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Los Cuadernos de Liter@ura DE «LA ISLA DEL TESORO>>, O COMO VERA R. L. STEVENSON A TRAVES DEL CATALEJO S. G. Fernández�Corugedo E n este año de gracia de 1983 conmemora- mos el liz centenario de una de las novelas más influyentes de la literatu- ra del XIX: La Isla del soro, escrita por el infatigable, precoz, y malhadado Robert Louis Stevenson. Fue publicada por vez primera en _Londres por los señores Cassell y cía, y desde entonces ha viajado por todo el mundo llegando a -ser la novéla más ·conocida de Stevenson. La obra ·e ·en su momento todo un acontecimiento tanto para. el prop autor como para el gran público lector, porque su difusión e enorme y se convir- tió en una obra no sólo popular, lo cual es e- cuente, sino además muy rentable, lo cual es algo enos habitual. Esa popularidad decimonónica se ha mantenido viva, y dudo mucho que haya hoy en. día algún triste mortal que no haya llegado a conocer a Ji Hawkins, Long John Silver, el Ca- -'pitán Smollet, y al resto de la banda de caballeros y piratas que pueblan las páginas de La Isla del Tesoro._ Y es curioso que ni la popularidad ni el renombre de Stevenson sufrieran grave deterioro, a pesar de haber sido atacado duramente por críti- cos de la talla de P.R. Leavis, quien por ejemplo en. su The great adition (1), intentó echar por tierra gran- parte de la novela de aventuras y de viajes empleando una óptica literaria muy particu- _Iar, y para su desgracia, equivocada. Sin embargo, ha habido otros. autores -Henry James sin ir más lejos- que han· colocado a Stevenson en el pedes- tal de los clásicos del XIX. El válor intrínseco de las obras de Stevenson, aunque hay suido el movimiento de alza y baja normal de los ꜷtores de obra prolífica, ha colo- cado al novelista en la lista. de ꜷtores en lengua inglesa cuyas obras han sido traducidas a un sin- número de lenguas, lenguajes, lengüillas, y otros asimilados. Y no sólo hay traducciones, sino re- creaciones y copias y adaptaciones de mayor o menor mérito. Dudo mucho·que haya. siquiera un lector de mínima curiosidad en la zona occidental del planeta que no haya disutado mínimamente con Stevenson. Junto a los nombres de J. Conrad, R. Kipling, y Rider Haggd, siguiendo un poco la vena que propuso Walter Scott, es el pilar que sostiene la novela de aventur inglesa. La vida de Stevenson e bastante breve: nació + . ---------------------- 66 un 13 de noviembre de 1850, y murió en 4 de diciembre de 1894: 44 años de arrastrar penosa- mente su cuerpo..Pero si echamos una ojeada a sus obras, y especialmente después de su matri- moµio con Fanny Osbourne �n 1880 -una viuda de muy buena apariencia pero que era 10 años mayor

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Los Cuadernos de Literatura

DE «LA ISLA DEL TESORO>>, O COMO VERA R. L. STEVENSON ATRAVES DELCATALEJO

S. G. Fernández�Corugedo

E n este año de gracia de 1983 conmemora­mos el feliz centenario de una de las novelas más influyentes de la literatu­ra del XIX: La Isla del Tesoro, escrita

por el infatigable, precoz, y malhadado Robert Louis Stevenson. Fue publicada por vez primera en _Londres por los señores Cassell y cía, y desde entonces ha viajado por todo el mundo llegando a -ser la novéla más ·conocida de Stevenson. La obra·fue ·en su m.omento todo un acontecimiento tantopara. el propio autor como para el gran públicolector, porque su difusión fue enorme y se convir­tió en una obra no sólo popular, lo cual es fre­cuente, sino además muy rentable, lo cual es algornenos habitual. Esa popularidad decimonónica seha mantenido viva, y dudo mucho que haya hoyen. día algún triste mortal que no haya llegado aconocer a Jifll Hawkins, Long John Silver, el Ca­-'pitán Smollet, y al resto de la banda de caballerosy piratas que pueblan las páginas de La Isla delTesoro._ Y es curioso que ni la popularidad ni elrenombre de Stevenson sufrieran grave deterioro,a pesar de haber sido atacado duramente por críti­cos de la talla de P.R. Leavis, quien por ejemploen. su The great Tradition (1), intentó echar portierra gran- parte de la novela de aventuras y deviajes empleando una óptica literaria muy particu-

_Iar, y para su desgracia, equivocada. Sin embargo,ha habido otros. autores -Henry James sin ir máslejos- que han· colocado a Stevenson en el pedes-tal de los clásicos del XIX.

El válor intrínseco de las obras de Stevenson,aunque hayan sufrido el movimiento de alza y bajanormal de los autores de obra prolífica, ha colo­cado al novelista en la lista. de autores en lenguainglesa cuyas obras han sido traducidas a un sin­número de lenguas, lenguajes, lengüillas, y otrosasimilados. Y no sólo hay traducciones, sino re­creaciones y copias y adaptaciones de mayor omenor mérito. Dudo mucho·que haya. siquiera unlector de mínima curiosidad en la zona occidentaldel planeta que no haya disfrutado mínimamentecon Stevenson. Junto a los nombres de J. Conrad,R. Kipling, y Rider Haggard, siguiendo un poco lavena que propuso Walter Scott, es el pilar quesostiene la novela de aventuras inglesa.

La vida de Stevenson fue bastante breve: nació

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un 13 de noviembre de 1850, y murió en 4 de diciembre de 1894: 44 años de arrastrar penosa­mente su cuerpo .. Pero si echamos una ojeada a sus obras, y especialmente después de su matri­moµio con Fanny Osbourne �n 1880 -una viuda de muy buena apariencia pero que era 10 años mayor

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que él- los últimos catorce años fueron de madu­rez y prodigiosa actividad. Lo malo es que conjun­tamente hay que considerar el tema de la mala salud proverbial de Stevenson. Stevenson fue un auténtico inválido casi la mitad de su vida, y en especial en el período de sus viajes continuos,

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viajes que tuvieron también una natural influencia en su producción literaria .. Sus viajes a lo largo y · ancho del mundo parecen haber sido una bús­queda de un tesoro oculto, quizás de la salud quenunca encontró. El mero hecho de que muchos desus libros hayan sido escritos cuando estaba tran­sido en el lecho del dolor, no parece haber afec­tado en demasía a su buen humor.

Por ejemplo, muchos .de los poemas en Under­

woods los escribió con la siniestra y en un estadode cuasi-ceguera. Así el poema XXXVII, expresamuy· rectamente los sentimientos de Stevenson:

«My body which my dungeon isAnd yet my parks and palaces:-Which is so great that there I goAll the day long to and fro,And when the night begins to fallThrow down my bed and sleep, while allThe building hums with wakefulness-... » (2).

Por lo que atañe a la novela y a la narración,entre 1870 y 1880 surgieron nuevos e importantesvalores, y apareció un nuevo público lector de esaliteratura. En los años 70 y quizá como lógicareacción cultural a la derrota del II. 0 Imperiofrancés con la consiguiente amenaza que suponíael Reich de Bismarck, la novela de aventurascrece como vía de escape. Tal fenómeno levantóuna polémica literaria acerca de la perspectivaadecuada que todo escritor serio debería adoptarsi decidía sentarse a escribir una novela. En pri­mer lugar, el número de personas que se habíanalfabetizado era ya considerable, y para suerte delos editores, compraban y además rechazaban lasnovelas largas, tanto por su precio como por sutemática y extensión. En realidad parece que hubopocos editores que se apercibiesen del cambio,pero gradualmente se dieron cuenta de que losvolúmenes más breves y más baratos eran muchomás rentables. De aquí hasta la invasión fascicularde nuestros días no hay más que un leve pasoaunque haya tardado en darse.

Pero volvamos a la batalla literaria. Zola, losGoncourt, Balzac, incluso Maupassant, y otros ha­bían establecido vagamente el realismo. Claro queel realismo difiere de manera considerable de unautor a otro, pero podemos encontrar característi­cas comunes: personajes, paisaje urbano, las cla­ses medias y las bajas, lucha social, etc. Aunqueen Gran Bretaña no hubo una adaptación ( o adop­ción siquiera) del realismo propio, sí que se puedehablar de un realismo psicológico en el sentido deque hay personajes que tienden a reflejar la es­tructura de la sociedad. En Gran Bretaña huboademás una fuente de influencia nacional cuyaimportancia sobrepasa a todas: Darwin. Sin em­bargo, en el caso de R. L. Stevenson hay unestadio intermedio: Herbert Spencer. Las ideas deSpencer sobre la educación y sobre los sistemassociales desarrollaban por un lado las teorías de J.Bentham, y por otro eran la consecuencia normalde aplicar las teorías de la evolución al análisis dela sociedad, más o menos el inicio del Darwinismo

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Social. En 1880 el asunto Darwin que había explo­tado definitivamente en la sesión de la academia de Oxford en 1860 aún estaba lejos de enfriarse. Así en los libros de Stevenson podemos rastrear fácilmente ciertos principios del evolucionismo social, ya que muchos de los personajes siguen las leyes naturales del desarrollo evolutivo. Por ejem­plo la bondad y la abyección aparecen como face­tas de un personaje o bien luchan, aunque sin maniqueísmo, a muerte. Pero dejemos por el mo­mento esta cuestión para volver a las opiniones que Stevenson mantenía respecto a la polémica literaria.

En uno de sus artículos, titulado «A note on realism» que publicó en la Magazine of Art en 1883 (3), comenta lo siguiente:

«This question of realism, let it be then clearly understood, regards not in the least degree the fundamental truth, but only the technical method of a work of art. Be as idealor as abstrae! as you please, you will be none the less veracious; but if you be weak, you run the risk of being tedious and inexpressive; and if you be very strong and honest you may chance upon a masterpiece. » (4).

El sensato eclecticismo se complementa además cuando Stevenson trata de establecer su postura personal:

«The inmediate danger of the realist is to sacrifice the beauty and significance of the whole to local dexterity, or in the insane pur­suit of completion, to immolate his readers under facts; but he comes in the last resort, and as his energy declines, to discard all de­sign, abjure all choice, and, with scientific thoroughness, steadily to communicate matter which is not worth learning. The danger of the idealist is, of course, to become merely null and lose all grip of fact, particularity, or pas­sion» (5).

Todo escritor profesional, por tanto, debe ser consecuente, y sobre todos, Stevenson a lo largo de su carrera literaria se tomó mucho interés por la parte técnica de su trabajo. Por otro lado, era también una de las formas de supervivencia que tenía. Tenemos en Stevenson referencias a otros escritores, y a su lado su interés por su público. Stevenson fue uno de los primeros autores que hizo que sus editores se diesen cuenta de los cam­bios de gusto del público. Stevenson es un artista tan consistente y consecuente, que hoy nos parece difícil apercibirnos exactamente de las causas de su éxito. Si tomamos La Isla del Tesoro como paradigma, tenemos un ensayo del propio Steven­son titulado «My first book: Treasure Island», que publicó en agosto de 1894 en The Idler, y que comenta lo que sigue:

«It was far indeed from being my first book, for I am not a novelist alone. But I am well aware that my paymaster, the Great Pu­blic/ regards what else I have written with

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indifference, if not aversion; if it calls upon me at all, it calls on me in the familiar and indelible character; and when I am asked to talk about my first book, no question in the world but what is meant is my first novel» (6).

Estas quejas de Stevenson y la falta de com­prensión por el público de su poesía, se corrobo­ran también en una novela escrita en colaboración con su hijastro Lloyd Osbourne, que por alguna rara razón tiene el título castellano ·de El MuertoVivo, cuando el original es The Wrong Box, Y, que apareció en 1889, y comienza así:

«How little realizes the reader -while he sits comfortably by the fire of his chimney and enjoys in turning the leaves of a novel­the tiresome anguish of the author! How little he cares to imagine long nights of struggle against sentences which resist him, the hours of investigation in libraries, letters to well­read and illegible German Proffesors; in short, all that vast scaffolding that the author builds to be demolished just to furnish him, the rea­der of his work, with sorne moments of idle­ness, by the fire of his chimney, or to mode­'rate the boredom of an hour in the railway»

(7). Tras tales confesiones, y si tenemos en cuenta

su escasa salud, ya que la sombra de una muerte cercana siempre le acompañó, al echar una ojeada al conjunto de sus actividades, tenemos que ma­ravillarnos al comprobar cómo encontraba fuerzas para sostener cuerpo y. alma en unión (o comu­nión) y para tolerar la escasa fortuna de otras obras que no fuesen La Isla del Tesoro. Sus viajes tienen muy posiblemente bastante que ver en ese aspecto. Stevenson visitó por ejemplo los Estados Unidos, la India, el Pacífico y sus islas, y final­mente Samoa. En Samoa residió durante una buena temporada, y también en las Hawaii. En realidad sus viajes son una prodigiosa aventura, especialmente las singladuras que en barquitos al­quilados hacía de un archipiélago a otro. En su colección de relatos titulada En los mares del sur,hay buen ejemplo de su búsqueda de una meta desconocida, de la aventura y del placer de viajar de todo ser humano. Y en realidad, si sus novelas reflejan sus aventuras, La Isla del Tesoro es cier­tamente la más representativa tanto en cuanto hay en ella un derroche de energías físicas: un inválido es el auténtico héroe de la narración. Y en lo que toca al espíritu, su última obra, Bajamar, (1893), ·escrita con Lloyd Osbourne, puede considerarsecomo un ejemplo literario del viaje intelectual. Sinembargo, en La Isla del Tesoro, hay una estruc­tura muy definida que la hace apartarse un pocode otras novelas de aventuras. Aquí la búsquedano es el resultado de la voluntad de alguno de suspersonajes, sino más bien la consecuencia de losúltimos episodios de la vida del capitán Billy Bo­nes en la posada. Este prólogo a la aventura quesupone el episodio del pirata del catalejo, nos pre­dispone a esperar más indicios, que se manifesta-

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R. L. Stevenson.

rán por medio de una suerte de nube de sentimien­tos instantáneos que provocan una emoción del cuerpo y del alma del lector: el mapa, el viaje, el barco, la isla de Flint, la búsqueda: acción com­pleta al ciento por ciento. Toda esta ligera enume­ración de rasgos típicos de la novela de aventuras está representada paradigmáticamente en La Isla del Tesoro, pero la novela tiene un toque muy característico de Stevenson: los momentos crucia­les son estáticos, la acción resulta que se congela instantáneamente, y es a partir de esa fugaz de­tención que se produce el cambio. Así cuando Jim Hawkins está dentro del barril de manzanas de cubierta y se entera del motín, la súbita detención de Silver tras el primer ataque a la empalizada, y especialmente el momento en el que tras haber cavado como locos, los piratas se dan cuenta de que el tesoro ha volado ...

A pesar de todo, para la época, La Isla del Tesoro no fue en principio más que otro artículo más a entresacar del torbellino de narraciones de aventuras que inundaba el mercado. El nuevo pú­blico lector deseaba una literatura que fuese de fácil lectura y no demasiado larga. Semejante de­manda siempre había existido, pero la oferta se empezó a concretar en torno a 1880. Más o menos desde la fecha, podemos detectar dos clases de novelistas: los que adaptaban su producción a los gustos del público, y aquellos que siguiendo el arte se dirigían hacia más intrincados lugares in­tentando amoldar el público a su obra, por lo que su popularidad solamente crece (si tal fortuna les sonríe), cuando el tiempo pasa de manera notoria.

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El período en torno a 1883 creo que en este as­pecto es muy comparable al correlativo del siglo XVI. Y creo que hay buenas razones: la variedaddel estilo, los temas, las novelas irónicas, la bús­queda de aventuras que representa la épica de-caballeros y pastores, y, muy especialmente, elque en ambos períodos podemos destacar unaabundancia prodigiosa de colecciones, de narra­ciones, de viajes hacia tierras desconocidas (o malconocidas) en las más remotas y novedosas partesdel universo mundo. Así como América estuvo demoda en el XVI, en el XIX la cambiamos porAfrica, Asia, las Islas del Pacífico... señalando demanera específica la concomitancia con la novelapastoril del período Isabelino inglés, me atrevo adecir que el realismo psicológico del que disfruta

· se acerca mucho (o incluso supera) al que practicapor ejemplo Henry James. Esta relación podríacomplementarse por la actitud del público lector.En ambos períodos tenemos un gran florecimientode la prosa, y dentro de la prosa, la novela alcanzasus máximas cotas de popularidad. Tanto encuanto el trabajo de Stevenson tiene que ver conla prosa y con la novela, la teoría en cuestiónqueda más que probada, pues la importancia deesa popularidad se extiende por el siglo XX.Nuestros métodos de difusión masiva: cine, radio,televisión y asimilados, han hecho pasto en lasobras de Stevenson. Es más que probable que nohaya otro autor que haya tenido (y padecido amenudo) tantas adaptaciones para la pantallacomo Stevenson. Podemos mencionar al menoscuatro versiones cinematográficas de La Isla delTesoro: la primera de 1920, dirigida por MauriceTourneur, le sigue en 1934 una de Víctor Fleming,de buen plantel de actores; y después la de 1950,que es la más famosa, de Byron Haskin, con Ro­bert Newton encarnando a un John Silver muyconvincente y bien adaptado, y finalmente un la­·mentable producto de Orson Welles de 1972 en elque el propio Welles hace de Silver arrastrando untonelaje excepcional, aunque tiene como mérito elser en color con buena fotografía. El intentarmencionar series televisivas de diversa índole se­ría demasiado largo.

El éxito de Stevenson no es solamente popular, porque recibió diferentes tributos literarios, o de literatos. Así Maurice Schow emprendió un viaje hasta Samoa para ver la tumba del escocés; Henry James lo proclamó excelso, y G. K. Chesterton, quien escribió además una biografía de Stevenson, se sirvió de una historia de éste titulada El Club de los suicidas para dar cuerpo a su libro El Club de los negocios raros. Pero La Isla del Tesoro ha sido sobre todas un ejemplo paradigmático de la novela de aventuras. Presenta dos rasgos relevan­tes que han sido imitados con amplia fruición: la narración en sí y los personajes. La historia que se cuenta en La Isla del Tesoro, tiene dos partes muy claramente diferenciadas que vienen definidas por el narrador. Jim Hawkins, manteniendo en lo po­sible sus secretos y dando a conocer tan sólo

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«aquello que puedo manifestar», comienza el pro­ceso narrativo y se convierte en el pequeño héroe de la novela. Claro que la razón está en que origi­nalmente La Isla del Tesoro se escribió para una revista infantil. Sin embargo hay un punto en el que el joven narrador desaparece y es substituido por el doctor Lindsey. Este cambio repentino no tiene mucha justificación interna. Pero Stevenson nos explica lo ocurrido en el artículo titulado «My first book, Treasure Island», donde dice:

«lt seems as though a full-grown experien­ced man of letters might engage to turn out Treasure Island at so man y pages a day, and keep his pipe alight. But alas! This was not my case. Fifteen days I stuck to it, and turned out fifteen chapters; and then, in the early paragraphs of the sixteenth, ignominiously lost hold. My Mouth was empty; there was not one word of Treasure lsland in my bo­som ... » (8).

. Estos hechos coincidieron más o menos con un período de enfermedad, y Stevenson decidió em­prender un nuevo viaje hacia el sur para pasar el invierno en el más benigno clima de Davos (Suiza). Allí parece que se recobró lo suficiente en salud y moral:

«Arrived at my destination, down I sat one morning to the unfinished tale; and behold! lt flowed from me like small talk: in a second tide of delighted industry, and again at the rate of a chapter a day I finished TreasureIsland» (9).

Es entonces cuando Jim Hawkins vuelve de su aventura marina, y cuando el Capitán Silver que cierra enigmáticamente la historia se desvela. Creo que es interesante señalar que este proceso de cansancio y agotamiento repentino se repitió frecuentemente a lo largo de la vida de Stevenson. Otra buena prueba la tenemos por ejemplo en una carta escrita a Sidney Colvin y fechada el 16 de mayo de 1893 (10), en la que indica que su Baja­mar se había interrumpido en el punto en el que los tres piratas han llegado a la isla desconocida. De nuevo una isla; islas que reaparecen en todas las historias de En los mares del sur: «La isla de las voces», «El diablo en la botella», «Tusitala» ... En realidad el elegir islas y desarrollar un argu­mento en el que la idea central es la búsqueda de tesoros, mapas, oro, barcos desaparecidos, perlas, fidelidad, honra y honor. .. , prepara dos posibles desarrollos de la narración. El encanto profundo de las islas que se debe en buena parte a que son un todo en sí mismas, principio y fin, nos remiten a la vida humana como isla. La búsqueda de una isla y su tesoro escondido es siempre el punto culminante de las historias: cualquiera que em­prenda viaje hacia una de las islas de Stevenson se transformará radicalmente. El tesoro de muchas de sus islas se convierte por su método literario en un sistema de purificación del que nacerá una vida nueva. Podemos intentar explicar la mayoría de

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las novelas de Stevenson -y casi toda la novela de aventuras- como ritos de paso, y probablemente no estaríamos muy alejados del auténtico signifi­cado de la aventura y de los personajes que en ellas siempre intervienen como héroes o como villanos. En realidad el héroe no se limita a ser el personaje que se mantiene fiel a una pauta de comportamiento establecido, sino que es también el personaje que mayor partido le saca al proceso de transformación que es la historia en sí, una consecuencia inevitable para todos los personajes de la narración.

Si ahora lanzamos una ojeada a los personajes en sí, nos encontramos muy curiosamente una notable ausencia de personajes femeninos en sus novelas importantes, salvo en El Señor de Bailan­trae. Las criaturas de Stevenson se mueven en torno al fundamental problema del bien y del mal y su manifestación en la naturaleza humana. Ste­venson los manipula y se deleita especialmente al crear personajes cuya ambigüedad se ha conver­tido en uno de los pilares de su sistema. En con­secuencia, el Dr. Jekyll es también el Sr. Hyde, John Silver muestra una singular duplicidad, e in­cluso en otros casos tenemos a los hermanos Du­rie en El Señor de Ballantrae, o los primos· Finsbury de El muerto vivo, siendo las últimas parejas la encarnación del bien y del mal con fundamentos biológicos. Finalmente, en Bajamar,Herrick, Davish y Huish, representan facetas del vicio y la perdición frente a la virtud de Attwater, aunque haya un movimiento paralelo hacia sus contrarios a medida que avanza la historia de tal manera que se concluye con la conversión de Da­vish y con el establecimiento de una nube de som­bra sobre la actitud de Attwater. Esta dicotomía del héroe y el villano que viene a representar la doble naturaleza humana no es en absoluto priva­tiva de Stevenson, aunque él sí que la explotó casi al límite puesto que en todas sus historias aparece la idea, y el resto de los posibles personajes mues­tra una terrible simpleza en sus planteamientos de tal forma que podemos predecir hasta sus más pequeños movimientos. Los piratas se comportan como piratas, y los chicos buenos casi como sim­ples. Y es cierto que las historias serían total­mente inútiles si no hubiese personajes buenos, porque de otro modo no conducirían más que a la desesperación. Y si tenemos que llegar a esos extremos, en realidad ninguna historia es posible sin los villanos. Ambas posturas permiten que exista la aventura. La aventura, que termina cuando la búsqueda se ha completado y se inicia el viaje de retorno. Stevenson expresó muy bien este sentimiento en un poema titulado «And end of travel»:

«Let now your soul in this substantial world sorne anchor strike. Be here the body moo­

[ red;-This spectacle immutably from now The picture in your eye; and when time stri­

[kes,

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And the green scene goes on the instant blind­The ultimate helpers, where your horse to-dayConveyed your dreams, bear your body �dead» (11). "

NOTAS

(1) F. R. Leavis, The Great Tradition. Harmondsworth,Penguin, 1975.

(2) Trad. «Mi cuerpo que es mi mazmorra / Aunque tam­bién mis parques y palacios:-/ Que tan grande es que por allí vago / Todo el día, de un lugar a otro, / Y cuando la noche · comienza su caída / Abrir el lecho y dormir, mientras todo / eledificio zumba de inquietud ... » Vid. R. L. Stevenson, Poems.Londres, Eveleigh Nash & Grayson, 1956.

(3) Recogido luego en R. L. Stevenson, Essays on the Art ofwriting. Londres, Chatto & Windus. 1917, pp. 102 y ss.

(4) Trad.: «Esta cuestión del realismo, y quiero que se meentienda claramente, no atañe ni en grado mínimo a la verdadfundamental, sino tan sólo al método técnico de una obra dearte. Que sea tan ideal o abstracto como se quiera, que no serámenos veraz; pero si es débil, se corre el riesgo de ser tediosoe inexpresivo; y si es demasiado duro y honesto, quizás apa­rezca una obra maestra».

(5) Trad.: «El peligro inmediato del realista es sacrificar labelleza y el significado del todo al localismo, o bien en unaloca búsqueda de lo completo, inmolar a sus lectores bajo loshechos; pero en última instancia se convierte, así como decli­nan sus energías, para descartar toda invención, abjurar detoda elección, y con rigurosidad científica, dar a conocer temasque no merece la pena tratar. El peligro del idealista es, claroestá, el convertirse en nada y perder el contacto éon los he­chos, particularidades, o pasiones».

(6) Vid. Essays in the Art ofwriting, p. 115. Trad.: «Estabaen realidad muy lejos de ser mi primer libro, porque no soysolamente novelista. Pero me doy buena cuenta de que quienpaga, el Gran Público, contempla cuanto he escrito con indife­rencia, si no es con adversión; si alguna obligación tengo,tendría la de un personaje familiar e indeleble; y cuando mepreguntan algo sobre mi primer libro, no importa lo que enverdad quieran decir, porque lo que quieren decir es mi pri­mera novela».

(7) Trad.: «Cuán poco se da cuenta el lector -mientras se sienta cómodamente junto al hogar de su chimenea y disfrutavolviendo las páginas de una novela- de la agobiadora angustiadel autor. Cuán poco se cuida de imaginar las largas noches depugna contra las frases que se le resisten, las horas de investi­gación en bibliotecas, cartas a sabios e ilegibles catedráticosalemanes; en suma, todo el vasto andamiaje que el autor cons­truye para que sea demolido nada más que para proveer al lector de su obra, con algún rato de ocio, junto al fuego de lachimenea, o para moderar el aburrimiento de una hora en eltren».

(8) Essays in the Art of writing, p. 129. Trad.: «Parececomo si un hombre adulto y experimentado se alistase parasacar La Isla del Tesoro a tantas páginas por día, y pudiesemantenerse tan fresco. Pero, ¡ay!, no era el caso. Durantequince días estuve sobre ella, y saqué quince capítulos; enton­ces, en los primeros párrafos del decimosexto, de maneraignominiosa perdí el hilo. Mi boca estaba vacía; no quedaba niuna palabra de La Isla del Tesoro en mi pecho».

(9) Idem, p. 130. Trad.: «Una vez llegado a mi destino, mesenté una mañana ante la historia inacabada; y ¡cielos!, fluyóde mí como si fuese mera charla: en una segunda oleada dealborozada industria, y de nuevo a una media de un capítulodiario, terminé La Isla del Tesoro».

(10) Lloyd Osbourne, Collected Letters of R. L. Steven­son. Londres, Chatto & Windus, 1925.

(11) Poems. Londres, Eveleigh Nash & Grayson, 1956, p.283. Trad.: «Que ahora tu alma en este mundo sin substancia/eche el ancla. Que allí atraque el cuerpo;-/ Este espectáculoinmutable desde ahora/ La imagen en tu ojo; y cuando golpeeel tiempo, / Y la verde escena se vaya tras la persiana repen­tina-/ Los que finalmente nos ayudan, allí donde tu caballohoy/ condujeron tus sueños, lleven tu cuerpo muerto».

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