de los males del islam

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    DE LOS MALES DEL ISLAM Luis Mara Sandoval

    2014

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    Porque la Verdad os har libres (Juan 8, 31-42)

    Los ltimos atentados cometidos por islamistas en Francia

    estn levantando interrogantes en las mentes de la gran mayora de los ciudadanos de Occidente. Realmente, las preguntas de-beran de haberse planteado mucho antes, a la vista de las masa-cres cometidas contra cristianos y otras minoras a manos de los musulmanes en medio mundo (Nigeria, Irak, Siria, Egipto, Chad, Etiopa, Somalia, Pakistn) y a lo largo de toda la his-toria del Islam. Para informar con profundidad sobre el tema a nuestros amigos, Durante los prximos das iremos publicando el trabajo de Luis Mara Sandoval denominado Los males del Islam.

    ASOCIACIN CRUZ DE SAN ANDRS

    http://www.cruzdesanandres.org

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    NDICE

    Benevolencias con el islam ......................................................................... 4Los bienes del islam .................................................................................... 6Sentido religioso y falsa religin ................................................................ 7Falsa religin, la raz del mal .................................................................... 10Moralidad errnea, consecuencia de la falsa religin ............................... 13Similitud y enemistad con la religin cristiana ......................................... 16Males de la oposicin directa. Una realidad anticristiana ......................... 17Los retorcidos males de la caricatura: el rechazo de los monotesmos ..... 19Los retorcidos males de la caricatura: la autocensura de los cristianos .... 21Maldad y malicia ....................................................................................... 23Un mal providencial? .............................................................................. 25La victoria sobre el mal ............................................................................. 26Entre el Sistema Liberal y el Islam ........................................................... 31Alianza por la libertad religiosa? ............................................................ 32No falta el mal menor ............................................................................... 35

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    De los males del Islam Luis Mara Sandoval

    No importa tanto acumular erudicin sobre el islamismo si no acertar

    con el juicio que merece, por el cual se avanzar ya el gnero de tratamien-to indicado. El islam es un mal grave, derivado de la falsedad de su profeta Mahoma, en el que se acumulan diversas modalidades de maldad hasta hacer sospechar que en su conjunto sirve a un designio anticristiano. Y en el presente, el mahometismo sigue sirviendo para perjudicar la posicin cristiana, tanto desde el exterior como en su mismo interior, al generar di-lemas de mal menor, verdaderos y falsos, en relacin con el pensamiento liberal. La proximidad taxonmica del islam a la Religin Cristiana no es suficiente para juzgar de su malicia sin atender al origen y los frutos de tal semejanza.

    Un estudio acerca de malicia y maldad, sobre poco conciliador, puede parecer redundante, porque en los diccionarios no se aprecia una distincin clara entre ambos trminos, de modo que las acepciones que recibe uno tambin las recibe el otro. Pero si malicia y maldad coinciden en significar cualidad de malo, parece que en malicia tanto la Real Academia como Mara Moliner concentran particularmente el sentido de intencin e incli-nacin a lo perverso.

    Y por ese motivo plantearemos esa doble cuestin, porque no slo se trata de constatar hasta que punto el islam implica males objetivos, sino de subrayar cmo en l parece subyacer un designio anticristiano deliberado.

    Benevolencias con el islam

    Desde que los padres conciliares decidieron sustituir el realista y equilibrado inicio Gaudium et luctus1 del documento sobre el mundo moderno por el exclusivamente positivo Gaudium et spes, en el mundo catlico impera un cierto optimismo imperativo de lenguaje y pensamien-to, el cual impone empezar encontrando en todo el aspecto o la parte bue-

    1 Alegra y afliccin.

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    na, incluso en aquello contra lo que se quiere alertar a los fieles en un de-terminado momento.

    Tal hbito puede terminar confundiendo a todos, porque no es pe-daggico, sino desconcertante, insistir en las virtudes accidentales de aque-llo que se va a reprobar y condenar. Se corre el riesgo de desvalorizar el juicio global que una realidad merece justamente antes de enunciarlo. Re-cordar que no hay un mal absoluto no debe interferir en el necesario juicio orientativo sobre ciertas realidades amplias en su conjunto.

    Est de moda hablar del islam en los ambientes catlicos, pero en trminos descriptivos hay que conocer o con enumeracin de aspec-tos positivos y negativos enfatizando lo que une ms que lo que sepa-ra, lo cual, si se medita, no pasa de una mera peticin de principio , pero como colofn de tanta erudicin y de tanta comprensin no se nos brinda nunca un balance de conjunto, una valoracin de Mahoma y sus secuaces. Y sin esa orientacin no pueden progresar nuestras actitudes y conductas, y ni siquiera los propios estudios tericos.

    Es ms, observamos diversas maniobras paralogsticas para evitar ese juicio global, o para edulcorarlo.

    As, se nos dice que en la prctica hay muchos y diferentes isla-mes. Cierto sin duda, pero eso pasa absolutamente con todas las realidades genricas terrenas, y aun as se las juzga. Y si hay muchos islames no se debe olvidar que si lo son todos, pese a su diversidad, por coincidir en el gnero islam, ese gnero, en cuanto tal, podr recibir una calificacin.

    Tambin se observa un truco que ya se practicaba hace dcadas con respecto al socialismo real: la comparacin de cierto islam terico e ideal, bien con los cristianos reales o con los actos del occidente postcris-tiano. Naturalmente, cualquier entidad as tratada tiene todas las de ganar ante las mentes a las que se presenta tal comparacin deshonesta. Las comparaciones deben hacerse entre realidades homogneas: ya sean doc-trinales o prcticas. Y se nos suele decir muy poco de cmo viven en reali-dad los mahometanos su religin: con qu profundidad y con qu vicios. Un amplio estudio sociolgico del islamismo real puede que deshiciera muchas leyendas doradas.

    Pero, sobre todo, no se puede dejar de desenmascarar la tentativa de encubrir los males existentes en la realidad del islam con el recurso a pontificar que el verdadero islam es... (adase cualquier virtud o lista de ellas), y no como parece manifestarse un da s y otro tambin.

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    El islam no posee una autoridad central unnimemente reconocida y hoy ni siquiera una posibilidad prctica de establecerla que pudiera discernir los autnticos mahometanos de los falsos muslimes. Del mismo modo que como catlicos no nos toca establecer qu puado de congrega-ciones representa al verdadero luteranismo, y qu miradas no, tampoco nos corresponde hacer algo similar con el islam.

    Siempre se pueden juzgar, con respecto a la verdad objetiva, las doc-trinas de cualquier tiempo y los comportamientos concretos del presente, y as decir si las enseanzas del Corn son verdaderas o erradas; pero de la hertica autenticidad de doctrinas y conductas parece ms razonable que fueran sus propios fundadores, o sus portavoces autorizados, o las propias comunidades en su conjunto, quienes decidan.

    Ocurre que el islam que saldra definido por cualquiera de esos tres estamentos suele tener la incmoda mana de no coincidir con el verdade-ro islam que algunos catlicos querran que existiera en alguna escondida parte para salvarlo.

    Los bienes del islam

    Por otra parte, las mismas referencias a los bienes del islam a las cua-les estamos acostumbrados no dejan de ser una falsificacin de la ptica cristiana y una injusticia para el sentido islmico.

    Los cristianos encontramos en el islam muy notables coincidencias en torno a determinados valores. Sin duda que esos puntos coincidentes son buenos; lo que no est tan claro es que nos aproximen tanto como pa-rece.

    Si los valores predicados fueran lo esencial del cristianismo, a la postre se podra suprimir del mismo el elemento propiamente religioso sin

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    perjuicio, adoptando la forma de un tibio new age postcristiano y supera-dor, al que conduce el llamado progresismo catlico.

    Posiblemente un cristianismo sin Cristo y un islamismo sin Mahoma pudieran cantar recprocamente sus excelencias en casi perfecta armona.

    Pero el cristianismo no es una ideologa; no son sus valores lo esen-cial en l, sino Cristo, el Verbo de Dios que se encarna en la historia. Y tampoco es una mera escuela filosfica el islam, cuyos valores dependen nicamente de la voluntad arbitraria de Al, conocida por la revelacin dictada a Mahoma.

    Sin duda la coincidencia en la historicidad de ambas religiones es un punto de encuentro. Pero tal coincidencia obedece a una clara dependen-cia: Mahoma inici su predicacin en principio slo para los rabes, con la vista puesta en las escrituras y los profetas que ya posean judos y cristia-nos. De modo que no cabe sorpresa ni alabanza en aquella coincidencia que supone una imitacin.

    A la postre, los bienes que a ojos cristianos se encuentran en el islam no son las caractersticas de su religin, sino bienes ciertos pero muy gen-ricos. Y dejan de ser en absoluto sorprendentes en cuanto se recuerda que son imitaciones, cuando no distorsiones.

    La cuestin de los orgenes islmicos es vital, pues sobre ella se fun-dar el juicio que nos ha de merecer Mahoma, y el crdito que podemos dar a su Libro. Por ello es una cuestin intelectualmente ineludible para obrar con probidad.

    Nuestra tesis es que la religin mahometana, o islam, no tiene origen divino, es una imitacin de la religin bblica, y es un mal, una realidad mala y perniciosa, en la cual la acumulacin de maldades objetivas nos in-duce finalmente a pensar en la existencia, tras ellas, de una malicia en la intencin, la cual la dio origen y la sostiene. Abordaremos primero el as-pecto objetivo y luego el intencional de sus males.

    Sentido religioso y falsa religin

    El islam es un conjunto vital que pretende fundarse en una religin revelada y debe ser juzgada atendiendo a dicho ncleo. Y resulta que su principal defecto es constituir una falsa religin.

    Reconocer y adorar como dios a lo que no lo es, o no existe, es, segn la moral catlica, un mal grave contrario el Primer Mandamiento, anlogo en sentido contrario a negar su existencia y el deber de religin.

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    Obsrvese que hemos escrito mal, y no pecado, porque ste exige pleno conocimiento y libertad. Concedemos que en muchsimos mahome-tanos la gran mayora su religin por s sola no constituya pecado por falta de tales requisitos.

    Pero no hemos de creer que la no imputabilidad de una conducta su-pone ausencia de mal, como quisiera el conformismo moral actual. Un abortista sin perfecto conocimiento ni libertad puede ser personalmente irresponsable, pero no deja de ocasionar el gravsimo mal de la muerte de un inocente a manos de sus protectores naturales. Del mismo modo, los fautores de una falsa religin contraran la voluntad explcita de Dios y se perjudican a s mismos y a los dems hombres.

    La falsa religin, como lo es el islam, es siempre un mal de primera magnitud, y quien no comprende esto arriesga su plena conciencia cristia-na porque pierde el sentido religioso.

    La falsa religin es una falta contra el Primer Mandamiento. El Pri-mero, porque si Jesucristo hizo del amor al prjimo un Segundo anlogo a ste, no invirti su posicin ni decret su suplantacin. Nos encontramos sin embargo con muchos cristianos que hacen precisamente del Primer Mandamiento un asunto opinable, optativo, subjetivo, y, por tanto, de ca-tegora muy inferior al no matar o no robar (puesto que el no fornicar ha desaparecido), que al parecer s son elementos ineludibles de la moralidad universal. Frente a ellos, debemos recordar que la adoracin y el amor al Dios infinitamente superior y dador de todos los bienes (empezando por nuestra existencia), es el primer y principal mandamiento, ya en el orden de la moral meramente natural.

    Pero se nos dir que precisamente los mahometanos son campeones

    de la honra al Dios trascendente y personal, infinitamente superior al hom-

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    bre, y del sentido de la religin, que comienza por la adoracin y la ora-cin antes de prolongarse en moral.

    Un mal llamado ecumenista podra decirnos que hay que defender al islam, porque es religioso en sumo grado, y, por lo tanto, no debe ser ata-cado por los cristianos. Sin embargo, en los Evangelios encontramos algo muy distinto de ese altruismo polticamente correcto que algunos creen que contienen o deberan contener. Ya sabemos: amor entendido como tolerancia,... paz,... tolerancia,... pluralismo,... tolerancia,... solidaridad, y... tolerancia.

    El Jess evanglico, de la historia y dela Fe, no predica esos princi-pios, y ni siquiera el principio del monotesmo: se predica a S mismo Ca-mino, Verdad y Vida, obra milagros para que creamos en El, y glorifica al Padre con Quin est identificado (Jn 10, 30) en testimonio recproco. Y no slo glorifica Jess al Padre y ste al Hijo (Jn 12,28; 13,31-32 y 17,1), sino que se nos anuncia al Espritu Santo que quedar para siempre con la Iglesia(Jn 14, 16).

    Los catlicos que han conocido de cerca el islam no dejan de recordar que el Al del Corn no es el Dios dela Biblia. Y si eso es verdad en cuan-to a sus rasgos de conducta (de qu modo se nos dice que actan un Dios y otro, y qu moral nos dictan) an lo es ms precisamente respecto al mis-terio de la Santsima Trinidad. A las cortas miras humanas podra parecer irrelevante para nuestra vida terrena y nuestra salvacin el conocimiento incomprensible de ese misterio. Y sin embargo Cristo ha querido drnoslo a conocer, para hacernos partcipes ya de un atisbo de la intimidad divina. Despreciaremos su voluntad?

    Si leemos y meditamos los Evangelios, no puede cabernos duda de que la falsa religin, incluso monotesta, significa una grave carencia res-pecto de la voluntad del Dios verdadero, que quiere ser conocido y vene-rado en modo muy especfico (Vida trinitaria, centralidad ineludible de Cristo en la humanidad como Salvador y Rey) pese a que tal insistencia pueda parecer inconveniente e innecesaria a los que piensan mejor que Dios y ms elevada y desinteresadamente que l.

    Pero adems, aunque parezca lo contrario, el monotesmo islmico es ms culpable de falsedad deliberada ante la verdadera religin que las reli-giones meramente paganas.

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    Falsa religin, la raz del mal

    Entre los paganos, el monotesmo, o los vestigios del mismo, son signo de cierta mayor perfeccin, porque el paganismo es una construccin consuetudinaria, mtica y muy desviada de la verdad original: que existe una Divinidad superior al hombre al que ste debe veneracin y acata-miento. En el paganismo acta deformada la religiosidad natural del hom-bre.

    El caso del Islam es muy distinto por ser una secta de influencia cris-tiana. Todas las religiones nacidas con posterioridad a Cristo no han deja-do de imitarle a l y a su Iglesia. Pero el islamismo, como el mormonismo, es una de las pocas que se pretende fruto fiel de una directa revelacin di-vina literalmente transmitida. En estas sectas la religiosidad natural es des-viada deliberadamente bajo las apariencias de religin verdadera.

    Llegados a este punto no nos encontramos ante cierto error de origen colectivo y oscuro, adornado y distorsionado cada vez ms con el tiempo, sino a una falsedad con un nacimiento muy concreto, que ha de atribuirse a una inteligencia consciente de su falacia: sea la de un hombre embaucador, sea la del Enemigo de Dios y del gnero humano actuando a travs de al-guna forma de posesin. O sean formas mixtas de las anteriores.

    Debemos detenernos en la falsedad del islamismo, sin establecer la cual ningn repudio de sus consecuencias tiene sentido.

    No existe posibilidad lgica de que un cristiano conceda a Mahoma el papel de profeta. Si lo fue, y su predicacin viene de Dios, hay que aceptar todo su testimonio, incluido el que se inventa acerca de Jess ne-gando su divinidad (Corn, sura 5, aleyas 116, 118 119 segn las versio-nes).

    O Cristo es la Palabra definitiva de Dios o Mahoma es el Sello de los profetas. De ah tambin que debamos rescatar la palabra mahometano por oposicin a cristiano, porque lo contrario es conceder la verdad de su reli-gin.

    Los cristianos tenemos por cierto que la Resurreccin de Cristo es la clave de nuestra religin, que sin ella sera vana (I Cor 15,14-20), y esta-mos siempre interesados en contrastar su absoluta historicidad y veracidad. No es por nuestra parte injusto reclamar lo mismo respecto de Mahoma, pues la veracidad de su testimonio es la clave del Corn y del Islam.

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    Jess llev una vida irreprochable y desprendida, en tanto que las re-velaciones de Mahoma sirven en multitud de ocasiones para legitimar los intereses escasamente elevados de ste.

    Cristo hizo en vida multitud de milagros sobre realidades cotidianas, comprensibles a los hijos de toda nacin. Mahoma se neg a intentar si-quiera el efectuar ninguno y esgrime como milagro la belleza de su len-gua rabe, inaprensible para el resto de los pueblos del mundo, e inconclu-yente tambin para los arabfonos, que al presente han construido su len-gua tomando el Corn como modelo.

    Jess resucit de entre los muertos: milagro definitivo que todos aspi-ramos a compartir. Mahoma no resucit, y no precisamente porque alguno de sus seguidores no pensara al principio que su muerte era temporal, lo cual coadyuv desde ese temprano momento a causar la escisin chiita.

    Y adems, en ningn momento Mahoma ha podido presentar a su fa-vor el cumplimiento de las profecas mesinicas del pueblo elegido en la Primera Alianza, como se cumplen en Nuestro Seor Jesucristo.

    Y no es menos importante el hecho de que Cristo constituy una Igle-sia con todos los elementos para cumplir su misin cuando l ascendiera a los Cielos. En cambio, a Mahoma le sorprendi la muerte sin haber adop-tado ninguna providencia para su sucesin. Posiblemente, de la determina-cin de la asamblea de los seguidores mahometanos de elegir un mero cali-fa (reemplazante) para evitar la fragmentacin y temprana desaparicin de la secta que les resultaba tan provechosa, en vez de sustituirle otro Profeta, como entre los mormones, provenga la extrema rigidez de su dogma. Comparativamente, la Iglesia de Jess, asistida del Espritu Santo, ha deja-do y deja un sorprendente testimonio de flexibilidad en la fidelidad.

    * * * * *

    Por todo ello concluimos que Mahoma es un falso profeta, predicador de una doctrina que l atribua indebidamente a Dios. Por parte de los cris-tianos, todo cuanto no sea afirmar esto, en la ocasin y manera clara y pru-dente que haga falta, es debilitar la propia Fe y dificultar la ajena. Por eso es tan inaceptable que los actuales presentadores cristianos del Islam, en sus libros y artculos, aborden los orgenes del mismo adoptando en tono narrativo, sin ningn gnero de salvedades ni averiguaciones, reproducien-do la versin mahometana: recibi una visin, etc. Toda la cuestin del Islam depende de si Mahoma recibi una visin, o, ms exactamente, si recibi una visin procedente de Dios.

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    Eludir esta cuestin es deshonestidad intelectual. Aunque disguste enunciarlo, podr haber paz entre cristianos y mahometanos, pero no hay posible compatibilidad entre la veracidad de Cristo y la de Mahoma.

    En cambio, empezar estableciendo la condicin de falsa revelacin del Islam elimina entre los fieles otras confusiones y perplejidades, exte-riores e internas.

    La existencia del Islam no puede interpretarse como un misterioso signo divino, como sucede cuando se habla de las tres grandes religiones monotestas y aun de las tres religiones abrahmicas. Abraham slo tu-vo una religin, no tres! Y el origen abrahmico del santuario mecano de la Caaba no es menos mtico que el origen salomnico o hirmico de la masonera: es slo una autoatribucin ennoblecedora.

    Al Islam como pretendido tercer brote del tronco abrahmico no se le puede conceptuar de diverso modo que a todas las pretendidas terceras y definitivas etapas de la revelacin que han seguido la estela de Joaqun del Fiore, bien que en este caso sea anterior, y recurra a mensajes arcanglicos en vez de a propias especulaciones.

    Si un cristiano quiere plantearse el papel y la valoracin del fenme-no mahometano coherentemente con su fe, puede y debe acudir a algunos pasajes del Nuevo Testamento que parecen bastante apropiados:

    Nuestro Seor mismo advirti y profetiz: Guardaos de los falsos profetas que se reconocen por sus frutos (Mt 7,15 ss); Mirad que no os engae nadie. Porque vendrn muchos usurpando mi nombre y dicien-do: Yo soy el Cristo, y engaarn a muchos, surgirn muchos falsos profetas que engaarn a muchos, surgirn falsos cristos y falsos profe-tas, que harn grandes seales y prodigios (Mt 24 vs. 4-5, 11 y 24 y Mc 13,22). Si Mahoma no fue precisamente quien pretendi el ttulo de Pro-feta por antonomasia, y ocupar el culmen de la historia de la salvacin, y si no ha engaado a muchsimos, no se sabe a quin se podr aplicar con ms propiedad estos pasajes.

    Despus de ascendido Jess a los Cielos, tambin San Pedro y San Juan nos alertan sobre la venida de falsos profetas (II Pe 2,1 y 1 Jn 4,1). Igual que los Hechos de los Apstoles nos refieren de la existencia de un falso profeta en Chipre que mereci de San Pablo un milagro punitivo (Act 13, 6-12).

    Y las repetidas amonestaciones de San Pablo respecto a los falsos doctores, son extensibles a los que pontifican recurriendo a serviciales dic-taciones arcanglicas en lugar de abstrusos sofismas.

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    No se acaba de comprender por qu ninguno de estos pasajes escri-tursticos se contemplan hoy cuando se trata de buscar una perspectiva te-olgica cristiana del Islam. Parecera que los cristianos debemos tomar como punto de partida de nuestros juicios los textos de la Sagrada Escritu-ra, nos resulten convenientes o no; y la honradez intelectual requerira, en todo caso, aportar los textos citados para explicar el motivo por el que no son aplicables al caso.

    Por ltimo, recordemos que la tradicin secular cristiana ha aplicado la consideracin de falso profeta a Mahoma, en la estela de esos textos.

    Moralidad errnea, consecuencia de la falsa religin

    Las deficiencias morales de la enseanza mahometana son slo las consecuencias naturales de obedecer una falsa revelacin, y no deben constituir el centro de la apologtica cristiana ante el Islam.

    De modo que sabemos que en cuestiones de vida matrimonial el Corn segrega y capitidisminuye a la mujer, y consagra el repudio fcil, el matrimonio temporal o de visita, y la poligamia. Muchas de tales ensean-zas se ajustaron como anillo al dedo a conveniencias de Mahoma y sus compaeros, y justo entonces fueron bajadas del cielo a su odo. Tambin a conveniencia de las armas de Mahoma el Corn refrend la violacin por ste de usos de la guerra arbigos. Etctera.

    Todo ello, y mucho ms, merece un estudio pormenorizado que con-tribuya a demostrar la falsedad de las pretensiones de Mahoma, y a inducir o a confirmar las reservas frente a la religin que fund. Pero sa es la dis-traccin la que criticbamos y en la que no queremos incurrir aqu.

    El Corn y la sunna ensean elementos morales objetivamente malos que los mahometanos practican (con mayor coherencia en lo que les es condescendiente que en lo que se les exige, con la excepcin de la prctica generalizada del ayuno de Ramadn), y que son consecuencia directsima de la falsa revelacin islmica.

    * * * * *

    Centrmonos tan slo en ciertas caractersticas generales de la mora-lidad musulmana, de suyo mucho ms explicativas y peligrosas que el examen de su contenido caso por caso. La moralidad musulmana es positi-vista, legalista, e impositora por naturaleza, muy diferente en sus conse-cuencias sociales de la moral catlica.

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    La moralidad musulmana es positivista en cuanto no deja lugar para el derecho natural. Los mahometanos son fideistas en materia de teo-loga, y en tica se adscriben al malum quia prohibitum frente al razonable prohibitum quia malum. La arbitraria prescripcin o prohibicin divinas son la nica fuente y razn de la moralidad. Su dios no tiene consideracin alguna con la razn humana como para dirigirse a ella moralmente a travs de la obra de la creacin. Ello ocasiona una grandsima dificultad para dia-logar en este terreno con los musulmanes, por falta de base comn.

    La moralidad musulmana concede, de hecho, un fuerte predomi-nio al cumplimiento externo de los preceptos sobre la intencin. Nos en-contramos ante una regresin a la moral farisaica en que degener el ju-dasmo, en la cual, sin duda, est inspirada. Nosotros, herederos de la libe-racin cristiana de la ley, entendida sta en su sentido peyorativo, corre-mos el peligro de no comprender su sentido moral, atribuyndoles sensibi-lidades morales que nos son familiares hasta el punto de creerlas universa-les, pero que no compartimos.

    Y una moralidad fundada en una lista de preceptos no es, como la

    nuestra, flexible y libre, sino que va acompaada de la mayor rigidez y de un intrincado casuismo.

    El musulmn vive bajo su ley especfica de origen religioso, que es muy diferente de las prohibiciones taxativas pero escasas del derecho natural y de la exhortacin a la perfeccin que son propias de los cristia-nos. Un mahometano est sometido a ingente cantidad de prescripciones y prohibiciones, que abarcan desde el momento y las posturas exactas de la oracin, hasta los alimentos y su preparacin.

    Dicho de otro modo, el mahometano concibe su moral bajo la forma de ley, y todos los especialistas coinciden en sealar que la forma ms caracterstica y desarrollada de la especulacin religiosa islmica es su de-recho.

    La consecuencia lgica de una moralidad centrada en las acciones sobre las intenciones, y que se rige por preceptos que no se razonan, debi-era ser la tendencia a imponer una disciplina social a su imagen, incluso

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    por la violencia. Y la evidencia histrica confirma esa deduccin lgica: la ley islmica es concebida inseparablemente como ley social y poltica, que debe imponerse a todos (a todos, incluyendo el estatuto de los dimmes o sometidos a su proteccin protegidos a la fuerza), y el Islam est uni-do al concepto de jihad o guerra santa.

    El islamismo contemporneo, moderado o extremista (esto ltimo re-tornando a Mahoma, que no desvindose de l), tiene por programa la conversin de la shara en nica ley civil, la extensin de la misma a todas las naciones, y el recurso a las armas siempre que se haga necesario.

    La diferencia entre la ley islmica y la doctrina social catlica es

    mucho ms profunda de lo que parece. Nuestra doctrina social no impone frmulas determinadas sino principios generales, y, si bien deriva natural-mente de la moral cristiana, su no observancia por los estados en que viven los cristianos suponen para stos dificultades mayores o menores, pero po-cas veces les impone la contravencin directa de un mandamiento expreso, terminante e ineludible.

    El choque entre una legislacin civil no musulmana y el mahometano observante es mucho ms fcil y frecuente que entre el catlico fiel y un legislador no cristiano, con el cual el principal punto de friccin, aparte del contenido del derecho natural, ser slo la autonoma interna de la Iglesia. Y notemos que, en cambio, un islamista contemplar siempre la ms mnima diferencia con las mucho ms numerosas prohibiciones y prescrip-ciones de su ley, algunas de contenido trivial para nosotros, como directa-mente opuesta a la explcita voluntad divina.

    A imitacin de los cristianos, pero mucho ms a menudo y por moti-vos ms ftiles, el musulmn dir es preciso obedecer a Dios antes que a

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    los hombres (Act 4, 19), con lo que manifestar la irreductibilidad de sus errores morales.

    Pero todo lo anterior es el aspecto meramente negativo: la mayor conflictividad de la ley islmica con cualquier ley civil positiva que no se atenga a la shara, en occidente como en los pases de mayora mahometa-na.

    En el aspecto positivo la diferencia entre doctrina social cristiana y ley musulmana es mucho mayor. La moral social cristiana se funda en el derecho natural, y por ello tiene ms posibilidades de justificarse y de al-canzar un acuerdo con las potestades civiles no cristianas (o con las minor-as no cristianas) que un riguroso casuismo sin ms justificacin que la re-velacin cornica, aquella que precisamente el no mahometano no compar-te.

    Ahora, para seguir nuestro hilo argumental, debemos proseguir con la exposicin de los diversos males que se dan cita en el Islam.

    Similitud y enemistad con la religin cristiana

    El Islam es una falsa religin, pretendidamente revelada, cuyo men-saje contiene preceptos conflictivos, y a veces completamente inmorales, la implantacin universal de los cuales por la fuerza se contempla expre-samente.

    Si lo anterior define el contenido del Islam, la modalidad concreta en que se presenta es la imitacin de la religin bblica, y el resultado del con-junto es una religin que parece diseada ex profeso para entorpecer el triunfo de la Fe Catlica.

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    La similitud al cristianismo y su oposicin al mismo caracterizan el conjunto del Islam, y estn estrechamente ligadas, como vamos a mostrar.

    De que el Islam contenga elementos bblicos no cabe ninguna duda: es sabido que naci en un ambiente en que judasmo y cristianis-

    mo eran conocidos, aunque imperfectamente; Mahoma mismo se arrog el ser portavoz autntico de la revela-

    cin que habra sido traicionada por judos y cristianos; incluso se ha especulado si en su origen el Islam no fue sino el in-

    tento de introducir el mosasmo entre los rabes, adaptndolo a ellos. Ciertamente, su parentesco con el Antiguo y el Nuevo Testamento es

    innegable. Pero ese parentesco, que por la posterioridad del Corn se comprende

    fcilmente que significa influencia e imitacin de aqullos, da unas veces en simplificacin, otras en tentativa de suplantacin, y otras en caricatura. Veamos como imitacin, suplantacin y caricatura coinciden siempre en perjuicio de la Fe cristiana.

    Males de la oposicin directa. Una realidad anticristiana

    Teolgicamente, la simplificacin de los dogmas cristianos, su-primiendo sus misterios caractersticos que mortifican la razn, introduce una competencia a la baja en el monotesmo revelado: el Islam se presen-ta como ms racional y ms fcil. Y otro tanto puede decirse de su morali-dad, en la que, sin ser depravada, desaparece la propuesta de los consejos evanglicos de celibato, pobreza y mansa obediencia.

    Misionalmente, el postcristiano Islam contiene en su mensaje una vacuna contra la predicacin cristiana: para el musulmn no existe la no-vedad cristiana, porque ya conoce a Jess por el Islam, y adems est ms al da, pues sabe que a ese profeta le sucedi el definitivo, que es Ma-homa. Igualmente, el milagro definitivo de la Resurreccin es negado hbil y radicalmente: negando la previa muerte en la Cruz.

    Declarados expresamente errados, los cristianos han de ser comba-tidos por las armas hasta que acepten dejar su religin o pasar a la condi-cin de sometidos protegidos (dimmes), condicin siempre dificultosa, amenazada, privada de fecundidad misionera, tentada de apostasa, y humanamente irreversible sin mediar intervencin externa.

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    Pero si los cristianos ya existentes son combatidos, perseguidos y sometidos, la posibilidad de nuevas conversiones procedentes de los ma-hometanos es todava ms difcil, porque si la shara predica la jihad, y es-tipula la situacin de los dimmes, adems es tajante sobre la pena de muerte al musulmn que pudiera convertirse a otra religin. En un pas is-lamizado no pueden entrar misioneros; los dimmes no manifiestan celo predicador por miedo a empeorar su delicada situacin; los potenciales conversos mahometanos se encuentran satisfechos con una religin a pri-mera vista superior a la cristiana; y la amenaza de muerte social y fsica termina de disuadir cualquier veleidad de conversin, salvo casos absolu-tamente excepcionales.

    * * * * *

    En resumen: la imitacin simplificada y suplantadora del Islam ataca la subsistencia y expansin de la Iglesia por mltiples ngulos.

    Se comprende que este presunto pariente monotesta del cristianismo, imitador y amenazador, no haya constituido nunca un cauce de conversio-nes a la religin verdadera, sino una alternativa a la misma, puesto que las frustra y desva en provecho propio. Y esto, que es verdad individualmen-te, lo es ms a escala colectiva.

    Todas las experiencias histricas confirman plenamente nuestro dia-gnstico previo. En efecto: la expansin de la Fe entre todas las naciones hasta los confines de la Tierra, segn voluntad de Nuestro Seor (Mt 28,19; Act 1,8), ha encontrado en el Islam un obstculo excepcionalmente perjudicial y coriceo en su camino.

    Mirando el mapamundi, y rememorando la historia de los dos mile-

    nios de cristiandad, pocos retrocesos de la expansin cristiana han sido tan considerables en extensin, poblacin y duracin como los debidos al Is-

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    lam. Cismas y herejas han debilitado la comunin en la Fe, pero no la han borrado. Misiones incipientes han sido destruidas por la persecucin de los paganos... hasta que en la historia ha vuelto a abrirse un nuevo portillo a la predicacin. La persecucin comunista en Europa ha sido, por la miseri-cordia de Dios, relativamente breve a escala histrica (vid. Mt 24, 22), y sus efectos destructivos, con preverse largos, han sido ms leves que la obra del Islam.

    En cambio, a manos del Islam sucumbieron territorios de poblaciones secularmente cristianas, incluidos todos aquellos ligados a la vida de Nues-tro Seor, el teatro de las primeras predicaciones de la Iglesia, el hogar de sus Santos Padres y la sede de sus primeros Concilios. Situacin que no ha revertido todava en trece siglos! con constante mengua de la pobla-cin que mantiene nuestra Fe en esas tierras otrora unnimemente cristia-nas.

    Y a la observacin del retroceso persecutorio a manos del Islam debe unirse la constatacin del no menos gigantesco efecto de cerrojo rotundo a la propagacin de la Fe: hoy en da el conjunto de los pases musulmanes, y prcticamente slo ellos, es el nico gran vaco que existe en el mapa de las misiones y bautismos de la Iglesia.

    El Islam es una refinada imitacin invertida de la religin verdadera, muy propia del mono de Dios que es el Demonio. Y tambin hallamos en l la perversin de la ms sincera religiosidad humana posiblemente en su manifestacin ms elevada fuera de la Iglesia hasta recordar aquello que profetizara Nuestro Seor al decir llegar la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios (Jn 16,2).

    Y sin embargo, no hemos considerado todava otros males ms re-buscados que la aviesa similitud del Islam con la Fe cristiana estn provo-cando especficamente en nuestros tiempos.

    Los retorcidos males de la caricatura: el rechazo de los monotesmos

    Caricatura es aquella imagen en que se reconocen los elementos ca-ractersticos de algo, pero distorsionados o exagerados, y mezclados con otros introducidos de intento para inducir burla o repulsa.

    La malicia diablica del Islam, caricatura cristiana de considerable parecido, mueve en nuestros das a desprestigiar a la religin verdadera an-te los incrdulos, favoreciendo que incluso los ms moderados compartan prejuicios con los anticristianos declarados de voluntad perseguidora, en

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    tanto que por desconcierto, comodidad, y falsa humildad se debilita la fir-meza de las posturas cristianas entre los fieles.

    La funcin del Islam como justificador tambin de la repugnancia y la aversin de los incrdulos al cristianismo es muy patente.

    En nombre de una comn naturaleza de las religiones monotestas (tan ingenuamente concedida por tantos cristianos) se arguye que todas son en el fondo iguales, insistiendo especialmente en su carcter intolerante derivado de la afirmacin de un nico Dios, que sera la causa de oscuran-tismos y conductas violentas hasta las guerras santas. En la ONU existe ya una declarada corriente de opinin contraria a los monotesmos, tan nefas-tos y diferentes de las tradicionales sabiduras politestas a ensalzar y re-convertir al pantesmo ecologista.

    Desde luego, el Islam, con su credulidad acrtica y sus supersticiones,

    con la cerrazn intelectual del fidesmo, con sus costumbres indefendibles legisladas por la divinidad, y con su llamamiento programtico a la guerra santa, es un gnero de compaa de la que no blasonar y con la que sera preferible no quedar clasificados.

    Se ve aqu una conveniencia prctica de marcar las diferencias entre cristianismo e Islam alejndonos de optimismos fraternos. Aunque slo fuera a estos efectos convendr hacer hincapi en lo que nos diferencia y separa ms que en lo que pueda unirnos... terica pero no realmente.

    Dicho esto, lo cierto es que se tira por elevacin contra el cristianis-mo fingiendo apuntar al Islam, con un odio preexistente a esta maniobra, a la que el mahometismo se presta tan bien, casualmente o no. Tras las

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    avanzadas del ecologismo y del New Age encontramos al pantesmo, en el que la consideracin puramente abstracta de los filsofos el Todo es lo Supremo es compatible con el politesmo popular, que ve en cada pe-quea creatura un diosecillo. Es curioso que los laicistas de ayer hayan os-cilado del atesmo al pantesmo, pero todo ello se mueve dentro del uni-verso de cuo masnico y del odio invariable a Cristo y a su Iglesia, para el cual el Islam brinda ahora un convincente pretexto.

    Es evidente que los cristianos no podemos unirnos a las denuncias antiislmicas que a la postre rechazan todo Dios personal y trascendente. Y desde luego que esa maniobra y esa persecucin estn en marcha!

    Pero tampoco podemos identificarnos sin ms con los musulmanes, y an es ms preocupante el conjunto de perturbaciones que la caricatura mahometana de la religin cristiana est produciendo ahora en el seno de la misma.

    Los retorcidos males de la caricatura: la autocensura de los cristianos

    Cmo reaccionan los cristianos ante la creciente proximidad con la realidad musulmana, informativa y fsica?

    Y al recibirles por prximos parientes religiosos, por monotestas abrahmicos?

    Slo muy pocos creen errneamente que deberamos imitar totalmen-te a los mahometanos en su radicalidad y coherencia, y que el ideal social cristiano sera un jomeinismo de signos y contenidos catlicos.

    En cambio, una gran mayora, por rechazo a los errores del Islam, manifiestos en conductas inaceptables, corre a marcar distancias, pero de una forma trgica: con tal de alejar su identidad cristiana de las posturas islmicas rechazan precisamente lo que nos une, sin percibir que el isla-mismo no es una mera aplicacin de actitudes, por lo dems idnticas, a otros objetos u otros nombres (otro nombre de Dios, otro libro sagrado, etc. ), sino una sutil pero deformante caricatura de las mismas.

    Por aborrecimiento de lo que es burda copia e imitacin se generaliza entre los cristianos la reticencia al original, a la verdad, y se refuerza la tendencia hacia un cristianismo liberal, light y a la carta, que repudia de-ntro de nuestra religin las pretensiones monotestas de suyo absolutas (nica religin verdadera, enseanza revelada indefectible, moral objeti-va), as como la vivencia integral y radical de la religin (reducindola por el contrario a una faceta aislada y privada), por no hablar del descrdito

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    presente y retroactivo de otras muchas ideas legtimas, como pueden ser la confesionalidad pblica o las cruzadas.

    Por no parecernos a nuestra caricatura nos arriesgamos a despren-dernos de nuestro carcter! De modo que nos apartaramos de la verdad precisamente en aquello en que el Islam la ha imitado... si bien con exage-racin y deformacin!

    Cualquier anlisis sereno puede mostrar como la Sagrada Escritura

    inspirada no es un Corn dictado, que el Emmanuel Dios con nosotros no existe en el Islam, que la moral revelada que asume el derecho natural no equivale a la que lo ignora y contradice, que tampoco el fundamento cristiano de los estados desemboca en una forma de shara, o que las cru-zadas son muy diferentes en su planteamiento a la jihad, etc. Pero el mal efecto de la impresin perdura en muchos y ser difcil de desarraigar.

    Adems, existen casos en que siendo la actitud comn verdaderamen-te idntica no cabe renunciar a ella, como sera el caso, por ejemplo, de la disciplina matrimonial.

    Puesto que el matrimonio se orienta en ltima instancia a engendrar

    hijos para el Cielo, la Iglesia, que en ltima instancia siempre ha tolerado a sus hijos e hijas contraer nupcias con no cristianos, ha exigido en sus cnones garantas de que los hijos que se engendren en tales uniones sern bautizados y educados en la fe catlica.

    Por imitacin y con perfecta lgica, el islam, imbuido de ser la reli-gin verdadera, da por hecho que todos los hijos de mahometano y no mu-sulmana (no admite el matrimonio de las musulmanas fuera de la umma) lo han de ser tambin. Entre esas dos disciplinas el conflicto es irreducti-ble: no cabe boda entre un musulmn coherente y una cristiana fiel.

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    Y qu debe hacer la Iglesia? Renunciar al maximalismo de re-clamar el bautismo y la educacin cristiana de los hijos que han de venir, para no parecernos a los islamistas?

    Si existe una religin verdadera, la primaca de Dios exige semejante precepto, que sin embargo no ser admisible a favor de una religin falsa. Como se ve, una y otra vez la cuestin de si existe una religin verdadera, y cul sea, tiene consecuencias ineludibles como para haber dejado de abordarse abiertamente durante tanto tiempo. Lo que es monstruoso en aras de un falso dios es igualmente ineludible en orden al Dios verdadero.

    Entretanto, retengamos que el islam, al tiempo que facilita nuevos pretextos al ataque del laicismo liberal contra la Iglesia, tambin induce un contagio liberal en su propio seno.

    Maldad y malicia

    Llegados a este punto, es donde cabe reflexionar en qu consiste la maldad intrnseca del islam y en qu reside el peligro de su malicia.

    No cabe duda de que por sus dogmas, su moral, su naturaleza histri-ca, la posesin de una escritura titulada sagrada y sus pretensiones de con-tinuidad de los judos y cristianos, la religin mahometana es la ms prxima que existe a la cristiana.

    Luego si la maldad como cualidad de malo se considera como la distancia metafsica al bien habr que decir que la religin mahometana es la menos mala de todas. Habr que alabarla, y hasta favorecerla en condi-ciones de mal menor.

    Pero si se considera la malicia como intencin perversa, atendiendo al origen falsificado y a sus frutos, el juicio es completamente inverso: el islam aparece como un perfecto designio anticristiano del que guardarse

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    muy seriamente. Lo cual es perfectamente congruente con la experiencia histrica y cotidiana.

    Y es que el mero parecido, incluso en igual grado, merece muy dis-

    tintas calificaciones cuando es espontneo y cuando es buscado; y cuando es deliberado la intencin que ha guiado la imitacin resulta determinante. En una reproduccin artstica se aprecia el parecido con el original como su mejor cualidad, en cambio, en un billete de banco el mayor parecido de una falsificacin con el autntico lo hace ms peligroso.

    La semejanza del islam con la religin cristiana sera laudable en grado sumo si fuera espontnea, como en el caso de la convergencia de dos descubridores de una misma verdad cientfica, pero deja de serlo si es in-tencionada, como en el caso del investigador plagiario. Y su caso es, cier-tamente, el de una reproduccin que pretende recibir el mrito de un origi-nal.

    El islam es una buena aproximacin y slo hasta cierto punto de la religin cristiana, que no reconoce haberla imitado, que pretende ser autntica, y que busca su suplantacin.

    Nos fijaremos slo en lo mucho que nos une y lo poco que nos se-para (esa menor maldad intrnseca)? O atenderemos a la indudable y enorme malicia que propicia precisamente el parecido buscado y no bien confesado?

    La aproximacin a las religiones por sus valores, reducindolas a ellos, se conforma con la primera perspectiva e ignora la segunda, histrica y global: el origen de la coincidencia, que nos habla de su intencin. La pregunta clave sigue siendo de dnde proviene esa extraa coincidencia? En ltima instancia: las pretendidas revelaciones de Mahoma proceden del nico Dios?

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    Todos los males provocados por el islam a la religin cristiana que hemos ido examinando: competencia, persecucin, confusin y distancia-miento, no son producto de mltiples factores aunados por el tiempo, sino frutos de una invencin humana concreta, y llevan siglos sirviendo perfec-tamente a un muy eficaz designio anticristiano, como para no querer ver en ello un instrumento diablico en que la propia religiosidad humana se aprovecha y revuelve contra la religin verdadera.

    A la vista de todo ello, es ms que admisible sugerir que la coinci-dencia de tantas manifestaciones de maldad en el islam esconde una mali-cia intencionada. Y aun si las falsas revelaciones de Mahoma no fueron sugestiones diablicas, parece que el islam ha sido un instrumento del que se ha valido Satans contra la difusin del Evangelio o la perseverancia en l. Cmo habramos de creer que el poderoso ngel cado se vale slo de sectas satnicas marginales y no sabe ver ni emplear las grandes posibili-dades que le daba y le da el islam para entorpecer la Fe y perseguir a los santos?

    Un mal providencial?

    Pero el Demonio nunca tiene la ltima palabra: la Divina Providencia nunca es vencida.

    Decir que la misteriosa realidad del islam oculta un signo providen-cial es falso si se quiere significar con ello que, por ser providencial, tam-bin es bueno en s mismo, slo que de otra manera. Pero s es verdad cuando consideramos que nada escapa a la Divina Providencia, y que sta tolera los males y saca de ellos bienes inesperados para nosotros.

    Por supuesto, los designios ocultos de la Providencia se nos escapan hasta que se cumplen, pero algo de ellos podemos intentar elucubrar.

    Ante los males que el islam causa a la Religin y los fieles, la prime-ra consideracin, siempre vlida, es la de nuestros mayores y las Escritu-ras: Dios lo permite por nuestros pecados, no tanto como castigo que tambin, sino para que no nos creamos merecedores de lo que nos da por Gracia.

    En otro orden, la llamada de atencin del islam se dirige a la tibieza de la inmensa mayora de los cristianos. Cmo sorprendernos humana-mente de que la seriedad y el compromiso en la conducta de los musulma-nes no sea premiada con xitos naturales? Si lo verdaderamente sorpren-dente es que los cristianos, pese a nuestra tibieza en seguir plenamente

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    nuestra Fe, pervivamos. El islam es un recordatorio, pese a ser una mala copia, de lo que debera ser la primaca de Dios y de la Religin en nues-tras vidas.

    Y tambin parece muy claro que el islam es una llamada de atencin sobre la cuestin de la verdad a un cristianismo demasiado contagiado de liberalismo.

    Hemos insistido en que lo que nos separa es la disyuntiva irreductible entre la veracidad de Jess y de Mahoma.

    Pero lo que ms nos debe llamar la atencin es la problemtica de la religin verdadera: las consecuencias de la verdad.

    Las palabras de una revelacin verdadera deben ser observadas en obsequio de Dios, las de una falsa revelacin no pueden ser respetadas in-condicionalmente. Una misma actitud no merece el mismo juicio en servi-cio de la verdad o del error. Lo que es tolerable, lamentable o inadmisible para una falsa religin es loable e ineludible en orden al Dios verdadero.

    Por lo que la cuestin de la verdad, de nuestra religin y de las otras, es de la mxima importancia. Y, en ltimo trmino, sabemos apreciar de-bidamente la gracia de haber conocido la verdadera religin que pudimos no haber tenido, se la agradecemos a Dios profundamente, y la procuramos compartir con nuestros semejantes que no la conocen? La existencia del islam es un recordatorio providencial a hacerlo. Es sta una conclusin eminentemente positiva; procuremos concretarla un poco ms.

    La victoria sobre el mal

    1. Para vencer al mal lo primero es reconocerlo. Llamar bien al bien y mal al mal. El islam es un mal. Un mal cuya raz est en la falsa re-velacin sobre la que se sustentan sus errores morales, que son slo secun-darios. Y un mal cuya proximidad y semejanza a la religin cristiana no lo hace menor, sino ms daino.

    Por supuesto, tener claras estas nociones en el interior de la Iglesia no significa espetarlas sin ms a los musulmanes. Existen motivos de pruden-cia y caridad para que, incluso conscientes de estar incursos en un mal, se busque hacia ellos una aproximacin respetuosa, dialogante y generosa.

    2. Tampoco simplificar el doble conflicto existente. Existe un con-flicto entre la religin cristiana y el liberalismo y otro entre la religin cris-tiana y el islam que no son reducibles a uno. Ni por rehuir los defectos de la religiosidad desviada del islam nos puede llevar a comulgar con el libe-

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    ralismo, ni la animadversin a ste puede fundar una alianza de fondo con el islam, desvirtuando las graves diferencias existentes.

    3. Se dice que el problema y el mal son ciertos musulmanes. Es

    verdad slo si se entiende bien: objetivamente considerados, los mejores musulmanes son aquellos que no son buenos musulmanes, en el sentido de cumplidores coherentes de la totalidad de su credo.

    Por eso decimos que el mal es el islam, mientras no decimos que lo sean la inmensa mayora de sus seguidores.

    Esta es una diferencia fundamental entre la Religin verdadera y las falsas: en tanto que no todos los cristianos que van a Misa son santos, pero todos los santos van a Misa, con el islam ocurre todo lo contrario: no todos los mahometanos que van a la mezquita son terroristas suicidas, pero todos los islamistas, salafitas, yihadistas y terroristas suicidas han pasado por ciertas mezquitas antes de su encuadramiento definitivo como tales.

    El ya citado periodista italiano Magdi Allam dedic buena parte de sus controversias a defender la existencia de un islam humano, argu-mentndolo con su propia experiencia en su Egipto natal. En ese sentido su ya citado libro Vencer el miedo constituye la instantnea de un estado in-termedio de su conversin. A la postre, tras tantos aos intentando sostener esa postura, se bautiz en la Fe catlica ante la imposibilidad de salvar el islam en s mismo.

    Es un error, de naturaleza indiferentista y de gravsimas consecuen-cias prcticas, el pensar y difundir que la solucin es que los musulmanes sean buenos musulmanes. La nica solucin verdadera y definitiva es que los musulmanes se bauticen, lo cual slo ocurrir si les predicamos la Fe,

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    para lo cual debemos entender primero que se, precisamente, es nuestro deber.

    Por otra parte se hace necesario advertir que los musulmanes influen-ciados por los peores rasgos del islam no son pocos: un sondeo reciente en Inglaterra arrojaba la cifra de ms de un treinta por ciento de estudiantes mahometanos britnicos que consideraba justificado asesinar en nombre del islam.

    4. Los cristianos debemos pensarnos y presentarnos ante los de-ms con perfecta independencia del islam.

    Es cierto que el espejo del Islam nos indica a veces una verdadera ac-titud religiosa que nunca debimos olvidar, y otras, en cambio, distorsiones sutiles que debemos evitar a toda costa. Pero, precisamente porque en l se dan ambas circunstancias mezcladas, su valor como gua, positiva o nega-tiva, es equvoco. Se impone volver a plantear las cuestiones cristianas desde las races de la tradicin catlica exclusivamente, y tomar del Islam las ilustraciones a favor o en contra slo a posteriori.

    Como ejemplo concreto de evitar la presentacin ante los ajenos de la fe cristiana como ligada al islam merece la pena recordar este pasaje del Catecismo de la Iglesia Catlica: Sin embargo, la fe cristiana no es una religin del Libro (CEC 108). Del mismo modo, tampoco debemos presentar la Fe cristiana como pertenenciente a la familia de las religiones monotestas abrahmicas, porque no existe tal familia, sino la categora que por sus caractersticas externas agrupa al original y las imitaciones fraudulentas.

    5. Se habr observado que el primer resultado de considerar los males del islam se refiere a correcciones que los cristianos debemos aco-meter en nuestro interior. Errores, incoherencias y falta de firmeza en nuestros planteamientos de Fe y en las consecuencias lgicas que de la verdad se infiere, y carencias, incongruencias y tibiezas en nuestro com-promiso, que debera ser ardiente, decidido y total. ste si es un bien, indi-recto, que el islam nos hace y nos har siempre.

    Y respecto a los creyentes mahometanos, cules han de ser las con-secuencias de lo considerado?

    Ante todo, comprender las graves dificultades que surgen con quienes son coherentes y comprometidos con los errores mahometanos. Y limitar-nos con ellos a contactos pacificadores en materias en las que pueda haber convergencia y concordancia, como la defensa de ciertos valores comunes.

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    Aparentemente, ste era el punto de partida que criticbamos en un principio, pero no es as: se trata de emprender dicho camino no por creer en su bondad intrnseca, sino por la dificultad de encontrar otro, y con el conocimiento de las dificultades subyacentes. Esta ltima frase se encuen-tra con cierta frecuencia en los escritos cristianos que animan a dialogar con el islam, pero falta siempre la exposicin previa suficiente acerca de esas dificultades, los males del islam, que hemos procurado desarrollar aqu como preparacin de la parte cristiana a tales contactos.

    6. El postrer mal que origina el islam es que su naturaleza sectaria

    distorsiona y deteriora de tal modo la buena voluntad de los musulmanes hacia los ajenos (presupuesto bsico de la convivencia o el mero trato humano) que ms parece convertirla en mala voluntad.

    En esas condiciones, bien advertidos, en los tratos y dilogos con el mundo islmico organizado (a diferencia del particular musulmn abierto), deben evitarse indebidos optimismos y concesiones. La palabra clave es reciprocidad. Una reciprocidad entendida en su sentido estricto, y no como una inversin unilateral de generosidades que, se espera, fomentarn una correspondencia ms adelante.

    Es particularmente prudente no favorecer positivamente la institucio-nalizacin del islam en Occidente en torno a asociaciones y mezquitas. No son los musulmanes aislados los problemticos por incontrolados, sino precisamente los que son controlados por entidades ocupadas de una ma-yor coherencia cornica. Si cualquier estudioso, musulmn o no, nos dir que en la religin de Mahoma no es necesario un clero intermediario entre el fiel y Al, no se entiende bien la obsesin por la mezquitizacin de los musulmanes en occidente, y menos la colaboracin a la misma de los cris-tianos o de los gobiernos.

    Y tambin debe exigirse a las partes musulmanas, desde un principio, la reciprocidad en los pases con leyes islmicas en la libertad para conver-tirse sin represalias del islam al cristianismo, o para que entren las Sagra-das Escrituras, escritos cristianos y sacerdotes.

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    El problema de la reciprocidad es, en su mayor parte, un problema de cortedad por parte de los cristianos en su propio perjuicio:

    Cortedad, primero, para aludir al concepto mismo de reciprocidad estricta, como si fuera algo ineducado en lugar de justo.

    Cortedad de nimo, porque la exigencia de reciprocidad entraa la posibilidad de que se haga necesaria una retorsin del mal padecido para conseguir que se vuelva a una reciprocidad positiva; si el cristiano cree errneamente inmoral practicar cualquier gnero de presin enrgica como retorsin, y no resulta creble al respecto, queda desarmado para re-clamar reciprocidad, y no la obtendr.

    Y cortedad de imaginacin, porque desde un concepto cristiano de igualdad de derechos para todos los hombres sin distincin de religin (el que es desconocido en el islam) es cierto que a primera vista no parece que se pueda ejercitar una retorsin por las injusticias inferidas a los cristianos en otros pases sobre los musulmanes espaoles o residentes en Espaa. Pero s se puede ejercitar una restriccin sobre las ayudas, financieras o de otro gnero (envos de libros o de imanes), para los grupos islmicos en occidente procedentes de pases que no respeten una mnima reciprocidad con los cristianos. Y sin tales ayudas la problematicidad musulmana en oc-cidente disminuira enormemente.

    7. En ltima instancia, la solucin del problema del islam es una, y slo una: seguir el mandato final de Nuestro Seor, procurando con empe-o, mediante la oracin, la predicacin y el ejemplo, que los mahometanos se bauticen.

    Su Santidad Benedicto XVI nos ha dado ejemplo bautizando en pblico a un destacado converso proveniente del Islam, Magdi Allam, na-da menos que en el da y lugar ms sealados: la Vigilia de Pascua de 2008 en San Pedro del Vaticano. En potencia, es un gesto tan simblico como el viaje de Juan Pablo II a Polonia en 1979: no hay que tener ni repa-ros ni miedo en bautizar a los que vienen del islam.

    Y no es algo imposible: la Gracia de Dios viene cuando la solicita-mos, y se bautizan los musulmanes menos pensados, no slo un egipcio instalado en Italia desde hace casi cuarenta aos como Magdi Cristiano Allam, sino tambin, ms recientemente an, Masab Yousef, hijo del lder Hassa Yousef de Hamas (es decir, la seccin palestina de los Hermanos Musulmanes), incluso sabindose condenado a muerte por ello.

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    Entre el Sistema Liberal y el Islam

    Pero an ocasiona en nuestros das el islam un mal ms entre los oc-cidentales de estirpe cristiana: el filoislamismo por revancha.

    En el mundo se perfila un complejo conflicto mundial entre el Islam y Occidente. Y quien rechaza esta constatacin adopta la actitud de desor a Casandra y matar al mensajero, porque el choque de civilizaciones no lo postul Huntington, slo lo describi; en todo caso su creador fue Ma-homa, y no en vano todas las fronteras del mundo islmico hoy son de hecho zonas de guerra, como lo postula la divisin del mundo en Dar-al-Islam y Dar-al-Harb.

    Cuando el islam, que no es un bloque, pero s una ideologa poltico-religiosa y una opinin pblica extensa y extraamente concorde, desafa a Occidente, muchos occidentales sobre todo de izquierdas, pero tambin entre las extremas derechas, incluso las de matriz cristiana simpatizan con l por el slo deseo de que el Sistema reciba su merecido de otras manos, ya que no puede ser por las suyas.

    * * *

    Sistema, con mayscula, es el conjunto de males institucionales, so-bre todo liberales, que corrompen y dominan Occidente hasta confundirse con l. Pero no se repara suficientemente en que el Occidente es, de hecho, algo mucho ms complejo que eso. No es ya la Cristiandad, por supuesto. Pero tampoco corresponde plenamente a ninguno de los varios proyectos de Revolucin anticristiana.

    Occidente es hoy una realidad de raz y herencia cristiana, aunque sea residual; de poblacin todava cristiana en buena parte, aunque con fre-cuencia se trate de una religiosidad sociolgica, descafeinada o desorienta-da; de leyes y gobiernos con principios liberales laicistas, correspondientes a mayoras de ese signo; y, en conjunto, una situacin de hecho en equili-brio inestable entre principios y realidades ampliamente contradictorios entre s. Y, con todo, Occidente no deja de ser nuestra patria carnal, y sus autoridades de hecho, ilegtimas por muchos conceptos, merecen adhesin cordial, solidaridad y obediencia, especialmente hacia fuera, en tanto no contradicen directamente nuestros deberes cristianos.

    * * *

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    Por la fortsima contraposicin existente entre el relativismo occiden-

    tal y el islamismo han nacido ciertos filoislamismos, vagamente formula-dos y mal justificados, que debemos criticar.

    El ms elemental de esos filoislamismos es el que arguye con el afo-rismo los enemigos de mis enemigos son mis amigos. La hegemona li-beral es atea, relativista, y sumamente inmoral; luego bienvenida sea la re-sistencia islmica de dimensin mundial, que cree en verdades indiscuti-bles y tiene sentido de Dios.

    Pero tal planteamiento se descalifica por su odio e imprudencia. Las

    coincidencias puramente negativas no son slidas, a ms de envenenar el corazn. Y, por otra parte, no existe la menor oportunidad en un oportu-nismo cuando los presuntos aliados no son menos opresores y s mucho ms fuertes que uno mismo. La situacin despus del Guadalete de los vi-tizanos a la postre godos y cristianos debera hacer reflexionar algo ms desde un principio sobre las ventajas e inconvenientes de buscarse tales aliados.

    Las alianzas cristianas con musulmanes pueden establecerse y tam-bin ser discutidas en el terreno de lo circunstancial o geopoltico y por un provecho concreto, pero nunca en el terreno de la coincidencia intelectual, moral y monotesta.

    Alianza por la libertad religiosa?

    Otros planteamientos filoislmicos son ms graves an, en cuanto su fundamentacin quiere ser positivamente cristiana adems de antiliberal.

    As, los cristianos deberamos apoyar a los islmicos para salvaguar-dar del laicismo una libertad religiosa que a ambos ampara y beneficia. Vendra a ser una alianza defensiva estable de los creyentes frente a los in-crdulos. Y sera altamente recomendable porque respaldar limitaciones a la libertad religiosa de los musulmanes en Espaa se podra volver en con-tra dela Iglesia, por lo cual deberamos inclinarnos por el mximo laxismo al respecto.

    Y es que algunos cristianos pueden tender a identificarse con el es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres de los mahometanos como actitud religiosa, sin reparar suficientemente en la justicia de su de-manda concreta. Ahora bien: si esa actitud la esgrime un mahometano con-

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    tra el derecho natural hemos de solidarizarnos con l por su apelacin a la divinidad monotesta presuntamente comn?

    * * * * *

    En primer lugar, no deja de ser curioso que los que desean rechazar el liberalismo por su indiferentismo religioso de estirpe masnica acepten como valioso sin ms un cierto monotesmo indiferenciado: es lo mismo que apreciara un masn consecuente.

    Es difcil que prospere una resistencia al laicismo liberal sobre la ba-se de los principios indiferentistas de sus predecesores, a saber: toda reli-gin es buena, lo importante es lo que nos une en la moral ms all de los credos concretos. Porque entonces, prescindido de toda referencia divina en la confirmacin del derecho natural, slo puede ser el estado el pre-sente, liberal quien se erija en rbitro de la moral ciudadana obligatoria.

    * * * * *

    La confusin se encuentra en el concepto de libertad religiosa. El Ca-tecismo de la Iglesia Catlica dice explcitamente que El derecho a la li-bertad religiosa no puede ser de suyo ni ilimitado, ni limitado solamente por un orden pblico concebido de manera positivista o naturalista, para recordar con el Concilio que esos justos lmites deben estar en normas jurdicas conformes con el orden objetivo moral (CEC 2109).

    La libertad religiosa del liberalismo oscila, de hecho, entre las prome-sas de tolerarlo absolutamente todo y las pretensiones de dictar una moral pblica laica obligatoria. Y cuanto ms insistan las minoras islmicas en occidente en establecer su jurisdiccin religiosa entre nosotros, pasado el inicial optimismo multicultural, ms se excitar la tentacin de dictar un laicismo rigorista que tambin perjudicar a la Iglesia.

    Ahora bien, el inters cristiano se encuentra en la verdad. Y por la verdad que es nuestro inters no podemos consentir, ni menos favorecer, la equiparacin de Cristo con Mahoma, ni de las prcticas cristianas y ma-hometanas, como tampoco podemos aceptar la nueva generacin de pre-tendidos derechos humanos como el aborto o el llamado matrimonio homosexual.

    Hay que recordar que la religin cristiana y la religin mahometana, cuando son coherentemente vividas en todos sus extremos, producen frutos opuestos. Y hay que atreverse a decir que el musulmn que convive pacfi-camente es el religiosamente tibio, mientras que el paso obligado para

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    convertirse en peligro pblico es la recuperacin rigurosa del Corn. De otro modo: es cierto que a la Iglesia van vamos muchos pecadores, pero todos los santos, clamorosos u ocultos, las frecuentan; en cambio, no todos los que frecuentan las mezquitas son terroristas, pero todos los terro-ristas islamistas empiezan por frecuentar determinadas mezquitas.

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    No sera de recibo, en suma, que, para defender la libertad de ciertas mujeres las monjas a constituir comunidades femeninas autnomas, identificadas por sus hbitos, los catlicos debiramos defender en el mis-mo lote la imposicin a todas las mujeres musulmanas de ropas especficas que significan su posicin subordinada respecto a los varones. Adems de la conciencia cristiana, que debe ser lo primero, la imagen cristiana pade-cera enormemente amparando con la libertad religiosa sa y otras prcti-cas islmicas.

    Y no se diga que si hemos permitido que la ley occidental legalice el divorcio y las uniones sodomitas no hay motivo para rechazar el repudio unilateral o la poligamia: el argumento es inconcluyente, porque la vigen-cia de un mal social no puede justificar que se le aadan otros, cuando lo que se impone es esforzarse por la remocin de los ya existentes.

    Del mismo modo que no abogamos por la libertad para el aborto para que pueda gozar de libertad la causa provida, no nos hace falta proteger la falsa libertad religiosa de promover la yihad (contra los cristianos!) para que se nos reconozca la libertad de predicar y vivir el Evangelio.

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    Al paso de estas consideraciones sobre el Islam, resulta muy impor-tante comprobar y resaltar que la tctica de reducir el mnimo poltico exi-gible por la Iglesia a la libertad religiosa no suprime el conflicto que se pretendera evitar: la Iglesia no puede satisfacerse con cualquier libertad religiosa, sino slo con la autntica, como acostumbran a aadir los do-cumentos eclesiales. Y una libertad religiosa limitada por el orden moral objetivo slo es dable mediante el reconocimiento del mismo, que resulta, en la prctica, de la aceptacin del Magisterio por la autoridad civil.

    En conclusin, una neo confesionalidad mnima sigue siendo la con-

    secuencia lgica ineludible de la moral catlica en la vida pblica.

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    No falta el mal menor

    Finalmente, se llega a los argumentos de mal menor, siempre tan per-niciosos a la larga, porque en el orden de la percepcin parecen convertir el mal considerado menor en un bien desde el momento en que no es el mayor, y en el orden de la accin desmovilizan cualquier iniciativa cris-tiana, renunciando a cualquier gnero de reconquista radical y justificando el conformismo.

    Adems, para comparar un mal con otro y concluir cual es peor exis-

    ten docenas de perspectivas distintas, por las que se obtienen conclusiones contrapuestas. Qu es peor, una msica desafinada o un color chilln?

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    Es el Islam un mal menor que el liberalismo? Esa es la cuestin verdadera, que no es exactamente la misma que se

    argumenta cuando se escuchan preferencias esteticistas del gnero prefie-ro un adversario radical coherente que un tibio inconsecuente. Hoy se puede escuchar aplicado a islamistas y liberales, como ayer pudo serlo a comunistas atestas y a burgueses materialistas.

    Pero una cosa es que el creyente islmico est o no incurso en un error menor que el incrdulo relativista occidental, y otra que en realidad lo prefiramos como mal que nos azote y persiga. Porque una cosa es la preferencia apreciativa por la persona de algn modo admirable, o su me-nor culpa moral, y otra la preferencia prctica por lo que nos acarree una menor dificultad. En la guerra hay que honrar la valenta del enemigo sin dejar de desear que est desmoralizado y huya.

    En toda esa perspectiva de presunto mal menor que busca el mejor perseguidor, se comete el olvido de preguntar mejor para quin?

    Es posible que, objetivamente, la religin falsa sea un mal menos ale-jado que el atesmo de la fe cristiana (siendo los dos en s pecados igual-mente mortales!).

    Tambin es posible que, subjetivamente, un perseguidor activo de buena fe, como San Pablo, sea menos culpable ante el tribunal divino que un acomodaticio neutral.

    Pero tales cosas no pasan de posibilidades, enunciadas con un cierto intento de escrutar y sustituir el juicio divino.

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    Con todas esas verdades que no vienen a cuento se est perdiendo de vista lo principal: el bien de la religin cristiana y de sus fieles.

    Lo que nos interesa es quin sea el adversario menos daino para los cristianos! Y se es, sin duda, el de principios laxos e incoherente con ellos, es decir, el liberalismo cotidiano, mientras no recrudezca su prctica retomando sus principios.

    Len XIII, el papa que conden expresa y continuadamente el libera-lismo en varias encclicas (con una especficamente dedicada a la cuestin: Libertas praestantissimum, 1887), ciertamente ense que un rgimen libe-ral, permaneciendo inaceptable en orden de principio, poda ser aceptado y deseado como alternativa ms tolerante a un rgimen ms opresivo y cru-damente perseguidor. Vala para el comunismo y vale para el mahometis-mo.

    Se habr observado de qu modo, en el fragor de la polmica, se es-grimen argumentos en que se confunden el mal menor para los cristianos con el menor mal que estaran cometiendo sus adversarios, abstractamente considerado. Y por otra parte, en la prctica, no se trata tanto de la posibi-lidad de sustituir uno por otro, cuanto de aadir a los males del liberalismo imperante los de parcelas de poder reconocidas al Islam.

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