colección teatro selecto

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DE TEATRON 617 j

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Page 1: Colección TEATRO SELECTO

DE

TEATRON 617 j

Page 2: Colección TEATRO SELECTO

Colección

T E A T R O S E L E C T O

das de los mejores autores A 200 ptas. volumen.

i C T O D E A N T O N I O B U E R O V A L L E J O . — C o n ­siguientes obras: Histor ia de una escalera, L a s cartas

boca abajo, U n s o ñ a d o r para un pueblo, L a s Meninas y E l concierto de S a n Ovidio .

T E A T R O S E L E C T O D E A L F O N S O S A S T R E . — Contiene las siguientes obras: E s c u a d r a hacia la muerte, L a mordaza, A n a Kle iber , L a sangre de Dios , Gui l l ermo T e l l tiene los ojos! tristes, E n la red y L a cornada.

T E A T R O S E L E C T O D E A L E J A N D R O C A S O N A . — C o n t i e n e las siguientes obras: L a sirena varada, Prohibido suicidarse en primavera, L o s á r b o l e s mueren de pie. L a casa de los siete balcones, E l caballero de las espuelas de oro y Nuestra Natacha .

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Gobierno deELaRioja B I B L I O T E C A D E L A R I O J A

*10000313376

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CONFESION PUBLICA

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C O N F E S I O N P U B L I C A

MONOLOGO SATIRICO EN DOS ACTOS

ORIGINAL DE

ANTONIO CILLERO ULECIA

• x z z s é de La

Educación, Cultura y Deporte

Dirección General de Cuftura

BiWfotecadeLaRioja

E S C E L I C E R

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C O L E C C I O N

TEATRO Premio Nac iona l de Teatro

© 1969, by A N T O N I O C I L L E R O U L E C I A . — E d i t a d a por E s c e -

licer, S. A . — C o m a n d a n t e A z c á r r a g a , s / n . Madrid-16.—Reservados

todos los derechos .—Los representantes de l a Sociedad Genera l

de Autores de E s p a ñ a son los ú n i c o s encargados de autorizar

l a r e p r e s e n t a c i ó n o a d a p t a c i ó n de esta obra.

D e p ó s i t o legal: 7 .579- 1969. Printed in Spain

Talleres de E S C E L I C E R , S. A.-Comandante Azcárraga, s/n.-Madrid

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A U T O C R I T I C A

Con' una pequeña duda, con cierto temor ante pú­blico tan exigente, voy a dar a conocer en la "docta casa" Ateneo, de Madrid, mi obra "Confesión pública". Esta duda no me la sugiere la grave responsabilidad de poner en escena un solo personaje ni la abrumadora interpretación, de la que me ocuparé después. Yo qui­siera que el espectador no se sorprenda al oír un diálo­go muchas veces acusador de nuestras grandes fallas humanas y sociales. Un diálogo crudo, pero auténtico, en cuyo encuadre, por unas u otras razones, cada cüal se verá identificado.

Concebí esta obra en América. Pretendí hacer con ella mi pequeño homenaje al emigrante español, que, por desgracia, en todo tiempo tiene que abandonar el suelo patrio buscando mejores horizontes. He puesto en boca de este "Judas, siglo X X " lo que merece decirse en los tiempos que vivimos. Creo, sinceramente, que ha llegado la hora de hablar claro y de plantear en escena temas algo más edificantes que los habituales de "sexo" y "whisky", de los que nos tienen "empachados" auto­res de fuera y alguno de los nuestros. Lo que Juan Carlos Girón sufre es de plena actualidad, y desgracia­damente lo será durante muchos años. Vivimos una época de grandes ambiciones y gigantesco poderío, míen-

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tras millones y millones de seres mueren de hambre porque la justicia social no llega a sus hogares. Hoy, como ayer, el hombre emigra y S'igue siendo víctima de una sociedad que exige lo inaudito. Una sociedad que si le da un trozo de pan lo desposee de los valores hu­manos que por racional lleva consigo. No pretendo decir que "Confesión pública" sea un mensaje —¡ojalá lo fuera!—, pero sí que posiblemente ayude para que al­guien logre esa finalidad. Las rebeldías del "Judas" Girón son consecuencia de nuestra sociedad. De su des­trozada existencia todos somos responsables; por eso espero que acabarán llegando al corazón del oyente sus debilidades tan humanas.

Del actor, ¿que puedo decir? Creo que Enrique Val-divieso es el auténtico Juan Carlos Girón que soñé al trazar la obra. Pero mejor que yo lo dirá el público, al que llevará prendido de su voz y de sus reacciones par toda esa vida llena de rosas y espinas que. sin truco de ninguna clase, va desgranando con una habilidad digna del mejor maestro. Si no os gusta el libro, mía es la culpa, pero del fabuloso esfuerzo de este joven actor, procedente del T. E. U. —Premio Nacional de Inter­pretación, Pamplona, 1963, y Premio Mundial Conjurí' to, Nancy (Francia), 1965— nadie podrá dudar; por ello espero que ha de merecer vuestro sincero aplauso.

ANTONIO CILLERO ULECIA.

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A Ramón de Garcíasol, auténtico amigo.

A. C. U.

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Esta obra se estrenó en Madrid, en el aula de Teatro del Ateneo de Madrid, la noche del 1 de marzo de 1967.

P E R S O N A J E

JUAN CARLOS GIRÓN Enrique Valdivieso.

Epoca: De ahora en adelante, le viene bien cualquiera. Lugar: Buenos Aires. Personaje: Imaginario. Dirección: ANTONIO CILLERO ULECIA.

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ACTO PRIMERO

A l levantarse el telón aparece una habitación en el más completo desorden. Una puerta comunica con el inte­rior. Una ventana pequeña en el lateral izquierdo del actor. Colgada, junto a ella, una jaula con su pajarito dentro. En la pared opuesta, un cuadro, con un perso­naje del siglo XVII. Una espada. Un perchero de pie, mesaj sillas, un banquillo y una camita reducida... So­

bre ella, ropas en el más completo abandono.

Para agilizar la puesta en escena en el Ateneo de Ma­drid, tres paneles centrales y dos laterales, debidamente ilustrados, suplieron perfectamente las exigencias escé­

nicas arriba citadas.

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JUAN CARLOS GIRÓN.—(Aparece, dando sensación de regresar completamente desarmado moralmente. Vie­ne algo "bebido"... y con la ropa en perfecta anar­quía. Trae una carpeta bajo el brazo) ... ¡Llegué!... ¡Llegué!... {Ríe.) ¡Lie... llegué!... Ya te has fu­mado las... las ochenta escaleras... hasta llegar a a... a tu palomar. {Ríe.) ¡Ya estás, ilustrísimo Girón en tus dominios soberanos! {Ríe.) {Sa­luda a los muebles con marcadas reverencias. Reac­ciona y les tira con la cartera. Caen varias cosas.) ¡¡¡Chisss!... ¡Que nadie se mueva!... ¡Mirad que traigo un genio de mil demonios!... {Pausa. Quie­re colgar la gabardina, pero, al no haber clavo, cae al suelo.) ¡Ja!... ¡Eso te pasa por encubridora!... ¡Fastí... diate!... {Tropieza con el banquillo.) ¡Mal­dita sea la... la madre que te... ¡Cobarde! ¡Así te ves tirado por los suelos!... Zancadillas a mí no, ¿eh? Te tiraba contra... {Amenaza tirarlo al pú­blico. Pausa. Se acerca a la jaula buscando algo... en los bolsillos.) Saborea bien estas migajas, Felipe... No hay más reservas... ¿Conforme?... Mira... si no lo estás me lo dices y... y te suelto. No quiero que me tomen por dictador... Nada más repug­nante para mí. Si te conservo a mi lado es porque creo que te hago un favor. Te libro de los niños, que nacen con espíritu rebelde, terrible...

{Cambia de carácter. Este cambio es frecuente, por 3er un hombre mentalmen­te enfermo: esquizofrénico.)

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¡Viva la Liber! ¡Viva la Liber! {Ríe, fuerte­mente.) ¡Viva la Libertad!... (Recuerda.) La Liber... la Liber... Sí, sí, era una moza que tuvimos en casa siendo yo niño... cuando presumíamos un poco... (Ríe.) de nuestro gastado título de condes... ¡Condes!... ¡Condes! No les gustaba en casa que la criada se llamara así: (Ríe.) Libertad... Te­nía unos brazos como dos tornos... Un pecho... ¡Se­ñores, qué pechazo!... Y unas piernas. (Se mira las de él.) Tapa... tapa..., no seas enteco... ¡Qué muslos tenía aquella chica! Era una montaraza simpática: daba todo, todo, todo. Era muy dada... (Ríe.) Es que, yo era el señorito, claro... era parte elevada y me gustaban por aquel entonces las "excursiones... alpi­nistas..." ¡Pobre chica, de buena se libró! Me gustaba la Liber... Tal como ella soñaba yo la libertad: recia, sencilla, bien constituida, ¡sólida! Yo la soñaba así. ¡Minucias! {Veloz. Otra condi­ción de este enfermo. En determinadas ocasiones el diálogo es atropellador.) Después la vi flaca, en­démica, manoseada por quienes más la piropeaban y más daño le hacían... ¡Una birria! {Cambio.) Aquello tuvo para mí sus más y sus menos...

{Pausa.)

Y, ahora, que me vengan a mí esos infelices a dar lección de historia. ¿Qué saben ellos de nuestra his­toria? ¡Improperios! Y nada menos que a mí, ¿a mí?... Madrileño, de aristocracia y rodando por

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el perro mundo... ¡Mondo cañe... mondo cañe... mondo cañe... ¡¡Porca miseria!! No, no, yo no puedo hablar con ellos... Esa gente entiende mucho de box, de cach... de básquet... de fútbol... y, lógi­camente, me tienen por ignorante. Es muy diver­tido el mundo actual... Las nuevas generaciones están basadas en cálculos, cálculos y ciencia, eso sí: mucha ciencia... ¿Cuánto vale ese jugador? ¿200.000? No, no, no... ¡Exijo, señor, 280! ¡Vale más de 300.000, pero se lo dejaré por 250 y ni una palabra más. Jugaremos marcando al adversario. ¡La victoria será nuestra! ¡Rodríguez avanza, avanza Ro­dríguez... pasa a todos... sigue regateando con Gó­mez... ¡Avanza Gómez!... ¡se adelanta! ¡se mete solo en el área... ¡¡Tira!!! ¡¡¡GOOOOOOOOLÜI! (Salta.) ¡GOOOOOOLÜÜ ¡Viva la guerra! ¡Viva el Rayo Club! ¡Viva Gómez y Rodríguez! ¡Viva la so­ciedad metida en deportes y en vuelos de astro­nautas!...

(Paim.)

¡Infelices! ¡Infelices! (Se adelanta al público.) ¿Y las leyes sociales? ¿Eh?... ¿Y el mundo falto de justicia, eh?... ¿Y las grandes estafas en los Estados democrá­ticos,... ¿Y los abusos de los dictadores?... No, no, no, no... No nos interesa para nada. ¡Cartón pintado! El nuevo orden desdeña esas cuestiones. El pueblo no quiere problemas ajenos... Cada cual defiende su puchero y, mientras... mientras... los co-

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merciantes, los fabricantes, los políticos y, y otras entidades que me las reservo, ¡a comerse lo de todos los ciudadanos! ¡Viva el Rayo Club! ¡Hemos llegado a la Luna! .... ¡Llegaremos a Marte! ¡Infeli­ces!... ¡Infelices!... Y se ríen de mí, ¿de mí?... ¡Bestias! ¡Bestias! Bestias indómitas del oro, del oro... del oro... ¡del oroooooo! (Pausa.) Os levan­táis pensando en el brillo dorado que ciega vuestras pupilas y vuestra conciencia... ¿Conciencia? ¡Ja! Buena palabra para un museo... Os acostáis so­bre el libro del movimiento bancario. Si el depósito ha sido insignificante os roba el sueño, os tortura... Si fue mayor que el previsto, pasáis la noche ilusio­nados y hacéis más fiestas que las corrientes a vues­tra mujer, ¡Ah! Os tengo lástima. Me dais pena y risa a la vez... Os tengo odio... odio... ¡ODIO!!! Me dais repugnancia, cuando os imagino pensando cómo engañaréis mañana al semejante, para ir acu­mulando pilas y pilas de estampitas oficiales, a las que, un desgraciado, en un mal tiempo, les dio valor de vida y... y hasta de alma. ¡Canallas!... (Pau­sa.) Os repudio a vosotros, sí, sí, a vosotros, los que os creéis grandes pensadores y escribís mil ton­terías que el público, por congraciarse y porque te­néis el favor de quien manda, os aplaude, sin saber por qué. Nunca lo supo.,, ¿Qué sabéis? ¡Nada! ¡Nada!.., Os conozco bien. Sois como la lámpa­ra que, si alumbra, no es por ella, sino por la turbina que le da vida y el cable conductor que la alimen-

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ta. Bendigo a los humildes que nada saben y todo lo aceptan sin orgullo. ¡Benditos ellos que, en todas partes, levantan pueblos y ciudades con mise­rias y enfermedades! A vosotros... os temen los Estados y, a ellos... a ellos los ignora. Sí, sí, es que vosotros sois de temer... Sois astutos..., obráis como asaltantes refinados... Robáis aquí y allá, trans­portáis, socaváis cimientos, modeláis negociados y, cuando conseguís algo, con eufórica pasión decís: ¡Esto es mío! ¡Esto lo hice yo! ¡Mentira! ¡Mentira! Quitaros la careta y se os verá la cara y la conciencia enfangada, más que la mía, mucho más que la mía... y no es poco.

(Pausa.)

A l que le tengo ganas es al conserje del Club. El próximo día que me diga: "Ahí viene el hijo-dalgo español"... le voy a dar una así, donde yo sé...

(Lo intenta y cae al suelo. Le ilumina un solo foco. Lo que sigue es un juego de dos voces.)

—¿Sí, eh? —Sí... —De modo que ¿aún estás bajo el imperio de Baco?... —Sí... —Otra vez bebido, ¿no? —Sí... —Te parecerá bonito, ¿verdad?

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—No, pero... —Claro... lo haces por olvidar,.. —Eso es... —¿Crees que es propio de tu clase?... —¡Pchsss!... no, —'¿Qué te pareció la escenita del bar?... —¡No iré más... calla!!! ¡Calla, conciencia maldita!

(Se agarra la cabeza.)

—¿Por qué no reflexionas, Juan Carlos?...

(Pausa.)

—Llevas razón, llevas razón, pero es que, a veces... (Se levanta. Luz a escena.) Es preferible no recordar... ¿Reflexionar?... (Ríe.) No puedo... No puedo... Es­toy casi casi loco... ¿Qué puede hablar este que es una lacra, un lastre, un tumor, un acceso que, a la sociedad que lucha, trabaja y ahorra le estorba? Sí, sí, yo estorbo... ¿Qué hace un Girón por el mundo sin un peso en la cartera?... ¡Nada! ¡¡¡Nada!!!

(Termina el juego de dos voces.)

Pobre loco suelto que, cínicamente, te crees cabal y vas pregonando tus teorías de rabia infecta. ¿Sabes por qué? Porque no tienes nada tuyo..., porque no lo tendrás nunca. Porque no tienes cariños a nadie, ni nadie te lo puede dar a t i . . . Te haces pasar por "medio filosofillo", cuando eres, de verdad: un vago, un mentiroso, un cínico. ¿Por qué no dices

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la verdad a todos?... Claro, no te atreves, habla. ¡Habla! Déjate de ser payaso y toma la vida en serio. Recórrela y verás los defectos creados por ese vil pellejo. (Se acerca a la jaula, la descuelga y le dice al pájaro.) Mira, Felipe, este que ves aquí, es de la muy ilustre familia de los Rodrigálvez y Girón. Tuvimos mucha importancia, ¡mucha!; pero, a través de generaciones, vinimos gastando las mercedes ganadas con sangre... y, en mí, se dio la meta del ¡no queda más!... Holgazán por nacen­cia, abandoné la carrera cuando me faltaban dos años para abogado. ¿Te acuerdas cómo lloraba tu madre cuando no acudías al asiento que la fami­lia tenía en el coro de la iglesia?

(Voz de su madre; ésta lo hace con frecuencia.)

—"Tú serás el Judas de la casa"... "Dios te castigará sin piedad, hijo mío".,.

El Judas... El Judas... (Rápido.) En todas las fami­lias hay un Judas y un sacrificado. Es ley de vida. Dolor y triunfo, falsía y redención. Te hiciste pintor, pintorzuelo, retratista... ¿Por qué?... Dilo claro, hombre, estamos solos... (Ríe.) Porque te gustaba llegar a ser un día pintor de modelos... ¡Qué bueno!... Era tentador eso de pintar a las hijas de Eva como vinieron al mundo... Iba a ser, en tu vida un espectáculo óptico, tentador...

No te sorprenda, Felipe, ver tantos pájaros sueltos en

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esta jaula. (Por la cabeza.) Ellos están prisioneros como tú y como yo. Es la compensación de la vida. Atenazándonos unos a otros nadie es dueño de sí. Consecuencias de Ja vida social de este estúpido mun­do. Claro que, a t i , te ven y te aprecian... Yo los llevo ocultos donde no se pueden ver. De vez en cuando asoma alguno y tengo que cortarle las alas para que no me delate... No creas que son como tú, no, no, yo llevo buitres, águilas y cuervos, muchos cuervos... Cuanto más avanza mi edad peor carga llevo. ¡Comencé con ruiseñores y terminaré con quebrantahuesos! Hoy estoy muy serio, Felipe, y charlo... charlo... charlo... ¡Ah, cómo charlo! Pero no soy yo —ya lo sabes—, es mi otro Juan Carlos, que se empeña en darme guerra y, como hemos bebido más que la cuenta..., se sale con la suya.

(Pausa y cambio.)

Corretea toda España. Busca trabajo... ¿de qué?... ¿en qué?, ¿con qué?... Nada, nada, me voy para América... América es la tierra del porvenir, la novia de tantos y tantos millones de solteros, la viu­dita alegre de tantísimos casados y la solterona ro­mántica de muchos desesperados. América nos embriaga, es tan nuestra, tan nuestra, que, con la misma facilidad que la queremos la odiamos, pero nos domina siempre, siempre, siempre, siempre, siempre...

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¡América!... Cemento... cemento... cemento... (Ruido de coches. Frenazos. Sirenas, etc.) Sartenes hir-vientes bajo los pies... Calles rectas, rectas, rectas..., interminables, indefinidas... Personas que van y vie­nen alocadas, ciegas, atropelladoras... ¿Por qué?... Por el reloj que corre, que corre, que corre... Por el dinero que se les escapa y, por delante, por detrás (Más potente el ruido.) a los costados. ¡Pí! ¡Pí! ¡Pí!... ¡Pa!... ¡Pa!..., ¡pa!... ¡América!

¿Qué tiene tu hechizo indígena que tanto oprime, aun con tu semblante de alquitrán y tus verdes, siempre verdes sabanas... ¡Autos! ¡Autos! Dragones con patas ventosas, que te amenazan quiméricos.

¡Ah! ¡Qué bestia es el hombre! ¡Qué porquería!... El hombre no ha nacido para verse tan mínimo. El hombre no es un gusano que el semejante lo aplas­ta. Trenes, autos, trolebuses... y, entre todos esos elementos destructivos. Girón, el trotamundos, el va­gabundo con el estómago vacío como tumba faraó­nica, de cuyo interior salen voces apergaminadas que piden pan..., pan..., fruta..., sopa, calorcito... ¡Me quedo sin calorías! ¡SOCORROOOOOÜ! ¡Peor que las fieras!... Cien, mil, cien mil veces peor que las fieras...

Qué refinamiento para hacer daño al semejante... ¡Ah, qué sadismo! Y hay quien dice que somos "la perfección"... Claro, lo dice el lleno, al que nada le falta... El bien vestido... ¡Ja! ¿Perfección?...

(Cambio.)

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Caminar..., caminar oyendo que, del interior de un res­taurante salen voces que dicen: "¡Marche una mila-nesa, con patatas fritas!" Patatitas fritas... Mila-nesita con patatitas fritas... Mis... mis dientes crecen, crecen, crecen, y la sin hueso engorda..., en­gorda..., formando un nudo que amenaza con aho­garme si no le doy lo que necesita. Por el espacio se oyen voces que vienen flotando desde lejos y hace tiempo: "Serás abogado..., abogado, abogado..." " M i Juan Carlos será abogado, como su padre..." Abo­gado, abogado, abogado, abogado, abogado... Eso decías (Rápido.) a los 5-6-7-8-10-12-13-14-15-18-¡20!... ¡Basta! ¡Basta!... Ya no más..., yá no más... Tú decías que sí, que sí, que sí..., ¡sí!, ¡sí!, ¡sí!, ¡sí!, a todo... Y yo: ¡No! ¡No! ¡No!... ¡¡NOOOOOOOO!

(Pausa.)

Pintor, periodista..., medio leguleyo..., artista... ¡Men­tira! Mentira allí, dentro de la piel de toro, y mayor mentira aquí, en este enorme cesto de la abundan­cia. La mentira no tiene fronteras y yo soy el más cínico de los de mi serie. Soy el Judas..., pero eso sí, nadie lo sabrá... Fingiré, seré hom­bre, si puedo, hasta útil... quizá; con el tiempo me buscaré una mujer y... y formaré un hogar... (Ríe.) "¿Cómo?... ¿De dónde?... ¿Con quién?... ¿Tú crees que un hogar se forma así como así? El que quiere casarse debe medirse, contarse y achicarse."

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Hombre, pero ¿no se casaron todos los Girones...? "¡Eran otros tiempos!" ¡Calamidad! ¿En qué época te tocó salir a este perro mundo?

Necesito trabajar..., buscaré trabajo..., viviré..., come­ré... Llevaré una existencia normal, dejando de lado el hueso. Busco lo magro. ¡No quiero hacer más de perro!

La calle estaba hostil —como siempre—, como siempre para mí... La gente corría, atropellaba a todos. Otros gritaban: ¡"Diarios"! ¡Noticias! ¡Caramelos! ¡Cintas curativas! ¡Curitas! ¡Curitas!... ¡En todas partes lo mismo!... Trabajo, trabajo... ¿Dónde? Yo tenía un tío aquí... No, no, que no sepa nada... ¡Déjale en paz!

(Pausa y juego de voces.)

—"¿De qué quiere trabajar, señor?"... —¡Pchiss!..., ¿qué sé yo?... De cualquier cosa... —No tenemos eso en esta agencia. Oiga. ¿Le gus­

taría entrar de peón de almacenero?... —¡Hummm! ¿De qué se trata? —Acompañar al chófer en los repartos... —¿Qué tengo que hacer?... —Sencillo. Cargar provisiones sobre el camión, pre­

parar las facturas y hacer entregas en los pisos. Le damos comida y bebida gratis.

—¿Gratis?... ¿Gratis?... ¡Ja! Qué bondadoso... ¿Peón

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de reparto yo? ¿El hijo de doña Blanca de los Silos y de don Tomás, sirviendo al vulgo sus comestibles? Pero ¿qué se ha creído usted, buen señor?... ¿No se da cuenta de quién soy?... ¡Tengo en la maleta diez telas preciosas! ¡De grandes firmas!

(Imitando al judío.)

—"Telas preciosas, ¿tienes, ché? Si son importadas y de la "Cataloña" t i las compro, quirido..."

Peón... Comida gratis... ¡Pa tu abuela! ¡Al diablo tú y tu cocina! ¡Se acabó la época de la explotación!

A l día siguiente continúa la búsqueda. Letreros lu­minosos..., restaurantes..., confiterías..., cafeterías..., rotiserías llenas de fuego y, junto al vidrio, dorán­dose... (Notas finísimas de violín, como fondo.), un pollo..., dos pollos..., diez pollos... y un costillar, que gira..., que gira..., que gira... M i vista, im­pregnada de emoción, de olor y de pena ante aque­lla inmolación, giraba..., giraba..., giraba... ¡Ah! Cómo me vino el salto atrás de mis pasados los an­tropófagos... Los dientes rechinaban... El estómago se dilataba, soñando ser panteón de aquellas desdi­chadas víctimas. Vaciedades estomacales, venales, ¡ópticas! (Cesa el violín.) ¡Mundo que todo lo ofrece y no da nada! El hombre nunca dio nada.

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¡Cuanto más avanza da menos! Todo lo expone para producir tentación y codicia. ¡Canallas!...

(Pausa.)

—Oiga, señor, ¿me quiere decir qué es lo que piden en ese letrero?

—Peones. Hay que reparar calles y limpiar cloacas. —¡Hummm! Malo, malo, malo... ¡Huye! ¡Fuera!!!

Busca, busca metido entre calles de odio y vértigo. M i madre lo decía: "Dios te castigará". Y mi padre: "Serás abogado, abogado, abogado"...

Me detengo en un escaparate, junto a él una pareja. Ella me mira como si fuese yo un delincuente. El, como bicho raro... ¡Soy yo! ¡Yo! ¡Sociedad impía! ¡La más ruin de las que viven en la tierra! Tie­nes los bolsillos vacíos, ¿qué nos importa quién eres? ¡Nadie! ¡Nadie!

(Pausa.)

—"Nusotros semos: Eu, Luis Rodrijez. Cumerciante, almacenero. De la tienda de cumestibles, que se dice por alá. ¡Bah!... Mellunario, pa más señas, rapaz."

(Cambio de voz.)

—"lo , Luigi Pietro Doménichi. Dueño de la mecore

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casa di comida: Hotele Napolitano a su disposisione, sigñore..."

(Cambio de voz.)

—'"Mira, rapaz, nusotros no sabemos otra cosa que facer ahorriños y traballar mucho, eso sí, traballar mucho. Sumar no hace falta... Hay máquinas y hombres que te las saben manegar... Ellas solas te llevan toda la cuntabilidá... Tú sumas miserias, nusotros meones y más meones... L u difícil —te lo digu yo— es el primero, después vienen todos pe-liándose por meterse en nuestra cuentas currientes. Estas que ves... (Ríe.) Estas son nuestras mulleres... nuestras amijitas, rapaz. Tenemus de tó. Estamos ro-diaos de artestas..., de leteratas y hasta de pulíticas..., que tó es bueno pa evitar los pagos e los incumbe-nientes... El dinero lo doma tó. La inteliguencia —te lo digu yo— non vale ná si no va rebuzada con la plata, la platiña que tanto nos justa a todos"...

{Pausa. Cambio.)

Mis oídos siguen aguantando el martilleo constante: "¡La Hora!" "¡El Día!" "¡El Trabajo!" "¡La No­che!"...

—¿Diarios, señor?... —No, no, no... —¿Caramelitos, señor?

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—¡Vete a la pu...!

Andar, andar, sin saber por dónde ni hasta cuándo...

—¿Hay trabajo para mí, señor? —¿Sabe leer? —MSí! —¿Cálculos?... —¡Sí! —¿Idiomas?... —...¡Sí!... —¿Máquina?... —¡Sí! —¿Facilidad de palabra?... —...Sí.. . —¿Relacionado? • —¡Hummm!... , sí. —¿Libreta sanitaria, carnet de identidad, documentos

acreditativos, certificados de trabajos anteriores... —¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡SIIIII! Unos tenía, otros no. A l ­

gunas cosas sabía, otras las inventaría... Oiga, pero ¿esto qué es?... ¿La casa que necesitan un hombre, la G.P.U., el Inteligente Service o el Ku Kus Klan? Sí, sí, sí, de todo, de todo, de todo...

—¿Buena ropa?... Tomaremos a quien tenga tres pares de zapatos, y dos trajes en buen estado. Hace falta, eso sí; presencia.

—¡Vete con tu abuela, hijo de mil pu... puñeteras! Buenas noches, señor. Buenas noches, señor... —hay

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que ser diplomático—. (Ríe.) Loco, ciego de ira me detengo en una parada de... de lo que fuese. No sabía dónde estaba... Tras de mí una jovencita... angelical, divina.

—Esperará usted al setenta, ¿verdad?... --Pues... yo creo que sí, señorita, porque por ahora

todo lo veo negro. —i¡Oh! ¿Es usted español? —Por la divina gracia, ¡guapa! —¡Ah, qué linda pronunsiasión!... —¿Será posible?... ¿Puede haber una mujer joven

capaz de hablarme así?... Yo soy, mírame bien, un paria internacional...; pero no, no, aquello tras­tornó mi mente... Yo no esperaba vehículo al­guno ni nada semejante, pero ¿cómo desperdiciar aquella entrada en diálogo... "Mirá"... las mo­nedas al tacto —que es una sabia manera de hacer cálculos en incógnita—. No encontraba casi nin­guna por los bolsillos. Subimos, le cedí el asiento junto a la ventanilla y me senté a su lado.

(Se sienta en la silla.)

—r¡ Boletos! ¡Boletos!...

—Déme usted dos hasta... hasta... ¡No, no!... No pa­gue usted..., esto lo pago yo... ¡No faltaría más?...

—¡Ochenta!

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I —•¿Ochenta?... ¡Cómo ha subido el transporte en

América! Hice como que buscaba grandes for­tunas entre sombras. No, no, no, usted no, señorita. Pero si yo tenía monedas sueltas... A l fin pagó la niña y descansé. Durante el viaje seguía exta-siada de mi origen y mi estilo. ¡Ah, bendita gracia madrileña!... Le iba hablando de Cervantes, Lope, Tirso, Lorca, Machado... De El Escorial, Sego-via..., Sevilla..., Granada... Esto influye mucho. Ella conocía la España leída perfectamente. Quería a los españoles como verdaderos hermanos, y yo... yo estaba dispuesto a llevar la Hispanidad al lími­te. Gozaba de mis relatos, le parecía yo Quevedo, Don Quijote, Bécquer, ¡qué sé yo! ¡Ah, bendita inge­nuidad! El coche corría..., corría...

—¿Dónde baja usted?... —Pues, ya veremos... Donde usted se apee. Una seño­

ra, que viajaba frente a nosotros, mé cortó la voz. ¡Oh! Tenía cara de verdugo. Por unos segundos ca­llé, me sentí avergonzado. No me conocía, no sabía quién era yo y sus ojos eran acusadores, pa­recía saberlo todo.

Era gorda, gorda, gorda... No cesaba de mirarme la cara, la ropa, los zapatos, los calcetines —que yo escondía—. Leía lo que pensaba: ¡Cínico! ¡Mal hombre! ¡Vago! ¡Judas! ¡Ah, qué gordura satánica la de esa mujer que se mete con todo su volumen en nuestro cerebro! ¡Hacen del hombre un pelele! Me dieron ganas de levantarme. (Lo

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hace.) y lanzarme sobre ella... (Se sienta.) Me hubiera vencido... Era un gigante... Miré a la jovencita, tan rica, tan dulce, tan encantadora... ¿Se­ría algún día como la gorda? A todo esto la ve­cina parecía decir a mi compañera: No seas idiota... déjalo... Pobre de ti si haces caso a tanto cuento como suelta. ¡Huye! ¡Apártate de él!

(Pausa.)

—Me gustaría conocer su "atelief"... —¡Bah! No vale la pena... —¿Ha hecho alguna vez desnudos? —¡Ay! ¡Ay, Dios mío, lo que me dijo!... No, no...

¿Qué más hubiera yo querido?... Y, mirándola, pensaba: a ti sí que te haría yo uno... Esas ca­deras..., ese busto..., esas piernas..., esas espaldas... No, no, no, no te haré jamás.

(Se levanta.)

Bajamos, la acompañé lleno de ilusión y de vergüenza. Hasta las paredes me acusaban. Quería desapa­recer de todo lo que era desconocido, de todo me­nos de ella, que ya la deseaba.

—"Hijo, serás un desgraciado... No amas a nadie... N i a los ministros del Señor"... Pasaba uno y me fulminó con la mirada.

(Ríe.)

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Llevaba razón mi madre. Tuve, de niño, un amigo que me inculcó cosas que ya no olvidaría nunca. V i que todo, en la fe, era cosa de ostentación, salvo la limosna que, por ser mísera, se oculta. Que el amor al prójimo era sólo teoría y como teoría lle­garía hasta el final del mundo. Por eso me empe­zaron a llamar El Judas... El Judas de la casa... Llevaban razón. Yo era el Judas dentro del círculo de sus amistades. Era el rebelde, el traidor a sus sentimientos y tradiciones, pero... ya no había re­medio. El virus se introdujo sin yo buscarlo.

—"Me gustaría conocer el origen de los Girón..." En poco tiempo le hice una exposición de cómo nació

el apellido y lo que hemos sido en la historia espa­ñola. Ella, bien intencionada, se quedaba dormi­da como un niño. Soñaba y, sin quererlo —porque su corazón era puro— apoyó su cabecita en mi hom­bro. ¡Ah, qué felicidad! Me sentí transportado al país más poético. Me creí pájaro, luz y tormenta a la vez. Las piernas temblaban amenazando rui­na... La cabeza volaba... ¿Qué tiene la mujer que, así, nos roba voluntad y fuerzas? Le di mi domi­cilio. (Al cuadro.) ¿Te acuerdas qué contento vine? En la solapa quedó prendida una hebra de seda, un rayito de oro. ¡No del oro vil que todo lo arruina, no, éste era de la encantadora niña ameri­cana! A mi contacto se partió. ¿Has visto?... ¿Qué intentas con ella? Tú eres como la fuerza nuclear suelta... ¡Cuidado! (Rápido.) Ella tenía die-

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ciocho.,.; yo, treinta y cinco... Ella, estudiante de medicina; un servidor, candidato a la de fuerza.

(Cambio.)

—Deseo trabajar, señor.., Sí, sí, de lo que sea. El jefe de la oficina, grave, déspota... —¿cuándo no?—, así se aparenta más personalidad... Me miró de arriba abajo y, con el mayor desprecio, me dijo:

—¿Corredor de seguros? —Bueno... —Ahí tiene usted la carpeta, los impresos, las condi­

ciones y los premios, siempre que llegue a la ci­fra X. Su zona será ésta y ésta y ésta... Las condiciones, éstas y éstas y éstas... Salga usted a la calle, querido amigo, con pleno dominio de sí. No vaya con gesto de apatía ni de necesidades. La calle y las fortunas son para los audaces. ¿Es usted atrevido?...

—Creo que sí...

(Coge la carpeta.)

La calle me esperaba como gato a ratón. Buscar ¿a quién?... Encontrar ¿dónde?... ¿Cuál puede escucharme?...

—¿Quisiera usted..., señor..., asegurar su casa? —¿Yo?... ¡Ja, ja, ja!... ¡Aunque me regales las pólizas

no quiero verlas, ni a ustedes tampoco! ¡No es­toy poco escaldao!...

—¿Sí?... Pues dése usted con aceite...

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El estómago, vacío, como vientre de guitarra... El ab­domen escuálido, famélico, lleno de ácidos óqueos, vidriosos..., q u e se divierten haciendo: ¡cío!..., ¡cío!..., ¡cío!..., lo llenaba de agua que se servía en las plazas públicas, donde aún no se cobra. Yo buscaba el chorrito alegre, reparador de las vitami­nas que no lograba... ¿Por qué no se asegura usted, señor, la vida?...

—¿Yo?... Asegúresela usted. ¡A mí me estorba! — A mí también... (Cruzando el escenario.) Oiga...

Oiga... ¿Le hacemos un segurito a su coche?... -—¡Hágaselo usted a su abuela!... . Era algo terrible... Parecía que yo iba contra toda la

corriente humana. Todos: ¡No! ¡No! ¡No! Los demás eran felices porque aseguraban. Yo, nada, ¡ni uno! Los demás comían, charlaban... Yo, nada.

—"Dios castiga sin palo"... "Dios castiga sin palo".. La cartera bajo el brazo se caía dé pena, y el alma

¿el alma? ¡Ah, mi alma!... ¿Tengo yo alma? ¡No ¡No!... Estoy convencido que no. El alma, como todo lo existente, necesita tranquilidad y bienestar. De un desahuciado siempre se ha dicho que "es un hombre sin alma". ¡Ese soy yo! No la tengo porque, me abandonó. ¿Qué tengo yo para darle?

{Ríe.)

Mis asientos predilectos eran las plazas. Allí se siente uno lleno de satisfacción. Qué maravilloso ver cómo la Naturaleza es mejor que los hombres.

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Los árboles dan sombra sin cotizarla. El sol manda sus rayos para calentar a todos por igual. Los paja-rillos cantan a todos los oídos. El césped es fresco colchón, sin discriminaciones raciales ni sociales. ¡Donde mete la mano el hombre todo lo comercia y corrompe! Los niños juegan alegres. La cam-panita del colegio los llama... Los ancianos es­peran impacientes la hora de comer..., ¡no piensan nada más que en comer!... A lo lejos, se oyen las voces blancas que cantan:

A la rueda, la rueda, la rueda... A l que no trabaja la pena lo entierra...

(Cambio.)

Vino al estudio aquel ángel, una, dos, tres, cinco, ¡diez veces!... Se pasaba horas y horas oyéndome hablar, y yo, que mudo no soy, hablaba, hablaba... Me contó su vida, llena de candidez. Turbada de ver­güenza me advirtió que querían casarla, sus padres, con un anciano lleno de dinero. ¡Ah, infamia! ¡Oh, maldad!... ¿Qué podía darle aquel carcamal?... ¡Oro! ¡Oro! ¡Oro!...

—"¿Qué te parece, Juan Carlos?..." —No sé...; mira, no sé... Déjame pensarlo... ¿Yo?...

¿yo? ¿El vampiro suelto consultado? Si la soñaba mía ¿cómo podía decirle que... que..., a no ser que, casándose y estando conmigo..., el dinero del... ¡No! ¡No! ¡Malvado!...

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(Pausa y cambio.)

Las doce en todos los relojes... Las doce en todos los hogares... Es la hora en que todos abandonan el trabajo y salen corriendo, desesperados, hacia un

. vehículo... Es la hora en que tiene que estar el sustento en la mesa. ¿Os figuráis qué sería del mun­do, de este mundo civilizado... si faltase una semana el pan y los demás alimentos? ¡De pánico! Comen y son felices..., amenos..., simpáticos... ¡Es el estómago quien manda! ¡No tenéis personalidad! ¡Imbéciles!

V i pasar un cadáver..., un cadáver lleno de pompa... Lleno de coronas y de leyendas... (Ríe.) Todos miraban con admiración. Algunos decían: "Es fula­no"... "Es el pobre fulano"... "Pobre"... "Po­bre"... ¡Qué pobre, ni qué...! ¡Pobre es Girón, yo! ¡El que no tiene ni qué comer, ni qué vestir! La voz interna, maldita, me decía:

No te dé envidia. Como está ese fiambre... lo puedes estar tú ahora mismo... ¡Tírate al tren! ¡Tírate al río! ¡Coge un cable de alta tensión y muérdelo...! ¡Le tienes miedo a todo, a todo! Si hubiese gue­rra —piensas...— ¿Guerra? ¡La hay! ¡La tie­nes. Girón! (Saca del baúl un casco de guerra y una metralleta. Acción de ataque.) ¿Cuándo no hay gue­rra en el mundo?... Nunca faltan naciones que se pelean por un quítame de ahí esas pajas... Tie­nes el Vietnam, que está en plena salsa; tienes otras

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pequeñas por Africa, y mañana tendrás una mucho .más grande. No pienses en dónde te alistarás; en cualquiera, son todos iguales. Todos son de­fensores de la libertad. {Ríe.) Todos se las dan de redentores del-trabajador... {Golpes bajo el esce­nario.) No sea usted así, señor Paco... Tenga un poco de calma... Le pagaré, ya le pagaré...

{Guarda los elementos bélicqs. Cambio.)

"Serás abogado, abogado, abogado... No es mucho que digamos, pero... es cosa de aclimatarse"... ¡Acli­matarse! ¡Sobran para mí las dos primeras sí­labas!

En el diario calvario de mi Jerusalén eterno y univer­sal, tropezaba con miles de fariseos que reían de su bienestar, creyéndose dueños del mundo... Yo, miraba..., miraba por todas partes... Miraba al cie­lo... Nunca encontraba nada. Todo estaba vacío para mí... El mundo y la calle eran mi tortura.

{Cambio.)

—¿Qué va usted a tomar?... —¿Yo? Nada, el fresco, si me dejan. ¡Nieves! ¿Tú?

¿Tú ahí, en el café?... ¿Estás con un hombre?... Es que... ¿es que tú también eres una zorruela más?... No, no, no, no... Tú no eres eso... No puede ser... Me dieron ganas de...: pero no, me oculté entre la gente...; salieron y los seguí paso a

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paso... Habían tomado chocolate... Parecían fe­lices... Era una traidora. Me había engaña­do a mí. ¡A mí!... Los iba siguiendo...

"¡El Ocaso!" "¡La Noche!" M i cabeza no podía aguantar más. Habían estado tomando chocolate... Los fui siguiendo como perro repudiado por el amo...

—¿Me viste, Juan Carlos? —Te vi, te v i . . . ¡No me dirás que no sales con...! —Cosas de mamá... —No, no, no... De mamá, no; que ella, no goza con

él... ¡Basta de boberías! ¡No soy un niño! —Es que tú... nunca quieres salir... —No saldré jamás... ¡Jamás! Yo y mi amor so­

mos intrínsecos..., platónicos, ¿te enteras? Yo tomo "coñac"... Yo bebo cosas fuertes y no cho-colatito... No, no, no; no me vengas con torpes composiciones, que no las acepto.

(Cambio.)

Sí, sí; ahora voy a trabajar de noche, ¿sabes?..., en un periódico y... y me sobrará dinero. Claro que hay un inconveniente, cosas de amor propio. Todo iba bien hasta que le dije mi origen castellano. Me miró con cierto reparo..: Mira, Nieves, yo no sé si tú estás en ello; pero, en América, un perio­dista de Soria, Cuenca, Burgos o Logroño... ¡ya, ya!... Eso es ridículo. Se creen que allí sólo sale buena lana, buenos chorizos..., buen vino..., cabras

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y cabreros, cabras y cabreros, cabras y cabreros. ¡Ca­breros estamos muchos en todas partes!!!!

(Cambio.)

-—¿Periodista castellano? —Sí, señor. ¿Usted se cree que allí se vive como en

la selva?... ¡Esas son leyendas! ¿Es que no ha oído hablar usted de los Girón? ¡Castellano!... Si fuese de Lyon, de Francfort, de Marsella... No, no, ni hablar... (Al cuadro.) Pues no te digo nada cómo te tratan a t i y a los de tu época... (Ríe.) Eso de las grandes conquistas y del sacrificio derramado por un ideal, ¡nanay!... Mucho me temo que seáis un día juzgados como criminales de guerra.

¡Viva el siglo xx! ¡Viva el átomo! ¡Vivan los héroes espaciales! ¡Viva la ciencia! ¡Viva el derroche en cohetes, aunque muera de hambre la Humanidad!... ¡Viva el Rayo Club!...

(Cambio.)

No, no, eso del chocolatito, no. ¿Dinero?... ¿Quie­res darme dinero?... ¿Para mí...? Es que..., bue­no..., si te empeñas... Nieves, esta noche iremos a la confitería y pagaré yo. ¡Yo! No te vayas a creer que a mí no... me gusta lo bueno.

(Cambio.)

Nieves, no puedo seguir más... ¡No quiero! Me vas a poner sobre la sepultura claveles rojos, ¡bien ro-

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jos!..., y que tengan olor penetrante... ¡Nada de rezos, nada de lágrimas! Yo creo que al infierno no iré... ¿No te parece?... Estaría buena: pasar la vida convertido en puras ascuas y, después de muerto, ir a ser tea de Pedro Botero. No puede ser. Yo me supongo que. Dios, está plenamente identificado conmigo, como con todo sacrificado. El sabe que no soy malo. Rebelde, sí...; mal pensado, también...; pero no soy yo. ¡Nadie es malo si el ambiente no lo resiente y lo destroza!

—Señor marino, ¿quiere usted que le hagamos una pó­liza flotante?...

—¡Puede hacerla usted en una tabla?... M i presencia, mis palabras, llamaban a risa. —"Serás el Judas —me dijo en una ocasión el párroco,

en Lonjazo de Arriba—. Tú venderás hasta el ape­llido." {Ríe.) Y ¿quién no? Cada cual vale por lo que cuenta en efectivo, y yo no tengo más que tribulaciones y porquerías que a nadie le inte­resan.

—Oiga..., oiga, don Pascual... ¿Quiere que le hagamos una póliza a la Iglesia? ¿No le parece que "las cosas"... andan un poco revueltas?...

—¡Salga de ahí, pájaro de mal agüero! (Pausa.) ¡Nie­ves! ¡Nieves!... No, no vengas a vivir conmigo a mi ratonera... ¡Ve por ahí con otro!... ¡Maldito aquel día que te prendaste de mí! Yo tuve la culpa. Tú, ingenua, soñabas en mí una inteligencia gigantesca... Qué malvados somos, mujeres de núes-

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tra vida..., qué malvados... Cómo deslumhramos cí­nicamente. Vosotras enseñáis sonrisas y... y car­nes... Nosotros, sabiduría de superdotados... En seguida os pierde la charla de los homhres. No digáis nunca que sí sin hahernos estudiado antes. Pre-ferihle es que seáis malas, por quererlo ser, que no tontas por una credulidad que os ciega. ¡Mira qué artista es Girón! Como yo hay muchos, muchos... millones y millones... Estamos agazapados en cualquier parte, acechamos, esperamos la presa y, cuando decimos un piropo y una sonrisa que dibuja nuestra careta, ¡zas!, el veneno... ¡Ya eres mía!... (Pausa.) ¡Somos como la mosquita inocente y la ara­ña venenosa! Yo soy para t i , Nieves, el gusano que se arrastra, que se arrastra..., que se arrastra..., pero cuidando mucho que no le aplasten la cabeza. La gente gozaría eliminándome, pero se fastidia. Otros prefieren verme mordiendo el polvo para que deje el orgullo de casta que va en mí. ¡No lo dejaré nunca, nunca!

(Cambio.)

—"Es mi hijo..., mi hijo Juan Carlos..., no le hagáis daño al pobrecito".

Todas las madres son buenas. La que es mala no tiene la culpa ella, sino el mundo podrido que la envuelve.

(Cambio.)

¡¡La soga!!! ¡La soga!! ¡Quiero la soga!!! ¡Dad-

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me la soga, por favor!!! ¡Es mi salvoconducto para salir de esta pútrida corteza! Estoy harto de todo, de todo, de todo... Quiero descansar..., quiero dor­mir... (Se tira sobre la cama.) Estoy aburrido de todo, de todo, de todo... Quiero descansar de una vez y para siempre... Para siempre..., para siem­pre... ¡Chisss! ¡¡Chisss!... ¡Silencio! (Ruido de trenes, sierras, frenazos, etc.) ¡¡Silencio!! Por favor... Por favor... ¡Déjame! ¡¡Déjame ya!!! ¿No ves que me estás aniquilando?... ¡La soga!... ¡La soga!... Si no está la higuera... no importa... ¡No importa!!! Es lo mismo... ¡¡¡Habrá tan­tos clavos en el techo!!!

FJN DEL PRIMER ACTO

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La misma decoración del acto primero. Sentado, junto a la mesa, JUAN CARLOS GERÓN. Tiene sobre ella un libro con tapas negras. En la mano un reloj de arena.

JUAN CARLOS GIRÓN.—¿Cuántos años, meses, días o minutos le quedan a este intruso. (Lo sacude.) ¡Vamos!... ¡Dímelo!... No lo sabes, ¿verdad?... No lo sabes, y para eso te llamaron el medidor del tiem­po... Anda, vete contando —si puedes— mi cor­ta vida. En cuanto me veas rígido, lacerado, duro..., ¡zas!, te plantas. Me voy muy harto de este mundo... Me marcho lleno de náuseas... (Coge el libro.) ¿Lo sabes tú?... ¡Qué has de saber, si sólo eres consuelo de beatas! Todas tus páginas hablan de muerte, muerte, muerte y más muerte... ¿Cómo? ¿Cuándo? ¡Mentira! ¡Mentira, para mí! ¡Al diablo!

(Lo deja.)

Morir..., eso es bueno... Dejar de sufrir y desapa-

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recer para que nadie juegue con nuestra honra. ¡Qué formidable es la muerte!

Allí todos iguales..., todos horizontales... Sin mover los labios..., sin perfumes..., sin caobas..., sin pieles de nutria o visón..., sin carteras diplomáticas..., sin uni­formes... ¡Sin carnes!... (Ríe alocadamente.) Allí, todos, con el tiempo, iguales. ¡Extraordinario! Los burocráticos gusanos no encuentran diferencia algu­na, devoran a todos por igual. ¡Todo materia fecal! Eso es todo y, gracias a Dios, ¡qué bien hecho!

Se creía el médico que no era capaz de enterarme de la verdad. Girón no es un niño... Girón no teme a la guadaña... Yo compadezco a esos enfermos, a quienes los familiares no saben cómo decirles que llegó la hora del viaje. Empiezan diciéndoles que... que "es un pequeño catarro"..., "resfrío cró­nico"..., "congestión"..., "fístula"..., y ya, cuando lo tienen a punto, ¡zas!..., ¡la estocada!... ¡Ah!, diplomacia, diplomacia... El enfermo estorba, desde el primer día que se sabe el pronóstico... ¡Que se vaya cuanto antes! —piensan todos—. ¡Fuera! ¡Fue­ra! Ya vivió bastante... ¡A otra cosa!... Yo, yo no estorbo a nadie y me quiero ir... ¡Viva la muer­te! (Bajito.) V i . . . viva la muerte... Si hay que morir ¿por qué temer? La podía rehuir el que nació para una eternidad y le cierran el grifo de aire cuan­do menos lo espera; pero yo, que he venido con unas vacaciones a las que ya he dado final..., pues, nada, nada, ¡adelante! No me une compromiso alguno

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con nadie. Soy libre de atentar. Me estoy jugan­do las últimas monedas que me quedan, y el juego es juego. Me vino mala carta, pues a pagar y se acabó. Lugar para otro. A los que no saben tenerlas en las manos les vienen triunfos y ganan de cualquier forma. Yo he tenido mala suerte, me vino lo peor del mazo y, hasta hice perder a los que jugaban a mi favor... Tal es el caso tuyo, pre­ciosa mujer..., ángel custodio de mis desventuras. Que yo pierda es correcto, lógico y humano. Que tú hayas perdido por mí, no. ¡No! No, Nieves, no. Mal­dice, día tras día, desde donde estés, a este traidor. Haz que los volcanes arrojen su lava para sepultar­me. Haz que la tierra tiemble destrozada y que yo clame aplastado bajo sus enormes cimas de ladrillo, cemento y polvo. Haz que la mar se precipite por la faz de la tierra y me persiga, me persiga hasta la cumbre más alta y, cuando de allí no pueda escapar, me suba en vilo y me sepulte diez kilóme­tros bajo sus garras salitrosas.

¡Ah!, tirano..., tirano... Sí, sí, yo soy un tirano, un tiranillo, un tiranuelo chiquito, como de juguete..., pero dañino y cruel. Me avergüenza, pero es así... Claro que, como yo hay miles y miles de miles... (Al público.) Usted es un tirano..., sí, sí, y usted otro, y usted también..., y usted, y usted... Y esa señora una gran tirana. Y usted otra, y otra, y otra... Y esa jovencita... Y esa jovencita una tiranilla... Tie­ne dieciocho o veinte años, mucha dulzura..., mucha

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delicadeza... ¡Mentira! ¡Todo mentira! Si usted, señora, me dice la verdad sobre cómo es su esposo, ¿no es cierto que acabará por confesarme que es un energúmeno, tocante a ser tolerante con usted?... ¿Verdad que sí?... ¿Verdad que tiene arrebatos dicta­toriales, porque se cree dueño de todo cuanto está bajo su techo? Y usted, señor, ¿no es verdad que» su señora, tiene esas "cosillas"... tan raras, tan raras, que se vuelve caprichosa como una niña y, a veces, hasta se hace la enferma procediendo cruelmente, para robarle a usted la voluntad? ¿No es cierto que le molesta que usted tenga amigos, que vaya al fút­bol o al café, porque ella, la pobre..., se queda en casa?... ¿Y la niña, que hace sufrir al novio por capricho, dándole celos, para que vea cómo la de­sean?... ¿Y el jovencito que la deja compuesta no acudiendo a la cita, diciéndole a los amigos que ya la tiene dominada y salen "cuando a él le da la gana"? ¡Mentira! ¡Todo mentira! Cinismo re­finado... ¡Ah, sociedad maldita!...

(Cambio.)

Hoy hace un año que te conocí. Quise pagar el viaje y no tenía... ¡Nunca tuve!... ¡No tendré jamás, ni me importa! El dinero me huye... Yo le huyo mucho más a él, ¡corruptor! ¡Fariseo! ¡Comprador de voluntades y de estados! ¡Arrasador de pueblos sub-desarrollados! ¡Porquería! (Tira la cartera del dine­ro.) Viniste a mi lado..., entraste a mi estudio....

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me conociste... ¡No! ¡No me conociste! ¡Nadie me conoce! ¡Nadie conoce a nadie! Damos a cono­cer lo que queremos y escondemos lo que nos de­lata... Tú eras buena; cuanto más te hacía ver mi relajamiento moral, más devoción me rendías, por salvarme... según .tus frases... Querías vivir con­migo y ser partícipe de la miseria... Fuiste mi ciri­neo... ¿Por qué, Nieves, por qué? (Golpes.) ¿Qué pasa, maldito zapatero, qué te pasa?... Si te debo, te aguantas. ¡Te pudres! Te cortas el gaznate y me acompañas... (Golpes.) Un poco más y saldrás burlado... (Ríe.) Ya me figuro cómo vas a pa­talear viendo al deudor estirado... Llamarás a Sanidad, suplicando que se lleven cuanto antes "el paquete"... Que me lleven a la Morgue... ¡Ah, qué fea palabra!... Da náuseas... "Morgue"...

(Cambio.)

Nieves, pequeña mía, ¿por qué me traías dinero?... Yo te lo aceptaba siempre, ¡siempre! Primero, con pudor; después, con exigencias. ¡Dinero! ¡Dine­ro! Lo necesitaba, como el ciego la luz, como el pez el agua..., como el preso la libertad... Tú ponías cara de ángel, y yo... yo de tirano, para im­poner autoridad. Eso ayuda mucho. (Lo hace.) ¡La tiranía crece, cuando los oprimidos más se acobar­dan! (Golpes.) ¡Zapa..., zapa...! (Pausa.) No sabes, Nieves, cómo ha ido calando aquel injusto proceder

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y cómo ha sido mayor el desmoronamiento al llegar a mis débiles cimientos. ¡Me arruino, Nieves! ¡Estoy en ruina total!

Ningún hombre es acreedor a una lágrima de mujer. Somos duros, astutos, malvados..., ruines..., ¡terri­bles! Os fingimos amor por egoísmo; os damos calór por reciprocidad; os besamos dándoos una dá­diva en recompensa de lo mucho que esperamos re­cibir a corto plazo. Cuando más satisfechos estamos del bien que hacemos, es cuando más suplicamos la recompensa o... cuando la estamos recibiendo y go­zando... Damos labios para apoderarnos de es­paldas. Damos la mano, para coger las piernas, con sus muslos y capiteles... Somos todo mentira, mentira, hipocresía. Somos rastreros... Con la misma facilidad os ponemos en los altares que os llevamos a la prostitución. Por unas monedas os vendemos al mejor postor, y si os conducís solas al fango —por complacernos—ni aún así tenemos la suficiente dignidad de haceros salir. Os abando­namos, para no ser salpicados por vuestro lodo.

Repudiadnos, mujeres; ved en nosotros al mísero ins­trumento que os da un minuto de gozo y mil horas de pasión. Somos como la víbora que se arras­tra..., se arrastra..., se arrastra y, poco a poco, os ahoga. (Golpes.) ¿Quieres que me acuerde de to­dos los tuyos?... ¿Por qué no me dejas en paz?

(Cambio.)

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En aquellos días de viajante aprendí mucho, mucho. Nada enseña tanto como la calle. Traté con gen­tes de todos los países y de todas las creencias. Todos decían que "su Dios" era el verdadero. Nadie daba oportunidad al contrario. Conocí política internacional y problemas personales. Conocí de todo, de todo..., desde los oscuros desenvolvimientos comerciales, que tambalean entre bastidores engañan­do al público, con el oropel expuesto, hasta el comercio negro, mordaz, traidor, presto al robo y al crimen si es preciso. Yo, charlaba, charlaba, charla­ba... Comprendí que tenía cualidades para hablar y lo hacía hasta por los codos. Me olvidaba de hacer el seguro y, cuando recordaba, ya no tenían interés... Yo —la verdad— no servía para nada. Tenía que haber optado por la carrera eclesiástica. Es más fácil hacer un seguro para ganar el cielo que para pro-

. teger una casa. ¡Ah, mundo de monosílabos!... ¡No! ¡No! ¡No! ¿Quién es usted? ¿Yo? Poca cosa..., un caballero hispánico...

(Ríe. Cambio.)

¡Dinero! ¡Dinero! Buscabas por todas partes y me lo traías. ¿De dónde?, no me importaba. ¿Para qué?... Toma, Juan Carlos, esto para que vayas a una comida que dan este fin de mes. Te traigo esta tarjeta. Es un banquete que le dan al escritor Javier Fonseca. Debes ir, todos van... ¡Vete tú tam-

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bién! ¡Vete, Juan Carlos! ¡Hazte ver! Yo quiero que sepan lo que vales y quién eres. Dicen que tienes más méritos que todos ellos. ¡Vete! Llevaba razón, tenía que decirles a mis enemigos lo que guardaba este emigrante. Me envalentoné, salí de esta zahúrda y fui. Si te falta valor —me dijo—, tomas un poco de vino y hablas al final... Ya sabes que se habla después de las grandes ce­nas... ¡Fui!... ¡Fui!... (Ríe a carcajadas.) Aque­llo no era banquete ni Dios que lo fundara. No, no, aquello era una fantochada. Una exposición de ro­pas, de* gestos, de idioteces propias de circo. Aquello era una reunión de gentes grotescas, vacías de meollo; pero, eso sí, llenas de billetes y alhajas... ¡Médicos, abogados, periodistas, militares, escritores, comerciantes y señoras de ídem, de ídem, de ídem... ¡Máscaras! ¡Máscaras!... Todo hueco. Todo mí­mica barata... Quitadles todo eso y se acabará la fiesta. Sacadles el maquillaje y acabaréis con la sociedad. Saludos, besos, palabritas suaves..., sua­ves..., aniñadas..., tímidas... ¡Mentira! Esa no es la verdad del género humano. ¡Falso! ¡Todo fal­so! Cada uno de ellos y de ellas escondía el león, la hiena... Eran todos amigos, eran todos cono­cidos, todos, todos... menos yo. Yo estaba sólito, nadie me conocía... Me miraban extrañados; me di cuenta que era porque no llevaba compañera. La mujer viste mucho y, yo, no la llevaba: era un pobre diablo. Comí cuanto pude, metido entre dos se-

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ñoras gordas, gordísimas... Me miraban como distraídas al tiempo que engullían cuanto podían. Aquello ya no era elegancia. Se retiró el decorado de la presentación y se impuso el devoramiento. Yo puse mi estómago al día... Cierto que no pro­cedí con etiqueta, no me gusta falsear a mi yo in­terno... Pasado el primer plato todos éramos igua­les. Las mujeres viejas comenzaron a meter en las carteras lo que no cabía en su buche... Por fin, llegó la parte fuerte. Hablaron de arte, de fra­ternidad hispanoamericana y blá, bla, bla..., bla, bla... Cuando creí llegado el momento, me subí a una silla. (Lo' hace y oscuridad, salvo un foco que le da direc­tamente.) Gran expectación en la sala... Unos chismeaban..., otros hablaban al oído del vecino... Yo... yo había bebido lo que necesitaba. Iba a de­cirles verdades como evangelios. Haría una confesión pública.

M i confesión... [Doscientos! ¡Cien! ¡Setenta! ¡Doscientos! ¡Veinte!

¡Diez!- ¡Cuatro! ¡Dos! ¡Dos! ¡Uno!... Me mira­ban como a un loco. Me tomaban por loco. {Ríe.) ¿Quién es ése?... ¿Quién es ese rematador?... Yo seguía: ¡Ochenta!... ¡Veinte!... ¡Cinco! ¡Uno! Les soplé... {Sopla.) Les volví a soplar... (Lo repite.) para ver si se asustaban... Oí carcajadas... Oí gritos impositivos. ¡¡Chissü ¡Silencio! ¡Silencio! Uno, uno de cada cien puede hablar entre vosotros como hombre, los demás a callar. ¡Callad, por fa-

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vor! Que nadie oiga lo que pensáis... ¿Que quién soy yo2... ¿Yo?... Veréis. Soy el proscripto, el errante, el vaga-mundo..., el inservible... (Ríe.) ¡Reíd! ¡Reíd también vosotros!... ¡Reíd conmigo! Todos me acompañaron, todos. ¿Veis? Así es el pueblo. Así son las masas de dóciles ante quien Íes habla...; y así se hace lo que se hace y nunca, ¡nunca!, lo que debe hacerse. Eran míos, los había dominado... Mirad..,, mirad qué lindo concierto de bocas necias y cerebros trasnochados... Yo soy el Judas. Yo soy el mal-nacido, pero... mucho cuidado de habéroslas conmigo. ¡Ojo!

ÍO soy de una familia de alta alcurnia. ¡¡Que se ponga de pie quien no me conozca!! No se le­vantó ni uno, Nieves, ni uno. ¿Veis?... ¿Veis? Todos me conocéis. Soy el último vástago de una fa­milia sin mancha. El único que la lleva encima soy yo. ¡Yo! El Caballero de la Triste Facha... ¿Sa-oéis quién me ha mandado venir aquí? M i "Dul-, ' i sea". ¡Mi Dulcinea, he dicho! (Se oyen car­cajadas por la sala.) ¡¡Chissü! A l que se ría le rompo el... ¿No os da vergüenza reíros del pobre caminante? Sois fatuos doctos del empírico yantar. ¡Plebeyos! (Pausa.) Yo soy una cosa que va por la calle y se confunde con el que pide limosna, p^ro no por mi culpa. Vosotros sois los responsables de que aún haya gente así. Yo soy la negación. Yo soy el que busca y no encuentra, el que ni es querido ni quiere. En una cosa estoy identificado

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con vosotros: ¡Odio! ¡Odio! ¡Viva la fraterni­dad! ¡Viva la hermandad! ¡Vivan los disfraces! Yo soy la cruz..., vosotros la cara... Yo soy el re­verso de vuestra medalla. ¿Medalla he dicho?... (Ríe.) ¿Tenéis doctrina acaso?... ¿Creéis en algo? ¿Sois budistas, mahometanos, confucistas o cristia­nos? ¡No! ¡Mentira si decís que sí! Vosotros no creéis más que en el fetichismo. El fetiche vues­tro es el oro, la plata, el platino, las conservas, las bebidas y los altos puestos del Estado. ¡Esa es vues­tra religión] ¡Esos son vuestros dioses! ¡Viva el ojo! ¡Viva el estómago! ¿Os duele, eh? ¿Os duele que os diga tanta verdad?... ¡Más merecéis! Ha llega­do la hora de mejorar la sociedad; la sociedad uni­versal. ¡Qué artistas estáis hechos! ¡Viva la farsa internacional! ¡Mi Dulcinea vale más que todas vosotras juntas! Ella, desnuda, con tres hojitas de parra en salvas sean las partes, vale más que todas vosotras con vuestros vestidos, vuestras pieles y vues­tras alhajas... Todo eso es sastrería teatral... ¡Silencio! (Ríen.) ¡Silencio!

(Baja de la silla.)

Tuve que bajarme, Nieves... Tuve que callar porque maldecían hasta tu nombre. ¡Tu nombre! Lo confundían con el mío y, eso no... Tú me ense­ñaste a querer, a amar, y yo, en pago, el camino de la serpiente y el áspid. Para mí no puede haber

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perdón jamás. El hombre es la tempestad^ el rayo, el pulpo... No comemos carne humana, pero de­voramos con las miradas... Ponemos el pensa­miento allí, allí, donde queremos... (Pausa.) Ella no era para mí..., no era para mí...

—"Serás el Judas de la casa"... "Serás el Judas"... Lo fui, lo he sido siempre... ¿Quién no vende a sus padres, a sus hijos, a su esposa, a sus socios, a los correligionarios por unas monedas más o menos abul­tadas? ¡Todos! Se venden los ministerios, se venden los países a las potencias que, .fatalmente, se han tomado las riendas del nuevo mundo. Somos de quien más nos dé, para hacer obras o... o para llenarnos los bolsillos todos los del partido. ¡Viva el Rayo Club! ¡Viva la libertad! (Golpes.) ¡Cá­llate, tú, miserable! Eres igual que ellos, rata de cuero por no poderlo ser de Banco...

(Pausa.)

Dentro de nosotros hay un dragón que, si no lo mi­mamos nos roe, nos roe, nos amilana, nos estira las facciones y nos come hígado y corazón. Claro que yo fui peor, mucho peor - que todos los huma­nos. Nieves fue la enviada... (Ríe.) EL te en­vió... Yo aniquilé T U emisario. He tenido tanto poder como TU. ¡Dios!... ¡Dios!... No, no, aquí no hay nada que hacer... Nieves creía..., mi madre creía..., casi todas las mujeres creen. Los hom-

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bres, como somos más perversos, no creemos. Nieves decía: "Dios es Luz, es Esperanza, es Justicia: es todo". ¿Bondad?... ¿Bondad? ¿Lo dirías ahora que estás siendo pasto de los gusanos? ¡Tonta!, ¿no ves al Judas vivito y tú desaparecida? Claro que tú has dejado de sufrir y yo... Me decías que ibas a reunirte con Tu Pastor. ¿Dónde, vida mía, dónde?... Desde que los astronautas surcan todo el espacio prohibido estoy metido en mayores confusiones...

(Pausa.)

¡Ah! Qué postrer momento el de tu despedida... "Reza mucho por mí, Juan Carlos y sé bueno"... Rezar. ¿Cómo? Yo no puedo empezar nada y menos ter­minarlo. Aquí hay oraciones, pero hay que sen­tirlas, hay que vivirlas y yo, con ellas en mi boca, sería un redomado hipócrita, como conozco tantos... Judas.

—Te estás acobardando, Girón, ¿qué te pasa? ¿Yo?... (Ríe.) Que estoy castigado es matemático... Que existe castigo, ni lo dudo. El que hace mal, mal recibe... ¿Entonces? No, no. ¡Mentira! No va­ciles, Girón... Si no es vacilar es que... Cla­ro que yo he sido casi casi ateo..., pero ¿ser ateo es ser malo?... Conozco muchos que son felices. Tie­nen amistades, salud, progreso, bienestar. ¿Sólo yo iba a ser árbol caído? ¡Vaya dilema!...

¿Y si digo creo, creo, creo, creo, seré dichoso?...

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Tú, sí que eras feliz. ¿Por qué me dejaste, Nieves, por qué?

—Calla, cínico. ¿No sabes que se envenenó porque la hiciste olvidar a todos los suyos? ¿No ves que eres un criminal? Eres uno más de esos que hay por el mundo llevando sobre sus espaldas crímenes y aparecen como redentores. ¡Cínicos! Matáis con diplomacia... ¡Diplomacia! ¡Ja! Valiente ton­tería de palabra. Hoy todo es diplomacia. ¿Sabéis lo que quiere decir? Falsedad, hipocresía... Des­de que nació la diplomacia el mundo está falto de verdad y de carácter.

Yo fui un gran diplomático. Pero ¿a qué viene aho­ra tanta palabrería? Yo tenía que morir y me las estoy dando de componedor del mundo. ¡Basta!

(Saca del bolsillo una cajíta.)

Aquí está el resorte mágico para correr el telón de mi farsa. Cuando me trague esto..., ¡zas!, pasaje para el otro lado. ¡Con qué disimulo me voy a ir.. . , plena diplomacia... materia diplomática! • Mata sin apa­ratosidad, como se mata en el mundo actual. Dando un abrazo y clavando el puñal por la espalda. Pre­gonando la paz a gritos y haciendo la guerra, cobar­demente. Yo busqué ser libre en mí, aun con mis pensamientos en distorsión..,, claro que acabé por rendirle cuentas únicamente al estómago, porque la verdad que estómago es todo en la vida. Estómago

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para aguantar imposiciones, para injusticias, para su­ciedades, para politiquerías... ¡Maldito sea todo cuan­to necesita ética! ¡Maldito el que odia al contra­rio que no piensa como él! ¡Malditos los que comen y quieren ignorar a los que pasan hambre! ¡Malditos todos, todos!

—¡Calla esa boca y piensa como los demás!... —Sí, llevas razón... —¿No ves que tu filosofía es rebuscadilla y barata?... —Sí..., pero es mía, y de muchos la solución. —¡Adáptate como los demás y calla la boca! —¡No me da la gana! ¡No me da la gana!

(Golpes.)

¡Hijo de mil pu..., no me da la gana estarme quie­to! (Salta.) ¿Ves? ¿Ves?... ¡No me da la gana! Tú también vas a morir, gusano sediento de la men­sualidad... Sois como mujeres... ¡Nunca falláis!...

(Llena el vaso de agua)

¿Será suficiente?... No, no, esto debe ser terrible... ¿Será amargo o dulce?... Si mata tendrá pésimo sabor... Como ves, querida, quiero hacer lo mis­mo que tú. Quiero luchar en tu misma arena... Ven a mí, refugio de beatas... (Coge el libro.) Una oración para el que tiene el pasaporte en la mano... (Deja el libro.) M i antepasado, Girón, a partir de este momento quedas indultado. Ha -llegado la

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hora de decirnos adiós. No hubiera sido descen­diente tuyo y otra fuera mi vida. Es que ahora, ¿sabes?, somos todos muy listos... Ya no hay came­los de los que se hacían en tus tiempos... Ahora nacen sabiendo conducir aeronaves...

(Pausa.)

Yo tenía que maldecirte, porque tú eres la culpa de esta vanagloria que me ha perdido, pero también es verdad que de algo me ha servido... Además, te advierto que no valemos para nada. El pan nos hace daño..., le llamamos "veneno blanco"... Los huevos perjudican al hígado... De ahí que cada vez se ven menos... El cerdo es peligroso..., pero cada vez hay más... La carne, dañina; el pescado tiene poca vitamina. ¡Ah! Vivimos, querido Girón, pendientes de la vitamina. Mira, con decirte que si somos lo que somos es porque lo hemos heredado y no por méritos...

Antes, lo que nacía... ¡era! Hoy..., todo se metamorfo-sea y, con él tiempo..., hasta se duda. Domina el sexo débil. Los jóvenes quieren ser todos del débil y, la verdad, que lo están haciendo muy bien. Hemos suplantado el acero de las espadas de tu tiem­po, por la limita de uñas..., por la tijerita y el pei­ne... Nos depilamos, hacemos gimnasia para re­bajar peso, nos interesa tener poco vientre y... y

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mucho pecho... Perfumamos el cuerpo como vul­gares prostitutas...

Gastamos fortunas en cosméticos. Ondulamos el pelo, usamos prendas anatómicas... (Ríe.) ¿Qué te parece el siglo xx? Es el progreso, mi buen amigo. Es el siglo de los grandes avances. ¡Llegaremos a poner la planta en los astros y los infectaremos a todos! Es el siglo del avance del hombre al es­pacio infinito y de la, mujer sobre el hombre, a quien ha robado todas las posibilidades. Me voy, Gi­rón, dejo esta teoría estúpida, que me trae incons­ciente, para dar paso al Girón mártir que ya no puede aguantar más esta porquería tierra. (Coge la espada.) ¡Toledana! (Lee.) "No me abandones sin cubrirme de gloria."

(La enfunda.)

¡Qué hombres aquéllos!... ¡Qué fanfarrones!... ¿No es mejor la limita?... Yo, ya ves, prefiero el ve­neno al acero, Quietita ahí, dañina catadora de co­razones...

(Echa el veneno.)

¡Adiós abogacía!... El que sale de un punto tiene que ir a otro. Lo que quito de aquí lo pongo allí, o va al suelo, pero cambia de lugar. Todo tiene orden, todo es circular, encadenado, concéntrico.

Este cuerpo saldrá de aquí para ir al pudridero y ser

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pasto de seres que darán vida a otros. Todo mue­re y todo nace. Todo cadena, esférico... "Dios —decía mi madre— nos hizo a su imagen y seme­janza." ¿A semejanza de El? ¿Dios puede en­venenarse como yo!... ¿Tiene estómago?... Pero ¿por qué me vienen ahora estos pensamientos si nun­ca me detuve en ellos? ¿Es la reconciliación?... Tú no puedes estar, Nieves, allí donde yo iré. Impo­sible. El bueno irá a las altas esferas de paz y bienaventuranza, y el malo, se perderá en los abis­mos. ¿Podré lavar tanta culpa para llegar allí donde no lleguen jamás las naves tripuladas? Los dis­parates que he dicho ha sido porque he tenido en mis labios un continuo cáliz de amargura. Si hu­biera vivido una existencia apacible ¿cómo iba a de­cir rebeldías? He sido culpable de lo que no he buscado. No sé si toda la culpa es mía... Haz que este tránsito sea breve... Ya... ya estoy más animado... Ya estoy decidido y todo... Ya.,., ya..., ya no tengo miedo...

(Ríe lleno de miedo)

¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!... Bueno..., ¡adelante!

{Lo huele.)

No despide mal olor... Señor, ante todo te pido que no ande perdido por esos mundos desconocidos, como he estado por la tierra. Llévame derechito

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a donde sea. Ahí no habrá semáforos ni policías de circulación...

Es que. no me gustaría ¿sabes?..., andar rebotando de un lado para otro sin que nadie me acepte... Bueno, a una..., a... a dos..., a a a a ¡tres! (Lo bebe.) Vaya..., vaya... Ya me estoy suicidando... ¿Qué dirán mañana los periódicos?... ¡Adiós, tie­rra podrida! (Toque a muerto.) ¡Ya! ¡Ya!... ¡Ya voy!... ¡Ya" empiezo a ver y oír notas extrañas!... ¡Ya noto cómo se rompen mis tejidos internos!... ¡Ya..., ya!... ¡Ah, qué laxitud!... ¡Ah, qué terri­ble es morir y oír —como yo oigo— mis campanas de enterrar!... ¡Ah! Pues... qué bien..., no, no noto dolores..., qué bueno... Ji. Ji. Ji...

Me... me noto una hinchazón en las venas... ¡Ah, que escalofríos! Apagaré la luz. (Lo hace.) Así... la cabeza recostada..., las manos así..., los ojos así.,., ¡eso es!,.. ¡Qué bien!... ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!...

Voy, voy, Nieves, voy... Ahora..., ahora..., ya sien­to por el vientre grandes ruidos... ¡Ahora! Me estoy quedando frío... Podía taparme un poco... ¿Por qué tengo miedo a cogar un catarro? ¡Ji! ¡Ji! ¡Ji!,,, ¡Ah, qué risas tan estúpidas!.,. Ahora..., ahora... Ya empiezo a... ¡Epa! (Da un salto.) ¡Ah, qué nervioso me estoy poniendo..., qué nervio­so!... (Pasea.) ¿Pues no tengo ganas de comer?... No puede ser..., no puede ser... ¿Qué hago?... ¿Qué digo?... No tengo nada que decir, nada... ¡Ah, qué momentos!

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Si supiera rezar algo efectivo... ¡Una misa de ré­quiem! ¡Eso, eso! ¡Una misa de réquiem! (Con mú­sica.) "Serás abogado, serás abogado"... "Serás a bo-gaaa...do... ¡Ahora, ahora sí!

(Se sienta otra vez.)

Ya empiezo a perder la razón... ¿Perder? (Ríe.) ¿Acaso la he tenido nunca?... No, no, no la pier­do..., sigo perfectamente...

Y lo pedí bien claro... y pagándolo de contrabando... (Mira la cajita.) ¿Cómo?... ¿Qué es esto?... ¡Sedante! ¿Sedante para mí?... ¿Para qué quiero yo sedan­te?... ¡Yo necesitaba la esencia de mil cobras en­vasadas para teñirme las visceras, y no sedante! (Tira la caja.) (Golpes.) ¡Calla, calla, que la fun­ción continúa..., que sigue la farsa..., que sigue!... (Se agarra la cabeza.) ¿Cuándo me vas a dejar tú también, cuándo? ¡Sedante!... ¡JA!... Yo busca­ba la paz... ¡La paz! No seas ilusorio. Girón, ¿cómo se te ocurre buscar lo que es utopía?... Comenzaste con la Liber y ahora, a la madurez, pre­tendes la Paz... Son mujeres muy difíciles. An­dan tras lo suyo todos los que mandan, pero ellas si­guen coqueteando sobre la tierra y seguirán muchos años hasta que el novio sea lo que ellas quieran...

¿Sedante para mí? ¿Sedante para mí?... ¡Hijo de mala perra! Yo te pedí el pasaporte para la eternidad y no sedantes... Yo quiero marcharme allí donde no

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hay hombres ni diablos, ni diablos ni hombres, ni sociedad, ¡ni suciedades!... (Ríe.) No podía ser de otra manera... No podía ser de otra manera... Me quedo... Seguiré siendo como vosotros, como todos vosotros... ¿Por qué tengo que ser de otra ma­nera? ¡Que siga la ponzoña! ¡Que siga, que siga, que siga, que siga... (Golpea.) ¡No te pagaré! ¡No te pagaré! ¡No pagaré a nadie! ¡A nadie!

Es la nueva sociedad... Es el mundo falto de con­ciencia y de fe...

¡Fe, conciencia, corazón, hermandad! ¡Utopía! ¡Uto­pía!... ¡Utopía!

Tiene que haber Judas... Tiene que haber Judas... Mien­tras no cambiéis la sociedad actual me necesitáis..., me necesitáis... me necesitáis... (Ruido de sirenas, sierras, griterío, aviones, etc.) ¡Me necesitáis!... ¡Reíd!.,., ¡reíd!..., ¡reíd todos como yo!..., ¡como yo, para que seamos una familia auténticamente defini­da!.,. ¡Así!... ¡Así! (Risas, por toda la sala.) ¡Así!..., ¡eso es!... (Ríe él,, con locura, tirando todo por los suelos.) ¡Así!..,, ¡así!.,., ¡eso es!.., ¡Ahora!,,,, ¡ahora!... ¡Ahora sí!...

(Cae vencido, pero amenazante con la mirada.)

F I N

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O P I N I O N E S

Sobre el estreno de CONFESION PUBLICA dijo la principal crítica de Madrid:

"A B C"

"...Tiene, pues, la obra de Cillero Ulecia una acción interna que va modificando el estado de alma del per­sonaje. Hay generosidad de ideas, ambición polémica ante ciertas actitudes sociales o ideas preestablecidas. Enrique Valdivieso hizo un trabajo titánico y acopió todos los recursos que ahora están de moda. Hay que aplicarle el mayor porcentaje de los muchos aplausos de la velada, dejando para el autor la gloria que me­rece."

L. LÓPEZ SANCHO.

"PUEBLO"

". . .El protagonista de "Confesión Pública" primero causa síntomas de ebriedad y después se transforma en suicida frustrado. Su acreedor golpea la pared para que él le conteste increpándole. Otras veces habla con obje­tos o se dirige a los retratos y a los espectadores, a los que acusa de los vicios y defectos de la sociedad. Este

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es todo el artificio escénico. Enrique Valdivieso puso en juego todos sus medios y recursos expresivos sin ahorrar voz ni aliento, oyendo en los dos actos, con el autor, nutridas ovaciones."

ALFREDO MARQUERÍE.

TELEVISION ESPAÑOLA

"Me gustaría poder ocuparme un poco más de los conjuntos de cámara que realizan una actividad mara­villosa incorporando nuevos textos a nuestro limitado repertorio. Tal es el caso de "Confesión Pública", mo­nólogo de Cillero Ulecia, dado a conocer en el Ateneo por el genial Enrique Valdivieso. La obra dentro de este género es un verdadero ejemplo, donde se pone de manifiesto, partiendo de una sentida Mstoria, la rebel­día de nuestro tiempo."

ENRIQUE LLOVET.

"HOIA DEL LUNES"

"El aula del teatro del Ateneo le ha ofrecido su tr i­buna al joven dramaturgo Antonio Cillero Ulecia, com­patriota que, luego de una larga ausencia, ha regresado con el vivísimo deseo de presentarse como autor. "Con­fesión Pública" fue escuchada correcta y curiosamente por el trabajo del autor y el esfuerzo del intérprete. El monólogo intenta ser trascendental. La actitud es bue­na. A insistir. Autor y comediante fueron estimulados por calurosos aplausos."

J. TÉLLEZ MORENO.

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"DIGAME"

"Difícil empeño en un autor teatral es fundamentar una obra en un solo personaje. Precisa para ello un dominio grande de la técnica y un lenguaje de calidades adecuadas. Antonio Cillero Ulecia, autor de "Confesión Pública", ha intentado vencer las dificultades que apa­rejaba escribir un monólogo dramático y, en líneas ge­nerales, las ha vencido brillantemente.

Una idea importante ha movido su pluma: la de mostrar cómo, en este siglo de los grandes inventos y refinamientos, abundan las gentes desesperanzadas, con­sumidas en el fuego inextinguible de la lucha por la existencia; la de señalar cómo en el mundo sigue ha­biendo dos facetas en pugna: la de los poderosos y la de los humildes. A "Confesión Pública" no puede ne­gársele una baza. "Confesión Pública" se mantiene ga­llardamente ante el espectador, consiguiendo en instan­tes emocionarle. Obra de características como las que torpemente hemos señalado, necesitaba un intérprete de excepción y lo tuvo en el joven actor Enrique Valdi­vieso, que demostró con su actuación una sensibilidad nada vulgar. Antonio Cillero Ulecia posee una pluma diestra para el teatro y llevar a él ideas y conceptos importantes. Consideramos justos los aplausos que a ambos se les dedicaron al final de la velada en el viejo salón del Ateneo de Madrid, tan saturado de terciopelos c o l ^

F. GALINDO.

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T E A T R O S E L E C T O D E M I G U E L M I H U R A . — C o n t i e n e las siguientes obras: T r e s sombreros de copa, A media luz los tres. M e l o c o t ó n en a l m í b a r , M a r i b e l y l a e x t r a ñ a familia. S u ­blime d e c i s i ó n y Ninette y u n s e ñ o r de M u r c i a .

T E A T R O S E L E C T O D E V I C T O R R U I Z I R I A R T E . — C o n t i e n e las siguientes obras: E l lando de seis caballos, E l gran m i n u é , E s t a noche es la v í spera . E l Carruse l y U n paraguas bajo l a l luvia .

T E A T R O S E L E C T O D E C A R L O S L L O P I S . — C o n t i e n e las si­guientes obras: L o que no dijo Gui l l ermo, Nosotros, ellas y el duende, N I Margar i ta n i el D iab lo , E l amor tiene su " a q u é l " y ¿ Q u é hacemos con los hijos?

T E A T R O S E L E C T O D E J O S E M A R I A P E M A N . — C o n t i e n e las siguientes obras: E l D iv in o Impaciente, E d i p o , L a casa, E l viejo y las niñfjs, L o s tres e t c é t e r a s de don S i m ó n y E l hombre nuevo.

T E A T R O S E L E C T O D E E D G A R N E V I L L E — C o n t i e n e las siguientts obras: Veinte ahitos. E l baile. Rapto , Prohibido en O t o ñ o , L a vida en u n hilo y A l t a fidelidad.

T E A T R O S E L E C T O C L A S I C O D E J U A N D E L E N Z I N A . — Eglogas completas. R e c o p i l a c i ó n , p r ó l o g o s y notas de H u m ­berto L ó p e z Morales ,

T E A T R O S E L E C T O D E J A R D E E L P O N C E L A . — C o n t i e n e las siguientes obras: E l o í s a e s t á debajo de un almendro. L o s ha­bitantes de l a casa deshabitada. M a d r e (el drama padre), A n ­gelina o el honor de u n brigadier y L o s ladrones somos gente honrada.

E n p r e p a r a c i ó n : Teatro Selecto de V a l l e I n c l á n , G a r c í a L o r c a , Pedro Bloch , J o s é L ó p e z Rubio , Torres Naharro , A r i s t ó f a n e s , e t cé t era .

Pida estas obras en librerías y en la

Editorial Escelicer, S. A. Comandante Azcárraga, s/n. MADRID (16)

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NO S E P R E S T A

A N T O N I O C I L L E R O U L E C I A

Nació en Navarrete (Logroño) el 13 de junio de 1917.

A los quince años escribe sus pri­meras obras de teatro. En 1941 crea un conjunto vocacional y comienza a representar su teatro por tierras rio-janas: Diana, la cristiana. Con ese

hombre no me caso. Como una madre, Don Server istmo y E l con­destable.

En ese tiempo (1942-1947) llevan obras de su firma las compañias de Antonio Moreno y Ernesto Gómez: Las joyas de la condesa. Como lina madre. En el banquillo de los acusados, £1 señorito. E l enemigo público número cinco y Von Frédoman.

El año 1948 marcha con su familia a Buenos Aires. En las ribe­ras del Plata, donde reside, se repiten los estrenos: Usted manda, míster. E l bobalicón, Tierra sedienta. E l pan del año y la tragedia indo-española Rucamará, puesta en escena en el teatro Avenida con motivo del 150 aniversario de la independencia argentina.

Carlos Foglia adapta para la compañía de José Ramírez Don Se-verísimo.

Colabora con la Sociedad Argentina de Escritores (S. A. D. E 0 y con el movimiento cultural argentino, perteneciendo al Club de Le­tras, al Instituto Iberoamericano de Cultura y al Instituto Argen­tino Hispánico, en el que siendo subdirector del Consejo académico, crea unas justas poéticas y un certamen literario para dar a conocer mejor a nuestros hombres de letras.

De regreso a España (1965) estrena en el Ateneo de Madrid, y más tarde en provincias. Confesión pública, que poco después será dada a conocer en Portugal.

Sus últimas obras teatrales son: Aquelarre, Y nunca más la vea­mos. L a última invasión, Alonso Quijano, Libera me dómine. L a amansadora. Llamadla como queráis y Los dioses se han fatigado.

Cultiva la poesía, de la que ha conseguido algunos premios, y mantiene colaboraciones con periódicos y revistas nacionales y ex­tranjeras.

Pedidos: E S C E L I C E R , S . Comandante Azcárraga,

Apartado, 19.180 M A D R I D - 16

A . s/n. Printed in S p a i u .

E S C E L I C E R , S. A.

Precio: 20 pesetas

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A . s/n. Printed in S p a i u .

E S C E L I C E R , S. A .

Precio: 20 pesetas

N O S E P R E S T A A N T O N I O C I L L E R O

U L E C I A

Nació en Navarrete (Logroño) el 13 de junio de 1917.

A los quince años escribe sus pri­meras obras de teatro. En 1941 crea un conjunto vocacional y comienza a representar su teatro por tierras rio-janas: Diana, la cristiana. Con ese

hombre no me caso, Como una madre, Don Severísimo y E l con­destable.

En ese tiempo (1942-1947) llevan obras de su firma las compañías de Antonio Moreno y Ernesto Gómez: Las joyas de la condesa. Como lina madre. En el banquillo de los acusados. E l señorito, E i enemigo público número cinco y Von Frédoman.

El año 194S marcha con su familia a Buenos Aires. En las ribe­ras del Plata, donde reside, se repiten los estrenos: Usted manda, míster. E l bobalicón. Tierra sedienta, E l pan del año y la tragedia indo-española Rucamará, puesta en escena en el teatro Avenida con motivo del 150 aniversario de la independencia argentina.

Carlos Foglia adapta para la compañía de José Ramírez Don Se-verísimo.

Colabora con la Sociedad Argentina de Escritores (S. A. D. E*) y con el movimiento cultural argentino, perteneciendo al Club de Le­tras, al Instituto Iberoamericano de Cultura y al Instituto Argen­tino Hispánico, en el que siendo subdirector del Consejo académico, crea unas justas poéticas y un certamen literario para dar a conocer mejor a nuestros hombres de letras.

De regreso a España (1965) estrena en el Ateneo de Madrid, y má» tarde en provincias, Confesión pública, que poco después será dada a conocer en Portugal.

Sus últimas obras teatrales son: Aquelarre, Y nunca más la vea­mos. L a última invasión, Alonso Quijano, Libera me dómine. L a amansadora. Llamadla como queráis y Los dioses se han fatigado.

Cultiva la poesía, de la que ha. conseguido algunos premios, y mantiene colaboraciones con periódicos y revistas nacionales y ex­tranjeras.