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  • Coleccin Antropologa en la ModernidadInstituto Colombiano de Antropologa e Historia

    Polticas de laetnicidad

    Identidad, Estado y modernidad

    Christian Gros

    Diez aos despus de su libro Colombia ind-gena, el socilogo francs Christian Gros pu-blica una nueva seleccin de textos escritos alrededor de la temtica indgena y sobre su prctica como socilogo dedicado a temas latinoamericanos. La mayor parte de ellos fueron editados en revistas y libros de difcil acceso para un lector colombiano. Es por ello que se han reunido en el presente volumen editado por el antroplogo Eduardo Restrepo.

    En este texto, conclusin de un itine-rario construido a partir de muchos ires y venires, Gros intenta responder mltiples pre-guntas decantadas en ms de tres dcadas de trabajo: Cmo y por qu se construye o se reconstruye una identidad indgena y cul puede ser el contenido de esta identidad bien presente en diferentes escenarios sociales, culturales y polticos de Amrica Latina? Se puede disolver el indgena en la modernidad? Cul es el peso de la globalizacin sobre la formacin y ratifi cacin de nuevos actores y discursos tnicos? En reas de poblacin in-dgena el fenmeno del protestantismo es, en s mismo, incompatible con la afi rmacin de una solidaridad tica y con el reclamo de nue-vos derechos? Cmo construir, entre el uni-versalismo y el comunitarismo, un espacio de convivencia que permita reconocer los dere-chos culturales propios de quienes se identifi -can a s mismos como indgenas, sin encerrar a los individuos y grupos es fortalezas comu-nitarias?

    ISBN 978-958-8181-49-3

    9 789588 181493 Polt

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    ICANH

  • POLTICAS DE LA ETNICIDAD:IDENTIDAD, ESTADO Y MODERNIDAD

    Christian Gros

  • Gros, Christian Polticas de la etnicidad : identidad, Estado y modernidad / Christian Gros.-- Bogot : Instituto Colombiano de Antropologa e Historia (icanh), 2012 216 p.-- (Coleccin Antropologa en la Modernidad) Nota: Versin digital en pdf solo lectura

    978-958-8181-94-3

    CDD/ 306.08998

    1. Identidad indgena - Amrica Latina. 2. Etnologa. 3. Derechos indgenas Amrica Latina. 3. Globalizacin. I. Tt.

    Catalogacin en la Fuente Biblioteca icanh

    Instituto Colombiano de Antropologa e Historia

    Fabin Sanabria SnchezDirector general

    Ernesto MontenegroSubdirector cientfico

    Juana Camacho SeguraCoordinadora Grupo de Antropologa Social

    Mabel Paola Lpez JerezResponsable del rea de Publicaciones

    Bibiana Castro RamrezCoordinadora editorial e-book

    Catalina Sierra RojasCorreccin de texto e-book

    Marco Fidel Robayo Moya Ajustes de diseo e-book

    Primera edicin impresa, 2000Primera edicin e-book, 2012

    ISBN: 958-96930-0-8ISBN: 978-958-8181-94-3

    Instituto Colombiano de Antropologa e Historia Calle 12 n.o 2-41, Bogot D. C.

    Tel.: (57-1) 4440544 Fax: ext. 144www.icanh.gov.co

    Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, por ningn medio inventado o por inventarse, sin permiso previo por escrito del icanh.

  • Descripcin de la obra

    Diez aos despus de su libro Colombia indgena, el socilogo francs Christian Gros publica una nueva seleccin de textos escritos alrededor de la temtica indgena y sobre su prctica como soci-logo dedicado a temas latinoamericanos. La mayor parte de ellos fueron editados en revistas y libros de difcil acceso para un lector colombiano. Es por ello que se han reunido en el presente volumen editado por el antroplogo Eduardo Restrepo.En este texto, conclusin de un itinerario construido a partir de muchos ires y venires, Gros intenta res-ponder mltiples preguntas decantadas en ms de tres dcadas de trabajo: Cmo y por qu se cons-truye o se reconstruye una identidad indgena y cul puede ser el contenido de esta identidad bien pre-sente en diferentes escenarios sociales, culturales y polticos de Amrica Latina? Se puede disol-ver el indgena en la modernidad? Cul es el peso de la globalizacin sobre la formacin y ratificacin de nuevos actores y discursos tnicos? En reas de poblacin indgena el fenmeno del protestantismo es, en s mismo, incompatible con la afirmacin de una solidaridad tica y con el reclamo de nuevos derechos? Cmo construir, entre el universalismo y el comunitarismo, un espacio de convivencia que permita reconocer los derechos culturales propios de quienes se identifican a s mismos como indge-nas, sin encerrar a los individuos y grupos en forta-lezas comunitarias?

  • Agradecimientos

    Un libro no puede llegar a la luz sin la voluntad y el trabajo de varias personas. Quisiera agradecer a Mara Victoria Uribe y Mauricio Pardo, quienes me abrieron las puertas del icanh y le apostaron a esta publicacin; a Eduardo Restrepo, quien dedic parte de su tiempo y de su talento como editor a la revisin del manuscrito; a Nicols Morales y Mara de la Luz Vsquez, quienes terminaron con este trabajo colectivo y llevaron el libro hasta su edicin. Deseo tambin sealar mi reconocimiento a Carlos Efrn Agudelo por su siempre difcil trabajo de traduccin y a Martine Dauzier, Stephen Hugh-Jones, Jean Jackson, Jon Landaburu, Yvon Le Bot, David Lehman, Roberto Pineda Camacho, Margarita Serge y Astrid Ulloa por haber ledo partes de este libro o haberme ayudado a elaborar algunos problemas. Agradezco tambin la colaboracin del Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad Nacional de Colombia.

    Y por fin, me gustara nombrar a mis amigos, estudiantes y colegas que participaron de las numerosas y enriquecedoras discusiones desarrolladas en el marco del seminario organizado por el grupo de investigacin sobre las sociedades indgenas y campesinas (Ersipal) del Iheal-Credal (Universidad de Pars III).

  • Contenido

    introduCCin 7

    1. Itinerario: diario de un latino-europeo 13

    2. Identidades indgenas, identidades nuevas. Algunas reflexiones a partir del caso colombiano 59

    3. Puede el indgena disolverse en la modernidad? O algunas consideraciones sobre las Amazonias indgenas 85

    4. Ser diferente por (para) ser moderno, o las paradojas de la identidad. Algunas reflexiones sobre la construccin de una nueva frontera tnica en Amrica Latina 97

    5. Proyecto tnico y ciudadana en Amrica Latina 117

    6. Fundamentalismo protestante y poblaciones indgenas-campesinas: algunas hiptesis 127

    7. Poder de la escuela, escuela del poder: proyecto nacional y pluriculturalismo en la poca de la globalizacin 169

    BiBliografa 203

  • introduCCin

    Diez aos despus de Colombia indgena, mi primer libro publicado en Colombia, presento al lector una nueva seleccin de textos escritos alrededor de la temtica indgena o sobre mi prctica como socilogo dedicado a temas latinoamericanos. La mayor parte de estos fueron editados en revistas o libros de difcil acceso para un lector colombiano. El orden de presentacin no tiene en cuenta el ao en que fueron publicados, sino ms bien responde a la necesidad de ordenar este material a partir de algunos hilos conductores. El lector encontrar para cada texto la fecha y el lugar de la primera publicacin.

    Dud en presentar el primer captulo, intitulado Itinerario, ya que por su estilo y su contenido puede parecer fuera de lugar al lado de textos que, como suele ser el caso en trabajos de corte universitario, no dejan mucho espacio a la subjetividad del autor. Si decid incluirlo y romper con esta forma de autocensura que conforma el habitus del socilogo, es poque este relato evidencia la deuda que con el tiempo he acumulado con Colombia y sus habitantes, ya que mi experiencia como investigador, que fue tambin una experiencia de vida, empez y se desarroll por muchos aos en este pas. Adems, escrito apenas un ao despus de la publicacin de Colombia indgena, este captulo presenta a su manera el background sobre el cual me apoy en mis textos ms recientes. Por tanto, puede dar al lector algunas pistas tiles para la comprensin de mi actual trabajo. Lo paradjico es que presento este itinerario ahora que trato de ampliar mi visin y anlisis de Amrica Latina tomando cierta distancia del caso colombiano, bien particular en muchos aspectos. Dir que hasta cuando me alejo posiblemente de Colombia soy consciente de que mi percepcin de la temtica indgena quedar por siempre fuertemente sesgada por lo que ha sido este itinerario; este fue para m, vale la pena decirlo, particularmente enriquecedor y feliz, a pesar de la zozobra y del luto que por desgracia afectan crecientemente a Colombia y a sus habitantes.

    Una de las temticas importantes del libro es la identidad, explcita en los tres siguientes captulos, pero tambin subyacente en los ltimos. Cmo y por qu se construye o se reconstruye una identidad indgena y cul puede ser el contenido de esta etnicidad bien presente en diferentes escenarios sociales, culturales y polticos de Amrica Latina? Plantear esta pregunta, que ya estaba formulada en mi anterior libro, significa que no se confunde la identidad con lo que se de-nomina la cultura, o con cualquiera de los tems que pueden ser escogidos como

  • 8Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    objetivacin de una cultura o de una etnia (la lengua, el vestido, el territorio, un conjunto de instituciones, etc.). Significa tambin que no se toma el discurso de los actores como la mera realidad, sino como un elemento de esta realidad que merece anlisis y discusin. Esto no es siempre fcil ya que a los actores no les gusta que uno se interrogue y cuestione sus discursos identitarios. Existe una manera de hablar sobre hacer cultura sin hacer enemigos?, se preguntaba J. Jackson (1991) en un sugestivo artculo redactado con base en su experiencia de investigacin en el Vaups. Relativizar el discurso tnico, adoptar una perspectiva constructivista, o insistir sobre la dimensin altamente psicolgica, subjetiva, de la identidad t-nica tal como lo haca Max Weber (1946) no significa que se desconozca la fuerza objetiva del imaginario identitario. Esta puede ser devastadora, como bien lo sabemos en Europa con la historia pasada y presente de los etnonacionalismos. Sobre esta cuestin existe una bibliografa inmensa y que no para de crecer.

    Trat de aportar a este debate tomando unos casos concretos de reetnicizacin que llamaron mi atencin en la poca en que Colombia acababa de disear una nueva Constitucin. En 1992 estuve en un congreso indgena sentado al lado de dos repre-sentantes de los kankuamo y escuch cmo argumentaban sobre sus races indgenas la metfora del rbol es una de las ms utilizadas en este contexto y no poda sino acordarme de la lectura de The People of Aritama, un libro en el que dos antroplogos de tan reconocida y merecida fama como Alicia Dussn y Gerardo Reichel-Dolmatoff daban por definitiva la asimilacin de los kankuamo a la cultura campesina-mestiza. Qu haba pasado para que aparentemente se revirtiera la historia de una asimilacin anunciada? Como ya haba conocido otros casos similares en otras regiones, trat por tanto de avanzar en algunas explicaciones. Desde entonces pude leer nuevos trabajos que apuntan hacia el mismo fenmeno, en Mxico, Brasil, Bolivia, Ecuador, Per... Remanentes de indios, caboclos del nordeste brasileo, ribereos de la Amazonia y de sus afluentes, poblaciones campesinas de los Andes o de Mesoamrica, y hasta migrantes de origen indgena en diferentes metrpolis de Amrica hoy en da hacen explcita sus afiliaciones al mundo indgena, su pertenencia a una nueva comunidad imaginada que rebasa las fronteras de la colectividad local que hasta ahora los ence-rraba. Y las conclusiones de los estudiosos del tema apuntan ms o menos en la misma direccin. Se trata de la politizacin de una identidad como indgena y miembro de un grupo tnico especfico que es congruente con la nueva coyuntura en la cual est involucrada Amrica Latina. Y, por lo que se entiende, este reclamo no significa el abandono de otras adscripciones identidarias, ni el rechazo de una pertenencia a una sociedad mayor (para no decir una nacin) como miembro de plein droit de una amplia comunidad poltica.

    Est claro, entonces, que el indio no se disuelve fcilmente en la modernidad, ms toda-va cuando existe una fuerte demanda en el plano internacional para que se mantenga, a pesar de la globalizacin imperante, una diversidad tnica pensada positivamente como la expresin de una diversidad cultural. Esta discusin sobre la existencia de una demanda externa y su impacto sobre las demandas tnicas es el tema del captu-lo 4 que trata de las paradojas de la identidad. El captulo puede ser ledo como la

  • 9Introduccin

    prolongacin del texto Indigenismo y etnicidad: el desafo neoliberal que present en el libro Antropologa en la modernidad publicado por el icanh (Gros, 1997). Si el primer texto haca particular nfasis sobre el papel del Estado neoliberal en la cons-truccin de un actor tnico, el que presentamos aqu analiza ms en detalle el peso de la globalizacin sobre la formacin y la ratificacin de un nuevo discurso tnico. Una de las sorpresas de las ltimas dcadas fue la posibilidad de algunas poblaciones indgenas consideradas como arcaicas de conectarse con potentes redes supranacionales que podan aportar importantes recursos (retricos, jurdicos, organizativos, financie-ros, etc.) y presionar a los gobiernos. Los kayapo del Brasil, estudiados por L. Turner, constituyen un ejemplo particularmente llamativo de esta habilidad para adoptar una nueva tecnologa y para comunicarse con el resto del planeta. Pero no son los nicos: ms conocido sin duda es el caso de la poblacin indgena de Chiapas aglutinada alrededor del ezln y de la figura altamente mediatizada del subcomandante Marcos.

    La otra sorpresa fue ver cmo, con el acceso a la modernizacin, no se disolvan las identidades tnicas en el mbito nacional. W. Connor ya haba sealado este fenmeno en contra de las teoras de K. Deutsch quien pensaba que estas identidades se mantenan en el seno de las naciones por un dficit de comunicacin interna y una falta de mo-dernizacin. Ahora bien, si consideramos que las identidades tnicas se alimentan del flujo de comunicacin y de una interaccin con un otro (un otro lejano y cada vez ms cercano), es por tanto bien probable que se expresen por medio de nuevas construccio-nes discursivas y sobre la base de perpetuas negociaciones con el otro. Es significativo ver cmo a la par con este inters creciente por la construccin de nuevas identidades proliferan estudios que enfatizan la fuerza del mestizaje y de la hibridacin cultural. Es que las identidades tnicas se construyen alrededor de culturas que nunca fueron tan hbridas o mestizas como ahora. Reconocer este fenmeno y sealar la presencia de una retrica de la alteridad, segn la expresin de Gruzinski, no debera conducir a descalificar a los que reivindican el derecho a la diferencia1, ms an cuando este reclamo viene de pueblos2 que fueron sistem ticamente estigmatizados y dominados por ser considerados de ascendencia indgena. En este caso, es bien evidente que el derecho a la diferencia se combina con una reivindicacin de la igualdad. Al famoso queremos un mundo en el cual quepan varios mundos, las organizaciones indgenas de Mxico aaden: Nunca ms un Mxico sin nosotros!

    Ahora bien, la movilizacin tnica no es la nica que cuestiona la visin que tena-mos del mundo indgena. La expansin del protestantismo en reas de poblacin indgena manifiesta otra forma de movilizacin y de construccin de nuevas iden-tidades (en este caso religiosas) que nos muestra que algo est pasando en el seno de las comunidades. Como bien se ha dicho, el protestantismo puede provocar una ruptura en el seno mismo de las comunidades (y a veces en las mismas familias),

    1 Si bien todo es mestizaje e hibridacin, no todos los mestizajes y las hibridaciones son iguales.2 La utilizacin del trmino pueblos en vez de poblaciones no es un reclamo fortuito por parte de las

    organizaciones indgenas.

  • 10

    Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    ya que adems de romper con el credo catlico favorece nuevas conductas en el campo econmico, social y poltico. El protestantismo configura tambin nuevas lealtades y afiliaciones que cuestionan las modalidades tradicionales de control social. Provoca un cambio en las formas de articulacin y de mediacin que exis-tan entre las familias, las comunidades y el mundo exterior. As, su presencia y su dinamismo son considerados como una amenaza tanto por quienes defienden un orden tradicional como por quienes buscan la reconstruccin de la comunidad indgena alrededor de un nuevo proyecto tnico fuertemente politizado. En el ca-ptulo dedicado a este tema trat, apoyndome sobre casos concretos, de cuestionar una visin a veces bien reduccionista del asunto. Si bien es cierto que la adhesin a esta heterodoxia religiosa no puede suceder sin provocar fracturas, podramos decir igualmente que genera la politizacin de una identidad tnica ya que esta tiene por propsito explcito el cuestionar las fuerzas que dentro o fuera de las comunidades trabajaban en la reproduccin de un orden tradicional considerado como injusto y discriminatorio. Hay que entender el xito del protestantismo (o en otros lugares, de la teologa de la liberacin) como otro indicador de una gene-ralizada voluntad de cambio; y preguntarse por qu y cmo hombres y mujeres, a veces comunidades enteras, buscan una modificacin de sus condiciones de vida por esta va. Y considerar tambin si esta conversin es en s misma incompatible con la afirmacin de una solidaridad tnica y el reclamo de nuevos derechos.

    Ahora bien, cuando se tiene en cuenta quines son los que encabezan las nuevas orga-nizaciones indgenas y se hacen los mediadores y portavoces de los intereses tnicos en los foros nacionales e internacionales, observamos que se trata de una nueva lite indgena que tuvo acceso a una educacin formal (a menudo mediante las escuelas de los curas o de los evanglicos) y pudo, en una proporcin cada vez mayor, seguir su formacin hasta la universidad: son profesionales. Por tanto, los ms destacados defensores de los derechos culturales indgenas constituyen un grupo reducido, cul-turalmente mestizo y que se puede considerar como culto segn los parmetros de la sociedad dominante. De all se deriva parte de su poder, de su legitimidad y de su capacidad mediadora. Pero la dirigencia indgena no fue la nica que pudo acceder recientemente a la escuela, hasta cuando su nivel educativo sobrepasaba con mucho al del indgena raso. Uno de los cambios ms significativos de estas ltimas dcadas fue la penetracin del sistema escolar en las ms remotas comunidades indgenas, todava dbil los indgenas siguen constituyendo el sector de la poblacin con los ms bajos niveles educativos pero real. La escuela representa para ellos, antes que todo, castellanizacin y alfabetizacin; el acceso a una tecnologa y un saber indis-pensables para poder manejarse adecuadamente en la gran sociedad. Es un vector ineludible de la modernidad. Obviamente, su introduccin rompe con cierta forma de aislamiento cultural y/o con el control ideolgico ejercido por algunos sectores de la sociedad interesados en mantener al indgena en su atraso, en su ignorancia. Pero la educacin es tambin la base sobre la cual una cultura dominante y moderna puede ejercer su hegemona sobre otras culturas. Para bien o para mal, su introduccin abre profundas grietas en lo que se defina (con poco rigor) como una cultura ind-gena tradicional. Grietas que, aparentemente, son consideradas por la mayora de la

  • 11

    Introduccin

    poblacin indgena como el precio que hay que pagar por un cambio de situacin: no hay duda de que la presencia de la escuela es uno de los reclamos ms sentidos de las comunidades y hace parte del programa defendido por las organizaciones tnicas. El Estado no lo puede ignorar. Pero surge una pregunta: de qu escuelas se trata? De las que son organizadas por el Estado, de las que son soadas por las organizaciones tnicas, o de la escuela reclamada y vivida por las comunidades y sus familias?

    El sexto captulo, escrito para este libro, analiza la escuela como una cuestin de po-der. Poder desigual entre los grupos y las culturas que conforman una sociedad de hecho, quin decide la lengua, los programas? Quines acceden a la escuela y hasta dnde, etc.? as como el poder que confiere la escuela a quien pudo penetrar en ella y ver sus conocimientos ratificados por un diploma. Analizo en particular cmo, en el proyecto nacional diseado por la lite criolla desde el siglo pasado que ser desarrollado ms tarde en la poca nacional-populista, la escuela tena que cumplir un papel central en el proceso de mestizaje cultural y de modernizacin; un proceso que deba permitir, entre otras cosas, la nacionalizacin del indio. Y me pregunto: qu pasa con la escuela y este proyecto, hoy en da, cuando el Estado se compromete oficialmente a defender la diversidad cultural? y qu significan las propuestas de educacin bilinge promovidas por los movimientos tnicos? Concluyo volviendo a una de las temticas esenciales de este libro: cmo construir entre universalismo y comunitarismo un espacio de convivencia que permita reconocer los derechos cultu-rales propios de quienes se identifican a s mismos como indgenas, herederos de los primeros habitantes, sin encerrar por tanto a los individuos y los grupos en fortalezas comunitarias. Si Amrica Latina en un acto que le perteneca decidi asumir su pluri-culturalidad y reconocer como legtimo promover un proyecto de educacin bilinge y bicultural, no ser que el aprendizaje de la interculturalidad mediante la escuela es una obligacin para toda la sociedad?

    Hablando de nuevos derechos, impacta cmo Amrica Latina en el espacio de una dcada modific su ordenamiento jurdico para incluir en sus constituciones nuevos derechos colectivos para la poblacin indgena (y afroamericana). En total ruptura con la tradicin constitucional, catorce pases se reconocen hoy en da como naciones pluritnicas y multiculturales. Este reconocimiento cuestiona la visin histrica y filosfica segn la cual no poda existir otra forma de nacin en Amrica Latina que la nacin mestiza, visin que alimentaba el proyecto asimilacionista que fue desde el siglo pasado un pilar del indigenismo latinoamericano. Frente a este revolcn no faltan las voces que nos alertan sobre los peligros que implica la aceptacin del multicultu-ralismo. Habra una incompatibilidad entre los fundamentos liberales de una nacin democrtica pensada como compuesta por individuos libres de todas las afiliaciones comunitarias y el reconocimiento de derechos colectivos vlidos nicamente para una parte de sus ciudadanos. Se tratara as de regresar a una sociedad estamental abolida con la independencia; la cohesin social necesaria para una convivencia pacfica dentro de las fronteras nacionales sera fuertemente amenazada; la aceptacin de un comunitarismo tnico podra desembocar en la conformacin de nuevas fronteras entre grupos de poder desigual, etc. Tales crticas se formulan tanto por parte de autores

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    Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    que se ubican en el mbito liberal, como por otros que no renuncian al proyecto mo-vilizador de integracin social de tipo nacional-populista. Para estos ltimos, resulta particularmente sospechoso que esta aceptacin de una historicidad de los pueblos indgenas aparezca precisamente cuando los Estados, bajo la presin internacional (es decir, de los pases del Primer Mundo) se orientan hacia un neoliberalismo econmico muy poco favorable a las poblaciones en situacin de vulnerabilidad, lo que es el caso de la gran mayora de la poblacin indgena.

    Sin duda alguna, estas observaciones merecen ser tomadas en serio. Sealan la impor-tancia de las conquistas democrticas fundadas sobre el universalismo, los derechos del hombre y la idea del bien comn; nos hablan de la necesidad de un Estado pro-tector (pero no necesariamente autoritario) y del riesgo que representa un holismo sin contrapoder para el individuo. Pero tampoco se puede olvidar que la aceptacin del pluriculturalismo interviene como parte de un proceso de democratizacin; que corresponde a una demanda explcitamente formulada por las organizaciones ind-genas; y que, de hecho, la anterior poltica de asimilacin no resolvi la cuestin indgena. Importante tambin es observar, ms all de la disputa axiolgica, cules son las orientaciones concretas que toma la movilizacin tnica en diferentes pases, y si la aparicin de un actor indgena que defienda derechos culturales significa por su parte una voluntad de aislarse de otras luchas desarrolladas por varios sectores de la sociedad alrededor de intereses colectivos, nacionales.

    En el ltimo captulo, intitulado Proyecto tnico y ciudadana, retomo esta discusin y me pregunto por qu, a diferencia de lo que ha sucedido en otras regiones del mundo, la poltica de las identidades no ha desembocado (hasta ahora) en Amrica Latina en un comunitarismo tnico propicio a la violencia. Considero de primera importancia que precisamente las demandas tnicas pudieron encontrar una repuesta en el campo legal ya que esto permite institucionalizar la expresin de las contradicciones sociales que fcilmente alimentan el fundamentalismo tnico. Me parece significativa la volun-tad que tienen los actores tnicos de intervenir como tales dentro de la sociedad civil apropindose de la ley y del debate democrtico como suele ocurrir en una sociedad de derecho. Si bien no hay duda de que pueden aumentar en el futuro las contradic-ciones entre un reconocimiento de los derechos colectivos (derechos territoriales, a la proteccin del medio ambiente, a formas particulares de autonoma y de consulta, etc.) y otros aspectos de la poltica neoliberal implementada por los gobiernos latinoameri-canos, tambin es cierto que las poblaciones indgenas ya no estn tan desprovistas de las capacidades (legales, organizativas, discursivas, etc.) para defender sus intereses y participar au dbat public (en el debate pblico).

    Ciesas, Mxico, octubre de 2000

  • 1. itinerario:diario de un latino-europeo

    Le temps de vie pass a rverCombien dannes a-t-il dur?

    Trop souvent mon passNe fut que la vie mentie

    Dun futur imagin.

    F. Pessoa

    He aqu un difcil ejercicio: presentar veinte aos, cerca de un cuarto de siglo, de actividades profesionales. Librarme de ser observado y pedir a mis lectores, mis jueces, seguirme en este terreno... El procedimiento de habilitacin1 exige un texto de sntesis. Este puede ser entendido como un ejercicio de estilo en el que se hacen aparecer (o se dejan ver) las lneas fuertes de un trabajo, la coherencia, el equilibrio de una produccin, y en el que no todo es tan simple. Se trata del discurso sobre un discurso que le evite al lector apurado o muy ocupado, perderse en los meandros de la obra, y le proporcione a la vez un resumen y un hilo conductor. La casa ha sido aseada, cada objeto est en su lugar, todo es orden, calma y voluptuosidad. Esta manera de proceder tiene sus mritos, y lejos estoy de negar su inters.

    He escogido un ejercicio algo distinto. No decirlo todo como Jean-Jacques, pero ocultar lo menos posible. Esto supone tambin aceptar pasearse entre bastidores e incluso visitar en ocasiones las cocinas. Pero en las cocinas no todo es bello, no todo huele bien. Se trata de restituir as un itinerario (el mo), con su coherencia pero

    1 La habilitacin en Francia es un concurso nacional que reemplaza a la antigua tesis de Estado. Obtenerla otorga la facultad de dirigir tesis doctorales y de concursar para alcanzar el grado de professeur (el nivel ms alto en la enseanza superior).

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    Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    tambin con sus rupturas, con sus ires y venires, y buscar aquello que fue del dominio de lo contingente, de lo improvisado y de lo voluntario para restituir esta experiencia en su siglo. Una trayectoria individual, por modesta que sea, es el testimonio de una poca. Un grano de arena para la historia de las ideologas, de las mentalidades y de las instituciones, en beneficio, quin sabe, de algn investigador futuro (bella tarea que consistira en el estudio sistemtico de los trabajos de sntesis escritos para la ha-bilitacin en sociologa). Reanuda adems, con algunas decenas de pginas, aquello que podra pasar por una tradicin familiar, como lo atestiguan miles de pginas ms dejadas por un ancestro cuidadoso, mientras que en el mundo se declaraba la guerra (la grande, de 1914 a 1918), la tradicin de dejar el testimonio de lo que pensaba y viva un burgus reaccionario (con sus propias palabras).

    Esta decisin me conducir a hablar en primera persona, algo poco habitual para un investigador acostumbrado a un poco ms de pudor y quien aprendi en la univer-sidad la conveniencia de borrarse delante (o esconderse detrs?) de su sujeto. No nos ensearon acaso la neutralidad cientfica y la objetividad del investigador como imperativos categricos? Es verdad que en las aulas universitarias mis maestros eran economistas (o juristas) y que la economa pretenda ser una ciencia dura, lejos de toda ideologa y desprovista de sentimientos subjetivos. La subjetividad y el yo eran odiados. Y as lo siguieron siendo cuando, al trabajar sobre lo social, se trataba de pre-sentar los resultados de estudios realizados sobre el terreno, luego de una confrontacin con sujetos de carne y hueso, de la que nunca se sale indemne. Con el tiempo, todo investigador se pregunta si su propio trabajo es un medio de encontrarse a s mismo y se confunde con una experiencia de vida. l sabe que la eleccin de su sujeto, de los temas, de las pocas, de las regiones y de los mtodos no es inocente y con mayor razn en la universidad, probablemente porque all la libertad de eleccin es mayor. Pero eso le corresponde nicamente a l, y no es en ese terreno en donde se le pedirn cuentas. Poco importan las razones que lo hayan conducido a privilegiar tal sujeto o tal mtodo y que su vida haya cambiado. Es suficiente con que el sujeto encuentre quin lo asuma y con que el mtodo sea bueno. En esta regla implcita, en este juego no existen juegos sin reglas que busca que el yo no tenga lugar, nos hemos acomodado hasta el momento. Despus de todo, sin la separacin de lo pblico y de lo privado la vida no sera soportable. Y se soportaba. Que no nos critiquen entonces si, en el espacio de algunas pginas, pretendemos ir en contra de ello.

    Acabamos de hablar de la eleccin y de sus mviles. La libertad de la que hemos po-dido disfrutar en la universidad ese raro privilegio de poder decidir, prcticamente solos, sobre qu va a estudiarse y cmo dedicarse a ello tiene su precio. La liber-tad nos hace responsables. Y como se trata aqu de presentar veinte aos de trabajo, asumamos entonces esa libertad y nuestra eleccin. Pero como esa vida se confunde ampliamente con la nuestra, nos perdonarn si pasamos con frecuencia de una a la otra y si hablamos de ella. Es cierto que esta decisin no deja de tener riesgos y que puede cansar al lector o chocarlo. La tomamos porque ella puede tambin suscitar su inters y porque en todo caso debera proporcionarle algunos medios suplementarios para comprender y juzgar con todo el conocimiento de causa.

  • 15

    Itinerario: diario de un latino-europeo

    partiremos de Bien atrs

    1968: el descubrimiento de lo social

    Hasta esta poca, la clave de mi inters por lo que era entonces el Tercer Mundo se haba alimentado con la poltica extranjera de Francia, incluyendo las guerras colo-niales. La guerra de Argelia, la descolonizacin, el retiro de la otan, el Tratado de Roma, el reconocimiento de China, la gira latinoamericana del general De Gaulle, el Brasil de Goulart y, antes, la epopeya de Fidel, la invasin de Santo Domingo, Kennedy y Khrouchtchev, la crisis de los misiles, la Alianza para el Progreso, la India de Nehru y de Tibor Mende, el frica negra poco dotada y ambigua, y luego el Vietnam cito en desorden aquello que para m tena sentido. Pero los colores tambin: primero los del Paris Match de Dien Bien Phu, del canal de Suez y Budapest (tena entonces trece aos). Luego, la tinta negra de Le Monde y del Nouvel Obs y, tardamente, las actualidades del noticiero televisado. Ver el mundo desde Francia era lo ms natural. Escucharlo a travs de las conferencias de prensa de el General no lo era menos. Y se comprender esta atraccin por el gaullismo si le agregamos aquello que en el plano interior me motivaba: la restauracin de la Repblica y del Estado, la defensa de las instituciones, el artculo 16 y el referndum.

    Reclamarse del gaullismo antes del 68 no mostraba una gran originalidad. En este caso es un medio para situarse en un campo ideolgico y poltico y para proporcionar dos pistas: la primera trata de la cuestin social. Se entender que ella no estaba muy presente: la intendencia deba continuar, el dinero no era un valor, nos encontrbamos en el IV Plan, y progresivamente la situacin de Francia era floreciente. La segunda seala el lugar adonde se diriga mi imaginacin. Luego de mis lecturas de Julio Ver-ne, Oliver Curwood, Jack London, Fenimore Cooper, haca muchos aos, Francia me pareca muy pequea frente al vasto mundo, y era sobre este ltimo que, de manera confusa, yo planeaba trabajar.

    En 1967, como estudiante de economa, mi memoria de des2 estuvo dedicada al estudio del Pays Viganais. En esta regin situada sobre las mesetas catlicas, lugar de grandes tierras de cra de ganado, y sobre los Cvennes protestantes en donde dominaba la pequea propiedad y una produccin basada en una estrecha complementariedad entre agricultura y pequea industria, la economa pereca. Esta decadencia irreversible tena lugar luego de una serie de crisis, la ltima de las cuales fue la de los textiles. Para el Pays Viganais el turismo (poco desarrollado en esa poca) se presentaba como la nica solucin. Esa era al menos la tesis que yo defenda para la parte cvenole luego de haber intentado reconstruir el presupuesto de las familias campesinas y su evolu-cin (en las mesetas no tenan ni las mismas posibilidades ni los mismos problemas). En la eleccin de lo que fue mi primera investigacin se podr desde ya percibir un

    2 Diploma de Estudios Superiores en Economa, equivalente a un diploma de dea.

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    Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    inters por las sociedades rurales en transformacin. Y en el mtodo escogido para tratarlas, un gusto no desmentido por el trabajo de terreno (poco apreciado por los camaradas de entonces) y un tratamiento de las cuestiones econmicas que permite dar una mayor relevancia a la sociologa. Todo aquello era bien modesto, pero ese trabajo tendra como resultado la publicacin de un artculo, un premio y un puesto de asistente en economa.

    La vida pareca ya trazada. La preparacin de un segundo des (en ciencias pol-ticas) constitua la etapa siguiente en los estudios que, con la tesis de economa, hubieran podido conducirme a presentar la Agregacin3. El tema de la tesis ha-ba sido ya acordado con mi director, Robert Badouin: se trataba de estudiar el concepto de etapa en la teora econmica; cmo se plantea la cuestin del paso de un estado de desarrollo a otro. La obra de Rostow tena algn eco en Francia, as como tambin la controversia entre Lewis y Hisrchman sobre los modelos de crecimiento (equilibrado, desequilibrado). Para algunos, las simplificaciones abu-sivas de Rostow y su visin unilineal de la historia eran la respuesta de un pastor liberal y yankee a las simplificaciones de una pastora marxista. Yo acumulaba fichas de lectura cuando trabajaba sobre las nociones de punto de equilibrio, de transicin, de ruptura, sobre la oposicin entre crecimiento y desarrollo, el paso de lo cuantitativo a lo cualitativo, etc. Admiraba a Franois Perroux, pero J. K. Galbraith tena mejor humor. Estbamos en 1968.

    En el ao de 1968 fui asistente en una universidad de provincia en el seno de una facultad de derecho y de ciencias econmicas bastante conservadora (diremos mejor, reaccionaria). Fui adems estudiante; yo preparaba un certificado de etnologa en la facultad de letras y un des de ciencias polticas en mi propia universidad. Esto por decir que particip de diversas formas en lo ocurrido. Tena un pie en cada lado de la barrera y, en la poca, la barrera era alta. El movimiento social atraa al estudiante de sociologa; la crisis poltica, al de ciencias polticas; el cuestionamiento de los valores, de las jerarquas y de las instituciones de la autoridad, al joven asistente (23 aos) en economa. Debo decir que all, como muchos otros, yo encontraba mi inters. El hombre rebelde de Camus haba sido mi referencia en los cursos de filosofa; reforzaba lo que pasaba, segn mi familia y mis maestros, por un inconformismo de principio. La sociologa y sobre todo la etnologa me haban convencido de lo arbitrario de lo social. Si la norma no conduca a alguna trascendencia y si las sociedades no podan prescindir de ella, poda cambiarse. Me pareca entonces que el relativismo cultural, el funcionalismo e incluso el estructuralismo, todos esos ismos, defendan esa idea a su manera. El momento de la crtica haba llegado. Marcuse y Foucault se encontraban en nuestros escritorios junto con El 18 brumario, El izquierdismo, Enfermedad infantil (y senil) del comunismo y el Qu hacer. Ms tarde me di cuenta de que la crtica tiene tambin sus razones que la razn ignora...

    3 Agregacin en economa: concurso nacional para el profesorado universitario en economa.

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    Itinerario: diario de un latino-europeo

    1968 fue el descubrimiento de lo social. Pero tambin signific la muerte del padre. Siguiendo al movimiento estudiantil las multitudes se movilizaban pero sin violencia. En una universidad en ebullicin, lo que ayer era imposible, entonces estaba supera-do. Yo descubra en tiempo real los sindicatos, Billancourt, la Rhodiaceta, Chartley y Grenelle, y participaba en la creacin de una seccin del Sne-Sup4 en la facultad de economa. Era la revolucin! Escrita en caliente, mi memoria para el des de ciencias polticas, se titulaba La actitud de los sindicatos durante los sucesos de mayo-junio de 1968. Se trataba, en efecto, de los sindicatos obreros y de la traicin de la Confederacin General de los Trabajadores (cgt) que, contra los izquierdistas, haba escogido el recibo de pago y las reivindicaciones cuantitativas. Linda pretensin la ma: yo descubra el movimiento obrero en marcha, la historia se adelantaba a mis libros. Este texto empezaba con una bella cita de Rosa Luxemburgo que prometa a los sindicatos un amanecer de cnticos. Yo no conoca del marxismo ms que algunos lugares comunes y algunas verdades a medias, necesarias para mis estudios: Marx no figuraba en el programa, ni siquiera en el curso dedicado a la historia de las ideas econmicas. Agreguemos, sin embargo, que aunque se refera bastante a la cuestin de 1848 y a la Comuna, me costaba mucho trabajo identificar a De Gaulle con Na-polen. Este trabajo escrito al calor de la lucha y sustentado en octubre cuando se poda todava creer en que, pasadas las vacaciones, la entrada a clases no sera menos caliente, me vali la aprobacin del jurado, lo que dice mucho sobre la poca. No nos avergoncemos ni despreciemos a nuestros maestros. El trabajo era honesto, o digamos sincero, y ellos haban sido sometidos a una dura prueba.

    El hecho es que mi atencin se haba vuelto a centrar de manera brutal sobre la me-trpoli, y que las sociedades rurales, fuertemente ausentes del movimiento, fueron provisionalmente abandonadas en beneficio de las masas (urbanas) y del movimiento obrero. Yo volvera a tratar a un sujeto similar diez aos ms tarde, cuando, en relacin con la Fdration Gnrale de la Mtallurgie (fgm) de la Confdration Franaise D-mocratique du Travail (cfdt), realizara una investigacin sobre la empresa Renault en Colombia (condiciones de reclutamiento, organizacin del taller, gestin de la fuerza de trabajo, poltica salarial y accin sindical) (Gros, 1981). Yo deba encontrar all, en el Tercer Mundo (en la periferia), entre esa clase obrera en situacin de privilegio relativo, un estado de nimo, reivindicaciones y un compromiso izquierdista que me llevaran a algunos aos atrs. Tal vez volveremos a hablar de ello. Por el momento, abandonemos una universidad en pleno desbarajuste, la Francia del gran miedo y del cuarto azul horizonte, la ley Edgar Faure, Marcellin, y hagamos nuestras maletas: la hora de la cooperacin haba sonado.

    4 Sydicat National de lEnseignement Euprieur, el cual jug un papel activo en 1968.

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    Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    1970, amriCa latina, primeras rupturas, primeras opCiones

    Para ser reclutado como cooperante en vez de prestar el servicio militar, solicit viajar a Amrica Latina: a Bolivia por el Che y los mineros; a Mxico y Per, por las grandes civilizaciones precolombinas. Pero me enviaron a Colombia, al Liceo Francs Louis Pasteur. De este ltimo hablaremos poco. All hice amigos que todava conservo. All descubr tambin el mundo de los petits blancs pues ocupaba el cargo de intendente, aquel de los pequeos trficos, de las monedas de cambio, de la gestin de personal y de la burocracia administrativa. Una experiencia, en resumidas cuentas, bastante enriquecedora...

    Hablemos ms bien del pas que desde entonces no he podido dejar. Llegaba yo en pleno Frente Nacional y Lleras Restrepo terminaba su presidencia. La memoria de la Violencia (guerra civil que haba destrozado al pas) estaba an muy viva, pero el pas estaba en paz. Es verdad que de vez en cuando la guerrilla haca hablar de ella, pero, mantenida en los confines, no pareca amenazadora. El narcotrfico no exista todava como problema social, poltico y econmico, y an menos el narcoterrorismo. Camilo Torres estaba muerto, algunos de sus alumnos de sociologa de la Universidad Nacional haban perecido con l y otros comenzaban como profesores. El presidente, figura de primer plano en la Comisin Econmica para Amrica Latina (Cepal), trataba de modernizar el Estado para hacer de l un instrumento ms eficaz al servicio de una poltica de desarrollo autocentrado. Esto no resultaba evidente en un pas en donde la economa encontraba su origen en la accin de grupos privados slidamente orga-nizados bajo la forma de gremios (la federacin de productores de caf, la burguesa industrial de Medelln, los ganaderos, los azucareros, etc.) y donde el Estado estaba al servicio de los partidos (era clientelista). El Instituto de Fomento Industrial (ifi), que era un instrumento de esta nueva poltica, acababa justamente de firmar un con-trato con la Renault. Se hablaba mucho tambin de reforma agraria. Lleras Restrepo, quien haba sido instigador de la Ley de Reforma de 1961, haba prometido acelerar su ejecucin. El Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora) encargado de realizarla dispona de un presupuesto importante y sus funcionarios promovan una organizacin campesina la Asociacin Nacional de Usuarios Campesinos de la Reforma Agraria (anuc) encargada de canalizar las aspiraciones de los beneficiarios potenciales o reales de la reforma. Las organizaciones que representaban los intereses de los grandes propietarios manifestaban violentamente su oposicin.

    Todo esto despertaba mi curiosidad, pero mis horarios de trabajo (recargados) en el liceo casi no me permitan profundizar en ello. Pasaba el tiempo libre por las carreteras (en mal estado) del pas... y leyendo El capital (versin Pliade). Fue un descubri-miento. Es verdad que era la primera vez que yo estudiaba a profundidad sin ayuda un texto terico. Decir que fue un descubrimiento no significa que estaba de acuerdo con todo. El capital fue ledo con la medida del neomarginalismo que me haba sido enseada en la universidad. La teora del valor me pareci esencial, aunque no fuera verdaderamente nueva (Ricardo...) y, con ella, la de la plusvala en la que se basaba

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    Itinerario: diario de un latino-europeo

    el anlisis de la explotacin. Pero en cuanto a la teora de los precios, la cosa era distinta. Me gustaba mucho el anlisis de la acumulacin originaria y del desarrollo del capitalismo ingls. Sobre la baja tendencial de las tasas de beneficio, la pauperi-zacin absoluta (es verdad que poda ser relativa), la crisis inevitable del capitalismo, yo tena profundas reservas. Poco importa. Leer El capital en Bogot significaba, al levantar la vista del libro, tener delante no un pas industrial o posindustrial inmerso en la sociedad de consumo de masas, sino un pas subdesarrollado y dependiente. Volver ms adelante a hablar sobre la teora de la dependencia que no se encontraba en la obra de Marx (ni de Lenin) pero floreca en los escritos de la izquierda marxista latinoamericana (y pronto alimentara los mos). Si en la Francia floreciente de los aos sesenta, y para un estudiante de origen burgus, la explotacin a la Villerm haca parte de la historia, en Colombia la acumulacin capitalista, las conquistas sindicales y el fordismo no haban tenido impacto sustancial en las condiciones de vida de las clases trabajadoras. Las escenas de la vida cotidiana proporcionaban una sorprendente ilustracin de las relaciones de dominacin y de explotacin descritas por Marx. Y viajar por el pas, visitar el campo, era un buen medio para apreciar sobre el terreno la presencia de modos de produccin diversos y, as se deca, articulados.

    Pero si el marxismo poda dar algunas luces sobre las relaciones sociales de produccin y su evolucin en el pas, la brutalidad de la explotacin, la violencia de la miseria y las injusticias, la distancia considerable que separaba la oligarqua (clase dominante) de las masas permitan comprender mejor la atraccin ejercida por el marxismo sobre los intelectuales de la regin, fascinacin que, salvo excepciones notables, no ser muy desmentida en los aos siguientes. Hoy en da, cuando se produce un gran reflujo, es ms fcil encontrarle un sentido. Salidos casi todos de la pequea burguesa, miem-bros de las clases medias pero alejados del poder, su radicalismo se alimentaba con el espectculo de la miseria, de la humillacin ante la arrogancia imperial y, en muchos casos, con un sentimiento de culpabilidad por su situacin privilegiada frente a las masas. No siendo ni ricos ni verdaderamente pobres en un pas en donde las distancias sociales son ms marcadas que en Francia, ellos soportaban, como lo seala Franois Bourricaut (en el caso del Per), una posicin doblemente negativa. No nos burlamos, pues muchos de ellos eran mis amigos. Y la idea de que era necesario construir una nacin moderna, democrtica, independiente y ms igualitaria, el rechazo a la exclu-sin y a la fatalidad de la miseria son valores que merecen respeto. Es entendible, entonces, su exasperacin en una sociedad en donde el egosmo y el cinismo de las clases poseedoras no encuentran igual. De ah la tentacin de la violencia. Muchos cedieron a ella.

    Agreguemos que el marxismo latinoamericano profesado por algunos de mis cama-radas era sobre todo un leninismo que daba no solo una dimensin cientfica a la crtica social y la seguridad de estar en el sentido de la historia, sino que tambin justificaba las aspiraciones al poder de los intelectuales orgnicos. No era a ellos, dueos de la razn, a quienes corresponda conducir a las masas? Todo eso fue dicho muchas veces, pero mi propsito no es el de ayudar a quienes se encarnizan tardamente con el pasado. Hago mencin de ello al hablar del marxismo y de mi

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    Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    descubrimiento, y para anticipar algo de lo que sucedi cuando, algunos aos ms tarde, comenc un trabajo sobre las organizaciones campesinas y el movimiento indgena. Yo pasaba de la teora a la prctica y deba observar de cerca el funcio-namiento de algunos dirigentes de la izquierda poltica y sindical. De este anlisis deriv un pequeo artculo, algo crtico, en el que intentaba resumir mi experiencia. De eso hablaremos luego.

    Volvamos ahora algunos aos atrs. Recordemos un debate que operaba entonces como diferenciador poltico en el seno de la izquierda: a la visin de una Amrica Latina feudal, en aras de realizar su revolucin burguesa, ya promovida por la III Internacional, se opona otra no menos reductora pero ms provocadora: la de las sociedades atravesadas completamente por el capitalismo desde sus orgenes. Andrs Gunder Frank y Martha Harnecker, Paul Baran, Paule Sweezy y algunos otros daban argumentos simples y eficaces que alimentaban una lucha ideolgica que se prestara ahora a risa si no fuera porque algunos de sus alumnos perdieron la vida por ello. Toda la teora de la dependencia no se limitaba a esta simplificacin que llegaba a ser caricaturesca. Reconozcamos, sin embargo, que Fernando Henrique Cardoso y los tericos brasileos del Centro de Anlisis de la Realidad Brasilea (Cebrap) eran me-nos ledos que otros. En la opinin de muchos, la teora de la dependencia presentaba una visin radical de las conclusiones cepalinas sobre los obstculos estructurales que enfrentaba la bsqueda de la industrializacin sustitutiva: el deterioro continuo de los trminos cambiarios, la entrada masiva de capitales extranjeros bajo la forma de monopolios, la ausencia de reformas estructurales para ampliar el mercado interno, etc. Teniendo como base algunas verdades, se construa un discurso cuya eficacia me parece hoy sobre todo poltica.

    La gran poca de los regmenes nacional-populistas (segn la expresin de Alain Touraine) haba terminado. El sueo de una Amrica Latina que dirigiera su destino se alejaba. La segunda independencia prometa ser ms difcil y ms larga que la primera, salvo si la accin poltica lograba romper el nudo. Para asegurar el desarrollo no se trataba ya de afinar polticas econmicas, de revisar su copia, de hacer crecer el ahorro productivo o de intervenir en las tasas de cambio. Todo eso no era ms que la carabina de Ambrosio. Ninguna reforma de las estructuras era posible sin cambiar las reglas del juego y la naturaleza del poder. Y para cambiar el poder haba que tomrselo, simplemente. Tomar el poder equivala a enfrentar inevitablemente al imperio, cortar el hilo de la dependencia... La lgica era implacable, la alternativa estaba claramente dibujada: o bien seguir con el modelo actual, lo que no se hara sin una represin feroz contra las masas, la puesta en marcha de regmenes autoritarios encargados de cuidar los intereses de la oligarqua y del imperio y el desarrollo del subdesarrollo; o bien la revolucin (de hecho, la toma del poder por parte de un ejrcito de libera-cin nacional) y el riesgo de enfrentar el imperialismo americano. Quin entonces, cuando la revolucin sandinista no haba todava triunfado, imaginaba una salida a travs de regmenes democrticos encargados de aplicar una poltica neoliberal? Y, ms an, quin poda pensar que ello se producira en medio de una crisis econmica sin precedentes?

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    Itinerario: diario de un latino-europeo

    Agreguemos que la eficacia del modelo dependentista era tambin ideolgica. El mal se haba encontrado y era exterior. El gran Satn estaba en el norte luego de haber pasado por Occidente. La oligarqua cmplice se comportaba como una burguesa extranjera. El pueblo y los intelectuales, las clases medias e incluso las burguesas nacionales no podan considerarse responsables del subdesarrollo. La nacin estaba indemne. Era el destino. Tal era el clima que reinaba a mi llegada y que se mantuvo durante los aos siguientes. Gino Germani y su teora de la modernizacin ya no eran la frmula (la modernizacin era realmente posible?), como tampoco lo eran las teoras dualistas (reducidas en muchos casos a la caricatura). Y ni hablar del estructural-funcionalismo norteamericano sospechoso de trabajar para la cia... Allende acababa de ser elegido, eran los tiempos de la dependencia y de la revolucin.

    miGraCin y marGinalidad: el Caso las mujeres de las Ciudades y del Campo

    Para Colombia, que esperaba una hipottica revolucin, quedaba entonces la depen-dencia. La literatura que trataba sobre el tema era ms que todo extranjera, pero ya existan algunos libros de produccin nacional en el mercado, no tan numerosos y poco voluminosos, pero que influyeron durante mucho tiempo sobre sus lectores. Saludemos a algunos de esos precursores locales: Antonio Garca, Luis Eduardo Nieto Arteta, Orlando Fals Borda, Francisco Posada, etc. Algunas revistas presentaban tambin textos tericos de valor muy desigual, artculos en forma de programas polticos y estudios histricos en los que el pasado era repensado a la luz de este nuevo anlisis y, para algunos, de Althusser. No es de extraar que, habiendo decidido aprovechar el tiempo de mi cooperacin para realizar una investigacin, la teora de la dependencia me influenciara y me procurara una gran parte de sus argumentos: yo no era el nico, esta teora rompa con el optimismo desarrollista y deca algunas buenas verdades, y a la hora de la crtica an no haba sonado.

    Hablemos mejor de esta investigacin y de su razn de ser. Mi futura tesis de econo-ma pretenda tener inspiracin terica (obligatoria para la Agregacin) y la idea era aprovechar ese ao pasado fuera de Francia para continuar por el lado de la sociologa y del trabajo de campo. Pero en cuanto al ao sabtico, yo estaba dedicado a las horas de oficina, a la contabilidad y la gestin del personal. El sujeto escogido haba sido dictado por el peso de las circunstancias y del azar. Una vasta encuesta haba sido realizada en el pas por el Centro Latinoamericano de Demografa (Celade) con el objetivo de determinar, a partir de un gran nmero de variables, cules eran los cono-cimientos, la actitud y la prctica de las mujeres de las ciudades y del campo ante la dimensin ptima de la familia y la planificacin de los nacimientos. Grandes medios se haban movilizado con tal fin: el cuestionario tena ms de cien preguntas y tres mil mujeres haban sido encuestadas. Uno de los responsables del proyecto, Ramiro Cardona, buscaba un socilogo que quisiera explotar un material que haba quedado, como sucede regularmente en estos casos, bastante inexplorado. Y l se comprometa

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    Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    a dar las facilidades para el tratamiento informtico necesario. Mi proposicin, acep-tada, consista en retomar los cuestionarios para estudiar las diferencias de actitud y de comportamiento entre el campo y la ciudad en materia de prcticas sexuales, salud, educacin, expectativas profesionales, diversiones, proyectos migratorios y cruzarlos a partir de variables tales como los ingresos, el nivel de educacin formal, el lugar de residencia, la edad, etc. Comenc entonces a trabajar, en Colombia primero y luego en Francia (Gros, 1974).

    La eleccin del tema fue casual. La manera de tratarlo tena que ver con un compromiso. Yo heredaba un material tpico de esas grandes encuestas promovidas por la sociologa norteamericana y financiadas por las poderosas maquinarias internacionales. Era en-tonces para m la oportunidad de acercarme a los mtodos de la sociologa cuantitativa y de familiarizarme con el uso de las tcnicas informticas en materia de investigacin (estbamos en 1970). Pero me encontraba lejos de lo cualitativo y del procedimiento antropolgico que hubiera querido aplicar; y lejos tambin del marxismo, o, mejor, de las teoras de la dependencia que haba descubierto. El hecho es que en mi tesis yo mezcl los gneros. Robert K. Merton haba mostrado bien la dificultad en el uso de los datos cuantitativos. Lazarsfeld y Boudon tambin. Las causalidades reveladas pueden perfectamente ser engaosas e incluso inversas. Se escucha con frecuencia que se puede hacer decir a las cifras lo que se quiera, que una botella medio llena puede estar medio vaca, etc. Es verdad que existen datos indiscutibles, cruces slidos, procedimientos para verificar el sentido de una causalidad. De resto, casi todo es un asunto de interpretacin, de comentario. Es all en donde la imaginacin sociolgica apreciada por Wright Mills es solicitada, en donde lo cualitativo la comprensin de Weber retoma sus derechos, y es all tambin en donde no podemos prescindir de utilizar un marco terico basado l mismo en algunas hiptesis.

    Para lo cualitativo, yo no dispona ms que de una experiencia difusa de la sociedad colombiana y de algunas buenas lecturas. De ella solo citar una en forma de home-naje, Familia y cultura en Colombia de Virginia Gutirrez de Pineda. Esta obra, poco conocida en la poca, presentaba con talento la diversidad de las culturas regionales descubiertas por la autora a travs de una institucin: la familia. Yo la utilic ampliamen-te y lamentaba que no existieran otras del mismo calibre. Escrita en los aos sesenta, ella daba testimonio de una Colombia que se alejaba al ritmo de su modernizacin sin por ello desaparecer.

    En cuanto al marco terico, mi trabajo estaba bien fechado. Y doblemente. He hablado un poco sobre la teora de la dependencia y sobre cmo ejerca su hegemona. Ella debera procurarme el marco general que diera cuenta de la estructura de la sociedad colombiana y de sus transformaciones. En particular, de la razn de ser del movimiento migratorio, la forma adoptada por el proceso de urbanizacin y de industrializacin. Debo hablar ahora de mi eleccin de las teoras de la marginalidad. Entre quienes utilizaban la dependencia como teora general para explicar las formas adoptadas por las sociedades del Tercer Mundo, exista una querella muy fuerte sobre el empleo del concepto y de la teora de la marginalidad. En el centro del debate estaban las

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    Itinerario: diario de un latino-europeo

    poblaciones de origen rural que en nmero creciente llegaban a apiarse en los tugu-rios y otras villas miserias para formar lo que se llamaba comnmente los barrios marginales. Estas poblaciones estaban mal integradas a la produccin (no se hablaba todava de sector informal), parecan portadoras de modos de comportamiento y de valores venidos del campo (se evocaba la ruralizacin de las ciudades) y constituan de alguna manera una variante de las clases peligrosas que Europa haba conocido en los principios de la industrializacin. Pero aqu se prefera calificarlas como marginales de acuerdo con un vocabulario ampliamente utilizado por la escuela de Chicago. Los socilogos norteamericanos (Parks, Lee...), dedicados a las modalidades del desarrollo en las grandes ciudades, utilizaban en efecto este trmino para dar cuenta de la difcil insercin de los migrantes y de la formacin de guetos en su pas. De manera ms general, la teora de la marginalidad se presentaba como una teora de la desviacin fuertemente marcada por el nominalismo.

    Al sur del ro Grande el concepto tomaba una geometra variable y reinaba una enorme confusin en cuanto a su utilizacin. En algunos trabajos tena un valor meramente descriptivo. Se hablaba de los marginales como poda hablarse de los pobres, resaltando un cierto nmero de atributos considerados como caractersticas propias de ellos. Dentro del uso trivial el trmino poda tener un doble empleo junto con aquel de pobladores, invasores o poblacin lumpen. Pero, con ms frecuencia, desbordaba esa dimensin descriptiva para convertirse en un concepto analtico. La marginalidad remita entonces a diferentes teoras que se podan calificar segn el caso de estructural-funcionalistas o de culturalistas. En este ltimo caso, se explicaba la no-integracin de los individuos migrantes por el choque cultural que supona el paso brutal de una cultura rural (tradicional, folk) a una cultura urbana (moderna). A partir de dicho choque deba nacer en los individuos incapaces de asumirlo toda una patologa social (desviacin, delincuencia, anomia...) y deban formarse cultu-ras especficas (ms que todo subculturas). Se consideraba que estas culturas de la pobreza o de la marginalidad encerraban al migrante en su gueto y constituan un obstculo para su integracin futura. La marginalidad como problema social remita a una accin teraputica de parte del Estado, a una poltica asistencialista. Por otra parte, la Alianza para el Progreso y sus Cuerpos de Paz podan contribuir a ello. Recordemos los programas de lucha contra la pobreza que la Amrica de Johnson se propona poner en marcha en la misma poca en su propio pas, para conquistar esa nueva frontera. Recordemos tambin cmo ms al sur, en Chile, la democracia cristiana alcanzaba cierto xito en ese campo (con el apoyo de algunos jesuitas como Veckemans, quien se haba labrado una cierta reputacin en ese terreno, y se encon-traba por esa misma poca en Colombia).

    Para los dependentistas esta teora no era aceptable. El individuo dependa de la estructura y de su funcionamiento. La no integracin, cuando tena lugar, no remita a mecanismos culturales y a individuos, sino a la forma adoptada por el proceso de acumulacin, el modelo aceptado para asegurar el desarrollo. Este ltimo, llegado del exterior, introduca rupturas brutales, desajustes, bloqueos, una forma particular de desarticulacin que explicaba a la vez la amplitud del proceso migratorio en el campo

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    Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    y el carcter excluyente del mercado de trabajo en las ciudades. En este anlisis, los marginales eran primero tomados en cuenta por la modalidad de su insercin en la actividad econmica. Ellos no eran necesariamente migrantes enfrentados a un choque cultural. Y si se poda observar la presencia de comportamientos desviados y de una forma particular de patologa social, ello no explicaba la no integracin de los margi-nales sino que era ms bien su consecuencia. Los marginales eran el producto directo de la dependencia y la ilustracin de sus perjuicios. Para algunos, la dialctica hara que ellos se convirtieran algn da en los sepultureros de dicha situacin.

    Entre los partidarios del enfoque estructural-marxista dos lneas se enfrentaban. De un lado, estaba la que planteaba que hablar en trminos de marginalidad no intro-duca nada nuevo, a no ser la confusin, por lo que propona un retorno al arsenal conceptual del marxismo ortodoxo para explicar este fenmeno. De otro lado, se en-contraba aquella lnea que vea en esta situacin una particularidad de las sociedades latinoamericanas contemporneas y propona hacer de la marginalidad un concepto coherente que tuviera su lugar en el seno de la teora de la dependencia. Yo me situaba en esta ltima, tratando de crear un vnculo entre el anlisis de Anbal Quijano, quien hablaba en trminos de polo marginal (convertido hoy en sector informal), y la teora de Jos Nun, que me pareca la ms coherente desde el punto de vista estrictamente conceptual. Desde esta perspectiva, el modo de desarrollo adoptado converta a la poblacin marginal en parte excedente, no funcional, de la sobrepoblacin relativa, que no poda ser nicamente asimilada a un ejrcito industrial de reserva. Aunque pudiera considerarse como resultado de dicho modo de desarrollo, yo no rechazaba en bloque toda una serie de anlisis propuestos por los partidarios del enfoque culturalis-ta, y alimentaba la ms grande admiracin por la obra de Oscar Lewis (Los hijos de Snchez, La vida..., etc.) que era vilipendiada entonces por la mayora de mis amigos latinoamericanos. Por otra parte, si hubiera deseado rechazar dichos anlisis, me hubiera enfrentado a un contrasentido al utilizar el material emprico que constitua el punto de partida de mi trabajo.

    Si doy tanta importancia a una tesis que puede parecer lejana, es por muchas razones. Lo he dicho ya: tanto el tema de la investigacin como su origen y el marco conceptual utilizado, todo es fcilmente datable. Adems, en la presentacin de este itinerario me parece importante dar fechas, porque dicho trabajo deba determinar tambin mu-chas de las cosas: mi retorno a Francia, los sobresaltos de mi carrera universitaria, la entrada, para bien o para mal, en el estrecho crculo del latinoame ricanismo.

    asistente de soCioloGa en montpellier

    Habiendo viajado a Colombia como economista, deba volver a Francia dos aos ms tarde como socilogo. Esto significaba para m una ruptura, aunque si se vea desde el punto de vista institucional tendra su propia lgica. Primero, haba llevado a cabo

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    estudios paralelos a la economa (pero en un menor grado) y haba establecido relaciones con los profesores y estudiantes de la facultad de letras. Por otra parte se encontraban el choque de 1968 y luego aquel de 1969: la orientacin hacia una economa cercana a las ciencias sociales en la que yo militaba haba sido dejada de lado en beneficio de la econometra por la cual no tena ni el gusto ni probable-mente se contaba con los medios que era muy importante en una universidad que pareca preocupada por cerrar sus fisuras (la toga nunca haba sido tan utilizada como en aquella poca por mis colegas juristas...). Y para finalizar, recib una propuesta oportuna y adecuada para un puesto de asistente en sociologa. Renunciaba entonces a mi universidad para encontrar nuevos colegas. La verdad sea dicha, yo no conoca gran cosa sobre la sociologa, pero no era el nico. Porque en Montpellier se poda perfectamente obtener una licencia en esa materia sin haber jams ledo un clsico ni un manual. Mi curso de sociologa general haba tratado sobre los utopistas, solamente, porque Jean Servier, quien enseaba con talento, estaba escribiendo una obra sobre el tema. Fuera de ello, no haba visto otras cosas. Y luego, como estudiante, me haba dedicado sobre todo a obtener el certificado en etnologa... Debo a mi trabajo de tesis y a un curso de metodologa-epistemologa, novatada clsicamente atribuida a los recin llegados, el saber un poco ms. He hablado algo sobre la tesis. Digamos algo sobre mi iniciacin como socilogo de carrera. Fue una novatada til: yo trabajaba duramente para llenar mis lagunas, lo que fue tambin un placer. Este aprendizaje era simultneo con un seminario experimental de introduccin al trabajo de campo. Escog como tema un estudio de los bailes y fiestas de pueblo en la regin de Montpellier y, al ao siguiente, un trabajo sobre los bailes y fiestas de barrio en la ciudad. No sobra decir que la observacin era frecuentemente participante... Este trabajo colectivo, que supona un paso constante del mtodo a la prctica, fue suficientemente exitoso. Dos informes fueron redactados, y por lo que s todava son citados.

    Luego del trabajo realizado en Amrica Latina, esta primera investigacin realizada en Francia hubiera podido ser el principio de una nueva orientacin hacia una socio-loga centrada en la regin. Yo lo deseaba en parte, porque no quera romper con mi regin de origen para dedicarme de tiempo completo a las investigaciones que me condujeran lejos de Francia. Fue dentro de ese espritu que algunos aos ms tarde, cuando ya tena un cargo en Pars, deb responder junto con mis amigos economistas del Centro Regional de Productividad y de Estudios Econmicos (crpee), creado por Jules Milhau, a una licitacin del Centro Nacional de Investigacin Cientfica (cnrs) sobre el cambio social que deba conducirme a los pueblos de la regin5. Eso era sobre todo lo que hubiera querido mi director de tesis, quien deseaba que yo abando-nara el trabajo comenzado en Colombia. Yo me negaba. Abandonar mi tesis con el pretexto de que su inspiracin era marxista (hemos visto de qu manera) y ser fiel de esta manera a lo que quera la escuela de sociologa de Montpellier no correspondan a la idea que yo tena de la universidad. No hablar ms de ello, sino para decir que le debo a Alain Touraine el haber podido terminar mi tesis, que gan mucho con ello

    5 Vase Gros (1974: 195).

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    y que se lo agradezco. Ser asistente en un departamento creado alrededor de una persona y por ella y rechazar, con o sin razn, el juego que eso supone, es una situacin muy poco cmoda y que no puede mantenerse. Esto sucedi durante cuatro aos. Superemos esto. Un puesto de maestro asistente acababa de crearse en el Institut des Hautes Etudes de lAmrique Latine (Iheal). Deba a mi tesis el haber conocido a Alain Touraine, y a mi gusto inmoderado por los indgenas y por la Amazonia el haber encontrado a Pierre Monbeig6. Ambos me aconsejaron presentar mi candidatura. Yo dudaba. Viviendo en Montpellier y siendo padre de familia (tres hijos), ello no era sencillo. Pero me decid. Mi candidatura fue aceptada. Dejaba mi vieja universidad con alivio. No saba todava que iba a convertirme en un latinoamericanista.

    amazonia: atenCin, un indGena puede esConder otro!

    He citado ya a Fenimore Cooper. Hubiera podido citar a otros, pero era el mejor. A los diez aos yo realizaba tiroteos en las llanuras y fumaba la pipa de la paz. Contra los cowboys, brutales y groseros, ladrones de tierras, yo estaba con mis hermanos pieles rojas. Admiraba su silencio, su coraje y su ferocidad. Imaginaba que me haban secues-trado, lejos de la escuela y de mi familia. Yo soaba.

    Diez aos ms tarde, encontraba a mis amigos en otros libros y en las aulas de la uni-versidad. No eran todos rojos, pero poco importaba: en frica, en Oceana o en las Amricas ellos me hablaban de un mundo distinto y de otros valores. La etnologa en Montpellier pretenda ser la herencia de Griaule. Al lado del Dios del agua, Do kamo tena tambin su lugar. Eran obras bellas. La antropologa marxista era el diablo. El estructuralismo tambin. Poco importan las censuras, la Pequea Biblioteca Payot ofreca a precios imbatibles algunos buenos autores de antropologa anglosajona, y Lvi-Strauss, ledo bajo el abrigo, no poda ser mejor. La coleccin Terres Humaines exista ya. Don C. Talayesva nos hablaba de los hopi; Huxley, del Xingu; Metraux, de la antropofagia ritual; y Lvi-Strauss, del pensamiento salvaje. En resumen, el hilo no haba sido cortado.

    En 1970, Robert Jaulin public La paix blanche. Si cito esta obra es porque ella seala una poca y una generacin. La generacin de la que Lizot, Clastres y Mo-nod forman parte. La poca en la que una enseanza pirata o salvaje propona una crtica de la antropologa sabia a los estudiantes que no tenan casi el tiempo o el gusto de estudiarla. En los Cvennes, las comunidades se proponan vivir da a da una contracultura, una utopa en la que el buen salvaje tena diplomas y prefera hacer el amor y no la guerra. Otras tribus optaban por establecerse en fbricas. La

    6 Gegrafo, fundador y director del Iheal.

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    endogamia era ms bien la regla. En mi caso, como era profesor y padre de familia, practicaba la utopa de medio tiempo.

    Jaulin fustigaba la pretensin del Occidente materialista y consumidor de erigirse como modelo exclusivo. Denunciaba la negacin del otro, el etnocidio del que eran vctimas las poblaciones indgenas. l militaba con otros por una antropologa comprometida. La paix blanche hablaba tambin de los indgenas bari. Y all, el etnocidio, o sea el genocidio, era algo bien concreto. Los bari vivan en la frontera colombo-venezolana, en la sierra de Perij, llamada tambin sierra de los Motilones. Sus tierras suscitaban la codicia de las compaas petroleras y de los colonos. Su fuerza de trabajo era tanto de unos como de otros. Su alma era de los misioneros, protestantes y catlicos. Los indgenas bari no eran sino un ejemplo entre otros de la situacin vivida por las pobla-ciones amerindias en la regin. Y, desde ese punto de vista, Colombia no era el peor pas. Ni el mejor. En la misma poca, la masacre impune de los guahibo, habitantes de la regin de Planas (departamento del Meta), haba originado un gran escndalo. Era 1970 y yo estaba all. Tuve la posibilidad de viajar en compaa de amigos etn-logos por el Vaups, ms precisamente por el ro Piraparan. Volv de la expedicin decidido a regresar. El Vaups era entonces un paraso para un etnlogo. Un paraso ampliamente inexplorado. Los tucano orientales que lo pueblan estn subdivididos en una veintena de grupos que poseen su propia lengua, su territorio, su identidad y sus mitos. Bajo el impulso de G. Reichel-Dolmatoff, quien tras las huellas de Rivet puede ser considerado como el fundador de la antropologa colombiana moderna, muchos etnlogos comenzaban a interesarse en ellos. De tal suerte que esta tierra prometida funcionaba como una especie de laboratorio internacional en donde se codeaban franceses, suizos, alemanes, ingleses, americanos y... colombianos. Haba lugar para todo el mundo y mucho trabajo por hacer.

    Tres aos ms tarde mi proyecto deba concretarse. No pudiendo esperar una ayuda de mi universidad, fui a Pars para ver a Pierre Monbeig. No lo conoca. Me recibi con su habitual cortesa. Mi proyecto le gust y decidi ayudarme. Gracias a su intervencin, obtuve una misin (sin viticos) del cnrs. Yo no aspiraba a ms. Maurice Godelier, a quien encontr, me anim tambin. He aqu mis apoyos. Ellos me fueron tiles.

    En la introduccin de mi libro Colombia indgena: identidad cultural y cambios so-ciales explico mi tema y las condiciones de mi investigacin. Resumamos. Viajando con Patrice Bidou quien, bajo la direccin de Lvi-Strauss, tena ya bien avanzada su tesis sobre los tatuyo, decid apoyarme en las investigaciones en curso sobre las estructuras sociales, la mitologa, el chamanismo, etc., entre los indgenas tucano (los tatuyo forman uno de los grupos tucano) para explorar una cuestin bien precisa: cules eran las consecuencias de la introduccin de las nuevas herramientas (esen-cialmente el hacha, el machete y la carabina) sobre la produccin y las formas de organizacin social de los tatuyo? A esta primera cuestin se agregaban otras: cmo se resolva el problema del aprovisionamiento?, qu significaba la introduccin de la mercanca?, no habra all elementos para una nueva e irreversible dependencia? Yo me situaba entonces en un doble campo: el de la economa en las sociedades

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    donde la economa no se presenta separada de otras relaciones sociales que parecen determinarla, en particular el parentesco y el de un anlisis de los cambios sociales. Mi enfoque introduca de nuevo la historia ya que pretenda trabajar sobre sociedades que haban dejado de ser fras y quera explicar el cambio social bajo el efecto de su inclusin en el seno de una sociedad dominante.

    En este aspecto, y aunque modesta, mi investigacin ocupaba un lugar particular entre los trabajos que constituan entonces lo esencial de la investigacin en esta regin. Porque la gran mayora de mis colegas no haban ido tan lejos, a la selva, para estudiar lo que llegaba a transformar (destruir?) el mundo indgena. La tendencia era ms bien comportarse como un arquelogo que, despojando el terreno de todo lo que la historia reciente ha podido aportar, intenta reconstituir por medio de excavaciones los aspectos de las culturas desaparecidas actualmente. Digamos tambin que la antropologa, sobre todo aquella de inspiracin estructuralista, tena otras preocu-paciones, y agreguemos que en el Vaups, ms que en otra parte, se poda mantener la ilusin de que las sociedades indgenas eran grosso modo fieles a su pasado. M. Sahlins acababa de publicar Stone Age Economics, obra en la que defenda la idea de que la fuerte productividad de los sistemas tradicionales de produccin asociados a la limitacin de necesidades provocaba un estado de abundancia pri-mitiva entre las sociedades consideradas hasta entonces como las ms precarias. Si era cierto que el tiempo de trabajo utilizado en satisfacer las necesidades del grupo era mnimo entre las poblaciones de cazadores nmadas y aquellas que practicaban la horticultura de quema en el marco de una sociedad sin Estado, qu pasaba cuando una nueva tecnologa era introducida? En qu sentido las opciones iban a operarse y con qu lgica? Curiosamente el trabajo de campo me hizo poner el dedo sobre una desigualdad de condicin, una forma de dominacin en la que no haba casi pensado: aquella que preside en toda sociedad la relacin entre sexos. Por un azar que remite aqu a la forma adoptada por la divisin sexual del trabajo (los hombres son predadores, desbrozadores de la selva, cazadores y pescadores; las mujeres son agricultoras), encontr que eran las personas de sexo masculino los grandes beneficiados de esta nueva herramienta en su actividad tradicional. Qu iba a resultar de ello? Yo observ que, por no querer cambiar la reparticin tradicional de los roles entre sexos, un nuevo desequilibrio se introduca entre el tiempo de trabajo cumplido por cada uno. Las mujeres deban compensar con un aumento de actividad una productividad ms fuerte de parte de sus maridos. El recurso a una serie de mecanismos secundarios atenuaba, sin embargo, lo que para ellas era la consecuencia mayor de esta revolucin tecnolgica.

    Pero la historia puesta en marcha de esta manera no se detena all. La herramienta de hierro, que no era producida por ellos, estaba destinada a convertirse en una mercanca (nueva categora en el seno de la economa indgena), y como tal no llegaba sola. La presencia de la mercanca manifestaba la prdida de la autonoma del mundo indgena. Qu dar ahora a cambio de los objetos que se desean, que no se saben producir y de los cuales no se puede prescindir? Los hombres, los brazos, los productos, el alma? Los misioneros y tambin los comerciantes, los agentes del Gobierno o los patrones del

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    caucho aprovechaban la existencia de esta superioridad tecnolgica, de su capacidad de disponer de mercancas, y de la dependencia que ella provocaba, para establecer su empresa e intervenir brutalmente en las sociedades indgenas.

    He aqu un resumen del objeto de esta primera investigacin realizada luego de mi tesis, investigacin que fue publicada en los Cahiers des Amriques Latines y que de-bera orientarme en forma duradera en direccin de una sociologa de las poblaciones indgenas.

    Flashes

    En 1976 deba volver a Colombia en el marco de una misin financiada por el Centre de Recherche et de Documentation sur lAmrique Latine (Credal). Haca ya dos aos que trabajaba en el Iheal y viajaba cada semana de Montpellier a Pars. Gastaba dos noches en tren en cada viaje (durante ms de diez aos). Yo era un turbo-profesor (todava no exista el tgv), pero en sentido contrario: yo suba a Pars (para las gentes del sur, el norte est arriba como en los mapas), me quedaba tres das, o a veces ms, y volva a ver a mi familia. ramos bastantes los que vivamos as una doble vida. Algunos pensaban que eso no era vida... En el tren, yo imaginaba viajes ms largos y menos montonos. Mi mente trabajaba en eso.

    En mi proyecto de misin yo trazaba las lneas principales de una investigacin que me ocupara en los aos venideros. Pensaba que como mximo me llevara dos o tres aos. El proyecto nunca se realiz tal como lo haba imaginado y la investigacin durara ms de diez aos al ritmo de las oportunidades aprovechadas para visitar el terreno: idas y venidas. Pero, mirando en detalle los diferentes temas que yo pretenda tratar, finamente los investigu (en orden disperso y a veces yendo ms lejos de lo que haba imaginado). Por eso, incluso si hoy veo las cosas de otra manera, no me arrepiento en nada de la propuesta que realic entonces. Este proyecto define bien un punto de partida para un conjunto de estudios sobre la Colombia agraria, campesina e indgena. Y conlleva una decisin: aquella de otorgar una gran importancia en mi investigacin al anlisis de los movimientos sociales.

    Evocar un anlisis de los movimientos sociales tena un sentido sensiblemente di-ferente segn se encontrara uno en Francia, bajo la influencia de Alain Touraine, o en Amrica Latina, bajo aquella de la tradicin norteamericana. Para los socilogos formados en Estados Unidos se trataba todava de situarse ampliamente en el campo abierto por la escuela de Chicago y Smelser, de una sociologa conservadora que consideraba los comportamientos colectivos como una suma de los individuales, y que vea en el movimiento social menos un factor de cambio que una respuesta, casi siempre irracional, provocada por este ltimo: de alguna manera se trataba de una conducta de crisis producida por las transformaciones estructurales insepara-bles del proceso de modernizacin. Para los funcionalistas, el movimiento social

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    representaba el fracaso del sistema institucional en la regulacin de los conflictos. Tambin era el reflejo de la necesidad de ir ms lejos en la puesta en marcha de un orden racional en donde el individuo deba encontrar su lugar. En efecto, los desarro-llos ms recientes de la sociologa norteamericana ilustrados por autores como Olson o Salisbury (Tilly no haba publicado todava From Mobilization to Revolution) no tenan, hasta donde yo saba,muchos mulos. Sin embargo, la teora del paradigma movilizacin de recursos, que propona analizar la accin colectiva en trminos de la lgica de la interaccin estratgica y acentuaba el carcter instrumental y racio-nal de las organizaciones colectivas, era ciertamente prometedora (el movimiento social como una accin colectiva encargada de defender los intereses individuales ejerciendo su accin sobre los sistemas de decisin y sobre el poder, ya fuera del Estado y sus instituciones o de la empresa). Pero, frente a una sociologa compro-metida que prefera la denuncia crtica y el estudio de la dependencia al anlisis de los movimientos sociales, no pareca haber lugar para los estudios empricos finan-ciados por organismos pblicos guiados por imperativos de gestin (cmo absorber al menor costo las poblaciones migrantes, cmo disminuir la violencia urbana y la anomia, cmo organizar los barrios marginales, etc.). De ah el rol casi nico de Alain Touraine quien en su profesorado de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (lehess) lleg a formar a una generacin de socilogos latinoamericanos (la mayora exiliados en Pars) alrededor de una visin exigente del movimiento social en ruptura con los esquemas historicistas (marxistas) y con el enfoque funcionalista.

    Mientras que en las ciencias sociales, al menos en Amrica Latina, el determinismo econmico pareca dirigir el estudio de las sociedades agrarias ya se tratara de la naturaleza de clase del campesinado, de su inevitable descomposicin, del carcter campesino de las poblaciones indgenas, de las lgicas que conducan las polticas pblicas, o de las formas adoptadas por la acumulacin y el desarrollo, etc., yo pensaba que el estudio de los movimientos sociales campesinos deba permitir al investigador volver a introducir en la escena social los conflictos con sus verdaderas dimensiones y llamar a un espacio de libertad en cuyo seno la accin social retomara sus derechos. El movimiento social era a la vez el medio de comprender a los grupos en sus mltiples dimensiones, en sus relaciones con los otros y en una totalidad atravesada por la historia, que no estaba predeterminada. El estudio de las formas de las acciones colectivas, de las movilizaciones, ofreca tambin la ventaja de hacer or una palabra que no estaba escrita, que era rechazada, negada: aquella de los oprimidos, de los pobres, de los trabajadores, de los campesinos, de los colonos, de los indgenas, una multitud que llenaba la escena y sus bastidores, una escena cada vez ms inestable y en movimiento.

    Y, ya que hablo en trminos teatrales, prolonguemos esta metfora. Cuando se sigue una accin en el tiempo durante muchos aos, habr algo ms apasionante que ver en cada acto a una multitud de actores moverse, cambiar de mscaras y de vestidos, envejecer, desaparecer y ser reemplazados al ritmo de la accin: aqu los terratenien-tes, los comerciantes, los villanos capitalistas; all las comunidades campesinas o indgenas con sus asesores; ms all las instituciones, los sindicatos, la Iglesia, el Estado bajo diferentes hbitos (el juez, el polica, el militar, el tcnico, el alto

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    funcionario...); y luego, la multitud, los hombres, los jvenes y los viejos, aquellos que estn a favor de la modernidad y el cambio; aquellos que defienden la tradicin, la regla, las jerarquas, los usos; aquellos que quieren romperlo todo, los traidores y los conciliadores? Entonces la vida atraviesa la estructura y la anima. La dependencia del capital, la dominacin del rico sobre el pobre, de las ciudades sobre el campo, de los blancos sobre los indios, aparecen como lo que son: las relaciones de dominacin en las cuales el dominante domina, pero no es el nico: l debe acomodarse con otros, y primero con quien le permita ser lo que es (alguien fuerte, un poderoso, un capitalista, un cacique, un citadino, etc.); y as podra, siguiendo el ritmo de la accin, perder algo de su soberbia, es decir, algo de su poder...

    Yo propona entonces partir de la accin social, pero sin abandonar un enfoque de la sociedad colombiana a travs del concepto de dependencia. Defina una sociedad dependiente por la presencia de un agente de desarrollo extranjero que intervena directamente sobre la forma adoptada por el proceso de acumulacin y el sistema de relacin de clases. La hiptesis era que en Amrica Latina el cambio social era a la vez modernizador y conservador, y actuaba sobre ciertos elementos pero sin tocar otros, lo que provocaba el dualismo y la desarticulacin. Pensaba en particular que la teora de la dependencia proporcionaba elementos adecuados para explicar el desarrollo desigual y combinado del campo, el mantenimiento de una forma de dominacin oligrquica y la permanencia de un colonialismo interno. Yo avanzaba tambin en la idea de que la lucha por la tierra, constituida en el centro de las movilizaciones campesinas e indge-nas, significaba tanto una exigencia de integracin para las categoras sociales en va de marginalizacin, como un rechazo a las formas de dominacin social y de explota-cin prevalecientes en la sociedad. De esta manera, pona en duda que el movimiento campesino fuera de naturaleza revolucionaria, aun cuando tomaba formas violentas, incluso si el discurso a veces radical de los dirigentes o de sus asesores, dejara pensar lo contrario. Mi hiptesis pretenda, sin embargo, que dicho movimiento se presentara como una respuesta a una crisis social que desbordaba la crisis de la economa campe-sina y amenazaba las bases de la dominacin oligrquica. Esta crisis se agudizaba por causa de la debilidad del Estado dependiente. En el caso del campesinado indgena, la cuestin era ms compleja. La hiptesis era que la lucha por la tierra estaba fuertemente determinada por una reivindicacin identitaria y, contra quienes pensaban que esta ltima funcionaba necesariamente como una trampa que reproduca las condiciones de dominacin y de explotacin, yo planteaba que la realidad deba ser ms compleja, ms dialctica, que el campo de las posibilidades era ms amplio.

    Volveremos sobre las hiptesis que luego evolucionaron bastante. Mi propsito es nicamente dar una luz, un flash. Es verdad que la fotografa est algo amarillenta, pero ella proporciona un punto de observacin: un punto de llegada y uno de partida. Esto nos ser til porque en adelante tendremos que avanzar en un orden disperso. Casi todos los caminos siguen los trazos de las mismas llanuras, y a veces se cruzan. Uno de estos ser la cuestin de las poblaciones indgenas-campesinas y sus movi-mientos. Ese camino viene de lejos, y lo emprenderemos primero. Otro nos llevar ms abajo al seno mismo de las explotaciones campesinas o al mercado del trabajo.

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    Polticas de la etnicidad: identidad, Estado y modernidad

    Un ltimo sendero nos conducir hacia las alturas, all donde el Estado decide, entre los meandros de las polticas agrarias. Habr tambin, digmoslo, algunas escapadas, algunas aventuras fuera del camino recto. Porque cmo resistir todo el tiempo al llamado del sentido?

    indGenas o Campesinos?

    Entre las tres regiones del occidente colombiano en donde propona el estudio en 1976 estaba el Cauca. El Cauca es un departamento atrasado cuya capital, Popayn, es la sede de una vieja aristocracia terrateniente que vive de la renta obtenida en sus dominios, as como de las sinecuras otorgadas por el Estado. Este departamento es tambin el lugar de residencia de una gran poblacin indgena-campesina que habita las tierras altas, en donde subsiste con bastantes dificultades. Desde hace algunos aos, esta poblacin era conocida por la determinacin con la que realizaba la recuperacin de sus tierras comunitarias y eso era lo que me interesaba. Yo conoca la regin, pues la haba visitado en muchas oportunidades y tuve que volver mucho despus con el fin de emprender un estudio sobre la reconstruccin de su capital destruida en plena Semana Santa por un terremoto: cmo ira a reaccionar la clase dominante para man-tener el control del poder, reconstruir su ciudad y hacer frente a la aparicin de un actor popular organizado que representaba a los sin techo? (Gros, 1985a). Pero este es uno de los caminos de desvo de los que hablaba ms arriba. En 1976 Popayn no haba sufrido el castigo de Dios, nada perturbaba el bello orden de sus fachadas blancas, y los indgenas que trabajaban en las montaas mantenan, cuando venan a la ciudad, un