athans philip - puerta de baldur i

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http://paraisohibrido.blogspot.com/ 1 Forgotten Realms - Reinos Olvidados PUERTA DE VALDUR (Baldur, vol.1) Philip Athans 1999, Baldur's Gate Traducción: Joana Claverol _____ 1 _____ Las espadas chocaron con tal ímpetu que saltó una chispa blanca azulada tan brillante que por un momento cegó a Abdel. El impacto provocó que vibrara la pesada hoja de su sable, pero Abdel no hizo caso y atacó de nuevo. Abdel era lo suficientemente fuerte y alto como para desequilibrar a su oponente. El hombre dio dos pasos hacia atrás, tambaleándose, y levantó la mano izquierda para no caer. Abdel vio el resquicio y decidió no desaprovecharlo; dirigió su espada hacia el pecho desprotegido de su oponente, atravesó la cota de malla y hundió el filo en la carne y el hueso. Abdel reconoció a dos de los cuatro hombres que intentaban matarlo; eran mercenarios -guardaespaldas y asesinos a sueldo-, como él. Obviamente, alguien los había pagado, pero quién y por qué razón era un misterio. El hombre que Abdel acababa de matar no acababa de creerse que ya era hombre muerto. No dejaba de mirarse el profundo sablazo que casi lo había partido por la mitad. Había sangre por todas partes y se entreveían las entrañas amarillas y grises. El rostro del hombre mostraba una expresión casi cómica: sorprendido, pálido y, en cierto modo, decepcionado. Abdel sintió que el corazón le daba un vuelco al mirarlo, pero no sabía si era por el horror o el placer que le producía.

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Primer libro de la trilogía de Puerta de Baldur de Athans Philip

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    Forgotten Realms - Reinos Olvidados PUERTA DE VALDUR

    (Baldur, vol.1) Philip Athans

    1999, Baldur's Gate Traduccin: Joana Claverol

    _____ 1 _____

    Las espadas chocaron con tal mpetu que salt una chispa blanca azulada tan brillante que por un momento ceg a Abdel. El impacto provoc que vibrara la pesada hoja de su sable, pero Abdel no hizo caso y atac de nuevo. Abdel era lo suficientemente fuerte y alto como para desequilibrar a su oponente. El hombre dio dos pasos hacia atrs, tambalendose, y levant la mano izquierda para no caer. Abdel vio el resquicio y decidi no desaprovecharlo; dirigi su espada hacia el pecho desprotegido de su oponente, atraves la cota de malla y hundi el filo en la carne y el hueso.

    Abdel reconoci a dos de los cuatro hombres que intentaban matarlo; eran mercenarios -guardaespaldas y asesinos a sueldo-, como l. Obviamente, alguien los haba pagado, pero quin y por qu razn era un misterio.

    El hombre que Abdel acababa de matar no acababa de creerse que ya era hombre muerto. No dejaba de mirarse el profundo sablazo que casi lo haba partido por la mitad. Haba sangre por todas partes y se entrevean las entraas amarillas y grises. El rostro del hombre mostraba una expresin casi cmica: sorprendido, plido y, en cierto modo, decepcionado. Abdel sinti que el corazn le daba un vuelco al mirarlo, pero no saba si era por el horror o el placer que le produca.

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    No obstante, la breve pausa fue suficiente como para que otro de los bandidos interviniera y casi le clavara una de las dos hachas pequeas y afiladas que haca girar como un loco con ambas manos.

    --Kamon -dijo Abdel, al tiempo que saltaba hacia atrs para eludir la segunda hacha-, ha pasado mucho tiempo.

    Haban trabajado juntos antes, un ao atrs, protegiendo un almacn en Athkatla que contena algo que una interminable sucesin de ladrones, a cual ms extrao, se empeaba en robar. Las hachas eran las armas por excelencia de Kamon, aunque, si bien su ataque resultaba rpido y furioso, le faltaba precisin. Era un luchador bajo pero fuerte, que adversarios menos experimentados subestimaban; sin embargo cualquiera que llevara tanto tiempo luchando como Abdel, con slo fijarse en su rpida mirada azul cristalina, sabra que se trataba de un enemigo inteligente y hbil.

    --Abdel -dijo Kamon-, siento lo de tu padre. Era un viejo truco, ms viejo que el mismo Gorion, que a veces a

    Abdel le pareca el hombre ms anciano que hubiera caminado por las calles y los caminos de Faerun. Por el rabillo del ojo, Abdel vio a su padre adoptivo. Gorion an estaba de pie y luchando, aunque, como era habitual en l, trataba de no matar al bandido, que, por su parte, no mostraba tanta consideracin como el anciano. El adversario de Gorion, un hombre de tez oscura, que llevaba un pauelo elaboradamente anudado a la cabeza, atacaba con una cimitarra sin ningn control y con demasiada rapidez. Gorion lo mantena a raya con su pesado bastn de roble, pero por cunto tiempo?

    Abdel dej que Kamon arremetiera con el hacha de la mano derecha y la par con su sable justo debajo de la cabeza. El filo cortante del sable se hundi en la empuadura del hacha, y Abdel empuj hacia arriba, pero no hacia afuera; de este modo, Kamon tuvo que soltar el arma tan rpidamente que le dej la marca roja de una quemadura en la palma de la mano. Kamon lanz una maldicin y retrocedi con celeridad tres pasos. La prdida de una de sus hachas lo haba sorprendido, lo haba pillado desprevenido, pero Abdel era un guerrero muy experimentado y no se confi. El sable an estaba clavado en la empuadura del hacha.

    Abdel saba que no deba entretenerse en tratar de liberar el sable, pero cuando oy pasos sobre la grava detrs de l lo hizo de todos modos. Confiaba en que Kamon hiciera lo ms lgico, y Kamon

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    lo hizo. El bandido se abalanz sobre l, blandiendo la otra hacha a baja altura, para cortar por la cintura a su vctima.

    Abdel tir de sus rodillas hacia el vientre y mantuvo el sable sobre el pecho para protegerse. Sus pies perdieron contacto con el suelo y cay de espaldas, al mismo tiempo que el filo de la gran alabarda le caa encima desde atrs. Los pesados pasos sobre la grava correspondan a Eagus, el primero de los bandidos que Abdel haba reconocido cuando les interceptaron el camino. Eagus an conservaba una cicatriz en la cara de una apuesta que haba perdido contra Abdel en Julkoun ocho meses atrs. Al recordarlo Abdel sonri, aunque de pronto sinti que estaba empapado en sangre espesa y caliente.

    El golpe que Eagus haba dirigido contra Abdel haba partido la cabeza de Kamon por la mitad, de la coronilla al mentn. Abdel se sinti decepcionado porque ya no podra preguntarle a Kamon si lleg a averiguar qu haba en el almacn que guardaron juntos.

    Todava enrollado sobre s mismo, Abdel impuls los pies hacia arriba y golpe con el sable, an incrustado en el hacha, con la esperanza de destripar a Eagus mientras la alabarda segua embutida en la cabeza de su amigo. En pleno ataque, Abdel sinti un dolor tan lacerante que se qued sin resuello e, instintivamente, se dej caer sobre el lado izquierdo.

    El quinto bandido, que hasta entonces se haba mantenido al margen, haba disparado un nico dardo con la ballesta, que haba alcanzado a Abdel en el costado derecho. Abdel se lo arranc, mientras soltaba algunos eslabones de su cota de malla y ruga de dolor. Sus ojos y los del ballestero se encontraron por un breve instante, tiempo suficiente para que el hombre retrocediera lleno de temor. Abdel slo poda confiar en que el ballestero estuviera demasiado asustado como para dispararle de nuevo, pues tena problemas ms inmediatos.

    Eagus maldeca intentando arrancar la cuchilla de su alabarda de la cabeza de Kamon. Abdel no poda alejarse del alabardero, pero se detuvo un instante para comprobar los progresos de su padre. Gorion aguantaba bien: estaba dejando que su adversario se cansara, embistiendo una y otra vez con la cimitarra.

    --Podemos seguir as eternamente, calishita -dijo Gorion, que haba adivinado la procedencia del hombre por su peculiar indumentaria y el arma que usaba-, o al menos hasta que me digas

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    quin os ha contratado y por qu. Abdel arranc el hacha de Kamon de su espada, sin perder de

    vista con un ojo los rpidos progresos de Eagus y vigilando con el otro a su padre.

    --Nos pagaron extra para no decirlo -repuso el mercenario calishita. Sonri, dejando entrever un diente de plata deslustrado-. Pero, si quieres salvar la vida, entrganos a tu pupilo -aadi.

    Se oy un sonido semejante al que producira un gran meln lanzado desde una torre viga, y Eagus liber su alabarda. Acto seguido, blandi el asta hacia arriba y alrededor, salpicando a Abdel y el camino con ms sangre de Kamon. Abdel le lanz el hacha, pero Eagus la esquiv fcilmente. La intencin de Abdel no haba sido tocarlo, sino hacerle perder el equilibrio, y saba que slo haba una forma para comprobar si su treta tena xito.

    Abdel arremeti contra Eagus, saltando ms que corriendo; en realidad, sus pies se elevaron temerariamente del suelo. Lanz una estocada y not cmo el sable penetraba por una brecha en la oxidada armadura de Eagus antes de volver a posar los pies en el suelo. Pretenda levantarse y arrastrar el sable a lo largo del cuerpo de Eagus para destriparlo, pero el bandido no estaba tan desequilibrado como Abdel haba credo. Eagus evit con cautela la punta de la espada de su oponente. Haba sangre y era obvio que Eagus estaba herido, pero segua luchando.

    La alabarda se abati de nuevo sobre Abdel con mucha fuerza, y ste apenas tuvo tiempo de levantar la espada para parar el golpe. El ancho filo de su sable se incrust en el asta de madera de la alabarda. Entonces era Abdel quien estaba desarmado. Eagus sonri, mostrando sus dientes amarillentos entre la maraa de pelos marrones y grises de la barba. La ventaja estaba de su parte. Era obvio que el acto de retorcer el arma larga y pesada que Abdel tena firmemente agarrada le causaba un evidente dolor y le abra an ms la herida, pero finalmente el bandido lo consigui.

    Eagus se permiti el lujo de soltar una tosecilla sardnica cuando el sable se desprendi de la alabarda; l no estara tan entorpecido en sus movimientos como Abdel lo haba estado, y pretenda aprovechar al mximo su ventaja. Abdel oa el resonar del acero, lo que indicaba que su padre segua luchando con el calishita. Tendra que enfrentarse a Eagus solo y desarmado.

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    Eagus deba de estar un poco cansado, quizs haba perdido mucha sangre, porque atac con demasiada lentitud, torpemente, y Abdel casi se sinti decepcionado al desviar tan fcilmente la alabarda con el brazo. El impacto del golpe de Abdel contra el de Eagus fue tan violento que casi le rompi el antebrazo al joven mercenario. Abdel hizo caso omiso del dolor y dio una patada con el pie izquierdo, presionando con la punta de su robusta bota la herida abierta de Eagus.

    Eagus grit y cay, y sus rodillas cedieron como ramas secas. Abdel sac la daga con la hoja de plata que Gorion le haba regalado cuando lleg a la mayora de edad. Con ella, sesg la garganta de Eagus y lo mir a los ojos mientras la vida se le escapaba, sonriendo, aunque saba que Gorion no lo aprobara. Entonces, se dio cuenta de que Gorion segua luchando y que ah estaba...

    El ballestero se avanz. Tena los ojos oscuros entornados para protegerse del sol de medioda, llevaba un chaleco de piel acolchada que cruja con cada movimiento, y la brisa meca su grasiento pelo, largo y rojo. Apunt cuidadosamente a Gorion.

    Abdel grit. --Pa... La ballesta dispar un pesado dardo de acero, que cort el aire

    con un siseo. --... aa... El dardo se hundi en el ojo de Gorion. --... dre! Antes de que el cuerpo convulso de Gorion tocara el suelo, Abdel

    supo que el nico padre que haba conocido estaba muerto. Lo vio todo rojo, oa un zumbido en los odos, la boca se le llen

    del punzante sabor del cobre y perdi el control. Primero, arremeti contra el calishita, simplemente porque de los dos mercenarios supervivientes era el que tena ms cerca. La pesada daga de plata de Abdel estaba desenfundada frente a l y la balanceaba adelante y atrs como si cultivara un campo con ella. El calishita recul y levant la cimitarra.

    Se oy el choque del metal contra el metal, y el calishita pronunci la primera slaba de algn dios olvidado mientras el pesado filo de Abdel henda la cimitarra finamente forjada.

    Dos tercios de la hoja curva salieron volando hacia los matorrales

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    que bordeaban el ancho camino de grava. El calishita no pudo hacer otra cosa que mirar cmo suceda y seguir retrocediendo para ponerse fuera del alcance de la mortfera daga.

    El pie del calishita se hundi en un surco hecho en el camino por una rueda de carro. Perdi el equilibrio y cay hacia atrs, salvndose por los pelos de la siguiente acometida de la daga, que le habra desgarrado la garganta.

    Gruendo y lleno de una rabia animal e irracional, Abdel atac de nuevo. Su brazo vibraba por la repentina resistencia que haba encontrado la hoja de su pesada daga.

    Probablemente, el calishita vio cmo lo que le quedaba de la cimitarra rebotaba una vez despus de caer al suelo, antes de que el mundo empezara a girar a su alrededor y algo hmedo y pegajoso le salpicara el rostro. Tal vez su cabeza decapitada viviera el tiempo suficiente como para sentirlo, pero l estaba muerto antes de eso, y su cuerpo convulso se desplom.

    El ballestero se march antes de tener que maldecir o suplicar. No era ni mucho menos el hombre ms inteligente de la costa de la Espada, pero s lo bastante listo como para saber cundo tena que correr para salvar la vida.

    Abdel, an dominado por un delirio asesino y totalmente fuera de control, fue en pos del ballestero y lo redujo a un amasijo de carne y sangre. Finalmente, el hijo adoptivo de Gorion del alczar de la Candela se desplom, agotado, sobre un montn de piel, sangre y pedazos de ballesta, y llor.

    Abdel haba vendido durante aos su poderosa espada y su experiencia a lo largo de la costa de la Espada, y los ltimos diez das los haba pasado escoltando una caravana de mercaderes de Puerta de Baldur hasta la biblioteca del alczar de la Candela. El imponente monasterio haba sido su hogar en la infancia, al menos lo ms parecido a un hogar que Abdel haba conocido. Fue all donde Gorion, un monje amable pero severo, lo haba educado en la devocin por Torm, dios de los valientes y los necios, y haba tratado de imbuirle su propio amor por la palabra escrita, as como por la historia y las tradiciones de Faerun.

    Abdel se haba afanado en el estudio, pero su mente divagaba, y

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    tanto l como su padre adoptivo muy pronto se dieron cuenta de que nunca podra llevar la vida recluida de un monje, dedicndose a copiar los grandes textos y almacenando el conocimiento y la experiencia de otros. Abdel buscaba su propio conocimiento, su propia experiencia, y ambos los encontr en el mundo que se extenda fuera de los muros protectores del alczar de la Candela.

    La necesidad que Abdel senta de luchar y matar asustaba a Gorion, pero tambin pareca que, de algn modo, lo comprenda, como si ya hubiera esperado ese comportamiento de su hijo adoptivo aunque nunca pudiera aprobarlo.

    Fsicamente, Abdel no se pareca en nada a ese hombre que no era su verdadero padre, y nadie que los conociera bien a ambos se sorprenda de que tampoco pensaran de la misma manera. Mientras que Gorion era de constitucin delgada, estudioso y rgido en sus actitudes, Abdel era muy alto y musculoso, posea rasgos cincelados y su cabello, negro como la noche y largo, flotaba con la misma gracia fluida que todo su cuerpo.

    En los ltimos aos, no haban hablado mucho, pero cuando a Abdel le ofrecieron un puesto en la caravana que parta de Puerta de Baldur, accedi de inmediato, no slo porque su bolsa estaba muy diezmada, sino porque realmente deseaba ver de nuevo a su padre.

    Desde el momento en que Abdel haba atravesado las puertas del alczar de la Candela, su encuentro haba estado teido por la emocin. Gorion se senta feliz de verlo. Probablemente, Abdel haba pasado demasiado tiempo con mercenarios y asesinos a sueldo, pero le pareci que Gorion se alegraba demasiado de verlo. Esa primera noche hablaron de muchas cosas. Gorion siempre escuchaba con curiosidad las historias de Abdel sobre las luchas en las que haba participado y vencido, sobre los codiciosos mercaderes y los orcos merodeadores, o sobre las tabernas de la costa y la camaradera que floreca entre los guerreros. Pero esa noche Gorion pareca preocupado e indiferente, y sa era una actitud que no cuadraba en nada con su padre. El joven mercenario tuvo la sensacin de que necesitaba decirle algo.

    Abdel, fiel a su costumbre, le pregunt directamente qu le rondaba por la cabeza, pero Gorion se limit a sonrer y despus ri.

    --Y ocult su rostro entre una corona de estrellas? -le pregunt Gorion, citando a algn bardo que Abdel crey reconocer.

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    --Staey de Evereska? --Pacys -le corrigi Gorion-, si la memoria no me falla. Abdel asinti, y Gorion le hizo una simple pregunta. --Estaras dispuesto a ir conmigo a un sitio? Abdel suspir profundamente. --No puedo quedarme, padre, y t sabes que yo no pinto nada

    entre tus libros y manuscritos -respondi. --No, no es eso -Gorion interrumpi a su hijo con una risa pesada

    y de preocupacin-. Me refera a ir a un sitio fuera de los lmites del alczar de la Candela, un lugar llamado El Brazo Amistoso.

    Abdel no pudo contener su hilaridad. Haba estado en esa legendaria posada en ms de una ocasin. Algunas veces haba ido a buscar trabajo, otras a por vino o mujeres, y siempre haba encontrado al menos una de las tres cosas.

    No poda imaginarse qu poda buscar su padre en un lugar como se.

    --All hay dos personas... con las que debo reunirme -explic Gorion-, y la ruta es peligrosa.

    --Tiene algo que ver con mis padres..., con mi madre? -pregunt Abdel, sin saber por qu. Las palabras le salieron espontneamente de los labios, sin que l pudiera evitarlas.

    La reaccin de Gorion fue la misma que cada vez que Abdel sacaba a relucir el tema de su madre y su padre, a los que nunca conoci. El viejo monje se senta herido al pensar en ello.

    --No -repuso Gorion, concisamente. Despus, se produjo una larga y tensa pausa, y finalmente aadi-: No, no tiene que ver con tu madre.

    Quera ir a El Brazo Amistoso para reunirse con alguien que tena informacin para l; eso era todo. La vida de Gorion se haba centrado en obtener informacin de otras personas, por lo que Abdel accedi. Seguramente, habra terminado en El Brazo Amistoso de todos modos y hacer el camino disfrutando de la compaa de su padre sera una novedad muy agradable.

    As, a la maana siguiente Abdel y su padre adoptivo partieron por primera vez juntos del alczar de la Candela y, hasta pasado el medioda del tercer da, avanzaron a buen ritmo por el transitado camino de la costa de la Espada, antes de que una banda de asesinos les interceptara el paso.

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    Abdel corri al lado de su padre cado al percibir el primer signo de vida.

    Era una inspiracin irregular y gorgoteante, y Abdel se arrastr hacia ella como un hombre que se est ahogando e intenta alcanzar un barril flotante. La herida en el costado enviaba brillantes destellos de dolor desde la cintura hasta el cuello y el espacio entre los ojos. Ms que sentarse, Abdel se dej caer en el suelo. Intent decir padre u otra cosa, pero el sonido se le atasc en la garganta y se qued all, causndole dolor, hasta que pens que la misma palabra lo ahogara.

    El nico ojo que le quedaba a su padre se mova, buscando ciegamente, y con la mano izquierda palpaba una bolsa que llevaba al cinto. La mano derecha se contraa en dolorosos espasmos y araaba el suelo como si tratara de alejar el sufrimiento.

    --Mi... -dijo finalmente Gorion; fue una sola palabra, pronunciada claramente.

    --S -dijo Abdel, jadeante. Su garganta se constri de nuevo para ahogar las palabras, y sus ojos volvieron a llenarse de lgrimas al ver a su padre herido y moribundo.

    --Para -orden Gorion, con una voz increblemente clara. Despus dijo algo ms, algo que Abdel no pudo entender.

    El anciano monje levant las manos y, pese a la confusin, Abdel se dio cuenta de que estaba invocando una bendicin. Gorion lo toc rudamente, y su mano se pos con brusquedad sobre el costado de Abdel. El joven mercenario sinti una oleada de calor que le creca por el centro del cuerpo y el lacerante dolor desapareci de pronto. Gorion emiti una espiracin larga y dolorosa. La herida en el costado de Abdel ya estaba cerrada y casi completamente curada.

    --Y ahora t -dijo. Pero su padre no empez otra invocacin. --Era la ltima -gru. Abdel sinti deseos de volcar la rabia sobre su padre por haber

    desperdiciado su nica plegaria curativa. --Te ests muriendo -fue todo lo que pudo decir. --Detn la guerra... Yo no... El cuerpo de Gorion se estremeci con una tos torturadora, y la

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    mano izquierda se levant tan sbitamente que Abdel se apart sobresaltado. Gorion sujetaba un jirn de pergamino, que se enred en el dardo adornado con una pluma de ganso que an sobresala de su ojo destrozado y se manch un poco con sangre. Abdel alarg la mano para coger la de su padre, y Gorion, sin fuerzas, solt el pergamino.

    --Te llevar de vuelta al alczar de la Candela -dijo Abdel, y la grava cruji cuando se dispuso a levantarlo en brazos.

    --No -gru el monje, detenindolo-. No hay tiempo. Djame... Vuelve a por m...

    El cuerpo de Gorion se agit a causa de una oleada de dolor, y Abdel suspir al verlo.

    --Tu padre... -Gorion tosi de nuevo. Con el nico ojo que le quedaba para llorar derram una lgrima, y logr decir-: Khalid... Jah... -antes de exhalar su ltimo suspiro y de que la vista menguada se clavara en el cielo.

    Abdel llor sobre su padre hasta que la mano derecha de Gorion dej de agitarse. La mano del mercenario rozo el pergamino y, sin pensar, lo cogi. Se qued all sentado, en el camino, mucho tiempo, rodeado por muertos y por el graznido de los cuervos, hasta que finalmente pudo ponerse de pie y empez a cavar la tumba de su padre.

    _____ 2 _____

    Tamoko no saba qu vea su amante cuando miraba el marco vaco. Quizs en otro tiempo all haba habido un cuadro o un espejo de cristal azogado, pero ahora era slo un marco que colgaba de finas cadenas de latn del techo de la alcoba de Sarevok. A veces, se quedaba mirando esa cosa durante horas, mascullando para su adentros una maldicin o una broma, o garabateando algo en un caro librillo encuadernado en piel con gemas incrustadas. Tamoko no saba leer el lenguaje de Faerun, ni siquiera se senta cmoda con los intrincados caracteres de su lengua nativa -el kozakura-, por lo que no tena ni idea de lo que escriba. Slo saba que Sarevok vea cosas en

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    ese marco, controlaba cosas, controlaba sus peones, y tena muchos. Tamoko estaba sentada con las piernas cruzadas sobre el lecho

    ancho y demasiado blando, compuesto por una larga colcha de seda rellena de plumas. Intentaba meditar, pero senta un hormigueo en la nuca que la distraa.

    La tersa seda del pijama negro de Tamoko hizo frufr contra la seda de la cama, y la piel de los brazos, delgados y fuertes, se le puso de gallina. Era una mujer menuda, que no llegaba al metro y medio de estatura, con la tersa piel de una dama consentida y la fuerza de una loca. Una vida de entrenamiento constante la haba convertido en lo que era: una asesina, en el amplio sentido de la palabra.

    No se molest en cerrar los ojos, pero mantena la lengua inmvil, tratando de concentrarse en la respiracin y en la sangre que flua rpidamente por sus venas.

    La habitacin estaba a oscuras y el aire no se mova, dos circunstancias que normalmente la ayudaban a centrarse, pero no en esa ocasin. El ambiente de la alcoba de Sarevok, situada en lo ms recndito de un complejo de habitaciones a las que muy pocas personas tenan acceso, se notaba pesado y muerto. La constante luz anaranjada de la vela que apenas titilaba en el aire inmvil la hizo parpadear. La humedad le pegaba el pijama de seda a sus modestas curvas.

    El tiempo transcurra con lentitud, y ella segua tratando de meditar. Cuando Sarevok miraba algo con tanta intensidad y pareca tan decepcionado, normalmente significaba que iba a pedirle que matara a alguien, lo que le exigira concentracin.

    --Mi hermano viene de camino -dijo Sarevok sbitamente, tan sbitamente que un asesino menos entrenado se hubiera sobresaltado, pero no Tamoko.

    --Tu hermano? -le pregunt con demasiada rapidez, y Sarevok se tom su tiempo, un tiempo inquietantemente largo, antes de darse la vuelta.

    --S, tengo al menos un hermano -dijo Sarevok, con esa voz que muchas veces no le atraa tanto por su fuerza seductora como por la promesa de seduccin que contena.

    Irritada consigo misma, Tamoko not que un escalofro le recorra la columna vertebral. Saba perfectamente que haba algo en Sarevok de lo que tena que cuidarse muy bien. Ciertamente, no era un

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    hombre, no era humano. Incluso los brbaros habitantes de Faerun tenan ms cosas en comn con ella que Sarevok. Tamoko no tena ni idea de qu era l, pero le gustaba. La envolva una neblina de poder, del mismo modo que a las mujeres de Faerun las envolva una neblina de perfume. Era como si estuviera impregnado de poder. Sarevok era resuelto y seguro de s mismo, no andaba a ciegas segn el capricho de un dios, no defenda ciegamente una causa, no se pasaba la vida buscando discos de metal brillante. Sarevok ambicionaba poder, poder y algo ms. A veces, Tamoko senta miedo en su presencia, pero era incapaz de no admirarlo. Incluso cuando estaban juntos, en la oscuridad, sin nada fsico que se interpusiera entre ellos, incluso entonces l le deca slo lo que quera que ella supiera, y nunca quera que ella supiera demasiado. Sarevok nunca perda el control.

    --Qu muerte le espera? -pregunt Tamoko, queriendo decir dos cosas: que saba que tendra que matar por l y que su lealtad era tan grande que no preguntara por qu.

    Sarevok ri, y Tamoko sonri al or su risa; no porque fuera un sonido en particular agradable, sino porque era por completo desagradable. Ciertamente, no era slo un hombre.

    --Entonces, vivir? -interrog ella. Sarevok segua esbozando su terrible sonrisa de lobo. Se inclin

    hacia adelante, despus se levant y se desliz en el lecho, donde fue avanzando lentamente hacia ella. Por un breve latido, Tamoko sinti deseos de retroceder, de escapar del duro, firme, poderoso y estrecho abrazo que saba que iba a llegar, pero sa fue la reaccin de su mente. Su cuerpo quera algo muy distinto.

    Los cuerpos se entrelazaron fcilmente, y el contacto result clido, agradable y lleno de la promesa de peligro que era lo primero que le haba atrado de l, que la mantuvo a su lado y que haba terminado por convertirla en su esclava. Haba matado por l diez, doce, quince veces -tantas que ya haba perdido la cuenta- y matara sin pestaear cien veces ms, slo para que l la mirara de ese modo, para que la abrazara de ese modo, penetrara en ella, la atravesara y la dejara una vez ms.

    --ste vivir... al menos un tiempo -le susurr Sarevok al odo. El susurro pareca ms bien hecho de calor que de aire.

    De pronto, l se alej, y ella se oy a s misma lanzar un grito sofocado. Posea la suficiente disciplina como para no sonrojarse, pero

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    un centelleo en los ojos de Sarevok le dijo que l lo haba notado. l siempre lo notaba.

    --Los dos zhentarim tambin vivirn por un tiempo -le dijo Sarevok-, pero slo por un tiempo. Los traer aqu desde Nashkel.

    --Te han sido tiles -dijo Tamoko, y su voz son humilde junto a la de l-, de modo que su muerte ser rpida.

    Sarevok ri de nuevo, y Tamoko tuvo que esforzarse para reprimir un escalofro. Esta vez no era emocin lo que senta.

    --No nos adelantemos a los acontecimientos, querida ma -dijo Sarevok-. Tienen la habilidad de fallarme, especialmente el pequeo.

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    Durante los das del Avatar, el dios de la Muerte engendrar una progenie de veinte mortales. Estos descendientes sern representantes del bien y del mal, pero el caos fluir por todos ellos. Cuando los hijos bastardos del Asesino lleguen a la mayora de edad, harn estragos en las tierras de la costa de la Espada. Uno de esos hijos debe levantarse sobre el resto y reclamar el legado de su padre. Este heredero modelar la historia de la costa de la Espada por los siglos venideros.

    Tonteras. Abdel no poda creerlo, pero ah estaba. Ese fragmento de

    pergamino rgido que su padre haba considerado tan importante que lo haba agarrado con el ltimo aliento de energa que le quedaba en su cuerpo moribundo, que lo haba manchado con su propia sangre, contena tan slo divagaciones inconexas sobre... qu? Sobre algn dios muerto, quiz, si la referencia a los das del Avatar aluda realmente a los Tiempo de Conflictos, cuando los dioses caminaban por Toril como hombres y, tambin como hombres, moran all.

    Cuando se dispuso a leer el pergamino, an sobre el cuerpo inmvil de su padre, Abdel estaba seguro de que se trataba de un mensaje personal, de algn secreto que su padre haba guardado para

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    l. Cuando lo desdobl y elev sus ojos baados en lgrimas hacia el cielo que se oscureca, pens que sera algo relacionado con su madre; quizs un mensaje de ella, una carta que habra escrito a su hijo, an nio, momentos antes de morir, o de entregarlo, o de enviarlo lejos, o de venderlo o... lo que fuera, algo que explicara por qu no la conoci nunca.

    En vez de eso, eran tan slo palabras sin sentido, que formaban una especie de profeca, que poda cumplirse o no, pero que -y de eso Abdel estaba seguro- no tenan nada que ver con l.

    --Sea lo que sea lo que haya de pasar, padre -dijo Abdel al cuerpo que momentos antes haba depositado en una tumba poco profunda-, t no estars aqu para verlo, y quiz yo tampoco.

    Quera decir algo ms. Rebusc en su mente y en su corazn alguna plegaria, algunos versos de un poema o de una historia, algn recuerdo. Pugnaba por encontrar palabras, alguna seal que lanzar a los vientos acerca de que Gorion haba exhalado su ltimo suspiro, pero no encontr nada.

    La lluvia empez a caer cuando cubra el cuerpo de su padre con tierra y grava, y Abdel dej que las gotas arrastraran sus lgrimas. Al acabar, se irgui por completo y volvi la cabeza hacia lo alto para recibir los fros goterones. Se pas la mano por la espesa cabellera negra y cerr los ojos, permitiendo que el agua de lluvia le limpiara la sangre de Gorion y la tierra de su tumba.

    Su padre se haba ocupado de la herida de su costado. Haba sido profunda, pero para entonces estaba casi curada. Abdel trat de no sentir el persistente dolor que le causaba, pero era difcil.

    No vivira con un corazn roto. Su padre haba muerto a manos de bandidos contratados. No haba sido nada personal, pero al fracasar en su intento de matar a Abdel se haba convertido en un asunto pendiente, y Abdel tena la intencin de zanjarlo.

    Abdel, hijo de Gorion, se ajust la cota de malla, restreg las botas de cuero contra la grava para eliminar parte del barro, levant los hombros para centrar el peso del gran sable que llevaba colgado a la espalda, busc un palo y lo clav en la tierra removida. Despus colg de la madera hmeda el diminuto guantelete de plata que su padre sola llevar colgado de una cadena de oro alrededor del cuello, aunque saba que muy pronto algn viajero annimo lo robara.

    --Volver a buscarte -dijo. Despus se dio media vuelta y se alej.

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    Era imposible decir qu produca ese horrible sonido que haba arrancado a Abdel de su sueo intranquilo, o a qu distancia se encontraba lo que lo causaba, pero se puso de pie de un salto.

    Ese da haba enterrado a su padre adoptivo y haba llegado a la encrucijada donde El Camino del Len, que conduca al alczar de la Candela, conflua con el largo y transitado Camino del Comercio. All se haba erigido un bloque de granito, intrincadamente esculpido, que indicaba el camino. Cuando das antes lo haba divisado de camino al alczar de la Candela se haba alegrado, pero en ese momento era un recordatorio de todo lo que haba perdido desde entonces. Sin Gorion, Abdel ni siquiera estaba seguro de que se le permitiera la entrada al alczar.

    Sin embargo, no haba tiempo para esos pensamientos. El sonido se estaba acercando, y lo haca rpidamente.

    Era como un coro de perros rabiosos rivalizando por llamar la atencin con mil bardos a los que se les hubiera cortado la lengua, de modo que todo lo que pudieran hacer fuera lamentarse y murmurar, gruir y gritar. El sonido asust a Abdel, y eso era algo inslito.

    Tuvo que obligarse a s mismo a apoyar la espalda contra el monolito; senta un gran anhelo de lanzarse a la noche para luchar contra el miedo que lo atenazaba. Abdel se prepar para combatir contra lo que fuera que estaba produciendo esa infernal alharaca. Fuese lo que fuese, sonaba como una multitud de seres no humanos, y Abdel tendra que luchar tanto mental como fsicamente para superar su situacin de desventaja.

    Notaba la piedra spera y hmeda contra su espalda, y se dio cuenta de que se haba quitado la cota de malla para dormir. La noche era oscura, y el cielo segua encapotado despus de la lluvia de la tarde. Abdel entrecerr los ojos tratando de atravesar la oscuridad y ver qu estaba causando ese ruido que se haba hecho tan intenso que haban empezado a escocerle los odos. El coro de sonidos inarticulados estaba a punto de volverle loco de miedo y de rabia.

    Primero, vio una masa de sombra, una sola cosa descomunal que se mova por el suelo hacia el sur de la encrucijada. La masa top con un rbol -no un rbol enorme, pero s bastante grande- y pareci que lo absorba sin titubear. Entonces, Abdel empez a percibir formas y se

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    dio cuenta, con horror, de que esa masa ruidosa y farfulladora estaba compuesta por una horda de criaturas -cientos de ellas- que andaban como hombres.

    Abdel inspir lentamente, procurando relajar la mandbula para no sisear y as delatarse. Pese a que la luna estaba tapada por un manto de nubes y no se vea una sola estrella, Abdel se sinti repentinamente agradecido por no llevar la armadura. Cualquier reflejo hubiera podido llamar la atencin de un miembro de ese insufrible enjambre y conducir a toda la horda hacia l. Ni siquiera Abdel podra defenderse solo contra esa marea de cuerpos de piel oscura. Justo entonces, Abdel percibi un destello de acero entre las sombras de la horda. Llevan espadas -pens-, estn armados con espadas. Y cay en la cuenta de que l tambin llevaba encima acero que poda delatarlo; silenciosamente, escondi tras la espalda la hoja del sable.

    No emiti ningn sonido al or el crujir de la grava detrs de l, al otro lado del pilar de piedra. Asi con ms fuerza la espada y trat de recordar una oracin a Torm. El sonido a su espalda ces, pero no os volverse.

    La atencin de Abdel estaba centrada en lo que ocurra detrs de l, por lo que no oy que algo se acercaba por su izquierda, pero lo oli. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo ya tena desenvainado frente a l el sable y, con un movimiento de mueca, hizo con l un barrido bajo por su lado izquierdo. La hoja encontr resistencia y, aunque en la oscuridad Abdel no poda ver a la bestia, supo que la haba matado instantneamente porque no la oy gritar. Justo en el momento en que pensaba eso, una ola de sonidos roncos y guturales, barboteos y alaridos estallaron en su odo derecho, y se dio cuenta de que haba ms, muchos ms, y de que lo haban visto.

    Abdel slo poda percibir vagamente la silueta de su enemigo; en cambio, aquellos seres parecan verlo perfectamente. Espadas oxidadas, picadas y melladas atacaban a Abdel, y el ruido era ensordecedor. Repeli un ataque tras otro, y fue matando una criatura despus de otra, mientras mantuvo todo el tiempo la espalda protegida contra el poste de piedra.

    Blanda sin cesar la espada enfrente de l para crear una pantalla de acero, aunque ocasionalmente alguna estocada penetraba. La herida del costado empez a dolerle otra vez, pero tena que desentenderse del dolor y seguir luchando. Cuando mataba una de

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    esas cosas vociferantes y barboteantes, otra ocupaba el puesto del compaero cado y atacaba. Abdel empez a darse cuenta de que esa noche morira.

    Hubo un cambio de tono en el ruido de la masa y, despus de unos agudos lamentos, la horda gir como un solo cuerpo hacia el norte, hacia Abdel.

    Abdel sigui repelindo a una criatura tras otra. Su cuerpo se fue cubriendo con la sangre de las bestias mezclada con la suya propia. Ya haba perdido toda esperanza cuando una sbita explosin de luz lo ceg.

    No se oy ningn ruido, ningn trueno, pero Abdel estaba seguro de que un rayo deba haber impactado en la piedra por encima de su cabeza. Cuando la rfaga de luz amarillenta surgi de la nada, Abdel tena los ojos totalmente abiertos, intentando absorber la ms mnima traza de luz. El joven grit de dolor y cerr con fuerza los ojos. Las lgrimas corrieron por su rostro salpicado de sangre, y el ritmo de sus golpes defensivos mengu.

    El estruendo con que la horda de criaturas reaccion ante la luz fue ensordecedor. Retumb una multitud de agudos lamentos, que hicieron estremecerse a Abdel. Pareca que se estuviera masacrando toda una aldea al mismo tiempo. De pronto, la masa dej de atacar. Abdel parpade y, entre las manchas amorfas de color prpura y azul elctrico que inundaban su visin, vio que aquellas criaturas se retiraban. Los horribles humanoides, desnudos, con macilentos pellejos prpuras que se tensaban sobre los msculos y cabezas como leones deformados con hirsutas melenas negras, huyeron de la luz que segua brillando, aunque sin desprender calor, sobre la cabeza de Abdel.

    Exhausto y aliviado, Abdel se dej caer, y la piedra le ara la piel a travs de la delgada camisa. Jadeaba, casi respiraba a boqueadas, y la espada se le haca insoportablemente pesada.

    --No ha estado mal -dijo una voz atiplada y spera-. Ya puedes apagar esa condenada luz.

    Abdel quiso incorporarse de un salto y adoptar una actitud defensiva frente al extrao, pero fue incapaz. Decidi esperar hasta que quienquiera que hubiese pronunciado esas palabras se acercara lo suficiente como para tener la posibilidad de matarlo sin necesidad de levantarse.

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    --Ahora se irn por s solos, verdad? -pregunt otra voz-. Vamos a echar un vistazo a nuestro... a nuestro nuevo amigo.

    Unos pasos rodearon el monolito. Correspondan a dos individuos, y Abdel, finalmente, pudo ponerse de pie para esperarlos, aunque segua respirando entrecortadamente. Volvi a cerrar los ojos y sujet la espada con ambas manos delante de l. Cuando los abri, estaba mirando hacia abajo. Entonces, entre pequeos destellos prpuras, vislumbr un par de pies anchos y desnudos, con el empeine cubierto por un espeso pelo rojo rizado. Al lado de aquellos pies, vio unas botas de brillante piel negra y buen acabado.

    Uno de ellos solt una risita. --Te ests divirtiendo, chico? -pregunt. Abdel no pudo contener la risa. se no era su concepto de

    diversin. --Esta es la segunda vez en un da que tengo que luchar para

    salvar mi vida -dijo Abdel. Los ojos an le lagrimeaban, y parpade para aclararse la vista-. Tendr que hacerlo por tercera vez?

    --Ja! -repuso el individuo de los pies velludos. Abdel pudo ver que era un halfling-. Nada ms lejos de nuestra intencin.

    --No, claro que no -dijo el otro, un humano ataviado con ropajes negros. Y aadi-: Tranquilo, tranquilo.

    Abdel observ a sus dos inslitos salvadores. El halfling no pareca un tpico representante de su raza, pese a ser bajo, rechoncho y de tez clara. Notaba en l una malicia que Abdel haba visto en una caterva de mercenarios, ladrones, bribones y matones, pero no en muchos halflings. Llevaba una especie de armadura de cuero grueso, de color marrn rojizo, que le protega los rganos vitales, pero estaba cortada de manera que le dejaba los brazos libres. A un lado, le colgaba una espada larga, de impecable acabado, que llevaba enfundada en una vaina con filigranas doradas, un arma verdaderamente imponente para alguien tan pequeo. El halfling movi con nerviosismo su nariz chata y respondi con una sonrisa a la inquisitiva mirada de Abdel.

    --Buenos das, mi joven seor -dijo con acento extrao, que bien poda ser... Quiz de Aguas Profundas? No lo saba, pero Abdel estaba seguro de que era de una ciudad poco habitual para un halfling-. Me llamo Montaron, y ste es mi compaero de viaje, Xzar. Ha sido l quien encendi esa terrible luz brillante para interrumpir la

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    fiestecilla que estaban celebrando. Abdel hizo un movimiento de cabeza al halfling y se fij en el

    humano. El tal Xzar era alto, delgado y nervioso. Su rostro se mova sin cesar, como si tuviera gusanos bajo la piel, y pareca que hablara para sus adentros todo el tiempo. De vez en cuando, inclinaba violentamente la cabeza a un lado, como si quisiera ahuyentar una mosca imaginaria.

    --Farfulladores -dijo el humano. Una contraccin espasmdica hizo que se detuviera-. No les gusta nada la luz..., nada de nada.

    --Farfulladores? -repiti Abdel, presumiendo que se refera a la horda de bestias. El nombre le iba como un guante a sus incomprensibles balbuceos.

    --Y t eres...? -inquiri el halfling. --Abdel -respondi ste. Asi la espada con la mano izquierda y

    alarg la derecha-. Soy Abdel..., hijo de Gorion. Montaron le estrech la mano. Su apretn era firme. Sonri de

    manera afectada, como si se tratara de una broma particular. Xzar se frot nerviosamente el rostro, trazando de forma inconsciente lneas alrededor de la prominente mscara tatuada que le rodeaba los ojos. Cuando el halfling retir la mano, Abdel tendi su palma abierta a Xzar, pero el humano retrocedi y dio un cuarto de vuelta, como si se dispusiera a marcharse.

    --Tendrs que excusar a mi amigo -dijo el halfling, inclinando la cabeza en direccin a Xzar-. No es demasiado afable, pero sus conjuros son muy prcticos en caso de necesidad.

    A Abdel no le preocupaba Xzar. Desde luego, era un tipo poco comn, pero los haba visto an ms raros.

    --Debera daros las gracias -dijo Abdel al halfling. --S, ciertamente deberas hacerlo, si es que tienes modales

    -respondi Montaron, riendo por lo bajo-. Pero como yo no los tengo, no suelo esperar que los dems acten de otro modo. Este camino no es nada seguro. Quiz podramos ofrecerte la oportunidad de devolvernos el favor, no?

    --Yo me dirijo a El Brazo Amistoso -dijo Abdel, y arque las cejas, esperando una respuesta.

    Xzar gru, pero Montaron sigui sonriendo vacuamente. --Encontrars ms trabajo en Nashkel -dijo finalmente. --Nashkel?

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    --S -repuso el halfling, pero, antes de que pudiera continuar, la oscuridad retorn.

    La luz mgica se extingui sbitamente y pareci que con ella tambin desapareca el sonido de la horda de humanoides que haba huido.

    --Gracias al dios de las Tres Coronas -dijo Montaron, y su voz dejaba traslucir su satisfaccin-. Ya empezaba a pensar que nunca se apagara. Las cosas se ven ms claras en la oscuridad, no crees, Abdel?

    El guerrero se limit a parpadear. Esperaba que todos esos cambios de luz no lo dejaran ciego.

    --Como te deca... -prosigui Montaron-, hay trabajo de sobras en Nashkel.

    --Tengo algo que hacer en El Brazo Amistoso. --Entonces, no necesitas trabajo? En realidad, Abdel estaba bastante necesitado de trabajo, pero

    deban cumplirse las promesas, y un tal Khalid y otro individuo estaban esperando a Gorion en El Brazo Amistoso. La posada, regentada por gnomos, se encontraba a tres das de camino hacia el norte, y Nashkel estaba a diez das de viaje, como mnimo, en la direccin opuesta.

    --Qu tipo de trabajo? -inquiri Abdel. --El tipo de trabajo al que me parece adivinar que te dedicas

    -respondi el halfling-, y no te faltar. En los campamentos corre la voz de que hay problemas en las minas de Nashkel.

    --Primero tengo que ir a El Brazo Amistoso -dijo Abdel, tajante-. All me esperan unas personas, pero despus necesitar trabajo.

    --Entonces, primero la posada, no? -pregunt Xzar, flemticamente, y en la oscuridad Abdel no supo si el mago hablaba con l o con el halfling.

    Montaron resolvi el problema. --S, primero El Brazo Amistoso y despus Nashkel. Lo cierto es

    que no me vendr nada mal dormir una noche en una cama de verdad.

    _____ 4 _____

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    Despus de viajar tres das junto a Montaron y Xzar en direccin a El Brazo Amistoso, Abdel tena que admitir que senta una cierta simpata hacia el quisquilloso halfling. Desde luego, era bastante raro: se pasaba el da quejndose de que la luz del sol resultaba demasiado intensa, aunque el cielo estuviera encapotado y de color gris la mayora del tiempo. Su aversin por la luz, a veces, era ridcula y, otras, molesta. A Montaron pareca divertirle su compaero humano, Xzar, y para rerse de l lanzaba guijarros y ramitas a la alta cabeza del mago mientras caminaban.

    A Abdel le hubiera gustado hacer mucho ms que gastar bromas a Xzar; tena ganas de matarlo. Mientras el halfling se burlaba y el mago pontificaba, mientras las horas transcurran lentamente, Abdel maquinaba complicados planes para matar a Xzar, slo para pasar el tiempo.

    Xzar tena una manera de hablar que confunda e irritaba a Abdel. Cambiaba el orden de las palabras y las repeta sin razn aparente, callaba cuando tena que hablar y hablaba cuando no tena nada interesante que decir. El mago se mova nerviosamente todo el tiempo, y aunque al principio Abdel lo compadeca porque era evidente que estaba desequilibrado, al final no poda pensar en nada ms que en cmo le gustara abofetearlo.

    Durante el primer da de marcha fue capaz de olvidarse del mago y sus tics, pero, cuando levantaron el campamento, Xzar le dijo lo que Abdel siempre haba querido or.

    --S quin es tu padre... tu padre. Abdel se incorpor, y Montaron, que haba estado rindose

    silenciosamente en la oscuridad, de pronto se qued inmvil. --Qu has dicho? -le espet Abdel, ya que no se le ocurri

    ninguna otra forma para invitar al mago a que continuara. --Xzar -empez a decir Montaron. Y repiti-: Xzar. --Tu padre... -dijo el mago, haciendo caso omiso del halfling-, tu

    padre fue... --Ya basta! -grit Montaron, y el mago se volvi para encontrarse

    con su mirada-. Es que no ves que el chico es un poquito sensible respecto a ese tema?

    --Cmo podras saberlo t? -pregunt Abdel a Xzar, sin prestar atencin al halfling-. Ni siquiera me conoces. Si no sabes quin soy yo,

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    cmo puedes saber quin era mi padre? Montaron extendi la mano y la pos sobre el antebrazo de Xzar.

    El mago sacudi el brazo violentamente para desprenderse del contacto.

    --Debera sentirse feliz -dijo Xzar, sin dirigirse a nadie en particular-, debera sentirse feliz de ser el hijo de un dios... de un dios.

    Abdel suspir. El hombre estaba loco. --Soy el hijo de un dios? -pregunt Abdel. La ira pona en su voz

    una nota a la vez tensa y tranquila. --Oh, oh, s! Oh, s!, ciertamente lo eres -repuso el mago, y su

    voz dejaba traslucir condescendencia. --Es obvio que mi amigo est loco -intervino, entonces, el halfling-,

    pero es capaz de disparar fuego con la punta de sus dedos, y por eso voy con l.

    --Cierra la... la... la... Es hijo de Bhaal -repuso airadamente Xzar. Abdel suspir de nuevo y se tumb para pasar la noche. Xzar

    sigui murmurando para sus adentros un rato ms, y su voz se confunda con el sonido de los grillos.

    --Enterr a mi padre el da que os encontr -dijo Abdel, ms para l mismo que para el mago loco o el halfling-, el nico padre que he necesitado. No era ningn dios, y yo tampoco lo soy.

    --Y qu haras si lo fueras? -pregunt Montaron, y su voz son suave y acompasada con la ligera brisa nocturna.

    Abdel lo mir y, aunque estaba oscuro, percibi que el rostro del halfling, mostraba una expresin totalmente seria, lo que despert su hilaridad.

    --Para empezar, deseara para m mismo mil veces mil piezas de oro -respondi Abdel, y el halfling ri-. Tirara la costa de la Espada al mar slo para ver si se hunda y convertira en zombis a todas las personas que alguna vez han hablado mal de m.

    --Me convertiras en el rey de Aguas Profundas? -pregunt el halfling, siguiendo la broma.

    --Pues claro -repuso Abdel, imitando el peculiar acento de Montaron-; seras el rey del mundo.

    Los dos se echaron a rer. --Algunas veces la vida nos da sorpresas -dijo Montaron cuando,

    finalmente, se tumb para dormir. --S -dijo Abdel, bostezando-, suele hacerlo.

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    Abdel haba estado en El Brazo Amistoso ms de media docena de veces en los ltimos aos, pero cada vez que lo vea se sorprenda de nuevo. En el pasado, haba sido una slida fortaleza construida por una secta del dios Bhaal, entonces muerto. Se contaba que la banda de gnomos que regentaba el establecimiento se haba hartado de los fieles y, despus de aos de interminables luchas, haban conseguido expulsar a los adoradores de Bhaal. Abdel haba conocido a varios gnomos a lo largo de su vida, y le pareca poco probable que esas criaturas, que apenas le llegaban a la rodilla, pudieran expulsar a alguien de algn sitio.

    Abdel no saba nada sobre el dios Bhaal, pero si era cierto que sus adoradores fueron expulsados de tan imponente fortaleza de piedra por ese pueblo de diminutos moradores del bosque... bueno, no resultaba nada extrao que su dios no sobreviviera a los Tiempo de Conflictos.

    No obstante, las absurdas divagaciones de Xzar haban causado cierta impresin en Abdel. El hecho de que el mago hubiera centrado en Bhaal sus fantasas acerca de su ascendencia significaba que tambin l haba odo la historia sobre los orgenes de El Brazo Amistoso. Si hubieran estado en Las Tierras de los Valles habra dicho que su padre era Elminster, y de haber estado en Siempre Unidos su progenitor habra sido Corellon Larethian.

    El Brazo Amistoso no era slo una fortaleza, sino una pequea aldea. Dentro de los altos muros de piedra gris, se levantaban numerosos edificios, dedicados a servir a los viajeros de un modo u otro.

    Abdel y sus dos compaeros se acercaron a la puerta principal, y un pesado puente levadizo de madera baj sobre un foso. Al aproximarse desde el sur, vieron que el foso an no rodeaba toda la torre y que haba equipos de excavadores y otros obreros deambulando desganadamente. La finalidad del foso, un nuevo aadido, era ms aparente que defensiva, ya que El Brazo Amistoso nunca cerraba sus puertas, todo el mundo era bienvenido y la posibilidad de un cerco resultaba muy remota.

    Cruzaron el puente levadizo y la puerta sostenida por pilares, y se dirigieron, sin prdida de tiempo, a uno de los mayores edificios que se

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    levantaban en el amplio y abierto patio de armas. Incluso si Abdel nunca hubiera estado antes all, el vocero que llenaba el aire de la tarde le habra indicado que en ese lugar estaba la taberna propiamente dicha. Tenan que andar un buen trecho por el patio para llegar a la gran puerta de madera de roble, y se cruzaron con un tro de gnomos guardias. Al contemplar a esos diminutos guerreros, Abdel sonri. Los guardias no medan ms de dos pies y medio, y llevaban armaduras de fantasa, aunque funcionales. Sus espadas cortas eran, sin duda, ms pequeas y ms ligeras que la de Abdel. Uno de los guardias llevaba una lanza con el estandarte de El Brazo Amistoso; consista en un gallardete, ms publicitario que herldico. Los tres gnomos saludaron con una inclinacin de cabeza a Abdel y le devolvieron la sonrisa, y despus centraron sbitamente su atencin en la taberna.

    Abdel not un repentino cambio en los sonidos que procedan del interior. Montaron tambin se detuvo y alarg la mano para impedir que Xzar siguiera avanzando.

    --No me toques! -grit el mago, y empez a moverse nerviosamente.

    --Shsss! -le advirti el halfling, al tiempo que los gnomos empezaban a acercarse poco a poco a la taberna.

    Lo que haba alertado a los guardias eran las pausas en el torrente de risas y jolgorio. Despus se oyeron fuertes vtores, un golpe, ruido de cristales rotos y un intenso gruido.

    --Yo dira que no me lo voy a pasar mal ah dentro -dijo Montaron, riendo.

    Los tres compaeros de viaje se aproximaron a la puerta tras los gnomos. Abdel, justo detrs de los guardias, sinti en plena cara la presin de la algaraba cuando un gnomo abri la puerta, y un instante despus recibi el impacto de una silla. El mercenario cay y no pudo ver cmo los pequeos gnomos se abran paso entre la multitud. Sus puos eran pequeos, pero cuando los utilizaban a su propio nivel visual hombres mucho ms altos que ellos se desplomaban como sacos de harina.

    Abdel, furioso y sangrando por la nariz, se levant, agarr la silla rota e inspeccion la oscura sala, llena de hombres inclinados. No tena ninguna esperanza de dar con el que haba arrojado la silla, pero igualmente dirigi una mirada glacial a la concurrencia. Estallaron

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    risotadas, y Abdel enrojeci, hasta que comprendi que no se rean de l, sino del hombre que los tres gnomos sacaban de la sala. Arrastraban a un aldeano sucio y apestoso, cuya cabezota sonaba al golpear contra las toscas planchas de madera del suelo.

    Abdel mir al hombre que estaba inconsciente con rabia no disimulada cuando los gnomos pasaron por su lado. Montaron agarr la silla al ver que Abdel haca ademn de abalanzarse sobre l.

    --Djalo -dijo el halfling-. Ya ha recibido su merecido. Abdel se qued inmvil y trat de liberarse de la furia que lo

    invada, pero no pudo. Quera matar a alguien. Montaron lo miraba con curiosidad.

    --Ves? -le susurr Xzar. El halfling dio un empelln al mago y tir suavemente de la silla.

    Abdel la solt. --Necesitas una copa -dijo, y Abdel asinti. Entonces, una mujer gnomo se subi a la barra. --El siguiente que arroje una silla -grit la mujer- sentir mi puo

    en sus partes. ste... -hizo una pausa y eruct ruidosamente- ... ste es un establecimiento de primera clase.

    La advertencia fue acogida con aclamaciones, y el tpico caos de todas las noches volvi a aduearse de la sala atestada.

    La cerveza era buena y, despus de tres pintas, Abdel empez a relajarse. Estaba sentado a la barra con la cabeza baja, sin hacer caso de las rias y las baladronadas de los parroquianos, cada vez ms numerosos, de la taberna. No haba hablado desde el golpe de la silla y, aunque no haba sangrado mucho por la nariz, no quiso limpiarse la sangre. El gran mercenario estaba hecho un poema. Haba sido tan rudo y arisco con Montaron que ste muy pronto lo dej; desapareci rpidamente entre la multitud y a poco ya dominaba un grupito. Fue ms sencillo deshacerse de Xzar; el mago encontr un rincn oscuro en el que sentarse y murmurar para s.

    Abdel no pensaba; simplemente estaba sentado y beba. No acostumbraba a compadecerse de s mismo, pero los ltimos diez das haban sido un autntico infierno. La perspectiva de partir a la maana siguiente con el halfling y ese condenado mago grun no le atraa en absoluto. No obstante, su bolsa estaba cada da ms vaca y no era

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    probable que fuera a llenarse pronto. En el viaje a Nashkel, si es que al final se decida a ir, pasara muchos apuros. Resolvi dejar que Montaron y Xzar se marcharan sin l y buscar un trabajo all, en El Brazo Amistoso; pero entonces record qu lo haba trado a la taberna. Gorion con su ltimo aliento le haba enviado a buscar a... Abdel no poda recordar los nombres.

    --Maldita sea por toda la eternidad -mascull-. Qu ms da despus de todo?

    Abdel pidi su cuarta pinta de cerveza a la brusca pero agradable mujer gnomo que atenda la barra. Cada vez le haba pagado de una reserva de monedas de cobre que iba disminuyendo.

    --No -le dijo la gnomo cuando desliz otras cuatro monedas de cobre sobre la barra hmeda-. sta es por el porrazo en la jeta.

    Abdel asinti, acept la cerveza y despus el trapo hmedo que la mujer le tendi. Se limpi la sangre de la cara y ri al ver que la mujer gnomo no se haba marchado, sino que segua all, enfrente de l, mirndolo fijamente.

    --Deberan poner una ventana en esa puerta -le dijo-. De ese modo, los clientes veran qu se les viene encima antes de abrirla.

    --Ya lo sugerir -repuso la gnomo, y se ech a rer mientras esperaba a que se bebiera la pinta de un solo sorbo para servirle la quinta. En esa ocasin, acept las monedas.

    --Bien hallado, seor mo -dijo a su lado una sonora voz con acento amniano.

    Abdel se volvi ligeramente a su izquierda y lanz una mirada al delgado amniano que daba a entender claramente que su compaa no era bienvenida. El amniano retrocedi.

    --T eres Abdel -dijo-, Abdel Adrin. --Dios! -exclam Abdel, a media voz. Era se el hombre con el

    que Gorion deba encontrarse? --S, lo eres -dijo el amniano - Dnde est Gorion? --Muerto -respondi Abdel, lacnicamente. Despus se le hizo un

    nudo en la garganta, pero no llor-. Quin es ese Adrin? --No eres Abdel Adrin? -inquiri el amniano. --Yo soy Abdel, hijo de Gorion, y no respondo a ningn otro

    nombre. El amniano lo mir con estupefaccin. Obviamente, el hombre era

    medio elfo. Su rostro largo y delgado, y sus orejas, a las que slo les

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    faltaba un poco para ser por completo puntiagudas, ya lo probaban, pero sus brillantes ojos violeta indicaban de manera fehaciente que por sus venas corra sangre elfa. Su parte humana era claramente amniana; tena una nariz grande y larga, y la piel, de un tono olivceo. Iba vestido para entrar en batalla; luca una armadura abollada, y era perceptible que no acababa de sentirse cmodo en ella. Tambin llevaba un casco, lo que teniendo en cuenta dnde se encontraban resultaba una idea muy prudente. Frunca los labios y le temblaban. Estaba nervioso.

    --Pero has venido aqu para reunirte conmigo -dijo finalmente-. Yo soy Khalid.

    Eso era: Khalid, la ltima palabra que pronunci su padre mientas la vida se le escapaba por el ojo herido. Entonces, Abdel record que haba otro.

    --Jah -dijo-. Tena que reunirme con Khalid y con Jah. --Con Jaheira, s -repuso Khalid, con una sonrisa de oreja a oreja,

    aunque an nervioso-. Es mi mujer. Est ah. El amniano se volvi instintivamente hacia una mesa situada en el

    otro lado de la sala, pero la multitud les tapaba la visin. --Ven -dijo-, sintate con nosotros y cuntanos qu le sucedi a tu

    padre. Era un gran hombre, un hroe a su manera, y lo echaremos de menos.

    --Qu sabes t de eso? -le espet Abdel, sintiendo de pronto cmo la bilis le suba a la garganta. Su voz era amenazante-. Qu tenas que ver con l?

    Khalid mir a Abdel como si el mercenario se hubiera transformado de repente en una cobra. Tena miedo de Abdel y no poda ocultarlo.

    --Era un amigo -respondi-, eso es todo. No pretenda ser irrespetuoso.

    Abdel quiso decir algo rudo al amniano, pero no pudo. En vez de eso, rebusc en su bolsa dinero para pagar su sexta pinta, pero slo sac tres monedas de cobre.

    --Bhaal! -maldijo en voz alta, se puso de pie y lanz las monedas a la multitud.

    En algn lugar, un borracho balbuci algo ligeramente ofensivo, despus de que una de las monedas de cobre le impactara con fuerza en la sien. Abdel se convirti en el centro de las miradas, y ms de un

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    hombre, incluso los inocentes, se escabulleron a rincones oscuros. En el labio superior de Khalid aparecieron visibles gotas de sudor.

    --Dios -dijo el amniano-, qu te dijo? Abdel baj la vista hacia l, pero no respondi. --Me gustara invitarte a una cerveza -aadi Khalid-. Por favor,

    ven conmigo. No conviene que llamemos ms la atencin, no crees? Abdel gru y dej que el amniano lo guiara a travs de la

    multitud. Por un instante, vislumbr a Montaron. El halfling sostena en la mano un monedero de seda, y Abdel hubiera jurado que le hizo seas.

    El mercenario respir profundamente varias veces para tratar de calmarse, y, cuando Khalid dijo aqu est, levant la vista y se qued sin aliento.

    Jaheira era muy hermosa. Tena aspecto medio elfa, como su compaero, aunque uno de sus padres tambin deba ser de Amn. Ambos guardaban un extrao parecido; sin embargo, tanto la herencia elfa como la humana favorecan ms a Jaheira. Su cara era ancha y oscura, sus labios turgentes, y sus ojos -casi del mismo tono violeta que los de Khalid- brillaban con inteligencia. Su rostro estaba enmarcado por una espesa mata de cabello, que hubiera sido negra de ser totalmente humana; la sangre elfa, en cambio, haca que resaltaran mechones de encendido color cobrizo. Aunque estaba sentada, Abdel se dio cuenta de que era de complexin fuerte, casi robusta. Vesta una almilla de cuero con rasgaduras que podran haber sido causadas por sablazos. Tambin llevaba armadura.

    Cuando sus ojos se encontraron, Abdel vio ms que oy cmo emita un grito sofocado. Se sent sin mirar la silla. Era incapaz de apartar sus ojos de los de ella, y Jaheira no hizo nada para desanimarlo. Sus labios carnosos se contraan nerviosamente como los de su marido. Ella tambin se senta inquieta y, pese a que Abdel nunca se interpondra entre un hombre y su mujer, dese que su nerviosismo obedeciera a diferentes razones.

    --Por qu estoy aqu? -pregunt Abdel a ambos, aunque segua mirando a Jaheira-. Mi padre muri antes de decrmelo.

    --Cmo muri Gorion? -inquiri Jaheira. --Mercenarios -repuso Abdel-, como yo. Nos tendieron una

    emboscada en El Camino del Len. Mat a los hombres que nos atacaron, pero no con la suficiente rapidez.

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    --Hay fuerzas que no queran que nos reuniramos -dijo Khalid-. Gorion lo saba. Fue... -El amniano titube, y Abdel crey que poda estar mintiendo-. Fue por eso por lo que Gorion quera que te reunieras aqu con nosotros.

    --Mi padre era un monje -dijo Abdel-, un clrigo, un hombre de letras. En qu poda estar metido para poner en contra de l esas fuerzas? Qu os trais entre manos?

    Abdel estaba enfadado de nuevo. No haba podido culpar a los mercenarios de la muerte de Gorion; esos hombres no hicieron nada ms que lo que l llevaba haciendo desde que era adulto. Alguien los haba pagado, y se necesitaba mucho dinero para contratar a cuatro asesinos profesionales a fin de que prepararan una emboscada en medio de la nada.

    --Hay... fuerzas -dijo Jaheira, con voz apenas audible en la sala atestada de gente- que quieren provocar una guerra.

    Una linda camarera puso sobre la mesa dos pintas de cerveza. Abdel apur la suya nuevamente de un solo trago sin dejar de mirar a Jaheira.

    --No me digas? -pregunt sarcsticamente-. Yo me gano la vida porque siempre hay una fuerza u otra que quiere la guerra. Es lo que la gente suele hacer.

    Jaheira estaba sinceramente confundida por esta ltima afirmacin de Abdel y mir de manera inquisitiva a su marido. Abdel se dio cuenta de que le estaba preguntando algo ms, algo de mayor importancia para ella y que la asustaba an ms. Khalid asinti, y Jaheira se volvi hacia Abdel.

    --Esto es diferente -explic con voz todava ms baja, y Abdel tuvo que poner mucha atencin para orla-. Se trata de tu her...

    Una botella de vidrio se hizo mil pedazos contra la parte posterior de la cabeza de Abdel, y Jaheira tuvo que esquivar los fragmentos. Abdel no se molest en limpiarse el vino de la cabeza ni en quitarse los cristales de su pelo negro. Se irgui, se dio la vuelta, y la multitud se abri como si fueran marionetas sujetas a sus articulaciones. En la puerta, bastante lejos, estaba el hombre que los tres guardias gnomos haban arrastrado afuera; el aldeano que haba tirado la silla.

    El hombre, grande y apestoso, estaba tan borracho que apenas se tena en pie. Abdel lo mir con dureza y fue como si el mundo que lo rodeaba se convirtiera en borrones y ecos.

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    Abdel tan slo oy cmo el borracho preguntaba directamente qu?.

    La daga del mercenario vol por la sala como la chispa de un rayo, y al or el pesado sonido que hizo la hoja de plata al hundirse en el pecho del borracho, Abdel sinti cmo la sangre se le suba a la cabeza. La fuerza del lanzamiento derrib al hombre, y pese a que hizo un movimiento, y despus otro, estaba muerto cuando la cabeza golpe contra el suelo.

    Abdel sonri y dej que el xtasis del acto de matar disipara la ira y la sensacin de hallarse en un tnel. Cuando sali del trance en el que se encontraba, pareca que la taberna se hubiera convertido de pronto en un pandemnium. Khalid lo empuj desde atrs y le dijo algo como pero qu has hecho?.

    Los clientes de la taberna se dispersaron, y las camareras dejaron caer las bandejas, rociando de cerveza y vino a los juerguistas, que, o bien huan, o contemplaban la escena atnitos. Incomprensiblemente, las camareras avanzaron hacia Abdel y, por un momento, ste pens que quizs era cierto lo que se deca: que las camareras eran, en realidad, golems disfrazados. La sonrisa de Abdel se hizo ms ancha. No le importaba.

    --Esperad! -grit una voz familiar. La mujer gnomo de la barra solt un agudo silbido, y las

    camareras se detuvieron. Incluso Abdel dej inconcluso el movimiento de asir el sable que llevaba a la espalda. La voz era de Montaron.

    --Ladrn! -grit de nuevo el halfling. Montaron estaba arrodillado sobre el cuerpo del borracho y

    sacaba un monedero tras otro de los pantalones del hombre muerto. --Debe de haber estado vaciando bolsillos toda la no... Aqu est

    el mo! -dijo Montaron, con voz lo suficientemente alta como para que todos los presenten lo oyeran.

    --Ests de suerte -susurr Khalid a un Abdel que continuaba indiferente-; de otro modo, hubiera sido asesinato.

    Al or la palabra asesinato, a Abdel se le puso la piel de gallina en los dorsos de los brazos. Agit la cabeza y se acerc al halfling, con Khalid y Jaheira a la zaga.

    --Deberamos marcharnos -cuchiche Montaron cuando Abdel estaba tan cerca que slo l poda orlo.

    --S -repuso Abdel-. Mi daga.

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    Montaron sonri dbilmente y le tendi el cuchillo de hoja ancha. Abdel se fij en que no goteaba sangre, ni siquiera recordaba haber visto a Montaron retirndola del pecho del hombre, y mucho menos limpindola. Embriagado como estaba y an exaltado por haber perpetrado esa muerte, Abdel admir la astucia de Montaron.

    Incluso bebido, comprendi que despus de eso ya no encontrara trabajo all, pese a que el borracho haba sido un ladrn, y adems l haba lanzado sus tres ltimas monedas de cobre a la multitud.

    --Nashkel? -pregunt Abdel. --S -repuso Khalid, cuyo tono de voz dejaba traslucir

    incredulidad-, s, Nashkel. Saba Gorion que era all adonde queramos ir?

    Abdel se volvi, baj la mirada y la clav en el amniano. Despus, mir al halfling, que observaba con expresin ptrea a Khalid. ste le dirigi una mirada interrogadora.

    --Cinco, entonces? -pregunt Xzar, que apareci de repente salido de la nada-. Quines son estos dos?

    Los clientes de la taberna empezaban a acercarse a los monederos exhibidos sobre el pecho del borracho muerto, y Abdel permiti que tiraran de l y lo empujaran fuera de la taberna. Sonrea, aunque tena ganas de llorar. Para purgar sus pecados, dejara que lo llevaran como un ttere hasta Nashkel.

    _____ 5 _____

    --No seremos los nicos que intentarn ayudar -dijo Jaheira a Abdel, mientras recorran el camino, que pareca interminable, hasta Nashkel.

    --Apuesto a que no -intervino Montaron. Jaheira se volvi para mirar al corpulento halfling. Obviamente, no

    apreciaba esa intromisin, del mismo modo que tampoco haba apreciado las numerosas intromisiones de Montaron y Xzar en los ltimos siete das y medio.

    Montaron sonri.

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    --Cmo brilla hoy el sol, eh, muchacha? -coment. Abdel fingi no ver el fuego de aviso que brillaba en los ojos del

    halfling. Confiaba en que Montaron fuera lo suficientemente listo como para mantenerse alejado de Jaheira.

    --Esta escasez de hierro -prosigui Jaheira, haciendo como si Montaron no existiera- podra conducir a una guerra entre mi gente y la tuya.

    Abdel se detuvo, y los otros vacilaron sin saber si continuar o no; pero slo Jaheira se par.

    --Mi gente? -pregunt Abdel. Se volvi para mirar a Jaheira, y fue la primera vez en todos esos das desde que se conocieron en El Brazo Amistoso que la miraba a los ojos. Abdel, que en muchos aspectos se senta inseguro de s mismo, se pona nervioso cerca de esa mujer fuerte y hermosa, y esto le resultaba embarazoso. Estaban viajando con su marido.

    --Amn y... -Jaheira se detuvo, dndose cuenta de que no conoca a ciencia cierta la procedencia de Abdel-. Gorion era del alczar de la Candela y te cri all, verdad?

    --As es -respondi Abdel, sintindose de nuevo cohibido, aunque no saba por qu.

    --Entonces, quizs... -empez a decir ella de nuevo-. Bueno, una guerra entre Amn y Puerta de Baldur, para empezar... con el alczar de la Candela cogido en medio.

    --El alczar de la Candela puede cuidar de s mismo -afirm Abdel, rotundamente. Se dio la vuelta y empez a andar de nuevo, pero despacio, permitiendo que Jaheira permaneciera a su lado.

    Estaban varios pasos por detrs de sus compaeros, y Abdel observ al inslito grupo. Xzar aplastaba sin parar algo, aunque por all haba pocos insectos. El mago murmuraba para sus adentros continuamente, pero desde que Jaheira se haba unido a ellos Abdel estaba tan distrado que Xzar ya no lo importunaba tanto. Montaron se volva y los miraba de vez en cuando. Pareca sentirse excluido o, por razones que slo l conoca, asustado. Khalid avanzaba resueltamente y hablaba poco. Las escasas veces que haba abierto la boca en los ltimos siete das y medio haba sido para hablar de lo que l llamaba su misin.

    Abdel, Montaron y Xzar se dirigan a Nashkel para buscar trabajo como guardianes de las minas, pero Jaheira y Khalid parecan

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    perseguir una causa ms noble, y, pese a que la mujer trataba de ganar a Abdel para su causa, el joven mercenario no comprenda su urgencia.

    --Los hombres luchan -le dijo, sin hacer caso de su bufido de protesta-. Amn y Puerta de Baldur, Amn y Tethyr, Tethyr y Tethyr... as son las cosas, as es como yo me gano la vida.

    --Pero no tiene por qu ser as -dijo Jaheira, con un suspiro. --Que no tiene por qu ser as? -inquiri l, sonriendo-. Cmo

    son las cosas o cmo me gano yo la vida? Montaron ri delante de ellos, y Abdel se dio cuenta de que el

    halfling poda or lo que decan. Esto lo hizo sonrer. --Alguien est saboteando deliberadamente el suministro de hierro

    en Nashkel y en otras minas -insisti Jaheira. Algo en su tono de voz permita pensar que dira algo ms, pero decidi dejar el tema, al menos hasta el da siguiente. An estaban a ms de cinco das de viaje desde el norte hasta Nashkel.

    Montaron se detuvo y, sonriendo, se dio media vuelta. --Y qu problema hay, bella Jaheira? Yo digo que dejemos que

    siga el sabotaje, y cuando lleguemos all encontraremos al culpable, lo entregaremos y nos darn una gran, gran recompensa.

    Jaheira no prest ninguna atencin a Montaron al pasar a su lado. --Recompensa? -pregunt Abdel. --Pues claro, chico -repuso Montaron, y le dio una palmadita en el

    antebrazo al fornido mercenario-. Por qu crees que llevamos trece das andando? Para hacer justicia?

    Jaheira se volvi hacia el halfling. --Y qu sabes t de justicia, ladrn? -le espet. Los ojos de Montaron se endurecieron slo por una fraccin de

    segundo, y Jaheira retrocedi un paso. Como si percibiera el enfrentamiento, Khalid se detuvo y se volvi, pero no se acerc. Abdel mantuvo la vista fija en el halfling.

    --Tranquila, chica -dijo Montaron, y solt una risita-. Slo es un negocio, no?

    --Y en qu negocios andas metido, Montaron? -pregunt ella. --Si te refieres a esos monederos en El Brazo Amistoso -repuso el

    halfling jovial-, quiz deberas agradecerme que sacara al chico de all. --Que sacaras al chico de all? -pregunt Khalid. La brisa y los

    graznidos de un cuervo casi cubrieron sus palabras.

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    Montaron lo mir y esboz una sonrisa. --Claro -dijo-, a l y a todos nosotros. --Luces de sueo -grit de pronto Xzar-, sueo de luces. Abdel, Montaron, Jaheira y Khalid miraron al mago. Xzar estaba a

    unos cuarenta pasos por delante de ellos, y obviamente no se haba enterado de la conversacin que estaban teniendo. Abdel fue el primero en rer, despus se le uni Montaron y luego Khalid, pero Jaheira, en silencio, retom la marcha tras Xzar.

    --Por cierto, gracias por lo que hiciste -dijo Abdel a Montaron. --No se merecen, chico -dijo Montaron-. Estoy seguro de que me

    devolvers el favor.

    En su camino desde El Brazo Amistoso, pasaron por Beregost y durmieron incluso en camas de verdad en una posada que Montaron insisti en pagar. Su estancia all se les hizo muy corta a todos, incluso a Abdel, para el que dormir bajo las estrellas era tan habitual como dormir a cubierto. Todos se sintieron aliviados cuando, finalmente, llegaron a la ciudad minera de Nashkel.

    Abdel no supo decir si era buena o mala suerte que se estuviera celebrando una especie de festival en un descampado a las afueras de la ciudad. De camino al sur, slo haba escuchado malas noticias de Jaheira y Khalid -incluso de Montaron-, por lo que se imaginaba que Nashkel sera una especie de ciudad fantasma. La imagen que se haba creado en su mente era la de mineros desesperados mendigando por la calle, tiendas y otros comercios cerrados, familias cargando carros para dirigirse a pastos ms verdes y el tipo de hosca embriaguez que haba visto en demasiadas tabernas de la costa de la Espada.

    Pero, en vez de eso, vio una pequea ciudad, llena de colorido. Por todas partes, haba carros en los que los mercaderes ambulantes exhiban sus mercancas. Tres hombres ataviados con ropas multicolores hacan juegos malabares con antorchas encendidas, un gnomo tocaba una alegre meloda con un instrumento que pareca una mezcla de gaitas y un carromato, y nios de aspecto saludable corran por doquier, aparentemente sin ningn miedo. En las calles se vean soldados vestidos con el uniforme de Amn.

    Montaron dio un codazo a Abdel para que se fijara en un grupito

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    de mujeres jvenes que el halfling pareca encontrar atractivas. --Me gustara investigar sus minas, eh, chico? -brome el

    halfling, y despus casi se dobl sobre s mismo en un ataque de hilaridad.

    Abdel estaba muy seguro de a qu se refera el halfling. pero no replic. Jaheira gru.

    --Cuando la ciudad sea invadida por soldados, las mujeres como sas estarn muy ocupadas -dijo.

    --Las mujeres como sas estn siempre ocupadas -replic Montaron-. Adems, no creo que muchos ms soldados amnianos desperdicien su tiempo aqu.

    --Al parecer te alegrara que partieran hacia el norte, halfling -dijo Jaheira-, quiz ya sabes qu pasa aqu.

    Montaron ri, pero la risa tena un tonillo que Abdel haba ido percibiendo cada vez con mayor frecuencia en los ltimos trece das.

    --Yo no s nada, chica -le dijo Montaron-. S incluso menos que t, si todo esto de la guerra es cierto.

    --Alguien quiere que se derrame sangre en Puerta de Baldur y en Amn -replic Jaheira, molesta-; eso es todo lo que s.

    --Y qu ocurrira si ese alguien fuera amniano? -pregunt Montaron, y sus labios dibujaron una sonrisa maliciosa-. Estaras, entonces, tan empeada en detenerlo?

    Jaheira tom aire bruscamente. Estaba a punto de decir algo cuando se detuvo y se volvi hacia Abdel. Era evidente que el mercenario se estaba conteniendo la risa.

    --Esto es muy serio -lo recrimin. Abdel sonri y asinti. --Deberamos buscar una posada -dijo Khalid, que intervino para

    poner fin a una conversacin que se deterioraba por momentos-. Esta noche deberamos descansar y partir hacia las minas por la maana.

    Jaheira asinti y fue tras l entre la multitud que se diriga al festival. Abdel la sigui con la mirada, y Montaron lo not. El halfling tambin desapareci entre la muchedumbre.

    --Debemos irnos, hijo de Bhaal -dijo Xzar, sobresaltando a Abdel. El mercenario se volvi hacia el inquieto mago. --Ve con Khalid, mago -le dijo. Xzar titube, y Abdel extendi la mano hacia su brazo. --No me toques! -grit Xzar-. No me toques!

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    Dos docenas o ms de personas se pararon para ver qu ocurra y clavaron los ojos en Abdel, aunque obviamente era Xzar quien no estaba en sus cabales. Abdel suspir, tratando de expeler el deseo de matar al quisquilloso mago, y se alej.

    Abdel saba adnde se dirigan todos, pero no fue con ellos a la posada. Haba trabajado y haba viajado con otras personas antes; algunas le gustaron y otras no. Lo haban acompaado otras mujeres en el pasado, pero ninguna consigui conmoverlo como Jaheira. Asimismo, calculaba que habra conocido a mil hombres como Khalid, individuos calmosos y serios que tenan una misin. Los Montarones -halflings o no- abundaban en la costa de la Espada; se trataba de supervivientes astutos, que saban qu haba en cada bolsillo y detrs de cada puerta cerrada, o acababan por saberlo. Xzar resultaba un enigma; no era el primer loco con el que se encontraba, pero estaba loco y, al mismo tiempo, tena destellos muy inteligentes: pese a los desvaros, era capaz de hacer magia.

    Vag por el festival preguntndose qu haca l all. Haba seguido a dos desconocidos con los que se haba topado por casualidad -no, en realidad eran cuatro desconocidos- para cumplir una misin que ni siquiera comprenda y por la que, ciertamente, no le iban a pagar. Montaron pareca capaz de robar lo suficiente como para que pudieran pernoctar en posadas y comprar algunas cervezas, pero sa no era la manera en la que Abdel quera ver mundo. l era capaz de trabajar para mantenerse, y eso era justamente lo que quera hacer. No obstante, haba el problema de las minas, o no?

    Al principio, el festival logr enmascarar los problemas, pero Abdel los fue percibiendo cada vez con mayor claridad a medida que haca su recorrido. Haba carros de mercaderes, desde luego, y la gente de Nashkel se detena a curiosear, pero casi nadie compraba. Los hombres se vean nerviosos, y las mujeres, serias.

    --Estn sirviendo cerveza -le dijo Montaron a su espalda-; te vienes conmigo?

    Abdel dio media vuelta, divertido y sorprendido por la habilidad que tena el halfling para aparecer y desaparecer entre la multitud a su capricho. Abdel nunca sera capaz de entender la diferencia que supona ser mucho ms bajo que todos los dems; su problema era

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    ms bien el contrario. --Aqu pasa algo raro, verdad? -pregunt. --Si ests hablando de las minas, s -repuso Montaron. --Entonces, dnde est nuestro patrn? Quin nos pagar por

    proteger las minas? Montaron sonri y se encogi de hombros. --Maana iremos a las minas y lo averiguaremos. Mientras tanto

    -dijo el halfling, sacando una bolsa de piel gastada de un bolsillo interior de su camisa-, aqu tienes algunas monedas para gastar. Divirtete un poco en el festival y renete conmigo en la posada para tomar algunas cervezas.

    --No puedo aceptar este dinero. --Es el que te ha dado de comer desde que salimos de El Brazo

    Amistoso -le record Montaron, aunque no esperaba que Abdel se sintiera culpable-. Tmalo y mira qu puedes encontrar... por el bien de todos.

    El halfling hizo un gesto con la cabeza hacia un carro de mercancas concreto, ri, y volvi a desaparecer entre el gento. Abdel observ el carro y a su propietario. El hombre iba vestido como un calishita, pero sus rasgos delataban un origen norteo. Abdel coligi que poda ser de Aguas Profundas o de Luskan; ofreca una coleccin de frascos de vidrio y plata, quiz perfumes.

    El mercader not que Abdel lo miraba y lo salud con una amplia sonrisa profesional, que dejaba al descubierto una dentadura incompleta.

    --Pcimas -voce el hombre, y su acento indic a Abdel que estaba en lo cierto al pensar que provena del norte-, elixires, drogas y ungentos para todos los males y cualquier eventualidad.

    Abdel se acerc. Las monedas tintineaban en la pequea bolsa que an llevaba en la mano.

    --Ah, seor! -lo salud el mercader-. Ya veo que necesita algo. Abdel se sinti legtimamente confundido ante esas palabras. --De veras? -pregunt-. Y qu necesito? El comerciante ri. --Usted es un guerrero -le respondi, y mir apreciativamente a

    Abdel de la cabeza a los pies-, y estoy seguro de que es muy bueno. Sabe cmo cuidar de s mismo, pero de vez en cuando no puede evitar que una daga o una espada afortunadas lo alcancen. Un sorbo

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    de esto... -el mercader levant un sencillo frasco plateado de la coleccin que exhiba en su carro- y no sentir ningn dolor.

    --Cuatro monedas de cobre y una cerveza tienen el mismo efecto. --Ah! -repuso el mercader, sin perder la sonrisa ni por un

    instante-, ah!, seguro que s, seor, pero a la maana siguiente la herida seguir estando all si la trata slo con cerveza; en cambio, esta preciosidad har que desaparezca. Es un secreto de tiempos muy antiguos y puede ser suyo por un mdico precio.

    --El secreto o la droga? --Ah!, la droga, por supuesto -replic el comerciante, y despus

    ech una rpida mirada a la pequea bolsa que Abdel sostena en su manaza-, a no ser que tenga una bolsa ms grande en algn sitio.

    Abdel ri y se acerc an ms. Pregunt qu contenan los otros frascos y oy historias que nadie en su sano juicio hubiera credo. Haba algo en el acto de regatear con ese comerciante falsamente jovial que lo calm. En los ltimos diez das y medio, haba estado ms tenso que en ninguna otra ocasin en su vida. Todo haba cambiado abruptamente y, al mismo tiempo, pareca moverse a cmara lenta.

    --cido? -pregunt Abdel, sin entender la palabra. --S, seor mo, s -respondi el comerciante-. Se trata de un

    brebaje muy peligroso; quema como fuego lquido. Es una creacin de los genios locos de Netheril, y hoy est a la venta al precio que un hombre honesto, como usted, pueda pagar.

    La cuestin de qu poda pagar exactamente un hombre honesto desencaden un largo debate tras el cual Abdel se intern de nuevo en la multitud con un frasquito de plata, otro de vidrio un poco mayor y todava cuatro monedas de cobre en la bolsa de piel.

    _____ 6 _____

    --Oh, vamos muchacha! -gimote Montaron-. No voy a envenenarte. Por el amor de Urogalan!

    Jaheira se limit a gruir a modo de respuesta, pero Khalid tendi la mano hacia el odre que le ofreca el halfling. Despus se lo llev cautelosamente a la nariz, como si pudiera explotar.

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    El amniano lo olfate y se encogi de hombros. --Huele a cerveza -dijo. --Y eso es lo que es, amigo mo -repuso Montaron-. Vamos... echa

    un trago para que nos d suerte. Khalid sonri y mir a Xzar y a Abdel. Tanto el mago como el

    mercenario haban dado sus buenos tragos de la cerveza especial de Montaron, y los dos an se tenan en pie, sin que pareciera haberlos afectado.

    --Khalid... -empez a decir Jaheira, pero se interrumpi cuando Khalid se llev el odre a los labios y bebi. Mantuvo el lquido en la boca uno o dos segundos antes de tragarlo, y cerr los ojos mientras se deslizaba por el esfago.

    Cuando volvi a abrirlos, se dirigi a Jaheira. --Adelante Jaheira, haz feliz al halfling. Quizs estos rituales

    sirvan para algo -dijo. --Slo Oghma sabe qu nos espera all, chica -aadi Montaron-,

    y un poco de buena suerte no te har ningn dao. --Cerveza de la suerte -se burl Jaheira, pero cogi el odre y ech

    rpidamente un trago. Tena ganas de terminar con aquel trmite cuanto antes.

    --Podemos irnos ya? -pregunt Abdel, rascndose alrededor del cuello de su tnica de malla.

    Desde que haban partido de Nashkel, llevaban toda la maana andando y an no haban llegado a las minas. Montaron hizo que se detuvieran donde una delgada franja de lodo marrn se desviaba de la carretera principal. Dijo que era un atajo que los llevara hasta las minas en un abrir y cerrar de ojos. Asimismo, afirm que beber la cerveza de la suerte era un ritual algo absurdo que l siempre haba observado cuando su camino lo conduca al peligro. Abdel bebi inmediatamente despus de Xzar, sin pensrselo dos veces; a lo largo de su existencia haba presenciado hechizos de buena suerte ms extraos. Entonces se senta impaciente por llegar a las minas.

    Jaheira devolvi al halfling su odre, y los cinco se internaron por el sendero. La basta hierba que bordeaba la carretera principal dio paso a un denso campo de flores silvestres, de color negro. El campo estaba totalmente cubierto de inflorescencias, y pese a que Abdel nunca se fijaba en cosas como sas, haba algo en aquellos brotes que le pareci extrao. Las flores eran todas muy similares, haba

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    demasiadas y algn aspecto de ellas estaba fuera de lugar. --Seguidme todos con mucho cuidado -dijo Montaron, bajando la

    voz y adoptando un tono serio. --Para que nos traiga buena suerte? -se burl Jaheira- O es

    que tienes miedo de hacer dao a estas flores tan bonitas? Abdel se inclin para coger una. Pensaba drsela a Jaheira,

    incluso se imagin cmo la deslizara por la parte posterior de una de sus delgadas y puntiagudas orejas, echando hacia atrs su pelo negro azabache y...

    --Este es tu jardn -dijo Khalid, interrumpiendo el curso de los pensamientos de Abdel y haciendo que volviera a la realidad-, no es cierto, Montaron?

    Abdel se sonroj y se puso rgido; se senta incmodo, pero nadie lo not.

    --Los peligros acechan por todas partes, mi buen amniano -replic Montaron-, incluso en un campo de bonitas flores negras, aunque en la oscuridad sean mucho menos tentadoras.

    El halfling se qued silencioso un momento. Andaba cuidadosamente, con la mirada fija en el suelo que haba delante de l. Conduca a los dems por el campo de flores por una trayectoria serpenteante que pareca no tener sentido. La uniformidad del manto de flores, el color y su balanceo con la brisa ejerci un efecto tranquilizador sobre los cinco. Abdel olvid su incomodidad, Xzar no aplastaba insectos imaginarios ni murmuraba entre dientes, y Khalid y Jaheira incluso seguan al halfling sin decir ni media palabra.

    --Condenado sol -dijo Montaron, rompiendo el silencio. Abdel levant la mirada, y entonces vio que en medio del campo

    de flores negras se levantaba una granja vieja y en muy mal estado. Se trataba de una estructura simple de madera, que an mostraba placas grisceas de lo que en otro tiempo haba sido una brillante capa de lechada. El tejado se haba hundido y en l creca el musgo. Los postigos se haban desprendido de las ventanas, quizs haca aos; slo unas sombras en la lechada revelaban que alguna vez haban estado all. Las ventanas no eran ms que cuadrados negros.

    Abdel suspir al contemplar la casa. Pens que en el pasado debi estar habitada por un familia.

    --Por todos los dioses! -exclam Montaron, y se detuvo bruscamente. Los dems lo imitaron. En realidad, Jaheira choc contra

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    la espalda de Abdel, y ste hurt el cuerpo para evitar el contacto. Cuando se volvi para decir algo a la mujer, su mirada se encontr con la del marido. Khalid sonri torpemente y despus apart los ojos. Abdel se sonroj de nuevo.

    --Qu pasa? -pregunt el mercenario a Montaron, tratando de disimular el embarazo que senta.

    --Un cuerpo -respondi Xzar, escuetamente-, un cuerpo que est muerto.

    Abdel entrecerr los ojos y se adelant, aplastando algunas de las flores. Montaron se estremeci al verlo, pero Abdel no hizo caso del halfling, que sigui mirndolo fijamente durante algunos minutos como si esperara que le ocurriese algo. Abdel mir el cuerpo que yaca a los pies de Montaron. Llevaba algunos das muerto, pero apenas se haba corrompido. Abdel se extra de que no hubiera moscas; un cadver al aire libre durante das suele atraer moscas. El hombre muerto era humano y estaba vestido con la simple cota de malla de un mercenario novato o de un soldado comn de infantera. Tena los ojos blancos, tirando a gris verdoso. La lengua, hinchada y negra, le asomaba entre los labios. No se vea sangre ni ninguna herida evidente.

    --Qu mat a este hombre? -pregunt Abdel, aunque sin esperar respuesta.

    --Seguramente veneno, no? -sugiri Montaron, que, como siempre, rehuy la mirada de Abdel.

    Abdel asinti al darse cuenta de que el halfling tena razn. Montaron se inclin sobre el hombre y pas las manos a lo largo del cinturn del soldado muerto.

    --Montaron! -exclam Jaheira-. Djalo en paz! --Tiene razn, Montaron -dijo Abdel-. Djalo. Montaron no les hizo caso, y slo se irgui y se volvi hacia ellos

    despus de encontrar algo. --Llaves? -pregunt Abdel al ver lo que el halfling tena en las

    manos. Era un juego completo: media docena de grandes llaves de latn, unidas por un simple anillo de hierro.

    --Si puedes desvelar dnde viva ese hombre, te hars rico -dijo Khalid, socarrn.

    Montaron sonri y mir por encima del hombro a la granja semiderruida.

    --Creo que ya lo s -