avui jazz 2002

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Libro ciclo Avui JAzz

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El ciclo Avui Jazz es una idea deCDMar Producciones patrocinada por la Delegació de Cultura.

www.vila-real.com/avuijazz

Consta de un concierto cada primer viernes de mes, de octubre a mayo. Se celebra en el Auditori Municipal de Vila-real, a las 23 h.

Cubierta: Paco Marco

Fotografías: Paco MarcoTextos: Josep Ramon Jové

Edita:Delegació de Cultura. Ajuntament de Vila-real

Coordinación:CDMar Producciones. Tel: 964 53 06 10

Maquetación y diseño:AS & A Design. Tel: 964 34 09 36www.asadesign.com

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Obra Gráfica:“Jazz”Paco MarcoSala dels Arcs de la Casa de l´OliOctubre, 2002

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Textos:Josep Ramon JovéJazz de hoy, jazz de mañana..............................................7

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No hace mucho tiempo, en el curso de

una conversación con un bateria perte-

neciente a la última generación de mú-

sicos de la escena neoyorquina, surgió

el siempre delicado tema del estado

actual de las vanguardias jazzísticas.

Algunas inevitables referencias histó-

ricas aparecieron en la conversación y

pronto nos encontramos hablando de

legados como los de Ornette Coleman

o el Coltrane más tardío. Sabíamos que

la perspectiva histórica otorga al free

jazz una dimensión ambigua: por una

parte lo revaloriza como arte musical y

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por otra lo despoja de una gran dosis

de todo lo que de reivindicativo y com-

bativo tuvo en sus días de gloria. Pero

también éramos conscientes de que la

herencia surgida de esa estética palpita

todavía con fuerza en el corazón de mu-

chas propuestas actuales de voluntad

innovadora. Aquel joven y gran batería

era uno de los numerosos afro ameri-

canos que hoy trabajan en su música

viviendo con compromiso la inquietud

de hacer evolucionar el arte del jazz, y

ambos sonreímos tras el momento de

la noche en que él pronunció su afir-

mación más rotunda. Recuerdo perfec-

tamente el brillo de su mirada y el tono

de ironía que utilizó cuando dijo que las

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formas sucesoras del free jazz habían

dejado de ser algo interesante para el

colectivo actual de músicos negros,

que esa estética había terminado con-

virtiéndose en vehículo de expresión

casi exclusivo de los músicos blancos

más experimentales, especialmente de

los creadores del norte de Europa. Creo

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que la opinión de aquel músico sintoni-

zaba muy bien con una realidad cuyos

ejemplos más evidentes están a la vista

de todos, quizás fue una afirmación de-

masiado general, pero a fin de cuentas

reflejo de una situación difícil de negar

en la actualidad.

Basta visitar la mayoría de festivales o

ferias de jazz europeo para comprender

que lo afirmado por aquel batería es fruto

de una conclusión acertada. La realidad

de un jazz experimental propio del viejo

continente hace tiempo que se convirtió

en una evidencia, se ha convertido en

una situación añeja y parece que tiene

la fuerza suficiente para seguir adelante

hasta terminar consolidándose del todo.

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Hoy vivimos un momento en que las mú-

sicas populares en general buscan cami-

nos para enriquecer sus lenguajes, darles

un sentido actual y proyectarlos hacia el

futuro. Puede que un concepto tan gas-

tado históricamente como el mestizaje

se haya hecho fuerte como fórmula para

moldear tal intento, que ese mestizaje se

lleve ahora hasta los limites más lejanos

como aportación renovadora de las mú-

sicas de la actualidad, pero no debemos

olvidar que el jazz, en esencia, fue y sigue

siendo una música mestiza. La industria

discográfica ha sido sin duda uno de los

mayores responsables de crear esa moda

de lo mestizo para llenar el mercado de

propuestas aparentemente innovadoras, y

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puede que esa fiebre mestiza contempo-

ránea haya impulsado a una música en

esencia mestiza como el jazz a inten-

tar fusionarse con un sin fin de estilos

musicales para enriquecerse y seguir

su camino hacia el futuro. Pero nada

es tan nuevo como parece, siempre ha

habido artistas de ideas avanzadas y la

mayoría de aspectos que hoy son im-

portantes a la hora de crear música no

son un mérito exclusivo del presente.

Fusiones como, por ejemplo, la del jazz

con la música contemporánea ya tienen

algunos años de vida, aunque reciente-

mente hayan dado frutos de intenso sa-

bor renovado. Lo mismo ocurre con las

interpretaciones instrumentales en las

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que el músico se ocupa en hacer sonar

su instrumento fuera de las técnicas aca-

démicas y ortodoxas. La teatralización de

la música sobre el escenario para otorgar

a esta más intensidad dramática tampo-

co es un logro adjudicable al colectivo

norteuropeo (bastaría recordar las pues-

tas en escena del Art Ensemble Of Chica-

go) y, llegados a este punto, se hace ne-

cesario averiguar cual es la aportación o

la suma de aportaciones que licitarían el

reconocimiento del jazz experimental eu-

ropeo como realmente europeo o como

experimental respecto a una base pura-

mente europea. En mi opinión no existe

una respuesta clara que pueda ser acep-

tada por todos sin vacilar, aunque sí es

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cierto que existen aspectos vinculados

a la tradición musical y a las metodo-

logías académicas que conceden a los

músicos de la Europa septentrional una

sonoridad propia y un lenguaje marca-

damente personal. Respecto al tema de

la teatralización de la música sobre el

escenario, no cuesta entender que las

diferencias entre las tradiciones dramá-

ticas de ambos continentes por fuerza

han de hacerse evidentes en el terreno

de la música. Poco tiene que ver la acti-

tud combativa y a veces marcadamente

étnica o racial de un colectivo de músi-

cos afro americanos reivindicando so-

bre las tablas de un teatro el jazz como

arte de la negritud americana, con la

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propuesta de un colectivo de músicos

blancos cuya tradición cultural les hará

recurrir al café-teatro, al cabaret o a las

añejas performances dadaístas que tan

profundamente calaron en nuestra per-

cepción del arte de vanguardia.

Otra de las cuestiones que afecta di-

rectamente al jazz de nuestros días

es la necesidad que sienten muchos

músicos y aficionados de encontrar

algo parecido a un nuevo mesías que

deje bien asentadas las pautas de la

evolución del género. Puede que vi-

vamos tiempos en los que se echa de

menos la presencia de artistas de un

peso o magnitud equiparables al que

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Arsmtrong, Ellington, Parker o Coltra-

ne tuvieron en sus días. Tan evidente

inquietud invita a una reflexión: el jazz,

como arte del siglo XX, ha sufrido una

evolución rápida en cuanto a la suce-

sión de estilos y tendencias que han

definido su trayectoria hasta nuestros

días. Ese camino es comparable al

recorrido por cualquier otra disciplina

artística durante el siglo que nos acaba

de abandonar. Basta echar un vistazo a

la historia del arte para constatar que la

longevidad de los estilos o movimientos

decrece sensiblemente después de Ro-

manticismo. La irrupción del Impresio-

nismo marcó la pauta de movimientos

artísticos de vida corta con rápidos

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sucesores. Esa evidencia, consecuencia

del contexto histórico del siglo XIX, iba

a determinar el devenir de todo el arte

del siglo siguiente sin que ni siquiera el

jazz, una forma de arte bastante ajena

a la tradición cultural europea, pudiese

escapar de tal condición. Hacer un repa-

so general, y algo tópico, de los músicos

más representativos de cada época del

jazz, daría como resultado una escala

de sucesiones tan evidente como que

Armstrong fue a Nueva Orleans lo que

Ellington a la Era del Swing, Parker al

bebop, Bill Evans al jazz modal, Coltrane

y Coleman a la vanguardia o Miles Davis

(entre otras muchas aportaciones) a la

fusión. Tras este elemental e incompleto

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catálogo podríamos ocuparnos del hard

bop y pensar en él como un amplio saco

en el que caben múltiples formas jazzís-

ticas, algunas tan destacadas como el

West Coast o el Third Stream. Sin duda

este periodo que va desde mitad de los

años cincuenta a bien entrada la década

siguiente fue una época musicalmente

maravillosa a la que denominamos de

forma global hard bop. Este movimiento

fue pionero en agrupar muchas y muy di-

versificadas tendencias bajo un mismo

nombre de estilo que en realidad solo

nos sirve como denominador común

de algunos planteamientos musicales y

elemento aglutinador de la producción

musical de un tiempo. Para entender

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esto basta comparar el saxofonismo

de Dexter Gordon, vertiginoso heredero

del bebop con las inquietudes orien-

talistas de Yusef Lateef, dos músicos

activos en la misma época y que todo el

mundo ubicaría en el espacio histórico

ocupado por el hard bop. La razón por

la que se explica este singular contexto

musical no es otra que la de intentar

establecer que es en él donde se ini-

cia una situación que sigue del todo

vigente en nuestro días: diversificación

de propuestas jazzísticas en un mismo

momento, amplia variedad de concep-

tos musicales, inquietudes diferentes y,

por tanto, más dificultad en encontrar

líderes exclusivos en lo que podamos

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personificar la grandeza musical de

un periodo. Obviamente, esta reflexión

no pretende restar méritos a ninguno

de los grandísimos músicos que a lo

largo de la historia del jazz nos han le-

gado genialidad e innegable grandeza y

queda pendiente llegar a saber si hoy

existe algún jazzman merecedor de ser

considerado grande en la medida de la

figuras históricas más incuestionables.

El contexto multiestilístico y preñado

de variedad que se intentaba explicar

en el párrafo anterior afecta de igual

manera al panorama del jazz experi-

mental europeo y a otras propuestas

cuyo peso también es importante en

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el jazz del presente. En este sentido es

importante ocuparse del movimiento

que en la actualidad supone una fuente

de innovación partiendo de la herencia

de la tradición del jazz moderno de

pre-vanguardia. Me refiero al colectivo

de músicos jóvenes, mayoritariamente

ubicados en Nueva York que han be-

bido con sabiduría en las fuentes del

hard bop para, a partir de la riqueza de

lenguajes que nos legó ese estilo, lan-

zarse a elaborar propuestas actuales de

gran interés. Pero antes de ocuparnos

de la palpitante escena neoyorquina,

deberíamos volver nuevamente la vista

atrás, situarnos en el ocaso de la déca-

da de los sesenta y recordar lo que la

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aparición del álbum “In A Silent Way”

del inefable Miles Davis supuso a la

historia del jazz. Aquel fue el primer y

decisivo paso para la consolidación de

un estilo que terminaría siendo cono-

cido como Fusión y que no tardaría en

imponerse entre miles de aficionados

poniendo en peligro el reinado del jazz

de tradición acústica. A ese trabajo de

Miles le seguirían muchos otros en la

misma línea (de hecho el trompetista

no abandonaría tal tendencia hasta el

fin de sus días ) y pronto aparecerían

grupos emblemáticos del género como

Return To Forever y Weather Report, el

primero capitaneado por Chick Corea y

el segundo por Joe Zawinul. La fusión

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se impuso durante los años setenta y

en el seno de las nuevas agrupaciones

musicales el bajo eléctrico sustituyó

al voluminoso contrabajo y los pianos

eléctricos, sintetizadores y teclados

varios arrinconaron a los elegantes y

estilizados pianos de cola. El jazz se

mezclaba con el rock y las añejas so-

noridades acústicas eran reemplaza-

das por los avances tecnológicos de la

electrónica aplicada a los instrumentos

musicales. A pesar de que muchos

aficionados desenterraron el hacha de

guerra contra esta tendencia, hay que

reconocer que aquel movimiento aportó

cosas interesantes al jazz y a la música

en general.

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Desde el seno de Weather Report, un

bajista llamado Jaco Pastorius sentó

las bases de lo que en el futuro iba a

ser el bajo eléctrico mientras su com-

pañero, el saxofonista Wayne Shorter,

nos legaba algunos solos de antología y

el grupo en general abría de par en par

las puertas de lo que más adelante iba

a terminar consolidándose como en-

cuentro entre las sonoridades del jazz y

la World Music. Al mismo tiempo, Chick

Corea ponía de moda el sonido de un

ingenio electrónico con apariencia de

piano pero sonido propio llamado Fen-

der Rhodes y Flora Purim, la cantante

de su grupo, introducía en el nuevo jazz

matices brasileños también renovados,

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muy diferentes a lo que unos años antes

había surgido del encuentro entre el gi-

gantesco Stan Getz y la cantante Astrud

Gilberto. Aquellos tiempos merecen ser

recordados como inquietos. Entonces

también se implantó una revolución es-

tética en el seno del jazz y se abrieron

caminos de futuro. Hoy sabemos que

muchos de los frutos de la fusión han

quedado como creaciones demasiado

ubicables en un contexto temporal con-

creto, difícilmente disfrutables fuera del

marco de circunstancias que los impul-

saron.

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Los trompetistas Wynton Marsalis y Te-

rence Blanchard fueron los principales

responsables de recuperar la tradición

del jazz acústico durante la década

de los ochenta. Gracias a su empeño

no tardó en aparecer una generación

de músicos a los que la crítica quiso

denominar Black Lions, jóvenes reto-

ños que retomaron la herencia de los

hard boppers para escribir partituras

impregnadas por el ansia de dar al jazz

un sentido presente. De ese colectivo

surgieron Roy Hargrove, Brad Mehldau,

Christian McBride, Joshua Redman y

algunos otros cuyos nombres todavía

hoy, casi veinte años después, todavía

brillan con esplendor en el panorama

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jazzístico actual. La vuelta a la tradición

supuso el fin del reinado de la fusión y

asentó una situación que iba a desem-

bocar en el movimiento de base neoyor-

quina al que antes me refería (aunque

la fusión nunca murió del todo y su he-

rencia ha ayudado a enriquecer algunas

de las propuestas más interesantes del

presente en el contexto de los trabajos

de músicos vinculados a la tradición

moderna). Nadie sabe hasta donde hu-

biese llegado el genio de Pastorius de

no haber sido la vida de este genial mú-

sico segada por el gorila que le propinó

una paliza a la puerta de un club noc-

turno. Respecto a Corea, todo el mundo

conoce la extraordinaria dimensión de

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su trabajo así como su abandono de la

fusión como lenguaje para adentrarse

en el amplísimo territorio del jazz con-

temporáneo. Pero Corea, además de un

gran músico, es también responsable

de haber dado trabajo en sus grupos

a músicos que han terminado desta-

cando como líderes. Esa condición es

aplicable a otros mucho gigantes del

jazz, pero el caso Corea nos interesa

especialmente porque algunos de los

miembros, activos o no, de Origin, su

más reciente proyecto de grupo musi-

cal, son también miembros destacados

del colectivo de jóvenes creadores con

propuestas interesantes de la escena

neoyorquina actual. Algunos de ellos se

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limitan a estar entre los más solicitados

del momento para sesiones de graba-

ción o giras internacionales. Otros en

cambio ya tienen una sustanciosa dis-

cografía como líderes y siguen luchando

por conseguir el reconocimiento que su

obra sin duda merece. Dos de los casos

más representativos surgidos de Origin

son el saxofonista alto, soprano y flau-

tista Steve Wilson, un músico nacido en

Virginia que ya en los años ochenta fue

seleccionado para formar parte de Out

Of The Blue, la banda nacida como ini-

ciativa del sello Blue Note y que preten-

día reunir a los jóvenes más talentosos

del momento. El otro es el contrabajista

israelí Avishai Cohen, quien además de

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tocar incesantemente con Corea, ya en

Origin o en el trío regular del pianista,

cuenta con una discografía como líder

que avala su capacidad de innovar el

jazz aportando elementos de la música

balcánica, la tradición musical judía o

incluyendo temas de tradición moderna

en los que se intercalan sin prejuicios

pasajes con instrumentos eléctricos.

Tanto Wilson como Cohen nos sirven

de ejemplos de la buena salud del joven

jazz neoyorquino de este principio de

siglo. Wilson como hábil renovador de

las estéticas del jazz moderno, capaz

de liderar grupos de veteranos donde

están presentes Mulgrew Miller o Ray

Drummond y de conducir al mismo

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tiempo un proyecto de cuarteto estable

con lo bueno y mejor del jazz actual,

Bruce Barth al piano, Ed Howard al con-

trabajo y Adam Cruz en la batería. Con

este cuarteto Wilson diseña una esté-

tica que partiendo de la tradición sabe

impulsarse hacia el futuro, haciéndonos

entender que el jazz tiene garantizada

una larga vida sin necesidad de recurrir

a sonoridades demasiado periféricas.

Cohen, en su condición de músico mes-

tizo, conoce la fórmula para sintetizar lo

mejor de varias formas musicales y nos

ofrece sonoridades impregnadas de

imaginación y libertad. Otro músico que

a mi entender merece ser destacado es

el pianista Bruce Barth, que ya ha sido

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mencionado como miembro del grupo

de Steve Wilson. Barth es hoy uno de

los músicos más solicitados de Nueva

York, un pianista al que todo el mundo

quiere tener en sus grabaciones, un

pedagogo excepcional y un profesional

que ha destacado de forma sobresa-

liente en el mundo de la producción. Su

impecable técnica como instrumentis-

ta, unida a un buen gusto impecable y

un sentido de lirismo sin igual, hacen de

él un músico completo al que no resul-

ta difícil acceder gracias a su números

discografía como líder. A este colectivo

que late con fuerza a la sombra de gran-

des estrellas como Brandord Marsalis o

Kenny Garret, habría que añadir a otros

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muchos músicos, jóvenes maestros

del piano como Kevin Hays o Jason

Lindner, vocalistas como Luciana Sou-

za o compositores tan atrevidos como

Guillermo Klein.

Este articulo ha querido ocuparse de

algunos aspectos interesantes del jazz

del presente, pero antes de terminar

podemos todavía formular una cues-

tión: ¿vale la pena preguntarse como

será el jazz del futuro?, ¿es necesario,

a partir de las tendencias actuales que

conocemos, saber como se irá forjan-

do algo que termine convirtiéndose

en un estilo compacto y bien definido

que termine representado el jazz de

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una época venidera?. Creo que no. He

leído algunos libros que tratan sobre el

jazz del futuro. Son obras interesantes,

escritas por buenos musicólogos, au-

tores bien documentados que saben

contrastar la información que reciben

a través de múltiples canales. No sé

si algunos de esos sabios lo habrá

hecho, pero este es mi consejo para

intentar tener una leve intuición de lo

que puede ser el jazz venidero. Basta

con entrar en algún club de tercera ca-

tegoría del Village o visitar esos cafés

de Brooklyn que, aunque ofrecen músi-

ca en directo, no aparecen en las guías

de la ciudad. Con un poco de suerte

es posible encontrar en esos lugares

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a músicos anónimos tocando temas de

su propia cosecha. Les veréis disfrutan-

do en un rincón del local, conscientes

de que no existen para nadie que pueda

ayudarles, ni para el cazatalentos de

una discográfica ni para esa parte de

los parroquianos del local donde tocan,

que se apiña frente al televisor del fon-

do, donde se retransmite un partido de

béisbol. En esos lugares pueden llegar

a escucharse autenticas maravillas.

Lo otro es cuestión de darle tiempo al

tiempo.

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