la ciencia, el lenguaje y el mundo, según wittgenstein

Upload: sara

Post on 06-Jul-2018

224 views

Category:

Documents


1 download

TRANSCRIPT

  • 8/17/2019 La Ciencia, El Lenguaje y El Mundo, Según Wittgenstein

    1/5

    University of the Basque Country UPV/EHU)

     La ciencia, el lenguaje y el mundo, según WittgensteinAuthor(s): MIGUEL SÁNCHEZ-MAZASSource: Theoria: An International Journal for Theory, History and Foundations of Science , Vol. 2, No. 7/8 (JULIO 1954), pp. 127-130

    Published by: University of the Basque Country (UPV/EHU)Stable URL: http://www.jstor.org/stable/23912806Accessed: 18-04-2016 15:20 UTC

     

    Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at

    http://about.jstor.org/terms

     

    JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted

    digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about

    JSTOR, please contact [email protected].

    University of the Basque Country (UPV/EHU)  is collaborating with JSTOR to digitize, preserve andextend access to Theoria: An International Journal for Theory, History and Foundationsof Science 

    This content downloaded from 163.178.101.228 on Mon, 18 Apr 2016 15:20:43 UTCAll use subject to http://about.jstor.org/terms

  • 8/17/2019 La Ciencia, El Lenguaje y El Mundo, Según Wittgenstein

    2/5

     La ciencia, el lenguaje y el mundo,

     según Wittgenstein n

     Por MIGUEL SÁNCHEZ-MAZAS

     Podríamos definir el pensamiento de Wittgenstein

     —de un modo paradójico, pero exacto— diciendo que

     es un pensamiento profundamente irónico, a fuerza

     de ser lógico; evasivo y escéptico, a fuerza de ser

     desesperadamente consecuente; y que acaba en una

     filosofía de la soledad, precisamente por haber que

     rido estar demasiado apegado a los objetos, a los

     hechos observables, a los puros datos de la expe

     riencia.

     Su propósito fundamental fué, al parecer, deste

     rrar de la ciencia todo rastro de apriorismo y de me

     tafísica; sin embargo, sus discípulos, los seguidores

     del sistema wittgensteiniano, encontraron en la obra

     del maestro precisamente demasiada metafísica y

     demasiado apriorismo, y por esta razón terminaron

     separándose. ¿Cuál es —se preguntará— el último

     sentido de la filosofía de Wittgenstein? ¿Cuál es,

     en definitiva, su mensaje? Negar todo sentido y va

     lor científico a la filosofía misma, responderemos.

     Hacer imposible, incluso, toda ciencia con valor in

     terpersonal, toda ciencia que no sea la que puede

     hacer una mismo, aislado, sin comunicación con los

     demás. El saber filosófico es inexpresable. De lo que

     no se puede hablar es preciso guardar silencio. Esta

     viene a ser la conclusión, la última sabiduría de la

     obra, y, a veces, no nos explicamos bien si estamos

     ante un lógico y matemático occidental —ante un ri

     guroso positivista europeo maestro de tantos positi

     vistas— o ante un enigmático sacerdote de una de

     las religiones del Oriente.

     A pesar de ello, el filósofo de Viena ha influido

     decisivamente, con sus precisos y sutiles análisis

     del lenguaje científico, toda la moderna concepción

     antimetafísica de la ciencia. Es difícil decir cuánto

     le deben, por un lado, Bertrand Russell, que fué, en

     un principio, su maestro, para acabar siendo, en cier

     to modo, su discípulo, y, por otro, los neopositivis

     tas, desde Carnap a Neurath, y, en determinados

     puntos esenciales de lógica, hasta algunos de los

     principales representantes de la fenomenología, como

     Oscar Becker e incluso Edmundo Husserl.

     Muy pocos han leído, desde luego, el Tractatus Lo

     gico-Philosophicus a partir del año 1922, en que

     apareció en Londres. Bastantes lustros más tarde,

     Russell decía aún, con su característico humor, que

     creía ser una de las dos únicas personas que habían

     estudiado a fondo la obra wittgensteiniana: la otra

     era, como en seguida se comprenderá, Wittgenstein

     mismo.

     Nacido en Viena en 1889, y muerto hace apenas

     tres años, el fundador del positivismo lógico, miem

     bro de una de las más aristocráticas familias de

     Austria, trabajó mucho en Cambridge con su amigo,

     el lord filósofo, a quien comunicó geniales observa

     ciones sobre las proposiciones analíticas y los fun

     damentos de la matemática y de la lógica.

     Un buen día, cuando estaba en lo mejor de tales

     estudios, a punto de definir formalmente la tautolo

     gía, es decir, aquella proposición que es verdadera

     en virtud de su sola forma, Bertrand Russell le per

     dió de vista. Al final de su conocida Introducción a

     la filosofía matemática, publicada en 1919, dedica

     al colaborador ausente esta breve nota: La impor

     tancia de la tautología para una definición de la ló

     gica y de la matemática me fué señalada por mi pri

     mer discípulo, Ludwig Wittgenstein, que trabajaba

     en torno a este problema. No sé si lo habrá resuelto,

     y ni siquiera si está vivo o muerto. Tres años des

     pués obtenía el filósofo cumplida respuesta a estas

     dos cuestiones, pues apareció el Tractatus Logico

     Philosophicus, sembrando profundo desconcierto en

     el mundo de la ciencia: y traía la señal evidente de

     que Wittgenstein seguía vivo y había resuelto, ade

     más, el problema.

     En Russell influyó tanto su solución, que dió un

     brusco golpe de timón a su concepción filosófica,

     como puede comprobarse examinando las profundas

     rectificaciones que muestra la segunda edición de su

     libro monumental Principia Mathematica —escrito

     en colaboración con Whitehead— respecto de la pri

     mera edición. Esta es del año 1910 y aquélla del

     1925. Entre ambas —1922— vió la luz el Tractatus.

     Hasta Wittgenstein, en rigor, según señala Wein

     berg en su famosa Introducción al positivismo lógi

     co, no se alcanzó un esclarecimiento completo de la

     naturaleza de las proposiciones analíticas, cuestión

     situada en el primer plano de la atención filosófica

     desde Leibniz. En las últimas páginas de la obra

     de Husserl Fórmale und traszendentale Logik, una

     nota de Oscar Becker recoge la concepción wittgens

     teiniana de la tautología y de la contradicción, po

     niendo de relieve sus conexiones con la filosofía del

     mismo Husserl y su excepcional singularidad dentro

     de la lógica. Una proposición tautológica es a limine,

     verdad, como una contradictoria es a limine, false

     dad, dice Husserl. Pero sólo a través del estudio de

     (*) Nos referimos aquí exclusivamente al pensamiento

     expuesto por el filósofo en su obra fundamental Tractatus

     Logico-Philosophicus , prescindiendo de obras posteriores.

    This content downloaded from 163.178.101.228 on Mon, 18 Apr 2016 15:20:43 UTCAll use subject to http://about.jstor.org/terms

  • 8/17/2019 La Ciencia, El Lenguaje y El Mundo, Según Wittgenstein

    3/5

     128THE RA

     las funciones de verdad, realizado por la lógica ma

     temática, pudo darse una explicación satisfactoria de

     qué sentido tenía esto.

     En España puede decirse que, salvo raras excep

     ciones, no se conoce apenas a Wittgenstein, ni en los

     medios matemáticos ni en los filosóficos. Por lo me

     nos nadie le ha dedicado aquí, que yo sepa, no digo

     un estudio serio, sino ni siquiera una página expo

     sitiva (*), si exceptuamos dos artículos aparecidos

     en el año 1952. Uno, vivo y periodístico, de Eugenio

     d'Ors, en un diario de Madrid, y otro, más extenso

     y detallado, de Raimundo Drudis, enviado desde Aus

     tria y aparecido en el número 2 de Theoria. En el

     índice de la Revista de Occidente, que estaba tan en

     contacto, según se dice, con todas las corrientes filo

     sóficas europeas, particularmente germanas, por los

     años en que se publicó el Tractatus Logico-Philoso

     phicus, no aparece tampoco el nombre de Wittgens

     tein, ni se reseñó jamás su célebre libro, una de las

     más importantes contribuciones de este siglo al pen

     samiento lógico.

     Bien es verdad que no es fácil entender ia concep

     ción de la ciencia, del lenguaje y del mundo del fun

     dador del positivismo lógico. ¿Por qué razón? Su

     aparato deductivo, tan estricto que no deja hueco,

     su densa malla formal de raciocinios, no es, en rea

     lidad, lo más difícil. Pero hay un transmundo detrás

     de la tela superficial de proposiciones encadenadas;

     hay toda una visión metafísica, o acaso mística, en

     el fondo de su sistema, oculta bajo los problemas

     formales. Wittgenstein no es, en modo alguno, un

     formalista, como los restantes científicos del grupo

     vienés, como los actuales neopositivistas, por ejem

     plo, Carnap. La lógica se basa en él en una metafísi

     ca anterior a ella, explícita o no, al igual que ocurría

     en Leibniz. El análisis lógico pretende adoptar una

     forma autónoma, pero está secretamente guiado

     —no obstante— por un sentir del mundo, previo,

     y acaso subconsciente. ¿Cuál es en este caso ese sen

     tir del mundo? No es sencillo explicarlo. Tal vez

     sea que el ser del universo es un radical misterio,

     tanto para la ciencia como para la filosofía; que, en

     realidad, no se capta, por medio del conocimiento,

     unidad alguna; a través de la experiencia llegan al

     hombre hechos atómicos, independientes, y el hom

     bre les da una estructura por medio del lenguaje;

     el orden universal es una apariencia cuyo fundamen

     tar es, en el fondo, sintáctico, lingüístico; y no tiene

     sentido un estudio que pretenda rebasar la esfera

     de la experiencia desnuda y la barrera del lenguaje

     en busca de una realidad situada más allá. Toda

     proposición que no tenga la forma de referirse a los

     hechos de experiencia carece de sentido, así como

     todo estudio que pretenda desembarazarse de la ti

     ranía del lenguaje analizándolo e interpretándolo.

     No hay más que un lenguaje, y no puede referirse

     a sí mismo, volverse sobre sí mismo, tomarse como

     objeto. Esto no tendría sentido. No cabe, científica

     mente, más que dirigirse a los hechos; cualquier ac

     titud reflexiva, de segundo grado, cualquier investi

     gación acerca de la ciencia en su relación con la

     realidad —así son todas las investigaciones filoso

     ficas—, es anticientífica. La misma, relación entre

     ciencia y hechos es inexplicable. Se da, pero no se

     explica. Finalmente, incluso el estudio realizado por

     Wittgenstein en su Tractatus, no tiene, a su juicio,

     sentido propiamente científico. Es un intento de es

     clarecimiento, pero no debe tomarse como se toma

     ría un sistema de proposiciones científicas; de he

     cho, no se puede hablar acerca de lo que estamos

     hablando —dice— con pretensión de fundar una

     ciencia acerca de la ciencia; en el fondo, mi obra no

     tiene sentido alguno, es un sin-sentido, concluye, iró

     nicamente, el autor.

     El rigor científico lleva, pues a Wittgenstein al

     escepticismo, la lógica estricta a la ironía que des

     ata suavemente los nudos que pretendió atar el pen

     samiento deductivo, en su intento de apresar la rea

     lidad. La ciencia positivista, deseando fundamentar

     se sólidamente a sí misma, se resuelve en humo.

     ¿Será capaz de hallar otro camino eficaz, como ase

     guran los nuevos fisicalistas? No es fácil que des

     pués del fracaso de Wittgenstein, más profundo

     que todos ellos, lo logren. ¿Ha venido entonces la

     obra wittgensteiniana a mostrar, en definitiva, la

     necesidad de una metafísica fundamental para la

     ciencia? No nos sentimos hoy con fuerzas para con

     testar a tan ingente problema.

     En estas concisas observaciones acerca de la acti

     tud espiritual del filósofo de Viena, se comprende,

     sin embargo, que lo difícil no es entender su siste

     ma en superficie, o sea a lo largo y a lo ancho de las

     cadenas formales de razonamientos, sino en profun

     didad, según la tercera dimensión que da sentido a

     éstos, o acaso según la cuarta dimensión, que sólo

     explica la propensión mística, la mentalidad teoló

     gica, profundamente arraigada en Wittgenstein como

     en tantos filósofos y aun matemáticos germanos, de

     Leibniz a Cantor, y, sobre todo, en la gran tradición

     filosófica austríaca, que pasa por Bolzano y Bren

     tarlo.

     ¿Recordáis aquella brillante, aquella bellísima

     contraposición de Blas Pascal entre dos estilos es

     peculativos, entre dos maneras fundamentales de

     situarse en el conocimiento? A un lado, esprit de fi

     nesse, espíritu de sutileza, de finura, de poesía. Al

     otro, esprit de géométrie, espíritu geométrico, deduc

     tivo, lógico. A la vuelta de tres siglos, que han con

     templado el despliegue de la filosofía more geométri

     co, o sea al modo de la geometría —el racionalis

     mo—, así como el de las filosofías que podríamos

     llamar more historico y more poético, aún esta fa

     mosa intuición pascaliana tiene un valor. Hace po

     cos años, Pius Servien, un rumano dedicado a la ló

     gica y a la estética matemática, distinguía dos polos,

     dos dominios extremos del lenguaje, que llamaba,

     respectivamente, lenguaje científico y lenguaje líri

     co. El carácter distintivo del primero reside, según

     explica Servien, en Le langage des Sciences, en el

     hecho de que toda proposición científica tiene siem

     pre otras proposiciones equivalentes, mientras que

     en el lenguaje lírico esto no ocurre. A su juicio, la

     posibilidad de una ciencia estética se justificaría en

     el estudio del lenguaje lírico expresado en el lengua

     je científico. ¿Qué diría ante este intento Witt

     genstein? Opinaría justamente lo contrario. Afirma

     ría que no solamente no cabe expresar en lenguaje

     científico una teoría del lenguaje lírico, sino que

     (*) Poco después de escrito este artículo me llegan, uno

     tras otro, los magníficos trabajos publicados sobre Wittgens

     tein —en el extranjero— por José Ferrater Mora, uno de

     los cuales traducimos en este número.

    This content downloaded from 163.178.101.228 on Mon, 18 Apr 2016 15:20:43 UTCAll use subject to http://about.jstor.org/terms

  • 8/17/2019 La Ciencia, El Lenguaje y El Mundo, Según Wittgenstein

    4/5

     THE RA129

     tampoco cabe hacerlo con una teoría del lenguaje

     científico mismo, y que necesariamente todo estudio

     acerca del lenguaje, siendo de segundo grado, tiene

     un carácter esencialmente lírico. He aquí cómo, al

     final de la trayectoria del esprit de géométrie, cuan

     do el rigor formal llega a su término, reaparece,

     de nuevo, la necesidad de un esprit de finesse para

     interpretarlo y criticarlo, de un espíritu de sutileza,

     de ironía, de poesía, que en Wittgenstein se vincula

     misteriosamente con el primero. Su propia obra es

     lírica, mientras que la obra, en cierto modo parale

     la, de carnap, Logische Syntax der Sprache, tiene

     una pretensión científica. A juicio de este filósofo,

     cabe, en efecto, un lenguaje científico y un meta

     lenguaje, también científico, encargado de establecer

     las reglas lógicas a las que aquél debe estar some

     tido. El problema entonces es Quis custodet ipsos

     custodes? Si el meta-lenguaje es también de carác

     ter científico, ¿no necesitaría a su vez un mela

     meta-lenguaje que establezca las reglas a que debe

     obedecer, y así sucesivamente hasta lo infinito?

     Para escapar a este peligro de infinitismo lingüístico

     que derrumbaría el edificio, Carnap incluye el meta

     lenguaje dentro del lenguaje de primer grado, como

     una de sus partes, que establece leyes valederas para

     el todo, comprendiéndose a sí mismo. Pero las difi

     cultades son insuperables, porque el sentido de una

     proposición científica, y los mismos términos, debe

     rían entenderse en uno y en otro lenguaje de dife

     rente modo, o sea, tomarse en suposición diferente.

     Se comprenderá esto en el caso de la meta-mate

     mática, o sea de la ciencia cuya misión es establecer

     las reglas generales para el uso correcto de los tér

     minos que intervienen en la construcción de las teo

     rías matemáticas. Ahora bien: esta ciencia, que se

     supone más allá de la matemática, es ella misma una

     teoría matemática, e incluso puede tomar una forma

     aritmética, como han mostrado Godel y Hilbert con

     sus aritmetizaciones de la meta-matemática. Pero,

     en este caso, el sentido de los términos y de los sig

     nos aritméticos con que está construida dicha teoría

     no es el mismo que aquel que tales términos y sig

     nos tiene en su uso ordinario: es verdad que las re

     glas formales a que obedecen son las mismas en

     uno y en otro caso, pero hay una diferencia mate

     rial en cuanto que se emplean en planos esencial

     mente distintos y para fines distintos. Esta diferen

     cia no la puede tener en cuenta una meta-matemá

     tica formal. Si se quisiera tenerla en cuenta, habría

     que salir fuera del campo matemático, porque el len

     guaje de la matemática no es lo suficientemente rico

     como para poder decir en él todo lo que interesa es

     tablecer de un modo científico para fundamentar la

     matemática misma.

     Tratando ahora de la fundamentación de la cien

     cia entera, pueden resumirse las posibilidades gene

     rales de este modo

    1. Establecer los fundamentos de la ciencia por

     medio de un lenguaje exterior a la ciencia misma,

     cuyos términos le sean ajenos y lógicamente ante

     riores. Estos términos pertenecerían a un saber de

     distinto tipo, por ejemplo, la metafísica en unos ca

     sos y la lógica material en otros —la filosofía en

     general—, capaz de auto-fundamentarse con sus

     propios términos, por exigir un tipo de rigor abso

     lutamente diferente al formal y recurrir a las evi

     ciencias últimas (o bien podría no considerarse nece

     sario fundamentar la metafísica). Esta es, en gene

     ral, la solución tradicional que hoy no se sigue por

     los científicos a causa de la voladura de la mayor

     parte de los puentes entre lenguaje metafísico y len

     guaje científico.

     2. Negada la metafísica, cabe que la ciencia in

     tente auto-fundamentar se, apoyándose en una de sus

     partes, por ejemplo, la sintaxis lógica. Para esto

     pueden, teóricamente, tomarse varios caminos: o

     bien esta lógica se funda en otra segunda, ésta en

     otra tercera y así sucesivamente, con lo cual ten

     dríamos la antinomia de que una ciencia, para estar

     perfectamente fundada, necesitaría contener infini

     tas teorías, o también la sintaxis lógica tiene una

     forma tal que ,al mismo tiempo, establece las reglas

     de la ciencia entera y las suyas propias; pero esto

     sólo puede hacerlo, en rigor, en cuanto al aspecto

     formal. En cuanto al material, sin embargo, es ne

     cesario agregar a la ciencia una semántica. —en el

     sentido de Tarski— capaz de establecer el signifi

     cado de los términos, más allá de la esfera formal,

     en la cual adquieren un valor meramente operativo y,

     a la vez, una pragmática que dé aquellas indicacio

     nes necesarias para el recto uso de los términos rela

     tivamente a la situación del sujeto que los está usan

     do. Ahora bien, tanto esta semántica como esta prag

     mática quedarían sin una fundamentación estricta.

     Esta es la solución, no obstante, a que se dirigen hoy

     los principales esfuerzos neo-positivistas.

     3. También es posible negar que la ciencia nece

     site justificarse por medio de una fundamentación

     rigurosa y adoptar el criterio de que en el desarrollo

     dialéctico de la ciencia acaban siempre triunfando e

     imponiéndose los conceptos más eficaces, más idó

     neos a su ulterior desarrollo, gracias a una conti

     nua adaptación mutua de teoría y experiencia. Esta

     tesis dialéctica e idoneísta es actualmente defendida

     por el filósofo suizo Gonseth, y también Bachelard

     está, en parte, en el mismo orden de ideas. En

     cierto modo, viene a ser la concepción biológica de

     la selección natural, aplicada a los conceptos cientí

     ficos. La filosofía se reduciría en este caso al estudio

     de las leyes y caracteres de la dialéctica científica.

     4. Finalmente, también es posible la solución

     dada por Wittgenstein. La ciencia no puede funda

     mentarse rigurosamente ni en sí misma ni en la

     filosofía. Ninguna reflexión sobre la ciencia será

     científica. La filosofía podrá tener un papel de es

     clarecimiento relativo del lenguaje científico. Pero

     este papel no está sometido a leyes, no tiene un len

     guaje preciso, es un mero hacer, una actividad,

      eine Tátigkeit , sin sentido exacto desde un punto

     de vista teórico. Es como un desahogo inconexo del

     espíritu del hombre, un intento, siempre fracasado,

     por vencer lo que es esencialmente inexpresable, in

     comunicable.

     La ciencia, sin embargo, tiene para Wittgenstein

     un sentido bien definido. Sus proposiciones no van

     en ningún caso más allá de la esfera empírica. Aho

     ra bien: es preciso explicar en qué consiste un co

     nocimiento absolutamente empírico; demostrar, ade

     más, que la tesis empirista es verdadera, o sea que

     toda metafísica que afirma una realidad subyacente

     a los fenómenos físicos es falsa o carece de sentido;

    This content downloaded from 163.178.101.228 on Mon, 18 Apr 2016 15:20:43 UTCAll use subject to http://about.jstor.org/terms

  • 8/17/2019 La Ciencia, El Lenguaje y El Mundo, Según Wittgenstein

    5/5

     13 THEORA

     manifestar cuál es la relación entre experiencia y

     lenguaje científico; establecer el lenguaje adecuado

     a una ciencia empirista y poner en claro, finalmente,

     cómo es posible conciliar el fundamento empírico de

     todo el saber con el hecho de la lógica y de las ma

     temáticas, que, al parecer, contienen proposiciones

     que no admiten referencia empírica. He aquí, en sín

     tesis, los propósitos que animaron a Wittgenstein a

     construir su sistema filosófico. ¿Logró cumplirlos?

     Ante todo, hay que confesar que su concepción de

     la ciencia tiene una extraordinaria profundidad, e

     incluso una gran belleza. El atomismo lógico que le

     sirve de base es, por otra parte, la única salida

     para fundamentar rigurosamente el empirismo y re

     solver las dificultades relativas a la conexión entre

     experiencia y lenguaje. La conciliación del empiris

     mo y la ciencia lógico-matemática es, asimismo, una

     de las aportaciones geniales de Wittgenstein al pen

     samiento después del fracaso del intento para fun

     damentar psicológicamente la ciencia empírica. Pero

     es preciso preguntarse: ¿ a costa de qué renuncias se

     logran tales triunfos? El término de la teoría witt

     gensteiniana es —ya lo hemos dicho— un escepti

     cismo filosófico radical y el solipsismo lingüístico,

     es decir, la negación de toda posibilidad de comuni

     cación con los demás a través del lenguaje científico.

     Este artículo fué leído en la emisión científica del Tercer Programa de Ra

     dio Nacional de España del 8 de enero de 1953 y publicado en1 Cuadernos His

     panoamericanos de Madrid (núm. 40, abril 1953, pp. 35-44). Se reproduce en

     este número de THEORIA, que incluye el magnífico trabajo de José Peirrater

     Mora sobre Wittgenstein, por juzgar interesante para el lector completar, con

     otro aspecto —principalmente basado en el Tractatus — su visión de tan difí

     cil y original filósofo.

    This content downloaded from 163.178.101.228 on Mon, 18 Apr 2016 15:20:43 UTCAll use subject to http://about jstor org/terms