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UNRN – Sede Andina

CARRERAS: Licenciatura en Letras – Profesorado en Lengua y Literatura

ASIGNATURA: Introducción a los Estudios Literarios

EQUIPO DOCENTE: Jorge Luis Arcos (Profesor) – Fabián H. Zampini (Auxiliar)

E-MAIL: [email protected]

BLOG: www.estudiosliterariosunrn.wordpress.com

AÑO ACADÉMICO: 2011

Clase N° 1: La literatura, un concepto problemático. Clase elaborada por el Profesor Jorge Luis Arcos

“¿Qué es la literatura?”, se preguntaba Jean-Paul Sartre en un libro con ese título en

1948. Que a mediados del siglo XX el filósofo existencialista francés se hiciera esa sencilla

pregunta es muy significativo. La misma pregunta se repite en casi todos los libros generales

de introducción a la literatura (Terry Eagleton, Remo Ceserani, por ejemplo). Este último

reproduce una respuesta del formalista ruso Boris Tomashevski a aquella pregunta:

“Responderé con una comparación. Es posible estudiar la electricidad y, no obstante, no

saber qué es. Y en todo caso, qué sentido tiene la pregunta «¿qué es la electricidad?». Yo

responderé: «Es aquello que, cuando se enrosca una bombilla en el portalámparas, la

enciende». Para estudiar un fenómeno, no tenemos necesidad de una definición a priori de

la esencia. Únicamente es importante reconocer sus manifestaciones y ser conscientes de sus

conexiones. Es ésta la manera en que los formalistas estudian la literatura. Conciben la

poética precisamente como una disciplina que estudia los fenómenos de la misma, y no su

esencia”. Y Cesarani comenta: “Todos aquellos que se han propuesto sustituir la pregunta sin

respuesta «¿qué es la literatura?» por otras distintas como «¿dónde se encuentra la

literatura?», «¿cómo se hace literatura?», «¿cuál es el dominio literario?», «¿por qué existen

textos que consideramos literatura?» y similares, han tenido en cuenta esa dificultad”.

A partir de la Poética de Aristóteles comenzó a articularse teóricamente una incipiente

teoría de la literatura. De aquel libro inicial pueden extraerse varias consecuencias: una

concepción de la literatura como ficción (es decir, como imagen, recreación de lo real) o

representación literaria de la realidad. Aparte de sus consideraciones sobre los géneros

literarios (que se estudiarán en otro momento del curso) también la Poética sirvió para

inaugurar el estudio de las figuras o tropos literarios; esto es, de los procedimientos

expresivos, o, más propiamente, una concepción de la literatura como discurso tropológico,

o indirecto. Esta tendencia, pragmática y materialista, que prevaleció durante toda la Edad

Media y que fue particularmente retomada en el Renacimiento, llega hasta el presente como

una teoría pragmática de la literatura que se fue configurando a través de los estudios de

retórica, las llamadas poéticas clasicistas y que, finalmente, ya en el siglo XIX, nutrió los

acercamientos filológicos y positivistas al discurso literario.

La relación compleja y ambivalente de la literatura con la realidad (como su ficción o

representación imaginal) fue particularmente retomada por una vertiente de la estética

marxista, en la que se acentuaba el estudio del contexto, el significado, el referente de la obra

literaria. Asimismo, ya a principios del siglo XX, los formalistas rusos y los estructuralistas en

general pusieron el énfasis en el texto, en el significante, considerando a la obra literaria

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como un sistema de relaciones formales. Su objetivo era aislar en la obra literaria lo que

llamaron la poeticidad o literariedad, es decir, aquellos rasgos formales que le fueran

inherentes al discurso literario y que servirían para definir su naturaleza, con relativa

independencia, tanto del contexto o del referente como de las intenciones del autor.

Para comprender bien estos vaivenes de los estudios literarios conviene tener presente

como fórmula de orientación general la tríada autor-obra-lector, como los tres componentes

esenciales de la literatura. El esquema de otro estudioso estructuralista, Roman Jakobson,

sirve para precisar más esa tríada, al referir, como los componentes básicos del estudio de la

literatura, cinco tópicos, a saber: el contexto, la producción del texto, la constitución

lingüística del texto, la recepción del texto y el referente.

De los estudios sobre la poeticidad sobresale una certidumbre importante, aquella que

considera al discurso literario como eminentemente autorreferencial, autotélico o

autoexpresivo, es decir que, a diferencia de otros discursos, como el comunicativo o el

científico, llama la atención sobre su propia forma de enunciación. De esta certidumbre se

deriva otra, no menos importante: el carácter connotativo, polisémico del discurso literario,

diferente del carácter denotativo de otros discursos. Pero esto, con ser cierto, en última

instancia sólo implica una diferencia de grado, pues otros discursos considerados como no

literarios también se sirven de las llamadas figuras del lenguaje aunque en menor proporción.

En todo momento está presente aquí el dualismo que le es inherente al lenguaje

llamado literario, porque, a diferencia del lenguaje de otras artes (música, pintura, e incluso

del lenguaje de las matemáticas, por ejemplo), la lengua literaria se vale del mismo lenguaje

de otros discursos (comunicativo, científico, filosófico, etc.). Incluso, en el mismo origen del

lenguaje ya está presente el componente imaginal de su naturaleza. Esto implica entonces

tratar de establecer alguna diferencia singular entre el lenguaje literario y otros. Es lo que

trató de realizar la teoría formalista del desvío. Debido a la diferencia entre el sistema de la

lengua y las distintas hablas o usos o actualizaciones particulares del lenguaje, se explicaba

que el lenguaje literario sería un desvío de la norma de la lengua; un desvío que acentuaba

los componentes expresivos y autotélicos. Pero se demostró igualmente que otras hablas

también se valían de esos componentes, aunque fuera en menor grado, por lo que tampoco

serviría esa teoría para aislar la naturaleza intrínseca del discurso literario. Éste, entonces,

sólo se estaría definiendo por comparación con otros usos particulares de la lengua, y no por

lo que es sino por lo que no es. Sólo habría diferencias de grado y no de esencia. Sólo

quedaría como plausible diferencia –tampoco absoluta- que mientras otros discursos se valen

de un uso particular de la lengua como medio para lograr la comunicación o la expresión de

conceptos claros y distintos, el literario preserva su forma de enunciación como un fin en sí

mismo y no meramente como medio instrumental.

En contrapunto con la llamada teoría desviacionista, cabría hacer referencia a la

perspectiva de quienes consideran que el discurso literario crea, acaso, su propia norma, a

partir de la cual no sería conducente hablar de “desvío” sino de potenciación,

acrecentamiento e incluso creación de los valores expresivos, polisémicos, connotativos,

siempre autorreferenciales del lenguaje. Dicho con palabras de Eugenio Coseriu, la poesía

(en el sentido más abarcador de literatura o lenguaje estético) sería la “realización de todas las

posibilidades del lenguaje como tal”.

De esta última consideración puede desprenderse acaso otro extremo no menos

interesante: aquella tendencia esencialista u ontológica que preconiza que, en última

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instancia, el lenguaje literario crea objetos, crea realidades. Esta tendencia está, por ejemplo,

representada por Cintio Vitier, en su Poética, donde, a partir del significado de un tropo

literario estudiado por Alfonso Reyes, la catacresis (nombrar lo que no tiene nombre),

concluye: “Comprender, en suma, que la poesía no es figura, sino sustancia; no es ilusión,

sino realidad; no es lenguaje indirecto, sino directo; no es eludir, sino afirmar; no es

amaneramiento, sino conocimiento”, planteando con ello una suerte de vuelta de tuerca a

aquella poderosa corriente pragmática y tropológica que, a partir de la Poética de Aristóteles

y de las retóricas y poéticas clasicistas y positivistas, comprendían al discurso literario como

un lenguaje traslaticio, limitadamente ficcional, en detrimento de su naturaleza creadora e,

incluso, cognoscitiva.

Esta última referencia nos conduce a otra importante consideración del discurso

literario, proveniente de la estética marxista, y es aquella que establece una diferencia entre el

pensamiento por imágenes propio de la literatura (y siempre se enfatiza en la poesía por ser

el género donde el componente imaginal, icástico y autorreferencial es más acentuado) y el

pensamiento lógico. Además, en la teoría de la imagen poética, se hará hincapié en la unidad

entre lo imaginal y lo conceptual: la imagen poética, pues, a diferencia del concepto, preserva

la diversidad, la inmanencia de lo particular, del referente sensible junto a su necesaria

generalización. Esta dialéctica y unidad entre lo particular y lo general caracterizaría lo

singular del discurso literario, de su huidiza naturaleza, a la vez que garantizaría su poder de

conocimiento de la realidad. Esto es, el discurso literario sería una forma de conocimiento

de la realidad, tan válida, aunque con su diferencia o mediante su singularidad, como

cualquier otra forma discursiva: la filosófica, la científica, etc.

Pero, no es por ello menos evidente que aquí también funciona una diferencia de

grado y no de esencia, por lo que, en última instancia, volveríamos de nuevo al punto de

partida: ¿qué es la literatura?, ¿cuál es su naturaleza? ¿cuál es ese componente autónomo,

singular, único, que, a la vez que define su propia naturaleza, la distingue de la naturaleza de

otros discursos que también utilizan el mismo lenguaje? No es un secreto que no hay una

respuesta absoluta o categórica sobre esta cuestión.

Por último, valdría la pena, por un lado, retomar el comentario inicial de Ceserani a

partir del juicio de Tomashevski para que, más allá de las dificultades para definir la esencia

o naturaleza de la literatura, ello no nos impida estudiarla como a cualquier otra

manifestación de la realidad o de la vida misma. Por otro lado, podría hacerse esta pregunta

extrema: ¿cómo se puede desarrollar una teoría de la literatura, cómo pueden coexistir

numerosos métodos de análisis de la obra literaria, si ese su objeto de estudio se resiste a

dejar definir su naturaleza?

Tal vez la respuesta posible sea considerar a la literatura no simplemente como una

ficción, representación, de la realidad, sino como una realidad por sí misma, tan diversa,

proteica, tangible y creadora como la vida misma.

Los numerosos métodos de análisis, los cuales suelen diferenciarse por el énfasis que

hacen en alguno de los tres componentes de la tríada referida: autor, obra, lector, o, en los

cinco tópicos enunciados por Jakobson, no serían sino aproximaciones, si bien muy

importantes, parciales, relativas, a la naturaleza inagotable de la literatura, que, como ya

veremos en este curso, es, además, mutable históricamente. Acaso lo más recomendable, o

lo ideal, sea una concurrencia de los distintos métodos para acceder a una comprensión más

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integral de la literatura, ya no sólo de su naturaleza sino de la literatura vista en su evolución

histórica y práctica. Pero ya esto será motivo de reflexión en otras clases de este curso.