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Los hijos y las hijas de Bhaal, Dios de la Muerte,

compiten bien por ocupar el trono vacío de su

padre y alcanzar la inmortalidad, bien para

resucitarlo y elevarse con él. Pero sólo uno de

ellos podrá lograrlo: quien consiga acabar con

todos los de su misma estirpe.

Abdel Adrian, hijo de Bhaal por nacimiento e

hijo de Gorion por elección, deberá luchar para

sobrevivir, y también para proteger a las dos

mujeres que ama: su querida Jaheira y su

hermana Imoen.

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Philip Athans

El Trono de BhaalReinos Olvidados: Puerta de Baldur 3

ePub r 1.0

H u ygen s 27.05.14

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Título original: Baldur’s Gate II. Throneof BhaalPhilip Athans, 2001Traducción: Joana ClaverolDiseño de cubierta: Valerio Viano

Editor digital: HuygensDigitalización: MaperusaePub base r1.1

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Prólogo

Marpenoth, 1368 CV

—Silencio, Ravia —advirtió Gerdon asu esposa—. Despertarás al niño. Loasustarás.

—Tiene motivos para estarasustado, Gerdon. Yo lo estoy —replicóRavia, al borde del llanto—. Ya sabeslo que se comenta: ejecuciones, gentequemada en público…

—¡No, Ravia! —Gerdon golpeó conel puño la recia mesa situada en elcentro de la pequeña habitación que lafamilia usaba como cocina. Él mismo

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había construido aquella mesa, al igualque las sillas colocadas alrededor o lacama del cuarto de al lado. Gerdonincluso había levantado con sus propiasmanos las paredes de madera de suhogar y el tejado de barda que lo cubría—. ¡No dejaré que esta locura meobligue a abandonar mi tierra, mi hogar!

Ravia sacudió la cabeza.—¿Prefieres morir, Gerdon? ¿Y

contigo, tu hijo? Por las venas de Terreltambién corre sangre corrompida.

En vez de replicar, Gerdon empezó adar vueltas por la diminuta cocina. Cadanoche se repetía aquella discusión consu esposa. Gerdon estaba enfadado con

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Ravia, con el mundo e incluso consigomismo. Pero, sobre todo, tenía miedo.Miedo de que Ravia estuviera en locierto. No obstante, una parte de él senegaba a huir.

—Son historias que vienen del norte,de Amn. ¡Los amnianos son bárbaros!Allí se matan unos a otros por un puñadode monedas. Sólo están buscando unaexcusa.

Ravia se levantó, cruzó la cocina ydetuvo a su marido, que no cesaba dedar vueltas como un león enjaulado. Noiba a permitir que la diera de lado nique descartara sus palabras sin antessopesarlas.

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—Cada semana se oyen máshistorias, esposo. No pasa una semanasin que nos lleguen rumores de ciudadesy aldeas cada vez más cercanas. Ya noes sólo Amn. Ya sabes lo que estáocurriendo en Tethyr y Calimshan. ¡Nopuedes hacer caso omiso!

—Esas ciudades no son como lanuestra —protestó Gerdon, que atrajo asu esposa hacia sí y le dio un abrazotranquilizador aunque tal vez trataba másde convencerse a sí mismo que a ella—.Nuestros vecinos son sencilloscampesinos como nosotros y nunca nosharían ningún daño. Los conocemos.

Ravia nada replicó. Sintiéndose

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incómodo por el opresivo silencio,Gerdon siguió tratando de aplacar lostemores de su mujer.

—Sea como sea, nunca creerían loque otros les dijeran. Sólo nosotros losabemos. Ni siquiera Terrel está alcorriente.

—Pues tal vez debería —susurróRavia.

«Corre. No preguntes; no esperesrespuestas; no dudes; no busquesexplicación. Corre. Echa a correr».

Durante todo el mes anterior supadre le había inculcado esa lección.

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Terrel tenía sólo diez años y todavía noentendía muchas de las palabras que supadre usaba —como persecución,linchamiento, genocidio, legado,engendro de Bhaal—, pero erasuficientemente mayor para entender elmensaje principal.

—Si ves forasteros en la granja,Terrel, echa a correr. Corre lo másrápido que puedas y no te pares. Corre.

Al regresar de los campos dondeayudaba a la familia, Terrel los oyómucho antes de verlos. El vientovespertino llevaba hasta él el sonido deiracundos gritos de muchas voces. Laturba avanzaba por los campos,

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pisoteando sin ningún miramiento loscultivos de Gerdon. Las antorchas quellevaban resplandecían en la crecientepenumbra de la tarde iluminando a lagente con luz anaranjada. No sepercataron de la presencia de Terrel,pues tenían toda la atención puesta en ladiminuta granja que se alzaba en lalejanía y no en la pequeña figura que, dehaber desviado la mirada hacia elextremo más alejado de los campos,hubieran entrevisto recortada en laoscuridad.

Pero Terrel sí los vio iluminadospor las antorchas. Incluso a aquelladistancia pudo reconocer a muchos de

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los hombres que acudían periódicamentea la granja para cerrar tratos con suspadres. Pero al ver los extrañosuniformes de los soldados que losacompañaban obedeció las instruccionesde su padre y echó a correr.

La cabaña quedó rodeada. Lossoldados y los mercenarios fueronlentamente cerrando filas en torno a lacasa, apretando cada vez más la sogaalrededor del abyecto Hijo de Bhaal.Más allá, una entusiasta multitud delugareños se esforzaban por ver pero sinser vistos, por miedo. El jefe de los

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soldados, oculto en la sombra y cubiertocon un manto provisto de capuz, vigilabala escena a distancia segura.

Los soldados se acercaron a unacasa en silencio, aunque una luz quebrillaba en el interior se filtraba por laspequeñas grietas de los muros. Lossoldados se detuvieron y los civilesapostados detrás empujaron a unrenuente alcalde.

El hombre se movía inquieto ymiraba a su alrededor, buscandoconsuelo o tranquilidad en los rostros deaquellos a los que representaba. Perosus conciudadanos se quedaron atrás delcírculo de los soldados y miraban al

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suelo. Los rostros inclinados se veíanborrosos a la parpadeante luz de lasantorchas y las sombras, y sus auténticossentimientos eran inescrutables.

Lo que sí distinguía con todaclaridad el alcalde era la expresión enla cara de los soldados próximos o,mejor dicho, la absoluta falta deexpresión. Todos y cada uno de loshombres armados que cercaban lapequeña granja devolvieron al alcaldesu inquisitiva mirada por otra de apatíacarente de la menor huella decompasión. Habían sido duramenteentrenados para cumplir fanáticamentecon su deber y las órdenes de su

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embozado jefe, que se mantenía casicompletamente oculto en las sombras.

El alcalde carraspeó y, al hablar, suvoz sonó clara y fuerte pese a todas lasreservas que albergaba. Era la voz de unhombre acostumbrado a hablar enpúblico.

—¡Gerdon, quedas detenido por laseguridad de toda la comunidad, paraevitar que tu sangre impura nos traiga ladestrucción! ¡Si te entregaspacíficamente, serás arrestado ysometido a un juicio justo!

No hubo ninguna respuesta desde elinterior de la casa. Sólo se oía elcrepitar de una de las antorchas

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encendidas. El alcalde esperó un tiempoprudencial antes de tomar de nuevo lapalabra.

—Si te entregas, Ravia, tu esposa,quedará libre. Pero si te resistes nopodré garantizar su seguridad.

De nuevo la única respuesta fue elsilencio. El alcalde prosiguió.

—Desde luego, tu hijo, Terrel,también quedará bajo custodia, pues porsus venas también corre la corrompidasangre de Bhaal.

Ésta vez el alcalde dejó que elsilencio se prolongara muchos minutos.Ya había pronunciado el discursocuidadosamente confeccionado que la

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figura encapuchada le había dictado. Siquería añadir algo, tendrían que ser suspropias palabras. Al hablar, en su vozya no sonaba el timbre de gravedadpropia de una proclamación oficial.

—Gerdon, por favor… sé razonable.Es una situación muy desagradable paratodos. Por la seguridad de nuestrasfamilias, y también de la tuya, tú y tuhijo debéis entregaros a la auto…

La flecha se incrustó en el pecho delalcalde; su punta metálica se hundió enla carne, penetró entre los sólidoshuesos de la caja torácica y le perforóun pulmón. Las súplicas del alcalde seahogaron en una espuma sanguinolenta.

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Mientras se asfixiaba, agarró débilmenteel astil que le sobresalía del pecho ylentamente se desplomó, muerto. Gritosde alarma y horror brotaron de lamuchedumbre de civiles congregadostras el círculo de soldados que rodeabanla granja.

Todos a una los soldados avanzaronen perfecta formación hacia la casa. Susrostros no reflejaban ni sorpresa niconmoción, como si hubieran esperadoaquello desde el principio. Una lluviade flechas salió despedida delventanuco de la cabaña. Pero losmortales proyectiles rebotaron en losgrandes y recios escudos que sostenían

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los soldados, sin causar ningún daño.Fueron cerrando filas hasta formar unestrecho círculo a menos de cuatrometros de la casa.

—¡Malditos seáis todos, traidores!—gritó una voz familiar desde elinterior—. ¡Que vuestras almas ardan enel Abismo!

En respuesta a una señal apenasvisible de su embozado jefe, el capitánde los soldados alzó una mano. Alunísono, uno de cada dos soldados querodeaban la casa levantó su antorcha yla arrojó contra el tejado de barda. Elfuego prendió rápidamente y un penachode denso humo negro se alzó en el

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violáceo cielo nocturno.La mitad de los soldados aún

sostenía una antorcha; la otra mitaddesenvainó metódicamente una cimitarray esperó. Todos mantenían los escudosen alto para protegerse de otra posibleandanada de flechas.

Pero mientras el fuego prendía en eltejado de paja y las llamas se ibanextendiendo, la única respuesta delinterior de la casa fue un desafiantesilencio. A los pocos minutosanaranjadas lenguas de fuego lamían yalos muros, quemaban las paredes y sedisponían a abrasar los cimientos de lagranja así como la tierra sobre la que se

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alzaba. El humo subió en volutas ante elhumilde hogar hasta que la débil brisaque soplaba sobre los campos lo aclaróy lo dispersó.

Gerdon lanzó un intenso gemido deangustia y dolor, un gemido inhumanoque impulsó a sus conciudadanos ataparse los oídos por el terror y lavergüenza.

La puerta de la cabaña se abrió degolpe y Gerdon salió en tromba,arrancando la puerta de los goznes.Armado únicamente con la guadaña dehierro que utilizaba para segar, elcorpulento campesino arremetióaudazmente contra el capitán de los

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soldados. El capitán, protegido con unaarmadura, se adelantó tranquilamentepara detener el ataque con el escudo y lacimitarra.

Blandiendo su improvisada armacon la pericia de un maestro segador,Gerdon dibujó un arco con la guadaña,dirigiéndola contra las piernasdesprotegidas de su oponente. El capitánparó la guadaña con la cimitarra ydesvió el golpe, de modo que la hoz seestrelló en el suelo, a pocos centímetrosde sus pies.

Rápidamente Gerdon invirtió ladirección del ataque y deslizó las manospor el largo mango de la guadaña con el

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fin de cambiar el centro de equilibrio, altiempo que giraba la muñeca y forzabaal máximo los hombros para invertir elimpulso del pesado apero. El rápidocontraataque tomó por sorpresa alcapitán, que apenas logró alzar elescudo para detener el golpe.

Impulsado por la furia surgida de ladesesperación y la locura, el golpe deGerdon abolló el escudo de hierro ylanzó a su oponente hacia atrás. Elcapitán se tambaleó torpemente,intentando recuperar el equilibrio, peroGerdon alzaba ya la guadaña con laintención de acabar con élhundiéndosela en el costado,

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desprotegido.De pronto el campesino se quedó

paralizado, la guadaña se le escapó delas manos y él cayó de rodillas, víctimade un tajo de cimitarra en la espalda.Cegado por el dolor y la rabia, Gerdonno se había fijado en que un soldado sele acercaba por detrás mientras se batíacon el capitán.

Gerdon cayó al suelo, moviendoespásticamente brazos y piernas, pues lacimitarra casi le había cercenado laespina dorsal. Trató de pedir ayuda, deapelar a sus vecinos situados detrás delos soldados fuertemente armados, perode su garganta solamente brotaban

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gruñidos y gemidos animales.El capitán envainó su arma y apartó

de un puntapié la guadaña fuera delalcance de las manos que Gerdonagitaba incontrolablemente. A un gestode la cabeza, cuatro de sus hombrescorrieron hacia el campesino, locogieron cada uno por una extremidad ylo alzaron. Entonces llevaron a Gerdon,que se seguía retorciendo, hasta lacabaña en llamas, donde yacía el cuerposin vida de su esposa y lo arrojaron aaquel infierno.

Cuando el cuerpo de Gerdon seestrelló contra los ardientes muros de sucasa, la estructura ya debilitada por las

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llamas cedió y se desplomó, sepultandoal hombre bajo los ardientes escombros.

—¡Capitán! —gritó una voz severaque nacía de la multitud—. Heencontrado a éste corriendo por loscampos, tratando de escapar.

Media docena de soldados seabrieron paso entre los horrorizadosciviles para unirse a sus compañeros,que contemplaban con aire impasible losrestos en llamas de la casa. Uno de losrecién llegados arrastraba a unmuchacho, al que agarraba con fuerzapor el pelo.

El capitán los observó con miradadesapasionada. El niño fue obligado a

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avanzar hasta el centro del círculo y unode los soldados le sujetó los brazos a laespalda. A la luz de las altas llamastodos los reunidos podían verloclaramente.

—¿Cómo te llamas, chico? —preguntó el capitán.

El muchacho guardó silencio.—¿Cómo se llama? —preguntó el

capitán a la multitud.Durante varios segundos reinó el

silencio, pero entonces una voz anónimarespondió alto y claro:

—Es Terrel, el hijo de Gerdon.Con un rápido y elegante

movimiento el capitán desenvainó la

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cimitarra. Varias voces protestaron.—¡No es más que un niño! —

exclamó una de ellas.—Es un hijo de Bhaal —corrigió el

soldado y acto seguido seccionó lagarganta del indefenso niño.

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«Quiero volver a casa… al alcázar de laCandela».

Abdel había dicho nada más en serioque aquellas palabras que pronunció enla base del Árbol de la Vida. Pero sialgo había aprendido Abdel en losúltimos meses era que raramente podíacumplir sus deseos.

Había hecho méritos más quesuficientes para convertirse en un héroe.Primero, había matado a su malvadohermanastro, Sarevok, y salvado a laciudad de Puerta de Baldur de una

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sangrienta guerra sin ningún sentido.Luego, con la ayuda de Jaheira, habíaderrotado al brujo Jon Irenicus ysalvado no sólo la vida sino también elalma de su amiga de infancia y mediohermana, Imoen. Abdel había muerto, sehabía aventurado, en el Abismo yfinalmente había renacido a los pies delÁrbol de la Vida. En el ínterin habíaliberado la ciudad elfa deSuldanessellar, frustrado el complot deldemente Irenicus para alcanzar lainmortalidad y evitado la destruccióndel Árbol de la Vida, que era la fuentede toda la existencia en Faerun.

Después de todo ello lo único que

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Abdel deseaba era regresar a su hogar.Pero al abandonar la seguridad deSuldanessellar y los muros del alcázarde la Candela, nadie lo recibió como unhéroe, sino todo lo contrario.

—Abdel, tenemos que descansar. —La agotada voz de Jaheira, su amada, loarrancó bruscamente de suscavilaciones. El fornido mercenario ibaabriendo camino por el densosotobosque que crecía bajo losimponentes árboles del bosque de Tethir—. Esta noche tenemos que descansar.Deberíamos pararnos en el primer claroque encontremos.

Al mirar a la hermosa semielfa que

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lo había acompañado en todas sustribulaciones, Abdel vio su bonito rostrodemacrado y ojeroso. Su tez,normalmente olivácea, se veía casinegra por el polvo del camino y lasuciedad que se había ido acumulandoen el viaje, que no tenía visos de acabar.Su larga y espesa melena negra estabaapelmazada y enmarañada, y losbrillantes mechones cobrizos que laadornaban habían perdido su brillo. A laluz de la luna llena que se filtraba por eltupido dosel de ramas sus ojos colorvioleta aún relucían con energía eintensidad. Jaheira lo seguiría hasta elfin de Faerun sin quejarse. Abdel se dio

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cuenta de que no era por ella por lo quele pedía que pararan.

Imoen, la muchacha con la queAbdel se había criado en el alcázar dela Candela y con la que habíacompartido su mocedad, sus esperanzasy también sus sueños, se estabaquedando atrás. La joven medía pocomás de metro cincuenta, por lo que seveía obligada a dar dos pasos por cadauno que daba Abdel si quería mantenerel ritmo. Era evidente que el esfuerzo leestaba pasando factura. La joven solíamostrar un pícaro brillo en los ojos,pero ahora los tenía medio cerrados,caminaba con la cabeza gacha y el

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flequillo castaño le caía sobre la frentepálida y pecosa. Ella, que siempreavanzaba a ritmo ágil, ahora arrastrabapesadamente las piernas con rigidez,como alguien a quien fuerzan a caminarmás allá del límite de su resistencia. Aligual que Abdel, por las venas de Imoencorría sangre divina, pero los locosexperimentos del mago Irenicus habíaneliminado casi por completo lacorrompida esencia de su padre de sucuerpo y también de su alma, por lo queno poseía la fortaleza sobrehumana desu medio hermano.

A punto de perder el sentido, lajoven tropezó con una retorcida raíz que

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sobresalía del oscuro suelo del bosque,pero Abdel logró cogerla antes de quecayera. El mercenario se movía con lasobrenatural velocidad de alguien queera más que humano y poco menos quedivino. Sin decir palabra la cogió enbrazos y la acunó entre sus gigantescosbrazos.

Con Jaheira en cabeza, siguieronabriéndose paso entre la apretadafloresta hasta hallar un pequeño claro.Abdel depositó con delicadeza en elsuelo a su hermanastra y miró a Jaheiracon preocupación.

—Se pondrá bien —le aseguró lasemielfa—. Sólo necesita descansar. Y

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yo también lo necesito.—¿Cuánto tiempo?Era una pregunta muy simple, pero

Jaheira vaciló. Abdel lo comprendió: lahuida resultaba dura para los tres, peroImoen era quien más sufría. Llevabansemanas huyendo de sus perseguidorescomo animales acosados. Mercenarios,soldados, cazadores de recompensas yfanáticos religiosos los iban empujandoinexorablemente cada vez más hacia elsur a través de una inhóspita tierrasalvaje. Jaheira trató de hallar el puntode equilibrio entre su necesidad dedescansar y la urgencia de su continuahuida.

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—Unas pocas horas, por lo menos.—La semielfa suspiró antes de continuar—. Supongo que serán suficientes paraque Imoen pueda seguir caminando, peroni siquiera de esta forma podrácontinuar por mucho tiempo. En suestado, no podría recuperar las fuerzasni aunque descansara una semana entera.Imoen no es como tú, Abdel… ya no. Nodesde que Irenicus le arrancó del almala esencia de vuestro padre.

—Muy bien —repuso Abdel—.Descansaremos unas horas. —QuizáJaheira era más fuerte que Imoen, peroera evidente que ella también acusabadolorosamente la falta de sueño y el

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agotamiento. Por su parte, el colosalguerrero sentía un cansancio casiimperceptible en sus poderososmúsculos, pero en él palpitaba la fuerzavital de un dios—. Descansa, amor mío.Yo montaré guardia.

Jaheira negó débilmente con lacabeza, demasiado cansada paraoponerse con más fuerza.

—Aún no. Creo que podré encontraralgo que nos reanime un poco; unashojas de menta o quizá raíz de ginseng.No hará mucho, pero ayudará.

Era inútil discutir con ella. Pese aestar rendida de fatiga, su determinaciónno flaqueaba. Había decidido buscar en

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la espesura alguna planta o hierbabeneficiosa, y nada de lo que él pudieradecir lograría disuadirla. De nadaserviría que él mismo se ofreciera aexplorar los matorrales pues Jaheira erauna druida, una servidora del equilibrioy la naturaleza. La semielfa era capaz dereconocer las propiedades medicinalesde la flora que los rodeaba, mientras queAbdel era lego en la materia. Durantesus años de mercenario, de soldado asueldo, había aprendido los fundamentosbásicos de la supervivencia. Pero allí,en el extremo meridional del bosque deTethir, las plantas le eran desconocidas.

—No te alejes mucho —le aconsejó.

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En respuesta Jaheira asintiólevemente con la cabeza y desaparecióen la densa oscuridad del bosque.

Imoen reposaba inquieta sobre elfrío suelo, murmurando y agitándose.Abdel únicamente podía mirar ymaldecir a sus perseguidores. Siestuviera solo podría plantarles cara yluchar. Tal idea sería absurda paracualquier otro que no fuese Abdel yhasta hacía poco tiempo ni siquiera a élmismo se le hubiera ocurrido.

Cuando era un adolescente Abdel yaera más grande y fuerte que la mayoríade los hombres a los que conocía y, unavez adulto, se había convertido quizás

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en el humano más corpulento eimponente sobre la faz de Faerun. Consus más de dos metros de estatura y supoderosos músculos se había labradouna reputación como mercenario,guardaespaldas y guerrero; en resumen,como soldado de fortuna. Abdel habíaluchado en nombre de otros de todos losmodos posibles. Pero todo cambió parasiempre al descubrir la verdad sobre símismo.

Abdel era el hijo del Dios de laMuerte, el vástago del dios Bhaal.Cierto que se trataba de un dios muerto,pero era dios al fin y al cabo. Por serhijo de quien era Abdel se había

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convertido en un fugitivo a quienperseguían enemigos y cazadores derecompensas allí adónde fuera. Su linajele había cambiado asimismo la vida enmodos realmente asombrosos. Estabacambiando, evolucionando físicamente.Pese a que conservaba un aspectohumano normal, dejando de lado sudescomunal tamaño, ya no era humano.Jaheira lo había llamado avatar; unamanifestación física de su padreinmortal.

El hecho de ser la encarnación de undios tenía sus ventajas. El cuerpo deAbdel contenía la esencia de Bhaal, loque significaba que poseía una fortaleza

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excesiva incluso para su enorme tamaño.Su cuerpo era capaz de alimentarse de laesencia inmortal que contenía parareponerse y curar heridas graves oincluso mortales a una velocidadasombrosa. Abdel poseía unaresistencia, una fuerza y unascapacidades físicas sin igual en todoFaerun. Y su poder no dejaba de crecer;cada día Abdel se sentía más fuerte,sentía que sus capacidades habíansuperado ampliamente el umbral de lamortalidad.

Ahora, gracias a sus increíblespoderes de regeneración, las flechas ylas armas de sus enemigos eran del todo

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inútiles. Cualquier herida que pudieraninfligirle sanaba casi al instante. Eracasi invencible. Abdel se creía capaz deacabar él solo con toda una compañíasin sufrir ni un solo rasguño. Pero Imoeny Jaheira no podían contar con suextraordinaria constitución. Ellas sí eranvulnerables y, en el caos de una batallade gran envergadura, Abdel dudaba quepudiera protegerlas.

Y había algo más: pese a que erainmune a todo tipo de armamento, Abdelera vulnerable de otro modo. No podíadecirse que el corpulento mercenariofuera ajeno a la violencia; justamentehabía elegido una profesión que

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alimentara su sed de sangre y afinara sushabilidades para matar, en resumen, quealentara la parte mala de sí mismo, laparte que Bhaal había legado a todos sushijos. Solamente el amor de Jaheirahabía impedido que Abdel sucumbiera ala maldad del difunto Dios de la Muertey se convirtiera en una máquina de matarsin alma, como su hermanastro Sarevok.

Gracias al apoyo y a la guía de lamujer a la que amaba, Abdel había sidocapaz de resistirse a sus propiosimpulsos.

Con la ayuda paciente ycomprensiva de Jaheira el mercenariohabía aprendido a controlar el odio y la

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furia que albergaba en su interior, asícomo a reprimir la terribletransformación que amenazaba concambiarlo para siempre. Pero era uncontrol frágil. Si acababa con todos susperseguidores podría liberar al terriblemonstruo que llevaba dentro.

No sería la primera vez que lesucedía, tanto a él como a Imoen. En unacruel y sangrienta lucha librada en labase del Árbol de la Vida Abdel habíapurgado la bestia del espíritu de Imoen,pero el potencial que hacía que élmismo se convirtiera en un salvajeengendro que sólo pensaba en matar atodo ser vivo que se le pusiera por

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delante seguía intacto. La victoria sobretodos sus enemigos podría provocar quelo consumiera la corrompida esencia desu impío padre, y que su cuerpo setransformara en el demonio de cuatrobrazos; la encarnación sobre la faz deFaerun de la maldad de Bhaal. Abdelera consciente de que, si no tenía muchocuidado, podría convertirse de nuevo enel Aniquilador.

En respuesta a un susurro casiinaudible de las hojas Abdel giró sobresus talones y se agachó, desenvainandosimultáneamente el gran sable que lecolgaba de la espalda. Todo ello lo hizoen un único y fluido movimiento. Sus

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manos aferraban con tal fuerza laempuñadura del sable, presto adescargarlo sobre el intruso, que losnudillos se le pusieron blancos.Mantenía en tensión los enormesmúsculos de brazos y hombros, que letemblaban previendo la próxima lucha.Pero se relajó inmediatamente al ver queJaheira salía del bosque y entraba en elclaro.

La atractiva druida llevaba unpuñado de pequeñas hojas de tres picos,una de las cuales se metió en la boca.

—Estas hojas nos ayudarán, peronecesitamos dormir. Incluso tú lonecesitas, Abdel. —Jaheira le tendió

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una hoja—. Toma, dásela a Imoen. Siestá demasiado agotada para masticarla,colócasela bajo la lengua.

Abdel así lo hizo. Se arrodillo, dejóel sable en el suelo y tiernamentelevantó la cabeza de su exhaustahermanastra. Imoen no respondió cuandoAbdel la instó a que masticara la hoja,por lo que el mercenario le girósuavemente la cabeza y le abrió sumenuda boca. Tras deslizarle la hojabajo la lengua, volvió a apoyarle lacabeza sobre el frío suelo. Jaheira letendió una manta de su mochila y Abdelcubrió cuidadosamente con ella elatractivo cuerpo de la durmiente.

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Jaheira se tumbó muy cerca y Abdelse arrastró hasta ella. La semielfa seacurrucó contra él, apoyó la cabeza en laparte interior del robusto brazo deljoven y se apretó contra su musculosocuerpo para entrar en calor.

—He hablado con los animales delbosque —susurró la druida con vozamodorrada. Había empezado ya aabandonarse al sueño—. Nos avisarán sialguien se acerca.

Tranquilizado por las palabras deJaheira, Abdel rebulló sobre el fríosuelo, tratando de ponerse cómodo sinmolestar a su compañera dormida.Confiaba plenamente en la capacidad de

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Jaheira para comunicarse con lospájaros y los otros animales del bosque.Sabía que ellos vigilarían su sueño pero,por alguna razón, no lograba dormirse.

Se encontraba en un dilema; suscazadores les pisaban los talones y,teniendo en cuenta que tanto Imoen comoJaheira estaban cada día más cansadas ycada vez viajaban más despacio, erasólo una cuestión de tiempo que losatraparan. Entonces Abdel se veríaobligado a luchar, a enzarzarse en uncombate que deseaba evitar por todoslos medios.

No era la primera vez que seplanteaba la posibilidad de escabullirse

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sigilosamente aprovechando que Imoeny Jaheira dormían. De ese modo alejaríaa sus perseguidores de las dos mujeres yambas podrían vivir en paz, sin tenerque compartir con él su interminablevida de fugitivo. Pero una vez másdescartó aquella opción. El mercenariosuspiró y cerró los ojos. Aunque fuesecapaz de abandonar a Jaheira, aunque seforzara a alejarse de Imoen y de la mujera la que amaba, no podría estar segurode que los cazadores irían tras él.

Abdel era perseguido a causa de susangre, de la sangre contaminada de undios muerto, Bhaal. Lo perseguíandebido a los pecados cometidos por el

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padre. Era imposible hacer oídos sordosa los rumores de arrestos inesperados,de torturas sin sentido y de ejecucionessumarias, pues tales rumores se repetíancon demasiada frecuencia y estaban muyextendidos. Al igual que todos los hijosde Bhaal, Abdel debía huir para noacabar en la cárcel o ser ejecutado, noporque él hubiera hecho algo, sinosimplemente por ser hijo de quien era.

Imoen también era hija de Bhaal ypese a que, en su caso, apenas quedabanen su alma vestigios de su impío padre,también su vida estaría en peligro si loscapturaban. Además, Imoen no lograríasobrevivir sin la ayuda de Abdel y

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Jaheira.Estaba en una situación sin salida.

Presa de la desesperación Abdel por finse durmió.

Se hallaba en medio de la nada, enun mundo gris y muerto totalmente vacío.Abdel buscó con la mano el sable quesolía llevar colgado a la espalda y sesintió más tranquilo cuando rozó el fríometal de la empuñadura.

—Aquí no necesitas eso, pero, sivas a sentirte más cómodo, bienvenidosea.

La voz no era masculina ni femenina.

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Sonaba como muchas voces quehablaran al unísono en perfecta armonía.La respuesta instintiva de Abdel fuedesenvainar el sable, pero se resistió ydio media vuelta. Torciendo la cabezabuscó al desconocido o desconocidosque le habían hablado. Pero lo único quevio fue una nada gris en todasdirecciones.

—¡Muéstrate! —La voz delmercenario resonó en el vacío, por loque su atención volvió a verse atraídamomentáneamente hacia el extrañoentorno. Al alzar la mirada comprobóque no había cielo por encima de sucabeza y, al bajarla, vio que tampoco

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había tierra bajo sus pies. De hecho notenía la sensación de estar pisando nada.

—No temas, Abdel Adrian. Nocaerás.

Era evidente que aquella vozincorpórea, fuera quien fuese y sehallara donde se hallase, podía leerlelos pensamientos. A Abdel le extrañóque las palabras que pronunciaba la vozno resonaran como las suyas.

—Muéstrate —repitió Abdel. Estavez sonaba más a petición que a orden.

—Prepárate, hijo de Bhaal.De pronto Abdel ya no estaba solo

en el vacío. La entidad no se materializólentamente a partir del gris, como Abdel

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esperaba, ni tampoco apareció con undestello de luz ni se encarnó titilandocomo conjurada por el hechizo de unmago. No, en un momento no había naday al momento siguiente la entidad estabaahí, tan real y permanente como sihubiera existido en aquel extraño reinodel averno hacía una eternidad.

Era un ser masculino, con peloblanco y barba. Aunque se asemejaba aun humano, sus rasgos no eran nihermosos ni feos, sino comunes,corrientes. No era un ente mortal.Ningún mortal podría compararse contal divina creación. Llevaba una larga yholgada túnica negra que contrastaba

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con su perfecta piel de alabastro. Elmaterial de la tela parecía fundirse conel ser que la llevaba; ambos parecíanconfundirse, por lo que a Abdel leresultaba imposible precisar dóndeacababa el atavío y dónde empezaba lafigura. Los ojos del ser contenían lasoscuras profundidades de la eternidadatravesada por deslumbrantes puntos dela luz más pura, como un cieloestrellado en una noche clara ydespejada. El rostro era a la vez joven yanciano, omnipotente e inocente.

Pese a que Abdel medía más de dosmetros de estatura, se veía pequeño allado de aquel ser sobrenatural. La túnica

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de la entidad abarcaba todos los dibujoscelestiales de las lunas y las estrellas.Bañado en su gloriosa presencia Abdelse quedó sin habla y sobrecogidodurante unos segundos.

Cuando al fin recuperó la voz,solamente fue capaz de decir:

—Debo de estar soñando.—Un sueño no tiene por qué ser

menos verdad que eso que tú llamasmundo real —le aseguró el ser.

—¿Eres un dios? —preguntó Abdel,sin ser consciente de haber formulado lapregunta en su mente hasta que oyó quesu propia voz resonaba en el vacío quelo rodeaba.

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—No soy un dios sino un servidorde la Voluntad Divina. Existen poderespor encima de los dioses, Abdel Adrian.

Abdel sacudió la cabeza para tratarde disipar la niebla de pasmo que leimpedía pensar con claridad.

—¿Dónde estoy? —Abdel estabaseguro que el magnífico ser que teníadelante conocía la respuesta. Tal vezconocía las respuestas a todas laspreguntas.

—Estamos en un plano intermedio,Abdel Adrian —respondió el ser con sucoro de voces armonizadas—. Entre loque fue, lo que es y lo que puede ser.Aquí todo es posible pero nada existe de

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verdad.—No… no lo entiendo. —Una parte

de él mismo se sentía avergonzado poradmitir su ignorancia ante aquel gloriososer. Pero otra parte de sí mismo, unpequeño núcleo de dureza que guardabaen lo más profundo de su ser, sentíaresentimiento hacia la criatura.

—No, aún no eres capaz decomprenderlo. —El ser pareció hablarpara sí mismo, pero enseguida dirigiósus respuestas a Abdel—. Esto fue enotro tiempo el reino de Bhaal, una partedel Abismo asolada y marcada por elodio y la maldad que dejó tras de sí tupadre. Pero ahora Bhaal está muerto y

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ya no manda aquí.Abdel consideró largamente la

respuesta del ser sobrenatural, mientraséste esperaba inmóvil, radiante,deslumbrador. Cuando apareció Abdelhabía sentido que el esplendor de lacriatura aplastaba su propia identidad,pero ahora ya no se sentía abrumado porsu mera presencia.

—Tú me has traído hasta aquí,¿verdad? ¿Por qué?

—Estás aquí tanto por mi voluntadcomo por la tuya, Abdel Adrian, aunqueno seas consciente de eso, todavía. Estásaquí para prepararte.

—¿Prepararme para qué? —inquirió

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Abdel, aunque ya sabía la respuesta.—Para tu destino. Para el legado de

tu padre. Eres un hijo de Bhaal, AbdelAdrian. Tenlo presente y te conocerás ati mismo.

La pequeña chispa de resentimientose inflamó momentáneamente en elpecho del mercenario. Destino, ellegado de Bhaal. Durante toda su vida,en todo lo que había visto y hecho,Abdel nunca se había topado con nadieque se pareciera ni remotamente a lacriatura que se alzaba ante él. Noobstante, aquel espectacular ser repetíala cantinela que Abdel había estadooyendo desde la noche en la que los

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secuaces de su hermanastro Sarevokhabían matado a Gorion, su padreadoptivo.

Con un cansino suspiro empezó aplantear una serie de preguntas que ya leeran demasiado familiares.

—¿Cuál es ese legado? ¿Qué medepara el destino? ¿Y qué quieres tú demí?

La entidad, hasta aquel momentofísicamente perfecta en su inmovilidadestatuaria, movió ligeramente la cabeza.La ilusión se hizo pedazos. Pese a sudeslumbrante aspecto, pese a suaparente omnisciencia, Abdel se diocuenta de que el ser no tenía las

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respuestas. Nuevamente la chispa deresentimiento prendió en el musculosopecho del gigantesco guerrero.

—Te he estado vigilando de cerca,Abdel Adrian —le dijo el ser—. ElInmortal que llevas en tu seno es fuerte.Los hijos de Bhaal aún tienen muchoscaminos que hollar, y tú serás quienvaya en cabeza.

—¿Hijos? ¿Quieres decir que Imoentambién está metida en esto? —inquirióAbdel con sorpresa.

—Tú e Imoen no estáis solos.Vuestro destino está ligado al de muchosotros.

—¿Y cuál es ese destino del que

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hablas? ¿Qué futuro me espera?—Tu futuro aún está por decidir.

Pero debes saber que el tiempo de laprofecía se acerca. Hay gente dispuestaa destruirte a ti y a todos los de tu linaje.La traición acecha a cada recodo delcamino, y tienes enemigos ocultos quetraman tu muerte.

—¿Enemigos ocultos? ¿Quiénes?Dime quiénes son.

—Hay secretos que no me estápermitido revelar. Estoy sujeto a fuerzasque los mortales no podéis llegaros aimaginar. Yo únicamente puedo guiarteen la busca de las respuestas, AbdelAdrian, pero no puedo dártelas.

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»Busca a quienes comparten contigola lacra de Bhaal y hallarás esasrespuestas.

Los gritos de Jaheira lo despertaron.

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2

Illasera presentía el fin de la caza. Selamió las yemas de los dedos, anhelante,y cogió el arco que colgaba de su tensoy musculoso hombro. Sin dejar decaminar a largas y gráciles zancadaspreparó en silencio una única flechanegra de las que llevaba en la aljaba,que pendía de su delgada cadera. Suspresas habían dejado un rastro aúnfresco de matorrales pisoteados y ramasrotas; no le llevaban más que unas horasde ventaja. Las débiles huellas en elduro suelo del bosque, invisibles para

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cualquiera que no fuese un expertorastreador, manifestaban una constantedisminución de la longitud del paso, loque era un evidente signo de fatiga.Illasera estaba segura de que el trío alque acechaba se habría detenido parapasar la noche, pero ella, la Cazadora,seguiría adelante y pronto los atraparía.

Se detuvo y gracias a sus aguzadossentidos de depredadora localizó otraindicación de la cercanía de sus presas.Illasera ya las olía. En el aire inerteatrapado entre la espesura del bosque deTethir flotaba pesadamente el oloralmizcleño a sudor. Pero eso no eratodo. Illasera era uno de los Cinco y,

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como tal, los sentía. La sangre quecorría por las venas de los hijos deBhaal la llamaba, la instaba a seguiradelante. Así pues reemprendió lamarcha a pasos anhelantes, cada vez másrápidos, deslizándose entre los árbolestan silenciosamente como una sombra.

Por el rabillo del ojo captó un levemovimiento. La Cazadora disparó unasola flecha que atravesó al pequeñopájaro que acababa de posarse en unárbol. Mientras pasaba junto a élIllasera bajó la vista hacia el diminutocuerpo cubierto por plumas empaladopor la flecha, que todavía se agitabadébilmente en un inútil esfuerzo por

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escapar. La criatura había tratado deadvertir a su presa.

La Cazadora se apartó un largomechón de pelo del rostro y se riósuavemente para sí, mientras seguíaandando. Una de sus tres presas eracapaz de hablar con los animales delbosque y comunicarse con ellos demodos que la mayor parte de la gente nisiquiera sospechaba. Una de sus presasera una hija del bosque, una sirvienta dela naturaleza, una druida.

Eran estúpidos si creían que talescentinelas emplumados los protegerían.Cada uno de los Cinco poseía poderesprofanos. En ellos el legado de su

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corrompido padre inmortal semanifestaba de formas distintas. En elcaso de Illasera ese poder la vinculaba ala tierra. Al igual que la druida, Illaserapodía comunicarse con las criaturas delbosque, podía usar su poder para alterarel orden natural. No obstante, la suya noera una relación simbiótica. CuandoIllasera usaba su poder era para obligara la naturaleza a doblegarse ante sucorrompida voluntad.

La Cazadora vaciló y consideró lasconsecuencias de sus acciones. Silanzaba una llamada a los espíritus másoscuros que moraban en el bosque sinduda la druida la oiría. Pero si los hijos

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de Bhaal se encontraban tan cerca comoella sospechaba, tan cerca como lossentía, aunque la druida supiera de supresencia no tendrían tiempo para huir.

Quieta, inclinó la cabeza hacia atrásy alzó los brazos hacia el negro cielo.En sus ojos ardía un oscuro fuego.Mientras Illasera reunía su poder enforma de viento frío, las hojassusurraron y las ramas temblaron. Losanimales que se hallaban cerca huyerondespavoridos, aterrorizados al notar elgélido viento, o se encogieron en elsuelo del bosque paralizados por elterror.

El suelo tembló a medida que la

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oscura arquera acumulaba magia. Unagran bandada de aves abandonó elrefugio de las ramas vecinas y tapó laluna al remontar el vuelo. El sonido demiles de alas batiendo el aire no podíaacallar los discordantes chillidos deterror que proferían. La Cazadora seunió al coro con un grito que desató unaoleada de magia maligna que retumbópor el suelo del bosque. Illasera estabaenviando impías llamadas que nadiepodía desoír.

Todos los moradores del bosque —animales de pelo, de pluma e incluso losmismos árboles— quedaron envueltosen la magia negra de la sacrílega

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llamada. Las hojas se marchitaron ymurieron al instante, las ramas seretorcieron, las raíces se pudrieron y seenmarañaron, e incluso los troncos delos grandes robles se deformaron y seconvirtieron en una abominación de suforma original. Las criaturas máspequeñas del bosque cayeron muertas alinstante, destruidas por la necromanciade Illasera mientras que las más fuertessufrían transformaciones y mutaciones,convirtiéndose en morbosas versionesde ellas mismas. Corrompidas por lapérfida lacra de una de los Cinco, lasmentes de las indefensas criaturas caíanbajo el dominio de la malvada

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conciencia de Illasera.Todas se fueron reuniendo alrededor

de ella. Una manada de lo que anteshabían sido lobos rodearon a su cruelama.

Con una única orden silenciosaIllasera ordenó a sus servidores queexploraran el camino y la guiaran hastasus presas.

Cerca, una mujer gritó.

El angustioso grito de Jaheiradespertó a Abdel, arrancándolo delextraño sueño que tenía. Un momentodespués ya estaba de pie con el sable

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presto y recorriendo la espesura con lamirada en busca de signos de peligro.

Pero no vio nada. Sus ojos nolograban atravesar la oscuridad de lanoche.

—Jaheira —susurró—. ¿Qué pasa,amor mío?

La druida pronunció una únicapalabra mágica, y la arboleda quedóbañada en una suave y cálida luz.Gracias a la mágica iluminación Abdelpudo ver con claridad. Jaheira ya estabade pie, agarrando con firmeza el bastónque usaba a modo de arma. Imoen seguíatumbada en el suelo, pugnandolentamente por incorporarse, buscando a

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ciegas la pequeña daga que llevaba alcinto.

Abdel apenas se fijó en sus doscompañeras, pues toda su atenciónestaba centrada en el desconocidoentorno. Entonces comprendió lareacción de horror de la druida. Lo queal dormirse era una vegetación lozana ypalpitante se había convertido en unaarboleda moribunda en descomposición.Los imponentes árboles ahora no eranmás que madera muerta que se pudría,con los troncos retorcidos y reformados.A su alrededor las hojas muertas caíanlentamente al suelo desde ramasigualmente sin vida, y cubrían el claro

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con un enfermizo manto amarillento.El penetrante olor a vegetación en

descomposición inundó su nariz. Pordebajo de aquel olor dulzón y asquerosole pareció que olía algo más; algohediondo e impuro.

—¿Qué es esto? —preguntó Imoenen un susurro chillón e inquieto.

—Magia maligna —replicó Jaheira—. Una abominación del orden natural.

—En guardia —ordenó Abdel,haciéndose cargo de la situación. Estabaseguro de que el ataque sería inminentey no tenía ningún deseo de que algooculto en los árboles que rodeaban elcalvero se le abalanzara por detrás. Los

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tres formaron un estrecho círculo,espalda contra espalda, cerca del centrodel pequeño claro.

Al notar que el pelo de Jaheira lerozaba el brazo desnudo, unestremecimiento de nostalgia le recorrióla columna vertebral, pero luchó pordeshacerse de aquella sensación. Teníaque concentrarse en el impenetrablemuro gris de árboles retorcidos que sealzaba ante él.

No tuvo que esperar mucho.El ataque se produjo

simultáneamente desde todos los lados.Abdel sabía que así sería, aunquealbergaba esperanzas de equivocarse.

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Un grupo formado por cinco criaturas deforma conocida y, no obstante, extraña yalterada abandonaron el refugio delbosque, abalanzándose temerariamentesobre los tres humanos.

Un gran lobo se lanzó contra lagarganta de Abdel e instintivamente unaparte de la mente del mercenarioretrocedió ante lo que vio. La bestiatenía los ojos de un blanco lechoso,cuyas pupilas se perdían en el turbio pusque supuraba de sus ojos medio ciegosdejando por el morro del animal unreguero de podredumbre pegajosa ybrillante. Por las fauces abiertas lanzabasalpicaduras de espuma gris. Tan espesa

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era la espuma que le brotaba de lagarganta que los colmillos apenas eranvisibles. El denso pelaje del lobo seveía enmarañado y apelmazado, ademásde infectado por la sarna. La carne queasomaba por las numerosas placas desarna estaba amarillenta y cubierta depústulas. El pelo le latía como simillones de gusanos hirvieran en él.Pero lo peor era el olor que despedía; elhedor dulzón y enfermizo de carnegangrenada que produjo un ataque denáuseas a Abdel y a punto estuvo dedejarlo fuera de combate.

Pero sólo una pequeña parte de lamente de mercenario era lo

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suficientemente refinada para sentirrepugnancia ante aquella abominableperversión. La mayor parte de sucerebro funcionaba a un nivel másbásico, más primario. Abdel blandió elsable a la velocidad de suspensamientos y hendió el pecho delcorrompido lobo. El acero atravesó elpelaje y la caja torácica, cubriendo almercenario de sangre caliente.

Abdel aprovechó el impulso quellevaba para seguir girando y enfrentarsea las bestias que atacaban a Jaheira eImoen. Cuando el cuerpo del primero delos lobos muertos tocó el suelo, el sablede Abdel ya destripaba a un segundo,

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que había saltado sobre Imoen.Por el rabillo del ojo vio que

Jaheira había detenido el ataque de untercer lobo estrellándole el bastón en lacabeza, lo que le rompió el cráneo de unsolo golpe. Pero, aunque ya muerta, elimpulso que llevaba la bestia eraimparable. El infecto lobo tumbó aJaheira y la enterró bajo una masa decarne y de asqueroso pelaje lleno debichos.

Abdel no podía acudirinmediatamente en su ayuda. Estabademasiado ocupado propinando a Imoenuna patada en la espalda con su pesadabota, lo que hizo perder a la muchacha

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el equilibrio y tambalearse, alejándoseasí de los colmillos del cuarto atacante.El lobo, privado de su blanco inicial,giró para enfrentarse a la nuevaamenaza, tomó impulso hacia arriba consus poderosos cuartos traseros y selanzó contra la garganta desprotegida deAbdel. Los colmillos se hundieronprofundamente en la tráquea delmercenario y le desgarraron la garganta.

El peso de la bestia arrojó a Abdelsobre la dura tierra.

Pero mientras caía levantó haciaarriba la punta del acero y la hundió enun pliegue de piel situado entre doscostillas.

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El lobo estaba demasiado cerca parapoder hacer palanca con la espada, perocuando los rivales aterrizaron en elsuelo el lobo quedó empalado en elacero de Abdel debido a su propio pesoy al impulso que llevaban ambos.

La herida en la garganta hubiese sidomortal de necesidad para cualquiermortal de Abeir-Toril, pero ya hacíatiempo que Abdel no era mortal.Mientras hundía más y más la punta delsable en su enemigo, Abdel sentía yacómo la carne de su desgarrada gargantaempezaba a regenerarse. El mercenariose quedó momentáneamente atrapadobajo el peso del lobo, pero torció el

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sable, rompiendo cartílago y rompiendohueso, para abrir en el pecho de labestia un orificio del tamaño de un puño.El corrompido animal murió al instantey en el escaso segundo que tardó Abdelen quitarse de encima al animal, suherida sanó.

Empapado en sangre y otros fluidos,Abdel se levantó de un salto presto aenfrentarse al siguiente atacante, pero seencontró con que el quinto y último lobose agitaba débilmente en el suelo. Teníaclavada entre las ancas la daga deImoen. La muchacha había acabado conél de un sólo golpe perfectamentedirigido a la base del cerebro.

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Junto a él, Jaheira había logradosalir de debajo del asqueroso cuerpo dellobo al que había matado. De rodillas ladruida vomitaba incontrolablemente,asqueada por haber estado en contactocon la monstruosa criatura. Pero apartede eso, Abdel vio que no había sufridodaño alguno.

Pero entonces se fijó en que Imoen,acurrucada cerca del cadáver del primerlobo abatido, se agarraba un brazo,tratando débilmente de detener el flujode sangre. Abdel cruzó el claro de unazancada y se arrodilló junto a su mediohermana, al tiempo que alzaba la miradahacia Jaheira.

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—No es nada, Abdel —dijo Imoen,tratando de sonreír valientemente, peroel dolor era tan intenso que únicamenteconsiguió que los dientes le rechinaran.Suavemente Abdel la cogió por lamuñeca y le giró el brazo para examinarla herida. Tenía un profundo tajo en lacara interna del antebrazo que iba desdela muñeca al codo. Por la heridaasomaban tendones y músculos.

Al verlo Imoen se estremeció ypalideció.

—Yo no me recupero tan deprisacomo tú, hermanito —susurró con voztrémula.

Jaheira se arrodilló junto a ellos,

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mientras se limpiaba los últimos restosde vómito de los labios.

—Qué horror —dijo simplemente—.Esas bestias antes eran animales y algolas convirtió en esas… abominacionesde la naturaleza. Deberíamos quemar suscuerpos.

Ni Abdel ni Imoen replicaron, y depronto Jaheira se dio cuenta de laterrible herida que tenía la joven en elbrazo.

—Lo siento, pequeña —se disculpó,examinando rápidamente el daño—. Mesentía tan indignada por esa profanaciónde la naturaleza que no te he atendidocon la necesaria celeridad.

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La druida se sacó un puñado debayas rojas de una bolsa que le colgabadel cinto y las sostuvo en el puñoencima de la desgarrada carne de Imoen.Entonces las estrujó, de modo que elzumo carmesí goteara en la herida.Imoen gruñó por efecto de la impresióny quiso apartar el brazo bruscamente,pero Jaheira la tenía cogida con fuerza.

—¿Te duele mucho?Imoen asintió, sin poder responder.

Apretaba los dientes.—He notado cómo la herida

empezaba a infectarse. No quiero nipensar en las enfermedades que podríanhaberle contagiado esas horribles

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bestias. Esto desinfectará la herida.Tras asegurarse de que Jaheira

atendía a Imoen, Abdel pudo centrar denuevo su atención en las amenazas queaún podrían ocultarse en el bosque. Aúnquedaba algo allí fuera vigilándolos.

Illasera llegó al borde del pequeñocalvero poco después que susexploradores, pero el combate ya habíaacabado. Eso no la sorprendió. Ya habíacalculado que los lobos, aunque setratara de lobos transformados por supoderosa magia, no serían rivales parados hijos de Bhaal. Pero sus servidores

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habían cumplido con su misión; ahora laCazadora tenía a sus presas a la vista.

El trío del claro todavía no se habíapercatado de su presencia. La arqueraretrocedió silenciosamente medio pasocon la intención de camuflarse entre lasramas muertas y sin hojas. Desde allí,bien oculta, inspeccionó la situación.

Tal como le habían dicho, y comolas huellas indicaban, eran tres: dosmujeres y un hombre muy alto ymusculoso. Illasera sabía que solamentedos de ellos eran hijos del Dios de laMuerte. El Ungido de Bhaal, el líder delos Cinco, había sido muy claro alrespecto: dos estaban contaminados por

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la esencia divina y uno era mortal.Aunque, desde luego, los tres caeríanbajo su mano.

Illasera supuso que el hombrepertenecía a la prole de Bhaal. Suestatura, sus enormes y abultadosmúsculos, la gracia natural depredadoracon la que se movía lo delataban. Alcontemplar a aquel espécimenfísicamente asombroso Illasera casi veíasu cuerpo como manifestación física dela divina furia de Bhaal.

Pero las mujeres no eran tanfácilmente identificables. No todos loshijos y las hijas de Bhaal eran taninmediatamente reconocibles como el

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fornido guerrero. Muchos eran personashumildes de aspecto corriente:campesinos, granjeros y comerciantes.Sus vidas eran insignificantes, pero sumuerte era importante para los Cinco.

La Cazadora vaciló, sopesandocuidadosamente cuál sería su próximomovimiento. Contaba con una buenaprovisión de flechas normales y fiables.Podría lanzar una andanada contra eltrío y ahogarlo bajo una lluvia deproyectiles. Pero el Ungido habíainsistido en que las armasconvencionales nada podrían contraesos dos hijos de Bhaal.

El legado de su inmortal padre se

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manifestaba de modos muy distintos encada uno de sus descendientes. Algunos,muy pocos, poseían poderes milagrososque los hacían casi invulnerables. LosCinco habían aprendido mucho tiempoatrás la forma de contrarrestar lainvulnerabilidad con la que contabaparte de la progenie del Dios de laMuerte.

Sin hacer ningún ruido la Cazadorasacó una flecha de la aljaba, una de lasespeciales. Eran proyectiles provistoscon runas mágicas. Eran muy valiosas ysolamente tenía unas pocas. Puesto queno tenía modo de decidir cuál de las dosmujeres era descendiente de un dios,

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tendría que suponer que ambas poseíanla sangre contaminada. Cuidadosamenteapuntó a la mujer que atendía a laherida. Illasera conocía el oficio dematar y sabía que primero tenía queeliminar a la sanadora.

Abdel no llegó a ver a la figurafemenina camuflada que alzaba un arco,pero el movimiento del proyectil quedisparó le llamó la atención. Elmercenario extendió inmediatamente subrazo desnudo para interceptar la flecha,que volaba directa hacia la garganta deJaheira. Fue una acción puramente

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instintiva, basada en el innatoconocimiento de que, debido a su sangredivina, era inmune a todo daño físico.

El proyectil se le clavó en elantebrazo izquierdo y fue desgarrandotendones y músculos hasta que la puntametálica sobresalió un par decentímetros por el otro lado.

Imoen lanzó un grito de sorpresa ymiedo, mientras que Jaheira se lanzabasobre la vulnerable muchacha paraprotegerla con su cuerpo. Abdel actuó amodo de escudo humano y se colocódentro de la línea de fuego del invisiblearquero. Se creía a salvo de las mortalesflechas gracias a sus poderes

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sobrenaturales de recuperación.Protegiendo a sus compañeras con

su propio cuerpo, el mercenario cogió elasta negra de la flecha alojada en suantebrazo izquierdo y tiró de ella con lamano diestra, sin fijarse apenas en lasextrañas runas de color rojo pintadas enla madera negra. Al arrancarse elproyectil, aumentó los daños de laherida. Una oleada de dolor atroz seadueñó de su alma, cegándolomomentáneamente. El fornidomercenario gruñó y trató de superarlo.

Para Abdel el dolor era algo a loque no daba importancia, unaconsecuencia inútil de su vida mortal, un

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mecanismo evolutivo que advertía aorganismos inferiores de un daño quepodría ser letal. Pero para Abdel aquelaviso no tenía ningún propósito, puestodo dolor era transitorio y cualquierdaño que sufriera temporal.

El mercenario fijó la vista en suherida para contemplar el proceso deregeneración. Aún lo fascinaba lainstantánea capacidad regenerativa de supropio cuerpo. Pero en esta ocasión algoextraño ocurrió o, mejor dicho, noocurrió. El abundante flujo de sangreque manaba del irregular orificio en subrazo no cesó. Los jirones de piel que lecolgaban de los bordes de la herida no

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habían empezado a curarse, y el tejidomuscular seguía desgarrado. Abdel sequedó mirando fijamente la sangranteherida, perplejo ante aquella prueba devulnerabilidad.

Entonces oyó el débil peroinconfundible sonido de una cuerda dearco y giró el cuerpo a la derecha altiempo que se agachaba. El proyectildirigido contra su ojo le pasó rozando laoreja, y el dirigido contra su corazón fuea clavarse en su hombro izquierdo.

Lo único que evitó que elmercenario cargara a ciegas contra elsotobosque en persecución de suinvisible atacante, pese a la flecha

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alojada en el hombro, fue la voz deImoen que dijo:

—Espera, Abdel.El tono de confianza de su voz cogió

por sorpresa a Abdel, y vaciló unasmilésimas de segundo. Aquellavacilación le salvó la vida. Otra flechasurcó el aire, volando hacia la gargantadesnuda de Abdel cubierta de sangreseca. Pero a apenas treinta centímetrosdel guerrero la flecha cambió dedirección y fue a estrellarse en lavegetación.

Asombrado, Abdel se volvió paramirar a su joven hermana. Jaheira lehabía vendado el brazo y la esbelta

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muchacha se había puesto en pie. Imoenesbozó una fugaz sonrisa.

—Un hechizo menor que aprendímientras estudiaba en el alcázar de laCandela. Si nos mantenemos unidos lasflechas no nos harán ningún daño.

Abdel asintió y alzó el sable. Uninstante después Jaheira estaba de piejunto a él y le arrancaba delicadamentedel hombro el asta del proyectil. Elmercenario se estremeció cuando otraflecha emplumada rebotó a pocoscentímetros de su rostro, y luego se echóa reír por su reacción.

—¡Si me quieres tendrás que venir abuscarme! —gritó hacia el bosque.

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Se oyó el sonido de un arma al serdesenvainada, y una mujer alta, morenay toda vestida de gris entró en el claro.

En cada mano balanceaba unestoque. Abdel reparó en que lasdelgadas espadas no reflejaban la luzmágica que Jaheira había conjurado,sino que parecían absorberla. Lasmanchas rojas que las cubrían solamenteconfirmaron lo que ya sabía: al igual quelas extrañas flechas, aquellos estoquespodrían producirle daños permanentes.

—He matado a hijos de Bhaal másimpresionantes que tú —dijo la mujerentre dientes, avanzando lentamente—.Soy una de los Cinco y tu sangre será

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mía.Por cómo sostenía las armas —

extendidas ante ella, una arriba y otraabajo— Abdel supo que sus habilidadesguerreras no se limitaban al uso delarco. Deseoso de mantener a Jaheira y aImoen fuera de peligro, Abdel seadelantó para hacer frente a su rival. Yano necesitaba el escudo de Imoen que loprotegiera de las flechas.

El brazo izquierdo le pendía a unlado, inútil. Seguía sangrando, por loque se sentía lento y débil. La mujer giróuna muñeca, y uno de los estoques abrióun profundo tajo en la mejilla delmercenario.

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El guerrero maldijo entre dientes. Larapidez del ataque lo había cogidodesprevenido. A duras penas habíalogrado inclinarse hacia atrás losuficiente para no perder un ojo. Con surecio sable dibujó un amplio arco en elaire. El largo cabello oscuro empapadode sudor se le pegaba a la cara. Su ágilrival esquivó el ataque con un ágil saltoy respondió causándole dos profundasincisiones en el brazo con el quesostenía el sable.

Abdel gruñó de sorpresa y dolor, ydio otro fuerte sablazo. Nuevamente lamujer lo esquivó, pero esta vez Abdel lohabía previsto. Su ataque no había sido

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más que un amago, y cuando la Cazadoragiró para eludir su sable, el mercenariola golpeó con una pierna, haciéndoleperder el equilibrio.

Inmediatamente descargó el sablepara acabar con su rival, pero ella girósobre sí misma. El acero del mercenariose estrelló contra el duro suelo y lassacudidas le causaron una penetrantepunzada de dolor en el brazo herido.

De nuevo la Cazadora estaba de piecon los estoques prestos para descargaruna lluvia de golpes contra la pieldesnuda de Abdel. El mercenario eraconsciente que de hallarse en plenasfacultades hubiese despachado

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fácilmente a su rival. La Cazadora erarápida, sí, pero él aún lo era más. Noobstante, tenía un brazo inútil, lo que leimpedía asir la impresionante arma conlas dos manos y responder con losvertiginosos sablazos con los que solíaabrumar a sus rivales.

En vez de eso se veía obligado aactuar a la defensiva, trazando ampliosarcos en el aire con su arma paramantener a la mujer a raya.Indefectiblemente la Cazadoraesquivaba fácilmente las estocadas y,pese a retirarse, sus inquietos ojosbuscaban sin descanso la menorindicación de una abertura para poner

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fin al duelo.Agotado por la pérdida de sangre el

guerrero se tambaleó. Illasera nodesaprovechó la oportunidad. Abdellogró parar el primer estoque, dirigidocontra sus ojos, pero la punta delsegundo le penetró limpiamente en elcostado, justo por encima del cinturón.Abdel lanzó un chillido de frustrada iray de dolor, dejó caer el sable al suelo yliberó toda la cólera de Bhaal.

El estigma que contaminaba su almaestalló en una explosión de loca furiaque lo invadió por completo. Aunque nose operó ningún cambio en su aparienciafísica, la parte de él que era Abdel casi

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cesó de existir, consumida por el furiosoincendio de odio y sed de sangre. ElDios de la Muerte caminaba de nuevopor el mundo.

Pese a tener un brazo destrozado,Abdel agarró mecánicamente a la mujercon ambas manos y la estrechó en unabrazo letal. Los impresionantes brazosmusculosos del mercenario envolvían elcuerpo de Illasera y le inmovilizaban losbrazos a ambos lados. Abdel apretó, yen el claro resonó el ruido de huesosque se rompían.

La mujer echó la cabeza atrás paragritar, pero únicamente pudo emitir unahogado gorgoteo. Los ojos se le

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pusieron en blanco, de la boca y de lanariz empezó a manarle sangre, y por lasmejillas le rodaron lágrimas carmesíes.

Atrapado dentro de su propiaconciencia Abdel luchó por recuperar suyo, para encerrar a la parte de él quehabía liberado involuntariamente. Perose vio reducido al papel de meroespectador mientras el avatar de Bhaalinclinaba la testa hacia adelante,arrancaba a la moribunda mujer unpedazo de carne del cuello y luegodevoraba con fruición a su enemiga. Lamujer dejó de debatirse, y Abdel arrojóaquella temblorosa masa de carne alsuelo, con gesto de desdén.

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El monstruo volvió su atención a lasdos mujeres situadas a pocos metros dedistancia. La esencia de Bhaal trató deempujar al cuerpo que ahora poseía,pero con fuerza de voluntad Abdel senegó a dar ni un paso. Con un pie alzadoel mercenario luchó por recuperar elcontrol de su cuerpo, pugnó por apagarel insaciable fuego de Bhaal quequemaba en su alma.

—Abdel, Abdel, ¿qué te ocurre? —preguntó Jaheira con expresiónpreocupada.

El mercenario quiso gritarle unaadvertencia, pero necesitaba todas susfuerzas para impedir que su cuerpo,

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ahora poseído, diera aquel primer yfatídico paso. Entonces notó que latransformación comenzaba. Pese a todossus esfuerzos su cuerpo empezaba acambiar; se estaba convirtiendo en eldemonio de cuatro brazos que losmortales conocían con el nombre de ElAniquilador.

—¡Abdel! —chilló Imoen, con unaexpresión igual a la de Jaheira—. ¡No,Abdel, no!

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3

Los rostros de Imoen y Jaheira sefundieron en el vacío gris quesúbitamente lo rodeó, y la entidad queamenazaba con apoderarse de su cuerpoy su alma se desvaneció con ellas.Abdel Adrian había regresado al vacío,y el Aniquilador se había marchado.

Instintivamente se llevó una mano alhombro para tranquilizarse tocando laempuñadura del sable sujeto a suespalda, como en su sueño. Pero en estaocasión el plano abisal era distinto. Paraempezar eso no era ningún sueño. Abdel

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estaba consciente y totalmente despiertocuando sintió que el mundo mortal sedesvanecía. ¿O acaso había sido élquien se había desvanecido? Además, elbrazo izquierdo aún le sangraba por lasheridas infligidas por las flechas de laCazadora en el claro. Pero lo quediferenciaba aquel vacío de la últimavez que había estado allí no erasolamente que estuviera consciente.

El mercenario sentía el suelo bajosus pies. Al menos, era como si pisaraalgo sólido, aunque al bajar la vista novio nada. El interminable gris que lorodeaba también era distinto; en vez dehallarse en un lóbrego plano vacío

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desprovisto de cualquier existencia,Abdel se sentía perdido dentro de unaniebla que todo lo oscurecía. Algo seocultaba en la niebla. A diferencia delmundo de su sueño, no se encontraba enun vacío absoluto; era un plano lleno desecretos.

Como para darle la razón, la nieblase disipó ligeramente para revelar loscontornos de varias puertas situadasentre las nubes. Tras un instante devacilación Abdel se aproximó. En sumente sonaron de nuevo las palabras delser embozado que le había hablado en elsueño: aquel lugar era el reino de Bhaal,un plano del Abismo regido en otro

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tiempo por el Dios de la Muerte,moldeado por la voluntad de su malvadopadre inmortal.

No obstante, Abdel sintió que nadatenía que temer de examinar una puerta,aunque abrirla sería muy distinto.

¿Cómo podría abrir una puerta queno estaba sujeta a nada? Las puertascolgaban en el aire, sin marco, sinparedes, sin bisagras. Sólo estaban laspuertas; cinco en total. Eran de roble deaspecto fuerte y resistente, y nada teníande extraordinario en cuanto a su tamañoni forma. Eran puertas sencillas,solamente adornadas con un funcionalpicaporte. De hecho, eran puertas

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normales y corrientes, excepto por suentorno o, mejor dicho, por la falta de unentorno.

Abdel desenvainó el sable y rodeócautelosamente las puertas, buscandoalgo. Pero no halló nada.

—¿Hola? —gritó al fin, sin saber siesperaba que el ser de su sueño se leapareciera y le respondiera. Su vozresonó en la niebla gris.

»¿Hay alguien ahí? —volvió apreguntar.

La voz que brotó de la bruma no erael coro de voces que esperaba, sino unavoz que reconoció perfectamente.

—Estoy aquí, hermano. Como tú.

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De la niebla surgió una figura, unhombre del pasado de Abdel. Ibacubierto de los pies a la cabeza con unaarmadura de metal negra. Gran parte delas pesadas piezas de hierro se veíanadornadas con hojas afiladas comocuchillos, lo que convertían aquellaarmadura en un instrumento tanto dedefensa como de ataque. El temibleguerrero medía más de dos metros deestatura y era uno de los pocos humanosque habían sido capaces de mirar aAbdel directamente a los ojos. Nadatenía de sorprendente su similar estatura,pues se trataba de su hermanastro, delhombre al que había matado en Puerta

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de Baldur: Sarevok.Sarevok no había abandonado la

protección que le ofrecía la oscuraniebla como habría sido de esperar, sinoque se había materializado de repente aapenas tres metros de distancia deAbdel. El mercenario no daba crédito asus ojos.

Meneó la cabeza y agarró con másfuerza el sable, sin hacer caso de lallamarada de dolor que le subía por elbrazo izquierdo herido y le llegaba hastael hombro.

—Te maté —dijo a media voz—.Estás muerto.

Su hermanastro lanzó una risa grave

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que nada tenía de alegre.—¿Acaso tu amada Jaheira no murió

también, hermano? Pero los sacerdotesde Gond la resucitaron. La muerte nosiempre es el fin.

Al menos no iba armado, comprobóAbdel. No había ni rastro de la espadanegra que Sarevok utilizara en el dueloque ambos libraron en los túneles bajoPuerta de Baldur.

Pese a ello, el fornido mercenario nobajó la guardia. Si permitía que sumedio hermano se acercara demasiado,las crueles hojas que sobresalían de suarmadura de hierro podían causarleatroces heridas. Abdel volvía a ser muy

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consciente de su vulnerabilidad.—¿Qué estás haciendo aquí? —le

espetó.—Esperándote. Sabía que

regresarías a este plano vacío de nuestropadre, Abdel. Así que esperé.

Las palabras de Sarevok lointrigaron, pero también sabía que suhermanastro era un redomadoembustero. Sarevok era la encarnacióndel mal. Tenía las manos manchadas conla sangre de innumerables inocentes,había tramado la muerte de Abdel, habíasido el responsable del asesinato delmarido de Jaheira y casi logró matarla aella.

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El guerrero de negra armadura habíaplaneado y organizado una campaña demuerte y terror a lo largo de la Costa dela Espada. Sus maquinaciones habíanestado a punto de causar una guerra sinsentido entre las ciudades de Nashkel yPuerta de Baldur; una guerra de sangre ysacrificios humanos con la que Sarevokesperaba revivir a su padre muerto.

Pero todo eso no era de importanciapara Abdel. Muerte, guerra, atentadoscontra su vida y la vida de suscompañeros; toda su vida había giradoen torno a eso. Pero Sarevok tenía lasmanos manchadas con la sangre deGorion. Él había ordenado el asesinato

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del mentor y el padre adoptivo deAbdel, la única persona que durantetoda su vida había tratado de alejarlo dela violencia y la barbarie a las que leimpulsaba su herencia. Pese a todos susotros crímenes, Abdel había matado aSarevok por el asesinato de Gorion.

Y ahora no iba a dejar pasar unasegunda oportunidad de vengar aquellamuerte.

—Has esperado mucho tiempo paraque vuelva a matarte —le dijo, dandorápidamente un paso hacia Sarevok altiempo que alzaba el sable. Elmercenario se convirtió en una manchade furioso movimiento, pero Sarevok se

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limitó a hacerse a un lado y apartar elsable con su pesado guantelete.

La fría e impasible carcajada queacompañó el gesto hizo que Abdel setambaleara hacia atrás, anticipándose aun contraataque. Pero Sarevok se quedóquieto.

—Veo que sigues siendo tanimpulsivo como siempre, Abdel.Desahoga tu rabia conmigo una vez mássi así lo deseas… aunque no servirá denada. —La voz de Sarevok conservabala profunda resonancia que Abdelrecordaba, y bajo cada palabra sonabaaún una corriente de violencia implícita.No obstante, había cambiado. Le faltaba

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aquella frialdad maligna, el aliento depura maldad que en el pasado le causaraescalofríos de repugnancia.

Abdel avanzó cautelosamentedescribiendo con el sable círculos en elaire. Todo lo que necesitaba era unaoportunidad, una única abertura parahundir el acero entre las planchas dehierro que formaban la armadura de suhermano.

—Aquí no puedes matarme, Abdel—le advirtió Sarevok, al parecer ajenoal avance de Abdel—. Cuando me distemuerte en el plano mortal pasé a formarparte de ti. Me convertí en parte de estemundo vacío. Aunque me cortes en mil

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pedazos seguiré estando aquí.Abdel dejó que su arma hablara por

él, propinando un tremendo sablazo a lacintura de su hermano. Sarevok no tratóde defenderse, sino que se quedó allíquieto y aguantó el ataque. El acerocortó la negra armadura, se hundió sinningún esfuerzo en el torso de Sarevok ysalió por el otro lado.

El mercenario se apartó para evitarel chorro de sangre que debía brotar delas extremidades inferiores del rival alque acababa de desmembrar, pero nohubo sangre. Tampoco la mitad superiordel cuerpo de Sarevok cayó al suelogris, agitándose, sino que Sarevok

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simplemente se disolvió y sedesvaneció, del mismo modo que habíaaparecido.

—Avísame cuando acabes con estapayasada. Tengo una oferta que hacerte,Abdel.

La voz sonaba a su espalda. Abdelse dejó caer al suelo y dio una volteretahacia adelante para evitar que Sarevoklo atacara por la espalda. Al acabar deejecutar la voltereta, torció el cuerpo demodo que le permitiera encararse con suoponente y se puso de pie de un salto.

Sarevok se había mantenido inmóvily se veía exactamente igual que antes deque Abdel tratara de partirlo por la

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mitad.El mercenario consideró la

posibilidad de volver a atacar. Aúntenía que conocer al hombre al que nopudiera vencer con la fuerza bruta, peroera la primera vez que se enfrentaba a unespíritu incorpóreo en el plano infernalque había pertenecido a un dios ahoramuerto. De mala gana tuvo que aceptarla idea de que no era una situación quepudiera resolver a punta de espada.Lentamente, sin apartar la mirada de lafigura inmóvil de su hermano, bajó elsable.

—No tiene sentido luchar contra unfantasma.

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—¿Un fantasma? —Sarevok parecióburlarse de aquella palabra, aunque suvoz seguía siendo igual de fría ymonótona—. Sí, supongo que soy unfantasma, aunque no en el sentido usualdel término. Podemos ayudarnosmutuamente, Abdel. Los dos tenemosalgo que el otro necesita.

Entonces fue el turno de Abdel deecharse a reír amargamente.

—Yo nunca te ayudaré, Sarevok. Nopuedes ofrecerme nada que puedainteresarme.

—Impetuoso como siempre, Abdel.Es el fuego de nuestro padre que arde entu interior. A diferencia de ti, hermano, a

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mí ya no me consumen las llamas delodio y la sed de sangre. Tú mismolimpiaste de mi espíritu la lacra deBhaal, y te doy las gracias por ello.

Sin saber cómo reaccionar alinesperado pero al mismo tiempoimperturbable agradecimiento delhombre al que había matado, Abdelpermaneció en silencio.

—No rechaces mi oferta en unarrebato de pasión y temeridad, Abdel.Yo tengo la información que necesitas.Te aseguro que, a la larga, lo que tepropongo te beneficiará mucho más a tique a mí.

Las palabras de Sarevok le picaron

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la curiosidad.—¿Información? ¿Qué tipo de

información?—Para empezar, cómo salir de este

mundo muerto de nuestro padre. Perohay más, Abdel, mucho más.

El mercenario frunció el entrecejo,consciente de que Sarevok le habíahecho una oferta que no podía rechazaralegremente. Abdel no tenía ni idea decómo había llegado a aquel plano gris yvacío, y tampoco tenía ni idea de cómoregresar al mundo mortal junto a Jaheirae Imoen. Pero parte de él seguíarecelando de hacer un trato con quien enel pasado fuera su enemigo mortal.

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—¿Y qué necesitas tú de mí? —lepreguntó.

Sarevok avanzó medio paso y alzólos brazos, con lo que las piezasmetálicas de su armadura chirriaron.Instintivamente Abdel aprestó el sable yse agachó en posición de defensa.

Su hermano imitó sus movimientos ehincó rígidamente una rodilla, con losbrazos aún extendidos y las palmashacia arriba. Abdel tardó un segundo encomprender que Sarevok no habíaadoptado una actitud agresiva, sino quesuplicaba.

—Abdel Adrian, te necesito paraque me devuelvas a la vida —imploró.

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Abdel se quedó tan atónito como sialguien le hubiera golpeado con fuerzaen la cara, y volvió bruscamente lacabeza, horrorizado. Era una peticiónridícula y ofensiva.

—¡Nunca! —gritó—. Eres unmonstruo, Sarevok, un ser todo maldad ymuerte. Tendría que estar loco paradevolverte a la vida y que pudierasseguir matando.

—Por favor, Abdel —replicóSarevok sin ningún cambio significativoen el tono de voz, aunque seguía con losbrazos extendidos en un patéticoesfuerzo por despertar la simpatía deaquel medio hermano al que tanto daño

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había hecho—. Ya no soy el que era.Cuando tú me conociste, yo ya no erahumano, no era más que un recipiente, elconducto por el que fluía el horror deBhaal. La lacra de nuestro padre sehabía apoderado de mí. El infierno deodio, sed de sangre y locura habíanconsumido mi identidad. Yo no eraSarevok, sino un demonio con formahumana.

—¡Mientes! ¡Sólo tratas de eludir laresponsabilidad de toda la muerte y ladestrucción que causaste!

Sarevok negó con la cabeza, se pusolentamente en pie y bajó los brazos antesde seguir suplicando con voz grave y

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monótona que no reflejaba ningunaemoción.

—Admito que antes de que elestigma de Bhaal se adueñara de mí yadisfrutaba matando. Soy y siempre seréun instrumento de la violencia. Durantetoda mi vida, en todos mis viajes, dejétras de mí una estela de muerte. Pero lomismo puede decirse de ti, AbdelAdrian. ¿Somos realmente tan distintos?

Involuntariamente Abdel dio un pasohacia atrás, negando las acusaciones deSarevok. Pero, pese a su reacción, sabíaque su hermano decía la verdad. Muchasveces había sentido el mercenario lacegadora furia de la esencia de su padre

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en su alma; muchas veces había sentidolas garras del Dios de la Muerte que secerraban en torno a su corazón. Conocíala eterna lucha por controlar el mal quemoraba en su interior, conocía la guerraque debía librar para mantener suidentidad cada vez que se dejaba llevarpor la furia y permitía que el océanocarmesí de la lacra de Bhaal seapoderara de su mente.

De cada lucha contra su mal interiorAbdel había salido victorioso. Hastaentonces. ¿Era posible que en otrotiempo Sarevok hubiese sido como él,pero hubiera sucumbido a lacontaminación de Bhaal? ¿Se había

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convertido Sarevok en unamanifestación mortal del mismo Bhaal,un ser que no era responsable de susacciones?

Aprovechando el silencio de Abdel,Sarevok continuó exponiendo su caso.

—Cuando pusiste fin a mi existenciamortal, Abdel, liberaste mi espíritu delos infiernos. Pero en vez de ganar lalibertad fui a parar aquí, quedé atrapadoen este limbo que en otro tiempo fue elreino de Bhaal.

»Llevo aquí esperando desde el díade mi muerte, pues sabía que un díaaparecerías. Mi alma está unida a latuya, Abdel; estamos unidos por nuestra

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herencia común y por haber muerto yo atus manos. Sabía que regresarías, y te heesperado, confiando en tener otraoportunidad, una oportunidad para vivirno como el receptáculo del odio y losdeseos de Bhaal, sino como yo mismo.

—Yo… yo no sé si creerte —parasu propia sorpresa Abdel pronuncióaquellas palabras casi con pesar.

—Lo entiendo. ¿Por qué deberíasconfiar en mí? Voy a darte una pruebade mi buena fe; te diré cómo puedessalir de aquí y regresar al mundo mortal,junto a quienes has dejado atrás.

Jaheira. Imoen. La sola mención desus compañeras despertó el apremio de

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Abdel. ¿Cuánto tiempo llevaba allí, enese plano vacío? ¿Y si la mujer a la quehabía matado no era la únicaperseguidora? ¿Y si por el bosquemerodeaban más lobos mutantes?

—¡Dime cómo regresar!Al percibir el anhelo de su hermano

Sarevok lo tranquilizó.—Tus compañeras están a salvo,

Abdel. No corren peligro inminente. Tediré la forma de regresar. Luego, si lodeseas, podrás marcharte y yo no trataréde detenerte. Lo único que te pido esque escuches el final de mi oferta antesde irte.

—Trato hecho —respondió Abdel

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inmediatamente. En realidad hubieradicho cualquier cosa para reunirsecuanto antes con Jaheira.

—La clave son las puertas, Abdel—le explicó Sarevok—. Acércate a unade ellas y concéntrate. Desea estar denuevo en el mundo mortal.

—¿Qué puerta?—No importa. Las puertas no son

más que símbolos. Representan lasposibilidades y el potencial de esteplano, y también el tuyo.

Sin dudarlo, Abdel simplemente diola espalda a Sarevok y fue directo haciala puerta más cercana, imaginándose queatravesaba el umbral y reaparecía en el

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claro, donde había dejado a Jaheira y aImoen.

—Has hecho una promesa, Abdel —le recordó Sarevok. El mercenario sedetuvo.

Él no le debía nada a Sarevok. A sumodo de ver, el peor de sus crímenesera el asesinato de Gorion, pero nohabía sido el único. No tenía ningunarazón para quedarse. Debería seguircaminando y dejar que Sarevok sepudriera en el vacío.

—¿Recuerdas las últimas palabrasque te dije en los subterráneos de Puertade Baldur? ¿Recuerdas lo que te dijecuando me atravesaste el corazón con tu

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espada? Te dije que había más comonosotros, Abdel, más hijos de Bhaal. Siquieres hallar las respuestas, debesencontrarlos.

Las palabras de Sarevok seasemejaban tanto a las del sersobrenatural de su sueño, que Abdel sevolvió y miró a su hermanastro.

—Yo puedo ayudarte a encontrar alos demás hijos de Bhaal —dijoSarevok—. Puedo ayudarte a hallar lasrespuestas, pero debes escuchar mioferta antes de irte.

El mercenario recordó vívidamentecómo la herencia de Bhaal había estadoa punto de adueñarse de él en el claro.

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Recordó la horrible sensación deimpotencia que lo invadió cuando sucuerpo se transformó en el receptáculode la malvada semilla que en otrotiempo formara parte de la esenciainmortal del Dios de la Muerte. Tal vezlas respuestas de Sarevok le permitiríanlibrarse definitivamente del legado de supadre. El rostro de Jaheira desfilófugazmente por su mente, y echó unrápido vistazo de refilón a la puerta queflotaba en la neblina gris.

—Tú eliges, Abdel.

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4

—¡Gracias a los dioses!Abdel oyó la voz de Jaheira una

fracción de segundo antes de que la fazde su amada se materializara ante él. Laslágrimas de alivio borraron deinmediato la expresión de temor einquietud en sus ojos violeta.

—¡Abdel! —gritó la semielfa,atravesando el claro a todo correr paraabrazarlo.

En respuesta, Abdel rodeó loshombros de Jaheira con sus poderososbrazos y la estrechó contra su musculoso

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pecho, al tiempo que hundía los dedosen su espesa mata de pelo oscuro. Elbrazo izquierdo, herido, le colgabainútil a un lado.

—Jaheira —musitó. No dijo nadamás, sino que se dejó embargar por eldelicado aroma de la semielfa.

Un segundo más tarde Imoen se unióa ellos, saltó y rodeó con sus delgadosbrazos los anchos hombros y el macizocuello de su compañero de infancia.

—¡Bienvenido de vuelta, hermanomayor! —exclamó, colgándose de laespalda de Abdel, aliviada y gozosa.

El mercenario siguió estrechando aJaheira contra su cuerpo un momento

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más antes de soltarla. Entonces seencogió ligeramente, e Imoen se soltó desu cuello, cayó y aterrizó suavementesobre sus diminutos pies.

Al verlas revivió el terriblerecuerdo de cómo había estado a puntode matarlas a ambas, cómo en su últimoduelo casi había sucumbido a la esenciade Bhaal que llevaba en su interior,convirtiéndose en el Aniquilador. Abdelse juró que haría todo lo humanamenteposible para no dejarse llevar de nuevopor la cólera de su padre. Solamenterecurriría a la violencia en últimoextremo, cuando la situación fuesedesesperada. Estaba dispuesto a morir

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antes que volver a convertirse en elAniquilador.

Seguro ya de que ni Jaheira ni Imoenhabían sufrido daño alguno, inspeccionórápidamente la escena. El calveroaparecían aún bañado por la luzconjurada por Jaheira, pero al alzar losojos comprobó que aún era nochecerrada. El claro estaba rodeado porárboles muertos y retorcidos, y el suelotapizado con hojas en descomposición.Los hediondos cuerpos de losrepugnantes lobos seguían esparcidospor el suelo. Abdel se limitó aobservarlos brevemente y a alejar lavista del cuerpo sangriento y roto de la

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Cazadora, desplomado cerca del bordedel claro.

—¿Cuánto tiempo he estado fuera?—preguntó.

Jaheira retrocedió un paso y ladeó lacabeza para mirarlo directamente a losojos. La pregunta la había pillado porsorpresa.

—No más que unos segundos,Abdel. Estabas aquí y un momentodespués habías desaparecido. ¿Qué haocurrido?

Abdel no respondió de inmediato,sino que puso en orden sus pensamientosantes de decir:

—Fui… fui transportado a otro

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plano. Creo, creo que he estado en elAbismo.

La semielfa lo miró con ojoscuriosos pero fue Imoen quien planteó lacuestión.

—¿El Abismo? ¿Quién o qué tellevó allí?

Abdel inspiró hondo y respondió:—Sarevok.Jaheira ahogó un grito y se tapó la

boca con una mano.—¿Sarevok? —inquirió Imoen—.

¿Por qué me suena familiar ese nombre?Se hizo el silencio. Ni Jaheira ni

Abdel deseaban hablar de los crímenesde Sarevok y abrir viejas heridas. Al fin

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fue Jaheira quien tomó la palabra.—Él también era hijo de Bhaal,

Imoen. Hizo que mataran a Gorion y aKhalid, mi esposo. Sarevok trató deiniciar una guerra en Puerta de Baldur.Centenares de inocentes sufrieron por suculpa. Hasta que Abdel lo mató.

—¿Él fue quien asesinó a Gorion?—susurró Imoen con voz que reflejabauna profunda impresión y simpatía haciaAbdel—. Debe de haber sido horriblevolver a verlo.

Fue Jaheira quien formuló lasiguiente pregunta, la que Abdel tanto setemía.

—¿Qué quería?

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Abdel rebulló inquieto y se forzó acontestar.

—Quería que lo hiciera resucitar.Imoen no pudo evitar echarse a reír.—¡Eso es imposible! ¡Cómo si tú

fueras un clérigo!El fornido mercenario fijó la mirada

de Jaheira, tratando de leer suspensamientos, mientras replicaba:

—Sí que es posible. Él me dijo elmodo, a cambio de revelarme cómoregresar a este mundo. Jaheira tendríaque ayudarme.

—¡No! —La semielfa volvió lacabeza y escupió despectivamente en elsuelo—. ¡No! Yo haría eso. Ni se me

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pasaría por la cabeza volver a liberartal profunda maldad en el mundo.Dejemos que su alma siga atrapada allípor toda la eternidad. Se lo merece.

Suavemente Abdel posó la manoherida sobre un hombro de Jaheira.Comprendía perfectamente qué sentía,pues aquélla había sido también sureacción inicial. Pero después deescuchar la oferta de Sarevok tenía quecomunicársela.

—Él afirma que ha cambiado.Afirma que su alma se ha liberado de lalacra de Bhaal, y yo creo que… —Abdel tuvo que hacer una pausa pararecuperar la respiración antes de

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continuar— …creo que podríamostrarme cómo hacer lo mismo.

La semielfa clavó la mirada en elsuelo y sacudió la cabeza en signo demuda negativa. Abdel abarcó una de lasmejillas de la joven con su enormepalma y la obligó a alzar la cabeza paramirarla a los ojos. Jaheira lloraba.

La muerte de Khalid había reunido aAbdel y a Jaheira, y el mercenario sabíaque la semielfa no había conseguido aúnlibrarse del sentimiento de culpa y penapor las circunstancias que acompañaronla muerte de su esposo. Él se habíacuidado mucho de no presionarla, de noforzarla a que se reconciliara con la

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contradicción que representaba el amorque sentía por él y el hecho de que eseamor fuese el resultado de una tragedia.Ahora estaba pidiendo a Jaheira queperdonara al hombre que había matado asu marido por el bien del hombre quehabía reemplazado a Khalid en sucorazón. Por mucho que Abdel anhelaraverse libre de la lacra de Bhaal, no teníaningún derecho a poner entre la espada yla pared a la mujer a la que amaba.

Asqueado por su propio egoísmo,Abdel la soltó y se volvió.

—Lo siento, Jaheira —se disculpó—. No debería habértelo pedido. Novolveré a hablarte de ello.

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Jaheira sabía que la lucha con loslobos y con la arquera había acabadocon la energía de los tres. Cuando sedisipara la exaltación del combate,estarían más agotados que antes, cuandohabía insistido en hacer un alto paradescansar. Pese a que ya no se sentíacómoda en la naturaleza corrupta delcalvero, sería una tontería seguiradelante.

Aunque Abdel hubiera acabado conla arquera, todos sabían que aúnquedaban muchos enemigos que losperseguían. Sus días de fugitivos estabanlejos de haber acabado. Tendría que

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enviar a Imoen en busca de más hojas dementa, pues el hechizo de corrupciónhabía estropeado las que había recogidoantes.

—Tienes que aventurarte más alláde los árboles muertos —explicó aImoen—, hasta que encuentres plantasvivas y frescas. Busca hojas como éstas,pero de un verde brillante —añadió,poniendo en la menuda mano de lamuchacha una única hoja muerta.

Imoen asintió. Los ojos aún lebrillaban por la agitación del últimoencontronazo.

—No te preocupes. Me aseguraré deque nadie me vea.

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Una vez que la hermanastra deAbdel se hubo marchado, Jaheira puedodedicar toda su atención a las heridas enel brazo de su amado. Durante los mesespasados había sido testigo en numerosasocasiones de los extraordinariospoderes de regeneración del mercenario.Abdel había recibido casi sin pestañearheridas que hubieran lisiado o inclusomuerto a cualquier hombre. Aunque lasgraves heridas infligidas por los lobosse habían esfumado casi al instante, poralguna razón las flechas de la Cazadorale habían desgarrado la carne de talmodo que no sanaba.

—Esas flechas estaban marcadas

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con poderosas runas y con símbolos —le explicó, mientras le vendaba el brazoy susurraba un sencillo encantamiento decuración—. Es como si esa mujerconociera tus capacidades y tambiéncómo anularlas.

Abdel se estremeció al notar el rocede las manos de la semielfa en ladelicada capa más profunda de la carne.

—Tal vez existen otros hijos deBhaal como yo, con poderes especiales.Y tal vez algunos hayan sido capturadosy se ha experimentado con ellos hastaencontrar algún punto débil.

Jaheira movió afirmativamente lacabeza.

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—Quizá tengas razón, amor mío. Esposible que otros de tu misma estirpehayan sido bendecidos con poderes deregeneración similares a los tuyos.

—¿Bendecidos? —musitó Abdel,sorprendido—. Nada que tenga que vercon el estigma de Bhaal es unabendición.

La semielfa acabó de vendarle elbrazo en silencio mientras reflexionabasobre las palabras de Abdel. ¿Quéderecho tenía ella a negarle unaoportunidad de librarse de la maldiciónde su sangre? Si Abdel e Imoen teníanuna posibilidad de sustraerse al terriblelegado del Dios de la Muerte, ¿quién era

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ella para negársela?—¿Cómo tendría que hacerse? —

susurró. No era preciso explicar más;Abdel sabría a qué se refería.

El corpulento guerrero cambió deposición para mirarla a los ojos. Jaheiraesperó que leyera en ellos unaresolución inquebrantable. Por su parte,en los ojos de Abdel vio duda, luegogratitud y alivio.

—Tiene que hacerse con lasprimeras luces del alba —dijo al fin—.Esperaremos a que Imoen regrese.

Pronto amanecería. Abdel sentía los

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delgados dedos de la semielfa enlazadoscon firmeza en torno a los suyos, muchomás gruesos. Ambos se encontraban depie en el centro de un círculo dibujadoen la tierra. Siguiendo las instruccionesde Sarevok Imoen había trazado elcírculo con la hoja de un cuchillomojada en la propia sangre de Abdel.

Alrededor del círculo se veíanmuchos otros símbolos arcanos muycomplejos que la misma Imoen habíadibujado con la punta de su daga,también con sangre de Abdel, conesmerada precisión. La muchachaobservaba con preocupación a sus dosamigos, manteniéndose algo apartada.

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Abdel lanzó una mirada deinterrogación a Jaheira, que lotranquilizó con una inclinación decabeza. Inmediatamente la druidaempezó a entonar una salmodia.Aquellas palabras no significaban nadapara Abdel, pues nunca había aprendidoel lenguaje de la magia. Pero notabacómo el ensalmo de Jaheira reunía elpoder del bosque que los rodeaba.

De las ramas muertas brotaronyemas verdes y los árboles renacierongracias a la energía elemental queJaheira conjuraba a partir de loselementos naturales que había a sualrededor.

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Los primeros rayos del solempezaban a brillar en el horizonte.Abdel fijó la vista en el sol naciente quese disponía a iluminar una mañana másel mundo. De pronto, cegado por la luz,empezó a sentir que flotaba por encimade la tierra, aunque seguía notando elduro suelo del calvero bajo sus pies.

Ya no sentía la mano de Jaheiraapretándole la suya. De hecho, no sentíaya ni su propia mano. Pero aún oía elmantra que la druida desgranaba y con elque apelaba a Mielikki, la Señora delBosque, implorándole su ayuda.

Mientras apretaba con fuerza losojos para protegerse del resplandor,

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Abdel se abrió a la magia de Jaheira.Entonces sintió que algo tiraba dentro deél, y un segundo tirón estuvo a punto dehacerlo caer. Notó una cálida sensaciónen la zona genital seguida por un calorabrasador en el pecho.

El mercenario abrió la boca paragritar de dolor, pues sentía que la sangrele empezaba a hervir, pero el terriblepoder de la magia que fluía por susvenas acalló su voz. Entonces fue comosi algo le arrancara un pedazo de sualma, como si algo le extirpara su mismaesencia.

Por fin pudo lanzar su grito hastaentonces acallado, que resonó en el

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claro, al tiempo que Abdel caía demanos y rodillas.

Lentamente fue recuperando lavisión. Por el rabillo del ojo vislumbróa Jaheira, también caída en el suelojunto a él, que se movía. Aún de rodillasel mercenario se apoyó sobre los talonesy paseó la vista por el claro.

Allí estaba Sarevok en toda sugloria. La oscura armadura metálica delvástago de Bhaal reflejaba los brillantesrayos del sol que incidían en el negrohierro, mientras que los aguzados bordesde las hojas que sobresalían delespaldarón, las hombreras, los brazalesy también las canilleras reflejaban la luz

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del alba, dando testimonio de lo afiladasque estaban.

Allí, en el mundo mortal la únicaarma de Sarevok era su armadura aligual que en el plano abisal. Abdel sepuso trabajosamente en pie y desenvainóel sable.

—Aún no confías en mí, hermano —comentó Sarevok con ligero deje deironía en una voz por lo demásmonótona.

Jaheira extendió una mano y la posósobre uno de los sólidos muslos deAbdel. El mercenario miró la fazcansada y suplicante de la semielfa yguardó el arma para ayudarla.

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—Tú debes de ser Imoen —dijoSarevok al reparar en la presencia de laesbelta muchacha situada al borde delclaro—. Abdel no mencionó quetuviéramos una hermana tan atractiva.

Imoen miró desdeñosamente a lafigura cubierta con la armadura, a la queesperó:

—Ahórrate los cumplidos. ¡Yo nosoy tu hermana!

Tras el visor del yelmo de Sarevokse oyó un profundo suspiro.

—Como quieras. Sólo trataba de seramable. Sea como sea, ya no quedamucho en común entre nosotros. Puedosentir que casi todo el poder de nuestro

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padre ha sido purgado de tu alma.—Abdel me rescató de la maldad de

Bhaal —declaró la muchacha convehemencia, estremeciéndose alrecordar que por un breve tiempo habíasido el avatar del Dios de la Muerte enFaerun.

—Y también me ha rescatado a mí.Ahora Abdel soporta en su alma el pesode nuestra lacra, por lo que ambos leestamos muy agradecidos.

La impresionante figura se diolentamente media vuelta para encararsecon Jaheira.

—Y también te doy las gracias a ti,druida, por haber ayudado a

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resucitarme.—Lo he hecho por Abdel, no por ti

—replicó Jaheira entre dientes,lanzándole una furibunda mirada.

Sarevok se encogió de hombros, ylas pesadas piezas de su armadurachirriaron al rozarse.

—De todos modos tienes miagradecimiento.

Las cuatro figuras se quedaron ensilencio varios segundos, hasta queJaheira preguntó con brusquedad:

—¿Eso es todo, Sarevok? ¿No tienesnada más que decir? ¿No vas a pedirnosperdón por la muerte de nuestros seresqueridos?

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—¿Acaso eso importa ahora? —replicó Sarevok en tono de desafío—.Por mucho que me disculpe no vais arecuperarlos, y dudo que ayude aredimirme a vuestros ojos.

La semielfa giró sobre sus talones yse alejó con aire indignado, poniendoentre ella y Sarevok tanta distanciacomo le fue posible. Abdel sintió deseosde imitarla e ir a reunirse con ambasmujeres, pero al fin no se movió.

—He cumplido mi parte del trato,Sarevok —dijo, tratando que laamargura y el resentimiento no sereflejaran en su tono de voz—. Ereslibre para recorrer de nuevo el mundo

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mortal. Te he dado de nuevo la vidacomo te prometí. Ahora dime lo quequiero saber.

—Sí, he regresado al mundo mortal,aunque no estoy verdaderamente vivo,no en ningún sentido real de la palabra.Tengo sustancia y tengo forma; puedoinfligir dolor y también sentirlo. Pero nosoy un ser de carne y hueso como tú,Abdel. No soy más que un fantasma conforma sólida. Esta armadura es micuerpo; el frío roce del metal es lo máscerca que estaré nunca de sentir lacalidez de la carne.

—Eso no es de mi incumbencia,Sarevok. Yo he hecho lo que me pediste.

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Ahora tienes que cumplir tu promesa.Háblame de los demás hijos de Bhaal.Dime cómo puedo librarme de estalacra.

—No sé cómo puedes expulsar de tila sangre del Dios de la Muerte, Abdel—replicó Sarevok—. Yo nunca teprometí eso.

—¡Lo sabía! —el estridente grito deJaheira cortó el tranquilo aire de lamañana—. ¡Sabía que no podías confiaren él! Te ha mentido, Abdel. Nos havuelto a engañar.

Sarevok alzó una mano con la palmadel guantelete negro hacia fuera,indicando a Jaheira que contuviera su

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arrebato.—Te dije la verdad, Abdel; voy a

darte lo que te prometí. Te dije que tudestino está ligado al de los demás hijosde Bhaal que siguen en el mundo mortal.Te dije que te ayudaría a encontrarlos.Te prometí que te guiaría hacia tudestino.

Abdel se quedó inmóvil frente aSarevok. Tenía que hacer verdaderosesfuerzos parar resistir el impulso dedesenvainar la espada.

—¿Y cuál es ese destino, Sarevok?Nuevamente se oyó el chirrido de

metal contra metal cuando el colosalguerrero se encogió de hombros.

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—Eso no lo sé. Tal vez es librartede la pervertida esencia de Bhaal, o talvez no. Es posible que Melissan lo sepa.

—¿Melissan? ¿Quién es? —quisosaber Abdel.

—Es alguien que sabe mucho másque yo acerca de la prole de Bhaal,Abdel Adrian. Si hay alguien capaz delibrarte de esa lacra es ella. Y yo sédónde encontrarla.

—¡Pues dinos dónde está y luegolárgate! —gritó Jaheira desde el otroextremo del claro.

El grave retumbo que era la tristecarcajada de Sarevok resonó en elbosque.

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—¿Decíroslo? No, druida. Haréalgo mejor que eso; os acompañaré. Micamino está unido al de tu amado. Estaréa su lado en cada paso que dé en sucamino.

Abdel avanzó hacia su hermanastro,acercando involuntariamente una mano ala empuñadura de la espada.

—¡Ése no era el trato, Sarevok!El guerrero de la armadura no hizo

ademán de protegerse.—Mátame si quieres, Abdel. Yo no

pienso defenderme. Pero si lo hacesnunca averiguarás mis secretos.

Lentamente la manaza delmercenario se alejó de la empuñadura

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del arma. Entonces se volvió eintercambió una mirada con Jaheira.Había enojo en los ojos violeta de lasemielfa pero Abdel comprendió quepensaba lo mismo que él. Ambos habíanresucitado a Sarevok y tendrían queapechugar con él.

Fue Imoen quien al fin rompió elincómodo silencio que reinaba en elcalvero.

—Bueno, ¿qué hacemos?—Vamos a Saradush, en busca de

Melissan —contestó Sarevok.

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5

En el pozo situado en el centro deltemplo ardían llamas bajas que bañabanla sala con un inquietante resplandorrojo. A la tenue luz de la lumbre apenasse distinguía el símbolo grabado en cadauno de los seis muros que componían lacámara central del pequeño edificio: unasonriente calavera con ojosresplandecientes situada contra un fondode lágrimas. El símbolo de Bhaal.

Dos figuras embozadas esperaban enla sala, en silencio. Aunque ocultaban suidentidad bajo la ropa, las pesadas

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capas que llevaban no los cubrían porcompleto. De vez en cuando sus sutilesmovimientos permitían entreverfugazmente su verdadera forma. Elmayor de ambos rebulló conimpaciencia, revelando fugazmente untrozo de escamosa y ruda piel apenasvisible debajo de las sombras de lacapucha. Al dar un paso arrastrando lospies sonó como una serpiente que sedeslizara ásperamente sobre el suelo, yuna lengua bífida se agitó en el aire enbusca de la presencia de los demás, queaún no habían llegado.

La segunda figura, femenina, másdelgada y de menor estatura, alzó una

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mano para tranquilizar a su inquietocompañero, moviéndose con grácillanguidez. Tenía unos dedos largos yfinos tan delicados como los decualquier elfo de Faerun, pero del colorde ceniza quemada. Solamente la piel dealguien que no había visto nunca la luzdel mundo de la superficie podíamostrar aquella oscura palidez, la pielde una criatura de la Antípoda Oscura,la piel, en definitiva, de un drow.

El de mayor tamaño volviórápidamente la encapuchada cabezahacia la única puerta, y su ojo de reptilreflejó las ascuas del fuego.

Apareció una tercera figura

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igualmente embozada y con la capuchaechada sobre el rostro para ocultarlo.No era tan alta como la primera, pero símás fornida que la segunda. Al igual quela drow sus poderosas manos apenasasomaban por los puños de las largasmangas, aunque era imposible siquieraadivinar cuál era el color original de lapiel de aquel hombre, pues estabancompletamente cubiertas con intrincadostatuajes y minuciosas marcas.

—Os he llamado porque losacontecimientos se están precipitando—anunció el recién llegado.

La figura de mayor tamaño silbóentre dientes y luego apuntó una garra

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acusadora hacia el tercero en llegar.—¡Tú no eres el líder de los Cinco!

¿Por qué no nos ha llamado el Ungido deBhaal?

—¿Y dónde están los otros? —añadió la drow. Su voz sonó como unsusurro en la cámara en penumbra.

—Uno dirige el sitio de Saradush. Yel quinto ha muerto a manos del hijoadoptivo de Gorion.

—¿Illasera ha muerto? —En la vozdel reptil sonó un deje de pesar.

—Así es —replicó el hombretatuado—. Pero la venganza no se haráesperar. El destino de Abdel Adrian yaestá sellado. Ya ha caído en la trampa.

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Los Cinco estaban acostumbrados aexpresarse de modo velado. El Ungidode Bhaal los había entrenado bien; todassus discusiones se desarrollabanutilizando oraciones crípticas y unacompleja sintaxis. Tratándose de unculto nacido en torno al secreto y lassombras que rodearon la muerte deBhaal, las referencias vagas eran másque un hábito. Eran una herramienta desupervivencia. Al principio el mundo noconocía la existencia de los Cinco. Peroa medida que prole de Bhaal ibacayendo los ojos más poderosos de losreinos del sur se habían posado en ellosy en sus planes.

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Los Cinco todavía no estaban listospara aceptar tal examen. Su misión eracomo un frágil recién nacido que podíaser una víctima fácil. Los ojos y losoídos de los espías representaban unaamenaza constante para su existencia ypara la consecución de su objetivo final.Así pues, tenían muy presente el peligrode ser observados por magos con susbolas de cristal o por hechicerosclarividentes, incluso cuando se reuníanen su sanctasanctórum. Ningún lugar erarealmente seguro, ninguno estaba a salvode las infiltraciones de un astutoenemigo o por los poderes de unhechicero metomentodo. Incluso allí, en

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aquel templo del Dios de la Muertetiempo atrás abandonado, una solapalabra en falso, un nombre revelado enun descuido o un plan expuestotontamente podría proporcionar a losenemigos de los Cinco la informaciónnecesaria para destruirlos.

Puesto que había muerto, el nombrede Illasera ya no podía perjudicar a lacausa. Pero la identidad de los demáscomponentes de los Cinco y de su líder,el Ungido de Bhaal, debían conservarseen secreto.

—Una de los nuestros ha caído —anunció el hombre tatuado—. Nopodemos esperar a los demás. Debemos

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cumplir el ritual antes de que la esenciade Illasera se pierda.

Los tres alzaron en perfecta armoníalos brazos hacia el tejado en ruinas deltemplo abandonado de Bhaal. Con lamirada fija en el suelo, sus vocesentonaron un antiguo salmo que quedóahogado bajo las capuchas y el pesadoaire viciado que flotaba en el santuariode Bhaal. De sus labios brotaronmágicas palabras. En respuesta alencantamiento las chisporroteantesllamas del pozo que se abría en el centrode la sala revivieron y se alzaron haciael techo.

Lenguas de fuego lamieron las

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esquinas de la sala, convertida ahora enun ardiente infierno, bañando el temploen una cegadora luz naranja. Insectos yalimañas pagaron con sus vidas laestupidez de haberse refugiado enaquellas ruinas desiertas, consumidospor la abrasadora intensidad de la magiade un dios muerto desatada por losCinco.

Pero las palabras de su impía letaníaprotegían del fuego a los trescomponentes de los Cinco. Ajenos alcalor y a las llamas siguieron con elantiguo ritual que el Ungido les habíaenseñado, y que él había aprendido delmismo Bhaal.

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Del pozo situado en el centro de lasala se alzó el hedor de la muerte. Pordebajo de las altas llamas las brasasempezaron a agitarse y a inflamarse. Ellamento de una banshee hendió la noche;la irresistible necromancia de los Cincoatrajo al santuario maldito de Bhaal eltorturado chillido de los espíritus. Lasalmas de los recientemente fallecidos seelevaron del pozo cual volutas de humo.

Al principio eran muy pocas lasalmas que flotaban en el techo, solas oen parejas, pero a medida que elensalmo fue avanzando se convirtieronen legión: fantasmas de quienes aún nohabían pasado a los reinos situados más

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allá del mundo material, apariciones deaquellos a los que les estaba vedada laentrada en la otra vida así comoespectros de personas cuya muerte eratan reciente, que todavía no eranconscientes de haber dejado de existir.El fuego de Bhaal que ardía en el pozo—el fuego del Abismo— los consumió atodos por igual, borrando su existencia yabrasándolos. Las llamas se fueronalimentando de su esencia hasta que sóloquedó el eco de sus angustiosos gritos.

El ritual acabó tan de repente comohabía empezado. El calor abrasador y lacegadora luz se desvanecieron para serreemplazados una vez más por el frío

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húmedo y las opresivas sombras deltemplo abandonado. Las llamaschisporrotearon y titilaron, dejandoúnicamente los rescoldos como últimosvestigios de la presencia en el mundo delos vivos de un dios muerto.

—Illasera no estaba. —Pese a susesfuerzos, la drow no pudo evitar que suvoz traicionara la sorpresa y laconfusión que sentía.

—La Cazadora mató a muchos hijosde Bhaal —aventuró el ser conapariencia de reptil—. Es posible que,al no estar todos reunidos y no contarcon la presencia del Ungido, no nosbastemos para invocar la esencia de

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alguien tan poderoso como Illasera.—No. El ritual ha sido poderoso.

No hemos tenido nosssotros la culpa. Laesencia de Illasera ha… desaparecido.—El hombre tatuado habló lentamentecomo si al mismo tiempo reflexionarasobre las implicaciones de lo que decía—. Alguien ha absorbido su alma.

»El hijo adoptivo de Gorion essstáacumulando demasssiado poder —dijoel escamoso ser, tan nervioso queapenas se le entendía. Su lengua seagitaba en el aire con rabia contenida, ysus palabras quedaban casi ahogadaspor su colérico siseo.

—Deberíamos habernos ocupado de

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él hace mucho tiempo —convino ladrow, también con voz ronca por elenfado y el temor.

—Tranquilos. Ese estúpido tiene losdías contados —les aseguró el hombretatuado, aunque la voz le temblaba—. ElUngido lo está conduciendo a una muertesegura. Absorberemos el estigma deBhaal de su alma moribunda y asírecuperaremos la esencia de Illaserapara nuestro amo inmortal.

El fracaso del ritual lo habíaafectado profundamente.

Al igual que sus compañeros sesentía indignado, confuso y temeroso,cosa que le hizo expresarse con una

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temeridad que normalmente no erahabitual en él.

—¡El Ungido de Bhaal me haasegurado que ese Abdel Adrianperecerá en Saradush!

El Ungido de Bhaal, el servidorfavorito del Dios de la Muerte, despertóde su pesadilla bañado en sudor. En elúltimo instante logró tragarse los gritosde tormento que pugnaban por salir desus labios.

La pesadilla era siempre la misma.Fuego. No las dulces llamas expiatoriasque durante el glorioso reinado de Bhaal

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devoraban a sus víctimas, aunque elperfumado aroma de la sangre hirviendoy la carne quemándose siempre aparecíaen el sueño.

No, el fuego que ardía en supesadilla era una hoguera deinsoportable tormento, de dolor eternoque no cesaba ni siquiera cuando sedespertaba. Eran las llamas de laceremonia de unción, el imborrablerecuerdo del atroz bautismo de fuegoque lo mutiló y lo desfiguró. Cada vezque el Ungido de Bhaal tenía aquellapesadilla revivía la tortura del ritual quehabía convertido al devoto favorito delDios de la Muerte en su Ungido, en el

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guardián de las terribles ceremoniasdestinadas a promover su resurrección.

Mientras esperaba que la pesadillase desvaneciera en la niebla de unosrecuerdos que deseaba olvidar, elUngido se estremeció, aunque por lodemás se mantuvo inmóvil. Quienesdormían o montaban guardia cerca de élno notaron nada; aquellos idiotas notenían ni idea de la verdadera identidadde su compañero, ni se percataron de sureacción.

Bhaal estaba muerto y susseguidores o bien se habían dispersadoo perdido o bien se habían unido a lasfilas del rebaño de Cyric, que crecía

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rápidamente. Aunque el Dios de laMuerte estuviera muerto, el Ungido deBhaal sabía que gran parte de él seguíavivo. Muy pronto comenzaría el ritual deascensión y el Dios de la Muerterenacería. Entonces todo Faerun pagaríapor el sufrimiento que su Ungido habíatenido que soportar.

Los primeros años tras la muerte deBhaal habían sido los más duros.Perseguidos por los fanáticos seguidoresdel loco Cyric —el mortal que habíasuplantado a Bhaal en el panteón— susfieles tuvieron que huir. Sus propiossirvientes y seguidores los atacaron yjuraron lealtad a Cyric en un

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desesperado intento por salvar la vidaasí como para mantener su posicióndentro del nuevo orden. Privado dealiados, el Ungido de Bhaal y el resto desus fieles se vieron forzados aabandonar sus castillos y sus esclavos yvivir como fugitivos. El poder de losadoradores de Bhaal fue barrido de lafaz de Faerun.

Muchos se ocultaron y se inventaronuna nueva identidad para protegerse delos numerosos enemigos de su dios.Clérigos que en el pasado disfrutaran dela protección y del poder de la magiasacerdotal que les confería su oscurodios tuvieron que aprender otros medios

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de supervivencia. Aunque losadoradores de Bhaal ya no podíandescargar sobre sus enemigos la cólerade su dios, no estaban del todoindefensos.

Los verdaderos creyentes habíanaprendido mucho a los pies de Bhaal;sabían cómo sobrevivir. Estudiaron lasartes de brujería para suplir la pérdidade los encantamientos divinos con magiaarcana. Luego se acercaron con engañosa los líderes y los dirigentes de losreinos del sur y sembraron las semillasde futuras alianzas. Actuando siempredesde las sombras los fieles de Bhaalbuscaron acrecentar su influencia

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política desentrañando los secretos másoscuros del puñado de personas queverdaderamente regían el destino deFaerun, y luego usaron aquellos secretossin ningún escrúpulo para lograr susfines.

Nadie era tan hábil en el arte deengañar, mentir y manipular como elUngido de Bhaal, y nadie lo superabatampoco en su implacable astucia. Enmuchos aspectos tales habilidadessuperaban con creces las pérdidas,rebasaban el temible poder de lasacrílega magia de un malvado dios.

Inevitablemente el Ungido de Bhaalhabía medrado, aunque siempre se cuidó

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de ocultar su verdadera identidad a casitodo el mundo. Durante todo ese tiempotambién los hijos de Bhaal hicieronfortuna. Impulsados por la esenciadivina que guardaban en su interior losvástagos de Bhaal empezaron a ganarprominencia a lo largo de toda la Costade la Espada, y llegaron a ocuparposiciones de poder e influencia tanto enAmn como en Tethyr. Y su número deseguidores en Calimshan había idocreciendo. El primer paso para elregreso de Bhaal ya se había producido.

El Ungido se estremeció cuando unainvisible corriente de aire le enfrió elsudor de terror provocado por la

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pesadilla. Cada vez tenía sueños conmayor frecuencia, lo cual era un signomás de que el tiempo de la ascensión seaproximaba. Muy pronto el Ungido deBhaal recibiría su recompensa portantos años de fiel servicio.

A él le había correspondidoidentificar a los hijos más poderosos desu inmortal padre y abordarlos, uno auno, para reclutarlos para la causa. Laspromesas de la gratitud inmortal queBhaal dispensaría tras su resurreccióninevitablemente despertaban visiones deuna riqueza y un poder sin igual, por loque ninguno de los descendientes deBhaal a los que el Ungido se acercó

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vaciló en aceptar. Así fue comosurgieron los Cinco, una alianza secretaentre la progenie del Dios de la Muerte,organizada y dirigida por el Ungido.

Los Cinco aprendieron a actuarcomo su líder había hecho durante años,aprendieron a trabajar pacientementedesde las sombras más profundas. Suprincipal arma era el secreto y elanonimato su escudo. Aunque Bhaalestuviera muerto, no podía decirse lomismo de sus muchos enemigos.

Con el tiempo los Cinco fueronconsolidando su posición y extendiendosu invisible red de influencias por todoel país, aunque siempre atentos a que su

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existencia siguiera siendo un secreto. Ydurante todo aquel tiempo el Ungido fuequien guió sus siniestras acciones.

Los Cinco fueron instruidos en losantiguos rituales del Dios de la Muerte yles fue revelado el misterio de cómocapturar la fugitiva esencia de los hijosde Bhaal a los que mataban.Aprendieron a mantener las brasas delimpío fuego que ardía en el templo, a lasque un día alimentarían con los espíritusde sus hermanos muertos. Y sí empezóel genocidio de los hijos de Bhaal.

Pero la matanza de la prole de Bhaalhabía tenido consecuencias que elUngido no había previsto. Los Cinco

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eran cada vez más independientes y semostraban menos dispuestos a seguir lasórdenes de su malvado mentor, ganandofuerza a costa de la esencia de loshermanos a los que mataban.

Algunos actuaban de modoprecipitado y abierto, con lo que seexponían antes de tiempo. Illasera habíasido la más terca de los Cinco. ElUngido le encomendó la misión deasesinar a Abdel Adrian sabiendoperfectamente que sería la Cazadoraquien perecería en el enfrentamiento.Había sido una lección para el resto delos Cinco, una advertencia para quepusieran freno a su desmesurada

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ambición y temeridad. Pero no habíanhecho caso.

La luz gris del próximo amanecerempezaba a aparecer en el horizonte.Pronto empezaría el nuevo día. El día enel que Abdel Adrian llegaría aSaradush.

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6

—¿Eso es Saradush? —Fue Imoen quienformuló la pregunta que todos tenían enla mente—. ¿Y cómo se supone quevamos a entrar?

Sarevok se encogió de hombros.—Yo sólo os prometí que os traería

hasta aquí para que conocierais aMelissan. Si Abdel quiere encontrarrespuestas a sus preguntas tendrá quehablar con ella. Y ella está dentro.

Durante casi una semana Abdel y suscompañeras habían seguido a Sarevok.Tras abandonar el refugio que les

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ofrecía el bosque de Tethir, habíanrecorrido una agotadora distancia a pie,azuzados por los enemigos que les ibana la zaga y por su antiguo enemigoconvertido en guía. Sarevok los habíaconducido en dirección este y surcruzando el río Sulduskoon parallevarlos luego a pocos días de marchade la legendaria garganta del ÍdoloCaído. Por fin habían llegado a lasestribaciones noroccidentales de lasmontañas Omlarandin, que en realidadno eran más que redondeadas colinascubiertas de hierba, pero de mayortamaño.

La ciudad de Saradush se hallaba

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justo al otro lado del borde occidentalde la pequeña cadena montañosa, ydespués de viajar durante días hacia elsur atravesando las onduladas colinas,finalmente Abdel y sus compañerasavistaron su meta. Y lo que vieron no lesgustó ni pizca.

Saradush estaba sitiada.A Abdel la escena le resultó muy

familiar. Desde poco más de unkilómetro de distancia Saradush parecíauna villa de reducidas dimensionesrodeada por altas murallas de piedramás bien blancas que grises. Desde laatalaya que representaban las colinas,donde se dominaban los campos y las

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llanuras que conducían a las puertas dela ciudad, el mercenario contó hasta uncentenar de grandes tiendas. El solestaba cerca de su cenit, por lo quecostaba distinguir el resplandor de lashogueras del campamento, pero Abdelvio miles de delgadas columnas de humoque ascendían en el aire inmóvil y seunían para formar una pesada nube deceniza que flotaba sobre las llanuras.Alrededor de las tiendas pululaba unnúmero incontable de diminutas figuras,incluyendo a soldados que trataban deabrir un boquete en las murallas. No semovían como quien tiene prisa, sino conuna denodada e implacable

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determinación. Muchos soldados seagrupaban en torno a objetos muygrandes.

Aunque desde la distancia no podíadistinguir los detalles de aquellosobjetos, supuso qué eran: enormes torresde madera alzadas sobre plataformas dequince metros de altura que permitían alos invasores mirar por encima de lasmurallas y analizar las defensas de lossitiados. Los atacantes teníanpreparados trabuquetes y catapultas conlos que lanzar por encima de lasmurallas barriles llenos de breaardiendo. Asimismo tenían prestosarietes con los extremos de acero

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situados a cierta distancia de lasmurallas, fuera del alcance de lasflechas incendiarias y del aceitehirviendo.

Muchos de los soldados habíanformado en hileras y, pese a que nopodía ver la lluvia de flechas, Abdelsabía que los arqueros se dedicaban adisparar una andanada continua deflechas para mantener ocupados a lossoldados de dentro de la ciudad.Mientras los defensores recibían unainterminable lluvia de flechasemplumadas, los atacantes podíanmaniobrar libremente sus máquinas deguerra y sus artefactos de asedio sin

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temor a represalias. Durante sus años demercenario Abdel se había encontradoen numerosas ocasiones tanto en elbando de los sitiadores como en el delos sitiados, por lo que sabía que pese alo costoso de los sitios tanto en elaspecto material como en el de vidashumanas, normalmente tenían éxito.

Dentro, el número de defensores iríadisminuyendo por el incesantebombardeo con proyectiles incendiarios,los efectos del hambre y la inevitableaparición de epidemias debida a laacumulación de porquería y residuos.Los invasores no cejarían, iríanmermando la voluntad del enemigo y de

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vez en cuando un puñado de ellos selanzaría a la conquista de las murallasarmados con escaleras y ganchos, con lavana esperanza de escalar los muros yacabar con los soldados que defendíanlas almenas. Desde luego, los sitiadosretirarían inmediatamente los ganchos ylas escalas, por lo que la mayoría de losinvasores moriría al estrellarse contra elsuelo. Los pocos que tuvieran la fortunade alcanzar las almenas seríanmasacrados por los soldadosdefensores, muy superiores en número, ysus cadáveres serían arrojados por lamuralla en gesto de mudo desafíodirigido a los atacantes.

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Pero al final la ciudad se veríaforzada a rendirse debido al hambre y ala pestilencia. O quizás una roca lanzadapor uno de los trabuquetes desmoronaríauna gran sección de la muralla y elenemigo se introduciría por ese boquete.O un ariete lograría demoler las puertas,arrancando la madera de sus goznes, ydejaría un orificio demasiado grandepara defenderlo con éxito mucho tiempo.A veces, aunque no solía ocurrir, lostemerarios intentos por escalar lasmurallas tenían éxito, si es quemilagrosamente eran muchos lossoldados que lograban llegar arriba yeran capaces de mantener la posición el

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tiempo necesario para recibir refuerzosde sus compañeros.

Lo que no variaba nunca era el final:sin ayuda exterior Saradush caería.

—Me mentiste, Sarevok —esperóairadamente a su hermanastro—. Noshas conducido a una trampa.

A lo largo de la semana larga deviaje Abdel apenas había intercambiadouna docena de palabras con el espectralguerrero. Muy prudentemente Sarevokno había tratado de entablarconversación ni con Abdel ni conJaheira. Sólo de vez en cuando dirigía lapalabra a Imoen, pero ante las gélidasmiradas de sus compañeros la joven

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respondía muy brevemente, por lo que alfin Sarevok se había resignado alsilencio.

Por la noche Abdel, Jaheira e Imoenmontaban guardia por turnos para velarel sueño de los otros dos. Sarevok noles inspiraba la confianza suficiente paradormir tranquilamente estado él cerca,sin nadie que vigilara. Por su parte,Sarevok se pasaba toda la noche de piee inmóvil, ocultando el rostro debajo desu oscuro visor. Muchas veces Abdel sepreguntaba si era la armadura la que losostenía en aquella posición y lepermitía dormir de pie, o si la formafísica que había adoptado en su regreso

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al mundo mortal no necesitaba dormir. Ytampoco comía, o al menos no lo hacíaen presencia de los demás, y no sedesprendía nunca de su armadura.

—No te he mentido, hermano —sedefendió Sarevok—. No tengo ningunaintención de traicionar a quien me hadado otra oportunidad de vivir.

—Entonces ¿por qué nos has traídohasta esta ciudad sentenciada? —quisosaber Jaheira.

—No sabía que Saradush estuvierasitiada. Si tenéis miedo de que sea unatrampa, no tenéis por qué entrar en laciudad. —Tras una breve pausa, elguerrero añadió—: Pero entonces no

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averiguarás los secretos que guardaMelissan, Abdel; los secretos de nuestropadre. Melissan tiene las respuestas.

—¡Aunque digas la verdad no haymodo de entrar! —exclamó Jaheira.

—Eso no es verdad, semielfa. Si loquisiera, mi hermano podría atravesarlas puertas principales sin resultarherido. Podría incluso masacrar a todoel ejército invasor y salvar la ciudad.

—No —replicó Jaheira—. ¡Mientesde nuevo! Ignoramos hasta dónde lleganlos poderes de regeneración de Abdel, yno pondrá su vida en peligroenfrentándose contra todo un ejércitopara averiguarlo.

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—Además, no es invulnerable. Laarquera consiguió herirlo —apostillóImoen.

Abdel guardaba silencio. Sabía quetanto Jaheira como Imoen estaban en locierto, que sus objeciones eran válidas.Pero dentro de sí también sabía queSarevok tenía razón, que si descargabatoda su furia contra el ejército reunidoen la llanura que se extendía a los piesde las colinas, nadie podría impedirlecruzar las puertas de la ciudad. Ycualquiera que lo intentara perdería lavida.

Si los defensores trataban deimpedirle que entrara, también ellos

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morirían, y si esa tal Melissan se negabaa ayudarlo, probablemente también lamataría a ella. Después de todo, era elhijo de un dios, el vástago de Bhaal. Sí,podría entrar en la ciudad si quisiera.Todo lo que tenía que hacer era liberarla esencia de su padre y sumergirse enuna orgía de sangre y asesinato. Perosabía que si lo hacía, estaría perdido. Laparte de él que era Abdel Adriandesaparecería para siempre, consumidapor la bestia destructora que era el Diosde la Muerte reencarnado.

—Si masacrar a todo un ejército esel único modo de entrar, entonces tendréque aprender a vivir sin respuestas —

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decidió el fornido mercenario.El familiar chirrido de la armadura

de Sarevok cuando éste se encogía dehombros puso una vez más los pelos depunta a Abdel.

—Yo no he dicho que ése fuese elúnico modo de entrar. Simplementemencionaba la primera solución que seme ha ocurrido. —Había un matiz depesar en la monótona voz del guerrero—. Tal vez tales pensamientos explicanpor qué yo me perdí en el espíritu denuestro impío padre, mientras que túhasta el momento has conseguidoresistirte a su llamada.

—Creo que yo puedo hallar el modo

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de entrar —intervino Imoen con unasombroso tono de determinación en suaguda voz.

—¿Cómo? —preguntó Abdel.—En nuestra infancia en el alcázar

de la Candela, yo entraba y salía de allícuando me apetecía —le explicó, y seechó a reír ante la horrorizada expresiónde incredulidad que se pintó en la faz deAbdel—. Todas las casas, todos loscastillos, todos los alcázares y todas lasciudades amuralladas tienen una entradatrasera, una entrada que casi nadieconoce porque no se usa. Sólo había queencontrarla.

—Olvídalo. Es demasiado

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peligroso.—Si esa Melissan tiene respuestas a

tus preguntas, Abdel, tal vez también lastenga a las mías.

El mercenario se quedómomentáneamente desconcertado por elenfado que traslucía la voz de lamuchacha.

—Tú no eres el único al que estamaldita sangre de Bhaal ha arruinado lavida. Tú no eres el único que debeluchar y enfrentarse al hecho de que supadre fue un dios. Quiero conocer a esamujer, Abdel, y para lograrlo estoydispuesta a correr algunos riesgos.

Abdel iba a responder pero Jaheira

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alzó una mano para acallarlo.—Imoen tiene razón, amor mío. —

La semielfa apoyó una de sus finasmanos en el musculoso brazo delmercenario y lo miró directamente a losojos—. Por suerte el fatal legado deBhaal no me afecta, pero tú no eres elúnico que soporta esa carga, Abdel. Yono tengo ningún derecho a rechazar ladecisión de Imoen, pero tú tampoco. Esposible que tenga éxito. A veces, cuandola fuerza bruta no sirve, hay que recurriral sigilo.

Antes de replicar Abdel observó losrostros de sus compañeras. Jaheiraexhibía una expresión de frustración e

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impotencia que ya le era familiar. En susbellos rasgos se reflejaba claramentetanto el deseo de eliminar el estigma deBhaal de la torturada alma de su amado,como su incapacidad para hacerlo. Y enImoen vio algo muy distinto: pese a sujuventud mostraba ya en su faz lasarrugas y las marcas causadas por lacarga de ser el vástago del Dios de laMuerte. Los ojos de Imoen reflejaban elmismo deseo que el suyo por verse librede aquel legado maldito o, al menos,hallar el modo de aceptarlo. Bajo todoello Abdel reconoció la mismaesperanza desesperada que lo invadió aél cuando acordó con Sarevok

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devolverle la vida a cambio de lapromesa de algunas respuestas.

—Muy bien —consintió al fin—.Intenta encontrar un modo de entrar,pero al menos espera a que anochezca.

—Y entonces el halfling dice: «¡Ésano es mi espada!». ¿Lo coges? ¡Ésa noes mi espada! ¡Ja, ja, ja!

Era evidente que el soldado de vozronca estaba bebido, pues hablaba entono demasiado alto para un centinelaque se suponía debía vigilar. Y a juzgarpor las repelentes risotadas con las quesus compañeros celebraron el vulgar

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chiste, Imoen supuso que toda la guardiaestaba borracha.

Era como si todo el ejércitoestuviera ebrio. Desde luego Imoen noiba a quejarse por ello, pues lefacilitaba mucho las cosas.Amparándose en el manto de laoscuridad la muchacha se habíadeslizado entre las filas enemigas sinninguna dificultad, y había pasado tancerca de los supuestos centinelas, quepudo oler el hedor a alcohol quedesprendían y oír sus bromascampechanas.

Los chistes subidos de tono y loscomentarios groseros que pudo oír

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mientras iba avanzando cautelosamenteentre las hogueras del ejército queasediaba Saradush confirmaron la bajaopinión que le merecía todo el géneromasculino. El hedor de sus cuerpos sinlavar, las manchas descoloridas en susropas y las pilas de desperdicios quedejaban que se fueran acumulando pordesidia corroboraban lo que ya sabía:todos los hombres eran unos cerdos.

Le daban asco con sus cuerpospeludos y sudorosos, así como sucomportamiento grosero. Abdel no eracomo ellos, pero es que se habían criadojuntos. Abdel era su hermano y no sólode sangre. Él no la miraba lascivamente

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ni la sobaba «accidentalmente» cuandose cruzaban en una multitud. Abdel eradiferente. A los ojos de su mediohermana, pese a su musculoso aspecto ysus numerosos devaneos con mujeres alo largo de su vida, había superado labrutalidad de su condición masculina.

Imoen se quedó paralizada cuandoun par de torpes patanes aparecieron apoco más de tres metros de distancia dedonde se encontraba ella. Avanzabantrastabillando y tenían que apoyarse eluno en el otro para no caer. Sedetuvieron, e Imoen se sintió aterrada.¿La habrían visto?

Lentamente acercó una mano al

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cinturón. Sujeto por él llevaba unpergamino mágico que le habíanregalado los monjes del alcázar de laCandela. Al menos, ésa era la versiónoficial, porque en realidad lo habíatomado «prestado» de la impresionantebiblioteca del monasterio. Nadierepararía en la desaparición de uninsignificante rollo.

Durante sus años en el alcázar de laCandela Imoen había demostrado quetenía talento para las artes arcanas.Gracias a su mente ágil y rápidaaprendió fácilmente los sencillosensalmos que le enseñaron, pero lefaltaba el carácter estudioso y

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disciplinado que le hubiera permitidodesarrollar todo su potencial mágico.No obstante, había aprendido losuficiente para usar el rollo que llevabaencima si la ocasión lo requería.

Se trataba de un hechizo simple peromuy útil capaz de volverla a ella, y acualquiera que estuviera cerca,invisible. Podría haberlo leído antes deaventurarse en el campamento y de esemodo cruzar incluso por delante de labrillante luz de las hogueras sin temor aser descubierta, pero se resistía amalgastar el precioso encantamiento.Una vez usado lo perdería para siempre,por lo que se había fiado del manto de la

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oscuridad y de sus habilidades naturalespara no ser descubierta.

Ya era demasiado tarde. Aunquetratara de usar el pergamino, aquellossoldados estaban tan cerca que podríanagarrarla antes de que acabara elhechizo. Silenciosamente su mano seapartó del rollo escondido en el cinturónpara dirigirse a la daga que tambiénguardaba en el cinto.

Pero las imprecisas figuras nohicieron ademán de acercarse a ella.Entonces oyó cómo una de ellasmurmuraba algo incoherente antes dedoblarse sobre sí mismo y arrojar elcontenido del estómago en el suelo. El

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otro rió y le dio palmadas en la espalda.Luego ambos echaron andar pisando loshumeantes vómitos.

La muchacha soltó un profundo ysilencioso suspiro de alivio. Hastaentonces no había sido consciente deque contenía la respiración, puesconocía las terribles consecuencias siera descubierta. Era joven, sí, pero notan ingenua como para ignorar qué lesucedería a una atractiva espía que fuesecapturada por un ejército de soldadosborrachos.

Imoen sabía que Abdel jamás haríauna cosa como ésa, ni a ella ni a ningunaotra mujer. Tal vez tenía algo que ver

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con la sangre que corría por sus venas.Cuanto más pensaba en ello másverosímil se le antojaba aquellaexplicación. Tal vez lo que lodiferenciaba del resto de los hombresera precisamente la sangre de Bhaal.

También Sarevok era hijo de Bhaal,e Imoen presentía que también él eradistinto de los demás hombres. CuandoSarevok le hablaba o volvía el visorhacia ella Imoen sabía que no lacontemplaba con lujuria. Y tampocodesprendía aquel desagradable caloranimal que la mayoría de los hombresdesprendían en su presencia. Sarevokera tan frío como la muerte.

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De hecho, desde que se unió alpequeño grupo el guerrero de laarmadura no había mostrado ninguno delos apetitos mundanos. Imoensospechaba que ni siquiera estaba vivo,no en el verdadero sentido de lapalabra. Tal como ella lo entendía,Abdel lo había llevado de vuelta almundo mortal cediéndole una pequeñaparte de su esencia divina. Tal vezSarevok confiaba en convencer a suhermanastro para que le cediera más, loque le devolvería de verdad a la vida.

La muchacha sacudió la cabeza paratratar de aclararse la mente. Tenía queconcentrarse en su misión. Pocos

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minutos más tarde se aproximabasilenciosamente a las murallas deSaradush, donde ya no había peligro detoparse con ninguno de los patéticoscentinelas borrachos del ejércitoinvasor. Sabía que los soldadosapostados en lo alto de las almenasestarían más alerta para no dejarsesorprender por una incursión clandestinadel enemigo. Pero confiaba en que en laoscuridad una delgada y solitaria figuravestida de negro pasaría inadvertida.

Sus ojos recorrieron la muralla.Ahora que estaba lejos de los fuegos, suvisión empezaba a adaptarse a laoscuridad. Las murallas parecían

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sólidas y no acusaban el paso deltiempo. Pero las murallas del alcázar dela Candela también tenían aquel aspectoy ella había descubierto al menos seismodos de atravesarlas.

Quizás ése era el don que le habíalegado su padre inmortal, se dijo lamuchacha. Abdel y Sarevok eranviolentos guerreros, heraldos de lamuerte y la destrucción al igual que lohabía sido Bhaal. ¿Pero acaso Bhaal nohabía sido también el dios de lossecretos, el engaño y la astucia? Tal vezlo que a ella le faltaba en fuerzamuscular lo compensaba con suhabilidad para camuflarse en las

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sombras, moverse sigilosamente ydeslizarse sin ser vista en cámarasprivadas y en habitaciones cerradas conllave.

Al alzar los ojos hacia las estrellaspara orientarse, se dio cuenta de que sehallaba en la cara meridional de laciudad amurallada. Lentamente fuedando la vuelta al perímetro en elsentido de las agujas del reloj, mientrasque con la mano tocaba la piedra enbusca de cambios de temperatura otextura que pudieran indicar una entradasecreta practicada en la muralla.

Pero mientras recorría el ladooccidental fueron sus ojos y no sus

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manos los que descubrieron lo quebuscaba. A pocos metros de donde seencontraba se había excavado en eldesigual suelo una serpenteante zanjaparalela al muro. Era una zanja devarios metros de profundidad y casi unode ancho.

La joven bajó cuidadosamente a lazanja y, pese a ser muy delgada, sintiócómo la húmeda tierra se hundía bajo supeso. Al agacharse aspiró el penetrantey asfixiante hedor de excrementoshumanos.

Se incorporó conteniendo apenas unacceso de tos que la hubiera delatado.Tras salir del barro se limpió las botas

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tan bien como pudo y siguió el conductosubterráneo hasta su origen: una grancañería de piedra que sobresalía de lamuralla y vertía su asqueroso contenidoen la zanja de desagüe. La boca de lacañería medía casi un metro y, a juzgarpor la fetidez que emanaba de ella,Imoen no tuvo duda que estabaconectada con la red de alcantarillas querecorrían el subsuelo de la ciudad.

Sólo una vez había usado la cloacadel alcázar de la Candela. Aunque losmonjes tenían una alta opinión de símismos, después de arrastrarse aquellanoche por su porquería Imoen podríahaberles asegurado que sus heces hedían

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como las de todo el mundo. Aquellanoche se había jurado a sí misma quenunca volvería a arrastrarse de pies ymanos por excrementos.

Pero la noche iba avanzando. SiImoen y sus compañeros queríanpenetrar en Saradush antes del alba, nopodía perder más tiempo buscando unaruta menos desagradable. Consciente deque no tenía elección la muchacha diomedia vuelta y se encaminó de nuevohacia las distantes hogueras del ejércitoacampado a las puertas de la ciudad.

—No pienso arrastrarme por la

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porquería. —Jaheira habló en unsusurro, pero su tono de voz era tancategórico que Abdel retrocedió.

—No tenemos tiempo para buscarotro modo de entrar —susurró Imoen—.Yo iré primera.

Mientras la muchacha se introducíaen la pestilente cañería situada en labase de la muralla, Jaheira se dio lavuelta, asqueada. Abdel guardó silencio.Jaheira había sacrificado tanto por élque ya no podía pedirle más favores.Pero por suerte no fue necesario, pues lasemielfa lanzó un cansino suspiro y dijo:

—Supongo que los excrementos sontan parte de la naturaleza como las rosas

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o las lilas. —Dicho esto se arrodilló yse metió dentro de la alcantarilla.

Imoen se había introducido sinninguna dificultad en la cañería ytambién Jaheira había podido deslizarpor la estrecha abertura su musculosopero esbelto cuerpo.

—Los túneles principales de la redde alcantarillado están aquí mismo. —La voz de Imoen que salía de la boca deltubo sonaba grave y profunda—. Apenashe avanzado unos metros y ya puedoponerme de pie.

Abdel hizo una señal con la cabeza aSarevok, y su hermanastro se puso acuatro patas y se metió en la cloaca sin

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protestas. Eran dos los motivos por losque Abdel quería que Sarevok fuesedelante: cubierto con su pesadaarmadura de metal Sarevok abultabaincluso más que él. Si Sarevok pasaba,ya no tendría que preocuparse por si sequedaba atascado.

Y la segunda razón era que aún noconfiaba en él lo suficiente para darle laespalda.

El guerrero pasó, con dificultad,pero pasó, aunque para ello tuvo queestirarse boca abajo e irse impulsandocon sus impresionantes guanteletes. Noobstante, las afiladas hojas que lesobresalían de los hombros y la espalda

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chirriaban ásperamente contra la piedrade la cañería mientras iba avanzando.Abdel echó un rápido vistazo paracomprobar si se producía algunareacción, pero no oyó ningún grito dealarma y tampoco apareció nadie en laoscuridad.

—Ya he pasado, hermano. —La vozde Sarevok resonaba en el tubo,poniendo a Abdel aún más nervioso quede costumbre.

El mercenario desenvainó el sableque llevaba a la espalda, lo agarró confuerza con la derecha y descendió a laalcantarilla. La fría y rezumante masa deexcrementos se deslizó entre sus dedos y

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nudillos al arrastrarse. Al igual queSarevok tuvo que ponerse casihorizontal, apoyándose sobre manos yrodillas, de modo que el pecho y elrostro le quedaban a pocos centímetrosdel fétido lodo que lentamente fluía porla alcantarilla.

El hedor era casi insoportable, peroAbdel apretó los dientes y se obligó aseguir adelante. Estaba oscuro dentro dela cañería pero delante de él distinguióun débil y familiar resplandor.Seguramente Jaheira había lanzado otrohechizo de iluminación.

Por suerte la tubería medía menos decuatro metros de longitud, por lo que

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muy pronto Abdel se encontró de piejunto a sus compañeros en los túnelesprincipales de las cloacas de Saradush.La punta de la vara de Jaheira brillabacon luz mágica y en aquella suaveclaridad Abdel pudo ver claramente lasrepugnantes manchas húmedas queempapaban las ropas de sus doscompañeras. En cuanto a Sarevok, teníatoda la parte delantera de la armaduracubierta por el lodo verde pardusco dela cañería, que le iba goteando con unincesante plop, plop, plop, Abdel teníalos brazos y las piernas manchados porel mismo fluido repugnante, pero pocopodía hacer por remediarlo allí abajo.

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Afortunadamente las náuseas ibandesapareciendo lentamente a medida quesu nariz se iba acostumbrando al hedorde las cloacas. La altura del túnel era talque permitía a Jaheira y a Imoenmantenerse erguidas, aunque tanto Abdelcomo Sarevok tenían que permanecerencorvados si no querían darse contra eltecho.

—Muy bien hecho, muchacha —alabó Jaheira a Imoen—. Aunque nopuedo decir que tenga ganas de repetirla experiencia en un futuro próximo.

Imoen aceptó el cumplido.—Bueno, hemos entrado ¿no? ¿Y

ahora por dónde?

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El túnel se bifurcaba hacia el norte yhacia el sur. Abdel no tenía ningunaduda de que, tomaran el rumbo quetomasen, se ramificaría en todasdirecciones. Sin un mapa que los guiarapor aquel laberinto, tendrían que fiarsede la suerte.

—Hacia el norte —dijo al fin conuna seguridad en la voz que no sentía.Por suerte nadie puso en duda suelección.

Había suficiente espacio paracaminar de dos en dos, por lo que Abdely Sarevok se pusieron en cabeza,chapoteando por el fango que cubría elsuelo de piedra y les llegaba hasta los

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tobillos. El ruido que hacían ahuyentabaa las ratas, y los escarabajos ycucarachas que cubrían muros y techoshuían aterrorizados cuando el resplandormágico que emitía la vara de Jaheira losiluminaba. De vez en cuando Abdelnotaba que algo le rozaba un pie; unacriatura oculta en el limo que vadeaban.Pero, por suerte, los moradores de aquelpestilente mundo no sentían hacia losextraños invasores ni el interés ni elhambre suficientes para atacarlos.

Caminaron durante horas por elsubsuelo de la ciudad. Cada vez quellegaban a un cruce de túneles o unabifurcación Abdel escogía al azar,

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procurando, eso sí, evitar los conductoslaterales secundarios. De aquel modotendrían que llegar al exterior, se decíaAbdel.

El hechizo de Jaheira se habíaagotado y la semielfa lo había conjuradovarias veces ya cuando Abdel empezó adudar de sus habilidades como guía. Laespalda y el cuello le dolían por tenerque caminar tanto tiempo encorvado, yempezaba a sentirse enfermo porrespirar de manera prolongada losefluvios de la inmundicia que ibanpisando. Aquella pila de estiércol en laesquina le parecía familiar. ¿Habrían yapasado por allí?

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Ya iba a darse por vencido cuandoImoen exclamó:

—Mirad ahí, en el techo… ¡Unapuerta!

Abdel se precipitó hacia allí ydescubrió que la muchacha no estaba deltodo en lo cierto. Lo que su aguzadavista había distinguido era una reja, unareja de hierro que les bloqueaba elcamino. Tenía barras redondas delgrosor de las poderosas muñecas delmercenario y no mostraban ningúnindicio de corrosión ni oxidación. Justoal otro lado nacía una escalera queconducía a la superficie.

Abdel tiró de las barras, pero éstas

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no cedieron ni un a ice.—¿Puedes conjurar los poderes de

Mielikki para pasar? —preguntó a lasemielfa.

Jaheira negó con la cabeza.—Aquí, en la ciudad, mi magia es

muy débil —le explicó—. Apenasconecto con la naturaleza, pues éstarehúye las ciudades construidas por lamano del hombre.

—Si hubiera algún tipo de cerradurapodría forzarla —se ofreció Imoen—,pero no veo ninguna.

El mercenario suspiró.—Bueno, en ese caso lo haremos

por las malas.

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Sin necesidad de que se lo pidiera,Sarevok se colocó junto a suhermanastro y agarró las barras con susmanos cubiertas por la cota de malla.Abdel hizo lo propio.

—A la de tres. Una… dos… y tres.Los dos gigantes trataron de arrancar

la pesada reja con toda la fuerza que lesdaba su sangre medio inmortal. Abdelapretó la mandíbula, los músculos de laespalda se le marcaron y tanto losbrazos como el resto del cuerpo letemblaron por el esfuerzo. Susimpresionantes hombros se le abultaronal tratar de arrancar las barras de hierrodel suelo. Por el rabillo del ojo vio que

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también la armadura de Sarevoktemblaba por el esfuerzo que realizabael guerrero.

La reja se movió casiimperceptiblemente, pero se movió.Abdel se derrumbó contra las barras dehierro, tratando de recuperar larespiración. Sarevok se recostó contrala pared de la cloaca. Aunque no emitíaningún sonido su peto subía y bajabacomo si jadeara.

Mientras ellos trataban de recobrarfuerzas, Jaheira se aproximó parainspeccionar el resultado de susesfuerzos.

—Hay unas débiles grietas en la

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piedra —les informó—. Un par detirones más y los soportes de piedracederán.

Al final les costó más de una docenade agotadores esfuerzos conjuntosarrancar la verja. De no haber sido porlos sobrenaturales poderes derecuperación de Abdel, que Sarevokcompartía, ambos se habríandesplomado, temblando exhaustos,mucho antes de lograr su objetivo.

La verja cedió tan súbitamente quetanto Abdel como Sarevok perdieron elequilibrio, se tambalearon hacia atrás ydieron con sus traseros en el hediondolíquido que cubría el suelo de la cloaca.

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Hay que decir en favor de Jaheira yde Imoen que no se rieron.

La semielfa ayudó a Abdel a ponerseen pie. Imoen vaciló antes de ayudar aSarevok, pues las hojas que sobresalíande la armadura la atemorizaban. Antesde decidirse, el guerrero de la armaduraya se había levantado solo.

—Tú primero, mi héroe —dijoJaheira al tiempo que señalaba con unflorido ademán la escalera, ahoraaccesible, que conducía a las calles dela ciudad.

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Los soldados los rodearon menos de unminuto después de que salieran de lasalcantarillas. A Abdel no le extrañó. Yahabía amanecido. Se habían pasado todala noche recorriendo el laberinto de lascloacas.

A la luz del día unos guerreros deltamaño de Sarevok y él mismo nopodían pasar inadvertidos, y losresiduos que empezaban a secarse sobresus ropas no dejaban lugar a dudas decómo habían entrado en la ciudad.Tratándose de una ciudad asediada era

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natural que los nerviosos ciudadanoshubieran alertado enseguida a la milicia.

—¡Tirad las armas o los arquerosdispararán!

Una docena de hombres protegidoscon cota de mallas y armados con largaslanzas habían formado un amplio círculoa su alrededor. Más allá media docenade arqueros tenían los arcos flechados yprestos. Lentamente Abdel desenvainóel sable que llevaba a la espalda,teniendo que contenerse para nodescargar su furia contra los hombresque lo amenazaban. En vez de eso arrojóla espada al suelo. Sus compañeras loimitaron.

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—Eh, tú —gritó el capitán de laguardia—, el de la armadura. Quítatela.No quiero que cortes en pedazos a mishombres.

Sarevok no obedeció.—No puedo hacer eso.—No tienes elección —replicó el

capitán—. Quítatela o mis hombresdispararán.

—Hemos venido en son de paz —intervino Jaheira, tratando de cambiarde tema—. Venimos en busca de unamujer llamada Melissan.

Al oír aquel nombre varios soldadosvolvieron la cabeza para escupir en elsuelo, pero el capitán se limitó a poner

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ceño.—El nombre de Melissan no te hará

ganar puntos entre nosotros. Dile a tuamigo que se quite la armadura.

—No es amigo nuestro —protestóJaheira.

El capitán se encogió de hombros ydio una escueta orden:

—Disparad.De un salto Abdel se puso delante de

la semielfa con la intención deinterceptar con su cuerpo los mortalesproyectiles que volaban hacia el pechode Jaheira. Mientras lo hacía se diocuenta de que no podría protegerla almismo tiempo a ella y a Imoen.

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Pero sus miedos no estabanjustificados, pues los disciplinadosarqueros dispararon solamente contraSarevok. Media docena de flechassurcaron el aire de la mañana eimpactaron contra el guerrero de laarmadura. Varias de las saetas rebotaroncontra el hierro de la coraza sin causarledaño alguno, pero una de ellas penetróen la vulnerable juntura entre un hombroy el cuello, y se clavó en la carne varioscentímetros.

Sarevok alzó una mano con aire dedesdén y rompió la flecha por el asta,dejando poco más de un centímetro derecortada madera sobresaliendo de la

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juntura. El resto lo arrojó al suelo.Los arqueros se quedaron en

silencio, anonadados, y en el rostro delcapitán apareció una expresión decomprensión.

—Es un maldito hijo de Bhaal —susurró.

Uno de los lanceros que losrodeaban bajó el arma y arremetiócontra Sarevok con la intención deatravesarlo.

El guerrero descargó su pesadoguantelete contra la lanza con talvelocidad que su puño no era más queuna mancha borrosa, y con tal fuerza quehizo pedazos la gruesa vara de madera.

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Llevado por el impulso de la carrerael soldado, ya desarmado, se puso alalcance del otro puño de Sarevok, queya describía un arco dirigido contra ladesprotegida cabeza de su rival. Abdelse temía que Sarevok girase el brazo demodo que la hoja que le sobresalía delbrazal decapitara al infortunadoatacante.

En vez de eso Sarevok golpeó a surival en la sien con la parte plana de lapalma. El soldado se desplomó porefecto del cruel golpe y de su boca salióuna lluvia de dientes que rebotaroncontra los adoquines de la calle. Elcuerpo del desafortunado se estremeció

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una sola vez y luego se quedó quieto. Desu boca desdentada brotó un charco desangre, mientras que un hilo le manabade la nariz y del oído.

Abdel recogió el sable del suelo sinánimo de atacar sino sólo de defenderse.Pero el movimiento fue tan súbito queuno de los arqueros le disparó unaflecha contra el pecho. El fornidomercenario lanzó un grito mientras searrancaba la cabeza del proyectil de lacarne. La herida se cerró casi al instantepero el recuerdo del dolor permaneció.En lo más profundo de sí sintió cómo lasenfurecidas llamas alimentadas por lasangre de su padre cobraban vida.

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Enemigos moribundos, soldadosmasacrados, civiles asesinados; unaimparable avalancha de imágenesviolentas enterraron toda razón y todopensamiento consciente. ¡Saradushpagaría muy caro haber osado atacar alhijo de un dios!

Avanzó medio paso hacia loslanceros que, siguiendo las órdenes desu capitán, se empeñaban neciamente enmantener sus posiciones. Jaheira le pusouna mano encima del hombro, ante locual Abdel reaccionó violentamentedándose media vuelta y mirándola conodio.

Pero la imagen de la atribulada faz

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de la semielfa lo calmó de inmediato. Latranquilizadora caricia de la mujer a laque amaba tuvo la virtud de apagar elfuego de Bhaal que ardía en su interior.

Al echar un vistazo a un lado lesorprendió comprobar que tambiénSarevok había conseguido dominar sucólera y se mantenía de pie, implacable,junto al soldado inconsciente a sus pies.

—¡Deteneos! —gritó Imoen a losarqueros, prestos a lanzar otra andanadade flechas. Sorprendentemente prestaronoídos a su súplica y no dispararon.

El capitán fulminó con la mirada aSarevok y a Abdel con ojos en los queardía el resentimiento. A una señal suya

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los arqueros tensaron las cuerdas perono dispararon, a la espera de que sucapitán diera la orden.

—Nos matarán a todos —dijoImoen, señalando con la cabeza aSarevok y luego a Abdel. El capitánfrunció el entrecejo y bajó la mano. Losarqueros bajaron sus arcos al unísono.

Un pequeño destacamento desoldados dobló la esquina a todo correr,con los sables ya desenvainados. Losrefuerzos llevaban uniformes delejército de Calimshan, algo que a Abdelse le antojó muy extraño, pues Saradushpertenecía al reino de Tethyr.

El capitán de los saradushos sacudió

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la cabeza con aire resignado al ver a losrecién llegados.

—¡Capitán! —gritó el líder de losespadachines, mientras sus hombrestomaban posiciones detrás de loslanceros—. ¡Exijo saber qué ocurreaquí!

—Invasores, Garrol. Son hijos deBhaal.

El mayor Garrol enarcó una ceja einquirió:

—¿Todos ellos?—Bueno, no… Al menos, no creo.—Hay hijos de Bhaal entre nosotros

—los interrumpió Jaheira—, pero noqueremos haceros ningún daño. Estamos

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buscando a una mujer de nombreMelissan.

Garrol hizo caso omiso de laspalabras de la semielfa y siguiódirigiéndose únicamente al capitán.

—Debemos informar al generalGromnir. Reúne a tus hombres yregresad a vuestros puestos en lamuralla.

El capitán nada respondió pero, auna seña suya, dos de los lancerosbajaron sus armas y se aproximaroncautelosamente al cuerpo de sucamarada inconsciente. Sarevokretrocedió para que pudieran recoger alcaído sin tener que ponerse al alcance

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de sus temibles puños.—Esto… ¿Qué pensáis hacer con la

reja arrancada y con la alcantarilla? —preguntó Imoen.

Finalmente Garrol centró su atenciónen los cuatro forasteros.

—¿De qué estás hablando? —quisosaber.

—De la alcantarilla en el murooccidental. Por ahí es por dondeentramos. Es lo bastante grande para queun soldado vestido con armadura searrastre por ella. Si queréis impedir queel enemigo entre en la ciudad, os sugieroque apostéis algunos soldados.

—El enemigo ya está dentro —

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murmuró el capitán, pero Garrol fingióno haberlo oído.

—Capitán, te sugiero que te tomesen serio las palabras de esta dama y quete ocupes enseguida de la brecha ennuestras defensas. Informaré de lasituación al general Gromnir cuandolleve a estos hijos de Bhaal a supresencia para ser juzgados.

—¿Juzgados? —exclamó Jaheira,indignada—. ¿Por qué vamos a serjuzgados exactamente?

Nadie le respondió. El capitán y sustropas ya se habían puesto enmovimiento, mientras que la patrulla deGarrol los rodeaba.

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—Por vuestra propia seguridad y lade la ciudad, os insto a que meacompañéis sin causar más problemas.—La voz del mayor era brusca peroeducada. Hablaba como alguien que selimita a hacer su trabajo.

Antes de que ni Jaheira ni Imoenpudieran protestar, Abdel expresó suaquiescencia.

—No queremos problemas. Osacompañaremos.

El mercenario recordaba muyvívidamente que había estado a punto dedescargar la despiadada violencia de supadre contra las tropas de Saradush. Seestremecía interiormente al imaginarse

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la terrible carnicería que podría causarel Aniquilador si era liberado dentro delas murallas de la ciudad sitiada. Abdelestaba dispuesto a casi cualquier cosapara evitar otra confrontación yarriesgarse a sentir de nuevo aquellainsaciable sed de sangre a la quesucumbió en el claro del bosque, cuandomató con sus propias manos a laCazadora. Sólo podía confiar en que suscompañeros, especialmente Sarevok, seplegaran a su decisión.

Nadie se opuso a él.Garrol le dirigió una brusca

inclinación de cabeza antes de añadir:—Muy bien. El general Gromnir

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querrá hablar con vosotros enseguida.

Mientras los soldados de Calimshan—totalmente fuera de lugar en Saradush— los escoltaban, Jaheira fuerecordando por qué no le gustaban lasciudades.

No era únicamente porque elpavimento de piedra impidiera todocontacto entre sus pies y la tierra viva, ytampoco porque en él no creciera nihierba ni árboles, ni tampoco por losfríos y duros edificios que se alzabanpor todas partes y le tapaban la visióndel cielo, confinándola y produciéndole

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una sensación de ahogo.La ciudad poseía un olor peculiar

formado por los efluvios queinevitablemente generaban las personascuando se reunían en gran número. Elviciado y agrio hedor de sudor, elempalagoso aroma de la comidatransportada desde las granjas de laperiferia y que justo empezaba ya apudrirse, los caballos, los orinales, elleve tufo de las cloacas que ahora tanbien conocía y que percibía cada vezque pasaban cerca de una rejilla. Yencima de todo ello los empalagososperfumes y jabones con los que lasmasas «civilizadas» trataban de

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camuflar tal fetidez. Era el olor de lacivilización.

Jaheira arrugó la nariz, asqueada. Lopeor era el olor, aunque era algo que yase esperaba cada vez que se aventurabaen una ciudad, un pueblo o una villa.Pero había otras cosas en Saradush quele disgustaban, cosas que ladiferenciaban de la mayoría de losnúcleos urbanos en los que había estado.Las calles se veían desiertas; no eran unhervidero de vida como sería deesperar. Había poca gente y estabadiseminada. Jaheira se dio cuenta de queesas pocas personas se la quedabanmirando con una inconfundible

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expresión de resentimiento e inclusoodio en sus ojos. Pero lo que másllamaba la atención era la ausencia deanimales en las calles: ni perros, nigatos, ni siquiera ratas.

—¿Dónde están los animales? —preguntó, deseosa de romper el opresivosilencio—. ¿Acaso los habitantes deSaradush no tienen mascotas?

Desde su posición al frente de lacomitiva Garrol ni siquiera volvió lacabeza para responder:

—Las tenían. Pero después de unmes de asedio las provisionesempezaron a escasear y cuesta muchoconseguir comida. —Aunque el mayor

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trató de mantener el decoro propio de sudeber, Jaheira detectó en su voz un leveatisbo de repugnancia.

—¡Puag! —La reacción espontáneade Imoen demostraba que había oído laconversación—. ¡Qué asco!

Como druida que era Jaheiracomprendía el orden natural: muchosanimales servían de comida a otros paraque pudieran sobrevivir. Era lo natural.Pero comerse una mascota, un animal decompañía leal y cariñoso, era una ideaaborrecible. La semielfa tenía una razónmás para odiar las ciudades.

—¿Lleváis así un mes? —inquirióAbdel—. ¿Dónde están los refuerzos?

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¿Por qué el rey y la reina de Tethyr nohan acudido en ayuda de Saradush?

Garrol rebulló incómodo. Él era unoficial de un ejército extranjero queocupaba una ciudad sitiada por otroejército. Jaheira comprendíaperfectamente su incomodidad.

—Antes de que el asedio se iniciarahubo muchos informes de bandas demercenarios que se dedicaban al saqueoy el pillaje por toda la zona occidentalde Tethyr. Las fuerzas reales estándemasiado ocupadas limpiando debandidos y malhechores los alrededoresde Myratma y las rutas comerciales. Nopueden enviar los ejércitos al este para

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salvarnos el pellejo.—Seguro que si supieran lo feas que

se han puesto las cosas… —empezó adecir Imoen.

—Pero no lo saben —la atajóGarrol—. Ni uno solo de nuestrosmensajeros ha logrado atravesar lasfuerzas que rodean las murallas. Yaunque alguno lo consiguiera, podríapasar hasta un mes hasta que llegara laayuda. Estamos muy, muy lejos de lassedes del poder.

—Bueno, considerando la situaciónen la que se halla, me extraña queSaradush no nos dé la bienvenida.Quiero decir que podríamos ser los

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únicos refuerzos que lleguen. Pero lossoldados de Saradush nos miraban comosi quisieran matarnos —dijo Imoen.

—La última cosa que quieren ver losciudadanos de Saradush son másforasteros —le explicó Garrol—. Aquílos de nuestra especie no están bienvistos. Nos echan la culpa del asedio.

—¿Los de nuestra especie? ¿Terefieres al linaje de Bhaal? —quisosaber Jaheira.

—Los ciudadanos de Saradushofrecieron su ciudad como refugio —respondió el mayor—. Querían ayudar aproteger a los perseguidos. A instanciasde Melissan ofrecieron asilo a los hijos

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de Bhaal. Y mira qué tienen a cambio. Ylo de Gromnir fue el colmo.

Uno de los soldados de la escoltatosió significativamente y Garrolenmudeció de golpe, apretando con tantafuerza la mandíbula que los dientes lechasquearon. Se sonrojó abochornado yJaheira se dio cuenta de que se habíaexcedido al revelar tanta información.

El resto del trayecto transcurrió ensilencio. Aunque los edificios que larodeaban afectaban su sentido de laorientación, la semielfa sentía queGarrol los conducía al corazón de laciudad. A medida que se aproximaban alcentro fue apareciendo ante sus ojos un

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impresionante castillo de piedra. Garrollos condujo directamente hacia laspuertas, que se abrieron para dejarlespaso y se cerraron con estrépito a suespalda.

Atravesaron rápidamente el patio yla estructura principal de lo que en otrotiempo debió de ser el castillo de lanobleza local. Dentro, una infinidad desoldados, todos ellos ataviados con eluniforme de Calimshan, flanqueaban loscorredores de la fortaleza. Al ver aGarrol abandonaban su posición defirmes para saludarlo, pero Garrol no semolestaba en devolverles el saludo.

El mayor los guiaba por los pasillos

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del castillo a tal velocidad que, pese asus largas piernas, Jaheira teníadificultades para mantener el paso, eImoen tuvo que echar a correr variasveces para no ser arrollada por laescolta de soldados que marchaban trasellos.

A aquel ritmo no tardaron mucho enllegar a la cámara de audiencias.Alrededor de la gran sala abierta sehabían apostado estratégicamentesoldados de Calimshan bien armados asícomo una docena de civiles. En elextremo más alejado de la cámara,sentado en el trono, los esperaba elhombre más mugriento, adusto y peludo

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que Jaheira hubiese visto en toda suvida. Tenía el rostro oculto tras unapoblada y descuidada barba negra, y delflequillo le colgaban largos mechonesde pelo enmarañado que le tapaban losojos casi por completo. Sus ropasestaban tan manchadas y asquerosas quela semielfa tardó un segundo encomprender que llevaba el mismouniforme que Garrol y el resto desoldados calimshitas.

—General Gromnir, estas personashan venido a ver a Melissan —dijoGarrol a aquella suerte de salvaje.

—¡Ja! —espetó el general a modode respuesta, y ladeó la cabeza para

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fijar en Sarevok su torcida mirada—.¡Gromnir sabe que solamente los hijosde Bhaal buscan a Melissan! ¡Ja, ja!¡Han llegado más hijos de Bhaal paramorir aquí! ¡Qué divertido!

—Que Mielikki nos asista —susurróJaheira, esperando que solamente Abdella oyera—. Está loco.

Abdel coincidió con la valoraciónde su anfitrión que Jaheira habíaexpresado a media voz. Definitivamenteel modo en que Gromnir hablaba noparecía el de alguien cuerdo, y el brillode sus ojos que atisbaban por detrás de

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los largos y grasientos mechones de peloque le caían sobre la frente resultabaperturbador. Pero Abdel estabadecidido a no perder la calma. No teníaninguna intención de volver a liberaraccidentalmente el espíritu destructordel Dios de la Muerte.

—General Gromnir —dijo,esperando que su voz sonara calma ytranquilizadora—. Sí, soy un hijo deBhaal, pero no he venido a causarningún mal.

—¡Ja! Los hijos de Bhaal causandaño allí adónde van. ¡Siempre llevansangre y violencia! ¡Gromnir lo sabe!¡Ja, ja!

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—Sólo quiero hablar con Melissan—prosiguió Abdel, tratando nodemostrar la inquietud que despertabaen él el demente comportamiento delgeneral—. Busco…

—¡Refugio! —lo interrumpióGromnir—. ¡La prole de Bhaal acude aSaradush en busca de refugio! Gromnirlo sabe. ¡Ja! ¡Melissan les prometeprotección pero ellos solamente hallanla muerte! ¡Ja, ja! Qué divertido,¿verdad?

Sacudiendo la cabeza Abdel hizo unnuevo intento.

—No, no buscamos refugio.Solamente queremos…

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—¿No queréis refugio? ¿Pues québuscáis entonces? ¡Ja! ¿Tal vez lamuerte de Gromnir?

Sarevok se le adelantó antes de quea Abdel se le ocurriera una respuestaque no agitara aún más a su alteradoanfitrión.

—No he venido a matarte, Gromnir.De haberlo querido lo habría hechomucho tiempo atrás.

El general volvió tan bruscamente lacabeza al reconocer a quien habíahablado, que los enmarañados mechonesse le levantaron dejando al descubiertounos ojos desorbitados por la sorpresa.

—¡Gromnir te conoce! ¡Ja! ¡Gromnir

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oyó que Sarevok había muerto! ¡Ja, ja!—Sarevok, ¿conoces a ese loco? —

preguntó Jaheira sin tratar de reprimir eltono acusatorio de su voz.

—Sarevok conoce a Gromnir —replicó el general— y Gromnir conoce aSarevok. ¡Encerradlos en los calabozos!

Por el rabillo del ojo Abdel viocómo sus compañeros se aprestabanpara la lucha. Imoen deslizaba una manohacia la daga que llevaba al cinto,Jaheira agarró con fuerza la vara, listapara empuñarla a modo de arma, eincluso la figura de Sarevok revestidapor una coraza pareció encogerse,preparándose. Pero ante una rápida

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sacudida de la cabeza de Abdel todos serelajaron.

Los soldados se acercaroncautelosamente y los desarmaron. Abdeltrató de tranquilizar con la expresión lasinterrogadoras miradas de suscompañeras. A lo largo de su vida habíaescapado de muchas prisiones yapostaría cualquier cosa a que la deSaradush no sería distinta. Preferíajugársela contra barrotes y una celda aarriesgarse a librar otra batalla en suinterior contra el fuego de Bhaal, quepodía poseer su alma y transformarlo enel demonio de cuatro brazos: elAniquilador.

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Había al menos una docena de celdas enlos calabozos, todas vacías excepto porlas cuatro que ocupaban Abdel y suscompañeros. Incluso los soldados semarcharon después de encerrarlos.

—Supongo que tendrás un plan —dijo Jaheira cuando los soldados sehubieron ido.

—Sí, hermano mayor —metió bazaImoen—. ¿Qué está pasando? Nunca tehabía visto rehuir una pelea.

Abdel vaciló antes de responder. Noquería explicar los motivos de sus

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acciones a las únicas dos personas quele importaban en el mundo. No queríadecirles que si desenvainaba el sable enun ataque de ira, era posible que no lovolviera a guardar de nuevo hasta queambas hubieran quedado reducidas acuerpos sangrientos, salvajementeasesinados. No quería que supieran quetenía miedo del monstruo que llevabadentro.

Pero Imoen y Jaheira habíanconfiado en él, por lo que no podíanegarles una respuesta. Por mucho quelo odiara tendría que mentir a suhermana y a la mujer a la que amaba. Ya Abdel nunca se le había dado bien

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mentir.Afortunadamente para él no tuvo

oportunidad de hablar.—Tal vez tu fornido amigo ha

aprendido que la violencia no es laúnica solución —dijo una voz femenina.Una figura alta y esbelta salió de lassombras y descendió por la escalera queconducía a los calabozos.

La mujer que había hablado llevabauna camisa de malla formada por finosanillos de acero, y del cinto le colgabauna maza con púas. Asimismo, llevabaguanteletes de plata y botas también deplata que le llegaban hasta las rodillas.Las mangas y los pantalones eran de tela

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negra. De debajo de la armadura lenacía un alto y suave cuello que lellegaba hasta la línea de la mandíbula.Cada centímetro de su piel estabacubierto bien por la armadura o bien porla ceñida tela negra, exceptuando elrostro. Su tez poseía la blancura delreluciente mármol y contrastabapoderosamente con sus ojos negroazabache, sus labios de un rojo subido ylas largas trenzas morenas que le caíansobre los hombros.

—Melissan —la saludó Sarevok.La mujer dirigió una inclinación de

cabeza al guerrero de la armadura.—Sarevok. Creí que habías muerto.

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—Y así fue. Debería haber hechocaso a tus advertencias. Pero me handado una segunda oportunidad.

Melissan posó su penetrante miradaen Abdel.

—Y tú no puedes ser otro que AbdelAdrian, el hijo adoptivo de Gorion.

—¿Cómo conoces a Abdel? —preguntó Jaheira—. ¿Y cómo conoces aSarevok?

—Hace mucho tiempo que conozco aSarevok —respondió Melissan sinapartar los ojos de Abdel—. De antesque se le pusiera en la cabeza la locaidea de desencadenar una guerra entreNashkel y Puerta de Baldur.

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»En cuanto a Abdel —prosiguió—,su nombre es conocido por todosaquellos que están interesados en loshijos del Dios de la Muerte, y encaja enla descripción. No puedes esconderteentre la multitud, Abdel.

—No —replicó el mercenariotímidamente—, me temo que destaco allíadónde voy.

Hasta ese momento Abdel dudaba delas promesas de Sarevok. Se resistía acreer que su hermanastro conocierarealmente a alguien capaz de ayudarlo alibrarse del estigma de su inmortalpadre. Pero la mirada confiada deMelissan lo ponía nervioso. Los ojos

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negros de la mujer taladraban su alma, yel mercenario estaba seguro de quepodía ver el malvado poder que latía ensu interior. No obstante, al entrever elimpío fuego de Bhaal que manteníaenjaulado no retrocedió como hubiesehecho la mayoría. No. Melissan parecíacomprender y aceptar su monstruosanaturaleza, como si ya hubiera sabidoque aquel fuego estaría allí.

—Me han dicho que puedesayudarme —dijo Abdel, cautivado porla inmutable mirada de Melissan—.Sarevok afirma que puedes ayudarme alibrarme de la impía lacra de Bhaal.

—Antes de ahondar en el legado de

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mi hombre —intervino Jaheira,poniendo especial énfasis en la últimaparte—, ¿no creéis que deberíamoshallar el modo de salir de aquí?

La voz de Jaheira arrancó a Abdelse su estado de embeleso. Se sonrojó,avergonzado, y lanzó una mirada contritaa la semielfa.

—Pues claro —repuso Melissan—.Voy a buscar las llaves que guardaGromnir.

—Pero si Gromnir es el loco quenos ha encerrado aquí —objetó Imoen.

—Gromnir no está tan loco comoparece —le aseguró Melissan—. Actúade manera excéntrica pero no ha perdido

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la razón. Es sólo extremadamente cauto.—Yo diría más bien paranoico —

bufó Imoen sin dejarse convencer.—Es cauteloso porque ha sufrido

muchos atentados contra su vida —leexplicó Melissan—, y está todo locuerdo que puede estar en las presentescircunstancias. Un general calimshitaque gobierne una ciudad de Tethyr tienebuenas razones para ser cauteloso.

—Pero ¿qué hace un general loco deCalimshan gobernando esta ciudad? —Jaheira no hizo ningún esfuerzo porenmascarar el tono acusador de su voz.

Melissan lanzó un suspiro, y susimpecables rasgos adoptaron una

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expresión pesarosa y sombría.—Creí que el general y sus tropas

podrían ayudarnos a defender Saradushy a todos los hijos de Bhaal queacudieron a esta ciudad en busca derefugio. Gromnir y sus hombres vinieronporque yo se lo pedí.

Abdel asintió, recordando que lossoldados de Saradush habían escupidoante la sola mención del nombre deMelissan. De repente el resentimiento delos soldados era perfectamentecomprensible.

—Al principio el conde Santele,señor de la ciudad, dio la bienvenida aGromnir y a sus hombres —explicó

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Melissan—. Pero cuando llegaronnoticias de que un ejército se dirigía a laciudad, el conde ordenó a las tropas deGromnir y a todos los hijos de Bhaalque habían buscado amparo dentro delas murallas de Saradush que semarcharan. Él pensaba que si expulsabaa los hijos de Bhaal salvaría la ciudad.

—Déjame adivinar —intervinoJaheira—. Gromnir se negó a marcharsey sus hombres se hicieron con el controlde la ciudad.

—Exactamente. El conde Santeletuvo que huir para salvar su vida. Lamilicia de Saradush no estaba preparadapara hacer frente al golpe de Gromnir y

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antes de que se pudieran organizarempezó el asedio a la ciudad.

»A los capitanes y a los soldadoscalimshitas no les quedó otro remedioque aceptar de momento la autoridad deGromnir, pues el único modo dedefenderse contra los invasores quesitiaban la ciudad era trabajando juntos.

—¿Y los refuerzos? —quiso saberImoen—. ¿Por qué el rey y la reina deTethyr no han enviado tropas pararomper el sitio y de paso deshacerse deGromnir?

—Myratma, la capital del reino, seencuentra a muchos kilómetros dedistancia —explicó Melissan—, y toda

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la región está infestada de fuerzashostiles. Supongo que ya habréis oídolos rumores que hablan de ejércitos queestán devastando ciudades en los reinosmeridionales.

»Saradush no es la única que libraesta guerra. El rey y la reina debenprimero afianzar la seguridad de supropio patio trasero antes de acudir enayuda de Saradush.

—No me extraña que Gromnir estéparanoico —comentó Abdel—. Apuestoa que tanto los sitiados como lossitiadores querrían verlo muerto.

—Llevas parte de razón —admitióMelissan—. No obstante, la mayoría de

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los habitantes de esta ciudad hanaceptado que su única esperanza desobrevivir al asedio es apoyar ladictadura de Gromnir… por el momento.

La mujer sacudió la cabeza en gestode cansina decepción antes de añadir:

—Me temo que la presente situaciónno es la única razón del comportamientode Gromnir. Sospecho que la maldiciónde ser uno de los vástagos de Bhaal leestá pasando factura.

—¿Ese horrible ser peludo es hijode Bhaal? —Imoen no daba crédito asus oídos.

—Los hijos del Dios de la Muerteadoptan muchas formas. —Melissan

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arqueó las cejas y lanzó a Imoen lamisma mirada penetrante que antes habíarecibido Abdel—. Como sin duda yasabes, muchacha.

»Si Gromnir está aquí, en unaSaradush asediada, es solamente por lasangre inmortal que corre por sus venas.De no haber sabido que el general teníaun interés personal en el destino de laprole de Bhaal, nunca lo hubierallamado ni a él ni a sus leales tropas.

Probablemente Melissan hubieraañadido algo más, pero el carraspeo deJaheira la interrumpió. Abdel no pudoevitar sonreír ante aquel modo tan pocosutil de su amada de recordarle a la otra

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lo que era verdaderamente importante.—Pero claro, todo eso puede

esperar hasta que salgáis de vuestrasjaulas. Estoy seguro de que el generalGromnir os liberará si yo se lo pido.

A Jaheira le desagradaba la mujer.Había algo en el modo en que miraba aAbdel, con ansia. A Jaheira no legustaba que ninguna mujer mirara aAbdel de aquel modo, ninguna exceptoella. Y tampoco le gustaba la avidez conla que Abdel bebía sus palabras, comoun chico enamorado de su hermosamaestra.

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Para sorpresa de Jaheira, Melissancumplió su palabra y regresó menos decinco minutos después con un juego dellaves.

—Estoy segura de que tienes muchaspreguntas que hacerme, Abdel. Podráshacerlo tan pronto como te saque deaquí. Y a tus compañeras también, porsupuesto —añadió, como si acabara deocurrírsele.

La druida se mordió el labio paraevitar una áspera réplica. Sabíaperfectamente que se estabacomportando de un modo estúpido alsentirse amenazada por Melissan. Abdella amaba y daría la vida por ella.

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Pero Melissan era realmentehermosa y además podía revelarsecretos acerca de la sangre de Bhaal,cosa que Jaheira no podía hacer. Lasemielfa sabía que en el pasado Abdelse había quedado prendado de una mujermuy similar, la vampiresa Bhodi.Jaheira ya le había perdonado aquellafalta, pues conocía muy bien el poder deencantamiento que los vampiros ejercíansobre los humanos, y se negaba a creerque en circunstancias normales Abdelpudiera serle infiel. No obstante, lequedaba un leve asomo de duda que ledecía que la lacra de Bhaal consumía aAbdel y que éste haría cualquier cosa

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para librarse del legado de su padre.Cualquier cosa.

Melissan abrió primero la celda deAbdel y a continuación la de Sarevok.Acababa de girar la llave en lacerradura de la puerta de la celda deJaheira cuando sonaron tres fuertestoques de cuerno, que resonaron en lasparedes del calabozo.

—¡Una brecha en la muralla! —exclamó Melissan—. Los invasores hanlogrado pasar. Tres toques significa lamuralla meridional.

La mujer giró sobre sus talones yechó a correr hacia la escalera. Su largamelena volaba tras ella mientras corría

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hacia la salida del calabozo. Con lasprisas dejó colgando la llave en lacerradura de la puerta que encerraba aJaheira.

—¡Tenemos que ir a ayudar a loshombres de la muralla y cerrar labrecha, o Saradush caerá! —gritóMelissan por encima del hombro,mientras subía los escalones de dos endos.

Jaheira tuvo que admitir aregañadientes que su rival se movía conuna velocidad y una gracia asombrosas.

—Vamos, id —los animó Jaheira, altiempo que se acercaba a la llave quecolgaba de la cerradura de su celda—.

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Yo abriré las puertas. Imoen y yo nosuniremos a la batalla enseguida.

Probablemente Abdel no la oyó,porque corrió hacia su celda.

—Vete, amor mío —insistió lasemielfa—. Enseguida me reunirécontigo. —Para demostrar que Abdel notenía por qué preocuparse de suseguridad, Jaheira deslizó un brazo entrelos barrotes y justo alcanzaba la llavecuando Abdel llegó a su celda.

El hombretón deslizó a su vez unamano entre los barrotes, colocó la palmasobre el pecho de la semielfa y laempujó. Jaheira se tambaleó hacia atrásantes de caer al suelo.

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—¡Abdel! —gritó, más por elasombro que por el dolor.

En lugar de responder, el mercenariocogió la llave con su manaza. Entoncesflexionó los músculos del brazo yrompió la llave de metal en la cerradura,dejando atrapada a Jaheira dentro de lacelda.

La druida se levantóapresuradamente, se lanzó hacia él yextendió un brazo entre los barrotes paracogerle de la camisa, pero Abdel saltóhacia atrás.

—Abdel, ¿qué estás haciendo? —preguntó. Desde la celda vecina Imoenle preguntó lo mismo.

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Abdel se dio media vuelta antes deque Jaheira pudiera ver la expresión desus ojos.

—Lo siento —fue todo cuanto dijoantes de subir la escalera, dejando aJaheira y a Imoen atrapadas.

La mirada de horror y de traiciónque había visto en los ojos de Jaheira sele clavó en el corazón como una daga.De haber tenido tiempo se lo hubieraexplicado, y también a Imoen. En susdías como mercenario Abdel habíaparticipado en muchos asedios, por loque podía imaginarse la cruenta batalla

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que debería de estar librándose enaquellos instantes en las almenas, entrelos defensores y los invasores queescalaban el muro. Abdel sabía que elúnico lugar en el que Jaheira e Imoenestarían seguras si perdía el control desu Furia asesina era lo más lejos posiblede la batalla.

Le costó menos de un minutorecorrer la distancia desde lo alto de laescalera que conducía a los calabozoshasta las puertas del castillo. Sarevok yMelissan ya habían desaparecido en lascalles de Saradush para ayudar a lossoldados que defendían la muralla. Losgritos y chillidos de quienes corrían a

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unirse a la batalla le indicaron elcamino.

Al doblar una esquina se encontrójusto debajo de la refriega. Alzó la vistay vio que docenas de invasores habíanlogrado escalar la muralla, arrollando alos soldados de Saradush y deCalimshan apostados en las almenas. Ya cada segundo eran más los invasoresque subían por las escalas para unirse asus camaradas y obligaban a retrocedera los desesperados defensores. No habíaninguna esperanza de conseguirrefuerzos, pues los soldados queguardaban el resto de la muralla estaríandefendiendo con denuedo sus posiciones

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ante ataques similares de los invasorescon escalas.

No se habían dado más alarmas, loque indicaba que únicamente había unabrecha en el muro meridional. Si lastropas de Saradush lograbanreconquistar las almenas, el ataque sedetendría.

Abdel corrió junto a la base delmuro en dirección a la puerta abierta alos pies de la torre más próxima, una delas muchas que bordeaban lasfortificaciones de la ciudad. Al llegar ala escalera de caracol la subió a todaprisa e irrumpió en la almena.

Melissan y Sarevok ya estaban allí,

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luchando junto con la media docena dedefensores que resistían aún contra elmar de invasores. La espigada mujerblandía la maza con ambas manos de unlado al otro, desarmando primero a unenemigo para enseguida cambiar latrayectoria del arma y estrellarla contrael cráneo de otro rival, atravesando consus púas el yelmo de hierro. Paracuando el moribundo cayó al suelorodeado por el charco de sangre quemanaba de la sien en la que habíarecibido el impacto, Melissan yaluchaba con el próximo enemigo.

Fue, entonces cuando Abdel cayó enla cuenta que se había lanzado a la

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batalla desarmado. Había dejado quelos soldados de Gromnir le quitaran elsable cuando lo escoltaban hacia loscalabozos. Sin detenerse, el mercenariose arrojó al suelo y aprovechando elimpulso que llevaba ejecutó un saltomortal adelante. Mientras rodaba sobresí mismo recogió la espada de uno delos muchos defensores de Saradush quehabían caído, y se levantó justo a tiempode parar el ataque de una pesada hachade guerra.

Sin perder velocidad cargó contodas sus fuerzas contra el soldado rival,que era mucho más menudo que él.Aprovechando su superioridad física lo

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obligó a retroceder. El hombre dejó caerel hacha y dibujó un molinete en el airecon los brazos para conservar elequilibrio mientras retrocedíatambaleante contra el borde de lamuralla. Abdel dio un paso atrás, apoyóuna bota contra el pecho del soldado yempujó. El soldado se cayó hacia atrás,sobre el parapeto, y fue a estrellarsegritando contra el duro suelo.

Junto a él Abdel vio cómo Sarevokabría un camino de destrucción entre susenemigos. Al igual que el mercenario,Sarevok se había metido en la batallasin empuñar una espada, pero adiferencia de su hermanastro Sarevok no

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se había molestado en conseguirse una.Con sus manoplas de metal

aplastaba cráneos y dejaba los rostrosde sus enemigos convertidos en pulpa.Gracias a las placas de hierro reforzadode la armadura recibía una lluvia degolpes sin sufrir daño alguno, yrespondía con los pinchos quesobresalían de los codos o daba tajoscon las afiladas hojas forjadas encimade los brazales de su armadura negra,cortando indiscriminadamente metal,carne y hueso. A quienes tenían lafortuna de eludir sus mortales brazos,Sarevok los dejaba lisiados omoribundos en el suelo después de hacer

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picadillo sus extremidades inferiorescon el filo incorporado a las canilleras.

La imagen de Sarevok abriendo unhorripilante camino de muerte y sangreen la batalla obtuvo una respuestainstantánea en el alma de Abdel. La furiade Bhaal respondió a la muda invitaciónde Sarevok y el mercenario empezó aabatir a sus enemigos como quien siegatrigo.

Ni siquiera una división de soldadosde elite podrían haber resistido elimplacable asalto de Abdel. Pero lossoldados que se le enfrentaban no eranmás que carnaza, hombres prescindiblesque formaban la primera oleada de

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asaltantes. Su equipo era de ínfimacalidad, y no contaban con ningún tipode técnica ni entrenamiento. Abdelfrustraba desdeñosamente sus pobresintentos de parar sus estocadas mortales,y esquivaba fácilmente sus torpes ydesequilibradas arremetidas con lasespadas. A los que cometían la tonteríade cruzarse en su camino los destripaba,les sacaba las vísceras del tronco con unveloz movimiento de la espada. Yquienes tenían la sensatez de dar mediavuelta y correr recibían el golpe degracia por la espalda. El mercenariodejaba a su paso una estela de muerte ydestrucción.

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En medio de aquella carniceríaAbdel sentía cómo las hambrientasllamas que ardían en su interior seavivaban, alimentadas por la continualluvia de sangre que le cubría porcompleto manos y rostro. Veía el mundoteñido de color escarlata y nublado porla creciente cólera de Bhaal. El fuego seconvirtió en un infierno de llamas, de talmodo que Abdel sentía que sus víctimaspodían notar el calor que emanaba de supiel al mismo tiempo que probaban lafrialdad de su acero.

Pero en aquella ocasión las llamasno lo consumieron. Incluso en medio deaquella carnicería el mercenario no

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llegó a perder el control; no llegó aperderse a sí mismo. Con enorme fuerzade voluntad fue capaz de dominar aldemonio que llevaba dentro, alAniquilador.

Con su avance despejó el caminohasta la escala más próxima que losinvasores habían usado para escalar lamuralla. Abdel tuvo la presencia deánimo suficiente para empujarla,alejándola del muro, y tirarla al suelo.Con tres rápidas estocadas y tresenemigos menos llegó a la segunda delas escalas, que también volcó,arrastrando con ella a varios soldadosque subían por ella.

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Las otras dos escalas ya habían sidoretiradas una por Sarevok y la otra porMelissan. Abdel giró sobre sus talonespara enfrentarse a la refriega, pero yasólo quedaban en pie soldados con loscolores de Saradush o de Calimshan. Ensu alma ardía aún una abrasadora sed desangre que lo instaba a descargar sufuria contra sus aliados. El mercenariosentía en la piel una sensación dehormigueo y picazón, los primerossíntomas de la horrible transformaciónque había luchado por evitar a todacosta.

Pero el mercenario sofocó aquelfuego interno al tiempo que dejaba caer

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la espada al suelo con estrépito,ahogando los oscuros deseos quedespertaba en él la contaminada sangrede su padre, tan fácilmente comoaplastaría a un insecto bajo la bota. Asípues la transformación terminó antesincluso de haber empezado. Pero Abdelno tuvo tiempo para celebrar su victoriani siquiera para preguntarse por quéhabía apagado tan fácilmente las ansiasde sangre de Bhaal.

Uno de los supervivientes de lastropas de Saradush recogió un grancuerno de un camarada caído, mientrasotros empezaban a buscar heridos entrelos cuerpos. El hombre del cuerno lanzó

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tres largas y trémulas llamadas parainformar a los demás defensores que lamuralla sur volvía a ser segura.

En respuesta sonaron en la ciudadsitiada más toques de cuerno.

—Hemos cerrado la brecha —dijoMelissan, situada al lado de Abdelaunque el mercenario no se habíapercatado de su presencia. La mujerjadeaba ligeramente por el esfuerzo dela lucha mientras explicaba elsignificado de las señales con el cuernoque se oían—. El resto de la murallaaguanta y los atacantes se han retirado.Por ahora.

Abdel quería preguntarle muchas

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cosas a aquella mujer, cosas quenecesitaba saber. Pero cuando abrió laboca fue para exclamar:

—¡Jaheira!El mercenario dio media vuelta y

corrió hacia los calabozos.

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9

—Sólo trataba de evitar que os hicierandaño —explicó Abdel con la esperanzade que Jaheira lo perdonara porhaberlas dejado a ella y a Imoenatrapadas.

No estaba siendo del todo honestocon ellas; aún no era capaz de hablar delo ocurrido en el claro del bosque conIllasera. No podía admitir que habíafaltado muy poco para que setransformara en un monstruoincontrolable que hubiese destrozado asu amada y a su hermana con sus cuatro

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manos provistas de garras. Pero teníaque decirle algo a la semielfa.

El cerrajero que trabajaba parasacar el extremo de la llave de lacerradura de la celda de Jaheira, asintió.

—Fue una lucha muy reñida,señorita —comentó, ofreciendo a Abdelun apoyo que éste no había pedido—.No era lugar para dos señoritas.

La semielfa lanzó a Abdel unaairada mirada y resopló con desdén, sinhacer ningún esfuerzo por ocultar suincredulidad.

—Pero no pareció importarte queMelissan participara en la lucha.

Imoen, liberada ya del calabozo

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merced a una llave de repuesto, se pusodel lado de Jaheira.

—Además, sabemos apañárnoslassolas en una lucha, Abdel. Y tú lo sabes.

El aludido suspiró y clavó la vistaen el suelo.

—Sí, lo sé —admitió. Aunque lointentara no se le ocurría ninguna excusamás.

—Ya está, señorita. Puede salir —anunció el cerrajero, que se irguió yabrió la puerta de la celda de Jaheira.

—Voy a decírselo a Melissan —anunció Sarevok desde lo alto de laescalera.

El hermanastro de Abdel no había

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siquiera intentado descender por losempinados escalones que conducían alos calabozos. Aunque toda la sangreque le cubría la oscura armaduracorrespondía a sus víctimas, afirmabahaber salido malherido de la recienterefriega. Era evidente que Sarevok nocompartía los extraordinarios poderesde regeneración de su hermanastro.

Imoen observó cómo se alejabalentamente, cojeando, con una extrañaexpresión en el rostro.

—¡Ya lo tengo! —susurró en cuandoel guerrero de la armadura se hubomarchado, renqueando—. Fue porSarevok, ¿verdad?

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Abdel asintió con la cabeza. Noestaba seguro de adónde quería llegarImoen, pero cualquier explicación queno fuese la verdad le serviría.

—¿Sarevok? —preguntó Jaheira,para inmediatamente contestarse ellamisma—: Pues claro… aún no confíasen él, ¿verdad?

Seguramente Abdel no era lapersona más avispada de la Costa de laEspada, a él le gustaban las cosassimples e ir siempre al grano, pero tuvola suficiente astucia como paraaprovechar la oportunidad que lebrindaban en bandeja de plata.

—Eso es —afirmó—. Temía que,

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aprovechando la confusión de la batalla,Sarevok tratara de haceros daño aalguna de vosotras dos. No podía correrese riesgo.

Jaheira abrazó la enorme espalda desu amado con sus largos brazos y loestrechó con inusitada fuerza.

—Oh, Abdel, lo siento tanto. Creíque Melissan…

—En vez de acabar la frase hundióla cara en el pecho de Abdel y lo abrazósi cabe con más fuerza.

Imoen propinó a su hermano uncariñoso puñetazo en un hombro antesde dirigirse hacia la escalera.

—Siempre pensando en nosotras…

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El cerrajero salió tras las dosmujeres no sin antes dirigir a Abdel unasonrisa de admiración y un guiño decomplicidad.

—Quiero respuestas, Melissan —exigió Abdel—. ¡Y las quiero ahora!

—Naturalmente ¿Qué quieres saber?Abdel vaciló. Llegado el momento,

no sabía qué preguntar. Por suerteJaheira acudió en su ayuda.

—Todo —afirmó con aire deseguridad, al tiempo que lanzaba a laotra, más alta que ella, una mirada deevidente recelo—. ¿Por qué no nos

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dices todo lo que sabes?El panorama que pintó Melissan no

era nada halagüeño. La persecución dela prole de Bhaal se había extendidomucho más de lo que ninguno de elloshabía imaginado, y ya abarcaba toda laCosta de la Espada así como el sur: losreinos de Amn, Tethyr e inclusoCalimshan. Los hijos de Bhaal eranexpulsados de sus hogares o encerradosen mazmorras, aunque en muchos otroscasos simplemente eran linchados porlas multitudes.

Muchas de las infortunadas víctimasni siquiera eran conscientes de sucontaminada herencia. Eran tan ajenos a

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la sangre inmortal que corría por susvenas como en el pasado lo habían sidoAbdel e Imoen. Eran campesinos,mercaderes, tenderos; personasnormales que llevaban una vida normal.Hasta que el exterminio comenzó.

—Pero ¿por qué ahora? —preguntóImoen, en busca de una explicación a tallocura—. ¿Por qué después de todosestos años surge de pronto este odiohacia los hijos de Bhaal y sonperseguidos?

—Por las profecías de Alaundo —repuso Jaheira—. Predicen que los hijosde Bhaal descargarán una tempestad demuerte sobre Faerun… tal vez incluso

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propiciarán el regreso del mismo Bhaal.—La semielfa dice la verdad —

admitió Melissan—, pero solamenteconoce una parte de la historia, al igualque las masas que, en su ignorancia,están llevando a cabo su programa degenocidio.

Jaheira acusó el insulto.—Un grupo muy poderoso encabeza

la repentina oleada de odio hacia loshijos de Bhaal. Han sido ellos quieneshan propagado esta locura a través deuna campaña de miedo y calumnias,consiguiendo que los hijos de Bhaal noestén seguros ya en ningún sitio. Losresponsables de las atrocidades

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cometidas contra ti y los de tu linaje sehacen llamar los Cinco.

—¿Los Cinco? Nunca he oído hablarde ellos —replicó Abdel.

Melissan se rió apenas aunque suvoz permaneció seria.

—No me extraña nada, Abdel. Yome enteré de su existencia hace sólo unpar de años y desde entonces dedico mivida a buscarlos. Ellos comparten tumisma sangre. Durante años te hebuscado a ti y a otros como tú, sabiendoen todo momento que no era la única quetrataba de localizar a los vástagos delDios de la Muerte.

Imoen sacudió la cabeza.

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—Espera un momento. No loentiendo. ¿Estás diciendo que los Cincoson también hijos de Bhaal?

Con una seca inclinación de cabezaMelissan confirmó la suposición de lajoven.

—Sí, los Cinco son hijos del Diosde la Muerte y sospecho que se cuentanentre los más poderosos aún con vida.Aunque, a decir verdad, apenas sé nadasobre ellos, ni siquiera cuántos son. Enlas culturas de Calimshan y Tethyr elcinco se considera un número maldito,de mal agüero. Es posible que los Cincoescogieran ese nombre por el miedo queinspiraría a las masas supersticiosas.

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»Lo que puedo deciros —prosiguió— es que los Cinco ejercen una graninfluencia política en Faerun, aunquesiempre actúan entre bastidores. Semantienen ocultos en las sombras ytrabajan siguiendo un único propósito.Manipulan a sus semejantes para que lossigan y sean sus servidores valiéndosede mentiras y engaños. Ahora controlanejércitos enteros, aunque la mayor partede la tropa y de sus generales no se dancuenta de a quién sirven.

—¿Y cuál es el propósito de losCinco? —inquirió Abdel.

—Se trata de una sociedad secretade fanáticos que consagran su vida a

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resucitar a su padre muerto matando asus hermanos.

Abdel vaciló antes de formular lasiguiente pregunta.

Todos parecían entender lo queMelissan estaba diciendo, y el fornidomercenario se resistía a dejar aldescubierto su propia ignorancia. Perotenía que entender. Era preciso quecomprendiera aquello en todos susdetalles.

—¿De qué modo lograrán resucitar aBhaal matando a sus demás hijos?

—Cada descendiente de Bhaalposee una esencia divina —explicóMelissan pacientemente—, que es una

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pequeña parte de la propia esencia deBhaal. En algunos de sus vástagos no esmás que una leve chispa, mientras queen otros es una infame hoguera.

»Cada vez que un hijo de Bhaalperece, se libera esa pequeña parte deldivino espíritu del padre. El propósitode los Cinco es recoger la esencia delalma de su padre, ahora diseminada,reuniéndola pieza a pieza hasta formaruna ardiente pira de la que el mismoBhaal pueda renacer.

Sarevok, que hasta entonces se habíamantenido silencioso a un lado, añadiósu impasible voz a la conversación.

—Sabes que lo que Melissan dice es

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posible, Abdel. Tú mismo lo hasexperimentado, aunque en mucha menorescala. Cuando pusiste fin a mi vidamortal en las cavernas del subsuelo dePuerta de Baldur inconscientementeabsorbiste mi esencia, lo que te permitiódar un pequeño paso más allá de la meraexistencia mortal. Cuando volvimos avernos sacrificaste voluntariamente unapequeña parte de ese espíritu divinopara devolverme la vida y darme unasegunda oportunidad.

Tenía sentido. Abdel no siemprehabía poseído esos extraordinariospoderes de recuperación. De hecho,cuanto más pensaba en ello, más cuenta

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se daba de que no se habían manifestadohasta después de matar a Sarevok. Elmercenario no pudo evitar preguntarse siinconscientemente no habría absorbidoasimismo parte de la esencia inmortal deImoen. El mago Jon Irenicus la habíatransformado en el avatar de Bhaal, enun demonio de horrible aspecto, peroAbdel había luchado contra él y lo habíavencido. Era posible que al vencerlohubiera absorbido gran parte de lacontaminada esencia de la muchacha.Eso explicaría por qué él era tanpoderoso mientras que Imoen aúnparecía… normal.

Mientras Abdel seguía batallando

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con las implicaciones de todo eso,Jaheira prosiguió con el interrogatorio.

—Parece que sabes mucho del tema.¿En qué te incumbe a ti, Melissan? —Eltono de Jaheira era más que un pocoacusador.

—Yo también he oído las profecías—explicó la espigada mujer de negro—.Al igual que los Cinco, conozco laspalabras de Alaundo y lo que predicen.He dedicado toda a mi vida a impedir elregreso de Bhaal a este mundo, comoharía cualquier persona en su sanojuicio.

»Durante muchos años luché contraun enemigo invisible. Sospechaba que

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un puñado de descendientes de Bhaalunirían fuerzas para propiciar suresurrección, pero no halle ningunaprueba de que ese culto subsistiera.Hace pocos años pude confirmar losrumores y mis sospechas. Y ahora estoydispuesta a hacer todo lo que esté en mimano para frustrar su loco propósito.

Jaheira no respondió. A Abdel lepareció que estaba meditando laspalabras de Melissan, tratando deencontrar algún fallo o alguna mentira enellas. Al fin la semielfa se dio porvencida y centró su atención en Sarevok.

—No pareces muy sorprendido deescuchar todo esto.

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Abdel no alcanzaba a entender cómosu amada había podido juzgar nadabasándose en las reacciones delimpasible Sarevok, aunque la respuestade su hermanastro confirmó que losinstintos de Jaheira no le habían fallado.

—No es la primera vez que lo oigo,druida. Melissan me lo contó hacevarios años.

—Es cierto —admitió la aludida,avanzándose a la reacción de Jaheira—.Cuando descubrí que los Cinco eran másque una negra sombra de mi imaginaciónbusqué aliados, personas que tuvieran uninterés personal en detener a esos hijosde Bhaal antes de que se hicieran tan

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poderosos como para orquestar lacampaña de asesinatos que ahoravivimos.

—Buscaste a otros hijos de Bhaalpara luchar contra los Cinco —comentóImoen.

—Exacto, muchacha. ¿Quién mejorpara ayudarme contra los hijos del Diosde la Muerte que su propia progenie?Por supuesto, en esa época no conocía laexistencia de Abdel. Los escribas delalcázar de la Candela hicieron bien enenterrar su historia y borrar su nombrede todos los registros.

»Pero conocía a otro hijo de Bhaalque estaba adquiriendo rápidamente

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poder y fama, cuyo nombre erasusurrado con miedo y respeto inclusopor los peores criminales de la Costa dela Espada. Se trataba de un jovenllamado Sarevok.

—Melissan vino a verme —Sarevokprosiguió el relato de los hechos con suhabitual voz monocorde— parainformarme de mi herencia y de todassus implicaciones. Ella esperabapersuadirme para que colaborásemosaunque solamente fuese porque en ellome iba la vida. Pero la lacra de Bhaal enmi alma ya había empezado aconsumirme. Así pues, en vez de unirmea ella en su lucha contra los Cinco juré

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que yo sería quien trajera a Bhaal deregreso al mundo mortal.

»Para ello tramé una guerra entreNashkel y Puerta de Baldur, y cuandosupe de la existencia de Abdel decidímatarlo y absorber su esencia paraacrecentar mi poder.

Sobrevino un largo silencio casiacusador, que Melissan se encargó deromper.

—Ése es el peligro que se corre alasociarse con aliados nacidos del mal,que a menudo te traicionan. Ha sido unalección que me ha costado muchoaprender.

—¡Así pues lo sabías! —exclamó

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Jaheira en tono airado, apuntando aSarevok con un dedo—. ¡Podríashabérnoslo contado sin necesidad detraernos a esta ciudad sitiada!

—Sí, podría haberos explicado estahistoria —replicó Sarevok lentamente—. Pero ¿me habríais creído?

El silencio de Abdel y suscompañeras fue respuesta suficiente.

—Sean cuales sean las razones quete han traído hasta Saradush, me alegrode que estés aquí —declaró Melissan entono solemne—. Por lo que Sarevok meha dicho es posible que seas el únicocapaz de salvarnos del ejército invasor.Lo manda un guerrero llamado Yaga

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Shura.—¿Yaga Shura? —Por alguna razón

Abdel tuvo la corazonada de que aquelnombre no designaba únicamente allíder de un ejército, sino que tenía poderen sí mismo.

—Yaga Shura es uno de los Cinco—explicó Melissan—. Al igual que tú,también él es hijo de Bhaal. Al igual quetú, en su interior arde la esencia de supadre inmortal.

»Abdel, tú puedes salvarnos deYaga Shura —susurró la mujer.

Para ser sincero Abdel tenía que

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admitir que no sabía qué iba a hacer. Seestaba ahogando en la oleada deinformación que Melissan había vertidoen sus oídos. Su mente era incapaz deponer orden en todo lo que Melissan lehabía dicho.

—Esto es una locura —insistióJaheira—. ¡Éste no puede ser el modode liberarte del estigma de Bhaal! Lasolución no es derramar más sangre.

Docenas de descendientes de Bhaalhabían sido asesinados por los ejércitosque secretamente y sin saberlo servían alos Cinco, e incontables otros habíanmuerto en los tumultos fruto del pánicoque los Cinco habían ido provocando en

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todo Faerun. Aterrorizados, los hijos deBhaal habían huido en busca de unsalvador, de un refugio. Y habíanencontrado a Melissan.

—Podemos eludir esta batalla,Abdel —dijo Imoen, apoyando el sentirde Jaheira—. Si pude hallar un modo decolarnos en la ciudad, hermano mayor,también hallaré el modo deescabullirnos.

Muchos de los descendientes deBhaal que habían seguido a Melissanpertenecían al pueblo llano, eran gentehumilde que se había visto arrastradapor una tempestad que hubieraimaginado. Si todos quienes habían

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buscado refugio en Saradush hubiesensido como ellos, tal vez Melissan podríahaberlos mantenido ocultos. Tal vezpodría haberlos mantenido a salvo.

Pero había otros: figuras poderosase influyentes, líderes políticos ymilitares, e incluso un general de altorango del ejército de Calimshan. CuandoGromnir y una compañía de sus legaleshabían llamado a las puertas deSaradush en demanda de refugio, losojos rapaces de los Cinco se vieronatraídos hacia la ciudad.

—Si no les plantas cara y luchasahora, los Cinco te perseguirán sintregua, Abdel —le advirtió Melissan

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con palabras mucho más calmadas yracionales que las apasionadas súplicasde Jaheira e Imoen.

Los dirigentes de la ciudad habíanordenado a Gromnir y a sus tropas quesiguieran su camino, pues no podíanpermitir que un ejército extranjero seestableciera dentro de las murallas de laciudad. Pero Melissan les convenció yabrieron las puertas para ofrecertambién a Gromnir el mismo refugio quea todos sus hermanos menos famosos.

—Tu sangre contaminada les atrae—prosiguió Melissan—. Al final daráncontigo; al final tendrás que luchar. Túúnicamente puedes elegir cuando y

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dónde. ¿Por qué no aquí y ahora?Gromnir y sus hombres se habían

hecho con el control de la ciudad trasderrocar a sus dirigentes civilesesgrimiendo el pretexto de que eran máscapaces de preparar la defensa deSaradush frente al ejército enemigo, quese encontraba a pocos días de marcha.El ejército mandado por Yaga Shura,uno de los Cinco.

La milicia de Saradush podríahaberse opuesto al golpe, y susciudadanos podrían haberse alzado enarmas contra el general calimshitainvasor y sus tropas, que no eran tannumerosas. Pero los ciudadanos temían

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más el ejército de Yaga Shura y susdespiadados esfuerzos por exterminar alos hijos de Bhaal.

El ejército de Yaga Shura era ungigante que avanzaba aplastándolo todoa su paso y dejando detrás de sí unaestela de ciudades arrasadas ycadáveres quemados. Así pues, loshabitantes de Saradush soportaron lapresencia de Gromnir y sus soldados,porque eran su mejor oportunidad parasobrevivir en la inminente batalla y elinevitable asedio de su ciudad.

—Aún no he conocido a un rivalcapaz de vencerme en combate singular—afirmó Abdel tratando de tranquilizar

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a su amada—. Ya lo has visto: misheridas se curan al instante.

—Si decides emprender la tarea, terecomiendo un poco de prudencia —leadvirtió Melissan—. Nadie conoce loslímites de tus poderes de regeneración,pero hay límites. No eres un dios,Abdel.

—¡Es una batalla que no puedesganar! —gritó Jaheira, frustrada—. SiMelissan dice la verdad, ese Yaga Shurano es un hijo de Bhaal normal ycorriente, sino uno de los Cinco. Sicreemos lo que nos ha contadoMelissan, ¿cómo puedes teneresperanzas de vencerlos?

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Para Abdel el argumento de Jaheirano se aguantaba. Ya no. No después delo que Melissan les había contado sobrela cazadora que los atacara en elbosque.

—Illasera también era de los Cinco—repuso Abdel con calma—. Y la maté.

—Pero casi te mata —le recordóImoen ansiosa, ofreciendo su apoyo aJaheira—. Pones mucha fe en tucapacidad de curación, Abdel… pero terecuerdo que las heridas de las flechasde la cazadora no desaparecieron asícomo así.

—Ya he matado a uno de los Cinco.Y también puedo matar a Yaga Shura —

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insistió Abdel.—¿Y luego qué? —intervino Jaheira

al borde del llanto—. ¿Cuántos más deesos Cinco quedan? Y aunque los matesa todos, ¿qué ganarás con eso? ¿No hahabido ya suficientes muertes, suficientesangre, suficiente…? —Las súplicas dela semielfa dieron paso a unosirrefrenables sollozos.

Melissan llenó con voz suave ytranquilizadora el vacío dejado por laincapacidad de Jaheira para seguirhablando.

—La druida dice la verdad, Abdel.No sé de cuántos miembros se componeel grupo de los Cinco, ni quiénes son, ni

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dónde pueden estar. Yo solamenteconozco a Illasera y a Yaga Shura,porque ellos mismos decidieron darse aconocer cuando les llegó el momento deactuar abiertamente. Pero los demáspermanecen ocultos en las sombras,maquinando.

Abdel se sentía seguro de ganaraquella batalla. Desde la lucha en lasalmenas confiaba en poder controlar elfuego de Bhaal que ardía dentro de sí.Siendo consciente de que llevaba alAniquilador dentro podía luchar contraél. Era capaz de mantenerlo enjaulado.O al menos eso creía él.

Cuando tomó la palabra, la voz del

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mercenario sonó segura y tranquila. Sindarse cuenta había adoptado el mismotono que Melissan.

—En ese caso, cada vez que uno delos Cinco se atreva a salir de laoscuridad, lo mataré.

Abdel le puso una mano sobre elhombro a Jaheira para calmarla, pero lasemielfa se la sacudió y continuóllorando con la cara entre las manos.

Imoen lanzó una risa forzada,tratando de despejar tanta tensión.

—De todos modos, todo esto esinútil —dijo en tono de mofa—. Eso quetú llamas plan nunca funcionará. ¿Qué tehace pensar que ese Yaga Shura

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aceptará el desafío? Tiene todo unejército a su disposición. ¿Por quédebería enfrentarse a ti en combatesingular?

—No es asunto de risa —lareprendió Melissan—. Yaga Shuraaceptará, porque querrá probarse a símismo, probarse contra Abdel,demostrarse que es digno de ser uno delos Cinco. Yaga Shura es hijo del Diosde la Muerte, el hijo de un dios, y creeque es invencible. Se cree un dios.

Imoen sacudió la cabeza en gesto denegación.

—Imposible. Yaga Shura no puedeser tan estúpido. Yo también soy hija de

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Bhaal y nunca aceptaría un desafío comoése sólo para probarme a mí misma.

Abdel la miró directamente a losojos y replicó:

—Pues yo sí.

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Las puertas de Saradush se abrieron yAbdel salió afuera, solo, paraenfrentarse a su rival. El ejército deYaga Shura había retrocedido unoscentenares de metros de las murallaspara que el duelo pudiera celebrarse enuna explanada vacía con el suelo muypisoteado.

Abdel avanzó hasta el centro de lavasta explanada y aguardó. Dentro de lafortaleza, a su espalda, los soldados deCalimshan y la milicia de Saradushesperaban hombro con hombro, armados

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y listos. Si Abdel lograba matar a YagaShura, los defensores pasarían al ataquecon la esperanza de sorprender alenemigo. Sin duda, tras presenciar laderrota de su «invencible» líder,cundiría el caos y el desánimo entre lastropas de Yaga Shura. Una cargasostenida los desmoralizaría, y Saradushestaría salvada.

Al menos ése era el plan deMelissan para el caso de que Abdelsaliera con vida del duelo. Si caía, losdefensores regresarían a sus puestos, yel asedio continuaría hasta que elhambre y las enfermedades debilitarantanto a la población de Saradush que el

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ejército invasor lograra abrir brechas enlas murallas y arrasar la ciudad.

En la lejanía sonó una trompeta; erala fanfarria que anunciaba la llegada deYaga Shura. Abdel se preparó paraenfrentarse a su rival.

—Yaga Shura no es un hijo de Bhaalnormal y corriente —le había advertidoMelissan mientras el mercenarioseleccionaba el arma que utilizaría en elduelo—. Su madre era una gigantaperteneciente a las tribus que habitan losvolcanes de las montañas delMovimiento.

—¡Qué asco! —había exclamadoImoen.

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—¡No seas ingenua, muchacha! —replicó Jaheira, que descargó en Imoenel enfado que sentía hacia Abdel—.Bhaal no era un mortal, por lo que podíaadoptar la forma que deseara. Un gigantees tan parecido a un dios como unhumano o un elfo.

Pero Imoen, sacudiendo la cabeza,se mantuvo en sus trece.

—Repito que es un abominación.—La lacra de Bhaal es una

abominación en todas sus formas —intervino Melissan, poniendo así fin a ladiscusión.

Los soldados se apartaron para dejarpaso a su campeón. Al ver a Yaga Shura

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acercarse, la mente de Abdel se centróen el presente y dejó de lado losrecuerdos.

El gigante, que descollaba entre sushombres, se fue abriendo paso entre lamultitud. No llevaba camisa, y susanchos hombros, su musculoso pecho ysus macizos brazos eran claramentevisibles por encima de los yelmos de lossoldados e incluso por encima de laspuntas de las lanzas que la tropa alzabaa modo de saludo. Su piel era del colorde la ceniza y el hollín, y la barbapresentaba la misma tonalidad de rojoencendido que la larga cabellera que lecolgaba por la espalda recogida en una

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única trenza. La cabeza de doble filo dela enorme hacha de guerra que llevaba ala espalda estaba recubierta con unacapa de obsidiana que devoraba toda laluz que incidía en ella.

Abdel agarró con más fuerza elsable que había elegido para batirse yfue apoyando rápidamente el peso delcuerpo de un pie al otro, a fin de estar lomás ágil posible en el duelo. No llevabaarmadura, pues pensaba utilizar suvelocidad y su agilidad como armascontra un rival mucho mayor que él.Abdel había sorprendido con su rapidezsobrehumana a hombres que abultaban lamitad que él, por lo que estaba seguro

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de poder hacer lo mismo con quiensuponía un torpe gigante.

Con sus zancadas largas y pesadasYaga Shura salió de entre la multitud ycubrió la distancia que lo separaba deAbdel. El gigante se detuvo a apenasseis metros de distancia y lentamentehizo ademán de soltar el hacha de guerrade las correas. Al hacerlo se lemarcaron los músculos del torsodesnudo. Abdel estaba tan cerca que sedio cuenta de que la cabeza del hacha noera totalmente negra como había creídoen un principio, sino que en los bordestenía grabados símbolos y glifos rojos.

Al mercenario no se le escapaba el

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significado de aquellas marcas.Instintivamente supo que eran lasmismas que había visto en las flechas deIllasera, la arquera, en el claro delbosque. Así pues, las heridas que lecausara el hacha de Yaga Shura nodesaparecerían.

Abdel separó los pies y agachó elcuerpo ligeramente. No le asustabasaber que su enemigo podía herirlo oincluso matarlo. Simplemente se limitó aadoptar una estrategia de combate másdefensiva.

Los dos rivales fueron dibujandocírculos lentamente uno frente al otro.Abdel no estaba acostumbrado a tener

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que alzar la vista para mirar a un rival alos ojos. El mercenatio vaciló como siesperara la señal de inicio. De lashuestes reunidas brotó un rugido deimpaciencia, y Yaga Shura se lanzócontra él.

Tal como Abdel había esperado, elpropio tamaño del gigante iba en sucontra pues lo hacía más lento. YagaShura arremetió contra Abdel como untoro furioso, alzando la enorme hachapor encima de su cabeza. Abdel esperóhasta el último segundo, luego se agachóa un lado y rodó sobre sí mismo paraevitar el torpe hachazo de su oponente.Simultáneamente le rajó con su sable los

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prominentes músculos del estómagodesnudo, abriéndole el vientre.

Entonces giró sobre sus talones,dispuesto a descargar el golpe de graciaen la espalda de su rival, al que suponíaagonizante. Pero, para su sorpresa, elgigante también había dado media vueltapara enfrentársele. El profundo tajo queAbdel le había infligido ya no era másque una cicatriz de un blanco cegadorapenas visible en la piel negra como elcarbón de Yaga Shura. Un segundo mástarde ya no quedaba ni rastro de aquellamarca ni del ataque de Abdel.

El mercenario se quedómomentáneamente confuso al darse

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cuenta de que Yaga Shura era asimismoinvulnerable y que quizá sus poderes derecuperación superaban los suyos. Élhabía esperado encontrarse con unadversario retorciéndose agónicamenteen el suelo, al que rematar. No estabapreparado para superar las defensas deun rival en plena forma.

El gigante ya blandía de nuevo elhacha contra él. Rápidamente Abdeldesvió la trayectoria del patoso ataquedel gigante y le sacó un ojo en una seriede fluidos sablazos que había aprendidodespués de largos años de práctica yentrenamiento. Yaga Shura gritó dedolor y se tambaleó hacia atrás, al

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tiempo que se llevaba una manaza a laórbita ocular vacía.

Sus tropas lanzaron al unísono ungrito de sorpresa y consternación. Perocuando Yaga Shura apartó la mano,cubierta por sangre y fluido ocular, aAbdel no le extrañó comprobar quevolvía a tener el ojo sano. El mercenarionotó una pesada sensación de desánimoen la boca del estómago. Seguramenteera lo mismo que tantos de sus enemigoshabían sentido al darse cuenta de quesus armas no podían nada contra Abdel.

La divertida carcajada del gigantequedó apagada por los vítores de sustropas, y nuevamente arremetió contra

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Abdel.El duelo se convirtió en una

repetición de los dos primeros asaltos:Yaga Shura atacaba sin técnica ni estilo,pues solamente sabía de fuerza bruta. YAbdel, ducho en el arte de la esgrima,no tenía ninguna dificultad en esquivarlos golpes, pararlos y contraatacar conferocidad. El mercenario desconocía loslímites de sus poderes de regeneración,pero estaba decidido a poner a pruebalos de Yaga Shura.

Rebanó el pescuezo del gigante, leatravesó con la punta de la espadaórganos vitales y le infligió docenas deheridas todas ellas mortales. Una y otra

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vez mutilaba a su desmañado rival, perolas heridas eran sólo transitorias, eldaño sólo temporal y, en último término,inútil.

El encarnizado duelo sólo habíadurado diez minutos; un tiempo muybreve para los espectadores queanimaban a sus respectivos campeones,pero una eternidad para loscombatientes. Abdel jadeaba. Su enormepecho subía y bajaba como un fuellepara tratar de hacer llegar oxígeno a susagotadas extremidades. Cada vez que seagachaba para esquivar uno de loshachazos de Yaga Shura, notaba unintenso dolor en los músculos de las

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piernas, y cada vez que saltaba paraeludir un golpe de arriba abajo,amenazaban con quedársele crispados.Los hombros le quemaban por la fatiga,y ya no se sentía ni las manos ni losdedos por las incesantes vibracionesque debía soportar al parar un golpe trasotro de la imponente hacha del gigante.

Entonces, cuando ya estaba a puntode sufrir un colapso fruto de laextenuación, se le hizo la luz. YagaShura nunca había aprendido ni técnicade combate ni estilo porque nunca lohabía necesitado. Abdel podíapropinarle todos los sablazos quedeseara, pero por mucho que lo

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sobrepasara en destreza y habilidad, elhecho de ser físicamente invulnerable ledaba una ventaja insuperable.

Y con cada tajo del hacha esaventaja aumentaba. Cada vez que Abdelgiraba sobre sí mismo, se agachaba oeludía el arma notaba que el mortal filohabía fallado por una fracción más ymás pequeña. El fornido mercenario seestaba cansando; su rapidez y agilidadiban disminuyendo al mismo tiempo quese le agotaban las fuerzas. Pero elgigante seguía acosándolo, implacable eirresistible como una fuerza de lanaturaleza.

Como último recurso Abdel apeló a

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la furia de su padre inmortal: sesumergió en las profundidades de sualma y alimentó las llamas de la cólerade Bhaal para que le diera fuerzas, perono halló nada. Saber que todo aquelderramamiento de sangre y toda aquellaviolencia contra su rival eran inútileshabía enfriado la ardiente hoguera delDios de la Muerte.

Abdel Adrian, tan agotado queapenas podía seguir sujetando el sable,supo que iba a morir.

En primer lugar lo traicionaron suspies, que le pesaban demasiado paraseguir retrocediendo a la velocidadnecesaria para esquivar el ataque,

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simple pero brutal, del gigante. El hachasilbó en el aire, y su afilada hoja leabrió una larga herida superficial en elpecho al tiempo que el hombretón caíahacia atrás después de tropezar con suspropios talones.

Abdel llevó las manos hacia atráspara amortiguar la caída, con lo que elsable se le escapó. No obstante, aterrizócon tanta fuerza que vio las estrellas.Cuando la visión se le aclaró tenía aYaga Shura a horcajadas sobre él, apunto de descargarle el hacha cubiertade runas.

El mercenario sintió el impulso derendirse. Su agotado cuerpo suplicaba

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poder tumbarse de espaldas y dar labienvenida a su sangriento fin, pero susinstintos guerreros pudieron más, yAbdel propinó un puntapié con supesada bota. El talón de la bota chocócontra el mango del hacha de reciamadera de tres metros de longitud,grabado con runas. Con el talón partió elmango por la mitad, y la parte inferior serompió en varios pedazos de maderaastillada.

Yaga Shura cayó hacia adelante,perdido el equilibrio por la fuerza delinesperado puntapié y por el súbitodesequilibrio del arma que empuñaba.Los pedazos de la mitad inferior del

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mango habían caído al suelo, pero sumano derecha asía todavía la mitadsuperior. Mientras caía encima deAbdel, el gigante retrasó el hachadispuesto a descargarla en elmercenario. Al mismo tiempo extendióel brazo izquierdo para amortiguar lacaída.

Abdel lo agarró por la muñeca de lamano izquierda y tiró, al mismo tiempoque levantaba el otro pie y se apoyabacontra el musculoso pecho de su rival.Posiblemente Abdel era el únicohumano vivo con la fuerza suficientepara desviar el impulso de caída de ungigante, pero es que Abdel era más que

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humano. Para asombro de losespectadores y del mismo Yaga Shura,el gigante se encontró de repentevolando por el aire y dando una vueltade campana para aterrizar con uncostalazo. Sin darle tiempo a que llegaraal suelo Abdel ya se había puesto de piey había recogido el pedazo más grandedel mango roto. Antes de que su rival sepudiera recuperar de la caída, Abdel seencaramó encima de él.

Además de ejercitarse en el manejode la espada Abdel se había pasadomuchos años entrenándose en la luchacuerpo a cuerpo, por lo que sabía cómosacar ventaja de un rival tumbado en el

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suelo. El mercenario saltó sobre elenorme pecho de Yaga Shura y leinmovilizó los brazos con las rodillas.Abdel se sentía como un chiquillojugando a pelearse con un adulto, queera lo mismo que seguramente sentía unhombre normal y corriente cuando seenfrentaba contra él. Yaga Shura podríahaberse liberado fácilmente rodando aun lado, girando un hombro y usando suenorme tamaño para desequilibrar aAbdel. Pero el mercenario confiaba enque no supiera cómo hacerlo.

El torso de Yaga Shura se elevaba ycorcoveaba, tratando de quitarse deencima a Abdel usando solamente su

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fuerza bruta, pero no era tan sencillo. Elmercenario se limitaba a desplazar supeso al ritmo de las sacudidas delgigante, manteniéndose a horcajadassobre su pecho. Con la mano libre YagaShura agarró a Abdel, mientras que laotra agitaba el hacha en un desesperadointento de golpearlo. Pero Abdel habíainmovilizado los poderosos brazos delgigante contra el suelo con las rodillas,por lo que todos los esfuerzos de YagaShura resultaban inútiles.

Abdel alzó con ambas manos elmango roto del hacha cubierto de runaspor encima de la cabeza y hundió elextremo de madera mellado en la

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desprotegida garganta del gigante.Con sus agónicas sacudidas

finalmente el gigante logró deshacersede Abdel, al que lanzó al suelo. Elfornido mercenario trató de ponerse enpie, pero los músculos no le respondían.Había gastado hasta su última brizna deenergía al hundir el mango en la gargantade Yaga Shura.

Consiguió levantar la cabeza atiempo de presenciar cómo Yaga Shurase ponía dificultosamente en pie,agarrándose el trozo de madera clavadoen el cuello. El pecho de gigante se veíacubierto por un borboteante magma,mientras que la vida se le escapaba por

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la herida del cuello. Intentó arrancarseel pedazo de madera, pero el mangoestaba escurridizo por la sangre, y lasmanos se le resbalaron.

El monstruoso engendro de Bhaalcayó de hinojos y nuevamente agarró elmango. Esta vez logró arrancárselo,pero con ello únicamente liberó unverdadero torrente de sangre. Con cadalatido de su corazón, que se debilitabapor momentos, brotaba de su garganta unchorro de sangre humeante semejante aun géiser.

Detrás de él Abdel oyó el son de unatrompeta y el estrépito causado por laspuertas de Saradush al ser abiertas de

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par en par, seguido por el ruido de unejército al ataque.

Aún demasiado cansando paralevantarse, volvió la cabeza y vio aGromnir, Melissan y Sarevok quelideraban la carga. Los defensoreshabían pasado a la ofensiva.

Las ahogadas bocanadas de su rivalagonizante se perdieron en elensordecedor estruendo del ataque delos aliados de Abdel, que arremetíancontra las tropas de Yaga Shura, entrelas que había cundido el pánico.Entonces el mundo empezó adesdibujarse y a fundirse a su alrededorcomo en el claro en el que matara a

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Illasera.Lo último que vio antes de que el

mundo se desvaneciera por entero fueuna enorme bestia alada que descendíahacia la ciudad de Saradush. Elresplandor del fuego que lanzaba por lasfauces daba un cegador brillo a susescamas rojo rubí.

Había regresado al vacío aunque, almirar a su alrededor, Abdel se diocuenta de que aquel nombre ya no lodescribía con justicia. Ahora habíaclaramente un suelo bajo sus pies, y porencima de él se extendía un cielo gris y

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vacuo. Las brumas se habían disipadodejando al descubierto una yermallanura sin vida que se extendía en todasdirecciones hasta donde alcanzaba lavista.

El vacío se había convertido en unmundo estéril y muerto en el que nadarompía la monotonía del paisaje exceptolas puertas que flotaban en el aire.Ahora solamente eran cuatro.

—Las puertas representan tusposibles destinos, Abdel Adrian —respondió una voz incorpórea a lapregunta que el mercenario se habíaformulado mentalmente—. A medidaque avanzas por tu camino, tus posibles

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futuros decrecen.Instantáneamente Abdel reconoció la

voz infinita y al mismo tiempoindividual del ser que le hablara en susueño en el claro.

—¡Muéstrate! —exigió.La figura apareció de repente ante

él, físicamente tan magnífica como lavez anterior. De su ser irradiaba lacegadora luz de la perfección. Pero poralguna razón a Abdel le pareció menosimpresionante que la otra vez, menosimponente, menos extraordinaria,menos…, bueno simplemente menos.

—No es que yo sea menos, AbdelAdrian, sino que tú ahora eres más.

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Mucho más. Tu progreso es asombrosoincluso para mí.

—¿Por qué me has traído aquí? —inquirió Abdel bruscamente, irritado porla costumbre de aquel ser de respondera sus pensamientos.

—Te repito lo que te dije la vezanterior: yo no soy el responsable de tupresencia aquí, Abdel, sino tú.

El mercenario recordó lo último queviera del mundo material: la espantosaimagen del dragón abatiéndose sobreSaradush.

—¡Tengo que regresar! ¡Tienes queenviarme de vuelta!

—Ya conoces el camino, Abdel. Tú

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decides cuando te marchas, al igual quedecides cuándo llegas.

Las puertas. Abdel dio un paso haciaellas y vaciló. Lentamente se volviópara encararse con el ser inmortal, sinestar seguro de lo que iba a decir.

—No puedo hacer esto solo, Abdel—le explicó el ser—. Solamente puedoresponder las preguntas que tú meformules.

—Hice lo que me dijiste. Busqué amis hermanos de sangre y lo único quehe aprendido es que debo seguirmatando. ¡Eso no es nada nuevo!

El ser no respondió, sino que semantuvo perfectamente inmóvil,

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esperando que Abdel continuara.—¡Mi destino no puede ser sólo

matar a otros hijos de Bhaal! Pero tú teniegas a ayudarme. ¿Por qué? Tú sabesalgo. ¿Por qué no me lo dices?

—Están actuando fuerzas mayoresde las que ahora puedes comprender. Ymuchas de ellas actúan a través de ti.Pueden salvarte o destruirte. Por tu bien,y por el bien del futuro, debo ser cauto.

»Si aún no estás preparado parahacer la pregunta, Abdel Adrian, es quetampoco estás preparado para entenderla respuesta.

Abdel rió, indeciso de si quería quesonara nostálgico o amargado.

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—Hablas como Gorion.—Tu padre adoptivo era un hombre

sabio.El corpulento mercenario echó un

vistazo a las puertas parainmediatamente volver a fijar la vista ensu extraño interlocutor. Aunque estabadesesperado por regresar al mundo real,no podía tirar por la borda unaoportunidad de averiguar algo acerca delo que estaba ocurriendo. Al abrir laboca para hablar se le agolparon unmillón de preguntas. El resultado fue unasfixiante silencio. Abdel inspiró hondoy lo volvió a probar.

—¿Los Cinco… existen realmente,

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como Melissan afirma? ¿Y realmentequieren resucitar a Bhaal?

—Melissan te ha dicho la verdad —admitió la entidad, pero añadiórápidamente—, pero no te ha dicho todolo que sabe sobre los Cinco, ni muchomenos.

La respuesta pilló por sorpresa aAbdel. Aquella afirmación vertidaprecipitadamente parecía de vitalimportancia, pero al mismo tiempo elser se mostraba casi avergonzado comosi acabara de violar alguna ley que regiaen su plano de existencia o algún oscurocódigo de honor.

—Tú no eres quien manda aquí,

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¿verdad? —inquirió Abdel, quelentamente empezaba a comprender.

La figura negó despacio con lacabeza.

—Yo solamente sirvo a la divinavoluntad, Abdel. No puedo tomar parteactiva en tu destino. Los acontecimientosdeben desarrollarse por sí solos.

—Y supongo que tampoco piensasdecirme cuál es mi destino.

—Ni siquiera los poderes a los quesirvo lo saben.

Abdel escupió. El agostado sueloabsorbió inmediatamente la humedad.

—Eres tan inútil como misconsejeros mortales —dijo el

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mercenario con desdén. Entonces sevolvió hacia las puertas y pasó por lamás próxima sin mirar atrás.

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La enorme extensión vacía del Abismose desvaneció y fue reemplazada por lasinconfundibles imágenes y los sonidosde la batalla. Soldados con armaduratrataban de hacerse pedazos los unos alos otros. Una auténtica lluviaindiscriminada de flechas y piedrassurcaba el aire. Soldados de a pieusaban lanzas o alabardas paradesmontar a sus enemigos a caballo yalgunos eran pisoteados por los agitadoscascos de los corceles del ejército rival.Los caballos se encabritaban y

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relinchaban, y sus flancos aparecíancubiertos de sudor y sangre.

El suelo se veía sembrado decadáveres y moribundos, soldadosaplastados, muertos por una estocada odestripados. El entrechocar del acero,los aterrorizados chillidos de caballos yhombres así como los gemidos de lossoldados heridos y mutilados que seretorcían sobre la hierba se confundíanen un único rugido sordo: el son de labatalla.

Abdel se vio rodeado por todoslados por la carnicería. Se había vueltoa materializar exactamente en el mismolugar en el que había caído cuando Yaga

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Shura exhaló su último aliento. Elcadáver del gigante se encontraba apocos metros de distancia, ahoraconvertido en un montón de pastosacarne pisoteada por las botas y loscascos de los ejércitos en liza. Elcorpulento mercenario no tenía ni ideade cuánto tiempo había estado ausentepero, a juzgar por el estado del cuerpode Yaga Shura, era el suficiente paraque la marea de la batalla hubierapasado por allí varias veces.

Desde su posición estratégica enmedio del caos a Abdel le era imposibleevaluar el curso de la guerra. No tenía niidea de quién estaba ganando, ni le

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incumbía. De todos modos, eso pocoimportaba. El dragón que habíavislumbrado justo antes de desvanecerseen el Abismo iba a destruir Saradush, aambos ejércitos y también a Jaheira eImoen, si él no las salvaba.

Tenía que dar con ellas.Después de echar un vistazo a lo que

quedaba del hacha de Yaga Shura, buscóotra arma. No necesitaba un armaencantada para abrirse paso entre elmuro de soldados mortales que seinterponían entre él y las dos mujeres alas que amaba. Además, Abdel era unespadachín y no un leñador. Por suerte,a aquellas alturas de la batalla no

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faltaban espadas tiradas por el suelo.El mercenario arrebató un pesado

sable de la mano de uno de los caídos,sin hacer caso de las débiles protestasde aquel estúpido, que aún no se habíadado cuenta de que estaba muerto.

Luego fue dando sablazos sin pensar,abatiendo salvajemente a cualquiera quese le pusiera a tiro en un loco intento porhacer menos densa la multitud que lorodeaba. Los contraataques dirigidoscontra su cuerpo desprotegido no loinquietaban; su mente bloqueaba eldolor al tiempo que su espíritu inmortalabsorbía los innumerables golpes ysanaba sus heridas. Una pequeñísima

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parte de su mente que no estabaobsesionada con quitar de en medio porlas malas a los desventurados soldadosque le impedían llegar junto a suscompañeras reparó en que sus poderesde regeneración eran más fuertes queantes. De hecho, muchas de las heridasse le cerraban tan rápidamente que nisiquiera llegaban a sangrar.

No obstante, al poco tiempo yaestaba cubierto de los pies a la cabezacon un pegajoso fluido carmesí. Lacálida sangre de sus enemigos leempapó el pelo y las ropas. Notaba suempalagoso olor en la nariz, y en lalengua sentía un sabor dulzón. De vez en

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cuando se pasaba el dorso de la mano,también cubierto de sangre, por los ojospara aclarar aquel velo carmesí que leempañaba la vista, pero era inútil.

Pese a que se batía con ferocidad, laesencia de Bhaal que llevaba dentro desí se mantuvo calmada. El mercenariono gozaba con aquella masacre deamigos o enemigos por igual; no hallabaplacer en aquellas muertes. Era unamatanza ejecutada fríamente que servía aun único propósito: encontrar a Jaheira eImoen antes de que el dragón sedecidiera a atacar.

Nunca le pasó por la cabeza quefuese misión imposible. Hizo caso

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omiso de los hechos —miles decombatientes luchando en una enormeextensión de terreno— y se convencióde que se toparía por casualidad con suamada y su hermana.

En medio de la confusión de cuerposde vez en cuando vislumbraba lejanasvisiones de la muerte y la destrucciónque llovían sobre Saradush. De unsimple coletazo el dragón derribaba loscapiteles de una mansión noble, ybastaba con una mortal ráfaga de fuegolanzada desde el cielo para incinerarmanzanas enteras. El gigantesco reptildescendió batiendo sus correosas alaspara devorar a una docena de

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desafortunadas víctimas que huían porlas calles. Las fugaces visiones del granwyrm devastando Saradush solamenteespoleaban a Abdel en su desesperadabusca.

Entonces oyó a alguien que gritabasu nombre con una furia primaria,animal, que resonó por encima inclusodel estrépito de la batalla.

—¡Abdel!El mercenario se volvió hacia la

fuente de aquel grito desesperado,demente, y vio una solitaria figuradesmelenada montada en un caballo quese le echaba encima. Era un hombre conmás apariencia animal que humana,

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encorvado sobre la silla de su monturade ojos desorbitados, y melenaenmarañada y grasienta que ondeaba asu espalda mientras cabalgaba. Con unvelludo brazo blandía una pesada lanzapor encima de la cabeza.

A pesar de todos sus esfuerzosAbdel no había sido capaz de dar conJaheira ni con Imoen pero, de algúnmodo, Gromnir, el general loco quelideraba las fuerzas de Calimshan, habíalogrado encontrarlo.

—¡Abdel! —vociferó Gromnir—.¡Volvemos a encontrarnos! ¡Quédivertido! Ja, ja.

Aunque tenía ya casi el caballo

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encima, Abdel se mantuvo inmóvil yesperó hasta el último segundo paraavanzar, agacharse para eludir la lanzaque Gromnir pretendía clavarle y pasarun musculoso brazo alrededor del reciocuello del corcel. Aunque puso toda sufortaleza en juego no pudo evitar que elimpacto de la bestia a la carga lolanzara por el aire. El ruido que hizo unhombro al dislocarse se ahogó en elatronador crujido de docenas de huesosdel cuello del animal al romperse comoleña seca.

Cuando Abdel se puso de nuevo enpie, el hombro se le había puesto denuevo en su sitio sin dejarle secuelas.

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Gromnir no fue tan afortunado. Por muyhijo de Bhaal que fuera, al igual queImoen y tantos otros no poseía losmismos poderes sobrehumanos deregeneración que Abdel o Yaga Shura.

El general salió a duras penas dedebajo del convulso cuerpo de sucaballo arrastrándose con las manos.Abdel vio que se había roto la pelvis enla caída. Una oscura mancha yaempezaba a empapar el cinturón y aextenderse por los pantalones de cota demalla que cubrían el cuerpo del generalde cintura para abajo.

—Abdel —graznó un Gromnirlisiado y contrahecho—. Abdel ha

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traicionado a Gromnir. ¡Ja, ja! Gromnircayó en la trampa de Abdel.

Abdel podría haber dado la espaldaal imposibilitado general y continuarcon su búsqueda, pero algo dentro de síno podía dejar pasar las alegaciones sinfundamento que le había lanzado elgeneral calimshita.

—No soy ningún traidor, Gromnir—declaró el mercenario con voz serena.

—¡Ja! Qué divertido, Abdel.¡Gromnir se muere y tú bromeas! ¡Ja, ja!

—Estás loco —sentenció Abdel,sacudiendo la cabeza.

—¿Loco? ¡Gromnir y sus hombres semetieron de cabeza en una emboscada!

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¡Ja! Miles de hombres a caballoesperaban escondidos tras las colinas;eran refuerzos preparados para aplastaral ejército de Gromnir —mientras elagonizante general escupía estaspalabras, se le fue formando en loslabios una espuma sanguinolenta. Lasangre procedía de las heridasinteriores.

»Sabían que Gromnir saldría de laciudad. ¡Ja, ja! Y el dragón… también losabía. Observaba y esperaba a queGromnir mordiera el anzuelo. El plan deAbdel ha funcionado. ¡Saradush estáindefensa!

—Yo no planeé nada —protestó

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Abdel. Pero Gromnir no lo oyó, pues sucuerpo destrozado se vio sacudido porun espasmo de tos incontrolable.

—La druida y la chica lo sabían —prosiguió Gromnir. Su voz se ibahaciendo más y más débil a cadapalabra—. Buscaron refugio en laciudad y no cayeron en la trampa. ¡Ja!

Otro acceso de tos sacudió aGromnir y luego se quedó quieto. Abdelno se quedó allí para presenciar sumuerte, sino que arremetió contra lamasa de combatientes y se fue abriendopaso a sablazos hacia la ciudad, o hacialo poco que había dejado en pie lacólera del dragón.

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Mientras cruzaba el campo debatalla Abdel se maldecía por suestupidez. ¡Pues claro que Jaheira eImoen estaban en la ciudad! Gromnirhabría creído que huían de la batalla,pero la mente del general no podíapensar claramente, invadida comoestaba por sus instintos desupervivencia. Abdel sabía por quéhabían hecho eso.

Se imaginaba con toda claridad laescena. Podía ver a las mujeres a lasque amaba poniendo a salvo a losciviles, tratando de hallar para ellosalgún refugio frente al terrible monstruoque asolaba su ciudad. Como de

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costumbre Jaheira e Imoen habríanpuesto sus vidas en peligro para salvar alos inocentes e indefensos.

Con un objetivo en la mente elmercenario fue avanzando a paso raudo.Llegó a las puertas de Saradush, queseguían abiertas, y corrió por las callesllenas de escombros sin prestar atencióna los edificios envueltos en llamas aambos lados. Un denso manto de humoasfixiaba la ciudad y forzaba a Abdel acaminar encorvado para no topar consus más de dos metros de estatura conlas nubes de acre humo.

Sabía que tenía que buscar a Jaheirae Imoen en las zonas de mayor

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destrucción. Si encontraba al dragón,hallaría a sus amigas.

Dar con el dragón fue fácil;simplemente corrió hacia donde oíagritos. A varias manzanas de distanciavio al mastodonte que arrasaba la calle,reduciendo edificios a cenizas ymatando a todo ser vivo que se pusieraal alcance de sus garras, sus fauces o sucola. Como sucedía con todos los de suespecie, el dragón infundía al mismotiempo un reverente respeto y unprofundo terror. A medida que seacercaba Abdel se fue dando cuenta deque se trataba de un ejemplar aún joven,apenas llegado a la edad adulta. Tenía

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las escamas lisas y sin cicatrices debatallas. Su piel era de un rojo brillantey reluciente. A medida que cambiara iríaadquiriendo una coloración más oscuray profunda. Si el joven dragón era taninexperto en tácticas y en combate comosu inmadurez sugería, Abdel tenía unaesperanza de vencerlo.

En el extremo más alejado delbloque el mercenario vislumbró mediadocena de figuras apiñadas en la plantabaja de un edificio en llamas del quesólo quedaba en pie la estructura, y cuyaparte superior ya había destruido elfuego de dragón. Pese a la distanciaAbdel reconoció la silueta de Jaheira

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entre el humo y la forma más baja deImoen junto a ella. La muchacha movíalos brazos formando complicadosdibujos, como el mercenario había vistohacer a magos y hechiceros al lanzar unencantamiento. A través de la oscuridadAbdel vio claramente a los pies deImoen un pergamino con refulgentessímbolos. Un instante después todo elgrupo se desvaneció.

Abdel se quedó momentáneamenteperplejo, y le costó un segundo darsecuenta de que seguían allí, aunqueenvueltos en un manto de invisibilidad.No obstante, no tuvo tiempo paraasombrarse del talento mágico de Imoen,

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que ni siquiera sospechaba queposeyera, pues el dragón fijó de nuevosu atención en la pequeña estructura enla que el grupo había buscado refugio.

Despacio, como si saboreara lacarnicería que estaba a punto deperpetrar, el dragón empezó a avanzarpor la calle hacia la invisible Imoen y elgrupo al que la muchacha pretendíaproteger. Una profunda risa burlonabrotó de la garganta del monstruo, seimpuso al ensordecedor crepitar de lasllamas y a los gritos de los ciudadanosque huían aterrorizados al verlo.

Abdel arremetió sin dudarlo, sin nisiquiera aflojar el paso aunque algo

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dentro de sí le gritaba que diera mediavuelta y echara a correr. Aquella bestiapodía hacerlo pedazos con una de susenormes zarpas o reducirlo a una pila decenizas y carbón con una lengua defuego tan caliente, que fundiría inclusolos bloques de piedra de las murallas dela ciudad.

Ni siquiera sus poderes deregeneración podrían salvarlo de lasatroces heridas que podía causarle elleviatán. Por mucho que los soldadosque habían tratado por todos los mediosde acabar con él en el campo de batallapudieran pensar que era invulnerable,Abdel era consciente de su mortalidad.

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Su mente no sólo se encogió por elterror debido a la conciencia de sumortalidad. Pese a su evidente juventud,el gran Wyrm rojo destacaba entre loshumanos y los halflings que huíandespavoridos. Con sus enormes alasextendidas abarcaba toda la anchura dela calle, golpeaba con indiferencia lasdiminutas figuras que se acercabandemasiado a sus correosos apéndices,matando o dejando inconscientes a susvíctimas.

Aunque era lo suficientementegrande para agarrar un par de ososlechuza en cada garra, el pavor queinspiraba el dragón no se debía

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únicamente a su tamaño. Sus juvenilesescamas relucían con una especie debrillo interior y cada una de ellas era tanhermosa y refulgente como un rubí devalor incalculable. Las escamas estabanentrelazadas de modo que formaban unacoraza casi impenetrable que protegía ala bestia. Desde sus afilados colmilloshasta la punta de su serpentina cola, eldragón de unos treinta metros delongitud exudaba un glorioso poder. Losdragones, incluyendo los más jóvenes,hacían gala de una majestuosidad quetrascendía incluso su propia presencia;estaban rodeados por un aura física degrandeza y pura maldad, ante la cual

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Abdel sentía deseos de arrojarse alsuelo y echarse a temblar. Los sabios lollamaban miedo de dragón.

Haciendo caso omiso a una parte desu conciencia que le suplicaba quearrojara su ridícula espada al suelo yhuyera, Abdel se acercó peligrosamenteal dragón. Por suerte, o quizá gracias asu propia insignificancia, el mercenariopudo lanzarse contra él sin ser visto ydarle un tajo en una pata trasera, justopor encima del talón. La mayor parte delas armas no hubieran logrado atravesarlas escamas, pero Abdel impulsaba elacero con una fuerza sobrenatural.

De la herida brotó un impetuoso

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chorro de humeante sangre, aunque laespada de Abdel se hizo pedazos porefecto del impacto. El dragón aulló dedolor, dio un puntapié con la pata heriday torció su largo y sinuoso cuello paracerrar sus fauces en torno a su invisibleenemigo.

Saltando hacia atrás Abdel evitótanto la coz como los mortalescolmillos, al tiempo que se agachabapara eludir asimismo un golpe de ala,que pasó sobre su cabeza. No obstante,no pudo evitar el latigazo de la pesadacola con el que el dragón lo golpeó porla espalda. Abdel fue lanzado por el airecontra uno de los pocos muros de piedra

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que seguían en pie en la calle. El murose desintegró cuando el mercenariochocó contra él de cara, rompiéndoselas costillas, las vértebras del cuello,todos los huesos del rostro y variosórganos internos.

A Abdel le costó casi diez segundosrecuperarse lo suficiente de las terriblesheridas para poderse levantar de nuevo.Por suerte para él, el inexperto dragónno se había molestado en rematarlo.Convencido de haber pulverizado de uncoletazo al humano, centró de nuevo suatención en el edificio en el que Imoen,Jaheira y los demás se habían refugiadoantes de ocultarse bajo el manto de

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invisibilidad.La bestia se apoyó sobre las patas

traseras y lanzó un rugido que hizotemblar el suelo. El retumbante eco desu grito de guerra ahogó cualquier otrosonido. Abdel ni siquiera pudo oír supropio chillido cuando la bestiadescargó todo su peso sobre el tejadodel edificio y éste se desplomó en unadensa nube de polvo que rápidamente semezcló con el espeso humo que flotabaen el aire como una cortina.

Nada mayor que una cucarachapodía haber sobrevivido dentro deledificio aplastado.

Abdel lanzó un aullido de dolor

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hacia el cielo ennegrecido, convencidode que su amada Jaheira había muerto.

—¡Jaheira!Los ojos se le llenaron de lágrimas

mientras se pasaba una mano por lamezcla de sangre y tierra que le cubríala cara. Inspiró hondo para dar voz a surabia y su dolor una vez más, pero sedetuvo súbitamente. Había visto depronto huellas de pasos en la tierra y elhollín que alfombraban las calles de laciudad. Eran pasos que se alejaban deledificio, levantando diminutas nubes depolvo al correr. Por el número dehuellas y la cantidad de polvo levantadoa su paso, Abdel calculó que debía de

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tratarse de al menos una docena depersonas a la carrera. No podía verlas.Fuese cual fuese el hechizo que habíavuelto invisibles a Imoen, a Jaheira y alos demás cuando Abdel los vieraacurrucados en el umbral del edificiodestruido, los seguía manteniendoocultos. Imoen y Jaheira no habíanmuerto. Abdel soltó aire y sus gritos deangustia se tornaron risas de alivio.

Las risas murieron cuando el dragónse volvió de nuevo hacia él. El wyrminclinó ligeramente la cabeza hacia atráse inspiró hondo. Al inhalar el enormepecho de la bestia se expandió aún más.Abdel se dio cuenta de que se estaba

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preparando para lanzar una llamaradaque iba a reducirlo a cenizas.

El membrudo guerrero giró sobresus talones y echó a correr. Tras él oyóun profundo retumbo y unchisporroteante silbido. Se metió poruna puerta abierta en busca deprotección. Volaba aún por el airecuando la enorme lengua de fuego arrasóla calle, devorándolo todo a su paso.

De haber recibido de lleno el ataquedel dragón, Abdel hubiese muerto alinstante, su sangre se hubiera evaporado,la piel fundido y sus huesos se hubiesenconvertido en cenizas carbonizadas.Pero la impaciencia de su rival salvó a

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Abdel. El joven wyrm había enseñadosu juego demasiado pronto, permitiendoasí que su enemigo emprendiera unaprecipitada retirada que lo alejó lo másposible de su abrasador aliento. Abdelejecutó un desesperado salto buscandorefugio y, en vez de una muerteinstantánea e indolora, sufrió lainsoportable quemazón de lasquemaduras reservada únicamente a losvivos.

Sus ropas y su pelo prendieron, y lapiel de la espalda, el cuello y loshombros se llenó al punto de ampollaspor efecto del ardiente calor. Abdelcerró los ojos para protegerse de la

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crepitante envoltura que lo rodeó. Alrespirar el sulfuroso aire y el penetrantehumo sintió que la nariz, la garganta ylos pulmones le quemaban.

El agónico dolor de ser quemadovivo le provocó una conmoción que lehizo perder el sentido. Las llamaspasaron rozando encima de su cuerpoinconsciente. Al volver en sí se encontróen el umbral, ahora ennegrecido, y violas últimas chispas del aliento deldragón que seguían quemando a sualrededor. Trató de levantarse de unsalto pero las piernas no le respondían.Se quedó quieto unos segundos,esperando que sus sobrenaturales

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poderes de regeneración empezaran aactuar, pero al intentar nuevamentelevantarse comprobó que sus heridas nohabían sanado.

Fuego. Abdel había sentido muchasveces en su interior el fuego alimentadopor la ira y la sed de sangre de Bhaal,pero eran las llamas del espíritu y elalma. En el mundo real nunca habíasufrido quemaduras de importancia, niantes de convertirse en el avatar de undios muerto ni tampoco después.

Había supuesto que se recuperaríaincluso de las más horrible quemadurastan fácilmente como se recuperaba delos cortes, las estocadas y otros daños

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físicos. Pero allí, tumbado bajo elpegajoso manto de sus propias ropasfundidas y las rezumantes heridas de suespalda resquebrajada y cubierta deampollas, comprendió que no sería así.

Haciendo acopio de todas susfuerzas el malherido guerrero se arrastróhasta asomarse por el umbral que lehabía salvado la vida. Quería averiguarpor qué el dragón todavía no lo habíarematado. Tenía que comprobar siJaheira e Imoen habían escapado. Conun enorme esfuerzo alzó la cabeza, yhalló las respuestas a ambas preguntas.

El dragón estaba siendo atacado.Dos gigantescos tigres se lanzaron

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contra el lomo del Wyrm y ledesgarraron la piel cubierta porescamas. El dragón se defendía agitandolas alas y la cola, pero los dos felinos sealejaron de un salto, rugieron yvolvieron a atacar tan pronto como seles ofreció otra oportunidad. Por elnimbo azulado que los rodeaba, Abdelsupo que los tigres habían acudido a lallamada de Jaheira. La druida debía dehaber suplicado ayuda a Mielikki, y enrespuesta la diosa de los bosques habíaenviado a los felinos para proteger a suservidora. Atacando de maneracoordinada los tigres confundían aljoven dragón, al que acosaban sin tregua

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impidiéndole que concentrara surespuesta en uno solo de sus enemigos.

Jaheira observaba al borde de laliza. El hechizo que había utilizado parallamar a los tigres había destruido elmanto de invisibilidad que la cubría.Estaba atendiendo a un tercer tigre queyacía en medio de la calle con el cuerporoto y sangrando. Aunque el dolor lenublaba la vista Abdel vio que lasemielfa lloraba por el sufrimiento delmoribundo tigre.

El dragón se sacudía furiosamente,defendiéndose con zarpas y colmillos,en un desesperado intento por quitarsede encima los dos tigres que le habían

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saltado sobre el lomo. Pero los felinoseran rápidos y astutos, y continuabanatacando salvajemente el pellejo delmonstruo. Pese a lo afilado de suszarpas no lograban traspasar lasescamas del dragón.

Abdel trató nuevamente de ponerseen pie, pero no lo consiguió. Entoncestrató de arrastrar su pobre cuerpoquemado para acudir en ayuda deJaheira. Sin embargo tenía los pulmonestan dañados que el esfuerzo lo hizorespirar a bocanadas breves yentrecortadas. El acre humo que todavíaflotaba en el aire descendía por sugarganta, y su cuerpo quemado sufrió un

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acceso de tos del que creyó que no iba arecuperarse. Al fin los músculos lefallaron. El avatar de Bhaal estaba tandébil e indefenso como un reciénnacido. Apenas era capaz de levantar lacabeza, y necesitaba de toda su fuerzapara contemplar la batalla y rezar paraque Jaheira sobreviviera.

Muy lejos, en las almenas de lamuralla de Saradush, resonó un ferozgrito de guerra. Melissan acudía en suayuda. El dragón también lo oyó y sevolvió para lanzar su abrasador alientocontra aquel nuevo enemigo. Ajena alterrible destino que la aguardaba,Melissan siguió corriendo por la ciudad

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arrasada para desafiar al Wyrm,blandiendo la maza en el aire en letalescírculos.

Las llamas se la tragaron, y Abdelsintió que su cuerpo reaccionaba comosi volviera a quemarse. Cuando el murode fuego se disipó Melissan aparecióilesa, aunque la fuerza del aliento deldragón había frenado su carga.

Sin poder entender que su enemigano hubiese muerto, el joven wyrm sedistrajo el tiempo suficiente para queJaheira se lanzara al ataque. La vara quesolía llevar había sido reemplazada poruna cimitarra mágica que emanaba unfrío brillo azulado. La druida descargó

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la cimitarra mágica sobre la cola deldesprevenido dragón. De la profundaherida manó vapor frío, y el dragónbramó por efecto del dolor y el shock.

Sin hacer caso de los tigres quetrataban en vano de desgarrarle la pieldel lomo, el leviatán se volvió haciaJaheira. En las prisas por agacharse yeludir las fauces de la bestia, uno de suspies se trabó con unos escombros de losmuchos edificios derrumbados deaquella calle y cayó al suelo. Trató degirar sobre sí misma para alejarse, peroel dragón fue demasiado rápido y lainmovilizó contra el suelo con ungarrudo pie.

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En respuesta a los atormentadosgritos de la semielfa, Abdel trató delevantarse una vez más. Usando toda sufuerza de voluntad logró ponerse en pie,pero al dar un paso hacia su amada sederrumbó de nuevo, demasiado débilsiquiera para gritar de pena ofrustración.

De algún modo logró levantar otravez la cabeza. Su visión se habíaconvertido en un túnel de luz que laoscuridad iba estrechandoprogresivamente. El guerrero sabía quepoco le faltaba para perder de nuevo elsentido. El mundo se desvanecía a sualrededor. Aún veía a Jaheira que se

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retorcía bajo la zarpa del dragón, peroya no podía oír sus gritos.

Melissan entró en su campo devisión, que menguaba rápidamente, conla maza colgándole del cinto. Tenía lasmanos vacías envueltas en una bolablanca de energía que arrojó al dragón.El hechizo estalló entre los aladoshombros del monstruo, que gritó. Pocosseres habían oído el grito de un dragón,pero todos quienes sobrevivieron alsitio de Saradush rememorarían en suspesadillas aquel horrible sonido el restode sus días.

Los pocos edificios de aquella calleque seguían en pie se derrumbaron por

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las ondas provocadas por el penetrantegrito del wyrm. Los tigres encaramadosal lomo de la bestia cayeron al suelo,aturdidos por la onda de sonido.Paralizado por sus heridas, Abdel nopudo taparse las orejas para protegersedel terrible sonido. Los tímpanos leexplotaron en un manantial de sangreque le goteaba de las orejas y le corríapor los lados de las mejillas.

Pero a Melissan no parecióafectarle. Ya había conjurado otra bolade reluciente energía y la lanzaba contrael dragón. La bestia gritó de nuevo.Abdel ya no lo oyó, pues el primero lohabía dejado sordo. No obstante, sí que

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sintió las vibraciones que sacudían elsuelo.

Abdel se resistió al manto deoscuridad que amenazaba con cubrirlo,no quería rendirse a la oscuridadmientras aún se luchaba a pocos metrosde distancia. Tratando de evitar otroataque de Melissan el dragón batió lasalas y alzó el vuelo sobre las asoladascalles de Saradush, sin dejar ir elcuerpo de Jaheira, que se agitabadébilmente. Lo último que Abdel vioantes de sumirse en la inconsciencia fuea su amada que desaparecía en lasgarras del dragón.

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Abdel tomó aire lentamente,estremeciéndose, mientras recuperaba laconciencia. Pese a estar demasiadodébil para abrir los ojos, sintió que nose hallaba al aire libre. Alguien lo habíallevado allí desde el lugar en el que sedesplomara, en la calle. Por el débilolor a humo y ceniza que aún sentía en laboca, supuso que seguía entre las llamasde la ciudad de Saradush.

Volvió a inspirar hondo. Una neblinafresca y húmeda se extendió por supecho, aliviándole la garganta

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chamuscada así como los pulmones.Había recuperado el sentido del oído,que perdió cuando el dragón lanzó sugrito de batalla, lo que le permitiódetectar la monótona salmodia de uncanto religioso que resonaba desde muyarriba.

Luchando contra el cansancio quesentía, abrió los ojos y se encontrótumbado, desnudo, sobre la fría piedramirando hacia un alto techo en forma dearco. Las paredes y el techo estabandecorados con complicadas imágenespintadas de hombres y mujeres quesufrían enfermedades, heridas y torturas,aunque sus rostros no expresaban

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padecimiento sino alivio. En cadaescena aparecía un hombre vestido conhábito y capucha, y rostro lloroso.Abdel reconoció en él a Ilmater, el Diosde las Lágrimas.

Entonces se dio cuenta de que nosentía dolor, aunque estuviera tumbadosobre la espalda, que había sufridohorribles quemaduras. Ignorante sobre sisus poderes de curación finalmentehabían funcionado o si había otraexplicación, se obligó a incorporarse. Elesfuerzo le nubló la visión, dejándolomomentáneamente ciego.

—¡Gracias a Ilmater que estás vivo!—exclamó la voz de Melissan a través

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del rutilante tapiz.Abdel oyó un correteo de pies y un

segundo más tarde sintió el familiarabrazo de Imoen, que rodeó con susdelgados brazos el recio cuello delmercenario.

—Abdel —lloró, apretándose contrasu espalda que obviamente había sanadopor completo—. Abdel, creí que tehabía perdido.

Mientras estrechaba con sushercúleos brazos a su hermanastra, lavisión se le fue aclarando. Abdel se viorodeado no solamente por Imoen yMelissan sino también por varias figurasataviadas con hábito que estudiaban

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anhelantes todos sus movimientos. Sinduda habían sido aquellos sacerdotes deIlmater quienes le habían salvado. Perono había tiempo que perder enagradecimientos.

—¿Y Jaheira? —preguntó con vozvacilante, mirando directamente aMelissan. La espigada mujer se diomedia vuelta.

Imoen lo soltó y se alejó de Abdel.Su rostro mostraba una expresión deprofundo pesar.

—El dragón se la ha llevado —dijosuavemente.

También suavemente Abdel apartóde sí a Imoen y lentamente se puso en

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pie. Lo que los sacerdotes vieron en losojos del mercenario los impulsó aretroceder varios pasos. Abdel lessacaba varias cabezas e iba solamentevestido con los restos chamuscados desu ropa. Melissan no se movió.

—Lo siento de veras, Abdel —dijo.Abdel se lanzó sobre ella y logró

atenazarle la garganta antes de que nadiepudiese reaccionar. Apretando cada vezmás fuerte con ambas manos, la fuelevantando. Melissan daba débilespuntapiés en el aire. Los sacerdotes deIlmater lanzaron ahogadasexclamaciones de horror, pero nohicieron ademán de acudir en ayuda de

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la mujer.—¡Abdel! —chilló Imoen, al tiempo

que le saltaba sobre la espalda y tratabainútilmente de soltarle las manos de lagarganta de Melissan—. ¡Abdel, no hasido culpa suya! No pudimos hacernada.

Melissan asió débilmente lospoderosos brazos de Abdel. Los ojos sele salían de las órbitas, pues se estabaasfixiando.

—¡Es una traidora! —bramó Abdel—. ¡Nos mintió acerca de los Cinco!¡Quiere matarnos a todos!

—¡No! —replicó Imoen, golpeandola espalda de su invencible hermanastro

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con sus pequeños puños—. ¡Melissanahuyentó al dragón! Ella fue quien teencontró y te trajo a este templo. Siquisiera matarnos, ¿por qué salvarte?

Abdel aflojó la presión, no tanconvencido ya de la traición deMelissan. Entonces fue bajando a lamujer hasta que sus pies tocaron el sueloy la soltó dándole un desdeñosoempujón que la lanzó hacia lossacerdotes de Ilmater, los cuales lacogieron antes de que cayera.

Imoen se dejó caer de la espalda deAbdel y corrió a comprobar si Melissanestaba bien. Una vez segura de que sunueva amiga sobreviviría, la muchacha

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miró a Abdel con gesto de severadesaprobación.

—¿En qué estabas pensando, Abdel?¿Es que te has vuelto loco?

En vez de responder, el mercenariolanzó una maldición y escupió sobre elsuelo sagrado del templo. Entonces lesdio la espalda para marcharse.

Con ayuda de Imoen Melissan sepuso en pie. Con sus largos y delicadosdedos se masajeó el cuello, justo debajodel cuello alto y oscuro que le llegabahasta el mentón. El salvaje einjustificado ataque de Abdel le habíamagullado la garganta, pero cuandohabló no demostró la misma ira que

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había mostrado Imoen.—Tu hermano ha perdido a alguien

querido —dijo en voz baja y ronca—.Tiene derecho a estar algo trastornado.

—Pero no tanto —protestó Imoen,pasando un brazo alrededor de loshombros de la mujer con gesto protector,mientras lanzaba miradas que seclavaban como dagas en la espalda deAbdel—. Después de todo lo que hashecho por nosotros no tiene ningúnderecho a tratarte de esa forma.

El hombretón giró sobre sus talonespara mirar a la cara a ambas mujeres.Silenciosamente el círculo de sacerdotestocados con capuchas se retiró para

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dejar que el trío de intrusossolucionaran su disputa.

—Nos engañó, Imoen —afirmó elmercenario—. Nos llevó de cabeza auna trampa.

Imoen empezó a protestar, peroMelissan levantó una mano paraimponerle silencio.

—No voy a negar que el ejército deGromnir cayó en una emboscada —dijosuavemente la espigada mujer. Su vozhabía recuperado ya su tono normal—.Pero te aseguro que yo no tuve nada quever con ninguna traición.

—¿Quién, entonces? —quiso saberAbdel.

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Melissan negó con la cabeza.—Por desgracia, no lo sé. Había

muchos hijos de Bhaal reunidos enSaradush en busca de protección frenteal ejército de Yaga Shura. Tal vez unode ellos hizo un trato para salvar su vidaentregando a cambio a todos los de sumisma estirpe.

Pese a todos sus esfuerzos Abdelsintió que su cólera se disipaba. Habíaacusado a Melissan basándose ensuposiciones propias, que a su vez sebasaban en las del demente generalGromnir cuando agonizaba. Pero loshechos no confirmaban que Melissanfuese la responsable de la emboscada.

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De hecho, Melissan le había salvado lavida, al menos eso decía Imoen.

Al mirar a los ojos de su mediohermana se dio cuenta de que Imoenadoraba a aquella poderosa y hermosamujer. Era la suya una mirada que Abdelhabía visto en ella antes, pero en elpasado siempre había estado dirigidahacia él mismo.

Melissan había salvado a Imoen y, alparecer, había suplantado a Abdel en elpapel de héroe de la muchacha.

Por su parte, Abdel no estaba tanimpresionado.

—No has sido del todo sinceraconmigo —dijo, recordando las

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palabras de despedida del misteriososer en el plano abisal—. Sabes más delos Cinco de lo que me has dicho.

Antes de que Imoen pudieraintervenir en defensa de su ídolo,Melissan admitió:

—Es cierto, Abdel. No he sido deltodo sincera contigo. Pero debescomprender que no podía confiar en tihasta que hubieses demostrado ser dignode ello derrotando a Yaga Shura.

—No obstante, tú me pediste queconfiara en ti.

Melissan suspiró.—Abdel, mi trabajo es muy

complicado. Pretendo salvar a los

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vástagos de un dios malvado ytraicionero de sus hermanos que intentanmatarlos. Debo estar siempre en guardiaante una posible traición de mis aliados.Ya sabes que muchos de los de tu sangreno son de fiar.

Abdel asintió de mala gana. Nopodía negar la veracidad de aquellaspalabras, del mismo modo que tampocopodía negar su contaminado legado.

—Hace años abordé a Sarevok y selo dije todo. Le hablé de los Cinco y desu objetivo. Pero Sarevok usó esainformación en su propio beneficio y, ensus aberrantes esfuerzos por ser él quienresucitara a tu oscuro padre, estuvo a

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punto de iniciar una guerra. De ese yotros errores he aprendido a guardar concelo mis secretos, Abdel Adrian.

—Y mira qué pasó con Gromnir —intervino Imoen—. Los habitantes deSaradush le ofrecieron refugio y él seapoderó de la ciudad. No es de extrañarque Melissan no nos lo contara todo. Nopuedes culparla.

—¿Dónde está Sarevok? —preguntóAbdel, que de pronto había reparado enla ausencia de su hermanastro.

—Cuando atacamos cabalgaba a milado —respondió Melissan,encogiéndose de hombros—, pero loperdí de vista en la confusión de la

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batalla. No ha regresado. Tal vez es unode los miles de muertos que hanquedado tendidos en el campo debatalla. Tal vez murió a manos delejército que asoló Saradush y que huyócuando el dragón se alejó volando.

—Dudo que esos soldados fuesencapaces de acabar con mi mediohermano —masculló Abdel.

—Tal vez él fue el traidor —sugirióImoen—. No sería la primera vez quetrata de destruir una ciudad.

—Es posible —admitió Melissan,aunque no parecía muy convencida—.Sarevok conocía nuestro plan de batallay es posible que se las arreglara para

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preparar la emboscada. Cuando yo loconocí era muy capaz de cometer talacto de traición.

»Pero cuando volví a verlo me diouna impresión muy distinta. Sarevok hacambiado. ¿Aún lo crees tan malvadocomo antes?

—Yo… no lo sé —admitió Imoen—. Supongo que no. Pero yo no loconocía de antes. ¿Qué crees tú, Abdel?—preguntó a su hermano—. ¿Piensasque Sarevok nos ha traicionado?

Abdel pensó largo rato la respuesta.Sarevok había asesinado a Gorion y aKhalid, había estado en un tris de matara Jaheira, y todo ello lo había hecho sin

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ningún remordimiento. Pero eso habíaocurrido mucho tiempo atrás. Al igualque Melissan, también él sentía que elSarevok que los había acompañado aSaradush era una persona totalmentedistinta.

—Ahora eso no importa —respondió al fin con voz cansada—. SiSarevok es el traidor, supongo que seretiró con el resto del ejército. Dudo quenos lo volvamos a encontrar. Tenemosque concentrarnos en nuestra misión.Melissan, cuéntame todo lo que sabessobre los Cinco.

En vista de que la mujer vacilaba,Abdel insistió:

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—Arriesgué mi vida luchando contraYaga Shura. Supongo que te das perfectacuenta de que no abrigo ningún deseo dedevolver la vida a Bhaal. Si quieres quete ayude, debes contármelo todo.

Melissan ladeó la cabeza mientrasreflexionaba acerca de las palabras deAbdel; sopesaba los riesgos de revelardemasiado y la recompensa de contarcon la ayuda de Abdel.

—Por favor, Melissan —suplicóImoen—. Conozco a Abdel desde queéramos niños. Es un buen hombre.Puedes confiar en que hará lo correcto.

Melissan dirigió a la muchacha unacálida sonrisa.

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—Muy bien, muchacha. Os diré loque sé sobre los Cinco y sabréis por quéno me sorprendí de ver cómo el dragónse unía a la batalla contra nosotros.

—Por favor, Abdel, ven connosotras —imploró Imoen—. Melissannos conducirá al monasterio deAmkethran. Ha prometido que Balthazar,el prior, nos esconderá. Los monjes nosprotegerán de los Cinco mientrasdescansamos y nos reagrupamos.

Pero su hermano negó con la cabeza.—Ve tú. Yo me reuniré con vosotras

cuando haya encontrado a Jaheira.

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Imoen fue incapaz de decirle laterrible verdad que ambos conocían.Pero a Melissan no le asustaba hablar.

—Jaheira está muerta, AbdelAdrian. No puedes salvarla.

Abdel se colgó a la espalda lapesada espada que había tomado delarsenal de Saradush.

—Si no puedo salvarla, al menosvengaré su muerte.

—¿Pretendes matar tú solo a undragón? ¿O tal vez a varios? —preguntóMelissan.

—Si es necesario, sí.—¿Y qué me dices de Abazigal? —

inquirió Imoen. La muchacha se refería

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al maestro de Illasera y Yaga Shura,también hijo de Bhaal, del que Melissanles había hablado—. ¿Y si te estáesperando y usa a Jaheira como cebopara atraerte a su cubil?

—Ya he matado a dos de los Cinco.No veo por qué ese tercero tiene que serdistinto. De hecho, debería ser mássencillo. Si Melissan está en lo cierto,ese hechicero no es inmune a las armasconvencionales como lo era Yaga Shura.

—Por lo que he podido averiguar,parece que tú y Yaga Shura sois losúnicos hijos de Bhaal conextraordinarios poderes deregeneración. Pero el hecho de que

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físicamente sea posible atravesar aAbazigal con una espada normal ycorriente no significa que vaya a darte laoportunidad de hacerlo.

»Tu confianza es admirable, perotambién estúpida —le advirtió Melissan—. ¿Es que no has oído lo que os hecontado? Abazigal es tanto un maestrode dragones como de brujería. Adiferencia de Yaga Shura y de Illaserano es un mero guerrero al que puedashacer pedazos con la espada.

—Admito que matar hechiceros noes tarea sencilla —replicó Abdel,mientras se calzaba un par de resistentesbotas que al menos le iban dos números

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pequeñas. El dragón le había quemadotoda su ropa, pero Melissan habíalogrado encontrar una camisa y unospantalones con los que cubrir, aunqueapenas, su enorme corpachón—. PeroAbazigal no será el primer mago cuyosplanes hago fracasar.

Entonces se puso en pie y abrazó aImoen. Por encima del hombro de lamuchacha podía ver las calles deSaradush. Los supervivientes ya habíanempezado las tareas de reconstrucciónde su ciudad, retirando los escombros ylos cuerpos que atestaban las calles.

—Imoen, tú quédate con Melissan.No hagas nada estúpido como tratar de

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seguirme, pues solamente serías unestorbo. Me reuniré contigo másadelante. Te lo prometo.

—Abazigal es mucho más poderosoque el hechicero al que derrotaste en elÁrbol de la Vida —le advirtióMelissan. Pero el mercenario se dirigíaya hacia la puerta—. Irenicusambicionaba la inmortalidad, pero porsus venas no corría la sangre de un dios.No olvides que Abazigal es uno de losCinco y el hijo de un dios.

Abdel se echó sobre el hombroderecho un bulto con provisiones.

—Y yo también —fue su respuesta.

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Empujado por las prisas y sostenidopor su sangre inmortal, el primer díaAbdel ni siquiera se detuvo paradescansar. No obstante, no podía viajara la misma velocidad que un dragón. Nopodía dejar de pensar en todo el tiempoque había perdido, pero tampoco podíaavanzar más deprisa. De hecho, elcansancio no tardó en aparecer y tuvoque aflojar el ritmo. Aunque las paradasfuesen pocas y muy espaciadas, inclusoel hijo de un dios necesitaba descansar.

No era nada complicado seguir a undragón. Por allí donde pasara el leviatándejaba una indeleble impronta tanto enel paisaje como en las mentes de las

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personas que habían tenido la fortuna decontemplar el espectáculo y sobrevivir.El dragón volaba hacia el sur casi enlínea recta.

En un principio Abdel sospechó quese dirigía hacia el denso bosque de Mir,que, según se decía, era tan frondosoque la luz del sol nunca lograbaatravesar las copas de los árboles. Y enmuchos lugares los troncos estaban tanpróximos, que ningún hombre ni animalpodía pasar, o al menos eso es lo queAbdel había oído contar. De hecho, todolo que sabía del bosque de Mir eranrumores y leyendas. Pocos lo habíanvisto, pues casi nadie que entraba en

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aquel oscuro bosque volvía a salir.Abdel rezaba para que el dragón no

decidiera ocultarse en algún recónditoparaje de ese bosque maldito. No es queel mercenario temiera a los monstruosque podían acechar desde los árboles,pero le preocupaba que los cuentosacerca de vastas extensiones de densasespesuras casi impenetrables fuesenciertos. Si tenía que abrirse paso agolpes de espada entre ramas, raíces ymatorrales en pos del dragón, perderíaincluso la débil esperanza que lequedaba de llegar a tiempo de salvar aJaheira.

A mediados del tercer día Abdel se

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dio cuenta de que el leviatán no sedirigía al bosque de Mir. La linde delbosque se hallaba a medio día demarcha en dirección oeste, pero eldragón seguía rumbo sur. Abdelrecuperó de la memoria lo poco querecordaba de los mapas que había tenidoque estudiar en sus lecciones en elalcázar de la Candela para adivinaradónde podría dirigirse la bestia.Probablemente volaba hacia lasmontañas Alimir, una pequeña cadenaque se alzaba en la costa del marBrillante, a diez días de viaje deSaradush hacia el sur.

Allí debía de hallarse el cubil de la

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bestia. Allí era donde tendría queenfrentarse al hechicero Abazigal ydonde, esperaba, encontraría a Jaheira.

Una parte de sí sabía que su amadahabía muerto, pero se negaba aaceptarlo. Contra toda lógica y razónseguía albergando una brizna deesperanza de que de algún modolograría encontrarla con vida. Y, si no,esa parte de sí que se negaba a escucharjuró que su venganza sería terrible.

Mientras seguía su implacablemarcha, su mente era una revueltavorágine de improbable esperanza,desesperación y violentas imágenes derepresalias. Lo único que existía era su

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meta, por lo que no se dio cuenta de quealguien lo seguía.

A medio día de marcha por detrásdel decidido mercenario una inmensafigura cubierta por una oscura armaduralo seguía. Sarevok había dado con elrastro de Abdel en la llanura, fuera delas ruinas de Saradush, y desde entonceslo seguía.

Su hermanastro avanzaba a talvelocidad, que le había sido imposiblealcanzarlo, pero poseía la suficientesangre divina y capacidad física para noperderlo. Sarevok sabía que Abdel

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pretendía vengar la muerte de la druida,y también sabía que se dirigía a unnuevo enfrentamiento con uno de losCinco muy capaz de poner fin a suexistencia. Y Sarevok estaba decidido aestar allí cuando ese enfrentamiento seprodujera.

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Incluso mucho después de que el ritualacabara, las llamas del pozo situado enel centro del templo abandonado ardíancon intensidad, alimentadas por laesencia de los innumerables hijos deBhaal que habían sido asesinados en elsaqueo de Saradush. La luz anaranjadadel fuego se reflejaba con fuerza en losmuros, dotando de un espantosoresplandor la sonriente calavera,símbolo de Bhaal, pintada en la pared, ybañando todo el recinto con unafantasmagórica luz.

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Las tres figuras embozadas seapiñaban en la esquina más alejada deltemplo. En un acto reflejo fruto de añosde actuar en la sombra y el secreto,aborrecían la idea de que les tocara laluz del fuego ceremonial de Bhaal.

—Las llamas nunca habían ardidocon tanta fuerza —susurró la menor delas tres figuras, mientras se apartaba desu tez azabache un mechón de peloblanco plateado. De los tres, a la drowera a quien más molestaba la luz. Consus treinta años era poco más que unaniña según los criterios elfos y habíapasado la mayor parte de su vida en laprofunda oscuridad de la Antípoda

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Oscura, donde la única luz era elmórbido resplandor que despedían lospálidos líquenes. Aunque había sidoreclutada por el Ungido varios añosatrás, la luz brillante todavía lemolestaba dolorosamente.

—Las llamas son intensas porquenuestro triunfo está próximo —replicó lasegunda figura. Los tatuajes que lecubrían el rostro y las manos parecíanpalpitar y brillar en respuesta almacabro resplandor de la ardienteesencia de Bhaal.

La tercera figura, la mayor de todaslas que había allí, agitó su larga lenguabífida para notar el sabor de la fragancia

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de la gloria de Bhaal que despedía elsacrificio y que flotaba en el aire comosi fuera humo. A la violenta luz suspupilas eran meras rendijas negras en elamarillo de sus ojos de reptil.

—Pero el hijo adoptivo de Gorionssse nosss ha essscapado.

La drow se mofó del temor que sereflejaba en la voz de su compañero.

—Vamos, vamos, Abazigal. No medirás que tienes miedo de ese estúpidobruto.

—¿Cómo osssasss revelar miidentidad? —replicó el semidragónenfurecido.

El hombre tatuado puso fin a la

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inminente discusión con un simpleademán.

—No seas ingenuo, Abazigal. Elenemigo ya conoce tu identidad. ElUngido me ha informado de que en estosmismos instantes el hijo adoptivo deGorion está siguiendo a tu mascota haciatu base en las montañas.

—Tal vez debería acompañarte a tucasa, Abazigal —sugirió la elfa oscuraen un siniestro susurro—. Si tanto miedotienes, yo me ocuparé de ese Abdel.

—¡No! —protestó Abazigal alinstante—. Me ocuparé de él yo sssolo.No permitiré que contaminesss misssagrada caverna con tu impía

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presssencia.La drow acogió con una carcajada

aquella muestra de justificadaindignación de Abazigal.

—¿Acaso nos ocultas algo,Abazigal? ¿Crees que ignoramos laexistencia del ejército de dragones quese está reuniendo no lejos de los pies dela montaña en la que tienes tu cubil?

La elfa meneó la cabeza en gesto desimpatía fingida.

—Pobrecito mestizo —suspiró—.Te estás engañando si crees queauténticos dragones van a volar bajo tuestandarte. ¡Jamás se rebajarán hasta elpunto de seguir a un wyrm bastardo

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como tú!Abazigal trazó un arco con una garra

con la intención de seccionarle latráquea, pero solamente halló aire. Laelfa oscura se agachó para esquivar elataque, se deslizó alrededor de sucorpulento rival y lo amenazóponiéndole un cuchillo al cuello.

—Tal vez Yaga Shura no será elúnico miembro de los Cinco que mueraesta noche —susurró a su oído.

—Ya basta —ordenó el hombretatuado con voz firme.

La drow envainó el cuchillo y seapartó de Abazigal, a quien acababa dedar una buena lección. El semidragón

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dio la espalda a sus dos compañeros yse encaminó lentamente hacia la salida.

—Debo irme. Tengo asssuntosssmásss importantesss que atender. —Incómodo tras la exhibición de la elfa,la voz de Abazigal sonó huraña,malhumorada.

—Sí, date prisa, mestizo —se mofóla elfa—. ¡No hagas esperar a losauténticos dragones!

Bajo la capa el cuerpo de Abazigalse puso tenso.

—Abdel es cosa tuya —le prometióel hombre tatuado, ante lo cual Abazigalse relajó—. Pero no se te ocurrasubestimarlo; Illasera y Yaga Shura

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pagaron con la vida su arrogancia.—Ellos eran débilesss y

estúpidosss. Yo no lo soy —replicó elsemidragón sin darse la vuelta.

Sin decir ni media palabra más, elhumillado Abazigal atravesó la puertamás próxima y salió. La noche era fría.Abazigal se puso en cuclillas para luegolanzarse hacia arriba de un salto. Alhacerlo empezó a metamorfosearse,mudando su forma bípeda por unaenorme mole de carne cubierta deescamas. De la espalda le brotaron dosgrandes alas, los brazos se convirtieronen dos pequeñas zarpas, apenasvestigios de lo que habían sido, y sus

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piernas se transformaron en dos enormesancas garrudas. Acompañado por elsonido de huesos al romperse su rostrose convirtió en la dentuda faz de undragón sostenida por un largo cuello.

Toda esta transformación se produjoen menos de un segundo. Abazigal batiósus enormes alas, agitó la cola que lehabía nacido en los cuartos traseros y seelevó hacia el negro cielo.

Los otros dos miembros de losCinco contemplaron sin asombrarse lasilueta de su enorme y nuevo cuerpo,que se iba haciendo cada vez máspequeña contra la luna llena. Esperarona que se hubiera convertido en una

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pequeña mota en el firmamento pararetomar la palabra.

—Abazigal está más interesado enganarse el favor del consejo de dragonesque cumplir con los deberes quecomporta ser uno de los Cinco —declaró la drow—. Cree que cuandoesté al mando de un ejército de wyrmsya no nos necesitará para nada.

—Los dragones no lo seguirán —leaseguró su compañero—. Además,Abazigal no tiene la fuerza ni el corajesuficientes para desobedecer al Ungido.

»No obstante, no está centrado en loque debería. No se da cuenta de laamenaza que representa el hijo adoptivo

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de Gorion.—Si Abazigal fallara, tú y yo

recogeríamos todos los beneficioscuando nuestro padre regresara —susurró la elfa oscura.

En vista de que su compañeroguardaba silencio, continuó diciendo:

—Y si el Ungido perecieraasimismo bajo la espada de Abdel, sóloseríamos dos para repartirnos losfavores de Bhaal.

—Tal vez ya estás tramando el modode deshacerte también de mí —replicóel hombre tatuado sin ninguna emoción—. Pero te sugiero que nosconcentremos en destruir a Abdel

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Adrian antes de volvernos el uno contrael otro.

La drow sonrió.—Por supuesto, hermano. Hablas

sabiamente, como de costumbre. ¿Estásdel todo seguro que por tus venas nocorre también la sangre de los de miraza junto con la de nuestro inmortalpadre?

—Mientras Abazigal está ocupadocon el hijo adoptivo de Gorion —dijo elhombre tatuado, haciendo caso omisodel cumplido—, tú y yo deberíamoshacer lo propio con otra hija de Bhaal.

—¿Imoen? No merece la pena elesfuerzo —resopló desdeñosamente la

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drow.—Es amiga de Abdel y todavía

conserva una parte de la esencia deBhaal, por insignificante que sea. SiAbazigal fracasa, la muerte de lamuchacha sumirá a Abdel en el dolor, ynos resultará más sencillo matarlo.

Inconscientemente la fina mano de ladrow acarició la empuñadura de su dagagrabada con runas.

—En ese caso debemos asegurarnosde que muera.

El hombre de los tatuajes rebullóinquieto.

—Melissan la está conduciendo aAmkethran.

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La drow dejó escapar una malévolacarcajada.

—¿Melissan, el paladín de losdescendientes de Bhaal, cree queBalthazar y sus monjes podrán protegera la muchacha? ¡Qué ironía tandeliciosa!

—Yo preferiría no descubrirmeactuando contra ella —replicó sucompañero—. Aún no me ha llegado elmomento de salir de las sombras.

—¡Deja que sea yo quien la mate! —insistió la drow, encantada con la idea—. Ya sabes que para mí los muros deun monasterio no son ningún obstáculo;seré invisible como una sombra. Ni

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siquiera Melissan sabrá que estoy allíhasta que se encuentre con el cadáver deesa hija de Bhaal.

El hombre vaciló un instante antesde consentir con una inclinación decabeza. La drow rió otra vez, saliósigilosamente del templo y, pese acontar con el manto protector de lanoche, se mantuvo embozada hastahaberse alejado del resplandor queemitía el fuego del sacrificio. Tanto supiel como su ropa oscura seconfundieron con la penumbra.

Pese a toda una vida aprendiendo acontrolar sus emociones, el hombretatuado no pudo evitar sentir una débil

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llama de esperanza mientras observabaa la asesina drow desaparecer en lanoche. No tenía duda de que Sendaitendría éxito en su misión. Aunque losmonjes del monasterio de Amkethraneran poderosos, no podrían impedir queun elfo oscuro asesinara a la muchachadel alcázar de la Candela. Tal vez, conun poco de suerte, Sendai podría acabarasimismo con Melissan.

Solo en la casa de su padre elhombre tatuado observó las llamas queardían en el centro del templo. Bajo elcrepitar de la llameante furia de Bhaalpercibía los angustiados gritos de todoslos descendientes de Bhaal inmolados.

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Su tormento atraía su contaminada alma,despertando la sacrílega ansia de supadre. Tuvo que resistirse para nodejarse llevar por aquel gloriososufrimiento.

La noche no había acabado comohabía previsto. Había esperado poderalimentar el fuego expiatorio con lasalmas de la drow y el semidragón. Peromientras Abdel Adrian siguiera con vidano podía traicionar a sus aliados, aúnno. Tal como acababa de explicarle a laelfa oscura, mientras su enemigo comúncontinuara vivo, los miembros de losCinco debían resistir su impulso naturalde lanzarse unos contra otros.

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Si algo había aprendido con tantosaños de estudio y entrenamiento era atener paciencia. Esperaría que llegara elmomento adecuado y, al fin, todosmorirían: Abdel, Imoen, Abazigal,Sendai, Melissan… Todos los hijos deBhaal, todos los Cinco e incluso elpropio Ungido. Y si se mataban entre símucho mejor, pues al fin solamentequedaría él.

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Abazigal voló toda la noche espoleadopor la vergüenza, su odio hacia Sendai yel hecho de saber que la llegada deAbdel podría frustrar los planes que tancuidadosamente había tramado. Cuandotodavía le faltaban muchos kilómetrospara llegar a su destino, su aguda vistade reptil distinguió la asamblea dedragones reunidos en la altiplaniciedonde Abazigal había construido sufortaleza. Dragones azules y verdesprocedentes de lo más recóndito delbosque de Mir, Wyrms marrones

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llegados de las arenas del desierto deCalimir, negros del pantano de la araña;un reluciente caleidoscopio queabarcaba todas las gamas de color ymatices esperaba con impaciencia alsemidragón.

Abazigal había enviado unainvitación a todas las cimas, a todas lasgrutas por escondidas que seencontraran y a todas las cavernassubterráneas en más de un millar dekilómetros a la redonda. Más de unadocena de las magníficas criaturashabían respondido, atraídas por laspromesas que les hiciera Abazigal deriquezas, gloria y del retorno al tiempo

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en el que los dragones eran los señoresde Faerun. Aunque decepcionado por laausencia de los ancianos rojos Balagosy Charvekannathor, Abazigal se alegróal distinguir las características escamasazules y relucientes del poderosoIryklagathra, al que los mortales solíanllamar Colmillos Afilados.

El semidragón llegó justo cuando losprimeros rayos del sol atravesaban lasnubes matutinas para prender fuego a lascimas cubiertas de nieve. Abazigalaterrizó en el centro del círculo formadopor los grandes wyrms. En cuanto suspies tocaron la dura roca recuperó suforma humana. No podría engañarlos

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con su aspecto, pues incluso en su formade dragón olerían en él su sangremestiza. Por orgulloso que fuera,Abazigal tenía la suficiente sensatezcomo para humillarse delante de los desangre pura. Le había costado unapequeña fortuna en oro y gemas lograrque fueran, y no pensaba ofenderloshablándoles como si fuera un verdaderodragón.

—Casi llegas tarde —dijo a modode saludo Saladrex, un anciano dragónverde. Su poderosa voz resonó por lasvecinas montañas. Saladrex era máspequeño y menos poderoso que sushermanos rojos y azules que se

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disputaban el control de la región, perotambién era astuto y ambicioso. Dándosecuenta de la oportunidad que se lepresentaba de ganarse un poderosoaliado, se había mostrado receptivo alos avances de Abazigal. Saladrex habíasido el primer wyrm que había accedidoa acudir a la cita y escuchar alsemidragón, aunque no gratis, porsupuesto.

Y ahora, al parecer, se había erigidoen el portavoz de los dragones reunidos,Abazigal sospechaba que el verde habíasido elegido porque muchos de losdemás, por ejemplo el magníficoColmillos Afilados, no se dignaban

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tratar con alguien tan insignificantecomo Abazigal.

—Mis más sinceras disculpas,Saladrex —replicó Abazigal,procurando reprimir por todos losmedios su voz sibilante por temor ainsultar a sus invitados de algún modoque ni siquiera podía imaginar. Lasmandíbulas le dolían por el esfuerzo,pero era un precio muy bajo si con ellopodía ganarse el apoyo de Saladrex ylos demás—. He volado toda la nochesin descanso para llegar a tiempo.Nunca se me ocurriría menospreciar aesta honorable asamblea obligándoos aesperar a alguien tan insignificante como

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yo.Su adulación pareció calmar la

irritación que había causado entre losdragones el hecho de llegar en el últimosegundo.

—Habla. Te escuchamos —declaróimpulsivo Sablaxaahl, un enorme perorelativamente joven dragón negro, quehacía gala de la impetuosidad propia desu edad—. Aunque no podemosimaginar qué puede ofrecernos unengendro humano como tú que puedainteresarnos.

Los demás wyrms aceptaron sinrechistar la mala educación del jovennegro. Otro signo de que no

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consideraban a Abazigal digno derespeto.

—Ah, justamente ése es mi potencial—replicó el semidragón—. No soy elhijo de un simple mortal, sino carne dela carne del dios Bhaal.

La asamblea rió con ruido sordo.—¿Presumes del linaje de un dios

humano que además está muerto? —inquirió Saladrex, divertido—. ¿Acasointentas impresionarnos, mestizo?

Abazigal tuvo que morderse lalengua para no decir lo que pensaba.

—Aún no habéis oído mi oferta,poderoso Saladrex —dijo tras aplacarsu ira—. Ciertamente Bhaal era un dios

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de los humanos, pero también era el diosdel asesinato y la destrucción, el Diosde la Muerte. Cuando renazca, buscarávenganza.

—Hablas como si el retorno deBhaal fuese inevitable, aunque sabemosque no está aún decidido. Se nos estáacabando la paciencia y todavía nohemos oído en qué podría beneficiarnosa nosotros.

—¿Acaso los dragones no son lascriaturas más majestuosas de todas lasque pueblan Faerun? —preguntóAbazigal retóricamente—. ¿Acaso losdragones no son las criaturas máspoderosas y las más inteligentes?

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Los wyrms no pudieron dejar deasentir. Ciertamente los dragones eranmuy inteligentes, pero ni los más sabiosde entre ellos eran inmunes a laadulación.

—No obstante, no son los dragonesquienes mandan —prosiguió Abazigal,seguro de haber captado la atención delos reunidos—. ¡Las criaturas inferiores(humanos, halflings, orcos, goblins) sereproducen como insectos! Se extiendencomo una plaga a lo largo y ancho deFaerun, queman bosques y convierten enpastos y en ciudades vuestros cotos decaza. Sus estúpidos héroes hacen causacomún para robaros vuestros tesoros y

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os siguen hasta vuestros cubiles con laintención de mataros para quedarse conlas riquezas que tan duramente habéisamasado. Y encima luego se pavoneanentre los suyos de haber dado muerte aun dragón.

Se oyeron murmullos deasentimiento entre los wyrms.

—Sólo gracias a su elevado númeroesas alimañas os han obligado a irretrocediendo hacia las zonas másagrestes para ampliar sus territorios.¿Cuánto tiempo pasará hasta que sedecidan a exterminaros por completo?

—¡Imposible! —exclamó un fogosojoven marrón—. ¡Nuestra raza jamás

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será destruida por esos patéticos einsignificantes bípedos!

—¿Afirmas que tú puedes evitarlo,Abazigal? —lo retó Saladrex.

—Así es. Cuando Bhaal renazcaejecutará su sangrienta venganza.Iniciará una guerra para que todo Faerunsufra por su muerte. Llevará a cabo ungenocidio de humanos y sus primos dedos patas que ni siquiera los más cruelestiranos de la historia habrían imaginado.

»¡Ése será nuestro momento!¡Diezmadas por la guerra las criaturasinferiores no contarán con el número deindividuos necesario ni tampoco con losánimos precisos para enfrentarse a los

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dragones unidos! ¡Será el momento desaquear el oro de sus ciudades! ¡Loshumanos y otros de su calaña seinclinarán ante vosotros! Y quienes nose sometan serán hechos esclavos, uobligados a retroceder hasta los mares ylos océanos ante el imparable avancedel ejército de wyrms. ¡Los dragonesvolverán a dominar Faerun!

Los dragones consideraron ensilencio la gloriosa visión que les habíapintado Abazigal. Fue Saladrex quienformuló la pregunta que Abazigal mástemía.

—¿Y para qué te necesitamos a ti,mestizo?

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—Yo seré el enlace entre el ejércitode dragones y las fuerzas de Bhaal. Yoguiaré la máquina de guerra de mi padrehacia los objetivos que el Consejo deDragones estime oportunos.

—¿Por qué crees que Bhaal nosayudará? —insistió Saladrex—. Él es undios humano.

—El Dios de la Muerte comprendela gloria de los dragones —les aseguróAbazigal—. Asumió la forma de un granwyrm para engendrarme, a mí, elheredero de su inmortal legado. Creoque es prueba suficiente de quecomprende que los dragones son la joyade la creación mientras que los humanos

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han nacido para ser esclavos.»¿Qué más te da a ti, Saladrex, que

tus esclavos humanos deban adorar aBhaal? Nada de nada. Y a Bhaal no leimportará que sus seguidores tengan queservir a los dragones, siempre y cuandolo reverencien a él.

Por la mueca de desdén queesbozaron los grandes labios verdes deSaladrex, Abazigal supo que aún noestaba convencido.

—Te lo aseguro, poderoso Saladrex,esta alianza será beneficiosa tanto paraBhaal como para los dragones. Comodescendiente de ambas partes, yo meocuparé de defender justamente los

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intereses de ambos.—Es posible que digas la verdad —

resopló Saladrex—, pero los pocosreunidos aquí no son suficientes.Tenemos que reclutar a más dragonespara la causa. Si los ancianos rojos nose unen a nosotros, los demás tampocolo harán, y ellos aceptarán seguirte.¡Ninguno de los de mi sangre se fiaríade un sucio mestizo!

Abazigal inclinó respetuosamente lacabeza, aceptando el insulto, pues sabíaque era la verdad.

—No siempre seré un mestizo —dijo con suavidad—. Cuando mi padrerenazca me concederá cualquier deseo

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que le pida. Y le pediré que meconvierta en un dragón de sangre pura.

Los dragones reunidos se rieron.Abazigal mantuvo la cabeza gacha,incapaz de enfrentarse con lahumillación de la burla. Pero Saladrexno se reía.

—Si realmente Bhaal comprende lasuperioridad de los dragones, teconcederá ese deseo —susurró sólopara Abazigal, mientras los demás sereían a mandíbula batiente—. Búscamecuando por tus venas corra la sangrepura de un dragón y me uniré a tu causa.Luego, tú y yo juntos, reuniremos a losdemás.

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Con el corazón henchido de gratitudy alivio Abazigal levantó la cabeza,pero Saladrex ya había alzado el vuelo ybatiendo sus poderosas alas se alejabapor el cielo matutino. Los demásdragones, riéndose aún del mestizo queaspiraba a convertirse en uno de ellos,también alzaron el vuelo.

Su fuerte aleteo levantó grandesnubes de polvo y tierra, y creóimpetuosos remolinos y torbellinos quegolpearon a Abazigal. Pero elsemidragón se mantuvo firme; no queríamostrar debilidad ante aquellos quepronto serían sus iguales. Se quedó en elmismo lugar hasta mucho después de que

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los dragones se desvanecieran,repitiéndose jubiloso la promesa deSaladrex.

Abdel llegó por fin a lasestribaciones septentrionales de lasmontañas Alimir al atardecer del cuartodía. Allí se perdía el rastro del jovendragón que había raptado a Jaheira. Enaquella inhóspita región no habíatestigos del paso del dragón, ni árbolesni pastos aplastados por los fuertesvientos que generaba a su paso el wyrm.Nada indicaba el rumbo que podía habertomado la bestia.

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Allí, en las estribaciones, todo eraroca dura cocida al sol y esculpida porlos vientos durante cientos de años. Lasmontañas Alimir se extendían hacia elsur, mucho más allá de donde a Abdel lellegaba la vista. Si el leviatán tenía suescondrijo en las profundidades de lacordillera, Abdel jamás podría hallarloni a él ni a su amada.

Melissan le había dicho que eldragón trabajaba para Abazigal, yAbazigal era uno de los Cinco, lo que leobligaba a mantener frecuentes contactoscon los demás miembros del grupoclandestino para trazar planesdestinados a exterminar a todos los hijos

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de Bhaal. Por tanto, el hechicero teníaque estar al corriente de los sucesosacaecidos más allá de su reino de lamontaña, lo cual le resultaría mucho mássencillo si situaba su enclave en la partemás septentrional de la cordillera. Eralógico suponer que la mascota deAbazigal, que es lo que Abdel suponíaque sería el joven dragón rojo que habíaraptado a Jaheira, asimismo habríaconstruido su cubil en los ramalesseptentrionales de la cordillera.

No obstante, el mercenario eraconsciente de que tardaría semanas omeses escalar las docenas de picos ycimas que se hallaban a un sólo día de

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marcha de donde se encontraba. Era unaempresa inútil. Por suerte tenía un plan.Estaba seguro de que Abazigalencomendaba a su joven lagarto voladortareas muy diversas: la de mensajero,bestia de carga, explorador y refuerzomilitar. Todo lo que Abdel tenía quehacer era esperar a que la bestiaapareciera de nuevo en el cumplimientode una misión y espiarla cuandoregresara a su cubil. Una vez quedescubriera en qué pico se escondía,Abdel lo escalaría para vengarse.

Reconoció el terreno hasta dar conuna pequeña cueva donde poder dormiry ocultarse, aunque manteniéndose listo

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para salir rápidamente cuando oyera elinconfundible aleteo de unas alas dedragón. Debería ser asimismo un lugardesde el que se vieran con claridad losnumerosos picos que salpicaban elhorizonte para así seguir el vuelo de supresa. Tras haber hallado el lugar quereunía todas aquellas condiciones,Abdel se metió dentro y esperó.

Anocheció, pero Abdel no dormía.Durante el viaje a pie incluso él teníaque detenerse cada día para descansarmás o menos una hora, pero ahora,cuando únicamente debía vigilar, laforma física avatar de Bhaal nonecesitaba dormir ni descansar. Abdel

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observaba y esperaba en actitud alerta eimpaciente, pues sabía que a cadasegundo que pasaba las ya escasasesperanzas de encontrar a Jaheira convida disminuían.

Cerca de la medianoche oyó unsonido; alguien registraba la zonaadyacente a la cueva. No se trataba deun dragón sino de un intruso muchomenor. Abdel se arrastró hasta laentrada de su improvisado refugioprocurando no hacer ningún ruido. Elfornido mercenario no quería de ningúnmodo delatar su presencia, pues noquería arriesgarse a un encuentro casualque pudiera alertar a Abazigal o al

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wyrm; solamente quería ver quién seestaba arrastrando por las rocascercanas a su cueva.

A la luz de la luna llena distinguióuna silueta oscura: la de un hombregigantesco ataviado con una pesadaarmadura provista de feroces pinchos yde hojas letales forjadas sobre laspiezas de metal. Al ver a suhermanastro, que lo había traicionado enSaradush, toda idea de mantenerseoculto abandonó su mente, siendoreemplazada por un odio tan primarioque solamente fue capaz de gritar unnombre para expresar su furia.

—¡Sarevok!

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El hombre de la armadura se volvió,listo para recibir el implacable asaltodel mercenario. Tuvo que desviar laespada que trataba de hundirse en unpunto vulnerable entre las impenetrablespiezas de hierro. Abdel chocó contraSarevok y ambos cayeron.

Rodaron por el suelo. Sarevokestrechó fuertemente entre sus brazos aAbdel, inmovilizándole lasextremidades superiores para impedirleque atravesara con la espada la corazade hierro que lo protegía.

Abdel se retorció para tratar dedeshacerse del abrazo de Sarevok y usarsu arma. Mientras forcejeaban notaba

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las hojas de su rival en las espinillas ylos antebrazos, que se le clavaban una yotra vez en la carne. Las heridas secerraban al instante, pero el continuodolor lo enfureció aún más.

Sarevok aún poseía una fuerzasobrehumana, pero Abdel sabía que alderrotar a Yaga Shura había adquiridoun poder que lo hacía físicamentesuperior a cualquier rival, incluido suhermanastro, que compartía la sangre deBhaal. No obstante, no podía romper elabrazo de Sarevok. Éste se hallaba enuna posición más estable y le asía lamuñeca derecha con su mano izquierdacon garra de hierro, haciéndole así casi

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imposible separar las manos.Sin embargo, no se daba por

vencido. Daba sacudidas y se revolvía,lanzando todo su peso ora a un lado oraal otro. A un hombre de menor tamañolo habría zarandeado como a unamuñeca de trapo, pero gracias a susgigantescas dimensiones Sarevokresistía. Abdel sabía que al final suenemigo acabaría por cansarse, o loagarraría con algo menos de fuerza, yentonces él se liberaría y podría hacerpedazos a su medio hermano.

También Sarevok lo sabía, por loque lo mantenía sujeto con firmeza altiempo que trataba de hacerlo entrar en

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razón. Pero Abdel había cerrado losoídos a las mentiras de su hermanastro.Sin pensar en el dolor ni en las heridasque él mismo iba a infligirse, estrelló sufrente contra el visor de Sarevok. Fue unmovimiento desesperado, unaestratagema que le había dado muy buenresultado en muchas peleas de tabernacuando no podía usar las manos. Perogolpear con la cabeza un visor de hierromacizo no daba los mismos resultados.

Una y otra vez Abdel estrelló lacabeza contra el yelmo de hierro. Lanariz se le rompió lanzando un chorro desangre, se curó al instante einstantáneamente volvía a romperse de

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nuevo cuando Abdel volvió a golpear laarmadura de Sarevok.

El sabor de su propia sangre nolograba aplacar su ira, pero Sarevok nocedía. Durante casi una hora los doscombatientes lucharon unidos en unférreo abrazo. Ambos guerreros llevaronsus cuerpos hasta los límites de sucapacidad, ambos puestos a prueba porel único otro ser sobre la faz de Faerunque era digno rival. Finalmente entraronen juego los extraordinarios poderesregenerativos que tenía Abdel.

Los dedos de Sarevok que seaferraban a la muñeca de su rivalperdieron fuerza y tampoco pudo seguir

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manteniendo su férreo abrazo. Abdellevantó los brazos, empujó a Sarevok yse puso de pie de un salto. Su rival,agotado y con los músculos entumecidostras la prolongada lucha, se quedótumbado inmóvil sobre el rocoso suelo.Si en vez de ser un espectro con formafísica Sarevok hubiese sido humano,estaría jadeando, tratando de respirar.Pero tal vez el guerrero no era más queuna armadura de hierro sin vida tiradaen el suelo.

Lentamente Abdel alzó la espadacon la intención de acabar con laexistencia que él mismo había dado a suaborrecible hermanastro. Durante la

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larga y extenuante pelea para liberarsede las garras de Sarevok, la furiaasesina había desaparecido. AhoraAbdel se movía con la circunspecciónde alguien que está a punto de acabar untrabajo largo y duro.

—No puedo vencerte, Abdel —admitió Sarevok con voz fría ymonótona—. Ambos hemos visto cómolas heridas que mi armadura te causabaaccidentalmente durante nuestra lucha note afectaban. Estoy a tu merced,hermano.

Casi contra su voluntad Abdel habíaparalizado la mano al oír la voz deSarevok. Al darse cuenta de que

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vacilaba, tensó los músculos, listo paradescargar el golpe de gracia.

—Al menos dame la satisfacción desaber por qué me matas —pidió Sarevokcon voz totalmente inexpresiva.

A su pesar, Abdel respondió.—¿Cómo te atreves a preguntarme

eso después de traicionarnos enSaradush?

El yelmo de hierro, abollado ymanchado con la sangre procedente dela nariz tantas veces rota de Abdel, semeneó imperceptiblemente de un lado alotro.

—No soy ningún traidor, Abdel. Sino me crees, mátame y pon así fin a mi

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regreso al mundo mortal. Pero si deseasaveriguar la verdad, aparta la espada.

Abdel alzó la espada por encima dela cabeza pero no golpeó. Lospensamientos se agolpaban en su mentey daban vueltas. El mercenario estabademasiado cansado para enfrentarse a unnuevo dilema sobre en quién confiar.Incapaz de decidir si sus sospechasacerca de Sarevok estaban justificadas,no podía matarlo. Asqueado consigomismo dejó que el arma se le deslizarade la mano y cayera ruidosamente alrocoso suelo.

Lentamente Sarevok se incorporó.—¿Así pues me crees inocente de

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traición? —preguntó.—Ya no sé en qué creer —replicó

Abdel, poniéndose dificultosamente enpie. Entonces recogió la espada, dio laespalda a Sarevok y regresó al interiorde la cueva. Un momento más tarde oyóel chirrido de metal contra metal quehizo Sarevok al levantarse y seguirlo.

—He venido para ayudarte —declaró el guerrero de la armadura, altiempo que se sentaba junto a suhermanastro dentro de la pequeña cueva—. Cuando me devolviste la vida jurépermanecer a tu lado, hermano, y noromperé mi juramento. Por eso te heseguido desde el campo de batalla de

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Saradush.—¿De veras ha sido por eso? —

inquirió Abdel con sarcasmo—. ¿O hasvenido a acabar el trabajo que el dragónde Abazigal dejó a medias?

Sarevok negó con la cabeza.—¿Abazigal? No me suena el

nombre.Abdel suspiro, aún incapaz de

decidir si Sarevok le decía la verdad.—Es uno de los Cinco —explicó—.

Si la información de Melissan esfidedigna, se trata de un semidragón. Sumascota asoló Saradush justo despuésde la emboscada que diezmó el ejércitode Gromnir.

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Sarevok ladeó el yelmo.—Y naturalmente tú me culpas a mí

de esa emboscada.—¿A quién si no? —replicó Abdel,

encogiéndose de hombros—. Túconocías el plan de batalla y tuvisteoportunidad de enviar un mensajero alejército apostado al otro lado de lamuralla. Además, desapareciste en labatalla. ¿Te extraña que creyera que túeras el traidor?

—Esas pruebas podrían apuntar aotros. Gromnir también conocía nuestrastácticas. De hecho, fue ese general locoquien ideó la estrategia. Y también éldesapareció en la batalla.

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—No, Gromnir no preparó latrampa. Lo vi morir en el fragor delcombate.

—¿De veras? ¿Lo viste de verdad opensaste que lo habías visto morir?

—Yo estaba allí cuando murió —insistió Abdel—. Yo lo maté… quierodecir que vi cómo se mataba solo.Aplastado por su propio caballo.

—Tal vez solamente viste lo queGromnir quería que vieras —le advirtióSarevok—. Ese general calimshita eraun hijo de Bhaal, Abdel. ¿Crees deverdad que bastaba con una caída delcaballo para matarlo?

Abdel se quedó sin palabras. Lo que

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sugería Sarevok era improbable pero noimposible. Desde que descubriera supropia increíble ascendencia, Abdelhabía aprendido a aceptar lo improbablecasi con normalidad, pero no estabapreparado aún para aceptar la teoría deSarevok sin cuestionársela.

—Si Gromnir era un traidor alservicio de los Cinco, ¿por qué seocultaba en Saradush con Melissan ytodos los demás hijos de Bhaal?

—Imagina que eres un servidor delos Cinco, incluso su líder, del que sólosabemos que se da en llamar el Ungido.Entonces te enteras de que los hijos deBhaal que quieres exterminar han

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buscado refugio en Saradush. ¿Por quéno acudir a la ciudad con tu ejército?

Cuando Abdel asintió, Sarevokprosiguió.

—¿No crees que pensarías en unaastuta treta para que te abrieran laspuertas? ¿No buscarías el modo deinfiltrarte entre sus filas?

Nuevamente Abdel asintió.—Tal vez Gromnir se presentó en

Saradush con la intención de destruirla.Tal vez sus soldados calimshitas no eranmás que la vanguardia del grueso delejército de Yaga Shura. Gromnirconvenció a los habitantes de la ciudadpara que le franquearan la entrada a la

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ciudad y luego se hizo con el poder. Deese modo, cuando las tropas de YagaShura llegaran, Gromnir controlaríaambos lados del sitio.

—Pero ¿qué sentido tenía pasar portodo el asedio? —protestó Abdel—.¿Por qué no se dedicó a matar a loshijos de Bhaal al llegar al poder?

Sarevok se encogió de hombros,produciendo el ya familiar chirridometálico.

—Quizá no esperaba que Melissanestuviera allí. Es una mujer muypoderosa, Abdel. Tal vez Gromnir sevio obligado a mantener la farsa pormiedo a Melissan.

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»O tal vez —prosiguió, tratando deimitar lo mejor que pudo un susurro consu monótona voz—, tal vez Gromnirsabía que irías. Tal vez el objetivo detoda esa farsa era atraerte a Saradush ymanipularte para que te batieras conYaga Shura. Por desgracia túsobreviviste y Gromnir tuvo queescenificar su propia muerte paraocultar su traición.

—No, es demasiado rebuscado —declaró Abdel tras un momento dereflexión—. Es un complot demasiadoenrevesado, demasiado intrincado.

—Así es como piensan la mayorparte de los hijos de Bhaal —le recordó

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Sarevok—. Llevamos la traición ennuestra sangre y haríamos cualquier cosapara alcanzar nuestros inconfesablesobjetivos.

—¿Incluso inventar una historiafantástica de engaños y mentiras paraencubrir tu traición?

Sarevok no replicó a las veladasacusaciones de Abdel. Tras variosminutos de incómodo silencio, tomó denuevo la palabra.

—¿Quieres que me marche,hermano?

—Sí. No puedo confiar en ti,Sarevok. No puedo confiar en nadieexcepto en mí mismo. Si eres inocente

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de esos crímenes, no deseo derramar tusangre. Por tanto te concederé elbeneficio de la duda. Pero entiende bienuna cosa, hermano, si volvemos aencontrarnos sabré que eres responsablede esa carnicería. Y te mataré.

Sarevok se puso en pie con una seriede ásperos chirridos de metal.

—Lo entiendo.El guerrero de la armadura dio

media vuelta y se marchó. Abdel fueoyendo el tintineo de la armadura de suhermanastro cada vez más débil, hastaque el último sonido fue el suavesusurro del viento.

Entonces murmuró una breve

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plegaria aunque sabía que ningún diosvivo oiría sus súplicas. Rezó para habertomado la decisión correcta al salvar lavida a Sarevok, y rezó para que Jaheirasiguiera con vida, estuviera dondeestuviera.

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15

Imoen llevaba casi siete días viajandojunto con Melissan y el pequeño grupode soldados y refugiados de Saradush.Por lo que ella sabía, era la únicadescendiente de Bhaal entre ellos.Costaba imaginarse que de las docenas ydocenas de hombres y mujeres quecompartían la contaminada sangre deBhaal, solamente ella y Abdel habíansobrevivido a la masacre de Saradush.

La joven cambió de posición en lasilla. Melissan había conseguidocaballos para todos, con lo que al menos

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el viaje era soportable. Pero incluso acaballo no era nada agradable. Cadamañana se ponían en camino antes delamanecer y cabalgaban hasta muchodespués de que anocheciera. Por fin, trasuna semana, su arduo periplo seaproximaba a su fin.

Habían partido hacia Amkethran lamisma mañana que Abdel emprendió lapersecución del dragón que se habíallevado a Jaheira. No obstante, mientrasque Abdel había tomado dirección sur,Melissan y su grupo se habíanaventurado hacia el oeste por una rutacomercial muy bien conservada llamadacamino de Ithal.

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Gracias a las muchas horas que sehabía pasado enfrascada en los mapasque se guardaban en la biblioteca delalcázar de la Candela, soñando con unavida al otro lado de los muros delaburrido monasterio, Imoen podíaorientarse incluso en aquella región quele era desconocida. Sabía que la aldeade Amkethran se encontraba a varioscentenares de kilómetros al sudoeste deSaradush. No obstante, no tenía nada deextraño que Melissan los condujera porun camino mucho más largo al seguir esecamino de Ithal, que discurría endirección oeste.

El modo más directo de ir de

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Saradush a Amkethran era atravesar elcorazón del bosque de Mir o, comomuchos lugareños lo llamaban,Khalamjiri, el bosque de los colmillosmortales. Y aunque hubiesensobrevivido al viaje por la letal floresta,habrían salido a los pies de lasinfranqueables montañas delMovimiento. Así pues, Melissan habíaelegido el único camino posible.

Durante los primeros cuatro díashabían avanzado por el camino de Ithal.No doblaron hacia el sur hasta que sehallaron a un día de marcha a caballo dela ciudad mercante de Ithmong, habiendodejado ya atrás el extremo occidental

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del bosque de Mir. Dos días más acaballo los habían conducido al límitedel desierto de Calim, donde a latensión y el cansancio de la larga ypenosa huida se había unido todo un díaa caballo bajo el abrasador calor deaquel interminable mar de arena.

Imoen sentía las piernas entumecidasasí como doloridas, pues sus músculosno estaban acostumbrados a mantenersea lomos de un caballo durante tantosdías sin apenas descanso. También eltrasero le dolía y además lo tenía llenode ampollas debido al continuo roce conla silla. Su piel, antes tan blanca, se veíaroja y cuarteada por efecto del viento y

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del sol, que justo empezaba adesaparecer en el horizonte. Y lasescasas raciones de agua que serepartían desde que entraron en eldesierto no conseguían aplacar la sed.

Por suerte, aquel suplicio acabaríapronto. Desde primera hora de la tardepodía distinguir en la distancia unedificio de mármol reluciente, que ellase imagino que sería el monasterio deAmkethran. Melissan le había contadoque el prior era un hombre llamadoBalthazar, el cual le ofrecería refugio, ytambién a Abdel cuando se reuniera conellas.

Por fin llegaron a su destino cuando

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la última luz del día se apagaba y elfresco de la noche llegaba para calmarsus abrasados cuerpos. Lo que Imoenvio no pasaba de ser una aldea formadapor tiendas y cabañas de barro cocidoagrupadas alrededor del monasterio. Enun extremo del pueblo se alzaba unordinario edificio de dos plantas quepodía ser un templo.

Mientras cabalgaban por laspolvorientas calles de Amkethran, Imoenno pudo dejar de fijarse en los rostrosbronceados y curtidos de quienes seafanaban escarbando la dura tierra deldesierto. En comparación con losimponentes muros de mármol blanco que

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se alzaban en el límite oriental, la aldease veía aún más paupérrima einsignificante. El perímetro de lasdefensas de la residencia fortificada deBalthazar, de casi diez metros de alto,empequeñecía todas las demásestructuras.

Aunque se arriesgaba a que le dieraun calambre en las piernas, Imoenespoleó a su caballo para ponerse a laaltura de Melissan, que cabalgaba a lacabeza del grupo.

—Parece que a ese Balthazar legusta restregar su fortuna ante lasnarices de los lugareños —susurró,indignada ante lo que ella consideraba

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una ostentosa exhibición de poder yriqueza ante la extrema pobreza deAmkethran.

—No digas tonterías —la reprendióMelissan—. Detrás de esos murosBalthazar y sus monjes llevan una vidade pobreza y privaciones. Esos muros sealzaron para proteger el monasterio, nopara hacer ostentación.

Imoen se ruborizó y clavó la vista enel suelo. Admiraba profundamente aMelissan. Era hermosa, fuerte y tambiénsabia. Tanto hombres como mujeres lamiraban con respeto. Imoen se sentíaatraída hacia aquella misteriosa mujerque se había convertido en su

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protectora, y no conseguía apartar losojos de la atlética e imponente figuravestida de negro. A Imoen le encantabael modo de vestirse de Melissan. No erasólo que aquellas ropas negrasaumentaran aún más el misterio que laenvolvía, sino también que no dejabanentrever nada de su cuerpo, cosa quemuchas mujeres hacían para atraer lasmiradas masculinas.

Imoen había hecho aquelloscomentarios sobre Amkethran con laúnica intención de impresionar aMelissan. Pero, en vez de eso, se habíapuesto en ridículo. Por suerte Melissanno había reparado en lo avergonzada

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que se sentía, o había tenido la decenciade fingir que no reparaba en ello.

La muchacha trató de salvar lasituación explicándole por qué habíahecho ese comentario.

—Bueno, quería decir que nocomprendo por qué tuvieron queconstruir el monasterio justo en elextremo oriental de la aldea. De esemodo proyecta su sombra sobre todoAmkethran. Deben de pasar horas hastaque los lugareños ven los primerosrayos del sol.

Melissan echó el cabeza hacia atrásy soltó la carcajada, con lo que suscabellos negro azabache le cayeron en

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cascada sobre la espalda.—Me parece que has entendido al

revés la historia de Amkethran, miquerida muchacha. El monasterio fueconstruido hace muchas generaciones.Es la aldea la que es nueva. Y no escasualidad que los pocos que decidenvivir aquí alcen sus hogares a la sombradel monasterio.

»Tú solamente has pasado un díabajo el abrasador sol de los Imperios dela Arena. Pero incluso así seguro que tedas cuenta del alivio que supone contarcon algunas horas extra de sombra aldía. Vigila lo que dices en las calles deAmkethran. Balthazar y sus monjes son

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muy apreciados.Tras la reprimenda, Imoen tan sólo

pudo balbucear una disculpa.—Yo… lo siento, Melissan. No

quería faltar al respecto a nadie.La espigada mujer alargó un brazo y

posó su elegante mano sobre el hombrode Imoen en gesto tranquilizador. Lamuchacha se estremeció al contacto.

—Tu preocupación por los menosafortunados resulta conmovedora,Imoen. En este caso no es necesaria,pero nunca debes pedir perdón por esosimpulsos de ayudar a tus semejantes.Cuando yo era joven era tan vehementecomo tú.

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Imoen alzó la vista hacia los ojos deMelissan y leyó en ellos compasióngenuina y sincera. Quiso decir algo más,pero temía echar a perder el momento, yel momento pasó.

Melissan apartó la mano de suhombro, con lo que la eléctricasensación desapareció, y espoleó sumontura.

—Voy a avisar a los monjes denuestra llegada —gritó por encima delhombro—. Ya hablaremos cuandoestemos a salvo en el monasterio.

Imoen contempló cómo Melissan sealejaba al galope sin poder apartar lavista de la magnífica melena negra

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azabache que ondeaba tras ella.

Cómodamente instalado en suguarida de dragón, rodeado por susfieles mascotas, Abazigal fantaseabasobre cómo sería su futuro siendo unwyrm de sangre pura. Cuando Bhaalresucitara lograría el respeto quemerecían los verdaderos dragones,disfrutaría de su gloriosa existencia. Él,al que rechazaban por ser un mestizo,sería aclamado como héroe por todoslos dragones tras convertirlos de nuevoen los señores de Faerun.

Había llegado muy lejos desde sus

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humildes comienzos. Abazigal norecordaba nada acerca de su madredragón. ¿Lo había rechazado como laabominación que era o bien lo protegióy lo alimentó? Eso ya no importaba. Sumadre no era más que un conceptoidealizado, su nexo con la gloria de losdragones, y también un modo de negar lahistoria de su juventud.

Los primeros recuerdos de Abazigaleran de su cruel maestro, un infamehechicero empeñado en descubrir lossecretos de los dragones a través de latortura y sus sádicos experimentos.Abazigal fue su esclavo. Le limpiaba ellaboratorio, cuidaba de los huevos de

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dragón que el mago robaba, alimentabaa las crías cuando nacían y se deshacíade sus pobres cuerpos destrozados yrotos cuando los experimentos delhechicero fracasaban.

También su maestro experimentaba amenudo con él, aunque siempre tuvomucho cuidado de no provocarle lamuerte. Podía conseguir huevos dedragón por docenas, pero un mestizo dedragón y humano era realmente unabestia insólita.

Y como bestias trataba el mago aAbazigal y a los dragones que manteníaprisioneros en su laboratorio. Con susexperimentos destruía sus mentes, y los

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afortunados que sobrevivían a lasiniestra investigación quedabanconvertidos en meros brutos, incapacesde hablar ni de hacer magia. Undespreciable brujo humano que osabausar a los wyrms para sus retorcidospropósitos les arrebataba su magníficainteligencia.

Abazigal no era ningún brutodescerebrado, aunque en presencia de suamo se fingía imbécil. Se ganó muchaspalizas por fingirse incapaz de seguirincluso las instrucciones más simples,pero eran un precio muy bajo a cambiode mantener el engaño. Como le creíaestúpido e inofensivo, el mago le

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permitía andar a sus anchas por ellaboratorio. Mientras el maestroestudiaba los secretos de Abazigal y delos dragones, Abazigal estudiaba lossecretos del mago.

Gracias a la inteligencia innataheredada de su madre aprendió demanera autodidacta las intrincadas artesmágicas. A cambio tuvo que pasarmuchos años sometido al yugo del cruelmago. Cuando ya sabía todo lo que elmaestro podía enseñarle, se volviócontra él.

El mago tuvo una muerte lenta y muydolorosa. Abazigal se vengó no sólo porsu propio padecimiento sino por el

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sufrimiento de los dragones de sangrepura a los que había visto torturardurante tantos años. El humano pagó conuna larga agonía cada huevo aplastado,cada cría muerta, cada wyrm convertidoen una estúpida bestia que ya no merecíael nombre de dragón.

Con su recién ganada libertad noolvidó su responsabilidad hacia losjóvenes dragones que el hechiceromantenía encerrados. Eran una docenaque podrían valerse por sí solos pues eldaño mental era excesivo. Abazigal losadoptó. Trató de restaurar su mente, deelevarlos a la posición que lescorrespondía, pero el daño infligido por

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el maestro era irreparable.Tal vez lo mejor hubiese sido

matarlos, poner fin a su patéticaexistencia. Pero, pese a todas sus taras,Abazigal fue incapaz de destruirlos. Asípues se convirtieron en sus mascotas, ensu ejército de casi dragones, todos ellosfieles hasta la muerte y que le obedecíansin rechistar tan bien como les permitíansus limitadas capacidades.

Abazigal procuró mantener ensecreto la existencia de sus mascotas. Silos verdaderos Wyrms llegaban aenterarse posiblemente los matarían,pues los considerarían un insulto a suespecie. No obstante, había permitido

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que la mayor de sus mascotas, un rojoaún joven pero que pronto sería adulto,participara en el asedio de Saradush.

Su mascota se había comportadomuy bien y había matado a docenas dehijos de Bhaal en la batalla. Una partede Abazigal esperaba que el dragóndecidiera tratar de sobrevivir solo en elmundo y no regresara al cubil, pero síhabía vuelto, y con un regalo: unasemielfa.

Abazigal sabía quién era, la amadade Abdel Adrian, y el mercenario seacercaba en busca de venganza. Sinduda en aquellos momentos avanzabapor las llanuras bajo el sol del

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amanecer, siguiendo el rastro de sumascota que conducía a las montañasAlimir. Aunque su enemigo cabalgara,Abazigal sabía que aún tardaría variosdías en llegar.

Lo más sensato era armarse depaciencia y esperar hasta que Abdelllegara para entonces lanzar contra él asus mascotas. Ningún hombre, nisiquiera un hijo de Bhaal, podría resistirel ataque combinado de una docena dedragones. Desde la reunión con elconsejo de dragones la mañana anteriorse sentía impaciente. Había sufridodurante años la tiranía del maestro,esperando en vano aprender algo que le

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permitiera dejar de ser un mestizo.Luego había tramado y conspirado conaquella infecta drow llamada Sendai yel resto de los Cinco para resucitar a supadre.

Ahora sentía que tenía al alcance elcumplimiento de su gran deseo. Cuandoantes Abdel Adrian muriera, antesregresaría Bhaal y antes le concedería eldeseo de convertirse en auténticodragón. Entonces Saladrex apoyaría suplan para restituir el poder a losdragones.

Abazigal llamó la atención de susmascotas con un penetrante silbido.

—Buscad a Abdel —dijo muy

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lentamente, para que sus débiles mentespudieran procesar la información—.Buscadlo en las llanuras hacia el norte.Cuando lo encontréis, matadlo.

Uno a uno la docena de jóvenesdragones que servían a Abazigalsaltaron de la boca de la gran cavernacon el mismo entusiasmo de siempre porcumplir sus órdenes. Corrieron conestrépito por la altiplanicie en la queAbazigal había construido su cubil,ganando velocidad y dirigiéndose hacialos precipicios que limitaban por loscuatro lados la cima de la montaña.Lanzando sus gritos de guerra selanzaron hacia el vacío y cayeron en

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picado hacia el suelo. En el últimosegundo impulsaron sus impresionantesmoles de dragón y se alzaron hacia elcielo de la mañana. Sus gritos resonaronlargo rato en las montañas.

Abazigal contempló su partida. Suvuelo era tan magnífico como el decualquier dragón verdadero. Y pronto élsería uno de ellos.

Abdel pasó toda la noche en blanco.Cuando los primeros rayos del albaasomaron tras las cimas de las montañase iluminaron la entrada de la cueva, sesentía fresco y lleno de energía, y no

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cansado y magullado como después dela lucha con Sarevok. Entonces los oyó:los inconfundibles gritos de dragones envuelo.

Salió corriendo de la cueva yescudriñó el cielo, buscándolos. Para suasombro no vio a uno solo, sino casi auna docena. Sus enormes cuerpos selanzaban al vacío desde lo alto de unacumbre próxima, remontaban el vuelo yse alejaban. Fascinado por elespectáculo, se quedó quieto,contemplándolo.

Los dragones volaron hacia el norte,ajenos a la presencia del humano quemuy cerca, en dirección sur, observaba

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su progreso. Cuando el último de loswyrms desapareció en el horizonte,Abdel emprendió camino hacia lacumbre desde la cual se habían lanzado,seguro de que allí encontraría aAbazigal y, con suerte, también aJaheira. Si tenía alguna esperanza desalvar a su amada, tendría que dar conella y escapar antes de que el ejército dedragones regresara.

En menos de una hora se plantó en labase de la montaña de Abazigal, pero lequedaba por delante lo más difícil:escalar una pared de roca lisa detrescientos metros. Al estudiar elobstáculo que tenía delante el

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mercenario distinguió algunos salientesde pequeño tamaño y cornisas losuficientemente grandes para que unhombre se pusiera en pie sobre ellas. Noobstante, eran pocas y muy espaciadas.Llegar a lo alto suponía una escaladalibre sin posibilidad de detenerse ydescansar. Pese a su naturalezasemidivina, incluso la resistencia deAbdel tenía un límite, y ése era elmomento de descubrir hasta dóndellegaba.

Con la esperanza de que sus poderesde regeneración impedirían que sematara en caso de caída, inició elascenso. Cualquier hombre normal que

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osara siquiera escalar esa montaña sehabría despeñado mucho antes de llegaral primer saliente. Pero Abdel tenía lafuerza necesaria para subir su cuerpo apeso por la ladera de la inexpugnablemontaña.

Sus poderosas manos hallabanasideros en el sinnúmero de pequeñasgrietas y fisuras que cubrían elprecipicio. Con las botas arañaba ladura superficie buscando dóndeapoyarse. Muchas veces tenía queaguantar todo el peso con solo un brazoy alzar a pulso su corpachón hasta quecon los dedos resbaladizos de sudor dela otra mano hallaban un diminuto

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saliente un poco más arriba.Incansablemente sus miembros luchabancontra la fatiga mientras él se quedabacolgado del vacío, sabiendo que si caíase estrellaría contra las rocas del fondo.Pero cada vez la inmortal esencia de supadre le proporcionaba la fortaleza paraalzar el cuerpo y apoyarse en lasiguiente cornisa, donde poder detenersey descansar unos minutos.

Cuanto más arriba subía, másdificultosa le resultaba la escalada. Laatmósfera se enrarecía por momentos,con lo que le costaba respirar. El fríoaire de las altitudes le congelaba losmiembros, que se le ponían rígidos y le

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pesaban. Una fina capa de hielo locubría todo y se introducía en las grietasque él usaba para seguir ascendiendo,por lo que no podía evitar resbalar.

Cuando al fin pudo subir una piernasobre la altiplanicie de la cumbre, el solhabía llegado a su punto máximo.

Había tardado más de tres horas enescalar la montaña, justo cuando eltiempo era de vital importancia. Aunqueestuviera decidido a salvar a Jaheira, nodudaba de lo que ocurriría si losdragones regresaban y lo encontrabanallí, en la cima. Apenas había logradosobrevivir a su encontronazo con unosolo de los monstruos alados; una

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docena lo harían pedazos.En el centro de la meseta se abría un

enorme agujero; una entrada a loskilómetros de corredores, cuevas ycavernas que se internaban hasta elmismo corazón de la montaña. En algúnlugar de aquel laberinto de rocaencontraría a Jaheira, o eso esperaba.

Desenvainó el pesado sable que lecolgaba a la espalda y se dirigió condecisión a la entrada de la caverna. Peroantes de llegar allí una figura emergiódel pozo y se plantó frente a él.

Tenía la forma de un hombre, pero lapiel estaba recubierta de escamasmulticolores. La cabeza era lisa y sin

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pelos, y los ojos como los de un reptil.—No te esssperaba tan pronto —

siseó. Cuando hablaba le asomaba porla boca una lengua bífida que se agitabaen el aire—. Misss mascotasss tebussscan en lasss llanurasss del norte.

—He venido a buscar a Jaheira —anunció Abdel, blandiendo la espadacon determinación—. Devuélvemela yme marcharé.

—Tu amante ya no exissste —lereplicó el monstruoso ser—. Yomisssmo acabé con ella.

Aquella especie de lagarto se echó areír. Abdel ya no podía seguir negandola terrible verdad: Jaheira estaba

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muerta. Abrumado por el dolor lo únicoque conseguía hacer era sacudir lacabeza en gesto de impotente negación.Por la mente le pasaron imágenes de suespeluznante fin alimentadas por elúltimo recuerdo que tenía de ella, el deJaheira debatiéndose en las garras deldragón.

Se imaginó su hermoso rostrocontraído en una interminable agoníamientras el dragón la estrujaba sinpiedad, rompiéndole todos los huesoscomo ramas secas. Se imaginó cómoechaba la cabeza atrás para lanzar unsilencioso chillido cuando la bestia leatravesaba la armadura y el pecho con

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una de sus crueles garras, al tiempo quelos helados vientos que levantaba eldragón en su vuelo la congelaban.

—¡No! —gritó Abdel. Su mentebuscaba desesperadamente una últimabrizna de esperanza—. ¡No! ¡No piensoaceptarlo! —Recordaba ese mismodolor. En el pasado ya pensó una vezque la había perdido, pero lossacerdotes de Gond habían logradoresucitarla.

—¡Devuélvemela! ¡Aún estoy atiempo de salvarla!

Abazigal resopló y sus labios dereptil se curvaron en una desdeñosasonrisa.

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—¿Por qué tendría que essscuchartusss súplicasss?

Abdel sabía que su petición sonabaabsurda. Era una locura suplicar a suenemigo mortal por la vida de su amada,pero ya no le importaba. Todo lo quequería era recuperar a Jaheira.

—Te daré lo que quieras —prometió Abdel, frenético—. Miesencia, mi espíritu, mi alma… ¡Lo quesea!

La única respuesta fue un despectivoresoplido.

—¡Essstá muerta, idiota! ¡Murió amisss piesss, cuando una de misssmascotasss me ofreció su cuerpo

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ensangrentado y roto como regalo!»Sssufrió mucho —susurró con voz

emponzoñada—. Murió chillando dedolor. Y luego ssse la di a misssmascotasss, que rompieron sssu pobrecadáver en pedazosss y se lo comieron.

—¡No! —El grito de Abdel hendióel cielo, y la misma montaña temblóbajo su cólera. De haber tenido laspalabras, habría jurado un millón demuertes atroces para Abazigal envenganza por la muerte de su amada.Pero su fuerte nunca habían sido laspalabras; él era un hombre de acción.

—Tu sssemielfa essstá muerta,Abdel Adrian —se mofó Abazigal—. Y

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tú también.El semidragón empezó a tejer con

sus garrudas manos arcanos símbolos debrujería en el aire al tiempo que recitabalas palabras de un hechizo. Abdel selanzó contra el brujo dragón, decidido apartirlo en dos antes de que pudieracompletar el encantamiento.

En sólo tres zancadas llegó hastadonde estaba él. Entonces giró sobre símismo para imprimir más fuerza algolpe y descargó el sable contra elcuello de Abazigal. Vengaría a Jaheiradecapitándolo de un solo tajo. Sinembargo, el acero se desvió a pocoscentímetros del cuello del semidragón, y

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luego rebotó contra un escudo invisiblee impenetrable.

De los dedos acabados en garras delser brotaron rayos que impactaron delleno en el pecho del mercenario,lanzándolo hacia atrás, de modo que apunto estuvo de despeñarse por elprecipicio. Abdel aterrizó a menos de unmetro del borde de la meseta, se puso depie de un salto y logró eludir unasegunda ráfaga de rayos que lo hubieranprecipitado al vacío.

Esquivando las andanadas deproyectiles eléctricos se fue acercandolentamente al enemigo. Pero al brujo noparecía importarle en lo más mínimo

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que Abdel estuviera recortando ladistancia que los separaba. Justo antesde que se acercara lo suficiente paraprobar con otra estocada, Abazigal sedesvaneció.

Abdel giró sobre sus talones, segurode que su rival iba a materializarse denuevo a su espalda, pero el mago dragónse hallaba en el extremo más alejado dela meseta e invocaba un nuevoencantamiento. Abdel oyó un terriblerugido sobre su cabeza y apenas logrózafarse de la columna de llamas que lecaía del cielo. Aulló de dolor cuando elterrible calor le quemó la piel y lelevantó ampollas. Al igual que con las

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heridas causadas por el aliento dedragón, las quemaduras no sanaron.

Malherido, Abdel se puso lenta ydificultosamente en pie, pero al instanteotro rayo lo tumbó.

—Estásss perdido, Abdel Adrian —siseó su enemigo—. Tusss burdassartesss guerrerasss nada pueden contrami magia.

Tirado en el suelo, con el cuerpochamuscado y sin poder ni levantarse,Abdel supo que era verdad.

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16

Imoen rebulló inquieta sobre el delgadocolchón de paja que le servía de cama.Melissan no exageraba al afirmar quelos monjes de Amkethran llevaban unavida espartana. Aparte de aquelincómodo jergón no había nada más enel dormitorio de Imoen. Las paredeseran de piedra blanca lisa, sin adornos,como todas las que había visto desdeque entrara en el santuario.

La muchacha había comprobado conasombro que el interior del monasteriono era más que una colección de

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cabañas bajas de piedra queflanqueaban un gran patio. En el centrose alzaba una torre de piedra sólo unpoco más baja que los muros de diezmetros que rodeaban el sencillo alcázarde Balthazar.

Melissan la había presentado a losdos miembros de la orden, los hermanosRegund y Lysus. La muchacha contemplófascinada los intrincados tatuajes quecubrían las cabezas afeitadas y losrostros de los dos monjes. Se moría porpreguntar el significado de aquellosdibujos, pues no le cabía duda de queeran símbolos religiosos de un gransignificado. Pero al recordar cómo se

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había puesto en ridículo ante Melissancon sus observaciones y comentariosequivocados sobre Balthazar y elmonasterio prefirió dejar su curiosidadinsatisfecha.

Tras la breve presentación losmonjes informaron de que de momentoBalthazar no podría recibirlas, peroaseguraron a Melissan queproporcionarían a Imoen un alojamientocómodo y seguro.

A Imoen le pareció que la ausenciade Balthazar perturbaba a Melissan,pero la espigada mujer se limitó aasentir con la cabeza.

—Ve con ellos —dijo a Imoen—.

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Te llevarán a lugar seguro. Yo deboocuparme de algunos asuntos, perocuando acabe te haré una visita paraasegurarme de que estás cómoda.

De mala gana Imoen se separó deMelissan y sin protesta siguió a los doshermanos hacia la solitaria torre quebrotaba del centro del patio. Después deentrar por la única puerta de la quedisponía y subir por una larga escalera,llegaron al primer piso. En él no habíamás que un largo y oscuro pasillo sinventanas y con varias puertas abiertasque conducían a media docena dehabitaciones, todas vacías excepto poruna solitaria antorcha y un jergón. Justo

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sobre uno de ellos Imoen trataba deponerse cómoda.

—Aquí, en las celdas de meditaciónpodrás descansar sin temor —le aseguróel hermano Regund.

—Los miembros de nuestra ordenvigilarán la entrada a la torre para queestés segura —añadió el hermano Lysus—. Nos aseguraremos de que nadie temoleste hasta que Balthazar regrese.Nuestro superior querrá hablar contigoenseguida.

Y con ese último comentario, untanto inquietante, la dejaron sola.

A Imoen el tiempo se le hacía eternocuando estaba sola. Se suponía que

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aquel austero entorno debía inspirar pazy contemplación, pero a ella no le dabaresultado. De hecho, tenía justo el efectocontrario. Se sentía nerviosa ydesazonada, y su mente rápida y curiosabuscaba ansiosamente algo con lo quedistraerse.

Al no gozar de una ventana desde laque contemplar la luna ni siquiera podíacalcular cuánto tiempo llevabaencerrada. ¿Una hora? ¿Cuatro? Una vezmás deseó que Melissan fuera avisitarla. La mujer le había prometidoque iría a verla cuando estuviera seguraen la torre, pero aún no se habíapresentado.

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Quizás estaba ocupada atendiendoasuntos más importantes. De pronto se leocurrió que tal vez los monjes leimpedían el acceso a la torre hasta elregreso de Balthazar.

A primera vista era una ideaabsurda, pero cuantas más vueltas ledaba más verosímil le parecía. Imoenhabía supuesto que Melissan y ella eraninvitadas, pero cuanto más pensaba enlas palabras y las acciones de losmonjes que las habían recibido, máscrecían sus sospechas de ser unaprisionera.

Había algo en aquellos hombres quela ponía nerviosa. Sus extraños tatuajes

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la turbaban, pero era más que eso.Hablaban sin emoción ni sentimiento.Sus rostros reflejaban una intensaconcentración, aunque a ella se leescapaba por completo cuál podría serel objeto de su atención.

No se la comían con la mirada comolos demás hombres, y ni siquieraechaban miradas furtivas a su cuerpocuando creían que no se daba cuenta.Cuando la miraban, clavaban la vista ensus ojos, como si se asomaran a su alma.

En muchos aspectos los monjes lerecordaban a Sarevok: decidido,inescrutable y frío, pasando por la vidasin estar del todo vivo. Era como si las

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pasiones y los fuegos del mundo no losafectaran.

Imoen se estremeció. Aquellosmonjes eran fanáticos religiosos, sedijo. Y eso la perturbaba. Servían a unpropósito más elevado, a undesconocido código de creencias queella jamás podría entender, y ahoraestaba en su poder, atrapada dentro deaquella torre hasta que el misteriosoBalthazar llegara para…

No. Imoen sacudió la cabeza y luegose rió. Era ridículo. Al no tener nadacon que distraerse, su cerebro trabajabaa toda máquina e imaginaba extrañasconspiraciones que no tenían ninguna

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base. Melissan no la habría llevado aAmkethran si creyera que había algúnpeligro. No. No era una prisionera. Noobstante, los monjes resultaban un pocoraros.

La fanática obediencia queguardaban a alguna desconocidaautoridad superior, justo lo quemomentos antes tanto la inquietaba,ahora la tranquilizó. No había ningunaposibilidad de que alguno de ellos seintrodujera sigilosamente en la torremientras ella dormía para manosearlacon sus sucias manos. Y, sobre todo,ninguno de ellos la traicionaría por oroni por una loca ansia de poder. En la

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situación en la que se encontraba —perseguida, odiada, sola excepto porMelissan— el fervor religioso deRegund, Lysus y de los demás monjesera la mejor protección que podíaesperar.

Una vez más rebulló sobre el jergón.El cuerpo le dolía debido a la largamarcha a caballo por el desierto. Notabafatiga en los músculos y lasarticulaciones, incluso los huesos ledolían. Su mente, agotada de tanto tejersospechas y luego destejerlas,finalmente halló reposo. Imoen se quedóquieta y sintió cómo el silencio de latorre invadía su cuerpo y su espíritu. La

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muchacha dio la bienvenida a la paz quele ofrecía. Pocos segundos después yaroncaba suavemente.

Tras sujetarse a las manos las garraspara escalar, Sendai trepó por los muroslisos de mármol del monasterio tanfácilmente como quien asciende por untramo de escaleras ligeramenteinclinado. Al llegar arriba, se agachó ycorrió por el borde del muro, sin pensaren los diez metros de caída que laesperaban si resbalaba.

Se movía tan silenciosamente comouna sombra. Aunque el patio inferior

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estaba sumido en la oscuridad, con susojos de drow pudo estudiar ladisposición de los edificios y laposición de la guardia.

Varios monjes de Balthazarvigilaban celosamente cerca de la basede una alta torre situada en el centro delpatio. Si su objetivo hubiese sido unamadre matrona drow, Sendai habríadescartado la torre por ser una opcióndemasiado obvia. Así trabajaba la mentede los elfos oscuros. Aquellos hombresno serían más que un cebo para atraerlahacia la torre, que cuando entrara sederrumbaría, sepultándolos a todos.Pero los habitantes de la superficie eran

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seres simples, a los que les faltaba laastucia suficiente para tender tal trampa.O tal vez les faltaba la voluntad desacrificar a docenas de sus seguidorespara atrapar a un asesino.

Fuese cual fuese la explicación,Sendai sentía que estaba desperdiciandosu talento al enfrentarse con aquellosaficionados de piel descoloridaincapaces de apreciar su arte. En ChedNassad, su ciudad natal de la AntípodaOscura, la asesina era respetada ytemida por su talento, en vez de servilipendiada y desdeñada.

Mientras estudiaba los movimientosy las posiciones de los vigilantes,

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tramando cómo deslizarse entre ellospara llegar a la torre, la drow no podíaaplacar la ira encendida por laevocación de su patria y de todo lo quehabía perdido.

Sendai Kenafin, nacida en el seno deuna casa noble de poca importancia, erala típica hembra drow: ambiciosa,despiadada y cruel. Gracias a suinteligencia comprendió que susposibilidades de ascenso político eranmuy escasas, pues no sentía hacia Llothla devoción que ésta exigía a sussacerdotisas. Así pues, eligió otrocamino en el que labrarse un futuro, uncamino que en la civilización drow era

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perfectamente aceptable.El extraordinario talento de Sendai

para eliminar con discreción a susrivales y enemigos no tardó en llamar laatención de las poderosas madresmatronas de Ched Nassad. Con apenasveinte años de edad, la elfa se convirtióen el ojito derecho de las dirigentes dela ciudad. Cada una de ellas queríausarla para sus propósitos y trataba deganar su lealtad ofreciéndole poder,esclavos y riquezas. Haciendo honor asu raza, Sendai jugó el peligroso juegode servir a todas las casas y a ninguna,con lo que amplió al máximo susposibilidades y también el número de

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sus enemigos.Pese a que para ser drow aún era

muy joven, dominaba ya el juego de lapolítica. Eludía los escollos, formabaalianzas cuando las necesitaba y lasrompía cuando servía a sus intereses. EnChed Nassad se susurraba su nombrecomo el de un valor en alza, alguien queinspiraba al igual respeto y temor.

Pero las sacerdotisas lo echarontodo a perder. La Reina Araña era unadiosa celosa que no toleraba que nadierivalizara con ella en el control de lasociedad drow. Sabiéndolo, Sendaihabía mantenido en secreto la identidadde su padre. Para ello silenció con el

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filo envenenado de su daga a toda sufamilia más cercana, incluyendo a sumadre, para evitar delaciones.

Pero en la Antípoda Oscura seguardaban muchos secretos, y tarde otemprano todos acababan por salir a laluz. De algún modo el templo averiguóque llevaba el estigma de Bhaal, y lassacerdotisas la llevaron a las salas deinterrogatorios para poner a prueba sulealtad. Sendai ya había conocido latortura, que era práctica común en lasociedad drow, pero no tenía ningunaintención de someterse a losinimaginables tormentos que pensabaninfligirle las madres matronas. Además

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sabía que tras los interrogatoriosdecidirían que era demasiado peligrosopermitir que la hija de Bhaal vivieraentre ellos.

Así pues huyó. Durante un año fueuna fugitiva que huyó de Ched Nasad aMenzoberranzan y luego a Ust Natha,buscando algún rincón en la AntípodaOscura donde refugiarse de lapersecución de las sacerdotisas. Pero latela que tejía la Reina Araña fueincluyendo todas las ciudades y todaslas casas nobles de la sociedad drow,hasta que al fin Sendai se vio obligada ahuir de la Antípoda Oscura y a cambiarel glorioso mundo de cavernas y túneles

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por un mundo de cielos abiertos y luz tanbrillante que al principio le quemaba losojos.

Allí fue donde el Ungido de Bhaal laencontró y le ofreció la oportunidad deunirse a los Cinco. La tarea de matar ala descendencia de Bhaal, a los hijos deun dios parecía digna del talento de laasesina, pero resultó mucho másprosaica de lo que prometía. La mayoríade sus objetivos ni siquiera conocían suinmortal legado y llevaban unaexistencia mezquina, sin sentido. Casiles hacía un favor al matarlos. Incluso sieran nobles o acaudalados mercaderessolían ser presa fácil para la asesina

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drow, que ansiaba enfrentarse a unverdadero reto.

Sendai libraba una interminablebatalla contra la autocomplacencia, puestemía que sus capacidades acabaran poratrofiarse o que su técnica perdieraprecisión. Tenía que mantenerse en lamejor forma posible, pues una vez quelos Cinco hubiesen eliminado al últimode los hijos de Bhaal, tenía la intenciónde volver su daga envenenada contra suscompañeros de conspiración. Hastaentonces, todos los asesinatos quecometía no eran más que una pálidaimitación de la maestría de la que sesabía capaz.

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Sendai sacudió la cabeza, irritada.En el pasado jamás se habría permitidodivagar justo en medio de un trabajo.

Era una prueba más de que estabaperdiendo el toque.

Con aquella piel oscura y las ropasnegras resultaba casi invisible en lo altodel muro del monasterio. Sendai volvióa concentrarse en su misión y saltó delmuro.

Aterrizó suavemente en el suelo,formó con el cuerpo una bola y dio unavoltereta para amortiguar el impacto delos diez metros de caída.Inmediatamente se puso de pie de unsalto y comprobó si alguno de los

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vigilantes había oído el débil sonido desu poco ortodoxa entrada. Se quedóquieta varios segundos, aguzando su finooído drow para captar el sonido de unaalarma o de pasos que se aproximaran ala carrera para investigar.

En vista de que nada oía, seaproximó a la torre. Atravesó el patiobajo las mismísimas narices de losmonjes que montaban guardia,manteniéndose en las sombras y en losrincones oscuros, invisible como unfantasma. Sendai se rió interiormentepor la concienzuda y al mismo tiempoinútil vigilancia de los hombres deBalthazar.

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Los dos monjes que guardaban laúnica puerta de la torre eran másproblemáticas. Tenía que matarlosrápida y silenciosamente antes de quealertaran a los demás. Lo quecomplicaba la empresa eran los farolesque sostenían en una mano. Los doshaces de luz que emitían atravesaban elpatio, de modo que eran claramentevisibles por todos los demás quevigilaban. Si ocurría algo a esos hacesde luz, si uno de los faroles caía al sueloaunque solamente fuese por un instante,alguien se daría cuenta e iría ainvestigar.

Manteniéndose inmóvil en una

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sombra oscura a apenas tres metros dedistancia de la entrada de la torre,Sendai buscaba el modo de eliminar aaquellos dos monjes sin alertar a toda laorden.

Moviéndose lentamente para norevelar su presencia, se sacó delcinturón dos diminutas agujasemplumadas. Luego cogió de una bolsaoculta un pequeño frasco de cristal. Trasquitar la tapa sumergió la punta deambas agujas en el líquido transparenteque contenía el frasco. Luego, conmucho cuidado de no pincharseaccidentalmente con uno de los dardosemponzoñados, colocó el primero en su

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palma extendida. Se acercó la mano alos labios y sopló, lanzandosilenciosamente el dardo hacia el monjemás cercano.

Con otro suave soplido envió elsegundo dardo hacia su segundoobjetivo. Sendai esperó unos segundospara dar tiempo al veneno a que actuara,tras lo cual abandonó el amparo de lassombras y corrió hacia la puerta de latorre.

Cuando volvió a estar a cubierto delas miradas hizo una pausa y escuchó.No se oyó ningún grito de sorpresa, nivoces que gritaran «intruso», ni nadaque indicara que alguien había visto la

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delgada figura que se había infiltrado enel monasterio. Segura ya de no habersido vista, Sendai se fijó entonces en losdos hombres que estaban de pie,inmóviles, junto a ella. A tan cortadistancia pudo comprobar que ambosdardos habían dado en el blanco. En unhábil movimiento arrancó las agujas delos cuellos de los guardias paralizados yse las guardó de nuevo en el cinturón.

Los monjes seguían con la vista susmovimientos, pero eran incapaces demover ni un solo músculo del cuerpo.Aún tenían los brazos parcialmenteextendidos, y sus insensibles dedosseguían sujetando con fuerza los mangos

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de los faroles. El veneno —una versióndel somnífero que Sendai había ideado—, no tardaría en llegar a los pulmonesy al corazón. Los músculos quebombeaban sangre y oxígeno al cuerpose agarrotarían y se tornarían tan rígidoscomo el resto de músculos de susinmóviles cuerpos. Lentamente losmonjes se asfixiarían, incapaces depedir ayuda, e incapaces incluso dedesplomarse al morir. Por experienciasanteriores Sendai sabía que tendrían queromperles los dedos paralizados paraque soltaran los faroles. Eso, oenterrarlos con ellos.

La macabra idea dibujó una leve

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sonrisa en los labios de la drowmientras subía silenciosamente por laescalera para completar su misión.Como había sospechado, no hallóvigilantes dentro de la torre. La plantabaja estaba desierta.

Silenciosa cual una sombra y dagaen mano, la drow subió al primer piso.Todas las puertas estaban cerradas, y laoscuridad reinaba en el pasillo. Peropor debajo de una de las puertas sefiltraba la débil luz de una antorchaencendida.

Sendai se acercó a la puerta yescuchó. Su afinado sentido del oídopercibió claramente la suave respiración

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de una mujer joven. Con una delicadezacasi inimaginable, la drow abrió lapuerta.

Sendai desvió los ojos delresplandor naranja de la titilanteantorcha, pero ya había visto a lamuchacha tendida sobre un colchón en elcentro de la habitación. Protegiéndoselos ojos de la luz, cruzó la pieza y apagóla antorcha. La oscuridad se hizoabsoluta.

Imoen despertó sobresaltada,ahogando un grito. La rodeaba laoscuridad y bajo ella sentía únicamenteuna superficie fría y dura. Antes derecordar dónde se encontraba —a salvo

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en una de las celdas de meditación delmonasterio de Amkethran— trató deponerse en pie. Seguramente la antorchadebía de haberse extinguido mientrasella dormía.

La muchacha trató de reírse de sumomentáneo acceso de pánico, peroúnicamente le salió una débil risitatonta. Recordaba perfectamente quehabía tenido una pesadilla, pero no teníani idea de sobre qué versaba el sueño.

—Fuego —musitó para sí. Lamayoría de sus pesadillas tenían que vercon el fuego, con las devoradoras llamasde su impío padre inmortal. Se preguntósi también Abdel soñaba a veces con

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eso.Sacudió la cabeza para apartar de su

mente tan negras cavilaciones y trató deorientarse en la total negrura. Calculó enqué dirección debía de hallarse laantorcha y dio un único paso vacilantehacia allí. Entonces se quedó helada.

Había alguien más en la habitación.No había oído nada, pues nada habíaque oír. Pero notaba que alguien laobservaba con gran interés; sentía elcalor de su mirada y el ansia de susojos. Por un breve instante su menteconjuró una imagen de los hermanosRegund y Lysus inmóviles en laoscuridad, mirándola con deseo

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mientras ella avanzaba a tientas.—¿Quién anda ahí? —susurró como

si pudiera hacer desaparecer al intrusocon sus suaves palabras.

—No temas —contestó una vozfemenina—. No sentirás ningún dolor.

—¿Melissan? —preguntó Imoen, aúnsabiendo perfectamente que no era ella.

La invisible intrusa se rió por lobajo.

—No, mi preciosa hija de Bhaal.Melissan está convenientemente ausente.

—Eres una de los Cinco —dijoImoen en una súbita inspiración. Su vozno expresaba temor ni furia, sinosolamente resignación. No había

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esperado acabar de aquel modo, pero siése era su destino, lo aceptaría.

—Soy Sendai —ronroneó la voz,acercándose.

Tras un breve instante de vacilaciónlos dedos de la muchacha asieronsigilosamente el pomo de la daga quellevaba al cinto. Podría gritar, pero ¿dequé serviría? Incluso si su voz lograbaatravesar los recios muros de piedra,¿llegarían a tiempo de salvarla? No, sedijo, mientras lentamente desenvainabala daga. Estaba sola. Melissan noirrumpiría de pronto en la habitaciónpara salvarla, y tampoco Abdel llegaríainopinadamente al monasterio para

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lanzarse en su rescate. Tenía quesalvarse sola o morir en el intento. Sinprevio aviso lanzó una rápida estocadahacia la oscuridad.

—Qué pena, pequeña —se rió entredientes esa voz gutural—. No hasacertado.

—No ganarás nada con mi muerte —declaró Imoen, dando media vuelta paradescargar un cuchillazo a la oscuridadtras ella—. Perdí hace tiempo la partede mí que pertenecía a Bhaal. —Nuevamente saltó hacia adelante yacuchilló frenéticamente donde creíaque podría estar la asesina.

—No te resistas, pequeña. Aún será

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peor.—Abdel me libró de la lacra de

Bhaal —trató de explicar Imoen, sindarse por vencida. Cada una de suspalabras iba acompañada del silbidoque hacía su daga al cortar solamenteaire.

—Tranquila, ya tenemos planes paraél.

La voz de la asesina sonó como si lehablara al oído. Imoen hubiese juradoque sentía el cálido aliento de su asesinaen la piel. Pero cuando dio un codazohacia atrás no topó con nada.

—Mátame si quieres, pero Abdel mevengará. Os matará a todos. No tenéis ni

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idea de lo fuerte que es.—Te equivocas, pequeña, lo

sabemos perfectamente. Pero la noticiade tu muerte quebrará su espírituguerrero.

Imoen sintió cómo la hoja se hundíaen su espalda y le atravesaba órganosvitales. La asesina actuó con unaasombrosa y mortal precisión. Los gritosde agonía de la muchacha no fueron másque una exclamación ahogada y luego undébil chorro de sangre cuando,piadosamente, Sendai le rebanó lagarganta.

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17

Toda la existencia de Abdel se habíareducido a dolor. Del cielo le caía unalluvia de fuego, que también brotaba delsuelo para consumirlo. Las llamasbrotaban de los dedos de su torturadorpara quemar su piel y fundirla.

Por encima del fragor de las llamasdistinguía la risa de Abazigal. El magodragón alimentaba el fuego, queamenazaba con devorar su cuerpo y suespíritu.

De pronto las llamas desaparecieronsin dejar rastro. Abdel, que mantenía los

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ojos fuertemente cerrados paraprotegerse del calor, osó echar unvistazo por debajo de sus párpadoscubiertos de ampollas. El cuerpo deAbazigal yacía junto a él sobre la duraroca de la meseta. La cabeza habíarodado unos metros más allá. Sarevoktambién estaba allí. De las hojas que lesobresalían de los antebrazos goteaba laverde sangre del mago.

Abdel trató de hablar, aunque nosabía qué decir. De su garganta quemadasolamente brotó una tos rota.

Sarevok se agachó torpemente juntoa su hermanastro; los movimientoslimitados por la pesada armadura.

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—Los dragones regresan —declaró—. Ya se distinguen en el horizonte. Sino nos vamos nos harán pedazos.

Incapaz de replicar, Abdelúnicamente pudo sacudir la cabeza. Yaoía los agudos chillidos de losencolerizados dragones, quereverberaban en la cima de la montaña,y que iban creciendo en intensidad amedida que las bestias se acercaban.Pero estaba tan malherido que nisiquiera podía levantarse, y muchomenos intentar el traicionero descenso.Sarevok comprendió.

—Puedes escapar al reino de Bhaal.Ya lo has hecho otras veces, después de

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matar a Illasera y a Yaga Shura. Ahoraestás más débil y te costará más. Debesdejarte llevar por la esencia de Bhaalque se escapa del cuerpo sin vida deAbazigal. Ella te conducirá al plano denuestro padre. Allí tu cuerpo serecuperará y los dragones no podránseguirte.

Demasiado débil como para discutir,Abdel cerró los ojos y siguió lasinstrucciones de Sarevok. Lo sentía;algo tiraba débilmente de lo másprofundo de su ser, algo semejante a uncéfiro en un día estival en calma. Abdelse concentró en aquella sensación, elcéfiro se tornó brisa, la brisa vendaval y

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el vendaval huracán. El mercenariosintió que el rugiente espíritu del vientose apoderaba de su alma, y abrió mucholos ojos por la sorpresa.

Por un breve instante siguió tiradoen el suelo junto al cuerpo decapitadode Abazigal. A varios metros dedistancia vio a Sarevok, preparado paraenfrentarse a la arremetida de losdragones que aterrizaban a su alrededor.Un par de pies armados con zarpasgolpeó el suelo a pocos centímetros dela cabeza de Abdel. El mercenario olióel terrible aroma de la furia del wyrm,que estudiaba el cadáver de su amo.

Todos a una los dragones gritaron,

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pero Abdel ya no lo oyó. El mundomaterial había empezado a disolverse.

Se encontró postrado sobre un fríosuelo marrón. Tenía el cuerpo cubiertode quemaduras, pero notaba queempezaba a recuperarse. Pocossegundos más tarde ya pudo ponerse depie.

Había regresado al reino de Bhaal,en el Abismo. Ante él se extendían lasamplias llanuras vacías, pero ya no seveían tan yermas. La tierra mostraba unaoscura y fértil tonalidad parda, y en elcielo se adivinaban jirones de lo que

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podían ser nubes de lluvia queempezaban a formarse. Asimismodistinguió las ya familiares puertasflotantes, aunque sólo quedaban tres.

Nada más lejos del ánimo de Abdelque los asuntos mágicos, pero inclusopara él fue evidente lo que estabasucediendo en aquel mundo: con lamuerte de los descendientes de Bhaal, laesencia del Dios de la Muerte estabaregresando al plano abisal del que habíasurgido. Aquel mundo, antes muerto,resucitaba lentamente, aunque quiénsabía qué tipo de vida podría nacer enaquel reino maldito.

Oyó los pasos de alguien que se le

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acercaba por la espalda y se volvió paraver quién era, sin saber a quién o quéesperar.

¿Acaso Sarevok lo había seguido?¿O tal vez era el espíritu de que lo habíaguiado hasta allí? ¿O quizá se trataba deaquel ser sobrenatural que se le aparecíapara hostigarlo con más profecías o paraofrecerle más consejos velados tanininteligibles como inútiles? Abdelestaba preparado para cualquier cosamenos para encontrarse con quien seencontró.

—¡Jaheira!La semielfa le sonrió.—Rogué a Mielikki para que

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vinieras antes de que fuera demasiadotarde —susurró.

Abdel la estrechó con fuerza contrasu pecho, incapaz de dejarla ir, como siesperara fundirse con ella para novolver a perderla nunca.

—Creí que habías muerto —declaróentre lágrimas de alivio.

La druida se aferraba a él con lamisma desesperación que Abdel, pero alhablar su voz estaba preñada de dolor.

—He muerto, Abdel. Por eso estoyaquí.

De mala gana Abdel la soltó paramirar a los ojos de su amada yconvencerse de que bromeaba. Pero lo

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que vio fue un anhelo tan intenso, quesintió que el corazón se le partía en dos.

—¿Eres un… un fantasma?Jaheira le acarició con dedos largos

y delicados la frente para alisarle lasarrugas que se marcaban en ella fruto dela confusión. Tenía los dedos cálidos ysuaves.

—Lo que ves no es más que miespíritu, amor mío. Mi cuerpo ya noexiste, aunque en este plano mi espíritues tan real como lo era mi yo físico en elplano mortal.

—¡No! —gritó Abdel furioso,atrayendo de nuevo hacia sí el terso ymusculoso cuerpo de la semielfa—. ¡No,

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no puede ser cierto!Jaheira apoyó la cabeza en el

poderoso pecho del mercenario. Abdelaspiró la sutil fragancia del cabello desu amada.

—Es cierto, amor mío —susurróella—. Tenemos que aceptarlo yaprovechar el tiempo que puedo estaraquí. Supliqué a mi Mielikki que mepermitiera estar en este plano, pero nopuedo quedarme mucho tiempo. Mivínculo contigo me mantiene aquí, peromi alma debe fundirse pronto con lanaturaleza.

Abdel la apartó de sí, negándose adarse por vencido.

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—¡No, no tiene por qué ser así!Resucité a Sarevok y puedo hacer lomismo contigo.

Jaheira negó suavemente con lacabeza.

—No, Abdel, es imposible. Yo nosoy hija de Bhaal, por lo que no poseola esencia que compartís tú y Sarevok.No puedes entregarme un pedazo de tualma para darme de nuevo vida.

—¿Por qué no? Podría funcionar.Merece la pena intentarlo. —Elmercenario dio media vuelta y seencaminó a la puerta más próxima,decidido a regresar al plano material yrepetir el ritual gracias al cual Sarevok

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se había reencarnado.—Te lo suplico, Abdel, detén esta

locura. —La dulce súplica de Jaheiratuvo la virtud de dejar como paralizadoal mercenario. Una parte de él ya sabíaqué iba a decir ella después.

»Aunque logres ejecutar el ritualpara resucitarme, ¿qué ganarás con eso?Ya has visto a Sarevok; no está vivo deverdad. No es más que un objeto frío ysin emociones. ¿Es eso lo que deseaspara mí?

Abdel inclinó la cabeza y se volviópara mirar a su amada. Lágrimas dedesesperación le quemaban los ojos.

—Tal vez Sarevok ya era así cuando

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estaba vivo. Tal vez tú volverás a ser laque eras.

Jaheira se acercó lentamente a él conuna leve sonrisa en los labios.

—No, amor mío. No es así cómofunciona la naturaleza. Mi tiempo en elmundo de los vivos ha pasado, y mitiempo en este mundo se acerca a su fin.Comparte conmigo lo poco que nosqueda. No lo malgastemos con absurdosplanes y deseos imposibles. Disfrutemosdel tiempo que nos queda juntos.

La semielfa lo tocó y Abdel sintió unhormigueo en la piel. Su sangre ardía dedeseo. Con manos temblorosas despojóa Jaheira de la sencilla túnica que la

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cubría, dejando al descubierto sus senosantes de estrecharla contra sí. Los dedosde Jaheira se deslizaron bajo lo pocoque quedaba de su chamuscada camisa ytrazó un sensual sendero por la poderosaespalda del mercenario, acariciándolelos músculos antes de romperle lospantalones hechos jirones.

Abdel la tomó allí mismo sobre lablanda tierra parda del reino de Bhaal.Hicieron el amor con pasión, de unmodo primario, alimentados por unurgente deseo y por la profundanostalgia de saber que tendrían quesepararse muy pronto. Sobre sus cabezaslos cielos estallaron en una tormenta de

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rayos y truenos, empapando a los dosamantes con fríos goterones que nolograban aplacar su ardor.

Al acabar se quedaron tendidos unojunto al otro en el frío barro, dejandoque la lluvia los limpiara.

Jaheira se acurrucó contra Abdel, seacomodó entre sus brazos y trató decalmar los escalofríos que recorrían sudesnudo cuerpo con el calor de suamado. Agotado después de la furiosacópula, Abdel abrazaba a Jaheira y seengañaba diciéndose que siempreestarían juntos.

Los chubascos cesaron y susempapados cuerpos se fueron secando

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lentamente bajo el vacío cielo nocturnode aquel plano abisal. Abdel nunca supocuántas horas pasaron juntos,consolándose mutuamente con lapresencia del otro. Una eternidad no lehubiera parecido más que un instante.Ningún período de tiempo, por largo quefuera, podría compensarlo por lainjusticia de tener que renunciar a lamujer a la que amaba.

Finalmente fue Jaheira quien rompióel abrazo.

—Tengo que irme —se disculpó,tratando de ponerse en pie.

Abdel la agarró suavemente perocon firmeza de la muñeca, impidiéndole

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que se levantara.—¿Cómo puede ser esto posible? —

le preguntó, clavando la vista en losojos violeta de la semielfa, en cuclillassobre él—. ¿Cómo voy a seguir adelantesin ti?

Jaheira se inclinó para besarlo enlos labios, y luego se apartó dulcemente.

—Encontrarás la manera, Abdel.Debes hacerlo. No dejes que mi muertete amargue la vida. Si permites que elodio y el pesar consuman tu mente, lalacra de Bhaal se apoderará de toda tualma.

—No quiero estar solo —susurró él.—No estarás siempre solo. Habrá

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otros. Otros amigos. Otras amantes.El corpulento mercenario negó con

la cabeza.—No. No como tú. Nunca habrá otra

como tú.Nuevamente la semielfa sonrió,

aunque sus ojos expresaban tristeza.—Te he amado como había amado a

ningún otro hombre, Abdel. Perotambién amé a mi marido, a Khalid,como a ningún otro hombre. Algún día,espero que encuentres a alguien conquien compartir el amor, como yo loencontré, y no por eso será menosprecioso lo que nosotros dos tuvimos.

Lanzando un descorazonado suspiro

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Abdel se levantó.—Tú eres mi fuerza y mi sabiduría,

Jaheira. Sin ti estoy perdido. No puedoenfrentarme al mundo solo. Sin ti no soynada.

—Eres Abdel Adrian, el héroe dePuerta de Baldur, el salvador del Árbolde la Vida, hijo natural de Bhaal que fueeducado por Gorion, amado de Jaheira.Tú eres quien eres, Abdel, y nadacambiará eso. Te espera un caminodifícil. Tu futuro es un túnel largo yoscuro. Pero si recuerdas quién eres,estoy segura de que saldrás a la luz delotro lado.

—¿Volveré a verte? —preguntó

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Abdel, temeroso de la respuesta.Jaheira posó un beso en el pecho del

hombre. Tenía los labios fríos. A Abdelse le puso la piel de gallina.

—Ni siquiera los dioses puedensaberlo, amor mío.

Su voz sonaba distante, como si lehablara desde el otro lado de una gransima.

—¡No! —gritó Abdel, extendiendouna mano para tratar de retener a suamada—. ¡No, aún no! ¡No te vayastodavía!

Pero sus manos atravesaron aJaheira como si ésta no fuera más quebruma.

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—¡No! —gritó de nuevo, mientras lasemielfa empezaba a desvanecerse antesus ojos, como una columna de humoque la brisa disipa. Su cuerpo sedisolvía, arrebatado por una fuerzamayor que Abdel no podía detener nicomprender.

Justo antes de que sus rasgosacabaran de desdibujarse, Jaheirapronunció las últimas palabras queAbdel volvería a oír de sus labios.

—Te quiero, Abdel Adrian. Siemprete querré.

Abdel trató una vez más de asiraquella vaporosa brizna de viento yluego cayó de rodillas. Jaheira se había

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marchado y él se había quedado solo enel plano de su padre, llorando como unniño y arañando la oscura y húmedatierra lleno de dolor e ira.

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18

El sol aún no asomaba por encima delos muros de mármol del monasteriocuando Melissan se levantó. Balthazartodavía no había hecho acto depresencia, pese a que sus seguidores nodejaban de asegurarle que lo esperabande un momento a otro. Lo había buscadopor todos los rincones del monasteriosin dar con él. La mujer guerreraempezaba a recelar.

Mucho tiempo atrás aprendió a noconfiar en nadie. En el pasado, muchosde los descendientes de Bhaal a los que

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había querido salvar la habíantraicionado. Conocía a Balthazar desdehacía mucho tiempo, desde que losCinco nacieron. El monje había sido sualiado más poderoso durante todo esetiempo. Por ello había consentido que lasepararan de Imoen al llegar almonasterio. Pero ahora, con Balthazarausente, albergaba dudas.

El descubrimiento de los monjesmuertos a los pies de la torre, aún de piey rígidos, confirmó sus sospechas. Laespigada mujer subió los escalones dedos en dos, sabiendo perfectamente loque encontraría cuando llegara arriba.

A Imoen le habían seccionado la

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garganta y cortado la cabeza. Su asesina,Sendai, le había dejado en la frente sumarca. Observando el truculentocadáver Melissan se dio cuenta de queni los más poderosos sacerdotes deTethyr podrían resucitarla. Sendai habíaprofanado el cuerpo sin vida de lajoven, había contaminado sus restos conviles ponzoñas y había absorbido laínfima parte de esencia de Bhaal que lequedaba en el alma.

Y todo eso lo había hecho delante desus mismísimas narices. Melissan sabíaque Sendai ya estaría lejos. La drownunca permitiría que la pillaran en lasuperficie a la luz del día. Sintió que un

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escalofrío le recorría el espinazo. Nisiquiera se había dado cuenta de queSendai las acechaba. Nada habíaaugurado aquel final, lo cual solamentepodía significar una cosa.

Balthazar y Sendai se habíanconfabulado contra ella.

La mujer masculló una maldiciónpor no haberlo previsto. Se habíaconfiado, había creído que de todos susaliados Balthazar sería el último que latraicionaría. Tontamente había creídoque los monjes podrían proteger a Imoenhasta que Abdel regresara tras vencer aAbazigal. Imoen había pagado lasconsecuencias de su ingenuidad.

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Con Imoen muerta el siguienteobjetivo de Sendai sería Abdel. Trasacabar con él, la misión de los Cincohabría concluido o casi, pues el últimopaso que darían antes de intentarresucitar a Bhaal sería matarla a ella.

Oyó alboroto en el patio. Algúnmonje había descubierto los cuerpos sinvida de sus compañeros. De prontoMelissan comprendió que corría unpeligro inminente. No era muy probableque Balthazar hubiese corrompido atoda la orden. Los monjes nunca loayudarían voluntariamente de saber queestaba aliado con una asesina drow.

Pero sin una prueba incontestable de

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la traición de Balthazar los monjescuestionarían el liderazgo de suiluminado prior. Creerían sin dudarcualquier mentira de Balthazar. Si elprior les decía que Melissan trabajabacon los Cinco, los monjes lo aceptaríancomo un hecho probado sin plantearsesiquiera la implicación de Balthazar enla muerte de Imoen. Si los monjes laencontraban allí, junto al cadávermutilado de la muchacha a la que habíanjurado proteger…

Melissan oyó el sonido de muchospies que subían cautelosamente por laescalera. Ya no era la única que habíareparado en los rígidos cadáveres de los

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hermanos Regund y Lysus.Los monjes se movían con recelo,

como si esperaran encontrar dentro de latorre al asesino de sus dos hermanos.

La mujer oía su lento y pesadoavance. Se movían sin prisas,conscientes de que en el primer piso nohabía ninguna ventana y que el únicomodo de salir era por la escaleraprotegida por una docena de monjesguerreros.

Maldiciéndose por no haber previstola traición de Balthazar, Melissanmurmuró un rápido hechizo. Su cuerpotembló y desapareció, haciéndose etéreoal igual que sus ropas y todo lo que

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llevaba encima. El incorpóreo espíritude la mujer, libre ya de las ataduras delmundo mortal, atravesó el suelo de latorre hasta llegar abajo. Luego cruzó sinser vista el patio, dejó atrás los murosde mármol y recorrió las casi desiertascalles de Amkethran. No disipó elhechizo hasta haber dado con unamontura con la que cruzar velozmente eldesierto.

No tenía poder suficiente paraenfrentarse al mismo tiempo a Balthazary Sendai, pero Abdel sí, si es que seguíacon vida.

La mujer estaba resuelta a preservarla vida del mercenario casi a cualquier

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precio. Tenía que advertirle que Sendaitrataría de asesinarlo. Seguramente laelfa oscura estaría preparándole ya unaemboscada en algún lugar entreAmkethran y las montañas Alimir, dondeAbazigal tenía su guarida. Si Abdelseguía con vida se estaría dirigiendohacia Amkethran, es decir, iría decabeza hacia la trampa de Sendai.

La drow le llevaba media noche deventaja, por lo que Melissan espoleó asu caballo y se alejó a galope tendido delas chozas de Amkethran y de losimpresionantes muros de mármol delmonasterio.

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Abdel se sentía vacío y entumecido.Lleno de dolor, se deslizó al suelo yempezó a golpearlo. La pena brotó de élen forma de lágrimas y gemidos deangustia, hasta que ya nada le quedódentro. Su espíritu estaba vacío, y sucuerpo desnudo no era más que unrecipiente sin nada dentro.

Abdel lo llenó con lo único que lequedaba: pensamientos de venganza. Yano le importaba el destino de sushermanos de sangre. Por lo que a élrespectaba, Bhaal podía resucitar yasolar el planeta, o permanecer muertopara siempre más. La muerte de Jaheiralo había liberado de la confusión y del

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embrollo moral que conllevaba estar enel centro de tan épicos sucesos. Su vidase había vuelto muy simple. Mataría alos Cinco para vengar a Jaheira. Másallá de eso nada importaba.

Pero no podría vengarla allí,revolcándose en el lodo del reino deBhaal. Abdel Adrian se levantó yatravesó la más próxima de las trespuertas restantes.

Al salir se encontró en la cima de lamontaña, justo delante de la entrada delcubil de Abazigal. Por la posición delsol supuso que debía de haber estadoausente varias horas, aunque en elAbismo había transcurrido toda una

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noche. A su alrededor vio claros signosde una encarnizada batalla, la queSarevok había librado contra la hordade dragones de Abazigal.

Junto al cuerpo sin cabeza deAbazigal vio desperdigadas por el suelocubierto de sangre media docena decuerpos de grandes dragones. Estabanllenos de cicatrices y profundos tajosque los desfiguraban causados por lashojas forjadas en las piernas y losbrazos de Sarevok, u horriblementemutilados y corneados por los terriblespinchos que sobresalían de las rodillas ylos codos del oscuro guerrero.

En cuanto a Sarevok, había

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desaparecido. Entre los restos de dragónse veían diseminados trozos de suarmadura, partidos en dos por poderosasgarras, o chamuscados y ennegrecidospor el fuego y el ácido que lanzaban porla boca sus alados enemigos. A los piesde mercenario yacía el yelmo con visordel guerrero casi partido en dos. Delcuerpo de Sarevok, ni rastro.

No lo sorprendió. Seguramente losdragones victoriosos habrían devoradola carne del enemigo vencido, si es quehabía algo que devorar. Tras suencuentro con el espíritu de Jaheira nopodía evitar preguntarse si Sarevokhabía sido algo más que una armadura

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animada por un espíritu incorpóreo.Fuera lo que fuese Sarevok, hombre ofantasma, las pruebas de su horriblefinal eran muy evidentes.

Los varios cuerpos sin vida de lahorda de reptiles hablaban de unalegendaria batalla. Sarevok se habíabatido como un héroe antes de sucumbirante un enemigo que le sobrepasabaampliamente en número. Si la muerte deJaheira no lo hubiera dejado sincapacidad de sentir emociones, Abdelhabría derramado una lágrima por elnoble sacrificio de su hermanastro.Sarevok le había salvado la vida albatirse solo con los dragones, mientras

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Abdel se refugiaba en el mundo abismaldel Dios de la Muerte.

No obstante, los actos heroicos yano lo conmovían. Lo único que veía alcontemplar el sangriento campo debatalla era que Sarevok había muerto yque los dragones, privados de su amo,se habían marchado.

Pero él seguía vivo. Tembló cuandouna ráfaga de viento frío azotó lacumbre, y se dio cuenta de que estabadesnudo, pues la abrasadora magia deAbazigal le había reducido la ropa acenizas. Registró el campo de batallabuscando algo con que cubrir sudesnudez. Al final se vio obligado a

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arrancar del cuerpo decapitado deAbazigal su túnica manchada de sangre.

La holgada prenda apenas le llegabaa las rodillas, y las mangas le quedabanmuy cortas. Pero era mejor llevaraquella túnica con capucha que irtotalmente desnudo. Armado únicamentecon el pesado sable que rescató de lacarnicería final de Sarevok, emprendióel largo descenso de la montaña.

Al llegar abajo descansó muybrevemente antes de ponerse en marchahacia Amkethran. Solamente tenía unameta: encontrar a Melissan y pedirle quelo condujera hasta el resto de miembrosde los Cinco para hacerles pagar cara la

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muerte de Jaheira.Guiándose por las indicaciones de

Melissan, Abdel calculó que Amkethrandebía de encontrarse a unos diez días demarcha o más en dirección oeste. Allí,en un monasterio dirigido por un hombrellamado Balthazar, lo esperabanMelissan e Imoen. Para llegar hastaellas tendría que atravesar el brazomeridional del bosque de Mir. Eso o darun largo rodeo hacía el norte o hacia elsur para sortear el vasto bosque. Antesde despedirse en Saradush Melissan lehabía aconsejado que tomara una de lasrutas más largas pero también másseguras y que evitara la peligrosa

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floresta.En menos de un día se plantó en la

linde oriental del bosque de Mir. Másallá de su límite occidental seencontraba Amkethran. Impulsado por laurgencia de derramar la sangre de losCinco ni siquiera pensó en laposibilidad de ir por el camino máslargo, sino que se internó en la densavegetación sin dudar.

Antes de que acabara el tercer día yase arrepentía de aquella decisión. Elviaje hasta el bosque de Mir había sidocoser y cantar, pero una vez dentro deloscuro bosque avanzaba a paso detortuga. La mayor parte del tiempo se la

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pasaba rompiendo y partiendo ramas, oabriéndose paso a través de espesosmatorrales llenos de pinchos. Teníasuerte si avanzaba quince kilómetros enun día. Empezaba ya a preguntarse si nohabría ido más rápido si se hubieradecidido a rodear aquel bosque casiimpenetrable.

Al menos los letales moradores quesegún las leyendas poblaban el bosquede Mir no lo molestaron. Abdelsospechaba que los rumores sobre suexistencia no eran más queexageraciones. O tal vez su poder eraahora tan grande que incluso lasespeluznantes criaturas que se ocultaban

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en las sombras instintivamente sabíanque era más prudente evitar unenfrentamiento con aquel intruso.

Maldiciendo su lento avance y suestupidez al no seguir el consejo deMelissan, Abdel siguió abriéndosecamino por la maleza.

Abazigal fracasaría. Sendai lo sabía,del mismo modo que sabía que laarrogancia del semidragón no era másque una máscara que escondía su yoverdadero: un estúpido mestizo tanasqueado de su existencia que pretendíasalvarse tratando de convertirse en lo

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que no era. La drow estaba al tanto delabsurdo plan del mago para unir a todoslos dragones de Faerun. Tambiénconocía su ridículo sueño de convertirseen un wyrm puro y sabía que alguien tanpatético sería incapaz de acabar con elavatar de Bhaal.

Abdel Adrian mataría a Abazigal yluego iría a reunirse con su patéticahermanastra en Amkethran, ajeno alhecho de que Sendai ya había devoradoel corazón de la joven cuando todavíalatía, del mismo modo que devoraría elcorazón de Abdel.

La drow había cabalgadovelozmente y sin tregua desde que

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asesinara a Imoen, viajando al amparode la noche y refugiándose del malditosol durante el día. Estaba ansiosa porguarecerse en el bosque de Mir antes deque Abdel lograra atravesarlo. Allí, enla reconfortante oscuridad de losárboles pensaba tender la trampa alúltimo de los hijos de Bhaal. Noobstante, le costó casi cuatro nochesllegar a la linde oriental y encontrar laestrecha trocha llena de maleza quebuscaba.

El camino entre el enclave deAbazigal y Amkethran no era muytransitado, pero Sendai sospechaba queAbdel daría con él. Aunque fuese una

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senda traicionera y estuviera en malestado era la única ruta posible paraatravesar el brazo meridional delbosque de Mir. Si Abdel se encaminabadirectamente a Amkethran, en algúnmomento se toparía con aquella senda.

Ajeno a lo sucedido en elmonasterio el mercenario se creería asalvo en su viaje a Amkethran. Si todosalía conforme a los planes de la drow,caería de bruces en su trampa. Traseliminar al hijo adoptivo de Gorion, ellay Balthazar se desharían de Melissan.

La drow trabajó deprisa, sembró elsuelo con lazos y cables trampa yempleó generosamente su arsenal de

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venenos. Había elegido un lugar situadoen los oscuros confines del bosque deMir donde las densas sombras queproyectaban los árboles, que crecían tanjuntos que tapaban el sol, le facilitabanel trabajo. Allí esconder sus trampas eratan sencillo como arrojar un puñado detierra encima del disparador o enterraruna trampa bajo la hojarasca.

Se pasó casi todo un día preparandola emboscada, tras lo cual se refugió enlas ramas que cubrían la trocha y sedispuso a esperar a su víctima.

A través del denso follaje de los

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árboles que amenazaba con ahogarlo,Abdel no distinguía el sol de mediodía.El bosque de Mir era tan denso, tanoscuro y tan inquietante como lasleyendas proclamaban. El día anteriorhabía tenido la buena fortuna de toparsecon una trocha que conducía endirección de Arnkethran.

Tras tres días de lento avanceabriéndose paso a duras penas por lamaleza, Abdel estaba decidido arecuperar el tiempo perdido. Pero lapenetrante penumbra, incluso en aquellasenda que alguien había abierto por elbosque, le entorpecía la marcha.Mientras corría por la estrecha vereda

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tropezaba constantemente con raícesocultas en la opresiva oscuridad.

Concentrado en tratar de atravesar lanegrura con los ojos, no reparó en elcable tendido de un lado al otro delcamino.

Notó un leve tirón cuando lo rompiócon una pierna, oyó el chasquido de unmuelle que se soltaba y acusó el impactode una docena de diminutos dardos, queatravesaron la gruesa tela de su túnica yse le clavaron en el muslo derecho.

Instantáneamente la pierna se lequedó insensible y cayó de bruces sobrelos pequeños pinchos escondidos debajode un montón de hojas. Una docena de

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diminutas puntas atravesaron la túnicahasta la carne del tronco, y Abdel sintiócómo el corrosivo veneno que cubría lospinchos empezaba a disolverle la piel.

Rodó a un lado y acabó tendido deespaldas, agitando frenéticamente lasmanos contra los círculos de ardientedolor que lentamente se extendían desdelas pequeñas heridas en el pecho y elabdomen. Entonces oyó el crujir demadera seca y el suelo desapareció bajoél.

Con una mano logró asirse al bordedel agujero. Durante un segundo sequedó colgando por encima del fondo,que no se veía, imaginándose qué

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atrocidades le esperaban abajo. Oyódébilmente el ruido que hacían las ramassecas que disimulaban el agujero alllegar al fondo.

El mercenario salió a pulso de latrampa. Inmediatamente trató de ponerseen pie, pero tenía una pierna paralizaday se tambaleó hacia adelante. El lazo seestrechó en torno a su tobillo izquierdo yalgo tiró hacía arriba de la pierna buena.Abdel se encontró colgado cabezaabajo. La túnica se le bajó hasta lacabeza y el rostro, dejando aldescubierto el resto de su cuerpo.

Mientras pugnaba por destrozarla ypoder ver, pequeñas sacudidas de dolor

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le acribillaron el cuerpo. Docenas dedardos disparados por su invisibleatacante se le hundieron en la carne.Abdel notó que perdía fuerza pormomentos, mientras que brazos yhombros se le quedaban tan entumecidoscomo la pierna. Pocos segundos despuésya era incapaz de moverse. La túnica sele deslizó por la cabeza y cayó sobre elsuelo del bosque.

Una delgada figura vestida de negrosaltó desde las ramas de arriba yaterrizó suavemente en el suelo a pocosmetros de distancia. Aunque la veía delrevés, Abdel distinguió claramente losangulosos y puntiagudos rasgos de una

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elfa. Tenía la piel del color de la ceniza.El mercenario trató de articular lapalabra «drow», pero el venenoparalizante que le habían inyectado losdardos lo había dejado completamenteinmovilizado.

La drow se acercó a él y se sacó delcinto una daga cubierta de runas. Abdelreconoció aquellos símbolos, pues yalos había visto en el hacha de YagaShura y en las flechas de Illasera.Aquella elfa oscura pertenecía a losCinco.

Abdel trató de girar sobre sí mismopara poder cortar la soga que losujetaba, pero los músculos no le

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respondían. Ni siquiera podía mover losdedos, ni tampoco lanzar un grito defrustración. Tenía a una de los Cinco amenos de tres metros y no podía hacernada.

Su mente se llenó de imágenes deviolencia y ferocidad sin límites. Seimaginó a sí mismo despedazandolentamente a la menuda elfa. Imaginócómo su espada le partía el cráneo, ycómo fragmentos de su cerebrosalpicaban los gruesos troncos de losárboles que los rodeaban. Teníafantasías de tajarle el estómago ycontemplar cómo la drow trataba envano de impedir que las entrañas se le

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derramaran sobre la maleza del bosque.Pero la realidad era que se encontrabacolgando de un lazo como un pedazo decarne, balanceándose levemente de unlado al otro.

Con un rápido movimiento de ladaga, la drow cortó la soga. Abdel cayóal suelo como una piedra. Incapazsiquiera de rodar sobre los hombrospara amortiguar la caída, se dio debruces contra el suelo.

En su alma prendieron lasabrasadoras llamas de la furia de Bhaal.En vez de apagarlas como tantas veceshabía hecho, esta vez avivó las brasasdel odio hasta que se convirtieron en un

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infierno de locura que rugía dentro de suimpresionante cuerpo.

La drow se agachó junto al cuerpoinmóvil de Abdel y le dio la vuelta paraver los ojos de su indefensa víctima.

—Imoen ha compartido tu mismodestino —susurró, con la intención deasestar un cruel golpe al corazón deAbdel antes de rajarle la garganta—. Yomisma la maté.

Aunque no podía hablar, en la mentede Abdel resonaron gritos de protesta.¡No, Imoen no! La muerte de Jaheira lehabía destrozado el alma y había creídoque el dolor que sentía por la muerte desu amada era infinito. Pero el saber que

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también Imoen yacía muerta abriónuevas heridas en su espíritu. Elinsoportable sufrimiento —un dolor enel corazón mucho peor que cualquierherida que le hubiesen infligido— seacrecentó. Gorion, Jaheira e Imoen.Tenía las manos manchadas con susangre.

La drow seguía hablando, peroAbdel ya no entendía lo que decía. Laparte de su ser que era Abdel Adrianhabía desaparecido consumida por lasabrasadoras tinieblas de Bhaal.Solamente quedaba la malvada esenciadel Dios de la Muerte. Como habíasucedido mientras se hallaba sometido a

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los conjuros del brujo Irenicus, sucuerpo empezó a cambiar. Esta vezAbdel lo alentó. Los huesos se lequebraron y la piel se le reventó,incapaz de contener un esqueleto cuatroveces mayor que el suyo propio. Susmanos se tornaron garras, y su cabezauna horrible combinación de mandíbulasy colmillos. De su pecho brotaron conviolencia dos brazos más con dedosacabados en zarpas que hendían el aire.Su piel formó un exoesqueleto duroformado por quitina. El Aniquiladorhollaba de nuevo la faz de Faerun.

La transformación se completó encuestión de segundos. Lo que antes era

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Abdel ya no era más que unaabominación, tumbado sobre la espaldabajo las retorcidas ramas de los árboles.Sendai retrocedió de un salto, llena dehorrorizada sorpresa. Sus aguzadosinstintos de supervivencia la salvaron deuna muerte rápida y violenta.

La elfa oscura no esperó paracomprobar si aquel monstruoso serpodía moverse, sino que desaparecióentre los árboles. Pero ya era demasiadotarde para salvar la vida. La cosa queyacía en el suelo del bosque no era unser perteneciente al mundo mortal, porlo que el veneno paralizante que Sendaihabía inyectado en el cuerpo de Abdel

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no lo afectaba. Además, era mucho másrápido que la drow.

La figura de la ágil asesina sólopodía entreverse fugazmente entre losgruesos troncos y las robustas ramas delos árboles. La densa vegetación ledificultaba la huida, aunque pensaba quea la enorme criatura que la perseguíaaún le costaría más avanzar. El espesofollaje la ayudaría a ocultarse de la vistadel monstruo, y ningún sonido podríadelatarla.

Pero el Aniquilador no necesitabaverla ni oírla para localizarla. Podíaolerla, como podía oler a cualquier servivo. El enorme demonio saltó chocando

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con cabeza y hombros contra el dosel dehojas y ramas que se le cruzaban en elcamino. Una vez localizado el olor de ladrow, se lanzó en su persecución.

Mientras que Sendai se veíaobligada a sortear los árboles, elAniquilador tomó el camino directo,pisoteando los arbustos y dejando trasde sí una ancha estela de troncos hechospedazos, árboles arrancados de raíz yvegetación aplastada. El terrible fragorde su persecución se oía por todo elbosque de Mir, lanzando a la fuga aaves, animales de caza y a otras bestiasmucho más monstruosas. Lo único queinterrumpió el estrépito fueron los

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chillidos de Sendai cuando elAniquilador la atrapó.

El monstruo la despedazó con suscuatro brazos, se bañó con su sangre ygozó del sufrimiento de su víctima, a laque fue descuartizando en pequeñostrozos. Después de devorar las entrañasde la drow, arrojó a un lado lo poco quequedaba de ella como si sintiera lainvisible esencia de Bhaal que emanabadel cadáver como el tufo de maldadcorrompida.

Abdel Adrian recuperó su formahumana. Había regresado al Abismo, alreino de su padre.

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Balthazar estaba sentado inmóvil enla habitación superior de la torre centraldel monasterio, cuya existencia era unsecreto. No era más que una diminutapieza rodeada por completo del gruesomármol del tejado de la torre. No habíapuertas, ni ventanas, ni tampoco ningunaentrada ni salida física. El único modode acceder era a través de los místicosconductos de una mente iluminada.Aquella habitación era elsanctasanctórum de Abazigal, inviolablee inexpugnable. Ni siquiera sus propiosdiscípulos podían entrar, pues solamenteél había alcanzado la disciplina mentalque le permitía transportar su cuerpo a

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través de la roca sólida y llegar aaquella aislada celda de meditación.

No necesitaba ni bebida ni alimento,ni tampoco aire. Su cuerpo habíaalcanzado un grado de pureza, un estadode conciencia y existencia muy superiora la existencia física que aprisionaba atodo el mundo en cadenas que nisiquiera veían.

Llevaba todo un día en aquella salade hibernación cuando Melissan llegócon la chica, Imoen, aunque el tiempocarecía de importancia cuando sehallaba en aquel estado. Se quedó allímientras Sendai degollaba a la hija deBhaal, y tampoco se movió cuando

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Melissan escapó. Y todavía seguía allí,concentrándose y preparándosementalmente para la próxima batalla.

Desde lo alto de la torre podía ver yoír todo lo que sucedía en el continente:los secretos de los nobles de AguasProfundas que conspiraban en sus altastorres, los susurros clandestinos de losadúlteros de Amn que se intercambiabanbajo las sábanas de una taberna de malanota, la risa de los plebeyos de Sembiaen una cantina, las plegarias quederramaba un viudo de Las Tierras delos Valles sobre la tumba de su esposa,y también los agónicos chillidos de unadrow en el bosque de Mir.

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Ya sólo quedaban dos hijos deBhaal: Abdel y él mismo.

Y pronto sólo quedaría uno.Melissan ya nada pintaba en su destino;el Ungido de Bhaal era irrelevante.Cierto que Melissan aún debíadesempeñar un papel, pero erasecundario. Enviaría a Abdel en pos deBalthazar. Lucharían.

Balthazar mataría a Abdel. Y todoacabaría.

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19

De pie en el plano de Abismo que otrorafue el hogar de Bhaal, Abdel recordóhaberse convertido en el Aniquilador,recordó la sensación de su cuerpo quese transformaba en el demonio, recordóhaber corrido como un poseso por elbosque para dar caza a la drow, recordóhaber desmembrado el blando y suavecuerpo de Sendai con sus garras asícomo el glorioso sabor de la muerte enlos dientes y la lengua. Eran recuerdoslejanos y desdibujados, como si nofuesen suyos. Él no había hecho esas

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cosas. Abdel Adrian no era elresponsable de aquella sangrientacarnicería. Había sido el Aniquilador.

—Pero tú liberaste al Aniquilador.—El ser que en otras ocasiones ya se lehabía aparecido se materializó ante éluna vez más, y su voz infinita respondíaa pensamientos que el mercenario nohabía formulado en voz alta.

Sin hacer caso del ser que teníadelante, Abdel fijó la atención en laspuertas que le permitirían regresar alplano mortal donde seguir buscandovenganza por la muerte de Jaheira.Solamente quedaban dos puertas.

—Cada vez que matas a uno de los

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Cinco van disminuyendo los potencialesdestinos para ti y los de tu sangre.

Interesante, pero no lo suficientepara que Abdel decidiera quedarse aescuchar.

—Ten cuidado, Abdel Adrian —leadvirtió la molesta criatura—. Corres elpeligro de perderte en el Aniquilador.Es un demonio incontrolable. Tedevorará desde dentro del mismo modoque devora a tus enemigos.

El fornido mercenario giró sobre sustalones para encararse con aquel ser quelo sermoneaba.

—¡No me importa! —le espetó,enfadado—. ¡Mientras pueda matar a los

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Cinco, me da exactamente igual lo queme suceda a mí!

El ser sobrenatural meneó la cabeza.—Abdel, temo por tu futuro y por el

futuro de Abeir-Toril. Hay muchas cosasque ignoras. Si el poder al que sirvo nome lo prohibiera, podría contartemuchas cosas.

—Nada de lo dijeras podríaafectarme ahora —aseguró Abdel a suanfitrión con desdén—. No puedesdevolverme a Jaheira, ni a Imoen ni aGorion. La sangre de Bhaal que correpor mis venas únicamente ha traídodolor y muerte. Ya no me queda ningunaesperanza, ninguna posibilidad de ser

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feliz. Sólo me queda la venganza.—Tu amargura es comprensible,

Abdel. Pero el dolor y la muerte formanparte de la existencia, tanto de la mortalcomo de la inmortal. Tus palabras nodeshonran el recuerdo de quienescaminaron a tu lado por el camino de tudestino. Aprende de su ejemplo.

—¿Aprender? ¿Aprender qué? —Abdel no hizo ningún esfuerzo porocultar el desprecio que sentía.

—Sarevok te enseñó que es posibleredimirse.

—Y ahora está muerto.—Jaheira te salvó por el poder de su

amor.

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—Y ahora está muerta.—Gorion se sacrificó para que

pudieras alcanzar tu destino.—Y también él está muerto. ¿Es ésa

la lección que quieres que aprenda? ¿Lamuerte? Conozco perfectamente esalección, mi sobrenatural amigo, y piensoenseñársela a todos y cada uno de losmiembros de los Cinco.

Su adversario cambió de táctica.—Sólo queda uno de los Cinco.

Mátalo y la sangre de Bhaal solamentesobrevivirá en ti.

Abdel se encogió de hombros.—En ese caso me falta poco para

completar mi trabajo. —Con estas

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palabras se dio media vuelta y seencaminó hacia la puerta.

Mientras el plano de Bhaal sedisolvía, oyó la voz infinita que legritaba:

—El destino que te espera es máselevado que la venganza, Abdel. Rezopara que estés a la altura.

Melissan se topó con Abdelcaminando por la única senda queatravesaba el brazo meridional delbosque de Mir, a poco más de unkilómetro de distancia del bordeoccidental del bosque. El fornido

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mercenario llevaba únicamente unatúnica con capucha que le iba al menosdos tallas pequeña. En una manosujetaba un pesado sable, y en la otra ladaga de Sendai, fácilmente reconociblepor los símbolos arcanos grabados en susuperficie. Tenía el cuerpo cubierto desangre y otros fluidos, iba descalzo yviajaba a pie.

—¡Gracias a los dioses que siguesvivo! —exclamó Melissan al verlo—.He venido a avisarte de que una asesinate busca. Es una de los Cinco.

—La drow está muerta —declarósimplemente Abdel—. Y también elhombre dragón.

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—Abazigal y Sendai están ambos…—murmuró Melissan, pero se corrigióen el último momento y cambió de temaen medio de la frase—. Hemos sidotraicionados, Abdel. Imoen ha muerto.

—Lo sé. —Abdel se sorprendió delo mucho que seguían doliendo aquellaspalabras. Bastaba con mencionar lamuerte de su hermanastra para quesintiera que una daga se le clavaba en elcorazón—. Cuéntame lo ocurrido.

—Buscamos refugio en elmonasterio de Amkethran. Los monjesnos dieron la bienvenida, nos invitaron aentrar y nos prometieron protección. Sellevaron a Imoen a la torre central, para

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protegerla mejor, pero por la mañanaestaba muerta.

—Fue la asesina drow, ¿verdad?—Exactamente. Se llamaba Sendai.

Pero me temo que tras el asesinato deImoen se esconde algo más siniestro.Sospecho que el prior del monasterio,un monje llamado Balthazar, estabaconfabulado con Sendai. Creo… creoque él es el último de los Cinco, Abdel.

»No sé si los demás monjes conocensu secreto, pero lo dudo mucho. Sirven asu superior con absoluta devoción, sintener ni idea de quién es.

El corpulento mercenario se mordióun labio con tanta fuerza que se hizo

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sangre. Presentía que Melissan no se lohabía contado todo. Aún se callaba algo,guardaba secretos. Era evidente que eraconsciente de la amenaza que suponíaSendai y no había avisado ni a Abdel nia Imoen. Pero al mercenario ya no leimportaba cuál era el juego que la mujerse traía entre manos. Le había dicho másque suficiente.

—Dame tu caballo. Quiero estarfresco cuando llegue a Amkethran.

Pensó que Melissan trataría dedisuadirlo o sugerirle otro plan que nofuera un ataque frontal, o que al menosle brindaría ayuda. Pero lo único quehizo fue desearle buena suerte.

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Al llegar a las chozas de barro y alas tiendas de Amkethran, Abdeldesmontó de un salto y se despojó de latúnica que llevaba, pues no quería quenada entorpeciese sus movimientoscuando se enfrentara a Balthazar. Lavisión de un hombre musculoso de másde dos metros de estatura, desnudo,cubierto de sangre reseca y blandiendoun pesado sable en una mano y unainquietante daga grabada con runas en laotra, ahuyentó a las pocas personas conlas que se topó en el camino.

Las grandes puertas de hierro delmonasterio estaban cerradas, pero

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Abdel las arrancó de sus goznes. Concada muerte de uno de los Cinco habíaganado más fuerza y poder, tanto quepoco lo separaba ya de su inmortalpadre. Abdel creía que hubiese sidocapaz incluso de atravesar por la fuerzalos muros de mármol.

Al cruzar las puertas destrozadas fueinmediatamente atacado por un ejércitoformado por los guardianes delmonasterio. Los monjes guerrerosluchaban sin armas, descargabancontundentes puntapiés contra lasrodillas del mercenario, dirigían unalluvia de puñetazos contra su garganta yestrellaban sus rodillas contra la

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entrepierna de Abdel. Tal ataquehubiese quebrado los huesos decualquier mortal.

Pero Abdel se iba quitando deencima a los monjes como quienahuyenta moscas. Los obligaba aretroceder blandiendo el sable y la dagade Sendai. Los monjes esquivabanalgunas de sus estocadas, o caían alsuelo, heridos. Nada más lejos de laintención de Abdel que enzarzarse conellos en una lucha, pues su únicoobjetivo era abrirse paso entre ellos.Las muertes de los fanáticos seguidoresde Balthazar nada significaban para él,por lo que no estaba dispuesto a perder

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un tiempo precioso persiguiendo a losheridos para rematarlos.

De haber deseado cometer unamatanza, habría sido muy sencillo lanzaral Aniquilador contra sus enemigos.Pero el demonio matabaindiscriminadamente; a él nada leimportaba la sed de venganza de Abdel.Si liberaba al Aniquilador, era posibleque Balthazar lograra escabullirse en laorgía de muerte que se organizaría. Asípues, aplacó las llamas de la maldad desu padre y siguió adelante con denodaday desapasionada determinación.

Los monjes se lanzaban sobre él,dispuestos incluso a dar sus vidas, a

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sacrificarse para detenerlo, pero seenfrentaban a un adversario inmune a suspuños y a sus pies. Pese a suabrumadora superioridad numérica, ypese al hecho de que Abdel ni siquierase molestaba en matarlos, fueronincapaces de frenar su implacableavance hacia la alta torre que se alzabaen el centro del patio.

Sabía que Balthazar estaba dentro dela torre. Sentía el estigma de Bhaal en supresa reluciendo como un faro, apelandoa la propia lacra del mal en su alma.Siguió ahuyentando a los molestosmosquitos que descargaban un golpe trasotro sobre su cuerpo invulnerable,

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mientras él clavaba la vista en la entradaa la torre fuertemente guardada.

Por aquella puerta salieron dosfiguras armadas que blandían sus armasformando intrincados dibujos en el aire,al tiempo que entonaban extrañossonidos que resonaban por encima delfragor de la lucha. Eran magos enviadosa detenerlo, en vista de la incapacidadde los monjes guerreros para hacerlo. Lamultitud que rodeaba a Abdel se alejóde él para evitar los efectos de loshechizos que iban a llover sobre él.

En torno a Abdel prendió el fuego yquedó envuelto en llamas. Del cielocaían rayos para hendirle el cráneo, y

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nubes de humos tóxicos le nublaban lavisión. Ante él surgieron muros de hielo.Flechas encantadas brotaron de la nadapara dar con certera precisión en sucuerpo, salpicándole la piel con ácidocorrosivo allí donde se clavaban.

El mercenario siguió adelante sinvacilar. Abazigal a punto había estadode acabar con él gracias a su magia,pero con la muerte del semidragón y dela drow Sendai, había dado un paso másen su evolución. Ahora, los hechizos delos magos eran tan inútiles contra élcomo los golpes de los monjesguerreros. Abdel era el imparablemensajero de la muerte. Los magos se

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hicieron a un lado, y una solitaria figurade piel de ébano apareció en la puertade la torre. Al igual que Abdel elhombre iba desnudo, aunque costabadarse cuenta pues estaba cubierto detatuajes de la cabeza a los pies. Loscolores y dibujos parecían cambiar yagitarse bajo la oscura carne delhombre, como si aquellos poderosossímbolos estuvieran dotados de vidapropia. Aunque era unos treintacentímetros más bajo que Abdel, eraigual de musculoso.

—¡Deteneos! —ordenó el hombretatuado—. Ésta no es vuestra batalla.

Los monjes guerreros y los magos

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inclinaron respetuosamente la cabeza,retrocedieron y dejaron libre un caminopara que pasara Abdel. Sin importarleque pudiera tratarse de una trampa, elmercenario corrió hacia aquel hombre,seguro de que era Balthazar.

El hombre desapareció dentro de latorre y Abdel lo siguió. Apenas habíacruzado el umbral de un salto cuandooyó el horrible chirrido de la piedra aldeformarse y retorcerse. Al echar unvistazo por encima del hombrocomprobó sin ninguna sorpresa que lapuerta había sido mágicamente selladatras él, pues la piedra que formaba losmuros de la torre se había cerrado sobre

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la abertura.Entonces fijó su atención en el

interior de la estructura. Lo único quehabía en la planta baja era una empinadaescalera que conducía al primer piso,situada en el extremo más alejado. Laplanta baja era como un ruedo o tal vezcomo un cuadrilátero de entrenamiento.Y en el centro lo aguardaba Balthazar.

—Esto debe acabar aquí —dijo elmonje con voz que no era ni amenazanteni temerosa—. Debe acabar aquí yahora.

Abdel no podría haber estado másde acuerdo.

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El mercenario cargó contra el monje.Balthazar esperó hasta que tuvo alenemigo casi encima para girar elcuerpo a un lado. Con la mano izquierdaempujó hacia abajo la punta del sable deAbdel, alejándolo de su cuerpo,mientras que con el antebrazo derechodaba un golpe a la muñeca izquierda deAbdel, con lo que desvió la trayectoriadescendente de la daga de Sendai. Almismo tiempo le puso la zancadilla, demodo de que el fuerte impulso quellevaba Abdel hizo que se tambaleara y

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fuera a estrellarse contra la dura piedradel muro más alejado.

Ileso pero ardiendo de ira yvergüenza por su ataque fallido, Abdelgiró sobre sus talones para enfrentarseuna vez más con su enemigo. Balthazarseguía de pie en el mismo centro de lahabitación, esperando con toda la calmadel mundo el siguiente movimiento de surival.

—¿Comprendes por qué es precisoque mueras? —preguntó en tono casual.

—Sé que tú quieres resucitar aBhaal, pero no es eso por lo que estoyaquí.

Tras pronunciar aquellas palabras

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Abdel se lanzó de nuevo contra elmonje, se agachó y separó los pies,acercando así su centro de gravedad alsuelo. Estaba seguro de que esa vez elmonje no podría desviar su impulso conun simple giro del cuerpo.

Balthazar también se agachó ycuando Abdel se aproximó saltó y diouna voltereta en el aire sobre la cabezade su asombrado adversario. Con eltalón izquierdo golpeó al mercenario enla parte de atrás de la cabeza, dejándolomomentáneamente aturdido, mientrasque con el pie derecho le propinaba unfuerte puntapié en la parte central de laespalda, lanzándolo de bruces contra el

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duro suelo.Abdel se desplomó sobre el

estómago y se quedó sin respiración. Lacabeza y la espalda le dolían por lospuntapiés recibidos. Notaba que ya leempezaban a salir moretones y que loslugares en los que había encajado losdespiadados golpes se le hinchaban. Adiferencia de los monjes guerreros entrelos cuales se había abierto paso en elpatio, Balthazar le infligía un daño muyreal.

Era por los tatuajes. Al igual que lasrunas grabadas en las armas de los otrosmiembros de los Cinco, los dibujos ysímbolos que cubrían los brazos y las

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piernas de Balthazar le daban el poderde causar daño al cuerpo de Abdel. Elsaberse vulnerable lo obligó a cambiarde táctica; tendría que actuar con mayorcautela. Lentamente se levantó y seencaró con el monje.

Tras su maniobra que desafiaba lagravedad, Balthazar había aterrizadoágilmente de pie y nuevamenteaguardaba en el centro de la habitación.El monje prosiguió la conversacióncomo si nada hubiera pasado.

—No tengo ninguna intención deresucitar a Bhaal. Es preciso eliminarpara siempre de Faerun la maldad deBhaal. Su estigma debe ser borrado de

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la faz de Abeir-Toril. Por eso debesmorir.

La amarga risa de Abdel reverberóen los muros de piedra que losencerraban.

—¡Sé que eres uno de los Cinco!¡Has asesinado a tus hermanos de sangrepara robarles la esencia y así resucitar anuestro padre!

—Sí, era uno de los Cinco —reconoció Balthazar, mientras Abdel seaproximaba cautelosamente trazando consus dos armas hipnóticos dibujos en elaire—, aunque nunca compartí sus ideas.Ellos querían devolver a la vida aBhaal, mientras que yo deseo

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asegurarme de que permanezca muertopara siempre. Matar a los poseedores denuestra misma sangre contaminadaservía tanto a sus propósitos como a losmíos, por lo que los ayudé a dar caza ala descendencia del Dios de la Muerte.Pero siempre he tenido la intención detraicionarlos al final, Abdel.

El mercenario apenas prestabaatención a las mentiras que brotaban delos labios de su enemigo. No iba apermitir que su palabrería lo distrajerade su objetivo. Si el monje queríaparlotear mientras él se le ibaacercando, no sería él quien le mandaracallar. Ya lo silenciaría rebanándole el

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pescuezo.Aunque muy pocas veces luchaba

con un arma en cada mano, Abdel sabíacómo sacar ventaja de ello al atacar.Empezó con una serie de estocadas ytajos ofensivos con el sable destinados aobligar al monje a retroceder y hacerleperder el equilibrio. A continuacióndirigió la daga hacia los riñones de suenemigo, obligándolo a alejarse de lapequeña arma blanca, lo que le pusojusto en la trayectoria del recio filo delsable.

Pero algo salió mal. Balthazar noreculó ante la primera salvajearremetida, sino que paró la espada con

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la mano izquierda desnuda, giró lamuñeca de modo que su palma seencontró con la parte plana del sable, ylo desvió sin que le causara ningúndaño. Del mismo modo paró la segundaestocada. Presa de la desesperación,Abdel llevó la daga hacia arriba, pero elmonje le propinó un fuerte golpe en elcodo con la pierna, arrancándole la dagade la mano que débilmente la asía.

Balthazar se agachó y eludió lo queAbdel había esperado que fuese el golpede gracia. El impresionante sable hendióel aire a poco más de dos centímetros desu cabeza.

Antes de que Abdel lograra invertir

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el impulso de su ataque, un rodillazo enla ingle lo hizo doblarse. Un instantedespués se enderezó bruscamente alrecibir otro rodillazo en el mentón.

Cegado por el dolor, ni siquiera viola veloz ráfaga de puñetazos en elpecho, aunque sí que sintió cómo variascostillas se rompían en rápida sucesión.Seguidamente sintió un par de firmesmanos que lo agarraban con firmeza poruna muñeca, lo levantaban y loarrojaban por el aire. Fue a aterrizarpesadamente de espaldas.

—Mientras una sola gota de lacontaminada sangre de Bhaal fluya porlas venas de un ser vivo, existe la

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posibilidad de que alguien encuentre elmodo de resucitarlo —explicótranquilamente Balthazar, que ni siquierarespiraba más agitadamente después deaquel asalto—. Al igual que todos losvástagos de Bhaal, tú posees la lacra deBhaal, y debes morir por el bien delmundo.

Lentamente la visión de Abdel se fuedespejando y enfocó el techo. Tenía lamano izquierda paralizada. Ni siquierapodía cerrar el puño. Cada respiraciónle causaba un terrible dolor, pues la cajatorácica rota se expandía y se contraía.Tosió y casi se ahogó cuando la gargantase le llenó de sangre. Notaba cómo su

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cuerpo luchaba por recuperarse, porvencer a la poderosa magia contenida encada puñetazo y cada puntapié recibidode Balthazar. Su cuerpo se estabarecuperando, pero lentamente.

—¿Y qué me dices de ti? —preguntócon voz ronca, tratando de ganar tiempo—. Tú también eres hijo de Bhaal.¿Debes también morir por la sangre quecorre por tus venas?

—Yo he aprendido a controlar elmal que alberga mi alma, Abdel. Estasmarcas en mi cuerpo contienen mimalvada esencia gracias a una poderosamagia. Toda mi vida ha estado dedicadaa alcanzar la disciplina mental que me

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permite mantener aprisionada en micuerpo y mi alma la cólera de Bhaal.Pero mientras viva habrá personas quetratarán de liberar aquello que yo tantome he esforzado por enjaular. Lasoportunidades de que venzan soninfinitesimales, pero incluso así elriesgo es demasiado grande. Cuando túhayas muerto yo también moriré, Abdel.Nosotros dos somos los últimos. Tras tumuerte y mi suicidio ritual el mundo severá por siempre libre de la amenazadel regreso de Bhaal.

Las costillas de Abdel se estabanjuntando de nuevo, y notaba cómo losdedos de la mano izquierda recuperaban

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la sensibilidad y la fuerza. Pese a latremenda paliza recibida no habíasoltado en ningún momento el pesadosable, pero necesitaba unos segundosmás.

—Estás loco, Balthazar.—Es una consecuencia inevitable de

quiénes y qué somos. La esencia deBhaal lleva consigo locura y muerte. Pormucho que tratemos de evitarlo, porbuenas que sean nuestras intenciones, nopodemos evitar poner de manifiesto losrasgos más oscuros heredados denuestro padre. Y todos quienes nosrodean sufren.

Su cuerpo se había recuperado por

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completo, pero Abdel no se lanzó alataque inmediatamente. Algo en laspalabras de Balthazar sonaba a verdad.¿Acaso Abdel no había sido siempre unheraldo de la muerte y el sufrimiento?¿A cuántos hombres y a cuántas mujereshabría matado a lo largo de su carreracomo soldado de fortuna? ¿Acentenares? ¿A miles?

Algunas personas habían tratado deapartarlo de aquella vida de violencia;quienes lo amaban pese a su naturalezasalvaje. ¿Qué había sucedido a Gorion ya Jaheira? Estaban muertos, al igual queImoen y Sarevok y cualquiera queentrara en contacto con él.

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—¿No hay modo de librarnos delestigma de Bhaal? —inquirió Abdel,rezando para que Balthazar le diera almenos una brizna de esperanza antes deacabar con él.

—No podemos evitar la maldiciónde nuestro padre —el monje habló convoz apagada y pesarosa—. Muchos denuestros hermanos simplementesucumbieron ante ella y dejaron que laesencia los consumiera, por ejemploSarevok y los demás miembros de losCinco. Otros trataron de resistirse a laoscuridad del Dios de la Muerte, comotú y yo. Pero estamos condenados alfracaso. Pese a todos nuestros esfuerzos

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vamos dejando una estela de muerte,dejamos un rastro de sangre, Abdel. Nisiquiera yo, con todo mi entrenamiento,he podido resistir los impulsos asesinosde Bhaal.

Lo que las palabras de Balthazarimplicaban eran demasiado para queAbdel pudiera soportarlo. Si el monjeestaba en lo cierto, él era el culpable dela muerte de Jaheira.

La semielfa estaba condenada desdeel mismo momento que se asoció conalguien de su impura herencia. Abdel noiba a aceptarlo. No podía aceptarlo.¿Cómo vengar su muerte si él era elculpable?

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Abdel se aferraba a la idea devenganza como un ahogado se aferra auna cuerda que le lanzan desde la orilla.Era todo lo que le quedaba, lo único quepodía llenar su vacío interior. Los Cincohabían matado a Jaheira, no él, y losCinco pagarían.

Se puso de pie de un salto, tratandode no sumirse en el infierno que ardía ensu interior. No quería liberar alAniquilador si no era estrictamentenecesario. Quería darse el gusto dematar a Balthazar él mismo.

Abdel se lo tomó con calma y fuedescribiendo amplios círculos en torno asu enemigo. En los primeros asaltos él

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había sido quien atacaba, y cada vezBalthazar había contrarrestado el ataquevolviendo contra el fornido mercenariosu agresividad y su impulso. Durantevarios segundos que se hicieron muylargos Abdel mantuvo la posición, eradel alcance del monje. Aguardaba,esperaba atraer a su rival.

Balthazar pasó a la ofensiva y selanzó contra él muy rápidamente. Atacódesde abajo, con la idea de levantarlelas piernas y hacerlo caer. Pero Abdeldio un salto hacia atrás y descargó unmandoble destinado a partir en dos elcráneo del monje. Pero éste había giradoya el cuerpo y se había alejado del

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arma.El mercenario trató de retroceder y

ponerse nuevamente en guardia.Balthazar se le había acercado tanto quele había impedido usar el sable coneficacia, y el monje seguía acosándolo,negándole el espacio que Abdelnecesitaba. Con un directo contra lamandíbula, un codazo contra la gargantay un puntapié en la sien propinado trasun giro completo, Abdel cayó sobre unarodilla, aturdido. El monje le estrellóuna rodilla en la cara, y la nariz deAbdel explotó con un chorro de sangre.

Daba tajos a ciegas con el sable, conla esperanza de acertar por casualidad.

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Balthazar le agarró una muñeca, seapoyó en el brazo de Abdel y tiró de élbruscamente hacia atrás, a la altura delcodo, rompiéndole la articulación.Abdel lanzó un grito de dolor y trató derodar sobre sí mismo para alejarse delmonje. Se levantó justo cuandoBalthazar le propinaba un tremendopuntapié contra un lado de la rodilla,dislocándole la articulación yrompiéndole ligamentos y tendones delhueso, que acabó sobresaliéndole justobajo el muslo.

Balthazar reculó, dejando a sulisiado oponente retorciéndose de doloren el suelo.

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—Incluso ahora mismo gozo con eldolor que te estoy causando —dijo casicomo si se disculpara—. No podemosnegar qué somos Abdel, por mucho quenos esforcemos. Supongo que por eso elUngido de Bhaal te reclutó para eliminara los Cinco. Triunfara quien triunfase, lamaldad de Bhaal reinaría en el alma delvencedor. Cuando todo esto hayaacabado el Ungido de Bhaal podría usaresa maldad para resucitar al Dios de laMuerte.

Abdel sacudió la cabeza, tratando deolvidar el agónico dolor que sentía enlos dos miembros que Balthazar le habíadejado inútiles, luchando por

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comprender el significado de laspalabras de Balthazar.

—¿El Ungido de Bhaal? —preguntóhaciendo rechinar los dientes por eldolor.

El monje le dirigió una sonrisacompasiva.

—No tienes ni idea, ¿verdad? Noeres más que un peón, Abdel, unamarioneta. Melissan te ha estadomanipulando desde el principio.

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Melissan inspiró profundamente el airefrío y rancio mientras caminabalentamente hacia el templo abandonado.Olía a decadencia vacía y a pútridamuerte, un olor que después de treintaaños ya le era muy familiar. Bajo aquelhedor añejo y fétido flotaba unainsinuación de algo más: humo y fuego.El aroma de odio consumiéndose, elperfume de la cólera violenta, viva,palpable. La mujer sonrió.

Después de entregar a Abdel sucaballo, había tenido que seguir hasta el

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templo a pie. Habían sido varios días demarcha, pero ¿qué era ese inconvenientesin importancia después de décadas depaciente espera? Por fin su pacienciatendría su recompensa. Al cruzar lapuerta el cálido resplandor de las llamasbañó su cuerpo. Alzó la mirada ycontempló la sonriente calavera,símbolo de su dios. Melissan sentía elcalor de las llamas que le lamían la piel,acariciándosela con un hormigueo, delmismo modo que Bhaal había hechocuando caminaba por la faz del mundoantes de la Época de Tumultos.

Las furiosas llamas que ardían en elpozo se avivaron cuando Melissan se

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acercó, como si la esencia del diosmuerto contenida en ellas lareconociera: Melissan, SumaSacerdotisa del Dios de la Muerte,Ungida de Bhaal. Mucho tiempo atrásella había sido la encargada de llevar acabo los sacrificios y los truculentosrituales que alimentaban las ansias de sudios. Ella dirigía las sanguinariasoraciones de los seguidores de Bhaal,durante las cuales asesinaba a enemigosy a víctimas por igual, y luego arrojabasus cuerpos y sus almas al malvadofuego eterno que ardía en el centro deltemplo.

Por su fe Bhaal la había

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recompensado revelándole los secretosde la ascensión, de modo que tras suinevitable muerte pudiera resucitarlo.Había llegado el momento de realizar elritual. Los Cinco habían recogido laesencia de la prole de Bhaal tras unaguerra de sangrientos sacrificios. Todoestaba a punto para el regreso a la vidadel dios.

Pero Melissan tenía otros planes.Lentamente la espigada mujer sedespojó de la delgada cota de malla quellevaba sobre la ropa y la dejó caer alsuelo. A continuación se quitó losguantes plateados, las botas, las largasmangas negras y los ajustados

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pantalones. Finalmente se desprendió dela ajustada ropa interior negra que se lepegaba a las curvas de su bien moldeadocuerpo, dejando al descubierto una pielhorriblemente desfigurada. Treinta añosatrás había sido ungida por Bhaal en unbautismo de fuego que le dejó su marcaen cada centímetro de la piel, menos enel rostro. Desde entonces su carne erauna horrible y deforme masa de tejidocicatricial que jamás sanaría.

Melissan se había sometidovoluntariamente a aquellatransformación, pues sabía que cuandollegara la hora del castigo, el premio lacompensaría por todo el sufrimiento. Y

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la hora casi había llegado.Desnuda y desprotegida entró en la

rugiente hoguera que ardía en el centrodel templo de Bhaal. El tormento erasoportable. Unas temperaturas muchomás altas de lo que un mortal pudiera niimaginar le abrasaron el espíritu, aunquesu cuerpo mutilado y repulsivo no sufriódaño alguno. Los chillidos de lastorturadas almas de los hijos de Bhaalatrapados en el fuego inundaron susoídos, le rompieron los tímpanos y se leclavaron en el cerebro.

La mujer dio la bienvenida al dolor.Lo abrazó, y el infernal fuego la abrazóa ella. Dedos anaranjados fueron

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subiendo por su piel, se le metían dentrode la boca y la nariz como un ser vivoque quisiera devorarla por dentro. Lasllamas la envolvieron. Lenta ydolorosamente fueron purgando suexistencia mortal, al tiempo que leabrían el camino de su ascenso a lainmortalidad.

—¡Detente!Instintivamente Melissan había

cerrado los ojos al entrar en el fuegosagrado. Al oír el sonido de lo queparecía una multitud de voces hablandoal unísono, los abrió de repente.

A través del brumoso veloanaranjado de las danzantes llamas vio

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una enorme figura que descollaba sobreella. Su cabeza casi rozaba el techo deltemplo de Bhaal. La figura extendió suinmensa túnica negra celestial,empequeñeciéndola. Melissan loreconoció: era un solar, un servidor ymensajero de Ao, el extraño ser queregia incluso los destinos de los mismosdioses.

Pese al abrasador calor Melissan seestremeció.

—¡Lo que haces está prohibido! Nopuedes hacerlo. —Pero la figura no hizoademán de intervenir. Se quedó inmóvilmientras el ritual de ascensiónprogresaba, sin interrumpir el

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sacramento.Lentamente Melissan fue perdiendo

el miedo a medida que comprendía laverdad. No se enfrentaba a un guardiándivino del hado y el destino, no era unaentidad omnipotente enviada aaplastarla. No. Se trataba de una meraproyección, un espíritu inofensivoprocedente de otro plano.

—¡Éste no es tu lugar! —gritó ellapara hacerse oír por encima del fragorde las llamas—. ¡No tienes poder aquí!

—A un mortal no le está permitidoascender en lugar de Bhaal —declaró lafigura con voz inquietante—. Es undestino reservado a alguien del linaje de

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Bhaal.—¿Y qué me dices de Cyric? —le

retó Melissan—. ¿Acaso no es un mortalque ascendió al panteón de los dioses?

—Lo de Cyric fue un error —admitió la figura—. Una excepción queno se tolerará una segunda vez.

—Pues descarga sobre mí la ira detu amo —le desafió Melissan,extrayendo su audacia del conocimientode la historia de Faerun. Solamente unavez que se recordara había intervenidoAo en los acontecimientos de Abeir-Toril, durante la Época de Tumultos.Pero aquella época ya había pasado ydesde entonces Ao se había sumido en

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las brumas de la leyenda filosófica.En vista de que nada pasaba,

Melissan soltó una carcajada de alivio.Había desafiado el farol del solar yhabía ganado.

—Tu amo sigue tan desinteresadocomo siempre. Muy pronto Balthazarmatará a Abdel, o tal vez será al revés.Sea como sea no importa. Muera quienmuera yo dispondré de la necesariaesencia de Bhaal para iniciar mitransformación.

Impotente para intervenir, ni siquierapara discutir las audaces palabras deMelissan, el solar simplemente sedesvaneció.

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La triunfante risa de la mujer resonóen los muros del templo abandonado. Elfuego sagrado se avivó, y Melissan notócómo la carne se le empezaba a fundir.Las risas se tornaron gritos cuando sucuerpo quedó reducido a cenizas.

Melissan se halló en el reino abisalde Bhaal. Su cuerpo físico habíadesaparecido devorado por las llamasque ardían en el centro del templo, en elmundo mortal. Pero en aquel plano delaverno nuevamente tenía forma. Volvía aser hermosa. Las cicatrices y lasdeformidades sufridas en la ceremoniade iniciación como la Ungida de Bhaalhabían desaparecido de su cuerpo. La

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mujer se acarició maravillada la piel, denuevo lisa y sin mácula, asombrándosede su propia perfección.

Un grave retumbo le hizo alzar lavista al cielo. Sobre su cabeza hervíanfuriosas nubes oscuras que cabalgaban alomos de un frío viento. Hasta donde lellegaba la vista contempló una tierraoscura y fértil. La esencia agrupada deBhaal había hecho renacer lo que anteshabía sido un desolado vacío. Ahoraaquel plano abisal rebosaba potencial ysimplemente esperaba una poderosamano que le diera forma.

La mujer cerró los ojos, inclinó lacabeza hacia atrás, alzó los brazos y

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entonó un suave cántico. En respuesta, elsuelo se puso a temblar, la tierra empezóa burbujear y estalló cuando brotes decorrompida vegetación lucharon por lavida, arrastrándose servilmente a lospies de la Ungida de Bhaal. En elhorizonte brotaron montañas de rocasemejantes a dientes mellados, aislandoaquel reino dentro de una imponente einfranqueable frontera.

Melissan abrió los ojos paracontemplar la rápida transformación delo que ya consideraba su propio reino.Su mundo obedecía todos y cada uno desus antojos y deseos, pero faltaba algo.La mujer sentía el poder de la inmortal

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esencia de Bhaal que latía a través delsuelo que pisaba, y también flotaba en elaire como una carga estática. Podíamanejar aquella esencia a su antojo,pero aún no formaba parte de ella.Seguía siendo una mortal en el reino deun dios.

Entonces reparó en la solitariapuerta, sin marco ni paredes al lado, queflotaba en el centro de ese mundo. Concautela y curiosidad la mortal queaspiraba a la divinidad se aproximó aella.

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—Melissan te ha estado utilizando,Abdel —explicó pacientementeBalthazar a su indefenso oponente—.Tal vez sospechó que los Cinco ya no laconsideraban necesaria y conspirabancontra ella. O tal vez se enteró de mideseo de traicionar su causa. O quizásimplemente se dio cuenta de que losCinco se estaban volviendo demasiadopeligrosos para poder controlarlos.

»Sea cual fuere la razón, nosenfrentó los unos contra los otros.Cuando llegaste a Saradush te manipuló

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para que mataras a Yaga Shura, yengañó a Gromnir para que abriera laspuertas de la ciudad sitiada. De unplumazo logró así acabar con casi todoslos hijos de Bhaal aún con vida yconsiguió enemistarte con los Cinco.

El monje hizo una pausa para juzgarla reacción de Abdel. El mercenariosacudió la cabeza.

—No —dijo, haciendo rechinar losdientes—. No te creo.

—No importa qué creas. Una vezque tanto tú como yo hayamos muerto noquedará ningún vástago de Bhaal al queMelissan pueda manipular, nadie queescuche sus promesas de gloria. Y le

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será imposible resucitar a Bhaal.El dolor que sentía en sus

destrozadas articulaciones impedía aAbdel pensar coherentemente. Balthazartenía que estar mintiendo, pero ¿porqué? ¿Qué podría ganar el monjeinventándose aquel cúmulo de engaños?El fornido mercenario sacudió lacabeza, tratando de librarse de suindecisión. No era el momento paradesenmarañar el papel que habíadesempeñado Melissan en losacontecimientos recientes de su vida.

Abdel enterró su confusión debajode pensamientos más simples y claros.

Los Cinco habían matado a Jaheira.

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Balthazar era uno de los Cinco. Ergo,Balthazar debía morir.

Abdel sabía que era inferior a surival. El monje era demasiado hábilpara que pudiera vencerlo en combate.Deseaba vengar a Jaheira con suspropias manos, pero al contemplar elbrazo derecho destrozado y el hueso quele sobresalía de la pierna, supo que nopodría. No obstante, todavía podíavengarse.

Las llamas de Bhaal prendieron ensu interior y Abdel se abandonó a lamaldad de su padre. Su cuerpo explotó,lanzando fragmentos de carne por todala habitación. El Aniquilador volvía a

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ser libre.El techo del edificio era demasiado

bajo para que el demonio pudieramantenerse erguido, pero la bestia selimitó a encorvarse y apoyó dos de susgarrudos brazos en el suelo. El otro parlo extendió ante él y corrió inclinadohacia el pobre monje.

A Balthazar no lo sorprendió latransformación de Abdel en aquellahorrible manifestación de la maldad deBhaal. De hecho lo esperaba y estabapreparado.

Tuvo que agacharse para esquivar

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los zarpazos de su enemigo. Acontinuación giró sobre sí mismo paraalejarse de las fauces que trataban decerrarse sobre él y propinó una serie defuertes puntapiés y puñetazos a una delas patas traseras del monstruosodemonio. Pero sus golpes rebotaroncontra el duro exoesqueleto delAniquilador sin causarle daño alguno.

El Aniquilador dio una patada contanta rapidez que Balthazar ni siquieravio venir el ataque. Un gigantesco piegolpeó al monje en pleno pecho con lafuerza suficiente para convertir sushuesos en polvo. Pero el cuerpo deBalthazar absorbió el golpe y dio una

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voltereta hacia atrás. En vez dedestrozar todos los huesos del tronco, lapatada simplemente lanzó al monje haciaatrás en una serie de saltos mortaleshasta pararse poco antes de llegar almuro de piedra.

La bestia se volvió de nuevo haciael monje y con su enorme tamaño loacorraló en un rincón. Entonces se lanzócontra él con las cuatro garras al mismotiempo, cada una de ellas atacandodesde diferente altura y diferente ángulo.

Balthazar se agachó y las eludió. Sicualquier otro hombre hubiese tratadode doblar el cuerpo y retorcerlo comoél, sin duda se habría roto el espinazo.

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El Aniquilador atacaba sin dar tregua.Sus zarpas no eran más que una imagenborrosa de una muerte horrible ydesgarradora. Pero el monje lograbaesquivar las mortales zarpas; desviaba,paraba y redirigía media docena dearremetidas en un sólo segundo.

El Aniquilador era más veloz y másfuerte que ninguna otra criatura con laque Balthazar se hubiera enfrentado,pero no era más que una bestia, unanimal sin entendimiento. Así puesatacaba usando la fuerza bruta y la furia,sin ninguna idea de táctica ni deestrategia. Gracias a décadas de estudiode las artes de combate el monje podía

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prever cada ataque y defenderse.A medida que Balthazar fue

reconociendo un ritmo y una pauta en losataques del monstruo, lentamente fueadoptando una actitud más ofensiva.Entre los movimientos elusivos y lasparadas empezó a intercalar cruelescontraataques, puñetazos y puntapiésdirigidos a los ojos saltones deldemonio, semejantes a los de un insecto.La bestia no parecía acusar las heridasque Balthazar le causaba. Era como si eldolor no significara nada para él.

Pero a medida que el monjearreciaba sus ataques a los órganosoculares del demonio, los asaltos del

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Aniquilador empezaron a hacerse másbrutales y frenéticos, y menos precisos.Al poco rato el monstruo golpeaba ya alo loco y daba zarpazos a ciegas, con laferviente esperanza de toparse porcasualidad con su enemigo y hacerlopedazos.

Los enloquecidos y caóticosesfuerzos del cegado Aniquilador erantan poco efectivos como cuando aúnpodía ver. Desesperada, la bestia fue aestrellarse contra el muro en un salvajeintento de aplastar a su esquivoenemigo.

Pero Balthazar presintió aqueldesesperado movimiento y pasó

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fácilmente por debajo de las patas queel Aniquilador había separado muchopreparándose para el salto. El demoniose arrojó contra la pared reforzadamágicamente, causando enormes grietasque llegaron hasta los cimientos de laindestructible torre.

Un segundo después de estrellarsecontra la piedra, el monstruo ya volvía aestar de pie, daba media vuelta y agitabafuriosamente los brazos para tratar delocalizar al monje. Balthazar locontemplaba imperturbable desde elotro extremo de la torre, acumulandotodo su poder en una mano.

El demonio ciego lo olió, lo oyó o

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quizá simplemente presintió la posicióndel guerrero tatuado, e inmediatamentearremetió contra él. Balthazar semantuvo inmóvil y dejó que el monstruose le acercara. Luego se agachó debajode la garra con la que el Aniquiladorpretendía degollarlo y saltó por encimade otra garra dirigida a sus piernas.Balthazar se aproximó muy tranquilo ala bestia y le estampó la palma de lamano en su enorme pecho.

El Aniquilador se tambaleó haciaatrás, chillando frustrado y confuso, altiempo que agitaba furiosamente losbrazos en un vano intento por recuperarel equilibrio. Había recorrido la mitad

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de la habitación cuando se desplomó.Todo su cuerpo temblaba con lasvibraciones producidas por la palma deBalthazar, como un diapasón golpeadopor un martillo.

Chillando aún por rabia eimpotencia, el demonio se pusopenosamente en pie, aunque de modovacilante. Su cuerpo seguía temblando yagitándose a medida que las vibracionesse intensificaban. Resonó un terriblecrujido cuando en la coraza quitinosaque formaba la piel del Aniquiladorapareció un millón de fisuras delgadascomo hilos de una telaraña. El monstruosufría violentas convulsiones. Las finas

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líneas se fueron extendiendo yampliando, y de ellas empezó a rezumarun líquido verde viscoso.

El Aniquilador lanzó un últimochillido, tras el cual se desplomó ensilencio sobre su espalda, mientras quegrandes pedazos de su cuerpo se ledesprendían y caían al suelo con unruido empalagoso. Una fisura fueascendiendo por todo el torso delmonstruo, y la coraza se le abrió en dosmitades.

El corpulento Abdel Adrian seliberó de la sustancia mucosa y babosaque lo aprisionaba. Balthazar se fijó enque el brazo y la pierna heridos del

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guerrero habían sanado en latransformación, pero él no parecía darsecuenta de ello. El mercenario agitabamanos y pies con profunda repugnancia,pugnando por liberarse de la corazapartida y de la sustancia pegajosa yviscosa pegada a su cuerpo como unasqueroso almíbar.

Balthazar contempló fascinado cómoAbdel emergía desnudo de la cáscaraque había sido el Aniquilador. Entoncesdio un paso adelante y, aprovechandoque Abdel se estaba limpiando aquellarepugnante baba de los ojos, le propinóun tremendo puntapié en pleno pecho. Elgolpe del monje lo levantó en el aire y

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lo arrojó contra el muro de piedra de latorre. El impacto le aplastó la parteposterior del cráneo y le pulverizó elcerebro.

Entonces Balthazar se fueaproximando lentamente hacia él paradescargar el golpe. Aunque ya podíaconsiderarse muerto Abdel seguíaagitándose. Pero se detuvo en secocuando una alta figura etérea sematerializó ante él.

—Balthazar, he venido paraadvertirte de los planes de Melissan. —La voz de aquel ser parecía proceder detodas partes al mismo tiempo como si uncoro invisible hablara al unísono con su

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voz.Recelando alguna traición de

Melissan, el monje retrocedió un paso.—Yo frustraré los planes de la

Ungida de Bhaal —aseguró a aquel serque tanto podía ser amigo como enemigo—. Cuando Abdel haya muerto yomismo pondré fin a mi vida y asíacabaré de una vez para siempre con laamenaza del regreso de Bhaal.

Para sorpresa de Balthazar, elglorioso ser de pronto se mostrónervioso.

—No debería decirte esto… Nisiquiera debería estar aquí. El Oculto lodesaprobaría… pero Melissan ha ido

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más allá de lo previsto y me ha obligadoa romper mi juramento de nointerferencia.

El monje meneó la cabeza.—Si no te explicas mejor…—Lo que Melissan desea no es

resucitar a Bhaal sino suplantarlo.Ahora mismo se encuentra en el planoabisal del Dios de la Muerte. Siaverigua el modo de fundirse con laesencia inmortal de Bhaal, se convertiráen diosa.

Balthazar consideró en silencio lasimplicaciones de lo que decía elmensajero. Se había jurado queimpediría el regreso de Bhaal, pero

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permitir que Melissan se convirtiera enla Diosa de la Muerte era igualmenteindeseable.

—Yo la detendré —declaró al fin—.Llévame junto a ella.

—Puedo abrir un portal al reino deBhaal —explicó el magnífico ser—,pero una vez allí deberás seguir tú soloa Melissan por la puerta final.

Balthazar asintió para indicar que locomprendía, tras lo cual esperó que elportal se abriera ante él. Transcurridocasi un minuto el angélico ser retomó lapalabra.

—¿Por qué vacilas, Balthazar? Eltiempo es esencial.

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—Estoy listo —replicó el monje,algo confuso—. Muéstrame el caminopara que pueda emprender el viaje.

—El camino está despejado. —Lainfinita voz del ser expresaba unaprofunda inquietud—. Solamente tienesque cruzar el portal para entrar en elreino de Bhaal. Una vez allí sigue aMelissan por la última puerta.

Balthazar miró a su alrededor,buscando.

—¿Dónde? No veo ningún portal.No veo nada.

El etéreo ser empezaba ya adesvanecerse.

—Melissan se encuentra en el reino

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de Bhaal y ha cruzado la última puerta.Entra en el reino de tu padre y síguela.Yo mantendré el portal abierto el mayortiempo posible.

El ser desapareció. Consciente deque el tiempo era de máximaimportancia, Balthazar recorriófrenéticamente la habitación vacíatratando de hallar el portal que según elser estaba allí. La paz interior que elmonje había cultivado en una larga vidade estudio y contemplación sedesintegraba rápidamente, se ahogaba enla inútil busca de un portal que eraincapaz de ver. Sentía que el propósitode su misma existencia se le escapaba

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de entre los dedos. Melissan estaba apunto de convertirse en la Diosa de laMuerte, y si él no lograba impedírselotodos sus esfuerzos para evitar elregreso de Bhaal habrían sido inútiles.Pero no sabía cómo llegar al reino de supadre en el Abismo.

Poco a poco fue comprendiendo. Sumente se resistía a aceptar la verdad ytrataba de encerrarla en unainexpugnable fortaleza de voluntad ydisciplina mental, del mismo modo quese había resistido a la esencia de Bhaaly la había sepultado durante tantos ytantos años. Balthazar ya no podía negarla verdad, no si de verdad quería

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detener a Melissan. Obligado a asumirsu impotencia, fijó los ojos en suhermanastro, tirado en el suelo en estadocomatoso.

Abdel abandonó su existencia gris yvacía mientras iba recuperandolentamente la consciencia. Podía sentirla calidez de la magia curativa que seextendía por todo su cuerpo con unagradable hormigueo, reforzando supropia capacidad de regeneración.Alguien le apoyó la cabeza en el regazoy entonó las suaves palabras de unhechizo curativo.

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Abrió los ojos esperando ver aJaheira, pero lo que vio fue la faz oscuray tatuada de Balthazar.

Antes de que pudiera reaccionar elmonje encajó los dedos de la manoderecha a un lado del cuello de Abdel,justo bajo la línea de la mandíbula. Conla mano izquierda agarró con firmeza elotro lado de la mandíbula, como siestuviera a punto de torcerle la cabezahasta desnucarlo.

—Si te mueves, me veré obligado amatarte —le advirtió.

Abdel supo que no se trataba de unaamenaza vana. No estaba familiarizadocon la maniobra que Balthazar había

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realizado, pero no dudaba que losresultados serían fatales para él.

—¿Por qué no me matas de una vez yacabamos con esto? —Los levesmovimientos al hablar le provocaronpinchazos de dolor en el cuello y elcráneo. Seguramente Balthazar lo notó,porque aflojó ligeramente la presión.

—Tengo que hablar contigo, Abdel—dijo el monje. Todavía aguantaba lacabeza de Abdel en el regazo,manteniéndolo inmovilizado con lasmanos—. Dime si ves un portal o unapuerta en esta habitación.

Consciente de que se hallaba amerced de su enemigo, Abdel poca cosa

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podía hacer excepto responderle consinceridad. Aunque no podía girar lacabeza recorrió con la mirada la plantabaja circular de la torre. La entradaseguía sellada, y la única salida era laescalera que conducía al primer piso.

—No veo ningún portal ni puerta.—Lo que me temía —murmuró el

monje—. He esperado demasiado. Elpoder del mensajero ya se hadesvanecido y el portal se ha cerrado.

Balthazar lanzó un suspiro dedescorazonada resignación. Entonces,como si acabara de ocurrírsele,preguntó:

—¿Has visitado alguna vez el plano

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de nuestro padre?Abdel seguía sin comprender cuáles

podían ser las intenciones del monje,por lo que no encontró razón paramentir.

—Sí, he estado en el reino de Bhaal,en el Abismo.

La presión sobre su cuello aumentómomentáneamente, haciéndoleestremecerse de dolor.

—¿Cómo? —inquirió Balthazarincapaz de ocultar la agitación en su voz—. ¿Cómo entraste en ese plano?

Abdel vaciló antes de responder. Sile revelaba el secreto de cómo accederal reino de Bhaal, era posible que lo

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matara para abrir un portal de acceso.Pero si no respondía, Balthazar lomataría sin dudarlo. En último términopoco importaba. Incluso si lograba salirde la comprometida situación en la quese encontraba, nunca podría vengar lamuerte de Jaheira. Balthazar era un rivalsin parangón. Abdel no podría vencer altatuado guerrero.

—No es algo que pueda controlar —respondió el mercenariocuidadosamente, resignándose a suinevitable destino—. Me ha ocurridocada vez que he matado a uno de losCinco. Cuando morían me encontraba depronto en el plano en el que antes

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habitaba Bhaal.—Pues claro —susurró Balthazar—.

La esencia de Bhaal debe regresar a suhogar en el Abismo. Y si la cantidad esgrande, como sucede con los Cinco, tupropia esencia es arrastrada hacia allí.

De pronto el monje movió las manosy Abdel se preparó para morir. Pero envez de retorcerle el cuello, el monje losoltó. Abdel sintió que algo frío y durole golpeaba en la palma de la manoderecha. Al bajar la vista vio que era ladaga de Sendai. Instintivamente susdedos se cenaron en torno a laempuñadura.

—Tienes que matarme, Abdel —

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declaró Balthazar—. Mátame y entra enel mundo de nuestro padre.

Abdel vaciló. Podía tratarse dealgún tipo de truco o de prueba.

—¿Por qué?—Melissan se encuentra ya allí —

explicó el monje rápidamente—.Pretende convertirse en la Diosa de laMuerte. Debes entrar en el plano deBhaal y cruzar la última de las puertaspara detenerla.

Tumbado aún de espaldas y con lacabeza apoyada sobre el regazo deBalthazar, Abdel apretó la punta de ladaga contra la garganta del monje.Ignoraba si Balthazar le había dicho la

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verdad sobre Melissan, pero tampocotenía ninguna razón para mentirle. Y porfin tenía su oportunidad de vengar aJaheira. Sin embargo, por alguna razónsu mano se negaba a rebanar el pescuezode su enemigo con el filo de la dagacubierto de runas.

—¿Por qué yo? —preguntó—. ¿Porqué no me matas y lo haces tú mismo?

—Porque no puedo. —El monjeparecía casi avergonzado—. Heenterrado tan profundamente en miinterior la esencia de Bhaal que ya nopuedo entrar en el reino de nuestropadre. Los símbolos mágicos que cubrenmi cuerpo impiden que esa malvada

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esencia salga, y los años de disciplinamental refuerzan los barrotes de laprisión que es mi alma. Ya no tengoacceso al poder de mi propia sangrecontaminada.

»Tienes que ser tú, Abdel. Tú eresel último de nuestro linaje. Solamente túpuedes seguir a Melissan.

El monje inclinó la cabeza haciaatrás, dejando la garganta totalmente amerced de la daga de Sendai. Minutosantes Abdel hubiese dado cualquier cosapor tener aquella oportunidad, pero depronto se descubría reacio a matar aBalthazar.

—El tiempo es esencial —le

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recordó el monje con voz plácida yserena.

Abdel pasó el filo por la gargantadel monje. La sangre manó a borbotonesde la irregular herida, cubriendo lamano y la muñeca del mercenario, ysalpicándole la cara y el pecho. Elcuerpo de Balthazar se desplomó sobreel de Abdel.

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Abdel reconoció el hogar abisal deBhaal guiándose por una innatafamiliaridad. Tal vez su propia esenciainmortal se sentía atraída hacia aquellugar, o tal vez se debía simplemente aque había estado muchas veces allí.Fuera cual fuese la explicación,instintivamente Abdel supo que sehallaba de nuevo en el reino de supadre.

Pero había cambiado mucho. Cadavez que visitaba aquel rincón de Bhaalen el Abismo había reparado en sutiles

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cambios. De un vacío absoluto habíapasado a ser un desierto agostado yluego una tierra fértil empapada delluvia. Abdel había sido el testigo de laevolución de un mundo muerto yolvidado. Pero en aquella ocasión nodaba crédito a sus ojos.

Se encontraba en una selva —enferma, en estado de putrefacción ymoribunda— pero selva al fin y al cabo.Retorcidos árboles del color de maderamuerta crecían hasta desaparecer en undosel de anchas hojas con manchasamarillas. De los árboles colgabanenredaderas de un mórbido gris, ypútridas flores marrones se abrían en la

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infecta flora.Un pesado y opresivo silencio

reinaba en aquella maraña de árboles yfollaje atestada de plagas. Abdel sentíaaquel silencio como una presenciatangible, como un muro que se fueracerrando sobre él. Pero lo másabrumador era el acre y empalagosoolor de pútrida vegetación que flotabaen el aire como una nube tóxica. Cadavez que respiraba tenía que lucharcontra las náuseas.

La corrompida jungla que lo rodeabaera tan espesa que Abdel apenas podíaver a metro y medio por delante, perosabía que la puerta que buscaba estaba

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en algún lugar de aquel oscuro y mohosobosque. Pese al asco que le daba tocarsiquiera aquellas plantas enfermas,tendría que abrirse paso a machetazosentre la floresta si quería hallar lapuerta.

El mercenario dio un vacilante pasohacia adelante y se hundió casi trescentímetros en una alfombra de líquenesnegros y hongos. Sus pies desnudoschapoteaban sobre el musgo endescomposición, formando entre losdedos una pasta color verde oscuro delíquido y materia vegetal. Como enrespuesta a sus movimientos, de lasramas superiores le llovieron sobre

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cabeza y hombros enredaderas cubiertasde limo.

Abdel se las sacudió, asqueado,pero enseguida descubrió que de latierra que hollaba habían brotado unosgruesos hierbajos deformes que se leenroscaban alrededor de las piernasdesnudas. Sus tallos estaban enfermospor falta de nutrición por lo que resultósencillo sacudírselos moviendo laspiernas. Reprimiendo las náuseas por elfétido olor de descomposición queemanaba del suelo que pisaba, Abdelsiguió adelante.

Se iba abriendo paso arrancandoramas y rompiendo las gruesas hojas de

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aquella selva, estremeciéndose derepugnancia cada vez que algo le rozabala piel desnuda. De tener un arma suprogreso hubiese sido mucho menosdesagradable, pero Abdel ibadesarmado. Una y otra vez sus manos leabrían camino entre la densa floresta. Lahedionda savia que goteaba de lasplantas que lo rodeaban le manchó losdedos y se los dejó pegajosos.

No le costó mucho tiempo darsecuenta de que la vegetación crecía entorno a él para impedirle que avanzara.Las hojas lo rozaban como lassuplicantes manos de los leprososagrupados frente al templo de Ilmater.

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De arriba le seguían cayendo encimaenredaderas que lo cubrían con susfibrosos y enmarañados zarcillos.Raíces y hierbajos lo acosaban a cadapaso, enroscándose alrededor de suspiernas y pies como si trataran deponerle la zancadilla.

La agobiante y asfixiante selva deenferma vegetación se convirtió en másque una pequeña molestia. Abdel aduras penas conseguía mantener elequilibrio bajo la pesada lluvia demórbidas y húmedas enredaderas. Lamaligna maleza se hacía cada vez másinsistente, tiraba de sus pies y tobillos, ysi Abdel mantenía el pie más de un

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segundo en el mismo sitio rápidamentese le enroscaba hasta la altura de larodilla.

El reino de Bhaal se le oponía,trataba de impedirle que atravesaraaquella jungla en busca de la puerta quehabía cruzado Melissan. Y lo estabaconsiguiendo. El mercenario perdió lacalma, daba manotazos y propinabafuriosos puntapiés para tratar de alejar alas agresivas plantas, pero por muchoque lo intentara no conseguía librarse deellas.

Entonces buscó en lo más profundode sí para tratar de despertar de nuevoal Aniquilador. Tal vez Balthazar

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hubiese vencido al gigantesco demonio,pero Abdel sabía que el Aniquiladorpodía abrir sin ninguna dificultad uncamino a través de la vegetación. Lasllamas de la cólera de Bhaal empezarona arder con fuerza y Abdel se preparópara la terrible transformación.

Que nunca se produjo. El mercenariosentía en su alma un infierno desatado,pero no tenía ningún efecto sobre él. Noobstante, la selva respondió conentusiasmo. Como si fuese una enormeserpiente se fue enroscando en espiralalrededor del guerrero. Los árboles seinclinaban para rodear con sus ramas losbrazos y las piernas de Abdel,

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acariciándolo y abrazándolo como unenamorado recién reencontrado despuésde una larga separación.

Abdel se dio cuenta de que el mundode Bhaal estaba vivo pero que no loatacaba ni trataba de impedirle elavance. Lo que ocurría es que se sentíaatraído hacia él. Reconocía la esenciainmortal que albergaba su alma, ydeseaba adularlo y acariciarlo. En suintento por despertar al Aniquiladorsolamente había logrado aumentar elanhelo de la jungla hacia él.

La comprensión le proporcionó lasolución. Abdel dejó de resistirse a lasplantas y se concentró en moldearlas. Se

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imaginó cómo la espesa vegetación seretiraba y se echaba atrás como unosrespetuosos sirvientes a los que su amodespide. Obedeciendo la voluntad deuno de los vástagos de Bhaal lasenredaderas, las raíces y las ramas quele aprisionaban retrocedieron.

Abdel se imaginó que la selva seabría ante él y le despejaba un senderoque conducía a la puerta por la quehabía cruzado Melissan, y nuevamentebastó con desearlo para conseguirlo.Ante él se abría un camino despejado,un estrecho corredor que cortaba ladensa vegetación y que conducíadirectamente a la última puerta, de

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madera, que el bosque había respetado.Las hojas susurraban a su paso como

súbditos que saludan a su nuevo rey enla ceremonia de coronación. Libre deobstáculos Abdel marchó hacia la puertay la abrió sin vacilar.

El reino de Bhaal se desvaneció, ynuevamente el mercenario se encontróen el vacío. Pero había alguien allí.Melissan se sostenía en el aire, sucuerpo revestido por una columna deglorioso poder. Los extremos de lareluciente columna se extendían hasta elinfinito en ambas direcciones, pero suanchura apenas bastaba para contener auna sola persona.

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Abdel supuso que aquella figurabañada por la luz tenía que serMelissan. La espigada y atractiva mujerque él recordaba ya no existía; en sulugar flotaba un ser sin vello y de pielmuy fina, que no era ni hombre ni mujer.Melissan ya no tenía edad ni sexo. Sehabía desprendido de todos sus rasgosidentificativos y se hallaba en unproceso de renacimiento y regeneraciónque la convertiría en un ser inmortal.

La nueva Melissan reparó en lapresencia de Abdel, que flotaba en elvacío junto a ella. Al hablar, a Abdel nole sorprendió que su voz hubieseempezado a adoptar la infinita

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profundidad de un inmortal.—Así pues, el avatar de Bhaal ha

vencido a Balthazar. Estoyimpresionada.

Pese a sus palabras Abdel supo quese mofaba de él.

—¿Has venido a detenerme, Abdel?¿Quieres arrebatarme mi destino?

Abdel no respondió, sino que selimitó a asentir con la cabeza. Melissansalió de la columna de poder y dio unapequeña boqueada como si llevaramucho tiempo sin respirar.

—Si quieres el poder de Bhaaltendrás que venir a quitármelo —seburló.

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Mediante pensamientos de ira yvenganza Abdel se desplazó velozmentepor el vacío. Sus manos se cerraron confuerza alrededor del cuello de Melissan.Pero la mujer se desintegró en una nubede reluciente polvo, para volver amaterializarse a pocos metros dedistancia.

—Tu ignorancia resulta de lo másdivertida. No puedes matarme aquí,Abdel. Éste es el mundo de Bhaal, y yoahora formo parte de él. No sólo esosino que ahora yo soy este mundo. Yeste mundo soy yo. Me he fundido con laesencia inmortal.

Abdel recordó que en el Abismo

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tampoco había podido infligir ningúndaño a Sarevok. Tal vez era cierto queno podía matar a Melissan en aquelmundo, pero se juró que las muertes deJaheira y de Imoen no quedaríanimpunes.

Nuevamente se abalanzó sobre ella,pero Melissan simplemente alzó unadelicada mano y repelió el ataque con ungiro de la muñeca. Abdel fue lanzadodando volteretas hacia la refulgentecolumna situada en el centro de aqueluniverso vacío.

Melissan observó muy interesadacómo el fornido mercenario eraabsorbido por el pilar. Abdel se sintió

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invadido por la euforia del poderinfinito, percibía las ilimitadasposibilidades de la inmortalidad, elpotencial incalculable de ser un dios. Seestaba ahogando en la esencia de Bhaal.

La euforia se trocó en pánico. Abdelnotaba cómo se disolvía. Se estabavolviendo incorpóreo, su formadesaparecía en el río de energía querugía a través de él. La devoradoraidentidad de lo inmortal lo despojaba desu manifestación física. Al igual queMelissan se estaba fundiendo con lasuma de la esencia de Bhaal pero, adiferencia de Melissan, él no estabapreparado para ello.

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—Perfecto —susurró Melissan—,abandónate al poder de Bhaal. Funde tuesencia con la de tu padre y tushermanos, para que así yo puedadevoraros a todos.

Abdel trató de liberarse de larefulgente columna, pero era como nadarpara alejarse del ojo de un remolino.Las corrientes que lo arrastrabanindefectiblemente hacia el centro erandemasiado fuertes para resistirse.

—No luches, Abdel —le aconsejóMelissan—. Así es como debe ser.Todos los hijos de Bhaal nacisteis de lamisma semilla, y todos debéis regresar ala misma energía. Todos sois una misma

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cosa: hijos de Bhaal, vástagos del Diosde la Muerte. Eso es lo que eres, Abdel.Es lo que te define.

—No —protestó Abdel débilmente,notando que su voluntad de resistirse seiba desvaneciendo, así como suidentidad y su sentido del yo. Tambiénlos recuerdos se le borraban pese a queél trataba de aferrarse a ellos; se leescapaban de entre los dedos comogranos de arena.

Imoen, Gorion. Aquellos nombres yano tenían ningún significado para él, y uninstante después incluso los nombresdesaparecieron, arrastrados por lasirresistibles corrientes de la identidad

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colectiva infinita que lo rodeaba. Todolo que había sido desapareció, hasta quesolamente le quedó la esencia de supadre. Ya ni siquiera recordaba supropio nombre. Lo único que recordabaera el rostro de una mujer con orejasligeramente puntiagudas y ojos colorvioleta que traicionaban su herenciaelfa.

Jaheira. Abdel se aferró a aquelrecuerdo, negándose a perder la últimabrizna de individualidad. Jaheira.Sacaba fuerzas de aquel nombre. Poco apoco logró evocar recuerdos no sólo desu rostro sino también de su voz.Jaheira. Abdel notó que su cuerpo

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recuperaba sustancia. Ya podía oír larisa de su amada y sentir la calidez de supiel. Jaheira.

—Ríndete a la esencia colectiva. Esinútil resistirte —declaró Melissan—.Eres hijo de Bhaal.

Jaheira. Ahora la recordabaclaramente; la druida semielfa que lohabía apoyado durante su época másoscura. La mujer que había desoídoincluso la llamada de la muerte parapasar una última noche a su lado. Lorecordaba todo de ella: su suave piel, lafragancia de su larga melena, el sonidode su risa.

Y también lo que le dijo: «Recuerda

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quién eres». Entonces lo entendió.Todos se equivocaban, Gorion, Sarevok,Melissan, los Cinco, Balthazar. InclusoJaheira se había equivocado, aunquehabían sido sus palabras y su amor losque lo habían salvado y le habíanmostrado la verdad.

—¡No! —la voz de Abdel resonócon nueva fuerza—. ¡Soy más que unagota que flota en este todo infinito! ¡Nosoy solamente hijo de Bhaal!

»¡Soy Abdel Adrian, héroe de Puertade Baldur, salvador del Árbol de laVida, hijo adoptivo de Gorion, amadode Jaheira!

Por fin lo entendía. No podía seguir

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negando la parte de él que habíaheredado de su padre. Llevaba en suinterior el estigma de Bhaal, era unaparte más de lo que era. Gorion yJaheira habían tratado de suprimiraquella parte de él mismo, y Abdelhabía tratado de complacerlos.Balthazar había vencido donde Abdelhabía fracasado; el monje se habíaseparado por completo de su lacrainmortal, enterrándola tan hondo quecuando la necesitó no pudo recuperarla.Ésa no era la solución. Negando aquellaparte de su alma, Abdel había creado unvacío en su identidad.

Por el contrario Sarevok, los Cinco

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e incluso Melissan habían dado unaimportancia exagerada a la esencia delDios de la Muerte presente en todos susdescendientes. Habían alimentado lapequeña semilla de maldad que llevabandentro hasta que los devoró y seperdieron en la cólera de su padre.Tampoco ésa era la solución.

Era hijo de Bhaal, sí. Bhaal eraparte de él. Pero sólo una parte, nadamás. No era su rasgo distintivo, y no ibaa permitir que lo fuese. Él era quien era,nada más y nada menos. Él era AbdelAdrian.

—Yo soy Abdel Adrian —declarónuevamente, afirmando así su

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individualidad contra la fuerza que loarrastraba hacia una existenciacolectiva.

De repente la corriente que lo atraíahacia el centro de la columnadesapareció, y Abdel pudo salir de ellay flotar de nuevo por el vacío paraenfrentarse a Melissan.

La mujer observó con asombro cómoAbdel emergía de la reluciente columnade divinidad. Con gesto calmado, elguerrero le estrelló un puño contra elrostro. Como la vez anterior la forma dela mujer simplemente se disolvió yvolvió a materializarse sin que el golpela afectara.

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—Tu fortaleza y tu persistencia mesorprenden, hijo de Bhaal —admitióMelissan—. Pero no importa. Nonecesito tu esencia para completar miascensión. Y cuando sea ya una diosa, teaplastaré como quien aplasta una mosca.

—No eres ninguna diosa. EresMelissan. Nada más.

Nuevamente lanzó un puñetazo a surival y atravesó su forma insustancial.Pero esta vez sintió un asomo deresistencia. Por la expresión de su caracuando el espíritu de Melissan recuperóla forma, se dio cuenta que ella tambiénlo había notado.

—Eres Melissan, la Ungida de

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Bhaal —insistió—. La falsa protectorade los hijos de Bhaal, traidora a losCinco, manipuladora, mentirosa,impostora. Eres todo eso, pero no unadiosa. Eres una intrusa en este reino. Noformas parte de él. ¡Eres una extraña!

El puño de Abdel golpeó a Melissanen un mentón sólido, y notó cómo lamandíbula se rompía por la fuerza delpuñetazo. La cabeza sin pelo de la mujerse inclinó bruscamente hacia atrás, y suboca se contrajo en expresión desorpresa y dolor.

Mucho antes de conocer a Melissano incluso a Jaheira, mucho antes de tenerni la más remota idea de quién era su

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padre, Abdel era un camorrista, unmercenario, un soldado de fortuna. Poraquel entonces zanjaba todas lasdisputas con los puños y las armas:todos sus problemas podían resolversecon la fuerza bruta.

Pero saber quién y qué era realmentele había complicado la existencia. Lasresponsabilidades y los retos quellevaba consigo ser hijo de un dios erancomplejas, y no podían resolverse apuñetazo limpio. Pero allí, al borde dela inmortalidad, enfrentado al mayorreto de su vida, Abdel volvió a susraíces.

—Yo soy Abdel Adrian —declaró,

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sin dejar de golpear una y otra vez conlos puños a Melissan—, y tú no eresninguna diosa.

Aporreaba el espíritu de Melissan,muy físico y real, con las manosdesnudas, le machacaba el cuerpo parasometerla, mientras ella tratabadébilmente de defenderse. Golpeaba a lamujer que lo había traicionado ymanipulado desde que se conocieronhasta que no fue más que unasanguinolenta pulpa machada deexistencia física y moral. Entonces cogiópor los hombros a quien había aspiradoa la divinidad y la arrojó a la refulgentecolumna que latía con vida propia.

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La columna llameó un instantemientras Melissan gritaba al serconsumida por la luz. La esencia deBhaal que Melissan había robado volvíaa fundirse con el todo, y la insignificanteparte física que quedaba —la parte deMelissan que seguía siendo Melissan—quedó instantánea y totalmente borradapor el poder divino.

Abdel esperó una eternidad paraasegurarse de que realmente habíavencido. Una vez seguro de que laexistencia de Melissan había sidocompletamente aniquilada, deseó cruzarde nuevo la puerta que comunicaba elvacío de la verdadera esencia de Bhaal

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y el plano abisal en el que Bhaal fundarasu reino.

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Epílogo

Salió por la puerta y se encontrónuevamente rodeado por la espesavegetación enferma. Con un ademán y unsolo pensamiento borró su existencia. Enla distancia vislumbró una cadena deimpresionantes montañas afiladas, ytambién a ellas las hizo desaparecer deun plumazo.

—Muy bien hecho, Abdel Adrian.A Abdel no le sorprendió oír la voz

infinita del ser celestial. De hecho,pasaría mucho, mucho tiempo antes deque algo pudiera sorprenderlo de nuevo.

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—¿Y ahora qué? —preguntó. Su vozdelataba el cansancio que le pesaba enel alma.

—Te hallas al borde de ladivinidad. Eres el último heredero de lainmortalidad de Bhaal. Si la deseas, tuyaes.

Abdel negó con la cabeza.—No es mía. Nunca lo fue.El ser ladeó ligeramente la cabeza.—Podrías hacer muchas cosas con

ese poder —le recordó—. Podríaslograr tus mayores deseos en un soloinstante.

—¿Podría recuperar a Jaheira, aImoen, a Gorion?

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—No —admitió la entidad—.Incluso un dios debe aceptar quedeterminados acontecimientos sonirrevocables. Pero podrías hacer muchascosas siendo inmortal, Abdel.

—Y también siendo un mero mortal.—No esperaba tanta sabiduría de un

hijo de Bhaal.Abdel se encogió de hombros.—Soy más que el hijo de Bhaal.—Supongo que entiendes que si

rechazas este destino perderás laesencia de otros que absorbiste. Ya noserás un avatar sino un humano normal ycorriente, vulnerable y con todas susdebilidades.

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—Lo sé. Y lo deseo —replicó elmercenario, esbozando una triste sonrisa—. No estoy hecho para ser un dios, nitampoco un avatar. No es eso lo que soy.

—Entonces te liberaré de esa carga.En lo más profundo de su ser Abdel

notó como un débil tirón. No duró másque un instante y fue completamenteindoloro. Al contemplar su almadescubrió únicamente una diminutaascua del espíritu de Bhaal. Era unaminúscula porción de esencia inmortalque era parte de él desde el momento desu nacimiento, y que seguiría formandoparte de él cuando muriera. Pero no eramás que eso: una parte de él. Una pieza

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pequeña, casi insignificante de unrompecabezas mucho mayor.

—Pareces decepcionado.—Decepcionado no, solamente

sorprendido. Aquel a quien sirvo habíaprevisto este giro del destino, pero no loesperaba.

—¿Qué ocurrirá ahora?—Dispersaré la esencia de Bhaal

por todo el mundo —prometió el entecelestial—. El Dios de la Muertedesaparecerá para siempre.

Aquellas palabras deberían haberllenado a Abdel de gozo pero habíaperdido demasiado, el precio había sidodemasiado alto para poder sentir algo

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semejante a la alegría en su alma.Gorion —su padre adoptivo—, Imoen—su hermana—, Jaheira —su verdaderoamor. Incluso la muerte del resucitadoSarevok se añadía a la lista casi infinitade personas que en algún momentohabían estado junto a él y que habíanmuerto.

—Tú no eres responsable de esasmuertes, Abdel —le aseguró elmensajero divino—. Tus manos no estánmanchadas con su sangre.

—¿Y la pena? Aunque no sea culpamía, la pena continúa ahí.

—Tus heridas son profundas —admitió el ser—, pero con el tiempo las

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cicatrices desaparecerán, Abdel Adrian.Abdel asintió, sabiendo que era

verdad. Pero aún quería saber una cosamás.

—¿Y qué pasará conmigo ahora?¿Cuál será mi destino?

La gran figura que se alzaba ante élse desvaneció. El reino de Bhaal sedisolvió y Abdel se encontró en uncamino que había transitado en muchasocasiones. A un kilómetro hacia el norteel camino conducía al alcázar de laCandela, donde había crecido. Y haciael sur confluía con las rutas comercialesque recorrían toda la Costa de la Espadahasta llegar a las tierras del sur y todo el

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continente de Faerun.«Tu destino está en tus manos», la

voz infinita resonó en la cabeza deAbdel, respondiendo a su pregunta.

Abdel suspiró al darse cuenta deque, por enésima vez, ibacompletamente desnudo. Tras un instantede vacilación tomó el camino queconducía a la silueta del alcázar de laCandela que se recortaba sobre la cimade una montaña, apenas visible a la luzdel crepúsculo.