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DE FREGE A WITTGENSTEIN: SOBRE LOS NOMBRES Es propio de los filósofos complicar aquello que cae en sus manos, a veces sin suficiente necesi- dad. Ocurre con frecuencia que la atención prestada a objeciones y dificultades oscurece el trabajo origi- nalmente hecho, y los resultados quedan compro- metidos por el deseo de obtener una perfección que quizáno nos esté reservada a los mortales. En las líneas que siguen se pretende hacer ver que tal es el caso de las elucubraciones a propósito de los nombres. Desde la antigüedad el tema de los nombres ha sido examinado por los filósofos. En primer lugar, como un camino para resolver el pro- blema de la significación, ya que el nombre propio dotado naturalmente de significación por la refe- rencia al ente nombrado constituye un modelo muy sugestivo para construir una teoría completa de la significación. Así lo manifiesta el Teeteto de Platón. Por otro lado, el análisis de las proposiciones del lenguaje ha sido parte del análisis filosófico también desde hace bastante tiempo. Es en los últimos siglos, sin embargo, cuando se juntan clasificaciones de proposiciones y análisis de cada tipo con el pro- pósito de rechazar posiciones que a juicio de los así llamados analíticos equivalen a construir castillos en el aire. No son nuevas las clasificaciones detalladas de tipos de proposiciones; ciertamente las encon- tramos en autores antiguos, por ejemplo en un Alberto Magno, quien en sus comentarios a los Ana- liticos Posteriores incluye una larga clasificación de proposiciones (imitatoriae, aperte falsae, mediatae, opinabiles, receptibiles, putabiles, assimilatoriae, pri- mae, sensibles, experimentales ... ) No obstante, la aplicación de análisis de proposiciones a la solución de problemas típicamente filosóficos es relativa- mente reciente, y alcanza en tiempos aún cercanos un desarrollo notable en autores como Frege, RusselI y Wittgenstein. Aparte de estos tres filóso- fos, en quienes la problemática de los nombres ocupa un lugar central, mencionaremos a Lewis CarrolI, autor de Alicia en el país de las maravillas (1865) y A través del espejo (1872). En esta última obra, en particular, aparecen temas relacionados con Luis A. Camacho los nombres, en textos que constituyen una buena ambientación con el asunto. Nuestro trabajo trata de demostrar una hipó- tesis: que el planteamiento seguido en el tema de los nombres, como camino para aclarar el contacto entre lenguaje y realidad, y dentro del cual se encuentra el Tractatus, cae en paradojas casi insal- vables. Al recorrer de nuevo el camino seguido, en particular en el período histórico que mencionamos, nos encontramos con que el planteamiento presu- pone una distinción demasiado tajante entre lo ana- lítico y los sintético, y entre lo que sería objeto de la filosofía en cuanto opuesto a lo propio de las ciencias. Presupone, ademas, un modelo lógico pro- posional y una lógica bivalente en forma predo- minante. Al volver atrás, conviene ante todo tener claro qué es lo presupuesto en el análisis de los auto- res mencionados, para así hacer una lista de posibles caminos alternativos a seguir. Empecemos mencionando la interesante obra A través del espejo, donde se nos presentan algunas peculiaridades de los nombres. Nos encontramos, por ejemplo, a Alicia en una conversación muyani- mada con un mosquito, en la que éste le pregunta a la niña de qué clases de insectos disfruta en el lugar de donde procede. "No disfruto en absoluto de los insectos" -replica Alicia- "porque más bien les tengo miedo, por lo menos a los grandes". "Pero puedo decirte los nombres de ellos". A lo que el mosquito contesta, en forma distraída, que supone que dichos insectos responden a sus nombres. "Nunca imaginé que 10 hicieran" es la respuesta de Alicia, que ya a esta altura del libro ha visto Yoído suficientes cosas extrañas como para no alarmarse ante una más. "¿Para que sirve ponerles nombres" -replica el mosquito, "si no responden a sus nom- bres?" La respuesta de Alicia diríamos que es ins- trumentalista desde el punto de vista del que nombra: los nombres no serán útiles para los mos- quitos y otros insectos, pero sí para las personas que los nombran, que así podrán entenderse. El mos- quito entonces recuerda a Alicia que hay un bosque

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DE FREGE A WITTGENSTEIN: SOBRE LOS NOMBRES

Es propio de los filósofos complicar aquelloque cae en sus manos, a veces sin suficiente necesi-dad. Ocurre con frecuencia que la atención prestadaa objeciones y dificultades oscurece el trabajo origi-nalmente hecho, y los resultados quedan compro-metidos por el deseo de obtener una perfección quequizáno nos esté reservada a los mortales.

En las líneas que siguen se pretende hacer verque tal es el caso de las elucubraciones a propósitode los nombres. Desde la antigüedad el tema de losnombres ha sido examinado por los filósofos. Enprimer lugar, como un camino para resolver el pro-blema de la significación, ya que el nombre propiodotado naturalmente de significación por la refe-rencia al ente nombrado constituye un modelo muysugestivo para construir una teoría completa de lasignificación. Así lo manifiesta el Teeteto de Platón.Por otro lado, el análisis de las proposiciones dellenguaje ha sido parte del análisis filosófico tambiéndesde hace bastante tiempo. Es en los últimos siglos,sin embargo, cuando se juntan clasificaciones deproposiciones y análisis de cada tipo con el pro-pósito de rechazar posiciones que a juicio de los asíllamados analíticos equivalen a construir castillos enel aire. No son nuevas las clasificaciones detalladasde tipos de proposiciones; ciertamente las encon-tramos en autores antiguos, por ejemplo en unAlberto Magno, quien en sus comentarios a los Ana-liticos Posteriores incluye una larga clasificación deproposiciones (imitatoriae, aperte falsae, mediatae,opinabiles, receptibiles, putabiles, assimilatoriae, pri-mae, sensibles, experimentales ... ) No obstante, laaplicación de análisis de proposiciones a la soluciónde problemas típicamente filosóficos es relativa-mente reciente, y alcanza en tiempos aún cercanosun desarrollo notable en autores como Frege,RusselI y Wittgenstein. Aparte de estos tres filóso-fos, en quienes la problemática de los nombresocupa un lugar central, mencionaremos a LewisCarrolI, autor de Alicia en el país de las maravillas(1865) y A través del espejo (1872). En esta últimaobra, en particular, aparecen temas relacionados con

Luis A. Camacho

los nombres, en textos que constituyen una buenaambientación con el asunto.

Nuestro trabajo trata de demostrar una hipó-tesis: que el planteamiento seguido en el tema de losnombres, como camino para aclarar el contactoentre lenguaje y realidad, y dentro del cual seencuentra el Tractatus, cae en paradojas casi insal-vables. Al recorrer de nuevo el camino seguido, enparticular en el período histórico que mencionamos,nos encontramos con que el planteamiento presu-pone una distinción demasiado tajante entre lo ana-lítico y los sintético, y entre lo que sería objeto dela filosofía en cuanto opuesto a lo propio de lasciencias. Presupone, ademas, un modelo lógico pro-posional y una lógica bivalente en forma predo-minante. Al volver atrás, conviene ante todo tenerclaro qué es lo presupuesto en el análisis de los auto-res mencionados, para así hacer una lista de posiblescaminos alternativos a seguir.

Empecemos mencionando la interesante obraA través del espejo, donde se nos presentan algunaspeculiaridades de los nombres. Nos encontramos,por ejemplo, a Alicia en una conversación muyani-mada con un mosquito, en la que éste le pregunta ala niña de qué clases de insectos disfruta en el lugarde donde procede. "No disfruto en absoluto de losinsectos" -replica Alicia- "porque más bien lestengo miedo, por lo menos a los grandes". "Peropuedo decirte los nombres de ellos". A lo que elmosquito contesta, en forma distraída, que suponeque dichos insectos responden a sus nombres."Nunca imaginé que 10 hicieran" es la respuesta deAlicia, que ya a esta altura del libro ha visto Yoídosuficientes cosas extrañas como para no alarmarseante una más. "¿Para que sirve ponerles nombres"-replica el mosquito, "si no responden a sus nom-bres?" La respuesta de Alicia diríamos que es ins-trumentalista desde el punto de vista del quenombra: los nombres no serán útiles para los mos-quitos y otros insectos, pero sí para las personas quelos nombran, que así podrán entenderse. El mos-quito entonces recuerda a Alicia que hay un bosque

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cerca, en el valle, donde las cosas no tiene nombre.Sería muy interesante -argumenta entonces ciinsecto- que Alicia se las arreglara para volver a sucasa sin nombre, pues entonces no podrían llamarlapara sus lecciones. "No serviría de nada, ya se encar-garían de llamarme de alguna otra manera". Poste-riormente, en el bosque donde las cosas no tienennombre, resulta que Alicia encuentra un venado, yambos han olvidado sus respectivos nombres, comoera de esperar. Mientras caminan juntos por elbosque todo sale bien, y se entienden uno con elotro. Pero cuando salen del bosque de pronto elvenado recuerda el nombre del ser que lo acompaña,el nombre a su vez le hace ver que se trata de algopeligroso para el animal. Este se alarma, da un gransalto, y se aleja huyendo. En estas dos referenciasencontramos, primero, el carácter funcional de losnombres para referirnos a cosas existentes de talmodo que estando presente aquello que es nombra-do incluso si el nombre desaparece habrá necesidadde inventarse otro. En segundo lugar, la escena delbosque donde se olvidan los nombres afirma que losnombres tienen sentido (connotación) y no solo re-ferencia (denotación), puesto que conociendo elnombre el venado se aleja de aquel ser que espontá-neamente consideró confiable.

Connotación y denotación: he aquí el modode plantear el problema de la significación y, portanto, de los nombres. No es, sin embargo, el modoo planteamiento originario. Detrás de todo esto seencuentra algo más básico: ¿cómo es posible que através del lenguaje podamos alcanzar la realidad? Siel lenguaje habla de la realidad, ¿en qué punto delmismo entramos en contracto con el mundo?Puesto que la teoría clásica enfoca los nombresdesde el punto de vista de la denotación, parecelógico concluir que el significado de un nombrepropio es simplemente aquello cuyo lugar ocupa.Todos sabemos la objeción estandar: ¿qué ocurrecuando no corresponde nada actualmente existenteal nombre utilizado? Sigue éste siendo un nombre,y en tal caso, de qué es un nombre? La trayectoriafilosófica que va del Teeteto hasta Russell y elTratactus insiste en el carácter primario de la deno-tación en el nombre, como fundamento del lenguajeque puede llegar hasta la realidad objetiva. Ante laobjeción anterior, la solución más simple consiste enatribuir el noble carácter de nombre a unos pocoscandidatos muy cualificados, negándolo a la in-mensa mayoría de los así llamados nombres en ellenguaje ordinario.

En Stuart MilI el planteamiento es igualmentef,

clásico al respecto: los nombres solo tienen deno-tación, no connnotación. Habría que buscar entonoces los verdaderos nombres. Pero incluso si los en-contramos aún siguen presentándose problemas.Uno de ellos es el de la identidad. Si solo tenemosdenotación, ¿qué estamos haciendo cuando afir-mamos la identidad de dos cosas, cuando decimosa=b, y ambos términos son nombres? De ahí queFrege, que analizó detenidamente la identidad e in-trodujo su elaborada distinción entre Sinn yBedeutung en el contexto de la distinción entre laidentidad tautológica y la fáctica, prefiera darle unimportante vuelto al asunto. Además de nombres yde objetos a los que aquellos se refieren es necesarioestablecer firmemente el sentido (Sinn}, en virtuddel cual, y solo en virtud del cual, un nombre serefiere a los objetos. Mientras que en la teoría refe-rencial de los nombres, lo primero -y ojalá loúnico- que hacen estos es nombrar, en Frege loprincipal es describir y lo secundario nombrar. Todonombre tiene sentido esencialmente; tienen refe-rencia, además, si y solo si hay un objeto que satis-faga ese sentido. En Frege las proposiciones tambiéntienen referencia y son considerados, por consi-guiente, como nombres. En su obra Consideracionessobre el sentido y la referencia (1892-1895) nos diceque la mencionada distinción puede aplicarse o biena nombres propios o bien a términos conceptuales.La referneica de un nombre propio es el objeto de-signado. Los nombres propios pueden reemplazarse sitienen la misma referencia.

Se ha intentado asustar a Frege y los fregeanosinvocando el fantasma de las ideas platónicas. Elargumento es más o menos el siguiente: si losnombres tienen referencia, y las proposiciones sonnombres (Frege incluso postula la existencia de 'LoVerdadero' y 'Lo Falso' como referente de propo-siciones), entonces habría que buscar referente -enel sentido estricto del término- a otras partes de laoración: verbos, preposiciones, adjetivos, adverbios,conectivas lógicas. Puesto que por otro lado el psi-cologismo es considerado igualmente vitando, la sali-da fácil de colocar la referencia en conceptos oimágenes de la memoria queda exluída antes de queel filósofo se atreva a mencionarlo.

En cuanto al Tractatus, recordemos que lanoción de nombre va íntimamente asociada a la deobjeto. El paralelismo es constante: así como losobjetos se combinan en los hechos, así los nombressolo nos aparecen en proposiciones. Y así como lasproposiciones expresan hechos, así los nombres serefieren a objetos. Los objetos son la sustancia del

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mundo, aun cuando el mundo como tal es la tota-lidad de los hechos. Los nombres hacen posible ellenguaje, aun cuando nunca se den sino en propo-siciones, que por lo demás no son simples agregadosde nombres. Las proposiciones no son nombres; loshechos no son objetos.

Por la época del Tractatus Bertrand Russelldedicó su atención al tema de los nombres. Es difícilprecisar las diferentes direcciones de la mutuainfluencia Russell-Wittgenstein: sin duda elTractatus produjo gran impresión en Russell, pero asu vez Wittgenstein había quedado muy impre-sionado por su profesor de Cambridge. Russell,como de costumbre, combina varios problemas im-portantes. Por un lado el del método: de qué modoel análisis filosófico, que empieza tratando el modocomo los seres humanos hablan del mundo, puedellegar a hacer alguna afirmación acerca de esemundo. Por otro, el de la relación entre lenguaje yconocimiento, Russell volcó su atención hacia losnombres propios después de rechazar el carácteraparentemente nominativo de descripciones defi-nidas. En la búsqueda de lo que fundamente elcarácter objetivo del lenguaje, la primera impresiónes que los nombres propios no comportan ningúncarácter descriptivo. Pero es solo una impresión,pues Russell muestra que nombres propios talescomo 'Aristóteles' son en realidad descripciones de-finidas ocultas. Si los nombres propios del lenguajeordinario no tienen el lugar privilegiado que se lesquería atribuir, entonces quizá haya otro tipo denombres. Veamos entonces qué ocurre con losdemostrativos del lenguaje, cuya función es apuntarhacia algo que se quiere mostrar, y de cuyo carácternominativo nadie podría dudar. Fundamentar elcarácter objetivo del lenguaje y el alcance real delconocimiento será entonces más fácil. La bús-queda termina pronto,. pues enseguida "esto" y"aquello" aparecen como los candidatos más lógi-cos. Nombres propios lógicos, es la designación queRusell utiliza con "'this" and "that'" en inglés.

Dos problemas surgen entonces: (1) "esto" y"aquello" no nos llevan muy lejos, pues es dema-siado poco para construir tanto como habría queconstruir, y (2) uno siempre podría preguntar"¿esto y aquello qué?", con lo que volvemos alpunto inicial, a saber, el asunto del referente de unnombre cuya existencia ni siquiera se pueda dudar yque, por tanto, garantice el carácter nominativo deciertas partículas del lenguaje mediante las cualeséste se conecta -se ancla, para decirlo poética-mente- en la realidad que nos circunda. La res-

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puesta de Russell a la segunda pregunta, o problema,es bien conocida: el referente inamovible del "esto"y "aquello" son los datos de los sentidos, a partir delos cuales se construyen los objetos, bien sea comoconstrucciones lógicas, o como inferencias hipo-téticas para explicar la experiencia.

Aunque la solución de Russell es brillante, nopor eso es perfecta. Un nuevo fantasma aparece enescena: el muy temido solipsismo, con cuya com-pañía pocos filósofos querrían vivir.

Volvamos al Tractatus. Podemos comprendermejor ahora la sofisticación de una de las obras másdifíciles de entender. Por un lado tenemos objetos,en cuya esencia están sus posibles combinaciones enhechos, y por otro los nombres, cuyo referente sonlos objetos. Sin embargo, Wittgenstein no nos dicenada acerca de cómo identificar los objetos. Muchose nos dice acerca de su papel y sus relaciones, peroel lector no encuentra en ningún momento unejemplo de objetos, ni criterio alguno que él puedautilizar para exlcamar gozoso algun día: "Eureka, heaquí un objeto de los que nos habla el Tractatus:"Wittgenstein tiene claro que nada sacamos condecir "esto" y apuntar a algo, así sin más. No po-dríamos saber a qué nos estamos refiriendo. Losnombres no tienen un uso fuera de las proposicionesy otro dentro de éstas -no se cansa de decir- sinoque solo pueden usarse en el contexto de las propo-siciones, del mismo modo que los objetos no tienenuna existencia fuera de los hechos y otra dentro deéstos. Entendemos una proposición incluso si nuncala hemos oido antes (y, por esto, Frege no tienerazón cuando asimila las proposiciones a nombres)y, por consiguiente, de alguna manera tenemos queestar familiarizados con el referente de los nombrespara poder manejar las proposiciones que nos hablande los hechos cuya totalidad es el mundo. ¿Cómopodemos entonces alcanzar esa requerida familia-ridad? Mediante las dilucidaciones, que no son des-cripciones definidas, ni definiciones ostensivas. Dilu-cidaciones son proposiciones, en cierto modo primi-tivas, en las que los nombres son usados más bienque mencionados. La identificación de la referenciade los signos primitivos de los nombres y la com-prensión de las dilucidaciones no son dos pasos epis-temológicamente diferentes, sino uno solo. En elmomento en que comprendemos el sentido de unaproposición, en ese momento sabemos a qué se re-fieren los nombres, aun cuando no nos topemos enel mundo con los objetos referidos.

Los nombres son signos primitivos (3.26), sonsignos simples (3.202), son símbolos simples

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(4.241), no se pueden analizar (3.26), no se puedendefinir (3.261), no pueden expresar el sentido(3.42), son indispensables para describir el mundo(5.526); las proposiciones elementales son combina-ciones de nombres (4.22) pero no se reducen anombres; los nombres solo tienen significado en elcontexto de las proposiciones (3.), entran en las pro-posiciones en una forma que describe así: "elnombre se encuentra en las proposiciones solo en elcontexto de la proposición elemental" (4.23); seme-jan puntos (3144) y tienen relación con variales(3.314). Al usarlas dilucidaciones para captar la uti-lización de los nombres parece que debe haber un<grupo de proposiciones sobre cualquier objeto cuyaverdad deba ser aceptada·por quien habla del objeto,o por lo menos un conjunto de gestos que indique laaceptación de dicha verdad. Por otra parte, si toma-mos en serio la opinión del Tractatus de que losnombres no pueden ser analizados más, entoncesuna afirmación de identidad no puede referirse a losobjetos sino que más bien es una manera de indicarcómo usar los nombres. Por eso, la identidad de unobjeto al que se refiere un nombre no puede serafirmada antes de la utilización de dicho nombre enuna proposición, ni tampoco antes de ponemos de

I acuerdo en cuanto a la verdad de alguna de dichasproposiciones. El uso del nombre es lo que nos da laidentidad del objeto, más bien que viceversa.

Russell y Wittgenstein nos han llevado a dosparadojas:

(1) Después de tomar los nombres propioscomo modelo para construir la teoría del signifi-cado, y después de analizar qué condiciones debatener un término del lenguaje para ocupar el lugarprivilegiado que parecen ocupar dichos nombrespropios, llegamos justamente a la conclusión de que

I los nombres porpios no reúnen tales condiciones.(2) Si se buscan referentes que garanticen la

verdad o falsedad del lenguaje dotándolo previa-mente de significado, al estilo como lo hace elTractatus, y se concibe esta empresa como una tareaanalítica previa a toda investigación empírica, acaba-mos entonces en el terreno misterioso de los objetosdel Tractatus, cuya realidad es tan indispensable queni siquiera se podría plantear el problema de su exis-tencia, ya que todo planteamiento lingüístico deeste tipo presupone entender el significado de lostérminos, el cual en definitiva proviene de los obje-tos.

¿Qué ha fallado en estos análisis?Sabemos que nombramos cosas por muchas y

variadas razones, pero también sabemos que esta

tarea se nos impone porque nos encontramos en unmundo cuya realidad se nos impone. Incluso si desa-parece el referente concreto de un nombre, no poreso desaparece el uso (Wittgenstein ya hizo notareso en Investigaciones filosóficas): sabemos tambiénque poseemos algo llamado memoria, que permite lautilización de los nombres aun cuando no estén pre-sentes los referentes. No nos preocupamos de que senos diga que esto es psicologismo; quizá un ciertogrado de psicologismo es inevitable. Más aún: no setrata de psicologismo versus lógica, sino más bien deinvestigaciones con contenido empírico versus elo-cubraciones formales a prori. Si Wittgenstein nohubiera mantenido en el Tractatus que la filosofía espuramente análisis, que no da lugar a proposicionespropias, hubiera sucumbido a la tentación -muyprovechosa para nosotros- de dar ejemplos o por lomenos criterios para ejemplificar objetos. Si hubieratenido una concepción de la filosofía como con-junto de teorías e hipótesis muy generales acerca deluniverso, otra suerte hubieran corrido sus miste-riosos pero fascinantes objetos. Los objetos funda-mentan los nombres; los hechos, las proposiciones.Estas tienen que ser verdaderas o falsas ("fijan elmundo en sí o en no") y nuestro conocimiento seextiende por conectivas lógicas que dan lugar a com-plejos unidos por funciones feritativas. El modelo dela lógica proposicional, perfectamente tautológica,hace pagar un alto precio al análisis filosófico, puesle impide decir algo no tautológico acerca de losobjetos.

Quizá no sea necesario identificar de una vez ypara siempre los referentes de los nombres. Tal vezla afirmación de que el lenguaje nos permite hablarde un mundo real que tienen sus propias exigenciasobjetivas no implica la necesaria búsqueda de unaclase privilegiada de términos cuyos referentespuedan mostrarse de un modo definitivo. Además,la complejidad empírica de los lenguajes debe incluiraspectos socio-económicos que los análisis anterioresolvidan. Ciertamente estos aspectos quedan ex-cluídos a priori por el carácter del análisis llevado acabo, pero esta caracterización depende en granmedida de una diferenciación demasiado tajanteentre lo que hace el filósofo y lo que hacen loscientíficos.

Algo así fue lo que motivó el paso delTractatus a las Investigaciones; tal vez algo de estohaya en el paso de Russell de su atomismo lógico alas posiciones posteriores en su larga vida.

En cuanto a nosotros, instintivamente comoprendemos que algunos seres como los insectos no

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responden a los nombres que les damos, mientrasque otros como los gatos y los perros sí lo hacen;también comprendemos que si perdiéramos nuestrosnombres no podríamos eludir la responsabilidad.

Más aún, comprendemos que no bastaría olvidar losnombres de las cosas para olvidar las propiedades delas mismas, así como tampoco bastaría con cambiarlos nombres para cambiar la realidad que nos rodea.