art. 55 - la patrística y el progreso de la teología

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La Patrística y el progreso de la teología GREGORIANUM 50 (1969) Fasc. 34 543-570

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Antonio Orbe, SJ

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La Patrística y el progreso de la teologíaGREGORIANUM50 (1969) Fasc. 34543-570

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ANTONIO ORBE, S.I.

La Patrística y el progresode la teología

Para abordar el tema con alguna competencia sería preciso un espíritu más sensible a las enseñanzas del Vaticano II, mejor enterado de las aportaciones postconciliares, más atento a tendencias, no por genéricas menos significativas para quien gusta de robar secretos al futuro. Un ánimo ágil, en sintonía con las inquietudes del hombre hodierno, sabría evocar en la lectura de los Padres elementos hasta ahora dormidos. A ratos cree uno vivir más cerca de san Pablo, que de los propios alumnos. Los que hoy frecuentan nuestras aulas nacieron en un mundo, que les ató con fuerza al momento inmediato y proyectó hacia el futuro, robándoles el alma al análisis reposado del pretérito en que nos educamos otros. Nuestras categorías no coinciden. Se mueven en direcciones encontradas. Y en el mejor de los casos, ¿dónde reside el secreto de la ciencia por afinidad, superior a la de conceptos, que lleva sin más a la entraña de las cosas? Lo humano es siempre decisivo. Para intuir a individuos superdotados, convendría serlo uno y entenderlos con el vigor que dejaron en sus escritos. El teólogo de oficio no debe acabar con el hombre. Las paradojas tienen tal vez demasiada cabida en nuestras actividades. No es la menor, querer subir a las alturas de un Orígenes con multitud de preocupaciones ajenas a su espíritu, buscando en diáspora lo que solo se abre a la simplicidad de mente. Las intuiciones valen más que los discursos. Y se dan mejor en espíritus serenos, limpios, que en la apresurada y turbulenta ciencia de moda.

Los PP. solo se entregan hondamente a quienes se les entregan también en hondura, por larga conversación con ellos. ¿Fué ése el error de la antigua Patrística? ¿Faltó la sensibilidad humana, requerida para entender su teología?

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Creo más bien que la Patrística no ha llegado a la mayoría de edad; y antes de ayudar debe ser primero ayudada. Todavía faltan ediciones críticas de grandes autores. Los instrumentos de trabajo más elementales, excesivos para algunos, son pobrísimos para la mayoría. El ritmo espléndido de la ciencia alemana, frenado por la primera guerra europea, se detuvo - casi en seco - a raíz de la segunda. Las grandes abadías benedictinas, únicas realmente cualificadas para ciertas empresas editoriales, dejaron de ser. Desaparecieron los individuos divalentes, filólogos y teólogos, abiertos a la vez al pensamiento pagano y cristiano, a los PP. y a los Concilios, exegetas de la Escritura y de los primeros teólogos; hombres de amplia perspectiva, libres del fárrago de la bibliografía y seguros de sí, capaces de replantear por nuevos caminos lo mil veces mal planteado, dotados del instinto teológico para iniciar singladuras sin distraerse a temas infecundos o a autores secundarios - por no decir terciarios y cuaternarios -, con autoridad bastante para denunciar falsas pistas y prevenir dispendios inútiles ...

Lo hecho, hecho queda. Disponemos de métodos más depurados. Experimentamos la vetustez de trayectorias empedernidamente seguidas, con arreglo a módulos clásicos, impuestos v. gr. por la historia de los dogmas, por la pura filología, y aun por algunos teólogos escolásticos.

Tenemos prisas por llegar al fondo de las cosas. El mundo estaba nervioso por llegar a la Luna. Mientras a los que vivimos serenamente - selenamente - de la ciencia, nos empujan al mundo. La solución no está en slogans tan ingenuos como fáciles de multiplicar:

a) hay que ir a las fuentes. De acuerdo. ¿Pero cómo?b) hay que aggiornare la teología por medio de los PP.

¿De cuales PP?Mejor sería adoptar otros caminos. Hay prisas porque nos

falta tiempo. Y falta tiempo porque la teología se nos complica de una generación en otra. ¿Por qué no seleccionar?

1) vayamos a los PP. teólogos, a los grandes, y no distraigamos fuerzas. El interés creciente por la Pastoral puede distraer hacia lo fácil. Debilitándose la formación teológica sistemática, piérdese el instinto del verdadero problema, y pululan monografías, cuando no del todo superfluas, dignas de mejor causa. El mero filólogo no puede abordar temas doctrinales

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de envergadura. Hay quien domina, con fichas exhaustivas, un escrito y es incapaz de medirse con él, en profundidad. Tampoco el puro teólogo, no habituado al análisis de términos y a los más elementales recursos de crítica (textual e histórica), está en condiciones de entender a los Padres. Proyectará espontáneamente sus ideas y prejuicios.

De PP. no teólogos poco cabe esperar. Igual que de autores derivados. Muchos imaginan que para entender v.gr. la teología de san Jerónimo, de san Ambrosio y otros ... conviene ir ante todo a ellos. Puede ser. Creo sin embargo que mejor entiende a los origenianos quien los entiende desde Orígenes, que desde ellos mismos. Las monografías de autores derivados serán buenas para la historia de la teología; no tanto para el progreso dogmático.

2) Tratemos de restituir la trayectoria de las grandes tradiciones, reductibles fácilmente a tres:

a) la tradición asiática, representada por algunos PP Apostólicos, Melitón, ps. Hipólito (de Paschate?), Teófilo Ant., Ireneo, Tertuliano, Lactancio, elementos de Gregorio de Elvira, Zenón de Verona, Prudencio ...

b) la tradición alejandrina, arraigada en Filón, y definida genialmente por los dos grandes (Clemente y sobre todo Orígenes). Entre los origenianos, que son legión, se salvan bien pocos por su originalidad: s. Ambrosio en puntos de Cristología, y san Hilario, en todo.

c) la tradición agustiniana.De las tres, la tradición asiática es la más fina, inmediata y

fiel a las auténticas esencias johanneas y paulinas; pero también la más ignorada y difícil.

La agustiniana, apasionadamente sometida a estudio, se agotó en temas como la eclesiología (resp. el donatismo), relativamente fáciles; no, en otros. Pero requiere método, mucho método, para no volver a lo mil veces repetido y diez mil veces mal planteado.

La tradición origeniana, fecundísima, está aún falta de base. Y Dios nos libre de distraernos hacia planteamientos ajenos y juicios apriori. Los grandes tesoros solo se abren al análisis. Y el análisis de autores prodigiosamente densos será tanto más fecundo cuanto más lento.

Al restituir la trayectoria de las grandes tradiciones, hablo con preferencia de lo dogmático. El estudio de la Moral entre

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los PP. apenas conduce a nada, como no sea contrastando la Lex naturae del evo patriarcal, la Ley mosaica y la Evangélica; esto es, cuando se adentra en el campo dogmático. Como moralistas, ¿agregaron nada serio al Estoicismo?

Cada época tiene sus preocupaciones. El ámbito y dimensión de las nuestras difiere en absoluto, de las que dominaron los tiempos primeros de la Iglesia. Hoy interesan cuestiones que ayer no. Es inoperante ir a los Padres en busca de soluciones a problemas que o no hubo, o nunca se les plantearon, o no según hodiernas premisas, o sin el relieve agudo de nuestros días. Máxime, si ponemos sordina a los temas que les sacudieron con más violencia, y que hasta en lo humano respondían mejor a su genio. Para sintonizar con Orígenes, hay que moverse a un nivel humana y divinamente altísimo. Allanarle a nuestro mundo sería lo de Sta. Teresa (Vida 39, 12): ‘A a los que vuelan como águilas, quererlos hacer andar como pollo trabado’.

Ahora el centro de todo lo constituye el hombre, su existencia y ámbito social; con predominio de lo inmediato, y un sistemático olvido - al menos, lejanía - para lo escatológico. La atención se desvía de Dios al hombre, del individuo al pueblo. Se hace difícil trazar las fronteras entre los problemas teológicamente dignos, definitivos, y los que - por vías y criterios indefinibles, en todo caso circunstanciales - impone un sector atendible, pero reducido. Nuestros hijos las definirán con el tiempo y juzgarán de su peso específico.

Siempre son los menos quienes superan la tentación de juzgar los problemas de ayer con la óptica de hoy. Personalmente, no disimulo la admiración por Orígenes y León Magno. Ambos - sobre todo el segundo - vivieron una coyuntura difícil. Ninguno rindió tributo a la preocupación del instante. Hablaban para la eternidad, con un sesgo que a fuer de divino se nos antojaría poco humano, si la vida no enseñase a desestimar los elementos marginales que en su día parecían tragarse el mundo.

La verdadera Ciencia fué siempre modesta, y comprendió los límites propios mejor que los ajenos, partiendo como de axioma indiscutible, de la improporción entre el mensaje revelado y la visual humana, entre la teología descubierta por los siglos y la retenida de momento por nuestra corta ‘ciencia’. ¿Qué ha perseverado del esfuerzo enorme de D. Petau o L.

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Thomassin? Según crecen las exigencias, adquieren mayor relieve las sombras, se amontonan los desiderata, y para quien apremia en busca de resultados definitivos, bien poco es lo que legaron nuestros abuelos.

Muchos siglos nos separan de los PP. Y según se perfilan las antiguas categorías, más fuerte se impone su revisión.

Dominarlas por el camino fácil de la erudición, es tan ilusorio como aprender matemáticas a una simple lectura. Más inocente aún que reirse de las fórmulas y, estructuras en uso, entre los grandes teólogos medievales, viene a ser reducir a predicamentos de teología pastoral, fácil y directamente asequibles, las altas unitarias especulaciones de los Padres.

Entre los libros que jamás conviene leer, enumera O. Wilde ‘todos los Santos Padres, excepto san Agustín’. Atinadísima recomendación a uso de superficiales. Y sin embargo, ‘Plus me docet christianae philosophiae - escribía Erasmo a Eck en 1518 - unica Origenis pagina quam decem Augustini’. Y el análisis, sistemáticamente llevado sobre las sencillísimas, mal construídas, líneas de san Justino y de san Ireneo, descubre mayores honduras en un aparente catálogo de textos de Escritura, que en libros enteros de Dídimo, o de san Gregorio Magno.

Hay apriori muchos grados de asimilación patrística:a) uno, elemental, extensivo al gran público. Reduce el

campo a pocos, en general buenos literatos, con temas de espiritualidad, exegesis, filosofía y aun teología demasiado sabidos para repristinar nada.

b) otro, recomendable a la exegesis y teología pastoral. Amplía el círculo a PP. de lectura fácil, no precisamente agradable; pero también sobrado conocidos para imprimir nuevos derroteros a la investigación.

Aquí entrarían gran parte de los de la edad de oro, mil veces socorridos en nuestras aulas, a partir de S. Atanasio. En general su teología ha sido bien asimilada por la Ciencia. Las monografías de Prestige, Kelly, Grillmeier ... que sintetizan mucho y bien, resultan imprescindibles para conocerla.

c) otro, de impronta dogmática. Muy arduo y lento, llega al pensamiento último de los PP. más cualificados. Es el único capaz de imprimir carácter en la moderna ciencia y orientarla por caminos de verdadero progreso. Aquí las obras sintéticas enseñan poco, porque no dan idea de la unidad y sencillez de

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líneas, que las grandes concepciones suelen adoptar entre los mejores; y los pulverizan en beneficio de ideas particulares, solo marginalmente catalogables con las de otros autores. El fenómeno, inevitable si se quiere abarcar mucho, desaparecería eligiendo como base a uno de los grandes y proyectando la teología en torno a sus soluciones. ¿Es esto posible?

Individuos hay como s. Ireneo que a cada paso abren nuevas perspectivas, y apuntan caminos insospechados. Para repristinarlas es preciso ir a él. La cosa parecerá un contrasentido. La teología y exegesis de Ireneo o de Orígenes se ha ido depauperando a lo largo de los siglos, entre los mismos PP. Quizá por eso mismo, convendría orientar la investigación hacia el estudio de tres o cuatro figuras de privilegio: para descubrir el substrato de la tradición que representan, perdida en gran parte o difuminada por demasiado honda.

Hay temas teológicamente saturados - arrianismo y derivados, nestorianismo, pelagianismo... - en los que solo cabe progreso para la historia de la teología, no para el dogma. Y hay también personajes punto menos que saturados, que o por secundarios o por reiterativos no merecen demasiado estudio.

¿Cómo evitar la distración de fuerzas en un mundo de tan cortas posibilidades prácticas, como el actual? Los PP exigen entera dedicación y nadie puede prometerse frutos inmediatos en sector tan complejo. El panorama de las actuales preocupaciones, atentas a lo expeditivo, resulta poco halagüeño. Las prisas son de Satán, decían los árabes. Los Maurinos pasaron, llevándose el secreto de las grandes empresas impersonales.

En tiempos, además, de ecumenismo podría faltar estímulo para esclarecer perfiles y perseguir ideologías complejas, demasiado bizantinas frente a los ásperos problemas que se imponen a la masa. El interés desvía la atención - dentro mismo del campo sagrado - hacia lo mínimo indispensable, sacrificando lo que entre los Padres fué capital y entre nosotros parece de lujo, a fin de salvar el denominador común cristiano y aun religioso. ¿No es esto descalificar de antemano la riqueza de la antigüedad patrística, falseando su verdadera perspectiva para otorgarle al elemento genérico un relieve que nunca tuvo?

El anhelo por resolver los grandes enigmas doctrinales, y a la postre teológicos, del mundo, complica en el día enor

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memente la tarea del especialista. Agréguese la pasión, el apremio que le dominan. Solo un profesional equilibrado y sin prejuicios, paradójicamente apartado del mundo, ofrece garantías de objetividad para esclarecerlos; o al menos, para iniciar un camino de solución plausible.

Hasta para situarse ante los Padres sobra hoy pasión. ¿Qué representa v. gr. en la vida de s. Agustín el recurso al brazo seglar, invocado una vez para defensa pacífica de su Iglesia? Y sin embargo, la ciencia hodierna se rasga las vestiduras y pierde la serenidad, desorbitando el fenómeno mediante categorías tan parcial como anacrónicamente valoradas. La simpatía de algunos investigadores recientes por Pelagio, el campeón de la humana libertad, frente a la doctrina agustiniana de la gracia, disimula aún menos ciertas modas literarias.

Todos los métodos tienen sus ventajas. En cualesquiera la renovación residiría en un enriquecimiento paulatino, seguro, doctrinal, a partir de los siglos primeros, singularmente sugestivos por su proximidad a las fuentes, por la abundancia de intentos - atestiguada en toda suerte de campos - para penetrar en el verbo de Dios, por lo genial de muchas soluciones, por la unción y sencillez de algunas.

Muchos elementos han caído en desuso a lo largo de los siglos, no por endebles, sino por atajados en su desarrollo normal a beneficio de otros más en boga. La compleja teología v.gr. de s. Pablo no se desarrolló homogénea en todos los frentes. Ni a la abigarrada de las gnosis heterodoxas, construida con tanto vigor y armonía, opusieron los eclesiásticos la misma resistencia en todas sus partes. Hubo que elegir campo, y la primera complejidad cedió el puesto a multitud de líneas, de las que algunas se abrieron paso y otras no. Las controversias se sucedieron, por ley histórica, de menos a más simples: de sistemas heterogéneos, a temas cualificados, pero reducidos; de herejías ‘universales’ (marcionismo, ebionismo, gnosis ... ), construídas en bloque, a errores particulares, nacidos al margen de una concepción ortodoxa.

Para repristinar ‘motivos’ extraviados en uno o dos escrítores del s. II particularmente oscuros, es inútil acudir a los esquemas consagrados. ¿Quién sabe de su existencia? La literatura de los siglos primerísimos esconde infinidad de tesoros, que lejos de responder a incógnitas de hoy, o a planteamientos

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clásicos, aguardan un espíritu paciente que los revele. Ya se encargarán ellos mismos de imponer nuevos enigmas.

No todas las épocas ofrecen igual interés. En general la vecindad a los tiempos neotestamentarios garantiza un mensaje más denso, afín al de los autores canónicos, más espontáneo y libre de esquemas. Aun entonces, hay talentos y talentos. El genio siempre es genio. La tónica general prenicena denuncia sin embargo, por lo común, gran riqueza y libertad de planteamientos; indecisión quizás en algunas soluciones, junto con una extraña madurez global. No abundan meros repetidores. Los enemigos apremian con dificultades obvias, fuertes. Las soluciones se aferran al texto sacro, buscando por instinto teológico la postura que mejor armonice - con arreglo a la analogía de la fe - con la tradición oral eclesiástica.

Requiérese un mínimo esquema racional para dar coherencia a las reflexiones teológicas. Pero va infinita distancia de la psique de s. Ignacio Antioqueno, proyectada en imágenes de brío excepcional y con terminología sincretista, a la de Tertuliano, jurídica y retórica, que encubre la ajena filiación de sus mejores páginas. Cada cual impone su método. El análisis del africano ha de ir a ras de letra, mientras el del antioqueno requiere tanta alteza y rapidez de intuición como sensibilidad para toda suerte de influjos.

La teología prenicena reviste las formas espontáneas del helenismo, en contacto con la Escritura. Entre sus exponentes no hay figuras tan huidizas como Filón. S. Pablo y s. Juan habían definido innumerables conceptos ignorados del hebreo alejandrino, solicitando a los que vinieran, sobre la base neotestamentaria, a la armonía de ambos Testamentos. Los primeros capítulos de Moisés, la doctrina de la Salud, la cristología, su prolongación eclesial y escatológica delimitan en el N.T. el planteamiento aún impreciso de la teología hebraica del A.T. y su apocalíptica marginal.

La persona del Segundo Adán y su eficacia en el mundo coarta el vuelo, doctrinalmente infecundo, de la fantasía hebraica, propensa a Apocalipsis, Ascensiones y Testamentos. En su lugar abre un novísimo campo de exploraciones sobre la humana salud. El magisterio de san Juan y san Pablo resulta decisivo. Relacionando a Cristo con Adán, dan la clave de la Escritura; enriquecen por igual la revelación del hombre, su dinamismo sobrenatural, el drama del pecado, el enlace entre

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la vida trinitaria y el mundo, la teología de la historia; e introducen la materia, la humana carne, en el ámbito de la Salud.

El Apóstol orienta las líneas de la teología en hondura, anchura y longitud hacia la persona del Cristo total. Despierta la curiosidad de atrevidos intelectuales - abuelos de los futuros gnósticos - para enlazar disciplinas (trinidad, cosmogonía, el hombre y el ministerio angélico, fases de la historia, venidas de Cristo ... ) en la persona y destino de Jesús. Evoca más tarde, junto con s. Juan, a los eclesiásticos, para buscar en el misterio de la carne del Cristo el principio sensiblemente unificador de la teología cristiana. Es erróneo lo que no acabe en la glorificación de nuestra carne, a la vista de Dios. Ni la trinidad, ni el origen del mundo (resp. hombre), ni la historia, ni la epifanía del Verbo tienen sentido, fuera de la humana dispensación.

Los Padres se sienten dominados, cada cual a su modo, por la palabra de Dios en función del Verbo, paulatinamente revelado en profecía y en carne. Los primeros no fueron sistemáticos. La gnosis heterodoxa se les adelantó, con resultados positivos y sin sacrificar aspecto alguno susceptible de filosofías, en busca de una ciencia auténtica, unitaria, que ‘esclareciera, supuesto el análisis de ambos Testamentos, el principio último de la Economía. Reaccionaron los PP. queriendo construir sobre bases firmes. El empeño duró, e interesó a los mejores, singularmente a s. Ireneo y a Orígenes. Comprometidos a perfilar aspectos naturalizados con peligro por la gnosis, levantaron pieza por pieza una teología capaz de satisfacer las exigencias de la razón cristiana. De momento, interesó poco el sistema como sistema; aunque - dentro v.gr. de la teología de s. Ireneo, mejor aún que en la de Orígenes -habría bastado muy poco para llegar a él. La tensión contribuía al progreso. Erguíanse dos grandes edificios aintitéticos con tanto ímpetu como agudeza de exegesis. La lectura de los tomos origenianos in Ioannem deja en el ánimo algunas incógnitas. Entre el valentiniano Heracleón y el eclesiástico Orígenes, ¿quién es más gnóstico en la exegesis del IV evangelio? Los mismos problemas, análogos métodos, iguales preocupaciones y puntos de relación; y a ratos, exegesis más desconcertantes en el hombre de Iglesia.

Todavía no se ha definido con seguridad el substrato común a la teología cristiana del s. II, así eclesiástica como

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heterodoxa gnóstica); ni los métodos de exegesis, generalizados entre alejandrinos de Iglesia (Clemente, Orígenes) y de secta. Por una curiosa paradoja, más se acerca ‘formalmente’ cualquiera de los dos alejandrinos a la gnosis herética, que a la teología de s. Ireneo. Desmitificando a Tolomeo y a Teódoto se llega a un sistema abigarrado, de arquitectura más simple que la doctrina global de Orígenes. Y si por erigida sobre base ruinosa - el prejuicio de las leyes naturales, en su aplicación cualificada a la salud del hombre - se vino abajo, su conocimiento explica ‘a contrario’ muchos misterios del edificio levantado frente a ella por los Padres del s. II y III.

Tanto como los tesoros dispersos en ambas construcciones, intrigan a la teología actual sus enlaces: la trabazón interna, la polivalencia de los términos, la complejidad más aparente que real del planteamiento o de la solución; la multitud de combinaciones lógicas (teológicas) a que dan lugar, por continuas interferencias, distrayendo en superficie.

Sin recurrir a un falso ecumenismo, nunca más peligroso que en pura ciencia, creo haber probado antes de ahora la existencia de una misma básica ideología, perfectamente definible, común a argivos y troyanos, a Ireneo y Tolomeo. Unos y otros parten de la revelación económica de la Trinidad; apuran las características de Dios Padre, del Verbo (creador y salvador), de la Sabiduría (Espíritu) alma del mundo y madre de la Iglesia, proyectándolas simultáneamente hacia el origen y vida del mundo y del hombre; perfilan la teología de la historia, con centro en la revelación humana del Hijo; y acaban en la escatología de los elegidos, dentro de la propia Trinidad. Al margen de líneas tan vastas, entreveran multitud de elementos, siempre paralelos (divalentes), con increíble copia doctrinal.

En mi ‘Antropología de s. Ireneo’ he comprobado un método simplicísimo de aplicación relativamente fácil. No hay mejor manera de colmar los vacíos de Ireneo, que yendo a sus adversarios; ni de apurar noticias, hoy anodinas, del Santo que buscando sus contrarios gnósticos. Los lectores de Orígenes saben que sus aparentes hipótesis de solución, a propósito de cualquier punto de Escritura, lejos de venir de la indisciplinada facundia del alejandrino, responden indefectiblemente a soluciones históricas, las más veces, comprobables.

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Los caminos para descubrir la teología antigua son resabidos. En tesis, cabría esperar de la Patrística, más que un objetivo enriquecimiento doctrinal o nuevos materiales perdidos de investigación, maneras varias de exponer lo revelado: desde la sedicente teología judeo-cristiana, con sus formas hebraicas de expresión, hasta la clásica (de los siglos IV y V), con su impronta helenista grecolatina.

El progreso, por esa vía, se me antoja cuestionable. Las formas hebraicas eran buenas para determinados, eidéticos, temas (tales como la Encarnación, el Descensus, la Ascensión, la Lucha ... ); pero inadecuadas a la compleja ideología del IV evangelio y de s. Pablo.

Hay autores y autores. Unos propensos a discurrir en símbolos, imágenes ... o a moralizar por preceptos, reacios a todo discurso. Otros se mueven en el discurso, como en su propio elemento, encomendando a la Escritura el planteamiento y solución decisivos. Unos componen admirablemente. Otros se abandonan a la inspiración, sin preocupaciones literarias.

Dentro de tales atendibles maneras predomina entre los grandes autores el trato brioso, específicamente cristiano, de temas escriturarios. Con absoluta independencia de las míopes tradiciones hebreas, se orienta, por estructuras helenísticas, hacia nociones teológicas puras. El enriquecimiento repentino del dogma, mediante la cristología johannea y paulina, determinó la adopción de métodos racionales unívocos, que fueran derechos al punto en litigio, delimitando los datos de la revelación. Por presunto defecto de inmediata base conceptual, impugnaron los Padres las sectas cristianas que se amparaban en el mito, como para prevenir toda inteligencia. Bien o mal, los heresiólogos trataron de verter, por primera providencia, las categorías míticas, a las suyas propias. Se equivocaron quizá. Pero delataron el único campo viable de progreso.

El lenguaje sostenido por imágenes retiene quizá la atención del hombre sencillo, se acomoda muy bien a la predicación profética, mas no a la inteligencia última del pensamiento. Aceptable en escritos que se presentan como inspirados o frutos de revelación, requiere siempre exegesis. El fenómeno se echa de ver en el Pastor de Hermas. A nadie se le ocurre traducir sus Visiones y Semejanzas al mismo nivel visual, explicando lo oscuro por lo oscuro. Los primeros teólogos actua

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ron, a veces, sobre material simbólico; mas no sin traducirlo a conceptos racionales. La representación v.gr. del Hijo y del Espíritu Santo, en figura de ángeles, por muy general que se le imagine en círculos allegados al judaísmo, nace - como versión imaginativa - paralela a las formas conceptuales de expresión. El Apocalipsis de s. Juan es vehículo literario, muchas veces astral, de una soteriología bastante diluída, solo asimilable teológicamente mediante trabajosa reducción a conceptos.

Camino contrario a la eidética hebrea siguió la gnosis cristiana heterodoxa. Los gnósticos, muy apretados de doctrina, no se contentaron con yuxtaponer visiones. Crearon mitos teológicos que relacionasen gran número de elementos, sin dejar a la improvisación uno solo de ellos, ni menos sus enlaces; manipulando sobre términos escriturarios con una lógica implacable. El lenguaje mítico de la gnosis, al parecer arbitrario, nunca lo fué. Apuró al máximo la jerarquía de los estamentos teológicos; multiplicó eones, como Orígenes epinoias, y con arreglo a su aparición real o lógica en el seno del Pleroma (=Unigénito), dramatizó con ellos persiguiendo por su medio -a nivel de paradigma - las leyes causales que dieron origen al mundo infradivino, sin descuidar la historia de sus componentes.

Han llegado hasta nosotros escritos gnósticos singularmente sugestivos, en condiciones de privilegio. Del Apocryphon Iohannis conocemos hasta cuatro recensiones. La biblioteca de Nag-Hammadi abre posibilidades a su investigación; no por el camino de los antiguos heresiólogos, sino por el análisis previo, rigoroso, del mito, y su versión en conceptos; para cotejar luego su teología con la coetánea de los escritores eclesiásticos.

La riqueza documental, lejos de enervar precedentes conclusiones, como ocurre muchas veces entre los comparatistas, servirá a definir mejor - con abundancia de ‘motivos’ marginales - la postura específica de la gnosis en puntos básicos, y enriquecerá la exegesis teológica de muchos pasajes, sobre todo del Génesis. Aquí hay un mundo por explorar. Un ánimo sensible a las formas del mito teológico descubrirá con verdadero deleite el sistema artificiosamente oculto en sus páginas. El método a que hasta ahora han sido sometidos los documentos de la gnosis, bueno para una primera iniciación lite

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raria, es inoperante para descubrir el contenido teológico. Por solos criterios comparatistas se llega a motivos genéricos, comunes a muchas religiones. Los gnósticos cristianos, sobre ser cristianos, habían especulado finamente en torno a los pasajes más densos de la Escritura, adoptando posiciones concretas. El escrúpulo que demuestra haber tenido Tolomeo, en carta a Flora, para discriminar las partes de la Ley mosaica y su origen; y el de Heracleón en el análisis del IV evangelio, según noticias de Orígenes, indican el que acompañó siempre a los valentinianos en la concepción y artificio de sus mitos.

La densidad de autores como Ireneo y Orígenes, fuente de indefinidos enigmas, eleva a insospechada potencia el tesoro reservado a la investigación paralela de gnósticos y eclesiásticos. Aparte el enriquecimiento directamente conceptual, mucho beneficiaría hoy entender el trato de la Escritura por unos y otros. El interés no sería solo histórico.

Mientras la apocalíptica arrastra una ideología popular y se desarrolla por imágenes trabajosamente constructivas, a precio de repeticiones sin fin; la teología de las grandes gnosis procede, ideológicamente maciza, por adición continua de elementos, y vincula a las formas de desarrollo la causalidad más rigorosa, proyectando por estratos en el espacio mítico las disciplinas todas (trinitaria, cosmogónica, antropológica ... ), como fruto del proceso virtual de las perfecciones escondidas en los primeros eones.

Los heterodoxos cristianos resultan tan griegos en sus mitos, como el Plotino de las Ennéadas. El género literario les interesa para encubrir el sistema. Supuesta una estructura racional del dogma, en un segundo tiempo le revisten de formas de genealogía, en apariencia libres, sin margen real a divagaciones. Sería un contrasentido imitar hoy su lenguaje. Equivaldría a encubrir poéticamente el contenido doctrinal, sacrificando la expresión inmediata y espontánea de la teología en conceptos diáfanos, lógicamente estructurados. Los gnósticos tenían razones para hacerlo.

En definitiva, haya o no exagerado la Escolástica medieval y postridentina las estructuras racionales, en la línea de una teología helenista, conviene leer a los Padres como ellos escribieron y entenderles según ellos se entendieron. Otorgar a las formas de expresión apocalípticas o simbólicas orientales la misma beligerancia teológica que a los géneros adoptados,

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desde el principio, en el mundo grecolatino, representaría auténtico retroceso; algo así como sacrificar Pablo a Moisés, el evangelio de s. Juan al Apocalipsis; o deleitarnos en el Sermón de la montaña, por miedo a los discursos johanneos del Salvador, limitando el mensaje de Cristo a las antítesis morales frente a la Ley, que hicieron las complacencias de Marción.

La renovación de la teología no puede abominar de las formas históricamente adoptadas por los Padres, e ir en busca de las que hubieran debido acoger para no quebrar por el método ni por circunstancias ajenas al texto sacro, el contenido de la revelación.

Es obvio que a la oscuridad de la fe cristiana responda, a partir ya de s. Pablo, una exposición compleja, tanto más ardua, cuanto más vitalmente articulada. Mas no todos los teólogos primeros y exegetas de la Escritura han de recoger por igual el dinamismo y copia de formas del Apóstol. Figuras que proyectasen, a lo Ignacio Antioqueno, su pensamiento en cláusulas tan atormentadas y espléndidas, jamás abundaron.

Sobre los Padres no conviene hacerse ilusiones. Los más hondos y dinámicos; los de contenido más rico y sugerente; los que con más firmeza y eficacia podrían llenar las lagunas de la hodierna teología, son - entre los prenicenos - de difícil lectura. Con frecuencia, malos estilistas, de composición reiterativa y aparentemente lánguida.

El trato continuo acaba por descubrir en su aparente descuido extraños virtuosismos de presentación. La filología sola no basta a esclarecer el pensamiento último. Ha de sobrevenir el estudio de su exegesis escrituraria: la colación de paralelos, dentro y fuera del escrito analizado, la restauración de los testimonia parcialmente distribuídos entre autores varios..., hasta fijar la probable inspiración literaria, la novedad de variantes, y definir la postura doctrinal, con arreglo a la coherencia que de ordinario acompaña a los grandes autores.

Ireneo es difícil por muchos conceptos: falta el original, su manera misma de componer, los adversarios que resume y combate, la tradición doctrinal y literaria que representa, la continua personal reflexión que disimula en infinidad de matices, encubiertos entre aparentes iteraciones. Todo fluye como sin esfuerzo, y todo está abigarradamente construído.

Para restituir ideologías sigue imprescindible el análisis de los términos, pasajes y desarrollos escriturarios; llevado

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con escrúpulo similar al de la exegesis bíblica. Lento, es el único método viable para concluir con alguna garantía; y será más eficaz cuando, por caminos paralelos, se haya hecho igual análisis en otros escritos y autores.

La teología del alejandrino Clemente sigue hoy tan refractaria como en los días de su editor O. Stählin. Las buenas ediciones economizan mucho, mas no finezas de exegesis. Los escritos del Stromateus despiertan interés entre los eruditos. Ofrecen infinidad de géneros, como en los zocos morunos. Pero ¿quién se atreve a dominarla? Apurando uno por uno términos selectos, con análisis monográficos, se apretará el cerco hasta llegar al enlace que tuvieron quizá en las fuentes, o definir las zonas ideológicas, probablemente inconciliables, registradas por el alejandrino a título de anotaciones previas. Entre tanto, ahí queda ofreciendo entre sus tapices tantos enigmas como palabras.

A pesar de algunas deficiencias de transmisión textual, Orígenes resulta más asequible. Escribió mucho, y queda bastante. Una extraña forma mentis luce en sus obras, ganándole cada día más adeptos. Lleno de intuiciones, amigo de dormir sobre la Escritura, prodigioso lector de proprios y extraños, atento por igual a la letra y a sus mil exegesis, aunque rara vez consigna íntegro su pensamiento, no sabe escribir sin lanzar a voleo multitud de ideas, a ratos peregrinas, nunca improvisadas, que al cabo - en los grandes comentarios - aplastan al más avisado. Una tentación domina a sus lectores: el afán por seguirle hasta el fin, y dar con sus sistema. Por fortuna o por desgracia, Orígenes se les escapa por mil caminos. Y torna el empeño por seguirlos uno a uno, para resignarse a la postre a una persecución indefinida, que sorprende a cada momento con nuevos perfiles, tan sugestivos en extensión como en calado.

Teólogo de atisbos y aun fallos geniales, exegeta de abrumadora densidad y reflexión bíblica, Orígenes inaugura una tradición exegética, decisiva en Occidente y en Oriente. Arrianos y nicenos le deben igual número de ideas. Su conocimiento es básico aun para la exegesis medieval, que bebió de él por Rufino, S. Jerónimo, s. Ambrosio y tantos otros occidentales. Despertando ideas, se preocupa muy poco de coordinarlas; como si personalmente las armonizase sin esfuerzo, casi por instinto, a nivel altísimo inaccesible a sus discípulos, respetuoso de las

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luces personales de los demás. El señala, sin sospecharlo, el patrón decisivo para calibrar la originalidad de posteriores teologías, derivadas y desviadas de la suya.

Los postnicenos, sometidos junto con la literatura conciliar a buenos y largos estudios, se prestan mal a enriquecer - fuera del campo litúrgico y de la espiritualidad - la teología moderna. Los Antioquenos, excelentes en la exegesis literal, reservan pocas novedades doctrinales; quizá ninguna de consideración. Los capadocios, a título de origenianos, valen como exponente de una trayectoria, paralela a la origeniana occidental, a medio camino de la futura teología bizantina. La exegesis conjunta del Niseno y de s. Basilio ofrece mayores posibilidades aún que la alejandrina contemporánea.

En s. Atanasio, Dídimo y s. Cirilo Al. la teología pierde brío y personalidad. Los argumentos encubren apenas su origen doxográfico. Proceden muchas veces por clichés. Darán margen a monografías. Pero enseña la experiencia que muy pocos se entusiasman con personajes tan reiterativos y de ideología tan uniforme.

En el Occidente hay grandes eruditos. Los teólogos de garra - a lo s. Hilario y s. Agustín - son pocos. Según pasan los siglos, los temas se perfilan; el campo libre de investigación se reduce. Las especulaciones atrevidas, casi obligadas, de los prenicenos se pierden luego de los grandes Concilios, a falta de ocasión; y solo algunas adquieren todavía relieve en autores grandes y según módulos cada vez menos ágiles. Escritor de empuje, nada estudiado por su terrible oscuridad, capaz aun hoy de revitalizar - con planteamientos arcaicos - esquemas de teología, a peligro de anquilosarse en sus días, sigue siendo Priesciliano, o el autor editado por G. Schepss (C.S.E.L. XVIII).

Los historiadores de los Concilios iluminaron ya bastante los de los siglos IV y V. Pero ni Arrio y los suyos, ni Nestorio, Eutiques, Apolinar y otros dejan zonas de oscuridad estimables. Aquí se tocan enseguida los límites. En vísperas de decidirme por los PP., mi maestro el P. Madoz me aconsejó no pensara en la Patrística hispana; venía comprobando sus reducidas fronteras y la imposibilidad de una investigación vigorosa. Parecido consejo habría que extender a otras secciones. Los epígonos son siempre epígonos, y aunque valgan para la historia de la cultura, y aun de la teología, en extensión más que en intensidad.

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El mare magnum de los pseudos (ps. Niseno, ps. Basilio, y sobre todo ps. Crisóstomo) reservará novedades a la Liturgia, a la hagiografía y disciplinas análogas. Pero ¿a la dogmática? El siglo de Leoncio Bizantino ofrece documentos, publicados mucho tiempo ha e indignos de estudio. ¿Quién es capaz de abordar los dos voluminosos Adversus Nestorianos (P. G. 86, 1399-1768) y Contra Monophysitas (P. G. 86, 1769-1901) que figuran a su nombre? ¿Merecen la pena? Por muy dignos que se nos antojen v. gr. s. Máximo Confesor y s. Juan Damasceno, ninguno de ellos rompe los cuadros habituales. Las monografías a que den lugar, revelarán perfiles. Sus fórmulas ganan en tecnicismo y precisión, lo que pierden en espontaneidad y vida. Sus problemas afectan a círculos reducidos y se acercan al virtuosismo que acabará por matarlos entre los bizantinos.

La verdadera renovación de la teología ha de partir de los escritores de mayor mensaje. Y estos son los más geniales, y los que más se allegan - por su inspiración y plenitud – a los escritos neotestamentarios.

En nuestros días hay la tentación de otorgar igual interés a todos los intentos (ortodoxos o no) de coordinar los datos de la revelación. Ebionitas, discípulos de Marción, gnósticos cristianos merecerían el mismo trato que los eclesiásticos. No habría prejuicios. La perspectiva teológica se extendería sin fronteras, con arreglo a elementos históricamente vividos.

Semejante conato rimaría con la tesis de W. Bauer (Rechtglübigkeit und Ketzerei im ältesten Christentum), que impugna la noción misma de herejía o de ortodoxia en un tiempo en que faltaba, según cree, el punto de referencia. Pero además de complicar enormemente la tarea del teólogo, exigiría el sacrificio de una ciencia adquirida en circunstancias excepcionales de continuidad, garantía y riqueza. Teológicamente ninguna desviación presenta el interés que la Gnosis de los siglos II y III; pero su inmediata desaparición la descalifica, como punto de arranque. La teología marcionita fué muy pobre. La judeocristiana y ebionítica, por el estilo. Su máximo valor estuvo en la reacción provocada entre los eclesiásticos.

Dentro de la línea ortodoxa hay cosas resabidas, y conviene rehuir los planteamientos recibidos en herencia. Habría gran mérito en deslindar los límites (temas, modos de expresión, tendencias) de la teología asiática, de los de la africana y alejandrina. En inventariar de una vez los tesoros de Filón, en

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exegesis y en doctrina teológica (sobre la libertad, gracia, salud, fe, iluminación, antropología divina ... ).

A tal fin, sería apetecible, por primera providencia, un espolio sistemático de los lugares bíblicos conocidos (en exegesis, paráfrasis, citas explícitas y también implícitas ... ) por los primeros escritores y documentos, sin descuidar a Filón. Entrarían en cuenta los Evangelios y Hechos apócrifos, tratados heréticos, algunas Actas doctrinales de mártires... según el orden cronológico y posibles dependencias. Queda por hacer lo más elemental. Abundan síntesis. Faltan monografías sobre el texto bíblico y exegesis en los escritos y autores de mayor nota. Las que hay, no responden a las exigencias: o se limitan a las citaciones expresas, dejando escapar alusiones - algunas de ellas agazapadas en meros epítetos -, o descuidan su alcance en la teología del autor, o silencian las dependencias literarias que las explican. Los estudios últimos sobre los testimonia inician una singladura, que convendría mantener sin prisas. Es tentadora la síntesis con las noticias descubiertas en torno a un testimonio. El trabajo en común remediaría los inconvenientes de tantos otros, demasiado individuales, que acabaron en premisas. Se requieren muchas incursiones analíticas para mediante índices, con la máxima copia y precisión, definir el substrato inicial exegético, que inspiró la teología de los siglos primeros. El método, desesperadamente lento, es indicadísimo para seminarios. Isagógico para la teología positiva, sigue indispensable para concluir con serias garantías, sobre dependencias doctrinales. El espolio, materialmente molesto mas no difícil, resulta menos recomendable en escritos largos de proverbial oscuridad (v.gr. la Pistis Sophia, los libros de Jeû ... ), de insignificante contenido doctrinal, de coloración mítica artificiosa, o de sesgo pagano. Tal será asímismo el caso entre documentos paganos cristianamente contaminados (Corpus Hermeticum, papiros griegos mágicos ... ), en la literatura apocalíptica hebrea, en escritos gnósticos de fundamental contextura pagana (setianos, peratas), en documentos fuertemente coloreados de astrología (v. gr. el comentario de la letra Omega, de Zósimo) y otros similares.

Reunidos los datos, vendría el estudio sistemático, más atento a la ideología que a las semejanzas externas, solo asequible al teólogo de profesión. Se restaurarían corrientes doctrinales, hoy ignotas, señalando su trayectoria con puntos, crono

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lógica y geográficamente fijos. Se repristinaría la forma mentis de métodos a primera vista indisciplinados y aun arbitrarios, revisando los esquemas, a que nos han habituado los tratadistas de exegesis bíblica. Aludo v. gr. a la ingenua oposición entre los antioquenos y alejandrinos.

Los frutos para la teología serían inmensos en cantidad y en calidad. Apenas hay término de algún relieve en el N. T. que no descubra, sin salir de los límites literarios del siglo II, complejísimos enlaces ideológicos con otros. Los vocablos mismos se complican, enredándose en versículos del Antiguo y Nuevo Testamento. Llevado esto sistemáticamente, sin perdonar anónimos, traería novedades sin fin.

* * *

La verdad no estorba a la ciencia. Ni la verdadera exegesis del A. T., al conocimiento que de él tuvieron los Padres. Tampoco viceversa. Hablo en especial de la exegesis prenicena.

Algún tiempo ha, parecía viable el conocimiento simultáneo de la Escritura - o de un libro cualificado (como el Génesis o el IV evangelio ) - y de su exegesis patrística. Ahora, no tanto. Deslindados los predios, quedaría un recurso: ayudarse el biblista del patrístico y viceversa. Recurso muy pobre, que mantendría la solución de continuidad entre sus mundos respectivos, y dejaría en el aire la incógnita: ¿entendieron de veras los Padres la Escritura?

Hoy se mienta a cada paso lo auténtico. En su aplicación a la exegesis escrituraria, posiblemente ningún autor serio se forja la ilusión de dominarlo; y quizá ni de vislumbrarlo. Las indecisiones lo garantizan bien poco. Pero si la teología medular de los PP. estriba en la exegesis bíblica, y esta, en la forma por ellos adoptada, es ahora preterida sin escrúpulo, ¿quién se aventura a restaurarla? ¿A qué conduciría obra tan lenta de arqueólogos, válida como exegesis histórica, pero fuera de uso a excepción de aquellos puntos, en que por intuición, o por pura casualidad, coindice con la actual?

Yo no me atrevo a responder. La dificultad es muy fuerte, y de tal trascendencia que pone en igual peligro la exegesis de los PP. y la teología postpatrística fundada en ella. Yo me permito sospechar igualmente de la hodierna exegesis. Y en plan de reserva para la antigua y para la de hoy, atengámonos

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siquiera al desinterés de la ciencia. Valga o no la forma mentis de los PP en el estudio de la Escritura, quien sistemáticamente la ignora se cierra el acceso a su teología, y con ella, a la que como substrato se dejó sentir hasta ayer. Además si como exegetas los PP no valen, ¿en qué valen? Si convirtieron la Escritura en teología, haciéndola servir a intentos extraños a su autor principal, ¿para qué volver sobre lo inauténtico?

Los PP. hicieron del análisis bíblico el vehículo natural de su teología. Entre los prenicenos, acierten o no, hay riquezas inéditas, vinculadas a la Escritura, incomparablemente superiores a las hoy habituales. Muchas serán derechamente asimilables en el campo teológico.

En ciencia pura, tiene aplicación la tela de Penélope. El conocimiento inmediato de los PP. no debe distraernos de uno muy atendible, el indirecto. Hubo escolásticos de talla - como Francisco de Toledo - que llevaban de frente la exegesis y la teología especulativa. Tan perspicaces y eruditos en el comento de la Escritura como en el de Sto. Tomás. Para lo primero mostraron una asombrosa erudición patrística, perfectamente viable en pura exegesis. El método dió buenos frutos en los siglos XVI y XVII y, seguido sistemáticamente, los habría dado espléndidos. Hoy mismo prestan servicio sus grandes comentarios a la Escritura por el cúmulo de noticias que recogen de los PP., y por la riqueza de elementos que en su línea desarrollan. La moderna exegesis, atentísima a la erudición de última hora, pierde horizontes; y no es raro que luego de mucho discurrir venda por novedades, con inferior acumen teológico, lo que era ya viejo de siglos. Muy aleccionador el artículo de R. Criado, Teorías nuevas en autores antiguos (Ezequiel 21, 32 y Génesis 49, 10), en Archivo teológico Granadino 26 (1963) 203-221.

* * *

Ofrezco, sin ánimo de enseñar, un índice de materias, capaces de revitalizar esquemas antiguos.

1) Economía de la Salud, como centro de la teología, desde lo trinitario hasta lo escatológico. En la salud se descubrirá la connotación económica que esconden las noticias (reveladas) de la Trinidad. El binomio teología/economía está sujeta a revisión, sobre todo entre prenicenos. Importa señalar bien todos los estratos (soteriológicos), con su matiz peculiar: el

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trinitario, cosmológico, humano (angélico?), cristológico. ¿Quién ha estudiado monográficamente la swthri,a en Filón, PP. apostólicos, apologetas, gnósticos, Evangelios y Hechos apócrifos, Clemente Al. y Orígenes?

2) El proceso trinitario en su vertiente salvífica. ¿Fué o no eterno? Los escritos se expresan con claridad bastante para atribuírles ajenas categorías y preocupaciones. Conviene arrinconar, entre los prenicenos, el término ‘subordinacionismo’, como un falso shibolet. Mejor fuera estudiar con sencillez los títulos (escriturarios) en los siglos II y III; la trayectoria rigorosa de vocablos como imagen, efluvio (avpo,rroia( avpau,gasma( evnergei,a) .... verbos como kti,zein( poiei/n( gi,nesqai y textos aplicados al Hijo en relación al Padre (Logos, Sophia, Arche ... ).

Monografías sobre las relaciones mutuas entre Dios, el intelecto (nou/j) y el verbo (lo,goj); o entre las perfecciones gramaticalmente masculinas o femeninas del Logos (v. gr. Verbo/Vida, Cristo/ Ecclesia, Intelecto/Verdad, Anthropos/Zoe ... ) afinarían en el orden conceptual y causal. La diferencia patrística entre aiônios, aïdios y sus respectivos latinos (aeternus, ante tempus, aevum, saeculum ... ); así como su aplicación - de orden real o intencional o meramente pedagógico - a las personas divinas o a las perfecciones dinámicas del Hijo (epinoiai en Orígenes, aiônes entre gnósticos, dynameis en Filón y entre filósofos paganos), daría margen a muchos estudios.

Falta aún el análisis sobre la necesidad o no de la primera procesión, desde los apologetas hasta los Nicenos. El silencio de los escritos en punto tan esencial habría que suplirlo por vías indirectas: estudiando v. gr. la connotación del Logos (resp. del Noûs, Sophia...) a la economía libre. Arrancando del indispensable Filón, y sin descuidar a Numenio, a los Oráculos Caldaicos y demás representantes del sincretismo contemporáneo a los prenicenos.

3) Enlace entre el proceso trinitario y el mundo. Se ha de repristinar - desde sus orígenes paganos - la cuestión que tanto molestaba a los Padres, incluído s. Agustín: ¿Qué hacía Dios antes de la creación del mundo? Ireneo no quiso responder a ella. Contestaron en cambio los gnósticos, Orígenes, s. Agustín. Los puntos de vista, muy heterogéneos, dan la medida de las preocupaciones del momento.

4) Los nombres de Cristo. Interesan aquí por su aplicación a la segunda persona, a nivel divino. ¿Cuáles y cuántos son?

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¿Qué jerarquía hay entre ellos? Fundamental para la teología de Orígenes y de los gnósticos, son también de trascendencia para la de los apologetas, Ireneo y otros. El problema se enreda con la exegesis de versículos complejos de la Escritura, que relacionan el nombre o apelativo del Hijo con determinada actividad del Padre, perfectamente situable en el proceso global de la economía.

La tradición de los nombres de Cristo, heredada probablemente de los hebreos por vía de testimonia, fué enriquecida por los teólogos cristianos de uno y otro bando. Aparte los apelativos particulares importa analizar su relación mutua; solo ella denuncia su causalidad y jerarquía, siempre divalente, por cuanto miran a ambas laderas divina y creatural (resp. cósmica). El tema sería de particular trascendencia entre los gnósticos, donde Logos, Sophia, Monogenes y Anthropos reclaman otras tantas monografías.

5) El Hijo, revelación del Padre. Es el denominador común de los nombres de Cristo, pivote de la propia generacion personal, y fundamento de las dos epifanías: humilde, en la Encarnación, y gloriosa en la Segunda venida. Lo trinitario, lo cristológico y la soteriología se juntan en tan simple motivo.

Dígase Sabiduría, Verbo o Imagen del Padre, el Hijo denuncia - entre los prenicenos - la nota (personal) de mediación entre Dios y los hombres: primeramente cognoscitiva, y luego dinámica, con arreglo a las dos tendencias, del hombre que mira a Dios, conociéndole mediante Su Imagen; y de Dios que mira al hombre, en orden a la creación y salvación humanas. El Hijo (Verbo y Salvador a la vez) compendia en su persona la economía de la Salud: cosmogonía, antropología ... escatología.

Ireneo insiste en la Escritura del A. T. como revelación paterna del Hijo. La cristología analizada sistemáticamente, mediante el análisis patrístico de los vaticinios, no dió aún los primeros pasos. A priori el personaje de Abrahán, patriarca y profeta de la fe, requiere análisis desde Filón hasta s. Ambrosio. Y como género literario, tanto las bendiciones de los Patriarcas como las de Moisés, sistemáticamente perseguidas, polarizarían multitud de elementos.

Entre las formas de revelación del Hijo hay dos cualificadas: las teofanías, con su doble vertiente, hebrea y griega, de las que la última tendría singular fortuna; y la denominada

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cristología angélica (Engelchristologie). Ambas, bonitamente estudiadas, solo requieren perfiles.

6) Creación. La causalidad de las personas divinas a la luz de las partículas, verbos y términos escriturarios. Exegesis de Gen. 1, 1-3 desde los asiáticos y apologetas hasta los cinco tratados de s. Agustín [c. Manichaeos, Imperfect. liber, Confess. XI-XII. XIII, de Gen. ad litt., de Civ. Dei].

La creación ex nihilo, in sapientia, in Christo en su aplicación al cosmos y a la Iglesia.

Un estudio monográfico sobre avrch = Filius, y sobre la divalencia de sofi,a, según se aplique al Hijo o al Espíritu Santo, puntualizaría multitud de aspectos y deslindaría las fronteras entre la doble eficacia del Verbo, como demiurgo y conservador (= salvador) del mundo.

7) Angeles. Concepción hebraica en los días de Cristo. Actitud gnóstica: solidaridad (física) entre ángeles y hombres. Angelología de S. Ireneo y Tertuliano: misión subsidiaria en la economía de la (humana) Salud. Los ángeles no hechos a imagen y semejanza de Dios.

Postura de Orígenes, montada sobre la igualdad ángel= hombre. Actitud extrema de s. Agustín: superior siempre el ángel al hombre.

Ireneo, el más profundo de todos, indica el definitivo privilegio del hombre sobre los ángeles, en una línea prácticamente olvidada por Orígenes (resp. origenianos y filonianos) y postnicenos (a excepción quizá de s. Hilario).

La angelología, como estamento teológico (resp. soteriológico), solo valdrá - según los asiáticos - para realzar el abismo entre la actual dispensación sobrenatural con centro en la Salud de la carne, y la posible natural con centro en la perseverancia del espíritu: entre el hombre (= materia) exaltado a Dios, y el ángel, dejado en ángel.

Hay aún mucho que estudiar por caminos ajenos a los de Werner, Kretschmar y profesionales de la tradición angelológica hebrea. Las preocupaciones agustinianas sobre la creación de los ángeles (instante y modo) quedan fuera de la perspectiva asiática.

8) Los seis días. Algunos PP. anotaron el simbolismo trinitario de los tres primeros días, y el cristológico del cuarto. A los seis días se les asignaron tres aspectos: a) uno, obvio, hacia el primer hombre Adán; b) otro, típico, hacia el Segundo

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Adán; c) otro, simbólico, hacia Cristo/Iglesia. Todos tres ponen el centro de la creación en Adán, en Cristo, en la Iglesia.

Los días del Génesis, ¿representan sucesión en el tiempo, o un género literario? La cosa interesó apenas en el siglo II. Medidas de tiempo, sucesivas, apuntaban las fases de un proceso, y anunciaban en compendio los grandes períodos de tiempo anteriores a los epifanías (humilde y gloriosa) del Hijo en el mundo. El juego entre los días naturales preliminares al hombre, y los cósmicos previos a Cristo fué repetidas veces atestiguado, ya desde los presbíteros del Asia, con fundamento en aquello: ‘dies Domini quasi mille anni’.

El Hexaëmeron inicia y resume, con su alcance cristológico, la teología de la historia. El tema, muy de actualidad, se presta a desarrollos en atención: a) al sentido rectilíneo e irreversible de la historia, desde la materia hasta Dios, esto es, desde el hombre carnal hasta el hombre hecho Dios en carne; b) a la madurez progresiva, lenta, del hombre (material), desde su infancia divina - incapaz de ver carnalmente al Padre - hasta su adultez con la visión inmediata; c) a la intervención paulatina de las tres personas sobre el individuo (y la iglesia humana), educándole a la athanasía: primeramente, del Espíritu Santo (profético); luego, del Verbo encarnado mediante el E. Santo (de adopción o filiación); y por último, del Padre mediante el E. paternal (de visión); d) a los preliminares del día séptimo, Sábado de Dios, milenio de Cristo; y del día Octavo, eterno, primero y último, del Padre.

Los aspectos cronológicos, relativos al Milenio, han sido bien examinados. No tanto la teología de la historia en el individuo, en la carne. Algo ayudaría el contraste con la ideología filoniana. Términos como sarx, sôma y gê (= tierra), tan equívocos como los estratos a que espontáneamente van referidos, invitan a otras tantas monografías. Entre los origenianos, con su axioma homo = noûs, y los ireneanos - con el suyo homo = sarx, corren a nivel paralelo, siempre ambiguo, las categorías de Escritura, al parecer, más elementales. El prisma de los asiáticos pasa por la carne, el de los alejandrinos por la psique, y el de la gnosis heterodoxa por el pneuma. ¿Interfieren alguna vez los planos, o siguen perpetua e integralmente paralelos?

9) El hombre. Su índole, simple o doble (múltiple). ¿Dos noticias de una sola creación (Gen. 1, 26 s.; Gen. 2, 7), o dos creaciones?

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La antropología ofrece muchos aspectos. Exegéticamente se complica con la declaración, teológicamente capital, de Gen. 1, 26; y con el análisis de los elementos físicos que figuran en Gen. 2,7. Agréguese el método adoptado por los PP.: colmar con la antropología de s. Pablo los vacíos (reales o aparentes) de Moisés. Solo la distinción entre pneuma y pnoh, vale una monografía. Falta un estudio serio sobre la naturaleza del barro inicial. Hay multitud de elementos entre los gnósticos recién descubiertos.

El enigma de mayor interés descansa en la aparición del espíritu, dentro de Adán, y sus relaciones con el alma y con la carne. Polarizable en exegesis a 1 Thes. 5, 23 da origen al sobrenatural humano, y apunta dos perspectivas antitéticas: a) la trilogía humana y la tríada divina, con la relación entre el eivkw,n de Gen. 1,26 s. (resp. 1 Cor. 15,49) y el de Col. 1,15 (resp. 2 Cor. 4,4); b) el hombre inicial y su madurez en Cristo o en el Cristo total, con la transformación de la primera o`moi,wsij en la unidad o igualdad (ivso,thj), supremo estadio de semejanza divina (en espíritu).

Una vez más, el cotejo sostenido con las sectas, muy explícitas en lo antropológico, agranda horizontes.

La línea origeniana se desvía, por prejuicios contra la materia, de la ireneana; e influye desgraciadamente en muchos PP. occidentales, que a las veces reaccionan por instinto. La de s. Ireneo continúa en Tertuliano y se deja sentir, con molestas interferencias, en s. Hilario.

Atajemos aquí el índice de materias repristinables. Con el drama del Paraíso se multiplicaría ‘ad infinitum’. Mortalidad o inmortalidad, en función del cuerpo, alma, espíritu. Autexousía, libertad física, y eleuthería en el ejercicio del hombre a nivel normal y divino. Interferencias del Logos en la vida de Adán. Dualidad de árboles y su eficacia física. Sentido litúrgico de la existencia divina (y angélica) en el Edén. Teología del constitutivo humano, en comunidad y separación de sexos. Mecanismo interior frente a los dos influjos antitéticos del Logos y de la serpiente. Y mil otras cosas, estudiadas hasta hoy en bloque, o marginalmente, sin garantías de construcción firme ni de planteamiento digno.

Tales singlaturas, modestamente normativas, no quieren urgir lo más perentorio.

Personalmente más seguro que el camino de ‘temas’ o de

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‘motivos’, me parece el de versos o perícopas: la restitución sistemática de la Escritura, leída por los PP., según el orden de aparición desde los apostólicos hasta Nicea. Muchos versículos evocarían zonas de pensamiento, regiones enteras de nueva visión. Algo se ha hecho en perícopas privilegiadas. Pero ¿quién pensó en restaurar verso por verso el libro v.gr. del Deuteronomio, señalando con escrúpulo las interferencias con otros libros? La experiencia de análogas exploraciones enseña que tanto como la crítica textual gana la exegesis y la teología. La novedad será a veces casi absoluta. Los resultados, más sorprendentes que nunca. Las vías de desarrollo, singularmente fecundas. Mas prevengamos ilusiones. La tarea será de años. Requiere muchísimas monografías, homogéneamente orientadas, al margen de la aplicación inmediata doctrinal.

A pesar del instrumental moderno, distamos leguas del dominio escriturario de los siglos II y III. Sobre todo, en profundidad y armonía. Sin distraerse a temas doctrinalmente anodinos, concentraron sus energías sobre páginas y libros de excepción. Y el instinto doctrinal, vitalmente removido en lucha con enemigos de gran agudeza, fué a vaciarse en escritos, ayunos en su mayoría de todo artificio.

Hoy precisa recorrer, mediante el análisis, el camino inverso al que siguieron los PP. Animados de su misma fe, despertaremos sus ideas dotándolas de nueva vida. Su aplicación a la actual teología vendrá o no inmediata; siempre quedarán sus tesoros en reserva.

* * *

En conclusión. A pesar de haberme extendido sobre los puntos viables de la investigación patrística, no creo en logros inmediatos. El camino será lento. Primero análisis, y muy luego síntesis; solo al fin, su asimilación a la dogmática. El ritmo actual corre peligro de entorpecerse. En el peor de los casos, conviene salvar el instinto teológico para prevenir trabajos inútiles. Yendo de menos a más, de lo más a lo menos factible, sería recomendable el camino de las monografías sobre testimonia o versos de Escritura. No hay miedo de agotar el campo. Y mientras mejor se lleve el análisis parcial, mayor firmeza habrá en las premisas. Irán enriqueciéndose los tesoros doctrinales, o multiplicándose los puntos de vista, hasta adquirir

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una perspectiva más auténtica. Sean pocos o muchos los investigadores de garra, capaces de manipular en hondura y síntesis, habiendo trabajos seguros de análisis, no faltarán alicientes. Y se evitará la solución de continuidad en la línea de mayores exigencias, la dogmática, que ante el ambiente enrarecido del mundo, peligra más que ninguna otra disciplina.

ANTONIO ORBE, S. I.

SUMMARY

Patristic Theology and theological Progress

Can patristic thought enrich present-day theology - especially the structures, forms and contents of today’s dogmatics? The author does not intend to discuss this question, even though he is aware that the exegesis of the Church Fathers - nerve center of primitive theology - is today often neglected and considered useless. He assumes that the answer should be affirmative, and he asks, on this hypothesis, which of the Church Fathers have to be studied, what part of their writings, and by which methods?

He analyses the actual state of patristic studies, their decay (which goes along with that of humanistic culture) and the practical limitations they encounter. The author rejects some superficial approaches and directs his attention towards the adaptation of the patristic message to our time.

First of all, one has to hold fast to the strong, rigorously dogmatic concerns. Pastoral viewpoints are ambiguous; they are of value, if at all, as conclusions that derive spontaneously from dogmatic premises. The same is to be said about liturgical concerns. Passing over a thousand other possible fields of research, one has to go straight to the genuine theologians among the Fathers (who are few), and, more precisely, to those whose doctrine shows more depth and has been less explored. Byzantinism has to be avoided – thongh the author be as inspiring as St. Augustine. What is byzantine is always byzantine.

The author, then, describes some theological trends that will offer greater possibilities for research: the Asian, the Alexandrian before the Council of Nicea, and the Augustinian, in order to eliminate investigations that would prove unfruitful for dogmatic theology.

The main problem is to discover and to restore in its richness the lively thought that lies beneath literary formulas in the patristic

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writings. It would be naive to impose upon these works categories which are ours. Disinterestedness and modesty are the marks of genuine science. If it is urgent to abandon fields of research that are exhausted (e. g., all that concerns Arianism and the great postnicene heresies), it is even more urgent to put away haste and hasty methods - for instance discrimination between subject-matters in which we happen to be interested (like pastoral, social, ecumenical ... subjects) and others without actual interest for us. Abridged methodology and superficial erudition are the enemies of progress.

By reconstructing in a dispassionate and cautious manner the dogmatic insights of the most qualified Fathers, especially of the pre-nicene period, one could achieve sure results of high quality. As to the choice of a field of research, nothing can replace a sure dogmatic instinct. Even today a relatively large number of monographies are published, the merit of which is out of proportion to the interest of their content.

When the field of research has been chosen, the question of method arises. Many analyses of terms and of Scriptural passages (quotations, allusions ... ) will have to be elaborated, before theological « themes » can be discovered. The period wherein the most unexplored riches can be found extends from the asian Presbyters to Hippolytus, and Origen. The gnostics should play an important part. A great number of patristic terms that will prove fruitful for Biblical studies await monographical studies. These analyses should be followed - after much time, however - by reconstructions of main lines or strata of patristic thought.

The author supports his statements by particular examples, and sets up an inventory of questions able to revitalize old theological patterns.

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