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Publicado en Buenos Aires por J. Baudino Ediciones, 2005, 270 páginas (ISBN 987- 9020-48-0). “GOBERNAR ES SELECCIONAR”. Historia y reflexiones sobre el mejoramiento genético en seres humanos

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Publicado en Buenos Aires por J. Baudino Ediciones, 2005, 270 páginas (ISBN 987-9020-48-0).

“GOBERNAR ES SELECCIONAR”. Historia y reflexiones sobre el mejoramiento genético en

seres humanos

AGRADECIMIENTOS

Las mejoras que contiene esta segunda edición con respecto a la primera son en buena medida el resultado del intercambio con distintas personas con las cuales estoy en deuda. En primer lugar con los alumnos de los cursos de filosofía de las ciencias que dicto habitualmente, cuyas inquisiciones me han hecho repensar algunos abordajes de los temas. También estoy en deuda con mis colegas de la Universidad Nacional de Gral. San Martín. Principalmente con Diego Hurtado de Mendoza, director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia ‘J. Babini’, y con Marisa Miranda y Gustavo Vallejo, de la Unidad de Ciencias Humanas del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas. Justamente éstos últimos organizaron en noviembre de 2004, en la sede Chascomús (INTECH-CONICET-UNSAM), y con el apoyo del CONICET, la ANPCyT y el CSIC de España, el encuentro “Darwinismo social y eugenesia. Pasado y presente de una ideología” que contó con la asistencia de especialistas de España, Cuba, Brasil y Argentina. El encuentro no sólo permitió conocer con mayor detalle el desarrollo de la eugenesia en España e Iberoamérica, sino también tener una visión de conjunto más acabada y un análisis comparativo más fino. Tanto con los organizadores como con los asistentes a ese encuentro, también estoy en deuda, y buena parte de las discusiones que surgieron allí han sido tenidas en cuenta en esta segunda edición.

H.A.P.

INTRODUCCION

Eugenesia Pasa que los cronopios no quieren tener hijos,

porque lo primero que hace un cronopio recién nacido es insultar groseramente a su padre, en quien oscuramente ve la acumulación de

desdichas que un día serán suyas Dadas estas razones, los cronopios acuden

a los famas para que fecunden a sus mujeres, cosa que los famas están siempre dispuestos

a hacer por tratarse de seres libidinosos. Creen además que están en esta forma

minando la superioridad de los cronopios, pero se equivocan torpemente pues los cronopios

educan a sus hijos a su manera y en pocas semanas les quitan toda semejanza con los famas,

(Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas)

Desde hace varios miles de años, el hombre ha tratado, con más o menos éxito, de intervenir en la reproducción de sus animales y sus vegetales domésticos, para mejorarlos según un objetivo predeterminado. Sin embargo recién hacia fines del siglo XIX ha intentado hacer lo mismo con su propia especie a través de la eugenesia, que básicamente consiste en llevar a cabo medidas para el mejoramiento de la descendencia humana, posibilitando la reproducción diferencial de ciertos individuos o grupos considerados valiosos o mejores, y que constituyó un entramado de saberes y tecnologías sumamente extendido e influyente en, por lo menos, los últimos cien años. Al mismo tiempo, ningún campo de aplicación de la ciencia a la vida humana es más proclive a despertar sentimientos de desaprobación y evocar imágenes de horror. Y no es para menos. La eugenesia toca los límites de lo humano al pretender intervenir y controlar la descendencia; se asocia a algunas de las peores consecuencias del racismo y el establecimiento de jerarquías humanas sobre bases pretendidamente biológicas; se asocia también al uso brutal de las tecnologías sociales y médicas y al genocidio de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, esta evaluación justificada por cierto, a veces obnubila la comprensión del alcance y características de la eugenesia llevada a la práctica fundamentalmente en la primera mitad del siglo XX, llevando a cometer, creo, tres errores epistemológico-historiográficos: se dice que la eugenesia ha sido un producto pseudocientífico, que ha sido practicada principalmente en la Alemania nazi y con algunos reflejos menores en otros países y que en la actualidad hay un riesgo cierto del resurgimiento de los planteos eugenésicos.

Si bien en las últimas décadas una buena cantidad de estudios1 han contribuido a entender mejor el alcance y profundidad de la eugenesia, no es raro encontrar cierto

1 Cf. entre otros, Álvarez Peláez (1985, 1988), Chorover (1979), Gould (1996), Kevles (1995), Stepan (1991), Romeo Casabona (edit.) (1999); Glick, Th; Puig-Samper, M. y Ruiz, R. (edit) (2001).

consenso entre importantes historiadores: cuando le dedican cierta atención —en general bastante marginal— señalan su carácter pseudocientífico o la consideran un abuso de la ciencia y, en todo caso el rescate de la importancia del movimiento eugenésico de la primera mitad del siglo XX, se hace por la vía negativa, destacando exacerbadamente la brutalidad de ciertas consecuencias ideológicas y tecnológicas de los usos que el poder hace de la ciencia moderna. A veces, también, se extraen consecuencias morales sobre los riesgos de olvidar las atrocidades cometidas. Hobsbawn por ejemplo señala en su Historia del siglo XX que “los hombres pueden sin dificultad, conjugar unas creencias absurdas sobre el mundo con un dominio eficaz de la alta tecnología”; y en La Era del Imperio afirma que:

“(...) los vínculos entre la biología y la ideología son especialmente evidentes en la relación entre la ‘eugenesia’ y la nueva ciencia de le genética (...) [la eugenesia] fue fundamentalmente un movimiento político, protagonizado casi de forma exclusiva por miembros de la burguesía o de la clase media, que urgían a los gobiernos a iniciar un programa de acciones positivas o negativas para mejorar la condición genética de la especie humana.” (Hobsbawn, 1987 [1998, p. 261]2)

Randall no duda en calificar a la eugenesia dentro del darwinismo social, señalando que antes de 1914 constituía uno de los pilares:

“(...) de la defensa ‘científica’ de la guerra y el militarismo; más tarde ha servido de apoyo a los diversos prejuicios de la supremacía nórdica, del antisemitismo y de la intolerancia nacionalista.” (Randall, 1940 [1981, p. 604])

Un eminente historiador de la ciencia, J. Bernal, no duda en señalar que la eugenesia se ha dedicado principalmente a tratar de:

“(...) probar, en el dominio genético, la superioridad de los miembros de la clase dominante y la necesidad de protegerlos contra la descuidada reproducción de la clase ‘inferior’ o pobre. Esta interpretación biológica de la humanidad, con su énfasis en las razas y la reproducción, ha afectado en mayor o menor grado a muchos pensadores avanzados en las ciencias sociales e históricas. (...) los peores resultados son los que ha producido en la práctica (...) en nuestro tiempo es cuando se ha mostrado en todo su horror, cuando el pretexto de la superioridad racial, creído fanáticamente por millares de nazis, fue usado para perpetrar las matanzas mayores y más inhumanas de la historia, en condiciones de crueldad y degradación verdaderamente increíbles.” (Bernal, 1954 [1979, p. 295])

Muchas veces, la literatura más específica tampoco escapa a la tentación de calificar a la eugenesia como pseudociencia. En su excelente libro From Génesis to genocide (1979), S. Chorover pasa revista a una serie de tecnologías asociadas a la eugenesia y al determinismo biológico, fundamentalmente en los EE.UU., intentando mostrar la relación clara entre las definiciones de la naturaleza humana y el ejercicio del poder. La eugenesia aparece allí en su costado más perverso y ligada a la coacción y al dominio. En otro excelente libro — The Mismeasure of man (1996)—, con una precisión técnica mayor, Gould

2 En las referencias bibliográficas se señala el año de la edición original y, cuando corresponde, entre corchetes el año y la página de la versión en español de donde fue extraída la cita.

además de pasar revista a algunas de las formas del determinismo biológico muestra en un exhaustivo análisis sus errores, dificultades e inconsistencias, calificando estas manifestaciones como excesos de la ciencia. En un libro reciente -In the name of eugenics (1995)- Kevles, realiza un análisis crítico general de la relación entre técnica y progreso humano, rescata —algo ingenuamente quizá— el valor de ejemplo moral que puede proveer la historia de la ciencia, preguntándose si “¿sabrán sacar de ellos una lección de prudencia los científicos que buscan los genes de los comportamientos normales y anormales?”. Muestra a la eugenesia, básicamente, como un fenómeno de la Alemania nazi con algunas repercusiones en otros países y como una de las formas de opresión, discriminación y horror. Es totalmente cierto que los argumentos eugenésicos le han servido al nazismo para legitimar sus tecnologías del horror. Probablemente ello ha dejado una impronta tan fuerte que muchos piensan que la eugenesia ha sido un patrimonio casi exclusivo de la Alemania nazi, así como también y aunque en menor medida algunos creen, erróneamente, que sus formulaciones más extremas se encuentran ligadas al darwinismo social. Pero pensar que la eugenesia ha sido exclusivamente eso es tan sólo una verdad a medias, y, como ocurre a menudo, las verdades a medias dicen más por lo que eluden u ocultan que por lo que dicen explícitamente. Lo que sostengo es que se trata de consideraciones históricamente falsas y epistemológicamente ingenuas; para ser más preciso, considero que el error epistemológico lleva, en este caso, a errores historiográficos. En primer lugar porque el doble movimiento de asimilar eugenesia a nazismo y luego dejarla de lado como producto pseudocientífico, oculta el hecho evidente de que la eugenesia es un producto, clara y exclusivamente en sus inicios, de la liberal sociedad victoriana inglesa3. En segundo lugar, la eugenesia no ha sido un producto pseudocientífico: ¿cómo habría que denominar a un movimiento de ideas que se desarrolló prácticamente en todo el mundo ocupando la atención de una enorme mayoría de la comunidad científica incluyendo biólogos, médicos, genetistas, demógrafos, juristas, psiquiatras, psicólogos, y otros, muchos de ellos premios Nobel; que ha formado asociaciones tanto nacionales en la mayoría de los países como así también federaciones internacionales; que ha celebrado numerosos Congresos en los que participaron los más renombrados científicos; que se ha desarrollado dentro de las universidades; que ha producido una enorme cantidad de publicaciones en revistas especializadas a lo largo de por lo menos cincuenta años; que a pesar de no ser un movimiento totalmente homogéneo ha establecido la agenda de temas en áreas como la salud, la higiene social y muchas veces en las políticas de Estado? La eugenesia ha constituido un complejo conjunto de tecnologías sociales y políticas públicas derivado, con mayor o menor rigor, del conocimiento científico vigente. En ese sentido puede decirse que ha constituido un extendido y complejo Programa interdisciplinario en el cual estuvieron comprometidos importantes sectores de la comunidad científica internacional (abarcó y contuvo puntos de vista provenientes de la biología, sociología, medicina, tecnologías educativas, demografía, psiquiatría, ciencias jurídicas y criminología) y cuyo objetivo era el mejoramiento/progreso de la humanidad o de grupos humanos, por medio del conocimiento científico y a través de la implementación de diversas políticas públicas.

Puede asegurarse que, si bien los desarrollos, alcances y apuestas teóricas de la eugenesia han sido de cierta heterogeneidad, sus ideas principales han atravesado todos los aspectos de la vida científica, social y cultural desde fines del siglo XIX hasta, por lo 3 Cf. Álvarez Peláez (1985).

menos, mediados del siglo XX. Mostrar esto, uno de los objetivos de este libro, implica avanzar sobre los errores señalados más arriba. Para mostrar que la eugenesia no puede circunscribirse al nazismo y alguna otra expresión marginal en otros países, bastará con exponer el carácter generalizado que ha tenido. En este sentido se describirá el carácter ecuménico e interdisciplinario de la eugenesia (Capítulo 2) y, luego se hará un relevamiento de los alcances y particularidades que el movimiento eugenésico ha tenido en la Argentina (Capítulo 3). Al mismo tiempo quedará claro que, lejos de ser una pseudociencia, ha conformado un clima de ideas dominante durante varias décadas y no ha sido de ninguna manera un saber marginal sino una genuina expresión de la comunidad científica. El segundo objetivo de este libro es rastrear los orígenes de la eugenesia en un estilo de pensamiento llamado determinismo biológico (Capítulo 1). El tercer objetivo será exponer algunas reflexiones a propósito del llamado de alerta de algunos autores sobre la posibilidad de una reedición de la eugenesia en la actualidad (el tercer error con relación a la eugenesia) y sobre la relación entre las técnicas actuales de intervención reproductiva y las ideas eugenésicas (Capítulo 4).

Buena parte de los errores señalados surgen, a mi juicio, de una apreciación basada en consideraciones epistemológicas ya superadas. La pregunta clave que ayudaría a encontrar una respuesta más adecuada sería: ¿bajo qué consideraciones epistemológicas la eugenesia debe considerarse una pseudociencia o un uso indebido del conocimiento científico y, por el contrario qué criterios deben tenerse en cuenta para considerarla un producto genuino –aunque de consecuencias muchas veces atroces- de la comunidad científica? Comenzar a responderla implica superar la epistemología logicista estándar y utilizar el instrumental teórico que aportan los llamados estudios sobre la ciencia.

DE LA CONCEPCIÓN HEREDADA A LOS ESTUDIOS SOBRE LA CIENCIA

1. LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

La línea epistemológica más importante del siglo XX ha sido la llamada Concepción Heredada (CH), constituida por los científicos y filósofos del Círculo de Viena (R. Carnap, F. Schlick, O. Neurath, entre otros), la Escuela de Berlín (de H. Reichenbach) y otros autores que compartían sus supuestos iniciales, y que instala la agenda de temas sobre los cuales se debatirá durante todo el siglo XX.

“A partir de los años 20 se convirtió en un lugar común para los filósofos de la ciencia el construir teorías científicas como cálculos axiomáticos a los que se da una interpretación observacional parcial por medio de reglas de correspondencia. De este análisis, designado comúnmente con la expresión Concepción Heredada de las Teorías se han ocupado ampliamente los filósofos de la ciencia al tratar otros problemas de la filosofía de la ciencia. No es demasiado exagerado decir que virtualmente cada resultado significativo obtenido en la filosofía de la ciencia entre los años 20 y 50 o empleó o supuso tácitamente la concepción heredada.” (Suppe, 1974 [1979, p. 16]).

Para la CH, a partir de algunas distinciones ya clásicas propuestas por Carnap y

Reichenbach, la historia de la ciencia constituye un ámbito residual y sin relevancia

epistémica alguna. Carnap (1928) presentaba un sistema y un método para la reconstrucción racional de los procesos de conocimiento y “conformación de la realidad”, entendiendo la reconstrucción en sentido fuerte y siguiendo “la forma racional de derivaciones lógicas”. El problema fundamental de la filosofía (que en este contexto quedaba reducida a cumplir un papel de auxiliar de las ciencias) consistiría en lograr la mayor depuración posible del lenguaje - para liberarlo “de la escoria de los lenguajes históricamente dados” (Carnap et al, 1929 [2002, p. 112])- y luego la reconstrucción racional con los conceptos de todos los campos científicos. Algunos años después Reichenbach (1938) estableció dos distinciones que alcanzaron reconocimiento y aceptación rápidamente. La primera era la diferencia entre las relaciones internas y externas del conocimiento. La otra distinción, complementaria de algún modo de la primera es la que se establece entre el contexto de justificación y el contexto de descubrimiento. Al primero corresponden los aspectos lógicos y empíricos de las teorías, y su estudio, que se suponía como el único relevante y pertinente para explicar el hecho de que cada vez mayor número de proposiciones verdaderas se iba sumando al corpus de la ciencia, era la tarea de la filosofía de la ciencia. Al contexto de descubrimiento quedan confinados los aspectos históricos, sociales y hasta psicológicos, que rodean a la actividad de los científicos, aspectos considerados irrelevantes para la justificación o legitimación de las teorías. En todo caso, el análisis de estos aspectos sería tarea de la sociología, la historia o la psicología. Éstas últimas no tenían ninguna tarea epistémica, es decir acerca de la verdad de los enunciados; a lo sumo podían dar cuenta de los errores considerados como productos indeseables de la influencia perniciosa del ambiente. En efecto, mientras la verdad dependía de la correcta aplicación de los criterios canónicos establecidos por la CH, el error podía entenderse cabalmente por razones contextuales. El fortísimo peso que tuvo la CH derivó en que estas distinciones se constituyeran en verdaderos cepos disciplinares, verdaderas divisiones del trabajo intelectual. Así, por ejemplo, la sociología de la ciencia propuesta por R. Merton, se circunscribía mansamente a analizar solamente la comunidad científica en tanto sociedad con sus reglas y modos de funcionamiento, pero de ningún modo se ocupaba de los contenidos de la ciencia.

Sin embargo, las disputas que se dieron en el ámbito de la filosofía de las ciencias a partir de las críticas a la CH fueron socavando los puntos de vista iniciales más fuertes y abrieron la posibilidad al análisis de la relevancia epistémica de las prácticas científicas revalorizando la tarea de la sociología y la historia de la ciencia. El primer crítico importante del Círculo de Viena y de las versiones empiristas e inductivistas de la CH fue K. Popper. A pesar de seguir defendiendo la idea de “epistemología sin sujeto”, Popper estableció que la distinción entre ciencia y metafísica propuesta por la CH a partir de un criterio de significación4 era insostenible y debía ser sustituida por una distinción entre

4 Se trata del criterio verificacionista de significado, que se puede enunciar como sigue: “el significado de una proposición es el método de su verificación”. Según este principio, aquellas proposiciones que no puedan verificarse empíricamente (directa o indirectamente según una derivación deductiva), carecen de significado en sentido estricto y sólo tienen un sentido emotivo: expresan estados de ánimo. Como quiera que sea, rápidamente, y como resultado de las críticas (Cf. Ayer, 1958) autores que sostenían la necesidad de un criterio estricto o de una verificación completa han pasado -por la imposibilidad de sostener la verificación estricta de enunciados universales, como son las hipótesis y las teorías científicas- a defender, no la verificación, sino sólo la confirmación de las hipótesis científicas mediante la comprobación de predicciones que se cumplen. Una teoría científica, o un enunciado con sentido, según este último criterio empirista, no puede estrictamente verificarse, pero sí ser de algún modo confirmado por la experiencia.

ciencia y pseudociencia a partir de un criterio metodológico de falsabilidad, habida cuenta que no era posible exigirle a las teorías científicas una justificación y en cambio sí podía exigírseles el testeo con el mundo empírico. Este criterio metodológico abre la puerta a la consideración de las prácticas de los científicos, a través de las cuales, entendidas como intersubjetividad, se garantiza según Popper, la objetividad de la ciencia. En los años ‘60 comienza a gestarse una nueva perspectiva epistemológica merced, principalmente, a la obra de Th. Kuhn, físico por formación puesto a investigar en historia de la ciencia. Kuhn ha ejercido una enorme influencia en la sociología de la ciencia por algunas de las implicancias epistemológicas de sus puntos de vista, en la historia y en la filosofía de las ciencias, más que por la originalidad de sus propuestas, porque ha movilizado una serie de entrecruces disciplinares y conceptuales entre la historia, la sociología y la filosofía de las ciencias. El mérito de su obra más conocida -La Estructura de las Revoluciones Científicas (Kuhn, 1962/69)- consiste en haber revalorizado la idea de que la práctica cognoscitiva científica es una actividad cultural sujeta a la posibilidad del análisis socio-histórico, lo cual ha puesto de manifiesto temas y problemas que anteriormente habían pasado inadvertidos. El conocimiento científico, para Kuhn, es intrínsecamente un producto de grupo y por lo tanto es imposible entender tanto su eficacia peculiar corno la forma de su desarrollo sin hacer referencia a la naturaleza especial de los grupos que lo producen. De esta manera, al poner de relieve que las distintas formas del conocimiento natural no vienen dadas por un método universal o ahistórico5

socava cualquier categoría epistemológica privilegiada y permite que la sociología del conocimiento comience la tarea de abrir la “caja negra” de la producción científica.

Como suele ocurrir, las discusiones que ocurren en un contexto determinado recogen una impronta más general que las excede. En este caso también las disputas al interior de la filosofía de la ciencia van en paralelo con las que se desarrollan en otras áreas como la historia y la sociología de la ciencia.

2. LA HISTORIA Y LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA

Además de los problemas técnicos disciplinares propios, una cuestión básica que debería resolver toda historiografía de la ciencia, es la relación que puede establecerse entre el estado de la ciencia actual, objeto de un análisis epistemológico sincrónico, y el pasado de la disciplina. Si bien el problema puede ser planteado meramente como la reconstrucción de la tradición disciplinar, el criterio de selección está apoyada sobre un fundamento conceptual básico: toda historia de la ciencia presupone ciertas apreciaciones sobre la naturaleza de la ciencia, es decir una epistemología, lo cual implica que hay cuando menos algún esbozo de demarcación entre lo que corresponde a la ciencia —y en tal caso a su historiografía— y lo que queda fuera de ella. Se trata en términos generales del problema de la incumbencia de la historiografía de la ciencia.

5 Aunque Th. Kuhn es el autor más reconocido, otros han hecho aportes importantísimos en la misma línea, como por ejemplo, por citar sólo algunos, N. R. Hanson (1958), S. Toulmin (1961, 1970), P. Feyerabend (1970); y L. Laudan (1984). Incluso mucho antes, L. Fleck (1935), había desarrollado una historia de la sífilis en la cual incorpora conceptos como el de ‘estilo de pensamiento’ que inmediatamente remiten a los ‘paradigmas’ de Kuhn o a los ‘patrones de descubrimiento’ de Hanson y a las nuevas historias de la ciencia. Probablemente el hecho de que Fleck fuera polaco y judío en la década del ’30 en la Europa del nazismo explique que su obra se mantuvo relegada durante décadas.

Puede decirse, sin menoscabo de algunos antecesores, que la historia de la ciencia nace con la Ilustración, lo cual no sólo marca un momento en el tiempo, sino que le confiere una impronta teórica fortísima. Así, según De Asúa, el “Discurso Preliminar” a la Enciclopedia escrito por D'Alembert constituye quizá el “primer intento programático autoconciente de la historia de la ciencia”, marcado por:

“(...) a) las nociones de libertad, progreso y creación individual como orientadoras de la historia, b) la reconstrucción de la historia a partir de la filosofía ilustrada, c) el método experimental como la verdadera metodología de la filosofía natural (opuesta al escolasticismo).” (De Asúa, 1993, p. 11)

Un hito importante, y que marca buena parte del derrotero que siguió luego la

disciplina, lo constituye el aporte de Augusto Comte (1798-1857), quien sostiene en Curso de filosofía positiva (1830- 1842) que en toda ciencia confluyen un aspecto dogmático y un aspecto histórico. La exposición del aspecto dogmático corresponde al estadio actual y maduro de la ciencia, mientras que la exposición histórica corresponde a los estadios primitivos de la evolución disciplinar en el marco del progreso de la humanidad en su conjunto. Solidariamente con este optimismo propio del positivismo, para Comte la historia de la ciencia puede ser reconstruida una vez alcanzado el estadio de la madurez o dogmático, de modo tal que el sistema presente, siempre considerado completo en algún sentido confiere racionalidad y un hilo conductor a la historia de la disciplina, que, de ese modo es contada según el patrón de la ciencia contemporánea: “La historia de la ciencia está, no inevitable sino intencionalmente, al servicio del presente, del cual depende” (De Asúa, 1993, p. 14). Se trata del tipo de historia que, bastante después, H. Butterfield caracterizó en su obra The whig interpretation of history (1931):

“(...) la tendencia de muchos historiadores a escribir desde el punto de vista de los protestantes y del partido whig, de alabar las revoluciones siempre que hayan triunfado, de enfatizar ciertos principios del progreso en el pasado, y de producir una historia (relato) que es la ratificación, si no glorificación, del presente.”

La historiografía whig, consiste así en reconstruir la marcha progresiva de la historia, centrándose en los avances del pasado que anticipaban el presente. Este modo de hacer una historia “ahistórica” en la cual el pasado no tiene sentido per se, sino sólo desde el presente y para dar cuenta de él, se origina en un tronco de ideas que a lo largo del siglo XIX, y asociado básicamente a autores como W. Whewell (1794-1866), P. Duhem (1861-1914) y E. Mach (1838-1916), fue mostrando que en la relación entre historia y filosofía de las ciencias ésta última ostenta el privilegio epistémico. Los tres mantienen esta tesis básica sobre el estatus de las relaciones entre la historia y la filosofía de las ciencias aunque difieran en sus puntos de vista epistemológicos. Desde una historiografía whig es natural que la eugenesia y las distintas formas de determinismo biológico del siglo XIX y XX sean considerados fuera del ámbito de la ciencia.

En paralelo con las disputas en el campo de la filosofía de la ciencia, en la historia de la ciencia van surgiendo también corrientes nuevas. A principios del siglo XX comienza a consolidarse institucionalmente la disciplina merced fundamentalmente a los trabajos de G. Sarton (1884-1956), quien propugnó una historia de la ciencia con un sesgo marcadamente whig. Pero, alrededor de los años '50 nace en los EE.UU. el movimiento de

historia de las ideas que rompe con los ideales enciclopedistas y bibliográficos de Sarton y, en cambio, adopta como metodología el análisis crítico de las fuentes, pero fundamentalmente dejan de hacer historia whig. Por la misma época, en Inglaterra surge el programa de historia social de la ciencia, cuyo autor más conocido fue J. Bernal proveniente de la tradición marxista, y que consistía en interpretar la historia de la ciencia en términos de los condicionantes sociales, políticos y económicos.

“La cuestión de la coexistencia de una historia de la ciencia fundada en la historia de las ideas y de una historia social de la ciencia se expresó en el conflicto ‘internalismo vs. externalismo’, es decir ¿la historia de la ciencia debe prestar atención al desarrollo de teorías e ideas científicas o más bien al de las condiciones de desarrollo de la ciencia?” (De Asúa, 1993, p. 25)

Este debate que se dio en la historia de la ciencia, no es otra cosa que la pregunta por

la demarcación hecha en otro ámbito y seguramente el reclamo de Kuhn en la década del ‘60, por otorgar un papel relevante epistémicamente para la historia de la ciencia, ha resultado un hito significativo. Una cuestión clave para cualquier agenda historiográfica, que adquiere nueva y especial importancia a partir de reconocer que la historiografía de la ciencia es un insumo indispensable y algo más que un catálogo de ejemplos para uso estratégico, es atender al tipo de secuencia de desarrollo de la ciencia a través del tiempo. Son varias las respuestas que se han dado. Comenzando con los modelos estáticos o ahistóricos que piensan la historia del conocimiento humano como “revelación”. Las versiones más antiguas proceden de los relatos míticos, en genera asociados con la idea de un pasado glorioso, pero también algunas versiones premodernas de la historia del conocimiento se hallan impregnadas de este punto de vista. Aunque este modelo en sus formas clásicas tiene muy poca importancia para la actual historia de las ciencias, pueden encontrarse sin embargo reminiscencias del mismo en aquellas historias que consideran el progreso de la ciencia como producto de la actividad de genios aislados que a través de iluminaciones súbitas realizan meramente una tarea de descubrimiento de una realidad que está allí totalmente independiente de los sujetos que conocen y que sólo espera pasivamente ser explicada. A partir de la modernidad los modelos de análisis comienzan a ser de desarrollo como por ejemplo el modelo acumulativo o de crecimiento, según el cual, hay una acumulación incesante de conocimiento. De hecho el planteo de Diderot y el plan de la Enciclopedia responden a este modelo de crecimiento, al igual que las ideas de A. Comte y W. Whewell. Una alternativa la constituye el modelo revolucionario que tiende a considerar los cambios en la ciencia como discontinuidades o rupturas, a veces cambios profundos y abarcativos, más que como acumulación. Evidentemente el alcance, magnitud, cantidad y periodicidad de las revoluciones difiere entre los autores. A. Koyré, resulta un claro ejemplo al entender la llamada “revolución científica” del siglo XVII, como la revolución cultural más profunda desde la Grecia clásica, y cuya esencia consiste en la aplicación de las matemáticas al estudio de la naturaleza, tal como ejemplifican los trabajos de Galileo. Sin embargo, es Kuhn (1962/69) quien propone una versión epistemológica mixta del modelo de las revoluciones científicas, según la cual la ciencia se desarrollaría a través de períodos de relativa estabilidad y crecimiento acumulativo, la ciencia normal, y períodos de cambio radical, las revoluciones científicas, en los cuales hay sustitución lisa y llana de un paradigma (matriz disciplinar) por otro no sólo incompatible sino también inconmensurable. Por último pueden señalarse los modelos evolucionistas, surgidos a

partir de la década del ’60 y que coinciden en la búsqueda de mecanismos de generación de novedades (conceptos, conjeturas científicas, etc.), y mecanismos de selección y transmisión de las mismas.

El mismo tipo de disputas se ha dado en la sociología de la ciencia. En contraposición con el análisis mertoniano, que se ocupaba solamente de la comunidad científica en tanto grupo, las sociologías del conocimiento científico comenzaron a considerar la relevancia del análisis sociológico en asuntos epistémicos. Así surgieron el Programa Fuerte, el Programa Relativista, la etnometodología, la antropología de laboratorios, por nombrar a las líneas más significativas, en las cuales se intenta relacionar causalmente las prácticas de los científicos con el producto terminado: la ciencia.

El crecimiento, diversificación y profundización en los problemas de la historia y la sociología de la ciencia van en paralelo con la puesta de manifiesto de las insuficiencias de los análisis puramente logicistas de la CH. A grandes rasgos lo que puede observarse a lo largo de casi cien años de debates es que tienden a borrarse barreras de incumbencias disciplinares y la filosofía de la ciencia se abre a los análisis sociológicos e históricos, es decir diacrónicos, mientras que como contrapartida la sociología e historia de las ciencias han comenzado a reclamar la palabra en asuntos epistémicos es decir en el proceso de aceptación y justificación de las teorías científicas. El resultado es un complejo interdisciplinario que se denomina estudios sobre la ciencia que incluye además de las señaladas, historia, sociología y filosofía de la ciencia, ramas como las filosofías especiales de la ciencia, la antropología de laboratorios, los estudios CTS en educación, la filosofía de la tecnología, los estudios sobre política científica y tecnológica, economía de la innovación tecnológica, y otras. Si bien se trata de un heterogéneo y casi inabarcable conjunto de puntos de vista y perspectivas es posible señalar algunos rasgos comunes:

• Se anula la distinción tajante y excluyente entre los contextos de descubrimiento y de justificación. Esta disolución se basa en la tesis que sostiene que el proceso de producción de conocimiento tiene relevancia epistémica. Una consecuencia de este principio opera en el sentido de debilitar el carácter meramente prescriptivo de toda teoría de la ciencia (filosofía de la ciencia) y plantear la necesidad de los análisis descriptivos o también llamados “naturalizados”.

• Comienza a desconfiarse y negarse la existencia de criterios absolutos y fundacionales que garanticen la verdad o la racionalidad. Aunque los juicios y decisiones de los científicos se reclamen racionales y sus afirmaciones pretendan ser verdaderas, tanto la noción de verdad, como las de progreso y racionalidad son revisables y relativas a comunidades, épocas y contextos concretos. También las normas y valores que guían la actividad científica son cambiantes y relativos, pues son producto de procesos sociales dentro de la comunidad científica.

• Las representaciones científicas no se consideran como provenientes directamente de la realidad, ni son un reflejo literal de ésta. No puede esperarse siquiera una interpretación idéntica de los mismos fragmentos de evidencia, dado que la experiencia no es neutral, y varía según el contexto, los aprendizajes, los esquemas compartidos y los procesos de comunicación en que se produzca. De ahí que el conocimiento y, en cierto modo, la realidad se consideren socialmente construido.

• La actividad científica no es llevada a cabo por sujetos epistémicos ideales, sino por

comunidades concretas organizadas socialmente. En este sentido los científicos son

criaturas humanas y sociales sujetas a los mismos tipo de explicación que cualquier otro

grupo. Y el conocimiento que producen es en buena medida resultado y reflejo de la forma

en que se organizan dentro de esas comunidades.

• No habría mayor diferencia, salvo quizá su eficacia y efectividad entre el conocimiento

científico y otros conocimientos. De ahí que posea una función instrumental y pragmática

puesto que lo que se pretende con él es conseguir ciertos fines o satisfacer ciertos intereses;

por esta razón, su producción y aceptación está fuertemente condicionada por su capacidad

para cumplir esa función.

No comparto una parte importante de las consecuencias relativistas de estos nuevos planteos, algunas muy burdas. Sin embargo es importante rescatar de los señalamientos precedentes, que los análisis logicistas de la CH se mostraron insuficientes y resulta indispensable completarlos con análisis histórico-sociológicos que recuperen la importancia de las prácticas concretas y efectivas de la comunidad científica en contexto. Este giro resulta fundamental a la hora de evaluar (o reevaluar) el estatus de la eugenesia. Sin embargo, debe quedar claro que junto con el cambio de perspectiva señalado se derrumba la idea según la cual la ciencia resulta legitimada per se. De modo tal que- y adelanto una de las conclusiones de este libro- si la historiografía de la ciencia nos llevase a creer que una manifestación que surge de los trabajos e ideas de la comunidad científica (en este caso la eugenesia) depende esencialmente de comportamientos que, según una evaluación previa creemos irracionales o vistos desde la actualidad claramente ideológicos, antes que expulsarla del ámbito de la ciencia, deberíamos realizar una evaluación diferente de lo que habremos de creer acerca de la ciencia.

CAPÍTULO 1

EL DETERMINISMO BIOLÓGICO Una historia de la “naturaleza humana”

“La fealdad es con harta frecuencia expresión de una evolución trabada, inhibida por cruza de razas (...)

Los criminalistas antropólogos nos dicen que el delincuente típico es feo: Monstrum in fronte, monstrum in animo. (...)

Un forastero versado en fisonomías, de paso por Atenas, le dijo en la cara a Sócrates que era un monstrum, -que

albergaba todos los vicios y malas apetencias. Y Sócrates se limitó a contestar: Usted me conoce señor”

(Nietzsche, El ocaso de los ídolos)

Parece casi un contrasentido hablar de una historia de la naturaleza humana ya que, en general, preguntarse por esa naturaleza humana parece requerir por alguna condición que se mantenga invariable más allá de las formas que adquieren las organizaciones y costumbres humanas a través del tiempo; es decir, una respuesta que se encuentre ajena a los avatares de la historia humana. Sin embargo, lejos de ponerse de acuerdo sobre esa supuesta esencia humana intemporal, los pensadores y científicos que se han ocupado del problema han dado respuestas diferentes y hasta incompatibles entre sí, más allá de las cuales pueden detectarse cuatro cuestiones importantes. En primer lugar, lo dicho: hay múltiples versiones acerca de la naturaleza humana a lo largo de la historia; en segundo lugar que las definiciones de la naturaleza humana que a lo largo de dos mil años han sido formuladas por la filosofía, han pasado, en el siglo XIX a ser parte de las ciencias biológicas; en tercer lugar que el concepto de naturaleza humana aparece tanto dirigido a veces a resaltar la igualdad de los humanos como así también, a veces, a justificar la diferencia entre ellos; y, finalmente, el concepto de naturaleza humana funciona como elemento legitimante de determinadas formas de organización y funcionamiento social. A propósito de este último punto hay una cuestión formal que debería, a mi juicio, quedar saldada desde ahora: el procedimiento por el cual se pretende concluir lo que debe ser (el mundo propiamente humano, ético y social) a partir de lo que es (el mundo natural) está viciado de un error lógico, falencia ya señalada claramente por D. Hume en el siglo XVIII. Sobre la misma base, y teniendo a la vista las atrocidades cometidas hacia la primera mitad del siglo XX, se pronunció la UNESCO en 1952, contra los que confunden diversidad biológica con desigualdad humana (Véase Dobzhansky, 1973): “la igualdad de oportunidades y la igualdad ante las leyes, al igual que los principios éticos, no reposan en manera alguna sobre el supuesto de que los seres humanos están de hecho igualmente dotados”. Se trata de ámbitos inconmensurables y caen en la falacia (no siempre ingenuamente) tanto los que defienden la desigualdad sobre la base de la diversidad biológica como así también los que intentan, forzando las cosas desconocer la diversidad para fundar la igualdad. La diversidad (genética o fenotípica) es asunto biológico, mientras que la desigualdad es asunto ético-político. Sin embargo, esta objeción, no sólo

no ha evitado que se cometiera tal error lógico - después de todo, la vida práctica pocas veces se rige por la lógica.-, sino que por el contrario, la historia nos muestra una ubicua costumbre de legitimación del orden social a través de la apelación a la naturaleza humana. Uno de los objetivos de este libro es analizar las principales formas que ha adquirido este procedimiento.

Si hay una distinción de larga tradición en la historia del pensamiento es aquella que surge a partir de la oposición/distinción/asimilación entre naturaleza y sociedad/cultura. El hombre, ya por cuestiones narcisistas, ya por razones objetivas, se ha considerado y percibido a sí mismo no sólo un animal más, aunque desde hace un siglo y medio se considere también un animal más. La relación entre naturaleza y sociedad ha devenido entonces y ya desde la antigüedad clásica, un problema insoslayable y la historia del pensamiento ha producido múltiples versiones sobre esta relación. La Grecia clásica no diferenciaba entre physis y nomos, de modo tal que el mundo de la naturaleza incluía el mundo de la cultura y las sociedades humanas; después, en los tiempos de la decadencia de la polis clásica y la irrupción de la democracia, los sofistas rompieron en parte con esta idea mostrando que las reglas del mundo humano (nomos) eran convencionales y, por tanto relativas. Como quiera que sea, conocer la naturaleza de las cosas como modo de explicación de todo lo que sucedía en el universo ha sido una de las obsesiones que originaron la filosofía misma. En la antigüedad, Platón (428-348 a. C.), en República, a través del episodio conocido como el “mito de los metales”, se ocupa del problema de cómo conseguir que en una sociedad que se pretende estable, sus integrantes acepten de buen grado las condiciones sociales que les han tocado respetando las jerarquías establecidas. Sócrates y Glaucón dialogan de este modo:

“-¿Cómo nos las arreglaríamos ahora -seguí- para inventar una noble mentira de aquellas beneficiosas de que antes hablábamos y convencer con ella ante todo a los mismos jefes y si no a los restantes ciudadanos? -¿ A qué te refieres? - No es nuevo, tiene su origen en Fenicia; y por lo que dicen los poetas, que al parecer hablan con convicciones, es un hecho real que se ha verificado en muchos puntos. Pero en nuestros días no ha tenido lugar, ni sé que pueda tenerlo en lo sucesivo. No es poco, si se consigue hacerlo creer. -¡Qué!, ¿Tienes dificultad en decírnoslo? - Cuando lo hayas oído, verás que no me falta razón para ello. - Habla y no temas nada. - Voy a decirlo; pero en verdad no sé a donde acudir, para cobrar ánimo y encontrar las expresiones que necesito para convencer a los magistrados y a los guerreros, y después al resto de los ciudadanos, de que la educación que les hemos dado no es más que un sueño; que donde han sido efectivamente educados ha sido en el seno de la tierra, así ellos como sus almas, como todo lo que les pertenece; que después de haberles formado, la tierra, su madre, les ha dado a luz; y que por lo tanto deben considerar la tierra en que habitan, como su madre y su nodriza, defenderla contra todo el que intente atacarla, y tratar a los demás ciudadanos como hermanos salidos del mismo seno - No te faltaban razones -dijo- para vacilar tanto antes de contar tu mentira. - Pero ya que he comenzado escucha el resto del mito. ‘Sois, pues, hermanos todos cuantos habitáis la ciudad -les diremos siguiendo con la fábula-; pero al formaros los dioses, hicieron entrar oro en la composición de cuantos de vosotros están capacitados para mandar, por lo cual valen más que ninguno; plata en la de los auxiliares, y bronce y

hierro, en la de los labradores y demás artesanos. Como tenéis todos un origen común, tendréis por lo ordinario hijos que se os parezcan; (...) porque perecerá la república cuando sea gobernada por el hierro o por el bronce’. ¿Sabes de algún medio para hacerles creer esta fábula?. - Ninguno –respondió-, al menos por lo que toca a la primera generación. Pero sí podrían llegar a admitirla sus hijos, los sucesores de éstos y los demás hombres del futuro.” (Platón, República, III, 21, 415)

En aquellos tiempos, Platón exponía la cuestión con suma claridad: cuando ya no es

la fuerza la que mantiene el orden y las jerarquías sociales, el problema resulta cómo hacer para que el individuo que ocupa los lugares más desventajosos en una escala social estratificada, acepte su lugar, convencido de que así debe ser, de que ese es el lugar que, por alguna razón legítima, le corresponde. Platón, apoyándose en los fuertes sentimientos de patriotismo y de servicio a la comunidad que caracterizaban a los griegos, creía poder convencerlos de que esa era la mejor manera de mantener la estabilidad y grandeza de la República.

La creencia en el carácter “natural” de la estratificación social, cuya justificación es presentada por Platón bajo la forma de un mito, no hacía más que repetir un lugar común en el mundo antiguo. Aristóteles (384-322 a. C.), el discípulo más ilustre de Platón, sostenía:

“La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a unos seres para mandar y a otros para obedecer. Ha querido, que el ser dotado de razón y de previsión mande como dueño, así como también que el ser capaz por sus facultades corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo, y de esta suerte el interés del señor y el del esclavo se confunden.” (Aristóteles, Política).

En un modelo como el aristotélico, y cualquiera de sus variantes, queda

perfectamente claro no sólo quién es el que manda en una sociedad, sino también por qué es legítimo que lo haga y, sobre todo quedan legitimadas las diferencias de estatus social, una sociedad estratificada en suma.

A lo largo de la historia puede constatarse que hay una relación directa entre las teorías que sostienen la existencia de una naturaleza humana, y las prácticas y tecnologías sociales derivadas que esas teorías legitiman. No necesariamente esta relación se ha dado siempre linealmente con el orden establecido, sino que muchas veces la apelación a la naturaleza humana ha funcionado como una utopía a cumplir; a veces como una suerte de idea regulativa que impugna el orden existente a través de la legitimación de un orden aún no realizado efectivamente, pero deseado y, por ende, justificando también las prácticas derivadas de y en pos de, su concreción.

En el siglo XVII, en medio de un cambio generalizado en Europa que sienta las bases de la modernidad, se desarrolla el modelo contractualista (inaugurando lo que hoy se conoce como iusnaturalismo moderno6) según el cual los hombres son considerados

6 Según N. Bobbio, se trata de la “(...) la revitalización, desarrollo y difusión que la antigua y recurrente idea del derecho natural experimentó durante la edad moderna, en el periodo comprendido entre comienzos del siglo XVII y finales del XVIII.” (Bobbio, 1985, p. 90)

iguales por naturaleza, en oposición al modelo aristotélico donde todos, tanto el esclavo como el ciudadano, tenían su “lugar natural” en la sociedad. El iusnaturalismo no es una doctrina homogénea, sino que presenta una pluralidad de variantes, a veces hasta inconciliables entre sí, aunque de hecho todas posean rasgos comunes que permiten agruparlas, tales como la estructura de constitución de la sociedad. Todas las teorías iusnaturalistas están basadas en una tríada de conceptos, a saber: el estado de naturaleza (que es el punto de partida hipotético), la sociedad civil o polis (que es el punto de llegada) y

el medio o instrumento por el cual se produce este pasaje, el contrato o pacto social. Ambos estados (natural por un lado y civil o político por otro) son excluyentes, es decir que se está en uno o se está en otro. De las características que cada autor ponga en el estado de naturaleza dependerá el tipo de sociedad civil que, a su criterio se deberá construir. En el marco cambio del orden feudal a las sociedades capitalistas modernas el iusnaturalismo moderno adquiere un carácter crítico respecto del estado de cosas existente, pero este estado de cosas no es siempre el mismo. Así, es posible distinguir dos momentos o tipos de iusnaturalismo que dependerán del modelo al cual se opone.

El primero sería aquel por el cual se trata de afirmar el carácter absoluto del Estado frente a las pretensiones de una nobleza feudal, una aristocracia díscola a someterse a un poder central por un lado y frente al poder del Papa por otro. Este es el momento propio del pasaje del mundo feudal al sistema de Estados modernos, ligado al auge de la vida urbana, el fortalecimiento de la burguesía, el mercantilismo. La propuesta de Thomas Hobbes (1588-1679) en pro de la soberanía absoluta representa este momento. Para Hobbes (1651), el hombre es malo, ambicioso y egoísta, por naturaleza, de modo tal que retomando la célebre fórmula de Plauto (254-184 a. C.) sentenciará: homo hominis lupus - el hombre es el lobo del hombre. A partir de allí justifica la instauración, a través del pacto social, de un soberano absoluto que pueda garantizar al menos la paz y por tanto la vida de los súbditos.

El segundo momento, coincide con aquella situación en la cual el régimen de soberanía absoluta entra en conflicto con las aspiraciones de la burguesía, dado que ésta exige para el desarrollo de sus actividades sociales un régimen de libertad política. Dos autores, claramente diferentes entre sí, representan este momento: J. Locke (1632-1704) y J. J. Rousseau (1712-1778) que marcan de alguna manera los modos diferentes en que las revoluciones modernas se dieron en Inglaterra (la Revolución Gloriosa de 1688) y Francia (la Revolución Francesa de 1789). Locke (1690) concibe al hombre natural como pacífico, capaz de realizar transacciones comerciales y sociales antes de la constitución de la sociedad civil, por lo que justifica una soberanía limitada que solucione solamente el problema de la ausencia de un juez imparcial propia del estado prepolítico. Por su parte Rousseau7 (1762), el más atípico de los iusnaturalistas, considera al hombre natural como pacífico y tímido, pero constreñido a la maldad por la acción de la cultura. En tal sentido propone una refundación de la sociedad política a través de un contrato social que venga a solucionar las injusticias que un pacto inicuo entre ricos y pobres vino a instaurar en otros tiempos y que constituye el origen de los males que, considera, aquejan a su época y su país. Como quiera que sea, y más allá de las diferencias, en todos ellos la naturaleza 7 Th. Hobbes, J. Locke y J. J. Rousseau representan tres estilos iusnaturalistas bien marcados, pero hubo muchos otros autores importantes como G. Leibniz (1646-1716), G. Vico (1668-1744), B. Spinoza (1632-1677) I. Kant (1724-1804).

humana postulada opera como axioma a partir del cual se articula la propuesta política. La obvia pregunta que se impone aquí es ¿a qué se debe la disparidad en cuanto a la concepción de la naturaleza humana?, o mejor, a la vista de tales diferencias ¿es posible seguir sosteniendo que existe una naturaleza humana universal y ahistórica?. Resulta útil aquí el argumento que Rousseau utilizara para criticar a los filósofos anteriores: todos parecen tomar el efecto por la causa. En efecto, según el filósofo francés todos creen estar describiendo al hombre por naturaleza, es decir la esencia humana, y, en verdad, no hacen más que describir al hombre que están viendo a su alrededor, en su situación histórica concreta.

Sin embargo, la apelación a la naturaleza humana no fue privativa de los iusnaturalistas. A. Smith, por ejemplo, sostiene que la organización de la sociedad en términos de la división del trabajo se debe a la naturaleza humana que no es otra cosa que la “propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa por otra” (Smith, 1776, [1958, p. 16]).

K. Marx (1818-1883), moderno al fin, discurre en la búsqueda de la esencia o naturaleza humana, que le sirve para fundamentar una impugnación del orden establecido, en este caso el mundo capitalista; pero, por otro lado, rompe con otros aspectos de la tradición de la filosofía moderna europea en tanto ubica esa esencia humana, ya no en el interior de los individuos, sino ligada ineludiblemente a sus relaciones externas, de modo tal que tal esencia no resulta una determinación válida para todo tiempo y lugar, es decir abstracta, sino que debe comprenderse en la historia humana concreta; una historia en la cual la práctica resulta el elemento fundamental. Lo que define la condición humana para Marx es el trabajo, la objetivación o exteriorización en la naturaleza de las representaciones que el hombre puede construir en su mente. Se produce en el hombre un desdoblamiento no sólo intelectualmente como en la conciencia, donde el hombre es a la vez sujeto y objeto, sino que además hay un desdoblamiento real en el cual el hombre se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. El proceso es dialéctico: el hombre sale de sí y se exterioriza humanizando la naturaleza a través de sus obras y a su vez esta transformación vuelve sobre sí y opera una transformación de las condiciones de la vida humana. Pero este trabajo, el trabajo libre, el verdadero trabajo es el que se realiza al liberarse de la mera necesidad orgánica. De modo que el trabajo no puede reducirse a la mera actividad económica, a simple medio de subsistencia, sino que debe permitir que el hombre se realice como ser genérico. Sin embargo, las condiciones históricas reales no han permitido lograr las condiciones para que el trabajo se cumpla en sus condiciones esenciales y definitorias y, así, la historia de la humanidad no ha sido otra cosa que la historia de la lucha de clases entre explotadores y explotados a través de distintos modos de producción y el trabajo no es más que trabajo alienado o enajenado. Las formas concretas de la alienación del hombre resultan de los modos de producción particulares en que va desenvolviéndose la historia. Momentos todos ellos provisorios y superables pero necesarios. El modo de producción capitalista deberá dejar paso a una nueva forma de las relaciones de producción, el comunismo, que anula y supera a aquél. En esa nueva forma de sociedad desaparecen las clases sociales, el hombre supera la alienación y puede cumplir cabalmente su esencia. Sólo en ese momento comienza la verdadera historia del hombre, el reino de la libertad, respecto del cual lo anterior debe considerarse como prehistoria.

Pero no hay que pensar que las ideas que someramente se han desarrollado hasta aquí corresponden tan sólo a tentaciones filosóficas, políticas o ideológicas. Tampoco se trata tan solo de un problema de la antigüedad clásica o de los inicios de la modernidad. En la actualidad hay una tendencia bastante extendida a creer en cierta omnipotencia del conocimiento genético, consistente en confiar en que, si se espera lo suficiente, el desciframiento de todos los códigos genéticos dará a la humanidad el conocimiento (y el control tecnológico) sobre las causas de todas nuestras conductas y rasgos. Esta creencia, reforzada por algunos logros parciales y alimentada en buena medida desde medios científicos y de divulgación, puede ser denominada “determinismo”, “determinismo genético” para ser más preciso. Una versión extrema de este punto de vista podría resumirse en la fórmula: “todo lo que somos (y seremos) ya está previsto en nuestros genes”.

Está claro que entre la genética moderna y la filosofía clásica hay enormes diferencias, pero también queda claro que surgen de la misma estructura argumental y apuntan al mismo objetivo: buscar en la naturaleza humana la causa de las formas en que los humanos viven y se relacionan entre sí. Pero entender cómo las definiciones acerca de la naturaleza humana han pasado desde la filosofía a la genética también implica recorrer otra historia: la del determinismo biológico mediada por la teoría darwiniana de la evolución.

1. LA TEORÍA DARWINIANA DE LA EVOLUCIÓN

La aparición en 1859 de On the Origin of Species by Means of Natural Selection or the Preservation of Favored Races in the Struggle for Life, una de las dos más grandes obras de Ch. Darwin (1809-1882), marcó el punto culminante de una revolución científica fundamental, pero también de una revolución cultural, seguramente la más importante producida de la mano de una teoría científica. En efecto, la teoría de la “descendencia con modificación” como la llamó Darwin inicialmente, marcó una revolución en lo que hoy llamamos ciencias biológicas bajo cualquiera de los criterios epistemológicos e historiográficos corrientes (Cf. Kuhn, 1962/69; Cohen, 1985) y determinó el desarrollo de la disciplina hasta nuestros días. Es casi un lugar común el título del artículo de Th. Dobzhansky (1973a): “Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución”. Los aportes de la genética (clásica o mendeliana, de poblaciones y molecular), el neodarwinismo (Weismann, 1883) y la teoría sintética (Dobzhansky, 1937) fueron modificando pero a la vez reforzando la propuesta inicial darwiniana. El nuevo modo de concebir la diversidad biológica y aun lo viviente mismo, trajo solución para una serie de problemas biológicos, y al mismo tiempo, inauguró un nuevo conjunto de problemas filosóficos derivados. Pero no sólo fue una revolución científica circunscripta al ámbito de la biología. El evolucionismo en general, pero sobre todo el modelo darwiniano de la selección natural, pasó, en los últimos ciento cincuenta años, a ser modelo conceptual en áreas en principio ajenas a la biología como la sociología, la antropología, la economía, la ética, la psicología, la medicina, y últimamente en la epistemología misma. Al mismo tiempo, y si bien algunas forma de determinismo biológico que veremos aparecieron antes, el darwinismo propició o dio apoyo teórico a nuevas formas de determinismo biológico como la antropología criminal; formó parte consustancial de la eugenesia (caso típico del complejo entramado de ciencia, tecnología y sociedad) y del darwinismo social; y últimamente con el aporte de la biología molecular el evolucionismo es utilizado en apoyo de la sociobiología humana.

La biología adquiere así un carácter peculiar en tanto campo de conocimiento que se ubica en un área de intersección entre las llamadas ciencias naturales, en el sentido más estricto, y las ciencias sociales. Esta doble pertenencia de los saberes biológicos se manifiesta en las conexiones directas o indirectas (reales, imaginarias, ideológicas o potenciales) que los trabajos en muchas áreas de la biología establecen con las condiciones sociales de producción, legitimación, reproducción y circulación del conocimiento y con las prácticas y puesta en marcha de tecnologías sociales.

Finalmente, el evolucionismo darwiniano marcó el inicio de una revolución cultural al romper con la imagen tradicional que el hombre tenía de sí mismo, según una antigua tradición antropológica que, por otra parte era dominante en la cosmovisión cristiana. Si bien algunos autores rescatan el hecho de que la razón del triunfo de la teoría de Darwin obedece a que reflejaba (y daba además apoyo ideológico) a las ideas del liberalismo inglés de su época, también es cierto que debió enfrentar una enconada oposición de sectores conservadores, sobre todo provenientes del anglicanismo. El darwinismo significaba, después de todo, el abandono de explicaciones sobrenaturales sobre la irrupción del hombre –y de todas las especies- sobre la tierra. En este sentido valoraba S. Freud la significación histórica del programa darwiniano:

“En el curso de los tiempos la humanidad ha debido soportar de parte de la ciencia dos grandes afrentas a su ingenuo amor propio. La primera, cuando se enteró que nuestra tierra no era el centro del universo sino una ínfima partícula dentro de un sistema cósmico apenas imaginable en su grandeza. Para nosotros esta afrenta se asocia al nombre de Copérnico, aunque ya la ciencia alejandrina había proclamado algo semejante. La segunda, cuando la investigación biológica redujo a la nada el supuesto privilegio que se había conferido al hombre en la Creación, demostrando que provenía del reino animal y poseía una inderogable naturaleza animal. esta subversión se ha consumado en nuestros días bajo la influencia de Darwin, Wallace y sus predecesores, no sin la más encarnizada renuencia de los contemporáneos. Una tercera y más sensible afrenta, empero, está destinada a experimentar hoy la manía humana de grandeza por obra de la investigación psicológica; ésta pretende demostrarle al yo que ni siquiera es el amo en su propia casa, sino que depende de unas mezquinas noticias sobre lo que ocurre inconscientemente en su alma”.

Ahora bien, ¿en qué consistió tal revolución?. El fijismo fue la concepción dominante

desde la antigüedad hasta el siglo XIX y postula:

• La invariabilidad de las especies, es decir que consideraban que no era posible que de una especie pudiera surgir otra u otras. Las diferencias entre individuos de una misma especie, son explicadas justamente como eso: como diferencias no esenciales sobre un tipo común.

• Total independencia de las especies entre sí.

• Independencia e invariabilidad de las especies implican, a su vez, aceptar su aparición como un acto de creación, ocurrido en un momento, ya que el hecho de que las espe-cies sean exactamente iguales que cuando aparecieron, supone la mano creadora de Dios, el único que puede poner sobre la Tierra los prodigios de complejidad que son los animales y plantas. Se sostenía la creación especial, es decir que cada especie había

sido creada tal y como es en la actualidad. La idea de la creación especial, fundamento del fijismo, era avalada con argumentos como el de W. Paley, quien en Teología natural, publicado medio siglo antes que El Origen de las Especies, expuso su argumento del designio: si nos encontráramos un reloj, sostenía, difícilmente dudaríamos que fue concebido intencionalmente por un relojero. De manera que si se piensa en un organismo evolucionado, con sus órganos complejos y que funcionan con un propósito determinado, como es el caso de los ojos, entonces, argumentaba Paley, se debe concluir que tal organismo debió de haber sido concebido intencionalmente por un creador inteligente.

La teoría darwiniana de la evolución, por su parte, contiene dos hipótesis fundamentales (C. Palma y Wolovelsky, 2001) a saber:

• las especies evolucionan

• el principal mecanismo de la evolución es la selección natural.

La hipótesis básica de Darwin, sostiene que las especies cambian, debido a que los individuos tienen descendencia con modificación. Pero afirmar que las especies evolucionan no significa tan sólo que cambian, sino que las especies actuales derivan de otras antecesoras, algunas de las cuales (la mayoría) han desaparecido, hasta llegar quizá, si se retrocediera lo suficiente en el tiempo, a un único antepasado común para todos los seres vivos. Se puede entender la idea que Darwin tiene sobre la evolución apelando a la metáfora del árbol de la vida. Según esta idea, las diferentes especies que ahora pueblan la Tierra tienen antepasados comunes. Los seres humanos y los chimpancés, por ejemplo, derivan de un antepasado común. La metáfora del árbol de la vida también usada por K. von Linne (un fijista) es interpretada por Darwin de manera genealógica, es decir que, dados cualquier par de especies actuales, hay otra especie que es su antepasado común. En este sentido los humanos no sólo se encuentran relacionados con los chimpancés, sino también con los otros animales y si se va lo suficientemente atrás en el tiempo, también lo está con los vegetales. La otra hipótesis fundamental se refiere al mecanismo principal (no el único) por el cual evolucionan las especies:

“(...) sabemos que una variación que fuera perjudicial, por pequeño que fuera ese perjuicio, no correría otro destino que el de la destrucción. He denominado "selección natural" o "supervivencia de los más aptos" a la conservación de las diferencias y variaciones individuales beneficiosas y la destrucción de las que no lo son” (Darwin, 1859).

Para entender de qué se trata la selección natural hay que pasar revista a una serie

de nociones asociadas. Las especies son poblaciones de individuos y, como se puede comprobar fácilmente (ya sea entre las especies domésticas como entre las naturales) estos individuos no son exactamente iguales entre sí, sino que presentan ligeras variaciones; cualquier característica, tanto estructural, funcional o conductual propia de una especie, presenta variaciones de un individuo a otro. Además, gran parte de las variaciones indivi-duales son hereditarias y se transmiten de generación en generación. A pesar de que Darwin no conocía las leyes de la herencia, es un hecho fácilmente observable a partir de las especies domésticas y las personas, que muchas de las características de los padres se

transmiten a los hijos.

Por otra parte, las especies se reproducen a una tasa que siempre excede la capacidad del medio para mantenerlos, por lo que el excedente de población tiene que sucumbir. Darwin toma esta última idea de R. Malthus (1766-1834) quien en Un ensayo sobre el principio de la población en cuanto afecta a la futura mejora de la sociedad, con conside-raciones acerca de las especulaciones del Sr. Godwin, el Sr. Condorcet y otros autores (publicado en 1798) sostiene: “(...) la población, si no se pone obstáculos a su crecimiento, aumenta en progresión geométrica, en tanto que los alimentos necesarios al hombre lo hacen en progresión aritmética”. Esta diferencia de crecimiento entre el alimento disponible y los comensales origina según Malthus una competencia por hacerse un lugar en la empobre-cida mesa: una lucha por la existencia. El éxito en esta lucha le dará a los que lo logren una mayor capacidad reproductiva, es decir que tendrán más descendencia, con la consecuen-cia de que los caracteres distintivos (y ventajosos) de los padres, probablemente, prevalecerán en una mayor cantidad de individuos en las nuevas generaciones. Como resultado de este mecanismo la constitución media de la población de organismos va a ir cambiando de modo tal que las formas con variaciones menos favorables se irán haciendo cada vez más escasas, y aumentará la cantidad de los que tengan características que resulten favorables. La selección natural actúa sobre una población de organismos. No tiene sentido alguno para la teoría darwiniana, decir que los sujetos, como tales, evolucio-nan. La evolución es el cambio que se produce en la constitución promedio de una población de individuos a medida que se suceden las generaciones. El agente de cambio son los individuos, pero la dirección evolutiva estará dada por la constitución promedio de la población.

Puede afirmarse que la consecuencia filosófica y científica del trabajo de Darwin ha sido la superación de las explicaciones teleológicas en el ámbito de las ciencias biológicas. Y esta superación se da en un doble sentido. Por un lado, la evolución por selección natural se opone a otras teorías evolucionistas como la de Lamarck, para quien las variaciones (que se heredan) proceden de aspectos volitivos, y en tanto dirigidos a un fin teleológicos, de los individuos. Pero además, el darwinismo es incompatible con la creencia, fundamentalmente de origen religioso, en que el desarrollo del mundo y de las especies que lo habitaban resulta de un proceso general de la naturaleza dirigido hacia un fin. Para los sectores antievolucionistas la aparición de distintas especies (no la evolución de ellas) eran parte del plan divino, que se ordenaba desde las formas inferiores hasta el hombre que constituía la culminación. Pero, según el darwinismo ni los individuos tienen impulso alguno a adaptarse – ellos sólo sobreviven o mueren según sus aptitudes respecto de las condiciones de su ambiente- ni el hombre resulta el punto culminante de un desarrollo progresivo de la naturaleza- él está sujeto a las mismas leyes y evoluciona a través de los mismos mecanismos que las otras especies. De modo tal que según el darwinismo no es posible hablar de ‘progreso’ en la naturaleza.

2. EL DETERMINISMO BIOLÓGICO

El determinismo biológico consiste, en palabras de Gould, en afirmar que: “Tanto las normas de conducta compartidas, como las diferencias sociales y económicas que existen entre los grupos- básicamente diferencias de raza, clase y de sexo- derivan de

ciertas distinciones heredadas, innatas, y que, en este sentido, la sociedad constituye un fiel reflejo de la biología.” (Gould, 1996 [2003, p. 42])

Esta caracterización general incluye distintas manifestaciones a lo largo de por lo

menos los dos últimos siglos. La variación está relacionada en primer lugar con cuáles son los elementos orgánicos, rasgos o características que determinan o bien son indicadores precisos –y medibles- de esa determinación. En segundo lugar con el tipo de acciones o conductas que están determinados y sobre el grado de sutileza y precisión de esa determinación. En tercer lugar con el alcance mismo de la determinación biológica, es decir si, además de tomar en consideración las cuestiones orgánicas hay alguna incidencia en mayor o menor medida de las condiciones ambientales o del contexto. Este último problema pone de manifiesto la cuestión clave del determinismo biológico y ubica la problemática en la zona gris de las determinaciones de la conducta humana en la cual confluyen tanto los factores biológicos como los culturales y nunca queda lo suficientemente claro qué significa decir que las acciones humanas que se revelan en lo social están determinadas por lo que el hombre es biológicamente. De hecho —y tomo un ejemplo que no es mío— una especie portadora de cultura cuya fisiología se basara en silicio en lugar de carbono, y que fisiológica y morfológicamente tuviera, a los fines reproductivos, tres sexos en lugar de dos, pesara 500 kilogramos y obviamente prefiriera comer arena en lugar de carne y verduras, adquiriría ciertos hábitos que ciertamente no encontramos en ninguna sociedad de Homo Sapiens. En este sentido elemental es indudable que existe una naturaleza humana biológica, como así también sostener que todas las conductas y rasgos provienen de un soporte genético básico y elemental. El problema a resolver, entonces, no es si hay o no un determinismo genético, sino algo mucho más complejo: cuál es la incidencia o alcance de la determinación genética en las conductas humanas complejas.

Sobre el determinismo biológico en general valen las mismas consideraciones señaladas más arriba con relación a la eugenesia en particular en el contexto de la historia de la ciencia. La habitual relación que el determinismo biológico ha tenido con algunas políticas brutales, lleva en general a cuestionar el estatus de sus afirmaciones: ¿se trata de un producto científico o de verdaderos abusos de la ciencia? Sobre esta cuestión Gould (1996) se pregunta si la ciencia aportó datos legítimos que alteraron o reforzaron un argumento ya esbozado a favor de la jerarquización racial, o por el contrario, la opción a priori a favor de dicha jerarquización moldeó las preguntas científicas que se formularon e incluso los datos que se recogieron para sustentar una conclusión fijada de antemano. La respuesta fue en muchos casos la segunda opción, pero la pregunta de Gould, a mi juicio, aborda una cuestión importante y legítima, pero esquiva la cuestión central. Es cierto que se han forzado datos; es cierto que se han llenado lagunas con datos inventados; es cierto también que las teorías del determinismo biológico funcionan como una especie de profecía autocumplida, dado que vienen a justificar las diferencias sociales existentes y a reforzarlas sobre la base de prejuicios de época; también es cierto que estas teorías fueron y son funcionales al mantenimiento del statu quo. Pero plantearlas como un “abuso de la ciencia”, como una suerte de conspiración, implica por un lado adoptar una visión un tanto simplificada o ingenua de la historia de la ciencia y de la ciencia misma, pero por otro lado, y creo que esto es lo más importante, impide ver el alcance y el origen verdaderamente científico de tales manifestaciones. Las críticas al determinismo biológico basadas en detectar las afirmaciones falsas o las argumentaciones falaces (y en esto el libro

de Gould es excelente) desnudan una parte del problema. Si fuera este el caso, prácticamente sería pseudociencia toda teoría abandonada. Tampoco alcanza con señalar la influencia en favor de consecuencias sociales perversas. Cuando todo el aparato productor de conocimiento científico (personas, instituciones, publicaciones, formación de científicos en las universidades, etc.) obtiene un producto que llama ciencia; cuando ese producto es reconocido como ciencia por los contemporáneos porque está en correlación con el imaginario cultural, y goza de eficacia simbólica y material, ¿cómo habría de llamársele sino “ciencia”? Las condiciones sociales de producción y aceptación de conocimientos por parte de la comunidad científica y de la sociedad en general no constituyen un factor externo a esos conocimientos, sino más bien verdaderas condiciones de posibilidad de los mismos y, en ese sentido las distintas formas de determinismo biológico son parte de la ciencia, son configuraciones de la experiencia disponible en un aparato teórico. En todo caso lo que se impone es revisar tanto la concepción de ciencia que la ubica lejos del poder y la manipulación, como su consecuencia práctica: creer que la verdad científica puede justificar siempre y excluyentemente las estructuras y las decisiones de la sociedad.

Bajo el concepto de determinismo biológico, como ya se ha señalado, se puede incluir a un grupo bastante grande y heterogéneo de teorías científicas que surgieron desde principios del siglo XIX hasta la actualidad. En lo que sigue se analizarán algunas de las más importantes. Pueden encontrarse numerosos antecedentes de versiones deterministas que apoyaron de una u otra manera posiciones racistas y si bien los prejuicios raciales son tan antiguos como la historia, recién a principios del siglo XIX el racismo comenzó a buscar sustento en la ciencia8. Antes de la aparición de la teoría darwiniana de la evolución en 1859, las justificaciones racistas sobre las diferencias entre los grupos humanos, en consonancia con la posición fijista/creacionista dominante, se dividían básicamente en dos grandes grupos. Los monogenistas, que respetando literalmente el relato bíblico de la creación de Adán y Eva, sostenían el origen único de la especie humana, y justificaban las diferencias existentes en que la degeneración que se produjo luego de la caída del paraíso no fue pareja para todos. Muchos atribuían a la influencia del clima las diferencias observadas y en cuanto a la posibilidad de revertir la tendencia las opiniones se dividían entre los que sostenían que esto era posible y los que, por el contrario sostenían que había una determinación fuerte e irreversible. La aparición de la teoría de la evolución, y una lectura algo peculiar de ella, proporcionó un apoyo extra a los que se encontraban en esta línea. El otro grupo, los poligenistas sostenían que las razas humanas eran grupos biológicos diferentes que procedían de distinto origen y “como los negros constituían otra forma de vida, no era necesario que participasen de la “igualdad del hombre” (Gould, 1996 [2003, p. 46]).

3. LA MARCA EN EL CUERPO Y LA OBSESIÓN POR LA MEDIDA

8 Todorov (1989) considera al ‘racismo’ como una conducta más o menos espontánea y generalizada de rechazo y temor al diferente o al extranjero en general surgida de prejuicios del sentido común, y propone introducir el concepto de ‘racialismo’ cuando se incluye la búsqueda de apoyatura en teorías científicas. En la terminología de Todorov, pues, en este libro sólo se hablará sobre ‘racialismo’. Sin embargo seguiré utilizando ‘racismo’, fundamentalmente porque nunca queda clara la demarcación entre ambos usos, que en la práctica se apoyan mutuamente.

Hay dos rasgos definitorios que aparecen con mayor o menor fuerza en todas las formas de determinismo biológico a lo largo de los últimos dos siglos. En primer lugar, considerar que hay señales en el cuerpo, rastros visibles de lo que los individuos son, aun en su ser más profundo; la idea de la marca en el cuerpo. Esta idea, que no es nueva y que incluso puede encontrarse en el mundo griego clásico, aparece ahora atravesada por los ideales de la ciencia moderna, por lo cual- y este es el segundo de los rasgos definitorios- se considera que esas señales pueden (y deben) ser no sólo detectadas, sino también medidas: la obsesión por la medición y la cuantificación de esas marcas. No es de extrañar que con estas premisas, surgieran desde formas bastante burdas hasta otras mucho más elaboradas y sutiles: desde las que miden una característica anatómica visible, pasando por las que miden funciones como la inteligencia, hasta las últimas versiones del determinismo genético en las cuales la marca en el cuerpo se encuentra detectable pero oculta. El clima de ideas que dio sentido a esta forma de concebir lo científico es resultado de largos y complejos procesos que incluyen el éxito más que centenario de la física newtoniana, elevada a modelo de cientificidad a imitar por las otras ciencias, incluyendo las incipientes ciencias sociales; el triunfo de los ideales de la Ilustración del siglo XVIII, a lo que se agrega, en las primeras décadas del siglo XIX, los ideales positivistas que rescatan lo positivo de la observación y el dato por sobre lo negativo de la especulación, lo real en oposición a lo quimérico, lo preciso en oposición a lo vago. La gran cantidad de disciplinas y áreas de investigación que surgen en el siglo XIX llevan estas marcas a fuego. Los estudios biológicos y antropológicos no han sido la excepción y con esta impronta comenzaron a surgir una serie de teorías científicas que también resultaban funcionales a los prejuicios racistas de la época. Hacia 1890, y una vez consolidada esta tendencia a la medición y a relacionarla con la superioridad racial, así se expresaba al antropólogo norteamericano D. G. Brinton (1837-1899):

“El adulto que conserva rasgos fetales, infantiles o simiescos es sin lugar a dudas inferior al que ha seguido desarrollándose (...) de acuerdo con esos criterios, la raza blanca o europea se sitúa a la cabeza de la lista, mientras que la negra o africana ocupa el puesto más bajo (...) Todas las partes del cuerpo han sido minuciosamente examinadas, medidas y pesadas para poder constituir una ciencia de la anatomía comparada de las diferentes razas.” (Citado en Gould, 1996, [2003, p. 128])

Una mirada amplia sobre las distintas formas teóricas que adquirió este afán de

medir y de correlacionar las medidas del cuerpo con las jerarquías sociales podría permitir discriminar algunas modalidades básicas: la que se circunscribe a mediciones y relaciones de medidas referidas al cerebro y al cráneo (las distintas versiones de la craneometría); la que amplía el espectro de mediciones a todo el cuerpo humano y comienza a tomar en cuenta otros rasgos actitudinales (la antropología criminal y la biotipología); la que efectúa mediciones, ya no sobre los aspectos anatómicos, sino sobre una cualidad humana esencial, la inteligencia, a través de los tests de cociente intelectual (C. I.). En las próximas secciones desarrollaremos brevemente las principales características de estas teorías.

3.1 la frenología

Un antecedente de los estudios morfofisiológicos actuales del cerebro humano, propiciados por los desarrollos tecnológicos de la microscopía electrónica y de los

trazadores y marcadores neuronales, lo constituye la frenología. Iniciada por el médico austriaco J. Gall (1758-1828) -que la llamó inicialmente “organología”-, su estrategia no estaba dirigida a establecer diferencias cuantitativas de distinto orden sino a detectar las zonas del cerebro en las que se encontraban localizadas con cierta precisión las distintas funciones, cuyo desarrollo ocasionaba la hipertrofia de esas zonas con el consiguiente abultamiento del cráneo que les recubría. De modo tal que una buena lectura de ese mapa craneano informaba sobre las cualidades morales e intelectuales innatas de los individuos. Gall estableció casi treinta fuerzas primitivas que se podían medir examinando el cerebro, entre las que se encontraban las correspondientes a la reproducción, el amor, la progenie, la amistad, el odio, el instinto de matar o robar, aunque sus afanes estaban puestos en localizar la memoria, núcleo del funcionamiento cerebral. Se basaba en cuatro principios: 1) Las facultades intelectuales y morales eran innatas. 2) Su ejercicio dependía de la morfología cerebral. 3) Que el cerebro actuaba como el órgano de todas las facultades intelectuales y morales. 4) Que estaba compuesto por muchas partes, como órganos particulares para ocuparse de todas las funciones naturales de los hombres. Un discípulo suyo, J. K. Spurzheim (1776-1832) , que inventó el término “frenología” con que hoy se denomina esta teoría en los libros de historia, también diseñó las prácticas médicas asociadas consistentes en diagnosticar pautas de comportamiento de un individuo palpando y analizando las protuberancias del cráneo.

La frenología9 constituye el inicio de lo que puede denominarse programa localizacionista en el estudio del cerebro, que creció notable e inmediatamente con otros investigadores como L. Rolando (1773-1831), P. P. Broca (1824-1880), K. Wernicke (1848-1905), y J. Hitzig (1838-1908). Rolando abordó el estudio de las circunvoluciones corticales, que sus antecesores habían abandonado. Creyó conveniente evitar conjeturas acerca de las relaciones entre el alma y las partes orgánicas que parecían ser sus instrumentos operativos. Broca demostró que el hablar depende de un área cortical frontal del hemisferio izquierdo y Wernicke que la lesión de áreas temporales izquierdas, altera la comprensión de la palabra. Hitzig ensayó las primeras estimulaciones eléctricas de la corteza cerebral de los perros y describió las respectivas respuestas en el lado opuesto del cuerpo.

3.2 la craneometría

El internacionalmente famoso y reconocido médico estadounidense S. G. Morton (1785-1851), inauguró la craneometría con la intención de probar su hipótesis: “puede establecerse objetivamente una jerarquía entre las razas basándose en las características físicas del cerebro, sobre todo en su tamaño”.

9 La frenología excedía el ámbito de los especialistas. Hegel, por ejemplo se ocupa de criticarla –junto con la fisiognómica de Lavater- aunque por motivos diferentes de los que emplearíamos en la actualidad. Entre otras críticas, con gran ironía y no sin razón señala: “Puede representarse al asesino con una protuberancia aquí, en esta parte del cráneo, al ladrón con otra protuberancia, allá en otro lugar. Desde este lado la frenología es aun capaz de una mayor extensión; porque ella parece ante todo limitarse sólo al nexo de una protuberancia con una propiedad en el mismo individuo, de modo que éste posee a las dos. Pero ya la frenología natural (...) supera este límite; ella juzga no sólo que un hombre astuto tiene una protuberancia grande como un puño detrás de la oreja, sino que ésta representa también que la esposa infiel tiene, no ella misma, sino el consorte legítimo, ciertas protuberancias en la frente” (Hegel, 1807 [1991, p. 248]).

Así, se dedicó por más de treinta años a coleccionar cráneos de distinto origen y a medir su volumen. Los resultados de la medición de más de mil cráneos, cuyo resumen publicó en 1849, no hacían más que “demostrar” lo que se esperaba de ellos, sobre la base de la tesis según la cual la medida del volumen craneano indica superioridad o mayor inteligencia: el grupo caucásico moderno tenían el mayor promedio (1508 centímetros cúbicos para “familia teutónica” integrada por alemanes, ingleses y norteamericanos); le seguía el grupo malayo (1393 centímetros cúbicos); el grupo negro (1360 centímetros cúbicos) y finalmente el grupo de indígenas americanos (“toltecas, peruanos, mexicanos y tribus bárbaras “ con un promedio de 1295 centímetros cúbicos)

Es muy interesante el análisis que hace Gould10 (1996) de los trabajos de Morton señalando en primer lugar incongruencias tendenciosas o criterios modificados, ya que incluye o excluye muestras parciales numerosas para que los promedios puedan ajustarse a las expectativas previas; en segundo lugar la “subjetividad orientada hacia la obtención de resultados preconcebidos; en tercer lugar los defectos metodológicos muy gruesos como no tener en cuenta los promedios por sexo o estatura; pero la conclusión más interesante de Gould es que a través de todos los errores de cálculo y las omisiones:

“(...) no he detectado signo alguno de fraude o manipulación deliberada de los datos. Morton nunca intentó borrar sus huellas, y debo suponer que no fue consciente de haberlas dejado. Expuso todos sus procedimientos y publicó todos sus datos brutos Lo único que puedo percibir es la presencia de una convicción a priori de la jerarquía racial, suficientemente poderosa como para orientar sus tabulaciones en una dirección preestablecida. Sin embargo, la opinión generalizada era que Morton constituía un modelo de objetivismo para su época y que había rescatado a la ciencia norteamericana del pantano de la especulación infundada.” (Gould, 1996 [2003, p. 87]

Quizá uno de los nombres más ilustres, asociado a la craneometría sea el del médico francés Pierre P. Broca (1824-1880), quien adhiere a la tesis general:

“En general, el cerebro es más grande en los adultos que en los ancianos, en los hombres que en las mujeres, en los hombres eminentes que en los de talento mediocre, en las razas superiores que en las razas inferiores (...) A igualdad de condiciones, existe una relación significativa entre el desarrollo de la inteligencia y el volumen del cerebro.” (Citado en Gould, 1996, [2003, p. 100])

Los trabajos de Broca contribuyeron a diversificar técnicas, las medidas y relaciones cuantitativas consideradas relevantes . Comienza a ser común pesar los cerebros en lugar de medir su volumen a través de la cavidad craneana, en la convicción de que la densidad podía ser un mejor indicador que el volumen. En el siglo XIX era una costumbre bastante generalizada entre los hombres de ciencia y profesores universitarios donar su cerebro para estudio de los craneometristas, lo cual, además de la consecuencia obvia de que la manipulación de cerebros era mucho más dificultosa que la medición de las capacidades

10

Gould (1996), realiza un análisis crítico exhaustivo de las técnicas de medición y de los resultados de los trabajos de Morton, los más importantes craneometristas y de los tests de Cociente Intelectual.

craneanas, reservó una sorpresa y no pocos dolores de cabeza para los craneometristas al mostrar que muchos hombres eminentes como el mismísimo Gall tenían el cerebro pequeño y muchos criminales tenían un cerebro más grande que el de hombres brillantes.

Broca comienza a trabajar también en la obtención del índice craneano según la relación existente entre el largo del cráneo y el ancho, clasificando a los individuos en dolicocéfalos —con cráneo alargado— y braquicéfalos —cuyo cráneo no presentaba mayor diferencia entre largo y ancho. Éstos últimos eran considerados inferiores. Si bien la abrumadora cantidad de personas exitosas que eran braquicéfalos, mostró rápidamente la debilidad de esta relación causal, durante muchas décadas siguieron apareciendo afirmaciones en este sentido.

Broca intervino en una disputa de la época acerca de la ubicación del foramen magnum (orificio que se encuentra en el cráneo y por el cual se vincula la médula a la masa encefálica): en los humanos este orificio se encuentra en la base del cráneo y está en relación directa con la posición erguida. Por su parte en los mamíferos cuadrúpedos, también por su posición habitual, se encuentra por detrás del cráneo. En los monos superiores, por su parte, se ubica en una posición algo más atrás que en los humanos. Siguiendo con el supuesto de que los negros estarían en una fase de desarrollo intermedia entre los monos superiores y el hombre, se intentó mostrar que también el foramen magnum se encontraba en una posición intermedia. Aunque rápidamente se mostró que era una afirmación sin fundamento empírico Broca se apresuró en señalar en 1862:

“En los orangutanes, la proyección posterior [la parte del cráneo situada detrás del foramen magnum] es más corta. Por tanto, resulta innegable... que la conformación del negro, en este aspecto como en muchos otros, tiende a acercarse a la del mono.” (Citado en Gould, 1996, [2003, p. 116])

Otra línea de trabajo consistía en comparar los cerebros femeninos con los masculinos, con el previsible resultado de un volumen y peso mayor en los cerebros de los machos humanos. Si bien estos autores eran conscientes de que la diferencia podía llegar a explicarse perfectamente por la proporción con el volumen del cuerpo en general, no obstante concluían que tales diferencias eran indicadoras de jerarquías diferenciadas. El eminente fundador de la psicología social y reconocido científico G. Le Bon (1841-1931), seguidor de las ideas corrientes y misógino militante sostenía:

“En las razas más inteligentes, como entre los parisienses, existe un gran número de mujeres cuyos cerebros son de un tamaño más próximo al de los gorilas que al de los cerebros más desarrollados de los varones. Esta inferioridad es tan obvia que nadie puede discutirla siquiera por un momento; tan sólo su grado es digno de discusión. Todos los psicólogos que han estudiado la inteligencia de las mujeres, al igual que los poetas y novelistas, reconocen que ellas representan las formas más inferiores de la evolución humana y que están más próximas a los niños y a los salvajes que al hombre adulto civilizado. Son insuperables en su veleidad, su inconstancia, en su carencia de ideas y lógica y en su capacidad para razonar. Sin duda, existen algunas mujeres distinguidas, muy superiores al hombre medio, pero resultan tan excepcionales como el nacimiento de cualquier monstruosidad, como, por ejemplo, el de un gorila con dos cabezas; por consiguiente, podemos olvidarlas por completo.” (Le Bon, 1879, p. 61)

Otro índice craneano bastante corriente y en el cual también incursionó Broca se obtenía de la

proporción entre la parte anterior y posterior del cerebro, bajo el supuesto de que las facultades superiores de la inteligencia radican en el lóbulo frontal:

“Un rostro prognático [proyectado hacia adelante], un color de piel más o menos negro, un cabello lanudo y una inferioridad intelectual y social, son rasgos que suelen ir asociados, mientras que una piel más o menos blanca, un cabello lacio y un rostro ortognático [recto], constituyen la dotación normal de los grupos más elevados en la escala humana (...) Ningún grupo de piel negra, cabello lanudo y rostro prognático ha sido nunca capaz de elevarse espontáneamente hasta el nivel de la civilización.” (Citado en Gould, 1988).

Otra forma relacionada con la anterior es la medición del ángulo facial, medida basada en la forma de la cabeza y que corresponde a la pendiente de la frente colocando el cráneo de perfil. El término y el concepto son muy antiguos, y parece haber sido introducido por un anatomista e historiador del arte holandés —P. Camper— quien señalaba que los escultores griegos habían incorporado a sus estatuas la idea de que las variaciones de la forma y estructura del cráneo eran prueba de la inteligencia. Señalaba que “la idea de estupidez es asociada, incluso con el alargamiento del morro (...)”. Y ya con criterios cuantitativos:

“Los dos extremos (...) de la línea facial humana son los 70 y los 100 grados, que corresponden al negro y al antiguo griego respectivamente. Por debajo de 70 están los orangutanes y los monos, más bajo todavía, la cabeza del perro.” (Citado en Chorover, 1979 [1985, p. 53])

Esta correlación entre el rasgo físico del ángulo facial y las jerarquías humanas

basadas en la inteligencia fueron moneda corriente en el siglo XIX entre los naturalistas:

“La raza blanca es la que conserva el tipo del primer hombre, su color es blanco, su rostro ovalado, su ángulo facial de ochenta y cinco, a noventa grados; su nariz generalmente es recta y grande, aguileña algunas veces; su boca hundida moderadamente, sus dientes bien colocados y verticales, por lo que su pronunciación es expedita clara y sonora. La raza blanca reúne toda la dignidad, hermosura, y regularidad de que carecen las demás razas.” (Riesco Le Grand, 1848)

La determinación del ángulo facial y su sustento teórico llevaron, y esto puede verse

en muchos grabados del siglo XIX, a la exageración caricaturesca y completamente irreal de los perfiles de ciertos grupos humanos, básicamente los negros. Aunque mezclándose con otra serie de determinaciones, la medición del ángulo facial siguió siendo un indicador racial y, obviamente, de jerarquías hasta bien entrado el siglo XX.

3.3. la antropología criminal

“Es un peligro evidente que se reproduzca

un tipo lombrosiano que engrosa la clientela de las cárceles y hospitales (...) Debemos

impedir, por ende, que vengan a la vida esas legiones de idiotas o de locos, de raquíticos

o de degenerados” (R. Mac Lean y Estenós, La eugenesia en América)

Durante el siglo XIX el concepto de evolución dominó el pensamiento occidental y la

teoría darwiniana de la evolución proporcionó una herramienta teórica de apoyo formidable. Entre las muchas derivaciones de la misma aparece la reinstalación por parte del zoólogo alemán E. Haeckel (1834-1919) de una vieja idea predarwiniana: la ontogenia recapitula la filogenia. Es decir que los individuos a lo largo de su desarrollo (ontogenia) atraviesan una serie de estadios que corresponden, en el orden correcto, a las diferentes formas adultas de sus antepasados. En suma, cada individuo recorre en forma acelerada la escala de su propio árbol de familia (filogenia) hasta sus antepasados más remotos11, que, teoría de la evolución mediante, se remonta a otras especies que se hunden en el tiempo profundo de la vida en el planeta. Comenzaron a surgir una serie de analogías referidas a la superioridad o inferioridad racial, de modo que los adultos pertenecientes a grupos inferiores debían ser como los niños de los grupos superiores, porque el niño representa un antepasado primitivo adulto. Si los negros y las mujeres adultas son como los niños varones blancos, entonces vienen a ser los representantes vivos de un estadio primitivo de la evolución de los varones blancos. De hecho, todos los grupos —razas, sexos y clases— “inferiores” fueron comparados con los niños varones blancos. El reconocido paleontólogo norteamericano E. D. Cope (1840-1897) utilizó la idea de la recapitulación para identificar como formas inferiores a las razas no blancas, la totalidad de las mujeres, los blancos del sur de Europa (con relación a los del Norte) y las clases inferiores dentro de la raza blanca.

Un caso particularmente interesante de recapitulación, y de cómo las denominaciones científicas se construyeron al amparo de consideraciones racistas es lo sucedido con lo que hoy se conoce como síndrome de Down. El Dr. J. L. H. Down (1828-1896), en un artículo titulado “Observaciones acerca de una clasificación étnica de los idiotas” publicado en 1866, consideró que algunos idiotas congénitos presentaban rasgos que no tenían sus padres clasificándolos como de “variedad etíope”, de tipo “malayo” y otros, en cambio eran “típicos mongoles”.

Una de las formas que más repercusión ha tenido de la idea de la recapitulación fue la antropología criminal desarrollada por el médico y criminalista italiano C. Lombroso12 (1835-1909), a partir de la publicación de L'uomo delinquente. Lombroso elaboró su teoría del criminal nato, no sólo como una vaga afirmación del carácter hereditario del crimen —opinión bastante generalizada en la época por otra parte—, sino como una verdadera teoría evolucionista que, basada en la evidencia de los datos antropométricos, sostenía que los criminales son tipos atávicos que perduran, aletargados, en los seres humanos. La teoría lombrosiana reconoce otros antecedentes como el francés Moreau de Tours en cuyo trabajo La Psicología morbosa en sus relaciones con la filosofía de la historia sostiene que el 11

La idea de la recapitulación gozaba de una gran difusión. Una versión particular de la misma aparece por ejemplo en la explicación que ofrece S. Freud del origen del complejo de Edipo en un episodio remoto de la especie. 12

Además de Lombroso, en la llamada escuela positivista italiana, debe destacarse al Dr. E. Ferri (1856-1929) y R. Garófalo (1851-1934).

cuerpo humano es como un gran libro abierto —nótese que es la misma metáfora que utilizada por Galileo cuando sostiene que el Universo es como un gran libro escrito en caracteres matemáticos— que todos pueden leer y que basta con escudriñar bien y atentamente para descubrir en él, la fatal relación que habría entre los músculos, el sistema nervioso, las células cerebrales y el temperamento, las diferentes cualidades morales, la potencia intelectiva, el genio y el crimen.

Según Lombroso, en la herencia humana yacen aletargados gérmenes procedentes de un pasado ancestral. En algunos individuos desafortunados, aquel pasado vuelve a la vida. Esas personas se ven impulsadas por su constitución innata a comportarse como lo harían un mono o un salvaje normales, pero en nuestra sociedad su conducta se considera criminal. Afortunadamente, sostiene Lombroso, podemos identificar a los criminales natos porque su carácter simiesco se traduce en determinados signos anatómicos. Su atavismo es tanto físico como mental, pero los signos físicos, o estigmas son decisivos. La conducta criminal también puede aparecer en hombres normales, pero se reconoce al criminal nato por su anatomía. La antropología criminal constituye un caso específico y prototípico de la marca en el cuerpo. Expresaba en L'uomo delinquente (1876) :

“(...) aun los crímenes más horrendos e inhumanos tienen un punto de partida fisiológico, atávico, en esos instintos animales que, embotados por un cierto tiempo en el hombre por la educación, por el ambiente, por el miedo al castigo, vuelven pulular de golpe por el influjo de ciertas circunstancias.”

La teoría lombrosiana derivó con el tiempo en herejías más o menos divergentes con

la versión original, pero estableció durante décadas la agenda básica acerca del tratamiento de la delincuencia, instalando las discusiones y dispositivos de detección y control por fuera de la dimensión específicamente humana desplazando la atención al interior de la organización psicofísica individual, casi siempre coincidente, en la práctica, con una condición social baja. Por un lado la naturalización de la delincuencia o, en tal caso la animalización, requiere que se presente una versión antropomórfica a la vez que brutal de las especies animales que, dicho sea de paso, contrasta claramente con algunas versiones actuales idílicamente ecologicistas de la naturaleza como el reino de la bondad y la armonía. Por otro lado, el costado evolucionista requiere identificar la conducta criminal en los pueblos inferiores:

“Así pues, Lombroso dedicó la primera parte de su obra más importante —El hombre

criminal— a lo que hemos de considerar como la más ridícula muestra de antropomorfismo de que se tenga noticia: un análisis de la conducta criminal de los animales. Cita, por ejemplo, al caso de una hormiga cuya furia asesina la impulsa a matar y despedazar un pulgón; el de una cigüeña que, junto con su amante, asesinaba a su marido; el de unos castores que se asocian para asesinar a un congénere solitario; el de una hormiga macho que no tiene acceso a las hembras reproductoras y viola a una obrera, cuyos órganos sexuales están atrofiados, provocándole la muerte en medio de atroces dolores; llega incluso a decir que cuando el insecto come determinadas plantas, su conducta equivale a un crimen. A continuación Lombroso da el siguiente paso lógico: compara los criminales con los grupos inferiores. “Yo compararía —escribió uno de sus seguidores franceses— al criminal con un salvaje que, por atavismo, apareciese en la sociedad moderna; podemos considerar que nació criminal porque nació salvaje”. Para identificar la criminalidad como conducta normal en los pueblos inferiores, Lombroso se aventuró en el terreno de la etnología. Escribió un pequeño tratado sobre los Dinka del

Nilo Alto. En él se refirió a los profundos tatuajes que éstos practicaban en su cuerpo, así como al elevado umbral de dolor que les permitía soportar pruebas como la rotura de los incisivos en la pubertad, realizada a golpes de martillo. Su anatomía normal exhibía una serie de estigmas simiescos: ‘su nariz (…) no sólo achatada, sino también trilobulada como las de los monos’.(...) Prácticamente todos los argumentos de Lombroso estaban construidos de forma que nunca pudiesen fracasar; por tanto, eran vacuos desde el punto de vista científico. Aunque mencionase abundantes datos numéricos para otorgar una aire de objetividad a su obra, ésta siguió siendo tan vulnerable que incluso la mayoría de los miembros de la escuela de Broca se opusieron a su teoría del atavismo. Cada vez que Lombroso se topaba con un hecho que no cuadraba con dicha teoría recurría a algún tipo de acrobacia mental que le permitiera incorporarlo a su sistema. Esta actitud es muy evidente en el caso de sus tesis acerca de la depravación de los pueblos inferiores, porque una y otra vez se encontró con relatos que hablaban del valor y la capacidad de aquellos a quienes quería denigrar. Sin embargo, deformó todos esos relatos para que cupiesen en su sistema.” (Gould, 1996, [2003, p. 136])

Lombroso estableció una verdadera tipología de los delincuentes13 a partir de mediciones de las distintas partes de los cuerpos, como por ejemplo el largo de los brazos y también de la capacidad craneana; de rasgos como la asimetría facial, o características del rostro. Estableció una gran cantidad de estigmas simiescos, que denotaban criminalidad innata: mayor espesor del cráneo, simplicidad de las suturas craneanas, mandíbulas grandes, precocidad de las arrugas, frente baja y estrecha, orejas grandes, ausencia de calvicie, piel más oscura, mayor agudeza visual, menor sensibilidad ante el dolor, y ausencia de reacción vascular (incapacidad de ruborizarse). Pero también avanzó en otra clase de estigmas no propiamente simiescos: comparó, por ejemplo, los dientes caninos prominentes y el paladar achatado con los lemures y la asimetría facial de algunos delincuentes con la ubicación de los ojos en el cuerpo en algunos peces. Habitualmente, las prostitutas eran agrupadas junto con los delincuentes, y en un trabajo presentado en el IV Congreso Internacional de Antropología Criminal celebrado en 1896, L. Juillien llegó a sostener que los pies de las prostitutas suelen ser prensiles como en los monos, y Lombroso comentó:

“Estas observaciones muesttran admirablemente que la morfología de la prostituta es aún más anormal que la del criminal, sobre todo por las anomalías atávicas, puesto que el pie prensil constituye un atavismo” (Citado en Gould, 1996 [2003, p. 140])

Lombroso llegó a agregar otros signos de la criminalidad no propiamente antropométricos, tales como las jergas que utilizan los criminales que, según sostenía contenían una gran cantidad de voces onomatopéyicas, semejantes a las de los niños que no hablan correctamente; también la presencia de tatuajes, reflejo tanto de la insensibilidad al dolor como del atávico gusto por los adornos fue considerado signo de delincuencia.

13 La 5ta edición de L'uomo delincuente dedica el tercer y último tomo a un Atlas con dibujos, fotografías de delincuentes y cuadros.

Lombroso distinguía entre criminales natos, locos, por pasión (que a su vez se subdividen en delincuentes políticos y comunes), ocasionales (que se subdividen a su vez en pseudodelincuentes y habituales). Consideraba que alrededor del cuarenta por ciento de los delitos eran cometidos por criminales natos. La clasificación lombrosiana, con algunas diferencias de detalle, se repite en casi todos los autores y su teoría del criminal nato ha tenido una enorme influencia en la criminología y en la literatura jurídica internacional y no sólo como debate académico, sino también en la práctica jurídico-penal. Probablemente se trate de la versión antropométrica que más influencia y desarrollo ha tenido y el mismo Lombroso actuó como perito en varios juicios escribiendo después sobre uno de los delincuentes que le había tocado examinar:

“(...) era, de hecho, el tipo exacto del criminal nato: mandíbulas enormes, frente abultada, arco cigomático, labio superior fino, incisivos enormes, cabeza más grande que lo habitual (1620 cm3), torpeza táctil junto con sensorial. Estaba condenado.” (Citado en Gould, 1996 [2003, p. 140])

La influencia de Lombroso generó una nueva forma de concebir la pena. Mientras

que para la escuela clásica del derecho penal, la pena debía ajustarse estrictamente a la naturaleza del crimen, Lombroso sostenía que la misma debía adaptarse al criminal. El objeto de estudio de Lombroso no era el crimen, entonces, sino el criminal y una vez identificado éste, el castigo administrado no resulta fundado tanto en la responsabilidad individual del sujeto que cometía el delito, ya que esa conducta estaba condicionada y/o determinada biológicamente, sino en la necesidad de la comunidad de defenderse. Así, resultaba legítimo condenar a un criminal nato por un delito menor, dado que irremediablemente volvería a hacerlo y por tanto no tenía sentido insistir en su regeneración. Como contrapartida, no tenía demasiado sentido condenar a un criminal ocasional con una pena muy severa, dado que difícilmente volvería a delinquir. El fundamento de la pena, entonces, sería un requisito de la defensa social, más que castigo para el delincuente que, en definitiva era un enfermo. Un seguidor de Lombroso, E. Ferri (1856-1929), sostenía en el mismo sentido la “indeterminación de la sentencia”, es decir que las sanciones debían adaptarse a la personalidad del criminal por más que los criminólogos clásicos lo consideraran una herejía; las penas previamente estipuladas serían absurdas desde el punto de vista de la defensa de la sociedad.

Es necesario señalar que las ideas de Lombroso admiten el doble juego de, por un lado estigmatizar ideológicamente a los supuestos delincuentes y por otro lado, prestar argumentos para suavizar las penas, sobre la base del carácter natural del instinto criminal, por lo cual, algunos lombrosianos posteriores que ampliaron la determinación del delincuente hasta incluir los factores ambientales como la educación, contribuyeron a instalar la idea de la atenuación de las penas a propósito de las circunstancias.

Hacia fines del siglo XIX se amplió el espectro de marcas y características a medir en los cuerpos de los hombres, apareciendo algunas formas más sutiles, con lo cual a los rasgos morfológicos vienen a agregarse funciones como la inteligencia, cuya medición estará ligada indisolublemente, en algunos países como los EE.UU., a los desarrollos de la eugenesia. En el capítulo siguiente se analizarán algunos aspectos relacionados con los intentos de medir la inteligencia.

4. DARWINISMO SOCIAL14

Una de las formas más conocida, y también más criticada y controvertida, de determinismo y de interrelación entre ciencias biológicas y orden social probablemente sea el llamado darwinismo social. La idea de evolución, aplicada al ámbito social conlleva las siguientes características:

1. Identificación de las etapas o períodos que se postulan a priori como indicadores de esa misma evolución.

2. El cambio obedece a leyes naturales y, en ese sentido, es inmanente.

3. El cambio es direccional y se da en una secuencia determinada, aunque, obviamente, ninguno de los autores evolucionistas establece plazos para esos cambios. Por esto mismo,

4. El cambio es continuo.

Sin embargo, debe notarse que la teoría de la evolución biológica no cumpliría ni con el punto 1 ni con el 3 y de allí una notoria diferencia con la evolución en lo social. En efecto, si bien habría una especie de símil metodológico entre, por un lado, los biólogos y/o paleontólogos que reconstruyen hacia atrás en el tiempo los eslabones que constituyeron, a la postre, las especies actuales, y por otro lado, los sociólogos, antropólogos e historiadores que hacen lo mismo con las culturas y sociedades, los biólogos evolucionistas nunca pensarían que esos pasos deben repetirse en las otras especies, mientras que sus colegas sociales esperan que las culturas y sociedades atrasadas recorran ordenadamente los estadios que los llevarán al mismo nivel que las culturas consideradas más avanzadas. Al mismo tiempo este retraso relativo es un indicador de jerarquías. Luego volveremos sobre este punto.

Los autores catalogados como darwinistas sociales, en general, veían los conflictos entre los grupos raciales, nacionales y sociales en términos biológicos, considerando a la 14 Según Bynum y colaboradores el darwinismo social: “Se refiere a los intentos de introducir el pensamiento evolutivo, especialmente el concepto de progreso mediante la lucha, en la práctica socioeconómica o política. No existió una escuela o corriente darwinista social y el pensamiento político así denominado hizo suyas teorías anteriores, bajo la influencia sobre todo de Thomas Malthus (1766-1834), sobre el progreso y su condición “natural” o “artificial”. Los polemistas se apoyaron en la obra de Charles Darwin y Herbert Spencer para fundamentar su política en las leyes naturales responsables del progreso biológico. En El origen del hombre (1871) mostró Darwin una incoherente preocupación por el hecho de que la civilización disminuía la calidad biológica de la población al aceptar valores humanitarios. La expresión de Spencer según la cual “superviven los más aptos” encontró eco favorable en el campo de la moral y la economía, particularmente en Estados Unidos como grito de combate contra la intervención del Estado en las relaciones de producción. También se difundieron en Europa algunos elementos del darwinismo social, y no sólo entre los teóricos de ideología conservadora. Evolucionistas como Ernst Haeckel emplearon el concepto de la naturalidad de la lucha para oponerse tanto al conservadurismo como al socialismo. En la ideología imperialista, la noción de lucha “natural” significaba la competitividad de las supuestas entidades biológicas de las razas y naciones.”

guerra, según una versión caprichosa y gladiatoria de la darwiniana lucha por la vida. W. Bagehot (1826-1877) sostiene en Physics and Politics que la lucha ocurre más entre grupos que entre individuos aislados, pero justamente esta cooperación interna a los grupos hacía más feroz la competencia:

“Por más que se hable en contra del principio de selección natural en otros terrenos, no hay duda de que predominó en la historia primitiva de la humanidad. Los más fuertes mataban a los más débiles tanto como podían (...) En todos los estados del mundo las naciones más fuertes tratan de imponerse a las demás, y en ciertas particularidades notables las más fuertes tienden a ser las mejores (...) Las mejores instituciones tienen una natural ventaja militar sobre las malas instituciones.” (Citado en Timasheff, 1955 [1984, p. 84])

Otro de los representantes típicos del darwinismo social, el austriaco L. Gumplowicz (1838-1909) sostuvo en Soziologie und Politik, al considerar las luchas raciales de Austria, que las luchas de grupo eran la clave para explicar el origen de la civilización:

“De las fricciones, de las uniones y separaciones de elementos opuestos surgen finalmente como productos de la nueva adaptación fenómenos psicológicos y sociales superiores, formas culturales superiores, nuevas civilizaciones, el nuevo Estado y las unidades nacionales (...) y esto surge por pura obra de la acción y de la reacción sociales, enteramente independientes de la iniciativa y de la voluntad de los individuos y en contra de sus ideas, deseos y esfuerzos sociales.” (Citado en Timasheff, 1955 [1984, p. 85])

Es común entre los darwinistas sociales producir un desplazamiento en el contenido del concepto de selección natural y considerar que los triunfadores serían los más fuertes o los mejores, sesgo que no aparece de ningún modo en la teoría darwiniana de la evolución. Darwin deja muy claro que el concepto de supervivencia de los más aptos no es identificable con el de supervivencia de los más fuertes. De hecho el concepto de aptitud siempre es relativo a las condiciones del ambiente y se refiere tan sólo a la capacidad de sobrevivir y reproducirse; de modo tal que si bien a veces ser más fuerte puede ser un rasgo de ventaja selectiva para sobrevivir, en otras ocasiones ser más apto significa ser de determinado color, ser más rápido, ser más pequeño y necesitar menos alimento o menos agua, ser más flexible en la alimentación, incluso ser más débil físicamente pero ser más inteligente, etc. Darwin también se encarga, en la sexta edición de su obra más conocida, de aclarar que usa la expresión lucha por la vida en un sentido “amplio y metafórico”, de modo que incluya tanto la lucha que dos caninos llevan adelante en tiempos de escasez de alimentos, como la que lleva una planta al borde del desierto en busca de unas gotas de agua.

Como quiera que sea, Darwin, que no era en este sentido un darwinista social, se ha preocupado por la cuestión del hombre y, en El Origen del Hombre, publicado en 1871, es decir doce años después de El origen de las Especies, aborda el tema que en ese primer gran texto había quedado pendiente pero que resultaba una consecuencia inevitable: el hombre como ser que evoluciona en la naturaleza. El libro de 1871 se transforma en una obra de fuerte interés sociológico en tanto que describe, propone explicaciones causales, predice y define acciones sobre la organización social humana que lejos de ser decisiones ideológicas quedarían definidas por la validez de las investigaciones científicas:

“El mejoramiento del bienestar de la humanidad es un problema de los más intrincados.

Todos los que no puedan evitar una abyecta pobreza a sus hijos deberían abstenerse del matrimonio porque la pobreza es no tan sólo un gran mal, sino que tiende a aumentarse, conduciendo a la indiferencia en el matrimonio. Por otra parte, como ha observado Galton, si las personas prudentes evitan el matrimonio, mientras que las negligentes se casan, los individuos inferiores de la sociedad tienden a suplantar a los individuos superiores [nótese que Darwin se hace eco del planteo eugenésico de Galton]. El hombre, como cualquier otro animal, ha llegado, sin duda alguna, a su condición elevada actual mediante ” la lucha por la existencia”, consiguiente a su rápida multiplicación: y si ha de avanzar aún más, puede temerse que deberá seguir sujeto a una lucha rigurosa. De otra manera caería en la indolencia, y los mejor dotados no alcanzarían mayores triunfos en la lucha por la existencia que los más desprovistos. De aquí que nuestra proporción o incremento, aunque nos conduce a muchos y positivos males, no debe disminuirse en alto grado por ninguna clase de medios. Debía haber una amplia competencia para todos los hombres, y los más capaces no debían hallar trabas en las leyes ni en las costumbres para alcanzar mayor éxito y criar el mayor número de descendientes. A pesar de lo importante que ha sido y aún es la lucha por la existencia hay, sin embargo, en cuanto se refiere a la parte más elevada de la naturaleza humana otros agentes aún más importantes.

Así, pues, las facultades morales se perfeccionan mucho más, bien directa o indirectamente, mediante los efectos del hábito, de las facultades razonadoras, la instrucción, la religión, etc., que mediante la selección natural; por más que puedan atribuirse con seguridad a este último agente los instintos sociales que suministran las bases para el desarrollo del sentido moral.

La principal conclusión a que llegamos en esta obra, es decir, que el hombre desciende de alguna forma inferiormente organizada, será, según me temo, muy desagradable para muchos. Pero difícilmente habrá la menor duda en reconocer que descendemos de bárbaros. El asombro que experimenté en presencia de la primera partida de fueguinos que vi en mi vida en tina ribera silvestre y árida, nunca lo olvidaré, por la reflexión que inmediatamente cruzó mi imaginación tales eran nuestros antecesores. Estos hombres estaban completamente desnudos y pintarrajeados, su largo cabello estaba enmarañado, sus bocas espumosas por la excitación y su expresión era salvaje, medrosa y desconfiada.

Apenas poseían arte alguno, y como los animales salvajes, vivían de lo que podían cazar: no tenían gobierno eran implacables para todo el que no fuese de su propia reducida tribu. El que haya visto un salvaje en su país natal no sentirá mucha vergüenza en reconocer que la sangre de alguna criatura mucho más inferior corre por sus venas. Por mi parte, preferiría descender de aquel heroico y pequeño mono que afrontaba a su temido enemigo con el fin de salvar la vida de su guardián, o de aquel viejo cinocéfalo que, descendiendo de las montañas, se llevó en triunfo sus pequeño camaradas librándoles de una manada de atónitos perros, que de un salvaje que se complace en torturar a sus enemigos, ofrece sangrientos sacrificios, practica el infanticidio sin remordimiento, trata a sus mujeres como esclavas, desconoce la decencia y es juguete de las más groseras supersticiones.

Puede excusarse al hombre de sentir cierto orgullo por haberse elevado, aunque no mediante sus propios actos, a la verdadera cúspide de la escala orgánica; y el hecho de ha-berse elevado así, en lugar de colocarse primitivamente en ella, debe darte esperanzas de un destino aún más elevado en un remoto porvenir. Pero aquí no debemos ocuparnos de las esperanzas ni de los temores, sino solamente de la verdad, en tanto cuanto nos permita descubrir nuestra razón: y yo he dado la prueba de la mejor manera que he podido.

Debemos, sin embargo, reconocer que el hombre, según me parece, con todas sus nobles cualidades, con la simpatía que siente por los más degradados de sus semejantes, con la benevolencia que hace extensiva, no ya a los otros hombres, sino hasta a las criaturas

inferiores, con su inteligencia semejante a la de Dios, con cuyo auxilio ha penetrado los movimientos y constitución del sistema solar—con todas estas exaltadas facultades—lleva en su hechura corpórea el sello indeleble de su ínfimo origen.” (Darwin, 1871 [1994, p. 521])

La situación político-social de Europa en general y de Inglaterra en particular durante la segunda mitad del siglo XIX es suficientemente conocida. Inglaterra había llegado a consolidar el más grande imperio de la historia, dominando gran parte de África y Asia. En su propio territorio contaba con un proletariado —que incluía niños de corta edad— explotado en las minas o en las hilanderías y sumido cotidianamente en la miseria y en la promiscuidad de ciudades desbordadas de habitantes. Pero ese mismo imperio proclamaba valores cristianos universales como la idea según la cual todos los hombres están hechos a imagen y semejanza del creador. Una explicación naturalizada de las relaciones sociales anularía o por lo menos debilitaría el problema moral generado por la contradicción entre los ideales cristianos de igualdad y caridad -al menos tal es lo que se proclama-, y el dominio brutal al que eran sometidos diversos grupos humanos por la economía imperial de la Inglaterra victoriana. Desde esta perspectiva el darwinismo triunfó no sólo como teoría biológica, sino también como idea sociológica. Existe una lectura posible de las ideas darwinianas según la cual las relaciones sociales de dominio y sumisión quedan definidas como fenómenos naturales y no como decisiones morales, sociales o políticas. El hombre en su marco social no escaparía a la ley evolutiva general de la supervivencia del más apto en la lucha por la existencia.

Pero, más allá de esas consideraciones generales es necesario señalar que el darwinismo social define una postura epistemológica en favor del reduccionismo darwinista, en un contexto en el cual el predominio del evolucionismo era absoluto, sobre todo hacia el último cuarto del siglo XIX . En este sentido puede decirse que el término “darwinismo social” resulta equívoco porque sugiere, y así se la interpreta habitualmente, que se trata tan sólo una utilización indebida o una extrapolación de una idea biológica hacia las ciencias sociales, pero el evolucionismo en lo social no se apoya al modo de una copia sobre su original biológico sino que constituyó una idea que recorrió todo el siglo XIX y se extendió y ramificó a todas las áreas del conocimiento. El proceso, entonces, más bien parece ser el de una interrelación muy profunda sobre un telón de fondo cultural, generalizada y marcadamente evolucionista, al que la teoría biológica viene a prestar un apoyo extra e importante y, en este sentido debe señalarse que si bien es cierto que el éxito de El origen de las Especies, en 1859, otorgó un espaldarazo naturalista extra al evolucionismo, existe más bien una interdependencia más que una determinación lineal desde la biología. Huelga señalar que casi todas las obras importantes que sostuvieron la evolución social habían aparecido antes de 1859, tales como las de Hegel, Comte, Marx y los primeros trabajos de H. Spencer (1820-1903). Incluso las que aparecieron contemporáneamente o inmediatamente después a El Origen contienen una elaboración anterior no deudora directa de la teoría de Darwin. De hecho, mientras que la teoría darwiniana de la evolución atravesaba un periodo de cierto descrédito hacia las últimas décadas del siglo XIX, no ocurría lo mismo con el evolucionismo en otras áreas. En este sentido, creo, sería más propio hablar de darwinismo social en un sentido estándar en que se lo usa habitualmente, refiriéndose a las teorías eugenésicas y a la moderna sociobiología humana.

Como quiera que sea, los darwinistas sociales tendían a justificar las diversas formas

de agresividad propias de la sociedad liberal, y a explicar científicamente las diferencias económicas y sociales de clase. Por ello el darwinismo social ha sido utilizado por los ideólogos del racismo o por los más conservadores, así como por partidarios de corrientes eugenésicas que consideraban que la evolución de la cultura depende del grado de desarrollo de las razas. Para los darwinistas sociales, la abundancia o la riqueza económica, serían los equivalentes de la buena adaptación biológica; la competencia económica capitalista, sería el equivalente de la selección natural. De esta manera, el éxito en la vida económica y social daría la medida de la valía de las personas. En definitiva, según los darwinistas sociales, los ricos lo son porque son más listos, y los pobres lo son porque son menos eficientes o más tontos. Algunas formas de darwinismo social fueron defendidas, entre otros, por los teóricos del racismo, como A. de Gobineau (1816-1882) o H. S. Chamberlain (1855-1927), que proclamaban la existencia de razas superiores, así como por algunos ideólogos ultraconservadores.

Spencer, que se dedicó a trabajar como periodista y escritor, en una de sus obras más importantes, Estática social, publicada en 1850, sostiene que el progreso es una fuerza inmanente del universo. Apasionado por las grandes visiones sintéticas que buscan remitir el conjunto de datos fenoménicos accesibles al conocimiento a un principio único de inteligibilidad, expresó su ley de la evolución por la cual este progreso se manifiesta tanto en la naturaleza (el mundo físico y biológico), como en la sociedad, como el paso de lo uniforme a lo multiforme, de lo homogéneo a lo heterogéneo. Esta concepción se complementa con una serie de artículos publicados en 1842, en los cuales sostiene que la adaptación del hombre a sus funciones sociales logra una mejor realización cuando no se interviene artificialmente sobre ellas. De esta manera defiende un laissez faire socio-político y económico que será, junto con la idea de progreso, uno de los pilares fundamentales del darwinismo social. A través de su metafísica evolucionista Spencer construye una sociología naturalizada apelando a un fuerte reduccionismo biológico. Afirma que la vida consiste en la adaptación de los organismos a los desafíos del medio, mediante la diferenciación de órganos, adhiriendo a lo que hoy llamamos un principio lamarckiano por el cual la función crea al órgano. Una vez que el medio ha actuado sobre los seres vivos produciendo estructuras diferenciadas, la selección natural favorece “la supervivencia del más apto”, expresión que luego utilizaría Darwin.

Sin embargo, la relación entre las ideas sociológicas de Spencer y el modelo teórico sobre el cambio de las formas vivas expuesto en El Origen de las Especies es bastante compleja e indirecta. Lo más importante es reconocer que esta relación está sostenida sobre la extrapolación discursiva desde un modelo que intenta explicar la adaptación biológica a otro que pretende comprender las fuerzas que modelan las relaciones sociales.

La relación entre evolución y progreso con relación a la biología, ha sido objeto de constantes controversias. Si bien fue Ch. Lyell (1797-1875) el primero en utilizar el término “evolución” al analizar la teoría lamarckiana del cambio de las formas vivas, fue Spencer quien lo utilizó asociado a un sentido progresivo de los cambios, incluida la modificación de las formas vivas. Es particularmente significativo que Darwin utilizara “descendencia con modificación” en lugar de “evolución”. El motivo es claro: el concepto de “evolución” se hallaba demasiado impregnado de la idea de “progreso”; incluso en un sentido parecido era utilizado en la biología para hacer referencia al proceso embrionario con una secuencia y periodos perfectamente preestablecidos que Darwin, obviamente, no reconocía

en la formación de las especies. La cuestión del progreso será, definitivamente, un punto conflictivo y de debates permanentes, tanto en la teoría darwiniana, como en el neodarwinismo y, si bien la biología evolucionista actual ya se ha desligado del concepto de progreso, aún sigue sin haber consenso sobre si hay o no una dirección en la evolución. Los que defienden la direccionalidad general de la evolución sostienen que puede hablarse de dirección sin progreso15.

“De hecho, los mismos biólogos evolucionistas darwinianos casi desde el mismo Darwin (exceptuando el eclipse del darwinismo que tuvo lugar en líneas generales desde la muerte del naturalista inglés hasta la nueva síntesis darwiniana que se empezara a fraguar a finales de los años treinta de nuestro siglo) se quedan perplejos ante esta dis-yuntiva, porque por un lado son conscientes de que la evolución darwiniana no implica la ocurrencia de progreso, pero por otro también concluyen que dicha ocurrencia no queda excluida y que de hecho ha sucedido.” (Castrodeza, 1988, p. 11)

Lo que Spencer toma de Darwin es el núcleo duro de su teoría sobre la herencia con variación para aplicarlo no ya al problema del origen de la diversidad biológica sino al universo del desarrollo y funcionamiento de las sociedades humanas. La crítica a la perspectiva sociológica de Spencer, como autor paradigmático del darwinismo social, al intentar convalidar un ethos naturalizado por una generalización que juzgamos ilegítima del modelo darwiniano, no anula el hecho fundamental de que en el propio modelo darwiniano como teoría sobre el origen de las formas vivas adaptadas al medio, está implícita la posibilidad de desarrollar una cierta cosmovisión que justifica una fuerte apuesta de carácter determinista sobre el devenir social humano, apuesta que se hará altamente tecnocrática y autoritaria con el eugenismo. Permítaseme, en este sentido, una breve digresión para considerar ciertos aspectos con relación a la valoración histórica de los pensadores involucrados en la génesis y desarrollo del darwinismo que tienen relación también con el estatus otorgado por la historia de la ciencia a la eugenesia en general. No son pocas las veces, en la literatura especializada, que frente a temas como el reduccionismo y el determinismo biologicista se siente la obligación de defender a los grandes autores y pensadores, aquellos que de alguna manera han sentado principios canónicos en el marco teórico de una ciencia, despegándolos de estas posturas, como forma de defender un cierto modelo teórico o la legitimidad de la ciencia misma. Sin duda ocurre con frecuencia que se trata de proteger la figura de Darwin tanto del darwinismo social como de la eugenesia. Creo que esto es un error desde un punto de vista histórico porque presupone que el trabajo científico se desarrolla más allá de las miradas que la cultura de una cierta época impone a la forma de plantear los problemas e imaginar las soluciones. Por otra parte refuerza el principio de autoridad porque se niega, dada la importancia de una determinada obra, la posibilidad de crítica de los compromisos epistemológicos e ideológicos de sus autores. Al respecto vale la pena detenerse a reflexionar sobre el problema que expone agudamente Gould:

“Así pues, ¿etiquetamos a Darwin como racista y sexista impenitente a lo largo de toda su trayectoria, desde las ingenuidades de su juventud hasta las profundas reflexiones de su madurez? Actitud tan estricta y nada compasiva de poco va a servirnos si deseamos comprender y buscar enseñanzas en nuestro pasado. En lugar de ello voy a interceder por

15 Cf. Ayala (1999).

Darwin en dos terrenos; uno genérico, el otro personal.

El argumento genérico es obvio y sencillo de exponer. ¿Cómo podemos censurar a alguien por el hecho de repetir un prejuicio propio de su época, por mucho que deploremos hoy en día tal actitud? La creencia en la desigualdad racial y sexual constituía un credo clásico e incuestionable entre los varones de clase alta de la sociedad victoriana, seguramente tan controvertido como el teorema de Pitágoras. Darwin construyó una lógica distinta para explicar una certidumbre compartida por todos, y sobre ello si podemos emitir algún juicio frío, no veo qué objeto pueda tener la crítica virulenta de la aceptación, en gran parte pasiva, de las creencias populares. En lugar de eso, analicemos por qué un desatino tan potente y pernicioso pudo instalarse en las conciencias de entonces como certidumbre indiscutida.

Si decido repartir la culpa de los males sociales del pasado de manera individual, no quedará nadie digno de estima en algunos de los períodos más fascinantes de nuestra historia. Por ejemplo, y hablando a título personal, si tacho de inaceptable a todo antisemita victoriano, el repertorio musical y literario digno de mi aceptación resultaría triste y exiguo. Pese a que no albergo ni sombra de simpatía por los inquisidores activos, no puedo repudiar a todos los individuos que aceptaron de forma pasiva los criterios más arraigados de su sociedad. En lugar de ello, rechacemos estos criterios, e intentemos comprender las motivaciones de los hombres de buena voluntad.” (Gould, 1993 [1994, p. 254])

Con el darwinismo social ocurre lo mismo que con muchas de las formas de determinismo biológico. Por un lado se lo utiliza para mostrar que hay una relación relevante entre conocimiento, poder y organización social y, por otro, surge inmediatamente la pregunta acerca de su estatus científico. Las disputas sobre estas cuestiones se dan entre los que piensan que la ciencia se constituye por entero en ámbitos ajenos al poder, al contexto y a las prácticas —y entonces consideran al darwinismo social como pseudociencia— y los que piensan que la ciencia no es más que una mera práctica del poder. En este trabajo, como ya se ha señalado, se trabaja con una hipótesis alternativa que considera a las dos anteriores como históricamente falsas y epistemológicamente ingenuas.

CAPÍTULO 2

LA EUGENESIA

¡Hay que multiplicar a los que saben! En esto comienza y acaba todo.

(Nicolai, La eugenesia como gloriosa culminación de la medicina)

1. LOS ORÍGENES

Es muy antigua la convicción de que algunas características que diferencian a los seres humanos entre sí son transmitidas de padres a hijos, de modo tal que una intervención que estimule la reproducción de ciertos individuos e inhiba la de otros, podría contribuir a la mejora de la población. De hecho, este procedimiento llevado a cabo entre las especies de animales domésticos es una práctica común desde la antigüedad.

La costumbre espartana de arrojar a los niños declarados anormales por el Consejo de Ancianos, a un lugar profundo junto al monte Taigeto o a las aguas del Eurotas, probablemente sea el caso más conocido. Pitágoras aconsejaba no procrear en estado de embriaguez y Plutarco agregaba que los hijos procreados en ese estado eran propensos a las alucinaciones mentales. Esquilo recomienda, en su obra Las Euménides, que las vírgenes más bellas se unan con los jóvenes más vigorosos para prolongar la vida. Platón, en República, sostenía que para los matrimonios debía considerarse la utilidad colectiva antes que el placer de los contrayentes. Se cuenta que Lutero, cuando el príncipe de Anhalt presentándole un niño deficiente de 12 años, le pidió su consejo, le respondió que si él fuera el señor del país lo arrojaría a las aguas turbulentas del río. Según un eugenista del siglo XX, R. Mac Lean y Estenós:

“En la lejanía precolombina, bajo el esplendor del Incanato, determinadas prácticas deportivas que engalanaban su premio a los triunfadores permitiéndoles escoger por esposas entre las ‘acllas’, está revelando la intuición eugenésica de la raza aborigen: dar la mejor mujer al mejor hombre. Rezagos de esas costumbres ancestrales superviven hasta hoy en algunas comunidades indígenas, en las que el padre exige determinadas pruebas de vigor y resistencia física a los pretendientes de sus hijas, antes de dar su consentimiento.” (Mac Lean y Estenós, 1952, p. 19)

Podrían multiplicarse los ejemplos extraídos de la antigüedad o de tiempos más

cercanos, pero la eugenesia moderna posee dos requisitos de los que carecían esas prácticas conocidas desde siglos: el fundamento científico de sus premisas básicas y la implementación de políticas y programas de gobierno dirigidos al mejoramiento de ciertos grupos humanos a través de promover la reproducción diferencial. Ambos elementos

confluyen en el programa eugenésico hacia fines del siglo XIX y se concreta, generalizadamente, en las primeras décadas del siglo XX. Las perspectivas evolucionistas corrientes, reforzadas por el fortísimo aval de la biología evolucionista darwiniana, otorgan una nueva dimensión a los problemas de la salud, la educación, el delito, la inteligencia humana e incluso las relaciones entre grupos y países. Probablemente el decidido y abrumador desarrollo de lo que hoy llamaríamos ciencias biológicas y biomédicas, y su potencial aplicación a la explicación de las relaciones sociales, provocó en ese período una inusitada redistribución de las relaciones entre saber y poder.

Habitualmente se suele adjudicar la paternidad de la eugenesia a Sir Francis Galton (1822-1911), quien introduce este término derivado del vocablo griego que designa a los individuos “bien nacidos, de noble origen y de buena raza”. Definió a la eugenesia como la ciencia que trata de todas las influencias que mejoran las cualidades innatas, o materia prima, de una raza y aquellas que la pueden desarrollar hasta alcanzar la máxima superioridad. Pero no sólo se trataba de un conocimiento teórico, sino que debía encararse:

“(...) el estudio de los factores sometidos al contralor social que pueden aumentar y disminuir las condiciones sociales, sea físicas o espirituales, de las generaciones futuras.” (Galton, 1869 [1988, p. 45])

De hecho, esta definición amplia de eugenesia admite tanto puntos de vista

fuertemente hereditaristas como otros que reserven un papel relevante a las condiciones ambientales o de vida de los individuos, diversidad que se ha dado efectivamente en la diseminación de la eugenesia. Sin embargo, para Galton era fundamental la herencia de los rasgos mentales y se había propuesto demostrar que los padres transmiten la inteligencia. Galton (1869) pretendía demostrar científicamente las causas de algo que en la Inglaterra victoriana no era ningún secreto: que los hombres eminentes generalmente eran hijos de hombres eminentes.

“Me propongo demostrar en este libro que las habilidades naturales del hombre se transmiten hereditariamente, con exactamente las mismas limitaciones que la forma y las características físicas de todo el mundo orgánico.” (Galton, 1869 [1988, p. 38])

Para obtener sus datos utilizaba el método biográfico y de la historia familiar con el propósito de mostrar, por un lado, que el comportamiento considerado socialmente como valioso depende causalmente de una aptitud concreta, la inteligencia y, por otro lado que dicha aptitud, hereditaria, no puede ser modificada por el ambiente. Muchas de las comprobaciones de Galton y otros acerca de las diferencias en el nivel de inteligencia y su relación con la ubicación social no hacían más que reflejar prejuicios ampliamente extendidos:

“El nivel intelectual promedio de la raza negra está alrededor de dos grados por debajo del nuestro (...) Si la agudeza de las mujeres fuera superior a la de los hombres, los empresarios, por propio interés, las emplearían siempre antes que a los varones, pero como ocurre lo contrario, resulta probable que la suposición opuesta sea la verdadera.” (citado en Chorover, 1979 [1985, p. 55]).

La eugenesia, en suma, consiste en favorecer la reproducción de determinados individuos o grupos humanos considerados mejores e inhibir la reproducción de otros grupos o individuos considerados inferiores o indeseables, con el objetivo de mejorar la raza o mejorar la especie. Sus postulados básicos son:

1. las diferencias entre los individuos están determinadas hereditariamente y sólo en una pequeña medida dependen del medio;

2. el progreso depende de la selección natural, mecanismo fundamental por el cual, según la teoría darwiniana, se produce la evolución de las especies;

3. las condiciones modernas (medicina, planes de asistencia, las condiciones “cómodas” de la vida moderna, etc.) tienden a impedir la influencia selectiva de la muerte de los menos aptos;

4. a partir de (3) se ha iniciado un deterioro, una degeneración en la especie humana que continuará a menos que se tomen medidas para contrarrestarla.

Se volverá sobre estas cuestiones a lo largo de este trabajo, pero cabe señalar aquí:

• La extrapolación sumamente sesgada de la teoría darwiniana de la evolución por tres motivos: la aplicación de la misma a cuestiones sociales; considerar que los cambios evolutivos puedan tener lugar en el lapso de pocas generaciones y principalmente por incluir en la naturaleza la noción de “progreso” que la teoría darwiniana había conseguido expulsar;

• Aunque podría asegurarse que alguien que tuviera seriamente alteradas sus facultades cognoscitivas seguramente no podría desempeñar con éxito actividades sociales mínimas, resulta bastante caprichosa la afirmación según la cual la notoriedad y éxito social serían prueba, prima facie de una gran capacidad mental, ya que ésta sería su causa;

• Hay cierta circularidad en el argumento según el cual la posesión de capacidad mental se comprobaría a través de la notoriedad social y la notoriedad social implicaría capacidad mental. Galton creía que una característica como la capacidad mental era heredada, pero al definir la inteligencia en función de la notoriedad social hace prácticamente imposible establecer si las variaciones (en notoriedad social = capacidad mental) se debían a la transmisión biológica o social.

Adjudicar la paternidad de la eugenesia a Galton es acertado, a condición de que se tenga en cuenta que su propuesta viene a realizar y concretar el desarrollo de creencias y aspiraciones ampliamente extendidas hacia fines del siglo XIX. Lejos de ser una creencia marginal o aislada, la eugenesia cobró rápidamente gran predicamento llegando a constituir, definitivamente, el fundamento científico para medidas de política sanitaria, y reforzar creencias y prejuicios habituales. El racismo y la concepción de la degeneración de las clases bajas, ideologías ampliamente difundidas, hacían que las problemáticas prevalecientes en las urbes en expansión, fueran interpretadas como un proceso de degeneración en marcha; la idea del mejoramiento racial, relacionado con la salud, se apoyó en las nuevas teorías genéticas de los primeros años del siglo XX, y de su utilización podía depender el auge o a la decadencia de las naciones. La teoría eugenésica no ha sido un fenómeno circunscripto a los EE.UU. y la Alemania nazi, sino que gozó de tal

autoridad científica e influencia política, que culminó con su institucionalización, a través de la generación de sólidas sociedades científicas en todo el mundo Occidental. Éstas promovieron la promulgación de leyes y normas de salud pública que pretendían contrarrestar el “peligro de la descontrolada fertilidad de los débiles mentales y la mezcla racial derivada de la inmigración, que se temía poblaran al Nuevo Mundo con imbéciles que finalmente suplantarían a los de mente dotada” (Medawar y Medawar, 1983 [1988, p. 202]). Estas ideas, presupuestos corrientes de vastos sectores de hombres de ciencia y pensadores, eran expresadas crudamente por H. Spencer, un filósofo hoy un tanto olvidado, pero uno de los más influyentes y reconocidos en la segunda mitad del siglo XIX:

“La pobreza del incapaz, las penalidades que caen sobre el imprudente, el hambre de los perezosos o aquellos seres débiles que el fuerte empuja a un lado son consecuencias de una benevolencia grande y de largas miras. Debemos calificar de espurios a aquellos filántropos que, por impedir la miseria de hoy, desencadenan una miseria mayor sobre las generaciones futuras, y en esta categoría hemos de incluir a todos los defensores de la ley de los pobres. A los amigos de los pobres les repele la ruda necesidad que, cuando se le permite actuar, es un acicate tan potente para el perezoso, un freno tan fuerte para el desordenado. Ciegos ante el hecho de que, continuamente a sus miembros enfermizos, imbéciles, lentos, vacilantes, pérfidos, estos hombres irreflexivos abogan por una interferencia que no sólo interrumpe el proceso purificador, sino que incluso aumenta la depravación (...) eliminar al enfermizo, al deforme y al menos veloz o potente (...) así se impide toda degeneración de la raza por la multiplicación de sus representantes menos valiosos. Se asegura también el mantenimiento de una constitución completamente adaptada a las condiciones del entorno y por consiguiente productora de un grado máximo de felicidad.” (Spencer, 1888, p. 353)

Se trata de ideas que se encuentran en germen, aunque de un modo velado y en un sentido diferente en los iniciadores de la biología evolucionista moderna, Darwin y Wallace:

“El hombre estudia con la más escrupulosa atención el carácter y la genealogía de sus caballos, de sus perros, de sus otros animales domésticos, antes de permitirles acoplarse; pero cuando se trata de su propia descendencia, toma esta precaución muy raramente, tal vez nunca. La selección le permitiría, sin embargo, hacer algo favorable, no sólo para la constitución física de sus hijos, sino también para sus cualidades intelectuales y morales. Los dos sexos no deberían unirse en matrimonio cuando se encontrasen en un estado de inferioridad física o espiritual demasiado pronunciado; pero expresar semejantes esperanzas importa expresar una utopía, pues estas esperanzas no se realizaran siquiera en parte, mientras las leyes de la herencia no sean completamente conocidas.” (Darwin, 1871 [1994, p. 521])

“Entre las naciones civilizadas no nos parece posible que la selección natural obre de manera de asegurar el progreso permanente de la moralidad y de la inteligencia, pues son incontestablemente los espíritus mediocres, cuando no los inferiores, los que arriban mejor en la vida, porque se multiplican más rápidamente.” (Wallace, 1864)

En este contexto, la propuesta de Galton, como decíamos, cayó en campo fértil. Así

se expresaba el premio Nobel de Medicina y Fisiología de 1913, Ch. Richet (1850-1935) en

La sélection humaine, evidenciando un inquietante corrimiento hacia posiciones políticas que sobrevendrían poco después y una sesgada interpretación de la teoría darwiniana de la evolución:

“En la vida salvaje la selección es la consecuencia necesaria de la lucha que se entabla entre los seres. Vivir es un combate perpetuo, y en esta lucha, los fuertes son siempre vencedores; los débiles son aplastados. La naturaleza implacable no se preocupa de los inválidos y condena a los impotentes; el individuo no es nada; la especie lo es todo. Es necesario, para el vigor de la especie, que todo lo imperfecto sea destruido. La naturaleza viva es así; ni cruel, ni suave, ni justa, ni inicua. Dulzura, piedad, justicia, son ideas humanas y palabras humanas. La naturaleza no conoce ni la generosidad ni el odio. Sigue su camino interesada solamente en producir seres vivos, y en producirlos enérgicos, vigorosos y potentes. Pero la sociedad ha introducido en las relaciones humanas un elemento nuevo: El respeto de cada personalidad humana. La noción de derecho ha reemplazado la de fuerza. La sociedad ha querido que todos los seres humanos tuvieran el mismo derecho a la vida, sea cual fuere su pequeñez y su debilidad. Así, pues, por el estado social se encuentra viciada la gran ley de la selección, que consiste esencialmente en la sobrevivencia de los fuertes. Pero la civilización ha hecho más aun, pues si ha pervertido la selección natural ha pervertido aun más la selección sexual. El matrimonio se ha convertido en función social en lugar de ser función natural, apta a la conservación de una raza fuerte.” (Richet, 1919, p. 54)

Y en el mismo sentido:

“(...) es una barbarie forzar a vivir a los sordomudos, idiotas, raquíticos; que una masa de carne humana, sin inteligencia no es nada, más bien es una mala materia viviente, que no es digna de respeto, ni de compasión; que fuera de la inteligencia el hombre no debe respetar nada; que todos los ríos de las grandes ciudades deberían transformarse en otros tantos Eurotas; que el solo medio para no ver nacer niños anormales, es eliminar los que son anormales.” (Citado en Ciampi, 1922, p. 119)

La inclinación a considerar supervivencia del más apto como sinónimo de supervivencia

del más fuerte tiene como origen una interpretación gladiatoria de la expresión lucha por la existencia. Ya se ha señalado en el capítulo anterior que Darwin mismo advierte sobre este error, indicando que la había usado esa expresión en un sentido amplio y metafórico.

Uno de los grandes exponentes de la psiquiatría francesa de principios del siglo XX, el Dr. Ch. Binet-Sanglé (1868-1932), publicó en 1918 un libro hoy prácticamente olvidado, en el cual se proponen mecanismos para llevar adelante los ideales eugénicos, con un título más que sugestivo: Le haras humain. Comienza en la Introducción criticando la forma de matrimonio, que llama por conveniencia por constituir un elemento disgenésico responsable de la decadencia de la raza. En la primera parte del libro se exponen los conocimientos sobre la herencia disponibles en ese momento. En la segunda parte, denominada “antropogenia genética”, se ocupa, en primer lugar de la eugenesia negativa, dirigida a la represión de los individuos considerados como mal generador mediante distintos mecanismo: muerte eufórica (eutanasia); internación; castración; aborto provocado o infanticidio. En el Capítulo IV, se ocupa de la eugenesia positiva, dirigida a la “producción del buen generador”, es decir a la formación del haras humano. Propone fundar una especie de cabaña humana para la producción de buenos generadores, con el mismo criterio con el que un industrial trata de hallar buenos reproductores, e incluso llega a proponer la importación-exportación de hombres y mujeres típicos para la

formación de nuevos planteles. En la tercera parte dirigida a la educación del niño proponía entre otras cosas la higiene sexual consistente en la práctica regular del coito desde la pubertad dos veces por semana a ambos sexos. A propósito de este libro A. Hermant comenta: “el mundo es actualmente para los hombres un harem (sic) y para las mujeres un haras” (citado en Regnault, 1922, p. 24). El texto de Binet-Sanglé resulta un antecedente —no literario, sino científico— de la novela que hoy es una referencia inmediata apenas se comienza a hablar de eugenesia y que publicara dos décadas después A. Huxley: Brave New World.

Como quiera que sea, había una gama de matices entre los eugenistas, muchos de ellos más prudentes y cuidadosos que Richet16 o de prosa menos inflamada que Spencer, y los hubo profundamente reaccionarios o conservadores, pero también progresistas. Sobre todo si se tiene en cuenta la relación estrecha y creciente entre la eugenesia y la política de higiene racial nazi (Cf. Harwood, 1989). De todos modos algunos genetistas mendelianos procuraron establecer una base empírica para sus supuestos a través de estudios citológicos, cruzamientos experimentales con mamíferos que exhibían características semejantes a las estudiadas en humanos. Esta heterogeneidad se explica por el hecho de que la eugenesia no constituyó una teoría científica estrictamente hablando en ninguno de los sentidos que este concepto adoptó en las disputas epistemológicas, sino que fue un fenómeno mucho más amplio. Constituyó verdaderamente un clima de ideas dominante que se fue conformando con el correr del siglo XX por una serie de manifestaciones científicas dirigidas a relacionar condiciones biológicas con posiciones sociales, clima de ideas que, además, estuvo dado no sólo por consideraciones teóricas generales sobre la evolución y progreso de la especie humana o de apuestas más o menos optimistas o pesimistas sobre el futuro, sino que, una vez instalado como pensamiento hegemónico adquiere como componente estratégico fundamental el reclamo por la implementación de políticas públicas y/o tecnologías tanto biológicas como sociales que tuvieran incidencia evolutiva, es decir que estuvieran orientadas a modificar la composición media de una población con el objetivo de mejorarla. Y este es el carácter distintivo de la eugenesia, aunque las diversas medidas concretas en que ha derivado hayan sido de variado alcance en las diferentes épocas y países, tanto por la índole propia de las mismas como por la decisión política de su puesta en práctica.

2. EUGENESIA NEGATIVA Y EUGENESIA POSITIVA

La literatura eugenésica suele distinguir entre eugenesias negativa y positiva. La eugenesia negativa puede definirse como el intento de eliminar o disminuir la frecuencia de alelos que se juzgan perjudiciales o deletéreos para el ser humano o al menos para alguna población particular. Es fundamental comprender que la eugenesia tiene carácter poblacional, por lo tanto, los controles que suelen hacerse a las embarazadas con el objetivo de detectar enfermedades congénitas en el hijo, aunque derivan en alguna medida del planteo general, no serían medidas eugenésicas en un sentido estricto. Desde esta perspectiva, los padres que deciden interrumpir el embarazo frente a la certeza de que el embrión porta una afección genética no están actuando en forma eugenésica en tanto su

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De hecho había autores que sostenían que no era lícito hablar de disparidad de razas y mucho menos que hubiera razas inferiores y superiores, como Jean Finot en Le préjugé des races de 1905.

elección no tiene como objetivo la eliminación o disminución de la frecuencia, en la población, del o los alelos responsables de la dolencia. El concepto de aborto eugenésico, en cambio, está referido a proyectos llevados a cabo para modificar la población, en los cuales la decisión individual queda anulada o seriamente limitada porque el interés no está puesto en la salud del recién nacido sino en un ideal de desarrollo poblacional. La eugenesia negativa hace referencia, al poner la atención en la eliminación de alelos deletéreos, al efecto estabilizador de la selección natural. Los individuos con bajo desempeño tendrán menores posibilidades reproductivas y la frecuencia de sus alelos irá disminuyendo en la población. Este efecto estabilizador es diferente del fenómeno creativo por el cual se originan nuevas formas de vida a través de la selección natural.

La eugenesia positiva, por su lado, estará definida por la implementación de prácticas y políticas que tienen como objetivo incidir evolutivamente y se asienta sobre la promoción de la reproducción de ciertos individuos, portadores de caracteres reconocidos como deseables, bajo la intención de generar así un fenómeno de reproducción diferencial. Uno de los argumentos favoritos de los eugenistas proviene del primer capítulo de El Origen de las Especies, llamado “Variación en el estado doméstico”. Allí Darwin señala que la acción acumulativa de la selección llevada adelante por el criador de especies domésticas lleva a lograr modificaciones importantes, lo cual representaría un caso, operando de manera acelerada y metódica, de lo que la naturaleza realiza de manera lenta e inconsciente. La tarea de la eugenesia sería entonces revertir las condiciones de decadencia que la vida moderna estaría llevando a la especie y operar del mismo modo que los criadores. La argumentación darwiniana acerca de la variabilidad en el estado doméstico, además de no ser el mejor argumento, dado que justamente dicha variabilidad procede de no haber operado la selección natural, tiene un objetivo diferente en la argumentación general del texto, que es mostrar que a partir de la variabilidad se pueden lograr cambios acumulativos más importantes, lo cual derrumbaría la noción de especie como grupo cerrado invariable. Nótese que así planteado, el proceso selectivo adquiere un carácter claramente dirigido o teleológico que lo diferencia del proceso de selección natural que explica el origen de la diversidad biológica y el proceso de adaptación. De hecho, al estar la eugenesia positiva más emparentada con una forma de selección artificial, implica una situación de carácter valorativo que se encuentra a la base de decisiones políticas y que no está presente en el mundo natural.

La distinción entre eugenesias negativa y positiva constituye una diferenciación aproximativa que merecería, para cada caso particular un debate profundo. El caso conocido de la iniciativa del gobierno de Chipre con respecto a la talasemia, una anemia hereditaria que es muy frecuente en la población de esa isla del Mediterráneo, resulta interesante. El gobierno adoptó un programa de detección sistemática de la enfermedad en las mujeres embarazadas a las cuales se les permitía abortar, más allá de la oposición manifestada por los sectores más conservadores de la sociedad. El programa fue un éxito y la enfermedad disminuyó considerablemente, aunque el gen continuara presente en los portadores heterozigotos. La población de Chipre era consciente del problema y las medidas fueron aceptadas como algo necesario, benéfico y esperado y no como una coerción externa. Sin embargo puede objetarse que el análisis genético era obligatorio y esto condicionaba a los padres fuertemente. Puede pensarse también un caso hipotético en el cual una fuerte incidencia de la publicidad generase condiciones de animosidad hacia ciertos sectores o grupos de la población. No sin cierta ironía se expresaba el 28 de marzo

de 1943 en el Deutsche Allgemeine Zeitung el profesor E. Fischer, rector de la Universidad de Berlín y director del Instituto Kaiser Wilhelm de Antropología, Biología de la Herencia y Eugenesia:

“Es una suerte especial y singular el hecho de que una investigación, teórica en sí, coincida con una época en que la opinión general la acoge con reconocimiento, e incluso sus resultados prácticos son celebrados inmediatamente como fundamento de disposiciones oficiales.” (Citado en Müller Hill, l984 [1985, p. 29]).

Como quiera que sea, algunas medidas eugenésicas, no han pasado de constituir eugenesia negativa en el sentido de proveer de cuidados y seguimientos a las embarazadas e instrucción sexual a la población y muchas veces, en la práctica no ha habido diferenciación clara de ambos tipos de eugenesia funcionando como aspectos y tecnologías diferentes dentro de un planteo único y general. Huelga señalar que los calificativos “negativa” y “positiva” no poseen aquí ninguna carga valorativa: el carácter negativo proviene de la simple abstención o control de la reproducción y el carácter positivo de generar las condiciones de interferencia y modificación efectiva del desarrollo evolutivo.

3. LAS TECNOLOGIAS SOCIALES ASOCIADAS A LA EUGENESIA

“(...) dar educación a las clases trabajadoras pobres (...) se demostraría en efecto perjudicial para su moral y su felicidad.

Les enseñaría a despreciar su lugar en la vida, en lugar de convertirlos en buenos braceros agrícolas o hacerles ocupar cualquier otro industrioso empleo

al que su nivel social los ha destinado (...) les capacitaría para leer panfletos sediciosos (...)

les volvería insolentes con sus superiores” (H. Spencer, Social Statics)

Hay una batería de prácticas y tecnologías sociales típicas asociadas a la eugenesia: exigencia del certificado médico prenupcial, control de la natalidad, esterilización de determinados grupos (débiles mentales y/o criminales por ejemplo), aborto eugenésico, restricciones o control de la inmigración. De cualquier modo, el número, alcance y rigor en la aplicación de estas medidas ha sido variable entre los distintos países y épocas y, en algunos casos los reclamos de los eugenistas no se han implementado de manera efectiva. En el capítulo siguiente se abordará con cierto detalle cómo fue el proceso en la Argentina, por lo que aquí sólo se adelantarán algunas consideraciones generales.

3.1 exigencia del certificado médico prenupcial

Una de las prácticas más extendidas y abarcativas surgida de la prédica eugenésica es la exigencia del certificado médico prenupcial (CMP), adoptada poco a poco,

prácticamente por todos los países de Europa y América. En la mayoría de ellos el CMP fue obligatorio y la problemática del control de la descendencia a través de este mecanismo, se instaló generalizadamente y con mucha fuerza. Entre 1910 y 1935 prácticamente todos los países legislaron al respecto. No obstante, en algunos se prefirió una política de difusión y propaganda y el CMP tenía carácter optativo como en Gran Bretaña donde la Sociedad Eugenésica de Londres se opuso a que fuera obligatorio; algo similar ocurrió en Italia y también en Holanda, donde el Comité Eugenésico de La Haya fundado en 1912 y transformado en 1920 en Sociedad de Eugenesia, sostenía consultorios y policlínicas prenupciales además de las labores de difusión. La exigencia del CMP estaba basada en la consideración de la característica “antieugenésica” de la mayoría de los matrimonios, de modo tal que era razonable que la sociedad se preocupase por:

“(...) rodearlo con las mayores garantías biológicas, evitando, hasta donde sea posible hacerlo, que pueda servir de instrumento para la degeneración de la raza (…) Debe negárseles inexorablemente el derecho al matrimonio a quienes tengan taras físicas o mentales, transmisibles por herencia, porque la procreación es el objetivo fundamental del matrimonio y es un crimen engendrar o concebir hijos tarados” (...) El porcentaje alarmante de tarados congénitos —alienados, retrasados mentales, sifilíticos, tuberculosos, alcohólicos, invertidos sexuales (sic), etc.— constituye una responsabilidad social. La sociedad, en defensa del patrimonio étnico, debe evitar la reproducción de esos infelices. Una de las formas de hacerlo es el control científico de la concepción (...) La anticoncepción tiene extraordinaria importancia económica y étnica.” (Mac Lean Y Estenós, 1952, p. 26 y ss.)

La implementación del CMP no estaba exenta de objeciones (algunas muy candorosas), a la que los eugenistas enfrentaban y contestaban:

• la primera estaba referida a que el CMP, al dificultar las posibilidades del matrimonio, estimulaba las uniones ilegales y la prostitución. Como respuesta se sostenía que, después de todo las “uniones libres” y la prostitución habían existido desde los albores de la humanidad y que ni sus causas ni sus estímulos podrían atribuirse al CMP, al que consideraban una conquista de la civilización contemporánea.

“Nadie duda al escoger entre dos males: las restricciones al matrimonio por razones eugenésicas y el estímulo indirecto a la prostitución (...) y la prostitución es, en este caso un mal menor.” (Mac Lean y Estenós, 1952, p. 28)

• otra objeción se refería a la posibilidad de impedir el nacimiento de un genio en la medida en que era factible que una familia “degenerada” pudiera producir un “ser superior”. Este tipo de objeciones también se hacía contra la esterilización y el aborto eugenésico. La respuesta de los eugenistas procede de dos argumentos. El primero referido a que el desconocimiento de muchos aspectos de las leyes de la herencia no permitía asegurar que puedan nacer genios de padres tarados17. El segundo (económico-ideológico), sostiene que la humanidad no debería gastar ingentes sumas para el sostenimiento de los asilos y prisiones, en los que se recluyen “tantos infelices a los que se permitió nacer y reproducirse con la ilusoria esperanza de que entre ellos surgiera el genio”.

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Nótese que el mismo argumento del desconocimiento nunca era utilizado para reclamar prudencia o impedir la implementación de las medidas eugenésicas.

• se hacían también objeciones de menos peso, tales como el supuesto carácter agraviante del examen necesario para el CMP para el pudor de las mujeres, lo cual podía ocasionar el rompimiento de muchos noviazgos. Esta candorosa objeción era rebatida fácilmente sobre la base de que tal revisión no era más agraviante que la que se produce con una apendicitis o infección vaginal corriente. Una variante es la que señalaba que el CMP protegía más a la mujer que al hombre, ya que a éste es mucho más fácil de realizar que a aquélla, por cuestiones de pudor. Se recomendaba entonces apelar al médico de la familia más que al del Estado. En ocasiones se ha implementado sólo el CMP para los varones.

• desde el punto de vista médico también se podía objetar que el CMP no tenía evidencia segura de sus conclusiones por la imperfección de algunos de los métodos de diagnóstico, por ser difícil de realizar, y por la posibilidad de que se otorgasen certificados fraguados.

3.2 control de la natalidad

Otra de las banderas de la eugenesia era el control de la natalidad o mejor dicho el control científico de la concepción. Se trataba, en todo caso, de un control diferencial de la concepción ya que no estaba dirigido meramente a mantener en ciertos niveles la tasa de natalidad en forma genérica, sino a impedir o reducir la reproducción de determinados grupos. Se promovía la implementación de mecanismos anticonceptivos, bastante poco desarrollados en las primeras décadas del siglo XX, pero fundamentalmente la prédica estaba dirigida a generalizar la educación sexual, entendida siempre como educación para la reproducción saludable.

3.3 esterilización

En la conciencia de que el CMP y el control científico de la concepción no resolvían el problema en su totalidad y sólo podían estar dirigidos a ciertos sectores de la población que tuvieran instrucción y plena conciencia de los valores eugenésicos, los eugenistas levantaron también la bandera, más drástica, de la esterilización de ciertos individuos o grupos como los débiles mentales o los criminales. Se trató de una práctica bastante extendida en algunos países aunque con diversa intensidad e incluso no siempre en aquellos países en que fue legislado se ha llevado a la práctica de manera sistemática. Se trató de una práctica corriente en los EE.UU. (Cf. Chorover, 1979 y Gould, 1996) y, por su parte, la ley nazi “preventiva de enfermedades hereditarias”, promulgada el 14 de julio de 1933, estipulaba varias causas para aplicar la esterilización: debilidad mental, epilepsia, ceguera o sordera hereditaria, demencia precoz, esquizofrenia, el mal de San Vito o afección convulsiva, formación defectuosa exagerada del cuerpo y alcoholismo crónico.

“Algunos países han afrontado con valentía en beneficio de la pureza y de la selección étnicas, el problema de la esterilización de los tarados mentales y de quienes son víctimas de una dolencia transmisible por las corrientes hereditarias, (como alienados, retrasados mentales, sifilíticos, tuberculosos, alcohólicos, invertidos sexuales, etc.). Veintisiete estados de la Unión Norteamericana tienen en vigencia leyes protectoras del valioso

patrimonio étnico y en uno de ellos —California— en los últimos treinta años, se han producido más de doce mil casos de esterilización, batiendo así un récord entre las comunidades del hemisferio occidental. Alemania implantó también una severísima legislación eugenésica, que en su primer año de vigencia esterilizó a más de treinta y cinco mil personas, poniendo, de esta suerte, un enérgico freno a la degeneración racial. En 1934 fueron esterilizadas 56.244 personas.” (Mac Lean y Estenós, 1952, p. 73)

Pero, como decíamos, se trató de una práctica sumamente extendida, incluso a países sudamericanos. En sus aspectos principales sostenía el Reglamento de Eugenesia e Higiene Mental del Perú:

Artículo 1º. De acuerdo con lo dispuesto por los artículos 5º y 6º de la Ley número 121 de 6 de julio del corriente año, la Sección de Eugenesia e Higiene Mental, dependiente de la Dirección de Salubridad, procederá al estudio y tratamiento de los problemas de eugenesia: regulación de la natalidad, esterilización en su caso de los ejemplares humanos indeseables de reproducción y en general cuantos aspectos de función social afecten la reproducción de la especie y la preservación de la misma contra cualquiera causa de degeneración.

Artículo 3°. La Sección de Eugenesia e Higiene Mental, establecerá en el Estado las clínicas que sean necesarias para proporcionar información científica y tratamiento idóneo acerca de la regulación de la natalidad, educación e higiene sexual y demás detalles técnicos. El servicio de las clínicas a que se refiere este artículo será gratuito. (…)

Artículo 6º. Podrá aplicarse en el Estado la esterilización de los seres humanos siempre que concurran las siguientes circunstancias:

I.- Que se trate de enajenados, idiotas, degenerados o dementes en grado tal que a juicio de la Sección de Eugenesia e Higiene Mental la lacra del individuo se considere incurable y transmisible por herencia;

II.- Que un Consejo de tres peritos médicos por mayoría de votos, cuando menos, dictamine por medio de procedimientos científicos la incapacidad mental o deficiencia psicológica incurable del sujeto;

III.- Que la Sección de Eugenesia e Higiene Mental en vista del dictamen anterior y del suyo propio, ordene la esterilización;

IV.- Que la operación quirúrgica o el procedimiento técnico en virtud del cual se realice la esterilización, no cause al sujeto más que la incapacidad genésica, pero le conserve en cambio todas las demás funciones sexuales.”

Las esterilizaciones sistemáticas y legales en los EE.UU. ascienden a muchas decenas de miles y perseguían el mismo objetivo. Es historia conocida el desarrollo de los programas de esterilización obligatoria y del exterminio masivo de seres humanos, socialmente “indeseables”, bajo el nazismo. El objetivo de impedir la reproducción de ciertos grupos de población considerados inferiores, provocó además otras prácticas asociadas en diversos países. La cantidad de lobotomías prefrontales de diferentes clases llevadas a cabo en los EE.UU. entre 1936 y 1955 se ha estimado entre cuarenta y cincuenta mil.

3.4 aborto eugenésico

La implementación del aborto eugenésico como medida más extrema que superase las limitaciones de control de la natalidad también fue propuesta de manera asidua, aunque su implementación efectiva fue más limitada. Debe señalarse que los eugenistas no defendían la posibilidad de que el aborto fuera una prerrogativa o decisión individual y voluntaria de la madre, y, en este sentido, mucho menos abogaban por su despenalización. Por el contrario, se apuntaba a lograr su reglamentarización efectiva, ya que, sostenían, recurren al aborto clandestino “casi exclusivamente, los elementos de nuestra población capaces de dar mejor descendencia” (Mac Lean y Estenós, 1952, p. 68). La reglamentación requerida propugnaba:

“(...) una legislación previsora, severa y realista, que ampare los abortos dentro de ciertas condiciones exigidas por la salud social, que persiga y castigue las prácticas abortivas meramente voluntarias que no tengan justificación, que impida el grave peligro del clandestinaje y evite en nombre del imperativo social, el nacimiento de seres enfermos, idiotas o degenerados, condenados a vivir en un estado de obligada miseria y a incrementar la indeseable clientela de los manicomios, asilos, hospitales y cárceles.” (Mac Lean y Estenós, 1952, p. 68)

Como quiera que sea, el aborto eugenésico ha sido escasamente tratado, probablemente por el dudoso nivel de eficiencia y alcance en el control de la reproducción que podía esperarse en comparación con las otras tecnologías implementadas.

3.5 Restricciones a la inmigración

Otra práctica muy extendida relacionada con al eugenesia ha sido la tendiente a controlar, restringir o tener una fuerte injerencia sobre la inmigración de determinados grupos humanos. Si bien podía haber otros argumentos en defensa de estas medidas, eran fundamentales las consideraciones eugenésicas. Si bien, las restricciones a la inmigración se han implementado en forma diferenciada en los distintos países receptores de población (los países americanos, Australia, algunos países africanos y la Europa balcánica), puede decirse que en todos ellos la política inmigratoria ha seguido un patrón similar en el que pueden vislumbrarse dos momentos. El primero, con algunas variaciones, se extendió durante la primera mitad del siglo XIX y en algunos países como la Argentina y EE.UU. bastante más, y es el periodo en el que se desarrollan políticas para favorecer la inmigración por distintos medios de promoción. En un segundo momento se comienza a limitarla, no tanto por cantidad, sino por la calidad y los eugenistas comienzan a abogar por establecer prohibiciones de entrada para determinados grupos, razas o individuos como por ejemplo los anarquistas o activistas políticos.

4. EUGENESIA Y MEDICION DE LA INTELIGENCIA

Una de las líneas de desarrollo más conocidas sobre la eugenesia, sobre todo en los EE.UU., está ligada fuertemente a la cuestión de la medición de la inteligencia. El debate fundamental estaba referido a si las diferencias entre los individuos proceden de la

herencia biológica, o bien del medio ambiente y la educación o bien de alguna combinación variada entre ambos. En este sentido puede hablarse de dos grandes programas de investigación: el programa hereditarista y el programa ambientalista18: para el primero, la inteligencia es básicamente una dotacion que se transmite de padres a hijos y para el segundo el desarrollo de la inteligfencia depende de las condiciones y las posibilidades que ofrecen el entorno social. Galton, que en algunas ocasiones fue más prudente con respecto a reconocer la incidencia del medio, adhiere a una posición hereditarista y racista:

“No podemos sino concluir que la herencia predomina con mucho sobre el medio. (...) La existencia de un individuo naturalmente dotado de grandes cualidades puede deberse bien a su condición de ejemplar excepcionalmente bueno de una raza pobre, o bien a su condición de ejemplar medio de una raza buena (...) la propia base de la actividad de la mente humana depende de la raza.” (Galton, 1869 [1988, p. 172])

Galton, considerado muchas veces como fundador de la estadística moderna,

elaboró dos clases de instrumentos: en primer lugar pruebas (tests) que pudieran revelar las diferencias de capacidad entre los individuos y en segundo lugar, métodos estadísticos para analizar la enorme cantidad de datos cuantitativos obtenidos. Pero los tests de inteligencia modernos, luego llamados de cociente intelectual (CI) y que confluyen con la eugenesia en las propuestas sociobiológicas, tienen como precursor a A. Binet (1857-1911).

En la segunda mitad del siglo XIX, la industrialización que experimentaron EE.UU. y Europa Occidental provocó una creciente demanda para que los niños adquirieran las habilidades y los valores exigidos por el progreso de las naciones, lo cual contribuyó a la escolarización universal. La tarea de las instituciones educativas era identificar y desarrollar las capacidades necesarias, así como configurar las actitudes sociales, de tal forma que los niños, al salir de ellas, ocuparan el lugar laboral adecuado dentro del estado industrial en desarrollo. En este contexto Binet, Comisionado de Educación francés, Director del Laboratorio de Psicología de la Sorbona, diseñó y puso a punto una batería de pruebas con el único objetivo de detectar alumnos con problemas de desempeño escolar a fin de poder dedicarles una escolarización especial. En 1905 publicó una versión de su test, y en 1908 otra que introdujo el criterio que desde entonces se ha utilizado para la medición del CI: atribuyó a cada tarea un nivel de edad, definido como aquel en que un niño de inteligencia normal era capaz de realizar por primera vez con éxito la tarea en cuestión. El niño empezaba a realizar las tareas que correspondían al primer nivel de edad y luego iba reali-zando las tareas sucesivas previstas en el test, hasta que se encontraba con unas que no podía realizar. Su edad mental coincidía con la edad correspondiente a las últimas tareas que había podido realizar exitosamente, y su nivel intelectual general se calculaba restan-do esa edad mental de su edad cronológica real. De tal modo los niños cuyas edades mentales resultasen lo bastante inferiores a sus respectivas edades cronológicas se podían seleccionar para los programas de educación especial. En 1912 el psicólogo alemán L. W. Stern (1871-1938) sostuvo que la edad mental debía dividirse por la edad cronológica, en vez de restarse a ella, y luego se multiplicaba el resultado obtenido por 100 para evitar los decimales. Así nació el cociente de inteligencia o CI.

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Cf. Luján López (1996).

Al confeccionar los tests, Binet adoptó una actitud totalmente pragmática y, en resumen consideraba que las mediciones de los tests constituían un recurso práctico que no intentaba definir nada innato o permanente. No se puede decir, además, que midan la inteligencia como una entidad única e identificable. La pertinencia y relevancia de los tests de Binet va de la mano de la eficacia para detectar alumnos con problemas, sin presuponer por lo menos y en principio, ninguna teoría de la inteligencia. En tanto sólo se intentaba detectar aquellos niños que necesitaban asistencia especial, de ninguna manera era un recurso para el establecimiento de jerarquías. Cualquiera fuera la causa de las dificultades que padecían los niños, el énfasis debía recaer en la posibilidad de lograr mejorar sus resultados a través de una educación especial.

No obstante, Binet temía que su instrumento práctico sufriese alguna manipulación y en vez de constituir una guía para detectar aquellos niños que necesitaban ayuda fuese utilizado para marcar con un rótulo discriminatorio indeleble a algunos niños. Binet era un ambientalista, pero conocía la mentalidad hereditarista y sus advertencias y temores dan cuenta del debate ya desatado por ese entonces entre las dos líneas teóricas. Le preocupaba la posibilidad de que algunos maestros utilizasen el CI como una excusa cómoda y convirtieran al resultado de los tests en una profecía autocumplida:

[el razonamiento de los maestros hereditaristas] “(...) parece ser el siguiente: ‘He aquí una excelente ocasión para deshacernos de todos los niños que nos causan problemas’, y sin auténtico sentido crítico engloban a todos los que son rebeldes o no demuestran interés por la escuela.(...) Realmente es facilísimo descubrir signos de atraso en un individuo cuando ha habido una advertencia previa. No de otro modo procedieron los grafólogos que, cuando se creía en la culpabilidad de Dreyfus, descubrieron en su escritura signos de que se trataba de un espía o un traidor.” (Citado en Chorover, 1979 [1985, p. 81])

A decir verdad, todas las advertencias y precauciones señaladas por Binet fueron desoídas y el objetivo de sus tests trastrocado por los hereditaristas norteamericanos, quienes consideraron que, lisa y llanamente, a través de los CI medían una entidad llamada “inteligencia”. Supusieron que la inteligencia era en gran parte heredada, y elaboraron una serie de argumentos que confundían a menudo las diferencias culturales con las innatas. Estaban persuadidos de que el resultado obtenido en los tests de CI señalaba el puesto inevitable que cada persona y cada grupo debía ocupar en la vida. Un programa hereditarista, en sentido amplio defiende:

1. Las desigualdades sociales dependen, en gran medida, de una facultad concreta e identificable: la inteligencia.

2. Esta facultad concreta se puede cuantificar a través de los tests de inteligencia (principalmente los tests de Cociente Intelectual) y esta cuantificación permite establecer una escala jerárquica entre los individuos que la poseen en mayor medida y los que poseen menos.

3. La inteligencia se hereda. Por lo tanto:

4. Las diferencias sociales son en gran medida heredables y es posible conocer, con un alto grado de aproximación y con cierta antelación, el lugar que cada individuo ocupará en la escala socioeconómica.

El programa hereditarista se funda en dos principios heurísticos: mostrar que el

comportamiento considerado socialmente como valioso depende causalmente de una aptitud concreta, la inteligencia; y, además, que dicha aptitud no puede ser modificada por el ambiente. Utilizaban para tal fin una serie de técnicas típicas como las entrevistas para reconstruir las historias individuales y familiares en busca de antecedentes similares, el análisis de gemelos para determinar la incidencia de las diferencias ambientales y hereditarias, siendo los casos más apetecidos los de gemelos separados al nacer; también el cálculo de heredabilidad para las puntuaciones en test de CI a partir de correlaciones entre diferentes categorías de parentesco19.

El programa hereditarista se ha desarrollado a lo largo del siglo XX merced a distintos aportes de los cuales señalaremos sólo algunos en las páginas que siguen.

Charles Spearman (1863-1945), eminente psicólogo inglés y también brillante estadístico, comenzó a estudiar las correlaciones entre los tests mentales. Inventó el análisis factorial que sigue siendo la técnica más importante en el dominio de la estadística de variables múltiples. Según la teoría bifactorial de Spearman hay una inteligencia general (g) y muchas inteligencias específicas (s) relacionadas con cada tipo de tareas concretas. Los atributos comunes de la inteligencia podían reducirse a una única entidad subyacente, una verdadera inteligencia general que podía medirse en cada persona, y que proporcionaría un criterio inequívoco para clasificarlas en función de su correspondiente valor mental20. Dos de las principales tesis de Spearman son comunes a la mayoría de las corrientes hereditaristas sobre los tests mentales: la identificación de la inteligencia como cosa unitaria, y la deducción de que la misma tiene un sustrato físico en el cerebro. Sin embargo, estas dos afirmaciones son compatibles con el programa ambientalista. Spearman se ocupa de aportar un tercer argumento, decisivo en favor de la heredabilidad de la inteligencia:

“Aunque no quepa duda de que el desarrollo de las capacidades específicas depende en gran medida de las influencias ambientales, el desarrollo de la capacidad general está regido casi exclusivamente por la herencia.” (Citado en Gould 1996 [2003, p. 276]).

Spearman creía haber encontrado una suerte de esencia innata de la inteligencia,

subyacente a todas las medidas superficiales e inadecuadas con las que hasta entonces se había intentado descubrirla. Pensaba también que su descubrimiento otorgaría a la psicología el estatus de ciencia exacta tan segura y fundamental como la física. El factor g de Spearman y su consecuencia —la inteligencia es una entidad única y medible—, suministrarían, probablemente, la única justificación teórica prometedora que alguna vez haya tenido el programa hereditarista del CI al tiempo que constituye el punto clave sin el cual la teoría se derrumba.

Cabe señalar que, sin embargo, Spearman no era una hereditarista incondicional. De hecho atribuyó las diferencias entre los sexos a la influencia de la educación y las convenciones sociales. Además, al hablar de las diferencias raciales, siempre añadió a su tesis hereditarista sobre los resultados medios obtenidos, otro argumento en el sentido de

19 Una discusión sobre heredabilidad en general puede encontrarse en Dobzhansky (1973). También un análisis crítico sobre la heredabilidad de la inteligencia en particular, desarrolla Taylor (1983). 20

Cf. Gould (1996) y Heidbreder (1991- cap. XIII).

que, como la variación dentro de cada grupo racial o nacional era mucho más amplia que la pequeña diferencia media entre los grupos, muchos miembros de una raza “inferior” tenían una inteligencia superior a la media de un grupo “superior”. Spearman también reconoció la fuerza política de las tesis hereditaristas, si bien nunca abjuró de dichas tesis ni de dicha política:

“Todos los esfuerzos por mejorar a los seres humanos a través de la educación se estrellan contra la apatía de quienes sostienen que el único método viable es el de una eugenesia más estricta.” (citado en Gould 1996 [2003, p. 265])

El factor g de Spearman resultó un concepto fundamental para las formulaciones posteriores, pero el que construyó la unión políticamente poderosa de los CI y el análisis factorial dentro del marco de una teoría hereditarista fue C. Burt (1883-1971), sucesor de aquél en la cátedra de psicología del University College y protagonista de uno de los fraudes más famosos de la historia de la ciencia.

Burt sostenía que la inteligencia era innata y hereditaria, que las diferencias entre las clases sociales dependían en gran medida de la herencia y adhería a la idea del factor g de Spearman:

“(...) es cada vez mayor el convencimiento de que los caracteres innatos de la familia influyen más en la evolución que los caracteres adquiridos del individuo, así como la comprensión de que el humanitarismo y la filantropía en cuanto tales pueden impedir la eliminación natural de las estirpes inadaptadas; dadas estas dos características de la sociología contemporánea, la cuestión de la aptitud reviste una importancia fundamental.” (Burt, C., “Experimental tests of general intelligence”, citado en Gould, 1996 [2003, p. 274])21

“Ese factor intelectual general, central y omnipresente, presenta además otra característica que también ponen de manifiesto los tests y las estadísticas. Resulta ser heredado, o al menos innato. Ni el conocimiento ni la práctica, ni el interés ni la aplicación lograrán incrementarlo”. (Burt, C., The backward child, citado en Gould, 1996 [2003, p. 273]).

De cualquier manera, y a despecho tanto de los errores teóricos como de relevamiento, así como también de lo que lisa y llanamente correspondió a un fraude, debe destacarse el interés de influir en las políticas de diverso orden:

“Todas las tentativas actuales para fundar nuestra futura política educacional sobre el supuesto de que no existen diferencias reales, o por lo menos, importantes, entre la inteligencia media de las distintas clases sociales, no sólo están condenadas al fracaso: es probable que entrañen desastrosas consecuencias para el bienestar de la nación en su

21

En el mismo artículo publicado en 1909, Burt ofrece una serie de “pruebas” en favor de la heredabilidad de la inteligencia. Sin embargo ese estudio adolece tanto de defectos lógicos (razonamiento circular) como de una base empírica exigua y superficial. Para una análisis exhaustivo de la argumentación y los tests utilizados tanto por Burt como por el resto de los psicometristas, consultar Gould (1996) y Chorover (1979).

totalidad, al mismo tiempo que desalientan innecesariamente a los alumnos. No podemos negar los hechos que demuestran la desigualdad genética, aunque no correspondan a nuestros deseos e ideales personales. (...) Las limitaciones de la capacidad innata de los niños fijan inexorablemente un límite definido a los que éstos pueden lograr.” (Burt, C., “Class difference in general intelligence”, citado en Gould, 1996 [2003, p. 283]).

Los estudios de Burt sobre gemelos han generado una serie de controversias y

probablemente se trate de uno de los pocos fraudes comprobados en la historia de la ciencia. No sólo habría mentido en cuanto a algunos colaboradores en los cuales decía apoyar sus estudios, finalmente inexistentes, sino que también habría falseado o inventado los datos manejados. La polémica dio lugar a varios libros entre los cuales algunos han defendido los aportes de Burt22.

El primer divulgador de la escala de Binet en los EE.UU. fue Henry H. Goddard (1866-1943), director de investigaciones de la Escuela Práctica de Vineland (New Jersey) para Muchachas y Muchachos Débiles Mentales. A diferencia de Binet, Goddard estaba convencido de que los tests en cuestión efectivamente medían una entidad independiente e innata como la inteligencia. Además, los resultados de los tests le permitían a Goddard establecer una escala jerárquica de individuos, escala que no presentaba dificultades en los escalones más bajos. En efecto, los idiotas eran incapaces de alcanzar un dominio pleno de la palabra, y tenían edades mentales inferiores a los tres años. Los imbéciles, por su parte, no podían alcanzar un dominio pleno de la escritura, y sus edades mentales variaban entre los tres y los siete años. Como quiera que uno los clasificara eran a todas luces manifiestamente diferentes y su enfermedad lo bastante grave como para asegurar un diagnóstico de verdadera patología. Sin embargo, había una categoría, la de los anormales profundos, que presentaba serios problemas para una ubicación taxonómica clara, ya que estas personas podían aprender a desempeñar funciones en la sociedad. Esas personas obtenían en los CI una edad mental entre los ocho y los doce años.

“(...) el idiota no constituye nuestro problema más grande. Sin duda, es repugnante (...) Con todo, vive su vida; está perdido. No engendra hijos como él, que comprometan el futuro de la raza (...) Nuestro gran problema es el tipo deficiente mental.” (Citado en Gould, 1996 [2003, p. 170]).

Es probable que Goddard haya sido el hereditarista más burdo de todos. Utilizó su

escala unilinieal de la deficiencia mental para medir la inteligencia como si se tratase de una entidad aparte, y supuso que todos los aspectos importantes de ésta última eran de origen innato y pasaban por herencia de padres a hijos. Goddard extendió la esfera de los efectos sociales imputables a las diferencias de inteligencia innata, hasta incluir prácticamente todos los aspectos interesantes del comportamiento humano. Muchos criminales, la mayoría de los alcohólicos y prostitutas, e incluso los holgazanes eran para él deficientes mentales:

22 Cf. di Trocchio (1993) y Gould (1996).

“Sabemos en qué consiste la debilidad mental, y hemos llegado a sospechar que todas aquellas personas que son incapaces de adaptarse a su ambiente y de ajustarse a las normas sociales o de comportarse con sensatez, padecen debilidad mental (…).” (Citado en Gould, 1996 [2003, p. 148]).

Un poco por encima de los deficientes mentales, en el nivel de los que sólo son torpes, se encuentran las masas trabajadoras. En el mismo sentido, en la parte superior de la escala jerárquica de Goddard, los hombres inteligentes ejercen el mando cómoda, justificadamente y legítimamente sobre aquellos:

(...)“cuyo nivel es apenas superior al del niño, y es preciso decirles qué tienen que hacer y mostrarles cómo tienen que hacerlo (...) no debemos confiarles puestos que requieran actuar según la propia iniciativa o el propio juicio (...) Sólo hay unos pocos líderes; la mayoría han de ser seguidores.” (Goddard, Psyichollogie of normal and subnormal, citado en Gould, 1996 [2003, p. 169]).

“Ahora bien, el hecho es que los obreros tienen probablemente una inteligencia de 10 años mientras vosotros una de 20. Pedir para ellos un hogar como el que poseéis vosotros es tan absurdo como lo sería exigir una beca de posgrado para cada obrero. ¿Cómo pensar en la igualdad social si la capacidad mental presenta una variación tan amplia?”.(...) la democracia significa que el pueblo gobierna seleccionando a los más sabios, los más inteligentes y los más humanos, para que éstos les digan qué deben hacer para ser felices. La democracia es, pues, un método para llegar a una aristocracia realmente benévola.” (discurso dirigido por Goddard a un grupo de estudiantes de la Universidad de Princeton, citado en Gould, 1996 [2003, p. 170])

Es necesario tener en cuenta que, por esos años había un gran entusiasmo por los

aportes de la genética moderna, merced a la obra de G. J. Mendel (1822-1884) y otros que le siguieron, y que reforzaron a la teoría darwiniana de la evolución. Los eugenistas se apropiaron de una versión un tanto fantástica de la obra mendeliana, según la cual cada rasgo humano derivaba de un gen específico (un gen - un rasgo) sin tener en cuenta que prácticamente todos los rasgos importantes son producto de la interacción de muchos genes entre sí y con el ambiente externo, y que cada gen participa de varios rasgos. En consonancia con esta versión de la genética, para Goddard, entonces, si existía un gen específico para la inteligencia normal era lógico suponer que los deficientes mentales tenían una doble dosis de genes malos, recesivos; los obreros torpes tenían al menos un ejemplar del gen normal. Además, y lo más importante para los eugenistas, por fin podría eliminarse el flagelo de la debilidad mental planificando en forma muy sencilla la reproducción. El remedio para la “degradación de la raza” parecía entonces muy simple: prohibir la reproducción a los deficientes mentales nativos, e impedir la entrada de los deficientes mentales inmigrantes que por ese entonces se contaban por cientos de miles. Para lo primero, crear colonias donde se confinarían a los débiles mentales; para lo segundo, en la primavera de 1913 comenzó a aplicar los tests de Binet a inmigrantes en el mismo puerto donde llegaban, con resultados sorprendentes: ¡un 83% de los judíos, un 80% de los húngaros, un 79 % de los italianos y un 89 % de los rusos eran débiles mentales! Los resultados sorprendieron al propio Goddard quien, entonces, modificó los tests:

reemplazó algunos y eliminó otros y los porcentajes se redujeron entre un 40 y un 50%, pero aún así estaba desconcertado.

Parece haber por lo menos dos explicaciones para semejantes resultados. Por un lado el carácter demasiado exigente de la escala y por el otro, la situación y características de los inmigrantes: asustados, la mayoría no hablaba inglés, luego de un viaje de varios días a través del océano en tercera clase, la mayoría pobres y analfabetos. En esta situación eran apartados del grupo por desconocidos para hacerles preguntas que muchas veces no comprendían y cuyo objetivo desconocían, con lo cual tampoco les quedaba claro si les convenía responder bien o mal, habida cuenta de su intención de permanecer en el país. Es casi una obviedad suponer el fracaso en las respuestas. Sin embargo la respuesta de Goddard fue otra: “la inmigración de los últimos años es muy distinta de la inmigración inicial (...) Ahora nos llega lo peor de cada raza”. La solución propuesta y para la cual comenzó a trabajar fue que se pusieran severas restricciones para la inmigración.

H. H. Goddard fue el que introdujo la escala de Binet en los EE.UU., pero el principal arquitecto de su popularidad fue L. M. Terman (1877-1956), quien en 1916 modificó el test de Binet (que servía únicamente para ser aplicado hasta mediados de la adolescencia) para poder utilizarlo también en adultos. En ese momento Terman era profesor de la Universidad de Stanford y por eso el test de Binet modificado pasó a la historia con el nombre de Stanford-Binet, constituyéndose en el patrón de casi todos los tests de CI que se idearon desde entonces.

Terman uniformó la escala para que el resultado del niño medio fuese de 100 en cada edad: de tal modo la edad mental era entonces igual a la edad cronológica. Niveló también la variación entre los niños introduciendo una desviación normal de 15 o 16 puntos en cada edad cronológica. El test de Stanford-Binet llegó a ser (y en muchos aspectos aún sigue siendo) el criterio fundamental para juzgar la plétora de tests escritos comercializados en gran escala a partir de entonces. La argumentación falaz es: sabemos que el test Stanford-Binet mide la inteligencia; por tanto, todo test escrito que presenta una correlación estrecha con el Stanford-Binet también mide la inteligencia.

Terman no difería mucho de sus antecesores en cuanto al innatismo de la inteligencia y a la clasificación de la población según su CI. En un alegato en favor de la aplicación universal de los tests, afirmó: “Si se toma en cuenta el coste tremendo del vicio y el crimen, que con toda probabilidad asciende a no menos que 500 millones de dólares al año sólo en los EE.UU., es evidente que ésta constituye una de las más productivas aplicaciones de los tests psicológicos”. Era miembro de la Human Betterment Foundation, institución que influyó de manera decisiva en la implementación de la ley de esterilización en el Estado de California, en la elaboración de los tests realizados al ejército norteamericano y fue un defensor de la política de optimización de recursos. Después de haber marcado a los sociópatas para que sean apartados de la sociedad, los tests de inteligencia debían encauzar a las personas biológicamente aptas hacia las profesiones adecuadas a sus diferentes niveles mentales. La medida propuesta por Terman consistía en crear clases para alumnos superdotados, brillantes, promedio, lentos, y especiales, y para cada uno de estos grupos habría diferentes opciones y un curriculum especializado.

Una prueba fehaciente de que la eugenesia gozaba de un gran predicamento entre los científicos y políticos fue la aplicación de los tests de CI al ejército de los EE.UU.

durante la Primera Guerra Mundial. El presidente de la American Psichology Asociation (APA) poco antes de que EE.UU. entrara en la guerra era R. M. Yerkes (1876-1956), profesor de psicología en la Universidad de Harvard. Yerkes había sido anteriormente miembro del Comité Eugenésico de la Comisión Nacional de Prisiones, y en el año que actuó como presidente de la APA asumió también la jefatura del Comité sobre la Herencia de los Rasgos Mentales de la Asociación de Investigaciones Eugenésicas. Consiguió que el gobierno le permitiera llevar a cabo un trabajo monumental: someter a sus tests de CI a 1.750.000 soldados.

Yerkes reunió a todos los representantes del hereditarismo en la psicometría norteamericana con el propósito de elaborar los tests mentales del ejército. Entre mayo y julio de 1917 trabajó con Terman, Goddard y otros en la confección de tres tipos de tests: los tests Alfa que era una prueba escrita que deberían pasar los reclutas que sabían leer y escribir. Los analfabetos y los que fracasaran en el Alfa debían rendir el test Beta. Los que fracasaban en el Beta debían rendir una prueba individual que normalmente consistía en alguna versión de las escalas de Binet. Después los psicólogos del ejército clasificarían a cada recluta de acuerdo con una escala que iba de A a E y sugerirían cuáles podrían ser las funciones que estarían en condiciones de desempeñar cada uno.

La abrumadora cantidad de datos obtenidos dio como resultado, a grandes rasgos que la edad mental media de los blancos adultos norteamericanos se situaba justo por encima del borde de la deficiencia mental con un escandaloso y magro resultado de 13; los negros, cuya edad mental era de 10,41, se ubicaban en el extremo inferior de la escala. En algunos campamentos del ejército se llegó a separar a los negros en tres grupos según la intensidad de su color: los grupos más claros obtuvieron resultados más altos que los de piel más oscura. Spearman sostuvo:

“En el promedio de todas las pruebas, los individuos de color presentaron alrededor de dos años de retraso con respecto a los blancos; su inferioridad se puso de manifiesto en las diez pruebas, pero fue más pronunciada en aquéllas conocidas por su mayor carga de g. (...) La conclusión general, subrayada por la casi totalidad de los investigadores, es que, con respecto a la ‘inteligencia’, la raza germánica tiene una notable ventaja sobre la sureuropea. Y este resultado parece haber tenido consecuencias prácticas de una importancia capital para la elaboración de las recientes, y muy severas, leyes norteamericanas sobre la admisión de inmigrantes.” (Spearman, C., The abilities of man, citado en Gould, 1996 [2003, p. 271])

Los tests y su implementación adolecieron de errores graves tanto referidos a las

malas condiciones para su ejecución (problemas de infraestructura, poca colaboración de las cúpulas del ejército, sobrecarga de trabajo para los psicometristas lo que hacía que muchos datos no fueran confiables, poca experiencia de algunos, etc.) como a errores graves en su concepción. En resumen, los tests no medían la inteligencia innata sino el grado de instrucción y de familiaridad con la cultura norteamericana, y muchos reclutas, cualquiera que fuese su nivel de inteligencia, padecían de una grave falta de instrucción o bien hacía poco que residían en los EE.UU. o eran demasiado pobres como para tener idea de algunas hazañas deportivas acerca de las cuales se preguntaba. Y por último hubo una mala interpretación de los resultados estadísticos. Pero, más allá de todas las críticas

teóricas y técnicas que puedan merecer estos tests realizados al ejército, lo cierto es que el resultado de una media de 13 años de edad mental para el norteamericano medio ha tenido importantes repercusiones políticas y sociales y sirvió como argumento de peso para la implementación de políticas eugenésicas como la restricción a la inmigración.

Jensen retoma, a principios de los '70, las tesis básicas de Spearman, al sostener la existencia de una inteligencia general (su defensa de los CI de 1979 —en Bias in mental testing— se basa en tal creencia) y propone además una teoría jerárquica de la inteligencia que supone dos niveles de aptitud mental:

Nivel I: aptitud para el aprendizaje asociativo, que define como la capacidad para registrar estímulos, reconocerlos, almacenarlos y recordarlos con posterioridad. La inteligencia de nivel I está distribuida de forma normal en la población, aunque no está relacionada con la clase social.

Nivel II: aptitud para el aprendizaje conceptual y la resolución de problemas, que supone la manipulación y transformación de los estímulos. También está distribuida de forma normal, pero es heredable y las clases sociales se organizan en función del grado en que los individuos la poseen. Los CI medirían este nivel II de inteligencia, y por ello representan un instrumento idóneo para la optimización de recursos humanos, objetivo final de la educación según Jensen.

Asimismo propone la utilización de test que midan la inteligencia general para la selección de personal en las empresas. Las diferentes ocupaciones podrían ser clasificadas según la cantidad de inteligencia general necesaria para llevarlas a cabo.

“Eysenck ha afirmado que la teoría de Jensen posee ‘consecuencias educativas trascendentales’, y considera que ‘posiblemente uno de los fallos de nuestro sistema educativo haya consistido en aplicar métodos de instrucción de tipo académico y abstracto-conceptual a alumnos que se beneficiarían con una instrucción de tipo asociativo.” (Citado en Luján López, 1996, p. 266).

El mismo Eysenck, en la más pura tradición hereditarista sostiene que hay tres tipos

de inteligencia:

• La inteligencia biológica, constituye el sustrato físico de la conducta cognitiva (fisiológico, neurológico, bioquímico). Este tipo de inteligencia es la causa de las diferencias entre los individuos.

• La inteligencia psicométrica que es la medida por los CI. El resultado de los CI depende para Eysenck en un setenta por ciento a la inteligencia biológica y en un treinta por ciento a la acción de factores ambientales.

• La inteligencia social, que depende de la inteligencia psicométrica y de otros factores como la personalidad, la motivación, etc. Las diferencias en inteligencia social se deben, principalmente, a las diferencias en inteligencia general, causadas a su vez por las diferencias en inteligencia biológica.

Según Eysenck, su teoría:

“(...) identifica ‘inteligencia’ con los determinantes biológicos de la aptitud cognitiva,

imperfectamente medida por los tests de CI, y responsable en parte (sólo en parte) de las diferencias en inteligencia social.” (Citado en Luján López, 1996, p. 282.).

En una línea opuesta al programa hereditarista se ubica el programa ambientalista,

cuyas principales hipótesis son:

• la inteligencia no es una facultad concreta, única e identificable.

• las conductas inteligentes no son hereditarias.

• si bien aceptan un uso instrumental de los tests de CI, niegan que ellos midan la inteligencia cosificada. Si bien también, merced a los resultados de tales tests, se puede realizar una cuantificación de las respuestas y una tabulación de las mismas, tal jerarquización no representa una afirmación ontológica y mucho menos definitiva en cuanto a las perspectivas sociales del individuo. Los pronósticos respecto de la ubicación social de los individuos sólo tienen un alcance condicional. Tal pronóstico puede ser revertido a través de la intervención educativa en la forma de educación compensatoria.

Ya se ha señalado que Binet fue de los primeros en sostener propuestas ambientalistas respecto del origen de la inteligencia y consecuentemente de propulsar políticas en las cuales se buscaba aumentar la inteligencia a través de la intervención educativa. Escribía en 1909 (Las ideas modernas sobre los niños):

“Si se considera que la inteligencia no es una función única, indivisible y de esencia particular, sino que está formada por el concierto de todas estas pequeñas funciones de discriminación, observación, retención, etc., cuya plasticidad y extensibilidad hemos constatado, parecerá indiscutible que la misma ley gobierne el conjunto y sus elementos y que por consiguiente la inteligencia de alguien sea susceptible de desarrollo; mediante el ejercicio y el entrenamiento, y sobre todo el método, se llega a aumentar su atención, su memoria, su juicio y a volverse literalmente más inteligente que antes (...). Y yo hubiera añadido también que lo que importa para conducirse en forma inteligente, no es tanto las fuerza de las facultades como la manera de aplicarlas, es decir, el arte de la inteligencia y que este debe necesariamente afinarse con el ejercicio.” (Citado en Luján López, 1996, p. 269).

La intención de Binet era implementar lo que llamó “ortopedia mental”, una serie de

ejercicios destinados a aumentar no sólo los niveles intelectuales, sino la inteligencia real de los niños retrasados, fundada principalmente, según él, en la capacidad de atención o la memoria. Su estrategia (y la del programa ambientalista) se basa en dos líneas complementarias de investigación: por un lado determinar los procesos básicos que están tras las conductas que se consideran socialmente valiosas; y por otro, identificar las variables ambientales (principalmente educativas) de las que dependen causalmente dichos procesos (cf. Luján López, 1996). Estas dos estrategias complementarias, relacionan directamente los aspectos meramente teóricos acerca de la inteligencia con las tecnologías sociales y los aspectos prácticos, en este caso las intervenciones educativas compensatorias. Nótese que el éxito en la aplicación misma de estas reglas, constituye para los ambientalistas, una base empírica indispensable en apoyo de su programa. En general los ambientalistas tienden a considerar la inteligencia como parte de procesos más abarcativos y complejos como el desarrollo completo de la personalidad.

A partir de la obra de V. Hunt, quien en 1961 publica Intelligence and Experience, libro de gran influencia en la época y posteriormente, la mayoría de los programas cognitivistas para la mejora de la inteligencia han utilizado la analogía con los programas informáticos. La metáfora del software sugería la posibilidad de un estudio experimental de la inteligencia diferente a la orientación conductista, y posibilitaba modificar la inteligencia una vez que fueran identificados los procesos cognitivos básicos que la determinaban. Los psicólogos que fundamentaron teóricamente los programas de educación compensatoria de los años sesenta eran conscientes de que:

“La inteligencia (...) resultaría ser una cuestión del número de estrategias necesarias para el procesamiento de la información (...). Con esta concepción de la inteligencia, las suposiciones de que la inteligencia es algo fijo y de que su desarrollo está ya predeterminado por los genes, son ya insostenibles (...). Ya no resulta poco razonable considerar que es posible descubrir medios para guiar los encuentros que tienen los niños con sus entornos, en especial durante los primeros años de su desarrollo, a fin de obtener una velocidad sustancialmente más rápida de desarrollo intelectual y un nivel adulto sustancialmente más elevado de capacidad intelectual.” (Citado en Luján López, 1996, p. 271.)

A estas alturas biología e informática ya llevaban bastante tiempo hibridándose. A

fines de la década del cuarenta C. Shannon publicaba su teoría de la información. En esa obra introdujo algunas ideas que han sido fundamentales en el desarrollo del pensamiento científico de la segunda mitad de nuestro siglo. La primera y más importante es la definición clara, precisa y mensurable de lo que es información. Por ejemplo, ella nos permite saber si el Quijote tiene más o menos información que el genoma humano. Una de las consecuencias de esa definición precisa es el modo de realizar códigos eficaces en ciertos entornos, e incluso códigos tolerantes a fallos, es decir, códigos que se protegen contra los errores de transmisión/reproducción. En 1953 J. Watson y F. Crick descubren la doble hélice y el lenguaje de los genes. Sorprendentemente es un código tolerante a fallos. Lo fundamental en cuanto a las influencias más amplias de estos aportes radica en un cambio de óptica según el cual se pasa de una imagen de la ciencia (y del mundo) según la cual la física y la química eran el núcleo duro, a otra donde el núcleo duro pasó a ser la información. Incluso la biología molecular y la genética están plagadas de metáforas provenientes de la teoría de la información23.

En uno de los textos clásicos de la década de los años ochenta, Nickerson, Perkins y Smith hacen explícita la analogía entre inteligencia y computadores:

“Si la tarea que debe realizar el programa —de ordenador— es intelectualmente difícil, el programador normalmente no podrá escribir un algoritmo que tenga garantías de funcionar; el programa debe incluir estrategias heurísticas, estrategias que no siempre producirán la respuesta deseada, pero que constituyen buenas apuestas (...) El objetivo consiste en dividir las tareas en pasos que el alumno puede realizar rápidamente. El profesor intenta enseñar al alumno qué pasos debe seguir y cuándo debe seguirlos. Al igual que en el caso de la programación de tareas complejas con ordenadores, los pasos deben tener a menudo un carácter heurístico: no garantizan una solución, pero

23

Cf. Fox Keller (1995) y Palma (2004).

constituyen buenas apuestas.” (Nickerson, Perkins y Smith, 1987, p. 260).

En resumen, la psicología cognitiva de orientación ambientalista intenta analizar las conductas inteligentes complejas descomponiéndolas en procesos y determinaciones más simples de modo tal que se vean claramente los métodos de instrucción que pueden mejorar esos procesos considerando que hay una conexión directa entre las líneas de investigación y las aplicaciones prácticas en forma de programas para la mejora del rendimiento intelectual.

Hay una forma derivada o subsidiaria de acciones políticas implementadas a partir de la concepción hereditarista de la inteligencia y, por tanto de los postulados eugenésicos que se han dirigido a la eficiencia del sistema educativo. Se trata de lo que se ha denominado la política de optimización de recursos humanos en función de la creencia en que existen naturalezas diferenciales y heredables. Esta variante ha tenido diversas formas de implementación según lugares y épocas y está directamente ligada a la educación, por lo que adquiere la apariencia de ser solamente un modelo eficiente de organización escolar, aunque no es solamente eso, sino una verdadera clasificación y distribución social de los talentos humanos en función de las necesidades sociales, fundamentalmente en lo que se refiere a las necesidades de la especialización laboral.

5. LA EUGENESIA EN EL MUNDO

La eugenesia, como se ha señalado, ha sido un fenómeno que se extendió prácticamente al mundo entero, y, en este sentido es un error habitual circunscribirla a la Alemania nazi, aunque es cierto que allí las dimensiones de brutalidad y horror que siguieron a las medidas eugenésicas iniciales han sido descomunales.

A fines del siglo pasado comienza en Alemania un interés creciente por las prácticas eugenésicas que adquirieron su punto culminante en la preguerra, y en 1920 se comienza a discutir la eliminación deliberada de pacientes considerados indignos de vivir.

“El hito que señala el comienzo de este debate es la publicación de un libro titulado The release and destruction of lives devoid of value [título original: Die Freigabe der Vernichtung lebensunwerten Lebens; El alivio y la destrucción de las vidas carentes de valor, en español]. Sus autores, Karl Binding y Alfred Hoche, eran universitarios distinguidos, un jurista y un psiquiatra respectivamente. Casi cuatro años antes de que Hitler escribiera Mein Kampf, Binding y Hoche estaban defendiendo el asesinato de la gente ‘sin valor’ bajo la protección del estado. Tanto aquellos que están del ‘todo muertos mentalmente’ como los que ‘representan un cuerpo extraño a la sociedad humana’ pasan a engrosar la lista de las personas ‘que no pueden ser recuperadas y cuya muerte es urgentemente necesaria’. (...) Binding, profesor de jurisprudencia de la Universidad de Leipzig, anticipaba que, aunque se cometieran errores de juicio, diagnóstico y ejecución, las consecuencias serían irrelevantes comparadas con los beneficios sociales que eventualmente se obtendrían: ‘la humanidad pierde a tantos de sus miembros por error que uno más o menos no significa realmente gran diferencia.” (Chorover, 1979 [1985, p. 132])

Nótese que el concepto de vida indigna de ser vivida o carente de valor (lebensunwertes Leben en el original) enlaza los conceptos de eutanasia y eugenesia. Sin embargo, la

eutanasia sobre la cual se discute en la actualidad está dirigida a aliviar las penurias de los enfermos terminales en condiciones muy específicas y controladas jurídicamente, aplicable a casos individuales y con voluntad expresa del interesado. Se piense lo que se pensare de ella, tiene poca relación con la propuesta de Binding y Hoche. El giro perverso que surge de considerar que el Estado o algún grupo está en condiciones de establecer cuáles son las lebensunwertes Leben pretendió justificar el horroroso genocidio posterior, historia conocida por otra parte y sobre la cual no me extenderé.

Probablemente, sea EE.UU. uno de los países en los que la eugenesia adquiere más desarrollo y relevancia, encontrándose indisolublemente ligada a una cuidadosa implementación de los tests que permitían cuantificar las diferencias.

Ya desde 1875 EE.UU. había comenzado a poner trabas a la inmigración, aunque en aquel entonces éstas sólo alcanzaban a extranjeros “indeseables” entre los que se encontraban prostitutas y ex convictos. Con el transcurso de los años fueron añadiéndose gradualmente otros grupos: en 1882 “lunáticos e idiotas”; en 1903 “epilépticos e insanos”; en 1907 “imbéciles y débiles mentales”. En la medida en que las restricciones iban en aumento se fueron creando procedimientos para examinar y detectar con precisión a estos grupos. En los Reports of United States Inmigration Service Commission se recomendaba a los funcionarios encargados de realizar la inspección de los recién desembarcados:

“La forma en la que el extranjero se pone en la fila, su conversación, su modo de vestir, cualquier detalle peculiar, un hecho inhabitual que le concierna: de todo ello se toma buena nota. El buen conocimiento de las características raciales en lo físico, la indumentaria y los hábitos es de gran importancia en este proceso de criba primario. Se hace todo lo posible para detectar cualquier signo o síntoma de enfermedad o deficiencia mental. Cualquier indicación, por trivial que sea, de mentalidad anormal, es causa suficiente para someter al inmigrante a un examen exhaustivo.

Los signos y síntomas siguientes podrían sugerir, en una línea de inspección, que el inmigrante padece una psicosis maníaca o activa: detalles chocantes en la indumentaria, garrulería, agudezas verbales, escrupulosidad excesiva con el detalle en las contestacio-nes, exhibición de astucia, vivezas, excitación, impaciencia de palabra o de obra, desvergüenza, indisciplina, veleidad, nerviosismo, inquietud, egoísmo, talante risueño, expresiones faciales de regocijo, carcajeo, erotismo, conducta tumultuosa, entrometimiento, hiperactividad.

Las psicosis de carácter depresivo podrían venir indicadas por: lentitud en el habla, voz baja, articulación temblona, apariencia facial triste, ojos lacrimosos, perplejidad, dificultad para pensar, retraso en contestar a las preguntas, retardo psicomotor.

Los siguientes signos pueden indicar alcoholismo, sífilis y demencias orgánicas: torpeza, aprensión, desaseo, ebriedad, ebriedad aparente, confusión, desorientación, estupor, estupidez, rostro inexpresivo, temblores, temblor y contracciones de los músculos faciales, calma excesiva, aire jovial, sonrisa suficiente, memoria defectuosa, equivocaciones sobre la propia edad y otros signos físicos.

Diversas clases de demencia, deficiencia mental o epilepsia pueden venir indicadas por: estigmas degenerativos, cicatrices faciales, erupciones en forma de acné, estupidez, confusión, falta de atención, expresión facial ansiosa, incapacidad de sumar números sencillos, desaseo general, carencia de memoria, verborrea, neologismos, charla autoconcentrada o incoherente, acciones impulsivas o estereotipadas, paciencia escasa, actitud suspicaz, falta de respuesta a las preguntas, maneras torpes, uñas mordidas y

otras excentricidades.” (Citado en Chorover, 1979 [1985, p. 86]).

En una palabra, cualquier actitud o síntoma era un indicador de deficiencia mental y el funcionario designado para detectarlos no dudaba porque su experiencia lo capacitaba para “establecer la raza del extranjero con un simple vistazo”. Se consideraba asimismo que casi todas las razas reaccionaban de una “forma característica durante la inspección de línea”, lo que autorizaba a permitir o impedir la entrada a los inmigrantes extranjeros sobre la base únicamente de su concordancia o discordancia con los estereotipos raciales imperantes. En ese sentido sostenía el mismo informe de 1911 que:

“(...) si un inglés reacciona ante las preguntas a la manera de un irlandés, podría sospecharse que está falto de equilibrio mental (...) Si un italiano contesta a las preguntas como lo haría un finlandés ruso, es muy probable que sufra una psicosis depresiva.” (Citado en Chorover, 1979 [1985, p. 89]).

Las pruebas de CI que se hicieron a los inmigrantes permitieron clasificarlos según

los países de origen, observándose que el promedio de muchas nacionalidades resultó deficiente. Las personas de tez más oscura, procedentes del sur de Europa, y los eslavos de la Europa oriental, eran menos inteligentes que las de tez blanca, del oeste y el norte de Europa. Chorover (1985, p. 96) recoge una tabla de diferencias de inteligencia según la procedencia de los inmigrantes:

AQUÍ VA TABLA

En 1921 fue publicado el informe final de los tests al ejército, con los resultados ya mencionados más arriba. Esto dio un fuerte respaldo a los que defendían la eugenesia y las restricciones. Poco después, en 1923, el Consejo Nacional de Investigación estableció, dentro de su División de Antropología y Psicología, un Comité dedicado a los Problemas Científicos de las Migraciones Humanas. El primer beneficiado con fondos para investigación otorgados por el Comité fue C. Brigham (1890-1943), en aquel momento profesor ayudante de psicología de la Universidad de Princeton. En su libro Estudio sobre la Inteligencia Americana, Brigham analizaba nuevamente el informe sobre los tests al ejército. Entre tantas cifras los tests mostraban que los inmigrantes que tenían más residencia en los EE.UU. obtenían mejores resultados, lo que en apariencia estaría indicando que la in-fluencia cultural era decisiva para el resultado. Sin embargo la conclusión de Brigham fue que se había producido “un deterioro general en la clase de inmigrantes (...) llegados a este país en cada período sucesivo de cinco años desde 1902”. La solución que proponía, para esa situación de deterioro racial debería ser:

“Los pasos que hayan de darse para preservar o incrementar incluso, nuestra capacidad intelectual deben venir naturalmente impuestos por la ciencia y no por la práctica política. La inmigración debería ser no sólo restrictiva sino altamente selectiva, y la revisión de las leyes de inmigración y naturalización sólo suponen un pequeño respiro en nuestras actuales dificultades. Los pasos realmente importantes son aquellos destinados a impedir la propagación continuada de linajes defectuosos en la población actual. Si en este momento interrumpiéramos totalmente la inmigración, el descenso de la inteligencia

norteamericana sería aún inevitable. Este es el problema al que debemos encararnos, y el modo en que lo hagamos determinará el curso futuro de nuestra vida nacional.” (citado en Chorover, 1979 [1985, p. 101])

Finalmente, se aprueba la Ley de inmigración Johnson-Lodge de 1924 que establecía

cuotas de inmigrantes que no debía sobrepasar el dos por ciento de los residentes de cada nacionalidad en EE.UU. Esta ley se proponía estimular el proceso de purificación racial y librar al país de lo que Yerkes había denominado “amenaza del deterioro racial”. Menos de una década después, cuando estos “indeseables” eslavos, alpinos, mediterráneos y semitas se convirtieron en los principales blancos de las persecuciones del Tercer Reich, gran número de ellos intentó escapar al encarcelamiento o al exterminio huyendo a los EE.UU., que les negó la entrada aduciendo que sus cuotas nacionales habían sido cubier-tas.

Hacia 1910, el movimiento eugenésico en los EE.UU. comenzó a consagrarse de forma organizada, a racionalizar y documentar las medidas que había ayudado a promover y se creó la Oficina de Informes Eugenésicos, reuniendo científicos de diversos campos para estudiar, informar y recomendar medidas de carácter público en asuntos concernientes a su común objetivo. Allí se forma un subcomité “que estudiará y detallará el mejor medio práctico para eliminar el plasma germinal defectuoso de la población americana”. Los EE.UU. se convirtieron en la primera nación de la época moderna donde se promulgaron y aplicaron leyes en las que se promovía la esterilización eugenésica en nombre de la pureza de la raza. En Indiana en 1907, dada la importante inmigración negra y el incremento de la pobreza en las ciudades en crecimiento, se aprobó una ley que restringía la inmigración y promovía la esterilización de los inadaptados sociales. La ley promulgada el 9 de mayo de 1907 decía en sus considerandos:

“Considerando que la herencia desempeña un papel muy importante en la transmisión de la criminalidad, el Congreso del Estado de Indiana ha decidido que, a partir de la promulgación de la presente ley, serían obligatoriamente agregados a los establecimientos del Estado encargados de la custodia de criminales incorregibles, de imbéciles, de alienados, dos cirujanos de habilidad reconocida, cuya misión sería examinar, conjuntamente con el médico jefe, el estado mental y físico de los asilados (...) los cirujanos estarán autorizados para hacerlos infecundos por aquella operación que estimaren como la más segura y la más efectiva.”

Siete estados más de los EE.UU. promulgaron en los años siguientes leyes de este tipo y, en 1915, ya doce estados habían legislado en este sentido. Algunas leyes de esterilización como la de Virginia tuvieron vigencia desde 1924 hasta 1972 y permitió la realización de 7500 operaciones en hombres y mujeres blancos y en niños con problemas de disciplina, sobre la base de una supuesta debilidad mental, conducta antisocial o imbecilidad, de acuerdo con los rasgos establecidos por los tests de CI. Luisi (1916) refiere que Hatch, director del asilo de alienados de Nueva York, alentado por los resultados favorables recomendaba la esterilización de los criminales reconocidos, de los alcoholistas, epilépticos, pervertidos sexuales y morales y sujetos atacados de locura recurrente. Según señala una nota aparecida en La Semana Médica de 1918 (p. 438) existían en EE.UU. — “el país que más había realizado en el progreso de la nueva ciencia”— cincuenta sociedades pro-eugenia, siendo la más activa e importante la Eugenics record office, dirigida por el Dr.

Ch. B. Davenport (1866-1944).

A la muerte de Galton, en Gran Bretaña se fundó The Eugenics Education Society, formada por médicos y maestros que contaba además con delegados representantes en varias ciudades de Inglaterra y Nueva Zelandia. Publicó la revista Eugenics Review y fue fundada en ocasión de la realización, el 24 de julio de 1912, de un Congreso Eugénico Internacional llevado a cabo en la Universidad de Londres. En ese primer congreso hubo cuatro secciones que abarcaban las diversas incumbencias de la nueva ciencia: Biología y Eugenia (donde básicamente se discutían cuestiones relativas a la herencia); Eugenia práctica (dedicada a la discusión de tecnologías sociales y médicas varias); Sociología y Eugenia (donde se discutió un trabajo sobre la inferioridad antropológica de las clases pobres, la tasa de fecundidad según clase social y profesión y sobre eugenia y militarismo); y Medicina Eugénica (donde hubo muchos trabajos sobre la locura y el alcoholismo). Uno de los hijos de Charles Darwin, Leonard (1850-1943), presidió desde 1911 hasta 1928 la British Eugenics Society, sociedad que aún hoy funciona.

En toda Europa proliferaron las instituciones eugenésicas: en 1912 se fundó el Comité Eugenésico de La Haya, transformado ocho años más tarde en la Sociedad de Eugenesia; la Sociedad Italiana de Genética y Eugenesia; en 1913 se funda la Sociedad Eugénica de Francia; el Instituto Internacional de Antropología de París tenía una Sección de Eugenesia; la Federación de Sociedades Rumanas de Eugenesia; la Sociedad Catalana de Eugenesia; en 1934 se realizó en Zurich un Congreso Internacional de Eugenesia. En Noruega el Winderen Laboratorium; el Instituto Eugénico de Upsala, anexo a la Universidad en Suecia, la Sociedad Eugénica Rusa, y hasta, según refiere La Semana Médica (Kehl, 1926, p. 480) en la India se fundó la Sociedad Eugénica Hindú.

También América Latina se hizo eco de los ideales y propuestas eugenésicas. En 1917, impulsada por R. F. Kehl (1889-1956), se fundó la Sociedad Eugénica de San Pablo, la primera en Brasil y en Latinoamérica; en 1929, Brasil tuvo su Primer Congreso Eugénico. El caso de la Argentina, uno de los países líderes en la eugenesia sudamericana, lo desarrollaremos en el próximo capítulo. En 1931 se funda en México la Sociedad Mexicana de Eugenesia. En Cuba24, Eusebio Hernández y Domingo Ramos (creador de la palabra “hominicultura”) desarrolló la difusión y práctica de la eugenesia. En Cuba funcionó la sede de la Oficina Panamericana de Eugenesia y Homicultura y, según refiere Álvarez Peláez (1999) se organizaron concursos de “bebés y otras manifestaciones externas de una especie de eugenesia positiva prácticamente inútil y más bien propagandística”. Ramos redactó un “Proyecto de Código de Evantropía (Eugenesia y Homicultura)” que presentó en la Primera Conferencia Panamericana de Eugenesia y Homicultura (1924). En Perú se desarrolló en 1939 la Primera Jornada Peruana de Eugenesia. Todas estas instituciones, por su parte, estaban afiliadas a la Federación Internacional Latina de Sociedades de Eugenesia, con sede en París y bajo cuyos auspicios se realizó en agosto de 1937, el primer Congreso Latino de Eugenesia. En América se realizaron tres Conferencias de Eugenesia y Hominicultura, la última de las cuales se celebró en Bogotá en 1938. Todas estas asociaciones resultan la consolidación, en algunos casos, de décadas de esfuerzos en pos de los ideales eugenésicos.

Para 1930, la provincia canadiense de Alberta (para los alcohólicos incorregibles), 24 Sobre la eugenesia en Cuba véase: García González (2001), y García González y Álvarez Peláez (1999).

Dinamarca en 1929 y Finlandia en 1935 habían aprobado leyes de esterilización siguiendo la experiencia estadounidense (Cf. Lafora, 1931). En Suecia, se aprobó en 1934 una ley, propuesta por los socialdemócratas, que obligaba a esterilizar a las personas incapacitadas de educar a sus hijos. En 1941 la ley de esterilización incluyó a los “asociales” e “indeseables”: desde madres de varios hijos hasta jóvenes con problemas de conducta, internados en correccionales.

Luego de la Segunda Guerra Mundial el movimiento eugenésico, en parte se fue debilitando, pero fundamentalmente fue cambiando algunas de sus estrategias, aunque no desapareció de ningún modo. Kevles (1986) llama “reformista” al tipo de eugenesia que surge, ya en la década del ’20, como resultado de los excesos (estrilizaciones, el racismo exacerbado de muchos de sus defensores), y que se afianza luego de la experiencia de la guerra. Miranda (2003), aunque refiriéndose al caso argentino, acuña dos conceptos que caracterizan dos etapas según el modo en que se manifestaba la esencia imperativa o autoritaria de la eugenesia: “de coercitividad explícita” y “de coercitividad disimulada”.25

6. EUGENESIA Y SOCIOBIOLOGÍA

Si bien los planteos apoyados en algunas formas un tanto burdas o superadas de determinismo biológico han perdido el prestigio y el alcance de otros tiempos no hay que pensar que se trata de un fenómeno que se haya extinguido. Los planteos eugenésicos actuales hay que considerarlos en primer lugar asociados a la sociobiología humana, y en segundo lugar con relación a los análisis prenatales y terapias génicas. Desarrollaremos aquí el primer aspecto, dejando para el capítulo final el segundo.

El concepto de sociobiología puede utilizarse de distintos modos. Tomado en un sentido amplio, algunos autores la han identificado con el determinismo biológico dado que éste no sería más que la forma de explicar las conductas y jerarquías sociales sobre la base de diferencias biológicas. Aquí la tomaremos, en cambio, como la última versión del determinismo biológico, que se desarrolla a partir de los años '70, y que seguramente debería denominarse, de un modo algo más restringido, “determinismo genético”, porque se basa o pretende hacerlo en los éxitos de la genética y la biología molecular. Se considera en general como el inicio de la moderna sociobiología humana la publicación, en 1975, del libro de E. O. Wilson, Sociobiology: the new Synthesis. En el último capítulo el autor desarrolla una serie de ideas polémicas sobre la aplicación de la sociobiología al estudio de la mente y la cultura humanas.

La sociobiología es un programa de investigación que pretende utilizar la teoría de la evolución para dar cuenta de características significativas de índole social, psicológica y conductual en distintas especies; por lo tanto es una teoría del origen y la conservación de las conductas adaptativas por selección natural. Pretende estudiar las bases biológicas de todas las formas de comportamiento social, incluyendo el parentesco y la conducta sexual, partiendo de la selección natural y del concepto de eficacia inclusiva. La hipótesis central es que el comportamiento social de cualquier animal, incluido el hombre, expresa la

25

Además de los citados, una periodización de los distintos momentos de la eugenesia a lo largo del siglo XX puede verse en Soutullo (1999).

tendencia a maximizar la eficacia inclusiva (es decir, a dejar el máximo número posible de descendientes), tomando en consideración las alternativas que ofrece la situación y los costos a afrontar. Estas conductas deben tener una base genética, porque la selección natural no puede funcionar si no hay variación genética. En este sentido señalan similitudes y continuidades entre la conducta animal y la conducta humana (y muchas veces se antropomorfizan las conductas animales).

La evolución por selección natural requiere que las diferencias fenotípicas sean heredables. Así, por ejemplo la selección de la velocidad en carrera de algún animal que sea presa habitual de los predadores, por ejemplo la cebra, hará que la velocidad de carrera media aumente si y sólo si los progenitores más rápidos que la media poblacional tienden a transmitir a su descendencia este rasgo fenotípico. La teoría de la evolución sostiene que las diferencias genéticas entre los progenitores explican las diferencias de velocidad de los descendientes en la medida en que éstos heredan los genes de aquellos. Este esquema básico se mantiene cuando la sociobiología intenta explicar alguna característica conductual compleja, afirmando que la misma es resultado de la evolución por selección natural. Así, los sociobiólogos, por ejemplo, han intentado descubrir los fundamentos adaptativos y genéticos de la agresividad, el odio, la xenofobia, el conformismo, la homosexualidad, y hasta del ascenso social. M. Harris dice:

“La sociobiología es una estrategia investigativa que procura explicar la vida social humana mediante los principios teóricos de la biología evolutiva darwiniana y neodarwiniana. Su finalidad es reducir los enigmas correspondientes al nivel sociocul-tural a enigmas que pueden resolverse en el nivel biológico de los fenómenos.” (Harris, 1985, p. 320)

Pero el campo de la sociobiología es un tanto heterogéneo e incluye autores que

defienden criterios diferentes y que a su vez tienen alcances y consecuencias muy dispares. Podrían distinguirse, básicamente dos grupos. En primer lugar están los que sostienen que los genes individuales o grupos de genes intervienen en el control de las diversas formas de comportamiento social humano; lograr su identificación es tan sólo cuestión de tiempo. Aunque los sociobiólogos afirman no compartir la tesis “un gen, un comportamiento”, en el fondo muchos de ellos parecen pensar realmente en la existencia de genes específicos. De hecho esta postura, la más fuerte o extrema, es profundamente reduccionista y ha generado toda suerte de críticas. Suele ser la posición que más prolifera en las publicaciones de divulgación. Dado que la sociobiología pretende basarse en la teoría sintética de la evolución, y habida cuenta que ésta considera que la variación genotípica y la fenotípica están correlacionadas, resultaría que la variedad de las culturas humanas sería una función de la variedad que subyace a la distribución de los genotipos. En suma, queda abierta la posibilidad de argumentar en favor de toda suerte de nuevos planteamientos racistas, a la manera del XIX. Esta idea de la correspondencia uno a uno entre genes y fenotipos suele llamarse despectivamente “genética de saco de judías”. Gould señala:

“No existe gen alguno ‘para’ piezas tan claras de la morfología como la rótula izquierda o la uña de un dedo. Los cuerpos no pueden ser atomizados en partes, construida cada una por un gen individual. Cientos de genes contribuyen a la construcción de las partes del

cuerpo y su acción se canaliza a través de una caleidoscópica serie de influencias ambientales: embrionarias y postnatales, internas externas.” (Gould, 1980 [1986, p.95])

En segundo lugar están las posiciones interaccionistas, que sostienen que el comportamiento humano representa una respuesta diferenciada a las presiones del genotipo y del ambiente. El mismo genotipo produciría, por tanto, conductas diferentes en ambientes diferentes; o bien, a partir de genotipos diferentes podrían originarse comportamientos semejantes a causa de presiones del entorno semejantes. La tarea de la sociobiología sería, según esta posición, más débil que la primera, determinar las predisposiciones adquiridas a través de la evolución. Algunos agregan una tercera variante, según la cual la maximización de la eficacia inclusiva no estaría vinculada con comportamientos concretos, controlados por genes, sino con la capacidad genérica de elaborar y emplear cultura, posible a causa del cerebro complejo, del largo proceso de maduración del organismo, rasgos que derivan de una filogénesis que ha recibido esa orientación a causa de las ventajas diferenciales que permitía. Los genes no producirían comportamiento alguno que pudiera asegurar su duplicación y pervivencia, sino un potencial susceptible de usar cualquier material para lograr ese resultado. El individuo tendría una libertad notable, pero siempre dentro de la búsqueda de la máxima eficacia inclusiva. Esta última posición, no obstante, creo, surgiría de un marco teórico diferente sobre la base del concepto de potencialidad biológica (Gould, 1996), sobre el cual volveré en el último Capítulo.

Me interesa discutir aquí, entonces el segundo tipo de sociobiología, cuyos autores, si bien suelen hablar de la importancia que tiene la cultura en la modelación de las conductas y acentuar la importancia de la cultura junto con la biología, la coevolución de genes y cultura, etc. resuelven las situaciones que se van presentando poniendo el acento en los aspectos exclusivamente genéticos. La propuesta de Wilson expresa claramente este sentido reduccionista26, definiendo a la sociobiología como “(...) el estudio de la base biológica del comportamiento social (...) que lleva la teoría de la evolución al campo antes no darwinizado de la psicología y las ciencias sociales”. Si bien Wilson reconoce el libre albedrío de la mente humana y la gran diversidad de comportamientos producto de la cultura y, en este sentido, la necesidad de contar con una teoría de la coevolución de gene-cultura, sostiene al mismo tiempo que:

“(...) aunque la mente y la cultura humanas son mucho más complicadas que estos fenómenos elementales [trayectoria de un proyectil, rompimiento de una onda o el curso cíclico de una epidemia] no hay razón para esperar que no se los pueda tratar y comprender más profundamente por medio de un similar procedimiento (...) todos los dominios de la vida humana, incluso la ética, tienen una base física en el cerebro y forman parte de la biología humana. Ninguno está exento de análisis al modo de las ciencias naturales.” (Wilson y Lumsden, [1975, p. 235]).

Un tratamiento similar de la cuestión realiza el paleontólogo neodarwinista G. G. Simpson:

26

Sobre el concepto de “reduccionismo” volveré en el último capítulo.

“(...) la biología y la cultura no son dos cosas completamente independientes.(...) Son partes de un sistema interactuante en el cual el cambio cultural afectará seguramente a la naturaleza y a la proporción del cambio somático, e inclusive pueda acelerarlo.”(Simpson, [1975, p. 149])

Sin embargo, la apuesta reduccionista opera como marco teórico previo, de modo tal que los criterios que Simpson establece como indicadores de la calidad genética, pueden ser adjudicados, desde un marco teórico diferente, a las condiciones sociales de existencia: “grado de inteligencia, de salud, de conocimientos, de educación, de ingresos o de status social”.

Algunos autores como Sober (1993) plantean que la sociobiología es un programa de investigación al cual debe dársele la oportunidad de desarrollarse, más allá de que no haya en su favor mayor evidencia empírica disponible. Aun cuando se acepte con prudencia la propuesta de Sober y seguramente algunas versiones debilitadas de la sociobiología irán cosechando algunos triunfos en el futuro, las consecuencias prácticas de los planteos sociobiológicos se juegan en el campo del imaginario social que reconoce acríticamente un determinismo biológico (genético) fuerte. Ello conduce a que, probablemente, tenga éxitos ideológicos a despecho de su limitada capacidad teórico-empírica.

La sociobiología tiene vinculaciones con los planteos eugenésicos. Un antecedente en este sentido, es el famoso etólogo alemán (y premio Nobel) K. Lorenz, quien en un artículo de 1940 llamado “Trastornos causados por la domesticación en la conducta específica de las especies”, en el cual aborda el problema de las especies domésticas y salvajes, se ocupa también de trazar analogías con la sociedad humana:

“La única resistencia que pueden ofrecer las personas de linaje sano (...) contra la penetración de síntomas degenerativos se basa en la existencia de ciertos esquemas innatos (...) Nuestra sensibilidad especie-específica a la fealdad o belleza de miembros de nuestra especie está íntimamente conectada con los síntomas de degeneración (...) que amenazan a nuestra raza. (...) Las instituciones sociales deben encargarse de la selección del vigor, el heroísmo, la utilidad social (...) si no se quiere que la humanidad, careciendo de factores de selección, sea arruinada por la degeneración inducida por la domesticación. Mucho ha logrado ya a este respecto la idea racial que constituye la base de nuestro Estado.(...) La medida de preservación racial más eficaz es aquella que presta el máximo apoyo a las defensas naturales (...) Podemos —y debemos— confiar en los sanos instintos de los mejores de nuestro pueblo (...) por lo que respecta al exterminio de los elementos de la población cargados de taras. De otro modo estas deletéreas mutaciones penetraran la estructura del pueblo como las células de un cáncer.” (Citado en Chorover, 1979 [1985, p. 143]).

Evidentemente la sociobiología más reciente no emplea el lenguaje crudo del Lorenz que adhería al nazismo, aunque en el fondo la argumentación tiene la misma estructura. Simpson, dice:

“(...) Ahora bien, nos guste o no, es un hecho que donde existen datos concretos sobre los porcentajes de reproducción, éstos indican, por lo general mayores porcentajes para los elementos de la población que son inferiores según algún criterio, o según varios o todos los criterios, como grado de inteligencia, de salud, de conocimientos, de educación, de ingresos o de status social (resaltado mío). Dentro de una población dada es, por lo tanto, probable —pese a que no puede considerarse totalmente demostrado— que existe una selección

potencial a favor de los elementos de status más bajo por cualquier criterio. Pero éste es el obstáculo y de aquí surge el agrio debate: la selección no estaría efectivamente ocurriendo a menos que aquellos de status inferior sean, en promedio, genéticamente diferentes de aquellos de status superior. (...) Las personas no son genéticamente iguales: algunas son concebidas y nacen más inteligentes, más saludables, etc. que otras. Ciertamente existen personas menesterosas de posición social baja que son genéticamente tan capaces y útiles como cualquiera del status elevado. Pero, aún cuando sea mal acogida, constituye una posibilidad definida que el promedio de calidad genética es inferior en las personas de status más bajo y mayor en aquellas de status superior.(...) un punto de partida podría basarse sobre la presunción de que los conjuntos de genes de gente de éxito, productiva, útil e inteligente tienen probabilidades de ser superiores en término medio a aquellos de individuos de poblaciones biológicas similares que son fracasados, haraganes, parásitos y tontos. Es una presunción a la que se oponen los sentimentales, pero ¿no es lo más razonable? (...).” (Simpson, [1975, p. 149]).

Simpson recoge algunas propuestas eugenésicas en el marco de un esfuerzo por

ubicarse dentro de lo políticamente correcto. Por ejemplo, la aplicación de sanciones gubernamentales y sociales (en forma de impuestos y de diversas formas de subsidios) para castigar a las familias de bajo estatus que tengan muchos hijos y gratificación para aquellos de alto estatus que hagan lo mismo. Simpson cree que el impedimento para este tipo de prácticas proviene de las distintas concepciones políticas, las costumbres e ideolo-gías actuales, las religiones y los “sentimentales” aunque “sin duda debemos esperar que sea compatible con alguna forma aceptable de sociedad libre y democrática” (Simpson, 1975, p. 153). También propone la preservación del esperma de hombres eminentes a fin de ser utilizado para la inseminación artificial de múltiples mujeres. Es curioso que no señale ningún mecanismo para la preservación de la dotación genética de mujeres eminentes. Con respecto a la posibilidad de que la ingeniería genética venga a controlar y dirigir la reproducción y por tanto las conductas, Simpson sostiene que “ni siquiera una ínfima parte de estas cosas ha sido realizada alguna vez en seres humanos o en animales remotamente similares a los humanos y, pese a algunos entusiasmos hay pocas perspectivas de ello en un futuro próximo”. Sin embargo parece suponer que se trata sólo de sólo un problema técnico y que las barreras culturales son algo así como prejuicios o supercherías que el tiempo terminará por destruir. Acerca de la cuestión de quién será el encargado y cómo se hará para determinar quienes deben ser favorecidos en esta gesta de depuración, responde que:

“(...) aquellos que comprueban que la acción individual de insertar genes a medida produce niños anormales tendrán seguramente el suficiente sentido común para no llevar a efecto tal cosa (...) Si por el contrario, los resultados fueran buenos y, por lo tanto aceptados ¿por qué gritar ‘Ay de nosotros’?” (Simpson, [1975, p. 154]).

En la década del 70 el Premio Nobel de Física W. Shockley y el psicólogo hereditarista A. Jensen volvieron a postular la inferioridad genética de los negros; Shockley propuso pagar a las personas con bajo cociente intelectual para que aceptaran ser esterilizadas.

H. E. Garret, presidente de la APA, en plena ebullición del movimiento por los derechos civiles en EE.UU. escribe, en la década del 60 un panfleto titulado “La

degeneración de la herencia” donde intentaba justificar la segregación racial basándose en la inferioridad mental negra:

“(...) No pueden mezclarse las dos razas y mantenerse los estándares de la civilización blanca, de igual modo que no pueden sumarse 80 (el CI promedio de los negros) y 100 (el CI promedio de los blancos), dividir por dos y obtener 100. Surgiría una raza de 90, y es ese diez por ciento la clave de la diferencia entre una espira y una cabaña de barro; diez por ciento (o menos) es el margen de ‘beneficio’ de la civilización, la diferencia entre una sociedad culta y el salvajismo. De aquí se sigue que si la mezcla de razas fuese perjudicial para los blancos, sería también mala para los negros, porque si se derrumba el liderazgo, todo cae.” (Citado en Chorover, 1979 [1985, p. 71]).

El profesor R. Hernstein especialista en mediciones psicológicas de la Universidad de Harvard sostuvo, en 1971:

“(...) la tendencia al desempleo puede residir en los genes de una familia tan ciertamente como la mala dentadura (...) según crece la riqueza y la complejidad de la sociedad humana, irá quedando fuera del grueso de la humanidad un residuo de baja capacidad (intelectual o de otras clases) al que le resulta imposible dominar las ocupaciones normales, no puede competir y que con toda probabilidad procederá de padres igualmente fracasados(...) Los problemas (...) gozan ya de la atención de los científicos sociales despiertos (...) [que han descrito] la clase baja, crecientemente crónica, de las principales ciudades de América.” (citado en Chorover, 1979, [1985, p. 66]).

Herrnstein publicó junto con Ch. Murray (1994), politólogo que había asesorado al presidente norteamericano Ronald Reagan, un libro titulado The Bell Curve cuyas tesis que, por otra parte, no son novedosas, se resumen así: a) el éxito social y económico de un norteamericano depende fundamentalmente de su inteligencia, tal como la miden los tests de uso corriente; b) la inteligencia depende en gran medida de factores genéticos hereda-bles; c) estos factores están desigualmente distribuidos entre las denominadas razas humanas, y la superior es aquella a la que pertenecen los autores del libro: la raza blanca.

CAPÍTULO 3

LA EUGENESIA EN LA ARGENTINA

“¡Vana tarea! (...) Obraba en él con la inmutable fijeza de las eternas leyes, era fatal, inevitable,

como la caída de un cuerpo, como el transcurso del tiempo,

estaba en su sangre eso, constitucional, inveterado, le venía de casta como el color de la piel, le había sido transmitido por herencia,

de padre a hijo, como de padres a hijos se transmite el virus venenoso de la sífilis (...)”

(Eugenio Cambaceres, En la sangre)

1. CONSIDERACIONES GENERALES

La Argentina, como no podía ser de otro modo, no escapó a la influencia generalizada del movimiento eugenésico, aunque al igual que en otros países, la versión local se desarrolló adoptando algunas particularidades derivadas del contexto social, cultural, poblacional y económico y de las características específicas de la comunidad científica que recogió e introdujo estas ideas. La composición ideológica de los eugenistas argentinos de las primeras décadas del siglo, que incluía médicos, psiquiatras, políticos, escritores, etc., era sumamente heterogénea: había fascistas y filonazis, pero también socialistas, anarquistas, liberales y conservadores (Véase Plotkin, 1996). Esta diversidad ideológico-profesional se comprende cabalmente si se considera que lo que prevalece como agenda básica es la preocupación por el perfeccionamiento de la raza/sociedad/grupos en medio de crecientes problemas sanitarios a veces acuciantes como el alcoholismo, la tuberculosis y la sífilis, y problemas sociales generalizados como eran la higiene en la industria o la vivienda obrera. No es de extrañar entonces que muchos socialistas hayan estado cercanos a la eugenesia en las primeras décadas del siglo. Una de sus grandes luchas estaba dirigida a disminuir la tasa de alcoholismo en la clase obrera y a mejorar sus condiciones de vida. Por otra parte, en la medida en que el fenómeno de la eugenesia, además de formar parte del clima cultural general de la época, involucra un entramado de ideas científicas, prejuicios e intereses políticos y económicos de enorme complejidad y extensión, difícilmente podría esperarse un movimiento homogéneo y lineal. En la década del '20 y primeros años de la década siguiente se encuentran en la literatura eugenésica abundantes referencias elogiosas tanto del fascismo italiano como del nacional socialismo alemán por los progresos en pro del mejoramiento eugenésico de la raza. En los Anales de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social (en adelante Anales) de la Asociación Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social (en adelante AABEMS), incluso varios años después del inicio de la Segunda Guerra Mundial pueden leerse artículos en esta línea. Como quiera que sea, comprender el fenómeno de la

eugenesia en la Argentina implica analizar la gran diferencia entre sus partidarios que, bajo un lenguaje aparentemente unívoco, revelan posiciones muy disímiles que van desde las meras preocupaciones sanitarias bajo los preceptos de la solidaridad y el sentido humanista, hasta las más groseras formas de sectarismo, racismo y totalitarismo. Si bien en general no se han implementado en la Argentina medidas cruentas como la esterilización forzada o la castración, y la tendencia se dirigió a impedir la reproducción de los seres “enfermos, inmorales y débiles de espíritu” y a incentivar la reproducción de los progenitores sanos, morales e inteligentes, todo ello mezclado con acciones en pro de la higiene social, hubo intentos de diversa intensidad por llevarlas a la práctica y la labor de difusión y académica en favor de la eugenesia fue de gran importancia y amplitud. El Dr. G. Aráoz Alfaro (1870-1955), por ejemplo, reivindicaba el derecho del Estado a tomar decisiones cruentas como la esterilización en beneficio de la nación, pero reconocía que decisiones como estas suscitaban la oposición de la Iglesia y los “espíritus religiosos”.

En el marco de la constitución y organización del Estado argentino —procesos similares se vivieron en Latinoamérica por la misma época y en Europa un poco antes—, al tiempo que se iniciaban procesos de desarrollo, fueron apareciendo hacia la segunda mitad del siglo XIX problemas nuevos de medicina social o higiene pública que dieron lugar a disciplinas y prácticas nuevas asociadas y a una creciente intervención del Estado. Así, se crea en 1852 el Consejo de Higiene Pública que pasó luego a denominarse Departamento Nacional de Higiene; en 1883 se forma la Asistencia Pública de Buenos Aires; hacia la década del '80 la Comisión de Obras de Salubridad (luego Obras Sanitarias de la Nación) contribuyó a mejorar las condiciones de higiene de la ciudad. Las epidemias de fiebre amarilla de 1871 y de cólera de 1867 y 1886 mostraban la cara dramática de la carencia y marcaban la necesidad creciente de atender las cuestiones de higiene y salubridad. Hacia los primeros años del siglo XX las condiciones sanitarias habían mejorado notablemente según los informes oficiales (Cf. Zimmermann, 1994). Hacia 1914 había en Buenos Aires once hospitales municipales, varios hospitales pertenecientes a las comunidades de inmigrantes, la enorme red de la Sociedad Nacional de Beneficencia y el Ejército de Salvación que otorgaban refugio quienes no tenían vivienda. Comenzando el siglo XX, los problemas sanitarios, sobre todo de las ciudades, se ven agravados por el crecimiento sostenido de la población, lo cual conlleva la necesidad de atender la cuestión de la vivienda, tanto en cantidad como en calidad y, de hecho, la vivienda obrera fue un tópico de la agenda de higienistas y políticos. Higiene pública, política sanitaria, defensa social y eugenesia conforman un complejo de ideas bien articulado.

Las preocupaciones eugenésicas aparecen entonces, en este contexto, bajo la creciente regulación estatal y centralización administrativa de las políticas sanitarias. Se puede leer en los Anales del Departamento Nacional de Higiene, Vol. II de 1892 en el apartado “Higiene administrativa. Deberes y derechos de las autoridades sanitarias”:

“(...) la higiene no admite el principio de que un individuo sea dueño de disponer de su persona o propiedades hasta el punto de causar con ellos perjuicios a la salud pública, ni que los poderes locales procedan en materia sanitaria con independencia del poder central” (Citado en Zimmermann, 1995, p. 118).

Una constante en toda la literatura eugenista es el reclamo por la creación de

instituciones de todo tipo cuyos objetivos eran el control y seguimiento de distintas patologías y grupos humanos. Era natural considerar que el Estado era el encargado de regular, entre otras cosas, el proceso de reproducción humana teniendo potestad para limitar la de aquellos considerados no aptos, ya sea a través de la educación, enfatizando la importancia que tiene “la condición física y mental de los padres en el momento de la concepción” para la constitución biológica de los hijos, ya sea a través de mecanismos más directos como modificar la legislación sobre el aborto para otorgar mayor libertad a los médicos para decidir sobre el tema. Pero estas medidas sólo podían ser efectivas y además sostenerse en el tiempo si eran acompañadas por el desarrollo de un amplio programa de reformas sanitarias en áreas como la salud en el trabajo y el control, prevención y erradicación de las enfermedades venéreas —básicamente la sífilis—, así como también la lucha contra el alcoholismo, la prostitución y el uso indebido de drogas, considerados por los eugenistas, junto con la tuberculosis, como las expresiones más graves del veneno racial.

2. EL MARCO RACISTA

Aunque las consideraciones racistas son muy antiguas, el siglo XIX inaugura un abordaje nuevo, consistente en tratar de establecer científicamente las diferencias y jerarquías entre las razas que, y esto es la historia conocida del racismo de los siglos XIX y XX, ha funcionado casi siempre como una profecía autocumplida, es decir, siempre sancionando y legitimando las desigualdades de hecho.

Habitualmente se señala al conde Joseph A. de Gobineau, conde de Gobineau (1816-1882) como el iniciador del racismo moderno, a partir de su Essai sur l'inégalité des races humaines (1853-55) -Ensayo sobre al desigualdad de las razas humanas-, en el que expone una historia universal basada en las características de las razas humanas: la negroide, la amarilla y la blanca, exaltando las virtudes de esta última como mejor exponente de los valores humanos: energía, inteligencia, amor a la vida, capacidad creadora y especulativa. No obstante, según él, la mezcla de razas perjudica a la humanidad, ya que, si bien es cierto que las razas inferiores se benefician de su mestizaje con las razas superiores, éstas pierden en el cruzamiento más de lo que aquéllas ganan, de manera que el balance es negativo. En este sentido Gobineau, como buen francés, considera a los alemanes inferiores a los franceses por la gran mezcla biológica de aquéllos. Para Gobineau, pensador imbuido de una mentalidad romántica, aristocratizante y colonialista, la historia es el fruto de la hegemonía de las razas superiores, y considera que debe mantenerse la pureza de la sangre a toda costa para evitar la degeneración de la humanidad. Como quiera que sea el racismo, aunque con diferencia de matices a veces significativos, e incluso aportando propuestas claramente diferenciadas sobre las prácticas legitimadas y las propuestas de tecnologías sociales resultantes, era un punto de vista enormemente extendido que ha marcado sobre las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX casi todos los ámbitos académicos, científicos y políticos.

En un texto de gran influencia hacia fines del siglo XIX (Les lois psychologiques de l'evolution des peuples, publicado en 1894), G. Le Bon (1841-1931) exponía las razones por las cuales era imposible que un pueblo inferior adoptara una civilización superior, de modo tal que la “inevitable anarquía de las repúblicas hispanoamericanas” era explicada por su propia composición racial. El médico argentino L. Ayarragaray (1861-1944) sostenía en la misma línea que las deficiencias políticas de la Argentina eran debidas a la

constitución hereditaria, y debían ser tratadas como un problema de psicología biológica. La composición racial del país, sostenían, dificultaba la adopción de las instituciones políticas de los países más avanzados de Occidente, dadas las propensiones degenerativas de la población, siendo la inmigración europea la única esperanza de mejora. De hecho la necesidad de atraer la población europea, sobre todo la anglosajona, era una de las propuestas alberdianas, cuyo lema “gobernar es poblar” se convirtió en consigna hacia la segunda mitad del siglo XIX en la Argentina. Con el tiempo, los eugenistas modificaron o completaron la consigna sosteniendo que “gobernar es poblar, pero poblar bien es gobernar mejor”.

En Las conquistas de la higiene social, publicado en 1910, Augusto Bunge, rescata las imágenes provistas por la literatura de H. G. Wells (1866-1946) en la cual se observan:

“(...) en las capas sociales superiores, el corrillo cínico y desdeñoso de una pequeña minoría de déspotas; y abajo, en los pisos inferiores (...), el hormiguero de una humanidad inferior irremediablemente proletarizada (...). Hombres bestializados, de pequeños cráneos y salientes quijadas, de bocas casi simiescas y enormes puños prontos a golpear, sin más ideas que la fuerza y habilidad físicas, ni otra aspiración que satisfacer los instintos primordiales” (Citado en Zimmermann, 1995, p. 112)

Las consideraciones racistas se encontraban también a la base de la formación de científicos. En una “Conferencia que responde a la segunda bolilla del programa, dada a los alumnos de 4° año de medicina” —aparecida en La Semana Médica— el Dr. Enrique Revilla (1902) señala constantemente la diferencia entre las razas inferiores —la africana— y las razas superiores —la blanca o caucásica— expresada en rasgos morfológicos como el ángulo facial y “una fuerza de expansión indefinida con un poder de cosmopolitismo tradicional, a la inversa de las inferiores, como los negros y los polinesios”; y son los negros justamente, la raza “más rebelde a la civilización y tan refractaria a las costumbres suaves como a los sentimientos de humanidad; es en su seno donde aún se encuentran tribus de antropófagos”. Al mismo tiempo la jerarquía de razas se inscribe en una antropología evolucionista que recoge las ideas de la craneometría y la frenología del siglo XIX y claras referencias a la ley de los tres estados de Comte (1844):

“Los onas en nuestra Tierra del Fuego, los dokos en Abisinia, los oranys-Benna en Sumatra, los tobas en el Chaco argentino, representan el estado primitivo de la humanidad. Estas tribus se encuentran aún en la edad de la piedra tallada, en la época paleolítica, en la que todas las ideas y concepciones se reducían a una sola: comer. (...) En una fase ulterior, comprendiendo el hombre las ventajas de la asociación y de la división del trabajo, forma importantes aglomeraciones: este período corresponde a la fase sensitiva. Hay entonces algo de bienestar; el sistema nervioso empieza a prepararse para emprender otras tareas que no sean las digestivas; las concepciones religiosas aparecen, los medios primitivos de vida se perfeccionan, y si los departamentos cerebrales no tienen aún ideas precisas, por lo menos quedan amueblados con algunas ideas generales y concepciones de más vuelo. En el tercer período encontramos las grandes civilizaciones clásicas (...) es la fase psíquica. Por último, encontramos la fase intelectual, caracterizada por la decadencia de la metafísica y el triunfo de la ciencia, que se impone definitivamente como la enseña gloriosa que marcará al través de los siglos la ruta que debe recorrer la

humanidad. Pero indudablemente estos progresos sólo se efectúan en la inmensidad del tiempo (...) consisten sobre todo en el aumento de volumen del cerebro. (...) Broca ha comprobado que el cubo medio de los parisienses del siglo XII es menos considerable que en los del siglo XIX. Comparando exclusivamente los cráneos del siglo XII se ve que los contenidos en las tumbas de las clases aristocráticas, entonces más instruidas, son más voluminosos que los de los sepulcros plebeyos; hoy los más voluminosos pertenecen exclusivamente a la aristocracia intelectual. El examen hecho por Broca entre los cráneos de algunos enfermeros y los de algunos estudiantes de medicina y farmacia le han dado mayor volumen para estos últimos. Como ya hemos dicho, estas modificaciones anatómicas no se improvisan, sería por lo tanto inútil derramar la civilización en un país salvaje, tratándose de cráneos que serían muy estrechos para recibirla. Se puede pues concluir que hay una relación constante entre la anatomía cerebral de un pueblo y su civilización. Estas relaciones continúan reflejándose en la fisiología social, y muchos fenómenos en apariencia casuales, que se reproducen anualmente en la mis proporción se explican por el equilibrio mencionado. (...) No es de extrañar que, a un estado anatómico y fisiológico particular, corresponda un estado patológico paralelo” (Revilla, 1902, p. 344 )

La referencia a las razas inferiores y a las jerarquías resultaba un “dato

incontrastable” avalado por múltiples diferencias morfológicas. Puede leerse en el Tratado de Anatomía Humana, de Testut y Latarjet, publicado originalmente en 1902, pero que ha tenido muchas reimpresiones posteriores y es un texto de uso habitual en la actualidad en las Facultades de Medicina, refiriéndose a una característica de las vértebras de los humanos:

“La no bifidez o estado unituberculoso se ha observado en los europeos (10%) y en las razas de color (23%). (...) Estas conformaciones particulares parecen estar en relación con las inserciones musculares. Parece que la falta de bifurcación sea más frecuente en las razas inferiores. Las apófisis espinosas son indivisas en los monos (resaltado mío) (...) El estado unituberculoso encontrado en el hombre entraría en la categoría de las anomalías reversivas.” (Testut y Latarjet, 1902 [1975, p. 49])

Para el caso particular de la Argentina, aunque había consenso sobre la idea de generar una raza de calidad, la composición étnica sumamente heterogénea (inmigrantes de diverso origen, criollos y algunas poblaciones indígenas) y la vigencia de un proyecto hegemónico sobre la necesidad de construir una nacionalidad argentina, fueron dando características propias y diferenciales al movimiento eugenista con relación al problema de la raza. En efecto, uno de los argumentos más esgrimidos por los racistas, el de las razas puras, chocaba contra la heterogeneidad de orígenes de la población argentina, por lo que muchos consideraron que debía propenderse a asegurar la permanencia de las características y valores de la raza latina, a la que, obviamente consideraban superior. La disputa se establecía con los que sostenían el argumento (racista también) acerca de la superioridad o calidad racial que se obtendría de una buena mezcla, restando tan sólo establecer cuál era la mezcla más adecuada. La imagen de la Argentina como un crisol de razas se ubica en esta línea argumentativa.

“(...) lo que hace esperar para la raza hispanoamericana un porvenir brillante. El continente sudamericano será el gran crisol donde se fundirán en un porvenir próximo todas las razas, todas las nacionalidades, dando como producto definitivo el tipo perfecto, en la medida de lo relativo a qué podemos aspirar” (Revilla, 1902, p. 342)

La consigna sobre la depuración y mejoramiento de la raza era un tema que excedía

el marco político y académico, constituyendo parte del clima de ideas dominante. Todos tomaban partido acerca de la cuestión:

“Ha llegado a hablarse por los pesimistas de una quiebra de la raza. ¡No tanto! Nos salvaremos gracias al fuerte aparejo —valga la expresión— que trajimos al mundo en la sangre española y en la indígena. (...) Nos nace una especie de patriotismo biológico, si se acepta la expresión, un concepto más objetivo que abstracto de raza” (Gabriela Mistral, 1931, p. 211)

Resulta importante resaltar que las connotaciones del concepto de raza, tan habitualmente usado en esas primeras décadas del siglo XX —y después también— no estaban claramente delimitadas. Su uso estaba dirigido a señalar jerarquías entre distintos grupos o categorías —razas superiores e inferiores— pero el fundamento de tal distinción a veces incluía factores biológicos, otras geográficos, climáticos, históricos y culturales, a veces se confundía raza con nacionalidad, o se consideraba como un todo a la suma de características biológicas y culturales. En este sentido puede encontrarse abundante literatura eugenésica en la cual el concepto de raza casi puede equipararse al de población, sobre todo en aquella que, adoptando el discurso eugenista, tiene posiciones más blandas referidas tan sólo a la erradicación de algunas enfermedades.

Un ejemplo, por cierto no el único, del sesgo fuertemente racista del pensamiento corriente y al mismo tiempo de la desprolijidad con la cual se caracterizaba el concepto de “raza” lo ofrece José Ingenieros (1877-1925), de cuya obra se transcriben sólo dos pasajes significativos. El primero extraído de un trabajo en el cual recoge las impresiones de un viaje y el segundo, de un artículo en el que analiza “en qué consiste la formación de una raza argentina entendida como una variedad nueva de las razas europeas blancas inmigradas al territorio argentino” y en el cual retoma varias veces la distinción sarmientina entre civilización y barbarie:

“El espectáculo ya harto vulgar, de la turba de negros zambulléndose en el mar transpa-rente para atrapar una moneda, es indigno de ser descripto. El más elemental orgullo de la especie queda mortificado al presenciar por vez primera ese ejemplo de lasitud moral ofrecido por las razas inferiores. Todos los ingenuos lirismos de la fraternidad universal se estrellan contra estas dolorosas realidades... Juzgando severamente, es fuerza confesar que la esclavitud —como función protectiva y como organización del trabajo— debió mantenerse en beneficio de estos desgraciados, de la misma manera que el derecho civil establece la tutela para todos los incapaces y con la misma generosidad con que asila en colonias a los alienados y protege a los animales. Su esclavitud sería la sanción política y legal de una realidad puramente biológica (...). Cuanto se haga en pro de las razas inferiores es anticientífico; a lo sumo se les podría proteger para que se extingan agradablemente, facilitando la adaptación provisional de los que, por excepción, puedan hacerlo (...) sería absurdo tender a su conservación indefinida, así como favorecer la cruza de negros y blancos. La propia experiencia de los argentinos está revelando cuán nefasta ha sido la influencia del mulataje en la argamasa de nuestra población, actuando como levadura de nuestras más funestas fermentaciones de multitudes, según nos enseñan desde Sarmiento, Mitre y López, hasta Ramos Mejía, Bunge y Ayarragaray (...). El

sociólogo que observa las razas humanas con el cerebro y no con el corazón, está obligado por lo menos, a pensar lo mismo que el criador en materia de razas equinas o lanares. ¿O por ventura, la raza humana nos interesa menos que ellas?” (Ingenieros, 1908 [1951, p.324])

“Hay un hecho admitido: las razas blancas han mostrado en los últimos 20 o 30 siglos una superioridad para la organización social del trabajo y la cultura, cuyas manifestaciones generales llamamos civilización, y cuyos núcleos concretos conocemos por naciones civilizadas. (...) Hay ya elementos inequívocos de juicio para apreciar este advenimiento de una raza blanca argentina —rápidamente acentuada en los últimos 10 años y destinado a producir más sensibles resultados sociales en los 20 próximos– y que pronto nos permitirá borrar el estigma de inferioridad con que han marcado siempre los europeos a los sudamericanos (...).

Esa es [se refiere al ejército] la más hermosa expresión de la nacionalidad argentina: en vez de indígenas y gauchos mercenarios, son ciudadanos blancos los que custodian la dignidad de la Nación. Este deber, que los nuevos argentinos cumplimos con más conciencia que los intrépidos montoneros implica un derecho consagrado por la ley vigente, que unifica el padrón militar y el padrón electoral (...) Nacionalidad argentina implica pues, sociológicamente, raza argentina (...) Está en formación: no se han extinguido todavía los últimos restos de las razas indígenas y de la mestización colonial.” (Ingenieros, 1915, p. 468 y ss.)

Como no podía ser de otra manera, se alzaron voces para terciar en la discusión técnica sobre la determinación de las razas, como el artículo, en respuesta al de Ingenieros, de S. Debenedetti (1915, p. 417) quien diferencia claramente entre raza considerándolo un concepto étnico y nacionalidad que es un concepto sociológico, aunque sostiene que “es cierto, como hecho admitido, la superioridad de la raza blanca”. Aunque en abrumadora minoría, algunos sostenían que el concepto de raza debía ser abandonado por ser sólo una rémora de la rigidez y carácter jerárquico de las castas, como por ejemplo Alicia Moreau de Justo:

“(...) destruyamos estos falsos conceptos, escudo tras el cual se ocultan o disimulan las abominaciones de las guerras coloniales, y que sobre sus ruinas los pueblos estrechen sus manos, los más avanzados ayudando a los más retardatarios, en vez de aniquilarlos con desprecio feroz y que continuando la obra del tiempo y del saber se forma la familia única de la humanidad del porvenir.” (A. M. de Justo, 1909, p. 45)

El concepto de raza era ubicuo y servía a todo tipo de justificaciones ideológicas. El

Buenos Aires Herald reproducía una conversación entre el embajador argentino en Washington, Dr. García Merou y el senador norteamericano Th. Roosevelt:

“(...) durante la cual ambos habían coincidido en atribuir a ‘la pureza de la sangre’ y la ‘superioridad de la raza’ la preponderancia de la Argentina entre las naciones latinoamericanas.” (Citado en Zimmermann, 1995, p. 110)

La convicción de que había una relación estrecha entre las condiciones biológicas y el desarrollo de las naciones era generalizada:

“(...) el poder económico y la estructura psicológica de las naciones dependen de la fuerza

y de la fisonomía moral de los individuos, como la fuerza y la fisonomía moral del individuo depende de la robustez psicofisiológica de sus órganos componentes.” (Figueroa, 1906, p. 244)

En el Boletín del Museo Social Argentino se esboza una interpretación bastante extravagante de la historia de la humanidad a la luz de los ideales eugénicos y de un extraño maridaje entre biología e historia:

“Las especies vivas que se han hallado durante muy largo tiempo en un medio cósmico inadecuado a su conservación y desarrollo han venido al cabo a cierta decadencia orgánica, y algunas de ellas hasta su completa desaparición (...) Esta ley se cumple igualmente para la especie humana, y si fuera posible cotejar la historia de la humanidad en el transcurso de los siglos con las causas cósmicas que han contribuido en ciertos determinados períodos a su decadencia, nos encontraríamos con los motivos orgánicos que han ocasionado la degeneración de muchos pueblos (resaltado mío), los cuales han decaído principalmente por infracción de las leyes eugénicas fundamentales, permitiendo que las razas, las estirpes y las familias se crucen y reproduzcan, transmitiendo por herencia, cada vez más, los estigmas flagrantes de degeneración de la especie.” (Zalazar, 1929, p. 214)

Un tópico entre los eugenistas argentinos fue la discusión acerca de la justificación de la superioridad de la raza latina, bandera difundida fuertemente desde la AABEMS. En 1934 los Anales reproducen un mensaje radiotelefónico que enviara el presidente Agustín P. Justo en ocasión del 112° aniversario de la independencia del Brasil:

“Todos los pueblos que integran la comunidad latinoamericana sienten correr por sus venas la misma sangre y alientan el mismo ideal. Nuestra condición de la raza latina en América nos hace soldados de la misma civilización, amantes del derecho y cultores del trabajo y de la libertad. Somos de aquella misma recia estirpe romana cuya influencia se extendiera sobre Iberia, transmitiendo su dinamismo a Portugal y España para que dominaran los mares, haciendo surgir de su seno y de sus confines estas tierras, donde el ideal cristiano, para bien de la humanidad, había de tener realización definitiva y esplendorosa.” (Reproducido en Anales, 1934. N° 29, p. 3)

Se trata de una idea que fue ganando adeptos en los círculos eugenésicos y uno de sus principales mentores fue el médico italiano Nicola Pende (1880-1970), referente y autoridad científica de la AABEMS, considerado el principal exponente de la biotipología, sobre la cual volveremos luego. Pende (1935), fascista militante, explica a través de la consideración de diversos rasgos biotipológicos que incluyen consideraciones antropométricas y endocrinológicas, la pureza y superioridad de la raza latina27. Sostiene:

27 Nicola Pende, médico e ideólogo racista de fama mundial, fue uno de los redactores del manifiesto racista de los profesores universitaruios italianos en 1938. En julio de ese año en un artículo aparecido en “Il Corriere della Sera” de Milán, al referirse al aspecto colonial del problema, decía entre otras cosas: “...Son de fácil explicación los motivos de defensa que desde hoy se imponen con la adopción de medidas tendientes a evitar mezcolanzas de nuestra sangre con la de los indígenas del Imperio. Pero no menos interesante es a mi modo de ver, otra defensa; aquella contra el peligro de que se eduque, con métodos excesivamente idealistas, de esa excesiva idealidad de que, por cierto, pecamos los italianos. Bondad y humanidad, pero que no sean debilidad; escuelas, hospitales, recreatorios, todo está bien, pero “sit modus in rebus” y sobre todo, no olvidarse de las seculares enseñanzas de Roma, en su forma de colonizar a los bárbaros y de la experiencia de pueblos colonizadores más viejos que nosotros”.

“El problema de las razas en sus relaciones con las colectividades nacionales y con la biodinámica de las naciones modernas es problema, no de competencia de los hombres políticos o de los sociólogos, sino de los biólogos que cultivan con investigaciones positivas de biología de las razas humanas vivas, aquella novísima rama de la ciencia de la cual el moderno hombre político (como Benito Mussolini nos enseña) no quiere o no puede hacer a menos: la Biología política. (...)

Y he aquí como nosotros llegamos a la conclusión de que de las cinco razas principales que viven en Europa, las tres razas brunas circum-mediterráneas, sea del lado de la robustez física como de la fecundidad, como del lado psicológico, poseen una afinidad muy notable en comparación con las dos razas rubias; y sobre todo las primeras, poseen una garantía de vitalidad y longevidad, que nos explican por qué en los siglos pasados ellas han podido siempre rechazar victoriosamente las invasiones de los rubios lejos de las costas del mediterráneo, toda vez que germanos y eslavos han tentado de acercarse al mar. (...) son precisamente estas tres razas brunas circum-mediterráneas aquellas en las cuales la latinidad ha podido florecer y prosperar, en las cuales la gran idea de Roma ha podido encontrar el buen humus biotipológico fecundo; mientras jamás en la historia tal idea ha conseguido implantarse en el alma nórdica y eslava, el alma de las dos razas rubias, tan diversas, por razones biológicas, de los descendientes de Roma. (...)

La historia entonces, y la Biotipología de las razas nos demuestran cuál será el verdadero destino de los pueblos circum-mediterráneos: aquel de reconstruir la unidad espiritual latina-mediterránea, desde una a otra desembocadura del gran mar (...) Es tal civilización mediterránea reconstruida, fundada sobre la unidad espiritual mediterránea reconstruida, que Roma y su Duce quieren hoy contraponer, para la paz del mundo, al tipo de civilización de la máquina y del individualismo económico, civilización de origen nórdico, que ha conducido al mundo a la carnicería de la gran guerra y de la gran crisis material y espiritual moderna. Tal tipo de civilización por razones biológicas de raza como por razones históricas, no puede ser ulteriormente tolerado por todas aquellas naciones en cuya sangre vive y vivirá siempre el germen de la grandeza física y psíquica de Roma inmortal.” (los resaltados se encuentran el original) (Pende, 1935, p. 2-4)

Algunos eugenistas se reconocen neomalthusianos, deudores de R. Malthus (1766-1834), quien publicara su célebre Ensayos sobre el principio de la población en 1798 (Cf. Stucchi, 1919). Si bien el trabajo de Malthus, que también había tenido una influencia enorme en Darwin para su concepto de lucha por la existencia, discurre en un contexto económico y cuantitativo, al implicar un principio de selección, a la vez que una toma de posición política clara con respecto a los sectores más desprotegidos de la sociedad, resulta funcional a los ideales eugénicos. Malthus estableció como principio básico que la cantidad de población, si no se la limita, se incrementa según una razón geométrica, mientras que el alimento disponible para la misma sólo lo hace aritméticamente. En este sentido no describía una situación real sino que llamaba la atención sobre lo que ocurriría a menos que se tomaran medidas, por lo cual proponía eliminar la protección social y establecer frenos positivos y preventivos a la reproducción excesiva sobre todo de los pobres, a quienes en un futuro no muy lejano no habría manera de alimentar. En ese sentido, algunos eugenistas llegaron a considerar que no sólo la reproducción de los

considerados inferiores, sino incluso la reproducción normal de los seres humanos podría llegar a ser inmoral, si contribuyera a la reproducción en cantidad y calidad indebida para el porvenir de la raza o los individuos (Cf. Forel, 1912)

La problemática de la raza/nacionalidad, proveniente de la última parte del siglo XIX, ya formaba parte de la agenda de discusiones habituales hacia las primeras décadas del siglo XX, aunque daba lugar a expresiones de diversa índole, distinguiéndose claramente entre las que surgían de aquellos países como la Argentina, receptores de una abundante y variada inmigración por un lado, y por otro, de aquellos otros países cuya conformación poblacional era diferente.

En los países en los cuales la inmigración era importante, los extranjeros en general o algunos de ellos (como ocurriera en los EE.UU.), eran considerados culpables de la decadencia de la raza local mientras que en los que recibieron poca inmigración, como por ejemplo en la sociedad mexicana, compuesta básicamente por mestizos e indios, éstos últimos cargaban con la acusación de provocar la decadencia de la sociedad en su conjunto. Por ejemplo E. Rabasa refiriéndose a la realidad mexicana, sostenía:

“Las nociones de ciencia que se enseñan en la escuela, son inútiles para el indio que continua aislado en su medio ambiente; primero porque no las entiende, y luego porque no tienen aplicación a su labor, ni uso en sus relaciones diarias.” (Rabasa, 1921, p. 326)

En un sentido opuesto, T. Hartmann (1927, p. 365-374) rescata los valores de la raza boliviana28 augurando un futuro sumamente promisorio sobre la base de los valores que la caracterizan, heredados de la más pura tradición indígena.

Los planteos, debates, reclamos y agendas que discuten los eugenistas se repiten en prácticamente todos los países de manera similar. Así, en México29 también se discutieron los programas de esterilización, educación sexual y sanitaria en pos de lograr una raza mexicana de mejor calidad, siendo corriente la idea, en las primeras décadas del siglo XX, según la cual las clases media y alta controlaban su reproducción a través de los programas de control natal vigentes, pero la clase menos deseable o baja no lo hacía; y esto, constituía, desde el punto de vista de los eugenistas, la causa de la degeneración de la raza mexicana.

3. EL ESTATUS CIENTÍFICO DE LA EUGENESIA

Debe quedar suficientemente claro, digámoslo una vez más, que la eugenesia de ningún modo fue un movimiento de ideas marginal o secundario, sino que, por el contrario, se trató de un de programa de investigación e intervención interdisciplinario y hegemónico. Ya he señalado, en este sentido, que la consideración que se hace en la actualidad de la eugenesia como una pseudociencia es historiográficamente falsa. Una de las formas —aunque no la única— de establecer su cientificidad consiste en tomar en consideración la opinión que de ella tenían los contemporáneos. Ya hemos mostrado

28

Sobre la eugenesia en Bolivia, véase: Irurozqui (2001). 29

Sobre la eugenesia en México, véase: Suárez y López Guazo (2001).

sumariamente la cantidad y calidad de las manifestaciones eugenésicas de la comunidad científica internacional. Veamos ahora algunas manifestaciones de sus defensores en el medio local, quienes la consideran como una nueva ciencia, constituida —en un lenguaje algo más actual— interdisciplinariamente y que contribuiría al bienestar futuro:

“En medio de las agitadas aguas de la sociedad moderna donde se debaten tantos complicados problemas encaminados a dulcificar la existencia, surge una nueva disciplina científica que es la madre de la previsión y se denomina eugénica. Esta ciencia procede como una fuerza catalítica, estableciendo atracción de combinación entre aquellas ramas del saber o de la actividad humana, que hasta ahora no habían fusionado sus esfuerzos para un fin común. Es la eugénica una ciencia redentora, porque no solamente aspira, sino porque realiza el programa máximo de bienestar, esto es riqueza pública, salud individual y social, sentimiento de goce por la existencia.” (Farré, 1919, p. 77)

En su ponencia para el Congreso del Niño de 1916, la Dra. Paulina Luisi, de la

Facultad de Medicina de Montevideo, llama la atención a propósito de la eugenesia: “(...) con la secreta esperanza de que en el próximo Congreso se dé al estudio de esta ciencia el lugar preferencial que merece. (...) ciencia, que ha extendido su campo de investigación en una esfera mucho más vasta que la que concibiera su creador.” (Luisi, P. 1916, p. 435)

Luego de participar en el Congreso Eugénico Internacional de Londres en 1912, el Dr. Víctor Delfino (1878-1938), uno de los pilares de la eugenesia argentina, expresa:

“(...) aunque tratándose de una ciencia nueva, como es la eugenia, el congreso que acaba de reunirse en Londres con el objeto de cambiar ideas, considerar y discutir todos los métodos encaminados a mejorar la especie humana por la selección científica, ha contribuido a difundir en el mundo el nuevo vocablo eugenia, haciendo conocer al propio tiempo sus aspiraciones, el ideal eugénico, tanto práctico como político.” (Delfino, 1912, p. 1175)

A propósito del primer aniversario de la publicación de los Anales de la AABEMS se realizó un relevamiento entre una enorme cantidad de “profesores de nuestra Facultad de Ciencias Médicas, de distinguidos jurisconsultos, sociólogos y pedagogos”, lo que muestra la gran repercusión de los afanes eugenésicos. Algunas de las respuestas y de las felicitaciones enviadas a la revista, se reproducen en el número 22, de mayo de 1934, junto con los mensajes del entonces Presidente de la Nación, Gral. A. P. Justo, ministros, intendente de la Ciudad de Buenos Aires y otras personalidades.

El abogado riojano J. V. González (1863-1923), que fuera gobernador de su provincia y senador por ella, decano de la Universidad de La Plata y ministro de Instrucción Pública, además de abogar en favor del control de la composición racial (Cf. en La Nación del 25 de mayo de 1910 su artículo “El juicio del siglo”), poco a poco fue familiarizándose con la nueva ciencia eugénica. Zimmermann recoge algunos episodios en los que González se refirió a ella:

“Tras la publicación de los resultados del primer Congreso Internacional de Eugenesia, celebrado en Londres en 1912, (...) en una ceremonia de presentación de Leopold Mabilleau, director del Museo Social francés que visitaba la Universidad de La Plata, González dictó una conferencia sobre la relación entre mutualismo y eugenesia. El Estado, sostenía, debía intervenir ‘no solamente para impedir la reproducción de individuos orgánica o degenerativamente ineptos para concurrir a la continua selección de la raza’, sino también organizando y conduciendo el trabajo, lo que implicaba realizar una forma de higiene preventiva, ‘que denominaríamos eugénica social progresiva’. (...) En 1913, discutiendo en el Senado el proyecto de ley para el censo nacional, González se extendió sobre la importancia de una ‘ley de selección’ destinada a preservar ‘la raza del mañana’, que había quedado concluyentemente demostrada por ‘esta ciencia nueva que se ha incorporado ahora a la ciencia del gobierno... la ciencia eugénica’ (...) ‘la ciencia de la vida de las naciones’. En 1914 González conectó la eugenesia con otro de sus temas favoritos, la educación, que proveía otro importante mecanismo de selección: ‘la escuela descubre, aísla, individualiza y cultiva el mejor producto. Lo toma donde se halla: alta o baja clase, y lo educa y lo convierte en una individualidad, fuerza o agente selectivo en la obra social.” (Zimmermann, 1995, p. 114).

Un indicador del respeto y consideración hacia la eugenesia resulta la enorme cantidad de artículos sobre el tema que aparecen constantemente en las publicaciones científicas y médicas especializadas como, entre otras los Anales, La Semana Médica, los Archivos de Psiquiatría y Criminología, Revista de la Liga Argentina de Higiene Mental, los Anales de la Sociedad Científica Argentina o la Revista de Filosofía Cultura, Ciencias y Educación.

4. LAS INSTITUCIONES EUGENÉSICAS: LA MEDICALIZACIÓN

DE LAS RELACIONES SOCIALES

“Caer enfermo”, vieja noción ya insostenible frente a los datos de la ciencia actual. La salud no es más que un nombre,

al que no habría inconveniente alguno en borrar de nuestro vocabulario.

Por mi parte, no conozco sino gente más o menos afectada por enfermedades más o menos numerosas,

de evolución más o menos rápida. (Jules Romains, Knock o el triunfo de la Medicina, 1923)

El primer hito importante de institucionalización de la eugenesia en la Argentina, se

remonta al año 1918 en el cual el Dr. Delfino fundó la Sociedad Argentina de Eugenesia de corta existencia. Poco tiempo después, en 1921, el Dr. Alfredo Verano crea la Liga Argentina de Profilaxis Social; finalmente, en 1932 se funda la AABEMS, que publicó los Anales, publicación quincenal durante los primeros años, aunque luego fue espaciándose su aparición. La AABEMS tenía su propio hospital y un instituto de capacitación que, en 1933, fue inaugurado formalmente en una ceremonia a la que asistieron el presidente Agustín P. Justo, el arzobispo de Buenos Aires y otras autoridades.

Se puede tener una idea clara una idea clara del carácter amplio y extendido de la eugenesia sobre una enorme cantidad de problemáticas tomando en consideración las áreas temáticas que incluían los Anales. Puede leerse en la contratapa de todos los

números, que la publicación incluye trabajos sobre: “Medicina constitucional, endocrinología, biotipología, eugenesia, medicina social, dietética y alimentación, higiene, ingeniería sanitaria, psicología, educación pedagógica, educación física, criminología, doctrina y legislación social”. Y la temática señalada está efectiva y abundantemente reflejada a través de sus páginas, en las cuales un amplísimo espectro de temas relacionados con la medicina, salud, alimentación, organización hospitalaria, educación, reclamos por distintos tipos de legislación, y otros, encuentran cabida30 . Con el correr de los años puede observarse en los Anales una abundancia creciente de trabajos relacionados con la biotipología, sobre la que volveremos. Integraban el directorio de la Asociación prestigiosos psiquiatras como Gonzalo Bosch (1885-1951), Osvaldo Loudet (1889-1983) y Juan Obarrio (1873-1956), educadores de distinta filiación ideológica como Víctor Mercante (1870-1934), Ernesto Nelson (1873-1959), Rosario Vera Peñaloza (1873-1950) y Julio Picarel (1883-1949); su primer presidente fue Mariano Castex (1886-1968). En 1935 la AABEMS, cuya sede original estaba en la calle Alsina 1027, fundó el Instituto de Biotipología, que funcionaba en Corrientes y Uruguay y luego, por el ensanche de la Avenida Corrientes en 1936, se trasladó a Suipacha 1211, a un local cedido por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires; en el mismo local comenzó a funcionar la “Escuela Politécnica de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social”. A propósito de la creación del Instituto, en los Anales se sostenía:

“Todo lo hemos vencido: el terreno conquistado, palmo a palmo, ha sido hoy definitivamente consagrado al triunfo de nuestros ideales. Nuestro estandarte en el cual están escritas las palabras ‘Patria y Humanidad’, flamea en la cumbre de las mayores conquistas a que teníamos derecho de aspirar, honesta y patrióticamente; las puertas de nuestra Institución están abiertas de par en par a todos los hombres que cultivan como finalidad el mejoramiento de la raza y quieren cooperar con apostólico fervor a nuestra magna obra.” (Anales, N° 46)

El 18 de octubre de 1935 y a propósito del VII Congreso Panamericano del Niño

realizado en México, se reunió el Congreso de la Federación Internacional Latina de Sociedades de Eugenesia con la anuencia de los delegados de las sociedades eugenésicas de Argentina -cuyo delegado fue el Dr. Oscar Ivanissevich (1895-1976)-, México, Perú, Brasil, Bélgica, Francia, Italia y Suiza que constituían hasta ese momento la Federación Latina de Sociedades de Eugenesia y acordaron, además de convocar al Primer Congreso que se realizó más tarde, en 1937 en París, en ocasión de la Exposición Mundial:

“Teniendo en consideración la importancia de los estudios y problemas de la Eugenesia, procurar la creación (resaltado mío) de Sociedades de Eugenesia en los países latinoamericanos que, más tarde ingresaron a formar parte de la Federación Internacional Latina de Sociedades de Eugenesia.”

30 También un espectro ideológico bastante amplio encontraba lugar en sus páginas. Un político socialista como Alfredo Palacios, escribió una pequeña nota en el N° 69 de 1936 en la cual señalaba: “Es reconfortante observar cómo legisladores de las más diversas tendencias se han apresurado a ponerse de acuerdo para dictar un plan de defensa contra el azote de la mortalidad infantil cuyo índice es aterrador”. El movimiento eugenista no ha sido patrimonio exclusivo de la derecha política. Se puede consultar al respecto el excelente libro de Paul (1998), sobre todo el capítulo titulado “Eugenics and the Left”. También puede consultarse la biografía de H. J. Muller escrita por E. Carlson (1981); Baker J. y Haldane J.B.S. (1946) y Farral, L. A., (1979).

Todo el campo de la eugenesia, variado y heterogéneo, está no obstante atravesado

por algunas características disciplinares y metacientíficas que le imprimen un sesgo definitorio clarísimo:

• la gran confianza y optimismo en que la ciencia vendría a solucionar los principales problemas de la humanidad;

• la apropiación que realiza la medicina del discurso, con lo cual se opera una medicalización tanto del problema como de la solución;

• la interpelación y reclamo para que el Estado asuma a través de distintos tipos de medidas e instituciones un papel decisivo y activo en la solución de los problemas.

Sobre el primer aspecto huelga señalar que está imbuido del clima de época, tan influenciado por algunos aspectos generales del positivismo proveniente del siglo XIX31 y que marca las primeras décadas del siglo XX, en el contexto de una fuerte naturalización de la vida social:

“(...) la eugenética, (...) encara el problema de la selección humana desde un punto de vista eminentemente racional y científico. (...) la civilización con su sentimentalismo era hasta ayer la barrera infranqueable antepuesta al eugenismo, sin pensar, como dice Richet, que en la vida salvaje la selección es el resultado fatal de la lucha de todos los seres, lucha en donde triunfa siempre la ley del más fuerte.”32 (Stucchi, 1919, p. 369)

“El asunto [la eugenesia] como se ve tiene el mayor interés para el cuerpo social. No es caso de sentimentalismo sino de cálculo, de reflexión y de justicia.” (Farré, 1919, p. 77)

Justamente por ello se rescata claramente el poder que tiene el especialista o

científico en la toma de decisiones de todo tipo. Defendiendo la posibilidad del aborto eugenésico la Dra. Luisi, una de las principales impulsoras de la eugenesia en el Uruguay, sostiene que:

“Solamente el criterio amplio y sereno del médico estudioso y de conciencia, puede resolver en cada caso la conducta a observar; pero hace falta una más amplia libertad para determinar estos casos. Es necesario que la deontología médica no se encuentre cohibida por legislaciones que pudieron responder a necesidades de su tiempo, pero que cuentan más de un siglo, y no satisfacen ya las necesidades creadas a la sociedad por el progreso.” (Luisi, 1916, p. 450)

El Dr. B. Ferreira en el acto inaugural de la filial Mendoza de la AABEMS,

sostiene, reforzando el argumento clásico según el cual los especialistas dictaminan para

que el Estado disponga:

31 El largo y complejo fenómeno que suele llamarse genéricamente “positivismo”, incluye en primer lugar ideas y autores bastante diferentes; suele designar también áreas disciplinares diversas que van desde una teoría epistemológica —es decir metacientífica— a una teoría social —es decir científica—; y aún suele usarse para referirse a una suerte de clima cultural más o menos vago en el cual se exalta el valor de la ciencia por sobre otros discursos; incluso la recepción en los distintos países ha estado sesgada por las idiosincrasias de los mismos. 32

Nótese cómo se encuentra instalada la idea de la ley del más fuerte que de ninguna manera aparece en la teoría darwiniana de la evolución. En el capítulo 3 de la 6° edición de El origen de las Especies, Darwin se ocupa especialmente de aclarar esa mala interpretación de su teoría.

“Es el triunvirato constituido por el médico, el psicólogo y el educacionista (sic) quien debe administrar los tesoros de una raza cuyo capital podrá ir saneado a manos del estadista o del sociólogo a fin de que lo invierta en bien de la colectividad que no tendría tantos desperdicios de deficientes, degenerados o delincuentes.” (Ferreira, 1934, p. 5-7)

El médico eugenista brasileño Olegario de Moura se expresaba en términos similares:

“(...) el interés del individuo, de la familia de la prole, de la raza y del mismo futuro de la nacionalidad compete a la medicina, y por tanto, a la clase médica el deber de indicar el verdadero y legítimo camino a seguir. Esto constituye una cruzada de incalculables beneficios.” (Citado en La Semana Médica, 1918, p. 93)

Dentro de este clima general el científico que posee la palabra es el médico que a su vez interpela y reclama la intervención del Estado. El médico se asume en este contexto ya no sólo como un técnico que desarrolla su labor específica de curar, sino como factor esencial de civilización y progreso, sobredimensionando su injerencia en la política, mucho más cuando se considera el hecho de que muchísimos médicos han tenido actuación directa en importantes cargos en el Estado. Este proceso de medicalización reúne dos aspectos diversos y complementarios: la extensión casi ilimitada, pero siempre difusa, de los ámbitos de incumbencia de la medicina y los médicos a través de considerar como categorías de análisis básico lo normal y lo patológico33; y, además, la demandada y muchas veces efectiva injerencia del Estado a través de Instituciones y políticas diversas. Esos médicos que ya no sólo curan enfermos sino al organismo social y extienden su campo de acción hacia esferas nuevas, ahora interpelan al Estado y le reclaman acciones tanto preventivas como de control y represión, conforme a los diagnósticos que ellos mismos en tanto especialistas elaboran. Allí convergen entonces las condiciones hereditarias con las ambientales y el Estado es el que debe proporcionar las condiciones mínimas de salubridad del medio. El objetivo era a corto y mediano plazo de asistencia, control y represión de los factores que degeneraban la raza y a largo plazo la conformación de una conciencia eugénica. Hay una relación directa con el higienismo, verdadera asociación entre los ideales médicos, la ciencia, los resortes del Estado y la pureza de la raza en relación con la afirmación de la nacionalidad. La figura del médico se autoinstala como garante del bien general a partir del control de los individuos, actividad brutalmente legitimada por la repetición de epidemias hacia las últimas décadas del siglo XIX, las deficientes condiciones sanitarias de las grandes ciudades que se expresan en el crecimiento del alcoholismo, las enfermedades venéreas y la tuberculosis, la ostensible barbarie de los inmigrantes y la población nativa.

Una voz discordante contra la eugenesia en particular pero también contra esta suerte de medicalización de los distintos aspecto de la vida social puede mostrar el alcance de este giro disciplinar:

33

Para un análisis de la historia de las categorías normal/patológico véase Canguilhem (1966).

(...) “las conquistas de la higiene social estimularon a los médicos a ensanchar los dominios de su ciencia, creando una nueva rama: la medicina social, cuyo campo de acción al principio restringido se ha ensanchado más y más debido al injerto de las doctrinas eugénicas. (...) La medicina social, como decimos hija modesta al principio de la higiene, se ha ido extendiendo cada vez más, llegando hoy a tratar de los más variados asuntos, invasión que tiende a formar una modalidad de la sociología, que bien podemos denominarla sociología médica, que pretende encarar todos los problemas de la vida social colectiva bajo el criterio médico. El lema de la sociología médica es ‘en defensa de la raza’, lema que no es un programa de acción solamente, es una obsesión para muchos escritores médicos. Llevado a la práctica, todo el sistema con la organización metódica de la ‘policía científica médica’ que propusiera el siglo pasado Johan Peter Frank, estos tribunales médicos, verdadera inquisición científica, se convertirían en un torniquete parea los humanos; tanto cuidado para defender la raza, en vez de traer la felicidad a los hombres, el celo de sus defensores se convertiría en su pesadilla o martirio. (...) todo lo ven bajo el prisma de la patología, sólo ven enfermos (...).” (Sirlin, 1926, p. 228)

En este complejo y extendido proceso de medicalización , el concepto de salud aparece como categoría de análisis y de intervención hacia fronteras inusitadas e indefinidas.

“En esa pretensión, siempre excesiva y siempre fallida de vigilar y perseguir toda condición desfavorable para la salud, la moral, el orden y el acatamiento de la ley, los valores de la familia y el progreso, el discurso médico va dibujando —a partir de sus figuras negativas— un verdadero friso de la felicidad y el bienestar. Ese ideal de una sociedad sin enfermedades coincide con la exaltación de unas posibilidades de ilimitado perfeccionamiento del ser humano.” (Vezzetti, 1985, p. 33)

La medicalización de la sociedad implica una serie de mecanismos diversos que se

fueron implementando paulatinamente, en general sobre la base de la “policía médica del estado” alemana: crear sistemas completos de información y registro de las características sanitarias de las poblaciones; nombramiento de funcionarios médicos para controlar regiones diversas —estos eran parte de los objetivos de la AABEMS y la Liga Argentina de Higiene Mental por ejemplo—; la constitución de áreas específicas como la higiene pública para atender a los problemas, básicamente de las ciudades, estableciendo un verdadero control científico político del medio; el control de los individuos a través del doble juego de, primero, considerar como básica una categorización según la dicotomía normal-patológico y, segundo, ubicar a cada uno en alguna de ellas. Así, podían ser consideradas como patologías la locura, el alcoholismo y las venéreas, pero también diversas inclinaciones y prácticas sexuales y la criminalidad. Incluso la subsunción de los individuos a las categorías patológicas resultaba de procedimientos metodológicamente poco claros que, en muchos casos, no resistirían exámenes epistemológicos más o menos rigurosos. En el contexto de la consideración de estas patologías y de las cualidades de diversos grupos o razas consideradas inferiores, la intervención médica se desarrollaba en la atención de los enfermos, pero, en la medida en que dichas cualidades se consideraban de origen hereditario, había un reclamo fundamental y creciente en pos de la prevención, lo cual otorgaba al médico una injerencia fundamental sobre la reproducción y sobre las prácticas sexuales, y para el caso de los inmigrantes un reclamo sobre las restricciones a la entrada al país. En este sentido, la constitución de la nación argentina, atravesada

esencialmente por la cuestión inmigratoria le otorga al proceso un sesgo particular en el cual el problema de la raza y sobre todo su depuración y saneamiento, como ya se ha señalado, resulta un telón de fondo insoslayable. La argumentación de los eugenistas argentinos, en línea con todo el pensamiento eugenésico, se apoya en la denuncia acerca de la decadencia de la raza y al tiempo reclama e interpela la intervención del Estado para detenerla. La Dra. Luisi en un elogioso artículo explicita las siguientes conclusiones:

“1. Los Estados deben tomar medidas sanitarias tendientes a proteger la reproducción de nuestra raza contra la degeneración física y mental. (...)

4. Los Estados deben dictar leyes severas sobre la represión el alcoholismo y uso extramédico de sustancias tóxicas, cocaína, éter, morfina, etc. Castigando rigurosamente a los infractores.(...)

6. Habría conveniencia social en que los Estados revisaran su legislación penal sobre el aborto, con el fin de dejar al médico más amplitud para justificarlo y con el de aumentar el número de circunstancias atenuantes.

7. Es necesidad vital para el provenir de la raza que los Estados provean con urgencia a mejorar el medio de vida obrero, con objeto de suprimir o disminuir todas las causas que obran extrínsecamente sobre el organismo de los padres debilitándolo o empobreciéndolo.” (Luisi, 1916, p. 450)

Otro destacado eugenista sostiene:

“Las familias son los tutores naturales de sus hijos, y no puede el Estado mezclarse sin atentar contra el poder paterno. Las familias, añádese, aman a sus hijos más que el Estado, y tienen mayor interés en procurarles una buena educación. Así debería ser, pero los hechos contradicen muchas veces la tesis (...).” (Farré, 1919, p. 96)

La intervención del Estado debía realizarse a través de instituciones nuevas o modificaciones de las existentes, desde escuelas, hospitales, asilos, cárceles y manicomios, hasta instituciones intermedias como las “escuelas de vagamundos” que atenderían a los muchachos “rebeldes al trabajo y a la obediencia, pero no afectos de vicios ni perversidades” (Farré, 1919, p. 94).

El argumento a favor de la eugenesia como obligación del Estado se funda en que el valor máximo a preservar es la sociedad por sobre los individuos. El concepto de defensa social, imbricado con la consideración del orden público como valor esencial, resulta clave para comprender la legitimidad de la demanda por diversas acciones que el Estado debía llevar adelante. La sociedad como cuerpo debía defenderse de estos distintos tipos de flagelos y amenazas en todos los ámbitos: “la defensa higiénica, la defensa industrial, comercial y económica; la defensa ética, política y jurídica” (Stach, 1916). Preservar el orden público y la defensa social resultan aspectos primordiales que se expresan en los ideales de pureza de la raza, en medidas sanitarias específicas como así también en considerar nuevas fuentes de legitimación de las penas criminales —orientadas no sólo a la responsabilidad del individuo criminal, sino a la defensa de la sociedad—, restricciones a la inmigración considerada indeseable, pasando por la eliminación o reclusión de los locos, criminales y enfermos e incluso la formulación de una ética sexual.

“El individuo ya por la naturaleza y por el instinto de conservación está obligado a defenderse contra todo lo que pudiera producirle algún mal (...) el Estado que es, en su concepto más amplio, la unidad colectiva de todos los individuos (...) tiene análogamente como el individuo la obligación de defender su existencia contra todos los peligros y males que pudieran amenazarle.” (Stach, 1916, p. 361)

“Hay deberes para con la familia y esas personas más próximas a nosotros; para con el Estado, para con la humanidad existente y para con la posteridad. Este último deber es el más alto de todos. (...) Hablando racionalmente, un sistema de moral debe subordinar la felicidad del individuo a la de la comunidad en general.” (Forel, 1912, p. 661)

“La suprema ley que es la salud del pueblo, se antepone a todas las conveniencias particulares, y en nombre de aquella, debe el legislador apoyar toda su autoridad para darles vías de sanción, sin reparar en las consideraciones de los teorizantes de una pretendida libertad, que fragua sigilosamente muchas cadenas.” (Farré, 1919, p. 94)

5. LA POLÉMICA HERENCIA/AMBIENTE EN LA EUGENESIA ARGENTINA

-Una idiotez, echar la culpa a la sociedad de la vida de esa gente; hacen lo que hacen porque son degeneradas...

— No son degeneradas, son víctimas. Muchas quisieron trabajar,

y los salarios irrisorios las arrojaron al vicio. Algunas pocas serán degeneradas, hijas de

alcoholistas; pero del alcoholismo de los padres, ¿estamos seguros de no tener la culpa?

(Manuel Gálvez, Nacha Regules)

A decir verdad, la propuesta inicial de Galton era perfectamente compatible con ideas acerca de la herencia, muchas de las cuales hoy sabemos erróneas, como por ejemplo la llamada herencia de los caracteres adquiridos. Este punto de vista que habitualmente se lo asocia acertadamente con J. B. de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829), era, no obstante, también aceptado por Darwin en El Origen de las Especies34. Aunque estas consideraciones hoy se hayan dejado de lado, no es extraño que en sus inicios el movimiento eugenésico haya podido adoptar versiones con un sesgo en el cual la influencia del ambiente tenía un valor considerable. N. L. Stepan (1991) sostiene que la eugenesia en América Latina se ha desarrollado bajo una marca fuertemente neolamarckiana35 (básicamente referida a la herencia de los caracteres adquiridos) y si bien es verdad que nunca se estableció una distinción tajante entre herencia biológica y ambiente, lo cual favoreció en términos de políticas sociales la implementación de una serie de reformas tendientes a controlar y mejorar ambos aspectos, lo cierto es que los

34

En el Capítulo 1 señala Darwin: “El cambio de costumbres produce un efecto hereditario, y en los animales

el creciente uso y desuso de las partes tiene una influencia marcada”. 35 Miranda (2003) sostiene, acertadamente, que ni la calificación de “neolamarckiana”, ni la utilización de las categorías de eugenesia positiva y negativa, alcanzan para caracterizar exhaustivamente el proceso eugenésico en la Argentina y Latinoamérica. Propone, en cambio, los conceptos ya mencionados en el Capítulo anterior: “Eugenesia de coercitividad explícita” y “eugenesia de coercitividad disimulada”.

eugenistas reconocen una filiación teórica mucho más compleja de la teoría genética. Eran conscientes del desconocimiento de los mecanismos profundos de la herencia y, al mismo tiempo que reconocen los aportes de Lamarck sobre la acción evolutiva del medio, también se sienten deudores de la doctrina de Darwin sobre la selección natural, la de Weissman sobre el “plasma germinal”, la de Mendel sobre la “hibridación”, la de Semon sobre el “mneme” y la de Nussbaum sobre “la identidad del protoplasma” (Cf. Kehl, 1926, p. 480). A esto hay que agregar el desconocimiento por parte de buena parte de la comunidad médica de los desarrollos de la genética. Es comprensible, entonces, que el movimiento eugenésico general y argentino en particular tuviera esas características tan eclécticas. En todo caso la eugenesia, nunca fue ni pretendió serlo, una teoría de la herencia, sino que daba por descontado el carácter fundamentalmente hereditario de ciertos rasgos y a partir de ellos pretendía trabajar. Si bien se identificaban en general las causas de la pobreza y la desigualdad económica con las variaciones hereditarias, para muchos higienistas y expertos en medicina social latinoamericana esta relación causal era, en determinadas circunstancias, reversible. Mientras la herencia era la vía de difusión de la degeneración o regeneración, el medio era decisivo a la hora de producir cambios que luego se transmitirían por la herencia biológica. De hecho, las condiciones de vida y el medio ambiente social podían ser también fuente de declinación en la constitución biológica y, en general los eugenistas argentinos consideran que ni la “degeneración” ni la buena descendencia respetan clases sociales, sino que pueden surgir en cualquier estrato. El Dr. Delfino sostiene:

“Todas estas medidas, tendientes aisladamente a producir algunos resultados, a pesar de no ser aun bien conocidas las leyes de la herencia morbosa no podrán, sin embargo, en nuestro sentir, suministrar los frutos esperados, porque todas las medidas y disposiciones emanadas de la eugenia, cuando actúa en función de mejoramiento social, se resienten de atroces prejuicios sociales, cuales son los de considerar como elemento malo a la clase proletaria, porque es la clase pobre y deben ser para ella todos los rigores de los nuevos métodos. Y entonces, tal vez sin quererlo, plantea el problema de la miseria, el problema de la escasez, de la penuria y del hambre en que se desenvuelven las modernas sociedades. Y ello porque la eugenia ha tomado en cuenta el hombre individuo solamente y el factor herencia, desconociendo la influencia de otros importantísimos —acaso esenciales— cuales son el ambiente físico y el social.” (Delfino, 1912, p. 1176)

En el mismo sentido se expresa el Dr. M. F. Boulenger en La Semana Médica de 1916:

“Otros espíritus feroces han pretendido que las clases elevadas y superiores, lo son por la potencia biológica e intelectual, y que por consiguiente, todo auxilio llevado a las clases llamadas inferiores, toda estructura social que favorezca a éstas, son contrarias a la ciencia, y que el niño pobre no debe ser ayudado ni socorrido, puesto que así sólo se alimentarían futuros pobres, futuros parásitos sociales. Esta doctrina, es una doctrina de egoísmo, forrada de prejuicios groseros.” (Boulenger, 1916, p. 45)

El Dr. V. Melcior Farré en la misma prestigiosa publicación médica (Farré, 1919, p.

77-99) en una conferencia denominada “Degeneración y regeneración de la raza” señala el carácter fundamental del alimento en la evolución orgánica del niño y en el desarrollo de sus facultades mentales. El Dr. B. Ferreira (1934, p. 5) sostiene la necesidad de “crear

organismos regionales que actuaran en relación con sus típicos problemas en su propio ambiente y con sus propios hombres representativos”. En este sentido, la educación, la legislación protectora del trabajo (sobre todo de menores y mujeres), las mejoras ambientales con respecto a servicios sanitarios y las condiciones de las viviendas (sobre todo las viviendas obreras), formaban parte, también, de los objetivos de los eugenistas.

6. LOS VENENOS RACIALES: ALCOHOLISMO, SÍFILIS Y TUBERCULOSIS

Hacia las primeras décadas del siglo XX se identificaban como venenos raciales al alcoholismo, la sífilis y asociadamente a la tuberculosis. De hecho se trataba de problemas sanitarios genuinamente acuciantes para las autoridades y científicos, lo cual se ve reflejado en la enorme cantidad de publicaciones sobre esos temas, en la cantidad de reuniones científicas internacionales y también en las acciones políticas y legislativas. El Congreso Internacional de Medicina, llevado a cabo en Londres en 1913 consagró una sesión al “alcohol y a la degeneración” y allí “nadie ha dudado de la acción del alcohol como veneno racial” (Boulenger, 1916, p. 49).

“(...) el número abrumador de anormales en los pueblos donde es mayor el consumo de alcohol, es un hecho señalado por casi todos los autores, y en nuestro país, sin ir más lejos, el día en que se haga algún estudio serio sobre el particular, veremos que la marcada degeneración observada en nuestras clases proletarias, es debida en gran parte a su hábito alcohólico empedernido. En la provincia de Mendoza, especialmente por razones fáciles de comprender. Es actualmente muy visible este fenómeno y, si no se toman medidas profilácticas muy serias y urgentes, la salud física y mental de su población está gravemente expuesta a sufrir una degeneración total.” (Stucchi, 1919, p. 371)

No hace falta destacar el escaso rigor epistemológico que se observa en ciertas afirmaciones como la precedente acerca de investigaciones futuras o en la que sigue, acerca de pruebas sobre los estragos que produce el alcohol:

“Farré, por ejemplo, inyecta alcohol en la albúmina de huevos de gallina o simplemente expone estos huevos a la acción de sus vapores antes de someterlos a la incubación artificial, y observa en los nuevos seres notables retardos en el desarrollo, así como monstruosidades manifiestas que ponen de relieve la relación de causalidad de estas causas de degeneración (...) Las células espermáticas del alcoholista sufren, pues, la acción tóxica del alcohol sobre su protoplasma, y el resultado inmediato de esta intoxicación es que los seres que nacen de esta conjugación, son idiotas, epilépticos, enanos, raquíticos, o desequilibrados mentales (...).” (Stucchi, 1919, p. 370-371)

Incluso el estado transitorio de ebriedad es para algunos causa suficiente para obligar a abortar. Se consideraba que el estado de ebriedad no era favorable para la “concepción eugénica”. Farré, luego de asegurar que los procesos de degeneración son de bioquímica celular pero que en muchos casos son provocados por causas morales señala:

“Prosiguiendo en el orden de las causas que gravitan sobre la descendencia, originando tipos patológicos y teratológicos, encontramos la más enérgica, la más desastrosa, la más implacable de cuantas causas se puede señalar como atentatorias a la salud de la raza. La causa es el alcoholismo.” (Farré, 1919, 95)

Las consideraciones sobre el alcoholismo, junto con la prostitución, la sífilis y la tuberculosis combinaban cuestiones de salud pública con aspectos morales a los que hay que agregar los referidos a la criminalidad. Un decreto de 1924 del Poder Ejecutivo muestra al par que la preocupación del Estado por el problema, el modo particular de agrupar las patologías, pues se creó en el Departamento Nacional de Higiene una sección que se denominó “Higiene Mental, Alcoholismo y Toxicomanías, asistencia de los alienados”. En los considerandos se sostiene que no sólo debe preocuparse el Estado por las enfermedades infectocontagiosas sino también por aquellas que “provenientes de vicios, deformación o corrupción”, amenazan difundirse especialmente por las grandes ciudades, agregando que el alcoholismo constituye “uno de los principales factores del desarrollo de las enfermedades nerviosas y mentales, de la locura, del crimen y de la degeneración de la raza”. En 1926 la Comisión legislativa que preparaba un proyecto de ley de represión del alcoholismo pidió opiniones a los especialistas y el Dr. Aráoz Alfaro envió un proyecto en el cual entre otras medidas, muy restrictivas hacia la fabricación, distribución, publicidad y venta de alcohol, proponía considerar el estado de ebriedad como circunstancia agravante y no atenuante para quien cometiera delitos, así como declarar que el alcoholismo crónico sea causal de “interdicción civil y de reclusión obligatoria hasta su curación”. En el mismo sentido se expidió la Segunda Conferencia Argentina sobre el Alcoholismo celebrada del 16 al 19 de noviembre de 1939, en la cual se afirmaba como principio fundamental, la necesidad de llegar a “establecer la prohibición del tráfico, fabricación y expendio de bebidas alcohólicas, incluso vino, cerveza y demás bebidas fermentadas”. Los pasos intermedios para lograr este objetivo de largo plazo debían basarse por un lado en distintos formas de educación y difusión antialcohólica tanto a través de la educación institucionalizada como otros mecanismos de que el Estado pudiera disponer; y por otro lado en una legislación represiva en los mismos términos expresados por Aráoz Alfaro en 1926.

7. EL CONTROL DE LA CONCEPCIÓN

El control de la natalidad o la anticoncepción se encuentra entre las medidas más propuestas por los eugenistas. Se trata, en todo caso, de una medida menos cruenta y por lo tanto menos sujeta a controversias que el aborto eugenésico; pero además, mucho más efectiva y extensiva y, a través de una instrucción o educación adecuada resulta una medida que los individuos podrían llevar adelante de manera autónoma. En los países latinoamericanos en general y en la Argentina en particular las indicaciones anticonceptivas chocaban contra la posición de algunos sectores religiosos. El fundamento general de esta medida es la preservación de las condiciones de la raza y la preeminencia del todo social por sobre los intereses de los individuos. El argumento más frecuente es el siguiente:

• la sociedad ha contribuido a lo largo de los siglos a mejorar las condiciones particulares

y sociales de los individuos y el progreso ha llevado al hombre civilizado a dominar sus instintos muchas veces a través de la legislación;

• pero hay un instinto, el “más poderoso de todos, porque es superior al de la conservación de la vida individual, que es el de la reproducción” (Luisi, 1916, p. 438) que no ha podido hasta ahora ser refrenado o contenido;

• por lo tanto, se debe interferir para mejorar las condiciones de la gestación y/o evitarla cuando represente un peligro evidente. Los mecanismos más propuestos son la instrucción sexual y el certificado prenupcial para los que consciente y responsablemente pudieran contenerse voluntariamente y la prohibición o el aborto para el resto de los grupos.

El médico francés A. Pinard (1844-1934) reconocido higienista, señalaba que la “eugenética tiene por objeto estudiar y dar a conocer las condiciones más favorables a la reproducción para aplicarlas de la mejor manera, con objeto de conservar y mejorar la especie humana”. Se trata, en suma de someter el instinto de generar a disposiciones o leyes, de civilizarlo. La lista de causales para evitar la procreación es muy extensa y además de enfermedades tales como la tuberculosis, sífilis y otras venéreas, incluye:

“Entre los reproductores más inferiorizantes de la especie, está todo el grupo de inconscientes natos, irresponsables, criminales, idiotas, epilépticos, degenerados mentales de toda clase, y todos los individuos dominados por vicios consuetudinarios que han tomado carácter de enfermedad crónica: alcoholismo, eterómanos, morfinómanos, etc.” (Luisi, 1916, p. 441)

Los debates sobre el control de la concepción se dan en un contexto en el cual el

aumento de la cantidad de población es un valor deseable, casi indiscutido, y una coyuntural disminución de las tasas de natalidad, sobre todo en los sectores socioeconómicos más altos de la sociedad. En los Anales del año 1936 (N° 69) Pende publica un artículo titulado “Las raíces del mal de la hiponatalidad” en el cual concluye que el problema de la escasez de nacimientos es “más que todo, biológico y médico”. En el convencimiento de que es necesario aumentar la cantidad de habitantes surge el problema de la calidad, y los eugenistas reclaman cantidad con calidad. Ese será uno de los ejes de la discusión sobre la inmigración que se dará en la Argentina: dado que es indispensable aumentar la población, cómo hacer para que sea de mejor calidad36. Muchos eugenistas justifican y lamentan la ausencia de medidas que tiendan hacia un futuro con menos y mejores seres humanos por razones sociales y políticas:

“Ni los empresarios ni los trabajadores se preocupan, por eso, en los factores eugenésicos. Lo que les interesa, por el contrario, es aumentar, en cualquier forma y a todo trance, el volumen numérico de la familia. La producción económica tiene, pues, desde este punto de vista, un carácter antieugenésico. (...) El Estado coadyuva, por otras razones, el incremento de la población, en actitud que no es tan desinteresada ni tan moral como pudiera suponerse. El Estado necesita soldados para su ejército y ejércitos para la

36

El Primer Congreso de la Población organizado por el Museo Social Argentino en Buenos Aires en octubre de 1940 toma como una de las condiciones más amenazantes el descenso de las tasas de crecimiento de la población, de natalidad y de inmigración (Cf. Ramacciotti, 2003).

eventualidad de una guerra.” (Mac Lean y Estenós, 1952, p. 51)

Nótese que el mismo argumento por el cual el nazismo reclama la depuración de la raza para la guerra, aquí es utilizado en sentido inverso, y se critica el carácter profundamente antieugenésico de la guerra ya que ella se lleva los hombres fuertes, jóvenes y sanos, es decir, los mejores hombres. El conocido médico y eugenista español Gregorio Marañón (1887-1960) señala en este mismo sentido:

“Hay que pensar con repugnancia en aquellas patrióticas medidas que las naciones europeas, Francia, Alemania e Inglaterra, tomaron a principios del siglo para fomentar la natalidad. Si tuvieron alguna eficacia los esfuerzos de las pobres madres, sólo sirvieron para aumentar los blancos ante las filas de los cañones cuya fabricación fomentaban los jefes de Estado con igual empeño al de los nacimientos.” (Marañón, 1940)

Lo mismo opina, G. F. Nicolai (1974 - 1964), científico multifacético y anarquista, nacido en Berlín pero de extensa actuación en Chile y en la Argentina (en las universidades de Córdoba y del Litoral). Nicolai, que se formó con el grupo más selecto de científicos (Ch Richet, I. Pavlov, E. Dubois, entre otros), a poco de estallar la Primera Guerra Mundial, redacta y luego firma junto con A. Einstein, O. Bük y W. Forster el “Manifiesto a los europeos”, antibélico y que es una respuesta al famoso “Manifiesto de los 93” sabios representantes de la cultura alemana para apoyar la guerra. Poco después de finalizada la contienda, Nicolai debe abandonar Alemania. La eugenesia como gloriosa culminación de la medicina (Nicolai, 1957), obra publicada en la Argentina, resulta un intento de fundamentación ideológico y filosófico de la eugenesia, por momentos candoroso e ingenuo, por momentos brutal y burdo, siempre de un cientificismo aristocrático y militante, pero algo extemporáneo. Allí, Nicolai, defiende la eugenesia advirtiendo que:

“Desgraciadamente el solo hecho de que Hitler se haya mezclado en la eugenesia la ha desacreditado en vastos sectores de la población mundial. Aunque habrá quienes, en este no querer seguir a un Hitler, vean un signo de moralidad popular, en realidad el negarse a hacer algo útil porque un malvado ha hecho algo semejante, es sólo un signo de una inteligencia defectuosa (...)” (Nicolai, 1957, p. 130)

8. ABORTO EUGENÉSICO

La literatura eugenésica tipifica la interrupción del embarazo según varias categorías. Mac Lean y Estenós (1904-1973) señala que hay tres tipos de abortos: el terapéutico, indicado por el médico para los casos en que peligra gravemente la vida o la salud de la madre; el aborto sentimental si lo realizan víctimas de “un atentado contar el pudor y se justifica en nombre del honor familiar y del decoro social”; y finalmente el aborto eugenésico que se impone para “proteger el cuerpo o la salud social”.

No existe divergencia alguna con respecto a la legalidad y condiciones del aborto terapéutico, ni con la necesidad del aborto eugenésico, aunque sí la hay con respecto a las causales de este último. Debe señalarse que los eugenistas no solicitan la despenalización del aborto voluntario sobre la base de la autonomía de la madre, acto que consideran casi

unánimemente como un delito y una práctica inmoral. Lo que buscan es establecer dispositivos médico/legales que, sobre la base de la primacía de los intereses de la sociedad, contribuyan a preservar a ésta de individuos indeseables. Más que liberalizar, lo que proponen es tipificar y controlar según criterios precisos de inclusión y exclusión aunque hay, entre los autores, cierta disparidad sobre tales criterios. Mac Lean y Estenós (1952), por ejemplo, incluye como causales de aborto eugenésico además de las “fundadas presunciones de que el niño por nacer tenga taras físicas o mentales, herencia patológica de locura, epilepsia o cretinismo”, las que derivan de la situación socioeconómica de los padres y no tipifica ningún caso de aborto voluntario. Otros autores, y son la mayoría, incluyen sólo los casos derivados de enfermedades aunque también varían la consideración sobre cuáles son las enfermedades y los grados de las mismas que justifican el aborto.

El Dr. Augusto Turenne, presidente del Comité Uruguayo de Eugenesia y Homicultura, sostenía que hay tres tipos de abortos. El que ocurre por indicaciones médicas, cuando peligra la vida de la madre y la interrupción del embarazo es el único medio de eliminar ese riesgo. Se exime de opinar sobre el aborto voluntario, que llama “social”. Es prudente sobre la indicación eugenésica a partir del conocimiento imperfecto de las leyes de la herencia aunque no sobre los principios; no obstante, mientras tanto ese conocimiento no se posea, considera que:

“Mucho más racional es la esterilización de los progenitores de peligrosa potencia generadora. Así lo han hecho algunos países: muy recientemente la Alemania de Hitler en la que sólo falta aplicar el precepto a los judíos que no han podido expatriarse (...) evidentemente entre la responsabilidad ética de un infanticidio —y no otra cosa es para el médico la interrupción del embarazo— y de una esterilización de un individuo deficiente, no creo debemos titubear.” (Turenne, 1935, p. 7)

La cuestión del aborto eugenésico es el tema menos tratado en la literatura

especializada en la Argentina, probablemente por la gran oposición que causaba, pero además por cuestiones técnicas, ya que sería bastante difícil hacer el control y seguimiento y aunque pudiera hacerse no tendría demasiada incidencia efectiva. En todo caso, se consideraba que era infinitamente más fácil y menos costoso económica y moralmente ejercer los otros tipos de controles preventivos. Las pocas referencias al aborto se circunscriben principalmente a exaltar los beneficios de practicarla en deficientes mentales profundos y criminales o, en todo caso se hacen con suma cautela y prudencia como la defensa que la Dra. Luisi (1916) hace en su artículo aparecido en la Revista de Filosofía. Se pregunta qué debe hacerse si seres que no deberían reproducirse efectúan el acto sexual no estando esterilizados o sin tomar los recaudos necesarios para no procrear. Y plantea dos casos. En primer lugar el de los hombres que bajo la influencia del alcohol pretenden:

“(...) ejercer sus derechos maritales sobre la esposa, la que bajo la presión de la violencia se entrega al acto genésico dominada por el temor. Ninguno de estos dos seres está en condiciones favorables para la concepción eugénica —intoxicación del padre, excitación materna.” (Luisi, 1916, p. 446)

Y en segundo lugar el de aquellas parejas que tienen por segunda o tercera vez hijos con problemas graves y en las cuales se produce una nueva concepción sin quererlo. ¿Cuál es la conducta que debería seguirse? se pregunta nuevamente la Dra. Luisi. Luego de

planteadas ambas situaciones, alude eufemísticamente a la necesidad de abortar, e inmediatamente toma nota de las consecuencias, seguramente escandalosas, de tales afirmaciones:

“¿Conviene permitirles desarrollarse, condenándolos a toda la infelicidad a que sus condiciones de vida los destina?. En nombre de la piedad para el individuo; en nombre del interés para la raza, nos permitimos afirmar que esos gérmenes deben ser destruidos. No nos engañamos sobre las proyecciones de estas afirmaciones; conocemos su alcance; sabemos que va contra la corriente de las ideas admitidas hoy; sabemos que va contra la legislación penal de todos los países, y no obstante, estamos convencidos que es la única soluciona natural, justa, lógica, moral, de este desconcertante problema que encierra en su enunciado, los intereses de la sociedad y el destino de la especie.

(...) No obstante, nadie se atreve a decir en voz alta lo que tantos piensan in pectore (...) Ante la posibilidad de tales frutos vale más destruir los embriones. (...) Concepciones atávicas que, malgrado la reflexión, se mantienen vivas en el substratum de la conciencia, nos inspiran repugnancia hacia el acto destructivo de un germen humano. (...) Hemos querido sostener la legitimidad del aborto para muchos casos que hasta el presente o no han sido considerados, o han sido discutidos y contestados. Lejos de nuestro espíritu la idea de querer justificar esta operación en todos los casos. Opinamos solamente que el interés del individuo y de la especie, está indicado en muchas más ocasiones que aquellas en que se verifica. Nos referimos al aborto efectuado por un médico, y consideramos su determinación como dependiente de un criterio científico fundado en un previo estudio clínico de los genitores. Descartamos con esta afirmación todos los casos de interrupción que obedecen a otras causas que al esfuerzo por alejar todas las taras y lacras posibles en los productos constitutivos de la nueva generación.” (Luisi, 1916, p. 446 y ss.)

El aborto eugenésico, la esterilización, y el control de la natalidad –la intervención sobre los cuerpos en suma- se han encontrado en muchos países, sobre todo latinoamericanos mayoritariamente católicos, con barreras muy fuertes que se originaban en el choque de estas medidas con las pautas religiosas corrientes. De este modo la Iglesia, a pesar de que generalmente en la Argentina se ha encontrado ligada a los sectores más conservadores y aun reaccionarios de la sociedad, operó en estos casos como límite a los excesos que las políticas eugenésicas podían generar. Sin embargo su oposición no estaba dirigida a la eugenesia en general y, de hecho, la Iglesia ejerció una fuerte coerción confesional para lograr matrimonios aptos37.

9. EUGENESIA Y EDUCACIÓN

El análisis de la relación entre eugenesia y educación en la Argentina permite diferenciar cuando menos dos niveles que, por otra parte, son complementarios. Por un lado la consideración de que los aspectos ambientales, entre ellos clara y fundamentalmente la educación, son importantes porque pueden torcer el destino de

37

Miranda (2003) señala el carácter profundamente ambiguo de la Encíclica Casti Connubii dictada en 1930 por el papa Pío XI, ya que, mientras manifiesta oponerse a cualquier tipo de prohibición matrimonial de tipo eugenésica, “concluye afirmando la conveniencia de ‘asonsejar’ que no contraigan enlace quienes a quienes se conjeturara que sólo puden engendrar ‘hijos defectuosos´”.

degeneración de algunos individuos. Además, los eugenistas bregaban por lograr que a través de la toma de conciencia por obra de la información —básicamente sobre sífilis, alcoholismo y tuberculosis— se evitara la reproducción o se procurara cuidar que no fuera disgenésica. En este sentido era natural que tuvieran a la educación, fundamentalmente sexual, como uno de los pilares para la depuración y mejoramiento de la raza. La educación sexual propuesta siempre está referida a la reproducción (o, en todo caso a la no reproducción), la responsabilidad con respecto a la raza y a las enfermedades venéreas y el alcoholismo, vale decir con una inclinación fuertemente biologicista o médica. Sin embargo, no hay referencias alguna a la cuestión del placer sexual, como no sea para considerarlo como una suerte de residuo natural (y secundario) del objetivo natural que es la reproducción. Se tematiza la relación sexo-reproducción y se brega por una buena reproducción, pero nunca se rescata la relación sexo-placer. Se trata de regular, racionalizar y someter al control científico la reproducción. De cualquier manera, la pelea por introducir la educación sexual ya desde los primeros años de la escuela, incluso en el sentido particular y sesgado en que la entendía el eugenismo, ha sido muy dura y extendida.

“La cuestión de las enfermedades secretas, que no sé por qué se llaman secretas cuando son precisamente las más escandalosas que hay; la cuestión digo de esas enfermedades debería abordarse con decisión, energía y sin hipocresías. Un ridículo miedo a introducir la educación sexual en las escuelas, es causa de que la ignorancia pague más tarde tan lamentable incuria. Opino que al llegar a la pubertad debería iniciarse a los jóvenes de ambos sexos en el conocimiento de las cuestiones que afectan al porvenir de la raza, haciendo hincapié particularmente en la influencia de la sífilis sobre el feto.” (Farré, 1919, p. 89)

Los objetivos de la Sociedad de Educación Eugénica de Londres, eran, entre otros, “fomentar la educación eugénica en el hogar, la escuela y en todas partes”. La misma Sociedad convocó en 1813 una asamblea como consecuencia “del creciente interés que despierta en los círculos pedagógicos la cuestión de la educación sexual” y en el mismo sentido se expresaba su presidente, el mayor Leonard Darwin, en su alocución inaugural:

“El problema que debemos resolver, es la manera de difundir el concepto de responsabilidad ante la raza, lo cual sólo puede conseguirse inculcando el ideal eugénico mediante la educación, es decir, haciendo penetrar esta idea en los sistemas educacionales.” (Citado en López, 1913, p. 317)

En Buenos Aires, la Liga Argentina de Profilaxis Social obtuvo en 1924 la

autorización del Ministerio de Instrucción Pública para dictar conferencias sobre la materia a los alumnos de los colegios de enseñanza media y magisterio de todo el país con el fin de efectuar la educación de educadores utilizando para esa tarea “dos notables películas cinematográficas tituladas ‘Cómo comienza la vida’ y ‘Madres, educad a vuestras hijas’, empleadas con idénticos fines por el gobierno de Estados Unidos de América”.

El instinto sexual era considerado por los eugenistas como el único que no ha podido ser sometido a la tarea civilizatoria y allí radicaría, justamente, una de las causas de muchas acciones disgenésicas. Por ello consideraban importante la prédica a favor de la ilustración de la población sobre los riesgos de la concepción en determinados estados o

condiciones. En un trabajo publicado en La Semana Médica, el psiquiatra suizo Auguste Forel (1848-1931), sostiene que el deseo sexual no es ni moral ni inmoral, sino simplemente un instinto adaptado a la reproducción y deduce una suerte de imperativo categórico sexual que dice:

“Tú debes prestar atención a tu deseo sexual en sus manifestaciones en tu conciencia y principalmente en tus actos sexuales, no debes perjudicarte a ti mismo ni a otro ni, sobre todo, a la raza humana, sino que debes empeñarte con energía para aumentar el bienestar de cada uno y de todos.” (Forel, 1912, p. 662)

En esta línea, y echando mano a un argumento consecuencialista de dudosa

evaluación sostiene que los deseos sexuales serán positivos si, en orden de jerarquía creciente, benefician a los individuos, a la sociedad y a la raza; y negativos si perjudican a algunos de ellos o a todos y éticamente indiferente si no produce ni perjuicio ni beneficio. Por ello Forel reclama un sistema de ética racional que proceda a la selección racional en la fecundación y sostiene que higiene social y ética son la misma cosa. Por ello lo que interesa fundamentalmente es ejercer el control sobre la reproducción y no cuenta mayormente la cuestión de la sexualidad que, por tratarse de un instinto, es difícil de someter. Incluso señala que las perversiones del instinto sexual como por ejemplo “el sadismo (...), el masoquismo (...), sensibles invertidos sexuales (homosexualidad), fetiquismo (sic), exhibicionismo” que no perjudicaran a nadie son éticamente indiferentes y los que los poseen “generalmente hablando no se multiplican”. Forel critica a la moral religiosa que muchas veces considera como grandes pecados y crímenes a acciones, como por ejemplo la masturbación, que no serían más que el resultado de “un estado mental desequilibrado”:

“La costumbre del abuso de sí propio, en extremo variable en sus orígenes, surge comúnmente como un sustituto, pero es a menudo el resultado del mal ejemplo. Puede ser también (aunque con menos frecuencia) hereditaria u originada por trastornos nerviosos, mientras que en otros casos, es producida por causas mecánicas (fimosis, gusanos, o ejercicios gimnásticos) (...) no es tan peligroso como comúnmente se sostiene.” (Forel, 1912, p. 667)

Nótese, en primer lugar, de qué modo no sólo las acciones que se reclama del Estado, como veíamos más arriba estarían justificadas por el bien público y lo que llaman la defensa social, sino que incluso la fundamentación de la ética sexual se hace sobre las mismas bases; en segundo lugar, y aunque no faltan los intentos de compatibilizar religión y eugenesia, algunos de estos planteos resultan inaceptables para las ortodoxias religiosas católicas, contra las cuales luchaban muchos eugenistas. En este sentido resulta sumamente interesante la exposición que hace Ingenieros en su artículo “El amor, la familia y el matrimonio”, donde analiza la decadencia del instinto sexual que se manifiesta en el amor, por obra de las costumbres que prevalecieron:

“(...) el matrimonio fue en su origen favorable a la selección sexual, asegurando la poligamia de los hombres superiores son las mejores mujeres y excluyendo de la lucha por la reproducción a los individuos despreciados de ambos sexos. Pero el progresivo predominio de la fortuna y el rango sobre las aptitudes individuales, debido a la herencia transfirió el privilegio poligámico a hombres inferiores y atenuó los beneficios selectivos de ese régimen. La generalización de la monogamia, primitivamente propia de los hombres inferiores, representó una progresiva degeneración de la selección sexual,

nivelando en parte la situación de los buenos y los malos reproductores (...) Las condiciones de vida familiar y social que caracterizan al matrimonio monogámico contractual son desfavorables al mejoramiento eugénico de la especie humana (...) La reconquista del derecho de amar para ambos sexos sin las restricciones de la domesticidad restablecería la selección sexual y permitiría el advenimiento de alguna variedad humana eugénicamente superior, capaz de evolucionar hacia la constitución de una nueva especie.” (Ingenieros, 1924, p. 366)

El otro nivel en el cual se relacionan claramente eugenesia y educación, pero en este

caso en un entrecruce con la institución escolar, está referido al reclamo constante de los eugenistas por el control y tipificación de los alumnos —y toda la población en general— a través de las llamadas “fichas eugénicas”. Así se expresaba el Dr. B. Ferreira:

“Nuestro centro de estudio [la filial Mendoza de la AABEMS], debe colaborar en esa campaña, contribuyendo a organizar esa ficha biotipológica médico-escolar, que sin desconocer la necesidad del detalle antropométrico, levante el detalle constitucional a base de lo que afecta a nuestros niños y a base de una educación racional de las maestras o madres encargadas de aplicarlo.” (B. Ferreira, 1934, p. 7)

En los Anales, el Dr. Arturo Rossi (1880-1942) propone una Ficha38 Biotipológica

Ortogenética Escolar, según señala a pedido de colegas médicos y de un modo especial de pedagogos, y que recababa información sobre infinidad de aspectos considerados relevantes y pertinentes con el objetivo de:

“(...) implantar una más racional y científica clasificación y graduación de los alumnos, base esencial de la novísima pedagogía, y toda vez que la escuela extienda su acción a la verdadera profilaxis individual de los educandos haciendo eugenesia y dando sus nuevas normas a la Medicina Social.” (Rossi, 1936, p. 3)

Para establecer esta clasificación más racional y científica de los alumnos, se pedía la

respuesta sobre ¡298! cuestiones a las que se agregaban para el caso de los anormales psíquicos otras 60. Entre otros muchos aspectos, se debían señalar en esa ficha:

• las características raciales: raza, color, forma del cráneo, índice craneano, forma de la nariz, índice nasal, color y tipo de cabello;

• ambiente doméstico del educando: moral del hogar, grado de cultura de los padres, costumbres familiares, la conducta en la Escuela evaluada por el maestro;

• el biotipo constitucional, edad aparente, toda clase de consideraciones sobre forma del rostro, labios —humedad, color y forma—, cabellos, forma de adherencia del pabellón de la oreja, forma del mentón; desarrollo e implantación dentaria; toda clase de medidas

38 En los Anales (1934), los Dres. Rossi, Berutti y la Dra. Zurano también habían publicado una propuesta de ficha eugénica de evaluación de la fecundidad para ser usada en todos las diversas maternidades. En esas fichas dirigidas tanto al hombre como a la mujer se recababa información exhaustiva sobre datos filiatorios entre los que se encontraba “país de nacimiento”, “clima”, “raza”, “color”, y otros que pudieran dar cuenta de la “influencia de los factores ambientales” como situación y organización familiar, vivienda, etc. También se preguntaba sobre antecedentes patológicos, distintos tipos de valores antropométricos y lo “concerniente al temperamento neuroendócrino y al temperamento psíquico.

sobre tórax, miembros y abdomen.

También se solicitaba un examen psicológico riguroso, en buena parte articulado atendiendo a lo que se consideraban las funciones psíquicas y sobre tipologías caracterológicas:

• Sobre la atención se indagaba: espontánea o provocada, sensorial o emotiva, voluntaria, duración intensidad, extensión del campo de la conciencia;

• ideación: formación de las ideas, asociación de ideas, juicio, raciocinio y patrimonio ideativo;

• tanto por la memoria como por la percepción se preguntaba si el individuo tenía: visiva (sic) auditiva, olfativa, táctil, gustativa y otras;

• por los sentimientos: estéticos, éticos, egoístas, altruistas, afectividad, emotividad, curiosidad; por el pensamiento: imaginativo, realista, abstracto, lógico, fantástico-místico, sentido crítico;

• sobre la voluntad e instintos: laboriosidad, tendencia al ocio, impulsos, intuición, ocupaciones preferidas, tendencia a los juegos y a los deportes, instinto de conservación, reacción de defensa pasiva, instinto de propiedad, instinto de imitación, y otros;

• sobre el carácter: unión habitual, oscilaciones del amor, iniciativa, sugestión, moral, voluntad, autocontrol, adaptación al ambiente y otros

• tipos de carácter: tétrico, apático, hiperemotivo, estable, inestable, calidad moral dominante, tendencia afectiva, tórpido

• se indagaba sobre cultos a: la religión, la bondad, el dinero, la belleza, la verdad, la lucha;

• sobre las clasificaciones del temperamento se utilizaban las categorías de Kretschtner (esquizoideo y cicloideo) y de Pende (epileptoideo);

• se solicitaba también: grado y tipo de inteligencia, fantástica, realista, lógica, analítica, sintética, orientación al trabajo, vocaciones;

• se preguntaba si el alumno poseía: moral religiosa, sentimientos patrióticos, tendencia sociológica, orientación política definida o enfermedades de la infancia (en el mismo grupo de preguntas).

A propósito de las fichas, el Dr. Rossi comenta, en un artículo aparecido en los Anales, los tests mentales usados en los EE.UU., tales como la Escala de Yerkes Bridges, la Escala de Binet —revisada por Terman—, la Escala de Ejecución de Pinter y los Tests de Habilidad Mecánica de Stequinst, señalando que:

“(…) sin desconocer los méritos indiscutibles de los ‘tests mentales’, creo que con la confección de la ficha ‘biotipológica ortgenética escolar de la que soy autor, el problema es encarado en la única forma real y verdaderamente científica de acuerdo a los más notables progresos del saber de los últimos años que encaran no sólo la faz psicopedagógica sino también la faz constitucional psicofísica integral e individual de cada organismo en formación.” (Rossi, 1940, p. 15)

La exagerada cantidad de preguntas de las fichas genera un problema técnico. En

efecto, se trata de una Ficha cuyo llenado era de gran dificultad a menos que se contara con una enorme cantidad de personal altamente entrenado. Pensar que muchas de las respuestas, para las que se requeriría un gran conocimiento de los niños, podían ser llenadas por profesionales ajenos por completo a ellos pone de manifiesto cuando menos una exagerada autoestima y omnipotencia de los que preparaban estos formularios. Pero, además pone de manifiesto la inclinación a no dejar nada fuera del control del especialista. La implantación de estudios y procedimientos como los citados se realizaban según dispositivos de control y vigilancia exhaustivos bajo la atenta mirada del médico y del inspector escolar y, cuando menos en cuanto a las propuestas se refiere, conferían un gran poder de discriminación a algunos actores:

“(...) la formación del patrón sanitario escolar incumbe a los profesores y a los inspectores médico-escolares en estrecha colaboración. El médico escolar, ha de vigilar el complejo de influjos que pesan sobre el alumno, evitando infracciones en la redentora higiene (...) el propio funcionario es el indicado para establecer la selección de individualidades escolares, con el fin de evitar que se mezclen en abigarrado conjunto los niños sanos de cuerpo y de espíritu, con aquellos que ostentan déficit sensorial, intelectual o moral. Y después de haber conseguido trazar la línea divisoria entre los anormales inteligentes y los deficientes o maleados en sentido moral se puede llegar todavía más lejos en la precisión de diagnósticos, puesto que la cantidad y calidad morbosa puede ser tanta y tan variada que exija muy especiales procederes de enseñanza y disciplina.” (Farré, 1919, p. 97)

Los requerimientos de las fichas biotipológicas, exhaustivas, generalizadas a toda la población y funcionando como una suerte de documento de identidad que se va completando a lo largo de la vida incluso desde antes del nacimiento constituían uno de los grandes anhelos de los eugenistas. En 1934, el entonces Ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Saavedra Lamas, propuso la creación de una Dirección General de Biotipología y la realización de fichas biotipológicas para los estudiantes, los tuberculosos y los enfermos de cáncer. En un artículo aparecido en los Anales, el Lic. Francisco Carrasco ((1937), expresando una opinión generalizada, sostiene que es necesario crear un Consejo Médico Nacional y un Sistema de Preventorios que pueda realizar una ficha de seguimiento y control desde el nacimiento del niño que continuaría en el hogar, en la escuela, en los colegios y en la universidad, e incluso en la “fábrica y en el almacén, en las oficinas y en general en todas las empresas que ocupan brazos”. El Primer Congreso sobre Población celebrado en 1940 retomó la idea y sugirió: “establecer la clasificación mental de los niños durante la edad preescolar y escolar y que organicen un sistema de orientación y protección para los que hayan demostrado altas aptitudes aplicables a la industria, comercio, profesiones manuales e intelectual” (Citado en Ramacciotti, 2003).

10. EL CERTIFICADO MEDICO PRENUPCIAL

Hacia la década del '30, prácticamente todos los países habían legislado sobre el CMP más allá de que en algunos fuera voluntario y en otros, la mayoría, obligatorio. En la Argentina fue obligatorio a partir de 1936, pero desde hacía muchos años habían comenzado a bregar los eugenistas por su instauración y a principios de los '30 ya funcionaban algunos “consultorios especiales de eugenesia”, como por ejemplo en el Instituto de Maternidad de la Sociedad de Beneficencia y en la Clínica Obstétrica “Dr.

Eliseo Cantón”. El objetivo primordial del CMP era proteger a la descendencia pero también a la pareja, siendo este último aspecto también legislado hasta considerar delito la transmisión de enfermedades venéreas. En este sentido, la Dra. Luisi (1916) se lamentaba de que los procedimientos de control de los matrimonios fueran poco aplicables a nuestros medios sociales y que propenderían a aumentar los hijos extramatrimoniales que no estarían protegidos eugenésicamente en la medida en que se prohibieran los matrimonios. Propone, en cambio que las enfermedades venéreas sean de denuncia obligatoria y su contagio, un delito.

En 1919, el Dr. Alberto Stucchi, en un artículo titulado “La inhabilitación para contraer matrimonio”, reclama a través del CMP que se impida la unión de alcohólicos, tuberculosos o sifilíticos, y justifica el interés eugénico desde diversos aspectos. Stucchi recorre las objeciones habituales contra el CMP y trata de refutarlas. En primer lugar señala el interés económico del control propuesto saliendo al cruce de las objeciones según las cuales el mismo propendería a reducir el número de nacimientos lo cual podría ocasionar un perjuicio en la economía. Sostiene Stucchi que la potencialidad de un país se mide no por el número de sus habitantes sino por la calidad de ellos y además la eliminación de taras y enfermedades congénitas haría que a mediano plazo hubiera “un superávit de vidas a pesar de la disminución del número de matrimonios”. Con respecto a las objeciones de tipo moral (las restricciones al matrimonio representarían un paso hacia el amor libre) la respuesta de Stucchi —y en esto casi todos los eugenistas responden lo mismo—, es que, después de todo, las uniones libres han existido siempre. Con respecto a las objeciones religiosas en el sentido de que el matrimonio sería un contrato natural creado por Dios, o sea un sacramento, Stucchi apela a la voz autorizada de S. Tomás de Aquino quien dice que el objetivo de Dios al crear el matrimonio fue la perpetuación de la especie humana, los intereses de la sociedad civil y los intereses de la Iglesia. Con respecto al segundo aspecto:

“(...) dice el mencionado santo, tiene por objeto el bien de la sociedad, y por regla, las leyes civiles, y consecuente con este orden de ideas, estableció numerosos impedimentos al matrimonio, los cuales, antes del Concilio de Trento, eran en número de doce y después aumentados hasta quince en ese mismo Concilio. Entre ellos hay algunos como el votum (voto de castidad o ingreso a la religión), el conditio (condición servil o esclavitud), el cultus disparitas (diversidad de religión entre los futuros contrayentes), el affinis (parentesco o afinidad), y otros que, desde el punto de vista del interés social, están muy lejos de tener la importancia de los motivos que encierra esta conclusión, (...) nos preguntamos ¿por qué si la Iglesia, por causas mucho más secundarias violentó, puede decirse este sacramento, limitando el número de uniones conyugales, las sociedad, hoy por razones mucho más poderosas, no puede limitarlas también?” (Stucchi, 1919, p. 375)

Con respecto a las objeciones jurídicas, que señalan que tal prohibición constituiría un atentado contra el derecho individual:

“(...) todo sentimentalismo y respeto por la personalidad humana, es un hecho que casi ha pasado a la historia. En efecto, hoy sólo se acepta como principio incontrovertible, que el interés general debe primar siempre sobre el interés individual.” (Stucchi, 1919, p. 375)

Con respecto al orden biopatológico, Stucchi incluye como causal de prohibición del

matrimonio a la tuberculosis, la sífilis y, sobre todo al alcoholismo, “donde el factor herencia es predominante”. Se pregunta, sin embargo, “¿qué grados de la lesión pueden considerarse como susceptibles de comprenderse en los límites de esta proposición?”. No alcanza únicamente con el diagnóstico, sino que es necesario constatar el grado de la lesión o estadio de la enfermedad (por ejemplo tuberculosis cavitaria, sífilis florida, alcoholista con degeneraciones). Para los casos dudosos deberá emplearse el criterio del médico. Algunos autores como el reconocido eugenista español Luis Jiménez de Asúa (1889-1960) consideraban que el CMP de nada serviría mientras no se hubiera llegado a una cultura eugenésica que funcionara al nivel de la conciencia social de los pueblos, más que en el de la legislación coercitiva. La mentalidad eugenista, no obstante, estaba dirigida a una reglamentación e institucionalización creciente, y los eugenistas en general tendían a considerar el CMP sólo como una anotación más en la ficha biotipológica individual. La presión para legislar sobre este tema provenía desde múltiples sectores y niveles. En el Congreso de Reforma Sexual celebrado en Copenhague en 1928 se votó el siguiente acuerdo: “Que los padres sanos engendren hijos sanos y los padres incapaces de traer una prole sana, se abstengan voluntariamente de procrear”. En un extenso trabajo presentado al VII Congreso Pan Americano del Niño, la Dra. Susana Lozano (1936) recomienda como principales conclusiones: la imposición obligatoria del CMP, pero considerado en realidad tan sólo una instancia más de la Cartilla biotipológica iniciada desde el nacimiento del niño y que contendría el perfil sanitario esbozado periódicamente por el médico; propender a la difusión de la limitación de la natalidad con fines eugenésicos (continencia); establecer el Servicio Médico Escolar generalizado para realizar examen psicofísico a todos los estudiantes y un Servicio Médico en todas las fábricas, negocios, talleres y oficinas; dar educación sexual desde el segundo ciclo de la escuela primaria; las Universidades, Institutos y Escuelas Especiales debían considerar en sus planes programas y cursos de eugenesia y promover “concursos literarios sobre motivos de índole eugenésico”.

11. ESTERILIZACIÓN

El Dr. Delfino, a su regreso del Congreso de Eugenesia de Londres de 1911, refiere que uno de los temas que provocó enorme cantidad de discusiones “a veces más apasionadas que científicas” fue el relativo a la esterilización de los “deficientes y de los tarados”. Se trataba, en todo caso, de una de las recomendaciones más recurrentes de los eugenistas:

“Por eso recomendamos a todos los débiles o enfermos de cuerpo y espíritu y especialmente a todos los que sufren de enfermedades hereditarias, el uso de los medios de prevención para metodizar las concepciones de forma que ellos no deben, por pura estupidez o ignorancia, poner al mundo criaturas condenadas a la miseria y al infortunio y predispuestas a la enfermedad, a la miseria y al crimen. Debemos esforzarnos en este sentido, llevando a cabo una vasta y universal esterilización de todos los inútiles, incapaces o enfermos, sin intentar prohibir de un modo ascético e impracticable la satisfacción de sus instintos sexuales normales y su anhelo de amar.” (Forel, 1912, p. 668)

El Dr. Guillermo Lafora en un artículo en el cual destaca los beneficios de la

esterilización eugenésica de los degenerados explica la cuestión técnicamente, señalando que en el hombre se realiza mediante una vasectomía, es decir la ligadura o sección de los conductos deferentes que evita el tránsito de espermatozoides, y en la mujer a través de la salpingectomía, es decir la doble extirpación y ligadura de ambas trompas de Falopio. Agrega que este tipo de operaciones son sencillas e inocuas y que suelen reportar beneficios para la vida social y sexual e incluso en muchas ocasiones, la esterilización de un miembro del matrimonio “evita la desintegración de una familia” ya sea porque evita el terror de la esposa ante una nueva gestación seguida de trastornos mentales o bien porque el marido deficiente, en vez de abandonar la familia, abrumado económicamente ante su crecimiento, permanece con ella o bien porque acaba con la preocupación de ambos cónyuges por tener nuevos hijos que acaben en el Reformatorio o en el Manicomio. En el mismo artículo refiere, aunque en aquel momento evaluado positivamente, sobre un caso que con el correr de los años se transformó en emblemático de los excesos e injurias que estas prácticas han provocado.

“En el Estado de Virginia fue esterilizada en 1924 una imbécil llamada Carrie Buck, que era hija de madre imbécil y madre de una niña ilegítima imbécil. Apeló a los Tribunales, y el proceso llamado ‘Buck vs. Bell’, fue elevado hasta el tribunal supremo en 1927, el cual decidió sancionar la operación, fundando la sentencia en que es preferible permitir estas operaciones inocuas, impuestas, como la vacunación, en beneficio del Estado, que esperar a ejecutar a los descendientes criminales o condenarlos a reclusión perpetua institucional por imbecilidad, epilepsia u otras afecciones degenerativas. El magistrado Holmes, al declarar esta decisión del alto Tribunal exclamó: ‘Tres generaciones de imbéciles son ya bastante’, frase que se ha hecho célebre y constituye en América del Norte el santo y seña de la cruzada eugenésica.” (Lafora, 1931, p. 363)

Carrie Buck, que en un test Stanford Binet había alcanzado una edad mental de nueve años, era una joven madre de una niña, quien también, supuestamente, padecía debilidad mental. La madre de Carrie Buck, en ese momento de 52 años, había alcanzado en la misma escala una edad mental de siete años. El fundamento del juez sostenía que se trataba de un sacrificio menor de quienes estaban minando las fuerzas del Estado nada comparables con los sacrificios que a veces se les pide a los mejores ciudadanos. Gould refiere lo siguiente:

“Ni ella ni su hermana Doris serían consideradas deficientes mentales según las normas actuales. Doris Buck fue esterilizada, en virtud de la misma ley en 1928. Se casó posteriormente con Mattheww Figgins, fontanero. Pero jamás se le informó de lo que le habían hecho. ‘Me dijeron —recordaba Doris— que era una operación de hernia y apendicitis’. De modo que trató de concebir un hijo de M. Figgins. Consultaron médicos de tres hospitales durante sus años fértiles; ninguno advirtió que las trompas de Falopio habían sido cortadas. El año pasado Doris Buck Figgins descubrió la causa de la tristeza de toda su vida.” (Gould, 1996, [2003, p. 329])

La propuesta de esterilización (e incluso de castración) de los criminales era moneda corriente en todo el mundo hacia principios del siglo XX aunque se discutía sobre el alcance que debería concedérsele a la misma. Mientras algunos eran sumamente prudentes en cuanto a la realización efectiva de la medida otros extendían su alcance hacia distintos

grupos.

Un argumento que se esgrimía contra las formas cruentas de restringir la reproducción, es decir contra el aborto eugenésico y la castración, aunque curiosamente no contra la anticoncepción, sostenía que se corría el riesgo de eliminar o impedir el nacimiento de un genio. Habitualmente este argumento era reforzado por el reconocimiento del desconocimiento exhaustivo de las leyes de la herencia: no era correcto tomar decisiones irreversibles en un ámbito que se conocía poco. Ya se ha señalado lo curioso que resulta que el desconocimiento no se alzara como objeción a la eugenesia en sus formas más brutales, en el convencimiento de que el futuro conocimiento vendría a darles la razón. El argumento acerca del potencial nacimiento del genio puede ser enunciado en palabras de Sirlin:

“Eliminar a los anormales y los enclenques proponen, ¿cuándo eliminarlos? En la primera infancia por supuesto, y de cumplirse esta medida, la humanidad se hubiera privado de multitud de hombres que han enriquecido el saber humano y han dilatado la visión de las cosas. Entre ellos podemos citar a Leopardi enfermizo y raquítico, Voltaire siempre enfermo, Helmontz (sic) hidrocéfalo, Paganini también afecto de la misma dolencia, etc. La lista podría ser interminable. (...) Que son excepciones anormales ser argüirá: convenido. ¿pero será el caso entrar en una nueva polémica? Hay muchos hechos incongruentes. ¿Han sido por ejemplo los grandes hombres, —muchos de ellos anormales, tarados— como Lutero, Mahoma, Napoleón, etc., que han hecho la historia o han sido ellos simplemente la mano ejecutora de los designios impenetrables de la multitud? ¡La fatalidad simplemente dirigió sus pasos! (Sirlin, 1926, p. 230)

Los contraargumentos de los eugenistas son de dos tipos. Por un lado se considera que las probabilidades son muy escasas y no vale la pena el sacrificio a que la sociedad se ve sometida y por otro se esgrimen argumentos estadísticos -de dudosa fiabilidad- sobre la bajísima probabilidad de que nazcan individuos geniales de padres deficientes. Cuanto más se restringe el espectro de individuos a esterilizar a grupos más deficientes este argumento adquiere mayor peso.

“Se ha discutido mucho si estas prácticas de la esterilización eugenésica no evitarán el nacimiento de los hombres geniales, ya que es conocida la frecuencia del tipo genial entre familias taradas. La objeción no tiene peso, pues el tipo de degenerados a los que el Estado somete a la esterilización corresponde a familias de deficientes mentales y psicosis degenerativas progresivas, en las que es raro que se dé un genio. Estudiados los padres de quinientos dos niños superdotados de las escuelas de California, sólo cuatro tenían algún padre que había sufrido enfermedad mental; pero todos eran de inteligencia de nivel normal o superior. El genio puede proceder de un padre loco, pero en general no procede de padres deficientes mentalmente (imbéciles o idiotas).” (Lafora, 1931, p. 362)

La medida en este sentido que se ha llevado a cabo más recurrentemente,

principalmente en los EE.UU. y Alemania, ha sido la esterilización de los criminales, bajo la influencia sobre todo de la escuela italiana de antropología criminal y algunas líneas derivadas, aceptando que el factor hereditario, “es tal vez el más importante de todos en la etiología del crimen, tanto en la criminalidad de hábito como en la de ocasión” (Maxwell en Le Crime et la Societé, citado en Luisi, 1916, p. 442). Se había obtenido, hacia las primeras décadas del siglo XX, una gran cantidad de estadísticas tendientes a mostrar el carácter

hereditario de la delincuencia, y en la Argentina hubo una abundante cantidad de literatura reclamando una legislación que propiciara la esterilización, aunque no se haya llegado a ponerla en práctica en forma sistemática. Como quiera que sea, en el plano de los reclamos por la implementación de políticas de esterilización se han dado algunos planteos extremos según los cuales no alcanzaba ni con los consejos y prohibiciones sobre la reproducción, ni con los premios a las familias con más hijos porque, en todo caso, ese incentivo serviría de poco para estimular a las familias “bien constituidas económica y hereditariamente” pero, en cambio serviría para estimular a los “menesterosos y degenerados”, por lo cual:

“(...) la medida más segura sería la esterilización. Si bien no podemos asegurar la herencia de los núcleos patológicos para justificar la misma, basta que las probabilidades sean altas.” (Di Fonzo, 1942, p. 41)

En el mismo artículo, en el cual se consideran y exaltan los antecedentes y progresos que se han dado en otros países en pro de la esterilización, aparecen señalamientos verdaderamente extravagantes, aún para la época:

“Haire propuso en 1926, en el Congreso de Berlín un método que consistía en inyectar gradualmente, por vía subcutánea o intramuscular, esperma, para inmunizar la mujer contra la acción de los espermatozoides, con resultados favorables. Peralta Ramos y Schtingartm presentaron un interesante trabajo sobre el particular en el año 1935.” (Di Fonzo, 1942, p. 41)

Aunque es cierto que aún no se había desatado el horror de la Segunda Guerra

Mundial, los elogios de las políticas eugenésicas alemanas —y también norteamericanas— eran moneda corriente hacia los primeros años de la década del '30, por la convicción generalizada de que se trataba del camino correcto hacia el progreso. La Asamblea realizada en Zurich en julio de 1934 de la Federación Internacional de las Organizaciones Eugénicas resolvió a propuesta del delegado alemán Dr. Alfred Ploetz:

“(...) llamar la atención de las Altas legislaturas de las naciones civilizadas sobre las inquietudes de que están perturbados muchos pueblos, temiendo la explosión de la guerra —una guerra que diezmaría a los varones de buena constitución en las naciones en lucha y sería nefasta por esta razón para los estragos en las filas del buen material humano, no puede hacerse sino muy lentamente y con dificultades casi insuperables. Los asistentes a las conferencias reunidas con ocasión de la Onceava Asamblea a de la Federación Internacional de las Organizaciones Eugénicas de Zurich, que representan a tantas naciones diferentes, declaran que a despecho de las grandes divergencias de ideas en política y en filosofía social, se encuentran de acuerdo en su convicción inconmovible de la necesidad de las investigaciones y de la practica eugénica parea la persistencia de la civilización humana. Los conferenciantes hacen un llamado a los gobiernos del mundo para que estudien los problemas, así como los resultados ya adquiridos de la genética, la política de la población y la eugenética, a fin de efectuar las aplicaciones de estos principios en la vida de sus pueblos, como lo han hecho ya según sus diferentes necesidades varios países de Europa y América.”

En La Semana Médica, se publicó en 1935 un artículo (Stocker, 1935, p. 438) sobre los “beneficios y la sabiduría” de la ley nazi sobre esterilización, que había llevado adelante

un hombre “con la suma del poder político y bien inspirado”, ante la certeza de que en Alemania las familias con alguna tara tenían entre 3 y 4 hijos mientras las familias “intachables” producían sólo 1 o 2 y que el 15% de los niños eran “débiles de espíritu”. Stocker apoya sus dichos en citas de Mi Lucha de A. Hitler y reclama que la acción alemana sea imitada en la Argentina aprovechando que varios médicos también ocupan bancas en el Congreso Nacional y podrían impulsar la legislación correspondiente. También se apresura a desvirtuar un error muy difundido respecto a la idea de que los tarados con enfermedades hereditarias eran castrados:

“Pues no, la extirpación completa de las glándulas genitales la sufrirán sólo aquellos que sean delincuentes reincidentes estupradores o pederastas incurables.” (Citado por Stocker, 1935, p. 438)

El movimiento eugenésico no desapareció después de la Segunda Guerra, aunque fue perdiendo buena parte de la fuerza inicial y, sobre todo fue tratando de disociarse del nazismo. Desde 1945 y hasta bien entrada la década del ’70 fue la Sociedad Argentina de Eugenesia, “de la mano del prolífico jurista Carlos Bernaldo de Quirós, la encargada de difundir las pretendidas ‘bases científicas’ que avalarían la exclusión” (Miranda, 2003, p. 233). Quirós, que denominaba a su especialidad “eugenesia integral positiva” organizó en 1957 la Facultad de Eugenesia Integral y Humanismo en la Universidad del Museo Social Argentino que otorgaba títulos de Auxilar técnico (2 años) Consejero Humanista Social (3 años) y de Licenciado en Eugenesia Integral y Humanismo (4 años). En 1955 Quirós organizó las 1º Jornadas de Eugenesia Integral.

12. EUGENESIA Y CRIMINOLOGÍA

Los eugenistas también colaboraron con los criminólogos en el campo de la medicina legal. Seguidores de la caracterización anatómica que realizara Lombroso de las tipologías de los delincuentes, los criminólogos requerían de los servicios de los médicos en calidad de peritos para la identificación de los individuos peligrosos que debían excluirse del cuerpo social. Si bien la escuela lombrosiana fue ampliándose e introduciendo modificaciones sustanciales a las formulaciones iniciales, inauguró un modelo de conceptualización y de detección de los delincuentes que ha perdurado durante décadas, basado en la idea de que la criminalidad se refleja en alguna conformación particular de lo orgánico.

Estas ideas, en el contexto de la preocupación por la conformación biológica de la población y el mejoramiento de la raza, por un lado contribuyeron a reforzar el complejo entramado de ideas que fundamentaban la superioridad de ciertos grupos raciales sobre otros, por ejemplo incluyendo en el área de la criminalidad biológica a los anarquistas y luchadores obreros; y por otro lado también contribuyeron a incluir a la criminalidad en el proceso que hemos llamado de medicalización o biologización: la explicación y la solución al problema de la criminalidad era incumbencia de la medicina y la psiquiatría y todo el sistema jurídico y penal debía ser subsidiario de ellas.

Las ideas de la escuela criminológica italiana, fundamentalmente de Lombroso, se habían extendido por todo el mundo con una enorme influencia y marcando el desarrollo

en las áreas de investigación asociadas durante décadas. Contaban asimismo, con muchos prestigiosos seguidores en la Argentina, algunos reconocidos y elogiados por el médico italiano, como lo casos de Francisco Ramos Mejía, colaborador de la Sociedad de Antropología Jurídica y Norberto Piñero (1858-1938):

“Se nelle Spagna e n'el Portogallo la diffusione delle nuove idée fu grande, essa fu straordinaria nell’America del Sud. Giá qui Ramos Mejia, che è uno dei piu potenti pensatori e dei più grandi alienisti de mondo, nell’opera: La neurosi degli uomini illustri della República Argentina, aveva non solo sostenuto, ma completate le dimostrazioni della relazioni tra il genio rivoluzionari della República Argentina che erano stati o pazzi, o alcoolisti, o neuropatici.” (Lombroso, C., “Sulla diffusione della antropologia criminale”, p. XXI, citado en Soler, 1968, p. 160)

“Il dottore Piñero aveva stesso una perizia così perfetta sopra il pazzo feritore dell’illustre generale Roca, quale non si vide certo in Europa, dove quelle sottili particolarità sulla calligrafia e sui gesti, sul linguaggio degli epilettici, da cui la nuova scuola trasse elementi di diagnosci dell’epilessia, e che fan sorridere i burbanzosi e vuoti accademici, vennero applicate con una finezza veramente straordinaria e coronata all’opposoto di quello che sarebbe successo in Italia.”(Lombroso, C., “Sulla diffusione della antropologia criminale”, p. XXXII, citado en Soler, 1968, p. 179)

De cualquier manera no se ha tratado de una mera importación del cuerpo teórico completo sino que en la Argentina hubo desarrollos relativamente originales y no todos los médicos, juristas y pensadores aceptaron sin más las ideas sobre el atavismo como modelo de explicación de la criminalidad. De hecho, José María Drago o Antonio Dellepiane, creían que no era posible explicar el argot criminal a través del atavismo y ambos se encontraban influenciados por Gabrielle Tarde (1843-1904), cuya obra La criminalidad comparada había sido publicada en Buenos Aires en 1888. De cualquier manera la idea fundamental, es decir que la criminalidad era básicamente una cuestión médico-biológica estaba instalada. En 1898, luego de que Drago y Dellepiane publicaran trabajos sobre la delincuencia aparece Criminología Moderna, una publicación que contribuyó fuertemente a difundir estas ideas a través de la colaboración constante en sus páginas de Lombroso y sus seguidores como Ferri, Garófalo, Colajanni y que contaba en su consejo de redacción a Drago, Dellepiane, Osvaldo Piñero, José Ingenieros y Juan Vucetich, entre otros. En 1902, José Ingenieros funda Archivos de Psiquiatría y Criminología, reemplazados en 1913 por la Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal. Lombroso mismo prologó varios libros de criminólogos argentinos como Los hombres de presa de Drago y La delincuencia argentina ante algunas cifras y teorías, de Cornelio Moyano Gacitúa.

Muchos de los criminólogos argentinos fueron desplazándose hacia posiciones que contemplaban o daban mayor importancia a las condiciones ambientales, pero el debate instalado se hacía sobre la base de las ideas del médico italiano, esto es que hay una biotipología del delincuente que se puede detectar en lo orgánico, que estas características son principalmente hereditarias, y fundamentalmente que se trata de un problema médico. En este sentido, V. Melcior Farré (1919, p. 84) disiente con aquellos que encuentran en los estigmas físicos el sello del carácter criminal, pero no porque considere que se trata de una falsa atribución de causalidad, sino porque reclama atender consideraciones más profundas. Los estigmas físicos de “degeneración constituirían así una

señal para el diagnóstico pero no siempre definitivo”.

“De que se manifieste un individuo con paladar ojival, implantación viciosa de los dientes, prognatismo facial, anormalidad del lóbulo de la oreja, etc. [compárese con los datos requeridos para la ficha escolar señalados más arriba] no se podrá deducir que las reacciones psíquicas de ese individuo hayan de ser precisamente las de un tipo fatalmente inclinado a la delincuencia (...) Es menester no olvidar que al lado de los estigmas físicos accesibles a la vista, existen otros que pueden escapara a nuestros procederes de análisis, tanto durante la vida como después de la muerte, y éstas son las anomalías de estructura de los órganos profundo.” (Farré, 1919, p. 84)

En la misma línea, esto es ampliar el planteo lombrosiano, muchos eugenistas argentinos seguían las ideas difundidas por Nicola Pende, nombrado “Primer Miembro Honorario Corresponsal” de la AABEMS y reconocido como una autoridad mundial de la biotipología39. En un elogioso artículo los Dres. Gonzalo Bosch, Arturo Rossi y Mercedes Rodríguez recogen su labor y discurren sobre el novísimo concepto de la biotipología criminal que venía a reformar la primitiva concepción lombrosiana del criminal nato. Los estudios biotipológicos ocuparon un lugar destacado en los Anales, donde se reproducían tanto los desarrollos que la nueva disciplina iba teniendo, sobre todo en Francia e Italia, como los trabajos de los propios argentinos.

“Se llama biotipología criminal al estudio de las características hereditarias, del hábito morfológico, del temperamento dinámico humoral, del carácter y de la inteligencia, en una palabra de la integral personalidad psicosomática del cultor del delito, para poder fijar, de las característica biotipológicas individuales de los delincuentes, la verdadera legislación científica de orden policial y de orden legal, que involucra la pena o la corrección de los que han cometido un reato (…).” (Bosch, et al, 1934, p. 5)

Según el mismo artículo habría, siguiendo la clasificación lombrosiana corriente, además del criminal nato o por pasión, el criminal de ocasión, y si bien en ambos se produce un debilitamiento del sentido moral, el mismo obedece a distintas causas, y la ciencia debe operar en detectar esa diferencia y en lo posible modificarla. Mientras que el delincuente por pasión carece, lisa y llanamente, de sentido moral en el otro hay tan sólo un debilitamiento transitorio y, mientras que el criminal instintivo es casi siempre precoz y reincide con facilidad, el otro no es ninguna de las dos cosas en general. Si bien ambos presentan imprevisión y desprecio por las leyes, esta actitud tiene una génesis distinta. Se recalca en el artículo algo que ya señalamos, esto es, el reclamo por la incumbencia de la medicina en el ámbito de la criminalidad: “la medicina constitucional tiene una influencia decisiva en la solución de este delicado problema de legislación penal” y señalan los autores el caso paradigmático de la reforma del Código Penal italiano que no es más que la “aplicación de la biotipología criminal a la ciencia penal”. El artículo, que exalta que para

39

Vallejo (2004) realiza un análisis de los principales institutos de biotipología argentinos, creados a instancias de Pende, y de los italianos de Génova y Roma cuyo apogeo se da durante el fascismo. Asimismo señala que se trata de verdaderos “observatorios de todos los comportamientos humanos situado en un ámbito capaz de ejercer coacciones a través del espacio y del protagonismo de la inquisidora mirada científica”

el caso italiano “se admite implícitamente que al lado del juez, y junto con el juez esté constantemente el médico criminalista” remata con la siguiente frase: “el delincuente no es un criminal sino un enfermo”. Pende, creador de la biotipología, superpone a los tipos degenerativos físicos y psíquicos de Lombroso, determinados biotipos endócrino-páticos y subendócrinopáticos y:

“(…) con la genialidad que lo caracteriza da las formas neuro endocrinas y patognómicas de aquellos estigmas morfológicos constitucionales que no solamente se observan en los criminales, sino también en sujetos moralmente débiles y hasta en las mismas prostitutas y como es natural son absolutamente inherentes a las distintas constituciones individuales. Es siguiendo esta teoría que el creador de la biotipología superpone las anomalías de la piel, de los músculos, del esqueleto, de los caracteres sexuales, etc. A determinadas fórmulas endocrinas que llegan a establecer la absoluta semejanza entre los rasgos fisionómicos de ciertos criminales constitucionales con otros tantos biotipos constitucionales hiperpituitáricos y acromegaloides caracterizados por la prominencia de la región superciliar, con un cierto grado de exoftalmia, por la prominencia cigomática y mandibular. Gran desarrollo piloso en la cara, con pelos duros, las nariz tosca, los labios gruesos, los dientes voluminosos y espaciados, las orejas largas y carnosas, la piel tosca, terrosa, densa y pegajosa. También superpone al delincuente impulsivo epileptoide con los rasgos fisionómicos de los hipertiroideos, es decir, ojos más o menos sobresalientes, brillantes, congestionados y rígidos, la mirada salvaje y penetrante, cejas densas y largas, piel delicada, lívida, fácil al rubor y propensa al sudor; los cabellos hirsutos con calvicie precoz; de cráneo fino y si se quiere algo afeminado, con nariz larga y estrecha, labios finos y retraídos, al decir de Pende, estos sujetos acusan rasgos fisonómicos rígidos y desfigurados como consecuencia de cierta hiperponia. (...)

No hemos de seguir citando las múltiples características físicas que presentan los delincuentes y sus rasgos humorales y solamente hemos de recordar el excesivo desarrollo piloso sobre en el vello de la cara, las cejas, pelo de tipo masculino en las arolas de los pezones, a lo largo de la línea media del pecho y en la parte inferior del abdomen, implantación y desarrollo piloso en la región pubiana de las mujeres con características masculinas y es en razón de este especial temperamento endocrino que muchas mujeres delincuentes y muchas prostitutas que alternan el amor con el delito acusan un cuadro semejante a la masculinización corporal.

También se constatan anomalías de pilificación de tipo contrario por los escasos pelos que presenta debido a la escasez de pelos que acusan los degenerados, falsificadores, etc., que al decir de la escuela de Pende, es característico en el sexo masculino del hipogenital asociado o no al hipopituitarismo; no es menos interesante la observación de Peritz, en el sentido de la lividez y terrosidad del cutis de característica constitucional hipoparatiroidea, que suelen presentar muchos criminales jóvenes, los cuales acusarían también rasgos constitucionales de hipertimismo y de hipergenitalismo.” (Bosch, et al, 1934, p. 5)

La biotipología, y más allá de las disputas sobre los rasgos atávicos, en líneas generales apunta a completar y a hacer más complejos y exhaustivos los análisis lombrosianos. Pende y luego Gregorio de Marañón (1887-1960) en España, introducen las características endocrinológicas, pero lo que se intenta es realizar estudios de todo tipo de fenómenos (morfológicos, funcionales, humorales, volitivos, afectivos, intelectuales) insertos en el patrimonio hereditario, funcionando en un ambiente y en condiciones determinadas.

“Fácil es deducir entonces el valor de la práctica biotipológica para establecer el diagnóstico de la verdadera personalidad y en particular, del perfil psicológico del delincuente; pues del conocimiento, en tal forma adquirido de la, personalidad física, intelectual y moral de cada individuo, es perfectamente posible justipreciar apriorísticamente acerca del destino que cada uno tiene reservado, en la profesión, en las artes o los oficios, en las escuelas o universidades, en los cuarteles, en las oficinas, en las fábricas, en los talleres, en el campo y en las ciudades, en el seno de la propia familia o en las relaciones del individuo con la sociedad; en una palabra, y en general, en los más diversos segmentos sociales, que preparan, protegen o defienden a los individuos en su vida futura.” (Rossi, 1942, p. 7)

El mismo Dr. Rossi en septiembre de 1939 publica un artículo en los Anales, en el cual expone las bondades de la relación entre antropometría y fotografía. Allí aparecen distintos tipos de aparatos para fotografiar a las personas tanto de cuerpo entero como sus cabezas, sobre fondos graduados para establecer sus medidas de manera precisa y científica, de modo tal que dichas fotografías pudieran ser incluidas en las fichas biotipológicas individuales o servir para el análisis estadístico. En 1934 los Anales (N° 18) publican un trabajo del médico francés Paul Desposses de la Universidad de París, con un sugestivo y significativo título: “La facultad de conocer a los hombres por su aspecto exterior: un arte que puede ser ciencia”. La biotipología aparece exacerbando las posibilidades de control, seguimiento y diagnóstico, siempre en manos del médico, de todas las condiciones humanas. Dos reconocidos biotipólogos brasileños, Ribeiro y Berardinelli, exponen las virtudes de la nueva ciencia:

“Teniendo en vista tales pesquisas recientes de Biotipología Criminal, una conclusión luego se impone: la posibilidad de la prevención del crimen. Eso sería a nuestro ver, posible desde que se consiguiera clasificar biotipológicamente, desde la primera infancia, todos los individuos, especialmente aquellos que, por su constitución y tendencias, pudieran ser considerados como ‘pre-delincuentes’ y, por eso, pasibles de medidas especiales de tratamiento y educación, capaces de corregir o atenuar sus anomalías y consecuentes reacciones antisociales.” (Ribeiro y Berardinelli, 1939, p. 15)

Si bien en la Argentina, ha sido determinante la influencia de Pende, a través fundamentalmente de la AABEMS, había muchas versiones biotipológicas diferentes40 . El

40 Entre muchas otras puede, a modo de muestra, señalarse la teoría del médico francés Sugaud, quien sostiene que “para estudiar con provecho a un ser vivo hay que mirarlo vivir”. En este sentido considera que hay 4 medios o elementos fundamentales en el organismo humano. El medio que se llama atmosférico, que se halla constituido por el aire que respiramos (que da lugar al tipo respiratorio, de pecho ancho, hombros salientes, cuerpo largo, parece más grande sentado que parado, la cara tiene forma de rombo, y es más ancha a la altura de los pómulos, nariz grande). El medio alimenticio que abarca todos los alimentos sólidos y líquidos que ingerimos (que da lugar al tipo digestivo, tronco largo, vientre prominente, hombros estrechos, formas redondas, boca grande, labios gruesos mejillas anchas, y entre las mujeres el tipo digestivo es generalmente armonioso y seductor de curvas redondeadas y con boca y ojos bellos y expresivos). El medio físico que comprende las influencias que actuando sobre nuestra sensibilidad son capaces de originar nuestros propios movimientos (que da lugar al tipo muscular de notable desarrollo de sus masas musculares, tronco rectangular miembros desarrollados etc. Y finalmente el medio social al contacto del cual se desenvuelve el pensamiento (que da el tipo cerebral, de flaca figura piernas largas y pecho estrecho, cráneo grueso sobre todo la dimensión de la frente y de la cabeza, boca y mejillas pequeñas, de muy buena vista y oído).

Dr. Vervaeck en Bélgica había publicado un trabajo en el cual se analizaba la talla de los delincuentes y afirmaba que la talla baja es la que más a menudo se encuentra entre los sujetos inmorales que atentan contra las buenas costumbres y en las prostitutas, en este último caso como característica de la precoz función sexual. Según parece —y así lo refieren Bosch et al (1934)— estos trabajos habrían sido “ampliamente conformadas” en Italia por los médicos Vidoni, Carrara y Marro. En la Argentina, el Dr. Arenaza, médico de la policía realizó una investigación sobre la agudeza visual de los menores alojados en la Alcaldía de Menores y llegando a la conclusión de que existe “una verdadera correlación en estos jóvenes entre la sensibilidad psíquica y la mayor o menor amplitud del campo visual” habida cuenta de que constató que el 70% poseía una agudeza normal o supernormal. En el artículo ya citado, Bosch et al, recogen una gran cantidad de estudios que señalan por ejemplo:

“En las mujeres delincuentes y en las prostitutas agresivas suelen coincidir algunos actos punibles con verdaderas crisis de orden fisiológico, y que se refieren sobre todo a la pubertad, la menstruación, el embarazo y el climaterio.” (Bosch et al, 1934, p. 8)

La escuela biotipológica, en suma, considera que los delincuentes —clasificados en aquellos que atentan contra la propiedad, las personas, la moralidad y las buenas costumbres— se caracterizan, en lo referido a su constitución endocrina “por la más franca desarmonía de sus hormonas, lo que lleva aparejado las típicas constituciones morfológicas”. Por ello puede establecer la siguiente tabla según la cual se caracterizan:

“(…) 2. los asesinos. Cínicos y sedientos de sangre, que constituyen el tipo que Pende denomina ‘asesinos sanguinarios congénitos’. En estos delincuentes se encuentran frecuentemente:

a. hiperpituitarismo anterior, frecuentemente asociado a hipopituitarismo posterior, b. hipogenitalismo, c. hipersuprarrenalismo,

3. los criminales pasionales, impulsivos y emotivos que son:

a. los que matan por celos, b. los que cometen un crimen por momentánea ofuscación, c. los que hacen un culto a la violencia, d. los desertores, e. los incendiarios,

En este tipo de delincuentes la fórmula endocrina constitucional predominante es la hipertiroidea o distiroidea.

4. los ladrones y los estafadores; la fórmula constitucional endocrina de estos sujetos sería la siguiente:

a. hipopituitarismo, b. distiroidismo, c. hipertimismo (sobre todo en los jóvenes).

5. criminales contra la moral (del sexo masculino) son frecuentes los siguientes signos constitucionales: signos de falta de armonía sexual con hipergenitalismo o hipogenitalismo o heterosexualismo (sic).

Por lo que se refiere al hábito morfológico de los cultores del delito (...) en los asesinos

predomina el hábito megalosplácnico e hipervegetativo, brevilíneo; mientras que en los asesinos ocasionales, ladrones y estafadores el hábito predominante resultaría ser el microsplácnico, hipovegetativo, longilíneo. Las recientes investigaciones de Vidoni, le dan al Director de la Sección Psíquica del Instituto Biotipológico de Génova los siguientes valores médicos: el tipo brevilíneo en el 55% de los autores de delitos de violencia, y 12% en los que cometieron un crimen sin apelar a la violencia; mientras que el tipo longilíneo está representado en el primero de los citados grupos por el 18% y en el segundo por el 44%.” (Bosch et al, 1934, p. 9)

Pero, además del análisis de las condiciones físicas que podían dar cuenta de la

criminalidad fue construyéndose y haciéndose generalizada la creencia en la relación estrecha entre enfermedad (mental) y crimen, un aspecto más del proceso de medicalización. El Dr. Gonzalo Bosch, presidente de la Liga Argentina de Higiene Mental, en un artículo de la Revista de la institución, lo expone con claridad y elocuencia. Bosch recoge un Boletín de Estadística publicado por la policía de la Capital Federal del año 1929 en el cual aparece una tabla que señala la cantidad de delitos discriminados por la enfermedad del autor:

“Entre los delitos contra las personas figuran rotulados así, en pág. N°10:

AQUÍ VA TABLA

alcohólicos 241 neurasténicos 0

sin enfermedades 2796 sifilíticos 1

otras enfermedades 10 toxicómanos en gral. 0

dementes 11 tuberculosos 0

epilépticos 0 sin especificar 0

¿Es posible que en este cómputo del Anuario no se encuentre ningún epiléptico, siendo la epilepsia fuente indiscutible de delitos? ¿es posible que nos encontremos con un sifilítico y con ningún neurasténico, tuberculoso y toxicómano? ¿A qué otras enfermedades se refiere el anuario de la policía?” (Bosch, 1930, p. 18)

Nótese que el reclamo de la comunidad de psiquiatras se hace sobre la base de una

estadística ya habitual, que establecía la relación entre enfermedad y delito. Poco después, en 1934, el Dr. Bosch comenzó a dictar un curso de perfeccionamiento para los estudiantes de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales con la esperanza de que contribuyera en el futuro a una reforma del Código Penal:

Para que la nueva legislación sea, más científica, más racional y más humana, y permita afianzar nuestro concepto de que el delincuente no es un criminal sino un enfermo.” [destacado en el original] (Bosch et al, 1934, p. 23)

El acta inaugural de la Liga Argentina de Higiene Mental (1930) resulta un claro ejemplo, a través de la lista de tareas que se propone realizar, del carácter generalizado del proceso de medicalización e intervención hacia áreas de la vida social hoy excluidas del

alcance de la medicina psiquiátrica; de la consideración del crimen como patología (enfermedad-locura-crimen); y de la intervención sobre la inmigración:

“Las secciones hasta ahora constituidas (…) son las siguientes:

1º Asistencia de psicópatas (su organización y vigilancia).

2º Inmigración (vigilancia y orientación al respecto).

3º Patología regional (estudio de las afecciones regionales y su profilaxia).

4º Higiene industrial y profesional (estudio de su patogenia y profilaxia).

5º Enfermedades generales (su relación con las enfermedades psíquicas).

6º Sífilis, alcoholismo y toxicomanía (higiene y legislación).

7º Auxología (observación y profilaxia del crecimiento y desarrollo físico y psíquico, en sus relaciones con las enfermedades mentales desde el punto de vista del hogar y la acción médica).

8º Sociología (legislación del trabajo: particulares y del Estado, medicina legal, estadística).

9º Organización científica del trabajo y psicotécnica.

10º Antisociales: vagabundaje y delincuencia (su clasificación y orientación social).

11º Higiene naval.

12º Higiene militar.

13º Higiene social e individual de la infancia (estudio relacionado con la educación de la infancia en las vinculaciones de la escuela con el hogar).

14º Propaganda (divulgación e instrucción psiquiátrica popular).

15º Higiene sexual (educación sexual y profilaxia. La sexología y sus relaciones con las enfermedades mentales).

16º Patronatos.

En La Locura en la Argentina (1909), José Ingenieros realiza un detallado catálogo de las publicaciones en el área de la psiquiatría, tesis, revistas y libros. Allí puede observarse de qué manera hacia fines del siglo XIX y principios del XX se produce una explosión de publicaciones al tiempo que la vinculación entre locura-delito, delito-enfermedad se va haciendo cada vez más estrecha y generalizada. Una vez establecida tal vinculación, en el marco de la demanda de restricciones a la inmigración el paso siguiente, que incluye delito-anarquismo-locura, es muy sencillo. La constitución de la criminología y la psiquiatría en el marco de lo que algo difusamente denominaremos positivismo argentino41 de principios del siglo XX, pondrá el acento en las condiciones hereditarias, en los signos de la degeneración que no expresaban otra cosa que la raíz orgánica y fisiológica de la patología mental, por más oculta y desconocida que ésta estuviese. De cualquier modo, la persistentemente creciente demanda de medicalización de los desórdenes de todo tipo a partir de las tipologías clásicas de la locura, y en tal caso control de los individuos, chocaba contra un límite derivado por un lado de ciertos comportamientos que no incluían el delirio, y por otro con la ausencia de rasgos visibles típicamente delincuentes, por lo cual comenzó a agregarse una categoría de diagnóstico que descubría

41

Un excelente y exhaustivo trabajo sobre el positivismo en la Argentina puede encontrarse en Soler (1968).

la patología oculta tras una apariencia de normalidad42: se trata de la locura moral.

“El hombre que experimente deseos inmorales, y que se deja llevar de sus malas inclinaciones sin que su espíritu le presente un medio para discernir sobre la naturaleza perversa de esos deseos, y rechazarlos oportunamente, se encuentra en un estado de locura moral. Esta locura, que es la de los criminales, no viene de la perversidad; ésta presenta solamente el objeto de la locura, los deseos inmorales; lo que la constituye es la ausencia de sentido moral, única facultad que ilumina el espíritu sobre el bien y el mal.” (Gache, 1879-80, p. 614)

Huelga señalar que el concepto de locura moral contiene una característica clave para entender la extensión y alcance que ha llegado a tener; una característica que lo debilita epistemológicamente pero que le da una fuerza ideológica muy grande: sus límites borrosos. Esa característica exalta y torna indispensable la figura del especialista que es el único capaz de detectar bajo esa apariencia de normalidad la verdadera expresión del delincuente en potencia y del loco; el alienista reúne al mismo tiempo el saber y la astucia que hace que no pueda ser engañado; pero la locura moral constituye una clase con profusa y creciente connotación a través de los años y, al mismo tiempo con unos límites que resultan altamente permeables de modo que puedan ingresar toda clase de individuos.

En los Archivos de Psiquiatría, José Ingenieros sintetizaba las principales tesis criminológicas señalando que:

• los delincuentes a menudo presentan anomalías biológicas que influyen en la determinación del delito;

• los delincuentes natos presentan una ausencia congénita de sentido moral;

• este determinismo biológico excluye la condición del libre albedrío en los delincuentes;

• de modo tal que resulta artificial y falsa la condición de “responsabilidad”;

• por tanto, la lucha contra la delincuencia tiene como objetivo imposibilitar al delincuente de perjudicar a la sociedad y no para castigarlo;

• bajo la consigna de la defensa social la represión del delincuente debe guardar proporción con su peligrosidad.

Uno de los aspectos que adquieren los reclamos por restricciones a la inmigración está relacionado con la delincuencia y con la criminalización de las luchas obreras, principalmente sobre los inmigrantes anarquistas. Una correlación creciente entre criminalidad e inmigración se va constituyendo sobre la base de una correlación más básica: raza y crimen. Abundan en los Archivos de Psiquiatría y Criminología de los primeros años del siglo XX, referencias en este sentido.

“(...) las razas reconocidamente atrasadas: la negra y la amarilla, aparte de otras taras sociales ambas razas son más delincuentes que la blanca, porque sus psiquis primitivas o

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Foucault, en su Historia de la Locura en la época clásica se refiere también a ciertos locos recluidos que no “ofrecían ninguna lesión del entendimiento y que estaban dominados por una especie de furor, como si sólo hubiesen estado menoscabadas las facultades afectivas”.

bárbaras se hallan desnudas de los estratos altruistas de que aquélla ya ha logrado revestirse.” (Fernando Ortíz, Archivos, 1907)

Así se expresaba, en la misma publicación, Cornelio Moyano Gacitúa, integrante de

la Suprema Corte de Justicia desde 1905: “(...) [la corriente inmigratoria] lleva en sí el índice de la criminalidad más alta de la tierra dado las razas que la constituyen.” (Moyano Gacitúa, Archivos, 1905)

Si bien había acuerdo en que las razas negras y amarillas eran indiscutiblemente portadoras del estigma de la criminalidad, se discutía sobre la condición de la raza latina, que otros exaltaban como hemos visto. La mayoría de arrestos entre españoles e italianos marcaron la tendencia a relacionar causalmente inmigración-raza latina-delito. Aunque, de hecho la predominancia de extranjeros en Buenos Aires hubiera sido una buena razón para explicar el aumento de la cantidad de delincuentes extranjeros, lo cierto es que el anarquismo interpretado a la luz de la nueva criminología no tardó en ser incluido dentro de las patologías que debían ser eliminadas. El fiscal que acusó a Simón Radowitzky, que había asesinado al jefe de policía Ramón L. Falcón en 1909, aseguraba en su alegato:

“(…) sus caracteres morfológicos acusan, bien acentuados, todos los estigmas del criminal. Desarrollo excesivo de la mandíbula inferior, preeminencia de los arcos zigomáticos y superciliares, depresión de la frente, mirada torva, ligera asimetría facial, constituyen los caracteres somáticos que acusan en Radowitzky el tipo del delincuente.” (Citado en Zimmermann, 1995, p. 134)

Rápidamente se constituyó un entramado que relacionaba los conflictos obreros con una caída de la moral pública y el aumento de la criminalidad. La gran cantidad de dirigentes obreros italianos y españoles en los inicios de los primeros sindicatos en la Argentina, contribuía a reforzar tal creencia. Señala Zimmermann:

“(...) las preocupaciones por la preservación de la salud de la población inspiradas por una corriente de nacionalismo cada vez más firme en el panorama ideológico argentino de comienzos de siglo corrían paralelas a la otra gran preocupación del momento: la forma de excluir a la inmigración indeseable que desde cierta óptica ponía en peligro no sólo la salud física o mental de la población local, sino también la armonía social y la estabilidad de las instituciones. El anarquismo, interpretado a través de los principios de la nueva criminología positivista, encarnó entonces otra variedad de patología que debía ser eliminada del organismo social.” (Zimmermann, 1995, p. 117).

Poco a poco el anarquismo dejó de ser un problema o una cuestión social para pasar a ser casi exclusivamente parte del proceso de criminalización general que, según las creencias corrientes, aparecía como en un proceso de aumento incontenible sobre el que debían concentrarse los esfuerzos del Estado. A ello debe agregarse que había una presión en algunos momentos ejercida por los gobiernos europeos para que la Argentina fuera más estricta en el control de los inmigrantes anarquistas que llegaban.

13. EUGENESIA Y RESTRICCIONES A LA INMIGRACIÓN

Hacia mediados del siglo XIX los países de América, Australia, algunos africanos y algunos europeos como los estados balcánicos, países con escasa población en general y también escasa población calificada para las nuevas formas de la industria, comenzaron a generar legislación que favorecía la inmigración a través de distintos mecanismos de promoción y ventajas. Con el correr de las décadas y a medida que los inmigrantes llegaban comenzaron a desnudarse una serie de conflictos y la defensa social adquirió también la forma de la protección contra la inmigración de las razas inferiores. Entre 1830 y 1850 Australia y Nueva Zelanda comenzaron a impedir la entrada de “chinos, japoneses, hindúes, canacos y demás gente de color” (Stach, 1916, p. 373). Entre 1857 y 1877 todos los estados de Australia imponen un impuesto de diez libras a cada chino que desembarque aumentándolo a cincuenta hacia 1884 además de limitar la cantidad de personas que podían entrar. William Pember Reves , propulsor de los movimientos de reforma social en Australia y Ministro de Trabajo en Nueva Zelandia, justifica la acción contra la inmigración amarilla del siguiente modo:

“La vida en conjunto de dos razas, de una superior y de otra inferior, es de gran peligro para el porvenir. Los amarillos no tiene habilidad para un buen trabajo ni para el self governement. Son incapaces de cumplir organizadamente las obligaciones políticas en una democracia libre. Su deseo de trabajar con ausencia de las calidades de la sociabilidad, y su marcada inclinación hacia el delito, son razones por que los australianos responsables por el porvenir de su patria deben defenderse. Yo encuentro la exclusión de los obreros canacos como un verdadero acto de filantropía y de humanidad más que de defensa. Estos obreros han constituido para nosotros higiénicamente un importante peligro, ya que la situación de ellos en el trabajo reviste un aspecto no muy diferente del trabajo de los esclavos (...) y como tales hechos el suelo australiano no puede soportar, nos hemos decidido a adoptar las conocidas medidas para lograr la expulsión y abolición de esa inmigración.” (Citado en Stach, 1916, p. 377)

Este problema se fue extendiendo hacia todos los países receptores de inmigración, y la Argentina no fue la excepción aunque los procesos restrictivos se iniciaron mucho después, ya entrado el siglo XX43. El concepto de defensa social surge entonces de la tensión entre la conciencia de la necesidad de seguir recibiendo inmigración, fiel a la consigna alberdiana de gobernar es poblar, y la necesidad de clasificar y seleccionar a los que vienen con el objetivo supremo de “formar una raza sana, fuerte y capaz fisiológica y psíquicamente, raza propia y netamente argentina” por lo cual se advierte sobre el riesgo de admitir el ingreso de ciertos grupos, cuya composición es variable según los casos: algunas razas, criminales convictos y ex convictos, enanos, sordomudos, inválidos, enfermos venéreos, idiotas o imbéciles, alcohólicos, etc. No obstante, el objeto de las restricciones generaba diferencias. Algunos, como por ejemplo Stach (1916) señalaban la inconveniencia de los inmigrantes españoles y también de los italianos, que aunque fueran mejores que los españoles, tampoco eran muy recomendables; pero los que se

43

La ley de Residencia que habilitaba la expulsión de los extranjeros que alteraran el “orden público” es de 1902; la ley de Defensa Social, de 1912; decretos de 1932 y 1936 también contribuyeron a acentuar las restricciones (Cf. Novick, 1992).

consideraban realmente indeseables eran los llamados rusos y los turcos:

“No se trata aquí sobre los rusos propiamente dicho, éstos casi no emigran de su país. Los que emigran son los judíos rusos, que en Rusia están despreciados por el resto de la población, entre los que se encuentran muchísimos elementos peligrosos, ácratas, caftens, prostitutas capaces de acciones criminales (...) la actuación judía resulta, por lo regular, de mucho prejuicio para todas las naciones entre quienes éstos viven. (...) Pero, además de las razones religiosas, económicas y morales que ya serían bastante suficientes para que no se fomente sino rechace de plano la inmigración judía, media también la razón fisiológica, pues no hay otra raza de las que viven en Europa que fuera tan degenerada como lo es la judía. Y el día de hoy en los manicomios y asilos para idiotas en la Capital tenemos un crecido numero de niños degenerados e idiotas de origen judío (...) Otra inmigración que también poco conviene es la turca, sirias y otras similares.” (Stach 1916, p. 386).

La inmigración recomendada era la inglesa, francesa, alemana y austriaca del norte, así como también la dinamarquesa, sueca, noruega y suiza. La propuesta apuntaba a endurecer las condiciones de la ley de inmigración aumentando, en lo posible, las dificultades para el ingreso de inmigrantes:

“(...) de las razas inferiores de color, chinos, japoneses, hindúes, persas, sirios, negros, inadaptables por sus costumbres, creencias y manera de vida para aclimatarse entre nosotros. También (...) los penados, los delincuentes de todas clases, las mujeres de vida licenciosa, los mendigos, los sectarios, los políticos (sic) los ácratas, los atacados de enfermedades infecciosas, los alienados, los individuos consignados como peligroso para el orden público.” (Stach, 1916, p. 381)

Poco a poco se convierte en un tópico de las primeras décadas del siglo XX la

cuestión de la inmigración indeseable. Una encuesta que lleva adelante el Museo Social Argentino en el año 1918, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, entre conspicuos representantes de las ciencias, la política y la jurisprudencia argentina, preguntaba: ¿Se establecerán las anteriores corrientes migratorias hacia la república Argentina?; ¿Qué factores pueden favorecer la emigración en los países actualmente en guerra?, ¿Qué factores pueden impedirla o limitarla?; ¿Cuál es la inmigración que más nos conviene y qué medidas deben adoptarse para atraerla y retenerla en el país?; ¿Cuál es la inmigración “no deseable” y cómo podría impedirse? (resaltado mío); ¿Cuál es el número máximo de inmigrantes que el país puede recibir y retener cada año convenientemente?; ¿Qué reformas juzga Ud. necesarias en la ley de inmigración? Los resultados de la encuesta se publicaron precedidos por una artículo del Dr. Emilio Frers quien, fiel a la consigna de la necesidad de atraer inmigración hacia estas playas, se expresa de manera amplia y generosa recordando los dichos de la Constitución Nacional: la libertad de entrar al país se refiere a todos los extranjeros que vengan a dedicarse al trabajo y estén en aptitud de hacerlo; incluso se muestra contrario a tratar de impedir la entrada de terroristas y agitadores profesionales en el convencimiento de que tales medidas son ineficaces; y contrario también a todos los prejuicios de raza para constituir un tipo nacional propio o cuando menos americano, mediante la desintegración de los viejos tipos europeos y la fusión de todas las tituladas razas, poniendo especial acento en que, “de los prejuicios de raza, el que con más empeño y vigor se mantiene en la República Argentina es el de la raza latina”. No obstante, en los resultados de la encuesta el panorama es

diferente. Hay una convicción bastante generalizada de que resulta deseable propiciar la inmigración de personas que tengan habilidades para trabajar en el campo y que se arbitren las medidas para que efectivamente se dirijan a vivir al campo. El Dr. Horacio Béccar Varela señala, incluso, que los inmigrantes rusos deben ser rechazados salvo que sean campesinos, en lo posible, iletrados. Parece haber conciencia de que las ciudades se encuentran saturadas de obreros con oficios a lo que se agrega una idea bastante corriente respecto a la decadencia que ocasiona la vida en las ciudades grandes. Los encuestados que se expresan sobre la inmigración deseable en términos de nacionalidad en general prefieren la que proviene de los países anglosajones, Francia, países escandinavos, Alemania, Austria, Suiza, Bélgica y algunos agregan Italia y España. Con respecto a la inmigración no deseable, las respuestas son más dispares. Mientras algunos como Estanislao Zeballos señala simplemente como no deseable a los que no tengan habilidades agrícolas o como Augusto Bunge a los jornaleros sin calificación, otros son mucho más explícitos. Es sorprendente la coincidencia generalizada en rechazar a la inmigración de raza amarilla —chinos y japoneses— a los negros y rusos, a los que algunos agregan a los hindúes y gitanos. También resulta generalizada, casi unánime, la consideración de indeseable de los agitadores políticos, ácratas (es decir anarquistas), maximalistas (o bolcheviques) y enfermos como los sifilíticos y tuberculosos. El cónsul Eduardo Colombres consideraba deseable a toda inmigración europea salvo a los gitanos. Muchos señalan como una categoría indeseable a los atorrantes44 .

14. MISCELÁNEAS EUGENÉSICAS

Tal como se señalara repetidas veces, la eugenesia alcanzó prácticamente a todos los

aspectos de las discusiones acerca de la medicina, la salud y el bienestar; también la literatura recoge la problemática. En este contexto, y si se considera además la idiosincrasia misma del movimiento eugenésico, no es extraño que aparecieran algunas manifestaciones –no generalizadas es cierto- exageradas o extravagantes. En un artículo llamado “Eugenesia y prolongación de la vida” publicado en el Boletín del Museo Social Argentino, el Dr. F. Beato, pasa revista a una serie de estudios que mostrarían que hay una significación fundamental de la herencia en la longevidad, característica que se comportaría, según el autor, mendelianamente. Cita en su apoyo trabajos de Pearson, Galton, Bell y otros que demostrarían la escasa o nula incidencia de las condiciones ambientales en la prolongación de la vida. Pero, más allá de esto, lo interesante del artículo citado son afirmaciones como la siguiente:

“(...) la longevidad, como buena cualidad, va frecuentemente unida a otras cualidades superiores como la inteligencia, salud, etc. Esto es contrario a la creencia de que los individuos dotados de gran inteligencia son seres enfermizos; es a su vez un argumento que esgrimen los enemigos de la ciencia eugenésica (...) el profesor Holmes en su reciente

44

Este vocablo de uso común en el lunfardo aparece en diversas publicaciones para designar a esta clase especial de individuos. Hay muchas versiones sobre su origen. Gobello (1963) deriva el nombre de aquellos vagabundos que dormían en los caños que se habían importado y que estaban en el Puerto de Buenos Aires destinados a derivar las aguas del río de la Plata. Dichos caños tenían la inscripción “A. Torrent”. J. Ingenieros

también se refiere a los atorrantes (1919), pero diciendo que “no eran mendigos ni delincuentes” y que habían

desaparecido hacia 1900 por la acción del “Servicio policial de observación de alienados” fundado por el

profesor Francisco de Veyga.

libro (The trends of the race), revisa muy detalladamente este asunto y sostiene que la falta de salud es menos frecuente entre los intelectuales que entre la masa general del pueblo (...). Los que piensan que hombre genial y enfermedad son factores que van ligados podrían aumentar las posibilidades de que los hombres con cualidades superiores abunden más dirigiendo sus esfuerzos a disminuir la salud de la raza. Se comprenderá que esto ni como broma puede admitirse.” (Beato, 1930, p. 369)

En La Semana Médica de 1911 se comenta la aparición de una publicación en la cual el

mayor del ejército norteamericano Dr. Charles Voodruf demuestra “con cifras auténticas” que en las cárceles de EE.UU. hay más delincuentes rubios que morenos y que en las “casas de locos”, cuyos pensionistas están próximos al criminal nato de Lombroso, la proporción de los rubios es superior a la de los “morenos”. El autor admite, sin embargo que en otros países como por ejemplo Escocia, los delincuentes no son rubios en su mayoría y sólo cuando emigran a países en “donde el sol es más ardiente, demuestran rasgos de degeneración”.

La Semana Médica publica un artículo del Dr. Bianchi (1925) quien, en un lenguaje grandilocuente, retoma la defensa de la fonendoscopía cerebral que, según refiere, había presentado él mismo, en París, en 1900. Sostiene que “la fonendoscopia cerebral y la normalización orgánica deben ser aún los fundamentos de la aplicación segura y práctica de la Eugenia”. El único estudio verdaderamente útil, dice, es el que se efectúa sobre el organismo vivo y la fonendoscopía permite hacerlo y distinguir con:

“(...) sencillez de manualidad, la división de los humanos, hombres y mujeres, pobres y ricos, niños y viejos, sabios e idiotas, sanos y enfermos, en dos grandes clases, la de los simétricos y la de los asimétricos cerebrales y orgánicos. Los simétricos son los humanos con los órganos simétricos normales, hipo o hipernormales. Los asimétricos tienen los órganos asimétricos; en consecuencia son siempre anormales, aun en proporción variada. (...) un asimétrico tendrá siempre debilidad más o menos importante, actividades más o menos anormales, intelectividad más o menos comprometida, desde el genio literario y artístico hasta la neurosis, la neurastenia, la degeneración, la delincuencia, la locura, la idiocia. Un tal sujeto no debe creerse responsable y las leyes humanas, como las leyes eugénicas no pueden ser aplicadas en él como en un sujeto normal” (Bianchi, 1925, p. 973/974)

Se trata, entonces, a partir de remediar el error de considerar a los seres humanos como iguales orgánicamente, de establecer siempre a qué división pertenece un sujeto cualquiera y, a partir de allí procurar remediar la debilidad genealógica, normalizarlos en lo posible.

En los Anales de mayo de 1933 una nota del Dr. Galli, titulada “Ejército y eugenesia”, hace referencia al papel que le cabe al ejército en el plan eugenésico. Aún estaban lejos las jornadas de los crímenes más atroces cometidos por las fuerzas armadas argentinas, y el Dr. Galli expresa en un lenguaje que evoca los actos escolares y entrecruza biología con historia oficial, una concepción cuando menos curiosa sobre la calidad de los hombres del ejército, su formación profesional y el papel del Servicio Militar Obligatorio:

“(...) el rol que desempeña el ejército en la eugenesia es más que vasto, importantísimo. (…) la conscripción impone una selección y ella ya separa netamente a los que pueden vestir el uniforme de la patria, de los que, una tara orgánica hereditaria o adquirida les

priva de tan insigne honor. El paso de un regimiento por las calles de la ciudad, implica admirar a un conjunto de organismos bien constituidos fuertes y aptos para la lucha por la vida en cualquiera de sus actividades, así como para las que le imponga la defensa de la Nación. Al incorporarse pues al ejército ese núcleo de ciudadanos aptos, se establece una separación clara y categórica del capital humano que posee el país que es capaz no sólo de esgrimir las armas de combate o cargar sobre sus hombros todo el peso que la lucha por la vida impone para vencer los obstáculos que se le opongan en el avance. Cuando sea posible establecer ese balance sobre toda una clase a incorporarse, habrá conocido el país por intermedio del ejército el índice de salud de sus hijos (…) el ejército con sólo esta obra, al poner en evidencia taras o lesiones hereditarias o adquiridas orienta a los afectados, cuando las ignoran a buscarles solución. Justifica no sólo su existencia, sino que destaca su acción en pro de al eugenesia. La disciplina y el régimen de vida es el triunfo de la ciencia y la derrota del mal, es la superación de los sanos y la restauración de los agotados física e intelectualmente. Contribuye a la obtención de estos resultados la vida al aire libre (…) y por fin la educación del carácter, la orientación altamente moral de los principios que rigen la disciplina, base del orden y del progreso, que a diario se imparte y ejercita por los superiores completa el magno rol con que el ejército contribuye con su acción y obra silenciosa en pro de la superación de la raza humana. La otra falange que ingresa al ejército [los que siguen la carrera militar] (…) la vocación que los unifica al medio y por lo tanto mantiene por largos años ligados a él los convierte en tipos humanos a perfeccionamiento y son, bien lo sabemos, la admiración de nuestro pueblo por la gallardía de su estampa, la expresión de sus semblantes y la altivez de su carácter.” (Galli, 1933, p. 15)

La cita precedente expresa, no obstante, una opinión algo extraña dentro del pensamiento eugenista que, en general, tiene una opinión fuertemente negativa con respecto a la guerra, a la que considera disgenésica, ya que se lleva los mejores hombres (cf. sección 7 en este mismo capítulo).

CAPÍTULO 4

CONSIDERACIONES METACIENTIFICAS

“Alberdi decía: ‘gobernar es poblar’, concepto muy propio de su época;

nosotros, hoy diríamos ‘Gobernar es seleccionar’.”

(Gonzalo Bosch)

Este libro ha seguido un derrotero que para muchos habrá resultado un tanto inesperado. En primer lugar porque en ningún momento se ha avanzado sobre lo que podemos hacer, es decir sobre la capacidad teórico-tecnológica para intervenir sobre la reproducción humana; tampoco se ha caído en la tentación de especular acerca de lo que, previsible o imaginariamente, podremos hacer en el futuro para modificar la condición humana; finalmente, más allá de algunos señalamientos marginales, tampoco se ha dicho nada sobre lo que está permitido o se debe hacer, es decir sobre cuestiones éticas. Para los tres problemas hay abundantes y excelentes trabajos. El recorrido realizado, historiográfico-filosófico fundamentalmente, permite en cambio extraer algunas consecuencias metacientíficas muy útiles para la evaluación de los episodios abordados específicamente, pero también como consideraciones más generales sobre la ciencia. En este sentido, a continuación, se harán algunos señalamientos sobre la evaluación epistemológica del determinismo biológico y la eugenesia y, finalmente, volveré sobre los tres errores acerca de la eugenesia mencionados en el primer capítulo.

1. ¿QUÉ HAY DE MALO EN EL DETERMINISMO BIOLÓGICO Y LA EUGENESIA?

A despecho de la natural inclinación que, creo, el lector tendrá a estas alturas a rechazar los planteos deterministas y eugenistas por cuestiones ideológicas, no resulta ocioso preguntarse: ¿después de todo, qué hay de malo, en el determinismo biológico y la eugenesia, epistemológicamente hablando?

Una de las críticas más corrientes suele considerar a todos los emergentes de las ciencias biológicas tratados en este libro como formas de reduccionismo, y en epistemología, esta calificación alude, en general, a una valoración negativa. Sin embargo no siempre queda bien claro a qué tipo de mecanismo cognoscitivos se refiere el término y, de hecho, cuál es el nivel de legitimidad de tales procedimientos. Una breve digresión sobre el concepto de reduccionismo puede ayudar a clarificar este punto.

Hay una primera versión de reduccionismo, que podríamos denominar “diacrónica” y que da como resultado una historia de la ciencia lineal y acumulativa. La reducción se produce cuando, bajo ciertos presupuestos, los términos teóricos de una teoría se conectan con los de otra, las leyes de la primera se derivan de las de la segunda (una vez traducidos sus lenguajes teóricos) y los supuestos asumidos para la conexión tienen apoyo observacional. Esto significa que cualquier desarrollo científico bien confirmado se conserva a lo largo de la historia de la ciencia, ya sea integrado por subsunción en las teorías posteriores, o ya sea porque lo que afirma puede derivarse de ellas deductivamente. Se trata, en suma, de una forma de entender el progreso científico:

“(...) el progreso científico adopta tres formas. Primeramente, aunque una teoría haya sido ampliamente aceptada por estar fuertemente confirmada, desarrollos posteriores (por ejemplo, los adelantos tecnológicos que mejoran drásticamente la exactitud de observación y medida) han hallado zonas en donde la teoría resultaba predictivamente inadecuada, y, por tanto, su grado de confirmación se ha visto aminorado. Aunque históricamente sea inexacto, la revolución copernicana se pone a veces como ejemplo de este tipo. En segundo lugar, mientras la teoría continúa disfrutando de confirmación para los diferentes sistemas comprendidos en su campo originario se está viendo cómo ampliar la teoría hasta abarcar un número más amplio de sistemas o fenómenos. Un ejemplo, a menudo citado, de esto es la extensión de la mecánica clásica de partículas a la mecánica de cuerpos rígidos. En tercer lugar, varias teorías dispares, disfrutando cada una de ellas de un alto grado de confirmación, se incluye en, o se reducen a, alguna otra teoría más amplia (como por ejemplo la reducción de la termodinámica a la mecánica estadística o la reducción de las leyes de Kepler a la dinámica de Newton). (...) La ciencia es, pues, una empresa acumulativa de extensión y enriquecimiento de viejos logros con otros nuevos; las viejas teorías no se rechazan o abandonan una vez que se han aceptado; más bien lo que hacen es ceder su sitio a otras más amplias a las que se reducen” (Suppe, 1974 [1979, p.74])

Sin embargo, para el tema que nos convoca es necesario comprender otro tipo de

reduccionismo, sincrónico, que puede incluir versiones ontológicas y/o lingüísticas. Este tipo de reduccionismo puede ser explicado como sigue. Supóngase la siguiente tabla:

COLUMNA A: Niveles de organización COLUMNA B: Disciplinas científicas Ecosistemas/sociedades Sociología, estudios interdisciplinarios,

ecología, etc. Vertebrados con desarrollo del neocortex cerebral

Psicología, etología, etc.

Organismos pluricelulares Células y organismo unicelulares Virus

Ciencias biológicas en general

Sistemas macroscópicos inanimados Física, Ciencias de la Tierra, etc. Moléculas Átomos Partículas subatómicas

Fisicoquímica, física cuántica, etc.

En la columna A es indican los niveles en que tentativamente puede clasificarse la

naturaleza. Adviértase que no se trata aquí de niveles de complejidad o simplicidad sino que la relación entre estos niveles se establece en el sentido de que la organización y elementos de cada nivel presuponen la existencia, organización y elementos del nivel inferior. En la columna B aparecen las disciplinas científicas, que según las incumbencias disciplinares estándar se ocupan de los distintos niveles. Adviértase también que ninguna de las dos columnas es definitiva ni excluyente: ambas podrían ser completadas y complejizadas a partir de otras sutiles divisiones o, incluso la aparición de nuevos fenómenos o disciplinas científicas. El punto de vista reduccionista supone que los sucesos, procesos o elementos de cada nivel deberían poder explicarse en términos de los niveles más bajos. El reduccionismo defiende la tesis según la cual una disciplina o teoría B puede ser reducida a una disciplina o teoría A (que podemos denominar básica) porque, en el fondo, las entidades de B son estructuras cuyos componentes, relaciones, correla-ciones y funcionamiento corresponden a A.

Es un error conceptual tratar de evaluar el punto de vista reduccionista a priori, es decir sin atender a los casos a los cuales se aplica. De hecho la historia nos muestra una enorme cantidad de episodios en los cuales el desarrollo de la ciencia se basó en reducciones exitosas. Entre muchos otros: la física galileana en oposición a las dos físicas provenientes de la tradición aristotélica; la reducción operada hacia principios del siglo XIX de las químicas orgánica e inorgánica a una química general45; la biología molecular para explicar el funcionamiento de lo viviente; buena parte de las explicaciones sobre la mente humana a partir de la química del cerebro; etc. Aunque también hay reducciones sujetas a controversias: explicar el funcionamiento de la sociedad en términos de las conductas individuales o en términos del funcionamiento psicológico de los individuos; explicar el funcionamiento de la economía sólo como resultado de las características de los individuos; la medicina estándar también opera una serie de reducciones: la enfermedad como producto social a lo individual, los individuos a órganos, lo psicológico a lo somático. Y, finalmente, hay otros episodios reduccionistas de dudosa legitimidad: una función compleja como la inteligencia humana a un factor único –como el factor g de Spearman-; atribuir algunas conductas sumamente complejas a un factor casi exclusivamente genético; esperar que en el futuro habrá una explicación última para toda realidad en términos de partículas físicas; etc.

La legitimidad de muchas reducciones se pone en cuestionamiento no sólo porque constituyen simplificaciones que dejan de lado las especificidades lo cual, dejaría de lado aspectos relevantes, sino fundamentalmente porque se trata de explicar fenómenos que son cualitativamente diferentes de la mera agregación de sus componentes más simples. Justamente esta última es la crítica que desarrolla el emergentismo, el punto de vista opuesto al reduccionismo. El emergentismo considera que, dada la tabla anterior, porque cada nivel introduce verdaderas novedades con respecto al nivel inferior.

Puede distinguirse, cuando menos analíticamente, entre un concepto sustancialista u ontológico de emergencia de otro cognoscitivo. Según el primero, las múltiples y diferentes estructuras que ocurren en el universo entero constituyen una larga cadena de

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Hasta principios del siglo pasado, los químicos pensaban que era imposible la síntesis de las sustancias orgánicas en el laboratorio dado que suponían que el comportamiento de éstas no era reducible enteramente a las leyes de la química inorgánica. Sin embargo, Friedrich Wohler (1800-1882), en 1828, logró sintetizar la urea, un componente orgánico presente en la orina de los mamíferos.

niveles que se van superponiendo y cada uno de ellos inaugura fenómenos radicalmente nuevos, pasando a niveles irreductibles a los anteriores46. La crítica más fuerte a esta forma de emergentismo consiste en considerarlo como “emergentismo gnoseológico” que, paradójicamente es una forma de ser reduccionista, y que sostiene que la emergencia no es una propiedad de los objetos, estados, procesos, sino de los conceptos y leyes de la ciencia. No hay referente ontológico objetivo para la emergencia, sino que ella depende del poder explicativo y predictivo de las teorías en el campo específico de la ciencia en un momento dado. Sólo indicaría el alcance y estado incompleto de nuestro conocimiento. Una de las formas típicas y más criticadas de emergentismo ha sido el vitalismo. “Vitalismo” no es un término unívoco. Aquí me refiero a la corriente de pensamiento filosófico-biológica desarrollada desde mediados del siglo XIX hasta comienzos del XX, que se oponía a toda forma de materialismo y reduccionismo de la vida a fenómeno físico-químico o mecánico, defendiendo la existencia de un principio vital específico que termina siendo una suerte de cualidad misteriosa inexplicable e inhallable (entelechie o psychoid le llamaba Driesch, o élan vital, le llamaba Bergson). Pero, por otro lado, el nacimiento de las ciencias sociales presupone un giro emergentista, consistente en considerar que los fenómenos sociales son emergentes con relación a las conductas y condiciones de los individuos particulares; por lo menos una parte de la ciencia económica también supone la autonomía de los fenómenos económicos con respecto a los agentes individuales humanos que la producen; el concepto de “superveniencia”, corriente en la biología actual, una forma de emergentismo desligada del desprestigio que sobrevino al vitalismo, señala justamente que hay fenómenos irreductibles a sus causantes físicos.

Llegados a este punto queda claro que ni el reduccionismo ni el emergentismo pueden calificarse a priori. Ambos pueden conducir a éxitos formidables de la razón humana, pero también, el primero a dejar sin explicación adecuada fenómenos multifacéticos y el segundo a postular cualidades misteriosas inexistentes. Obviamente, y por las mismas razones, tampoco uno y otro punto de vista pueden descalificarse apelando a las bondades de sus contrarios. Lo más razonable, entonces, debe ser el análisis científico y epistemológico minucioso. Las primeras formas del determinismo biológico asociadas a las medidas del cráneo y conformaciones del cerebro son reduccionistas porque apelan a la idea de que la condición social de los humanos depende de una sola función –la inteligencia- cuya señal física pretenden medir. Además de errores científicos como pensar que, dentro de la especie humana, la dotación de inteligencia está en relación directa con el tamaño del cerebro, cometen otros errores epistemológicos: confundir correlaciones positivas (el hecho de que los las mujeres, los negros u otros grupos siempre ocupan posiciones desventajosas en la sociedad) con relaciones causales. Aun aceptando los ‘datos’ manejados, es sabido que hay una infradeterminación (Quine, 1960) de la teoría por los datos, es decir, que cualquier conjunto de datos puede ser incorporado a distintas teorías.

Dirimir las discusiones en torno a la sociobiología, la última y más elaborada forma de determinismo biológico, no se consigue tratando de establecer dónde poner el límite entre lo biológico y lo cultural, es decir, en qué grado los sociobiólogos son más o menos

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Habitualmente se pone como ejemplo que el conocimiento de todas las características del hidrógeno y el oxígeno, no bastan para dar cuenta de las características de un compuesto de ambos como el agua. Y, de hecho, el agua reúne características que no tienen ninguno de sus componentes.

reduccionistas. Nadie discute que hay una suerte de fondo genético, es decir una dotación genética que permite que las conductas de los seres humanos emerjan en una gama más o menos amplia pero limitada al fin, de posibilidades. La flexibilidad de la conducta humana no constituye un repertorio perfectamente determinado en el nivel genético, sino que hay que buscarla en la potencialidad biológica (Véase Gould, 1996), como opuesta al determinismo biológico. Se trata de dos sustentos teóricos diferentes: mientras los que sostienen el determinismo biológico pretenden encontrar el repertorio posible de conductas como respuesta a los desafíos del medio, hablar de potencialidad biológica implica no tanto que el repertorio de conductas es más flexible (aunque no implica tampoco que no lo sean), sino que justamente lo que la evolución ha seleccionado en la especie humana no es el gen de la agresividad, sino justamente la capacidad de responder a veces agresivamente y a veces cooperativamente. De modo tal que la pregunta ¿es innata la agresividad humana, o la xenofobia o cualquier otra característica humana compleja? es una pregunta mal formulada o que apunta a encontrar una respuesta en el nivel equivocado (Gould, 1996). Muy probablemente una respuesta plausible sobre el origen de lo humano pase por la aceptación de una dotación genética básica más la indispensable acción del ambiente y la cultura; muy probablemente se trate de una respuesta poco interesante para los medios que hacen divulgación científica y para el cine, y muy poco efectiva para los científicos que buscan explotar algunos recursos mediáticos para conseguir fondos.

Ya se ha señalado (Véase Capítulo 1 en este mismo volumen) que la vigencia de los distintos determinismos biológicos a lo largo de, sobre todo, los últimos dos siglos, no se ha resentido en lo más mínimo por la ilegitimidad lógica de la argumentación que extrae conclusiones que se pretenden válidas para el campo del deber ser a partir del mundo natural. La operación intelectual que realizan consiste en confundir diversidad biológica (genética) con desigualdad (Véase Dobzhansky, 1973). En este contexto pueden esbozarse dos reflexiones. En primer lugar, es posible desarrollar un ejercicio intelectual y suponer que las afirmaciones del determinismo biológico en sus versiones fuertes son en su mayor parte verdaderas, vale decir que las conductas socialmente importantes están determinadas genéticamente en un sentido no trivial. Aún si esto fuera así, ello no constituiría fundamento legítimo de las desigualdades sociales. De hecho las conquistas modernas acerca de los derechos humanos, el respeto por la diferencia, el derecho a la igualdad de oportunidades, se establecen a despecho de la diversidad biológica. Las jerarquías son, en todo caso, un producto social, históricamente determinado.

En segundo lugar, cabe preguntarse en relación con las condiciones reales de vida de los individuos: ¿qué diferencias prácticas puede haber entre un determinismo que surge de lo biológico y un determinismo basado en las condiciones sociales y la diferencia de oportunidades entre los individuos? Debe quedar claro que el hecho de que las conductas sociales relevantes no se hallen determinadas genéticamente no significa que no estén determinadas de ninguna manera. Pero, además, sostener que las determinaciones de las conductas y el desempeño en la sociedad dependen de condiciones sociales tampoco significa que se trate de determinaciones débiles. De hecho sigue siendo cierto que en la mayoría de los casos los pobres siguen siendo, a su vez, hijos y padres de pobres y las determinaciones que llevan a consagrar las diferencias sociales son fortísimas, y muchas veces ofrecen dificultades inmensas para ser desarticuladas. Incluso muchas políticas públicas de coyuntura parecen orientadas a consolidar las diferencias más que a

revertirlas. Pero, en todo caso, sostener que las condiciones de vida de los hombres, dependen principalmente de las decisiones de los hombres, permite el desarrollo de utopías posibles, lo cual no es poco.

2. CONSECUENCIAS METACIENTIFICAS

El recorrido realizado por la historia de la eugenesia permite extraer algunas consecuencias metacientíficas -filosóficas, historiográficas y sociológicas-, amplias y generales, aplicables a los estudios sobre la ciencia, y sobre las que vale la pena reflexionar porque pueden servir de criterios elementales para otros análisis:

• Hay una relación estrecha entre historiografía de la ciencia y filosofía de la ciencia. De hecho aquélla siempre asume compromisos epistemológicos, es decir que se basa en alguna concepción determinada sobre lo que es la ciencia. El determinismo biológico en general y la eugenesia en particular aparecen como casos testigo que muestran por un lado la insuficiencia del planteo historiográfico/epistemológico que los deja fuera del análisis por considerarlos manifestaciones pseudocientíficas y, como contraparte, la necesidad de un cambio en la perspectiva de abordaje. Parece quedar claro, una vez más que historia y filosofía de la ciencia lejos de constituir campos disciplinares aislados o con demarcaciones estrictas, se solapan y complementan constantemente, relación que se expresa cabalmente en la ya clásica fórmula en la que Lakatos parafrasea a Kant: “La filosofía de la ciencia sin la historia de la ciencia es vacía; la historia de la ciencia sin la filosofía de la ciencia es ciega” (Lakatos, 1970).

• Un criterio historiográfico de inclusión de teorías, conceptos y puntos de vista ya abandonados en la historia de la ciencia debe tener en cuenta la consideración que de ellas ha tenido la comunidad científica de su tiempo, de modo que incluso las teorías consideradas en la actualidad como anticientíficas constituyen parte legítima de esa historia. En este sentido, incluso algunas de las manifestaciones extremas del determinismo biológico y la eugenesia han de ser consideradas genuinos desarrollos científicos aunque sean también planteos ideológicos. En este sentido la principal conclusión epistemológica de este libro –que ya adelantara en la Introducción- puede enunciarse como sigue: si la historiografía de la ciencia nos llevase a creer que una manifestación que surge de los trabajos e ideas de la comunidad científica (en este caso la eugenesia) depende esencialmente de comportamientos que, según una evaluación previa creemos irracionales o vistos desde la actualidad claramente ideológicos, antes que expulsarla del ámbito de la ciencia, deberíamos realizar una evaluación diferente de lo que habremos de creer acerca de la ciencia.

•Las ciencias biológicas (y biomédicas) en tanto campo de conocimientos, se ubican en un área de intersección entre las llamadas ciencias naturales en el sentido más estricto (por ejemplo la biología molecular), y las ciencias sociales. Esta doble pertenencia de los saberes biológicos se manifiesta con mucha más claridad en las conexiones directas o indirectas (reales, imaginarias, ideológicas o potenciales) que los trabajos en muchas áreas de la biología establecen con las condiciones sociales de producción, legitimación, reproducción y circulación del conocimiento

y con las prácticas y puesta en marcha de tecnologías sociales. En este sentido es necesario considerar de un modo amplio el ámbito de incumbencia de la reflexión epistemológica, de modo tal que no se encuentre restringido ni a lo que suele llamarse contexto de justificación ni a la historia interna; ampliación del horizonte epistemológico que representa, más que la inclusión acumulativa de temas, una apuesta por una perspectiva interdisciplinaria. En este sentido, las cuestiones relacionadas con las apropiaciones que desde distintos campos disciplinares se hacen de teorías de origen biológico, las implicancias filosóficas que surgen de los temas propiamente biológicos y aun las consecuencias sociales y pronósticos posibles de las mismas, devienen objeto de análisis epistemológico.

•Hay una relación relevante detectable, aunque discernible, entre conocimiento, poder y organización social. En efecto, los planteos eugenésicos que surgen del conocimiento científico disponible, sólo pueden comprenderse plenamente si se los vincula con las prácticas asociadas, el contexto político y social general y las características de la comunidad científica que los llevó adelante. Esta invitación a un abordaje interdisciplinario muestra equidistancia tanto de aquellos que creen que es posible reducir la ciencia a una práctica del poder como también de aquellos que piensan que el saber se constituye en ámbitos ajenos por completo al poder; ambos son puntos de vista reduccionistas, que resultan insuficientes para dar cuenta de fenómenos sumamente complejos y, en todo caso muestran que no es posible establecer demarcaciones a priori o extemporáneas entre la ciencia como un producto terminado y el contexto en el cual aparece.

•El análisis del determinismo biológico y la eugenesia resulta relevante desde un punto de vista académico, es decir de los estudios metacientíficos, pero también una necesidad práctica directamente relacionada con las consecuencias que la ciencia y el poder tienen en la vida (y en la muerte) y la felicidad o infelicidad de las personas. Cabe consignar, sin embargo, que este interés no está relacionado con la consideración de la historia de la ciencia —esto también vale para la historia en general— como una fuente de lecciones de moral para las generaciones futuras. Las experiencias del pasado poco o nada pueden servir, en este sentido, para evaluar el presente y mucho menos para contener o impedir el desarrollo de procesos en marcha. Más bien me refiero a la necesidad de considerar de suma importancia la reflexión crítica sobre estas y otras cuestiones científicas independientemente del carácter de no-especialistas que en general las personas ostentan. Una formación científica básica forma parte del conjunto de habilidades y aptitudes elementales, el patrimonio cultural básico, para la toma de muchas decisiones a lo largo de la vida de las personas.

3. TRES ERRORES SOBRE LA EUGENESIA

En el Capítulo 1 ya he adelantado lo que considero tres errores acerca de la eugenesia y ya es momento de volver sobre ellos. Se han presentado, creo, los elementos necesarios como para mostrar que la eugenesia ha excedido ampliamente el proyecto, las aspiraciones y brutalidades de la Alemania nazi, por lo cual resulta no sólo parcial, sino sencillamente erróneo circunscribirla a esa circunstancia. Los ideales eugenésicos resultan

el marco necesario para entender buena parte de la mentalidad occidental de las primeras décadas del siglo XX, tanto en el ámbito científico, como en el de muchas decisiones políticas y movimientos culturales. El despliegue mundial de los ideales y prácticas eugenésicos explica la gran influencia que también ha tenido en la Argentina —y otros países latinoamericanos. Aunque debe concederse que por su gran extensión, ha sido un movimiento que produjo versiones atenuadas, bien puede considerarse que los ideales eugenésicos llevados a sus últimas consecuencias y en condiciones sociales, políticas y culturales propicias no pueden desembocar en otra cosa que no sea el exterminio o la marginación de grupos definidos de personas.

El segundo error, tan generalizado como el primero consiste en considerar a la eugenesia como pseudociencia. Creo haber presentado suficiente cantidad de muestras de que la eugenesia no constituyó no sólo una serie de prejuicios racistas perversos y retrógrados producto de mentes diabólicas, sino que se trató del resultado de los trabajos y esfuerzos de la comunidad científica y que si bien hubo cierta cantidad de voces discordantes, la agenda o pautas generales sobre las cuales se discutían los problemas habían sido instaladas por los ideales de perfeccionamiento de la especie o grupos o razas sobre la base del conocimiento científico. Por ello, debería evaluársela de modo diferente desde el punto de vista de la historia de la ciencia.

El tercer error acerca de la eugenesia consiste, creo, en considerar que a partir de las terapias y manipulaciones sobre la descendencia, se estaría frente a una nueva eugenesia. Como quiera que sea, el constante desarrollo y la aparición de tecnologías asociadas a la reproducción humana hacen que todo el tiempo se encuentre presente el debate en torno a la legitimidad de modelar la configuración genética de los seres humanos. Si bien en el estado actual de desarrollo científico tecnológico, muy probablemente podemos hacer bastante menos de lo que creemos, o los medios publicitan, e independientemente de la cantidad de fantasías circulantes sobre las posibilidades ciertas de intervenir en el “diseño” de los futuros seres, parece accesible, y en el futuro seguramente lo será en mayor medida, la posibilidad de interferir de manera significativa - con algún costo evolutivo difícil de ponderar- sobre nuestra descendencia. En este contexto y bajo el paraguas de los dramáticos hechos del siglo XX, resurge el fantasma de la eugenesia ahora bajo la denominación de eugenesia “actual” o “liberal” y el debate se desenvuelve sobre la base de cierto consenso acerca del carácter netamente abusivo y negativo de la eugenesia ya conocida. En este sentido quienes defienden las nuevas tecnologías reproductivas intentan marcar las diferencias, y los que las condenan ponen el acento en las similitudes y riesgos potenciales y, mientras que algunos alertan sobre los riesgos futuros, otros aseguran que estamos ya ante una nueva eugenesia47 y reclaman acciones desde el derecho:

“Las técnicas de procreación asistida, y en particular la fecundación in vitro, vienen planteando desde hace algo más de una década serios dilemas al Derecho. Se trata de conflictos cada vez más complejos entre el legítimo deseo de tener un hijo, por un lado, y el

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De hecho, la versión entregada al Presidente del Consejo Europeo en Roma, el 18 de julio de 2003, del "Proyecto de Tratado por el que se instituye una constitución para Europa" dice en el Artículo II-3 ("Derecho a la integridad de la persona") en el punto 2b: "se respetará la prohibición de las prácticas eugenésicas y en particular las que tienen por finalidad la selección de las personas"

respeto de la vida embrionaria y de la identidad genética del niño por nacer, por el otro. Entre esos conflictos se destaca la nueva finalidad eugenésica que va adquiriendo poco a poco la fecundación in vitro. Esta técnica, inicialmente presentada como una solución para las parejas estériles, parece estar cambiando de objetivo en los últimos años. Ya no se trata solamente de “dar un hijo” a quien no puede naturalmente tenerlo. Ahora se persigue dar un hijo de “buena calidad”, que satisfaga los deseos de los padres, y esto, aún fuera de verdaderos supuestos de esterilidad. Tal objetivo se logra con la selección de los embriones que serán transferidos al útero materno, a través del denominado ‘diagnóstico preimplantatorio’.” (Andorno, 2001).

Pero el concepto mismo de eugenesia no resulta unívoco. Algunos la definen de un modo genérico y amplio y sin distinguir siquiera entre eugenesias negativa y positiva:

“Cualquier intervención, individual o colectiva, que modifique el patrimonio hereditario será considerada dentro del campo de la eugenesia, independientemente de los fines, sanitarios o sociales que persiga".(Soutullo, 1999, p. 37)

Otros lo hacen de un modo más restringido:

“(...) las propuestas de afrontar problemas sociales mediante intervenciones tendentes a cambiar, de un modo u otro, el patrimonio genético de la humanidad” (Luján López, 1991, p. 138)

Como quiera que sea, el problema de definir o caracterizar la eugenesia actual no es estipulativo sino, más bien, epistemológico. En este sentido, la intervención sobre la descendencia humana resulta el fondo común con la eugenesia clásica pero, sin embargo, hay una gran diferencia, no sólo con relación a las posibilidades tecnológicas del pasado, sino también con relación a los objetivos de mejorar la raza/especie. Veamos en primer lugar una reseña de lo que, tecnológicamente hablando, puede hacerse.

En la actualidad están disponibles distintos tipos de diagnósticos y manipulaciones relacionadas con la descendencia. En primer lugar, los diagnósticos posteriores al nacimiento que se hacen en el nivel cromosómico o bien en el nivel de los genes para detectar enfermedades hereditarias. Este tipo de estudios, tiene algunas ventajas pero también fuertes limitaciones. En efecto, casi siempre llega tarde y se inicia a partir del individuo que posee una patología y luego se continua por la familia. El objetivo en general es aliviar, en lo posible, al paciente y proteger a la descendencia. Esto es así porque en las enfermedades recesivas, el individuo heterocigoto para el gen responsable de la patología, es sano. La gran limitación en términos eugenésicos, como se comprenderá, radica en la imposibilidad de someter a toda la población y, a su vez a todos los genes conocidos responsables de enfermedades, a este tipo de análisis48. De cualquier manera ha resultado sumamente útil para los casos de genes específicos en poblaciones específicas, como el caso de la Talasemia en Cerdeña. Un aspecto problemático para este tipo de análisis surge de la posibilidad cierta (en alguna medida ya ocurre) de que empresas o particulares soliciten exámenes a sus posibles clientes o empleados para otorgarles seguros o empleos. El tipo de análisis requerido en estos casos no es tanto el de heterocigosis para

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Cf. Tejada (1999) o Maynard Smith (1982).

enfermedades recesivas sino, más bien para las dominantes en los genes que aparecen en la edad adulta o para la predisposición de ciertas enfermedades.

El segundo tipo de intervención es el diagnóstico prenatal, que se realiza al comienzo del embarazo y que permite detectar malformaciones congénitas (sobre todo a

través de ecografías), anomalías cromosómicas como por ejemplo el síndrome de Down y

desórdenes genéticos estudiando muestras fetales49. Como una de las consecuencias de este tipo de exámenes es la posibilidad cierta de recurrir al aborto posterior, constituye un tópico particularmente importante de la agenda bioética.

Pero lo que más inquieta con relación a la eugenesia es el tipo de intervención denominada Diagnóstico Preimplantatorio (DPI), probablemente porque despierta las más grandes fantasías, sobre todo la relacionada con concebir un hijo a la medida, es decir “programado”. El DPI permite vislumbrar algo más cercano a la eugenesia positiva, es decir más allá de la lógica de la curación o eliminación de enfermedades porque puede establecer, tomando una pequeña muestra que luego es analizada mediante técnicas muy especializadas de citogenética y biología molecular, las condiciones cromosómicas y ciertas características genéticas en embriones obtenidos por fecundación in vitro. Permite analizar anomalías cromosómicas numéricas, como por ejemplo la presencia de 3 cromosomas 21, responsable del síndrome de Down; el estudio de anomalías cromosómicas estructurales, sobre todo translocaciones e incluso pueden identificarse los cromosomas sexuales X e Y y así determinar el sexo de los embriones lo cual tiene importancia respecto de enfermedades ligadas al sexo, debido a que los alelos responsables se encuentran en el cromosoma X. También es posible, amplificando secuencias específicas del ADN, detectar enfermedades graves de origen genético de las cuales ya se conocen varios miles, como por ejemplo: fibrosis quística, distrofia miotónica, enfermedad de Tay-Sachs, beta-talasemia, anemia falciforme, enfermedad de Huntington. Las técnicas del DPI permiten diagnósticos rápidos –entre 3 y 48 horas- compatibles con el tiempo máximo de desarrollo embrionario in vitro, el descarte de los embriones defectuosos y la posterior implantación en el útero del embrión seleccionado. Queda claro que las técnicas del DPI ofrecen, por un lado, la posibilidad cierta de detectar y, a través de la selección embrionaria, eliminar enfermedades graves, pero, por otro lado también permiten pensar que se trataría de la antesala de una nueva eugenesia selectiva. En este sentido sostiene Habermas:

“En el caso del diagnóstico de preimplantación ya es difícil actualmente respetar las fronteras entre la exclusión de caracteres hereditarios indeseables y la optimización de los deseables. (...) Las fronteras conceptuales entre la prevención del nacimiento de un niño gravemente enfermo y el perfeccionamiento del patrimonio hereditario (esta última es una decisión eugenésica) ya no son tajantes” (Habermas, 2001 [2002, p. 35])

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Obviamente resulta inútil para la detección de enfermedades de manifestación tardía. También resulta impracticable (por el nivel de recursos humanos y económicos necesarios) el análisis dirigido a detectar genes recesivos responsables de patologías. De hecho es muy probable que la mayoría de las personas sean heterozigotos para cuando menos algún gen nocivo o letal, lo cual, siguiendo la lógica eugenésica llevaría a impedir la reproducción de prácticamente la totalidad de la humanidad. Sobre las posibilidades reales de interferir eugenésicamente y sobre la inutilidad y la irrelevancia de algunas medidas, véase Haldane (1938). También Maynard Smith (1982).

Ahora bien, recordemos nuestro problema: ¿en qué sentido estas diferentes formas de intervención sobre la reproducción humana pueden asimilarse a la eugenesia que se conoció en la primera mitad del siglo XX? Si definimos a la eugenesia de un modo sumamente general como cualquier interferencia en la descendencia parece posible percibir una continuidad entre ambas, pero eso, no sólo es un error histórico/epistemológico, sino que además trivializa el problema e impide elucidar las múltiples perspectivas involucradas en la cuestión. Debe hacerse un análisis más detallado. El primer tipo de intervención (diagnóstico postnatal) tendría un papel eugenésico selectivo muy limitado, salvo de una manera indirecta (aunque quizá más perversa) relacionada con la privatización de la información genética de los individuos como requisito para el acceso a los sistemas de salud y a los circuitos laborales. El segundo tipo de intervención (los diagnósticos prenatales) tiene un carácter eminentemente de eugenesia negativa, no sólo porque apunta a detectar enfermedades graves del embrión, sino también porque el hecho mismo de hacerlo implica, casi siempre, una decisión previa de continuar con el embarazo si no hay patologías serias. Como decía más arriba, el tipo de tecnologías que genera más polémicas por su aparente similitud con la eugenesia clásica, es el DPI.

Ahora bien, la eugenesia clásica, más allá de las diferencias en el grado de implementación entre los países y las épocas, se caracterizó por responder a pautas de selección de grupos definidos (con el objetivo expreso de incidir evolutivamente), por realizarse a través del desarrollo de políticas públicas y por ser el resultado de acciones ejercidas de manera coactiva. La primera característica de la eugenesia clásica, entonces, es apuntar a la selección de grupos definidos con vistas a modificar la población/especie/raza/grupo. Siempre se define como un conjunto de acciones que se siguen sobre grupos considerados inferiores en escalas jerárquicas variables: las más generales se refieren a razas superiores e inferiores, pero también hay grupos considerados inferiores hacia el interior de las sociedades como los deficientes mentales, los delincuentes, las prostitutas, alcohólicos y enfermos y, en ocasiones la escala se establece según las nacionalidades. El objetivo final siempre es incidir evolutivamente, es decir modificar la composición de la población para lo cual las acciones individuales son sólo medios. El segundo aspecto que caracteriza a la eugenesia clásica fue que se ha llevado a cabo mediante la implementación de políticas e instituciones públicas, como ya se ha visto. En tercer lugar, como derivación de los anteriores, la eugenesia, si bien ha desarrollado profusas campañas de concientización y educación, se ha caracterizado por ser autoritaria y ejercerse de modo coactivo, y no el resultado de acciones voluntarias y libres.

Ahora bien, y precisando otra vez el problema, con toda legitimidad puede preguntarse: ¿este planteo eugenésico que se apoya sobre la decisión de los padres es realmente eugenésico en el mismo sentido en que se desarrolló la eugenesia de fines del siglo XIX y primera mitad del XX? Las acciones que algunos autores llaman eugenesia actual y que sin lugar a dudas se realizan con la finalidad de influir sobre la transmisión de características genéticas a la descendencia, se hallan legitimadas sobre la base de decisiones privadas, individuales o familiares, referidas principalmente a tratamientos terapéuticos. Habermas (2001) alertando sobre este tipo de eugenesia critica la posibilidad de establecer de antemano, merced a los conocimientos sobre el genoma y la manipulación genética, ciertas características de la descendencia. Habermas cuestiona, heredero horrorizado al fin del estigma nazi de las lebensunwertes Leben, la legitimidad de que los

padres puedan programar en algún sentido a sus hijos y expresa su preocupación porque el mundo avance hacia una eugenesia liberal. El argumento de Habermas se apoya en la dificultad para distinguir en las zonas de intersección entre las eugenesias negativa y positiva, distinción que sólo resulta clara en los casos típicos: en el extremo de la eugenesia negativa aparece la posibilidad de reducir o eliminar la existencia de enfermedades realmente graves que provocan gran sufrimiento y limitan fuertemente el desarrollo de una vida mínimamente autónoma y, en el extremo de la eugenesia positiva pueden ubicarse los delirios de la raza superior. Sin embargo, señala acertadamente Habermas, esta distinción se disuelve en la llamada eugenesia liberal o actual, basada en la posibilidad de los padres de intervenir (modificar-eliminar), mediante las tecnologías disponibles, en alguna/s característica/s de sus hijos. Para una eugenesia liberal, que descansa sobre la decisión de los individuos, no parece haber impedimento alguno para desplazarse sin solución de continuidad desde la selección negativa de embriones que con certeza portarán enfermedades hereditarias graves, hacia una selección de embriones según características deseables no vinculadas a ninguna patología. Varias razones hay para ello pero la principal es el hecho de que la decisión es individual y nada impide que lo que hoy horroriza, mañana sea habitual. Tampoco debe olvidarse que el concepto de enfermedad ha resultado contextual y fuertemente variable; de hecho los alegatos a favor de la eugenesia se han basado casi siempre sobre la eliminación de lo inferior y lo patológico.

Resumiendo, lo que muchos llaman “eugenesia liberal actual”, es un fenómeno cualitativa y esencialmente diferente de la eugenesia, dado que se caracteriza por la privacidad, la voluntariedad y la no discriminación. La eugenesia actual parece ser, en principio, el producto de decisiones privadas, individuales o familiares, sobre tratamientos terapéuticos, aunque esa decisión puede tener, sin ninguna duda, profundas implicancias para la vida futura del afectado porque se realizan con la finalidad de influir sobre la transmisión de características genéticas a la descendencia; se trata de actos voluntarios, es decir, por ser una decisión libre y voluntaria de los potenciales padres afectados sin depender de ningún poder del Estado; finalmente no apuntan a la discriminación de grupos o sectores de la población, es decir, que son prácticas que no están dirigidas a seleccionar grupos de población específicos, que pudieran resultar discriminados en sus derechos, sobre todo si son aplicadas de modo coactivo.

4. SOBRE LOS PELIGROS DE UNA NUEVA EUGENESIA

Tres cuestiones para terminar. En primer lugar, la elucidación precedente, conceptual, epistemológica e historiográfica, permite vislumbrar que no hay riesgos de una nueva eugenesia en el sentido conocido. Por otro lado, las condiciones políticas del mundo actual, pero sobre todo las formas de control y dominio adquieren otras modalidades a veces más ocultas y eufemísticas, a veces más brutales y descaradas, pero que no son las mismas ni ideológica ni materialmente, que las vigentes a principios del siglo XX, e incluso los problemas acerca de la población no son los mismos. Sin embargo, debe concederse que la eugenesia podría ser un problema real si el autoritarismo del Estado de hace cincuenta o cien años fuera suplantado por el autoritarismo del mercado actual. Puede ocurrir que las decisiones que parecen ser tomadas libre y voluntariamente, en realidad estén fuertemente condicionadas por las circunstancias, y que los modelos impuestos culturalmente –seguramente conectados a la posibilidad, real o imaginaria, de

obtener ventajas para el éxito social futuro- ejerzan una gran presión sobre la elección de los rasgos deseados por parte de los futuros padres. Incluso la desigualdad en las posibilidades económicas de acceso a terapias génicas y manipulaciones sobre la descendencia así como la información sobre la portación de una dotación genética proclive a adquirir o desarrollar ciertas patologías, pueden desembocar en la discriminación de ciertos grupos, a partir de, por ejemplo la exclusión o limitación en la cobertura o seguros médicos y en el acceso al trabajo.

En segundo lugar, y aunque siempre resulta aventurado decir responsablemente algo acerca del futuro, las posibilidades tecnológicas de interferir sobre la descendencia son mayores y presumiblemente crecerán a ritmos vertiginosos en el futuro. En este contexto, y si bien las fantasías de los determinismos biológicos más burdos de fabricar humanos a medida probablemente nunca se hagan realidad, puede preverse que se podrán evitar muchas enfermedades hereditarias e intervenir de manera relevante sobre el fenotipo. En este sentido creo que es inútil y peligroso que el trazado del límite descanse solamente sobre unos preceptos bioéticos de dudosa legitimidad y cumplimiento:

“Todo parece como si, al dirigir la discusión hacia el dominio de los aspectos éticos y morales de la eugenesia actual, se tratara de inmunizarla frente a los viejos peligros de la eugenesia original, enfatizando el interés en la irrebasabilidad de ciertos límites bien conocidos y aceptados ya por la comunidad de científicos y biotecnológicos. (...) [sin embargo] La orientación moralista encubre la radicalidad de los retos anticipados por las posibilidades abiertas, redefiniéndolas meramente como cuestiones dirimibles desde una u otra moral” (Ibarra, 1999, p. 24)

El desafío está continuamente abierto: es inevitable que ocurra –ya está ocurriendo- una creciente interferencia sobre la reproducción humana. Sin embargo el problema se invierte con relación a la eugenesia clásica, y el debate aunque siempre redefinible, debe ser saldado jurídicamente y sin sustituir el autoritarismo y la tecnocracia del Estado de hace décadas por el autoritarismo y la tecnocracia, más brutal aun, del mercado actual. En este sentido señala acertadamente Diane Paul:

“El problema no es el que la mayoría de nosotros tenemos: un programa de gobierno para criar mejores bebés. El peligro más probable es prácticamente el opuesto; no que el gobierno intervenga en decisiones reproductivas, sino que no lo haga. Cuando todo se deja a la libertad del mercado es cuando más probabilidad hay de que se corrompan los frutos de la investigación del genoma” (citado en Silver, 1998, p. 290).

En esta misma línea, algunos ya han planteado que los futuros tratamientos

genéticos—a causa de que permitirían modificar rasgos que terminen favoreciendo las oportunidades de los afectados, transformando los talentos personales— lleguen a ser considerados recursos ordinarios y, por tanto, objeto de redistribución (Nussbaum, 2002). A. Cortina (2004) sostiene que la eugenesia liberal, al dejar al juego del mercado la posibilidad de mejorar la herencia genética de los individuos, afecta “a la entraña de la justicia social”. De esta manera tanto los críticos de la eugenesia como los que pretenden arribar a una versión “políticamente correcta” de ella, caen en la misma trampa que les tendieron los que confundieron a lo largo de los últimos cien años biología y política, los

que confundieron, en suma, diversidad genética con desigualdad humana (Cf. Dobzhansky, 1973). Se trata de dos problemas que, si bien pueden solaparse en alguna medida difícil de determinar, son diferentes y no es bueno caer en la dimensión práctica de la trampa, consistente en creer que al pergeñar una respuesta ética o jurídica para uno de los problemas –el de la intervención en la reproducción- se está al mismo tiempo haciendo algo para solucionar el otro problema, el de la desigualdad. Para bien o para mal, la justicia social y la redistribución de la riqueza sigue siendo (y presumo que lo seguirá siendo en los próximos siglos) un problema político y no biológico. El acceso a la salud no es un recurso a distribuir sino un derecho inalienable. En todo caso, y si bien discutir sobre la eugenesia es totalmente legítimo, sería bueno que quienes están preocupados por la desigualdad empeñaran esfuerzos en la lucha contra la desigualdad en otros ámbitos.

Finalmente, creo que a pesar de todo lo dicho, aún es posible hablar de una nueva eugenesia, pero en el mismo y seguramente único sentido en que la eugenesia tradicional fue un éxito: en el ámbito de lo ideológico. En efecto, la eugenesia conocida ha sido un fracaso en cuanto a sus objetivos explícitos y, seguramente, sus resultados más palpables y realmente significativos hayan sido, además de algunas tecnologías sociales asociadas a la reproducción y a las condiciones sanitarias, la estigmatización de vastos sectores de la humanidad, según una discriminación por razas, clases sociales, nacionalidades o grupos. sin embargo, no sólo fue un éxito ideológico, sino que continuamente aparecen nuevas propuestas asociadas, ahora bajo la terminología de última generación de la biología molecular. En el marco de una situación en la cual alrededor de un tercio de la población mundial está condenada a la más irreversible marginalidad, y otro tercio sometido al deterioro paulatino de su calidad de vida, a la inestabilidad laboral y a exigencias crecientes para no pasar al tercio de marginados, el resurgimiento de planteos deterministas y sociobiológicos en general y eugenésicos en particular, parece venir, otra vez, a llenar espacios de legitimación de las diferencias sociales de hecho. En este marco los discursos biologicistas de última generación, es decir aquellos que suponen fundamentarse en la genética molecular, pueden tener un papel ideológico destacado sobre todo si, en el contexto actual, hay problemas acuciantes con relación a la población mundial. En el momento en que surge la eugenesia una de las convicciones prevalecientes entre políticos y hombres de ciencia era la necesidad de aumentar la población como indicador de progreso, complementada con la idea de seleccionar la calidad de esa población. Sin embargo, no se trata de las preocupaciones del mundo actual, en vías de una superpoblación, que probablemente se vuelva más dramática en las próximas décadas. El problema del mundo actual es la pobreza y la marginalidad a que está sometida una enorme porción de la humanidad. Los exámenes prenatales y algún tipo de manipulación posible, por otro lado, no sólo son acciones de escasa o nula incidencia evolutiva sino que además, se piense lo que se piense de ellos en cualquier perspectiva —ética, médica, religiosa u otras—, básicamente son cuestiones que atañen a sectores de medio y alto poder adquisitivo. El sistema económico-político que ha prevalecido en los últimos años ha conducido al desastre que muchos previeron, pero no sólo se resiste a modificar los rumbos, sino que además se manifiesta impotente para resolver los problemas más graves. Y cuando los sectores concentrados de la economía y el poder, tan sólo atinan a establecer políticas de subsidios para los pobres en lugar de generar mejores condiciones de vida, sólo resta que en el futuro se nieguen a repartir aun esas migajas. El panorama general es dramático y asistimos en los últimos años al resurgimiento de

enfermedades que habían prácticamente desaparecido de extensas zonas del planeta como por ejemplo la tuberculosis o el cólera; a la privación de medicación para enfermedades nuevas y mortales como el SIDA, que con la atención adecuada pueden considerarse crónicas, en zonas como África donde probablemente más del 50% de la población se encuentre infectada; a la muerte de personas por hambre o por causas evitables en condiciones de buena alimentación, siendo que no se trata de un problema de disponibilidad efectiva de recursos sino de distribución más equitativa de la riqueza. En este sentido, más que riesgos ciertos de una nueva eugenesia, puede temerse a partir de nuevas formas de estigmatización similares a las que realizó la eugenesia de la primera mitad del siglo XX, la legitimación de algo cuyos resultados pueden ser más trágicos aún: el genocidio.

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