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Ruptura entre experiencia y lenguaje: Wittgenstein y el caso Schreber Maria Beatriz Silva García 201628259 Trabajo de grado para obtener el título de Magister en Filosofía Director: Tomás Barrero Guzmán Ph.D. Universidad de los Andes Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Filosofía Bogotá, D.C. Mayo 2018

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Ruptura entre experiencia y lenguaje: Wittgenstein y el caso Schreber

Maria Beatriz Silva García

201628259

Trabajo de grado para obtener el título de Magister en Filosofía

Director: Tomás Barrero Guzmán Ph.D.

Universidad de los Andes

Facultad de Ciencias Sociales

Departamento de Filosofía

Bogotá, D.C.

Mayo 2018

2

Agradecimientos

A Dios y a la vida.

A mis padres, Pilar y Juan Carlos, por su esfuerzo y apoyo incondicional.

A mi director, Tomás, por su dedicación, su paciencia, su compañía y orientación.

A los autores que han inspirado este trabajo, Wittgenstein y Schreber.

Y finalmente, a todas aquellas personas que me han acompañado en este proceso de

desarrollo profesional y personal.

Gracias

3

Resumen

En este trabajo ofrezco una posible interpretación terapéutica de uno de los casos

más conocidos y estudiados de esquizofrenia: el de Daniel Paul Schreber, presidente

de la Corte de Apelaciones de Dresde, quien publicó en 1903 sus memorias, en las

que narra en detalle su enfermedad y su delirio. Más allá de diagnosticar el trastorno

a fin de encontrar una distorsión específica, busco ver qué dicen sobre el mundo las

expresiones metafóricas y alegóricas de un delirante y qué sentido se expresa con

ellas. Para acercarme al caso desde una perspectiva terapéutica que permita

comprender cómo se conecta la experiencia esquizoide con las prácticas

justificativas de Schreber y el lenguaje en el que él se comunica, utilizo reflexiones

maduras de Wittgenstein sobre la certeza y el lenguaje. Con la ayuda de esta

herramienta metodológica sostengo que una adecuada comprensión de estas formas

de lenguaje podría ser una ventana hacia una determinada visión de mundo que

podríamos interpretar sin necesidad de prejuzgarla como simplemente enferma y

sin sentido.

Palabras clave

Experiencia esquizoide, certeza, práctica justificativa, forma de vida, lenguaje,

imagen, metáfora.

4

Tabla de contenido

I. Introducción ..................................................................................................................... 5

II. Descripción e interpretaciones del trastorno ........................................................... 8

III. Descripción del caso .................................................................................................. 12

IV. Experiencia esquizoide y practicas justificativas ................................................ 17

(i) Sistema de dudas y certezas de la experiencia esquizoide ............................................ 19

(ii) Criterios de comprobación y corrección ...................................................................... 22

V. Lenguaje y experiencia esquizoide .......................................................................... 25

(i) Lenguaje privado y “vivencias características” ........................................................... 27

(ii) Lenguaje metafórico, imagen y método de proyección ................................................ 31

VI. Conclusiones ............................................................................................................... 36

VII. Lista de Referencias ................................................................................................. 38

5

I. Introducción

El filósofo somete a tratamiento una pregunta; como una enfermedad.

(Wittgenstein, 2017, §255)

La experiencia esquizoide está abierta a multiplicidad de interpretaciones. Algunas

de estas se limitan a determinar cuál es la causa del trastorno, es decir, no van más

allá de encontrar y describir una distorsión específica. Este tipo de interpretaciones

asumen de antemano que el padecimiento psíquico implica confusión mental y un

lenguaje incoherente y absurdo. No obstante, comprender la experiencia esquizoide

observando qué dicen sobre el mundo las expresiones metafóricas de un

esquizofrénico y qué sentido se expresa con ellas podría ser el escenario para

ampliar el conocimiento que se tiene de la esquizofrenia, conocer la visión de mundo

del delirante sin necesidad de prejuzgarla como sin sentido y explorar la noción de

experiencia del lenguaje, sus posibles convenciones y usos y describir actitudes

epistemológicas asociadas con esta condición.

Con respecto a la experiencia esquizoide, uno de los casos de esquizofrenia más

notables y llamativos es el del presidente de la Corte de Apelaciones de Dresde:

Daniel Paul Schreber, quien en 1903 publicó sus Memorias de un enfermo de nervios.

En este texto el abogado alemán narra detalladamente todo el proceso de su

construcción delirante durante los años en que estuvo recluido en distintas

instituciones de salud mental. Las memorias de Schreber son una mezcla de dudas

y certezas que constituyen un valioso recurso para aproximarse a la naturaleza de la

esquizofrenia y la experiencia esquizoide, sus prácticas justificativas y su lenguaje.

Este documento permite formular las preguntas que servirán de hilo conductor en

este trabajo exploratorio: ¿qué visión de mundo se expresa en el lenguaje de un

esquizofrénico?, ¿qué tipo de experiencia se configura en su lenguaje?

En sus Memorias (2012), Schreber afirma que siente una conexión especial con Dios.

Inicialmente, esta conexión le permite conocer la naturaleza de Dios, que describe

6

como un nervio que ha existido desde siempre y que puede transformarse en todo

aquello que nos rodea. Dice también Schreber que Dios se comunica con el mundo,

y especialmente con él, mediante las “voces de almas” y los “rayos” que provienen

del sol, que son también la esencia de la creación divina. Posteriormente, narra

Schreber, esta conexión se tornó peligrosa para Dios, por lo que intentó

interrumpirla atentando contra la salud del abogado alemán. Alrededor de esta idea

Schreber organizó su existencia, su acción y su comunicación. En el transcurso de

sus memorias, el desarrollo de la esquizofrenia de Schreber va mostrando cómo la

ruptura con su experiencia de mundo anterior a la esquizofrenia lo lleva a modificar

su lenguaje y la manera en que se comunica, pasando de interactuar con el mundo

que lo rodea a interactuar exclusivamente con las almas. Dicho de otro modo, casos

como el de Schreber no encajan en un conjunto de prácticas ni involucran criterios

de justificación y corrección compartidos. De igual manera, el delirio de Schreber

desafía una concepción tradicional del lenguaje como mecanismo transparente de

representación de la experiencia.

Más allá de formular un diagnóstico para encontrar una distorsión específica, como

sucede en con otras interpretaciones que al identificar y evaluar síntomas, símbolos

y causas terminan por estigmatizar la experiencia para luego descartarla como

simplemente enferma y sinsentido, en este trabajo se explora una interpretación

terapéutica de la experiencia esquizoide. Se trata de ver que las expresiones de

Schreber si bien configuran una forma peculiar del lenguaje, no deben rechazarse

como carentes de sentido. Lo que se requiere es una comprensión del lenguaje lo

suficientemente perspicaz como para ofrecer una interpretación terapéutica del caso

y a la vez lo suficientemente desprejuiciada con respecto a la conexión entre lenguaje

y experiencia como para no descartar la experiencia de Schreber como simplemente

absurda. Es por esta razón que se utilizan reflexiones maduras de Wittgenstein sobre

la certeza y el lenguaje para interpretar el caso de Schreber. Algunas de las

consideraciones del segundo Wittgenstein acerca de la certeza se utilizan aquí como

herramienta metodológica para comprender cómo se conecta la experiencia

7

esquizoide con las prácticas justificativas y el lenguaje en el que estas se expresan y

comunican. También se utilizan algunas de sus reflexiones acerca de cómo se

conectan los juegos de lenguaje con formas de vida para mostrar por qué esas formas

de lenguaje podrían ser una ventana hacia una determinada visión de mundo que

quizá podría interpretarse en su singularidad sin necesidad de prejuzgarla como sin

sentido, aunque choque con una forma de vida compatible con la nuestra.

A fin de explorar una interpretación terapéutica del caso sin descartar la experiencia

de Schreber el presente trabajo se divide de la siguiente manera. Primero, ofrezco

una breve descripción de la esquizofrenia a partir de la literatura psicológica

relevante junto con la presentación de dos de las más conocidas interpretaciones

psicoanalíticas de la experiencia esquizoide de Schreber: la de Freud y la de Canetti.

Segundo, expongo detalladamente el caso de Schreber, incluyendo algunos

fragmentos de sus Memorias (2012). Tercero, interpreto la experiencia esquizoide de

Schreber dentro de un conjunto de prácticas y hábitos a fin de ver cuál es el juego de

dudas y certezas en el que se halla inmersa dicha experiencia y cómo se justifica.

Para ello, esta sección se divide en dos: describo el sistema de dudas y certezas de la

experiencia esquizoide de Schreber y formulo el problema de los criterios de

comprobación y corrección de esta experiencia. Cuarto, interpreto el lenguaje

metafórico de Schreber en relación con sus visiones características y la ausencia de

un método de proyección compartido para las imágenes de su lenguaje. Quinto y

último, menciono algunas de las conclusiones a las que conduce la exploración de

esta interpretación terapéutica de la singular experiencia esquizoide de Schreber.

8

II. Descripción e interpretaciones del trastorno

La esquizofrenia, catalogada inicialmente como un trastorno mental crónico,

debilitante e incapacitante (Read, Mosher & Bentall, 2006) es descrita actualmente

como una alteración mental que afecta las formas de vida del sujeto, la manera en

que establece vínculos afectivos, así como su forma de ver y entender el mundo.

Ambas descripciones corresponden a las diversas áreas y perspectivas desde las que

se suele definir y tratar la esquizofrenia. Una de estas es la medicina, concretamente

la rama de la psiquiatría, según la cual la enfermedad puede ser causada por una

predisposición genética o un desequilibrio bioquímico de neurotransmisores en el

cerebro, de modo que su tratamiento se limita a la medicación. Otra descripción

corresponde a la psicología y otras ciencias sociales, como la antropología o la

sociología, desde las cuales se hace constantemente una crítica a la visión

psiquiátrica, puesto que se considera un modelo patológico que estigmatiza al

sujeto. A fin de tener una mejor comprensión del sujeto, su enfermedad y su entorno

sin discriminarlo o aislarlo y en relación con este segundo enfoque tanto Ballús &

García (2000) como Read, Mosher & Bentall (2006) añaden a las causas de la

esquizofrenia las experiencias traumáticas, la ansiedad y la tensión1. En suma, la

esquizofrenia es una de las alteraciones mentales más complejas, dado que incide

tanto en el pensamiento y la percepción como en la conducta y el comportamiento.

Esta alteración, independientemente de la disciplina, se clasifica en varios tipos:

paranoide, cuando hay presencia de alucinaciones y creencias delirantes de que se es

perseguido o pretenden hacerle daño; catatónica, cuando se presenta mutismo y

rigidez muscular; simple, que se caracteriza por una limitada interacción con el

entorno y el desarrollo de un mutismo selectivo; hebefrénica, en la que se desarrollan

comportamientos y pensamientos con poco o ningún sentido, e indiferenciada, en la

1 En muy pocos casos la aparición y desarrollo de la esquizofrenia sucede con base en uno solo de los factores (genética, bioquímica o experiencia). Usualmente, se debe a la interacción de los tres; siendo las experiencias traumáticas, el estrés y la tensión los componentes que más influyen en su aparición.

9

que no hay una clara distinción entre alguno de los tipos anteriores (Ballús & García,

2000).

Por otro lado, dentro del enfoque de la psicología como ciencia social existen

múltiples perspectivas de interpretación, entre las cuales se encuentra la corriente

psicoanalítica y la interpretativa. En relación con la perspectiva psicoanalítica2,

Freud (1910) define la enfermedad como una represión de un deseo homosexual que

asume la forma de un delirio carente de método u organización; descripción que

basa en el análisis de la sublimación de los símbolos que describe un esquizofrénico

–a quien no trató, pero cuya enfermedad catalogó– y su relación con el desarrollo

sexual del paciente3. Freud inicia su artículo “Observaciones psicoanalíticas sobre

un caso de paranoia”4 con una descripción médica del trastorno, enumerando los

síntomas que se presentan y la incidencia que tienen en el paciente. Posteriormente,

expone el caso para luego interpretarlo añadiendo que el trastorno se desarrolla con

base en las experiencias por lo que es importante ocuparse exclusivamente de la

significación y origen de la idea morbosa que se desarrolla en la enfermedad.

Adicionalmente, el artículo del reconocido psicoanalista no pretende generar una

teoría de la paranoia ni tampoco pretende entender el delirio del paciente, sino que

más bien se limita, como él mismo menciona, a formular hipótesis de análisis que

expliquen a partir de qué situaciones se desarrolla la esquizofrenia, entre las cuales

destaca: edades críticas para la vida sexual, actitudes infantiles, fantasías

2 En esta exploración terapéutica de la experiencia esquizoide Freud y los inicios del psicoanálisis son el principal referente teórico de esta corriente de pensamiento. En ese sentido, el análisis recae exclusivamente sobre las reflexiones psicoanalíticas aquí expuestas y no sobre toda la corriente psicoanalítica en general. 3 En palabras de Freud (1910): “[…] nosotros los psicoanalíticos sustentamos hasta ahora la opinión de que las raíces de toda enfermedad nerviosa y psíquica se hallan predominantemente en la vida sexual […]” (p.567). 4 El artículo de Freud hace referencia en su título a la paranoia y no a la esquizofrenia, dado que en la fecha en la que se publicó aún no se había definido el término. La diferencia principal entre ambas patologías radica en las perturbaciones del lenguaje que son características de la esquizofrenia, y no de la paranoia, además de la presencia de alucinaciones, tanto visuales como auditivas, en la esquizofrenia. Sobre esto, Freud reconoce al final del artículo que quizás el concepto de paranoia no es el más adecuado.

10

inconscientes, desplazamiento del afecto de una persona5 a otra o a un objeto. El

objetivo de esta interpretación es que sea útil a otros psicoanalistas para el

conocimiento de la experiencia esquizoide, más que para el tratamiento del trastorno

y el retorno a la vida regular del paciente. En palabras de Freud (1910):

[…] El psicoanalítico, en cambio, aporta de sus conocimientos de la

psiconeurosis la sospecha de que también tales productos mentales, tan

apartados del pensamiento habitual de los hombres y tan singulares, tienen

su punto de partida en los impulsos más comprensibles y corrientes de la

vida anímica, y quisiera llegar a conocer los motivos de semejante

transformación y los caminos por los que la misma ha sido llevada a cabo.

(p. 554).

Así pues, lo esencial del artículo está en descubrir la idea anormal por la cual se

origina la esquizofrenia. Es decir, a Freud le interesa únicamente que la

esquizofrenia sea reconocida en el campo médico y psicoanalítico, sin preocuparse

realmente por las consecuencias de la enfermedad en el paciente y su entorno.

Aparte de las observaciones de Freud sobre la esquizofrenia se encuentra en el

ensayo de Canetti (2002) otro estudio psicoanalítico de la enfermedad, en el que se

critica la noción reduccionista de Freud como poco significativa, puesto que ignora

la posición exaltada en el poder que ostenta o pretende ostentar el esquizofrénico,

rasgo fundamental para entender la enfermedad. En ese sentido, Canetti describe el

trastorno como un sistema político complejo, guiado por una perversa ambición que

consume al paciente. Según este pensador, lo primordial a entender de este tipo de

casos es la estructura y la conformación del delirio. Es esencial reconocer el sistema

que se establece con el trastorno y la relación que tienen los símbolos de la

experiencia esquizoide con las estructuras de poder, dado que tanto en el trastorno

como en el poder se halla detrás la siniestra idea de estar por encima de los otros. En

5 Para Freud, este proceso de transferencia corresponde a identificar en otros la figura paterna o la figura materna.

11

palabras de Canetti (2002): “[…] el deseo de servirse de los demás para que con

ayuda uno llegue a ser el único” (p. 652). Es necesario, además, evaluar la manera

en la que el sujeto se comunica, pues es en el lenguaje en donde se revela con mayor

claridad como la perversidad del delirio afecta el modo en que el paciente se

relaciona con su entorno:

[…] Hay calma [en el paciente] sólo cuando habla en voz alta; entonces todo

en torno suyo es silencio mortal, y tiene la impresión como si se moviera

entre cadáveres ambulantes. Todos los demás hombres, pacientes o

enfermeros, parecen haber perdido totalmente la facultad de hablar aunque

sea una sola palabra. No bien pasa del hablar al callar, se anuncian las voces

dentro de él y le obligan a una incansable actividad pensante. (Canetti, 2002,

p. 637).

No obstante, si bien Canetti reconoce en su interpretación la incidencia que tiene la

esquizofrenia en la vida del paciente, la manera en la que se relaciona y el lenguaje

con el que se comunica su propuesta se queda corta. Tanto en el ensayo de Canetti

(2002) como en el de Freud se reduce la experiencia esquizoide a una idea

monstruosa y sinsentido que radica en la dinámica del deseo instintivo. En ese

sentido, aunque el análisis de ambos psicoanalistas busca desestabilizar la distinción

usual entre normal y patológico sus reflexiones no llegan a ser lo suficientemente

terapéuticas para comprender la experiencia esquizoide en su totalidad.

A la visión psicoanalítica de Freud y Canetti, en la que se juzga y categoriza al

paciente como un personaje simplemente loco llevado por un delirio perverso y

sinsentido, se opone una interpretación terapéutica, no necesariamente médica, que

no descarta la experiencia esquizoide como genuina o enajenada, normal o anormal,

sana o patológica, sino que aboga por ver qué se halla detrás de esa experiencia al

observar atentamente qué dice un esquizofrénico, cómo se expresa sobre su mundo

y cuál es su experiencia con respecto a él. En otras palabras, un enfoque de

interpretación terapéutico, como el que se explora en el presente trabajo, busca

12

reconocer la esquizofrenia a partir de la comprensión de la experiencia esquizoide

interpretándola dentro de un conjunto de prácticas y hábitos a fin de ver de dónde

surge, cómo se construye, qué la diferencia de otras experiencias, más o menos

naturales, y cuál es el juego de dudas y certezas en el que se halla inmersa dicha

experiencia; también se explora el cómo se comunica y conecta la experiencia

esquizoide con juegos de lenguaje y formas de vida, sin necesidad de prejuzgarla

como simplemente falsa.

Por otro lado, a esta exploración terapéutica de la experiencia esquizoide subyace

una inquietud ética por la practica psicológica: cómo acercarse a una persona con

esquizofrenia. La interpretación terapéutica que aquí se expone no pretende dar una

respuesta definitiva a esta inquietud, sino más bien suscitar en el lector ciertas dudas

y hacerlo reflexionar acerca de cómo ejercer una práctica psicológica

verdaderamente comprensiva y ética que no juzgue ni descalifique a la persona, sino

que se sustente en el entendimiento del otro y el desarrollo de un tratamiento acorde

a la persona y sus necesidades.

La experiencia esquizoide que se interpretará en este modelo terapéutico es uno de

los casos de esquizofrenia más conocidos y estudiados, tanto por Freud como por

Canetti: el de Daniel Paul Schreber, presidente de la Corte de Apelaciones de Dresde,

que publica en 1903 sus memorias, luego de pasar unos años internado en distintas

instituciones de salud mental.

III. Descripción del caso

En sus memorias Schreber (2012) relata los años en los que transcurrió su

enfermedad y expone de manera detallada su delirio, delirio que comienza cuando,

una mañana, se imagina que sería agradable ser una mujer durante el coito. Esta

idea lo atormenta, le produce insomnio e incluso lo lleva, en una ocasión, a tratar de

13

ahorcarse con una toalla6. En ese estado de gravedad, fue internado en el hospital

del doctor Flechsig en el que el trato que recibió iba en contra de lo que esperaba7.

Con base en la mala relación que tenía con Flechsig empieza a creer que el médico

tratante está en su contra, que le impide el sueño y que atenta contra su bienestar.

Esta serie de atentados tienen lugar cuando, según describe Schreber, absorbe parte

del alma del médico para deshacerse de ella y evitar que atente contra Dios.

Fue entonces cuando los nervios de Schreber supuestamente entraron en contacto

con los rayos divinos, de manera que empezó a tener un trato especial con Dios:

“[Los nervios divinos] tienen la capacidad de transformarse en todas las cosas

posibles del mundo creado; esta función se llama «Rayos»; aquí reside la esencia de

la creación divina.” (Schreber, 2012, pp. 58-59). Esta conexión iba acompañada,

según Schreber (2012), de visiones, de voces: “[…] hace años que el Sol habla

conmigo con palabras humanas y por ello se da a conocer como un ser sirviente o

como órgano de un ser superior […]” (p. 60) y la visión de milagros: “Tengo, por

ejemplo, indicaciones relativamente seguras de que el crudo invierno del año 1870-

1871 fue algo decidido por Dios, para inclinar por ciertos motivos la suerte de la

guerra en favor de los alemanes […]” (p. 60). No obstante, en algún momento esta

conexión se tornó en peligrosa para Dios, por lo que intentó interrumpirla atentando

contra la salud de Schreber, como lo describe éste en sus memorias:

En lo que hace a los nervios divinos, éstos efectúan el tránsito a mi cuerpo

contra su voluntad y con un sentimiento de desagrado que se da a conocer

en continuos gritos de socorro que emiten las partes de nervios

desprendidas de la masa total y que yo oigo diariamente en el cielo. (p. 82)

6 Esta sensación de peligro se repite en Schreber (2012) a lo largo de sus memorias, configurando posteriormente parte de un nuevo lenguaje: “[…] cada baño que tomaba iba asociado con ideas de ahogo. En el lenguaje de los nervios se hablaba de “baños de purificación” y de “baños sagrados […]” (p. 108). 7 Schreber tuvo una primera enfermedad diagnosticada por Flechsig como intoxicación por bromuro de potasio, cuyo tratamiento a cargo del reconocido médico lo acercó bastante a este.

14

Posteriormente, es trasladado un corto tiempo al hospital de Von W. y durante su

viaje tiene dudas acerca de si lo que ve es real o no. Como ya le sucediera con el alma

de Flechsig, durante su transición entre ambas instituciones Schreber describe su

relación con las voces como una parte de sí mismo: “Todas estas almas hablan en mí

como “Voces” de manera más o menos indiferente, sin saber ninguna de ella nada

acerca de la presencia de las otras.” (p. 101). De modo similar, menciona que las

almas participan de su pensamiento: “[…]De manera análoga, todas las almas que

están en conexión nerviosa conmigo entienden ahora, precisamente porque

participan de mis pensamientos, todos los lenguajes comprensibles para mí […]” (p.

65).

Schreber tenía también la sensación de estar completamente aislado, sentía que

quienes lo rodeaban eran exclusivamente hombres hechos a la ligera, figuras

humanas ilusorias creadas por Dios, de manera que él era el único hombre real. En

ese sentido, la idea de convertirse en mujer resultaba un gran privilegio, puesto que

dicha mujer sería fecundada por Dios para dar forma a una nueva humanidad.

Así se va consolidando para Schreber una ruptura en su experiencia del mundo en

una especie de experiencia completamente nueva para él y que no tiene antecedentes

para la especie humana. Esto lo conduce a llamarse a sí mismo el visionario, en tanto

siente que tiene en su poder un gran conocimiento que ningún otro hombre ha

tenido antes, como menciona al inicio de sus memorias: “[…] me es, en verdad,

imposible exponerlo de modo comprensible para el entendimiento humano.”

(Schreber, 2012, p. 73). Y más adelante dice también:

La descripción con palabras de estas modificaciones es también

extraordinariamente difícil porque se trata de cosas para las que falta

cualquier analogía precedente de la experiencia humana y que yo mismo

percibí sólo en parte de manera directa con mis ojos espirituales (p. 170).

15

Luego fue trasladado al hospital de Sonnenstein donde paso la mayor parte de su

enfermedad y pudo ver la omnipotencia de Dios después de morir brevemente y

volver a la vida. Schreber describe este periodo de la siguiente manera:

El tiempo de mi permanencia en Sonnenstein puedo dividirlo en dos

periodos, el primero de los cuales mantuvo, en general, el carácter serio y

sagrado, muchas veces aterrador, que había sido impreso a mi vida durante

la última época de mi permanencia en el hospital de Flechsig y en el

hospital del doctor Pierson; el segundo, en cambio, se enderezó cada vez

más por el curso común (por no decir ordinario). (2012, p.166).

Este también fue el periodo, según narra en sus memorias (2012), en que más ataques

recibió por parte de pequeñas almas que procuraban dirigirse a su cabeza. Dice

Schreber que para evitar este daño sacaba sus pies por la ventana para que así el frío

alejara de su cabeza a estos seres malignos. Sobre la influencia que tenía las Voces

de almas sobre su comportamiento dice Schreber:

[…] la causa principal de mi falta de deseo no consistía en la carencia, ajena

a ello, de objetos adecuados para cualquier ocupación, sino a que yo

consideraba casi como un deber religioso mantener una pasividad absoluta.

Esta idea no había surgido espontáneamente en mí, sino que había sido

suscitada por las Voces que hablan conmigo […] (p. 186).

Estos comportamientos son un reflejo del cambio en su experiencia del mundo, que

no tardaron en producir variaciones en su lenguaje y en su forma de comunicación:

“Durante el primer periodo viví siempre con la idea de que trataba no con hombres

reales, sino con “hombres hechos a la ligera […] Debido a ello me abstuve casi por

completo de hablar.” (Schreber, 2012, p. 167). Adicionalmente, Schreber describe de

manera elocuente y detallada la ruptura con una forma de experiencia nueva y la

necesidad de encontrar formas usuales para entrar en contacto con las almas, que

trajeron como resultado una pérdida gradual de sentido en su lenguaje:

16

Los giros de lenguaje de la “concepción de las almas” cobraron

posteriormente un significado enteramente distinto. Se degradaron en

meras muletillas, mediante las cuales se trataba de satisfacer la necesidad

de hablar, a falta de pensamientos propios. “No olvide que usted está

ligado a la concepción de las almas” y “esto era demasiado, según la

concepción de las almas” se convirtieron en frases vacías continuamente

recurrentes […]. La última frase, que era la réplica que se daba de una

manera casi regular cuando no se sabía qué decir ante cualquier nuevo

pensamiento que se me ocurría, pone de manifiesto, hasta en su

estructuración estilística de escaso buen gusto, la decadencia producida; el

auténtico lenguaje primitivo, es decir, la expresión de los verdaderos

sentimientos de las almas en la época en que no existían aún frases

aprendidas de memoria, se caracterizaba hasta en la forma por una noble

distinción y sencillez. (Schreber, 2012, p. 210).

Esta pérdida gradual de sentido tiene lugar también en el lenguaje del alma de

Flechsig, que como explica Schreber no corresponde al lenguaje humano8:

A la oposición de la omnipotencia de Dios en su totalidad, formada por

las partes de alma de Flechsig y Von W., como también por sus secuaces

(los invasores, etcétera), la llamé durante mucho tiempo el “Partido del

“por ahora”. Esta denominación aparentemente trivial se basaba en el

hecho de que el alma de Flechsig se había acostumbrado a responder

siempre tan sólo con un burlón e indiferente “Por ahora” a todas las

preguntas acerca de qué pasaría con toda la “maldita historia” […].

Traducido a lo humano, el “Por ahora” del alma de Flechsig hubiera

significado algo así: “Me importa un rábano el futuro si estoy bien en

este momento”. (Schreber, 2012, p. 235).

8 Schreber distingue en sus memorias dos lenguajes: el humano, hablado cada vez menos; y el divino, que era solo utilizado por Dios y las almas. Este último Schreber lo caracteriza como un alemán algo anticuado lleno de expresividad.

17

El trastorno de Schreber finaliza luego de dos sucesos. Primero, cuando se da cuenta

de que la humanidad existe. Y segundo, cuando supuestamente Dios se da cuenta

de que no puede ir en contra del orden cósmico que le impide atentar contra

Schreber, de manera que tiene lugar una tregua entre ambos. Después fue dado de

alta y vivió el resto de su vida tratando de asimilar la apariencia física de una mujer

para el goce de Dios. Sin embargo, Schreber no cree que lo trascurrió durante su

enfermedad hayan sido simples alucinaciones, pues aún seguían ocurriendo

milagros a su alrededor cada vez que intentaba no pensar y, como él mismo lo

expresa:

Para mí es algo totalmente indudable que mis ideas anteriores no han sido

de ninguna manera “delirio” o “ilusiones sensoriales”, pues todavía en la

actualidad recibo cada día y cada hora impresiones que me brindan plena

claridad sobre el hecho de que, por decirlo como Hamlet, algo huele a podrido

en Dinamarca, es decir, aquí en la relación entre Dios y la humanidad.

(Schreber, 2012, p. 244).

Sobre esto, Schreber (2012) también menciona hacia el final de sus memorias:

Si, como también afirmo, nunca ha sido posible observar algo semejante en

un cuerpo masculino, creo haber aportado una prueba que, aun en personas

serias, tiene que suscitar la más grave duda de si todo aquello que en mí se

ha considerado hasta ahora como ilusiones sensoriales y delirios no será

verdad […] (p. 317).

IV. Experiencia esquizoide y practicas justificativas

Para entender, y no solamente calificar como enferma, la forma de expresión verbal

de un delirante como Schreber se debe intentar interpretarla en el contexto de un

conjunto de prácticas y hábitos en la que esa forma de expresión encaje de una

manera más o menos natural. Es decir, debemos comenzar con su experiencia del

mundo para encontrar el sentido de sus palabras y no al contrario. Dado que el

18

sentido se mueve en el nivel de las prácticas comunicativas –qué se dice, cómo se

dice y a quién se le dice– y la visión de mundo que se refleja en ellas, es necesario

analizar y entender la estructura de la visión de mundo del esquizofrénico. Si, de

acuerdo con el enfoque exploratorio y terapéutico de este trabajo, decidimos

atribuirle una visión de mundo al esquizofrénico debemos reconocer cuáles son las

certezas con las que justifica sus pensamientos delirantes. El concepto central en esta

organización del mundo, sostendré, es la noción de certeza. Al igual que la

experiencia “normal” del mundo, la experiencia esquizoide se estructura teniendo

un conjunto de certezas como base. Como intentaré mostrar en esta sección, es en

esa estructura de certeza donde se pueden encontrar elementos para interpretar no

solamente una visión “normal” del mundo, sino una visión del mundo como la de

Schreber.

En Sobre la certeza Wittgenstein ofrece una poderosa imagen de cómo las certezas se

articulan en visiones de mundo y cómo es en relación con esas visiones de mundo

que nosotros catalogamos una justificación como normal o anormal. Lo que

Wittgenstein propone entonces es interpretar la experiencia, sea cual sea, en

términos de un conjunto de prácticas justificativas y como resultado de esa

interpretación calificar esa experiencia como regular o no regular. Nuestra

comprensión de lo que resulta normal se desarrolla a partir de la agrupación de

múltiples certezas sobre el mundo que guían y organizan la experiencia: la visión

de mundo está estructurada a partir de un conjunto de prácticas sociales y usos

compartidos de diverso contenido. No hay experiencia regular sin criterios

compartidos de corrección. Dicho de otro modo, Wittgenstein propone ver las

certezas como presuposiciones, casi siempre, tácitas que conforman el suelo donde

descansan nuestras prácticas justificativas, nuestra manera de hablar, de pensar y

de actuar. En términos de este trabajo, esto implica que antes de juzgar el contexto

de certezas y el juego del lenguaje de Schreber se debe más bien ver qué es lo que

dice y qué revela ello sobre su visión de mundo.

19

Si la atención se centra exclusivamente en saber si tienen o no sentido las

proposiciones expresadas por Schreber en términos de si son o no verdad –como

sucede en la interpretación psicoanalítica de Freud y Canetti, previamente

expuesta– solo se roza la superficie del caso. El modelo interpretativo de Freud y

Canetti refleja una concepción regular de la experiencia porque interpreta la

experiencia no regular a partir de la experiencia regular. En ese modelo comparamos

la experiencia esquizoide con la experiencia normal, es decir, damos por sentado

que hay una experiencia normal sin tener en cuenta tal vez la pregunta fundamental

para interpretar la experiencia de Schreber: ¿qué hace normal a la experiencia

normal? Por el contrario, el objetivo de nuestra exploración interpretativa es ver

cómo se insertan ciertas proposiciones en el sistema de dudas y certezas de la

experiencia esquizoide de Schreber. Lo que interesa es la estructura de dicho

sistema porque se quiere interpretar toda experiencia, sea regular o no regular, en

términos de un sistema de proposiciones básicas que configuran una imagen de

mundo.

(i) Sistema de dudas y certezas de la experiencia esquizoide

Las dudas, como parte de la comunicación, surgen en un contexto de certezas que

ofrece los criterios que posibilitan resolver esas dudas, saber si la respuesta es

correcta o no. Los cuestionamientos sobre la experiencia o el mundo,

independientemente de la posibilidad de acierto o error, surgen dentro del lenguaje

como una forma de actividad humana particular y no como la base para encontrar

un fundamento de la experiencia. Así pues, no se puede dudar de ciertas cosas en

un contexto cotidiano; hay preguntas que no surgen de manera natural dentro de la

comunicación y por tanto no vale la pena hacerse, o habría que preguntarse qué tipo

de duda es esa y cómo alguien podría preguntarse cierto tipo de cosas. En Sobre la

certeza, Wittgenstein señala que es por esta razón que el tipo de dudas a las que son

tan proclives ciertos filósofos no son naturales ni genuinas:

20

La pregunta del idealista podría formularse, más o menos, del siguiente

modo: “¿Qué derecho tengo a no dudar de la existencia de mis manos? (Y

la respuesta a ella no puede ser: “Sé que existen”). Pero quien hace tal

pregunta se olvida de que la duda sobre la existencia sólo tiene lugar en un

juego del lenguaje. En vez de comprenderla sin más, deberíamos

preguntarnos antes: ¿cómo sería una duda de semejante tipo? (2003, § 24).

Por otra parte, las proposiciones del idealista parecen adecuadas para el método

cartesiano en el que la duda es el camino a la certeza, un tipo de método que señala

que si bien existe el mundo es necesario primero destruirlo para recrearlo a partir

de la duda. En su lugar, Wittgenstein (2003, §115, §160., passim) propone que toda

duda está enmarcada en un contexto de certezas, por lo cual no tendría sentido

destruir el mundo sino más bien ver qué dudas se pueden formular y cuáles no,

dado ese mundo.

Las dudas de Schreber no surgen naturalmente dentro de la conversación y se

formulan más bien como las preguntas del idealista. Por ejemplo, cuando Schreber

dice en sus memorias: “[…] parecerá en cierta medida comprensible el hecho de que

durante años haya vivido yo en la duda de si me encontraba realmente en la Tierra

o si quizá más bien en otro planeta.” (2012, pp. 125-126), antes de responder si ha

vivido o no en la Tierra durante los últimos años, habría que preguntarse cómo

podría saberse si ha vivido o no en la Tierra, y más aún, cómo podría alguien dudar

de ello, es decir, en qué sistema de proposiciones y prácticas comunicativas estaría

operando esa duda. La pregunta de en qué planeta se ha vivido surge fuera de un

sistema de certezas y por tanto la respuesta no tiene un criterio de corrección. No

resulta extraño que dentro del sistema de Schreber no se pueda aportar algún hecho

que sirva como prueba a favor de que él en efecto ha vivido en la Tierra. Cualquier

hecho que quisiéramos aportar como prueba solamente funcionaría como tal dado

un sistema que incluya criterios de corrección, de maneras de contestar a la

pregunta “¿cómo se sabe que uno ha vivido en la Tierra?”. El afirmar que se sabe

algo implica preguntarse luego por el “cómo se sabe”. En ese sentido, prueba, duda

21

y error son nociones vinculadas a estos juegos de lenguaje donde tiene lugar la

expresión de saber.

Las proposiciones que involucran la expresión “saber” tienen, como la duda,

manifestaciones características, usos particulares en determinadas circunstancias.

Esto quiere decir que no se puede afirmar que se sabe algo de todas las cosas y en

todas las situaciones. Esto se ve claramente cuando Wittgenstein (2003, §§38-41.)

recalca que no es relevante preguntarse por el estado mental que tiene una persona

al decir “yo sé”, sino que lo importante de estos casos es conocer cómo se usan las

proposiciones de saber, cuándo es correcto afirmar que se sabe algo y cuándo no. El

ejemplo que utiliza para ilustrar un uso incorrecto y uno correcto de “saber” es la

expresión de dolor: ““Sé dónde siento el dolor”. “Sé que lo siento aquí” son tan

incorrectas como “sé que tengo dolor”. Pero “Sé dónde me has rozado el brazo es

correcta”.” (Wittgenstein, 2003, § 41.).

Con relación a la experiencia esquizoide de Schreber aparece en sus memorias la

siguiente afirmación:

“[…] día a día se pone en duda nuevamente si reconozco o no a las personas

de mi ambiente, si tengo todavía alguna idea de los más cotidianos

fenómenos naturales, objetos artísticos y de uso, y aun si siquiera sé quién

soy yo o quién he sido.” (2012, pp. 285-286).

En esta afirmación la expresión “se quién soy yo o quién he sido” resulta extraña en

el sentido de que no hay rasgos comunes a otros usos de la palabra “sé” en los que

la proposición puede acompañarse de una prueba, de declaraciones relativas a

cómo se sabe lo que se afirma como sí sucede, por ejemplo, con “yo sé que el blanco

es un color” o “yo sé que 12+12=24”, que pueden responderse con “me lo han

enseñado” o “lo he aprendido”. El problema radica entonces en que no es posible

explicar cómo se sabe quién se es o quién se ha sido porque el sistema de certezas

de Schreber no se expresa de la manera en que se expresa nuestro sistema de

22

creencias. Sus maneras de decir “sé” no admiten comparación con las maneras en

que normalmente decimos “sé”.

(ii) Criterios de comprobación y corrección

Por otra parte, en esta afirmación Schreber introduce una duda para la cual no hay

criterios de corrección: ¿cómo podría el abogado alemán comprobar que no reconoce

a quienes lo rodean si según su relato no lo cuestionan personas sino almas? Su

duda no surge de manera natural dentro de la comunicación, sino en un contexto

lingüístico extrapolado. La idea misma de comprobación requiere de experiencia,

pero las proposiciones de las que duda Schreber establecen qué es experimentar el

mundo y si no se pueden comprender dichas proposiciones entonces no se sabría

qué es tener un mundo, no se conocerían cuáles son los criterios de comprobación.

La comprobación requiere el espacio lógico creado por los criterios de corrección.

Es por eso que es posible hablar de errores en una justificación o en una prueba.

Pero la experiencia esquizoide no responde a criterios de corrección sino a formas

de explicación causal. Y es por eso que no cabe hablar de errores sino de

circunstancias.

En efecto, de acuerdo con nuestra experiencia habitual la comprobación de

determinadas proposiciones se suele hacer con base en la experiencia que se tiene

con respecto a las afirmaciones sobre lo que se sabe. Este tipo de comprobación

desarrolla argumentos o pruebas para decir si la proposición es verdadera o falsa.

No obstante, en el caso de Schreber, toda experiencia apunta a que la proposición

es siempre verdadera, como también a que sus distintas proposiciones se organizan

bajo una certeza fundamental, única e inamovible que estructura todo su sistema:

63. […] Yo consideraría ya como un gran triunfo de mi capacidad dialéctica

si con el presente trabajo, que está tomando la amplitud de una obra

científica, obtuviera aunque sólo fuera el resultado de suscitar en los

médicos un cabeceo de duda de si en mis aparentes delirios e ilusiones

sensoriales no habrá quizás algo de verdad. (Schreber, 2012, p. 180).

23

En su narración, Schreber hace depender todo su sistema de certezas de una

proposición fundamental: lo que otros ven como delirio o ilusión puede ser una

nueva forma de verdad. En ese sentido, no resulta extraño que, según la misma

narración, los médicos solamente puedan comprender esta nueva forma de verdad

si la proposición fundamental se da por sentada. No es que dicha proposición pueda

salir victoriosa después de aplicar nuestros criterios de corrección; es que la verdad

de dicha proposición se impone sobre cualquier criterio de corrección de una

manera “externa”. Una consecuencia inmediata es que el sistema de certeza de

Schreber solamente puede incluir la idea de que hay un hecho o verdad del que se

siguen las certezas. Si los doctores hubieran tenido la experiencia esquizoide que él

tuvo sin discutirla ni someterla a criterios de corrección compartidos, entonces

sabrían de qué está hablando. En este sentido el sistema de certezas de Schreber

asimila la posibilidad de señalar razones a la posibilidad de señalar causas.

Se puede decir entonces con Wittgenstein (2003, §§71-76) que el sistema de certezas

propio de la perturbación mental solamente permite pensar en términos de causas

para casos de error en los que en nuestro sistema de certezas se habla de razón o

razones. Al hablar de razones se puede señalar un sujeto (mis razones, tus razones,

sus razones), pero al hablar de causas se expone únicamente el motivo por el cual

se desencadena la situación, en este caso la experiencia esquizoide como lo reconoce

Schreber. Así pues, el tipo de corrección que se produce en la experiencia esquizoide

de Schreber requiere apelar a una verdad externa al sistema de certezas, dado que

con respecto a dicha verdad no entra en la discusión la posibilidad de corrección

sino de cura. Mientras los errores se corrigen porque pueden entrar dentro de los

criterios de un sistema de certezas, las experiencias esquizoides se curan porque no

permiten aplicación de criterios internos al sistema, como lo ilustra poderosamente

Wittgenstein en este aforismo: “Si un buen día un amigo mío imaginara que había

vivido durante largo tiempo en tal y cual lugar, etc., etc., yo no lo consideraría un

error sino una perturbación mental, quizá transitoria.” (Wittgenstein, 2003, § 71).

24

La distinción entre causa y razón es importante para distinguir los sistemas de

certezas, no para diagnosticar a Schreber. En ese sentido, si atenemos a lo que ocurre

con su sistema de certezas podemos ver que ese sistema funciona sin tener en cuenta

ni criterios de corrección ni perspectivas, solamente causas. Corregir implica

entonces que se ha actuado de determinada manera, pero que se puede cambiar. Es

decir, si se es insensible respecto al tema de corrección natural es porque se está

enfermo. Wittgenstein sugiere así que si hay enfermedad mental hay preguntas que

carece de sentido hacerle al sujeto, y en ese caso es necesario tratarlo para que sea

sensible a esas preguntas y por tanto a la corrección. Así pues, no se trata de

cuestionar a Schreber y su delirio con preguntas que no pueda responder; no se trata

de juzgar sino intentar de alguna manera comprender qué sentido tienen sus

palabras para así poder curarlo. Es necesario pasar de la concepción del sistema de

certezas implícito en las justificaciones de Schreber a la estructura de las formas del

lenguaje que él utiliza para expresar esas certezas, de la experiencia y su justificación

al lenguaje y la forma de vida que, según Wittgenstein, siempre se encuentra

entrelazada con dicho lenguaje.

En el caso de Schreber hay un síntoma propiamente lingüístico que no podemos

pasar por alto: el uso de símbolos de un lenguaje común de una manera

completamente privada. No es extraño que cuando alguien intenta corregir el uso

de ese símbolo, Schreber se retrae sobre sí y su lenguaje privado: “[…] me tuve por

el único ser humano real que aún restaba, y pocas figuras humanas que veía todavía

además de mí […] las tuve por “hombres a la ligera”, producto de un milagro”

(Schreber, 2003, p. 121). En este punto, la experiencia esquizoide de Schreber no

admite corrección, pero no por obstinación sino porque de fondo hay algo más. La

dificultad de entender expresiones como las de Schreber yace en el uso y la función

que tienen ciertas proposiciones, dada la vida que se tiene y las relaciones que se

establecen mediante el lenguaje. No es que sus proposiciones no tengan sentido,

sino que apelan a una única justificación externa a su sistema de certezas.

25

Con base en este nuevo elemento y de acuerdo con el enfoque general de

Wittgenstein en Investigaciones filosóficas en la próxima sección sostendré que no

cabe llamar “forma de vida” a la experiencia lingüística de Schreber en tanto no se

presenta como parte de un conjunto de prácticas con criterios compartidos. Por el

contrario, la experiencia esquizoide de Schreber, al ser privada en el sentido de no

poder hacer parte de un sistema de certezas con criterios de corrección, conlleva una

ruptura con su experiencia de mundo que lo obliga a crear una experiencia nueva y

completamente diferente a la usual, caracterizada por la ausencia de parámetros

compartidos de justificación y evaluación. Esa ausencia de parámetros modifica sus

formas de interacción lingüística con otros.

V. Lenguaje y experiencia esquizoide

La interpretación psicoanalítica que hacen Freud y Canetti del lenguaje de la

experiencia esquizoide de Schreber –previamente expuesta– parte de una tesis no

discutida: el lenguaje es un instrumento para registrar la experiencia. Esta tesis es la

que ha de debatirse para avanzar en la comprensión del lenguaje alegórico y

metafórico de Schreber. Lo que nos muestra con su comportamiento el presidente

de la Corte de Apelaciones de Dresde es que el lenguaje puede ser una parte

constitutiva de la experiencia y no un mero registro. ¿Qué conjunto de prácticas

lingüísticas conforman el lenguaje utilizado por Schreber? ¿En qué forma de vida se

inscriben?

El lenguaje, más allá de ser un mero registro de la experiencia, es una actividad

social en la cual surge la comunicación. De modo que el lenguaje es significativo

cuando está sujeto a un criterio público, o, dicho de otro modo, existen criterios de

significatividad compartidos para el lenguaje; pues el significado es algo que tiene

lugar entre individuos que se comunican. La manera en la que se comunica Schreber

desafía esta concepción de lenguaje. En numerosos pasajes de sus memorias se

encuentran ejemplos de cambios de significado que se establecen únicamente en

26

virtud de una sensación o impresión incomunicable. Su lenguaje se basa en cambios

individuales de significado:

[…] Esta inmovilización mecánica se llevó a cabo primeramente en forma

más laxa, que fue denominada “atar a los Rayos”, donde la palabra “Rayos”

parece haber sido empleada con un significado particular que no me resultó

comprensible del todo. Sólo puedo describir la imagen con mis ojos

espirituales. […] (Schreber, 2012, p. 172).

Estos cambios individuales dados por las “Voces de las almas” que Schreber

supuestamente tiene dentro de sí producen la imagen de un lenguaje privado. En

virtud de la fidelidad a sus propios relatos hay que notar, sin embargo, que aunque

el lenguaje de Schreber es en parte privado, pues solo él lo conoce, también hace

parte de la comunicación con las almas. Así pues, en cierto sentido, aunque el

lenguaje de Schreber no sea un lenguaje completo como el que se utiliza para

comunicarse, se asemeja bastante a este:

En lo referente a las prendas de vestir (el “armamento”, según reza la

expresión del lenguaje primitivo), la distinción entre lo masculino y lo

femenino se daba sustancialmente por sí misma; a las almas les parecerían

las botas un signo especialmente característico de la masculinidad. “Quitar

las botas” era, por eso, una locución que para las almas significaba casi lo

mismo que emasculación. (Schreber, 2012, p. 209).

En ese sentido, es importante señalar el amplio y diverso uso que tiene el lenguaje.

Al respecto, Wittgenstein afirma en Investigaciones Filosóficas que el lenguaje puede

usarse de diferentes maneras y en diferentes situaciones, cada una de las cuales

forma parte de un “juego de lenguaje” particular. Por ejemplo, en un determinado

juego la palabra “agua” puede utilizarse para referirse al líquido, y en otro juego la

palabra “¡agua!” puede ser una orden para pedir un vaso de agua. La palabra

entonces no significa por sí misma sino por el contexto y el modo en el que se usa.

27

Es decir, para comprender el sentido de una proposición esta se debe ver en

contexto.

Asimismo, la palabra como herramienta del lenguaje obtiene su significado

concreto dentro de la situación social donde es usada y depende también de cómo

es usada en tal situación (Wittgenstein, 2017, §11.): “[…] Tan diversas como las

funciones de estos objetos [herramientas de una caja de herramientas], tan diversas

son las funciones de las palabras. […]”. Para Schreber, las palabras y proposiciones

se modifican continuamente en la interacción con los “rayos” y las “almas”. Parece

entonces que los significados en la experiencia esquizoide de Schreber saltaran entre

las palabras, objetos y experiencias que describe en sus memorias; al punto que,

como narra durante su estancia en Sonnenstein, se le cuestionó en varias ocasiones

si recordaba el significado de las palabras:

[…] las palabras “racionalismo” o “socialdemocracia” son pronunciadas

por un loco cualquiera sin ningún contexto y al mismo tiempo se sondea,

mediante las palabras “Ha sido aceptado”, pronunciada por las Voces, si

existe todavía en mí una comprensión de los conceptos “racionalismo” y

“socialdemocracia”, es decir, si todavía sé cuál es el significado que tienen

estas palabras (Schreber, 2012, p. 285)9.

(i) Lenguaje privado y “vivencias características”

El lenguaje de las almas no se puede poner en práctica por la falta de criterios de

corrección, además de que no se relaciona con prácticas culturales. Resulta entonces

revelador cómo desde el delirio esquizoide de Schreber la ruptura que se tiene con

la experiencia implica una ruptura con el lenguaje, al tratar de fundar para sí un

9 Por otra parte, uno de los componentes de la esquizofrenia de Schreber es encontrar un lugar para el pensamiento, tradicionalmente ubicado en el alma, que se encuentra, según él, en los nervios que componen el cuerpo. Durante su segunda época, Wittgenstein lucha contra la idea de que haya un lugar del pensamiento o que el pensamiento sea como un medio de la mente. De este modo, Schreber refleja, en cierto sentido, algunas de las tesis metafísicas contra las que se enfrenta el filósofo austriaco al exponer los sinsentidos que generan ciertas teorías filosóficas, en este caso la narración de Schreber, por el mal uso del lenguaje.

28

nuevo lenguaje. El problema que plantea un lenguaje como el de Schreber no es que

no haya criterios de corrección para su lenguaje privado, sino que la manera como

habría que usar la palabra “correcto” en el contexto del lenguaje de las almas no se

corresponde con la manera como se usa normalmente. El uso habitual del lenguaje

tiene una inercia para encontrar a los otros e iniciar a repetirse por la interacción.

Tanto la crisis de repetición en el lenguaje de las almas como el carácter “común

(por no decir ordinario).” (2012, p. 166) que Schreber asigna a la forma que fue

tomando dicho lenguaje durante su estancia en Sonnenstein hacen que el lenguaje

de las almas se vuelva un lenguaje normal. Incluso en el contexto de su experiencia

esquizoide Schreber reconoce en qué radica la función social del lenguaje:

[…] una de las expresiones repetidas desde entonces a cada aparición de la

voluptuosidad del alma rezaba así: “¿No siente vergüenza por su señora

esposa?”, o aún más grosera: “Será un presidente de Sala el que se dejará

j…”. […] A partir de entonces tomé con plena conciencia como valedera

ejercitar la feminidad y lo seguiré haciendo, en la medida en que lo permite

el respeto a quienes me rodean, piensen de mí lo que quieran otros hombres

[…] (Schreber, 2012, p. 220).

Sin embargo, un lenguaje totalmente privado no podría ser usado para la

comunicación y el entendimiento con nadie, ya que como señala Wittgenstein en las

Investigaciones, el lenguaje implica necesariamente significados entendidos

mutuamente en contextos compartidos, sean particulares o sociales; de manera que

un lenguaje totalmente privado carecería de sentido. Un lenguaje con criterios

privados no es posible dado que los criterios de corrección son, por definición,

públicos. Cualquier lenguaje, parece decir Wittgenstein en su segunda etapa,

requiere el espacio lógico generado por los criterios de corrección públicos y

compartidos. Así pues, la conexión que existe entre el argumento acerca de la

imposibilidad de un lenguaje privado en contra de la naturaleza social y pública del

lenguaje natural y la experiencia esquizoide de Schreber radica en que la expresión

de la experiencia no hace parte de un mundo común, no admite una comprensión

29

en términos de prácticas humanas. La comprensión del lenguaje de Schreber

depende de lo que Wittgenstein llamó “vivencias características” propias de su

conexión con las almas, vivencias que, de acuerdo con Investigaciones Filosóficas

(2017, §§32-36.), no son necesarias ni suficientes para las explicaciones de

significado. Los criterios públicos compartidos, por el contrario, establecen el

espacio lógico en el que operan las explicaciones de significado y permiten

distinguir aquellas que son genuinas de aquellas que no lo son. Se necesita entonces

para que esas explicaciones funcionen que ya haya una forma de vida compartida.

Lo que requeriría el lenguaje de Schreber, como él mismo parece reconocer en su

delirio, es la posibilidad de encontrar una forma en que su experiencia pueda hacer

parte de la experiencia de los miembros de su comunidad lingüística que parece

estar conformada únicamente por las almas. Como su experiencia es a primera vista

inusual, es necesario intentar integrarla a la experiencia común a través de una

condición de interpretación que permita hacerla parte del mundo compartido. Pero

el abogado alemán solo ofrece un conjunto de “vivencias características” que son

incomunicables para alguien que no esté conectado con las almas y de esta forma el

círculo de (in)comunicación se cierra. En un pasaje que parece diseñado para

explicar lo que le sucede a las explicaciones de significado a las que apela Schreber,

Wittgenstein señala con precisión envidiable la extraña situación comunicativa del

presidente de la Corte de Apelaciones de Dresde: “[…] Donde nuestro lenguaje nos

hace presuponer un cuerpo y no hay un cuerpo, allí, vamos a decir, hay un espíritu.”

(Wittgenstein, 2017, §36).

Pero la elaboración lingüística de Schreber tiene una característica adicional. La

forma de expresión usual es metafórica y las explicaciones de significado a las que

él apela recurren permanentemente a imágenes. El lenguaje de Schreber se expone

a partir del uso que hace de las imágenes que retratan su experiencia. Esa fuerte

dependencia de las imágenes hace que los usos de Schreber se salgan de lo

“normal”. El lenguaje del esquizoide se basa en la absoluta confianza en una

interpretación de imágenes y no en usos bien establecidos. La anormalidad de los

30

usos en su sistema lingüístico se debe a que no sabemos qué decir cuando nos

enfrentamos a las imágenes que Schreber nos propone. La paráfrasis interpretativa

se hace entonces prácticamente imposible. En palabras de Wittgenstein: “Solo en los

casos normales nos está claramente prescrito el uso de las palabras […] Cuanto más

anormal el caso, más dudoso se vuelve lo que debemos decir entonces […]” (2017,

§ 142.).

La utilidad de esta afirmación como estrategia interpretativa se ve claramente

reflejada en la experiencia esquizoide de Schreber (2012) cuando dice: “Los giros de

lenguaje de la “concepción de las almas” cobraron posteriormente un significado

enteramente distinto. Se degradaron en meras muletillas, mediante las cuales se

trataba de satisfacer la necesidad de hablar, a falta de pensamientos propios […]”

(p. 210). Y también cuando afirma: “El sistema de no hablar con frases completas se

ha ido perfeccionando cada vez más en el transcurso de los años, a medida que las

almas comenzaron a carecer de pensamientos propios […]” (p. 258). Estas

afirmaciones reflejan que la pérdida de significado del lenguaje con las almas, dada

por la repetición de frases cortas y muletillas, le imposibilita a Schreber comprender

cuál es el mensaje detrás de esas repeticiones. En otras palabras, la crisis en el

lenguaje de las almas es también para Schreber incomprensible.

La discusión sobre si la experiencia esquizoide es comprensible o incomprensible

no radica en que sea comunicable, sino más bien se trata de entender cómo funciona

el sistema de imágenes que utiliza Schreber para expresarse. Hay que anotar que

este sistema funciona de una manera distinta a como funciona un sistema regular

de interrelaciones apoyado en varias imágenes que se conectan entre sí. Así pues, lo

que falla para Schreber es que hay un error de arquitectura en su sistema de

expresión paralelo al error de arquitectura en su sistema de creencias. El punto

central de esta discusión es si puede haber una forma de lenguaje que, como la de

Schreber, base los criterios en impresiones e imágenes que se dan como

interpretadas. Necesitamos entonces una forma de lenguaje que opere con imágenes

31

pero que no las dé por interpretadas. Para nuestra interpretación terapéutica del

caso debemos comprender las metáforas del esquizoide.

El captar imágenes en la comprensión metafórica implica una nueva experiencia

que tiene que ver más con un cambio actitudinal que proposicional10. Las metáforas

nuevas como las que propone Schreber indican un límite en la relación entre su

lenguaje y su experiencia del que me ocuparé en la última sección de este escrito.

(ii) Lenguaje metafórico, imagen y método de proyección

El lenguaje de Schreber no es entonces un lenguaje nuevo, es en realidad un lenguaje

viejo que se intensifica y modifica, se renueva o reconstruye a partir de metáforas e

imágenes. Por consiguiente, el lenguaje de Schreber no es un lenguaje distinto al

humano, sino que en realidad es un lenguaje humano complejo cargado de

metáforas a la espera de una interpretación adecuada. Las metáforas de Schreber

son un medio de comunicación, de expresión de pensamientos como cualquier otra

herramienta del lenguaje. Lo que se necesita para interpretarlo no es una explicación

que simplemente transforme el uso metafórico del lenguaje de la experiencia

esquizoide a un uso literal o normal del lenguaje, como parecería sugerirlo la

interpretación psicoanalítica que hacen del caso de Freud y Canetti. Lo que se

necesita para ofrecer una interpretación genuinamente terapéutica de este caso es

entender cuál es la función comunicativa de ciertas metáforas.

La comprensión metafórica implica la recepción de una imagen, en tanto el

enunciado hace que se vea dicha imagen en los términos del hablante. Al respecto

Elizabeth Camp11 (2006) señala que las metáforas son una herramienta

10 Desde este punto de vista, clasificar la metáfora como un fenómeno pragmático o propiamente semántico es mucho menos interesante que el hecho de que es una especie de prueba para cualquier posición que intente reflexionar sobre la relación entre experiencia y lenguaje. Se puede decir que el problema no es que no haya reglas precisas para interpretar las metáforas, sino que las metáforas son un punto de vista privilegiado para evaluar la relación entre experiencia y lenguaje. Así, la metáfora establece un nuevo camino para la exploración de esta interpretación terapéutica de la experiencia esquizoide. 11 En su análisis de la metáfora, esta filósofa centra su atención en los pensamientos y expresiones de la aserción metafórica que no se ajustan a los modelos proposicionales estándar. En esa línea de

32

comunicativa eficiente, y a veces necesaria, para referirnos al mundo, dado que

expresan contenidos complejos en pocas palabras. El lenguaje metafórico refleja y

refuerza determinada "perspectiva" del mundo. Las metáforas representan, en la

mayoría de los casos, una invitación para conocer y participar de la perspectiva que

no es usual. Dicho de otro modo, toda metáfora sirve para expresar una visión del

mundo, es decir, permite contemplar algo que no habíamos contemplado: extiende

la experiencia.

El uso y la visión de imágenes en el lenguaje metafórico de Schreber no se reduce a

evocar en los demás “vivencias características” conectadas con la metáfora. Esta

reducción en la interpretación de las metáforas se asemejaría al análisis

psicoanalítico previamente expuesto – Freud y Canetti –. Si afirmamos que se debe

explicar el lenguaje metafórico en términos de las asociaciones que genera en

nosotros, sonamos como el mismo Schreber explicando su experiencia:

Hasta aquí casi no he intentado dar una auténtica demostración de la

realidad de los milagros por mí afirmados y de la verdad de mis ideas

religiosas. Sin embargo, en mi constitución corporal existe una abundancia

de pruebas, además de los estados ululatorios muchas veces mencionados,

de manera que, según supongo, un examen de mi cuerpo en cuanto a los

rasgos distintivos de la feminidad tendría que producir aun ahora un efecto

persuasivo sobre otras personas (Schreber, 2012, p.311).

La comprensión de las metáforas de Schreber no requiere que examinemos su

cuerpo o intentemos evocar sus experiencias. Para nuestra interpretación

terapéutica necesitamos, más bien, que haya un uso comunicable de ciertas

pensamiento, Camp (2003) utiliza la expresión “ver-como” para indicar la invitación que genera la metáfora al oyente. Para ella, el término "ver-como" se aplica no solo de manera vaga sino metafóricamente a la metáfora. Lo que está detrás de esta idea es que el “ver-como” es una forma de experimentar y darle sentido al mundo y a las cosas particulares que lo componen. Es decir, las imágenes también constituyen modos de representación. No obstante, no expongo en este texto una amplia teoría de la metáfora en tanto no es el objetivo que me he propuesto inicialmente. Mi interés es señalar que la metáfora es la forma en la que Schreber utiliza el lenguaje, mas no busco defender una teoría de la metáfora.

33

imágenes. En ese sentido, tal como no debemos confundir el significado de

“señalar” en los enunciados “señalar un libro” y “señalar la forma”, no debemos

confundir “compartir una visión del mundo” con “compartir unas vivencias

características asociadas a una visión del mundo” (Wittgenstein, 2017, §35). Usar

una metáfora para comunicar se parece mucho a usar una imagen para comunicar

en el siguiente sentido: solamente si existe algo como un método de proyección

podemos utilizar la figura para comunicar algo (Wittgenstein, 2017, § 139). El

método de proyección permite distinguir el caso normal del caso anormal. Aunque

la expresión “método de proyección” suene como un término técnico, la idea detrás

de ella es relativamente sencilla. Cualquier imagen puede ser usada como símbolo,

pero si es usada como símbolo, siempre debe ser posible que esa imagen haga parte

de una explicación de significado. Toda explicación de significado debe mostrarnos

cómo usar símbolos y si pretendemos usar una imagen o figura, esa explicación

puede ser llamada “un método de proyección” de la imagen o figura. Cuando no es

posible señalar dicho método, solamente podemos recurrir a lo que “le venga a la

mente” a quien usa la imagen. Pero en este caso, la imagen deja de ser un símbolo de

nuestro lenguaje compartido:

¿Y qué pasa si nos viene a la mente no solo la imagen del cubo, sino también

el método de proyección? –¿Cómo debo pensar eso? – Quizá que vea ante

mí un esquema del modo de proyección. Una imagen, por caso, que

muestra dos cubos conectados entre sí mediante líneas proyectivas. –¿Pero

avanzo esencialmente con eso? ¿No puedo ahora pensar también en

diferentes aplicaciones de este esquema? – Sí, ¿pero no puede entonces

también venirme a la mente una aplicación? – Pues sí; solo que hemos de

aclararnos acerca de nuestro uso de esta expresión. Supóngase que le

expongo a alguien diferentes métodos de proyección para que él los uso

después; y preguntémonos en qué casos diremos que le viene a la mente el

método de proyección al que yo me refiero.

34

Reconocemos para esto manifiestamente dos tipos de criterios: Por un lado,

la imagen (cualquiera que sea su índole) que le viene a la mente en un cierto

momento; por otro lado, la aplicación que él —en el curso del tiempo— hace

de esta representación. […] (Wittgenstein, 2017, §141.)

Me gustaría sugerir que en el lenguaje hablado las metáforas son semejantes a las

imágenes en un lenguaje visual: solamente en la medida en que se encuentra el

análogo de un método de proyección, se puede saber si las metáforas de Schreber

pueden comunicar algo y extender nuestra experiencia o no. Como hemos visto en

numerosos ejemplos, las metáforas de Schreber son inestables interpretativamente

hablando porque dependen de que una cierta imagen o figura “le venga a la mente”

a quien interpreta su discurso. Pero esto no es lo que sucede con la metáfora como

parte de un sistema lingüístico. Pensar así la metáfora implica que al introducir una

metáfora tiene que ser claro el método de proyección de esta, para hacerla

interpretable.

La interpretación de la metáfora requiere que sea posible señalar cuáles visiones de

mundo resultan compatibles con ella y cuáles no. Y el lenguaje de Schreber no

permite esta posibilidad: todas las metáforas generan la misma visión de mundo,

una visión de mundo a la que solamente podríamos acceder si compartiéramos su

experiencia esquizoide, como sucede con su sistema de creencias la experiencia

esquizoide de Schreber y su lenguaje se fijan bajo una única proposición. Así pues,

las metáforas de Schreber carecen de posibilidades interpretativas. Se puede decir

entonces que las metáforas de Schreber están mal porque no pueden conectarse con

nuestro sistema lingüístico al no estar atadas a un método de proyección. No

obstante, no se trata aquí de reducir el lenguaje de Schreber al lenguaje literal, como

parecen sugerir algunos psicoanalistas, como Freud y Canetti, se trata más bien de

conectar las figuras lingüísticas que él usa con figuras lingüísticas que nosotros

usamos. Las metáforas de Schreber solamente podrían cumplir con su función

comunicativa si fuéramos capaces de conectarlas con las explicaciones de

significado relevantes para nosotros. No obstante, Schreber permanentemente evoca

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en su lenguaje una experiencia originaria que es la puerta de acceso a la

comprensión de sus imágenes. Esta experiencia, al no ser compartida por otros deja

al sistema de su experiencia en silencio para otros usuarios de su lenguaje. El

sistema no dice nada para quien no participa de la experiencia esquizoide de

Schreber; pero no porque su sistema carezca de sentido, sino porque apela a una

única imagen privada. Una metáfora sin un adecuado método de proyección es

incomprensible para las demás personas; la metáfora hace parte de un sistema, no

es una pieza suelta. En ese sentido, las metáforas de Schreber son piezas sueltas y el

vínculo que Schreber establece entre ellas en sus Memorias (2012) nos resulta

extraño, como él mismo lo expresa:

[…] todo lo que sucede está referido a mí. Al escribir la frase precedente

tengo plena conciencia de que otros hombres tenderán a ver en esto una

fantasía morbosa de mi parte, pues sé muy bien que la tendencia a referir

todo a sí mismos, a poner todo lo que sucede en relación con la propia

persona, es precisamente un fenómeno que se presenta con frecuencia en

los enfermos mentales. […] Desde que Dios entró en conexión nerviosa

exclusiva conmigo me he convertido para Dios en cierto sentido en el

hombre por antonomasia, o en el único hombre en torne al cual todo gira,

al cual tiene que referirse todo lo que sucede y el que también, desde su

punto de vista, tiene que referir a sí mismo todas las cosas (Schreber, 2012,

p.301).

Así pues, al implicar el uso habitual del lenguaje signos y significados compartidos,

un lenguaje privado como el de las almas, que recurre a metáforas e imágenes

originarias preinterpretadas, resulta incomunicable; no porque sea absurdo, sino

porque recorta nuestra visión de mundo en lugar de extenderla. Solamente cuando

Schreber reconoce la función social del lenguaje, acompañada por el reconocimiento

de la existencia de la humanidad, sus proposiciones empiezan a recurrir a criterios

de corrección y métodos de proyección compartidos que nos permiten entender lo

que narra. En otras palabras, no es que la experiencia esquizoide y su expresión

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carezcan de sentido, sino que el uso de imágenes privadas, exclusivas de las almas,

no permiten una comunicación fluida: es necesario que haya una forma de vida

compartida.

VI. Conclusiones

En la experiencia esquizoide de Schreber se observa que tanto para sus

justificaciones como para su lenguaje tiene lugar el mismo proceso. En cuanto a su

sistema de certezas y dudas, este no resiste ser llevado a un sistema de justificación

compartido. Y con respecto al lenguaje metafórico, las metáforas no encajan en un

método de proyección colectivo. Así pues, la experiencia esquizoide es individual y

no puede ser compartida: la experiencia y lenguaje de Schreber no son nuevos, en

el sentido en que sus metáforas extienden su experiencia y las posibilidades

generadas por una visión de mundo, son en realidad una experiencia y un lenguaje

viejo que se concentra en intentar evocar en los demás un tipo de experiencia

característica de la esquizofrenia. La experiencia esquizoide no extiende las

posibilidades de nuestra visión compartida del mundo, sino que las recorta.

Asimismo, para Schreber no hay una vuelta completa a la normalidad puesto que

aún después de reconocer la función social del lenguaje y volver a ella, y también

poner en duda su única certeza pasando de esta a un sistema completo de

interrelaciones, sigue manteniendo la sensación de que lo que vivió fue real y no

simples alucinaciones. Es únicamente cuando Schreber reconoce que no está solo,

que existe un mundo, que inicia su retorno a la vida y lenguaje habitual, aunque

mantiene algunas de las proposiciones y creencias que desarrollo durante su delirio.

Sin embargo, esto implica que al reconocer la función social del lenguaje Schreber

parece señalar que su experiencia es incomunicable, en el sentido de que es privada

y no está sujeta a prácticas de justificación.

Así pues, la práctica lingüística como hecho social es bilateral, en el sentido en que

existen criterios de corrección compartidos que nos permiten comunicarnos y

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entendernos sobre la base de proposiciones o creencias conjuntas. Surge entonces

nuevamente la inquietud ética por la práctica psicológica, que subyace a esta

exploración interpretativa, y que puede extenderse a la cuestión sobre cómo

acercarse a quien tiene una imagen de mundo diferente a la propia: cómo

relacionarse con la diferencia; cuestión que esta fuera de los alcances del presente

trabajo.

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VII. Lista de Referencias

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