carlos r. erdman - mateo

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UNA EXPOSICIÓN POR CARLOS R. ERDMAN EL EVANGELIO DE MATEO

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Page 1: Carlos R. Erdman - Mateo

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PREFACIO

Las esperanzas del mundo han de cumplirse en el reino de un Rey universal. El desasosiego

de las naciones, los salvajismos de la guerra, las amenazas de anarquía, todo ello aumenta el

anhelo de que llegue el gobierno de Uno cuya sabiduría es sin tacha, cuyo amor es perfecto,

cuyo poder es soberano. Cristo es un Gobernante así, y bajo su cetro la tierra ha de llegar a

su edad de oro y de gloria. Es inspirador, por consiguiente, volver a leer aquella versión de

la narración evangélica que, al retratar a nuestro Señor, hace resaltar sus rasgos reales. Una

revisión tal no dejará de hacer a sus seguidores más leales a su persona, más consagrados a

su causa, y más ansiosos de acelerar la hora de su dominio indiscutible como Rey de justicia

y de paz.

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INTRODUCCIÓN

Sólo el poder de Cristo pudo transformar a un publicano en un apóstol. Un cambio de esta

naturaleza experimentó Mateo, llamado también Leví, a quien la tradición asigna la

composición del primer Evangelio. Incluso los críticos modernos, quienes están en pro de la

teoría de que otro escritor compiló el libro utilizando varias fuentes, creen que los grandes

discursos que constituyen una de las características principales del Evangelio son de la

pluma del colector de tributos de Capemaum. Estos cobradores de impuestos, o publicanos,

por ser los colectores de tributos, eran temidos o despreciados en todas partes. Por todo el

Imperio Romano se les acusaba de ser extorsionadores, deshonestos y crueles. En la

provincia de Judea se los miraba con odio, por traidores y renegados al servicio de un

opresor detestado y pagano. Incluso en Galilea, donde alguien como Mateo estaba al

servicio de Herodes Antipas y cobraba tributos legales de las caravanas que discurrían por

la importante ruta comercial que atravesaba la región, él sería mirado con desconfianza y

tenido entre los parias sociales y religiosos.

Sin embargo, nunca es del todo justo condenar a grupos de hombres en bloque; por 10

menos estamos seguros de que en este publicano despreciado Jesucristo vio grandes

posibilidades en cuanto a su valor futuro. Lo encontró en el "banco de los tributos públicos"

y lo invitó a formar parte del círculo íntimo de sus elegidos. Mateo probablemente había

visto a Jesús antes y había oído sus maravillosas enseñanzas; pero, sea lo que fuere de ello, lo

cierto es que Se levantó de inmediato, lo dejo todo, y lo siguió. Tenía mucho que dejar,

porque parece haber sido hombre rico y popular entre los de su propia clase, como se podría

deducir del hecho de que ofreciese una fiesta suntuosa para celebrar su decisión de servir a

Cristo y para presentar los viejos amigos al nuevo Maestro. El que un colector de impuestos

fuese rico, y el disfrutar de la amistad con publicanos no suponen un carácter moral

irreprochable. Sin embargo, Mateo parece haber poseído por lo menos una virtud; debe

haber sido, o haber llegado a ser, un hombre modesto, porque al relatar sucesos de gran

importancia en los que él mismo tuvo parte, no hace ninguna alusión personal. Cualquiera

que haya sido su carácter moral, sus obligaciones como funcionario gubernamental lo

habían moldeado en lo sistemático y preciso y habían desarrollado su capacidad de pensar

ordenadamente y de escribir con método, todo lo cual fue preparándolo para su inmortal

misión de biógrafo de Jesucristo.

Hablando con rigor, Mateo no pretendió damos una vida de su Maestro. Ninguno de los

escritores de los Evangelios quiso hacerlo. De haber sido así, no hubieran omitido

voluntariamente los acontecimientos de tantos años; no hubieran callado sucesos

emocionantes que todos conocían, pero que sólo alguno de los cuatro evangelistas

menciona; no hubieran centrado en forma tan marcada su interés en unos pocos días hacia el

final del ministerio terrenal de nuestro Señor.

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Propósito

El propósito de este escritor, como el de los otros tres, fue contamos las "buenas nuevas" de

la salvación que produjeron la vida, muerte y resurrección de Cristo. En realidad hay un

solo Evangelio; .se encuentra en cuatro formas o versiones, pero el mensaje esencial es el

mismo; los puntos en los cuales concuerdan son con mucho de una importancia mucho

mayor que aquellos en los que difieren. Estas diferencias, sin embargo, son interesantes e

importantes, y se combinan para constituir un relato más completo. Se deben a las distintas

experiencias de cada autor y a un fin, más o menos definido aunque subordinado, al relatar

las "buenas nuevas" que son comunes a todos.

Se ha dicho, pues, que Mateo escribió para los judíos, Marcos para los romanos, Lucas para

los griegos y Juan para la iglesia. Sería más exacto decir que los cuatro se destinaban en

forma primordial a los creyentes cristianos. No cabe duda de que el Evangelio de Mateo

tiene un carácter predominante que con razón se llama judío. Si, sin embargo, Mateo

escribió para convencer a judíos incrédulos de la verdad del Cristianismo, es extraño que

haya insistido tanto en la afrenta que Jesús les hizo a los judíos al no tener en cuenta sus

tradiciones, al acusar a sus dirigentes, al proclamar el repudio de Israel y la salvación de los

gentiles. Comparemos, por ejemplo, los primeros capítulos de Mateo y los de Lucas. En

Mateo hallamos a los judíos turbados con la venida de su rey; su gobernante quiere la vida

del niño Jesús; magos gentiles le ofrecen dones principescos; y sus padres se ven obligados a

huir con él a Egipto para su seguridad. El relato de Lucas se inicia en el Templo de

Jerusalén, donde un sacerdote piadoso escucha el mensaje de un ángel. En los piadosos

hogares de Elisabeth y de María, unos hebreos santos cantan sus inspirados cánticos de

alabanza a Jehová y de gratitud por su bondad para con Israel, su pueblo amado y escogido.

Un comienzo tal de la narración evangélica convendría mucho más a alguien que tratase de

apaciguar a los judíos y de convencerlos.

Retrato de Jesús

Desde luego que Mateo 10 escribió un judío, y que debe de haber tenido en cuenta a sus

compatriotas creyentes. Pero los rasgos distintivos de este Evangelio se pueden explicar

teniendo en cuenta que el fin del autor fue presentar de tal modo la historia de la salvación

que quedase demostrado el hecho de que Jesús de Nazaret era el Cristo, el Mesías

profetizado, el Rey de los judíos, a quien su propia nación había repudiado, a quien los

gentiles comenzaban a aceptar, y quien un día había de volver en poder y gloria. Como

consecuencia de este fin, Mateo sí tiene rasgos que lo distinguen de los otros Evangelios. En

cada uno de ellos insiste tanto en ciertas características que el cuadro acaba por ser distinto.

Por esta razón Mateo es de modo peculiar el Evangelio del Rey. La figura de Jesús está

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pintada con colores de realeza. Su árbol genealógico nace en una línea real; un rey rival teme

su nacimiento, y unos magos le ofrecen dones reales; su heraldo proclama que su Reino está

cerca. La tentación a la que se ve sometida

1. El Rey alcanza su punto culminante a la serie ofrecido el reino de este mundo; el

gran mensaje que da a sus seguidores, "el Sermón del Monte", es como el manifiesto

de un rey, que establece las leyes fundamentales de su Reino. Sus milagros son sus

credenciales reales; sus parábolas se llaman "misterios del Reino". Incluso fuera de

su propia tierra se le llama "Hijo de David"; se declara libre del pago de tributo a los

"reyes de la tierra", porque es hijo de un Rey; entra como rey en Jerusalén y se

atribuye poder soberano; cuenta, aplicándoselo a sí mismo, el relato del matrimonio

del hijo del rey; ya frente a la cruz, predice su retorno en gloria y su reinado

universal. Se atribuye poder para mandar a legiones de ángeles. En la hora de su

muerte las rocas se parten, la tierra tiembla, y los muertos se levantan. Su

resurrección es un momento de poder majestuoso, resaltado por un gran terremoto,

la aparición de un ángel y el temor de los guardas. Sus últimas palabras son una

pretensión y mandato reales, "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por

tanto, id". La frase característica y significativa del Evangelio es "el reino de los

cielos". Aquí tenemos un retrato en el que hasta las menores pinceladas

resplandecen de púrpura y oro.

2. El Mesías. Este Rey, sin embargo, es el "Rey de los judíos". Mateo es el Evangelio

del Mesías. Los profetas hebreos han profetizado la aparición de esta figura real. En

efecto, cada uno de los sucesos importantes de su vida ha sido predicho en forma

explícita. Su nacimiento de una virgen en la ciudad de Belén; su estadía en Egipto, en

Nazaret y en Capernaum; su curación de enfermos; su hablar por medio de

parábolas; su entrada real en Jerusalén; la deserción de sus seguidores; su espíritu

triunfante en la muerte. Hay alusiones a sesenta y cinco pasajes del Antiguo

Testamento, y cuarenta y tres se citan literalmente, cantidad igual a la de todos los

demás evangelios juntos. Por eso Mateo es el Evangelio del cumplimiento. Tiene en

cuenta el Antiguo Testamento; inicia de modo conveniente el Nuevo. Costumbres

judías dan color a sus escenas; abundan los símbolos y tipos judíos. La Ley, los

Profetas, y los Salmos, todo se presenta como centrado en Jesús de Nazaret. En él

hallan su importancia, su significado, y su meta; él es el esperado Hijo de David, el

Hijo de Abraham; es el Mesías predicho; es el Cristo de Dios. Con toda propiedad

Mateo está colocado como primero de los Evangelios, pues muestra cómo las

antiguas Escrituras están vinculadas con las buenas nuevas de la salvación en

Jesucristo.

3. Rechazado. Mateo es también el Evangelio del rechazo. Desde luego que el hecho en

sí es esencial a todos los Evangelios; pero en Mateo se presenta en forma

ininterrumpida. Colorea toda la enseñanza, constituye el telón de fondo de todas las

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escenas; su sombra nunca se despeja. Antes de que Jesús nazca, su madre corre el

peligro de que José la repudie; con su nacimiento Jerusalén se turba y Herodes trata

de eliminarlo; en las llanuras de Belén no canta ningún coro de ángeles, sino que hay

madres que lloran de dolor sobre sus hijos asesinados; Jesús es llevado con prisa a

Egipto y se esconde durante treinta años en Nazaret; su precursor es encarcelado y

decapitado en una mazmorra. Cuando Jesús indica a los hombres el camino

"angosto" afirma que pocos lo hallarán. Al sentarse a juzgar les dirá a muchos,

"Nunca os conocí; apartaos de mí"; los hombres se maravillan ante sus milagros y

proponen seguirlo, pero él asegura que "el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar

su cabeza"; advierte a sus mensajeros que también ellos serán repudiados. Sus

parábolas indican que su Reino no se cumplirá en la tierra hasta que la era presente

termine; en cuanto sus discípulos comprenden que él es el Mesías, comienza a

manifestarles y repetir les la verdad de sus sufrimientos y muerte crueles; narra a la

gente sus "parábolas de rechazo"; sus ay es más solemnes los proclama sobre los

dirigentes del pueblo; predice la destrucción de la ciudad y la angustia de la nación; a

la hora de su muerte se oye aquel grito desolador, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me

has desamparado?" Ningún ladrón arrepentido ora, no se pronuncia ni una palabra

de humana compasión; los que por allá pasan, lo injurian, los principales sacerdotes y

los ancianos se burlan de él; incluso después de su muerte colocaron un sello y un

guardia; aun después de su resurrección sobornan soldados para que oculten su

gloria con mentiras. En ningún otro Evangelio es tan encarnizado el ataque de sus

enemigos; en ningún otro se ofrece el Rey a la nación de una manera más concreta, y

en ninguno es su rechazo tan cruel y total.

4. El Retorno. Sin embargo Mateo es también el Evangelio del Rey que regresa.

Ningún otro evangelista insiste tanto en la Segunda Venida de Cristo. Al referir el

gran discurso acerca del retorno de nuestro Señor que también Marcos y Lucas

mencionan, sólo Mateo añade la memorable parábola de las vírgenes prudentes y de

las insensatas, y la de los talentos; y luego traza el cuadro del Rey triunfante sentado

en su trono de juicio mientras todas las naciones se concentran ante él y él decide

quiénes han de ser recibidos en su Reino y quiénes excluidos. Concuerda con Marcos

cuando menciona las palabras que nuestro Señor dirigió al sumo sacerdote cuando

ya la sombra de la cruz se proyectaba sobre él. "Desde ahora veréis al Hijo del

Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo";

pero sólo él refiere su alegato final de "toda potestad me es dada en el cielo y en la

tierra". Este es el Evangelio del Triunfo. Las buenas nuevas de la gloria venidera y

del gobierno universal de Cristo el Rey.

Método

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El método de Mateo al ordenar el material literario, es único. Al narrar la historia de la

redención, no sigue en una forma regular el orden cronológico, sino que agrupa sucesos o

enseñanzas similares que tienen relación lógica entre sí, y de esta manera intensifica los

efectos. Por ello hallamos reunidas en un solo capítulo siete de las catorce parábolas que

Mateo refiere, y también en un solo grupo diez de los veinte milagros. Así también, el rasgo

característico del Evangelio consiste en cinco grandes sumarios de las enseñanzas de Cristo:

el Sermón del Monte, la Instrucción a los Discípulos, las Parábolas del Reino, las

Increpaciones contra los Fariseos y los Discursos relativos al Retorno del Rey. Lucas, por el

contrario, sigue el orden cronológico. Ha sido comparado con un botánico a quien le gusta

seguir una corriente y examinar cada flor en el lugar de donde procede; Mateo en cambio

prefiere agrupar los capullos y arreglarlos, según la especie y el color, en grandes ramilletes

pletóricos de belleza.

Esquema

Este método sugiere Un modo provechoso de analizar este Evangelio. Desde luego que

muchos preferirán utilizar el esquema comúnmente aplicado a los escritos de cada uno de

los tres primeros evangelistas, a saber, la división del Evangelio según el tiempo y lugar del

ministerio de Cristo. Por ejemplo: Introducción al Evangelio, caps. 1: 1 al 4: 11; Ministerio

en Galilea, caps. 4: 12 al 18; Viaje por Perea, caps. 19, 20; la Última Semana en Jerusalén,

caps. 21 al 28. Esta división es clara y satisfactoria; pero el esquema que aquí proponemos

tiene como fin fijar el pensamiento en la gran Figura central del Evangelio, presentada con

los rasgos de un Rey, y señalar consecutivamente cada uno de los grupos de enseñanza e

incidentes que Mateo reúne bajo un tema único. Así pues, después de la sección que trata del

Nacimiento, la Infancia, y Preparación del Rey, caps. 1: 1 al 4: 11, sigue la Proclama del Rey,

o "Sermón del Monte", caps. 4: 12 al 7: 29; las Credenciales del Rey, o los Primeros Diez

Milagros de nuestro Señor, caps. 8: 1 al 9: 34; los Mensajeros del Rey, o las Instrucciones a

los Discípulos, caps. 9: 35 al 10: 42; los Derechos del Rey, caps. 11, 12; las Parábolas del Rey,

cap. 13; la Retirada del Rey, caps. 14: 1 al 16:12; la Persona y la Obra del Rey, caps. 16: 13 al

17: 27; los Siervos del Rey, Directrices para sus Seguidores, caps. 18 al 20; el Rechazo del

Rey, caps. 21 al 23; las Profecías del Retorno del Rey, caps. 24, 25; y la Muerte y

Resurrección del Rey, caps. 26 al 28.

Este esquema puede tener el mérito de poner de relieve el método obvio de Mateo, y de

permitirle al lector ver con claridad creciente la majestad real de Cristo.

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ÍNDICE

PREFACIO.................................................................................................................................. 2

INTRODUCCIÓN......................................................................................................................... 3

Propósito .............................................................................................................................. 4

Retrato de Jesús .................................................................................................................... 4

Método................................................................................................................................. 6

Esquema ............................................................................................................................... 7

ÍNDICE ...................................................................................................................................... 8

CAPITULO 1: LOS ANTECEDENTES DEL REY (1 – 4) ...................................................................... 12

Genealogía (1: 1-17) ............................................................................................................ 12

Nacimiento de Jesús (1: 18-25) ............................................................................................. 14

Visita de los magos (2: 1-12) ................................................................................................. 15

Huída a Egipto (2: 13-23) ...................................................................................................... 18

El Heraldo del Rey (3: 1-12) .................................................................................................. 20

La Unción del Rey (3: 13-17) ................................................................................................. 22

La Tentación del Rey (4: 1-11)............................................................................................... 23

CAPITULO 2: LA PROCLAMA DEL REY (4 – 7) .............................................................................. 27

Circunstancias (4: 12-25) ...................................................................................................... 27

El Sermón del Monte (5 - 7).................................................................................................. 29

CAPITULO 3: LAS CREDENCIALES DEL REY (8 – 9) ....................................................................... 43

Primer grupo de milagros (8: 1-17) ....................................................................................... 43

El escriba impulsivo y el discípulo reluctante (8: 18-22) .......................................................... 45

Segundo grupo de milagros (8: 23 - 9:8) ................................................................................ 46

Llamamiento de Mateo y pregunta sobre el ayuno (9: 9-17)................................................... 49

Tercer grupo de milagros (9: 18-34) ...................................................................................... 50

CAPITULO 4: LOS MENSAJEROS DEL REY (9 - 10) ........................................................................ 53

Ocasión de la Comisión (9:35-38).......................................................................................... 53

Nombres de los Doce (10: 1-4) ............................................................................................. 54

La Misión (10: 5-15) ............................................................................................................. 55

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El Sufrimiento (10: 16-23) .................................................................................................... 57

El estímulo (10: 24-33) ......................................................................................................... 58

La Cruz (10: 34-39) ............................................................................................................... 59

Recompensas (10: 40-42) ..................................................................................................... 60

CAPITULO 5: LOS DERECHOS DEL REY (11 – 12) ......................................................................... 61

El Mesías que Juan predijo (11: 1-19) .................................................................................... 61

Juez de los impertinentes (11: 20-24).................................................................................... 63

Revelador del Padre (11: 25-30)............................................................................................ 64

Señor del Sábado (12: 1-21) ................................................................................................. 65

Agente del Espíritu Santo (12: 22-37) .................................................................................... 66

Profeta y Rey (12: 38-45) ...................................................................................................... 68

Hijo de Dios (12: 46-50) ........................................................................................................ 69

CAPITULO 6: LAS PARÁBOLAS DEL REY (13) ............................................................................... 71

El Sembrador (13: 1-23) ....................................................................................................... 71

La cizaña; la semilla de mostaza; la levadura (13:24-43) ......................................................... 73

El tesoro; la perla; la red (13: 44-50) ..................................................................................... 75

La Responsabilidad de los Discípulos, y el Rechazo de Jesús (13: 51-58) .................................. 75

CAPITULO 7: LA RETIRADA DEL REY (14 - 16) ............................................................................. 77

Juan el Bautista decapitado (14: 1-12)................................................................................... 77

Cinco mil alimentados (14: 13-21)......................................................................................... 78

Jesús anda sobre el mar (14: 22-36) ...................................................................................... 80

Contaminación ritual y contaminación verdadera (15: 1-20)................................................... 82

Fe probada y triunfante (15: 21-28) ...................................................................................... 84

Milagros en Decápolis (15: 29-39) ......................................................................................... 86

La levadura de los Fariseos y de los Saduceos (16: 1-12)......................................................... 88

CAPITULO 8: LA PERSONA Y LA OBRA DEL REY (16 – 17) ............................................................. 91

Jesús aprueba la confesión de Pedro (16: 13-20) ................................................................... 91

Jesús predice su muerte y resurrección (16: 21-28) ................................................................ 92

Jesús se transfigura (17: 1-8) ................................................................................................ 94

Juan el Bautista y Elías (17: 9-13) .......................................................................................... 97

Jesús sana a un muchacho lunático (17: 14-20)...................................................................... 98

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Jesús vuelve a predecir su muerte (17: 21 – 23) ..................................................................... 99

Jesús proporciona el tributo del templo (17: 24-27) ..............................................................100

CAPITULO 9: LOS SERVIDORES DEL REY (18 – 20) ......................................................................102

Jesús precave en contra del ser ocasión de pecado (18: 1-14) ...............................................102

Jesús enseña cómo tratar a los ofensores (18: 15-35) ...........................................................104

Jesús enseña en cuanto al matrimonio (19: 1-12) .................................................................106

Jesús recibe a los niños (19: 13-15) ......................................................................................108

Jesús enseña respecto al sacrificio y a las recompensas (19: 16 al 20: 16) ...............................109

Jesús enseña cuál es la verdadera grandeza (20: 17-28) ........................................................113

Jesús da la vista a dos ciegos (20: 29-34) ..............................................................................115

CAPITULO 10: EL RECHAZO DEL REY (21 – 23) ...........................................................................117

Tres parábolas vivas de advertencia (21: 1-22) .....................................................................117

Se atribuye autoridad divina (21:23-27) ...............................................................................120

Tres parábolas de juicio (21: 28 - 22:14) ...............................................................................121

Tres preguntas capciosas (22: 15-40) ...................................................................................124

La pregunta de Jesús (22: 41-46)..........................................................................................127

Advertencia contra los Fariseos (23:1 – 12) ..........................................................................128

Ayes contra los fariseos (23: 13-39) .....................................................................................129

CAPITULO 11: LAS PROFECÍAS DEL RETORNO DEL REY (24 – 25).................................................134

La edad presente (24:1- 14) .................................................................................................134

La gran tribulación (24: 15-28) .............................................................................................136

La venida de Cristo Cap. 24: 29-31 .......................................................................................137

Exhortación a la vigilancia (24: 32-51) ..................................................................................137

Parábola de las diez vírgenes (25: 1-13)................................................................................139

Parábola de los talentos (25: 14-30) .....................................................................................140

El Juicio (25: 31-46) .............................................................................................................142

CAPITULO 12: JUICIO, MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL REY (26 – 28) ..........................................145

Devoción de María y traición de Judas (26: 1-16) ..................................................................145

La última Cena (26: 17-35)...................................................................................................146

Jesús en Getsemaní (26:36-56) ............................................................................................148

Jesús ante Caifás (26: 57-75) ...............................................................................................150

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Jesús ante Pilato (27: 1-26)..................................................................................................152

La Crucifixión y Sepultura (27: 27-66) ...................................................................................154

La Resurrección (28) ...........................................................................................................156

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CAPITULO 1: LOS ANTECEDENTES DEL REY (1 – 4)

Genealogía (1: 1-17)

Tabla genealógica de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham fue el padre de Isaac;

Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos; Judá, padre de Fares y de Zara,

cuya madre fue Tamar; Fares, padre de Esrom; Esrom, padre de Aram; Aram, padre de

Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón; Salmón, padre de Booz,

cuya madre fue Rahab; Booz, padre de Obed, cuya madre fue Rut; Obed, padre de Isaí; e Isaí,

padre del rey David. David fue el padre de Salomón, cuya madre había sido la esposa de Urías;

Salomón, padre de Roboam; Roboam, padre de Abías; Abías, padre de Asa; Asa, padre de

Josafat; Josafat, padre de Joram; Joram, padre de Uzías; Uzías, padre de Jotam; Jotam,

padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés; Manasés, padre de

Amón; Amón, padre de Josías; y Josías, padre de Joaquín y de sus hermanos en tiempos de la

deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia, Joaquín fue el padre de Salatiel;

Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliaquim;

Eliaquim, padre de Azor; Azor, padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquim; Aquim, padre de

Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob; y Jacob fue

el padre de José, que fue esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo. Así que hubo

en total catorce generaciones desde Abraham hasta David, catorce desde David hasta la deportación a

Babilonia, y catorce desde la deportación hasta el Cristo.

Los capítulos iníciales de Mateo pueden considerarse como una introducción al Evangelio.

Se refieren al linaje, nacimiento, e infancia de Jesús, y a la preparación para su ministerio

público. Cada uno de estos hechos y acontecimientos está expuesto en tal modo que revelan

el propósito inequívoco del autor y los rasgos distintivos de su narración. Así pues, (1)

Mateo es el "Evangelio del Rey", y este "Libro de la genealogía de Jesucristo", esta acta de

nacimiento con la que comienza el relato, es decididamente la genealogía de un Rey. Está

ahí para mostrar que Jesús era el heredero legal del trono de David. Difiere en forma

esencial de la genealogía que Lucas ofrece. Las dos listas de nombres discrepan a partir de la

mención de David. Algunos, a modo de conjetura, han supuesto que Lucas nos ofrece la

línea natural en cuanto distinta de la real. Otros han pensado que da el linaje de María. No

se ha llegado a un acuerdo en cuanto al verdadero significado de esta divergencia, pero el

aspecto importante es obvio. Lucas, pintor del retrato del Hombre ideal, lleva la genealogía

de Jesús hasta Adán, padre de la raza; pero Mateo, quien nos diseña el retrato del Rey,

transcribe el linaje real de Jesús. Comienza desde Abraham, aunque menciona ante todo a

David en quien la familia alcanzó la realeza, perdida en la cautividad y recuperada en Cristo.

La genealogía omite varios nombres de la línea real, pero esto no destruye su valor. Sí

indica, sin embargo, que la palabra "engendró" no significa, literalmente, "fue el padre de"

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sino "fue el antepasado legal", de modo que José aparece como heredero de David y, a causa

de su matrimonio con María, el Hijo de ella llega a ser, con toda verdad, el "hijo de David" el

Rey.

(2) Mateo, sin embargo, es el "Evangelio del Mesías". El Rey que describe es, sin lugar a

dudas, el Rey de los judíos. En él se cumplen las profecías inspiradas. ¿Qué otro comienzo

más adecuado se hubiera podido sugerir que esta genealogía que se remonta por toda la

historia del pueblo hebreo? No es una lista estéril e inerte de nombres; despierta los

recuerdos más sagrados; encarna las esperanzas más gloriosas; constituye el mejor vínculo

que imaginarse puede entre el Antiguo Testamento y el Nuevo; no carece de significado

espiritual.

Esta genealogía está dividida en tres secciones, cada una de las cuales representa catorce

generaciones. La división es característicamente judía, ya que combina el número divino

"tres" con dos veces el número sagrado "siete". Estas secciones abarcan los tres grandes

períodos de la historia judía antes de Cristo. El primero es el período de los Patriarcas y

Jueces. Comenzando con Abraham presenta la sucesión de héroes que hicieron famoso el

nombre de Israel; se menciona a Rut, cuyo romance constituye el más encantador de los

idilios orientales, a Isaí, y a David su hijo real. El segundo período es el de la monarquía, que

alcanzó su esplendor en los días de David y de Salomón. Es, sin embargo, un período de

declive y de fracasos. Algo de resurgimiento y gloria sugieren los nombres de Josafat,

Ezequías y Josías; pero la mención de Roboam, Acaz y Manasés insinúan la degeneración y

apostasía que culminaron en la tragedia de la cautividad.

Con pocas excepciones las personas que se nombran Como pertenecientes al tercer período,

que se extiende por seiscientos años entre la monarquía y Cristo, están envueltas en una

oscuridad impenetrable e imprecisa. Así pues, la historia que la genealogía de Jesús bosqueja

es una mezcla de tristeza y gloria, de heroísmo y vergüenza; pero sus tres capítulos, con sus

tipos tan fascinadoras y diversos, nos recuerdan que, a través de siglos angustiosos y de

situaciones cambiantes, por medio de patriarcas, reyes, y sacerdotes, por medio de hombres

ilustres y oscuros, Dios preservaba una línea y realizaba un propósito, hasta que por fin

apareció Uno que, como "hijo de David", estaba destinado a ser la fuente y el centro de un

gobierno universal, y como "hijo de Abraham", fuente y centro de una bendición universal.

(3) Mateo es también el "Evangelio del Rechazo". De acuerdo con este cuadro la genealogía

de Jesús contiene nombres que los judíos se hubieran alegrado en repudiar ya que sugerían

ideas de ignominia, y otros que traían a la memoria su apostasía, el incumplimiento de sus

pactos con Dios y el repudio de sus ofrecimientos de misericordia. Sobre todo es notable que

Mateo incluya cuatro nombres que causan sorpresa. Son nombres de mujeres y por tanto

raros en una genealogía judía como

Ésa; nombres de mujeres, tres de las cuales fueron culpables de grandes pecados y dos

miembros de pueblos odiados y paganos. Quizá las incluyó para insinuar que el Rey que los

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judíos repudiaron era un Salvador que se identificó con la humanidad pecadora, que ofreció

perdón y grandes privilegios a todos los pecadores penitentes, y a los judíos y a los gentiles

por igual las bendiciones de su poder transformador; incluso puede ser una sugerencia de

que, del mismo modo que la línea real había sido preservada en formas irregulares y

extraordinarias, así también el último paso iba a ser el más maravilloso de todos, incluso el

nacimiento milagroso de Jesús, el Hijo de la Virgen María, el reputado Hijo de José.

(4) Puede sugerirse además que, puesto que este Evangelio hace tanto hincapié en el triunfo

final del Rey, no es extraño que la línea real de la que procede hubiese perdido por un tiempo

su gloria y hubiese permanecido en la penumbra. Y así, el Monarca que fue despreciado y

rechazado y a quien sus enemigos clavaron a una cruz, aparecerá en el último día como el

verdadero Hijo de David, y restaurará la gloria desaparecida como legítimo Heredero de

Salomón, como Príncipe de Paz, como Rey universal.

Nacimiento de Jesús (1: 18-25)

El nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con

José, pero antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Como José , su

esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en

secreto. Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le

dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del

Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus

pecados." Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta:

"La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel" (que significa “Dios con

nosotros"). Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a

María por esposa. Pero no tuvo relaciones conyugales con ella hasta que dio a luz un hijo, a quien le

puso por nombre Jesús.

La genealogía de Jesús lo presentaba como Hijo de David. El relato de su nacimiento lo

presenta como el Hijo de Dios. Incluye una explicación del nombre que se le puso y de la

profecía que se cumplió. El relato es breve, pero ofrece los rasgos característicos de Mateo,

el "Evangelio del Rey", del Mesías anunciado y rechazado. Porque muestra que la madre de

Jesús está a punto de ser repudiada y que José, quien iba a ser su padre legal, es llamado

"hijo de David", que Jesús ha de salvar a "su pueblo" y que en su nacimiento se cumple una

profecía del Antiguo Testamento.

Este relato del nacimiento sobrenatural de nuestro Señor se ofrece con una delicadeza y

reserva inspiradas, aunque también con una precisión y claridad tales que no dejan ninguna

duda en cuanto al hecho mencionado. La afirmación de la perplejidad de José, la alusión a la

ley y costumbre judías, la guía divina dada durante el sueño, la sencilla aseveración del

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suceso milagroso, todo ello es tan natural y circunstancial que indican que el escritor

trataba de componer no un idilio poético sino una historia sobria.

No es necesario creer que la deidad o impecabilidad de Cristo dependiesen del milagro de su

nacimiento; es imaginable que algún otro método de encarnación habría podido

garantizarlos; pero también es cierto que, a la luz de ese milagro, se entienden más

fácilmente. Más aún, la duda en cuanto a dicho milagro suele ir acompañada de la negación

de la persona divina de nuestro Señor o de la autoridad de la Escritura.

Tampoco debería considerarse este milagro como difícil de creer. Cristo es en sí mismo la

personificación de lo milagroso. En él están inseparablemente unidos lo divino y lo humano.

Si, como Dios, ha existido eternamente, si su ministerio terrenal se vio acompañado de

obras sobrehumanas, si abandonó el mundo con una resurrección y ascensión

sobrenaturales, no resulta increíble que el milagro y el misterio acompañasen su venida a la

tierra. La verdadera importancia del acontecimiento radica, sin embargo, no en el modo,

sino en la consecuencia de su nacimiento sobrenatural. Queda esto puesto de relieve con el

anuncio del nombre de Jesús y con la interpretación de una profecía inspirada. "Jesús" es la

forma griega de la palabra hebrea "Joshua" ("Jehová es salvación") y en el sueño el ángel lo

anuncia con esta promesa memorable, "Y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su

pueblo de sus pecados". Otros hombres habían llevado ese mismo nombre; principalmente,

el gran libertador Josué, quien había triunfado sobre los pueblos de Canaán, y también el

sumo sacerdote que había ayudado a restaurar Jerusalén. Pero ahora iba a aparecer Uno que

realizaría plenamente todo lo que el nombre implicaba; iba a salvar a su pueblo de toda la

culpabilidad y poder del pecado.

Este nacimiento y este nombre inspirador Mateo los interpretó como el cumplimiento de

una antigua profecía. En los días de Acaz Isaías había predicho que Dios iba a libertar a Judá

de la opresión de los reyes de Israel y de Siria, y que, como símbolo de esta intervención

divina, una virgen daría a luz un hijo que sería llamado "Emanuel", que significa "Dios con

nosotros". Quizá el profeta no tuvo en mente ni un milagro ni un suceso en un futuro

remoto, pero el escritor del Evangelio vio que el verdadero significado de la predicción se

había cumplido en el nacimiento de Jesús, quien no era una mera prenda de la salvación

divina sino el divino Salvador, cuyo nombre no era una señal de la presencia de Dios sino

que era en sí mismo la deidad manifiesta. El significado verdadero del nacimiento de Jesús,

tal como aquí se narra, consiste por tanto en el hecho de que el Hijo de María sea también el

Dios encarnado quien puede salvar a aquellos que confían en él, porque él es todo lo que su

nombre bendito implica, nuestro divino Salvador, "Jesús".

Visita de los magos (2: 1-12)

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Después que Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, llegaron a Jerusalén unos

sabios procedentes del Oriente. ¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos? Preguntaron. Vimos

levantarse su estrella y hemos venido a adorarlo. Cuando lo oyó el rey Herodes, se turbó, y toda

Jerusalén con él. Así que convocó de entre el pueblo a todos los jefes de los sacerdotes y maestros de la

ley, y les preguntó dónde había de nacer el Cristo. En Belén de Judea le respondieron, porque esto es lo

que ha escrito el profeta: "'Pero tú, Belén, en la tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre

los principales de Judá; porque de ti saldrá un príncipe que será e l pastor de mi pueblo Israel.' Luego

Herodes llamó en secreto a los sabios y se enteró por ellos del tiempo exacto en que había aparecido la

estrella. Los envió a Belén y les dijo: Vayan e infórmense bien de ese niño y, tan pronto como lo

encuentren, avísenme para que yo también vaya y lo adore. Después de oír al rey, siguieron su camino,

y sucedió que la estrella que habían visto levantarse iba delante de ellos hasta que se detuvo sobre el

lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de alegría. Cuando llegaron a la casa, vieron

al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como

regalos oro, incienso y mirra. Entonces, advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes,

regresaron a su tierra por otro camino.

La fantasía ha podido discurrir tan a sus anchas con respecto a este relato de los "magos de

oriente", que a la mayoría de las mentes les es difícil disociar los elementos fabulosos de los

reales. Se suele imaginar que estos magos eran reyes, que eran tres, y que se llamaban

Melchor, Gaspar y Baltasar; que uno procedía de Grecia, otro de la India, y el tercero de

Egipto. Todas estas afirmaciones pertenecen al reino de la ficción, al igual que las

descripciones de su viaje y de su comitiva, y los relatos de su vida posterior y de su bautismo

a manos de Tomás. Incluso se ha dicho que Santa Elena descubrió sus restos en el siglo

cuarto, y que fueron trasladados a Constantinopla y depositados en la Iglesia de Santa Sofía,

luego transferidos a Milán, y por fin llevados a Colonia por Federico Barbarroja, donde hoy

en día las tres calaveras se hallan conservadas en un relicario de oro en la bellísima catedral.

En realidad nada se sabe de estos magos fuera de las pocas frases que Mateo les dedica en

este pasaje. Procedentes de un pasado desconocido, hacen su aparición en escena sólo para

un breve episodio y luego vuelven a desaparecer para siempre. Sin embargo, el papel que

desempeñan no carece de importancia y. las lecciones que nos dan están llenas de

significado.

Su nombre de "magos" es una traducción de la palabra griega "magi". Así se les conoce

familiarmente. De ahí proceden términos como "mágico" y "mago". Probablemente eran

miembros de una casta sacerdotal oriental, familiarizada con la astronomía o astrología, y a

quienes los judíos de la diáspora habían enseñado a esperar la venida de un Salvador, de un

Rey universal.

Una cierta señal en el firmamento les convenció de que ese Príncipe había aparecido, y

viajaron a Jerusalén, capital de los judíos, para rendirle al Rey que había nacido el homenaje

que le era debido. Lo importante es que estos hombres eran paganos y que representan los

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primeros frutos de las naciones gentiles. Simbolizan la verdad de que en el inmenso mundo

de hoy hay corazones hambrientos e insatisfechos que anhelan un Salvador divino y que

están dispuestos a seguir incluso señales imperfectas y tenues que los puedan llevar a sus

pies.

El telón de fondo del relato es especialmente tenebroso. "Oyendo esto, el rey Herodes se

turbó, y toda Jerusalén con él". El tirano cruel y desconfiado temía que su poder peligraría

ante uno que se decía había nacido "rey de los judíos". Y la gente misma, que hubiera debido

alegrarse ante el anuncio de que su libertador había llegado, más que regocijarse se afligió

ante la llegada de los magos y su extraño relato. Parece que Herodes fue el único que se

sintió impulsado a la acción o bien que se preocupó lo suficiente como para ayudar a los

viajeros en su búsqueda. Convocó a los líderes judíos para que le informasen dónde tenía que

nacer el Mesías prometido. Lo sabían con exactitud; estaban familiarizados con la profecía

que indicaba a Belén, pero no demostraron ni el más mínimo interés en la posibilidad de que

su Mesías hubiese aparecido. Fue Herodes quien interrogó cuidadosamente a los magos y

los envió para que averiguasen y luego le hiciesen saber acerca del "niño", prometiendo,

viejo hipócrita como era, "ir a adorarle".

Así es ahora también; muchos que están más que familiarizados con todo lo relacionado con

Cristo, están mucho menos interesados en aceptarle como su Señor, mientras que otros,

como Herodes, le son hostiles, por temor de que, si admiten sus pretensiones, pudiera

sobrevenirles alguna pérdida personal.

También hay en el episodio una dirección divina. Dios dio a los magos una señal en oriente;

los guió hasta Jerusalén; les habló por medio de la Escritura; los dirigió hasta Belén, y por

fin les mostró cómo regresar a salvo a su patria. Cuando los corazones están ansiosos por

encontrar al Rey, reciben siempre las señales que los conducen por fin hasta su salón de

audiencia. El método de dirección quizá sea misterioso, pero el hecho es cierto. En el caso de

los magos es imposible decir qué significa la "estrella" que "hemos visto en oriente". ¿Fue

un planeta o una conjunción de planetas, o una de esas estrellas fugaces que a veces lanzan

destellos con un fulgor inusitado? Una verdadera estrella pudo haberlos guiado en dirección

sur y oeste, pero ¿cómo hubiera podido una estrella desplazarse ante ellos durante la última

etapa tan breve de su viaje y detenerse sobre una casa determinada en la pequeña ciudad de

Belén? Parece probable que la guía fue sobrenatural. Algo con apariencia de estrella, pero

próximo a la tierra, pudo habérseles concedido para guiarlos hasta su sagrada meta. Se ha

conjeturado que fue la "columna de nube" que había guiado al pueblo a través del desierto, el

carro de Dios, la tienda del Rey. Especular está de más en este caso, ya que la realidad es

obvia; cuando los hombres ansían de verdad conocer la verdad respecto a Cristo, se les

otorgan ayudas que les brindan ocasión de regocijarse "con muy grande gozo".

La tercera lección concierne al servicio de Cristo. Está sintetizada en el cuadro que ofrecen

los magos cuando "postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes:

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oro, incienso y mirra". Cuando uno ve al Rey en toda su belleza, cuando reconoce en Cristo

al Salvador divino, siempre se despierta el deseo de ofrecerle dones de máximo valor. No es

necesario considerar los dones de los magos como símbolos; pero sí fueron con toda certeza

preciosos y principescos. Sugieren adecuadamente que la aceptación de Cristo implica la

consagración a él de toda alabanza y amor, de todo tesoro y fatiga, de la vida toda.

Al comparar este relato con los primeros capítulos de Lucas, se ve que la visita de los magos

tuvo que suceder por lo menos cuarenta días después del nacimiento de Jesús. No hay

dificultad en armonizar los relatos; pero los contrastes existentes acentúan los rasgos que

son la característica constante del Evangelio de Mateo. En él no aparecen humildes pastores

que son enviados a encontrar a un niño "acostado en un pesebre", sino sabios distinguidos

procedentes de países extranjeros que ofrecen dones principesco s, mientras Herodes el

Grande se estremece en su trono. Mateo es el "Evangelio del Rey". Y también el "Evangelio

del Mesías", ya que se afirma que Jesús es el Rey de los judíos de quien concretamente se

profetizó que sería el pastor de Israel que había de nacer en Belén de Judá. Es también el

Evangelio del "rechazo", y en este pasaje vemos a los dirigentes de Israel indiferentes desde

el principio a su venida, y a "toda Jerusalén" que "se turbó" ante su nacimiento. Y es, por fin,

el Evangelio de la venida y triunfo de Cristo; aquí tenemos a los representantes de las

naciones gentiles que rinden pleitesía a aquel ante quien todas las rodillas se doblará, y a

quien un día todo reconocerán como Rey universal.

Huída a Egipto (2: 13-23)

Cuando ya se habían ido, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo : “Levántate, toma

al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise , porque Herodes va a buscar

al niño para matarlo." Así que se levantó cuando todavía era de noche , tomó al niño y a su madre, y

partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. De este modo se cumplió lo que el

Señor había dicho por medio del profeta: “De Egipto llamé a mi hijo." Cuando Herodes se dio cuenta

de que los sabios se habían burlado de él, se enfureció y mandó matar a todos los niños menores de dos

años en Belén y en sus alrededores, de acuerdo con el tiempo que había averiguado de los sabios.

Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: "Se oye un grito en Ramá, llanto y gran

lamentación; es Raquel que llora por sus hijos y rechaza el consuelo, porque ya no viven." Después que

murió Herodes, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José en Egipto y le dijo : “Levántate,

toma al niño y a su madre, y vete a la tierra de Israel, que ya murieron los que amenazaban con

quitarle la vida al niño." Así que se levantó José, tomó al niño y a su madre, y regresó a la tierra de

Israel. Pero al oír que Arquéalo reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá.

Advertido por Dios en sueños, se retiró al distrito de Galilea, y fue a vivir en un pueblo llamado

Nazaret. Con esto se cumplió lo dicho por los profetas: “Lo llamarán nazareno."

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Además del relato de los magos, Mateo sólo menciona dos incidentes más de la infancia de

Jesús, la huida a Egipto provocada por los celos crueles de Herodes, y el regreso a Palestina,

posiblemente una vez muerto el criminal rey. El odio de Herodes se convirtió en rabia al no

acudir los magos a hablarle del Niño al que consideraban como Rey de los judíos, y al que

Herodes quería eliminar. Cuando, pues, supo que habían des aparecido sin pasar por

Jerusalén, dio la despiadada orden de "matar a todos los niños menores de dos año que había

en Belén, y en todos sus alrededores"; quería asegurarse de que el Rey rival, un simple niño

indefenso, fuese destruido. Esta clase de acción estaba perfectamente de acuerdo con el nivel

moral de Herodes quien no mucho antes había asesinado a sus propios hijos, Alejandro y

Aristóbulo, por miedo de que pudieran usurparle el trono. De este modo los celos a menudo

se presentan como la más cruel de las pasiones.

Sin embargo, antes de que se hubiese ejecutado el cruel edicto del rey, José, con María y

Jesús, habían huido ya a Egipto. Se ignora por completo cuál fuese la edad del niño en esa

ocasión y cuánto tiempo pasaron en el exilio. El escritor insiste, sin embargo, en dos hechos:

el primero es que se trata, al igual que en el caso de los magos, de una dirección divina; y, en

segundo lugar, que todos los incidentes ocurren en cumplimiento de profecías inspiradas.

Una vez idos los magos, José es advertido en sueños: "Levántate, y toma al niño y a su

madre, y huye a Egipto". Después de muerto Herodes, en otro sueño recibe una nueva

dirección: "Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel". Aunque hubiera

podido ir a Judea, "avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea". Dios, con

medios que él mismo escoge, guía siempre a quienes viven consagrados a los intereses de su

Hijo.

El elemento divino de la historia recibe una ulterior manifestación por la conexión de los

sucesos con las profecías antiguo testamentario. En este episodio tan breve se hacen tres

citas distintas. Mateo es el Evangelio del Mesías, el Evangelio del "rechazo", el Evangelio

del cumplimiento, y en este episodio se pueden descubrir los tres rasgos en forma clara,

aunque el último está más a la vista. Se dice que la huida a Egipto cumple las palabras de

Oseas: "De Egipto llamé a mi Hijo". Mateo no cita las palabras exactas, ni tampoco quiere

decir que el profeta las hubiese pronunciado a modo de predicción, sino que la historia de

Israel sacado de Egipto era símbolo y anticipación de esta experiencia del Mesías, del

verdadero Hijo de Dios. La segunda cita es de Jeremías, pasaje muy metafórico en el que

Raquel, madre de José y de Benjamín, aparece como saliendo de su tumba y lamentando la

destrucción de sus descendientes al ver las largas hileras de cautivos que, por orden del rey

de Babilonia, son sacados de la ciudad desolada en dirección al norte. Se dice que su dolor

tiene su segunda parte, que el cuadro de su agonía se cumple, en la aflicción de las desoladas

madres de Belén.

La tercera profecía es menos concreta; probablemente no se refiere a ninguna predicción

específica sino a una insinuación de varios escritores de que el Mesías sería despreciado y

rechazado de los hombres. Esta fue en realidad la experiencia de Jesús; y una razón del ser

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despreciado estaba en el hecho de su larga permanencia en la oscura y humilde ciudad de

Nazaret. Pero su residencia allá se debió a una dirección divina. A su regreso de Egipto, José

hubiera vivido en Judea; pero Arquéalo reinaba en esa región en lugar de su padre, y había

comenzado su reinado como verdadero hijo de Herodes exterminando a tres mil ciudadanos.

Entonces sucedió que José "avisado por revelación en sueños, Se fue a la región de Galilea,...

y habitó en Nazaret"; y como resultado, Jesús fue "llamado nazareno". Esta era una palabra

de vituperio y burla, y los profetas habían predicho que el Mesías sufriría así el desprecio de

los hombres; pero de la despreciada Nazaret salió uno que un día cumplirá las profecías de

gloria del mismo modo que en otro tiempo cumplió las de ignominia, Jesús el Cristo, el Rey

universal.

El Heraldo del Rey (3: 1-12)

En aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea. Decía:

“Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca." Juan era aquel de quien había escrito el

profeta Isaías: “Voz de uno que grita en el desierto : „Preparen el camino para el Señor, háganle sendas

derechas.' "La ropa de Juan estaba hecha de pelo de camello. Llevaba puesto un cinturón de cuero

y se alimentaba de langostas y miel silvestre. Acudía a él la gente de Jerusalén , de toda Judea y de toda

la región del Jordán. Cuando confesaban sus pecados, él los bautizaba en el río Jordán. Pero al ver

que muchos fariseos y saduceos llegaban a donde él estaba bautizando, les advirtió: “¡Camada de

víboras! ¿Quién les dijo que podrán escapar del castigo que se acerca? Produzcan frutos que

demuestren arrepentimiento. No piensen que podrán alegar: „Tenemos a Abraham por padre.' Porque

les digo que Dios es capaz de sacarle hijos a Abraham incluso de estas piedras. El hacha ya está puesta

a la raíz de los árboles, y todo árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego. "Yo

los bautizo a ustedes con agua para que se arrepientan. Pero el que viene después de mí es más

poderoso que yo, y ni siquiera merezco llevarle las sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo

y con fuego. Tiene el rastrillo en la mano y limpiará su era, recogiendo el trigo en su granero; la paja,

en cambio, la quemará con fuego que nunca se apagará."

Juan el Bautista fue el precursor de Jesús; preparó el camino para el ministerio público de

nuestro Señor; fue, en realidad, el heraldo o pregonero del "Rey". Esto es evidente si se tiene

en cuenta la palabra que se usa para describir su obra; vino "predicando", literalmente

"pregonando", e incluso el término "vino" implica la "llegada de un funcionario autorizado".

También aparece evidente en el mensaje que proclamó, "Arrepentíos; porque el reino de los

cielos se ha acercado". Los otros evangelistas mencionan el llamamiento al

"arrepentimiento"; pero sólo Mateo agrega la proclamación del Reino. Y todavía es más

evidente si se considera la profecía que se cita como cumplida en su misión, "Voz del que

clama en el desierto: preparad el camino del Señor"; así pues, a Juan se le atribuye el papel de

pregonero o heraldo real que manda reparar los caminos ante la proximidad y acercamiento

del Rey. Porque, así como en Oriente los caminos eran pocos y malos, y era necesario enviar

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a un funcionario antes de que llegase el monarca a fin de que los hiciesen reparar, así

también Juan, con su llamamiento al arrepentimiento preparaba al pueblo para el ministerio

público de Cristo.

La época en la que Juan hizo su aparición se declara con gran precisión, "En aquellos días",

en los que Jesús residía en Nazaret; pero habían pasado cerca de treinta años, y cuando Jesús

estuvo por fin dispuesto a abandonar su oscuro hogar y a iniciar su real misión, Juan fue

enviado a despertar la expectación de la gente y a hacerles ansiar la venida del Rey.

Su estilo de vida estaba en armonía con el carácter severo de su misión; iba vestido con un

ropaje tosco de pelo de camello; "su comida era langostas y miel silvestre". No enseñaba a

los hombres a ser ascetas; pero puesto que quería sacarlos del pecado y de la flojedad, daba

ejemplo de auto negación y de entrega desinteresada a su tarea.

El éxito que obtuvo fue inmediato y sorprendente; la nación se conmovió, y las multitudes

Se bautizaron, no como si se tratase de un simple rito judío de purificación que pudiese

repetirse todos los días, sino como señal de una rotura definitiva con el pasado pecaminoso,

de una decisión que nunca más habría que repetir.

Entre las multitudes Juan vio que "muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su

bautismo". No se habían arrepentido; ni creían en Juan; no deseaban hacer la voluntad de

Dios; estaban dispuestos a recha-zar y destruir al Cristo cuya venida Juan proclamaba. Se

dirigió a ellos con reprensiones amargas y con tono de irónica sorpresa, "¡Generación de

víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?" El arrepentimiento debe ser sincero;

implica un cambio de corazón y una vida consecuente; "haced, pues, frutos dignos de

arrepentimiento". Los privilegios heredados, y la pertenencia a una denominación religiosa

no bastarán; "no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre";

Dios puede prepararse un pueblo sacándolo de materiales ineptos, porque "puede levantar

hijos a Abraham aun de estas piedras".

Este fue en parte el reproche que Juan dirigió a los hipócritas e impenitentes; Mateo sigue

refiriendo el mensaje que era también para las multitudes. Consiste en advertencias y

promesas. El arrepentimiento es absolutamente necesario, porque el juicio está próximo.

"El hacha está puesta a la raíz de los arboles"; no es para podar sino para destruir; "todo

árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego". El Rey está a punto de negar;

bautizará al penitente "en Espíritu Santo", y no sólo con el símbolo físico del agua sino para

dar una intimidad espiritual con una Persona divina, no sólo para simbolizar un

rompimiento con el pecado sino para garantizar una verdadera liberación de la culpa y el

poder del pecado.

Pero también bautizará en "fuego". Se describe el juicio venidero mediante la imagen de una

era para trillar; los penitentes son como el trigo que será almacenado en el Reino, pero los

impenitentes son como la paja que será quemada "en fuego que nunca se apagará”.

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Esto es lo que pregona el heraldo: el Rey viene para establecer su Reino; pero antes

precederá el juicio; salid del pecado, aceptad al Rey y compartid la gloria de su reino.

Este relato del ministerio de Juan armoniza perfectamente con los rasgos constantes del

primer Evangelio. Tenemos al heraldo del Mesías, su acusación de los dirigentes insinúa el

futuro rechazo que harán de su Señor, su predicción del juicio señala el triunfo definitivo y el

Reino ya perfecto de Cristo.

La Unción del Rey (3: 13-17)

Un día Jesús fue de Galilea al Jordán para que Juan lo bautizara. Pero Juan trató de disuadirlo.

Yo soy el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Objetó. Dejémoslo así por ahora, pues

nos conviene cumplir con lo que es justo le contestó Jesús. Entonces Juan consintió. Tan pronto como

Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese momento se abrió el cielo, y él vio al Espíritu de Dios

bajar como una paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo decía: “Éste es mi Hijo amado; estoy

muy complacido con él."

Hay algo tremendamente majestuoso en la aparición que Jesús hace cuando por primera vez

en este Evangelio de Mateo se presenta en escena; aunque también algo igualmente

humilde. En forma inesperada se presenta ante el gran heraldo que ha venido proclamando

su venida y se propone someterse al bautismo que Juan está administrando. Se percibe su

real superioridad en la sorpresa y vacilación de Juan y en las mismas palabras de mandato

que Jesús pronuncia, "Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia". Estas

son las primeras palabras salidas de los labios de Jesús que Mateo menciona. Denotan de

inmediato una dignidad real y una humildad divina. Ese "deja ahora" es muy significativo.

Juan había vacilado en si bautizar o no a Jesús, no porque entonces supo que era el Mesías,

sino debido a que vio en él a Uno infinitamente superior a él en lo moral. Jesús no niega esta

superioridad, sino que la admite; pero ordena a Juan, sólo por esta vez, que le ceda la

posición inferior que voluntariamente se arroga.

Pero, ¿por qué debía bautizarse Jesús? El mismo ha dicho, "conviene que cumplamos toda

justicia". O sea, para que la justa voluntad de Dios, que sólo Jesús conoce, se haga en toda su

plenitud. Con su sometimiento al bautismo le pone el sello de aprobación a la obra de Juan

como obra "no de los hombres sino de Dios", y confirma que la palabra de Juan de que el

arrepentimiento y la confesión de los pecados son absolutamente necesarios para quienes

hayan de entrar en el Reino de los cielos.

Más aún, de este modo se identifica con su pueblo, no en cuanto que él sea pecador, sino en

cuanto que simpatiza con los pecadores en su odio del pecado, en su pesar por la carga que el

pecado supone, y en su esperanza y anhelo de ayuda. Sólo quienes simpatizan pueden salvar

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su pesar por la carga que el pecado supone, y en su esperanza Y anhelo de ayuda. Sólo

quienes simpatizan pueden salvar.

Y luego, así como el bautismo era para cada uno de los penitentes el comienzo de una vida

nueva aceptable a Dios, así también el bautismo de Jesús fue su entrada en el ministerio

público. No tenía vida de pecado que tuviese que dejar en las aguas del Jordán, pero sí dejó

en ellas la vida hogareña de Nazaret, los años del todo tranquilos de preparación, y sí aceptó

como "voluntad justa de Dios", la borrasca y las tensiones y el sacrificio de la obra que había

venido a llevar a cabo.

Los rasgos esenciales del incidente, sin embargo, fueron los que siguen de inmediato, a

saber, la visión del Espíritu que descendía, y la voz de los cielos. El primero fue una

indicación simbólica del poder divino en virtud del cual se realizaría" su ministerio, y el

segundo fue una garantía de que él era el Mesías, el mismo Cristo de Dios. Ambas cosas

estaban vital mente relacionadas con su bautismo. Había entonces condescendido con su

misión, y ahora recibe la preparación para su servicio; entonces se había consagrado a su

obra, y ahora recibe la consagración para su carrera. No debemos suponer que con

anterioridad había carecido de la presencia del Espíritu, ni que en esta ocasión asumiese una

relación nueva con el Padre; pero en esa hora de su bautismo sí le llegó una nueva garantía

de su poder divino y de su filiación. La visión fue del "Espíritu de Dios que descendía como

paloma", símbolo de dulzura y mansedumbre, porque el Rey iba a ser humilde y sencillo en

espíritu y ministerio. Se oyó la voz del Padre que decía, "Este es mi Hijo amado, en quien

tengo complacencia", con lo que afirmaba que Jesús era el Mesías, el mismo Cristo de Dios.

Esta fue la verdadera unción del Rey. De antiguo los que eran escogidos como gobernantes

de Israel eran ungidos con óleo para indicar que el Espíritu divino, así simbolizado, les

concedería la gracia que necesitarían para el cumplimiento de su misión; así también nuestro

Señor salió del escenario de su bautismo ungido con el Espíritu Santo, y completamente

preparado para su ministerio real.

Del mismo modo es verdad para los seguidores de Cristo que, aunque a todos se les otorga

la presencia permanente del Espíritu, sin embargo, cuando se entregan de nuevo al servicio

de su Señor, reciben una nueva plenitud del Espíritu, poder para su misión y fortaleza en

virtud de una nueva seguridad de que en verdad son hijos de Dios.

La Tentación del Rey (4: 1-11)

Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto para que el diablo lo sometiera a tentación. Después de

ayunar cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. El tentador se le acercó y le propuso: Si eres el

Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en pan. Jesús le respondió: Escrito está: „No sólo

de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.' Luego el diablo lo llevó a la

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ciudad santa e hizo que se pusiera de pie sobre la parte más alta del templo , y le dijo: Si eres el Hijo de

Dios, tírate abajo. Porque escrito está: „Ordenará a sus ángeles que te sostengan en sus manos, para

que no tropieces con ninguna piedra.' También está escrito: „No pongas a prueba al Señor tu Dios' le

contestó Jesús. De nuevo lo tentó el diablo, llevándolo a una montaña muy alta, y le mostró todos los

reinos del mundo y su esplendor. Todo esto te daré si te postras y me adoras. ¡Vete , Satanás! Le dijo

Jesús. Porque escrito está: Adorarás al Señor tu Dios, y a él sólo servirás.' Entonces el diablo lo dejó,

y unos ángeles acudieron a servirle.

La batalla más importante, más memorable, más misteriosa de la historia fue la que

sostuvieron Jesús y el diablo. No se debe pensar que ése fue el primero y el último ataque del

falso soberano de este mundo contra el verdadero; pero la experiencia con que culminaron

los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto fue tipo y compendio de todas las acometidas

de Satanás y prenda y profecía de su derrota final.

El momento está lleno de significado. "Entonces", una vez que en su bautismo Jesús hubo

recibido la garantía de su divina filiación y hubo adquirido conciencia de sus poderes

sobrenaturales, "Entonces Jesús fue llevado. . . para ser tentado", y cada uno de los asaltos

del enemigo se refirieron a esa conciencia y experiencia nuevas. Las épocas de más elevada

exaltación espiritual a menudo van seguidas de otras de tremendos peligros morales.

Después de los cielos abiertos, del Espíritu que descendía y de la voz celestial, viene el

susurro del demonio y el siseo de la serpiente. Y así también, cualquier aumento de poder,

todo adelanto en la vida, todo privilegio que se acrecienta, va acompañado de algún nuevo

peligro para el alma.

"Jesús fue llevado al desierto para ser tentado", y el lugar es también altamente sugerente,

porque en la hora de la áspera lucha y de la prueba el corazón del hombre se siente en una

soledad y aislamiento peculiares. Feliz el que en esos momentos está consciente de la

presencia del divino Libertador y de los ángeles que sirven.

Jesús fue "llevado por el Espíritu... para ser tentado". Porque estaba de acuerdo con un

propósito divino y su consecuencia fue infinitamente beneficiosa. De este modo Jesús se

preparó para hacer frente con éxito a toda tentación en su ministerio terrenal, y sus

seguidores tienen la garantía de su compasión en las horas de más honda oscuridad y de su

fortaleza en las circunstancias de mayor necesidad.

(1) La primera tentación fue en el campo del apetito corporal. Después de cuarenta días de

ayuno se había presentado la reacción natural de un hambre voraz. "Y vino a él el tentador,

y le dijo: Si eres Hijo de Dios, día que estas piedras se conviertan en pan". ¿Por qué no? El

deseo de comer era inocente, la necesidad perentoria, y por otra parte tenía el poder de

conseguir ayuda inmediata. Pero de haber Jesús recurrido al milagro para satisfacer su

deseo humano y para aliviar sus necesidades personales, se hubiera apartado de las

experiencias de los hombres, hubiera renunciado al propósito mismo de su misión; no

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hubiera habido para él ni sufrimiento ni, al final, la cruz, ni para nosotros hubiera habido

nadie que nos compadeciese y nos salvase. Un impulso divino lo había conducido al desierto

al igual que un propósito divino lo había traído a la tierra; debía, pues, soportar como

hombre todo lo que el propósito divino implicase. Habría momentos y ocasiones para

realizar milagros, pero nunca para satisfacer cualquier deseo egoísta. La filiación divina le

garantizaba poderes sobrehumanos, pero lo obligaba también a una sumisión perfecta a la

voluntad de Dios. El tentador tiene por costumbre seducir a los hombres a que satisfagan

sus deseos legítimos por medios ilícitos; muchas carreras se han venido abajo al dedicar a

complacencias egoístas los poderes que estaban destinados para un servicio más elevado.

La verdadera naturaleza de esta tentación nos la revela la cita que Jesús hace del Antiguo

Testamento.

En un abrir y cerrar de ojos la batería del enemigo queda al descubierto y reducida al

silencio, "No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

Jesús reconoce su necesidad, pero estaba decidido a depender de Dios para satisfacerla. El

diablo había tratado de tentado haciéndolo dudar de la bondad y poder de Dios. Jesús afirma

que así como su Padre alimentó a Israel en el desierto, también ahora sustentaría a su Hijo;

en aquella ocasión había sido con pan del cielo, y ahora no sabía cómo podría hacerse: el

cómo lo dejó en las manos de Dios; sabía que estaba en la senda de la voluntad de Dios y que

su Padre satisfaría su necesidad. Decir que la frase "No sólo de pan vivirá el hombre"

implica que el hombre tiene poderes y capacidades más elevadas que el alimento físico no

puede satisfacer, es algo que no viene en modo alguno al caso. Lo que Jesús tenía en mente

era exactamente el alimento físico; lo que necesitaba era esto; y resistió a la tentación de

satisfacer en un modo inadecuado su apetito corporal por medio de la fe en que Dios

colmaría cualquier necesidad verdadera, y que por fuerte que pudiese ser la exigencia del

apetito, la voluntad y los métodos de Dios iban con toda seguridad a procura de la

satisfacción y el gozo más genuino de la vida.

(2) La segunda tentación se dio en el campo de la curiosidad intelectual. El diablo había

fracasado en su intento de hacer dudar a Jesús; lo toma entonces por la palabra y trata de

llevado al otro extremo, al de la confianza presuntuosa. Lo lleva al "pináculo del templo" y

lo incita a que se eche abajo. ¿Por qué debería hacerlo? Sólo para ver que ocurriría. Como es

el Hijo de Dios, lo tienta a que ponga a prueba el cuidado providencial de su Padre. Le pide

que se ponga en una situación de peligro mortal y que confíe en que Dios lo libraría por

medio de su poder sobrenatural. Y re fuerza la sugerencia con una cita de las Escrituras,

algo que el diablo siempre puede hacer para conseguir su propósito, "A sus ángeles mandará

acerca de ti~ y, en sus manos te sostendrán". Satanás sigue tratando de destruir las almas de

los hombres mediante esta treta. Incita a los hombres a que "vean por sí mismos", a que

acrecienten su conocimiento mediante experiencias que innecesariamente ponen en peligro

su pureza, su reputación, su salud, su honor, a que se expongan a peligros morales, a que

vivan más allá de sus recursos, a que acometan empresas que están más allá de sus fuerzas.

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Y hace esto incluso en los lugares más santos, incluso a la vista del Templo en el que la fe

debía tener su máximo vigor, incluso en el servicio cristiano; los convida a que confíen en

Dios, y les asegura que, como hijos de Dios, como hombres de principios sólidos, como

seguidores de Cristo, nada malo les puede pasar, que Dios obrará milagros y los preservará.

Jesús hizo frente tanto a la tentación como a la cita de la Escritura con otro texto que

demostró que Satanás había aplicado mal la Escritura, "Escrito está también: No tentarás al

Señor tu Dios". Obligar a Dios a rescatamos, ponerlo a prueba, ver si actuará o no, no es fe

sino presunción, recelo. En la senda del deber propiamente dicho el hijo de Dios no debe

temer ni los peligros más amenazadores, pero quien se expone al peligro sin necesidad, no

puede esperar la salvación divina.

(3) La tercera tentación ocurre en la esfera de la ambición personal. Se le ofrecen a Jesús

"todos los reinos del mundo". Es digno de atención que Mateo, el "Evangelio del Rey", a

diferencia de Lucas, "Evangelio del Hombre Ideal", coloca esta atención en último lugar, y

con ello lleva el relato a su punto culminante. No era anormal que Jesús pudiese desear la

soberanía universal; la había reclamado para sí; contaba con ella; aun tenia que conseguida,

pero no como el diablo pretendía, "si postrado me adorares". Desde luego que no; ¿qué otra

cosa hubiera podido ser más odiosa que ésta al Hijo de Dios? Tiene a flor de labio una

respuesta inspirada, "Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás". Sin embargo, incluso

para los seguidores de Cristo, hay una fuerza sutil en esta instancia del Tentador. No les

pide que renuncien a sus elevados propósitos de servicialidad y ayuda a otros y al mundo; lo

que les pide es sólo que transijan con el mal como medio para conseguir lo que buscan.

Insiste en que el fin justifica los medios. Insinúa que en el mundo del comercio, de la vida

social, de la política, los procedimientos inmorales están tan en boga que sólo se puede

triunfar si se está en complicidad con el mal. Nos dice que éste es su mundo y que sólo

podemos prevalecer en cuanto pactamos con él.

A Cristo el dilema se le presentaba ya con claridad meridiana: o someterse a Satanás, medio

fácil para llegar a la popularidad total y al poder temporal, o lealtad a Dios que iría

acompañada de luchas, penas, lágrimas y de la cruz, aunque luego vendría el trono universal

y eterno. La misma elección se les presenta a los seguidores de Cristo; la lealtad

inquebrantable significa para ellos la cruz pero también la corona.

"El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían". La victoria es posible, y

después de la lucha llega el refrigerio gozoso para todos los que luchan con la espada del

Espíritu y confían en el Hijo de Dios.

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CAPITULO 2: LA PROCLAMA DEL REY (4 – 7)

Circunstancias (4: 12-25)

Cuando Jesús oyó que habían encarcelado a Juan, regresó a Galilea. Partió de Nazaret y se fue a

vivir a Capernaúm, que está junto al lago en la región de Zabulón y de Neftalí, para cumplir lo dicho

por el profeta Isaías: "Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán,

Galilea de los gentiles; el pueblo que habitaba en la oscuridad ha visto una gran luz; sobre los que

vivían en densas tinieblas ha resplandecido una luz." Desde entonces comenzó Jesús a predicar:

“Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca." Mientras caminaba junto al mar de Galilea,

Jesús vio a dos hermanos: uno era Simón, llamado Pedro, y el otro Andrés. Estaban echando la red

al lago, pues eran pescadores. "Vengan, síganme les dijo Jesús, y los haré pescadores de hombres." Al

instante dejaron las redes y lo siguieron. Más adelante vio a otros dos hermanos: Jacobo y Juan, hi jos

de Zebedeo, que estaban con su padre en una barca remendando las redes. Jesús los llamó, y dejaron

en seguida la barca y a su padre, y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las

sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y dolencia entre la

gente. Su fama se extendió por toda Siria, y le llevaban todos los que padecían de diversas

enfermedades, los que sufrían de dolores graves, los endemoniados, los epilépticos y los paralíticos, y él

los sanaba. Lo seguían grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y de la región al

otro lado del Jordán.

Un rasgo distintivo del Evangelio de Mateo es la gran abundancia de grandes discursos y

dichos de Jesús. El primero y más popular es el que comúnmente se conoce como "Sermón

del monte". Se puede considerar como una proclama o manifiesto del Rey, o como la Carta

Magna de su Reino. Los versículos finales del capítulo cuarto indican las circunstancias bajo

las cuales fueron pronunciados esos dichos; el sermón mismo lo tenemos en los capítulos

quinto, sexto y séptimo.

Jesús se había escogido un nuevo hogar (12-17)

Después de sus primeras experiencias en Judea, después del bautismo y de la tentación,

había regresado a Galilea y se había establecido por un tiempo en Nazaret, hogar de su

juventud y de sus primeros años de edad viril; pero cuando ya estaba a punto de comenzar el

ministerio público, "dejando a Nazaret, vino y habitó en Capernaum". Se afirma que la

ocasión de su ida a Galilea fue el arresto y encarcelamiento de Juan el Bautista. Si el heraldo

recibe este trato, ¿qué puede esperar el Rey? Juan había reprendido con severidad a los

dirigentes religiosos en Jerusalén y en Judea; ahora que su carrera ha concluido, tantas más

posibilidades tienen sus opositores de interrumpir la obra de Jesús. Se retira a una parte del

país donde la influencia de que ellos gozan es menos poderosa. Galilea era despreciada por

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carecer de privilegios religiosos; era, sin embargo, un campo lleno de atractivo para la

proclamación del Reino. Las multitudes eran perspicaces, despiertas e inteligentes; entre

ellas había muchos gentiles que podrían llevar las "buenas nuevas" al mundo; ahí también

Jesús podría reunir un grupo numeroso de seguidores antes de volver a ofrecerse a la

nación, en Jerusalén, como el Mesías prometido.

La ubicación de Capernaum "ciudad marítima" y en la línea divisoria de dos antiguas tribus

de Israel, "Zabulón y Neftalí", se precisa con absoluta claridad para demostrar 10

exactamente que se cumplió una profecía inspirada. Isaías había predicho que estas tribus

septentrionales que habían sufrido tanto serían libertadas de sus enemigos; en las

"tinieblas" de la desesperación surgiría la "luz" del socorro. Mateo afirma que la profecía se

cumple con toda exactitud con la aparición de Jesús en esa región, la "Luz del mundo", quien

los libertaría de la tiranía del pecado. Su venida fue, tal como Mateo lo indica siempre, la de

un Rey, y el pasaje de Isaías le añade esta descripción: "El principado sobre su hombro; y se

llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz".

Por eso, al comenzar Jesús en estos momentos el ministerio en Galilea, se lo describe como

una proclama de su Reino, "Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir:

Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado", En la persona del Rey y en la

proclama de su Reino brillaba la luz que disipará las tinieblas todas del mundo.

También son reunidos los primeros seguidores de Cristo (18-22)

Eran los hermanos Pedro y Andrés, Jacobo y Juan. Habían conocido a Jesús de antes, y

habían creído que era el Mesías; pero ahora se les invitaba a dejar sus casas y su vida

ordinaria para consagrar todo su tiempo y energías a su servicio. El Rey necesitaba hombres

a quienes poder preparar para ser sus pregoneros, y que pudiesen ayudarlo en la

proclamación de su Reino. Los había emplazado con un mandato real, "Venid en pos de mí"

aunque añadiendo una promesa alentadora, "os haré pescadores de hombres". Su tarea iba a

ser en cierto modo de la misma clase, iba a requerir las mismas dotes y pericia, pero los

resultados iban a ser infinitamente más gloriosos. Prestamente dejaron las redes, la barca, y

"a su padre", y "le siguieron". Jesús sigue invitando ahombres a su servicio. Su mandato

implica sacrificio, pero se le debe obedecer prontamente, porque promete intimidad con un

Rey y las recompensas y privilegios incomparables de su Reino.

También se llevó a cabo el ministerio inicial (23-25)

Probablemente una gira por Galilea; y se menciona con brevedad, antes del Sermón del

Monte, para indicar y sintetizar las condiciones bajo las cuales se proclamaba el Reino.

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El ministerio lo realizaba "enseñando", "predicando" y "sanando". Esto último entraba sin

duda alguna en el terreno de lo milagroso y trajo como consecuencia la difusión de la fama

de Jesús por toda la provincia de Siria, mientras que de toda Palestina verdaderas

multitudes acudían a él y se agolpaban en su tomo. En esa época y bajo tales circunstancias

pronunció Jesús esos preceptos inigualables que Se nos han transmitido en el Sermón del

Monte. Los seguidores de Cristo que van a predicar, a enseñar y a sanar en su nombre

podrán esperar alcanzar las multitudes sólo si cumplen las leyes de su Reino y si manifiestan

en sus propias vidas el poder del Rey.

El Sermón del Monte (5 - 7)

Introducción: Carácter y Bienaventuranza de los Servidores del Rey (5:1 –

16)

Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le

acercaron, y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo: “Dichosos los pobres en espíritu,

porque el reino de los cielos les pertenece. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos

los humildes, porque recibirán la tierra como herencia. Dichosos los que tienen hambre y sed de

justicia, porque serán saciados. Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión.

Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz,

porque serán llamados hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el

reino de los cielos les pertenece. "Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los

persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo, porque les

espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a

ustedes. "Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor?

Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee. "Ustedes son la luz del mundo.

Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla

con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa.

Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben

al Padre que está en el cielo.

El Sermón del Monte es el discurso supremo de la literatura mundial. No es, sin embargo, el

compendio o sustancia del cristianismo. Sí establece las leyes fundamentales del Reino, pero

si se las separase de la persona divina y de la obra redentora de Cristo, llenarían el corazón

del oyente de perplejidad y desesperación. Revelan un ideal divino y una norma perfecta de

conducta, según los cuales todos los hombres se condenan como pecadores, y que los

hombres pueden alcanzar sólo con ayuda divina. Se le llama comúnmente 'Sermón del

Monte" por el lugar donde fue pronunciado. Este hecho, sin embargo, no es en modo alguno

esencial, y ese título tan familiar no da idea de lo que es el sermón. Se le llamaría mejor "El

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Sermón de la Justicia verdadera", porque el tema del mismo es la justicia que el Rey exige.

Establece la ley fundamental de su Reino.

El discurso comienza con una descripción del carácter moral y de la bienaventuranza de los

seguidores del Rey. Esta parte introductoria contiene esas promesas tan conocidas que se

denominan comúnmente como Las Bienaventuranzas, y también incluye las Parábolas de la

sal de la tierra y de la luz del mundo. El primero de estos dichos puede considerarse como

Comprensivo, "Bienaventurados los pobres en espíritu". Señala la humildad y la

dependencia consciente que caracteriza la actitud correcta para con Dios. La promesa es que

"de ellos es el reino de los cielos". Ya desde ahora gozan de algo de esta bienaventuranza;

pero las riquezas de su herencia pertenecen al futuro, cuando el Reino se manifestará en toda

su perfección. Estos herederos del Reino "lloran" por sus pecados y están seguros del

consuelo divino. Son mansos en sus relaciones con los demás hombres, pero "recibirán la

tierra por herencia". Tienen hambre y sed de justicia, pero están seguros de conseguir

satisfacerlas. Son "misericordioso s" con los demás, y "alcanzarán misericordia" de Dios.

Son "de limpio corazón", y en consecuencia gozan ya de la intimidad divina y todavía

recibirán la bienaventuranza de la visión beatifica cuando vean al Rey en su belleza. Ansían

llevar la paz a los hombres y en recompensa por este servicio al Rey "serán llamados hijos de

Dios".

Bien se hubiera podido esperar que personas de tal nivel moral hubieran de gozar de paz y

popularidad en el mundo. Sin embargo, no se les promete esto para el presente. Antes al

contrario, deben esperar persecuciones. En un mundo que repudia al Rey, sus seguidores

deben esperar compartir sus sufrimientos; pero "de ellos es el reino de los cielos", y en la

bienaventuranza de ese Reino quedarán olvidados todos los dolores. Esta última

Bienaventuranza se aplica directamente a los discípulos que estaban escuchando las

palabras del Maestro. Se les pide que se alegren cuando sean vituperados, perseguidos y

calumniados. Deben considerarse felices no sólo a causa de la recompensa que les aguarda

en el cielo, sino también porque tienen el honor de pertenecer al gran ejército de profetas,

santos y mártires que antes de ellos han sufrido por la justicia y han ganado la corona de

gloria.

La bienaventuranza de estos seguidores del Rey no se limita, sin embargo, al futuro. Es su

alto privilegio, ya en el tiempo presente, ejercer en el mundo en el cual viven una influencia

salvadora y saludable. Pero sólo pueden ejercerla si son fieles a las exigencias del Rey, si

tratan de dar a conocer la persona y el poder del mismo. "Vosotros sois la sal de la tierra".

Su influencia preservará al mundo de la corrupción; pero para conseguirlo deben ser fieles a

sus propias convicciones; si no, serían como sal que ha perdido el sabor. "Vosotros sois la luz

del mundo"; pero para poder cumplir su misión, no deben esconder la luz. Quienes

construyen una ciudad sobre una colina no lo hacen para ocultarla, al igual que quienes

encienden una luz no la esconden debajo de un almud. Así también los que hayan sido

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llamados a seguir al Rey deben manifestar la justicia que él exige si quieren desempeñar un

papel adecuado y glorificar a su Padre que está en los cielos.

Los Servidores del Rey y la Ley Moral (5: 17-48)

Principio general (5: 17-20)

"No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles

cumplimiento. Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley

desaparecerán hasta que todo se haya cumplido. Todo el que infrinja uno solo de estos

mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más

pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino

de los cielos. Porque les digo a ustedes, que no van a entrar en el reino de los cielos a menos que su

justicia supere a la de los fariseos y de los maestros de la ley.

Al establecer la justicia que exige de sus seguidores, Jesús naturalmente explicó, ante todo,

la relación existente entre esta justicia y las exigencias de la ley de Moisés y de los profetas.

El principio general es que Jesús vino no a corregir o a abrogar esta ley, sino a interpretarla

y a cumplir sus exigencias tanto en su propia vida como, cada vez más, en la vida de sus

seguidores. "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para

abrogar, sino para cumplir".

Jesús considera a esta ley como inmutable y eterna. "Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni

una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido". En su Reino la

eminencia y el poder dependerán de la actitud que uno haya tomado frente a esta ley, tanto

en el anunciarla a los demás como en el cumplirla; el puesto más elevado se le asignará a

quien guarde sus mandamientos.

Y en forma más concreta todavía, Jesús contrasta la justicia que él exige con la que

manifestaban los escribas y fariseos. Para ellos era una cuestión de observancia exterior, de

formalidades, o de simulación. Jesús insiste en que debe ser una cuestión de corazón, de

motivación, y de deseo, además de serlo de ejecución externa. Por encima de todo debe ser

una justicia que considere la voluntad de Dios y busque agradarle, en contraste con las

acciones que sólo se realizan para conseguir la aprobación de los hombres. Quien ostente

una justicia puramente formal será excluido del Reino, "Si vuestra justicia no fuere mayor

que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos".

Cinco ilustraciones (5:21-48)

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1. El sexto mandamiento Cap. 5: 21-26

"Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados: „No mates, y todo el que mate quedará sujeto al juicio

del tribunal.' Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del

tribunal. Es más, cualquiera que insulte a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Pero

cualquiera que lo maldiga quedará sujeto al juicio del infierno. “Por lo tanto, si estás presentando tu

ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del

altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda. "Si tu

adversario te va a denunciar, llega a un acuerdo con él lo más pronto posible. Hazlo mientras vayan

de camino al juzgado, no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te echen en la cárcel. Te

aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo.

Jesús propone cinco ilustraciones de su interpretación de la ley moral en contraste con las

interpretaciones falsas de los escribas y fariseos. Éstos se preocupaban sólo de lo exterior;

Jesús relaciona toda acción con el motivo y propósito subyacentes. La primera ilustración la

toma de la ley contra el homicidio. El fariseo suponía que no había quebrantado el sexto

mandamiento siempre que tuviese las manos limpias de la sangre de su hermano. Jesús,

empero, afirma que el enojo mismo es ya una infracción de este mandamiento, porque de

permitírsele manifestarse por medio de acciones, vendría a parar en homicidio.

Indica tres expresiones de este mal y propone para cada una de ellas un castigo cada vez más

severo. Quien "se enoje contra su hermano" corre el peligro de que el tribunal local lo

condene. Aquel cuya mala voluntad se manifieste en denigración y desprecio tendrá que

responder ante el concilio supremo, pero aquel que exprese su enojo con injurias manifiestas

y acusaciones de impiedad quedará expuesto a los sufrimientos del infierno.

Este agravio es tan serio que si uno recuerda, incluso al ir a rendir culto a Dios, haber dado

ocasión a que su hermano sienta así en contra suyo, aun a riesgo de irreverencia manifiesta

debe salir del lugar de culto y buscar reconciliarse; luego puede acudir a adorar con agrado

por parte de Dios. Y no hay que perder tiempo; las oportunidades pasan rápidamente; si uno

lo deja para después, quizá luego sea demasiado tarde y tenga que cargar con el terrible

castigo. Por eso Jesús pone sobre aviso a sus seguidores, en forma muy grave, contra los

peligros de la ira. Así de perfecto es el cumplimiento de la "ley contra el homicidio" que

Jesús exige.

2. El séptimo mandamiento (5: 27-32)

"Ustedes han oído que se dijo: „No cometas adulterio.' Pero yo les digo que cualquiera que mira a una

mujer y la codicia ya ha cometido adulterio con ella en el corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te hace

pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado

al infierno. Y si tu mano derecha te hace pecar, córtatela y arrójala. Más te vale perder una sola

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parte de tu cuerpo, y no que todo él vaya al infierno. "Se ha dicho: Él que repudia a su esposa debe

darle un certificado de divorcio.' Pero yo les digo que, excepto en caso de infidelidad conyugal, todo el

que se divorcia de su esposa, la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la divorciada comete

adulterio también.

Jesús aplica el mismo razonamiento al séptimo mandamiento. Afirma que se quebranta no

sólo con algún acto pecaminoso sino con cualquier deseo impuro. Previene en contra del

permitir la irrupción de cualquier pensamiento malo. Por grande que sea el sacrificio que

ello suponga uno debe apartar de la vida propia todo lo que pudiera causarle tentaciones

innecesarias, todo lo que pudiera poner en peligro la pureza del alma; de ser necesario,

incluso algo tan precioso como el ojo derecho o la mano derecha deben sacrificarse. Es

mucho mejor como nuestro Señor dice, "que se pierda uno de tus miembros, y no que todo

tu cuerpo sea echado al infierno".

Ni el haber conseguido el divorcio justifica un acto que sea contrario a la ley moral. El

simple veredicto de un tribunal no puede hacer bueno lo que en sí mismo es impuro.

Divorciarse de una esposa o esposo inocentes y casarse luego con otra persona sea lo que

fuere lo que haya decidido la ley civil, es una infracción de la ley moral que un seguidor de

Cristo no puede permitirse.

Los juramentos (5: 33-37)

"También han oído que se dijo a sus antepasados: 'No faltes a tu juramento, sino cumple con tus

promesas al Señor.' Pero yo les digo: No juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de

Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran

Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer que ni uno solo de tus cabellos se vuelva

blanco o negro. Cuando ustedes digan 'sí', que sea realmente sí; y cuando digan 'no', que sea no.

Cualquier cosa de más, proviene del maligno.

El ejemplo siguiente de interpretación auténtica de la ley moral se refiere a las exigencias

tanto del tercero como del noveno mandamientos. Nos previene en contra de la profanación

e infidelidad a las promesas. No se refiere a juramentos hechos ante tribunales. Estos

salvaguardan y garantizan la verdad. La interpretación de la ley en la que Jesús hace

hincapié en este caso considera esta verdad como sagrada y la ampara plenamente. El

fariseo, por lo menos el formalista, se consideraba atado por un juramento si se formulaba

con determinadas palabras. El más mínimo cambio en las mismas lo exoneraban de

cualquier obligación moral.

Y también justificaba la violación del juramento en el caso de que no hubiese mencionado

alguna forma especial del nombre de Dios. Creía que podía jurar por el trono de Dios, por la

tierra, o por Jerusalén; pero Jesús indica que todo esto es contrario al mandamiento que

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prohíbe tomar el nombre de Dios en vano. Insiste en que nuestro modo de hablar debe ser

sencillo; que nuestro lenguaje debe estar libre de extravagancias; que nuestros propósitos,

pensamientos y vidas deben ser tan sinceros y puros que un simple "sí" o "no" en nuestras

relaciones sociales y trato con los demás deberían bastar para convencerlos de la verdad de

nuestras afirmaciones.

3. La ley de la represalia (5: 38-42)

"Ustedes han oído que se dijo: 'Ojo por ojo y diente por diente.' Pero yo les digo: No resistan al que les

haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien

te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga

un kilómetro, llévasela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la

espalda.

La ilustración siguiente de la justicia perfecta que Jesús exige de sus seguidores la indica el

contraste que Jesús establece entre su ley de amor perfecto y la interpretación tradicional de

un precepto del Antiguo Testamento que los fariseos utilizaban como excusa para

represalias y venganzas. Según la ley de Moisés los tribunales civiles tenían que administrar

justicia de acuerdo con el mandato de "ojo por ojo, y diente por diente". Esto sencillamente

significaba que el castigo tenía que ajustarse al crimen. Es un principio legal básico en todos

los países y en todas las edades; pero el fariseo, y el formalista al que el fariseo representaba,

utilizaban esta norma de los tribunales civiles como pretexto para venganzas privadas. Hay

que tener bien presente esta distinción al leer las palabras del Maestro si queremos

guardamos de fanatismos e insensateces. Cuando manda "no resistáis al que es malo", en

modo alguno piensa que hay que permitir que se maltrate a los inocentes y se mate a los

indefensos si se puede protegerlos y librarlos. Si fuese necesario, incluso la vida habría que

poner en juego para defenderlos. Nuestro Maestro insiste, sin embargo, en que nunca

hemos de causar sufrimientos con espíritu de venganza. Los que obran mal deben ser

castigados, pero la mala intención jamás debe mover a los seguidores de Cristo. Así pues, en

cuestiones de injusticias infligidas en forma legal, más que tratar de vengarse, uno debería

estar dispuesto a hacer sacrificios todavía mayores; O si se sufren opresiones a manos de

algún poder civil, en vez de tratar de desquitarse, uno debería mostrar deseo de soportar

inconvenientes aún mayores; o, si a uno le piden un préstamo, aun cuando sería insensato

concederlo en todos los casos, no debemos denegarlo movidos por espíritu de venganza.

4. La ley del amor (5: 43-48)

"Ustedes han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.' Pero yo les digo: Amen a sus

enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace

que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente

a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de

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impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen

esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto.

El Antiguo Testamento exigía con toda claridad que se observase la ley del amor. Ningún

precepto era más conocido que éste, "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Sin embargo,

para justificar sus exclusivismos estrechos y su egoísmo nacionalista, los judíos habían

interpretado la palabra "prójimo" aplicándola sólo a sus compatriotas y, con el pensamiento

puesto en las demás naciones, habían establecido la siguiente norma como guía de conducta,

"Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo". Más aún, acabaron por aplicar en sus

propias vidas privadas una norma que, en el mejor de los casos, era una simple guía

deficiente de orden internacional. Nuestro Señor le da al conocido precepto una

interpretación y enunciado muy diferentes, "Amad a vuestros enemigos,... y orad por los que

os ultrajan y os persiguen". Indica que una conducta tal es magnífica y regia, y adecuada

para quienes son hijos del Padre celestial, "que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que

hace llover sobre justos e injustos". Jesús insiste además en que amar a los que son amables

y deudos no exige ninguna gracia especial ni merece recompensa alguna particular.

También los publicanos y gentiles tienen ese sentimiento egoísta o natural. Al seguidor de

Cristo le corresponde demostrar el amor perfecto el que es capaz de buscar el bien mayor

para los enemigos y de orar por los poco amables.; porque así es el amor perfecto del Padre.

Los Servidores del Rey y las observancias religiosas (6: 1-18)

Las limosnas (6: 1-4)

"Cuídense de no hacer sus obras de justicia delante de la gente para llamar la atención. Si actúan así,

su Padre que está en el cielo no les dará ninguna recompensa. "Por eso, cuando des a los necesitados,

no lo anuncies al son de trompeta, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que

la gente les rinda homenaje. Les aseguro que ellos ya han recibido toda su recompensa. Más bien,

cuando des a los necesitados, que no se entere tu mano izquierda de lo que hace la derecha, para que tu

limosna sea en secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará.

La vida ideal que Jesús requiere de quienes han de entrar en su Reino depende de los

motivos más que de los actos exteriores. Y esto es verdad en el campo de las observancias

religiosas tanto como 10 era en el de los actos que la ley moral exige. La actitud que se tiene

hacia Dios sin duda que hay que expresarla en forma visible. Lo más común son las

limosnas, la oración y el ayuno. El principio general en estos casos es que los seguidores de

Cristo deben tener como motivo el deseo de agradar a Dios y no el ganarse la alabanza de

los hombres. Esto es lo que propone el versículo primero del capítulo, "Guardaos de hacer

vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis

recompensa de vuestro Padre que está en los cielos". Jesús no quiere decir que la virtud esté

en el secreto, pero sí que nos pone sobre aviso en contra de la publicidad que busca despertar

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admiración y alabanza. Nos indica que cualquier expresión de justicia que quiera ser un acto

de adoración debe tener como motivo la confianza en Dios y el amor por él.

Este principio general va ilustrado en primer lugar en el caso de los donativos caritativos.

Jesús insiste en que no deben hacerse con publicidad innecesaria. Inventa el caso absurdo de

un hipócrita, del simple comediante, que toca la trompeta en la sinagoga y en las calles para

dar publicidad a su generosidad y así procurarse la alabanza de los hombres. Un gasto tal de

dinero y esfuerzos no es limosna; es comerciar con la esperanza de una ganancia egoísta. Es

una inversión de ciertos bienes con la esperanza de ganarse un valor total en loa y adulación

humanas. Es perfectamente posible hacer esta clase de inversiones, pero "de cierto os digo

que ya tienen su recompensa". Por el contrario, Jesús hace hincapié en que "cuando tú des

limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha". No pretende prohibir la vigilancia y el

método en el hacer caridad o en la ayuda a causas religiosas. Lo que sí quiere decir es que al

dar limosna nuestros ojos han de estar puestos no en los hombres sino en Dios; que no

tenemos que buscar la alabanza y aprobación de los hombres, sino recordar que "tu Padre

que ve en lo secreto te recompensará en público".

La oración (6: 5-15)

"Cuando oren, no sean como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar de pie en las sinagogas y en

las esquinas de las plazas para que la gente los vea. Les aseguro que ya han obtenido toda su

recompensa. Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre,

que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará. Y al orar, no

hablen sólo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus

muchas palabras. No sean como ellos, porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo

pidan. "Ustedes deben orar así: "'Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre,

venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan cotidiano.

Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos

dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno.' "Porque si perdonan a otros sus ofensas, también

los perdonará a ustedes su Padre celestial Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre

les perdonará a ustedes las suyas.

Se aplica el mismo principio a la oración. Sólo el hipócrita irá a la adoración movido por el

deseo de conseguir la aprobación de los hombres. Jesús no critica la oración pública. Lo que

sí condena desde luego es la ostentación y el deseo de ganarse alabanza con las actitudes y

las formas de oración. Aconseja la reserva, porque ayuda a fijar el pensamiento en el Padre, a

quien debe dirigirse toda oración. El Padre ve en lo secreto y otorgará la recompensa.

También deben evitarse las "vanas repeticiones". Esto no quiere decir que uno nunca tenga

que volver a pedir lo que necesita; es más bien una advertencia en contra de la creencia de

que la oración es mágica y de que por medio de una repetición constante de la petición puede

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obligarse a Dios a conceder lo que de otro modo negaría. Jesús en otro lugar incita a ser

importunos en la oración; pero en este caso hace hincapié en que las "vanas repeticiones"

son propias sólo de los gentiles pero innecesarias para sus seguidores, porque su Padre sabe

qué necesitan antes incluso de que lo pidan.

Para guiar a sus discípulos en el espíritu y forma genuinos de la oración, Jesús les propone

entonces esa oración inigualable que es en sí misma modelo, fórmula y síntesis de todas

nuestras legítimas peticiones. La llamamos "la Oración del Señor". Contiene seis peticiones:

tres de ellas relacionadas con la causa de nuestro Padre y con su Reino, y las otras tres que

expresan nuestras necesidades personales. Oramos que su nombre sea santificado, que su

Reino venga, que su voluntad se haga en la tierra como se hace en el cielo. Y luego pedimos

provisión para nuestras necesidades cotidianas, perdón para nuestros constantes pecados, y

protección en los peligros morales. Jesús indica que debe tenerse un espíritu de humilde

perdón, con deseo de perdonar las ofensas de otros al igual que esperamos que nuestro

Padre nos perdone las nuestras.

El ayuno Cap. 6: 16-18

"Cuando ayunen, no pongan cara triste como hacen los hipócritas, que demudan sus rostros para

mostrar que están ayunando. Les aseguro que éstos ya han obtenido toda su recompensa. Pero tú,

cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara para que no sea evidente ante los demás que

estás ayunando, sino sólo ante tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo que se hace en

secreto, te recompensará.

Una tercera práctica religiosa, muy popular entre los judíos en medio de los cuales Jesús

vivía, era el ayuno. Si se practica para mostrar a Dios dolor por nuestros pecados; o si forma

parte de nuestra entrega a su servicio, es conveniente y loable; pero si se emplea como medio

de granjearse la aprobación y alabanza de los hombres, es hipocresía y ostentación. Jesús

insiste en que el ayuno, y toda forma de auto negación, sean secretos; no debemos exhibir

nuestros sacrificios; no debemos aprovechamos de nuestra devoción. Debemos sólo mirar a

nuestro Padre que está en secreto, que ve en lo secreto y que sin duda dará la recompensa.

Los Servidores del Rey y los bienes del mundo (6: 19-34)

"No acumulen para sí tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se

meten a robar. Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido

carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu

corazón. "El ojo es la lámpara del cuerpo. Por tanto, si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de

la luz. Pero si tu visión está nublada, todo tu ser estará en oscuridad. Si la luz que hay en ti es

oscuridad, ¡qué densa será esa oscuridad! "Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a

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uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios

y a las riquezas. "Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su

cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa?

Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre

celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? ¿Quién de ustedes, por mucho que se

preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida? "¿Y por qué se preocupan por la ropa?

Observen cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni

siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que

hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe?

Así que no se preocupen diciendo: „¿Qué comeremos?' o '¿Qué beberemos?' o '¿Con qué nos vestiremos?'

Porque los paganos andan tras todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan.

Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.

Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus

problemas.

Al describir la vida ideal que él exige, Jesús hace dos admoniciones en cuanto a la actitud

mental que debe caracterizar a sus seguidores en relación con los bienes de este mundo. La

primera se refiere a la avaricia, y la segunda es en contra de la ansiedad. La primera es la

tentación peculiar de los ricos, la segunda la de los pobres. La primera se prohíbe en dos o

tres terrenos diferentes. En primer lugar, es disparatado acumular tesoros en la tierra, dado

que los bienes terrenales son tan inciertos y desaparecen con tanta rapidez; y luego,

propenden a apartar la mente de Dios y de su Reino. También, el deseo de riquezas se

convierte en una pasión tal que llega a embotar el sentido moral, ciega "el ojo", en tanto que

un espíritu generoso aclara la visión espiritual de modo que el ser todo está lleno de luz. Por

último, Se corre un gran peligro de que los bienes lo posean a uno. La avaricia convierte al

hombre en esclavo y lo aparta del servicio de Dios, "ninguno puede servir a dos señores";

"no podéis servir a Dios y a las riquezas".

Por otro lado, Jesús nos previene en cuanto a la ansiedad. Desde luego que no prohíbe la

previsión y prudencia; pero quiere alejamos de aquella preocupación e inquietud que

destruyen nuestra paz y nos impiden ser útiles. Nos señala los pájaros, para demostrar que

nuestro Padre celestial los suministrará el alimento necesario. Indica lo insensato de la

ansiedad que puede abreviar la vida pero nunca prolongarla. Nos invita a que consideremos

"los lirios del campo" en toda su belleza, a fin de que estemos seguros de que nuestro Padre

celestial vestirá a aquellos que confíen en él. Lo que ahuyenta la ansiedad es esta

dependencia confiada en el cuidado del Padre celestial. Jesús pide a sus seguidores que

busquen primero el Reino de Dios y la justicia que exige, en la certeza de que todo lo

necesario será dado. Insiste en que no se deben afanar. Les dice que el mañana traerá

consigo sus propias preocupaciones; que cada día comporta males suficientes, aunque nunca

en exceso, para quienes ponen su confianza en Dios.

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Los Servidores del Rey y el mal del mundo (7: 1-6)

"No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará,

y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. "¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu

hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu

hermano: 'Déjame sacarte la astilla del ojo', cuando ahí tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca

primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu

hermano. "No den lo sagrado a los perros, no sea que se vuelvan contra ustedes y los despedacen; ni

echen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen.

En relación con el mal existente en el mundo, Jesús hace dos advertencias a sus seguidores,

al continuar describiéndoles la vida ideal que desea que lleven. Los pone sobre aviso, en

primer lugar, en contra de la inclinación a censurar, y, en segundo lugar, en contra del

descuido. Cuando Jesús dijo, "no juzguéis para que no seáis juzgados", no quiso decir que

debemos evitar formarnos opiniones acerca de los demás, o que no deberíamos censurar lo

que sabemos que está mal. Prohíbe a sus seguidores que sean duros en sus juicios o que se

complazcan en críticas desfavorables. Condena el espíritu de crítica, primero, por razón del

peligro que entraña, "porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados", no sólo por

nuestros hermanos los hombres, quienes sin duda nos condenarán con la misma falta de

caridad que nosotros les hayamos mostrado, sino también por Dios mismo quien nos

juzgará con el mismo rigor que hayamos usado en juzgar a los demás. Más aún, Jesús indica

que este espíritu de crítica es absurdo. Traza el cuadro más ridículo: afirma que es

disparatado que uno en cuyo ojo hay una "viga" trate de ayudar a otro en cuyo ojo no hay

sino una astilla o una "paja". Peor aún, sería una simple hipocresía, porque cuando

criticamos a otros solemos insinuar que sus debilidades o faltas nos turban mucho, mientras

que en realidad hay una alegría latente en nuestro corazón. Si nuestra simpatía fuese

verdadera, trataríamos primero de eliminar nuestras propias imperfecciones, en especial

nuestra dureza y orgullo, y así estaríamos en condiciones para prestar el alto servicio de

ayudar a los demás a corregir sus defectos.

Los seguidores de Cristo no deben ser criticones ni deben complacerse en censuras severas.

Sin embargo, tampoco deben irse al otro extremo y hacerse indiferentes al mal existente en

el mundo. Deben distinguir con cuidado entre las diferentes índoles morales de los hombres,

y actuar frente a ellos de acuerdo con las mismas. Esto es mucho más necesario para

aquellos que quieran transmitir verdades espirituales. Deben tener en cuenta el tiempo y el

lugar, y también la índole y la condición de aquellos a quienes se dirigen y a quienes tratan

de influir. Si, por ejemplo, uno trata de sacar una paja del ojo de un hermano, debe actuar

con tacto y discreción. Hay también verdades que ciertos hombres no pueden ni entender ni

valorar. Serían rechazadas y serían objeto de burla y desprecio, y los oyentes mismos se

sentirían ofendidos y ultrajados. Es como echar "vuestras perlas delante de los cerdos".

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Sin embargo, esta precaución no debe llevarse demasiado lejos. Los cristianos deben dar

testimonio incluso a riesgo de la vida, y a menudo se sorprenden de descubrir que aquellos a

quienes, con juicio precipitado, habían considerado como sin remedio y hostiles, están muy

bien dispuestos e incluso ansían conocer las "buenas nuevas" concernientes a Cristo.

Los Servidores del Rey y sus relaciones con Dios y co n los hombres (7:

7-12)

"Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe;

el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. "¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una

piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar

cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!

Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho,

esto es la ley y los profetas.

El Sermón del Monte alcanza en este punto su culminación al exponer y subrayar las

relaciones que los cristianos deben mantener con. Dios y con los demás hombres, Se

compendian en la exhortación relativa a la "oración" y en la "Regla de Oro",

Aquella no es ningún mensaje que se refiera a la naturaleza o al puesto o a la filosofía de la

oración, sino más bien un aliento a los seguidores de Cristo para que mantengan con Dios

una actitud incesante de confianza filial. Las exhortaciones anteriores, que ponían en

guardia contra los peligros del espíritu de crítica y de descuido, indican la necesidad de

ayuda divina, Aquí en cambio, Cristo incita a sus seguidores a que busquen siempre en Dios

la sabiduría, fortaleza y gracia necesarias. "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y

se os abrirá", Nada podría ser más sencillo que la relación entre tierra y cielo que así se nos

garantiza; e inspira mayor confianza aún la comparación con un padre de familia que, siendo

un simple hombre, jamás engañaría o se burlaría de su hijo; con mucha mayor certidumbre

"vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan".

Del mismo modo que esta instrucción concerniente a la oración inspira la actitud adecuada

para con Dios, así la "Regla de Oro" sintetiza todo lo que Cristo exige en nuestra relación

con los demás hombres. Es tina expresión de la ley de amor y es, tal como afirma Cristo, el

cumplimiento de todo lo que exigen "la ley y los profetas", Algunas formas de esta "Regla

de Oro", unas veces negativas y otras menos perfectas, se encuentran en maestros judíos e

incluso en sabios paganos; pero es exclusivo del gran Rey el proclamar en su manifiesto la

ley fundamental, cuya observancia acabaría con todas las diferencias y desacuerdos entre los

hombres como individuos, entre clases y partidos, y entre naciones del mundo, "Así que,

todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros

con ellos" ,

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Conclusión: La lucha, la prueba, y la seguridad de los Servidores del Rey

(7: 13-29)

"Entren por la puerta estrecha. Porque es ancha la puerta, y espacioso el camino que conduce a la

destrucción, y muchos entran por ella. Pero estrecha es la puerta, y angosto el camino que conduce a

la vida, y son pocos los que la encuentran. "Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes

disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se

recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos? Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno,

pero el árbol malo da fruto malo. Un árbol bueno no puede dar fruto malo, y un árbol malo no puede

dar fruto bueno. Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. Así que por sus frutos

los conocerán. "No todo el que me dice : „Señor, Señor‟, entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que

hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día : „Señor, Señor, ¿no

profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?'

Entonces les diré claramente: „Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!' "Por tanto,

todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su

casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella

casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye

estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la

arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se

derrumbó, y grande fue su ruina." Cuando Jesús terminó de decir estas cosas, las multitudes se

asombraban de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tenía autoridad , y no como los maestros

de la ley.

El sermón concluye con tres exhortaciones, una en cuanto al buscar entrar en el Reino; otra

para prevenir contra los maestros falsos y las falsas enseñanzas, y una última en cuanto a la

obediencia a los mandatos del Rey. Jesús utiliza tres metáforas elocuentes, los "dos

caminos", las "dos clases de frutos", y los "dos constructores”.

1. Al incitar a los hombres a seguirle y a buscar la entrada en el Reino de los cielos, vs.

13, 14, la metáfora sensibiliza tres grandes contrastes, las puertas ancha y estrecha,

la muerte y la vida a las cuales conducen, y los muchos y los pocos que entran por

ellas. El Rey enseña con toda claridad que seguirle implica lucha, autodisciplina y

esfuerzo. El camino justo es difícil encontrarlo y mantenerse en él; el camino ancho

es popular y fácil de descubrir. No es difícil perderse; basta con seguir a la multitud.

Salvarse es difícil, exige decisión, sacrificio, heroísmo; pero la meta es la vida eterna.

2. Hay muchos falsos guías, vs. 15-20, que se presentan espontáneamente; muchos

líderes religiosos que se enmascaran can el nombre de cristianos. Parecen bastante

inocentes pero son como lobos vestidos de ovejas. Su verdadero propósito es egoísta

y destructor; Se los debe someter a prueba, no sólo por medio de sus vidas y obras,

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sino todavía más por medio de los resultados de sus enseñanzas corrompidas y

acristianas: "por sus frutos los conoceréis". Hay también muchos otros que profesan

seguir a Cristo y que necesitan cuidarse de engañarse a sí mismos. En el gran día en

que el Rey juzgará y decidirá quiénes pueden entrar en su Reino y quiénes quedan

excluidos, muchos alegarán que fueron constantes en el culto cristiano y destacaron

en las actividades cristianas; y el Rey les dirá, "Nunca os conocí; apartaos de mí,

hacedores de maldad". No basta profesar el nombre de Cristo, sino que hay que

obedecerle de verdad y con su ayuda hacer la voluntad de su Padre que está en los

cielos.

3. Por consiguiente, en sus palabras finales de admonición y exhortación, vs. 24-27, el

Rey establece la necesidad absoluta de oír sus palabras y de cumplirlas, de aceptar y

obedecer sus regios mandatos. Describe el cuadro de dos constructores, uno que

edifica su casa sobre la roca, y el otro sobre la arena, y cuando llegan la tempestad y

las riadas una casa permanece firme y la otra cae en ruina completa. Así será en el

momento de la prueba y del juicio; quienes obedecen de verdad a Cristo se salvarán.

Sus destinos eternos están construidos sobre roca, los servidores del Rey están

seguros.

4. No es extraño que las multitudes se maravillasen ante las palabras de Cristo. El

mundo se ha venido admirando por estas palabras desde que fueron pronunciadas.

Las multitudes se sorprendían de que hablase con autoridad y no como sus escribas;

y con razón hablaba así, porque estas palabras maravillosas son la proclama de un

Rey.

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CAPITULO 3: LAS CREDENCIALES DEL REY (8 – 9)

Primer grupo de milagros (8: 1-17)

Curación de un leproso (8: 1-4)

Cuando Jesús bajó de la ladera de la montaña, lo siguieron grandes multitudes. Un hombre que tenía

lepra se le acercó y se arrodilló delante de él. Señor, si quieres, puedes limpiarme le dijo. Jesús

extendió la mano y tocó al hombre. Sí quiero le dijo. ¡Queda limpio! Y al instante quedó sano de

la lepra. Mira, no se lo digas a nadie le dijo Jesús; sólo ve, preséntate al sacerdote, y lleva la ofrenda

que ordenó Moisés, para que sirva de testimonio.

A continuación del Sermón del Monte, Mateo presenta diez milagros, que distribuye en tres

grupos impresionantes. Forman parte integral de la narración. Negar los milagros o

eliminarlos del Evangelio llevaría a un relato mutilado y vacío de sentido. En el sermón,

Jesús fue presentado como Rey universal y divino; ahora se le presenta como digno de

sumisión y confianza; sus credenciales son los milagros. Necesitamos no sólo la enseñanza

de Cristo; necesitamos también su toque sanador; y cada milagro es una parábola de su

poder salvador.

La primera de estas obras sobrenaturales que Mateo narra es la curación de un leproso. Es

posible que en ello hubiese una insinuación de que la necesidad primera de la nación era la

purificación espiritual, y que esta necesidad debía ser satisfecha antes de que pudiese gozar

de las bendiciones del Reino prometido. No cabe duda de que la lepra es el símbolo conocido

y aceptado del pecado. Sus victimas eran masas de llagas; quedaban apartados de todo

contacto con los demás hombres, eran mirados con repugnancia, eran muertos en vida. Así

era el pobre leproso que fue a Jesús, rindiéndole pleitesía y diciéndole, "Señor, si quieres,

puedes limpiarme". Creía en el poder de Jesús, pero temía ser indigno de la curación. Jesús

"extendió la mano y le tocó", para mostrarle su simpatía, para fortalecer la fe del leproso,

para damos la seguridad de que acoge con benevolencia a los pecadores más inmundos.

Luego Jesús pronunció aquellas majestuosas palabras, "Quiero; sé limpio", ¡Qué naturales

parecen estas palabras en los labios de Jesús! ¿Podríamos imaginario diciendo, "Lo siento,

pero no puedo ayudarte; te aconsejo que utilices algún remedio o que te dirijas a un médico

humano"? El creer en un Salvador divino facilita aceptar la verdad de sus obras divinas. "Y

al instante su lepra desapareció", Lo completo e instantáneo de la curación constituye un

rasgo notable del milagro, y nos sugiere el poder de Cristo para aliviar de inmediato el

estigma, la culpa y el poder del pecado.

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Jesús prohibió al hombre que acababa de curar que hablase a otros de su curación, Quería

evitar la publicidad ruidosa que hubiera podido despertar fanatismo y producir una

agitación tal que interfiriese su enseñanza. Hoy día quiere que todos los curados den

testimonio de su gracia. Mandó al hombre que se fuese a mostrar al sacerdote y que

observase las costumbres establecidas por Moisés. Jesús no vaciló en quebrantar una ley

ceremonial tocando al hombre, al ser esto necesario para curarlo; en cambio le dijo al

hombre que observase la ley ceremonial porque no había una ley superior que lo impidiese y

porque el no hacerlo hubiera podido producir malas inteligencias y agravios.

Curación de un paralítico (8:5-13)

Al entrar Jesús en Capernaúm, se le acercó un centurión pidiendo ayuda. Señor, mi siervo está

postrado en casa con parálisis, y sufre terriblemente. Iré a sanarlo respondió Jesús. Señor, no merezco

que entres bajo mi techo. Pero basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sana.

Porque yo mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores, y además tengo soldados bajo mi

autoridad. Le digo a uno: „Ve‟, y va, y al otro: „Ven‟, y viene. Le digo a mi siervo: „Haz esto', y lo

hace. Al oír esto, Jesús se asombró y dijo a quienes lo seguían: Les aseguro que no he encontrado en

Israel a nadie que tenga tanta fe. Les digo que muchos vendrán del oriente y del occidente, y

participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Pero a los súbditos

del reino se les echará afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes. Luego Jesús le

dijo al centurión: ¡Ve! Todo se hará tal como creíste. Y en esa misma hora aquel siervo quedó sanó.

La lepra era símbolo de la repugnancia del pecado; la parálisis puede considerarse como

símbolo de la impotencia. Así como la curación del primero manifiesta el poder de Cristo,

este relato subraya la necesidad de creer en él. El centurión, o comandante militar romano,

de Capernaum, era un hombre del mismo nivel moral elevado que los demás soldados que se

mencionan en el Nuevo Testamento. Llevado por la simpatía que en él produce el

sufrimiento de su criado, acude a Jesús en busca de ayuda, y al oír la promesa del Maestro de

que "iré y le sanaré", respondió en forma sorprendente, descubriendo su extraordinaria fe.

Afirmó que del mismo modo que él sabía qué era obedecer y ser obedecido, así también

estaba seguro de que Jesús sólo necesitaba decir una palabra, y no ir hasta su casa, para que

su mandato fuese cumplido y el criado quedase curado. Su humildad y confianza eran tan

excepcionales que Jesús afirmó, "que ni aún en Israel he hallado tanta fe". Luego Jesús

añadió algo que tuvo que sorprender a los judíos. Utilizando como metáfora el cuadro de un

banquete para descubrir los gozos del Reino de los cielos, declaró que muchos gentiles

serían admitidos al Reino, mientras que muchos judíos quedarían excluidos del mismo. La fe

del centurión romano fue una profecía de los gentiles conversos, y como respuesta a su fe

Jesús pronunció la palabra de feliz seguridad, "Ve, y como creíste, te sea hecho". Así pues,

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este Evangelio, que se dice fue "escrito para los judíos", contiene promesas insuperables de

bendiciones futuras para todas las naciones del mundo.

Curación de la suegra de Pedro (8: 14-17)

Cuando Jesús entró en casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. Le tocó la mano y la

fiebre se le quitó; luego ella se levantó y comenzó a servirle. Al atardecer, le llevaron muchos

endemoniados, y con una sola palabra expulsó a los espíritus, y sanó a todos los enfermos. Esto sucedió

para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: “Él tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó

con nuestras dolencias."

El tercer ejemplo de poder sobre la enfermedad lo ofreció Jesús en la casa de su discípulo,

Simón Pedro. La enferma sufría de fiebre, una forma de enfermedad que evoca la ansiedad, el

temor, la preocupación, el mal genio, la precipitación que se pueden encontrar en las casas

de los seguidores de Cristo, incluso de los más íntimos. El toque de la mano de Jesús

indicaba su simpatía y amor; fue un toque poderoso, porque "la fiebre la dejó". Y no quedó

débil e impotente, como con la fiebre suele suceder. La curación fue inmediata y total,

porque "ella se levantó, y les servía". En un sinnúmero de casas hoy en día, corazones a los

que el toque sanador de Cristo consoló lo sirven con amor agradecido.

La noticia de esta curación, o de milagros parecidos, llevó a la puerta de Pedro una gran

muchedumbre de poseídos de enfermedades o de demonios, y Jesús los sanó a todos. En este

ministerio de bondad, Mateo, cuyo Evangelio está unido al Antiguo Testamento por medio

de citas constantes, halla el cumplimiento de la predicación de Isaías, "Él mismo tomó

nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias". La profecía se cumplió en parte en la

carga de simpatía que sintió por los que sanaba; con una perfección mayor cuando

finalmente "llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero".

El escriba impulsivo y el discípulo reluctante (8: 18-22)

Cuando Jesús vio a la multitud que lo rodeaba, dio orden de pasar al otro lado del lago. Se le acercó

un maestro de la ley y le dijo: Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas. Las zorras tienen

madrigueras y las aves tienen nidos le respondió Jesús, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar

la cabeza. Otro discípulo le pidió: Señor, primero déjame ir a enterrar a mi padre. Sígueme le replicó

Jesús, y deja que los muertos entierren a sus muertos.

Entre el primer grupo de milagros y el segundo, Mateo menciona dos incidentes que

revelan igualmente la naturaleza divina de Cristo e indican también el efecto que sus

milagros producían en las multitudes. Ambos casos muestran el poder de Cristo de leer los

pensamientos ocultos de la mente humana y de ahondar en los motivos subyacentes a toda

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acción o palabra, y en una forma aún más precisa estos incidentes nos hablan de la

popularidad creciente de Jesús; muestran que los hombres ansiaban entrar a formar parte de

su séquito o bien trataban de excusarse por negarse a someterse a su voluntad.

En el primer caso un escriba acude a él con entusiasmo y le dice, "te seguiré adondequiera

que vayas". Había supuesto que su compañía tenía que ser deleitable, cómoda, de moda.

Jesús afirma que conllevará dificultades, auto negación, la cruz, "las zorras tienen guaridas,

y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza". No se

vuelve a oír nada de este joven impulsivo. Jesús desea seguidores, pero quiere que

consideren el costo; previene en contra de la precipitación e irreflexión en quienes piensan

en su servicio. Hay otro que parece dispuesto a seguirle, pero afirma que antes debe ir a

enterrar a su padre. Probablemente era un simple pretexto o una excusa pobre para una

negativa o dilación. Hay algo de severo en la firme respuesta del Maestro, "Sígueme; deja

que los muertos entierren a sus muertos". No debería permitirse que nada impidiese a los

hombres seguir a Cristo. Por íntimo que sea el vínculo o sagrado el deber, lo que aparta de él

lo coloca y mantiene a uno entre los espiritualmente muertos, y producirá, como resultado

definitivo, el que sea enterrado por "sus muertos",

Segundo grupo de milagros (8: 23 - 9:8)

Calma la tempestad (8: 23-27)

Luego subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De repente, se levantó en el lago una tormenta tan

fuerte que las olas inundaban la barca. Pero Jesús estaba dormido. Los discípulos fueron a

despertarlo. ¡Señor gritó, sálvanos, que nos vamos a ahogar! Hombres de poca fe les contestó, ¿por

qué tienen tanto miedo? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y a las olas, y todo quedó

completamente tranquilo. Los discípulos no salían de su asombro, y decían : “¿Qué clase de hombre es

éste, que hasta los vientos y las olas le obedecen?"

En el primer grupo de milagros se ve a Jesús con poder para curar las enfermedades

corporales; en el segundo se nos muestra con poder sobre las fuerzas de la naturaleza, sobre

los espíritus inmundos, e incluso para perdonar los pecados.

Las tempestades eran frecuentes en el lago que Jesús tantas veces atravesó con sus

discípulos; y también lo son en las vidas de todos sus seguidores. Acompañar al Maestro no

exime a los hombres de luchar, de tempestades, de cielos ennegrecidos, de oleajes

tormentosos, Sin embargo ésta no era una .de las tempestades acostumbradas. Hasta los

vigorosos pescadores de Galilea temieron. Hubieran debido sentirse seguros, teniendo al

Rey a bordo. Estaba tranquilo y sereno. "Las olas cubrían la barca; pero él dormía".

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Era tonto tener miedo, pero sabio llevar al Maestro los temores. Lo despertaron diciendo,

"Señor, sálvanos, que perecemos" Podemos estar seguros de que nos ayudará si acudimos a

él en toda necesidad: pero quizá deba reprendemos. Una fe más vigorosa podría disminuir

nuestro temor. Les dijo, "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?" Luego, una vez los hubo

amonestado, "levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza". Sin

duda que este Rey que es el "Señor de la naturaleza toda" puede librar de todos los peligros

posibles a quienes confían en él. Experiencias como ésta deben haber robustecido la fe de sus

seguidores; pero el efecto primero en quienes lo vieron fue el de profunda maravilla. "Se

maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?"

Echa demonios (8: 28-34)

Cuando Jesús llegó al otro lado, a la región de los gadarenos, dos endemoniados le salieron al

encuentro de entre los sepulcros. Eran tan violentos que nadie se atrevía a pasar por aquel camino.

De pronto le gritaron: ¿Por qué te entrometes, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos

antes del tiempo señalado? A cierta distancia de ellos estaba paciendo una gran manada de cerdos.

Los demonios le rogaron a Jesús: Si nos expulsas, mándanos a la manada de cerdos. Vayan les dijo.

Así que salieron de los hombres y entraron en los cerdos, y toda la manada se precipitó al lago por el

despeñadero y murió en el agua. Los que cuidaban los cerdos salieron corriendo al pueblo y dieron

aviso de todo, incluso de lo que les había sucedido a los endemoniados. Entonces todos los del pueblo

fueron al encuentro de Jesús. Y cuando lo vieron, le suplicaron que se alejara de esa región.

Jesús acababa de exhibir su poder sobre las fuerzas de la naturaleza; ahora muestra su

autoridad sobre el mundo invisible de los espíritus. Cruzó a la orilla oriental del lago; y

"vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran

manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino". Estos hombres no eran simples

locos, sino endemoniados. Sin embargo, tanto la locura como la posesión diabólica son

símbolos de la tiranía mucho más terrible del pecado. Los hombres esclavos de la ira, de la

lujuria, de la gula, de la envidia, de la codicia, habitan al igual que los gadarenos por los

sepulcros, en lugares de inmundicia y muerte, y ponen en peligro a todos los que se les

aproximan.

Los demonios reconocieron en Jesús al Hijo de Dios; temían su poder; se daban cuenta de

que libraría a los hombres a los que ellos estaban atormentando; y por ello le pidieron entrar

en un hato de cerdos que pacían no muy lejos de allá. Una vez concedido el permiso "todo el

hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas".

Se ha preguntado a menudo por qué Jesús causó o permitió una destrucción tal de bienes.

Sería difícil contestar si no fuese porque los milagros todos de nuestro Señor fueron

parábolas vivas, encaminadas a enseñar verdades espirituales. En la superficie misma de este

relato se descubre que la destrucción de los cerdos estuvo relacionada con la liberación de

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los hombres; se les ayudó a darse cuenta de que su condición había sido desesperada y su

liberación era real; les reveló el poder de Cristo y los llevó a confiar en él, y sobre todo es

evidente que la destrucción de los cerdos fue un mensaje impresionante para los hombres de

la ciudad vecina, tanto de un posible peligro a manos de los espíritus malos como de que

Jesús podía liberarlos de todas las tiranías del dolor y del pecado; pero ellos "le rogaron que

se fuera de sus contornos". Hoy en día hay quienes temen que la presencia de Cristo pueda

causarles algunas pérdidas de bienes o que por lo menos los pueda reprender por sus

pecados. Algunos miran al Rey no con reverencia amorosa sino sólo con temor y espanto.

Perdona pecados (9: 1-8)

Subió Jesús a una barca, cruzó al otro lado y llegó a su propio pueblo. Unos hombres le llevaron un

paralítico, acostado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: ¡Ánimo, hijo; tus

pecados quedan perdonados! Algunos de los maestros de la ley murmuraron entre ellos : “¡Este hombre

blasfema!" Como Jesús conocía sus pensamientos, les dijo: ¿Por qué dan lugar a tan malos

pensamientos? ¿Qué es más fácil, decir: „Tus pecados quedan perdonados', o decir: „Levántate y

anda'? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar

pecados se dirigió entonces al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y el hombre se

levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud se llenó de temor, y glorificó a Dios por haber dado

tal autoridad a los mortales.

Jesús había demostrado que podía liberar del dominio de los espíritus inmundos; ahora

muestra que tiene poder para perdonar los pecados. La ocasión fue la curación' de un

hombre que estaba "paralítico". Esta enfermedad era más lastimosa que lo que conocemos

como simple parálisis. Se perdía el dominio de los músculos, y se presentaban repentinos

paroxismos de dolor, que se hacían cada vez más frecuentes y más angustiosos hasta que el

enfermo hallaba alivio en la muerte. El paralítico al que Jesús curó sufría también de la

enfermedad mucho más terrible del pecado, del cual la enfermedad f ísica era el símbolo y

probablemente también la consecuencia.

Por esta razón Jesús tuvo en cuenta la necesidad más honda y le dijo al paralítico, "ten

ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados. Entonces algunos de los escribas decían dentro

de sí: Éste blasfema". Tenían toda la razón; Jesús era culpable de blasfemia y reo de muerte,

a no ser que fuese Dios, y no hay otra alternativa posible. Que lo era lo demostró, primero,

leyendo los pensamientos de sus enemigos, y segundo, sanando al enfermo. Ni perdonar los

pecados ni sanar en forma repentina la parálisis está dentro del poder del hombre. Quien

pudo hacer lo segundo tenía el derecho de hacer lo primero. Por esto Jesús dijo al paralítico,

"Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa". La curación fue inmediata; la demostración fue

absoluta, "entonces él se levantó y Se fue a su casa".

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El efecto producido en las multitudes fue una mezcla de temor y de gozo. Temieron al

encontrarse en la presencia de un Rey divino, pero se alegraron de que poseyese el derecho y

la autoridad para otorgar el perdón de los pecados. En todos los que se someten a su

voluntad, el temor se transforma en agradecimiento y alabanza.

Llamamiento de Mateo y pregunta sobre el ayuno (9: 9-17)

Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos.

"Sígueme", le dijo. Mateo se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en casa de Mateo,

muchos recaudadores de impuestos y pecadores llegaron y comieron con él y sus discípulos. Cuando los

fariseos vieron esto, les preguntaron a sus discípulos: ¿Por qué come su maestro con recaudadores de

impuestos y con pecadores? Al oír esto, Jesús les contestó: No son los sanos los que necesitan médico sino

los enfermos. Pero vayan y aprendan lo que significa: „Misericordia quiero y no sacrificio.' Porque

no he venido a llamar a justos sino a pecadores. Un día se le acercaron los discípulos de Juan y le

preguntaron: ¿Cómo es que nosotros y los fariseos ayunamos, pero no así tus discípulos? Jesús les

contestó: ¿Acaso pueden estar de luto los invitados del novio mientras él está con ellos? Llegará el día

en que se les quitará el novio; entonces sí ayunarán. Nadie remienda un vestido viejo con un retazo

de tela nueva, porque el remiendo fruncirá el vestido y la rotura se hará peor. Ni tampoco se echa

vino nuevo en odres viejos. De hacerlo así, se reventarán los odres, se derramará el vino y los odres se

arruinarán. Más bien, el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así ambos se conservan.

Entre el segundo y tercer grupos de milagros se intercalan dos incidentes que en sí mismos

indican el poder divino de Cristo. El primero fue el llamamiento al discipulado de un

publicano, un cobrador de impuestos, de nombre Mateo, el hombre a quien se atribuye la

composición de este Evangelio.

Su ocupación lo situaba entre los parias sociales, pero Quien limpió al leproso y sanó al

paralítico evidentemente podía transformar a un publicano despreciado en un apóstol,

evangelista, y santo.

Vemos la fe de Mateo en su respuesta inmediata, en el sacrificio evidente que supuso para él

dejado todo para seguir al Maestro, y además en la invitación que hizo a sus antiguos

amigos para una gran fiesta en la que Jesús era el invitado de honor. No es difícil establecer

semejanzas que indiquen cómo puede manifestarse sinceridad en aceptar a Cristo hoy en día.

Los enemigos de Jesús tenían a punto sus críticas. Se quejaron de que comía con publicanos

y pecadores. Esta fue la ocasión que aprovechó para emitir uno de sus dichos más

sugerentes, "los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos". Jesús afirma su

poder absoluto para sanar moralmente. Da a entender que si los fariseos fueran moralmente

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justos como pretendían serio, no censurarían que se rozase con los moralmente enfermos,

como consideraban a los publicanos.

Jesús no dijo que los fariseos fuesen justos; esto era lo que ellos pensaban de sí mismos. En

realidad merecían reprensión, y por ello cita del Antiguo Testamento, "Misericordia quiero,

y no sacrificio". El sacrificio puede ser algo meramente externo; lo importante a los ojos de

Dios es el corazón justo. Los fariseos tenían razón, bajo el punto de vista formal, en evitar a

los pecadores; pero se traslucía la maldad de sus corazones en su carencia de simpatía, y en

su enemistad hacia Cristo. Luego Jesús añade, "No he venido a llamar a justos, sino a

pecadores, al arrepentimiento". No quiere decir que haya alguna clase de hombres que sean

justos; desea hacer hincapié en que su ministerio es para los pecadores. Del mismo modo que

Mateo invitó a los proscritos sociales, así también Jesús, como divino Anf itrión, está

constantemente llamando aun a los peores pecadores a que vayan a compartir las

bendiciones de su Reino.

Jesús subrayó la libertad que sentía en cuestiones de simple observancia ceremonial con su

respuesta a la pregunta de por qué no exigía el ayuno frecuente de sus seguidores. Afirma

que el ayuno como rito religioso es perfectamente adecuado si responde a un sentimiento

religioso genuino, pero como norma, o exigencia, o causa de mérito, es vano y absurdo. Por

tanto, para sus discípulos sería del todo inadecuado ayunar mientras él, el Esposo divino,

esté con ellos; una vez separados de él, entonces pueden ayunar. Sin embargo, aun entonces,

estas cuestiones ceremoniales tendrían poca importancia. Él no había venido para hacer

añadiduras al ritual judío, como alguien que pone remiendos a un vestido viejo. Ni tampoco

podrían las viejas formas del judaísmo dar cabida al espíritu del Evangelio que él

proclamaba. Como vino nuevo, que fermenta y se expande, y en consecuencia revienta los

odres tensos y gastados por el tiempo, así también la religión de Cristo no podría

aprisionarse en ninguna serie de ceremonias ni confundirse con ritual alguno. Era una

nueva vida que la fe en él daba. Gobernaba a los hombres, no por medio de reglas, sino de

motivos. Su símbolo era no un ayuno sino un banquete.

Tercer grupo de milagros (9: 18-34)

Resucita a un muerto y detiene el flujo de sangre (9: 18-26)

Mientras él les decía esto, un dirigente judío llegó, se arrodilló delante de él y le dijo: Mi hija acaba de

morir. Pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá. Jesús se levantó y fue con él, acompañado de sus

discípulos. En esto, una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias se le acercó por detrás y le

tocó el borde del manto. Pensaba: “Si al menos logro tocar su manto, quedaré sana." Jesús se dio

vuelta, la vio y le dijo: ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha sanado. Y la mujer quedó sana en aquel momento.

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Cuando Jesús entró en la casa del dirigente y vio a los flautistas y el alboroto de la gente, les dijo:

Váyanse. La niña no está muerta sino dormida. Entonces empezaron a burlarse de él. Pero cuando

se les hizo salir, entró él, tomó de la mano a la niña, y ésta se levantó. La noticia se divulgó por toda

aquella región.

El primer grupo de milagros demostró el poder de Jesús sobre las enfermedades corporales;

el segundo, sobre el desorden en el mundo físico, espiritual y moral; el tercero revela su

poder sobre la muerte. Marcos y Lucas nos refieren el mismo episodio, y nos dicen que Jairo

era el nombre del hombre principal cuya hija Jesús resucitó. En los tres Evangelios el relato

está entrelazado con la narración de otro milagro, el de la curación de una mujer sobre la

cual la muerte había puesto su sello. Mateo abrevia mucho el relato y omite muchos detalles

que los otros escritores mencionan. Mateo desea centrar la atención en la larga serie de

maravillas que alcanza aquí su punto culminante. N o quiere distraer el pensamiento con

detalles innecesarios, sino acrecentar la impresión ya creada en cuanto al poder y autoridad

regios de Cristo. Pero, aunque breve, la escena presenta como majestuosa la acción del

Señor. El hombre principal se acerca a él con una petición que está más allá del poder de

cualquier hombre, pero Jesús indica que le será concedido 10 que pide. La desvalida mujer

toca su manto y Jesús se vuelve a ella y le asegura en forma regia que, aunque imperfecta, su

fe producirá una curación total. En la casa del hombre principal, en medio del tumulto del

duelo, pronuncia palabras misteriosas de esperanza, "la niña no está muerta, sino duerme".

Sabía que la vida había salido del cuerpo, pero teniendo en cuenta la intención que tenía y

confiado en su propio poder comunica un mensaje, cuya significación completa es garantía

absoluta de la vida más allá del sepulcro, y ha confortado a un sinnúmero de dolientes con su

contenido lleno de consolación y alegría, "no está muerta, sino duerme".

La mofa de la multitud, tan dura y despiadada, contrasta con la regia simpatía de Cristo y da

fe de la realidad del milagro. No cabe duda de que la niña estaba muerta; negarlo, si ésta

hubiera sido la intención de Cristo, era absurdo. Lo que en verdad quería decir se nos hace

evidente de inmediato. Despide a la ruidosa multitud, toma a la niña de la mano y de

inmediato se levantó, llena otra vez de vida y fortaleza. No sorprende que "se difundió la

fama de esto por toda aquella tierra". No cabe duda de que un Rey tal merece toda confianza

y pleitesía.

Da vista a dos ciegos y habla a un mudo (9: 27-34)

Al irse Jesús de allí, dos ciegos lo siguieron, gritándole: ¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!

Cuando entró en la casa, se le acercaron los ciegos, y él les preguntó: ¿Creen que puedo sanarlos? Sí,

Señor le respondió. Entonces les tocó los ojos y les dijo: Se hará con ustedes conforme a su fe. Y

recobraron la vista. Jesús les advirtió con firmeza: Asegúrense de que nadie se entere de esto. Pero

ellos salieron para divulgar por toda aquella región la noticia acerca de Jesús. Mientras ellos salían,

le llevaron un mudo endemoniado. Así que Jesús expulsó al demonio , y el que había estado mudo

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habló. La multitud se maravillaba y decía: “Jamás se ha visto nada igual en Israel." Pero los

fariseos afirmaban: “Éste expulsa a los demonios por medio del príncipe de los demonios."

Después de que Jesús ha demostrado su poder sobre la muerte, el milagro de dar vista a los

ciegos y habla al mudo puede parecer menos maravilloso. Es probable, sin embargo, que

Mateo haya colocado estos milagros en este grupo porque muestran cómo Jesús devolvió

facultades que en realidad estaban muertas. El ciego y el mudo son sin duda símbolos

proverbiales de hombres que necesitan que el poder de Cristo los ponga en condiciones de

ver las realidades espirituales y de alabar adecuadamente la bondad y el amor de Dios. La fe

de los ciegos que Jesús sanó parece haber sido genuina aunque imperfecta. No 10

obedecieron cuando les encargó que no revelasen su poder sanador. No está muy claro el

motivo de este mandato; probablemente quería evitar suscitar cualquier estallido repentino

de entusiasmo fanático que hubiera podido frenar el avance de su misión. Es siempre sensato

obedecer los mandatos del Rey.

Se nos dice de nuevo que ante tales milagros "la gente se maravillaba". Pero leemos también

que despertaron en los fariseos un odio tan lleno de envidia y encono que le hicieron la

acusación más severa, "Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios". Ni sus

mismos enemigos podían negar que el poder de Jesús fuera sobrenatural. No hay, pues, otra

alternativa: o era demoníaco o era divino.

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CAPITULO 4: LOS MENSAJEROS DEL REY (9 - 10)

Ocasión de la Comisión (9:35-38)

Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del

reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas,

porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. "La cosecha es abundante, pero son

pocos los obreros les dijo a sus discípulos. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que envíe obreros

a su campo."

Esta sección del Evangelio se inicia con un sumario del ministerio de Jesús en Galilea,

semejante al que precede al "Sermón del Monte" y al relato de los diez grandes milagros que

se mencionaron como "credenciales del Rey". Este sumario propiamente presenta la

consignación de la comisión que Jesús dio a sus doce discípulos. Muestra la ocasión y el

motivo de su misión. Describe a las grandes multitudes que se apiñaban alrededor de Jesús y

también a las multitudes todavía no alcanzadas y que habían crecido tanto que pedían

ayudantes que pudiesen predicar en el nombre del Maestro. También mira hacia el .futuro,

hacia el tiempo en que el Rey rechazado se separaría de sus seguidores y toda la carga del

testimonio recaería sobre ellos. De hecho estaban simultáneamente presentes en su

pensamiento las necesidades tanto actuales como remotas, lo cual explica muchas de las

dificultades que contiene la comisión a los apóstoles. Algunas de las exhortaciones y

advertencias son para los días del ministerio terrenal de nuestro Señor; y otras tienen su

aplicación en todas las épocas sucesivas y a todas las experiencias de sus seguidores incluso

en los años por venir. El motivo inmediato, sin embargo, que llevó a Jesús a actuar, fue su

profunda compasión por las multitudes. Las vio "desamparadas"; o sea atormentadas con

preocupaciones, dudas y temores; estaban "dispersas", abatidas y desesperanzadas; estaban

"como ovejas que no tienen pastor"; es decir, necesitaban un guía, un protector, un líder.

Estaban perplejas y no sabían a qué lado volverse; estaban hambrientas y no sabían cómo

satisfacer el anhelo de sus almas.

Es este un cuadro sorprendente del mundo actual. Sus gentes están igualmente

desesperanza das. Necesitan lo que sólo el Buen Pastor puede dar. Cuando congeniamos con

el Maestro y contemplamos las multitudes tal como él las vio, sentimos surgir en nosotros

algo de la vehemencia y anhelo que él tuvo de ayudarlas y de enviar a quienes puedan

testificar en su nombre. Fue esta compasión por las multitudes la que llevó a Jesús a

apremiar a sus discípulos para que orasen. Cambia la metáfora, pero la necesidad

sobreentendida es obvia: "A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues,

al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies". Lo que nos dice es que las espigas ya están

maduras y que a no ser que se consigan obreros, la cosecha se perderá. Nadie siente un dolor

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tan profundo como él por esta pérdida. Es su cosecha y suspira por disponer de segadores.

En los días de Jesús eran escasos; siempre han sido demasiado pocos; pero podría cubrirse la

necesidad en forma más completa si los seguidores del Rey hiciesen caso a su mandato y se

uniesen para pedir más operarios.

Desde luego que esta petición implica y afianza un interés profundo por parte de los que

oran. Cuando Jesús incitó a sus discípulos a que orasen, estaba a punto de enviarlos a

trabajar.

Nombres de los Doce (10: 1-4)

Reunió a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar a los espíritus malignos y sanar toda

enfermedad y toda dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: primero Simón, llamado

Pedro, y su hermano Andrés; Jacobo y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé;

Tomás y Mateo, el recaudador de impuestos; Jacobo, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón el zelote y

Judas Iscariote, el que lo traicionó.

Antes de mencionar la lista de los nombres dignos de memoria de los apóstoles elegidos y

más cercanos de Cristo, Mateo consigna la naturaleza del trabajo que fueron llamados a

desarrollar. Se les dio "autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y

para sanar toda enfermedad y toda dolencia". Estos milagros servirían de credenciales de su

comisión. Era un privilegio único. Otros grandes líderes han hecho milagros pero ninguno

ha transmitido su propio poder a sus seguidores. Las obras de misericordia y de gracia que

los Doce realizarían les atraerían oyentes bien dispuestos y garantizarían una aceptación

favorable para las buenas nuevas que anunciarían.

Los nombres de los doce apóstoles están combinados en tres grupos, cada uno con cuatro

nombres. Los mismos grupos aparecen en un mismo orden en las listas que los demás

evangelistas presentan. Es posible que los grupos estén combinados de acuerdo con la

intimidad relativa con Cristo que los distintos apóstoles tenían. Por lo menos es cierto que

los colocados en los cuatro primeros lugares eran los compañeros más íntimos de Jesús y

sus mensajeros más de confianza. Se menciona primero a Pedro, no sólo porque su nombre

encabeza la lista sino para indicar que en pre-eminencia era el primero. En íntima relación

con él estaban Andrés, su hermano, y Jacobo y Juan, los hijos del Zebedeo. Andrés había

tenido el privilegio de llevar a Pedro hasta Jesús; Jacobo tuvo el honor de ser el primer

mártir entre todo el grupo de apóstoles; Juan fue el "discípulo a quien Jesús amaba" y quien

mejor pareció devolverle este afecto y comprender la naturaleza divina de su Señor.

Felipe es nombrado con Bartolomé; probablemente éste último es la misma persona que

Natanael, el israelita sin engaño, a quien Felipe había presentado a su Señor. Tomás es

conocido como el "discípulo de la duda"; en realidad fue tan leal y tuvo tanta fe como sus

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compañeros, pero deseó que se le diese una prueba de su elección. Fue un hombre

melancólico y de temperamento en cierto modo obstinado. Mateo sólo en esta lista recibe el

nombre de "el publicano". Es una indicación de que fue él quien escribió la lista. El nombre

de "publicano" conllevaba un cierto oprobio y por esta razón ninguno de los otros

evangelistas se lo aplica. Parecía gloriarse en el hecho de que Jesús hubiese hecho tanto por

él y lo hubiese llamado para ser apóstol, sacándolo de su ocupación de publicano.

Jacobo, el hijo de Alfeo, no debe confundirse con el hermano de Juan, ni con el hermano de

Jesús. Este último error se comete muy a menudo, pero este apóstol a quien en otras partes

se le llama "Santiago el Menor" siguió a Jesús y confió en él durante todos esos años que el

"hermano de Jesús" pasó en la incredulidad. Sólo después de la resurrección el "hermano de

nuestro Señor" se hizo discípulo y pasó a ocupar un puesto prominente en la iglesia

primitiva, y finalmente escribió la Epístola que lleva su nombre. El Tadeo que aquí se

menciona es el mismo que "Judas hermano de Jacobo" que Lucas cita, y el "Judas (no

Iscariote)" que Juan incluye. "Simón el cananita" o "Zelote", recibía este nombre ya sea

porque perteneciese al partido de los nacionalistas radicales entre los judíos, o bien, lo cual

es menos probable, a causa de su encendido entusiasmo por su Señor.

Judas posiblemente fue llamado "Iscariote" para indicar que procedió de la ciudad de

Queriot. De ser así, era el único discípulo de Judea, y en consecuencia desde el principio

habrá sentido menos simpatía por Cristo que los otros once compañeros. Pero de ello nada

hay de absolutamente cierto. Es notorio, sin embargo, que cuantas veces se le nombra, esta

mención va siempre acompañada de algún recordatorio del tenebroso crimen que es

inseparable de su memoria, como Mateo añade en nuestro caso, "el que también le entregó".

Que Jesús hubiese elegido a un hombre así para que fuese uno de sus apóstoles ha producido

a menudo sorpresa y extrañeza. Debemos, sin embargo, pensar que probablemente al

principio era de índole prometedora y que el curso que siguió es simplemente una

advertencia de lo que le puede suceder a cualquiera que trata de seguir a Cristo y sigue

permitiendo que algún pecado habitual lo domine.

Este es un breve bosquejo de los doce hombres a los que Jesús envió como mensajeros

suyos. Probablemente eran hombres de habilidad corriente, de recursos modestos, y que

desde luego no cabían en el gran mundo de la historia. Eran de índoles diversas; algunos de

ellos son tan desconocidos que vienen a ser sólo nombres; sin embargo por medio de ellos se

echaron las bases del movimiento mayor y de la institución más importante de todos los

tiempos. Los seguidores de Cristo no tienen más que serle leales y entonces, cualesquiera

que sean sus talentos o limitaciones, por prominentes u oscuras que sean las posiciones que

ocupan, pueden estar seguros de que él llevará a cabo por medio de ellos una obra que sólo la

eternidad podrá valorar.

La Misión (10: 5-15)

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Jesús envió a estos doce con las siguientes instrucciones : “No vayan entre los gentiles ni entren en

ningún pueblo de los samaritanos. Vayan más bien a las ovejas descarriadas del pueblo de Israel.

Dondequiera que vayan, prediquen este mensaje: Él reino de los cielos está cerca.' Sanen a los

enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermedad a los que tienen lepra, expulsen a los

demonios. Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente. No lleven oro ni plata ni cobre en

el cinturón, ni bolsa para el camino, ni dos mudas de ropa, ni sandalias, ni bastón; porque el

trabajador merece que se le dé su sustento. "En cualquier pueblo o aldea donde entren , busquen a

alguien que merezca recibirlos, y quédense en su casa hasta que se vayan de ese lugar. Al entrar,

digan: „Paz a esta casa.' Si el hogar se lo merece, que la paz de ustedes reine en él; y si no, que la paz

se vaya con ustedes. Si alguno no los recibe bien ni escucha sus palabras, al salir de esa casa o de ese

pueblo, sacúdanse el polvo de los pies. Les aseguro que en el día del juicio el castigo para Sodoma y

Gomorra será más tolerable que para ese pueblo.

Ahora Mateo menciona la misión concreta de los doce apóstoles que se aplica a la tarea que

los aguardaba de inmediato. Incluye ante todo una afirmación del alcance de su misión. N o

estaba destinada para los gentiles ni para los samaritanos, sino sólo para las ovejas sin

pastor de la "casa de Israel". Más tarde, estos mismos apóstoles serían enviados a Samaria y

a los "últimos confines de la tierra", pero de momento tenían que preparar el camino para el

Rey, quien limitaba igualmente su ministerio a su propio pueblo. Es verdad que Jesús

también llevó su mensaje a samaritanos y que en una ocasión atravesó la frontera y llegó

hasta tierra gentil. En más de una oportunidad había insinuado que su obra estaba destinada

a los gentiles quienes en último término lo recibirían como Rey. Sin embargo, durante su

ministerio terrenal, se limitó a laborar casi siempre dentro de las fronteras que señala a sus

seguidores como campo de su servicio temporal.

El mensaje que iban a transmitir era idéntico al de Jesús, "El reino de los cielos se ha

acercado". Más adelante iban a afirmar con mayor claridad que él era el Rey, y finalmente

iban a ser testigos de su muerte propiciatoria y de su gloriosa resurrección; pero en su

primera misión tenían que llamar a los hombres al arrepentimiento y prometerles las

bendiciones del Reino que se había acercado.

Su mensaje iría acompañado de obras de misericordia: no sólo la curación de enfermos, el

limpiar leprosos, el echar fuera demonios, sino también resucitar muertos. Hay algo de

sorprendente en esta comisión y no es extraño que un ministerio acompañado de tales

señales despertase admiración y fe en las multitudes. En cuanto a la recompensa y premio,

Jesús afirma, "de gracia recibisteis, dad de gracia". Esto no quiere decir que no tuviesen que

recibir sostén en su trabajo. Lo que de inmediato se afirma es lo contrario; pero sí se

significa que no debían servirse de su misión como medio para adquirir riquezas. Las buenas

nuevas que gratuitamente les habían sido concedidas no deberían utilizarse como medio

para lucros.

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No debían llevar consigo para el viaje nada que pudiese innecesariamente estorbarlos. Las

normas específicas del Maestro no pretendían producirles incomodidades ni hacerlos pasar

por apuros, sino sólo desembarazarlos de preocupaciones superfluas. Tenían que ser

discretos en cuanto al lugar donde morar. Tenían que ser corteses con quienes los

sostuviesen; pero no debían perder tiempo en terrenos infructuosos. Si no se les recibía

como mensajeros del Rey, de inmediato debían buscar un nuevo campo. Sin embargo,

debían hacer una severa admonición a tales incrédulos y sacudir el polvo de los pies como si

hubiesen estado pisando terreno contaminado. Es evidente que estos requerimientos eran

sólo para los días en que los apóstoles preparaban el camino para la actividad terrena de su

Señor. Muchas de estas normas eran puramente temporales. Jesús quería dejar bien grabado

en ellos el hecho de que su propio ministerio iba a ser breve, que el mensaje que ellos

llevaban era importante, y que el no aceptar las buenas nuevas era una ofensa grave; por

esto concluyó estos requerimientos especiales con la afirmación de que el castigo para la

tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio será más tolerable que para una cualquiera

de estas ciudades incrédulas a las que Jesús envió sus primeros mensajeros.

El Sufrimiento (10: 16-23)

Los envío como ovejas en medio de lobos. Por tanto, sean astutos como serpientes y sencillos como

palomas. "Tengan cuidado con la gente; los entregarán a los tribunales y los azotarán en las

sinagogas. Por mi causa los llevarán ante gobernadores y reyes para dar testimonio a ellos y a los

gentiles. Pero cuando los arresten, no se preocupen por lo que van a decir o cómo van a decirlo. En

ese momento se les dará lo que han de decir, porque no serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu

de su Padre hablará por medio de ustedes. "El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre

al hijo. Los hijos se rebelarán contra sus padres y harán que los maten. Por causa de mi nombre

todo el mundo los odiará, pero el que se mantenga firme hasta el fin será salvo. Cuando los persigan

en una ciudad, huyan a otra. Les aseguro que no terminarán de recorrer las ciudades de Israel antes

que venga el Hijo del hombre.

En la advertencia que Mateo menciona como dirigida a los mensajeros del Rey, hay mucho

que evidentemente se aplica a las experiencias de días posteriores, y a aquéllos que, a lo

largo de los siglos, han soportado penalidades por Cristo. El testimonio del Maestro

preparó a sus seguidores no sólo para la incredulidad e indiferencia de aquéllos a quienes

testificaron, sino también para la persecución activa y hostilidad cruel de enemigos acerbos.

Sus mensajeros tenían que ir "como ovejas en medio de lobos". Necesitaban, por tanto, ser

prudentes como serpientes y sencillos como palomas. Iban a ser entregados a los concilios

para ser juzgados; serían cruelmente azotados en público; tendrían que dar testimonio

incluso ante gobernadores y reyes de países gentiles. Al ser llevados a juicio, sin embargo,

no tenían que preocuparse en cuanto al mensaje que tendrían que transmitir. El Maestro

mismo les daría palabras de sabiduría. El Espíritu mismo de Dios hablaría por ellos.

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Iba a formar parte de su sufrimiento la traición de incluso los parientes más próximos; el

hermano entregará al hermano, el padre a su hijo, y los hijos harán morir a sus propios

padres. A causa de su nombre los mensajeros de Cristo serán odiados de todos, pero su dolor

terminará en la salvación eterna. Al ser perseguidos no tenían que arriesgar sus vidas

innecesariamente; no debían buscar la gloria del martirio. Sin embargo, su sufrimiento no

iba a ser sin fin. La liberación era siempre inminente. Debía considerarse como breve

período destinado a sus agobios. Su tarea no quedaría completa hasta que el Hijo del

Hombre apareciese. Son muy varias las experiencias de los seguidores de Cristo; cambian

con el paso de los años; pero nunca deben sorprenderse por la hostilidad del mundo; en las

horas de tinieblas la esperanza en la venida del Rey debe levantarles el ánimo.

El estímulo (10: 24-33)

"El discípulo no es superior a su maestro, ni el siervo superior a su amo. Basta con que el discípulo

sea como su maestro, y el siervo como su amo. Si al jefe de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto

más a los de su familia! "Así que no les tengan miedo; porque no hay nada encubierto que no llegue

a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse. Lo que les digo en la oscuridad , díganlo

ustedes a plena luz; lo que se les susurra al oído, proclámenlo desde las azoteas. No teman a los que

matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. Teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo

en el infierno. ¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a

tierra sin que lo permita el Padre; y él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así

que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones. "A cualquiera que me reconozca

delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo. Pero a

cualquiera que me desconozca delante de los demás, yo también lo desconoceré delante de mi Padre que

está en el cielo.

El Maestro no sólo confortó a sus seguidores, dándoles seguridad de su liberación futura,

sino que les dijo que sería para ellos un privilegio sufrir como él había sufrido. No debía

sorprenderles que los siervos recibiesen el mismo trato que había sido dado a su Señor. Si

los hombres lo llamaron "Belcebú", no iban a servirse de términos menos ofensivos al tratar

a sus seguidores. Es imposible determinar qué significaba ese epíteto en particular; pero fue

clara la advertencia de que deberían compartir el odio que le habían demostrado a él mismo.

Los animó, sin embargo, a no temer. Repitió tres veces la exhortación. A pesar de sus

sufrimientos no debían temer, porque precisamente su testimonio sería más elocuente a

causa de su dolor. No debían temer ni a los enemigos más crueles, porque éstos podían

matar el cuerpo, y en cambio su confianza estaba puesta en Quien tenía un poder no limitado

a la vida presente. El podía "destruir el alma y el cuerpo en el infierno". Un temor

reverencial hacia él eliminaría todo temor por los hombres.

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Los estimuló aún más con la garantía que les dio de que su Padre celestial cuidaría de ellos.

Sabía que el gorrión puede caer en tierra y tenía en cuenta incluso las más mínimas

partículas corporales de sus hijos; con toda seguridad los protegería y libraría en los

peligros. Y sobre todo, les debería dar ánimo la gloria que les esperaba una vez llegasen ante

el trono del Padre en los cielos. Quienes hubiesen sido fieles a Cristo en la tierra serian

reconocidos como verdaderos hijos de Dios. Cualesquiera que fuesen las consecuencias

implicadas en el confesar abiertamente a Cristo deberían sobrellevarla s con alegría y

heroísmo. La fortaleza necesaria les será dada ahora y la beatitud de los cielos en el futuro.

La Cruz (10: 34-39)

"No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz sino espada. Porque he venido

a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra;

los enemigos de cada cual serán los de su propia familia'. "El que quiere a su padre o a su madre más

que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí ; y el que

no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que la pierda

por mi causa, la encontrará.

Al poner sobre aviso a sus mensajeros del sufrimiento que podría acompañar a su ministerio,

Jesús habla con precisión y les asegura que tal sufrimiento será agudo. Si van a dar

testimonio a un mundo incrédulo e impenitente, deben esperar oposición, persecución y

dolor. El resultado final de la misión de Cristo será la paz universal, pero no Se conseguirá

al proclamar por primera vez sus exigencias. Más bien surgirá una marcada división entre

quienes lo acepten y quienes lo rechacen. La presencia de Cristo siempre causa separaciones.

Unos están con él, y otros en contra de él. "No penséis", advierte el Maestro a sus

seguidores, "que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino

espada".

Estas separaciones se darán incluso en los ámbitos más sagrados. El hijo estará "en

disensión... contra su padre, la hija contra su madre"; "los enemigos del hombre serán los de

su casa". Ningún vínculo, por íntimo que sea, debe ser obstáculo para la fidelidad a Cristo.

"El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí". Puede llegar a exigir el

sacrificio hasta de la vida misma, "el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno

de mí". La cruz en este caso indica un instrumento de muerte. Aparece por primera vez en el

relato. Mateo puede considerarse como el "Evangelio del rechazo". Allá en el horizonte, al

final del camino que iba a recorrer en la tierra, Jesús veía una cruz tenebrosa. La mayor

parte de su obra se realizaba a la sombra de dicha cruz. No era, pues, inhumano que sus

seguidores tuviesen que soportar también algo de sus sufrimientos y que por él tuviesen que

llegar a dar sus vidas. El Maestro parece dibujar una larga procesión de hombres y mujeres,

dirigiéndose hacia el lugar de la muerte, cargando cada uno con su cruz. Indica, sin

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embargo, que este sacrificio conducirá a una vida más abundante tanto aquí como en el más

allá. "El que halla su vida, la perderá y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará".

Recompensas (10: 40-42)

"Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me envió. Cualquiera

que recibe a un profeta por tratarse de un profeta, recibirá recompensa de profeta; y el que recibe a un

justo por tratarse de un justo, recibirá recompensa de justo. Y quien dé siquiera un vaso de agua

fresca a uno de estos pequeños por tratarse de uno de mis discípulos, les aseguro que no perderá su

recompensa."

Las palabras finales de esta comisión que el Rey dirige a sus mensajeros, son otra afirmación

llena de estímulo. Ya les ha garantizado la protección del Padre y la gloria que otorgará.

Ahora afirma que no dejarán de gozar de una cierta simpatía por parte de los hombres; e

indica que serán benditos quienes en cualquier época sean amables y ayuden a los que

testifican de él.

Y manifiesta que quien recibe a un mensajero suyo recibe verdaderamente al Rey mismo, y

que quien recibe al profeta que habla en nombre del Rey, compartirá la recompensa del

profeta; que quien recibe a un justo, o sea, a quien proclama la ley del Rey y presuntamente

la observa, compartirá la recompensa del justo. Incluso promete que quien dé un vaso de

agua fría a un discípulo por serio, recibirá con toda certeza recompensa. No todos pueden

ser mensajeros oficiales como los doce apóstoles, pero sí pueden todos, demostrándoles

simpatía y ayudándolos en el nombre de su Señor, tomar parte en su obra y así llegar a ser

partícipes de su gloria y de su gozo.

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CAPITULO 5: LOS DERECHOS DEL REY (11 – 12)

El Mesías que Juan predijo (11: 1-19)

Cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y a predicar

en otros pueblos. Juan estaba en la cárcel, y al enterarse de lo que Cristo estaba haciendo, envió a sus

discípulos a que le preguntaran: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? Les respondió

Jesús: Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los que

tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas

nuevas. Dichoso el que no tropieza por causa mía. Mientras se iban los discípulos de Juan , Jesús

comenzó a hablarle a la multitud acerca de Juan : “¿Qué salieron a ver al desierto? ¿Una caña

sacudida por el viento? Si no, ¿qué salieron a ver? ¿A un hombre vestido con ropa fina? Claro que

no, pues los que usan ropa de lujo están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿qué salieron a ver?

¿A un profeta? Sí, les digo, y más que profeta. Éste es de quien está escrito : “'Mira, voy a enviar a

mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino.' Les aseguro que entre los mortales no se ha

levantado nadie más grande que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos

es más grande que él Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos ha venido

avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan logran aferrarse a él. Porque todos los

profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si quieren aceptar mi palabra, Juan es la Elías que

había de venir El que tenga oídos, que oiga. "¿Con qué puedo comparar a esta generación? Se

parece a los niños sentados en la plaza que gritan a los demás: “'Tocamos la flauta, y ustedes no

bailaron; Cantamos por los muertos, y ustedes no lloraron.' "Porque vino Juan, que no comía ni

bebía, y ellos dicen: „Tiene un demonio.' Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: „Éste es un

glotón y un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores.' Pero la sabiduría queda

demostrada por sus hechos."

En los capítulos once y doce de su Evangelio, Mateo revela la hostilidad creciente hacia

Cristo que sus enemigos le mostraban. Es cada vez más obvio que el Rey va a ser rechazado.

Este hecho constituye el trasfondo constante del cuadro. Por otra parte, Jesús presenta con

una claridad siempre mayor sus pretensiones de ser el Mesías, el Rey de Israel, el anunciado

Salvador del mundo. Al mencionar estas pretensiones Mateo profundiza el propósito

específico de su Evangelio. En capítulos anteriores Jesús ha dado este mismo testimonio de

sí mismo y en capítulos posteriores se irá haciendo cada vez más concreto y completo. Sin

embargo, como la costumbre de Mateo es agrupar materiales bajo ciertos temas precisos, a

fin de realzar el efecto, tenemos aquí una serie de incidentes en cada uno de los cuales el Rey

se arroga un derecho sorprendente.

Ante todo, cuando Juan el Bautista desde la prisión hace preguntar si Jesús es el que había

de venir o no, el Mesías anunciado, Jesús le envía como respuesta una descripción de la obra

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de bondad que está realizando y en especial de las buenas nuevas que está predicando

incluso a los pobres. Estas señales deberían bastarle a Juan, y a pesar de lo mucho que Cristo

había esperado en manifestarse como Mesías, Juan no debería poner en duda la verdad que

él mismo había proclamado públicamente. Luego, mientras los mensajeros se retiraban

Jesús se vuelve a las multitudes para dar testimonio en favor de Juan y de su obra. La gente,

que había escuchado la valiente predicación del heraldo, quizá estaba dispuesta a burlarse de

él por haber enviado un mensaje que implicaba por lo menos algo de duda en cuanto a la

verdad de su propio testimonio; pero Jesús afirma que Juan es el mayor de los hombres. Su

grandeza radica en su persona e índole moral, pero más concretamente en su actividad. Era

grande como hombre pero mayor aún como mensajero del Mesías. Se afirma su grandeza

moral en una respuesta negativa implícita a dos preguntas: en primer lugar, era un hombre

valiente, porque más que obvio era que no fue como "una caña sacudida por el viento". A

pesar de la oposición y del riesgo y ante el mismo rey se había mantenido firme como una

roca. Y también era un hombre consagrado; no vestía "vestiduras delicadas", es decir, no era

un hombre que buscase sólo comodidades y bienestar. Llevó a cabo su misión a costa de

cualquier sacrificio. Era en realidad esta misión la que constituía su grandeza fundamental.

A diferencia de otros profetas que habían predicho la venida de Cristo, Juan gozó del

privilegio único de señalar a Jesús y de declarar que era el Mesías. Era en verdad el

mensajero de quien el profeta Malaquías había hablado.

"He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti".

Porque Juan era su heraldo Jesús afirmó de él, "De cierto os digo: entre los que nacen de

mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista". ¿Cuál es entonces la grandeza de

Jesús? ¿Qué pretende ser? Si la misión mayor jamás asignada a un hombre es señalar a Jesús

como "el Cristo", ¿no es Jesús "el Cristo", y en consecuencia mayor que ese hombre? ¿No va

esta pretensión claramente implicada en la alabanza que Jesús dedica a Juan el Bautista?

El Maestro añade unas palabras gratas aunque misteriosas, "el más pequeño en el reino de

los cielos, mayor es que él". Debe por lo menos significar que los mensajeros de Cristo saben

más de la persona y la obra de Cristo de 10 que incluso Juan el Bautista supo; y más

concretamente todavía, que por grande que sea el privilegio de cualquier mensajero en esta

vida, su gloria no admite comparación con la del menor de los que entran en el Reino de los

cielos. No se alude a la posición relativa que ocupe Juan en ese Reino ya perfecto. Esto

dependerá de la fidelidad comparativamente mayor o menor de quienes, como Juan, han

gozado del privilegio de dar testimonio del Rey.

Tal como ha sido indicado, el telón de fondo de esta pretensión gloriosa es el cuadro

tenebroso del rechazo de Jesús. Del mismo modo que el precursor fue encarcelado, así

también Jesús va a ser repudiado y crucificado. Tanto en la persona del heraldo como en la

del mismo Rey "el reino de los cielos sufre violencia". Si a Juan, quien vino en el espíritu y

poder de Elías, se le hizo languidecer en prisión, el Rey vio con claridad que para él tenían

preparada una cruz. Con el pensamiento puesto en su propio rechazo y en el de Juan, Jesús

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expone la parábola de los "muchachos que se sientan en las plazas" y que se quejan de que

sus compañeros no quieran imitar en sus juegos infantiles ni entierros ni bodas. Juan había

venido con un llamamiento solemne al arrepentimiento, y los hombres le volvieron la

espalda considerándolo un fanático sombrío, y diciendo "demonio tienes". Vino Jesús, y

comía y bebía, mostrando la vida feliz que convenía a las buenas nuevas que anunciaba; pero

entonces afirmaron que era un "comilón, y bebedor de vino". Ninguno de los dos fue capaz

de agradar a la incrédula generación de judíos. Ambos fueron rechazados, no por su estilo de

vida, sino porque Juan insistió en el arrepentimiento, y porque Jesús pretendió ser el Cristo,

el Mesías, el Rey divino.

Juez de los impertinentes (11: 20-24)

Entonces comenzó Jesús a denunciar a las ciudades en que había hecho la mayor parte de sus milagros,

porque no se habían arrepentido. "¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Si se hubieran hecho en

Tiro y en Sidón los milagros que se hicieron en medio de ustedes, ya hace tiempo que se habrían

arrepentido con muchos lamentos. Pero les digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo

para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Capernaúm, ¿acaso serás levantada hasta el cielo? No,

sino que descenderás hasta el abismo. Si los milagros que se hicieron en ti se hubieran hecho en

Sodoma, ésta habría permanecido hasta el día de hoy. Pero te digo que en el día del juicio será más

tolerable el castigo para Sodoma que para ti."

Al pronunciar sus solemnes ayes sobre Corazín, Betsaida y Capernaum, Jesús establece

implícitamente otra afirmación más sobre sí mismo. ¿Quién si no un Rey divino podría

atreverse a pronunciar tales sentencias sobre esas ciudades? ¿Quién osaría declarar los

castigos que se aplicarán en el confín del tiempo en que ocurra el día del Juicio? Más definida

aún resulta la afirmación implícita de que el no creer en él es motivo para recibir el castigo

eterno. Entonces, resulta indudable que lo que se implica es que él es el Cristo, el Salvador, y

que Jesús es en persona todo lo que ha venido sugiriendo y declarando acerca de sí mismo.

¿Cabria imaginarse a cualquier otro hombre afirmar solemnemente que si los hombres no

creen en él y lo aceptan como Señor y Salvador, sufrirán la condenación del infierno? ¿Quién

es éste que hace tales afirmaciones sobre sí mismo? Aquí es oportuno observar que Jesús

pronuncia los ayes no sólo sobre los malvados, los inmorales y los depravados, sino también

.sobre los que son indiferentes a sus demandas. Es de notar asimismo, que Jesús enfatiza que

cuantos mayores sean las oportunidades que se tengan para creer en él, mayor es la

condenación para aquellos que lo rechazan. Capernaum va a ser "descendida hasta el Hades"

porque fue "levantada hasta el cielo", y esto por el privilegio de que gozó cuando fue testigo

de las obras poderosas de Cristo.

Sea cual fuere la forma en que el hombre de nuestro tiempo pueda considerar aquellas

muestras de poder divino, Jesús declara que ellas dan un testimonio definitivo en apoyo de

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sus declaraciones sobre sí, y que todos los que las presenciaron llevaban una condenación

mayor para su incredulidad. Es una verdad indiscutible en nuestro tiempo que mientras más

se conozca sobre Cristo y su poder, mayor responsabilidad recae sobre los hombres para

aceptarlo como Señor y Maestro, y de rendirle la pleitesía que se le debe dar como Rey

universal.

Revelador del Padre (11: 25-30)

En aquel tiempo Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido

estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque

esa fue tu buena voluntad “Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el

Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. "Vengan a mí

todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y

aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma.

Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana."

En este tiempo Jesús manifiesta unas verdades que contienen en forma concreta sus

pretensiones de poseer una relación única con Dios y que muchos han considerado que

resisten la comparación con las afirmaciones parecidas que Juan incluye en su Evangelio.

Deben sopesarlas con mucho cuidado quienes insisten en que los tres primeros Evangelios

no aseveran la naturaleza divina de Cristo. Jesús en este caso da gracias porque la verdad en

cuanto a él fue escondida de "los sabios y de los entendidos" y sin embargo fue revelada a

"los niños". Jesús no quiere decir que los logros intelectuales sean un obstáculo necesario en

el camino de la fe en él; pero sí supone que no son necesarios para alcanzarla. Incluso los más

ignorantes e incultos pueden captar la verdad salvadora concerniente a Cristo. Su

ignorancia no es una ventaja, pero tampoco un impedimento. Jesús da gracias porque el

conocimiento salvador no depende de la sabiduría terrenal. Y añade la afirmación de que

nadie lo conoce verdaderamente a él sino el Padre, y de que nadie conoce en verdad al Padre

más que aquellos a quienes Jesús mismo se lo quiera revelar. Si tenemos presente este

atribuirse a sí mismo un conocimiento único e incomparable del Padre y también el poder

que tiene de revelar este conocimiento a quien quiera, entonces sí podemos comprender del

todo la invitación difícil, aunque preciosa e incomparablemente bella, tan conocida de todo

creyente; 'Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". A

quienes están agobiados con las exigencias legalísticas de los maestros profesionales de la

religión, a aquellos cuyos corazones gimen bajo el peso de la duda, del pesar y del temor, a

todos ellos Jesús hace este llamamiento benévolo de que acudan a él, al único que les puede

revelar al Padre en toda su gracia, bondad y amor.

Luego invita a que todos se hagan discípulos suyos, "Llevad mi yugo sobre vosotros, y

aprended de mí". En contraste con los maestros de entonces, afirma de sí mismo que es

"manso y humilde de corazón", A todos los hombres ofrece descanso, no de sus agobios

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físicos, no de las luchas y pesares, sino, a pesar de todo esto, para el alma. Y refuerza la

invitación con la bendita garantía de que el yugo que nos pide que llevemos es "fácil" y de

que la carga que coloca sobre nosotros es "ligera". Esta invitación es incomparable; ¿y no

incluye acaso una pretensión sin igual? ¿Quién entre todos los personajes que han pisado la

escena de la historia humana osaría decir ni por un instante lo que Jesús afirma aquí? ¿No

sonaría, en los labios de cualquier otro, como falso, fútil, absurdo? Al salir estas palabras de

sus labios inundan el alma con todas las dulces cadencias de una melodía divina, con toda 1a

seguridad de una realidad divina. Quien pronunció estas palabras debe haber sido el Hijo de

Dios, el Rey divino.

Señor del Sábado (12: 1-21)

Por aquel tiempo pasaba Jesús por los sembrados en sábado. Sus discípulos tenían hambre , así que

comenzaron a arrancar algunas espigas de trigo y comérselas. Al ver esto , los fariseos le dijeron:

¡Mira! Tus discípulos están haciendo lo que está prohibido en sábado. Él les contestó: ¿No han leído

lo que hizo David en aquella ocasión en que él y sus compañeros tuvieron hambre? Entró en la casa

de Dios, y él y sus compañeros comieron los panes consagrados a Dios, lo que no se les permitía a ellos

sino sólo a los sacerdotes. ¿O no han leído en la ley que los sacerdotes en el templo profanan el sábado

sin incurrir en culpa? Pues yo les digo que aquí está uno más grande que el templo. Si ustedes

supieran lo que significa: „Misericordia quiero y no sacrificio', no condenarían a los que no son

culpables. Sepan que el Hijo del hombre es Señor del sábado. Pasando de allí , entró en la sinagoga,

donde había un hombre que tenía una mano paralizada. Como buscaban un motivo para acusar a

Jesús, le preguntaron: ¿Está permitido sanar en sábado? Él les contestó: Si alguno de ustedes tiene una

oveja y en sábado se le cae en un hoyo, ¿no la agarra y la saca? ¡Cuánto más vale un hombre que una

oveja! Por lo tanto, está permitido hacer el bien en sábado Entonces le dijo al hombre: Extiende la

mano. Así que la extendió y le quedó restablecida, tan sana como la otra. Pero los fariseos salieron y

tramaban cómo matar a Jesús. Consciente de esto, Jesús se retiró de aquel lugar. Muchos lo

siguieron, y él sanó a todos los enfermos, pero les ordenó que no dijeran quién era él. Esto fue para que

se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: "Aquí está mi siervo, a quien he escogido, mi amado, en

quien estoy muy complacido; pondré mi Espíritu sobre él, y proclamará justicia a las naciones. No

disputará ni gritará; nadie oirá su voz en las calles. No quebrará la caña rajada ni apagará la mecha

que está por extinguirse, hasta que haga triunfar la justicia. Y en su nombre pondrán las naciones su

esperanza."

La oposición a Jesús se hizo más acerba e intensa al defender a sus discípulos que habían

quebrantado una norma tradicional nimia en cuanto a la observancia del día de reposo. Se

les acusaba de haber arrancado espigas maduras para calmar el hambre, acción que los

Fariseos interpretaban canto quebrantamiento de la ley sabática. En la respuesta que les da,

Jesús afirma que esta ley, sagrada y divina, se puede conculcar si así lo requiere una acción

exigida por la necesidad, como ocurrió en el caso de David, quien acuciado por la necesidad,

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quebrantó una ley relacionada con el culto del templo. Más aún, Jesús les recuerda a sus

enemigos que los sacerdotes en el templo constantemente conculcan la ley del reposo

sabático y sin embargo no contraen culpa. La defensa parece completa, pero Jesús alarma a

sus enemigos añadiendo, "os digo que uno mayor que el templo está aquí". ¿Qué otra

expresión más blasfema que ésta podría imaginarse? El templo encarnaba lo más sagrado de

la vida de la nación; y a pesar de ello. Jesús afirma de sí mismo que es mayor que todo el

culto y que los símbolos y leyes de la casa de Dios. E incluso va más lejos y declara que él es

"Señor del día de reposo". No sorprende que semejantes pretensiones enloqueciesen a sus

enemigos. No parece haber otra alternativa: o Jesús era un blasfemo o era divino.

Aunque Jesús ha contestado a los Fariseos, no se ha hecho merecedor de un arresto, de

modo que lo siguen observando para ver si él mismo quebranta la ley del reposo. Hay en la

sinagoga, a donde Jesús ha ido para el culto, un tullido a quien Jesús sana. Al hacerla explica

la otra causa que justifica el quebrantamiento del reposo sabático. Es por razón de

misericordia. En ningún momento sugiere que la ley del reposo haya sido abrogada. De

seguir su ejemplo, iríamos el sábado a la casa de Dios. Y allí nos haría ver que este día Dios

lo ha reservado para la adoración y el descanso, pero también que hay dos causas que

justifican el conculcar el reposo, a saber las obras de misericordia y las de necesidad. La

benévola curación del tullido en sábado se consideraba que implicaba trabajo y por

consiguiente era pecado. Esta era la interpretación de sus enemigos. Los seguidores de

Jesús en cambio la consideraban como una demostración de divinidad. Se debe elegir. "Y

salidos los fariseos, tuvieron consejo contra Jesús para destruirle".

Jesús, sin embargo, se aparta mansamente del odio y de la oposición de los líderes, y Mateo

afirma que esto fue así en cumplimiento de la predicción que describía al Mesías como

manso y benigno, que no "contenderá, ni voceará". No quebrará "la caña cascada" ni

apagará "el pábilo que humea". Llegará el tiempo, sin embargo, en que aparecerá en triunfo

y victoria. Aun cuando su propia nación lo rechazase, vendrá el día en que los gentiles

esperarán en su nombre y hallarán en él al Rey de la vida.

Agente del Espíritu Santo (12: 22-37)

Un día le llevaron un endemoniado que estaba ciego y mudo, y Jesús lo sanó, de modo que pudo ver y

hablar. Toda la gente se quedó asombrada y decía: “¿No será éste el Hijo de David?" Pero al oírlo los

fariseos, dijeron: “Éste no expulsa a los demonios sino por medio de Belcebú, príncipe de los

demonios." Jesús conocía sus pensamientos, y les dijo: “Todo reino dividido contra sí mismo quedará

asolado, y toda ciudad o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie. Si Satanás

expulsa a Satanás, está dividido contra sí mismo. ¿Cómo puede, entonces, mantenerse en pie su

reino? Ahora bien, si yo expulso a los demonios por medio de Belcebú, ¿los seguidores de ustedes por

medio de quién los expulsan? Por eso ellos mismos los juzgarán a ustedes. En cambio , si expulso a

los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el reino de Dios ha llegado a ustedes.

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"¿O cómo puede entrar alguien en la casa de un hombre fuerte y arrebatarle sus bienes, a menos que

primero lo ate? Sólo entonces podrá robar su casa. "El que no está de mi parte , está contra mí; y el

que conmigo no recoge, esparce. Por eso les digo que a todos se les podrá perdonar todo pecado y toda

blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu no se le perdonará a nadie. A cualquiera que

pronuncie alguna palabra contra el Hijo del hombre se le perdonará, pero el que hable contra el

Espíritu Santo no tendrá perdón ni en este mundo ni en el venidero. "Si tienen un buen árbol, su

fruto es bueno; si tienen un mal árbol, su fruto es malo. Al árbol se le reconoce por su fruto. Camada

de víboras, ¿cómo pueden ustedes que son malos decir algo bueno? De la abundancia del corazón

habla la boca. El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón saca el bien, pero el que es

malo, de su maldad saca el mal. Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta

de toda palabra ociosa que hayan pronunciado. Porque por tus palabras se te absolverá, y por tus

palabras se te condenará."

El echar fuera demonios hizo maravillarse a las multitudes y preguntarse si Jesús no sería el

Mesías prometido; para los Fariseos fue ocasión para hacerle una acusación desesperada y

maligna; la respuesta de Jesús incluye una de sus afirmaciones más concretas. Sus enemigos

no podían negar que se realizaban milagros; ahora bien, el poder sobrehumano debía ser o

divino o demoníaco; los fariseos fueron compelidos a escoger la segunda explicación;

afirmaron que Jesús arrojaba demonios con la ayuda de Satanás.

Jesús demostró que la acusación era absurda recordándoles que si Satanás echaba a sus

propios agentes era como echarse a sí mismo; destruiría su propio reino, suponer lo cual era

ridículo.

Además, Jesús recurrió al hecho de que había muchos judíos que, a modo de exorcistas,

pretendían echar demonios, y recibían la aprobación de los fariseos. Atacar sólo a Jesús era

prueba palpable de injusticia y malicia.

Luego Jesús afirma con toda claridad que las obras que realizaba las hacía por el Espíritu de

Dios y eran pruebas de que, en su persona, el Reino de Dios se manifestaba entre ellos, y de

que el poder de Satanás era abatido. Los dos reinos estaban en radical oposición y los

hombres debían escoger al lado de quien querían estar. Si no querían estar al lado de Jesús,

en este caso los fariseos debían estar con Satanás. De este modo Jesús hizo recaer la

acusación sobre los fariseos.

E hizo aún más. Afirmó que la acusación que le hicieron era un pecado que no podía obtener

perdón; era "blasfemia contra el Espíritu": era atribuir a Satanás el poder de Dios. Hoy en

día es frecuente repetir que el "pecado imperdonable" es el "resistir al Espíritu Santo", o

"rechazar la luz de la gracia". Pero esto es tanto una confusión de ideas como una

interpretación errónea de las palabras de Jesús. Declara que a una persona se le puede

perdonar el interpretar mal su misión y su mensaje, incluso el hablar en contra del "Hijo del

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hombre", pero lo que no se perdona "ni en este siglo ni en el venidero" es atribuir

maliciosamente su poder al diablo, y así "hablar contra el Espíritu Santo".

Una acusación tan atroz sólo puede proceder de un corazón malvado. Los milagros de Jesús

eran bondadosos y sólo podían proceder de una fuente pura, al igual que el fruto bueno sólo

puede hallarse en el árbol bueno; por otra parte, el venenoso ataque de sus enemigos

descubría que eran una raza de víboras, incapaz de producir otra cosa que no fuese maldad.

La blasfemia no es una simple expresión de labios para fuera; es grave porque expresa 10

que hay en el corazón; los hombres son responsables incluso de las palabras más ligeras e

insignificantes. Cuán grave es, pues, la culpa por una calumnia tan cruel.

Los fariseos acusaron a Jesús; él contestó que con esto se hacían reos de un pecado

imperdonable contra el Espíritu Santo; por consiguiente, ¿en qué relación tan única con el

Espíritu Santo pretendía Jesús estar?

¿Pudo algún otro hombre en toda la historia afirmar lo mismo de sí mismo? Si en su persona

estaba presente el reino, ¿no era entonces el Rey ungido por el Espíritu, el Mesías a quien

Mateo describe en forma tan clara?

Profeta y Rey (12: 38-45)

Algunos de los fariseos y de los maestros de la ley le dijeron: Maestro, queremos ver alguna señal

milagrosa de parte tuya. Jesús les contestó: ¡Esta generación malvada y adúltera pide una señal

milagrosa! Pero no se le dará más señal que la del profeta Jonás Porque así como tres días y tres

noches estuvo Jonás en el vientre de un gran pez, también tres días y tres noches estará el Hijo del

hombre en las entrañas de la tierra. Los habitantes de Nínive se levantarán en el juicio contra esta

generación y la condenarán; porque ellos se arrepintieron al escuchar la predicación de Jonás, y aquí

tienen ustedes a uno más grande que Jonás. La reina del Sur se levantará en el día del juicio y

condenará a esta generación; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría

de Salomón, y aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón. "Cuando un espíritu maligno sale

de una persona, va por lugares áridos, buscando descanso sin encontrarlo. Entonces dice : „Volveré a

la casa de donde salí.' Cuando llega, la encuentra desocupada, barrida y arreglada. Luego va y trae

a otros siete espíritus más malvados que él, y entran a vivir allí. Así que el estado postrero de aquella

persona resulta peor que el primero. Así le pasará también a esta generación malvada.

El pedir una señal fue un insulto cruel y refinado. Desprestigiaba los milagros ya realizados;

suponía que Jesús carecía de credenciales; insinuaba que Jesús reclamaba derechos que no

podía vindicar. Sin embargo, este insulto halla su eco hoy día en aquellos hombres que

pretenden que no tienen pruebas suficientes para creer en Cristo, o que piden pruebas de

otras clases para justificar su incredulidad.

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Jesús contestó que el mal estaba en sus enemigos; sus corazones no eran justos ante Dios,

pues de lo contrario aceptarían el testimonio ya dado. Los llamó "generación adúltera".

Infiel a Dios, y afirmó que no se les daría más que una señal mayor, la de su resurrección;

sería un milagro mayor que el de Jonás. Eran más culpables que los hombres de Nínive,

quienes se arrepintieron al oír la predicación de Jonás; porque él era "más que Jonás". El

ejemplo de la Reina de Saba también los condenaba, porque ella buscó con ansia la

"sabiduría de Salomón" y él era "más que Salomón". ¿N o son sorprendentes estas

afirmaciones? En este capítulo Mateo menciona las pretensiones del sumo Sacerdote, "uno

mayor que el templo está aquí", y del gran Profeta "y he aquí más que Jonás en este lugar";

pero, fiel a su propósito indefectible, trastoca el orden de Lucas, y el orden temporal, y llega

al punto culminante con la pretensión del Rey de ser el verdadero Hijo de David, "he aquí

más que Salomón en este lugar".

Para ilustrar la incredulidad de su pueblo Jesús cuenta el relato del espíritu inmundo, quien

por un tiempo sale del hombre al que ha estado atormentando, pero regresa con siete

espíritus "peores que él". Así también Israel, poseída por la incredulidad, había sido sanada

por un tiempo y apartada de la idolatría, pero no había admitido a Dios en el vacío corazón

de la nación, y ahora su actitud frente a Cristo demostraba que la incredulidad la poseía en

una forma más cruel y total que antes.

Es también una parábola de muchas experiencias modernas. Hay hombres que se apartan

del pecado y hallan una libertad temporal; pero a no ser que admitan a Cristo en la ciudadela

del alma como Señor y Maestro, con toda certeza que les vendrá la derrota y el fracaso y un

cautiverio aún más cruel. Reformarse no es regenerarse; el propósito no es la conversión; el

arrepentimiento puede no ir acompañado de la fe; la moralidad no es religión.

Hijo de Dios (12: 46-50)

Mientras Jesús le hablaba a la multitud, se presentaron su madre y sus hermanos. Se quedaron

afuera, y deseaban hablar con él. Alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren

hablar contigo. ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Replicó Jesús. Señalando a sus

discípulos, añadió: Aquí tienen a mi madre y a mis hermanos. Pues mi hermano, mi hermana y mi

madre son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

Mateo ha hecho hincapié en la oposición a Jesús y en los derechos que se arroga,

completamente únicos. Este séptimo y último incidente revela la forma más angustiosa de

oposición e implica su suprema pretensión. Su madre y sus hermanos han ido hasta él para

apartarlo de su obra, llevados por el temor de que sus fatigas incesantes le hayan

desequilibrado la mente. Es el dilema más difícil y delicado en el que nuestro Señor se haya

hallado jamás. No puede ofender a sus familiares; pero, por otra parte, no puede permitir

tampoco que interrumpan su misión y que se lo lleven como a un niño enfermo. Con un solo

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golpe sale de la dificultad y al mismo tiempo comunica un mensaje de una utilidad

fortificante para sus seguidores de todas las épocas. No niega la santidad de los vínculos

naturales, ni la ternura de las relaciones humanas. No repudia a su madre y a sus hermanos;

al contrario, amplía el círculo familiar y afirma que los vínculos espirituales son los más

reales y que todos los que cumplan la voluntad de Dios son los más íntimos suyos. Sin

embargo, a sus discípulos es que señala en forma más concreta al afirmar: "He aquí mi

madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los

cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre". Los que siguen a Cristo son los que hacen la

voluntad de Dios; no los que lo rechazan o dudan de él o se niegan a creer en él.

No hubo descortesía hacia los miembros de su círculo familiar, pero sí un suave reproche

que sólo ellos entendieron, porque entonces todavía no creían en él. Estas palabras suyas

contienen una nota tierna de advertencia para algunos de sus seguidores de hoy. Si son

seguidores verdaderos, deben cumplir la voluntad de Dios. No dice "Ese es mi Padre". Se

arroga una relación única con Dios, y afirma que quienes hacen la voluntad de su Padre son

los que están más íntimamente unidos a él. ¿Quién es, pues, este maestro que se arroga tal

perfección divina de que los que son más verdaderamente religiosos son los que están más

cercanos a él? ¿Quién es éste que se atribuye una relación tan especial con el Padre? Es

aquel de quien Mateo ha venido escribiendo, el Rey anunciado y rechazado, el Hijo del

hombre, que es también el Hijo de Dios.

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CAPITULO 6: LAS PARÁBOLAS DEL REY (13)

El Sembrador (13: 1-23)

Ese mismo día salió Jesús de la casa y se sentó junto al lago. Era tal la multitud que se reunió para

verlo que él tuvo que subir a una barca donde se sentó mientras toda la gente estaba de pie en la orilla.

Y les dijo en parábolas muchas cosas como éstas: “Un sembrador salió a sembrar. Mientras iba

esparciendo la semilla, una parte cayó junto al camino, y llegaron los pájaros y se la comieron. Otra

parte cayó en terreno pedregoso, sin mucha tierra. Esa semilla brotó pronto porque la tierra no era

profunda; pero cuando salió el sol, las plantas se marchitaron y, por no tener raíz, se secaron. Otra

parte de la semilla cayó entre espinos que, al crecer, la ahogaron. Pero las otras semillas cayeron en

buen terreno, en el que se dio una cosecha que rindió treinta, sesenta y hasta cien veces más de lo que se

había sembrado. El que tenga oídos, que oiga." Los discípulos se acercaron y le preguntaron: ¿Por

qué le hablas a la gente en parábolas? A ustedes se les ha concedido conocer los secretos del reino de los

cielos; pero a ellos no. Al que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia. Al que no tiene, hasta lo

poco que tiene se le quitará. Por eso les hablo a ellos en parábolas : “Aunque miran, no ven; aunque

oyen, no escuchan ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: “'Por mucho que oigan, no

entenderán; por mucho que vean, no percibirán. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto

insensible; se les han tapado los oídos, y se les han cerrado los ojos. De lo contrario, verían con los ojos,

oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría.' Pero dichosos los

ojos de ustedes porque ven, y sus oídos porque oyen. Porque les aseguro que muchos profetas y otros

justos anhelaron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.

"Escuchen lo que significa la parábola del sembrador: Cuando alguien oye la palabra acerca del reino

y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo que se sembró en su corazón. Ésta es la semilla

sembrada junto al camino. El que recibió la semilla que cayó en terreno pedregoso es el que oye la

palabra e inmediatamente la recibe con alegría; pero como no tiene raíz, dura poco tiempo. Cuando

surgen problemas o persecución a causa de la palabra, en seguida se aparta de ella. El que recibió la

semilla que cayó entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de esta vida y el engaño

de las riquezas la ahogan, de modo que ésta no llega a dar fruto. Pero el que recibió la semilla que

cayó en buen terreno es el que oye la palabra y la entiende. Éste sí produce una cosecha al treinta, al

sesenta y hasta al ciento por uno.

El método usual de Mateo es tratar de obtener un efecto mayor acumulando material de la

misma índole. Por esta razón encontramos ahora un grupo de parábolas, igual que antes

hallamos un grupo de milagros.

Estas parábolas son siete, distribuidas en dos series de cuatro y tres respectivamente. Todas

están íntimamente relacionadas entre sí y parece que Jesús las dijo todas en la misma

oportunidad, a saber el día en que sus enemigos lo atacaron con tanta crueldad y en el que

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quedó tan claramente anunciado el rechazo del que su nación le haría objeto. Las parábolas

se refieren al período de tiempo que discurre entre su rechazo y su regreso definitivo para

inaugurar su Reino ya perfecto.

Mateo no es sólo el Evangelio del rechazo, sino también el del cumplimiento, y en

consecuencia se afirma que la costumbre de Jesús de enseñar por parábolas estaba: en

conformidad con la profecía inspirada, vs. 34, 35; y al explicar a sus discípulos el porqué

empleaba parábolas, Jesús cita extensamente una profecía de Isaías y asevera que así se

cumplía con toda precisión esa antigua predicción. El propósito era cuádruple: Ante todo,

las parábolas eran ilustraciones que le aclaraban al oyente las verdades espirituales. En

segundo lugar, ofrecían la verdad en una forma fácil de retener con lo cual se podía

fácilmente captar y recordar. Tercero, con ellas se quería evitar ofender a quienes eran

hostiles y a quienes no estaban preparados para recibir la verdad. Y por fin, en cuarto lugar,

se utilizaban, como Isaías había afirmado, como juicio para aquéllos que eran

voluntariamente ciegos. Ocultaban la verdad a aquéllos que carecían de idoneidad espiritual

para recibirla.

Mateo es también el "Evangelio del Rey" y a estas parábolas se las llama los "Misterios del

Reino". "Misterio", según el uso neo testamentario, no se refiere a algo que no se puede

entender, sino que connota una verdad que en otro tiempo estuvo escondida y ahora ha sido

revelada. La verdad inculcada en este capítulo se refiere al "reino". Sería necio insistir en

cuanto a una definición exacta de este término que se compadeciese con todas las frases del

capítulo. En algunos casos parece referirse a la voluntad o reino de Dios; en otros, a la

sociedad en la que se reconoce la soberanía de Dios, como la "Iglesia Cristiana" o la

civilización cristiana. Probablemente es mejor entender el término tal como Mateo suele

emplearlo, es decir para denotar el reino perfecto de Cristo que habrá de establecerse al final

de la era actual. En estas parábolas se encuentran afirmaciones en cuanto a la naturaleza, la

recepción y las consecuencias de la proclamación de este Reino que el Rey y sus seguidores

harán.

Así pues, en el caso de la parábola del Sembrador, nuestro Señor declara que lo que enseña

se refiere a "la palabra del reino". El fin básico de la parábola es mostrar que el efecto de la

palabra depende del estado del corazón. A veces a esta parábola se la llama "la parábola de

los terrenos", porque ilustra las diversas condiciones espirituales en que se hallan aquellos a

quienes se predica la palabra. En algunos casos esta "palabra del reino", ya sea Cristo o sus

seguidores quienes la prediquen, cae en corazones que se describen como caminos muy

trillados que discurren por entre los sembrados. La palabra no puede producir efecto. No

halla entrada y Satanás la arrebata al igual que un pajarillo haría con los granos caídos junto

al camino.

A otros oyentes Se les compara con los "pedregales" en los que una tenue capa de tierra

cubre un roquedal. La semilla que cae en un terreno así brota mucho más pronto a causa del

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calor del lecho de roca, pero como las raíces no pueden penetrar, la plantita se marchita

rápidamente bajo el ardor del sol. Así les ocurre a quienes reciben con entusiasmo el

mensaje del Reino, pero frente a la persecución que los seguidores de Cristo deben soportar,

muy pronto deserta la causa.

Luego hay oyentes a los que se les compara con la semilla que cae entre espinos. Brota, pero

no tiene espacio para desarrollarse. Estos oyentes están tan preocupados con los intereses

mundanos, con la riqueza y el placer, que no pueden producir frutos espirituales. Pero hay

también los que son asemejados a la "buena tierra" en la que la semilla produce cosechas del

treinta, sesenta o ciento por uno. Así son los corazones rectos y buenos, dispuestos a recibir

esta "palabra del reino", a meditar en ella, a dar lo mejor de sí para cultivarla y desarrollarla,

hasta que se produzca en sus vidas una cosecha preciosa.

Esta parábola es una advertencia para todos los que oyen el mensaje del Evangelio. Deben

prestar atención a cómo oyen. Pero también es un estímulo para todos los que proclaman las

buenas nuevas. No deben esperar que todos los oyentes vayan a ansiar recibir el mensaje, ni

que todos los que lo acepten sean luego fieles a Cristo. Deben, sin embargo, creer que si

llevan a cabo su tarea con toda fidelidad, el Señor de la mies hará producir resultados que

conllevarán una recompensa infinita.

La cizaña; la semilla de mostaza; la levadura (13:24-43)

Jesús les contó otra parábola: “El reino de los cielos es como un hombre que sembró buena semilla en su

campo. Pero mientras todos dormían, llegó su enemigo y sembró mala hierba entre el trigo, y se fue.

Cuando brotó el trigo y se formó la espiga, apareció también la mala hierba. Los siervos fueron al

dueño y le dijeron: „Señor, ¿no sembró usted semilla buena en su campo? Entonces, ¿de dónde salió la

mala hierba?' Esto es obra de un enemigo', les respondió. Le preguntaron los siervos: „¿Quiere usted

que vayamos a arrancarla?' '¡No! Les contestó, no sea que, al arrancar la mala hierba, arranquen

con ella el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha. Entonces les diré a los segadores:

Recojan primero la mala hierba, y átenla en manojos para quemarla; después recojan el trigo y

guárdenlo en mi granero.' “Les contó otra parábola: “El reino de los cielos es como un grano de

mostaza que un hombre sembró en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas , cuando

crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan

en sus ramas." Les contó otra parábola más: “El reino de los cielos es como la levadura que una mujer

tomó y mezcló en una gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa." Jesús le dijo a la

multitud todas estas cosas en parábolas. Sin emplear parábolas no les decía nada. Así se cumplió lo

dicho por el profeta: “Hablaré por medio de parábolas; revelaré cosas que han estado ocultas desde la

creación del mundo." Una vez que se despidió de la multitud, entró en la casa. Se le acercaron sus

discípulos y le pidieron: Explícanos la parábola de la mala hierba del campo. El que sembró la buena

semilla es el Hijo del hombre les respondió Jesús. El campo es el mundo, y la buena semilla representa

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a los hijos del reino. La mala hierba son los hijos del maligno, y el enemigo que la siembra es el

diablo. La cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles “Así como se recoge la mala

hierba y se quema en el fuego, ocurrirá también al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus

ángeles, y arrancarán de su reino a todos los que pecan y hacen pecar. Los arrojarán al horno

encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán en el reino de su

Padre como el sol. El que tenga oídos, que oiga.

Al igual que en la parábola anterior, es evidente que cuando nuestro Señor habla del "reino

de los cielos', alude a la proclamación de ese Reino y a las consecuencias de este mensaje.

Como explicó a sus discípulos, "El campo es el mundo", no la iglesia, ni la civilización, sino

el mundo entero de hombres a los que es predicado el Evangelio. Como resultado de esta

proclamación muchos serán transformados y preparados para ocupar los lugares que les

corresponden en el Reino venidero. Sin embargo, el enemigo del género humano está

actuando al mismo tiempo. Siembra cizaña, y en consecuencia hay en este mundo aquellos

de quien nuestro Señor dice que son "hijos del malo". Crecen y se desarrollan mezclados con

los "hijos del reino". Es imposible separarlos. Deben continuar juntos "hasta la siega". En la

era presente el bien y el mal, la virtud y el vicio, el pecado y la santidad continúan a pesar de

su antagonismo y contraposición. Sólo al "fin de este siglo", cuando se efectúe la siega, el

Señor de la mies mandará a sus segadores: "recoged primero la cizaña,... para quemarla", y

luego les ordenará que recojan el trigo en su granero. No se puede esperar la justicia y paz

universales hasta que el Rey venga a dar a los justos el triunfo final. "Entonces los justos

resplandecerán como el sol en el reino de su Padre".

Entre la presentación de la parábola del Sembrador y su interpretación, parábola que ilustra

la mezcla del bien y el mal en la era presente, nuestro Señor introduce dos parábolas

menores que no explica. La primera es la de la semilla de mostaza y la segunda la de la

levadura. Como la parábola del Sembrador y la de la cizaña el Señor las explicó refiriéndolas

al efecto tanto de su predicación como de la de sus seguidores en la era presente, es probable

que estas dos parábolas tengan el mismo significado. Algunos opinan que el crecimiento de

la semilla de mostaza indica el desarrollo repentino aunque insubstancial que caracteriza a

ciertas formas actuales de lo que ellos llaman "el reino"; y, como la levadura suele ser el

símbolo escriturístico de la corrupción, se toma la segunda parábola para denotar las

falsedades doctrinales que a menudo van involucradas en la enseñanza de algunos que se

llaman cristianos. Estas interpretaciones están perfectamente de acuerdo con la mezcla del

bien y del mal que las parábolas anteriores expusieron. Es más común, sin embargo, ver en

la "semilla de mostaza" un símbolo de los comienzos insignificantes del mensaje del Reino y

de sus efectos, y de su vasta difusión posterior; y considerar que la levadura simboliza su

acción silenciosa y su poder penetrador.

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El tesoro; la perla; la red (13: 44-50)

"El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo. Cuando un hombre lo descubrió, lo

volvió a esconder, y lleno de alegría fue y vendió todo lo que tenía y compró ese campo. "También se

parece el reino de los cielos a un comerciante que andaba buscando perlas finas. Cuando encontró una

de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró. "También se parece el reino de los cielos a

una red echada al lago, que recoge peces de toda clase. Cuando se llena, los pescadores la sacan a la

orilla, se sientan y recogen en canastas los peces buenos, y desechan los malos. Así será al fin del

mundo. Vendrán los ángeles y apartarán de los justos a los malvados, y los arrojarán al horno

encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes.

Las conocidas parábolas del tesoro escondido y de la perla de gran precio se toman a veces

para ilustrar cuán preciosos son para Cristo su pueblo y su iglesia, por los cuales renunció a

las glorias del cielo y entregó su vida. Esta enseñanza está perfectamente de acuerdo con

otros pasajes escriturísticos, pero sería más atinado ver en ellas ilustraciones del hecho de

que uno que comprende de verdad el mensaje del Evangelio estará dispuesto a hacer

cualquier sacrificio con tal de poder heredar el Reino. Puede haber oído este mensaje cuando

Se hallaba ocupado en sus tareas habituales en casa o en el trabajo; o quizá, como el

mercader que busca las mejores perlas, sea alguien que anhela siempre lo mejor y más

elevado; al fin encuentra en el Evangelio de Cristo lo que colma su alma, y a costa quizá de

todo lo que hasta entonces había considerado como más entrañable, toma a Cristo como a su

Señor y acepta su promesa de vida eterna.

La última de las siete parábolas, al igual que las dos grandes que Jesús mismo interpreta,

parece mostrar con toda claridad que el bien y el mal se encontrarán, al fin mismo de los

tiempos, incluso entre aquellos a quienes ha llegado el Evangelio de Cristo. La palabra del

Reino parece ser en sus efectos como una red muy grande, que saca del mar peces de todas

clases; pero cuando llega el fin de los tiempos se da por fin una separación; los ángeles salen

y apartan a los malos de entre los justos. Así pues, hay quienes estiman la palabra del Reino

y se someten al Rey, pero también hay otros, incluso seguidores nominales suyos, a quienes

aguarda sólo condenación y castigo.

La Responsabilidad de los Discípulos, y el Rechazo de Jesús (13: 51-58)

Después Jesús les preguntó a sus seguidores: -¿Entienden todo esto? Ellos contestaron. -Sí

entendemos. Él les dijo: -Bueno, todo maestro de la ley que recibe mi enseñanza sobre el reino de Dios

es como el dueño de una casa. De lo que tiene guardado saca cosas nuevas y cosas antiguas. Cuando

Jesús terminó de enseñar por medio de estas historias, se fue de ahí para su pueblo. Allí comenzó a

enseñarles en la sinagoga. La gente estaba sorprendida y decía: -¿De dónde sacó este hombre la

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sabiduría y el poder para hacer estos milagros? Este es solamente el hijo del carpintero, su mamá es

María y sus hermanos son Santiago, José, Simón y Judas, y todas sus hermanas están aquí con

nosotros. Entonces, ¿de dónde sacó este todo el poder? Y ellos no podían aceptarlo, pero Jesús les dijo:

-Se honra a un profeta en todas partes, pero nadie es profeta en su tierra. La gente de ese pueblo no

creía en Jesús. Por eso él no hizo muchos milagros allí.

Una vez terminadas estas siete parábolas tan elocuentes, Jesús les recuerda a sus discípulos

inmediatos la responsabilidad que recae sobre ellos por haber recibido verdades que los

hombres más eminentes, los profetas y justos de las edades anteriores se hubieran alegrado

de poder oír. A ellos, como a todos los seguidores de Cristo, les corresponde dar a conocer

las grandes enseñanzas de su Reino. Cada uno de ellos ha de ser como un padre de familia

que saca "de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas". Es decir, deben proclamar verdades

nuevas relativas al Reino -verdades que de otro modo el mundo nunca conocería-, y deben

proclamar también las verdades viejas en formas nuevas así como Jesús enseño en parábolas

para que su mensaje fuera más claro; y deben enseñar verdades viejas con referencias

nuevas. El Evangelio es el mismo en todas las edades, pero cada una de esas requiere

aplicaciones especiales de este Evangelio Viejo a sus necesidades nuevas.

En armonía con este relato, este capítulo de parábolas, que indica un rechazo parcial y una

aceptación también parcial del mensaje del Reino durante la era presente, concluye con este

episodio del rechazo de Jesús en su propia tierra. Aquí de nuevo en Nazaret donde había

pasado tantos años, se encuentra con una incredulidad inhumana. Aquí pronuncia esas

palabras de reprensión, "No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa". Y

esto no ocurre porque un profeta sea demasiado conocido en su tierra, sino más bien porque

no se le conoce de verdad. Creían que lo conocían, porque conocían a sus hermanos y

hermanas. Pero fracasan en la valoración de lo que sus obras indicaban en cuanto a su índole

única. Se niegan a admitir sus pretensiones. Los que tuvieron la mejor de las oportunidades

de conocer al Rey, lo rechazan. Este incidente abre la puerta para la sección siguiente del

Evangelio en la que vemos a Jesús apartado, separándose del incrédulo Israel y tratando de

instruir en secreto a sus discípulos y a los que como ellos creyeron y confiaron en él.

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CAPITULO 7: LA RETIRADA DEL REY (14 - 16)

Juan el Bautista decapitado (14: 1-12)

En aquel tiempo Herodes el tetrarca se enteró de lo que decían de Jesús, y comentó a sus sirvientes:

“¡Ése es Juan el Bautista; ha resucitado! Por eso tiene poder para realizar milagros." En efecto,

Herodes había arrestado a Juan. Lo había encadenado y metido en la cárcel por causa de Herodías ,

esposa de su hermano Felipe. Es que Juan había estado diciéndole : “La ley te prohíbe tenerla por

esposa." Herodes quería matarlo, pero le tenía miedo a la gente, porque consideraban a Juan como un

profeta. En el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías bailó delante de todos; y tanto le agradó a

Herodes que le prometió bajo juramento darle cualquier cosa que pidiera. Instigada por su madre, le

pidió: “Dame en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista." El rey se entristeció , pero a causa de sus

juramentos y en atención a los invitados, ordenó que se le concediera la petición, y mandó decapitar a

Juan en la cárcel. Llevaron la cabeza en una bandeja y se la dieron a la muchacha, quien se la entregó

a su madre. Luego llegaron los discípulos de Juan, recogieron el cuerpo y le dieron sepultura.

Después fueron y avisaron a Jesús.

Relatar la muerte de Juan el Bautista precisamente en este punto de la narración es un toque

genial. La muerte del heraldo era un presagio cierto del rechazo y crucifixión del Rey. Su

mención constituye una transición adecuada a esta parte del "Evangelio del Rechazo" que

trata del aislamiento temporal de Jesús y del punto decisivo de su lucha con los fariseos en

Galilea.

En sí mismo el incidente posee interés trágico y significado moral profundo. La descripción

de Herodes es una muestra del riesgo que entraña jugar con la conciencia. Herodías revela

el poder mortal de la venganza. Ambos aparecen en contraste marcado con la grandeza

moral de Juan; ambos están relacionados con la misión de Jesús. Ha de distinguirse a este

Herodes Antipas de Herodes el Grande y de Herodes Agripa; sin embargo, todos ellos están

involucrados en una infamia común. Herodes el Grande exterminó a los niños de Belén con

la esperanza de destruir al Rey verdadero; Herodes Antipas asesinó a Juan el Bautista, el

heraldo del Rey; Herodes Agripa mató a J acabo y encarceló a Pedro, dos de los principales

mensajeros del Rey.

La verdadera instigadora del crimen fue Herodías, con quien Herodes se había casado en

vida del marido legítimo, hermano de Herodes. Juan el Bautista, con la valentía de un gran

profeta que no teme condenar el pecado de los grandes, se había granjeado la enemistad de

Herodías al censurar esta unión culpable. Ella lo odiaba no sólo por su reprensión, sino

porque su influencia amenazaba con frustrar la ambición que la había llevado a abandonar a

su marido a fin de conseguirse un lugar en la línea real. Herodes encarcela a Juan pero no

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osa matarlo por temor al pueblo y también porque él mismo siente por Juan una cierta

reverencia y temor. Herodías urde el modo de procurarse un desquite cruel. Mientras

Herodes está festejando su cumpleaños en orgía con sus compañeros, envía a su hija Salomé

a bailar procazmente delante del rey. A impulsos del placer y el alcohol le promete con

juramento recompensarla con cualquier regalo que desee. A insinuación de su madre, pide la

cabeza de Juan el Bautista. El rey queda atado en la trampa y en su propia cobardía moral.

Teme retractarse de su precipitado juramento ante la posibilidad de que sus compa-ñeros lo

ridiculicen. Viola su propia conciencia. Da la fatal orden. Se gana el desprecio de sus

camaradas y el desdén y condenación de todo un mundo. No es la última vez que una danza

inmoral ha producido la caída de un rey. No es la última vez que un hombre ha tenido más

miedo de una mofa que de un crimen. No es la última vez que la vanidad y malicia de una

mujer han maquinado la muerte de un profeta.

Herodías se deleita con su sangriento trofeo. Herodes ha acallado la voz de Juan; pero no

puede hacer lo mismo con la voz de la conciencia. Una y otra vez el recuerdo oculto de su

crimen se levanta para atormentarlo. Y lo que es más terrible todavía, llega a creer que Juan

mismo ha resucitado de entre los muertos para hacerle frente y quizá destruirlo; porque oye

hablar de los milagros de Jesús y su conciencia sacudida lo llena de horror; cree que nadie

sino Juan podrían realizar obras tales. Identifica a Juan con Jesús, no es extraño, pues, que

Jesús vea ahora con toda claridad lo que "los príncipes de este mundo" le tienen reservado y

que busque lugares apartados en los que pueda instruir a sus discípulos y prepararlos para

esta su lucha final con los líderes y para la hora en la que seguirá las pisadas de su precursor

en la experiencia de una muerte violenta y cruel.

Cinco mil alimentados (14: 13-21)

Cuando Jesús recibió la noticia, se retiró él solo en una barca a un lugar solitario. Las multitudes se

enteraron y lo siguieron a pie desde los poblados. Cuando Jesús desembarcó y vio a tanta gente , tuvo

compasión de ellos y sanó a los que estaban enfermos. Al atardecer se le acercaron sus discípulos y le

dijeron: Éste es un lugar apartado y ya se hace tarde. Despide a la gente, para que vayan a los pueblos

y se compren algo de comer. No tienen que irse contestó Jesús. Denles ustedes mismos de comer. Ellos

objetaron: No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados. Tráiganmelos acá les dijo Jesús. Y

mandó a la gente que se sentara sobre la hierba. Tomó los cinco panes y los dos pescados y, mirando

al cielo, los bendijo. Luego partió los panes y se los dio a los discípulos, quienes los repartieron a la

gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y los discípulos recogieron doce canastas llenas de

pedazos que sobraron. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los

niños.

Cuando Jesús supo que Juan había sido muerto, y posiblemente se le dijo que Herodes creía

que Juan había resucitado y lo identificaba con el hombre que había asesinado, nuestro

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Señor se retira de los lugares en los que las multitudes habían estado siguiendo su

ministerio, y busca en el apartamiento una oportunidad tanto para descansar con sus

discípulos, que acababan de regresar de su gran misión, como para instruirlos en relación

con su propia persona y obra y con su próxima muerte. Subió a una barca y cruzó hacia la

orilla septentrional del lago, a un lugar desierto donde no lo interrumpiesen. Sin embargo,

cuando las muchedumbres supieron donde estaba, acudieron a él desde las ciudades vecinas.

Su corazón se compadeció. Curó a los enfermos y luego realizó el que a menudo se considera

como su milagro más notable. Con cinco panes y dos peces dio de comer a cinco mil

hombres, sin contar las mujeres y los niños. Es el único milagro que mencionan los cuatro

evangelistas. Es la primera vez en que el relato de Mateo concuerda con el de Juan. El hecho

no tiene mucha importancia hasta que recordamos que en el último Evangelio se da una

interpretación del milagro y su significado se explica en el sermón que nuestro Señor

pronuncia inmediatamente después del milagro, al afirmar de sí mismo ser "el pan de vida".

El relato de Mateo descubre la profunda compasión de nuestro Señor y su poder divino;

pero leído a la luz del Cuarto Evangelio el milagro se convierte en una parábola referente a

su persona y obra. Ilustra su dicho, "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá

hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás". Las multitudes no entendieron la verdad

que se les describía de este modo; ni tampoco se les explicó a los discípulos en esa ocasión.

Pero para todos los seguidores de Cristo hoy día este relato les ofrece entre otros los

siguientes mensajes, conocidos e importantes.

1. Debemos tratar de aliviar las necesidades físicas de los hombres, pero nos deben

preocupar más sus necesidades espirituales más profundas, simbolizadas en el

hambre y la sed de esa multitud desfallecida.

2. Debemos creer que Jesucristo puede satisfacer estas necesidades del alma, esta

hambre del corazón, este desfallecimiento por falta de alimento espiritual. El Cristo

divino previó su rechazo y muerte; el Cristo que fue crucificado y resucitó es el único

que puede satisfacer esta necesidad. Jesús alimentó a una multitud junto al mar, pero

su verdadera misión fue dar su vida por la salvación del mundo.

3. La condición para recibir la vida que Cristo da es la fe. Es necesaria la identificación

con este Salvador si se quiere hallar la satisfacción prometida; como Jesús declaró,

debemos comer "la carne del Hijo del hombre", y beber "su sangre". Debe haber una

apropiación de la gracia que Cristo ofrece para cada necesidad. . Debe haber una

dependencia de él en cuanto a la satisfacción de todas las necesidades espirituales.

4. Cristo espera que sus seguidores lo ayuden en la obra y que lleven a todo el mundo la

verdad acerca de él, al igual que en otro tiempo pidió a sus discípulos que llevasen el

pan partido a las multitudes. La fe produce naturalmente un deseo de compartir y no

sólo de guardar. El mensaje del Evangelio es un depósito. Los mensajeros del Rey

deben ansiar completar su obra.

5. La bendición de Cristo precedió al milagro y parece haberlo producido. Sin duda que

su bendición puede sacar los mayores resultados de los esfuerzos más sencillos

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hechos en su servicio. Cuando dudamos porque nuestros dones son escasos y

nuestros empeños débiles, debemos recordar los cinco panes y dos peces que se le

ofrecieron al Señor y que él utilizó para alimentar a la multitud.

6. También debemos estar dispuestos a cumplir sus mandatos y a obedecer sus

indicaciones. Convertirse en ayudantes verdaderos en esa gran obra de gracia exige

de sus discípulos la obediencia de fe. Si esperamos que nuestros esfuerzos sean

bendecidos, debemos confiar y obedecer.

7. Debemos tener cuidado también con los fragmentos y no dejar que se desperdicie

nada de lo que nuestro Señor suministra para el cuerpo, mente o alma. No debemos

tratar con desdén nada de lo que da, por pequeño que sea, Los fragmentos a los que

Jesús se refirió en su mandato no eran las migajas que dejaron los que comieron, sino

las porciones que él mismo y sus discípulos habían partido. Debían guardarse para

satisfacer necesidades futuras, pero serían también para los días venideros

recordatorios del poder milagroso de su Señor. Hay muchas indicaciones, tanto en la

palabra escrita como en nuestras experiencias cotidianas, que nos recuerdan la

gracia de nuestro Señor; pero ninguna es más importante que el banquete

conmemorativo que ordenó, en el cual, al participar del pan partido, se nos vuelve a

recordar su cuerpo, roto por nosotros, y la vida que ha dado para que por la fe en él

podamos verdaderamente vivir.

Jesús anda sobre el mar (14: 22-36)

En seguida Jesús hizo que los discípulos subieran a la barca y se le adelantaran al otro lado mientras

él despedía a la multitud. Después de despedir a la gente , subió a la montaña para orar a solas. Al

anochecer, estaba allí él solo, y la barca ya estaba bastante lejos de la tierra, zarandeada por las olas,

porque el viento le era contrario. En la madrugada, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago.

Cuando los discípulos lo vieron caminando sobre el agua, quedaron aterrados. ¡Es un fantasma!

Gritaron de miedo. Pero Jesús les dijo en seguida: ¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo. Señor, si

eres tú respondió Pedro, mándame que vaya a ti sobre el agua. Ven dijo Jesús. Pedro bajó de la

barca y caminó sobre el agua en dirección a Jesús. Pero al sentir el viento fuerte , tuvo miedo y comenzó

a hundirse. Entonces gritó: ¡Señor, sálvame! En seguida Jesús le tendió la mano y, sujetándolo, lo

reprendió: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Cuando subieron a la barca, se calmó el viento. Y

los que estaban en la barca lo adoraron diciendo: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios. Después de

cruzar el lago, desembarcaron en Genesaret. Los habitantes de aquel lugar reconocieron a Jesús y

divulgaron la noticia por todos los alrededores. Le llevaban todos los enfermos, suplicándole que les

permitiera tocar siquiera el borde de su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos.

Sería difícil imaginar una superficie de agua más bella que la que se conoce como Mar de

Galilea. No es, desde luego, un mar sino un encantador lago interior. Tiene sólo unos veinte

kilómetros de longitud por doce de anchura. Se alimenta y se desagua por medio del río

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Jordán. Está situado a unos doscientos veinte metros bajo el nivel del mar, y en la orilla

norte se yergue la cumbre del Monte Hermón, cubierta de nieves perpetuas. Debido a esta

ubicación grandes corrientes de aire descienden de las colinas circundantes y barren la

superficie con tormentas repentinas y violentas. En una tormenta como éstas se

encontraron los discípulos la noche en la que vieron a Jesús caminando hacia ellos sobre el

mar. Este milagro fue sorprendente y maravilloso. Muchos lo han negado. No hay, sin

embargo, razón para dudar. Marcos y Juan lo atestiguan. En ninguno de estos relatos,

empero, aparece la figura de Jesús más majestuosa y regia. Había mandado a sus seguidores

que fuesen delante hacia la otra ribera en tanto que él se quedaba para despedir a la multitud

a la que había alimentado con los cinco panes. A la caída de la noche había subido al monte a

orar. En la profunda oscuridad de la noche los discípulos se encontraron con un viento

furioso. Durante largas horas lucharon remando hasta fatigarse pero sin casi poder avanzar.

De repente vieron a Jesús que se acercaba "andando sobre el mar"; esta aparición los

atemorizó más que la tempestad y "dieron voces de miedo"; pero su palabra de ánimo les dio

aliento y confianza, hasta el punto que Pedro le pidió a su Maestro que lo dejase ir hasta él

caminando también sobre las aguas. Sólo Mateo menciona este incidente de la fe y del

fracaso de Pedro. Nos habla de su audaz intento, del miedo que comenzó a sentir, del peligro

que corrió, de su rescate, y de su regreso a la barca con el Maestro, y luego describe la calma

de la tempestad y la adoración de la que hicieron objeto a Jesús como Hijo de Dios. Todo el

cuadro nos habla de Uno a quien Mateo constantemente pinta como Rey universal, como

"Señor de toda la naturaleza".

No es extraño que un episodio tan sorprendente como éste lo hayan interpretado los

cristianos como símbolo de sus experiencias espirituales. Cierto que la obediencia a Cristo

no garantiza verse libres de tormentas y tempestades y pruebas en la vida. Había mandado a

sus discípulos que cruzasen el lago porque sabía que para ellos sería mejor esto que

permanecer entre las multitudes, que tenían, como Juan afirma, concepciones tan

equivocadas en cuanto a su persona y obra. El lugar donde hay tormenta y prueba es

menudo donde se halla también una mayor seguridad moral.

También es verdad que los seguidores de Cristo siempre pueden creer en su presencia en

medio de la noche y de las tempestades. Esta es quizá la lección suprema del episodio. Al

principio quizá no reconozcamos al Señor; la forma en que se presenta puede incluso

aumentar nuestro temor, pero su palabra, como quiera que la diga, trae esperanza, y la

seguridad de su presencia trae confianza y paz incluso en lo más profundo de la noche y de la

tempestad.

La experiencia de Pedro ilustra cómo la fe hace triunfar sobre todos los obstáculos, cómo la

duda lleva al desastre, y cómo Cristo está siempre dispuesto a salvar. El orgullo y la

presunción no llevaron a Pedro a intentar caminar sobre el mar; fue simplemente la

respuesta de su fe a la palabra y ejemplo de su Señor. Cristo no lo reprendió por su petición

sino por su incredulidad. Hoy día nuestro Señor no corrige a sus seguidores porque traten

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de imitar su pureza moral o por esforzarse en caminar como él caminó, pero sí se aflige ante

nuestra fe imperfecta. Corremos peligro cuando apartamos nuestros ojos de él, y cuando

pensamos en nuestras debilidades, y nos angustiamos por nuestras tentaciones. Debemos

lamentar nuestra duda y temor, pero si ponemos nuestra confianza en él, alarga la mano y

con su contacto nos comunica fortaleza para caminar junto a él completamente a salvo. La

vida cristiana es un triunfo continuo sobre las tentaciones naturales que nos ahogarían.

Caminar de verdad con Cristo en santidad y pureza es un milagro continuo. Cristo no nos

reprende por intentar demasiado, sino por no confiar un poco más en él; e incluso si nuestra

fe nos coloca en situaciones de peligro o de humillación, él está dispuesto a salvamos y

ayudamos.

Al repasar este milagro tan sorprendente que Mateo relata con tanto detalle, no ha sido raro

encontrar en él un símbolo de la verdad referente al Rey repudiado y que volverá, al que

Mateo pone siempre en relieve tan marcado. Del mismo modo que Jesús alimentó a los cinco

mil y luego subió al monte para interceder por sus discípulos y luego fue caminando sobre

las olas para rescatarlos y darles la paz, así también Cristo, que se ofreció al mundo como

"pan de vida", ha ascendido para interceder por nosotros; y un día volverá; puede acercarse

en toda su majestad por encima de la agitación y angustia de las naciones cuando aparezca,

la noche concluirá y las tempestades cesarán.

El propósito obvio del milagro fue socorrer a los discípulos temerosos y en peligro, y darles

motivos para confiar más en su Maestro. Si, sin embargo, buscamos símbolos, sin duda que

la sección final del relato es una ilustración del ministerio actual de Cristo. En medio de las

multitudes compactas de hombres que sufren, se yergue él hoy en día, con presencia real

aunque invisible, lleno de compasión y dispuesto a aliviar las enfermedades morales y

espirituales de quienes extiendan la mano de la fe. Aun cuando su confianza sea débil y no

lleguen a tocar más que el borde de su manto, todos los que lo toquen se curarán.

Contaminación ritual y contaminación verdadera (15: 1-20)

Se acercaron a Jesús algunos fariseos y maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén, y le

preguntaron: ¿Por qué quebrantan tus discípulos la tradición de los ancianos? ¡Comen sin cumplir

primero el rito de lavarse las manos! Jesús les contestó: ¿Y por qué ustedes quebrantan el

mandamiento de Dios a causa de la tradición? Dios dijo: „Honra a tu padre y a tu madre', y también:

Él que maldiga a su padre o a su madre, debe morir.' Ustedes, en cambio, enseñan que un hijo puede

decir a su padre o a su madre : „Cualquier ayuda que pudiera darte ya la he dedicado como ofrenda a

Dios.' En ese caso, el tal hijo no tiene que honrar a su padre. Así por causa de la tradición anulan

ustedes la palabra de Dios. ¡Hipócritas! Tenía razón Isaías cuando profetizó de ustedes : “Éste

pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me adoran; sus enseñanzas

no son más que reglas humanas.' Jesús llamó a la multitud y dijo : Escuchen y entiendan. Lo que

contamina a una persona no es lo que entra en la boca sino lo que sale de ella. Entonces se le acercaron

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los discípulos y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se escandalizaron al oír eso? Toda planta que mi

Padre celestial no haya plantado será arrancada de raíz les respondió. Déjenlos; son guías ciegos. Y

si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un hoyo. Explícanos la comparación le pidió Pedro.

¿También ustedes son todavía tan torpes? Les dijo Jesús. ¿No se dan cuenta de que todo lo que

entra en la boca va al estómago y después se echa en la letrina? Pero lo que sale de la boca viene del

corazón y contamina a la persona. Porque del corazón salen los malos pensamientos , los homicidios,

los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. Éstas son las

cosas que contaminan a la persona, y no el comer sin lavarse las manos.

Apenas hubo Jesús llegado de nuevo al escenario de sus actividades anteriores en la ribera

occidental del lago, los fariseos y otros líderes religiosos de Jerusalén lo hicieron objeto de

un rudo ataque. Declaran que sus discípulos no se lavaron las manos cuando comieron pan.

No quieren decir que tuviesen las manos sucias, sino que habían omitido el lavado ritual que

exigía la tradición judía. La acusación parece trivial. De hecho hay algo de ridículo en ese

cuadro de maestros distinguidos que hacen el viaje desde Jerusalén para proferir

solemnemente una acusación de esta clase en contra de un gran profeta cuyas palabras y

obras estaban llenando de admiración al país entero. Sin embargo, para la mentalidad de los

fariseos, las tradiciones antiguas revestían gran importancia. Consistían en interpretaciones

de la ley del Antiguo Testamento, dadas por los rabinos, y paulatinamente compiladas.

Habían llegado a considerarse de mayor importancia y autoridad que la ley misma.

Descuidarlas era para estos viejos formalistas el más grave de los pecados. Esta exigencia

específica en cuanto al lavarse las manos antes de comer se consideraba por alguna razón

como especialmente sagrada. Se cuenta el episodio de un rabí encarcelado cuya ración diaria

de pan yagua era escasísima, que usaba el agua para lavarse las manos en vez de bebérsela,

porque decía que preferiría morir antes que transgredir las reglas de sus antepasados.

Esta acusación le dio oportunidad a Jesús para reprender a los Fariseos, y también para

demostrar la diferencia entre la contaminación ritual y la verdadera; entre lo espiritual y lo

material; entre la pureza de alma y la observancia formalista; entre la verdadera religión y la

falsa.

Los Fariseos habían acusado a los discípulos de actuar en contra de una tradición humana.

Jesús muestra que es posible transgredir la ley divina con la obediencia a una tradición

humana. Cita un ejemplo de lo que parece haber sido una práctica común entre los Fariseos.

Según una tradición aceptada, si uno pronunciaba sobre algún bien material la palabra

"Cobran", que significa "don", esta posesión se consideraba como consagrada a Dios. Por

muy irreflexiva o engañosamente que se hubiese pronunciado tal palabra, el voto debía

cumplirse. Aunque el padre o la madre necesitasen comer, Se les podía dejar morir, pero el

juramento no se podía quebrantar. Incluso se insinuaba que un hijo podía usar estos bienes

para su propio bienestar y placer; pero la ley de Dios que exigía honrar al padre y a la madre

se podía dejar libremente de lado con tal de que la tradición de los hombres pudiese

observarse. Jesús afirma que ahí está la esencia misma de la hipocresía. Recuerda a los

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Fariseos que la observancia escrupulosa de los formalismos religiosos puede ir acompañada

de la omisión más total de la ley moral. Este ha sido el peligro de los formalistas, ritualistas

e hipócritas de todos los tiempos. Al condenar a los Fariseos Jesús cita un pasaje adecuado

del profeta Isaías: "Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en

vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres".

Mientras discute con los Fariseos se congrega una multitud. Jesús se vuelve hacia ellos con

estas significativas palabras que comprenden el principio que está en juego, "No lo que entra

en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre". Los

Fariseos creían que el contacto de una mano ritualmente impura contaminaría la comida, la

cual, a su vez, haría impuro al que la comiera. Jesús indica que lo importante no es esta

contaminación ceremonial sino la impureza que procede de los pensamientos malos y del

corazón manchado.

Es fácil comprender por qué los Fariseos se escandalizaron ante tal enseñanza. Parecía

oponerse a los preceptos de Moisés con respecto al alimento puro e impuro y por

consiguiente contradecía todas las elaboradas interpretaciones que habían impuesto las

tradiciones judías. Se le dijo a nuestro Señor cuán airados estaban los Fariseos, pero el

contestó de inmediato que sus seguidores no debían preocuparse. Quienes eran culpables de

una hipocresía tal, a todas luces no eran plantas plantadas por mano divina y en

consecuencia serían desarraigadas. Estos maestros jactanciosos eran como ciegos que tratan

de guiar a otros ciegos; tanto ellos como los que les siguen acabarán en el fracaso.

Pedro pide una explicación más concreta de la afirmación que Jesús había hecho. El Maestro

al principio le reprocha su falta de penetración espiritual, pero luego pasa a explicar con

claridad meridiana que la verdadera impureza no es una cuestión corporal, sino espiritual, o

mejor, del cuerpo en cuanto el espíritu lo dirige y gobierna. La única contaminación

verdadera es la del alma. HA un hombre no lo hace impuro lo que entra en su boca sino lo

que procede de su corazón", No mancha al hombre comer lo que está ritualmente impuro,

sino sólo pensar y hacer lo que es moralmente impuro. A los hombres de nuestra época les

puede parecer elemental esta enseñanza. Hace falta, sin embargo, subrayarla e insistir una

vez más en la sinceridad religiosa y en la distinción existente entre lo que es formal y lo que

es esencial, entre lo externo y lo vital. Para los Fariseos esta enseñanza era revolucionaria.

Era revelar su hipocresía; era un desafío a sus pretensiones orgullosas; era una derrota de su

empeño en desacreditar a Jesús. Llevó a su punto culminante el conflicto entre él y los

dirigentes. No es extraño que juzgase necesario retirarse de Galilea y pasar a territorio

gentil, cerca de Tiro y Sidón.

Fe probada y triunfante (15: 21-28)

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Partiendo de allí, Jesús se retiró a la región de Tiro y Sidón. Una mujer cananea de las inmediaciones

salió a su encuentro, gritando: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija sufre

terriblemente por estar endemoniada. Jesús no le respondió palabra. Así que sus discípulos se

acercaron a él y le rogaron: Despídela, porque viene detrás de nosotros gritando. No fui enviado sino

a las ovejas perdidas del pueblo de Israel contestó Jesús. La mujer se acercó y, arrodillándose delante

de él, le suplicó: ¡Señor, ayúdame! Él le respondió: No está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo

a los perros. Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.

¡Mujer, qué grande es tu fe! Contestó Jesús. Que se cumpla lo que quieres. Y desde ese mismo

momento quedó sana su hija.

Sólo una vez en todo su ministerio terrenal salió Jesús de su país natal. Fue en los días en

que quiso eludir tanto la oposición de sus enemigos como la interrupción de las multitudes a

fin de hallar quietud y aislamiento para enseñar a sus discípulos las grandes verdades que

tendrían que anunciar después de su rechazo y muerte, que ya veía claramente en el

horizonte. Salió por la frontera de Galilea "a la región de Tiro y de Sidón". Allá le sale al

encuentro una mujer cuya confianza en él es tan sorprendente que se merece de los labios de

nuestro Señor esta palabra de singular alabanza: "Oh mujer, grande es tu fe". Muy pocas

veces habló Jesús de este modo y vale la pena inquirir qué hubo en la fe de esta mujer que él

considerase extraordinario. Desde luego que resalta que fuese cananea; o sea, lo que en

lenguaje moderno llamaríamos una pagana. Sabría muy poco de la religión de Israel. Había

sido educada entre los gentiles. Nunca había visto a nuestro Señor realizar un milagro, y sin

embargo se dirige a Jesús como al verdadero Mesías, y le pide que sane a su hija que estaba

gravemente atormentada por un demonio. Es admirable que un extraño y extranjero pidiese

algo tan difícil. No son éstas, empero, las circunstancias que distinguen su fe. Su grandeza

radica en el hecho de que, cuando se la sometió a prueba, la soportó; que cuando fue probada,

salió triunfante.

La primera prueba fue el silencio de Jesús, "Jesús no le respondió palabra". Llama la

atención esto. Había oído hablar de la compasión de Jesús, y de su voluntad de ayudar y

sanar; acude a él con el corazón destrozado; pide por una hija "gravemente atormentada por

un demonio". Pero Jesús ni siquiera contesta a sus palabras de petición. Es como la prueba a

la que se ven sometidos los seguidores de Cristo hoy en día cuando parece no haber

respuesta al clamor más grave de sus corazones. Les viene la tentación de dudar de la

eficacia de la oración o del amor del Maestro.

El silencio de Jesús, sin embargo, no acalla el grito de esta mujer vehemente. Sigue a Jesús

con tanta persistencia que los discípulos, llevados por el deseo egoísta de verse libres de

molestias, le piden que le conceda lo que pide y que la despida. Jesús entonces formula una

ley de su ministerio terrenal que le haría imposible otorgarle a la mujer lo que pedía, "No

soy enviado sino a las ovejas pérdidas de la casa de Israel". En los pocos años destinados

para su misión, era conveniente y necesario que Jesús limitase sus esfuerzos a una zona

restringida y a la gente mejor preparada para acogerlo: No entraba, por consiguiente, en su

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propósito inmediato realizar milagros para gente de otros países. Tales afirmaciones en

cuanto a la soberanía de la ley se utilizan en nuestros días para desanimar a aquellos que

tienen fe en Cristo, y en especial a aquellos que tienen tanta como para confiar en su

voluntad y poder de contestar la oración. La mujer no trata de explicar la dificultad que esas

palabras implicaban. Se vuelve a Jesús con vehemencia inquebrantable; Se postra ante él y

exclama, "Señor, socórreme". En momentos de extrema necesidad, quienes se ven turbados

por problemas filosóficos se dirigen de este modo a Jesús, en oración sencilla y confiada.

Jesús, sin embargo, responde con palabras que, entre todas las que salieron de su boca,

parecen ser lo más próximo a crueles. La dureza no era verdadera, sin embargo. Su sincero

amor debe haberse traslucido en el tono de voz, "No está bien tomar el pan de los hijos, y

echarlo a los perrillos". Podría haber parecido una respuesta despiadada a la desconsolada

madre, pero ella captó la ironía tierna que encerraba y también la posible promesa de ayuda.

Jesús parecía decir que su propio pueblo, que lo había rechazado, consideraba a los gentiles

como perros, y que su ministerio estaba destinado a ellos y no a los gentiles. Utiliza, sin

embargo, la palabra que significa los "perrillos", que en los países orientales forman parte de

la casa. La mujer se ase de esta insinuación. No es del todo correcto decir que "toma al

Maestro por la palabra"; más bien él señala la senda que la mujer, en su perspicacia ágil y

ansiosa fe, siguió de inmediato, "Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que

caen de la mesa de sus amos". Confiesa que es gentil y que no tiene derecho de recibir ayuda

de Cristo; pero cree que la concesión de lo que pide no será una verdadera desviación de la

ley que gobierna su ministerio terrenal. Indica que incluso los gentiles pueden recibir algo

de su sobreabundante gracia. De hecho, su postura humilde es la base misma de su súplica.

Hay seguidores actuales de Cristo que a veces son tentados a cesar de orar, conscientes de

su propia indignidad. La fe verdadera, empero, confía en Cristo; no pone la confianza en sí

misma; no hace de la indignidad personal un alegato para la gracia. Nunca se ve defraudada.

Entonces Jesús se dirige a la mujer con sus incomparables palabras de alabanza y amor, "Oh

mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres". Su fe había superado todas las pruebas

"Y su hija fue sanada desde aquella hora". ¿Por qué, sin embargo, sometió Jesús su fe a tales

pruebas? No para descubrir su valor; lo conocía de antemano; sino para acrecentarlo y hacer

que los discípulos y la multitud comprendiesen las condiciones bajo las cuales fue atendida

su petición. Si la fe de un cristiano se ve hoy día sometida a prueba no es para que el Señor

conozca su temple, sino para que la relación del creyente con él se defina con más claridad;

para que la fe misma se desarrolle, y para que otros, al igual que los discípulos, se aleccionen,

y otros, como la multitud, vean la voluntad de Cristo de contestar y recompensar a aquellos

que ponen su confianza en él.

Milagros en Decápolis (15: 29-39)

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Salió Jesús de allí y llegó a orillas del mar de Galilea. Luego subió a la montaña y se sentó. Se le

acercaron grandes multitudes que llevaban cojos, ciegos, lisiados, mudos y muchos enfermos más, y los

pusieron a sus pies; y él los sanó. La gente se asombraba al ver a los mudos hablar, a los lisiados

recobrar la salud, a los cojos andar y a los ciegos ver. Y alababan al Dios de Israel. Jesús llamó a sus

discípulos y les dijo: Siento compasión de esta gente porque ya llevan tres días conmigo y no tienen

nada que comer. No quiero despedirlos sin comer, no sea que se desmayen por el camino. Los

discípulos objetaron: ¿Dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado suficiente pan para dar de

comer a toda esta multitud? ¿Cuántos panes tienen? Les preguntó Jesús. Siete, y unos pocos

pescaditos. Luego mandó que la gente se sentara en el suelo. Tomando los siete panes y los pescados , dio

gracias, los partió y se los fue dando a los discípulos. Éstos, a su vez, los distribuyeron a la gente.

Todos comieron hasta quedar satisfechos. Después los discípulos recogieron siete cestas llenas de

pedazos que sobraron. Los que comieron eran cuatro mil hombres, sin contar a las mujeres y a los

niños. Después de despedir a la gente, subió Jesús a la barca y se fue a la región de Magadán.

Incluso en la región de Tiro y Sidón, más allá de las fronteras de su propio país, Jesús no

había podido eludir las multitudes. Una mujer creyente le había pedido una curación, y la

fama del milagro atrajo a las multitudes y por ello ahora se dirige con sus discípulos hasta el

este y el sur. Llega a la orilla más apartada del Mar de Galilea. A pesar de ello también allá

"mucha gente" acude a él, llevando consigo "cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos

enfermos". No ha ido allá con el propósito de realizar milagros. Busca un lugar retirado y

una oportunidad de enseñar a sus discípulos, pero su compasión nunca mengua. Jesús los

sanó "de manera que la multitud se maravillaba, viendo a los mudos hablar, a los mancos

sanados, a los cojos andar, y a los ciegos ver". Era una región cuyos habitantes eran en su

mayoría gentiles. Era una continuación adecuada del milagro que acababa de realizar en la

región de Tiro y Sidón a petición de una mujer cananea. Y era un indicio de la obra más

vasta que el verdadero Rey iba a llevar a cabo entre todas las naciones. Es significativo que,

al efectuar estas curaciones, las multitudes "glorificaban al Dios de Israel".

Este hecho del ministerio de Jesús entre los gentiles constituye el rasgo característico del

gran milagro que realiza a continuación. Al contemplar a las multitudes hambrientas y

desfallecidas, les proporciona comida multiplicándoles siete panes y unos pocos pececillos.

Hay quienes piensan que esto no es más que un nuevo relato del milagro anterior de la

alimentación de cinco mil. Es verdad que muchos de los detalles son iguales. En ambos

casos Jesús manifiesta su compasión paciente. Ha estado tratando de aislarse con sus

discípulos, pero cuando las multitudes se agolpan a su alrededor sacrifica su propio plan y

comodidad; reemprende su labor de enseñar y cuida de los cuerpos lo mismo que de las

almas de quienes se han apiñado en torno suyo. También observamos la incredulidad de los

discípulos. Cuando Jesús señala la necesidad de comida, parecen haber olvidado del todo el

milagro anterior. Algunos comentaristas insisten en que esta duda es incomprensible y que

el escritor debe cuando menos haber tomado este episodio del relato anterior. Algunos de

nosotros estamos más que conscientes de una incredulidad parecida en nosotros mismos, a

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pesar de los repetidos milagros de gracia, para sorprendemos por mucho tiempo por la

ceguera de los apóstoles.

En ambos milagros advertimos lo abundante de la provisión para las multitudes

hambrientas y recordamos el mensaje de importancia definitiva que Jesús agregó al milagro,

a saber, que él mismo es el verdadero Pan del alma y que quienes confíen en él tendrán vida

eterna. En relación con esta enseñanza simbólica hallamos sugerencias ligeramente

diferentes en los dos milagros semejantes. Los cinco mil milagrosamente alimentados eran

probablemente judíos en su totalidad; entre los cuatro mil había probablemente muchos

gentiles. Este último milagro puede ser un indicio de que Jesús, aunque rechazado por su

propio pueblo, va a dar su vida por el mundo y va a ser el Pan vivo para todas las naciones.

La levadura de los Fariseos y de los Saduceos (16: 1-12)

Los fariseos y los saduceos se acercaron a Jesús y, para ponerlo a prueba, le pidieron que les mostrara

una señal del cielo. Él les contestó: “Al atardecer, ustedes dicen que hará buen tiempo porque el cielo

está rojizo, y por la mañana, que habrá tempestad porque el cielo está nublado y amenazante. Ustedes

saben discernir el aspecto del cielo, pero no las señales de los tiempos. Esta generación malvada y

adúltera busca una señal milagrosa, pero no se le dará más señal que la de Jonás." Entonces Jesús los

dejó y se fue. Cruzaron el lago, pero a los discípulos se les había olvidado llevar pan. Tengan cuidado

les advirtió Jesús; eviten la levadura de los fariseos y de los saduceos. Ellos comentaban entre sí : “Lo

dice porque no trajimos pan." Al darse cuenta de esto, Jesús les recriminó: Hombres de poca fe, ¿por

qué están hablando de que no tienen pan? ¿Todavía no entienden? ¿No recuerdan los cinco panes

para los cinco mil, y el número de canastas que recogieron? ¿Ni los siete panes para los cuatro mil, y

el número de cestas que recogieron? ¿Cómo es que no ent ienden que no hablaba yo del pan sino de

tener cuidado de la levadura de fariseos y saduceos? Entonces comprendieron que no les decía que se

cuidaran de la levadura del pan sino de la enseñanza de los fariseos y de los saduceos.

Al regresar Jesús a la ribera occidental del lago sus enemigos vuelven a arremeter

duramente contra él. Es el punto culminante y decisivo de su ministerio en Galilea. La

hostilidad desesperada de los dirigentes se pone de manifiesto en el hecho de que formasen

una coalición los fariseos y saduceos, dos partidos de ordinario violentamente opuestos,

pero que ahora se juntan en su odio común a Jesús. "Le pidieron que les mostrase señal del

cielo". Era una impertinencia y una ofensa. El país entero estaba lleno de admiración ante

sus portentos. Las señales que había ofrecido eran innumerables en cantidad y variedad.

Habían sido suficientes para demostrar que era el Cristo, el Mesías predicho. Es difícil decir

qué querían ahora sus enemigas; posiblemente alguna voz de los cielos, seguro algún

portento raro que los constriñese a creer. Sin embargo, pedir otra señal es una manera

hipócrita de arrojar duda y descrédito sobre los milagros que Jesús ha realizado ya, y de

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sugerir que sus enemigos están del todo dispuestos a aceptar sus pretensiones con tal de que

ofrezca pruebas suficientes.

Jesús replica que su incredulidad no se debe a falta de pruebas, sino a carencia de

discernimiento espiritual; la dificultad no está en la naturaleza de las pruebas, sino que

radica en el estado de sus corazones. Eran lo suficientemente sabios para discernir presagios

de buen o mal tiempo en el atardecer arrebolado o en el amanecer encapotado, pero eran

demasiado estúpidos para ver en todas las obras de bondad de Jesús los signos de su realeza

y de la proximidad de .su Reino. Sus milagros eran "los signos del tiempo", los indicios de

que el Rey había llegado. Sus enemigos hubieran entendido estas señales de no haber tenido

empañada la visión por el pecado y de no haber tenido corazones adúltero s por su deslealtad

a Dios. Jesús, al igual que en una ocasión anterior, afirma que sólo una señal más será dada,

"la señal del profeta Jonás"; la resurrección de Jesús, prefigurada en la experiencia del gran

profeta, iba a ser la demostración definitiva de sus pretensiones. Quien no crea en Cristo a la

vista de su resurrección ya se ha condenado; su condición es desesperada, su incredulidad

fatal.

Al cruzar Jesús el lago con sus discípulos, aprovecha la ocasión para ponerlos sobre aviso en

contra de las enseñanzas falsas de los enemigos que habían revelado su verdadera índole

moral en la petición que le acababan de formular. "Guardaos de la levadura de los fariseos y

de los saduceos". Según Marcos, Jesús añadió una advertencia en contra de "la levadura de

Herodes". Como queda explicado luego, Jesús empleó la palabra "levadura" como símbolo

de doctrina falsa. Los fariseos eran los formalistas de la época; reducían la religión a un

sistema ceremonial, y consideraban que el ritual era más importante que la ley. Los

saduceos eran los racionalistas y materialistas; no creían en la resurrección ni en los ángeles

ni en los espíritus. Eran como los que hoy en día niegan y desacreditan lo más posible todo

lo sobrenatural en la revelación y en la religión. Los herodianos representarían a los

laicistas actuales; apenas si se preocupaban de lo religioso; sus esperanzas estaban en el

reajuste político, y vivían pendientes de las compensaciones y placeres del mundo.

Hombres con tales creencias y simpatías no dejan lugar para Cristo en sus corazones; no

sorprende que lo repudiasen ni que Jesús pusiese sobre aviso a sus discípulos en cuanto a

ellos. En la época actual la Iglesia necesita protección frente a las mismas modalidades de

enseñanzas falsas. La levadura del formalismo, del materialismo, de la mundanalidad, sigue

extendiéndose y los seguidores de Cristo necesitan ser precavidos contra sus influencias

insidiosas.

Los discípulos al principio no entendieron qué quería decir Jesús. Pensaron que se refería a

la levadura en forma literal, o al pan, tanto más cuanto que no se habían preocupado de

procurarse pan para el viaje. Jesús les recuerda los dos milagros que ha obrado para

alimentar a las multitudes, de modo que si se hubiese necesitado alimento material él lo

hubiera podido suministrar; lo que en realidad le preocupaba era la cuestión, mucho más

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importante, del alimento espiritual. Pensaba en las enseñanzas falsas a las que sus discípulos

quedarían expuestos. Contra el peligro que ofrecen quiere que sus discípulos estén siempre

vigilantes.

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CAPITULO 8: LA PERSONA Y LA OBRA DEL REY (16 – 17)

Jesús aprueba la confesión de Pedro (16: 13-20)

Cuando llegó a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente

que es el Hijo del hombre? Le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y

otros que Jeremías o uno de los profetas. Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Tú eres el Cristo, el Hijo

del Dios viviente afirmó Simón Pedro. Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás le dijo Jesús, porque eso no te

lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo. Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta

piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré

las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que

desates en la tierra quedará desatado en el cielo. Luego les ordenó a sus discípulos que no dijeran a

nadie que él era el Cristo.

En Cesárea de Filipo, en las retiradas regiones de Galilea septentrional, libre por un tiempo

de los ataques de los enemigos y de las interrupciones de las multitudes, Jesús halló por fin

una oportunidad para estar a solas con sus discípulos, y entonces fue que llevó a su punto

culminante la enseñanza acerca de su divina Persona. Y también entonces comenzó a

enseñar acerca de su obra expiatoria.

Por ya cerca de tres años, por medio de parábolas y milagros, con referencias escriturísticas

y los mensajes constantes de su vida cotidiana, Jesús se había revelado a sí mismo a sus

discípulos como el Mesías, el Rey anunciado, el Hijo de Dios. Para averiguar hasta qué

punto habían aprendido la lección, y para grabarla más profundamente en ellos, les hace dos

preguntas: primera, "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?" Su respuesta no

es del todo satisfactoria pero sí favorable. Hubieran podido responder que muchos 10

consideraban como un impostor, un fanático, incluso como un bebedor o un glotón; pero

eran demasiado considerados para ello; contestaron que la gente lo tenía por un gran

profeta, concretamente, como una reencarnación de uno de los mayores profetas. Es

exactamente la respuesta que el mundo da hoy en día, "Jesús fue un hombre, el mejor de tos

hombres, un hombre que habló en nombre de Dios pero, a pesar de ello, un hombre". Esta

respuesta no mereció la aprobación de nuestro Señor; nunca la merece; y por ello hace la

segunda pregunta, "y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Simón Pedro respondió, y habló

por sus compañeros los discípulos y por los creyentes de todas las épocas, "Tú eres el Cristo,

el Hijo del Dios viviente". Por el "Cristo", el "Ungido", desde luego entendía el "Mesías"

predicho, el Redentor, el Salvador del mundo. Por el "Hijo del Dios viviente" entendía todo

10 que esas palabras podían significar en contraste con los profetas y santos de todas las

edades; y con razón ponemos la frase en nuestros labios para indicar el Ser que, aunque

hombre verdadero, es verdadero Dios; un Ser único al que podemos orar, en cuya presencia

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invisible podemos confiar, ante quien cualquiera de nosotros se puede postrar y exclamar,

como lo hizo Tomás, "Señor mío y Dios mío".

Jesús no reprendió a Tomás, y en nuestro caso pronuncia una bendición sobre Pedro. Esta

bendición convierte esta "gran confesión de Pedro" en la mayor de las pretensiones de

Cristo; aceptó el homenaje, y declaró que sólo una iluminación divina pudo haber puesto a

Pedro en condición de proferir estas palabras, "Bienaventurado eres tú, Simón, hijo de

Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Así pues,

la deidad de Cristo es una verdad divinamente revelada; si alguien no percibe esta realidad,

no debemos menospreciarlo ni discutir con él; podemos compadecerlo, podemos orar por él;

y si, como Pedro, sigue escuchando las palabras admirables de Cristo y contemplando sus

obras portentosas, si sigue al Maestro con fidelidad, también él podrá algún día llegar a

adorarle.

Esta verdad es también una verdad fundamental, "Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y

sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ellas". No

meramente en Pedro, sino en el Pedro que confiesa la deidad de Cristo y que no la confiesa

como una conclusión a la que ha llegado razonando, sino que acepta la verdad que Dios ha

revelado a su alma. Sobre tal hombre, tales hombres, fue fundada la iglesia; y de tales

hombres se ha compuesto la Iglesia de todas las épocas. Y una Iglesia así es imperecedera;

"las puertas del Hades", es decir, "la muerte", la puerta del averno, "no prevalecerán contra

ella".

A quienes confiesan este conocimiento de Cristo les da el poder de abrir a otros su Reino y

de revelarles lo que está permitido y lo que está prohibido en ese Reino. Posiblemente es

éste el significado de la promesa siguiente que Jesús le hace a Pedro, antes de prohibirle

comunicar a la gente la verdad que acababa de confesar. ¿Por qué esta extraña prohibición,

"Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo"? Porque las

multitudes todavía no estaban preparadas para esa verdad, y por tanto hubieran entendido

mal sus pretensiones; sólo cuando su obra se hubiese completado y sólo entonces, podrían

sus discípulos, guiados por su Espíritu, proclamar la verdad relativa a su divina Persona.

Jesús predice su muerte y resurrección (16: 21-28)

Desde entonces comenzó Jesús a advertir a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas

cosas a manos de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley, y que era

necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo:

¡De ninguna manera, Señor! ¡Esto no te sucederá jamás! Jesús se volvió y le dijo a Pedro: ¡Aléjate de

mí, Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres.

Luego dijo Jesús a sus discípulos: Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo,

tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida

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por mi causa, la encontrará. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se

puede dar a cambio de la vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con

sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho. Les aseguro que

algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto al Hijo del hombre llegar en

su reino.

Las dos doctrinas fundamentales supremas del cristianismo son las verdades concernientes

a la Persona divina de Jesucristo y a su obra expiatoria. Hay otras verdades vitales; y otras

que están inseparablemente vinculadas a ellas; pero estas doctrinas son del todo esenciales;

sin ellas el cristianismo dejaría de ser una religión distinta, y quizá incluso de ser una

religión. Una vez que en Cesárea de Filipo Jesús hubo llevado a su culminación la enseñanza

concerniente a la primera de estas verdades, "comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que

le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes

y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día". Este sí es un comienzo efectivo.

Antes de esto Jesús había hecho alusiones veladas a la cruz. Ahora, sin embargo, con

precisión y claridad enuncia la certeza y necesidad de su muerte. Era necesaria a causa del

propósito divino que hace de la muerte de Cristo la esencia misma de su obra satisfactoria.

También les enseña su resurrección, aunque parecen completamente incapaces de creerla.

Para Jesús, sin embargo, es la consecuencia final, cierta y gloriosa, de todo lo que ha de

sufrir.

"Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle". Para la mente de este

discípulo tan adicto que acababa de reconocer a Jesús como el Cristo, la predicción de la

muerte parece confesar la derrota, lo cual contradecía su condición mesiánica, una concesión

indigna de su Señor.

Pero Jesús, reconvenido por Pedro, reprende a su vez a Pedro" ¡Quítate de delante de mí,

Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los

hombres". Estas palabras son graves, pero no tan duras como pudieran parecer. Jesús no

quiere decir que Pedro sea realmente satánico y depravado, sino que al incitar a Cristo a que

se aparte de la muerte representa el papel del Tentador y se pone de la parte de los hombres,

y no de la de Dios. La ofensa de la cruz nunca ha cesado, Sigue siendo humano y natural

insistir en que la muerte de Cristo no fue necesaria; pero "la predicación de la cruz" es la

misma "sabiduría de Dios" y el "poder de Dios".

Jesús Se vuelve entonces a sus discípulos y proclama la ley ineludible de la vida cristiana. El

siervo no está por encima de su maestro, y si el Rey va a ser crucificado, no es extraño que

los que lo siguen deban también cargar con la cruz. "Si alguno quiere venir en pos de mi,

niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame". La muerte de Cristo no aprovechará más

que a aquellos que estén dispuestos a morir al pecado y al propio yo, y a seguir a Cristo

como servidores suyos. El "niéguese a sí mismo" no significa negarle algo al yo, sino

renunciarse a sí mismo. El "tome su cruz" no significa soportar molestias, pesares, o

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dolores, pequeños o grandes, sino ir al lugar de la crucifixión, y morir. Seguir a Cristo

implica la negación y la muerte del yo.

La consecuencia, sin embargo, es una vida más copiosa, más plena, más libre, más verdadera.

Esto promete Jesús con las palabras que añade, "Porque todo el que quiera salvar su vida, la

perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará". Quien sufra por Cristo

gozará de la vida eterna en los cielos; esto es verdad; pero la promesa se refiere también a

una experiencia actual. Jesús no exhorta al sacrificio por el sacrificio, sino, en forma muy

concreta, al sacrificio por él y por el evangelio. Un sacrificio así conduce al enriquecimiento

y expansión de la vida, y al disfrute de todo lo que merece el nombre de vida. Perder esta

vida más copiosa y plena por querer disfrutar del placer, del pecado, de las satisfacciones que

el mundo ofrezca, sería insensato, "Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el

mundo, y perdiere su alma?

¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" Si llega a hacer este negocio tan trágico,

su elección sería irrevocable; no podría volver a conseguir la vida nunca más, porque "¿qué

recompensa dará el hombre por su alma" si esa vida se pierde una vez? La ganancia o la

pérdida es por igual eterna. Seguir a Cristo conlleva una experiencia presente; los

resultados, empero, son permanentes, y la realización plena se tendrá sólo cuando Cristo

vuelva en su gloria, "Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus

ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras". Aunque iba a ser rechazado y

crucificado, también iba a resucitar y a ascender y, algún día, a reaparecer. Sería mucho

mejor para cualquiera sufrir el oprobio y la burla del presente mundo perverso que ser

excluido del Reino perfecto de Dios que se hará manifiesto en la gloriosa reaparición de

Cristo. Esta venida de Cristo es el tercer gran tema acerca del cual nuestro Señor instruye a

los discípulos estando en Cesárea de Filipo. Su venida y su Reino debían constituir la

esperanza y expectación de sus seguidores, como en verdad 10 han sido de la iglesia a lo

largo de los siglos. Algunos de sus seguidores inmediatos iban a pregustar su gloria no

muchos días después, cuando vieron a su Señor, con Moisés y Elías, en esplendor celestial,

en el Monte de la Transfiguración. Como Jesús dijo a sus discípulos, "De cierto os digo que

hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo

del hombre viniendo en su reino".

Jesús se transfigura (17: 1-8)

Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, el hermano de Jacobo, y los llevó

aparte, a una montaña alta. Allí se transfiguró en presencia de ellos; su rostro resplandeció como el sol,

y su ropa se volvió blanca como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con

Jesús. Pedro le dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien que estemos aquí! Si quieres, levantaré tres albergues:

uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías. Mientras estaba aún hablando, apareció una nube

luminosa que los envolvió, de la cual salió una voz que dijo : “Éste es mi Hijo amado; estoy muy

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complacido con él. ¡Escúchenlo!" Al oír esto, los discípulos se postraron sobre su rostro,

aterrorizados. Pero Jesús se acercó a ellos y los tocó. Levántense les dijo. No tengan miedo. Cuando

alzaron la vista, no vieron a nadie más que a Jesús.

La transfiguración de nuestro Señor, mientras ora en la ladera del Monte Hermón, está

estrecha y vitalmente relacionada con la enseñanza que acaba de dar a sus discípulos en las

cercanías de Cesárea de Filipo. Ha aceptado la gran confesión de Pedro en cuanto a su divina

persona, y ahora, de la gloria celestial sale la voz del Padre que dice: "Este es mi Hijo

amado". Los ha instruido en especial acerca de su cercana muerte; y ahora, en el monte,

Moisés y Elías aparecen, en conversación con él, y como dice Lucas, "hablando de su

partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén". Ha predicho su retorno glorioso, y ahora,

como Pedro más tarde declaró, hace que sus discípulos pregusten lo que iba a ser esa gloria.

Nos es difícil entender qué quiere decir la afirmación, "se transfiguró delante de ellos". Sin

duda que fue una experiencia totalmente diferente de la de Moisés en el monte. El rostro de

Moisés resplandeció con una luz refleja; pero, en el caso de Jesús, una gloria le sale de dentro

e irradia por todo su ser, de modo que no sólo su rostro sino también sus vestidos

resplandecen con luz cegadora. Mateo ha venido describiéndonos el curso de la vida del

Rey. Es como si el monarca hubiese estado caminando disfrazado; y sólo en alguna que otra

ocasión se ha tenido una visión fugaz de la púrpura y el oro bajo sus humildes vestiduras. En

este caso, por un momento desaparece el disfraz y el Rey se manifiesta en toda su regia

majestad y en el esplendor real de su gloria divina.

Cuando este sorprendente cambio en su apariencia ocurrió, Jesús estaba a solas con Pedro,

Jacobo y Juan; pero cuando los discípulos 10 miran se maravillan porque "he aquí les

aparecieron Moisés y Elías, hablando con él". Para este misterioso regreso fueron escogidos

estos dos hombres cuya salida del mundo había quedado en el misterio. Comúnmente se

supone que Moisés representa la Ley y Elías los Profetas; ambos por medio de símbolos y

profecías habían señalado siglos antes a la obra expiatoria de Cristo; estos hombres podían

hablar con Jesús en forma inteligente acerca de su próxima muerte. Y también, estos

hombres habían sido preparados de modo peculiar, por medio de experiencias personales,

para comprender la gracia de Dios, y por consiguiente, ellos mejor que nadie podían

comprender el amor de Dios en el don de su Hijo.

"Entonces Pedro dijo a Jesús"; es decir, la sorprendente experiencia provocó su observación:

"Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas:

una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías". Pedro estaba trastornado por lo

maravilloso y misterioso de la escena. No sabía qué decir. Sus palabras parecen absurdas;

difícilmente a seres procedentes del mundo invisible les podían interesar enramadas en la

ladera de la montaña; ni sería una amabilidad tratar de detener por más tiempo en la tierra a

visitantes del cielo. Sin embargo, su sugerencia está lejos de ser sin sentido; no se ha de

ridiculizar a Pedro; se daba cuenta de lo bienaventurado de la experiencia; por muy torpe

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que fuese la forma de expresado, su deseo era prolongar esa visión extasiante; a pesar de su

temor, deseaba continuar en una compañía tan feliz.

Y mientras Pedro estaba hablando, una nube brillante los cubrió a todos. El episodio estaba

a punto de terminar; pero antes salió de la nube la voz del Padre para transmitir el mensaje

supremo de esa hora, "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd". No era

necesario retener a Moisés y a Elías. Había venido Aquel de quien Moisés en la Ley y los

Profetas habían dado testimonio, precisamente Jesús, el Hijo divino de Dios. Había llegado

el tiempo en que quienes deseasen conocer la naturaleza, la voluntad y la gracia salvadora de

Dios, podían halladas reveladas de una manera total y definitiva en Jesucristo su Hijo.

"Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Entonces

Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie

vieron sino a Jesús solo". A nadie más necesitaban; a él debían escuchar; pero por un tiempo

la luz celestial se oscureció; deberían seguido hacia el valle tenebroso de la sombra de la

muerte; pero nunca olvidarían la visión de su gloria manifestada; en adelante fue más que

nunca para ellos un Señor divino y el Rey que regresaría.

Esta experiencia única también tuvo un significado profundo para el Señor mismo. Lo

preparó para el dolor y la muerte que pronto tendría que soportar. Fue una nueva garantía

de su filiación divina; le recordó que si perdía la vida la volvería a hallar, que si llevaba la

cruz resucitaría con toda seguridad de los muertos y hallara a los antiguos santos en estado

glorioso, en posición de poder supremo.

Este suceso tuvo un significado aún mayor para los discípulos. También ellos necesitaban

estar preparados para las experiencias que les esperaban. Su fe en la naturaleza divina de su

Señor se vio robustecida con la visión de su gloria; las predicciones misteriosas de su muerte

y resurrección se vieron confirmadas con lo que habían visto y oído; el esplendor de su

regreso definitivo fue más real desde entonces, y dada su certidumbre estuvieron más

dispuestos que antes a tomar la cruz y seguirlo.

De no menor importancia son los mensajes para sus seguidores actuales. Se les recuerda que

por la fe en él, al contemplar ahora su gloria, pueden ser "hechos conformes a la imagen de

su Hijo", "transfigurados", no por medio de una imitación externa de Cristo sino por la

operación de un poder interno del Espíritu.

También vemos preanunciadas en una forma más clara las circunstancias de su futura

aparición; entonces algunos, que como Moisés han muerto, y cuyos cuerpos han

desaparecido en la sepultura, reaparecerán en cuerpos inmortales; otros como Elías, que

nunca murió, no gustarán la muerte, sino que serán transformados, "en un momento, en un

abrir y cerrar de ojos" y "arrebatados . . . para recibir al Señor en el aire"; pero el esplendor

de la escena se sintetizará y centrará en la figura majestuosa y el rostro resplandeciente del

Rey triunfante que regresa.

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Juan el Bautista y Elías (17: 9-13)

Mientras bajaban de la montaña, Jesús les encargó: No le cuenten a nadie lo que han visto hasta que

el Hijo del hombre resucite. Entonces los discípulos le preguntaron a Jesús: ¿Por qué dicen los

maestros de la ley que Elías tiene que venir primero? Sin duda Elías viene, y restaurará todas las

cosas respondió Jesús. Pero les digo que Elías ya vino, y no lo reconocieron sino que hicieron con él

todo lo que quisieron. De la misma manera va a sufrir el Hijo del hombre a manos de ellos. Entonces

entendieron los discípulos que les estaba hablando de Juan el Bautista.

La visión de su Señor transfigurado y de los visitantes celestiales había fortalecido e

inspirado a los tres apóstoles, pero no estaba destinada para las multitudes curiosas e

ignorantes que aguardaban el regreso de Jesús. "Cuando descendieron del monte, Jesús le

mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los

muertos". Esta orden de guardar secreto se parece a la dada a aquéllos a quienes Jesús había

curado durante este período de aislamiento; pero ahora se le agrega una limitación extraña,

"hasta que el Hijo del hombre resucite de los muertos". Después de su resurrección deberían

ser testigos de su gloria divina; pero todavía no estaban preparados para ese testimonio, ni

tampoco la multitud lo hubiera entendido. El relato de una visión celestial como ésa podría

haber causado el ridículo o producido un levantamiento fanático. Sólo los que creen en

Cristo están preparados para una revelación plena de su gloria divina.

Al descender de la montaña, las cabezas de Pedro, Jacobo y Juan estaban llenos de

preguntas en cuanto al significado de las experiencias que habían tenido y al de la visión de

su Señor transfigurado y de Moisés y Elías. Como la transfiguración había sido un destello

anticipado de la venida del Cristo glorioso, les trajo a la memoria una predicción

concerniente a la venida de un mensajero para preparar el camino para el Rey, "Entonces

sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario

que Elías venga primero?" Provocó la pregunta la aparición de Elías en "el monte santo".

Existía una expectación popular de que este gran profeta prepararía el camino para el

Mesías. Se apoyaba en las palabras finales de Malaquías: "He aquí, yo os envío el profeta,

antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los hijos

hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición". Lo que intrigaba a los

discípulos era el hecho de que Jesús había venido y había hasta entonces realizado su

ministerio antes de que Elías hubiese aparecido. Jesús les explicó que la profecía se había

comenzado a cumplir en la obra de Juan el Bautista que había venido "en el espíritu y poder

de Elías". Había hecho que la nación volviese a Dios en arrepentimiento y había hecho

renacer la esperanza del Mesías que había de venir. Sin embargo, tal como Jesús declaró, no

lo habían reconocido, sino que le hicieron "todo lo que quisieron". En la forma de tratar a su

precursor Jesús previó lo que tendría que sobrellevar por ser el Rey anunciado. Al igual que

Elías había sufrido a manos de Acab y Jezabel; al igual que a Juan lo habían asesinado

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Herodes y Herodías, así también Jesús iba a ser rechazado por los judíos y crucificado por

mandato de Pilato. En la muerte de Juan Jesús vio un presagio de sus propios sufrimientos

ya próximos, "así también el Hijo del hombre padecerá de ellos", Así pues, incluso con la luz

de la transfiguración todavía visible en su semblante, Jesús predijo en forma concreta su

crucifixión; y así también, con velado símbolo, se refiere a su gloria venidera, de la cual

habían percibido un destello anticipado en los esplendores del "monte santo".

Jesús sana a un muchacho lunático (17: 14-20)

Cuando llegaron a la multitud, un hombre se acercó a Jesús y se arrodilló delante de él. Señor, ten

compasión de mi hijo. Le dan ataques y sufre terriblemente. Muchas veces cae en el fuego o en el

agua. Se lo traje a tus discípulos, pero no pudieron sanarlo. ¡Ah, generación incrédula y perversa!

Respondió Jesús. ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que

soportarlos? Tráiganme acá al muchacho. Jesús reprendió al demonio , el cual salió del muchacho, y

éste quedó sano desde aquel momento. Después los discípulos se acercaron a Jesús y, en privado, le

preguntaron: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Porque ustedes tienen tan poca fe les

respondió. Les aseguro que si tienen fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrán decirle a esta

montaña: „Trasládate de aquí para allá' , y se trasladará. Para ustedes nada será imposible.

Cuando el artista Rafael Sanzio pintó el cuadro de la transfiguración de Jesús, plasmó en el

mismo lienzo esta escena del muchacho endemoniado rodeado de los nueve discípulos al pie

del monte. Desde luego que los incidentes ocurrieron en días distintos; pero esta

combinación realza el contraste de la experiencia de Jesús en la cumbre del monte y la que

tuvo en medio de las sombras del dolor y de la zozobra humanos en los cuales penetró al

descender a la llanura. No era la primera vez que había cambiado la gloria celestial por la

lobreguez terrena; ¡y con qué majestad se condujo en medio de las sombras! Sin duda que

este cuadro es el de un Rey. Mateo ha omitido muchos de los detalles con que Marcos

describe la escena; pero dichas omisiones no rebajan la impresión de realeza, antes bien la

subrayan.

Hay el padre angustiado, postrado en súplica ante Jesús; hay el pobre muchacho cuya

enfermedad la ha producido un espíritu maligno o bien ha dado ocasión a la opresión del

espíritu maligno; hay los discípulos, impotentes por su fe imperfecta; y entonces la palabra

de regio mandato, la reprensión al demonio, y se realiza la curación.

Hay, sin embargo, una profunda compasión humana en el corazón del Rey. No hay

indiferencia en su proceder. Lo conmueven la angustia del padre y el sufrimiento del

muchacho, pero más que nada lo que lo perturba es la incredulidad que ha retrasado

innecesariamente la curación. Nunca Jesús se ha mostrado más sensible a la falta de fe de la

cual su ministerio se ha visto acompañado, y nunca ha confesado en una forma más

meridiana su deseo de salir de un ambiente tal. "¡Oh generación incrédula y perversa!"

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exclama. "¿Hasta cuándo he de estar con vosotros?" La incredulidad es "perversa" porque se

debe, no a falta de pruebas, sino a que las pruebas han sido rechazadas o desatendidas.

Jesús debe haber tenido en mente a la multitud, al padre incierto, a los hostiles fariseos, al

igual que a los nueve discípulos decepcionados. Pero estos no parecieron captar ningún

reproche dirigido a ellos hasta que fueron a Jesús en privado y se les dijo en forma concreta

que su fracaso se debió a su "poca fe". Sin embargo Jesús agrega una palabra de promesa

bondadosa que puede confortar a los discípulos modernos que se sientan deprimidos a causa

de fracasos evidentes, "si tuviereis fe como un grano de mostaza", o sea, verdadera

confianza, por pequeña que sea, "diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará"; es

decir, todos los obstáculos se pueden superar. Jesús habla con fantasía oriental, y sus

palabras no deben forzarse demasiado literalmente; ni siquiera cuando añade, 'y nada os será

imposible". Los poderes concedidos a los seguidores de Jesús son limitados; pero, dentro del

ámbito de sus mandatos y de su comisión, en la realización de la misión que él encomienda,

en el llevar las cargas que él impone, nada es imposible para quienes confían y obedecen.

Los revisores de la Biblia omiten el versículo veintiuno. Había sido tomado del Evangelio de

Marcos y en este sentido forma parte del mensaje. "Pero este género no sale sino con

oración y ayuno". Si nuestra fe se expresa en peticiones confiadas, nuestro Maestro no

tendrá ocasión de entristecerse por la ineficacia de nuestro servicio.

Jesús vuelve a predecir su muerte (17: 21 – 23)

Estando reunidos en Galilea, Jesús les dijo: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los

hombres. Lo matarán, pero al tercer día resucitará." Y los discípulos se entristecieron mucho.

Jesús está a punto de visitar a Capernaum por última vez. Mientras permanece en Galilea

septentrional un gran tema ocupa sus pensamientos y enseñanzas. Es la muerte que pronto

va a sufrir en Jerusalén. Ha hablado de ella antes, y con precisión creciente. Ahora, sin

embargo, emplea una frase nueva, "El Hijo del hombre será entregado en manos de

hombres, y le matarán". ¿Qué significa este "será entregado"? Antes lo traducían por

"traicionado", y sugería una perfidia como la de Judas; Jesús previó claramente esta traición

y añadió gotas amargas a la copa de su próxima pasión. Es más probable que esta palabra se

refiera a la entrega de Jesús a las autoridades romanas para que fuese crucificado; sin

embargo, puede ser también una insinuación del abandono del Hijo por parte del Padre para

la redención del mundo. Puede ser un eco de aquel mensaje bendito, "De tal manera amó

Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito". No cabe duda de que Jesús nunca

consideró su muerte como un mero incidente en el curso de su misión, o como una

experiencia que otros hombres podrían compartir. Su muerte fue única; afirmó que era "en

rescate por muchos", y "para remisión de pecados". Del mismo modo que antes había

expresado la necesidad divina diciendo que "era necesario ir a Jerusalén... y ser muerto", así

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ahora indica el propósito divino al hablar de ser "entregado en manos de hombres". Sin

embargo, la muerte de Jesús no se anuncia como un hecho aislado; va unido con otro, del

cual es inseparable, a saber, su resurrección. "Al tercer día resucitará". Sus predicciones no

eran los lóbregos presentimientos de un mártir humano, sino las previsiones ciertas de un

Salvador divino. Ve la necesidad de su muerte expiatoria, pero también la certeza de su

resurrección victoriosa. La cruz es un símbolo adecuado de mucho de lo que es esencial en

nuestra fe cristiana, pero no se debería permitir que nunca oculte la figura majestuosa del

Rey resucitado, glorificado, ascendido.

"Y ellos se entristecieron en gran manera". Era la tristeza de un amor compasivo y

profundo; pero en parte también era la tristeza de la incredulidad. Habían comenzado a

entender qué quería decir con "muerte", pero el significado de este "resucitar de nuevo" no

podían comprenderlo. Nuestro pesar debería de tal modo irradiar con el consuelo nacido de

la resurrección de Cristo, que no nos entristeciésemos "como los otros que no tienen

esperanza".

Jesús proporciona el tributo del templo (17: 24-27)

Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Capernaúm, los que cobraban el impuesto del templo se

acercaron a Pedro y le preguntaron: ¿Su maestro no paga el impuesto del templo? Sí, lo paga

respondió Pedro. Al entrar Pedro en la casa, se adelantó Jesús a preguntarle: ¿Tú qué opinas,

Simón? Los reyes de la tierra ¿a quiénes cobran tributos e impuestos: a los suyos o a los demás? A los

demás contestó Pedro. Entonces los suyos están exentos le dijo Jesús. Pero , para no escandalizar a

esta gente, vete al lago y echa el anzuelo. Saca el primer pez que pique ; ábrele la boca y encontrarás

una moneda. Tómala y dásela a ellos por mi impuesto y por el tuyo.

Este episodio sólo se encuentra en este Evangelio. Se le adecúa perfectamente. Este es el

'Evangelio del Rey" y este relato sorprendente es el de un Rey. Implica una pretensión

regia, una concesión regia y un mandato también regio.

Jesús acababa de instruir a sus discípulos con respecto a su Persona divina y a su obra

expiatoria. Pedro había confesado que era el Hijo de Dios. Al regresar a Capernaum, le

preguntan a Pedro si su Maestro pagaría las "dos dracmas" que la Ley exigía a todo israelita

como impuesto anual para el sostén del culto en el templo. Pedro contestó de inmediato:

"Sí". ¿Era, sin embargo una pregunta tan simple? Jesús, que Pedro mismo había oído decir

de sí mismo que era "mayor que el Templo", ¿iba a someterse a las exigencias del templo?

Aquel a quien Pedro había confesado como "el Hijo del Dios viviente" ¿estaba obligado a

contribuir al sostenimiento de la casa de Dios? Quien había venido para dar su vida "en

rescate por muchos", ¿pagaría el "rescate" que exigía el ritual judío?

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Pedro evidentemente comenzó a sentir un algo de inquietud mental; y tan pronto como

llegó a la presencia de su Señor trató de aclarar el problema; pero Jesús se le adelantó con un

reproche concreto al declararse exento de obligación de pagar impuestos. Era una

pretensión regia y se materializó en una breve parábola: "¿Qué te parece, Simón? Los reyes

de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los

extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos".

El significado es clarísimo: Jesús afirmaba ser el Hijo divino de Dios, y como tal sostenía que

no debía pagar tributos ni ayudar a sostener el culto a Dios, ¡Qué pretensión! ¿Ne era acaso

una blasfemia a no ser que fuese verdad?

Luego siguió una concesión regia, "Sin embargo, para no ofenderles, ve... y dáselo por mí y

por ti". "Para no ofenderles", así era Jesús de cuidadoso de evitar ofensas innecesarias. La

gente de Capernaum no comprendía que fuese el Hijo de Dios. De haberse negado a pagar

ese sencillo impuesto lo hubieran podido considerar como irreligioso e irreverente. Con

condescendencia regia dejó de lado sus derechos reales. Pero quienes sabían que era el Hijo

de Dios necesitaban saber que no estaba moderando ninguna pretensión real. Pedro

necesitaba saber por qué Jesús iba a pagar el impuesto; y los seguidores actuales de Jesús

necesitan que se les recuerden, no sólo las pretensiones divinas de Cristo, sino el ejemplo

que da al advertirlos que no siempre deben insistir en sus derechos, sino que con

generosidad principesca deben ceder si de lo contrario se les pudiese mal interpretar y

originar ofensas innecesarias.

Finalmente Jesús dio un mandato regio, "Ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que

saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por t i".

Ese milagro prometido debió tener un atractivo especial para Pedro, el ex-pescador. Pero

también contiene un mensaje para todos los seguidores de Cristo. ¿Quién sino él hubiera

podido dar una orden tal? Sin duda que éste debe ser el Rey divino que tiene dominio sobre

"todo cuanto pasa por los senderos del mar".

Obsérvese también esa pincelada final, "Dáselo por mí y por ti", y no, "por nosotros". Pedro

pagó el impuesto por un motivo distinto; no podía pretender ser el Hijo de Dios; necesitaba

un rescate por su alma. Nosotros también necesitamos un rescate así; el Rey divino nos lo ha

proporcionado graciosamente.

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CAPITULO 9: LOS SERVIDORES DEL REY (18 – 20)

Jesús precave en contra del ser ocasión de pecado (18: 1-14)

En ese momento los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el más importante en el

reino de los cielos? Él llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. Les aseguro que a menos que

ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Por tanto, el que se

humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos. "Y el que recibe en mi nombre a un

niño como éste, me recibe a mí. Pero si alguien hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí,

más le valdría que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del

mar. "¡Ay del mundo por las cosas que hacen pecar a la gente! Inevitable es que sucedan , pero ¡ay

del que hace pecar a los demás! Si tú mano o tu pie te hace pecar, córtatelo y arrójalo. Más te vale

entrar en la vida manco o cojo que ser arrojado al fuego eterno con tus dos manos y tus dos pies. Y si

tu ojo te hace pecar, sácatelo y arrójalo. Más te vale entrar tuerto en la vida que con dos ojos ser

arrojado al fuego del infierno. "Miren que no menosprecien a uno de estos pequeños. Porque les

digo que en el cielo los ángeles de ellos contemplan siempre el rostro de mi Padre celestial. "¿Qué les

parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en

las colinas para ir en busca de la extraviada? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se pondrá más

feliz por esa sola oveja que por las noventa y nueve que no se extraviaron. Así también , el Padre de

ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños.

Los capítulos dieciocho, diecinueve y veinte de este Evangelio están casi exclusivamente

dedicados a reproducir los discursos que Jesús dirigió a sus discípulos. Están destinados a

instruir a los servidores del Rey. Los del capitulo dieciocho fueron pronunciados en

Capernaum durante la última visita de Jesús a. esa ciudad, y los de los dos capítulos

siguientes mientras Jesús atravesaba Perea de camino hacia Jerusalén y hacia la cruz.

La ocasión del primer discurso fue una pregunta que Se había suscitado entre los discípulos

en cuanto a quién de ellos seria el mayor en el reino de los cielos. Hay algo de admirable en

su discusión por cuanto revela el hecho de que creían en las promesas de Cristo y de que

consideraban su Reino como algo glorioso y un puesto elevado en este Reino como algo

sumamente deseable. Desde luego que había mucho de orgullo y de autosuficiencia en este

debate, y por esta razón Jesús los reprendió. Llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y

dijo, "De cierto os digo, que si no os volvéis y. os hacéis como niños, no entraréis en el reino

de los cielos". Se estaban encaminando por una dirección equivocada. Debían rectificar, si

querían conseguir puestos importantes, o más importante si querían que se les admitiese en

el Reino. Jesús ya les había dicho con anterioridad que el Reino pertenecía a los pobres en

espíritu y ahora, como reprensión por su orgullo, les señalaba un niño, porque quería

sugerirles que lo que necesitaban era la confianza, la dependencia consciente y la humildad

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que, aunque no se encuentra en todos los niños, sí se asocian con la infancia y constituyen lo

que se conoce como espíritu infantil. Jesús les afirma que .la humildad es el camino que

conduce a la posición más elevada del Reino de los cielos. Sin embargo, por humildad no

entiende simplemente una opinión baja de sí mismo, ni desconfianza, sino una voluntad y

deseo de prestar servicios humildes por el Reino; porque agrega, "Cualquiera que reciba en

mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe". Estar dispuesto a ocuparse incluso de un

niño, asumir con alegría una tarea tan humilde, es una señal de ese espíritu que constituye la

verdadera grandeza a los ojos del Rey.

Habiendo otorgado así su alabanza a quienes son como niños, el Rey pasa a precaver a sus

discípulos de que no sean causa de tropiezo para ninguno de estos pequeñuelos. Cuando

Jesús habló de los "pequeños", no quería significar los que son jóvenes por edad, sino

aquellos que, como niños, tienen experiencia, fortaleza, conocimiento u oportunidades

limitados. Jesús afirma que el deseo de cuidar de esos tales es la señal de la grandeza. Por

otro lado, estar dispuesto a conducir a un pequeño de esos al pecado, ser la causa de que

tropiece o caiga uno de esos indefensos y necesitados, es un crimen tan grande que nuestro

Señor declara que sería mejor que a ése tal "se le colgase al cuello una piedra de molino de

asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar". Este destino sería preferible al que

aguarda al que se haya hecho culpable de ofender a uno de estos hijos del Rey.

Jesús afirma que el mundo está lleno de tentaciones y de "ocasiones de tropiezo"; pero pone

sobre aviso a sus seguidores para que ninguno de ellos sea ocasión voluntaria de la caída de

otros. Incluso sus seguidores podrían ser capaces de seguir ese camino. Por consiguiente,

sería necesaria la más severa de las disciplinas. Por grande que sea el sacrificio que ello

implique, uno debe protegerse contra la posibilidad de un crimen tal. Si fuese necesario,

debe estar dispuesto a sacrificar algo tan precioso como una mano o un pie. Incluso la

pérdida más aguda, incluso el ceder lo que pueda ser más precioso para el corazón, sería

mucho mejor que ser arrojado al fuego eterno.

Una vez señalado el peligro de ocasionar el tropiezo de uno de esos pequeños que confían en

él, Jesús va más allá y precave a sus discípulos en contra del menospreciar a estos seguidores

suyos, confiados y dependientes de él. La razón de ello está en que son tan preciosos para su

Padre que está en los cielos. Afirma que los ángeles que los sirven, o protegen, o

representan, son los que están más próximos al trono de Dios, y por tanto sus seguidores no

pueden juzgar con ligereza a aquellos que son tan caros a Dios. Usa luego una ilustración

conocida y hermosa. Recuerda cuán profunda es la preocupación del pastor por la oveja que

se ha perdido y cuánto se regocija cuando la encuentra. Aun así, afirma, "no es la voluntad

de vuestro Padre, que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños". Así pues, si el

Padre los ama tanto, también nosotros debemos amarlos y evitar absolutamente todo lo que

podría ofenderlos o serles causa de caer. Si, como los discípulos de entonces, estamos en algo

conscientes de poderes u oportunidades superiores, no pensemos que nos dan derecho a los

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lugares preferentes en el Reino a no ser que los usemos constante y alegremente en ayudar,

guiar y confortar a los servidores más débiles y más insignificantes del Rey.

Jesús enseña cómo tratar a los ofensores (18: 15-35)

"Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso , has ganado a tu

hermano. Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que 'todo asunto se haga constar por el

testimonio de dos o tres testigos'. Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia; y si incluso a la

iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado. "Les aseguro que todo lo

que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará

desatado en el cielo. "Además les digo que si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre

cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres

se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Pedro se acercó a Jesús y le preguntó : Señor,

¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta si ete veces? No te

digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces le contestó Jesús. "Por eso el reino de los

cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al comenzar a hacerlo , se le

presentó uno que le debía miles y miles de monedas de oro. Como él no tenía con qué pagar, el señor

mandó que lo vendieran a él, a su esposa y a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El

siervo se postró delante de él. 'Tenga paciencia conmigo le rogó , y se lo pagaré todo.' El señor se

compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad. "Al salir, aquel siervo se encontró

con uno de sus compañeros que le debía cien monedas de plata. Lo agarró por el cuello y comenzó a

estrangularlo. '¡Págame lo que me debes!', le exigió. Su compañero se postró delante de él. 'Ten

paciencia conmigo le rogó, y te lo pagaré.' Pero él se negó. Más bien fue y lo hizo meter en la cárcel

hasta que pagara la deuda. Cuando los demás siervos vieron lo ocurrido , se entristecieron mucho y

fueron a contarle a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el señor mandó llamar al siervo.

'¡Siervo malvado! Le increpó. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías

tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?' Y enojado, su

señor lo entregó a los carceleros para que lo torturaran hasta que pagara todo lo que debía. "Así

también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón a su

hermano.

Al precaver a sus seguidores en contra del ofender, Jesús les dice con toda claridad que, en

este mundo, han de darse ofensas, y ahora pasa a mostrarles a los discípulos cómo han de

tratar a los que son culpables de pecar contra sus hermanos cristianos. Sus directrices

pretenden guiar a los creyentes tomados individualmente y también instruir al cuerpo de

creyentes que forma su iglesia. Si se ha cometido una ofensa, ante todo se ha de buscar a

solas al ofensor y buscar la reconciliación. Es posible que el ofensor se arrepienta y que la

amistad se restablezca. Si, empero, el ofensor no quiere reconocer su falta, entonces aquel

contra quien se ha cometido el pecado debe llevar consigo uno o dos creyentes de modo que,

en presencia de ellos se puede hacer la admonición y el llamamiento a penitencia y

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reparación. Sin embargo, en caso de que estos esfuerzos privados fracasen, entonces se ha de

llevar el caso a la autoridad de la iglesia, y si el ofensor sigue inquebrantable, se le debe

excluir de la comunión y compañía del cuerpo cristiano. Se le ha de considerar "por gentil y

publicano". Si la disciplina se administra así, con cuidado y compasión, las decisiones de la

congregación cristiana recibirán la sanción de Dios y "será atado en el cielo". Sin embargo,

la iglesia debe buscar dirección en la oración. El Maestro promete su presencia y garantiza

respuestas concretas. La promesa ante todo se refiere a estos casos inmediatos de disciplina,

pero sus implicaciones son mucho más amplias; además, ofrece un estímulo fortificante para

la petición unida. "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo

en medio de ellos".

En toda esta enseñanza relativa al trato de los ofensores, Jesús había venido

sobreentendiendo que el perdón debería concederse siempre. No es extraño, pues, que los

discípulos lo interroguen en cuanto a si había limitaciones en este perdón generoso de los

ofensores. "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi

hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: N o te digo hasta siete, sino aun

hasta setenta veces siete". Desde luego que nuestro Señor no hablaba literalmente, pero sí

pretendía enseñar que para un cristiano no puede haber límites en su voluntad de perdonar.

Perdonar al penitente manifiesta el espíritu munificente de un verdadero seguidor del Rey.

Demuestra también una estimación agradecida del perdón que Cristo ha garantizado a

todos los que se alisten en su servicio.

Para ilustrar más esta verdad Jesús refiere la parábola del siervo despiadado. Ningún otro

escritor la menciona; está en exacta armonía con este Evangelio del Rey, porque el relato

habla de "un rey" a quien un siervo le debía diez mil talentos. Era una suma que nadie podía

llegar a pagar en toda una vida. Equivaldría a más de doce millones de dólares. Al no tener

el acreedor con qué pagar y al pedir misericordia, el rey "movido a misericordia, le soltó y le

perdonó la deuda". Este cuadro describe claramente nuestra relación con Dios y con su

gracia que perdona. Sin duda que no tenemos nada con qué pagar. Nuestra deuda ha ido

aumentando día a día; excede toda medida y no nos queda esperanza de poder pagarla.

Aunque uno fuese a vivir una vida perfecta en el futuro, no tendría nada que ofrecer por sus

culpas pasadas en no obedecer y servir al rey celestial, como era su obligación hacerlo. Sin

embargo él nos ha perdonado toda nuestra deuda y lo ha hecho libremente; ha cancelado

toda obligación por amor a su Hijo amado "en quien tenemos redención por su sangre, el

perdón de pecados según las riquezas de su gracia".

A modo de marcado contraste Jesús presenta a otro siervo del mismo rey que debía al

acreedor perdonado la insignificante suma de cien denarios, probablemente menos de

quince dólares; y no obstante, cuando pidió misericordia fue echado en la cárcel "hasta que

pagase la deuda". ¿No es una imagen cabal de la ingratitud la que exhibimos cuando

procedemos con dureza y faltos de perdón hacia nuestros hermanos cristianos cuya ofensa

contra nosotros ha sido tan pequeña en comparación con la deuda que Dios no ha

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perdonado? No causa sorpresa que Jesús concluyese la parábola hablándonos de la

reprensión que el Rey dirigió al deudor despiadado al que había perdonado; ni tampoco

sorprende que "entonces le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que debía". Y

añadió luego con gran eficacia, "Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no

perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas". Sin duda que no pueden

aspirar al perdón de Dios ni disfrutarlo quienes no están dispuestos a perdonar a sus

hermanos los hombres. Teniendo presente la gracia de Dios que nos ha sido revelada en

nuestro Salvador, deberíamos recordar las palabras del apóstol, "sed benignos unos con

otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a

vosotros en Cristo".

Jesús enseña en cuanto al matrimonio (19: 1-12)

Cuando Jesús acabó de decir estas cosas, salió de Galilea y se fue a la región de Judea, al otro lado del

Jordán. Lo siguieron grandes multitudes, y sanó allí a los enfermos. Algunos fariseos se le acercaron

y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: ¿Está permitido que un hombre se divorcie de su esposa por

cualquier motivo? ¿No han leído que en el principio el Creador 'los hizo hombre y mujer', y dijo: „Por

eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo

cuerpo'? Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el

hombre. Le replicaron: ¿Por qué, entonces, mandó Moisés que un hombre le diera a su esposa un

certificado de divorcio y la despidiera? Moisés les permitió divorciarse de su esposa por lo obstinados

que son respondió Jesús. Pero no fue así desde el principio. Les digo que , excepto en caso de

infidelidad conyugal, el que se divorcia de su esposa, y se casa con otra, comete adulterio. Si tal es la

situación entre esposo y esposa comentaron los discípulos, es mejor no casarse. No todos pueden

comprender este asunto respondió Jesús, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido entenderlo.

Pues algunos son eunucos porque nacieron así; a otros los hicieron así los hombres; y otros se han hecho

así por causa del reino de los cielos. El que pueda aceptar esto , que lo acepte.

Jesús ha salido de Galilea por última vez. Se dirige hacia el sur por Perea. Este país no se

nombra en el Nuevo Testamento, pero la franja de territorio que lleva este nombre está

situada al este del Jordán y lo habitaban en su gran mayoría judíos; por él cruzaba la ruta

favorita de quienes Se dirigían de Galilea a Judea. Jesús ya no busca más aislarse. Grandes

multitudes lo rodean, y sana a mucha gente. Sin embargo, sigue enseñando a sus discípulos,

tanto con sus obras divinamente poderosas como con los discursos que pronunciaba según

las circunstancias lo requerían. Los tres primeros temas se refieren a la vida social de los

seguidores de Cristo. Tocan el matrimonio, la niñez y la riqueza.

El primero de estos temas va contenido en un ataque del que los enemigos de Jesús le hacen

objeto. Los fariseos ya están decididos a destruirlo. Llegan a él con una pregunta cuyo fin

era enredarlo y ponerlo en un aprieto y, de ser posible, también desacreditarlo ante las

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multitudes y proporcionar una posible ocasión de arresto. La pregunta que formulan se

refiere al divorcio. Los rabinos de la época estaban divididos en sus opiniones acerca de la

enseñanza de la ley; unos sostenían que el divorcio sólo era lícito por razón de infidelidad;

otros defendían que era permitido por cualquiera de una larga serie de causas, incluso en el

caso de aversión personal. Jesús elude el cepo que le han tendido y propone un principio

fundamental para la estabilidad de la sociedad humana. No sólo está de acuerdo con los que

sostienen el punto de vista más estricto, sino que insiste además en que el vínculo en su

origen se quiso que fuese indisoluble. Menciona la ley del matrimonio tal como fue

establecida por Dios en la creación.

"¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?" Jesús cita las

palabras de Adán en cuanto que formulan la voluntad de Dios, "Por esto el hombre dejará

padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne". Jesús sugiere que la

unión es tanto física como espiritual. El vínculo matrimonial no se puede romper a no ser en

el caso de infidelidad. Un divorcio, que siempre es un mero acto jurídico de los hombres, no

puede disolver una unión divinamente constituida. "Por tanto, lo que Dios juntó, no lo

separe el hombre". ¡Cuánto necesita el mundo de hoy estas enseñanzas solemnes del Señor!

No se puede ir al matrimonio con ligereza y precipitación, ni tampoco se puede disolver el

vínculo por incompatibilidad de caracteres, costumbres desagradables o ausencia de amor.

Sólo la muerte o el pecado pueden romper lo.

Los enemigos de Jesús no se sorprenden del todo ante su punto de vista estricto acerca del

vínculo matrimonial, pero sí están alborozados por haber encontrado, como ellos suponen,

que la enseñanza de Cristo contradice la Ley de Moisés, "Le dijeron: ¿ Por qué, pues, mandó

Moisés dar carta de divorcio, y repudiada?" Jesús replica de inmediato: "Por la dureza de

vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue

así". Moisés no aprobó el divorcio; lo limitó y reglamentó. Se dio cuenta de la dureza de

corazón del pueblo mismo de Dios. El divorcio no era lo ideal. Si los corazones hubiesen sido

puros e inmaculado s no habría sido necesario. Según fue instituido al principio el

matrimonio era una unión indisoluble.

Entre los judíos la concesión del divorcio conllevaba el derecho a volverse a casar. Nos

conviene en nuestros días saber distinguir estas dos ideas. Parece existir una creencia

común de que incluso la parte culpable en un caso de divorcio tiene derecho a volverse a

casar. Jesús ni siquiera discute este caso. Puede en verdad ser aconsejable que las partes

culpables de inmoralidad se procuren separaciones legales que llevan el nombre de divorcio.

Sin duda que es lícito conceder un divorcio en caso de que el vínculo matrimonial ya haya

sido roto por infidelidad; pero es algo muy distinto enseñar que quien ha sido culpable

puede, una vez concedido el divorcio, casarse cuando quiera y con quien quiera. Hay algo

especialmente severo en las palabras del Señor, "Cualquiera que repudia a su mujer, salvo

por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada,

adultera".

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Esta interpretación estricta de la ley sorprende a los discípulos de nuestro Señor. Si uno no

puede librarse ni siquiera de un matrimonio inconveniente y desafortunado, sacan la

conclusión de que "no conviene casarse". Jesús contesta que a algunos les puede convenir no

casarse, y que, aun cuando el matrimonio sea la norma para todos, hay algunos que pueden

ser exceptuados. Algunos, tal como Jesús afirma, están hechos, en su naturaleza y por

disposición, de tal modo que no deberían casarse; otros se hallan en condiciones y

circunstancias que desaconsejan el matrimonio, y hay otros que voluntariamente se

abstienen del matrimonio por causa de un servicio especial que, de seguir célibes, pueden

prestar mejor a Cristo. Así pues, aunque Jesús insinúa que el celibato está permitido, no

incita a sus seguidores a que lo abracen, y lo considera conveniente sólo en casos

excepcionales.

Jesús recibe a los niños (19: 13-15)

Llevaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orara por ellos , pero los discípulos

reprendían a quienes los llevaban. Jesús dijo: “Dejen que los niños vengan a mí , y no se lo impidan,

porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos." Después de poner las manos sobre ellos , se

fue de allí.

El marco en el que sitúa este hermoso episodio le añade algo a su significado. Jesús acaba de

hablar de la santidad del vínculo matrimonial por medio de lo cual la seguridad del hogar

queda garantizada. Y ahora habla de la santidad de la niñez que completa el hogar y

constituye la solicitud ennoblecedora del mismo. "Entonces le fueron presentados unos

niños, para que pusiese sobre ellos las manos, y orase". Probablemente sus padres los

llevaban en brazos. Querían para ellos la bendición del Maestro por la que bien se puede

simbolizar la relación personal y el contacto espiritual con Cristo que todos los padres

deberían buscar con igual premura para sus hijos. Los discípulos les reprendieron. Parecían

pensar que los niños eran demasiado insignificantes para permitírseles interrumpir la obra

de Cristo o para recabar su solicitud. Hoy día hay muchas cosas que tienden a que los padres

se abstengan de llevar sus hijos al Maestro; la costumbre, el descuido, la indiferencia, el

temor, la desconfianza, incluso los amigos, parecen representar el papel de esos "discípulos"

y ponerse de acuerdo para impedir e incluso censurar a aquellos que realmente desean ver a

sus hijos llevados a Cristo.

La respuesta de Jesús ha colocado una aureola inmarcesible en torno a la cabeza del niño,

"Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis". Su inocente impotencia atrajo al Rey. ¿No

debería también atraernos a nosotros, y no deberíamos percatarnos de que ninguna obra es

tan de Cristo ni tan bienaventurada como el cuidar de los niños? Sólo somos verdaderos

servidores del Rey si percibimos la llamada de la niñez, y si tratamos de satisfacer las

necesidades físicas, mentales y espirituales de los niños.

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"Porque de los tales es el reino de los cielos". Les pertenece por derecho; no a esos niños en

particular, ni a todos en general; sino a todos los que, cualquiera que sea su edad, son como

niños en su confianza, dependencia y pureza; todos los que se entregan al Rey y a su gracia

sustentadora entrarán en su glorioso Reino.

"Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí". Pero su bendición ha llevado su

gracia a dondequiera que se haya oído su nombre. El cristianismo es en forma muy especial

la religión que ha tenido en cuenta los derechos de los niños. Donde Cristo es conocido,

donde se confía en él y se le sigue, la infancia es sagrada y la niñez está segura.

Jesús enseña respecto al sacrificio y a las recompensas (19: 16 al 20:

16)

El joven rico (19: 16-22)

Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó: Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer para

obtener la vida eterna? ¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? Respondió Jesús. Solamente

hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos. ¿Cuáles? Preguntó el

hombre. Contestó Jesús: „No mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, honra a tu

padre y a tu madre', y ama a tu prójimo como a ti mismo'. Todos ésos los he cumplido dijo el joven.

¿Qué más me falta? Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás

tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme. Cuando el joven oyó esto , se fue triste porque tenía muchas

riquezas.

Tenemos en este texto el sorprendente relato de uno que, a pesar de las riquezas, de la

juventud, de la posición, y del poder, no está satisfecho. Se llega a Jesús y dice, Maestro

bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?" Jesús le responde de inmediato

increpándolo, "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios"'. Es un error

suponer que Jesús niega su propia impecabilidad o divinidad. En cuanto a esto último,

muchos afirman que Jesús insinúa que "o bien no es bueno, o es Dios". Es, desde luego,

verdad. Pero no es la cuestión. Jesús quiere convencer al joven de la necesidad moral en que

se halla. Le indica que el empleo irreflexivo de la palabra "bueno" al dirigirse a uno al que

considera como un maestro humano, es una prueba de la visión superficial que tiene de la

bondad. En la presencia de un Dios santo, y juzgado según una pauta divina de lo justo,

¿puede pretender ser bueno ese joven? ¿Puede alguien llamarse justo, desde el punto de

vista de la santidad divina? Jesús pasa a presentar la piedra de toque de la voluntad revelada

de Dios. Menciona los mandamientos, cuando menos algunos, los que se refieren a las

relaciones de los hombres entre sí. Ese joven que pregunta y que se considera justo, de

inmediato replica que los ha guardado todos desde su juventud. Jesús mira con amor a ese

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joven cuya meta moral ha sido tan elevada, pero lo somete a la penetrante prueba que

demuestra que nunca ha observado el espíritu de los Mandamientos aun cuando él cree que

ha cumplido la letra. Jesús penetra el verdadero egoísmo del corazón. Propone la prueba

suprema, 'Anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y

sígueme". Con esta frase Jesús convence al hombre de haber quebrado la segunda tabla de la

Ley la cual exige que uno ame a su prójimo como a sí mismo; promete una recompensa

eterna por el sacrificio, y ofrece también, con su intimidad personal, el poder y la influencia

que harán más posible y completo el cumplimiento de la Ley. Nadie puede pretender ser

justo si se le juzga según los Mandamientos interpretados por Cristo; nuestra única

esperanza es ir a él en busca de dirección y ayuda. Pondrá al desnudo el egoísmo secreto de

nuestros corazones y desarrollará en nosotros el espíritu de autor renuncia y amor que

constituyen la esencia de la vida eterna; y en su Reino recibiremos por fin la compensación

por todo lo perdido.

Nuestro Señor no exige que todos sus seguidores sacrifiquen sus bienes materiales. Se

ocupa de un caso especial. Sí exige que uno renuncie a todo lo que le impida una intimidad

abierta y sincera con él. En el caso de este joven Jesús le descubre que su bondad es

superficial e inadecuada. El amor al dinero es el cáncer que tiene escondido en el alma. Jesús

le muestra además que debe escoger entre su riqueza y la vida eterna que sólo Jesús puede

dar. No sorprende que el joven "se fue triste". Su elección era fatal. Fue la "gran negación".

Sus riquezas nunca hasta entonces lo habían satisfecho, y menos aun lo iban a satisfacer en

adelante. Se dio cuenta de su debilidad y necesidad; pero prefirió conservar sus riquezas y

rechazar a su Salvador. Deseaba el bien más elevado; ansiaba la vida eterna; pero no estaba

dispuesto a pagar el precio. .

La pregunta de Pedro (19: 23-30)

Les aseguro comentó Jesús a sus discípulos que es difícil para un rico entrar en el reino de los cielos. De

hecho, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino

de Dios. Al oír esto, los discípulos quedaron desconcertados y decían: En ese caso, ¿quién podrá

salvarse? Para los hombres es imposible aclaró Jesús, mirándolos fijamente, mas para Dios todo es

posible. ¡Mira, nosotros lo hemos dejado todo por seguirte! Le reclamó Pedro. ¿Y qué ganamos

con eso? Les aseguro respondió Jesús que en la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del

hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos

para gobernar a las doce tribus de Israel. Y todo el que por mi causa haya dejado casas, hermanos,

hermanas, padre, madre, hijos o terrenos, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Pero

muchos de los primeros serán últimos, y muchos de los últimos serán primeros.

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Los discípulos habían sido testigos de ese incidente trágico. Habían visto al joven al que se

le había ofrecido la vida eterna pero que había preferido trocar su alma por dinero. Ahora

Jesús los sorprende afirmando una verdad que ha quedado ilustrada en el episodio que

acaban de presenciar. "De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los

cielos". Esto era especialmente sorprendente para los judíos. Ellos pensaban que la riqueza

era una prueba positiva del favor de Dios. ¿Qué, pues, quería decir Jesús? No pretendía

enseñar que el poseer riquezas fuese pecaminoso, ni que la pobreza siempre sea virtuosa, ni

que la propiedad privada sea un mal social. Lo que quería indicar era que las riquezas pueden

muy bien apartar a su poseedor del discipulado cristiano y que uno que busque satisfacerse

con riquezas, uno que ponga "la esperanza en las riquezas" no puede entrar en el Reino de

Dios. Jesús agrega incluso una hipérbole excusable, "Es más fácil pasar un camello por el ojo

de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios". Quien quiera entrar en el Reino de

Dios debe ser como un niño; debe abandonar toda confianza en sí mismo, en los propios

logros, en la justicia propia. Debe estar dispuesto a sacrificar todo lo que se interponga entre

uno mismo y Jesucristo. Al oírlo, los discípulos se sorprenden, y dicen, "¿Quién, pues, podrá

ser salvo?" Nuestro Señor responde, "Para los hombres esto es imposible; mas para Dios

todo es posible". Exige sí determinación, decisión y sacrificio, pero Dios está dispuesto a

proporcionar toda la gracia requerida; su Espíritu pueden comunicar fortaleza a quienes

acuden a él con confianza.

Mientras el joven rico se aleja triste en su lujosa vestimenta, Pedro lo mira con evidente

desprecio, y se vuelve a Jesús con autocomplacencia para decirle, "He aquí, nosotros lo

hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?" La pregunta no era noble.

Traslucía un espíritu comercial y mundano; pero

Jesús se abstiene de amonestarlo; un poco después corregirá a Pedro contándole la historia

de los "obreros de la viña"; pero ante todo le hace una promesa a Pedro, y algunos de los

seguidores actuales de Cristo necesitan que esa promesa les dé tranquilidad. A veces se les

mete en el corazón una voz sigilosa y sienten deseos de preguntar qué recompensa recibirán

por todos los sacrificios que han hecho por Cristo. Jesús responde con una promesa regia.

Afirma que "en la regeneración", en el siglo futuro, cuando Jesús haya regresado y renovado

todas las cosas, entonces quienes lo hayan seguido en las pruebas y sacrificios compartirán

con él la gloria de su trono y la promesa no fue sólo para sus seguidores inmediata. Es para

todos los que se han sacrificado por él; cualquiera de ellos "recibirá cien veces más, y

heredará la vida eterna". Jesús agrega, sin embargo, una palabra de advertencia; Pedro debe

guardarse del orgullo autosuficiente. "Muchos primeros serán postreros, y postreros,

primeros". Es decir, muchos que, como Pedro, han tenido la oportunidad de estar más cerca

de Cristo en esta vida quizá no reciban la recompensa mayor. Los hombres serán juzgados

según su fidelidad. Más solemne es, empero, la advertencia para los que son como el joven

rico, que confían en sus riquezas y se niegan a servir al Rey. Su poder y sus riquezas los

sitúan ahora en las mejores oportunidades. Pero pueden ser los últimos en la aceptación de

Cristo y en la vida eterna que él ofrece.

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Parábola de los obreros de la viña (20: 1-16)

"Así mismo el reino de los cielos se parece a un propietario que salió de madrugada a contratar obreros

para su viñedo. Acordó darles la paga de un día de trabajo y los envió a su viñedo. Cerca de las

nueve de la mañana, salió y vio a otros que estaban desocupados en la plaza. Les dijo : „Vayan

también ustedes a trabajar en mi viñedo, y les pagaré lo que sea justo.' Así que fueron. Salió de

nuevo a eso del mediodía y a la media tarde, e hizo lo mismo. Alrededor de las cinco de la tarde, salió

y encontró a otros más que estaban sin trabajo. Les preguntó : „¿Por qué han estado aquí desocupados

todo el día?' 'Porque nadie nos ha contratado' , contestaron. Él les dijo: „Vayan también ustedes a

trabajar en mi viñedo.' "Al atardecer, el dueño del viñedo le ordenó a su capataz : „Llama a los

obreros y págales su jornal, comenzando por los últimos contratados hasta llegar a los primeros.' Se

presentaron los obreros que habían sido contratados cerca de las cinco de la tarde , y cada uno recibió la

paga de un día. Por eso cuando llegaron los que fueron contratados primero , esperaban que

recibirían más. Pero cada uno de ellos recibió también la paga de un día. Al recibirla, comenzaron

a murmurar contra el propietario. Éstos que fueron los últimos en ser contratados trabajaron una

sola hora dijeron, y usted los ha tratado como a nosotros que hemos soportado el peso del trabajo y el

calor del día.' Pero él le contestó a uno de ellos: Amigo, no estoy cometiendo ninguna injusticia

contigo. ¿Acaso no aceptaste trabajar por esa paga? Tómala y vete. Quiero darle al último obrero

contratado lo mismo que te di a ti. ¿Es que no tengo derecho a hacer lo que quiera con mi dinero? ¿O

te da envidia de que yo sea generoso?' "Así que los últimos serán primeros, y los primeros, últimos.

La interpretación de esta parábola ha parecido difícil simplemente porque se ha separado del

episodio del joven y de la pregunta de Pedro con los cuales está íntimamente unido. Estaba

en verdad concebida para indicar el peligro que hay en negarse a entrar al servicio de Cristo

y en dejarse dominar por un espíritu comercial al buscar recompensas por dicho servicio. El

relato ilustra el gran principio enunciado en el versículo anterior a dicho relato y en el

versículo con el cual concluye, "Muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros".

Pedro parecía imaginar que, porque se había sacrificado por Cristo, el Maestro estaba

obligado a darle una recompensa mayor. Jesús sí prometió recompensa, pero quiso censurar

el espíritu que lleva a uno a servir, no por amor o gratitud, sino por la recompensa que se

puede recibir. Cuenta la historia de los obreros que por la mañana convienen en trabajar por

"un denario al día", y de otros que fueron contratados en la hora tercera y en la sexta y en la

novena e incluso en la undécima pero sin convenir con el padre de familia en cuanto al

salario, sino confiad en su honradez y generosidad; llegada la noche recibieron lo mismo

éstos que los que habían sido contratados por la mañana. Éstos se quejaron, no porque no

hubiesen recibido el salario en el que habían convenido, sino porque los que habían

trabajado menos tiempo habían recibido la misma recompensa. De este modo Jesús podía

corregir el espíritu comercial que a veces anima a sus seguidores. Muestra que cada uno

recibirá lo que merece, todo aquello en lo que verdaderamente haya convenido, aunque

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habrá sorpresas; no porque todos reciban tan poco, sino porque algunos recibirán tanto. Es

dueño absoluto de otorgar sus recompensas eternas como quiera. Se da cuenta de que

algunos tienen menos oportunidades para servir; sus dotes y el tiempo de servicio son

limitados; pero si confían en él y dependen de su gracia, se llevarán una sorpresa por la

liberalidad del Rey. Las recompensas son ciertas, pero no son el motivo verdadero de servir.

Deberíamos seguir al Rey y tratar de agradarle porque esto constituye en sí mismo la vida

más elevada y verdadera, y sobre todo porque ha hecho tanto por nosotros. La gratitud hará

fáciles los sacrificios. Se puede confiar en que la recompensa que su amor otorgará será

sorprendente e inmerecida.

Jesús enseña cuál es la verdadera grandeza (20: 17-28)

Mientras subía Jesús rumbo a Jerusalén, tomó aparte a los doce discípulos y les dijo: "Ahora vamos

rumbo a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de

la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten

y lo crucifiquen. Pero al tercer día resucitará." Entonces la madre de Jacobo y de Juan, junto con

ellos, se acercó a Jesús y, arrodillándose, le pidió un favor. ¿Qué quieres? Le preguntó Jesús.

Ordena que en tu reino uno de estos dos hijos míos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda. No

saben lo que están pidiendo les replicó Jesús. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo

voy a beber? Sí, podemos. Ciertamente beberán de mi copa les dijo Jesús, pero el sentarse a mi derecha

o a mi izquierda no me corresponde concederlo. Eso ya está decidido por mi Padre. Cuando lo

oyeron los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Jesús los llamó y les dijo: Como ustedes

saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su

autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre

ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como

el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por

muchos.

La petición de Salomé de que sus dos hijos ocupasen puestos principales en el Reino

venidero de Cristo fue hecha en el mismo momento en que Jesús había vuelto a predecir sus

sufrimientos y muerte. A menudo se ha dicho que ésta es la tercera predicción, pero para ser

más exactos hay que decir que es la cuarta que Mateo menciona, y es sin duda un ejemplo de

las repetidas alusiones que Jesús hizo a partir de la primera gran revelación en Cesárea de

Filipo. En este caso se añaden detalles crueles. No sólo va a morir, sino que será escarnecido,

azotado y crucificado. Que Jesús viese con tanto detalle las agonías que le esperaban, realza

el cuadro de heroísmo sin par que ofrece al dirigirse con paso tan majestuoso a consumar su

obra redentora.

Que esta petición se hiciese en favor de Jacobo y Juan precisamente en ese momento acentúa

el contraste entre el sacrificio del Rey y el egoísmo de sus seguidores, y enriquece el

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significado del mensaje que a continuación va a comunicar relativo a la naturaleza de la

verdadera grandeza.

Hay aspectos hermosos en la petición que Salomé hizo. Pone de manifiesto el orgullo

materno que da por sentado que nada puede ser demasiado bueno para sus hijos. Y también

revela la fe de una madre. En ese profeta de Nazaret, a quien los dirigentes odiaban y

despreciaban, Salomé vio a uno que iba a llegar a ser el Rey de reyes y el Señor de los

señores. Quería que sus hijos ocupasen los puestos más elevados en ese Reino, deseo que

muy bien podrían compartir todos los padres. Sin embargo, deja ver de parte de Jacobo y

Juan, por quienes su madre habló, mucho de orgullo, de celos y de mala inteligencia, todo lo

cual Jesús censura con amor. Les formula la pregunta, "¿Podéis beber del vaso que yo he de

beber?" Ellos le aseguran que son capaces de compartir la copa del sufrimiento. Entonces él

les explica que, aunque ellos deben en verdad beber de ese vaso, el honor que buscan no se

_va a conceder por capricho ni a asignar arbitrariamente; se debe ganar. Los puestos

elevados en su Reino no se asignan sino que dependen de los logros; no se consiguen por

influencia sino por méritos. "El sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío dado, sino

a aquellos para quienes está preparado por mi Padre". Cierto que las recompensas

últimamente las puede dar Cristo, pero no se darán con independencia de los merecimientos

verdaderos. En el tiempo y en la eternidad, los puestos más elevados en su Reino están

preparados para aquellos que los merezcan.

Esta petición de Jacobo y Juan llena de indignación a los demás discípulos; pero de' ello no

debemos concluir que fuese una "santa indignación"; no están enojados simplemente porque

Jacobo y Juan carezcan de discernimiento, sino porque su petición es injusta, porque su

actitud es egoísta. Parece que "los diez" están igualmente equivocados, igualmente en falta;

están celosos; anhelan y pretenden para sí exactamente lo que Jacobo y Juan han pedido. Por

lo común solemos ser propensos a indignamos más por aquellas faltas de otros de las cuales

nosotros mismos somos culpables.

Jesús no reprende a sus discípulos, pero aprovecha la ocasión para proclamar la ley de la

verdadera grandeza. La contrapone a las pautas del mundo, con las cuales sus discípulos

corren siempre el peligro de contagiarse. Entre los gentiles, entre las naciones, se

consideran como líderes y se llaman grandes aquellos que gobiernan a los demás y a quienes

muchos sirven; pero entre los seguidores de Cristo deben prevalecer ideales distintos; son

mayores aquellos que más sirven a los demás. En contraposición con las normas paganas,

Jesús establece un principio que se puede formular así, "el que quiera hacerse grande entre

vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro

siervo". El servicio es la ley de la grandeza en el Reino de Cristo; y de esta ley ni el Rey

mismo estaba exceptuado. Antes bien, él es el gran Modelo, "como el Hijo del Hombre no

vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos". Este

sacrificio voluntario, esta muerte en lugar de muchos, este amor redentor, confesado y

reconocido por sus seguidores es el motivo del servicio, y también la medida de la verdadera

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grandeza. No somos cristianos porque servimos a otros; servimos a otros porque somos

cristianos. El auto sacrificio y la servicialidad no son substitutivos de la fe en Cristo; son la

expresión natural de nuestra fe y de nuestro amor. Cuanto más humilde, paciente y fiel sea

nuestro servicio, tanto más cerca estaremos para siempre de aquel cuya grandeza es

suprema, de aquel que nos amó y se entregó por nosotros.

Jesús da la vista a dos ciegos (20: 29-34)

Una gran multitud seguía a Jesús cuando él salía de Jericó con sus discípulos. Dos ciegos que estaban

sentados junto al camino, al oír que pasaba Jesús, gritaron: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de

nosotros! La multitud los reprendía para que se callaran, pero ellos gritaban con más fuerza: ¡Señor,

Hijo de David, ten compasión de nosotros! Jesús se detuvo y los llamó. ¿Qué quieren que haga por

ustedes? Señor, queremos recibir la vista. Jesús se compadeció de ellos y les tocó los ojos. Al instante

recobraron la vista y lo siguieron.

El viaje por Perea ha concluido; Jesús está cerca de Jerusalén; deja atrás a Jericó, última

ciudad importante, pero al salir de ella realiza una curación que ilustra su poder real y revela

su tierna compasión. Dos ciegos le piden misericordia. A uno de estos en otro lugar se le

llama Batirme. La visión espiritual de estos hombres parece que era más clara que la de la

nación que está él punto de rechazar a su Rey, porque lo reconocen como al verdadero

Mesías; se dirigen a él como al "Hijo de David", confían en su poder divino, y reciben su

graciosa ayuda y de inmediato se ven libres de su desgracia.

Este milagro es también una parábola de la obra salvadora de Cristo. Abre los "ojos del

entendimiento" y da visión espiritual a aquellos que necesitan ver con claridad la vida con

sus deberes, sus exigencias, y sus problemas con respecto a los hombres y a Dios, Tenemos,

ante todo, el cuadro de una necesidad lastimosa; pobres e importantes por estar ciegos, con

nadie que se compadezca y los ayude, estos hombres constituyen una imagen llamativa de

los que hoy día carecen de visión espiritual. En marcado contraste se yergue junto a ellos la

figura majestuosa del Rey; pasa por allá por última vez; puede sanar con sólo que se llegue

uno hasta él.

Luego tenemos el cuadro de los obstáculos que se han de superar, de las dudas y dificultades

que yacen en el camino de quienes necesitan el contacto sanador de Cristo. "Vi la gente les

reprendió para que callasen". A menudo quienes anhelan luz y curación escuchan palabras

de desaliento y sugerencias que conducen a la desesperanza.

Luego tenemos el cuadro de la determinación vehemente, "Pero ellos clamaban más,

diciendo: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!"

Por fin tenemos el cuadro de la ayuda total. "Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos,

y en seguida recibieron la vista; y le siguieron". Cuantos han hallado también al Maestro

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capaz y dispuesto a darles visión espiritual, sus ojos han sido abiertos para que pudiesen ver

cosas ocultas y eternas, para seguir al Maestro con paso gozoso de camino hacia la ciudad

celestial donde verán al Rey en toda su hermosura y serán como él cuando lo vean tal como

él es.

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CAPITULO 10: EL RECHAZO DEL REY (21 – 23)

Tres parábolas vivas de advertencia (21: 1-22)

La entrada real (21: 1-11)

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió a dos

discípulos con este encargo: “Vayan a la aldea que tienen enfrente, y ahí mismo encontrarán una burra

atada, y un burrito con ella. Desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les dice algo, díganle que el Señor

los necesita, pero que ya los devolverá." Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el profeta:

"Digan a la hija de Sión: „Mira, tu rey viene a ti, humilde y montado en un burro, en un burrito, cría

de una bestia de carga.‟ “Los discípulos fueron e hicieron como les había mandado Jesús. Llevaron la

burra y el burrito, y pusieron encima sus mantos, sobre los cuales se sentó Jesús. Había mucha gente que

tendía sus mantos sobre el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían en el camino.

Tanto la gente que iba delante de él como la que iba detrás, gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David!

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Cuando Jesús entró en

Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. ¿Quién es éste? Preguntaban. Éste es el profeta Jesús, de

Nazaret de Galilea contestaba la gente.

Ningún incidente de la vida del Señor está más en armonía con el propósito de Mateo que la

entrada real en Jerusalén. Desde luego que constituye una parte esencial del relato de todos

los Evangelios, pero en ningún otro constituye un punto culminante tan marcado ni se

ajusta a un designio más evidente.

Mateo es el Evangelio del Rey, y aquí tenemos a Jesús que da un mandato regio; avanza en

forma regia; recibe una aclamación regia. En cuanto a su mandato, se da por sentado que no

es posible una negativa; entra en la ciudad cabalgando y con séquito, como un monarca

oriental; es aclamado por la multitud como Hijo de David, el Rey, y como digno de

homenaje y loor supremos.

Mateo es el Evangelio del cumplimiento, y este incidente aparece en correspondencia

minuciosa con la profecía que se cita. Sin embargo, Mateo es también el Evangelio que

subraya el rechazo de Jesús; y en este caso, después de que ha sido puesto de relieve el odio

mortal de sus enemigos, después de que se han repetido con tanta solemnidad las

predicciones de su muerte, en el mismo instante en que las multitudes gritan con emoción

momentánea, el silencio de los dirigentes es un presagio de tragedia. Jesús se ofrece a la

nación, la cual está a punto de rechazarlo y de permitir que se le destruya. Ningún lector se

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engaña ni por un momento con este estallido pasajero de entusiasmo popular. Sobre ese

cuadro vistoso se proyecta la sombra de la cruz.

Esta entrada real fue una parábola viva. Nadie supone que Jesús quiso decir que el asna

tomada de prestado, o las gualdrapas de rústicos mantos, o los aldeanos que formaban su

séquito, habían de ser partes de los adminículos de una corte oriental. Eran los símbolos de

realeza con los cuales él se quiso concretamente presentar a su pueblo como el Mesías

prometido. Hacía un llamamiento a la confianza, y obediencia y pleitesía de los corazones

humanos; y también advertía a los dirigentes que, rechazándolo a él, repudiaban a su Rey;

iban a destruir sus esperanzas más nobles. Un día, sin embargo, aparecerá glorioso; esa

humilde procesión que discurre por las calles de la Vieja Jerusalén no es sino un débil

símbolo de la verdadera venida del Rey. Los que ahora lo aceptan y le ofrecen el homenaje

voluntario de sus corazones, entonces se regocijarán y entrarán con gozo en las

bienaventuranzas de su Reino ya perfecto.

Purificación del Templo (21: 12-17)

Jesús entró en el templo y echó de allí a todos los que compraban y vendían. Volcó las mesas de los que

cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas. "Escrito está les dijo : „Mi casa será

llamada casa de oración'; pero ustedes la están convirtiendo en 'cueva de ladrones'." Se le acercaron en

el templo ciego y cojo, y los sanó.

El abuso que Jesús reprocha en este caso había nacido de lo que antes fue una conveniencia

pública, a saber, la venta a los peregrinos en las cercanías del templo de los sacrificios que no

podían llevar consigo desde sus lejanas procedencias. Ese comercio se había ido acercando

progresivamente hasta que los mercaderes habían entrado en la zona del templo y

profanaban los sagrados patios con ruidos que distraían, con sus codicias, con sus

extorsiones, con sus fraudes.

La acción de nuestro Señor de expulsar a estos intrusos de los patios sagrados no fue tan

sólo un ejemplo de poder que un hombre, consciente del derecho y de la justicia que le asiste,

puede ejercitar sobre aquellos cuya conciencia culpable vuelve débiles y tímidos; ni tampoco

fue sólo la acción de un reformador que corregía una costumbre mala. Era una reprimenda a

la nación toda, cuyo estado espiritual lo revelaba su evidente desprecio de la santidad de la

casa de Dios. Era un símbolo, un aviso del juicio que caería sobre ellos a causa de su

apostasía e incredulidad.

Además, por parte de Jesús era arrogarse el derecho de ser el verdadero Señor del Templo.

Se identifica con Dios del que dice ser su propio Padre y justifica esta pretensión realizando

milagros de curaciones en los mismos patios del Templo. Con ello pretende públicamente

como el día anterior, ser el Mesías prometido, y subraya esta pretensión con la respuesta

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que da a los dirigentes cuando éstos lo reprenden por permitir que los niños lo saluden con

sus "Hosannas". Afirma que con razón lo acogen como "Hijo de David"; y cita además,

aplicándolo a sí mismo, un salmo que habla de la soberanía universal predicha como

perteneciente al hombre, un salmo, sin embargo, que debía cumplirse en el Mesías, y que

describía el mando ilimitado que ejercería por ser el Rey designado. Jesús afirma que estas

alabanzas tienen la garantía y sanción divinas y que se le otorgan a él muy apropiadamente.

Estas reivindicaciones eran tan obvias, el significado de sus acciones simbólicas se volvía

tan claro, que los dirigentes se llenaron de un odio todavía más mortal. Así pues, no sólo

para descansar sino también para evitar un conflicto más abierto, Jesús se retiró esa noche y

fue a alojarse en casa de sus amigos de Betania.

La higuera estéril (21:18-22)

Muy de mañana, cuando volvía a la ciudad, tuvo hambre. Al ver una higuera junto al camino, se

acercó a ella, pero no encontró nada más que hojas. ¡Nunca más vuelvas a dar fruto! Le dijo. Y al

instante se secó la higuera. Los discípulos se asombraron al ver esto. ¿Cómo es que se secó la higuera

tan pronto? Preguntaron ellos. Les aseguro que si tienen fe y no dudan les respondió Jesús, no sólo

harán lo que he hecho con la higuera, sino que podrán decirle a este monte: „¡Quítate de ahí y tírate al

mar!', y así se hará. Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración.

El secarse la higuera sin fruto fue no sólo un milagro que el poder de Jesús realizó; fue

también una parábola del castigo que iba a caer sobre Israel por su pecado e incredulidad.

En la higuera primero se forman las brevas y luego el follaje, de modo que de un árbol ya

frondoso se podían esperar frutos; pero en ese árbol Jesús no encontró ninguno. Este árbol

estéril con toda su ostentación de hojas era, sin embargo, un símbolo de Israel; la nación

había hecho de la santidad una profesión; había conservado su ritual pretensioso; había

mantenido un patrón de piedad, pero cuando el Rey había aparecido no había encontrado

ninguno de los verdaderos frutos de la justicia; y ahora a su rechazo le seguiría el desastre

nacional del cual el secarse del árbol era una parábola y una admonición.

El relato contiene una nota de advertencia para todos los que llevan, en nuestro tiempo, el

nombre de cristianos; sus vidas deben corresponder a lo que profesan ser, sus obras a lo que

afirman ser. Sin embargo, para sus seguidores inmediatos el Rey descubrió en el milagro un

mensaje de inspiración y ánimo. Al maravillarse sus discípulos ante su poder, les afirmó que

a su alcance estaba un poder igual; el poder de la oración confiada, que podía mover

montañas; no que se deba intentarlo en forma literal, sino que puede alcanzar lo que de otro

modo sería imposible. Desde luego que se requieren otras condiciones ya conocidas, pero

nuestra tentación es limitar demasiado las implicaciones de la promesa, "todo lo que

pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis".

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Se atribuye autoridad divina (21:23-27)

Jesús entró en el templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los ancianos

del pueblo. ¿Con qué autoridad haces esto? Lo interrogaron. ¿Quién te dio esa autoridad? Yo

también voy a hacerles una pregunta. Si me la contestan, les diré con qué autoridad hago esto. El

bautismo de Juan, ¿de dónde procedía? ¿Del cielo o de la tierra? Ellos se pusieron a discutir entre sí:

“Si respondemos: „Del cielo', nos dirá: Entonces, ¿por qué no le creyeron?' Pero si decimos: „De la

tierra'... tememos al pueblo, porque todos consideran que Juan era un profeta." Así que le

respondieron a Jesús: No lo sabemos. Pues yo tampoco les voy a decir con qué autoridad hago esto.

Al llegar Jesús a la ciudad, de inmediato le hacen objeto de sus ataques los dirigentes y

lideres judíos. Lo desafían a que diga con qué autoridad obra al aceptar honores debidos al

Mesías y al expulsar del Templo a los vendedores como hizo el día anterior. La pregunta

está construida con habilidad sutil, "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio

esta autoridad?" Ponen a Jesús en un dilema; si dice que la autoridad le ha sido delegada,

entonces lo pueden acusar de deslealtad y cisma, al suplantar a las "autoridades"

reconocidas del estado judío; si pretende poseer una autoridad divina inherente a su

persona, por ser uno solo con Dios, pueden condenado por blasfemia.

Jesús reduce al silencio a sus enemigos con una pregunta que los envuelve en un contra

dilema, "El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo, o de los hombres?" No pueden

decir "del cielo", porque habían repudiado a Juan; y no se atreven a decir "de los hombres",

porque temen al pueblo que había considerado a Juan como a profeta. Tratan de salir del

paso con una respuesta cobarde, "No sabemos". El agnosticismo suele ser cobardía y merece

poco respeto.

Jesús hace más que reducidos a silencio; les contesta. Su pregunta no es un acertijo inconexo

con el cual se enfrenta a una dificultad y posterga la necesidad de dar una respuesta. Quiere

decir de modo concreto que la autoridad de Juan era divina, y que su autoridad también lo

es; y como ellos tenían miedo de negar la autoridad divina de Juan eran incapaces de negar

la de Jesús; más aún, significa que si hubiesen aceptado el mensaje de Juan, hubieran estado

preparados para aceptar a Jesús. Es cierto que si tememos aceptar las conclusiones lógicas

de nuestras dudas y negaciones, nunca podemos esperar descubrir la verdad.

Jesús, además, reprende y desenmascara a sus enemigos. Cuando dicen, "No sabemos", Jesús

sabe, y ellos 10 saben, y también la multitud, que no son sinceros; Jesús ha puesto al

desnudo su hipocresía; ha hecho perfectamente claro que lo que en verdad está en disputa no

es la autoridad sino la obediencia. Los enemigos de Jesús pretenden que quieren conocer

mejor sus credenciales; en realidad quieren desacreditarlo y entrampado. Los enemigos

modernos de nuestro Señor dicen que quieren más pruebas, más demostraciones; pero en

realidad no lo aman y carecen de sumisión a su voluntad. Los que no se arrepienten cuando

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Juan predica, no creerán cuando Jesús les ofrezca salvarlos. El mundo de hoy no necesita

más pruebas de autoridad divina, sino más obediencia a la voluntad divina.

Jesús desacreditó por completo a sus enemigos frente al pueblo. Eran las autoridades

constituidas para todos los asuntos civiles y religiosos, y a pesar de ello se les hace confesar

públicamente que carecían de competencia para juzgar un caso claro, conocido e importante

referente a autoridad religiosa. En realidad renunciaron a su posición. Por consiguiente,

quedaron inhabilitado s para emitir una opinión en el caso, exactamente igual, de la

autoridad de Jesús. Jesús los había derrotado con sus mismas armas. No sorprende que más

adelante, cuando se le juzgó ante tales jueces, se negase a contestarles ni una sola palabra.

Había demostrado que eran incompetentes, hipócritas, descreídos. Los que dudan y son

sinceros, merecen compasión; pero los que se dicen buscadores de la verdad, que no están

dispuestos a aceptar las consecuencias del creer, no deben esperar recibir más luz. Un

conocimiento creciente de la verdad divina está condicionado a un sometimiento humilde

del corazón y de la voluntad a lo que ya ha sido revelado.

Tres parábolas de juicio (21: 28 - 22:14)

Los dos hijos (21: 28-32)

"¿Qué les parece? Continuó Jesús. Había un hombre que tenía dos hijos. Se dirigió al primero y le

pidió: „Hijo, ve a trabajar hoy en el viñedo.' 'No quiero', contestó, pero después se arrepintió y fue.

Luego el padre se dirigió al otro hijo y le pidió lo mismo. Éste contestó: „Sí, señor‟; pero no fue.

¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería? El primero contestaron ellos. Jesús les dijo : Les

aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes hacia el reino de

Dios. Porque Juan fue enviado a ustedes a señalarles el camino de la justicia, y no le creyeron, pero

los recaudadores de impuestos y las prostitutas sí le creyeron. E incluso después de ver esto , ustedes no

se arrepintieron para creerle.

Al contestar a los dirigentes hostiles, Jesús ha recabado para sí autoridad divina; ahora

agrega tres parábolas que condenan a sus enemigos y dictan sentencia sobre ellos y sobre la

nación. La primera es breve, pero enfática. Se describe a dos hijos, uno que se negó a

obedecer a su padre, pero luego se arrepintió y le sirvió; y el otro que prometió servirle pero

continuó desobedeciéndole. Al primero comparó Jesús aquellos publicanos y ramera s que,

después de vivir en pecado notorio, se habían arrepentido con la predicación de Juan; al

segundo compara los dirigentes, quienes con todas sus profesiones de justicia y con todas

sus ceremonias alardeadas, seguían viviendo en verdadera rebelión contra Dios. Con esto,

pues, reprende a los dirigentes por su simulación de que estaban dispuestos a aceptar a Jesús

con sólo que pudiesen llegar a estar seguros de que su autoridad era divina; Jesús afirma que

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su verdadera dificultad está en la falta de voluntad de obedecer a la voluntad divina. Declara

que ellos, y todos los que como ellos son impenitentes e hipócritas, jamás pueden entrar en

el Reino de Dios; promete que hasta los peores pecadores se pueden salvar, si se arrepienten.

Los labradores malvados (21:33-46)

"Escuchen otra parábola: Había un propietario que plantó un viñedo. Lo cercó, cavó un lagar y

construyó una torre de vigilancia. Luego arrendó el viñedo a unos labradores y se fue de viaje.

Cuando se acercó el tiempo de la cosecha, mandaron sus siervos a los labradores para recibir de éstos lo

que le correspondía. Los labradores agarraron a esos siervos; golpearon a uno, mataron a otro y

apedrearon a un tercero. Después les mandó otros siervos, en mayor número que la primera vez, y

también los maltrataron. "Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: „¡A mi hijo sí lo

respetarán!' Pero cuando los labradores vieron al hijo, se dijeron unos a otros: „Éste es el heredero.

Matémoslo, para quedarnos con su herencia.' Así que le echaron mano, lo arrojaron fuera del viñedo

y lo mataron. "Ahora bien, cuando vuelva el dueño, ¿qué hará con esos labradores? Hará que esos

malvados tengan un fin miserable respondieron, y arrendará el viñedo a otros labradores que le den lo

que le corresponde cuando llegue el tiempo de la cosecha. Les dijo Jesús: ¿No han leído nunca en las

Escrituras: “'La piedra que desecharon los constructores ha llegado a ser piedra angular; esto lo ha

hecho el Señor, y es maravilloso a nuestros ojos'?”Por eso les digo que el reino de Dios se les quitará a

ustedes y se le entregará a un pueblo que produzca los frutos del reino. El que caiga sobre esta piedra

quedará despedazado, y si ella cae sobre alguien, lo hará polvo. Cuando los jefes de los sacerdotes y los

fariseos oyeron las parábolas de Jesús, se dieron cuenta de que hablaba de ellos. Buscaban la manera

de arrestarlo, pero temían a la gente porque ésta lo consideraba un profeta.

Jesús ya ha replicado al desafío malicioso de sus enemigos arrogándose autoridad divina y

condenándolos por su incredulidad culpable. Ahora añade una segunda parábola, reiterando

en forma más clara sus pretensiones e increpando más solemnemente a estos hostiles

dirigentes; sobre ellos y sobre la nación que representaban pronunció sentencia. Cuenta la

historia de un padre de familia que planta una viña, la apareja y la arrienda a unos aparceros.

Va a vivir lejos y espera recibir como arriendo una cierta parte de la cosecha. Sin embargo,

cuando envía a buscar los frutos, sus siervos son golpeados y matados; por fin, hasta su

mismo hijo es asesinado. Decide ir en persona, hacer justicia y arrendar la viña a unos

aparceros que sean más dignos.

La parábola era tan sencilla que incluso los enemigos de Jesús comprendieron su

significado. El padre de familia es Jehová; la viña es Israel; los labradores son los dirigentes

en cuyas manos ha sido puesta la nación; los siervos son los profetas que fueron enviados

para llamar al pueblo al arrepentimiento y a que diese a Dios los frutos de justicia; el hijo es

Jesús mismo, que con ello se arrogaba una relación única con Dios, distinta de la de los

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profetas y de la de cualquier mensajero humano, y quien en forma exacta prevé su propio

rechazo y muerte; el regreso del padre de familia es el juicio divino futuro y el rechazo de

Israel, y el llamamiento de los gentiles. No entra dentro del propósito actual de Jesús

referirse a los judíos que lo aceptarán ni a la futura conversión de la nación de la cual Pablo

escribe. Lo que desea en este caso es subrayar su propio rechazo, y la culpa y el castigo de la

nación. Afirma, sin embargo, que su muerte culminará en su exaltación y triunfo; él es la

"cabeza del ángulo':' También advierte a sus enemigos que todos los que por incredulidad

tropiecen con esa piedra, todos los que lo rechacen, serán 'hechos pedazos", y todos los que

intenten hundir esa piedra serán triturados y esparcidos como polvo.

La fiesta de bodas (22: 1-14)

Jesús volvió a hablarles en parábolas, y les dijo: “El reino de los cielos es como un rey que preparó un

banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus siervos que llamaran a los invitados, pero éstos se

negaron a asistir al banquete. Luego mandó a otros siervos y les ordenó : „Digan a los invitados que

ya he preparado mi comida: Ya han matado mis bueyes y mis reses cebadas, y todo está listo. Vengan

al banquete de bodas.' Pero ellos no hicieron caso y se fueron: uno a su campo, otro a su negocio. Los

demás agarraron a los siervos, los maltrataron y los mataron. El rey se enfureció. Mandó su

ejército a destruir a los asesinos y a incendiar su ciudad. Luego dijo a sus siervos : Él banquete de

bodas está preparado, pero los que invité no merecían venir. Vayan al cruce de los caminos e inviten

al banquete a todos los que encuentren.' Así que los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos

los que pudieron encontrar, buenos y malos, y se llenó de invitados el salón de bodas. "Cuando el rey

entró a ver a los invitados, notó que allí había un hombre que no estaba vestido con el traje de boda.

Amigo, ¿cómo entraste aquí sin el traje de boda?', le dijo. El hombre se quedó callado. Entonces el rey

dijo a los sirvientes: „Átenlo de pies y manos, y échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y

rechinar de dientes.' Porque muchos son los invitados, pero pocos los escogidos."

La descripción del Reino del Mesías como un banquete al cual Israel se sentaría y del que

estarían excluidos los gentiles era bastante familiar para los judíos; pero Jesús trastoca el

cuadro con detalles que sólo Mateo menciona, y que tienen como propósito primordial

dictar sentencia sobre la nación que lo rechaza.

Mateo es el Evangelio del Rey y es interesante observar que la parábola que Jesús expone en

este caso nos presenta una fiesta que el Rey ha preparado; es en verdad "una fiesta de bodas

a su hijo". La misma parábola, tal como Lucas la refiere, habla simplemente de una gran cena

que ofreció "un hombre". Así pues, la respuesta a la invitación, según el relato de Mateo, es

un asunto mucho más serio. La desprecian y desatienden en tanto que los que eran sus

portadores son afrentados y matados. El castigo lógico de los culpables es mucho más

grave; son destruidos y su ciudad quemada. El incidente todo está narrado con rasgos de

realeza que están en perfecta armonía con el carácter de este Evangelio.

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El propósito de nuestro Señor, al igual que en la parábola semejante en Lucas, es mostrar

con esas imágenes la culpa de la nación que rechaza la invitación que se le hace a entrar en el

Reino de los cielos. Indica claramente el rechazo subsiguiente de Israel, el sufrimiento de la

nación, y la destrucción de Jerusalén. Y con igual claridad muestra que de entre los gentiles

muchos, tanto buenos como malos, se reunirán en la iglesia cristiana. Habrá, sin embargo,

una separación final antes de que se puedan disfrutar las bienaventuranzas del Reino. Así lo

sugiere la suerte del hombre que es hallado entre los convidados sin estar "vestido de boda".

Es echado "en las tinieblas de afuera". Quienes hayan de gozar de la gloria del Reino deben

estar ataviados con el vestido de justicia que el Rey exige y que él mismo está dispuesto a

dar a todos los que acepten a Cristo. "Porque muchos son llamados, y pocos escogidos". La

vida eterna se presenta como una elección libre por parte del hombre, y como una elección

divina por parte de Dios. Así como entre los judíos "muchos" rechazaron su Mesías, así

también entre los que se profesan cristianos habrá quienes carecerán del atavío de la vida y

naturaleza justas y por tanto perderán por fin la aprobación del Rey y los gozos de Su

mansión, De este modo en esta parábola de la fiesta de bodas Jesús predice el juicio de Israel,

el llamamiento de los gentiles, y la exigencia de justicia en aquellos que quieran al final

compartir las glorias del Reino.

Tres preguntas capciosas (22: 15-40)

¿Dar tributo a César? (22: 15-22)

Entonces salieron los fariseos y tramaron cómo tenderle a Jesús una trampa con sus mismas palabras.

Enviaron algunos de sus discípulos junto con los herodianos, los cuales le dijeron: Maestro, sabemos

que eres un hombre íntegro y que enseñas el camino de Dios de acuerdo con la verdad. No te dejas

influir por nadie porque no te fijas en las apariencias. Danos tu opinión: ¿Está permitido pagar

impuestos al césar o no? Conociendo sus malas intenciones, Jesús replicó: ¡Hipócritas! ¿Por qué me

tienden trampas? Muéstrenme la moneda para el impuesto. Y se la enseñaron. ¿De quién son esta

imagen y esta inscripción? Les preguntó. Del césar respondieron. Entonces denle al césar lo que es

del césar y a Dios lo que es de Dios. Al oír esto, se quedaron asombrados. Así que lo dejaron y se

fueron.

En este mismo día memorable, dedicado a enseñar públicamente, han atacado a Jesús los

ancianos y los principales sacerdotes y los escribas. Pero los ha derrotado, los ha expuesto al

ridículo, y los ha acusado de apóstatas y asesinos. En su odio rabioso lo hubieran matado de

inmediato; pero temen a las multitudes entre las cuales Jesús goza de tanta popularidad.

Para conseguir su muerte, por consiguiente, deben antes desacreditarlo en público; deben

enredarlo con sus mismas enseñanzas. Así pues, para atraparlo, vuelven a él con una serie de

preguntas astutas; pero Jesús elude todas las trampas, respondió a todas las preguntas en

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forma dará y cabal, y luego les formula una pregunta con la cual sus enemigos quedan

definitivamente reducidos al silencio.

La primera pregunta Se refiere al pago del tributo al gobierno de Roma. Los judíos más

conservadores sostenían que Dios era el soberano de Israel y que posiblemente era malo

pagar impuestos que ayudaban a sostener un estado pagano. El partido más liberal favorecía

al Herodes, quienes debían a Roma el poder de que gozaban. Por consiguiente los enemigos

de Jesús le enviaron representantes de ambos partidos, fariseos y herodianos, a fin de que, si

conseguía evitar ofender a un partido tuviese necesariamente que disgustar al otro. Van a

Jesús con la seguridad lisonjera de que, como es tan veraz y valiente, no vacilará en expresar

sus verdaderas convicciones; le proponen entonces su hábil pregunta, "¿Es lícito dar tributo

a César, o no?" ¿Contestará Jesús, "Sí"? Se le acabará entonces el ser un ídolo del pueblo,

porque la gente detesta la odiosa opresión de Roma. ¿Responderá Jesús, "No"? Entonces sus

enemigos lo conducirán al gobernador romano y a la cruz, por traidor y rebelde. El dilema

parece completo; sin embargo, Jesús no sólo salva la trampa, sino que, en su respuesta,

proclama una ley para todos los tiempos, "Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo

que es de Dios".

Para aclarar el significado de sus palabras, Jesús pide antes una moneda romana, y pregunta

de quién es la imagen e inscripción que lleva. Ellos, desde luego, contestan, "De César".

Jesús hace, por tanto, hincapié en que si aceptan las monedas de César, deben pagar los

tributos a César. Es decir, si uno acepta la protección de un gobierno, entonces se está en la

obligación de sostener a ese gobierno. El cristianismo nunca debiera identificarse con

partidos políticos o con teorías sociales, pero los cristianos deben siempre estar en favor de

la lealtad, del orden y de la ley.

No está la vida toda, sin embargo, en dar "a César lo que es de César". Se debe también dar

"a Dios lo que es de Dios". Esta última fidelidad incluye la primera. Los enemigos de Jesús

sugerían un conflicto de deberes; él en cambio demostró que existía una armonía perfecta.

Insinuó, empero, que había peligro de olvidar a Dios, y nuestras obligaciones para con él de

confianza, servicio, adoración y amor. El fundamento verdadero de la ciudadanía es el

servicio a Dios, y no las teorías políticas o las fidelidades a un partido; nada de ello puede

tomarse como substitutivo de la lealtad a Dios. Los enemigos de Jesús recibieron respuesta

y reprensión, y sus seguidores dirección para todas las épocas.

¿Hay resurrección? (22: 23-33)

Ese mismo día los saduceos, que decían que no hay resurrección, se le acercaron y le plantearon un

problema: Maestro, Moisés nos enseñó que si un hombre muere sin tener hijos, el hermano de ese

hombre tiene que casarse con la viuda para que su hermano tenga descendencia. Pues bien , había entre

nosotros siete hermanos. El primero se casó y murió y, como no tuvo hijos, dejó la esposa a su

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hermano. Lo mismo les pasó al segundo y al tercer hermano, y así hasta llegar al séptimo. Por último,

murió la mujer. Ahora bien, en la resurrección, ¿de cuál de los siete será esposa esta mujer, ya que

todos estuvieron casados con ella? Jesús les contestó: Ustedes andan equivocados porque desconocen

las Escrituras y el poder de Dios. En la resurrección, las personas no se casarán ni serán dadas en

casamiento, sino que serán como los ángeles que están en el cielo. Pero en cuanto a la resurrección de

los muertos, ¿no han leído lo que Dios les dijo a ustedes: 'Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac

y el Dios de Jacob'? Él no es Dios de muertos, sino de vivos. Al oír esto, la gente quedó admirada de su

enseñanza.

Jesús derrotó a los fariseos y a los herodianos. Ahora lo atacan los saduceos, que constituían

el partido sacerdotal, el más poderoso entre los judíos. Dudaban de la inmortalidad del alma,

y no creían ni en ángeles ni en espíritus; equivalían a los modernos materialistas. Hay que

observar, sin embargo, que la pregunta con la que se llegan a Jesús no se refería a la

inmortalidad sino a la resurrección del cuerpo. Proponen el caso de una mujer, casada

sucesivamente con siete hermanos de cada uno de los cuales la muerte la había separado; y

preguntan, "En la resurrección, pues, ¿de cuál de los siete será ella mujer?" Esperan que

Jesús o bien niegue la creencia ortodoxa en cuanto a la resurrección o bien afirme algo que

contradiga la Ley de Moisés que autorizó los matrimonios sucesivos. La respuesta de Jesús

se puede aplicar a muchos escépticos modernos, "Erráis, ignorando las Escrituras y el poder

de Dios".

Esta doble ignorancia les hacía imaginar una contradicción que en realidad no existía. En

primer lugar, en cuanto al "poder de Dios": Dios puede dar una vida en la que la muerte no

exista, ni tampoco el nacimiento o el matrimonio, sino relaciones que sean más elevadas que

las más felices de la tierra. Una existencia así, con sus leyes más elevadas, armoniza' con los

hechos y leyes de nuestra vida presente. En segundo lugar, en cuanto a "las Escrituras";

según ellas, ¿qué ha prometido hacer Dios? Jesús responde a esta pregunta con una cita del

mismo sistema legal al que los saduceos se habían referido, "V o soy el Dios de Abraham, el

Dios de Isaac y el Dios de Jacob", y luego añade, "Dios no es Dios de muertos, sino de

vivos". Quiere ratificar el hecho de la continuación de la existencia después de la muerte;

pero no sólo esto, sino también demostrar la resurrección de los muertos. Esta última es la

cuestión discutida. La vida, en el sentido que nuestro Señor usó el término, indicaba la vida

normal, no la de un alma sin cuerpo, sino la de un alma inmortal revestida de un cuerpo

también inmortal. "Los vivos" son por consiguiente los resucitados. La esperanza confiada

en un estado futuro así se basa en nuestra relación con Dios. Si es verdaderamente nuestro

Dios, y nosotros somos su pueblo, el triunfo de la muerte no es real y permanente, sino que

concluirá con la gloria de una resurrección de los muertos. Muchas creencias de las que los

hombres se burlan porque parecen contradecir leyes científicas conocidas se explicarán

algún día con el descubrimiento de leyes más elevadas. A nosotros nos corresponde indagar

qué ha sido escrito, y luego creer en el poder que Dios tiene para realizarlo.

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¿Cuál es el mandamiento mayor? (22: 34-40)

Los fariseos se reunieron al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos. Uno de ellos , experto en la

ley, le tendió una trampa con esta pregunta: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la

ley? Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente' le respondió

Jesús. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: Ama

a tu prójimo como a ti mismo.' De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.

La tercera pregunta dirigida a nuestro Señor sintetiza un problema conocido que a los

escribas les gustaba discutir, a saber, cuál era el mandamiento más importante de todos. Su

código de moralidad era sumamente complejo, y consistía en una cantidad infinita de

exigencias y reglamentaciones minuciosas. La respuesta de Jesús sorprende por su

discernimiento y sencillez; afirma que los deberes todos del hombre, la suma toda de sus

obligaciones morales, la esencia de toda la ley divina, se resume y expresa en una sola

palabra, "amar". Este amor se debe practicar en dos direcciones, la primera hacia Dios, y la

segunda hacia los hombres. Los Diez Mandamientos y todas las exigencias divinas no son

sino expresiones de este principio supremo y único. "El primer mandamiento" por

consiguiente es amar a Dios; así se cumple "la primera tabla de la ley"; pero "la segunda" es

inseparable de la primera; comprende el resto de los mandamientos al exigir amor a los

hombres. Lo que debe haber sorprendido a los oyentes fue el hecho de que "estos dos

mandamientos" fueron citados can palabras del Antiguo Testamento, y el primero era tan

conocido que todos los judíos lo repetían dos veces al día. Así de sencillo e indiscutible es el

principio del amor, con el cual se pueden resolver todos los problemas morales, y Se pueden

cumplir todas las obligaciones morales.

La pregunta de Jesús (22: 41-46)

Mientras estaban reunidos los fariseos, Jesús les preguntó: ¿Qué piensan ustedes acerca del Cristo?

¿De quién es hijo? De David le respondieron ellos. Entonces, ¿cómo es que David, hablando por el

Espíritu, lo llama 'Señor'? Él afirma: ""'Dijo el Señor a mi Señor: „Siéntate a mi derecha, hasta que

ponga a tus enemigos debajo de tus pies.' "' Si David lo llama 'Señor' , ¿cómo puede entonces ser su

hijo? Nadie pudo responderle ni una sola palabra, y desde ese día ninguno se atrevía a hacerle más

preguntas.

Tres preguntas han sido hechas para atrapar a Jesús y para desacreditarlo ante el pueblo;

sus respuestas no sólo chasquean a sus enemigos sino que proclaman principios universales

para dirección de sus seguidores. El primero se refiere a las obligaciones político cívicas, el

segundo a las leyes físico naturales, y el tercero en el campo de la ética y de la moral. Ahora

Jesús hace una contra pregunta; sintetiza en ella el problema supremo en la esfera filosófico

religiosa. La pregunta se refiere a la persona de Cristo; ¿hay que considerarlo como hombre,

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como Dios, o como hombre y Dios al mismo tiempo? ¿Dónde hay que colocar a Jesús en la

escala de los seres? O bien, tal como Jesús formuló el problema, ¿cómo pudo David hablar

del Mesías venidero llamándolo tanto Hijo suyo como Señor suyo? No había sino una

respuesta: Cristo es tanto humano como divino, es el Hijo de David y también el Hijo de

Dios. La encarnación es la única solución de nuestras dificultades más graves en la esfera de

la creencia religiosa. Jesús ha derrotado por completo a sus enemigos y los ha reducido al

silencio; y rubrica la larga controversia con esta expresión de su suprema pretensión de ser

el Cristo de quien David ha profetizado, el Mesías, el Rey.

Advertencia contra los Fariseos (23:1 – 12)

Jesús volvió a hablarles en parábolas, y les dijo: “El reino de los cielos es como un rey que preparó un

banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus siervos que llamaran a los invitados , pero éstos se

negaron a asistir al banquete. Luego mandó a otros siervos y les ordenó : „Digan a los invitados que

ya he preparado mi comida: Ya han matado mis bueyes y mis reses cebadas, y todo está listo. Vengan

al banquete de bodas.' Pero ellos no hicieron caso y se fueron: uno a su campo, otro a su negocio. Los

demás agarraron a los siervos, los maltrataron y los mataron. El rey se enfureció. Mandó su

ejército a destruir a los asesinos y a incendiar su ciudad. Luego dijo a sus siervos : Él banquete de

bodas está preparado, pero los que invité no merecían venir. Vayan al cruce de los caminos e inviten

al banquete a todos los que encuentren.' Así que los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos

los que pudieron encontrar, buenos y malos, y se llenó de invitados el salón de bodas. "Cuando el rey

entró a ver a los invitados, notó que allí había un hombre que no estaba vestido con el traje de boda.

Amigo, ¿cómo entraste aquí sin el traje de boda?', le dijo. El hombre se quedó callado.

En ningún otro Evangelio se hace resaltar más el pecado de rechazar a Jesús; en ningún otro

se subraya más la cruel oposición de sus enemigos; y en consecuencia, ningún otro escritor

menciona condenaciones más graves que Jesús haya pronunciado contra los hostiles

dirigentes. Estas reprensiones alcanzan su punto culminante en este capítulo. Jesús ha

vencido a sus opositores en controversias: y ahora, en forma pública, pone sobre aviso a sus

seguidores en contra de ellos y luego lanza sobre ellos una serie de siete "ayes" solemnes. La

esencia de su increpación está sintetizada en el repetido término de amargo reproche,

"hipócritas". Es la hipocresía de los fariseos lo que Jesús condena con tanta severidad.

Siempre se ha hecho notar que las acusaciones más graves de nuestro Señor fueron dirigidas

contra los hombres cuya forma externa de vivir era respetable y cuyas manifestaciones de

religiosidad eran las más elocuentes. Debemos, empero, guardamos de sacar la conclusión

de que el vicio manifiesto y el pecado flagrante son mejores que la moralidad egoísta y

orgullosa. Debemos estar advertidos, sin embargo, de que los privilegios religiosos y las

posiciones elevadas conllevan responsabilidades más amplias, y de que la inmoralidad y el

pecado son especialmente repulsivos cuando van acompañados de pretensiones orgullosas

de liderazgo espiritual y del cumplimiento ostentoso de ritos religiosos.

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La hipocresía de los fariseos se afirma en las primeras palabras de advertencia que Jesús

dirige a sus seguidores. Tiene cuidado, sin embargo, en distinguir entre el cargo de esos

maestros religiosos falsos y su modo de actuar. Reconoce que se les debe oír, en tanto que

sostenedor de la Ley Mosaico. De ellos se decía que "en la cátedra de Moisés se sientan"; o

sea, actuaban en su lugar y proclamaban sus leyes como maestros de la voluntad revelada de

Dios. En cuanto eran fieles a ese cargo sagrado debían ser obedecidos. Lo que había que

evitar, sin embargo, era obrar como ellos lo hacían, en especial el no cumplir lo que ellos

mismos mandaban. Además de culpables de faltas morales, también se les debía condenar

por añadir a las exigencias de la ley reglamentaciones minuciosas y numerosísimas, la

mayor parte de las cuales las habían recibido por tradición, y que todas juntas constituían

una serie agobiante y confusa de observancias rituales, que ligaban la conducta de los

hombres a todas las horas y en todos los actos de la vida, de tal modo que eran una

verdadera carga intolerable que los fariseos no procuraban aliviar, Esos maestros,

insinceros y sin compasión, no merecían confianza ni se les debía seguir, y mucho menos

imitar.

Jesús también precave en contra de su ostentación. "Hacen sus obras para ser vistos por los

hombres". Jesús da dos ejemplos de su ritualismo pretensioso. Uno es que "ensanchan sus

filacterias"; se refiere a los estuches de cuero que los judíos se ataban a los brazos y a la

frente, y en los cuales llevaban ciertos extractos escritos de la ley. También "extienden los

flecos de sus mantos", haciendo ostentación de su observancia cuidadosa de las exigencias

más mínimas de la ley ceremonial. Jesús también advierte en contra de su orgullo y de su

amor por las alabanzas, ya que deseaban los primeros puestos en las cenas y en las sinagogas

y se deleitaban en que la gente los reconociese y los considerase líderes religiosos.

Al precaver a sus seguidores en contra de estos fariseos, nuestro Señor subraya en especial

el último punto. Su advertencia es aplicable a nuestra época. Cuando, sin embargo, insiste en

que ningún hombre debe ser llamado "Maestro" o "Padre" o "Rabí", los términos no se

deben interpretar en una forma demasiado literal. Estas mismas palabras podrían emplearse

como títulos de respeto o para indicar deberes concretos y puestos de responsabilidad y

confianza; pero la advertencia que se necesita hoy en día es la que va implicada en la

prohibición que nuestro Señor da en este caso. Siempre ha habido peligro en la iglesia de

amar una posición o de desear reconocimientos especiales o ser considerado como superior a

los otros seguidores de Cristo. Nuestro Señor los recuerda nuestra igualdad en cuanto

creyentes y que en el sentido más verdadero sólo él es el Maestro; sólo él merece ser

considerado con reverencia; sólo él es el Maestro y el Señor. En contraste con el espíritu del

fariseo, el seguidor de Cristo ha de ser humilde, el mayor de entre ellos ha de tomar el

puesto del servidor, la humildad es el verdadero camino que conduce a la exaltación.

Ayes contra los fariseos (23: 13-39)

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"¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Les cierran a los demás el reino de los cielos,

y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo. "¡Ay de ustedes, maestros de la ley y

fariseos, hipócritas! Recorren tierra y mar para ganar un solo adepto, y cuando lo han logrado lo

hacen dos veces más merecedor del infierno que ustedes. "¡Ay de ustedes, guías ciegos!, que dicen: „Si

alguien jura por el templo, no significa nada; pero si jura por el oro del templo, queda obligado por su

juramento.' ¡Ciegos insensatos! ¿Qué es más importante : el oro, o el templo que hace sagrado al oro?

También dicen ustedes: „Si alguien jura por el altar, no significa nada; pero si jura por la ofrenda que

está sobre él, queda obligado por su juramento.' ¡Ciegos! ¿Qué es más importante : la ofrenda, o el

altar que hace sagrada la ofrenda? Por tanto, el que jura por el altar, jura no sólo por el altar sino

por todo lo que está sobre él. El que jura por el templo, jura no sólo por el templo sino por quien habita

en él. Y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que lo ocupa. "¡Ay de ustedes,

maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Dan la décima parte de sus especias: la menta, el anís y el

comino. Pero han descuidado los asuntos más importantes de la ley, tales como la justicia, la

misericordia y la fidelidad. Debían haber practicado esto sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos!

Cuelan el mosquito pero se tragan el camello. "¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!

Limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y de desenfreno.

¡Fariseo ciego! Limpia primero por dentro el vaso y el plato, y así quedará limpio también por fuera.

"¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por

fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así

también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de

maldad. "¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas! Construyen sepulcros para los

profetas y adornan los monumentos de los justos. Y dicen : „Si hubiéramos vivido nosotros en los días

de nuestros antepasados, no habríamos sido cómplices de ellos para derramar la sangre de los

profetas.' Pero así quedan implicados ustedes al declararse descendientes de los que asesinaron a los

profetas. ¡Completen de una vez por todas lo que sus antepasados comenzaron! "¡Serpientes!

¡Camada de víboras! ¿Cómo escaparán ustedes de la condenación del infierno? Por eso yo les voy a

enviar profetas, sabios y maestros. A algunos de ellos ustedes los matarán y crucificarán; a otros los

azotarán en sus sinagogas y los perseguirán de pueblo en pueblo. Así recaerá sobre ustedes la culpa de

toda la sangre justa que ha sido derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la de

Zacarías, hijo de Barquías, a quien ustedes asesinaron entre el santuario y el altar de los sacrificios.

Les aseguro que todo esto vendrá sobre esta generación. "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los

profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos , como reúne la

gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste! Pues bien, la casa de ustedes va a quedar

abandonada. Y les advierto que ya no volverán a verme hasta que digan : „¡Bendito el que viene en el

nombre del Señor!'"

Nunca salieron de los labios de Jesús acusaciones más terribles que las que se mencionan en

este capítulo. Se puede imaginar cuánto se deben haber acobardado sus enemigos ante estas

palabras llenas del fuego de justa indignación. No hay en ellas, sin embargo, indicio alguno

de mala intención ni de pérdida del autodominio. Esta escena es el complemento necesario

del cuadro más familiar de la mansedumbre y dulzura de Jesús. Ni por un momento hay que

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pensar que se haya mostrado tolerante y débil con el pecado. Era lo suficientemente grande

para poder enojarse con el pecado. Era lo bastante valiente para atacar el doblez y

corrupción existente en los puestos elevados y entre los dirigentes de la nación. Existe en

verdad 'la ira del Cordero", Pero incluso en estos juicios tan severos se insinúan la

compasión y la pena, y los "ayes" que Jesús pronuncia posiblemente se pueden interpretar

como "pobres de vosotros".

Sin embargo estas frases tan solemnes son de interés no sólo por la luz que arrojan sobre la

índole de Cristo, ni porque sean las últimas palabras del ministerio público de Jesús que

comenzó con las Bienaventuranzas y ahora concluye con una reprensión; sino porque

suministran a todas las edades una advertencia necesaria en contra de la simulación y la

irrealidad religiosas, en contra de toda tiranía eclesiástica y de todo fanatismo proselitista

orgulloso, en contra de toda falsedad y fingimiento.

1. El primero de estos "ayes" se dirige contra los líderes religiosos que estaban

volviendo irreligiosos a los hombres. El cuadro que se presenta es el de una gran

masa que se dirige hacia las puertas abiertas del Reino, guiada por los escribas y los

fariseos; pero éstos no quieren entrar y obstruyen el paso y se esfuerzan en cerrar las

puertas. Los enemigos de Cristo tratan en verdad así a sus seguidores al negarse a

recibir a Juan el Bautista y al rechazar a Jesús, ya que ambos venían predicando

arrepentimiento a fin de que los hombres pudiesen estar dispuestos para entrar en el

Reino. Hoy día hay quienes se profesan cristianos, que incluso predican el Evangelio,

y que, sin embargo, no viven en una forma' consecuente, que son tan faltos de

caridad en sus juicios, tan estrechos en sus prejuicios, tan crueles en sus enemistades,

que apartan a los demás de Cristo y de su iglesia.

2. El segundo de estos "ayes" censura el espíritu partidista fanático que se disfraza de

celo religioso. Los fariseos no escatimaban esfuerzos para conseguir prosélitos no

sólo para el judaísmo, sino para su propia Secta, y se mostraban tan severos y

egoístas que aquellos a los que habían ganado se hacían más dignos de condenación

de lo que lo eran antes. Muchos hay hoy día que acosan con un cierto tipo de

propaganda religiosa y se ganan adhesiones para la propia facción estrecha y con ello

se imaginan que están sirviendo a Dios, cuando en realidad su fanatismo y orgullo

espiritual infectan, corrompen y envilecen a aquellos cuyo apoyo se ha conseguido.

3. El tercero de los "ay es" acusa a los fariseos de ceguera espiritual, de lamentable

estupidez moral. Presenta lo absurdo de la casuística que distingue entre los

juramentos que obligan y los que no, debido a una ligera diferencia de forma; como si

uno pudiera quebrantar una promesa a la cual se había obligado con juramento y

tuviese que cumplirla sí el juramento fuese otro, aunque menos solemne. Esta culpa

implica la perversión de conciencia que tanto abunda hoy día, según la cual se cree

que lo que es malo de verdad puede no serio según las circunstancias, que 10 que es

pecado está justificado bajo ciertas condiciones, y que las leyes de Dios dependen de

los accidentes y detalles de tiempo y lugar.

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4. Los tres primeros "ayes" se refieren a las enseñanzas falsas, los tres últimos a las

malas acciones; el cuarto censura una falta tanto de enseñanza como de práctica.

Advierte en contra de la pérdida de perspectiva moral. Los fariseos eran en ciertos

detalles más escrupulosos que lo que la ley exigía; los diezmos" se imponían a todos

los que cosechaban grano o fruta, pero los fariseos lo imponían también sobre

pequeñas plantas de huerto como la menta y el comino. Jesús no les reprocha su celo

excesivo. El ser muy escrupuloso no es malo en sí, pero cuando se acompaña de

indiferencia hacia los principios morales básicos, en ese caso es monstruoso y

constituye el símbolo más evidente de insinceridad e hipocresía.

5. El quinto "ay" es una advertencia en contra de la pureza meramente externa. Es

necio limpiar lo exterior del vaso y el plato, y así insistir en que están ritualmente

limpios, cuando el contenido de esas vasijas ha estado contaminado con la

deshonestidad, la crueldad y el mal. Cierto que es bueno conducirse

convenientemente y mantener una buena reputación ante los hombres, pero es

mucho más necesario conservar el corazón limpio y la pureza de pensamiento,

motivos y deseos.

6. El sexto "¿ay" fue una severa reprensión a todos los que tienen sólo una apariencia

externa de moralidad, pero cuyas vidas íntimas son impuras y llenas de suciedad.

Esta era la culpa característica de los fariseos, quienes externamente se presentaban

como justos a todos los hombres, pero que eran como los sepulcros que estaban

pintados de blanco para que se los pudiese ver con claridad y así se pudiese evitar la

impureza que el contacto con los mismos podía causar. Jesús varía en cierto modo la

imagen e insinúa el peligro que los fariseos constituían para todos los que se les

acercaban, ya que, en vez de estar prevenidos en contra de su impureza, estaban

engañados, y por consiguiente corrían mucho mayor peligro a causa de su

apariencia, exterior de santidad y pureza ritual.

7. El último "ay" censura a aquellos que se engañan a sí mismos, o que falsamente

dicen de sí mismos que sobrepasan en justicia a sus antepasados. Edifican los

sepulcros de los profetas que murieron, precisamente cuando están tramando la

muerte de un profeta que vive en medio de ellos. Se declaran superiores a los

antiguos asesinos, con lo cual demuestran que son de la misma índole moral, del

mismo modo que son hijos suyos por descendencia física. Es siempre fácil sentirse

superiores a otros sólo porque nuestras faltas son de otra clase y porque cometemos

los pecados bajo condiciones diferentes.

8. Nuestro Señor agrega a estos siete "ayes" una firme palabra de juicio. Insiste en que,

de los crímenes de los padres los hijos han participado, y que, debido a sus pecados

Dios llegará a ellos con el castigo. Los dirigentes a los que Jesús denuncia serán

responsables de las culpas del pueblo al cual guían y representan. No pueden escapar

de la sentencia de condenación que recae sobre ellos. Jesús recapitula la culpa de las

generaciones pasadas tal como consta en la Escritura, desde su primer libro hasta el

último, es decir, desde la muerte de Abel mencionada en Génesis, hasta la de

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Zacarías mencionada en las Crónicas; y afirma que el juicio se está acercando, que

estaba a punto de llegar en esa misma generación.

9. Con esta perdición ante sus ojos pronuncia Jesús su lamento sin igual sobre la ciudad

a la que tanto amaba. Su corazón parece quebrarse al recordar por cuánto tiempo

Dios ha tratado en vano de conseguir el arrepentimiento de su pueblo y cómo él

mismo los ha invitado a que lo recibieran a él y a su salvación. Es el lamento patético

del amor repudiado. Es la predicción del castigo y destrucción ya próximos de la

ciudad santa. Sin embargo la última palabra contiene una nota de esperanza: Jesús

está a punto de concluir su ministerio público, prevé con toda claridad el rechazo del

que le harán objeto y la desolación subsiguiente de Jerusalén; pero mira más allá,

hacia un tiempo en el que regresará glorioso, en el que su pueblo mirará en

penitencia a aquel a quien ellos "traspasaron", en el que exclamarán, "Bendito el que

viene en el nombre del Señor". La esperanza de Israel y del mundo se centra en la

venida del Rey.

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CAPITULO 11: LAS PROFECÍAS DEL RETORNO DEL REY (24 –

25)

La edad presente (24:1- 14)

Jesús salió del templo y, mientras caminaba, se le acercaron sus discípulos y le mostraron los

edificios del templo. Pero él les dijo: ¿Ven todo esto? Les aseguro que no quedará piedra

sobre piedra, pues todo será derribado. Más tarde estaba Jesús sentado en el monte de los

Olivos, cuando llegaron los discípulos y le preguntaron en privado: ¿Cuándo sucederá eso, y cuál

será la señal de tu venida y del fin del mundo? Tengan cuidado de que nadie los engañe les

advirtió Jesús. Vendrán muchos que, usando mi nombre, dirán: 'Yo soy el Cristo', y engañarán a

muchos. Ustedes oirán de guerras y de rumores de guerras, pero procuren no alarmarse. Es

necesario que eso suceda, pero no será todavía el fin. Se levantará nación contra nación, y reino

contra reino. Habrá hambres y terremotos por todas partes. Todo esto será apenas el comienzo

de los dolores. "Entonces los entregarán a ustedes para que los persigan y los maten , y los

odiarán todas las naciones por causa de mi nombre. En aquel tiempo muchos se apartarán de la

fe; unos a otros se traicionarán y se odiarán; y surgirá un gran número de falsos profetas que

engañarán a muchos. Habrá tanta maldad que el amor de muchos se enfriará , pero el que se

mantenga firme hasta el fin será salvo Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo

como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin.

Jesús vio claramente y predijo su muerte y resurrección, pero con igual precisión predijo su

retorno glorioso al fin de la era presente. Al describir su retorno empleó un término que es

en verdad regio: la palabra que se ha traducido por "venida" que se empleaba a menudo para

hablar de la visita de un emperador. Entre los cristianos llegó a ser el término aceptado para

describir la venida del Rey. Esta venida en un sentido debía ser un retorno', una reaparición;

desde otro punto de vista, iba a ser la verdadera venida de Cristo; entonces iba a aparecer

por primera vez como el Mesías en toda su realidad. Este retorno de Cristo, personal, visible

y glorioso, ha sido a lo largo de los siglos la esperanza estimulante de sus seguidores.

Traerá a la tierra las glorias de su Reino ya perfecto.

En cuanto a los detalles y a los acontecimientos que acompañarán a este retorno, ha habido

creencias muy divergentes entre los cristianos. No sorprende que sea así. En primer lugar,

se debe recordar que el discurso de Jesús sólo se reproduce en parte; es necesario comparar

los relatos de Marcos y de Lucas, e incluso entonces parar mientes en que no poseemos sino

una parte de la profecía total.

Luego, debe observarse que Jesús utiliza fantasía oriental y emplea a veces metáforas que

deben interpretarse con precaución y reserva.

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En tercer lugar, está claro que nuestro Señor describe no un suceso, sino dos; profetiza la

destrucción literal de la ciudad santa a manos de los ejércitos de Roma, pero emplea los

colores de' esta trágica escena para pintar el cuadro de su propia venida gloriosa. Estas dos

series de predicciones están tan entrelazadas que a veces es sumamente difícil estar seguro

de si una determinada referencia se aplica al más próximo o al más remoto de estos grandes

acontecimientos. Es, por consiguiente, evidente que al estudiar estos capítulos se debe

excluir todo dogmatismo y todo auto seguridad carente de caridad. Se debe andar precavido

en contra del fanatismo v también en contra de la indiferencia e incredulidad. .

Dieron pie al discurso las preguntas que los discípulos dirigieron a Jesús en cuanto al

tiempo en que ocurrirían los dos sucesos de los que había hablado antes. Este día, al

retirarse por última vez del Templo y de la ciudad santa, los discípulos le llaman la atención

en cuanto al esplendor de los edificios del templo. Consciente de su rechazo y de la

inminente destrucción de la ciudad, Jesús responde con tristeza, "No quedará aquí piedra

sobre piedra, que no sea derribada". Un poco más tarde, mientras Jesús se detiene para

descansar en la ladera occidental del Monte de los Olivos, los discípulos se le acercan con

preguntas relativas al tiempo en que esta predicción Se cumpliría, y también a las señales

que precederían a su venida y al fin del siglo, cuando su retorno acaecería. Jesús les afirma,

ante todo, que estos sucesos no ocurrirán en un futuro inmediato. Los discípulos deben estar

vigilantes y a la expectativa, pero ha de pasar mucho tiempo antes de que estos grandes

acontecimientos acaezcan. Esto era verdad en el caso de la destrucción de Jerusalén, y

mucho más lo era en cuanto a la venida del Rey. Por tanto, Jesús les esboza la s

características de la era presente hasta que llegue a su fin. Y describe las experiencias por las

que sus seguidores pasarán, y define cuál es su misión suprema e ininterrumpida. Según su

descripción, la edad presente tendrá como característica la aparición de muchos impostores

que pedirán lealtad y se presentarán diciendo que son el Cristo, el verdadero Salvador y

Rey. También habrá guerras y rumores de guerras, y además de estas agitaciones políticas,

Habrá hambre y terremotos. Sin embargo estas tribulaciones deberán considerarse como

características de la edad presente y no como señales de la proximidad del fin. Los

seguidores de Cristo serán odiados y perseguidos por su nombre en todas partes; muchos

demostrarán que eran farsantes y traidores y odiarán a los demás cristianos; muchos

perderán su amor por Cristo; pero los que permanezcan fieles estarán seguros de su

liberación final. A pesar de todas estas tribulaciones y dificultades la obra de sus seguidores

debe apresurarse. Su misión está bien clara. Hasta que se haya completado el Rey no

regresará. "y será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a

todas las naciones; y entonces vendrá el fin". Por diferentes que sean las opiniones

existentes entre los siervos del Rey en cuanto a los detalles de su retorno, todos deberían

caminar unidos en el cumplimiento de su común tarea, alentados por la misma bendita

esperanza.

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La gran tribulación (24: 15-28)

"Así que cuando vean en el lugar santo 'la terrible abominación', de la que habló el profeta Daniel (el

que lee, que lo entienda), los que estén en Judea huyan a las montañas. El que esté en la azotea no baje

a llevarse nada de su casa. Y el que esté en el campo no regrese para buscar su capa. ¡Qué terrible

será en aquellos días para las que estén embarazadas o amamantando! Oren para que su huida no

suceda en invierno ni en sábado. Porque habrá una gran tribulación, como no la ha habido desde el

principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. Si no se acortaran esos días, nadie sobreviviría,

pero por causa de los elegidos se acortarán. Entonces, si alguien les dice a ustedes: '¡Miren, aquí está

el Cristo!' o '¡Allí está!', no lo crean. Porque surgirán falsos Cristos y falsos profetas que harán

grandes señales y milagros para engañar, de ser posible, aun a los elegidos. Fíjense que se lo he dicho

a ustedes de antemano. "Por eso, si les dicen: '¡Miren que está en el desierto!' , no salgan; o: '¡Miren

que está en la casa!', no lo crean. Porque así como el relámpago que sale del oriente se ve hasta en el

occidente, así será la venida del Hijo del hombre. Donde esté el cadáver, allí se reunirán los buitres.

Antes de que Cristo reaparezca, la oposición a sus seguidores, sus sufrimientos y angustias

llegarán a su punto culminante en una "gran tribulación" que precederá de inmediato la

aparición del Rey. Este acontecimiento está pintado con tanta viveza, con colores tomados

de la destrucción de Jerusalén a manos de los romanos, que es difícil distinguir entre las

referencias a los dos sucesos. La señal que precede de inmediato al comienzo de la gran

tribulación se describe como "la abominación desoladora". En el caso de la destrucción de

Jerusalén, muchos suponen que fueron los estandartes reales o los ejércitos romanos. Pero

en el caso de la tribulación al fin de los siglos, se suele entender que se refiere a la aparición

del "anticristo", el "hombre de pecado", al que los otros escritores del Nuevo Testamento se

refieren. Bajo su dominio y tiranía habrá "la gran tribulación, cual no la ha habido desde el

principio del mundo hasta ahora, ni la habrá".

De no ser por la intervención divina que ha sido decidida, parecería como si nadie fuese a

sobrevivir a este reino de salvajismo y horror. Al tratar los hombres de huir y de conseguir

la liberación muchos falsos cristos y falsos profetas los engañarán fácilmente, de tal modo

que con sus señales y maravillas desviarán a los mismos seguidores de Cristo. Los

servidores del Rey, sin embargo, no deberían engañarse. No deben buscar un libertador

humano que se encontraría en el desierto o en algún lugar secreto de la ciudad. Su

Libertador vendrá de los cielos; su venida será "como el relámpago que sale del oriente y se

muestra hasta el occidente".

Traerá consigo juicio sobre sus enemigos y destrucción para todos los moralmente

corrompidos y para los servidores del mal, porque "dondequiera que estuviere el cuerpo

muerto, allí se juntarán las águilas".

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La venida de Cristo Cap. 24: 29-31

"Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días , “él sol se oscurecerá y la luna no dará su

luz; las estrellas caerán del cielo y los cuerpos celestes serán sacudidos'. "La señal del Hijo del hombre

aparecerá en el cielo, y se angustiarán todas las razas de la tierra. Verán al Hijo del hombre venir

sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria. Y al sonido de la gran trompeta mandará a sus

ángeles, y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos, de un extremo al otro del cielo.

La gran tribulación al final de los tiempos concluirá con la gloriosa aparición del Rey. Su

regreso, sin embargo, se verá inmediatamente precedido de ciertas señales precisas, tan

sorprendentes y aterrorizantes que no dejan duda en cuanto a la certeza del suceso que

seguirá. Se describen, sin embargo, con imágenes que son tan misteriosas como

impresionantes, "El sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán

del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovida". Luego acontece el suceso hacia el

cual todas las edades caminan, que el mundo fatigado ha esperado, con el cual se verá

coronada la obra de la iglesia y sus esperanzas colmadas, a saber, la aparición gloriosa y

personal del Señor, crucificado, resucitado y ascendido, "Entonces aparecerá la señal del

Hijo del hombre en el cielo". De nada sirve hacer conjeturas sobre si esta "señal" es distinta

del suceso en sí, y de ser así, cuál podría ser. El suceso se enuncia en forma magnífica: será

una aparición del Hijo del hombre "viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran

gloria". Para sus enemigos es un tiempo de miedo y terror; "lamentarán todas' las tribus de

la tierra"; para sus seguidores será un 'tiempo de liberación y triunfo; "enviará sus ángeles

con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un

extremo del cielo hasta el otro". Este es el tiempo en que los servidores fieles, perseguidos y

sufridos, se regocijarán ante la presencia visible de su Señor, en el triunfo y en el reinado del

Rey.

Exhortación a la vigilancia (24: 32-51)

"Aprendan de la higuera esta lección: Tan pronto como se ponen tiernas sus ramas y brotan sus hojas,

ustedes saben que el verano está cerca. Igualmente, cuando vean todas estas cosas, sepan que el tiempo

está cerca, a las puertas. Les aseguro que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas

sucedan. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán. "Pero en cuanto al día y la

hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. La venida del

Hijo del hombre será como en tiempos de Noé. Porque en los días antes del diluvio comían, bebían

y se casaban y daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca; y no supieron nada de

lo que sucedería hasta que llegó el diluvio y se los llevó a todos. Así será en la venida del Hijo del

hombre. Estarán dos hombres en el campo: uno será llevado y el otro será dejado. Dos mujeres

estarán moliendo: una será llevada y la otra será dejada. "Por lo tanto , manténganse despiertos,

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porque no saben qué día vendrá su Señor. Pero entiendan esto: Si un dueño de casa supiera a qué

hora de la noche va a llegar el ladrón, se mantendría despierto para no dejarlo forzar la entrada.

Por eso también ustedes deben estar preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo

esperen. "¿Quién es el siervo fiel y prudente a quien su señor ha dejado encargado de los sirvientes

para darles la comida a su debido tiempo? Dichoso el siervo cuando su señor, al regresar, lo

encuentra cumpliendo con su deber. Les aseguro que lo pondrá a cargo de todos sus bienes. Pero qué

tal si ese siervo malo se pone a pensar: 'Mi señor se está demorando' , y luego comienza a golpear a sus

compañeros, y a comer y beber con los borrachos. El día en que el siervo menos lo espere y a la hora

menos pensada el señor volverá. Lo castigará severamente y le impondrá la condena que reciben los

hipócritas. Y habrá llanto y rechinar de dientes.

Teniendo presente este gran acontecimiento Jesús incita a sus seguidores él, que sean

vigilantes. Su venida se acaba de referir les advertirán de su llegada con tanta claridad como

el florecer de los árboles en la primavera indica la proximidad de la misma. Además, la

generación que entonces vivía iba a ser testigo de la destrucción de Jerusalén, la cual era en

sí misma tipo y señal del acontecimiento mayor que vendría en un futuro más distante. Por

larga que fuese la demora, no les debe ser algo inesperado; las señales a las que las

predicciones se cumplirían infaliblemente; Jesús afirmaron que sus palabras "no pasarán".

El tiempo exacto de su retorno, sin embargo, nadie lo conocía; él mismo, que se hizo hombre

y se humilló a sí mismo, voluntariamente lo ignoraba; sólo el Padre lo sabía. Ocurriría

empero, en un tiempo en que el mundo todo iba a vivir con indiferencia y descuido. Al igual

que en los días de Noé estuvieron tan absortos en sus ocupaciones materiales habituales que

no se dieron cuenta del Diluvio más que cuando comenzó; así también al fin de los tiempos,

los hombres vivirán con indiferencia y descuido hasta que el Rey vuelva. Por fin ocurrirá el

suceso en forma del todo inesperada; los compañeros de trabajo serán separados el uno del

otro tanto en sus labores como en la misma casa; uno será llevado al encuentro del Rey, y el

otro será dejado a la condenación inminente.

En vista de tal suceso nuestro Señor recomienda con ahínco la vigilancia, como la que tiene

uno que está alerta porque sabe que el ladrón ha de llegar; más aún, como el servidor que

desea que, cuando su señor regrese, lo encuentre cumpliendo con fidelidad su tarea. Así

Jesús incita a sus seguidores a que se conduzcan como conviene a quienes esperan la vuelta

de su Señor. Esta parábola de los siervos infieles parece referirse en modo especial a aquellos

seguidores suyos a quienes les han sido encomendadas posiciones de mucha confianza y

autoridad. Es una de tres parábolas en relación con la profecía de la venida del Rey.

Probablemente -la dijo refiriéndola directamente a sus discípulos. Debían guardarse del

descuido, la indiferencia, de la autolenidad, de la autoconfianza. No debían abusar de su

autoridad ni privilegios. La infidelidad sería castigada severamente, mientras que los

servidores fieles y prudentes serían recompensados al regreso de su Señor. Esta venida suya

debía ser el motivo de la fidelidad y de un servicio leal.

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Parábola de las diez vírgenes (25: 1-13)

Jesús salió del templo y, mientras caminaba, se le acercaron sus discípulos y le mostraron los edificios

del templo. Pero él les dijo: ¿Ven todo esto? Les aseguro que no quedará piedra sobre piedra, pues

todo será derribado. Más tarde estaba Jesús sentado en el monte de los Olivos, cuando llegaron los

discípulos y le preguntaron en privado: ¿Cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del

fin del mundo? Tengan cuidado de que nadie los engañe les advirtió Jesús. Vendrán muchos que,

usando mi nombre, dirán: 'Yo soy el Cristo', y engañarán a muchos. Ustedes oirán de guerras y de

rumores de guerras, pero procuren no alarmarse. Es necesario que eso suceda, pero no será todavía el

fin. Se levantará nación contra nación, y reino contra reino. Habrá hambres y terremotos por todas

partes. Todo esto será apenas el comienzo de los dolores. "Entonces los entregarán a ustedes para

que los persigan y los maten, y los odiarán todas las naciones por causa de mi nombre. En aquel

tiempo muchos se apartarán de la fe; unos a otros se traicionarán y se odiarán; y surgirá un gran

número de falsos profetas que engañarán a muchos. Habrá tanta maldad que el amor de muchos se

enfriará, pero el que se mantenga firme hasta el fin será salvo.

El significado de esta parábola tan hermosa y patética no es difícil de descubrir. Jesús enseña

a sus seguidores que estén preparados para su regreso. Su venida ha de ser para ellos un

tiempo de gozo supremo. Por esto la compara en este caso con una fiesta matrimonial. Para

algunos, empero, será un tiempo de desilusión, juicio y desesperación.

Jesús Se presenta a sí mismo como el esposo celestial. Sus seguidores están representados en

las diez vírgenes, algunas de las cuales son insensatas y otras prudentes. No se hace

mención de la esposa, porque uno de los propósitos de la parábola es mostrar que la iglesia

se divide en dos clases de adherentes. Hay los seguidores verdaderos del Rey y los falsos.

Tanto las vírgenes insensatas como las prudentes se consideran a sí mismas como amigas

del esposo, pero sólo las prudentes estaban preparadas para entrar con él a la fiesta de bodas,

porque según costumbre oriental sólo los que llevaban luces y formaban parte del cortejo

nupcial eran admitidos a la fiesta. Todas las vírgenes llevaban lámparas, pero sólo las

prudentes "tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas". Entre los

seguidores de Cristo el declararse tales no basta. La preparación para la venida de Cristo

exige gracia interior, y un influjo tal del Espíritu Santo que se manifieste en una vida que dé

luz en un mundo en tinieblas.

"Y tardándose el esposo" todas ellas se durmieron. Esta tardanza del esposo concuerda con

la enseñanza incesante de Jesús relativa a su retorno. Su venida no iba a ser inmediata; antes

debían transcurrir largos años. Iba a ser repentina, sin embargo. Cuando por fin llegase el

tiempo, sería inesperada. El hecho de que las vírgenes se durmiesen no sugiere falta alguna.

Más bien se menciona a fin de subrayar lo repentino del retorno de Cristo. Estaban

dormidas todas, las insensatas y las prudentes, pero de repente "a la medianoche' se oyó un

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clamor: Aquí viene el esposo; salid a recibirle. Entonces se manifiesta la verdadera diferencia

entre las insensatas y las prudentes; aquéllas no tienen aceite para las lámparas. No están

preparadas para ocupar sus puestos en el cortejo gozoso y así entrar con el esposo a la fiesta.

La negativa de las prudentes a compartir el aceite que tenían con las insensatas no indica

egoísmo, sino que es una afirmación de una verdad muy seria, a saber, que la vida moral y las

gracias espirituales no se pueden dividir ni compartir cuando llega el tiempo de prueba o de

necesidad. Cuando el Esposo ya esté cerca, será demasiado tarde para prepararse para su

venida y será superfluo pedir ayuda a los amigos y compañeros. Así es también la solemne

enseñanza de la exclusión de las vírgenes insensatas de la cena matrimonial. El que la puerta

se cierre y el que griten, "¡Señor, señor, ábrenos!" no describe algo que pertenezca al

presente.

Jesús ahora está deseando recibir a todos los que a él acudan; pero a su regreso, una vez

admitidos a su Reino los que le hayan sido fieles y hayan estado preparados para su vuelta,

será demasiado tarde para que pidan misericordia y entrada en el Reino de los cielos los que

fueron tan necios que desperdiciaron el tiempo de gracia, y tan descuidados que no se

aprovisionaron para su vida espiritual. En este punto del episodio se manifiesta todo el

drama. El Esposo pronuncia unas palabras trágicas, "De cierto os digo, que no os conozco".

Una vez Jesús haya venido en toda su gloria, será demasiado tarde para comenzar una nueva

vida, para desarrollar gracias espirituales, o para demostrarle

Nuestra amistad. Esta preparación necesaria para su retorno ha de hacerse en el tiempo

presente. Debemos estar preparados para su regreso. Este es el significado de sus últimas

palabras, "Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora".

Parábola de los talentos (25: 14-30)

"El reino de los cielos será también como un hombre que, al emprender un viaje, llamó a sus siervos y

les encargó sus bienes. A uno le dio cinco mil monedas de oro, a otro dos mil y a otro sólo mil , a cada

uno según su capacidad. Luego se fue de viaje. El que había recibido las cinco mil fue en seguida y

negoció con ellas y ganó otras cinco mil. Así mismo, el que recibió dos mil ganó otras dos mil. Pero

el que había recibido mil fue, cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. "Después de

mucho tiempo volvió el señor de aquellos siervos y arregló cuentas con ellos. El que había recibido las

cinco mil monedas llegó con las otras cinco mil. 'Señor dijo , usted me encargó cinco mil monedas.

Mire, he ganado otras cinco mil.' Su señor le respondió: '¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! En lo

poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!' Llegó

también el que recibió dos mil monedas. 'Señor informó, usted me encargó dos mil monedas. Mire,

he ganado otras dos mil.' Su señor le respondió: '¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en

lo poco; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!' "Después llegó

el que había recibido sólo mil monedas. 'Señor explicó, yo sabía que usted es un hombre duro, que

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cosecha donde no ha sembrado y recoge donde no ha esparcido. Así que tuve miedo, y fui y escondí su

dinero en la tierra. Mire, aquí tiene lo que es suyo.' Pero su señor le contestó: '¡Siervo malo y

perezoso! ¿Así que sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido. Pues

debías haber depositado mi dinero en el banco, para que a mi regreso lo hubiera recibido con intereses.'

'Quítenle las mil monedas y dénselas al que tiene las diez mil. Porque a todo el que tiene , se le dará

más, y tendrá en abundancia. Al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil

échenlo afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes.'

Jesús sigue enseñando a sus seguidores que estén preparados para su venida. Les está

inculcando la necesidad de la vigilancia. Vigilar, sin embargo, no supone ociosidad. Indica

una previsión alegre como la simbolizada en el siervo fiel y prudente que espera el retorno

de su señor, y en la preparación espiritual como la descrita en escena de las vírgenes

prudentes cuyas lámparas estaban listas y alumbradas. Pero también incluye un servicio fiel

como el descrito en esta parábola de los talentos. Quienes son fieles en su trabajo están, en el

más verdadero de los sentidos, vigilantes a la espera de la llegada del Rey.

Una vez más en esta parábola Jesús enseña claramente que habrá de pasar mucho tiempo

antes de que vuelva. Se describe a si mismo como un hombre que emprende un largo viaje r

que regresa "después de mucho tiempo". En la ausencia, sin embargo, confía sus bienes a sus

siervos; a uno le da cinco talentos, a otro dos, y a otro uno; "a cada uno conforme a su

capacidad". Esta última frase no quiere limitar la enseñanza de la parábola a las

oportunidades que Jesús da a sus siervos en cuanto distintas de las capacidades de esos

mismos siervos. La frase no es más que una parte necesaria del ropaje de la escena; la

enseñanza más conocida dice que a cada seguidor de Jesús se le dan capacidades y

oportunidades distintas para servir.

Unos tienen muchas oportunidades aun cuando su capacidad sea limitada, y otros de

capacidades abundantes tienen oportunidades limitadas; en algunos casos ambas son

grandes, en otros ambas son pequeñas. El verdadero mensaje de la parábola es la necesidad

de la fidelidad y la certeza de la recompensa, por grandes o pequeñas que sean las

capacidades y las oportunidades. En este punto precisamente hay que señalar una diferencia

entre la parábola algo parecida de las minas que Lucas menciona. Esta última muestra que

cuanto mayor sea la fidelidad tanto mayor será la recompensa. Esta parábola de los talentos

indica que a igual fidelidad, por limitadas que sean las oportunidades, igual recompensa. A

su regreso, al pedir cuentas, el señor dirige las mismas palabras al siervo que "ganó otros

cinco talentos" con los cinco que había recibido, que al que “ganó también otros dos” con los

dos recibidos: "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré;

entra en el gozo de tu señor".

Hay, sin embargo, otra cara de la moneda, más desconsoladora. Es posible que uno descuide

su don, no quiera desarrollar su capacidad, y desperdicie la oportunidad de servir. Esta es la

tentación peculiar de quienes creen que el puesto que ocupan en la vida es oscuro y que las

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posibilidades que tienen para servir al Señor son pequeñas e insignificantes. El siervo que

había recibido un solo talento se fue a esconderlo bajo tierra. La excusa que dio a su señor

fue necia y se condenó a sí mismo. Dijo que había temido la severidad de su señor. Demostró

que desconocía en absoluto la índole verdadera del mismo. A veces es verdad que los que

tienen pocas capacidades desaprovechan las oportunidades de servir, porque no caen en la

cuenta de la gracia y la bondad del Señor que da junto con cada talento gracia para usarlo

debidamente y que nunca permite que ningún esfuerzo que se haga por él fracase.

Lo Único que espera es que cada uno haga todo lo que pueda. Para los tímidos y

desconfiados, o para los que son sólo perezosos e indiferentes, esta parábola está llena de

solemnes advertencias. Se le quita el talento y el siervo fue echado "en las tinieblas de

afuera". Es una verdad conocida que el descuidar los talentos trae siempre como

consecuencia la pérdida de los mismos; en tanto que un uso adecuado de los dones y

capacidades y oportunidades tiene como efecto el aumentarlos. Hay una pincelada sutil en la

afirmación de que el talento que le ha sido quitado al "siervo malo y negligente" se le da al

que tenía diez talentos. Es verdad que a igual fidelidad se da igual recompensa, pero exige

más fidelidad el uso adecuado de cinco talentos que de dos. Y a mayores oportunidades,

mayor responsabilidad. Es posible, sin embargo, que todos los servidores del Rey le sean tan

fieles en el cumplimiento de su misión diaria, en el uso de las más mínimas ocasiones de

servir, en el cumplimiento del trabajo especial que él pueda asignar, que cuando aparezca-le

puedan salir al encuentro sin temor y escuchar su palabra de bienaventurada seguridad,

"Bien, buen siervo y fiel”.

El Juicio (25: 31-46)

"Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, con todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso.

Todas las naciones se reunirán delante de él, y él separará a unos de otros, como separa el pastor las

ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda. "Entonces dirá el

Rey a los que estén a su derecha: 'Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su

herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y

ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento;

necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me

visitaron.' Y le contestarán los justos: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o

sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento , o necesitado de

ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?' El Rey les responderá:

'Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por

mí.' "Luego dirá a los que estén a su izquierda: Apártense de mí, malditos, al fuego eterno

preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre , y ustedes no me dieron nada de comer;

tuve sed, y no me dieron nada de beber; fui forastero, y no me dieron alojamiento; necesité ropa, y no me

vistieron; estuve enfermo y en la cárcel, y no me atendieron.' Ellos también le contestarán: 'Señor,

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¿cuándo te vimos hambriento o sediento, o como forastero, o necesitado de ropa, o enfermo, o en la

cárcel, y no te ayudamos?' Él les responderá: 'Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más

pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí.' "Aquéllos irán al castigo eterno, y los justos a

la vida eterna.

El Nuevo Testamento no contiene otra escena de una majestuosidad más impresionante que

ésta que sólo la pluma de Mateo describe. Está muy en armonía con el propósito de su

Evangelio. Escribe la historia del Rey, y sólo aquí hallamos al Hijo del hombre sentado en el

trono de su gloria y decidiendo quiénes entre todas las naciones del mundo pueden entrar en

su Reino celestial y quiénes quedan excluidos. Sin duda que la escena no es de fácil

interpretación.

Si uno trata de insistir demasiado en cada uno de los detalles de la misma, por pequeños que

sean, si uno olvida que hay otros pasajes de la Escritura con los que se debe comparar toda

enseñanza que se les relacione, y además, si uno no cae en la cuenta de que Jesús está todavía

hablando en parábolas y con fantasía llena de colorido oriental, vendrá a caer en problemas

difíciles de resolver y llegará a conclusiones contrarias a las enseñanzas más clara, de la.

Biblia. Así pues, sería absurdo sacar la conclusión de que nuestro Salvador enseña en este

pasaje que la vida eterna se puede ganar con los servicios prestados a los pobres,

prescindiendo de toda relación con él, y no obstante la carencia de moralidad y de fe. Por

otro lado, es tonto argumentar como si éste fuera el único pasaje que trata del juicio

venidero o que arroja luz sobre los sucesos que ocurrirán al final de los tiempos. Lo que sí

tenemos en este lugar son grandes realidades elementales que se nos describen con

magnífica grandiosidad. Por ejemplo, tenemos un cuadro en el que Jesús afirma de sí mismo,

por única vez en el Evangelio, que es "el Rey"; en otras partes se sobrentiende; aquí se

afirma con toda claridad. Pretende ser el Juez real que un día dirá a los justos, "Venid,

benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del

mundo". Es, pues, ante toda una escena que nos describe la dignidad real de nuestro Señor.

Con igual evidencia se sugiere que llegará un tiempo en que habrá separación entre los

hombres. El juicio es una realidad. En las parábolas inmediatamente anteriores se nos

recuerda no sólo que los seguidores de Cristo deben esperar su retorno, sino que ese tiempo

será de separación y división. Ahora se subraya esta última enseñanza como posiblemente

en ningún otro pasaje de los Evangelios. Afirma que sí se dará una división final. Hay

realmente un "castigo eterno" y una "vida eterna",

La tercera gran verdad es altamente obvia. Jesús pretende sin duda enseñar que el juicio de

los hombres dependerá de su índole moral y que esta índole la manifiestan las obras que

hacen. La caridad hacia los pobres y olvidados, no es sino un ejemplo de las muchas formas

en que los hombres pueden dar a conocer su verdadera actitud hacia lo que es bueno, y el

verdadero estado de voluntad hacia el Rey y hacia sus hermanos, sus únicos representantes

en la era presente. La verdadera actitud de mente y corazón hacia Cristo, manifestada en un

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acto exterior, es la prueba por la que se juzga la vida. Quien están preparados para la venida

del Rey deben poseer la gracia espiritual que indica la parábola de las Vírgenes; deben usar

sabiamente las oportunidades, tal como lo dice la parábola de los talentos, y deben poseer la

índole moral descrita en esta augusta escena del juicio, si quieren finalmente tener un lugar

en el glorioso Reino de nuestro Señor.

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CAPITULO 12: JUICIO, MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL REY

(26 – 28)

Devoción de María y traición de Judas (26: 1-16)

Después de exponer todas estas cosas, Jesús les dijo a sus discípulos: "Como ya saben, faltan dos días

para la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para que lo crucifiquen." Se reunieron entonces

los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio de Caifás, el sumo sacerdote, y con

artimañas buscaban cómo arrestar a Jesús para matarlo. "Pero no durante la fiesta decían, no sea que

se amotine el pueblo." Estando Jesús en Betania, en casa de Simón llamado el Leproso, se acercó una

mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy caro, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús

mientras él estaba sentado a la mesa. Al ver esto, los discípulos se indignaron. ¿Para qué este

desperdicio? Dijeron. Podía haberse vendido este perfume por mucho dinero para darlo a los

pobres. Consciente de ello, Jesús les dijo: ¿Por qué molestan a esta mujer? Ella ha hecho una obra

hermosa conmigo. A los pobres siempre los tendrán con ustedes, pero a mí no me van a tener siempre.

Al derramar ella este perfume sobre mi cuerpo, lo hizo a fin de prepararme para la sepultura. Les

aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique este evangelio, se contará también, en

memoria de esta mujer, lo que ella hizo. Uno de los doce, el que se llamaba Judas Iscariote, fue a ver a

los jefes de los sacerdotes. ¿Cuánto me dan, y yo les entrego a Jesús? Les propuso. Decidieron

pagarle treinta monedas de plata. Y desde entonces Judas buscaba una oportunidad para entregarlo.

Nunca la figura de Jesús presenta con más majestad que en las escenas finales de este

Evangelio en las que la sombra de la cruz, se proyecta sobre él.

Y en tenebroso contraste aparecen sus enemigos cobardes, tramando vilmente matado,

pero, por temor al pueblo, planeando diferir sus muerte hasta después de la pascua. Jesús

con divina previsión ve que esta fiesta es precisamente el tiempo en que el cordero pascual

debe ser inmolado. Predice que dentro de dos días será crucificado. El Rey cumple por

propia voluntad todas las predicciones y símbolos del Antiguo Testamento.

En un contraste todavía más profundo están las acciones de María y de Judas; la una unge a

Jesús con precioso perfume, y el otro lo entrega por el precio de un esclavo. No debe

confundirse esta María de Betania con María de Magdala, ni tampoco con la mujer

arrepentida que bañó los pies de Jesús con lágrimas. Jesús ha pasado todas las noches de esta

última semana memorable en la casa de María, Marta y Lázaro, en Betania. Mientras Se

celebra una cena en su honor, ofrecida por Simón, al que parece que Jesús había curado de la

lepra, María entra y derrama sobre la cabeza de Jesús un vaso de valioso perfume. Algunos

de los discípulos se indignan por lo que consideran una pérdida inútil, e indican que hubiera

sido mejor venderlo para ayudar a los pobres. Al defender Jesús este acto de devoción,

enseña

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1. Que ningún don que se le haga puede ser demasiado grande si procede del amor

agradecido. "ha hecho conmigo una buena obra"; un acto puede ser moralmente

hermoso aun cuando carezca de utilidad práctica.

2. L solicitud por los pobres y otros deberes que constituyen obligaciones permanentes

pueden dejarse de lado ante una oportunidad de servicio que puede no volver a

presentarse; a veces incluso la caridad no es la expresión más elevada de la devoción

cristiana, "siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis".

3. Jesús valora el significado y el motivo de nuestro servicio; los estima en su mayor

valor posible y los interpreta a la luz de su propio amor y conocimiento. Afirma que

la unción es una preparación de su cuerpo para la sepultura; sin duda expresa, es una

compasión que es bálsamo para su alma solitaria y angustiada.

4. Nunca cesa la influencia de un acto de sacrificio cristiano. El ejemplo de María sigue

llenando la tierra con la fragancia del servicio amoroso. Así lo predijo Jesús con

palabras de alabanza sin par, "Dondequiera que se predique este evangelio, en todo

el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho para memoria de ella"

Sobre el telón de fondo de esta escena encantadora se dibuja la siniestra f igura de Judas

yendo a los principales sacerdotes, espontáneamente, y sin excusa, y ofreciendo, por treinta

piezas de plata, entregarle a su Señor en lugar y tiempo en que las multitudes no estén

presentes. No se; le puede quitar importancia a este crimen, ni cabe discutir que el motivo

mezquino del mismo fue la avaricia, como Mateo lo afirma. Sin embargo, la triste verdad es

que Judas no era un monstruo inhumano; no es sino un ejemplo candente de lo que un

hombre puede llegar a hacer, aunque viva en cotidiana compañía con Jesús, si no abandona y

sujeta su vicio dominante. No fue el último de los que se llaman cristianos que Se ha hecho

reo de traición al Rey.

La última Cena (26: 17-35)

El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús y le

preguntaron: ¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua? Él les

respondió que fueran a la ciudad, a la casa de cierto hombre, y le dijeran: "El Maestro dice: 'Mi

tiempo está cerca. Voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.' " Los discípulos hicieron

entonces como Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. Al anochecer, Jesús estaba sentado a

la mesa con los doce. Mientras comían, les dijo: Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar.

Ellos se entristecieron mucho, y uno por uno comenzaron a preguntarle: ¿Acaso seré yo, Señor? El

que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar respondió Jesús. A la verdad el Hijo

del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese

hombre no haber nacido. ¿Acaso seré yo, Rabí? Le dijo Judas, el que lo iba a traicionar. Tú lo has

dicho le contestó Jesús. Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a

sus discípulos, diciéndoles: Tomen y coman; esto es mi cuerpo. Después tomó la copa, dio gracias, y se

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la ofreció diciéndoles: Beban de ella todos ustedes. Esto es mi sangre del pacto , que es derramada por

muchos para el perdón de pecados. Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en

adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre. Después de cantar

los salmos, salieron al monte de los Olivos. Esta misma noche les dijo Jesús todos ustedes me

abandonarán, porque está escrito: "'Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño.' Pero

después de que yo resucite, iré delante de ustedes a Galilea. Aunque todos te abandonen declaró Pedro,

yo jamás lo haré.

La Última Cena que Jesús compartió con sus discípulos fue una fiesta pascual y en un

sentido verdadero la ultima pascua. Porque la redención que la celebración judía prefiguraba

se realizó al día siguiente con la muerte de Cristo y de entonces en adelante sustituyó a la

pascua el sacramento cristiano que se conoce como la Cena de nuestro Señor. Puede ser útil

pasar revista a la escena en el aposento alto en Jerusalén fijándose en el sacramento que

Jesús estableció como memorial de su muerte.

1. Se preparó un lugar en el que Jesús pudiese estar con sus seguidores sin ser

interrumpidos, donde pudiese conversar con ellos a solas y comunicarles los

mensajes que los prepararían para su futuro servicio. Del mismo modo que se ofreció

a acudir para este fin :l la casa de su amigo en la ciudad santa, así también Jesús

promete entrar en todo corazón que esté preparado para conversar con él. Esta

preparación se puede conseguir por medio de la oración, de la meditación, de la

lectura de algún pasaje de la Escritura, pero sea cual fuere el método que escojamos,

el corazón debe disponerse para recibir sus mensajes de gracia y amor.

2. Tal como el relato está descrito, la figura suprema es la de Cristo. Ningún artista

pensaría en pintar ese cuadro sin colocar a nuestro Señor en el centro del mismo. Así

también quienes deseen participar verdaderamente del sacramento deben centrar

sus pensamientos en el Maestro y deben creer que la suya es una presencia

verdadera, simbolizada en realidad en el pan y el vino, pero actual como la de un

Espíritu invisible y divino.

3. Se debe excluir de la mente todo pensamiento desleal. Durante la cena pascual y

antes de instituir su cena Jesús le revela a Judas que su traición había sido

descubierta; y no se puede dudar que, como lo indican los otros evangelios, el traidor

abandonó el aposento y no estuvo presente cuando fue instituida la Cena. Una

verdadera comunión con Cristo es del todo imposible si se fomenta el pecado y se

retienen propósitos contrarios a la voluntad del Maestro. Las palabras dirigidas a

Judas son muy graves. Nos pueden advertir del peligro de deslealtad que acosa a los

seguidores de Cristo incluso cuando están reunidos alrededor de la mesa de nuestro

Señor.

4. Jesús explicó a sus discípulos el significado del sacramento que instituyó. Tomó pan

y lo partió, y afirmó que era un símbolo de su cuerpo que iba a ser despedazado por

ellos. Declaró que el vino era una imagen de su sangre "que por muchos es

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derramada". Es obvio que quienes participan de estos símbolos deben fijar el

pensamiento en la redención que Cristo trajo para quienes confían en él. Deben creer

que sufrió y murió para que ellos pudiesen conseguir perdón y gozar de una vida más

abundante y más plena.

5. También en esta ocasión prometió Jesús a sus seguidores una participación en las

bendiciones de su Reino. Iba, en verdad, a morir, pero también a resucitar de los

muertos y a regresar un día con poder. Ahora quiere que sus seguidores continúen la

cena alegre con la visión de su retorno. La sagrada Cena debería llevar nuestros

pensamientos a una reunión con los seres amados, a los cielos abiertos, a una era de

paz universal, a un Rey que reinará, "pues, todas las veces que comiereis este pan, y

bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga".

6. Cantaron un himno y "salieron al monte de los Olivos". Iba a ser un lugar de prueba

y agonía, pero hacia él se dirigieron con un canto de triunfo en los labios. Al salir de

la Cena de nuestro Señor, debería ser siempre con una nueva conciencia de fortaleza,

de esperanza; y de victoria segura si ponemos nuestra confianza en él.

7. Deberíamos salir del sacramento con confianza renovada pero no debe ser seguridad

en uno mismo. Es un momento para prometer de nuevo fidelidad al Señor, pero no

debe nacer del orgullo y la jactancia. Al dirigirse Jesús desde el aposento alto al

tenebroso escenario de la prueba, los discípulos, con Pedro a la cabeza, le manifiestan

su lealtad; declaran su disposición de morir con él, pero poco después Pedro lo niega

y todos lo abandonan. En su declaración de amor nada había de malo; su falta está en

el no querer oír la advertencia que les hace en cuanto a su debilidad y en no obedecer

el mandato de su Señor cuando les dice "velad y orad". La cena del Señor debe ser un

tiempo de devoción profunda. Debe ser un lugar para expresar un afecto verdadero;

pero en ella también debemos renovar nuestra dependencia de la gracia prometida,

único medio para caminar triunfantes por entre las pruebas y las tinieblas de la

noche solitaria, con la esperanza de llegar en una mañana esplendorosa a la reunión

que se nos ha prometido en el palacio del Rey.

Jesús en Getsemaní (26:36-56)

Luego fue Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní , y les dijo: "Siéntense aquí

mientras voy más allá a orar." Se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse triste

y angustiado. "Es tal la angustia que me invade, que me siento morir les dijo. Quédense aquí y

manténganse despiertos conmigo." Yendo un poco más allá, se postró sobre su rostro y oró: "Padre

mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres

tú." Luego volvió a donde estaban sus discípulos y los encontró dormidos. "¿No pudieron mantenerse

despiertos conmigo ni una hora? Le dijo a Pedro. Estén alerta y oren para que no caigan en

tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil." Por segunda vez se retiró y oró:

"Padre mío, si no es posible evitar que yo beba este trago amargo, hágase tu voluntad." Cuando

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volvió, otra vez los encontró dormidos, porque se les cerraban los ojos de sueño. Así que los dejó y se

retiró a orar por tercera vez, diciendo lo mismo. Volvió de nuevo a los discípulos y les dijo: "¿Siguen

durmiendo y descansando? Miren, se acerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en

manos de pecadores. ¡Levántense! ¡Vámonos! ¡Ahí viene el que me traiciona!" Todavía estaba

hablando Jesús cuando llegó Judas, uno de los doce. Lo acompañaba una gran turba armada con

espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había

dado esta contraseña: "Al que le dé un beso, ése es; arréstenlo." En seguida Judas se acercó a Jesús

y lo saludó. ¡Rabí! Le dijo, y lo besó. Amigo le replicó Jesús, ¿a qué vienes? Entonces los hombres

se acercaron y prendieron a Jesús. En eso, uno de los que estaban con él extendió la mano, sacó la

espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja. Guarda tu espada le dijo Jesús,

porque los que a hierro matan, a hierro mueren. ¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante

pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles? Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las

Escrituras que dicen que así tiene que suceder? Y de inmediato dijo a la turba: ¿Acaso soy un

bandido, para que vengan con espadas y palos a arrestarme? Todos los días me sentaba a enseñar en

el templo, y no me prendieron. Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que e scribieron los

profetas. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

La agonía de Jesús en el Huerto de Getsemaní sería difícil de explicar, Se podrá incluso decir

que sería difícil de excusar, si Jesús no fuese sino un hombre, acobardado por el temor de la

muerte física. En este caso aparecería menos heroico que muchos de sus seguidores. Sin

embargo, iba a morir en sacrificio por el pecado. La copa que iba a beber contenía una hiel

que ningún hombre había gustado jamás. Esta escena en tal huerto sólo se puede interpretar

a la luz de las palabras pronunciadas en el aposento alto, "Esto es mi sangre del nuevo pacto,

que por muchos es derramada para remisión de los pecados". Esta agonía es la que

incrementa el misterio y el significado de la cruz.

Sin embargo Jesús era también un hombre, y era más que natural temblar ante los

tormentos y la muerte. Sus sufrimientos lo capacitan para simpatizar con una larga secuela

de mártires que siguen sus pisadas y que gusten en parte la copa de su angustia. Él mismo

buscó compasión. Por esta razón llevó consigo a sus compañeros más próximos al entrar en

las sombras del jardín, pero, fatigados y negligentes, se durmieron. El Maestro ofrece la

imagen de la soledad y la desolación que son inseparables de los infortunios y de las pruebas.

Jesús halla en la oración el recurso supremo. Cuando la agonía desgarra su alma con más

ferocidad, sigue orando; y recibe respuesta; la copa no pasa, pero se le da la gracia para

beberla hasta las heces, la muerte, pierde su aguijón, al sepulcro se le despoja de su victoria,

y Jesús "vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen". El espíritu en

el que Jesús ora es el de la obediencia pronta a su Padre. Sus palabras incomparables son

éstas, "pero no sea como yo quiero,' sino como tú". Conquista la victoria por medio de la

sumisión a la voluntad de su Padre. Cuando el traidor se aproxima. Jesús está dispuesto; la

agonía y la tormenta pertenecen al pasado; Jesús sale al encuentro de sus enemigos y de la

cruz con serenidad regia.

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En contraste con la figura principesca de Jesús está la despreciable de Judas. El modo como

concluye su vil crimen está del todo de acuerdo con su bajeza vital. Guía hasta el jardín

donde Jesús solía retirarse para orar a una gran multitud armada de espadas y palos, v una

vez llegado entrega a. su Señor con un beso, señal que habían acordado para no confundir al

Maestro con uno de sus discípulos. Así pues, ciertos actos de deslealtad a Cristo suelen

parecer tanto más repulsivos por razón de las situaciones en que se cometen y de las

protestas de amar con que van acompañados.

La serenidad valiente de Jesús resalta más en contraste con la conducta de sus discípulos.

Uno de ellos, con impulso de un simple valor físico, saca la espada y agrede con ímpetu a un

siervo del sumo sacerdote; pero Jesús lo reprende, y le afirma que no se promueve la causa

de su Maestro por medio de violencias físicas; y luego, añadiendo una pretensión regia que

sólo Mateo menciona, le dice, "¿ Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él

no me daría más de doce legiones de ángeles?" Está consciente de su poder, pero está

igualmente convencido de su propósito divino. Afirma que en el arresto y en la crucifixión

se cumplen las predicciones de redención. Voluntariamente se ofrece a sí mismo en

sacrificio. No obstante esto, reprende a los agentes culpables de su muerte. Se vuelve a Judas

y a sus cómplices, agraviado porque lo van a prender por la fuerza. Y también protesta por

el secreto con que lo están arrestando; él nunca se había mostrado violento; sus enseñanzas

habían sido todas ellas públicas. Afirma, sin embargo, que incluso su conducta pecaminosa

los profetas la habían predicho. Acepta sus insultos y su modo humillante de capturarlo; y su

corazón se entristece al ver que todos sus discípulos lo abandonan y huyen. Apenas si una

hora antes se habían ufanado de su lealtad. Así de ignorantes somos de nuestra propia

cobardía moral; así se derrumba nuestra valentía en la hora de la prueba

Jesús ante Caifás (26: 57-75)

Los que habían arrestado a Jesús lo llevaron ante Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido

los maestros de la ley y los ancianos. Pero Pedro lo siguió de lejos hasta el patio del sumo sacerdote.

Entró y se sentó con los guardias para ver en qué terminaba aquello. Los jefes de los sacerdotes y el

Consejo en pleno buscaban alguna prueba falsa contra Jesús para poder condenarlo a muerte. Pero no

la encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos. Por fin se presentaron dos, que

declararon: Este hombre dijo: 'Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.'

Poniéndose en pie, el sumo sacerdote le dijo a Jesús: ¿No vas a responder? ¿Qué significan estas

denuncias en tu contra? Pero Jesús se quedó callado. Así que el sumo sacerdote insistió: Te ordeno

en el nombre del Dios viviente que nos digas si eres el Cristo, el Hijo de Dios. Tú lo has dicho

respondió Jesús. Pero yo les digo a todos: De ahora en adelante verán ustedes al Hijo del hombre

sentado a la derecha del Todopoderoso, y bajando en las nubes del cielo. ¡Ha blasfemado! Exclamó el

sumo sacerdote, rasgándose la ropa. ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes mismos

han oído la blasfemia! ¿Qué piensan de esto? Merece la muerte le contestaron. Entonces algunos le

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escupieron en el rostro y le dieron puñetazos. Otros lo abofeteaban y decían: A ver, Cristo, ¡adivina

quién te pegó! Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio, y una criada se le acercó. Tú

también estabas con Jesús de Galilea le dijo. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: No sé de qué

estás hablando. Luego salió a la puerta, donde otra criada lo vio y dijo a los que estaban allí: Éste

estaba con Jesús de Nazaret. Él lo volvió a negar, jurándoles: ¡A ese hombre ni lo conozco! Poco

después se acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron: Seguro que eres uno de ellos; se te nota

por tu acento. Y comenzó a echarse maldiciones, y les juró: ¡A ese hombre ni lo conozco! En ese

instante cantó un gallo. Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús había dicho: "Antes que cante el

gallo, me negarás tres veces." Y saliendo de allí, lloró amargamente.

Cuando Jesús fue procesado ante el sumo sacerdote Caifás y la corte suprema d~ la nación,

se daba por sentado que iba a sometérsele a juicio capital; pero en realidad quienes eran

juzgados eran los dirigentes y a ellos se iba a condenar; estaba en juego el destino de !a

nación; iba a tener lugar el rechazo público de Jesús.

Los jueces se condenan a sí mismos por prejuicio, deshonestidad y malicia. No tratan de

averiguar la verdad a fin de que se haga justicia, sino que desean asegurarse algún pretexto

que pueda justificar el asesinato que han resuelto perpetrar. Convocan a testigos para llegar

a un veredicto que ya han pronunciado; pero estos testigos no aciertan a ponerse de acuerdo,

hasta que por fin se encuentran dos que afirman que Jesús se había jactado de que podía

derribar el templo y volverlo a levantar en tres días. Era distorsionar la predicción que Jesús

había hecho de que una vez hubiese sido destruido el templo de "su cuerpo" resucitaría al

tercer día. Este testimonio público a su pretensión debería recordarse en conexión con el

milagro de la resurrección. Sin embargo, aun este testimonio, en la forma en que fue

presentado, aparece como inservible: subraya su debilidad el silencio de Jesús que hace

desesperar al sumo sacerdote, ya que da a entender con toda claridad que no se ha

presentado ninguna prueba a la que valga la pena contestar.

Entonces Caifás conjura solemnemente a Jesús a que conteste con franquezas: es o no "el

Cristo, el Hijo de Dios". Con claridad absoluta Jesús responde, "Yo soy"; y agrega la

explicación de que, aunque las apariencias presentes pueden contradecir sus palabras,

llegará un tiempo en que lo verán tal como Daniel profetizó al Mesías, "sentado a la diestra

del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo".

No sorprende que Caifás se rasgase las vestiduras para expresar su horror. Este gesto es en

cierto modo teatral; pero trataba de subrayar la acusación de blasfemia que de inmediato

formula contra Jesús. Al apelar al concilio declara a Jesús "reo de muerte". Tenían razón;

merecía morir, a no ser que fuese el Mesías, el divino Hijo de Dios. No hay salida intermedia.

¿De qué lado estaremos nosotros, del de Caifás o del de Cristo?

"Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban".

Parece increíble tal brutalidad. Estos hombres pretendían ser los representantes especiales

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de Dios; pero la bestia en el hombre está más a flor de piel de lo que algunos suponen, y estos

dirigentes se enfurecieron aún más en su sed de sangre al descubrírseles su propia perfidia e

ignominia.

Entre tanto otra escena lamentable tiene lugar en el patio exterior del palacio. Pedro se

avergüenza de confesar que es seguidor de Jesús. Niega conocerlo. Le ha fallado el valor, no

la fe. Algo debería decirse en su defensa; se ha de hacer alguna concesión a su cansancio,

debido a la larga noche de tensiones y penas, al frío y a la soledad, al aturdimiento de la hora

y a lo repentino del ataque. Sin embargo, su caída fue vergonzosa y su deshonra angustiosa.

Tres veces repitió la .:legación: al principio ha ido revestida de engaño, luego la ha

confirmado con un juramento, y por fin ha ido acompañada de enfado. Resulta fácil señalar

al apóstol con el dedo del desdén; pero hay pocos seguidores de Cristo que en tiempos de

pruebas menos duras no hayan negado a su Señor en forma igualmente grave, de palabra y

de obra, con su cobardía, engaño y pasión.

Luego Pedro oyó cantar al gallo: y recordó la palabra de Jesús, y "saliendo fuera, lloro,

amargamente", Eran lágrimas y lamentos de arrepentimiento, que prepararon el camino

para el perdón y la paz, A muchos de los seguidores del Rey, caídos, les ha llegado alguna

minúscula providencia como esa que les ha traído a la memoria promesas de devoción y

tiernas palabras de advertencia y amistad con un Maestro amoroso. El recuerdo ha

provocado amargas lágrimas de penitencia, un encuentro con Cristo resucitado, una nueva

confesión de amor y una entrega más profunda a su causa.

Jesús ante Pilato (27: 1-26)

Muy de mañana, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron la decisión de

condenar a muerte a Jesús. Lo ataron, se lo llevaron y se lo entregaron a Pilato, el gobernador.

Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y

devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos. He pecado les dijo

porque he entregado sangre inocente. ¿Y eso a nosotros qué nos importa? Respondieron. ¡Allá tú!

Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó. Los jefes de los

sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: "La ley no permite echar esto al tesoro , porque es precio

de sangre." Así que resolvieron comprar con ese dinero un terreno conocido como Campo del Alfarero,

para sepultar allí a los extranjeros. Por eso se le ha llamado Campo de Sangre hasta el día de hoy. Así

se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: "Tomaron las treinta monedas de plata, el precio que el

pueblo de Israel le había fijado, y con ellas compraron el campo del alfarero, como me ordenó el Señor."

Mientras tanto, Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos?

Tú lo dices respondió Jesús. Al ser acusado por los jefes de los sacerdotes y por los ancianos, Jesús no

contestó nada. ¿No oyes lo que declaran contra ti? Le dijo Pilato. Pero Jesús no respondió ni a una

sola acusación, por lo que el gobernador se llenó de asombro. Ahora bien, durante la fiesta el

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gobernador acostumbraba soltar un preso que la gente escogiera. Tenían un preso famoso llamado

Barrabás. Así que cuando se reunió la multitud, Pilato, que sabía que le habían entregado a Jesús por

envidia, les preguntó: ¿A quién quieren que les suelte: a Barrabás o a Jesús, al que llaman Cristo?

Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió el siguiente recado: "No te metas con

ese justo, pues por causa de él, hoy he sufrido mucho en un sueño." Pero los jefes de los sacerdotes y los

ancianos persuadieron a la multitud a que le pidiera a Pilato soltar a Barrabás y ejecutar a Jesús. ¿A

cuál de los dos quieren que les suelte? Preguntó el gobernador. A Barrabás. ¿Y qué voy a hacer con

Jesús, al que llama Cristo? ¡Crucifícalo! Respondieron todos. ¿Por qué? ¿Qué crimen ha

cometido? Pero ellos gritaban aún más fuerte: ¡Crucifícalo! Cuando Pilato vio que no conseguía

nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, pidió agua y se lavó las manos delante de la

gente. Soy inocente de la sangre de este hombre dijo. ¡Allá ustedes! ¡Que su sangre caiga sobre

nosotros y sobre nuestros hijos! Contestó todo el pueblo. Entonces le soltó a Barrabás; pero a Jesús lo

mandó azotar, y lo entregó para que lo crucificaran.

Los conquistadores romanos habían privado a los judíos del derecho de infligir la pena

capital. Por consiguiente, una vez hubo el concilio de lo~ ancianos decidido que Jesús era

merecedor de muerte, los dirigentes lo condujeron a Pilato, gobernador romano, a fin de que

él pronunciase la sentencia y la ejecutase. Mientras Jesús estaba frente a Caifás, Mateo

describe el cuadro patético paralelo de Pedro que niega a su Señor; ahora, mientras Jesús se

halla frente a Pilato, nos pinta la trágica escena de Judas precipitándose hacia su terrible

perdición. El pecado de Pedro no fue como el de Judas, ni tampoco fue igual el pesar

sub-siguiente. La caída de Pedro fue un acto de cobardía en una vida que fue luego de gran

servicio para Cristo y para su Iglesia. Pedro se arrepintió; Judas en cambio sintió sólo las

angustias de un remordimiento desesperado. Esto lo llevó a publicar su crimen, a odiar el

lastimoso precio de su traición, y a acabar con su vida en el suicidio. Qué faltos de piedad

fueron los dirigentes que lo utilizaron como instrumento; qué escrupulosos fueron estos

asesinos en usar adecuadamente la plata manchada de sangre; y con cuánta inconsciencia

cumplieron las palabras de la antigua profecía! La culpa de estos dirigentes Se revela con

mayor plenitud cuando se presentan ante Pilato para acusar a Jesús y obtener su muerte.

Falsean la acusación a base de la cual su concilio había condenado a Jesús y la convierten en

traición contra el emperador romano. Es tan obvia su rastrera insinceridad que el mismo

Pilato la percibe y cae en la cuenta de que el motivo que los guía es la envidia. Son lo

bastante mañosos y hábiles para conseguir que las multitudes se vuelvan contra Jesús, quien

había sido su ídolo, y para convencerlos de que pidan la libertad de Barrabás, un ladrón y

asesino, en lugar de Jesús, cuya crucifixión piden a Pilato. Debido, pues, a la influencia de los

dirigentes el pueblo atrajo la maldición sobre la nación con el grito, "Su sangre sea sobre

nosotros, y sobre nuestros hijos". En ellos ha permanecido la culpa por la muerte de Jesús.

En la destrucción de Jerusalén, y a lo largo de inacabables siglos, los judíos han sufrido

agonías y angustias cuyo origen se remonta a la obediencia que prestaron a sus falsos líderes

y al rechazo de su verdadero Rey.

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El centro de la escena lo ocupa, sin embargo, el gobernador romano y no los dirigentes

judíos. Pilato ofrece la imagen despreciable de un hombre falto de valor en sus propias

convicciones, temeroso de obrar rectamente en el presente, por razón de faltas cometidas en

el pasado. Desde el primer momento está convencido de la inocencia de Jesús, pero teme que

los judíos hallen una oportunidad para enterar a Roma de sus crímenes anteriores. Se ve

compelido a no hacer caso a la conciencia y a obedecer a sus súbditos judíos a los cuales

desprecia. Como todos los que engañan a su conciencia, primero intenta una componenda.

Ofrece soltar a Jesús en lugar de Barrabás. Esto iba a agradar a los dirigentes porque

desacreditaría a Jesús, quien quedaría para siempre marcado como criminal; y agradaría

también al pueblo que había llamado Rey suyo a Jesús. Este es el plan de Pilato. Pero

mientras espera la respuesta de la multitud recibe un mensaje de mal agüero de parte de su

esposa, que le comunica que Jesús es inocente y le advierte que no le haga ningún daño; y

luego, para disgusto o consternación suyos, se entera de que los dirigentes han sido más

listos que él; han convencido al pueblo de que pidan a Barrabás y la crucifixión de Jesús.

Vacila, y luego, ante la tormenta creciente de la oposición, cede. Se lava las manos en señal

de que es inocente de la sangre de Jesús; pero la culpa no se desvía tan fácilmente. Esa

sangre mancha también sus manos. El gobernador romano comparte con los dirigentes

judíos y con el pueblo el crimen, la culpa y la infamia. Ante ellos se yergue el Rey divino.

Nunca es fácil serie fiel. Pero es imposible permanecer neutral en su presencia. Pilato lo

intentó; pero todos los que no poseen el valor de sus propias convicciones y temen colocarse

junto a Cristo vienen por fin a parar a la compañía de Pilato quien soltó a Barrabás, y quien

"habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado".

La Crucifixión y Sepultura (27: 27-66)

Los soldados del gobernador llevaron a palacio a Jesús y reunieron a toda la tropa alrededor de él. Le

quitaron la ropa y le pusieron un manto de color escarlata. Luego trenzaron una corona de espinas y

se la colocaron en la cabeza, y en la mano derecha le pusieron una caña. Arrodillándose delante él, se

burlaban diciendo: ¡Salve, rey de los judíos! Y le escupían, y con la caña le golpeaban la cabeza.

Después de burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para

crucificarlo. Al salir encontraron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón, y lo obligaron a llevar

la cruz. Llegaron a un lugar llamado Gólgota (que significa “Lugar de la Calavera"). Allí le dieron

a Jesús vino mezclado con hiel; pero después de probarlo, se negó a beberlo. Lo crucificaron y

repartieron su ropa echando suertes. Y se sentaron a vigilarlo. Encima de su cabeza pusieron por

escrito la causa de su condena: "ÉSTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS." Con él

crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban meneaban la

cabeza y blasfemaban contra él: Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes, ¡sálvate a ti

mismo! ¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz! De la misma manera se burlaban de él los jefes de los

sacerdotes, junto con los maestros de la ley y los ancianos. Salvó a otros decían, ¡pero no puede salvarse

a sí mismo! ¡Y es el Rey de Israel! Que baje ahora de la cruz, y así creeremos en él. Confía en Dios;

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pues que lo libre Dios ahora, si de veras lo quiere. ¿Acaso no dijo: 'Yo soy el Hijo de Dios'? Así

también lo insultaban los bandidos que estaban crucificados con él. Desde el mediodía y hasta la media

tarde toda la tierra quedó en oscuridad. Como a las tres de la tarde , Jesús gritó con fuerza: Elí, Elí,

¿lama sabactani? (Que significa: 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?') Cuando lo

oyeron, algunos de los que estaban allí dijeron: Está llamando a Elías. Al instante uno de ellos corrió

en busca de una esponja. La empapó en vinagre, la puso en una caña y se la ofreció a Jesús para que

bebiera. Los demás decían: Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo. Entonces Jesús volvió a gritar con

fuerza, y entregó su espíritu. En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de

arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas. Se abrieron los sepulcros, y muchos santos que

habían muerto resucitaron. Salieron de los sepulcros y, después de la resurrección de Jesús, entraron en

la ciudad santa y se aparecieron a muchos. Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a

Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron:

¡Verdaderamente éste era el Hijo de Dios! Estaban allí , mirando de lejos, muchas mujeres que habían

seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la

madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. Al atardecer, llegó un hombre rico de

Arimatea, llamado José, que también se había convertido en discípulo de Jesús. Se presentó ante

Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús, y Pilato ordenó que se lo dieran. José tomó el cuerpo, lo envolvió

en una sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo de su propiedad que había cavado en la roca.

Luego hizo rodar una piedra grande a la entrada del sepulcro, y se fue. Allí estaban, sentadas frente

al sepulcro, María Magdalena y la otra María. Al día siguiente, después del día de la preparación, los

jefes de los sacerdotes y los fariseos se presentaron ante Pilato. Señor le dijeron , nosotros recordamos

que mientras ese engañador aún vivía, dijo: Á los tres días resucitaré.' Por eso, ordene usted que se

selle el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, se roben el cuerpo y le digan al

pueblo que ha resucitado. Ese último engaño sería peor que el primero. Llévense una guardia de

soldados les ordenó Pilato, y vayan a asegurar el sepulcro lo mejor que puedan. Así que ellos fueron,

cerraron el sepulcro con una piedra, y la sellaron, y dejaron puesta la guardia.

El título que Pilato mandó colocar sobre la cruz constituye un sobrescrito adecuado del

Evangelio de Mateo, 'Este es Jesús, el Rey de los judíos". El propósito indefectible del autor

es demostrarlo como rey, y en ningún otro pasaje es más evidente que cuando describe el

episodio angustioso de la crucifixión. Prepararon el título para burlarse, pero recuerda una

pretensión, encarna una realidad, sugiere una profecía.

Por proclamar esa pretensión Jesús fue condenado; sin embargo es en realidad el Rey de los

judíos, y esa nación alcanzará su gloria anunciada cuando "mirarán a mí, a quien

traspasaron", y cuando lo acojan exclamando, "Bendito el que viene en el nombre del

Señor".

El título colocado sobre la cruz no fue sino una de las muchas formas de burla con que

colmaron a la inocente Víctima, y todas las demás repetían la misma pretensión de dignidad

real y eran testimonio involuntarios de la misma verdad. Los brutales soldados lo saludaban

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como "Rey de los judíos", lo vistieron de escarlata, lo coronaron de espinas y le dieron una

caña como cetro, inclinándose ante él con irrisión. El pueblo se mofaba de él por haber dicho

que era el Hijo de Dios. Los principales sacerdotes y los ancianos exclamaban con burla, "Si

es el Rey de Israel". Incluso los ladrones que fueron crucificados con él Se unieron a los

sarcasmos de sus pretensiones reales. La realidad y verdad de tales pretensiones pronto se

vieron refrendadas con los sucesos que se presentaron. Sin duda que Jesús murió como un

Rey; el sol se oscureció y "hubo tinieblas sobre toda la tierra"; la tierra tembló; "las rocas se

partieron; y se abrieron los sepulcros". Entre tanto la Víctima real no pronuncia ni una

queja: sólo lanza un grito de angustia cuando siente que su Padre 10 abandona; sólo un grito

de victoria y luego "entregó el espíritu". No sorprende que el centurión que estaba

observando a Jesús y los demás presentes "temieron en gran manera, y dijeron:

Verdaderamente éste era Hijo de Dios". No sorprende que las mujeres que estaban por allá

"mirando de lejos" tuviesen el corazón destrozado por 10 que acababa de ocurrir. Conocían

a Jesús, lo amaban y detrás de la humillación habían visto la majestad de un Rey.

"Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo". Esta es la clave del misterio.

¿ Por qué murió? ¿ Por qué el que no tenía pecado sufrió así? ¿ Por qué se le pidió al Hijo de

Dios que soportase toda esa vergüenza, esa agonía y esa muerte? Fue para que nos pudiese

llevar al Padre; para abrimos un camino nuevo y vivo hacia la presencia divina; para que

pudiésemos ser justificados por la fe, para que pudiésemos tener paz con Dios y alegrarnos

con la esperanza de su gloria eterna.

Incluso la sepultura de Jesús tiene rasgos de realeza. Su cuerpo exánime se lo procuró un

hombre rico llamado José; fue envuelto en costosas sábanas y fue colocado en un sepulcro

nuevo, que había sido labrado en la peña, que luego fue tapado con una gran piedra. Mateo

describe la presencia de las fieles mujeres, sentadas cerca, como custodiando el sepulcro

cuando ya el funesto día toca a su fin. Había otros guardias, sin embargo, colocados allá para

vigilar la tumba. Los principales sacerdotes y los escribas recurrieron a Pilato, y le hablaron

de la promesa que Jesús había hecho de resucitar de entre los muertos. Le dijeron su temor

de que los discípulos robasen el cuerpo, con lo que se comenzaría a creer en la resurrección,

lo cual sería más peligroso que la creencia que había existido de que era Rey. Con el

consentimiento de Pilato sellaron la piedra que cerraba el sepulcro y pusieron una guardia

de soldados. Esto ratificó el hecho de que, si la tumba fue encontrada verdaderamente vacía

al tercer día, Jesús debió haber resucitado de los muertos.

La Resurrección (28)

Después del sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María

fueron a ver el sepulcro. Sucedió que hubo un terremoto violento , porque un ángel del Señor bajó del

cielo y, acercándose al sepulcro, quitó la piedra y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un

relámpago, y su ropa era blanca como la nieve. Los guardias tuvieron tanto miedo de él que se

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pusieron a temblar y quedaron como muertos. El ángel dijo a las mujeres: No tengan miedo; sé que

ustedes buscan a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, tal como dijo. Vengan

a ver el lugar donde lo pusieron. Luego vayan pronto a decirles a sus discípulos: 'Él se ha levantado

de entre los muertos y va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán.' Ahora ya lo saben. Así que las

mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas pero muy alegres, y corrieron a dar la noticia

a los discípulos. En eso Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron

los pies y lo adoraron. No tengan miedo les dijo Jesús. Vayan a decirles a mis hermanos que se

dirijan a Galilea, y allí me verán. Mientras las mujeres iban de camino, algunos de los guardias

entraron en la ciudad e informaron a los jefes de los sacerdotes de todo lo que había sucedido. Después

de reunirse estos jefes con los ancianos y de trazar un plan, les dieron a los soldados una fuerte suma de

dinero y les encargaron: "Digan que los discípulos de Jesús vinieron por la noche y que, mientras

ustedes dormían, se robaron el cuerpo. Y si el gobernador llega a enterarse de esto , nosotros

responderemos por ustedes y les evitaremos cualquier problema." Así que los soldados tomaron el

dinero e hicieron como se les había instruido. Esta es la versión de los sucesos que hasta el día de hoy

ha circulado entre los judíos. Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña que Jesús les había

indicado. Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaban. Jesús se acercó entonces a ellos y les

dijo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto , vayan y hagan discípulos de

todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles

a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta

el fin del mundo.

Ningún relato de la resurrección es más majestuoso que el de Mateo. Otros Evangelios

añaden detalles valiosos pero ninguno de ellos contiene más señales evidentes de realeza. Es

la historia de un Rey. Hablando en rigor, ningún escritor trata de describir el suceso, pero

todos concuerdan en ofrecer un testimonio incontestable del hecho de la resurrección de

Cristo. Mateo menciona la intervención de un ángel, de las mujeres, de los guardas, y de los

once discípulos. En un testimonio como ése se basa nuestra creencia en el triunfo del Rey

sobre la muerte y la sepultura, y nuestra esperanza conexa de "la resurrección del cuerpo y

la vida perdurable" .

La aparición del ángel está descrita en una forma muy peculiar de Mateo: "Hubo un gran

terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra,

y se sentó en ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve". No

removió la piedra para que Jesús pudiese escapar, sino para demostrar que el sepulcro ya

estaba vacío; el Rey se había ido; su mensajero había aparecido para traerles a los seguidores

su mandato. Los guardas quedaron aterrorizados, pero las mujeres quedaron consoladas

con la seguridad de que su Señor había en verdad resucitado de entre los muertos; el ángel

les pide que vayan a Galilea, donde verán a Jesús.

La aparición a las mujeres se describe en forma igualmente majestuosa. Jesús les sale al

encuentro con el saludo real, "¡Salve!" Se postran ante él y lo adoran. Él les dice que no

teman, y les repite el mandato que el ángel les había transmitido, y les dice que pidan a sus

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discípulos que se vayan para Galilea donde lo verán. Llama a sus discípulos "mis hermanos".

Nunca antes había usado esta frase. El Señor resucitado puede hablar así de sus seguidores,

porque como "primogénito de entre los muertos", indica que es uno con aquellos que por la

fe comparten con él una vida resucitada y glorificada. Por esta razón se afirma de él que es

"primogénito entre muchos hermanos".

Los otros testigos de la resurrección que Mateo menciona san los guardas que salen

apresuradamente del sepulcro, llenos de terror. Relatan lo ocurrido a los principales

sacerdotes y .a los ancianos quienes los sobornan para que cuenten que los discípulos de

Jesús fueron de noche al sepulcro y robaron el cuerpo mientras ellos dormían. Hay algo de

absurdo en esta explicación. Si los soldados estaban dormidos, ¿cómo sabían quién llegó de

noche y qué hicieron? Sin embargo, ¿acaso es esta afirmación más ridícula que cualquiera de

las explicaciones modernas del hecho del sepulcro vacío y que niegan la resurrección de

Cristo? La afirmación de los soldados ni siquiera era original. Las negaciones más conocidas

y modernas de la resurrección están tomadas de escépticos ya muertos. ¿ Es probable que el

cuerpo de Jesús fuera robado y que no hubiera resucitado? En este caso los discípulos fueron

impostores; las pretensiones de Jesús vanas; y su iglesia ha sido edificada sobre una mentira.

No hay razones para negar el hecho que constituye el fundamento de nuestra fe cristiana.

No hay ninguna otra explicación razonable del sepulcro vacío.

Las palabras del ángel y el subsiguiente mensaje de Jesús convocaron a una reunión para los

discípulos en Galilea. Con esta escena concluye Mateo su Evangelio en forma majestuosa.

Jesús está de pie en la ladera de un monte, rodeado de sus seguidores, que lo adoran; y

estando así, les da su Gran Comisión. Sus palabras son las de un Rey. Contienen una

pretensión, un mandato y una promesa regios. Afirma que le ha sido dada toda potestad en

el cielo y en la tierra. No es sólo Rey de los judíos, sino Rey de reyes y Señor de señores. En

vista de ello manda a sus mensajeros que hagan "discípulos a todas las naciones". Su misión

no debía limitarse a los judíos; su obra ya no iba a quedar confinada a la "casa de Israel", sino

que hombres de todas las naciones serán llamados a que sigan a Cristo y a que lo reconozcan

como Rey. Quienes lo acepten serán bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del

Espíritu Santo. Deben abiertamente reconocer su lealtad a Jesús como a su divino Señor.

Para animar a sus discípulos a que emprendan esta difícil misión y a que lleven a cabo este

audaz programa, se les promete la presencia segura del Rey, "He aquí yo estoy con vosotros

todos los días, hasta el fin del mundo". Esto no se refiere al fin del mundo físico, sino a la

consumación de la era presente y al establecimiento del Reino de gloria. Con confianza en

esta Presencia invisible y con esperanza de su gloria venidera sus discípulos salieron, en

obediencia al mandato, confiando en la promesa, trabajando, y esperando la aparición del

Rey.