaraba su imperecedera pasión. Y ni

siquiera era suya: la había copiado deHenry Miller. Todo lo que ella tenía erade segunda mano. Me gustaría sabercómo le hacía sentir eso. Me gustaríallamarla y preguntárselo: ¿cómo tesienta, Anna, vivir en mi casa, rodeadade los muebles que compré yo, dormiren la cama que compartí con él duranteaños, dar de comer a tu hija en la mesade la cocina sobre la que me follaba?

Todavía me parece increíble quedecidieran quedarse ahí, en esa casa, enmi casa. Cuando Tom me lo dijo, nopodía creérmelo. A mí me encantaba esacasa. Era la que insistí quecompráramos a pesar de su localización.Me gustaba estar cerca de las vías y ver

pasar los trenes. Me encantaba susonido; no el aullido del exprésinterurbano, sino el anticuado traqueteode los viejos trenes. Tom me dijo que nosiempre sería así, que poco a poco iríanactualizando la línea y al final sólohabría trenes rápidos, pero a mí mecostaba creer que eso fuera a pasar. Yome habría quedado ahí cuando nosdivorciamos. Si hubiera tenido eldinero, le habría comprado a Tom suparte. Pero no lo tenía y no encontramosun comprador que pagara un preciodecente, de modo que fue él quiencompró mi parte y ambos decidieronquedarse. Imagino que ella debía desentirse muy segura de sí misma y de

ambos para que no le molestara caminarpor donde lo había hecho otra mujer.Está claro que no me considera unaamenaza. Pienso en Ted Hugues y en elhecho de que acogiera a Assia Wevill enla casa que él había compartido conPlath. La imagino a ella llevando lasropas de Sylvia, o peinándose con sucepillo. Me entran ganas de llamar aAnna y recordarle que Assia terminómetiendo la cabeza en el horno, igualque Sylvia.

Debo de haberme quedado dormidaarrullada por los gin-tonics y el sol. Depronto, me he despertado con unsobresalto y he comenzado a buscardesesperadamente el bolso. Todavía

estaba ahí. Me picaba la piel; estaballena de hormigas. Las tenía en el pelo,en el cuello y en el pecho. Me he puestode pie de un salto mientras me lasquitaba de encima a palmetazos. Dosadolescentes que jugaban a la pelota aunos veinte metros se han detenido paramirarme y se han puesto a reír.

El tren frena. Estamos casi delantede la casa de Jess y Jason, pero nopuedo ver nada por la ventana porquehay demasiada gente en medio. Mepregunto si estarán en casa y si él ya seha enterado y se ha marchado, o sitodavía está viviendo una vida que esuna mentira.

Sábado, 13 de julio de 2013Mañana

Sin mirar siquiera el reloj, sé que sonalrededor de las ocho de la mañana. Losé por la luz, los sonidos de la calle queoigo a través de la ventana y el ruidoque hace Cathy al pasar el aspirador enel pasillo. Todos los sábados, sedespierta pronto para limpiar la casa. Yasea su cumpleaños o el día del JuicioFinal, Cathy se despertará pronto paralimpiar. Dice que es catártico, que lapredispone a pasar un buen fin desemana y que, como lo hace conmovimientos aeróbicos, así ya no le

hace falta ir al gimnasio.A mí que pase la aspiradora tan

pronto no me importa, pues tampocoestaría dormida. Por las mañanas nopuedo dormir; soy incapaz de dormitartranquilamente hasta el mediodía. Suelodespertarme de golpe, con la respiraciónagitada, el corazón a mil por hora y unsabor rancio en la boca y, de inmediato,sé que ya está: estoy despierta. Cuantomás inconsciente deseo estar, menosposible resulta. La vida y la luz no me lopermiten. Permanezco un rato tumbadaen la cama, escuchando el ruido de laapremiante y alegre actividad de Cathy,y pienso en la pila de ropa que hay a unlado de las vías y en Jess besando a su

amante bajo la luz matutina.El día se extiende ante mí y no sé

con qué ocuparlo.Podría ir al mercadillo de granjeros

que hay en Broad, comprar carne devenado y panceta y pasarme el díacocinando.

Podría sentarme en el sofá con unataza de té y ver Saturday Kitchen en latele.

Podría ir al gimnasio.Podría rehacer mi currículo.Podría esperar a que Cathy se fuera

de casa, ir al colmado y comprar dosbotellas de Sauvignon Blanc.

En mi otra vida, también medespertaba temprano. Abría los ojos con

el sonido del tren de las 8.04, y, sillovía, me quedaba un momentoescuchando el ruido de la lluvia en laventana mientras lo sentía detrás de mí,dormido, cálido y duro. Luego, él iba abuscar los periódicos y yo hacía huevosrevueltos, nos sentábamos a la mesa dela cocina a tomar té, íbamos al pub aalmorzar tarde y finalmente nosquedábamos dormidos delante de la telecon las extremidades entrelazadas.Imagino que para él ahora las cosas sondistintas. Los sábados ya no debe dedisfrutar de sexo perezoso ni de huevosrevueltos. En vez de eso, ahora disfrutade otro tipo de felicidad: unabalbuceante niña pequeña tumbada entre

él y su esposa. Ahora su hija debe deestar aprendiendo a hablar yseguramente no dejará de decir papá ymamá y palabras de un lenguaje secretoincomprensible para todo el mundosalvo sus padres.

El dolor es sólido y pesado, losiento en medio del pecho. No puedoesperar a que Cathy se vaya de casa.

Tarde

Voy a ir a ver a Jason.Me he pasado todo el día en el

dormitorio, esperando a que Cathy sefuera de casa para poder beber algo,

pero no lo ha hecho. Ha permanecidotoda la tarde sentada en el salón,«poniéndose al día con el papeleo». Aúltima hora de la tarde, yo ya no podíasoportar más el encierro ni elaburrimiento, de modo que le he dichoque iba a dar un paseo y he ido alWheatsheaf, el pub grande y anónimoque hay junto a High Street. Allí me hetomado tres grandes vasos de vino y doschupitos de Jack Daniel’s. Luego he idohasta la estación, he comprado un par delatas de gin-tonic y he subido al tren.

Voy a ir a ver a Jason.No voy a visitarlo; mi intención no

es presentarme en su casa y llamar a lapuerta. Nada de eso. No voy a cometer

ninguna locura. Sólo quiero pasar pordelante de su casa con el tren. No tengonada más que hacer y no me apetecevolver a casa. Sólo quiero verlo. Sóloquiero verlos.

No es una buena idea. Sé que no esuna buena idea.

Pero ¿qué daño puede hacer?Iré a Euston, daré la vuelta y

regresaré. (Me gustan los trenes, ¿quétiene eso de malo? Los trenes sonmaravillosos).

Antes, cuando todavía era yo misma,solía soñar con que hacía románticosviajes en tren con Tom. (La Línea deBergen para celebrar nuestro quintoaniversario, el Tren Azul para celebrar

sus cuarenta años).Un momento, vamos a pasar por

delante.Tienen las luces encendidas, pero no

puedo ver demasiado bien. (Veo doble.Cierro un ojo. Mejor).

¡Ahí están! ¿Es ése él? Están en laterraza, ¿no? ¿Es ése Jason? ¿Es ésaJess?

Quiero acercarme, no veo bien.Quiero estar más cerca de ellos.

No voy a ir hasta Euston. Voy a bajaren Witney. (No debería bajar en Witney,es demasiado peligroso, ¿y si Tom oAnna me ven?).

Voy a bajar en Witney.No es una buena idea.

Es una idea muy mala.En el vagón hay un hombre de pelo

rubio pajizo tirando a pelirrojo que mesonríe. Me gustaría decirle algo, perolas palabras no dejan de evaporarse ydesaparecer de mi lengua antes de quetenga siquiera oportunidad depronunciarlas. Puedo saborearlas, perono sé si son dulces o amargas.

¿Es eso una sonrisa o una mueca dedesdén? No lo tengo claro.

Domingo, 14 de julio de 2013Mañana

Siento los latidos del corazón en la basede la garganta, molestos y ruidosos.Tengo la boca seca y tragar saliva meresulta doloroso. Me pongo de lado, decara a la ventana. Las cortinas estánechadas, pero aun así la luz me hacedaño en los ojos. Me llevo la mano a lacara y me presiono los párpados con losdedos para mitigar el dolor de cabeza.Tengo las uñas sucias.

Algo va mal. Durante un segundo,me siento como si me estuviera cayendo,como si la cama hubiera desaparecidode debajo de mi cuerpo. Anoche sucedióalgo. Aspiro bruscamente y meincorporo de golpe; el corazón me latecon fuerza y siento palpitaciones en la

cabeza.Espero un momento a que lleguen los

recuerdos. A veces tardan un rato. Otrasestán ante mis ojos al cabo de unossegundos. En alguna ocasión, ni siquieraconsigo evocarlos.

Pasó algo, algo malo. Hubo unadiscusión. A gritos. ¿Puñetazos? No losé, no lo recuerdo. Fui al pub, subí altren, llegué a la estación, salí a la calle.Blenheim Road. Fui a Blenheim Road.

Siento una oleada de oscuro pavor.Pasó algo, lo sé. No puedo

recordarlo, pero lo noto. Me duele elinterior de la boca, como si me hubieramordido la parte interna de los carrillos,y la lengua tiene un sabor metálico.

Tengo náuseas y me siento mareada. Mepaso las manos por el pelo y recorro elcuero cabelludo. Me encojo de dolor.Tengo un chichón en la parte derecha dela cabeza. Y el pelo apelmazado desangre.

Tropecé, eso es. En la escalera, enla estación de Witney. ¿Me golpeé en lacabeza? Recuerdo ir en el tren, perodespués de eso hay un abismo negro, unvacío. Respiro hondo e intento ralentizarmis pulsaciones y sofocar el pánico quecrece en mi pecho. ¿Qué hice? Fui alpub, me subí al tren. Había un hombre,ahora lo recuerdo. Pelirrojo. Me sonrió.Creo que me dijo algo, pero no meacuerdo de qué. Hay algo más

relacionado con este tipo y su recuerdo,pero no consigo saber de qué se trata, noconsigo evocarlo en medio de la negrurade mi mente.

Estoy asustada, pero no estoy segurade qué, lo cual todavía exacerba más elmiedo que siento. Ni siquiera sé si hayalgo de lo que tener miedo. Miro a mialrededor. Mi móvil no está en la mesitade noche. Mi bolso no está en el suelo.Tampoco en el respaldo de la silladonde suelo dejarlo. Pero si estoy encasa, es que tenía las llaves, así que nodebí de perderlo.

Me levanto de la cama. Estoydesnuda. Me miro en el espejo decuerpo entero del armario. Me tiemblan

las manos. Tengo el rímel corrido porlas mejillas y un corte en el labioinferior. También moratones en laspiernas. Siento náuseas. Me vuelvo asentar en la cama y coloco la cabezaentre las rodillas para que se me pasen.Luego me pongo otra vez en pie, cojo mibata y entreabro la puerta de lahabitación. El apartamento está ensilencio. Por alguna razón, estoy segurade que Cathy no está. ¿Me dijo que sequedaría en casa de Damien? Tengo lasensación de que sí, aunque no puedorecordar cuándo. ¿Antes de que yosaliera de casa? ¿O hablé con elladespués? Salgo al pasillo con cuidadode no hacer ruido. Veo que la puerta del

dormitorio de Cathy está abierta. Echoun vistazo. La cama está hecha. Esposible que ya se haya levantado y lahaya hecho, pero no creo que pasaraaquí la noche, lo cual supone ciertoalivio. Si no está aquí, anoche no me vioni me oyó llegar y no sabe lo mal queiba. Esto no debería importarme, pero lohace: la vergüenza que siento por unincidente es proporcional no sólo a lagravedad de la situación sino al númerode personas que fueron testigos delmismo.

En lo alto de la escalera me vuelvo asentir mareada y me cojo con fuerza a labarandilla. Es uno de mis grandesmiedos (junto con desangrarme

internamente cuando por fin me revienteel hígado): caer por la escalera yromperme el cuello. Pensar en ello haceque vuelva a sentir náuseas. Quierotumbarme, pero antes necesito encontrarel bolso y consultar el móvil. Al menoshe de asegurarme de que no perdí lastarjetas de crédito. También necesitosaber a quién llame y cuándo. Veo mibolso tirado en el pasillo, frente a lapuerta de entrada. Mis pantalonesvaqueros y mi ropa interior descansan asu lado formando una pila de ropaarrugada. Desde el pie de la escalerapuedo oler la orina. Cojo el bolso ybusco el móvil. Gracias a Dios, estádentro junto con un puñado de billetes

de veinte arrugados y un pañuelo depapel manchado de sangre. Vuelvo asentir náuseas. Esta vez son más fuertes:siento la bilis en la garganta y salgocorriendo, pero no consigo llegar alcuarto de baño y al final vomito sobre lamoqueta en mitad de la escalera.

He de tumbarme. Si no lo hago, medesmayaré y me caeré. Ya limpiaréluego.

En mi habitación, enchufo el móvil yme tumbo en la cama. Lenta ycuidadosamente, alzo las piernas parainspeccionarlas. Hay unos cuantosmoratones por encima de la rodilla, peroson los habituales de cuando voybebida, los que me suelo hacer al

tropezar con cosas. Las oscuras marcasovaladas que tengo en la parte superiorde los brazos son más preocupantes.Parecen huellas dactilares. Ahora bien,su origen no tiene por qué ser a la fuerzasiniestro. Ya las he tenido antes.Normalmente, se deben a que alguien meha ayudado a levantarme tras una caída.La herida de la cabeza parece másgrave, pero podría habérmela hecho alentrar en un coche. Quizá cogí un taxipara venir a casa.

Cojo el móvil. Hay dos mensajes. Elprimero es de Cathy, lo recibí justodespués de las cinco y me preguntadónde me he metido. Dice que va apasar la noche en casa de Damien y que

ya me verá mañana. También que esperaque no esté bebiendo sola. El segundo esde Tom y lo recibí a las diez y cuarto.Casi se me cae el teléfono al oír su voz:está gritando.

—Por el amor de Dios, Rachel, ¿quécoño pasa contigo? Ya he tenidobastante, ¿lo entiendes? Me acabo depasar una hora en el coche buscándote.Has asustado a Anna. Ella pensaba queibas a… Pensaba que… Ya no sé quépuedo hacer para que no llame a lapolicía. Déjanos en paz. Deja dellamarme, deja de venir a casa, déjanosen paz de una vez. No quiero hablarcontigo. ¿Me entiendes? No quierohablar contigo, no quiero verte, no

quiero que te acerques a mi familia.Puedes arruinar tu vida si quieres, perono vas a arruinar la mía. Ya no. Nopienso seguir protegiéndote, ¿loentiendes? Mantente alejada denosotros.

No sé a qué viene todo esto. ¿Quéhice ayer? ¿Qué estuve haciendo entrelas cinco y las diez y cuarto? ¿Qué lehice a Anna? Me tapo la cabeza con eledredón y cierro los ojos con fuerza. Meimagino a mí misma yendo a su casa,recorriendo el pequeño sendero que hayentre su jardín y el del vecino y saltandopor encima de la cerca. Luego me veoabriendo las puertas correderas delpatio y colándome sigilosamente en su

cocina. Anna está sentada a la mesa. Laagarro por detrás, enrollo la mano en sulargo pelo rubio y, tirando con fuerza, latumbo en el suelo y le hago añicos lacabeza contra los duros y fríos azulejos.

Tarde

Alguien está gritando. A juzgar por elángulo de la luz que entra por la ventanade mi dormitorio, he estado dormidamucho rato. Ya debe de ser última horade la tarde, o primera del anochecer. Meduele la cabeza. Hay sangre en mialmohada. Oigo los gritos de alguien enla planta baja.

—¡No me lo puedo creer! ¡Por elamor de Dios! ¡Rachel! ¡RACHEL!

Me he quedado dormida sin limpiarantes el vómito de la escalera ni recogerla ropa del vestíbulo. Oh, Dios. Oh,Dios.

Me pongo unos pantalones dechándal y una camiseta. Cuando abro lapuerta del dormitorio, Cathy estádelante, esperándome. Al verme, parecesentirse horrorizada.

—¿Qué diantre te ha pasado? —dice, y luego levanta la mano—. Enrealidad, Rachel, lo siento, pero noquiero saberlo. No puedo aguantar estoen mi casa. No puedo aguantar… —Secalla, pero echa un vistazo por encima

del hombro hacia la escalera.—Lo siento —digo—. Lo siento

mucho. Estaba muy enferma y pretendíalimpiarlo…

—No estabas enferma, ¿verdad? Loque estabas es borracha. O teníasresaca. Lo siento, Rachel. No puedoaguantarlo más. No puedo vivir así. Vasa tener que marcharte, ¿de acuerdo? Tedaré cuatro semanas para que encuentresotro lugar, pero tienes que irte. —Se dala vuelta y se dirige hacia su dormitorio—. Y por el amor de Dios, limpia esedesastre. —Se marcha a su dormitorio ycierra tras de sí la puerta de un portazo.

Cuando termino de limpiarlo todo,vuelvo a mi habitación. La puerta del

dormitorio de Cathy está cerrada, pero através de ella puedo sentir su silenciosarabia. Yo también estaría furiosa si alllegar a casa me encontrara con unasbragas empapadas de orina y un charcode vómito en la escalera. Me siento enla cama, abro el ordenador portátil yentro en mi cuenta de correo electrónicocon la intención de escribirle un email ami madre. Creo que finalmente hallegado el momento. He de pedirleayuda. Si me mudara con ella, no podríaseguir así, tendría que cambiar, tendríaque mejorar. Pero no me salen laspalabras. No se me ocurre cómoexplicarle todo esto. Imagino su rostromientras lee mi petición de ayuda, la

amarga decepción, la exasperación. Casipuedo oír cómo suspira.

Mi móvil emite un pitido. Se trata deun mensaje recibido hace horas. Vuelvea ser Tom. No quiero oír lo que tieneque decirme, pero he de hacerlo, nopuedo ignorarlo. Los latidos del corazónse me aceleran mientras llamo a mibuzón de voz, preparándome para lopeor.

—¿Puedes llamarme, Rachel? —Yano parece enfadado y mi corazón setranquiliza un poco—. Sólo quieroasegurarme de que llegaste bien a casa.Anoche ibas muy mal. —Se oye un largoy sentido suspiro—. Mira, siento habertegritado, las cosas se pusieron un poco…

tensas. Lo siento mucho, Rachel, deverdad, pero esto ha de terminar.

Vuelvo a reproducir el mensaje otravez y se me saltan las lágrimas al oír laamabilidad de su voz. Pasa mucho ratohasta que dejo de llorar y puedo escribirun mensaje de texto diciéndole que losiento mucho y que estoy en casa. No séqué más decir porque no sé exactamentequé es lo que lamento. Desconozco quées lo que le hice a Anna, cómo la asusté.La verdad es que tampoco me importamucho, pero sí me preocupa que Tom seenfade. Después de todo lo que hapasado, merece ser feliz. Nunca leenvidiaré su felicidad, sólo desearía quepudiéramos disfrutarla juntos.

Permanezco tumbada en la cama yme meto debajo del edredón. Quierosaber qué es lo que pasó; me gustaríasaber qué es lo que lamento. Intentodesesperadamente encontrarles sentido amis elusivos recuerdos fragmentarios.Estoy segura de que estuve involucradaen una discusión o de que fui testigo deuna. ¿Fue con Anna? Me llevo los dedosa la herida de la cabeza y el corte dellabio. Casi puedo verlo, casi puedo oírlas palabras, pero el recuerdo vuelve aeludirme. No consigo evocarlo. Cadavez que estoy a punto de hacerlo, seoculta de nuevo en las sombras y quedafuera de mi alcance.

MEGAN

Martes, 2 de octubre de 2012Mañana

Va a llover pronto, lo noto. Mecastañetean los dientes y tengo laspuntas de los dedos blancas yamoratadas. Pero no pienso entrar encasa. Aquí se está bien, es catártico,purificador, como un baño de hielo. Encualquier caso, pronto regresará Scott yme llevará adentro. Luego me envolveráen mantas, como si fuera una niña.

Anoche, de vuelta a casa, sufrí unataque de pánico. En la calle, había unmotorista que no dejaba de dar gas una yotra vez, un coche rojo que avanzabalentamente, como si su conductorbuscara prostitutas en la acera, y dosmujeres con cochecitos que mebloqueaban el paso. No podía rodearlas,de modo que bajé a la calzada y casi meatropella otro coche que venía en ladirección opuesta y que no había visto.El conductor tocó el claxon y me gritóalgo. De repente, comencé a respirarcon dificultad, el corazón se me aceleróy sentí retortijones en el estómago, comocuando te has tomado una pastilla y estáa punto de hacerte efecto: ese subidón

de adrenalina que te hace sentirindispuesta, excitada y asustada a la vez.

Apreté a correr hacia casa y, nadamás entrar, la atravesé de punta a puntaen dirección a las vías y me senté en eljardín a la espera de que pasara el tren ysu traqueteo se llevara los demás ruidos.Esperé que Scott viniera y me calmara,pero no estaba en casa. Intenté saltar lacerca porque quería sentarme un rato enel otro lado, donde nunca hay nadie,pero me hice un corte en la mano, demodo que entré en casa. Luego llegóScott y me preguntó qué había pasado.Yo le dije que había estado fregando losplatos y se me había caído un vaso. Nome creyó y se disgustó mucho.

A medianoche me he levantado de lacama, he dejado a Scott durmiendo y hebajado a la terraza. He marcado elnúmero de mi psicólogo. Ha contestadocon voz al principio todavía adormilada,luego más alta, recelosa, preocupada,exasperada. Yo entonces he colgado y heesperado a ver si me llamaba de vuelta.No había ocultado mi número, de modoque he pensado que quizá lo haría. No loha hecho, así que he llamado otra vez, yluego otra vez, y luego otra vez más. Alfinal, me ha saltado el mensaje delcontestador de voz. En un tono insulso yformal, me informaba que me devolvería

la llamada en cuanto pudiera. Hepensado entonces en llamar a la consultay adelantar mi siguiente cita, pero nocreo que ni siquiera el sistemaautomatizado que tienen funcione enmitad de la noche, así que he vuelto a lacama. Ya no he dormido.

Esta mañana puede que vaya a CorlyWood para tomar algunas fotografías.Hoy ahí la atmósfera será neblinosa yoscura, así que debería poder conseguirunas cuantas fotos buenas. Luego quizápodría hacer varias postales e intentarvenderlas en la tienda de regalos deKingly Road. Scott no deja de decir queno he de preocuparme por el trabajo,que debería descansar. ¡Como si fuera

inválida! Lo último que necesito esdescansar. Necesito encontrar algo conlo que ocupar mis días. Sé lo quesucederá si no lo hago.

Tarde

En la sesión de esta tarde, el doctorAbdic —o Kamal, como me ha pedidoque lo llame— me ha sugerido quellevara un diario. Casi le digo que nopuedo hacerlo porque no me fío de quemi marido no lo lea. Por suerte no lo hehecho, pues eso habría sidotremendamente desleal con Scott. Peroes cierto. Nunca podría poner por

escrito las cosas que de verdad siento,pienso o hago. Valga un ejemplo: cuandoesta tarde he llegado a casa, miordenador portátil estaba caliente. Mimarido sabe borrar el historial debúsquedas del navegador y esas cosas,de modo que puede borrar sus pasosperfectamente, pero yo sé que antes demarcharme he apagado el ordenador. Haestado leyendo mis emails otra vez.

En realidad, me da igual, en ellos nohay nada importante. (Un montón decorreo basura de agencias de empleo yemails de Jenny de pilatespreguntándome si quiero unirme a suclub gastronómico de los jueves por lanoche: ella y unas amigas se turnan para

cocinarles una cena a las demás.Preferiría morir). Me da igual porqueasí confirma que no sucede nada, que noestoy haciendo nada raro. Y eso esbueno para mí —es bueno para los dos—, aunque no sea cierto. Además,tampoco puedo enfadarme con él porquetiene razones para mostrarse receloso.En el pasado, le he dado razones paraello y, probablemente, volveré ahacerlo. No soy una esposa modélica.No puedo serlo. No importa lo muchoque lo quiera, nunca será suficiente.

Sábado, 13 de octubre de2012

Mañana

Anoche dormí cinco horas. Hacía siglosque no dormía tanto. Lo raro es que,cuando llegué a casa por la tarde, estabatan inquieta que pensaba que me pasaríahoras dando vueltas en la cama. Mehabía dicho a mí misma que no volveríaa hacerlo, no después de la última vez,pero entonces lo vi y quise estar con él ypensé, ¿por qué no? No sé por quédebería contenerme. Hay mucha genteque no lo hace. Los hombres no lohacen. No quiero herir a nadie, pero unaha de ser sincera consigo misma, ¿no?Eso es lo único que estoy haciendo, ser

realmente sincera conmigo misma. Conmi verdadero yo, el que no conocen niScott, ni Kamal, ni nadie.

Anoche, después de la clase depilates, le pregunté a Tara si le apetecíair conmigo al cine algún día de lasemana que viene, y luego si leimportaría cubrirme.

—Si él me llama, ¿podrías decirleque he ido un momento al cuarto de bañoy que le devolveré la llamada en cuantopueda? Luego me avisas para que puedallamarlo y todos tan contentos.

Ella sonrió, se encogió de hombros ydijo:

—Está bien.Ni siquiera me preguntó adónde iba

o con quién. Realmente quiere ser amigamía.

Él había reservado una habitación enel Swan de Corly y quedamosdirectamente ahí. Hemos de tenercuidado, no podemos dejar que nospillen. Sería terrible para él, ledestrozaría la vida. Y para mí tambiénsería un desastre. No quiero pensar en loque haría Scott.

Luego quiso que le hablara sobre loque había sucedido cuando era joven yvivía en Norwich. En anterioresocasiones me había referido a ello, peroanoche quiso que le diera más detalles.Le expliqué algo, aunque no la verdad.Mentí, me inventé cosas, le conté todas

las sordideces que quería oír. Fuedivertido. No me siento mal por habermentido. Y, en cualquier caso, dudo quese lo creyera todo. Estoy segura de queél también miente.

Tumbado en la cama mientras yo mevestía, dijo:

—Esto no puede volver a pasar,Megan. Y lo sabes. No podemos seguirhaciendo esto.

Y tenía razón, sé que no podemos.No deberíamos, pero lo haremos. Y noserá la última vez. No me dirá que no.Estuve pensando en ello de camino acasa y eso es lo que más me gusta: elhecho de tener poder sobre alguien. Esoes lo que me resulta embriagador.

Tarde

Estoy en la cocina abriendo una botellade vino cuando de repente Scott seacerca por detrás, me coloca las manosen los hombros y dice:

—¿Cómo te ha ido con el psicólogo?Yo le digo que bien, que estamos

haciendo progresos. A estas alturas, yaestá acostumbrado a que no entre endetalles. Luego me pregunta si me lopasé bien anoche con Tara.

Como estoy de espaldas, no sé si melo pregunta de verdad o si sospechaalgo. En su tono de voz no puedo

detectar nada.—Es realmente encantadora —le

contesto—. Tú y ella os llevaríais bien.La semana que viene vamos al cine.Quizá después podría traerla a casa acomer algo.

—¿Y yo no estoy invitado al cine?—pregunta.

—Claro que sí —digo yo, y me doyla vuelta y lo beso en la boca—. Peroella quiere ver esa peli en la que saleSandra Bullock, así que…

—¡No digas más! Tráela luego acenar —dice, y noto cómo sus manos mepresionan ligeramente en la parte bajade la espalda.

Yo sirvo unas copas de vino y

salimos afuera. Nos sentamos uno allado del otro en el borde de la terraza,con los pies en la hierba.

—¿Está casada? —me pregunta.—¿Tara? No, está soltera.—¿No tiene novio?—No creo.—¿Novia? —me pregunta con una

ceja enarcada, y yo me río—. ¿Cuántosaños tiene?

—No sé —contesto—. Unoscuarenta.

—¿Y no tiene a nadie? Es un pocotriste.

—Mmm. Creo que es algo solitaria.—Siempre atraes a las solitarias,

¿no? Acuden directamente a ti.

—¿Ah, sí?—¿Tampoco tiene hijos? —me

pregunta, y no sé si me lo estoyimaginando, pero en cuanto sale el temade los niños creo percibir un cambio enel tono de su voz. Noto que se acercauna discusión y no quiero, ahora notengo fuerzas, de modo que me pongo enpie y le digo que coja las copas de vinoy vayamos al dormitorio.

Él viene detrás de mí y mientrassubimos la escalera yo me voy quitandola ropa. Cuando llegamos a la habitacióny me empuja a la cama ni siquiera estoypensando en él, pero no importa porqueno lo sabe. Soy lo bastante buena paraque no se dé cuenta.

RACHEL

Lunes, 15 de julio de 2013Mañana

Justo cuando yo iba a salir delapartamento esta mañana, Cathy me hallamado y me ha dado un pequeño yrígido abrazo. Creía que iba a decirmeque al final no me echaba, pero en vezde eso me ha dado una nota escrita amáquina en la que me comunicabaoficialmente mi desahucio, incluida lafecha límite. Mientras lo hacía, no ha

podido mirarme a los ojos. La verdad esque me ha sabido mal por ella, aunqueno tanto como por mí. Luego ha sonreídocon tristeza y me ha dicho:

—Odio hacerte esto, Rachel, deverdad.

Estaba siendo todo muy incómodo.Nos encontrábamos de pie en elvestíbulo (que, a pesar de mis esfuerzoscon la lejía, seguía oliendo un poco avómito) y me han entrado ganas dellorar, pero no quería hacerla sentirpeor, de modo que he sonreídoalegremente y le he contestado:

—No te preocupes. No suponeningún problema, en serio —como si meacabara de pedir un pequeño favor.

En el tren, las lágrimas acuden a misojos y no me importa que la gente memire. Que ellos sepan, puede que hayanatropellado a mi perro. O quizá me handiagnosticado una enfermedad terminal.O podría ser una alcohólica estéril,divorciada y —dentro de poco— sinhogar.

Cuando pienso en ello me pareceridículo. ¿Cómo he llegado hasta aquí?Me pregunto cuándo comenzó mideclive; en qué momento podría haberlointerrumpido. ¿Dónde tomé el caminoequivocado? No cuando conocí a Tom.Él me salvó del dolor por la muerte demi padre. Tampoco cuando nos casamos,despreocupados y llenos de dicha en un

mayo extrañamente ventoso de hacesiete años. Por aquel entonces, yo erafeliz, solvente, exitosa. Tampoco cuandonos mudamos al número 23 de BlenheimRoad, una casa más espaciosa yencantadora de lo que había imaginadoque viviría a la tierna edad de veintiséisaños. Recuerdo con claridad esosprimeros días: deambulando por la casadescalza, sintiendo la calidez de lostablones de madera, deleitándome con elespacio y las dimensiones de todas esashabitaciones a la espera de serocupadas. También a Tom y a míhaciendo planes: qué plantaríamos en eljardín, qué colgaríamos en las paredes,de qué color pintaríamos la habitación

de sobra (que, en mi cabeza, ya era lahabitación del bebé).

Puede que fuera entonces. Quizá fueése el momento en el que las cosascomenzaron a ir mal: cuando ya no nosimaginé como una pareja, sino como unafamilia. En cuanto tuve esa imagen en lacabeza, el hecho de que fuéramos sólonosotros dos dejó de ser suficiente. Yanunca lo sería. ¿Fue entonces cuandoTom empezó a mirarme de otro modo ysu decepción comenzó a reflejar la mía?Después de todas las cosas a las quehabía renunciado para que estuviéramosjuntos, le dejé pensar que él no erasuficiente para mí.

Dejo que me sigan cayendo las

lágrimas por las mejillas hasta quellegamos a Northcote, luego merecompongo, me seco los ojos ycomienzo a escribir una lista de cosaspara hacer en el dorso de la carta dedesahucio de Cathy.

Biblioteca de HolbornEnviar email a mamáEnviar email a Martin, ¿¿¿cartade recomendación???Informarme sobre reuniones de AA– centro de Londres/Ashbury¿Contarle a Cathy lo del trabajo?

Cuando el tren se detiene en elsemáforo, levanto la vista y veo a Jason

en la terraza, observando las vías. Meda la impresión de que me está mirandodirectamente a mí y tengo una sensaciónextraña, como si ya me hubiera miradoasí antes, como si en realidad mehubiera visto. Lo imagino sonriéndomey, por alguna razón, tengo miedo.

Él se vuelve y el tren sigue adelante.

Tarde

Estoy sentada en la sala de urgencias delUniversity College Hospital. Me haatropellado un taxi mientras cruzaba Gray’s Inn Road. Quiero dejar claro queestaba completamente sobria, aunque

reconozco que me sentía algo alterada ydistraída, casi asustada. Tengo un cortede un centímetro y medio sobre el ojoderecho que me ha cosido un médicojunior extremadamente apuesto perodecepcionantemente brusco y formal.Cuando ha terminado de coserme laherida, ha reparado en el bulto de micabeza.

—No es nuevo —le digo.—Pues parece muy reciente —dice

él.—Bueno, me refiero a que no es de

hoy.—¿Suele hacerse heridas?—Me di un golpe subiendo a un

coche.

Me examina la cabeza durante unossegundos y luego dice:

—¿Sí? —Retrocede y me mira a losojos—. No lo parece. Diría más bienque alguien la ha golpeado con algo —añade, y yo siento un escalofrío.

De pronto, me viene a la mente elrecuerdo de agacharme y levantar losbrazos para evitar un golpe. ¿Es unrecuerdo auténtico? El médico se vuelvea acercar a mí y mira la herida con másdetenimiento.

—Algo afilado, quizá serrado.—No —digo—. Fue un coche. Me

di un golpe al subir a un coche. —Intento convencerme a mí misma tantocomo a él.

—De acuerdo. —Me sonríe y vuelvea retroceder. Luego se agacha un pocopara que sus ojos queden a la altura delos míos y me pregunta—: ¿Se encuentrausted bien… —consulta sus notas—,Rachel?

—Sí.Se me queda mirando un largo rato.

No me cree. Está preocupado. Tal vezpiensa que soy una esposa maltratada.

—Está bien. Voy a limpiarle laherida, tiene mal aspecto. ¿Hay alguien aquien pueda llamar por usted? ¿A sumarido, quizá?

—Estoy divorciada —le digo.—¿A alguna otra persona? —No le

importa que esté divorciada.

—A una amiga, por favor, estarápreocupada por mí. —Le doy el nombrey el número de Cathy. No estará nadapreocupada por mí.

Ni siquiera estoy llegando tarde acasa, pero espero que la noticia de queme ha atropellado un taxi le haga sentirlástima por mí y me perdone por lo quesucedió anoche. Probablemente, pensaráque si me han atropellado, es porqueestaba borracha. Me pregunto si puedopedirle al médico que me haga unanálisis de sangre o algo así parademostrarle a Cathy que estaba sobria.Le sonrío, pero él no me mira. Estátomando notas. De todos modos, es unaidea ridícula.

Ha sido culpa mía, no del taxista. Hecruzado la calle sin mirar. Corriendo, dehecho. No sé hacia dónde creía que iba.Supongo que no estaba pensando, almenos no en mí misma. Estaba pensandoen Jess. Que no es Jess, sino MeganHipwell, y ha desaparecido.

Me encontraba en la biblioteca deTheobalds Road. Acababa de enviarleun email a mi madre desde mi cuenta deYahoo (no le contaba nada deimportancia, sólo tanteaba el terrenopara ver lo maternal que se sienteahora). En la página principal de Yahoohay noticias de actualidad adaptadas a tucódigo postal o algo así (sólo Dios sabecómo conocen mi código postal, pero lo

hacen). Y había una fotografía de Jess,mi Jess, la rubia perfecta, junto a untitular que decía: «PREOCUPACIÓN PORMUJER DESAPARECIDA EN WITNEY».

Al principio, he dudado de que fueraella. La chica de la foto se parecía, teníaexactamente el mismo aspecto que Jesstiene en mi cabeza, pero seguía sin estarsegura. Luego, al leer la noticia, elnombre de la calle me lo ha confirmado.

La policía deBuckinghamshire estápreocupada por el paraderode una mujer de veintinueveaños que ha desaparecido,Megan Hipwell, vecina de

Blenheim Road, Witney. Laseñora Hipwell fue vista porúltima vez por su marido,Scott Hipwell, el sábado porla noche cuando salió decasa sobre las siete para ir aver a una amiga.Desaparecer «es algoabsolutamente impropio deella», ha declarado el señorHipwell. La señora Hipwellvestía pantalones vaqueros yuna camiseta roja. Mide unmetro sesenta y cuatro, esdelgada, tiene el pelo rubio ylos ojos azules. Se ruega quetodo aquel que posea

información sobre ella seponga en contacto con lapolicía de Buckinghamshire.

Ha desaparecido. Jess hadesaparecido. Megan ha desaparecido.Nadie la ha visto desde el sábado. Hebuscado más detalles en Google, perosólo he encontrado la noticia en elWitney Argus y no decían nada más.Entonces he recordado a Jason —Scott— en la terraza esta mañana,mirándome, sonriéndome y he cogido mibolso, me he puesto en pie y he salidocorriendo a la calle sin reparar en el taxinegro que venía.

—¿Rachel? ¿Rachel? —El médico

atractivo está intentando llamar miatención—. Tu amiga ha venido arecogerte.

MEGAN

Jueves, 10 de enero de 2013Mañana

A veces, no tengo ganas de ir a ningúnlado y creo que sería feliz si no tuvieraque volver a salir de casa. Ni siquieraecho de menos trabajar. Sólo quieropermanecer en mi seguro y acogedorrefugio junto a Scott, sin que nadie nosmoleste.

Ayuda el hecho de que la calle estéoscura y fría y que el tiempo sea pésimo.

También que estas últimas semanas nohaya dejado de llover. Una lluviatorrencial, gélida e implacableacompañada por los aullidos del vientoen los árboles. Éstos suenan tan alto queahogan el ruido de los trenes y no puedooírlos en las vías, seduciéndome ytentándome a viajar a otro lugar.

Hoy no quiero ir a ningún lado, noquiero huir, ni siquiera quiero salir a lacalle. Quiero quedarme aquí, recluidacon mi marido, viendo la tele ycomiendo helado después de haberlollamado para que volviera temprano deltrabajo y poder así tener relacionessexuales en mitad de la tarde.

Luego tendré que salir, claro está,

pues tengo cita con Kamal. Últimamentehe estado hablándole sobre Scott y todaslas cosas que he hecho mal: mi fracasocomo esposa. Kamal dice que he deencontrar un modo de hacerme feliz a mímisma. También que he de dejar debuscar la felicidad en otro sitio. Escierto, he de hacerlo, lo sé, pero luegome encuentro en la situación y pienso:«Que le den, la vida es demasiadocorta».

Recuerdo un viaje familiar a la islaSanta Margarita durante las vacacionesescolares de Semana Santa. Acababa decumplir quince años y conocí a un tipoen la playa. Era mucho mayor que yo —debía de tener unos treinta y pico, quizá

cuarenta y pocos—, y me propuso que aldía siguiente fuéramos a navegar. Benestaba conmigo y también fue invitadopero, en su papel protector de hermanomayor, me dijo que no deberíamos irporque no se fiaba del tipo, tenía laimpresión de que se trataba de unpervertido asqueroso. Estaba claro quelo era, pero yo me puse hecha una furia.¿Cuándo íbamos a tener otraoportunidad de navegar por el mar deLiguria en el yate privado de alguien?Ben me dijo entonces que tendríamosmuchas otras oportunidades y quenuestras vidas estarían llenas deaventuras. Al final no fuimos y eseverano Ben perdió el control de su

motocicleta en la A10 y ya nuncapudimos ir a navegar.

Echo de menos cómo éramos Ben yyo cuando estábamos juntos. Nosentíamos miedo alguno.

Le he contado a Kamal todo sobreBen y ahora nos estamos acercando a lootro, a la verdad, a toda la verdad; a loque sucedió con Mac, lo de antes y lo dedespués. Con Kamal me siento segura: acausa de la confidencialidad que ha demantener con sus pacientes no se lopuede contar a nadie.

E incluso si se lo pudiera contar aalguien, no creo que lo hiciera. Confíode veras en él. Es curioso, pero lo queha estado impidiendo que se lo cuente

todo no es el miedo a su reacción, nitampoco a ser juzgada, sino Scott. Si lecuento a Kamal algo que no puedocontarle a él, tendría la sensación deestar traicionándolo. Teniendo en cuentatodo lo que he hecho, las demástraiciones, esto podría parecerinsignificante, pero no lo es. Por algunarazón, esto es peor porque se trata de lavida real y es mi corazón lo que no estoycompartiendo con él.

Sigo callándome cosas, puesobviamente no puedo contarle todo loque siento. Soy consciente de que paraeso sirve la terapia, pero simplementeno puedo. He de ser imprecisa, mezclartodos los hombres, los amantes y las

exparejas. Pero me digo a mí misma queno pasa nada, porque no importa quiénessean éstos. Lo que importa es cómo mehacen sentir. Reprimida, inquieta,hambrienta. ¿Por qué no puedosimplemente conseguir lo que quiero?¿Por qué no pueden dármelo?

Bueno, a veces lo hacen. Otras, sólonecesito a Scott. Si fuera capaz demantener vivo esto que siento ahoramismo; si pudiera simplementedescubrir cómo concentrarme en estafelicidad y disfrutar del momento, sinpreguntarme de dónde provendrá elsiguiente estímulo, todo iría bien.

Tarde

Cuando estoy con Kamal he deconcentrarme. Me resulta difícil impedirque mi mente divague cuando me miracon esos ojos leoninos al tiempo queentrelaza las manos sobre el regazo ycruza las piernas por la rodilla. Meresulta difícil no pensar en las cosas quepodríamos hacer juntos.

He de concentrarme. Hemos estadohablando sobre lo que sucedió tras elfuneral de Ben, después de que yo memarchara. Estuve un tiempo en Ipswich,no mucho. Ahí conocí a Mac. Trabajaba

en un pub o algo así. Me recogió un díade camino a su casa. Le di pena.

—Él ni siquiera quería… ya sabe.—Me río—. Regresamos a suapartamento y cuando le pedí el dineroél me miró como si estuviera loca. Ledije que era lo bastante mayor, pero élno me creyó. Y esperó hasta que cumplílos dieciséis. Para entonces, se habíamudado cerca de Holkham. A una viejacasa de campo de piedra que seencontraba al final de un sendero que noconducía a ninguna parte, con tierrasalrededor y a casi un kilómetro de laplaya. Unas viejas vías de tren recorríanun extremo de la propiedad. Por lasnoches, solía permanecer despierta (por

aquel entonces nos pasábamos lasnoches fumando porros) e imaginaba queoía los trenes. Estaba tan segura dehacerlo que me levantaba y salía de casapara intentar ver sus luces.

Kamal cambia de posición en lasilla y asiente lentamente, pero no dicenada. Esto quiere decir que sigahablando, que no me detenga.

—Lo cierto es que fui muy feliz ahícon Mac. Viví con él durante… Uf, creoque al final fueron unos tres años.Cuando me fui tenía… diecinueve. Sí.Diecinueve.

—Si ahí eras feliz, ¿por qué tefuiste? —me pregunta.

Ya hemos llegado a este punto. La

verdad es que lo hemos hecho másrápido de lo que esperaba. No he tenidotiempo de repasarlo todo, de irpreparando el terreno. Me temo quetodavía no puedo contárselo. Esdemasiado pronto.

—Mac me dejó. Me rompió elcorazón —le contesto, lo cual es cierto,pero también mentira. Todavía no estoypreparada para contarle toda la verdad.

Cuando vuelvo a casa Scott aún noha llegado, de modo que enciendo miportátil y, por primera vez, lo busco enGoogle. Por primera vez en una década,busco a Mac. Pero no lo encuentro. Enel mundo hay cientos de CraigMcKenzies, y ninguno parece ser el mío.

Viernes, 8 de febrero de 2013Mañana

Estoy paseando por el bosque. He salidode casa cuando todavía era de noche.Ahora está comenzando a amanecer y elsilencio es total si exceptuamos losocasionales graznidos de las urracas enlas copas de los árboles. Noto cómo meobservan con sus ojos calculadores,pequeños y brillantes. Una bandada deurracas. Una por la pena, dos por laalegría, tres por una chica, cuatro por unchico, cinco por la plata, seis por el oro,siete por un secreto que jamás debe ser

contado.De ésos tengo unos cuantos.Scott está de viaje, haciendo un

curso en algún lugar de Sussex. Semarchó ayer por la mañana y no volveráhasta esta noche. Puedo hacer lo quequiera.

Antes de que se fuera, le dije quedespués de la sesión iría al cine conTara y que tendría el móvil apagado.Luego hablé con ella y la avisé de queScott quizá la llamaba para ver si estabacon ella. Esta vez Tara me preguntó quéestaba tramando. Yo me limité a guiñarleun ojo y sonreír, y ella se rió. Creo quees un poco solitaria y que a su vida lesienta bien algo de intriga.

En la sesión con Kamal, le conté lode Scott y el portátil. Sucedió hace dossemanas. Yo había estado buscando aMac. Sólo quería averiguar dónde seencontraba y qué estaba haciendo. Hoyen día, en internet hay fotografías de casitodo el mundo, y quería verle la cara.No pude localizarlo. Esa noche me fuipronto a la cama. Scott se quedó viendola tele y yo me olvidé de borrar elhistorial del navegador. Un falloestúpido, normalmente es lo último quehago antes de apagar el ordenador, almargen de lo que haya estado buscando.Sé que, con sus conocimientosinformáticos, Scott tiene otras formas dedescubrir qué he estado haciendo, pero

son más laboriosas, así que por logeneral no se toma la molestia.

En cualquier caso, lo olvidé. Y, aldía siguiente, tuvimos una discusión.Una de las feas. Scott quería saber quiénera Craig, cuánto tiempo lo había estadoviendo, dónde nos habíamos conocido,qué había hecho por mí que él nohubiera hecho. Yo cometí la estupidez dedecirle que se trataba de un amigo delpasado, lo cual no hizo sino empeorar lasituación.

Kamal me preguntó entonces si teníamiedo de Scott, y eso me cabreó.

—Es mi marido —contestébruscamente—. Por supuesto que no letengo miedo.

Kamal se quedó estupefacto. Y, dehecho, yo también me sentídesconcertada. No esperaba laintensidad de mi ira ni esa actitudprotectora respecto a Scott. Para mísupuso una sorpresa.

—Me temo, Megan, que hay muchasmujeres que tienen miedo de susmaridos. —Yo intenté decir algo, peroél alzó la mano para que no lo hiciera—.Describes su comportamiento (leer tusemails, repasar el historial delnavegador) como si fuera algo común,algo normal. No lo es, Megan. Invadir laprivacidad de alguien hasta este extremono es normal. De hecho, sueleconsiderarse una forma de abuso

emocional.Sonó muy melodramático, y no pude

evitar echarme a reír.—No es ningún abuso —le dije—.

No si no te importa. Y a mí no meimporta. Para nada.

Entonces Kamal me sonrió de unmodo algo triste.

—¿No crees que debería? —mepreguntó.

Me encogí de hombros.—Quizá sí, pero el hecho es que no

lo hace. Scott es celoso y posesivo. Asíes él. Eso no impide que lo quiera, y haybatallas que no merece la pena luchar.Suelo tener cuidado y borro mis huellas,así que no supone ningún problema.

Él negó con la cabeza ligeramente,de un modo casi imperceptible.

—No sabía que estuviera aquí parajuzgarme —dije.

Cuando la sesión terminó, lepregunté si quería ir a tomar algoconmigo. Él me dijo que no, que nopodía, que sería inapropiado. Entoncesdecidí seguirlo hasta su casa. Descubríque vive en un apartamento que hay en lamisma calle de la consulta. Llamé a lapuerta y, cuando la abrió, le pregunté:

—¿Es esto apropiado? —Y, trascolocarle la mano en la nuca, me pusede puntillas y lo besé en la boca.

—Megan —dijo con suaterciopelada voz—. No. No puedo

hacer esto. No puedo.Fue exquisito. Todo ese tira y afloja,

el deseo y la contención. No quería quela sensación terminara nunca, habríadado lo que fuera por ser capaz deretenerla.

Me he levantado a primera hora dela mañana. La cabeza me daba vueltas,llena de historias. No podía permaneceraquí tumbada, despierta, sola, pensandoen todas esas oportunidades que podíatomar o dejar, de modo que me helevantado, me he vestido y he salido a lacalle. Mientras paseaba, lo he repasadotodo: él ha dicho, ella ha dicho,tentación, renuncia; ojalá pudieradecidirme por algo, optar por quedarme

en vez de marcharme. ¿Y si no encuentrolo que busco? ¿Y si no es posibleencontrarlo?

Siento el frío aire en los pulmones ylas puntas de los dedos se me estánamoratando. Una parte de mí sólo quieretumbarse aquí, sobre las hojas, y dejarque el frío se haga cargo de mí. Nopuedo. He de ponerme en marcha.

Son casi las nueve cuando llego aBlenheim Road y, al torcer la esquina, laveo caminando hacia mí con elcochecito. Por una vez, la niña está ensilencio. Ella me mira y me saluda conun movimiento de cabeza al tiempo queme ofrece una débil sonrisa que no ledevuelvo. Normalmente, me haría la

simpática, pero esta mañana me sientomás auténtica, como si fuera yo misma.Me siento eufórica, casi como siestuviera colocada, y no podría fingirsimpatía aunque lo intentara.

Primera hora de la tarde

Me he quedado dormida y, aldespertarme, me he sentido febril yasustada. Y culpable. Me sientoculpable. Sólo que no lo suficiente.

He recordado nuestro últimoencuentro: él marchándose en mitad dela noche mientras me decía, una vezmás, que ésta era la última vez, la última

de verdad, y que no podíamos seguirhaciendo esto. Yo estaba tumbada en lacama mientras él se ponía los vaquerosy no pude evitar reírme porque esomismo me dijo la última vez, y la otra, ytambién la otra. Entonces me lanzó unamirada que no sabría cómo describir.No fue exactamente de ira, ni dedesprecio: se trató más bien de unaadvertencia.

Estoy intranquila. No dejo de ir deun lado para otro de la casa, incapaz dequedarme quieta. Me siento como sialguien hubiera estado aquí mientrasdormía. No hay nada fuera de su lugar,pero la casa parece diferente, como sihubieran tocado las cosas y las hubieran

cambiado ligeramente de sitio y,mientras deambulo por la casa, tengo lasensación de que hay alguien escondido.Compruebo tres veces las puertascorrederas del jardín, pero estáncerradas. No veo el momento de queScott llegue a casa. Lo necesito.

RACHEL

Martes, 16 de julio de 2013Mañana

Estoy en el tren de las 8.04, pero no medirijo a Londres, sino a Witney. Lo hagocon la esperanza de que eso merefresque la memoria y que, al llegar ala estación, lo pueda ver todo conclaridad y recuerde qué sucedió. Noconfío mucho en ello, pero no puedohacer otra cosa. No puedo llamar a Tom.Estoy demasiado avergonzada y, en

cualquier caso, ha sido tajante. Ya noquiere saber nada de mí.

Megan sigue desaparecida. Hacemás de sesenta horas que no se sabenada de ella y la noticia ya es de alcancenacional. Esta mañana ha salido en laspáginas web de la BBC y del DailyMail, además de menciones en otrosmedios.

He impreso los artículos de la BBCy del Mail y los llevo conmigo. De sulectura he deducido lo siguiente:

Megan y Scott discutieron el sábadoal atardecer. Una vecina ha declaradoque los oyó gritar. Scott ha admitido quediscutieron y ha dicho que creía que suesposa había ido a pasar la noche con

una amiga que vive en Corly, TaraEpstein.

Megan nunca llegó a casa de Tara.Ésta dice que la última vez que vio aMegan fue el viernes por la tarde, en suclase de pilates. (Sabía que Megan hacíapilates). Según la señora Epstein: «La vibien, normal. Estaba de buen humor.Había comentado que quería hacer algoespecial para su treinta cumpleaños elmes que viene».

Megan fue vista por un testigocaminando rumbo a la estación de trende Witney alrededor de las siete y cuartode la tarde del sábado.

Megan no tiene familia en la zona.Sus padres están muertos.

Megan está desempleada. Antesdirigía una pequeña galería de arte enWitney, pero cerró en abril del añopasado. (Estaba segura de que Megantendría inclinaciones artísticas).

Scott es consultor informáticoautónomo. (No me puedo creer que Scottsea un maldito consultor informático).

Megan y Scott llevan tres añoscasados y viven en la casa de Blenheimdesde enero de 2012.

Según el Daily Mail, la casa tiene unvalor de 400 000 libras esterlinas.

Al leer todo esto, me he dado cuentade que las cosas pintan mal para Scott.No sólo por la discusión, sino porqueasí son las cosas: cuando algo malo le

pasa a una mujer, la policía sospechaprimero del marido o del novio. En estecaso, sin embargo, la policía no conocetodos los hechos. Sólo estáninvestigando al marido, seguramenteporque no saben nada del novio.

Es posible que yo sea la únicapersona que conozca su existencia.

Rebusco un trozo de papel en mibolso. En el dorso del comprobante depago de dos botellas de vino, escribouna lista de las explicaciones másposibles para la desaparición de MeganHipwell:

1. Ha huido con su novio, a quien apartir de ahora me referiré como

N.2. N le ha hecho daño.3. Scott le ha hecho daño.4. Simplemente ha dejado a su

marido y se ha ido a vivir a otraparte.

5. Alguien que no es N o Scott le hahecho daño.

Creo que la primera opción es lamás probable, seguida de cerca por lacuarta, pues Megan es una mujerindependiente y muy resuelta, estoysegura de ello. Y si estuviera teniendouna aventura, bien podría habernecesitado marcharse para aclararse lacabeza, ¿no? La quinta no parece muy

probable, pues ser asesinada por undesconocido no es algo tan común.

Siento palpitaciones en la herida dela cabeza y no puedo dejar de pensar enla discusión que vi, o imaginé, o soñé lanoche del sábado. Al pasar por delantede la casa de Megan y Scott, levanto lamirada. Puedo oír las pulsaciones delflujo sanguíneo en la cabeza. Me sientoexcitada. Tengo miedo. La luz matutinase refleja en las ventanas del número 15confiriéndoles una apariencia de ojosciegos.

Tarde

Estoy acomodándome en el asientocuando suena mi móvil. Es Cathy. Dejoque salte el buzón de voz.

Me deja un mensaje: «Hola, Rachel.Sólo llamo para asegurarme de que estásbien». Está preocupada por mí a causade lo del taxi. «Sólo quería decirte quelamento lo que te dije el otro día, yasabes, lo de que te marcharas de casa.No debería haberlo hecho. Mi reacciónfue exagerada. Puedes quedarte en casatodo el tiempo que quieras». Hay unalarga pausa y luego añade: «Llámame,¿vale? Y ven directamente a casa, Rach,no vayas al pub».

No tengo intención de hacerlo.Durante el almuerzo deseaba tomar algo,

después de lo que ha pasado en Witneyesta mañana me moría por una copa,pero no la he tomado porque queríamantener la cabeza despejada. Hacíamucho tiempo que no tenía nada por loque mereciera la pena mantener lacabeza despejada.

Mi visita a Witney esta mañana hasido muy extraña. Me he sentido como sillevara siglos sin ir aunque sólohubieran pasado unos días desde laúltima vez. Podría haberse tratadoperfectamente de un lugar del tododistinto, la verdad; de una estacióndistinta en un pueblo distinto. Desdeluego yo era una persona del tododistinta a la del sábado por la noche:

hoy no sólo me sentía dolorida y sobriasino que era bien consciente del ruido yla luz. También estaba asustada por loque pudiera encontrar.

Como si estuviese invadiendo unapropiedad, así es como me he sentidoesta mañana. Porque ahora es suterritorio, el de Tom y Anna y el de Scotty Megan. Yo soy la extranjera, ya nopertenezco a este lugar. Y, sin embargo,al mismo tiempo todo me resultafamiliar. Desciendo los escalones dehormigón de la estación, paso pordelante del quiosco y salgo a RoseberryAvenue, recorro media manzana hasta labifurcación: a la derecha, el arco delfrío y húmedo paso subterráneo que

cruza por debajo de las vías del tren y, ala izquierda, Blenheim Road, estrecha,bordeada de árboles y flanqueada porbonitas terrazas victorianas. Es comovolver a casa, pero no a cualquiera, sinoa la de la infancia, un lugar queabandoné hace toda una vida; es lafamiliaridad de subir una escalera ysaber exactamente qué escalón crujirá.

La familiaridad no estabaúnicamente en mi cabeza, también lasentía en mis huesos; era unconocimiento adquirido. De hecho, alcruzar por delante de la negra boca delpaso subterráneo, he ido un poco másdeprisa. No he tenido que pensar en elloporque cuando vivía en Witney siempre

caminaba un poco más rápido al llegaraquí. Cada noche, al regresar a casa ysobre todo en invierno, aceleraba elpaso al tiempo que, por si acaso, echabaun vistazo rápido a la derecha. Nunca via nadie —no lo hice por aquel entoncesni tampoco lo hago hoy— y, sinembargo, esta mañana me he detenido degolpe porque de repente me he visto amí misma. Dentro del paso subterráneo,tirada en el suelo con la espalda contrala pared y la cabeza apoyada en lasmanos, y tanto la cabeza como las manosmanchadas de sangre.

El corazón me ha comenzado a latircon fuerza y me he quedado ahí paradamientras los transeúntes me rodeaban

para seguir su camino hacia la estación.Uno o dos se me han quedado mirandomientras pasaban a mi lado. Yo seguíacompletamente inmóvil. No sabía —nitodavía sé— si el recuerdo es real.¿Para qué demonios me iba a meter en elpaso subterráneo? ¿Qué razón podíatener para ir a ese lugar oscuro yhúmedo que huele a meado?

Finalmente, he dado media vuelta yhe regresado a la estación. Ya no queríaestar ahí; no quería llegar a la casa deScott y Megan. Quería marcharme. Ahíhabía pasado algo malo, estaba segurade ello.

Tras pagar el billete, he subidorápidamente la escalera de la estación

para llegar al otro lado del andén y,entonces, he tenido otro recuerdo súbito.Esta vez no estoy en el paso subterráneo,sino en la escalera. Tropiezo y unhombre me coge del brazo para que nocaiga. Es el pelirrojo del tren.Rememoro la escena sin diálogo. En unmomento dado, me río, de mí misma ode algo que dice él. Ese tipo se portóbien conmigo, estoy segura. O casi. Séque sucedió algo malo, pero no creo queél tuviera nada que ver con ello.

Luego he subido al tren y he ido aLondres. En cuanto he llegado a labiblioteca, me he sentado frente a unaterminal de ordenador para buscarnoticias sobre Megan. En la página web

del Telegraph había un texto breve en elque se decía que «un treintañero estáayudando a la policía en susinvestigaciones». Supongo que se tratade Scott. Estoy convencida de que él nole ha hecho daño a Megan. Sé que no loharía. Los he visto juntos; sé cómo eran.En la noticia también daban el númerode teléfono de la organizaciónCrimestoppers para que la gente llame sitiene información. De vuelta a casallamaré desde una cabina. Les contaré lode N, lo que vi.

Mi móvil suena justo cuandoestamos llegando a Ashbury. Vuelve aser Cathy. Pobrecilla, realmente estápreocupada por mí.

—¿Rach? ¿Estás en el tren? ¿Estásde camino a casa? —Parece inquieta.

—Sí, estoy de camino —le explico—. Llegaré en quince minutos.

—Han venido a verte unos policías,Rachel —dice, y se me hiela la sangre—. Quieren hablar contigo.

Miércoles, 17 de julio de2013Mañana

Megan sigue desaparecida y he mentido—repetidamente— a la policía.

Cuando llegué anoche a casa estaba

asustada. Intenté convencerme de quehabían venido a verme por lo delaccidente con el taxi, pero eso no teníaningún sentido. Ya había hablado con unpolicía en la escena del atropello:estaba claro que había sido culpa mía.Así pues, la visita tenía que estarrelacionada con los acontecimientos dela noche del sábado. Debía de haberhecho algo. Debía de haber cometidoalgún acto terrible que no recordaba.

Sé que parece improbable. ¿Quépodría haber hecho? ¿Ir a BlenheimRoad, atacar a Megan Hipwell,deshacerme de su cadáver en algún lugary luego olvidarlo todo? Suena ridículo.Es ridículo. Pero sé que el sábado pasó

algo. Lo supe en cuanto miré ese oscurotúnel que cruza por debajo de la líneadel tren y la sangre se me congeló en lasvenas.

Las lagunas mentales existen, y nome refiero únicamente al hecho de norecordar bien cómo se regresó del cluba casa o a haber olvidado aquello tangracioso de lo que se habló en el pub.Es distinto. Me refiero a una negruraabsoluta, a horas perdidas que ya nuncase recordarán.

Tom me compró un libro al respecto.No es algo muy romántico, pero estabacansado de que le pidiera perdón por lasmañanas cuando ni siquiera sabía porqué lo estaba haciendo. Creo que quería

que me diera cuenta del daño que estabacausando y el tipo de cosas que podíaser capaz de hacer. Lo había escrito unmédico, pero no tengo ni idea de si erariguroso: el autor aseguraba que laslagunas mentales no consistían sólo en elhecho de olvidar lo que había sucedido,sino en no llegar ni siquiera a tenerrecuerdos. Su teoría se basaba en queuno alcanza un estado en el que lamemoria de corto alcance deja defuncionar. Y cuando una persona seencuentra en ese estado, en la negruramás absoluta, no se comporta como loharía normalmente, sino que se limita areaccionar a la última cosa que cree queha sucedido. Ahora bien, como no está

creando nuevos recuerdos, en realidadno sabe cuál es la última cosa querealmente ha sucedido. Luego el autorcontaba una serie de anécdotas, historiasde carácter aleccionador para elbebedor con lagunas mentales. Habíauna de un tipo en Nueva Jersey que, trasemborracharse durante la celebración deun Cuatro de Julio, se subía a su coche,conducía varios kilómetros en direccióncontraria y chocaba contra una furgonetaen la que iban siete personas. Lafurgoneta estallaba en llamas y moríanseis de sus ocupantes. Al borracho no lepasaba nada (nunca les pasa nada). Nisiquiera recordaba haber subido alcoche.

Luego había otro tipo, esta vez deNueva York, que salía de un bar,conducía hasta la casa en la que se habíacriado, apuñalaba a sus ocupantes, sequitaba toda la ropa, regresaba a su casaen coche y se metía en la cama. A lamañana siguiente, se despertaba hechopolvo, preguntándose dónde seencontraba su ropa y cómo había llegadoa casa. Hasta que la policía aparecía porallí, el tipo no descubría que la nocheanterior había asesinado brutalmente ados personas sin ninguna razón aparente.

De modo que suena ridículo, pero noes imposible, y para cuando lleguéanoche a casa, me había convencido amí misma de que estaba implicada de

algún modo en la desaparición deMegan.

Los agentes de policía estabansentados en el sofá del salón. Había unhombre de unos cuarenta y tantos añosvestido de paisano y otro más joven deuniforme y con acné en el cuello. Cathyestaba de pie junto a la ventana,frotándose nerviosamente las manos.Parecía aterrorizada. Cuando entré, lospolicías se pusieron de pie. El depaisano, muy alto y ligeramenteencorvado, me estrechó la mano y sepresentó como inspector Gaskill.También me dijo el nombre del agente,pero no lo recuerdo. No estabaconcentrada. Apenas podía respirar.

—¿A qué viene esto? —les solté—.¿Le ha pasado algo a mi madre? ¿ATom?

—No le ha pasado nada a nadie,señorita Watson, sólo queremos hablarcon usted sobre lo que hizo el sábadopor la noche —dijo Gaskill. Era algoque podría haber dicho la policía en latele; no parecía real. Querían saber quéhabía hecho el sábado por la noche.¿Qué coño hice el sábado por la noche?

—He de sentarme —dije, y eldetective me indicó con la mano queocupara su lugar en el sofá, junto a DonAcné.

Cathy no dejaba de cambiar deposición, saltando de un pie a otro

mientras se mordía el labio inferior.Parecía frenética.

—¿Está usted bien, señorita Watson?—me preguntó Gaskill al tiempo queseñalaba el corte que tenía encima delojo.

—Me atropelló un taxi —le contesté—. Ayer por la tarde, en Londres. Fui alhospital, pueden comprobarlo.

—Ok —dijo mientras negabaligeramente con la cabeza—. Bueno,¿qué hay del sábado por la noche?

—Fui a Witney —dije, intentandoque no me temblara la voz.

—¿Para qué?Don Acné había sacado el cuaderno

y tenía el lápiz en la mano.

—Quería ver a mi marido —contesté.

—¡Oh, Rachel! —saltó Cathy.El detective la ignoró.—¿Su marido? —dijo—. ¿Se refiere

a su exmarido? ¿Tom Watson?Efectivamente, todavía llevo su

apellido. Me pareció lo más práctico.Así no tenía que cambiar las tarjetas decrédito, ni las direcciones de email, nisacarme un nuevo pasaporte, etcétera.

—Así es. Quería verlo, pero luegodecidí que no era una buena idea, yvolví a casa.

—¿A qué hora fue eso? —El tono devoz de Gaskill era uniforme y su rostro,absolutamente inexpresivo; al hablar

apenas movía los labios. Podía oír elroce del lápiz de Don Acné en el papel.También las pulsaciones de mi flujosanguíneo aporreándome los oídos.

—Eran las… Um… Creo que lasseis y media. Es decir, creo que subí altren sobre las seis y media.

—¿Y a qué hora volvió a casa…?—¿Quizá a las siete y media? —

Levanté la mirada hacia Cathy y, por laexpresión de su rostro, advertí que sabíaque estaba mintiendo—. Puede que unpoco más tarde. Hacia las ocho, tal vez.Sí, ahora lo recuerdo, creo que llegué acasa justo pasadas las ocho. —Noté quemis mejillas enrojecían. Si este hombreno se daba cuenta de que estaba

mintiendo, no merecía estar en el cuerpode policía.

Entonces el inspector se dio lavuelta, cogió una de las sillas de la mesadel rincón y la atrajo hacia sí con unmovimiento rápido y casi violento. Lacolocó a apenas medio metro de mí y sesentó en ella con las manos en lasrodillas y la cabeza ladeada.

—Vamos a ver —dijo—. Salió ustedde casa alrededor de las seis, lo cualquiere decir que debió de llegar aWitney sobre las seis y media. Y regresóa casa sobre las ocho, lo cual quieredecir que debió de marcharse de Witneysobre las siete y media. ¿Es estocorrecto?

—Sí, creo que sí —dije. La voz mevolvía a temblar, traicionándome. Enuno o dos segundos me iba a preguntarqué había estado haciendo durante esahora, y no tenía ninguna respuesta queofrecerle.

—Y al final no vio a su exmarido,así pues, ¿qué hizo mientras estuvo enWitney?

—Estuve paseando.Gaskill esperó un momento a ver si

desarrollaba un poco más mi respuesta.Por un instante, consideré la posibilidadde decirle que había ido a un pub, peroeso habría sido una estupidez pues lopodía comprobar fácilmente. Mepreguntaría a qué pub había ido y si

había hablado con alguien. Mientraspensaba qué podía decirle, me di cuentade que no se me había ocurridopreguntarle por qué quería saber dóndehabía estado el sábado por la noche, yque eso mismo debía de resultar algoextraño. Seguramente, me hacía parecerculpable.

—¿Habló usted con alguien? —mepreguntó como si me hubiera leído elpensamiento—. ¿Entró en alguna tiendao bar…?

—¡En la estación hablé con unhombre! —solté de golpe en un tono devoz alto y casi triunfal, como si esosignificara algo—. ¿Por qué necesitasaber todo esto? ¿Qué sucede?

El inspector Gaskill se reclinó en lasilla.

—Tal vez haya oído que hadesaparecido una mujer de Witney. Setrata de una mujer que vive en BlenheimRoad, a apenas unos metros de la casade su exmarido. Hemos estadopreguntando puerta a puerta si alguien lavio esa noche, o si recuerdan haber vistou oído algo inusual. Durante el curso denuestras pesquisas, surgió el nombre deusted. —Se quedó un momento callado,dejando que asimilara lo que acababa dedecir—. Esa noche la vieron enBlenheim Road sobre la hora en la quela señorita Hipwell, la mujerdesaparecida, salió de casa. La señora

Anna Watson nos contó que la vio austed en la calle, cerca de la casa de laseñorita Hipwell y de su propiapropiedad. Dijo que estaba ustedactuando de un modo extraño y que seasustó. Tanto que, de hecho, consideró laposibilidad de llamar a la policía.

El corazón me latía con fuerza, comosi fuera un pájaro atrapado. No podíahablar. Sólo podía verme a mí misma enel paso subterráneo, encorvada y consangre en las manos. Sangre en lasmanos. ¿Era mía? Sí, tenía que ser mía.Levanté la vista hacia Gaskill y vi queme estaba mirando. Tenía que decir algodeprisa para que dejara de leerme lamente.

—No hice nada —dije—. Yo sólo…sólo quería ver a mi marido.

—Su exmarido. —Gaskill mecorrigió otra vez. Cogió una fotografíaque llevaba en el bolsillo de laamericana y me la enseñó. Era de Megan—. ¿Vio a esta mujer el sábado por lanoche? —me preguntó.

Yo me quedé mirando la fotografíaun largo rato. Me parecía surrealista queme estuvieran enseñando a la rubiaperfecta a la que solía observar desde eltren y cuya vida había construido ydeconstruido tantas veces en mi cabeza.Sus rasgos eran un poco más marcadosde lo que había imaginado, no tan suavescomo los que le había atribuido a mi

Jess.—¿Señorita Watson? ¿La vio?La verdad era que no sabía si la

había visto. Y todavía no lo sé.—Creo que no —dije.—¿Cree que no? O sea, ¿que podría

haberla visto?—Yo… no estoy segura.—¿Estuvo usted bebiendo el sábado

por la tarde? —me preguntó entonces—.Antes de ir a Witney, ¿había estadobebiendo?

Mi rostro volvió a enrojecer.—Sí —respondí.—La señora Watson, Anna Watson,

nos dijo que, cuando la vio fuera de sucasa, tuvo la impresión de que estaba

usted borracha. ¿Lo estaba?—No —contesté, manteniendo la

mirada firme sobre el detective para nover la expresión acusatoria de Cathy—.Me había tomado un par de copas por latarde, pero no estaba borracha.

Gaskill suspiró. Parecíadecepcionado conmigo. Se volvió haciaDon Acné y luego otra vez hacia mí.Luego se puso en pie lenta ydeliberadamente y volvió a colocar lasilla junto a la mesa.

—Si recuerda usted algo, cualquiercosa que nos pueda ser de ayuda, ¿haríausted el favor de llamarme? —dijo, yme entregó una tarjeta.

Mientras Gaskill se despedía de

Cathy con un movimiento de cabeza y sedisponía a marcharse, yo me dejé caeren el sofá y mi corazón comenzó atranquilizarse. Volvió a acelerarserápidamente cuando, antes de salir porla puerta, Gaskill me preguntó:

—Se dedica usted a las relacionespúblicas, ¿no es así? ¿HuntingdonWhitely?

—Así es —dije—. HuntingdonWhitely.

Ahora temo que lo compruebe ydescubra que mentí. No puedo dejar quelo averigüe por sí mismo, he dedecírselo yo.

De modo que eso es lo que voy ahacer esta mañana. Voy a ir a la

comisaría de policía para confesar. Voya contárselo todo: que perdí mi trabajohace meses, que el sábado por la nocheestaba muy borracha y que no tengo niidea de qué hora era cuando llegué acasa. Voy a decirle lo que deberíahaberle dicho ayer: que está buscandoen la dirección equivocada. Voy arevelarle a Gaskill mis sospechas deque Megan Hipwell tenía una aventura.

Tarde

La policía me ha tomado por unafisgona. Una acosadora, una pirada,alguien mentalmente inestable. No

debería haber ido nunca a la comisaría.Sólo he empeorado mi situación y nocreo haber ayudado a Scott (razón por lacual había acudido en primer lugar). Élnecesita mi ayuda pues resulta obvio quela policía sospechará que le ha hechoalgo a Megan, y yo sé que no es ciertoporque lo conozco. Al menos así escomo lo siento, por loco que parezca.He visto cómo la trata. Él no podríahaberle hecho daño.

Bueno, ayudar a Scott no ha sido laúnica razón por la que he ido a lapolicía. También estaba la cuestión de lamentira que debía rectificar. Lo de quetodavía trabajaba en HuntingdonWhitely.

Me ha costado mucho hacer acopiodel coraje necesario para ir a lacomisaría. He estado a punto de darmedia vuelta y volver a casa una docenade veces, pero finalmente he entrado.Una vez dentro, le he preguntado alsargento del mostrador si podía hablarcon el inspector Gaskill y me haconducido a una sofocante sala deespera en la que he estado sentada másde una hora hasta que alguien ha venidoa buscarme. Para entonces, estabasudando y temblando como una mujer decamino al cadalso. Luego me hanllevado a otra habitación más pequeña ytodavía más sofocante en la que no habíani ventanas ni aire. Ahí he permanecido

diez minutos más hasta que por fin haaparecido Gaskill junto a una mujertambién de paisano. El inspector Gaskillno parecía sorprendido de verme denuevo. Me ha saludado educadamente yme ha presentado a su acompañante, lasargento Riley. Ésta era más joven queyo, alta, delgada, de pelo moreno y unosatractivos y marcados rasgos algozorrunos. No me ha devuelto la sonrisa.

Nos hemos sentado y nadie ha dichonada; se han limitado a mirarmeexpectantes.

—He recordado el aspecto delhombre —he dicho—. Ayer le dije queen la estación había un hombre. Puedodescribirlo. —Riley ha enarcado las

cejas ligeramente y ha cambiado deposición en el asiento—. Era un tipo dealtura y constitución medias. Pelirrojo.Resbalé en la escalera y él me cogió delbrazo. —Gaskill se ha inclinado haciadelante y, tras colocar los codos sobrela mesa, ha enlazado las manos delantede la boca—. Llevaba… Creo quellevaba una camisa azul.

Esto no es del todo cierto. Recuerdoa un hombre, estoy segura de que erapelirrojo y creo que me sonrió o me hizouna mueca cuando todavía estábamos enel tren. También creo que bajó en Witneyy también que me dijo algo. Es posibleque yo resbalara en la escalera. Eso lorecuerdo, pero no estoy segura de si ese

recuerdo pertenece al sábado por lanoche o a otro día. Ha habido muchosresbalones en muchas escaleras. Notengo ni idea de cómo iba vestido.

A los detectives no les haimpresionado mi historia. Riley hanegado con la cabeza de un modoprácticamente imperceptible. Gaskill hadesenlazado las manos y las haextendido hacia delante con las palmashacia arriba.

—¿De verdad es esto lo que havenido a contarme, señorita Watson? —me ha preguntado. No lo ha dichoenfadado, sino en un tono alentador. Yoquería que Riley se marchara. Con élpodía hablar; confiaba en él.

—Ya no trabajo en HuntingdonWhitely —he dicho.

—Oh. —Se ha reclinado en elasiento. Esto parecía interesarle más.

—Lo dejé hace tres meses. A micompañera de piso (bueno, en realidadcasera) no se lo he dicho. Estoyintentando encontrar otro trabajo. Noquería que lo supiera porque pensé quese preocuparía por el alquiler. Tengoalgo de dinero. Puedo pagar el alquiler,pero… En cualquier caso, ayer le mentísobre mi trabajo y le pido perdón.

Riley se ha inclinado hacia delante yme ha ofrecido una sonrisa falsa.

—Entiendo. Ya no trabaja enHuntingdon Whitely ni en ningún otro

lugar. Así pues, está desempleada,¿correcto? —He asentido—. ¿Y recibealguna prestación de desempleo?

—No.—¿Y… su compañera de piso no se

ha dado cuenta de que ya no va atrabajar cada día?

—Es que sí lo hago. Bueno…, novoy a ninguna oficina, pero sí a Londres,tal y como hacía antes, a la misma hora ytodo, para que ella…, para que ella nolo descubra. —Riley se ha vuelto haciaGaskill, éste me estaba mirandofijamente con el ceño un tanto fruncido—. Suena extraño, ya lo sé… —heañadido, y me he quedado callada, puesen voz alta no sólo sonaba extraño, sino

descabellado.—Así pues, ¿cada día hace usted ver

que va a trabajar? —me ha preguntadoRiley también con el ceño fruncido.Como si estuviera preocupada por mí.Como si pensara que estoycompletamente trastornada. Yo no herespondido ni he asentido ni nada. Hepermanecido en silencio—. ¿Puedopreguntarle por qué dejó su trabajo,señorita Watson?

No tenía ningún sentido quemintiera. Si antes de esta conversaciónno se les había ocurrido comprobar mihistorial laboral, estaba condenadamenteclaro que ahora sí lo harían.

—Me despidieron —he dicho.

—La despidieron… —ha repetidoRiley. En su tono de voz se podíapercibir una ligera nota de satisfacción:estaba claro que era la respuesta queesperaba—. ¿Y a qué se debió eldespido?

En ese momento he exhalado un levesuspiro y me he vuelto hacia Gaskill.

—¿Es esto importante? ¿De verdades relevante por qué dejé mi trabajo?

Gaskill no ha dicho nada. Estabaconsultando unas notas que le habíapasado Riley, pero ha negadoligeramente con la cabeza. Riley hacambiado entonces de táctica.

—Señorita Watson, me gustaríahacerle unas preguntas sobre el sábado

por la noche. —Yo me he quedadomirando a Gaskill como diciendo «Estaconversación ya la hemos tenido», peroél no me ha devuelto la mirada.

—Está bien —he contestado. Nodejaba de llevarme la mano al cuerocabelludo, preocupada por la herida. Nopodía evitarlo.

—Dígame, ¿por qué fue a BlenheimRoad el sábado por la noche? ¿Por quéquería hablar con su exmarido?

—No creo que sea asunto suyo —hedicho, y rápidamente, antes de que ellatuviera tiempo de decir nada más, heañadido—: ¿Les importaría darme unvaso de agua?

Gaskill se ha puesto en pie y ha

salido de la habitación. Eso no eraexactamente lo que yo pretendía. Rileyno ha dicho una sola palabra. Se halimitado a mirarme sin parpadear conuna leve sonrisa en los labios. Incapazde sostenerle la mirada, he optado porechar un vistazo alrededor de lahabitación. Era consciente de que setrataba de una táctica: Riley pretendíaincomodarme con su silencio para queyo sintiera la necesidad de decir algo,aunque no quisiera hacerlo.

—Quería discutir algunas cosas conél —he respondido al fin—. Asuntosprivados. —He sonado pomposa yridícula.

Riley ha suspirado y yo me he

mordido el labio, decidida a no hablarmás hasta que Gaskill regresara a lasala. En cuanto ha aparecido y ha dejadoun vaso de agua turbia delante de mí,Riley por fin me ha contestado.

—¿Asuntos privados? —ha dicho degolpe.

—Así es.Riley y Gaskill han intercambiado

una mirada, no estoy segura si deirritación o de diversión. Yo headvertido entonces que me sudaba ellabio superior, así que he bebido unpoco de agua. Sabía fatal. Mientrastanto, Gaskill ha ordenado los papelesque tenía delante y luego los haapartado, como si ya hubiera terminado

con ellos, o como si su contenido no leinteresara tanto.

—Señorita Watson, parece ustedsuscitar cierta inquietud en su… esto…en la actual esposa de su exmarido, laseñora Anna Watson. Según ésta, ustedha estado acosándolos tanto a ella comoa su marido, se ha presentado variasveces en su casa sin haber sido invitaday, en una ocasión… —Gaskill haconsultado sus notas, pero Riley lo hainterrumpido.

—En una ocasión, entró en casa delseñor y la señora Watson e intentóllevarse a su hija recién nacida.

Un agujero negro se ha abiertoentonces en el centro de la habitación y

se me ha tragado.—¡Eso no es cierto! —he dicho—.

Yo no intenté llevarme a… No sucedióasí, eso es falso. Yo no… Y no intentéllevármela.

Entonces he comenzado a temblar ya llorar y he dicho que me queríamarchar. Riley se ha puesto en pie degolpe empujando con ello su silla haciaatrás, se ha encogido de hombrosmirando a Gaskill y ha salido de lahabitación. Éste me ha ofrecido unpañuelo de papel.

—Puede irse cuando quiera, señoritaWatson. Ha sido usted quien ha venido ahablar con nosotros —ha dicho, y me hasonreído en señal de disculpa. De

inmediato, me ha caído bien y me hanentrado ganas de estrecharle las manos,pero no lo he hecho porque habríaresultado raro—. Creo que tiene ustedmás cosas que contarme —ha señaladoentonces, y me ha caído todavía mejorpor el mero hecho de haber dicho«contarme» en vez de «contarnos».Luego, mientras se ponía en pie y meconducía a la puerta, ha añadido—:Quizá le gustaría tomarse un descanso,estirar las piernas y comer algo. Cuandoesté lista, puede volver y explicármelotodo.

Mi intención era olvidarme delasunto y regresar a casa. Pero cuandoestaba de camino a la estación dispuesta

a darle la espalda a todo, he pensado enel trayecto del tren que cojo cadamañana y en que cada día tendría quepasar por delante de la casa de Megan yScott. ¿Y si no la encontraban? Nodejaría de preguntarme si el hecho dehaberle dicho hoy algo a la policíapodría haberla ayudado (sé que no esmuy probable, pero bueno). ¿Y siacusaban a Scott de haberle hecho dañosólo porque no llegaban a conocer laexistencia de N? ¿Y si ella estaba enesos momentos en casa de N, atada en elsótano, herida y sangrando, o enterradaen el jardín?

Así pues, al final he hecho lo que meha aconsejado Gaskill y, tras comprarme

un sándwich de jamón y queso, he ido alúnico parque que hay en Witney (unapequeña parcela de tierra más bien tristerodeada de casas de la década de 1930y ocupada casi por completo por unparque infantil de asfalto). Una vez ahí,me he sentado en un banco al fondomientras las madres y las niñerasregañaban a sus niños por comer arenadel foso. Tiempo atrás solía soñar conesto. Soñaba con venir aquí. No paracomer un sándwich de jamón y quesoentre interrogatorios de la policía, claroestá, sino con mi propio bebé. Pensabaen el cochecito que compraría, en eltiempo que pasaría en Trotters y EarlyLearning Centre mirando ropa adorable

y juguetes educativos, y en cómo mesentaría aquí para acunar en el regazo ami propio fardo de felicidad.

Nunca llegó a suceder. Ningúnmédico ha sido capaz de explicarme porqué no puedo quedarme embarazada.Soy suficientemente joven, me encuentrosuficientemente bien, cuando loestábamos intentando no bebía mucho yel esperma de mi marido era activo yabundante. Simplemente, no pasó. Nosufrí la desgracia de un aborto natural.Nunca llegué a quedarme embarazada.Hicimos una ronda de fecundación invitro (la única que pudimos permitirnos)y, tal y como todo el mundo nos advirtió,resultó desagradable e infructuoso. Lo

que no me dijo nadie fue que se cargaríanuestra relación. Pero lo hizo. O, másbien, a mí me hizo añicos y yo mecargué nuestra relación.

El problema de ser estéril es que nose puede huir de ello. No cuando erestreintañera. Mis amigas estaban teniendohijos, las amigas de mis amigas estabanteniendo hijos y por todas partes habíafiestas para celebrar embarazos,nacimientos o el primer aniversario deun hijo. Mi madre, nuestros amigos, loscolegas del trabajo. ¿Cuándo iba a sermi turno? En un momento dado, nuestrafalta de hijos se convirtió en un temaaceptable de conversación durante losalmuerzos de los domingos. No entre

Tom y yo, pero sí en general. Quéestábamos intentando, qué deberíamoshacer, ¿de verdad pensaba beber otrovaso de vino? Todavía era joven y habíamucho tiempo, pero el fracaso a la horade quedarme embarazada terminó porenvolverme como una manta,abrumándome y amargándome hasta queperdí toda esperanza. Por aquelentonces, me molestaba el hecho de quesiempre se considerara que era culpamía y que era yo la que estaba haciendoalgo que no debía. Pero tal y comodemostró la velocidad con la que dejó aAnna embarazada, nunca hubo ningúnproblema con la virilidad de Tom. Yoestaba equivocada al pensar que

debíamos compartir la culpa. Era todamía.

Lara, mi mejor amiga desde launiversidad, tuvo dos hijos en dos años:primero un niño y luego una niña. No megustaban. No quería saber nada de ellos.No quería estar cerca de ellos. Al poco,Lara dejó de hablarme. En el trabajo,había una chica que me contó —deforma casual, como si se estuvierarefiriendo a una apendicectomía o a laextracción de una muela del juicio—que recientemente había tenido un abortomédico, y que había sido mucho menostraumático que el quirúrgico al que sehabía sometido cuando iba a launiversidad. Después de eso, ya no pude

volver a hablar con ella ni mirarla a lacara. Las cosas comenzaron a volverseraras en la oficina y la gente se diocuenta.

Tom no se sentía igual que yo. Paraempezar, no era culpa suya y, encualquier caso, no necesitaba un hijocomo yo. Quería ser padre, realmente loquería (estoy segura de que soñaba conjugar al fútbol con su hijo en el jardín, ocon llevar a su hija sobre los hombrosen el parque), pero también pensaba quenuestras vidas podían ser buenas sinhijos. «Somos felices —solía decirme—, ¿por qué no nos limitamos a seguirsiéndolo?». Al poco, comenzó a sentirsefrustrado conmigo. Nunca comprendió

que era posible echar de menos y llorarlo que nunca se ha tenido.

Me sentía aislada en mi tristeza. Mevolví solitaria, de modo que comencé abeber un poco, y luego un poco más, yentonces me volví todavía más solitaria,pues a nadie le gusta estar alrededor deuna borracha. Perdía y bebía y bebía yperdía. Me gustaba mi trabajo, pero notenía una carrera especialmente brillantey, aunque la hubiera tenido, la realidades que a las mujeres todavía se lasvalora únicamente por dos cosas: suaspecto y su papel como madres. Yo nosoy guapa y no puedo tener hijos. ¿Enqué me convierte eso? En alguien inútil.

No puedo echarle la culpa de todo

esto a la bebida. Tampoco a mis padres,ni a mi infancia, ni a que abusara de míun tío o alguna otra tragedia terrible. Fueúnicamente culpa mía. Yo ya bebía,siempre me había gustado el alcohol.Pero me volví más triste y, al cabo de untiempo, la tristeza se vuelve aburridatanto para la persona triste como para lagente que hay a su alrededor. Entoncespasé de ser una bebedora a unaborracha, y no hay nada más aburridoque eso.

Ahora ya llevo mejor lo de losniños; desde que vivo sola he mejorado.He tenido que hacerlo. He leído muchoslibros y artículos y me he dado cuenta deque tengo que aceptar la situación. Hay

estrategias, hay esperanza. Si enderezarami situación y dejara de beber, podríaadoptar. Y ni siquiera he cumplido lostreinta y cuatro, todavía tengo tiempo.Estoy mejor de lo que estaba hace unospocos años, cuando abandonaba elcarrito y salía del supermercado sidentro había demasiadas madres conhijos. Por aquel entonces, no habría sidocapaz de venir a un parque como éste,sentarme cerca del parque infantil y vercómo los niños se deslizan por eltobogán. Hubo momentos, cuando peorestaba y mis ansias eran más acuciantes,en los que creí que iba a perder lacabeza.

Puede que alguna vez lo hiciera. El

día por el que me han preguntado en lacomisaría de policía puede queestuviera algo trastornada. Algo queTom dijo aquella mañana terminó dedesquiciarme y enloquecí. O, mejordicho, algo que escribió: lo leí enFacebook. No fue una sorpresa, sabíaque ella iba a tener una hija, él me lohabía dicho y la había visto a ella —ytambién la persiana rosa de la ventanadel cuarto del bebé—, así que sabía queestaba a punto de llegar. Para mí, sinembargo, se trataba del bebé de ella.Hasta que vi la fotografía de Tommirando y sonriendo a la recién nacidaque tenía en brazos. Debajo habíaescrito: «¡Así que esto es de lo que tanto

hablan! ¡Nunca había conocido un amorigual! ¡Es el día más feliz de mi vida!».Lo imaginé escribiendo eso a sabiendasde que yo leería esas palabras y meharían polvo. Lo hizo de todos modos.No le importó. A los padres no lesimporta otra cosa que sus hijos. Éstosson el centro del universo, lo único queimporta. Nadie más es importante, elsufrimiento o la alegría de los demás esirrelevante, no son reales.

Estaba furiosa. Estaba consternada.Puede que me sintiera vengativa yquisiera demostrarles que mi sufrimientoera real. No lo sé. Cometí una estupidez.

Un par de horas más tarde he vueltoa la comisaría de policía. He preguntado

si podía hablar únicamente con Gaskill,pero él me ha dicho que quería queRiley estuviera presente. Después deeso me ha caído un poco peor.

—No entré a la fuerza en su casa —he dicho cuando Riley ha llegado—.Había ido a visitarlos porque queríahablar con Tom y nadie contestó altimbre…

—Entonces ¿cómo entró? —me hapreguntado Riley.

—La puerta estaba abierta.—¿La puerta de entrada estaba

abierta?He suspirado.—No, claro que no. La puerta

corredera de cristal que hay en la parte

trasera, la que da al jardín.—¿Y cómo llegó al jardín trasero?—Salté la cerca, sabía por dónde

hacerlo.—O sea, ¿que saltó una cerca para

entrar en casa de su exmarido?—Sí. Antes… siempre dejábamos

unas llaves de emergencia en la partetrasera. Las escondíamos ahí por si unode los dos perdía las llaves o se lasdejaba dentro o algo así. Pero no estabaentrando a la fuerza, de verdad. Sóloquería hablar con Tom. Pensaba quequizá el timbre no funcionaba o algo así.

—Lo hizo en un día entre semana enhorario laboral, ¿no? ¿Qué le hacíapensar que su exmarido estaría en casa?

¿Había llamado antes para confirmarlo?—me ha preguntado entonces Riley.

—¡Por el amor de Dios! ¿Quieredejarme hablar? —he exclamado. Ellaha negado con la cabeza y me ha vueltoa sonreír de aquel modo; como si meconociera, como si pudiera leer mimente—. Salté la cerca —heproseguido, intentando controlar elvolumen de mi voz— y llamé con losnudillos a las puertas correderas, queestaban parcialmente abiertas. No huborespuesta, pero oí los lloros del bebé,así que entré y vi que Anna…

—¿La señora Watson?—Sí, vi que la señora Watson estaba

durmiendo en el sofá mientras el bebé

lloraba en su canasta. Lo hacía a gritos ytenía el rostro enrojecido, así quesupuse que debía de llevar ya un ratohaciéndolo. —Al decir eso, me he dadocuenta de que debería haberles dichoque había oído sus lloros desde la calley que por eso había rodeado la casapara entrar por el jardín. Eso me habríahecho parecer menos perturbada.

—O sea, ¿que el bebé estaballorando a gritos y su madre, que estabaahí mismo, no se despertaba? —hapreguntado Riley.

—Así es. —La sargento tenía loscodos sobre la mesa y las manos delantede la cara, de modo que no podía verbien su expresión, pero sabía que no me

creía—. La cogí para tranquilizarla. Esoes todo. Lo hice para que dejara dellorar.

—Pero eso no es todo, ¿verdad?Cuando Anna se despertó usted ya noestaba ahí, ¿no es así? Estaba junto a lacerca, al lado de las vías del tren.

—No dejó de llorar nada máscogerla —le he explicado entonces—.Estuve un rato acunándola, pero seguíagimoteando, de modo que salí afuera conella.

—¿Hasta las vías?—Al jardín.—¿Tenía intención de hacerle daño a

la hija de los Watson?Al oír eso, me he puesto en pie de

golpe. Soy consciente de que ha sidoalgo melodramático, pero queríahacerles ver —a Gaskill en concreto—hasta qué punto resultaba descabelladaesa sugerencia.

—¡No tengo por qué escuchar esto!¡He venido aquí a hablarles del hombre!¡He venido aquí a ayudarlos! Y ahora…¿De qué me están acusandoexactamente? ¿De qué me acusan?

Gaskill ha permanecido impasible yha hecho un gesto para que me volvieraa sentar.

—Señorita Watson, la otra… esto,señora Watson, Anna, la mencionó en elcurso de nuestras investigaciones por ladesaparición de Megan Hipwell. Nos

dijo que en el pasado su comportamientohabía sido errático e inestable.Mencionó este incidente con su hija.Nos dijo que la había estado acosando aella y a su marido y que no dejaba dellamar repetidamente a su casa. —Habajado la mirada a sus notas un momento—. Casi cada noche, de hecho. Segúnella, usted se niega a aceptar que sumatrimonio terminó.

—¡Eso no es cierto! —he insistido.Y no lo era. Sí, de vez en cuandollamaba a Tom, pero no cada noche. Esoera una exageración. He comenzado atener la sensación de que Gaskill noestaba de mi lado, y he vuelto a sentirmeal borde de las lágrimas.

—¿Por qué no se ha cambiado deapellido? —me ha preguntado Riley.

—¿Cómo dice?—Todavía utiliza el de su exmarido.

¿Por qué? Si un hombre me dejara porotra mujer, creo que querría librarme desu apellido. Y, desde luego, no querríacompartir apellido con mi reemplazo…

—Bueno, quizá no soy tan mezquina.—Sí lo soy: odio que ella sea AnnaWatson.

—Ya. ¿Y el anillo que cuelga de lacadena que lleva al cuello? ¿Es eso sualianza?

—No. —He mentido—. Es un… Erade mi abuela.

—¿Ah, sí? Bueno, a mí su

comportamiento me sugiere que, tal ycomo dio a entender la señora Watson,usted se niega a pasar página y a aceptarque su exmarido tiene una nueva familia.

—No veo…—¿… qué tiene esto que ver con la

desaparición de Megan Hipwell? —Riley ha terminado mi frase—. Bueno,algunos informes indican que, la nocheen la que Megan desapareció, usted (unamujer inestable que había estadobebiendo excesivamente) fue vista en lacalle en la que vive. Teniendo en cuentaque hay ciertas similitudes físicas entreMegan y la señora Watson…

—¡No se parecen en nada! —Lasugerencia me ha parecido escandalosa.

Jess no se parece en nada a Anna.Megan no se parece en nada a Anna.

—Ambas son rubias, delgadas,menudas, de piel pálida…

—¿De modo que ataqué a MeganHipwell creyendo que era Anna? Es lomás estúpido que he oído nunca —hedicho. Pero he vuelto a sentirpalpitaciones en la herida de la cabeza ytodos mis recuerdos del sábado por lanoche seguían en la más absolutaoscuridad.

—¿Sabía que Anna Watson conoce aMegan Hipwell? —me ha preguntadoGaskill. Eso me ha dejado estupefacta.

—Yo… ¿qué? No, no se conocen.Riley ha sonreído un momento y

luego ha vuelto a ponerse seria.—Sí que lo hacen. Megan trabajó un

tiempo de canguro para los Watson… —Ha bajado la mirada a sus notas—. Enagosto y septiembre del año pasado.

No he sabido qué decir. No podíasiquiera imaginármelo: Megan en micasa, con ella, con su bebé.

—El corte que tiene en el labio, ¿selo hizo cuando la atropellaron el otrodía? —me ha preguntado Gaskill.

—Sí. Me mordí cuando caí, creo.—¿Dónde tuvo lugar este accidente?—En Londres, en Theobalds Road.

Cerca de Holborn.—¿Y qué estaba haciendo ahí?—¿Cómo dice?

—¿Por qué estaba en el centro deLondres?

Me he encogido de hombros.—Ya se lo he dicho —he contestado

fríamente—. Mi compañera de piso nosabe que he perdido el trabajo, de modoque sigo viajando cada mañana aLondres. Voy a bibliotecas para buscartrabajo y revisar mi currículo.

Riley ha negado con la cabeza,ignoro si de incredulidad o de asombro.¿Cómo puede una llegar a ese punto?

He empujado mi silla hacia atrás,dispuesta a marcharme. Ya estaba hartade su condescendencia y de que metomaran por idiota o perturbada. Habíallegado el momento de sacar el as de la

manga.—No sé por qué estamos hablando

de todo esto —he dicho—. Creía quetenían ustedes mejores cosas que hacer,como investigar la desaparición deMegan Hipwell, por ejemplo. Supongoque ya habrán hablado con su amante. —Ninguno de los dos ha dicho nada, sehan limitado a mirarme fijamente. No selo esperaban. Desconocían su existencia—. Tal vez no lo sabían, pero MeganHipwell tenía una aventura —heañadido, y he comenzado a caminarhacia la puerta, pero Gaskill me hadetenido. Sin hacer ruido y consorprendente rapidez, se ha interpuestoen mi camino antes de que yo pudiera

coger el tirador de la puerta.—Pensaba que no conocía a Megan

Hipwell —ha dicho.—Y no la conozco —he contestado,

intentando rodearlo.—Siéntese. —Me ha bloqueado el

paso.Entonces les he contado lo que vi

desde el tren. Les he explicado que solíaver a Megan sentada en la terraza,tomando el sol por la tarde o bebiendocafé por la mañana, y que la semanapasada la había visto besándose conalguien que no era su marido en eljardín.

—¿Cuándo sucedió eso? —hapreguntado Gaskill. Parecía molesto

conmigo, quizá porque debería haberlescontado esto directamente en vez deperder todo el día hablando de mímisma.

—El viernes. Fue el viernes por lamañana.

—¿Dice que el día anterior a sudesaparición la vio con otro hombre? —me ha preguntado Riley.

Luego ha suspirado exasperada y hacerrado el archivo que tenía delante.Gaskill, por su parte, se ha reclinado ensu asiento y ha estudiado mi expresión.Estaba claro que ella pensaba que me loestaba inventando; él no lo tenía tanclaro.

—¿Podría describirlo? —me ha

preguntado Gaskill.—Alto, moreno…—¿Apuesto? —me ha interrumpido

Riley.No he podido evitar resoplar. Luego

he proseguido:—Más alto que Scott Hipwell. Lo sé

porque he visto juntos a Jess, perdón, aMegan y a Scott, y este hombre eradistinto. Menos corpulento, más delgadoy de piel más oscura. Posiblemente, setrataba de un asiático —he dicho.

—¿Pudo determinar su grupo étnicodesde el tren? —ha dicho Riley—.Impresionante. Por cierto, ¿quién esJess?

—¿Cómo dice?

—Hace un momento ha mencionadoa Jess.

He notado cómo mi rostro volvía asonrojarse y he negado con la cabeza.

—No, no lo he hecho —he dicho.Gaskill se ha puesto en pie y me ha

ofrecido la mano para que se laestrechara.

—Creo que ya es suficiente. —Le hedado la mano, he ignorado a Riley y mehe dado la vuelta para irme—. No seacerque a Blenheim Road, señoritaWatson —me ha advertido Gaskill—. Nise ponga en contacto con su exmarido ano ser que sea importante. Tampoco seacerque a Anna Watson o a su hija.

En el tren de vuelta a casa, analizo

todas las cosas que hoy han salido mal yme sorprende el hecho de que no mesiento tan horrible como debería. Alpensar más en ello, me doy cuenta de aqué se debe: anoche no bebí nada, yahora no tengo deseo alguno de hacerlo.Por primera vez en siglos, estoyinteresada en otra cosa que mi propiadesdicha. Tengo un propósito. O, almenos, tengo una distracción.

Jueves, 18 de julio de 2013Mañana

Antes de subir al tren esta mañana he

comprado tres periódicos: Megan llevadesaparecida cuatro días y cinco nochesy la noticia está recibiendo una ampliacobertura. Como era de esperar, elDaily Mail ha conseguido encontrarfotografías de Megan en biquini, perotambién ha hecho el perfil más detalladoque he visto de ella hasta la fecha.

Nacida en Rochester en 1983,Megan Mills se mudó con sus padres a King’s Lynn en Norfolk cuando teníadiez años. Fue una chica brillante, muyextrovertida y con talento para la pinturay el canto. Según una amiga de laescuela, Megan «tenía mucho sentido delhumor, era muy guapa y algo salvaje».Su salvajismo parece haber sido

exacerbado por la muerte de su hermanoBen, al que estaba muy unida. Murió enun accidente de motocicleta cuando éltenía diecinueve años y ella quince.Después de su funeral, Megan se escapótres días de casa. Fue arrestada en dosocasiones (una por robo y otra porprostitución). Según el Mail, la relacióncon sus padres se rompió por completo.Ambos murieron hace unos pocos añossin haber llegado a reconciliarse nuncacon su hija. (Al leer esto, me sientodesesperadamente triste por Megan y medoy cuenta de que, después de todo,quizá no es tan distinta de mí. Ellatambién es una persona aislada ysolitaria).

Cuando tenía dieciséis años, se fue avivir con un novio que tenía una casacerca del pueblo de Holkham, en elnorte de Norfolk. La amiga de la escueladice que «era un tipo mayor, músico oalgo así. Tomaba drogas. Cuando sejuntaron ya no vimos mucho más aMegan». El Mail no menciona el nombredel novio, de modo quepresumiblemente no lo han encontrado.Puede incluso que no exista. Tal vez laamiga de la escuela se lo estéinventando para aparecer en elperiódico.

Después de eso, saltan unos cuantosaños: de repente, Megan tieneveinticuatro, vive en Londres y trabaja

como camarera en un restaurante delnorte de la ciudad. Ahí conoce a ScottHipwell, un consultor informático amigodel encargado del restaurante, y seenamoran. Después de un «intensonoviazgo», Megan y Scott se casancuando ella tiene veintiséis años y éltreinta.

Citan a unas personas más, entreellas a Tara Epstein, la amiga con la queMegan se suponía que iba a pasar lanoche el día que desapareció. Ésta diceque Megan es una «chica encantadora ydesenfadada» y que parecía «muy feliz».«No creo que Scott le haya hecho daño—dice Tara—. Él la quiere mucho». Nodice nada que no sea un cliché. Me

interesan más las declaraciones deRajesh Gujral, uno de los artistas queexpusieron su obra en la galería queMegan dirigió: «Es una mujermaravillosa, inteligente, divertida yguapa, una persona profundamentereservada y cariñosa». Me parece que aRajesh le gustaba un poco. La otrapersona a la que citan es un hombrellamado David Clark, «un antiguocolega» de Scott para el que «Megs yScott son una gran pareja. Son muyfelices juntos y están muy enamorados».

También hay algunas noticias sobrela investigación, pero las declaracionesde la policía ofrecen menos que nada:han hablado con «algunos testigos» y

están «siguiendo varias líneas deinvestigación». El único comentariointeresante proviene del inspectorGaskill, que confirma que dos hombresestán ayudando a la policía. Estoysegura de que eso significa que ambosson sospechosos. Uno debe de ser Scott.¿Podría ser el otro N? ¿Podría N serRajesh?

He estado tan absorta en losperiódicos que no he prestado laatención habitual al trayecto. Es como sino me hubiera sentado hasta que, comode costumbre, el tren se ha detenido anteel semáforo en rojo. En el jardín deScott hay gente: dos policíasuniformados justo enfrente de la puerta

trasera. Los pensamientos comienzan aarremolinarse en mi cabeza. ¿Hanencontrado algo? ¿Han encontrado aMegan? ¿Hay un cadáver enterrado en eljardín o debajo de los tablones delsuelo? No puedo dejar de pensar en laropa a un lado de las vías, lo cual esestúpido, pues la vi antes de que Megandesapareciera y, en cualquier caso, si lehan hecho algún daño, no ha sido Scott,no puede haber sido él. Scott estálocamente enamorado de ella, todo elmundo lo dice. Hoy la luz no es muybuena, el tiempo ha cambiado y el cieloestá de un amenazante color gris. Nopuedo ver el interior de la casa ni saberlo que ocurre en su interior. Me siento

algo desesperada. No puedo soportarque me dejen fuera. Para bien o paramal, ahora soy parte de esto. Necesitosaber qué está pasando.

Al menos tengo un plan. En primerlugar, he de descubrir si hay algún modomediante el que pueda recordar quésucedió el sábado por la noche. Cuandollegue a la biblioteca, pienso investigaral respecto y averiguar si lahipnoterapia podría servir y si esposible recuperar ese tiempo perdido.En segundo —y creo que esto esimportante, pues dudo que la policía mecreyera cuando les dije que Megan teníaun amante—, he de ponerme en contactocon Scott Hipwell. He de contárselo.

Tiene derecho a saberlo.

Tarde

El tren está lleno de gente empapada porla lluvia y el vapor que emana su ropase condensa en las ventanas. Una mezclade olor corporal, perfume y jabón delavar se extiende opresivamente sobresus cabezas inclinadas y mojadas. Lasnubes que esta mañana amenazabanlluvia lo han seguido haciendo todo eldía, cada vez más pesadas y oscuras,hasta que esta tarde han estallado cualmonzón justo cuando los trabajadoressalían de sus oficinas y la hora punta se

encontraba en su punto álgido, dejandolas calles bloqueadas y las entradas delas estaciones de metro repletas depersonas abriendo y cerrando paraguas.

Yo no llevaba paraguas y me heempapado entera. Me siento como sialguien me hubiera tirado un cubo deagua encima. Llevo los pantalones dealgodón pegados a los muslos y lacamisa azul claro se ha vueltovergonzosamente transparente. Hecorrido desde la biblioteca hasta laestación de metro con el bolso pegado alpecho para intentar tapar algo. Poralguna razón, esto me ha parecidogracioso —hay algo ridículo en que tepille la lluvia— y para cuando he

llegado a Gray’s Inn Road estaba riendocon tal fuerza que apenas podía respirar.No recuerdo la última vez que me reíasí.

Ahora ya no estoy riendo. En cuantome he sentado, he consultado lasnovedades del caso de Megan en elmóvil y he visto la noticia que temía:«Un hombre de treinta y cinco años estásiendo interrogado en la comisaría depolicía de Witney en relación con ladesaparición de Megan Hipwell, sinrastro de su casa desde el sábado por lanoche». Se trata de Scott, estoy segurade ello. Espero que haya leído mi emailantes de que lo hayan detenido, pues serinterrogado es algo serio: significa que

lo consideran culpable. Aunque, claroestá, el supuesto delito todavía está pordeterminar. Puede que no haya pasadonada. Puede que Megan esté bien. Devez en cuando, me la imagino viva ycoleando en el balcón de un hotel convistas al mar, con los pies sobre labarandilla y una bebida fría en la mesita.

Este pensamiento me emociona y medesilusiona a la vez, y entonces mesiento mal por estar desilusionada. Nole deseo nada malo a Megan, por másque me enfadase que engañara a Scott ydestrozara así mis ilusiones sobre lapareja perfecta. No, se debe a que mesiento parte de este misterio. Estoyconectada a él. Ya no soy sólo una chica

del tren que va de arriba abajo sinpropósito alguno. Quiero que Meganaparezca sana y salva. De verdad. Perotodavía no.

Esta mañana le he enviado a Scott unemail. No me ha costado nada encontrarsu dirección: he buscado en Google yrápidamente he encontrado<www.hipwellconsulting.co.uk>, lapágina web en la que ofrece «diversosservicios de consultoría informáticapara empresas y organizaciones sinánimo de lucro». He sabido que setrataba de él porque la dirección delnegocio era la misma que la de su casa.

Le he enviado un breve mensaje a ladirección que aparecía en la página.

Estimado Scott:

Me llamo Rachel Watson. No meconoces. Me gustaría hablar contigosobre tu esposa. No tengoinformación de su paradero ni séqué le ha pasado, pero poseoinformación que podría ayudarte.

Entendería que no quisieras hablarconmigo, pero en caso de que sí lohagas, envíame un email a estadirección.

Atentamente,

RACHEL

No sé si, de ser él, yo me habría

puesto en contacto conmigo; lo dudo. Aligual que la policía, probablementeScott habrá pensado que estoy chiflada yque no soy más que una tía rara que haleído sobre el caso de Megan en elperiódico. Ahora nunca lo sabré: si lohan arrestado, puede que no llegue a leerel mensaje. De hecho, si lo hanarrestado, las únicas personas que loverán serán policías, lo cual supondráun problema para mí. Pero tenía queintentarlo de todos modos.

Y ahora me siento desesperada yfrustrada. La gente que abarrota el vagónno me deja ver por la ventanilla e,incluso si pudiera, con la lluvia quesigue cayendo no podría ver nada más

allá de la cerca de las vías. Me preguntosi se estarán perdiendo pruebas porculpa de este tiempo; si, en estemomento, pistas vitales estarándesapareciendo para siempre: manchasde sangre, pisadas, colillas decigarrillos con ADN. Tengo tantas ganasde beber algo que casi puedo saborearel vino en la boca. Puedo imaginarperfectamente la sensación del alcoholal llegar a mi flujo sanguíneo y laeuforia extendiéndose por mi cuerpo.

Quiero y no quiero una copa. Si notomo nada, hará tres días que no bebo, yno puedo recordar la última vez quepermanecí sobria durante tres díasseguidos. También puedo saborear otra

cosa en la boca: una vieja obstinación.Hubo un tiempo en el que tenía fuerza devoluntad y podía correr diez kilómetrosantes de desayunar o subsistir durantesemanas con 1300 calorías diarias. Tomme dijo que era una de las cosas que legustaban de mí: mi terquedad, mifortaleza. Recuerdo una discusión haciael final de la relación, cuando las cosasestaban a punto de ponerse realmentefeas. Perdió los estribos conmigo.«¿Qué te ha pasado, Rachel? —mepreguntó—. ¿Cuándo te has vuelto tandébil?».

No lo sé. No sé adónde se fue lafortaleza, ni siquiera recuerdo haberlaperdido. Creo que, con el tiempo, la

vida fue haciéndole mella poco a poco.Al llegar al semáforo entre Londres

y Witney, el tren se detiene de golpe conun alarmante chirrido de frenos. Elvagón se llena de murmullos de disculpade los pasajeros por los empujones y lospisotones. Yo levanto la vista y, derepente, me encuentro mirandodirectamente a los ojos del hombre delsábado por la noche: el pelirrojo que meayudó. Sus ojos azules me están mirandofijamente y me llevo tal susto que elmóvil se me cae al suelo. Trasrecogerlo, vuelvo a levantar los ojos.Esta vez lo hago como tentativa,evitándolo. Primero examino el vagón,luego limpio la ventanilla empañada con

el codo y echo un vistazo fuera. Por fin,vuelvo a mirarlo y él me sonríeladeando la cabeza.

Noto entonces cómo mi rostro sesonroja. No sé de qué modo reaccionara su sonrisa porque no sé lo que quieredecir. ¿Significa «Oh, hola, te recuerdode la otra noche» o «Ah, es esa borrachaque la otra noche se cayó por la escaleray no dejaba de decirme chorradas»? ¿Oquizá otra cosa? No lo sé, pero al pensarahora en ello, creo recordar unfragmento de la banda sonora queacompaña a las imágenes en las queresbalo en un escalón: él diciendo«¿Estás bien, guapa?». Entonces apartola mirada y vuelvo a echar un vistazo

por la ventanilla. Puedo sentir sus ojosobservándome. Yo sólo quieroesconderme, desaparecer. El tren sepone en marcha con un traqueteo y alcabo de unos segundos llegamos a laestación de Witney. La gente comienza acolocarse en la salida a base deempujones y se prepara paradesembarcar doblando sus periódicos yguardando sus Kindles y iPads. Cuandovuelvo a levantar la mirada, me invadeuna sensación de alivio: el tipo se hadado la vuelta y se dispone a bajar deltren.

Entonces me doy cuenta de que meestoy comportando como una idiota.Debería levantarme y seguirlo, hablar

con él. Podría decirme qué sucedió, oqué no sucedió; podría rellenar algunoshuecos. Me pongo en pie. Vacilo, sé queya es demasiado tarde, las puertas estána punto de cerrarse, estoy en medio delvagón, no conseguiré abrirme paso entrela gente a tiempo. Se oye un pitido y laspuertas se cierran. Todavía de pie, mevuelvo y miro por la ventana mientras eltren se pone en marcha. El tipo delsábado por la noche está en el andén,bajo la lluvia, mirando cómo me alejo.

Cuanto más cerca estoy de casa másirritada me siento conmigo misma. Casiestoy tentada de cambiar de tren enNorthcote y regresar a Witney parabuscarlo. Se trata de una idea ridícula,

claro está, además de estúpidamentearriesgada, pues ayer mismo Gaskill meadvirtió que permaneciera alejada deesa zona. El problema es que cada veztengo más claro que no podré recordarlo que sucedió el sábado. Unas pocashoras de búsqueda en internet me hanconfirmado lo que sospechaba: lahipnosis no suele ser útil para recuperarlas horas perdidas durante una lagunamental pues, tal y como había leído, enesos casos no creamos nuevosrecuerdos. No hay nada que recordar. Esy siempre será un agujero negro en milínea temporal.

MEGAN

Jueves, 7 de marzo de 2013Primera hora de la tarde

La habitación está a oscuras eimpregnada de nuestro dulce olor.Volvemos a encontrarnos en el Swan, enla habitación de techo abuhardillado.Esta vez, sin embargo, la situación esdistinta: él todavía está aquí,observándome.

—¿Adónde quieres ir? —mepregunta.

—A una casa en la playa en la Costade la Luz —le digo.

Él sonríe.—¿Y qué haremos?Yo me río.—¿Además de esto?Me acaricia lentamente la barriga

con los dedos.—Además de esto.—Abriremos una cafetería, haremos

exposiciones, aprenderemos a hacersurf.

Él besa la punta del hueso de lacadera.

—¿Qué hay de Tailandia? —dice.Yo arrugo la nariz.—Demasiados jóvenes de viaje

antes de empezar la universidad. MejorSicilia —digo yo—. Las islas Egadas.Abriremos un chiringuito en la playa,iremos a pescar…

Él se vuelve a reír, acerca su cuerpoal mío y me besa.

—Irresistible —farfulla—. Eresirresistible.

Quiero reírme. Quiero decir en vozalta: «¿Lo ves? ¡He ganado! Ya te dijeque no sería la última vez, nunca lo es».Pero me muerdo el labio y cierro losojos. Tenía razón, sabía que la tenía,pero no me hará ningún bien decirlo.Disfruto de mi victoria en silencio; medeleito en ella casi tanto como en suscaricias.

Luego, me habla de un modo que nohabía hecho hasta entonces.Normalmente soy yo la que habla, peroesta vez es él quien se sincera conmigo.Me explica que se siente vacío, mehabla de la familia que ha dejado atrás,de la mujer con la que estaba antes demí y de la anterior a ésta, la que ledesbarató la cabeza y lo dejó hueco. Nocreo en las almas gemelas, pero entrenosotros hay una conexión que no habíasentido antes o, al menos, no desde hacemucho tiempo. Procede de unaexperiencia compartida, de saber qué sesiente al estar deshecho.

Sé bien lo que es sentirse hueca.Comienzo a pensar que no se puede

hacer nada para arreglarlo. Eso es loque he sacado de las sesiones depsicoanálisis: los agujeros de la vidason permanentes. Hay que creceralrededor de ellos y amoldarse a loshuecos, como las raíces de los árbolesen el hormigón. Todas estas cosas las sé,pero no las digo en voz alta, ahora no.

—¿Cuándo iremos? —le pregunto,pero él no me contesta y yo me quedodormida. Cuando me despierto ya noestá.

Viernes, 8 de marzo de 2013Mañana

Scott me trae café a la terraza.—Anoche dormiste —dice,

inclinándose para darme un beso en lacabeza.

Está detrás de mí, con sus cálidas ysólidas manos en mis hombros. Yo echola cabeza hacia atrás, cierro los ojos yescucho el traqueteo del tren en las víashasta que se detiene justo delante decasa. Cuando nos trasladamos aquí,Scott solía saludar a los pasajeros conla mano, algo que siempre me hacía reír.Sus manos se aferran a mis hombros unpoco más fuerte, se vuelve a inclinarhacia delante y me besa en el cuello.

—Anoche dormiste —vuelve a decir—. Debes de sentirte mejor.

—Así es —respondo yo.—Entonces ¿crees que la terapia

está funcionando? —me pregunta.—¿Quieres decir que si creo que me

han arreglado?—No «arreglado» —repone, y

advierto el tono dolido de su voz—. Loque quería decir…

—Ya lo sé. —Coloco una manosobre la suya y la aprieto—. Sólo estababromeando. Creo que es un proceso. Noes tan sencillo. No sé si habrá unmomento en el que pueda decir que hafuncionado y que estoy definitivamentemejor.

Permanecemos un rato en silencio ysus manos se aferran a mí un poco más

fuerte.—¿Entonces quieres seguir yendo?

—me pregunta, y yo le contesto que sí.Hubo una época en la que pensaba

que él lo podría ser todo, que podría sersuficiente. Lo pensé durante años.Estaba completamente enamorada.Todavía lo estoy. Pero ya no quiero esto.Los únicos momentos en los que mesiento yo misma son esas secretas yfebriles tardes como la de ayer, cuandocobro vida con todo ese calor en lapenumbra. ¿Quién dice que, cuandohuya, no me parecerá que eso tampocoes suficiente? ¿Quién dice que noterminaré sintiéndome exactamentecomo me siento ahora, no a salvo sino

asfixiada? Puede que entonces quierahuir otra vez, y luego otra vez, hastaterminar al fin de vuelta de nuevo a esavieja vía de tren porque ya no tendréningún otro lugar al que ir.

Cuando Scott se marcha a trabajarbajo a la planta baja a despedirme. Éldesliza las manos alrededor de micintura y me besa en lo alto de lacabeza.

—Te quiero, Megs —murmura, yentonces me siento fatal, como si fuerala peor persona del mundo. Me muerode ganas de que cierre la puerta porquesé que voy a llorar.

RACHEL

Viernes, 19 de julio de 2013Mañana

El tren de las 8.04 va prácticamentevacío. Las ventanillas están abiertas y, acausa de la tormenta que cayó ayer, elaire que entra es fresco. Megan llevadesaparecida 133 horas, y yo hacíameses que no me sentía tan bien. Cuandoesta mañana me he mirado al espejo, henotado diferencias en mi rostro: tengo lapiel más clara y los ojos más brillantes.

También me noto más ligera. Estoysegura de que no he perdido ningún kilo,pero no me siento tan pesada. Me sientoyo misma, la mujer que solía ser antes.

No he sabido nada de Scott. Hemirado en internet, pero no he vistoninguna noticia de su arresto, de modoque simplemente habrá ignorado miemail. Supongo que era de esperar. Justocuando salía esta mañana de casa, me hallamado Gaskill y me ha preguntado sipodía ir hoy a la comisaría. Por unmomento, me he asustado, pero luego lehe oído decir en su tono de voz tranquiloy suave que sólo quería que le echara unvistazo a un par de fotografías. Yo heaprovechado para preguntarle si habían

arrestado a Scott Hipwell.—No se ha arrestado a nadie,

señorita Watson —ha dicho él.—¿Y el hombre al que

interrogaron…?—No estoy en disposición de decir

nada.Su forma de hablar es tan

tranquilizadora y reconfortante que mevuelve a caer bien.

Ayer me pasé la tarde sentada en elsofá ataviada con unos pantalones dechándal y una camiseta, haciendo listasde cosas por hacer y posiblesestrategias. Podría, por ejemplo, ir a laestación de Witney en hora punta yesperar hasta que volviera a ver al

hombre pelirrojo del sábado por lanoche. Luego podría invitarlo a tomaralgo y averiguar si esa noche vio algunacosa. El peligro es que podríaencontrarme con Anna o Tom, medenunciarían y tendría problemas (mástodavía) con la policía. Otro peligro esque me colocaría en una posiciónvulnerable. Todavía tengo el vagorecuerdo de una pelea; puede inclusoque lleve pruebas físicas de ella en elcuero cabelludo y el labio. ¿Y si se tratadel hombre que me hizo daño? El hechode que me sonriera y me saludara con lamano no significa nada, bien podría serun psicópata. Pero no creo que lo sea.Por alguna razón que no puedo explicar,

me resulta amigable.Podría volver a ponerme en contacto

con Scott. Pero antes necesito darle unarazón para que vuelva a dirigirme lapalabra, y temo que cualquier cosa quele diga me hará parecer una pirada.Podría incluso pensar que tengo algoque ver con la desaparición de Megan ydenunciarme a la policía. Eso sería unauténtico problema.

Otra opción es probar la hipnosis.Estoy segura de que no me ayudará arecordar nada, pero aun así sientocuriosidad. Intentarlo tampoco me haráningún daño, ¿verdad?

Aún estaba sentada ahí tomandonotas y leyendo las noticias que había

impreso cuando Cathy llegó a casa.Había ido al cine con Damien. Se sintiógratamente sorprendida de encontrarmesobria, pero también algo recelosa, puesllevábamos sin hablar desde que lapolicía vino a verme el martes. Le contéque no había bebido nada en tres días yme dio un abrazo.

—¡Estoy tan contenta de que vuelvasa ser tú misma! —dijo canturreando,como si tuviera alguna idea de cómo soyyo de verdad.

—Lo de la policía —dije entonces— fue un malentendido. Entre Tom y yono hay ningún problema, y no sé nadasobre esa chica desaparecida. No tienesde qué preocuparte —le dije, entonces

ella me dio otro abrazo y se fue apreparar un té para ambas. Pensé enaprovecharme de la buena disposiciónque había generado y explicarle quehabía perdido el trabajo, pero no quiseestropear la velada.

Esta mañana todavía estaba de buenhumor conmigo. Me ha vuelto a abrazarcuando me estaba preparando para salirde casa.

—Me alegra mucho que estéscomenzando a arreglar tu situación,Rach —ha dicho—. Me teníaspreocupada.

Luego me ha contado que pasaría elfin de semana en casa de Damien, y loprimero que he pensado es que, cuando

llegara a casa esta noche, podría bebersin que nadie me juzgara.

Tarde

El amargo sabor de la quinina, eso es loque más me gusta de un gin-tonic frío. Latónica debería ser Schweppes yproceder de una botella de cristal, no deplástico; estas bebidas premezcladas noson muy buenas, pero es lo que hay. Séque no debería estar bebiendo, perollevo todo el día deseándolo. No es sólola anticipación de la soledad, es tambiénla excitación, la adrenalina. El alcoholme está comenzando a hacer efecto y

siento un cosquilleo en la piel. Hetenido un buen día.

Esta mañana, he pasado una hora asolas con el inspector Gaskill. Al llegara la comisaría, me han llevadodirectamente a verlo. Esta vez noshemos sentado en su despacho, no en lasala de interrogatorios. Me ha ofrecidocafé y, cuando he aceptado, me hasorprendido ver que se levantaba y lopreparaba él mismo. En lo alto de unanevera que había en un rincón tenía unhervidor de agua y un poco de Nescafé.Se ha disculpado por no tener azúcar.

Me ha gustado estar en su compañíay ver cómo movía las manos; no es muyexpresivo, pero mueve mucho las cosas

que hay a su alrededor. No habíaadvertido esto antes porque en la sala deinterrogatorios no había muchas cosasque mover. En su despacho, en cambio,no ha dejado de cambiar de lugar la tazade café, la grapadora, un bote debolígrafos y de colocar bien las pilas depapeles. Tiene las manos grandes y unosdedos largos con las uñascuidadosamente arregladas. Sin anillos.

Esta mañana las cosas han sidodistintas. No me he sentido sospechosani alguien a quien él estuviera intentandoatrapar. Me he sentido útil. Sobre todocuando ha cogido uno de susarchivadores, lo ha abierto delante demí y me ha enseñado una serie de

fotografías: Scott Hipwell, tres hombresque no había visto nunca, y luego N.

Al principio, no estaba segura. Mehe quedado un momento mirando lafotografía mientras intentaba evocar laimagen del hombre que vi aquel díaencorvado y con la cabeza inclinadapara abrazar a Megan.

—Es éste —he dicho finalmente—.Creo que es éste.

—¿No está segura?—Eso creo.Él entonces ha cogido la fotografía y

la ha examinado un instante.—Los vio besarse, ¿no es así? El

pasado viernes, hace una semana.—Sí, así es. El viernes por la

mañana. Estaban fuera, en el jardín.—¿Y no es posible que

malinterpretara lo que vio? ¿Que fueraun abrazo o, no sé, un beso platónico?

—No. Fue un beso de verdad. Fue…romántico.

Entonces me ha parecido que suslabios hacían un ligero movimientotrémulo, como si estuviera a punto desonreír.

—¿Quién es? —le he preguntado aGaskill—. ¿Es…? ¿Cree que ha sido él?—No me ha contestado, se ha limitado anegar ligeramente con la cabeza—. ¿Setrata de…? ¿Le he ayudado? ¿He sido dealguna ayuda?

—Sí, señorita Watson. Ha sido usted

de mucha ayuda. Gracias por habervenido.

Nos hemos estrechado las manos unsegundo y él ha colocado ligeramente lamano derecha en mi hombro izquierdo.Yo he sentido ganas de volverme ybesársela. Hacía mucho que nadie metocaba de un modo que se acercarasiquiera de lejos a la ternura. Bueno,aparte de Cathy.

Gaskill me ha acompañado entoncesa la salida. Hemos pasado por la ampliasala principal de la comisaría, dondehabía más o menos una docena deagentes de policía. Uno o dos me hanmirado de reojo, puede que con ciertointerés o desdén, no estoy segura. Luego

hemos comenzado a recorrer un pasilloy entonces lo he visto caminando haciamí: Scott Hipwell. Acababa de entrarjunto a Riley. Iba con la cabeza gacha,pero lo he reconocido al instante. Halevantado la mirada, ha saludado aGaskill con un movimiento de cabeza yluego me ha mirado a mí. Durante unsegundo, nuestras miradas se hanencontrado y habría jurado que mereconocía. He pensado en aquellamañana que lo vi en la terraza. Él estabamirando las vías y tuve la sensación deque me miraba directamente a mí.Hemos pasado uno al lado del otro en elpasillo. Ha estado tan cerca de mí quepodría haberlo tocado. En carne y hueso

era muy guapo y su tensa aparienciairradiaba una poderosa energía. Alllegar al vestíbulo, he tenido lasensación de que me estaba mirando yme he dado la vuelta, pero quien loestaba haciendo era Riley.

He cogido el tren a Londres y he idoa la biblioteca. Una vez ahí, he leídotodos los artículos que he encontradosobre el caso, aunque no he averiguadonada nuevo. Luego he buscadohipnoterapeutas en Ashbury, pero hedejado ahí la cosa porque es caro y noestá claro si realmente sirve pararecuperar la memoria. Mientras leía lashistorias de aquellos que aseguran quehan recuperado la memoria a través de

la hipnoterapia, me he dado cuenta deque estaba más asustada del éxito quedel fracaso. No sólo tengo miedo de loque pueda averiguar sobre la noche delsábado, sino de muchas más cosas. Noestoy segura de que pueda soportarrevivir las estupideces que he hecho, nioír las palabras cargadas de rencor quehe dicho, ni recordar la expresión delrostro de Tom mientras las decía. Tengomucho miedo de adentrarme en esaoscuridad.

He pensado en enviarle otro email aScott, pero en realidad no hacía ningunafalta. El encuentro de esa mañana con elinspector Gaskill me ha dejado claroque la policía me toma en serio. Mi

papel aquí ha terminado, he deaceptarlo. Al menos puedo alegrarme dehaber sido de ayuda, pues no deja de serincreíble la coincidencia de que Megandesapareciese al día siguiente de que laviera con ese hombre.

Con un clic y un alegre burbujeoabro la segunda lata de gin-tonic y derepente me doy cuenta de que no hepensado en Tom en todo el día. Almenos hasta ahora. Mis pensamientoslos han ocupado Scott, Gaskill, N, elhombre del tren… Tom ha quedadorelegado al quinto lugar. Le doy un tragoa la bebida y pienso que al menos tengoalgo que celebrar. Sé que voy a estarmejor, que voy a ser feliz. No falta

mucho.

Sábado, 20 de julio de 2013Mañana

Nunca aprendo. Me despierto con unadevastadora sensación de azoramiento yvergüenza, y al instante sé que hice algoestúpido. Inicio entonces el lamentable ydoloroso ritual de intentar recordar dequé se trata exactamente. Envié unemail. Eso es.

En un momento dado, Tom ascendióde puesto en la lista de hombres en losque pensaba y se me ocurrió enviarle un

email. Mi ordenador portátil está ahoraen el suelo, junto a la cama, a modo deinmóvil presencia acusatoria. Melevanto de la cama y paso por encimapara ir al cuarto de baño. Bebo aguadirectamente del grifo y me echo unfugaz vistazo en el espejo.

No tengo buen aspecto. Aun así, tresdías sin beber no están mal, y hoycomenzaré otra vez. Me paso un largorato en la ducha, reduciendo poco apoco la temperatura del agua hasta quese encuentra verdaderamente helada. Noes aconsejable meterse de golpe bajo unchorro de agua fría, resulta demasiadotraumático, demasiado brutal. Si se hacede forma gradual, en cambio, apenas se

nota; es como freír una rana, pero a lainversa. El agua fría me alivia la piel yatenúa el ardiente dolor que meatraviesa la cabeza por encima del ojo.

Voy a la planta baja con el portátil yme preparo una taza de té. Existe lapequeña posibilidad de que leescribiera el email a Tom pero no se loenviara. Respiro hondo y abro mi cuentade Gmail. Me alivia ver que no tengonuevos mensajes. Pero cuando abro lacarpeta de emails enviados, ahí está: síle escribí un email, simplemente no hacontestado. Todavía. Se lo envié pocodespués de las once; para entonces yallevaba unas cuantas horas bebiendo, locual significa que la adrenalina y la

excitación que sentía al principio se mehabrían pasado haría mucho. Abro elmensaje.

¿Podrías decirle a tu esposa quedeje de mentir a la policía sobremí? ¿No te parece algo rastrerointentar meterme en problemas?¿Qué es eso de decirle a la policíaque estoy obsesionada con ella y sufea mocosa? ¿Quién se ha creídoque es? Dile que me deje en paz deuna puta vez.

Cierro los ojos y el portátil y,literalmente, me encojo. Todo mi cuerpo

se pliega sobre sí mismo. Quierohacerme más pequeña; quierodesaparecer. También estoy asustada,porque si Tom decide enseñarle esto a lapolicía, podría tener auténticosproblemas. Si Anna está recopilandopruebas de que soy vengativa yobsesiva, ésta podría ser la pieza clavede su expediente. ¿Y por qué mencioné ala pequeña? ¿Qué tipo de persona haceeso? No le deseo nada malo; jamáspodría hacerle daño a una niña pequeña,a ninguna niña, y menos todavía a la deTom. No me entiendo a mí misma; noentiendo la persona en la que me heconvertido. Dios mío, debe de odiarme.Yo lo hago; o, al menos, odio esta

versión de mí misma, la que anocheescribió este email. Es como si fueraotra persona, yo no soy así. No soyalguien llena de odio.

¿O sí? Intento no pensar en mispeores días, pero en momentos comoéstos, me asaltan los recuerdos. Meviene a la memoria otra pelea, hacia elfinal de nuestra relación: después de unafiesta y de otra laguna mental, Tom mecontó que la noche anterior lo habíavuelto a avergonzar. Al parecer, mehabía encarado con la esposa de uncolega suyo, acusándola de flirtear conél. «Ya no quiero ir a ningún sitiocontigo —me dijo—. Me preguntas porqué nunca invito a ningún amigo a casa o

por qué ya no me gusta ir al pub contigo.¿De verdad quieres saber por qué? Porti. Porque me avergüenzo de ti».

Cojo el bolso y las llaves y medispongo a ir al Londis, el pub que seencuentra calle abajo. No me importaque todavía no sean las nueve de lamañana, estoy asustada y no quiero tenerque pensar. Si me tomo algunosanalgésicos y una copa, conseguiréperder el sentido y dormir todo el día.Ya me encargaré de este asunto mástarde. Llego a la puerta de entrada ycoloco la mano en el tirador, pero derepente me detengo. Podría pedirleperdón. Si lo hago ahora mismo, tal vezpodría arreglar un poco las cosas,

podría intentar convencerlo de que no leenseñara el email a Anna o a la policía.No sería la primera vez que me protegede su esposa.

Ese día en el que me presenté encasa de Tom y Anna no sucedióexactamente lo que le conté a la policía.Para empezar, no llamé al timbre. Noestaba segura de cuáles eran misintenciones (todavía ahora no lo estoy).Recorrí el sendero y salté la cerca.Estaba todo en silencio, no se oía nada.Fui hasta la puerta corredera de cristal ymiré el interior de la casa. Es cierto queAnna estaba durmiendo en el sofá. No lallamé, ni a ella ni a Tom. No queríadespertarla. El bebé no estaba llorando,

sino durmiendo profundamente en sucanasta, al lado de su madre. Por algunarazón, la cogí y me la llevé afuera tanrápido como pude. Recuerdo estarcorriendo con ella hacia la cerca y queel bebé comenzó entonces a despertarsey a lloriquear un poco. No sé cuáleseran exactamente mis intenciones, perono quería hacerle daño. Sosteniéndolacon fuerza contra mi pecho, llegué porfin a la cerca. Para entonces, ella yahabía empezado a llorar y a gritar. Yo laacunaba e intentaba que se calmara yentonces oí otro ruido: el de un trenacercándose. Le di la espalda a la cercay, de repente, vi a Anna corriendo haciamí con la boca abierta. Estaba moviendo

los labios, pero no podía oír lo quedecía.

Cuando llegó junto a mí, me arrebatóal bebé. Entonces yo intenté escapar,pero tropecé y me caí. A gritos, Anna medijo que me quedara donde estaba oavisaría a la policía. Llamó a Tom, éstevino a casa y se sentó con ella en elsalón. Ella no dejaba de llorar como unahistérica. Todavía quería llamar a lapolicía y que me arrestaran por intentode secuestro. Tom la tranquilizó y lerogó que lo dejara estar y permitiese queme fuera. Me salvó de ella. Después, mellevó en coche a casa y cuando me dejó,me cogió de la mano. Yo pensé que setrataba de un gesto de amabilidad, de

consuelo, pero él comenzó a apretarcada vez más fuerte hasta que solté ungrito y, con el rostro enrojecido, me dijoque si le hacía daño a su hija, memataría.

No sé qué pretendía hacer aquel día.Aún no lo sé. En la puerta, vacilo conlos dedos alrededor del tirador y memuerdo con fuerza el labio. Sé que sicomienzo a beber ahora, me sentirémejor durante una hora o dos y peordurante seis o siete. Suelto el tirador,regreso al salón y vuelvo a abrir elportátil. He de pedir perdón. He deimplorar perdón. Al entrar otra vez enmi cuenta de correo electrónico, veo quehe recibido un email nuevo. No es de

Tom. Es de Scott Hipwell.

Estimada Rachel:

Gracias por ponerte en contactoconmigo. No recuerdo que Megan temencionara, pero a su galeríaacudía mucha gente y no soy muybueno con los nombres. Meencantaría hablar contigo sobre loque sabes. Por favor, llámame al07583 123657 tan pronto como tesea posible.

Atentamente,

SCOTT HIPWELL

Por un instante, pienso que haenviado el email a la direcciónequivocada y que este mensaje es paraotra persona. Luego, sin embargo, elrecuerdo acude a mi mente: sentada enel sofá con la segunda botella a medias,decidí que no quería que mi papel enesta historia terminara. Quería seguirsiendo un personaje central.

De modo que le escribí.Sigo descendiendo para ver mi

email.

Estimado Scott:

Disculpa que vuelva a ponerme encontacto contigo, pero creo que es

importante que hablemos. No estoysegura de si Megan te ha habladoalguna vez de mí; soy una amiga dela galería. Antes vivía en Witney.Creo que tengo información quepuede ser de tu interés. Por favor,escríbeme a esta dirección.

RACHEL WATSON

Noto que me sonrojo y siento unapunzada en la boca del estómago. Ayer—sensatamente, con la cabezadespejada, pensando con claridad—decidí que debía aceptar que mi papelen esta historia había terminado. Peromis mejores ángeles volvieron a perder,

derrotados por la bebida, por la personaen la que me convierto cuando bebo. LaRachel borracha no atiende a lasconsecuencias y, o bien se comporta deun modo excesivamente efusivo yoptimista, o está consumida por el odio.La Rachel borracha, deseosa de seguirformando parte de esta historia ynecesitada de convencer a Scott paraque se pusiera en contacto con ella,mintió. Yo mentí.

Desearía clavarme cuchillos en lapiel para poder sentir algo que no seavergüenza, pero carezco de la valentíapara hacer algo así. Comienzo a escribirun email a Tom. Escribo y borro,escribo y borro, intentando encontrar un

modo de pedirle perdón por las cosasque le dije anoche. Si tuviera que hacerun listado de todas las transgresionespor las que debería pedirle perdón,podría llenar un libro entero.

Tarde

Hace una semana, hace exactamente unasemana, Megan Hipwell salió delnúmero 15 de Blenheim Road ydesapareció. Nadie la ha visto desdeentonces. Ni su móvil ni sus tarjetas decrédito han sido utilizados desde elsábado. Cuando antes he leído esto en unperiódico, me he puesto a llorar. Ahora

me avergüenzo de los pensamientossecretos que tenía. Megan no es unmisterio por resolver, no es una figuraque aparece en el travelling delprincipio de una película, hermosa,etérea e insustancial. No es un mensajecifrado. Es alguien real.

Estoy en el tren y me dirijo a sucasa. Voy a ver a su marido.

Tuve que llamarle. El daño ya habíasido hecho. No podía limitarme aignorar su email, se lo contaría a lapolicía. De ser él, yo lo haría si undesconocido se pusiera en contactoconmigo asegurando tener informaciónsobre mi pareja desaparecida y luego nodijera nada más. De hecho, puede que

haya llamado a la policía de todosmodos; puede que cuando llegue meestén esperando.

Sentada aquí, en mi sitio habitualpero en un día que no lo es, me sientocomo si estuviera saltando en coche porun acantilado. Tuve la misma sensacióncuando lo llamé por teléfono. Fue comosi me cayera por un agujero oscuro sinsaber cuándo llegará el impacto con elsuelo. Me habló en un tono de voz bajo,como si hubiera alguien más en lahabitación y no quisiera que lo oyeran.

—¿Podemos hablar en persona? —me preguntó.

—Yo no… No creo…—Por favor.

Vacilé un momento y luego acepté.—¿Podrías venir a casa? No digo

ahora mismo, hay gente. ¿Esta tarde? —Me dio la dirección y yo hice ver que laanotaba.

—Gracias por ponerte en contactoconmigo —me dijo, y colgó.

Nada más aceptar me he dado cuentade que no se trata de una buena idea. Loque sé acerca de Scott por losperiódicos no es prácticamente nada. Ylo que sé por mis propias observacionesno lo sé de verdad. Es decir, no sé nadasobre Scott. Sí sé cosas sobre Jason(alguien que, he de recordarme a mímisma constantemente, no existe). Loúnico que sé a ciencia cierta —y sin

ningún género de dudas— es que laesposa de Scott lleva una semanadesaparecida. También queprobablemente él es sospechoso. Ytambién, porque vi ese beso, que tieneun motivo para matarla. Por supuesto,puede que él no sepa que tiene unmotivo, pero… Oh, me estoy enredandoyo sola… En cualquier caso, ¿cómo ibaa desaprovechar la oportunidad de ir ala casa que he observado cientos deveces desde las vías o la calle, cruzar supuerta de entrada, acceder a su interior,sentarme en su cocina, en su terraza,donde ellos lo hacían, donde yo losveía?

Era demasiado tentador. Ahora voy

sentada en el tren, con los brazoscruzados y las manos debajo de lasaxilas para evitar que me tiemblen,emocionada como una niña en plenaaventura. Estaba tan contenta de tener unpropósito que había dejado de pensar enla realidad. Había dejado de pensar enMegan.

Ahora lo vuelvo a hacer. He deconvencer a Scott de que la conocía; unpoco, tampoco mucho. De ese modo, mecreerá cuando le cuente que la vi conotro hombre. Si admito directamente quele he mentido, nunca confiará en mí. Asípues, intento imaginar cómo habría sidoir a la galería y charlar con ella mientrasnos tomábamos un café (¿bebe café

Megan?). Quizá habríamos hablado dearte, o de yoga, o de nuestros maridos.El problema es que no sé nada de arte ynunca he hecho yoga. Tampoco tengomarido. Y ella traicionó al suyo.

Pienso entonces en las cosas que susverdaderos amigos han dicho de ella:«maravillosa», «divertida», «hermosa»,«cariñosa». «Querida». Megan cometióun error. Son cosas que suceden. Nadiees perfecto.

ANNA

Sábado, 20 de julio de 2013Mañana

Evie se despierta justo antes de las seis.Me levanto de la cama, voy a su cuarto yla cojo. Tras darle de comer, me la llevoa la cama conmigo.

Cuando me vuelvo a despertar, Tomno está a mi lado pero puedo oír suspasos en la escalera. Está cantando enun tono de voz bajo y desafinado:«Cumpleaños feliz, cumpleaños

feliz…». Yo antes ni siquiera habíacaído en ello, lo había olvidado porcompleto; no he pensado en otra cosaque no fuera coger a mi pequeña yvolver a la cama. Ahora estoy sonriendoaunque aún no me he despertado deltodo. Abro los ojos y Evie también estásonriendo y, cuando levanto la mirada,Tom se encuentra al pie de la camasosteniendo una bandeja. Lleva puestomi delantal Orla Kiely y nada más.

—Desayuno en la cama,cumpleañera —dice. Deja la bandeja alfinal de la cama y luego la rodea paradarme un beso.

Abro mis regalos: un bonitobrazalete de plata con una incrustación

de ónix de parte de Evie y un picardíasde seda negra y bragas a juego de la deTom. No puedo dejar de sonreír. Él semete en la cama y permanecemostumbados con Evie entre nosotros. Ellacon los dedos envueltos en el dedoíndice de él y yo aferrada al perfecto pierosa de mi pequeña, y es como si en elinterior de mi pecho hubiera fuegosartificiales. Parece imposible, todo esteamor.

Un poco después, cuando Evie ya seha aburrido de estar tumbada, bajo conella a la planta baja y dejamos a Tomdormitando. Se lo merece. Yo meentretengo ordenando un poco la casa.Luego tomo una taza de café en el patio

mientras veo pasar trenes medio vacíosy pienso en el almuerzo. Hace calor,demasiado para un asado, pero haré unode todos modos porque a Tom le encantael rosbif y luego siempre podemos tomarhelado para refrescarnos. Sólo he desalir un momento para comprar eseMerlot que tanto le gusta, de modo quepreparo a Evie y me la llevo a comprarcon el cochecito.

Todo el mundo me dijo que estabaloca por aceptar mudarme a casa deTom. Aunque claro, todo el mundopensaba que estaba loca por iniciar unarelación con un hombre casado, y mástodavía con un hombre casado cuyaesposa era altamente inestable. Les

demostramos que en este punto estabanequivocados. No importa cuántosproblemas nos cause su exmujer, Tom yEvie lo compensan con creces. Perotenían razón en lo de la casa. En díascomo hoy podría ser un lugar perfecto.El sol brilla en el cielo y nuestrapequeña calle (limpia y bordeada porárboles; no exactamente sin salida, perocon la misma sensación de comunidad)está repleta de madres, perros concorrea y niños pequeños en patinete.Podría ser ideal. Podría, si no se oyeranlos chirriantes frenos de los trenes.Podría, si no me topara con el número15 cada vez que miro calle abajo.

Cuando vuelvo a casa, Tom está

sentado a la mesa del comedor viendoalgo en el ordenador. Va con pantalonescortos pero sin camisa; puedo ver susmúsculos moviéndose bajo la pielcuando cambia de posición. Todavíasiento mariposas en el estómago cuandolo veo. Le digo hola, pero estáensimismado en su mundo y cuando lepaso los dedos por el hombro sesobresalta y cierra el portátil de golpe.

—¡Hey! —dice, poniéndose en pie.Está sonriendo, pero se lo ve cansado ypreocupado. Coge a Evie de mis brazossin mirarme a los ojos.

—¿Qué? —pregunto—. ¿Quésucede?

—Nada —contesta y se da la vuelta

y se dirige hacia la ventana sin dejar deacunar a Evie en los brazos.

—¿Qué pasa, Tom?—No es nada. —Se vuelve hacia mí

y se me queda mirando y sé lo que va adecir antes incluso de que lo haga—.Rachel. Otro email. —Niega con lacabeza. Parece tan herido, tandisgustado… Lo odio, no puedosoportarlo. A veces me entran ganas dematar a esa mujer.

—¿Qué dice?Él vuelve a negar con la cabeza.—No importa. Es sólo… lo habitual.

Chorradas.—Lo siento —digo, y no le pregunto

qué chorradas exactamente porque sé

que no me lo dirá. Odia molestarme conesto.

—Está bien. No es nada. Sólo sushabituales desvaríos de borracha.

—Dios mío, ¿es que no se va a irnunca? ¿Es que no nos va a dejar serfelices?

Él se acerca a mí con nuestra hija enbrazos y me besa.

—Ya somos felices —dice—. Losomos.

Tarde

Somos felices. Después de almorzar, nostumbamos en el césped y cuando ya no

soportamos más el calor, volvemos aentrar en casa y tomamos heladomientras Tom ve el Gran Premio. Evie yyo jugamos con plastilina (que ellatambién se come un poco). Piensoentonces en lo que está sucediendo calleabajo y en lo afortunada que soy. Tengotodo lo que quería. Cuando miro a Tom,también doy gracias a Dios de que él meencontrara a mí y que yo estuviera ahípara rescatarlo de esa mujer. Ella habríaterminado volviéndolo loco, estoyconvencida de ello; lo habría destruidolentamente, lo habría convertido en algoque no es.

Tom lleva a Evie al piso de arribapara bañarla. Desde el salón oigo sus

risas y vuelvo a sonreír. La sonrisaapenas ha abandonado mis labios entodo el día. Friego los platos, ordeno elsalón y pienso en la cena. Algo ligero.Es curioso, porque hace unos añoshabría odiado la idea de quedarme encasa y cocinar en mi cumpleaños, peroahora es perfecto, es como debe ser.Sólo nosotros tres.

Recojo los juguetes de Evie queestán desperdigados por el suelo delsalón y los vuelvo a dejar en su caja.Tengo ganas de meterla pronto en lacama y ponerme ese picardías que Tomme ha comprado. Todavía faltan horaspara que oscurezca, pero enciendo lasvelas de la repisa de la chimenea y abro

la segunda botella de Merlot para que sevaya ventilando. Luego me inclino sobreel sofá para cerrar las cortinas y, derepente, veo a una mujer que avanza porel lado opuesto de la calle con la cabezagacha. No levanta la mirada, pero esella, estoy segura. Con el corazónlatiéndome con fuerza, me inclino haciadelante para intentar verla mejor, pero elángulo es malo y al final dejo de verla.

Me doy la vuelta para salircorriendo por la puerta e ir detrás deella, pero justo entonces aparece Tomcon Evie envuelta en una toalla en losbrazos.

—¿Estás bien? —me pregunta—.¿Qué sucede?

—Nada —digo al tiempo que metolas manos en los bolsillos para que nopueda ver cómo me tiemblan—. No pasanada. Nada de nada.

RACHEL

Domingo, 21 de julio de 2013Mañana

Me despierto pensando en él. No parecereal, nada lo parece. Me escuece la piel.Me encantaría beber algo, pero nopuedo. He de mantener la cabezadespejada. Por Megan. Por Scott.

Ayer hice un esfuerzo. Me lavé elpelo, me maquillé y me puse los únicospantalones vaqueros que todavía mecaben, una camisa estampada de algodón

y sandalias de tacón bajo. Tenía buenaspecto. No dejaba de decirme que eraridículo que me preocupara por miimagen, pues era lo último en lo queScott iba a estar pensando, pero no pudeevitarlo. Era la primera vez que iba aestar con él y me importaba. Mucho másde lo que debería.

Cogí el tren en Ashbury alrededor delas seis y media y llegué a Witney pocodespués de las siete. Una vez ahí, toméel camino de Roseberry Avenue, el quediscurre por delante del pasosubterráneo. Esta vez no lo miré, nopude hacerlo. Al pasar por delante delnúmero 23, donde viven Tom y Anna,aceleré el paso, agaché la cabeza y,

oculta detrás de unas gafas de sol, recépor que no me vieran. En la calle nohabía nadie salvo un par de coches queavanzaban lentamente entre las hilerasde vehículos aparcados. Se trata de unapequeña calle tranquila, limpia ypudiente, habitada en su mayor parte porfamilias jóvenes; a las siete y mediaestán todas cenando, o sentadas en elsofá viendo X-Factor con los pequeñosentre papá y mamá.

Del número 23 al 15 no puede habermás de cincuenta o sesenta pasos, peromientras la recorría esa distanciapareció alargarse y se me hizo eterna;me pesaban las piernas y mis pies eraninestables, como si estuviera borracha y

fuera a caerme al suelo.Scott abrió la puerta casi antes de

que hubiera terminado de llamar. Mitrémula mano todavía estaba alzadacuando apareció en la entrada,cerniéndose sobre mí y ocupando elespacio de la puerta.

—¿Rachel? —preguntó al tiempoque me miraba sin sonreír.

Yo asentí. Me ofreció la mano y sela estreché. Luego me indicó con unaseña que entrara en la casa, pero por unmomento no me moví. Tenía miedo deél. De cerca, resultaba físicamenteintimidante: era alto y de espaldasanchas, con los brazos y el pecho biendefinidos. Sus manos eran enormes. No

pude evitar pensar que podía aplastarme—el cuello, la caja torácica— sindemasiado esfuerzo.

Pasé junto a él y me adentré en elpasillo. Al hacerlo, mi brazo rozó elsuyo, y noté que me sonrojaba. Scott olíaa sudor y tenía el pelo oscuroapelmazado, como si llevara algúntiempo sin ducharse.

Al entrar en el salón sentí un déjà vutan fuerte que resultó incluso aterrador.Al instante, reconocí la chimenea de lapared del fondo, flanqueada por doshornacinas; también el modo en el que laluz de la calle entraba a través de laspersianas horizontales; y sabía que, algirar a la izquierda, vería la puerta

corredera de cristal y detrás de ésta unaextensión verde y, más allá, las vías deltren. Giré y, efectivamente, ahí estaba lamesa de la cocina y, detrás, la puertacorredera y el exuberante césped delpatio. Conocía esta casa. De repente,sentí un mareo y tuve la necesidad desentarme; pensé entonces en el agujeronegro del sábado por la noche, en todasesas horas perdidas.

Eso no quería decir nada, claro está.Conocía esa casa, pero no porquehubiera estado en ella. La conocíaporque era exactamente igual que la delnúmero 23: un pasillo conducía a laescalera y a mano izquierda seencontraba el salón con cocina

americana. El patio y el jardín meresultaban familiares porque los solíaver desde el tren. No subí al piso dearriba, pero sé que, si lo hubiera hecho,habría llegado a un descansillo con unagran ventana de guillotina, y que por esaventana se salía a la terraza que habíanimprovisado en el tejado de la extensiónde la cocina. También sé que habríavisto dos dormitorios, el principal condos grandes ventanas que dan a la calley otro más pequeño en la parte trasera,con vistas al jardín. Que conociera esacasa de arriba abajo no significa quehubiera estado en ella.

Aun así, estaba temblando cuandoScott me condujo a la cocina y me

ofreció una taza de té. Me senté a lamesa de la cocina mientras él ponía aguaa hervir, metía una bolsita de té en unataza y vertía sin querer algo de aguahirviendo en la encimera (provocandoque maldijera entre dientes). En la casase podía percibir un intenso olorantiséptico, pero Scott iba hecho undesastre, con una mancha de sudor en laparte trasera de la camiseta y lospantalones vaqueros caídos como si lefueran demasiado grandes. Me preguntécuándo habría sido la última vez quehabía comido.

Dejó la taza de té delante de mí y sesentó en el lado opuesto de la mesa de lacocina con las manos entrelazadas. El

silencio se extendió entre nosotros yluego llenó toda la cocina; resonaba enmis oídos y me sentía acalorada eincómoda. Tenía la mente en blanco. Nosabía qué estaba haciendo ahí. ¿Por quédiablos había ido? De repente, oí unrumor lejano: el tren se estabaacercando. Ese viejo sonido me resultóreconfortante.

—¿Eres amiga de Megan? —dijo élfinalmente.

Oírle pronunciar su nombre provocóque se me hiciera un nudo en la garganta.Bajé la mirada a la mesa y apreté confuerza la taza que envolvían mis manos.

—Sí —dije—. La conozco… unpoco. De la galería.

Él siguió mirándome, esperando,expectante. Advertí cómo los músculosde su mandíbula se le marcaban alapretar los dientes. Intenté decir algo,pero las palabras no acudieron a mí.Debería haberme preparado mejor.

—¿Ha habido alguna novedad? —pregunté.

Él se me quedó mirando fijamente unsegundo y no pude evitar sentir miedo.No debería haberle preguntado eso; lasnovedades que hubiera podido haber noeran cosa mía. Se enfadaría, me diríaque me fuera.

—No —me contestó—. ¿Qué es loque querías contarme?

El tren pasó despacio por delante de

la casa y yo me volví hacia las vías. Mesentía mareada, como si estuvierateniendo una experiencia extracorporal yme estuviera viendo a mí misma desdefuera.

—En tu email decías que queríascontarme algo sobre Megan —dijoentonces en un tono de voz un poco másalto.

Yo respiré hondo. Me sentía fatal.Era plenamente consciente de que lo queiba a decir le dolería y lo empeoraríatodo.

—La vi con alguien —dije. Lo soltétal cual, directa, sin rodeos ni contexto.

Él siguió mirando fijamente.—¿Cuándo? ¿El sábado por la

noche? ¿Se lo has dicho a la policía?—No, el viernes por la mañana —

respondí, y sus hombros sederrumbaron.

—Pero… el viernes ella todavía nohabía desaparecido. ¿Qué tiene eso deespecial? —Volví a reparar en losmúsculos de su mandíbula. Se estabaenfadando—. ¿Con quién la viste? ¿Conun hombre?

—Sí, yo…—¿Qué aspecto tenía? —Se puso en

pie. Su cuerpo bloqueó la luz—. ¿Se lohas dicho a la policía? —volvió apreguntarme.

—Lo hice, pero no estoy segura deque me tomaran muy en serio —dije.

—¿Por qué?—Yo sólo… No sé… Pensaba que

debías saberlo.Se inclinó hacia delante y se apoyó

en la mesa con los puños.—¿Qué estás diciendo? ¿Dónde la

viste? ¿Qué estaba haciendo?Volví a respirar hondo.—Estaba… en el jardín —dije—.

Ahí mismo. —Señalé un punto del patio—. La vi… desde el tren. —Laexpresión de incredulidad de su rostroera inconfundible—. Cada día, tomo eltren de Ashbury a Londres y paso poraquí delante. La vi con alguien. Y… noeras tú.

—¿Cómo lo sabes? ¿El viernes por

la mañana? ¿El día anterior a sudesaparición?

—Sí.—Yo no estaba aquí —dijo—.

Había ido a Birmingham para asistir auna conferencia. Regresé el viernes porla tarde. —Sus mejillas comenzaron aencenderse. Su escepticismo estabadando paso a otra cosa—. ¿Y dices quela viste en el jardín con alguien? Y…

—Ella lo besó —dije. Tarde otemprano tenía que decirlo. Tenía quecontárselo—. Se estaban besando.

Scott se irguió. Sus manos —todavíacon los puños apretados— colgaban aambos lados. El tono de sus mejillas eracada vez más oscuro y él parecía más

enfadado.—Lo siento —dije—. Lo siento

mucho. Sé que es terrible oír que…Scott hizo un gesto desdeñoso con la

mano para indicarme que me callara. Noestaba interesado en mi compasión.

Sé cómo sienta eso. Recuerdo conuna claridad casi perfecta cómo me sentíen la cocina de mi casa cinco puertasmás abajo, sentada junto a mi antiguamejor amiga Lara mientras su regordetebebé no dejaba de moverse en su regazo.Me dijo lo mucho que lamentaba que mimatrimonio hubiera terminado yrecuerdo haber perdido los estribos antesus trillados comentarios. Ella no sabíanada de mi dolor. Le dije que se fuera a

la mierda y ella me contestó que no lehablara así delante de su hijo. No la hevuelto a ver desde entonces.

—¿Qué aspecto tenía ese hombrecon el que la viste? —me preguntóentonces Scott. Ahora estaba deespaldas a mí, mirando el jardín.

—Era alto, quizá más que tú. De pieloscura. Creo que tal vez asiático. Ohindú. Algo así.

—¿Y se estaban besando en eljardín?

—Sí.Exhaló un largo suspiro.—Dios mío, necesito tomar algo. —

Se volvió hacia mí—. ¿Quieres unacerveza?

Sí, me moría por beber algo, pero ledije que no y me limité a observar cómocogía una botella de la nevera, la abría yle daba un largo trago. Casi podía notarel frío líquido descendiendo por migarganta. Mi mano se moría por coger unvaso. Scott se inclinó sobre la encimeray se quedó con la cabeza prácticamentepegada al pecho.

Me sentí fatal. No lo estabaayudando, sólo había conseguido queaumentara su dolor y se sintiera peor.Esto no estaba bien, me habíaentrometido en su pena. No deberíahaber ido a verlo. No debería habermentido. Obviamente, no debería habermentido.

Yo ya estaba poniéndome de piecuando dijo:

—Podría… No sé… Quizá podríaser algo bueno, ¿no? Eso significaríaque está bien. Que sólo… —soltó unarisa ahogada— ha huido con alguien. —Se limpió una lágrima de la mejilla conel dorso de la mano y se me encogió elcorazón—. Aun así, me cuesta creer queno me haya llamado. —Me miró como siyo tuviera respuestas, como si yosupiera algo—. Me habría llamado, ¿no?Sabría lo asustado… lo desesperadoque estaría yo. Ella no puede ser tanperversa, ¿verdad?

Me estaba hablando como alguien enquien podía confiar, como si realmente

fuera amiga de Megan, y yo sabía queestaba mal, pero al mismo tiempo mesentía bien. Él le dio otro trago a sucerveza y se volvió hacia el jardín.Seguí su mirada hasta una pila depiedras que había contra la cerca, unarocalla iniciada hacía mucho y quenunca había llegado a terminarse. Alzóla botella para darle otro trago pero sedetuvo antes de hacerlo y se volvióhacia mí.

—¿Dices que viste a Megan desde eltren? —me preguntó entonces—.¿Estabas… mirando por la ventanilla ycasualmente viste a una mujer a la queconocías? —De repente, la atmósferahabía cambiado. Ya no estaba tan seguro

de si era una aliada y podía confiar enmí. Una expresión de duda pareciódibujarse fugazmente en su rostro.

—Sí, yo… Sabía dónde vive ella —dije, y lamenté las palabras en cuantosalieron de mi boca—. Donde vivísvosotros dos, quiero decir. Yo ya habíaestado aquí antes. Hace mucho tiempo.Así que a veces me fijaba por si la veía.—Él me estaba mirando fijamente y yonoté que me sonrojaba—. Solía estar enel jardín.

Scott dejó la botella vacía sobre laencimera, dio un par de pasos hacia mí yse sentó en la silla de la mesa máscercana.

—Eso quiere decir que conocías

bien a Megan. O, al menos, lo bastantebien para haber venido a casa.

Podía sentir las pulsaciones de miflujo sanguíneo en el cuello y el sudor enla base de la columna vertebral.También el nauseabundo subidón de laadrenalina. No debería haber dicho queya había ido allí, no debería habercomplicado la mentira.

—Fue sólo una vez, pero ya conocíaeste sitio porque antes yo también vivíaen esta calle. —Él enarcó las cejas—.Más abajo, en el número 23.

Él asintió lentamente.—Watson —dijo—. Entonces

¿eres… la exesposa de Tom?—Sí. Nos separamos hace un par de

años.—Pero ¿seguiste visitando la galería

de Megan?—A veces.—Y cuando la veías, ¿hablabais de

cosas personales? ¿Hablabais sobre mí?—Y, con voz más ronca, añadió—:¿Sobre otra persona?

Negué con la cabeza.—No, no. Normalmente sólo iba a

pasar el rato, ya sabes. —Hubo un largosilencio. De repente, tuve la sensaciónde que el calor de la sala aumentaba y elolor a antiséptico emanaba de todas lassuperficies. Tenía la sensación de queme iba a desmayar.

A mi derecha había una mesita

auxiliar adornada con fotografíasenmarcadas. En una de ellas, Megansonreía de un modo alegrementeacusador.

—Debería marcharme —dije—. Yate he robado mucho tiempo. —Comencéa levantarme, pero él extendió un brazoy colocó una mano en mi muñeca sindejar de mirarme atentamente a los ojos.

—No te vayas todavía —dijo consuavidad. No me puse en pie, peroaparté la mano de debajo de la suya; medaba la incómoda sensación de queestaba siendo retenida—. Ese hombre—añadió—, el que estaba con Megan,¿crees que podrías reconocerlo si lovieras?

No podría decirle que ya lo habíaidentificado en la comisaría. Mijustificación para ir a verlo había sidoque la policía no se había tomado enserio mi historia. Si ahora reconocía laverdad, su confianza en mídesaparecería. Así pues, volví a mentir.

—No estoy segura, pero creo quepodría. —Esperé un momento, y luegoproseguí—. En un periódico leí lasdeclaraciones de un amigo de Megan. Sellamaba Rajesh. Me preguntaba si…

Scott ya estaba negando con lacabeza.

—¿Rajesh Gujral? No lo creo. Esuno de los artistas que solían exponer enla galería. Es un tipo simpático, pero

está casado y tiene hijos —dijo Scottcomo si eso significara algo—. Unmomento —añadió al tiempo que seponía en pie—. Creo que en algún lugartengo una fotografía suya.

Desapareció escaleras arriba. Derepente, noté que mis hombros serelajaban y me di cuenta de que habíaestado sentada en tensión desde quehabía llegado. Volví a mirar lasfotografías: Megan en la playa con trajede baño y otra era un primer plano de surostro en el que se podía apreciar elincreíble azul de sus ojos. Sólo Megan.No había ninguna fotografía de los dosjuntos.

Scott regresó con el folleto

promocional de una exposición de lagalería. Le dio la vuelta y me enseñó unafotografía.

—Éste es Rajesh.Estaba de pie junto a un colorido

cuadro abstracto: era más mayor, conbarba, bajo, fornido. No era el hombreque había visto con Megan, el que habíaidentificado en la comisaría.

—No es él —dije.Scott se quedó un momento a mi lado

mirando el folleto hasta que, de repente,se dio la vuelta y volvió a subir al pisode arriba. Al poco, regresó con unportátil y se sentó a la mesa de lacocina.

—Creo que… —dijo, abriendo el

ordenador y encendiéndolo. Luego sequedó callado y yo permanecí mirandolos músculos de su mandíbula entensión. Su concentración era absoluta—. Megan estaba viendo a un psicólogo—dijo entonces—. Se llama… Abdic.Kamal Abdic. No es asiático, es deSerbia, o Bosnia, o un lugar de ésos.Pero es de piel oscura. Desde lejos,podría pasar por hindú. —Tecleó algoen el ordenador—. Si no me equivoco,tiene una página web y creo que en ellahay una fotografía…

Le dio la vuelta al ordenador paraque yo pudiera ver la pantalla. Meincliné hacia delante para ver mejor.

—Es él —dije—. Sin duda alguna.

Scott cerró de golpe la pantalla delordenador. Durante un largo rato, no dijonada. Permaneció sentado con los codossobre la mesa, los brazos trémulos y lacabeza apoyada en las puntas de losdedos.

—Megan sufría ataques de pánico—dijo finalmente—. Le costaba dormir.Cosas de ésas. Comenzó el año pasado,no recuerdo exactamente cuándo. —Hablaba sin mirarme, como si loestuviera haciendo para sí, como sihubiera olvidado que yo estaba allí—.Yo no parecía ser capaz de ayudarla, demodo que le sugerí que hablara conalguien. Fui yo quien la animó a quefuera al psicólogo. —La voz se le

quebró un poco—. Ella me dijo que enotros tiempos había tenido problemasparecidos y que al final se le habíapasado, pero yo hice que… yo laconvencí de que visitara a un médico. Lerecomendaron a ese tipo. —Tosió unpoco para aclararse la garganta—. Laterapia parecía estar ayudándola. Estabamás feliz. —Soltó una risa breve y triste—. Ahora sé por qué.

Extendí la mano para darle unaspalmaditas en el hombro, un mero gestode consuelo. De repente, sin embargo, seapartó y se puso en pie.

—Deberías marcharte —me dijoentonces bruscamente—. Mi madrellegará pronto. No me deja solo durante

más de una o dos horas.En la puerta, cuando ya me

marchaba, me cogió del brazo.—¿Nos habíamos visto antes? —me

preguntó.Por un momento, pensé en decirle

«Puede que lo hayas hecho. Puede queme vieras en la comisaría de policía, oen la calle. La noche del sábado estuveaquí», pero negué con la cabeza y dije:

—No lo creo.Me dirigí a la estación de tren tan

rápidamente como pude. Cuando yahabía recorrido la mitad de la calle,eché un vistazo hacia atrás. Él todavíaestaba en la puerta, mirándome.

Tarde

No he dejado de consultarobsesivamente mi cuenta de correoelectrónico, pero no he tenido noticiasde Tom. La vida de los borrachoscelosos debía de ser mucho mejor antesde los emails, los mensajes de texto ylos teléfonos móviles; antes de toda esaparafernalia electrónica y el rastro quedeja.

Hoy apenas había nada sobre Meganen los periódicos. Sus portadas estabandedicadas a la crisis política en Turquía,la niña de cuatro años que había sidoatacada por unos perros en Wigan o la

humillante pérdida de la seleccióninglesa de fútbol contra Montenegro.Aunque sólo ha pasado una semanadesde su desaparición, Megan ya estádejando de ser noticia.

Cathy me ha invitado a almorzar.Estaba libre porque Damien ha ido aBirmingham a visitar a su madre. A ellano la ha invitado. Son pareja desde hacecasi dos años y ella todavía no conoce asu madre. Hemos ido al Giraffe, en HighStreet, un lugar que odio. Sentadas en elcentro de un comedor repleto de gritonescamareros mal pagados, Cathy me hapreguntado qué he estado haciendoúltimamente. Tenía curiosidad por loque había hecho la noche anterior.

—¿Has conocido a alguien? —me hapreguntado con ojos esperanzados. Hasido algo conmovedor, la verdad.

Casi le digo que sí porque era locierto, pero mentir resultaba más fácil.Le he dicho que acudí a una reunión deAlcohólicos Anónimos en Witney.

—¡Oh! —ha exclamado avergonzaday ha bajado la mirada a su anodinaensalada griega—. Pensaba que elviernes tuviste una pequeña recaída.

—Sí. No va a ser coser y cantar,Cathy —he explicado, y acto seguido mehe sentido fatal, pues creo que realmentele preocupa que consiga mantenermesobria—. Pero estoy esforzándome.

—Si necesitas, ya sabes, que vaya

contigo…—En esta etapa todavía no. Pero

gracias.—Bueno, quizá podríamos hacer

alguna otra cosa juntas, como ir algimnasio —ha sugerido.

Me he reído, pero cuando me hedado cuenta de que lo decía en serio lehe dicho que me lo pensaría.

Acaba de marcharse. Damien hallamado para avisar de que ya habíavuelto y ella ha ido a su casa. Hepensado en decirle algo («¿Por quésales corriendo siempre que te llama?»),pero no creo que en mi posición puedadar consejos sobre relaciones de pareja—ni de nada, ya que estamos— y, en

cualquier caso, me apetece beber algo.(Lo llevo pensando desde que noshemos sentado en el Giraffe, cuando elcamarero con granos nos ha preguntadosi queríamos un vaso de vino y Cathy hacontestado «No, gracias» con firmeza).Así pues, en cuanto me despido de ellasiento el anticipatorio hormigueo en lapiel y dejo a un lado los buenospensamientos («No recaigas. Lo estáshaciendo muy bien»). Justo cuando meestoy poniendo los zapatos para ir a lalicorería, suena mi móvil. Es Tom. Hade ser Tom. Cojo el teléfono de mi bolsoy, al ver la pantalla, mi corazóncomienza a repiquetear como un tambor.

—Hola —digo. A continuación hay

un silencio, de modo que añado—: ¿Vatodo bien?

Tras una pequeña pausa, Scottcontesta:

—Sí, sí, estoy bien. Sólo llamabapara darte las gracias por lo de ayer. Portomarte el tiempo para venir a verme.

—Oh, no hay de qué, no hacía faltaque…

—¿Te interrumpo?—Oh, no, para nada. —Hay otro

silencio al otro lado de la línea, demodo que vuelvo a decirlo—. Paranada. ¿Ha…? ¿Ha pasado algo? ¿Hashablado con la policía?

—Una agente de enlace ha venido averme esta tarde, sí —dice. De repente,

el pulso se me acelera—. La sargentoRiley. Le he mencionado a Kamal Abdicy le he dicho que quizá valía la penahablar con él.

—¿Le has dicho que habías habladoconmigo? —Tengo la bocacompletamente seca.

—No, no lo he hecho. He pensadoque quizá… No sé. Me ha parecido quesería mejor si ella creía que lo de Abdicse me había ocurrido a mí. Le hecontado una mentira: le he dicho quehabía estado devanándome los sesos porsi recordaba algo significativo y que meparecía que hablar con su psicólogopodía ser de ayuda. También he añadidoque en el pasado había tenido algunas

dudas sobre su relación.Ya puedo volver a respirar.—¿Y ella qué ha dicho? —le

pregunto.—Que ya habían hablado con él,

pero que lo volverían a hacer. Me hahecho muchas preguntas sobre por quéno lo había mencionado antes. Ella…No sé, no confío en ella. Se supone queestá de mi lado, pero no dejo de tener lasensación de que sospecha de mí ypretende pillarme en un renuncio.

Estoy estúpidamente encantada conque a él tampoco le guste: otra cosa quetenemos en común, otro hilo que nosune.

—Sólo quería darte las gracias por

haberte puesto en contacto conmigo.Fue… Sé que suena extraño, pero mesentó bien hablar con alguien a quien noconocía anteriormente. Tuve lasensación de que podía pensar de unmodo más racional. Cuando temarchaste, estuve pensando en laprimera vez que Megan fue a ver alpsicólogo y en su estado de ánimocuando regresó a casa. Había algo enella, cierto «buen humor». —Exhala unsonoro suspiro—. No sé, puede que melo esté imaginando.

Vuelvo a tener la misma sensaciónde ayer: parece que esté hablando parasí mismo, no conmigo. Me he convertidoen una caja de resonancia, y me parece

bien. Me alegro de serle útil.—Me he pasado todo el día

revisando otra vez las cosas de Megan—dice—. Ya he rebuscado en nuestrodormitorio y toda la casa media docenade veces rastreando cualquier cosa queme pudiera dar una indicación de dóndese encuentra. Algo de Abdic, quizá. Peronada. No he encontrado ningún email,ninguna carta, nada de nada. He pensadoincluso en ponerme en contacto con él,pero hoy la consulta está cerrada y no hepodido localizar el número de suteléfono móvil.

—¿Estás seguro de que eso es unabuena idea? —pregunto—. ¿No seríamejor dejárselo a la policía? —No

quiero decirlo en voz alta, pero ambospensamos lo mismo: es un tipopeligroso. O, al menos, podría serlo.

—No lo sé. La verdad es que no losé.

En su voz advierto un tono dedesesperación que me parte el corazón,pero no puedo ofrecerle consueloalguno. Oigo su respiración al otro ladode la línea, entrecortada y acelerada,como si estuviera preocupado. Quieropreguntarle si hay alguien más con él,pero no puedo hacerlo: sería intrusivo ysonaría mal.

—Hoy he visto a tu ex —dice derepente, y noto cómo se me eriza elvello de los brazos.

—¿Ah, sí?—Sí, he ido a comprar los

periódicos y lo he visto en la calle. Meha preguntado si estaba bien y si habíaalguna noticia.

—¿Ah, sí? —repito, pues es todo loque soy capaz de decir. Son las únicaspalabras que acuden a mi boca. Noquiero que me hable de Tom. Tom sabeque no conozco a Megan Hipwell. Tomsabe que estuve en Blenheim Road lanoche en la que ella desapareció.

—No te he mencionado. Yo…Bueno, no estaba seguro de si debíadecirle que te había conocido.

—No, creo que es mejor que no lohayas hecho. No sé. Podría parecer

extraño.—De acuerdo —dice. Después de

eso, hay un largo silencio. Yo esperoque mi pulso se ralentice. Cuando yacreo que va a colgar, añade—: ¿Deverdad nunca te habló de mí?

—Claro que sí… Por supuesto quelo hizo —digo—. No nos veíamos muy amenudo, pero…

—Pero tú viniste a casa. Megan casinunca invita a nadie. Es muy reservada ycelosa de su espacio.

Busco rápidamente una razón.Desearía no haberle dicho que había idoa su casa.

—Sólo fui a por un libro que iba aprestarme.

—¿De verdad? —No me cree. Ellano lee. Pienso en la casa, no había librosen las estanterías—. ¿Y qué te contó demí?

—Bueno, era muy feliz —digo—.Contigo, quiero decir. Con vuestrarelación. —Al decir esto me doy cuentade lo extraño que suena, pero no puedoser más específica, de modo que intentoir sobre seguro—. Si soy honesta, mimatrimonio se estaba yendo a pique demodo que nos dedicábamos a comparary a contrastar. Ella se iluminaba cuandohablaba de ti. —Menudo cliché máscutre.

—¿Sí? —Él no parece notarlo, perosu voz suena algo melancólica—. Me

alegro de oír eso. —Se queda unmomento callado y puedo oír surespiración rápida y poco profunda alotro lado de la línea—. Tuvimos…Tuvimos una discusión terrible. Lanoche en la que se marchó. Odio la ideade que estuviera enojada conmigocuando… —No termina la frase.

—Estoy segura de que no estuvoenfadada durante mucho tiempo —digo—. Las parejas discuten. Lo hacen sinparar.

—Pero esta pelea fue realmenteterrible y no puedo… No sé, tengo lasensación de que no puedo contárselo anadie, porque si lo hiciera, la gente memiraría como si fuera culpable.

Ahora su voz suena distinta:apesadumbrada y preñada de culpa.

—No recuerdo cómo empezó —dice, y al principio no le creo, peroluego pienso en todas las discusionesque yo he olvidado y me muerdo lalengua—. La discusión se fueacalorando y fui muy… desagradablecon ella. Me comporté como un imbécil.Un auténtico imbécil. Ella se enfadómucho. Subió al piso de arriba y metióalgunas cosas en una bolsa. No séexactamente qué, pero luego reparé enque su cepillo de dientes ya no estaba,de modo que no pensaba volver a casa.Supuse que habría ido a pasar la noche acasa de Tara. Eso sólo había pasado una

vez antes. Sólo una. No era algo quesucediera sin parar.

»Ni siquiera fui tras ella —dice, yotra vez tengo la sensación de que enrealidad no está hablando conmigo, sinoconfesándose. Está a un lado delconfesionario y yo al otro, sin rostro, enlas sombras—. Dejé que se marchara.

—¿Eso sucedió el sábado por lanoche?

—Sí. Ésa fue la última vez que la vi.Hubo un testigo que la vio (o a una

mujer que encaja con su descripción)caminando rumbo a la estación deWitney sobre las siete y cuarto, eso lo sépor los periódicos. Ésa fue la última vezque la vieron. Nadie recuerda haberla

visto en el andén ni en el tren. En laestación de Witney no hay cámaras devigilancia, y en las grabaciones de lasde Corly no aparece, aunque según losperiódicos eso no demuestra que noestuviera ahí, pues en esa estación hay«significativos puntos ciegos».

—¿A qué hora intentaste ponerte encontacto con ella? —le pregunto. Otrolargo silencio.

—Yo… Fui al pub. Al The Rose, yasabes, el que está en Kingly Road, justoa la vuelta de la esquina. Necesitabatranquilizarme, aclararme la cabeza. Metomé un par de pintas y luego regresé acasa. Eran casi las diez. Creo queesperaba que hubiera tenido tiempo de

calmarse y que ya hubiera vuelto. Perono fue así.

—Entonces ¿eran más o menos lasdiez cuando intentaste llamarla?

—No. —Su voz era ahora poco másque un susurro—. En casa me bebí unpar de cervezas más y estuve viendo latele. Luego me fui a la cama.

Pienso en todas las discusiones quetuve con Tom, todas las cosas terriblesque dije después de haber bebidodemasiado, todas las veces que melargué de casa hecha una furia,diciéndole a gritos que no quería volvera verlo. Él siempre me llamaba, siempreme convencía para regresar a casa.

—Supuse que estaría en casa de

Tara, ya sabes, sentada en la cocina yexplicándole que yo era un capullo. Asíque lo dejé estar.

Lo dejó estar. Suena cruel einsensible, y no me sorprende que no lehaya contado esta historia a nadie más.Me sorprende que lo esté haciendoahora. Éste no es el Scott que yo habíaimaginado, el Scott que yo conocía, elque permanecía detrás de Megan en laterraza con sus grandes manos en loshuesudos hombros de ella, dispuesto aprotegerla de cualquier cosa.

Estoy a punto de colgar el teléfono,pero Scott sigue hablando.

—Al día siguiente me despertétemprano. En mi móvil no había ningún

mensaje, pero no me asusté; supuse queestaba con Tara y que continuabaenfadada conmigo. La llamé y me saltóel buzón de voz pero seguí sinasustarme. Pensé que probablementetodavía estaría durmiendo, osimplemente ignorándome. No pudeencontrar el número de teléfono de Tara,pero tenía su dirección: estaba en unatarjeta de visita en el escritorio deMegan. Decidí ir a buscarla.

Si no estaba preocupado, mepregunto por qué sintió la necesidad deir a casa de Tara, pero no lo interrumpo.Dejo que siga hablando.

—Fui a casa de Tara pasadas lasnueve. Ella tardó un poco en abrir la

puerta, pero cuando lo hizo pareciórealmente sorprendida de verme. Estabaclaro que era la última persona queesperaba ver en su puerta a esas horasde la mañana, y entonces fue cuando losupe… cuando me di cuenta de queMegan no estaba ahí. Y comencé apensar… comencé… —No consigueterminar la frase y me siento mal porhaber dudado de él.

»Tara me dijo que la última vez quehabía visto a Megan fue en su clase depilates del viernes por la noche.Entonces empecé a asustarme.

Después de colgar, pienso que, si nolo conoces, si no has visto cómo secomportaba con Megan, muchas de las

cosas que Scott ha dicho no terminan desonar bien.

Lunes, 22 de julio de 2013Mañana

Me siento algo aturdida. He dormidoprofundamente, pero no he dejado desoñar en toda la noche y esta mañana meestá costando despertarme del todo.Vuelve a hacer calor y, a pesar de irmedio vacío, hoy el vagón resultasofocante. Esta mañana me he levantadotarde y antes de salir de casa no hetenido tiempo de hojear ningún

periódico ni de consultar las noticias eninternet, así que intento acceder a lapágina web de la BBC desde el móvil,pero por alguna razón no se carga. EnNorthcote, sube un hombre con un iPad yse sienta a mi lado. Él no tiene ningúnproblema para navegar y abredirectamente la página web del DailyTelegraph. Ahí está, en letras grandes ygruesas: HOMBRE ARRESTADO ENRELACIÓN CON LA DESAPARICIÓN DEMEGAN HIPWELL.

Siento un pánico tal que, sin darmecuenta me inclino a un lado para verlomejor. Molesto y algo alarmado, el tipose vuelve hacia mí.

—Lo siento —le digo—. La

conozco. A la desaparecida. La conozco.—¡Oh, vaya! —dice. Es un hombre

de mediana edad, educado y de buenaapariencia—. ¿Quiere leer la noticia?

—Si no le importa… No consigoque se cargue nada en mi móvil.

Él sonríe amablemente y me da latableta. Abro el enlace y accedo a lanoticia.

Un hombre de unostreinta años ha sidoarrestado en relación con ladesaparición de MeganHipwell, de veintinueve, lamujer de Witney quedesapareció el pasado

sábado 13 de julio. La policíano ha confirmado si elhombre arrestado es elmarido de Megan Hipwell,Scott Hipwell, interrogado elpasado viernes. Endeclaraciones de estamañana, un portavoz de lapolicía ha dicho: «Podemosconfirmar que hemosarrestado a un hombre enrelación con la desapariciónde Megan Hipwell. Todavíano ha sido acusado deningún delito. La búsquedade Megan continúa y ahoramismo estamos llevando a

cabo el registro de una casaque podría ser el escenariode un crimen».

Justo en ese momento, pasamos pordelante de la casa. Por una vez, el trenno se ha detenido en el semáforo.Vuelvo rápidamente la cabeza, pero esdemasiado tarde. Ya hemos pasado. Conmanos trémulas, le devuelvo el iPad a sudueño. Él niega con la cabeza,apesadumbrado.

—Lo siento mucho —dice.—No está muerta —afirmo.Mi voz ha sonado como un graznido

y ni siquiera yo misma termino de creerlo que he dicho. Las lágrimas comienzan

a asomar a mis ojos. Estuve en su casa.Estuve ahí. Me senté a la mesa con él, lomiré a los ojos, sentí algo. Pienso en susgrandes manos y en que, si a mí mepodrían aplastar, a la pequeña y frágilMegan habrían podido destrozarla.

Los frenos chirrían cuando llegamosa la estación de Witney y me pongo enpie de golpe.

—He de bajar —le explico alhombre que va sentado a mi lado.Parece sorprendido, pero asientecomprensivamente.

—Buena suerte —dice.Recorro el andén y desciendo la

escalera a toda velocidad. Avanzo acontracorriente de la gente y ya casi he

llegado al pie de la escalera cuandotropiezo con un hombre que me dice«¡Cuidado!», pero no levanto la miradaporque no puedo apartar los ojos delborde de un escalón de hormigón, elpenúltimo. Hay una mancha de sangre.Me pregunto cómo ha llegado ahí.¿Podría tener una semana? ¿Podría sermi sangre? ¿La de Megan? ¿Hay sangreen su casa —me pregunto—, por eso hanarrestado a Scott? Intento pensar en lacocina, el salón. El olor: muy limpio,antiséptico. ¿Era lejía? No lo sé, no lorecuerdo bien. Lo único que recuerdocon claridad es la mancha de sudor en suespalda y el olor a cerveza de su aliento.

Corro por delante del paso

subterráneo y tuerzo la esquina deBlenheim Road. Sin apenas aliento,avanzo por la acera con la cabeza baja,demasiado asustada para levantar lamirada. Cuando finalmente lo hago, sinembargo, no hay nada que ver. Delantede la casa de Scott no hay furgonetas nicoches de policía. ¿Habrán terminado yade registrar la casa? Si hubieranencontrado algo, seguro que todavíaestarían aquí; deben de tardar variashoras en registrarlo todo y procesartodas las pruebas. Acelero el paso.Cuando finalmente llego a la casa, medetengo y respiro hondo. Las cortinasestán echadas tanto en la planta bajacomo en el piso de arriba. Advierto que

las de la casa del vecino se mueven.Estoy siendo observada. Me acerco a lapuerta con la mano alzada. No deberíaestar aquí. No sé qué estoy haciendoaquí. Sólo quería ver. Quería saber. Porun segundo, vacilo. No sé si ir en contrade todos mis instintos y llamar a lapuerta o largarme. Finalmente, comienzoa darme la vuelta y justo en ese momentose abre la puerta.

Antes de que tenga tiempo demoverme, Scott extiende la mano, meagarra del antebrazo y tira de mí. Tienelos labios apretados y la miradadesquiciada. Está desesperado. Actúapresa del pánico y la adrenalina. Laoscuridad me envuelve. Abro la boca

para gritar, pero es demasiado tarde. Memete en la casa y cierra la puerta tras demí.

MEGAN

Jueves, 21 de marzo de 2013Mañana

Yo nunca pierdo. Él ya debería saberlo.Nunca pierdo juegos como éste.

La pantalla de mi móvil está enblanco. Terca e insolentemente enblanco. No tengo ningún mensaje ollamada perdida. Cada vez que la miro,es como si me dieran una bofetada y meenfado más y más. ¿Qué me sucedió enesa habitación de hotel? ¿En qué estaba

pensando yo? ¿De verdad creía quehabía surgido una conexión entrenosotros? ¿Que había algo real? Él notenía ninguna intención de ir a ningunaparte conmigo. Pero durante un segundo—o más de uno— creí que sí, y eso eslo que me cabrea. Pequé de crédula y mecomporté de manera ridícula. Él se haestado riendo de mí desde el principio.

Si piensa que voy a quedarmesentada llorando por él, está muyequivocado. Puedo vivir perfectamentesin él, me las apaño más que bien, perono me gusta perder. No es propio de mí.Nada de esto lo es. A mí no merechazan. Soy yo quien abandona lasrelaciones.

Me estoy volviendo loca, no puedoevitarlo. No puedo dejar de pensar enaquella tarde en el hotel y en lo que medijo y me hizo sentir.

Cabrón.Si cree que simplemente voy a

desaparecer y a marcharme sin más, estámuy equivocado. Si no me contestapronto, voy a dejar de llamarlo al móvily lo haré a su casa. No pienso dejar queme ignore.

Durante el desayuno, Scott me pideque cancele la sesión con Kamal. Yo nole contesto. Hago ver que no lo he oído.

—Dave nos ha invitado a cenar a sucasa —dice—. Hace siglos que novamos. ¿No puedes cambiar la fecha?

Su tono es desenfadado, como si setratara de una pregunta casual, perotengo la sensación de que me estávigilando. Siento sus ojos en mi rostro.Estamos a punto de discutir y he de tenercuidado.

—No puedo, Scott, es demasiadotarde —le contesto finalmente—. ¿Porqué no invitas a Dave y a Karen elsábado? —La idea de pasar unas horascon Dave y Karen este fin de semana nome hace especial ilusión, pero he dehacer alguna concesión.

—No es demasiado tarde —dice,dejando la taza de café delante de mí enla mesa. Luego coloca un momento lamano en mi hombro y dice—:

Cancélalo, ¿de acuerdo? —Y se va de lacocina.

En cuanto se cierra la puerta, cojo lataza de café y la arrojo contra la pared.

Tarde

Podría decirme a mí misma que no setrata realmente de un rechazo. Podríaintentar convencerme de que sólo estáprocurando hacer lo correcto moral yprofesionalmente. Pero sé que eso no escierto. O, al menos, no del todo, porquesi uno de verdad desea a alguien, lamoral no se interpondrá (ni desde luegoel profesionalismo). Todo lo contrario,

hará lo que haga falta para conseguir aesa persona. Es sólo que no me desea losuficiente.

He ignorado las llamadas de Scottdurante toda la tarde, he llegado pasadala hora a la sesión y he entradodirectamente en la consulta de Kamal sindecir una palabra a la recepcionista. Élestaba sentado a su escritorioescribiendo algo. Cuando he entrado, halevantado la mirada sin sonreír y luegoha seguido escribiendo. Yo me heplantado delante del escritorio y heesperado a que me mirara. Me haparecido que tardaba siglos en hacerlo.

—¿Estás bien? —me ha preguntadopor fin, y ha sonreído—. Llegas tarde.

Yo tenía un nudo en la garganta y nopodía hablar. He rodeado el escritorio yme he apoyado en él. Al hacerlo, herozado el muslo de Kamal con la piernay él se ha apartado un poco.

—Megan —ha dicho—, ¿estás bien?He negado con la cabeza, he

extendido la mano y él me la ha cogido.—Megan —ha dicho de nuevo,

negando también con la cabeza.Yo no he dicho nada.—No puedes… Deberías sentarte —

sugiere—. Hablemos.He vuelto a negar con la cabeza.—Megan.Cada vez que decía mi nombre

empeoraba la situación.

Finalmente, se ha levantado y harodeado el escritorio, alejándose de mí.Se ha quedado de pie en medio de laconsulta.

—Vamos —ha dicho en un tonoserio, o incluso algo brusco—. Siéntate.

Entonces me he acercado a él y hepuesto una mano en su cintura y la otraen su pecho. Él me ha agarrado de lasmuñecas y se ha apartado de mí.

—No, Megan. No puedes… Nopodemos… —Se ha dado la vuelta.

—Kamal —he dicho entonces convoz quebrada. He odiado cómo hasonado—. Por favor.

—Esto… Aquí. No es apropiado. Esnormal, créeme, pero…

Entonces le he dicho que queríaestar con él.

—Es una transferencia, Megan —hadicho—. Sucede de vez en cuando. Aveces a mí también me pasa. Deberíahaber tratado esta cuestión la última vezque nos vimos. Lo siento.

Al oír eso me han entrado ganas degritar. Ha hecho que sonara tan banal,tan anodino, tan común.

—¿Estás diciendo que no sientesnada? —le he preguntado—. ¿Estásdiciendo que me lo estoy imaginando?

Él ha negado con la cabeza.—Entiéndelo, Megan. No debería

haber permitido que las cosas llegarantan lejos.

Entonces me he acercado a él, hecolocado las manos en su cadera y le hedado la vuelta. Él me ha vuelto a cogerlos brazos envolviendo mis muñecas consus dedos.

—Podría quedarme sin trabajo —hadicho, y entonces he perdido losestribos.

Enojada, me he apartadoviolentamente. Él ha intentadosujetarme, pero no ha podido, y yo hecomenzado a gritarle y a decirle que sutrabajo me importaba una mierda. Élentonces ha intentado tranquilizarme(preocupado, supongo, de lo quepudieran pensar la recepcionista o losotros pacientes) y, tras cogerme por los

hombros y clavarme los pulgares confuerza en la carne, me ha dicho que mecalmara y dejara de comportarme comouna niña. Luego me ha sacudido confuerza y, por un momento, he creído queme iba a dar una bofetada.

Lo he besado en la boca y le hemordido el labio inferior tan fuertecomo he podido (tanto que incluso hesaboreado su sangre). Él me ha apartadode golpe.

De camino a casa, he planeado mivenganza. He pensado en todas las cosasque podría hacerle. Podría hacer, porejemplo, que lo despidieran. Pero no loharé porque me gusta demasiado. Noquiero hacerle daño. Ya no estoy tan

enfadada por su rechazo. Lo que memolesta es que no he llegado al final demi historia, y no puedo volver acomenzar con otra persona. Esdemasiado duro.

No tengo ganas de ir a casa; no sécómo voy a explicar los moratones quetengo en los brazos.

RACHEL

Lunes, 22 de julio de 2013Tarde

Ahora toca esperar. La falta de noticiasy la lentitud con la que avanza todoresultan angustiosas, pero no se puedehacer otra cosa.

El temor que sentía esta mañanaestaba justificado. Era sólo que no sabíade qué debía tener miedo.

No de Scott. Cuando me ha metidoen la casa ha debido de percibir el

terror en mi mirada porque casi deinmediato me ha soltado. Desaliñado ycon la mirada desquiciada, haretrocedido ante la luz y ha cerrado lapuerta rápidamente detrás de nosotros.

—¿Qué estás haciendo aquí? Hayfotógrafos y periodistas por todaspartes. No puedo estar recibiendo agente en casa. Los periodistas diráncosas… Intentarán lo que sea paraconseguir fotografías o…

—Ahí fuera no hay nadie —hedicho, aunque lo cierto es que tampocome había fijado bien. Puede que hubieragente sentada en su coche, esperandoque sucediera algo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —me

ha vuelto a preguntar.—Me he enterado de la noticia. Sólo

quería… ¿Es él? ¿Lo han arrestado?Scott ha asentido.—Sí, a primera hora de esta mañana.

La agente de enlace ha venido adecírmelo. Pero no podía o no me hanquerido decir por qué lo han arrestado.Seguro que han encontrado algo, pero nome ha querido decir qué. A ella no, esosí lo sé. A ella todavía no la hanencontrado.

Se sienta en la escalera y se rodea elcuerpo con los brazos. Todo su cuerpoestá temblando.

—No puedo soportarlo. No puedosoportar permanecer a la espera de que

suene el teléfono. Cuando lo haga, ¿quénoticias recibiré? ¿Serán malas? —Sequeda callado y levanta la mirada haciamí como si fuera la primera vez que meve—. ¿Por qué has venido?

—Quería… He pensado que noquerrías estar solo.

Me ha mirado como si estuvieraloca.

—No estoy solo —ha dicho. Se hapuesto en pie y se ha dirigido al salón.Por un momento, he permanecidoinmóvil. No sabía si seguirlo omarcharme, pero entonces ha exclamado—: ¿Quieres una taza de café?

En el jardín había una mujerfumando. Era alta, con el pelo entrecano

e iba elegantemente vestida con unospantalones negros y una blusa blancaabotonada hasta el cuello. Estabadeambulando de un lado a otro del patiopero, en cuanto me ha visto, se hadetenido, ha tirado el cigarrillo a losadoquines y lo ha aplastado con el pie.

—¿Policía? —me ha preguntado, altiempo que entraba en la cocina.

—No, soy…—Ésta es Rachel Watson, mamá —

le ha dicho Scott—. La mujer que sepuso en contacto conmigo por lo deAbdic.

Ella ha asentido despacio, como sila explicación de Scott no la hubieraayudado demasiado y, tras repasarme

rápidamente de arriba abajo, ha dicho:—Ah.—Yo sólo, esto… —No tenía

ninguna razón justificable para estar ahí.No podía decir «Sólo quería saber. Sóloquería ver».

—Bueno, Scott le está muyagradecido. Ahora estamos esperandosaber qué está pasando exactamente.

Se ha acercado a mí y, cogiéndomepor el codo, me ha conducidocuidadosamente hasta la puerta deentrada. Yo he vuelto la cabeza y le heechado un vistazo a Scott, pero éste seencontraba junto a la ventana,contemplando absorto algún lugar másallá de las vías.

—Gracias por haber venido, señoraWatson. Se lo agradecemos mucho.

De repente, me he encontrado en elumbral, con la puerta firmementecerrada detrás de mí, y al levantar lamirada los he visto: Tom iba empujandoun cochecito junto a Anna. Ambos se handetenido de golpe cuando me han visto.Ella se ha llevado la mano a la boca y seha inclinado para coger a su pequeña. Laleona protegiendo a su cachorro. Me hanentrado ganas de reírme y de decirle queno estaba ahí por ella y que su hija nome podía interesar menos.

No soy bienvenida. La madre deScott me lo ha dejado claro. No soybienvenida y eso me duele, pero no

importa. Han arrestado a Kamal Abdic.Lo han arrestado y yo he contribuido aello. He hecho algo bueno. Lo hanarrestado y no tardarán mucho enencontrar a Megan y llevarla de vuelta acasa.

ANNA

Lunes, 22 de julio de 2013Mañana

Tom me ha despertado temprano con unbeso y una sonrisa juguetona. A últimahora de esta mañana tiene una reunión,de modo que me ha sugerido quefuéramos a desayunar con Evie a lacafetería de la esquina. Es el lugar en elque solíamos quedar cuandocomenzamos a vernos. Nos sentábamosjunto a la ventana mientras ella estaba en

Londres trabajando, así que no habíapeligro con que pasara por ahí y nosviera. Eso no quiere decir que nosintiéramos la excitación de loprohibido; siempre podía volver a casaantes de tiempo por alguna razón: que seencontrara mal, o que se hubieraolvidado algunos papeles importantes.Yo soñaba con ello. Deseaba que un díalo hiciera y descubriera a Tom conmigoy supiera en ese mismo instante que élya no le pertenecía. Ahora me cuestacreer que hubo una vez en la que queríaque apareciera.

Desde que Megan desapareció, heevitado pasar por delante de su casasiempre que he podido. Me da

escalofríos. Pero para ir a esa cafeteríaes el único camino posible. Tom vadelante de mí, empujando el cochecito ycantándole algo a Evie que la hace reír.Me encanta cuando salimos los tres así.Puedo ver cómo nos mira la gente.Puedo ver cómo piensan: «Qué familiamás maravillosa». Me hace sentirorgullosa; más de lo que he estado nuncaen mi vida.

De modo que voy en mi burbuja defelicidad y, justo cuando estamosllegando al número 15, la puerta se abre.Por un momento, creo que estoysufriendo una alucinación: la personaque sale de la casa es ella. Rachel.Cruza la puerta y, al vernos, se detiene

de golpe. Es horrible. Nos ofrece unaextraña sonrisa —casi una mueca— y yono puedo evitar inclinarme hacia elcochecito y coger a Evie (haciendo quese sobresalte y comience a llorar).

Rachel se aleja rápidamente denosotros hacia la estación.

Tom la llama:—¡Rachel! ¿Qué estás haciendo

aquí? ¡Rachel! —Pero ella no se detieney sigue alejándose cada vez más rápido,hasta que casi está corriendo. Tom sevuelve entonces hacia mí y al ver laexpresión de mi rostro dice—: Serámejor que volvamos a casa.

Tarde

Al llegar a casa hemos descubierto quehan arrestado a alguien en relación conla desaparición de Megan Hipwell. Untipo del que nunca había oído hablar: elpsicólogo al que acudía. Supongo que esun alivio, pues yo ya había comenzado aimaginar todo tipo de cosas extrañas.

—Ya te dije que no sería undesconocido —ha dicho Tom—. Nuncalo es, ¿no? En cualquier caso, nosabemos qué ha pasado. Lo más seguroes que ella esté bien. Probablementehaya huido con alguien.

—Entonces ¿por qué han arrestado aese hombre?

Él se ha encogido de hombros.Estaba distraído poniéndose laamericana y anudándose bien la corbata,arreglándose para la reunión con elúltimo cliente del día.

—¿Qué vamos a hacer? —le hepreguntado.

—¿A qué te refieres? —Se me haquedado mirando inexpresivamente.

—Con ella. Con Rachel. ¿Por quéestaba aquí? ¿Por qué ha salido de casade los Hipwell? ¿No creerás…? ¿Nocreerás que pretendía llegar a nuestrojardín, ya sabes, saltando desde el delos vecinos?

A Tom se le ha escapado unasombría sonrisa.

—Lo dudo mucho. Estamoshablando de Rachel. Con lo gorda queestá, no sería capaz de saltar todas esascercas. No tengo ni idea de qué estabahaciendo ahí. Tal vez estaba borracha yse ha equivocado de puerta.

—En otras palabras, su intención eravenir aquí.

Él ha negado con la cabeza.—No lo sé. Mira, no te preocupes,

¿vale? Mantén la puerta cerrada conllave. Luego la llamaré y averiguaré quéestaba haciendo.

—Creo que deberíamos telefonear ala policía.

—¿Y decir qué? En realidad, Rachelno ha hecho nada…

—No ha hecho nada últimamente; ano ser que contemos el hecho de queestuviera aquí la noche en la quedesapareció Megan Hipwell —hecontestado yo—. Deberíamos haberlehablado de ella a la policía hace siglos.

—Vamos, Anna. —Me ha rodeado lacintura con los brazos—. Dudo muchoque Rachel tenga nada que ver con ladesaparición de Megan Hipwell. Perohablaré con ella, ¿de acuerdo?

—Pero la última vez dijiste…—Ya lo sé —ha reconocido en voz

baja—. Sé lo que dije. —Entonces meha besado y ha deslizado la mano por la

cintura de mis pantalones vaqueros—.No involucremos a la policía a no serque realmente haya un motivo.

Yo creo que ya lo tenemos. Nopuedo dejar de pensar en esa sonrisaque nos ha dedicado, esa mueca burlona.Era casi triunfal. Hemos de alejarnos deaquí. Hemos de alejarnos de ella.

RACHEL

Martes, 23 de julio de 2013Mañana

Tardo un rato en darme cuenta de qué eslo que siento al despertar. Se trata deuna sensación de euforia, atemperadacon otra cosa: un pavor innominado. Séque estamos a punto de descubrir laverdad, pero no dejo de tener lasensación de que ésta será terrible.

Me siento en la cama con miordenador portátil, lo enciendo y espero

impacientemente que arranque paraentrar en internet. Todo el procesoparece interminable. Mientras tanto,oigo a Cathy deambular por elapartamento, fregando los cacharros deldesayuno y subiendo la escalera para iral cuarto de baño a lavarse los dientes.Al pasar por delante de la puerta de mihabitación se detiene un momento. Me laimagino con los nudillos alzados, apunto de llamar, pero parece pensarlomejor y vuelve a bajar la escalera.

Entro en la página de noticias de laBBC. La noticia principal trata sobre losrecortes en las prestaciones, y lasegunda sobre otra estrella más de latelevisión de los setenta acusada de

abusos sexuales. No hay nada sobreMegan, ni tampoco sobre Kamal. Mesiento decepcionada. Sé que la policíatiene veinticuatro horas para presentarcargos contra un sospechoso y ya hanpasado. También es cierto que, enalgunas circunstancias, pueden retener aalguien otras doce horas más.

Sé todo esto porque ayer estuveinvestigando. Después de que meecharan de casa de Scott, regresé aquí,encendí el televisor y me pasé la mayorparte del día viendo las noticias yleyendo artículos en internet. A laespera.

Hacia el mediodía, la policía dio elnombre de su sospechoso. En las

noticias, hablaban de «pruebasdescubiertas en la casa y el coche deldoctor Abdic», pero no dijeron de quése trataba. ¿Sangre, quizá? ¿El teléfonomóvil de ella, todavía sin descubrir?¿Ropa? ¿Una bolsa? ¿Su cepillo dedientes? Luego mostraron algunasfotografías de Kamal. Primeros planosde su rostro oscuro y bien parecido. Lasfotografías que utilizaron no eran de lapolicía, sino personales: de vacacionesen algún lugar, sin sonreír pero casi.Parecía demasiado blando, demasiadoguapo para ser un asesino, pero lasapariencias pueden engañar; dicen queTed Bundy se parecía a Cary Grant.

Estuve todo el día esperando más

noticias; que hicieran públicos loscargos: secuestro, asalto o algo peor.Estuve esperando que dijeran dónde seencontraba ella, dónde la había tenidoretenida. Mostraron fotografías deBlenheim Road, de la estación, de lapuerta de la casa de Scott. Loscomentaristas sopesaron lasimplicaciones más plausibles del hechode que el teléfono móvil de Megan y sustarjetas de crédito llevaran sin utilizarsemás de una semana.

Tom me llamó varias veces. Nodescolgué. Sé lo que quería.Preguntarme si ayer por la mañanaestuve en casa de Scott Hipwell. Notodo gira a su alrededor. Esto no tiene

nada que ver con él. En cualquier caso,supongo que me llamó por orden de ellay a esa mujer no le debo ningunaexplicación.

Me pasé todo el día esperando quedijeran cuáles eran los cargos en contrade Kamal, pero nada: en vez de eso,hablaron más sobre el profesional de lasalud mental que escuchaba los secretosy problemas de Megan, que se ganó suconfianza y luego abusó de ella, que lasedujo y luego, ¿quién sabe?

Descubrí que se trata de un bosniomusulmán superviviente de la guerra delos Balcanes que llegó a Inglaterra comorefugiado a los quince años. Laviolencia no le era extraña: había

perdido a su padre y a sus dos hermanosmayores en Srebrenica. También habíasido condenado por violenciadoméstica. Cuantas más cosas descubríasobre Kamal, más me convencía de quehabía hecho bien en hablarle a la policíasobre él. Y en ponerme en contacto conScott.

Me levanto y me pongo la bata, bajoa la planta baja y enciendo el televisor.Hoy no tengo intención de ir a ningúnsitio. Si aparece Cathy de improviso, lediré que me encuentro mal. Me preparouna taza de café y me siento delante deltelevisor a esperar.

Tarde

Alrededor de las tres el aburrimiento seha apoderado de mí. Ya estoy cansadade oír hablar sobre prestaciones ypedófilos de la televisión de los setenta.Me siento frustrada por no haberaveriguado nada más sobre Megan oKamal, así que voy a la licorería y mecompro dos botellas de vino blanco.

Prácticamente me he terminado laprimera botella cuando sucede. Por finhay algo más en las noticias. Estánemitiendo unas imágenes trémulastomadas desde un edificio medio

construido (o medio destruido). A lolejos se ven explosiones. Siria o Egipto.Quizá Sudán. El sonido está apagado, noestoy prestando mucha atención. Y, derepente, lo veo: los titularessobreimpresos al pie de la pantallainforman de que el gobierno seencuentra ante un desafío por losrecortes en la asistencia jurídica, queFernando Torres estará de baja unmáximo de cuatro semanas a causa de unesguince en el tendón de la corva y queel sospechoso de la desaparición deMegan Hipwell ha sido puesto enlibertad sin cargos.

Dejo el vaso en la mesa, cojo elmando a distancia y subo, subo, subo el

volumen. No puede ser cierto. Elreportaje sobre la guerra parece noterminar nunca y, a medida que prosigue,aumenta mi presión arterial. Cuandofinalmente acaba, vuelven al estudio y lapresentadora dice:

—Kamal Abdic, el hombrearrestado ayer en relación con ladesaparición de Megan Hipwell, ha sidopuesto en libertad sin cargos. Abdic, queera el psicólogo de la señora Hipwell,fue detenido ayer, pero ha sido liberadoesta mañana pues, según la policía, nohay suficientes pruebas para presentarcargos en su contra.

Después de eso, ya no oigo qué másdice la locutora. Permanezco ahí

sentada, con los ojos borrosos y unruido sordo en los oídos mientras pienso«Lo tenían. Lo tenían y lo han soltado».

Más tarde subo al piso de arriba. Hebebido demasiado y no puedo ver bienla pantalla del ordenador. Veo doble,triple. Sólo puedo leer si me tapo un ojocon la mano, pero me da dolor decabeza. Cathy ha llegado a casa. Me hallamado y yo le he dicho que estaba enla cama, indispuesta. Sabe que estoybebiendo.

Tengo la barriga llena de alcohol.Me encuentro mal. No puedo pensar conclaridad. No debería haber comenzado abeber tan pronto. No debería habercomenzado a beber, punto. Hace una

hora he llamado a Scott, y luego otra vezhace unos minutos. Tampoco deberíahaber hecho eso. Sólo quiero saber quémentiras le habrá contado Kamal a lapolicía, qué mentiras han sido tanestúpidos de creerse. Han metido lapata. Idiotas. Es culpa de esa mujer,Riley. Estoy segura.

Los periódicos no han ayudado.Ahora dicen que Kamal no tenía ningunacondena por violencia doméstica, quefue una equivocación. Están haciendoque él parezca la víctima.

Ya no quiero beber más. Sé quedebería verter lo que queda por elfregadero, pues de otro modo mañanapor la mañana la botella seguirá aquí y

comenzaré a beber nada más levantarme,y en cuanto empiece no querré parar.Debería verter el vino que queda por elfregadero, pero sé que no lo voy a hacer.

Está oscuro y oigo que alguien dicesu nombre. Primero en voz baja y luegomás fuerte. Un tono enojado,desesperado, que llama a Megan. Setrata de Scott; es infeliz con ella. Lallama una y otra vez. Creo que es unsueño. Intento aferrarme a él, perocuanto más me esfuerzo, más confuso ymás lejano se vuelve todo.

Miércoles, 24 de julio de2013

Mañana

Llaman suavemente a la puerta y medespierto. La lluvia repiquetea en elcristal de la ventana; son las ochopasadas, pero fuera todavía parece estaroscuro. Cathy abre la puerta ligeramentey echa un vistazo en la habitación.

—¿Estás bien, Rachel? —Repara enla botella que hay cerca de la cama y sushombros se derrumban. Yo estoydemasiado avergonzada para decir nada—. ¿No vas a ir a trabajar? —mepregunta—. ¿Ayer fuiste?

No espera mi respuesta. Se da lavuelta y, mientras se aleja, dice:

—Si sigues así, conseguirás que teechen.

Debería decírselo ahora que ya estáenfadada conmigo. Debería ir tras ella ycontárselo: me despidieron hace mesespor presentarme completamenteborracha después de un almuerzo detrabajo de tres horas durante el cual mecomporté de un modo tan grosero y pocoprofesional que la empresa terminóperdiendo el cliente. Cuando cierro losojos, todavía puedo recordar las horasposteriores a ese almuerzo: la mirada dela camarera al darme la chaqueta, yoentrando en la oficina haciendo eses, lagente volviéndose para mirarme, MartinMiles llevándome a un lado («Creo que

será mejor que te vayas a casa,Rachel»).

Suena un trueno y, tras el destellodel relámpago, me incorporo de golpe.¿Qué fue lo que pensé anoche? Echo unvistazo en mi pequeño libro negro, perono he escrito nada desde que ayer almediodía anoté unos datos sobre Kamal:edad, etnia, condena por violenciadoméstica. Cojo un bolígrafo y tachoeste último punto.

En la planta baja, me preparo unataza de café y enciendo el televisor.Anoche la policía celebró una rueda deprensa y ahora están emitiendofragmentos en Sky News. El inspectorGaskill tiene mal aspecto: se le ve

pálido y demacrado y humillado.Abatido. No menciona el nombre deKamal, sólo dice que un sospechoso fuedetenido e interrogado, pero que ha sidopuesto en libertad sin cargos y que lainvestigación sigue abierta. Las cámarasenfocan entonces a Scott, que permaneceen su asiento encorvado e incómodo,parpadeando bajo la luz de las cámarasy con una perceptible expresión deangustia en el rostro. Al verlo siento unapunzada en el corazón. Habla en vozbaja y sin levantar la mirada. Dice quetodavía tiene esperanza y que, a pesar delo que diga la policía, él se aferra a laidea de que Megan volverá a casa.

Sus palabras suenan huecas y falsas,

pero sin verle los ojos no séexactamente por qué. No sé si no creerealmente que vaya a regresar a casaporque toda la fe que tenía se ha venidoabajo a causa de los acontecimientos delos últimos días o porque en realidadsabe que nunca volverá a casa.

Y entonces lo recuerdo: ayer lollamé por teléfono. ¿Una vez? ¿Dos?Corro al piso de arriba para coger mimóvil y lo encuentro entre las sábanas.Tengo tres llamadas perdidas: una deTom y dos de Scott. Ningún mensaje.Tom llamó anoche, y también Scott laprimera vez, pero más tarde, pocodespués de la medianoche. La segundallamada de éste ha sido esta mañana,

hace unos minutos.Mi corazón se anima un poco. Esto

son buenas noticias. A pesar de lasacciones de su madre, a pesar de susclaras implicaciones («Muchas graciaspor su ayuda, ahora déjenos en paz»),Scott todavía quiere hablar conmigo. Menecesita. Me siento momentáneamenteinundada de afecto por Cathy, llena degratitud por que haya tirado el resto delvino. He de mantener la cabezadespejada, por Scott. Necesita quepiense con claridad.

Me doy una ducha, me visto y mepreparo otra taza de café. Luego mesiento en el salón con el pequeño libronegro a mi lado, y llamo a Scott.

—Deberías habérmelo dicho —diceen cuanto descuelga. Su tono esmonótono y frío. Se me hace un nudo enel estómago. Lo sabe—. La sargentoRiley habló conmigo después de dejar aKamal en libertad. Él negó tener ningunaaventura con ella. Y, según Riley, latestigo que sugirió que había algo entreellos era poco fiable. Se trataba de unaalcohólica. Tal vez incluso mentalmenteinestable. No me dijo su nombre, pero sino me equivoco, estaba hablando de ti.

—Pero… no —digo—. No. Yo no…Yo no había estado bebiendo cuando losvi. Eran las ocho y media de la mañana.—Como si eso quisiera decir algo—. Y,según las noticias, encontraron pruebas.

Encontraron…—Pruebas insuficientes.Y tras decir eso cuelga.

Viernes, 26 de julio de 2013Mañana

Ya no voy a mi oficina imaginaria. Hedejado de hacer ver que todavía tengotrabajo. Apenas me molesto en salir dela cama. Creo que la última vez que melavé los dientes fue el miércoles.Todavía sigo fingiendo que estoyenferma, aunque estoy segura de que noengaño a nadie.

No puedo soportar la idea delevantarme de la cama, vestirme, subiral tren, ir a Londres y deambular por lascalles. Cuando brilla el sol ya es duro,pero con esta lluvia resulta imposible.Hoy es el tercer día de un frío aguacerotorrencial e implacable.

Me cuesta dormir y ya no se debesólo a la bebida, sino a las pesadillas.Estoy atrapada en algún lugar y sé quealguien se acerca y hay una salida, séque la hay, sé que la he visto antes, sóloque no puedo encontrarla y cuando eltipo llega, no puedo gritar. Lo intento:aspiro aire y luego lo expulso, pero sóloconsigo emitir un sonido ronco, como siestuviera muriéndome e intentara

respirar.A veces, en mis pesadillas, me

encuentro en el paso subterráneo deBlenheim Road. La entrada estábloqueada y no puedo avanzar porquehay alguien allí, esperándome y medespierto aterrorizada.

Nunca van a encontrarla. A cada día,a cada hora que pasa estoy más segurade ello. Pasará a ser uno de esosnombres y la suya una de esas historias:perdida, desaparecida, sin cadáver. YScott ya no tendrá justicia ni paz. Nuncatendrá un cadáver que llorar; nuncasabrá qué le pasó. No habrá conclusión,no podrá pasar página. Permanezcodespierta pensando en ello y me duele.

No puede haber mayor sufrimiento, nadapuede ser más doloroso que no llegar asaber nunca qué pasó.

Le he escrito. He admitido miproblema y luego he vuelto a mentirlediciéndole que lo tenía bajo control yque estaba recibiendo ayuda. Le hedicho que no soy mentalmente inestable.Ya no sé si eso es cierto o no. Le hedicho que tengo muy claro lo que vi, yque ese día no había estado bebiendo.Eso, al menos, es cierto. No me hacontestado. Tampoco esperaba que lohiciera. Me ha apartado de su lado, meha repudiado. Las cosas que queríadecirle ya no puedo decírselas.Tampoco escribírselas, no suenan bien.

Me gustaría que supiera lo mucho quesiento que mi testimonio no fuerasuficiente para que la policía arrestara aKamal. Ese sábado por la noche deberíahaber visto algo, debería haber tenidolos ojos abiertos.

Tarde

Estoy completamente empapada yaterida, tengo las puntas de los dedospálidas y arrugadas, y sufro las punzadasen la cabeza de una resaca que haempezado sobre las cinco y media. Algode esperar teniendo en cuenta que hecomenzado a beber antes del mediodía.

He ido a comprar otra botella, pero elcajero automático ha frustrado misplanes con una respuesta que esperabahacía tiempo: «No hay suficientesfondos en su cuenta».

Después de eso, he estadocaminando sin rumbo bajo la lluviadurante más de una hora. Tenía para mítodo el centro peatonal de Ashbury. Enun momento dado, he decidido que tengoque hacer algo. Debo corregir estasituación.

Ahora, empapada y casi sobria, voya llamar a Tom. No quiero saber quéhice ni qué dije ese sábado por la noche,pero he de averiguarlo. Puede quehablar con él me refresque la memoria.

Por alguna razón, estoy segura de quehay algo que se me está escapando. Algovital. Puede que no sea más que unautoengaño, otro intento de demostrarmea mí misma que no soy inútil, pero quizáes real.

—Llevo desde el lunes intentandoponerme en contacto contigo —dice Tomcuando descuelga el teléfono—. Te hellamado a la oficina —añade, y se quedacallado para asegurarse de que hecaptado lo que acaba de decir.

Ya estoy a la defensiva,avergonzada, ridiculizada.

—Necesito hablar contigo —digo—,sobre el sábado por la noche. Esesábado por la noche.

—¿De qué estás hablando? Yonecesito hablar contigo sobre el lunes,Rachel. ¿Qué demonios estabashaciendo en casa de Scott Hipwell?

—Eso no es importante, Tom…—Sí que lo es, joder. ¿Qué estabas

haciendo ahí? Es que no te das cuenta deque podría ser… Es decir, no losabemos con seguridad, ¿verdad? Podríahaberle hecho algo, ¿no? A su esposa.

—Él no le ha hecho nada a su esposa—le digo con gran seguridad—. No hasido él.

—¿Cómo diablos vas a saberlo?¿Qué está pasando, Rachel?

—Yo sólo… Has de creerme. Perono es eso por lo que te he llamado.

Necesito hablar contigo sobre esesábado y el mensaje que me dejaste.Estabas muy enfadado. En él decías quehabía asustado a Anna.

—Bueno, lo hiciste. Te viocaminando a trompicones por la calle ytú comenzaste a insultarla a gritos.Después de lo que había pasado laúltima vez con Evie, se asustó mucho.

—¿Y qué hizo entonces? ¿Hizo algo?—¿Cómo que «algo»?—¿Me hizo algo a mí?—¿Qué?—Tenía un corte, Tom. En la cabeza.

Estaba sangrando.—¡¿Es que estás acusando a Anna de

haberte hecho daño?! —Eso lo ha

enfadado y ahora está gritando—. ¡Enserio, Rachel, ya basta! En más de unaocasión he convencido a Anna para queno te denunciara a la policía, pero sisigues así, acosándonos e inventándotehistorias…

—No la estoy acusando de nada,Tom. Sólo estoy intentando averiguarqué pasó. Yo no…

—¿No te acuerdas? No, claro queno. Rachel nunca recuerda nada. —Tomsuspira cansinamente—. Mira, Anna tevio, tú estabas borracha y te mostrasteagresiva con ella. Llegó a casa asustaday me lo contó, así que fui a buscarte. Túseguías en la calle. Creo que te habíascaído. Estabas muy alterada. Te habías

hecho un corte en la mano.—No me hice nada en la mano…—Bueno, tenías sangre en la mano.

No sé cómo había llegado ahí. Me ofrecía llevarte a casa, pero no queríasescucharme. Estabas fuera de control.En un momento dado, te marchastecaminando y yo fui a buscar el coche.Cuando regresé, ya no estabas. Fui a laestación, pero no te vi. Luego di algunasvueltas. A Anna le preocupaba muchoque estuvieras rondando por ahí. Temíaque regresaras e intentaras meterte encasa. Yo estaba preocupado por si tecaías, o te metías en problemas…Conduje hasta Ashbury y llamé a tu casa,pero no estabas ahí. Luego te llamé al

móvil un par de veces y te dejé unmensaje. Y sí, estaba enfadado. A esasalturas estaba realmente cabreado.

—Lo siento, Tom —digo—. Losiento de verdad.

—Ya lo sé —afirma él—. Siemprelo sientes.

—Has dicho que le grité a Anna —señalo, encogiéndome al pensar en ello—. ¿Qué le dije?

—No lo sé —dice—. ¿Quieres quese lo pregunte? Tal vez te gustaría teneruna charla con ella al respecto.

—Tom…—Honestamente, ¿qué más da

ahora?—¿Viste a Megan Hipwell esa

noche?—No. —Ahora suena preocupado

—. ¿Por qué? ¿Tú sí? No le hicistenada, ¿verdad?

—No, claro que no.Se queda un momento callado.—Entonces ¿por qué me lo

preguntas? Rachel, si sabes algo…—No sé nada —digo—. No vi nada.—Entonces ¿por qué estabas el lunes

en casa de los Hipwell? Por favor,dímelo. Así podré tranquilizar a Anna.Está preocupada.

—Tenía que decirle algo a Scott.Algo que pensé que podría ser útil.

—¿No viste a Megan ese sábado,pero tenías que decirle algo a Scott que

podía ser útil?Vacilo un segundo. No sé si debería

contárselo o si sólo Scott deberíasaberlo.

—Se trata de Megan —digo—.Estaba teniendo una aventura.

—Un momento, ¿la conocías?—Sólo un poco —digo.—¿Cómo?—De la galería.—Ah —dice—. ¿Y quién es el tipo?—Su psicólogo —le aclaro—.

Kamal Abdic. Los vi juntos.—¿De verdad? ¿El tipo que

arrestaron? Pensaba que lo habíandejado libre.

—Lo han hecho. Y ha sido culpa

mía. Me consideran una testigo pocofiable.

Tom se ríe. Lo hace de un modoamigable, no se está burlando de mí.

—Vamos, Rachel. Hiciste locorrecto informando a la policía. Estoyseguro de que la liberación no ha sidoúnicamente cosa tuya. —De fondo,puedo oír los balbuceos de su hija. Tomaparta el auricular del teléfono de suboca y dice algo que no puedo oír. Yluego, dirigiéndose otra vez a mí, añade—: He de irme. —Lo imagino entoncescolgando el teléfono, cogiendo a supequeña, dándole un beso y abrazando asu esposa. El puñal que tengo clavadoen el corazón se retuerce cada vez más y

más.

Lunes, 29 de julio de 2013Mañana

Son las 8.07 y estoy en el tren. De vueltaa la oficina imaginaria. Cathy se hapasado todo el fin de semana conDamien, y cuando la vi anoche, no le dila oportunidad de regañarme. Antes deque tuviera tiempo de hacerlo, comencéa disculparme por mi comportamiento yle dije que últimamente había estadoalgo deprimida, pero que estabareponiéndome y había empezado a pasar

página. Ella aceptó mis disculpas, o hizover que lo hacía y me dio un abrazo. Esla bondad personificada.

Megan ya casi no aparece en lasnoticias. En el Sunday Times había unacolumna sobre incompetencia policialen la que se referían brevemente al caso.Una fuente anónima de la FiscalíaGeneral lo consideraba «otro caso másen el que la policía ha hecho unadetención apresurada a partir de pruebaspoco sólidas o deficientes». Estamosllegando al semáforo. Noto el familiartraqueteo, el tren ralentiza la marcha ylevanto la mirada porque tengo quehacerlo, no puedo soportar la idea de nohacerlo, pero ya no hay nada que ver.

Las puertas correderas están cerradas ylas cortinas echadas. No hay nada quever salvo la lluvia que cae a mares y elagua embarrada encharcándose al fondodel jardín.

De repente, decido bajar del tren enWitney. Tom no pudo ayudarme, pero talvez el otro hombre, el pelirrojo, sípueda. Espero que los pasajeros que handesembarcado desaparezcan escalerasabajo y me siento en el único bancocubierto del andén. Tal vez tenga suerte.Tal vez lo vea subiendo al tren. Podríaseguirlo y hablar con él. Es lo único queme queda, mi último lanzamiento deldado. Si esto no funciona, no tendré másremedio que dejarlo estar.

Pasa media hora. Cada vez que oigopasos en la escalera, se me acelera elcorazón. Cada vez que oigo elrepiqueteo de unos tacones altos, mesobresalto. Si Anna me ve aquí, podríameterme en problemas. Tom me lo haadvertido. En el pasado ha conseguidoconvencerla de que no involucrara a lapolicía, pero si sigo así…

Las nueve y cuarto. A no ser que elpelirrojo comience a trabajar muy tarde,hoy ya no lo voy a ver. Ahora estálloviendo con más intensidad y no meveo capaz de aguantar otro díadeambulando por Londres sin propósitoalguno. El único dinero que tengo es unbillete de diez libras que le he pedido

prestado a Cathy, y necesito hacer queme dure antes de reunir el valornecesario para pedirle un préstamo a mimadre. Desciendo la escalera con laintención de cruzar la estación e ir alandén opuesto para coger un tren devuelta a Ashbury cuando, de repente,veo a Scott con el cuello del abrigoalzado. Está saliendo del quiosco quehay frente a la entrada de la estación.

Corro tras él y lo alcanzo en laesquina, justo delante del pasosubterráneo. Cuando lo cojo del brazose da la vuelta de golpe, sobresaltado.

—Por favor, ¿podemos hablar unmomento? —le pregunto.

—¡Por el amor de Dios! —me gruñe

—. ¿Qué cojones quieres ahora?Yo retrocedo con las manos alzadas.—Lo siento —digo—. Lo siento.

Sólo quería pedirte perdón yexplicarte…

El aguacero ha dado paso a unaauténtica tormenta. Somos las únicaspersonas que están en la calle, ambosempapados hasta los huesos. Scottcomienza a reírse. Alza las manos ysuelta una carcajada.

—Está bien. Vamos a casa —dice—,aquí nos vamos a ahogar.

Scott pone agua a hervir y sube unmomento al piso de arriba a buscarmeuna toalla. La casa está menos ordenadaque hace una semana, y el olor a

desinfectante ha sido reemplazado poralgo más terroso. Una pila de periódicosdescansa en un rincón del salón y haytazas sucias en la mesita de centro y larepisa de la chimenea.

Scott reaparece con la toalla.—Es un basurero, ya lo sé. Mi

madre me estaba volviendo loco,limpiando y ordenando tras de mí todoel rato. Tuvimos una pequeña discusión.Ahora hace unos días que no viene. —Su móvil comienza a sonar. Él le echa unvistazo a la pantalla y luego vuelve aguardárselo en el bolsillo—. Hablandodel rey de Roma. Nunca descansa.

Lo sigo hasta la cocina.—Lamento lo que ha sucedido —

digo.Él se encoge de hombros.—Lo sé. De todos modos, no es

culpa tuya. Quiero decir, habría ayudadoque no fueras…

—¿Una borracha?Está de espaldas a mí, sirviéndome

el café.—Bueno, sí. Pero de todos modos

tampoco tenían nada para acusarlo. —Me da la taza y nos sentamos a la mesa.Advierto que uno de los marcos de lasfotografías que hay sobre el aparador lohan colocado boca abajo. Scott siguehablando—. Encontraron cosas en sucasa (pelo, células de piel), pero él noniega que ella hubiera estado ahí.

Bueno, al principio sí lo hizo, peroluego admitió que Megan había estadoen su casa.

—¿Por qué mintió?—Exacto. Admitió que ella había

estado en su casa dos veces, sólo parahablar. No dijo acerca de qué por lo dela confidencialidad entre médico ypaciente. El pelo y las células de piellos encontraron en la planta baja. Nadaen el dormitorio. Él jura que no estabateniendo una aventura, pero es unmentiroso, así que… —Scott se pasa lamano por los ojos. Su rostro parececomo si se hubiera replegado sobre símismo y tiene los hombros hundidos.Parece haberse encogido—. En su coche

también encontraron un rastro de sangre.—¡Oh, Dios mío!—Sí, del mismo tipo que la de

Megan. La policía no sabe si puedeconseguir el ADN porque la muestra esmuy pequeña. No dejan de decir quepodría no ser nada. ¿Cómo no va a sernada que haya un rastro de sangre en sucoche? —Niega con la cabeza—. Teníasrazón. Cuantas más cosas sé sobre estetipo, más seguro estoy. —Levanta lavista hacia mí y me mira directamente alos ojos por primera vez desde quehemos llegado—. Se la estaba follandoy ella quería poner fin a la aventura, asíque… él hizo algo al respecto. Es eso.Estoy seguro.

Ha perdido toda esperanza, y no loculpo. Hace más de dos semanas queella no enciende el móvil ni utiliza sustarjetas de crédito para retirar dinero deun cajero. Nadie la ha visto. Hadesaparecido.

—Él le dijo a la policía que ellaquizá había huido —dice Scott.

—¿El doctor Abdic?Scott asiente.—Le dijo a la policía que era infeliz

conmigo y que quizá había huido.—Está intentando eludir las

sospechas y que piensen que eres túquien le ha hecho algo a Megan.

—Ya lo sé. Pero ellos parecencreerse todo lo que ese cabrón les

cuenta. Esa mujer, Riley, noto cuando hahablado con él. A ella le gusta. El pobrey pisoteado refugiado. —Scott agacha lacabeza, abatido—. Y quizá tenga razón.Tuvimos una discusión tremenda. Perome cuesta creer que… Ella no era infelizconmigo. No lo era. No lo era. —Cuando lo dice por tercera vez, mepregunto si está intentando convencersea sí mismo—. Aunque si estaba teniendouna aventura, es que sí lo era, ¿no?

—No necesariamente —digo—.Quizá fue una de esas cosas… ¿Cómo lollaman? ¿Transferencia? ¿No es ésa lapalabra que se utiliza cuando unpaciente desarrolla sentimientos (o creeque lo hace) por su psicólogo? Se

supone que éste ha de resistirse a esossentimientos y señalarle al paciente queno son reales.

Scott me está mirando, pero tengo lasensación de que no escucha realmentelo que estoy diciendo.

—¿A ti qué te sucedió? —mepregunta entonces—. Dejaste a tumarido. ¿Estabas viendo a otra persona?

Niego con la cabeza.—Al revés. Apareció Anna.—Lo siento —dice, y se queda

callado.Sé qué va a preguntar a

continuación, así que antes de que lohaga añado:

—Mi problema con la bebida

comenzó antes. Mientras todavíaestábamos casados. Eso es lo quequerías saber, ¿no?

Vuelve a asentir.—Estábamos intentando tener un

bebé —digo, y se me hace un nudo en lagarganta. A pesar de todo el tiempo queha pasado, cada vez que hablo de ellolas lágrimas acuden a mis ojos—. Losiento.

—No pasa nada. —Se pone en pie,se dirige al fregadero y llena un vaso deagua. Luego lo deja sobre la mesa,delante de mí.

Me aclaro la garganta e intentocontárselo del modo más desapasionadoposible.

—Estábamos intentando tener unbebé, pero no lo conseguimos. Entoncescaí en una depresión y comencé a beber.Vivir conmigo se convirtió en algoextremadamente duro y Tom buscóconsuelo en otro lado. Ella estuvo másque contenta de ofrecérselo.

—Lo siento mucho, eso es terrible.Sé… Yo quería tener un hijo, peroMegan no dejaba de decir que todavíano estaba preparada. —Ahora es élquien se seca las lágrimas—. Es una deesas cosas… A veces discutíamos porello.

—¿Era eso sobre lo que discutisteisel día que ella se marchó?

Él suspira y se pone en pie de golpe,

empujando la silla hacia atrás.—No —dice alejándose—. Fue por

otra cosa.

Tarde

Cuando llego a casa, Cathy estáesperándome en la cocina, mientrasbebe un vaso de agua con cara de pocosamigos.

—¿Has tenido un buen día en laoficina? —me pregunta, y frunce loslabios. Se ha enterado.

—Cathy…—Damien tenía una reunión cerca de

Euston. Al salir, se ha encontrado con

Martin Miles. Como recordarás, seconocen un poco de cuando Damientrabajaba en Laing Fund Management.Martin se encargaba de las relacionespúblicas de esa empresa.

—Cathy…Alza la mano y da otro trago a su

vaso de agua.—¡Hace meses que no trabajas ahí!

¿Sabes lo idiota que me siento? ¿Loidiota que se ha sentido Damien? Porfavor, por favor, dime que tienes otrotrabajo y que no me lo habías dicho. Porfavor, dime que no has estado haciendover que ibas a trabajar y que no me hasestado mintiendo día tras día durantetodo este tiempo.

—No sabía cómo decírtelo…—¿No sabías cómo decírmelo?

¿Qué tal: «Cathy, me han echado por ir atrabajar borracha»? ¿Qué te parece eso?—Me encojo y ella suaviza la expresión—. Lo siento pero, honestamente,Rachel… —Es demasiado buena—. ¿Sepuede saber qué has estado haciendo?¿Adónde ibas? ¿Qué hacías todo el día?

—Paseo. Voy a la biblioteca. Aveces…

—¿Vas al pub?—A veces. Pero…—¿Por qué no me lo contaste? —Se

acerca a mí y coloca las manos en mishombros—. Deberías haberlo hecho.

—Estaba avergonzada —digo, y

comienzo a llorar. Es lamentable ypatético, pero no puedo dejar de llorar.

Sollozo y sollozo y la pobre Cathyme abraza y me acaricia el pelo mientrasme dice que saldré de ésta y que todo irábien. Me siento muy desdichada y meodio a mí misma más de lo que nunca hehecho.

Más tarde, sentada en el sofá ytomando té con Cathy, ella me dice loque voy a hacer: dejaré de beber,actualizaré mi currículo, me pondré encontacto con Martin Miles y le suplicaréuna recomendación. También dejaré demalgastar dinero en inútiles viajes deida y vuelta a Londres.

—La verdad, Rachel, no entiendo

cómo has podido mantener esta farsadurante tanto tiempo.

Me encojo de hombros.—Por las mañanas, tomo el tren de

las 8.04 y por las tardes regreso en el delas 17.56. Ésos son mis trenes. Son losque tomo. Así son las cosas.

Jueves, 1 de agosto de 2013Mañana

Algo me tapa la cara. No puedo respirar.Me estoy ahogando. Cuando medespierto, respiro con dificultad y meduele el pecho. Me incorporo con los

ojos abiertos como platos y veo algomoviéndose en un rincón de lahabitación, una densa negrura que nodeja de crecer, y casi suelto un grito,pero entonces me despierto del todo yme doy cuenta de que ahí no hay nada.Estoy sentada en la cama y tengo lasmejillas cubiertas de lágrimas.

Ya casi ha amanecido. En la calle, laluz está comenzando a teñirse de gris yla lluvia de los últimos días siguerepiqueteando contra la ventana. Ya novoy a dormir otra vez, no con el corazónlatiéndome con tal fuerza que casi duele.

No estoy segura, pero creo que hayalgo de vino en la planta baja. Norecuerdo haberme terminado la segunda

botella. No la metí en la nevera, así queestará caliente. Cuando lo hago, Cathylas tira. Tiene tantas ganas de quemejore… Hasta el momento, sinembargo, las cosas no están saliendosegún su plan. Hay un pequeño armarioen el pasillo, donde se encuentra elcontador del gas. Si quedaba algo devino, debí de guardarlo ahí.

Salgo al pasillo y, a media luz, bajola escalera de puntillas. Abro elpequeño armario y saco la botella: esdecepcionantemente ligera, no debe dequedar más que un vaso, pero es mejorque nada. Me lo sirvo en una taza (por siaparece Cathy: así puedo fingir que esté) y tiro la botella a la basura

(asegurándome de esconderla debajo deun cartón de leche y una bolsa de patatasfritas). En el salón, enciendo eltelevisor, le quito el sonido y me sientoen el sofá.

Me dedico a zapear. No dan más queprogramas infantiles y publirreportajeshasta que, de repente, reconozco CorlyWood, una zona boscosa que hay cercade casa. Corly Wood aparece bajo unalluvia torrencial: los campos entre lalínea de árboles y el tren estáncompletamente sumergidos.

No sé por qué tardo tanto en darmecuenta de qué es lo que está sucediendoen las imágenes. Durante diez, quince oveinte segundos me limito a mirar los

coches, la cinta azul y blanca y la carpablanca al fondo mientras mi respiraciónse vuelve cada vez más corta y rápidahasta que, al final, dejo completamentede respirar.

Es ella. Ha estado en el bosquedesde el principio, al otro lado de lasvías. He pasado por delante de esoscampos cada día, mañana y tarde, sinsospechar nada.

En el bosque. Imagino una tumbacavada bajo la maleza y cubiertaapresuradamente. Luego imagino cosaspeores, cosas imposibles: su cuerpocolgado de una cuerda en lo másprofundo del bosque, donde nunca haynadie.

A lo mejor no es ella. Quizá se tratede otra persona. Pero sé que no puedetratarse de nadie más.

En un momento dado, aparece enpantalla un reportero de pelo moreno yengominado. Subo el volumen y dice loque ya sé, lo que puedo sentir: no era yola que no podía respirar, sino Megan.

—Así es —le dice a alguien delestudio con la mano en la oreja—. Lapolicía ha confirmado que el cuerpo deuna joven ha sido encontrado en lasaguas que inundan un campo al final deCorly Wood, a menos de ochokilómetros de casa de Megan Hipwell.Como sabrán, la señora Hipwelldesapareció a principios de julio (el 13

de julio, para ser exactos) y desdeentonces no ha sido vista. La policíadice que el cadáver, descubierto porunos paseadores de perros a primerahora de esta mañana, todavía ha de seridentificado, pero creen que se trata deMegan. El marido de la señora Hipwellya ha sido informado.

El reportero se queda un momentocallado. El presentador del noticiario leestá haciendo una pregunta, pero lasatronadoras pulsaciones del flujosanguíneo que siento en los oídos no mepermiten oírla. Me llevo la taza a loslabios y me bebo hasta la última gota.

El reportero vuelve a hablar.—Sí, Kay. Así es. Todo indica que

el cadáver estaba enterrado en elbosque, posiblemente desde hace algúntiempo, y que las fuertes lluvias que hanestado cayendo recientemente lo handesenterrado.

Es peor, mucho peor de lo que habíaimaginado. Visualizo su maltrecho rostroen el barro y sus pálidos brazosdesnudos extendidos como si intentarasalir de su tumba escarbando con lasmanos. Noto en la boca un líquidocaliente, bilis y vino amargo, y salgocorriendo hacia el cuarto de baño delpiso de arriba para vomitar.

Tarde

Me he pasado casi todo el día en lacama, tratando de poner en orden mispensamientos acerca de lo que pasó elsábado por la noche a partir derecuerdos, flashbacks y sueños. En unintento de encontrarle sentido y verlocon claridad, lo he puesto todo porescrito pero el ruido que hacía el rocedel bolígrafo en el papel era como sialguien estuviera susurrándome algo, locual me ha puesto de los nervios. Enningún momento he dejado de tener lasensación de que había alguien más en elapartamento, justo al otro lado de lapuerta, y no he podido dejar deimaginarla a ella.

Casi tenía miedo de abrir la puertadel dormitorio, pero cuando finalmentelo he hecho, no había nadie, claro está.Luego he bajado a la planta baja y hevuelto a encender el televisor. Seguíanemitiendo las mismas imágenes: árbolesbajo la lluvia, coches de policíaconduciendo por un sendero embarrado,la horrible carpa blanca, todo elloborroso y teñido de gris. Y, de repente,una imagen de Megan sonriendo a lacámara, todavía hermosa, incólume.Luego otra de Scott con la cabeza gacha,esquivando a los fotógrafos mientrasintenta abrirse camino hasta la puerta desu casa junto a Riley. Y luego otra de laconsulta de Kamal, aunque sin rastro

alguno de éste.No quería oír la banda sonora de

estas imágenes, pero aun así he subidoel volumen: lo que hiciera falta parasilenciar el pitido de mis oídos. Lapolicía ha dicho que la mujer, todavía noidentificada formalmente, lleva muertaalgún tiempo, posiblemente variassemanas. También que la causa de lamuerte aún no se conoce, pero que nohay pruebas de que el motivo delasesinato fuera sexual.

Eso me parece una estupidez.Entiendo lo que quieren decir: que nocreen que fuera violada (lo cual es unabendición, claro está), pero eso nosignifica que no hubiera un motivo

sexual. A mí me parece que Kamalquería algo más y ella no. Megan intentóentonces poner fin a su aventura y él nopudo soportarlo. Eso es un motivosexual, ¿no?

No puedo soportar seguir viendo elnoticiario, de modo que vuelvo a subiral piso de arriba y, tras meterme debajodel edredón, vacío mi bolso y repaso lasnotas que he escrito en trozos de papel,todos los fragmentos de información quehe conseguido recopilar, los recuerdosque han emergido de las sombras y mepregunto por qué estoy haciendo esto.De qué sirve.

MEGAN

Jueves, 13 de junio de 2013Mañana

Con este calor no puedo dormir. Bichosinvisibles corretean por mi piel, me hasalido un sarpullido en el pecho, noestoy cómoda. Y Scott parece irradiarcalor; yacer a su lado es como hacerlojunto a un fuego. Intento alejarme de él yfinalmente me encuentro en el bordemismo de la cama, destapada. Esintolerable. He pensado en ir a dormir al

futón de la habitación de los invitados,pero él odia que no esté a su ladocuando se despierta, algo que siempretermina conduciendo a una discusión poruna u otra razón. Normalmente, sobrelos usos alternativos de la habitación deinvitados, o en quién estaba pensandomientras estaba ahí sola. A veces meentran ganas de gritarle: «Déjame en pazde una vez. Déjame respirar». Así pues,no puedo dormir y estoy enojada. Mesiento como si ya estuviéramosdiscutiendo aunque la pelea sólo tengalugar en mi imaginación.

Y en mi cabeza, los pensamientosdan vueltas y más vueltas, vueltas y másvueltas.

Tengo la sensación de que me ahogo.¿Cuándo comenzó esta casa a ser tan

jodidamente pequeña? ¿Cuándo mi vidaa ser tan aburrida? ¿Es esto lo que deverdad quería? No puedo recordarlo. Loúnico que sé es que hace unos pocosmeses me sentía mejor y que ahora nopuedo pensar, ni dormir, ni dibujar. Lanecesidad de huir se está volviendoabrumadora. Por las noches, puedo oíren mi cabeza un susurro bajo peroimplacable e incontestable: «Escápate».Cuando cierro los ojos, mi cabeza sellena de imágenes de vidas pasadas yfuturas, las cosas que soñé que quería,las cosas que tenía y tiré. Me resultaimposible relajarme, pues todo aquello

en lo que pienso me lleva a un callejónsin salida: la galería cerrada, las casasen esta calle, las agobiantes atencionesde las tediosas mujeres de pilates o lasvías al final del jardín con sus trenes,siempre llevando a otras personas aotros lugares, recordándome una y otravez, una docena de veces al día, que yopermanezco inmóvil.

Me siento como si fuera a volvermeloca.

Y, sin embargo, hace apenas unospocos meses me sentía mejor. Estabamejor. Podía dormir. No tenía miedo delas pesadillas. Podía respirar. Sí, aveces también quería huir. Pero no todoslos días.

Hablar con Kamal me ayudó, notengo ninguna duda al respecto. Y megustaba hacerlo. Él me gustaba. Mehacía más feliz. Y ahora todo eso haquedado inconcluso; no llegué al quidde todo esto. Es culpa mía, claro está.Me comporté de un modo estúpido,como una niña, porque no soportosentirme rechazada. Necesito aprender aperder un poco mejor. Ahora meavergüenzo de mi comportamiento. Mesonrojo al recordarlo. No quiero que ésesea su último recuerdo de mí. Quierovolver a verlo, que me vea mejor. Ytengo la sensación de que si voy a verlo,me ayudará. Él es así.

Necesito llegar al final de la

historia. Necesito contárselo a alguien,sólo una vez. Decirlo en voz alta. Si nolo hago, me comerá viva. El agujero demi interior, el que me dejaron, se harámás y más grande hasta que me consumadel todo.

Voy a tener que tragarme el orgullo yla vergüenza e ir a verlo. Tendrá queescucharme. Lo obligaré.

Tarde

Scott piensa que estoy en el cine conTara. Llevo quince minutos delante delapartamento de Kamal, mentalizándomepara llamar a su puerta. Después de lo

que pasó la última vez, tengo miedo decómo me pueda recibir. He dedemostrarle que lo siento, de modo queme he vestido para ello: voy con unossencillos pantalones vaqueros, unacamiseta y casi sin maquillaje. Ha dequedarle claro que no pretendoseducirlo.

Cuando llego a su puerta y llamo altimbre noto cómo se me acelera elcorazón. Nadie abre. Las luces estánencendidas pero nadie abre. Quizá meha visto fuera, acechando; o quizá estáen el piso de arriba y cree que si meignora, me largaré. No lo haré. Él nosabe lo determinada que puedo ser. Unavez que tomo una decisión, soy una

fuerza imparable.Vuelvo a llamar, y luego una tercera

vez. Finalmente, oigo pasos en laescalera y la puerta se abre. Llevapantalones de chándal y una camisetablanca. Va descalzo y con el pelomojado. Tiene el rostro sonrojado.

—¡Megan! —dice sorprendido, perono enfadado, lo cual es un buen inicio—.¿Estás bien? ¿Sucede algo?

—Lo siento —digo, y él se hace a unlado para dejarme pasar. Siento unaoleada de gratitud tan grande que casiparece amor.

Me conduce a la cocina. Está hechaun desastre: hay platos apilados en laencimera y el fregadero, y cartones de

comida vacíos llenan hasta arriba elcubo de basura. No puedo evitarpreguntarme si estará deprimido. Mequedo en la puerta y él se apoya en laencimera que hay enfrente con losbrazos cruzados.

—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta. La expresión de su rostro esabsolutamente neutra. Es su cara deterapeuta. Me entran ganas depellizcarlo sólo para que sonría.

—He de contarte… —comienzo adecir, y luego me callo porque no puedohacerlo de buenas a primeras. Necesitoun preámbulo, así que cambio de táctica—. Quiero pedirte perdón. Por lo queocurrió la última vez.

—No pasa nada —dice él—. No tepreocupes por eso. Si necesitas hablarcon alguien, puedo recomendarte a otrapersona, pero yo no puedo…

—Por favor, Kamal.—Megan, ya no puedo seguir siendo

tu psicólogo.—Ya lo sé, ya lo sé. Pero no puedo

volver a empezar con otra persona. Nopuedo. Llegamos muy lejos. Estábamosmuy cerca. He de contártelo. Sólo unavez. Y luego me iré, te lo prometo. Novolveré a molestarte.

Él ladea la cabeza. Noto que no mecree. Piensa que, si me deja hablar, yanunca se librará de mí.

—Escúchame, por favor. Sólo por

esta vez. Necesito a alguien que meescuche.

—¿Y tu marido? —pregunta. Yoniego con la cabeza.

—No puedo. A él no puedocontárselo. No después de todo estetiempo. Él no… Él ya no sería capaz deverme igual. Para él pasaría a ser otrapersona. No sabría cómo perdonarme.Por favor, Kamal. Si no escupo elveneno, no conseguiré volver a dormir.Te lo pido como amigo, no comopsicólogo. Por favor, escúchame.

Cuando deja caer los hombros ycomienza a darse la vuelta, pienso quetodo ha terminado y se me hunde elcorazón. Entonces abre un armario de la

cocina y saca dos vasos.—Como amigo, entonces. ¿Quieres

un poco de vino?Me lleva al salón, tenuemente

iluminado por lámparas convencionales.Tiene el mismo aire de dejadezdoméstica que la cocina. Nos sentamosen extremos opuestos de una mesa decentro de cristal llena de papeles,revistas y menús de comida para llevar.Mis manos se aferran al vaso de vino.Le doy un sorbo. Es tinto pero está frío yamargo. Le doy otro sorbo. Kamal estáesperando a que comience a hablar, peroes duro, más de lo que esperaba. Heguardado este secreto durante muchotiempo. Una década, más de un tercio de

mi vida. No es tan fácil compartirlo. Séque he de empezar a hablar. Si no lohago ahora, puede que no llegue a tenernunca el valor de decir las palabras envoz alta. Podrían quedarse atascadas enla garganta y ahogarme mientras duermo.

—Cuando dejé Ipswich, me mudécon Mac a su casa de campo en lasafueras de Holkham al final de uncamino. Esto ya te lo he contado, ¿no?La casa estaba muy aislada, el vecinomás cercano se encontraba a unos treskilómetros, y las tiendas más próximas aotros tantos. Al principio, celebrábamosmuchas fiestas, siempre había gente enel salón o, en verano, durmiendo en lahamaca que había fuera, pero al final

nos cansamos de eso y Mac se fuedistanciando de todo el mundo, así quela gente dejó de venir y nos quedamoslos dos solos. Pasábamos días sin ver anadie. Comprábamos la comida en lagasolinera. Resulta raro rememorarlo,pero por aquel entonces era lo quenecesitaba después de todos loshombres con los que había estado y lascosas que había hecho en Ipswich. Megustaba. Sólo Mac y yo y las viejas víasdel tren, la hierba, las dunas y el agitadomar gris.

Kamal ladea la cabeza y me ofreceuna media sonrisa. Siento que se meremueven las entrañas.

—Suena bien, pero ¿no crees que lo

estás idealizando un poco? ¿«El agitadomar gris»?

—Eso no importa —digo,descartando su comentario con unmovimiento de la mano—. Y, encualquier caso, no. ¿Has estado algunavez en el norte de Norfolk? No es elAdriático. Es un mar gris eimplacablemente agitado.

Kamal alza las manos y, sonriendo,dice:

—Está bien.Al instante me siento mejor y la

tensión desaparece de mi cuello yhombros. Le doy otro sorbo al vaso devino; ahora sabe menos amargo.

—Era feliz con Mac. Sé que no

parece el tipo de lugar ni el tipo de vidaque me podrían gustar, pero por aquelentonces, tras la muerte de Ben y todo loque sucedió después, lo fue. Mac mesalvó. Me acogió, me amó, me mantuvoa salvo. Y no era aburrido. Además,tomábamos un montón de drogas, ycuando una está colocada todo el rato esdifícil aburrirse. Era feliz. Erarealmente feliz.

Kamal asiente.—Lo entiendo, aunque no estoy

seguro de que se tratara de auténticafelicidad —dice—. No parece unafelicidad que pueda durar y sustentarlo auno.

Me río.

—Tenía diecisiete años. Estaba conun hombre que me excitaba, que meadoraba. Me había marchado de casa demis padres, había abandonado una casaen la que todo, absolutamente todo, merecordaba a mi hermano muerto. Nonecesitaba que la felicidad durara o mesustentara. Sólo la necesitaba paraentonces.

—¿Y qué pasó?De repente, es como si el salón se

oscureciera. Aquí está, hemos llegado alo que nunca cuento.

—Me quedé embarazada.Él asiente y se queda a la espera de

que continúe. A una parte de mí legustaría que me interrumpiera y me

hiciera más preguntas, pero no lo hace.Se limita a esperar. El salón se vuelvetodavía más oscuro.

—Ya era demasiado tarde cuandopensé en… librarme de ello. De ella. Eslo que habría hecho de no haber sido tanestúpida, tan inconsciente. Lo cierto esque no queríamos tener una hija.Ninguno de los dos.

Kamal se pone en pie, va a la cocinay regresa con un rollo de papel decocina para que me seque los ojos.Tardo un poco en continuar. Kamalpermanece sentado igual que en nuestrassesiones, mirándome directamente a losojos con las manos entrelazadas en elregazo, paciente, inmóvil. Esa quietud,

esa pasividad, debe de requerir unautocontrol increíble; debe de seragotadora.

Me tiemblan las piernas. Es como silos hilos de un marionetista tiraran demis rodillas. Para detener el temblor, mepongo en pie, voy hasta la puerta de lacocina y luego vuelvo al sillónfrotándome las palmas de las manos.

—Los dos éramos estúpidos —digoa continuación—. No queríamosreconocer lo que estaba pasando, noslimitamos a seguir adelante como sinada. No fui a ver a ningún médico, nocomía los alimentos adecuados nitomaba suplementos. No hice ninguna delas cosas que se supone que se deben

hacer. Seguimos viviendo nuestras vidassin admitir siquiera que algo habíacambiado. Yo comencé a engordar, mevolví más lenta y estaba más cansada.Ambos estábamos irritables y nospeleábamos todo el rato, pero nadacambió hasta que ella llegó.

Kamal deja que llore. Mientras lohago, viene hasta el sillón que hay juntoal mío y se sienta. Sus rodillas casitocan mi muslo. Se inclina hacia delante.No me toca, pero nuestros cuerpos estáncerca y puedo oler su fragancia limpiaen medio de este sucio salón penetrantey astringente.

Mi voz es ahora un mero susurro.Me resulta extraño estar contando todo

esto en voz alta.—La tuve en casa —prosigo—. Fue

una estupidez, pero por aquel entoncessentía cierta aprensión por loshospitales porque la última vez quehabía estado en uno fue cuando murióBen. Además, no me había hechoninguna ecografía y durante el embarazohabía estado fumando y bebiendo unpoco. No tenía ganas de sermones ni devérmelas con médicos. Creo que hasta elúltimo momento no tuve la sensación deque mi embarazo fuera real, noterminaba de creerme que fuera a pasarrealmente.

»Mac tenía una amiga que eraenfermera, o que había estudiado

enfermería o algo así. Vino a casa y lacosa fue bien. No fue tan terrible. Esdecir, fue horrible, doloroso y aterrador,claro está, pero…, al final llegó ella.Era muy pequeña. No recuerdoexactamente cuánto pesó. Eso esterrible, ¿no? —Kamal no se mueve nidice nada—. Era adorable. Tenía losojos oscuros y el pelo rubio. No llorabamucho, y desde el principio dormíabien. Era buena. Era una buena niña. —Tengo que parar un momento—.Esperaba que sería todo muy duro, perono lo era.

Ha oscurecido todavía más, estoysegura de ello, pero levanto la mirada yKamal está ahí, mirándome a los ojos,

con una expresión suave. Me estáescuchando. Quiere que se lo cuente.Tengo la boca seca, así que doy otrosorbo al vaso de vino. Al tragar meduele la garganta.

—La llamamos Elizabeth. Libby. —Me resulta muy raro pronunciar sunombre en voz alta después de tantotiempo—. Libby —repito, disfrutandode la sensación de pronunciar sunombre. Quiero decirlo una y otra vez.Finalmente, Kamal toma mi mano entrelas suyas. Puedo sentir su pulgar en mimuñeca, en mi pulso.

»Un día, Mac y yo tuvimos unapelea. No recuerdo por qué. Sucedía devez en cuando, una pequeña discusión

desembocaba en una gran pelea. Nollegábamos a las manos ni nada de eso,pero nos gritábamos y yo amenazaba conmarcharme, o él se largaba y no lo veíaen un par de días.

»Era la primera vez que eso sucedíadesde que ella había nacido, la primeravez que Mac se largaba y me dejabasola. Libby apenas tenía unos meses. Eltejado tenía goteras. Recuerdo el sonidodel agua al caer en los cubos que habíaen la cocina. Hacía mucho frío: soplabaviento del mar y llevaba días lloviendo.Intenté encender la chimenea del salón,pero se apagaba una y otra vez. Yoestaba muy cansada. Me puse a beberpara entrar en calor, pero no parecía

funcionar, así que decidí darme un bañocon Libby. Una vez en la bañera, me lallevé al pecho y coloqué su cabeza justodebajo de mi barbilla.

El salón se vuelve cada vez más ymás oscuro hasta que estoy de nuevo ahí,tumbada en el agua, con el cuerpo de lapequeña pegado al mío y una velaparpadeando a mi espalda. Sumergidaen el agua caliente puedo oír su titileo yoler su cera. Estoy agotada. Y, derepente, la vela se apaga y comienzo atener frío. Mucho frío. Me castañeteanlos dientes y todo mi cuerpo tirita. Tengola sensación de que toda la casa lo hace.El viento aúlla al acariciar las tejas deltejado.

—Me quedé dormida —digo, yluego ya no puedo decir nada más,porque vuelvo a sentir su cuerpo. Ya noestá en mi pecho, sino entre mi brazo yla pared de la bañera, boca abajo en elagua.

Por un momento, ni Kamal ni yo nosmovemos. Me siento incapaz de levantarla mirada, pero cuando lo hago, él no seaparta. No dice una palabra. Me rodeael hombro con el brazo, me atrae haciasí y coloca mi rostro contra su pecho.Respiro hondo y espero sentirmedistinta, más ligera, mejor o peor ahoraque hay otra persona que lo sabe. Mesiento aliviada, creo, porque sé por sureacción que he hecho lo correcto. No

está enfadado conmigo, ni piensa quesoy un monstruo. Aquí, con él, estoycompletamente a salvo.

No sé cuánto tiempo paso en susbrazos, aunque cuando finalmenterecobro la compostura, mi móvil estásonando. No lo cojo, pero un momentodespués un pitido me alerta de que herecibido un mensaje de texto. Es deScott. «¿Dónde estás?». Unos segundosdespués, el teléfono vuelve a sonar. Estavez es Tara. Me deshago del abrazo deKamal y contesto.

—Megan, no sé qué estás haciendo,pero has de llamar a Scott. Me hallamado cuatro veces. Yo le he dichoque has ido un momento a la licorería

para comprar algo de vino, pero meparece que no me ha creído. Dice que nocontestas a sus llamadas. —Suenacabreada y sé que debería apaciguarla,pero ahora mismo no tengo la energíanecesaria para ello.

—Está bien —digo—. Gracias,ahora lo llamo.

—Megan… —dice, pero yo cuelgoantes de oír otra palabra más.

Son pasadas las diez. Llevo aquímás de dos horas. Apago el móvil y mevuelvo hacia Kamal.

—No quiero ir a casa —digo.Él asiente, pero no me invita a

quedarme. En vez de eso, dice:—Puedes volver cuando quieras. En

otra ocasión.Doy un paso adelante para salvar la

distancia que separa nuestros cuerpos,me pongo de puntillas y le doy un besoen los labios. Él no me aparta.

RACHEL

Sábado, 3 de agosto de 2013Mañana

Anoche soñé que iba caminando solapor el bosque. Estaba anocheciendo oamaneciendo, no estoy segura, perohabía más gente conmigo. No podíaverlos, simplemente sabía que estabanahí, a punto de alcanzarme. No queríaque me vieran, quería huir pero nopodía, mis piernas pesaban demasiado,y cuando intentaba gritar no conseguía

emitir ningún sonido.Al despertarme, veo que una luz

blanca se filtra por las tablillas de lapersiana. Por fin ha dejado de llover. Enla habitación hace calor y flota un olorrancio y nauseabundo; apenas he salidodesde el jueves. Oigo el zumbido de laaspiradora. Cathy está limpiando. Luegose irá de casa; cuando lo haga, podrésalir yo de mi cuarto. No estoy segura dequé voy a hacer. Me siento incapaz decomenzar a enderezar mi situación. Mededicaré un día más a beber, quizá, ymañana ya me pondré a ello.

Mi móvil emite un breve pitidoindicándome que la batería se estáagotando. Lo cojo para enchufarlo al

cargador y advierto que tengo dosllamadas perdidas de anoche. Llamo albuzón de voz. Tengo un mensaje.

—Hola, Rachel. Soy yo, mamá.Escucha, mañana sábado iré a Londres.Tengo que hacer algunas compras.¿Podríamos quedar para tomar un café oalgo? Ahora no me va muy bien quevengas a visitarme. Hay…, bueno, tengoun nuevo amigo y ya sabes cómo son lascosas al principio. —Suelta una risitanerviosa—. En cualquier caso, estaréencantada de hacerte un préstamo parasacarte del apuro un par de semanas. Yahablaremos mañana. Bueno, querida.Adiós.

Voy a tener que ser sincera con ella y

decirle lo mal que están las cosas. Setrata de una conversación que preferiríano tener completamente sobria. Melevanto de la cama. Si voy a comprarbebida ahora, podré tomar un par decopas antes de ir a Londres pararelajarme un poco. Vuelvo a mirar elmóvil. Sólo una de las llamadasperdidas es de mi madre, la otra es deScott. A la una menos cuarto de lamadrugada. Me quedo sentada en lacama con el móvil en la mano, pensandoen si devolverle la llamada. Ahora no,es demasiado temprano. ¿Quizá mástarde? Mejor después de una copa (perono dos).

Pongo el móvil a cargar, levanto la

persiana y abro la ventana. Luego voy alcuarto de baño y me doy una ducha deagua fría. Me froto la piel, me lavo elpelo e intento acallar la voz en micabeza que me dice que es algo muyextraño llamar a una mujer en mitad dela noche menos de cuarenta y ocho horasdespués de que hayan descubierto elcadáver de tu esposa.

Tarde

La tierra todavía se está secando, peroel sol ya está casi a punto de asomar através de una espesa nube blanca. Me hecomprado una de esas pequeñas botellas

de vino. Sólo una. No debería haberlohecho, pero un almuerzo con mi madreconseguiría poner a prueba la fuerza devoluntad de alguien que nunca hubierabebido alcohol. Aun así, ha prometidohacer una transferencia de 300 librasesterlinas a mi cuenta bancaria, de modoque no ha sido una absoluta pérdida detiempo.

No le he confesado lo mala que esmi situación. No le he dicho que llevomeses sin trabajar, ni que me echaron(cree que el préstamo se lo he pedidopara salir del apuro mientras espero elpago de la indemnización). Tampoco lehe contado lo mal que llevo lo de labebida, y ella no se ha dado cuenta.

Cathy sí. En cuanto me ha visto estamañana, se me ha quedado mirando y hadicho:

—Oh, por el amor de Dios. ¿A estashoras?

No tengo ni idea de cómo lo hace,pero siempre lo sabe. Aunque sólo hayatomado medio vaso, nada más verme losabe.

—Te lo noto en los ojos —dice,pero cuando yo me miro en el espejo,me veo exactamente igual. Su pacienciase está agotando, su compasión también.He de dejar de beber. Pero hoy no. Hoyno puedo. Hoy es demasiado duro.

Debería haber estado preparadapara ello, debería haberlo esperado,

pero por alguna razón no ha sido así. Alsubir al tren, ella estaba en todas partes.Su rostro aparecía en las portadas detodos los periódicos: una Meganhermosa, rubia, feliz, mirandodirectamente a cámara. Mirándomedirectamente a mí.

Alguien había dejado en el tren suejemplar de The Times, así que lanoticia la he leído ahí. La identificaciónformal la hicieron anoche, la autopsia larealizarán hoy. Según las declaracionesde un portavoz de la policía, «La causade la muerte de la señora Hipwell puedeser difícil de establecer porque sucuerpo ha estado en el exterior durantealgún tiempo, y ha permanecido

sumergido varios días». Es horriblepensar en ello con su fotografía delante.Veo el aspecto que tenía entonces eimagino el que tiene ahora.

Hay una breve mención al arresto yposterior puesta en libertad de Kamal, yunas declaraciones del inspector Gaskillsegún las cuales «hay varias líneas deinvestigación», lo cual supongo quesignifica que no tienen ninguna pista.Cierro el periódico y lo dejo a mis piesen el suelo. No soporto seguir viéndoladurante más tiempo. No quiero leer esaspalabras desesperanzadas y vacías.

Apoyo la cabeza en el cristal de laventanilla. Pronto pasaremos por delantedel número 23. Echo un vistazo, pero a

este lado de las vías estamos demasiadolejos para ver bien algo. No dejo depensar en el día que vi a Kamal, en elmodo en que él la besaba, en lo enojadaque me puse y en las ganas que meentraron de encararme con ella. ¿Quéhabría pasado si lo hubiera hecho? ¿Quéhabría pasado si hubiera ido a su casa,hubiera llamado a la puerta y le hubierapreguntado qué diantre pensaba queestaba haciendo? ¿Todavía estaría aquí,en la terraza?

Cierro los ojos. En Northcote,alguien sube al tren y se sienta a milado. No abro los ojos para ver quiénes, pero me parece extraño, pues el trenva medio vacío. Se me eriza el vello de

la nuca. Por debajo del olor a tabaco,percibo una loción para después delafeitado y sé que he olido esa fraganciaantes.

—Hola.Me vuelvo y reconozco al hombre

pelirrojo, el de la estación, el de aquelsábado. Él sonríe y me ofrece la manopara que se la estreche. Estoy tansorprendida que lo hago. La palma de sumano es dura y callosa.

—¿Me recuerda?—Sí —digo, asintiendo mientras lo

hago—. Sí, hace unas semanas, en laestación.

Él asiente y sonríe.—Iba un poco bebido —dice, y se

echa a reír—. Creo que usted también,¿no, guapa?

Es más joven de lo que pensaba. Noparece haber cumplido siquiera lostreinta. Es atractivo; no guapo, pero síatractivo. Luce una amplia sonrisa. Suacento es cockney, o estuario, algo así.Me mira como si supiera algo sobre mí,como si estuviera jugando, como situviéramos una broma privada. Pero noes así. Aparto la mirada. Debería deciralgo. Preguntarle: «¿Qué vio?».

—¿Se encuentra bien?—Sí, me encuentro bien.Estoy mirando por la ventanilla,

pero puedo notar sus ojos clavados enmi nuca y siento el extraño deseo de

volverme hacia él y oler el humo queimpregna su ropa y que desprende sualiento. Me gusta el olor a tabaco.Cuando nos conocimos, Tom fumaba. Yyo solía tener ese extraño deseo cuandosalíamos a tomar algo o después depracticar sexo. Es un olor que me resultaerótico; me recuerda a una época en laque era feliz. Me muerdo el labioinferior y me pregunto qué haría estetipo si me volviera hacia él y lo besaraen la boca. Entonces noto que su cuerpose mueve. Se inclina hacia delante yrecoge el periódico que he dejado a mispies.

—Es terrible, ¿no? Pobre chica. Esextraño, porque esa noche estuvimos

ahí. Ésa fue la noche en la quedesapareció, ¿no?

Es como si me hubiera leído lamente y me deja estupefacta. Me vuelvohacia él de golpe y me lo quedomirando. Quiero ver la expresión de susojos.

—¿Cómo dice?—La noche en la que nos conocimos

en el tren. Ésa fue la noche en la quedesapareció esta chica que acaban deencontrar. Y dicen que la última vez quealguien la vio fue en la estación. Nodejo de preguntarme si llegué a verla.Pero no consigo recordarlo. Iba muybebido. —Se encoge de hombros—.Usted no recuerda nada, ¿no?

Es extraño cómo me siento cuandodice eso. No recuerdo haberme sentidoasí antes. No puedo contestar porque mimente ha ido a otro lugar completamentedistinto y ya no presta atención a laspalabras que está diciendo este tipo,sino a la loción para después delafeitado que lleva. Por debajo del olor atabaco, esa fragancia —fresca, cítrica,aromática— evoca el recuerdo de irsentada en el tren a su lado, igual queahora, sólo que en la otra dirección yalguien se está riendo muy alto. Élcoloca la mano en mi brazo y mepregunta si quiero ir a tomar algo. Derepente, algo va mal. Me sientoasustada, confundida. Alguien está

intentando pegarme. Veo cómo se acercaun puño y me agacho al tiempo que alzolas manos para protegerme la cabeza. Yano estoy en el tren, sino en la calle.Vuelvo a oír risas, o quizá sean gritos.Estoy en la escalera, o en la acera. Estodo muy confuso. El corazón me late atoda velocidad. No quiero estar cerca deeste hombre. He de alejarme de él.

Me pongo en pie y digo:—Disculpe. —Lo hago lo

suficientemente alto para que me oiganlas demás personas que hay en el vagón,pero éste va casi vacío y nadie sevuelve. El hombre pelirrojo levanta lamirada, sorprendido, y aparta laspiernas para que pueda pasar.

—Lo siento, guapa —dice—. Noquería molestarla.

Me alejo tan rápido como puedo,pero las sacudidas del tren hacen quecasi pierda el equilibrio. He de cogermeal respaldo de un asiento para no caer yla gente me mira. Me apresuro a llegaral siguiente vagón y después alsiguiente; sigo adelante hasta el final deltren. Estoy sin aliento y asustada. Nopuedo explicarlo. No recuerdo qué pasó,pero puedo sentir el miedo y laconfusión. Me siento de cara al pasillopor el que he llegado por si el tipo vienedetrás de mí.

Luego me presiono las cuencas delos ojos con las palmas de la mano e

intento concentrarme para recordar algo,para volver a ver lo que vi aquellanoche. Me maldigo por haber bebido. Sihubiera estado sobria… De repente, ahíestá: un hombre alejándose de mí. ¿O esuna mujer? Una mujer, con un vestidoazul. Es Anna.

El corazón me late con fuerza ysiento las pulsaciones del flujosanguíneo en la cabeza. No sé si lo queestoy viendo y sintiendo es real o no,imaginación o recuerdo. Cierro los ojoscon fuerza e intento volver a sentirlo,volver a verlo, pero ya no puedo.

ANNA

Sábado, 3 de agosto de 2013Tarde

Tom ha quedado con algunos de susamigos del ejército para tomar algo yEvie está echándose una siesta mientrasyo permanezco sentada en la cocina, conlas puertas y las ventanas cerradas apesar del calor. La lluvia de los últimosdías por fin ha terminado y con todocerrado la temperatura vuelve a serasfixiante.

Estoy aburrida. No sé qué hacer. Megustaría ir de compras y gastar algo dedinero en mí misma, pero con Evie esimposible. Se estresa y se vuelveirritable. De modo que me he quedadoen casa. No puedo ver la televisión niabrir un periódico. No quiero sabernada al respecto, no quiero ver el rostrode Megan, no quiero pensar en ello.

Aunque, ¿cómo puedo no pensar enalgo de lo que me separan apenas cuatropuertas?

Llamo a mis amigas para ver si aalguna le apetece quedar con nuestroshijos, pero todas tienen planes. Hellamado incluso a mi hermana, aunquecon ella hay que quedar al menos con

una semana de antelación. En cualquiercaso, ha dicho que estaba demasiadoresacosa para estar con Evie. Y entonceshe sentido una terrible punzada deenvidia ante la idea de pasarme elsábado en el sofá leyendo los periódicosy recordando vagamente el momento enel que me marché del club la nocheanterior.

Lo cual es una estupidez porque loque tengo en estos momentos es millonesde veces mejor, y he hecho sacrificiospara obtenerlo. Ahora sólo necesitoprotegerlo. De modo que permanezco enmi calurosa casa, intentando no pensaren Megan. Trato de no pensar en ella yme sobresalto cada vez que oigo un

ruido o una sombra pasa por delante dela ventana. Es intolerable.

No puedo dejar de pensar en elhecho de que Rachel estuviera aquí lanoche en la que Megan desapareció,deambulando por las callescompletamente borracha, y que derepente se esfumara. Tom la estuvobuscando durante horas pero no laencontró. No puedo dejar depreguntarme qué debió de hacer.

No hay conexión alguna entre Rachely Megan Hipwell. Hablé con la agentede policía, la sargento Riley, después dever a Rachel en casa de los Hipwell yme dijo que no había nada de lo quepreocuparse. «No es más que una

mirona solitaria y un poco desesperada—me dijo—. Sólo quiere verseinvolucrada en algo».

Probablemente tiene razón, peroentonces pienso en la vez que entró encasa e intentó llevarse a mi niña, yrecuerdo el pánico que sentí cuando lavi con Evie junto a la cerca. O pienso enesa horrible y aterradora sonrisita con laque me miró cuando la vi salir de casade los Hipwell. La sargento Riley nosabe lo peligrosa que puede ser Rachel.

RACHEL

Domingo, 4 de agosto de2013Mañana

La pesadilla que me despierta estamañana es distinta. En ella, he hechoalgo malo, pero no sé de qué se trata, loúnico que sé es que ya no puedoarreglarlo. Lo único que sé es que Tomme odia, que ya no me habla y le hacontado a todo el mundo lo que he

hecho, así que ahora todos se han vueltoen mi contra: viejos colegas, amigos, oincluso mi madre. Me miran conrepulsión y desprecio y nadie me quiereescuchar ni me deja decirle lo muchoque lo lamento. Me siento fatal ydesesperadamente culpable, pero no sébien qué es lo que he hecho. Cuando medespierto, pienso que el sueño debe detener su origen en algún recuerdo viejo,alguna transgresión antigua, pero ahorano importa cuál.

Ayer, al bajar del tren, me quedé enla estación de Ashbury unos quince oveinte minutos. Quería comprobar si eltipo pelirrojo bajaba del tren conmigo,pero no conseguí verlo por ninguna

parte. A pesar de eso, en ningúnmomento dejé de tener la sensación deque estaba escondido en algún lugar,esperando a que me marchara finalmentea casa para seguirme. Pensé entonces enlo mucho que me gustaría poder ircorriendo a casa y que Tom estuvieraesperándome; me gustaría tener aalguien que me estuviera esperando.

De camino a casa pasé por lalicorería.

Cuando llegué a casa no había nadie,pero daba la sensación de que acababande dejarla vacía, como si Cathy hubierasalido hacía un momento. Sin embargo,según la nota que me había dejado en laencimera, se había ido a Henley a

almorzar con Damien y no regresaríahasta el domingo por la noche. Inquieta ypreocupada, recorrí entonces la casa dehabitación en habitación, revisandotodas las cosas y volviéndolas a dejaren su sitio. Había algo extraño, perofinalmente decidí que sólo eranimaginaciones mías.

Aun así, el silencio no dejaba deresonar en mis oídos como si de unmurmullo de voces se tratara, de modoque me serví un vaso de vino, y luegootro, y luego otro, y al final llamé aScott. Me saltó directamente el buzón devoz: un mensaje de otra vida, la voz deun hombre ocupado, seguro de sí mismoy con una hermosa esposa en casa. Volví

a llamar al cabo de unos pocos minutos.Esta vez descolgó, pero no dijo nada.

—¿Hola?—¿Quién es?—Soy Rachel —anuncié—. Rachel

Watson.—Ah. —De fondo se podía oír

ruidos, voces, una mujer. Su madre,quizá.

—Yo… Tenía una llamada perdidatuya —afirmé.

—No… No. ¿Te llamé? Oh, vaya,sería por error. —Parecía nervioso—.No, déjalo ahí —pidió, y tardé unmomento en darme cuenta de que no sedirigía a mí.

—Lo siento —dije.

—Sí. —Su tono de voz eramonótono y frío.

—Lo siento mucho.—Gracias.—¿Querías…? ¿Querías hablar

conmigo?—No, debí de llamarte por error —

señaló, esta vez con más convicción.—Oh. —Podía notar que tenía ganas

de colgar. Sabía que debía dejarlo consu familia y su dolor. Sabía que debíahacerlo, pero no lo hice—. ¿Conoces aAnna? —le pregunté—. ¿Anna Watson?

—¿Quién? ¿Te refieres a la esposade tu ex?

—Sí.—No. Es decir, un poco. El año

pasado, Megan estuvo un tiempohaciéndole de canguro. ¿Por qué lopreguntas?

No sé por qué se lo pregunté. No losé.

—¿Podemos vernos? —le pregunté—. Me gustaría hablarte sobre algo.

—¿Sobre qué? —Parecía molesto—. Ahora no es un buen momento.

Herida por su sarcasmo, me dispusea colgar cuando, de repente, añadió:

—Ahora tengo la casa llena degente. ¿Mañana? Ven mañana.

Tarde

Se ha cortado afeitándose: hay sangre ensu mejilla y en el cuello de su camisa.Tiene el pelo húmedo y huele a jabón yloción para después del afeitado. Mesaluda con un movimiento de cabeza yse hace a un lado, indicándome quepase, pero no dice nada. La casa está aoscuras y mal ventilada. Las persianasdel salón están cerradas y las cortinasde las puertas correderas que dan aljardín, echadas. En la encimera de lacocina hay fiambreras con comida.

—Todo el mundo trae comida —dice Scott. Me indica que me siente a lamesa, pero él permanece de pie con losbrazos colgando a ambos lados—.¿Querías decirme algo? —Se

desenvuelve con el piloto automático.Ni siquiera me mira a los ojos. Parecederrotado.

—Quería preguntarte por AnnaWatson, sobre si… no sé… ¿Cómo erasu relación con Megan? ¿Se conocían?

Él frunce el ceño y coloca las manosen el respaldo de la silla que tienedelante.

—No. Es decir… no se llevabanmal, pero tampoco se conocíandemasiado. No llegaron a tener unarelación propiamente dicha. —Sushombros parecen hundirse todavía más;está cansado—. ¿Por qué me lopreguntas?

He de ser franca.

—La vi. Creo que la vi enfrente delpaso subterráneo de la estación. Aquellanoche… La noche en la que Megandesapareció.

Él niega ligeramente con la cabezamientras intenta comprender lo que estoydiciéndole.

—¿Cómo dices? La viste. Estabas…¿Dónde estabas tú?

—Aquí. De camino a ver a Tom, miexmarido, pero…

Scott cierra con fuerza los ojos y sepasa la mano por la frente.

—Un momento. ¿Estuviste aquí? ¿Yviste a Anna Watson? ¿Y qué? Anna viveaquí al lado. Le dijo a la policía que fuea la estación sobre las siete pero que no

recuerda haber visto a Megan. —Susmanos se aferran al respaldo de la silla.Noto que está perdiendo la paciencia—.¿Qué estás intentando decirmeexactamente?

—Yo… Había estado bebiendo —digo, y noto que mi rostro se sonroja acausa de la vergüenza—. No lo recuerdobien, pero tengo la sensación…

Él alza una mano.—Ya basta. No quiero oírlo. Está

claro que tienes un problema con tu ex ysu nueva esposa. Lo que me estáscontando no tiene nada que ver conmigoni con Megan, ¿verdad? Por el amor deDios, ¿es que no te da vergüenza?¿Tienes alguna idea de la situación por

la que estoy pasando? ¿Sabes que estamañana la policía me ha interrogado? —Está presionando la silla hacia abajocon tanta fuerza que temo que se vaya aromper y me preparo para el inminentecrujido—. Y ahora me vienes con estamierda. Lamento que tu vida sea uncompleto desastre pero, créeme,comparada con la mía es un picnic, asíque si no te importa… —Con unmovimiento de cabeza me señala lapuerta de entrada.

Me pongo en pie. Me siento estúpiday ridícula. También avergonzada.

—Sólo quería ayudarte. Quería…—No puedes, ¿de acuerdo? No

puedes ayudarme. Nadie puede hacerlo.

Mi esposa está muerta y la policía creeque yo la he matado. —Su voz es cadavez más alta y en sus mejillas aparecenunas motas de color—. Creen que yo lahe matado.

—Pero… Kamal Abdic…Arroja la silla contra la pared de la

cocina con tanta fuerza que una de laspatas se hace añicos. Yo retrocedo de unsalto, pero Scott apenas se mueve.Vuelve a tener las manos en loscostados, ahora con los puños cerrados.Las venas se le marcan bajo la piel.

—Kamal Abdic ya no es sospechoso—dice entre dientes.

Su tono es uniforme, pero estáhaciendo todo lo posible para

contenerse. Aun así, puedo notar la rabiaque irradia. Quiero dirigirme hacia lapuerta de entrada, pero él está en medio,bloqueándome el paso y tapando laescasa luz que entra en el salón.

—¿Sabes lo que ha estado diciendoKamal? —me pregunta al tiempo que sevuelve para recoger la silla. Obviamenteno lo sé, sin embargo una vez más medoy cuenta de que en realidad no estáhablando conmigo—. Tiene un montónde historias. Dice que Megan era infelizy que yo era un marido celoso ycontrolador, un (¿cómo era?) abusadoremocional. —Pronuncia las palabrascon rabia—. Dice que Megan me teníamiedo.

—Pero él…—Y no es el único. Esa amiga, Tara,

dice que Megan le pidió varias vecesque la cubriera. Que Megan quería queme mintiera sobre dónde estaba y quéestaba haciendo.

Scott vuelve a colocar la silla juntoa la mesa, pero ésta se cae. Yoaprovecho entonces para dar un pasohacia el vestíbulo. Él se vuelve haciamí.

—Soy culpable —dice con unaexpresión de angustia en el rostro—.Estoy prácticamente sentenciado.

Le da una patada a la silla rota y sesienta en una de las tres restantes. Yopermanezco inmóvil sin saber qué hacer.

¿Me quedo o me voy? Él comienza ahablar otra vez en un tono de voz tanbajo que apenas puedo oírlo.

—Tenía el móvil en el bolsillo —dice, y me acerco a él—. En él había unmensaje de texto mío. Lo último que ledije, la última palabra que ella leyó, fue«Vete al infierno, zorra mentirosa».

Con la cabeza gacha, sus hombrosempiezan a temblar. Estoy lo bastantecerca para tocarlo. Alzo la mano ycoloco ligeramente los dedos en su nuca.Él no me aparta.

—Lo siento —digo. Y soy sincerapues, a pesar de que me sorprende oíreso e imaginar que pudiera hablarle así,sé lo que supone querer a alguien y

decirle las cosas más terribles, bien porenfado o por sufrimiento. Luego añado—: Pero un mensaje de texto no essuficiente. Si eso es lo único quetienen…

—Es que no lo es —dice, y yerguela espalda apartando con ello mi mano.Yo entonces rodeo la mesa y me sientoenfrente. Sin mirarme, él sigue hablando—. Tengo un motivo. Y no mecomporté… no reaccioné del modoadecuado cuando se marchó. Ni tampocome preocupé ni la llamé lo bastantepronto. —Ríe con amargura—. Y, segúnKamal Abdic, hay un patrón decomportamiento abusivo. —Entonces sevuelve hacia mí y se me queda mirando.

Su rostro se ilumina, esperanzado—.Tú… tú podrías hablar con la policía ydecirles que es mentira, que Kamal estámintiendo. Podrías al menos dar otraversión de la historia y decirles que laquería, que éramos felices.

Siento que mi pánico va en aumento.Scott cree que puedo ayudarlo. Hadepositado en mí todas sus esperanzas ylo único que yo puedo ofrecerle acambio es una mentira, una malditamentira.

—No me creerán —digo con vozdébil—. Para ellos, soy una testigo pocofiable.

El silencio entre nosotros se hacecada vez más grande y termina llenando

el salón. Una mosca golpeteafuriosamente contra el cristal de lapuerta corredera. Scott se toca la sangreseca de la mejilla. Puedo oír cómo susuñas rascan la piel. Empujo la sillahacia atrás y, al oír el roce de las patasen las baldosas, él levanta la mirada.

—Tú estuviste aquí —declara, comosi hasta ahora no hubiera asimilado lainformación que le he dado hace quinceminutos—. Estuviste en Witney la nocheen la que Megan desapareció.

Apenas puedo oírlo por debajo delas atronadoras pulsaciones de mi flujosanguíneo. Asiento.

—¿Por qué no se lo dijiste a lapolicía? —pregunta, apretando la

mandíbula.—Lo hice. Pero no vi nada. No

recuerdo nada.Él se pone en pie, se acerca a las

puertas correderas y descorre la cortina.La luz del sol me ciega por un instante.Scott permanece de espaldas a mí conlos brazos cruzados.

—Estabas borracha —dice como siconstatara un hecho—. Pero recuerdasalgo. Por eso vienes a visitarme, ¿no?—Se vuelve hacia mí—. Es eso,¿verdad? La razón por la que no dejasde ponerte en contacto conmigo. Sabesalgo. —No es una pregunta ni unaacusación, tampoco una teoría: lo afirma—. ¿Viste su coche? —me pregunta—.

Piensa. Un Vauxhall Corsa de color azul.¿Lo viste? —Niego con la cabeza y,presa de la frustración, él levanta losbrazos al aire—. No lo descartes sinmás, piénsalo bien. ¿Qué viste? A AnnaWatson, de acuerdo, pero eso nosignifica nada. ¿Qué más viste? ¡Vamos!¿A quién viste?

Parpadeando a causa de la luz delsol, intento desesperadamenteencontrarle un sentido a lo que vi, perosoy incapaz. No consigo acordarme denada real. Nada que sea de utilidad.Nada que pueda decir en voz alta. Tuveuna discusión. O quizá fui testigo de unadiscusión. Tropecé en la escalera y unhombre pelirrojo me ayudó. Creo que

fue amable conmigo, aunque ahora meda miedo. Sé que me hice un corte en lacabeza, otro en el labio y moratones enlos brazos. Creo que estuve en el pasosubterráneo. Y que alguien llamó agritos a Megan. No, eso fue un sueño.Eso no es real. Recuerdo sangre. Sangreen la cabeza y en las manos. Tambiénrecuerdo a Anna. No recuerdo a Tom.Tampoco a Kamal, ni a Scott, ni aMegan.

Scott se me queda mirando. Esperaque diga algo, que le ofrezca una pizcade consuelo, pero no tengo nada.

—Esa noche, ése es el momentoclave —dice, y se vuelve a sentar a lamesa, ahora más cerca de mí, dándole la

espalda a la ventana. Una pátina desudor recubre su frente y su labiosuperior y tiembla como si tuviera fiebre—. Fue entonces cuando sucedió. O almenos ellos creen que fue cuandosucedió. No pueden estar seguros… —Se queda callado. Y luego retoma lafrase—: No pueden estar seguros por lascondiciones… del cadáver. —Respirahondo—. Pero creen que fue esa noche.O poco después.

Scott ha vuelto al piloto automático.Está hablándole al salón, no a mí. Yoescucho en silencio cómo le cuenta alsalón que la causa del fallecimiento fueun trauma craneoencefálico. Lefracturaron el cráneo en varios puntos.

No hubo asalto sexual, o al menos nohan podido confirmarlo a causa de lacondición de su cuerpo, que eralamentable.

Cuando vuelve en sí y me mira denuevo, en sus ojos advierto miedo ydesesperación.

—Si recuerdas algo —dice—, tienesque ayudarme. ¡Por favor, Rachel,intenta recordar! —Oír mi nombre ensus labios hace que me sienta fatal y meprovoca un nudo en el estómago.

En el tren de camino a casa, piensoen lo que ha dicho y me pregunto si serácierto. ¿Es ésa la razón por la que nopuedo dejar de pensar en toda estahistoria? ¿Necesito dar a conocer algo

que no recuerdo? Sé que siento algo porél, algo a lo que no puedo poner nombrey que no debería sentir. Ahora bien, ¿esmás que eso? Si en mi cabeza hay algo,entonces quizá alguien puede ayudarmea recordarlo. Alguien como unpsiquiatra. Un psicólogo. Alguien comoKamal Abdic.

Martes, 6 de agosto de 2013Mañana

Apenas he dormido. Me he pasado todala noche despierta pensando en esteasunto, dándole vueltas y más vueltas.

¿Es todo esto estúpido, temerario,absurdo? ¿Es peligroso? No sé lo queestoy haciendo. Ayer por la mañana pedíhora con el doctor Kamal Abdic. Llaméa la consulta y le especifiqué a larecepcionista que quería verlo a él.Puede que lo imaginara, pero tuve laimpresión de que le sorprendía. Me dijoque podría verlo hoy a las cuatro ymedia. ¿Tan pronto? Con el corazónlatiéndome con fuerza y la boca seca,dije que de acuerdo. La sesión cuesta 75libras. Las 300 que me dejó mi madre nodurarán demasiado.

Desde que pedí hora, no he podidopensar en otra cosa. Estoy asustada,pero también excitada. No puedo negar

que hay una parte de mí a la que la ideade ver al doctor Kamal le resultaemocionante. Y es que todo estocomenzó con él: cuando lo atisbé desdeel tren, mi vida cambió su curso y sedescarriló. Todo cambió en el momentoen el que lo vi besar a Megan.

Y necesito verlo. Necesito haceralgo, porque la policía sólo estáinteresada en Scott. Ayer lo volvieron ainterrogar. No lo han confirmado, claroestá, pero hay imágenes en internet:Scott dirigiéndose hacia la comisaría depolicía junto a su madre. La corbata leapretaba demasiado y parecíaestrangularlo.

Todo el mundo especula. Los

periódicos dicen que la policía estásiendo más circunspecta porque nopuede permitirse otro arrestoapresurado. Sugieren además que lainvestigación fue una chapuza y quequizá cambien a los agentes al mando dela misma. En internet, circulan asimismoteorías delirantes y desagradables sobrelo horrible que es Scott. Se puedenencontrar pantallazos de lacomparecencia pública en la queimploró entre lágrimas el regreso deMegan junto a fotografías de asesinosque también han aparecido en televisiónllorando y aparentemente destrozadospor el fatídico destino de sus seresqueridos. Es terrible, inhumano. Espero

que no llegue a ver estas cosas. Lerompería el corazón.

Así pues, por más estúpida ytemeraria que sea, voy a ir a ver aKamal Abdic, porque a diferencia detodos estos especuladores, yo he visto aScott. He estado lo bastante cerca de élcomo para tocarlo. Sé qué es, y no es unasesino.

Tarde

Las piernas todavía me tiemblanmientras subo la escalera de la estaciónde Corly. Debe de ser la adrenalina: elcorazón sigue latiéndome con fuerza. El

tren va lleno —aquí no hay posibilidadde asiento, no es como subir en Euston—, de modo que voy de pie en mediodel vagón. Es una auténtica sauna.Mantengo la mirada a los pies y respirolentamente mientras intento desentrañarqué es lo que siento.

Euforia, miedo, confusión y culpa.Sobre todo culpa.

No ha sido lo que esperaba.Cuando he llegado a la consulta, me

encontraba en un estado de absolutopánico: estaba convencida de que Kamalme miraría y, de algún modo, se daríacuenta de lo que sé y me consideraríauna amenaza. Temía decir algoequivocado o que se me escapara el

nombre de Megan. He entrado en laaburrida e insulsa sala de espera deldoctor y he hablado con unarecepcionista de mediana edad que hatomado nota de mis datos personales sinsiquiera levantar la mirada. Luego me hesentado y me he puesto a hojear unejemplar de Vogue con dedos trémulos.Mientras intentaba concentrarme en latarea que tenía por delante, procuraba almismo tiempo parecer tan anodina yaburrida como cualquier otro paciente.

Había otras dos personas: unveinteañero que leía algo en su móvil yuna mujer mayor que se miraba los piescon aire taciturno. No ha levantado lamirada en ningún momento, ni siquiera

cuando la recepcionista ha dicho sunombre. Se ha limitado a levantarse y hacruzado la sala de espera arrastrandolos pies. Sabía hacia dónde iba. Yo heseguido esperando durante cincominutos más. Luego diez. Mi respiraciónse iba volviendo cada vez más rápida.El aire parecía escasear en la sala deespera y no podía evitar tener lasensación de que no me llegabasuficiente oxígeno a los pulmones.Temía desmayarme.

Finalmente, se ha abierto una puertay ha salido un hombre. Antes incluso deque pudiera verlo bien, he sabido queera él. Lo he sabido del mismo modoque supe que no era Scott la primera vez

que lo vi desde el tren, cuando no eranada más que una sombra que avanzabahacia ella; una silueta alta demovimientos lánguidos y desgarbados.Me ha señalado y ha dicho:

—¿Señorita Watson?He levantado la mirada para

encontrarme con la suya y un escalofríoha recorrido toda mi columna vertebral.Nos hemos dado la mano. La suya,grande, estaba caliente y seca, haenvuelto completamente la mía.

—Pase —ha dicho, y me ha indicadoque lo siguiera a su despacho, y yo asílo he hecho sintiéndome mareada y connáuseas. Estaba siguiendo los pasos deMegan. Ella hizo todo esto. Se sentó

delante de él en la misma silla en la queKamal me ha señalado que lo haga yo y,probablemente, él entrelazó las manos yasintió del mismo modo que lo haceahora mientras dice—: Muy bien, ¿sobrequé le gustaría hablarme hoy?

Todo en él ha resultado acogedor: lamano cuando se la he estrechado, susojos, el tono de su voz. He buscadoalguna pista en su rostro, alguna señaldel violento desalmado que le abrió lacabeza a Megan, un atisbo del refugiadotraumatizado que había perdido a sufamilia, pero no he podido ver nada. Y,por un momento, me he olvidado de mímisma. Y también me he olvidado detenerle miedo. Ahí sentada ya no sentía

pánico alguno. He tragado salivaruidosamente, he recordado lo que habíapensado decirle y lo he hecho: le hecontado que, desde hace cuatro años,tengo problemas con el alcohol y que,por su culpa, mi matrimonio se había idoa pique y había perdido el trabajo.También que, obviamente, estabaafectando a mi salud y que temía que micordura terminara resintiéndose.

—Me olvido de cosas —he dicho—.Sufro lagunas mentales y no puedorecordar dónde he estado o qué hehecho. A veces, me pregunto si estandobebida habré hecho o dicho algoterrible, y no puedo recordarlo. Y si…si alguien me cuenta algo que he hecho

pero no recuerdo, ni siquiera tengo lasensación de que tenga que ver conmigo.Y es muy duro sentirse responsable decosas que no se recuerdan. De modo quenunca me siento suficientemente mal. Esdecir, me siento mal, pero lo que hayapodido hacer… me resulta ajeno. Escomo si no tuviera ninguna relaciónconmigo.

Todas estas cosas son ciertas y selas he soltado en los primeros minutosque he permanecido en su presencia.Estaba preparada para hacerlo, hacíamucho tiempo que deseaba decírselo aalguien. Pero no debería haber sidoKamal. En cualquier caso, él me haescuchado con sus claros ojos de color

ámbar mirándome fijamente y las manosentrelazadas e inmóviles. No ha miradoalrededor de la habitación ni ha tomadoninguna nota. Se ha limitado aescucharme y, al final, ha asentidoligeramente y ha dicho:

—Así pues, ¿quiereresponsabilizarse de lo que ha hechopero, como no puede recordarlo, leresulta difícil hacerlo y no consiguesentirse del todo responsable?

—Sí, así es.—Entonces ¿cómo podría asumir su

responsabilidad? Quizá podría pedirperdón. Aunque no pueda recordar habercometido su transgresión, eso nosignifica que su disculpa o el

sentimiento que hay detrás no seansinceros.

—Pero yo quiero sentirlo. Quierosentirme… peor.

Es algo extraño, pero no dejo depensar en ello. No me sientosuficientemente mal. Sé de qué cosassoy responsable; soy consciente de todaslas cosas terribles que he hecho a pesarde no recordar los detalles, pero mesiento distanciada de esos actos. Escomo si los hubiera cometido otrapersona.

—Entonces ¿cree que deberíasentirse peor de lo que hace? ¿Que no sesiente lo bastante mal por sus errores?

—Eso es.

Kamal ha negado con la cabeza.—Rachel, me ha dicho que su

matrimonio se rompió y que perdió sutrabajo… ¿No cree que eso ya es castigosuficiente?

Yo he negado con la cabeza.Él se ha reclinado un poco en la

silla.—Creo que quizá está siendo algo

dura consigo misma.—No, para nada.—Está bien. De acuerdo. ¿Podemos

retroceder un poco? Vayamos al iniciodel problema. Ha dicho que comenzó…¿hace cuatro años?

Me he resistido. La calidez de suvoz y la suavidad de sus ojos no me

habían embriagado tanto. No estaba tandesesperada. En modo alguno iba adecirle toda la verdad y explicarle lomucho que deseaba tener un hijo. Me helimitado a contarle que mi matrimoniose fue a pique, que estaba deprimida yque siempre había bebido pero queentonces las cosas fueron a peor.

—Dice que su matrimonio se fue apique… ¿Dejó usted a su marido, lo hizoél o… rompieron ambos la relación?

—Él tuvo una aventura. Conoció auna mujer y se enamoró de ella —hedicho. Kamal ha asentido y ha esperadoque prosiguiera—. Pero la culpa no fuesuya, sino mía.

—¿Por qué dice eso?

—Bueno, para entonces yo yabebía…

—Así que ¿la aventura de su maridono fue el desencadenante?

—No, yo empecé a beber antes. Miproblema con el alcohol lo alejó, poreso dejó de… —En ese momento me hequedado callada.

Kamal ha esperado que terminara lafrase. No me ha animado a hacerlo,simplemente ha esperado quepronunciara las palabras.

—… por eso dejó de quererme —hedicho.

Me odio por haber llorado delantede él. No entiendo cómo he podido bajarasí la guardia. No debería haber hablado

de cosas reales, debería haber creado unpersonaje imaginario e inventarme losproblemas. Debería haber idopreparada.

Me odio a mí misma por haberlomirado y haber creído, por un momento,que él estaba realmente interesado pormí. Y es que me miraba como si asífuera, no como si me tuviera lástima,sino como si me comprendiera, como siyo fuera alguien a quien quisiera ayudar.

—Entonces, Rachel, su problemacon la bebida comenzó antes que elhundimiento de su matrimonio. ¿Creeque podría señalar una causasubyacente? No todo el mundo puedehacerlo. Algunas personas simplemente

se deslizan de manera progresiva en unestado depresivo o en una adicción. Ensu caso, ¿recuerda alguna causaespecífica? ¿La pérdida de un serquerido, alguna otra pérdida?

Me he encogido de hombros y henegado con la cabeza. No pensabacontárselo. No lo haré.

Él ha esperado unos momentos yluego ha echado una rápida mirada alreloj que tenía en el escritorio.

—¿Lo retomamos en la siguientesesión, quizá? —ha dicho con unasonrisa, y entonces se me ha helado lasangre.

Todo en él resultaba acogedor: susmanos, sus ojos, su voz. Todo salvo la

sonrisa. Cuando dejaba a la vista losdientes, se podía percibir el asesino quehay en él. Se me ha hecho un nudo en elestómago, el pulso se me ha vuelto aacelerar y me he marchado de suconsulta sin estrecharle la mano. Nopodía soportar la idea de tocarlo.

Puedo entender qué vio Megan en ély no es sólo que sea arrebatadoramenteatractivo. También es apacible yreconfortante. Irradia una pacienteamabilidad. Puede que alguien inocente,confiado o simplemente atribulado nosea capaz de ver más allá de eso yadvertir que detrás de esa tranquilidadse esconde un lobo. Lo entiendo.Durante casi una hora, me he sentido

cautivada. Me he sincerado con él. Heolvidado con quién estaba hablando enrealidad. He traicionado a Scott, ytambién a Megan, y me siento culpablepor ello.

Pero, sobre todo, me siento culpableporque quiero volver.

Miércoles, 7 de agosto de2013Mañana

Lo he vuelto a tener, el sueño en el quehago algo malo, el sueño en el que todoel mundo se pone de parte de Tom y se

vuelve en mi contra. El sueño en el queno puedo explicar o pedir perdón por loque he hecho, porque no sé de qué setrata. En el espacio entre el sueño y eldesvelo, recuerdo una discusiónauténtica que Tom y yo tuvimos hacemucho tiempo —cuatro años—, pocodespués de que nuestra primera y únicaronda de fertilización in vitro no hubierafuncionado. Yo quería volver aintentarlo, pero Tom me dijo que noteníamos suficiente dinero y yo no lopuse en duda. Sabía que era cierto(pagábamos una hipoteca alta y él aúntenía algunas deudas de un mal negocioque su padre le había animado aemprender). Tuve que aceptarlo. Sólo

podía esperar que algún día tuviéramosdinero suficiente y, mientras tanto,tendría que reprimir las lágrimas queasomaban a mis ojos, cada vez que veíaa una desconocida embarazada o cadavez que una pareja nos daba la feliznoticia.

Me contó lo del viaje un par demeses después de que nos enteráramosde que la fecundación in vitro no habíafuncionado. Las Vegas, cuatro noches,para ver el combate y desahogarse unpoco. Sólo él y un par de amigos de losviejos tiempos a los que yo no conocía.Sé que costaba una fortuna porque vi elrecibo de reserva del vuelo en labandeja de entrada de su cuenta de

correo electrónico. No tengo ni idea decuánto costaban las entradas delcombate de boxeo, pero imagino que nodebían de ser baratas. No se trataba deuna cantidad suficiente para pagar unaronda de fertilización in vitro, pero síuna parte. Tuvimos una pelea terrible.No recuerdo los detalles porque mehabía pasado toda la tarde bebiendo, demodo que cuando finalmente lo hice meencontraba en el peor estado posible.Recuerdo la frialdad con la que me tratóal día siguiente y su negativa a hablar deello. Sí me contó, en un tono frío ydesilusionado, lo que yo había hecho ydicho: había hecho añicos la fotografíaenmarcada de nuestra boda, le había

gritado por ser tan egoísta, lo habíallamado marido inútil y fracasado…Recuerdo lo mucho que me odié aqueldía.

Obviamente, estuvo mal decirle todoeso, pero ahora también pienso quetampoco era tan inadmisible que meenfadara. Tenía derecho a ello, ¿no?Estábamos intentando tener un bebé, ¿nodebíamos acaso estar preparados parahacer algunos sacrificios? Yo me habríacortado una pierna si con ello hubierapodido tener un hijo. ¿No podía él haberrenunciado a un fin de semana en LasVegas?

Permanezco un rato tumbadapensando en eso, y luego me levanto y

decido ir a dar un paseo porque si nohago algo, terminaré yendo a lalicorería. No he bebido nada desde eldomingo y puedo sentir la lucha que estáteniendo lugar en mi interior: el deseode un poco de euforia y la necesidad deolvidarme un rato de mí misma frente ala vaga sensación de que he conseguidoalgo y que sería una pena echarlo aperder.

Ashbury no es un buen sitio parapasear. No hay más que tiendas ysuburbios. Ni siquiera hay un parquedecente. Me dirijo al centro del pueblo,que no está tan mal cuando no hay nadiealrededor. El truco es decirse a unamisma que se dirige a un sitio concreto:

no hay más que elegir un lugar y partiren su dirección. Yo hoy me decido porla iglesia que hay al final de PleasanceRoad, a unos tres kilómetros delapartamento de Cathy. Una vez fui a unode los encuentros de AlcohólicosAnónimos que se celebran ahí. No fui auno más cercano porque no queríaencontrarme a nadie que luego pudieraver en la calle, en el supermercado o enel tren.

Cuando llego a la iglesia, doy mediavuelta y emprendo el camino de vuelta acasa. Ando a grandes zancadas y condecisión. Soy una mujer con cosas quehacer y un sitio al que llegar. Alguiennormal. Veo pasar a la gente —dos

hombres corriendo con mochilas en laespalda, entrenándose para una maratón;una joven de camino al trabajo con unacamiseta negra, zapatillas deportivasblancas y los zapatos de tacón en elbolso—, y me pregunto qué esconden.¿Están en movimiento para no beber,corriendo para mantenerse en pie?¿Están pensando quizá en el asesino queconocieron ayer y al que piensan volvera ver?

No soy normal.Ya casi he llegado a casa cuando lo

veo. Iba absorta en mis pensamientos,preguntándome qué es exactamente loque pretendo conseguir con estassesiones con Kamal. ¿De verdad voy a

registrar los cajones de su escritorio sisale un momento de su despacho?¿Cómo voy a tenderle una trampa paraconducirlo a un territorio peligroso yque se le escape algo revelador? Lo másprobable es que sea mucho más listo queyo y advierta mis intenciones. Despuésde todo, él sabe que su nombre haaparecido en el periódico, debe de estaralerta ante la posibilidad de que alguienquiera sonsacarle alguna historia oinformación.

Esto es lo que voy pensando con lacabeza gacha y la mirada puesta en elpavimento cuando paso por delante delpequeño supermercado Londis. Intentono echarle un vistazo para no caer en la

tentación, pero con el rabillo del ojoveo su nombre. Levanto la mirada y ahíestá, en los titulares de la portada de untabloide: ¿MATÓ MEGAN A SU BEBÉ?

ANNA

Miércoles, 7 de agosto de2013Mañana

Estaba con las chicas del NCT[2] en elStarbucks cuando ha sucedido. Noshabíamos sentado en nuestro lugarhabitual junto a la ventana mientras losniños jugaban en el suelo con piezas deLego y Beth estaba intentandoconvencerme una vez más para que me

uniera a su club de lectura. Entonces haaparecido Diane con esa expresión deprepotencia que tiene la gente cuandoestá a punto de contar un cotilleoespecialmente jugoso. Apenas podíacontenerse mientras forcejeaba con lapuerta de entrada para poder pasar consu cochecito doble.

—¿Has visto esto, Anna? —ha dichocon el rostro serio, y me ha mostrado unperiódico con el titular «¿MATÓ MEGANA SU BEBÉ?». No he sabido qué decir.Me lo he quedado mirando y,absurdamente, me he puesto a llorar.Evie se ha asustado mucho y hacomenzado a chillar. Ha sidolamentable.

Luego he ido a los servicios paralimpiarme (a mí y a Evie) y cuando heregresado estaban todas hablando en vozbaja. Diane me ha mirado taimadamentey me ha preguntado si me encontrababien. Era evidente que estabadisfrutando de la situación.

He tenido que marcharme. No podíaquedarme ahí. Todas se han mostradoincreíblemente preocupadas y no handejado de decir lo terrible que debía deser para mí, pero yo lo percibía en susrostros: desaprobación apenasdisimulada. ¿Cómo pudiste confiar tuhija a un monstruo? Debes de ser la peormadre del mundo.

De camino a casa, he intentado

hablar con Tom, pero me ha saltado elbuzón de voz. Le he dejado el mensajede que me llamara en cuanto pudieraprocurando mantener un tono de vozanimado y uniforme, pero estabatemblando y las piernas apenas mesostenían.

No he comprado el periódico, perono he podido resistirme a leer la noticiaen internet. Era todo más bien vago.«Fuentes cercanas a la investigación delasesinato de la señora Hipwell aseguranque ésta podría haber estado implicadaen el homicidio de su propia hija» diezaños atrás. Esas mismas «fuentes»también especulaban con que éste podríaser el motivo de su asesinato. El

inspector a cargo de toda lainvestigación (Gaskill, el que vino ahablar con nosotros cuando Megandesapareció) no ha querido hacerdeclaraciones.

Tom me ha devuelto la llamada.Estaba entre reuniones y no podía venira casa. Ha intentado calmarme y me hadicho que seguramente no eran más quetonterías:

—Ya sabes que uno no se puedecreer la mitad de las cosas que publicanlos periódicos.

Yo he procurado no hacer ningúndrama pues, al fin y al cabo, fue él quiensugirió que ella viniera a ayudarme conEvie. Debía de sentirse fatal.

Y tiene razón. Tal vez la noticia nosea verdad. Pero ¿a quién se le podríaocurrir una historia como ésa? ¿Por quéiba nadie a inventarse algo así? Nopuedo dejar de pensar que yo ya losabía. Siempre creí que había algo raroen esa mujer. Al principio, simplementepensaba que era un poco inmadura, peroen realidad se trataba de algo más queeso. Estaba como ausente. Ensimismada.No voy a mentir, me alegro de que hayamuerto. ¡Qué alivio!

Tarde

Estoy en el piso de arriba, en el

dormitorio. Tom está viendo latelevisión con Evie. Nos hemosenfadado. Es culpa mía. En cuanto haentrado por la puerta, he ido a por él.

Mi tensión había ido en aumentodurante todo el día. No podía evitarlo,era incapaz de dejarlo estar: allá adondemirara, la veía a ella, en mi casa,sosteniendo a mi hija, dándole de comer,cambiándola, jugando con ella mientrasyo dormía una siesta. No podía dejar depensar en todas las veces que la dejé asolas con Evie y me sentía fatal.

Y luego he vuelto a tener la paranoiade que estoy siendo observada, unasensación que he tenido prácticamentetodo el tiempo que llevo viviendo en

esta casa. Al principio, solía achacarloa los trenes. Todos esos cuerpos sinrostro mirándonos por las ventanillas meprovocaban escalofríos. Era una de lasmuchas razones por las que no deseabamudarme aquí, pero Tom no queríamarcharse. Dijo que si vendía la casa,perdería dinero.

Al principio eran los trenes, y luegoRachel. Observándonos, apareciendo enla calle, llamándonos todo el rato. Yluego también Megan, cuando estabaaquí con Evie: siempre tuve la sensaciónde que me examinaba de soslayo.Parecía que evaluara mi aptitud comomadre y me juzgara por no ser capaz dehacerlo todo yo sola. Absurdo, ya lo sé,

pero después he pensado en el día enque Rachel vino a casa y se llevó a Eviey se me hiela la sangre y creo que no loes para nada.

De modo que, para cuando Tom hallegado a casa, yo estaba buscandopelea. Le he lanzado un ultimátum: nostenemos que marchar, no pienso seguiren esta casa, en esta calle, sabiendo todolo que ha pasado aquí. Allá adondemiro, no sólo veo a Rachel sino aMegan. No puedo evitar pensar en todolo que ha tocado. Es demasiado. Y meda igual si obtenemos un buen preciopor la casa o no.

—Te importará cuando nos veamosobligados a vivir en un lugar mucho

peor, o cuando no podamos pagar lahipoteca —ha respondido él con gransensatez.

Yo le he preguntado entonces si nopodía pedirles ayuda a sus padres —tienen mucho dinero—, pero él me hadicho que ni hablar, que no piensavolver a hacerlo en su vida y, muyenfadado, me ha dicho que ya no queríahablar más del tema. Esto se debe acómo lo trataron cuando dejó a Rachelpor mí. No debería haberlosmencionado, es algo que siempre loenoja.

Pero no he podido evitarlo. Mesiento desesperada porque ahora cadavez que cierro los ojos la veo a ella

sentada a la mesa de la cocina con Evieen su regazo. Por más que sonriera,jugara o interactuara con la pequeña, suactitud no parecía sincera. No daba laimpresión de que realmente quisieseestar aquí y siempre parecía alegrarsede devolvérmela cuando llegaba la horade marcharse. Era como si no quisieratener un bebé en los brazos.

RACHEL

Miércoles, 7 de agosto de2013Tarde

Cada vez hace más calor. Es insufrible.Con las ventanas del apartamentoabiertas, se puede saborear el monóxidode carbono de la calle. Me pica lagarganta. Me estoy dando la segundaducha del día cuando suena el teléfono.No lo cojo y vuelve a sonar. Y luego

otra vez. Cuando finalmente salgo de laducha, está sonando por cuarta vez y lodescuelgo.

Parece asustado. Su respiración esentrecortada.

—No puedo ir a casa —dice—. Haycámaras por todas partes.

—¿Scott?—Ya sé que esto es… muy extraño,

pero necesito ir a algún sitio. Un sitio enel que no haya nadie esperándome. Nopuedo ir a casa de mi madre. Ni a las demis amigos. Ahora estoy… dandovueltas con el coche. Llevo haciéndolodesde que he salido de la comisaría…—Se le quiebra la voz—. Sólo necesitouna hora o dos. Para sentarme, para

pensar. Sin ellos, sin la policía, singente que me haga sus putas preguntas.Lo siento pero ¿podría ir a tu casa?

Le digo que sí, claro está. No sóloporque parece verdaderamente asustadoy desesperado, sino porque quieroverlo. Quiero ayudarlo. Le doy ladirección y me dice que llegará enquince minutos.

El timbre de la puerta suena diezminutos después. Sus timbrazos soncortos y apremiantes.

—Lamento hacer esto. No sabíaadónde ir —dice en cuanto abro lapuerta. Tiene aspecto de animalacosado: está temblando, tiene elsemblante pálido y una pátina de sudor

le cubre la piel.—No pasa nada —digo, y me hago a

un lado para que pase. Luego loconduzco al salón y le indico que sesiente mientras voy a buscarle un vasode agua a la cocina. Él se la bebe caside un trago y luego se sienta inclinadohacia delante, con los antebrazos sobrelas rodillas y la cabeza gacha.

No sé si hablar o quedarme callada.Cojo su vaso y vuelvo a llenárselo sindecir nada. Finalmente, comienza ahablar.

—Pensaba que lo peor había pasado—dice en voz baja—. Tenía razonespara ello, ¿no? —Levanta la miradahacia mí—. Mi esposa había aparecido

muerta y la policía creía que yo la habíamatado. ¿Qué podía ser peor que eso?

Se refiere a las nuevas noticias. Alas cosas que están diciendo sobre ella.Esa historia de los tabloides,supuestamente filtrada por alguien de lapolicía, sobre la implicación de Meganen la muerte de un bebé. Basuraespeculativa, una campaña dedesprestigio contra una mujer muerta. Esdespreciable.

—Pero no es cierto —le digo—. Nopuede serlo.

Tiene la expresión vacía. Parecedesorientado.

—La sargento Riley me ha dado estamañana la noticia que siempre había

querido oír. —Tose y a continuación seaclara la garganta. Luego prosigue en untono de voz apenas más alto que unsusurro—. No puedes imaginarte lomucho que lo deseaba. Solía soñar conello. Imaginaba cómo sería su aspecto,su sonrisa tímida y juguetona, y tambiéncómo me cogería la mano y se lallevaría a los labios… —Desvaría, estásoñando, no tengo ni idea de qué estádiciendo—. Hoy —continúa—, herecibido la noticia de que Megan estabaembarazada.

Rompe a llorar y yo no puedo evitarunirme a él. Lloro por un bebé que nuncaha existido, el hijo de una mujer a la queno llegué a conocer. Pero el horror es

casi insoportable. No puedo comprendercómo Scott todavía está respirando. Esanoticia debería haberlo matado. Deberíahaberlo dejado completamente sin vida.De algún modo, sin embargo, todavíaestá aquí.

No puedo hablar ni moverme. En elsalón hace calor y no hay aire a pesar deque las ventanas están abiertas. Se oyenlos ruidos de la calle: una sirena depolicía, los gritos y las risas de unasniñas, la atronadora música de un cocheque pasa por delante de casa. Pero aquídentro, el mundo está llegando a su fin.Para Scott, el mundo está llegando a sufin, y soy incapaz de hablar. Permanezcoen silencio, sin saber qué hacer, inútil.

Hasta que de repente oigo pasos enlos escalones de la entrada y el familiarruido de Cathy rebuscando las llaves decasa en su enorme bolso. Entoncesvuelvo en mí. He de hacer algo: cojo aScott de la mano. Alarmado, él levantala mirada hacia mí.

—Ven conmigo —le digo, y tiro deél para que se ponga en pie. Él me dejaarrastrarlo por el pasillo y la escaleraantes de que Cathy abra la puerta. Yocierro la de mi dormitorio detrás denosotros—. Mi compañera de piso.Podría hacer preguntas —digo a modode explicación—. Sé que no es eso loque quieres en este momento.

Él asiente. Echa un vistazo alrededor

de mi pequeña habitación y ve la camasin hacer, la ropa limpia y sucia apiladaen la silla del escritorio, las paredesdesnudas, los muebles baratos. Mesiento avergonzada. Ésta es mi vida:desordenada, desaliñada, pequeña.Nada envidiable. Al mismo tiempo,pienso en lo ridícula que soy al creerque a Scott le podría preocupar elestado de mi vida en este instante.

Le indico que se siente en la cama.Él obedece y se seca los ojos con eldorso de la mano. Su respiración espesada.

—¿Quieres tomar algo? —lepregunto.

—¿Una cerveza?

—No guardo alcohol en casa —digo, y noto que me sonrojo. Scott, sinembargo, no repara en ello. Ni siquieralevanta la mirada—. Puedo hacerte unataza de té. —Él asiente—. Túmbate,descansa. —Scott hace lo que le digo.Se quita los zapatos y se tumba en lacama, dócil como un niño enfermo.

En la planta baja, mientras hiervoagua, charlo un minuto con Cathy. Ellame habla sobre el nuevo lugar que hadescubierto en Northcote para almorzar(«Unas ensaladas realmente buenas») ylo irritante que es la nueva mujer de sutrabajo. Yo sonrío y asiento, pero casino le presto atención. En realidad, estoymás pendiente de si oigo algún crujido o

pasos. Me parece irreal tener a Scottaquí, en el piso de arriba, en mi cama.Me mareo sólo de pensarlo. Es como siestuviera soñando.

En un momento dado, Cathy se callay se me queda mirando con el ceñofruncido.

—¿Estás bien? —me pregunta—.Pareces… como ausente.

—Sólo estoy un poco cansada —lecontesto—. No me encuentro muy bien.Creo que voy a irme a la cama.

Ella sigue mirándome con recelo.Sabe que no he bebido (siempre lonota), pero seguramente cree que voy aempezar a hacerlo ahora. No meimporta; ahora no puedo pensar en ello;

cojo la taza de té para Scott y medespido de ella hasta mañana.

Me detengo un segundo delante de lapuerta de mi habitación y aguzo el oído.No oigo nada. Con cuidado, giro eltirador y abro la puerta. Scott siguetumbado en la misma posición en la quelo he dejado, con las manos en loscostados y los ojos cerrados. Puedo oírsu respiración, suave y ronca. Su cuerpoocupa media cama, pero me sientotentada de tumbarme a su lado yrodearle el pecho con el brazo paraconsolarlo. En vez de eso, toso un pocoy le ofrezco la taza de té.

Él se incorpora.—Gracias —dice hoscamente, y

coge la taza—. Gracias… por ofrecermeun refugio. Desde que esa historia salióa la luz todo ha sido… No sé cómodescribirlo.

—¿Te refieres a lo quesupuestamente sucedió hace años?

—Sí, eso.No está claro cómo han conseguido

los tabloides esa información. Lasmúltiples especulaciones señalan a lapolicía, a Kamal Abdic y a Scott.

—Es mentira —le digo—, ¿verdad?—Claro que sí, pero le da a alguien

un motivo, ¿no? Al menos eso es lo quedicen. Megan mató a su bebé, lo cualdaría a alguien (presumiblemente elpadre del bebé) un motivo para matarla.

Años y años después.—Es ridículo.—Pero ya sabes lo que dice ahora

todo el mundo. Que yo me inventé estahistoria no sólo para que Meganpareciera una mala persona, sino pararedirigir las sospechas que recaen sobremí hacia un desconocido. Algún tipo desu pasado al que nadie conoce.

Me siento a su lado en la cama.Nuestros muslos casi se tocan.

—¿Qué dice la policía?Se encoge de hombros.—En realidad, nada. Me han

preguntado qué sabía yo al respecto.¿Sabía que antes de conocernos habíatenido un hijo? ¿Sabía qué sucedió?

¿Sabía quién era el padre? Les he dichoque no, que eran todo mentiras, que ellanunca había estado embarazada… —Suvoz se vuelve a quebrar. Se calla unmomento y le da un sorbo a su té—. Yoles he preguntado entonces de dóndehabía salido esa historia y cómo habíallegado a los periódicos, pero ellos mehan dicho que no lo saben. Supongo quehabrá sido él, Abdic. —Da un largo ytrémulo suspiro—. No entiendo por qué.No consigo comprender por qué estádiciendo estas cosas sobre ella ni quépretende con ello. Está claro que es unputo perturbado.

Pienso en el hombre que conocí elotro día: su serenidad, la suavidad de su

voz, la calidez de sus ojos. Todo muyalejado de un perturbado. Aunque esasonrisa…

—Es escandaloso que hayanpublicado esto. Debería haber reglas…

—No se puede difamar a losmuertos —dice, y se queda un instantecallado. Luego añade—: Me hanasegurado que no harán pública lainformación relativa a su embarazo.Todavía no. Puede que nunca. Encualquier caso, no hasta que esténseguros del todo.

—¿Seguros de qué?—De que el padre no era Abdic.—¿Han hecho pruebas de ADN?Niega con la cabeza.

—No, pero lo sé. No puedo decircómo, pero lo sé. El bebé es (era) mío.

—Si Kamal hubiera pensado que elhijo era suyo, habría tenido un motivopara matarlo, ¿no? —No lo digo en vozalta, pero no sería el primer hombre quepretende librarse de un hijo no deseadolibrándose de la madre. Tampoco digoque en realidad eso también le da unmotivo a Scott. Si éste hubiera pensadoque su esposa estaba embarazada delhijo de otro hombre… Pero él no puedehaberlo hecho. Su shock y su sufrimientohan de ser reales. Nadie es tan buenactor.

Scott ya no me está escuchando.Tiene la mirada fija en la puerta del

dormitorio y parece estar hundiéndoseen la cama como si fueran arenasmovedizas.

—Deberías quedarte un rato —ledigo—. Intenta dormir.

Él se vuelve hacia mí y casi mesonríe.

—¿No te importa? —me pregunta—.Sería… Te lo agradecería mucho. Encasa me cuesta dormir. No sólo por lagente que está fuera intentando conseguirdeclaraciones mías. No es sólo eso. Espor ella. Está en todas partes, no puedodejar de verla. Voy a la planta baja y nomiro, me obligo a mí mismo a no mirar,pero al pasar por delante de la ventana,he de retroceder y comprobar que no

está en la terraza. —Mientras me locuenta, noto cómo las lágrimascomienzan a acudir a mis ojos—. Legustaba sentarse ahí y mirar los trenes.

—Lo sé —digo, y coloco la mano ensu antebrazo—. A veces la veía ahí.

—No dejo de oír su voz —explica—. Creo que me llama. Estoy en la camay creo que me llama desde el jardín. Nodejo de pensar que está ahí. —Comienzaa temblar.

—Túmbate. Descansa —le pido, yle cojo la taza de las manos.

Cuando estoy segura de que se haquedado dormido, me tumbo a su lado.Mi cara está a escasos centímetros de suomoplato. Cierro los ojos y escucho los

latidos de mi corazón y siento laspulsaciones del flujo sanguíneo en elcuello. Inhalo el triste y rancio aromaque despide Scott.

Cuando me despierto horas después,ya se ha ido.

Jueves, 8 de agosto de 2013Mañana

Tengo la sensación de estar traicionandoa Scott. Hace unas pocas horas estabacon él y ahora estoy de camino a laconsulta de Kamal, a punto de ver otravez al hombre que él piensa que ha

asesinado a su esposa. Y a su hijo. Mesiento fatal. Me pregunto si deberíahaberle contado mi plan. Si deberíahaberle explicado a Scott que estoyhaciendo todo esto por él. Claro que enrealidad no estoy segura de que estéhaciéndolo sólo por él, y tampoco tengoningún plan.

Hoy le hablaré de mí. Ése es el plan.Le contaré algo auténtico, como misdeseos de tener un hijo. Me fijaré a versi eso provoca algo; una respuesta poconatural, cualquier tipo de reacción. Aver adónde me lleva eso.

No me lleva a ningún lado.Kamal comienza preguntándome

cómo me encuentro y cuándo fue la

última vez que bebí alcohol.—El domingo —le contesto.—Eso está bien. —Entrelaza las

manos en su regazo—. Tiene buenaspecto. —Sonríe y no veo al asesino.Ahora me pregunto qué vi el otro día.¿Acaso lo imaginé?

—La última vez me preguntó cuándocomencé a beber. —Él asiente—. Habíacaído en una profunda depresión —ledigo—. Yo estaba intentando… Estabaintentando quedarme embarazada. Nopude, así que caí en una depresión.Entonces fue cuando comencé a beber.

Al poco, me encuentro llorando otravez. Es imposible resistirse a laamabilidad de un desconocido que te

mira y te dice que no pasa nada almargen de lo que hayas hecho: hassufrido, lo estás pasando mal, merecesperdón. Así pues, confío en él y meolvido otra vez de lo que he venido ahacer aquí. No escudriño su rostro enbusca de una reacción. No estudio susojos en busca de una señal deculpabilidad o sospecha. Dejo que meconsuele.

Él se muestra amable y racional.Habla de estrategias para afrontar losproblemas, me recuerda que la juventudestá de mi lado.

Así pues, la visita no me lleva aningún lado. Simplemente me voy de laconsulta de Kamal Abdic sintiéndome

más relajada y esperanzada. Me haayudado. Al sentarme en el tren, intentoconjurar la imagen del asesino que vi,pero ya no puedo. Me cuesta verlo comoun hombre capaz de pegar y aplastarle elcráneo a una mujer.

En un momento dado, acude a mimente una imagen terrible y vergonzosa:Kamal y sus delicadas manos, sutranquilizadora presencia y su sibilanteforma de hablar en oposición a Scott,enorme y poderoso, salvaje,desesperado. He de recordarme a mímisma que así es Scott ahora, pero queantes de todo esto era distinto. Intentorememorarlo, pero finalmente he deadmitir que no sé cómo era.

Viernes, 9 de agosto de 2013Tarde

El tren se detiene en el semáforo. Le doyun trago a la fría lata de gin-tonic ylevanto la mirada hacia la terraza en laque ella se sentaba. Hacía ya varios díasque no bebía, pero necesitaba esto. Lavalentía que sólo te da el alcohol. Estoyde camino a casa de Scott, y para llegartendré que sortear todos los peligros deBlenheim Road: Tom, Anna, la policía,la prensa. Y el paso subterráneo, con susrecuerdos fragmentarios de miedo ysangre. Pero Scott me ha pedido que

vaya, y no puedo negarme.Anoche encontraron al bebé. O lo

que queda de ella. Estaba enterrada enlos terrenos de una granja cercana a lacosta de East Anglia, justo donde lehabían indicado a la policía que labuscara. Esta mañana la noticia aparecíaen los periódicos:

La policía ha abierto unainvestigación sobre la muertede un bebé tras haberencontrado restos humanosenterrados en el jardín deuna casa cerca de Holkham,en el norte de Norfolk. Eldescubrimiento se realizó

después de que la policíarecibiera el soplo de unposible asesinato durante elcurso de su investigaciónsobre la muerte de MeganHipwell, de Witney, cuyocadáver fue hallado en CorlyWoods la semana pasada.

Al ver las noticias esta mañana, hellamado a Scott. No me ha contestado,de modo que he dejado un mensajediciéndole que lo sentía mucho. Él meha llamado esta tarde.

—¿Estás bien? —le he preguntado.—La verdad es que no. —Tenía la

voz pastosa por el alcohol ingerido.

—Lo siento mucho… ¿Necesitasalgo?

—Necesito a alguien que no me diga«ya te lo dije».

—¿Cómo dices?—Mi madre ha estado aquí toda la

tarde. Al parecer, ella siempre lo supo:«Había algo raro en esa chica, algoextraño; sin familia, ni amigos, venidade la nada…». Me pregunto por quénunca me lo dijo. —Oigo el ruido de uncristal rompiéndose.

—¿Estás bien? —le he vuelto adecir.

—¿Puedes venir aquí? —me hapreguntado.

—¿A tu casa?

—Sí.—Yo… La policía, los

periodistas… No estoy segura…—Por favor. Sólo quiero un poco de

compañía. Estar con alguien queconociera a Megs y a quien le cayerabien. Alguien que no se crea toda esta…

Él estaba borracho y yo sabía queiba a decir que sí de todos modos.

Ahora, sentada en el tren, yo tambiénestoy bebiendo y pienso en lo que hadicho. «Alguien que conociera a Megs ya quien le cayera bien». Yo no laconocía, y no estoy segura de quetodavía me caiga bien. Me termino lalata de gin-tonic tan rápido como puedoy abro otra.

Bajo del tren en Witney. Formo partede la multitud de viajeros del viernespor la tarde. Soy una esclava asalariadamás entre la masa de gente acalorada ycansada que se muere por llegar a casa ysentarse en el jardín con una cervezafría, cenar con los niños y acostarsepronto. Puede que se deba a la ginebra,pero me resulta gratificante vermearrastrada por la muchedumbre de genteque consulta su móvil y rebusca en losbolsillos su billete de tren. Esto meretrotrae al primer verano en el quevivimos en Blenheim Road, cuandosolía apresurarme a llegar a casadespués de trabajar. Recuerdo quebajaba la escalera y salía de la estación

a toda velocidad para recorrer luego lacalle casi corriendo. Tom trabajaba encasa y, en cuanto yo cruzaba la puerta,ya me estaba desnudando. Incluso ahorame sorprendo a mí misma sonriendo alrecordar la expectación con la que lovivía: iba por la calle con las mejillasencendidas, mordiéndome el labio paraborrar la sonrisa tonta de mi rostro, conel pulso acelerado, sin dejar de pensaren él y sabiendo que él también estaríacontando los minutos hasta que yollegara a casa.

Estoy tan ocupada pensando en esosdías que se me olvida preocuparme porTom y Anna, la policía o los fotógrafosy, antes de que me dé cuenta, estoy

llamando al timbre de la casa de Scott.Cuando la puerta se abre me sientoexcitada, aunque no debería. Encualquier caso, no me siento culpablepor ello, pues Megan no era la personaque yo creía. No era esa chica hermosay despreocupada de la terraza. No erauna esposa cariñosa. Ni siquiera erabuena persona. Era una mentirosa, unaembustera.

Era una asesina.

MEGAN

Jueves, 20 de junio de 2013Tarde

Estoy sentada en el sofá de su salón conuna copa de vino en la mano. La casasigue siendo un basurero. Me pregunto sisiempre ha vivido así, como unadolescente. Y luego recuerdo queperdió a su familia en la adolescencia,de modo que tal vez sí. Me sabe mal porél. Sale de la cocina y se sienta a milado, confortablemente cerca. Si

pudiera, vendría aquí cada día a pasaruna o dos horas. Me limitaría a sentarmey a beber vino mientras nuestras manosse rozan.

Pero no puedo. Esta historia tiene unfinal, y él quiere que llegue a él.

—Está bien, Megan —dice—.¿Estás lista para terminar lo que meestabas contando?

Me reclino un poco contra él, contrasu cuerpo cálido. Él me deja hacerlo.Cierro los ojos y no tardo enretrotraerme al episodio del cuarto debaño. Es extraño, porque a pesar dehaberme pasado mucho tiempointentando no pensar en ello, en esosdías y esas noches, ahora puedo cerrar

los ojos y todo acude a mí de un modocasi instantáneo, como si me quedaradormida y me encontrara directamenteen mitad de un sueño.

Estaba oscuro y hacía mucho frío.Yo ya no estaba en el cuarto de baño.

—No sé qué pasó exactamente.Recuerdo despertarme y saber que algoiba mal, y lo siguiente que recuerdo esque Mac había regresado a casa. Estaballamándome. Lo oía en la planta bajagritando mi nombre, pero yo no podíamoverme. Estaba sentada en el suelo delcuarto de baño con el bebé en misbrazos. La lluvia caía con fuerza y lasvigas del techo crujían. Tenía muchofrío. Mac subió al piso de arriba sin

dejar de llamarme. Por fin llegó a lapuerta del cuarto de baño y encendió laluz. —Todavía puedo sentir cómo mequema las retinas y tiñe todo de unsevero y horrendo color blanco.

»Recuerdo decirle a gritos que laapagara. No quería mirar, no queríaverla así. No sé bien qué sucedió acontinuación. Él comenzó a chillarme ala cara. Yo le di el bebé y salícorriendo. Salí de casa y, bajo la lluvia,fui corriendo hasta la playa. Norecuerdo qué sucedió a continuación.Pasó mucho rato hasta que vino abuscarme. Seguía lloviendo. Creo queyo estaba en las dunas. Pensé enmeterme en el agua, pero tenía

demasiado miedo. Al final, Mac vino apor mí y me llevó de vuelta a casa.

»La enterramos por la mañana. Yo laenvolví en una sábana y Mac cavó latumba. Lo hicimos en el límite de lapropiedad, cerca de las vías de trenabandonadas. Señalamos el lugar conunas piedras. No hablamos sobre ello,no hablamos sobre nada, ni nos miramosel uno al otro. Aquella noche, Macvolvió a salir. Dijo que había quedadocon alguien. Yo pensé que quizá iba a lapolicía. No sabía qué hacer. Estuveesperándolo, esperando que vinieraalguien. No lo hizo. Ya nunca regresó.

Estoy sentada en el confortable salónde Kamal con su cálido cuerpo a mi

lado, pero no dejo de tiritar.—Todavía puedo sentirlo —le digo

—. Por las noches, todavía puedosentirlo. Es lo que más temo, lo que memantiene despierta: la sensación de estarsola en esa casa. Tenía mucho miedo,demasiado para irme a dormir.Deambulaba por esas habitacionesoscuras y creía oír sus lloros, oler supiel. Veía cosas. Me despertaba por lanoche y estaba segura de que habíaalguien más, o algo, en la casa conmigo.Pensaba que me estaba volviendo loca.Pensaba que me iba a morir. Pensabaque, si me quedaba ahí, quizá algún díame encontraría alguien. Al menos así notendría que dejarla.

Me sorbo la nariz y me inclino haciadelante para coger un pañuelo de papelde la caja que hay en la mesita. La manode Kamal me recorre la columnavertebral hasta la parte baja de laespalda y se queda ahí.

—Al final no tuve valor paraquedarme. Creo que esperé unos diezdías y cuando ya no quedó más comida(ni siquiera una lata de judías, nada),empaqueté mis cosas y me marché.

—¿Volviste a ver a Mac?—No, nunca. La última vez que lo vi

fue esa noche. No me dio un beso nihubo ninguna despedida propiamentedicha. Sólo me dijo que tenía que salirun rato. —Me encojo de hombros—.

Eso fue todo.—¿Más adelante no intentaste

ponerte en contacto con él?Niego con la cabeza.—No. Al principio, estaba

demasiado asustada. Temía lo quepudiera hacer si me ponía en contactocon él. Y no sabía dónde estaba; nisiquiera tenía un teléfono móvil.Además, había perdido todo contactocon la gente que le conocía. Sus amigoseran más bien nómadas. Hippies,vagabundos. Hace unos meses, despuésde hablarte de él por primera vez, lobusqué en Google pero no lo encontré.Es extraño…

—¿El qué?

—Al principio, creía verlo todo elrato. Me parecía reconocerlo en la calle,o veía a un hombre en un bar y estabatan segura de que era él que el corazónse me aceleraba, o creía oír su voz en lamultitud. Pero hace mucho tiempo quedejó de pasarme esto. Ahora tengo lasensación de que debe de estar muerto.

—¿Por qué piensas eso?—No lo sé. Es sólo que… tengo esa

sensación.Kamal yergue la espalda, aparta el

cuerpo del mío y se vuelve paramirarme directamente a la cara.

—Creo que se trata de tuimaginación, Megan. Es normal quecreas seguir viendo a gente que en un

momento dado formó una parteimportante de tu vida. Al principio, yocreía ver a mis hermanos todo el rato.En cuanto a lo de tu sensación de queMac está muerto, seguramente no es másque una consecuencia del hecho de quelleve tanto tiempo fuera de tu vida. Encierto sentido, él ya no es real para ti.

Ahora vuelve a hablarme como unpsicólogo. Ya no somos sólo dos amigossentados en el sofá. Me gustaría cogerloy tirar de él hacia mí, pero no quieropasarme de la raya. Pienso en el besoque le di la última vez que nos vimos yrecuerdo su expresión de deseo,frustración y enojo.

—Me pregunto si ahora que hemos

hablado de esto y me has contado tuhistoria has pensado en volver a intentarponerte en contacto con él. Para pasarpágina y cerrar ese capítulo de tupasado.

Sabía que quizá me sugeriría eso.—No puedo —le digo—. No puedo.—Piénsalo por un momento.—No puedo. ¿Y si todavía me odia?

¿Y si hace que todo vuelva a mí o llamaa la policía? ¿Y si —esto no puedodecirlo en voz alta, apenas puedosusurrarlo— le cuenta a Scott lo que soyen realidad?

Kamal niega con la cabeza.—Quizá no te odia, Megan. Quizá

nunca lo hizo. Quizá él también tenía

miedo y se sentía culpable. A juzgar porlo que me has contado, no es un hombreque se comportara de un modo muyresponsable. Acogió a una chica muyjoven y vulnerable y la dejó sola cuandomás apoyo necesitaba. Quizá ahora esconsciente de que ambos soisresponsables de lo que sucedió. Quizáeso es de lo que huyó.

No sé si Kamal realmente se cree loque me está diciendo o si sólo estáintentando que me sienta mejor. Lo únicoque tengo claro es que no es verdad. Nopuedo culpar a Mac. Esto es sólo cosamía.

—No quiero empujarte a hacer algoque no quieras —dice Kamal—. Sólo

me gustaría que consideraras laposibilidad de que ponerte en contactocon Mac pueda ayudarte. Y no es porquecrea que le debes algo. Creo que él te lodebe. Comprendo tu sentimiento deculpabilidad, de verdad, pero él teabandonó. Estabas sola y asustada y élte abandonó en esa casa. No me extrañaque no puedas dormir. Es normal que laidea de dormir te asuste: te quedastedormida y te pasó algo terrible. Y lapersona que debería haberte ayudado tedejó sola.

En boca de Kamal, no suena tan mal.Oigo cómo las palabras se deslizanseductoras por su cálida y melosa lenguay casi me las creo. Casi creo que hay un

modo de dejar todo esto atrás, pasarpágina, volver a casa con Scott y vivirmi vida como lo hace la gente normal,sin estar mirando todo el rato porencima del hombro ni esperar con todasmis fuerzas que llegue algo mejor. ¿Noes eso lo que hace la gente normal?

—¿Te lo pensarás? —me pregunta altiempo que coloca la mano sobre la mía.

Sonrío ampliamente y le digo que sí.Puede incluso que lo diga en serio, no losé. Él me acompaña entonces a la puertacon el brazo alrededor de mis hombros.Siento ganas de volverme hacia él ybesarlo, pero no lo hago.

En vez de eso, le pregunto:—¿Es ésta la última vez que nos

vamos a ver? —Él asiente—. En esecaso, ¿no podríamos…?

—No, Megan. No podemos.Debemos hacer lo correcto.

Sonrío.—No soy muy buena en eso —digo

—. Nunca lo he sido.—Puedes serlo. Lo serás. Ahora ve

a casa. Ve con tu marido.Cuando cierra la puerta me quedo un

largo rato delante de su casa. Me sientomás ligera, creo. Más libre. Tambiénmás triste y, de repente, quiero ir a casajunto a Scott.

Me dispongo a ir a la estacióncuando veo a un hombre corriendo porla acera con los auriculares puestos y la

cabeza gacha. Viene directo hacia mí y,al apartarme para que no se me echeencima, resbalo en el bordillo y mecaigo.

El hombre no se disculpa. De hecho,ni siquiera se vuelve hacia mí y yo estoydemasiado desconcertada para gritar.Me pongo de pie y me quedo unmomento apoyada en un coche,intentando recobrar el aliento. Toda lapaz que había sentido en casa de Kamalse ha hecho añicos.

Hasta que llego a casa no me doycuenta de que al caer me he hecho uncorte en la mano. En algún momento,además, debo de haberme pasado lamano por la boca, porque también tengo

los labios manchados de sangre.

RACHEL

Sábado, 10 de agosto de 2013Mañana

Me despierto temprano. Puedo oír elruido que hace el camión de reciclaje alpasar por la calle y el suave repiqueteode la lluvia contra la ventana. Lapersiana está medio levantada: anochenos olvidamos de bajarla. Sonrío paramí. Puedo sentirlo a mi lado, cálido,adormilado y duro. Muevo la cadera yme pego un poco más a él. No tardará en

despertarse, cogerme y darme la vuelta.—No, Rachel —dice, y yo me

detengo de golpe. No estoy en casa. Estono es mi casa. Todo esto está mal.

Me doy la vuelta. Scott se incorporay se sienta en el borde de la cama,dándome la espalda. Cierro los ojos confuerza e intento recordar qué pasó ayer,pero es todo borroso. Cuando los vuelvoa abrir, puedo pensar con claridadporque es el mismo dormitorio en el queme he despertado mil veces o más: lacama está en el mismo sitio y tiene elmismo aspecto. Si me siento, podré verlas copas de los robles que hay al otrolado de la calle; ahí, a la derecha, estáel cuarto de baño y a la izquierda el

ropero. Es un dormitorio idéntico al quecompartía con Tom.

—Rachel —vuelve a decir, y yoextiendo la mano para tocarle laespalda.

Él, sin embargo, se pone en pie degolpe y se vuelve hacia mí. Parece quelo hayan ahuecado, como la primera vezque lo vi de cerca en la comisaría depolicía. Es como si le hubieran vaciadolas entrañas y sólo quedara la cáscarade su cuerpo. Puede que este dormitoriosea como el que yo compartía con Tom,pero es el que él compartía con Megan.Este mismo dormitorio, esta mismacama.

—Lo sé —digo—. Lo siento. Lo

siento mucho. Esto no ha estado bien.—No, no lo ha estado —dice sin

mirarme a los ojos, y luego se va alcuarto de baño y cierra la puerta.

Yo me tumbo otra vez en la cama ycierro los ojos. El pánico se apodera demí y vuelvo a sentir una punzada en elestómago. ¿Qué he hecho? Recuerdoque, cuando llegué, Scott hablaba sinparar. Estaba enfadado con su madre porMegan, con los periódicos por lo queestaban escribiendo sobre ella y sugerirque se lo había buscado, con la policíapor su lamentable investigación y porhaberle fallado a ella y también a él.Nos sentamos en la cocina a bebercervezas y le estuve escuchando. Y

cuando se terminaron las cervezas, nossentamos en el patio. Para entonces él yano estaba enfadado. Seguimos bebiendomientras veíamos pasar los trenes yhablábamos de cosas triviales como dospersonas normales: televisión, trabajo,adónde había ido a la escuela. Meolvidé de sentir lo que se suponía quedebía sentir. Ambos lo hicimos, puesahora lo recuerdo sonriéndome ytocándome el pelo.

Acude todo a mi mente como unaoleada y noto cómo la sangre llega a mirostro. Recuerdo admitírmelo a mímisma. Pensarlo y no sólo nodescartarlo, sino aceptarlo. Lo quería.Quería estar con Jason. Quería sentir lo

que Jess sentía cuando se sentaba aquífuera con él, bebiendo vino al atardecer.Me olvidé de lo que se suponía quedebía de sentir e ignoré el hecho de que,en el mejor de los casos, Jess era frutode mi imaginación y, en el peor, no eranada, era Megan. Una mujer muerta, uncuerpo apaleado y abandonado. Todavíapeor: no lo olvidé, simplemente no meimportó. No me importó porque habíacomenzado a creer lo que decían sobreella. ¿Acaso yo también, siquiera por unbreve instante, creía que se lo habíaestado buscando?

Scott sale del cuarto de baño. Se hadado una ducha y ha eliminado mi rastrode su piel. Tiene mejor aspecto, pero

sigue sin mirarme a los ojos cuando mepregunta si me apetece un café. Esto noes lo que yo quería: nada de esto estábien. No quiero hacer esto. No quierovolver a perder el control.

Tras vestirme rápidamente, voy alcuarto de baño y me lavo la cara conagua fría. La máscara de los ojos se meha corrido y se ha extendido por elrabillo de los ojos. También tengo loslabios oscuros por sus mordiscos. Y lacara y el cuello rojos por culpa de subarba incipiente. Me viene a la mente unrecuerdo fugaz de anoche —sus manosen mi cuerpo— y se me revuelve elestómago. Algo mareada, me siento en elborde de la bañera. El cuarto de baño

está más sucio que el resto de la casa: laporquería se extiende por todo ellavamanos y hay manchas de pasta dedientes en el espejo. Veo una taza con unsolo cepillo de dientes. No hayperfumes, ni cremas hidratantes, nimaquillaje. Me pregunto si se lo llevóella cuando se marchó o si habrá sido élquien ha tirado todo.

De vuelta al dormitorio, echo unvistazo a mi alrededor en busca derastros de ella —una bata en la partetrasera de la puerta, un cepillo de peloen la cómoda, un bote de protectorlabial, un par de pendientes—, pero noveo nada. Cruzo la habitación endirección al armario y, cuando tengo la

mano en el tirador y estoy a punto deabrirlo, me sobresalta su grito:

—¡He preparado café!Bajo a la cocina y me da una taza sin

mirarme a la cara, luego se da la vueltay permanece de espaldas a mí, con lamirada puesta en las vías o más allá.Echo un vistazo a la derecha y me doycuenta de que las fotografías ya no están.Ninguna de ellas. Siento un cosquilleoen la parte trasera del cuero cabelludo yse me eriza el vello de los antebrazos.Le doy un sorbo al café y me cuestatragarlo. Nada de esto está bien.

Puede que haya sido su madre quienha limpiado todo y ha quitado lasfotografías. Tal y como él no ha dejado

de decirme una y otra vez, a su madre nole gustaba Megan. Aun así, ¿quién hacelo que él hizo anoche? ¿Quién se folla auna desconocida en la cama maritalcuando su esposa ha sido asesinada hacemenos de un mes? Entonces Scott se dala vuelta y me mira y yo tengo lasensación de que me ha leído la mente,pues tiene una expresión rara en elrostro —desprecio, o asco— y derepente yo también me siento asqueada.Dejo la taza.

—Debería marcharme —digo, y élno me lo impide.

Ha dejado de llover y el solmatutino me obliga a entrecerrar losojos. En cuanto llego a la acera, veo que

un hombre se acerca a mí. Yo levanto lasmanos, me coloco de lado y lo empujocon el hombro para poder seguiradelante. Él me dice algo, pero yo no leescucho. Mantengo las manos alzadas yla cabeza gacha de modo que, hasta queme encuentro a apenas un metro y mediode ella, no veo a Anna. Está de pie juntoa su coche, mirándome con los brazos enjarra. Cuando intercambiamos unamirada, comienza a negar con la cabeza,se da la vuelta y se aleja rápidamente —casi corriendo— en dirección a lapuerta de su casa. Me quedo un segundoinmóvil, observando su esbelta figura enmallas negras y una camiseta roja ysiento un intenso déjà vu. Ya la he visto

huir así antes.Fue justo después de que yo dejara

de vivir aquí. Había venido a ver a Tompara recoger algo que me había dejado.No recuerdo de qué se trataba, pero noera importante. Sólo quería verlo. Creoque era un domingo, y yo me habíamudado el viernes, así que sólo habíaestado cuarenta y ocho horas ausente dela casa. Al acercarme a la puerta, la vi aella descargando cosas de un coche. Seestaba mudando apenas dos díasdespués de que yo me hubiera marchado,cuando mi presencia en la cama todavíano se había enfriado. Ella me vio y yocomencé a caminar hacia ella. No tengoni idea de qué pensaba decirle. Nada

irracional, estoy segura. Sí recuerdo queyo estaba llorando. Y, como ahora, ellahuyó. Afortunadamente, no me di cuentade lo peor: la barriga todavía no se lenotaba. Creo que eso me habría matado.

Mientras espero el tren en el andén,me vuelvo a sentir mareada. Me sientoen un banco y me digo a mí misma queno es más que una resaca: hacía cincodías que no bebía nada y ayer meemborraché. Pero sé que es algo másque eso. Se trata de Anna y la sensaciónque he tenido cuando la he visto huir así.Miedo.

ANNA

Sábado, 10 de agosto de 2013Mañana

Esta mañana he ido al gimnasio deNorthcote para mi clase de spinning y,de vuelta a casa, he pasado por la tiendaMatches para hacerme un regalo a mímisma y comprarme un preciosominivestido de Max Mara (Tom meperdonará cuando me vea con él).Estaba disfrutando una mañana perfectahasta que, al aparcar el coche, he visto

que había cierto bullicio frente a la casade los Hipwell —ahora hay fotógrafoshaciendo guardia a todas horas— y derepente la he visto a ella. ¡Otra vez!Casi no podía creérmelo. Rachel con unaspecto lamentable y empujando a unfotógrafo para abrirse paso. Estoysegura de que acababa de salir de casade Scott.

Ni siquiera me ha molestado.Simplemente, me he quedado pasmada.Y cuando se lo he comentado a Tom —de un modo tranquilo, limitándome aexponer los hechos—, él se ha mostradoigual de estupefacto.

—Me pondré en contacto con ella —ha dicho—. Averiguaré qué está

pasando.—Eso ya lo has intentado. No sirve

de nada —he explicado yo tandelicadamente como he podido, y luegohe sugerido que quizá había llegado elmomento de emprender acciones legalesy obtener una orden de alejamiento oalgo así.

—El problema es que en realidadella ya no nos está acosando, ¿no? —haseñalado él—. Ya no nos llama a todashoras, ni se acerca a nosotros, nitampoco ha venido a casa. No tepreocupes, cariño. Ya lo solucionaré yo.

Tiene razón con lo del acoso, pero amí no me importa. Aquí está sucediendoalgo y no pienso limitarme a ignorarlo.

Estoy cansada de que Tom me diga queno me preocupe. Estoy cansada de queme diga que lo solucionará, que hablarácon ella, que al final ella desaparecerá.Creo que ha llegado el momento de queyo haga algo al respecto. La próxima vezque la vea, llamaré a la policía. A esamujer, la sargento Riley. Parecíaagradable y empática. Sé que a Tom leda pena Rachel, pero creo que hallegado el momento de que me ocupe deesa zorra de una vez por todas.

RACHEL

Lunes, 12 de agosto de 2013Mañana

Estamos en el aparcamiento de WiltonLake. Antes solíamos venir aquí a nadarcuando hacía mucho calor. Hoy sóloestamos sentados en el coche de Tom,con las ventanillas bajadas para queentre la brisa. Desearía reclinar lacabeza en el reposacabezas, cerrar losojos y limitarme a oler los pinos y aescuchar el canto de los pájaros. Me

gustaría cogerlo de la mano y pasarmeaquí todo el día.

Me llamó anoche y me preguntó sinos podíamos ver. Yo le pregunté siestaba relacionado con Anna y el hechode que nos hubiéramos encontrado enBlenheim Road. Le dije que mipresencia en su calle no tenía nada quever con ellos, que no había ido amolestarlos. Él me creyó, o al menosdijo que lo hacía, pero siguiómostrándose receloso e inquieto.Explicó que necesitaba hablar conmigo.

—Por favor, Rach —dijo, y ya nome hizo falta oír nada más. El modo enel que pronunció mi nombre me recordóa los viejos tiempos y tuve la sensación

de que el corazón me iba a estallar—.Iré a recogerte, ¿de acuerdo?

Me he despertado antes delamanecer y a las cinco ya estaba en lacocina preparando café. Me he lavado elpelo, me he depilado las piernas y me hemaquillado. También me he cambiado deropa cuatro veces. Y me he sentidoculpable. Ya sé que es una estupidez,pero he pensado en Scott —en lo quehicimos y en cómo me sentía al respecto— y he deseado que no hubierasucedido. He tenido la sensación de quehabía traicionado a Tom. El hombre queme dejó por otra mujer hace dos años.No he podido evitarlo.

Tom ha llegado poco antes de las

nueve. He salido de casa y ahí estaba,apoyado en su coche, vestido con unospantalones vaqueros y una viejacamiseta gris (suficientemente vieja paraque yo pudiera recordar el tacto de sutela contra mi mejilla cuando la apoyabacontra su pecho).

—Tengo la mañana libre —ha dichoen cuanto me ha visto—. He pensadoque podíamos ir a dar una vuelta.

No hemos hablado mucho de caminoal lago. Me ha preguntado cómo estaba yluego me ha dicho que tenía buenaspecto. No ha mencionado a Anna hastaque ya estábamos sentados en elaparcamiento y yo estaba pensando encogerlo de la mano.

—Esto… Anna dice que te vio… yque al parecer estabas saliendo de casade Scott Hipwell, ¿es eso cierto? —Sevuelve hacia mí, pero en realidad no meestá mirando. Casi parece avergonzadode hacerme esta pregunta.

—No tienes nada de lo quepreocuparte —le contesto—. Scott y yonos hemos estado viendo. No es que estésaliendo con él, sólo nos hemos hechoamigos. Eso es todo. Es difícil deexplicar. Sólo he estado ayudándolo unpoco. Ya sabes, obviamente, que estápasando por una época terrible.

Tom asiente, pero sigue sin mirarme.En vez de eso, se muerde la uña deldedo índice de la mano izquierda, señal

inequívoca de que está preocupado.—Pero Rach…Me gustaría que dejara de llamarme

así, pues me aturulla y me entran ganasde sonreír. Hacía mucho que no lo oíallamarme Rach, y esto está alimentandomis esperanzas. Quizá las cosas conAnna ya no van tan bien, quizá recuerdaalgunas de las cosas buenas de nuestrarelación, quizá haya una parte de él quetodavía me echa de menos.

—Es sólo que… todo esto mepreocupa mucho.

Finalmente, levanta la vista haciamí. Sus grandes ojos marrones me mirande frente y mueve un poco la mano comosi fuera a coger la mía, pero parece

pensárselo mejor y al final no lo hace.—No sé… bueno, en realidad no es

que sepa mucho del tema, pero Scott…Sé que parece un buen tipo pero nuncase sabe, ¿no?

—¿Crees que lo hizo él?Tom niega con la cabeza y hace

ruido al tragar saliva.—No, no. No estoy diciendo eso. Sé

que… Bueno, Anna dice que discutíanmucho y que a veces Megan parecíatenerle un poco de miedo.

—¿Eso dice Anna? —Mi instinto esno hacer caso de nada de lo que diga esazorra, pero no puedo evitar recordar lasensación que tuve en casa de Scott elsábado, la de que había algo extraño,

algo que no estaba bien.Tom asiente.—Cuando Evie era pequeña, Megan

nos hizo de canguro durante un tiempo.La verdad es que, después de todo loque se ha publicado, no me gusta muchopensar en ello. En cualquier caso,demuestra eso de que uno cree conocer aalguien y luego… —Suspiraruidosamente—. No quiero que te pasenada malo, Rach. —Y entonces sonríe yse encoge un tanto de hombros—.Todavía me importas —añade, y yo hede apartar la mirada porque no quieroque me vea llorar. Aun así, sabe que loestoy haciendo y, tras colocar la manoen mi hombro, me dice—: Lo siento

mucho.Permanecemos un rato en un cómodo

silencio. Yo me muerdo con fuerza ellabio inferior para dejar de llorar. Noquiero hacerle esto todavía más duro, deverdad que no.

—Estoy bien, Tom. Estoymejorando, en serio.

—Me alegro mucho de oír eso. ¿Noestás…?

—¿Bebiendo? Menos. Lo llevomejor.

—Genial. Tienes buen aspecto. Se teve… guapa. —Me sonríe y noto que mesonrojo. Él aparta la mirada deprisa—.Esto… ¿Económicamente te va todobien?

—Sí, todo me va bien.—¿De verdad? ¿Seguro, Rachel?

Porque no me gustaría que…—Sí, sí…—¿Me dejas que te ayude? Joder, no

quiero sonar como un idiota, pero megustaría que me dejaras ayudarte, parasacarte del apuro.

—Todo me va bien, de verdad.Entonces él se inclina hacia delante

y yo apenas puedo respirar. Tengo tantasganas de tocarlo… Quiero oler sucuello, enterrar la cara en ese ampliohueco que forman sus omoplatos. Élabre la guantera.

—Deja que te haga un cheque por siacaso, ¿de acuerdo? No tienes por qué

cobrarlo.Yo me pongo a reír.—¿Todavía guardas una chequera en

la guantera?Él también se ríe.—Nunca se sabe —dice.—¿Nunca se sabe cuándo vas a tener

que echar un cable a la loca de tuexesposa?

Él me acaricia el pómulo con unpulgar. Yo le cojo la mano y le doy unbeso en la palma.

—Prométeme que te mantendrásalejada de Scott Hipwell —dicehoscamente—. Prométemelo, Rach.

—Te lo prometo —le digo yodisimulando apenas la alegría que

siento, pues me doy cuenta de que noestá preocupado por mí, sino celoso.

Martes, 13 de agosto de 2013Primera hora de la mañana

Estoy en el tren, mirando la pila de ropaque hay a un lado de las vías. Una telade color azul oscuro. Se trata de unvestido, creo, con un cinturón negro. Notengo ni idea de cómo ha terminadoaquí. Desde luego, eso no lo ha dejadoningún ingeniero. El tren vuelve aponerse en marcha, pero lo hace tanpoco a poco que puedo seguir mirando

la ropa y, de repente, tengo la sensaciónde que ya he visto ese vestido antes. Lollevaba puesto alguien, no recuerdocuándo. Hace mucho frío. Demasiadopara un vestido como ése. Creo quepronto nevará.

Tengo ganas de llegar a la altura dela casa de Tom, mi casa. Sé que él estaráahí, sentado en el jardín. También queestará solo, esperándome. Cuando eltren pase por delante, se pondrá en pie,sonreirá y me saludará con la mano. Losé.

Primero, sin embargo, nosdetenemos delante del número 15. Jasony Jess están bebiendo vino en la terraza,lo cual es extraño porque no son ni

siquiera las ocho y media de la mañana.Jess lleva un vestido con un estampadode flores rojas y unos pequeñospendientes de plata con unos pájaros(puedo ver cómo se mueven adelante yatrás mientras habla). Jason está detrásde ella, con las manos en sus hombros.Les sonrío. Me gustaría saludarlos conla mano, pero no quiero que la gente delvagón piense que soy rara. Así pues, melimito a mirarlos. A mí también megustaría haberme tomado un vaso devino.

Llevamos aquí mucho rato y el trensigue sin moverse. Me gustaría que sepusiera en marcha de una vez o Tom yano estará en el jardín. En un momento

dado, puedo ver el rostro de Jess másclaramente de lo habitual. Se debe a quela luz es muy brillante y le da de llenoen la cara. Jason sigue detrás de ella,pero sus manos ya no están en sushombros, sino en el cuello, y ella pareceincómoda y angustiada. Jason la estáestrangulando. Puedo ver cómo el rostrode ella enrojece. Está llorando. Mepongo en pie y comienzo a golpear elcristal y a decirle a gritos a Jason quepare, pero no puede oírme. Alguien mecoge del brazo. Es el tipo pelirrojo. Medice que me siente, que ya queda pocopara la siguiente parada.

—Para entonces ya será demasiadotarde —le digo yo, a lo que él me

contesta:—Ya lo es, Rachel. —Y cuando

vuelvo a mirar a la terraza, Jess está depie y Jason la ha agarrado por el pelorubio y está a punto de aplastarle elcráneo contra la pared.

Mañana

Me he levantado hace horas, perocuando me siento en el tren todavíaestoy algo aturdida y las piernas metiemblan. Me he despertado del sueñoasustada y con la sensación de que todolo que creía saber no era cierto y que loque había visto sobre Scott y Megan me

lo había inventado. Ahora bien, si mimente me está jugando malas pasadas,¿no sería más probable que lo ilusoriofuera el sueño? Lo más probable es queel sueño que he tenido no haya sido másque una reacción de mi mente a todasesas cosas que Tom me dijo en el cochey a la culpa que siento por lo quesucedió con Scott la otra noche.

Aun así, esta familiar sensación depánico va a más cuando el tren sedetiene en el semáforo y casi temolevantar la mirada. La ventana estácerrada, no se ve nada. Todo estátranquilo. O abandonado. En la terrazasólo se ve la silla de Megan, vacía. Hoyhace calor, pero yo no puedo dejar de

tiritar.He de tener en cuenta que las cosas

que Tom dijo de Scott procedían deAnna, y nadie sabe mejor que yo queella no es de fiar.

Esta mañana el doctor Abdic merecibe sin demasiado entusiasmo. Andaprácticamente encorvado, como si ledoliera algo, y cuando me estrecha lamano su apretón es más débil que lasotras veces. Scott me dijo que la policíano haría pública la información sobre elembarazo de Megan, pero me preguntosi a Kamal sí se lo han contado. Mepregunto si está pensando en el hijo deMegan.

Me gustaría hablarle del sueño que

he tenido, pero no se me ocurre ningúnmodo de describírselo sin desvelar misintenciones, de modo que en vez de esole pregunto acerca de la posibilidad derecuperar la memoria mediante lahipnosis.

—Bueno —dice al tiempo queextiende los dedos en el escritorio—,algunos psicólogos creen que mediantela hipnosis pueden recuperarserecuerdos reprimidos, pero es un temacontrovertido. Yo no lo hago, ni se lorecomiendo a mis pacientes. No estoyconvencido de sus beneficios, y enalgunos casos creo que puede resultarincluso dañino —dice con una mediasonrisa—. Lo siento, sé que esto no es

lo que quería oír, pero con los asuntosde la mente no creo que haya remediosrápidos.

—¿Conoce a algún psicólogo que lohaga?

Niega con la cabeza.—Lo siento, pero no puedo

recomendarle ninguno. Ha de tener encuenta que los sujetos bajo hipnosis sonmuy sugestionables. Los recuerdos quese «recuperan» —hace unas comillas enel aire con las manos— no siempre sonfiables. No son necesariamenterecuerdos auténticos.

No puedo arriesgarme. No podríasoportar tener todavía más imágenes enmi cabeza, más recuerdos poco

fidedignos mezclándose ytransformándose hasta hacerme creerque aquello que ha pasado no lo hahecho y haciéndome mirar en unadirección cuando debería estarhaciéndolo en otra.

—Entonces ¿qué me sugiere? —lepregunto—. ¿Hay algo que pueda hacerpara recuperar los recuerdos perdidos?

Se frota repetidamente los labioscon sus largos dedos.

—Es posible, sí. El mero hecho dehablar sobre un recuerdo en particularpuede ayudarla a clarificar las cosas.Tiene que repasar los detalles en unentorno en el que se sienta segura yrelajada.

—¿Como éste, por ejemplo?Kamal sonríe.—Como éste, si es que en efecto

aquí se siente segura y relajada. —Suentonación me indica que me estáhaciendo una pregunta. No respondo y susonrisa desaparece—. Concentrarse enotros sentidos aparte de la vista puedeayudar. Sonidos, el tacto de las cosas…El olor es especialmente importante a lahora de recordar. Y la música tambiénes poderosa. Si está pensando en unacircunstancia en concreto o en un día enconcreto, podría rehacer sus pasos y,por así decir, regresar a la escena delcrimen. —Sé que se trata de una frasehecha, pero el vello de la nuca se me

eriza y siento un picor en el cuerocabelludo—. ¿Quiere hablar sobre unincidente en concreto, Rachel?

Claro que quiero, pero no puedohacerlo, de modo que en su lugar lecuento lo de la vez que ataqué a Tom conun palo de golf después de una pelea.

A la mañana siguiente me despertéllena de ansiedad y supe al instante quealgo terrible había pasado. Tom noestaba en la cama conmigo y me sentíaliviada. Me quedé un momentotumbada, intentando recordar qué habíapasado. Recordé estar llorando yllorando y decirle que lo quería. Élestaba enojado y me decía que me fueraa la cama, que ya no quería oírme más.

Intenté evocar entonces el momentoen el que había comenzado la discusión.Unas horas antes, nos lo estábamospasando muy bien. Yo había cocinadogambas a la plancha con mucho chili ycilantro y estábamos tomando esedelicioso Chenin Blanc que le habíaregalado a Tom un cliente satisfecho.Estábamos en el patio, escuchando TheKillers y Kings of Leon (discos quesolíamos escuchar al inicio de nuestrarelación).

No dejábamos de reírnos y debesarnos y, en un momento dado, leconté una historia que a él no le pareciótan divertida como a mí, cosa que memolestó. Empezamos a gritarnos y, al

entrar en casa, yo tropecé con laspuertas correderas. Me enfadó muchoque no viniera corriendo a ayudarme.

—A la mañana siguiente, bajé a laplanta baja pero Tom no quería hablarconmigo y casi ni me miraba. Tuve quesuplicarle que me contara qué era lo quehabía hecho. No dejaba de decirle lomucho que lo sentía. Estabadesesperadamente asustada. No puedoexplicar por qué, sé que no tienesentido, pero si no eres capaz derecordar lo que has hecho, es tu mente laque rellena los huecos y no puedesevitar pensar en lo peor posible…

Kamal asiente.—Me lo imagino. Prosiga.

—Sólo para que me callara,finalmente me lo contó. Al parecer, meofendí por algo que él había dicho e,incapaz de dejarlo estar, comencé aprovocarlo. En un momento dado, élintentó besarme y hacer las paces peroyo no quería. Así que decidió dejarmesola e irse a la cama, y es entoncescuando sucedió: fui detrás de él con unpalo de golf en la mano e intentégolpearlo en la cabeza. Por suerte, fallé.Sólo hice un agujero en el yeso de lapared del pasillo.

La expresión de Kamal permaneceinmutable. No parece sorprenderle. Selimita a asentir.

—Así pues, sabe lo que sucedió

pero no consigue recordarlo del todo,¿no? Y lo que le gustaría es ser capaz dehacerlo por sí misma, poder verlo yexperimentarlo mediante su propiamemoria. Así, ¿cómo lo dijo?, esaexperiencia le pertenecería y podríasentirse del todo responsable de ella,¿es así?

—Bueno. —Me encojo de hombros—. Sí. Es decir, en parte sí. Pero hayalgo más. Sucedió más adelante, muchomás adelante; semanas después, o puedeque incluso meses. No podía dejar depensar en aquella noche. Cada vez quepasaba por delante de ese agujero en lapared me venía a la cabeza. Tom mehabía dicho que lo iba a arreglar, pero

no lo hacía y yo no quería fastidiarlocon eso. Hasta que un día me quedé ahíplantada al salir del dormitorio y lorecordé: me vi a mí misma sentada en elsuelo con la espalda apoyada en lapared, llorando con el palo de golf a mispies y Tom inclinado sobre mí yrogándome que me tranquilizara.Entonces lo sentí. Lo sentí. Estabaaterrorizada. El recuerdo no se ajusta ala realidad porque no recuerdo ira ofuria. Lo que recuerdo es miedo.

Tarde

He estado pensando en lo que Kamal ha

dicho, lo de regresar a la escena delcrimen, de modo que en lugar de volvera casa, he venido a Witney y en vez depasar por delante del paso subterráneosin mirarlo, me dirijo lenta ydeliberadamente a su boca. Una vez ahí,coloco las manos en los fríos y rugososladrillos de la entrada y cierro los ojos.Nada. Abro los ojos y miro a mialrededor. La calle está muy tranquila:sólo hay una mujer caminando en midirección a unos pocos cientos demetros, nadie más. Ni coches, ni niñosgritando, sólo una leve sirena a lo lejos.Una nube se desliza por delante del sol ysiento frío. Inmovilizada en el umbraldel túnel, incapaz de adentrarme en él.

Me doy la vuelta para marcharme.La mujer que venía hacia mí hace un

momento está ahora torciendo laesquina. Lleva una gabardina de colorazul marino. Al pasar a mi lado, levantala mirada y entonces lo recuerdo. Unamujer… Azul… La luz que la ilumina.Recuerdo entonces a Anna. Llevaba unvestido azul con un cinturón negro, y sealejaba de mí caminando con rapidez,casi como el otro día, sólo que esesábado por la noche sí miró hacia atrás.Echó un vistazo por encima del hombroy se detuvo. Al mismo tiempo, un cochese paró a su lado. Un coche rojo. Elcoche de Tom. Ella se inclinó parahablar con él a través de la ventanilla y

luego abrió la puerta y se metió dentro.Entonces el coche volvió a arrancar y sealejó.

Eso es lo que recuerdo de esesábado por la noche. Estaba aquí, en laentrada del paso subterráneo, y vi cómoAnna se metía en el coche de Tom. Elproblema es que no debo de estarrecordándolo bien, porque eso no tienemucho sentido. Tom había salido encoche a buscarme a mí. Anna no iba enel coche con él. Estaba en casa. Eso eslo que la policía me dijo. No tienesentido y, frustrada con la inutilidad demi propio cerebro, me entran ganas degritar.

Cruzo la calle y comienzo a recorrer

la acera izquierda de Blenheim Road.Cuando llego al número 23, me detengobajo los árboles. Han repintado lapuerta de entrada. Cuando yo vivía aquíera de color verde oscuro. Ahora esnegra. No recuerdo haber reparado antesen ello. La prefería de color verde. Mepregunto qué más ha cambiado dentro.La habitación del bebé, obviamente,pero no puedo evitar preguntarme sitodavía duermen en nuestra cama o siella se pinta los labios delante delmismo espejo que colgué yo. También sihabrán repintado la cocina o si habránarreglado ese agujero en el yeso delpasillo del piso de arriba.

Me gustaría mucho cruzar la calle y

llamar a la puerta negra con la aldaba.Quiero hablar con Tom y preguntarle porla noche en la que Megan desapareció.Quiero preguntarle por nuestroencuentro de ayer en el coche, cuando lebesé la mano. Quiero preguntarle quésintió. En vez de eso, me quedo aquí unrato, mirando mi antiguo dormitoriohasta que noto que las lágrimascomienzan a acudir a mis ojos y sé quehe de marcharme.

ANNA

Martes, 13 de agosto de 2013Mañana

Esta mañana he observado a Tommientras se ponía la camisa y la corbatapara ir a trabajar. Parecía un pocodistraído. Seguramente estaba repasandola agenda del día —reuniones, citas,quién, qué, dónde—. He sentido celos.Por primera vez, he envidiado el lujo devestirse, salir de casa y estar todo el díade un lado a otro con un propósito, en

pos de un sueldo.No es trabajar lo que echo de menos

—era agente inmobiliaria, noneurocirujana; no tenía exactamente eltrabajo con el que una sueña de niña—,pero sí me gustaba deambular por lascasas realmente cara cuando lospropietarios no estaban y pasar losdedos por las superficies de mármol oechar un vistazo a sus roperos. Solíaimaginar cómo sería mi vida si vivieraen ellas y qué tipo de persona sería. Soyconsciente de que no hay ningún trabajomás importante que criar a un hijo, elproblema es que esto no se valora. Almenos no económicamente, que es loque a mí me importa en este momento.

Me gustaría que tuviéramos más dineropara poder dejar esta casa y esta calle.Es tan sencillo como eso.

Aunque puede que no lo sea tanto.Cuando Tom se va a trabajar, me sientoa la mesa de la cocina y me dispongo apelearme con Evie para que tome eldesayuno. Hace dos meses, juro quecomía de todo. Ahora, si no es yogur defresa, no quiere nada. Sé que esto esnormal. No dejo de decírmelo mientrasintento sacarme restos de yema de huevodel pelo y me meto debajo de la mesapara recoger las cucharas y los bolesque tira al suelo. No dejo de decirmeque esto es normal.

Aun así, cuando por fin hemos

terminado y ella está jugando, me pongoa llorar. Me permito hacerlo conmoderación, únicamente cuando Tom noestá aquí y sólo durante un momento,para soltarlo todo. Ha sido luego,cuando me estaba lavando la cara y hevisto lo cansada que se me veía, losucio, zarrapastroso y jodidamentelamentable que era mi aspecto, que hevuelto a sentir la necesidad de ponermeun vestido, unos zapatos de tacón,secarme el pelo con secador,maquillarme y salir a la calle para quelos hombres se den la vuelta cuandopaso a su lado.

Echo de menos trabajar, perotambién lo que el trabajo significaba

para mí durante mi último año deempleo remunerado, cuando conocí aTom. Echo de menos ser la querida.

Me gustaba. De hecho, meencantaba. Nunca me sentí culpable.Pero hacía ver que sí. Tenía que hacerlopor mis amigas casadas, las que vivíancon el miedo de la au pair coqueta, o dela guapa y divertida chica de la oficinacon la que se podía hablar de fútbol y sepasaba media vida en el gimnasio. Teníaque decirles que por supuesto que mesentía fatal, por supuesto que lo sentíapor la esposa, yo no había querido quepasara todo esto, simplemente noshabíamos enamorado, ¿qué podíamoshacer?

Lo cierto es que nunca me llegué asentir mal por Rachel, ni siquiera antesde enterarme de su problema con labebida y saber hasta qué punto le estabahaciendo la vida imposible a Tom. Paramí, ella no era real y, en cualquier caso,yo estaba disfrutando demasiado. Lo deser la otra es algo que a mí me ponemucho, no puedo negarlo: supone ser lamujer con la que él no puede evitartraicionar a su esposa a pesar del amorque siente por ella. Así de irresistible esuna.

Yo estaba vendiendo una casa. Ladel número 34 de Cranham Street. Y meestaba costando. Al último compradorinteresado no le habían concedido la

hipoteca. Al parecer, había habido algúnproblema con la tasación, de modo que,para asegurarnos de que todo estababien, encargamos una tasaciónindependiente. Los vendedores ya sehabían mudado y la casa estaba vacía,así que fui yo quien fue a abrirle lapuerta al tasador.

Desde el momento en que le abrí lapuerta, tuve claro lo que iba a suceder.Yo nunca había hecho algo así, nisiquiera lo había soñado, pero habíaalgo en su mirada, en su sonrisa. Nopudimos evitarlo: lo hicimos en lacocina, apoyados en la encimera. Fueuna locura, pero así éramos entonces.Eso era lo que él siempre me decía: «No

esperes que esté cuerdo, Anna. Nocontigo».

Cojo a Evie y salimos al jardín. Unavez ahí, ella se pone a empujar sucarrito de arriba abajo sin dejar de reír.Ya se ha olvidado del berrinche de estamañana. Cada vez que me sonríe, tengola sensación de que me va a explotar elcorazón. No importa cuánto eche demenos trabajar, esto lo echaría todavíamás en falta. Y, en cualquier caso, nosucederá. Es imposible que la vuelva adejar con una canguro, por máscualificada o recomendada que esté. Nopienso volver a dejarla con nadie, nodespués de lo de Megan.

Tarde

Tom me ha enviado un mensaje de textopara decirme que iba a llegar un pocotarde porque tiene que ir a tomar algocon un cliente. Lo he recibido cuandoEvie y yo estábamos preparándonospara nuestro paseo vespertino en elcuarto de baño que compartimos Tom yyo. La luz en esos momentos eramaravillosa: inundaba la casa unincreíble resplandor naranja que se havuelto repentinamente azul grisáceocuando el sol se ha escondido detrás deuna nube. Las cortinas del dormitorioestaban medio corridas para que no

entrara tanto calor, de modo que he ido adescorrerlas y ha sido entonces cuandohe visto a Rachel. Estaba de pie en laacera opuesta, mirando nuestra casa. Hapermanecido ahí un rato y luego se hamarchado rumbo a la estación.

Estoy sentada en la cama temblandode rabia y clavándome las uñas en laspalmas. Evie no deja de agitar los piesen el aire pero estoy tan cabreada que noquiero cogerla por miedo a aplastarla.

Tom me dijo que lo habíasolucionado. Me dijo que el domingo lahabía llamado y que habían hablado.Ella había reconocido que habíaentablado cierta amistad con ScottHipwell, pero le había asegurado que no

pensaba volver a verlo y que ya norondaría más por aquí. Tom me dijo queella se lo había prometido y que él lacreía. También me dijo que Rachel sehabía mostrado razonable y no parecíaborracha, ni histérica, ni le habíaamenazado o suplicado para quevolviera con ella. También añadió queella parecía estar mejor.

Tras respirar hondo varias veces,cojo a Evie, la coloco boca arriba en miregazo y la agarro de las manos.

—Creo que ya he tenido suficiente.¿Tú no, cariño?

Es todo tan cansino: cada vez quecreo que las cosas están mejor y que porfin hemos superado el Problema de

Rachel, ella aparece de nuevo. Enocasiones creo que no nos va a dejarnunca en paz.

Una semilla podrida ha sidoplantada en mi interior. El hecho de queella nos siga molestando cuando Tom meha dicho que todo estaba arreglado haceque me pregunte si realmente él estáhaciendo todo lo posible para librarsede ella, o si, en el fondo, a una parte deél le gusta que ella siga colgada de él.

Bajo a la planta baja y rebusco en elcajón de la cocina la tarjeta de lasargento Riley. En cuanto la encuentro,me apresuro a llamarla antes de quecambie de idea.

Miércoles, 14 de agosto de2013Mañana

En la cama, mientras sus manos mesujetan por las caderas y siento sualiento cálido en el cuello y su pielcubierta de sudor contra la mía, me dice:

—Ya no lo hacemos con la mismafrecuencia.

—Lo sé.—Tenemos que buscar más tiempo

para nosotros.—Sí.—Te echo de menos —dice—. Echo

de menos esto. Quiero más.Me doy la vuelta y lo beso en los

labios con los ojos cerrados mientrasintento reprimir la culpabilidad quesiento por haber acudido a la policía asus espaldas.

—Creo que deberíamos hacer unviaje —dice—. Sólo nosotros dos. Salirun poco.

Me entran ganas de preguntarle quecon quién dejaríamos entonces a Evie.Con sus padres no se habla, y mi madreestá tan débil que apenas puede cuidarde sí misma.

Pero no lo hago. No digo nada. Envez de eso, vuelvo a besarlo másintensamente. Su mano se desliza hasta

la parte posterior de mi muslo y meagarra con fuerza.

—¿Qué te parece? ¿Adónde tegustaría ir? ¿Mauricio? ¿Bali?

Yo me río.—Lo digo en serio —dice, saliendo

de mí y mirándome directamente a losojos—. Nos lo merecemos, Anna. Tú telo mereces. Ha sido un año duro, ¿no?

—Pero…—Pero ¿qué? —dice, y me ofrece su

perfecta sonrisa—. Ya solucionaremoslo de Evie, no te preocupes.

—Tom, el dinero.—Nos las apañaremos.—Pero… —No quiero decirlo, pero

he de hacerlo—. ¿No tenemos suficiente

dinero para considerar la posibilidad demudarnos de casa, pero sí para pasarunas vacaciones en Mauricio o Bali?

Él resopla y se da la vuelta. Nodebería haberlo dicho. Justo en esemomento oigo por el monitor del bebéque Evie se está despertando.

—Ya voy yo —dice él, y se levantay sale de la habitación.

Durante el desayuno, Evie vuelve ala carga. Para ella se ha convertido enun juego: rechaza la comida, niega conla cabeza, levanta la barbilla con loslabios cerrados, golpea el bol con suspequeños puños. La paciencia de Tom seagota rápido.

—No tengo tiempo para esto.

Tendrás que hacerlo tú —dice, y se poneen pie y me da la cuchara con unaexpresión de pena en el rostro.

Yo respiro hondo.No pasa nada. Está cansado, tiene

mucho trabajo y está cabreado porqueno he accedido a las fantasiosasvacaciones que ha propuesto.

Pero sí que pasa. Yo también estoycansada y me gustaría tener unaconversación sobre dinero que noterminara con él marchándose de lahabitación. Por supuesto, esto no se lodigo. En lugar de eso, rompo la promesaque me había hecho a mí misma ymenciono a Rachel.

—Ha estado rondando otra vez por

aquí. Al parecer, lo que le dijiste el otrodía no ha funcionado.

Él se vuelve hacia mí de golpe.—¿Qué quieres decir con que ha

estado rondando por aquí?—Ayer la vi en la calle, justo

delante de casa.—¿Estaba con alguien?—No. Estaba sola. ¿Por qué lo

preguntas?—¡Joder! —exclama, y su rostro se

ensombrece como cuando se enfada deverdad—. Le dije que se mantuvieraalejada. ¿Por qué no me lo contasteanoche?

—No quería molestarte —digo envoz baja y lamento haber sacado el tema

—. No quería que te preocuparas.—¡Mierda! —suelta, y deja la taza

de golpe en la encimera. El ruido haceque Evie se asuste y comience a llorar.Esto no ayuda—. No sé qué decir, laverdad. Cuando hablé con ella, parecíaestar bien. Escuchó lo que le dije y meprometió que no vendría más por aquí.Tenía buen aspecto. Se la veía inclusosana, de vuelta a la normalidad…

—¿Tenía buen aspecto? —lepregunto y, antes de que me dé laespalda, puedo ver en su rostro que sabeque lo he pillado—. ¿No me dijiste quehabías hablado con ella por teléfono?

Él respira hondo, luego suspiraruidosamente y por último se vuelve otra

vez hacia mí con el rostro inexpresivo.—Sí, bueno, te dije eso porque sabía

que te molestaría que la hubiera visto enpersona. Así que te mentí. Lo que hagafalta para mantener la paz.

—¿Estás de coña?Él niega con la cabeza y se acerca a

mí con una sonrisa y las manos alzadascomo si suplicara.

—Lo siento, lo siento. Ella queríahablar conmigo en persona y a mí mepareció que sería mejor. Lo siento,¿vale? Sólo hablamos. Quedamos en unacafetería cutre de Ashbury y estuvimoshablando durante veinte o treintaminutos, no más.

Luego me rodea con los brazos y me

atrae hacia sí. Yo intento resistirme,pero él es más fuerte que yo y, además,huele muy bien y yo no quiero pelea.Quiero que estemos del mismo lado.

—Lo siento —vuelve a mascullarcon su boca en mi pelo.

—Está bien, no pasa nada —digoyo.

No insisto porque ahora ya me estoyencargando yo de este asunto. Ayerllamé a la sargento Riley y, en cuantocomenzamos a hablar, supe que habíahecho lo correcto poniéndome encontacto con ella. Cuando le dije quehabía visto a Rachel saliendo de casa deScott Hipwell «en varias ocasiones»(una pequeña exageración), ella se

mostró muy interesada. Quiso saberfechas y horas (le pude dar dos; respectoa las demás veces fui más imprecisa), yme preguntó si antes de la desapariciónde Megan Hipwell ya tenían algún tipode relación y si yo pensaba que suvínculo era de carácter sexual. He dedecir que la idea no se me había pasadopor la cabeza; me cuesta imaginarlopasar de Megan a Rachel. En cualquiercaso, el cadáver de su esposa todavía nose había enfriado.

También le volví a contar lo delintento de secuestro de Evie, por si se lehabía olvidado.

—Es muy inestable —dije—. Puedepensar que estoy reaccionando de un

modo exagerado, pero tratándose de mifamilia no puedo tomar ningún riesgo.

—Para nada —me contestó ella—.Muchas gracias por ponerse en contactoconmigo. Si ve otra cosa que le resultesospechosa, hágamelo saber.

No tengo ni idea de qué harán conella. Puede que simplemente le den unaadvertencia. En cualquier caso, será deutilidad si más adelante contemplamosla posibilidad de solicitar una orden dealejamiento. Por el bien de Tom,esperemos que no haga falta.

En cuanto Tom se va a trabajar, llevoa Evie al parque y estamos un ratojugando con los columpios y loscaballitos de madera. Cuando la vuelvo

a meter en el cochecito, se quedadormida casi de inmediato, lo cualsignifica que puedo ir a comprar.Decido ir al Sainsbury’s por callessecundarias. Este camino implica dar unrodeo, pero hay muy poco tráfico y,además, así podemos pasar por delantedel número 34 de Cranham Street.

Incluso ahora siento escalofríos alpasar por delante de esa casa. Derepente, tengo mariposas en el estómago,una sonrisa se forma en mis labios y seme sonrojan las mejillas. Recuerdosubir la escalinata de la entrada a todavelocidad con la esperanza de queningún vecino me viera entrar yprepararme en el cuarto de baño

poniéndome perfume y el tipo de ropainterior que una se pone para que se laquiten. Cuando él llegaba a la puerta meenviaba un mensaje de texto y nospasábamos una o dos horas en eldormitorio del piso de arriba.

Él solía decirle a Rachel que estabacon un cliente, o que había quedado conunos amigos para tomar una cerveza.

«¿No temes que lo compruebe?», lepreguntaba yo, y él negaba con lacabeza. «Miento muy bien», me contestóen una ocasión con una sonrisa. Y otravez me dijo: «Incluso si lo comprobara,mañana ya no lo recordaría». Entoncesempecé a darme cuenta de hasta quépunto era mala la situación de Tom con

ella.Pero pensar en esas conversaciones

me borra la sonrisa del rostro. No megusta recordarlo riendo en planconspirador mientras recorre mi tripacon los dedos, sonríe y me dice «Mientomuy bien». Efectivamente, lo hace. Lohe comprobado en persona: he vistocómo convencía al personal de un hotelde que estábamos celebrando nuestraluna de miel, por ejemplo, o cómo selibraba de hacer horas extra en eltrabajo asegurando tener una emergenciafamiliar. Ya sé que todo el mundo lohace, pero a Tom le crees.

Pienso en el desayuno de estamañana. Lo he pillado mintiéndome,

pero lo ha admitido de inmediato. Notengo nada de lo que preocuparme. ¡Noestá viendo a Rachel a mis espaldas! Laidea es ridícula. Puede que antaño ellafuera atractiva (he visto fotografías;cuando él la conoció era una imponentemujer de enormes ojos oscuros y curvasgenerosas), pero ahora es simplementegorda. Y, en cualquier caso, él nuncavolvería con ella. No después de todo loque ella le ha hecho —nos ha hecho aambos—: todo ese acoso, todas esasllamadas de madrugada en las quecolgaba en cuanto descolgábamos, todosesos mensajes de texto.

Estoy en la sección de conservasmientras por suerte Evie sigue

durmiendo en el cochecito y comienzo apensar en las llamadas y la vez —¿o fuemás de una?— en la que me desperté yla luz del cuarto de baño estabaencendida. A través de la puertacerrada, podía oír la voz de Tom baja ysuave. Sé que estaba tranquilizando aRachel. En una ocasión me contó que aveces ella estaba tan enfadada queamenazaba con venir a casa, opresentarse en su trabajo, o inclusoarrojarse delante de un tren. Puede quemienta muy bien, pero yo noto cuándo nome está diciendo la verdad. A mí no meengaña.

Tarde

Sólo que, ahora que lo pienso, sí me haengañado, ¿no? Cuando me dijo quehabía hablado con Rachel por teléfono yque parecía estar mejor, casi feliz, yo nolo dudé ni por un momento. Y cuandovino a casa el lunes por la noche y lepregunté por su día, me habló de unareunión realmente agotadora que habíatenido esa mañana y yo lo escuché muycomprensiva sin sospechar ni una solavez que esa reunión no había tenidolugar y que en realidad había estado enuna cafetería de Ashbury con su

exesposa.Esto es lo que estoy pensando

mientras vacío el lavaplatos con muchocuidado y gestos precisos, pues Evieestá echándose una siesta y el ruido dela cubertería contra la vajilla podríadespertarla. Me ha engañado. Sé que nosiempre es honesto sobre todo al cientopor ciento. Pienso por ejemplo en esahistoria sobre sus padres, lo de que losinvitó a la boda pero que se negaron avenir porque estaban muy enfadados conél por haber dejado a Rachel. Siemprehe pensado que era extraño, pues en lasdos ocasiones en las que he hablado consu madre, ella pareció alegrarse dehablar conmigo y se mostró amable y se

interesó por mí y por Evie. «Espero quepodamos verla pronto», me dijo, perocuando se lo comenté a Tom, él lodescartó.

—Sólo está intentando que los invitepara luego no venir. Se trata de un juegode poder —dijo él.

A mí no me lo había parecido, perono insistí. Las particularidades de lasfamilias de los demás son siempreinescrutables. Estoy segura de que Tomtendrá sus razones para mantenerlosalejados, y que éstas tienen comoobjetivo protegerme a mí y a Evie.

Entonces ¿por qué estoypreguntándome si era cierto? Es culpade esta casa, de esta situación, de todas

las cosas que han pasado aquí. Hacenque dude de mí y de nosotros. Si notengo cuidado, me volverán loca yterminaré como ella. Como Rachel.

Estoy sentada esperando a podersacar las sábanas de la secadora.Mientras tanto, pienso en encender eltelevisor y ver si emiten algún episodiode Friends que no haya visto trescientasveces, pienso en mis estiramientos deyoga y pienso en la novela que descansaen mi mesita de noche. Pienso en elportátil de Tom, que está en la mesita decentro del salón.

Y entonces hago algo que nuncahabía imaginado que llegaría a hacer.Tras coger la botella de vino tinto que

abrimos anoche para cenar y servirmeun vaso, agarro su portátil, lo enciendo eintento averiguar su contraseña.

Estoy haciendo lo mismo que hacíaella: bebiendo sola y espiándolo. Lo queél odiaba. Pero recientemente —estamañana, de hecho— las tornas hancambiado. Si él puede mentirme, yopuedo husmear en sus cosas. Es lo justo,¿no? Creo que merezco un poco dejusticia, de modo que intento descifrarsu contraseña. Pruebo distintascombinaciones de varios nombres: elmío y el suyo, el suyo y el de Evie, elmío y el de Evie, los tres juntos, haciadelante y hacia atrás. Nuestroscumpleaños en varias combinaciones.

Aniversarios: la primera vez que nosvimos, la primera vez que nosacostamos. El número treinta y cuatro,por Cranham Street. El númeroveintitrés, por esta casa. Luego intentopensar otras cosas más creativas.Muchos hombres utilizan comocontraseña nombres de equipos defútbol, pero a Tom no le gusta el fútbol,le va más el cricket. Pruebo «Boycott»,«Botham» y «Ashes». No conozco elnombre de ningún jugador actual. Metermino el vaso de vino y me sirvo otrohasta la mitad. Lo cierto es que me loestoy pasando bien intentando resolverel puzle. Pienso en grupos de música,películas o actrices que le gustan.

Tecleo «contraseña». Tecleo «1234».De repente, fuera se oye un terrible

chirrido parecido al de unas uñasarañando una pizarra. El tren de Londresse ha detenido en el semáforo. Aprietolos dientes y le doy otro largo trago a mivaso de vino. Mientras lo hago, me doycuenta de la hora que es. Dios mío. Casilas siete, Evie todavía está durmiendo yTom llegará a casa de un momento aotro. Efectivamente, justo cuando lopienso oigo el repiqueteo de las llavesen el ojo de la puerta y el corazón se medetiene.

Cierro el portátil de golpe y mepongo en pie de un salto, tirando conello la silla al suelo. El ruido despierta

a Evie y se pone a llorar. Yo vuelvo adejar el ordenador en la mesita decentro antes de que Tom entre en elsalón. Cuando me ve, sin embargo, notaalgo raro. Se me queda mirando ypregunta:

—¿Qué sucede?—Nada, nada —le contesto yo—.

He tirado la silla al suelo sin querer.Él se dirige al cochecito para coger

a Evie y yo entonces me veo la cara enel espejo del vestíbulo: estoyextremadamente pálida y tengo loslabios manchados de rojo por el vino.

RACHEL

Jueves, 15 de agosto de 2013Mañana

Cathy me ha conseguido una entrevistade trabajo. Una amiga suya ha montadosu propia empresa de relacionespúblicas y necesita una asistente.Básicamente, se trata de un empleo desecretaria y el sueldo es ridículo, perome da igual. Esta mujer está dispuesta averme sin referencias (Cathy le hacontado que sufrí una crisis nerviosa,

pero que ya estoy recuperada del todo).La entrevista es mañana por la tarde ensu casa (en el jardín trasero de su casaha instalado uno de esos cobertizospensados para emplearlos comooficina), y resulta que está en Witney.Así pues, pensaba pasarme el díapuliendo mi currículo y practicando laentrevista. Eso era lo que pensaba hacer,pero entonces Scott me ha llamado.

—Me gustaría hablar contigo —hadicho.

—No hace falta… Es decir, notienes por qué decir nada. Ambossabemos que fue un error.

—Sí, lo sé —ha respondido. El tonode su voz era extremadamente triste, no

como el Scott enfadado de mispesadillas, sino más bien como el tipodesconsolado que se sentó en mi cama yme contó lo del embarazo de su esposaasesinada—. Pero me gustaría hablarcontigo de todos modos.

—Claro —he dicho—. Claro quepodemos hablar.

—Quiero decir en persona.—¡Ah! —he exclamado. Lo último

que quería era tener que ir a esa casa—.Lo siento, hoy no puedo.

—Por favor, Rachel. Es importante.—Parecía desesperado y, a mi pesar, mehe sentido mal por él. Estaba intentandopensar en una excusa cuando ha vuelto adecirlo—: Por favor. —De modo que al

final he accedido. Y nada más hacerlome he arrepentido de ello.

En los periódicos hay una noticiasobre la hija de Megan —su primerahija, la que mató—. Bueno, en realidades sobre el padre. Han descubierto quiénera. Se llamaba Craig McKenzie, ymurió en España hace cuatro años poruna sobredosis de heroína. Eso lodescarta como asesino y, en cualquiercaso, a mí nunca me pareció que tuvieraun motivo plausible. Si alguien hubieraquerido castigarla por lo que hizo, lohabría hecho hace años.

Así pues, ¿quién queda ahora? Lossospechosos habituales: el marido y elamante. Scott y Kamal. Aunque también

existe la posibilidad de que el asesinatode Megan lo llevara a cabo un hombrecualquiera que la asaltara por la calle.Puede que lo llevara a cabo un asesinoen serie que está comenzando y ellafuera su primera víctima, como WilmaMcCann, o Pauline Reade. ¿Y quién diceque el asesino tenga que ser un hombre?Megan Hipwell era una mujer pequeña.Tenía la constitución de un pajarillo. Noharía falta mucha fuerza para reducirla.

Tarde

Lo primero que advierto cuando Scottabre la puerta es su olor rancio y

amargo. Huele a sudor y cerveza. Y, pordebajo, a otra cosa, algo peor. Algopodrido. Va vestido con unos pantalonesde chándal y una camiseta gris manchaday tiene el pelo grasiento y la pielaceitosa, como si tuviera fiebre.

—¿Estás bien? —le pregunto, y élme sonríe. Ha estado bebiendo.

—Sí, sí. Estoy bien. Pasa, pasa. —No quiero, pero lo hago.

Las cortinas de las ventanas que dana la calle están echadas y el salón estáteñido de un tono rojizo acorde con elcalor y el olor del lugar.

Scott va a la cocina, abre la nevera ycoge una cerveza.

—Entra y siéntate —ofrece—.

Tómate algo. —La sonrisa de su cara esuna mueca estática y triste. Detectocierta animosidad en su expresión. Eldesprecio que vi el sábado por lamañana, después de que nos hubiéramosacostado, sigue ahí.

—No puedo quedarme mucho rato—le digo—. Mañana tengo unaentrevista de trabajo y necesitoprepararme.

—¿De verdad? —Enarca las cejas yluego se sienta y empuja una silla haciamí con el pie—. Siéntate y tómate algo—sugiere.

Se trata de una orden, no de unainvitación. Yo hago lo que me dice y élempuja hacia mí su botella de cerveza.

La cojo y le doy un trago. Fuera se oyengritos —unos niños que juegan en eljardín trasero de otra casa— y, más allá,el leve y familiar murmullo del tren.

—Ayer la policía recibió losresultados del ADN —me cuenta Scott—, y la sargento Riley vino a verme porla noche. —Se queda un momentocallado, a la espera de que yo digaalguna cosa, pero temo decir algoequivocado, de modo que opto porguardar silencio—. No era mío. El niñono era mío. Lo curioso es que tampocoera de Kamal. —Se ríe—. Al parecer,Megan tenía otro amante más. ¿Te lopuedes creer? —En su rostro vuelve adibujarse esa horrible sonrisa—. Tú no

sabías nada de esto, ¿verdad? Ella no teconfió que había ningún otro hombre,¿no?

La sonrisa desaparece de su cara ytodo esto comienza a darme mala espina.Muy mala espina. Me pongo en pie ydoy un paso en dirección a la puerta,pero él se interpone, me coge del brazoy me empuja hacia la silla.

—Siéntate, joder. —Coge mi bolso ylo tira a un rincón del salón.

—Scott, no entiendo qué estápasando…

—¡Vamos! —exclama, inclinándosehacia mí—. ¿Megan y tú no erais tanbuenas amigas? ¡Seguro que estabas altanto de todos sus amantes!

Se ha enterado. Y, en cuanto lopienso, debe de notármelo en la caraporque se acerca todavía más a mí hastaque puedo oler su aliento rancio y medice:

—Vamos, Rachel. Cuéntamelo.Niego con la cabeza y él extiende el

brazo y le da un golpe a la botella quetengo delante. Rueda por la mesa y caeal suelo de baldosas.

—¡Ni siquiera la llegaste a conocer!—exclama—. ¡Todo lo que me contasteera una puta mentira!

Me pongo de pie y, con la cabezagacha, mascullo:

—Lo siento, lo siento. —Trato derodear la mesa para recoger mi bolso y

mi móvil, pero él me vuelve a agarrardel brazo.

—¿Por qué lo hiciste? —pregunta—.¿Qué te impulsó a hacer esto? ¿Se puedesaber qué es lo que te pasa?

Scott me mira fijamente a los ojos ysiento pánico. Al mismo tiempo, sinembargo, su pregunta es razonable. Ledebo una explicación. Así pues, no tirodel brazo y, mientras sus dedos se meclavan en la piel, intento hablar concalma y claridad. Intento no llorar.Intento no entrar en pánico.

—Quería que supieras lo de Kamal—le explico—. Como te dije, los vijuntos, pero no me habrías tomado enserio si yo sólo era una chica del tren.

Necesitaba…—¿Necesitabas? —Me suelta y se

aparta—. ¿Me estás diciendo lo que túnecesitabas…? —Su tono de voz esahora más suave, se está tranquilizando.Yo respiro hondo y procuro ralentizarlos latidos de mi corazón.

—Quería ayudarte —le digo—.Sabía que la policía siempre sospechadel marido y quería que supieras quehabía otra persona…

—¿Y decidiste inventarte la historiade que conocías a mi esposa? ¿Tienesidea de lo chiflada que pareces?

—Sí.Me dirijo a la encimera de la cocina

para coger una bayeta y luego me agacho

para limpiar la cerveza que se haderramado. Mientras tanto, Scott sesienta, coloca los codos en las rodillas yagacha la cabeza.

—Ella no era quien yo pensaba —dice—. La verdad es que no tengo niidea de quién era.

Escurro la bayeta en el fregadero yluego me limpio las manos con agua fría.Mi bolso está a apenas medio metro, enun rincón del salón. Justo cuando voy air a por él, Scott levanta la mirada haciamí, de modo que me quedo quieta. Conla espalda contra la encimera y agarradaa su borde para mantener el equilibrio.

—Me lo contó la sargento Riley. Meestuvo preguntando por ti. Quería saber

si tú y yo teníamos una relación. —Scottse ríe—. ¡Una relación! ¡Por el amor deDios! Le pregunté si había visto elaspecto de mi mujer. Mis estándares nohan caído tan rápido. —Yo me sonrojo ynoto un sudor frío en las axilas y en labase de la columna vertebral—. Alparecer, Anna se ha estado quejando deti. Te ha visto rondando por aquí. Así escomo salió todo. Yo le dije a Riley quetú y yo no teníamos ninguna relación yque no eras más que una vieja amiga deMegan que me estaba ayudando… —suelta una risita triste—, y entonces ellame dijo que no conocías a Megan y queno eras más que una mentirosa sin vidapropia. —La sonrisa desaparece de su

rostro—. Sois todas unas mentirosas.Todas y cada una de vosotras.

De repente, suena mi móvil. Doy unpaso hacia el bolso, pero Scott llegaantes.

—Espera un momento. Todavía nohemos terminado —dice y, tras coger elbolso, vuelca su contenido en la mesa:móvil, monedero, llaves, pintalabios,Tampax, recibos de la tarjeta de crédito—. Quiero saber exactamente cuántas delas cosas que me has contado sonpatrañas. —Entonces coge el móvil y leecha un vistazo a la pantalla. Luegovuelve a levantar la mirada hacia mí yse me hiela la sangre. Lee en voz alta—:«Este mensaje es para confirmar su cita

con el doctor Abdic el lunes 19 deagosto a las 16.30. En caso de que nopueda acudir a la cita, leagradeceríamos que nos avisara conveinticuatro horas de antelación».

—Scott…—¿Qué demonios está pasando? —

pregunta en un tono de voz apenas másalto que un carraspeo—. ¿Qué hasestado haciendo? ¿Qué has estadocontándole?

—No he estado contándole nada…—Deja caer el móvil en la mesa y seacerca a mí con las manos cerradas. Yoretrocedo hasta que mi espalda quedaarrinconada en el ángulo que forman lapared y la puerta corredera de cristal.

Él levanta la mano y yo me encojo yagacho la cabeza a la espera del dolor yde repente tengo la sensación de queesto ya lo he hecho antes, lo he sentidoantes, pero no puedo recordar cuándo yahora tampoco tengo tiempo parapensarlo porque aunque no me pega, síme agarra de los hombros con fuerza yme clava los pulgares en las clavículas.Duele tanto que suelto un grito.

—Todo este tiempo —dice entredientes—, todo este tiempo he creídoque estabas de mi lado, pero en realidadhas estado actuando en mi contra. Le hasestado pasando información, ¿verdad?Le has estado diciendo cosas sobre mí ysobre Megs. Has sido tú quien ha hecho

que la policía sospechara de mí. Hassido tú…

—¡No! ¡Por favor, no! ¡No ha sidoasí! ¡Yo quería ayudarte! —Me sueltalos hombros, desliza una mano hasta minuca y me agarra del pelo con fuerza—.¡Scott, por favor, no! ¡Por favor! ¡Meestás haciendo daño! ¡Por favor!

Entonces comienza a arrastrarmehacia la puerta de entrada y me invadeuna sensación de alivio. Va a echarme ala calle. Gracias a Dios.

Pero no lo hace. Sin dejar de escupiry maldecir, sigue arrastrándome y melleva al piso de arriba y yo intentoresistirme, pero él es demasiado fuerte yno puedo. Empiezo a llorar.

—¡Por favor, no! ¡Por favor! —Séque está a punto de suceder algoterrible. Intento gritar, pero no puedo.De mi boca no sale sonido alguno.

Las lágrimas y el pánico me ciegan.Scott me mete a empujones en unahabitación y cierra la puerta de golpetras de mí. Luego oigo cómo la llavegira en la cerradura. La bilis calienteasciende entonces por mi garganta yvomito en la moqueta. Espero con losoídos aguzados. No sucede nada y noaparece nadie.

Me encuentro en una habitación desobra. En mi casa, esta habitación era elestudio de Tom. Ahora, es la habitacióndel bebé, la que tiene la persiana de

color rosa claro. En casa de Scott, es uncuarto trastero repleto de papeles yarchivos, una cinta para correr plegabley un ordenador Apple antiguo. Tambiénhay una caja de papeles con números —tal vez contabilidad del negocio— y otrallena de viejas postales —en blanco ycon restos de masilla adhesiva en eldorso, como si antaño hubieran estadopegadas a una pared: los tejados deParís, niños que están patinando en uncallejón, viejas traviesas cubiertas demusgo, una vista del mar desde unacueva—. Rebusco entre todas laspostales. No sé qué estoy buscando, sólointento mantener a raya el pánico. Intentono pensar en el cuerpo de Megan siendo

arrastrado por el barro. Intento nopensar en sus heridas, en lo asustada quedebía de estar cuando comprendió loque le iba a pasar.

Mientras rebusco en la caja, notouna punzada de dolor en un dedo yretrocedo de un salto. Al sacar la mano,descubro que me he hecho un corte en lapunta del dedo índice y unas gotas desangre caen sobre mis pantalonesvaqueros. Detengo la hemorragia con eldobladillo de la camiseta y sigorebuscando entre las postales con máscuidado. Al instante, descubro la causade la herida que me he hecho: unafotografía enmarcada con el cristalhecho añicos. En la parte superior falta

un trozo y se puede ver la mancha desangre en el borde afilado.

No había visto nunca esta fotografía.Es un retrato de Megan y Scott. Susrostros están cerca de la cámara. Ella seestá riendo y él la mira a ella conveneración. ¿O son celos? Las grietasdel cristal forman una estrella queirradia desde el rabillo del ojo de Scott,de modo que es difícil interpretar suexpresión. Mientras estoy sentada en elsuelo contemplando la fotografía, piensoen que continuamente se rompen cosasde manera accidental y a veces nuncallegamos a arreglarlas. Pienso en todoslos platos que rompí en mis peleas conTom, o en el agujero en el yeso de la

pared del pasillo.Al otro lado de la puerta cerrada,

oigo reír a Scott y se me hiela la sangre.Me dirijo entonces a la ventana, la abroy, tras ponerme de puntillas para poderasomarme, pido ayuda. Llamo a Tom agritos. Es inútil. Patético. Aunque porcasualidad estuviera en su jardín, éste seencuentra a varias casas de distancia yno me oiría, está demasiado lejos. Mirohacia abajo y pierdo el equilibrio, demodo que me vuelvo a meter dentro,devuelvo y comienzo a sollozarentrecortadamente.

—¡Por favor, Scott! —exclamo—.¡Por favor!

Odio el sonido de mi voz, su tono

engatusador, su desesperación. Bajo lamirada a mi camiseta manchada desangre y me digo a mí misma quetodavía tengo opciones. Cojo lafotografía enmarcada y la tiro al suelo.Luego cojo el trozo de cristal más largoy me lo guardo con cuidado en elbolsillo trasero de los pantalones.

Oigo unos pasos subiendo laescalera y retrocedo hasta que miespalda toca la pared opuesta a lapuerta. Una llave gira en la cerradura.

Scott tiene mi bolso en una mano ylo arroja a mis pies. En la otra manosujeta un trozo de papel.

—¡Pero si está aquí Nancy Drew![3]

—dice con una sonrisa, luego pone voz

de chica y comienza a leer en voz alta—: «Megan ha huido con su novio, aquien a partir de ahora me referiré comoN… —Suelta una risita burlona—. N leha hecho daño… Scott le ha hechodaño…». —Arruga el papel y me lo tiraa los pies—. ¡Por Dios! ¡Eres realmentepatética! —Entonces mira a su alrededory, al ver el vómito en el suelo y lasangre en mi camiseta, pregunta—: Pero¿qué cojones has hecho? ¿Acaso hasintentado suicidarte? ¿Es que quieresahorrarme el trabajo? —Se vuelve a reír—. Debería romperte el puto cuello,pero ¿sabes qué? No mereces elesfuerzo. —Se hace a un lado—. Sal demi casa.

Recojo el bolso del suelo y medirijo hacia la puerta. Al pasar a sulado, Scott hace un amago de boxeador ypor un momento pienso que me va adetener y a agarrar otra vez. Él debe depercibir el terror en mis ojos porque, envez de eso, suelta una sonora carcajada.Cuando cierro la puerta detrás de mítodavía se está riendo.

Viernes, 16 de agosto de 2013Mañana

Apenas he dormido. Antes de ir adormir, me bebí una botella y media de

vino para ver si así conseguía calmarmis nervios y que me dejaran de temblarlas manos, pero no sirvió de nada. Cadavez que comenzaba a quedarmedormida, me volvía a despertar de golpecon la sensación de que Scott estaba enmi dormitorio. En un momento dado,encendí la luz y, tras incorporarme,agucé el oído pero sólo oí ruidos en lacalle y la gente del edificiodeambulando por sus apartamentos.Hasta que ha empezado a clarear no mehe sentido lo bastante relajada paradormir. He vuelto a soñar que estaba enel bosque. Tom estaba conmigo, pero yoseguía asustada.

Ayer le dejé una nota. Cuando salí

de casa de Scott, fui corriendo alnúmero 23 y comencé a aporrear lapuerta para que me abrieran. Meencontraba en tal estado de pánico queni siquiera me importó que Anna pudieraestar en casa o que le molestara miaparición. Como no abrió nadie, al finalescribí una nota en un trozo de papel y lametí en el buzón. No me importa queella la pueda ver; de hecho, creo que unaparte de mí lo desea. La nota no entrabaen detalles, sólo le decía que teníamosque hablar sobre lo del otro día. Nomencionaba a Scott porque no queríaque Tom fuera a su casa y se encararacon él (sólo Dios sabe qué podríapasar).

Cuando llegué a casa, me tomé unpar de vasos de vino para tranquilizarmey a continuación llamé a la policía.Pregunté por el inspector Gaskill, perome dijeron que no estaba disponible yterminé hablando con Riley. No era loque quería, sé que Gaskill habría sidomás amable.

—Me ha encerrado en su casa —leexpliqué—. Me ha amenazado.

Ella me preguntó cuánto tiempohabía estado «encerrada». Casi pude oírcómo hacía el gesto de comillas en elaire con las manos.

—No lo sé —dije—. Media hora,quizá.

Hubo un largo silencio.

—Y dice que la ha amenazado.¿Podría detallarme la naturaleza exactade la amenaza?

—Ha dicho que me rompería elcuello. Ha dicho… ha dicho que deberíaromperme el cuello…

—¿Que debería romperle el cuello?—Ha dicho que lo haría, si

mereciera la pena molestarse.Silencio. Luego:—¿Le ha pegado o herido de algún

modo?—Moratones. Sólo tengo moratones.—¿Y le ha pegado?—No, me ha agarrado.Más silencio. Y luego:—Señorita Watson, ¿por qué estaba

usted en la casa de Scott Hipwell?—Me había pedido que fuera a

verlo. Me había dicho que necesitabahablar conmigo.

Riley exhaló un largo suspiro.—Le pedimos que no se

entrometiera en todo esto. Aun así, se hapuesto usted en contacto con ScottHipwell y ha estado mintiéndole,diciéndole que era usted amiga de suesposa y contándole todo tipo dehistorias cuando, déjeme terminar, setrata de una persona que, en el mejor delos casos, está bajo una gran tensión y seencuentra extremadamente afligida. Esoen el mejor de los casos. En el peor,puede que sea peligroso.

—Es que es peligroso, eso es justolo que estoy diciéndole, por el amor deDios.

—Lo que está haciendo (ir a su casa,mentirle, provocarle) no es de ningunaayuda. Estamos en plena investigaciónpor asesinato. Tiene que comprenderlo.Podría poner en peligro nuestrosavances. Podría…

—¿Qué avances? —solté—. No hanhecho ni un solo avance. Hágame caso,Scott asesinó a su esposa. Hay unafotografía rota, un retrato de ellos dos.Está enfadado, es inestable.

—Sí, ya hemos visto la fotografía.En su momento registramos la casa. Noes ninguna prueba de que haya cometido

un asesinato.—Entonces ¿no va a arrestarlo?Ella volvió a exhalar un largo

suspiro.—Venga mañana a la comisaría. Le

tomaremos declaración y a partir de ahíya nos haremos cargo nosotros. Mientrastanto, señorita Watson, manténgasealejada de Scott Hipwell.

Cuando Cathy llegó a casa me pillóbebiendo. No le hizo mucha ilusión pero¿qué podía decirle? No tenía modoalguno de explicárselo. Me limité afarfullar que lo sentía y subí a mihabitación como si fuera unaadolescente enfurruñada. Ya en midormitorio, me tumbé en la cama e

intenté quedarme dormida mientrasesperaba que Tom me llamara. No lohizo.

Esta mañana me he despertadotemprano, he mirado a ver si habíarecibido alguna llamada en el móvil(ninguna) y luego me he lavado el pelo yme he vestido para la entrevista detrabajo con las manos trémulas y unnudo en el estómago. He salido prontode casa porque antes tenía que pasar porla comisaría para que me tomarandeclaración. No servirá de nada. Nuncame han tomado en serio y no creo quevayan a empezar a hacerlo ahora. Mepregunto qué hace falta para que meconsideren algo más que una mitómana.

De camino a la estación, no puedoevitar ir mirando por encima delhombro; el repentino aullido de unasirena de policía hace que —literalmente— dé un bote. En el andén,ando tan cerca de la verja como puedo yarrastrando los dedos por sus barrotesmetálicos por si acaso necesitoagarrarme a ella. Sé que es ridículo,pero me siento extremadamentevulnerable ahora que he visto cómo esen realidad Scott, ahora que entrenosotros ya no hay secretos.

Tarde

Debería olvidarme de una vez de esteasunto. Durante todo este tiempo, no hedejado de pensar que había algo que noconseguía recordar, algo que se meescapaba. Pero no es así. Aquella nocheno vi nada importante ni hice nadaterrible. Simplemente, estuve en lamisma calle en la que vivía Megan.Gracias al tipo pelirrojo, ahora ya lo sé.Y sin embargo, hay algo que siguedándome mala espina.

Ni Gaskill ni Riley se encontrabanen la comisaría de policía. Ladeclaración me la ha tomado un aburridoagente de uniforme. Supongo que laarchivarán y se olvidarán de ella a noser que aparezca muerta en alguna zanja.

La entrevista la tenía en el extremoopuesto de la zona de Witney en la quevive Scott, pero aun así he cogido untaxi. No quería arriesgarme. Por lodemás, la cosa ha ido tan bien comopodía ir: el puesto está por debajo de micualificación, pero yo misma también loestoy desde hace uno o dos años. He devolver a comenzar de cero. El graninconveniente (además de la mierda desueldo y lo humilde del puesto mismo)será tener que venir a Witney y caminarpor estas calles con el consiguienteriesgo de toparme con Scott o Anna y suhija.

Puesto que toparme con personas eslo único que parece ser que hago por

estos lares. Antes era precisamente unade las cosas que me gustaban de estelugar: la sensación de que era algoparecido a un pueblo en la periferia deLondres. Puede que no conozcas a todoel mundo, pero los rostros de la genteresultan familiares.

Justo cuando paso por delante delpub Crown y ya casi he llegado a laestación noto una mano en el brazo. Aldarme la vuelta de golpe, resbalo en laacera y casi me caigo a la calzada.

—¡Hey, hey! ¡Lo siento! ¡Lo siento!—Es él otra vez. El tipo pelirrojo. Enuna mano tiene una pinta y alza la otracomo pidiendo perdón—. ¡Quéasustadiza eres! —Está sonriendo, pero

debo de tener un aspectoverdaderamente aterrorizado porque susonrisa desaparece al instante—. ¿Estásbien? No quería asustarte.

Me dice que ha salido temprano detrabajar y que me invita a tomar algo conél. Le digo que no, pero luego cambio deidea.

—Te debo una disculpa por cómome comporté en el tren —le digo a Andy(pues así se llama el pelirrojo) cuandome trae un gin-tonic—. La última vez,quiero decir. Tenía un mal día.

—No pasa nada —contesta Andy.Sonríe de un modo lento y perezoso:debe de llevar ya varias pintas. Noshemos sentado en la terraza interior del

pub; aquí me siento más segura que en lade la calle. Puede que sea esta sensaciónde seguridad lo que me envalentona.Decido aprovechar la oportunidad.

—Quería preguntarte por lo quesucedió la noche en la que te conocí —le digo—. La noche en la que Meg, esamujer de las noticias, desapareció.

—Ah, sí. ¿Por qué? ¿A qué terefieres?

Respiro hondo. Noto que mi rostrose sonroja. No importa cuántas veces loadmita, siempre resulta vergonzoso y aldecirlo no puedo evitar encogerme.

—Estaba muy borracha y no lorecuerdo. Hay algunas cosas que notengo del todo claras. Sólo quiero saber

si tú sabes algo, si me viste hablar conalguien, cualquier cosa que… —Bajo lamirada a la mesa, no puedo mirarlo a losojos.

Él me da un golpecito en el pie conel suyo.

—No pasa nada, no hiciste nadamalo. —Levanto la mirada y veo queestá sonriendo—. Yo también ibaborracho. Estuvimos un rato charlandoen el tren, no recuerdo sobre qué. Luegobajamos en Witney. Tu paso era algoinestable y resbalaste en la escalera. ¿Lorecuerdas? Yo te ayudé y tú te sonrojastecomo ahora. —Se ríe—. Salimos juntosde la estación y te pregunté si queríasvenir al pub, pero tú me dijiste que

habías quedado con tu marido.—¿Eso es todo?—No. ¿De verdad no te acuerdas?

Nos volvimos a ver un poco más tarde(no sé, ¿media hora, quizá?). Yo habíaido al Crown, pero me llamó un amigo yme dijo que estaba en un bar que hay alotro lado de las vías, de modo que medirigí al paso subterráneo y te vi allí. Tehabías caído y no tenías muy buenaspecto. Te habías hecho un corte. Mepreocupé y te pregunté si querías que teacompañara a casa, pero no quisistesaber nada al respecto. Estabas…bueno, estabas muy contrariada. Creoque habías discutido con tu pareja. Ibaalejándose calle abajo y te pregunté si

querías que fuera a buscarlo, pero medijiste que no. Él entonces se metió enun coche y se marchó. Iba con… esto…iba con alguien.

—¿Una mujer?Andy asiente y agacha ligeramente la

cabeza.—Sí, se metieron en un coche juntos.

Supuse que la discusión se había debidoa eso.

—¿Y luego?—Luego te largaste. Parecías un

poco… confundida o algo así y telargaste. No dejabas de decir que nonecesitabas ayuda. Como te he dicho, yotambién estaba un poco borracho, asíque lo dejé estar. Seguí mi camino y me

encontré con mi amigo en el pub. Esofue todo.

Mientras subo la escalera delapartamento creo ver sombras sobre míy oír pasos por delante, como si alguienme estuviera esperando en el siguienterellano. Por supuesto, ahí no hay nadie yel piso también está vacío: todo pareceintacto y el lugar huele a vacío, pero esono impide que mire en todas lashabitaciones (incluso debajo de mi camay la de Cathy o en los armarios de losdormitorios y en el de la cocina, dondeno cabe ni un niño).

Finalmente, tras dar tres vueltasenteras al apartamento, me relajo. Suboal piso de arriba, me siento en la cama y

pienso en la conversación que he tenidocon Andy y el hecho de que su relatoconcuerde con lo que yo recuerdo. Noha habido grandes revelaciones: Tom yyo discutimos en la calle, me hice dañoal caerme y luego él se metió en elcoche con Anna. Más tarde, vino abuscarme pero yo ya me había ido.Supongo que yo habría cogido un taxi oun tren de vuelta.

Sentada en la cama, me pongo amirar por la ventana y me pregunto porqué no me siento mejor. Puede quesimplemente se deba a que no tengoninguna respuesta. Puede que se deba aque, si bien mis recuerdos concuerdancon los de Andy, algo sigue sin encajar.

Y entonces caigo en ello: Anna. No essólo que Tom nunca mencionara que ellafuera con él, sino que cuando la vi aella, alejándose y metiéndose en elcoche, no iba con el bebé. ¿Dóndeestaba Evie?

Sábado, 17 de agosto de 2013Tarde

Necesito hablar con Tom para aclararmela cabeza. Cuantas más vueltas le doy atodo este asunto, menos sentido leencuentro y no puedo evitar seguirpensando en él. Además, estoy

preocupada. Hace más de dos días quele dejé la nota y todavía no se ha puestoen contacto conmigo. Anoche nocontestó al teléfono cuando lo llamé, yhoy tampoco lo ha hecho. Algo no vabien, y estoy convencida que estárelacionado con Anna.

Sé que él también querrá hablarconmigo cuando sepa lo que sucedió conScott. Sé que querrá ayudarme. Nopuedo dejar de pensar en cómo secomportó aquel día en el coche y en lasbuenas sensaciones que hubo entreambos. Así pues, cojo una vez más elmóvil y, como antaño, al marcar sunúmero siento mariposas en elestómago; la expectación de oír su voz

sigue siendo tan intensa ahora comoaños atrás.

—¿Diga?—Hola, Tom. Soy yo.—Sí.Anna debe de estar a su lado y por

eso no dice mi nombre. Espero unmomento para darle tiempo a que sevaya a otra habitación donde ella no lopueda oír. Él exhala un suspiro.

—¿Qué pasa?—Esto… Quería hablar contigo…

Como te decía en mi nota, yo…—¿Qué? —Suena irritado.—Hace un par de días te dejé una

nota. Pensaba que debíamos hablar…—No he recibido ninguna nota. —

Exhala otro sonoro suspiro—. ¡Joder!¡Por eso está cabreada conmigo! —Annadebió de verla y no se la ha dado—.¿Qué es lo que necesitas?

Me gustaría colgar, llamar otra vez yvolver a comenzar. Decirle lo muchoque me gustó verlo el lunes, cuandofuimos al lago.

—Sólo quiero preguntarte algo.—¿Qué? —dice en tono hosco.

Parece realmente molesto.—¿Va todo bien?—¿Qué quieres, Rachel? —La

ternura de hace una semana hadesaparecido por completo. Me maldigoa mí misma por haberle dejado esa nota.Obviamente, le ha causado más

problemas en casa.—Quería preguntarte por esa noche,

la noche en la que Megan Hipwelldesapareció.

—Oh, Dios mío. Ya hemos habladosobre eso. ¿No puedes dejarlo estar deuna vez?

—Yo sólo…—Estabas borracha —dice en un

tono de voz alto y severo—. Te dije quete fueras a casa. No querías escucharmey te largaste. Luego cogí el coche yestuve buscándote, pero no pudeencontrarte.

—¿Dónde estaba Anna?—En casa.—¿Con el bebé?

—Con Evie, sí.—¿No iba contigo en el coche?—No.—Pero…—Oh, por el amor de Dios. Anna

había quedado con unas amigas y yo ibaa quedarme con la niña. Entonces te vioen la calle, así que canceló sus planes yvolvió a casa. Y yo me vi obligado aperder todavía más horas de mi vidabuscándote.

Desearía no haber llamado. Veraplastadas así las ilusiones que mehabía hecho después de nuestro últimoencuentro es como si me retorcieran lasentrañas con el frío acero de un puñal.

—Está bien —digo—. Es sólo que

yo lo recuerdo de otro modo… Tom,cuando me viste, ¿estaba herida?¿Estaba…? ¿Tenía un corte en lacabeza?

Otro sonoro suspiro.—Me sorprende que puedas

recordar algo, Rachel. Estabascompletamente borracha. Asquerosa yapestosamente borracha. Incapaz demantenerte en pie. —Al oírlo pronunciaresas palabras se me comienza a hacer unnudo en la garganta. Le había oído decireste tipo de cosas antes, en nuestrospeores días, cuando él ya no podía másde mí. Con cierto tono de desgana, Tomprosigue—: Te habías caído en la calle,estabas llorando y tenías un aspecto

lamentable. ¿Por qué es tan importante?—No se me ocurre qué explicarle ytardo mucho en contestar, de modo queél prosigue—: Mira, tengo cosas quehacer. No me llames más, por favor. Yahemos pasado por esto. ¿Cuántas veceshe de decírtelo? No me llames, no medejes notas, no vengas a casa. Molestasa Anna. ¿De acuerdo?

Y cuelga.

Domingo, 18 de agosto de2013Primera hora de la mañana

Me he pasado toda la noche en el salónde la planta baja con el televisorencendido. Sintiendo el flujo y reflujodel miedo. El flujo y reflujo de mifortaleza. Tengo la sensación de que heretrocedido en el tiempo. La herida queTom me hizo años atrás vuelve a estarabierta. Es una tontería, ya lo sé. Hesido una idiota por creer que teníaposibilidades de volver a estar con élbasándome en una mera conversación,en unos pocos momentos que tomé porternura y que probablemente no erannada más que sentimentalismo yculpabilidad. Aun así, duele. Y he depermitirme sentir este dolor porque sino, si sigo enterrándolo en mi interior,

nunca conseguiré que se marche deltodo.

Y he sido una idiota por creer queentre Scott y yo se había establecido unaconexión y podía ayudarlo. Así pues,soy una idiota. Ya estoy acostumbrada.Pero no tengo por qué seguir siéndolo,¿no? Me quedo aquí toda la noche y meprometo a mí misma ponerme las pilas.Me iré lejos de aquí. Encontraré unnuevo trabajo. Volveré a utilizar minombre de soltera, cortaré todo vínculocon Tom, haré que sea difícilencontrarme. Si es que alguien decidebuscarme.

No he dormido demasiado. Me hepasado la noche tumbada en el sofá,

haciendo planes. Cada vez quecomenzaba a quedarme dormida oía lavoz de Tom en mi cabeza, tan claracomo si estuviera aquí mismo, a milado, hablándome al oído —«Estabascompletamente borracha. Asquerosa yapestosamente borracha»— hasta queme despertaba de golpe sintiendo unaoleada de vergüenza. También una fuertesensación de déjà vu, pues ya había oídoesas palabras antes. Justo esas mismaspalabras.

Y entonces he comenzado a darlevueltas a una escena: yo despertándomecon sangre en la almohada, sintiendo unintenso dolor en el interior de la bocacomo si me hubiera mordido los

carrillos, con las uñas sucias, un dolorde cabeza terrible, Tom saliendo delcuarto de baño, su expresión —medioherido, medio enojado— y el miedocreciendo como una riada en mi interior.

—¿Qué ha sucedido?Tom me muestra entonces los

moratones que le he hecho en el brazo yen el pecho.

—No me lo creo, Tom. Yo nunca tehe pegado. No he pegado a nadie en mivida.

—Estabas completamente borracha,Rachel. ¿Recuerdas algo de lo quehiciste anoche? ¿Algo de lo que dijiste?

Y entonces me lo cuenta, pero yosigo sin creérmelo. Nada de lo que dice

parece propio de mí. Ni por asomo. Yluego está lo del palo de golf, eseagujero en el yeso de la pared, gris yvacío como un ojo ciego que no deja demirarme cada vez que paso por delante.O mi incapacidad para reconciliar laviolencia de la que él me habla con elmiedo que yo recordaba.

O que creía recordar. Al cabo de untiempo, aprendí a no preguntar qué habíahecho ni a discutir al respecto cuandoera él quien me lo contaba directamente.No quería conocer los detalles, noquería oír lo peor, las cosas que habíadicho cuando estaba asquerosa yapestosamente borracha. A veces élamenazaba con grabarme y luego

ponérmelo para que me oyera. Porsuerte, nunca lo hizo.

Al cabo de un tiempo, aprendí quecuando te despiertas así, no preguntas loque ha pasado, tan sólo dices que lolamentas: lamentas lo que has hecho y lapersona que eres y nunca nunca más tevolverás a comportar así.

Y ahora ya no lo hago. De verdadque no. Esto puedo agradecérselo aScott: ahora tengo demasiado miedopara salir en mitad de la noche acomprar alcohol. Tengo demasiadomiedo de cometer un desliz, porqueentonces me vuelvo vulnerable.

Voy a tener que ser fuerte, no mequeda otro remedio.

Mis párpados vuelven a pesar ycomienzo a cabecear de nuevo. Bajo elvolumen de la televisión hasta queprácticamente no se oye y me doy lavuelta para quedar de cara al respaldodel sofá, me acurruco y me tapo bien conel edredón. Estoy quedándome dormida,puedo sentirlo, voy a dormir yentonces… ¡Bang! El suelo tiembla y meincorporo de golpe con el corazón en lagarganta. Lo he visto. Lo he visto.

Estoy en el paso subterráneo y élviene hacia mí. Me da una bofetada en laboca y luego alza el puño con las llavesen la mano. Siento un intenso dolorcuando el metal dentado impacta contrami cráneo.

ANNA

Sábado, 17 de agosto de 2013Tarde

Me odio a mí misma por llorar, espatético. Pero estoy agotada. Estasúltimas semanas han sido muy duras. YTom y yo volvimos a discutir por culpade Rachel (no podía ser de otro modo).

Supongo que se veía venir. Llevodías torturándome por la nota y el hechode que me mintiera sobre lo de suencuentro con Rachel. No dejo de

decirme que es una estupidez, pero nopuedo evitar tener la sensación de quehay algo entre ellos. He estado dándolevueltas y más vueltas: después de todolo que ella le ha hecho —nos ha hecho alos dos—, ¿cómo va a ser capaz dehacerlo? ¿Cómo va siquiera acontemplar estar con ella otra vez? Sinos colocas a ambas una al lado de laotra, ningún hombre en la tierra laescogería a ella antes que a mí. Y esosin tener en cuenta todos sus problemas.

Pero entonces pienso que a vecessucede, ¿no? Alguien con quien tienes unpasado no te deja estar y, por más que lointentes, no consigues desembarazarte deesa persona y liberarte de ella. Puede

que, al cabo de un tiempo, simplementedejes de intentarlo.

Ella vino el jueves y se puso aaporrear la puerta y a llamar a Tom. Yoestaba furiosa, pero no me atreví aabrirle la puerta. Tener un hijo te vuelvevulnerable y débil. Si hubiera estadosola le habría plantado cara, no habríatenido problemas para enfrentarme aella. Pero con Evie aquí, no podíaarriesgarme. No tengo ni idea de lo queella podría hacer.

Sé por qué vino. Estaba cabreadaporque le había hablado a la policía deella. Seguro que vino llorando paradecirle a Tom que la dejara en paz. Dejóuna nota («Tenemos que hablar. Por

favor, llámame tan pronto como puedas.Es importante»: esta última palabrasubrayada tres veces). La tirédirectamente a la papelera. Más tarde, lacogí otra vez y la guardé en el cajón demi mesita de noche, junto con unaimpresión de ese desagradable emailque envió y el registro que he idollevando con todas las llamadas que nosha hecho y las veces que se hapresentado en casa. El registro de suacoso. Mis pruebas, en caso de que lasnecesite. Luego llamé a la sargentoRiley y le dejé un mensaje diciendo queRachel había vuelto a venir a casa.Todavía no me ha devuelto la llamada.

Debería haberle mencionado la nota

a Tom, sé que debería haberlo hecho,pero no quería que se enfadara conmigopor haber llamado a la policía, así quela metí en el cajón con la esperanza deque Rachel se olvidara de ella. No lo hahecho, claro está. Esta noche ha llamadoa Tom. Cuando han colgado, él estabaechando humo.

—¿Qué cojones es todo esto sobreuna nota? —me ha espetado.

Le he contado que la había tirado.—No pensé que quisieras leerla —

he dicho—. Creía que la querías fuerade nuestras vidas tanto como yo.

Él ha puesto entonces los ojos enblanco.

—No se trata de eso y lo sabes. Por

supuesto que quiero que Racheldesaparezca. Lo que no quiero es quecomiences a espiar mis llamadas y atirar mi correo. Estás… —Ha suspirado.

—Estoy ¿qué?—Nada. Es sólo… Éstas son las

cosas que ella solía hacer.Eso ha sido un auténtico puñetazo en

el estómago. He roto a llorar y he salidocorriendo hacia el cuarto de baño delpiso de arriba. Aquí he estadoesperando a que él viniera atranquilizarme, a darme un beso y ahacer las paces como suele hacer, peroal cabo de media hora ha exclamadodesde la planta baja:

—Me voy al gimnasio un par de

horas. —Y antes de que pudieracontestarle he oído cómo cerraba lapuerta de la entrada.

Y ahora me sorprendo a mí mismacomportándome exactamente igual queella: estoy terminándome la mediabotella de vino tinto que sobró de lacena de anoche y fisgoneando en suordenador. Es más fácil comprender elcomportamiento de Rachel cuando tesientes como yo ahora. No hay nada másdoloroso y corrosivo que ladesconfianza.

Al final, consigo averiguar sucontraseña: es «Blenheim». Tan inocuo ysoso como eso, el nombre de la calle enla que vive. No encuentro ningún email

comprometedor, ni fotografías sórdidasni cartas apasionadas. Me he pasadomedia hora leyendo emails de trabajotan aburridos que consiguen inclusoapaciguar la punzada de celos quesentía. Al final, cierro el portátil y lodejo a un lado. La verdad es que,gracias al vino y al tedioso contenidodel ordenador de Tom, me sientorealmente alegre. Me digo a mí mismaque sólo estaba comportándome de unmodo ridículo.

Subo al cuarto de baño a lavarmelos dientes —no quiero que sepa que heestado bebiendo vino otra vez— y luegodecido que cambiaré las sábanas de lacama, echaré un poco de Acqua di

Parma en las almohadas, me pondré esepicardías de seda negra que me compróel año pasado por mi cumpleaños y, encuanto regrese, se lo compensaré todo.

Al quitar las sábanas, casi tropiezocon una bolsa negra que hay debajo dela cama: su bolsa del gimnasio. Se la haolvidado. Hace más de una hora que hasalido y no ha vuelto a por ella. Elcorazón me da un vuelco. Tal vez teníaintención de hacerlo pero luego hapreferido ir al pub. O tal vez tiene ropade sobra en la taquilla del gimnasio. Otal vez ahora mismo está en la cama conella.

La cabeza me da vueltas. Mearrodillo y hurgo en la bolsa. Todas sus

cosas están ahí, la ropa lavada y listapara ponérsela, el iPod Shuffle, lasúnicas zapatillas deportivas con las quecorre… Y algo más: un teléfono móvil.Un móvil que yo no había visto nunca.

Me siento en la cama con el teléfonoen la mano y el corazón latiéndome confuerza. He de encenderlo, es imposibleque pueda resistirme a ello. Y, sinembargo, estoy segura de que cuando lohaga, lo lamentaré, porque esto no puedetratarse de nada bueno. Uno no escondeteléfonos móviles en la bolsa delgimnasio a no ser que esté ocultandoalgo. Una voz en mi cabeza me dice quelo vuelva a guardar y me olvide de él,pero no puedo hacerlo. Presiono el

botón de encendido y espero que lapantalla se ilumine. Y espero. Y espero.No tiene batería. Una sensación dealivio se propaga por mi cuerpo como sifuese morfina.

Me siento aliviada porque no hepodido confirmar nada, pero tambiénporque un móvil sin batería sugiere unmóvil sin utilizar, un móvil indeseado,no el móvil de un hombre implicado enuna apasionada aventura. Éste querría elmóvil consigo a todas horas. Puede quesea un móvil antiguo, puede que llevemeses en la bolsa y simplemente no hayallegado a tirarlo. Puede que ni siquierasea suyo: quizá lo encontró en elgimnasio y se olvidó de dejarlo en el

mostrador de la entrada.Abandono la cama a medio hacer y

bajo al salón. La mesita de centro tieneun par de cajones llenos con los típicoscachivaches que se acumulan con eltiempo: rollos de celo, adaptadores deenchufes para los viajes, cintas métricas,un kit de costura, viejos cargadores demóvil. Cojo los tres que hay y elsegundo que pruebo funciona. Enchufo elmóvil en mi lado de la cama y loescondo junto al cargador detrás de mimesita de noche.

Luego espero.Horas y fechas, básicamente. No

fechas. Días. «¿Lunes a las 3?».«Viernes, 4.30». A veces, una negativa:

«Mañana no puedo. Mierc. no». No haynada más: ni declaraciones de amor, nisugerencias explícitas. Sólo mensajes detexto, más o menos una docena, todos deun número desconocido. En la agendadel móvil no hay contactos y el historialde llamadas ha sido borrado.

No necesito fechas, porque elteléfono las almacena. Los encuentrostuvieron lugar hace meses. Casi un año.Cuando me doy cuenta de esto, cuandoveo que el primer mensaje es deseptiembre del año pasado, se me haceun nudo en la garganta. ¡Septiembre!Evie tenía seis meses. Yo todavía estabagorda, agotada y sin ganas de sexo.Luego me pongo a reír. Esto es ridículo,

no puede ser cierto. En septiembreéramos rematadamente felices,estábamos enamoradísimos yacabábamos de tener un bebé. Esimposible que tuviera una aventura conella, me cuesta creer que haya estadoviéndola todo este tiempo. Me habríaenterado. No puede ser cierto. El móvilno puede ser suyo.

Aun así. Saco el cuaderno en el queregistro el acoso de Rachel y comparolas llamadas con las citas acordadasmediante mensajes de texto. Algunas deellas coinciden. Otras son un día o dosantes, otras un día o dos después.Algunas otras no se corresponden paranada.

¿De verdad ha estado viéndoladurante todo este tiempo? ¿Es posibleque asegurara que ella estabaagobiándolo y acosándolo cuando enrealidad estaban haciendo planes paraverse a mis espaldas? Entonces ¿por quélo llamaba ella al fijo si tenía el númerode este móvil? No tiene sentido. A noser que ella quisiera que yo me enterara.A no ser que ella estuviera intentandoprovocar problemas entre Tom y yo.

Hace ya casi dos horas que Tom seha marchado. Pronto volverá de adondequiera que haya ido. Hago lacama, vuelvo a guardar el diario y elmóvil en el cajón de la mesita de nochey bajo a la planta baja. En la cocina, me

sirvo un último vaso de vino y me lobebo a toda prisa. Podría llamarla yplantarle cara. Ahora bien, ¿qué le diríaexactamente? Con ella, no tengo ningunaautoridad moral. Y no estoy segura deque pudiera soportar sus burlas por elhecho de que esta vez la engañada hayasido yo. Si lo hace contigo, te lo hará ati también.

Oigo pasos en la acera y sé que esél. Conozco su forma de andar. Dejorápidamente el vaso en el fregadero yme quedo de pie en la cocina, apoyadaen la encimera y sintiendo laspulsaciones del flujo sanguíneo en lasorejas.

—Hola —dice cuando me ve.

Parece avergonzado y su paso es algoinestable.

—¿Ahora sirven cerveza en elgimnasio?

Él sonríe.—Me he dejado la bolsa y he ido al

pub.Lo que yo pensaba. ¿O lo que él

esperaba que yo pensara?Se acerca a mí.—¿Qué has estado haciendo? —me

pregunta con una sonrisa en los labios.Luego me rodea la cintura con losbrazos y me atrae hacia sí. El aliento lehuele a cerveza—. Tienes pinta de haberestado tramando algo.

—Tom…

—Shhh… —dice, y me da un besoen la boca y comienza a desabrocharmelos pantalones vaqueros.

Luego me da la vuelta. No quiero,pero no sé cómo decirle que no, demodo que cierro los ojos e intento nopensar en ellos dos juntos y hacerlo encambio en el principio de nuestrarelación, cuando nos apresurábamos allegar a la casa vacía de Cranham Street,sin aliento, desesperados, hambrientos.

Domingo, 18 de agosto de2013Primera hora de la mañana

Me despierto asustada. Fuera todavíaestá oscuro. Creo oír a Evie llorando,pero cuando voy a verla la encuentroprofundamente dormida y con los puñosagarrados con fuerza a la manta que lacubre. Vuelvo a la cama, pero ya nopuedo dormir. Sólo puedo pensar en elmóvil del cajón de la mesita de noche.Me vuelvo hacia Tom. El brazoizquierdo le cuelga por un costado de lacama y tiene la cabeza echada haciaatrás. A juzgar por la cadencia de surespiración, se encuentra muy lejos de laconciencia. Vuelvo a salir de la cama,abro el cajón y cojo el móvil.

En la cocina, jugueteo con el

teléfono en la mano mientras hagoacopio del valor necesario. Quiero y noquiero saber la verdad. Quiero estarsegura, pero al mismo tiempo deseo contodas mis fuerzas estar equivocada. Loenciendo, mantengo pulsada la tecla «1»y escucho el saludo del buzón de voz.Me dice que no tengo nuevos mensajesni mensajes guardados. ¿Me gustaríacambiar el saludo? Termino la llamadade golpe porque de repente se apoderade mí el miedo irracional de que elteléfono suene de repente y que Tom looiga desde el piso de arriba, así queabro las puertas correderas y salgo aljardín.

La hierba está húmeda y el aire

huele a lluvia y rosas. A lo lejos se oyeel débil y distante murmullo de la lluvia.Hasta que llego a la cerca no vuelvo allamar al buzón de voz: ¿me gustaríacambiar el saludo? Sí, me gustaría. Oigoun pitido y una pausa y entonces oigo lavoz de ella. La de ella, no la de él.«Hola, soy yo, déjame un mensaje».

El corazón me da un vuelco.No es el móvil de él. Es de ella.Vuelvo a escuchar el saludo.«Hola, soy yo, déjame un mensaje».Es la voz de ella.No puedo moverme. No puedo

respirar. Vuelvo a escuchar el saludo denuevo, y luego otra vez más. Se me haceun nudo en la garganta. Tengo la

sensación de que me voy a desmayar y,de repente, se enciende la luz deldormitorio.

RACHEL

Domingo, 18 de agosto de2013Primera hora de la mañana

Un recuerdo conduce a otro. Es como sihubiera estado avanzando a tientas enmedio de la oscuridad durante días,semanas, meses y por fin hubiera topadocon alguna cosa. Como si hubiera estadopalpando la pared a ciegas hastaencontrar la puerta que conduce de una

habitación a la siguiente. Finalmente,mis ojos se han acostumbrado a laoscuridad y las sombras han comenzadoa formar siluetas concretas. Ahorapuedo ver.

Al principio no. Aunque parecía unrecuerdo, al principio pensé que setrataba de un sueño. Me quedé sentadaen el sofá, paralizada por el shock ydiciéndome a mí misma que no sería laprimera vez que pienso que las cosashan sucedido de un modo cuando enrealidad lo han hecho de otro.

Como aquella vez que fuimos a unafiesta de un colega de Tom. Nos lopasamos bien a pesar de que meemborraché mucho. Al día siguiente

recordaba haber ido a darle un beso dedespedida a Clara, la esposa del colegade Tom. Era una mujer encantadora,afectuosa y amable. También recordabaque me había dicho que teníamos quevernos de nuevo mientras sostenía mimano entre las suyas.

Lo recordaba con absoluta claridad,pero en realidad no había sucedido eso.Lo supe a la mañana siguiente cuandointenté hablar con Tom y él me dio laespalda. Lo supe porque me dijo lodecepcionado y avergonzado que estaba.Me contó que había acusado a Clara deflirtear con él, y que me habíacomportado de un modo paranoico yviolento.

Al cerrar los ojos, podía recordarlas cálidas manos de Clara sosteniendola mía, pero no era eso lo que habíapasado. En realidad, Tom había tenidoque sacarme a rastras de la casa,mientras yo lloraba y gritaba y Clarapermanecía escondida en la cocina.

Así que, cuando ahora cierro losojos, cuando me sumerjo en una especiede ensueño y me encuentro a mí mismaen ese paso subterráneo, puede que seacapaz de sentir el frío y oler su airerancio y nauseabundo, y puede asimismoque sea capaz de ver una figura queviene hacia mí, enfurecida y con el puñoalzado, pero seguramente nada de esosea cierto. El miedo que siento no es

cierto. Tampoco es cierto que la sombrame golpease y me dejase tirada en elsuelo, llorando y sangrando.

Sólo que sí lo es y yo lo vi. Resultatan estremecedor que apenas puedocreérmelo pero, del mismo modo queveo salir el sol, tengo la sensación deque se levanta la niebla que nublaba mientendimiento. Lo que él me contó esmentira. No son imaginaciones mías queme pegara. Lo recuerdo. Igual querecuerdo despedirme de Clara aquellanoche después de la fiesta y su manososteniendo la mía. E igual que recuerdoel miedo que sentí cuando me encontré amí misma en el suelo junto a ese palo degolf. Y ahora sé, lo sé con total certeza,

que no fui yo quien lo blandió.No sé qué hacer. Subo corriendo al

piso de arriba, me pongo unospantalones vaqueros y unas zapatillasdeportivas y vuelvo rápidamente a laplanta baja. Marco el número de lacomisaría y lo dejo sonar un par deveces. Luego cuelgo. No sé qué hacer.Preparo café. Dejo que se enfríe. Marcoel número de la sargento Riley y luegovuelvo a colgar de inmediato. No mecreerá. Sé que no lo hará.

Me dirijo a la estación. Es domingo,así que el primer tren no pasará hastadentro de media hora. No tengo nada quehacer salvo permanecer sentada en elbanco y darles vueltas y más vueltas a

mis pensamientos, pasando de laincredulidad a la desesperación y luegovuelta a comenzar.

Todo era mentira. No eranimaginaciones mías que me golpeara.No eran imaginaciones mías que sealejara de mí con los puños cerrados. Vicómo se daba la vuelta y gritaba. Vicómo se alejaba calle abajo con unamujer. Vi cómo se metía en el coche conella. No eran imaginaciones mías. Yentonces me doy cuenta de que es todomuy simple. Extremadamente simple. Yalo recordaba: el problema es que habíaconfundido dos recuerdos. Habíainsertado la imagen de Anna alejándosede mí en su vestido azul en otro

escenario: Tom y una mujer metiéndoseen el coche. Porque por supuesto queesta mujer no llevaba un vestido azul,sino pantalones vaqueros y una camisetaroja. Era Megan.

ANNA

Domingo, 18 de agosto de2013Primera hora de la mañana

Tiro con todas mis fuerzas el móvil porencima de la cerca y aterriza en algúnlugar del terraplén de las vías del tren.Me parece oír cómo cae cuesta abajo.Me parece que todavía puedo oír su voz.«Hola. Soy yo. Déjame un mensaje». Meparece que la estaré oyendo durante

mucho tiempo.Para cuando vuelvo a entrar en la

casa, él ya ha llegado al pie de laescalera. Parpadea repetidamente y memira con cara de sueño. Todavía estáadormilado.

—¿Qué sucede?—Nada —digo, pero yo misma

percibo el temblor de mi voz.—¿Qué estabas haciendo afuera?—Me ha parecido oír a alguien —le

digo—. Algo me ha despertado y ya nohe podido volver a dormirme.

—El teléfono ha sonado —explicamientras se frota los ojos.

Entrelazo las manos para evitar quetiemblen.

—¿Cómo? ¿Qué teléfono?—El nuestro. —Me mira como si

estuviera loca—. Ha sonado. Alguien hallamado y luego ha colgado.

—Oh. Pues no se me ocurre quiénhabrá podido ser.

Él se ríe.—Claro que no. ¿Estás bien? —Se

acerca a mí y me rodea la cintura conlos brazos—. Estás algo rara. —Memantiene sujeta durante un rato con lacabeza apoyada en mi pecho—. Si hasoído algo, deberías haberme despertado.No deberías haber salido al jardín túsola. Eso es cosa mía.

—Estoy bien —le digo, pero he deapretar con fuerza los dientes para evitar

su castañeteo. Él me besa en los labios ymete la lengua en mi boca.

—Volvamos a la cama —sugiere.—Creo que me voy a tomar un café

—le contesto yo, intentando liberarmede su abrazo.

Él no me suelta. Desliza una mano enmi nuca y sus brazos me sujetan confuerza.

—Vamos —dice—. Ven conmigo.No aceptaré un no por respuesta.

RACHEL

Domingo, 18 de agosto de2013Mañana

No estoy muy segura de qué hacer, asíque me limito a llamar al timbre. Mepregunto si debería haber llamado antespor teléfono. No es de buena educaciónpresentarse en casa de alguien sin avisarun domingo por la mañana, ¿no? Sueltouna risita nerviosa. Estoy algo histérica.

La verdad es que no sé muy bien quéestoy haciendo.

Nadie me abre la puerta. Lasensación de histeria aumenta cuando memeto por el estrecho callejón lateral ycomienzo a rodear la casa. Tengoasimismo una fuerte sensación de déjàvu. Me acuerdo de aquella mañana en laque vine y cogí a la niña. No pretendíahacerle ningún daño. Ahora estoy segurade ello.

Mientras recorro el callejón lateralbajo la fresca sombra de la casa meparece oír la voz de la pequeña Evie yme pregunto si son imaginaciones mías.Pero no, ahí está, sentada en el patio conAnna. Llamo a ésta al tiempo que salto

la cerca. Ella se vuelve hacia mí.Esperaba que me recibiera con sorpresa,o ira, pero apenas parece inmutarse.

—Hola, Rachel —dice y se pone enpie; tras coger a su hija de la mano, seme queda mirando con expresión seria ytranquila. Tiene los ojos rojos y elrostro pálido y limpio, sin rastro algunode maquillaje—. ¿Qué quieres? —mepregunta.

—He llamado al timbre —le digo.—No lo he oído —contesta, y luego

coge a su hija en brazos y comienza adar media vuelta como si fuera ameterse en casa. De repente, sinembargo, se detiene. No entiendo porqué no está gritándome.

—¿Dónde está Tom, Anna?—Ha salido. Había quedado con sus

amigos del ejército.—Tenemos que marcharnos de aquí,

Anna —le digo entonces, y ellacomienza a reírse.

ANNA

Domingo, 18 de agosto de2013Mañana

Por alguna razón, de repente todo esteasunto me parece muy gracioso. Lapobre Rachel en mi jardín, toda roja ysudorosa, diciéndome que tenemos quemarcharnos. Nosotras dos.

—¿Adónde? —le pregunto cuandodejo de reír, y ella se me queda mirando

con la expresión en blanco y sin saberqué decir—. No pienso ir a ningunaparte contigo.

Evie se retuerce y se queja, de modoque la vuelvo a dejar en el suelo. Tengola piel irritada y sensible de lo muchoque me la he frotado esta mañana en laducha, y el interior de la boca —tantolos carrillos como la lengua— doloridospor los mordiscos que me he dado.

—¿Cuándo volverá? —me pregunta.—Todavía tardará un rato. No lo sé

bien.En realidad, no tengo ni idea de

cuándo volverá. A veces puede pasarsetodo el día en el muro de escalada. O almenos eso creía yo. Ahora ya no lo sé.

Sí sé que esta vez ha cogido la bolsadel gimnasio. No tardará mucho en darsecuenta de que el móvil ha desaparecido.

Había pensado en ir con Evie a casade mi hermana, pero el móvil mepreocupa. ¿Y si alguien lo encuentra? Enesta zona de las vías suele habertrabajadores ferroviarios: uno de ellospodría encontrarlo y entregárselo a lapolicía. En él están ahora mis huellasdactilares.

Luego he pensado que quizá no estan difícil recuperarlo, pero para ellotendría que esperar hasta que fuera denoche para que nadie me viera.

De repente, me vuelvo a dar cuentade que Rachel todavía está hablando y

haciéndome preguntas. No estabaescuchándola. Me siento muy cansada.

—Anna —dice, acercándose a mí yescrutándome con sus intensos ojosnegros—. ¿Los has visto alguna vez?

—¿A quiénes?—A sus amigos del ejército. ¿Te los

ha presentado alguna vez? —Yo niegocon la cabeza—. ¿No te parece extraño?—Lo que me parece realmente extrañoes que ella aparezca en mi jardín undomingo por la mañana.

—En realidad, no —contesto—.Forman parte de otra vida. De otra desus vidas. Como tú. O eso esperábamos.Lamentablemente, nunca conseguimoslibrarnos de ti. —Ella encoge el rostro.

Eso le ha dolido—. ¿Qué estás haciendoaquí, Rachel?

—Ya sabes por qué estoy aquí —dice—. Sabes que algo… algo estápasando. —Su expresión es grave, comosi estuviera preocupada por mí. Bajootras circunstancias, resultaríaconmovedor.

—¿Te apetece una taza de café? —leofrezco. Ella asiente.

Preparo café y nos sentamos en elpatio en un silencio que resulta casiamigable.

—¿Qué estás sugiriendo? —pregunto finalmente—. ¿Que sus amigosdel ejército no existen? ¿Que se los hainventado? ¿Que en realidad está con

otra mujer?—No lo sé —dice.—¿Rachel? —Levanta la mirada

hacia mí y advierto en sus ojos que tienemiedo—. ¿Hay algo que quierasdecirme?

—¿Has conocido alguna vez a lafamilia de Tom? —me pregunta—. ¿Asus padres?

—No. No se hablan. Dejaron dehacerlo cuando te dejó por mí.

Ella niega con la cabeza.—Eso no es cierto —dice—. Yo

tampoco los llegué a conocer nunca,¿por qué les iba a importar que Tom medejara?

En mi cabeza hay una oscuridad,

justo en la base de mi cráneo. Heintentado mantenerla a raya desde que oíla voz de Megan en el móvil, pero ahoraestá comenzando a crecer y cada vez vaa más.

—No te creo —le digo yo—. ¿Porqué iba Tom a mentir acerca de algo así?

—Porque miente acerca de todo.Me pongo en pie y me alejo de ella.

Me molesta que me diga esto. Perotambién estoy molesta conmigo mismaporque me parece que le creo. En elfondo, siempre he sabido que Tommiente. Es sólo que, en el pasado, susmentiras me convenían.

—Miente muy bien —le digo—. Túnunca te enteraste de lo nuestro,

¿verdad? Durante todos esos meses enlos que él y yo quedábamos para follarcomo animales en esa casa de CranhamStreet, tú nunca sospechaste nada.

Rachel traga saliva ruidosamente yse muerde el labio con fuerza.

—Megan —dice—. ¿Qué hay deMegan?

—Ya lo sé todo. Tuvieron unaaventura. —Estas palabras me suenanextrañas… Me parece que es la primeravez que las digo en voz alta. Me haengañado. A mí—. Estoy segura de quete hace gracia —prosigo—, pero ahoraella ya no está, así que ya no importa,¿verdad?

—Anna…

La oscuridad es cada vez mayor.Siento su fuerte presión en el cráneo yme nubla la vista. Cojo a mi hija de lamano y comienzo a tirar de ella hacia lacasa. Evie protesta a gritos.

—Anna…—Tuvieron una aventura. Eso es

todo. Nada más. No significanecesariamente que…

—¿Que la matara?—¡No digas eso! —le grito—. No

digas eso delante de mi hija.Le doy a Evie su desayuno de media

mañana y ella se lo come sin quejarsepor primera vez en semanas. Es casicomo si supiera que ahora mismo tengootras cosas de las que preocuparme, y la

adoro por ello. Me siento mucho mástranquila cuando volvemos a salir aljardín a pesar de que Rachel todavíaestá aquí, junto a la cerca del fondo,mirando cómo pasan los trenes. Al cabode un rato, se da cuenta de que he vueltoa salir y se acerca a mí.

—Te gustan los trenes, ¿verdad? Yolos odio. Los detesto con todas misfuerzas —le digo.

Ella se me queda mirando con unamedia sonrisa. Advierto que tiene unprofundo hoyuelo en el costadoizquierdo de la cara. No había reparadoen ello antes. Supongo que no la habíavisto sonreír demasiado. O nunca.

—Otra cosa sobre la que me mintió

—dice—. A mí me dijo que te encantabaesta casa, trenes incluidos. También queno tenías intención alguna de buscar unanueva y que querías mudarte con élaunque yo hubiera vivido aquí antes.

Niego con la cabeza.—¿Por qué demonios iba Tom a

decirte eso? —le pregunto—. Es unaabsoluta patraña. Llevo dos añosintentando convencerlo para que vendaesta casa.

Ella se encoge de hombros.—Porque miente, Anna. Todo el

rato.La oscuridad sigue creciendo. Cojo

a Evie y ella se sienta alegremente en miregazo. Al poco, empieza a quedarse

adormilada bajo la luz del sol.—Entonces ¿todas esas llamadas no

eran tuyas? —digo. De repente, todocomienza a tener sentido—. Es decir, séque algunas sí lo eran, pero otras…

—Supongo que eran de Megan, sí.Es curioso. A pesar de que ahora sé

que he estado odiando a la mujerequivocada, sigo sintiendo aversión porRachel. Es más, verla así —tranquila,preocupada, sobria— hace que la veacomo era antes y todavía me cae peor,pues empiezo a vislumbrar lo que éldebió de ver en ella. Lo que debió deamar.

Bajo la mirada al reloj y miro lahora. Son poco más de las once. Creo

que Tom ha salido de casa sobre lasocho. Puede incluso que un poco antes.A estas horas ya debe de haberse dadocuenta de lo del móvil. A lo mejor creeque se ha caído de la bolsa. A lo mejorcree que está debajo de la cama.

—¿Desde cuándo lo sabes? —lepregunto—. Me refiero a lo de laaventura.

—No lo sabía —contesta—. Hastahoy. Desconozco los pormenores, perosé que la tuvieron.

Afortunadamente, se queda calladapues ahora mismo no estoy segura deque pudiera oírla hablar acerca de lainfidelidad de mi marido. La idea de queella y yo —la gorda y triste Rachel y yo

— estemos ahora en el mismo barco meresulta insoportable.

—¿Crees que era suyo? —mepregunta—. ¿Crees que el bebé erasuyo?

La estoy mirando, pero no la veo.No veo nada salvo la oscuridad y nooigo nada salvo un rumor como el delmar o el motor de un avión.

—¿Qué has dicho?—El… Lo siento —dice

sonrojándose—. No debería haber…Cuando murió estaba embarazada.Megan estaba embarazada. Lo sientomucho.

Pero no lo siente para nada, estoysegura de ello, y no quiero venirme

abajo delante de ella. Bajo la miradahacia Evie y me acomete una oleada detristeza como nunca antes la habíasentido, que me deja sin aliento. Elhermano de Evie. La hermana de Evie.Muertos. Rachel se sienta a mi lado yme rodea los hombros con el brazo.

—Lo siento —vuelve a decir y meentran ganas de darle un puñetazo. Lasensación de su piel contra la mía meprovoca repelús. Quiero empujarla ygritarle, pero no puedo. Ella me dejallorar durante un rato y luego dice en untono de voz claro y decidido—: Anna,creo que deberíamos marcharnos. Creoque deberías hacer una maleta con algode ropa para ti y para Evie y luego

deberíamos marcharnos. Si quieres,puedes venir a casa. Hasta… hasta quesolucionemos esto.

Yo me seco los ojos y me aparto deella.

—No pienso dejarlo, Rachel. Tuvouna aventura, sí, pero tampoco era laprimera vez, ¿no? —Comienzo a reírmey Evie se une a mí.

Rachel suspira y se pone en pie.—Sabes perfectamente que no se

trata sólo de una aventura, Anna. Sé quelo sabes.

—No sabemos nada —digo, a lo queella contesta en un tono de voz tan bajocomo un susurro:

—Ella subió al coche con él.

Aquella noche. La vi. No lo recordaba.Al principio pensaba que eras tú. Perolo recuerdo. Ahora lo recuerdo.

—¡No! —Evie mete su pegajosamano en mi boca.

—Tenemos que hablar con lapolicía, Anna —señala, y da un pasohacia mí—. Por favor. No puedesquedarte aquí con él.

A pesar del sol, estoy tiritando.Intento pensar en la última vez queMegan vino a casa y en la expresión desu rostro cuando me dijo que ya nopodría seguir trabajando para nosotros.Trato de recordar si parecía contenta otriste. De pronto, otra imagen acude a mimente: una de las primeras veces que

vino a cuidar de Evie. Yo había quedadocon mis amigas, pero estaba tan cansadaque al final preferí irme a la cama. Tomdebió de llegar mientras yo estabadurmiendo porque cuando volví a laplanta baja ella estaba apoyada en laencimera y él estaba un poco demasiadocerca de ella. Evie estaba en la trona,llorando sin que ninguno de los dos leprestara atención.

Tengo mucho frío. ¿Me di cuentaentonces de que él la deseaba? Meganera rubia y hermosa, se parecía a mí.Así que sí, seguramente me di cuenta,del mismo modo que, cuando voycaminando por la calle, me doy cuenta sihombres casados que van con sus

esposas y sus hijos en brazos me miran ypiensan en ello. Así que quizá me dicuenta. La deseaba y la tuvo. Pero lootro no me lo creo. Lo otro no puedehaberlo hecho.

Tom no. Amante, esposo en dosocasiones. Un padre. Un buen padre ysostén incansable de su familia.

—Tú lo querías —le recuerdo—. Ytodavía lo quieres, ¿verdad?

Ella niega con la cabeza, pero lohace sin convicción.

—Sí que lo haces. Y sabes… sabesque lo que estás diciendo es imposible,¿verdad?

Me pongo en pie al tiempo que mellevo a Evie a los brazos y me acerco a

ella.—Él no puede haberlo hecho,

Rachel. Sabes perfectamente que no. Túno podrías querer a un hombre capaz dehacer algo así.

—Pero lo hice —dice—. Ambas lohicimos.

Comienzan a resbalar lágrimas porsus mejillas. Se las seca y, al hacerlo, suexpresión cambia y pierde su color. Yano me está mirando a mí. Ahora lo hacepor encima de mi hombro. Cuando mevuelvo y sigo su mirada, veo a Tomobservándonos a través de la ventana dela cocina.

MEGAN

Viernes, 12 de julio de 2013Mañana

Ella me ha obligado a cambiar deplanes. O quizá él, pero mi instinto medice que es niña. O es mi corazón quienme lo dice, no lo sé. Puedo sentirla delmismo modo que lo hice entonces, hechaun ovillo, una semilla dentro de unavaina, sólo que esta semilla estásonriendo. Esperando que llegue sumomento. No puedo odiarla. Y tampoco

puedo librarme de ella. No puedo. Creíaque sería capaz, creía que estaríadesesperada por hacerlo, pero cuandopienso en ella lo único que puedo ver esel rostro de Libby y sus grandes ojosnegros. Puedo oler su piel. Puedo sentirlo fría que estaba al final. No soy capazde librarme de ella. No quiero. Quieroamarla.

No puedo odiarla, pero me damiedo. Me da miedo lo que me hará, olo que yo le haré a ella. Es ese miedo loque me ha despertado poco después delas cinco de la mañana, bañada en sudora pesar de dormir con las ventanasabiertas y estar sola. Scott ha ido a unaconferencia a alguna parte de

Hertfordshire, o Essex, o algo así.Regresa esta noche.

¿Por qué siempre me muero porestar sola cuando él está aquí y, encambio, cuando se marcha no puedosoportarlo? No puedo soportar elsilencio. He de hablar en voz alta sólopara disiparlo. Esta mañana, en la cama,no he podido dejar de hacermepreguntas. ¿Y si vuelve a suceder? ¿Quépasará cuando esté a solas con ella?¿Qué pasará si él no quiere saber nadade mí, de nosotras? ¿Qué pasará sisospecha que no es hija suya?

Puede que sí lo sea, claro está. Enrealidad, no lo sé. Pero tengo lasensación de que no lo es. Del mismo

modo que tengo la sensación de que esniña. En cualquier caso, ¿cómo va aenterarse de que no es suya? No lo hará.No puede. Estoy siendo ridícula. Estarámuy feliz. Saltará de alegría cuando selo diga. La idea de que pueda no sersuya ni se le pasará por la cabeza.Decírselo sería cruel, le rompería elcorazón, y yo no quiero hacerle daño.Nunca he querido hacerle daño.

No puedo evitar ser como soy.«Pero sí lo que haces», eso es lo que

dice Kamal.Poco después de las seis lo he

llamado. El silencio me estabaasfixiando y estaba comenzando aentrarme el pánico. Primero se me ha

ocurrido llamar a Tara —sabía quevendría corriendo—, pero luego hepensado en lo empalagosa ysobreprotectora que se pondría y nopodría soportarlo. Kamal es la únicapersona que se me ha ocurrido acontinuación. Lo he llamado a casa y lehe dicho que tenía un problema, que nosabía qué hacer y que estaba histérica.Ha venido de inmediato. No sin más,pero casi. Puede que yo haya exageradoun poco. Puede que él haya temido quefuera a hacer Algo Estúpido.

Estamos en la cocina. Todavía estemprano, poco más de las siete ymedia. Él tiene que marcharse pronto siquiere llegar a tiempo a su primera cita.

Me lo quedo mirando. Está sentado a lamesa de la cocina, enfrente de mí, conlas manos cuidadosamente entrelazadasy mirándome de frente con sus profundosojos de ciervo. Siento amor. Ha sido tanbueno conmigo a pesar de lo lamentableque ha sido mi comportamiento…

Tal y como esperaba que hiciera, élme ha perdonado todo. Todos mispecados. Ha hecho borrón y cuentanueva. Me ha dicho que, a no ser que meperdone a mí misma, ese episodio de mivida seguiría atormentándome y nuncasería capaz de dejar de huir. Y ya nopuedo seguir haciéndolo, ¿verdad? Noahora que ella está aquí.

—Tengo miedo —le digo—. ¿Y si

vuelvo a hacerlo mal? ¿Y si hay algomal en mí? ¿Y si las cosas van mal conScott? ¿Y si vuelvo a terminar sola? Nosé si puedo hacerlo. Tengo tanto miedode volver a quedarme sola; es decir,sola con una hija…

Él se inclina hacia delante y pone lamano sobre la mía.

—No lo harás mal. No. Ya no eresuna niña perdida y afligida. Ahora eresuna persona completamente distinta.Eres más fuerte. Eres una adulta. Nodebes tener miedo a estar sola. No es lopeor posible, ¿verdad?

No digo nada, pero no puedo evitarpreguntarme si no lo es, pues al cerrarlos ojos puedo evocar la sensación que

me invade cuando estoy a punto dedormirme y me despierto de golpe. Es lasensación de estar sola en una casaoscura, escuchando los lloros de la niñay esperando oír los pasos de Mac en elsuelo de madera de la planta baja y asabiendas de que no aparecerá.

—No puedo decirte qué debes hacercon Scott. Tu relación con él… bueno,yo ya he expresado mis inquietudes alrespecto, pero has de ser tú quien decidasi confías en él y si quieres que cuide deti y tu hija. Esa decisión ha de serúnicamente tuya. En cualquier caso, sícreo que puedes confiar en ti misma,Megan. Puedes confiar en que harás locorrecto.

Me trae una taza de café al jardín.Yo la dejo a un lado y lo rodeo con losbrazos, atrayéndolo hacia mí. A nuestraespalda, un tren se detiene en elsemáforo. El ruido que hace al frenar escomo una barrera, un muro que nosrodea y tengo la sensación de queestamos verdaderamente solos. Él merodea con los brazos y me besa.

—Gracias —le digo—. Gracias porhaber venido. Por estar aquí.

Él sonríe y, tras apartarse de mí, meacaricia la mejilla con el pulgar.

—Todo irá bien, Megan.—¿No podría huir contigo? Tú y

yo… ¿no podríamos huir juntos?Él se ríe.

—No me necesitas. Y no necesitasseguir huyendo. Todo irá bien. Tú y tuhija estaréis bien.

Sábado, 13 de julio de 2013Mañana

Sé lo que tengo que hacer. Ayer estuvedándole vueltas todo el día y toda lanoche. Apenas he dormido. Scott volvióa casa agotado y de un humor de perros.Lo único que quería hacer era comer,follar y dormir. No hubo tiempo paranada más. Desde luego, no era elmomento adecuado para hablar acerca

de nada de esto.Me paso casi toda la noche

despierta, con su caliente e inquietocuerpo a mi lado, y finalmente tomo unadecisión. Voy a hacer lo correcto. Voy ahacerlo todo bien. Si lo hago todo bien,nada puede salir mal. O, si lo hace, nopuede ser culpa mía. Amaré a esta niñay la criaré sabiendo que hice lo correctodesde el principio. Bueno, puede que nodesde el principio, pero sí desde elmomento en el que supe que estabaembarazada. Se lo debo a esta bebé,pero también a Libby. A ella le debohacerlo todo de forma distinta esta vez.

Mientras permanezco tumbada,pienso en lo que me dijo aquel profesor

y en todas las cosas que he sido: niña,adolescente rebelde, fugitiva, puta,amante, mala madre, mala esposa. Noestoy segura de que pueda reinventarmea mí misma como buena esposa, perocomo buena madre he de intentarlo.

Será difícil. Puede que lo más difícilque haya hecho nunca, pero voy a contarla verdad. Se acabaron las mentiras, seacabó esconderse, se acabó huir, seacabaron las tonterías. Voy a poner todoencima de la mesa y luego ya veremos.Si él deja de quererme, que así sea.

Tarde

Tengo la mano en su pecho y lo empujotan fuerte como puedo, pero él es muchomás fuerte que yo y apenas puedorespirar. Me está presionando la tráqueacon el antebrazo y comienzo a sentir laspulsaciones del flujo sanguíneo en lassienes y se me nubla la vista. Con laespalda pegada a la pared, intento gritary lo agarro de la camiseta. Finalmenteme suelta y se aparta de mí. Yo medeslizo poco a poco por la pared hastael suelo de la cocina.

Toso y escupo mientras las lágrimasme resbalan por las mejillas. Él seencuentra a unos pocos metros y cuandose vuelve hacia mí me llevoinstintivamente la mano a la garganta

para protegerla. En su rostro adviertovergüenza y quiero decirle que no pasanada, que estoy bien, pero al abrir laboca, no consigo pronunciar palabraalguna, sólo toser más. El dolor esincreíble. Él me dice algo pero no puedooírlo. Es como si estuviéramos debajodel agua y el sonido estuviera apagado yme llegara en ondas imprecisas. Noconsigo entender nada.

Creo que me está diciendo que losiente.

Me pongo de pie, lo empujo a unlado para poder pasar y, tras subircorriendo al dormitorio, cierro la puertaa mi espalda con llave. Luego me sientoen la cama y espero que venga a por mí,

pero no lo hace. Al final, me pongo enpie, cojo la bolsa que guardo debajo dela cama y me dirijo a la cómoda abuscar algo de ropa. De repente, me veoen el espejo y me llevo la mano a lacara: está sorprendentemente blanca encontraste con la piel enrojecida de mirostro, los labios púrpura y los ojosinyectados en sangre.

Una parte de mí está escandalizada,pues él nunca antes me había puesto lamano encima de este modo. Otra partede mí, sin embargo, esperaba algo así.En el fondo, siempre supe que esto erauna posibilidad, que esto era hacia loque nos dirigíamos. El lugar al que yo loestaba conduciendo. Muy despacio,

comienzo a coger cosas de los cajones(ropa interior, un par de camisetas) y lasmeto en la bolsa.

Ni siquiera he llegado a contárselotodo. Sólo he comenzado a hacerlo.Quería decirle primero lo malo y luegopasar a las buenas noticias. No queríahablarle primero del bebé y luegodecirle que quizá no era suyo. Eso meparecía demasiado cruel.

Estábamos en el patio. Él me estabahablando del trabajo y me ha pilladoausente.

—¿Te estoy aburriendo? —me hapreguntado.

—No. Bueno, quizá un poco —hedicho, él no se ha reído—. No, sólo

estoy distraída. Necesito decirte algo.En realidad, necesito decirte unascuantas cosas y algunas no te van agustar. En cambio otras…

—¿Qué es lo que no me va a gustar?Debería haberme dado cuenta de que

ése no era el momento. No estaba dehumor. De inmediato se ha mostradoreceloso, y ha examinado mi rostro enbusca de pistas. Debería haberme dadocuenta de que esto era una idea terrible.Supongo que lo he hecho, pero ya erademasiado tarde para echarme atrás. Y,en cualquier caso, ya había tomado unadecisión. Hacer lo correcto.

Me he sentado a su lado en elbordillo del pavimento y he deslizado la

mano entre las suyas.—¿Qué es lo que no me va a gustar?

—me ha vuelto a preguntar, pero no meha soltado la mano.

Yo le he dicho que lo quería y henotado cómo se tensaban todos losmúsculos de su cuerpo. Ha sido como sisupiera lo que estaba a punto de oír y seestuviera preparando para ello. Cuandoa uno le dicen que lo quieren de estemodo, intuye lo que viene acontinuación, ¿no? Te quiero, de verdad,pero… Pero.

Le he dicho que había cometidoalgunas equivocaciones y me ha soltadola mano, se ha puesto en pie y se haalejado unos metros en dirección a las

vías antes de volverse hacia mí.—¿Qué tipo de equivocaciones? —

me ha preguntado. Su tono de voz eratranquilo, pero he notado que estabahaciendo un esfuerzo para mantenerlaasí.

—Siéntate aquí conmigo —le hedicho—. Por favor.

Él ha negado con la cabeza.—¿Qué tipo de equivocaciones,

Megan? —me ha vuelto a preguntar, estavez más alto.

—Hubo… Ya no, pero hubo… otro—le he dicho al fin manteniendo la vistaen el suelo. No podía mirarlo a la cara.

Él entonces ha dicho algo entredientes pero no he podido oírlo bien.

Cuando he levantado la mirada, él sehabía vuelto otra vez y estaba mirandolas vías con las manos en las sienes. Yome he puesto en pie y me he acercado aél. Al llegar a su altura he colocado lasmanos en sus caderas, pero él se haapartado, se ha dado la vuelta paravolver a entrar en casa y, sin mirarme,ha soltado:

—¡No me toques, so puta!Debería haber dejado que se

marchara para que tuviera tiempo deasimilarlo todo, pero no he podido.Quería dejar atrás lo malo para llegar alo bueno, así que lo he seguido a la casa.

—Scott, por favor, escúchame. Noes tan terrible como piensas. Ya ha

terminado. Del todo, por favor,escúchame, por favor…

Él ha cogido entonces la fotografíade ambos que tanto le gusta —la quehice enmarcar y le regalé por nuestrosegundo aniversario de boda— y me laha tirado a la cabeza tan fuerte como hapodido (por suerte, ha impactado contrala pared que había a mi espalda). Luegoha venido a por mí, me ha agarrado porlos brazos y tras arrastrarme por elsalón, me ha arrojado contra la paredopuesta, haciendo que me golpeara lacabeza con el yeso. Entonces se hainclinado hacia delante con el antebrazoen mi tráquea y ha comenzado apresionar cada vez más fuerte sin decir

nada. Ha cerrado los ojos para no tenerque ver cómo me asfixiaba.

En cuanto la bolsa está llena, ladeshago y vuelvo a meter otra vez lascosas en los cajones. Si intento salir deaquí con ella, no me dejará marchar. Hede salir con las manos vacías, sólo conel bolso y el móvil. Luego vuelvo acambiar de idea y empiezo a meter todoen la bolsa de nuevo. No sé adónde voya ir, pero aquí no puedo quedarme. Sicierro los ojos, puedo volver a sentir suantebrazo en mi garganta.

No se me ha olvidado lo que hedecidido —se acabó huir, se acabóesconderse—, pero esta noche no puedoquedarme aquí. Oigo pasos en la

escalera, lentos y pesados. Tardan siglosen llegar arriba. Normalmente, Scottsube los escalones de dos en dos. Hoy,en cambio, parece un hombre queasciende al cadalso. Lo que no sé es sise trata del condenado o del verdugo.

—¿Megan? —dice. No intenta abrirla puerta—. Megan, siento haberte hechodaño. De verdad, siento mucho habertehecho daño.

El tono de su voz delata suslágrimas. Eso me enfurece y me entranganas de salir de aquí y arañarle la cara.«No te atrevas a llorar, no después de loque me acabas de hacer». Estoy furiosacon él. Tengo ganas de decirle a gritosque se largue y se aleje de mí, pero me

muerdo la lengua. No soy idiota. Tienerazones para estar enfadado. Y yo he depensar de forma racional. He de pensarcon claridad. Ahora lo hago por dos.Esta confrontación me ha dado fuerzas,me ha vuelto más determinada. Oigocómo Scott me suplica perdón, peroahora no puedo pensar en eso. Ahoramismo tengo otras cosas que hacer.

En el fondo del armario, detrás detres hileras de cajas de zapatoscuidadosamente etiquetadas, hay unacaja de color gris oscuro en la que pone«botas de cuña rojas». Dentro hay unviejo móvil de tarjeta que compré haceaños y que guardé por si acaso. Hacetiempo que no lo utilizo, pero hoy voy a

hacerlo. Voy a ser honesta. Voy a ponertodo encima de la mesa. Se acabaron lasmentiras, se acabó esconderse. Hallegado el momento de que Papá asumasus responsabilidades.

Me siento en la cama y presiono elbotón de encendido del móvil con laesperanza de que todavía tenga batería.Cuando se enciende, noto cómo laadrenalina inunda mi cuerpo. Me hacesentir algo mareada y con náuseas, perotambién me provoca cierta euforia,como si estuviera colocada. Estoycomenzando a disfrutar de la idea deponer todo encima de la mesa ypreguntarle —a él y a todos— quésomos y hacia dónde vamos. Al final del

día, todo el mundo sabrá en qué lugar seencuentra.

Marco su número. Como era deesperar, me salta directamente el buzónde voz. Cuelgo y le envío un mensaje detexto: «Necesito hablar contigo. ESURGENTE. Llámame». Luego espero.

Miro el registro de llamadas. Noutilizaba este móvil desde el pasadoabril. Hice muchas llamadas, todas ellassin contestar, entre finales de marzo yprincipios de abril. Llamé y llamé yllamé, pero él me ignoró. Ni siquierarespondió a las amenazas de que iría asu casa y hablaría con su esposa. Creoque ahora me escuchará. No voy adejarle otra opción.

Cuando comenzamos todo esto, noera más que un juego. Una distracción.Solíamos vernos de vez en cuando. Élaparecía por la galería y sonreía yflirteaba. Era inofensivo: había muchoshombres que aparecían por la galería ysonreían y flirteaban. Pero luego lagalería cerró y yo comencé a pasar losdías en casa, aburrida e inquieta.Necesitaba algo más, algo distinto. Yentonces un día nos encontramos por lacalle, comenzamos a hablar y lo invité atomar una taza de café (Scott estaba deviaje). Por cómo me miró, supeexactamente qué estaba pensando y, enefecto, terminó sucediendo. Y luego otravez. Nunca esperaba que la cosa fuera

más allá. No quería que la cosa fueramás allá. Sólo disfrutaba sintiéndomedeseada; me gustaba la sensación decontrol. Tan sencillo y estúpido comoesto. No quería que dejara a su esposa;sólo quería que quisiera dejarla. Que medeseara hasta ese punto.

No recuerdo cuándo comencé acreer que la cosa podía ser algo más,que deberíamos ser algo más, queéramos perfectos el uno para el otro. Encuanto lo hice, noté que él comenzaba adistanciarse. Dejó de escribirmemensajes de texto y de contestar misllamadas. Nunca me había sentido tanrechazada. Nunca. Lo odiaba. Entoncesse convirtió en otra cosa: una obsesión.

Al final, pensé que podría salir indemnede todo ello; quizá algo magullada, perosin daños mayores. Ahora, sin embargo,la cosa ya no es tan sencilla.

Scott sigue al otro lado de la puerta.No puedo oírlo, pero lo noto. Me metoen el cuarto de baño y vuelvo a marcarel número. Otra vez salta el buzón devoz, así que cuelgo y vuelvo a marcar. Yluego otra vez. Al final, dejo unmensaje: «Coge el teléfono o iré a tucasa. Esta vez lo digo en serio. Tenemosque hablar. No puedes simplementeignorarme».

Dejo el móvil en el borde del lavaboy me quedo de pie, esperando a que mellame. La pantalla permanece

obstinadamente gris. Mientras tanto, mecepillo el pelo, me lavo los dientes y memaquillo un poco. Estoy recuperando micolor de piel. Mis ojos siguenenrojecidos y todavía me duele lagarganta, pero ya tengo mejor aspecto.Comienzo a contar. Si el móvil no suenaantes de que llegue a cincuenta, iré hastasu casa y llamaré a su puerta. No lohace.

Tras guardármelo en el bolsillo delos pantalones vaqueros, salgo delcuarto de baño, cruzo rápidamente eldormitorio y abro la puerta. Scott estásentado en el suelo del pasillo con lasmanos en las rodillas y la cabeza gacha.No levanta la mirada, de modo que paso

por delante de él y empiezo a bajar laescalera tan rápido que casi me quedosin aliento. Temo que venga detrás de míy me empuje. Oigo cómo se pone en piey exclama:

—¿Megan? ¿Adónde vas? ¿Vas a verese tipo?

Al llegar al pie de la escalera, medoy la vuelta.

—No hay ningún tipo, ¿de acuerdo?Eso ya terminó.

—Por favor, espera, Megan. No tevayas.

No quiero oírlo suplicar. No quierooír ese tono de voz quejumbroso yautocompasivo. No cuando tengo lagarganta como si alguien me hubiera

obligado a tragar ácido.—¡No me sigas! —exclamo—. ¡Si

lo haces, no regresaré! ¿Lo entiendes?¡Si me doy la vuelta y te veo detrás demí, no me volverás a ver nunca más!

Cuando cierro la puerta de entradadetrás de mí le oigo exclamar minombre.

Espero un momento en la acera paraasegurarme de que no me sigue y luegocomienzo a recorrer Blenheim Road.Primero lo hago a toda prisa, pero pocoa poco mi paso se va haciendo máslento. Cuando llego al número 23, heperdido el valor. Me doy cuenta de quetodavía no estoy preparada para estaescena. Antes necesito un minuto para

recobrar la compostura. Unos minutos.Así pues, sigo adelante y dejo la casa deTom atrás. Tras pasar por delante delpaso subterráneo y de la estación, llegopor fin al parque. Una vez ahí, vuelvo amarcar su número.

Le digo que estoy en el parque y quelo esperaré aquí, pero que si no aparece,pienso presentarme en su casa. Es suúltima oportunidad.

Es una tarde encantadora. Son pocomás de las siete pero todavía hay luz yhace calor. Unos niños están jugando enlos columpios y en el tobogán mientrassus padres permanecen a un lado,charlando animadamente. Es una escenaagradable y normal, pero mientras la

contemplo tengo la terrible sensación deque Scott y yo no traeremos a nuestrahija aquí a jugar. Soy incapaz deimaginarnos así de felices y relajados.Ya no. No después de lo que he hecho.

Esta mañana estaba convencida deque poner las cartas sobre la mesa era lamejor opción. No sólo la mejor, sino laúnica posible. Se acabaron las mentiras,se acabó esconderse. Y cuando Scott meha hecho daño, todavía me heconvencido más de ello. Sentada aquí asolas, sin embargo, pienso en el hechode que por mi culpa Scott no sólo estáenfadado sino destrozado, y ya no estoytan segura de que fuera una buena idea.Creo que no estaba siendo fuerte sino

insensata, y es innegable que he causadoun gran daño.

Puede que la valentía que necesitono tenga que ver con contar la verdadsino con huir. No es sólo el desasosiegolo que me empuja a ello. Por el bien demi hija y el mío, he de marcharme y huirde ambos, de todo esto. Puede que huir yesconderme sea justo lo que necesitohacer.

Me pongo en pie y doy otra vueltamás por el parque. En parte deseo quesuene el móvil, pero por otro lado lotemo. Al final me alegro de quepermanezca en silencio. Lo tomo comouna señal. Enfilo el camino de vuelta acasa.

Acabo de pasar por delante de laestación cuando lo veo. Está saliendodel paso subterráneo a grandeszancadas, con los hombros encorvados ylos puños cerrados. Antes de que puedapensarlo mejor, exclamo su nombre.

Él se vuelve hacia mí.—¡Megan! ¿Qué diablos…? —La

expresión de su rostro es de pura rabia,pero me hace una señal para que meacerque a él—. Ven —dice cuando estoya su lado—. Aquí no podemos hablar.Tengo el coche ahí.

—Sólo necesito…—¡Aquí no podemos hablar!

¡Vamos! —exclama al tiempo que meagarra del brazo. Luego, en un tono más

calmado, añade—: Iremos a algún lugarmás tranquilo, ¿de acuerdo? A algúnsitio en el que podamos hablar.

Cuando subo al coche, echo unvistazo por encima del hombro. El pasosubterráneo está oscuro, pero me parecever a alguien en la oscuridad. Alguienque nos mira.

RACHEL

Domingo, 18 de agosto de2013Tarde

En cuanto lo ve, Anna se da la vuelta ysale corriendo hacia el interior de lacasa. Con el corazón latiéndome confuerza y mucha cautela, la sigo y medetengo antes de llegar a las puertascorrederas. Desde ahí, veo cómo Tom laabraza. Sus brazos envuelven a Anna y a

la niña que ésta lleva. Ella inclina lacabeza. Los hombros le tiemblan. Él leda un beso en lo alto del cuerocabelludo, pero me está mirando a mí.

—¿Qué está pasando aquí? —pregunta con una leve sonrisa en loslabios—. He de decir que encontraros aambas charlando en el jardín no es loque esperaba cuando he llegado a casa.

Su tono de voz es animado, aunque amí no me engaña. Ya no. Abro la bocapara hablar, pero no se me ocurre quédecir. No sé por dónde empezar.

—¿Rachel? ¿Vas a decirme qué estápasando? —Tom suelta a Anna y da unpaso hacia mí. Yo retrocedo y élcomienza a reír—. ¿Qué diantre te pasa?

¿Estás borracha? —pregunta, peroadvierto en su mirada que sabe queestoy sobria y, por una vez, estoy segurade que desearía que no lo estuviera.

Meto la mano en el bolsillo traserode los pantalones vaqueros y toco elmóvil que llevo dentro. Su tacto es duro,compacto y reconfortante. Sólo desearíatener el valor para hacer la llamada deuna vez. No importa si me creen o no. Sile digo a la policía que estoy con Anna ysu hija, vendrán de inmediato.

Tom se encuentra ahora a mediometro. Él está a un lado de la puertacorredera y yo al otro.

—Te vi —digo finalmente y sientouna fugaz pero innegable sensación de

euforia cuando pronuncio esas palabrasen voz alta—. Te crees que no meacuerdo de nada, pero sí que lo hago.Después de que me pegases y medejases ahí, en el paso subterráneo…

Él comienza a reírse, pero ahorapuedo verlo y me pregunto cómo puedeser que antes no me diera cuenta. En susojos hay pánico. Él se vuelve entonceshacia Anna, pero ésta no le devuelve lamirada.

—¿De qué estás hablando?—Del paso subterráneo. El día en el

que Megan Hipwell desapareció…—¡Oh, por el amor de Dios! —dice,

alzando una mano—. Yo no te pegué. Tecaíste —explica, y entonces coge a Anna

de la mano y la atrae hacia él—. ¿Esesto por lo que estás tan rara, querida?No le hagas caso. No dice más quetonterías. Yo no le he pegado. Nunca lehe puesto la mano encima. No de esemodo. —Rodea los hombros de Annacon un brazo y la atrae todavía máshacia él—. Ya te he contado cómo esRachel. Cuando bebe no se entera de loque pasa y se inventa la mayoría de…

—Te metiste en el coche con ella. Vicómo os marchabais juntos.

Él todavía está sonriendo, peroahora lo hace sin convicción y no sé sime lo imagino pero parece un poco máspálido. Vuelve a soltar a Anna y ella sesienta a la mesa, de espaldas a su

marido y con la niña en el regazo.Tom se pasa una mano por la boca y,

tras apoyar el cuerpo en la encimera dela cocina, cruza los brazos sobre elpecho.

—¿Me viste meterme en el cochecon quién?

—Con Megan.—¡Ah, claro! —Vuelve a reírse con

una carcajada alta y forzada—. Laúltima vez que hablamos sobre esto,dijiste que me habías visto en el cochecon Anna. Ahora es Megan. ¿Quién serála semana que viene? ¿Lady Di?

Anna levanta la mirada hacia mí.Una expresión de duda y esperanzaasoma fugazmente en su rostro.

—¿No estás segura? —me pregunta.Tom se arrodilla a su lado.—Claro que no está segura. Se lo

está inventando. Es lo que siempre hace.Cariño, por favor, ¿por qué no subes aldormitorio? Yo hablaré con Rachel. Teprometo que esta vez me aseguraré deque no nos vuelva a molestar —añadevolviéndose hacia mí.

Advierto que Anna vacila. Examinael rostro de Tom en busca de la verdadmientras él la mira directamente a losojos.

—¡Anna! —exclamo intentando quevuelva a ponerse de mi lado—. Losabes. Sabes que está mintiendo. Sabesque estaba acostándose con ella.

Durante un segundo, nadie dice nada.La mirada de Anna va de Tom a mí yluego de vuelta a él. Abre un momento laboca para decir algo, pero al final no lohace.

—¿A qué se refiere, Anna? Eso es…¡Entre Megan Hipwell y yo no habíanada!

—He encontrado el móvil, Tom —dice ella. Su tono de voz es tan bajo queresulta casi inaudible—. Así que, porfavor, no. No mientas. No me mientas.

La niña comienza a quejarse y alloriquear. Con mucho cuidado, Tom lacoge y se dirige hacia la ventanaacunándola y arrullándola. No puedo oírqué dice. Mientras tanto, Anna tiene la

cabeza inclinada y las lágrimas le caende la barbilla a la mesa.

—¿Dónde está? —pregunta Tomvolviéndose hacia nosotras. Ahora ya noríe—. El móvil, Anna. ¿Se lo has dado aella? —Me señala con un movimientode cabeza—. ¿Lo tienes tú?

—No sé nada de ningún móvil —ledigo, deseando que Anna hubieramencionado antes su existencia.

Tom me ignora.—¿Anna? ¿Se lo has dado a ella?Anna niega con la cabeza.—¿Dónde está?—Lo he tirado —responde—. Por

encima de la cerca. A las vías.—Buena chica. Buena chica —dice

distraídamente. Está intentando pensarqué hacer a continuación. Me mira unmomento y luego aparta la mirada. Porun segundo, me parece verlo derrotado.

Se vuelve hacia Anna.—Siempre estabas cansada —

explica—. Nunca te apetecía. Todogiraba alrededor de la niña, ¿no es así?O alrededor de ti, ¿verdad? ¡Todogiraba alrededor de ti! —De repente,está otra vez animado y, como si nada,comienza a hacerle muecas y cosquillasen la barriga a su hija, consiguiendo quesonría—. Y Megan era… Bueno, estabadisponible.

»Al principio, lo hacíamos en sucasa —prosigue—, pero ella tenía tanto

miedo de que Scott la descubriera quecomenzamos a encontrarnos en el Swan.Era… Bueno, tú ya lo sabes, ¿no, Anna?Como cuando íbamos a aquella casa deCranham Street. Ya sabes a lo que merefiero. —Me echa un vistazo porencima del hombro y me guiña un ojo—.Ahí es donde Anna y yo nosencontrábamos en los buenos viejostiempos.

Cambia el brazo con el que sostienea su hija y deja que apoye la cabeza ensu hombro.

—Pensarás que estoy siendo cruel,pero no es así. Estoy diciéndote laverdad. Esto es lo que querías, ¿no,Anna? Me has pedido que no mienta.

Anna no levanta la mirada.Permanece completamente rígida y conlas manos agarradas al borde de lamesa.

Tom exhala entonces un sonorosuspiro.

—Lo cierto es que es un alivio. —Ahora se dirige a mí. Me miradirectamente a los ojos—. No tienes niidea de lo agotador que resulta tratarcon gente como tú. Y lo he intentado. Hehecho todo lo posible por ayudarte. Porayudaros a ambas. Ambas sois… Esdecir, os he querido a ambas, de verdad,pero podéis llegar a ser increíblementedébiles.

—¡Que te jodan, Tom! —exclama

Anna al tiempo que se pone de pie—. Nise te ocurra meternos a ella y a mí en elmismo saco.

Me la quedo mirando y me doycuenta de lo perfectos que son el unopara el otro. Sin duda, hace mucha mejorpareja con él que yo. Le preocupa másque su marido me acabe de compararcon ella que el hecho de que sea unmentiroso y un asesino.

Tom se acerca a ella y, en un tonodulce, le dice:

—Lo siento, cariño. Ha sido injustopor mi parte. —Ella hace entonces ungesto como quitándole importancia y élse vuelve hacia mí—. Hice lo posible ylo sabes. Fui un buen marido, Rach.

Aguanté mucho. Tus problemas con labebida y la depresión. Aguanté tododurante mucho tiempo antes de tirar latoalla.

—Me mentiste —digo y me mira conexpresión de sorpresa—. Me dijiste queera todo culpa mía. Me hiciste creer queera una inútil. Me viste sufrir…

Él se encoge de hombros.—¿Tienes idea de lo aburrida y fea

que te volviste, Rachel? Demasiadotriste para salir de la cama por lamañana, demasiado cansada paraducharte o lavarte el puto pelo… ¡Por elamor de Dios! Tampoco es tan raro queperdiera la paciencia, ¿no? Tuve quebuscar formas para entretenerme. La

culpa es únicamente tuya.Se vuelve otra vez hacia su esposa y

su expresión cambia de desdén apreocupación.

—Contigo fue diferente, Anna, te lojuro. Lo de Megan fue sólo… unpequeño divertimento. Sólo eso. Admitoque no estuvo bien por mi parte, peronecesitaba una válvula de escape. Nadamás. No era algo que fuera a durar. Ni ainterferir con nosotros, con nuestrafamilia. Debes creerme.

—Tú… —Anna intenta decir algo,pero no puede pronunciar nada.

Tom le coloca una mano en elhombro y aprieta ligeramente.

—¿Qué, cariño?

—Tú propusiste que cuidara deEvie. ¿Te la estuviste follando mientrastrabajaba aquí? ¿Mientras cuidaba denuestra hija?

Él retira la mano y adopta unaexpresión de remordimiento y profundavergüenza.

—Eso fue terrible. Pensaba…Pensaba que sería… Honestamente, nosé qué es lo que pensaba. No estoyseguro de que lo hiciera, la verdad.Estuvo mal. Estuvo muy mal por miparte. —Y entonces la máscara vuelve acambiar. Ahora su expresión es deinocencia y su tono suplicante—: Tienesque creerme, Anna. Desconocía supasado. No tenía ni idea de que había

matado a su bebé. Si lo hubiera sabido,nunca le habría dejado cuidar de Evie.Tienes que creerme.

Sin previo aviso, Anna se pone enpie de golpe empujando la silla haciaatrás. El ruido que hace al caer al suelodespierta a su hija.

—Dámela —dice Anna extendiendolos brazos. Tom retrocede un poco—.Ahora, Tom. Dámela. ¡Dámela!

Pero él no lo hace. Se aleja de ellaacunando y arrullando a la niña para quevuelva a quedarse dormida, y entoncesAnna comienza a gritar. Al principiorepite «¡Dámela! ¡Dámela!», pero luegoemite un indistinguible aullido de furia ydolor, lo cual provoca que la niña

también se ponga a llorar. Tom intentatranquilizar a la pequeña e ignora aAnna, de modo que soy yo quien seencarga de ésta. Me la llevo afuera y, enun tono de voz bajo y apremiante, ledigo:

—Tienes que tranquilizarte, Anna.¿Me comprendes? Necesito que hablescon él y lo distraigas un momentomientras yo llamo a la policía, ¿deacuerdo?

Ella está temblando. Todo su cuerpolo hace. Me agarra de los brazos y,mientras sus uñas se clavan en mi piel,me dice:

—¿Cómo ha podido hacerme esto?—¡Escúchame, Anna! Tienes que

mantenerlo ocupado un momento.Finalmente vuelve en sí, me mira y

asiente.—Está bien.—Sólo… No sé. Aléjalo de la

puerta corredera e intenta mantenerlodistraído.

Ella vuelve a entrar en la casa y, trasrespirar hondo, yo me doy la vuelta y mealejo unos cuantos pasos de la puertacorredera. No mucho, sólo hasta elcésped. Antes de llamar, echo un vistazopor encima del hombro. Todavía estánen la cocina. Me alejo un poco más. Seestá levantando viento: pronto dejará dehacer calor. Los vencejos vuelan bajo yya puedo oler la inminente lluvia. Me

encanta este olor.Meto la mano en el bolsillo trasero

del pantalón y cojo el móvil. Las manosme tiemblan y no consigo desbloquear elteclado hasta el tercer intento. En unprimer instante, pienso en llamar a lasargento Riley, alguien que me conoce,pero al revisar el registro de llamadasno consigo encontrar su número, demodo que me doy por vencida yfinalmente decido marcar el 999.Cuando estoy marcando el segundo «9»,noto una patada en la base de la columnavertebral que me tira al suelo y me dejasin respiración. El móvil sale despedidoy él lo recoge del suelo antes de que yopueda ponerme siquiera de rodillas y

recobrar el aliento.—Será mejor que no hagas ninguna

tontería, Rach —dice al tiempo que meagarra del brazo y me pone de pie sin elmenor esfuerzo.

Luego me conduce de nuevo a lacasa y yo le dejo, pues sé que noserviría de nada que me opusiera. Trasmeterme dentro, cierra la puertacorredera detrás de nosotros y tira lallave encima de la mesa de la cocina.Anna se encuentra de pie a su lado. Mesonríe tímidamente y no puedo evitarpreguntarme si le habrá dicho que yo ibaa llamar a la policía.

Anna comienza a prepararle elalmuerzo a su hija y enciende el

hervidor de agua para hacernos a losdemás una taza de té. En medio de esteextraño facsímil de la realidad, tengo lasensación de que podría despedirmeeducadamente de ambos, cruzar el salóny salir a la seguridad de la calle. Es muytentador. Incluso me atrevo a dar unospocos pasos en esa dirección, pero Tomse interpone, coloca una mano en mihombro y luego desliza los dedos hastami garganta y aplica una ligera presión.

—¿Qué voy a hacer contigo, Rach?

MEGAN

Sábado, 13 de julio de 2013Tarde

Hasta que llegamos al coche no me doycuenta de que tiene sangre en la mano.

—Te has cortado —le digo.Él no me contesta. Sus manos se

aferran con tanta fuerza al volante quesus nudillos palidecen.

—Necesito hablar contigo, Tom —digo. Procuro hacerlo en un tonoconciliatorio y comportarme como una

adulta, aunque supongo que ya esdemasiado tarde para eso—. Lamentohaber estado agobiándote, pero ¡por elamor de Dios, Tom! ¡Dejaste decontestar mis llamadas! Tú…

—No pasa nada —dice él en vozbaja—. No estoy… Estoy cabreado porotra cosa. No tiene nada que ver contigo.—Se vuelve hacia mí e intentasonreírme, pero no lo consigue—.Problemas con mi ex —añade—. Yasabes cómo son esas cosas.

—¿Qué te ha pasado en la mano? —le pregunto.

—Problemas con mi ex —vuelve adecir, y advierto un desagradable tonoen su voz. El resto del camino hasta

Corly Wood lo hacemos en silencio.Al llegar, vamos a un extremo del

aparcamiento. Ya habíamos estado aquíantes. Por la tarde no suele haber nadie;a veces algunos adolescentes bebiendolatas de cerveza, pero eso es todo. Estanoche estamos solos.

Tom apaga el motor y se vuelvehacia mí.

—Bueno, ¿de qué querías hablarme?—Sigue enfadado, pero ahora se estáreprimiendo y ya no es tan perceptible.Aun así, después de lo que acaba depasar, no me apetece estar en un espaciocerrado con un hombre enfadado, demodo que le sugiero que demos unavuelta. Él pone los ojos en blanco y

suspira ruidosamente, pero acepta.Todavía hace calor. Hay nubes de

mosquitos debajo de los árboles y la luzdel sol se filtra a través de las hojasbañando el sendero con una luzextrañamente subterránea. Sobrenuestras cabezas, las urracas cantan confuria.

Caminamos un rato en silencio. Yovoy delante; Tom, unos pocos pasosdetrás. Intento pensar en qué decir, encómo explicárselo. No quiero empeorarlas cosas. He de recordarme a mí mismaque estoy intentando hacer lo correcto.

En un momento dado, me detengo yme doy la vuelta. Él está muy cerca demí.

Coloca las manos en mis caderas.—¿Aquí? ¿Es esto lo que quieres?

—pregunta. Parece aburrido.—No —digo, apartándome de él—.

No es eso lo que quiero.Aquí el sendero desciende un poco.

Aminoro la marcha, pero él adapta supaso al mío.

—Entonces ¿qué quieres?Respiro hondo. La garganta todavía

me duele.—Estoy embarazada.No hay ninguna reacción. Su rostro

permanece inexpresivo, como si lehubiera dicho que necesito pasar por el Sainsbury’s de camino a casa o quetengo cita con el dentista.

—Felicidades —dice al fin.Vuelvo a respirar hondo.—Tom, te lo estoy contando

porque… bueno, existe la posibilidad deque sea tuyo.

Él se me queda mirando fijamenteunos segundos y luego se echa a reír.

—¿Cómo dices? ¡Qué suerte la mía!Y entonces ¿qué? ¿Pretendes quehuyamos los tres juntos? ¿Tú, el bebé yyo? ¿Adónde querías ir? ¿España?

—Pensaba que debías saberloporque…

—Aborta —dice—. Bueno, si es detu marido, haz lo que quieras. Pero si esmío, líbrate de él. Lo digo en serio, nojuegues con esto. No quiero otro hijo. Y

la verdad es que no creo que estés hechapara ser madre. ¿No te parece, Megs?—añade mientras me pasa los dedos porun costado de la cara.

—Puedes involucrarte tanto comoquieras…

—¿Es que no has oído lo que acabode decirte? —Entonces se da la vuelta ycomienza a recorrer el sendero deregreso al coche—. Serías una madreterrible, Megan. Líbrate de él.

Yo salgo detrás de él, caminandorápidamente al principio y luego yacorriendo. Cuando estoy lo bastantecerca, le doy un empujón y empiezo agritarle y a intentar arañarle esepetulante rostro suyo. Él me esquiva con

facilidad sin dejar de reírse. Yocomienzo entonces a decirle las peorescosas que se me ocurren. Insulto suhombría, a su aburrida mujer, a su feaniña.

Ni siquiera sé por qué estoy tanenfadada. ¿Qué reacción esperaba?Enfado, quizá. Preocupación, fastidio.No esto. Ni siquiera es un rechazo. Estáintentando deshacerse de mí. Lo únicoque quiere es que desaparezcamos mihija y yo, así que le digo…, no, le grito:

—¡No pienso desaparecer! ¡Vas apagar por esto! ¡Durante el resto de tuputa vida vas a estar pagando por esto!

Él deja de reírse.Viene hacia mí. Tiene algo en la

mano.Me he caído. Debo de haber

resbalado. Me he golpeado la cabezacon algo. Creo que voy a vomitar. Estátodo rojo. No puedo levantarme.

Una por la pena, dos por la alegría,tres por una chica. Tres por una chica.Me he quedado atascada en el tres, soyincapaz de seguir. Tengo la cabeza llenade ruidos y la boca llena de sangre. Trespor una chica. Oigo las urracas, estánriéndose, burlándose de mí. Oigo suestridente carcajada. Una noticia. Malasnoticias. Ahora puedo verlas, sussiluetas negras se recortan contra el sol.Los pájaros no, otra cosa. Alguienviene. Alguien me está hablando. «Mira.

Mira lo que me has hecho hacer».

RACHEL

Domingo, 18 de agosto de2013Tarde

Nos sentamos en el salón formando unpequeño triángulo: en el sofá, el padrecariñoso y marido diligente con su hijaen el regazo. A su lado, la esposa. Y,enfrente, la exmujer tomando una taza deté. Todo muy civilizado. Yo estoy en elsillón de piel que compramos en Heal’s

al poco de casarnos. Fue el primermueble que adquirimos comomatrimonio: piel increíblemente suave,caro, lujoso. Recuerdo lo excitada queestaba cuando nos lo trajeron y lo seguray feliz que me sentía siempre que meacurrucaba en él. «En esto consiste elmatrimonio —pensaba entonces—:Seguridad, calidez, comodidad».

Tom me mira con el ceño fruncido.Está intentando averiguar qué hacer,cómo arreglar las cosas. No estápreocupado por Anna. El problema soyyo.

—Os parecíais un poco —dice derepente. Se reclina en el sofá y cambiade posición a su hija para que esté más

cómoda—. Bueno, al menos en parte.Megan también era un poco… caótica,ya sabes. No puedo resistirme a eso. —Sonríe—. Soy un auténtico caballero debrillante armadura.

—No eres el caballero de nadie —digo yo en voz baja.

—Vamos, Rach, no seas así. ¿Norecuerdas lo triste que estabas porque tupadre había muerto? Necesitabas aalguien con quien formar un hogar,alguien que te quisiera. Yo te di todoeso. Te hice sentir a salvo. Luegodecidiste echarlo todo por la borda,pero no puedes culparme por eso.

—Puedo culparte de muchas cosas,Tom.

—No, no —protesta al tiempo queagita el dedo índice en mi dirección—.No reescribas la historia. Me porté biencontigo. A veces… Bueno, a veces meobligabas a hacer cosas que no quería.Pero fui bueno contigo. Me hice cargode ti —explica, y entonces me doycuenta: se miente a sí mismo tanto comoa mí. Se cree lo que dice. Realmentecree que fue bueno conmigo.

De pronto, la niña comienza a llorary Anna se pone en pie de golpe.

—He de cambiarla —dice.—Ahora no.—Está mojada, Tom. Necesita que la

cambien. No seas cruel.Él la mira con severidad, pero al

final le da la niña. Yo intento atraer laatención de Anna, pero ella evita mimirada. Cuando se da la vuelta para ir alpiso de arriba el corazón me da unvuelco, pero se vuelve a tranquilizar conla misma rapidez cuando Tom se pone enpie y la coge del brazo.

—Hazlo aquí —dice—. Puedeshacerlo aquí.

Anna se dirige entonces a la cocina ycomienza a cambiarle el pañal a la niñasobre la mesa. El olor a heces inunda laestancia y me revuelve el estómago.

—¿Vas a decirnos por qué? —lepregunto.

Anna deja de hacer lo que estáhaciendo y se vuelve hacia nosotros. A

excepción de los balbuceos de la niña,la estancia está en silencio.

Tom niega con la cabeza casi conincredulidad.

—Erais muy parecidas, Rach. Ellatampoco dejaba estar las cosas. Nosabía cuándo algo había terminado.Simplemente… no escuchaba.¿Recuerdas que cuando discutíamossiempre querías tener la última palabra?Megan era igual. No escuchaba.

Entonces cambia de posición y seinclina hacia delante con los codos enlas rodillas como si estuvieracontándome una historia:

—Al principio, lo nuestro no eramás que un divertimento. No dejábamos

de follar. Ella me hizo creer que sóloquería eso. Luego, sin embargo, cambióde idea. No sé por qué. Entoncesempezó a atosigarme. En cuanto tenía unmal día con Scott o estaba un pocoaburrida, me proponía que dejara aAnna y a Evie, huyéramos juntos ycomenzáramos de nuevo. ¡Como si yotuviera intención alguna de hacer algoasí! Y si yo no estaba disponible cuandoella quería, se enfadaba, me llamaba acasa y amenazaba con venir y contárselotodo a Anna.

»Hasta que, en un momento dado,dejó de hacerlo. Yo creía que por finhabía aceptado que no estaba interesadoen ella, pero entonces ese sábado me

llamó y me dijo que necesitaba hablarconmigo y decirme algo importante. Nole hice caso, así que volvió aamenazarme con venir a casa y todo eso.Al principio no estaba muy preocupadoporque Anna tenía intención de salir. ¿Teacuerdas, cariño? Habías quedado paracenar con tus amigas y yo iba aquedarme en casa con la niña. QueMegan viniera, pues, no tenía por quésuponer ningún problema. Le haríaentender de una vez que lo nuestro habíaterminado. Pero entonces apareciste tú,Rachel, y lo jodiste todo.

Tom se reclina en el sofá con laspiernas abiertas. El gran hombrenecesita su espacio.

—Fue culpa tuya. Todo lo que pasófue culpa tuya, Rachel. Al final, Anna nofue a cenar con sus amigas. Regresócinco minutos después, alterada yenfadada porque te había visto con untipo en la estación. Como siempre,estabas borracha. Anna temía quevinieras a casa. Estaba preocupada porEvie.

»De modo que, en vez de arreglarlas cosas con Megan, tuve que salir abuscarte. —Me mira con el labiofruncido—. ¡Dios mío qué mal ibas!Tenías un aspecto lamentable yapestabas a vino… Intentaste besarme,¿te acuerdas? —Hace ver que vomita yluego se ríe. Anna también lo hace. No

sé si de verdad le parece gracioso osólo está intentando seguirle lacorriente.

»Necesitaba hacerte comprender queno quería que te acercaras a mí. Ni aAnna. Así pues, te llevé al pasosubterráneo para que no me montarasuna escena en medio de la calle y te dijeque te mantuvieras alejada. Tú nodejabas de llorar y protestar, así que tedi una bofetada para que te callaras.Entonces te pusiste a llorar y a quejartetodavía más. —Habla con los dientesapretados; puedo ver los músculos de sumandíbula en tensión—. Eso me cabreótodavía más. Sólo quería que te largarasy nos dejaras en paz. Tanto tú como

Megan. Tengo a mi familia. Tengo unabuena vida. —Le echa un vistazo aAnna, que está tratando de sentar a laniña en la trona con el rostrocompletamente inexpresivo—. Heconseguido tener una buena vida a pesarde ti. A pesar de Megan. A pesar detodo.

»Cuando te dejé, me topé conMegan. Iba de camino a Blenheim Road.No podía dejar que llegara a casa. Noiba a permitirle que hablara con Anna,¿no? Le dije que fuéramos a otro sitio ahablar. E iba en serio. Eso era lo únicoque quería hacer. Así pues, subimos alcoche y fuimos a Corly, al bosque. Es unsitio al que íbamos a veces si no

teníamos ninguna habitación. Lohacíamos en el coche.

Desde el sofá, noto cómo Anna seencoge de dolor.

—Tienes que creerme, Anna. Nopretendía que las cosas salieran de esemodo. —Tom se vuelve hacia ella yluego se inclina y se queda mirando laspalmas de las manos—. Ella comenzó ahablar del bebé. Me dijo que no sabía siera mío o de Scott. Quería dejarlo todobien claro y, en el caso de que fueramío, le parecía bien que lo viera… Yole dije que no estaba interesado en subebé, que no tenía nada que verconmigo. —Niega con la cabeza—. Seenfadó mucho. Y cuando Megan se

enfadaba… no era como Rachel. No selimitaba a llorar y a gimotear. Comenzóa gritarme y a insultarme. Me dijo detodo: que se lo iba a contar a Anna, queno iba a permitir que la ignorara, que nodescuidaría a su bebé… No cerraba elputo pico, así que… No lo sé, sóloquería que se callara. Agarré una rocay… —Baja la mirada a su mano derechacomo si ahora mismo pudiera verla.Luego cierra los ojos y coge aire—.Sólo fue un golpe, pero ella… —Exhalaun lento suspiro—. No era mi intención.Sólo quería que se callara. Sangrabamucho. Lloraba y emitía unos ruidoshorribles. Intentó alejarse de mí a gatas.No podía hacer otra cosa. Tuve que

rematarla.El sol se pone y la estancia se queda

a oscuras. A excepción de la respiraciónde Tom, áspera y rápida, todo está ensilencio. No hay ruidos en la calle. Norecuerdo la última vez que oí un tren.

—Luego la metí en el maletero delcoche y me adentré más en el bosque —prosigue—. No había nadie alrededor.Tuve que cavar… —Su respiración escada vez más rápida—. Tuve que cavarcon las manos. Tenía miedo. —Levantala mirada hacia mí. Tiene las pupilasmuy dilatadas—. Temía que aparecieraalguien. Y me estaba haciendo daño. Merompí varias uñas cavando. Tardémucho. Tuve que parar para llamar a

Anna y decirle que te estaba buscando.Se aclara la garganta.—La tierra estaba bastante blanda,

pero aun así no pude cavar tan hondocomo quería. Tenía mucho miedo de queapareciera alguien. Pensaba que yatendría oportunidad de volver másadelante, cuando se hubiera calmadotodo. Pensaba que podría trasladarla aun sitio… mejor. Pero entonces comenzóa llover y ya no pude hacerlo.

Me mira con el ceño fruncido.—Estaba casi seguro de que la

policía iría a por Scott. Ella me comentólo paranoico que andaba con que ellaestuviese follando por ahí. Me dijo quesolía leer sus emails y vigilarla.

Pensé… Bueno, mi intención era dejarel móvil en su casa. No sé, se meocurrió que podía ir a tomar una cervezao algo así, en plan vecino amigable. Notenía ningún plan. No lo pensédetenidamente. No fue algopremeditado. Se trató sólo de un terribleaccidente.

Y entonces su comportamientovuelve a cambiar. Es como las nubesque cruzan el cielo: un momento estáoscuro, al siguiente claro. De repente, sepone de pie y se dirige despacio hacia lacocina, donde Anna está ahora sentada ala mesa dando de comer a Evie. Le daun beso en la cabeza a su mujer y coge asu hija de la trona.

—Tom… —comienza a protestarAnna.

—No pasa nada. —Sonríe a suesposa—. Sólo quiero hacerle un mimo,¿a que sí, bonita? —Luego se dirige alfrigorífico con su hija en brazos y cogeuna cerveza. Antes de cerrar la puerta,se vuelve hacia mí—. ¿Quieres una?

Niego con la cabeza.—No, supongo que será mejor que

no.Apenas lo oigo. Estoy calculando si

desde donde estoy sentada podría llegara la puerta de entrada antes de que él mealcanzara. Si no ha cerrado con llave,creo que podría hacerlo. Ahora bien, silo ha hecho, tendré un buen problema.

Al final, me pongo en pie de golpe ysalgo corriendo hacia el pasillo. Mimano está a punto de alcanzar el tiradorde la puerta cuando noto que una botellame golpea en el cráneo. Siento unaexplosión de dolor cegador y me caigoal suelo. Cuando Tom llega a mi lado,me agarra del pelo y me lleva a rastrasde vuelta al salón, donde me suelta. Élestá de pie, sobre mí, con un pie a cadalado de mis caderas. Todavía tiene a suhija en brazos, pero Anna está junto a ély se la pide.

—Dámela, Tom, por favor. Le vas ahacer daño. Por favor, dámela.

Él le entrega la gimoteante Evie aAnna.

Luego creo que me dice algo, peroes como si estuviera muy muy lejos, ocomo si ya estuviese debajo del agua.Distingo las palabras, pero por algunarazón no parecen tener nada que verconmigo y lo que me está pasando. Escomo si todo sucediera muy lejos de mí.

—Sube al dormitorio y cierra lapuerta —le dice a Anna—. No llames anadie, ¿de acuerdo? Lo digo en serio. Esmejor que no llames a nadie. No conEvie aquí. No queremos que las cosas sepongan feas.

Anna evita mirarme. Se aferra confuerza a Evie, pasa por encima de mí yse aleja a toda velocidad escalerasarriba.

Tom se inclina, me agarra por lacintura de los pantalones vaqueros y mearrastra por el suelo hasta la cocina. Yopataleo e intento agarrarme a algo, perono consigo hacerlo. No veo bien (laslágrimas me lo impiden). El dolor de lacabeza es atroz y siento una oleada denáusea. De repente, noto el intenso ycegador dolor de un golpe en la sien. Yluego nada.

ANNA

Domingo, 18 de agosto de2013Tarde

Rachel está en el suelo de la cocina.Está sangrando, pero no creo que sedeba a una herida grave. Tom todavía nola ha matado. No sé a qué espera.Supongo que no le resulta fácil. Antes laquería.

Mientras tanto, yo he ido al

dormitorio del piso de arriba paraacostar a Evie. Al principio, pensabaque esto era lo que quería: Rachel porfin desaparecería de una vez por todas yya no volvería. Es lo que había soñado.Bueno, no exactamente esto, claro está.Pero sí quería que desapareciera.Soñaba con una vida sin Rachel, y ahorapor fin podría tenerla. Estaríamos sólonosotros tres: Tom, Evie y yo, tal y comodebe ser.

Por un momento me he entregado ala fantasía pero, al bajar la mirada, hevisto a mi hija dormida y me he dadocuenta de que no era más que eso, unafantasía. Me he besado el dedo y lo hellevado a los perfectos labios de mi

hija. En realidad, nunca estaríamos asalvo. Yo no estaría nunca a salvo. Sé loque ha hecho y él no sería capaz deconfiar en mí. ¿Y quién dice que nopueda haber otra Megan? ¿O —peortodavía— otra Anna, otra como yo?

Cuando he vuelto a la planta baja,Tom estaba sentado a la mesa tomandouna cerveza. Al principio no la he visto.Luego he vislumbrado sus pies en elsuelo y he creído que ya estaba hecho,pero él me ha dicho que Rachel estababien.

—Sólo un poco aturdida —ha dicho.Esta vez no podrá decir que ha sido unaccidente.

De modo que hemos esperado. Yo

también me he servido una cerveza yhemos estado bebiendo juntos. Él me hadicho que lamentaba mucho lo de suaventura con Megan. Luego me habesado, me ha dicho que me locompensaría y que no me preocupara,que todo iría bien.

—Nos mudaremos de aquí, tal ycomo siempre has querido. Iremos adonde quieras. A cualquier lugar.

Me ha preguntado si podríaperdonarlo y yo le he contestado que contiempo podría y él me ha creído. Creoque lo ha hecho.

La tormenta ha comenzado tal ycomo indicaba la previsión. El retumbarde los truenos la despierta, vuelve en sí

y empieza a hacer ruidos y a moversepor el suelo.

—Deberías irte —me dice Tom—.Vuelve arriba.

Yo lo beso en los labios y me voydel salón, pero no regreso al dormitorio.En vez de eso, descuelgo el teléfono delpasillo, me siento en el primer peldañode la escalera y, con el auricular en lamano, espero el momento adecuado.

Desde aquí puedo oír cómo Tom lehabla en un tono de voz suave y bajo, yluego la oigo a ella. Creo que estállorando.

RACHEL

Domingo, 18 de agosto de2013Tarde

Oigo algo, un fragor. Luego veo undestello de luz y me doy cuenta de queestá lloviendo. El cielo está oscuro, setrata de una tormenta con truenos. Norecuerdo cuándo ha oscurecido. El dolorde cabeza me recuerda la situación en laque me encuentro y el corazón se me

acelera. Estoy en el suelo. En la cocina.Con dificultad, consigo alzar la cabeza yapoyarme en un codo. Tom está sentadoa la mesa de la cocina, contemplando latormenta con una botella de cerveza enlas manos.

—¿Qué voy a hacer contigo, Rach?—me pregunta cuando me ve alzar lacabeza—. Llevo aquí sentado… casimedia hora haciéndome esta pregunta.¿Qué se supone que debo hacer contigo?No me dejas otra opción.

Le da un largo trago a su cerveza yme observa atentamente. Yo consigoincorporarme en el suelo y apoyo laespalda en el armario de la cocina. Lacabeza me da vueltas y la saliva inunda

mi boca. Me siento como si fuera avomitar. Me muerdo el labio y me clavolas uñas en las palmas de las manos.Necesito salir de este estupor, no puedopermitirme ser débil. No va a venirnadie a rescatarme. Lo sé. Anna no va allamar a la policía. No va a arriesgar lavida de su hija por mí.

—Has de admitir que esto te lo hasbuscado tú solita —dice Tom—.Piénsalo: si nos hubieras dejado en paz,no te encontrarías en esta situación. Yono me encontraría en esta situación.Ninguno de nosotros se encontraría enella. Si no hubieras estado ahí esanoche, si Anna no hubiera vueltocorriendo después de verte en la

estación, probablemente habría podidoresolver las cosas con Megan. No habríaestado tan… desquiciado. No habríaperdido los estribos. No le habría hechodaño. Nada de esto habría pasado.

Comienza a formarse un sollozo enla base de mi garganta, pero lo reprimo.Siempre hace lo mismo. Es suespecialidad. Me hace sentir como sitodo fuera culpa mía y yo fuera unainútil.

Se termina la cerveza y hace rodar labotella por la mesa. Luego se pone depie negando tristemente con la cabeza,se acerca a mí y extiende las manos.

—Vamos —me dice—. Cógete a mí.Vamos, Rach, arriba.

Dejo que me ayude a ponerme de piey apoyo la espalda en la encimera de lacocina. Él pega entonces las caderas alas mías, lleva una mano a mi cara y meseca las lágrimas de las mejillas.

—¿Qué voy a hacer contigo, Rach?¿Qué crees tú que debería hacer?

—No tienes que hacer nada —ledigo, e intento sonreír—. Ya sabes quete quiero. Todavía lo hago. Y sabes queno se lo contaría a nadie… No podríahacerte eso.

Él sonríe (esa amplia y hermosasonrisa que solía derretirme) y yocomienzo a sollozar. No me lo puedocreer. No me puedo creer que hayamosllegado a esto, que la mayor felicidad

que he conocido nunca —nuestra vidaconjunta— no fuera más que una ilusión.

Él me deja llorar un rato, pero debode aburrirlo porque finalmente esadeslumbrante sonrisa desaparece y sulabio forma una mueca de desdén.

—Vamos, Rach, ya basta. Deja ya delloriquear. —Se aparta de mí y coge unpuñado de pañuelos de papel de unacaja que hay sobre la mesa de la cocina—. Suénate la nariz —me ordena, y yohago lo que me dice.

Él se me queda mirando. Suexpresión es de sumo desprecio.

—Aquel día que fuimos al lagopensaste que tenías posibilidadesconmigo, ¿verdad? —dice, y comienza a

reírse—. ¿A que sí? Me mirabas conojos de corderita y expresiónsuplicante… Podría habermeaprovechado de ti, ¿a que sí? Eres tanfácil, Rach… —Yo me muerdo confuerza el labio y él se acerca otra vez amí—. Eres como uno de esos perrosmaltratados a los que nadie quiere. Pormás que los eches a patadas, una y otravez, siempre vuelven agitando la cola ycon la cabeza gacha. Suplicantes.Esperando que esta vez sea distinta.Convencidos de que esta vez harán algobien y los querrás. Eres así, ¿verdad,Rach? Eres una perra. —Lleva la manoa mi cintura y pega la boca a la mía. Yodejo que su lengua se deslice entre mis

labios y presiono las caderas contra lassuyas. Noto cómo se le pone dura.

No sé si todo se encuentra en elmismo lugar que cuando yo vivía aquí.Ignoro si Anna ha reorganizado losarmarios de la cocina y ha puesto losespaguetis en otro tarro y ha trasladadolas pesas del cajón inferior izquierdo alcajón inferior derecho. No lo sé. Sóloespero que no lo haya hecho y, sin queTom se dé cuenta, deslizo la mano en elcajón que hay detrás de mí.

—Puede que tengas razón —digocuando termina de besarme, y levanto lamirada hacia él—. Puede que si nohubiera venido a Blenheim Road aquellanoche, Megan aún seguiría viva.

Él asiente al tiempo que los dedosde mi mano derecha alcanzan un objetofamiliar. Sonrío, me pego todavía más aél, más cerca, más cerca, rodeo sucintura con la mano izquierda y lesusurro al oído:

—Pero teniendo en cuenta que fuistetú quien le aplastó el cráneo, ¿de verdadcrees que la responsable soy yo?

Tom levanta de golpe la cabeza yentonces lo empujo con todo el cuerpohaciendo que pierda el equilibrio y vayaa parar a la mesa de la cocina.Rápidamente, levanto el pie y lo golpeotan fuerte como puedo. Y mientras él sedobla de dolor, lo agarro del pelo por lanuca y lo atraigo hacia mí al mismo

tiempo que le doy un rodillazo en lacara. Noto cómo cruje el cartílago. Élsuelta un grito y cae al suelo. Yoaprovecho para coger las llaves de lamesa de la cocina y salgo corriendo porla puerta corredera antes de que él tengatiempo de ponerse de rodillas.

Corro hacia la cerca, pero resbaloen el barro y pierdo el equilibrio, asíque Tom me alcanza antes de que puedallegar. Me agarra del pelo y de la cara ytira de mí hacia atrás sin dejar deproferir maldiciones con la bocaensangrentada —«¡Zorra estúpida! ¿Porqué no puedes mantenerte alejada denosotros? ¿Por qué no puedes dejarmeen paz?»—. Yo consigo escaparme otra

vez de él, pero no tengo adónde ir. Nollegaría a casa ni tampoco a la cerca.Suelto un grito, pero nadie puede oírme,no con esta lluvia, los truenos y el ruidodel tren que se acerca. Corro hacia elfondo del jardín, en dirección a las vías.No hay salida. Me quedo en el lugar enel que, hace un año o poco más, estuvecon su hija en brazos. Me doy la vuelta ypego la espalda a la cerca. Él vienehacia mí. Se limpia la boca con elantebrazo y escupe sangre al suelo. Notolas vibraciones de las vías en la cerca:el tren casi ha llegado a nuestra altura,suena como un grito. Veo que los labiosde Tom se mueven. Me está diciendoalgo, pero no puedo oírlo. Lo veo

aproximarse, lo veo, y no me muevohasta que casi lo tengo encima. Entoncesarremeto con fuerza y le clavo lahorrífica espiral del sacacorchos en elcuello.

Tom abre los ojos como platos y caeal suelo sin emitir sonido alguno. Selleva las manos a la garganta sin apartarla mirada de mí. Parece como si llorara.Yo me lo quedo mirando hasta que ya nopuedo más y le doy la espalda. A travésde las ventanillas iluminadas del trenpuedo ver las caras de los pasajeros,absortos en sus libros y sus móviles, alabrigo y seguridad del vagón que loslleva de camino a casa.

Martes, 10 de septiembre de2013Mañana

Cuando el tren se detiene en el semáforoen rojo se nota, es como el zumbido dela luz eléctrica: el ambiente en el vagónde tren ha cambiado. Ahora no soy laúnica que levanta la mirada. Tampococreo que antes lo fuera. Supongo quetodo el mundo lo hace. Todo el mundomira las casas al pasar por delante, sóloque todos las vemos de forma distinta.Todos las veíamos de forma distinta.Ahora todo el mundo ve lo mismo. A

veces incluso se oye a alguiencomentándolo.

«Ahí, es ésa. No, no, esa otra, la dela izquierda. Sí, ésa, la que tiene lasrosas en la cerca. Ahí es dondesucedió».

Las casas están vacías. Tanto la delnúmero 15 como la del 23. No lo pareceporque las persianas y las puertas estánabiertas, pero yo sé que se debe a quelas están enseñando. Ambas están enventa, aunque seguramente pasarátiempo hasta que aparezca un compradorserio. Supongo que, de momento, losagentes inmobiliarios sólo escoltan poresas habitaciones a personas macabras ya husmeadores desesperados por ver de

cerca el escenario en que él cayó alsuelo y su sangre empapó la tierra.

La idea de que deambulen por lacasa (mi casa, el lugar en el que una veztuve esperanza) resulta dolorosa. Intentono pensar en lo que sucedió después.Intento no pensar en esa noche. Lointento pero no lo consigo.

Empapadas con su sangre, Anna y yonos sentamos en el sofá una al lado de laotra: las dos esposas esperando a quellegara la ambulancia. Anna fue quienllamó a la policía y se encargó de todo.La ambulancia no llegó a tiempo parasalvar a Tom. Poco después, llegaronlos agentes de policía y luego losdetectives Gaskill y Riley. Cuando nos

vieron, se quedaron literalmenteboquiabiertos. Nos hicieron algunaspreguntas, pero yo era incapaz depronunciar palabra alguna. Apenaspodía moverme ni respirar. Anna fuequien habló, tranquila y segura de símisma.

—Ha sido en defensa propia —lesdijo—. Yo lo he visto todo. Desde laventana. Él ha ido a por ella con elsacacorchos. La habría matado. Ella noha tenido otro remedio. Yo heintentado… —fue la única vez quevaciló, la única vez que la vi llorar—,he intentado detener la hemorragia, perono he podido. No he podido.

Uno de los agentes uniformados fue

a buscar a Evie, que milagrosamentehabía permanecido dormida todo el rato,y nos llevaron a la comisaría de policía.A Anna y a mí nos condujeron ahabitaciones separadas y nos hicieronmás preguntas que no recuerdo. Mecostaba concentrarme y contestar. Mecostaba articular las palabras. Les dijeque Tom me había atacado, que me habíagolpeado con una botella. También quehabía venido a por mí con elsacacorchos y que había conseguidoarrebatarle el arma y la había utilizadopara defenderme. Luego me examinaron:me miraron la herida que tenía en lacabeza, las manos y las uñas.

—No parece haber muchas heridas

defensivas —dijo Riley mostrando susdudas.

Luego se marcharon de la sala deinterrogatorio y me dejaron a solas conun agente uniformado en la puerta queevitaba mi mirada —era el del acné enel cuello que siglos atrás había ido alpiso de Cathy en Ashbury—. Más tarde,Riley regresó y, sin mirarme tampoco alos ojos, dijo:

—La señora Watson ha confirmadotu historia, Rachel. Puedes irte.

Otro policía uniformado me llevóentonces al hospital para que mecosieran la herida de la cabeza.

Los periódicos han dicho muchascosas sobre Tom. He descubierto que

nunca estuvo en el ejército. Intentóentrar dos veces, pero fue rechazado enambas ocasiones. La historia de suspadres también era mentira, latergiversó por completo. En realidad,había cogido sus ahorros y los habíaperdido todos. Ellos lo perdonaron,pero él cortó todo vínculo cuando elpadre se negó a rehipotecar su casa paraprestarle más dinero. Tom mentía sinparar y sobre cualquier cosa. Inclusocuando no necesitaba hacerlo, inclusocuando no tenía sentido alguno.

Recuerdo perfectamente el momentoen el que Scott me dijo que no tenía lamenor idea de quién era Megan. Yoahora siento justo lo mismo respecto a

Tom. Toda su vida estaba construidasobre mentiras: falsedades y verdades amedias que contaba para parecer mejor,más fuerte y más interesante de lo que enrealidad era. Y yo me las creí. Me lotragué todo. Anna también. Loqueríamos. Me pregunto si habríamosquerido igual la versión más débil,imperfecta y sin adornos. Creo que yosí. Le habría perdonado sus errores ysus fallos. Yo misma he cometido unbuen número.

Tarde

Estoy en un hotel de un pequeño pueblo

de la costa de Norfolk. Mañana iré másal norte. Hasta Edimburgo, quizá, opuede que incluso más lejos. Todavía nolo he decidido. Sólo quiero asegurarmede poner suficiente tierra de por medio.Tengo algo de dinero. Mi madre fuebastante generosa cuando se enteró detodo lo que había pasado, de modo queno tengo que preocuparme. Al menos demomento.

Esta tarde he alquilado un coche y heido a Holkham. En las afueras delpueblo se encuentra la iglesia en la queestán enterradas las cenizas de Meganjunto a los huesos de su hija, Libby. Loleí en los periódicos. El entierroprovocó cierta controversia a causa del

papel que había tenido ella en la muertede su pequeña, pero al final lopermitieron y me parece bien. Hiciera loque hiciese Megan, ya recibió suficientecastigo.

Cuando he llegado ha comenzado allover, pero aun así he aparcado elcoche y he ido hasta el cementerio. Nohabía nadie. Su tumba estaba en elrincón más lejano, casi escondidadebajo de una hilera de abetos. De nohaber estado buscándola, no la habríaencontrado jamás. En la lápida estánescritos su nombre y las fechas de suvida; nada de «en memoria de», ni«querida esposa», ni «hija», ni «madre».En la lápida de su hija sólo pone

«Libby». Al menos ahora su tumba estádebidamente señalizada y ya no estásola junto a las vías del tren.

Ha empezado a llover con másfuerza y, al cruzar el cementerio endirección a la salida, he visto a unhombre en la puerta de la capilla y porun instante me ha parecido que se tratabade Scott. Con el corazón en la boca, mehe secado los ojos y he aguzado lamirada. Ha resultado ser un sacerdoteque me ha saludado con la mano.

Casi he corrido de vuelta al coche,me sentía innecesariamente preocupada.No dejaba de pensar en la violencia demi último encuentro con Scott y sucomportamiento al final, salvaje y

paranoico, prácticamente al borde de lalocura. Para él ahora ya no habrá paz.¿Cómo podría haberla? Pienso en ello yen cómo era él antes (en cómo eranambos antes; o en cómo me losimaginaba yo) y me siento desolada.También lamento su pérdida.

A Scott le envié un email pidiéndoleperdón por todas las mentiras que lehabía contado. También queríadisculparme por Tom: debería habermedado cuenta antes de que era unmentiroso. Si hubiera estado sobriatodos esos años, ¿lo habría hecho?Puede que yo tampoco consiga encontrarpaz.

Él no ha contestado mi email. No

esperaba que lo hiciera.Vuelvo al coche, me dirijo al hotel y

me registro. Decido ir a dar un paseohasta el puerto para dejar de pensar enlo agradable que sería sentarme en unsillón de piel de su acogedor ytenuemente iluminado bar con un vasode vino en la mano.

Puedo imaginar al detalle lo bienque me sentiría al tomar mi primerabebida. Para alejar esta sensación,cuento los días desde que tomé laúltima: veinte. Veintiuno, si incluyo eldía de hoy. Hace tres semanas exactas:mi periodo más largo sin beber.

Paradójicamente, fue Cathy quien mesirvió mi última copa. Cuando la policía

me llevó a casa toda pálida yensangrentada y le contó lo que me habíapasado, ella cogió una botella de Jack Daniel’s de su dormitorio y nos sirvió aambas unos vasos bien cargados. Nopodía dejar de llorar y de decir lomucho que lo sentía, como si de algúnmodo todo eso hubiera sido culpa suya.Me bebí el whisky, pero lo vomité alsegundo. Desde entonces no he probadoni una gota. Ahora bien, eso no significaque no tenga ganas de hacerlo.

Cuando llego al puerto, tuerzo a laizquierda y me dirijo a la playa por laque, si quisiera, podría hacer andandotodo el camino de regreso hastaHolkham. Ya casi ha oscurecido y cerca

del mar hace frío, pero sigo adelante.Quiero continuar andando hasta que estéagotada, hasta que esté tan cansada queno pueda pensar. A lo mejor así estanoche seré capaz de dormir.

La playa está desierta y hace tantofrío que he de apretar los dientes paraevitar que castañeteen. Camino conrapidez por la playa de guijarros y pasopor delante de las casetas de madera, tanbonitas a la luz del día pero realmentesiniestras a estas horas. Cada una deellas es un escondite cuyos tablones demadera cobran vida con el viento ycrujen entre sí. De repente, oigo unosruidos por debajo del sonido del mar:alguien o algo se acerca.

Me doy la vuelta y aprieto a correr.Sé que no hay nada que temer, pero

eso no evita que el miedo que ha nacidoen mi estómago se desplace al pecho yluego a la garganta. Corro tan rápidocomo puedo y no me detengo hasta quevuelvo a estar en el puerto, bajo la luzde las farolas.

De vuelta a mi habitación, me sientoen la cama y coloco las manos debajo delos muslos hasta que dejan de tiritar.Luego abro el minibar y cojo una botellade agua y nueces de Macadamia. Dejo elvino y las botellitas de ginebra, a pesarde que me ayudarían a dormir, adeslizarme en la inconsciencia. Inclusome ayudarían a olvidar, durante un rato,

la mirada en su rostro cuando me di lavuelta y lo vi morir.

El tren había pasado. Oí un ruidodetrás de mí y, al volverme, vi que Annasalía de casa y se acercaba rápidamentea nosotros. Cuando llegó al lado deTom, se arrodilló junto a él y colocó lasmanos en su garganta.

Él tenía una expresión dedesconcierto y dolor en el rostro. Tuveganas de decirle a Anna que susesfuerzos no servirían de nada y que yano podría ayudarlo, pero entonces me dicuenta de que no estaba intentandodetener la hemorragia, sinoasegurándose de que muriera. Estabaclavándole el sacacorchos más

profundamente, destripándole lagarganta, sin parar de decirle algo, envoz baja, muy baja. No pude oír qué ledecía.

La última vez que la vi fue en lacomisaría de policía, cuando nostomaron declaración. A ella lacondujeron a una sala y a mí a otra, peroantes de separarnos, me tocó el brazo:

—Cuídate, Rachel —dijo, y algo ensu forma de decírmelo me sonó a unaadvertencia.

Ahora estamos unidas para siemprepor las historias que contamos: yo notuve más remedio que clavarle elsacacorchos en el cuello y Anna hizo loposible por salvarlo.

Me meto en la cama y apago la luz.No podré dormir, pero he de intentarlo.En algún momento, espero, dejaré detener pesadillas y podré dejar derememorar lo sucedido una y otra y otravez, pero ahora mismo sé que me esperauna larga noche. Y mañana he dedespertarme pronto para coger el tren.

AGRADECIMIENTOS

Muchas personas me han ayudado en laescritura de este libro, pero nadie másque mi agente Lizzy Kremer, una personamaravillosa y sabia. Muchas graciastambién a Harriet Moore, Alice Howe,Emma Jamison, Chiara Natalucci y atoda la gente que trabaja en DavidHigham, así como a Tine Neilsen yStella Giatrakou.

Estoy muy agradecida a misbrillantes editores a ambos lados delAtlántico: Sarah Adams, Sarah McGrathy Nita Pronovost. También a AlisonBarrow, Katy Loftus, Bill Scott-Kerr,

Helen Edwards, Kate Samano y elfantástico equipo de Transworld: soisdemasiados para poder mencionaros atodos.

Gracias a Kate Neil, Jamie Wilding,mamá, papá y Rich por todo vuestroapoyo y ánimos.

Finalmente, gracias a las personasque viajan cada mañana a trabajar aLondres por proporcionarme esapequeña chispa de inspiración.

PAULA HAWKINS (Nacida y criada enZimbabwe). Se mudó a Londres en1989, lugar en el que reside desdeentonces. Ha trabajado como periodistamás de quince años, colaborando conuna gran variedad de publicaciones ymedios de comunicación.

Notas

[1] «Una por la pena, dos por la alegría,tres por una chica»: inicio de unaconocida nana tradicional basada en lassupersticiones sobre las urracas queexisten en algunas culturas. (N. del t.)<<

[2] National Childbirth Trust: principalorganización benéfica inglesa dedicadaal apoyo de la mujer durante elembarazo, el parto y la maternidad. (N.del t.) <<

[3] Personaje de ficción creado en 1930por el escritor estadounidense EdwardStratemeyer y protagonista de unacélebre serie de novelas de misteriopara niños. (N. del t.) <<