39. actualidad del malestar de la cultura

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JORNADAS DE TRABAJO. PSICOLOGIA. SAN NICOLAS OCTUBRE 2010 1 JORNADA DEL PSICOLOGIA OCTUBRE 2010 ACTUALIDAD DEL MALESTAR EN LA CULTURA BIENESTAR O MALESTAR EN LA CULTURAPROF. DR. JORGE EDUARDO NORO [email protected] ¿Por qué “malestar en la cultura”? ¿Por qué lo que debería provocarnos bien-estar, protección, gozo, capacidad de disfrute se no desarma y nos provoca malestar, infelicidad, enfermedad? ¿Por qué lo que constituye el seguro refugio para la intemperie, el segundo útero que nos protege y alimenta contra el desamparo, termina creando en nosotros sensación de in-satisfacción, de disgusto, de rechazo? En casi todas las versiones de los mitos originales los primeros hombres han robado la sabiduría y el conocimiento a los dioses, que no se muestran generosos sino que han decidido ser sus administradores exclusivos. Es una transgresión original que sumerge a la humanidad en alguna condena. La cultura es en realidad - una forma de apropiación del mundo, una puesta en funcionamiento del saber, una humanización de la realidad. Pero ese atropello es un desafío a los dioses, un atrevimiento ontológico: la criatura se vuelve creadora porque construye un mundo a su medida, y los dioses no quieren competidores, no se alegran por las conquista del hombre, no quieren un dios con prótesis. El castigo es esa persistente ambigüedad del saber y de la cultura, ese malestar que sin querer nos hemos provocado por elegir ser humanos. Vamos a intentar un abordaje que no desconoce el discurso del psicoanálisis pero que pretende moverse en el ámbito de la filosofía de nuestros días. Si FREUD finalizó su trabajo proponiéndole el título conocido 1 que hoy nos convoca, nosotros hemos partido de su lectura y pretendemos exponer las resonancias que, en el pensamiento, ese título nos despierta. Por eso abordamos cuatro tópicos: (1) ¿POR QUÉ LA CULTURA? ¿QUÉ CULTURA? (2) AMBIGÜEDAD DE LA CULTURA (3) ¿CULTURA DEL BIENESTAR O MALESTAR EN LA CULTURA? (4) ¿DÓNDE ESTA EL BIENESTAR? 1 FREUD (1930) El malestar en la cultura. El título original es Das Unglück in der Kultur (La Infelicidad en la Cultura o en la sociedad). En inglés: Civilization and Its Discontents. Freud había recomendado poner como título de la traducción de su obra: Man’s Discomfort with Civilizattion. En el original alemán la palabra alemana Unglück sería infortunio o simplemente mala suerte. En alemán, el concepto de felicidad comúnmente se concibe como buena fortuna, o como un golpe de suerte. A continuación, Freud cambió en el título la palabra en alemán Unglück por Unbehagen, un térmo que remite a un estado de malestar o incluso de enfermedad.

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JORNADAS DE TRABAJO. PSICOLOGIA. SAN NICOLAS OCTUBRE 2010

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JORNADA DEL PSICOLOGIA – OCTUBRE 2010 ACTUALIDAD DEL MALESTAR EN LA CULTURA

“BIENESTAR O MALESTAR EN LA CULTURA” PROF. DR. JORGE EDUARDO NORO

[email protected]

¿Por qué “malestar en la cultura”? ¿Por qué lo que debería provocarnos bien-estar, protección, gozo, capacidad de disfrute se no desarma y nos provoca malestar, infelicidad, enfermedad? ¿Por qué lo que constituye el seguro refugio para la intemperie, el segundo útero que nos protege y alimenta contra el desamparo, termina creando en nosotros sensación de in-satisfacción, de disgusto, de rechazo?

En casi todas las versiones de los mitos originales los primeros hombres han robado la sabiduría y el conocimiento a los dioses, que no se muestran generosos sino que han decidido ser sus administradores exclusivos. Es una transgresión original que sumerge a la humanidad en alguna condena. La cultura es – en realidad - una forma de apropiación del mundo, una puesta en funcionamiento del saber, una humanización de la realidad. Pero ese atropello es un desafío a los dioses, un atrevimiento ontológico: la criatura se vuelve creadora porque construye un mundo a su medida, y los dioses no quieren competidores, no se alegran por las conquista del hombre, no quieren un dios con prótesis. El castigo es esa persistente ambigüedad del saber y de la cultura, ese malestar que sin querer nos hemos provocado por elegir ser humanos.

Vamos a intentar un abordaje que no desconoce el discurso del psicoanálisis pero que pretende moverse en el ámbito de la filosofía de nuestros días. Si FREUD finalizó su trabajo proponiéndole el título conocido1 que hoy nos convoca, nosotros hemos partido de su lectura y pretendemos exponer las resonancias que, en el pensamiento, ese título nos despierta.

Por eso abordamos cuatro tópicos: (1) ¿POR QUÉ LA CULTURA? ¿QUÉ CULTURA? (2) AMBIGÜEDAD DE LA CULTURA (3) ¿CULTURA DEL BIENESTAR O MALESTAR EN LA CULTURA? (4) ¿DÓNDE ESTA EL BIENESTAR?

1 FREUD (1930) El malestar en la cultura. El título original es Das Unglück in der Kultur (La Infelicidad en la Cultura

o en la sociedad). En inglés: Civilization and Its Discontents. Freud había recomendado poner como título de la traducción de su obra: Man’s Discomfort with Civilizattion. En el original alemán la palabra alemana Unglück sería infortunio o simplemente mala suerte. En alemán, el concepto de felicidad comúnmente se concibe como buena fortuna, o como un golpe de suerte. A continuación, Freud cambió en el título la palabra en alemán Unglück por Unbehagen, un térmo que remite a un estado de malestar o incluso de enfermedad.

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01. ¿POR QUÉ CULTURA? ¿QUÉ CULTURA?

Existen en el psicoanálisis dos vertientes que Freud separó siempre cuidadosamente; una es la vertiente terapéutica, de base científica, que conlleva una metodología y una teoría psicológicas; la otra es una vertiente filosófica, que comprende las hipótesis que Freud derivó de su experiencia clínica y que las erigió como sucesivas tentativas de análisis y de interpretación de la cultura. Esta última vertiente creció en importancia en los últimos años de la vida del fundador del psicoanálisis, y suele denominarse meta-psicología freudiana. En realidad Freud se sale del ámbito de la psicología para referirse a ella desde otro plano. La producción de Freud tiene valor filosófico indiscutible, es una pequeña enciclopedia de su pensamiento, que va abordando conceptos fundamentales de la existencia humana, la cultura, la felicidad, las relaciones. Y el lenguaje freudiano asume tono de ensayo, de aproximación, de reconocimiento de sus propios límites especulativos.

Es curioso lo que afirma Freud de la cultura, ya que aporta definiciones con significado agudo y preciso:

“Muy distinta es nuestra actitud frente al tercer motivo de sufrimiento, el de origen social. Nos negamos en absoluto a aceptarlo: no atinamos a comprender por qué las instituciones que nosotros mismos hemos creado no habrían de representar más bien protección y bienestar para todos. (…) A punto de ocuparnos en esta eventualidad, nos topamos con una afirmación tan sorprendente que retiene nuestra atención. Según ella, nuestra llamada cultura llevaría gran parte de la culpa por la miseria que sufrimos, y podríamos ser mucho más felices si la abandonásemos para retornar a condiciones de vida más primitivas. Califico de sorprendente esta aseveración, porque -cualquiera sea el sentido que se dé al concepto de cultura- es innegable que todos los recursos con los cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden precisamente de esa cultura. Es hora de que nos dediquemos a la esencia de esta cultura, cuyo valor para la felicidad humana se ha puesto tan en duda. No hemos de pretender una fórmula que defina en pocos términos esta esencia, aun antes de haber aprendido algo más examinándola. Por consiguiente, nos conformaremos con repetir que el término “cultura” designa la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí. (MDC. III)

Comencemos por una delimitación semántica y etimológica del término, porque el mismo fue incorporando una serie de significados que exhiben diversas interpretaciones del mismo.

(1) La cultura aparece como dato fáctico, como una cuestión de hecho, porque el ser humano crea

entornos humanos, sistemas de protección y amparo, de vínculo y diálogo con lo natural que representan un mundo nuevo, una nueva realidad, una nueva creación, una realidad a la medida de los hombres. Antes de tener nombre, la cultura tiene realidad; antes de ser bautizada funciona como tal, porque es una prolongación necesaria del ser humano que se constituye, crea las condiciones de relación con los demás (semejantes) y define el lugar el que arma su existencia. Es lo que Freud presenta cuando quiere describir la cultura:

“El comienzo es fácil – afirma Freud en 1930 -: aceptamos como culturales todas las actividades y los bienes útiles para el hombre: a poner la tierra a su servicio, a protegerlo contra la fuerza de los elementos, etc. He aquí el aspecto de la cultura que da lugar a menos dudas. Para no quedar cortos en la historia, consignaremos como primeros actos culturales el empleo de herramientas, la dominación del fuego y la construcción de habitaciones. Entre

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ellos, la conquista del fuego se destaca una hazaña excepcional y sin precedentes; en cuanto a los otros, abrieron al hombre caminos que desde entonces no dejó de recorrer y cuya elección responde a motivos fáciles de adivinar. Con las herramientas el hombre perfecciona sus órganos -tanto los motores como los sensoriales-o elimina las barreras que se oponen a su acción. Las máquinas le suministran gigantescas fuerzas, que puede dirigir, como sus músculos, en cualquier dirección; gracias al navío y al avión, ni el agua ni el aire consiguen limitar sus movimientos. Con la lente corrige los defectos de su cristalino y con el telescopio contempla las más remotas lejanías; merced al microscopio supera los límites de lo visible impuestos por la estructura de su retina. Con la cámara fotográfica ha creado un instrumento que fija las impresiones ópticas fugaces, servicio que el fonógrafo le rinde con las no menos fugaces impresiones auditivas, constituyendo ambos instrumentos materializaciones de su innata facultad de recordar; es decir, de su memoria. Con ayuda del teléfono oye a distancia que aun el cuento de hadas respetaría como inalcanzables. La escritura es, originalmente, el lenguaje del ausente; la vivienda, un sucedáneo del vientre materno, primera morada cuya nostalgia quizá aún persista en nosotros, donde estábamos tan seguros y nos sentíamos tan a gusto”. (MDC. III)

(2) El significado original del término nos remite a la antigüedad clásica. Sin embargo, los griegos no

disponía del término cultura, sino que utilizaron la palabra “paideia”, un término que era más funcional porque unía en sí la cultura, la civilización y la educación, pero que concentraba sólo en el proceso de formación (building = construcción) todos los significados. Son los romanos los que incorporan el término “cultura” (cuyo original se asociaba al cuidado de la tierra y el cultivo de los vegetales, y al culto a los dioses). Cicerón es el primero que lo presenta en Disputas Tusculanas (II, 13), donde afirma que el espíritu, como la tierra, necesita cultivo, y que la filosofía es eso: el cultivo del espíritu. Este primer significado pone el acento en la subjetividad y permanece fiel al ideal de la paideia helénica. La misma palabra que servía para disciplinar las plantas y ordenar su crecimiento (crianza) para que ofrecieran ordenadamente sus frutos a la comunidad, se comenzó a utilizar para designar el perfeccionamiento de uno mismo. El término también se utilizaba para honrar a los dioses: quien rinde culto es quien cuida y honra a los dioses, porque es la forma de convertirlos en protectores, de esperar los frutos esperados y necesarios. En ese contexto, cultura se concentra sobre la propia educación, sobre la necesidad de adquirir personalmente todos los recursos para lograr la necesaria formación (“humanitas”)

(3) Pero los romanos instalaron y potenciaron también la idea de transformación de la realidad a

través de dos elementos claves de la cultura: el trabajo y el negocio (eliminando el valor griego de ocio, que era una posibilidad de crecimiento asociado a la contemplación, a la negación de cualquier tipo de utilidad y provecho en las acciones). De alguna manera, ya entre los latinos, la cultura se hace instrumental, productora de bienes, interesada, eficiente, lo que supone también la existencia de actividades humanas (culturales también) que no lo son y que, por tanto, tienen un valor menor, relativo o subordinado. La cultura comienza a adquirir el sentido de un “sistema de objetos”: la cultura se convierte en la totalidad de productos humanos que dialoga con el mundo natural y ofrece una estructura protectora: la cultura es la que les permite a los seres humanos “no vivir en la intemperie”.

(4) La edad media – sin embargo - establece claramente una diferencia con respecto a la cosmovisión

clásica, pero recupera algunos aspectos de su concepción formal de cultura. Mantiene el concepto, la estructura, pero le asigna otros contenidos. Distingue claramente las “artes liberales” de las “artes manuales” o serviles: las primeras están relacionadas con la contemplación, la razón y el conocimiento, y las segundas con el trabajo con las manos; las primeras son productos y alimentos del alma y las restantes acciones del cuerpo que el dualismo platónico-medieval prefería depreciar y subordinar. Pero lo cierto es que la cultura medieval puso el acento no en la construcción del mundo terrestre (cultura), sino en la construcción del mundo celeste, de la patria definitiva.

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Ya en estas primeras etapas, percibimos el valor ambiguo de la cultura, el juego de preferencias y postergaciones, de bienestar y de malestar de la cultura: no todo se consideraba formativo para los griegos, ya que la areté (la excelencia) sufría variaciones según los estamentos y funciones sociales. Lo mismo podemos decir de la cultura y del sentido de la ocupación de los romanos. Y también la cultura medieval sabía que las producciones podían acercar o alejar del ideal trascendente. Así el ocio, el negocio o el trabajo productivo y la oración contemplativa podían representar – en sucesivos momentos - el bienestar de la cultura, y el ejercicio de sus opuestos, el malestar. Los diversos contextos históricos van configurando no sólo el sistema cultural, sino una jerarquía y una polaridad por los que la producción, los objetos y el uso de la cultura pueden asumir diversas direcciones.

(5) La edad moderna le otorga otro giro, le asigna otro valor semántico a la cultura: la modernidad

que pone en marcha la razón instrumental, seculariza y transforma el mundo y lo convierte en una proyección de la humanidad. El mundo es el lugar de la cultura, y la producción de cultura se traduce en una universalidad creciente que permite asignarle jerarquía y valor. La cultura puede medirse – también - en término de niveles alcanzados por la humanidad. No es ya la cultura personal, sino social. Incluye el patrimonio acumulado por los grandes creadores, el saber producido, el buen gusto, la pulida civilidad de las costumbres, las instituciones sociales, la propiedad. Cada hombre se define no sólo por su cultura interior (subjetiva), sino por sus bienes (que son la porción de cultura que le pertenece y maneja). Por eso hay una historia y una distribución geográfica de la cultura; la humanidad puede ser clasificada según niveles de cultura, de producciones culturales, de usos civilizatorios. Para la modernidad, toda la humanidad está en diversas etapas de progreso: salvajismo, barbarie o civilización. Todas las formas de conquistas y de apropiaciones que realiza la modernidad europea se basa en esta concepción de la cultura. El fuerte es el que tiene los mayores niveles de producciones culturales y desde su lugar de civilización se arrogan el derecho de avanzar sobre los territorios, los pueblos, las razas que exhiben niveles menores de desarrollo. En este caso el bienestar de la cultura es el lugar del pensamiento hegemónico que dictamina, ordena, jerarquiza y extermina: se trata en suma de un bienestar arbitrariamente construido que administra racionalmente el malestar del resto.

“Todos estos bienes el hombre puede considerarlos como conquistas de la cultura. Desde hace mucho tiempo se había forjado un ideal de omnipotencia y omnisapiencia que encarnó en sus dioses, atribuyéndoles cuanto parecía inaccesible a sus deseos o le estaba vedado, de modo que bien podemos considerar a estos dioses como ideales de la cultura. Ahora que se encuentra muy cerca de alcanzar este ideal casi ha llegado a convertirse él mismo en un dios, aunque por cierto sólo en la medida en que el común juicio humano estima factible un ideal: nunca por completo; en unas cosas, para nada; en otras, sólo a medias. El hombre ha llegado a ser por así decirlo, un dios con prótesis: bastante magnífico cuando se coloca todos sus artefactos; pero éstos no crecen de su cuerpo y a veces aun le procuran muchos sinsabores. Por otra parte, tiene derecho a consolarse con la reflexión de que este desarrollo no se detendrá precisamente en el año de gracia de 1930. Tiempos futuros traerán nuevos y quizá inconcebibles progresos en este terreno de la cultura, exaltando aún más la deificación del hombre. Pero no olvidemos, en interés de nuestro estudio, que tampoco el hombre de hoy se siente feliz en su semejanza con Dios.” (FREUD. MDC. III)

(6) Finalmente la misma modernidad – asociados con el romanticismo y la formación de los nuevos

estados - aporta un nuevo sentido a la cultura, en torno a la noción de identidad nacional, las culturas regionales o nacionales: la universidad de la modernidad se alimenta de la diversidad: la identidad cultural de cada comunidad. La humanidad no es una universalidad abstracta sino que la universalidad se construye dialécticamente con la afirmación y la negación de las identidades particulares. Esta acepción de cultura no admite grados o jerarquías porque todos son comparten el

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mismo nivel, la misma riqueza, el mismo poder. Las culturas no tienen que avanzar hacia culturas inferiores o superiores sino defender su identidad para asegurarse en valor universal.

La cultura es la totalidad de la producción humana (patrimonio común de la humanidad) y también la diversidad de las producciones regionales o sectoriales (culturas particulares); es un dominio o un sistema de productos culturales objetivos que han transformado al mundo en mundo humano y es también una transformación interior y subjetiva que atraviesa la vida de cada individuo constituyéndolo; es una posesión o riqueza que se sistematiza, se organiza y se divide para su transmisión de generación en generación y, también, es el recorrido necesario de cada ser humano que puede sobrevivir en la medida en que encuentre refugio en la cultura y domine los instrumentos de civilización.

02. AMBIGÜEDAD DE LA CULTURA:

Aunque la cultura es desarrollo personal, producción humana o patrimonio (depósito, herencia, productos) de bienes y valores de un pueblo, este juicio de existencia no implica un juicio de valor: es necesario clarificar la natural ambigüedad de la cultura. La cultura no es neutral, la cultura de alguna manera no desestabiliza. Todas las realizaciones humanas son producciones culturales, pero no todo producto cultural es expresión de un valor, sino que – en muchos casos – es expresión de un antivalor. Por eso la cultura asume un carácter ambiguo: puede servir y no servir, puede contribuir al desarrollo de la persona, a la construcción de su subjetividad o puede destruirlo. Esta ambigüedad se produce tanto en el plano social como en el personal. Aunque toda cultura es humana, no toda cultura es humanizadora, contribuye al reconocimiento y a la promoción de la dignidad de la persona, se asocia con principios éticos y axiológicos. Por el contrario, hay producciones culturales que son destructivos, nocivos, mortales.

Y es posible comprobarlo: la cultura no es solamente la que crea poemas, silogismos, celulares, bebidas, constituciones, democracias, esculturas, películas, cruceros, teoremas, plegarias, estadios o barrios privados. La cultura es también la que crea el holocausto, la tortura, la armas nucleares, los gobiernos totalitarios, la corrupción, la vida miserable de los muchos y la ostentosa vida de los pocos, los buenos y los malos gobiernos, las condiciones de trabajo, el dinero, la traición, las drogas que salvan y las drogas que matan, los instrumentos para operar y las armas para asesinar, el cuidado del otro y las traiciones, la posibilidad de construirnos y de destruirnos, dar la vida por una causa o suicidarnos. Es por eso que la educación – desde siempre - no sólo sistematiza la cultura, sino que opera como un tamiz que sabe cribar, filtrar los elementos que no adecuados para el crecimiento de las personas.

“Entre las intuiciones de Freud que con verdad alcanzan también a la cultura y la sociología, una de las más profundas, a mi juicio, es que la civilización engendra por sí misma la anti civilización y, además, la refuerza de modo creciente. (…) Si en el principio mismo de civilización está instalada la barbarie, entonces la lucha contra ésta tiene algo de desesperado. (…)La educación en general carecería absolutamente de sentido si no fuese educación para una autorreflexión crítica.” (ADORNO Th., 1967. La educación después de Auschwitz)

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Pero en esta enumeración, las antinomias son claras, las oposiciones definidas, los bandos enfrentados. Podemos clasificar, ubicar, posicionarnos y – en principio - elegir. No vemos allí la causa del malestar. Es precisamente en la ambigüedad en donde la situación se complica. La palabra ambiguo significa “lo que está en discusión”, pero trabajando con su etimología original, podemos hablar de “caminos que se bifurcan, sin que sepamos qué o cual elegir”. La ambigüedad nos quita seguridad, nos condena a la angustia, porque nos obliga a elegir entre los dos senderos, pero no nos da razones ni motivos para elegir. Hagamos lo que hagamos perdemos el rumbo y las seguridades: debemos cerrar los ojos y avanzar. Nos volvemos absolutamente vulnerables y perdemos el control de nuestra propia historia.

En realidad la ambigüedad es una condición de los tiempos que corren: uno no sabe, uno no termina de decidirse y merodea frente al sendero sin avanzar, sabiendo que el permanecer, el detenernos también es decidir y que cualquier paso es riesgoso, culpable, y provocará una curiosa mezcla de placer y malestar. No somos ya modernos, ya no tenemos subjetivado y objetivado el orden cartesiano del espacio, el discurso del método, el tiempo de la mecánica de Newton: el adentro y el afuera, el arriba y el abajo, la izquierda y la derecha, el antes y el después: el tiempo se ha disuelto en una aceleración descontrolada y el espacio ha estallado. Vivimos en una descontrolada cinta de Moebio2 y no podemos encontrarnos porque tanto nosotros como la realidad estamos dando vueltas por dimensiones distintas. Leemos a Borges: “A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma” (EL JARDIN DE LOS SENDEROS QUE SE BIFURCAN)

La realidad misma se ha convertido en una ambigua construcción cultural de la que debemos dar cuenta sin saber a ciencia cierta qué es y cómo la podemos manejar. Se nos resiste, se nos escapa, y terminamos perdiéndonos en ella, sin que atinemos a reaccionar. En palabras de JEAN BRAUDILLARD:

“La ausencia de las cosas por sí mismas, (…) el hecho de que todo se esconda detrás de su propia apariencia y que, por tanto, no sea jamás idéntico a sí mismo, es la ilusión material del mundo. (…) Menos mal que los objetos que se nos aparecen siempre han desaparecido ya. Menos mal que nada se nos aparece en tiempo real, ni siquiera las estrellas en el cielo nocturno. Si la velocidad de la luz fuera infinita, todas las estrellas estarían allí simultáneamente, y la bóveda del cielo sería de una incandescencia insoportable. Menos mal que nada pasa en el tiempo real, de lo contrario nos veríamos sometidos, en la información, a

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La banda de Moebius o cinta de Moebius es una superficie continua con una sola cara y un solo borde, o componente de contorno. Tiene la propiedad matemática de ser un objeto no orientable. Fue co-descubierta en forma independiente por los matemáticos alemanes August Ferdinand Möbius y Johann . Benedict Listing en 1858. La banda de Möbius posee las siguientes propiedades: (1) Tiene sólo una cara (si se colorea la superficie de una cinta de Möbius, comenzando por la "aparentemente" cara exterior, al final queda coloreada toda la cinta, por tanto, sólo tiene una cara y no tiene sentido hablar de cara interior y cara exterior). (2)Tiene sólo un borde (Se puede comprobar siguiendo el borde con un dedo, apreciando que se alcanza el punto de partida habiendo recorrido "ambos bordes", por tanto, sólo tiene un borde). (3)Esta superficie no es orientable (Una persona que se desliza «tumbada» sobre una banda de Möbius, mirando hacia la derecha, al dar una vuelta completa aparecerá mirando hacia la izquierda). (4) Si se corta una cinta de Möbius a lo largo, a diferencia de una cinta normal, no se obtienen dos bandas, sino una banda más larga pero con dos vueltas. Si a ésta banda se la vuelve a cortar a lo largo, se obtienen otras dos bandas entrelazadas pero con vueltas. A medida que se van cortando a lo largo de cada una, se siguen obteniendo más bandas entrelazadas

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la luz de todos los acontecimientos, y el presente sería de una incandescencia insoportable. Menos mal que vivimos bajo la forma de una ilusión vital, bajo la forma de una ausencia, de una irrealidad, de una no inmediatez de las cosas. Menos mal que nada es instantáneo, ni simultáneo, ni contemporáneo. Menos mal que nada está presente ni es idéntico a sí mismo. Menos mal que la realidad no existe. Menos mal que el crimen nunca es perfecto”. (BAUDRILLARD JEAN: EL CRIMEN PERFECTO).

Se supone que la cultura es parte de la realidad, pero si la realidad nos engaña, si hay un juego de espejos y de apariencias, la cultura misma naufraga en el mismo mar, víctima de la misma tormenta: productor, consumidor, creador, usuario, productos, objetos, artefactos y con todos ellos los conflictos de interpretaciones, la asignación de valor, las posibilidades de acceso, las restricciones o los riesgos en el uso y en el consumo. Si terminamos siendo nuestra cultura, si nos transformamos en nuestras producciones, la cultura interactúa dialécticamente con nuestra existencia y no podemos evitarla sino que debemos, en definitiva, sumergirnos en ella, pagando cualquier precio por ello. Vuelve a resonar en nuestros oídos las atinadas palabras de Freud frente a estos vaivenes de la cultura:

“La cultura llevaría gran parte de la culpa por la miseria que sufrimos, y podríamos ser mucho más felices si la abandonásemos para retornar a condiciones de vida más primitivas. Califico de sorprendente esta aseveración, porque -cualquiera sea el sentido que se dé al concepto de cultura- es innegable que todos los recursos con los cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden precisamente de esa cultura”. (MDC. III)

03. ¿CULTURA DEL BIENESTAR O MALESTAR DE LA CULTURA?

El bienestar y el malestar de la cultura se manifiestan de forma diversa. El bienestar se disfruta, pero tiene menor intensidad, el malestar se padece y tiene mayor grado de percepción. El bienestar es vago, difuso, casi imperceptible; el malestar goza en manifestarse, es proteico, va mutando de formas, síntomas y manifestaciones, según las condiciones de época, según los contextos. Principalmente en los tiempos que corren, el malestar de la cultura es un estado social, casi una forma de existencia. El bienestar no es bien visto, no tiene buena prensa, no provoca contagios ni admiraciones.

¿Qué nos ofrecía la modernidad?: poder disponer de reglas de juego claras, de mapas racionales de la realidad, de relatos legitimadores y convincentes, de una concluyente superación de la duda (las dudas modernas recrean la ironía socrática, son metodológicamente hiperbólicas, pero en los hechos el que duda ya ha salido del encierro, ya ha pegado el salto, ya se sabe seguro en otro lugar). La modernidad – sin embargo - se nos ha licuado, se nos escurrido entre los dedos de las manos, se ha vuelto líquida. El quiebre de la modernidad, con su discurso seguro y convincente es un indicador, pero también lo son: la aparición de sufrimientos inéditos en nosotros (sujetos singulares) y la emergencia de un malestar en la cultura en el orden de las estructuras colectivas, la multiplicación de los actos de violencia, la aparición de formas de exclusión y de explotación a gran escala, la proliferación de formas diversas de enajenación y desigualdad.

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Los mal-estares toman formas diversas: algunos tienen su anclaje en los conflictos con el cuerpo, anorexia, bulimia, adicciones, ataques de pánico, depresiones, fenómenos psicosomáticos, otras subjetivaciones como formas descontroladas del despliegue de la angustia. Frente a una sociedad que juega con el exceso del goce, con la hiper-realidad, con la manipulación de las imágenes y de los mensajes los sujetos naufragan en el desasosiego, en la indeterminación, en la inseguridad, en el miedo ontológico, porque hay muchos factores – internos y externos, subjetivos y objetivos, personales y sociales, privados y públicos – que pueden sumergirlo en el no ser, en la nada definitiva. Y

La cultura nos esta jugando una mala pasada. Nos esta transportando a escenarios inesperados o se está contagiando de nuestra insatisfacción existencial, una suerte de orfandad ontológica que arrastramos y que nos impide poner nombre, límites, y gobierno a la felicidad. “Cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz. Su elección del camino a seguir será influida por los más diversos factores. Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste; por fin, también de la fuerza que se atribuya a sí mismo para modificarlo según sus deseos”. (FREUD: MDC. II)

La cultura nos ha rodeado de creaciones artificiales, de objetos, de instituciones que se nos han convertido progresivamente en necesarias, en parte de nuestra existencia. Nos hemos vuelto esclavos de nuestras producciones. No podemos ser, sobrevivir, disfrutar, ser feliz sin ellos. No siempre la presencia de los objetos determinan nuestro bien-estar, pero la ausencia de los objetos desencadenan nuestro mal-estar. Este curioso juego de sentirnos mal cuando no los poseemos y la incapacidad de disfrutar plenamente y de manera estable cuando están bajo nuestro dominio, es uno de los malestares de la cultura de nuestra época: la casa, el auto, la vestimenta, los artefactos de uso cotidianos necesarios o suntuarios, etc. Están atravesados por esta ambivalencia. La sociedad del consumo se construye sobre este presupuesto: provocar el cansancio, ofrecer y demandar el cambio incesante, proclamar el valor de la novedad y condenar el acostumbramiento.

No se trata sólo de los objetos, de los artefactos. El mismo dinero – referente obligado de la suma de todas las posibilidades - trabaja con un curioso mecanismo de atracción y rechazo, de goce y lamento: trabajamos para poseerlo, disfrutamos al emplearlo, pero padecemos al observar su paulatina desaparición, sea cual sea la cifra que manejemos. El ritual se repite cíclicamente y somos los SISIFOS de los nuevos tiempos3. El que adquiere los diversos artefactos los vive como una conquista, pero es EL, en realidad, el “conquistado”, se quiere constituir en sujeto, pero es un objeto, parece dominar la situación y se convierte parte de una representación anunciada. Pensemos en algo – próximo, lejano, muy costoso o a la mano, muy común o extraño – y hagamos una reconstrucción de nuestros estados al respecto: noticia, tentación, deseo, deliberación, inquietud, proyecto, información, duda, ansiedad, decisión, posesión, conocimiento, uso, acostumbramiento, relativización, olvido… y el ciclo se repite.4

3 Según la mitología, SISIFO en el infierno, fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera

empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio. El motivo de este castigo resulta oscuro (algunos sugieren que es un castigo porque Sísifo no quería morir y nunca morirá pero a cambio de un alto precio y no descansará en paz hasta pagarlo). Según algunos, había revelado los designios de los dioses a los mortales. De acuerdo con otros, se debió a su hábito de atacar y asesinar viajeros. “Los dioses habían condenado a Sísifo a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.”(CAMUS Albert, 1985) 4 Los artefactos sobreviven en la medida en que responden a las demandas que le dieron origen. A veces son

sustituidos por otras creaciones que ingresan a competir con respuestas más satisfactorias y eficientes, pero frecuentemente los formatos que originalmente representaban un aporte importante van perdiendo vigencia y los usuarios dictaminan – de distintas manera – el cierre de un ciclo: fuerzan a crear otras alternativas, a arriesgarse con otras soluciones. Así, por ejemplo, por siglos las familias resolvieron la cocción de sus alimentos con diversos formatos de hornos o cocina que se alimentaban con leña y, posteriormente, con carbón. La presencia de ese fuego disciplinado y puesto al servicio de los usuarios fue, por mucho tiempo, una respuesta satisfactoria. En algún

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El problema es que no se trata sólo de los objetos, de las producciones industriales, de los artefactos. Por el contrario, la cultura de los artefactos se ha constituido en la matriz universal: todo se arma y se desarma según su modelo.5 Rodeados de objetos y aparatos terminamos convirtiendo a nuestro cuerpo en un producto del mercado, a nuestra vida y a nosotros mismos en objetos, y, por supuestos armamos un mundo en el que los demás también funcionan como tales cuando se relacionan individualmente con nosotros o cuando asumen presencias comunes. Jugamos y juegan roles similares, porque si bien es cierto que se nos aparecen como sujetos y personas, rápidamente se reafirman en ese rol o dejan de serlo: consumidor, encargado, paciente, alumno, docente, médico, despachante, lo que sea. Pareciera que la única manera de subsistir en encontrar este común denominador que universaliza la condición de artefacto. Este malestar inter subjetivo por momentos se hace violencia simbólica o violencia descontrolada: queremos quitarnos el otro de nuestra vida; hay múltiple formas de invasión, de vigilancia, de agresión, de acoso, de destrucción. O bien, el otro sale de nuestra pantalla, pierde nuestro interés, se aleja de nuestra consideración, y cae en el circuito de la indiferencia, de la no-existencia, del convertirlo en un objeto descartable, molesto, ignorado.

No sólo nos cansamos de las cocinas, de los lavarropas, de los celulares, de los vestidos, de los perfumes, de los relojes, de las joyas, del color de las paredes, del destino de nuestras vacaciones, sino también de los libros, de las clases, de los trabajos, de los compromisos, de las fiestas, de los homenajes, de los rituales repetidos, de las improvisaciones. Hasta nos cansamos de nosotros mismos, aunque sabemos que no podemos sustituirnos y, frecuentemente, ensayamos algún cambio superficial, algún “tuneado a la carta” que nos permita presentarnos ante los espejos y los demás como una versión remozada de nosotros mismos. Como si resonaran en nuestros oídos los versos de NERUDA: “Sucede que me canso de mis pies y mis uñas/y mi pelo y mi sombra. /Sucede que me canso de ser hombre. (…) Por eso el día lunes arde como el petróleo /cuando me ve llegar con mi cara de cárcel/ y aúlla en su transcurso como una rueda herida, /y da pasos de sangre caliente hacia la noche.”

Pero además el tema bienestar/malestar reaparece con respecto a las instituciones y a las relaciones intersubjetivas, las relaciones personales. (1) Nos cuesta mantener una actitud constante con respecto a ellas. El otro y los otros, el plexo de relaciones que nos constituyen, son también construcciones, son productos culturales. Las relaciones personales suelen iniciarse como funcionales, ocasionales, casuales; crecen alimentadas por la seducción y la conquista, al calor de encuentros, diálogos, llamados, mensajes, propuestas; se asientan con diversas formas de compromisos (trabajos o proyectos comunes, compañerismo solidario y elegido, amistad, pareja, pareja estable registros, instituciones, etc.,)… y con el paso del tiempo puede caer en el mismo ciclo que venimos describiendo. 6

momento, la posibilidad de incorporar otro tipo de energía, de facilitar el uso del fuego, de simplificar las actividades domésticas fue demandando y generando otras respuestas como el uso de combustible líquido, del gas, de la energía eléctrica o del micro-onda. Nadie discutía la utilidad original de las cocinas económicas (siglo XVII), sino que ya no eran la mejor respuestas para los usuarios que exigían otros artefactos. Por supuesto que aun hoy es posible utilizar para cocinar leña o carbón (es muy posible que por razones económicas o culturales haya comunidades que así lo hagan), pero la variedad de respuestas que poseemos - con todas las gamas de respuestas tecnológicas, patentes, marcas y modelos - representan una mejor satisfacción de las necesidades que efectivamente poseemos. 5 Es oportuno recordar aquí la obra de BUADRILLARD Jean (1969, 2004), El sistema de los objetos. Siglo XXI, y la

curiosa y desconcertante película LA SEGURIDAD DE LOS OBJETOS. 6 Hay un manifiesto desplazamiento de los vínculos afectivos naturales (lazos de familia) por los vínculos afectivos

funcionales y construidos: los amigos, los clientes, los socios, los compañeros de trabajo, la barra que se reúne ciertas noches, los que hacen viajes juntos, los que comparten vacaciones, congresos, escapadas. Y así las celebraciones toman otro formato y convoca a otros protagonistas. Y el festejo, los duelos, el dolor, la muerte –

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(2) Y podemos caer en el mismo circuito en las instituciones, considerando en la fragilidad de las estructuras familiares o de los grupos de pertenencia, de las asociaciones laborales o profesionales, de la justicia, de la educación : queremos disponer de la protección, el amparo, el cuidado, el sentido de pertenencia y hacemos lo posible por formar parte de ella, lo logramos y lentamente comenzamos a descubrir sus limitaciones, sus vacíos, sus inseguridades, a descubrir en nosotros las insatisfacciones que generan, y nos vemos necesitados, urgidos por salir a la búsqueda de otro refugio o de otra protección.

Pensemos en la política, las formas democrática y el poder: sobre todo aquí es donde se observan mayores contradicciones y duelos: generalmente los gobiernos por-venir son idealizados, construidos desde nuestro deseo, desde nuestras expectativas y proyecciones personales o sociales: los gobiernos legítimamente constituidos son aprobados como la ansiada satisfacción de un deseo, la materialización de una idea (recordemos particularmente los días de toma de posesión de los diversos gobierno en estos treinta años de democracia, espectáculos populares que los medios ayuda a construir), pero el paso del tiempo se encarga, lentamente, de desgastarnos la ilusión, de generar la sospecha, de incentivar dudas y críticas, se comenzar a imaginar un nuevo ciclo y a temer como condena, cualquier reiteración del ciclo existente.

Y podríamos sumar los espacios, los entornos, las geografías, los territorios: nuestra casa, nuestro barrio, la ciudad deberían ser verdaderos refugios contra la intemperie, fuente de bienestar, de encuentros, de múltiples relaciones. Por el contrario – por diversos motivos – nos encerramos, nos atrincheramos, privatizamos nuestra existencia (a veces en variadas formas de aislamiento) y renunciamos al espacio público. Suponemos un presunto bien-estar entre los muros de nuestra casa, y el mal-estar en el afuera. Y terminamos despreciando el barrio en el que vivimos, las calles que frecuentamos y condenando la ciudad que no ayudamos a construir, aún sabiendo que nadie puede soportar el encierro permanente.7 Todos sabemos cuanto malestar pueden encerrar las casas seguras y confortables en las que personal y familiarmente nos atrincheramos.8

Cada una de estos fenómenos parece atravesado por el mismo esquema funcional que pasa del bienestar al malestar, de la posesión al deseo, de la posibilidad de goce a la frustración, del “finalmente” al “ya no”. Y en ese contexto los tiempos se aceleran, porque en lugar de vivirlos

que eran los espacios especialmente reservados para la familia – han sido ocupados por otros referentes que son quienes nos acompañan, los protegen, nos cuidan, velan por nosotros. Lo que estas “nuevas costumbres” no revelan es que estas relaciones nunca pierden el carácter funcional y, como tal, van y vienen, pueden afianzarse o romperte porque los intereses se rompen o se enfrían, las simpatías y los entendimientos no llegan a buen puerto, y entonces es necesario producir una “operación recambio” para ocupar los lugares vacíos, para no quedar sólo: “uno es una isla desierta,/ un médano en el mar, un espejismo/empieza por abrir todas las puertas /y termina a solas con sí mismo.” (ALBERTO CORTEZ) El retiro de la vida activa o jubilación implica – en muchos casos – la pérdida de los vínculos laborales y la imposibilidad de recuperar los numerosos vínculos que fueron silenciándose por años. 7 ZIZEK – en un artículo reciente – habla de las nuevas costumbres de las sociedades de nuestro tiempo: “Los otros

son buenas personas, se los respeta, pero no deben entrometerse demasiado en mi espacio. Desde el momento en que lo hacen, me hostigan.”. Lo que se defiende es el derecho a no ser hostigado, que es el derecho a mantenerse a una distancia prudencial de los otros. Aunque los necesitamos, los queremos sin los aspectos negativos, como sucede con otros productos: café sin cafeína, crema sin grasa, cerveza sin alcohol, sexo virtual (= sexo sin sexo), guerra sin bajas, política como una forma de administración. De alguna manera hay un regreso al rechazo del bárbaro, del que no es como nosotros, aunque la forma de hacerlo haya elegido un formato civilizado. (octubre 2010) 8 Cfr. BALLARD, el novelista inglés que ha escrito sobre CIENCIA FICCION URBANA, entre ellas: NOCHES DE

COCAINA y FURIA FEROZ: en esta novela los hijos mejor educados, protegidos y cuidados de un barrio exclusivo, se unen para matar a sus padres, cansado del pegajoso cuidado de sus progenitores.

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plenamente, en lugar de disfrutar de cada situación (fiesta, clase, libro, escritura, tarde de vacaciones, encuentra íntimo, obra de teatro, cena familiar, viaje o descanso) estoy consumiéndolo, midiéndolo en términos de relojes, de calendarios, de agendas: lo que me falta, lo que me espera, lo que aun no he podido hacer, lo que seguramente será mejor que lo vivido. Lo por – venir sustituye el presente, con el convencimiento inexplicable (y nunca explícito) de saber que el futuro replicará los vicios del presente. En ese contexto, los demás se convierten en puntos de nuestra agenda, anotaciones marginales, meros compromisos que se anotan y se tachan. El problema mayor salta cuando no son los extraños, lejanos, ajenos: sino los próximos, los nuestros, los que queremos, los que nos quieren, los que construyen con nosotros el mismo mundo, arman la trama de las mismas relaciones… pero son sólo un punto en nuestras conexiones neuronales, números en celular, algún tiempo compartido y ciertas anotaciones en nuestras LIBRETAS de obligaciones.

La cultura que es la natural generadora del bien-estar, del estar mejor, del construir una vida más segura, más humana, más digna, es también la que dispara otro mecanismo: el del mal-estar, como si se trata de dos pulsiones contrapuestas y necesarios: de vida y de muerte, de construcción y de destrucción, una cíclica alternancia que dialécticamente pone en marcha la vida misma que se habrá detener en el ultimo producto de la cultura que es la muerte. La muerte ha dejado de sernos natural para estar re-construida en un entorno sobriamente cultural, pero muy acorde a los tiempos que corren. Nuestra forma de morirnos – en alto grado – está atravesado por la cultura. Tal vez sea algo que, en principio, no elegimos aunque oteamos en el horizonte (cada vez que decidimos asomarnos) y comprendemos que no admitirá ambigüedades o ambivalencia porque no será la muerte, sino nuestra muerte.9

Hay otro aspecto que ha convertido a la cultura en un malestar: la desmesura, la ilusión de la simultaneidad, el carácter de inagotable, de insoldable, de imposible de abordar. La cultura del pasado permitía un mediano acceso a toda ella, tener un panorama aproximativo de la misma. La actual es desborde absoluto, universo imposible, deseo total. Frente a nosotros se abren ventanas, puertas, caminos infinitos. Pero los caminos, las ventanas, las puertas se bifurcan en múltiples alternativas y los objetos, los artefactos, las posibilidades brotan en una creación exponencial. Los libros, las imágenes, los temas, los señales televisivas, las películas, los paisajes, los destinos turísticos, los alimentos, las bebidas, las revistas, las diversiones, las opciones de vida, las profesiones y trabajos, los productos, los artículos de lujos, los vestidos, las vidas posibles, las relaciones eventuales, los amores dibujados, los mensajes. Todo está allí, a la mano, pero nosotros disponemos solamente de un tiempo, un lugar, una vida. Necesitaríamos extensión del cuerpo, de la existencia, del tiempo (mucho mas de veinticuatro horas) y del espacio… pero más que eso, nos damos cuenta de nuestra limitación ontológica: no nos podemos bilocar (o mas), no podemos multiplicar el rendimiento de nuestro cuerpo (el diario y el existencial), ni forzar nuestra subjetividad para que sobreviva en mundos absolutamente cambiantes.10

9 Frente a la muerte, sigue vigente la demanda de goce que recorre nuestra sociedad. FERRER (2001) señala: La

creciente y acuciante demanda de placeres corporales e interiores es consigna de época, y numerosas industrias específicas comenzaron a abastecer esa necesidad, en el mismo momento en que las innovaciones científico-técnicos en biología y farmacéutica se acoplaban entre sí y se proponían como la panacea de la felicidad humana de cara al futuro. Parecía que los padecimientos del cuerpo humano iban a ser redimidos al fin, porque los anteriores proyectos de “reducción” del sufrimiento subjetivo (ilustración, psicoanálisis y existencialismo) fueron menguando su capacidad de sostén del cuerpo sufriente en sociedades cada vez más tecnificadas y que descargan sobre el cuerpo exigencias similares a la que se reserva para las máquinas. Hacia fines del siglo XX la necesidad de amortiguación técnica del sufrimiento se acentuó, y el cuerpo devino en campo de modelación para una subjetividad que sueña con salir indemne de su paso por la existencia. Placer, políticas de la vida y técnica constituyen hoy las piezas de una maquina social que aún no acaba de ensamblarse del todo. Curiosamente, la exigencia de “acolchonamiento subjetivo” ante la intemperie del mundo está promoviendo el despliegue del género pornográfico como incentivador de imágenes idílicas, de felicidad inter-subjetiva. 10

A veces el MALESTAR EN LA CULTURA llega hasta límites insospechados. De la mano del ya citado BALLARD, imaginemos una pequeña ciudad habitada por ricos, en la cual sus ciudadanos pudientes sufren de

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La cultura ha estallado y nos ha hecho estallar a nosotros que volamos con cada retazo. Por ejemplo, accedemos a un libro, a un autor y descubrimos todas sus obras y a los autores relacionados con él, y a los que se relacionan con el tema, y a los que se le oponen y a quienes lo respaldan y a los que trabajan en la misma disciplina, a los que han abordado el tema en la historia, y a los de otras disciplinas... Y uno se pierde en las callejuelas o en los caminos laterales, abandonando las grandes avenidas y las carreteras. Sospechamos que nos estamos perdiendo muchas cosas importantes, que los mapas no han logrado registrar. Y lo mismo nos pasa con el resto: todo es un universo inabarcable que juega con nuestras elecciones y se ríe de la poquedad de nuestras posibilidades. Ni siquiera podemos pensar en la especialización de las ciencias, las artes, los conocimientos, las tecnologías, porque la nueva edad ha logrado la mayor conexión y la sinapsis absoluta: en la MATRIX se cruzan y se encuentran todos los saberes. No podemos encerrarnos en el nuestro porque no podemos soportar la presión exterior: explotan sus muros. No nos place planamente los que nos queda o elegimos, nos duele lo que nos falta, no nos satisface lo que alcanzamos, mientras sigue allí disponible lo que nunca podremos conocer, usar o llevarnos. Es el poema de Borges que se ha vuelto un poema infinito: “El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura… cuantas cosas, ciegas y extrañamente sigilosas. Durarán mas allá de nuestro olvido: no sabrán nunca que nos hemos ido”.

04. ¿DONDE ESTA EL BIENESTAR?

“¿Qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta; qué esperan de la vida, qué pretenden alcanzar en ella? – interroga FREUD - Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo.” Pero la idea de felicidad es un absoluto (Kant) y no es fácil de definir un absoluto, sino que simplemente se acercan algunas aproximaciones: por ejemplo la conciencia que tiene un ser de la sensación agradable que acompaña su existencia, o como la satisfacción que tiene cada uno con su condición, o el fin al que todos aspiramos. En efecto, no es posible que se satisfagan todas las tendencias, inclinaciones, voliciones del hombre, porque por un lado la naturaleza no se preocupa de salir al encuentro del hombre en vista de tal satisfacción total y, por otro lado, porque las mismas necesidades e inclinaciones no se detienen nunca en la quietud de la satisfacción. No es posible, pues, definir con precisión la felicidad, y por consiguiente tampoco determinar qué medios universales permitirían conseguirla. La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación. Es una necesidad natural y pertenece a la esencia

aburrimiento, y languidecen. Hasta que una serie de acontecimientos (delitos menores, autos robados y destruidos, filmación de videos pornográficos en los que las mujeres de esa comunidad son violadas), nos muestran a una imaginación social “dada vuelta”, es decir, que asume que esos hurtos y transgresiones que en las sociedades normalmente son perseguidos o controlados. En cambio, en este experimento comunitario, las infracciones a las leyes se han transformado en la normalidad, o mejor, en una forma de entretenimiento, en parte del consumo: las víctimas aceptan su condición en tanto y en cuanto ese sacrificio mantiene a la comunidad unida. Este es el tema de la novela del escritor británico BALLARD (originalmente de ciencia ficción pero que se ha proyectado a anticipar la sociedad que se está instalando): NOCHES DE COCAINA. A la pequeña población (un barrio privado) en Costa del Sol llega Charles Prentice con el fin de saber qué es lo que ocurre en la cabeza de su hermano Frank, quien se atribuye la muerte de cinco personas en un incendio, cuando lo cierto es que las pruebas y testimonios lo eximen de tal responsabilidad. A diferencia de muchos personajes de novela marcados por el crimen, el delito y la estafa, los de Ballard no se refugian en sus escondites, dan la cara, asumen sus responsabilidades a tiempo, no se amparan en la lástima de los afectados, le hacen ascos a toda vestidura de víctimas. La pulsión por lo prohibido supura en casi todos los personajes de esta suculenta novela y, como tiene que ser, también las ganas de saber el por qué realizarlo es tan adictivo: “¿El delito? “El delito y la conducta transgresora... es decir las actividades que no son necesariamente ilegales, pero que nos invitan a tener emociones fuertes, que estimulan el sistema nervioso y activan las sinapsis insensibilizadas por el ocio y la inactividad. – Sanger hizo un gesto hacia el cielo del anochecer como un conferenciante que señala en un planetario el nacimiento de una estrella.- Mire alrededor: la gente de Estrella del Mar ya ha dado la bienvenida a todo esto."

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del ser humano, pero por ser distinta para cada uno, sólo puede concebirse como imperativo hipotético, es decir, como medio para conseguir algo, medio y fin que cada uno debe definir.

La modernidad había procesado el pasaporte a la felicidad: postergaba goce y sabía que debía se conquistado con el deber. El deber comportaba compromiso, dolor, desplazamiento de la gratificación inmediata. Pero ese era el peaje que la modernidad estaba dispuesta a pagar. La satisfacción del deber no implicaba la comodidad del bienestar, sino el juego del compromiso. Los héroes de los relatos modernos conquistaban la felicidad atravesando el escarpado territorio del esfuerzo y la lucha, y luego disfrutaban de una pausa reparadora. El héroe, el sabio, el santo, el prócer, eran los arquetipos modernos que sabía luchar contra sus contratiempos, asumiendo el rigor de la ley moral, del deber. La felicidad a la que se podía aspirar debía ser proporcional al grado de desarrollo de la vida moral. Suponía una concepción ordenada del tiempo, el espacio, las expectativas, la existencia, y le quitaba ansiedad y apuros a la existencia, porque los actores se concentraban en sus compromisos inmediatos sin anticipar el futuro. La fuerza del proyecto moderno se construyó sobre la tensión dialéctica entre el malestar de las imposiciones (deber) y el bienestar de los ideales (gozo). La felicidad debería incluir ambos aspectos: los medios y el fin, los instrumentos y los logros. Si esta felicidad no logra conquistarse aplicado esta ecuación, si no es la síntesis esperada, la felicidad se postula en otra dimensión, por ejemplo, en la dimensión trascendente.11

Nosotros quedamos atravesados por los caracteres de una modernidad en la que muchos fuimos educados, subjetivamente configurados, y las demandas de un tiempo cultural que está construyendo y ejecutando otra melodía. He aquí algunas proyecciones para un presente que no renuncia a la búsqueda del bien-estar de la cultura, pero que sabe que el mal-estar en un síntoma de época, difícil de erradicar.

(1) Es necesario recuperar el valor del desplazamiento de la gratificación, de la posibilidad de retardar el triunfo, la satisfacción del deseo, el gozo, la felicidad. No todo se adquiere de manera in-mediata, sino que se construye con un esfuerzo paulatino, silencioso, poco visible, y que se cosecha con tiempo. En palabras de BERNARDEZ; “Si para recobrar lo recobrado/debí perder primero lo perdido, / si para conseguir lo conseguido /tuve que soportar lo soportado. (…) Porque después de todo he comprobado/ que no se goza bien de lo gozado/ sino después de haberlo padecido. “Es verdad que hay padecimiento pero mirado desde el goce final (en este caso el amor) lo padecido se puede soportar, porque, si se tratara de padecer sin certeza (moral moderna), la exigencia no tendría seguidores.

(2) Recomponer el paso del tiempo frenando su ritmo vertiginoso y tratando de demorarnos en los hechos, en los detalles, de los compromisos, en las relaciones, en lo que tenemos entre manos (lo que me dicen, lo que hago, lo que emprendo, lo que decido, lo que celebro). Un tiempo que recupera el valor del presente, en lugar de sumergirse en el pasado o anticipar obsesivamente el futuro. Un tiempo que se hace cargo del espacio, porque es el que ocupo, el que habito y del que me hago cargo. Una suerte de apertura a la cultura SLOW, que lucha por la desaceleración del tiempo. (HONORE Carl, 2004)

(3) Otra mirada a la economía que debe construir un productor que se asocia al consumidor (prosumidor), que articula el esfuerzo de la producción con la gratificación del consumo. La cultura

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A partir de esta pregunta: El dinero, ¿hace la felicidad? Ha aparecido un nuevo objeto de investigación. La felicidad ha sido objeto de estudios econométricos para determinar los niveles de felicidad que se asocian con diversos indicadores y variables. La denominada "Economía de la felicidad" es una rama teórica en expansión en los Estados Unidos y Europa. Se originó a mediados de los 70, cuando Richard Easterlin comenzó a introducir estadísticas de felicidad de la población en modelos econométricos. Es lo que le lleva a decir al argentino RAFAEL DI TELLA que trabaja en esta especialidad: “La economía capitalista hizo avances en muchos terrenos, pero no en el de la felicidad”. No siempre el progreso material es el factor clave para la felicidad.

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no es el lugar en el que se descargan los contenedores de la descontrolada producción global, sino en donde se construye una satisfacción racional de las necesidades, acordes a las necesidades de los sujetos y de las grupos sociales. No se trata de de multiplicar sino de concentrar, no se trata de cantidad, sino de calidad, no se trata de acumular, sino de disfrutar.

(4) Disfrutar de la cultura, encontrar el sabor de la cultura, de lo que tenemos entre manos. De todo o de una parte, siempre o en algunos momentos. Pero es necesario que nos soltemos y podamos dar lugar a esa sensación de que estamos gozando con lo que nos gusta. Tal vez se trata del disfrute de los pequeños momentos, de los mínimos detalles, de los ínfimos momentos de felicidad. Transformar cada punto de una agenda que tiene más espacios en blanco que compromisos pautados y que valora cada acción como un fin en sí mismo y no la sala de espera para la actividad que le sigue. En tiempos en que reina la minificción, los mini-relatos, las pequeñas historias, el microcuento, el minimalismo en arquitectura y arte, podemos convertir nuestra vida en microhistoria y despojarla de lo superfluo para quedarnos con lo esencial. Alguien declara desde un anónimo blog:

“Hay días que siento necesidad de sumergirme en la nada y sentirla hasta donde me sea posible, y al respecto, cuando en la noche amainan los ruidos, cuando puedo abrir los ojos en oscuridad, libre de toda imagen, noto que el verdadero sentido de la realidad emerge sin trabas a mi mente. Nos sobra mucho de todo. Vivimos inmersos en el tremendo agobio de no encontrar un espacio, por pequeño que sea, vacío. Nuestras vidas, nuestras casas, nuestro mundo han perdido todo tipo de belleza, humanidad, alegría, por el deseo de tener mucho de todo, y de ahí el haber perdido también el gusto de gozar la armonía que puede ser la nada. “Menos es más” dijo el precursor del minimalismo, corriente artística contemporánea que utiliza la geometría elemental de las formas. El minimalismo por definición se refiere a la máxima expresión con la mínima construcción: equilibrio, silencio, simplificación al máximo de lo superfluo. Yo creo que se imponen unas buenas dosis de minimalismo a nuestras vidas porque, dónde hay superabundancia, aparecen disonancias pretenciosas e irritantes. Simplificar la vida conlleva el convencimiento de que son muy pocas las cosas verdaderamente necesarias, y más aún: ver y entender que todo lo que sobra afea. Todo lo que es adorno, todo lo que se puede suprimir sin que lo esencial se resienta, es contrario a la permanencia de la belleza, y en nuestra sociedad, tan barroca de necedades, mentiras, hipocresías, resulta casi imposible descubrir el encanto de un valor tan necesario como es éste de eliminar tanto sobrante en nuestras vidas para dar paso a la creación de espacios despejados, vacíos donde se restaure la humanización, el respeto, la comunicación, porque tanto exceso nos impide gozar la sublime belleza de la nada”.

(5) Otra forma de la política, otra forma de presencia y de ocupación del espacio público, la ciudad de todos, atravesado por la confianza y la seguridad en las relaciones, renuncia a la privatización de la vida personal y familiar, cuyo amurallado encierro termina por contaminar y alterar las relaciones. Deberíamos pensar seriamente en ir eliminando esos no-lugares en los que nos desplazamos para reencontrarnos con los verdaderos lugares, “ágoras” en los que recuperamos otras dimensiones de nuestra vida. Allanar los canales de comunicación entre lo público y lo privado facilitaría una real participación ciudadana en la construcción de una sociedad con una mejor calidad de vida. Porque para construir la sociedad, para discutirla y gobernarla, hay que habitarla y ocuparla, saber disponer cómodamente de su territorio y no imaginarla detrás de una ventana enrejada y de un seguro cerco perimetral.12

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De todos modos cabría preguntarse si el presupunto bien-estar que buscamos (o que eludimos) es un no-lugar, un lugar siempre de paso, sin identidad, sin permanencia, en movimiento. Y estamos moviéndonos en un paradójico “ya”, pero “todavía no”, un ir hacia, un perdernos en el mismo caminar, en la búsqueda infinita, en los senderos que eternamente se bifurcar.

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FINAL

ITALO CALVINO en un libro maravilloso (LAS CIUDADES INVISIBLES) presenta un relato paradojal, que bien puede servirnos para cerrar esta exposición

“El que llega a TECLA poco ve de la ciudad, detrás de las cercas de tablas, los abrigos de arpillera, los andamios, las armazones metálicas, los puentes de madera colgados de cables o sostenidos por caballetes, las escalas de cuerda, los esqueletos de alambre. A la pregunta: — ¿por qué la construcción de Tecla se hace tan larga?— los habitantes, sin dejar de levantar cubos, de bajar plomadas, de mover de arriba abajo largos pincele, responden: —Para que no empiece la destrucción —. E interrogados sobre si temen que apenas quitados los andamios la ciudad empiece a resquebrajarse y hacerse pedazos, añaden con prisa, en voz baja: —No sólo la ciudad. Si, insatisfecho con la respuesta, alguno apoya el ojo en la rendija de una empalizada, ve grúas que suben otras grúas, armazones que cubren otras armazones, vigas que apuntalan otras vigas. — ¿Qué sentido tiene este construir?—pregunta—. ¿Cuál es el fin de una ciudad en construcción sino una ciudad? ¿Dónde está el plano que ustedes obedecen, el proyecto que los guía? —Te lo mostraremos apenas termine la jornada; ahora no podemos interrumpir —responden. El trabajo cesa al atardecer. Cae la noche sobre la obra en construcción. Es una noche estrellada. —Éste es el proyecto— dicen.”

Esa idea de construcción interminable, eterna, infinita, de amenaza constante de destrucción, de-construcción y esa idea de absoluto imposible de imitar, parece sostener la analogía entre el relato y este desarrollo. Hay algo paradójico en esa inquietud del visitante y en la serena, natural respuesta de sus habitantes, como lo hay en la cultura que vive y la cultura que se tematiza y se estudia: se mueven pendularmente entre el ser y el dejar de ser, lo que se tiene y lo que se desea, el bienestar y el malestar, los beneficios que otorga y las amenazas que provoca. Tal vez lo que llamamos bienestar y malestar sean caras de una misma realidad: hay bienestar en el malestar y malestar en el bienestar, aun que no siempre podamos distinguir o discernir. Quizá debamos ser comos los confiados habitantes de TECLA que saben que la cultura es un siempre provisorio, imperfecto refugio contra la intemperie. No es bueno afrontar el fragor de las tormentas sin alguna protección. Mientras navegamos son muchas las tormentas que asoman en los diversos horizontes.

ALGUNAS REFERENCIAS

ADORNO Theodor (1997), La educación después de Auschwitz. Morata BALLARD J. G. (2005), Furia Feroz. (2007), Noches de cocaína. Minotauro. BAUDRILLARD Jean (2000), Un crimen perfecto. Anagrama BAUDRILLARD Jean ((2004), El sistema de los objetos. Siglo XXI. BAUMAN S. (2004), Modernidad líquida. Siglo XXI CAMUS Albert (1985), El mito de Sísifo. Alianza Editorial

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FERRER Christian (2000), Mal de ojo: crítica de la violencia técnica. Octaedro. Artículos varios. FERRER Christian (2001), El arte del cuerpo en la era de su infinita perfectibilidad técnica. Rev. Artefacto. FROMM Erich (1980), Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Paidós. HONORE Carl (2004), Elogio de la lentitud. RBA LIPOVETZKY Giles (1994), El crepúsculo del deber. Etica indolora. Anagrama MARCUSSE Herbert (1971), Eros y civilización. Seix Barral MARCUSSE Herbet (1971), El hombre unidimensional. Seix Barral MUNFORD Lewis (1998), Técnica y civilización. Alianza. SCHMUCLER Héctor (2001), La industria de lo humano. Revista Artefacto. Buenos Aires SLOTERDIJK Peter (1998), Extrañamiento del mundo. Seix Barral SLOTERDIJK Peter (2000), Normas para el parque humano. Siruela. TOFFLER Alvin (1986), La tercera ola. Hyspamérica. ZIZEK Slavoj (1999), El Acoso de las fantasías. Siglo XXI.

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DOS HORAS DESPUES JOAQUÍN SABINA

ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO: QUÉ SAPA SEÑOR (1931)

La tarde consumió su luego fatuo sin carne, sin pecado, sin quizás, la noche se agavilla como un ave a punto de emigrar. Y el mundo es un hervor de caracolas ayunas de pimienta, risa y sal, y el sol es una lágrima en un ojo que no sabe llorar. Tu espalda es el ocaso de septiembre, un mapa sin revés ni marcha atrás, una gota de orujo acostumbrada al desdén de la mar. Y al cabo el calendario y sus ujieres disecando el oficio de soñar y la espuela en la tasca de la esquina y el vicio de olvidar. Por el renglón del corazón cada mañana descarrila un tren. Y al terminar vuelta a empezar dos horas después de amanecer. Tiene la vida un lánguido argumento que no se acaba nunca de aprender, sabe a licor y a luna despeinada que no quita la sed. La noche ha consumido sus botellas Dejándose un jirón en la pared. Han pasado los días como hojas de libros sin leer.

La tierra está maldita y el amor con gripe, en cama. La gente en guerra grita, bulle, mata, rompe y brama. Al hombre lo ha mareao el humo, al incendiar, y ahora entreverao no sabe dónde va. Voltea lo que ve por gusto de voltear, pero sin convicción ni fe. Hoy todo Dios se queja y es que el hombre anda sin cueva, volteó la casa vieja antes de construir la nueva... Creyó que era cuestión de alzarse y nada más, romper lo consagrao, matar lo que adoró, no vio que a su pesar no estaba preparao y él solo se enredó al saltar. ¡Qué "sapa", Señor... que todo es demencia!... Los chicos ya nacen por correspondencia, y asoman del sobre sabiendo afanar... Los reyes temblando remueven el mazo buscando un "yobaca" para disparar, y en medio del caos que horroriza y espanta: la paz está en yanta ¡y el peso ha bajao!... ¿Qué "sapa", Señor, que ya no hay Borbones, las minas se han puesto peor que los varones; y embrollan al hombre que tira boleao; lo ven errar lejos a un dedo del sapo

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y en vez de ayudarlo lo dejan colgao?. Ya nadie comprende si hay que ir al colegio o habrá que cerrarlos para mejorar...

ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO: CAMBALACHE (1934)

ENRIQUE SANTOS DISCEPOLO: DESENCANTO (1936)

Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé... (¡En el quinientos seis y en el dos mil también!). Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos, valores y dublé... Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos... ¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!... ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador! ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, ¡da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón!... ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! ¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón! Mezclao con Stavisky va Don Bosco y "La Mignón", Don Chicho y Napoleón,

¡Qué desencanto más hondo, qué desencanto brutal! ¡Qué ganas de hecharse en el suelo y ponerse a llorar! Cansao de ver la vida, que siempre se burla y hace pedazos mi canto y mi fe. La vida es tumba de ensueños con cruces que, abiertas, preguntan... ¿pa' qué? Y pensar que en mi niñez tanto ambicioné, que al soñar forjé tanta ilusión; oigo a mi madre aún, la oigo engañándome, porque la vida me negó las esperanzas que en la cuna me cantó. De lo ansia, sólo alcancé su amor, y, cuando lo alcancé, me traicionó. Yo hubiera dado la vida para salvar la ilusión. Fue el único sol de esperanza que tuvo mi fe, mi amor. Dulce consuelo del que nada alcanza. Sueño bendito que me hizo traición. Yo vivo muerto hace mucho, no siento ni escucho ni a mi corazón.

JORNADAS DE TRABAJO. PSICOLOGIA. SAN NICOLAS OCTUBRE 2010

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Carnera y San Martín... Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remaches ves llorar la Biblia contra un calefón... ¡Siglo veinte, cambalache problemático y febril!... El que no llora no mama y el que no afana es un gil! ¡Dale nomás! ¡Dale que va! ¡Que allá en el horno nos vamo a encontrar! ¡No pienses más, sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao! Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley...

JORGE EDUARDO NORO SAN NICOLÁS, OCTUBRE 2010