crónica crónica y literatura y literatura

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Participan en este número: Gonzalo Celorio, Ángeles González Gamio, Lilia Vieyra Sánchez, Alejandro García, Ma. Eugenia Fernández Álvarez, Mario Alberto Medel Campos, Ma. de Jesús Real García Figueroa, Ma. Eugenia Herrera, Mildred Meléndez, Pepe Real, Javier Córdoba Gómez, Víctor Rangel Reséndiz, Josefina Escamilla Escobedo, Raquel Acosta Fuentes, Ericka Martínez Núñez ISSN: 2594-3022 37 literatura Crónica y

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Participan en este número:

Gonzalo Celorio, Ángeles González Gamio, Lilia Vieyra Sánchez, Alejandro García, Ma. Eugenia Fernández Álvarez, Mario Alberto Medel Campos, Ma. de Jesús Real García Figueroa, Ma. Eugenia Herrera, Mildred Meléndez, Pepe Real, Javier Córdoba Gómez, Víctor Rangel Reséndiz, Josefina Escamilla Escobedo, Raquel Acosta Fuentes, Ericka Martínez Núñez

ISSN: 2594-3022

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literaturaCrónica y

Portada_ritmo37.indd 1 25/06/21 4:51 p.m.

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Núm. 37

Ritmo

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Director

Benjamín Barajas Sánchez

Director invitaDo

Alejandro García

eDición

Mildred Meléndez

Dirección De arte y Formación

Julia Michel Ollin Xanat Morales

© Derechos reservados 2021 Universidad Nacional Autónoma de México.Ritmo es una publicación trimestral, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de México, a través del Colegio de Ciencias y Humanidades Plantel Naucalpan, Calzada de los Remedios 10, Colonia Los Remedios, Naucalpan, Edo. de México, CP 53400, teléfonos 53600324, 53600325, correo electrónico: [email protected]. Editor responsable: Alejandro García, correo: [email protected], Certificado de Reserva de Derechos al uso Exclusivo: 04-2016-122015302500-102, ISSN: 2594-3022, Certificado de Licitud de Título y Contenido: 17035 otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por la imprenta de la Dirección General del CCH, Domicilio: Monrovia 1002, Colonia Portales Sur, CP 03300, Ciudad de México; este número se terminó de imprimir el día 28 del mes de junio de 2021, con un tiraje de 500 ejemplares, impresión tipo offset, con papel couché de 120 grs. para los interiores y cartulina sulfatada de 12 pts. para los forros.

El contenido de los artículos es responsabilidad de los autores y no refleja necesariamente el punto de vista de los árbitros y del editor. Se autoriza la reproducción de los artículos (no así de las imágenes e ilustraciones) con la condición de citar la fuente y se respeten los derechos de autor.

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Í N D I C E

Editorial 5

Presentación 6BENJAMÍN BARAJAS SÁNCHEZ

La crónica: una experiencia testimonial. Entrevista a Gonzalo Celorio 8Alejandro García

El reflejo de nuestro origen: Ángeles González Gamio 16Mildred Meléndez

Madrileñas vistas por un diplomático mexicano 22Lilia Vieyra Sánchez

Con pluma femenina. Mujeres cronistas de la Ciudad de México 30Alejandro García

Día de Muertos en el Pueblo Originario de Iztacalco 46María Eugenia Fernández Álvarez

Recuerdos entre rieles 52Mario Alberto Medel Campos

La muchacha de las trenzas 62María De Jesús Real García Figueroa

El barrio Tultenco, siete siglos de historia 66María Eugenia Herrera

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Colonia Industrial 74América Cruz

Crónicas sobre la pandemia 78Lilia Atenea Miroslava Santiago Álvarez

Alguien camina sobre tu tumba de Mariana Enríquez 84Mildred Meléndez

| DO SSI ER : A 5 0 AÑ O S DEL COL EGIO |

Orgullo cecehachero 90Pepe Real

1971: cuando todo está escrito en las nubes 94Javier Córdoba Gómez

Ser cecehachero 98Víctor Rangel Reséndiz

El CCH y su dimensión 103Josefina Escamilla Escobedo

Transición 106Raquel Acosta Fuentes

Cincuenta años aprendiendo a aprender 110Erika Alexa Martínez Núñez

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editorial

La literatura, como el arte en sí mismo, es una de las vastas posibilidades que tiene el ser humano de encontrarse a sí, reflejarse en la realidad o construir una propia. Géneros

como la epístola, el diario de viajes o la crónica —narrada en primera persona— brindan senderos para descubrir, explorar, recrear épocas pasadas, tiempos actuales.

La crónica en México es ejemplar. La función que desempeñan los cronistas, así como el extenso y detenido recorrido que rea-lizan entre calles, mercados, iglesias, costumbres, vida cotidiana, colonias, barrios y descripción de los tipos populares, merece todo el reconocimiento, tanto del lector como de la crítica lite-raria misma, por ser la memoria propia de un país emblemático e indudablemente hermoso.

En el presente número de la revista Ritmo. Imaginación y crítica hay un acercamiento al género cronístico desde diversas plumas, y de géneros como la entrevista, la semblanza, el ensayo, con textos de reconocidos escritores de la Asociación de Cro-nistas de la Ciudad de México e investigadores del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM; así como las voces femeninas de jóvenes cronistas que reflejan diferentes maneras de expresar la crónica que hoy, más que nunca, se muestra pro-positiva y vigente.

Al final, un vasto Dossier, testimonio directo de la comuni-dad del Colegio de Ciencias y Humanidades en el marco de su cincuenta aniversario.

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Surgida de las indefinidas fronteras entre la historia y la literatura, la crónica tiene ilustres antecesores.

Qué son sino crónicas varios de los relatos que Heródoto incluye en sus Nueve libros de historia, dedicados cada uno a una de las nueve musas; o libros de la Biblia como el Éxodo, que narra la liberación del pueblo hebreo de Egipto; o las Vidas paralelas, de Plutarco, quien escribió crónicas para comparar las hazañas de Temístocles y Camilo, de Cimón y Lúculo, de Pericles y Fabio Máximo, entre otros prohombres grie-gos y romanos.

Sin embargo, quien aportó la cua-lidad principal de la crónica, su carac-terística especial de narrar un hecho siguiendo paso a paso su desarrollo en el tiempo, fue ni más ni menos que un modesto soldado que acompañó a Hernán Cortés en su propósito de con-quistar la Gran Tenochtitlan, en 1519.

En efecto, retirado Bernal Díaz del Castillo en Santiago de Guatemala, hoy Asunción, conoce la Historia general de las Indias de López de Gómara, capellán de Cortés que nunca vino a América,

presentación

y le indigna leer la versión de que es sólo el capitán general el autor de las principales hazañas. Un poco para reconocer los trabajos de los demás, y otro tanto para que sean reconocidos sus méritos, Díaz del Castillo inicia cuarenta años después de consumada la Conquista la redacción de su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, y con ese documento sin par en las letras y la historiografía escribe lo que será la primer gran crónica del mundo americano, resultado de su prodigiosa memoria a la que, para ayudar, sitúa los hechos en una precisa línea temporal.

El mismo procedimiento repetirá Daniel Defoe en 1721, cuando escribe el otro gran libro fundador de la cró-nica conocido como Diario del año de la peste. El hecho ocurrió durante los años 1665-1666, cuando la peste bubónica asoló Londres causando cientos de mi-les de muertos y millones más en Euro-pa. El gran novelista tendría entonces cinco años, así que cuando reconstruye los acontecimientos lo hace basado en documentos escritos y testimonios de algunos sobrevivientes, pues a él no

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le tocó presenciar personalmente la tragedia, o no la recordaba del todo.

En México tenemos un insuperable ejemplo de crónica en esa breve obra maestra escrita por Martín Luis Guz-mán y titulada Ineluctable fin de Venustiano Carranza. Reconstruida mucho después de los sucesos que culminaron el 21 de mayo de 1920, la narración describe paso a paso los últimos días de don Venustiano Carranza que, en su afán por conservar el poder ante la rebelión de Álvaro Obregón, huye hacia Vera-cruz y es asesinado en Tlaxcalaltongo, Puebla. Al leer esta sin igual crónica el lector siente que viaja al lado, o mejor, en el hombro mismo del Primer Jefe para presenciar su final.

Actualmente la crónica se clasifica como uno de los géneros periodísticos híbridos, pues reúne en un mismo cuerpo textual información y opinión, dos actividades que se consideran ex-cluyentes si se persiste en narrar con

“objetividad” los hechos. Sin embar-go, la crónica busca precisamente eso: aportar las impresiones y la interpre-tación además de la información, pues ésta, pese a su abundancia y amplia cir-culación hoy día, resulta insuficiente si no va acompañada de las impresiones, la opinión y la subjetividad expresa del narrador. Tal como la inició Heródoto y continuó Plutarco, Díaz del Castillo, Defoe y todos los grandes cronistas de nuestro tiempo. Por cierto, es un mé-todo que la aproxima a la altura del arte.

Esto es lo que quisimos revisar en este número de Ritmo.

BENJAMÍN BARAJAS SÁNCHEZ Joaquín Clausell. Canal, s/f.

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E n t r E v i s t a ◗

una experiencia testimonialLA CRÓNICA:

La crónica es un género que a mí me interesa mucho.

No recuerdo con precisión mi acercamiento a la crónica, porque yo no puedo diferenciarlo con el de la literatura. Es decir, cuando uno se acerca a la literatura no necesariamente tiene un concepto predeterminado de los géneros, quizá sí cuando se empie-za a leer poesía, porque es un género tan distanciado de la prosa, y cuando uno lee poesía tiene un estado mental distinto. No es que sea lo mismo un cuento que una novela, no es lo mismo una crónica que un ensayo.

En una entrevista que me realizó María Elena Saldaña en el periódico

Entrevista a Gonzalo Celorio*

* Entrevista realizada por Alejandro García el día 16 de marzo del 2021.

Milenio, en octubre de 2020, señalé que “del proceso creativo cuando uno tiene una idea en la cabeza se escri-be un ensayo, cuando alguien tiene un argumento redondo se escribe un cuento, cuando alguien tiene una ima-gen espléndida de lo que se escribe es un poema y cuando alguien tiene un conflicto del demonio, lo que escri-be es una novela”. Y, en el caso de la crónica, yo considero que es cuando se tiene una experiencia. Lo que digo es muy simplificado, pero es cierto y una crónica es cuando uno tiene una expe-riencia testimonial que quiere contar.

Mi libro México, ciudad de papel (1997), suele tener fronteras muy imprecisas

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José María Velasco. Vista del Ajusco y Pueblo de San Ángel desde la Barranca del Muerto, 1898.

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entre el ensayo y la crónica, tan im-precisas que no sé bien si algunos de los textos que escribo puedan ser con-siderados como crónicas.

Los lugares que más he descrito han sido las cantinas de la Ciudad de Mé-xico, los bajos fondos. La que sí es una verdadera crónica para mí es “Con su música a otra parte” sobre el Bar León, que está también recogida en DF-CD-MX. Marca registrada editado por ustedes, el Colegio de Ciencias y Humanidades y la Academia Mexicana de la Lengua en el año 2019. Este libro mío tie-ne muchas estampas cuando hablo de los personajes de Mixcoac. También un relato como el velorio de mi casa que puede ser una crónica, pero es tan

personal y tiene una estructura tan narrativa, que yo más bien pienso que se trata de un relato; y los demás que figuran en el libro son más bien en-sayos, como “México, ciudad y papel”,

“Arquitectura fantástica mexicana”, o “De Bernardo de Balbuena a Salvador Novo, ocasiones de contento”.

México, ciudad de papel digo que está entre el ensayo y la crónica, porque hay muchas elecciones de carácter ensayís-tico, es una reflexión histórica y en ese sentido, ensayística, sobre esta especie de propensión a la destrucción de la Ciudad de México, pero tiene algo de crónica porque llego al momento con-temporáneo y describo lo que ocurre en la ciudad contemporánea. Enton-

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José Jiménez . Interior del Colegio de Infantes de la Catedral de México, 1857.

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ces creo que existe la parte ensayística retrospectiva y una parte actual de cró-nica. Creo que la crónica tiene como característica fundamental que el cro-nista, que el que la ejerce, sea un testigo presencial de lo que está narrando.

Respecto a los cronistas del siglo XIX me interesó con esta actitud un poco retrospectiva e historicista Luis González Obregón. También fue un gran cronista Joaquín Fernández de Lizardi “El Pensador Mexicano”, sobre todo en sus artículos periodísticos; más allá de su gran novela El periquillo sarniento publicada en 1816, que creo que sí nos da una idea muy clara de lo que ocu-rría a principios del siglo XIX. Pero, sin lugar a duda, el mérito mayor de Fernández de Lizardi es haber sido el primer novelista de este continente, que, curiosamente, no hubo novela

durante toda la época virreinal, cuando ya al principio del siglo XVII en España se había publicado El Quijote por algo no se escribió novela en América, porque fue censurada o inhibida, ya que se consideraba un género peligroso, lo que de alguna forma, significa que la novela es un género de cierta manera-subversivo, un género libertario más que literario.

Ahora bien, hay muchos escritores que tienen una especie de voluntad de cronista cuando escriben novelas. También es una crónica, ya no del siglo XIX, sino de muy principios del XX la novela Santa de Federico Gamboa, que es de 1906, y que también desempe-ña una función de crónica de lo que pasaba en la Ciudad de México en esa época. Hay hay otros géneros como el teatro, que también puede hacer

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las veces de crónica, cuando uno lee a José Tomás de Cuellar, por ejemplo, es evidente que en su teatro también se está leyendo la crónica, pero qui-zá para mí el cronista más destacado, más sabroso (es una lástima que haya muerto a una edad tan temprana), es Manuel Gutiérrez Nájera, realmente un cronista extraordinario de la Ciu-dad de México.

Ya para el siglo XX, don Artemio de Valle Arizpe fue nombrado cronista de la Ciudad de México, pero hubo algunos detractores que consideraron que él no era un cronista de su tiempo, no explicaba las cosas de su momento. Es decir, que era un cronista digamos que abordaba el pasado, por ejemplo, la época virreinal y el siglo XIX, a dife-rencia de otros cronistas puros como es el caso de Salvador Novo, quien habla

de la época dividida por los sexenios de los diferentes presidentes de la Re-publica que narra lo que estaba viendo en ese mismo momento y no lo que había acontecido antes. Considero que el cronista debe ser alguien que relata en primera persona, porque siempre es como un testigo presencial. No hay crónica que se pueda llamar tal cuando se escribe en tercera persona, porque siempre es un testimonio personal, in-dividual, de alguien que da fe, porque estuvo presente en aquello que relata.

Para mí hay algunos cronistas que aprecio y estimo, sin lugar a dudas uno fue Salvador Novo, quien dijo que la crónica tiene: “después”, “pero”, “a posterior” y una función histórica. Es decir, que cuando se escribe tiene que ver con el evento mismo, hay una ecua-ción entre el momento de la escritura y el referencial de esa escritura. Después, esas crónicas de Salvador Novo adquie-ren una dimensión histórica, porque si queremos conocer lo que sucedió en la época presidencial de Adolfo Ruiz Cortines, de Adolfo López Mateos o de Lázaro Cárdenas es gracias, en gran medida, a esas crónicas de Novo, que ya pasado el tiempo adquieren una fun-ción histórica y cumplen una función historiográfica.

Otro de los cronistas que me entu-siasman es Jorge Ibargüengoitia por-que, efectivamente, él fue un novelis-ta, pero también fue un cronista y los artículos que publicaba en el Excélsior durante muchos años constituyen de verdad una crónica de la Ciudad de México y sus alrededores, y ya cuando

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José María Velasco. Puente de la Barranca del Muerto, 1898.

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se juntan uno ve que tienen un valor de carácter histórico.

Otro cronista que me pareció que tenía una gran capacidad y voluntad de reproducir la lengua oral fue Ricardo Garibay. E indudablemente hay mu-chos textos de Elena Poniatowska que cumplen con una función de crónica, son muy importantes. Cuando habla de lo que está ocurriendo en el mo-mento tienen un sentido primordial de crónica, no así cuando habla de cosas ocurridas en el pasado, y que implican una investigación histórica,

como es el caso de sus libros sobre Tina Modotti y Frida Kahlo o del Mo-vimiento Ferrocarrilero.

Creo que el gran cronista contem-poráneo de México fue Carlos Monsi-váis, quien permanentemente estuvo ejerciendo un poco como el heredero de Salvador Novo, esta crónica aguda, filosa, artística. Él publicaba de maneras muy diferentes, era un gran cronista, hizo que en buena medida su obra per-diera una especie de vigencia cuando pasaba el tiempo porque leía todos los días artículos que relataban la vida,

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sobre todo de la Ciudad de México, ya después, cuando se agrupan en libros, tienen un valor histórico, pero a lo mejor perdieron un poco la vigencia del momento. Otro gran cronista ac-tual es Juan Villoro, cuando uno lee Palmeras de la brisa rápida: un viaje a Yucatán (1989), o cuando lee libros sobre el terremoto de Valparaíso en Chile, son grandes crónicas. México tiene muy buenos cronistas.

Yo fui nombrado alguna vez cronista de Mixcoac, mu-cho antes que la maestra Án-geles González Gamio creara el Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, fue por parte de la Casa de la Cultura de Mixcoac, cuya sede estaba en el Centro Cultural Juan Rulfo. Yo iba ahí a leer mis textos sobre Mixcoac, que no ne-cesariamente eran crónicas.

Respecto a mi participa-ción en los ciclos de Bellas Artes llamados “Paseos li-terarios”, la verdad es que me gustaban mucho, pero también era una crónica a tono pasa-do, porque el recorrido que yo hacía por el Centro Histórico era más bien, siguiendo la ruta de los edificios don-de estuvo la Universidad antes de que en 1954 se ubicara en la Ciudad Uni-versitaria. Me gustaba mucho ir a San Ildefonso, sede de la Escuela Nacional Preparatoria, ir también al Palacio de Minería, que fue la sede de la primera escuela de ingeniería, obviamente, a la escuela de Jurisprudencia atrás de San

Ildefonso, al Palacio de la Autonomía, sede que fue, digamos, del Gobierno de la propia Universidad, y después la sede del plantel número dos de la Escuela Nacional Preparatoria.

Más allá de estos paseos más forma-les de Bellas Artes, yo he hecho otro tipo de paseos, unos menos académicos, porque tengo una novela que se llama

Y retiemble en sus centros la tierra (1999), donde hago un re-corrido por las cantinas de la Ciudad de México, pero también hago un recorrido por los edificios más impor-tantes. El más importante, en mi opinión, de la historia de este país es la Catedral de México, porque es uno de los pocos edificios que no ha sido destruido para ser construido de otra manera, sino que todos los estilos se han ido ahí acumulando a lo largo de varios siglos de construcción, por eso el segundo libro que yo pu-bliqué se llama Tiempo cautivo.

La Catedral de México, en el sentido del tiempo, de cómo la Catedral fue evo-lucionando en sus etapas constructivas, pero no es exactamente una crónica, es una historia más bien, realmente es un ensayo, con una apreciación un tanto lírica. También acabo de escribir unas cuartillas sobre el espacio escultórico de Ciudad Universitaria.

Siguiendo a Ignacio Padilla cuando señaló que: “el ensayista viajero, el Odiseo paseante, se deja devorar por

el gran cronista contemporáneo de México fue Carlos Monsiváis, quien permanentemente estuvo ejerciendo un poco como el heredero de Salvador Novo”.

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el cetus inmenso de la urbe que es su ubre; y al volver victorioso describe la siniestra belleza de lo que ha visto en el Hades citadino”, digo que no solo he escrito sobre la Ciudad de México sino que, sobre todo, en mis novelas hago muchas descripciones de otros espacios que a lo mejor tienen un cierto sentido de crónica, hablo mucho de La Habana en Tres lindas cubanas (2006), y comento bastante de Madrid en El metal y la escoria (2014). En una entrevista que me realizó Rosa Beltrán en su programa Contraseñas, señalé que tuve una infancia fluvial, y en mi última novela Los apóstatas (2020) sí hablo mucho de esa casa en la que yo viví de niño en San Ángel. El camellón de la avenida Vito Alessio Ro-bles antes era un río que se entubó. Mi infancia transcurrió a la vera de ese río.

El ensayo es un género híbrido como lo describía Alfonso Reyes, es el “Cen-tauro de los géneros”. Por un lado, tiene una parte intelectual, racional, crítica, pero, por otra parte, tiene una visión brillosa, viva, un poco onírica y un tanto lirica o imaginativa que es lo que, creo, le da al ensayo una singula-ridad que lo diferencia de la expresión estrictamente lírica como la poesía o una tesis doctoral, únicamente re-flexiva, investigativa. Ese es un género que a mí me gusta muchísimo. Tengo un ensayo sobre un cronista llamado

“De Bernardo de Balbuena a Salvador Novo. Ocasiones de contento”. Ahí hablo de Novo como cronista, pero, curiosamente, hago un tránsito entre un poeta y un cronista, aunque el poeta Bernardo de Balbuena al principio del

siglo XVII hizo una descripción de la Ciudad de México que en buena me-dida podría haber sido una crónica en verso, pero no tiene tanto este sentido de crónica, porque la palabra crónica también implica un tiempo, un espacio, tiene algo de relato y lo de Bernardo de Balbuena es más una descripción de un desarrollo.

En cambio, lo de Salvador Novo sí es una especie de crónica maravillosa de la Ciudad de México, es una des-cripción, pero al mismo tiempo con un sentido de crónica, porque además hace una especie de comparación implícita entre aquello que cantó Bernardo de Balbuena a lo que él está describiendo, incluso, sigue la misma estructura de la Grandeza mexicana. Otro texto mío sobre un cronista aparece en mi libro Del esplendor de la lengua española (2016) y es sobre Artemio de Valle-Arizpe.

Algunos consejos que podría dar para el joven cronista sería que no limi-ten su apreciación en aras de una pre-sunta objetividad. Que sean muy libres y que no sofoquen la imaginación ni la expresión personal subjetiva en aras de contar exactamente lo que pasó porque ya el solo hecho de contar lo que pasó, implica una transformación, pues que esa transformación sea rica y expresiva en donde también pueda tener cabida la impresión, la subjetividad, porque muchas veces se piensa que para ser un cronista fidedigno uno tiene que ser absolutamente objetivo, pero no existe la objetividad, sobre todo lo que no es pertinente es renunciar a la impresión para narrar lo que uno ha presenciado.

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Fue por el 75, quizás un poco antes, cuan-do el Bar León sufrió la invasión de los intelec-tuales. Para bien o para mal, el responsable mayor de esta intromisión fue el profesor universitario y periodista Froylán López Narváez, quien, por cierto, bailaba humillantemente La siguaraya. Convencido, con todo fundamento, de que “la rumba, es cultura” introdujo la academia en el bar, cuando tal vez su propósito era introducir el bar en la academia. Antes, la música tropical estabas más o menos limitada a los cabarets, a las películas de rumberas, a las fiestas de vecindario, a los radios de los taxistas, a las rocolas de las marisquerías, aunque a veces rebasaba graciosamente sus fron-teras, y en buena medida, merced a esta convicción que Froylán se encargó de propalar por todos los medios, empezó a escucharse como reivindicación de nuestra tan llevada y traída identidad, constan-temente vulnerada por la música norteamericana, y dejó de llamarse tropical para llamarse afroantillana. Como ejemplo de esta vertiginosa ascendencia, recuerdo una fiesta en el Salón Los Ángeles —La Catedral del Mambo—, a la que concurrieron por primera vez cientos de universitarios, que por supuesto no confesaban que eran primerizos, para oír al propio Pepe Arévalo, a Cayito y su Combo, al Gran Fellove, el Jacarandoso. Como era previ-sible, la asistencia de los intelectuales al bar acabó, si no por expulsar del todo, sí por inhibir a su público genuino: el burócrata de cuarta, el taxista de nalgas aguadas, el guarura de lentes oscuros en la oscuridad, el boxeador retirado que a la menor provocación recordaba batallas memorables frente

a las tumbadoras, sumiendo la panza y endure-ciendo la musculatura, la puta manca que llevaba el ritmo de la rumba aplaudiendo con el muñón.

Esta paulatina transmutación del público que-dó estatuida la noche en que llegó el Canal 13 de televisión para dar el espaldarazo comercial a una presunta autenticidad que justamente esa noche quedaba en entredicho. A pesar de mi confesa e inocultable condición de intruso, yo me sentí ultrajado, acaso sin razón. Ese no era el bar. Ese no era mi bar. Los productores habían cubierto con un papel metálico el mural que consignaba nuestra disparatada historia; la potente luz de los reflectores violaba la intimidad de la que el bar siempre había disfrutado, y el público habitual se había quedado afuera, sustituido, adentro, por mujeres de espaldas desnudas y tobillos perfu-mados y por hombres a ellas parecidos —chicos plásticos diría Rubén Blades—, de los que nunca pronuncian la e final de los adverbios terminados en mente. Pepe Arévalo estaba feliz esa noche. Y la China también: nerviosa pero apoltronada ya en un triunfo entonces prematuro. Hay que progresar, contestaba a mis muecas de disgusto. Hay que progresar. Y, en efecto, llegó el progreso. Grupos estupendos de Cuba, como la Orquesta Aragón, el conjunto Rumbavana o Barbarito Díez pasaron por El León y congregaron a la multitud. De nada valían madrugadas y reservaciones. Pasar al bar en esas noches era una tarea tan épica como la de permanecer adentro, entre el humo, el sudor y la promiscuidad, que no alcanzaban a desperdigarse por las ventanas del pasillo que da a la Catedral.

‘Con su música a otra parte’

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Casimiro Castro. Interior de la Alameda de México, s/f.

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de nuestro origen:EL REFLEJOE n s a y o ◗ M i l d r E d M E l é n d E z

Ángeles González Gamio

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Á ngeles González Gamio es pe-riodista, historiadora, docente y cronista mexicana. Licenciada

en Derecho por la UNAM. Desde 1992 escribe semanalmente en el periódi-co La Jornada crónicas sobre el Centro Histórico de la Ciudad de México. Es escritora y conferencista, además, ha sido profesora en la Universidad Au-tónoma Metropolitana y en la Univer-sidad Anáhuac; secretaria general del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México; directora de la revista A Pie-Crónicas de la Ciudad de México (1982); expositoria y conductora de recorridos literarios en el Instituto Nacional de Bellas Artes; Conductora en TV UNAM de la serie de siete programas Tesoros y Secretos del Barrio Universitario y en Canal 11 de la serie de programas Crónicas y Relatos de México.

Respecto al género cronístico afirma haber heredado el gusto por el Centro Histórico por herencia de su abuelo,

el reconocido antropólogo Manuel Gamio (considerado el padre de la antropología y arqueología en México), quien le hablaba de “la ciudad que ha-bía abajo” y describía, por ejemplo, la localización del palacio de Moctezuma; del Templo Mayor; la escuela para no-bles indígenas ‘Calmécac’ así como la historia de lugares como el tzompantli.

Recuerda afinidades con su abue-lo a través, también, de las historias que escuchaba cuando era pequeña; sin embargo, no fue hasta su muerte cuando la cronista leyó todos sus libros y se dio cuenta que aquellas historias fueron parte de las vivencias propias de su abuelo durante su estadía en Teoti-huacán o en la selva veracruzana, fue entonces cuando se propuso dedicarse de manera completa a la narración del Centro Histórico.

Por otro lado, su padre, quien era cronista de sociales en el periódico Excélsior, cultivó su mente con historias

Lugar de origen, destino final, punto de encuentro o de parti-da, refugio o prisión, espejismo o quimera, la Ciudad de México es ante todo nuestra casa. Barrios, pueblos y colonias son habita-

ciones donde las voces y los rumores del presente […] se mezclan con los ecos y las huellas dejados por las generaciones anteriores.

Cristina Pacheco en la presentación de Corazón de piedra de Ángeles González Gamio.

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respecto a las familias que vivieron en los palacios virreinales por ejemplo, la historia del palacio barroco donde vivió la marquesa de Selva Nevada y sus amoríos secretos. Fueron aquellas dos voces genealógicas las que determina-ron las convicciones de González Ga-mio, quien “vivió en esas dos ciudades de fantasía” y lo que provocó que, a muy temprana edad, surgiera en ella un gusto por la historia y la cultura de la ciudad en que habitó. No obs-tante, se considera una “cronista por accidente” debido a que desconocía la existencia propia del género y su lugar en el campo laboral. Por ello, después de haber cursado la preparatoria en el Colegio de San Ildefonso, estudió en primer lugar la carrera de Derecho, siguiendo los pasos de su padre aun-que, afirma que no sabía si estudiar sociología, historia o periodismo.

Ángeles permaneció varios años en la revista Expansión, donde desarrolló cierta afinidad por la escritura que ejerció a través de la redacción de artículos de

interés general sobre los derechos más importantes que tienen los ciudadanos; la realización de entrevistas y reporta-jes sobre empresas, principalmente, y no fue hasta que a finales de los años ochenta e inicios de los noventa, cuan-do trabajó en el Consejo del Centro Histórico, se percató de que antes de nombrarse “el Centro Histórico de la Ciudad de México” fue un lugar aban-donado donde permanecía el comercio ambulante de manera excesiva, y las ca-lles estaban descuidadas. En palabras de la actriz María Félix: “el centro era un cochinero”, motivo suficiente para ini-ciar la restauración de las calles y aveni-das más importantes, y la construcción de plazas exclusivas para el comercio.

A raíz de los hechos ocurridos, co-menzó a escribir crónicas al respecto. Lo anterior le permitió conocer la historia a profundidad y percatarse del alcance que tiene la ciudad para construir a sus habitantes; es decir, cómo cada uno de nosotros somos el reflejo de la ciudad que habitamos y

se considera una ‘cronista por accidente’ debido a que desconocía la existencia propia del género y su lugar en el campo laboral”.

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donde nos desarrollamos. Este sentido de orgullo identitario la llevó a que, en 1992, —y por medio del director del periódico La Jornada, Carlos Payán— comenzara a escribir crónicas sobre la ciudad y a colaborar de manera fija (y hasta la actualidad) en dicho diario. Sus crónicas se destacan, principal-mente, por la estructura en que están narradas, pues invitan a la gente, al lector a visitar dichos lugares, bajo una visión diferente y motivan la atención del público interesado.

Ángeles se caracteriza por ser una cronista curiosa que además de visitar nuevos lugares automáticamente inves-tiga sobre ellos, pregunta a los lugare-ños sobre los nombres y las personas que residieron allí, es así como se nutre su narrativa cronística. De esa manera, su curiosidad histórica heredada, y su afinidad por la escritura se unieron en un género literario tan concurrido y enriquecido por muchos.

Posteriormente, Oscar Espinosa Villareal la invitó a colaborar en el

Consejo de la Crónica de la Ciudad de México (fundado en 1982). En pa-labras de la autora: “Me encargué de organizar una librería con las publica-ciones que sacaban la UNAM, el Instituto Mora, el Colegio Nacional, y tenía una sección sobre la Ciudad de México. Además, junté a los cronistas de las delegaciones, de los pueblos, que son los verdaderos cronistas de la Ciudad”; fue en esa estadía donde se dio cuenta de la relevancia actual que ha tenido la crónica en la Ciudad de México y, por tanto, la cantidad de autores que han permeado y forjado su recorrido a través de instituciones como el Consejo de la Crónica.

Posteriormente, en 2013 (y por tres años consecutivos), fue conductora del programa Crónicas y Relatos de México del Canal 11, que cuenta con cincuenta y dos programas donde muestra la histo-ria de los rincones más interesantes del centro de la Ciudad de México desde su origen y arquitectura.

Para González Gamio, una de las cosas más valiosas que le ha dejado su trabajo es conocer la ciudad de manera intima, lo cual le da una enorme sa-tisfacción por tener el privilegio de compartir con los demás los tesoros ar-quitectónicos e históricos de una ciudad que ama y que habita desde el interior.

Entre sus libros publicados se en-cuentran: Manuel Gamio: una lucha sin final (UNAM,1987); Grandeza mexicana a fin de milenio (ISSSTE, 1999); Corazón de pie-dra: crónicas gozosas de la Ciudad de México (Porrúa, 2006); Charlas de café con Josefa Ortiz de Domínguez (Grijalbo, 2009); 1554

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México 2012 (Joaquín Mortiz, 2012); Josefa y su independencia (Porrúa, 2014); La ciudad de que me habita: crónicas amorosas de la Ciudad de México (Porrúa, 2016); Tesoros y secretos de la Ciudad de México y algunas más (Porrúa, 2016); y Rescate histórico de los barrios de Azcapotzalco (2018).

Algunos de los temas que ocupan sus crónicas son: el Art déco en México, los fantasmas del centro; la influencia de la arquitectura en México; o diver-sos lugares como los antiguos palacios (que se han reconfigurado en cuanto a sus funciones a lo largo del tiempo); plazas públicas como de la Santa Ve-racruz o la Plaza Mayor; el edificio de correos, el Palacio Nacional, hasta la trayectoria histórica de colonias anti-guas como la Colonia Roma, o Santa María la Ribera.

Finalmente, es a través del acto de narrar donde se vuelve a vislumbrar un acontecimiento, una anécdota o un hecho histórico; geografía urbana ofrecida por González Gamiodonde la ciudad respira constantemente en el presente, sin dejar a un lado aquello que la precedió, y que con el paso del tiempo, se nutre de nuevas vivencias o nuevos relatos. Resulta de notable relevancia el oficio del cronista pues, a través de un lenguaje previamente articulado, de ardua investigación y de mecanismos lingüísticos es como la ciudad florece en las palabras del narrador y prevalece en los libros para trascender en la memoria histórica de un país rico en cultura e historia como lo es México.

Actualmente, Ángeles González Ga-

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mio es considerada una de las mejores cronistas de su tiempo por su ardua dedicación al género de la crónica y aportaciones hacia nuevas teorías lite-rarias, como lo es la geocrítica.

BIBLIOHEMEROGRAFÍAEnciclopedia de la literatura en México,

“Ángeles González Gamio” (25 de ene-ro de 2019), Fundación para las Letras Mexicanas. Disponible en http://www.elem.mx/autor/datos/3841.

GONZÁLEZ Jesús, “Ciudad de ciudades: Ángeles González Gamio”, en Lideres mexicanos, (20 de febrero de 2017). Dis-ponible en https://lideresmexicanos.com/entrevistas/ciudad-ciudades-an-geles-gonzalez-gamio/.

RAMÍREZ María Guadalupe, “Ángeles González Gamio, cronista por azares del destino”, en aunam noticias, (10 de febrero de 2016). Disponible en http://aunamnoticias.blogspot.com/2016/02/angeles-gonzalez-gamio-cronista-por.html.

Vita Castro. Glorieta de Cuauhtémoc, s/f.

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por un diplomático mexicano

E n s a y o ◗ l i l i a v i E y r a s á n c h E z

Ya el tren vuela en el viaducto que cruza sobre las poéticas ala-medas de la Moncloa, y ya por fin, se presentan a la vista los lazos de ropa de las lavanderas de Manzanares. Allí está Madrid con su agru-pamiento informe de casas, con sus desordenadas y torcidas calles, con sus mil recuerdos históricos. El viajero ve a lo lejos el Palacio

Real como debieron ver los Reyes Magos el deseado portal de Belén.

El Porvenir, núm. 295, 2 de enero de 1875, p. 1.

MADRILEÑAS VISTAS

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Preliminar El epígrafe que abre el presente texto lo escribió el escritor jalisciense Joaquín Gómez Vergara la primavera de 1874, luego de arribar a Santander, España, y abordar el ferrocarril con destino a la capital madrileña, tras una pesada travesía tenía la dicha de llegar a su destino, la península ibérica, donde cubriría un cargo diplomático.

El presidente Sebastián Lerdo de Tejada nombró al general Ramón Co-rona como enviado plenipotenciario y ministro extraordinario de México en España, encomienda que desempeñó con la colaboración de sus coterráneos, los jaliscienses Joaquín Gómez Vergara y Juan Bautista Híjar y Haro, quienes fungieron como oficial y secretario de esa Legación. Antes de partir, en mar-zo de 1874, Joaquín Gómez se com-prometió con José María Vigil a enviar

colaboraciones para que se publicaran en El Porvenir, periódico ministerial de la administración lerdista. Los cuatro jaliscienses tenían la intención de tra-bajar por su patria dentro y fuera de sus fronteras. Entre los métodos que emplearon, el periodismo ocupó un papel importante.

Gómez Vergara nació en 1840 en Jalisco, realizó estudios en el Seminario Conciliar, inició la formación de farma-céutico que abandonó por la muerte de sus padres, participó en el ejército para luchar en contra de las fuerzas inter-vencionistas francesas , luego de ello fijó su residencia en la Ciudad de México, en donde se desempeñó como perio-dista que apoyó a Lerdo de Tejada para asumir la presidencia del país. Una vez instalado en España, como oficial de la Legación Mexicana, remitió treinta colaboraciones al periódico elabora-

Gustave Doré, Henri Théophile Hildibrand. Madrid, vue générale, 1874.

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do por José María Vigil, la mayoría tituladas “Correspondencia particular de El Porvenir”, que aparecieron en la sección Extranjero de ese periódico.

Vigil les dio gran importancia, por lo que ocuparon la primera plana. Se trata de textos que abarcan la crónica, el ensayo, informes diplomáticos y un par de cuadros de costumbres que Gómez separó de sus colaboraciones habituales al darles un título independiente con el propósito de enfatizar que se trataba de un género útil para mostrar virtudes y defectos de los españoles.

A través del presente artículo daré a conocer el rescate de un escritor ol-vidado dentro de la literatura del siglo XIX y mostraré el papel que desarrolló en el servicio exterior mexicano que in-cluía sus colaboraciones periodísticas; particularmente, abordaré el cuadro de costumbres con el que trató de alertar a los mexicanos que visitaran Madrid la manera en que las dueñas de casas de huéspedes ejercían este oficio. Además, Gómez Vergara delineó a “La ministra”, tipo femenino, esposa de diplomático que perjudicaba a su marido en aras de conquistar una posición social elevada. Más allá de su valor literario, el cuadro de costumbres es un documento his-tórico que registra los cambios en los tipos populares que ya se habían refe-rido en el libro Los españoles pintados por sí mismos, publicado en 1843 y que, años más tarde, el testimonio de Gómez Vergara permite explorar las caracte-rísticas y transformaciones. Atenderá también algunos recursos empleados por Joaquín en sus crónicas, como

los sonidos, para enfatizar la realidad fidedigna de sus cuadros madrileños.

La función del cuadro de costumbres Gómez Vergara conocía los efectos de este género que trazaba los vicios de las personas para denunciar, prevenir y censurar. En México había publicado Quien mal anda mal acaba (1870) y Fotografías a la sombra (1871), en los que empleó tipos populares para corregir errores de la sociedad y que le sirvieron para autoevaluarse como carente de un es-tilo colorido, proclive a delinear en sombras que le llevaban a reconocerse más como fotógrafo que pintor. Es interesante analizar cómo, a través de la práctica periodística, su estilo se depuró y adquirió colorido y calidad.

Durante su estancia en España iden-tificó a dos personajes femeninos cuyas prácticas consideró que era necesa-rio reconvenir. Por ello, como señalé, les otorgó un espacio independiente alejado de la crónica y el informe di-plomático que se entremezclaron en Correspondencia particular de El Porvenir. A estos tipos populares los sistematizó como “Cuadros madrileños”, uno titu-lado “La casa de Huéspedes” (El Porvenir, núm. 295, 2 de enero de 1875) y “La ministra” (El Porvenir, núm. 402, 5 de junio de 1875).

Joaquín se dirige al lector mexicano que podía viajar a la península, le ad-vierte sobre los procedimientos que seguían las dueñas de las casas de hués-pedes madrileñas, aunque las arbitra-riedades contra el viajero no distinguían nacionalidad, lo mismo trataban mal al

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mexicano que al valenciano y al cata-lán —estudiante, empleado, abogado o médico— que debían residir y sobrevivir ante estas arbitrariedades. Sin embar-go, los hijos de España ya conocían la manera en que se conducían “La pa-trona de huéspedes”, “La casera de un corral” y “La posadera”, gracias a los textos delineados por los peninsulares Ramón Mesonero Romanos, José María Tenorio y Vicente de la Fuente en la mag-na obra Los españoles pintados por sí mismos publicada en 1843.

La caseraGómez Vergara concentró su atención en la dueña de una casa de huéspedes, que le sir-ve para referirse a otros tipos como el portero, la doncella y el hijo de la rentista, a la que delinea como “una señora en-trada en años, vestida con bata de percal y peinador de mada-polán, zapatillas o pantuflas de dril color de plomo, si es verano o de balleta, si es in-vierno, dicha señora lleva el pelo encerrado en una redecilla blanca de algodón tejida al gancho, y habla con un gesto de superioridad y protección como si se le fuera pedir el hospedaje de limosna” (El Porvenir, núm. 295, 2 de enero de 1875, p. 1).

Comparar esta imagen trazada por Gómez Vergara en 1875 con la que Mesonero Romanos describió en 1843 establece los pocos cambios ocurridos, en las características que definían a

esa mujer durante los treintaidós años que medía entre una y otra descrip-ción. Mesonero decía que la patrona de huéspedes debía tener más de 50 años para evitar “apetitos carnales” de algún forastero que se alojara en su domicilio, vestía de sarga o de algodón oscuro

que resguardaba un delantal; su garganta era cubierta por una toca y calzaba zapato de orillo.

Las transformaciones se en-marcan en la situación que vivía España. Mesoneros señalaba en Los españoles pintados por sí mis-mos que a inicios de la década de 1840 Madrid estaba lejos de ser el lugar predilecto del forastero, por lo que era inútil ocupar mozos, domésticas de fonda y cocheros. Tres décadas más tarde, para beneplácito del escritor español, el diplomá-tico mexicano registra que al descender del ferrocarril en la

“Villa del Oso y del Madroño”, se veía sitiado por personas que entregaban tarjetas en que se anunciaban fondas y casas de huéspedes.

En 1875, como en 1843, los servicios que ofertaba la casa de hués-pedes eran malos, los platillos elabora-dos con ingredientes de dudosa calidad: aceite rancio, jitomates reventados, ba-calao salado, pan duro y vino agrio sin dejar de lado la falta de respeto en los horarios de comida y la compañía de mascotas de los dueños del lugar. La casera aprovechaba para comer al mis-mo tiempo que sus arrendatarios con el

Gómez Vergara concentró su atención en la dueña de una casa de huéspe-des, que le sirve para referirse a otros tipos como el porte-ro, la doncella y el hijo de la rentista”.

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propósito de compartir los alimentos que correspondían a sus clientes. Por otra parte, la habitación del huésped olía a humedad, era oscura, pese a que era de medio día, había que encender una vela para moverse. Los muebles estaban deteriorados, los cajones de la cómoda, sin cerradura, lo que permi-tía la presencia de roedores, las sillas carecían de respaldo, los asientos te-nían agujeros, mientras que la cama era incómoda e inhibía el descanso, amén de que las sábanas y cobijas estaban amarillentas. El investigador español Enrique Rubio Cremades en su texto

“El artículo de costumbres o ‘satyra quae ridendo corrigit mores” (puede con-sultarse en www.cervantesvirtual.com), comenta que la suciedad y la falta de calidad era un aspecto que caracterizaba al personal que estaba al servicio de fondas o pensiones.

Por su parte, Mesonero señala ti-pologías geográficas del origen de las dueñas de casas de huéspedes: vizcaínas por su apellido y la manera de prepa-rar el bacalao, andaluza por su gracia parlera o castellana por su frescura, aseo y franca sequedad. Por su par-te, el testimonio de Joaquín Gómez registra que esa situación persistía, pero particulariza que en su mayoría las caseras eran de la región andalu-za. Las prevenciones que Mesonero Romanos señalaba sobre la persona que debía acompañar a “la patrona de huéspedes” se hacen evidentes cuando el diplomático mexicano describe que vivía con ella su hijo: hombre soltero, presuntuoso al igual que su progeni-

tora. El de este cuadro portaba una “cruz de San Gregorio que no se quita del ojal ni para dormir, aunque nunca pasó de subteniente”. Suplía la falta de otro afecto, además del de su madre, con tres mascotas: un gato latoso que ensuciaba la ropa de los huéspedes, un perrito que se alimentaba de la genero-sidad de los arrendatarios y un perico escandaloso.

Gómez Vergara suma a esos tipos populares El portero, que para com-pletar su sueldo ejercía como vendedor de bastones viejos, palillos para dientes y polvos para matar chinches; así como la doncella, que en 1844 el escritor Manuel M. de Santa Ana trazó en la obra en Los españoles pintados por sí mismos como “La doncella de labor”, una mu-jer curiosa, entrometida, embustera, que cambiaba su actitud de acuerdo

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Gustave Doré. Palacio real, a Madrid, 1862.

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con la persona con que tenía trato. A estas características, Joaquín agrega que la doncella compraba menos canti-dad de productos de los que se le soli-citaban y se quedaba con una parte del importe y cometía otra serie de abu-sos, a los que sumaban su “altanería” ante el reclamo de sus patrones. Sin eludir que cantaba “los versillos más colorados”. Dicha doncella, o criada de huéspedes, hacía mandados a con-dición de recibir una buena propina.

Gómez ubicó que el proceder de las encargadas del servicio doméstico era debido a que su salario era bajo y sus patrones las dejaban sin comer. Patrones y servidumbre eran proclives a comentar la vida de sus vecinos, esta-blecer versiones exageradas y fantasiosas sobre sus actos. Mesonero y Gómez coinciden en los abusos de la dueña de

la casa de huéspedes, y el diplomático mexicano remata que el huésped, ante el deseo de abandonar la casa, se le co-braran enseres y alimentos que estuvo lejos de consumir. La convivencia con ese grupo social permite que Gómez Vergara muestre que conocían poco de los mexicanos: ignoraban aspectos políticos, medios de transporte, dispo-sición de las calles, idioma, flora, fauna y forma de vestir llegando a confundir a México con Cuba, pero lo que sí sabían era que los mexicanos tenían recursos económicos y había que aprovecharse de ese huésped.

La ministraOtro de los tipos populares que Joaquín quería corregir era la ministra, mujer ambiciosa que ubica el ascenso político de su esposo como la manera de ad-

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Genaro Pérez Vilaamil. Un mercado. Costumbres españolas, 1840.

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quirir una ansiada y nueva condición social, ya que el cambio de rango de su marido requería mudar de estilo de vida, su domicilio se trasladaría a un sitio céntrico ocupado por perso-nas de ingresos económicos altos. En sus afanes podía utilizar los recursos del ministerio para solicitar un coche de lujo en el que acudiría a suntuosas recepciones, ya en su nueva residencia organizaría ricos convites acordes al estatus de los miembros del cuerpo diplomático extranjero, quienes lleva-rían a sus secretarios y esposas, lo que implicaba elaborar comidas para un grupo numeroso de personas. Estas tertulias se caracterizaban por comentar la riqueza de los atuendos, accesorios y peinados de las damas, práctica que Gómez consideraba propias de las pe-riodistas españolas Emilia Serrano de Tornel y María del Pilar Sinués de Mar-co. Además, la posición de la ministra ameritaba que ocupara las mejores loca-lidades en el teatro, al que debía acudir con traje nuevo cortado por modista,

ya que daba mayor distinción que el comprado en almacén. Accedía a un ambiente cultural que desconocía, pero se integraba porque lo dictaba la escala en que pretendía incluirse. Gómez ironiza que a la ministra las melodías de Bellini, Donizetti y Beethoven le harían

“el efecto de cañonazos o de cencerros en sus pocos filarmónicos oídos” (El Porvenir, núm. 402, 5 de junio de 1875, p. 1).

Este tipo popular es la aportación que Gómez Vergara hace a la versión femenina del cuadro del diplomático delineado por Jacinto de Salas y Qui-roga en Los españoles pintados por sí mismos. Este miembro del servicio exterior era, según De Salas, un hombre de noble cuna, que adquirió su educación fue-ra de España, hablaba varios idiomas, gozaba de relaciones con políticos de renombre, viajaba a lo largo de varios países, creía que la formación antigua en el servicio exterior era mejor que la que adquirían los jóvenes diplomáticos. Es así como Joaquín describe las prác-ticas de la ministra como una actitud

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ventajosa. Sin embargo, el testimonio de Jacinto de Salas y Quiroga deja ver que en la diplomacia era necesario vivir en una buena casa, tener coches y ca-ballos, dar comidas y bailes, vestir bien, bailar y gustar del recreo, ya que por este medio se conseguían mayores fines.

La expresión sonora, reflejo de la realidad madrileña Gómez Vergara repara en el bullicio y los sonidos para revelar una fotografía auditiva de su experiencia en Madrid:

“el tracatán, tracatán, tracatán del mate-rial rodante, el agudo pito de aviso de la locomotora”; y el acento andaluz de la casera: “pog mirugté; aquí lo tendrá too arreglao; asistencia buena; servisio, que no hay más que pedir. Se almuersa a la die, un potaj de patatag o de judiag o ¡vamo! de lo que a uté mag le gugte” (El Porvenir, núm. 295, 2 de enero de 1875, p. 1). Valga mencionar, el “cana-rio negro”, que compensaba a la dueña de la casa de huéspedes la añoranza bucólica y que consistía en un grillo que se vendía encerrado “en jaulitas de alambre, y lo cuelga en el balcón del comedor, cuyo animalito, apenas tien-de la noche su negro manto, comienza a dejar oír su monótono tri, tri, tri, tri, tri, causando la delicia de la pa-trona y la desesperación del auditorio”.

El madrileño era “esencialmente filarmónico, y así como canta en la casa, en el paseo y en todas partes, baila de la misma manera luego que llegan a su oído dos notas que le suenen a wals, a polka o a cualquier baile”. Además, resalta el tono estridente: “tenían la

costumbre de hablar a gritos, y el acento del país es el mismo nuestro cuando se regaña; y si se tiene en cuenta que aquí la gente ordinaria mezcla a su conversación palabras que en México sólo usan y, no a menudo, los soldados y los borrachos, ya se podrá formar idea de las lindezas que se estará oyendo constantemente cuando la portera re-prende a su hijo”.

A modo de conclusiónEl rescate del escritor Gómez Vergara, el papel que desempeñó en el servicio exterior mexicano y los artículos que elaboró para el periódico El Porvenir, constituyen aspectos que merecen di-fundirse, tanto por su utilidad para el conocimiento de la crónica, la litera-tura como de la historia. Esto, aunado a la comparación de los cuadros de costumbres de Joaquín con los de Los españoles pintados por sí mismos, muestran la transformación de España que, en tres décadas, logró posicionarse como un lugar de destino internacional que los servicios de casas de huéspedes cap-taban, pero que debían mejorar y ser reglamentados en sus operaciones.

En esta etapa, a través del ejercicio cotidiano de la escritura, Gómez Ver-gara adquirió un mayor dominio de las descripciones coloridas, aspecto que, tres años antes de viajar a España, él mismo consideró que carecía su obra, por lo que la ofertó como fotografía en blanco y negro, pero que perfeccionó a través de aspectos que, como noble cronista, centraba su propia experien-cia dentro del paisaje madrileño.

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Indudable. Dentro del ámbito cul-tural hay notables cronistas mujeres reconocidas por el público: reuni-

dos sus textos en antologías, citados en diccionarios, con programas televisivos y radiofónicos, reeditadas en amplio tiraje e ideal distribución, con dere-chos de autor adquiridos por prestigia-das casas editoriales o con una amplia bibliohemerografía en torno a sus cró-nicas, ¿quién no ha oído, quién no ha escuchado de Elena Poniatowska,

Mujeres cronistas de la Ciudad de México*

E n s a y o ◗ a l E j a n d r o G a r c í a

CON PLUMA FEMENINA.

Cristina Pacheco, Ángeles González Gamio, Clementina Díaz y Ovando como cronista de la Universidad Na-cional Autónoma de México, Guada-lupe Loaeza, Josefina Estrada, María Bustamante Harfush, María de Jesús Real García Figueroa, Ximena Villau-rrutia y Veka Duncan, por sólo citar algunos ejemplos?

En realidad, son minoría. Gran par-te de las cronistas mujeres han tenido que publicar bajo tiraje limitado o con un esfuerzo editorial propio, con escasa distribución, sin aspirar a la reedición o no tuvieron la oportunidad de que sus textos fueran recopilados en libros y se encuentran dispersos en periódicos y revistas. El mismo Carlos

* El presente texto obtuvo Mención Ho-norífica en el Concurso de Crónica de la Ciudad de México 2020, convocado por la Secretaría de Cultura de la Ciu-dad de México.

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Monsiváis en su icónica A ustedes les consta. Antología de la crónica en México (1980), en la recopilación que abarca del siglo XIX a mediados del siglo XX, consigna a treinta y uno cronistas, sólo dos de ellas mujeres: Elena Poniatowska y la periodista Carmen Lira.

Ante esto, considero necesario, vital, el rescate de las mujeres cronistas de la Ciudad de México del parcial olvi-do, ya que su labor ha sido infatigable, constante, desde hace más de cinco siglos con la primera mujer cronista; sin olvidar a las monjas cronistas de los conventos femeninos que existían en la Ciudad de México, o las pioneras en los periódicos decimonónicos, hasta llegar a la actualidad como activas integrantes de diferentes asociaciones, colegios y grupos de cronistas, o de un esforzado quehacer individual. En palabras de la cronista de la Alcaldía Miguel Hidalgo, María Bustamante Harfush:

el deterioro, el olvido, la ignorancia, la falta de apreciación de la diversidad de estilos arquitectónicos edificados en las primeras décadas del siglo XX; causados por una naciente población en lucha por tener derechos, ideales y construir un mejor país, nos recuerdan que de-bemos de preservarlos. El patrimonio arquitectónico que tenemos es único, debemos de reconocerlo para su pre-servación en el tiempo, porque es éste la mejor constancia de nuestra historia.

El trabajo de las mujeres cronistas ha sido fundamental en la invención de la Ciudad de México, con su afectiva

mirada en torno a la vida cotidiana, de su puntual descripción de los barrios, iglesias y colonias, de la lucha por la preservación del patrimonio tangible e intangible, de su minuciosa descrip-ción de edificios y monumentos, que han recorrido ––curiosas, joviales, in-quisitivas–– diversos espacios, variados lugares; cito un ejemplo, Hortensia Moreno, novelista y cronista que recrea la fundación de las zonas populares al sur de la ciudad en el libro recopila-torio El fin de la nostalgia. Nueva crónica de la Ciudad de México (1992):

la colonia donde vivo se llama Santo Domingo. Es un barrio muy joven. Los primeros invasores debieron haber lle-gado hace unos treinta años. La mayor parte de las casas es ‘autoconstrucción’; se trata de una zona de cerritos y lomas, subidas y bajadas: zona de pedregal. Parece que solo en México la gente vive sobre la lava del volcán. Eso le da al ambiente un aspecto ciertamente irre-gular: por ejemplo, muchas entradas están por debajo del nivel de la calle; y tanto como un estilo arquitectónico no hay. Más bien, desde la azotea de mi edificio (un condominio de interés social y seis pisos, adonde llegamos

––con la pintura todavía fresca–– hace seis años) se contempla una serena diversidad como de pueblo de casas chiquitas, casi todas como a medio terminar, con muy pocos edificios de más de dos pisos, patios de tierra y macetas de lata en las cornisas.

En los días claros se ven los volcanes desde mi ventana.

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Se ven siluetas sobre un cielo muy rojo al amanecer; y en las tardes con todo el detalle de la nieve. Es tan bo-nito, que deberíamos declararlo pa-trimonio de la humanidad. Digo yo.

El presente texto Con pluma femenina. Mujeres cronistas de la Ciudad de México da voz a las palabras de las mismas cronistas, de aquellas que no son tan conocidas, pero que en cada descripción, en cada línea, en cada artículo surge la importancia de su quehacer como cronistas, necesario abrevar en su estilo literario impreg-nado con su visión de mujer, conocer los vasos comunicantes entre sus temas y aficiones, ver cómo exploran la Ciu-dad de México, los tipos populares, las fiestas parroquiales, de las costumbres familiares, saber sus aportes dentro de la historia de la crónica, conocer de qué barrios, pueblos originarios, colonias provienen y qué espacios geográficos han abordado en sus ejemplares cró-nicas, tal como lo señalaba Carmen Sánchez Crespo, quien publicaba sus crónicas en el periódico unomásuno:

aunque supone una descripción de los hechos, como también lo hace el reportaje y la nota periodística, desde mi punto de vista la aportación de la crónica radica precisamente en des-cribir el otro lado de la versión oficial de las cosas, en sí irreverencia, anti solemnidad, en decir lo que el político no quiso hablar ante los reporteros, en las groserías que no salen al aire en televisión, en lo que el ídolo hace o dice tras bambalinas. La crónica debe

recuperar la visión de los demás ac-tores que giran alrededor del suceso, a quienes no se les entrevista porque son ciudadanos comunes y corrientes, pero no por ello dejan de tener su co-razoncito; la crónica, antes que nada, debe humanizar la información; no es objetiva, porque nosotros no somos objetivos, siempre tenemos una ten-dencia socioeconómica y política. Con la crónica se describe, pero también se critica, se cuestiona, se burla, propone, denuncia o enjuicia.

La primera cronistaMaría Bartola Izhuetzoatocatzin en el siglo XVI consignaría archivos e ins-cripciones y sería invaluable colabora-dora del cronista Fernando de Alva Ixt-

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Anónimo . Refectorio de un convento carmelita, Siglo XIX.

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lilxóchitl, al cual asesoró en cuestiones chichimecas y toltecas. Hay referencias más antiguas sobre Macuilxochitzin, hija de Tlacaélel, quien compuso un poema épico en el que enumera las batallas del rey Axayácatl y hace una crónica de sus victorias y del ataque en que fue herido el monarca azteca. Su obra el “Canto de Macuilxochitzin” se encuentra dentro de los Cantares mexi-canos, actualmente resguardado por la Biblioteca Nacional de México.

Las cronistas conventualesYa la investigadora Josefina Muriel des-tacaba el quehacer de las monjas cro-nistas, pero hasta ahora no ha sido valorado en toda su amplitud, ya que aunque se conoce la historia de las

monjas por las crónicas de varones redactadas durante el periodo virrei-nal (un claro ejemplo sería Carlos de Sigüenza y Góngora en relación con el convento de Jesús María), cada uno de los conventos para mujeres realizaban puntualmente su propia crónica en la que una de las monjas registraba a través de los años, además de los escri-tos relacionados con temas teológicos, datos con las vidas del convento y hasta autobiografías.

Es decir, en la época virreinal las crónicas de los conventos de la Ciudad de México fueron escritas por monjas, su rescate y lectura permite conocer usos y costumbres dentro de los claus-tros (el origen étnico no importaba, ya que se han encontrado crónicas escritas

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por las monjas de la nobleza indígena, como las del convento de Indias caci-ques de Corpus Christi). Los temas eran diversos, como sor Agustina de Santa Teresa, religiosa profesa del Convento de la Purísima Concepción, quien estudio la vida de sor María de Jesús, consultada y copiada, tiempo después, por el mismo obispo de Puebla Juan Palafox y Mendoza. Dato significati-vo: la monja Juana de López Morante Jesús María escribió acerca de los capellanes del convento, siendo la primera religiosa que introduce en sus obras relatos sobre personas del sexo masculino.

Otros nombres serían los de Inés de la Cruz Castillet y Ayala, autora de la fundación del convento de San José; Ma-ría Magdalena Lorronaquio Muñoz quien realizó su auto-biografía; González de Men-doza Melchora de la Asunción, cronista y biógrafa de Teresa de Jesús, escribió un monó-logo con la vida de las madres fundadoras del monasterio carmelita de San José; Manuela Molina Mosque-ra Teresa de Jesús, primera abadesa y cronista del convento carmelita de Santa Teresa la Nueva tiene una obra inédita que se halla en los archivos; sor María de Cristo quien completa hacia 1704 la Crónica del Convento Carmelita de San Joseph con escritos sobre la fundación del mismo y con biografías de varias monjas profesas; y María de Jesús Alonso de Herrera, fundadora

y cronista del Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo.

El siglo XIXEn la centuria decimonónica surgen mujeres que, aunque no nacidas en México, aportan crónicas de signifi-cativo valor que permiten conocer ese siglo tan novelesco como Frances Inglis Erskine mejor conocida como Mada-

me Calderón de la Barca; Leopolda Gasso y Vidal con su libro La mujer artista (1855); Emilia Beltrán y Puga y Mar-caida, quien escribe, aparte de las vidas de algunos re-ligiosos de Jalisco, Glorias de Jalisco, Galería de Jaliscienses ilustres [inéditas]; y Apuntes biográficos del General de División Ramón Co-rona [1885].

Tendrían que pasar varias décadas, ya en el cenit del si-glo XX, para que la pluma de Elena Poniatowska con cuatro libros de crónicas abarcara a una Ciudad de México en transición: La noche de Tlatelolco

(1970) sobre los trágicos sucesos que condujeron a la masacre en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968, mosaico de voces, entramado de imágenes narrativas, de telúricos testi-monios; Fuerte es el silencio (1975) se gesta a partir de diversos recursos de la cró-nica: la evocación sentimental, el re-cuento político, el relato mítico de los orígenes, viñeta, la estampa y el ensayo; Nada, nadie con las voces del terremoto de 1985 que cuarteó el sistema político

surgen mujeres que, aunque no nacidas en México aportan crónicas de significativo va-lor que permiten conocer ese siglo tan novelesco”.

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ante el despertar ciudadano y sus con-secuencias sociales; y Amanecer en el Zócalo que describe el plantón organizado en 2006 para denunciar el fraude elec-toral en las elecciones presidenciales.

La trayectoria de Poniatowska como cronista se remite a la vivencia costum-brista, a las fiestas de la gente bonita, a sus fiestas y reuniones, para culminar con las viñetas capitalinas de Todo em-pezó en domingo (1963) que recupera las tradiciones que se diluyen en el tiempo ante la modernidad. A continuación, un breve ejemplo, radiografía incisiva de una dorada época en que la inci-piente clase media de la segunda mitad del siglo XX forja sus propios espacios de diversión, acuden a las albercas y balnearios que existían en la Ciudad de México, donde desfilan, en bulliciosa alegría, los oficinistas de piel opacada por las sombras de la burocracia, de vanidades que es presunción del cuer-po, la vana ilusión de romper lo coti-diano o los escarceos amorosos entre empleados y jefes (lo que permanece en la actualidad como lo refleja la pe-lícula Mirreyes vs. Godínez, 2018, dirigida por Chava Cartas. Por la riqueza de la crónica, de los señeros elementos que determinarán las crónicas posteriores de Poniatowska la cito en extenso:

durante la semana los empleados de oficina organizan las idas a la alber-ca (—¿Cómo se verá la telefonista en traje de baño?). La mayor ilusión del contador es que la mecanógrafa no sepa nadar para enseñarle a hacer ‘el muertito’.

A las doce del día, los balnearios ‘Bahía’, ‘Aguacaliente’, ‘San Juan, Olím-pico’, ‘Cascada’, se hinchan de nada-dores y de muchachas que se asolean. En el Bahía un letrero indica: Solarium Especial. Ochenta y cuatro losas indivi-duales para tomar baños de sol. Colores apropiados para su piel, a escoger:

DORADO INICIALSOLEADO ESTIMULANTE

BRONCEADO ROJIZOTOSTADO MATIZANTE

Pero el sol chamusca, despelleja y ampolla a todos por igual sin tomar en cuenta el letrero que lo reparten tan metódicamente. También se ha-cen otras advertencias: ‘La autoridad no permite el uso del traje hawaiano o bikini’, y ‘No se venderán boletos a personas con aliento alcohólico o de aspecto poco limpio’. Entre los requi-sitos de los distintos balnearios ésta: ‘Darse un regaderazo antes de meterse al agua’ y muchos precavidos al salir de la piscina se echan jugo de limón en los ojos para desinfectarse por aquello de las dudas, pues ‘como va tanta gente’… En la noche, a pesar de todas las cremas que ellas y ellos se ponen, no soportan ni el contacto de las sábanas.

—¡A ver, parase derecha! ¡Hunde la barriga!... ¡Ya estoy en enfocando! ¡Sonríe…! ¡Te digo que metas la panza!

Los hombres hunden la barriga para que le salga el pecho y las mujeres aguan-tan la respiración como Jayne Mans-field pero todos están muy lejos de ser los actores que admiran en las revistas.

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Vita Castro. Paseo de la Reforma, s/f.

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Ricardo, Alfredo y Manuel se están horas y horas ejercitando sus músculos, haciendo gimnasia y, como muchas mujeres, nunca se echan al agua. Se sienten tarzanes, o Míster Universo, aunque parecen charales por flacos y escurridos. Miguel sube al trampolín, se estira, se asolea ante la expectación universal que se queda para siempre esperando el clavado.

—¡Hi, hi, hi, hiiii! ¡Me ahogo!—¡Ah que las muchachas que no sa-

ben nadar! —¡Es que creí que todavía estaba en

lo bajito!No faltan los salvadores, únicos que

irremplazables, que las llevan a lo hon-do y las dejan ahogarse un poco para que ellas les echen los brazos al cue-llo. Algunas jóvenes no tienen traje de baño, pero los alquilan allí mismo, de segunda mano, raídos, pesados y guangos. Muslos y blancos brazos se escapan de la lana oscura como huér-fanos avergonzados y huidizos.

Cerca de la alberca principal se le-vanta un estrado para los visitantes: un batallón de mamás que abanica mien-tras vigila a sus hijas para impedir ‘los desfiguros’.

—A Susana su mamá no la dejaba venir a bañarse. ¡Ni lo mande Dios!, decía. Pero hay tanto del artista de cine en traje de baño en las películas y en los periódicos se hizo de la vista gorda, y ¡aquí tienes a Susana!

La Semana Santa y el tiempo de ca-lores son temporadas de gran auge en

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los balnearios. Los visitantes residen por igual el sol y el agua. Los bañistas que se atreven a hacerlo por febrero y marzo, son víctimas de las temibles tolvaneras que los dejan rasposos como metates bien picados.

Todos regresan contentos. La tele-fonista tiene muy bonito cuerpo — sus bonos van a subir—; la mecanógrafa quiere aprender a nadar con el con-tador, y después de todo ¡qué Jayne Mansfield ni qué Míster Universo!

A la par, en varios periódicos y re-vistas femeninas, Cristina Pacheco encontró en la crónica periodística, la entrevista y la literatura el registro de voz para el ciudadano común, de la cotidianidad mexicana. Su programa épico Aquí nos tocó vivir es un mosaico de tipos populares, de oficios. En sus crónicas los géneros se funden: las descripciones se entrelazan con la en-trevista, se conjugan con el relato, se clarifican con la entrevista, se sensi-bilizan con las voces de los mismos protagonistas. En palabras de Ignacio Trejo: “se ha lanzado a los caminos de la ciudad, de la vida, para nutrir sus obras y con ellas dejar constancia de lo que es México visto desde sus propias entrañas y no a la luz de la invención o la imaginería”.

Ángeles González Gamio es ame-na, minuciosa en el detalle, en una entrevista señala que: “soy cronista por azares del destino. Llevaba mu-chos años escribiendo para la revista Expansión y en algún momento tuve la oportunidad de platicar con el director

del periódico unomásuno para propo-nerle escribir crónicas sobre la Ciudad de México. En 1992 Carlos Payán me invitó a colaborar en La Jornada y desde entonces publico una crónica todos los domingos”. Es cronista del Centro Histórico de la Ciudad de México des-de 1997. Dueña de un estilo elegante, donde la erudición se conjuga con la anécdota, su postura como cronista ha sido de rescate, preservación del patrimonio en peligro de la Ciudad de México, difusión de las tradiciones, del desarrollo urbano, la cultura culinaria y de la presencia de la mujer en nuestra etapa de independencia. Dentro de este último rubro destacan sus capsulas para el público infantil tituladas: “¿Niñas en la independencia de México?”. Lo anterior le ha permitido ser reconocida internacionalmente por sus crónicas (destaca su libro El cacao alimento divino que obtuvo un premio mundial, en 2012 fue designada miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Cien-cias, Artes y Letras correspondiente a la Española y, en 2013, miembro del Seminario de Cultura Mexicana). En el ámbito nacional le han sido otorgados la Presea Benito Juárez de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1995); el Reconocimiento Jesús Ga-lindo y Villa (1998); la Presea Miguel Othón de Mendizábal del Instituto Nacional de Antropología e Historia (1999); la Medalla al Mérito del Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México (2009); el Premio Nacional de Periodismo 2013; y el Premio Gui-llermo González Camarena 2013, de la

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Asociación Nacional de Locutores. Ac-tualmente, dentro la página de facebook del “Colegio de Cronistas de la Ciudad de México” difunde sus placenteras charlas sobre hallazgos prehispánicos y la preservación de monumentos de la Ciudad de México. En el canal 11 realizó una serie de 52 programas Crónicas y Re-latos de México (2013-2016). da cuenta de los oficios, usos, costumbres y métodos de trabajo que se preservan en algunos barrios. Parte de su trabajo se encuentra en los libros Corazón de piedra: crónicas gozosas de la Ciudad de México, La ciudad que me habita: crónicas amo-rosas de la Ciudad de México y Tesoros y secretos de la Ciudad de México, en-tre otros. Para ella, “el trabajo del cronista es un trabajo de amor”, ya que. Ser cronista la ha llenado de satisfacciones: siento que cuando conoces el valor que tiene el lugar donde vives, eso te da un sentido de pertenencia, de orgullo y te da una identidad. Nos debe-mos sentir orgullosos de lo que tenemos”.

González Gamio fue secretaria ge-neral del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México (1995-2007) y directora de la revista A Pie-Crónicas de la Ciudad de México (1996-2007), parte de una intensa labor que le permitió jun-tar “a los cronistas de las delegaciones, de los pueblos, que son los verdaderos cronistas de la Ciudad”. Esto permitió que el jefe de gobierno Cuauhtémoc Cárdenas, diera a cada cronista un

nombramiento honorífico. Desafor-tunadamente cuando llegó Marcelo Ebrad cerraron el Consejo, aunque ya existía la Asociación de Cronistas”.

No se puede dejar de mencionar a Guadalupe Loaeza, quien en sus textos rinde homenaje al legado del cronista de la Ciudad de México, Salvador Novo. Destaca sus crónicas sobre “las niñas bien”, de las modas, de la elegancia,

de los exquisitos espacios, de las refinadas costumbres. En contraparte, Josefina Estra-da, cronista y narradora, nos adentra en los secretos de la Colonia Santa María la Ribera, ya que durante cuatro años publicó semanalmente una crónica urbana para el diario Unomásuno. Estrada obtuvo el Primer Premio del Concurso de Crónica Urbana 2002 de la Secretaría de Cultura del gobierno del Distrito Federal por Señas particulares. También ha impartido talleres de cró-nica en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM,

la Universidad Autónoma del Estado de México al igual que en el Reclusorio Femenil Oriente; entre sus crónicas destacan: Para morir iguales (1991) y Señas particulares. La muerte violenta en la Ciudad de México (2002).

Hay otras cronistas, aunque no tan reconocidas, pero sus textos son inva-luables, develan las tradiciones religio-sas, esencia del fervor, de la creencia, en caso concreto, Carolina Velázquez (colaboradora de varios periódicos)

Josefina Estrada, cronis-ta y narradora, nos adentra en los secretos de la Colonia Santa María la Ribera”.

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describe en una crónica publicada en El Universal (6 de febrero de 1987) a las mujeres que en mercados, puestos y vecindades visten a los “Niños Dios”:

—¡Ah, qué mi compañera!, cada día está más vieja. No cabe duda que lle-ga uno a cierta edad y empieza a cho-chear. Que se le van a ir las chapitas a su niño. Yo creo que se lo imagina, con esa costumbre que tiene de velarlo toda la noche del 2 de febrero y hasta hacerle su pan especial y tamales. Lo bueno es que siempre nos convida o pasa el tiempo y los días se le hacen cortos para terminar de arreglar a tan-to niño. Durante el mes de enero se dedica a esta labor, ahí ha depositado la energía de sus ojos por más de 15 años. Si alguna vecina prefiere vestir a su niño en lugar de llevárselo, para ella no hay problema, pues desde el día 6 se surte de suficientes materiales para cubrir sus necesidades y vender el que le pidan: resplandores, guaraches. Recortes de tela, cintas.

Asociación de Cronistas del Distrito Federal y Zonas ConurbadasLa Memoria de los encuentros de cronistas en Culhuacán publicado en el año 2012 es una rica veta de información de varias de las mujeres que forman parte de esta Asociación que, en cierta manera, fue continuadora del Consejo de la Crónica; por ejemplo, Rocío Galicia Arriaga en su texto “El carruaje Juaris-ta: mito, realidad o leyenda” acude a la historia oral, a las visiones familiares para conocer sucesos históricos; Bea-

triz Ramírez González con su texto “La epidemia de cólera morbus en el pueblo de Iztapalapa” recrea uno de los suce-sos más terribles que asonó esa región oriental y que fue el basamento de una fe religiosa que en la actualidad tiene festividades religiosas que congregan a millones de espectadores:

ante la mortandad, los pobladores de Iztapalapa acudieron en procesión al Santuario del Señor de la Cuevita, ubi-cado en las faldas del Cerro de la Estre-lla, para pedir que los ayudara con la erradicación de la epidemia y se celebró una misa. Acudieron sobre todo niños y jóvenes. Era el mes de septiembre, quizás a mediados, y según los registros citados los decesos disminuyeron, con-siderando entonces los pobladores que la imagen les concedió el favor solici-tado. Su devoción nació un siglo antes.

Martina Rodríguez García en “De San Luis Potosí a Azcapotzalco la Re-volución”, recrea cómo un suceso his-tórico tiene varios espacios, donde el testimonio permite nuevas interpre-taciones:

en el Barrio Los Reyes Ixquistlán aún viven los familiares de un hombre que peleó contra los realistas en la Última Batalla de la Guerra de Independencia: el Coronel Sóstenes Rocha: esto me lo platicó el Sr. Juan Pablo Sóstenes Ro-cha. Él y otras personas, así como tam-bién el Sr. Marino Rocha que fue uno de los fundadores de la Asociación de Charros José Becerril de Azcapotzalco,

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constituida el 30 de enero de 1941. Juan Pablo Alfonso Sóstenes Rocha sigue colaborando en actos patrióticos de los Charros de Azcapotzalco.

Ruth Polanco Flores ha dedicado sus esfuerzos a la crónica del antiguo hospital para dementes “La Castañe-da, ayer y hoy”, donde resalta la cruel existencia de las mujeres en ese edificio de dolor y tortura. Su estilo narrativo nos introduce sin piedad a ese espacio sombrío:

el Hospital de La Castañeda operó durante más de 50 años con principios de alienismo entendido como una par-te fundamental de la higiene social (enfermos mentales a quienes se les aislaba para su tratamiento). Según este contexto de orden y progreso, era un laboratorio social donde se desa-rrollarían los nuevos tratamientos y medicinas para los enfermos mentales. Allá en el pabellón y en el pabellón de mujeres seniles y amnésicas, una mujer de piernas rígidas lloriquea preten-diendo levantarse del camastro y otra que primero hablaba con lentitud y tono amable, súbitamente enfurecida grita y amenaza; y una que antes reía con estrepitosa carcajada ahora gime asustada viendo las constantes visiones que la amargaran…

En este manicomio hay mujeres des-quiciadas desde antes de nacidas por los genes, tarados de su herencia com-partiendo aquí miserias con madres, campesinas degeneradas, por su hambre ancestral y su ignorancia. Y también hay

obreras enajenadas por el trabajo exce-sivo y el maligno ambiente… después, la falta de presupuesto, la sobrepoblación de enfermos y la falta de mantenimiento al hospital tendrían como consecuencia su irremediable cierre.

En el caso de Margarita G. Martínez Domínguez con “Instauración de un panteón en forma”, acude a la crónica de los espacios funerarios, del arte que reside en las tumbas y monumentos del siglo XIX:

la representación más popular del pe-riodo decimonónico es la alegoría de ángeles como atributo particular pre-sentan alas. Su simbolismo es el de mensajeros y guías celestiales, que ayudan a las almas en su tránsito hacia el paraíso; así como de ser emisarios de los goces paradisíacos reservados al fenecido; así encontramos el ángel que deposita flores o guirnaldas sobre el monumento, como reconocimiento a una vida virtuosa. O cuando aparece apuntando con el brazo hacia lo alto, para inspirar consuelo a los dolientes, otras veces, el ángel impone silencio con el índice en los labios o parece meditar, ejemplo de este último se pue-de observar en el Panteón de Dolores dentro del lote perteneciente a la co-munidad alemana en México, un ángel del silencio, obra de Ubaldo Luissi.

María Eugenia Fernández Álvarez, en varias de sus crónicas como “La identidad cultural del Iztacaltecatl”, descubre un México ya pasado, de am-

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Joaquín Clausell. Canal de Santa Anita (con vacas), s/f.

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biente lacustre, bucólico, de fiestas irisadas con flores:

el cultivo de las flores en Santa Anita e Iztacalco era natural, en especial el de las amapolas, con las que se hacían co-ronas para los visitantes, además com-praban aquí lo necesario para poner los altares dedicados a la Virgen de los Dolores. La flor fue emblemática de las fiestas y paseos por los dos pueblos, debido a ello el Viernes de Dolores eran conocidos como viernes de Amapo-las y el Martes de Pascua como Martes de Amapolas. La prueba fehaciente de esto, es la obra del pintor autodidacta don Eladio Castillo Cedillo, éste pudo

plasmar escenas de las fiestas típicas de Santa Anita, estampas inolvidables del pasado único de su amado pueblo como: los columpios monumentales, el bosque de los sabinos, y los festejos en el Canal de la Viga, sin faltar las amapolas en-camadas. En los oídos y corazón de los tamaleros resuena la música del salterio, de la orquesta Típica, del bullicio de los concursos de trajes de china poblana, etcétera. También conserva un ejem-plo magnifico del churrigueresco en la portada de su parroquia, desde donde los frailes franciscanos siguen obser-vando el devenir de los tiempos: está ubicada en la plaza central, su planta es rectangular y en su interior la yesería

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decora todo el lugar, todo en honor de la Santa Patrona: Santa Ana.

María Elizabeth Rojas Lara. “Anéc-dotas de un niño posrevolucionario”, asume la infancia, el recuerdo de la niñez, de los juguetes de antaño:

a veces las niñas, entre ellas mi her-mana Eva y las vecinas Graciela, Lupe, Blanca, Amparo y Sofía, jugaban algu-nos otros juegos como las muñecas de trapo o de sololoy, muñecas de cartón lo que se conoce ahora como papel maché, también solían jugar a la comi-dita, tenían su estufita, sus juegos de té, sus alacenas con muchas cazuelitas y diferentes trastecitos”.

María Eugenia Herrera es cronista de la Calzada de Tlalpan. Sus textos ahondan en la historia particular de las colonias defeñas. En su texto “Gene-ral Paulino Navarro, una colonia del Distrito Federal”, señala que:

La colonia Paulino Navarro es una de las treinta y cinco que componen la Delegación Cuauhtémoc y está ubicada a dos kilómetros al sureste del zócalo capitalino. Tiene una superficie trian-gular limitada al norte por la Avenida del Taller, al oriente por la Calzada de la Viga y uniendo estas dos de manera diagonal, José T. Cuéllar. Este espacio estuvo habitado desde cuando los azte-cas señoreaban el Valle de México, y fue conocido como Tultenco hasta la cuarta década del siglo pasado cuando, dejan-do de ser barrio, se convirtió en colonia

con el nombre de Paulino Navarro, un general de la Revolución Mexicana. Esta es la historia de ambos: lugar y perso-naje y de cómo enlazaron sus destinos.

Verónica Elizabeth Hernández Rojas trabaja el estudio de género en su cró-nica “La mujer mexicana en la Revolu-ción”, donde asume que “finalmente los tiempos han cambiado, es nuestro de-ber recobrar nuestra memoria histórica que nos enorgullezca el valor y audacia de esos sombrerudos y adelitas, nuestra historia es lo que nos hace mexicanos”.

Otras cronistas son Ana María Cas-tro Velasco que se centra en Coyoa-cán. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación, con un diplomado en Historia Virreinal; articulista en diver-sos medios locales; investigadora del Centro de Investigación y Documenta-

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Casimiro Castro. Plaza de San Agustín de las Cuevas, 1856.

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ción Histórica y Cultural de Coyoacán. Los temas que aborda son el Patrimo-nio histórico tangible e intangible de Coyoacán. Entre sus obras destacan: Coyoacán tradicional y cosmopolita (mono-grafía delegacional) y Fiesta tradicional del Señor Santiago, un ejemplo de su crónica

“Érase un sauz en Churubusco”: “cuen-tan los abuelos que aún sobreviven a aquellos cruentos días o pueden leerse los testimonios que alcanzaron a ser publicados antes de su fallecimiento, que la población coyoacanense vivía entre el temor natural, la confusión y el rechazo o la solidaridad con uno u otro bando”.

Beatriz E. de la Torre Yarza se cen-tra en la Alcaldía Magdalena Contre-ras. Dedicada a la Investigación, ha impartido diversos cursos, ha parti-cipado en programas de radio y visitas

guiadas. Sus temas son el Patrimonio Cultural y natural. Entre sus obras se encuentran: Patrimonio cultural y natural de la Magdalena Contreras; El Río Magdalena y su aprovechamiento y Nomenclatura de la Delega-ción Magdalena Contreras.

Beatriz Ramírez González es cronis-ta de la Alcaldía Iztapalapa. Licenciada en Historia, con estudios de Maestría en Historia. Obtuvo el Primer lugar del Concurso “Iztapalapa en mi Corazón” (1998); Mención honorífica en el Con-curso “Late Iztapalapa” (1992) y Primer lugar en el Concurso de Crónica de la Revista Punto de Partida (UNAM 1999). Sus temas son las fiestas religiosas po-pulares, el carnaval y la urbanización.

María de Jesús Real García Figueroa es cronista de la Alcaldía Benito Juá-rez. Originaria de la Ciudad de Mé-xico, con licenciatura en la Escuela

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Nacional de Antropología e Historia con especialidad en Etnohistoria, en los últimos quince años he realizado trabajos en materia de Historia Oral. Coordinadora del Proyecto “Historia Oral en Barrios, Pueblos y Colonias de la Delegación Benito Juárez” y del Centro de Estudios de la Mujer y las Luchas Sociales Casa Museo “Benita Galeana”. Entre sus múltiples obras destacan: Historia oral de San Pedro de Los Pinos; Conformación y transformación del espacio urbano en el siglo XX; Historia Oral de los Barrios y Pueblos de la Ciudad de México, Delegación Benito Juárez. Vol. I y II; Tradición y moder-nidad San Sebastián Xoco Fiesta Patronal; La vida en un pueblo capitalino; Entre las canoas y los vagones del metro Benito Juárez e Imágenes de la Memoria Benito Juárez.

Martina Rodríguez García es cro-nista de Atzcapotzalco. Algunos de sus temas son: el transporte, la figura acuática, diversos pueblos como el de San Francisco Xocotitla, Barrio Los Reyes, la Capilla de los Santos Reyes: Melchor, Gaspar y Baltazar; el urba-nismo social, la situación de calle y la tradición del día de muertos en San Juan Tlihuaca. Entre sus obras: Crónica de la Calzada Vallejo. Del lodo al asfalto»; Archivo histórico de Atzcapotzalco 2003-2005.

María Elena Solórzano es cronista de Atzcapotzalco, licenciada en Educa-ción Primaria, Biología y licenciada en Letras Hispánicas. Su tema es la crónica urbana; entre sus obras destacan: María, la de Tacuba, Leyendas, Barrio de San Miguel Amantla, Barrio de San Lucas, Santa María Malinalco y Los oficios de los Abuelos, como muestra de su quehacer cito un frag-

mento de su crónica “Azcapotzalco da la bienvenida al jefe del Ejército Cons-titucionalista” en que también aborda la situación de la mujer en esa época:

las mujeres estaban en peores condicio-nes, pues los patrones podían disponer de ellas a voluntad. En los sucesos ex-puestos en los diarios citados vemos que primero: ¡Viva Carranza! Otra noticia sobre la llegada de los constituciona-listas aparece en el diario del pueblo de la ciudad de Veracruz donde se da cuenta de la toma de Azcapotzalco por los constitucionalistas, después llegarán villista y zapatistas. No coinciden en sus planteamientos y en la Convención de Aguascalientes lejos de llegar a un acuerdo surgen nuevas diferencias.

Finalmente, Yolanda García Bustos es cronista urbana. En su texto “¿Jefe de jefes? Del corrido al narcocorrido”, describe los tiempos recientes, don-de la violencia del narco impregna la cultura popular, la música:

al transitar por los alrededores del mer-cado de La Merced escuché que los comerciantes de discos los reproducían en potentes bocinas: cumbia, salsa y narcocorridos, estos últimos me es-tremecieron, pues acompañados por la tambora en sus notas contaban historias y sentimientos de sus pueblos y de sus gentes, transportándote de la tristeza a la alegría y con la misma facilidad pue-den hacer soñar. No puede resistirme a leer varias de las portadas de ellos y conocer sus contenidos. Esa misma

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tarde fui a comer a la colonia Condesa y pareciera que los narcocorridos me seguían, pues en automóviles BMW o en alguno de los antros de la zona, se reproducían esas mismas canciones.

Colegio de Cronistas de la Ciudad de MéxicoEn un listado que no trata de ser ex-haustivo, pero sí inclusivo, se tienen a las cronistas: Jannis Isabel Olivos Fe-rríz de la alcaldía de Milpa Alta, quien ha trabajado la importancia del campo para la Ciudad de México-Caso San Pedro Atocpan.

Dentro del ámbito de la crónica-arquitectónica destaca la labor de la ya mencionada María Bustamante Har-fush, una de las más activas cronistas de la Ciudad de México. A partir de su interés personal en torno a la antigua Villa de Tacubaya, y de su formación académica de arquitecta, ha realizado crónicas urbanísticas, no sólo de la alcaldía Benito Juárez de donde es su cronista, sino escribió uno de los libros de vital consulta para conocer la Ciu-dad de México: 16 colonias, 16 delegaciones. Sus visitas guiadas son memorables, al recorrer diversos espacios (colonias Escandón, Centro, la Pensil, o la Juá-rez) en que destaca la arquitectura de los edificios, en sus propias palabras:

ahora bien, la historia que yo me sé es la historia específica de Tacubaya. Ésa es la microhistoria que he ido amando a través de la investigación en distintas bibliotecas, mapotecas y archivos, así como de las crónicas orales de personas

que han habitado el barrio y han sido partícipes de todos los cambios, como el lechero, el bombero, la señora María del edificio Isabel o el señor Alonso de la antigua Estación Sismológica.

Sin embargo, la crónica actual y su historia más reciente es dramática. Ta-cubaya es una metáfora más acerca de la destrucción y el desarrollo caracterís-tico de la época de los sesenta del siglo XX en México. Y digo dramática por-que en menos de 20 años le sucedie-ron eventos atroces que modificaron definitivamente su morfología urbana, su calidad espacial, sus monumentos arquitectónicos que por siglos habían dado carácter al barrio.

Actualmente en la Ciudad de Mé-xico también existe la “Federación de Asociaciones de Cronistas Mexicanos”, pero en ella no hay mujeres cronistas.

Ya para finalizar y a manera de con-clusión, acudo a las palabras de una de las cronistas mencionadas: María de Jesús Real quien en su texto “La presencia de la mujer en la Revolución Mexicana”, donde señala que:

la lucha de las mujeres no ha termi-nado, aún tenemos mucho que decir y la necesidad de hacernos escuchar. Porque todas las voces son importantes y aún hay sueños que se pueden con-vertir en realidad. La mujer mexicana creo yo, no dejará en la lucha por ser verdaderamente lo que ha deseado ser siempre: ser sólo mujer, amiga y com-pañera del hombre en la lucha por una existencia más sana, feliz y equilibrada.

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Fotos: ollinxanat

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en el Pueblo Originario

c r ó n i c a ◗ M a r í a E u G E n i a F E r n á n d E z á l v a r E z

DÍA DE MUERTOS

de Iztacalco

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Como en otros lugares de esta Ciudad de México y del resto del país, los mexicanos recordamos

a los muertos, la Alcaldía Iztacalco (La Casa de la Sal) no es la excepción. En el Pueblo Originario que le da nombre a la Alcaldía, desde días antes, las fa-milias empiezan a organizar la ofrenda que pondrán en su domicilio, además de proveerse de lo necesario para lle-varlo a la tumba de sus familiares en el Panteón San José. En él se reúnen las generaciones de “zopilotes” (nombre popular para los habitantes del pueblo), como cuando estaban vivos y formaron

el alma, la sangre de su Pueblo Origi-nario de Iztacalco.

Los días previos se hacen las com-pras en la Central de Abastos, se pre-paran manteles, servilletas, fotografías, veladoras, fruta, bebidas, etcétera, para componer el altar u ofrenda de la casa, sin olvidar la de la tumba de sus ante-cesores para el 1 y/o 2 de noviembre. En estos días se cierran las calles ale-dañas al panteón ubicado en avenida Santiago sin número entre Tizoc y Ce-rrada Santiago, en el barrio de San Pedro, porque la multitud recorre el espacio y lo hace suyo.

En la casa se hace un camino de pé-talos de cempasúchil que va desde la banqueta hasta la ofrenda o altar “para guiar al alma a su casa por si lo hubiera olvidado”, en él encontrará las fotogra-fías de sus demás parientes muertos: padres, abuelos, tíos, primos, compa-dres, amigos; “para que se sienta acom-pañado” dicen… Entonces, en las habi-taciones del domicilio, el ambiente se llena del olor de flores de cempasúchil y terciopelo, pan de muerto, incien-so y/o copal, veladoras, comida como arroz con mole (sin olvidar el plato con sal y una jarra de agua para las ánimas benditas del purgatorio) o lo que le gustaba a cada uno de los difuntitos, de los ausentes, de los que se nos adelanta-ron y nos esperan, dicen sus familiares vivos. También hay bebidas como el pulque, tequila o mezcal, atole, café, champurrado o agua de limón con chía.

Las familias se reúnen y rezan por ellos, los recuerdan con anécdotas so-bre su carácter, así como si ayer los

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hubieran dejado de ver, con nostalgia. En ocasiones se vale visitar las casas de los amigos y parientes, llevando una veladora o un ramo de flores que se pondrá en el altar, acto muy apreciado, pues se muestra que aun muertos se recuerda al tío, al abuelito, al amigo y se saluda a sus familiares.

La ruta de trasporte que común-mente pasa frente al Panteón San José es modificada, ya que, llegando a la Av. Molina Enríquez la toman a la izquier-da en el carril de la derecha y siguen hasta llegar a la esquina de Playa Ca-letilla, continuando hasta encontrar la Av. Plutarco Elías Calles, para después reincorporarse a la continuación de Santiago que es Correspondencia para llegar a su destino final, la estación del Metro Xola sobre calzada de Tlalpan.

En el panteón los preparativos tam-bién son muchos, las familias recogen la basura, barren los pasillos, colocan los puestos de vendimia: flores, incen-sarios, veladoras, cubetas, copal, etc. Para los vivos hay tacos de bistec, cecina, carne enchilada, barbacoa, consomé, aguas frescas, cerveza “solo con los ali-mentos”, raspados, churros, hot cakes, pizzas, crepas, etcétera.

Visitar el panteón en estas fechas es un paseo, algunas tumbas son adorna-das sólo con flores y veladoras, otras familias hacen un especial diseño para que la tumba sobresalga entre las de-más con arreglos especiales de flores, adornos de catrinas, figuras de calave-ritas de azúcar y amaranto, incienso y todo hace en conjunto una exhibición de Día de Muertos.

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A continuación les comparto unos versos inspirados por los “zopilotes” que se nos adelantaron, están dedicados a la memoria del Plateado Inolvidable don Juan Manuel Chaparro Hernández, de don Roberto Calixto Díaz Escobar, Machetero Mayor y su esposa doña Jua-na de la Rosa Sandoval, artesanos en Cera Escamada:

En las tranquilas aguas del Canal de la Vigael barco “La Esperanza” navegabamientras don Joaquín de Herreramuy solemne saludaba.

Los zopilotes bailaban con alegríay los tamaleros al compás del son, tan contentos estaban, que ni sintieroncuando la “huesuda” envidiosa de esa vidacoronada de amapolas ¡llegó y se los cargó!

En Santa Anita, en chalupa fandanguerala Doncella Primavera o Izkallipochtzintli,luce orgullosa su corona de amapolasy doña Celia Montalván con traje de China Poblana baila al son de violines y jaranas.

Unos difuntitos están en San José, otros finados en las “chalupas fandan-gueras”,los canelos, españoles, plateados ymacheteros disfrutan de su danzón.Los tres calzones, chichi pelá, y palmeados, liban un “tornillo” de curado de piñón en “Los hombres sin miedo”, comiendoun taco de xopamolli y chicharrón.

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Otros llegan a su casa sobre alfombrade pétalos de flor de cempasúchil,les tiene preparados el Michimolli, molito almendrado, con tamalates de haba o frijol, y el agua de chía con limón.

Su alegría continúa en la otra vida, ¡la Catrina está feliz, entre tamaleros y zopilotes!,la música y bullicio se oye desde Santa Anitahasta Iztacalco, entre canales y ahuejotes.

Para entender mejor los versos, es necesario saber que a la orilla del Ca-nal de la Viga (antigua Ciénega Real o de Mexicaltzingo) se encontraban los islotes de Iztacalco y Santa Anita Zacatlalmanco Huehuetl, en este “ca-

mino de agua” se desarrolló la navega-ción con pequeños barcos de vapor, el primero que lo hizo fue “La Esperanza” el 21 de julio de 1850, en él iba el pre-sidente don Joaquín de Herrera.

A los pobladores del Pueblo Origi-nario se les da el nombre de “zopilotes” y a los de Santa Anita Zacatlalmanco

“tamaleros”, durante los fines de semana los habitantes de la ciudad llegaban a estos pueblos a pasear, comer y diver-tirse. En especial durante el Viernes de Dolores y para el evento de la Flor Más Bella del Ejido originario de Santa Anita Zacatlalmanco Huehuetl. A la ganadora de este concurso se le llamaba Doncella Primavera o Izkallipochtzintli y se le coronaba con amapolas, era co-mún que algunas personas como la actriz Celia Montalván, asistieran con

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los llamados “trajes de capricho” es decir, trajes típicos como lo prueba una fotografía de ella vistiendo un traje de china poblana cuando visitó este lugar; donde hombres y mujeres por igual ponían en sus cabezas y sombreros

“coronas de amapolas”. Por el Canal de la Viga navegaban las chalupas fandan-gueras, de grandes dimensiones pues cabían en ella orquestas y bailadores.

En Iztacalco a los habitantes de sus barrios originarios les dan los siguien-tes nombres: los canelos son del ba-rrio de la Santa Cruz, de Francisco Xicaltongo los españoles, los platea-dos de San Miguel, de Santiago Atoyac son los macheteros, a los de barrio de Los Reyes tres calzones, el barrio de la Asunción es el domicilio de los palmeados y los chichí pela del barrio

San Sebastián Zapotla, porque el santo patrón tiene el torso desnudo.

El danzón es uno de los ritmos y géneros musicales más populares entre los habitantes de los barrios, quienes a los primeros acordes salen inmediata-mente a bailar, además los ancianos de los barrios hablan de varios salones de baile donde siendo jóvenes lo apren-dieron a bailar.

Una de las pulquerías que sobrevive es la de Los Hombres sin Miedo, famo-sa por sus curados. Servidos en unos tarros de cristal llamados “tornillos” por las estrías que tiene. El pulque es la bebida tradicional para acompañar al-gunos de los platillos de la gastronomía iztacalca, como los “chiles paseados”, el michimolli, un buen mole almendrado con tamales o tamalates de haba o frijol, o un taco de xopamolli ensalada fresca de tomate de milpa para acompañar al chicharrón. Pero si el pulque no es de su preferencia, un vaso de agua con chía no cae mal.

El Pueblo Originario de Iztacalco, el 1 y 2 de noviembre, se llena de nostalgia, de olores y sa-bores para recordar a los que viven en la memoria, en el recuerdo y corazón de cada uno que prende una veladora y dice una oración.

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Los durmientes siguen aletarga-dos, en estado de hibernación en paciente espera del día en

que de nuevo pueda llevar a cuestas el Tren escénico de Chapultepec (llamado así por el recorrido que realizaba en-tre esas áreas naturales).1 De pequeño percibía a los durmientes como un camino escalonado, en mi adolescencia vi a esos vagoncitos pintados de rojo como cómplices ante mi idílica etapa de amor y hoy, tristemente, ya no existe el “Trenecito de Chapultepec”.

La finalidad de esa segunda sección fue recreativa, cuenta con una superficie de 168.03 hectáreas, espacio abierto con seis accesos, tres restaurantes, el

entre rieles *

c r ó n i c a ◗ M a r i o a l b E r t o M E d E l c a M p o s

RECUERDOS

Museo de Historia Natural, el Museo del Papalote y La Feria, llamada ori-ginalmente “Los Juegos Mecánicos de Chapultepec”, estos últimos dos recintos fueron inaugurados el 24 de octubre de 1964 por el entonces pre-sidente Adolfo López Mateos en com-pañía del regente del entonces Distrito Federal, Ernesto P. Uruchurtu, y tuvo una inversión de 162 millones de pesos. También en esta sección se encuentran la Pista del Sope para corredores, un tercer lago, un centro de diversiones, 14 fuentes y un aproximado de 17 mil 500 árboles entre los que predominan el eucalipto, el trueno y el cedro.

En la Revista Ferronales (15 de agosto de 1996) se menciona que:

las autoridades del Distrito Federal desarrollaron una serie de obras en el Bosque de Chapultepec, entre ellas

* El presente texto obtuvo "Mención hono-rífica" en el concurso de crónica con-vocado en el año 2019 por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.

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la instalación de dos ferrocarriles In-fantiles, uno sobre ruedas de caucho y otro sobre rieles. El primero hacía recorridos más independientes que el segundo, que tenía que hacerlos si-guiendo el rumbo de los rieles, como los trenes de verdad.

Es así como el trenecito fue inau-gurado en 1964.

Mi cumpleaños entre vagonesConocí el tren de pequeño. Mi mamá me llevó en un cumpleaños, estaba emocionado por que pensé que era como aquel trenecito que vi en el vi-deo ochentero del siglo pasado de la canción “Osito panda” de la cantante jarocha Yuri. En dicho vídeo de 1982 se hacía alusión a “Tohui”, el primer panda nacido en cautiverio en el zoo-lógico de Chapultepec, se apreciaba a la cantante arriba de un trenecito que recorría parte del zoológico y en una toma más se apreciaba en el fondo la marcha del tren.

Sin embargo, el tren del video de Yuri no era el de la segunda sección de Chapultepec, sino el de la ruta original dentro del zoológico de la primera sección. A diferencia de ese trenecito, en el de la segunda sección donde mi mamá me llevaba superó por completo mis expectativas. El recorrido duró cor-to tiempo, más adelante, al investigar supe que era de aproximadamente seis minutos, pero para mí fueron eternos y experimenté una alegría infinita. Al llegar al Bosque de Chapultepec mi mamá me compró un algodón de azúcar, recuerdo que aproximadamente costaba un peso, alegre por mi algodón hici-mos fila para poder subir al trenecito.

El costo de taquilla oscilaba entre los cuatro y cinco pesos de aquellos años noventa, en cuanto el tren se puso en marcha para iniciar el recorrido, varios niños emitimos un grito de emoción, algunos hasta levantamos las manos, yo estaba ilusionado por ese aconteci-miento. Volteé a ver a mi mamá quién tenía una sonrisa originada por ver feliz a su hijo en cuanto el tren empezó a moverse un primer túnel nos dio la bienvenida, al salir de él, de mi lado izquierdo pude ver varios trenes que estaban en reposo esperando rodar por aquellas vías al instante moví mis manos en señal de asombro debido a que se vislumbran diversos animales sobre piedras que señalé con mi dedo índice. Primeramente un burro de color gris, secundado por un caballo en imponente pose de relinche color café, simulando en mi mente aque-llas películas de vaqueros que yo había

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visto en la televisión, donde el caballo se para en sus dos patas traseras y un majestuoso relinche era cubierto por el sol dibujando su silueta, a su lado estaba una cabra con cuernos blancos, seguido de una mulita color gris con la mirada hacia abajo, así como un borrego color oscuro que a diferencia del anterior tenía la cabeza hacia arri-ba, como orgulloso de estar ahí, y un camello café camuflajeado entre los árboles, quizá era tímido pensé.

Mientras el tren seguía su marcha yo apreciaba el paisaje, la vegetación, podía escuchar el sonido que emitían las ruedas del ferrocarril, a mi mente vino aquel trabalenguas que mi abuelita me enseñó, “Erre con erre cigarro, erre con erre barril, rápido corren las ruedas del rápido ferrocarril”, yo seguía ma-ravillado por el recorrido mientras iba saludando a la gente, al mismo tiempo que mi mamá reía, cuando un segundo túnel nos dio la bienvenida, con su fachada negra de líneas blancas, rejas

e interior del mismo color, exclamé mi asombro, que continuó más ade-lante debido a que de mi lado derecho emergió un hermoso lago, con agua cristalina, patos revoloteando sobre la superficie, algunos voltearon a ver la marcha del tren. En mi inocencia infantil, los saludaba agitando mi pe-queña mano, asegurándole a mi mamá que estaban contentos de nuestra visita, ella sólo sonrió y acarició mi cabeza, en medio de aquel lago había varios árboles, al verlos exclamé:

—Mira mamá, una isla.Ella asintió con la cabeza, pero mi

sorpresa sería aún mayor cuando lle-gamos a otro enorme túnel oscuro. Yo me sentía ya grande de edad, iba en un tren de verdad, sobre rieles, tal como mi abuelita me había dicho que eran los trenes. Recordé las pláticas que te-nía conmigo sobre mi abuelito, quién trabajó en los trenes, me lo describía con su overol de mezclilla gruesa, una gorra, botas y su paliacate al cuello. Me

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imaginaba que iba como mi abuelo sobre un tren, buscando aventuras que vivir y después contar.

Más delante de donde terminó el túnel había una especie de cuatro iglús de piedra.

—Mira mamá—señalé nuevamente con mi mano.

—Sí hijo, es el Museo de Historia Natural.

El recorrido llegó a su fin, llega-mos a la misma estación de donde habíamos partido. Una fuerte voz que resonaba por la estación y que no supe de dónde provenía, recomendaba des-cender del tren hasta que este estu-viera totalmente parado, al bajar del mismo, esa misma voz mencionó mi nombre, mientras hacía saber a to-dos que hoy estaba festejando mi cum-pleaños. La gente aplaudió y yo con cierto rubor en mis mejillas volteé a ver a mi mamá que me abrazó, continua-mos nuestro recorrido por el bosque y el zoológico hasta que el atardecer

iba ocultando el sol. Fue uno de mis mejores cumpleaños.

El primer amor / la soberbia de la adolescenciaNo existe nada más idílico que el pri-mer amor, el que te hace creer que será eterno. Con ese amor de adolescencia también vienen una serie de actos un tanto incoherentes que, sin pensar en las consecuencias, se realizan en pro de conquistar o agradar a su pareja. No existe tiempo más bello que el que se pasa junto al ser amado, sin impor-tar si ese instante rebasa los horarios establecidos por los adultos como el horario escolar.

En el año 2004, a mis dieciséis años, conocí en la vocacional a una chica dos años menor que yo, iba en secunda-ria, cierto día nos quedamos de ver en la mañana para ir al trenecito del Bosque de Chapultepec. Al llegar a la estación, lo primero que hicimos fue dejar nuestras mochilas en paquetería,

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para posteriormente esperar abordar el tren. Como era entre semana ha-bía poca gente, unos cuantos niños y jóvenes que como nosotros se habían ido de pinta. Para no hacer tediosa la espera a que el tren llegara y con el fin de impresionarla le comencé a relatar la historia de la estación, instante después de quéEme estableciera el cuestiona-miento: ¿Quién habrá construido la estación?

—La estación fue diseñada por el ar-quitecto Félix Candela bajo una técnica que permite ver una doble curvatura inversa.

—Ajá, seguro lo estás inventando.—No, es en serio te lo juro, toma su

estrambótico nombre por estar forma-da por una sucesión de parábolas que al cortarse por un plano horizontal generan hipérbolas.

—No te creo nada.—Estoy diciéndote la verdad, lo con-

sulté en un libro llamado Félix Candela de Juan Antonio Tonda.

—Está bien cerebrito, te voy a creer. La estación se parece mucho a un edi-ficio que está por unas canchas en Ciu-dad Universitaria.

—Eso es porque también lo constru-yó, es el Pabellón de Rayos Cósmicos, diseñó también varias estaciones del metro como La Merced, San Lázaro y Candelaria, el Hotel Presidente allá en Acapulco, el restaurante Los Ma-nantiales de Xochimilco, tres edificios del hotel Casino de la Selva, dos de las plantas embotelladoras Bacardí en Tul-titlán, Estado de México, y el Palacio de los Deportes en 1968.

—Eso sí lo conozco —me dijo ella, más interesada en que avanzara la fila—, mira ya viene el tren.

Al momento de ver que el tren se aproximaba a la estación, pude apre-ciar más su estructura a diferencia de cuando me subí de niño. Me fijé tam-bién en la locomotora diésel-eléctrica a escala, que jalaba a cinco vagones diseñados para llevar a treinta perso-nas y alcanzaba la fabulosa velocidad de veinte kilómetros por hora. En esa época llegaba a tener hasta 1,000 pa-sajeros por día; hacía un recorrido circular de menos de 1,000 metros y en el trayecto había varias estructuras de uso ferrocarrilero, como túneles.

Abordamos el trenecito, recuerdo que delante de nosotros, una pareja adulta estaba sentada, ambos comían chicharrones preparados. Justo a pun-to de salir, ella le dio la noticia de que estaba embarazada, iban a ser padres por primera vez, como algunos escu-chamos, aplaudimos. Mi futura novia

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me volteó a ver, sonrió, se ruborizó y el trenecito comenzó su andar. Puse mi mano sobre su hombro y ella no se incomodó, sin duda alguna el viaje en trenecito y la noticia de aquella pareja me ayudaría mucho en la misiva que tenía. Al salir del primer túnel en la parte izquierda pude notar una especie de mural en el que se podía ver una locomotora, recordé que de pequeño tuve varias de juguete y que me emo-cionaba el jugar con ellas.

—Mira, ¿ya viste el mural?, le dije más que a manera de pregunta de afir-mación. Yo tuve varias locomotoras cuando era chiquito, una de ellas me la trajeron los Reyes Magos, era de pilas dorada con rojo, sólo la cabina, sin los vagones. Aparte tenía otra a la que le tenía que dar cuerda y empezaba a rodar, era negra con cinco vagones,

en los costados tenía pintadas las caras del maquinista y los pasajeros.

Imagino que le expresé mis recuer-dos con suma nostalgia porque se me quedó viendo y acarició mi mejilla con su mano izquierda.

Al dejar atrás el tren pintado en la pared, pude vislumbrar lo que para ese entonces ya sabía que era: el taller de los trenes. Al investigar para escribir mi crónica, supe que el tren en el que fui de pequeño y este en el que iba, no era el tren original de 1964. En la revista digital Mirada Ferroviaria (mayo-agosto de 2012) se informaba que en 1973 el trenecito estaba compuesto por una locomotora diésel-eléctrica a escala con diez carros de pasajeros, tenía una capacidad para transportar hasta 80 adultos y 120 niños. Por esos años se disponían de tres locomotoras, dos en

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uso y otra de reemplazo, con veinte carros de pasajeros. Diez de esos carros fueron fabricados por la empresa esta-dunidense National Amuserment Device Com-pany, y los otros diez en México, cada una de las locomotoras costó 60,000 pesos de aquella época; los carros de origen extranjero 14 y los nacionales 12,000. La máquina citada contaba con un motor de combustión interna marca Ford industrial tipo tractor de cuatro cilindros y 48 caballos de fuerza. Dos locomotoras eran modelo 1958 y la otra, 1960. Cada una funcionaba con motores de tres velocidades hacia adelante y la reversa, y tenía dos tipos de frenos, uno con zapatas adheridas al riel y el otro mecánico. Además, utilizaban para sus recorridos, de lu-nes a viernes, alrededor de 30 litros de gasolina cada una, y los sábados y domingos, días con mayor demanda, llegaron a consumir hasta 35.

Para ser honesto, no recuerdo si aún estaban los animales que vimos aquella vez, al llegar a la zona de los

lagos, el agua brillaba, atiné a decirle a mi compañera:

—Mira el agua es limpia y luminosa, como tú mirada, como tu carita.

Sonrió. Mientras seguía el tren en marcha, ella iba saludando a la gen-te que nos veía pasar en el trenecito, y yo pensando en cómo pedirle que fuera mi novia. Pero el instante llegó, abordamos ese túnel extenso, en esta ocasión el conductor, hizo una parada al centro del mismo, los más pequeños gritaron de emoción o susto, la verdad lo desconozco, ella me tomó de la mano y me abrazó, se acurrucó en mi pecho e inmediatamente le recité a su oído unos versos que había escrito para ella:

Eres mi gran secreto que no divulgaréque tú no me recuerdes, yo siempre

te amarépueden pasar mil años y yo no te

olvidaréy tenlo por seguro jamás te abandonaré

Y le planteé el cuestionamiento si ¿quería ser mi novia? Era mi primer beso, no sabía bien qué hacer, sólo me dejé llevar, la gente aplaudió, no me percaté que por el silencio en medio del túnel y el eco, habían escuchado mi declaración de amor, ese día el treneci-to fue testigo de mi inicio sentimental y la formación de una nueva familia, con esa pareja embarazada.

El tren llegó a la estación y descen-dimos del tren, fuimos a paquetería por nuestras cosas y al salir de la esta-ción subimos unos escalones no muy altos custodiados por unas pequeñas

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barditas negras con líneas blancas. Los árboles complementaban el séquito de seguridad de los escalones, el viento soplaba en nuestra dirección, su cabe-llo se movió, lo retiré de su frente, nos tomamos de la mano, fuimos a com-prar unos chicharrones de un carrito con demás frituras que estaba justo al término de esas escaleras.

Dos años más tarde, en el 2006 ella me terminó, la razón, necesitaba tiempo para ordenar sus ideas y arreglar su vida, algo así como una renovación, suena curioso que, en ese mismo año, específicamente el 25 de noviembre, el trenecito de Chapultepec tuvo su último viaje, cerrado durante la ad-ministración perredista de Marcelo Ebrard Casaubón con la finalidad de

“remodelarlo”. Varias atracciones de la segunda sección cayeron junto con el tren, aunque este fue el primero en cerrar. Lo secundaron el globo aerostático, la mujer gigante, México

Mágico, el Museo de Historia Natural (en la actualidad ya se encuentra nueva-mente abierto al público); con el paso implacable de los años, aquellas vías y los trenes que brindaron décadas de diversión e innumerables momentos familiares, pasó a ser un espacio en total abandono, lleno de maleza los durmientes, abandonados y grafiteados los túneles.

La madurez, la ausencia y la añoranzaUna década después de aquel 2006 el tren ya no estaba, tampoco mi mamá, y no volví a saber de mi primer amor. Decidí recorrer el camino de aquel tren, ahora a pie, entre los durmientes, llenos de pasto, deteriorada, tanto la estación como sus vías. Inicié el reco-rrido justo en la estación, ahí por pri-mera vez me percaté de un mural que estaba en la pared. A mi mente llegó el recuerdo de aquellos viajes con mi

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mamá y mi ex novia, pero también la escena de un señor de aproximadamen-te sesenta años de edad con su pequeño nieto, quien observaba emocionado el mural. El señor le dijo que ese mural evocaba imágenes de rondas infantiles y de canciones del compositor infantil Gabilondo Soler “Cri-Cri”.

Para ser honesto ese mural, la pre-sencia de brujas, diablos, gnomos y en las condiciones en que estaba me inspiraron un poco de miedo. Más adelante una persona me comentó que había cierto misticismo en esa pintura, una especie de ofrenda a la señora que en el centro se encontraba: “calmado su dolor había sido, porque entre tan-tos niños había encontrado a sus hijos y ya no tenía la necesidad de salir a buscarlos por las calles y la penumbra del Valle de México”.

Me alejé de la estación a iniciar el recorrido, pero esta vez en sentido contrario de como lo hacía el tren, su-gestionado quizá, comencé a sentir

presencias que me seguían con la mi-rada, murmullos de niños. Aceleré el paso caminando por un costado del Museo Nacional de Historia hasta lle-gar a aquel túnel extenso, donde por primera vez besé a una chica. El túnel ya era diferente, total penumbra, mi sugestión se agudizaba, volví a escuchar voces, iluminé el camino con la lámpara de mi celular, las vías que llevaron a los trenes a dar felicidad a tanta gente con sus memorables paseos ahora es-taban llenas de botellas, bolsas negras, maleza, graffiti en las paredes, me fui perdiendo entre las sombras…

En lo que fueron las instalaciones del taller de los trenes aproximadamen-te veinte locomotoras estaban en com-pleto abandono, algunas deterioradas y oxidadas por el agua que se filtraba en dicho recinto, llenas de polvo, había cadáveres de ratas, los trenes estaban grafiteados en su mayoría, con heces fecales. Para mí, lo más alarmante fue que una jauría de perros me comenzó

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a ladrar. Traté de acelerar el paso pero sin correr, pensando que me atacarían en cualquier momento por invadir ese espacio natural que ahora a punta de ladridos ellos defendían por considerar como suyo, afortunadamente no me co-rretearon, sólo fue el susto de sus ladri-dos y sus fauces con afilados colmillos.

Continué mi recorrido hasta fina-lizarlo lleno de nostalgia y recuerdos, pensé que nunca volvería a ver ese taller, hasta el momento de volver a caminar por sus durmientes con el objeto de escribir esta crónica.

Después de más de 10 años de estar en el des-cuido y total abandono, el taller del tren escé-nico de la segunda sec-ción fue desempolvado y convertido en Espa-cio CDMX Arquitectu-ra y Diseño por Cúbica Arquitectos, despacho multidisciplinario funda-do en 1990. El propósito de la restauración era rescatar uno de los espacios más emblemáticos del Bosque de Chapultepec y abrir las puertas a una nueva plataforma de contenidos de diseño y arquitectura social que ofreciera al público diversas actividades.

Los encargados fueron el gobierno de la Ciudad de México, a través del Fondo Mixto de Promoción Turística y Design Week México. El antiguo ta-ller conserva su estructura, ahora con paredes de vidrio que permiten ver el interior del lugar. Frente a éste, se encuentra una fuente. Al lado del taller,

montado en los rieles que marcaron alguna vez su ruta de paseo, perma-nece una locomotora de uno de es-tos trenecitos que fue recuperado para su exhibición. Las personas pueden subirse, tomarse fotos y recordar cómo alguna vez viajaron en el trenecito. El antiguo taller conserva su estructura, ahora con paredes de vidrio que per-miten ver el interior del lugar. Frente a este, se encuentra una fuente.

Concluyo mi crónica sobre el Bos-que de Chapultepec con el de-

seo de un día poder ver de nuevo funcionar el tren,

realizar el recorrido con mis hijos, contándoles como fue el paseo con su abuela y como di mi primer beso a la chica que pensé sería el amor de mi vida.

NOTAS1 En la Revista Ferronales. T. II,

núm. 3 (marzo de 1969) se men-ciona que durante la década 1960, Ferrocarriles Nacionales de México promocionó recorridos turísticos a bordo de trenes escénicos en los que los pasajeros podían disfrutar de ‘la incomparable belleza natural por donde cruza la vía’. Algunos de esos recorri-dos fueron: México-Toluca y México-Cuernavaca”. Esto se puede aplicar al propósito de construir un trenecito en la segunda sección de Chapulte-pec para que los visitantes pudieran recorrer amplias distancias y ver el entorno natural.

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de las trenzas

c r ó n i c a ◗ M a r í a d E j E s ú s r E a l G a r c í a F i G u E r o a

LA MUCHACHA

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Ritmo | Imaginación y crítica

Son ya 114 años del nacimiento de Benita Galeana, una mujer pequeña quien quiso que otras,

como ella, probaran la libertad. En nombre de esas mujeres Benita fue hu-millada, golpeada, encarcelada. Pero nadie pudo quitarle la grandeza.

A Benita le deben mucho las lucha-doras políticas de nuestro tiempo. Ella fue una simiente de la búsqueda de la igualdad y la justicia. Generosa pionera, ilustró con el ejemplo de su cuerpo torturado y su inteligencia a prueba de machismos e inequidades. Y, a pesar de la discriminación que vivió en su tiempo por ser mujer, dedicó su causa a todos los trabajadores sin excepción.

Hoy, cuando las mujeres mexica-nas ya tienen voto y ciudadanía, se le recuerda con admiración y se le rinde tributo. Sin embargo, tal fue la noble-za de su espíritu que no habrá nunca un homenaje suficiente.

Un viento airado en la costa mexicanaSan Jerónimo de Juárez, Guerrero, está al suroeste de Chilpancingo, bor-deando la costa del Océano Pacífico. Exuberante y tropical, cubierto en gran parte por una vegetación selvática ali-mentada por el río Tecpan, a veces se ve arrasado por vientos de hasta 125 kilómetros por hora que estremecen la piel del lugar. Uno de esos vientos, de los más airados que haya conocido la entidad, fue Benita Galeana.

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Hace más de 115 años, el 10 de sep-tiembre de 1904 —día de nacimiento de Benita, aunque algunos dicen que en realidad fue en 1907— San Jerónimo era una localidad conservadora y tra-dicional gobernada por los cacicazgos locales heredados del siglo XIX. Los hombres se entregaban a la agricultura y la pesca, y las mujeres a las labores del hogar. Ni en sueños se le habría ocurrido a ninguna de ellas cambiar el orden de las cosas; a ninguna, salvo a Benita.

Quizá la fe libertaria le vino de un famoso tío bisabuelo: Hermenegildo Galeana, quien inflamó Guerrero durante la lucha por la independencia de México. Al parecer, Benita traía la revolución en la sangre.

Fue hija, contaba ella, de un rico hacendado arrocero, Genaro Galeana, y de Aurelia Flores, quien murió cuando Benita apenas tenía dos años. Entonces don Genaro se de-dicó a beber. En su autobiografía relata que su padre “a veces se llenaba las bolsas de la silla de montar con dine-ro, y se iba por el campo repartiendo monedas a los pobres”. Posiblemente heredó de él la compasión.

La huidaPara cuando Benita tuvo uso de razón, don Genaro ya había perdido toda su fortuna y ella, junto con sus hermanos, quedó bajo el cuidado de la mayor, Ca-mila. Benita le tenía miedo de tantas

golpizas que recibía. Vendía pan, dul-ces, arroz con leche, tamales. Después se la llevó su hermana Guadalupe y, sin embargo, la vida no cambió: la mujer casi la mató a palos.

Pero Benita nació rebelde: a los 16 años huyó de la mano de un mezcalero y, tras una breve estadía en Acapulco, con la ayuda de una amiga logró tre-parse a un tren para llegar finalmente

a la Ciudad de México con la esperanza de aprender a leer y escribir. Fue aquí donde co-noció a su primer marido, Ma-nuel Rodríguez. Él la inició en la militancia política. Ambos ingresaron en 1927 al Partido Comunista Mexicano, que por entonces era todavía ilegal.

Corrían los años 20. El régimen de Calles estaba en su apogeo. Benita, quien desde pequeña supo de la injusticia, se sumó con todo su vigor a la lucha política después de que encarcelaron a su esposo por

primera vez tras el parto, y con ellas conquistó ese derecho.

Apenas al año siguiente la fogosa oradora aprendió a leer, y para 1940 publicó sus memorias, tituladas sen-cillamente Benita, las cuales escribió noche tras noche, abandonada a sus recuerdos, en una máquina de escribir prestada. En esos días se había unido ya al periodista Mario Gil y, además de una hija natural, tuvo otras seis adopta-das. En sus propias palabras: “mientras las estuve criando, siempre fui feliz”.

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Después participó con su hija Itan-duza en el movimiento del 68, llevando comida y medicinas a los estudiantes en huelga, e incluso infiltrándoles recados. También apoyó moralmente a Lucio Cabañas y Genaro Vázquez en sus guerrillas, allá en la montaña guerrerense, como lo hizo también con maestros y ferrocarrileros, y se sumó posteriormente a la causa de las costureras tras el terremoto del 85 que devastó el corazón de la Ciudad de México.

Su última voluntadAntes de morir, Benita todavía alcanzó a escribir un extraordinario libro de cuentos, El peso mocho, y dejó inconcluso un volumen titulado Actos vividos. Digna hasta el final, rechazó una pensión vitalicia que le ofreció el gobierno gue-rrerense —“todavía tengo para lentejas y frijoles”, dijo— y batalló con las do-lencias que le dejaron los golpes sin queja alguna.

Falleció el lunes 17 de abril de 1995 a causa de una embolia cerebral, pero antes dispuso que su casa se convirtiera en un museo que hoy, transforma-do en la Casa Museo Benita Galeana, cuenta con biblioteca, archivos, una valiosa fototeca y numerosos objetos personales.

A 115 años de su nacimiento, pues, Benita aún vive. La recuerdan en Mé-xico, sus mujeres y sus hombres. Y la recuerda el mundo por el que luchó infatigablemente hasta cerrar los ojos para siempre.

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c r ó n i c a ◗ M a r í a E u G E n i a h E r r E r a

siete siglos de historiaEL BARRIO TULTENCO,

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Juan O'Gorman. La Ciudad de México, 1949.

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El 4 de octubre se festeja el día de san Francisco de Asís en el anti-guo barrio de Tultenco, aledaño

a la calzada de La Viga y cercano a la avenida Chabacano, aquí en la Ciudad de México. Unos días antes se instala una feria frente a la iglesia, con jue-gos mecánicos, vendimias y puestos de comida. También, desde la víspera, la iglesia organiza varias actividades conmemorativas que culminan el mero día del santo patrono con mañanitas, una misa solemne, romería y fuegos artificiales. Como parte de los festejos

destacan dos eventos deportivos, am-bos iniciados en 1957, organizados por vecinos del barrio: la Carrera Azteca que, con variantes en rutas y categorías, hace competir a todos los miembros de las familias; y una carrera de bi-cicletas, en un circuito cerrado, que tuvo especial arraigo en la comunidad durante varios años.

El barrio de Tultenco, es uno de los muchos que existen en la Ciudad de México, reductos de antiguos asen-tamientos enclavados en la gran urbe de asfalto y cemento del siglo XXI, con-fundidos en el paisaje metropolitano, pero que aún conservan en sus entrañas atributos de antigua raigambre, pre-sentes en alguno de los rasgos de su compostura y en las costumbres de sus pobladores.

Tultenco tiene su origen en la época prehispánica al ser una de las isletas ubicadas en el lago de Texcoco al sur-este de la isla de mayor tamaño, en la que en 1325 fundaran los mexicas México-Tenochtitlan, la cual, con el tiempo, incorporó a su territorio a Tultenco y varias islas más mediante la construcción de chinampas. La is-la-ciudad estaba organizada en cuatro secciones o campas separados por cal-zadas: Moyotlan, Atzacoalco, Cuepo-pan y Zoquipan. Tultenco formó parte de Zoquipan situado en el cuadrante sur-oriente de la ciudad, el más anti-guo, el mayor y el de más importancia según Alfonso Caso1, por contener en su lado oriente los embarcaderos que

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comunicaban a Tenochtitlan con Tex-coco y el canal proveniente de Iztapa-lapa, Xochimilco y Chalco, posterior-mente llamado Acequia Real-Canal de La Viga, constituyéndose en una im-portante vía de navegación que llegaba hasta el centro mismo de la ciudad y a Tlatelolco. Limitado por el poniente por la calzada de Iztapalapa, la cual co-municaba a la ciudad con los poblados ribereños sureños y con los actuales estados de Morelos y Guerrero hasta la costa del Pacífico, y tomando la ruta de oriente hacia el Golfo de México.

Los campan estaban con-formados por calpulli o barrios que albergaban comunidades con lazos parentales que les daban identidad y pertenencia, entre estos estaba el de Tul-tenco, situado en el límite sur de Zoquipan. Alfonso Caso le confiere al barrio de Tul-tenco una superficie irregular delimitada al poniente con la acequia de Xocongo paralela a la calzada de Iztapalapa (San Antonio Abad); al oriente la Acequia Real (canal de La Viga, hoy calzada de La Viga); al norte, cruzaba la avenida del Taller y al sur el lago (la calzada de Chabacano).2

Para el siglo XVI, la zona era un conjunto de chinampas cimentadas alrededor de la pequeña isla, cruzada por el canal de La Viga, el cual, durante varios siglos, fue la vía de abasto más importante de la ciudad, sobresaliendo las mercancías de origen agropecua-

rio, pero también una amplia gama de productos de producción artesanal y materia prima para la construcción, la manufactura u otras aplicaciones. Tal circunstancia hizo que los pobladores de Tultenco, además de agricultores, fueran usufructuarios de los recursos del lago y del canal, ricos en flora y fau-na, tanto para su autoconsumo, como para su comercialización y manufactura

diversa a partir de la materia prima proveniente de ellos. Sobresaliendo el tule que cre-cía de manera abundante en los linderos del canal, utiliza-do en la elaboración de cestas, prendas de vestir, techos, la construcción de chinampas y dando nombre al lugar, en tanto, Tultenco quiere decir

“lugar donde hay tules”.La llegada de los españoles

a la ciudad de México-Teno-chtitlan marcó una ruptura en el orden hasta entonces esta-blecido, mismo que se dejó sentir en la población de los

barrios sureños de Zoquipan, debido a su colindancia con la calzada a Iztapa-lapa, por la cual hizo Cortés su entrada en noviembre de 1519, siendo recibido por los señores de la alta nobleza azte-ca, en la isleta-fuerte de Acachinango situado sobre la calzada, frente al ba-rrio de Tultenco. Lugar donde Cortés decidió poner su “real” o base de ope-raciones, en abril de 1521 y al cual fue llevado Cuauhtémoc al ser capturado en agosto de 1521, terminando así el sitio y el señorío mexica.3

la zona era un conjunto de chi-nampas cimenta-das alrededor de la pequeña isla, cruzada por el canal de La Viga”.

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Carlos López, Diego Troncoso. Planta y descripción de la imperial Ciudad de México, 1760.

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Ritmo | Imaginación y crítica

Los indígenas sobrevivientes fue-ron reagrupados y concentrados, per-mitiéndoseles conservar el régimen territorial de tenencia comunitaria, similar al prehispánico, bajo la tutela de las órdenes religiosas llegadas al país. En el antiguo calpulli de Tultenco se levantó una pequeña iglesia bajo la advocación de san Francisco de Asís. Si bien el proceso de evangelización se llevó a lo largo del siglo XVI, fue más acelerado en los barrios indígenas cercanos a la capital y así muy pronto la religión católica marcaba la vida de sus habitantes, quienes contaban con santos tutelares, seguían el calendario litúrgico y respetaban la autoridad de sus ministros eclesiásticos, los cuales fueron concentrando influencia y poder sobre la población, al punto de riva-lizar con el clero secular, provocando

un rompimiento y la progresiva secu-larización de la iglesia novohispana, incluyendo Tultenco, iniciándose un proceso de disgregación y pérdida de sus rasgos originales como la lengua náhuatl, otrora protegida por los frailes.

Durante la época virreinal y aún después de la independencia del país, el barrio de Tultenco permaneció como asentamiento pequeño, aislado, mar-ginal, aledaño a la ciudad de México y conservando su identidad rural y campesina. Zona chinampera, pero a la vez ribereña, ambas condiciones de-terminantes para las formas de trabajo y vida de sus moradores. Durante este periodo, el canal de La Viga sostuvo su vigencia como una de las principales vías de navegación y abasto de la ciu-dad, siendo común que se establecieran mercados en diversos puntos de su tra-

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Mapa de la Ciudad de México, siglo XVI.

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yecto, donde se vendían los productos transportados. Destacó en Tultenco el mercado de Jamaica4, el cual llegó a ser uno de los más importantes de la ciudad, proporcionando a los veci-nos la oportunidad de abasto y trabajo.

Así mismo, dentro de las inmedia-ciones del barrio de Tultenco se ins-taló hacia los últimos años de la época virreinal la garita de La Viga, que se encargaba del cobro de los impuestos de la mercancía trasportada, la cual, siendo una de las más activas, introdujo en el barrio a una población sufragá-nea a la garita y una dinámica distin-ta a la zona. Así como el paseo de La Viga, construido en 1789 en la orilla poniente del canal por el virrey conde de Revillagigedo, como lugar de recreo que tuvo gran simpatía y afluencia in-cluyendo al barrio de Tultenco en el circuito turístico y a sus pobladores como prestadores de este servicio.

Si bien durante la época virreinal el pueblo de Tultenco se mantuvo con pocos cambios, en el México republica-no se dejaron sentir con el proceso de privatización de las tierras comunales indígenas, iniciado en 1856 con la Ley Lerdo, que obligaba a las corporacio-nes civiles a despojarse de sus bienes raíces, afectando a las comunidades indígenas. La pérdida de sus tierras empeoró su situación de pobreza y propició su desintegración y desarrai-go. En 1855 Joaquín María Anzorena adquirió el pueblo de Mexicalcingo y los barrios de San Nicolás Tlascuit-lan, La Resurrección Tultenco y San Francisco Tultenco, por la suma de

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Después de esto, el barrio de Tul-tenco vio, una vez más, vulnerada su originaria personalidad, cuando las autoridades capitalinas decidieron de-secar el canal de La Viga y convertir su lecho en calzada. Al igual que la Acequia Real, el canal de La Viga fue desapareciendo progresivamente em-pezando del centro hacia la periferia. Su desecación se llevó a la altura de Tultenco entre 1920 y 1940, cuando fue cegado de la avenida del Taller a la de Chabacano. Con tal suceso, los vecinos de Tultenco y de los demás pueblos y barrios subsidiarios del canal de La Viga, fueron privados del flujo vital que durante siglos les proporcio-nó sustento, pertenencia e identidad.

Finalmente, el barrio de Tultenco y los del rumbo se vieron impactados por el proceso de urbanización acelerado acontecido después de la Revolución, debido al despunte de los índices de-mográficos y a la migración interna del campo a las ciudades que se registró en todo el país, pero principalmente en las grandes ciudades y con mayor empuje en la Ciudad de México, que cambió a urbano, el anterior carácter rural de la población mexicana.

El barrio extra muros de San Fran-cisco Tultenco y su filiación indíge-na, agrícola y rural, fueron transfor-mándose hasta convertirse en colonia y adoptando paulatinamente el perfil urbano que actualmente tiene. Sobre su territorio se fundaron dos colonias: la Paulino Navarro que albergó el ca-llejón de San Francisco, núcleo del barrio, quedando separado de su igle-

$19,566.00, traspasándolos después a Manuel Pasalagua.5

Sin sus tierras, el barrio de Tulten-co solamente conservó su núcleo en el callejón de San Francisco que conecta la iglesia al canal y las dos calles para-lelas; a pesar de los embates modernos, sus pobladores preservaron sus formas de vida ancestrales. Así mismo, Tulten-co y los barrios aledaños, mantuvieron su condición extramuros, marginal, rural y ligada al canal de La Viga. Sin embargo, la presencia en la zona del rastro de la ciudad desde el siglo XVI, favoreció el desarrollo de una actividad productiva-comercial relacionada con la manufactura de los subproductos de los animales sacrificados, misma que a finales del siglo XIX y princi-pios del XX, propició la instalación de varias fábricas. En las inmediaciones de Tultenco, se asentó la Cooperativa Obrera de Vestuario y Equipo (COVE), un complejo industrial, fabricante de calzado y vestuario de uso rudo para obreros, escolares y personal del ejér-cito, policía y similares.

Esta y otras fábricas atrajeron un número importante de obreros y sus familias, así como la infraestructura necesaria para vivienda y transporta-ción de trabajadores y material, que incluyó una línea de ferrocarril que cruzó el barrio de Tultenco, propor-cionando un carácter industrial a la zona, dejando atrás la vocación rural de los antiguos barrios, cuyos habitantes originales fueron incorporándose al talante imperante y confundiéndose con la población allegada.

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sia, la cual quedó aislada en la colonia Vista Alegre. Ambas colonias distintas en su conformación y población.

La colonia Paulino Navarro fue fundada en 1941 por los desplazados de la colonia Tránsito al fundarse esta bajo el amparo de Lázaro Cárdenas, quien impulsó la creación de viviendas populares en respuesta a la creciente demanda de la población trabajadora y marginada. Los nuevos colonos com-praron los terrenos, compartiendo con los pobladores originales la calidad de clase trabajadora y respetando el núcleo tradicional del barrio, presente en la celebración de sus fiestas tradiciona-les, tanto el 4 de octubre, día de San Francisco de Asís, como el viacrucis callejero de Semana Santa, así como un acentuado sentido de identidad y pertenencia barrial. En el callejón de San Francisco y calles aledañas abun-dan las vecindades y en las banquetas altares en vitrinas dedicados a santos cristianos, puestos de comida y tende-deros. En los muros de sus fachadas hay murales de buena factura, con motivos que dan expresión de su historia y su presente, dedicados principalmente a sus orígenes prehispánicos, al canal de La Viga, a San Francisco y al General Paulino Navarro. Tienen un mercado, una carbonería y múltiples talleres ar-tesanales, entre los que sobresale los de cartonería que se extienden sobre las calles en fechas de extrema demanda como son los judas en Semana Santa y las piñatas en diciembre.

Actualmente, encapsulado en la urbe, el antiguo barrio de Tultenco conserva

vestigios de su fisonomía de antiguo cuño. Barrio indígena que dejó de ser ante la llegada de nuevos pobladores provenientes de la provincia mexicana y ante la expansión de la ciudad que los integró plenamente hacia mediados del siglo XX, y construyen así nuevas for-mas de convivencia ricas en tradiciones llegadas y fundidas, que arribaron al siglo XXI plenamente urbanas, pero herederas de una historia centenaria, presente en sus vestigios materiales y en sus formas ancestrales de convivencia.

BIBLIOHEMEROGRAFÍABRIONES, Juan Carlos, Rebeca Díaz Ziehl,

Ma. Eugenia Herrera, Héctor Man-cilla López y Armando Renato Porraz Ortega, Nostalgia por mi barrio. Imágenes y textos del barrio de Tultenco y sus alrededores, México, s/f, Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, Gobierno del Distrito Federal, 103 pp.

CASO, Alfonso, “Los barrios antiguos de Tenochtitlán y Tlatelolco”, en Memorias de la Academia Mexicana de Historia, México, t. XV, n 1, enero-marzo de 1956, pp 7-63.

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NOTAS:1 Alfonso Caso, “Los barrios antiguos de

Tenochtitlán y Tlatelolco”, en Memorias de la Academia Mexicana de Historia, México, t. XV, n 1, enero-marzo de 1956, p: 18.

2 Idem., Caso, p: 20.3 Hernán Cortés, Cartas de relación, México,

Porrúa, 1979, pp. 51, 134 y 162.4 El mercado de Jamaica inicialmente pe-

queño, se ubicaba en la orilla del canal de La Viga. En 1957 fue reubicado en el lugar donde ahora se encuentra en la avenida Congreso de la Unión y More-los. Juan Carlos Briones et al, Nostalgia por mi barrio. Imágenes y textos del barrio de Tultenco y sus alrededores, México, s/f, Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias, Gobierno del Distrito Federal, pp: 51-55.

5 Andrés Lira, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Tenochtitlán y Tlatelolco, sus pueblos y sus barrios, 1812-1919, México, COLMEX, 1995, pp: 320.

DE GORTARI RABIELA, Hira y Regina Her-nández Franyuti Ayala, Armando, La ciudad de México y el Distrito Federal: Una historia compartida, 2 tomos, México, Instituto José María Mora, 1998.

Hernán Cortés, Cartas de relación, México, Porrúa, 1979.

HERRERA, Ma. Eugenia, “General Pauli-no Navarro, una colonia del Distrito Federal”, en La Ciudad de México y la Revo-lución Mexicana, México, Encuentro de la Asociación de Cronistas del Distrito Federal y zonas conurbadas, 2014.

———— (coord.), El territorio excluido. Historia y patrimonio cultural de las colonias al norte del río de la Piedad, México, Palabra de Clío, 2015, 245 pp.

———— “San Antón de los Rastreros”, en 690 años de la Ciudad de México. Memoria del 1er Congreso de la Crónica, México, Aso-

ciación de Cronistas del D. F. y zonas conurbadas, 2015, 256 pp.

————“El Barrio de Tultenco y el Canal de La Viga de la Ciudad de México en 1867”, en Memoria del Coloquio Nacio-nal de la Crónica, México, Asociación de Cronistas Municipales del Estado de Querétaro, Asociación Civil, Santiago de Querétaro, 2017, pp 163-182.

LIRA, Andrés, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Tenochtitlán y Tlatelolco, sus pueblos y sus barrios, 1812-1919, México, COLMEX, 1995, 348 pp, III.

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Industrial

E n s a y o ◗ a M é r i c a c r u z

COLONIA

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Dicen los ojos húmedos de mis vecinos mayores que quien ha vivido en esta colonia no puede

salir de ella. La Colonia Industrial se ubica al

norte de la Alcaldía Gustavo A Ma-dero. Inaugurada el 18 de noviembre de 1926 (en el Archivo General de la Nación existe la escritura de poder de la Colonia Industrial, fechada el 20 de febrero de 1927). La Colonia se encuentra entre una avenida que de tan grande la hicieron eje vial y que lleva el nombre de 4 Norte Euzkaro. Al oriente se determina por la Calzada de Guadalupe, al sur Eje 3 Avenida Alfredo Robles Domínguez, y al poniente por Real del Monte y Avenida Insurgentes Norte (antiguamente llamada “Carrete-ra México-Laredo”). Colinda al norte con la colonia Tepeyac Insurgentes, al oriente con la Estrella y Guadalupe Tepeyac, al sur con Vallejo y al poniente con Guadalupe Insurgentes.

Según la obra 16 colonias, 16 delegaciones, una ciudad, de las 168 colonias que con-forman la Gustavo A. Madero, la Indus-trial tiene aspectos únicos, entre ellos la escuela Emiliano Zapata (Monumento Artístico, Decreto del 26 de abril de 2005), uno de los primeros proyectos funcionalistas del país, diseñada por Juan O’Gorman, la cual resguarda tres notables pinturas de Pablo O’Higgins (discípulo de Diego Rivera) de relevan-cia internacional dentro de la historia del muralismo mexicano.

En el año de 1925 se asociaron el ingeniero Alberto J. Pani, Agustín Le-gorreta y el ingeniero Roberto S. Ro-

dríguez para comprar 120 hectáreas de la hacienda, Ahuehuetes a ambos lados de la Calzada de Guadalupe, para cons-truir fábricas, pero la gran demanda de lotes pequeños para la construcción de casas hizo que se cambiara el proyecto original. Pani tenía fuertes lazos con arquitectos y planificadores urbanos de principio del siglo XX, tales como Carlos Obregón Santacilia, José Luis Cuevas y Carlos Contreras, además de tener nexos con el gobierno, con lo que impulsó lo que la investigado-ra María de Lourdes Díaz Hernández definió como “capitalistas revolucio-narios”, quienes promovieron casas económicas para obreros o la incipien-

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te clase media, en emplazamientos mo-dernos. Entre los años de 1926-1927 en los periódicos Excélsior y El Universal se publicaron varios anuncios con atrac-tivas frases publicitarias: “Es la mejor jugada para el bienestar permanente”; con constante “Servicio de ómnibus y tranvías al centro de la ciudad”, para adquirir lotes desde 100 a 600 metros cuadrados en cómodas mensualidades de $26 a $33 pesos.

El Diccionario enciclopédico del Distrito Fe-deral establece que fue fraccionada en terrenos que pertenecieron al pueblo de Tepalcatitlán, barrio indígena funda-do en las riberas del lago de Texcoco que colindaba con otros barrios como Atenco, Tlatlacama, Amalco y Capultit-lán, dependientes de Coatlayáhuacan, conocido actualmente como Magdale-na de las Salinas. Dicho asentamiento indígena se comunicaba con la ciudad de México-Tenochtitlán por la calza-da y dique del Tepeyac que servía para retener las aguas dulces de numerosos ríos e impedir que se mezclaran con las saladas del lago de Texcoco.

Cuenta el viejo ahuehuete de la ca-lle Tolteca que aquí fue el Barrio de Tlapancaltitlán del que se extraía y co-mercializaba el tequesquite. Narra que vio crecer uno a uno los quince “hu-milladeros” en la Calzada de Misterios, dice que un 12 de diciembre de 1865 vio pasar por Calzada de Guadalupe un bello carruaje con los emperadores Maximiliano y Carlota.

Comentan las palmeras nonage-narias que vieron al arquitecto Juan O´Gorman dirigir la construcción de

la Primaria Emiliano Zapata, al pintor Pablo O´Higgins plasmar tres murales dentro de ella; hoy decretado monu-mento artístico....; pero las más altas palmeras de la calle de Necaxa susurran con el viento, la nobleza del matri-monio Mier y Pesado para construir un orfanato, joya de la arquitectura art-decó.

Nuestra fuente fechada en 1926 te invita a caminar por sus calles con nom-bres de industrias mexicanas terminadas en esquinas “pan coupe´” y a ver casas que invitan a la nostalgia, la imagina-ción de observar desde sus balcones y oler el aroma de las flores que plantaron y cuidaron nuestras abuelitas.

Oirás tañer las campanas invitándote a conocer la parroquia, pero, en el camino te desviará el olor de la Dul-cería “El Nidito” y ahí, Guillermo de la Madrid te contará con su habitual amabilidad que aquí vivieron Amparito Arozamena, Pompín Iglesias, Mari-

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cruz Olivier, Chachita, Irma Serrano, Fidel Castro, Ruz muy joven, el gran nahuatlaco Ángel Garibay; que Germán Valdez Tin-Tán filmó escenas de la película El Revoltoso y Resortes del Beisbolista fenómeno y hasta Anthony Hopkins en Un hombre en guerra.

Al atardecer, el cielo se torna rojo dorado, colores de nuestro equipo de futbol americano “El Aztlán», orgullo deportivo de nuestra colonia; quizá caerán unas gotitas de lluvia o lágrimas por haber perdido a nuestro exvecino el medallista olímpico Carlos Girón, y algún pequeñín imitará con golpes al aire al inolvidable vecino Blue Demon.

Llega la noche y se acaba la plática, no sin antes ser atrapado por el aroma de las salsas, el cilantro, la cebollita asa-da, las tortillitas calientes y por supues-to, la carne al pastor de sus múltiples taquerías...... “el rebaño Sagrado”, que si “las Gaoneras”, que “El amigo”.......mmmmmm ¡provecho!

Comentan las palmeras nonagenarias que vieron al arquitecto Juan O´Gorman dirigir la construcción de la Primaria Emiliano Zapata, al pintor Pablo O´Higgins plasmar tres murales dentro de ella; hoy decretado monumento artístico....”

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Ilustraciones: ollinxanat

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c r ó n i c a ◗ l i l i a a t E n E a M i r o s l a v a s a n t i a G o á l v a r E z

sobre la pandemiaCRÓNICAS

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Yo, al igual que muchas personas, nunca antes nos habíamos puesto a pensar qué es un cubrebocas, si

había fábricas en México o si eran im-portados. La pandemia del Covid-19 que alcanzó su cenit y nadir en el año 2020, mostró de manera brutal, terri-ble, que ser joven ya no sería cuestión de vivencias en espacios abiertos, con la convivencia en la escuela, en los paseos por las plazas, acudir a diversiones como ferias, cines, restaurantes, usar el transporte público, caminar por las calles, sino refugiarse en la intimidad del hogar, del resguardo forzoso, del constante miedo al contagio, de ago-nizar, de estar entubado en camas de hospitales, lejos de los seres queridos. Ante esto, nuestra única esperanza, reconfortante atalaya para intentar recuperar el espacio público, era el uso del cubrebocas, tiempos en que los ojos expresaron lo que las palabras resguardaron. Ahora, desde antes de salir de nuestra casa ya debemos traer un cubrebocas puesto, si es KN95 mu-cho mejor, pero sólo se nos pueden ver los ojos.

La siguiente crónica aborda la trans-formación de la sociedad mexicana ante la pandemia, del pensar y sentir de la gente ante su uso, de trastocar las costumbres, del surgimiento de nuevos tipos populares, de cambios culturales, de nuevas posibilidades artísticas a la sombra del cubrebocas. Poco a poco aprendemos a ver las reacciones que tienen las personas por medio de la mirada, por ejemplo, cuando alguien se ríe se le hacen pequeños los ojos, o

cuando alguien se enoja se le fruncen las cejas.

En los ojos puedes apreciar lo que sienten y piensan las personas.

En Internet, al poner como bús-queda “compra de cubrebocas” salen resultados a través de plataformas como Amazon, DEGASA Express, Mercado Libre, pero que se avocan a su venta, distribución, pero no su origen. Y al preguntar a los dependientes que atienden farmacias pequeñas, encontré que tampoco saben mucho sobre la empresa que les surten los cubrebocas:

––Sólo voy a comprarlos allá al cen-tro de la ciudad. Los KN95 son los que más se venden ahorita, señorita, traemos de colores y figuritas porque se ven rebonitos. ¿Cuál va a querer?

El Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española no registra la palabra

“cubrebocas”; pero si el término “tapa-bocas”, que se define en una primera acepción como: “Pieza que sirve para cerrar o preservar alguna boca o aber-tura de una máquina o aparato”; y en segundo término como “mascarilla”. Dato significativo, ya que uno de los antecedentes del cubrebocas igual es, precisamente, la mascarilla industrial que, estoy segura, muchas personas no se las pondrían, tanto por su alto costo como por lo estético.

En el mercado ya existían los rec-tangulares de color azul o blanco con pequeños alambres para ajustar en na-riz y pómulos (para asepsia y labores de los hospitales). Después se pusieron a la venta los cubrebocas KN95, con for-ma de pico en la parte de la boca y con

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un fuerte ajuste en la parte de nariz, cachetes y barbilla (el problema es que deja a las personas con intoxicación de CO2). Se dice que es efectivo y que si lo usas corres menos riesgo de contagiar y que te contagies. En realidad, se tenía que estar en una situación complica-da de salud para ahora sí, buscar un cubrebocas que realmente funcionara.

A la mayoría de personas se nos hizo complicado que de un día para otro por un comunicado que salió en la televisión y en las noticias tendríamos que empezar a utilizar un “cubrebo-cas”, dijeron que solo lo portarían las personas que estuvieran enfermas o que padecieran alguna enfermedad de la cual pudiera desencadenar algo peor. Las redes sociales a partir de esto

explotaron con ‘fake news’, “Teorías conspirativas en “Conspiranoicos shit-posting”, e infinidad de ‘memes’.

Al principio de la pandemia, muy poca gente se tomó en serio las me-didas sanitarias que nos señalaba el gobierno, como el correcto lavado de manos, la “sana distancia”, ante todo, y más importante el uso del famoso cubrebocas. Pero se podía ver a las personas salir sin ningún tipo de cu-brebocas, ni siquiera los que costaban cinco pesitos en la farmacia. La gente caminaba por las calles abrazados, be-sándose, amotinándose en cualquier tipo de transporte público.

Esto, a medida que avanzaba la pan-demia en el año 2020, cambió. Nadie creyó lo que sucedería después. De nuevo las noticias masivas, las redes sociales hablando de que los contagios por Covid-19 estaban en aumento y podría ser muy, muy malo para el país.

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Ahora se hablaba de que todos y todas debíamos utilizar el cubrebocas y cum-plir con todas las medidas sanitarias.

Pero humanos tenemos que ser, de nuevo la mayoría de personas dejó de lado el “cuidarse”, y el problema fue cuando empezaron a morir. Las per-sonas nos enfrentamos a una reali-dad distinta a la que conocíamos hasta entonces. Esto provocó que nos cuestionáramos hasta la existencia y el significado de vivir, un caos se comenzaba a aproximar…

Al hacer una búsqueda en Internet sobre las empresas y fábricas mexicanas que dis-tribuyen los cubrebocas en la Ciudad de México, surgen nombres como Cubrebocas de plástico México, Grupreysa, Cardem, Mobak equipo de protección, o Navisa-rop-des cofias y cubrebocas, entre otros. Empresas que fueron rebasadas por la demanda. En los meses de marzo y abril de 2020, cuando los cubrebocas escasearon en las farmacias, hubo emprendedores que por medio de Facebook, e Instagram oferta-ban dicho producto, y pactaban entregas en algún lugar de la Ciudad. Era común en el Metro oír los siguientes pregones:

––Traigo a la venta el cubrebocas KN95, original, a sólo diez pesitos.

––Varios modelos y colores, llévelo, llévelo…

––O si lo prefiere, la careta, no se raya, no se empaña, para su seguridad, sólo veinte pesitos.

Con la llegada de la pandemia a Mé-xico mismas voces, nuevos pregones sonaron en las calles provenientes de los vendedores ambulantes del Sistema de Transporte Colectivo Metro, parte del panorama urbano de la Ciudad de México, donde prácticamente puedes encontrar de todo. También en varias líneas del Metro me di cuenta de que

las personas en condición más crítica van limpiando tubos y piso, según ellos, sanitizando con alcohol.

–Público usuario, antes que nada buen día, perdona que te distraiga de tus actividades, pero por la pandemia me que-dé sin trabajo. Ahí con lo que gustes cooperar.

La mayoría de estas per-sonas portan los cubrebocas más sencillos y algunos inclu-so de tela muy delgada, esto nos hace ver que la salud es un privilegio. En esta veta de oportunidad, el vagonero vio la oportunidad a finales de mayo del 2020 de poder vender sus cubrebocas KN95

“originales”:—¿Qué transa papito chulo, cómo

van, ahí andan o qué? —se dirige un vagonero a otro para tantear el terre-no y saber si hay policías cerca que les quiten su producto o los detengan.

—Naa, todo relax, tú date —contes-ta el otro, ambos jóvenes entre 20 a 28 años, uno viste mezclilla y playera, con una sobaquera donde guarda su material y cubrebocas negro. El otro

La mayoría de es-tas personas por-tan los cubrebocas más sencillos y algunos incluso de tela muy delgada, esto nos hace ver que la salud es un privilegio”.

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trae un conjunto de pants gris con su cubrebocas blanco y una bolsita de plástico en la mano color negro que camuflajea el producto.

–¿Qué pasó mis amistades, qué pasó mis amiguitos? traigo a la venta el pro-ducto de novedad, el cubrebocas KN95, original, a sólo veinte pesitos, no lo pague en treinta, llévelo, llévelo, llévelo, lléveloooo (con el paso del tiempo el costo bajaría a 10 pesos, o hasta tres pesos).

—¿Cuánto cuesta? —pregunta una señora que parece seguir el patrón de muchos consumidores, que aun escu-chando el precio lo vuelven a preguntar, quizá, por el miedo al escarnio público que será sometida si se equivoca de precio y no le alcanza para comprarlo.

—Sólo veinte pesitos, la jefa, mire, viene sellado, todo fino, todo chulo, para que se lo lleve.

—Me das uno por favor— pide la señora, que es secundada por varios compradores espontáneos, que ante el miedo de ser contagiados y la esperanza que les brinda este vagonero, compran su salvación.

—Rayado carnal —le comenta el va-

gonero de mezclilla a su cuate.—Nel, anda bien erizo, ya ves que

con la pinche cuarentena valió barriga Sr. Verga,

—Tsss “ni Pepe Pedro”, así es esto, hay que darle pa’ adela.

—“Si ya se la sa pa que te la pla”, es con Tokio, Honda y Kawasaki, la tía.

Ambos vagoneros descienden del vagón y se dirigen a otro, pocas per-sonas, dos estaciones más adelante, se sube una señora medio bajita, cabello rizado, una bolsa del mandado con la imagen de unicornios en ella, de dónde saca otro tipo de cubrebocas:

–O bien si lo prefiere damita, caba-llero, traigo pa usted la careta, no se raya, no se empaña, fácil de desinfectar y utilizar, para su seguridad, sólo veinte pesitos, veinte le vale, veinte le cuesta.

Uno que otro pasajero que acaba de subir, así como la señora que an-teriormente preguntó el precio del cubrebocas aunque ya lo sabía, hace una seña con la mano para que la va-gonera se acerqué a su lugar:

—¿Cuánto cuesta la careta? —pre-gunta otra vez el precio, aunque ya lo había escuchado.

Otros más se animan por ese cubrebocas de colores que combine con sus outfits, mientras el tren arriba a la próxima estación, la señora de los cubrebocas guarda su producto”.

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—Veinte pesitos damita —responde la señora de los cubrebocas—, la tran-sacción está hecha.

Otros más se animan por ese cu-brebocas de colores que combine con sus outfits, mientras el tren arriba a la próxima estación, la señora de los cu-brebocas guarda su producto y se que-da parada en la puerta del vagón, una vez que ingresa nuevamente al túnel vuelve a vender sus productos, pero esta vez, aumenta la oferta con un gel antibacterial.

—Damita, caballero, traigo para us-ted, para su seguridad y la de su familia, no se exponga, no los exponga, el gel antibacterial, únicamente, diez pesos, diez pesos le vale, diez pesos le cuesta.

Unos dudan, ni modo hay que pre-sionar al respetable:

—Órale chica para que te cuides del “covis” y además huele rico.

–A ver, deme uno rosita –le pedí.Cuando lo abrí sí olía a perfume,

me puse un poco en las manos y secaba rápido, sentí que estaba muy pegajoso y era muy difícil agarrar todo. Tal vez no protegía, pero me veía bien bonita con mis brillitos rosas en las manos.

En la actualidad, para la gente, el cubrebocas sustituye lo práctico, lo útil, lo higiénico para ser acorde a la tendencia de la moda, al verse bien, en algo fashion y se olvida que su origen se remonta a máscaras con aspecto de saco de papas, hechos de telas gruesísimas, o gasas tras gasas en forma rectangu-lar, o con telas y telas más grandes que cualquier cara humana, de un color que va del blanco al hueso o crema.

No importa la condición social que tengas, todos se revolvieron en busca de la “salvación a sus vidas”, la preo-cupación de no morir con esa deses-peración de no poder respirar y que tu sistema respiratorio colapse.

La esperanza se la dejamos al cu-brebocas.

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Mariana Enríquez (1973) se ha caracterizado en los últimos años por su peculiar mane-

ra de percibir y retratar el terror que guarda el mundo tangible. La cotidia-nidad que observamos día a día en la gente que habita el mundo, las facha-das de los edificios o la decadencia del mundo urbano. Dos de los libros más conocidos de esta escritora son Las cosas que perdimos en el fuego (2016) y Los peligros de fumar en la cama (2017) editados por Anagrama, donde el género cuentístico podría necesitar de una re semanti-zación (al menos en la teoría literaria contemporánea) que haga justicia a las estructuras, estilos, voces y temas que aborda en cada uno de sus relatos, pues, sin meternos en el mundo del absurdo, de lo fantástico o maravilloso, Enrí-quez aborda temas como la pobreza, el morbo, la drogadicción o la situación

E n s a y o ◗ M i l d r E d M E l é n d E z

de Mariana Enríquez

de calle para hablar de las motivacio-nes de sus personajes; con escenarios cálidos y brillantes de la urbe y una especie de viaje del protagonista para reencontrarse con ese “lado b” que todo ser humano posee y que muchas veces se encuentra oculto por temor al enfrentamiento con la realidad.

No obstante, la autora se ha provis-to de una flexible naturalidad a la hora de abordar cuantos géneros literarios existan, desde el relato, la novela o el texto periodístico hasta el tema que nos ocupa en el presente número de Ritmo. Imaginación y crítica, el texto cronístico.

Bajo este tenor se dirigen también sus crónicas a los cementerios más re-presentativos a lo largo de su vida perso-nal, pues afirma que visitar cementerios es una actividad casi obligatoria cuando ella se encuentra de viaje. Estas crónicas se antologaron en un libro titulado

Alguien camina sobre tu tumba

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Foto: Mack Haupt

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Foto: Ollinxanat

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Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a ce-menterios, que originalmente se publicó bajo el sello de la editorial Argentina Galerna en 2014, posteriormente, se realizó otra edición por parte de la UNAM y Ediciones Antílope (2019) con un total de diecisiete crónicas, hasta el momento, y en su tercera edición por parte de Anagrama (2021) este libro cuenta con nuevas incorporaciones que otorga un total de veinticuatro crónicas y finaliza con un epílogo que desarrolla a manera de lista, los cemen-terios que aún le faltan por conocer.

En cuanto a la manera en que están estructuradas las crónicas, este libro adjunta, antes de cada título, una fo-tografía tomada por la autora respecto a algún rasgo en particular de los cam-posantos visitados, y comienza con la narración del lugar, las circunstancias en las que los visitó, y por supuesto, el rasgo fundamental del género cronís-tico: la descripción del lugar desde su perspectiva. Aunado a todo lo que se dice del lugar desde las voces de los lugareños. Cabe destacar la constante tendencia a la hibridación entre tex-tos, ya que en ocasiones resulta para el lector un conjunto de relatos ficticios, un ensayo sobre la vida cotidiana de los habitantes o una crónica per se. Es a través de las anécdotas, las voces de personajes secundarios y la rutina, que existe una línea borrosa que determina el límite en cuanto al género al que pertenecen sus historias.

Otro rasgo fundamental a la hora de leer sobre sus crónicas de viajes es el carácter solemne y en ocasiones tétrico

con el que aborda la historia y el ima-ginario popular del espacio en el que se encuentra. Un ejemplo de ello es la crónica titulada “Un dominicano sin cabeza”, en el que refiere el Cemen-terio Presbítero Maestro, ubicado en Lima, Perú (y por el que es muy difícil llegar por motivos de seguridad), se encuentran lápidas con diversos ar-tefactos que en el imaginario popular indican amarres, hechizos y uno que otro “trabajito”.

Sin embargo, cuenta que lo que más llamó su atención fue la historia que le contó el guardia de seguridad del cementerio acerca de un dominicano que fue arrojado ahí mismo, días antes de su visita y del que, afirma, no tenía cabeza y fue consecuencia del narcotrá-fico. Posteriormente, mientras visitaba la zona del parvulario, el guardia sacó de los nichos una bolsa negra parecida a las de basura y le mostró a la autora la figura de una calavera antigua que, sin más, la hizo correr y abandonar el

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cementerio. Verdadero o no, aquella manera de inmiscuir al lector dentro de la misma experiencia narrativa pro-voca en su lectura cierta duda y asom-bro que por ende resulta interesante y cautivador a la hora de acompañar a Enríquez en su travesía por el susto y el morbo de la gente que descansa en los cementerios.

Otro ejemplo que brinda matices diferentes al anterior es la crónica ti-tulada “La muerte y la doncella”, que da apertura al libro, y en la que des-taca en mayoría, la arquitectura del Cementerio de Staglieno en Génova, Italia, que sucede mientras Enríquez narra la historia de un amor adoles-cente con el que compartió la belleza del camposanto y el erotismo del amour fou. A medida que narra la trayectoria casi accidental por la que atraviesan ambos personajes, es como la histo-ria se torna por momentos románti-ca, cautivadora y visual en cuando a la manera de describir las lápidas, las

estatuas y particularmente, la figura de una doncella llevada por la muerte. La entrega más perfecta.

Por momentos, y a lo largo de las crónicas, se lee entre lineas las obser-vaciones y motivaciones respecto a las travesías que ha vivido Mariana Enrí-quez y sobre el porqué existe en ella el particular interés respecto a la visita a cementerios. Afirma que todo el tiem-po caminamos sobre nuestros muertos, y somos un poco como fueron nuestros antepasados, las cargas físicas y emo-cionales, el mismo devenir cultural y que, respectivamente, cada cementerio refleja la tierra que lo adorna. Bajo esta idea, es que se complementa y figura una especie de redondez que define el propósito por lo que está escrito este libro, y que, sin duda, resulta intere-sante desde el aspecto teórico literario, temático y por supuesto, cronístico.

Actualmente Enríquez ha dirigido la atención del público hacia su actual novela Nuestra parte de noche (premio He-rralde de novela) en 2019, y que, sin duda, contiene la esencia de los meca-nismos empleados tanto en su habilidad cronística, periodística y por supuesto, literaria. Recomiendo ampliamente sumergirse bajo este coctel de recursos híbridos y narraciones extraordinarias encontradas en las entrañas minuciosas del ser humano, en los objetos coti-dianos, y en la historia cultural que engloba muchos aspectos de la literatura latinoamericana y de terror que sin duda ha sido objeto de análisis recientes y de nuevas ópticas que descienden des-de la estructura hasta el género literario.

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D o s s i e r

A 50 años

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del ColegioCrónicas

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cecehacheroORGULLO

c r ó n i c a ◗ p E p E r E a l

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Esa noche mi hija me dio la no-ticia de que se había quedado en CCH plantel Vallejo, salté de

emoción, y no era para menos, ya que además de alegrarme porque había pa-sado el examen, me entusiasmé debido a que yo estudié en ese plantel univer-sitario. Inmediatamente, llegaron a mi mente gratas experiencias vividas en mi época de cecehachero. Dicen que a través de los años se te podrá olvidar todo, menos tu número de cuenta si formaste parte de la Máxima Casa de Estudios.

Cuando salimos de casa para acom-pañar a mi hija a que realizara su trá-mite de inscripción, no cabía de alegría, creo que yo estaba más emocionado que ella porque iba a visitar nuevamente mi escuela, qué digo mi escuela, ¡mi

casa!, pues en aquellos años pasaba más tiempo en el plantel Vallejo que en mi propio hogar. Salimos de la estación del Metro y me invadió la nostalgia al ver la Central de Autobuses del Norte frente a mí; recordé cuando en las mesas del área de comida solía dar los últimos toques a mis tareas o terminaba de leer el libro en turno.

De camino a la escuela pasamos por la terminal de trolebuses, que se dis-tinguían por su característico color verde (ahora son azules y más moder-nos), los cuales pasan por el plantel hasta llegar a la Alberca Olímpica. En en la esquina del CCH, algo llamó mi atención (porque en mis tiempos de estudiante no existían), y fueron los puestos callejeros que unos metros antes de la entrada ofrecen servicio

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de fotocopiado, artículos de papelería y hasta tamales. Bueno, no están mal para una tarea urgente o si el retortijón de tripa lo amerita.

A unos pasos está el puente peatonal que cruza la Avenida de los cien me-tros, aunque para mi sorpresa, ahora es resguardado por un policía unifor-mado que, ubicado en la parte alta, vi-gila que las personas que lo atraviesan, incluidos alumnos y padres de familia, por motivo de la delincuencia, sobre todo en las mañanas, cuando aún no aclara el día.

Dentro del plantel, mientras nos tocaba el turno para entrar a una plática que tendría lugar en la biblioteca, alcan-cé a divisar el auditorio, donde alguna vez participé en una obra de teatro de cuyo nombre no logro acordarme. A lo lejos también distinguí los labora-torios donde estudiaba la asignatura de Química con un maestro que siempre llegaba de traje. Recuerdo que el pro-

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fesor solía presumirnos que trabajaba por las tardes en Pemex y que dar clases era sólo un hobby para él. Al fondo pude admirar las canchas de futbol, donde, por cierto, en aquella época de estudiante, después de un soberano balonazo que recibí, caí en la cuenta de que vivir de la patada no iba conmigo.

En fin, también recuerdo las bancas de concreto en los corredores, donde no sólo me reunía con mis compañeros después de clases, sino donde muchas veces me senté a tomar decisiones importantes, como la de escoger mis materias opcionales y, por supuesto, meditar sobre la carrera que elegiría. Dentro de la biblioteca, al echar un vistazo, traté de ubicar el área donde antes estaban las máquinas de escribir mecánicas con las que batallábamos porque, debido al constante uso y a uno que otro estudiante maloso, algunas tenían borradas las letras o les faltaban las teclas, por lo que algunos optaban por llevar su maquinita Olivetti y ahí mismo se ponían a teclear para entregar a tiempo los trabajos escolares; por for-tuna siempre había alguna silla y mesa desocupadas para hacer la tarea, nada que ver con la Biblioteca México, en La Ciudadela, donde en aquellos tiempos quienes la visitábamos teníamos que sentarnos en el suelo para consultar algunos libros, eso sí, había alfombra, pero igual como si no existiera porque estaba tiesa de mugre y además pegajosa, como alfombra de cine.

En esas divagó mi mente cuando la voz del director me regresó a la reali-dad. Al terminar su mensaje de bien-

venida a los nuevos cecehacheros pre-guntó si algún padre de familia había estudiado en ese plantel. Sin dudarlo levanté la mano lo más alto que pude, orgulloso de que todos los presentes supieran que era exalumno y ahora mi hija seguía mis pasos en la institución que me dio las herramientas para ser un librepensador, por decir lo menos.

Fue maravilloso saber, a través de un video que nos pasaron a los asis-tentes, cómo el plantel Vallejo ha evo-lucionado a 50 años de su fundación no sólo en cuanto a instalaciones se refiere, sino en cuestiones académi-cas y extracurriculares. Al final de la ceremonia se escuchó el Goya y se me puso la piel chinita, como sucedió in-numerables veces cuando lo entoné en diversos actos y entornos de Ciudad Universitaria, y hasta en las gradas del Estadio Olímpico Universitario.

Si alguien me preguntara si me gus-taría volver a estudiar en las aulas del plantel Vallejo, no dudaría en contestar que sí, porque es una institución que nos educó y permitió que llegáramos bien preparados a la carrera, en mi caso Ciencia de la Comunicación, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

Desde su creación, el 26 de enero de 1971, el CCH ha sido y seguirá siendo un hermoso y grato recuerdo de quienes fuimos afortunados de estudiar en sus instalaciones, donde salimos armados con una imponderable vocación huma-nística para enfrentar el futuro. Por Mi Raza Hablará el Espíritu.

¡Cachún Cachún, Ra Ra! ¡Goya, Universidad!

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1971: cuando todo está escrito

en las nubes

c r ó n i c a ◗ j a v i E r c ó r d o b a G ó M E z

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Hace un año mi hermano entró a Prepa 9; como éramos muy unidos conocí a varios de sus

compañeros, incluso los acompañé tocando la guitarra en el auditorio de la prepa. Al llegar mi turno de ingre-sar al bachillerato lo más lógico era que siguiera los pasos de mi hermano. Me imaginaba vestido para representar una obra de Alejandro Casona, como había visto hacer a mi herma-no Jorge. Sin embargo, en el telegrama que enviaba la UNAM, decía que, además de haber sido admitido; se me ofrecía la oportunidad estudiar en un sistema nuevo, novedoso; y propositivo llamado CCH, tam-bién dependiente de la UNAM.

Un modelo educativo activo donde el alumno interviniera en la clase y aprendiera a in-vestigar y a presentar sus temas. La imagen del maestro que llega al salón de clase a dictar, memorizar quedó atrás. Una educación vertical, empolvada; sin el derecho de réplica o la renovación. De inmediato quise ir ahí.

Era un lugar donde podía respirar, propicio para estudiar, y rodeado del entusiasmo por aprender.

Entré al plantel Vallejo y allí encon-tré el sol naciente; pues era del primer turno que entraba a las siete de la ma-ñana. No había ruta de camiones que, entrando de Insurgentes por Avenida de los 100 metros, nos dejara frente al plantel, caminé en la mayor parte de los casos mientras que en otras ocasiones

pedí aventón a camionetas de carga que hacían el favor. El sol era un cír-culo rojo emergiendo del entorno azul gélido y el cielo era ligeramente más claro que el azul intenso de la hierba húmeda, gotas de rocío cristalizado por el frío que reflejaban los primeros rayos y advertían la hora de ir a clase.

Encontré en esos salones de clase al poeta Joel Balderas Piedra. No sabía

que lo era, quizás él tampoco. Llegaba cada mañana desde un departamento que funcionaba como consultorio médico en Tacubaya y que su tía atendía como recepcionista y encar-gada de la limpieza. Joel había llegado desde Durango, envia-do por su familia, quienes car-gaban todas sus esperanzas en ese solo miembro para estudiar medicina y regresar a salvarlos del hambre y la miseria.

Joel leía mientras pasaban las horas de la consulta y la cena; para dormir sobre la mesa de auscultación, él era nuestro asesor y máxima au-

toridad en discusiones gramaticales. Dentro de su cabeza, aplanada en la coronilla y detrás de su rostro siempre grasoso con unos cuantos mechones de cabello negro cayendo sobre su frente cuadrada, no había un doctor, ni li-cenciado, ni otra cosa que un poeta. Y Joel era poeta; como Rimbaud, muy meteórico; fue reconocido por un cír-culo de amigos poetas y desapareció.

El mundo se volvió transparente. Muchas preguntas encontraron res-

Era un lugar donde podía respirar, propicio para estudiar, y rodeado del entusiasmo por aprender”.

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puesta, y los horizontes del conoci-miento se abrieron más allá.

En el ámbito lingüístico entré tam-bién a un laboratorio de idiomas; dejé de ser monolingüe y entendí cabal-mente las letras de una música fasci-nante, como el rock, que me interesaba y me sigue interesando tanto. El amor no lo encontré; ese me encontró a mí años después.

Y mis maestros, Alejandra, de Es-tética; a quien conozco en la actua-lidad y ahora que soy pintor, es mi coleccionista; la maestra Bertha, de matemáticas y tan temida por los exá-menes. Estudiaba para actuaria y hacía su servicio social en CCH. Eran años posteriores después del 68, y antes

del halconazo del 71. En mi pequeño entorno no había respuestas para to-das mis preguntas. Ahí entendí que nuestra vida biológica y social es un laboratorio. Que éramos un experi-mento en el cosmos y ya no había Dios. Sólo ciencia, y si acaso, filosofía.

Posteriormente, escribí unos diálo-gos para una escena de cine; y gracias al maestro Riojano grabamos algunos rollos de súper 8mm que luego me regaló además de un ejemplar de la re-vista Siete; una portada blanca, ilustrada por Armando Villagrán. “La dirige Gustavo Sáinz”, me dijo. “Ve a verlo, le caen bien los jóvenes”. Así lo hice, y comenzó una larga y prolífica relación con el reconocido escritor. Asistí a pre-

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sentaciones de libros y exposiciones de pintura. El mundo se abrió más todavía.

Existía el mundo de las letras, el mundo de la pintura. Existía el arte, escritores como mi maestro Gustavo Sáinz, quien me llevó a José Agustín, el gran escritor de la onda y gurú, y pintores; como Armando Villagrán, Francisco Corzas, Cuevas, Toledo. Gus-tavo me invitó a sus clases en Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Y asistí, aprendí. Además, tuve la oportunidad de ganar un premio nacional de libro de cuento en 1981, fui becario del INBA-FONAPAS; en el taller de José Agustín.

El tiempo pasó; creí que el CCH ha-bía quedado atrás hasta que mi segundo hijo llegó a secundaria. Estábamos

viviendo en la ciudad de Guadalajara; me había separado de mi esposa y pensé en regresar a mis orígenes y que mi hijo ingresara también a CCH.

Así lo hicimos; organizamos todos nuestros bártulos para regresar. Pasó el examen de admisión e ingresó a plantel Vallejo, plantel donde había estudiado su papá, su mamá y su tía. Parecía mági-co, y lo era mientras duró. Pues llegó la pandemia y cerraron las puertas. Nues-tra última foto frente a la puerta 2, son nuestros rostros con cubrebocas, atrás la inmensa reja amarilla y la calle desierta.

Ya no hay pláticas ni torta o refresco. Todo es en línea y a la distancia la vida sigue. Por mi raza hablo yo, hoy, aquí: no perdamos el espíritu.

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El plantel Azcapotzalco del Colegio de Ciencias y Humanidades se encuentra en la Avenida Aqui-

les Serdán Núm. 2,060, Colonia Ex Hacienda El Rosario, en la alcaldía Azcapotzalco. Las Haciendas del Rosa-rio fue una de las tres Haciendas más importantes del Valle de México desde la época Porfiriana. Los terrenos en los que se ubica el plantel Azcapotzalco eran sembradíos de maíz que prácti-camente producían todo el año. Se extendían desde las Avenidas Tezozo-moc y Las Armas. La avenida Aquiles Serdán fue trazada después de que se construyó el CCH. Antes era la Calzada México-Tlalnepantla, un angosto ca-mino con sólo un carril de ida y otro de venida y que estaba delimitado en ambos lados por zanjas como de dos metros de ancho con agua permanen-te donde flotaba chichicastle todo el tiempo. Este camino, mucho tiempo

SER CECEHACHERO

c r ó n i c a ◗ v í c t o r r a n G E l r E s é n d i z

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antes, durante el virreinato fue cono-cido como el Camino Tierra Adentro. Por aquí pasaban los cargamentos de oro y plata, que eran sustraídos de las minas de Zacatecas y San Luis Potosí, con destino al puerto de Veracruz para ser embarcados al puerto de Sevilla.

El CCH marcó nuestra vida. Es una frase común para todos los que cursamos nuestro bachillerato en él. Ingresé al mismo en 1975. Ya lo conocía porque tenía amigos un poco mayores que yo que habían ingresado a él y me llevaron. Mientras cursaba la secundaria asistía a su biblioteca. Era sorprendente ya que podía uno tomar el libro que quería usar por su propia mano, pues tenía el sistema de estantería abierta. Eso era

inaudito. Las bibliotecas que conocía siempre eran atendidas por un biblio-tecario, casi siempre un viejito, que era el que nos entregaba los libros. Aquí no pasaba eso. Uno entraba y podía ir a la estantería en donde buscábamos el libro que queríamos. Ahora es algo normal, pero en ese entonces no era así.

En esa época existía un desfase entre los calendarios de la SEP y la UNAM. Uno terminaba la secundaría y debía esperar mucho tiempo. Parece que terminábamos en julio y la UNAM co-menzaba en enero. Era una espera de meses para entrar al CCH. Hice el exa-men para la Vocacional 8, la que está en Avenida las Granjas, y me quedé. De hecho, he de haber asistido como uno

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o dos meses a clase, pero era horrible. Igual que la secundaria. Los prefectos siempre estaban vigilando lo que uno hacía. Al estar en la Vocacional hice el examen para entrar al CCH y me que-dé, fue lo más maravilloso que pudo haberme sucedido.

El CCH fue un escaparate de las Cien-cias y las Humanidades. Los profesores eran jóvenes como nosotros. A lo más nos llevaban cuatro o cinco años. No ha-bía prefectos. Nos decían que nosotros éramos, o debíamos ser, responsables de nuestras personas. El aprender a ser.

Existían cuatro turnos, del 01 al 04. El 01 era de las 7 a las 10 horas, el 02 de las 10 a las 14 y así. Tres ho-ras de clase. El compromiso era que por cada hora de clase debíamos de-dicarle el mismo tiempo, o más, en actividades de investigación, de tareas, de estudio, en casa o en la biblioteca. Las clases eran como seminarios. El profesor proponía algún tema. Pedía que formáramos equipos y nosotros éramos los responsables de exponer los temas estudiados. Era ejercer la filo-sofía principal del Colegio: aprender a aprender.

Alguien me dijo, o lo deduje, no sé, que el bachillerato es la última opor-tunidad que tenemos de obtener una cultura básica. Debíamos aprender poquito de todo, porque cuando entrá-ramos a la Facultad debíamos aprender mucho de poquito, y el CCH lo permitía.

Aquí entendí la maravilla de las Hu-manidades. En principio la literatura, porque el leer te abre las puertas a todo lo que quieras. Recuerdo perfectamen-

te las lecturas de La Orestiada de Esquilo en donde conocí lo que sucedía du-rante la guerra de Troya. Personajes como Agamenón, Clitemnestra, Me-nelao, Héctor, Elena. La lectura de Edipo Rey hizo que entendiera algo de las problemáticas que existen. Luego, más adelante, La Metamorfosis de Franz Kafka que junto con los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844, que realmente no entendía del todo, pero del cual pude reconocer el concepto del trabajo enajenado permitió com-prender la tragedia de la explotación humana. Con Los de abajo de Mariano Azuela pude entender el mundo de los que participaron en la bola. Recuerdo perfectamente las famosas Antologías del CCH que publicó la UNAM: De Teoti-huacán a los Aztecas y la maravillosa leyenda del quinto sol que me encantaba leerla en voz alta. Luego la comprensión de la Historia de México, desde la anti-güedad, pasando por el virreinato, el México Independiente con las pugnas entre liberales y conservadores hasta la Guerra de Reforma. El proceso de la Revolución Mexicana que se clarificó con la Revolución Interrumpida de Adolfo Gilly. Obviamente sin olvidar la His-toria Universal para entender nuestro lugar en la Historia. Todo lo que te-nía que ver con las humanidades que se complementaba con la escucha de Radio Educación era parte de la for-mación humanística del CCH.

Asimismo, las Ciencias jugaban un papel fundamental. Nunca voy a olvidar las clases de Carlos Miguel so-bre la Química, la estructura atómica,

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las configuraciones electrónicas. Mis clases de Física donde reprodujimos experimentos clásicos, de Biología, donde comprendí la complejidad de la vida, y no se diga la maravilla de las Matemáticas, donde veíamos temas que ahora no se tocan como hipérbola, traslación y rotación de ejes y matrices. El Cálculo Diferencial e Integral, que ayuda a entender, junto con la historia, la importancia de la matemática en el desarrollo tecnológico.

Fue la época de la guerra sucia, de los desaparecidos, de las noticias que nos llegaban del golpe de estado en Chile, de los Tupamaros en el Uruguay, del golpe de estado en Argentina.

La época de las canciones de pro-testa.

La época en que el rock desapare-ció de la escena pública después de Avándaro.

La época en la que los activistas eran verdaderos activistas políticos.

Me tocó escuchar los tres balazos que cegaron la vida del profesor Alfonso Peralta. La época que el Madera, órgano de difusión de la Liga Comunista 23 de septiembre circulaba en el plantel.

Me invitaban a participar, pero en-tendí el discurso que pocos años antes diera Salvador Allende en la Univer-sidad de Guadalajara donde decía: “la revolución la hacen los pueblos, no pasa por las universidades. Ser agitador universitario y mal estudiante, es fácil; ser dirigente revolucionario y buen estudiante es más difícil.”

Muchos pensamientos, muchos re-cuerdos, algunos incómodos, pero la mayoría hermosos. Y salí del CCH tra-tando de conocer y aprender más del personaje que siento representa el ser CCHachero: Leonardo da Vinci.

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La Escuela Nacional Preparato-ria (ENP) inició sus labores el 3 de febrero de 1868 con 900

alumnos. Para 1953 ya tenían cuatro planteles, y sus estudios eran de cinco años. Durante el rectorado de Ignacio Chávez, específicamente en 1964, el Consejo Universitario aprobó nuevos planes de estudio para entonces definir al bachillerato a una duración de tres años. Al año siguiente (1965), abrieron sus puertas las dos últimas preparato-rias, la 8 y la 9, en ese panorama surge el segundo bachillerato de la máxima casa de estudios: el Colegio de Ciencias y Humanidades. Hay uno más: el b@unam, bachillerato a distancia para quienes viven fuera del país, y la certi-ficación que se da en Estados Unidos a través de la sede en San Antonio Texas, pero estos son otra historia.

y su dimensiónEL CCH

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La razón de no seguir creando nue-vas preparatorias tiene que ver con la visión de Pablo González Casanova, quien desde 1953 planteaba reformar los estudios de bachillerato y a su llegada a la rectoría de la UNAM en 1970, con-cretó su proyecto al que llamó “Nueva Universidad”, el cual incluía al Colegio Nacional de Ciencias y Humanidades (CNCH), un bachillerato técnico de dos años, que daría la posibilidad de cursar un tercero para quien deseara continuar con estudios universitarios.

Varios factores se conjuntaron para que el rector pudiera arrancar sus pla-nes: una sociedad que migró a la ciudad para buscar mejores niveles de vida; un país que estaba en vías de desarro-llo y necesitaba industrializarse; y un gobierno que había reprimido fuer-temente a la comunidad estudiantil

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y a otros grupos sociales en 1968. El gobierno necesitaba dejar atrás esa imagen de represor, fue así que en la casa de Pablo González Casanova, se le ofreció al presidente Luis Echeverría una vía que generaría más estudios para la población, así se consiguió el apoyo económico que necesitaba la creación del entonces CNCH.

El proyecto de planeación se llevó a cabo de junio a noviembre de 1970, no fue el que finalmente arrancó el 12 de abril de 1971, pero se logra-ron construir tres escuelas en tres meses (de enero a abril). El rector no pudo seguir adelante con su

“Nueva Universidad”, pero impulsó el ba-chillerato al que final-mente llamó Colegio de Ciencias y Huma-nidades (CCH), con sus tres primeros planteles: Azcapotzalco, Naucalpan y Vallejo, y un año después lo hicieron Oriente y Sur.

Según el primer coordinador del CCH, Alfonso Bernal Sahagún, los opositores fueron de la misma casa de estudios: pensaban que la UNAM es una sola, que no debía haber una vieja y una nueva, por eso el rector no pudo impulsar el primer bachillerato técnico. El CCH se adecuó a las mismas reglas que la ENP para poder continuar con estudios universitarios, solo que lo hizo con un plan de estudios y un Modelo Educativo que marcaban una diferencia: formar un estudiante au-

tónomo, que participara en su propia formación, por ello se creó el lema

“aprender a aprender, aprender a hacer y aprender a ser”.

La creación del CCH requería am-pliar espacios en las universidades, fue así que dentro de los planes del rector estaba crea la Escuela Nacional Profe-sional Entre 1974 y 1976 se consolidó la creación de esos espacios universitarios que se llamaron Escuela Nacional de Es-

tudios Profesionales (ENEP), con sus sedes Acatlán, Aragón, Cuau-

titlán, Iztacala, y Zaragoza. Incluso, la Universidad

Autónoma Metropoli-tana (UAM), creada en 1974, ayudó a cubrir la demanda educati-va que se necesitaba.

Vale destacar que el CCH tuvo sus propios

estudios de Posgrado, los cuales se impulsaron

desde 1976 y culminaron en 1996, cuando cerró sus

puertas la Unidad Académica de los Ciclos Profesional y de Posgrado (UACPyP), hay registros de las diversas tesis que desarrollaron sus estudiantes.

Desde su creación, el CCH ha aten-dido más población estudiantil que la ENP, en la década de 1980, por ejem-plo, el CCH atendió a 75 mil 85 jóvenes en sus cinco planteles, mientras que la ENP, con nueve sedes, sostenía 45 mil 268 estudiantes. En 1996 se cambia-ron los planes y programas de estudio del CCH, ello redujo la matrícula de cuatro turnos a dos, así el CCH aten-

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dió a 54,793 estudiantes mientras que la preparatoria, con sus 9 planteles, dio estudios a 44,728 estudiantes. En el ciclo 2020-2021, la ENP reporta 51,426 y el CCH 57,376 estudiantes, la cifra de mayor atención se mantiene.

Hay otros elementos que vale la pena destacar del CCH: según datos de la universidad, en estudios realizados en el 2007: los estudiantes de la prepara-toria obtuvieron ligeramente mejores resultados académicos cuando se les aplicó un examen de conocimientos en su ingreso a nivel licenciatura, pero al final, el egreso y titulación es superada por egresados del CCH.

Y en ese recordatorio de datos inte-resantes que genera la comunidad del CCH está, por ejemplo, que durante el periodo 2018-2019, el primer lugar de profesores que obtienen el apoyo de la Iniciativa para Fortalecer la Ca-rrera Académica en el Bachillerato de la UNAM (Infocab), son profesores del CCH, pues aprobaron 161 grupos de trabajo institucionales, con la parti-cipación de mil 223 profesores.

Según datos de la Dirección Gene-ral de Incorporación y Revalidación

de Estudios, el Modelo Educativo del Colegio de Ciencias y Humanidades, es el más buscado por las instituciones educativas privadas de todo el país; a nivel nacional se ha extendido a 87 ins-tituciones en 14 estados, y ha llegado a casi 11,571 alumnos y 1,408 profe-sores. Entre las entidades principales se cuentan la Ciudad de México, el Estado de México, Chiapas, Yucatán, Quintana Roo y Campeche.

Justo durante su festejo de 50 años, el Colegio de Ciencias y Humanidades enfrenta un cambio radical no solo para la institución, sino para el mundo entero, la educación se ha modificado al enfrentar una contingencia sani-taria generada por el virus sarscov-2, el cual obligó a su comunidad, y a la humanidad a resguardarse en casa y volver a la educación virtual, situación que ha sido posible gracias a los recur-sos tecnológicos que brinda la UNAM, pero también a la preparación que la máxima casa de estudios ha dado a su comunidad, en torno a las Tecnologías de Información y Comunicación, así el CCH sigue muy vigente.

el Modelo Educativo del Colegio de Ciencias y Humanidades, es el más buscado por las instituciones educativas privadas de todo el país”.

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TRANSICIÓN

c r ó n i c a ◗ r a q u E l a c o s t a F u E n t E s

A mediados de 1995 dejaría de ser una adolescente. Todo ese sin-sentido escolar que había vivido

quedaría atrás. Ese tiempo enloquecido en donde los jóvenes no tenemos dere-cho a la toma de decisiones, ni a tener responsabilidades, y somos reducidos a afinar una caligrafía inteligible, así como a conservar cuadernos de apuntes ordenados… quedaba a mis espaldas.

En agosto de ese año empecé a es-tudiar en el plantel Vallejo. No era la única escuela en la que estaba inscri-ta. En ese entonces cada institución se hacía cargo de la evaluación de los aspirantes y la asignación de un lugar para estudiar. Asistí puntual al primer día de clases en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas. El director se

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presentó exigiendo que dos chicos se cortaran el cabello para el día siguiente. A las mujeres nos indicó que estaba prohibido usar maquillaje y joyería. No me pareció apropiado.

En la tarde comenzaban las clases en el CCH. Llovía mucho. La escuela era enorme. Con dificultad llegué al laboratorio en el edificio Ñ en donde tendría Física. En la siguiente clase el grupo se duplicó y 50 alumnos nos distribuimos a lo largo de dos filas de mesas. ¡Me parecía abrumador!, en la última clase del día cambiamos nue-vamente de aula, pero sólo tuve que

seguir al grupo. Eran las 6 de la tarde cuando el maestro se despidió. Seguía lloviendo a raudales, así que perma-necí en el salón. Desde ahí observé la enorme diversidad que tenía ante mí. Nunca había estado tan cerca de gente tan distinta. Los estudiantes del cuarto turno comenzaban a llegar, una chica vendedora de boletos en la Central del Norte había llegado tarde a clase, pero me encontró ahí y aprovechó para pre-guntarme cómo trabajaríamos con el profesor. Yo estaba muy sorprendida: ¿saliendo del trabajo ella venía a estu-diar?—pensé que era de admirarse—.

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En ese tiempo mis hermanas y yo solíamos ir con mi mamá al centro de la ciudad. Tomábamos un camión que nos dejaba cerca de la estación del Metro Revolución. Los sábados se congregaban ahí grupos de “punketos”, su ropa entallada de cuero y sus mo-hicanos atemorizaban a mi mamá y a nosotras junto con ella, pero en el CCH no parecían tan espeluznantes, reían con sus amigos junto a muchos otros grupos de jóvenes. Mi mejor amiga y yo afirmábamos que nosotras éramos de los “normales”, pero ahora no estoy tan segura de cómo nos verían los demás. Decidí cursar el bachillerato en esta escuela. Ese semestre tuve maestros fascinantes y algunos otros que prefiero no recordar. Me gustaba leer, pero muchas veces me encontraba releyendo extractos que no comprendía total-

mente. Por primera vez leía textos que discutían la pertinencia del ejercicio de cierta disciplina, sus metodologías y concepciones teóricas, su vinculación con la realidad social y con la lucha de clases, aquí siempre tenía que volver sobre mi lectura.

Después de tres meses había hecho buenos amigos, cada vez me gustaba más tener tanto tiempo libre, ir a la biblioteca y hasta había aprendido a disfrutar las torrenciales lluvias de cada tarde. Sin embargo, mi nueva rutina se vio interrumpida por el anuncio de que iríamos a paro.

Hacia finales de los ochenta, mien-tras cursaba la primaria los maestros de la ciudad se unieron a una huelga nacional, por lo que estos movimien-tos no me resultaban tan ajenos; sin embargo, en nuestra escuela, este pro-

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nunciamiento fue organizado por los estudiantes, quienes se oponían a la pretensión de las autoridades de cam-biar los planes de estudio. En mi casa pude comprender de qué se trataba, mi hermano mayor pertenecía al Consejo Estudiantil Universitario, él ya estaba estudiando en la Facultad de Economía, pero acudía con frecuencia al CCH. En sus discusiones con mi papá, yo pude presenciar el choque entre el empuje juvenil y la inflexibilidad de la autori-dad. Durante un tiempo tuve que asistir a clases extramuros en un parque en la vecindad de Indios Verdes. Las clases estaban totalmente desorganizadas, casi ninguno de mis maestros se presentó, y si se nos ocurría merodear en los alre-dedores éramos presa fácil de asaltantes.

En enero ya estábamos de vuelta en las aulas y los maestros querían terminar

a toda prisa el semestre interrumpido. Los planes de estudio se modificaron y la reducción de los cuatro turnos se llevó a cabo. Jóvenes como la chica que conocí en mi primer día de clases ya no podrían asistir a la escuela y discutir sus ideas. Sin embargo, la mirada de mis compañeros se había transformado. Nuestros años en el CCH nos cambiaron, nos volvimos “conscientes”.

Ahora, 23 años después, he vuelto al CCH como profesora. Aquí, hace tiempo, me convertí en alguien que fue construyendo su derecho a tener una voz crítica, que dejó de ser una adolescente escindida de la realidad. Esa es la esencia de esta escuela. Hoy tengo oportunidad de compartirlo con mis alumnos, cómo mis entrañables profesores y compañeros hicieron jun-to a mí en 1995.

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Por cinco décadas hemos conme-morado al CCH como el día de la creación de un novedoso sistema

educativo; una nueva oportunidad para millones de estudiantes que han pasado y egresado de los planteles, además de favorecer al país en el ámbito educativo.

A pesar de que hacemos énfasis en esa fecha, la historia no comienza ahí, ya que 1953 el reconocido abogado, crítico y sociólogo Pablo González Ca-sanova (que será continuamente refe-renciado durante este texto), escribió una ponencia en la que habló de las consecuencias que tuvo la educación en el México posrevolucionario, sobre las reformas educativas y propuso que se enseñe lo básico de las materias base y de cada una de estas lo más importante. En resumen, la propuesto consistió en que el alumnado conociera un poco de todo.

aprendiendo a aprender

CINCUENTA AÑOS

c r ó n i c a ◗ E r i k a a l E x a M a r t í n E z n ú ñ E z

Pablo González Casanova consideró a este designio como “la creación de un motor permanente de innovación y enseñanza universitaria y nacional”, ya que durante su rectoría el Consejo Universitario de la UNAM lo aprobó; así pues, planteó al entonces presidente, Luis Echeverria dos opciones: la pri-mera, producir 15,000 empleos o la segunda, crear ese mismo número de espacios para que estudiaran los jóve-nes mexicanos. Y es así como el 12 de abril de 1971, siendo también el año en que fue aprobado el proyecto, se echan a andar las clases en tres plante-les; Naucalpan, Azcapotzalco y Vallejo, y un año después en Oriente y Sur.

Aunque en aquel año, aún no esta-ban terminadas las instalaciones, in-cluso, algunos alumnos egresados del CCH aseguran que en las primeras clases estuvieron conviviendo con el ganado,

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ya que, en la parte posterior había un establo. Las cátedras se dieron de una manera pedagógica y didáctica, estás aplicaciones darán lugar al Centro de Didáctica, convirtiéndose en el espacio donde se preparaban los profesores tanto de la preparatoria como de las escuelas superiores de la UNAM, du-rante su primer lapso.

El principal objeto era que los alum-nos se instruyeran veinte horas en la escuela y veinte en casa, sin embar-go, no todos los educandos contaban con el ambiente propicio para llevar a cabo esto, es por eso por lo que en un principio las clases eran de dos horas únicamente y después le aumentaron siete más.

Entre los objetivos de la creación del bachillerato se encontraba la transfor-mación de la visión educativa en México con tendencias formativas, además, de atender una aumentativa demanda de ingreso al nivel medio superior en la zona metropolitana, enfocándonos en la UNAM esto serviría para resolver la desvinculación existente entre diversas escuelas, facultades, entre otras perte-necientes a la misma.

La planificación ocurrió por 80 destacados universitarios y todos ellos encabezados por Roger Díaz de Cossio.

Posteriormente se añadirán opcio-nes técnicas con el objeto de generar trabajo e iniciativas. La escuela les ofre-cería la parte metódica y la empresa, la práctica. Desde entonces festejamos la filosofía del desarrollo opinante

“aprender a aprender, aprender a ser y aprender a hacer”. En estos plante-

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les se planteó el reconocimiento del alumnado como seres autónomos.

Desde el 26 de enero de 1971 apare-ció la famosa Gaceta de la Universidad, denominada Gaceta amarilla que conte-nía la reglamentación general, plan de estudio, programas de asignaturas, normatividad, las 101 opciones técnicas, etcétera. Actualmente, da cuenta de to-dos los aspectos referentes a la escuela.

Hoy en día, CCH es uno de los tres sistemas de educación preparatoria que brinda la Universidad Nacional Autónoma de México, los otros son la Escuela Nacional Preparatoria y B@UNAM. El primero atiende una pobla-ción de 56,600 alumnos y en la planta docente 3 mil 590 profesores, cada año ingresan 17 mil estudiantes en sus aulas, según las estadísticas.

El Colegio de Ciencias y Humanida-des es el espacio en que existe un sinfín de posicionamientos y donde el alumno adquirirá capacidad de inquisición en-tre diversas perspectivas que trastocan el acontecer social, histórico y cultural del mundo; como alumno se desarrolla la pasión por conocer y aprender cosas nuevas; como docentes se desarrolla esa misma excitación agregando la vocación por el compartir lo aprendido a cada una de esas mentes dispuestas a nuevas posibilidades. Es por todo esto que el Colegio de Ciencias y Humanidades y la Universidad Nacional Autónoma de México merecen el total y el mayor de los reconocimientos, por ser institu-ciones donde se promueven las capa-cidades tanto físicas, como mentales e intelectuales.

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que habla de Crónica y literatura, se terminó de imprimir en el mes de junio de 2020, en los talleres de la Imprenta de la Dirección General del CCH, Monrovia 1002, Portales Sur, CP 03300. Para su composición se utilizaron las familias tipográficas Mrs Eaves, Garamond Premier Pro y Valentina. Los interiores fueron impresos en papel couché de 120 grs. y los forros en cartulina sulfatada de 12 pts. La impresión se realizó en offset.

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Cró

nica

y li

tera

tura

37Participan en este número:

Gonzalo Celorio, Ángeles González Gamio, Lilia Vieyra Sánchez, Alejandro García, Ma. Eugenia Fernández Álvarez, Mario Alberto Medel Campos, Ma. de Jesús Real García Figueroa, Ma. Eugenia Herrera, Mildred Meléndez, Pepe Real, Javier Córdoba Gómez, Víctor Rangel Reséndiz, Josefina Escamilla Escobedo, Raquel Acosta Fuentes, Ericka Martínez Núñez

ISSN: 2594-3022

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literaturaCrónica y