espacio novelesco y espacio autobiográfico en la obra de montserrat roig
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ESPACIO NOVELESCO Y ESPACIO AUTOBIOGRAFICOEN LA OBRA DE MONTSERRAT ROIG
Salustiano Martín
1. Introducción.
Desde su primer libro narrativo publicado, Molta roba i poc
sabó... i tan neta que la volen (1971), Montserrat Roig (1946-1991) supo
diseñar un ceñido conjunto de personajes, centrados en un mismo
espacio histórico (Barcelona, desde fines del siglo XIX) y
ligados por los lazos de la experiencia común, en torno a los
cuales fue construyendo una reflexión que profundizaba, cada
vez más lúcidamente, en sus raíces históricas y en sus
fantasmas personales. Dentro de ese ámbito, ella misma aparece
en alguna ocasión, si con seudónimo, en su real encarnadura
textual, trastocando de esa forma la visión que pudiera haber
tenido el lector acerca de los personajes en cuestión: de su
realidad y de sus caracteres esenciales. Así, pudo intensificar
su capacidad autorreflexiva y autobiográfica, y arrojar, a un
tiempo, una nueva luz moral sobre los seres humanos que hizo
vivir en sus novelas.
2. Ramona, adéu (1972) .
Ramona, adéu, escrita entre 1970 y 1972, muestra, de modo
fragmentario, tres vidas de mujer: abuela (Mundeta Jover: 6 dic
1894-2 enero 1919), madre (Mundeta Ventura: 1931-1938) e hija
(Mundeta Claret: 1969). Los fragmentos, cronológicamente
dispuestos para cada mujer, se presentan intercalados,
mostrando un destino común a las tres. Dos fragmentos en
primera persona, correspondientes a un episodio de Mundeta
Ventura (marzo 1938), abren y cierran el conjunto textual. Los
espacios cronológicos (de las vidas de Mundeta Jover y Mundeta
Ventura) dejados fuera de sus fragmentos (es decir, lo que les
sucedió después) se hallan, de alguna manera, rellenados con el
relato sumario focalizado en las Mundetas inmediatamente
posteriores. Así, Mundeta Jover completa su periplo en ciertos
fragmentos de las partes dedicadas a Mundeta Ventura y Mundeta
Claret, y Mundeta Ventura, a su vez, en ciertos fragmentos de
la parte dedicada a Mundeta Claret. Así, contemplamos su
fracaso sin apasionamiento, con la actitud distanciada de quien
ya cree tener poco que ver con ellas (su hija o su nieta).
Mundeta Claret cierra el ciclo vital y narrativo y, al mismo
tiempo, permanece encerrada en él.
Esta estructura hace aparecer a la novela, en efecto, como
contradictoriamente abierta y cerrada: el fragmento que la
concluye, que parece señalar una opción de futuro para Mundeta
Ventura (y que, por ello, ofrecería una posible visión del
mundo positiva emergiendo del conjunto de la novela), está
evidentemente destruido por lo que sabemos que ha sido el
futuro de esa mujer, parcialmente expuesto en los fragmentos de
Mundeta Claret. Por el contrario, el fragmento final de ésta,
que señala un momento de derrota y abre la posibilidad de una
nueva dirección, se encuentra situado dentro de la composición
fragmentaria que los dos textos de Mundeta Ventura delimitan y
parecen cerrar. Así, se nos dice que la suerte de la tercera
Mundeta no va a ser mejor que la suerte de la primera, que
aparece ligada exclusivamente a su matrimonio con Francisco
Ventura (puesto que trabamos contacto con ella cuando va a
casarse con su marido y ese contacto concluye cuando aquél
muere).
En los tres casos, las mujeres ofrecen una penosa
dependencia respecto de los hombres, que limita el horizonte de
su evolución personal, así como de su relación positiva con el
entorno. La primera Mundeta jamás podrá cumplir sus sueños de
pasión romántica con su marido, y su único "desliz" fuera del
matrimonio acabará (acaso por su propia indecisión) en un
intento de violación que la dejará reducida a su papel de
esposa. Simbólicamente, volvemos a trabar contacto con Mundeta
Jover (ocho años después de aquel episodio) cuando ésta acaba
de ser madre: aquí se cierra para ella cualquier posibilidad de
vivencia de la pasión que se había augurado a sí misma en su
juventud: "Així, vaig fent la meva vida. No vaig voler celebrar
el meu aniversari. Trenta-cinc anys!, i li vaig dir que era
millor que cadascú tingués la seva cambra. [...] Quan va néixer
la nena, poc va faltar perquè totes dues no anéssim a l'altre
barri. La nena és lletja i trista. [...] No serà feliç" (144-
145). Ramona acaso ahora comprende cuál es el destino de la
mujer en ese mundo (el real: el social e históricamente
determinado, no el soñado por los poetas): "Si haguéssim tingut
un nen... Un home és lliure, pot triar el seu camí. Una dona no
hi té res a fer, al món" (145).
A estas alturas, Mundeta Jover se considera fracasada. El
ciclo se cierra definitivamente con la muerte de su marido
Francisco Ventura, que, al fin, la libera de su ingenua
esperanza y la convierte en una nueva mujer, como si una losa
que le oprimiera la voluntad se le hubiera quitado de encima:
"Des d'aleshores, la mamà es va convertir en una dona molt
alegre i comunicativa. El seu caràcter, tan sec i eixut abans,
es tornà obert, generós, sempre disposat a passejar, a conèixer
gent. Va començar a despendre, a comprar-se vestits de tota
mena així que s'acabà el dol. Fou per aquelles dates que
llogaren la torreta de Valldoreix" (131), narración en
primera/tercera persona, correspondiente a un fragmento de los
de Mundeta Ventura, su hija. La mujer, liberada de la sujeción
sentimental al hombre, vuela libre: ninguna ilusión le queda
ya; es la libertad de la falta de deseos profundos. En Molta roba
i poc sabó..., donde se resumía ya esa historia, Roig pone un
título bien significativo de sus raíces ideológicas al relato
de las desventuras de Mundeta Jover: "Breu història sentimental
d'una madama Bovary barcelonina nascuda a Gràcia i educada
segons els nostres millors principis i tradicions" (23).
La historia de la primera Mundeta, que abre y cierra el
conjunto de los fragmentos (limitados a su vez por el episodio
alucinado y subversivo de Mundeta Ventura), es símbolo, por lo
demás, de las historias de su hija y de su nieta, aunque cada
cual experimente sus relaciones sentimentales en el marco
histórico que le corresponde y que forzosamente interacciona
con sus existencias íntimas. Así, Mundeta Jover experimenta su
vida como el agostamiento de posibilidades que nunca pasaron de
ser sueños ingenuos: agostamiento vivido en el interior
doméstico de una vida sin más horizonte que la atención al
esposo o a la hija. Las salidas de casa suponen contactos
peligrosos (Semana Trágica de julio de 1909; intento de
violación de junio de 1901).
Por su parte, Mundeta Ventura, su hija, encuentra los
mejores momentos de su vida (aquel verano-otoño de 1934,
aquella madrugada de marzo de 1938) en momentos de máxima
tensión política: la revolución de 1934 y los bombardeos de
Barcelona en el 38 significaron momentos álgidos en los que se
supo viviendo con pasión. Todo lo demás, antes y después, no
fue sino la existencia roma y sin brillo de lo cotidiano: con
su madre, primero; con su marido, Joan Claret, después. Luego
de haber vivido la pasión durante la República y la Guerra, la
posguerra de la segunda Mundeta es un símbolo de la derrota, la
viva representación de la pasión abortada de los vencidos. Es
simbólico que sus fragmentos concluyan con el suicidio de
Ignasi y que la novela entera esté delimitada por su escapada
de marzo del 38 en busca de su marido.
En cuanto al periplo de la nieta, Mundeta Claret, se
centra en unos pocos meses de 1969 y, en apariencia, se halla
permanentemente volcado hacia el exterior, situado como está en
medio de los continuos acontecimientos políticos de la lucha
estudiantil antifranquista. Sin embargo, la nieta no hace sino
reproducir el esquema sentimental de la abuela y parece
encontrarse siempre a la espera de la pasión salvadora, que
debe venir de su relación con Jordi Soteres. En efecto, Mundeta
Claret, a pesar del momento histórico que le ha tocado vivir,
no parece haber superado de manera satisfactoria las relaciones
de dependencia sentimental de las mujeres de su familia (es
decir, las propias de las relaciones de género, tal como vienen
expresadas por la ideología dominante burguesa-patriarcal). Sus
desajustes emocionales, la tensión que la desequilibra y le
impide llevar una vida no dependiente, proceden de la misma
fuente ideológica que ahogaba el alma de las Mundeta abuela y
madre. Mundeta Claret está más estrechamente comprometida
políticamente, parece (sólo parece) haberse liberado
sexualmente, intelectualmente acaso tiene un horizonte más
claro. Sin embargo, su construcción personal está aquejada de
la misma carencia de independencia sentimental que las Mundeta
Jover y Mundeta Ventura. Eso quedará nítidamente puesto de
relieve en posteriores novelas: la aparente huida final de esa
necesidad sentimental no es más que una farsa y Mundeta Claret
acaba retornando al hogar familiar y desposándose con un hombre
de su clase, dejados ya a un lado los ideales y sueños de una
juventud militante. Tal camino se auguraba ya en Molta roba i poc
sabó..., se anuncia claramente en Ramona, adéu y concluirá
haciéndose real en El temps de les cireres y en La veu melodiosa.
Por eso, Ramona, adéu concluye, contradictoriamente, en una
falsa promesa de subversión, cegada por la historia, y en la
huida de una derrota que, significativamente, repite el ciclo y
que, si parece abrir un nuevo camino, en realidad no resulta
ser sino un estéril espejismo. Finalmente, la clase burguesa y
su ideología patriarcal se imponen. Las Mundetas, como nos
advierte Roig lúcidamente, no tienen solución en esa formación
social.
Como se ve, en Ramona, adéu Montserrat Roig se obliga a una
reflexión histórica sobre las existencias de mujeres concretas.
Trata de comprender el reciente pasado (enmarcado en el ámbito
catalán en que ella vive y en un marco político-ideológico que
evoluciona), acaso para comprenderse a sí misma. Mira hacia
afuera, al mismo tiempo que trata de mirar hacia adentro,
tratando de comprender y comprenderse sin mistificar. Las
relaciones que centralizan la vida de esas tres mujeres son
siempre relaciones sentimentales. Nada parece haber más
importante en sus vidas fuera de ellas. Además, se trata de
relaciones fracasadas. Por una u otra razón, ninguna ha podido
enhebrar la pasión sentimental en un desarrollo positivo de la
propia personalidad. No les ha valido para ponerlas realmente
en contacto con la vida exterior, tampoco siquiera para poder
percibir que sus vidas estaban teniendo un sentido. En Ramona,
adéu, Montserrat Roig se autoanaliza quizás a través del
desasimiento crítico y la amargura con que retrata las
evoluciones político-sexuales y familiares de Mundeta Claret.
Pero el conjunto no le ha servido a la novelista para situarse,
ella misma, ante el mundo de lo cotidiano histórico-
existencial, puesto que, para eso, antes que nada debería haber
asumido su propia personalidad, su propio ser en el mundo, sus
relaciones íntimas (históricamente determinadas) con los demás.
Ella misma ha permanecido en sustancia fuera del tejido
diegético construido y no ha dejado oír su propia voz, tampoco,
en el nivel de la enunciación; así, el discurso autobiográfico
queda, en lo fundamental, relativamente inédito.
3. El temps de les cireres (1977) .
Si Ramona, adéu se centra en la familia de las Mundetas, El
temps de les cireres lo hace en la familia Miralpeix; no obstante,
encontramos en sus páginas, asimismo, alguna nueva información
acerca de los personajes de aquella primera novela: el mundo de
Ramona y de El temps es el mismo mundo, y los personajes de ambos
relatos viven en idéntico ámbito diegético y mantienen
relaciones familiares entre ellos; ese mundo es, por lo demás,
el mundo de la propia novelista. En El temps de les cireres el
esfuerzo que Montserrat Roig realiza para atrapar la
complejidad de los seres humanos, y de la sociedad que
construyen y los determina, se acentúa sustancialmente. Por un
lado, trata de profundizar en el presente en que ella misma se
debate, articulando un plantel de personajes más amplio. Por
otro, diversifica sus intereses temáticos, dando entrada a
diversos planos existenciales que hacen más abarcadora y más
matizada su comprensión del mundo.
En el presente, la novela tiende a demorarse en la Natàlia
que vuelve de su exilio inglés, al cabo de doce años, para
encontrarse con que, aunque parece que nada ha cambiado en
España (1962: detención de Grimau; 1974: ejecución de Puig
Antich), la realidad es que ella misma lo ha hecho y que, como
resultado de ello, también su comprensión de lo que está
pasando ha variado. Pero, además, otros personajes centralizan
importantes fragmentos del relato: aquéllos con los cuales se
encuentra Natàlia en la Barcelona de 1974. Así, vemos, en el
presente, el irreversible proceso de locura de su padre, Joan
Miralpeix; el falso éxito (y la falsa felicidad) de su hermano
Lluís, triunfador social a costa de renunciar a una vida buena
interior y doméstica, y a costa de la asunción de cierto grado
de corrupción moral y social; a su cuñada Silvia (la hermana de
Mundeta Claret), reducida (al estilo de su madre y de su
abuela) a ser, como sus amigas, sólo ama de casa, esposa y
madre, ejemplar muestra de la realidad reprimida (en lo sexual)
en que subsisten las mujeres (pseudo)liberadas de la burguesía
barcelonesa; en fin, a su sobrino, Màrius, solitario y desasido
de los intereses y tradiciones familiares, ejemplo
paradigmático de la visión del mundo, las actitudes
existenciales y el descentramiento social y político de una
nueva generación burguesa, aún confusa. Vemos, también, la
asunción del sentido común (que dicta que la felicidad no
existe y nunca existió ni existirá) con que su tía Patricia
afronta su vejez. Y, en el mismo centro diegético e ideológico
de la novela, el amargo pasado de dimisiones, intolerancias y
egoísmos que sostiene ese presente de tensa frustración y
desvaríos.
Y, en el pasado, el de Joan Miralpeix: sus relaciones con
su hija Natàlia; las viejas emociones y esperanzas defraudadas
de los tiempos de la República; sus amores con la que será su
mujer, Judit Fléchier. La vida de la propia Judit: sus
relaciones con Kati durante la República; sus ambiciones
artísticas; su enamoramiento de Joan, y la vida familiar
posterior; la apoplejía que finalmente la dejó exánime. Todo
ello, complejamente estructurado con analepsis y prolepsis,
recordado por Miralpeix desde un presente (1964) de fatiga
moral, fracaso existencial, desvalimiento y orfandad. Así,
reconocemos a personajes de la novela anterior: Kati, suicidada
en 1939; la tía de Natàlia, Patricia Miralpeix, que ha
enviudado y sobrevive cada vez más desasida de su pasado; la
abuela, Mundeta Jover, muerta en 1970; la madre, Mundeta
Ventura, secuestrada en su pasión por la prepotencia de su
marido, Joan Claret, cuya trayectoria en los años de posguerra
empezamos a entrever; en fin, Mundeta Claret, quien ha acabado
la huida que emprendiera en las últimas líneas de su historia
en Ramona, adéu, volviendo rendida con armas y bagajes al seno
del hogar familiar, al seno de la ideología de la clase de la
que había pretendido desprenderse: si ya en Ramona (60) aparece
un fragmento predictivo que deja entrever ese futuro irrisorio,
ahora en El temps se identifica con nitidez esa trayectoria final
de vuelta al redil, asimismo amargamente referida en sumario en
la última página de La veu melodiosa (153).
Cierre lógico de esa estructura informativa, la sexta
parte ("Només somnis") se centra de nuevo en Joan Miralpeix:
han pasado diez años (estamos en el presente de 1974) y ha sido
recluido en un sanatorio mental por su hijo Lluís, sin que su
hija Natàlia supiera nada. Su patética figura concluye con
profunda amargura un camino iniciado con hartas esperanzas y
sueños en la época republicana: tundido por la guerra y la
represión posterior; carcomido por las ambiciones económicas y
la corrupción moral; maltrecho por la desgracia familiar
(Judit, Natàlia, Lluís), y, finalmente, hundido en el absoluto
desatino de la locura.
Una buena parte de las preocupaciones centrales en la vida
de los hombres que aparecen en El temps de les cireres (Esteve
Miràngels, Joan Miralpeix, Lluís Miralpeix) tiene que ver con
el éxito social y económico, y ello tanto si se trata de tener
éxito en la poesía (Esteve), como si se trata de tenerlo en la
profesión y los negocios (Joan y Lluís). Aunque no todos los
hombres viven siempre volcados hacia afuera: Joan Miralpeix es
un ejemplo clamoroso de destrucción interior en la que se
anudan a un tiempo el fracaso profesional, la dimisión
ideológica, el fracaso en las relaciones con sus hijos y el
desasosiego sentimental (que procede del amor que le tuvo y le
tiene a Judit, destruida por una apoplejía en 1958 y muerta en
1964: Joan Miralpeix no puede sobrevivir a este desastre
final); de hecho, se trata de un ejemplar representante de una
generación perdida, la de los "jóvenes de la guerra".
Las mujeres, por su parte, viven de los recuerdos
sentimentales en relación con sus hombres, pero no todas de la
misma manera derrotada: Patricia Miralpeix ha estado casada con
el poeta Esteve Miràngels, pero el episodio fundamental de su
vida tiene que ver con su enamoramiento (irrisoriamente
resuelto para ella) del amigo/amante de su marido, el también
poeta Gonçal Rodés; continúa, así, como lógico correlato
sociohistórico, lo sucedido con su amiga Mundeta Ventura y con
la propia madre de ésta, Mundeta Jover (historias narradas en
Ramona, adéu). En cualquier caso, en la interrelación entre los
hombres y las mujeres (desde el sutil punto de vista de la
escritora implicada) no siempre éstas quedan bien paradas: así,
de los datos que se le ofrecen al lector en la analepsis de la
tercera parte, se puede deducir una información negativa sobre
Natàlia a propósito de sus relaciones con su padre (Joan
Miralpeix) y su madre (Judit Fléchier); la propia Natàlia
retomará este asunto en primera persona autobiográfica, de manera
autocrítica, en las primeras páginas de la siguiente novela de
Montserrat Roig, L'hora violeta.
El temps de les cireres es, así, una novela mucho más compleja
que Ramona, adéu. Técnicamente, Roig da entrada al discurso
omnisciente que le permite una más ceñida y acerada reflexión
crítica, pero lo hace sobre el bastidor de la focalización
interna: los estilos directo e indirecto se entremezclan, así,
abundantemente, con el indirecto libre, y ello dentro de
bloques de discurso en que no se plantea diferencia tipográfica
alguna. En cuanto al diseño temporal, si el relato se plantea
a partir de la primavera de 1974, se produce, incluso en
aquellos capítulos más claramente ordenados según la
cronología, un constante vaivén hacia atrás y hacia adelante,
que traza un denso tejido de fragmentos temporales que el
lector reconstruye en una perspectiva de conjunto que es, a un
tiempo, una visión amarga (porque lúcida) de la historia
catalana desde los días de la Segunda República hasta aquéllos
en que Roig redacta la novela, y una reflexión sobre los
tortuosos caminos personales vividos por personajes de catadura
bien diferente: desde el triunfador estraperlista (Joan Claret)
hasta el patético fracasado (Joan Miralpeix). Hombres y mujeres
entrecruzan sus desasosegadas existencias de manera nada
esquemática; las generaciones se traban en tensiones
insoportables que fuerzan la huida o la humillación. Con una
mirada mucho más abarcadora, puesto que situada en un momento
crucial de su vida (como ser humano que asiste a la agonía y
defunción de la dictadura franquista), Montserrat Roig trata
aquí, en muy buena parte, de obviar sus propios afanes íntimos
como mujer, para volcar (casi enteramente) su reflexión
narrativa hacia afuera. Hacia el mundo histórico en que sus
personajes se han ido dejando la piel y la alegría de vivir.
El resultado es una novela que, a cada momento, parece que
va a estallar. Obligada a dar cabida a un abigarrado mundo que
es, a la vez, histórico e íntimo, y a un conjunto de personajes
que quiere ser abarcador de la existencia humana en el marco
geopolítico de referencia, El temps de les cireres consigue abrumar al
lector, atrapado en el continuo desequilibrio en que pugnan las
muy diversas psicologías e historias personales puestas en
acción. En ese sentido, en su siguiente novela, Montserrat Roig
se verá forzada (por sus propios fantasmas interiores, por sus
propias necesidades de autointelección) a una nueva vuelta de
tuerca, esta vez en la dirección contraria: sus necesidades
expresivas la llevarán finalmente al texto explícitamente
autobiográfico.
4. L'hora violeta (1980) .
En efecto, en la tercera novela de Montserrat Roig el
lector se encuentra, de entrada, con un panorama muy diferente:
quien se expresa en primera persona, desde la primera línea del
texto, es la propia escritora, quien afirma: "Jo havia
enllestit un llarg llibre sobre els catalans als camps nazis i
la veritat és que no m'havien quedat ganes de remoure el
passat. La història de la deportació m'havia deixat mig malalta
i escèptica" (11). Aún no sabemos cómo se llama este personaje
que dice "jo", así es que, de inmediato, suponemos que se trata
de la propia Montserrat Roig. El libro (Els catalans als camps nazis)
existe, luego quien dice ser su autora existe también. Así, se
hace que existan asimismo la Natàlia que, amiga suya, puede
telefonearla (11), y, por lo mismo, los demás personajes que se
sacan a colación: Patricia Miralpeix, Kati y Judit Fléchier, y
el padre de Natàlia, Joan Miralpeix, todos ellos, como se sabe,
protagonistas de El temps de les cireres. De la presentación que
Natàlia hace de los papeles de Kati y Judit, se deduce que esta
voz autorial ya ha escrito sobre ella misma y sobre esos
personajes en otras ocasiones.
Así es. La propia narradora asegura, ella misma, que ya ha
escrito sobre Kati y Judit "en las novelas anteriores", aunque
no "había conocido" a estas mujeres: "la Natàlia volia que em
fiqués dins l'univers de dues dones que no havia conegut,
encara que n'havia escrit alguna cosa a les novel.les
anteriors" (11). Así, se produce una metalepsis, un salto de
nivel que sitúa como pertenecientes al ámbito de la realidad
(es decir, la realidad más o menos ficcional de la escritora
que enuncia y dice haber escrito "las novelas anteriores", sin
duda Ramona, adéu y El temps de les cireres) a dos personajes
presuntamente de ficción: si no los ha conocido (porque
murieron y, entonces, ello no fue posible) quiere decir que
podría haberlos conocido, que quien escribe las novelas y
quienes las protagonizan (Judit, Kati, Natàlia, etc.) se
encuentran en el mismo nivel diegético real.
De hecho, a lo largo de la novela se nos informa de que
Norma (así dice llamarse la novelista) y Natàlia han realizado,
juntas, diversas entrevistas y trabajos periodísticos. Así es:
la entrevista con Mercè Rodoreda de que se habla en L'hora violeta
(70 ss.), en que participaron ambas, Norma para la redacción
del texto y Natàlia para la realización de las fotos, es una
entrevista real, publicada por la revista Triunfo (núm. 573, 22
septiembre 1973, 35-39) de Madrid: ahí el texto es de Roig y
las fotos de Pilar Aymerich; no hay que esforzarse mucho para
ver, detrás de ese nombre, el de Natàlia Miralpeix. Ambas han
realizado, en efecto, numerosas entrevistas con esa división
del trabajo, cuya referencia aparece también en L'hora violeta; por
ejemplo, el texto sobre Amat-Piniella (215) apareció en Triunfo
(núm. 626, 28 septiembre 1974, 35-36) y está también
fotografiado por Pilar Aymerich, lo mismo que una entrevista
múltiple sobre los "españoles en los campos nazis" (Triunfo, núm.
532, 9 diciembre 1972, 34-37). Los datos que aporta la novela
tienen, como se ve, constante comprobación referencial en el
mundo extratextual.
El tiempo de la enunciación es, puesto que los verbos
están en pasado, posterior al tiempo de la historia que se
enuncia, y debe de ser, para este primer texto redactado en la
primera persona de Norma (11-22), la "primavera de 1979"; el
día en que Natàlia le dio los papeles sobre su madre y Kati
debe ser forzosamente anterior. El tiempo de la redacción
entera de L'hora violeta ocupa, exactamente, los años 1978 a 1980.
La escritora construye, asimismo, su propio espacio dentro de
la historia con referencia al envío de los papeles: "En aquells
moments, el tema no m'interessava gaire. Durant una setmana,
vaig tenir el paperam damunt de la taula del despatx -feia poc
que en Ferran s'havia endut les seves carpetes i ara hi tenia
més espai. No gosava obrir el paquet. No m'atreia la idea
d'escriure sobre dues dones de la burgesia, que no havien
tingut consciència de la seva condició. Per fi, li vaig
trucar:/ -Mira, no m'apassiona la idea de tornar a parlar de la
teva mare i de la Kati. És aigua passada" (12).
De hecho, la reluctancia que Norma siente ahora a
propósito de la escritura sobre Judit y Kati, y sobre la
utilización novelesca de esos papeles, es ejemplar de lo que esta
novela significa: "Jo li volia dir que la Kati i la Judit eren
persones, no personatges. Per què recordar-les ara, quan hi ha
tants reportages per fer? Per a mi, la Kati i la seva mare [es
decir, la madre de Natàlia, Judit] eren mortes, ben mortes.
Volia dir a la Natàlia que hi ha dies [...]. Li volia recordar
que ens havíem promès de fer un llibre sobre les boges que es
podreixen al manicomi de Sant Boi. Recordar-li que teníem
pendent un reportatge sobre la Maria Felicitat, la nena morta a
martellades per la seva mare en un pis de vint-i-cinc metres
quadrats" (12). A lo largo de toda la novela, en efecto, la
realidad exterior y la interior, la que pide solidaridad y la
que se recluye en el espacio cerrado de la intimidad,
mantendrán una tensión constante y se constituirán, de hecho,
en el eje vertebrador del texto entero.
Con esta conformación enunciativa, y dado el mundo
construido en el texto, L'hora violeta se convierte en un ajuste de
cuentas con el mundo personal de la propia novelista y con el
camino seguido en las dos novelas anteriores. En primer lugar,
se puede decir que los personajes masculinos prácticamente no
existen (es decir, existen como objetos justiciables, no como seres
vivos dotados de complejidad y defensas propias: son blanco de
inapelables y airadas quejas) y que toda la novela gira en
torno a un puñado de mujeres que ya conocíamos (Judit Fléchier,
Kati, Patricia Miralpeix, Natàlia), más alguna otra como Agnès,
que se introduce ahora como contrapunto. En segundo lugar, se
puede decir que, junto con Natàlia, la protagonista central de
L'hora violeta es la propia autora (identificada aquí con el
seudónimo de Norma) de Ramona, adéu y de El temps de les cireres,
esforzándose por comprenderse a sí misma en un tono de
requisitoria autorreflexiva que la deja relativamente
malparada.
De esa forma, la historia, vista como marco que interactúa
con los personajes, queda fuera de la novela y aparece, como un
polo de tensión que lacera a Norma, como material de los
reportajes que la propia novelista realiza. Ésta es, pues, una
novela que mira hacia adentro de las mujeres y, sobre todo,
hacia adentro de la mujer que es Montserrat Roig, y que
prescinde de la profundización en las razones de los hombres: en El
temps de les cireres, Joan Miralpeix es un personaje patético porque
complejo; conocemos, desde fuera y desde dentro, el tortuoso
camino que lo ha llevado desde una juventud optimista al
definitivo fracaso familiar (y social) y al manicomio; en L'hora
violeta no sucede nada semejante.
Ésta es, por lo demás, sobre todo una novela
autobiográfica: lo son las reflexiones en primera persona que
Norma realiza sobre sí misma, sobre su labor como novelista,
sobre el proceso de redacción de El temps de les cireres y de Els
catalans als camps nazis y sobre la propia redacción de L'hora violeta, y
lo son, también, sus andanzas en tiempo presente, que
pespuntean la redacción de "la novel.la de l'hora violeta"
(109-163). Así, por ejemplo, Norma redacta, para su hijo
pequeño, un cuento, protagonizado por ella misma, que se
incluye dentro de la estructura de la novela (242-246): ese
cuento aparece publicado, con el título de "Mare, no entenc els
salmons", en el libro de relatos de la propia Roig El cant de la
joventut (1990). Y así, también, nos cuenta su particular
participación en una reunión de viejos republicanos en Francia,
con los cuales tiene una especial amistad después de la
redacción de su libro sobre los catalanes en los campos nazis.
De esta forma, aunque aparentemente de composición más
simple, L'hora violeta encierra una estructura vertiginosa, que
obliga al lector a reconsiderar a los personajes que ha
conocido en las novelas anteriores: son aún más complejos de lo
que parecían, puesto que se nos ofrecen nuevas facetas de su
personalidad, contradictorias acaso con las ya conocidas, y,
además, se nos ofrecen como pertenecientes al mundo real, no
como personajes de novela, sino como personas. Puesto que
aparecen existiendo en el mismo nivel diegético a que
pertenecen las novelas en que los hemos conocido (el de la
realidad externa de las librerías en que se venden), queda
claro que ellos mismos son personajes que se corresponden con
personas realmente existentes, incluso si, como se sabe, Roig
ha cambiado sus nombres. En definitiva, lo que en aquellas dos
novelas se decía no era más que la invención de la novelista,
aliada a la parcial información que de sus vidas verdaderas
conocía.
Todo lo dicho en ellas queda, pues, puesto entre
paréntesis. No es la verdad, sino sólo cierta aproximación a
algún fragmento de verdad, que esconde, así, otras facetas de
sus vidas y falsea, por tanto, la visión pretendidamente global
dada al lector. Si Norma es la autora real, sus reflexiones son
reales y no se hallan signadas por la firma de la autora
omnisciente, por cuya boca habla el oráculo. Así, en el mismo
movimiento, se nos pone delante de la ira y la amargura de las
mujeres reales, y se nos ofrece la posibilidad de aprender de
sus errores (que son sus verdades, aunque no exactamente la verdad,
que nunca podremos conocer) y, como en el caso de la Agnès
final, de sus aciertos.
De esta forma, el discurso autorreflexivo es puesto al
servicio de la indagación personal, al mismo tiempo que le
sirve a la novelista como marco narrativo que subvierte la
comprensión que el lector habría podido obtener de los
personajes con una estructura del tipo de la utilizada en las
dos novelas anteriores. El espacio novelesco de aquéllas queda
atravesado (redimensionando sus líneas de fuerza ideológicas y
morales) por el espacio autobiográfico así diseñado.
5. L'òpera quotidiana (1983) y La veu melodiosa (1987) .
Después de L'hora violeta, Montserrat Roig parece quedar
liberada de su necesidad de autocomprensión; su mirada,
entonces, se tiende decididamente hacia afuera y se esfuerza
por escudriñar en los tópicos heredados. Así hace en L'òpera
cotidiana, donde, por un lado, abandona la tentación del
protagonismo único de las mujeres y se centra en un hombre
(Horaci Duc) desquiciado por un pasado que lo abruma, y, por
otro, enuncia una contradicción hasta ese momento inédita (si
intuida en El temps) en sus novelas: la vejez y la decrepitud son
representadas por mujeres de la burguesía catalana. Patricia
Miralpeix, ya de vuelta de todo, y la señora Altafulla, quien,
como Duc, envuelta en su locura, ya no sabe hacer otra cosa que
relatar un pasado inventado, pues el verdadero la ha dejado
definitivamente maltrecha. Frente a ellas, las jóvenes charnegas
María y Mari Cruz representan la sangre nueva que debería hacer
revivir las venas de Cataluña. La contradicción entre la vieja
tierra y la savia nueva no se soluciona, sin embargo, y la
comunicación no se produce. El resultado de la "ópera
cotidiana", así, no es otro que el desquiciamiento o la pura
supervivencia.
Un paso más, y, en La veu melodiosa, Montserrat Roig plantea
la imposibilidad de llegar a parte alguna ocultando la realidad
presente o embelleciendo la pasada, y crea un personaje,
l'Espardenya, que supera la escisión entre hombres y mujeres, y
que aborda la "maldita" realidad con una comprensión solidaria
que acepta el dolor y el sufrimiento, pero se esfuerza en
combatirlos desde su propia íntima condición de ser humano
marcado por el desvalimiento y la miseria. Por lo demás,
Montserrat Roig regresa ahora al espacio y el tiempo de algunos
de los textos de Molta roba i poc sabó... y de Ramona, adéu, los que
tenían como tema las contradicciones de la lucha estudiantil
antifranquista; aquí, la amargura y el desencanto son un ácido
corrosivo que alcanza incluso a esa lucha, bien representada en
su degradación final por el destino de Mundeta Claret. La
novelista, por personajes interpuestos, ajusta cuentas con su pasado
y concluye, dialécticamente, con una propuesta radicalmente
solidaria.
6. Conclusión.
Cada ser humano es un mundo complejo y nunca descifrable
por completo. Cuando creemos saberlo todo de él, se nos escapa,
presentándonos una faceta nueva, inesperada y contradictoria.
Montserrat Roig parte de ese convencimiento y lo lleva a la
práctica en la construcción poliédrica de sus personajes:
Judit, Kati, Joan Miralpeix, Patricia, Natàlia, ...: "Una
persona té més de mil cares... I ja és prou si aconsegueixes
que, en una novel.la, n'hi surtin tres o quatre" (L'hora violeta,
12). Para construir estos personajes de acuerdo con sus
criterios de complejidad sobre el ser humano, Montserrat Roig
se ha visto obligada a hacerlos aparecer una y otra vez,
añadiéndoles nuevas perspectivas, contradictorios desarrollos.
Todas sus novelas, a las cuales habría que añadir muchos de sus
cuentos, entrevistas, reportajes y ensayos (digamos: Molta roba y
poc sabó..., El cant de la joventut, Els catalans als camps nazis, Melindros,
Digues que m'estimes encara que sigui mentida o Un pensament de sal, un pessic
de pebre), forman, así, un solo y complejo texto (en el cual se
alían espacio novelesco y discurso autobiográfico) que ofrece
una visión del mundo, y de la propia novelista y sus
contradicciones, amarga pero comprensiva, dura y tierna a un
tiempo, cada vez más madura en su aceptación de los desajustes
del ser humano, cada vez más realista y, por ello, más compasiva.
Un texto lúcido, que nos ayuda a entender y a entendernos; un
texto, en fin, que puede ayudarnos a vivir.
OBRAS CITADAS
Roig, Montserrat, Molta roba i poc sabó... i tan neta que la volen (1971).Barcelona: Edicions 62 ("El cangur"), 1978.
Roig, Montserrat, Ramona, adéu (1972). Barcelona: Edicions 62("El cangur"), 1976.Roig, Montserrat, El temps de les cireres. Barcelona: Edicions 62 ("Elbalancí"), 1977.Roig, Montserrat, Els catalans als camps nazis. Barcelona: Edicions62, 1977.Roig, Montserrat, L'hora violeta. Barcelona: Edicions 62 ("Elbalancí"), 1980.Roig, Montserrat, L'òpera quotidiana. Barcelona: Planeta, 1982.Roig, Montserrat, La veu melodiosa. Barcelona: Edicions 62 ("Elbalancí"), 1987.Roig, Montserrat, El cant de la joventut. Barcelona: Edicions 62,1989.Roig, Montserrat, Melindros. Barcelona: Ediciones B, 1990.Roig, Montserrat, Digues que m'estimes encara que sigui mentida.
Barcelona: Edicions 62 ("Cara i creu"), 1991.Roig, Montserrat, Un pensament de sal, un pessic de pebre. Barcelona:Edicions 62, 1992.