de la cadena - primera historia
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Marisol de la Cadena
Primera Historia
Recordar, Traducir, y Co-laborar: Los Acuerdos que Hicieron este Libro
Yuyaykunapaq kanman, anchikunan hoq amigunchiskuna, panachiskuna
chayamun, chaywan tupashayku, chaywan parlarisayku, yuyarisayku.
Para recordar habría, esos nuestros amigos, nuestras hermanas han llegado, con
esos me estoy encontrando, con esos estamos conversando, estamos recordando. C11, July 02, [Febrero 2008[1])
Nazario Turpo, July 2002.
En el Museo Nacional del Indio Americano (National Museum of the American
Indian), y más específicamente en el espacio que representa ‘la comunidad Quechua,’ se
aprecian los retratos de la mayoría de sus curadores: Nazario Turpo, la concejala del
Distrito de Pisac (Cuzco), y dos profesores de antropología de la Universidad del Cuzco,
Aurelio Carmona y Jorge Flores Ochoa. El retrato de Nazario incluye a su familia –su
esposa, hijos, y nietos- y a su querido amigo Octavio Crispin. Junto a la imagen se explica
que Nazario es un “a paqu- un líder espiritual o chamán”. Aurelio Carmona es descrito
como un etno-arqueólogo y profesor de antropología “también chamán, estudioso y
practicante de la medicina tradicional”. Jorge Flores Ochoa dice de Carmona y de sí
mismo: “somos antropólogos de nuestra gente. Nosotros sentimos y practicamos esas cosas
– no somos un grupo que sólo observa”. i Todos los mencionados estuvieron presentes en
la inauguración del Museo –incluida yo, tomando la fotografía que ahora describo-.ii
La antropología forma parte de las dos imágenes – la de la exhibición, y esta que yo
describo aquí. Y, en la antropología, como todos sabemos, la traducción hace posible las
imágenes (Asad 1986, Chakrabarty 2000, Liu 1999, Rafael 2001[1998], Viveiros de Castro
2004). Algo que quiero capturar en esta segunda imagen—la que yo estoy describiendo
aquí— son las diferencias de relación con la traducción entre mi práctica de antropología en
el Cuzco y la de Carmona y Flores: el quechua no es mi idioma y mi fluidez es débil -por
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decir lo menos; para entender el Quechua yo tengo que traducir al español. En cambio
Carmona y Flores son bilingües en quechua y español—ellos pueden entender el Quechua
sin traducir al español. Esta diferencia –ubicada en la intersección entre la práctica
disciplinar y la pertenencia regional o identitaria, y no solamente mis puntos de vista
teóricos--hicieron que la traducción se convirtiera en una característica crucial en mi
relación con Mariano y Nazario Turpo. En el curso de las conversaciones, y siempre
asistidos por varios intermediarios, principalmente Elizabeth Mamani, trabajamos con el fin
de entendernos, co-laborando las barreras lingüísticas mutuas para mover palabras y
conceptos de un lenguaje a otro,.iii Co-laborar fue el proceso de entendernos mutuamente—
del quechua al castellano, y del castellano al quechua; y este proceso generó las
conversaciones que son el original de este libro. Es decir diferente de la idea usual de la
traducción donde hay un texto con idioma original—que en nuestro caso pordía haber sido
lo que Marino y Nazario me contaban-- el texto de esta traducción fue la conversación que
ocurría entre todos nosotros. Este ‘original’ fue compuesto en traducción; su materia fueron
las explicaciones multi-direccionales en la cuales participamos los que estuvimos
involucrados en la conversación. Inevitablemente, tal como lo advirtió Benjamin, co-
laborarando la traducción seleccionamos implíctamente aquello que se puede escribir (o
conversar) en el lenguaje del traductor – en este caso, el quechua y el español.iv Y en vez
del acostumbrado comentario sobre la inevitabilidad de perder con la traducción, mi
comentario es que co-laborar la traducción me permitió ganar comprensión conceptual.
Esto no quiere decir que no perdí nada con la traducción—pero perder también significó
entender que, en casos específicos, al movernos del quechua al castellano, lo que cambiaba
era ‘la manera de hablar’ como me lo explicó Nazario. Foucault lo explicó como el cambio
en la relación entre la prosa y el mundo, es decir entre las palabras y las cosas. Entre
nosotros, en estos casos, la traducción se suspendía haciendo visible los límites de nuestro
entendimiento—más no de nuestras conversaciones.
Este primer episodio describe los primeros encuentros con Mariano, Nazario:
explico cómo nos conocimos, nuestras conversaciones iniciales y los acuerdos que nos
condujeron al presente libro; Mariano murió dos años luego del inicio de estas
conversaciones –y yo comencé a trabajar con Nazario y, tal como lo mencioné en el
prefacio, construimos una amistad muy sincera. El material de las primeras tres historias
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Marisol de la Cadena
que sigue a esta especie de Introducción sale de conversaciones con Mariano; las últimas
historias usan los diálogos que Nazario y yo intercambiamos antes de su fallecimiento.
Estoy empezando este libro con una reflexión sobre la traducción, porque así era mi
relación con Mariano y Nazario: una relación mediada por la traducción. Pero de esto me dí
cuenta sólo durante las últimas conversaciones: cuando ya nos queríamos, cuando éramos
amigos, me dí cuenta de que la traducción intermediaba nuestras conversaciones,
componiendo un espacio de palabras cuyas valencias nos era imposible capturar –como
ocurre con cualquier conversación. Pero en nuestro caso, creo que fue la amistad la que
hizo obvio que la traducción sería insuficiente para conocer cierto tipo de prácticas: podía
traducirlas, es decir encontrar palabras para describir esas prácticas, pero eso no equivalía a
conocerlas. Y con frecuencia no se trataba de restar importancia al significado, pues tal
significado no existía en el caso de muchas prácticas o palabras. Más bien, las prácticas
eran-lo-que-hacían y las palabras lo-que-decían y el hecho que yo no pudiera traducirlas a
mis propios términos indicaba aquello que escapaba a mi conocimiento. Por supuesto podía
haber traducido las palabras y explicado las prácticas usando otras palabras y también lo
hice; pero en el momento en el que las cambiaba a mi lenguaje, se desdibujaba lo que estas
prácticas hacían o lo que aquellas palabras eran. Nuestra conversación estaba ‘parcialmente
conectada’ (Strathern, (2004 [1991]). Más adelante explicaré cómo interpreto este
concepto; por el momento quiero decir que nuestra conversación era circuito en el que
había excesos; no todo cabía en el circuito. La comunicación entre nosotros no dependía de
significados claramente compartidos . Tampoco dependían de hacer equivalencia en el
idioma del otro. Aunque posible, este ejercicio hubiera suprimido la diferencia entre
nosotros –demasaido palpables como para permitirlas. Nuestras conversaciones tenían
lugar en un mundo históricamente compartido y al mismo tiempo, en el mismo lugar, es
decir las conversaciones compartidas, evocaban mundos practicados y conocidos de
maneras distintas. Estas maneras han cambiado históricamente sin que ninguno de los dos
mundos se haya convertido en el otro, o en un tercero—un híbrido de los mundos en
convivencia histórica. Las diferencias existen en espacios compartidos que también están
ocupados por semejanzas.
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Ocupar esta condición (no inventada por nosotros, sino históricamente dada) nos permitió
conocernos y a la vez, entender (o no entender) lo que el otro decía; Las explicaciones de
Mariano y Nazario dialogaban con las mías y viceversa y el diálogo transformaba la
conversación de distinta manera en cada una de las direcciones. Mi traducción era lo que
podía entender y por lo tanto estaba también hecha con las fisuras de lo que escapaba a mi
comprensión. Ocurría lo mismo con Nazario y Mariano: ellos también me entendían con
intermitencias. Y estas, en los dos casos podían ser obvias o pasar desapercibidas –se
trataba de fisuras en el flujo de una relación de comunicación y aprendizaje mutuas.
Nazario y Mariano estaban acostumbrados a esta forma de comunicación; así era su vida
dentro y fuera de Pacchanta había lo semejante y lo diferente, lo que se conocía y lo que se
desconocía—todo mezclado, y al mismo tiempo separado. Entre nosotros sabíamos que nos
conocíamos y hablábamos desde mundos distintos y a la vez similares, y en lugar de
mantener la separación que la diferencia nos asignaba—o ignorar la diferencia—queríamos
cancelar la separación explorarando juntos la diferencia, sin necesariamente borrarla.
Trabajando juntos para entender lo que podíamos del otro, co-laborando creamos un
espacio compartido que también tenía lugar para lo que lo excedía .
Siendo resultado de mis s conversaciones con Nazario y Mariano este libro es una
especie de palimpsesto. Las historias con las que lo que he compuesto, son un encuentro
entre traducción y conexiones parciales para reflexionar sobre los mundos en que ellos
vivían haciendo lo mismo: conectándolos parcialmente y en traducción. Mis amigos
habitaban mundos diferentes que se infiltran mutuamente, se traducen para entenderse, y en
ese proceso se mezclan y también se ignoran—pero en ningún caso se separan. Esos
mundos se extendían desde el Ausangate hasta Washington D.C., pero principalmente
incluían al Estado-Nación llamado Perú (que a su vez, clasifica a Mariano y Nazario como
‘campesinos’), y a la región del Cuzco donde Mariano se asociaba con políticos de
izquierda -quienes lo consideraban un organizador político astuto y a la vez un indígena (en
consecuencia, menos político que astuto)-, y en donde Nazario trabajó como chamán
Andino para una agencia turística que servía a extranjeros relativamente ricos e interesados
en experiencias de la Nueva Era o simplemente, en lo exótico. Estas relaciones estaban
también pobladas de tirakuna (en quechuañol) o seres-de-tierra (en mi traducción al
castellano) entidades cotidianas (y por supuesto reales) en la vida de Mariano y Nazario y
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que el Estado no podía concebir sino como creencia local buena para la economía turística
regional pero también símbolo del atraso indígena. Una relación de traducción semejante
articulaba las interacciones legales entre los ‘indígenas’ (o runakuna, como se reconocían
mis amigos en Quechua, usando el plural de gente) y el ayllu. Mientras que en la
traducción moderna ayllu es el territorio ocupado por un colectivo humano, localmente esta
palabra es el espacio socio-natural relacionalmente habitado por los seres humanos y no
humanos que lo hacen, haciéndose simultaneamente (a sí mismos) como ayllu. Más
adelante explicaré con más detalle estos dos términos: seres-de-la-tierra y ayllu. Aquí
apenas figuran sólo para ilustrar de lo que me ocupa en este libro: las conexiones parciales
entre las instituciones modernas y no-modernas que organizan la vida en los Andes.
Propongo es ésta es una formación inherentemente híbrida compuesta por más de un
mundo socio-naturales que que es a la vez, menos-que-varios mundos. Es una hibridez que
no se puede entender a través de unidades y por lo tanto los muchos mundos que la forman
no se pueden descomponer en su pluralidad. Los Andes están habitados por más de un
mundo, que no son varios separados entre ellos. porque ninguno de estos mundos compone
una unidad. Esta hibridez constante hace que las prácticas que llamamos indígenas y las
que llamamos no-indígenas sean no sólo diferentes sino también similares. Sin embargo, y
de manera importante, ambas (similitudes y diferencias) están articuladas por relaciones de
conocimiento/poder con la capacidad de explicarlas los mundos socio-naturales que
conviven en los como unidades separadas e históricamente organizadas en sucesión
jerárquica.
Los Acuerdos que Hicieron Posible este Libro
Yo fui la última de una larga lista de antropólogos que los Turpo conocieron en el
curso de su vida. Aurelio Carmona fue el primero y bajo la guía de Mariano Turpo, el padre
de Nazario, llegó a ser lo que el NMAI, en la imagen arriba descrita, denominó ‘chamán’.
La relación entre ambos se inició en 1970 –durante los primeros años de la Reforma
Agraria— cuando Aurelio Carmona, actuando como funcionario del Estado, llegó a la
hacienda Lauramarca (luego que este territorio ya había sido expropiado y convertido en
propiedad del Estado como resultado del ‘activismo político’ de Mariano.. Según los Turpo
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para complementar sus ingresos, Carmona intercambiaba dinero por tejidos de la zona –
ponchos, chales para mujer o llicllas, chullos o sombreros de lana- que luego vendía en la
ciudad del Cuzco, en aquel entonces, a dos días de distancia de Lauramarca. En su
condición de agente del Estado conoció a Mariano Turpo, que en aquella época era un
importante líder político. Probablemente ambos cambiaban tejidos por dinero. Pero su
interacción iba más allá de la política oficial y de los negocios. Según Nazario, Aurelio
buscó a su padre con el propósito de saber sobre los seres-de-la-tierra locales –y Mariano le
enseñó lo que sabía, Aurelio lo que él sabía sobre seres de la tierra de otros lugares, se
contaron uno al otro historias sobre curas y hierbas. Aprendieron juntos y se hicieron
amigos—pero a Carmona le fue mejor. “Así fue como aprendió el Dr. Carmona. Luego, él
aprendió más. Ahora enseña antropología y enseña lo que mi padre le enseño a él…así es
como él hace su dinero. Él ya no vende ponchos”. Aurelio Carmona actualmente se gana la
vida como profesor de planta de la Universidad San Antonio Abad del Cuzco -Mariano y
Nazario podrían decir que vende lo que Mariano le enseñó –. Los cursos de Carmona,
como los de muchos de sus colegas, responden al nombre de “Cultura Andina”.
Igual que Carmona, Nazario y Mariano también cambiaron el producto que vendían en el mercado – y lo mismo ocurrió con otros ‘campesinos’-.Cuando yo los conocí Mariano y Nazario no solo obtenían su ingreso monetario vendiendo lana -la principal mercancía en los años 70s; También vendían “Cultura Andina”: una mercancía local que como la lana, también depende del mercado internacional. A diferencia de la lana, el mercado global del turismo han renovado el interés regional en los seres-de-tierra y en aquellos humanos que pueden relacionarse con ellos. Conocidos como paqos –en quechua- trabajan para agencias de viajes y hoteles donde se les denomina chamanes. Los antropólogos también han incursionado en esta actividad: en calidad de expertos certifican la autenticidad de las practicas chamanícas indígenas y participan en vastas y diversas redes de traducción que incluyen la Nueva Era Andina, un campo de conocimiento y practica en la región que tiende a difuminar la frontera entre la antropología local y el misticismo (también local). Fue a través de su participación estas redes que Aurelio Carmona, Jorge Flores y Nazario Turpo llegaron a la Exhibición Quechua en el NMAI de Washington D.C. La colaboración entre antropología local y el turismo transnacional sin duda tiene largo alcance.
Después de Carmona muchos otros intelectuales de fuera de Pacchanta llegaron a
esta aldea. En realidad, en la región del Cuzco son frecuentes las conversaciones entre
sabedores indígenas locales (políticos, paqos, bailarines, tejedores) y viajeros de todos los
tipos (antropólogos, cineastas, promotores del conocimiento Nueva Era, empresarios).
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Cuando yo llegué, Mariano y Nazario tenía mucha experiencia en conversaciones con
personas como yo, también fuera de Pacchanta. Conocían, por ejemplo, la Universidad San
Antonio Abad del Cuzco en donde presentaban sus ideas sobre Ausangate y otros seres-de-
tierra. Su círculo de colegas intelectuales no se limitaba a cuzqueños, y si bien la Cultura
Andina era el tópico predilecto en las conversaciones cuando yo llegué a Pacchanta, este no
había sido el caso años atrás. Dada su visibilidad como líder campesino entre 1950 y 1970,
Mariano conoció a numerosos científicos sociales, periodistas y fotógrafos a quienes confió
sus historias sobre la lucha contra la hacienda, la Reforma Agraria, la expansión del
mercado en Ocongate, los sube y baja de los precios de la lana, la gente buena y mala, tanto
runakuna como mistikuna. v Mariano sabía de su importancia; su nombre había sido
publicado en libros de historia y en periódicos y él lo sabía. “ Mi discurso salió en el
periódico,” le dijo a Rosalind Gow recordando una reunión de la izquierda nacional en el
año 1960 (Gow, 1981:189).vi Y entonces los runakuna le tenían inmenso respeto.
“Mariano siempre ocupaba el asiento de honor en las asambleas y la gente obedecía sus
directrices.” (Ibíd: 191) Pero los tiempos habían cambiando cuando llegué a Pacchanta. “La
gente pasa frente a mi y ya no hay ni buenos días o buenas tardes para mí, después de todo
lo que hice por ellos,” comentaba con mezcla de pena y cólera explicando que los jóvenes
daban por sentada lo que Mariano denominaba “su libertad.” La mayoría de ellos se había
olvidado de Lauramarca, la gigantesca hacienda (81,746 hectáreas o 201,998 acres) vii que
los esclavizó desde comienzos del siglo XX, y contra la que Mariano, junto a otros lideres
como él, lucharon durante casi 20 años desde 1950, cuando la generación de líderes que
Mariano encabezó heredó de sus predecesores el encargo de pelear legalmente contra la
hacienda, pero también físicamente si era necesario. Cuando llegué Mariano era el último
de estos líderes que quedaba en lo que había sido Lauramarca; los demás habían muerto, y
uno había dejado la región años atrás sin haber regresado nunca. El olvido era peligroso,
pensaba Mariano. Él había escuchado que los tiempos estaban cambiando; que la Reforma
Agraria (el proceso a través del cual el Estado expropió la tierra de los hacendados en 1969)
había sido desmantelada en numerosos lugares del país y que los hacendados podían
regresar. Yo no creo que la gente, o runakuna en quechua, pueda olvidar “la época de la
hacienda”; pero la idea de que la gente estaban olvidando estaba extendida, incluso fuera de
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la familia Turpo. Esta idea influenció favorablemente la posibilidad de que ocurrieran las
conversaciones que componen este libro.
Una vez que estuvimos de acuerdo sobre el valor de recordar las andanzas de
Mariano con el propósito de deshacerse del hacendado y así liberar Lauramarca,
establecimos los términos de nuestra relación (siempre de manera tentativa, todo podía
modificarse). El único acuerdo bastante explícito – casi una condición- era que Mariano
fuera el actor central en el libro y que éste que fuera escrito ‘en su memoria’. Todos
decidiríamos sobre los temas a conversar, y dada la avanzada edad de Mariano, Nazario y
Benito frecuentemente le ayudarían a recordar. Los momentos en los que trabajaríamos en
el libro fueron también tema de negociación. Debido a su edad, Mariano ya no trabajaba en
agricultura ni con los animales; generalmente estaba en su casa y podíamos conversar
todas las veces que yo lo deseaba, pero dependiendo de su estado de ánimo y su salud.
Nazario y Benito estaban bastante ocupados. Debido a mi horario de clses en los EE.UU .
yo casi siempre llegaba entre junio y septiembre, la temporada de más trabajo para los dos
hermanos. Nazario viajaba al Cuzco semanalmente para trabajar con la agencia de viajes
que lo contrataba como ‘chamán.’ En la misma temprada—de Junio a Setiembre-- Benito
recorría los mercados regionales comprando y vendiendo carne de oveja. Con mucha
cortesía—pero muy claramente—Nazario me indicó que una las cosas que yo debía
comprender era que mis visitas con frecuencia representaban un ‘gasto de tiempo’ para
ellos. Otra de las condiciones fue ‘recordar bien’. Aunque los jóvenes olvidaban, ‘habían
los que recordaban’. Y esos eran la gente mayor: empezando con la edad de Benito quien
tenia cinco años en el cenit de la confrontación, Nazario tenía alrededor de diez). Pero yo
no podía acudir a ellos directamente; los hermanos Turpo tenían que pedirles permiso para
que yo pudiera hablar ellos sobre Mariano. La memoria podía ser sujeto de controversias y
algunos podrían querer recordar a expensas de Mariano y en beneficio propio. Si todo iba
bien (es decir, si yo respetaba este acuerdo) y la oportunidad se daba para conversar fuera
de la familia Turpo, Nazario y Benito recordarían con otras personas incluso cuando yo no
estaba en Pacchanta. Otro acuerdo importante fue invitar testigos a nuestra conversación;
había rumores de que los Turpo trabajaban para mí ganando dinero a cambio de
información sobre Pacchanta lo que, desde luego, concernía y preocupaba a todos. La gente
podía querer detener el negocio de los Turpo o participar en él. Para frenar los rumores,
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Octavio Cripín, gran amigo de Nazario, estaría presente en tantas de nuestras
conversaciones como se lo permitiera su agenda. También debía yo pedir permiso de la
Asamblea Comunal (lo que era de esperarse pues es casi rutina para los extraños que visitan
comunidades campesinas en los Andes) y explicar claramente la naturaleza de mi trabajo.
Debía aclarar quién me pagaba para poder ir y venir de Pacchanta, pero también por qué no
había dinero involucrado en mi relación con Mariano, Benito o Nazario. Después de
acordar lo anterior, y de presentarme a la asamble comunal. iniciamos el trabajo.
Yo me enteré de Pacchanta y supe de los Turpo en 1990, a través de mi familia (mi
hermana y su esposo) y un amigo, Thomas Muller, fotógrafo alemán. Los tres trabajaban en
una ONG de desarrollo alternativo en el área de Lauramarca, la ex -hacienda. Habiendo
llegado a la región cuando la Cooperativa Lauramarca (creada en vez de la hacienda por la
Reforma Agraria) había sido desmantelada por los runakuna (en alianza con algunos
movimientos de izquierda) los tres crearon una relación muy cercana con Mariano, cuya
reputación como político y dirigente local se encontraba en plena efervescencia. Muller
entonces vivía en Pacchanta, compartiendo largas horas con Mariano y llegaron a ser
bastante cercanos. Fue Thomas quien encontró la caja de documentos que se fueron la
razón inicial de mis conversaciones con los Turpo; estaban en casa de Nazario cuando éste
quiso usarlos para prender la lumbre y calentar agua para tomar un té . Yo nunca conversé
con Nazario sobre este episodio. En cualquier caso, cuando me autorizaron acceder a la
caja –que en este libro llamo “el archivo de Mariano”- esta aún contenía más de seiscientos
records de todos los tipos: volantes, recibos, agendas, las minutas del sindicato, y la
mayoría de las cartas oficiales dirigidas a las autoridades del Estado, escritas en máquina de
escribir y firmadas por los comuneros. En el Episodio Cuatro hablo de este archivo; por
ahora baste saber que cuando llegué a Pacchanta, estos documentos fortalecieron nuestro
interés--el mío y el de los Turpo—en recordar.
Desde antes de empezar imaginé nuestro trabajo como un ejercicio de co-
laboración. Aunque suena similar, es bastante diferente de lo que se conoce como
investigación colaborativa. Mi intención no era emplear mi conocimiento experto para
‘ayudar’ otros a descubrir algo sobre sí mismos. Tampoco buscaba mediar en la traducción
del conocimiento local a un lenguaje epístemico de más alcance,y así alcanzar alguna
finalidad más allá de la colaboración misma. Quería trabajar (o laborar) con Mariano para
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aprender sobre su vida y acerca de los documentos que él había recolectado hasta que
llegaron a Thomas Muller. Sabía que Mariano había sido co-autor de varios de aquellos
documentos legales -o de otro tipo-, con su compañero de andanzas Mariano Chillihuani,
quien muchas veces escribía lo que Mariano Turpo dictaba o lo que el ayllu –el colectivo de
humanos y no-humanos que hacían el lugar llamado Pacchanta– había decidido. Mariano
también escribió textos legales con abogados. Mi intención inicial era regresar a aquellos
documentos –con la esperanza de que, habiéndolos co-producido, Mariano pudiera
acercarlos a nosotros con sus memorias y así construir una noción procesual del archivo;
en lugar de interpretar dicho archivo como un repositorio de la historia, buscaba
conceptualizarlo en su proceso histórico local. Para ello, usaría las memorias locales—de
Mariano y los que quisieran conversar conmigo a través de los Turpo-- para interpretar los
documentos más allá de su contenido considerándolos como objetos materiales conectados
a las circunstancias y actores que los produjeron. Mi propósito de co-laboración bien puede
parecer egoísta: no quería colaborar con Mariano, en lugar de esto, quería que él apoyara
mi pensamiento y propósito: que él co-laborara conmigo, que trabajáramos juntos para el
beneficio de ambos—y quizá más, el mío propio. No tenía intención de ir más allá de las
memorias asociadas al contenido de la caja: los documentos escritos eran mi horizonte
último, eran la clave para comprender el evento político que la lucha de Mariano
representaba, y que los Turpo y yo haríamos público. Que yo dejara los documentos de lado
fue entera responsabilidad de Mariano. Ese cambio metodológico representó mi incursión
en la narración de historias [storytelling], no como historia oral, sino como una herramienta
no-realista, un género de escritura para registrar las experiencias de Mariano. Si bien eran
eventos en si mismos, estas experiencias no cumplían con (o incluso excedían) los
términos de la historia como disciplina y por lo tanto, no tenían lugar dentro de un archivo
histórico propiamente hablando.viii
Nazario y Benito—que eran los mayores de los cuatro hijos que tuvo de Mariano—
se hicieron muy pronto parte del proyecto y hablaron de sus agendas, que tampoco
resultaron muy altruistas. Así, los recuerdos de Mariano servirían propósitos diversos: él
quería recuperar el respeto de la comunidad, Benito quería más tierra y el hecho de que su
padre hubiera recuperado los territorios donde todos vivían, podía jugar un rol
influenciando a la comunidad para tal propósito. La agenda individual de Nazario estaba
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Marisol de la Cadena
influenciada por su reciente trabajo como chamán Andino. Cuando le pregunté por qué
trabajaba conmigo me respondió que quería preservar las tradiciones agregando que
aquellas eran también sus prácticas, y que él buscaba que la gente del pueblo las aprendiera
a valorar. Mediante estas prácticas podía acercarse a los seres-de-tierra, así reforzar el ayllu
e incluso ganar algo de dinero. Con estas características, la agenda de Nazario y la mía
rean parecidads, pues mi agenda también estaba influenciada por mi trabajo. Siempre tenía
‘el libro’ en mente; representaba cumplir un requisito académico y la posibilidad de una
intervención política en el Perú. En última instancia, la importancia de esta parte de mi
agenda—la intervención política del libro académico--aumentó y se hizo más compleja
luego de la sugerencia de Mariano de dejar atrás los documentos y, en lugar de ello, hablar
acerca de lo que él hizo y cómo lo hizo. Nuestras conversaciones invitan la reflexión acerca
de como la ontología histórica del conocimiento moderno permite a la vez que inhibe
preguntas, y también respuestas y comprensiones.
Co-laborar a través de la hegemonía de lo letrado—
y cómo poner las prácticas en simetría
Si bien recordar era esencial, dadas las convenciones hegemónica (también
presentes en Pacchanta) la escritura –y en particular, la escritura de un libro- otorgaría
‘valor agregado’ a los recuerdos de Mariano. Poco después de mi llegada, Mariano me dijo:
“la persona que tiene ojos sabe más de lo que yo sé. La persona que tiene ojos, la persona
que habla español, es más…carajo! [Ñawiyuq runaqa nuqamanta aswanta yachan;
ñawiyuq runaqa, castellano rimaqa nuqamanta, caraju! (C6 7/02). Ñawiyuq, tener ojos—
es el termino quechua para describir a la persona que lee y escribe, a quien nosotros
denominados letrada; y, por el contrario, se considera ciega a la persona que no lee ni
escribe. Nosotros denominados iletrada a ese tipo de persona. Igualmente, Mariano me
recordó que a aquellos que leen y escriben se los denomina wiracocha (una palabra
quechua que se traduce como ‘señor’ o ‘maestro’) y aquellos que no leen ni escriben son
solamente Don. (Es significativo que no exista un equivalente de lo primero para la
mujer—Doña existe para el segundo caso.) La consideración local es que palabra escrita
tiene mayor duración y llega más lejos; su poder en las disputas de las que fui testigo era
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Marisol de la Cadena
indiscutible y tan solo podía ser combatida con otra palabra escrita. Consecuentemente era
importante dejar por escrito la palabra de Mariano en un libro que estaría en las librerías;
los profesores de primaria en Pacchanta sabrían de ello. El libro ayudaría a la gente a
recordar y las personas de la región de Ausangate que pudieran leer y escribir, los letrados
respetarían a Mariano—un indígena iletrado en la jerarquía regional y también local.
La conciencia que tenían los Turpo acerca del lugar privilegiado de la palabra
escrita fue una clave fundamental en nuestra relación intelectual. Las ideas sobre co-
laboración simétrica con las que había llegado a Pacchanta y que mantuve, adquirieron
complejidad. Muy pronto en nuestra relación, sin apologías ni rodeos, Mariano me hizo
abandonar cualquier ingenuidad (y simplismo) liberal . Para eel había sido un hecho
durante toda su vida que “aquellos que leen esperan ser servidos [ñawinchaqkuna
munanku servichikuyta]”. Co-laborar (trabajar juntos, simétricamente) era mi condición
para recrear la memoria local acerca de Mariano y los thres Turpo aceptaron esa condición
para trabajar conmigo. Nada de esto, sin embargo, borraba la fricción (cf. Tsing 2005) de
nuestra empresa,conjunta. Escribir el libro se encuadraba en el marco hegemónico según el
cual lo letrado es ‘superior’, y su contraparte, lo iletrado, es ‘inferior’. Esta tensión marcó
nuestra relación, y era más visible cuando yo rechazaba ser servida por mis anfitriones. En
Pacchanta la experiencia diaria mostraba que la ausencia de la lectura y la escritura
marcaban a la población como ‘deficiente’, resaltando una relación jerárquica entre este
pueblo y otros pueblos y ciudades. Criticar este hecho—algo en lo que ingenuamente insistí
al comienzo—sonaba superfluo y auto-complaciente; una suerte de ‘voluntarismo’
benevolente e innecesario en mi relación con Mariano y Nazario que, en vez de ayudar,
reforzaba mi condición de letrada reinscribiendo su posición como subordinados.
Obviamente yo sabía que la participación de los Turpo (y de la gente de Pacchanta) en la
hegemonía de lo letrado de ninguna manera reemplazaba las formas no letradas de hacer y
saber los mundos locales. (Las descripciones de esto abundan en el registro etnográfico
Andino). Entonces para ser efectiva, mi crítica tenía que empezar por aceptar la hegemonía
de ‘la letra’ en Pacchanta y además entender que no reemplazaba lo local—ni siquiera lo
subordinaba completamente. Nuevamente se trataba de una relación de conexión parcial
articulada, a veces, por condiciones hegemónicas. En realidad esto no era tan difícil de
entender—era empíricamente obvio. Lo que sí fue difícil fue co-laborar con Mariano
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Marisol de la Cadena
cuando él sugirió cambiar el foco de nuestra atención, de los documentos a sus narraciones
Esto exigía poner en simetría diversas prácticas de conocimiento, y desafiaba hábitos
etnográficos que yo tenía profundamente enraizados. Para empezar requería distanciarse de
la práctica de trabajo de campo como osbervación-participacón en ‘información a conocer
desde la antropología.’ En lugar de esto, tenía que considerar lo que observaba o escuchaba
como prácticas que vivían (y hacían) un mundo diferente del mundo en el la antropología
vive y hace. La antropología podía permitirme esto en tanto no estableciese una relación de
significante (lo que observaba) y significado (lo que yo decía acerca de lo que observaba).
Es decir la representación no tenía lugar en mi relación de conocimiento con Mariano. Mis
palabras no lo representaban a él; con ellas yo practicaba (hacía) una realidad que incluía a
Mariano sin representarlo, ni representar su realidad.
Una de las cosas que aprendí co-laborando con los Turpo fue que “poseer
información” no es suficiente para practicar las formas locales de saber-hacer en las que
Mariano y Nazario eran ampliamente diestros. Se requería mucho más. De los tres hijos que
Mariano y su esposa criaron (tuvieron cuatro) Nazario y Benito eran los mas cercanos entre
sí y con Mariano (por lo menos cuando yo los conocí). Nazario era paqo, Benito no era
paqo y yo tenía curiosidad por conocer la causa. De manera que pregunté. Los hijos sabían
lo que su padre sabía: hacer el k’intu (crear un circuito de relación usando hojas de coca), y
otro tipo de ofrendas que circulan entre seres humanos y seres-de-tierra. Benito también
sabía qué usar para curar los daños causados por los suq´a (ancestros que se convirtieron en
mal) el trueno, el granizo o el rayo —tres entidades traicioneras criadas en las nieves de los
seres-de-tierra. Sabía porque había visto a su padre: “está en mi cabeza—chayqa
umaypiya kashan—pero no puedo hacerlo. Me da miedo hacerlo mal, no hacer que las
cosas coincidan y no salgan como tienen que salir. Sé hacerlo, pero no me atrevo a hacerlo,
no tengo suerte. No lo haría bien y no curaría a quien me lo pidiera—yo pienso que esto es
porque no hago bien el k’intu; Nazario lo hace, y por eso él puede seguir haciendo lo que
hizo mi padre.” ix Benito podía registrar la información, sabía como se hacía. Pero no podía
transformar este conocimiento en curación o interacción efectiva con seres-no-humanos. .
En ese sentido, él era como yo. A diferencia mía, él participaba en el conocimiento de
Mariano y Nazario pero sin las cualidades de aquellos –lo que él llamaba “no tener suerte o
sentir temor de no lograr que las cosas coincidan”. Su incapacidad de crear, con ofrendas de
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Marisol de la Cadena
coca, circuitos de relación que incluyeran a los seres-tierra era señal de su falta de suerte.
Benito no tenía la estrella, istrilla--o lo que yo traduzco como la habilidad provocada en
una persona por un ser-de-tierra específico,y a través de la cual ambos pueden relacionarse
positivamente . Yo tampoco tenía estrella; podía registrar información en mi cabeza pero
esto no tenía valor localmente—–como Benito, yo sentía temor de hacer. No quería
aprender más allá de lo necesario para escribir un libro.
Del caso de Benito aprendí que no era mi condicón de foránea-mi falta de intimidad
con el conocimiento local-- lo que explicaba mi inhabilidad para saber las prácticas locales.
La experiencia local indicaba que los foráneos pueden aprenderlas. Mariano ha trabajado
exitosamente con Aurelio Carmona, el antropólogo y paqo que fue invitado al NMAI con
Nazario. Nazario me contó que cuando Carmona llegó a lo que en aquel entonces era
Lauramarca, ya se sentía a los seres-de-la-tierra; ya sabía también algo sobre la coca y
buscando a quien pudieran interpretarla, Carmona llegó a Mariano. Y como dije se
enseñaron lo que sabían y aprendieron juntos. Pero Aurelio podía leer y escribir y además
de conocer a los seres-de-tierra, se convirtió en antropólogo. Esa rea la historia de Nazario
sobre la relación entre Carmona y Mariano. En la ciudad del Cuzco visité a Carmona para
conversar sobre lo mismo; coincidió en mucho con Nazario. Agregó que Mariano le había
dicho que tenía estrella y por eso ofreció enseñarle lo que sabía. Aparentemente saber-
hacer como Mariano y Nazario requería, primero, ser capaz de identificar el llamado (casi
impuesto) de un ser-de-tierra y de establecer una relación nutriéndola consistentemente—
sin parar. La relación generalmente se materializa en una fuerte inspiración para practicar
curaciones (o daños) que además de la diada ser-de-tierra/paqu incluyen animales, suelos,
plantas, humanos. El trabajo es arriesgado; los fracasos afectan el destino del practicante –
quien puede encontrarse a si mismo o a sí mismax abandonado(a) por todos: seres-de -
tierra, humanos, animales y plantas.
A diferencia de la ciencia que parece desconectarse de las condiciones locales que
hacen posible su producción (aunque sólo sea para luego reproducir condiciones similares
en otros lugares), las prácticas de conocimiento de Mariano y Nazario, hacen sus relaciones
con los seres-de-tierra. De ellas resultan los dos, conocedores y conocidos (además en roles
intercambiables) quienes crecen mutuamente a través de relaciones-prácticas ejecutadas
con respeto cariñoso. También diferente de la ciencia que puede replicar sus laboratorios
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Marisol de la Cadena
casi en cualquier lugar, los seres-de-tierra son únicos; no pueden ser remplazados entre sí y
por supuesto no pueden ser reproducidos. No obstante las diferencias—inconmesurables
por cierto—igual que la ciencia,, prácticas-conocimiento como las de Nazario y Mariano,
cambian históricamente (aunque no sigan el evolucionismo inscrito en el libreto moderno).
Por ejemplo: ser paqo era una práctica en extinción 30 años atrás, pero ya no es el caso. El
turismo y la posibilidad de obtener beneficios monetarios han persuadido a muchos a la
práctica abierta del Chamanismo Andino. Cuando llegué a Pacchanta por primera vez en el
año 2003, Rufino decía no estar interesado en aprender de su padre, él no tenía istrilla,
afirmaba. Con la muerte de Nazario, Victor Hugo y Rufino heredaron su trabajo con
‘Auqui. Mountain Spirit’, la agencia de viajes para la que Nazario trabajaba. Aunque
hubiera sido una decisión económica oportunista de Rufino, no cancela el hecho, ni el
carácter respetuoso con que asumió sus relaciones con los seres-de-tierra.. De la calidad de
esas prácticas resulta la vida en sus alrededores, y si esas prácticas carecen de cualidades
éticas, las consecuencias pueden ser negativas. Nazario siempre criticaba a los Q´eros (un
grupo local conocido por sus ‘prácticas chamánicas’ y promocionado por agencias de
turismo y antropólogos, quienes también podían hacerle competencia a Nazario en el
negocio del turismo). “todo lo que les importa es el dinero; es peligroso, se puede morir por
eso”. Un antropólogo conocido me dijo algo similar sobre Nazario: que él había abusado de
su istrilla, y que por esta razón había muerto en el accidente de tránsito— en Pacchanta
algunos, aunque en secreto, compartían este punto de vista. Yo no estoy acuerdo y no
porque considere ‘supersticiosa’ la relación de causalidad local. Estoy en desacuerdo
porque Nazario siempre fue cuidadoso en sus relaciones con Ausangate y otros seres-de-
tierra. Yo no creo que Ausangate lo hubiera hecho morir porque piesno que lo cuidaba.
Cómo sé que era así? Precisamente no sé y por eso digo pienso—podría decir ‘creo’. No sé
porque no tengo la certeza que mi forma de saber requiere para ser tal. Esos eran los límites
de mi relación con Mariano y Nazario: sabíamos de manera diferente y reconocer esas
diferencias era uno de los requisitos de poner en simetría nuestras prácticas. Esta simetría
no borra las diferencias de poder estructurales entre nosotros; sin embargo, nuestra relación
no estaba estructurada por esta diferenrencia. Semejante a la manera como una familia
feminista trabaja para sustraerse de la estructura patriarcal de poder, nosotros trabajamos
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Marisol de la Cadena
para sustraernos del poder que históricamente organiza la relación entre quien lee y quien
no lee.
Cuzco en traducción/traducción en el Cuzco
Es usual para la antropología considerar a sus ‘otros’ como entidades claramente
diferenciables del ‘nosotros´. Si bien esta distinción puede ser útil para las antropologías
‘del centro’ este no es el caso de las antropologías ‘periféricas’ donde las diferencias entre
‘informate’ y ‘etnográfo’ se confunden y existe la posibilidad de que ‘nosotros’ sea también
parte ‘del otro’. Pienso, por ejemplo, en la antropología de Jorge Flores Ochoa o Aurelio
Carmona,. En la leyenda de la fotografía de Jorge y Aurelio en el NMAI, ambos confiesan
participar en las formaciones de cultura-naturaleza de Nazario: “Nosotros somos
antropólogos de nuestra gente; nosotros sentimos y practicamos estas cosas.” Es una
declaración compleja, compuesta de inclusiones y exclusiones, que marcan relaciones
potencialmente jerárquicas de todo tipo, incluyendo aquella que convierte ‘al otro’ en un
objeto de estudio de la cultura en la que el antropólogo también participa. Esta condición
propone dos supuestos: por un lado lo/la hace (a él o ella) mejor antropólogo de su gente
que, por otro lado, no participa del saber disciplinario. Esta es una situación fascinante
dentro de la cual, la antropología—o el antropólogo— marca la exclusión y constituye ‘un
otro’ que puede analizar, paradójicamente, gracias a su propia inclusión en la misma
formación socio-natural. En este tipo de antropología el trabajo de campo y la vida diaria se
mezclan y disuelven la condición plural y binaria entre el nosotros y el otro, y al mismo
tiempo, la autoridad social que tiene el conocimiento académico (y la antropología como
disciplina) reinscribe la distinción entre el antropólogo y su objeto de estudio—recreando la
diferencia entre ‘nosotros’ y ‘los otros’ que a pesar de no ser uno, tampoco son dos
diferentes.
En el Cusco este tipo de complejidad ocurre en muchas de las relaciones de
diferencia: entre el quechua y el español, la ciudad y el campo, el altiplano y los vales
bajos, las practicas indígenas y no indígenas. Desde una perspectiva analítica que evite “la
lógica social que ve una mitad en vez de ver que cada parte de un par es también el todo)
[“the social logic that makes half of the whole one of a pair”] (Strathern, 2004 [1991]:
xxxix) la región aún puede ser vista como un circuito híbrido complejamente integrado.
Este híbrdio no resulta (como en ella interpretación usual del Cuzco) de dos totalidades
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Marisol de la Cadena
claramente demarcadas, El híbrido que yo propongo (con la ayuda de Strathern 2004
[1991], Wagner 1991, Green 2002, Haraway, 1991) está compuesto por prácticas diferentes
cuya distinción absoluta es imposible (a pesar de estar oficialmente regimentada, como por
ejemplo, entre el quechua y el castellano)— porque entre esas prácticas diferentes hay
interferencias constantes que las convierte en fragmentos inseparables de un todo
complejamente heterogéneo. Y esta complejidad afecta de manera específica la manera
como occure la traducción entre lenguajes y practicas culturales que, aunque imposibles de
separar, también son diferentes. El párrafo que sigue explico más lo que quiero decir.
Desde la independencia del Perú en el siglo XIX, las elites de Lima y el Cuzco
rivalizaron entre sí por el liderzago nacional: con orgullo, los limeños se identificaban con
los valores católicos, la educación formal en castellano y el acceso marítimo al mundo. Por
su parte, el liderazgo Cuzqueño argüía un nacionalismo más profundo y auténtico,
enraizado en su ancestro Inca, confirmado por la competencia lingüística de la élite en el
manejo del quechua. Esto le dejaba el problema de distanciarse de los Indios—por
antonomasia, los inferiores de la nación — quienes también hablaban Quechua. Para
hacerlo, a comienzos del siglo XX, además de el pasado Inca, afirmaron también su
ancestro español como lo indicaba su lenguaje, ascendencia y maneras culturales. El dilema
de la cercanía—la compleja ‘mismitud’ indígena entre la plebe y la élite de la región--no se
resolvió nunca. Actualmente, el Quechua sigue siendo señal de indigeneidad Cuzqueña; es
a la vez fuente de orgullo elocuente y de vergüenza silenciosa, contrarrestando la
indigeneidad mediante el uso competente del castellano. Así, mientras el quechua marca al
Cuzco como región, y todos (o casi todos) hablan el idioma, muchos Cuzqueños requerirán
en algún momento públicp una traducción al español argumentando su ignorancia de ciertas
palabras en quechua. Aunque a esta afirmación no le falta verdad, la solicitud de traducción
nace de la intimidad cultural (Cfr. Herzfeld, 2005) que necesita contrarrestar la vergüenza
que para la élite local significa su indigeneidad, que sin embargo es también condición
necesaria de orgullo regional cuzqueño y de inferioridad racial frente a Lima. Esto afecta la
traducción de manera específica.
En “La Labor del Traductor” Walter Benjamin escribe: “La intención de las
palabras Brot y pain es el mismo objeto, pero los modos de la intención no son los
mismos. Debido a esos modos la palabra Brot significa diferente para un alemán que la
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Marisol de la Cadena
palabra pain para un francés, que estas palabras no son intercambiables, que en realidad
intenten excluirse mutuamente. En tanto el objeto de la intención, sin embargo, las dos
palabras significan la misma cosa.” (Benjamin, 1968:74). La palabra pan en castellano, en
quechua es t’anta. Pero en el Cuzco, dado que el quechua y el castellano se penetran uno a
otro de manera idiosincrática, (y se convierte en menos que ‘dos idiomas’) las ‘dos
palabras’ pueden ser parte del mismo modo intencional haciendo de ‘pan’ una mención que
puede ser t’anta—y, por supuesto, viceversa; sin embargo, y simultáneamente, debido a que
en el Cuzco el quechua y el castellano también se excluyen mutuamente –como brot y
pain— pan y t’anta circulan también con modo intencional propio, con significado
diferente el uno del otro y estableciendo además relación jerárquica entre ambos. Además,
es también es posible que una misma palabra quechua tenga diferentes modos de intención
dependiendo de la relación que el hablante tenga con el castellano o con el quechua. Esta
dinámica, que se puede extender a prácticas no linguísticas, resulta en una situación en
donde ser y no ser indígena se penetran entre sí creando, por ejemplo, la condición
expresada en la frase de Jorge Flores Ochoa: “nosotros no solo observamos. Sentimos estas
cosas”. Esta posibilidad crea una otredad inclusiva que permite a algunos Cuzqueños
establecer distancia identitaria de la indineiedad y a la vez, reclamarla—como Jorger Flores
Ochoa en el texto citado. Igualmente, aquellos que no pueden distanciarse de la
indigeneidad, reconocen en la incapacidad de hablar castellano una condición histórica de
inferioridad política en una región que sin embargo continua identificándose a si misma a
través del quechua.
Un ejemplo puede servir para explicarme mejor. Volveré a la conversación con
Mariano en la que surgió la distinción entre don y weraqocha. En aquella ocasión,
Margarita Huayhua era quien hacía la traducción. Ella es bilingüe -quechua-español, y
urbana—obtuvo su doctorado en antropología pocos años después de conocer a Mariano y
ayudarme en la traducción. Para mí fue interesante notar como Margarita traducía señor
hacia el quechua con la palabra weraqocha, la cual en mi entender, realzaba la intención de
señor pues lo transformaba en algo como amo y señor alejándolo de la cotidianeidad del
simple señor. Parafraseando las ideas de Benjamin: la traducción de Margarita cambió la
intención del término señor –en mi español- a su comprensión quechua del término. Su
comprensión además coincidía con la de Mariano en los dos idiomas: en quechua
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Marisol de la Cadena
weraqocha equivale a señor en castellano en relación al quechua. Lo que estaba en
relación en estas equivalencias eran también los idiomas—sus diferentes valores sociales--
no sólo las palabras señor or weraqocha En su respuesta, Mariano explicaba que los saben
castellano son weraqocha; aquellos que no lo hablan eran simplemente “don”. Aunque
hablábamos en quechua empleó palabras en castellano para ilustrar mejor las jerarquías
entre aquellos que hablan castellano y aquellos que no. Él mismo era sólo “don”, decía,
participando en su propia exclusión del orden dominante nacional. Sin embargo, y
revelando también el peso político del quechua, su fuerte presencia en la región, Mariano
recordaba con orgullo como él y Saturnio Huilaca (otro legendario líder campesino y
también “don”) habían lanzado discursos en quechua ante grandes muchedumbres
congregadas en la Plaza de las Armas del Cuzco, con la idea de retar el orden dominante de
los terratenientes. Aquellos, aunque pertrechados dentro del Estado hispanohablante,
comprendían el quechua y el desafío que representaba la presencia de estos discursos en
Quechua–particularmente cuando eran pronunciados desde la Plaza de las Armas, centro
del colonialismo español.
Ser conciente de la complejidad de la traducción, y mi necesidad de comprender el
idioma de Mariano y Nazario conceptualmente, también me condujo a situaciones risibles.
Una ocasión de la cual aún me sonrojo—con una vergüenza que llegué a apreciar con el
tiempo—fue cuando, conversando con Benito, este mencionó tres palabras que mi cuñado
(Cuzqueño, urbano, filósofo de profesión, quechua hablante) y yo nos esforzamos en
traducir al español. Benito hablaba de las andanzas de su padre en contra de la hacienda y
de cómo este había logrado escapar de un plan del hacendado para asesinarlo: Mariano era
un magista, como uru blancu, decía Benito hablando en quechua. A mí, las palabras ‘uru
blancu’ me sonaron como ‘oro blanco’ en castellano—pero obsesionada con la traducción,
pensé en quechua y lo traduje a yuraq quri (yuraq: blanco; quri: oro), Benito me miró
sorprendido y repitió en quechua “uru blanco hina taytayta paykuna yuyaychasqaku
magista karan” y en castellano “como uru blancu, ellos pensaron que mi padre era
magista.” Me tomó un buen rato darme cuenta que en este caso no se trataba de traducir
entre significados. En quechua la ‘o’ suena como ‘u;’ Benito estaba pronunciando en
quechua las palabras “Hugo Blanco”, el nombre de un famoso político de izquierda quien
también fue parte de la red de alianzas de Mariano. En esta ocasión Margarita no estaba
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Marisol de la Cadena
conmigo; quizá ella hubiera prevenido la confusión. Mi falta de comprensión continuó,
haciendo todo aún más cómico: una vez entendí que Benito se refería a Hugo Blanco, el
líder político de izquierda, yo asumí que cuando Benito decía magista en realidad quería
decir…marxista!! Las dos palabras sonaban similares a mis oídos hispanohablates. Sin
embargo Benito quería decir ‘mago’. Magia, como concepto no existe en quechua, y
magista es una palabra compuesta en castellano local para referirse a alguien que sabe
magia. Felizmente, lo resolví el mismo día. Meses después cuando le conté a Hugo Blanco
sobre el ‘incidente’ este rió pero a la vez confirmó que mucha gente pensaba que él (Hugo
Blanco) empleaba magia para evitar que lo capturasen. Mi confusión fue tonta y productiva
en varios sentidos. Primero, me indicó que la noción de política en Pacchanta podía exceder
la razón y que este exceso era conceptualmente importante, y, en segundo lugar, que la
magia, tal como yo la conocía, no correspondía con la intención semántica de Benito. La
definición común de magia como “la creencia en lo misterioso”, era un concepto
inadecuado para explicar el análisis de Benito sobre las excitosas andanzas políticas de
Mariano. Finalmente, hay otro elemento en ‘Uru Blanco magista’ –o la magia de Hugo
Blanco--que vale la pena mencionar en esta sección: la frase indicaba cómo el mundo de
Mariano y mi mundo se superponían: ambos reconocíamos la misma historia, aunque
aquella nos reconocía de diversas maneras. El activismo de Hugo Blanco fue un evento
para mí y para Mariano.Desde posiciones, significados e interpretaciones diferentes, el
evento histórico que Hugo Blanco representaba conectaba nuestros mundos de una forma
que resultaba análoga a la explicación de Jorge Flores Ochoa (en la descripción de la
fotografía en el NMAI) acerca de compartir (lo que él llamaba) “esas cosas” con el mundo
de Nazario. Como en el caso de Flores Ochoa, aunque también con diferencias, mi otredad
con Mariano y Nazario se veía distorsionada porque compartíamos nada menos que la
historia nacional. Nuestra ser distintos-compartido—a través de un ser nacional que era
más-de-uno — nuevamente surgió entre Mariano y yo cuando conversamos sobre su
infancia y juventud y él cantó el Himno Nacional del Perú pidiéndome que lo acompañara.
Ambos lo aprendimos en la escuela y podíamos comparar diferencias e incluso explicar
algunas de ellas. También compartíamos conocomiento sobre la secuencia cronológica de
Presidentes que gobernaron el Perú desde 1940—Mariano incluso conoció a algunos de
ellos cara a cara, y yo nunca he conocido a ninguno. Conocíamos los mismos periódicos,
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Marisol de la Cadena
aún si Mariano no los leía, y cuando pregunté (nostálgicamente) sobre cómo era Lima o el
Cuzco entre 1950 y 1960 (cuando Mariano visitaba a las autoridades en los mismos
edificios públicos que yo alguna vez he visitado) fue muy obvio que caminamos las mismas
calles y teníamos impresiones similares de muchas de ellas. Compartir el país, y reconocer
la región en Cuzco, era participar en un circuito integrado de totalidades oficiales
fragmentadas (que entonces ya no eran una totalidad simple). En este circuito complejos las
similitudes surgieron siempre con las diferencias facilitando conversaciones parcialmente
conectadas sobre eventos históricos que ambos reconocíamos.
Compartir semejanzas sin desplazar diferencias me hizo pensar críticamente en los
las conversaciones (implícitas o explícitas) entre Benedict Anderson (1983; 1998) y Partha
Chattarjee (2004). En sus discusiones sobre el nacionalismo ambos autores utilizan la idea
de Walter Benjamin sobre tiempo vacío y homogéneo y su derivado inverso, el tiempo
heterogéneo—y me imagino, lleno. El tiempo vacío y homogéneo es el tiempo de la
nación: los dos autores coinciden en este punto. Chatterjee añade que el tiempo homogéneo
es utópico no ocurren en ningún lugar; son las temporalidades heterogéneas las que tienen
lugar. La noción de Marilyn Strathern de conexiones parciales que estoy utilizando puede
ser útil para repensar estos debates sin tener que escoger entre una u otra termporalidad;
desde una perspectiva de conexión parcial, la comunidad nacional -en el caso específico de
los Andes- se puede ver como construída desde una temporalidad homogénea, (como lo
describe Anderson), y también repleta de tiempos heterogéneos y locales (como reclama
Chatterjee). En el Cuzco, desde el Ausangate (y otras montañas/seres-tierra) hasta la Plaza
de Armas—el corazón urbano de la ciudad-- la gente vive los dos, el tiempo de la nación y
temporalidades locales que muchas veces exceden el conocimiento homogéneo nacional, e
incluso la historia (como explicaré en el episodio 4). Estas temporalidades-- articuladas en
la modalidad “más de una-menos que muchas”, ocupan la vida y hacen lugares en la
región. Esto es muy evidente durante el período de Agosto; a nivel nacional es el octavo
mes del año y como tal organiza las actividades oficiales correspondientes, por ejemplo, los
días de asistencia/no asistencia a las escuelas primarias en pueblos rurales y ciudades. Sin
embargo, agosto también es el inicio de un nuevo ciclo de prácticas con los seres-tierra.
Algunas de estas prácticas afectan a los municipios y por momentos, también la asistencia a
clases escolares o las actividades de las oficianas públicas en ciudad y campo. Las dos
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Marisol de la Cadena
temporalidades, la nacional y la local, marcan las labores regionales durante los mismos
treinta días del mes de Agosto, y también de lo que queda de cada uno de los dos
calendarios, que se interfieren y son vividos como mas de uno menos que muchos.
Entonces, diferente de la interpretación de Partha Chaterjee, el calendario homogéneo de la
nación no es necesariamente utópico—tiene y ocupa lugares como los tiempos locales
heterogéneos. En el Cuzco, el uno (el tiempo local, por ejemplo) emerge en el otro (el
tiempo nacional, por ejemplo) aunque con diferentes grados de visibilidad, dependiendo del
lugar, la gente y la estación. Reconocer que prácticas que hacen mundos diferentes ocurren
pracialmente conectadas en lugar de ocurrir totalmente diferenciadas y considerafas
absolutamente ‘otras’ separadas’ podría servir para construir una condición compleja,
distinta de la homogeneidad histórica política (liberal o socialista)—aunque, y para
aplicarme la conceptualización que propongo, inevitablemente en conexión parcial con
ella..
Los limites de la traducción pero no de nuestra conversación.
Phukurikunki sutinmanta, manna yanqa Ausangatellachu nispa, sutiyoq kaman
kashan nispa… vas a soplar nombrándolos, estos no son Ausangate por gusto, son
sus nombres … C11 4/02 p, 17.
Aunque parezca extraño, porque usualmente los dos adjetivos se excluyen
mutuamente, Nazario y Mariano Turpo eran intelectuales locales y cosmopolitas—por lo
menos en mi entender. Y lo eran de manera peculiar, pues no fueron sus viajes (que fueron
bastantes) lo que me llevó a pensarlos como cosmopolitas. Eran intelectuales locales no
sólo porque permanecían en un lugar, sino sobre todo porque siempre recrearon su
conocimiento a partir de aquel lugar. Eran cosmopolitas pues siempre estaban atentos a lo
que inicialmente se les presentaba como foráneo y dispuestos a hacerlo familiar e
incorporarlo en sus prácticas cuando fuera necesario. En casa, acogían al mundo que los
visitaba. Las prácticas con las que hacían sus vidas incluían lo extraño: gente, instituciones,
conceptos, y tecnologías —aún cuando fueran realizadas en Pacchanta. Transportadas a
otros lugares—Lima, la ciudad el Cuzco, los Estados Unidos—esas prácticas seguían
creando significado en relación con Ausangate—quizá esto explica, por ejemplo, que la
entrada a la exposición de la comunidad quechua en el NMAI exhibiera una gigantesca
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Marisol de la Cadena
imagen fotográfica de la montaña. Sin ella, la presencia de Nazario en el Museo hubiera
perdido su polo a tierra y su sentido—Ausangate siempre estaba presente en los recorridos
de Nazario. Mariano Turpo estaba en una situación análoga. Aunque sus prácticas no lo
llevaron a Washington D.C., sus actividades intelectuales-políticas en Lima también
estaban enraizadas al Ausangate, aunque en aquel entonces este ser-tierra no viajase tan
frecuentemente como ahora. Ambos, Nazario y Mariano, se movían por muchos lugares, y
hablaban con otros intelectuales; estos traducían las actividades de los Turpo a su propio
lenguaje—y la traducción inevitablemente agregaba o sustraía sentido a las palabras y
prácticas de Mariano y Nazario. Así, por ejemplo, los intelectuales de izquierda y los
políticos reconocían a Mariano como un líder campesino astuto, que sin embargo carecía de
conciencia de clase. Para ellos, las prácticas de Mariano con los seres-tierra eran
superstición, interferían en el desarrollo de su conciencia histórica. Treinta años más tarde,
realizadas por Nazario dentro de la red regional en la que participaba, esas prácticas se
convirtieron en ‘actividades chamánicas Andinas’. La idea de chamanismo era nueva en
los Andes; provenía de distintos lugares y en ella, los seres-tierra dejaron de ser
obstáculo—como lo habían sido en la red de mariano--y se convirtieron en el leit motif de
la red. Esta nueva traducción se hace usando lenguajes de espiritualidad muy diversos, y
quizá a costa de ignorar que las relaciones con topografías sintientes no necesariamente
distinguen entre lo físico y lo metafísico, lo espiritual y lo material, lo natural y lo humano.
Los principales traductores formales e informales, implícitos y explícitos, son los viajeros y
participantes locales de prácticas Nueva Era. También participan en la red de traducción,
algunos antropólogos locales (como Flores Ochoa y Aurelio Carmona) a veces explican a
los seres-tierra como ‘creencias culturales’ resultado de una l realidad que representa las
montañas como divinidades. El ensamblaje de la traducción continúa en la Religiosidad
Andina, poblada de teólogos de la liberación y su red de catequistas.
Las traducciones mencionadas acomodan (algunas con más facilidad que otras) la
distinción hegemónica entre naturaleza y cultura, en donde la primera existe de manera
objetiva y la segunda es entendida como responsabilidad de los humanos, e incluye las
“creencias” (sagradas, espirituales o profanas) sobre la naturaleza. Por ejemplo, la
traducción de Aurelio y Jorge revela su conexión parcial con el mundo de Nazario, al
revelar que participan del mismo circuito (“nosotros practicamos estas cosas”) y que al
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Marisol de la Cadena
mismo tiempo se salen de él. La manera como ellos me lo explicarían podría ser así:
“Nosotros (Aurelio y Jorge) sabemos que ‘esas cosas’ son creencias, pero para ‘ellos’
(Nazario y Mariano) son reales; para nosotros (Aurelio y Jorge) a veces lo son aunque no
del todo, pues nosotros también sabemos que ‘esas cosas’ son creencias”. Y esta
explicación seguro es muy honesta. A veces quizá hasta puedan desplazar la intermediación
de la idea de ‘creencia’ y participar directamente de “esas cosas” como prácticas que
hacen el mundo que, en ese caso específico, ellos y los Turpo comparten. Pero otras veces,
la combinación de antropología evolucionista y pertenencia social se convierten en
obstáculos que hacen difícil la posibilidad de participar en el mundo de Mariano y Nazario.
La traducción de la relación entre humanos y Ausangate (como ser-tierra) a través de la
idea de ‘creencia’ no es inócua. Lo que hace es transportar Ausangate a la división entre
naturaleza y cultura, ubicarlo en la cultura y una vez allí transformarlo, de ser-tierra en
divinidad, un ser en el cual creer ‘como los cristianos creen en Jesús’. Creando una
similitud esta traducción pierde de vista que la creencia no necesariamente media en la
relación entre Ausangate y Mariano y Nazario porque Ausangate es. No es a través de
creencias, sino de su presencia constante, vista todos los días, un ser que emerge a través de
las mismas relaciones que constituyen al runa como tal, con lo cual quiero decir en-ayllu.
En los Episodios Tres y Cuatro presento esta condición ontológica en detalle, pero de
manera sucinta adelanto lo siguiente: traduzco ser-en-ayllu como las prácticas a través de
las cuales los humanos y no humanos—sobre todo runakuna y tirakuna, pero también
animales y plantas—se relacionan entre sí de manera tal que al hacerlo hacen el sitio
creándose como parte de él. En el proceso deshacen la distinción entre naturaleza y cultura
que separa humanos de no humanos, tiempo de lugar. Decir que estas relaciones tienen
lugar explica el proceso con claridad: son relaciones que ocupan simultánea e
inseparablemente lugar y tiempo. Ausagate y otros tirakuna (seres-tierra) están en ayllu—
no son solamente montañas o riachuelos o cuevas o lagunas—también son el lugar que
surge de prácticas en-ayllu con los runakuna.
En los Andes, el record etnográfico ha traducido ayllu principalmente como el
grupo humano que coordinan colectivamente el usufructo de un territorio. Esta definición
no está mal—es una traducción desde (y hacia) prácticas epistémicas que conocen el
mundo a través de la división entre naturaleza y cultura, es decir siguiendo la Constitución
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Marisol de la Cadena
Moderna, para emplear la muy socorrida expresión de Bruno Latour (1993). Vivieros de
Castro (2004a) llamaría a esta situación una equivocación, no un error. Las equivocaciones
ocurren –explica Vivieiros- en situaciones donde diversos mundos conversan nombrando la
misma cosa –que, sin embargo, en cada mundo es diferente. No es la representación del
objeto lo que difiere, lo que es distinto es el objeto mismo (Vivieros de Castro, 2004b).
Parafraseando a Foucault –y sustrayéndolo de la cronología historicista europea— se
podría decir que la equivocación ocurre cuando “la prosa es la misma, pero los mundos son
diferentes” y por lo tanto el objeto también lo es. Lo interesante de esta conceptualización
es que el objeto ‘en sí’ no pre-existe—surge de la práctica (que es diferente en diferentes
mundos). Y esto también lo proponen otros autores sin recurrir a Foucault (Blaser, 2009,
Law 2010, Wiener 2009). Vivieros de Castro elabora su conceptualización a partir de las
antropologías Amerindias en donde los humanos y los no-humanos comparten culturas pero
tienen diferentes cuerpos desde los cuales perciben mundos tambien de manera diferente.
En uno de sus ejemplos más populares compara –al modo antropológico Amerindio—el
mundo de los jaguares y el mundo de los humanos, y explica que aunque,en los dos
mundos existen la cerveza (de yuca) y la sangre, debido a sus diferencias corporales lo que
es sangre para los humanos es cerveza para los jaguares. La equivocación emerge cuando
el mundo humano prevalece traduciendo ‘la cerveza del jaguar’ como sangre (o sea en
términos del mundo humano), ignorando la existencia de la cerveza del jaguar (o
transformándola en una representación cultural de cerveza en el mundo jaguar). Para
Vivieros de Castro las equivocaciones son una forma de comunicación entre mundos—y en
ese sentido, son inevitables. Pero pueden ser controladas. “Controlar la equivocación” haría
explícito que aquello que es sangre en el mundo humano es cerveza en el mundo del
jaguar—y viceversa. Haría explícito que entre estos mundos se comparte la misma
epistemología (o conceptos: cerveza y sangre ), pero no ontologías: el ser de la sangre o el
de la cerveza cambia cuando se cambia del mundo jaguar al mundo humano. Un ejemplo
menos conocido de equivocación –que uso porque ocurre entre mundos humanos (y quizá
resulte más asequible) es el malentendido entre Milton do Nascimento y los Cashinawa del
Brasil, con quien el famoso cantante pasó algunas semanas. La experiencia lo había
cautivado y quiso nombrar el disco que surgió de esta experiencia con la palabra que sus
amigos Cashinawa usaban para dirigirse a él. La palabra era txai, y do Nascimento la había
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Marisol de la Cadena
traducido como hermano, interpretándola como alusión a las similitudes entre él y sus
anfitriones. No obstante, los Cashinawas usaban la palabra txai para referirse al ‘cuñado’ y,
en lugar de las similitudes, enfatizar las diferencias, la condición del extraño entre
hermanos . Y continúa: el problema con esta equivocación no es que Milton Nascimento
estuviera en un error sobre el sentido de txai. En cierto modo estaba en lo correcto, pues
cuñado entre los Cashinawa es una de las relaciones humanas más nobles. Sin embargo, el
hecho de que txai nombre una relación de ‘afinidad’ en lugar que de una ‘consanguinidad’
revela que las premisas de la diferencia y la similitud de los Cashinawa y Milton do
Nascimento (y los Brasileños occidentales que él representa) no coinciden. Mientras que
los Brasileños occidentales derivan relaciones a través de la identificación—por ejemplo,
compartiendo un origen común, como hermanos y hermanas—los Cashinawa derivan la
relaciones a partir diferencias: por ejemplo, en el caso de los cuñados que no comparten un
origen común (Viveiros de Castro 2004a). Para controlar la equivocación es crucial ser
consciente de que las prácticas hacen mundos distintos y que entre estos mundos se hace la
traducción. Reconociendo que los mundos son distintos las condiciones empíricas de la
investigación cambian: en lugar de investigar como ven el mundo los Cashinawas (lo que
supone la existencia de un solo mundo), se investigaría el mundo del cual los Cashinawas
son el punto de vista. Se trata de dos mundos—no de uno solo. Y así en lugar de emplear
el vocabulario del mundo que conocemos, (y al hacerlo cancelar la diferencia mediante una
traducción que no controla el equívoco) comparando vocabularios (epistemologías y
ontologías) podemos comparar entre diversas formas de-hacer mundos que, muy
posiblemente, también están parcialmente conectados y por lo tanto, no resultan
simplemente ‘distintos’.
Las traducciones son malentendidos que pueden ser productivos, dice Walter
Benjamin; es más, una traducción exitosa debe comentar sobre sus diferencias y
desacuerdos con el original (Benjamin, 2002:250). Lo que agrega Viveiros de Castro es
que este comentario no debe referirse sólo al hecho empírico del descuerdo sino discutir y
hacer visible la diferencia epistémica a partir de la cual ocurre el desacuerdo. En el ejemplo
anterior, el desacuerdo epistémico es que en el mundo Cashinawa lo que hace posible las
relaciones es la diferencia y no la similitud. Esta noción de diferencia como relación puede
servir para conceptualizar la traducción como equivocación controlada. Controlar la
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Marisol de la Cadena
equivocación (o en términos de Benjamin hacer que la traducción incluya comentarios
sobre su descuerdo con el original-- puede revelar otro modo de relacionalidad distinto de
aquel al que nosotros—o Milton do Nascimento—estamos acostumbrados.
Trasladada a la antropología, la idea de que las diferencias pueden conectar en lugar
de separar (y viceversa que las relaciones pueden expresear diferncia y distancia en lugar de
similitud o cercanía) puede dar lugar a una práctica antropológica que reconoce la
diferencia entre el mundo del antropólogo y el mundo del ‘otro’ y habita dicha diferencia
para comparar las diversas prácticas de producción de mundos a través de las cuales tienen
lugar las propias conversaciones etnográficas. Las diferencias entre mundos no desaparecen
con la conversación etnográfica; al contrario, la hacen posible, aun cuando la hacen
difícil—y de eso se trata la etnografía. Junto con lo anterior, hay que tener en cuenta que las
prácticas de producción de mundos no son solamente diferentes; de hecho, las diferencias
no borran a las similitudes. (Por ejemplo, las diferencias entre Mariano y yo tenían raíces
en la misma historia nacional, en la cohabitación de los mismos territorios y en la
participación en los mismos símbolos). En breve la equivocación controlada como método
etnográfico puede resultar en una antropología que hace obvia la conexión parcial, y
traduce para agrupar y a la vez establecer la diferencia (Mol 2002:83).
Durante las conversaciones que los Turpo y yo sostuvimos en el Ausangate, la
historia—la palabra misma, pero también el concepto—resultó relevante para observar la
equivocación y rescatar –de la similitud sugerida por el uso común de la misma palabra—
las diferencias en cada una de nuestras conceptualizaciones del término. Por ejemplo,
cuando le pregunté a Nazario qué pensaba él sobre las razones que me impulsaban a
trabajar con ellos—o mejor, para convencerlos a ellos de que trabajasen conmigo—él
respondió: “Noqa pensani hoqta historia ruwananpaq”. Traducida, esta frase quedó como
“Yo pienso que otra historia se va a hacer.” Y añadió: “… podemos saber si el Apu así lo
quiere” o “yachanmanmi chay Aupukuna munaqtin”. Nazario tenía razón; yo quería
escribir una historia distinta a la que nos ha hecho jerárquicamente diferentes. No obstante
la ultima de las dos oraciones y la ausencia de la palabra historia en quechua (razón por la
que dijo historia en castellano) sugería que la palabra ‘historia’ pronunciada por Nazario no
coincidía con lo que yo usualmente entiendo con el mismo término. Que el Apu decidiera
lo que yo podía o no podía hacer—algo similar al dicho ‘dios mediante’ en español—sacó
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Marisol de la Cadena
su noción de la historia del régimen de verdad de aquella noción de historia—la mía por
ejemplo--que requiere de evidencias —representaciones racionales--de eventos pasado. En
esta historia, la mía, no hay lugar conceptual para intervenciones no-humanas. Co-
laborando la palabra ‘historia’—trabajando la palabra juntos-- decidimos que lo que
Nazario quería decir estaba más cerca de la noción de relato, que por otro lado, el término
historia también puede incluir, y quizá más claramente cuando se emplea el plural:
historias. Lo que aparecía a través de la palabra ‘historia’ era el quechua willakuy: el acto
de contar o narrar un evento ocurrido en otro tiempo (podemos decir el pasado) y que puede
haber dejado huellas topográficas: una laguna, un risco, una formación rocosa, pero que no
puede ser representado pues el texto y el evento son uno: sólo existe a través de su
narración, del cuento que, además, sólo es mediante su narrador. A diferencia de la
tradición europea en donde los eventos (incluso los milagros) se pueden dividir entre hecho
y evidencia (Daston 1991)—el evento que el willakuy narra no puede ser dividido y no
tiene que ser demostrado--. Sin embargo, esto no cancela la realidad del willakuy: este narra
un evento conocido como ocurrido. Esto no significa que la ficción (o lo que conocemos
como tal) no exista; esas narraciones existen y se las llama kwintu, del castellano cuento,
narraciones de eventos pueden o no ser verdaderos.xi Nosotros, los antropólogos, a veces
fundimos en una estas dos formas narrativas willakuy y kwintu y las llamamos mitos y
como los eventos que narran no pueden ser probados, los diferenciamos de lo que para
nosotros es la historia o histórico y conjeturamos que no ocurrieron. Pero esta es la
diferencia: los willakuy(s) no narran eventos históricos—a nuestra manera de historia; sin
embargo narran eventos que se sabe ocurrieron, no en nuestro pasado histórico, sino en otro
tiempo del cual ni la historia ni nosotros participamos. Y esto no quiere decir que el evento
y el tiempo no fueran. En Pacchanta, donde viven los Turpo, la gente está familiarizada con
esta complejidad. Aunque el tiempo histórico no tenga lugar para ello, el evento del
willakuy convive con el evento moderno—en conexión parcial, a veces en simetría, a veces
articulada por la hegemonía de la historia, pero de ninguna manera descartada como evento
ocurrido. En los Episodios Tres y Cuatro presento los detalles de este asunto –y lo que
denomino ‘la eventalidad de lo a-histórico’ y su colaboración con la historia moderna.
Aunque el evento que narra el willakuy excede el régimen de representación realista
de la historia, y no puede ser archivado, para los que participan en él es tan obvio como si
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Marisol de la Cadena
lo estuvieran viendo. Si a un Cuzqueño urbano se le preguntara como traducir
“ñawpaqmanta willakuy” al español diría “contar lo de antes, lo del pasado.” La palabra
quechua ñawpaq se ha incorporado en el castellano como ñaupa y es usada para referirse a
“los tiempos de antes”, “dejados atrás”. (mi abuela, que nació en Lima en el 1901 en la
Costa, la capital del castellano y del Perú, solía referirse a su infancia como “el tiempo de
ñaupa” –y ella quería decir ‘tiempo atrás’ i.e. el pasado remoto). Una traducción literal al
castellano de ñawpaq sería “a(nte) los ojos” o también “aquello que está a la vista”. Quizá
una traducción implícita, en el castellano Cuzqueño popular (urbano y rural) se usa la frase
‘a la vista está’ para referirse a la certidumbre de una condición, o suceso, cuya realidad
no deja lugar a dudas, aún (y quizá sobre todo) en los casos en los que nadie la haya
atestiguado. Qhipa puede ser la contraparte de ñawpaq; es equivalente al ‘atrás’ en
castellano y se emplea para referirse a lo que vendrá después, en nuestros términos, el
futuro., que entonces esta atrás de nosotros, a nuestra espalda y, por lo tanto, no puede ser
visto.
La diferencia entre el pasado y el futuro en quechua—suponiendo que podamos
traducir ñaupaq y qhipa como tales—y las palabras correspondiente en castellano, es muy
grande. Más aún, según Cesar Itier, lingüista francés y estudioso del quechua,en quechua
no existe concepto de presente; Aurelio Carmona, en la leyenda bajo su fotografía en el
NMAI dice: “En el quechua no hay una palabra para el presente”. Todo esto sugiere que el
quechua concibe el tiempo diferente que el castellano; el pasado no se deja atrás, al
contrario se lo ve, y entonces se puede fundir con el presente (que también se ve). Loque
nosotros llamamos presente y pasado están ante los ojos de uno mismo, uno vive y camina
enfrentándolo. El futuro es lo que viene después, y que no se conoce porque no se lo ve es
lo que nosotros llamamos futuro. xii
La palabra historia en nuestra conversación fue una equivocación; co-laborando
pudimos aprender las diferencias entre los homónimos, hacer la equivocación relativamente
obvia,y entender no sólo lo que cada uno de nosotros decía, sino aún mas interesante, lo
que no decía. Cuando Nazario decía historia decía también willakuy y no sólo ‘eventos
verificables’—yo no entendía lo primero, sólo lo segundo: Historia. Estábamos hablando
con las mismas palabras que, sin embargo, organizaban mundos distintos que no eran
unidades separadas. Su mundo compartía la historia como yo la entendía, pero además
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Marisol de la Cadena
enfrentaba el pasado y daban las espaldas al futuro—la similitud con el ángel de la historia
de Benjamin parecía evidente. En el cuadro de Klee, soplando desde el Paraíso, una
tormenta, que es el progreso deshace todo a su paso y empuja al ángel hacia el futuro. La
tormenta del progreso también sopla en el mundo de Nazario, destrozando lo que queda en
su camino e impulsándo a la gente—sin nada--al futuro; de hecho, el mundo de Nazario no
es ajeno a esta tormenta y su propuesta de progreso. Pero no todo es igual: a diferencia del
ángel de Klee, en el quechua enfrentar el pasado no significa “mirar atrás”; lo que está atrás
es el futuro y si es progreso, no es hacia él al que se camina. A diferencia de la historia, el
evento que el willakuy narra es mediante la narración, pues es un hecho que no produce
evidencia; el evento de la narración no pertenece al orden de lo empírico (significado) y la
narración no es su representación (significante). La narración es el (modo del) evento
mismo. Parafraseando a Foucault: el willakuy pertenece al orden de la prosa del mundo: las
palabras son las cosas que ellas mismas nombran. Un willakuy no hace diferencia entre
“las marcas y las palabras” y tampoco entre “el hecho verificable y la tradición.” (Foucault
1997 [1968]:42). El willakuy hace el mundo a través de las palabras que pronuncia—las
palabras con las que lo dice las cosas son lo misma—pueblan el mundo a través de la
narración.
Como en el willakuy, las palabras que nombran los seres-tierra los conjuran;
ninguna separación existe entre la palabra Ausangate, palabra, y el, ser-tierra, ningún
relación entre ‘significado’ (ser-tierra) y significante (Ausangate) media entre los dos. De
modo que cuando Nazario me dijo que yo “sería capaz de escribir las historias [que ellos
me narrarían] solo sí el Apu lo quería”, tal vez lo que me decía era que escribir esas
historias era también escribir al ser-tierra—y esto ocurriría sólo contando con la voluntad
del Ausangate. La unicidad entre el nombre y lo nombrado se me hizo obvia—y me
sorprendió--durante una conversación con Nazario cuando, con el fin de hallar un
significado, pregunté que era pukara. La respuesta de Nazario me hizo ver que la palabra
pertenecía a un régimen discursivo distinto al que comúnmente usamos. Me dijo: “esa
forma de hablar [o esa habla] es muy difícil de [explicar] [nichu sasan chay riman], no vas
a entender, y lo que escribas en el papel va a ser algo distinto”. Luego continuó: “pukara es
solo pukara. La roca pukara es pukara, el suelo pukara es pukara, el agua pukara es pukara.
Es una forma diferente de hablar. Pukara no es una persona, un suelo, una roca, un agua
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Marisol de la Cadena
distinta. Es simplemente lo que es: pukara. Es difícil hablar de esto. Nuestra hermana
Marisol querrá saber donde vive pukara, cuál es su nombre—ella dirá que es una persona,
un abismo, una roca, el agua, una laguna. Eso no es. Pukara es una forma distinta de decir,
es difícil de entender [esa forma de decir], no es fácil. Pukara es pukara”.
Gracias a Nazario recuperé una dimensión de la traducción que no había
considerado anteriormente. Al decir ‘pukara es pukara’ me hizo ver que pukara, la palabra,
es siempre lo que dice, la cosa misma que nombra—y no algo distinto, externo a la palabra.
Por supuesto, yo podía comprender el significado de pukara; podía escribir ese significado
en el papel pero lo que yo escribiese no sería lo mismo, no sería pukara. Va a decir algo
distinto [hoq niraymi kanga], me dijo. Por su puesto es posible explicar el significado de
pukara (en quechua, en castellano, y en cualquier otro idioma)—y muchos autores han
definido ‘pukara’. Por ejemplo, Xavier Ricard-Lanatta, un antropólogo franco-peruano, la
palabra se refiere “al lugar donde se hacen pagos…sinónimo de Apú” (Ricard-Lanatta,
2007: 460) xiii Y Ricard está en lo cierto—Nazario tenía tierra pukara, que yo puedo
traducir como el lugar (de tierra) al que él ofrecía los pagos o despachos, o el lugar donde
hacía sus ofrendas. Pero aunque cruzando de manera satisfactoria las barreras lingüísticas,
al mover la palabra a un régime de conocimiento que permite la representación esta
traducción pierde la palabra que es el ser-tierra [pukara]. Traducir en este caso implica el
movimiento de un mundo a otro, en donde “las cosas…no son más que lo que son; las
palabras vagan ala aventura, sin contenido sin semejanza que las llene; ya no marcan las
cosasl duuermen entre las hojas de los llibros en medio del polvo.” (Foucault, ibid:54). Lo
que se pierde en esta traducción no es significado; lo que se pierde en la traducción es el
ser-tierra mismo, es decir el mundo —la forma del ser y de saber-hacer en el cual la
palabra es la cosa misma. El comentario etnográfico no puede juntar las palabras y las
cosas, pero bien puede reconocer la diferencia ontológica entre las palabras y las cosas a
través de la cual ocurren conversaciones. Es decir el comentario etnográfico puede y debe
revelar las inconmensurabilidades que las traducciones cruzan,pero que no pueden
incluir.De esta manera de puede revelar la radicalidad de la diferencia,as´como también el
hecho importante de nuesta inaccesibilidad epistémica. A través de prácticas de traducción
que sean concientes del movimiento ontológico de palabras se gana simetría entre mundos,
y la posibilidad de proponer relaciones políticas éticamente igualitarias.
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Marisol de la Cadena
i Hay mucho que decir acerca de la representación que el Museo realiza de los curadores, de los eventos “tras bambalinas” y de las racionalidades que informaron su realización. Sobre esto escribo en el Episodio Seis. Las palabras de Flores Ochoa son significativas en varios sentidos –me referiré a este asunto más adelante en este episodio. ii Carmona es pariente de Jorge Flores, uno de los colaboradores más reputados de lo que se conoce como Antropología Andina. Así, tras los retratos existe una larga historia de amistad, de intercambio de conocimiento y de complejas jerarquías entre Nazario, Aurelio y Jorge. iii Otros importantes colaboradores en la traducción fueron Margarita Huayhua, Gina Maldonado, y Eloy Neira. iv Benjamin, “Translation For and Against” [Traducción a favor y en Contra] en Walter Benjamin Selected Writings p. 251. v El plural de runa, una palabra quechua que significa persona y que Mariano usaba para referirse a campesinos como él. De manera similar, mistikuna es la forma plural para misti, “una palabra que funciona tanto en español como en quechua para referirse a individuos “educados” quienes por esta razón poseen un rango superior aunque pueden tener orígenes runa. vi Rosalind Gow (1981) caracteriza a Mariano Turpo y a uno de los cuatro políticos más prominentes en el Sur de los Andes: Pablo Zárate Willka, Rumi Maqui, y Emiliano Huamantica. Ella y David Gow (1976) condujeron su trabajo de campo en la comunidad vecina de Pinchimuro y hablaron con Mariano Turpo en varias ocasiones. vii Reátegui, 1977:2 viii Por ejemplo, mientras no hay evidencia escrita de que Ausangate, el mas poderoso ser-de-la-tierra, haya ayudado a la gente local a ganar una batalla también local para el Perú, la evidencia de su participación decisiva en la batalla esta inscrita en el paisaje—en una laguna y en las rocas que rodean el área. Dado los antecedentes de Ausangate en esta guerra, su participación fue convocada para influenciar las decisiones durante la confrontación política en contra del hacendado (ver Episodio Tres). ix Set 03, C7, p.2-3 Desde Cuzco.Enero 2008. x Solo usualmente las mujeres son curacas más allá de sus familias extendidas. xi Agradezco a Cesar Itier y Hugo Blanco por esta conversación. xii Esta imagen tiende a ser identificada con los comentarios de Walter Benjamin sobre “El Angel de la Historia” de Klee (Hylton and Thomson, 2007:150). Yo argumento que hay una diferencia importante: en quechua cuando la gente mira hacia el pasado, no lo enfrentan hacia atrás. Ellos enfrenta lo conocido con la certeza de que esta incorporado y localizado y, por lo tanto, es difícil de separar de ese lugar para convertirse en tiempo abstracto. De nuevo, me referiré a este asunto en el Episodio Cuatro. xiii En su diccionario Quechua-Español-Frances (próximo a publicarse), Cesar Itier escribe: PUKARA (INCA)
1. Hueco cubierto por una losa en una esquina del corral, donde se queman ofrendas. 2. Divinidad del cerro.