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ARISTÓTELES

RETÓRICA

INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE ALBERTO BERNABÉ

El libro de bolsillo Clásicos de Grecia y Roma Alianza Editorial

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Prim era ed ición : 1998 C uarta reim presión; 2Ü02

D iseño de cuíiierta: A lianza Editorial Proyecto decoleccicin : Rafael Sañ udoPiisir.u ¡iM. Rafael Sañ u do

Reservados iodos los dereciu>s i.l contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemni­zaciones por daños y perjuicit)s. para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o cientí- tíca. o su transformación, interprciación o eiecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

® D e la in troducción , traducción y notas: A lberto Bernabé S A lianza Editorial, S .A ., M adrid ,' 1 9 9 8 ,2 0 0 0 ,2 0 0 1 ,2 0 0 2

Calle )uan Ignacio Luca de Tena. 15; 28027 M adrid; teléf. 91393 88 88m ™ .aluinzaeditorial esISBN. 84-206-3642-8Depc'sito legal. M . 39.445-2002Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polígono IgarsaParacuellos de )arama (M adrid)Pr’TitedinSpain

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INTRODUCCIÓN

I. Aristóteles y su obra

I. Aristóteles

Resulta dificilísimo resumir en pocas líneas la gigantesca apor­tación que A ristóteles hace a la historia de la filosofía y de la cul­tura. Su interés se dirigió prácticamente a todos Iqs campos del saber de su época, en los que produjo aportaciones de extraor­dinario peso. En su obra se condensa todo lo más granado que produjera la filosofi'a griega más antigua. A lo largo de siglos fue seguido y admirado, sirviendo de línea conductora de la fi­losofía medieval y renacentista. Del interés que aún despierta su obra da fe la inmensa bibliografía que año tras año se le dedica. Probablemente el mayor interés de la obra aristotélica no radica en el valor que puedan tener sus conclusiones en los temas que plantea, sino sobre todo en su actitud filosófica, que sigue sien­do básicamente válida; un continuo esfuerzo por aunar los da­tos de la experiencia con los esquemas conceptuales, unido a una curiosa mezcla entre el afán de elaborar un sistema cohe­rente y una actitud nada dogmática sobre sus propias afirm a­ciones (pese a que el dogmatismo a que fueron llevadas sus teo­rías por la filosofía medieval desvirtuó durante siglos esa

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actitud del filójjol'o, i|uc ha tenido que ser redescubierta tras el acceso directo a sus propias obras).

La inagotable curiosidad con que se aproxima a todos los problemas suscitados en su época y la manera en que trata de aunar datos, teorías de sus predecesores y modos de pensar aceptados por la };cnlc común, en una discusión integradora, siguen conslitu\rnd(i aiín un auténtico paradigma del queha­cer del filósofo y dcl científico.

2. Vida lie Aristóteles

Aristóteles nació en l-stagira (Tracia), en 384 a.C., y murió en Cálcide, en Eubea, en 322 a.C. A los diecisiete años se fue a vi­vir a Atenas y siguió estudios en la Academia platónica hasta la muerte de Platón, en 347 a.C. Probablemente el abandono de la escuela y de Atenas se debió a que ya en aquella época sus opiniones se habían distanciado considerablemente de las de su maestro y de lo que podríamos llamar la «ortodoxia» de los demás di.scípulos. Pero pudo haber también otros motivos. La fainilia >.lc Aristok-lcs mantenía buenas relaciones con la m o­narquía macedónica, y por aquellos años Filipo había saquea­do Olinto, provocando una notable hostilidad en Atenas hacia los macedonios y sus simpatizantes.

Después de sendas estancias en Assos y Lesbos que el filó­sofo aprovechó para alimentar su insaciable curiosidad con diversas observaciones, recibió el encargo de ocuparse de la instrucción de Alejandro Magno en 343 a.C.

Por fin las condiciones políticas le permitieron regresar a Atenas, donde fundó el Liceo, lugar de encuentro de intelec­tuales y cultivadores de 'as disciplinas que configuraban el con­junto de los conocimientos de su tiempo. Una verdadera universi­dad de la época, que sería antecedente de la gran realidad cultural que constituiría años más tarde el Museo. En 323 a.C., muerto Alejandro, resurgieron en Atenas los resentimientos an- tir.'.ncedonios y A’-istótples sp vio obligado a abandonar de nue­vo la ciudad. Un año después murió en Cálcide.

ALBERTO BERNABÉ

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3. Etapas de la obra de Aristóteles

En cuanto a sus objetivos y su configuración, los escritos de Aristóteles se pueden dividir en tres grandes grupos: el prime­ro lo componen las obras de divulgación, escritas en forma de diálogo, como lo fueran las de su maestro. Platón, y dirigidas al gran público. El segundo son las colecciones de materiales y de memoranda, realizadas bajo la dirección y supervisión del Estagirita pero con intervención más o menos profunda de discípulos del Liceo. El tercero son los tratados científicos y fi­losóficos que configuran el Corpus Aristotelicum que nos ha llegado.

Ello quiere decir que, curiosamente, las obras de Aristóte­les que conservamos completas eran exposiciones sistemáti­cas sobre los temas más diversos (lógica, física, ética, poética, psicología) que no estaban hechas para su difusión en lo que podríam os llamar, salvando los anacronismos, librerías de la época, sino que eran más bien una especie de «apuntes d u d a­se», redactados por el maestro (a menudo reelaborados más de una vez en diferentes épocas), probablemente con destino a su uso interno en su escuela y que circulaban entre sus discí­pulos. Ello explica su estilo conciso y a menudo desmañado, y una redacción poco elaborada y alusiva en la que es mucho lo que se sobreentiende. En cambio, de las obras que escribió de forma más cuidada y literaria, con destino a su difusión, la mayoría en forma de diálogo, como los de su maestro. Platón, sólo nos han quedado miserables restos.

El análisis evolutivo de la producción aristotélica es un pro­blema de dificilísima solución, fundamentalmente porque ca­recemos de datos externos sobre la datación de las obras, pero sobre todo porque para el filósofo, de acuerdo con las caracte­rísticas que he reseñado al principio de este apartado, cada tratado era siempre una obra abierta, sometida continuamen­te a revisión aquí o allá, a reelaboraciones parciales, a nuevos desarrollos, razón por la cual las obras que nos han llegado son el resultado de años de reflexiones en diferentes épocas, de

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to ALBERTO BERNABÉ

tx'CdHsidcraciones)' de nuevas redacciones. Son trabajos, por así decirlo, diacrónicos, que no obedecen a un momento con­creto de su desarrollo y en los que quedan, como estratos, ele­mentos de los diferentes períodos por los que pasó su redac­ción. La tarea de aislar el núcleo originario y separar las adiciones es tan dificultosa como indemostrables son sus re­sultados. dado que en muchos casos no hay razones de peso para determinar si una parte concreta de una obra es origina­ria >. añadida posteriormente. Por tal motivo, la datación de las obras del Corpus Aristotelicum resulta una labor casi impo­sible. C\in todo, es posible trazar, al menos, las líneas maestras de este desarrollo, con ciertos visos de verosimilitud.

Hn u no de los más sólidos estudios dedicados a la obra del fi­lósofo, During' presenta un panorama evolutivo de la produc­ción aristotélica, en paralelo con las diversas etapas de su pro­pia vida. Y así, señala como primera etapa la época que el filósofo pasó en la Academia platónica (367 a 347 a.C.), si bien marca tres períodos dentro de esa primera etapa: el primero de ellos llegaría hasta 360 a.C., y en él se situarían las obras Acerca de los Idcitf V Crilo. El segundo se extendería hasta 355, y esta- I la prcMÚiiio por sus escritos sobre lógica, el Acerca de la Filoso­fía y la primera redacción de la Poética. Es entonces también cuando el filósofo, a partir de sus lecturas y de los materiales que va recogiendo, va gestando lo más original de su filosofía. El tercer período de esta primera etapa, hasta 347, coincide con el despertar de su interés por la filosofía natural (que nunca fue precisamente del agrado de Platón). A esta época pertenecería la Física, Acerca del Cielo, el primer libro de las Partes de los Ani­males y f 1 tratado Sobre la Generación y la Corrupción.

La segunda etapa (347 a 334 a.C.) coincide con los viajes del Estagirita por Assos, Lesbos y Macedonia y la fase de sus pro­fundas observaciones sobre el mundo natural, que despiertan

I . I. D urin g. rí risloleles. P arstrlliing u iid In ierprela tion seines D enkens, H eidel- berg 1966, trad . esp. de B. N avarro, Aristóteles. E xposición e in terpretación de su p e n sa m ifn lo . M titico 1990.

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en él un gran interés por los aspectos empíricos de la ciencia. Un período de su vida dedicado a una activa recogida de mate­riales y a la realización de múltiples observaciones sobre las que luego habría de basar conclusiones m ás amplias y escritos de vuelo m ás teórico y sistemático. Esta actividad se refleja fundamentalmente en dos campos. El primero, el mundo na- tural. Es el momento de las primeras redacciones de las Histo­rias de los Animales, Partes de los Animales, Tratados breves de Historia Natural y Acerca del Alma. El otro campo sobre el que ejerce sus observaciones es el de la política. Probablemente re­monta a estas fechas la composición de los libros I y VU-VIII de la Política y las primeras recopilaciones de datos sobre las Constituciones de las ciudades griegas.

En la tercera etapa, que se extiende desde 334 a 322 y que coincide con su cegresp a Atenas, se decide a reelaborar y com ­pletar obras que había esbozado o comenzado en su fase ante­rior. La edad le ha dado al filósofo una actitud menos fogosa y polémica, m ás cauta y mesurada ante los problemas, que le permite un acercamiento más objetivo y pausado a los diver­sos temas.

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II. La Retórica

i . La Retórica antes de Aristóteles: los primeros tratadistas

La Retórica antigua surge de necesidades prácticas. Por un lado, porque nace en una sociedad como la griega, de carácter predominantemente oral, en la que la palabra escrita tiene un papel muy reducido sobre el absoluto predominio de la palabra hablada^. Por otro, porque va unida a sistemas políticos en que

2. C f. G . Kennedy, T he A r t o f Persuasión in Greece, L on d res 1 9 6 3 ,4 , A . L ó p ez Eire, «O rígen es de la O rato ria» , en A. L óp ez Eire y C . Schrader, Los orígenes de la oratoria y la h istoriografía en la Grecia Clasica, Z arago za 1 V y 4 ,11.

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las decisiones sobre asuntos públicos o sobre litigios privados las toman grupos humanos amplios cuya opinión debe decan­tarse en un sentido o en otro, y se trata de resulta^convincente si se quiere que triunfe una determinada propuest^C^mo suele suceder, primero se desarrolla la oratoria, de un modF3iríamos que espontáneo, y luego el estudio técnico del arte de hablar, esto es, la Retórica, de igual modo que la aparición de la poesía y la literatura precede siempre a la de los estudiosos y precep­tistas.

La tradición hace de Sicilia la cuna de la oratoria y de la Re­tórica, y, como era de esperar, son las necesidades prácticas las que propician el nacimiento de esta arte. En la isla, a mediados del s. V, tras una época de tiranos que habían producido gran­des modificaciones de la propiedad y el intento de volver a la situación anterior, se multiplicaron los litigios sobre propie­dades de tierras, que debían dirimirse ante amplios jurados populares. No extraña por ello que se produjeran también allí escritos técnicos destinados a la enseñanza de la disciplina. Y así tenemos noticias de sendos tratados, atribuidos a Córax y a Tisias en la 2. mitad del v a.C.. ninguno de los cuales se nos ha conservado.

La situación óptima para el desarrollo del arte de la persua­sión fue, sin embargo, Atenas, e a e l m aico de su sistema de­mocrático. Las decisiones políticas las tomaba la Asamblea, compuesta por la totalidad de los ciudadanos libres, en la que cualquiera podía intervenir para hacer, defender o rebatir pro­puestas. Las causas judiciales se dirimían ante un amplísimo jurado popular elegido por sorteo entre ciudadanos volunta­rios sin ningún requi'iito previo. La inexistencia de jueces y políticos profesionales v la presencia general del pueblo en las instituciones hacían particularmente importante desarrollar las técnicas de persuasión, que en la Asamblea propiciaban que se llevara adelante una determinada propuesta y en los tri­bunales pouíaii permitir salvarse del destierro o de la muerte. Téngase en c.’.enta que en el procedimiento judicial ateniense el acusado debía defenderse a sí mismo y el denunciante tenía

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que desempeñar el papel que hoy haría un fiscal o un abogado acusador. Y también que resultaba casi proverbial la afición de los atenienses a los pleitos.

£ n Atenas se produjeron también tratados de_Retórica an­teriores al de Aristóteles, aun cuando tampoco se nos ha con­servado ninguno. Nuestra información sobre ellos es muy incompleta, ya que en gran medida deriva del propio A ristó­teles, que tiende a considerar que los diferentes cam pos de la ciencia, la filosofía y el arte conocen un desarrollo evolutivo y progresivo desde sus orígenes hasta su culminación, lo que le lleva a estim ar el trabajo de sus predecesores com o algo in­completo, en estado de perfeccionamiento, cuando no inge­nuo o simplemente errado. En el mejor de los casos, es la suya una visión parcial. Una fuente adicional (aunque tam poco demasiado objetiva) sobre la Retórica anterior a Aristóteles es Platón, sobre todo en Fedro 266-6-7;

Sabemos a través de am bos filósofos que estos prim eros tratados de Retórica se ocupaban sólo de la retórica judicial, y que la preocupación de sus autores se centraba sobre todo en la división de las partes del discurso y en la forma de conm o­ver al público.

En cuanto a las partes del discurso, estos tratadistas esta­blecieron una división primaria que incluía las siguientes:

^ Proemio (prooimion), en que se trataba de llam ar la atención de lá audiencia y enfocar la cuestión.

b) Narración de los hechos (diégésis), que debía orientarse naturaimeirtCTiesdeclTJUltto de vista parcial del orador.

c) Pruebas (pistéis), fase en la que lo m ás im portante no era la presentación de lo que hoy denominaríamos auténticas «pruebas» (evidencias materiales y testigos), ante las que el público tendía a m ostrarse desconfiado. En vez de eso se tra­taba de convencer a los demás de que las cosas no podrían ha­ber sucedido de otro modo que de aquel en que los presentaba el orador, de acuerdo con la forma en que cada uno de los oyentes habría actuado. Es decir, se trataba de presentar qué secuencia de los hechos era la más lógica o esperable. Por

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ejemplo, si alguien era la persona que tenía m ás facilidades para robar algo y el robo se producía, el acusador intentaba convencer a los demás de que lo lógico era que quien tenía el robo más fácil era el autor más probable, mientras que el acu­sado intentaba dem ostrar que, precisamente por ser quien primero resultaría sospechoso, sería el último en atreverse a robar.

d) (Conclusión (epílogos), en que se buscaba por todos los medios provocar senlnríientos favorables u hostiles de los jue­ces. El acusador intentaba provocar el odio contra el acusado, presentando sus aspectos más desagradables, y el acusado, a su vez, buscaba la complicidad o la benevolencia entre quienes habían de juzgarlo, para lo que recurría a toda clase de expe­dientes. como recordar los servicios prestados a la patria o in­cluso, como nos presenta por ejemplo Aristófanes en su diver­tidísima parodia de un juicio {Avispas 975 ss), llevar ante la tribuna a la esposa y los hijos llorando para mover a compa­sión a los jueces.

El Estagirita es perfectamente consciente de los rasgos que distinguen su obra de la de quienes lo han precedido. Censura d los iralailistas antiguos porque se limitaban a acumular rece­tas del trabajo diario, cuando no la pura rutina. No había en ellos, según Aristóteles, conciencia de su propia actividad, de la que eran incapaces de dar siquiera una definición. Incluso se habían olvidado de importantes aspectos o cam pos de la Retórica, ya que sólo se centraban en la judicial, olvidando que existen otros tipos de discurso, como el deliberativo y el epidíctico.

En cuanto a los medios de que se valían los oradores para ganarse la voluntad de los jueces, resultaban a ojos de Aristó­teles faltos de un carácter científico e incluso bastardos.

^ El Estagirita emprende otra forma de abordar la cuestión. Desde luego tiene que dedicar parte de su obra al análisis de las partes del discurso ( I I I13-19) y a la emoción (II2-11), pero llega mucho más allá. Trata de señalar un método preciso, pre­guntándose primero por el objete de esta arte y por las formas

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y la naturaleza del razonamiento retórico. En suma, es la con­figuración de una especie de lógica propia de la Retórica, la definición de los a r^ m en to s de probabilidad, la que le intere­sa en mayor medicM De este m odo, aun reconociendo las li­mitaciones de la objetividad y el carácter científico de los ar­gumentos retóricos, puede elaborar una techne rhetoriké sobre bases mucho más sólidas.

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2.1 Posturas de Platón e Isócrates ante la Retórica' d

Platón sintió siempre un verdadero desprecio por la Retórica. Así se pone de manifiesto en el Gorgias, en el que, en un diálo­go provocativo y a ratos tram poso, Sócrates trata de dem os­trar la inconsistencia de un arte que carece de un contenido propio (no es, desde luego, la justicia, ni tampoco la política) y que para él no tiene más entidad que otras habilidades que sirven para producir placer, como el arte culinario. Sus inter­locutores son perfectamente idóneos para el caso: el propio Gorgias, un orador, cuya habilidad para defender lo indefen­dible le había granjeado una notabilísima fama y le procuraba pingües beneficios en clases y conferencias, pero que suscita­ba sospechas entre los atenienses «bienpensantes» sobre la moralidad de tales procederes, y uno de sus discípulos, Polo, hombre mucho más mediocre, que es presa fácil de las astutas preguntas capciosas de Sócrates.

Frente al poco lucido papel que desempeña la Retórica con­vencional en el Gorgias, Platón^ropone en el Fedro otra Retó­rica de índole muy distinta: una Retórica idtal en que una per­sona virtuosa puede conducir a las almas hacia la verdad a través de un conocimiento preciso de las técnicas de defini­ción.

Aristóteles, como en tantos otros temas, vuelve del mundo ideal de su maestro. Platón, al real. Será éste precisamente uno de los terrenos en que se opone frontalmente a él, y ya desde muy pronto, cuando publicó su diálogo Grilo (hacia 360 a.C.).

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Lam entablem ente el Grilo, como todos los diálogos de Aristó­teles, se nos ha perdido, y los escasos fragmentos que de él nos quedan no nos permiten hacernos demasiada idea sobre su contenido. En la obra que ahora nos ocupa, el Estagirita reac­ciona contra el profundo desprecio que muestra Platón hacia la Retórica cotidiana y rechaza de plano la acusación de inmo- ralismo que su maestro había lanzado contra ella. La Retórica no es ni moral ni inmoral en sí, sino que es, como la dialéctica, un instrumento intelectual que puede aplicarse a diversos ob­jetivos.

Algunos elementos del análisis platónico le han sido, sin embargo, de utilidad, como ciertas críticas a la oratoria sofísti­ca en el Gorgias o el postulado de la necesidad de basarse en al- gunos aspectos de la psicología, sugerido por Platón en la se­gunda parte del Fedro.

La pretensión de Aristóteles es dotar a las técnicas de per­suasión de unas formas de razonar propias. Además del cono- cimiento de tales formas de razonar, se requiere un análisis psicológico de los diferentes tipos de oyente, ya que es éste un factor fundamental en la convicción.

I lay un último precedente de esta obra aristotélica que me­rece la pena reseñar. Se trata de Isócrates, conocido orador y maestro de Retórica. Incluso se ha dicho que el tratado que nos ocupa procede de cursos sobre el tema que Aristóteles impar­tió en Atenas para contrarrestar la influencia de Isócrates, que enseñaba a sus discípulos una Retórica de corte sofistico, con poco interés en los argumentos lógicos y, por ello, poco «cientí­fica» a los ojos del Estagirita. También Isócrates trata de de­fenderse de la acusación platónica de inmoralismo, pero su respuesta es la búsqueda de temas de índole patrióticao «edifi­cante». Mediante el recurso a grandes temas, sobre todo de ca­rácter panhelénico, pretendía formar oradores que difundie­ran ideas virtuosas y cívicas. Sus discursos eran sin duda conocidos por Aristóteles, que los cita a menudo, aunque no comparte sus ideas básicas sobre la cuestión, especialmente porque Isócrates tiene un punto de vista más literario, que

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atiende especialmente a la elegancia de estilo y a los problemas de composición, mientras que el Estagirita, como es lógico, dada su formación y su personalidad, tiene un punto de parti­da m ás fílosófíco, centrado en un conocimiento profundcrde- las técnicas del razonamiento retórico y de las variables de ca? rácter de los oyentes. Incluso parece probable que la defensa de Isócrates de sus enseñanzas en el discurso Sobre el intercambio de bienes se deba, en parte, a los ataques de Aristóteles.

En consecuencia, las técnicas de persuasión preconizadas por Aristóteles no inciden tanto en un análisis del discurso cuanto en la búsqueda de una serie de sistemas de persuadir a m asas de personas, lo que las asimila extraordinariamente a las de la publicidad de hoy. No extraña por ello que muchos de los expertos del marketing m oderno recomienden a los principiantes la lectura detenida de esta obra m aestra de los m étodos de convencer (o, si se quiere, de dem ostrar que algo es probable) que es la Retórica aristotélica.

INTRODUCCIÓN " 27

3. La Retórica, entre las obras He Aristóteles

¿Qué es, pues, la Retórica, tal como ha llegado a nosotros? Las valoraciones de los autores modernos han sido muy diversas. Por citar dos extremas, para R o ss ', uno de los estudiosos ya clásicos de la obra del Estagirita, sería «una curiosa síntesis de crítica literaria y de lógica, de ética, de política y de jurispru­dencia de segundo orden, mezcladas hábilmente por un hom­bre que conoce las debilidades del corazón humano y sabe cómo jugar con ellas», una valoración que quizá frivoliza un tanto la importancia de la obra. En el otro extremo tendríamos análisis que le confieren un valor profundo y trascendente, como el de Perelman y Olbrechts'', quienes valoran como de

3. W. D. Rn«s, A ristó teles, 1923 (A ristó teles, trad . de D. P ro, B uenos A ires 1957 p o r la q u e citarem os), 382.4. Ch. Perelm an - L. O lbreclus, P h ih so p h ie et rhétorique, París 1952 ,8 s.

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una extraordinaria modernidad lo que llaman «lógica de lo preferible» planteada por Atistóteles en esta obra. Quizá sea un buen punto de partida para nuestra valorad ó n oír al p ro- g^joJjlóstrfbrParece que sus pretensioiies'^»H considerable­mente modestas. Define la Retórica (cap. II) como «laiacultad de considerar en cada caso lo que puede ser convincente», cuyo objeto «no se refiere a un ¿enero específico definido». Y llevado de su espíritu sistemático, trata de poner orden en es­tos procedimientos de la persuasión y sepw ar los que ten­drían que ver con la Retórica y los que no¿No era pues una ciencia literaria, como lo sería luego, una especie de preceptiva de los giros y tropos, sino una técnica puesta al servicio de in­tereses prácticos. Desde luego en gran medida se centra en los recursos lingüísticos, pero sólo en tanto sirven a los intereses de la persuasión. Además de la lengua, su Retórica explora en otros campos, como por ejemplo en el de lo que podríam os llamar psicología de Ips grupos humanos, y

No obstante la naturaleza del pensamiento aristotélico no permite que su obra se quede tan sólo en eso, en una serie or­denada de recetas para convencer. Su mente estructurada y sistemática sitúa la Retórica en un terreno colindante y a ratos compartido con la ética, la política y la dialéctica. La Retórica no debe estar al servicio del engaño. Desde luego su correcta utilización contribuirá no sólo a que determinadas propuestas triunfen en la Asamblea, sino a que las decisiones políticas sean más correctas, conseguidas tras un acertado análisis de la mejor de las posibilidades. Coxxia^dfeléétka tiene en común basarse en el razonamiento, aunque el razonamiento retórico sea un razonamiento de lo posible, un endn^ema^.

Por otra parte resulta extraordinaria su capacidad para ca­talogar, distinguir, definir y precisar los diferentes aspectos de cada uno de los temas que va tratando. Es admirable la forma

5. Cf. (Jh. L. loh nson , «A n A ristotelian trilogy : Ethic, Rh etoric, Politics a n d the s i-a rd ifo ra m o ra lT ru th » , P/ii7. K/ie(. 1 3 ,1980 ,1 -24 ; L. A rn h ardt, «T h e ration a- lily (if poliiicnl speech . An interpretation o f A rs R h etorica», ¡n terp re ta tio n s9 , 1981, l-tl-15 t.

JS ALBERTO BERNABÉ

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en que agrupa fenómenos de parecida naturaleza, señalando sus analogías y diferencias, y la manera tan ajustada como ejemplit'ica cada uno, bien sea con textos literarios (siempre bien conocidos por el público), bien con anécdotas, bien con ejemplos preparados al efecto, bien echando mano del riquísi­mo acervo de datos concretos que se recababan en el entorno del filósofo sobre las más variadas cuestiones, bien en algún caso con algo que podríamos llamar un chiste, en el que des- cubrinirv;, además de su capacidad sistemática, el enorme sen­tido del humor del filósofo. En todo ello trata, como casi siem­pre, de ir de lo conocido a lo desconocido, encuadrando en categorías generales los conocimientos que sus oyentes-lecto­res tienen como resultado de la experiencia cotidiana. El para­lelismo (a es semejante a b o s e comporta de forma semejante a b), la.polaridad (si a es cierto y i» es su contrario, es que b es falso) y la analogía (lo que a es a fe en el ámbito c, lo es d a e en el ám bito/ porque funcionan de una forma similar o proporcio­nal). Asimismo remite en varias cuestiones a otras obras (fun­damentalmente la Política y los tratados del Organon) en que trata con mayor amplitud cuestiones que aquí son tan sólo es­bozadas.

INIKÜDUCCION 19

4. La Retórica aristotélica: contenido y disposición de los temas

Pero pasem os a examinar el contenido de la obra. Comienza Aristóteles (11) por tratar de definir el ámbito de aplicación de. la Retórica, y lo hace considerándola como contrapartida de la dialéctica. Ni una ni otra son ciencias con un contenido pro­pio, sino que ambas son un insUumento para tratar de otras cuestiones. Critica a sus antecesores, especialmente por no ha­berse percatado de la importancia del razonamiento retórico, del entimema. que .se distingue del razonamiento científico (el silogismo) porque en el entimema cp trah^ija cnhrp premisas probables. Esta base científica le permite afirmar, contra Pía-

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ton, que la Retórica es útil porque un razonamiento verdadero y justo prevalece sobre sus contrarios. Incluso el conocimiento de la forma en que puede sostenerse lo malo es útil para desen­mascarar la falacia de quienes emplean razonamientos de este tipo.

En 12 define la Retórica como «facultad de considerar en cada caso lo que puede ser convincente» y-señala que carece de objeto definido. Deslinda qué tipo de argumentos pertenecen a la disciplina y cuáles no (confesiones, testigos, etc.), y distin­gue tres especies de argumentos procurados en el discurso: unos se refieren a la personalidad del orador, a la actitud que toma al hablar, que condiciona la impresión que deja en quien le oye. Un segundo tipo de m edios se refieren al oyente, a quien hay que poner en una determinada actitud emocional, lo que obliga a tener algunas ideas generales sobre psicología de los diferentes tipos de oyentes y sobre los mecanismos de la emoción. El tercero se refiere a la exposición, que tendrá que presentar los hechos como verdaderos o como probables.

En términos de la moderna teoría de la comunicación «tra­duciríamos» estas consideraciones aristotélicas en el sentido de dccir que una serie de cuestiones se refieren al emisor, a su forma de mostrarse ante los demás, otras al receptor (a quien hay que conocer profundamente para hablarle en la forma en que quiere que se le hable) y otras al mismo mensaje, que tiene sus propias reglas. Por decirlo de forma sumaria, hay que pro­curar que el emisor resulte prestigioso y digno de crédito, que el receptor se ponga en un estado de opinión favorable y que el mensaje esté adecuadamente estructurado y artísticamente presentado, de forma que resulte convincente.

Asiinismo distingue Aristóteles form as de la argum enta­ción retórica que son análogas a las formas del razonamiento. Si en este último hay que distinguir inducción, deducción y ra­zonamiento aparente, en la argumentación retórica hay, co­rrelativamente, ejemplo, entimema y entimema aparente. Con ello Aristóteles apela a una de sus formas de investigación m ás queridas, la de paralelism o o analogía. La experiencia en un

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campo del saber es aplicable a otros, analógicamente, mutatis mutandis, si se sabe advertir la diferencia.

A continuación (I 3), distingue tres especies de discurso, que tienen que ver con la situación en que se pronuncian, el tiempo al que se refieren y los fines que persiguen y, en conse­cuencia, también con la actitud del oyente:

1. La primera especie de discurso es la deliberación sobre el futuro, en busca de decisiones públicas que resulten benefi­ciosas para la colectividad. Son los discursos propios de las asambleas y de las reuniones políticas. En ellos el oyente se en­cuentra en la necesidad de participar en la toma de una deci­sión y espera que el orador le ofrezca las ventajas y los incon­venientes de cada una de las decisiones posibles para ayudarlo a votar de la forma más correcta.

2. La segunda especie son los discursos de acusación o de­fensa enJos tribunales, para dilucidar si determinadas accio­nes tuvieron o no lugar en el pasado. Aquí lo primordial es es­tablecer si los hechos que se imputan al acusado fueron o no ciertos (o mejor sería decir si es verosímil o no que los haya co­metido) o si son justos o injustos. El interés del oyente es, por un lado, determinar con la mayor certeza si el acusado com e­tió o no los hechos que se le imputan, y por otro, tener claro si tales hechos son delictivos o no, con objeto de decidir sobre la inocencia o la culpabilidad del acusado.

3. L a tercera especie de.discursos con los epidícticos, esto es, los discursos de exhibición, en que no se pretende ningún tipo de decisión en la audiencia, sino que habitualmente elo­gian o censuran a una persona o cosa. Se refieren al presente, y el oyente sólo desea en este caso disfrutar del propio discurso y admirar la pericia del orador.

En 14 se abordan los temas que pueden ser objeto de deli­beración y qué aspectos deben tenerse en cuenta en cada uno. Esto es, se comienza a analizar los motivos sobre ios que ver­san los discursos deliberativos. En 15 se tratan los temas sobre los que se puede exhortar o disuadir, lo que le lleva a anali­zar los componentes óp la felicidad. Baste señalar cuále: son

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los objetivos que deben tenerse a la vista para exhortar para \rtber cuáles han de tenerse a la vista para disuadir, que son na­turalmente los contrarios. , . , , ■

En I 6 se examinan los co'ñstítuyentes cíe lo”cóíiveniente (vsobre la base de que se exhorta a lo conveniente), y en I 7, el bien mayor o lo más conveniente, esto es, criterios para deci­dir cutre dos cosas convenientes cuál lo es en mayor grado o, si se quiere, cómo elaborar una escala de valores.

I );ido que la mayor parte de las cuestiones que se deliberan son políticas, Aristóteles dedica I 8 a examinar las formas de gobierno, de una forma somera, ya que en la Política había tra­tado la cuestión con mayor amplitud.

Diiii vez terminado el análisis del discurso deliberativo, pasa a examinar los objetivos del que alaba y reprueba (I 9), que son naturalmente lo noble y lo vergonzoso. Si en el capítu­lo anterior Aristóteles se había acercado a la política, en éste, que so refiere a los discursos^pidícticos, se acerca a la ética. Sus disquisiciones se re fie ren ^ u e aeoe alabarse y ante quiéno, lo que es lo mismo, a los componentes de la excelencia, lo que le lleva a dar una serie de definiciones sobre la justicia, la vaicnlía, la moderación, la magnificencia, la liberalidad, la magnanimidad, la afabilidad, la sensatez y la sabiduría, así como de sus contrarios, y a ofrecer algunos ejemplos, en una compleja casuística.

Resulta particularmente interesante en este capítulo la pro­puesta de Aristóteles de mejorar la imagen de cada uno a par­tir de cualidades afines a las que de hecho se tienen, es decir, la posibilidad de «dulcificar» defectos convirtiéndolos en virtu­des, como por ejemplo tratr- Hp hacer nacar al osado por va­liente y al derrochador por liberal. Su análisis acaba desembo­cando en el estudio de los recursos de ia amplificación.

Queda por tanto el análisis de los rasgos del discurso judi- que le lleva ( I I 0) a tratar de la acusación y de la defensá'

y de las premisas sobre las que deben basarse los razonamien­tos en los discursos de este tipo. Para ello debe comenzar por 'definir lo que es delinquir para luego desgranar en una orde-

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nadísima clasificación, en la que se advierte el espíritu siste­mático del filósofo, los motivos por los que se delinque, en qué disposición de ánimo y contra quiénes.

Sobre la base de que se delinque por buscar algún tipo de placer, dedica un capítulo (1 11) al exam cn^eljjlajXLJldeJos actos placenteros en el que se advierte la experiencia del filó­sofo en sus tratados de lo que hoy llamaríamos psicología (Acerca del Alma y algunos de los Parva Naturaíia) y que cons­tituyen un verdadero repaso a las motivaciones de jo s actos humanos y un penetrante análisis de la c<;lr ^ i ión humana.

Sigue el análisis de la disposición en que se delinque y con­tra quiénes (I 12). Para ello exam inólas r a z i e s por las que puede presumirse la im punidad en uin delito y las razones que pueden propiciar que una persona se convierta en víctima.

El siguiente capítulo (1 13) se consagra a un tema m ás gene­ral y profundo: la definición de lo justo y de lo injusto, de acuerdo con dos tipos de leyes, una que denomina «particular» y que hoy llamaríamos «ley positiva» o promulgada, y otra que Aristóteles denomina «general» y que hoy llamaríamos «natu­ral», referida a aquellos principios obvios y sobre los que los griegos no consideraban siquiera necesario legislar. Una con­traposición que se plantea de forma modélica en laAntígona de Sófocles, en la que Antígona reclama su derecho a sepultar a su hermano Polinices, contra el decreto de Creonte que lo prohi­bía, por considerar que la ley «no escrita» está por encima de cualquier precepto positivo. No extraña que Aristóteles cite en este sentido dos versos de la tragedia. Tras determinar con m a­yor precisión qué es ser víctima de un delito, se ocupa de lo que hoy llamaríamos «calificación del delito», sobre la base de que no es suficiente con determinar si el acusado ha cometidoo no el acto de que se le acusa, sino qye es necesario precisar también en qué medida tal acto es delictivo. Este apartado está muy en consonancia con la búsqueda aristotélica de la preci­sión en la calificación y en las definiciones.

Más adelante, se refiere Aristóteles au n problema caracte­rístico del derecho: el de los casos no previstos por la ley. Para

INTRODUCCIÓN , 23

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ellos propone la aplicación de un concepto novedoso, el de lo «razonable», esto es, lo que es justo, pero no de acuerdo con la ley, sino como corrección de la justicia «legal», y que debe presidir la actuación del juez cuando juzga un caso particular sobre el que no hay legislación. Dentro de lo razonable trata de distinguir los casos de mala suerte, las faltas y los delitos, y establece algunos principios generales que deben guiar la ac­tuación del juez en este terreno.

El siguiente capítulo (I 14).se dedica a la magnitud de los delitos y a los criterios que pueden servir para determinarla. Algo que podríam os verter en términos modernos como «agravantes y atenuantes».

Termina el Libro^JÍ^ 15) con la referencia a lo que Aristóte­les había denCfñmado «argumentos no pertenecientes a la dis­ciplina», c to es, los quepreexísíéjn alSntgiEa deloradq^com o testigos, confesiones previas, docurnentos y todo aquello que hoy llamaríamos «pruebas y testimonios». Ahora se trata de ofrecer algunas indicaciones de la forma en que el orador debe utilizarlos o cómo debe referirse a ellos para que redunden del modo más favorable en su acusación o en su defensa. Se trata, puc.-í, de acentuar el valor de los que convienen y de desvirtuar el de los que no convienen. Enumera para ello el filósofo algu­nos excelentes «trucos del oficio» que aún hoy siguen siendo perfectamente pertinentes.

f Comienza el Libro II ( I I 1) con una serie de consideraciones re cómo debe lograr el orador ser digno de crédito ante sus

oyentes, lo cual vale tanto para los discursos forenses como para los deliberativos. Los elementos en que se apoya la credibilidad del orador son su discreción, su integridad y su buena voluntad. Ello lo llevá al terreno de los sentimientos del público, que pasa a analizar en el capítulo siguiente (II 2), demostrando en ello un profundo conocimiento psicológico. Define así qué es la ira y cuáles son los motivos que pueden producirla. Como define la ira como «un anhelo de venganza manifiesta, acompañado de pesar, provocado por un menosprecio manifiesto contra uno mismo o contra algún allegado, sin que el menosprecio estuvie­

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ra justificado», examina y define las formas del menosprecio, que para él son el desprecio, la humillación y el ultraje. Con el conocimiento de estos extremos, el orador está capacitado para provocar la cólera del público contra quien le conviene.

En I I 3 examina lo contrario: qué es la calma, lo que le ofre­ce al orador recursos para presentar a quien promueve la ¡ra de los oyentes com o temible, digno de respeto, benefactor, cau­sante involuntario o arrepentido de lo que ha hecho, ya que de ese modo se atraerá hacia él el favor de la audiencia.

A continuación (II4) anahza el amor y el odio, para deter­minar de qué forma se puede mover a los oyentes a que consi­deren amiga o enemiga a determinada persona. Destacan en este apartado las exquisitas diferencias que establece Aristóte­les entre la ira y el odio.

El capítulo siguiente (II 5) se dedica a otro par de senti­mientos contrapuestos: el temor y el ánimo, y a las causas que los producen, para continuar con la vergüenza y la desver­güenza (II 6), lo que le lleva a definir una serie de com porta­mientos que son motivo de vergüenza (como la ruindad o la adulación) y a determinar la correspondencia que existe entre los sentimientos de vergüenza y el tipo de relación que se tie­ne con otra persona. En suma, se analiza quién se avergüenza, por qué, en qué estado de ánimo y ante quién. Sigue el trata­miento de la generosidad (II 7), de la com pasión, esto es, de qué y de quiénes nos apiadamos ( I I8), de la indignación ( I I9) y de la envidia ( I I 10). Cierra este extenso apartado sobre las emociones el análisis de la emulación y el desprecio ( I I 11).

Abre a continuación un nuevo apartado que denomina ge­néricamente «m odos de ser en relación con las emocione^, es­tados, edades y dones de la fortuna», aunque señala que las emociones y los estadu» han sido ya estudiados. Se trata de in­troducir nuevas variables que debe tener en cuenta el orador para comprender el comportamiento de las personas, como la edad y los bienes que dependen de la suerte. Estudia así las ca­racterísticas de los jóvenes ( I I 12), las personas mayores ( I I 13) y ius hombres niddurus, que se muestran como un carácter in-

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temedlo de los otros dos ( I I 14), en tres capítulos que compo­nen un precioso cuadro de análisis psicológico que sigue te­niendo la máxima validez. Continúa un análisis bastante rápi­do, pero no por ello superficial, de ios bienes que dependen de la fortuna: el abolengo ( I I 15), la riqueza, el modo de ser de los «insensatos prósperos», cuyos vicios son tanto mayores cuan­to más de nuevo cuño sea el rico (II 16), y el poder ( I I 17).

Tras haber pasado revista a los argumentos que son pro­pios de cada tipo de discurso razona a continuación (II 18) la necesidad de interesarse por los argumentos comunes a no importa qué clase de discurso, sobre la base de que «a todos les es forzoso recurrir en sus discursos a le posible y lo imposible, así como intentar demostrar bien que algo será, bien que ha ocurrido», y de que todos deben recurrir a la magnitud, esto es, a valorar la importancia de determinadas acciones o deter­minadas personas. Es esta parte quizá la de mayor porte filo­sófico, ya que es la que llega a un máximo nivel de abstracción: se esboza todo un tratado de la lógica de lo probable, hermo­samente sistematizado.

Se refiere en primer lugar a lo posible y a lo imposible (II 19). Se argumenta que si algo es posible, también lo es su con­trario, lo similar, lo más fácil, lo de menor grado, y de este m odo se razona sobre otras garantías de probabilidad, sobre coordenadas variables. Unas plenamente solventes, que se ba­san sobre categorías lógicas conocidas (principio y final, todo y partes, género y especie, reciprocidad, etc.), otras más discu­tibles, como que son posibles las cosas de las que nos enamo­ramos o deseamos de forma natural, porque en general nadie ama o desea cosas imposibles, o aquello que es objeto de cien­cias o disciplinas. Ofrece para mayor facilidad ejemplos fácil­mente comprensibles. Sigue dentro del mismo capítulo una serie de criterios para determinar si algo ha sucedido o no ha sucedido, otros referidos a lo venidero y otros sobre la grande­za o la pequeñez.

Pasa luego a considerar los argumentos comunes propia­mente dichos, que divide en ejemplos y entimemas (II 20). El

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ejemplo es una forma de inducción (ya que de los casos parti­culares pueden obtenerse conclusiones generales), mientras que el entimema es una forma de deducción de lo probable. Dentro de los ejemplos distingue los ocurridos y los inventa­dos, e incluso señala diversas subdivisiones dentro de los in­ventados.

Es el caso de las sentencias (II 21), que define como enun­ciados no específicos y referidos a cuestiones en que intervie­nen conductas que pueden elegirse. Señala cómo las senten­cias pueden convertirse en entimemas y propone una división de las sentencias, poniendo ejemplos de cada una, tras lo cual enuncia algunos principios que deben presidir el uso de este recurso.

Pasa a continuación a referirse a los entimemas (II 22), co­menzando por plantear la necesidad de que sean pertinentes a la cuestión que se está tratando, para luego dividirlos en de­mostrativos y refutativos (en línea con la división de los razo­namientos propuesta por él mismo).^ En el extenso capítulo siguiente (II 23) va a pasar revista a una serie de «líneas de razonamiento» (traducción que prefie­ro a la habitual de «lugares com unes», por tener esta expre­sión otro sentido en nuestra lengua), posibles para configurar los entimemas. Varias de ellas habían servido para configurar alguna de las Artes anteriores al tratado aristotélico, y el Esta- girita nos avisa de ello, pero sólo ahora se emprende un análi­sis global y sistem ático de tales líneas de razonamiento: los contrarios, la derivación de palabras semejantes, las relacio­nes correlativas, la relación con el tiempo, aplicar lo que ha di­cho al mismo que lo ha dicho, partir de una definición, basar­se en los diferentes sentidos de un término, las derivadas de la división o de la inducción, tomar las partes por separado, ex­hortar o disuadir, acusar o defender, elogiar o censurar a par­tir délas consecuencias, recurrir a dos cosas contrarias o a la proporción entre términos, deducir que si la consecuencia es la misma también lo es lo que la precedía, o basarse en que no siempre se elige después lo mismo que antes, sino lo contra­

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rio, o admitir que un motivo posible para que algo sea o haya ocurrido es la causa de que sea o haya ocurrido, examinar las razones por las que se induce o se disuade de forma que se deba actuar, si se dan, y no, si no se dan, las derivadas de lo que se supone que sucede pero resulta increíble, fijarse en las contradicciones, decir el motivo por el que los hechos no co­rresponden a lo que se supone, examinar si es posible hacer las cosas de un m odo mejor de aquel que se aconseja, cuando se va a hacer algo contradictorio con otra cosa que ya se ha he­cho, examinar am bas cosas a la vez, acusar o defenderse ba­sándose en anteriores errores y las basadas en la interpreta­ción de los nombres.

A continuación se ocupa de las líneas de razonamiento de los entimemas aparentes (II24). Considera como tales: llegar a una conclusión sin haber hecho un proceso de razonamiento, resumir los principales enunciados de muchos razonamientos, apro\'echar palabras similares, afirmar de un conjunto lo que es cierto de las partes o viceversa, apoyar un argumento o re­chazarlo por indignación, las derivadas de indicios, las basadas en lo accidental o en la continuación, presentar como causa lo que no es una causa, omitir el momento y las circunstancias, considerar lo general como particular. Aunque se trata de ra­zonamientos espurios, no por ello pueden dejar de ser útiles, y conviene conocerlos, tanto para usarlos como para descubrir cuándo los emplea un contrario.

En II 25 pasa Aristóteles a ocuparse de la refutación, que puede hacerse por razonamientos contrarios o suscitando una objeción, y en I I 26, de lo que no son elenientos de los entime­mas, como la amplificación y la atenuación o la objeción.

El Libro III se centra en aspectos formales, esto es, las formas de expresión de los argumentos y el lugar que ha de atribuírseles en la estructura del discurso o, si se quiere, el orden de las par­tes. .Así, se plantea primero la necesidad de una adecuada «pues­ta en escena» del discurso, en poco diferente de la que es precisa en la representación dramática ( I I I1), así como de una expre­sión adecuada que debe ser diferente de la del texto poético. Pro­

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pugna (1112) la claridad como virtud de la expresión del orador, en un término medio entre la ramplonería y la expresión eleva­da (de la que el autor se había ocupado en la Poética). El discurso debe estar literariamente bien elaborado, pero sin que se note el artificio, porque éste puede predisponer al público en contra del orador. La naturalidad aparente es, pues, el estilo más adecuado para el discurso. Ello le lleva a unas consideraciones sobre lo que hoy llamaríamos niveles de léxico y sobre las metáforas, temas de los que se había ocupado también en la Poética desde otro punto de vista. Aquí se trata de poner de manifiesto cómo el uso adecuado de sinónimos o de expresiones similares para calificar una misma realidad puede hacer variar la estimación de tal rea­lidad por parte del auditorio.

A continuación se ocupa de la frialdad de la expresión (1113) que puede derivarse de diversos excesos en el lenguaje (uso des­mesurado de compuestos, palabras raras, epítetos inadecuadoso metáforas inapropiadas). Destaca en estos capítulos una ex­traordinaria abundancia de ejemplos, que nos brindan mate­riales literarios desconocidos por otras fuentes y de considera­ble valor.

En 111 4 estudia los símiles, señalando su intercambiabili- dad con las metáforas. Como otros recursos literarios, debe usarse con moderación para evitar caer en lo poético. Sigue un análisis del fundamento del buen estilo o buen uso de la lengua (III 5), al que se llega, según el Esíagirita, por cinco condicio­nes: el uso de nexos, la denominación precisa, evitar ambigüe­dades (aunque alguna vez puede ser útil recurrir a ellas), uso correcto de los géneros y uso adecuado del número. En general se trata de que el texto i csulte fácil de leer y de decir. Pone algu­nos ejemplos de malos usos que dan lugar a textos confusos o imprecisos.

• En III6 se ocupa de la majestuosidad del estilo y de los ras­gos que contribuyen a ella, y en III7, de la expresión apropiada a cada tema, que presta verosimilitud a lo que se dice. Pasa re­vista a alg'.'nos «registros» del estilo, adecuado a las circuns­tancias.

INTRODUCCIÓN , 29

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Un aspecto muy importante de la dicción del orador es el empleo del ritmo. En el caso del griego, el ritmo se logra por una determinada secuencia de sílabas largas o breves. El rit­mo, esto es, una secuencia definida de cantidades silábicas, confiere a la expresión una forma definida (que es más agra­dable al espectador que la percibe), pero no deberá ser el m is­mo que el de la poesía.

Pasa luego de los aspectos fónicos y prosódicos a los sintác­ticos (III9) para estudiarla diferencia entre la expresión conti­nua (considerada ya como una forma anticuada) y la estructu­rada, esto es, la articulada en períodos. Asimismo examina los tipos de período (simples y articulados, largos o cortos) y de expresión (yuxtapuesta o antitética) y observa algunos recur­sos de recuirencia.

Se refiere luego ( I I I10) al modo de hallar expresiones inge­niosas, fundamentalmente metáforas, y como casi siempre Aristóteles sitúa la perfección en un punto medio: en este caso, entre la expresión banal y que no tiene nada que aportar y la excesivamente forzada u oscura, que resulta incomprensible. Es ingeniosa cuando nos enseña algo y obliga al espíritu a es­forzarse por encontrar la nueva relación que se le propone. Comienza a ocuparse también en este capítulo del recurso que denomina «poner ante los ojos», del que seguirá ocupándose en el siguiente (III 11). Se trata de presentar las cosas ante el auditorio de una forma vivida y como si estuvieran ocurrien­do, para hacer que lo conmuevan más, incluso prestando vida a lo inanimado. También se refiere a diversos recursos para provocar el interés o la sorpresa, como los juegos de palabras, los acertijos, los chistes o las hipérboles. Sigue un rápido aná­lisis (iri 12) de los diferentes registros que deben emplearse en cada tipo de discurso, tras una referencia a la distinción entre expresión hablada y expresión escrita y a la necesidad de acompañar aquélla de una interpretación adecuada. Con ello tei mina su análisis de la expresión.

Pasa entonces a ocuparse ( I I I13) del orden de las partes del discurso. Plantea como fundamental la distinción entre pro­

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posición del asunto que se va a tratar y demostración y consi­dera inapropiadas e incluso ridiculas otras divisiones propias de los tratados de la época. A lo más que está dispuesto es a aceptar preámbulo, proposición, argumento y epílogo.

Examina así las características del preámbulo (I I I14) sobre diversas variables: a quiénes se dirige, en qué tipo de discurso y en qué circunstancias, comparando su función con la de los proemios en la épica y en el drama, y sobre todo cuál es el fin al que se encamina el discurso.

Sigue (II! 15) un análisis de la forma más adecuada de en­frentar las cuestiones en litigio y de presentar los hechos, la necesidad o no de narración y sus diversas form as (III 16), la naturaleza de los argumentos, según el tipo de discurso ( I I I 17), y la manera de que sean probatorios, así como la for­m a correcta de usar los ejemplos y los entimemas. Después se ocupa de la utilización adecuada de las preguntas y de las res­puestas y del recurso a la risa ( I I I18). Por fin, se refiere al epí­logo y sus componentes: elogiar o censurar, amplificar o ate­nuar los hechos, emocionar al oyente y refrescar la memoria sobre lo dicho (11119). El tratado termina con las palabras de cierre de un discurso.

INTRODUCCION 31

5. Discusiones sobre la composición del tratado

Uno de los problemas más graves que procura la investigación sobre Aristóteles es el de la composición de los tratados, con­cretamente si la obra que ha llegado hasta nosotros es obra unitaria de un determinado momento o si, por el contrario, se superponen en ella estratos que remontan a diferentes etapas, mejor o peor unificados en un determinado momento. Tam­bién se han suscitado discusiones de este tipo con respecto a la obra que nos ocupa.

Desde luego, la Retórica no sería obra escrita de una vez. Ya hemos dicho que el interés de Aristóteles por el tema se des­pierta tempranamente y que !e había dedicado ya al tema ur.

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diálogo, el Grilo, datable hacia 360. La redacción de la mayor parte de la Retórica debe de remontar al período entre 340 y 335. Se dice que 1,5-15 y partes del 1. III son de origen antiguo (hacia 350), por una serie de alusiones a acontecimientos y personajes de esta época, por la carencia de referencias a otras obras, que serían posteriores, y porque algunas de las ideas que se sostienen en esta parte de la obra no coinciden con las que luego mantendría Aristóteles.

Probablemente la completó hacia 340-335, ya que no hay referencias a acontecimientos posteriores. Lo que ya no está claro son los detalles del proceso. No podemos entrar aquí en el detalle de los complejos problemas de composición de la obra*", aunque esbozaremos las actitudes más destacadas. Y así, podem os considerar el libro de F. Solmsen, Entwicklung der Aristotelischen Logik und Rhetorik, Berlín 1929, como el representante más clásico de una comprensión analítica de la obra de Aristóteles, esto es, de la idea de que se trata del agre­gado de dos o más versiones que el Estagirita habría produci­do en diferentes momentos y respondiendo a formas distintas de aproximación al problema, de forma que nunca se habrían annonizadu dcl todo. En ello se muestra Solmsen como segui­dor fiel de las teorías de su maestro, Jaeger.

Por 'u parte, puede decirse que Grimaldi (en diversas obras, cuya relación figura en la Bibliografía) ha consagrado gran parte de su vida a considerar la Retórica como un todo orgánico y unitario. Según Grimaldi, para quien lo importan­te en el estudio de la Retórica es una perspectiva filosófica, uno de los elementos clave para sostener la unidad de la obra es el concepto de entimema, que entiende c?m o una especie de plantilla én la que pueden insertarse los argumeptr><; de ethos, pathc:. y lo que llamapragma. Cada argumento es eniimeméti- co y opera sobre cada uno de los tres tipos de temas. Las dife­rentes conceptualizaciones de entimema en el Libro I y en el II

6. C f. un só lido estad o de cuestión en I. D ü rin g , A risióieíes, M éxico 1990 ,193- 203, \ m as reciente. G. A. Kennedy, A ris lo tle O n R hetoric, N u eva Y ork-O xford” wi.

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de la Retórica obedecen a razones de estrategia del Estagirita, adecuadas a cada tema tratado.

Las mayores discusiones se han planteado sobre el Libro tercero, que para algunos no formaría parte dei plan inicial de la obra, sino que procedería de la reunión de dos pequeños tratados anteriores. Sobre el Estilo y Sobre el orden de las par­tes, que se habrían incorporado a la edición de la obra aristoté­lica tras la muerte del filósofo. A tal punto de vista se opone, entreoíros, M. Dufour^.

En cualquier caso, lo que debe quedar claro es que la Retó­rica, tal como nos ha llegado, ni es una obra escrita de una vez en un solo momento y total y absolutamente coherente, ni un agregado mecánico e incoherente de partes de diferentes m o­mentos y con distintos puntos de vista. Se trata de un organis­mo en que se han integrado armoniosamente estratos diversos de la evolución del pensamiento del filósofo sobre la cuestión, desde diferentes aspectos y con mayor incidencia en unos te­mas, en unas partes, y en otros, en otras, dando como resulta­do un tratado coherente y extraordinariamente sugestivo.

INTRODUCCIÓN 33

I n . La presente traducción

Pretendo en este libro ofrecer una traducción del texto lo más ajustada a la letra que permita la demasiado a menudo difícil y braquilógica dicción aristotélica, sin adornarla de recursos lite­rarios que el original no tiene, pero sin insultar la necesaria flui­dez de un texto legible. Trato de mantener en lo posible el estilo sintético y preciso del autor, sin caer en las oscuridades que im­plicaría el mantenimiento servil de la sintaxis del original.

En cuanto a las notas he identificado hasta donde es posi­ble hacerlo los pasajes citados por Aristóteles, y sólo cuando el ejemplo es meramente alusivo y supone en el lector el conoci­miento del entorno de la cita que se da -o , si se quiere, cuando se trata de una anotación «de uso» que se precisaría en la lec-

7. En la in troducción a su edición de la Retórica, en pp. 6 ss.

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34 A L B L K l O l i E K N A B É

tura del texto- he ofrecido en nota el contexto significativo. Asim ism o he ofrecido, de la forma más breve posible, infor­maciones sobre personajes, instituciones, costumbres o realia que el autor citó en el texto con la presuposición de que el pú­blico de entonces los conocía y que naturalmente el lector co­mún de hoy desconoce. En algunos casos remito a bibliografía accesible que permite profundizar en la cuestión, pero es éste un proceder en el que he sido particularmente parco. El lector interesado podrá acudir si lo desea a la amplia bibliografía que se ofrece al final de esta introducción. En suma, he tratado de limitarme a precisar las referencias y a informar sobre lo que contribuye a una comprensión más cabal del texto.

En cuanto al texto que me ha servido de base para la tra­ducción, he seguido el de la edición que me parece más fiable, la de R. Kassel, Aristotelis Ars Rhetorica, Berlín-Nueva York, De Gruyter 1976, si bien me aparto de él en algunos lugares, que reseño a continuación;

pasaje texto de Kassel nuestro texto

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K a l O&TÜL T O ilC Rev. 24,1974,au^mepnraToíji^Tac 178 s.)

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IV. B ibliografía

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4. Sobre la Retórica de Aristóteles

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iN TR onurrióN , 41

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RETÓRICA

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LIBRO I

C apítu lo I

La retórica es una contrapartida,de l ^ d ia lé £ t ic a y a que am bas se refieren a determ inadas cuestiones cuyo conoci- m iento es en cierto sentido com ún a todo s y no propio de una ciencia definida. Por tal m otivo to d o s p artic ip an tam bién en cierto sentido de am bas. Y es que todo s en a l­guna m edida procuran poner a prueba y sostener un aser­to, así com o defenderse y acu sa^ A h o ra bien, en la m ayo­ría de los caso s, un os lo hacen sin pensar, y o tro s, com o r^ u lta d o de un hábito producto de su tem peram ento^.

1. Son la una contrapartida de la otra porque sus objetivos son distin­tos -de acuerdo con Aristóteles, la Retórica es «la facultad de conside­rar en cada caso lo que puede ser convincente» (infra, cap. 2) y la dialéc­tica el arte de «razonar sobre todoproblema que se propónga a partir de cosas plausibles» (Tópicos lOOalS)-, aunque ambas tienen en común la circunstancia de ser saberes sobre asuntos comunes y que no se refieren a una ciencia determinada, sino que son aplicables a cualquiera. Cita este pasaje Cicerón, Orador 114.2. Es decir, unos tienen una facultad natural para encontrar argumen­tos convincentes, sin conocer las reglas del arte, otros llegan a adquirir

- 45

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D ado que es posible hacerlo de am bas form as, es evidente que tam bién lo sería estud iarlo de m anera sistem ática, pues es posible interpretar el m otivo por el que aciertan, tanto los que lo hacen por hábito com o los que lo logran espontáneam ente, y en tal caso todos estarían de acuerdo en que ello sería asunto prop io de un tratado. El caso es que los que han escrito tratados acerca de los d iscu rsos ’ se han ocupado sólo de una m ínim a parte de la cuestión, pues só lo los argum entos'' son prop ios de la d iscip lin a, m ientrasj^ueJo-deaij|§ es accesorio. En cam bio no dicen nada de'lo s entim em as.j^ne sn n el rii^rp g d e la persuasión y se ocupan de tem as que en su m ayoría quedan fuera de la cuestión. En efecto, la predisposición contra alguien, la com pasión y la ira y otras afecciones del alm a sim ilares no tienen que ver con el asunto, sin o con el ju ez*, de suerte que si en todos io s ju ic io s ocurriera lo que de hecho está ocurrien do en algu n as c iudades y especialm ente en las que gozan de buena legislación, estos autores no tendrían

RETÓRICA

una práctica nacida de la costumbre y de su modo de ser. Ambas son una suerte de «caldo de cultivo» sobre el que puede asentarse una Retórica teórica.3. Aristóteles reacciona contra los teóricos de la Retórica del estilo de Isócrates, para quienes lo único i.-r.portante es actuar sobre el juez y convencerlo. El Estagirita conocía muy bien estos tratados anteriores ya que, como actividad preparatoria, había hecho una exposición resumi­da de los más importantes (Techndn synagóge), cf. Aristóteles, Fr. 136- 14 1 Cicerón, De la invención 2.2.4. Es decir, los recursos para persuadir, que es el objetivo de la Retórica. No son demostraciones científicas, sino que ilustran sobre lo probable. buscando encaminar la decisión del oyente,3. Para un lector moderno, «juez» es un magistrado profesional. En Atenas actuaban de jueces ciudadanos comunes (al modo de los jurados modci nos). Esta afirmación aristotélica no quiere decir que las afeccio­nes del alma queden fuera del estudio de la Retórica, sino sólo que no constituyen su único tema, ni siquiera el principal.

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nada que decir. Pues todo s coinciden, bien porque creen conveniente que las leyes lo proclam en expresam ente, bien porque en la práctica prohíben salirse del tem a en el d iscurso, com o ocurre en el A reópago donde tienen esta san a costum bre. Y es que^no se debe alterar al ju e z in du­ciéndolo a la ira, al od io o a la com pasión , pues sería com o si uno dejara torcida la regla que v a j u s a r A d e m á s es evidente que a las partes en un ju icio no les com pete m ás que dem ostrar si un determ inado hecho es o no es, si o cu ­rrió o no ocurrió . Si es gran de o pequeño, si ju sto o in ju s­to, allá donde no queda defin ido p o r el legislador, sin du da le correspon de entenderlo al p rop io juez, y no aprenderlo de las partes del ju icio. A sí pues conviene que las leyes bien establecidas definan todo cuanto sea posib le por s í m ism as, y dejen a los jueces lo m enos posib le, p r i­m ero porque es m ás fácil encontrar a uno o u n o s p o co s que a m uchos de buen discernim iento y com petentes para legislar y juzgar; luego, porque la legislación es el resulta­do de un largo proceso de reflexión, m ientras que las sen ­tencias son m om entáneas, de suerte que es difi'cil que los encargados de ju zgar decidan adecuadam ente lo ju sto y conveniente. Pero sobre todo porque la decisión del leg is­lador no se refiere a lo particular, sino a lo futuro y a lo ge ­neral. El asistente a la Asamblea® y el ju ez deciden en el m om ento acerca de cuestiones presentes y concretas a las

6. El Areópago (que recibe su nombre de la colina de Ares, Areios pa­gos, donde se reunía) era un tribunal antiguo, que había ido viendo re­cortadas sus competencias a lo largo de la historia. En época del Estagi- rita sus funciones se limitaban a juicios por homicidio y lesiones intencionadas (Constitución de los Atenienses 57.3).7. Se trata sin duda de una frase proverbial, citada también por Dión Crisóstomo62.7.8. Se trata naturalmente de la Asamblea ateniense (ekklésia), a la que pódían asistir todos los ciudadanos libres.

LIBRO 1,1 , 47

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que con frecuencia vienen asociados el afecto, el od io y el interés personal, de suerte que ya no están en condiciones suficientes para considerar la verdad, sino que enturbian su decisión su propio agrado o desagrado. En cuanto a lo dem ás, com o decim os, conviene darle la m ínim a com pe­tencia al juez, pero en lo que se refiere a si algo pasó o no pasó , si será o no será, es forzoso dejarlo al arbitrio de los jueces, pues no es posible que lo prevea el legislador.

Si efectivam ente esto es así, es evidente que introducen en su tratado asuntos fuera de cuestión quienes definen lo dem ás, por ejem plo qué debe incluir el exordio, la n a­rración y cada una de las dem ás partes (pues no se ocu ­pan en ellos de otra cosa que de cóm o pondrán al juez en una d eterm in ad a d isp o sic ió n ), y en cam bio no revelan n ad a de los argum entos propios de la d isciplina, cuando es p recisam ente a p artir de esto com o se puede llegar a d om in ar el u so de los entim em as.

Por ese m otivo, aunque el m étodo de la oratoria p o lí­tica y el de la forense es el m ism o, y aunque es m ás her­m o sa y m ás útil al E stado la p ráctica po lítica que la que se refiere a asu n tos comerciales®, n ad a dicen de aquélla, m ien tras que to d o s se afanan p o r convertir el arte de h a­b la r ante un tribu n al en tem a de su s tra tad o s, p orq u e tiene m en os sentido salirse del tem a en los d iscu rso s p o ­lítico s En ésto s, qu ien decide lo h ace sob re asu n to s que le con ciern en , de su erte que no se p recisa m á s que d e m o stra r que algo es com o lo a firm a el que p artic ip a

9. Frente a la preeminencia de la oratoria forense propia de los tratados anteriores, Aristóteles muestra un considerable desprecio por ella y rei­vindica como más útil a la ciudad la oratoria política.10. Sigueunparrafoenel texto secluido por Kassel: «y es menos propi­cio a los trucos el discurso político que el forense, porque atañe más a la comunidad».

4S RETÓRICA

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en la de liberación . En la o ra to ria foren se ello no b a sta , sin o que es ú til cap tar al oyente, p u es se d ec id e so b re asu n tos a jen o s, de suerte que, com o m iran p o r lo suyo y escu ch an en su favor, con ceden a lo s litigan tes, p ero no deciden. P or tal m otivo en m uch os sitio s, com o antes d ijim o s ley im pide sa lirse d e H e m a ^ n el d isc u rso J En cam b io en los o tro s, lo s ju eces se b a stan p a ra velar por ello.

C om o es evidente que 1 m étodo propio de la d iscipli- na se j efiefe-ft4efrarf am en to s v el argum ento es una e s­pecie de d e m o stra c ió n K pues n o s convencem os m ás cu an d o su p o n em o s que algo está d e m o strad o ), la d e ­m ostración retórica es un entim em a y el entim em a es*^ una form a de razon am iento;(y es prop io de la d ialéctica, de toda o ^ F u n a parte de eíla, tratar acerca de cualqu ier clase de razonam iento por igual), es obvio que el q,u,OÉa. cap az de exam in ar a p artir de qué p rem isas y cóm o se origina el razonam iento será tam bién quien m ejor d o m i­ne el uso de los entim em as, al haber com pren dido a qué se aplica el entim em a y cuáles son su s d iferencias con los razon am ien tos lógicos. Pues d iscern ir lo verdadero y lo que parece verdadero com pete a la m ism a facultad, ad e­m ás de que a los hom bres les b asta la tendencia natural a la verdad que tienen y dan con ella la m ayoría de lab ve­ces. Por tal m otivo, encontrarse en d isp o sic ió n de con je­tu rar acerca de p ro b ab ilid ad es es p ro p io del que se en ­cuentra en d isp o sic ió n sem ejante acerca de la verdad . Q ueda claro, pues, que los dem ás centran su s tratad os en

11. 1354a22.12. El entimema, en la acepción en que aquí se usa, es un silogismo re­tórico, es decir, uj razonamiento -iimplepiente pro- bables. Sigue un párrafo secluido por Kassel: «y ésta es, hablando en ge­neral, la forma más propia de la persuasión».

LIBRO 1,1 49

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asuntos externos al tem a y el m otivo p or el que p ropen ­den m ás a la oratoria forense.

^ a retórica es, sin em bargo, útil, p orcjue lo verdadero y lo iusto"prevalecen p or naturaleza solEnresu^ontrarios, de suerte que si la&resQlucÍQn e s no se ajustan a lo conve- niente, es forzoso que sean vejicidas p or su prop ia d e- ficiencia, y eso es d igno de reproche 'f. A dem ás, ni siquie­ra si p oseyéram os la ciencia m ás rigu rosa sería fácil convencer a ciertos oyentes argum entan do a p artir de ella, pues el d iscurso científico es apropiado para una lec­ción, pero no tiene sentido en este caso, a sí que es necesa­rio b a sar los argum entos y los razonam ientos en n o cio­nes com unes, com o decíam os en los Tópicos acerca de las conversaciones con la gente.

^ ^ s p reciso adem ás que sea capaz de convencer de lo contrario , com o ocurre en los razonam ientos, no p ara que p o d am o s hacer indistin tam ente am b as co sas (pues no se debe convencer de lo m alo), sino p ara que no se nos pase por alto cóm o se hace y, si otro hace u so in justo de los argum entos, seam os capaces de refutarlo s ‘p N in g u - na-rip lac n tras f j'S f ip lin as hace USO de lo s razonam ientos

13. La argumentación de Aristóteles se dirige a defenderse de la postu­ra platónica, totalmente contraria a la Retórica, defendiendo una Retó­rica puesta al servicio de la causa justa y basando su necesidad en la de­ficiencia de quienes deben juzgar y decidir.14. Cf. Tópicos 101a30ss.; «porque, una vez que hemos reunido las opi­niones de la gente, discutiremos con ellos, no a partir de opiniones aje­nas, sino de las suyas propias, obligándolos a modificar lo que estime­mos que no enuncian bien».1 .'1. I-rente al sofista tradicional -combatido por Platón en el Gorgias-, que so prepara para defender cualquier causa, independientemente de su moralitiad, Aristóteles defiende la necesidad de conocer estos recur­sos, no para utilizarlos en la defensa de una causa mala, sino para estar pn-parailo y reconocer cuándo un contrario In pstá haciendo. En ello si-

lii' ccrca la posición de su maestro. Platón.

50 RETÓRICA

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con trario s; só Jo la d ialéctica y la retó d c ijlo hacen, p u es am bas igualm ente com portan la existencia de contrarios. Sin em b argo no es que los asun tos sob re los que versan estén en la m ism a situación , ya que siem pre es m ás fácil razonar sobre lo verdadero y lo m ejor, y am b os so n m ás convincentes por n aturaleza, hab lan do en térm in o s g e ­nerales. A dem ás, si es vergonzoso que uno no p u eda se r­virse de su propio cuerpo, sería ab surdo que no lo fuera en lo que se refiere a la razón, que es m ás propia del h o m ­bre que el u so de su cuerpo.

Si bien es cierto que el que usa in justam ente de esta ca­p ac id ad p a ra expon er razones p od ría cau sar graves d a ­ños, no lo es m enos que eso ocurre con todos los bienes, a excepción de la v irtu d , y sobre iodo de los m ás ú tiles, com o el vigorj la salud , la riqueza o la capacidad m ilitar, pues con ellos p odrían hacerse los m ayores beneficios, si se usan con justicia, y los m ayores perju icios, si son in ju s­tam ente usados.

Q ueda claro, pues, que la retórica no pertenece a n in ­gún género definido, sino que es com o la d ialéctica, y, a s i­m ism o, que es útil y que su objeto no es persuad ir, sino,, ver los argum en tos prop io s de cada asunto. A lgo p arec i­do o c u i ie en las d em ás d isc ip lin as; pues el ob jeto de la m edic in a no es cu rar a alguien , sin o pon er lo s m ed io s p ara ello hasta d on de sea posible, pues incluso a los que no están en d isp o sic ió n de recobrar la sa lu d es p osib le cu idarlos bien a p esar de ello.

E s ad em ás p rop io de esta d iscip lin a atender a lo con- vincente y a lo que*pirecé sM ov'canro’en rl'c a so d é la d ia- lec fic á ló esaTeffde^f al'PSzO'ñ'álíTiénto y a lo que parece ser­lo. Y es que la so fística no consiste en la facultad, sin o en el p ro p ó sito ; la diferencia reside en que, en este caso , uno será o rad o r p o r su ciencia y otro por su p rop ósito ; en el

L lB R Ü l,! 31

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otro, sofista por su propósito y dialéctico no por su p ro ­pósito, sino p or su facultad

Tratem os ya de h ablar acerca del m étodo m ism o, cóm o y sobre qué b ases p odrem o s lograr nuestros o b je­tivos. A sí que, tras haber definido, com o al principio, qué es la retórica, tratem os el resto de la cuestión.

52 RETÓRICA

C apítu lo II

Sea pues retórica la facultad de considerar en cada caso lq_ que puede ser convincente ya que esto no es la m ateria de ninguna otra discip lina. C ada una de las o tras se refie­re a la enseñanza y a la p ersu asión de su p rop io ob jeto , com o la m edicina respecto a lo saludable y lo nocivp p ara la salud y la geom etría respecto a las prop iedades que se dan en las m agn itu des y la aritm ética respecto a lo s n ú ­m eros, y de m o d o sim ilar las dem ás d isc ip lin as y c ien ­cias. La retórica en cam bio parece que puede considerar lo convincente sobre cualquier cosa dada, p or así decirlo.

16. En suma, lo sofi'stisp no tiene que ver con el dominio de unos recur­sos, sino con efp r o ^ s ito o, lo que es lo mismo: se es sofista si se pone el arte del razonamiento al servicio de una intención moraj^desviada. En el caso de la Retórica, y en paralelo a la distinci^'3edialéctico y sofista, distingue un orador por ciencia (que correspondería al primero) y un orador por propósito (que se alinearía con el sofista).17. Una facultad que es el resultado de la combinación de capaciüdü personal con el aprendizaje, en una utilización conjunta detodóslos re­cursos del arte, similar a la dcl dialéctico o la del médico, como el pro­pio Aristóteles nos dice en Tópicos lOlbS ss.: «poseeremos perfecta­mente el método [el de la dialéctica] cuando lo dominemos de forma similar a como en la Retórica, la medicina y las facultades de este tipo... pues ni el retórico convencerá ni el médico curará de cualquier manera sino que sólo en caso de que no pasen por alto ninguno de sus recursos afii ii.„;emos que dominan su ciencia de un modo suficiente».

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Por eso afirm am o s tam bién que el objeto de esta d iscip li­na no se refiere a un género específico definido.

De los argum entosa un o s no pertenecen a la d isd p jin a l o tro s sí. C on sidero no.pertenecientes a la discip lijaa los que no son p rocu rad o^ jp o iu io so tro s, sin o que preexis- tían, com o testigos, confesiones obtenidas m ediante tor­tura, d ocu m en tos y o tro s p o r el estilo , vj>ertenecientes a la disciplina los que pueden organizarse a partir del m é; todo y d e nuestra p rop ia apQr-tación|..Lós un os hay que utilizarlos; los o tros hay que encontrarlos P e lo s ar^u - i356a m entos p ro cu rad o s p o r el d iscu rso hay tres esp ec ies:, unos rési3en en el com portam iento S e l^ u e haDla; o tr o s , ' en pon er al oyente en un a determ inada d isp o sic ió n ; otros, en el propio d iscurso , por lo que dem uestra o pare-1 ce d e m o stra r” . ,

|¿_a) Por el cornportam iento: cuando el d iscu rso se pro- ) nuncia de form a que hace al que habla d igno de crédito,

.pues d am o s m ás crédito y tardam os meños' en Hacerlo a las personas m oderadas, en cualquier tem a y en general, pero de m anera especial nos resultan totalm ente convin­centes en asuntos en que no hay exactitud sin o duda^E so tam bién debe ser efecto del d iscu rso y no de que se ten­

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is. Es esta tarea de «encontrar» la estrategia adecuada para convencer (a la que los latinos denominan inventio) la que caracteriza la tarea del orador. Los demás argumentos: confesiones, pruebas, etc., aunque ten­gan su importancia como factores para conseguir el objetivo de conven­cer, no dependen del arte de la Retórica, «no pertenecen a la disciplina», por lo que el orador se limitará a utilizarlos.19. En términos modernos, que Aristóteles anticipa magistralmente, diríamos que unos se refieren al emisor (quien debe dar una imagen de sí que suscite confianza, lo que la Retórica latina denomina aucloritas), otros al receptor (a quien debe predisponérsele d*" una determinada manera, provocando en él determinados estados de ánimo) y otros al mensaje.

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gan ideas preconcebidas sobre la calidad hum ana del que habla. Y es que no hay que considerar, com o hacen algu­nos de los tratad istas de la d iscip lin a, la m oderación del hablante com o algo que en n ad a afecta a la capacidad de convencer, sin o que su com portam iento posee un poder de convicción que es, por a s í decirlo, casi el m ás eficaz.

b) Por los oyentes: cuand o se ven in ducidos a un esta­do de án im o p or el d iscu rso. Pues no tom am os las m is­m as decisiones afligidos que alegres, ni com o am igos, las m ism as que com o enem igos. A eso, decim os, es a lo úni­co que se dedican los actuales autores de tratados. Así que se tratará de ello porm enorizadam ente cuando hablem os de los estados de ánim o.

c) Se convencen p or el p ropio d iscurso : cuando m ani- fe stam o s un a verdad o algo que lo parece de lo que es convincente para cada cuestión.

D ado que los argum entos se producen por estos m e­d io s, es evidentem ente capaz de controlarlos quien es capaz de argum entar m ediante razonam ientos, de refle­xionar sobre las actitudes y las v irtudes y, en tercer lugar, sobre los estados de ánim o, ctiál es cada uno, qué cualida­des tienen, a partir de qué surgen y cóm o, de suerte que la retórica resulta ser u n a ^ e c i ^ de^ramificación de la dia-~ léctica y del estudio de los com portam ientos al qué es ju s­to denom in ar política/®. Por ello la retórica se d isfraza con el aspecto de po lítica igual que los que se dedican a ella, bien sea por ignorancia, bien p or presunción u otros m otivos hum anos. Y es que es, sin d u d a , una parte deJ a

*20. Hallamos una afirmación similar en ÉíícaMcomííquea 1094b 1 ss.: ■<clla I id política] es la que regula qué ciencias son precisas en las ciuda­des y cuáles ha de aprender cada uno y en qué grado. Vemos, además, que las facultades más estimadas le están subordinadas, como la estra-

.togia, la oconomía, la retorica».

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d ialéctica v sem e ja n te .a ^ ia , com o decíam os al p rin ci­p io^ ', p ues n inguna de las dos es ciencia que se refiere a cóm o es algo determ inado, s ino que son m eras facultades

jQara procurar razones. A sí pues queda dicho, m ás o m e­nos, lo suficiente sobre las posibilidades de am bas y la re­lación entre ellas. Y en cuanto a lo que sirve para d em os­trar o para dem ostrar aparentem ente, igual que entre los m étodos de la dialéctica hay por una parte dem ostración inductiva, p or otra, razonam iento, y p or otra, razon a­m iento aparente, en nuestro caso hay un paralelism o, ya que el ejem plo es una dem ostración inductiva, el entim e- m a, un razonam iento, y el entim enjgaparente, un razona­m iento aparente. Llamo<^entimemjiJ al razonam ientore.- tórico y «ejem pln» al razonam iento inductivo retórico Pues todo s consiruyen los argum entos p ara o rgam zar su dem ostración , aduciendo ejem plos o entim em as y ningu­na otra cosaTnás, de suerte que si en general es forzoso de­m ostrar cualquier cosa, bien por un razonam iento, bien por un razonam iento inductivo (y esto es claro para n o so­tros, de acuerdo con los Analíticos) es forzoso que cada uno de éstos sea lo m ism o que cada uno de aquéllos

La diferencia entre ejem plo y entim em a q u edó clara en lo s Tópicos (ya que allí se habló antes sobre el razona­m iento y la d em o stració n inductiva) d em o strar que

21. 1354al.22. El párrafo desde «Y es que es, sin duda...» hasta «inductivo retóri­co» es considerado por Kassel como una adición posterior a la obra, pero hecha probablemente por el propio Aristóteles.23. Primeros analíticos 68b 13 ss.: «pues damos crédito a las cosas, o bien como fruto de un razonamiento o bien por inducción», cf., en tér­minos muy similares, Segundos analíticos 7 la5-11.24. Cf. Tópicos 105al0 ss., donde se distinguen el razonamiento (de­ductivo) y la inducción, defínida como «camino desde las cosas singu­lares hasta lo universal», con el ejemplo de que, si ei mejor piloto c¡. c!

LIBRO 1,2 ,55_

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algo es de una determinada manera por medio de casos similares era allí inducción, y en nuestro caso, ejemplo, y deducir algo diferente y nuevo a partir de unas premisas dadas, porque éstas se dan siempre o en la mayoría de ios casos, d)l$e^Uamaba.razoiianiienta y, enjiuest«>.<;aso, entimema.^

Es evidente que cada una de las formas del discurso de escuela tiene su utilidad. En efecto lo que quedó dicho en la Metódica también es aplicable a este caso, pues en­tre los discursos de escuela predominan en unos los ejemplos y en otros los entimemas y, de modo semejante, entre los retores, unos son más propensos a los ejemplos y otros a los entimemas. Ahora bien, convincentes no lo son menos los discursos que utilizan ejemplos, pero son más aclamados los que utilizan entimemas. Del motivo y de la forma en que ha de usarse cada uno hablaremos lue­go. Ahora daremos algunas definiciones más claras sobre estos temas.

Puesto que lo convincente es convincente para alguien y sucede que es convincente y digno de crédito en segui­da y por sí mismo o bien porque se considera que es de­mostrado por los medios ya meücionados, y dado, ade­más, que ninguna disciplina atiende a lo particular -por

versado en su oficio y también el mejor auriga, se concluye que en gene­ral el mejor en cada cosa es el versado en ellas. En Retórica, el entimema corresponde al razonamiento deductivo, y el ejemplo, al inductivo.25. Es decir: los que se hacían en las escuelas para práctica de los ora­dores en formación, frente a los auténticos discursos.26. Se refiere a dos pasajes de los Tópicos: 105al6 ss. (donde se señala que la inducción es más convincente y clara, más accesible a la sensa­ción y común para la mayoría, mientras que c! razonamiento resulta más difícil de contradecir y más efectivo) y 157al8 ss. (donde se consta­ta que el razonain;i.iito debe dirigirse a los dialécticos más que a la gente común, mientras que la inducción es más adecuada para el vulgo).

5 6 RETÓ RICA

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ejemplo, la medicina a qué es saludable para Sócrates o para Calías, sino a qué lo es para personas de tal condi­ción o de tal otra, ya que esto es lo propio de una disciplina, mientras que lo particular es indefínido y no científico-, tampoco la retórica atenderá a lo gue es probable de modo particulajf, por ejemplo, «para Sócrates» o «para Hipias», sino a Icnque lo es para-personasdegalcondir . ción, igual^gue la di&i¿¿üjua. Pues tampoco ésta elabora

"sus razonamientos a partir de cualquier cosa (eso es lo que creen los que dicen disparates), sino de lo que requie­re ser razonado, mientras que la cetórica lo hace a paríit. i357a de lo que habitualmente se suele deliberar. Su objeto son o por lo tanto las cuestiones acerca de las que deliberamos y para las que no contamos con disciplinas específicas, y su ámbito, los oyentes que no son capaces de hacerse una visión de conjunto a partir de muchos datos ni reflexio­nar durante mucho tiempo.

Deliberamos, además, sobre asuntos que parecen ad­mitir dos posibilidades, pues acerca de lo que es imposi­ble que haya ocurrido o vaya a ser o sea de otra forma na­die delibera, si lo considera de este modo, pues de nada sirve.

Cabe hacer razonamientos y deducir en cuestiones que ya están establecidas de antemano por medio de razonamientos o que, aunque no lo estén, requieren el razonamiento porque no son admitidas por la mayoría.Pero es forzoso que de ellas las primeras no sean fáciles de seguir por su prolijidad (pues se supone que el juez es un hombre sencillo) y las otras no sean convincentes por-

l,IB R O I,2 5 7

27. No olvidemos que en la Atenas antigua no existe la figura del juez profesional, sino que eran ciudadanos comunes los que ejercían de jue­ces, de forma voluntaria y ocasional. Incluso, como la paga por ejercer

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que no se derivan de premisas aceptadas y admitidas por la mayoría, de suerte que es forzoso que el entimema y el ejemplo se apliquen a asuntos que en la mayoría de los ca­sos pueden ser de otra forma, que el ejemplo sea un razo­namiento inductivo, y el entimema, un razonamiento, si bien basado en pocas premisas, casi siempre menos que las de la primera figura del razonamiento^®. Pues si algu­na de ellas es algo admitido, no es preciso decirla, dado que el propio oyente la añade, como por ejemplo si Dorieo ha ganado un certamen cuyo premio es una co­rona, es suficiente decir que ha ganado en las Olimpíadas, y no hace falta añadir que el premio de las Olimpíadas es una corona, porque todos lo saben.

Y comojson muy pocas las premisas necesarias de las que resultan razonamientos retórij^ (pues la mayoría de los temas a que se refieren las decisiones y las reflexiones cabe que sean de otro modo, habida cuenta de que se de­libera y reflexiona sobre asuntos prácticos y todos los asuntos prácticos son de este jaez, así que ninguno, por así decirlo, se deriva de algo necesario) y, por otra parte, lo que sucede habitualmente también requiere necesaria­mente un razonamiento sobre premisas de este tipo, y no sobre necesarias, como los razonamientos necesarios

5 3 RETÓ RICA

de juez era bastante escasa, acudían a dicha tarea hombres desocupados y en su mayoría pobres, ya que las personas adineradas no deseaban de­jar sus íisuntos más productivos para actuar en el tribunal.28. Cf. Primeros analíticos 25b32 ss., donde se define así la primera fi­gura del razonamiento: «cuando tres términos se relacionan entre sí de forma que el último esté contenido en el conjunto del de en medio y el lie iMi medio lo esté o no en el conjunto del primero, habrá necesaria­mente un razonamiento perfecto entre los términos extremos».29. Atleta rodio que logró la victoria en el pancracio (una especie de lu­cha libre) en tres Olimpíadas consecutivas (en los años 432,428 y 424 a.C).

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(eso nos quedó claro desde los A nal/ticos °) je s evidente que de las proposiciones enunciadas en los eñtimemas unas serán necesarias, pero la mayoría serán de las fre- CUentesJAdemás, Ins pntimpma»; »s<».ha an pn vprnsimili- tllHes^n indirios. Ae sin»rtg-qiif»-PC fnryrxsf) giip unos y otros se identifiquen con entimemas correspondientes.

Y es que lo verosímil es lo que ocurre habitiiaTinente, no en absoluto, como algunos lo definen, sino que se re­fiere a cosas que cabe que sean de otro modo y que tienen respecto a aquello por referencia a lo cual es verosímil la misma relación que la de lo particular con lo universal. Mientras que de los indicios unos tienen una relación de lo particular a lo universal, y otros, de lo universal a lo particular. De los indicios^', el necesario es la prueba, y el no necesario no tiene nombre para expresar esta diferen­cia^ . Pues bien, llamo necesarias a las premisas de las que procede el razgoamignlQ. razón por la cual la £ri¿eba

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3ü. Cf. Pi ¡meros luuúitkos 43b33-36, Scgtiiulo< n iid lilicos 96a8-19. En este último pasaje nos dice Aristóteles: «también hay que tomar lo que se sigue las más de las veces y aquello de lo que se sigue... pues también el razonamiento se forma sobre proposiciones que versan... sobre lo que se da las más de las veces».31. Aristóteles denomina «indicios» a «aquello cuya presencia supone que algo ha llegado a ser o existe». Cf. la definición de Primeros analíticos 70a7: «el indicio quiere ser una proposición demostrativa, necesaria o plausible. Y es que, si al existir algo, existe otra cosa o si al producirse algo antes o después se ha producido otra cosa, la primera es indicio de que se ha producido o existe la segunda», hniic un hecho y s'.¡ indicio hay, pues, una relación de coexistencia, anterioridad o po«'<“rioridad ne­cesaria o sólo habitual. Cuando el indicio tiene una relaciun necesaria con aquello de lo que es indicio (por ejemplo, el humo es indicio necesa­rio de la presencia de fuego), se denomina prueba, y es concluyente.32. Como en la mayoría de las ocasiones en que Aristóteles se encuen­tra con que su lengua carece de designación para algo, se limita a constatar esa falta de designación. Muy rar»'; veces crea un término para suplir la deficiencia en cuestión.

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es lo mismo con respecto a los indicios, pues cuando creen que no es posible refutar lo dicho, creen que han aportado una prueba, como algo demostrado y termina­do, pues «prueba» (tekmar) y «conclusión» (üeras) son una misma cosa en4a4engua antigua

Ejemplo de los indicios que tienen una relación de lo particular con lo universal sería si dijéramos que hay un indicio de que los sabios son justos, porque el sabio Só­crates era, además, justo. Bien es cierto que eso es un in­dicio, pero refutable, aun cuando sea verdad lo que se dice, ya que no constituye un razonamiento. En cambio, si alguien dijera que hay un indicio de que se está enfer­mo porque se tiene fiebre o de que se ha parido porque se tiene leche, ése sí es imperioso y la única clase de indicios que es una prueba, ya que es el único que, si es verdadero, es irrefutable.

Ejemplo de los indicios que tienen una relación de lo universal con lo particular sería si dijéramos que hay un indicio de que se tiene fiebre porque se tiene una respira­ción jadeante. También éste es refutable, aun cuando sea verdad, pues cabe jadear incluso si no se tiene fiebre, sí pues, qué es lo verosímil, el indicio y la prueba, y en qué se diferencian queda dicho ahora, pero en los Analíticos^* hemos definido con mayor claridad, refiriéndonos a ellos, por qué causa unos no son susceptibles de confor­mar un razonamiento y otros sí lo soiijr

Del ejemplo ya quedó dicho que es una inducción y sobre qué trata esa inducción. Pero no tiene una relación

3.1. I’cms c.s la palabra de la prosa ática, y tekmar, de la poesía homérica (a la que Aristóteles llama «la lengua antigua,)).34. Priiuercs analíticos 70a7ss., citado antes, donde se dan ejemplos prácticamente idénticos.35. 1356b3.

¿Q RETÓ RICA

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de la parte con el todo ni del todo con la parte, ni del todo con el todo, sino de la parte en relación con la parte, lo se­mejante, con lo semejante^*. Cuando ambas on del mis­mo género, pero una es más conocida que la otra, hay un ejemplo, y así, puede decirse que Dionisio intenta con­vertirse en tirano porque reclama una guardia, sobre la base de que también antes Pisístrato, que aspiraba a ha­cerlo, reclamó una guardia ’®, y cuando la consiguió se convirtió en tirano. Y también Teágenes en Mégara^’ y otros que se conocen. Todos se convierten en ejemplo de Dionisio, aunque aún no se sabe si la reclama por eso. To­dos estos ejemplos se subsumen bajo el mismo principio universal de que quien intenta convertirse en tirano re­clama una guardia.'"^Así pues, queda dicho de dónde se toman los argumentos que se consideran demostrativos. Entre los entimemas la mayor diferencia y la más inadvertida para casi todos es la misma que hay también entre los razonamientos en el método dialécticí. Fji efecto, algunos de ellos se confor-36. En otros términos, el ejemplo brinda un caso similar al tratado.37. Seguramente Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa en 405 a.C.38. Narra el episodio el propio Aristóteles, Constitución de los Atenien­ses 14.1: «Pisístrato, que pasaba por ser el más popular y que se había granjeado enorme estima en la campaña contra los megarenses, se infi­rió heridas a sí mismo, como si las hubiera sufrido a manos de sus ad­versarios políticos, y convenció al pueblo de que le diera una guardia de corps... Obtuvo así a los llamados “maceros” y con ellos se alzó contra el pueblo y tomó la Acrópolis». Ello ocurrió, según el Estagirita, en 561 a. C., pero la cronología está sujeta a discusión.39. Teágenes de Mégara fue tirano de su ciudad entre 640 y 620 a.C. Aristóteles lo cita en Política 1305a25 como ejemplo de tirano que se apoyó en el pueblo contra los ricos. La relación entre la petición de una guardiay la tiranía debía de ser ya un tópico, cf. Platón, República 566b: «Todos los que han llegado a esta situación recurren a esa famosa súpli­ca de los tiranos en que le piden al pueblo algunos guardias de corps para conservar sano y salvn al defensor del pueblo».

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man a la retórica"'®, otros, a otras disciplinas y facultades -unas, existentes, otras aún no descubiertas- razón por la cual les pasan inadvertidos a los oyentesal aplicarse a ellos más de lo conveniente, se apartan de la retórica y la dialéctica. Pero lo dicho será más claro si lo explicamos con mayor amplitud. Efectivamente, digo que los razona­mientos dialécticos y retóricos son aquellos acerca de los cuales expresamos las líneas de argumentación^ {y éstas son las que se refieren en común a cuestiones relacionadas con la justicia, con la naturaleza^oalSESpí^Iy chas otras que se diferencian en especie, como por ejem­plo la línea de argumentación de lo más y de lo menos Pues a partir de ella será igualmente posible conformar un razonamiento o decir un entimema acerca de cuestio­nes relacionadas con la justicia, con la naturaleza o con lo que se quiera, aunque difieren en especie): son específicas cuantas derivan.depjgmisas xeferidas a cada especie y gé- nero; por ejemplo, hay premisas referidas a cuestiones na­turales de las que no es posible configurar un razona­miento ni un entimema referido a cuestiones éticas, y otras de estas últimas, de las que no será factible hacerlo referido a cuestiones naturales. Y la situación es similar en todos los casos. Aquellos razonamientos no harán a nadie versado en ningún género, puesto que no se refieren a ningún objeto; en cambio, en el caso de los específicos.

(,2 RETÓ RICA

40. Los manuscritos presentan a continuación: «como también al mé­todo dialéctico de los razonamientos», pasaje secluido por Kassel.41. l os manuscritos parecen presentar aquí una laguna, porque la frase csl.i incompleta.12. 1 r.uluzco «líneas de argumentación» la palabra griega tópoi, ya que en cspaíiol «tópicos» y «lugares comunes» -como se suelen traducir-I iiMU-ii lia sentido peyorativo que el griego no posee.•I >. 1II hoy llamaríamos «grado».

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cuanto mejor escoja uno las premisas, más estará configu­rando, sin darse cuenta, una ciencia diferente de la dialéc­tica y la retórica, pues si se diera el caso de que se refiriera a los principios, ya no habría dialéctica ni retórica, sino la ciencia derivada de tales principios. La mayoría de los en- timemas que se dicen proceden de estas especies, particu­lares y específicas, y los menos, de las comunes. Así que, igual que en los Tópicos*^, también aquí hemos de distin­guir en los entimemas las especies y las líneas de argu­mentación de donde han de tomarse. Llamo «especies» a las premisas específicas de cada género, y «líneas de argu­mentación», a las que, de forma semejante, son comunes a todos. En consecuencia, hablemos primero de las espe­cies, pero antes tomemos los géneros de la retórica, para que, una vez que hayamos distinguido cuántos son, exa­minemos por separado los constituyentes y las premisas que a ellos se refieren.

..Capítulo III

Las especies de la retórica son tres en número, pues otras tantas resultan ser las de los oyentes de los discursos. Y es que f n el discurso se ¡aiplican tres factores: quién habla, ^ qué habla y pap„quién^y es este mismo, es decir, el oyente, quien determina su obietivo.iY el oyente e.s fnrzfL- ;»amente o espectador o juez, y el juez hade serlo de loque ya ha ocurrido o .<Íe.|p queAca a o^nrrif. Ejemplo de quien juzga sobre lo que va a ocurrir es el participante en la

44. Como ya señalaba Boiiuz, no se refiere Aristóteles a ningún pa"'je concreto de esta obra, sino a la forma de razonar de la que se hallan mu­chos ejemplos en los Tópicos.

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Asamblea, y de quien juzga sobre lo ocurrido, el juez'* , de modo que por fuerza tendría que haber tres géne­ros de discurs^ retóricos: deliberativo, forense v de exhi-

En laiSeíiberación/puede haber exhortación o^i- siiasión j es que siempre tanto los que aconsejan en pri-

, vado como los que pronuncian un discurso en público hacen una de las dos cosas, (jn el jui^)puede haber acu- <arinn ya que forzosamente los litigantes hande hacer una de las dos cosas. Y en cuanto al discurso de

/é ^ ib ic i^ puedeJial;tfilualabam.P-.rePIQbACÍQfl- Y el tiempo al que se refiere cada uno es, para quien delibera, el futuro (pues se delibera acerca de lo que va a suceder, para exhortar a ello o para disuadir de ello), para quien juzga, el pasado, pues siempre es de hechos ocurridos de los que uno acusa y otro se defiende, y para el que hace una exhibición, el más apropiado es el presente, pues to­dos alaban o reprueban acontecimientos actuales, aun­que recurren muchas veces a recordar lo sucedido y a conjeturar sobre lo venidero. La finalidad de cada uno de ellos es distinta, y hay tres porqué son tres los géngrps: (para el que aconseja, lo que es conveniente y lo perjij^j^ cial (pues el que exhorta aconseja aígo en la idea de que es mejor, y el que disuade, disuade de algo en la idea de que es peor). Lo demás, lo considera un añadido: si es justo o injusto, honroso o deshonroso. Para el que juzga, lo que es justo e injusto, y también los que lo hacen consideran lo demás como un añadido. Para los que alaban o reprue­ban, lo que es honroso o deshonroso, y también ellos su­bordinan a esto lo demás. Un indicio de que lo dicho es el fin de cada uno es que algunas veces no llega a plantear si-

6 4 RETÓ RICA

45. Kassel secluye la frase siguiente; «mientras que el espectador juzga sobre la competencia del orador»

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quiera lo demás; por ejemplo, el que se ve incurso en un proceso, que algo no ocurrió o que no causó un daño, pero nunca reconocería que cometió injusticia, pues no habría necesidad de juicio. De forma similar, los que aconsejan pasan por alto muchas veces lo demás, pero no admitirían que dan consejos inútiles o que disuaden de algo beneficioso. Muchas veces ni siquiera reparan en que no es justo esclavizar a los pueblos vecinos ni a los que no han conietido injusticia alguna. Y de forma simi­lar, los que alaban o reprueban no consideran si lo que se hizo era conveniente o dañino, sino que incluso muchas veces incluyen en el elogio que hizo algo honroso despre­ocupándose de su propio beneficio; por ejemplo, alaban a Aquiles porque ayudó a su camarada Patroclo, aun sa­biendo que le costaría la muerte, cuando le era dado vi­vir; tal muerte le resultaba más honrosa que útil la vida ®.

A partir de lo dicho queda claro que con respecto a es­tas cuestiones es forzoso tener primero las premisas. Pues las pruebas, lo que es \'erosím ¡! y los indicios son las p re­misas retóricas. Y es que en general un razonamiento se configura a partir de unas premisas, y el entimenia es un razonamiento conformado por las citadas premisas.

Dado que no es posible hacer ni que se haya hecho lo imposible, sino sólo lo posible, y tampoco es factible que lo que no ha ocurrido pueda haberse hecho y que lo que no va a ser llegue a hacerse, es asimismo forzoso tanto para el que aconseja como para el que juzga o el que hace un dis­curso de exhibición que recurra a premisas acerca de lo posible o lo imposible y sobre si ocurrió o no y si será o no. Ademási dado que todos, tanto los que alaban y re-

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46. Cf. las palabras de Aquiles a su madre en este sentido, en Homero, Ilíada 18.97 ss.

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prueban como los que exhortan y disuaden o los que acu­san y se defienden, intentan demostrar lo que dicen,j)ero también que algo es■graIuie^^?e<lueñoJlQnmsox>-y^on- zoso, justo o injustp, sea porque lo refi^rf^ t» aiscu^ro, sea porque fQmapMtfi,¿e. anajatMMmacÍQlIi£ obvío^^e necesitarían disponer de premisas referidas a la grandeza o pequeñez, a lo mayor y lo menor, tanto en ge­neral como en particular. Y algo semejante sucede con lo demás, por ejemplo qué bien, qué delito o qué acción le­gal es mayor o menor. Así que queda dicho lo que se refie­re a las premisas que necesariamente deben tomarse en cuenta. A continuación hemos de distinguir en particular las que se refieren a cada una de ellas, por ejemplo cuáles se refieren a la deliberación, cuáles a los discursos de ex­hibición y cuáles, en tercer lugar, a los juicios.

6 6 RETÓ RICA

Capítulo IV

En primer lugar hay que determinar sobre qué clase.de cosas buenas o malas delibera el que delibera, dado que no lo hace sobre cualquier asunto, sino sólo sobre lo que puede ocurrir o lo que no. Así que no habrá deliberación sobre lo que es o será inevitablemente o sobre lo que es imposible que sea o que ocurra. Ni tampoco sobre todo lo que es posible, pues hay algunos bienes de los que pue­den ocurrir o no que ocurren bien sea por naturaleza, bien por azar, y acerca de los cuaies es inútil deliberar. Está claro sin embargo sobre qué asuntos cabe deliberar: aquellos que se relacionan naturalmente con nosotros y el principio de cuya realización depende de nosotros, pues examinamos las cuestiones hasta que descubrimos : i p.os son hacederas o imposibles de llevar a cabo.

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Ahora bien, enumerar con exactitud una por una y di­vidir en clases las materias sobre las que se acostumbra a tratar, y ni tan siquiera defmirlas con relación a la verdad, en la medida de lo posible, son temas que no es pertinen­te investigar en la presente oportunidad, porque no son propios del arte de la retórica, sino de otra más sabia y verdadera y porque a la retórica se le han atribuido te­mas que exceden con mucho los principios que de hecho le son propios. Y es que es verdad lo que ya antes tuvimos ocasión de Herir-*»- gnp la rptórir qs nna rnmhit^arip¡| ciencia analítica y de las costumbres, y que es semejante en un^ aspectos a la dialéctica, y en otros, a los razona­mientos sofísticos"” . Pero en la medida en que alguien intente configurar la dialéctica y la propia retóilCT no como hab¡lidades'^‘’ síñcrcomo ciencias, estala oscúre- ciendo, sin darse cuenta, la naturaleza de la una y de la otra,, al pasar a organizarías como ciencias que no tratan simplemente de los discursos, sino de los temas sobre los que éstds versan. Hablemos ahora sin embargo de los puntos que es útil distinguir aunque dejan aún terreno para la ciencia política.

Poco más o menos, las cuestiones sobre las que todos tratan y sobre las que hablan en público los que deliberan resultan ser principalmente cinco en número, y son las si­guientes; las referidas a los recursos..a la guerra y la,pa7. a la salvaguar^iadelpaís, aJas importaciones y exportacio-

47. Es decir, la ciencia.48. 1356a 25-27.49. A la dialéctica, en la medida en que ambas se basan en argumentos probatorios; a los argumentos sofísticos, en la búsqueda de los fallos del razonamiento contrario.50. En el sentido de desarrollo de capacidades naturales mediante la aplicación de las reglas del arte.

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nes y a la legislación|Así pues, quien se proponga aconse­jar acerca de los recursos requerirá saber cuáles y de qué cuantía son las fuentes de ingresos de la ciud^con obje­to de que si alguna se ha pasado por alto, se añada, y si al­guna es insuficiente, se acreciente. Y también todos los gastos de la ciudad, con objeto de que, si alguno es super- fluo, se suprima, y si alguno es excesivo, se reduzca. Pues uno no sólo se hace más rico añadiendo a lo que ya tiene, sino eliminando los gastos superfinos. No cabe tener una visión de conjunto sobre tales cuestiones sólo a partir de la experiencia sobre los propios asuntos, sino que para aconsejar sobre ellas es preciso tener interés en averiguar las soluciones de los demás.

^ n lo que se refiere a la guerra y a la paz es necesario conocer la fuerza de la ciudad] cuánta es en realidad y cuánta puede llegar a ser, y la naturaleza de la actual y la de la que se puede incorporar, así como qué guerras se han sostenido y de qué forma. Y no sólo es necesario conocer las de la propia ciudad, sino también las de las ve­cinas, y con cuáles hay probabilidades de entrar en gue­rra, a fin de mantener la paz con las más fuertes y poder entrar en guerra con las más débiles en relación con los propios recursos. También saber si las fuerzas son simila­res o desiguales, pues precisamente de ello depende el predominio o la inferioridad. Y es necesario que para ese t'm se tenga estudiado no sólo cómo resultaron las guerras propias, sino también las de los demás, ya que de situacio­nes similares también se producen resultados similares, ^ n cuanto a la salvaguardia del país no puede pasarse

por alto cómo está guardado, sino que hay que conocer la cuantía de las defensas, de qué clase son y los emplaza­mientos de los puestos de guardií (y eso es imposible sin ; jr conocedor del territorio), a fm de ue, si un cuerpo de

RETO RICA

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guardia es demasiado escaso, se acreciente, y si alguno re­sulta superfluo, se elimine y se atiendan especialmente los lugares más estratégicos.

Respecto a los abastos, hay que saber cuántos son sufi­cientes para la ciudad, cuántos se producen en ella y se importan y qué es necesario exportar e importar, a fin de concertar pactos y acuerdos con los implicadoZfY es que hay dos clases de ciudades a cuyos habitantes es necesario guardarse de ofender: las poderosas y las que resultan ventajosas para los fines a que acabo de referirme.

Es necesario para la seguridad estar en disposición de considerar todo esto, pero no lo es menos atender a la le­gislación, pues en las leyes reside la salvación de las ciu­dades, deberte que es necesario conocer cuántas son las formas de organización del Estado y qué condiciones son favorables a cada una y por cuáles -tanto propias de cada forma de organización del Estado como contrarias a ella- es natural que se deterioren. Y cuando hablo de «deteriorarse por condiciones propias» quiero decir que, salvo la forma óptima de organización del Estado, todas las demás se deterioran, tanto por descuido como por ex­ceso de empeño. Por ejemplo, la democracia se torna más débil hasta acabar por convertirse en una oligarquía no sólo por descuido, sino también por un empeño desme­surado, igual que ocurre con la nariz aguileñas o chata, que no sólo se vuelve una nariz normal por no ser excesi­vamente aguileña ni chata, sino que también por serlo ex­cesivamente result? algo que ni siquiera se parece a una nariz.

Es provechoso p ar^a legislación no sólo atender a qué forma de constitución del E s ta fe s la conveniente como consecuencia del análisis de las ya experimentadas en el pasado, sino también conocer las que otros han

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usado y a qué clase de pueblos le es adecuada cada una de las formas, de suerte que es evidente que para la legisla­ción son provechosos los viajes por el mundo*' (pues en ellos es posible enterarse de las costumbres de los pue­blos), como lo son para las deliberaciones acerca de la guerra las informaciones de los que escriben acerca de acontecimientos. Pero todo eso es asunto de la política y no de la retórica.

i360fc Hasta aquí, pues, las principales nifstinnpsqne dehp conocer el que se propone arnnspjar. Hablemos ahora de las bases a partir de las cuales debe exhortar o disuadir, tanto en estos temas como en los demás.

7 0 RETÓ RICA

Capítulo V

’j^uede decirse que hay un objetivo, tanto para cada uno en particular como para todos en común, a la vista del cual elegimos o evitamos.,Se trata, en suma, de la felici­dad y de sua componentes. Determinemos, pues, a título de~éjemplo, qué es, hablando en general, la felicidad y Cuáles son sus componentes, ya que todas las exhortacio­nes y disuasiones se refieren a ella, a lo que a ella contri­buye y a lo que le es contrario Y es que se debe hacer cuanto proporciona felicidad o alguno de sus componen­tes o lo que la acrecienta, en vez de disminuirla, y no ha­cer, en cambio, lo que acaba con ella, la estorba o provoca efectos contrarios.

51. ! s (.iícir, las narraciones de viajes de los logógrafos, especie de «re- po' ' ‘je s) ampliados sobre la vida y costumbres de pueblos extraños.S’ . Aristóteles se ocupa más pormenorizadamente de la felicidad en el libro 1 de la Élica Nicomáquea 1097blss., y en el VII de la Política l.U,M)2l ss.

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Sea, pues, la felicidad prosperidad unida a la excelen­cia o suficiencia de medios de vida, o la vida más agrada­ble acompañada de seguridad o plenitud de propiedades y del cuerpo asistida de la capacidad de salvaguardarlos y de usarlos, pues puede decirse que todos coinciden en que la felicidad consiste en una o más de estas cosas.

Ahora bien|si la felicidad es algo así, es forzoso que sus cornponentes sean^nobleza de nacimiento, abundancia de amigos, amistad leal, riqueza, buena descendencia, abundancia de prole y una vejez dichosa, además de las excelencias del cuerpo, como salud, belleza, vjgor, talla, capacidad atlética, y del prestigio, esjima, buena suerte y excelencia Y es que es así como mejor podría uno bas­tarse a sí mismo, si dispusiera de los bienes internos y ex­ternos, pues no hay otros fuera de éstos. (Bienes internos 1 son los que conciernen al alma y al cj¿£r.po;1extern9SÍtla nobleza de nacimiento, los amigos, la riqueza y la estima, ^ ro además creemos que conviene contar con los recur­sos y la suerte, pues así la vida sería de lo más segura. Exa­minemos, pues, de un modo similar, qué es cada una de estas cosas.

!La nobleza de nacimiento, en efecto, para una estirpe o una ciudad consiste en que sus habitantes sean autócto­nos o antiguos y que sus ancestros fueran caudillos y que de ellos hayan nacido muchas personas eminentes en lo que provoca envi^^ En el ámbito privado, la nobleza de nacimiento proviene de los varones o de las mujeres y es la legimitimidad de ambas ramas, y consiste, como en el

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53. Secluye Kassel la frase siguiente: «así como los componentes de ésta: prudencia, valentía, templanza y justicia», que falta en los mejores manuscritos y que además probablemente procede de la clasificación platónica de las virtudes expuesta en Leyes 964 b.

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caso de la ciudad, en que los ancestros hayan sido conspi­cuos por su excelencia, por su riqueza o por algo digno de estima y en que muchos de su estirpe, varones, mujeres, jóvenes y ancianos, hayan sido eminentes.

Está perfectamente claro lo que son la buena descen­dencia y la abundancia de prole. Las hay en una comuni­dad si hay una juventud abundante y buena; buena por la excelencia de su cuerpo, por ejemplo, talla, hermosura, vigor y capacidad atlética; en cuanto al alma, la modera­ción y la valentía son las virtudes del joven. En el ámbito privado la buena descendencia y la abundancia de prole implican que los propios hijos sean muchos y de esta mis­ma condición, tanto mujeres como varones. En cuanto a las mujeres, la excelencia del cuerpo es la belleza y la talla, y la del alma, la moderación y la laboriosidad sin servilis­mo. De modo semejante, tanto en el ámbito privado como en el público y tanto entre hombres como entre mujeres, es necesario que cada uno procure poseer tales cualidades, pues en casos como el de los lacedemonios, en los que la situación de las mujeres es mala® , puede de­cirse que no son felices más que a medias.

|j.os componentes de la riqueza son la abundancia de dinero, y en cuanto a la tierra, la posesión de predios que destaquen por su abundancia, extensión y belleze , así como la posesión de bienes muebles, esclavos y reses que asimismo destaquen por su abundancia y belleza. Y to­dos estos bienes deben ser nuestros, seguros, propios de hombres libres y provechosos. Son especialmente provechosos los fructíferos, y propios de un hombre li-

7 2 R ETÓ RICA

34. Era un tópico en Atenas la idea de que las mujeres lacedemonias te­nían costumbres menos honorables que las atenienses. Aristóteles se re­fiere a este mismo tópico de un modo más amplio en Poluica Í2ó9b 12.

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bre, los que son sólo placenteros. Llamo fructíferos a los que producen beneficios, y placenteros, a aquellos de los que no se obtiene nada digno de mención aparte de su disfrute. La definición de seguridad-6e-refiere a.poseer algo en un determinado lugar y en una forma que permi­ta su disfrute. La de que unos bienes sean o no propios, a cuando está en manos de uno enajenar estos bienes. Lla­mo enajenación a la donación y a la venta. Pero en gene­ral ser rico consiste más en disfrutar de los bienes que en poseerlos, pues la riqueza es el ejercicio, esto es, el disfru­te de éstos.

El prestigio reside en ser considerado respetable por todos o bien poseer^l^ que desean todos, la mayoría o las personas de bien o las discretas.

La estima es señal de que se tiene fama de bienhechor, pues es justo que sean los bienhechores quienes sean es­pecialmente estimados. Pero también es estimado quien está en disposición de hacer algún servicio. Y un servicio púé3éT^ferirse a láTconservación de la vida o a cuan­to pueda ser causa de ella, o también a la riqueza o a cual­quiera de los demás bienes cuya adquisición no es fácil, en general, en un determinado lugar o en un determina­do momento. En efecto muchos «e ganan la estima por motivos que parecen pequeños, pero ia causa puede ser el lugar o la ocasión. Manifestaciones de la estima son sacri­ficios, menciones en verso o no en verso, distinciones, re­cintos sacros, asientr»; privilegiados sepulcros, esta­tuas, pensiones a cargo del Estado, a más de costumbres bárbaras, como prosternarse o ceder el sitio, así como los

55. Se refiere a la costumbre de reservar a personas prestigiosas asien­tos en las primeras filas de los espectáculos públicos, como el teatro y los juegos.

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obsequios estimados en cada sitio. Y es que el obsequio es a la vez donación de una propiedad y demostración de estima, razón por la cual los desean tanto los codiciosos como los ganosos de gloria, ya que tiene lo que unos y otros requieren, pues es una propiedad (cosa que desean los codiciosos) y comporta estima (lo que desean los ga­nosos de gloria).

|I a excelencia del cuerpo es una salud que permite dis­frutar del cuerpo sin enfermedade^ Pues muchos tienen una salud como la que cuentan de Heródico y nadie los envidiaría por su salud si se privan de todo o de la mayo­ría de lo que es propio de los hombres.

La belleza ps Hifprpnte según la efjad jy a que la belleza del joven es tener el cuerpo preparado para las fatigas de la carrera y de los esfuerzos y ser lo suficientemente agra­dable a la vista como para producir un disfrute. Por ello los más hermosos son los pentatletas®’', porque están na­turalmente dotados para el esfuerzo y la velocidad. La be­lleza del hombre maduro consiste en tener un cuerpo apto para la guerra y un aspecto que inspire agrado unido a un cierto temor. La del anciano, en un cuerpo que le baste para los esfuerzos necesarios y libre de sufrimientos por no tener ninguno de los achaques que produce la vejez.

56. De este Heródico nos habla Platón en la República 406 a ss. en los si­guientes términos: «Heródico, que era entrenador y que cayó enfermo, mediante una combinación de gimnasia y medicina se torturó en pri­mer lugar y de forma muy especial a sí mismo, y luego a otros muchos ... dándose una muerte lenta. Pues continuamente atento a su enferme­dad, que era mortal, e incapaz, creo, de curarla, consagró su vida a su cuidado, sin atender a otra cosa, atormentándose si se apartaba lo mí-II lino de la dieta habitual, y por su sabiduría llegó a la vejez en una pe­nosa muerte en vida».-S7. El pentatlón en los juegos antiguos constaba de saito, carrera, lu­cha, pugilato y lanzamiento de disco.

7 4 RETÓ RICA

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^1 vigor es la capacidad gara mover á otro a voluntad/ Para mover a otro se requiere necesariamente o bien arrastrarlo o empujarlo, o levantarlo o estrecharlo u opri­mirlo, de suerte que quien es vigoroso lo es para todas o para algunas de estas cosas.

\La virtud de la talla es destacar sobre los demás en es­tatura, corpulencia y anchu_rai pero hasta una medida que no haga lentos los movimientos por algún exceso.

\La capacidad atlética es una excelencia del cuerpo que consiste en la combinación de talla y vigorV-pues el que es rápido es también vigoroso-. Y es que el que puede ex­tender las piernas de una determinada manera y mover­las rápidamente y a grandes zancadas es bueno para la ca­rrera; el que puede oprimir y sujetar, lo es para la lucha; el que puede mover con un golpe, para el pugilato; el que puede hacer estas dos últimas cosas, para el pancracio, y el que puede hacerlas todas, para el pentatlón.] La buena vejez consiste en un envejecimiento lento y

siíisíifri miento! Porque no es buena la vejez si uno enve­jece deprisa o despacio pero con sufrimientos. Tiene que ver con la excelencia del cuerpo, pero también con la suerte, pues no se puede estar libre de achaques y sufri­mientos sin ser vigoroso ni estar libre de enfermedad, pero tampoco podría uno llegar a una edad avanzada sin la ayuda de la suerte. Y hay, además del vigor y de la salud, otra condición de la longevidad, ya que muchos son lon­gevos sin las excelencias del cuerpo, pero un tratamiento detallado de esta cuestión nada tiene que ver con lo que ahora nos ocupa

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58. Aristóteles se ocupó de hecho de la cuestión en un pequeño trata­do de los Parva Naturalia titulado «Sobre la juventud y la vejez», cf. la traducción española en Aristóteles, Tratados breves de historia natu'cJ

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ILa abundancia de amigos y la fidelidad de la amistad no necesitan explicación una vez que se define al amigo como aquel que intenta hacer por otro lo que cree que es bueno para él.lgi alguien cuenta con muchas personas de este tipo, tiene abundancia de amigos, y si además son hombres de bien, goza de una amistad fiel.

|La buena suerte consiste en que ocurran o estén a nuestro alcance todos, la mayoría o los más impor­tantes bienes que se deben a la suerte\ Algunos de estos bienes también se deben a un arte, pero muchos son independientes de las artes, como los que depara la naturaleza (aunque cabe que algunos sean contrarios a la naturaleza). Así la salud se debe a un arte, pero la be­lleza y la talla, a la naturaleza. En general son bienes producto de la suerte aquellos que son objeto de envi­dia. También se deben a la suerte los bienes inespera­dos, como si unos hermanos son feos, pero otro es her­moso, o si uno encuentra el tesoro que los demás no vieron, o una flecha alcanza al de al lado y no a uno, o si falta únicamente el que es asiduo, mientras que perecen quienes habían ido una sola vez*®. Todas las cosas de este tipo parecen ser fruto de la suerte. En cuanto a la excelencia, como su lugar más adecuado es el que se re­fiere a los elogios, será tratada cuando nos refiramos a esta cuestión

7 6 R lilO K IC A

introducción, traducción y notas de A. Bernabé, tras Acerco 'i” la gene­ración V la corrupción, id. de E. la Croce, Madrid 1987.39. E< ta extraña frase sólo se explica si Aristóteles está pensando en un .K v iilontc mortal en un lugar en que se congrega gente y del que se ha salvado una persona que acude habitualmente al ‘¡iíin en cuestión, pero no ha ido el día preciso del accidente.('I' Hs iti'i'ir, i’ n can . 9.

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Capítulo VI

Quedan claros por consiguiente tanto los objetivos futu­ros como los presentes que han de tenerse a la vista para exhortar. Y también para disuadir, ya que son los contra­rios de aquéllos. Pero dado que el objetivo que tiene plan- teado quien aconseja es lo conveniente (pues no se acon­seja sobre un fin, sino sobre los medios que conducen a él, y ésos son los convenientes para las acciones), y como lo conveniente es bueno, habría que determinar en gene- ral los constitwentes*' de lo bueno y lo útil.

£ p a pues bueno áquello qüé'sea elegible por sí mismo ' o aqiSello por causa de lo cual elegimos oti a cosa, o aque­

llo que desean todos o todos los que tengan sensibilidad o entendimiento o que podría ser deseado si adquirieran entendimientojAdemás, lo que la inteligencia asigna a cada cosa y cuanto la inteligencia individual asigna a cada cosa, eso es para cada uno un bien. Como lo son también aquello cuya presencia prnHurp pn nnn hi>nf»<:tar y auto­suficiencia, la autosuficiencia misma, lo que produce y preserva estas características y aquello de lo que éstas son consecuencia, así como aquello otro que evita y anula las contrarias. Dicha consecuencia puede darse de dos ma­neras: simultánea o posterior. Por ejemplo, el saber es con­secuencia posterior del aprender, el vivir es consecuencia simultánea de estar sano. Y en cuanto a lo que produce es­tas características, puede hacerlo de tres formas; ejemplo de la primera sería que estar sano produce salud, de la se­gunda, el alimento, que produce salud, y de la tercera, la gimnasia, porque habitualmente también la produce.

LIIÍKOI,(. 77

61. En realidad se trata de un sinónimo de lo que ha llamado antes «ar­gumentos» o lugares comunes.

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A partir de tales supuestos^es forzoso que sean buenas tanto las ganancias de bienes cómo las pérdidas de males, pues la consecuencia simultánea de esto último es no te­ner mal, V consecuencia posterior de lo primero, el tener un bignjY la ganancia, de un bien mayor a cambio de otro menor o de un mal menor a cambio de otro mayor, pues se produce una ganancia proporcional a la medida en que lo mayor supera a lo menor. En cuanto a las exce­lencias, es forzoso que sean un bien, pues quienes las po­seen sienten bienestar por ellas, además de que ellas mis­mas producen bienes y los llevan a la práctica. Hay que tratar por separado cuál es cada una de ellas y qué cuali­dades tienen.

También el placar es un bien, pues todos los anima­les aspiran a él por naturaleza, de suerte que las cosas placenteras y las hermosas .son nece.<rfi«-iampntp hn<>- na^ las unas, porque producen placer, y las hermosas, unas porque son placenteras, y otras, preferibles por sí mismas.^Por mencionarlos de uno en uno, son necesariampntp bienes los siguientes: la felicidad, porque es preferible por sí misma y autosuficiente, además de porque elegimos las demás cosas a fin de conseguirla; la iusticia. la-valentía, la moderación, la magnanimidad, la magnificencia y de­más formas, de ser similares, pues son "excelencias.del alma. Pero también la salud, la~5élleza v sirnilar^sj porque ^ excelencias de|.£.uerpo y producen muchasotras; por ejemplo, la salud produce también el placer y la vida, ra­zón por la cual se considera lo más importante, porque es causa de las dos cosas más estimadas por la gente: el pla­cer y la vida. O la riqueza, porque es la excelencia de la posesión y produce muchos bienes. O el amigo y la amis­tad, pues el amigo es también preferible por sí mismo y

yg KtróRiCA

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produce muchos bienes. O la estima y el prestigio, pues también son placenteros y producen muchos bienes, ade­más de que en la mayoría de los casos son consecuencia de aquellos bienes por cuya posesión son estimados. O la facultad para hablar y actuar, pues todo ello produce bie­nes. Además de las dotes naturales, la memoria, la aplica­ción, la agudeza, y todo lo demás, pues son capacidades que producen bienes. Y de modo similar también las ciencias y las artes. Y desde luego la vida, pues incluso si no la siguiera ningún otro bien, sería preferible por sí misma. Y también la justicia, por ser algo útil a la comu­nidad.

gi; Son éstos, más o menos, los bienes reconocidos como tales|En cuanto a los (jue son discutibles, los razcu^- mientos han de basarse en las siguientes premi^[^es bueno aquello dé lo qué es contrario un malaaLciMOftifl. que ercontráffo'Tt^ ^ conviene, a }qs F<Jrejemplorsi ser cobarde es lo que más conviene alos ene- migos, es obvio que la valentía es lo más benficioso para los conciudadanos. Y en general, parece beneficioso lo contrario de aquello que prefieren los enemigos o por lo que se alegran. Por ello está bien dicho aquello de®

Sin duda se alegraría Príamo.

62. Aristóteles se limita a citar el principio de un pasaje de Homero, llíada 1.255. En él, Néstor se lamenta de la disputa de Aquiles con Aga­menón: «Sin duda se alegraría Príamo y los hijos de Príamo, y los demás troyanos mucho se regocijarían en su ánimo si se enteraran de todo esto por lo que disputáis los dos que destacáis sobre los dáñaos en el consejo y en la lucha». Esta forma de citar tan breve o bien se debe a que el pasaje era muy conocido por los oyentes y bastaba iniciarlo para que todos su­pieran a qué se refería o porque nuestro texto realmente deriva de unas «notas para clase» de Aristóteles en las que bastaban las primeras pala­bras del ejemplo pc-i recordarlo.

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Ahora bien, esto no es así siempre, sino en la mayoría de los casos, pues nada impide q u e^u n as veces una misma cosa beneficie también a los enemigos^Por ello se dice que las desgracias unen a los hombreSTcuando algo resulta dañino para unos y otros.

También es bueno lo que no significa un exceso -y malo lo que es_piás de lo debido-, así como aquello por cuya causa se ha padecido o se ha gastado mucho, pues el mero hecho de que parezca ser un bien hace que se le con­sidere como un fin, incluso como un fin que requiere mu­chos medios. Y un fin es un bien, razón por la cual se ha dicho eso de®’

como galardón de Príamo

yeso de*”*

con todo, es una vergüenza permanecer tanto tiempo

y también el dicho del cántaro a la puerta*^.

63. Ilíadn 2.176. Aquí es Atenea la que, en un momento en que los aqueos deciden regresar de la guerra de Troya, insta a Odiseo para que no abando­nen una empresa qui> ha costado muchas vidas y esfuerzos. El texto dice: «dejaríais como galardón de Príamo y los troyanos a la argiva Helena, por cuya causa lian muerto muchos aqueos lejos de su querida patria».64. ¡liada 2.298. Odiseo trata de convencer a los aqueos de que conti­núo;- ' asedio de Troya. La frase completa dice: «Con todo, es una ver- ¡V "Mzá permanecer tanto tiempo aquí y volver de vacío».()-■ I.o más fácil es sobreentender «romper el cántaro a la puerta», tal como explica Stephanu;, en un escolio (Anécdota Parisina 1,259,10), es decir, estropear al final algo por lo que uno ha hecho ya lo más difícil (hay sin embargo otra interpretación en Mantisa de proverbios 1, 54; II, p. 753 Gott.). El dicho, más que como ilustración de los bier.cs que lo -son porque requieren muchos medios, es aplicable al pasaje de la ¡liada citado en último tugar. Si los aqueos hubieran renunciado al fin pro-

go K E IÓ K IC A

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A asimismo bueno lo que muchos desean y lo que pare-

mos'^ que era bueno, y «muchos» parece equivaler a «to- dg^^ámbién lo que es elogiado, porque nadie elogia lo que no es bueno, incluso lo que elogian los enemigos. Pues es como si todos estuvieran de acuerdo cuando lo están in­cluso quienes han recibido un daño por ello, pues no harí­an sino reconocerlo evidente. De igual modo que son ma­los aquello a quienes censuran los amigos y no censuran los enemigos. Por tal motivo los corintios se consideraron insultados por Simónides, en esa composición suya* :

con los Corintios no tiene Ilion agravios.

Lo es también aquello por lo que muestra sus pre­ferencias alguno de los hombres o mujeres prudentes o nobles (como Atenea por Odiseo, Teseo por Helena, las diosas por Alejandro, Homero por Aquiles) y, en general, las cosas preferibles! Yya se han mencionado las que pre­fieren hacer: las mafas para los enemigos y las buenas, pero posibles, para los amigos. Posibles, digo, en dos sen­tidos: las que podrían suceder y las que es fácil que suce- dan^Estas últimas son cuantas suceden sin sufrimiento o en poco tiempo, ya que lo difícil se define por el sufri­miento o por la cantidad de tiempo.

puesto, la conquista de Troya, que les ha costado tantas vidas y sacrifi­cios, habrían «roto el cántaro a la puerta».66. 1362a23.67. Simónides, Fr. 67 Page (PMG 572). No conservamos de este poema más que el verso citado. Se refiere a Glauco, que era aliado de los troya- nos, pese a su origen corintio. El agravio de los corintios se explica por­que, con estas palabras, se excluía a Corinto en cierto modo de la em­presa panhelénica déla guerra deTiu^ay, lo que es peor, se la alineaba con los enemigos de Grecia.

LIBRO 1,6 6’ J

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También se prefiere lo que resulta como se_quería. PuesTcTqil&'fé qüieféo'nóéTmalo en absoluto o es un mal menor que el bien conseguido. Esto último ocurrirá si no imp^orta o es pequeño el precio que se ha pagado por ello.

j^ n asimismo preferibles lo que es propio, lo que na- diena conseguido y lo extraordinario, pues la estima es así mayoj O lo que es congruente con uno, es decir, lo que se corresponde con su linaje o su capacidad. O lo que se echa en falta, aunque sea cosa de poco, pues ello no impi­de que se desee realizarlo. O lo que es fácil de hacer, pues, en tanto que fácil, es posible. Y son fáciles de hacer las co­cas que han conseguido todos, muchos, los iguales o los inferiores a uno. O lo que agradará a los amigos o será odioso para los enemigos. O cuantas cosas prefieren ha­cer las personas a las qnp se admira. O aquello para lo que se está dotado naturalmente o por experiencia, pues se cree que se conseguirá con más facilidad. O las cosas que ningún inútil ha logrado, pues son más dignas de elogio, o cuanto se desea en un determinado momento, pues no

1163b sólo es placentero, sino que incluso parece lo mejor. Pero sobre todo cada uno considera preferible lograr aquello a lo que es aficionado; por ejemplo, los aficionados a ven­cer, la victoria; los aficionados a los honores, los honores: los aficionados al dinero, dinero, y así sucesivamente.

Así pues es de aquí de donde hay que tomar los argu- mentos acerca de lo bueno y de lo conveniente.

g2 RETÓ RICA

(Capítulo VII

^ d o que a menudo, aun estando de acuerdo en que dos cosas convienen, se discute acerca de cuál conviene más,

• a conti:v.;ación habría que tratar dcl bien mayor y de !o

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más convenient . Entendamos supera aotra es otro tanto y más aun que ella, y que la superada puede contenerse en la otra. Y también que lo mayor o lo más siempre están referidos a algo menor, mientras que lo grande, lo pequeño, lo mucho y lo poco lo están a las magnitudes habituales, así que lo grande es lo que las su- pera, y lo pequeño, lo que no las^kaQ; ^ Algo parecido, ocurre con lo mucho y con lo poaa^

'"V dado que ilamamog|íuen5*y lo que es preferible en sí y por sí mismo y no por otra cosa^’* y a lo que todos de- sean que elegirían cuantos tu \^ an entemjimiéñtó y discreción y a lo que produce y conserva lo bueno o aquello de lo que esto se derivaj ®, para'mio'^íínieno lo qiié cumple estas condiciones en relación con él mismo, así que es necesario que muchos bienes sean un bien ma­yor que menos y que uno solo, si entran en la cuenta ese uno o los menos, pues los superan, mientras que lo conte­nido es superado. Y si lo más grande de una clase supera a lo más grande de otra u n a clase supera a la otra, y lo hará en la misma proporción en que lo más grande de una supera a lo más grande de la otra. Por ejemplo, si el varón más grande es mayor que la mujer más grande, también en general los varones son más grandes que las mujeres, e, inversamente, si en general los varones son más grandes que las mujeres, también el varón más gran­de es mayor que la mujer más grande, dado que es pro­porcional la superioiIJad de los géneros y la de los indi-

68. Cf.l362a22.69. Cf.l362a23ss,70. Cf. 1362a 27 ss., Kassel secluye la frase siguiente: «pues aquello por causa de lo que algo se hace es su fin, y el fin es causa por la que se hacen las demás cosas».71. Cf. disquisiciones simiidres en Tópicos 117b23ss.

Ll URO 1,7 8 3

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viduos más grándeS'de cada uno de ellos. Lo mismo pasa cuando un bieiLes censecnf nria (y puede ser con-secuencia simultánea, posterior o en potencia), pero este otro no es consecuencia del primero, ya que la utilidad del que es consecuencia está contenida en el otro. Así vi­vir es consecuencia simultánea de estar sano, pero no al contrario; el conocimiento científico es consecuencia posterior del aprendizaje, y el robo es consecuencia en potencia del despojo sacrilego, pues quien comete un d^pojo sacrilego sería capaz de robar.MDe dos cosas que sobrepasan a una tercera, la mayor es

la que más sobrepasa, pues es forzoso que sobrepase a la que también es mayor que la otra, pero en menor medi- da^También es mayor lo que produce un bien mayor, pues ya habíamos tratado de la noción de ser productivo de algo mayor. Y lo mismo pasa con aquello cuya causa productiva es mayor, pues si lo sano es preferible a lo pla­centero y es un bien mayor, también la salud lo es con res­pecto al placer. También lo que es preferible por sí mismo es más irn£pjrJgjitfe'qu6Ío.i}ua43ifltÍQ ; por ejemplo, la fuerza es más importante que la salud, pues esta última no es preferible por sí y la primera sí lo es, y eso decíamos que era un bien. Asimismo será más impor­tante lo que es un fin que aquello que no lo es, pues esto último se hará por causa de otra cosa, y lo primero, por sí mismo. Por ejemplo, hacer gimnasia por tener el cuerpo en buena disposición. Y también lo será el que necesita menos del otro o de otras cosas, pues es más autosufí- ciente (el que necesita menos es el que tiene carencias menores o más fáciles). Igual ocurre cuando una cosa no existiría ni podría llegar a existir sin otra, mientras que la

g4 RETÓ RICA

72. Hnl362a22.

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segunda sí podría hacerlo sin la primera, pues es más autosuficiente la que no necesita, de forma que se eviden­cia como un bien mayoí^mbién lo que es principio es más importante que lo que no es principio, y lo que es causa, más importante que lo que no es caus^ por el mis­mo motivo: porque sin causa ni principiorto se puede existir ni llegar a existir. Y en cosas derivadas de dos prin­cipios es más importante la que procede del principio más importante, y en las que se originan a partir de dos causas es más importante la que procede de la causa más im­portante. E inversamente, entre dos principios es más importante el que es principio de algo más importante, y entre dos causas es más importante la que es causa de algo más iuiportantá^sí que es evidente, de acuerdo con lo dicho, que una co^ puede manifestarse como más im­portante que otra de dos maneras: pues si una cosa es un principio y la otra no es un principio, la primera parecerá más importante, pero también si una cosa no es principio y otrfi sí lo es porque el final, no el principio, es más im- portan^como afirmó Leodamante al acusar a Calístra- to que el instigador incurre en una injusticia mayor que el que comete un crimen, pues el crimen no se habría co­metido si no hubiera habido instigación. Y por otra parte, al acusar a Cabrias afirmó que el que comete un crimen incurre en una injusticia mayor que el que lo instiga, pues no habría habido crimen si no se hubiera cometido, pues para eso se instiga un crimen, para que se cometa.

Por otra parte, lo más raro es más importante que lo abundante, como lo es el oro con respecto al hierro, aun-

LinKO 1,7 85

73. Leodamante fue un orador discípulo de Isócrates (n. XXVI, II, p. 244 s. Baiter-Sauppe). Parece, no obstante, que hay una cierta impre­cisión en la referencia por parte del Estagirita, cf. Tovar ad loe.

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que sea menos útil, pues su posesión es más valiosa por ser más difícil. En otro sentido, sin embargo, lo abundan­te es más valioso que lo raro, porque su disfrute es mayor, y lo que se disfruta muchas veces supera a lo que se dis­fruta pocas veces; por eso se ha dicho

Lo mejor, el agua

y en general lo más difícil es más valioso que lo más fácil porque es más raro, pero en otro sentido lo más fácil es más valioso que lo más difícil, porque obedece a nuestros deseos. También es mayor aquello cuyo contrario o cuya privación son mayores. Es más importante la excelencia que la falta de excelencia, y la maldad, que la falta de mal­dad, pues son fines y las otras no son fines. También son más importantes aquellas cosas de las que se derivan efec­tos más nobles o más vergonzosos, y también serán más importantes los efectos derivados de las maldades y exce­lencias mayores, pues tal como son las causas y los princi­pios serán también sus efectos, y tal como sean los efectos, así serán las causas y los principios. Igualmente lo son aquellas cosas cuya eminencia es preferible o más digna, como la agudeza de la vista es preferible a la del olfato, pues la vista lo es al olfato, y como lo es ser amante de los amigos frente a serlo de las riquezas, porque es tanto más digno como lo es el amor a los amigos frente al amor a las riquezas'^. E inversamente, serán mejores las picv alen- cias de cosas mejores, y más dignas, las de cosas más dig-

gg RtlÜRlCA

74. Se trata de las palabras iniciales de la Olímpica 1 de Píndaro.75. El pasaje desde «como la agudeza...» hasta «las riquezas» parece ser un añadido posterior del propio Aristóteles en que ofrece ejemplos, res- poctivamentp de lo nue nrprede y de lo que sigue.

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ñas. Por la misma razón las apetencias de cosas más im­portantes son también más importantes, y los deseos de cosas más nobles o mejores son también ellos mismos más nobles y mejores. Y aquellas cosas cuyo conocimien­to científico sea más noble o más importante serán tam­bién más nobles y más importantes, pues tal como es la ciencia es también la realidad. Y es que cada una impera en lo que le es propio, y el conocimiento científico de las cosas más importantes y más nobles es, consecuentemen­te, proporcional con ellas mismas. Y lo que considerarían o han considerado un bien mayor todas las personas dis­cretas o muchas, o la mayoría de la gente o los mejores, es necesario que lo sea realmente, bien en general, bien de acuerdo con la discreción con la que juzgaron. Y eso es un principio general aplicable a todas las demás cuestiones, pues la entidad, la cantidad y la cualidad están de acuerdo con lo que dirían el conocimiento científico y la discre­ción. Pero nosotros hemos hablado del bien, ya que el bien queda definido como lo que escogería en cualquier caso el ser dotado de discreción

Así pues es evidente que es más importante aquello que la discreción define como tal en primer lugar. Tam­bién lo que se refiere a los mejores, en general o en tanto que son mejores, como la valentía es mejor que la fuerza. O lo que elegiría el más noble, en general o en tanto que es más noble, como sufrir injusticia antes que cometerla, pues eso es lo que elegiría el más justo O lo más placen­tero, antes que lo menos placentero, pues todo el mundo persigue el placer y desea sensaciones placenteras por sí mismas, y fue en estos términos como quedaron defini-

76. Cf.l362a24,1363b 14.77. El temase desarrolla ampliamente en el Gorgias platónico.

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cSá RETÓ RICA

dos el bien y el Es más placentero lo que comporta menos sufrimiento y da placer por más tiempo. Como lo es lo más hermoso que lo menos hermoso, pues lo her­moso es o bien placentero o bien preferible por sí mismo. También son mayores bienes aquellos de los que uno de­sea más ser causante, para sí o para sus amigos, y mayo­res males aquellos que uno lo desea menos.

Por otra parte, los más duraderos y los más seguros son bienes mayores que los menos duraderos y menos se­guros, pues el disfrute del primer caso tiene primacía en el tiempo, y el del segundo, en la satisfacción de nuestros deseos, ya que, cuando se desea, es preferible el disfrute de lo seguro.

También hay total correspondencia entre cada uno de los términos relacionados y los casos de una decli­nación Por ejemplo, si «valientemente» es más noble y preferible que «prudentemente», también la valentía es preferible a la prudencia, y ser valiente lo será a ser prudente.•^^simismo lo que todos prefieren es un bien mayor que lo^ue no to d q ^ lo que prefieren más es un bien mayor que lo que prefieren menos, pues quedamos^" en que era

. un bien aquello que todos desean vpor consiguiente tam bí^será mayor el que más deseaiu ^También será un bien mayor aquello que eligen com-

pe’tiábres o enem ig^ jueces autorizados o aquellos a quienes éstos designa^^ues en el primer caso es como si

78 . C f. 1 3 6 2 a 2 2 ,1 3 6 3 b l3 .79. Ari.stóteles introduce en la lista las relaciones de carácter semánti­co o lingüístico. Los «términos relacionados» lo están por lo que hoy lla­mamos su lexema (por ejemplo, comer y comida). En cuanto a los casos de una declinación, el filósofo incluye entre ellos al adverbio.8 0 . En 1363b 14.

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lo afirmaran todos; en el segundo, se trata de las personas competentes y expertas.

En ocasiones es mayor aquello en lo que todos parti­cipan, porque no participar constituye un descrédito, pero a veces lo es aquello en que no participa nadie o muy pocos, porque es más raro. También lo que es digno de encomio, porque es más noble, y de modo semejante, lo que comporta mayores recompensas, pues una re­compensa es como una cierta valoración, como ocurre con las cosas que acarrean mayores castigos**', y asimis­mo con lo que es mayor que lo que se reconoce como grande o lo parece.

También las mismas cosas parecen mayores cuando se las descompone en partes, pues da la impresión de que se acrecienta su superioridad sobre otras. Por tal motivo el poeta “ afirma que lo que convenció a Meleagro para que entrara en combate fueron

las desgracias que caen sobre sobre los hombres cuya ciudad es tomada, perecen las gentes y el fuego reduce a cenizas la ciudad, y personas extrañas nos arrebatan los hijos.

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81. No se trata, obviamente, de un enunciado más en la relación de los bienes mayores, sino de una pequeña digresión. Hay que entender que, igual que aquello que comporta mayores recompensas es ya valorado como lo mejor, aquello que comporta mayores castigos es ya valora­da como lo peor.82. «El poeta» en los autores griegos antiguos es casi siempre Homero. En este caso la referencia es a litada 9.592-4, cuando la esposa de Mele­agro, Cleopatra, trata de persuadirlo de que vuelva al combate. Hay al­gunas divergencias del texto que nos da Aristóteles con respecto al de Homero que nos ha llegado por transmisión directa, lo cual puede obe­decer a diferentes motivos, bien a que Aristóteles tenía ante sí un texto distinto, bien porque cita de memoria. Cf. M. Sanz Morales, El Homero u'i. Aristóteles, Amsícrdam 1994,12i j5.

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También lo parecen cuando se las acumula en una gra­dación, como hace Epicarmo por el mismo motivo que lo parecen en la descomposición -esto es, porque la acu­mulación da la impresión de gran sobreabundancia-, a más de que parece ser causa de importantes efectos.

Y dado que lo más difícil y lo más raro es también más importante, también las ocasiones, edades, lugares, tiem­pos y capacidades engrandecen una cosa, pues si se so­brepasa la capacidad de uno, las limitaciones de la edad o las propias de personas semejantes, o si algo se hace en un determinado lugar o momento, adquirirá la magnitud de las acciones bellas, nobles, justas o sus contrarias. De ahí, el epigrama del vencedor en los juegos olímpicos ®‘‘;

Antes, con un duro madero con dos cestos a los hombrosllevaba pescado de Argos a Tegea.

Y el encomio que Ifícrates hacía de sí mismo*® al seña­lar de qué orígenes había partido. Y lo espontáneo es de más valor que lo adquirido, pues es más difícil. De ahí el dicho del poeta*®:

He aprendido de mí misinu.

83. Encontramos una referencia similar, pero algo más amplia, en Ge­neración de los animales 724a28. En una digresión sobre los distintos sentidos de «venir una cosa de otra», nos dice: «Otro sentido es el que usa Epicarmo en sus cuustrucciones verbales; de la maledicencia viene el ultraje, y de éste, !a batalla». Una versión más amplia nos la conserva Ateneo36c Cfr. l/3t<aibel).84. Simónides, Epigr. 41 Page (Fr. 1 lOU). El humilde origen del vence­dor hace su triunfo más inesperado. El ejemplo se repite en 1367bl7.83. Cf. Lisias, n. XIV, Fr. 65 (II, 190 s. Baiter-Sauppe). La frase se cita textuainitf nte en 1367b 18. Cf. la nota a este pasaje.86. N.iftiralmente, Homero. Se trata de Odisea 22.347, y es el aedo Fe- ini» quien proclama su carácter de autodidacto.

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También es más importante la parte mayor de lo gran­de, como lo que dijo Pericles en el discurso fúnebre, que el que la ciudad hubiera perdido a su juventud era como si el año hubiera perdido la primavera® . O lo que es más provechoso en una mayor penuria, como en la vejez o las enfermedades. O, de dos cosas, la que está más próxima a la consecución de un fin o la que es más provechosa para uno, mejor que la que es provechosa en general, y la posi­ble, mejor que la imposible, ya que la primera es un bien para uno, y la segunda, no. Y las que conciernen al fin de la vida, pues son más fines que las que se encaminan ha- ci§^se fin.

jsDe igual modo son más importantes las cosas relacio-, 1365b naoas con la verdad que las relacionadas con la opinión definiendo «relacionadas con la opinión» como aquellas que no se elegirían si fueran a pasar inadvertidas. Por tal motivo podría parecer preferible ser bien tratado que tra­tar bien a otro, pues lo primero se preferiría, aun cuando pasara inadvertido, mientras que no parece que se prefe­riría tratar bien a otro si ello fuera a pasar inadvertido. De igual modo que es preferible todo aquello que se quiere ser, mejor que lo que se quiere parecer, pues tiene más que ver con la verdad. Por tal motivo afirman que la jus­ticia es un bien de poca importancia, porque en ese ám­bito es preferible parecer que ser, lo que no sucede con la salud.

LIBRO 1,7 , 9 2

87. La frase no aparece en el discurso fúnebre, tal como nos lo ofrece Tucídides en el libro II, y sí en unas palabras de Gelón a los emisarios griegos, según Heródoto 7.162. Puede tratarse de un error del filósofo o dp otra versión del discurso -del que no se conserva la original-, en cuyo caso la frase de Gelón sería un eco de la atribuida al estadista ate­niense. En todo caso, Aristóteles vuelve a referirse a ella más adelante, en 1411al.

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Es también más importante lo que es provechoso para muchas cosas. Por ejemplo, lo que se refiere a la vida, a la buena vida, al placer y a la realización de acciones no­bles. Por eso la riqueza y la salud parecen ser los mayores bienes, porque incluyen todos esos beneficios. Igual­mente lo que está más libre de penalidades y lo que com­porta placer, ya que resultan ser más de un bien, habida cuenta de que el placer y la ausencia de penalidades re­sultan ser de suyo un bien.

^Cuando^ trata de dos cosas, es preferible aigudla cuya aña313ürTconstituya un to^o mayor,TcóiríoToson aquellas cuya presencia nu pasa inadvertida m^or que aquellas que pasan inadvertidas, dado que las primeras se aproximan a la verdad. Por ello ser rico parecería un bien mayor que pa- recerlo. Y lo que es muy querido, porque es lo único que al­gunos tienen, mientras que los demás tienen más. Por eso la magnitud del daño no es igual si se le saca un ojo a un tuerto que si se le saca a quien tiene dos *'*, pues el primero se ve privado de algo muy preciado.

Con esto queda más o menos dicho a partir de qué pre­misas se aportan los argumentos para exhortar o disuadir.

9 2 RETÓ RICA

Capítulo VIII

í ¿o más importante y decisivo de todo para poder persua­dir y aconsejar correctamente es conocer todas las for­mas de gobierno y distinguir los usos, normas y ventajas de cada u i^ Pues todos se dejan convencer por lo que les es ventajoso, y la salvación de la ciudad es ventajosa. Ade­más es soberana la decisión de una autoridad, y las for-

88. Cf. Demóstenes24.140s.

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mas de ejercer la soberanía son diferentes según las formas de gobierno, ya que hay tantas formas de ejercer la soberanía como formas de gobierno.

Las formas de gobierno son cuatro: democracia, oli­garquía, aristocracia y monarquía, de suerte que la sobe­ranía y la capacidad de jU2gár pertenecen a una parte o al conjunto de ellasl^ democracia es la forma de gobierno en que los cargos se asignan por sorteo, la oligarquía, aquella en que se asignan por los bienes, y aristocra­cia, aquella en que se asignan de acuerdo con la disciplina (y le llamo «disciplina» a la establecida por la ley), pues son los que observan las leyes quienes ejercen los cargos en una aristocracia, dado que es forzoso que sean éstos quienes aparezcan como los mejores; de ahí le viene el nombre. En cuanto a la monarquía, de acuerdo con su nombre, es aquella forma de gobierno en la que uno solo ostenta la soberanía sobre todos los demás.|Si se ejerce de acuerdo con alguna normativa, es un reino; si se ejerce sin limitaciones, una tiranía. No debemos pasar por alto el fin de cada una de estas formas de gobierno, pues se eli­ge de acuerdo con un fm.|El fin de la democracia es la li­bertad; el de la oligarquía, la riqueza; el de la aristocracia, la disciplina y la legalidad; el de la tiranía, la custod^®®. Por lo tanto resulta evidente que debemos distinguir los usos, normas y ventajas de cada una de acuerdo con su

89. No se explícita si se trata de la custodia de la ciudad o de la Je¡ pro­pio tirano. Los traductores han optado por una o por otra, r.cfiero de­jarlo en la r.-.isma ambigüedad del texto original. Falta la referencia al fin de la monarquía, bien porque se encontraba en el texto original y se ha perdido en el transcurso de la transmisión, bien porque Aristóteles identificabael fin de la tiranía con el de la monarquía, bien, como anota Tovar ad loe., porque el Estagirita prefiere no hacer comentarios sobre la monarquía en un momento especialmente deliraHn de las relaciones de Aleñas i_on la inunarquía macedonia.

LIBRO l,« 93

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fin, habida cuenta de que se elige sobre la perspectiva de un fin. Además, dado que los argumentos no sólo se deri­van del razonamiento demostrativo, sino también del éti­co (ya que damos crédito al que habla sobre la base de que parece ser de una determinada manera, es decir, caso de que parezca bueno, benévolo o ambas cosas), seiía nece­sario que conociéramos los hábitos de cada forma de go­bierno, pues es forzoso que los hábitos de cada una sean lo más convincente para cada una. Y se conocerán por los mismos medios por los que se conocen los hábitos indi­viduales, pues los hábitos se ponen de manifiesto de acuerdo con la intención, y la intención pone sus miras en un fin.

Por consiguiente, queda dicho a qué términos, inme­diatos o futuros, han de tende^uienes persuaden y a partir de qué premisas deben tomar sus argumentos acerca de lo conveniente y, asimismo, por qué medios y de qué forma podemos lograr un conocimiento cumpli­do de las cualidades morales y normas referidas a la for­ma de gobiern^Todo ello en los términos adecuados a la presente oportunidad, ya que en la Política quedó ex­puesto con mayor pormenor®”.

O J R ETÓ RICA

Capítulo IX

Hablemos a continuación de la excelencia, de la maldad, ^e lo noble y de lo vergonzoso. Pues éstos son los objeti­vos del que alaba y del que reprueby Y se dará el caso de que, al tiempo que tratamos de efloTse pondrá de mani­fiesto a partir de qué bases tomamos conciencia de que

90, La Política dedica a esta cuestión los Libros III y IV.

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somos de una determinada manera en lo que se refiere a nuestros hábitos, esto es, lo que era el segundo argumen­to®'. Pues es con esos mismos procedimientos como po­demos ganar la confianza de la gente sobre nuestra propia excelencia y sobre la de otro, y como se da muchas veces el caso de que, tanto en serio como sin seriedad, encomia­mos no sólo a un hombre o a un dios sino también a seres inanimados o al primer animal que se nos venga a las mientes® , de igual modo se han de escoger también las premisas acerca de estos temas. Por consiguiente, ha- blemos de ellos, aunque sea a manera de ilustración.

^ noble^ u es, lo que, a más de ser preferible por sí mismo, pueda ser digno de elogio, o lo que, a más de ser bueno, pueda resultar placentero, en tanto que bueno. Y si realmente esto es lo noble, es forzoso que la excelencia sea noble, pues, a más de ser buena, es digna de elogio. Y la excelencia es, según parece, la capacidad de generar bienes y de conservarlos, y una capacidad creadora de múltiples y grandes beneficios, de toda clase y referidos a todo.

Son componentes de la excelencia la justicia, la valen­tía, la moderación J a magnifi.cencia, Ja magnanimidad, la liberalidad, la afabilidad, la sensatez, la sabiduría;^ forzoso que las mayqres excelencias sean las más benefi­ciosas para los denró^si es que la excelencia es una capa-

LIBRO 1,9 95

91. Cf.l356a2ss.92. En los discursos de exhibición era relativamente frecuente utilizar animales como tema de un encomio. Isócrates, Elogio de Helena 12, nos habla de los oradores que han elogiado a los mosquitos y las sales; Pla­tón, Banquete 177b, también se refiere al elogio de la sal; los intérpretes modernos están de acuerdo en que ambos se refieren al sofista Polícra- tes, de principios del iv a.C. Más tarde Luciano escribiría un Elogio de la mosca.

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cidad creadora de beneficios. Por ello es a los justos y a los valientes a los que más se honra, porque es beneficio­sa para los demás la excelencia de estos últimos en la guerra, y la de los primeros, también en la paz. Y tam­bién la liberalidad, porque quienes son liberales despre­cian lo que más ansian otros, las riquezas, y no disputan por ellas.

j ]n cúantoalalusticia] es la excelencia por la que cada uno"tiene lo suyo y de acuerdo con la norma.^Riiüilki- cia, cuándo se tiene lo aieno y contraja n orr^ Quienes practícáñSá lentTá^e^n a cabo acciones nobles en me­dio del peligro, como ordena la norma y dispuestos a ser- \ irla.vCoDardía es lo contrario . Moderación es la excelen­cia por'lá q^'sé'someten'a la norma los placeres del cuerpo. Desenfreno es lo contrario. Liberalidad es la exce­lencia de beneficiar con el dinero. Mezquindad es lo con­trario. Magnanimidad es la excelencia de hacer grandes beneficios, y magnificencia, la excelencia de llevar a cabo acciones grandes y con cuantiosos gastos; la mezquindad y la tacañería son sus contrarios. La sensatez es la excelen­cia de la inteligencia de acuerdo con la cual se pueden to­mar decisiones correctas acerca de los bienes y males an­tes mencionados en relación con la felicidad'’ .

Queda, pues, tratado de un modo suficiente para la presente oportunidad lo que se refiere a la excelencia y a la maldad en general y a sus partes. Lo demás no es difi'cil de ver, pues es evidente que es forzosamente noble cuan­to produce excelencia (pues tiende a la excelencia) y cuanto nace de la excelencia, esto es, las muestras y los productos de la excelencia. Y dado que son nobles los sig­nos y cuantas cosas son productos o efectos úc un bien, es

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9.V Cf. 1362b 10 ss.

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necesario que sean nobles cuantas cosas sean producto de la valentía o muestras de valentía o se hayan realizado valientemente, de igual modo que las justas y acciones en justicia (pero no sus efectos, pues ésta es la única excelen­cia en la que no siempre lo que se ha recibido en justicia es hermoso, sino que en el caso de! castigo es más \ ergon- zoso el recibido con justicia que el recibido injustamente), y de modo similar, con respecto a las demás excelencias. También son nobles aquellas cosas cuyo premio es la es­tima y las que acarrean más estima que dinero y cuantas cosas en las que cabe elección no se hacen en provecho propio, y las que son buenas en absoluto, cuanto se hace por la patria, con desprecio de uno mismo, las que son buenas por naturaleza, y las que lo son, pero no para uno mismo, pues estas últimas se hacen en provecho propio. O aquellas cuyos beneficios se reciben más después de muerto que durante la vida, pues los que se reciben du­rante la vida comportan un provecho propio. O cuanto se hace en beneficio de los demás, pues le benefician menos a uno mismo, o los éxitos que favorecen a otros más que los que le favorecen a uno mismo, y lo que se hace a quie­nes nos han beneficiado, porque es lo justo, y las acciones ahruistas, porque no son para uno, y lo contrario de lo que nos da vergüenza, pues las palabras, acciones y pro­pósitos que nos dan vergüenza son vergonzosos. Como lo que, en respuesta a los versos de Alceo,

deseo decirte algo, pero el pudor me cohíbe^"',

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94. Safo 137 Voigt. El úiálogo entre Safo y Alceo es supuesto. Los dos primeros versos se han atribuido a la propia Safo, pero tampoco en eso hay acuerdo. En cualquier caso parecen antiguos. La pretendida res­puesta de Safo, con versos moralizantes, es sin duda falsa, y el diálogo

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cantó Safo

Si tu deseo fuera de cosas justas y nobles y tu lengua no pretendiera decir una cosa mala el pudor no llenaría tus ojos, sino hablarías de lo que es justo.

también noble aquello por lo que se disputa con in­quietud, pero sin temor, pues es ést el sentir propio de los bienes que atañen a la reputaci^ Y las excelencias y las acciones de los que son más importantes por natura­leza son más nobles, como por ejemplo lo son más las del varón que las de la mujer. O las más provechosas para otros que para nosotros mismos, motivo por el cual son nobles lo justo y la justicia. O vengarse de los enemigos y no capitular, pues pagar con la misma moneda es justo, y lo justo es noble, a más de que lo propio del valiente es no verse derrotado,

victoria y la estima están también entre las cosas nobles, pues aunque sean improductivas, son preferibles, v.sqn manifestaciones de una superioridad en la excelen- ci^O las cosas memorables -cuanto más lo sean, más nomes-. También son más nobles las que persisten tras ei término de la vida, las excepcionales y las que se dan er una sola persona, pues son más fácilmente recordadas. \ las posesiones improductivas, pues son más propias d( un hombre libre. También hay cosas nobles peculiare; de cada sitio y que son indicios de lo que se elogia en cadí

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refleja el afán ya antiguo de demostrar que Safo y Alceo se conocían i incluso que compartían una relación amorosa, pero no hay apoyos par sostener esta idea en los fragmentos conservados de ninguno de los do podas. Cf. la nota de H. Rodríguez Somolinos al pasaje en Poetisasgrie -15, Madrid 1994,256, n,64.

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uno; por ejemplo, en Lacedemonia es noble dejarse cre­cer el pelo, porque ello es indicio de que se trata de un hombre libre, y es que no es fácil hacer trabajos a sueldo si uno se deja crecer el pelo. Y lo es también no trabajar como obrero, pues es propio de un hombre libre no vivir dependiendo de otro.

Por otra parte, hay que tomar cualidades próximas a las que de hecho se tienen como si fueran las mismas, y eso tanto para alabar como para reprobar, como por ejemplo tomar al cauto por frío y calculador, al cándido por hombre de bien o al insensible por tranquilo, y así mejorando la imagen de cada uno a partir de cualidades afines a las que tiene; tomando, por ejemplo, al impulsivo y arrebatado por llano, al altanero por magnifícente e im­portante y a los que pecan de excesivos por poseedores de la excelencia, por ejemplo, al osado por valiente y al de­rrochador por liberal. Pues así se lo parecerá a la gente, al tiempo que se tendrá un razonamiento capcioso a partir de la causa. Pues de quien es arriesgado donde no hay ne­cesidad se esperaría que lo fuera mucho más por un mo­tivo noble, y del pródigo con cualquiera, que lo fuera más con los amigos, pues el exceso de la excelencia es hacer biei\¿ cualquiera.

]Conviene también tener en cuenta ante quiénes se hace el eíogio~pués, como decía S ó c r a t e s ^ difícil elogiar a los atenienses entre ateniensesi Hay que decú cada sitio que una determinada persona posee la cuali­dad que allí se estima, íanto si se trata de escitas o laco- nios como de filósofos. Y en general hay que equiparar lo que se estima a lo noble, pues da la impresión de que son

95. Cf. Platón, Menéxeno 235d. Véase una referencia más amplia a las palabras de Sócrates en 1415b30.

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cualidades muy próximas. Y también lo que parece apro­piado, por ejemplo si son cosas dignas de los antepasados y de las gestas ya realizadas, pues es noble y hace feliz aña­dir honores a los que ya se tienen. Incluso lo inapropiado pero para mejor y más noble, por ejemplo si en el éxito se es moderado, y en la desgracia, magnánimo, o si al hacer­se más importante se torna uno mejor y más conciliador. Tal era el sentido de la frase de Ifícrates’®:

¡Hasta dónde y de dónde!

y la del vencedor olímpico:

Antes, con un duro madero con dos cestos a los hombros

y la de Simónides;

Hila, cuyo padre, marido y hermano eran tiranos’* .

Pero como el elogio se hace de acciones y es propio de !?. persona actuar de acuerdo con un propósito, hay que intentar demostrar que aqi^l al que elogiamos ha obrado de acuerdo con un propósito, para lo cual es útil poner de manifiesto que ya lo había hecho muchas veces. Por eso

96. Ifícrates es probablemente un general ateniense que combatió con­tra Epaminondas. Nos cuenta Plutarco, Apotegmas de reyes y generales 187b, que le respondió a un tal Harmodio, descendiente del tiranicida del m ismo nombre, quien le habría insultado por su baja condición: «La historia de mi familia comienza por mí, la de la tuya acaba contigo». De I fíc.-' ’ 'es y de esta anécdota habla ya Aristóteles en 1365a28.97. Simónides, Epigr. 26a 3 Page (Fr. 85.3 Diehi), referido a Arquédica, esposa oe Hipias, el hijo de Pisístrato. El verso siguiente -que Aristóte- lo.s no cita, pero que es el significativo- dice «no elevó a la insolencia el talante de sus hijos».

¡0 0 RETÓ RICA

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•mismo hay que tomar las coincidencias y casualidades como si formaran parte de su propósito. Pues si se adu­cen muchos casos similares parecerán ser señal de exce- l^cia y de algo a propósito. lE l elogio es un discurso que pone de manifiesto la

magnitud de una excelencia^.’CóWí6Wé'pb'r ello mostrar las acciones como tales. Contribuyen a convencer todos los aspectos que las envuelven, como son la nobleza de nacimiento y la educación, pues es esperable que quienes proceden de personas de bien lo sean también, y que su modo de ser corresponda al modo en que se ha criado. También las acciones son señal de una manera de ser, porque elogiaríamos a alguien aunque no haya hecho nada especial si estuviéramos convencidos de que es ca­paz de hacerlo.

El elogio y la deliberación tienen una faceta común, pues lo que podría sugerirse en la deliberación se torna en elogio si se varía la forma de expresión. Una vez que sa­bemos lo que debe hacerse y qué cualidades hay que po­seer, para expresarlo en forma de consejos no hay más que cambiar la forma y darle la vuelta a la expresión. Por ejemplo, la frase

no hay que enorgullecerse de lo que la suerte depara,sino de lo que uno mismo consigue

dicha de esta forma puede ser un consejo, pero puede ser un elogio dicha de esta otra:

98. Comienza aquí un pasaje (que llega hasta 1368a 10, «que no se quie­re prohibir») probablemente añadido por el propio Aristóteles, pero de forma que produce algunas mconsecuencias. Kdssel secluye una serie de frases, ésas sí, interpoladas por una mano posterior, que, conse­cuentemente, no traducimos aquí.

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no se enorgullece de lo que la suerte le depara,sino de lo que él mismo consigue'*’ ,

de forma que, cuando quieras elogiar, mira qué consejo podrías dar, y cuando quieras aconsejar, mira qué podrías elogiar. La forma de expresión será la contraria, necesa­riamente, cuando lo que se quería prohibir pase a ser algo que no se quiere prohibir.

También hay que hacer uso de múltiples recursos de amplificación, por ejemplo si fue el único, el primero, uno de los pocos o el que mejor hizo algo, pues todo eso es noble, y también lo que se deriva del tiempo y de la oportunidad, en caso de que algo no fuera de esperar, o si se acertó en algo muchas veces, pues es importante y parecerá así que no es fruto de la suerte, sino conseguido por uno mismo. O si los elogios y honores se idearon e instituyeron por su causa, como ocurre con Hipóloco, ¿iquel en cuyo honor se hizo el primer e n c o m i o o con Harmodio y Aristogitón, los primeros que se ganaron una estatua en el á g o r a Y de modo semejante ocurre con los contrarios Y si no tuvieras demasiado que decir de unaj)ersona, compárala con otro^como hacía Isó- crates, por su familiaridad con eFdlscurso forense. Pero debe corn p a ra r se c nn gente fa m o sa , pues es noble y sirve para amplificar ser mejor que personas excelentes.^La amplificación se enmarca con razón en el elogio, pues consiste en una superioridad, y la superioridad es algo

/ ( ) ? RETÓ RICA

‘*9. Se trata de una frase, ligeramente modificada, de Isócrates, Evágo- 70s(n.9)45.100. Plutarco. Erótico 21, p. 767 F.101. Nos dan también esta noticia Plinio, Historia Natural 34.17, y De- móstenc^ .0.70 De esta estatua, ubra de Critias y Nesiotes, r.os ha lle- i’.ido un.i fxí-elente coola romana, conservada en el Museo de Ñapóles.

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nobk^Por eso conviene hacer comparaciones, aunque no sea con personas famosas, sino con la gente común, porque la superioridad parece ser una manifestación de la excelencia.

En general, además de las formas comunes a todos los discursos, l^nn^lificación parece Ja rnás adecuada para los de exhibición, pues versan sobre hechos reconocidos, de suerte que lo único que ha/ que hacer es investirlos de grandeza y nobleza. En cambio para los deliberativos Jo son los ejemplos, pues es augurando sobre hechos ya óalrrraos comcrdecidimos sobre el futuro. Y los entime- mas lo son para los forenses, pues la falta de claridad 3e los hechos ocurridos requiere especialmente de motivos y demostración.

Queda por lo tanto dicho sobre qué bases se asientan prácticamente todos los elogios y las censuras, así como lo que debe tenerse presente a la hora de elogiar y censu­rar y con qué elementos se configuran los encomios y los vituperios, pues conociendo los unos, es evidente que para los otros hay que hacer lo contrario, pues el vitupe­rio se forma a partir de las nociones contrarias.

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Capítulo X

Habría que traMr a continuación de la acusación y la de- TFnsa y de cuántas los razonamientos

7retP!sas y de cuáles hay que formar Son tres los aspectos que se han de

tratar: uno, la naturaleza y el número de los motivos por los que se delinque; segundo, la disposición de ánimo con que se hace, y teicero, contra quiénes y en qué situación.\ Así pues, una vez definido qué es «delinquir», continue­mos con el siguiente tema.

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Sea «delinquir» causar voluntariamente un daño con- traricTa la 1 TTa ley piíedi”seFp'articülaí S'geh'Eral. Lla­mo «particular» a la ley escrita por la cual se rigen las co­munidades y «general» a aquellas normas iio «saritas en las que parece haber acuerdo entre todos Hacemos voluntariamente lo que hacemos con conocimiento y sin coacción. No todo lo que hacemos voluntariamente se ha decidido de antemano, pero todo lo decidido de antema­no se hace con conocimiento, porque nadie ignora lo que ha decidido de antemano.

' Las razones por.ljiLaue^S£.¿ecide_lia.C££.dañ^ mal contra la ley son la maldad y el desenfrenp. Pues en caso de que algunos tengan un vicio o iríTs'Be'úno, resulta que delinquen en aquello en lo que son viciosos; por ejemplo, el avaro, con el dinero; el lujurioso, con los pla­ceres del cuerpo; el afeminado, con la molicie; el cobarde, con los peligros; el ambicioso, con los honores; el irasci­ble. por la cólera; el deseoso de victoria, por la victoria; el rencoroso, por el deso de venganza; el necio, porque ye­rra al discernir lo justo de lo injusto; el sinvergüenza, por desprecio de la opinión de la gente, y de modo similar cada uno de los demás con respecto a cada uno de los ob­jetos de sus vicios.

No obstante, lo que se refiere a estos temas está claro, en parte por lo que ya se ha dicho acerca de las excelen-

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102 Desde antiguo los griegos consideran que hay una serie de asun­tos sobre los que no es preciso legislar, en la idea de que son natural­mente aceptables o rechazables. Uno de los pasajes más famosos en que s'- ' '.■ñala esta distinción entre leyes naturales y leyes humanas es la jus­tificación de Antígona ante Creonte (Sófocles, Antígona 450 ss.), pero podrían citarse muchos más pasajes (cf. los artículo» ü ypd^niaroí; y

en F. R. Adrados y colaboradores. Diccionario Griego Espa­ñol, I, Madrid 1980).

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cias"*'*, en parte por lo que se dirá acerca de los senti­mientos Queda por decir por qué motivo se delinque, en qué disposiaón de ánimo y contra quiénes.

Distingamos, puesj^en primer lugar, a qué aspiramos y qué tratamos de evitar cuando pretendemos delinquí^ Pues es evidente que el acusador debe indagar cuántos y cuáles de estos motivos que a todos mueven a delinquir contra su prójimo se dan en su adversario. E! defensor, en cambio, debe indagar cuáles y cuántos de ellos no se dan.Y es que en todas las acciones de todos hay unas imputa­bles a quien las hace y otras que no lo son.

De las no imputables a quien las hace, unas tienen lu­gar por azar; otras, por necesidad. Y de las que se hacen por necesidad, unas por coacción; otras por naturaleza, de suerte que todas las que se hacen sin que sean imputa­bles a sus autores o son por azar, o son por naturaleza o son por coacción.

En cuanto a aquellas que se deben a quien las hace y de las que por tanto ellos mismos son responsables, unas se hacen por costumbre; otras por satisfacer un deseo. De las que se hacen por satisfacer un deseo, unas se deben a un deseo racional; otras a un deseo irracional. El primero es una elección deliberada, y la elección deliberada es de­seo de lo bueno (pues nadie desea algo más que cuando cree que es bueno). Los deseos irracionales son la cólera y la pasión. En consecuencia, todo lo que se hace se hace necesariamente por siete causas; azar, naturaleza, coac-, ción, costumbre, cálculo, cólera o pasión.

En cambio, distinguir las acciones por edad, modos de ser o cualquier otro motivo es ocioso. Pues si sucede que

103. 1366alss.104. En los once primeros capítulos del Libro II.

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los jóvenes son temperamentales o apasionados, no hacen lo que hacen por su juventud, sino por su temperamento o su pasión. Ni tampoco tienen que ver la riqueza y la po­breza. Bien es verdad que se da el caso de que los pobres, por su necesidad, desean dinero, y los ricos, por sus recur­sos, desean placeres superfluos. Pero no actúan por causa de la riqueza y de la pobreza, sino por su pasión. De modo semejante ocurre con ios justos y los injustos y los demás de quienes se dice que actúan de acuerdo con su modo de ser: lo hacen por los motivos señalados, es decir, por cálculo o por pasión; unos por hábitos y sentimientos buenos; otros, por los contrarios.

que ocurre es que se da el caso de que ciertas accio­nes son consecuentes con ciertos modos de ser, y otras, con otcQ lPues seguramente en cuestión de placeres, con quien es prudente, por ser prudente, son consecuentes de inmediato opiniones y deseos nobles, y con quien es in­disciplinado, las contrarias, de suerte que hay que dejar tales distinciones para examinar qué acciones suelen ser consecuentes con cada cualidad. Pues si uno es blanco, negro, grande o pequeño, no se ha determinado que le sea consecuente nada especial, pero sí es pertinente que se sea joven, viejo, justo o injusto. Y en general serán per­tinentes cuantas cosas vienen a ser pertinentes para la forma de ser de los hombres, como el que cree que es rico o pobre o que le va bien o le va mai. Pero de cau hablare­mos l u e g o Ah o r a hablemos primero de ¡o que aún nos queda.

Son producto del azar todos los acontecimientos cuya causa es indetenjiinadaj no suceden con un propósito ni siempre ni la mayoría de las veces ni en un orden deter-

105. En los capítulos 12 a 17 del Libro II.

I0¿ RETÓ RICA

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minado. La propia definición de azar hace evidente su aplicación a estos casos

Son en cambio Iproducto de la naturaleza aquellos cuya causa reside en'éiros mismos y suceden en un orden determinado^ya que ocurren de una determinada forma siempre o en la mayoría de los casos.

En los que sucedenjcontra lo natural, no hay ninguna necesidad de precisar ifnhuciosamente si acontecen por un motivo natural o por otra causa, pues podría conside­rarse que su causa es también el azar^

Son producto de la coacción aquellos que suceden corafa el deseo o los propósitos de quienes los hacen.|

|E s producto del hábito cuanto se hace porque se há'he- cho muchas veces.1

Se deben a cálcmo los acontecimientos que parecen ser provechosos a partir de los bienes ya mencionados cuando se hacen con vistas a un provecho, bien como un fin, bien como un medio encaminado a un fin. Lo digo porque también ios indisciplinados hacen cosas prove­chosas, pero no con vistas a un provecho, sino por placer.

Al impulso del ánimo y a la ira se deben todos los actos negativos. No es lo mismo venganza que castigo, pues el castigo lo motiva quien lo sufre, y la venganza, quien se la toma a fin de obtener satisfacción

Lo que es la ira quedará claro en el apartado dedicado a los sent imientosPor pasión se hace cuanto parece placentero. También lo habitual y lo acostumbrado se cuentan entre los placeres, pues muchas cosas que por

106. Cf. Aristóteles, Física II, cap. 5, donde se trata por extenso acerca del azar.107. 1369b8.108. En la Ética Nicomáquea 1126a21ss. hallamos la misma distinción.109. Libro II, cap. 7

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naturaleza no son placenteras se hacen con placer cu an ­do uno se acostum bra a ellas.

En consecuencia, para resum ir, todo lo que se hace por uno m ism o o es bueno o lo parece o es placentero o lo p a ­rece. Y d ad o que lo que se hace p or uño'm Tsm o'se hace voluntariam ente, y lo que no sé hace por uno m ism o se hace involuntariam ente, lo que hacem os voluntariam en­te o es bueno o lo parece o es placentero o lo parece. Pon­go tam bién entre las cosas buenas la liberación dé las co­sas m alas o que parecen m alas o el cam bio de una m ayor por otra m enor (pues es en cierto m odo preferible) y, de m od o sim ilar, p on go entre las p lacenteras la liberación de las cosas peno'^as o que lo parecen o c! cam bio de una m ayor por otra m enor.

H em os de determ inar, naturalm ente, cuántas y cuáles son las co sas beneficiosas y placenteras; cierto es que de lo beneficioso se ha hablado ya antes, en el ap artad o de­d icado a los d iscu rsos forenses hablem os pues ahora de lo placentero. Pero es preciso dar por buenas las defi­niciones con tal de que en cada cuestión no sean con fu ­sas, aunque no sean precisas.

JOS RETÓRICA

C apítu lo XI

\dm ,itam os el supuesto de que el p lacer “ ‘ es un cierto proceso del alm a y un retorno total y sensible a su form a natural de ser y que el p esar es lo con trario}. Si efectiva­mente el p lacer es esto, evidentem ente se iT p lacen tero lo

1! En el cap. 6.III. Expone aquí Aristóteles de forma resumida ideas que presenta de un modd más amplio en la Ética Nicomáquea 1126al ss.

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que produce la m encionada condición y pen oso lo que la destruye o propicia un proceso en sentido contrario . Por tanto, es necesario q u een general se^ placentero la q u e se encam in a a un estado n atural, y e specialm ente cu an d o los productos de la naturaleza r é o i ^ a h ’su p rop io esta­do. Tam bién lo son los háb itos, pues lo habitual se torna en algo ya casi natural, habida cuenta de que el háb ito es afín a la naturaleza, ya que «frecuentem ente» es algo m uy próxim o a «siem pre», y la naturaleza se refiere al «siem ­pre», y el hábito, al «frecuentem ente».

Tam bién es placentero lo que no es ob ligatorio , pues la ob ligación va contra la naturaleza, razón p o r la cual las obligaciones son algo penoso , y con razón se d i jo '

Todo quehacer obligatorio es naturalmente doloroso.

Tam bién son pen osos las preocupaciones, las p risa s y los esfuerzos, pues son ob ligatorios y forzosos, a m enos que estem os habituados, en cuyo caso el hábito lo s hace placenteros. Es placentero tod o lo contrario , razón p or la cual las d iversiones, h o lgan zas, d istracc ion es, ju ego s, descan sos y el sueño pertenecen al ám bito de lo p lacente­ro, porque n ada de eso se hace por obligación .

Tam bién es placentero todo aquello en lo que interven­ga el deseo, pues el deseo es apetencia de placer. De los de­seos, unos son irracionales; o tros tienen una p arte de ra­zón. Llam o irracionales a los que com portan un deseo sin consideración previa. Y son aquellos que se den om in an

112. Cf. Metafísica 1015a28 y Ética Eudemia 1223a31, donde se cita el mismo pasaje, atribuyéndoselo a Eveno de Paros, un autor de elegías, contemporáneo de Sócrates (recogido por Gentili y Prato en su edición de los Elegiacos como Fr. 8). En la Colección Teognídea 472 aparece el verso en forma casi idéntica.

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naturales, com o los que se orig inan en el cuerpo, por ejem plo el deseo de com ida o el deseo de cada clase de ali­m ento, y los que se refieren al gusto, al sexo y, en general, los relativos al tacto, así com o el olfato, el oído y la vista.^ Tienen una parte de razón cuantos deseos son fruto de un convencim iento, pues m uchos desean contem plar o poseer lo que previam ente han o íd o que es placentero, por lo que se han convencido de e l l ^

D am os por sentado que sentir p lacer consiste en reci­b ir una cierta im presión a través de los sentidos, a sí que, com o la im aginación es una sensación débil en quien recuerda y espera algo, debería p rodu cirse en él com o consecuencia una im agen de lo que se recuerda o espera. Si esto es así, es evidente que hay p laceres en quienes re­cuerdan o esperan, en la m edida en que hay tam bién sen­sación , de suerte que es forzoso que tod as las form as de p lacer consistan o en la percepción de lo presente o en el recuerdo de lo p asad o o en la esperan za de lo venidero,

¡37UÍ) pues lo que se espera es venidero, bien entendido que de las cosas recordables no sólo son placenteras las que fue­ron placenteras en el m om ento en que ocurrieron , sino tam bién a lgun as que no fueron p lacenteras, con tal de que luego se derivara de ellas algo noble y bueno. Por eso se dice aquello de:

Y es que es placentero, una vez a salvo, recordar las fatigas' '■*

y c iu d e :

113. De nuevo se hace alusión sumaria a una teoría que Aristóteles de­sarrolla más ampliamente en otro lugar. En este caso, en Acerca del alma 429a 1.11-}. Se trata de un fragmento de la Andrómeda, una tragedia de Eurípi­des ffV. 133 Nauck).

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Incluso con las penalidades disfruta, más tarde, al recordarlas un varón que mucho ha sufrido y mucho se ha esforzado "

El m otivo es que tam bién es p lacentero verse libre de un m al.

En cu an to g aquello jde lo. quje ten em os e sp eran za , es aquello cuya presencia evidentem ente n o s dele ita o nos produce g ran des beneficios o n o s beneficia sin p esar. Y en general todo aquello cuya presencia nos deleita ta m ­bién en la m ayoría de los caso s lo hace cuan do lo e sp e ra­m o s o lo recordam os. Por ello es placentero incluso sen ­tir cólera, com o d ijo H om ero sobre la cólera;

que mucho más dulce que la miel que destila... ‘

y es que nadie siente cólera contra quien m anifiestam ente no puede recibir el castigo, así que contra quienes n o s su ­peran m ucho en fuerza o no nos encolerizam os o lo h ace­m o s m enos.

^ a m ayoría de los deseos tam bién tienen com o con se­cuencia un cierto placer, pues al acordarse de cóm o se s a ­tisficieron o en la espera de cóm o se satisfarán se d isfru ta un cierto p lacer|U n ejem plo es el de quienes, p resa de la sed en lo s ataqu es de fiebre, d isfru tan al aco rd arse de cóm o bebieron o con la esperan za de beber. Y los en am o ­rad o s se alegran h ab lan do , escrib ien do o h acien d o de continuo algo que tenga que ver con el am ado . C o m o lo recuerdan con todo eso, les d a la im presión de que d isfru-

115. Es una referencia a Odisea 15.400, aunque el texto varía con res­pecto al que nos transmiten los manuscritos de Homero. Sobre este problema, cf. n. 82.116. litada 18.109. Ver la cita más completa en 1378b6.

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tan de su presencia. El propio principio del am or se p ro ­duce para todos cuando no só lo d isfrutan con la presen­cia del am ado , sin o que incluso ausente lo recuerdan. Y están de seguro en am orados si tam bién les invade el p e ­sar cuan do el otro no está presente. D e m od o sim ilar, tam bién las penas y lam en taciones tienen com o con se­cuencia un cierto.placer,]^ues un pesar p o r causa de la ausen cia, pero un p lacer portel recu erd ^ por ver en cierto m odo al am ad o y lo que hacía y cóm o era. Y por eso es muy verídico eso que se dijo;

Así habló y en todos ellos suscitó el deseo de llorar''

Tam bién vengarse es placentero, pues lo que es p en o ­so si no lo conseguim os, es placentero si lo conseguim os. Así, los que están fu r io so s sufren extraord inariam ente m ien tras no se han vengado, pero se gozan con la e sp e­ranza de hacerlo, lam b ién es placentero vencer, y no sólo para los gan osos de victoria, sino para todos, pues se p ro ­duce una ilusión de su p erio rid ad de la que tod o s tienen deseos de form a m ás o m enos acentuada. Y com o vencer es placentero, tam bién son p lacenteros lo s ju e g o s de com petición o los de ingenio, pues tam bién en ellos se vence a m enudo, y los de tabas, de pelota, de d ad o s y de peones. Y con los ju egos m ás im portantes ocurre de for­ma sim ilar. Pues unos se tornan m ás placenteros si se está

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1! 7. El verso aparece dos veces en Homero; en llíada 23.108 y en Odi- fCíi -t. 183. La cita se justifica en este contexto porque el llanto, en am­bos Casos, se produce por el recuerdo de un amigo desaparecido (en el pasaje de la ¡liada es Aquiles quien ha visto en sueños a su difunto amigo Patroclo; en la Odisea es Menelao quien recuerda a Odiseo, a quii n i rcc muerto'). El recuerdo de un nmigo perdido genera dolor en los presento.

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aco stu m b rado ; o tros son p lacenteros desde la prim era vez, com o la caza con perros y cualquier o tra caza, pues donde hay rivalidad, tam bién hay victoria. Por ello tam ­bién la oratoria forense y los d iscu rsos de exhibición son placenteros para qu ienes están acostu m b rado s y tienen capacidad p ara ello.

La estim a y el p restig io son de las co sas m ás placente- rasT porque producen en cad a uno la ilu sión de que es algo así com o una p erson a im p o rtante.^Y m ás cuan do lo afirm an quien es le parecen sin ceros, es decir, los p ró x i­m os m ejor que los ex trañ os, lo s a llegad o s y los con ciu­d ad an o s m e jo r que lo s de fuera, lo s con tem porán eos m ejor que la p o sterid ad , lo s sen sa to s m ejo r que los in ­sen satos y m uchos m ejor que p ocos. Pues es m ás verosí­m il que d igan la verdad los que acab am o s de m encionar que no los con trario s, pues la estim a o el p restig io que n o s atribuyen aquellos a q u ien es d esp reciam o s, com o niños o an im ales, n ada nos im porta , y si los va loram os, será p or o tro m otivo. T am bién el am igo es de las co sas p lacenteras, pues «ser am ig o » es placentero (pues nadie «es am igo del v ino» si nó d isfru ta con el v in o), y tam bién es p lacentero ser ob jeto de la am istad de otro. Pues tam ­bién en este caso se p rod u ce la ilusión de que uno es un bien, co sa que desean to d o s los que sienten. Pues ser ob jeto de la am istad de o tro es ser ob jeto de aprecio por el p rop io m érito T am bién es p lacentero ser ad m irad o sim plem ente porque s ig n 'ñ c a ser estim ado . Incluso ser adu lado y el adu lador son c o sas p lacenteras, p ues el ad u ­lad or d a la im p resió n de ser ad m irad o r y am igo . T am ­bién lo es h acer lo m ism o m uchas veces, pues q u edam os en que lo aco stu n iu rad o es p lacentero, p ero tam bién lo es cam biar, pues el cam bio sign ifica una vuelta hacia el estado n atural, ya que hacer siem pre lo m ism o produce

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una prolongación excesiva de un estado establecido. Por eso se ha dicho:

En todo el cambio es placentero ‘

Por eso tam bién es placentero lo que nos viene de tar­de en tarde, tanto personas com o acontecim ientos, pues es un cam bio de lo norm al, adem ás de porque es raro lo que se produce de tarde en tarde. A prender y adm irarse es cosa en general placentera, pues en la adm iración está im plicado el deseo de aprender y en consecuencia lo ad ­m irable es deseable, y aprender sign ifica tam bién una vuelta al estado natural.

jJTajnbién son cosas placenteras hacer un bien y ser bien 1371ÍI t r a t a c ^ p u e s ser bien tratado com porta alcanzar lo que

deseam os y hacer un bien im plica que estam os en d isp o ­sición de hacerlo y som os superiores, cosas am bas que se desean. Y dad o que es placentero hacer bien, tam bién lo es enm endar a las personas allegadas y acabar lo in acaba­do. Y com o es placentero aprender y adm irarse , es forzo­sam ente placentero tanto lo que im ita, com o ocurre con la pintura, la escultura y la poesía , com o todo lo que está bien im itado, incluso si lo que se im ita no es placentero, pues no es con esto con lo que se goza, sino que hay un ra­zonam iento del tipo «esto es aquello», y en consecuencia resulta.que se aprende. O las peripecias y salvarse por poco de riesgos, pues todo eso es adm irable.

Y com o todo lo que es conform e a la naturaleza es p la­centero y los afines son m utuam ente conform es a la natu­raleza, todo lo afín y sim ilar es generalm ente placentero, com o el hom bre p ara el hom bre, el caballo para el caba-

118. Eurípides, Oresfes 234.

3 74 RETÓRICA

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lio, el joven para el joven. De ahí los proverbios que se d i­cen, com o «cad a uno d isfru ta con los de su ed ad », « s iem ­pre se b u sca al sem ejante», «una fiera conoce a o tra» , «siem pre el g ra jo con el g ra jo» y tod o s los de ese tipo ‘Y com o to d o lo sim ilar y afi'n es agradab le , y com o cada uno siente tal afin idad especialm ente consigo m ism o, es forzoso que tod o s nos apreciem os en m ayor o m enor m e­d id a a n o so tros m ism os, pues todas las sem ejanzas y afi­n idades se dan en el m ayor grado con respecto a uno m is­m o. Y com o to d o s nos apreciam os a n o so tro s m ism o s, forzosam ente son placenteras las co sas p ropias, com o ac­ciones y p a lab ras. Por eso generalm ente nos g u stan los adu ladores, los am antes, los hon ores y los h ijo s, pues lo s h ijo s son ob ra de uno, y acabar lo in acab ado es p la­centero, pues a s í se torn a ya obra prop ia . Y d ad o que m an d ar es m uy placentero, tam bién lo es parecer co m ­petente, p ues la inteligencia es una cualidad a so c iad a con el poder. La com petencia es el conocim iento de m uchas y adm irab les co sas. M ás aun, conio en geiierdl nos gu sta ser e stim ad o s, es necesario que sea tam bién placentero corregir a lo s sem ejantes. Y tam bién tener poder. C om o lo es ocu parse en lo que uno cree ser el m ejor; com o dice el poeta se afan a cada uno

ocupando la mayor parte del díaen aquello en lo que viene a superarse a sí mismo.

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119. He preferido mantener los proverbios en la forma griega (alguno de ellos se recoge en Diogeniano 5.16 y Zeaobio 2.47, mientras que «la divinidad lleva al semejante con el semejante» se documenta ya en Odi­sea 17.218) en vez de ofrecer algunos refranes españoles del mismo tipo como «cada oveja con su pareja» o «Dios los cría y ellos se juntan».120. En este caso el poeta es Eurípides, y los versos son de otra tragedia perdida, la Anfíopa (Fr. 183Nauck). Los cita ya Platón, Gui^ias484.c.

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De form a sim ilar, d ado que tam bién form an parte de las cosas placenteras el juego y cualquier diversión, es for-

i372<j zoso que lo risible sea placentero: personas, d ichos o ac­ciones. De lo risible se ha tratado p or separado en la Poé­tica Baste con lo dicho sobre las co sas p lacenteras; las p enosas, evidentem ente, se derivarán de las contrarias.

J 1 6 RETÓRICA

C apítu lo X II

H asta aq u í lo s m otivos p o r los que se delinque. H ab le­m os ahora de-la d isp o sic ió n eii que se delinque y contra quiénes.

^Delinquen, en efecto, cuan do consideran que llevar a cabo tal acción es posible, y posible p ara ellos, sea porque p ueden hacerla sin ser descubiertos^ bien porque, au n ­que se les descubra, no van a p agar p or ella, bien porque recibirán un castigo, pero m enor que el beneficio conse­guido. M ás a d e l a n t e s e hablará de las que parecen p o ­sibles y las que parecen im posib les (pues son com unes a todo tipo de d isc u rso ) 'E ^ s que tienen m ayor propensión a pen sar que son capaces de com eter in justicia im pune­m ente son los que tienen facilidad de palabra, las p erso ­nas em prendedoras, los curtidos en m uchos procesos, los que tienen m uchos am igo s y lo s r i c ^ C o n f í a n en que pueden conseguirlo , sobre todo si personalm ente se en­cuentran entre los g ru p o s que h em os m encion ado; en caso contrario , lo creen si tienen am igo s, segu idores o

121. No se nos ha conservado el texto de esta parte de la Poética (el Li­bro 1!), que t rataba de la sátira y la comedia. Se trata precisamente del libro sobro el ijue se basa la trama de El nombre de la Roso Hp Eco.

•122. II . , .p. 1<)

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cóm plices de este tipo, pues p or m ediación de ellos pue­den actuar sin ser descu b ierto s y no su frir castigo . O bien, si son am igo s de las v íctim as de su delito o de los jueces, porque los am igo s no se precaven contra una in ­ju stic ia y prefieren llegar a un acuerdo antes de acu d ir a los tribunales, m ientras que los jueces favorecen a su s am igos, de m odo que o los absuelven del todo o les im po­nen castigos leves.'^ ^ m b ié n es tácil que queden im punes las person as in-

cóm patib les con aquello de que se les acusaría , com o el débil en caso de m alos tratos y el pobre o el feo en los de adulterioTjO los que actúan dem asiad o a las c laras y a la v ista de todos, pues no se tom an precauciones contra lo que nadie esperaría en absoluto, ni los actos que son tan enorm es y de tal condición que nadie im aginaría; contra é sto s tam poco se tom an precaciones, pues to d o s las to ­m an contra delitos hab ituales, igual que ocurre con las enferm edades, pero nadie se previene contra lo que a n a­die le pabü nunca. Lo m isniü ocurre con los que no tienen n ingún enem igo o jo s que tienen m uchos. Pues los p r i­m eros esperan que no se les acuse porque no hay preven­ción en su contra; los otros pasan inadvertidos porque no sería creíble que pudieran atacar a quienes están preveni­d os y porque pueden b asar su defensa en que no lo h abrí­an intentado. Tam bién los que d isponen de una form a sim ple de ocultar su crim en, consistente en añ agazas, lu ­gares o posib ilidades de venta. O curre igual con aquellos a quienes, aun cu an d o no pueden ocu ltar su delito, les q u eda la evitación del ju icio , un largo ap lazam iento o el so b o rn o de los jueces. Y con aquellos a quienes, aunque les alcance un castigo, les q u eda la evitación del p ago o un largo ap lazam iento , o bien si por su pobreza no tienen n ada que perder. O con aquellos delitos cuyos beneficios

LIBROI.12 1 } 7

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son evidentes, g ran des o cercanos m ientras que los casti- 71b go s son p equeñ os, in ciertos o le janos. Y con aquellos

cuyo castigo queda m uy p or debajo del beneficio, com o parecen ser la tiran ía y los delitos que im plican ganancias y cuyo castigo se lim ita al descrédito. O por el contrario con las person as cuyos crím enes les reportan un cierto elogio ; por ejem plo, si se da el caso de que venguen a un tiem po a su padre y a su m adre, com o Z en ó n ' m ientras que el castigo se reduce a una m ulta, al destierro o a algo sim ilar. Y es que se com eten delitos por am b os m otivos y en am bas d isposicion es de ánim o, aparte de que u n os y otros no corresponden a las m ism as personas, sino a p er­son as opuestas por su m odo de ser. También pueden an i­m arse quienes ya m uchas veces no han sido descubiertos o han quedado im punes. O los que han fracasado m uchas veces, pues hay m uchos que en estos asuntos, com o en la guerra, son capaces de reiniciar la lucha. O qu ienes b u s- can u n p la ^ r inm ediato a costa de un pesar a largo plazo o una ganancia insltañtánea a'cósta de un castigo a largo plazo. De esa condición son los indisciplinados, ya que su falta de control a lcan za a tod o cuanto desean . O, p o r el contrario, aquellos cuyo pesar o castigo son inm ediatos, m ientras que el p lacer y el beneficio son posterio res y m ás duraderos. Esto es lo que persiguen las personas d is­ciplinadas y los m ás inteligentes. Y aquellos a quienes les es posible hacer creer que obraron p or azar o por necesi­dad o por naturaleza o por costum bre, y, en general, que erraron, pero no delinquieron. O aquellos que pueden es­perar un trato razon able o qu ienes están necesitados (y

2 2 g RETÓRICA

123, Esta noticia es recogida como testimonio de la vida del filósofo Ze- non de Klea en la edición de Diels y Kranz 29 A 5. No obstante, no estáii .k I.i claro q u e se trate de una alusión a este discípulo de Parménides.

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hay necesitados de d o s clases, los que lo están de lo nece­sario , com o los pobres, o de lo superfluo, com o los ricos), j Tam bién aquellos que tienen un gran p re stig io y los

que están totalmente d e sp re stig iad o ^ o s prim eros, porque no se les creerá cu lpab les; los segu n d o s, p o rq u e n ad a puede em peorar su reputación.

En tales d isposiciones de án im o se em prenden los de- i i t o s ^ ^ e delinque contra las siguientes person as y cosas: contra quienes tienen aquello que nos falta, sea lo necesa­rio, lo superfluo o lo placentero. Las víctim as pueden ser lejanas o próxim as. El beneficio que producen estas últi­m as es ráp ido ; el castigo su frido p o r las prlíireras, lento, com o ocurre con los que d espo jan a los cartaginesesj'^ '’ . También contra las personas rnnfiaHac que no son cautos ni tom an precauciones, pues es fácil ocu ltarse de to d o s ellos, y contra las desid iosas, pues acud ir a los tribunales es propio de person as diligentes, y contra los tim oratos, pues nu son com bativos en asuntos de lucro, v contra los que han sid o v íctim as de m uchos sin haber acu d id o a los tribunales, com o si fueran , según dice el proverbio , «botín de m isios» y contra los que nunca lo han sido o lo han sido m uchas veces, pues n inguno de lo s d o s tom a precauciones, unos porque nunca les ha ocu rrid o , o tro s porque creen que ya no va a ocurrirles m ás. Y contra los

124. Porque Cartago se encontraba demasiado lejos de Grecia para po­der vengarse de los piratas griegos que los atacaban.125. El proverbio tiene su origen en la invasión de Misia por pueblos vecinos y ladrones durante la ausencia del legendario rey Télefo y se uti­lizaba para referirse a quien se aprovecha del que no puede defender­se. Aparece en otras fuentes, además de aquí; por ejemplo, en Estratis, Fr. 36 K.-A. (35 Ropero, donde puede hallarse referencia a otros pasajes en que se cita), en Demóstenes, Sobre la Corona 72, en los yambos de Se- mónides (Fr. 34 Adrados = ^7 West) y en la colección de proverbios de Zenobio5.15.

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que han sido calum niados o son propensos a serlo, pues ni acuden a los tribunales, por tem or a los jueces, ni pue­den convencer. A este grupo pertenecen quienes s.QHiaíiia-

1373a dos o cnvidíados. O contra aquellos contra quienes tene- moS-^«ft-pret€Xto, porque su s an tepasados, ellos o sus am igo s hicieron algún m al o están a punto de hacerlo contra nosotros m ism os, nuestros an tepasados o p erso ­nas allegadas, núes com o dice el proverbio:

la maldad sólo necesita un pretexto

Tam bién pod em o s delinquir contra enem ieosA co n - tra am igos, pues con éstos es fácil, y con aquéllos, placen­tero; y contra quienes no tienen am igos o no son hábiles para h ablar o p ara actuar. Pues no tratarán de llevarnos a los tribunales: o bu scan una avenencia o no concluyen nada. O contra aquellos a quienes no beneficia perder tiem po esperan do ju icio o com pen sación , com o ocurre con los extran jeros o los que trabajan con sus m anos porque llegan a un acuerdo p er poco y se contentan con facilidad. Y contra los que han com etido m uchos delitos o sim ilares a aquellos de los que son v íctim as, pues eso d a la im presión de que casi no es un delito cuan do se es v íctim a de algo que uno m ism o acostum b ra a com eter -h ab lo , por ejem plo, de si se m altrata a quien está aco s­tu m brad o a u ltrajar a los d e m á s- ; y contra qu ienes han obrado nial o han planeado hacerlo o lo desean o están a

12o. Diogeniano7.87.127. Los extranjeros, por tener que mantenerse en tierra extraña más ticmpi) del que preveían estar; los trabajadores manuales (se refiere j'i ¡ucipalmente a los campesinos) porque no podían permitirse el lujo di- perder días de trabajo (y por tanto, jornales) yendo y viniendo a la ciud.id.

J20 RETÓRICA

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punto de hacerlo, pues eso tiene algo de placentero y n o ­ble y casi no parece un delito. Y contra aquellos cuya d es­g rac ia ag rad ará a los am igo s, a q u ien es ad m iram o s o am am o s o a nuestros am o s o en gen eral a aq u ello s de quienes nuestra vida depende. Y contra aquellos p o r los que es posib le ganarse indulgencia. Y contra quienes ten­gam o s algún agravio o se hayan ten ido d iferen cias p re­vias, com o hizo Calipo en el asunto de D ión pues tam ­bién e sto s c a so s parecen casi no ser delito ; o contra qu ienes estab an a punto de ser v íctim a de o tro s si no lo eran nuestras, en la idea de que no era posib le p en sárse­lo, com o se dice de Enesidem o, quien envió el prem io del có tabo a Gelón, que había reducido una c iudad a esclavi­tud, porque se le había adelantado, ya que él m ism o esta­ba a punto de hacerlo O contra aquellos a quienes p o ­dem os beneficiar con acciones ju stas a costa de dañarlos antes, en la idea de que repararem os fácilm ente el dañ o cau sad o , com o decía Jasón de Tesalia que h ab ía que

128. Dión desembarcó en Siracusa en 357 para derrocar al tirano Dio­nisio, con la ayuda de un ejército de desterrados y de mercenarios que había reclutado en otras ciudades. Convertido él mismo en gobernante oligárquico, fue después asesinado por Calipo, que le había acompaña­do en la expedición a Siracusa, pero que se había convertido luego en lí­der democrático.129. El cótabo era un juego practicado en el banquete que consistía en arrojar los restos de vino de la copa sobre un blanco. Gelón fue tirano de Siracusa y Enesidemo pudo serlo de Leontino. Enesidemo, al parecer, tenía la intención de reducir a esclavitud a una ciudad y, al ver que Ge­lón se le adelantó a hacerlo, le envió irónicamente el premio del cótabo, como si hubiera hecho una jugada ganadora.130. Jasón fue tirano de la ciudad de Peras, en Tesalia, entre 385 y 370a.C. (cf. Plutarco, Preceptos políticos 24, p. 817 f. Preceptos para conser­varla salud 24, p. 135 f, donde se presenta en la forma «es necesario co­meter injusticia en las cosas pequeñas para actuar justamente en las grandes»). Este proverbio griego equivale^rosso modo al nuestro de «el fin justifica los medios».

L IBR O I.12 ' 122

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hacer algunas acciones in justas para poder realizar tam ­bién m uchas ju stas.

Tam bién uno_deliflqu£.en.aquello-ettJa.que-todos o m ucnoFsuéTen hacerlo, porque p iensa que se le p o d rá perdonárry'coHTóTque es fácil de ocultar, com o ocurre con lo que se consum e rápidam ente, com o la com ida, o lo que puede cam biarse de form a, color o m ezcla, o lo que puede esconderse en cualquier parte, com o ocurre con lo que es fácil de tran sp o rtar y de ocu ltar en poco sitio , y con las cosas que no presentan diferencias entre sí y son sim ilares a o tras m uchas que ya tenía el que com ete el de­lito. Tam bién en aquellas co sas de las que a la v íctim a le da vergüenza hablar, com o ultrajes a las m ujeres de la casa o a sí m ism o s o a su s h ijo s. O en aquellas cuya d e­nuncia le haría a uno parecer am igo de pleitos, com o ocurre con los delitos pequeñ os y fáciles de perdonar.

M ás o m en os esto es todo sobre las d isposic ion es en las que se delinque, cuáles son, contra quiénes y por qué.

¡ 2 2 RETÓ RICA

C apítu lo XIII

i73b’^ i s t in g a m o s pues los delitos de los acto s ju sto s, co m en ­zando, lo prim ero , p o r la defin ición que ya q u edó esta- blecid a P i de lo ju sto y lo in justo en relación con d o s t i­pos de leyes y d o s clases de p erso n as. Y llam o a la s d o s clases j l e ley p articu lar y general, sien d o la p articu lar la que cad a c o m u n id a d - i ia ^ te r m in a d o p arársT m ism a, bien sea no escrita-o-escrita , y la gen era l, la t jü e v a de acu erdo con la n a t u r a l e z a . p u e s existe, co sa q ü e to-

131. En el cap m132. Esta última, siempre no escrita: cf.n. 102.

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d o s en cierto m o d o ad iv in am o s, lo ju s to o in ju sto p o r n atu ra leza en gen era l, au n q u e no m edie co n se n so o p ac to m u tu o , co m o lo pone de m an ifie sto tam b ién la A ntígon a de Só focles al decir que es ju sto en terrar a Po­lin ices, au n q u e esté p roh ib ido , p orq u e es ju s to p o r n a­turaleza:

Pues no es algo de ahora ni de ayer, sino que siempre está vivo y nadie sabe desde cuando apareció ‘

com o dice tam bién Em pédocles respecto a no d ar m uerte a lo an im ado, porque no es cosa que sea ju sta p ara unos y no ju sta para otros:

sino que la ley se extiende para todos sin fisuras, por el éter de dominios anchurosos y el infinito resplandor del so l '

O lo que dice Alcidamante en el Mesciiíaco ‘En cu an to .a quiéftes.afecta la in justic ia , se define de

d o s m aneras, ya que lo que debe hacerse o no debe hacer-

133. Sófocles, Antígona 456 ss., aunque con una ligera v?.r'ante en el texto. Antígona se dirige a Creonte, quien ha prohibido que se cntierre a Polinices, como enemigo de la ciudad. Antígona reclama, como herma­na de Polinices, su derecho a enterrarlo, que está por encima de cual­quier decreto, y se remite a las "Ipves no escritas», inmutables y eternas, contra las que no cabe legislar.134. Empédocles, Fr. 121 Wright, B 135 Diels-Kranz. La prohibición de dar muerte a lo animado se basaba en la idea de que las almas reencar­nan tanto en personas como en animales.135. Aristóteles se limita a hacer referencia al pasaje, sin reproducir las palabras de este orador, discípulo de Gorgias. Un escolio nos refiere el contenido del texto aludido, que pertenecía aun discurso ficticio, ejer- í-'i-io escolar (n. VI, Fr. 1,11,154 iiaiier-Sauppe); «libres nos dejó a todos la divinidad; a nadie la naturaleza lo hizo esclavo».

UBROM3 , 123

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se se define bien con respecto a la cnm iinidad. bien con respecto a un m iem bro de la com unidad, razón p or la cual tam bién respecto a los delitos y los actos ju sto s cabe d elinquir y actuar con ju stic ia de d o s m aneras; o bien contra una persona definida, o bien contra la com unidad, pues quien adultera y golpea delinque contra una p erso ­na defin ida, pero quien evita el servicio m iliar lo hace contra la comunidad. Una vez que hemos dividido todos los delitos entre los com etidos contra la com unidad y los co ­m etidos contra una persona o varias, recapitulem os para decir qué es ser víctim a de un delito.

^Efectivamente ser víctim a de un delito es su frir in ju s­ticia p o r quien delinque voluntariam ente, pues antes quedó definido que un delito ha de ser intencion a f lo ^ C om o la v íctim a de un delito sufre necesariam ente un perjuicio, y un perjuicio contra su voluntad, resulta claro, según lo que precede, cuáles son los perjuicios, ya que se habló a n te s ' de los actos buenos y m alos en sí m ism os; en cuanto a los actos intencionados son los que se hacen a sa b ie n d a s ' En consecuencia, to d as las acu sacion es jud icia les tendrán relación, bien con lo público, bien con lo privado, y se referirán a quien ha actuado bien p o r d es­conocim iento e involuntaria, bien voluntariam ente y a sab iendas, y si es así, bien prem editadam ente, bien ob e­deciendo a un sentim iento. Pues bien, del im pu lso del án im o se hab lará en la parte referente a los sen tim ien ­tos ' En cuanto a qué se prefiere y en qué estado de án i­mo, ya se ha dicho antes

13(., 1 3 6 8 b 6 .

137. Hiicicap. 6.138. ('osa que también se había dicho en 1368b 10.LW . 1 n L-l 1 ^b ro I l . c a p 2 .

l io. I M 1 ibrii 1, caps. 10 tapartirde 1368b28ss.), 11 y 12.

¡24 RETÓRICA

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^M u ch as veces, incluso reconociendo que se ha co m e­tido un delito, no se está de acuerdo con su calificacióno so b re lo que im plica la calificación^ p o r e jem plo se a d ­m ite que se ha co g id o algo, pero no que se h a ro b ad o , que se ha go lp ead o prim ero , pero no m altratado , que se han tenido relaciones, pero no que se ha com etido ad u l­terio, que se ha rob ado , pero no que se ha com etid o s a ­crilegio (pu es no era algo co n sagrad o a un d io s), que ha h ab ido u su rp ac ió n de tierra, pero no de tierra del e s ta ­do o que se ha hab lado con el enem igo, pero no co m eti­do traición .

Por todo ello habría que defin ir qué es rob o , qué son m alo s trptos, qué es adu lterio , con ob je to d e q u e p o ­d am o s esclarecer qué es lo ju sto , en caso de que q u e ra ­m o s d em o strar si hay o no delito, pues lo que se d iscu te en to d o s e sto s c aso s es si son in ju sto s o m alo s o no in ­ju sto s , pues es en la in tención d on de está la m a ld ad y el delito, y n om bres co m o el de « in ju ria » o « ro b o » im p li­can en su sen tid o la in tención . En ab so lu to hay m a lo s tratos por h ab er go lpeado , a m en os que haya un p ro p ó ­sito , com o d esh o n rar al o tro o d isfru ta r de ello. N i hay en ab so luto rob o p o r haber tom ado algo furtivam en te, a m en o s que se haya hecho con án im o de p e r ju ic io y ap ro p iac ió n . Y de m o d o sem ejante ocu rre en c a so s s i ­m ilares.

Ya v im o s que hay d o s tip o s de acto s ju sto s e in ju sto s (unQs.escritas.y.Qtfos-flQ .fis«itQ s). Se ha h ab lado de los enunciados p or leyes, pero de los no escrito s hay d o s t i­pos; p o r un lado, lo s que tienen que ver con el m áx im o g rad o de excelencia y de m ald ad -so b re los que recaen cen suras o alaban zas, desprestig io s u honores y p riv ile ­gios, com o son el agradecim iento a quien hace un ben e­ficio, corresponder a favores con otros, ser servicial para

L !B R O I,l3 . 1 2 5

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los am igos y cosas por el estilo; por otro, los casos no pre­vistos por la ley particular y escrita.

N^Pues lo razonable parece ser ju sto , pero lo razona- ble e s lo jü stb q í^ ‘ « 0 ^ l ñ a r ^ ñ ^ “ll1 é )ré scn t^ "E llo ocurre a veces a sab ien das d é lo sle g is la H o re sró íra s sin ellos quererlo. Sin ellos quererlo, cuando se les ha pasad o inadvertido; a sabiendas, cuando no logran definirlo y les es forzoso hablar con generalidad de lo que sólo es ap lica­ble a la m ayoría de los casos. O tam bién en lo que no es fá­cil de definir por haber una infinitud de casos, p or e jem ­plo el tam añ o y la clase de h ierro con la que se puede herir, pues requeriría una v id a enum erarlos. En caso de que algo sea infinito, pero se requiera legislar sobre ello, es forzoso hablar en térm in os generales. En consecuen­cia, si uno le levanta la m ano a otro o lo golpea, llevando en ella un anillo de acuerdo con la ley escrita será cul­pable y com eterá un delito, pero en realidad no lo com e­te, y eso es lo razonable.

,< ^ n todo, si lo razonable es com o se ha definido, es evi­dente cuáles son las cosas razonables y cuáles no lo son, y qué personas no entran en el ám bito de lo r a z o n a b ^

Y es que entran en la consideración de razonables los actos en que puede caber indulgencia, y no pueden con-

7 2 6 RETÓRICA

141. Se trata del difícil concepto aristotélico de epieikeia, traducido a menudo por «equidad» y tratado en Ética Nicomáquea llSTaSlss . donde se aefine como lo que es justo, pero no de acuerdo con la ley, sino como corrección de la justicia legal. Consiste en la aplicación del buen sentido del juez, cuando juzga un caso particular no previsto por un pri ncipio legal general.I 12. I’ara entender el pasaje, se trata de un anillo de hierro. Si alguien le da a otro una bofetada llevando un anillo de hierro, stricto sensu lo hiere con hierro, lo que está prohibido por la ley, pero el juez no deberá aten- dcr a i:i Ict ra de la ley y por tanto no ha de considerar esta acción tan gra- fc'c como la de apuñalar.

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siderarse las faltas de igual m odo que los delitos, ni tam ­poco los c a so s de m ala suerte, pues son casos de m ala suerte los im previsibles y que no obedecen a la m aldad ; faltas, las que no son im previsibles pero tam poco ob ede­cen a la m aldad : y delitos, los que tam poco son im previsi­bles pero sí obedecen a la m aldad , pues lo que es fruto de la pasión obedece a la m aldad .

Ta m bién es razonable tener indulgencia con las debili­dades hum anas y no atender a la ley, sin o al legislador; no a lo que se dice, sino al p ropósito del leg islador; no al acto, sin o a la intención; no a la parte, sin o al todo ; no a cóm o alguien es en este m om ento, sin o a cóm o ha sido siem pre o en la m ayoría de los casos. Igualm ente, atender m ás a los bienes que se han recib ido que a los m ales, y a los beneficios que se han hecho m ás que a los que se han recibido. Y tam bién ser paciente cuando se es víctim a de un delito y preferir solucionar la cuestión m ás de palabra que de obra, así com o preferir som eterse a un arbitraje que a un ju icio , pues el arb itrado r atiende a lo razo n a­ble, y el juez, a la ley, y fue precisam ente p o r eso por lo que se llegó al hallazgo del arbitrador, para que predom ine lo razonable

Q uede pues definido en estos térm inos lo que se refie­re a lo razonable.

LIBRO 1,13 , 1 2 7

I-;:;. Del arbitraje nos habla por extenso Aristóteles, Constitución de los Atenienses, cap. 53. Los arbitradores se encargaban en primera ins­tancia de casos, y si ambas partes se conformaban con su decisión, el litigio llegaba a su tin. Pero si uno de los litigantes apelaba al tribunal de justicia, embalaban los testimonios, los alegatos y las leyes aducidas y las remitían a los tribunales, acompañadas de la sentencia del ar­bitrador. Los arbitradores debían haber cumplido los sesenta años de edad, y se les atribuían por sorteo los casos que correspondían a cada uno.

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Capítulo XIV

delito es m ayor cuanto m ayor sea la in justic ia de la que p r o c e ^ Por eso delitos m ín im os pueden ser gran d í­sim os, com o aquel del que C alístrato acu sab a a M ela- nopo porque había detraído tres m edios óbolos con­sagrado s a los constructores de un templo. Con la ju sticia ocurre lo contrario. Y es que se trata de lo que represen­tan en potencia, pues el que roba tres m edios óbolos con ­sagrado s p odría com eter cualquier delito.

La m agnitud de un delito se m ide a veces así; otras veces por el perju icio que causa, por ejem plo el que no adm ite un castigo equivalente, sino que cualquiera se queda cor­to. O lo que no tiene rem edio, p or ser difícil o im posible (rem edios son, al fin y al cabo, la pena y el castigo). Tam ­bién si el que ha sido v íctim a e in juriado se castigó a sí m ism o gravem ente, pues el causante es d igno de recibir un castigo mayor. Es el caso de Sófocles, cuando abogaba

I pur Euctcm ón porque se había degollado tras haber su fri­do un ultraje. A firm ó que no estim aría la pena com o me- no r g ue la que se im puso a sí m ism o la víctim a

tam bién m ás grave el delito si se es el único, el p r i­m ero o uno de los pocos que lo ha com etido, así com o si se com ete el m ism o m uchas veces o si se han bu scad o y hallado m edios de prevenir y castigar el delito en cues- t ió n ^ o r ejem plo, en A rgos se castiga especialm ente aquel

j 2 8 r e t ó r i c a

144. Cf. Calístrato, n. XIX, Fr. 3, II, 218 Baiter-Sauppe. Tanto Calístrato como Melanopo eran embajadores en Tebas en 371 a.C. (cf. Jenofonte, Helénicas 6.3.2 s.), pero las relaciones entre ellos eran muy tensas. Des­conocemos los detalles de esta acusación, pero en todo caso lo que está claro es que el delito es más grave porque incluye sacrilegio.145. Cf. n. IX, II, 165 Baiter-Sauppe. No tenemos datos fidedignos so­bre este episodio.

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por el que una ley se ha prom ulgado o aquellos p or los que se ha construido una prisión. Tam bién es m ayor el delito especialm ente brutal o especialm ente p rem ed itado y aquel p or el que ^ ^ t e n m ás horror que p ied ad qu ienes oyen hablar de él.<tíay tam bién oecu csos-retép icesíom o in sistir en que se han roto o tran sgred ido m uchos co m ­prom isos (com o juram entos, lo que se ha sellado con un apretón de m anos, garantías o m atrim onios entre p erso ­nas de distintas c iudades), lo que sign ifica sobreabun dan ­cia de delitosi También com eterlo donde los delincuentes son castigad o s, com o ocurre con los perju ros, ya que ¿dónde no com eterían un delito si lo hacen in cluso en el propio tribunal? Y por los m otivos que provocan m ás ver­güenza. O en caso de que se com eta contra quien nos ha beneficiado, pues se com ete un delito m ayor: porque se le trata mal y porque no se le trata bien. También los que van contra las leyes no escritas, pues es m ejor quien es ju sto sin verse ob ligado , y las leyes escritas son ob ligatorias, m ientras que las ik) escritas, no. Pero tam bién , con o tra argum entación , si se delinque contra las escritas, pues si se com eten delitos terribles por el castigo que com po r­tan, se delinquiría tam bién contra las no escritas.

C on esto queda dicho lo que se refiere al delito m ás o m enos grave.

LIBRO 1,15 ' 129

|H siguiente p a so de nuestra exposición es hacer repasar los llam ados argum entos que hem os llam ado «n o p erte­necientes a la d isc ip lin a» ''‘®, pues son p rop ios de los dis-

146. tn Libro I, cap. 2.

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cu rso s forenses^ Son cinco en núm ero: leyes, testigos, contratos, declaraciones bajo torm ento~^uram éñtós.

H ablem os, por tanló,'éri prrfniiRügar'Hel'as leves v de cóm o debe serv irse de ellas quien exhorta o d isuade y quien acu sa o defiende. Pues es evidente que, en c a s ó l e que la ley escrita sea contraria a nuestro caso, hay que re­currir a la general o a lo razonable com o m ejores elem en­tos de ju icio , pues eso es lo que sign ifica «con el m ejor cri­terio» no u tilizar a toda costa las leyes escritas. Y tam bién a que lo razonable perm anece siem pre y nunca cam bia, com o tam poco la ley general (pues es conform e a la naturaleza), m ientras que las escritas lo hacen a m e­nudo: de ah í lo que se dice en la Antígona de Sófocles, cuando ella se defiende de haber sepultado a su herm ano contra la ley de Creonte, pero no contra la no escrita:

Pues no es algo de ahora ni de ayer, sino de siempre.Y no iba yo, por hombre alguno...'‘'®

A cudirem os tam bién a que es lo ju sto , no su aparien­cia, lo que es algo verdadero y conveniente, de form a que la escrita no es ley, porque no sirve com o la ley. Y tam bién que el ju ez es com o con trastad or de m oneda, que debe d istingu ir entre la ju stic ia adulterada y ia legítim a. Y que es m ejor el varón que se sirve de las leyes no escritas y

! r Se alude al |Ui amento prestado por los miembros del jurado ate­niense. quienes se compromet!?.n a dictar su veredicto de acuerdo con '.1' le\ es, y, en los casos dudosos, de acuerdo «con el mejor criterio», es decir eon su honrado saber y entender.14S Sdfocles, Antígona 456 y 458. Aristóteles abrevia drásticamente la >. it j i nue, completa, sería «Pues no es algo de ahora ni de ayer, sino que iicnipre está vivo y nadie sabe desde cuando apareció. Y no iba yo, por hiTulire .ilnur.o, por miedo a su modo de pensar, a pagar castigo entre

• lok iliDses..) porque se trata de un texto archiconocido por sus lectores.

7 3 0 RETÓRICA

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persevera en ello que el que se sirve de las e s c r ita s jo q u i­zá que la ley es con trad ictoria con otra ley que goza de alta consideración o con sigo m ism a. Un ejem plo sería que una ley prescribe que sea válido cualquier contrato y o tra que no se hagan contratos contra la ley. O si es am b i­gua, com o para que pu eda dársele la vuelta y ver por qué cam ino se ad ap ta m ejo r a 'o ju sto o a lo conveniente y usem os de ella en tal sentido. Y si las condiciones en que se prom ulgó la ley ya no subsisten , pero sí la p rop ia ley, hay que intentar ponerlo de m anifiesto y luchar así co n ­tra la ley.

En cam bio, en caso de que la ley sea favorable al caso, hay qué 'deciF qu e lo de «con el m ejor criterio» no sirve para ju zgar contra la ley, sino para que no constituya p er­ju ic io el descon ocim ien to de lo que preceptúa la ley. Y que nadie escoge lo bueno en absoluto, sino lo que es b u e­no para él Y que no hay diferencia entre no tener y no utilizar algo. Y que er) las dem ás d isciplinas no conviene ser m ás listo que el rnédico, pues no causa tan to d añ o el error del m édico com o acostum brarse a d eso b ed ecer a quien gobierna, y que intentar ser m ás sab io que las leyes es justam ente lo que está prohibido en las leyes m ás esti­m adas. Baste con lo dicho con respecto a las leyes.T E n cuanto a lo s testigo s, pueden ser de d o s tip o s: lo s

an tiguos y los actuales. Y dentro de estos ú ltim os, los que están im plicados en los riesgos del ju icio y los que no. Les llam o «an tiguos» a los poetas y a t o d a ^ s person as no to­rias cuyos ju ic io s son bien conocidosiVpor e jem plo los atenienses usaron el testim onio de H om ero en el caso de

UBROH5 231

149. Lo que quiere decir que aunque una ley no sea «buena en absolu­to» puede ser «buena para un caso concreto». También ha de aplicarse a la ley la afirmación siguiente.

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S a lam in a ' y recientemente los de Ténedos el de Ferian ■ dro de C orinto en contra de los de Sigeo Y Cleofonte usó contre C ritias una elegía de Solón diciendo que su fam ilia era depravada ya de antiguo, pues de no ser a s í no habría escrito Solón:

Dile de mi parte a Critias el pelirrojo que le haga caso a su padre.

E sto s testigos tienen que ver con asuntos del pasad o . Para lo s ven ideros puede recurrirse a los in térpretes de o rácu lo s, com o h izo T em ístocles, en la idea de que el «m u ro de m ad era» sign ificaba que hab ía que d ar la b a ­talla p o r el m a r ' Tam bién los proverbios, com o se ha

150. Se refiere a Homero, ¡liada 2.557 ss. «Ayax traía de Salamina doce naves, y al traerlas las varó donde se hallaban las tropas atenienses». Al parecer los atenienses, y en concreto Solón, basaron en este texto sus as­piraciones sobre Salamina, contra los de Mégara. Los megarenses argü­yeron que Solón había aruutidii el segu nd o verso de su propia cosecha. La mayoría de los críticos modernos consideran que, efectivamente, se trata de una interpolación con fines políticos.151. Se refiere al arbitraje encomendado a Periandro de Corinto, hijo de Cípselo, por mitilenios y atenienses, que deseaban llegar a un acuer­do. En Heródoto 5.95 hallamos los términos de tal arbitraje, que bási­camente fueron que cada bando conservase los territorios que controla­ba, razón por la cual Sigeo quedó bajo la órbita de Atenas.152. Cf. Cleofonte, n. V, Fr. 1, II, 154 Baiter-Sauppe. El fragmento de Solón es el n. 22 Gentili-Prato (18 Adrados). El Critias mencionado por Solón era un sobrino suyo, y su padre, Drópides, era hermano del poe­ta. El Critias al que ataca Cleofonte era un nieto del otro Critias, perso­naje del diálogo platónico que lleva su nombre. Cleofonte era un acérri­mo demócrata, mientras que Critias era partidario de la oligarquía, hasta el punto de que llegaría a formar parte del gobierno de los Treinta Tiranos, durante cuyo mandato Cleofonte fue condenado a muerte y ejecutado, en 404 a.C.153. Alude al episodio narrado por Heródoto 7.141 ss. Cuando se ini­ció la invasión persa, los ateniense^ enviaron ccr.sultores al oráculo de

J 3 2 RETORICA

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dich o, so n te stim o n io s. Por e jem p lo , si se reco m ien d a no hacerse am igo de un viejo, sirve de testim on io el p ro ­verbio

nunca te portes bien con un viejo

y sobre m atar a los h ijo s a cuyos p adres se ha m atado:

¡Insensato el que, tras matar al padre, deja vivos a los h ijos!'

^ o n te stigo s ac tu a le s cu an ta s p e rso n a s n o to ria s han exp resad o a lgu n a op in ió n , p u es su s o p in io n es son p ro v ech o sas p ara q u ien es d iscu ten so b re la s m ism a s cu estio n eT jE u bu lo , p o r e jem plo , u só en lo s tr ib u n ales co n tra C a r e s l o que P lató n le h ab ía d ich o a Ar-

Delfos. La Pitia les reveló que Zeus concedería a Tritogenia (esto es, a la diosa Atenea, lo quejenía a significar que a la ciudad de Atenas) un muro de madera que supondría la bah ación de la ciudird. En la discu­sión de ios atenienses acerca del significado del oráculo intervino Te- místocles, quien interpretó que el muro de madera se refería a las naves, esto es, a que los atenienses lograrían derrotar a los persas en una bata­lla naval.154. Recogido por Diogeniano 6.61 en forma más amplia: «Nunca te portes bien con un viejo, ni con una mujer, ni con un hijo malvado ni con el perro de otro ni con un remero locuaz», y lo explica en el sentido de que uno no debe emplearse en cosas inútiles.155. Aunque acabó por convertirse en un proverbio 'e trata de un frag­mento del poema épico perdido, las Ciprias, Fr. 33 Bernabé, pioba- blemente en boca de Odiseo, que, una vez tomada Troya, recomienda matar a los niños troyanos -y en especial a Astianacte, hijo de Héctor- para evitar una futura venganza.156. Eubulo, n. XLVII, fr. 1,11,308 Baiter-Sauppe. La disputa deCares y Eubulo debe situarse en el ámbito de las disputas entre enemigos de los macedonios y conformistas, bandos a los que pertenecían, respecti- varncnte, uno y otro

LIBRO 1,15 133

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q u eb io que se h ab ía con vertido en u n a costu m bre de la c iu d ad ad m itir que se es un sin vergüenza. T am ­bién lo so n los que están im p licad o s en lo s r iesgos del ju ic io si se pone de m anifiesto que m ienten. Esto s ú lti­m o s se lim itan a se r te stigo s de s i a lgo o cu rr ió o no, si a lgo es o no, p ero no son te stigo s so b re la cu a lid ad de una acción , esto es, si es ju sta o in justa, ben efic io sa o perjudicial, co sa que sí hacen lo s a jen os al caso. Pero los m ás fided ign os son lo s an tigu os, pues son in so b o r­nables.

'A rgum entos convincentes p ara quien no tiene te sti­go s son que es n ecesario ju zgar a p artir de lo verosím il y que esto es lo que sign ifica «con el m ejor c r ite r io ^ ^ *, ya que lo verosím il no puede engañ ar a cam bio de ún so ­bo rn o , ni puede ser convicto de fa lso testim onio . En cam bio, p ara el que tiene testigos, frente al que no los tie­ne, los argum entos serán que lo verosím il no es algo que pueda som eterse a ju icio y que no harían falta los testigos si fuera suficiente la consideración de los argum en tos presentados.

L os tesjtim onios pueden referirs& a uno .nüsm o.o a la o tra parte. Y pueden referirse al caso o b ien al m od o de ser, de suerte que es evidente que nunca tenem os p o r qué carecer de un testim onio valioso, pues a falta de alguno referido al caso, sea que nos confirm e, sea contrario a la otra parte, siem pre queda alguno referido al m odo de ser, so b ré nuestra p rop ia hon radez o sobre la m aldad de la otra parte. De las dem ás d istinciones referidas al testigo

157 Según algunos autores se trata de Platón el Cómico (y así se recoge como f r. 219 Kock), pero Roberts y Tova r consideran posible que se tra­te del filósofo. Cf. Tovar ad loe. No aparece editado en la edición de Có­micos de Kassel y Austin, porque también lo consideran (''■I filósofo.158. Cf.n. 146.

J 3 4 RETÓ RICA

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(que sea am igo , en em igo o ni una cosa ni otra, y las d e­m ás p o r el estilo ) hay que b asarse en los m ism o s arg u ­m entos que d am o s a propósito de los entim em as

^E n c u a n to ^ lo s con tratos, su em pleo en lo s d iscu rso s con siste e^ñ acrecentar o d ism in u ir su im p o rtan cia , h a­cerlos fided ign os o so sp ech o so s ; Si nos favorecen, fide­d ig n o s y v á lid o s, y lo co n trario , si favorecen a la o tra parte. Pues bien, lo de hacer p asar los contratos p o r fide­d ign o s o so sp ech o so s en n ada se d iferencia del p ro ced i­m iento segu id o con lo s testigos, pues los con tratos son m ás o m en os fided ign os según sean los firm an tes o g a ­ran tes. Si el con trato es recon o cid o y n o s favorece, hay q ue en gran d ecer su im p o rtan c ia , so b re la b a se de que un contrato es una norm a privada y específica, y no es que lo s co n trato s con stituyan un a ley ob liga to ria , sin o que son las leyes las que hacen ob ligatorio s los con tratos con fo rm es a ley, y que en general, la p rop ia ley es u n a e s­pecie de con trato , de fo rm a que quien d escon fía de un contrato o lo rom pe tam bién rom pe con las leyes. A de­m ás, la m ayoría de los acuerdos, y los vo lun tario s, se h a­cen p o r m ed io de contratos, de suerte que, si se n iega su validez, se acab a con las relaciones m u tu as de lo s h o m ­bres. P o dem os p a sa r p o r alto los d em ás argu m en tos que corresp on den con éstos.

En caso de que los contratos n o s fueran co n trario s y favorecieran a la o tra parte, correspon den en prim er lu­gar los argum en tos con que se com batiría una ley con tra­ria, p u es sería ilóg ico que p en sáram o s que no hay que obedecer las leyes que no estuvieran correctam ente e sta­b lecidas, sin o que su s prom ulgadores se hubieran eq u i­v o cad o , y que fu era fo rzo so h acerlo con los con trato s.

159. Cf. Libro II, cap. 23.

LIBR O I.15 ' 735

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Y adem ás, que el juez es un árbitro de lo ju sto , de form a que no hay que atender al d o r nm fntn, s inn a lo que .es m ás justo) Y que lo ju sto no puede alterarse por engaño ni coacción (pues se funda en la naturaleza), y los contratos se hacen tam bién por quienes están engañados o coaccio­nados. A dem ás de eso h jy que observar si son contradic­torios con alguna de las leyes escritas -y entre las escritas, tanto propias com o a jen as- o de las generales, y luego si lo son con otros anteriores o posteriores, pues los p oste­riores son los válidos o bien los anteriores son los correc­tos y los posteriores son fraudulentos, según nos sea con­veniente. Y tam bién m irar el interés, p or si acaso va en contra del de los jueces, y otros detalles por el estilo, pues éstos son igualm ente obvios.

j I^ s declaraciones bajo torm ento son tam bién testim o­nios y dan la im presión de que aportan credibilidad, por­que hay en ellas una c ierta necesidad a ñ a d i ^ Tam poco es difícil ver los argum entos precisos en lo que a ellas se refiere y cuya im portancia debem os engrandecer, en caso de que nos sean fevorables, en el sentido de que son éstos los únicos testim onios veraces. En caso de que nos sean contrarias y favorables a la o tra parte, trataríam os de m i­n im izarlas, hab lan do en general sobre cualquier género de torm ento, pues no se m iente m enos cuando uno se ve coaccionado, ya sea arm ándose de valor para no decir la verdad, sea recurriendo fácilm ente a m entiras para term i­nar antes. Conviene que p od am os traer a colación com o ejem plos sucesos sim ilares que los jueces conozcan.' ^ n cuanto a los juram entos, cabe d istin gu ir cuatro ca­

sos: o se proponen y se adm iten o ninguna de las d os

160. Esdecir,seproponedeclararbajojuramento.yseaceptaquetam- bien el contrario lo haga.

J 3 Í RETÓRICA

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cosas, o una sí y otra no, y en este ú ltim o caso puede p ro ­pon erse y no adm itirse o adm itirse y no proponersé!\Y aparte de esto, si ya ha hecho un juram en to uno m ism o o el otro.

Si uno no lo propone, lo justifica porque es fácil com e­ter perjurio y porque el q u e ja ra no está ob ligado a resti­tuir, m ientras que si no jura, uno cree que lo condenarán.Y adem ás puede alegar que es preferible arriesgarse con los jueces, porque confía en ellos, pero no en la o tra parte.

Si uno no lo adm ite, en cambio, lo justifica porque el ju ­ram ento es una opción en lugar del dinero, y puede aducir que si uno fuera un sinvergüenza ya habría jurado, porque es m ejor ser un sinvergüenza por algún beneficio que por ninguno, y que ju ran do lo tendría, y no ju ran d o , no. De m odo que su negativa obedece a los principios, no al m ie­do al perjurio. Y viene a cuento la sentencia de Jenófanes:

No es igualada una demanda entre un impíoy un honiK e p iad o so '' ' ,

sin o que es a lgo así com o si un hom bre fuerte retara a uno débil a p egar o a recibir golpes.

Si i i n ^ n ^H m itp,.lQ .^tifica p o rq ue confía en s í m is­m o, aunque no en la o tra parte, e invirtiendo la sentencia de jen ófan es, hay que decir que sí es igualado que el im ­p ío p ro p o n g a el ju ram en to y que el p ia d o so ju re , y que sería terrible negarse a ello en un asunto en que se con si­dera d ign o que los jueces juzguen tras haber p restado ju ­ram ento.

Si uno lo p ro p o n e , lo ju stifica pocqae.es p ia d o so que uno qu iera confiarse a io s dioses y que la parte contraria

161. Jenófanes. Fr. 22Gentili-Prato (21 A 14Diels-Krar.;).

LIBRO I,!'; ' 1 3 7

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138 RETÓ RICA

no necesita m ás jueces, puesto que la decisión se le ofrece a él, y tam bién que es ab surdo no querer ju rar en cu estio­nes en que se considera digno que otros juren.

Com o ya está claro lo que hay que decir en cad a caso, tam bién es claro lo que hay que decir cu an d o se com b i­nan d os posib ilidades, p or ejem plo que uno quiere ad m i­tirlo pero no proponerlo o, si se propone pero no se qu ie­re adm itir, si se quiere propon er y ad m itir o si no se quiere n inguna de las d o s co sas, pues necesariam ente se tratará de una com binación de las razones que se han m encionado.

En caso de que se haya prestado antes un juram ento y sea contradictorio con el de ahora, se argum enta que no hay perjurio , pues si se delinque es vo luntariam ente, y perjurar es un delito, pero lo que se hace p or fuerza o p or engaño es involuntario, de m odo que hay que argu m en ­tar que el perjurio está en la intención, no en la lengua

En caso de que sea la otra parte la que se contradiga con un juram ento anterior, se argum enta que es capaz de todo el que no m antiene su juram ento, y que por eso tam bién se adm inistra ju stic ia después de haber hecho juram ento. Y con frases com o «¿consideran d ign o que vosotros ad m i­nistréis ju stic ia m anteniendo vuestro juram ento y ellos no lo m antienen?» y cuantas otras podría uno decir para en­grandecer.

162, Cf. Eurípides, Hipólito 612, «mi lengua ha jurado, que no mi pen­samiento». El pasaje se citará luego en Libro III, 15.

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LIBRO II

C apítu lo I

E sto es to d o , pu es, acerca de las b a se s so b re la s q u e se debe exh ortar y d isuad ir, e logiar y censurar, a cu sar y d e­fenderse, a s í com o las op in ion es y p rem isas ú tile s p a ra los argu m en tos en estos d iscu rsos. Pues lo s en tim em as se refieren a e llas y se deriv an de e lla s, en tan to q u e se enuncian en relación con cad a tipo de d iscu rso en p a r ­ticular.

Pero com o la J£ tó « c a pretende que se llegue a u n a de.- c is jó a (p u e s en las deliberaciones se decide y un ju ic io es una decisión), es necesario que no só lo se atienda a que gL argum ento sea conviaC€H te.y£dedigno, sin o a p on erse a sí m ism o ^ al juez en una d eterm inada d isp osic ión , pues tiene m uch a im portan cia p ara la p e rsu asió n , e sp ec ia l­m ente en las deliberaciones, aunque tam bién en los ju i­c io s, la ac titu d q u e m u estra e lq u e hab la^cque dé la-ina- presión a los oyentes de que se encuentra .ep determ in ada dispjQsición respectO-a ellos y ad em ás que tam bién se dé el casQ uc que elles lo estén respecto al orador. C on todü,

239

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es£ tt-b s deliberaciones donde es m ás útil que ef orador m uestre una determ in ada actitud, m ientras que en los

ju^icios lo es que el auditorio se encuentre en cierta d isp o ­sición . Puesjlos que aprecian no valoran las cosas de la m ism a m anera que los que odian, ni los que están furio-

1378(1 so s de la m ism a m an era que los que están tranquilos, sino de form a com pletam ente distinta o en diferente g ra ­do. Pues a quien aprecia a la persona som etida a ju icio le parece que no ha com etido un delito o que es pequeño, y a quien la od ia, lo contrario) Y en caso de que algo veni­dero sea placentero, a quien lo desea y tiene esperanza de ello le parecerá que va a realizarse y que será un bien, y al indiferente y al que lo lleva a m al, lo contrario.

L as cau sas d e que lo s orado res sean d ign o s de crédito- son tres, pues son las m ism as p or las que d am o s crédito

, a algu ien , fuera de los d iscu rso s de exhibición. Y son : la_ L d iscreeién , Ja - in teg r id ad y la buena-volun tad . Pues es

p o r to d as estas c au sas o p o r a lgu n a de ellas p or las que engañ an en lo que d icen o aconsejan . Pues o bien no for­m an u n a op in ión correcta p or falta de discreción o bien fo rm an u n a o p in ió n correcta y no d icen lo que p ien ­san p o r m alic ia o son d iscre to s e ín tegros, pero no tie ­nen bu en a vo luntad , p o r lo cual cabe que no aconsejen lo m ejo r a sab ien das. N o hay o tra cau sa m ás. A sí que es forzoso que el que parezca reunirías tod as se a d íg n o de

que p o d rían d ar la im presión de ser d iscreto s o im p o r­tantes, hay que to m arlo s de lo que ya se ha defin ido en relación con la s exce len c ia s '. Pues es a p artir de e so de donde p o d ríam o s d ar u n a d eterm in ada im agen de otro o de n o so tro s m ism o s. D e la b u en a vo lu n íad y de la

1 4 0 K Eiór.iC A

I. Cf. Libro I, cap. 9.

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am istad hay que h ab lar en la p arte d ed icad a a los sen ti­m ien to s '.

LY es que son los-sen tim ientos..d£Jos q u e se deriv an 4 o lo r y placer, com o la ira, la p ied ad y o tro s p o r el estilo , a sí com o su s con trario s, los que, con su s cam bio s,.a fec­tan a la s d e c is io n e s .jY ^ s n ecesario d istin g u ir en cad a un o tres con d icion es: en la ira, por e jem plo , en qué s i ­tuación se encuentran los a irad o s, contra q u ién es a c o s­tu m b ran a en colerizarse y p o r qué m o tiv o s, p u es si se d iera un a o d o s de ellas, pero no tod as, sería im posib le p rovo car la ira. De m o d o sim ilar ocu rre con los d em ás sentim ientos. A sí que, de igual m o d o que en lo an terio r­m ente expuesto hem os descrito las p rem isas, h agam o s lo m ism o en este ca so y d istin g ám o slas de la fo rm a se ­ñalada.

LIBRO 11,2 141

C apítu lo II\

Sea laXra un anhelo de ven ganza m an ifiesta , aco m p añ a­d o de pesar, provocado p or un m en osp recio m an ifiesto con tra u n o m ism o o con tra algún a llegad o , sin que el m en osprecio estuv iera ju stificad o . Si en efecto la ira es e so , es forzoso que quien se encoleriza lo h aga siem pre con u n a person a concreta, p o r e jem plo , con tra C león , p ero no contra «el h om bre» en general, y q u e le h ayan 137 hecho o se p ropon gan hacerle algo a él m ism o o a a l­gún allegado, y adem ás que sea consecuencia de la ira un cierto placer su sc itado p or la esperan za de ven garse, ya que es placentero creer que va a realizarse lo que se an sia , p ero n ad ie ansia lo que es m an ifiestam en te im p o sib le

2. Cf. Libro II, cap. 4.

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p ara él. Por ello está m uy bien d icho, respecto a la c ó le ra ’ :

que mucho más dulce que la miel que destilase acrecienta en el pecho de los varones

y es que es consecuencia de ella un cierto placer, por la ra­zón que he dicho, y tam bién porque uno le da vueltas una y otra vez a la venganza en su pensam iento, de m odo que la ilusión que entonces se le su sc ita le produce p lacer igual que las de los sueños.

Y com o el m enosprecio es la opinión sobre algo que no se considera d ign o de n ad a convertida en acto (porque consideram os d ign os de atención tanto lo m alo com o lo bueno y lo que tiende a lo uno o a lo otro, pero no estim a­m os d ign o de nada lo que no es n ad a o m uy p oco ), liay. tres form as de m enosprecio : el desprecio, la hum illación y el ultraje. Y es que el despreciativo m enosprecia (pues lo que se considera que no tiene ningún va lor es lo que se desprecia , y se m enosprecia lo que no tiene ningún valor).

Y tam bién lo hace el que hum illa, pues la hum illación es un im pedim iento a los p rop ósito s de otro, sin án im o de beneficio alguno p ara uno m ism o, sin o p ara que el otro no lo tenga. Y com o quien hum illa no espera benefi­cio alguno, m enosprecia al otro, pues es evidente que su-

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' Homero,//¡'íiíia 18.109 s., cf. Libro I, cap. 11,1370bll. Obsérvese que cii este caso y repetidas veces en adelante Aristóteles utiliza a Homero i 1)111(1 ejemplo de comportamientos generales. Las obras atribuidas ai loMKTii lueron a lo largo de toda la antigüedad fuente inagotable de pa- r.idigmas de conducta, norma educativa de los griegos y marco de re- liTciK la conocido por toda persona culta y, por lo tanto, excelente can-ii r.i p.ir.i encontrar ejemplos de actitudes humanas.

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pone que ni le puede hacer dañ o -p u e s lo tem ería en lu ­gar de m en osp rec iarlo - ni le pu ede b en efic iar en algo d ign o de m ención , pues p en saría la fo rm a de hacerlo am igo suyo.

Tam bién quien u ltraja m enosprecia, pues el u ltraje es hacer o decir aquello de lo que la v íctim a se avergüenza, sin án im o de que le o cu rra n ad a m ás que lo que le o c u ­rrió , sin o para d isfru ta r de ello. Y es que lo s que tom an represalias.no. u ltrajan , sin o castigan.^La razón del p la ­cer que sienten quienes ultrajan es que creen que al hacer daño son superiores al otro. E opeso losféV en esy los ricos son d ad o s a ultrajar, p orque creen queaLolti;ajar,^pn_su- periores. Un aspecto del u ltraje es la d esh on ra , p u es el que deshonra, m enosprecia . Y es que lo que no es d ign o de nada no gana n inguna estim ación , ni buen a ni m ala. Por eso dice Aquiles, encolerizado:

Me deshonró, pues tiene mi recompensa,tras habérmela quitado

L IBR O II,2 . 143

Como a un refugiado, sin derechos^,

com o si ésta fuera la razón de su cólera. Su po n em os que debem os ser m uy estim ado s p or quienes son in feriores a nosotros por su estirpe, su influencia, su excelencia y en general p or aquello en lo que uno es especialm ente su p e­rior, com o en dinero lo es el rico al pobre, en facilidad de palabras el o rado r al in capaz de hablar, o com o el gober-

4. Homero, ¡liada 1.356,507,2.240.5. Homeiu,//ífldu 9.648, ¡6.59.

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nante al gobernado y el que cree ser apto para m andar al que cree que sólo sirve para obedecer. Por eso se dice:

Grande es la ira de los reyes vástagos de Zeus *

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Pero también guarda su rencor para más adelante^.

Y es que se irritan a causa de su gran superioridad . Tam bién e sp eram o s el respeto de aquellos p or quienes suponem os que debem os ser bien tratados, es decir aque­llos a quienes hem os tratado o tratam os bien, o tenem os la intención o la tuv im os de hacerlo, bien uno m ism o, b ien algu ien por in stigación de uno o uno de los a lle­gados.

acuerdo con lo dicho es evidente en qué d isp o s i­ción de án im o se encoleriza la gente, contra quiénes y por qué: en cuanto a la d isposición de ánim o, cuando están apen ado s, pues quien está apenado echa de m enos algo, de m odo que si alguien es un obstáculo para algo de for­m a directa, por ejemplo, para que beba el que tiene sed, o, de no ser así, si actú a de form a contraria o no lo ayu ­da o lo iiio lesta cuando se encuentra en esta d isposición , en to d o s estos c a so s se encoleriza. Por ejem plo, quien está enferm o contra quienes son un obstáculo para curar su en ferm edad ; el pobre contra qu ienes lo son para li­brarse de la pobreza; el belicoso contra el que le estorba para com batir; el enam orado contra quienes im piden su am or, y de form a sem ejante en los dem ás casos. Pues

6. H o m e ro , í / iW íi 2 .1 9 6 .7. Homero,//mt/a 1.82; también se refiere a la ira de los reyes.

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Icjida uno abre cam in o a su prop ia cólera p o r un sen ti­m iento que su b y ace j

Tam bién si ocurre lo contrario de lo que esperábam os, pues aflige m ás lo que es m ás inesperado, de igual m odo que a legra lo m uy in esperado , en caso de que o cu rra lo que uno quiere. De acuerdo con lo dicho, son eviden­tes tam bién las estaciones, tiem pos, condiciones y edades propensas a la ira y dónde y cuándo ocurre, y que cuanto m ás se está en e stas condiciones, m ás propen so se.es.

De m od o que los que tienen esta d isposic ión de ánim o son p rop en sos a la cólera. Se encolerizan contra quienes se ríen, se b u r la n o hacen brom as a costa de ellos, pues los ultrajan. Y contra quienes les infieren d añ o s que son in­d icio de u ltraje. N ecesariam ente lo son los que no son en represalia de n ada ni beneficiosos para quien los hace. En estas con d icion es dem uestran tener la in tención de ultrajar.

T am bién se irritan con tra q u ien es h ab lan m al y d e s­precian aquello en lo que ellos m ás se ap lican , com o los que estim an en m ucho la filosofi'a, si a lguien lo hace con la filosofi'a, o lo s que se p reocu pan de su asp ecto p e rso ­nal, contra lo s que lo hacen con su asp ecto p erson al, y de m o d o sim ila r en lo d em ás. Y en m ayor m ed id a si b a ­rruntan que no poseen en abso luto o en alto g rad o o no parecen p o seer la cualidad en cuestión , pues cu an d o e s­tán ab so lu tam en te con ven cidos de d e stacar en aquello de lo que se bu rlan de ellos, no hacen caso. Y se in dignan m ás contra lo s am igo s que contra lo s que no son am igos, pues creen que es m ás ad ecu ad o recibir un buen trato de ellos que no recib irlo , lo m ism o que con lo s que a c o s­tum bran a m o stra r su estim a o su interés, en c aso de que no vuelvan a tratarlo s de igu al m o d o , p u es se sienten despreciados, porque en caso contrario , h arían lo m ism o

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que antes. Y contra los que no corresponden al buen tra ­to ni pagan con la m ism a m oneda. Y a los que hacen lo con trario que n o so tro s, si son in feriores, pues to d o s ellos d em u estran a sí desprecio , al com po rtarse lo s que se nos oponen com o si fuéram os inferiores, y los que no nos corresponden , com o si hubieran recibido favores de inferiores. Y aún n o s irr itam o s m ás contra aq uellos a quienes no v a loram os en absoluto, si nos m enosprecian , pues hem os p artido del supuesto de que la ira es con se­cuencia del m en osprecio de quienes no está ju stificad o que lo m uestren, pues lo que está ju stificado para los in ­feriores es no despreciar. Tam bién contra io s am ig o s si no nos tratan bien de p alab ra o de ob ra y todavía m ás si hacen lo contrario o si no se dan cuenta de que los nece­sitam o s, com o el P lexipo de A ntifonte, que se in d ign a con M eleagro y es que j^3,dars£..cu,ejnta® es u n a ji iu e ? ;^ <ie m en osprecio , pues no dejam os-de d arn o s cu en ta de aquello que nos in te r e sa .^ contra quienes.sje^,i^legran de n uestras d esg rac ia s y en general contra-quienes no p ierden el buen h um or en n uestras d esg rac ia s, p u es es m u estra de que son en ém igós o n o s m eiiospreeían . Y contra los que no se p reocupan de si van a aflig irnos, ra ­zón p o r la cual nos in d ign am os con tra los que n o s dan

8. Antifonte es un poeta trágico de Siracusa, del v-iv a.C. No conserva­mos de sus obras más que escasos fragmentos. Esta mención aparece recogida en los Tragicorum Graecorum Fragmenta de Snell como 55 F 1 b. E n el mito de la cacería del jabalí de Calidón, Plexipo aparecía como u n tío de Meleagro. Tras la muerte del jabalí, Meleagro le concedió la piel a Atalante, lo que provocó las iras de su tío, tras de lo cual Meleagro le dio muerte. El fragmento debía de pertenecer a la tragedia titulada M eleagro, conocida por otras fuentes. La historia la cuenta Apolodoro, Biblioteca 1.8.9. Rn el ejemplo citado, no darse cuenta Melagro de que la piel es un I rofco p r c r ia d o v que su t ío p o d ía desearlo.

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i IDKOll,:

m ala s nuevas o contra q u ien es prestan o íd o s a qu ienes h ab lan m al de n o so tro s o se fijan en n u estro s defectos, pues hacen lo m ism o que qu ienes n o s m en osprecian o q u e n u estro s enem igos, pues¿I& s-am igo¿-fcQ m paij£n. n uestras p£nas-y to d o s«e d u e le n d e su sp ro p io s^ e fe c to s . A dem ás, con tra los que n o s m en osprecian delante de cinco tipos de personas: de aquellos con los que rivaliza­m os, de los que ad m iram o s, de aquellos p o r qu ienes q u erem o s ser ad m irad o s, de qu ien es re sp etam o s o de qu ienes nos respetan. Si alguien nos m enosprecia delan ­te de ellos, nos in d ign am os m ás.

Tam bién n o s irritam os-contra quienes m enosprecian a aquellos a lo s que sería vergonzoso que no defendiéra- m os,-com o a nuestros p adres, hijoSí m ujeres a su b o r d i- n ad o s. Y con tra los que no agradecen un favor, pues el m enosprecio es particu larm ente in justificado. Y contra los que nos contestan con ironía cuando h ablam os en se­rio, porque laic£uua.esn«ie«tra<ie<lespreció. Y contra los que tratan bien a los d em ás si no lo hacen con nosotros, pues tan ibicn es m uestra de desprecio con siderar que un o no es d ign o de lo m ism o que los dem ás. Tarjibién , puedfLpxoxQ carJrritación el o jv ido , incluso de lo s n om ­bres, por insignificante que eso sea, porque el olvido p a­rece ser m u estra de m en osprecio ; y es que el=.Qlvido se 4ebe a d esp reocu pac ión , y la d esp reocu pación es una form a de m enosprecio .■ Con esto queda tratado, a un tiem po, con quiénes n o í in dign am os, en qué estado de án im o y por qué m otivos.Y es evidente que el o rado r debe m over con su palabra a sus oyentes, para d ispon erlo s a la indignación , y presen­tar a los adversarios com o culpables de aquello por lo que nos in d ign am os y poseedores de las cualidades que mué- ven a la indignación .

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Capítulo III

P.ado que calm arse es lo contrario de indignarse, com o laira.lo_es de la calm a, hay que tratar en qué <iisposie4ón de án im o están las person as en .calm a, con qu iénes la

ja iu estran y por qué se calm an. Sea pues la calm a un resta­blecim iento y un aplacam iento de la ira. Así que si nos in­d ign am os contra los que nos m enosprecian y el m en o s­precio es voluntario, es evidente que con los que no hacen nada de esto o lo hacen involuntariam ente o dan la im pre­sión de ello m antendrem os la calm a. Y tam bién con los que intentaban lo contrario de lo que hicieron y cuantos se portan de ese m odo consigo m ism os, pues parece que nadie se m enosprecia a sí m ism o, y contra los que recono­cen su falta y se arrepienten de ella, pues al considerar su ­ficiente castigo su p rop io pesar, apaciguam o s la cólera. Una m uestra de ello puede ser el castigo de los esclavos. A los que discuten y niegan su falta los castigam o s m ás, m ientras que con los que adm iten que se les castiga con razón se acaba nuestra indignación . La razón es que es una desvergüenza negar lo evidente y la desvergüenza es m enosprecio y desprecio; de hecho no nos avergonza­m os ante quienes despreciam os mucho.

También estam os en calm a ante quienes se hum illan y noxiisGuten, pues dem uestran así que reconocen ser infe­riores, dado que los inferiores temen y nadie que tem e m e­nosprecia. Incluso los perros dem uestran que la ira cesa con quienes se hum illan cuando no m uerden al que se a b a j a Y tam bién ante los que tom an en serio lo que to-

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10. I.a mayoría de los traductores y comentaristas suelen interpretar que los que se abajan o sientan son hombres, y remiten a Odisea 14.26, en que Odiseo se sienta ante los perros de Eumeo, y citan asimismo a

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m am os en serio, pues nos parece que nos tom an en serio a nosotros y no nos m enosprecian . O ante los que corres­ponden a un favor con un favor mayor, y ante los que rue­gan y suplican , pues se hum illan m ás. Y ante los que no son in su ltan tes, b u rlo n es ni d e sd e ñ o so s con n ad ie o no lo son con las personas decentes o con sus iguales.

En general, las co sas que producen calm a deben ob servarse a p artir de su s contrarios. N o nos irritam os con aquellos a los que tem em os o respetam os, pues en tal estado de án im o no sentim os ira^habida cuenta de que es im posible sentir tem or e ira a la vez. Tam poco nos in d ig­nam os o nos in dignam os m enos con los que actúan a im ­p u lso s de la ira, p u es dem uestran que no obraron por m enosprecio , ya que nadie que está in d ign ado m e n o s­precia, ten iendo en cuenta que el m en osprecio no va acom pañ ado de pesar, m ientras que la cólera sí va aco m ­pañ ada de pesar. T am poco n o s in dign am os con qu ienes nos respetan.

Los que se encuentran en una d isp o sic ió n de án im o contraria a la ira, evidentem ente están en calm a, p or ejem plo en el juego, la risa, una fiesta, la bonanza, el éx i­to, la abun dancia y, en general, ea,laialta .de pesares, en ^ l. placer que-anadie,ultraja.y£nJa^esperanza razonable.

Tam bién estam os en calm a cuando ha p asad o el tiem ­po y no estam os en el p rim er pronto, pues el tiem po hace cesar la ira. Tam bién la hace cesar una ira m ayor de otro o un castigo recibido antes de otro. Por eso d ijo bien Filó- crates, cuando alguien le preguntó por qué no se defendía ante el pueblo enfurecido:

L IB R O IU

Plinio, Historia Natural 8.40, 160. En mi opinión (más basada en el comportamiento de los perros que en el análisis de las fuentes litera­rias), Aristóteles se refiere a la actitud de un perro frente a otro.

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-Todavía no.-¿Cuándo entonces?-Cuando vea que calumnian a otro

Y es que nos q u edam o s tran qu ilo s cuando gastam os nuestra cólera contra otro. E so fue lo que le ocurrió a Er- gófilo , pues a pesar de que estaban m ás in dignados con­tra él que contra C alístenes, lo absolvieron, porque el d ía antes habían condenado a Calístenes a m uerte

Tam bién nos tran qu ilizam os ante alguien al que con ­d en an o que su fre un m al m ay or que el que le h ab ría­m o s hecho d o m in a d o s p o r la có lera , p u es n o s parece co m o si h u b iéram o s to m ad o ven gan za . O si c reem os ser cu lp ab les y h ab er rec ib id o un castig o ju sto p u es en ese caso ya no creem o s h ab er su frid o algo in m ereci­d o - y en eso con sistía la ir a - ‘ ‘‘ . Por e so se debe repren­d er p rim ero de p a la b ia , p u es de este m o d o in clu so lo s e sc lavos llevan m en os a m al su fr ir castigo . O si creem os q ue el otro no va a advertir que su fre p o r nuestra culpa y en ven gan za del ag ra v io q u e su frim os'® . Y e so está

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11. Filócrates fue un adversario político de Demóstenes. El pasaje apa­rece en n. L 11, p. 311 Baiter-Sauppe. El ejemplo interrumpe la coheren­cia de la frase, por lo que Kassel considera que todo el párrafo desde «Por eso» hasta «a otro» fue añadido por Aristóteles con posterioridad a la primera redacción.12. La expedición al Quersoneso en 362 fue comandada por Ergófilo y ('alistenes, cf. Demóstenes 19.180, Esquines 2.30. Cuduüo decidieron negociar una tregua con Perdicas de Macedonia y a r a íz de la defección

rey tracio Cotis, los atenienses se indignaron. Calístenes fue conde­nado a muerte, mientras que Ergófilo consiguió librarse a cambio de una cuantiosa multa.I Kassel, siguiendo a Vahien, secluye aquí la frase «pues la ira no se genera contra lo justo», absolutamente redundante.14. C f I378a33,1378b34,1379b3,12,30.! ' K.. ...1 jjluye aquilafra.se «Pues la ira se da contra lo particular».

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claro p o r la defin ición an terio r Por tal m otivo , bien se ha escrito '^ :

Di que fue Odiseo, conquistador de ciudades,

com o si no estuviera vengado si el otro no se hubiera per­catado de quién lo hacía y por qué. D e suerte que ni nos enfurecem os con otros si no se dan cuenta de ello ni si e s­tán ya m uertos, en la idea de que han recibido el castigo m ás extrem o y no pueden padecer ni enterarse, que es lo que desean quienes están en furecidos. Por eso tiene ra ­zón el poeta, refiriéndose a Héctor, cuando quiere calm ar la cólera de Aquiles ante su cadáver

Es tierra insensible lo que ultraja, enfurecido.

A sí que es evidente que quien desee su sc itar la calm a ha de elegir entre estos recursos y p resen tar a aq uellos que suscitan iras com o tem ibles, d ign os de respeto, bene­factores, causantes involuntarios o arrepentidos de lo que han hecho.

LIBRO 11,4 151

C apítu lo IV

H abkm QS axontinuación de las person as a las que se am a y «e-od ia y de los m otivos p ara ello, tra s h aber d efin ido

16. Se refiere a la dada en I378a31, según la cual la ira es un anhelo de venganza manifiesta. Si deja de ser manifiesta, no satisface la ira.17. Homero, Odisea 9.504. Odiseo, tras haber cegado al Cíclope, se jac­ta de su acción y le revela su nombre.18. Homero, litada 24.54. Estas palabras aparecen en boca de Apolo, quien trata de mover a los dioses a que intervengan para que terminen los ultrajes de Aquiles al cadáver de Héctor.

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qué es la am istad y qué es am ar. §ea_pues^|ín ír'querer p ara alquien lo que stC on sid e ia i)jien o , en interés suyo, y no_en. el nuestro, y estar d ispuesto a llevarlo a_d’ecto ei^la m ed id a de n u e síra siu e rz a s . >l,3flí^Q>es el que ama-y.es. corresp on d id o en su a m o t Y creen ser am igo s los que creen encontrarse en esa d isposición m utua.

Sobre estos supuestos, es forzoso que sea am igo quien com parte nuestra alegría por lo bueno y nuestro dolor en los pesares, sin otro interés que el nuestro. Y es que to ­d o s nos a legram os cuando se realiza lo que deseam os y nos aflig im os cuando ocurre lo contrario , de suerte que las penas y las alegrías son un indicio de lo que deseam os, i'anibién le son aquellos que consideran buenas o m alas

las m ism as cosas, así com o los que tienen los m ism os am igo s y los m ism os enem igos, pues necesariam ente q u erem os las m ism as co sas, a sí que quien quiere para otro lo m ism o que quiere para sí pone de m anifiesto que es am igo suyo. Tam bién querem os a los que se portan bien con n o sotros o con las p erson as que nos im p o r­tan, bien en asuntos im portantes, bien con gran interés, bien en el m om ento oportuno y p o r causa de uno m ism o. O a los nne creem os que desean hacerlo, a los am igos de los am igos y a los que am an a quienes n osotros am am os o son am ad o s por los que so m o s am ados. O tam bién a quienes tienen los m ism os enem igos que nosotros, od ian a los que o d iam o s y son o d iad o s p o r los que nos od ian , pues es evidente que tod o s ellos con sideran buen as las m ism as cosas que nosotros, de suerte que desean nuestro bioii, y eso era lo propio del a m i g o T a m b i é n aprecia- mus a quienes están en d isposición de ayudarnos, bien en asuntos de dinero, bien en aquellos de que depende nues-

■ (.1 i l i i i a i i c n z o d c l c a p . 4.

J 5 2 ^ RETÓRICA

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tra seguridad. Por eso estim am os a las personas liberales valerosas y ju stas (y suponem os que lo son quienes no v i­ven a expen sas de o tros, es decir los que viven de ejercer un oficio, entre ellos los que lo hacen de la ag ricu ltu ra y m ás que nadie los que trabajan con su s m an os). Tam bién a las personas razonables, porque no son in justas, y a los que no se ocupan de asun tos a jen os, por lo m ism o , y a aquellos de quienes querem os ser am igo s, si e llo s d e ­m uestran quererlo, es decir, a aquellas personas que son nobles p o r su excelencia, los que gozan de prestig io entre todos o entre los m ejores o entre los que ad m iram os o en ­tre los que nos adm iran .

Tam bién apreciam os a las personas con las que es p la­centero convivir o p asar el día, com o son las de buen c a ­rácter, las que no nos echan en cara n uestro s erro res ni son ariscos ni peleones (porque estos ú ltim os son to d o s com bativos y los com bativos dem uestran querer lo con ­trario que uno) y a los que son tan hábiles p ara d ar un a brom a com o para aguantarla. Pues en am b os c aso s a n i­m an d quien está a su lado a hacer lo m ism o , cap aces com o son de recibir una chanza y de hacerlas con finura.Y a los que elogian las buenas cualidades que p o seem os, especialm ente las que uno tem e no poseer. Y a los que son i aseados en su aparien cia , su in du m en taria y en to d o su m odo de vivir. Y a los que no nos echan en cara ni n u es­tros errores ni su s favores, pues en am b o s c a so s serían criticones. Y a los que no son rencorosos ni nos gu ard an sus agravios, sino son propensos a la concordia, pues cree­m os que serán con n o so tros tal com o so sp ech am o s que son p ara los dem ás. Y a los que no son m aledicentes ni e s­tán pendientes de los defectos de su p ró jim o ni de los su ­yos p rop io s, sin o de las v irtu des, pues es lo que h ace el hom bre de bien , y a io s que iio nos llevan la co n traria

LrBR O II,4 ,

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cuando estam os enfurecidos o muy em peñ ados en algo, pues eso es ser com bativos. A los que nos tom an en serio en cierta form a, com o los que nos adm iran , los que nos consideran interesantes, o se alegran de vernos, especial­m ente si lo sienten por aquello por lo que m ás deseam os ser ad m irad os o ser tom ados en serio o resultar ag rad a­bles. Tam bién apreciam os a quienes son sem ejantes a n o­so tro s o se ocupan de lo m ism o, a m enos que com pitan con n o so tro s o se ganen la v ida con lo m ism o, pues en ­tonces ocurre lo de

el alfarero por el alfarero

Y tam bién a los que tienen deseo de lo m ism o que n o­sotros, con tal de que sea posible com partirlo, porque en caso con trario el resu ltado es el m ism o que antes. Y a aquellos ante los cuales nos com portam os de form a que no nos da vergüenza hacer lo que está m al visto, con tal de que no los despreciem os, pero ante los que nos aver­güenza lo que está realm ente m a F ‘ . Y aquellos con qu ie­nes rivalizam os y en quienes querem os despertar la em u­lación , no la envidia, los querem os o d eseam os ser su s am igo s. Y a quienes ayudam os a obtener beneficios, si ello no va a resultar un m al m ayor p ara nosotros. Y a los que am an p o r igual a presentes y ausentes, razón p o r la rnal tp d o s aprecian a quienes se com po rtan así con los

J J 4 RETÓ RICA

20. La cita completa I tomada de Hesíodo, Trabajos y días 25) es «el alfa­rero por el alfarero siente inquina, y el artesano, por el artesano; el pobre 1-si.i celoso del pobre, y el aedo, del aedo».21. Se hace una distinción entre lo que está mal visto socialmcr.te, por­que se refie-e a cuestiones de cortesía, que es innecesario mantener ante l<is amigos. )■ lo que es realmente malo, esto es, lo que entra en el terreno de la moral.

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que han m uerto. Y en general a quienes son m uy am igo s de su s am igos y no les fallan, pues de los hom bres de bien am am o s especialm ente a los que lo dem uestran en la am istad. Tam bién a los que no nos vienen con d isim ulos, com o ocu rre con los que in cluso h ablan de su s p ro p io s defectos, pues se ha dicho que entre am igos no nos aver­güenza lo que está m al visto, a sí que si uno se avergüenza, no es am igo, y el que no se avergüenza, da la im presión de serlo. Y a quienes no son tem ibles sin o que nos dan án i­m o, pues nadie am a a quien teme.

Son form as de la am istad la cam aradería , la in tim idad, la fam iliaridad y otras por el estilo.

LIBRO 11,4 L i . i

n o s e n o s p i d e n y h a c e r l o s s in jQ S t e n t a c ió r , p u e s a s í s e d e -

m u e s í r a - q u e « e h a h e c h o - p o r ^ l a m i g o y - n o ^ o ix Q tr a c o s a .

En cuanto a la áriém iS ^ y elc&liO, es evidente que hay que estud iarlo s en fun ción de su s con trario s, pues favo­recen la en em istad , la ira , la h u m illación y la calum n ia. Así pues, la ita se suscita p or lo que a uno le afecta; la ene- miSitadxtanto por lo que afecta com o por lo que no afecta, pues si su p o n em o s que a lgu ien es de una d eterm in ad a m anera, p od em o s odiarlo. Y si la ira siem pre se refiere a un individuo, com o C alias o Sócrates^ el od io puede refe­rirse incluso a un género, pues al ladrón y al delator p ro ­fesional los od ia cualquiera. Y m ientras que la una puede curarse con el tiem po, el o tro es in curable; y la p rim era im pulsa a p rovocar un su frim ien to , el segu n d o , a hacer m al; y es que quien se enfurece d esea que su ira se m ani- fie&í£jDLÍ.eiitras que al q u e o d ia le d a igual, y to d as las c o ­sas que producen sufrim iento son m anifiestas, m ien tras que lo s m ayores m ales, ¿g jn ju s t ic ia y la in sensatez , so n los m enos m anifiestos. Y es que la presencia de la m ald ad no produce su frim iento. A dem ás, la ira va aco m p añ ad a

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de pesar; el od io , no. Pues el que está in dignado sufre, pero el que od ia, no. Y m ientras que hay m uchas cosas que pueden m over a p ied ad al iracundo, no hay n in gu ­na que pu eda conm over al que od ia , ya que el prim ero quiere que aquel con quien está irritado sufra en vengan­za por lo que le ha hecho; el segundo quiere que no exista.

Por lo tanto, es evidente, según lo dicho, que es posible probar que tales personas son am igos o enem igos; si no lo son, dar la im presión de que sí, y si presum en de serlo, refutarlos, y si discuten por ira o p or enem istad, llevarlos al terreno que uno prefiera. En cuanto arquátem ^ o s . a quiénes y en qué d isposic ion es de án im o, será evidente a continuación.

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Capítulo V

Sea el tem or un sufrim iento o turbación nacido de im agi- uar un nial venidei o que puede provocar desUmcciÓn o sufrim iento. Pues no tem em os todos los m ales, p or e jem ­plo ser in justos o estúpidos, sino sólo los que puedeu p ro ­ducir gran des su frim ien tos o p érd idas. Y adem ás, si no nos parece que van para largo, sino que están próx im os y a punto de ocurrir. Lo que va para largo no lo tem em os, pues todos sabem os que vam os a m orir, pero com o no v a a ser en seguida, no nos preocupam os. A sí que, si esto es el temor, forzosam ente será tem ible cuanto parezca tener una gran p osib ilid ad de d estru ir o p roducir d añ e s que conduzcan a un gran sufrim iento. Por esa razón son ta m ­bién tem ibles los indicios de esas m ism as cosas, pues son señal de que lo tem ible está próxim o. Eso es pues el p e li­gro, la proxim idad de algo tem ible. Son in dicios de p e ­ligro la enem istad y la cólera de qu ienes pueden hacer

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algo, pues m anifiestam ente lo desean, de suerte que están m uy cerca de hacerlo. Y la in justic ia , caso de que tenga esta m ism a cap ac id ad , p orque el in justo es in justo en tanto que actúa con intención. Tam bién la excelencia ve­ja d a , caso de que alguien tenga la cap ac id ad de hacerlo, pues es claro que cuando es vejada, se tenía la intención, y de hecho se tiene la capacidad . Y el m ism o tem or existe con respecto a lo s que pueden hacer algo, pues fo rzo sa­mente quien está en d isposic ión de hacerlo está p rep ara­do para ello. Y com o la m ayoría de la gente es bastan te m ala, es presa de la cod icia y se acob arda en los riesgos, generalm ente es ternible el que está a m erced de otro, y en consecuencia, es de tem er que los que están enterados de que h em os hecho algo m alo nos denuncien o nos ab an ­donen. Tam bién son tem ibles los que pueden com eter un delito para quienes pueden ser su s víctim as, ya que en ge­neral las person as son in justas cuando pueden. Tam bién lo son los que han sido v íctim as de un delito o creen h a­berlo sido , pues están .siempre acechando su o p o rtu n i­dad. Son asim ism o tem ibles los que ya los han com etido, si tienen la cap ac id ad , p o r tem or a recib ir un p ago p or ellos, pues d áb am o s p o r supuesto que tam bién era te­m ible u n a cosa así. Tam bién los que luchan por las m is­m as c o sas que n o so tro s, sin que sea posib le que am b o s las d isfru tem os a la vez, pues con tales personas la lucha nunca se acaba. Son igualm ente tem ibles los que son m ás p od eroso s que n osotros, pues si perjudican a quienes son m ás p od eroso s, con m ayor razón podrían perjudicarnos a n o sotros. Y aq u ello s a qu ienes tem en io s que son m ás p o d eroso s que nosotros, por el m ism o m otivo. Tam bién qu ienes se han lib rado de p erso n as m ás p o d ero sa s que

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2 2 . C f . 1 3 8 2 a 3 4 .

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nosotros y los que atacan a personas m ás débiles que n o­sotros, pues o bien son tem ibles ya de por sí o lo son por haber acrecentado su poder. En cuanto a aquellos con quienes hem os sido in justos o de los que som os enem igos o adversarios, no son tan de tem er los irascibles y d esca­rados com o los tranquilos, irónicos o m aliciosos, pues si están a punto de actuar no lo m anifiestan , de suerte que nunca dem uestran que lo dejan para m ás adelante.

Todo lo que es tem ible lo es m ás aún en los caso s en que un error no puede corregirse, sino que o es totalm en­te im posible o no depende de nosotros, sino de nuestros contrarios. Y las cosas que no tienen rem edio o no lo tie­nen fácil. H ablando en térm in os generales, es terrible cuanto da lástim a cuando le ocurre a otro o está en trance de ocurrirle.

Tales son , pues, las co sas tem ibles y, p o r así decirlo, prácticam ente las que m ás tem em os. H ablem os ahora de en qué situación de án im o tem em os. Si efectivam ente el tem or va acom pañado de una cierta sospech a de que se va a su frir algo destructivo, es evidente que no tiene m ie­do n inguno de los que creen que no va a pasarles nada, ni tem em os lo que creem os que no va a o cu rr im o s ni a las personas de quienes no esp eram os que nos hagan nada, ni cuando no lo creem os. Por tanto forzosam ente tem e­m os quienes creem os que puede o cu rr im o s algo, a aque­llos de quienes nos esperam os algo, lo que nos esperam os y cuando lo hacem os. N o esperan que les pase algo ni quienes se encuentran en una gran prosperidad o así se lo parece (razón por la cual son altaneros, despreciativos y osado s, características éstas que generan la riqueza, la fuerza, el tener m uchos am igo s y el poder) n i qu ienes creen que ya han padecido todos los sufrim ientos m ás te­rribles, por lo que el futuro les d e ja frío s, com o ocurre

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con qu ienes han su frido un ap a le am ie n to - ', p u es p ara que tengam os m iedo se requiere que quede u n a c ierta e s­peranza de salvación por la que sentim os an s ied ad . Una prueba: el4£I|íÍD£*daIügatA,deriberacíones,.riiieiitras que n ad ie^e lib era sobre situacion es-desesperadas, d e jn a n e — ra que, cu an do sea m eior a su starlo s, d .ebem os p o n erlo s en la s ituación de que está en trance de o c u rr ir le s algo , pUÉSigS. o cu rrió a o tros m ás p o d ero so s q u e .e llo s , y d e­m ostrarles que a su s iguales les ocurre o le s h a o cu rr id o y p o tc a u s a de qu ienes no lo esperaban l a q u e n o e sp era- baa^-cuan do no lo esperaban .

Una vez que ha quedado aclarado qué es el tem or, qué cosas son tem ibles y en qué d isposición de esp íritu tem e­m os, es evidente a partir de ello qué es ten eF én im o, con qué nos sen tim os an im osos y en qué d isp o sic ió n de e sp í­ritu nos sen tim os an im osos, pues e lá n im o es lo contra- r i a d gl tem or, com o lo que sirve para an im ar lo es de lo te­m ible, de suerte que seixaía-d& una esperanza-co»4«-qtre nos im agin am os que los m edios de sa lvación están p ró ­xim os,): que no hay cosas tem ibles o n o s^ io n ie ia iu s . S ir­ven p ara an im arn os las co sas terribles que están le jan as y las sa lvado ras que están próx im as. Y q u e haya m edios p ara corregir los errores y recursos abun dantes o gran des o la s d o s co sas; no h aber sid o v íctim as ni au to res de un delito, y que no ten gam os rivales en ab so lu to o q u e los que tengam os carezcan de p oder o, en c aso de que lo ten­gan , sean am igo s nuestros, nos hayan tratad o bien o h a­yan sido bien tratad os p or n o so tro s, o que aq u e llo s que com parten nuestros intereses sean m ás, m ás p o d ero so s o las d os cosas.

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23. Se trata de un apaleamiento como castigo judicial. Era un castigo muy violento y podía llegar a acabar con la vida del condenado.

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an im osos quienes se encuentran en las siguientes U ispasiciones-de esp íritu ; si cieen que m uchas co sas les han salido bien y no han su frido reveses o si m uchas ve­ces han afrontado situaciones terribles y han conseguido librarse de ellas. Y es que las personas pueden ser im pasi- blcs por dos m otivos, porque no han pasádcruná prueba o porque han d ispuesto de recursos, com o ocurre con los peligros del m ar: ven el porvenir con án im o tanto los que no han pasad o una tem pestad com o los que tienen recur­sos, p or su experiencia.

Lo m ism o o cu rre con lo que no es tem ib le p a ra lo s que son sem ejan tes a n o so tro s ni p a ra lo s in feriores ni p ara aq u e llo s a q u ien es n o s c reem o s su p erio res. Y lo c reem os cu an do ya los hem os su p erad o a ellos m ism o s, a q u ien es son su p erio res a ellos o a p e rso n a s se m e ja n ­tes a ellos.

A sim ism o p asa con qu ienes creen que d isp on en de ni;ís \ cn taias y m ayores con las que se hacen tem ibles, com o son la abundancia de dinero, de person as, de am i­gos, de tierra y de recursos para la guerra, de tod as o en m ayor cantidad. Y si no se ha com etido un delito contra nadie o no se ha com etido contra m uchos o contra aq u e­llo s a qu ienes tem em os. Y cu an do se haya sid o v íctim a de un delito y, en general, si se está en buen a d isposición con lo s d io se s, especialm ente respecto a su s in d ic ios y orácu los, pues la ira nos vuelve an im o so s, y no h aber co­m etido un delito y ser v íctim a de él p rovoca la ira, m ien ­tras que se supon e que lo d iv in o auxilia a qu ienes son v íctim as de la in justicia . Y cu an do , a l em pren der algo, p en sam os que no nos va a p asar n ada o que vam os a salir con bien.

H asta aqu í lo dicho sobre las c o sas que producen te­m or o dan ánim o.

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C apítu lo VI

Qué nos avergüenza y qué produce desvergüenza, a s í com o ante quiénes y en qué situación de ánim o, quedará claro a p artir de lo siguiente: sea la vergüenza un cierto sufrim iento y perturbación respecto a defectos presentes, pasad os o venideros que parecen conducir al descrédito , m ientras que la desvergüenza sería un cierto m en ospre­cio e indiferencia respecto a eso s m ism os. Por tanto, si la vergüenza es com o acab am o s de definirla, es n ecesario que nos avergoncem os p or tod o s los defectos que p are ­cen seT u ñ desdoro , b ie ifp á ra iió sb tfo s m ism o s, b ien para quienes nos im portan. En este gru p o se incluyen to­das las acciones fruto de algún defecto, por ejem plo a rro ­jar el escudo y huir, que es fruto de la cobardía, com o no devolver un depósito lo es de la in justicia o tener relacio­nes sexuales con quienes no se debe o donde o cu an do no se debe, de la intem perancia; o beneficiarse de co sas m ez- quinas o vergonzosas o de personas indefensas, com o los pobres o los m uertos (de donde viene el proverbio «sacar algo incluso de un cadáver» lo es de la rapacidad o de la ruindad.

Tam bién avergüenza, en asuntos de dinero, no auxiliar cuando se puede o m enos de lo que se puede o acep tar auxilio de quienes tienen m enos recursos, tom ar a p rés­tam o cuando va a parecer que se pide, pedir cuan do va a parecer que se reclam a un pago o reclam ar un p ago cuan ­do va a parecer que se pide, alabar algo para que parezca que ie p ide, sin ce jar cuan do no se consigue, p u es todo ello es indicio de m ezquindad , igual que e logiar a las p er­so n as en su presen cia lo es de adulación ; lo m ism o hay

24. Diogeniano, 5.84.

LIBRO 11,6 ¡61

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que decir de alabar en exceso las virtudes y paliar los de­fectos, hacer exagerados extrem os de dolor p or el dolor de una persona presente y tod as las acciones por el estilo, pues son indicios de adulación.

Es igualm ente vergon zoso no sop ortar fatigas so p o r­tadas por personas de m ás edad, acostum bradas a la vida fácil, m ás ricas o en general m enos capaces que nosotros, pues todo ello es señal de m olicie. O aceptar favores de otro, incluso m uchas veces, y criticar el favor que nos ha hecho, pues todo ello es señal de pobreza de esp íritu y de bajeza; igualm ente h ab lar continuam ente de uno m ism o y pregonarse y atribuirse los m éritos de otro, pues eso es señal de jactancia.

De m odo sem ejante, dan vergüenza los actos o señales de cada uno de los defectos de carácter, o los sem ejantes, pues son feos y vergonzosos, y adem ás de eso, no participar en las acciones h o n ro sas en las que p artic ip an to d o s, o to d o s los que son sem ejan tes a n o sotros, o la m ayoría . L lam o «sem ejan tes a n o so tro s» a los de un m ism o p u e­blo, a los con ciu dadan os, a los de nuestra edad , a los parientes y a los que están en general en situ ación de igualdad con nosotros, pues es ya vergonzoso, por e jem ­plo, no p artic ip ar en la educación en la m ism a m ed id a que ellos, y algo sem ejante ocurre con lo dem ás.

La vergüenza se acentúa si da la im presión de que te ­nem os la culpa de todo lo dicho, pues parece que tales a c ­tos están m ás m otivados en un vicio si uno m ism o es c au ­sante de que hayan ocu rrido o de que estén ocurrien do o de que estén en trance de ocurrir.

Nos avergonzam os cuando nos ocurren, nos han o c u ­rrido o van a o cu rr im o s cosas que m ueven al descrédito y a críticas, com o ser ob jeto de u ltraje, e igualm ente lo s actos voluntarios o involuntarios que llevan a la in d is­

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ciplina (y son involuntarios los que se deben a coacción ), pues la persisten cia en ellos o no defenderse de e llo s es producto de la falta de hom bría y la cobardía. E stas accio­nes y otras del m ism o tipo son las que nos d an vergüen ­za. Pero com o la vergüenza consiste en im aginar algo que concierne al desprestig io , y p o r el d esprestig io m ism o, pero no por lo que de él se deriva, y com o nadie se p reo ­cupa del prestigio m ás que p or m ediación de quienes van a op in ar de él, forzosam ente nos avergonzarem os ante aquellos a quienes tenem os en cuenta. Tenem os en cu en ­ta a quienes nos adm iran , a quienes ad m iram os y a aq u e­llos p or q u ien es querem os ser ad m irad o s, con q u ien es com petim os y a aquellos cuya op in ión no despreciam os. D eseam os que nos adm iren y ad m iram os a aquellos que poseen algún bien de los estim ables o a aquellos de q u ie­nes depende algo de lo que precisam ente ten em os gran necesidad, com o ocurre son los que se enam oran. C o m ­p etim os con quienes son sem ejan tes a n o so tros. Y nos preocupam os de la opinión de las personas d iscretas, en tanto que son sin ceras, com o ocu rre con las p e rso n as m ayores o in stru idas.

Tam bién n o s da vergüen za lo que está a la v ista o es m ás m anifiesto, de ahí el proverbio

la vergüenza es lo que entra por los ojos

l,IRROII,6 "163

25. Cf. ya Eurípides, Cresfontes, Fr. 457 N - 75 Au. (cf. A. Harder, Eurí­pides Kresphontes and Archetaos, Leiden 1985, p. 45 y comentario en pp. 118 s.; C. Collard, M. J. Cropp y K. H. Lee, Eurípides. Selected Frag- menfar^P/íj/s, I, Warminster 1995, 134-5ycom. en p. 146): «La ver­güenza nace en los ojos, hijo». Cf. también App.'ProuA. 10. Hay que en­tender aquí «vergüenza» no tanto como el sentimiento que se experimenta por algo que se h'’ hecho, sino cnmo el impuko inhibidor que nos lleva a evitar determinadas acciones.

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Por eso nos da m ás vergüenza de quienes van a estar m ás tiem po con nosotros o nos prestan atención porque en am b o s caso s e stam os ante su s o jos. Y tam bién de aquellos a quienes no se les pueden reprocharlos m ism os defectos que a nosotros, pues es evidente que serán con­trarios a ellos, y ante los que no son indulgentes con quie­nes les parece que yerran. Y es que se dice que uno no se in dign a con el p ró jim o p o r lo que uno m ism o hace, así que es evidente que se indigna por lo que no hace. Y ante los d ad o s a propalar chism es, pues no hay ninguna dife­rencia entre no creer que algo es m alo y no contar ch is­m es sobre ello. Son d ad o s a p ropalar chism es los que han sid o v íctim as de la in justic ia , porque están siem pre al acecho, y los m aledicentes, pues si hablan m al incluso de quienes no yerran, lo harán aún peor de los que yerran.

De igual m odo nos avergonzam os ante quienes em ­plean su tiem po en los yerros de sus sem ejantes, com o los burlon es o los autores de com edias, pues éstos son en cierto m odo m aledicentes y d ad os a propalar chism es. Y ante quienes nunca nos han fallado, pues se han gan adp algo parecido a la adm iración . Por el m ism o m otivo n o s da vergüenza de quienes recurren a nosotros por prim era vez, porque aún no les hem os decepcionado. Eso ocurre con los que pretenden ser am igos nuestros desde hace p oco (pues sólo han visto nuestras m ejores cualidades y por eso está bien la respuesta de Eurípides a los siracu sa- nQc 26)_ y con los que nos conocen de tiem po, pero no c o ­nocen nada m alo de n osotros.

1¿4 RETÓRICA

26. Cf. n. XV, Fr. 2, II, p. 216 Baiter-Sauppe. Según el escoliasta de este p a sa je , Eurípides (un personaje que pudo haber sido el famoso drama- turpc fu e enviado a negociar la paz con los siracusanos, ycomo no los cncontni demasiado dispuestos, dijo: «Deberíais, siracusanos, respetar nuf.siras expresiones de estima, aunque sólo fuera porque venimos a pediros a lg o desde hace muy poco».

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Y nos avergonzam os no sólo de las co sas m encion adas com o vergonzosas, sin o tam bién de las que son señ ales de ellas, com o no só lo n o s avergon zam os de tener rela­ciones sexuales sin o de aquello que lo pon e en evidencia, y no sólo de com eter actos desh onrosos, sin o tam bién de m encionarlos, ü e m odo sem ejante, no só lo n os avergon­zam os ante las personas de las que antes hab lam os, sino de quienes se lo van a contar, com o su s criado s o am igos. Pero en general no nos avergon zam os de aq u ello s cuya fam a en lo que se refiere a la veracidad d esp reciam o s (pues nadie se avergüenza ante los n iñ os m ás que ante los an im ales) ni nos avergonzam os lo m ism o ante co n o ­cidos que ante desconocidos, sino que ante los conocido;, n os avergüen za lo que realm ente está m al, y an te los ajenos, lo que sim plem ente está m al visto

Los estados de ánim o en los que nos avergonzam os serían los siguientes: en prim er lugar, si nos encontram os ante quien está en un estado de ánim o com o aquellos ante quienes decía-'"* que nos avergonzábam os (es decir, los que adm iram os, los que nos adm iran o aquellos por los que querem os ser adm irados o a quienes necesitam os p ara a l­gún beneficio que no se consigue con m ala reputaciórO, bien porque nos están viendo ellos m ism os (com o lo que Cidias d ijo en su discurso sobre la asignación de tierra de Sam es pues les pidió a los atenienses que se im aginaran que los griegos habían hecho un corro a su alrededor para ver y no sólo oír lo que iban a votar) o porque están cerca o están en disposición de enterarse. Por eso m ism o cuando

i ;br oii ,6 ■ 265

27. Cf.n. 20 de este Libro II.28. 1384a26.29. Cf. n. LVI, II, p. 318 Baiter-Sauppe. No tenemos la menor informa­ción acerca de este suceso.

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nos va m al no querem os que nos vean quienes antes nos 1385<i em ulaban pues los ém ulos son adm iradores.

Tam bién nos avergon zam os cuando llevam os sobre n o so tros acciones o situacion es infam antes, bien de no­so tro s m ism os, bien de nuestros an tepasados o de otros cualesquiera con los que tenem os algún parentesco. Y en general, ante quienes se siente vergüenza, com o los que antes hem os dicho o quienes nos tom an com o referencia, por ejem plo aquellos de quienes som os m aestros o con ­sejeros o si son d istintos, pero sim ilares a n osotros, y con los que rivalizam os, pues son m uchas las co sas que h a­cem os o no hacem os p o r vergüenza ante ellos. Tam bién so m o s m ás proclives a avergonzarnos si van a vernos y te­nem os que vivir ante los o jo s de los testigos de nuestros actos. Por esa razón tam bién Antifonte el poeta, cuando estaba a punto de m orir apaleado por orden de D ionisio y vio que los que iban a m orir con él se tapab an la cara cuando pasaban ante las puertas, les dijo:

¿Por qué os tapáis? ¿Teméis acaso que alguno de esos

j 5 6 r e t ó r ic a

os vea mananaf?30

Esto es todo sobre la vergüenza. En cuanto a la desver­güenza, está claro que obtendrem os m uchos argum entos a p artir de sus contrarios.

Capítulo VII

( AMi quiénes ^ n e m o s generosidad,!en relación con qué y en qué d isposidorT de án im o q u edará claro una vez que

'(1 33 T 1 Snell.

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hayam os definido la generosidad . Sea la gen erosidad -en el sentido en que decim os que el que la tiene «tiene gen e­ro sid ad » asistencia a quien la necesita sin o b ten er n ada a cam bio ni benefició a lgun o para el que asiste y. s í p ara él otro4 La gen ero sidad es m ayor para qu ien tiene una im periosa necesidad o si la tiene de algo g ran d e y di- fi'cil o en determ inadas oportun idades o si se es el ún ico o el prim ero que presta asistencia o el que lo h?.ce en m ayor m edida. L as n ecesidades son los d eseo s, e specia lm en te los que com portan sufrim iento si no se cum plen . A este g ru p o pertenecen las p asio n es com o el am or y tam b ién las que se su sc itan en las vejaciones del cu erp o y en los peligros, pues el que está en peligro es v íctim a de la p a ­sión, igual que el que sufre. Por ello, quienes se e n cu en ­tran en la pobreza y en el destierro, aunque les b rin d em o s una pequeña ayuda, nos la agradecen p or la m agn itu d de su necesidad y p or la oportu n id ad , com o el que d io la e s­tera en el L iceo ’ -. Es p u es fo rzoso que la a sisten c ia se preste principalm ente en estas cosaf. y, si no, en o tras iguales o m ayores.

En consecuencia, una vez que se ha puesto de m a n i­fiesto en quiénes y en qué m om entos nace la gen erosidad , y en qué d isposición de ánim o, es evidente que, sob i e esta base, deb em os presentar los argum en tos, d em o stran d o que un os están o han llegado a estar en un d eterm in ad o grado de sufrim iento y necesidad y que otros les han so-

LIBRO 11,7 - 2 p 7

31. La razón de este inciso es que en griego charis tiene otros sentidos, como «gracia», «belleza», «gratitud», etc., pero la locución echein cha- rin significa «tener generosidad».32. Se trata sin duda de una anécdota doméstica, probablemente una especie de dicho chistoso que debía de circular por el Liceo pero del que nada sabemos. Tiene todo el aspecto de tratarse de un rasgo humorísti­co del Estagirita.

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corrido o les están socorrien do hasta tal extrem o en tal necesidad. Y es evidente tam bién sobre qué bases se pue­de negar que ha habido generosidad y presentar a o tro s

1385/. com o faltos de generosidad . Puede decirse, en efecto, o bien que prestan o prestaron socorro en beneficio prop io (y eso ya no es generosidad^*) o que lo hicieron p o r ca­sualidad o porque se vieron obligados, o que devolvieron un favor, no que lo hicieron, tanto si lo sabían com o si no, pues en am b o s caso s se trataba de d ar algo a cam bio de otra cosa, de m odo que no habría en ello gen erosidad . Hay que hacer esta indagación en to d as las categorías*'* pues la gen ero sidad tiene una entidad , can tidad , cu a li­dad , tiem po o lugar. Serán p ruebas de falta de gen ero­sidad si no se prestó una ayuda m enor, m ientras que a los enem igos se les presta la m ism a u o tra igual o m ayor. Pues es evidente lo que se ha hecho no ha sido por n o so ­tros. O si se nos da algo a sabiendas de que carece de va­lor, pues nadie reconoce que necesita co sas sin valor.

H asta aquí, lo dicho sobre ser generoso y no serlo. H a­b lem os ah o ra de qué cosas son d ign as de com pasión , a quiénes com padecem os y en qué d isposición de ánim o.

J f íg RETÓ RICA

C apítu lo VIII

Sea la com pasión un cierto pesar ante la presencia de un mal destructivo o que produce sufrim iento a quien no se lo m erece y que p o d ríam o s e sp erar su frir lo n o so tro s m ism os o a lgu n o de los n uestros. Y eso cuan do el m al parece estar próxim o, pues evidentem ente e s n ecesario

" M. I,í85al9.'I ' I Ci'(t'i;orí(is lb25ss.

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que el que va a sentir com pasión se consi Jc r e expuesto a su frir a lgo m alo él m ism o o a lgun o de los su yos, y que este m al, com o se ha d icho en la defin ición , sea sim ila r o p róx im o. Por ello no se com padecen ni los que están absolutam ente perd id o s (pues creen que ya n ada puede p asarles, sin o que ya les ha p a sad o ) ni lo s que se creen inm ensam ente felices; antes al contrario , é stos se m u es­tran a ltan eros. Y es que, si creen que to d o s los b ien es están a su alcan ce es evidente que tam p o co creen e sta r exp u esto s a p ad ecer ningún m al, p u es tam bién e so es un bien.

Sí se creen expuestos a su frir algún m al los que ya han padecido alguno y se han librado de él, las personas m a­yores p or ser sen satos y por su experiencia, los débiles, y m ás aún los acob ardados, y las personas in stru idas, pues son d ad o s a calcular. Y a qu ienes tienen p adres, h ijo s o esposas, pues son algo suyo y susceptib les de que les o c u ­rra algo de lo que hem os dicho. No les ocu rre a lo s que j s t á n dom in ado s por un sentim iento prop io de la h o m ­bría, com o la ira o la audacia (pues n inguna de las d o s se plantea lo venidero), ni a los que están en una d isposic ión soberb ia (pues tam poco éstos se plantean que pu eda p a ­sarles a lgo ), ni a los que tienen un terror excesivo (pu es no se ap iadan los que son p resas del pán ico por estar sólo pendientes de lo que les ocurre a ellos). S í en cam bio a los que se encuentran a m edio cam ino entre lo uno y lo otro.

Se requiere ad em ás que cream os que hay p erso n a s de bien, ya que qu ien cree que no las hay co n sid erará que to d o s so n m erecedores del m al. Y tam bién , en general, que estem os en d isp o sic ió n de recordar que d eterm in a­d as c o sas nos han o cu rr id o a n o so tro s o a a lgu n o de los n uestro s, o que es esperab le que n os su ced an a n o so tro s o a a lgu n o de lo s n u estro s. Q ueda d ich o , p u es, en qué

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d isposición nos com padecem os. De qué nos ap iad am o s es claro de acuerdo con la definición, pues to d as las co ­sas que producen su frim iento o d o lor m ueven a co m p a­sió n , al igu al que las que cau san la m uerte y aq u e llo s m ales de g ran im p o rtan cia cuya cau sa es el azar. D o lo ­roso s y destructivos son las d iversas form as de m orir, las torturas y los m alo s tratos, la vejez, las en ferm edades, la falta de com ida. M ales cuya cau sa es el azar son la falta de am igos, la escasez de am igo s (po r ello produce co m ­p asió n que le separen a un o violentam ente de su s a m i­go s y com pañ eros), la d eform idad , la debilidad, la tu lli­dez, el que sa lg a m al lo que d eb ía resu ltar bien y la acum ulación de estas desgracias. Y que sobrevenga algo b u en o d esp u és de que se ha p ad ec id o un m al, co m o o c u rr ió con D iop ites, a qu ien le llegaron lo s presen tes del Rey cu an d o ya e stab a m uerto y que o nunca nos sa lg a n ad a b ien o n o p o d a m o s d is fru ta r de lo que nos sale bien.

De todo eso y de cosas sem ejantes nos com padecem os. A dem ás nos com padecem os de quienes conocem os, a m en os que tengan una relación m uy estrecha con n o so ­tros, pues en este caso nos sentim os com o si n o s hubiera o cu rrid o a nosotros^®. Por eso A m asis no lloró p o r un hijo suyo cuando lo llevaron a la m uerte, según dicen, pero s í por un am igo que pedía l i m o s n a Y es que si esto

3 5. Conocemos dos personajes con este nombre: uno, estratego, citado por Demóstenes, Acerca de In corona 70, Filípicas 3.15, muerto hacia 340 a.C., en cuyo caso el rey mencionado sería Filipo de Macedonia, y ot ro, un sacerdote e intérprete de oráculos citado entre otros por Plutar- i.i>, /Vríf/es 32, en cuyo caso el rey sería el persa.36. Lo que no es ya «compadecerse», sino simplemente «padecer».37 Se trata de una imprecisión de Aristóteles, ya que en Heródcto 3.14

■nía por extenso esta snécdo^a pero atribuyéndosela al faraón l’samónilo, hijo de Amasis.

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Último es d igno de com pasión , lo prim ero es terrible, y lo terrible es d istinto de lo que m ueve a com pasión ; produce un rechazo de la com pasión y m uchas veces favorece lo contrario , pues ya no se siente com pasión ante la in m i­nencia de lo terrible.

C o m p ad ecem o s a qu ien es se nos parecen en ed ad , costum bres, estado , rango o linaje, pues en to d o s e sto s caso s se acentúa la im presión de que lo que les p asa p o ­dría su ced em o s a n osotros, y es que en general tam bién en esto d ebem os d ar p or su pu esto que nos com padece­m os cu an d o le ocu rre a o tro s lo que tem em os que n o s o cu rra a n o so tro s. Y com o lo que nos m ueve a co m p a­sión son las desgracias que nos parecen p róx im as, pues las que ocu rrieron hace d iez m il añ o s o las ven ideras, com o ni las esperam os ni nos vienen a la m em oria, o no su sc itan en ab so luto n uestra com pasión o al m en os no en el m ism o grado, forzosam ente quienes acentúan el efecto de sus palabras con gestos, tonos de voz, sen sac io ­nes y, en general, con una in terpretación, suscitan m ás la com pasión (pu es hacen que el m al parezca cercano , al ponerlo ante nuestros o jos, bien com o si fuera o p a sa r o com o si acab ara de ocurrir). Lo que acaba de p asar o va a o cu rrir en segu id a su sc ita m ás la com pasión . Por ello, tam bién provocan tal efecto lo que nos recuerda el m al, com o las p ren das de quienes han pad ecid o y cosas s im i­lares, a s í com o las p a lab ra s y lo d em ás de los que están su m id o s en un p adecim ien to , com o q u ien es están en trance de m orii, pues todo e so su scita m ás nuestra co m ­p asió n p o r la ev iden cia de su p rox im idad . Pero lo m ás d ign o de con'ipasión es ver a p erson as de bien en tales s i­tu acion es; p o r ser in m erecidas y p orq u e se n o s pon en ante la vista.

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C apítu lo IX

Lo m ás opuesto a com padecerse es lo que llam am os in ­dignarse. Pues apesadum brarse p or las d esgracias inm e­recidas es -en cierto m o d o y com o consecuencia de un m ism o com portam iento- lo opuesto de apesadum brarse p or los éxitos inm erecidos. A m bas son afecciones de un com portam iento noble, pues es debido acom pañar en su pesar y com padecer a quienes les va m al sin m erecerlo e in dign arse con quienes tienen éxito sinjmerecerlQ. Y es que es in justo lo que ocurre inm erecidam ente, y p or tal m otivo le atribuim os in dignación incluso a los dioses.

Podría dar la im presión de que, de igual m odo, la en ­vid ia se opone a com padecerse, en la idea de que es afín a la indignación o incluso una m ism a cosa. Pero es distinta, pues la envidia es un sufrim iento turbador y que no se re­fiere al éxito de quien no lo m erece, sin o al de quien es igual o parejo a n osotros. A m bos sentim ientos tienen en com ún el que no se atiende a que a nosotros nos ocurrirá otra cosa, sino sólo a lo que se refiere al p rójim o, pues ya no será envidia ni tam poco iiid ignación, sino tem or, si lo que suscita el sufrim iento y la turbación es que uno va a su frir un perjuicio com o consecuencia del éxito del otro.

Es evidente que los sentim ientos contrarios serán co ­rrelativos de éstos, pues el que se aflige por quienes sufren inm erecidam ente se a legrará o no se afligirá p o r los que sufren m erecidam ente; p o r ejem plo, n in gun a p erso n a de bien se afligiría por los parricidas y asesinos en caso de que alcancen su castigo, pues debe alegrarse p o r hechos de este tipo tanto com o p o r la p ro sp erid ad de quien la merece. En efecto, am b as co sas son ju stas y p rovocan la alegría de la persona decente, pues ésta forzosam ente e s­pera que lo que le ha o cu rr id o a una person a sim ilar le

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ocurra tam bién a ella. Y todos esos sentim ientos son p ro­pios del m ism o com portam iento, m ientras que los con ­trario s lo son del contrario. Y es que quien se alegra del mal ajeno es igual que el envidioso, ya que quien se aflige por algo que ocurre o que se tiene necesariam ente se a le­gra por su inexistencia y por su pérdida. Por ello todos es­tos sentim ientos im posibilitan la com pasión (y se d ife­rencian por io s m otivos señ a lad o s), y en consecuencia son todos sim ilarm ente válidos para representar los he­chos com o no m erecedores de com pasión .

A sí pues, hablem os lo prim ero de la indignación ; con quiénes nos indignam os, p or qué y en qué d isposic ión de án im o, que luego tratarem os lo dem ás. Ello parece ev i­dente, de acuerdo con lo dicho. Pues si la in dignación es un su frim iento por los éxitos evidentem ente in m ereci­dos, es claro, en prim er lugar, que no es posible in d ign ar­se de todo s los bienes. Pues no nos in d ign arem os con quien es ju sto o valeroso o va a a lcan zar la excelencia (pues no hay tampoco com pasión para lo con trario ), sino con la riqueza, el poder y cosas sem ejantes que, h a­blando en térm inos generales, m erecen lo s bu en o s, y contra qu ienes están naturalm ente d o tad o s de b ienes com o son el linaje, la belleza y otros por el estilo.

Y com o lo que viene de antiguo parece m uy p róx im o de lo natural, es forzoso que se sien ta m ás in d ign ación con los que tienen un determ inado bien, si se d a el caso de que tienen recientem ente aquello p o r lo que se tiene éxito. Y a sí fastid ian m ás los nuevos ricos que los que lo son de antiguo y por su fam ilia, y de m odo sim ilar ocurre con lo s gobern an tes, los p o d ero so s, lo s que tienen m u-

38. Se entiende que en nuestro discurso, contrario a aquel en que el conti ii.^ante pretcüde a! r.-.er hacia sí la co.r.pasión del jurado.

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chos am igo s c buenos h ijos y cualquier otra cosa similar. Lo m ism o pasa en caso de que p or uno de esos bienes les sobrevenga otro, pues fastid ian m ás los nuevos ricos que gobiernan a causa de su riqueza que los ricos de antiguo.Y algo parecido ocurre con lo dem ás. El m otivo es que u n o s parecen poseer lo que les correspon de y los otros, no, p u es lo que se m anifiesta de un determ inado m odo desde siem pre parece ser auténtico, de suerte que los d e­m ás no tienen lo que les corresponde. Y com o cada uno de los b ienes no es m erecido p o r cualqu iera, sin o que existe una cierta correspondencia y propiedad entre unos y o tros, com o la h erm osura de las arm as no es apropiada p a ra el hom bre ju sto sin o p ara el valeroso, y una b o d a d istin gu id a no correspon de a los nuevos ricos sin o a los de buena fam ilia, a sí tam bién si alguien, aun siendo bue­no, no lo gra lo que le es ap rop iad o provoca la in dign a­ción . Tam bién el que alguien in ferior trate de com petir con quien es superior, especialm ente cuando lo es en una m ism a cosa. Por eso se dice:

Evitaba el combate con Ayax Telamoniopues Zeus se indignaba con él cuando combatía

(con un varón más valeroso’ ’ ,

1387Í) y si no, cuando el inferior trata de com petir con el supe­rior en cualqu ier sentido, com o p o r ejem plo el m úsico con el ju siu , pues la ju stic ia es m ás im portante que la m ú ­sica.

174 R h lO K IC A

. 9. Cf. Homero, ¡liada 11.542. En el texto homérico sólo aparece el pri­mero lie los versos citados por Aristóteles, no el segundo, que, sin em­bargo, es ciiaúo también por Plutarco, Como leer los poetas 24 c, 36 a, Vii/ii ítc Homero 2.132. Cf. M. Sanz Morales, El Homero de Aristóteles, /mslordam 1994,128-131.

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A sí que q u eda claro, de acuerdo con lo d icho, con quiénes nos in dignam os y por qué, pues ios m otivos son los que hem os dicho y otros sim ilares.

Tienen propensión a in dignarse las sigu ientes p e rso ­nas: los que poseen los m ayores bienes, siendo d ig n o s de ellos, pues no es ju sto que los que no tienen m éritos sim i­lares sean m erecedores de bienes sim ilares. En segun do lugar, los que son nobles e im portantes, pues ju zgan bien y od ian la in justicia . O los que son am b icio sos y desean determ inados fines, especialm ente si am bicionan lo que otros consiguen sin ser d ign o s de ello. Y en general, los que se consideran m erecedores de lo que otros no m ere­cen tienen propensión a indignarse contra éstos y p or ese m otivo. Es p or e so por lo que las person as serviles, ba jas y sin am bición no son propensas a indignarse, porque no hay nada de lo que se crean m erecedoras.

Es evidente, de acuerdo con lo d icho, cu áles so n las personas de cuyas desgracias, fracaso s o caren cias d eb e­m os a leg rarn o s o no ap en arn os. Pues de lo exp u esto se deducen claram ente su s con trario s, de su erte que si el d iscu rso p o n e a los jueces en esta d isp o sic ió n de á n i­m o y d em u estra que los que tratan de p rovo car su co m ­p asión y los m otivos p o r los que tratan de hacerlo resulta que no la m erecen, sin o m ás bien m erecen lo con trario , será im posib le que se apiaden.

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C apítu lo X

Tam bién está claro p o r qué en v id iam os, a q u ién es y en qué d isp osic ión de án im o, si la envidia es un su frim ien ­to que sen tim o s p o r qu ienes son p are jo s a n o so tro s , a cau sa de su m anifiesta fortun a en los b ienes m en cion a­

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d o s y no por nuestro interés person al, sino só lo por su causa. Envidiam os, pues, a quienes son sem ejantes a n o­so tro s o lo parecen. M e refiero a los sem ejantes en n aci­m iento, parientes, edad , estado, prestigio o bienes. Tam ­bién son en v id io so s aquellos a quienes poco falta p ara tenerlo todo. Por eso lo son los que han alcanzado g ran ­des éxitos y d isfrutan de prosperidad , pues creen que to ­d os quieren llevárseles lo suyo. O los que tienen especial prestigio en algo, sobre todo por su sabiduría o su bo n an ­za. Y los am biciosos son m ás envidiosos que los no am bi­cio sos, al igual que los que se las dan de sab ios, pues son am biciosos en la sabiduría. Y en general quienes am an la gloria en algún terreno son am biciosos en él. O los pobres de espíritu , pues todo les parece grande.

En cuanto a lo que es objeto de envidia, ya hem os h a­blado de los bienes que lo son, pues por las acciones o p o ­sesiones que afectan a nuestro pundonor, am bición o d e­seos de gloria , a sí com o por las que se ganan por suerte, por casi tod as ellas se suscita la envidia, sobre todo p o r las que am bicionam os o creem os que deben ser nuestras o cuya p osesión nos perm itiría d estacar un poco o q u e­darn os un poco m enos por debajo.

Tam bién es evidente a quiénes envidiam os, pues se ha hablado de ello al m ism o tiem po; en v id iam os en efecto a los que nos son próxim os en el tiem po, en el espacio, la edad y el prestigio. Por eso se ha dicho;

También sabe envidiar lo que nos es más familiar"'®.

Y a aquellos con los que rivalizam os, q u e , en efecto, son lo i que acab am o s de decir, p u es nadie rivaliza con

•10. H sii.iilo , Fr. 3 0 5 R a d f .

3 7 6 RETÓ RICA

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personas de hace diez m il años o venideras, ni con los de las C olum n as de H ércu les'" , ni con aquellos que en nues­tra op in ión o en la de o tro s q uedan m uy por d eb a jo de n osotros o m uy por encim a. A sí que com petim os con las personas y p or las co sas que están en condiciones sem e­jantes a las nuestras.

Y com o rivalizam os con nuestros com petidores en los certám enes o en el am or y en general con quienes desean lo m ism o que n o so tros, es forzoso que los en v id iem os m ás que a los dem ás, p or lo que se ha dicho;

y el alfarero al alfarero

Tam bién a aq u ello s cuyas gan an c ia s o éx itos so n un reproche p ara n o so tro s, porque nos son p ró x im o s o se­m ejantes a nosotros, p ues es evidente que no h em os con ­segu ido el bien que ellos han lograd o y en consecuencia ese su frim iento genera en n o so tros la envidia. Igual o cu ­rre con los que tienen o se han gan ado lo que a n o so tro s nos correspon dió o gan am o s en otro tiem po, m otivo p or el cual los de m ás ed ad envid ian a lo s m ás jó v en es y los que han g astad o m ucho en una co sa a lo s que la han con ­segu id o p o r poco . Y lo s que h an ob ten id o a lgo a d u ras penas o no lo han lograd o envidian a qu ienes lo han con ­segu id o rápidam ente.

Tam bién está claro p or qué se alegran los en v id io sos, con quién y en qué d isp o sic ió n de Jr*im o; el e stad o de án im o con el que nos aflig im os será el m ism o con el que

liuko 11,11) 177

41 El estrecho de Gibraltar, un lugar absolutamente lejano y descono­cido para los griegos de la época de Aristóteles y que venía a significar algo así como «los confines del mundo».42. Hesíodo, Traba;os7di'(is25,cf. 1381bl6y n I9aestemismo Libro.

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nos alegram os de las cosas contrarias. En consecuencia, si nosotros m ism os nos vem os predispuestos a un deter­m inado estado de án im o, y los que se consideren m ere­cedores de com pasión o de consegu ir algún bien son presentados de la form a que hem os dicho, es evidente que no obtendrán com pasión de aquellos a quienes toca decidir^ ’ .

2 7 á ULTÓRICA

Capítulo XI

A clararem os a continuación en qué d isposic ión de á n i­mo sentim os em ulación, por qué y ante quiénes. Pues si la em ulación es un cierto sufrim iento p o r la presen cia m anifiesta en person as sem ejantes p o r naturaleza a n o ­sotros de bienes estim ad o s y que pod em o s conseguir, y no porque el otro los tiene, sino porque nosotros no (por tal m otivo la em ulación es d ign a y p rop ia de p erso n as d ignas, m ientras que envidiar es vil y de gente vil, p u es m ientras que uno, p or la em ulación, se prepara a sí m is­m o p ara alcanzar eso s bienes, otro, por envidia, lo hace para que el pró jim o no los alcance), entonces n ecesaria­mente sienten em ulación los que se consideran d ign os de bienes que no poseen -y a que nadie se con sidera d ign o de lo que es m anifiestam ente im posib le-. Por eso la sien ­ten los jóvenes y los m agnán im os, así com o aquellos que disponen de bienes que son d ignos de varones p restig io­sos, com o son la riqueza, la abun dancia de am igo s, lo s cargos y otros sim ilares, pues, en la idea de que les son adecuados en tanto que son hom bres de bien, porque tie-

•13. I'.sto es, del público al que hay que convencer, sea un jurado o la A'-iinlilca

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nen lo que es ad ecu ad o a los buenos, sienten em ulación ante este tipo de co sas. Tam bién aq uellos a los que e sti­m an los d em ás o tienen an tepasad os, parientes, a lle g a­dos, un pueblo o una c iu d ad p restig io sa sienten em u la­ción p o r ello, p u es creen que les son co sas fam ilia res y que son d ign o s de ellas. Y si son propicias a la em ulación las cosas p restig iosas, necesariam ente lo son las excelen­cias de este género y cuanto resulta beneficioso p ara los dem ás y benefactor, p u es se honra a las p erso n as bene- factoras y nobles. Igual ocurre con to d o s los b ien es que com portan un d isfru te para el pró jim o, com o la riqueza y la belleza, m ás que la salud.

Es evidente tam bién quiénes son los que d esp iertan la em ulación, p u es lo son qu ienes poseen bienes co m o los sigu ientes y o tro s p arecidos: m e refiero a los que ya h e­m os dicho, com o valentía, sab iduría y poder. Pues q u ie­nes tienen in fluencia pueden hacer bien a m uchos, com o los generales, lo s rétores'*'* y to d o s los que tienen algún p oder de este tipo . Y aq u ello s a qu ien es la gente qu iere asem ejarse o de quien desean ser conocidos o am igo s. O aquellos a q u ien es ad m ira la gente o a qu ienes n o so tro s m ism os ad m iram o s. O aquellos de qu ienes p o e tas o e s­critores en p ro sa dicen elogio s y panegíricos.

D esp rec iam o s por las cu alid ad es con traria s, p u es lo contrario de la em ulación es el desprecio, com o em ular lo es de despreciar. Forzosam ente, quienes están en u n a d is­posición com o p ara em ular a alguien o p ara ser em u la­d o s so n p ro p en so s a d esp reciar a qu ien es presen tan los

ll liK O 11,11 / , ' )

44. Grupo amplio que englobaría actividades diversas, relacionadas con el poder, como quienes presentan proposiciones de ley en la Asam­blea, abogados o políticos. Hablar bien era una condición para el éxito político en la democracia ateniense.

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defectos contrarios a los bienes que despiertan la em ula­ción, precisam ente por ellos. Por eso a m enudo se despre­cia a los que tienen buena fortuna cuando no va acom pa­ñada de los bienes prestigiosos.

H asta aquí lo dicho acerca de los m otivos por los que sobrevienen y desaparecen las em ocion es y de dónde se obtienen los argum entos que se refieren a ellas.

IS ü RETÓ RICA

C apítu lo XII

A continuación, considerem os cuáles son los m o d o s de ser"*^ en relación con las em ociones, estados, edades y d o ­nes de la fortuna. Llam o em ociones a la ira, el deseo y de­m ás, de las que h ablam os antes estados, a las excelen­cias y vicios, de los que tam bién h ab lam os a n t e s e n relación con los que escoge y practica cada uno. Las ed a­des son la juventud, la m adurez y la vejez, y llam o don de la fortuna a la nobleza de sangre, riqueza, recursos y los contrarios y, en general, a la buena y a la m ala suerte.

Efectivamente, los jóvenes, en cuanto a su m odo de ser, son propensos a desear y a hacer lo que desean. En cuanto a los deseos del cuerpo son especialm ente inclinados a los sexuales e incapaces de dom inarlos, aunque tam bién son inconstantes y dados a aburrirse de su s deseos; desean ve­hem entem ente pero se les p asa rápidam ente. Y es que sus im pulsos son agudos, pero no intensos, com o la sed y el ham bre de los enferm os. Son tem peram entales, vehe-

45. Inicia Aristóteles unos capítulos sobre los modos de ser que impor­ta ii al orador. Es éste un tema muy del gusto de la escuela de Aristóteles. Su discípulo Teofrasto dedicó una obra (Caracteres) a este tema.46, En los caps. 2-11.47 En Libro I, cap °

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m entes e inclinados a la ira, y se dejan d o m in ar p o r sus im pulsos, pues por su pundonor no so p o rtan sentirse m enospreciados, sino que se irritan si creen que sufren un trato in justo. Son deseosos de prestigio, pero lo son m ás de ganar, pues la juventud desea ardientem ente la su ­perioridad , y la victoria es una form a de su perio ridad . En cam bio am bas cosas son m ás im portantes para ellos que el deseo de dinero. Y es que son m uy p oco d eseo so s de d i­nero porque no han experim entado aún lo que sign ifica su falta, com o dice la m áxim a de P itaco d ir ig id a a Anfiarao'''*. No tienen m al natural, sin o bueno, porque aún no han conocido m uchas perversidades. Son confia­dos porque aún no les han engañado m uchas veces, y e s­peranzados, porque tienen un calor natural, sem ejante al que sienten los bo rrach os'” , ad em ás de porque aún no han fracasad o m uchas veces. La m ayor parte de su vida está llena de esperanza, porque la esperanza se refiere al porvenir, y el recuerdo, al pasado, y para los jóvenes el fu­turo es largo, y el pasado, corto; en el prim er día, por así decirlo, no se puede recordar nada y sí esperarlo todo. Tam bién son engañadizos, por lo dicho, pues se esperan ­zan con facilidad, y m ás valerosos, porque son im pulsivos y llen os de esperanza; !o prim ero les q u ita el m iedo, lo segun do les d a án im os, pues nadie tem e cu an d o está indignado, y esperar un bien da ánim os. A dem ás son ver­gonzosos, pues todavía no se plantean otras m etas nobles, sm o que e«tan educados sólo en las convenciones. Y m ag-

48. Lamentablemente desconocemos cuál era esa máxima. Pitaco es uno de los Siete Sabios, y Anfiarao, un adivino tebano, participante en la expedición de los Siete contra Tebas.49. Era ésta una doctrina sostenida por médicos antiguos y repetida, por ejemplo, en la Ética Nkomáquea 1154b 10. En Problemas 955a 13 se le da incluso una explicación física al hecho.

L lliR O Il,12 3 S 2

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nánim os, pues aún no se han visto hum illados por la vida ni han aprendido a qué nos vem os ob ligados, a m ás de que la m agnanim idad im plica que nos consideram os d ig­nos de gran des logros, y eso es cosa de quien está lleno de esperanza. Prefieren realizar acciones h erm osas m ejor que provechosas, pues viven m ás de acuerdo con su m odo de ser que con el cálculo, y es que el cálculo se refiere a lo provechoso, y la excelencia, a lo herm oso. Son m ás am i­gos de su s am igos y de sus com pañeros que los de las de-

1389ÍI m ás edades porque disfrutan de vivir en com pañía y aún no eligen nada de acuerdo con el provecho, y en con se­cuencia, tam poco a los am igos. Todos su s errores son por exceso e im petuosidad , en contra de la m áxim a de Ci- lón®“, ya que todo lo hacen en exceso: am an en exceso, odian en exceso y en todo lo dem ás es p or el estilo. Creen saberlo todo y están absolutam ente segu ros, y eso es el m otivo de que todo lo hagan en exceso. Com eten agravios para injuriar, no por hacer daño. Son com pasivos, porque suponen a todo el m undo noble y m ejor de lo que es, pues m iden al p rójim o por el rasero de su propia inocencia, de suerte que suponen que su s su frim ientos son in m ereci­dos. Son p ropen sos a reír y p or ello tam bién bro m istas, pues la brom a es una insolencia atem perada por la buena educación. A sí es, pues, el m odo de ser de los jóvenes.

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C apítu lo XIII

Las person as m ayores que ya han pasad o la m adurez tie­nen un os m o d o s de ser que en su m ayoría provienen

50. La máxima atribuida a Cilón era «nada en exceso» (cf. Critias, Fr. 7 West). Se decía que estaba grabada en e! frontón úel templo de Apolo en Delfos.

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prácticam ente de lo contrario de los de aquellos, pues por haber v iv ido m uchos añ o s y p or haber sido en gañ ad os y haberse equivocado m ás veces, y porque la m ayoría de lo que han hecho ha sido fútil, no dan nada por seguro, y todo es m en os excesivo de lo que debe. Creen, no saben nada, y su m idos en la duda añaden siem pre «qu izá» y «tal vez», y todo lo dicen de este m odo, pero nada con firm e­za. Son m alh um orado s, pues el m al hum or con siste en considerarlo todo por el lado peor. Son asim ism o su sp i­caces p or su d escon fian za y d escon fiados por su ex p e­riencia. N o am an ni od ian apasionadam ente p or el m is­mo m otivo, sino que, de acuerdo con la m áxim a de Bías, am an com o si fueran a o d ia r y od ian com o si fueran a am ar ' '. Son pobres de espíritu porque han sido hum illados por la vida, y en efecto no desean nada gran de ni excesi­vo, sino lo necesario p ara vivir. Y son m ezquinos, p ues el dinero es un a de las co sas que necesitan, ad em ás de que por experien cia sab en que es difícil de gan ar y fá- .¡1 de perder. Son cobardes y en todo recelan un peligro, pues su d isp o sic ió n es la contraria a la de los jóvenes. Ellos se han enfriado, m ientras que aquellos son a rd o ro ­sos, de m an era que la vejez abre cam in o a la cobard ía , pues el m iedo es un a especie de enfriam iento . A m an la v ida, especialm ente en los ú ltim os d ías, por el d eseo de lo que les falta, pues lo que m ás deseam os es aquello de lo que carecem os. Son m ás ego ístas de lo debido , p u es eso es una fo rm a de la p obreza de esp íritu . Y viven m iran ­do m ás de lo que se debe al provecho y no a la belleza, p or lo ego ístas que son , y es que lo provechoso es un bien para uno m ism o, y lo h erm oso , un bien en absoluto . Y son m ás desvergon zados que vergonzosos, porque com o

51. Cf. Diógenes Laerclu 1.87, Ciceróü, Lchc 59, cf. 1195a23.

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no se preocupan de lo herm oso tanto com o de lo conve­niente, no les im porta lo que pueden pensar de ellos. Son poco dados a la esperanza por su experiencia, pues la m a­yor parte de lo que les ha pasad o ha sido negativo porque la m ayoría de las cosas acaban en lo peor, adem ás de por su propia cobardía. Y viven m ás de recuerdos que de e s­peran zas, pues lo que les queda de v ida es p oco y lo ya vivido, m ucho, y la esperanza se refiere al porvenir, y el recuerdo, al pasado, lo cual es m otivo de su charlatanería, ya que están continuam ente hablando de lo que les o c u ­rrió , pues d isfru tan al recordarlo. Sus arrebatos son vivos, pero sin fuerza, y los deseos, o les han abandonado o han perdido su fuerza, de suerte que no son ap asio n a­d os ni dados a actuar según su s im pulsos, sino sólo p o r el lucro. Por ese m otivo los de esta edad dan la im presión de ser m oderados, porque sus deseos se han debilitado y son esclavos del lucro, a sí que viven m ás de acuerdo con el cálculo que con su m odo de ser. Y es que el cálculo se re­fiere a lo provechoso, y la excelencia, a lo herm oso. Y co ­m eten agr?.vios para hacer dañ o , no para in juriar. L os v ie jo s son tam bién com pasivos, pero no p o r el m ism o m otivo que los jóvenes, pues éstos lo son p or am or a su s sem ejantes y aquéllos p o r su deb ilidad , p u es creen que todos los m ales les am enazan y eso era lo que provocába la com pasión Por ello son tam bién qu e jico sos y no brom istas ni p ropensos a reír, pues la propensión a q u e­jarse es la contraria de la propensión a reír.

Tales son, pues, los m o d o s de ser de jóvenes y v ie jos. En consecuencia, com o to d o s acep tam os lo s d iscu rso s acordes con nuestro m od o de ser y sem ejantes a n o so ­tros, no es difícil saber cóm o debem os a sa r los d iscü rso s

184 ) RETÓRICA

52. Cf. 1385b 15 ss.

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I IBKO 11,14

para producir una determ in ada im presión de ellos y de nosotros m ism os.

Capítulo XIV

Los hom bres m aduros evidentem ente tendrán un m odo de ser in term edio entre uno y otro, libre de los excesos de am bos, y no serán ni d em asiad o o sad o s (pues eso con sti­tuiría o sad ía ) ni d em asiad o m ied o so s, sin o en un ju sto m edio entre am b as actitudes; no confían en todo s, pero tam poco desconfían de tod o s, sin o que tienen un crite­rio m ás acorde con la realidad. A sí que ni viven só lo para lo h erm oso ni só lo p ara lo conveniente, sino para am b as cosas, ni tam poco p o r la c icatería ni el derroch e, sin o para lo que es adecuado. De m od o sim ilar ocurre con res­pecto a la ira o el deseo, y con el hecho de que son p ruden ­tes con valentía y valientes con prudencia. E sto s m o d o s de ser son en parte de jóvenes, en parte de v ie jos, pues los jóvenes son valientes e in tem perantes y los viejos m o d e­rados y cobardes. H ab lan d o en térm in o s gen era les, el hom bre m ad u ro p o see las cu alid ad es p rovech o sas que están d istr ib u id as entre la juventud y la vejez, y se queda en un térm ino m edio y a ju stado en las que una u o tra se exceden o se q u edan cortas. El cu erp o llega a su m adurez entre los treinta y los treinta y cinco añ o s, y el alm a m ás o m enos un añ o antes de los cincuenta

C on esto q ueda dicho cuáles son cada uno de los m o ­dos de ser de la juventud, la vejez y la ed ad m adura.

53. Hay aquí huellas de una teoría tradicional que divide la vida huma­na en períodos múltiplos de siete (35,49, etc.), cf. Solón, Fr. 23 Gentili- Prato, 19 Adrados.

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C apítulo XV

H ablem os a continuación de los bienes que dependen de la suerte y cuáles de ellos afectan a lo s hom bres y a qué m odos de ser.

El m odo de ser del abolengo com porta que quien lo p o ­see sea m ás am bicioso. Pues todos, cuando disponen de algo, suelen acrecentar el montón. Y el abolengo supone la d istinción de los antepasados. Tam bién tiende a despre­ciar incluso a quienes son equiparables a sus antepasados, porque con el paso del tiem po las acciones de aquéllos se tornan m ás honrosas y m ás propicias a la vanagloria que las cercanas. El abolengo deriva de la excelencia de la estir­pe; la nobleza, de no alejarse de lo natural, lo cual en la m a­yoría de los ra so s no les ocurre a los nobles de abolengo, dado que m uchos de ellos son vulgares. Y es que en las ge­neraciones de los hom bres hay una cosecha variada, igual que en los productos de la tierra, así que algunas veces, si la estirpe es buena, durante un cierto tiem po nacen varo­nes em inentes, pero luego entran en decadencia. Las fam i­lias m ás v igorosas se tornan en m od os de ser exaltados, com o los desdendientes de A lcibíades y los de D ionisio el V iejo, y las serenas, en estupidez y torpeza, com o los des­cendientes de C im ón, Pericles y Sócrates

186 RETÓ RICA

C apítu lo XVI

L as m aneras de ser que se derivan de la riqueza están tan a la vista que todos pueden verlas; en efecto, los ricos son

3-4. I)e los hijos de Pericles hablan también Platón, Protágoras319e, Me- noii 91b, Alcibíades /118e. Respecto a los demás, los escasos datos que te­nemos i.i „ .eider, on señalar su mediocridad; cf. las notas UeTovai uu loe.

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in solentes y arrogantes, pues se ven un tanto afectados por la p osesión de riqueza. Y es que se com portan com o si poseyeran to d o s los bienes, pues al ser la riqueza una especie de patró n de! valor de todo lo dem ás, les parece por ello que pueden com prarlo todo. Son tam bién dados a la m olicie y a la ostentación . A la m olicie, por afán de lujo y de d em o strar su felicidad, y a la ostentación , e in ­cluso a la vu lgaridad , porque to d o s so lem os ocu p arn o s en lo que es am ad o y adm irad o por ellos y porque p ien­san que los d em ás ansian lo m ism o que ellos. A m ás de que es natural que les ocurra , ya que son m uchos los que necesitan lo que ellos tienen; así se explica lo que d ijo Si- m ónides a propósito de los sab ios y de los ricos a la m ujer de H ierón . C uan do ella le preguntó qué valía m ás, si h a ­cerse rico o sabio, le respondió que rico, pues pod ía verse a los sab io s p asarse la v ida a las puertas de los ricos

L o s rico s se creen tam bién m erecedores de o cu p ar cargos, pues creen poseer aquello por lo que uno se hace d igno de ocuparlos. En una palabra , el m odo del ser dcl rico es el de un insensato próspero. Sin em bargo los m o ­d os de ser de quienes se han hecho ricos recientem ente se diferencian de los que lo son de antiguo en que los nuevos ricos m uestran todas las m alas cualidades en m ayor g ra ­do y con m ás bajeza, pues ser nuevo rico sign ifica falta de educación para la riqueza. Las in justicias que com eten no son p o r hacer daño, sino por la soberb ia y la incontinen-

U B R O 11,16 187

55. Parece tratarse de una frase proverbial, cf. Gnomologium Vatica- num 6 Sternbach. En la República de Platón 489c aparece Sócrates in­dignado contra quienes «mienten cuando dicen estas gracias», al afir­mar que «no es natural que los sabios vayan a pedir a las puertas de los ricos». Los escolios al pasaje atribuyen esta respuesta a Eubulo. Simóni- des, el famoso poeta, estuvo realmente en Siracusa, invitado en la corte del tirano Hierón, a principios del v a.C.

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cia; p o r e jem plo las que acaban en m alo s tra to s o ad u l­terio.

m RETÓUICA

Capítulo XVII

De m odo sem ejante, tam bién la m ayoría de los m o d o s de ser referidos al p oder son en m ayor o m enor m edida evi­dentes. Y es que el p oder tiene un os ra sgo s que son los m ism os que los de la riqueza y otros m ejores. Los p o d e­rosos, en efecto, tienen m odos de ser m ás gan o so s de h o­nores y m ás viriles que los de los ricos, porque asp iran a llevar a cabo acciones que les son accesibles precisam ente por su poder. D e m od o que son m ás diligentes, porque se encuentran en perm anente dedicación, ob ligados com o están a atender a las obligaciones del poder. Son m ás im ­portantes que arrogantes, porque su ran go lo s pone a la v ista de todo el m undo y por ello se m oderan . La im p or­tancia una arrogancia muelle y con buenas form as. Si com eten in justicia , no son pequeñ os delincuentes, sin o gran des.

La buen a suerte d a lugar en parte a m o d o s de ser de lo s ya referidos, p u es las situ acion es de fo rtu n a que se con sid eran m ás im portan tes co inciden en ellos. A ello se añade que la buena fortuna prop icia la ab un dan cia de descendencia y los bienes referido? al cuerpo así que si bien los afortun ados son m ás o rgu llosos y ato lon drados, de la buena fortu n a se deriva el m ejo r m o d o de ser, ya que son p iado sos y m uestran una cierta actitud de creen- cia en lo d iv ino, p o r los bienes que les ha d ep arad o la suerte.

36. Cf. 1360b 19-23.

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H asta aqu í lo dicho sobre los m od os de ser referidos a la edad y la fortuna, ya que es evidente que los contrarios de los que hem os dicho se derivarán de las circunstancias contrarias, por ejem plo los m od os de ser del pobre, el in ­fortunado y de la persona sin poder.

LIBROIM8 2¿¡9

Capítulo XVIII -f‘

H abida cuenta de que el uso de d iscursos p ersu asiv o sJie - ne com o fin alid ad llegax^a u aa .d ec isión (ya que p ara lo que sab em os y p ara lo que ya hem os decid ido no hay ne­cesidad de d iscu rso a lguno), tanto da si se u sa el d iscu rso para inducir o d isu ad ir a una so la p erson a , com o hacen por e jem plo lo s que reprenden o tratan de convencer (pues p o r el hecho de ser uno so lo no se es m enos juez, pues aquel a quien hem os de convencer es, hab lan do en térm inos generales, un juez), com o si se habla contra un oponente o contra una propuesta, y a ^ u e es forz^p.so. u sar u i i^ s c u r s o y re fu ta rlo s argum entos op_ueslüs contra los que se hace el d iscu rso com o si fuera contra un oponente.Y de m od o sim ilar ocu rre con los d iscu rso s de exh ib i­ción, pues el d iscu rso se organiza para el oyente com o si fuera un juez, aunque en térm inos generales sólo es juez el que decide en debates públicos sobre los hechos que se investigan; y es que las cuestiones p ara las que se b u sca una solución son las controvertidas y aquellas sob re las que se delibera . A cerca de lo s m o d o s de ser que co rre s­ponden a las form as de gobierno se habló antes a p ro p ó ­sito de los d iscu rso s deliberativos^ , así que quedaría d e­finido de qué m od o y cón qué recursos hay que pon er los d iscu rso s en relación con los m od os de ser.

57. L ib ro l.cap .8 , 1365a22ss.

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Ahora bien, d ado que cada clase de d iscurso t iene una finalidad difei ente y para cada una de ellas se han señala­do^® las opin iones y las prem isas sobre las que basan los argum entos quienes pronuncian tanto d iscu rsos delibe­rativos com o de exhibición o forenses, y aun hem os de­term in ado en qué p o d em o s b a sarn o s para pon er a los d iscu rsos en relación con los m od os de ser, nos queda re­ferirnos a los argum entos com unes a todos los d iscursos. Pues a todo s les es forzoso recurrir en sus d iscu rso s a lo posib le V lo im posible, así-com ointentarjdem ostrar bien q^e a l¿o será, bien que.ha.ocjuriidQ,

Tam bién es com ún a todos los d iscu rsos referirse a Ja m agn itud. Pues to d o s recu rrim os a m in im izar o a en ­grandecer, tanto en deliberaciones com o en elogios, cen­suras, acusaciones o defensas. A sí que, una vez estableci­das las definiciones, intentem os d ar principios generales, si p odem os en alguna m edida sobre los entim em as y los e jem plos com pletar el esquem a que nos hem os trazado al principio. De los argum entos com unes el m ás fam iliar

se ha d ich o _a los forenses, lo ocjurrido (pu es es a eso a lo que se refiere la senten cia), y a los deliberativos, jo posib le y lo venidero.

190 RETÓ RICA

C apítu lo X IX

En consecuencia, h ab lem os prim ero so bre lo posible y jo irtiposible. E n g a sn d5 ,que_s,ea p,QSÍble que algo sea o lle­gue a serjtam bién su .contrario se evidenciaría ccm o po-

58 13S8b20-29.I.i(i«a27.

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sible. Por ejem plo, si es posible que un hom bre sane, tam ­bién lo es que enferm e, pues d os contrarios, en tanto que contrarios, tienen la m ism a virtualidad. Y si al^o es p o s i­ble, tam bién lo es lo sim ilar. A sim ism o si lo m ás difícil es posible, tam bién lo es lo m ás fácil. Y si es posible que o cu ­rra algo en determ inado grado de im portancia y belleza, tam bién es posib le que suceda de form a norm al; en efec­to es m ás difícil que haya una casa h erm osa que sim p le­mente una casa. Y lo que. puM^-tenei: principio.tam bién Püfids tg jjgxün aJ, y es que nada im posible sucede ni co ­m ienza a suceder; por ejem plo, la conm ensurab ilidad de la d iagonal con el lado ni com enzaría a d arse ni se da. Si algo tiene un fin, el p rin cip io es tam bién p osib le , pues todo lo que llega a ser tiene un principio. Y si es posib le que o cu rra lo p osterio r (en entidad o en gen eración ) tam bién lo es lo anterior. Por ejem plo, si es posib le que llegue a haber un hom bre, tam bién lo es que llegue a h a­ber un niño, dado que éste es anterior en generación , y si puede llegar a haber un niño, tam bién un hom bre, pues el hom bre es el principio

Tam bién son posib les las cosas de las que n o s en am o­ram o s o d eseam o s de form a natural, porque en general nadie am a o desea cosas im posibles. Tam bién aquello que es ob jeto de ciencias o d iscip linas es posible que exista o llegue a ser. Y asim isrno en las que tienen un p rin cip io de

l i b r o 11,19 191

o p ersu asió n , lo cual ocurre con las p erson as de las que som os superiores, dueños o am igos. El todo cuyas partes son p osib les tam bién lo es, y las partes cuyo todo es p o si­ble tam bién lo son la m ayoría de las veces. Pues si es p o ­sib le que haya cortes delanteros, p un teras y em peines,

60. Se entiende que principio en entidad.

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tam bién lo es que haya san dalias, y si lo es que haya san ­dalias, tam bién lo será que haya cortes delanteros y pun-

1392b teras. Y si el género com o un todo entra dentro de lo p o si­ble, tam bién la especie , y si lo es la especie, tam bién el género. Por ejem plo, si es posible que haya un barco, tam ­bién una trirrem e, y si es posible que haya una trirrem e, tam bién un barco.

Y si es posible una de las cosas que son naturalm ente re­cíprocas, tam bién lo será la otra: por ejemplo, si es posible el doble, tam bién lo es la m itad, y si lo es la m itad, tam bién lo será el doble. Y si es posible que algo suceda sin artificio ni preparación , con m ayor m otivo lo será com o con se­cuencia del -irtificio y la aplicación. Por ello dijo Agatón®*:

Cierto es que hay que hacer unas cosas con ayuda del artificio, mientras otras nos las ganamos por necesidad o suerte,

y si algo les es posib le a personas inferiores, m ás débiles o m ás estú p id as, lo será m ás a los contrarios. C o m o d ijo tam bién Isócrates®^ que era terrible no ser capaz de d ar con lo que Eutínoo había aprendido.

Acerca de lo im posib le es evidente que se tratará de lo contrario de lo que acab am o s de decir.

^JjaiantojajQ,q,ue,ha sucedidO-O no ha sucedido,_pue- de examinarse de las siguientes formas:_ en primer lugar.

3 9 2 R ETÓ RICA

61. 39F8Snell.En el texto que conservamos del Discurso contra Eutínoo de Isócra-

t ts (n. 21) no aparece esta referencia, pero el discurso termina abrupta­mente, lo que invita a pensar que nuestro texto está incompleto y que el p.isaic aliníido por Aristóteles podría haber estado en la parte perdida. I 'tra posibilidad que se ha sugerido es que la referencia es al Discurso 1 S. 15, )■ i-i I, ,tagirita lo habría relacionado con Eutínoo por error.

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s i lo que es mej.Q s.natural que o cu rra h a ocurrida» lo, que es m ás natural p o d ría h ab er o cu rrid o tam biéi\» Y si lo que suele o cu rrir d espués h a-ocurrido . .tam bién lQ..que suele ocu rrir antes. Por ejem plo, si se ha olv idado algo es que previam ente se había aprendido. A sim ism o si se d e­seaba y se pod ía, es que se ha hecho, pues todos, cuan do deseam os algo, caso de p od er cum plirlo, lo hacem os, ya que nada nos lo im pide. A dem ás, si algo se deseaba y no había un im pedim ento externo, y si se p o d ía y se e stab a indignado, y si se p od ía y se deseaba. Y es que la m ayoría de las veces lo que deseam os, si p odem os, lo hacem os, las personas viles, p o r desenfreno, y la buena gente porque desea cosas buenas. Y si estaba a punto de hacerlo, o c u ­rrió , pues es natural que el que se d isp on e a ac tu ar lo haga. De igual m od o ocu rre si suced ió lo que precede naturalm ente o se hace con v istas a otra cosa; p o r e jem ­plo, si relam pagueó, tam bién tronó, o si alguien intentó la seducción, la llevó a efecto. O si suced ió lo que viene naturalm ente d espués o sucede a consecuencia de o tra cosa, tam bién suced ió lo que lo precede o lo que se hace con vistas a eso; p o r ejem plo: si tronó, tam bién re lam pa­gueó, y si sedu jo , tam bién lo intentó. D e to do lo d icho, unas cosas pcurren necesariam ente; o tras se prod u cen la m ayoría d s laS.Y.eces..En cuanto a lo,que no ha sucedido, es evidente que se a jjlic a rá lo fo iitra r io d é lo diclio.

Lo referente a lo ven idero es evidente a p artir de los m ism os argum entos. Lo que está en d isposic ión de ocu- rr ir v hay volunt a d de.Que Gcurra ocurriráv igu al que lo que está en el deseo, la ira y el cálculo, si va u n ido a la fa ­cultad de que ocu rra y hay un im pulso a hacerlo o se está a punto de hacerlo. Y es que en la m ayoría de lo s c a so s ocurren m ás las c o sas que están a punto de o cu rr ir que las que no están a punto de ocurrir. De igual m odo, si ha

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ocurrido lo que naturalm ente ocurre antes; por ejemplo, si está nublado, es verosím il que llueva. Y si ha ocurrido lo que se hace con vistas a otra cosa, tam bién es verosím il que o curra esa otra; p or ejem plo, si hay cim ientos, habrá tam bién una casa.

Rn cuanto a la gran dezao . p£queñez de la s cosas» y_ai cuanto a lo m aypxyjo rn en o r,y .^gen era l a lo^ran de y jp pequeño, es algo evidente p ara nosotros de acuerdo c(yi [o ¿ ich o . Pues se habló a propósito de los d iscursos deli­berativos®^ sobre la m agnitud de los bienes y en general del m ás gran de y del m ás pequeño. En consecuencia, dado que para cada tipo de d iscurso el fin que subyace es un bien, com o por ejem plo lo conveniente, lo herm oso-o lO-jusío, evidentem ente es en eso en .lo que cada o rado r debe basar sus m o d o s de am plificación. Buscar m ás allá, en el terreno de la m agnitud o de la superioridad en gene­ral, es hab lar p or hablar, pues son m ás decisivos en la práctica los hechos particulares que los generales.

H asta aquí lo dicho sobre lo posib le y lo im posible, sobre lo que ocurrió o no ocurrió , lo que será o no será, así com o lo dicho acerca de la grandeza o pequenez de los asuntos.

7 9 4 RETÓ RICA

C apítu lo X X

Nos r^ stx ttra tard e Jo sa rg u raen to sxo m u n es a to d o .tip ? de discurspsj una vez que hem os hablado de los p articu ­lares. Hay d o s tipo s de argum entos com unes: e j e m p l ^ cnitimema -y a que la sentencia es una parte del entim e- ma. Así pues, hablem os en prim er lugar de] ejem plo^piiss

Íi3. l.ibrol.cap.y. 1363b5ss.

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e le je m plo es sim ilar A la in d u cc ió n y la in du cció n es.un {principio d e razonam iento. H ay d o s tipo s de e jem plos, ya que junto al prim er tipo de ejem plo, que es,referirse a he- chos ocuriido& anteijxu jnente. hay otro, que con siste en inventárseilos^ttno jtnismo. Y dentro de este ú ltim o tip o hay, por un lado, Qlparalelo, y por otro, las fábulas, com o las esóp icas o las libias*"*.

Un ejem plo de referencia.a hechCLS^sería el que u n o d i­jera que se deben tom ar m edidas contra el rey persa y no dejarle som eter Egipto, porque an taño D arío no cru zó el m ar hasta que no som etió Egipto, y, una vez que lo hubo tom ado, cruzó el m ar. Y de nuevo Jerjes no em pren dió la invasión de Grecia h asta que no hubo tom ado E gip to , y una vez que lo hubo tom ado, cruzó el mar. En con secu en ­cia, si éste llega a tom ar Egipto, tam bién cruzará el m ar.

P ar^lelosjion los de Sócrates. Un ejem plo*"’ sería que alguien d ijera que no se deben asign ar los cargos p o r so r­teo porque sería algo parecid o a que se esco g iera a los atletas p o r so rteo y no a los que están cap ac ita d o s para com petir, sin o a los que design ara la suerte, o com o si se sorteara cuál de los m arin eros debe pilotar, en la idea de que debe hacerlo el favorecido p or la suerte y no el que es com petente para hacerlo.

^ e m p lo de fábu la es la de E stesícoro acerca de F á laris y la de É só p o sobre el dem agogo . En efecto, Estesícoro*® ,

64. Las fábulas esópicas son las que la tradición atribuía a Esopo y las libias, las que se poníenen boca de «un libio», pero no había entre ellas, que sepamos, diferencias sustanciales. Cf. Testimonios 85-92, p. 2. 4 s. Perry.65. Un ejemplo similar aparece citado por Jenofonte, Recuenioí Só­crates 2.9.66. Parece que Estesícoro escribió, además de obras de lírica coral, un libro de yambos, cf. E R. Adrados, «Hacia una nueva edición e interpre­tación de Estesícoro», Emérita 46, 1978, ¿93 ss. Este mismo estudioso

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cu an do los de H ím era eligieron a Fálaris com o gen e­ral con p lenos poderes e iban a asignarle un a gu ard ia de corps, tras varios argum entos, les contó la fábu la del ca­ballo que estaba so lo en un prado, pero v ino un ciervo y le e stro p eab a el pasto . Q ueriendo castigar al ciervo, le preguntó a un hom bre si no p od ía ayudarle a castigar al ciervo. Y él accedió a condición de que lo dejase ponerle riendas y subírsele encim a arm ad o de jabalin as. U na vez que hubo acced ido , y el otro se le hubo su b id o encim a, en lugar de castigar al ciervo, él m ism o quedó esclaviza­do por el hom bre. «A sí que v o so tro s» , d ijo , « fi jáo s , no vaya a ser que por querer castigar a lo s enem igos o s pase lo m ism o que al caballo. La rienda, la tenéis ya, al h ab er­lo escogido general con plenos poderes. Pero si le d a is la gu ard ia de corps, tam bién le dejaréis que se o s suba en­cim a y seréis esclavos de Fálaris».

Esopo, por su parte®^, una vez que estaba hablando en público en Sam os para defender a un dem agogo acusado de un delito capital, d ijo que una zorra que cruzaba un río había caído en un agujero del que no pod ía salir y estuvo largo rato pasán dolo m al por culpa de un m ontón de ga­rrap atas que se le habían pegado. A certó a p asar p o r allí un erizo que cuando la vio, se ap iadó de ella y le preguntó si le quitaba las garrapatas. Pero ella no le dejó. Y cuando le preguntó el porqué, le contestó «é sas están ya h artas y

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reconstruye la fábula en cuestión en la edición revisada y actualizada de los Líricos griegos. Elegiacos y yambógrafos arcaicos, vol. II, Madrid 1981,317 ss. (cf. también «Neue jambische Fragmente ausarchaischer iind klassischer Zeit: Stesichorus, Semonides (?), Auctor incertus», Phihiogui 126,1982,157-179). Narra esta misma fábula Horacio, £pís- (n/íis 1.10.34.

Se t rara Hp la fábula 427 Perry. No encuentra en las colecciones esó­picas, [uro la cita Plutarco, Si los ancianos deben ejercer la política 790 c.

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chupan poca sangre, pero si me las quitas, vendrán otras ham brientas y m e chuparán la san gre que me queda». «A sí que a vosotros, Sam ios», d ijo , «ése no o s hará ya m ás dañ o (pues ya es rico). Pero si lo m atáis, vendrán otros pobres, que os robarán y os vaciarán las arcas públicas».

Las fábu las son adecuadas a los d iscu rso s políticos y tienen la ventaja de que, m ientras que es difícil encontrar acontecim ientos ocurridos sim ilares al que nos ocupa, es m uy fácil ap licar fábulas, pues só lo se requiere, com o en las parábolas, que se pueda advertir la sem ejanza, y ésta es de las cosas que se logran a p artir de la filosofía. A hora bien, es m ás fácil buscarse argum entos para fábulas, pero los acontecim ientos son m ás provechosos para la delibe­ración , pues la .m ayoría de las veces lo que va a ocu rrir es ^ m e ja n te a Lo que ya ha ocurrido . Tam bién conviene, cu an d c jiq ^ se üejnen entim em as para, la d em ostración , recurrir a e jem plos (pues a través de ellos se puede con ­vencer), y cuando sí se tienen, utilizarlos com o epílogo de los entim em as, y es que, si se utilizan prim ero, parecerían una inducción , y la inducción, salvo p o cas excepciones, no es adecuada para la retórica. En cam bio, sj^se utilizan después, siryen com o testim onios, y el testigo es siem pre digno de crédito. Por ese m otivo el que em pieza por ellos se ve forzado a dar m uchos, m ientras que al que term ina por ellos con uno le es suficiente, pues si un testigo es fide­digno, con ése basiu. Q ueda dicho, pues, cuántos tipos de ejem plos hay y cóm o y cuáhúo hay que recurrir a ellos.

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C apítu lo X X I

E gx u arito al em pleo de se a te a c ia s . e a cu aa to hayam os dicho qué es u n a sentencia p o d r ía resu ltar m ás claro a

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propósito de qué asuntos, cuándo y ante quiénes es apro­p iado recurrir a ellas en los d iscursos. Efectivam ente, la sentencia es un enunciado, pero no referido a lo especjfi- co (po r ejem plo cóm o es Ifícrates), s i n o c o gerieral, y no a propósito de cualquier cosa, com o por e jem plo que lo recto es lo con trario de lo curvo, s ino a p rop osito ¿e aquellas.en las que intervienen, conductas y pueden,ele- girse o evitarse en la práctica. En consecuencia, com o los entim em as son una especie de razonam iento sobre este tipo de asun tos, las conclusiones y los p rin c ip io s de los entim em as, considerados aparte del propio razonam ien­to, son sentencias, com o por ejem plo:

Nunca debe un varón que esté naturalmente en sus cabales instruir a sus hijos hasta hacerlos demasiado sabios

eso es una sentencia. Pues si se le añade la causa, esto es, el m otivo, el conjunto es un entim em a, com o p or ejem plo:

Pues aparte de la holganza que ello trae consigo, se ganan la envidia y malquerencia de sus conciudadano»,

y tam bién:

no hay varón que sea feliz en todo

298 RETÓ RICA

68. Estos dos versos y los dos siguientes proceden de la Medea de Eurí­pides. Son, concretamente, los versos 294-297 (con una mínima varian­te te.xtual).(-'■ Eurípides, Fr. 661 Nauck^ de la tragedia perdida £síenubea. El ejem­plo se explica mejor con la continuación: «porque, o bien C3 de natural noble, pero no tiene recursos, o bien siendo un malnacido ara un cam­po muy rico».

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y:

no hay entre los varones uno que sea libre

son sentencias, pero con lo que sigue es un entim em a:

pues es esclavo del dinero o de la suerte.

Si realm ente una sentencia es lo que acabam os de decir, necesariam ente hay cuatro tipos de m áxim as: prim ero se distingue la que lleva una añadidura y la que no. N ecesi­tan una dem ostración las que enuncian algo paradó jico o dudoso ; las que no expresan nada paradó jico , no llevan añadidura. La razón de que no requieran añ ad idura pue­de ser en unos casos que lo expresado es algo ya adm itido , com o p or ejem plo:

Para un varón lo mejor es estar sano, al menos a mi parecer^',

pues ésa es la op in ió n de la gente. En o tro s c a so s , que nada m ás decirlas resultan a p rim era v ista c laras, com o por ejem plo:

No es amante quien no ama para siempre

D e las q ue llevan añ ad id u ra , un as son parte del en ti­m em a, com o p o r ejem plo:

I.IBRO 11,21 7 ^ 9

70. Este verso y el siguiente son los números 864 (con una pequeña va­riante) y 865 de la Hécuba de Eurípides.71. Epicarmo, Fr. 233 Olivieri, 262 Kaibel 23 B 19 Diels-Kranz. Se atri­buye a Simónides un pasaje muy parecido: «para un varón lo mejor es estar sano, lo segundo, tener hermoso porte, y lo tercero, enriquecerse sin fraude» (Fr. 146 Page PMG 651).72. Eurípides, Troyanas 1051 (con una leve diferencia textual).

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Nunca debe un varón en sus cabales...

O tras son autén ticos en tim em as y no p arte s de enti- m em as. Y son precisam ente las que m ás se estim an . , ^ trata de aquellas en.las.que se pone de m aiiifiesto la causa de lo dicho, por ejem plo:

No abrigues ira de dioses, siendo mortal

pues decir lo de que «n o se debe abrigar...» es una senten­cia, y el añad ido «sien do m ortal», la causa. De m od o se­m ejante ocurre en eso de

Mortales deben ser los pensamientos del mortal, y no inmortales

A sí que de lo dicho sc deduce claram ente cuántos tipo de sentencia hay y en qué m edida es adecuada cada unt ?, pues las que son discutibles o paradó jicas no deben ir si' h añadidura, sino que, o bien ha de p recederla añ ad idurá V utilizar la sentencia com o conclusión, com o por ejem plo i si se dice: «A sí que yo, d ad o que ni se debe provocar la en - vidia ni holgazanear, afirm o que no debem os recibir ins - tracc ió n », o bien situ ar la sentencia al principio y decii luego lo de antes. En cam bio en las que no son p arad ó ji­cas, pero tam poco evidentes, debe añadirse antes la causa de la form a m ás concisa posible. En estos casos son ap ro ­piados tam bién los ap o tegm as la c o n io s^ y las m áx im as

73. Se trata del verso déla Medea de Eurípides citado en 1394a29.7-4. Cita de un verso de una tragedia desconocida (Fragmentos de autor desconocido 79 Kannicht-Snell).75. Epicarmo, Fr. 239 Olivieri, 263 Kaibel 23 B 20 Diels- Kranz.

S c a la proverbial concisión de los laconios (de donde se acu­ñó el té rm in o «laconismo»). Una colección de apotegmas laconios nos

200 RETÓ RICA

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enigm áticas, por ejem plo si d ijéram os lo m ism o que Es- tesícoro en Lócride: que no se debe ser desm esurado si no se quiere que las cigarras canten desde el suelo

U tilizar sentencias es adecuado con la edad de lo s an ­cianos y a propósito de asuntos en los que se tiene expe­riencia, de m od o que u sarlas cuan do no se tien^ dicha edad es tan inadecuado com o contar historias, y hacerlo a propósito de asuntos en los que se es profano es una ton ­tería o una falta de educación . Un indicio bastará : y es que los cam pesin os son especialm ente afic ion ad os a las sentencias y lo dem uestran a la prim era ocasión .

Por otra parte, generalizar sobre lo que no es general es especialm ente adecuado para la lam entación y p ara provocar la in dignación , siendo en ese caso p osib le h a­cerlo tanto al com ienzo com o en la dem ostración .

Conviene recurrir a las sentencias m ás trillad as y co- rientes si son adecuadas, pues por ser corrientes, com o odos están de acuerdo en ellas, dan la im presión de ser erdaderas. Así por ejem plo, cuando se exhorta a correr

un riesgo sin haber ofrecido sacrificios:

El mejor agüero, el único, es luchar por la patria^®.

Y cuando uno se dirige a fuerzas inferiores:

Enialio es imparcial

conserva, por ejemplo, Plutarco. Quizá habría alguna más antigua, ya en época de Aristóteles.77. Estesícoro, Fr. 104 b Page (PMG 281). Las cigarras cantarían desde el suelo porque no habría quedado un árbol al que subirse, destruidos por los enemigos.78. Homero,//iViíííj 12.243.79. Homero, litada 18.309. Es el final de una arenga de Héctor a los tró­vanos, La afirmación de que Enialio (Ares), el dios de la guerra, no

l,IBROil,21 ^01

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y p ara m atar a los n iños de los enem igos, aunque no ten­gan cu lpa de nada:

¡Insensato el que tras matar al padre deja vivos a los hijos!

A lgunos p rov erb io sso atam b ién sentencias, por e jem ­plo el del «vecino ático» Incluso conviene em plear sen ­tencias para contradecir las m ás popularizadas (llam o p o ­p u larizadas a m áxim as com o «conócete a ti m ism o» y «n ada en exceso») cuando con ello el m odo de ser del o ra ­dor pueda aparecer m ejor o si al decirla produce una m a­yor em oción. Ejem plo de cóm o se produce una em oción sería si alguien, airado, afirm ara que es m entira que uno deba conocerse a sí m ism o. «Porque si ése se hubiera co­n ocido a sí m ism o no habría pretendido m erecer nunca ser general.» Y de que el m odo de ser parezca m ejor lo se­ría decir que no se debe, com o se afirm a, am ar com o si fu éram os a odiar®^, sin o m ás bien o d iar com o si fu éra­m os a amar.

Se debe a s im ism o„m anifestajr el p ropósito , aLtiernpo que se enuncia la sentencia, y si no, añ ad ir el m otivo, d i­ciendo, p o r e jem plo: «se debe am ar, no com o afirm an , sino com o si se fuera a am ar siem pre, pues lo contrario es p rop io de un traidor». O bien: «no m e convence eso que se dice, pues se debe am ar al am igo verdadero com o si se

202 RETÓ RICA ■

toma partido, antes de empezar un combate, por ninguno de los con­tendientes quiere decir que el resultado de la lucha nunca se sabe hasta el final. Que era proverbial se demuestra porque Arquíloco lo repite pero con el nombre de Ares (Fr. 108 Adrados).80. Cf.n. 154 del Libro I.8! T:1 proverbio completo (recogido por Zenobio II, 28 = I, p. 40 Leutsch-Schneidewin) decía «vecino ático, vecino desasosegado».82. Sentencia de Bias de Priene, traída a colación en 1389b23.

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le fuera a am ar siem pre». O bien «N ada de “ nada en exce­so” . Pues a los m alvados se les debe o d iar en exceso ;'.

Las sen ten cias s irven de g ran ayuda en lo s d iscu rso s , lo prirn ero p o r la_ v u lg a r id a d de lo s oyentes, p u es se sienten m uy a gu sto si algu ien al h ab lar en general co in ­cide con las op in io n es que ellos tienen so b re c a so s c o n ­cretos. Inm ediatam ente q u edará m ás c laro lo q u e q u ie ­ro decir, a s í com o el m o d o en que d eb em o s ir a la caza de sen ten cias. Y je^jque la sen ten cia , co m o se h a d icho, es u ^ n m x c ia d o , referido a lo general, y la gente se sie n ­te m ^y.a.gvisto s i se gen era liza p recisarn ente so b re lo q u eeilíiá Jm .op ÍJaad ft-So i)re un a su n to p articu lar . Por e jem plo: si a u n o al que le ha to ca d o cargar con vecin os o h ijo s d e sag rad ab le s le oyera a a lgu ien d ec ir q u e «n o hay n ad a m ás fa stid io so que tener v ec in os» o «n o hay tontería m ayor que tener h ijos». En consecuencia hay que acertar con las exp erien cias del au d ito rio p a ra ge n e ra­lizar so b re ellas. A dem ás de e sa ven taja , el u so de se n ­tencias tiene o tra m ás im portan te : conferir al d iscu rso un m o d o de ser. Y es que lo s d iscu rso s tienen un m o d o de ser, en lo s que se m an ifie sta el p i o p ó sito del oradojDY las sen ten cias to d as p rodu cen ese efecto p orq u e qu ien p ron un cia u n a sen ten cia se m an ifiesta en gen eral so b re su s p ro p ó sito s , de su erte q u e s i la s sen ten cias so n n o ­bles, h arán que el m o d o de se r del o ra d o r p arezca n ob le tam bién.

lIB 'iO 11,21 203

83. Se ha querido ver aquí un eco de la semencia hesiódica (Trabajos y días 346): «Un mal vecino es una desgracia». Pero el final de la sentencia hesiódica, «tanto como uno bueno, una suerte», se aparta de lo que aquí diría Aristóteles, que es que cualquier vecino (no sólo el malo) es fasti­dioso. Esto, y el hecho de que tampoco la siguiente máxima parece pro­ceder de ninguna fuente literaria, me inclina a pensar que son dos máxi­mas inventadas a título de ejemplo y no tomadas de la tradición.

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Baste lo dicho sobre qué es la sentencia, cuántos tipos de ella hay, cóm o debe recurrirse a ella y qué ventaja tiene.

2P4 RETÓ RICA i

C apítu lo XXII

H ablem os ahora en general sobre los entim em as. de qué m odo hay que buscarlos, y a continuación, de su s argu­m entos, pues cada unojciotrespojideLa unlipo.distinto. Ya se d ijo antes®"' que el.entim em a es u n a.fQtmajde razon^- rnieíito, en qué sentido lo es y en qué se diferencia de los de la dialéctií'a. A sí que no hace falta arrancar el razona­m iento desde m uy atrás ni p aso p or p aso , ya que lo p ri­m ero resulta poco claro por su p ro lijidad , lo segundo, charlatanería, por referirse a lo obvio. É se es el m otivo p o r el que los oradores incultos convencen m ejor a la

V gente que los cultos; com o afirm an los poetas:

los incultos les parecen a la masa más cultos en sus discursos®^.

Y es que los cultos enuncian los principios generales y universales; los otros hablan de lo que saben y de lo inm e­diato. En consecuencia no hay que partir de todas las op i­niones, s ino sólo de unas definidas: p or ejem plo, de las de los que ju zgan o de las que éstos están .dispuestos a acg>-

i396n tar. Y lo que parece de este m odo resultará claro para to ­dos o p a ra la m ayoría. T am poco hay que partir sólo de proposiciones necesarias, sino de las que se verifican m a- yoritariam ente.

84. 1356b3, 1357al6.8.I. Es una cita indirecta de Eurípides, Hipólilo 988 ss. «Pues según los entendidos, los mediocres ante la masa son más cultos en sus discursos.»

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En prim er lugar, pues, hay que com pren der que para cualqu ier cuestión de la que ten gam os que h ab lar o ra­zonar (tan to en un razonam iento re lacion ado con los asuntos públicos com o en los de cualqu ier otro tipo ) ^ r - zosam ex!tg.bay.argum entos re lac io n ad o s convelías que necesariam ente d ebem os conocer, en su to ta lid ad o al mejnosjen parte. Pues si no se.tiene nada, de la n ada no se p u ^ f j j a c e r d edu cció n algu n a. Por e jem plo, ¿cóm o p o ­d ríam o s acon se jar a los aten ienses si deben en trar en guerra o no sin conocer su s efectivos navales, de infante­ría o de am b as clases, cuántos son y qué recursos habría que allegar, o quiénes son su s am igo s o su s enem igos, en qué gu erras han tom ado parte y con qué resultados, y de­m ás datos p or el estilo? ¿O cóm o e log iaríam os la batalla naval de Salam ina o la terrestre de M aratón o las gestas de los H eraclidas u o tras por el estilo?®* Pues to d o s e lo g ia­m os las acciones real o su pu estam en te h erm o sas. Y de m od o sem ejante, cen su ram os las co n traria s, tra s h aber exam inado lo que real o supuestam ente se refiere a ellas.Y a sí p or ejem plo direm os que los atenienses esclavizaron a lo s g rie go s y que som etieron a serv id u m b re a lo s que habían sido sus aliados contra el bárbaro y se h abían cu ­bierto de g loria en ello, com o los de E gin a y Potidea®^, y otras razones p o r el estilo, si es que les es im putable otra falta sim ilar. D e igual m od o acu sadores o defensores.de­ben organizar su acusación o su defensa atendiendo a ios hechos pertin entes. Y da igual que se trate de atenienses o lacedem on ios, de un hom bre o de un d io s; el proceder es el m ism o. Pues el que acon se ja a A quiles, lo elogia o lo

I.IBKO 11,22 205

86. Son los temas del Panegírico (n. 4) de Isócrates.87. Sobre estos episodios, no demasiado dignos para la imagen de los aten ienses, cf. Tucídides 2.27,70.

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censura, lo acusa o lo defiende, ha de basarse en lo que le es pertinente o parece serlo, para que, sobre estos presu­puestos, d igam os en nuestro elogio o nuestra censura si es h erm oso o vergonzoso, y en nuestra defensa o nuestra acusación, si es ju sto o injusto, y al aconsejarle, si es bene­ficioso o perjudicial. De m odo sim ilar ocurre en cual­quier tem a. Por ejem plo, a propósito de si la ju stic ia es o no un bien hem os de partir de lo que atañe a la ju stic ia y a lo bueno. En consecuencia, dado que evidentem ente to­dos hacen su s dem ostraciones de esta m anera, tanto si ar­gum entan de un m odo m ás preciso com o si lo hacen con m enor rigor (pues no se basan en todos los argum entos, sino en los que son pertinentes a cada cosa), y dado que en un d iscurso es obviam ente im posible hacer las dem ostra­ciones de otro m odo, la conclusión es que evidentemente es forzoso, com o en los Tópicos^^, contar, lo prim ero, en cada tem a una serie de argum entos elegidos acerca de las cuestiones que pueden suscitarse y de las m ás apropiadas. En cuanto a las que se suscitan de un m odo im previsto, hem os de in dagar sigu iendo el m ism o procedim iento y no fijarnos en cuestiones indeterm inadas, sino en las que atañen al tem a del d iscurso y englobando las m ás que p o ­dam os y las m ás cercanas a la cuestión, pues cuantas m ás proposiciones pertinentes ahejna.se tenga.n» tanto m ás.fá- cil será hacer la dem ostración , y cuanto rnás próx im as sean, tanto m ás aprop iadas y m enos .triviales. Llam o tri­viales a elogiar a A quilas porque es hom bre y porque fue uno de los sem idioses y porque participó en la expedición contra Troya. Pues esas características les son aplicables a muchos otros, de m odo que quien así hiciera no elogiaría a Aquiles m ás que a D iom edes. Son específicos los que no

««. .'.;iVo5l.l4, ;05b !3 ‘:.

206 KblOKlCA

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corresponden a ningún otro m ás que a Aquiles; por e jem ­plo, que m ató a H éctor, el m ás valiente de los troyanos, y a Cieno, que p or ser invulnerable im pedía el desem barco de to d o s*’ o que, aunque aún era jovencísim o y no estaba ligado por el ju ram en to ’ ®, partic ip ó en la expedición , y otras co sas por el estilo.

A sí pues éste es u n prim er m od o de seleccionar enti- m em as, el que se refiere a las líneas de razonam iento. H a­blem os ahora de los elem entos de ios entim em as. Le lla­m o elem entos de los entim em as y líneas de razonam iento a la m ism a cosa . H ablem os, pues, en p rim er lugar de lo que debem o^Jiab lar lo primerp.:,y es que hay d os tipo s de entim em as. U nos son dem ostrativos de que algo es o no es,jDtrqs^son refu tativos, y la d iferencia entre ello s es la m ism a que hay en la d ialéctica entre refutación y razon a­m iento. El entim em a dem ostrativo se configura a p artir de proppciciones com patibles, y el refutativo se configura a p artir d ep rop osic ipn es incom patibles. A sí que ya tene­m os prácticam en te las líneas de razon am ien to ú tiles o necesarias p a ra cada uno de los tipos, pues hem os hecho una colección de las p rem isas referidas a cada género , y en consecuencia hem os de form ar a p artir de ellas lo s en- tim em as sob re lo b u ejiQ.v.lo. malQ,^lo h erm o so y lo ver- g o r ^ s jQ jo . ju s t o .y io in justo. D e m odu sem ejan te son aprovechables la s líneas de razon am ien to que antes he-

89. Este episodio no se narraba en la litada, sino en el poema épico ar­caico perdido las Ciprias, de acuerdu el resumen de Proclo (cf. Ci­prias arg. y nota ad loe. en A. Bern.;bé (ed.), Poetae Epici Graeci, Leipzig1987,I,p.42).90. Los pretendientes de Helena se comprometieron, fuera quien fuera el elegido, a acudir en socorro de éste (que sería Menelao), en caso de que fuera agraviado. El tema probablemente se narraba también en las Ciprias. Aquiles, por su juventud, no había participado en tal juramen­to, por lo que no estaba cbügado a participar en la guerra de Troya.

LIBKP'1,22 hh

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m os revisado a propósito de los m od os de ser, la s em o- 1397a ciones y las d isposic ion es de ánim o®'. S igam os ah ora

otro cam ino, m ás general, referido a todos los entim em as y h agam os una anotación m arginal acerca de los d iscu r­so s refutativos y los dem ostrativos, a sí com o de los que no son entim em as, aunque lo parezcan, porque tam poco son razonam ientos. Una vez dem ostrado esto, definam os las refutaciones y ob jeciones m ostran do sobre qué bases pueden aportarse para contraponerlas a los entim em as.

208 R ETÓ RICA

Capítulo XXIII

Una línea-^dejazo n am ien to dq iQS.eatim emas d em o stra­tiv o s’ se,basa enJ.os.cojatrario§. Pues se debe exam inar si a un contrario corresponde una cualidad contraria; y en caso negativo, se debe refutar, y en caso positivo , se defee confirm ar lo q ue se afirm a. Por ejem plo, que es bueno ser m esurado, porque ser in tem perante es dañino. O bien, com o en el d iscurso a los m esenios; «si la guerra es el m o ­tivo de las actuales desgracias, es necesario hacer la paz para que se arreglen»

Pues si con los que nos han hecho daño mal de su grado no es justo encolerizarse, tampoco el que, a la fuerza, nos hace algún bien debe por ello esperar gratitud ’ ■*.

91. Cf. Libro I, caps. 4-14, II, caps. 1-18.92. E.S decir, de aquellos que pretenden ofrecer una prueba a favor y no una refutación.93. Alcidaman'e, Meseníaco (n. VI, Fr. 2, II, p. 154 Baiter-Sauppe), es­crito hacia 366 a.C.94. Cita de un trágico desconocido (Fragmentos de autor desconocido. SOKanniclit-Snell).

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Mas, anciano, si entre los hombres hay mentirasdignas de crédito, debes también creerte lo contrario:que muchas verdades les resultan a los mortales increíbles^''.

O tra línea de razon am ien to es la de la deriv ació n d e palabras sem ejantes, pues deben resultar ap licables o no ap licab les <Je m o d o sem ejante. A sí p o r e jem plo que no todo lo ju sto es beneficioso, porque entonces tam bién todo lo que es «ju stam ente» tendría que ser tam bién (be­neficiosam ente», pero no p o d em o s con siderar d eseable m orir ju stam ente.

O tra es la que procede de las relaciones correlativas. Pues si es c ierto que uno hace algo h erm oso o ju sto , lo será Cjue el otro recibió un tratoJa^rm o sp o.j,u§to, y si lo es que iinp o rd ena algo de esta .suer^q. lo será.que^l otro-lo hizo. Un ejem plo sería lo que dijo el recaudador D iom e- donte®*:

si para vosotros no es vergonzoso venderlos, tampoco lo es para nosotros comprarlos.

Y si es cierto que uno ha recibido un trato h erm o so o ju sto , lo m ism o p o d rá decirse de quien se lo ha d ado . Es posible, sin em bargo, llegar a una conclusión falsa en este tipo de razonam iento. Pues si alguien su frió un trato ju s ­to, qu izá no lo fue que lo recibiera de ti. Por eso hay que exam inar, adem ás de si es correcto que alguien haya sido tratado de un determ inado m odo, si lo es que lo haya he­cho quien lo ha hecho, p ara u tilizar luego el argum ento del m odo que sea m ás adecuado. Y es que a lgu n as veces

|"!RO 11,23 209

95. Eurípides, Tiestes, Fr. 396 Nauck.96. Personaje desconocido.

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hay desajustes en esto y nada im pide, com o en el Alcmeón de Teodectes que se responda a la pregunta:

¿A tu madre, había algún mortal que no la odiara?

diciendo:

Pero es necesario examinar la cuestión haciendo una distinción,

y que al preguntarle A lfesibea cóm o, le responda:

Decidieron que ella muriera, no que yo la matara.

Igual ocurre con el ju icio de Demóstenes®* y de los ase­sin os de Nicanor, pues com o sentenciaron que lo habían m atado con justicia, les pareció que había m uerto con ju s­ticia. O con el que m urió en Tebas, a propósito del cual se decidió juzgar prim ero si era ju sto que m uriera, en la idea de que no es injusto m atar a quien m uere justam ente’ ’ .

O tra es la que seiiexivaile,lo m á s y,de lo m enos Por ejem plo: «s i ni siqu iera lo s d io se s lo sab en todo, m enos aún io s hom bres», esto es, si no es aplicable a quien m ás aplicable le es, es evidente que tam poco lo será a quien lo es m enos. Igual que lo de «les p ega a su s vecinos quien tam bién le pega a su p ad re» , sob re la b ase de que si es

97. Trágico del i v a.C. cf. 72 F 2 Snell.98. No sabemos si se refiere al famoso orador ateniense, enemigo cíe Esquines, o al estratego del mismo nombre. No contribuye a a -udarriGS a decidir el nombre de Nicanor, ya que el ajfaire de su asesinato nos es totalmente desconocido.99. Se refiere al asesinato de Eufrón y al posterior juicio de sus asesinos, suceso ocurrido aproximadamente en 365 a.C. y narrado po: Jenofonte, Helénicas!.3 A ss.100. Se'’''’ta.deirg^5jjr^0'íLfe.CÍ!P'''-

210 RETÓRICA

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aplicable a lo m enos, lo será tam bién a lo m ás, pues es m enos pegarle a los vecinos que a los padres. C laro es que el argum ento puede expon erse a sí o bien si algo no es aplicable a lo que sería m ás aplicable o si es aplicable a lo que m enos, según si se desea dem ostrar que algo es ap li­cable o si no. A dem ás, si no se puede recurrir a lo m ás o lo m enos, se puede decir:

Digno de piedad es tu padre por haber perdido a sus hijos. ¿Acaso no lo es Eneo, que ha perdido a su ilustre hijo?

O bien eso de que si Teseo no com etió una falta, A le­jan d ro tam poco; si no la com etieron los T in dáridas, A lejandro, tam poco. Y si H éctor hizo bien al m atar a Pa- troclo, A lejandro hizo bien al m atar a A quiles Y si los dem ás expertos no son despreciab les, tam poco lo son los filó so fo s Y si los generales no son despreciables porque es frecuente que se les condene a m uerte, tam p o ­co lo serán los sofistas. O tam bién eso de que «si un par- 'icu lar debe cuidarse del prestigio de su ciudad, tam bién debéis preocuparos del de G recia».

O tra línea d e j azojaam iento e & Ja ^ e ^ t ie n d e .a l tiero- po. C om o lo que d ijo Ifícrates en el p roceso contra H ar-moHio>05.

101. Cita de una tragedia desconocida (Fragmentos de autor desconoci­do 81 Kannicht-Snell). El tema evidentemente es el de Meleagro, hijo de Eneo, que murió tras haber dado muerte a algunos de sus parientes por una disputa tras la cacería del jabalí de Calidón. Cf. n. 8 de este mismo Libro.102. Otro nombre de Paris, el héroe de la leyenda troyana, raptor de He­lena, elegido como juez por las diosas para su competición de belleza.103. Cf. Polícrates, n.XXIlI.Fr. 13,lI,223Baiter-Sauppe.104. a . Isócrates, Sobre el intercambio de bienes {n. 15)209.105. Harmodio había denunciado como ilegal un decreto en que se acordaba erigirle una estatua a Ifícrates. Éste se defendió en un discurso

|.lliKÜIi,23 22 ]

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Si antes de conseguirlo hubiera redamado una estatua si lo con­seguía, me la habríais concedido. Y ahora que lo he conseguido ¿no vais a concedérmela? Así que no hagáis promesas cuando estéis a la espera de algo, para negaros a cumplirlas cuando ya lo disfrutáis.

En otro m om ento, p ara convencer a los teban os p ara 1398a que dejaran p asar a Filipo por su territorio h asta el Ática,

se d i jo '“*:

Si se lo hubiera pedido antes de que les hubiera ayudado en su lucha contra los focenses, lo habrían prometido, así que es ab­surdo que no lo dejen pasar porque ha renunciado a su ventaja y se ha fiado de ellos.

Q lj;a .e sap lica t.laq u e ha dichxiaLm ism o-que lo h a 4 i- ¿hio, pero este sesgo del d iscurso, que se da, por ejem plo, en el Teucro es d iferente del que u só Ifícrates contra Aristofonte'®®. C uan do éste le preguntó si en tregaría la flota por dinero, tras negarlo, añadió:^

¿Es que tú, por ser Aristofonte, no la entregarías y yo, por ser Ifícrates, sí?

Sin em bargo debe parecer m ás esperable que sea el a d ­versario y no uno m ism o quien sea capaz de com eter un a

que algunas fuentes atribuían a Lisias (cf. Lisias, n. XIV, Fr. 36, II, 179 Baiter-Sauppe).106. Por parte de los enviados de Filipo. Demóstenes pronunció un discurso contra esta petición en 339 a.C. (cf. Demóstenes 18.213).107. Obra perdida de Sófocles, cf. el Fr. 579b Radt y la traducción de los fragmentos de J. M. Lucas, Sófocles, Fragmentos, Madrid 1983,294 ss.108. C f Lisias, n. XIV, Fr. 128,11,191 Baiter-Sauppe. Se trata del discur­so de defensa de Itícrates, un estratego ateniense, contra la acusación de Aristofonte de concusión y traición, tras una derrota.

222 RETÓRICA .

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in justicia, ya que si no, resultaría ridículo. Si fuera en una acusación contra A rístides contra el que uno em pleara este argum ento, provocaría la desconfianza hacia el acu ­sador Y es que en general el acu sador quiere ser m ejor que el acusado , de m odo que eso es lo que se debe refutar. Pero es totalm ente absurdo que uno eche en cara a otros lo que él m ism o hace o haría o exhorte a hacer lo que él m ism o no hace ni haría.

0 tra_esiaj:^üe4)a£t& jde-una4efi«ición . Por e jem plo, ¿qué es lo sob reh u m an o?' ¿un d io s u ob ra de un dios? Así que quien crea que es la obra de un d io s forzosam ente cree que los d io ses existen. A sí fue com o Ifícrates ‘ ' ‘ a rgu ­m entaba que el m ejor es tam bién m ás noble, p u es n ada de noble h ab ía en H arm odio y A ristogitón ‘ h asta que llevaron a cabo una acción noble. Y tam bién que él estaba m ás em parentado con ellos «pues m is acciones están m ás em paren tad as con las de H arm o d io y A risto g itó n que con las tuyas». O com o en el Alejandro donde se dice que todos estarían de acuerdo en que quienes no son m o ­rigerados no se contentan con el goce de un so lo cuerpo. Por esa m ism a razón Sócrates no q u iso v isita r a A rque- lao; afirm ó que era un abuso no p od er correspon der a los favores igual que a los m alos tratos T odos ellos razo-

109. Porque la honradez de Arístides (llamado precisamente «el Jus­to») era proverbial.110. Griego to daimonion, un concepto de difícil traducción. Cf. Pla­tón, Apología 27b ss.111. Lisias, n. XIV, Fr. 37, II, 179 Baiter-Sauppe.112. Los famosos tiranicidas, cf. n. 101a Libro L113. Polícrates, n. XXIII, Fr. 14. II, 223 Baiter-Sauppe. Cf. 1397b27 y n. 103.114. C f Séneca, De los beneficios 5.6.2. «El rey Arquelao le pidió a Só­crates que fuera a verlo. Se cuenta que Sócrates dijo que no quería ir a verlo porque recibiría de él beneficios sin que pudiera cOn espor*Jerle

l i b r o 11,23 , 2 1 3

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nan sobre el tem a del que hablan después de haber defi­nido los térm inos y determ inado su esencia.

jú ie ja de razonamientQ.&e .basa en los diferentes sen tidos de un término^ com o se hace en los Tópicos a propósito de «agudoai*^ .

“ O tra se deriva de la división: por ejem plo, si todos co­meten injusticia por uno de estos tres m otivos: por a, por b y por c, y en este caso es im posible que haya sido por uno de los dos prim eros, y en cuanto a que haya sido por el ter­cero, ni siquiera los acusadores lo afirm an.

O tra se deriva de la in ducción . Por ejem plo, del caso de la m ujer de Pepareto se concluye que en lo referente a los h ijo s son siem pre las m ujeres las que definen la ver­dad . En ese sentido, en un proceso entre el orador M an- tias y su hijo, declaró la m adre de éste y en Tebas, en un litigio entre Ism enio y Estilbón, la D odón ide declaró que su h ijo era de Ism enio, y por ello consideraron a Te- salisco hijo de Ism enio. O tro ejem plo se encuentra en la ley de Teodcctes ”

2 1 4 PETÓ RICA

con otros similares.» En Marco Aurelio, Meditaciones 11.25, hallamos una versión similar, pero atribúlela a Sócrates y Perdicas: «Razón por la que Sócrates no iba a ver a a Perdicdi,: “para no acabar con el peor de los finales, esto es, no poder corresponder al buen trato recibido”». Cf. también Jenofonte, Apología de Sócrates 17, Diógenes Laercio 2.25.115. Se refiere a diversos pasajes de Tópicos en que se ejemplifica con esta palabra (gr nxysj para ver los diferentes sentidos que tiene. Así en 106a 13 se dicc 4ue lo contrario de lo agudo es lo grave si se trata de la voz. pero lo obtuso, si se trata del cuerpo sólido, y en 107al4 se diferen­cia el sentido de este adjetivo aplicado a una voz (un término técnico musical), a un ángulo o a una espada, o en 107bl4, donde se distingue su valor como «ácido» aplicado a sabores, del antedicho sentido técnico aplicado a la voz.116 Demóstenes39.2-4,40.8-10.117. Cf. n. XXXII, Fr. 1, II. 247 Baiter-Sauppe.

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Si no confiamos nuestros caballos a los que han cuidado m allos ajenos ni nuestras naves a los que han hecho naufragar las aje­nas, y en consecuencia hay que obrar de modo similar en todo, tampoco hay que recurrir para la propia salvación a los que han cuidado mal de la ajena.

O tra es la que d ijo A lcidam ante que to d o s e stim an a los sab ios. A sí que los de Paros tenían g ran estim ación por A rquíloco , a p e sa r de su m ala len gu a y los de Q uíos p o r H om ero, que no era con ciu dadan o suyo, los de M itilene p o r S a f o a u n q u e era una m ujer, lo s lace- dem on ios p o r Q uilón y lo hicieron m iem bro del s e ­nado, aunque no eran n ada afic ion ados a las letras, y los de L ám psaco a A n axágoras aunque era extran jero , lo enterraron y todav ía hoy lo honran. L os aten ien ses d is ­frutaron de p ro sp erid ad sirv ién d o se de las leyes de S o ló n ' los lacedem on ios, de las de L ic u rg o ' y en Te- bas, cu an do los gobern an tes se h icieron filó so fo s, ta m ­bién la ciudad d isfru tó de p rosperidad .

O tra se deriva de un a decisión sobre el m ism o caso o sobre otro sim ilar o contrario. Sobre todo si tod o s y s iem ­pre han tom ado la m ism a. Si no es así, si la han to m ad o la m ayoría de ellos o los sab io s, tod o s o la m ayoría , o los buenos o incluso los p rop io s jueces o aquellos cuya opi-

I.IBKOII,23 215

118. Cf. n. VI, fr. 5, p. 155 Baiter-Sauppe.119. Famoso lírico de Paros del s. vii a.C. La «mala lengua» se refiere a que fue autor de yambos, algunos de ellos notoriamente insultantes.120. La conocida poetisa, cuyo elevado lugar en la literatura griega re­sultaba anómalo para una mujer de la época.121. Éforo de Esparta del vi a.C., luego incluido entre los Siete Sabios.122. Filósofo de Clazómenas, amigo de Pericles, que, desterrado de Atenas, acabó sus días en Lámpsaco.123. Legislador y poeta ateniense del s. vii-vi a.C.124. Figura legendaria a la que los espartanos atribuían su legislaciüii.

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nión respetan los jueces o a quienes no es posible llevar la contraria en un ju icio , com o ocurre con los que ostentan la soberan ía, o a quienes no resultaría decoroso hacerlo, com o los d ioses, nuestro padre o nuestros m aestros; a sí ocurrió con lo que Autocles le d ijo a M ixidém ides

¿Fue decoroso para las augustas diosas someterse a la sentencia del Areópago' y no va a serlo para Mixidemides?

o lo que d ijo Safo que m orir es un m al, pues los d ioses lo han decidido así, pues si no lo fuera, m orirían ellos. O lo que le contestó A ristipo a Platón, porque pensaba que le había hablado de un m odo excesivam ente pretencioso: «es que nuestro am igo nunca le hizo así», refiriéndose a Sócrates. Por su parte, A gesípolis le preguntó en Del- fos al d ios, tras haber consultado al oráculo en O lim pia, si su op in ión coincid ía con la de su padre, en la idea de que sería veigonzoso llevarle la contraria. O com o Isó- crates escrib ió a propósito de Helena que era buena p o r­que a Teseo se lo había parecido y a propósito de Ale- j andró ‘ , que tam bién lo era porque las d io sas se habían

216 RETÓRICA

125. Cf. n. XXI, p. 220 Baiter-Sauppe.126. Se refiere al tema de Orestes, tal como lo trató Esquilo en las Euménides: el hijo de Agamenón es perseguido por las Erinis por haber dado muerte a su madre Clitemestra, hasta que tanto él como las pro­pias diosas se someten al juicio del Areópago.127. Fr. 201 Voigt.128. fr. IV A 16 Giannantoni.129. Cf. Jenofonte, Helénicas 4.7.2 (la escena tuvo lugar en torno al año 388 a.C).1 JO. hócmies. Elogio de Helena (n. 10) 22-38.n i . Sobre Alejandro, cf. n. 102. Se refiere también a Isócrates, Elogiode Helena (n. 10) 46.

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som etido a su ju ic io , y a p ro p ó sito de Evágoras, que era bueno porque, com o el p rop io Isócrates dice, cuan do C onón cayó en d esgracia se fue junto a Evágoras, d esd e­ñando a todo s los dem ás.

O tra línea de razonam iento se b asa en tom ar las.par.tes por separado, <:omo se encuentra en los Tópicos'^^: ¿qué tipo de proceso es el alm a? ¿ A o b? C om o ejem plo puede valer uno del Sócrates de Teodectes ‘

¿Qué santuario ha profanado, a qué dioses de aquellos en los que cree la ciudad no ha honrado?

C ^m o en la m ayoría de los caso s ocurre que un a cosa tiene consecuencias buenas o m alas, otra línea de razon.a- m iento con siste en exh o rtar o d isuad ir, a c u sa r o d e ­fender, e log iar o cen surar a p artir de las con secuen cias; por ejem plo, de la educación hay una consecuencia m ala, que es la envidia que genera, y un bien, que es la sab id u ­ría En consecuencia, no debem os educarnos, pues no debem os su sc itar la envid ia. Pero tam bién cabe decir; "A sí que d ebem os edu carn os, pues debem os ser sab io s» . A esta línea de razon am ien to se lim ita el A rte de C ali- po con el añ ad ido de lo posib le y otros de los que ya he hablado

O tra se ap lica.cuando deb em os e jA o rtar o d isu ad id a una de d o s cosas con trapuestas ,y consiste en recu rrir a la

l ib r o 11,23 .237

132. Isócrates, Evágoras (n. 9) 51 ss.133. lHb5.134. Cf. n. XXXII, Fr. 3. II, 247 Baiter-Sauppe.135. Cf. Eurípides, Medea 294.136. Se trata de un discípulo de Isócrates, autor de un tratado de retóri­ca. Sele menciona de nuevo en 14003.==137. Ct. cap. 19 de este mismo Libro.

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que antes hem os dicho, con la diferencia de que en el caso anterior se trataba de d os cosas contrapuestas al azar, y en éste, de dos cosas contrarias. Por ejem plo, una sacerdo­tisa que no perm itía que su h ijo h ab lara ante el pueblo dijo:

Pues si tus razones son justas, te odiarán los hombres,y si son injustas, los dioses,

pero tam bién cabe decir: así que debes hablar ante el p u e­blo, pues si tus razones son ju stas, te am arán los d ioses, y si son in justas, los hom bres». Es lo m ism o que el dicho «com prar la charca con la sal» ‘ Enjeso consiste el argu- me£_to£n q u iasm o; c u M 4 Q ,d e - .d o s j» ^ a & ,íQ u tw l^ a ca3 a 'u n a le sigue una consecuencia buen a y o tra mal^a, opuestas respectivam ente entre sí.

Dado que no elogiam os las m ism as cosas en público y en privado, sino que en público elogiam os especialm ente lo justo y lo hermoso y en privado preferim os más bien lo conveniente, hay otra línea de razonam iento que consiste en intentar deducir este segun do punto de v ista a p artir del prim ero. Ésta es la m ás eficaz de las líneas que provo­can la sorpresa.

O tra xe5iüta.4e.Ja £roporQÍQn entre térm inos. Por ejem plo, Ifícrates cuando intentaban obligar a un hijo

1 }8. Se. explica este proverbio en el Appendix Prqverbiorum II 75 (II 409.7 Leutsch-Schneidewin) en los siguientes términos: «“me parezco al que compró la sal y la charca”; referido a los que en cierto modo su­fren daño de una de dos cosas, pues ambas adquisiciones se contrapo­n en y u n a de las dos no beneficia nada al que las compra. Pues si uno '.icd provecho de la charca, la sal lo echa a perder, y si el lugar se secara por el sol, >e sacará mucho beneficio de la sal, pero daño délo otro, ya iiuc 1.1 c h a r c a se habría secado».1 .w ( :r. n. XX, Fr. 5,11,219 Baiter-Sauppe.

218 RETÓ RICA

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suyo a que, dada su estatura, aun que aún no tenía edad para ello, costeara un servicio público, repuso que si con­sideraban adultos a los m uchachos altos, deberían decre­tar que los hom bres bajo s fueran n iños. Y Teodectes en su Ley^‘ ° dice:

Convertís en ciudadanos a mercenarios como Estrábax y Cari- demo en recompensa a sus méritos. ¿No vais a convertir en des­terrados a los mercenarios que han causado males irreme­diables?

O tra se deriva de que si la con se^uen cia es la jm isrna tam bién lo es lo que la p reced ía . Por ejem plo , Jenófa- n e s d e c í a que los que afirm an que los d io ses nacen c o ­m eten u n a im p ied ad sim ilar a la de q u ien es d icen que m ueren, ya que en am b o s caso s ocu rre que hay un tiem ­po en que los d io ses no existen. Y en general hay que a su ­m ir que el resu ltado de a lgo es siem pre el m ism o : «N o ’. ais a ju z g ar acerca de Isócratcs sin o acerca de una o cu p ac ió n : si se debe p rac tica r la filo so fía» . O bien «o frecer la tierra y el ag u a» sign ifica se r esclavo''*^ , y «p artic ip ar de una p az gen era lizada», hacer lo que a uno se le o rd en a D ebe o p tarse p o r la a ltern ativa que sea m ás útil.

O tra línea de argum entación se b a sa en que no siem - pre se elige después lo m ism o que antes, sino lo contrario. Un ejem plo sería el entim em a: «Si cuan do éram os exilia­d o s lucham os p ara volver, ahora que h em os h em os vuel-

l i b r o 11,2.. ■ 219

140. Cf. n. XXXll, Fr. 2, p. 247 Baiter-Sauppe.141. Cf. 21 A 12 D.-K. = Fr. 46Gentili-Prato.142. Cita libre de Isócrates, Sobre e/míercambio de bienes (n. 15) 173.143. Cf.Heródoto4.126-127.144. Cf.Ps.-Demóst.l7.30.

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to nos exiliarem os para no luchar» Y es que en una ocasión eligieron quedarse a costa de luchar, y e n otra, no com batir a costa de no quedarse.

O tra es admitixi3ucjjm.mQtmLB.Qsibk.para q u e .ak o seap haya ocurrido es Ia,cavi5|i de.que sea o h aya Q cutji- do¿por ejemplo, que se le dio algo a alguien para afligirá, quitándoselo. Por eso se dice

A muchos no es por benevolencia por lo que la divinidad les concede grandes ventajas, sino con la intención de que sufran desgracias más evidentes,

o lo del M eleagro de Antifonte

No fue para matar a la fiera, sino para que ante Grecia le sirvieran a Meleagro de testigos de su excelencia.

O lo del Ayax de Teodectes “ '®, esto es, que D iom edes escogió a O diseo no p or estim a hacia él, sino para que su acom pañante le fuera inferior, porque cabe que lo h i­ciera por eso.

H ay o tra línea de razonam iento que sirve tan to p ara lo s d iscursos,fprease s com o p ara los deliberativos; con ­siste en exam inadlas razones por las que se ipducf^o se cU- su a d g y p o r la sq u e se lleva a cabo o se evita algo, p u es sojg de tal naturaleza que se debe actuar, si se dan^ y no j e debe, si no se dan . Por ejem plo, si algo es posible, fácil r>

145. Cf. Lisias 34.1 i: «pues si, cuando nos exiliamos, luchamos contra los lacedemonios para volver, sería terrible que ahora que hemos vuelto no,s exiliáramos para no luchar».146. Fragmentos de autor desconocido &2 Kannicht-Snell.147. 55F2Snell.148. 72FlSnell.14y. ¡liada l0.2ia-¿47.

220 RETÓRICA •

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beneficioso para uno m ism o o para su s am igos o p erju ­dicial para los enem igos. Y, caso de que acarree un perju i­cio, que el perju icio sea de m enor im portancia que lo que se consigue. De acuerdo con esas m ism as razones acu sa­m os y nos defendem os. N os defendem os con aquellas por las que se d isuade y acucam os con las que se induce. A esta línea de razonam iento se lim ita to d a el A rte de Pánfilo y la de C alipo ‘

O tra se d e r i\^ ^ lo q u e se su p o n e q u e su ced e p ero resultó increíb le; consiste eri argu m en tar que n o se su ­p on dría si no fu era cierto o estuv iera cerca de serlo . In ­clu so q u e es m ás p robab le que se a c ierto . Y es que d a ­m o s créd ito a lo que existe o a lo que es v ero sím il. A sí que si se su p o n e algo que es increíble y no verosím il, d e­bería ser cierto , p orque no lo su p o n em o s por ser vero ­sím il y creíble. C o m o lo que decía, p o r e jem plo, A ndro- cles el Piteo'® ' en su c rítica co n tra la ley, cu an d o se organ izó un e scán d alo p o r su a firm ació n de que las le­yes necesitan un a ley que las corrija : «p u es tam bién los peces n ecesitan sal»^ aunque no es verosím il ni creíb le que la n ecesiten q u ien es se han c r ia d o en ag u a sa lad a , «y la s to r ta s de o ru jo n ecesitan ace ite» , au n q u e es in ­creíble q u e necesite aceite aquello de lo que se p ro d u ce el p rop io aceite

O tra, a p r o p ia d a p a ra refutar ; consiste en fijarse en las c o n tra d ic c io n e s , e sto es. si hav una^xo n trad icc iág en '■'.ralquier cuestión: tiernpoSj,hechos Q .palabras,.b ien .sea del oponente, com o p o r ejem plo: «a firm a que o s am a y se

I.IB R O II^ 221

150. Autores de tratados de retórica anteriores a Aristóteles. Schre Ca­lipo cf. n. 136 de este Libro.151. Cf. n. IV, p. 153s. Baiter-Sauppe.152. Androcles, n. IV, p. 153 s. Baiter-Sauppe.

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conjuró con los T reinta» bien sea de uno m ism o, por ejem plo: «afirm a que soy am igo de pleitos, pero no puede d em o strar que yo haya entablado un so lo p le ito», bien sea de am b o s, p o r e jem plo: «ése nunca o s prestó nada m ientras que yo he p agad o el rescate de m uchos de vo­sotros».

Otra línea de razonam iento, válida para-person as o j í - ciones que^han sido i:a lu m n iad así> que; p areceah aberifi sido, consiste en 4eci,r,eLmptiyo p or el que, los hechos i\o corresponden a lo que se supone,,§obre la base de que Jiay una razón para que haya dado esa im presión. Por ejemplo, una m ujer a la que se le había caído su hijo encim a, d io la im- presión de que estaba haciendo el am or con el m ucha­cho porque lo estaba abrazando. A clarado el m otivo, se deshizo la calum nia. O tro ejem plo es el Ayax de Teo- dectes'®'', donde O diseo le dice a Ayax el m otivo p o r el que, a pesar de ser él m ás valiente que Ayax, no lo parecía.

O tra se deriva de la cau sa :.s ila hay^hay-un efecto».y^i no la hay, OQ. Pues cualquier cosa y su causa se dan a unji, y puede negarse que haya algo si n o tiene un a causa. Por ejem plo, L eodam an te cuan do T rasibu lo lo acu só de que su nom bre había estado grab ado en la estela de in fa­m ia de la A crópoli y que lo había bo rrad o durante el rég i­m en de los Treinta, decía en su defensa que eso no era p o ­sible, porque los Treinta habrían confiado m ucho m ás en él m ientras perm an eciera g rab ad o el testim on io de su enem istad con el pueblo.

153. Se refiere a los Treinta Tiranos, un grupo de treinta oligarcas que gobernaron despóticamente Atenas y que fueron derrocados por Trasi- hulo en 403 a.C., de funesto recuerdo para los atenienses por las arbitra­riedades V crímenes que cometieron.154. 72riSnell.155. XVl.p. 216Baiter-Sauppe.

2 2 2 RETÓRICA

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£)JXa se^basa en.exam ixiar si.extt o es posible,hacer las cosas de un m odo m ejor que aquel que se aconseja, se hace o se ha hecho. Pues e s evidente que de ser así, no se habría hecho com o se hizo, pues n ad ie escoge 4eliberadam ente y con conocimient.o„4g,£a»&^.gií^minp. peor^.SÍn em bargo es una falacia, p u es m uchas veces llega a aclararse cóm o pudo hacerse m ejor lo que antes no se veía claro.

O tra, ci^an4^o se va a h acer algo con trad ictorio con ot ra cosa que ya se ha hecho, consiste en exam inac am b as cosas a la vez. Por ejem plo, Jenófanes, cuando los eléatas le preguntaron si debían hacer sacrific ios y en tonar tre­nos en honor de Leucótea, les aconsejó que si creían que era una d io sa , no entonaran trenos p o r ella'®®, p ero si creían que era un ser hum ano, no celebraran sacrific io s en su honor.

Q tra línea de razon am ien to con siste en a c u sa r o de- fenderse b a sán d o se en anteriores errores.. A sí, en la Me- dea de C árc in o ' la acusan de que había m atado a su s h i­jos, porque no aparecían. Y es que M edea había com etido el error de enviarlos fuera de la ciudad. Pero ella b a só su defensa en que no habría m atado a sus h ijos, sin o a Jasón , y que su error h ab ía sido no haberlo hecho, si tam bién hubiera hecho lo otro. Ésta es la línea de razonam iento y la form a del entim em a a la que se reduce todo el A rte an ­terior a Teodoro

156. Se trata del poeta filósofo Jenófanes de Colofón, Fr. 46 Gentili- Prato (A 13 D.-K.; cf. m¡ traducción de los fragmentos de este autor en De Tales a Demócrho. Fragmentos Presocráticos, Madrid 1988,97 ss.) La contradicción consiste en que los trenos se celebran por un muerto, y los dioses no mueren. Es una más de las críticas del colofonio a la ima­gen tradicional de los dioses.157. 70FleSnell.158. Teodoro de Bizancio, autor del s. v a.C. de un Arte Retórica (n. VIII, II, 1C4 Daiter-Sauppe).

l ib r o 11,23 223

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O tra se b asa en la in te rp re íac iá ad e los.npm bres. Por ejem plo dice Sófocles:

Con razón tu nombre es Sidero («hierro»), por tu modo de pensar

Es el p roced er aco stu m b ra d o en lo s e log io s de los d io ses y el que sigu ió C on ón , que llam ó a T rasibulo «te­m erario en su s d ec isio n es» , y H eród ico le d ijo a Trasí- m aco «siem pre serás un com batiente tem erario», y a Polo, «siem p re se rá s un p o tro » . Y a D racó n , el leg isla­dor, que su s leyes no eran de un ser hum ano, sin o de un dragón , p ues eran m uy severas. Y a s í la H écuba de Eurí­p ides le d ice a A frod ita

Con razón el nombre de la diosa comienza por «locura»,

y así tam bién Q uerem ón dice:

Penteo da nombre a la desgracia que se le avecina

Entre los en tim em as lo s refutativos resultan m ás lo ­grados gue los dem ostrativos, hab ida cuenta de que el e^-

224 R ETÓ RICA '

159. Se trata del Fr. 658 Radt, perteneciente a la tragedia Tiro. El esco­liasta nos ofrece la continuación de esta breve cita: «Y recapacitando so­bre su hombre cree que no le siipone deshonor» (traducción de J. M. Lu­cas, ob. cit., p. 335, donde puede encontrarse más información sobre esta tragedia y el contexto del pasaje).160. 85A 6 D.-K. El juego se basa en que Trasímaco significa en griego «temerario en sus decisiones», y Polo, «potro». Semejantes juegos de palabras sobre los significados de los nombres (todos ellos intraduci­bies) aparecen en los ejemplos siguientes.161. Eurípides, Troyunas 990.162. Trágico del s. i v a.C., cf. 71F4 Snell.

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tim em a refutativo sign ifica u n a sín tesis de contrarios, de form a breve y porque al aparecer uno frente a otro se hacen m ás claros p ara el oyente. Pero de to d o s lo s razp- nam ientos, tanto los refutativos com o lo s d em ostrati- v o s .jo s m ás ap laudidos son aquellos que, aun no siendo obvios a p rim era v ista, periu iten prever la conclusión una vez que se han in iciado (pues los oyentes se sienten a la vez m uy gratificados con sigo m ism o s p o r haberse dado cuenta de antem ano), a sí com o aquellos en los que se tarda en entenderlos el tiem po que se tarda en decirlos.

I.IBRO 11,24 225

Capítulo X X IV

D ado que es posib le que jun to a los verdaderos razo n a­m ientos haya o tro s que no lo sean , pero lo p arezcan , y habida cuenta de que el entim em a es una form a de raz o ­nam iento, forzosam en te h ab rá ju n to a los v erd ad ero s cntim em as otros que no lo sean , pero lo parezcan . De las líne a s de razo n am iento d ^ lo s en tim em as aparen tes la uoio prim era se refiere a la expresión . U na v aried ad de ella, com o en d ialéctica'**^, co n s is te e n lle g a r a u n a con clu­sión sin h aber he<Ao un p ro ce so de razon am ien to : « a s í que no p o d rá ser ni esto ni esto o tro» o «a sí que que for­zosam ente ten d rá que ser aquello y aquello o tro » . Y es que en el ám bito de los entim em as la expresión de una form a concisa y p o r m edio de an títesis da la im presión de se r un entim em a, ya que esta m an era de h ab lar es el

153. Cf, Refutaciones sofísticas 174bl0 ss., donde se critica como la arti­maña más sofística concluir sin haber probado nada, que en efecto algo no es verdad, como si ya se hubiera probado.164, Esdecir, en la retórica.

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terreno del entim em a. Parece, pues, que eso se deriva de la form a de expresión . Para darle a una expresión el a s­pecto de un razonam iento es útil resum ir los principales enunciados de m uchos razonam ientos, com o «salvó a unos, castigó a o tros, liberó a los griego s», pues cad a uno de ellos se ha probado por razonam ientos d istin tos, pero al reunirlos parece que se ha concluido algo im portante de ellos.

O tra se deriv.a del. aprovechamiento,de. palabías f i ­lares, com o decir que el ratón es im portante porque de él se derivan los ritos m ás estim ados, pues los m isterios son los ritos m ás estim ados O encom iar al perro haciendo intervenir al Perro celeste o a Pan con el pretexto de que Píndaro había dicho

¡Feliz tú, al que los Olímpicos llaman perro de toda raza de la gran diosa!,

o decir que, com o no tener un p erro es la m ayor d e s­h on ra, e s ev idente que ser un p erro es a lgo hon roso . O que K e rm e s es el m ás so c iab le de to d o s lo s d io ses p orque só lo de él se d ice «H erm es co m ú n » O que el d isc u rso es lo m ás im p o rtan te p o rq u e de lo s h om bres de bien no se dice que sean d ig n o s de riquezas, sin o de

165. Quizá hay una referencia a Isócrates, Evágoras (n. 9) 65 ss.166. también aquí hay un juego de palabras intraducibie entre mys, «ratón», y mystéria, «misterios». Cf. Polícrates, n. XXIII, Fr. 9, II 222 Baiter-Sauppe.167. Es decir, a la Constelación del Perro.168 Píndaro, Fr. 96 Snell-Maehler.169. Cf., entre otros lugares, Teofrasto, Caracteres 30.9, Diogeniano

.'H, quien lo traduce en términos corrientes como «lo quese encuentra es lie todos». Se dice cuando más de una persona encuentra algo, para pi-dir que se comparta.

226 RETÓ RlCi^

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m ención. Y es que «d ign o de m en ción » no tiene un sen ­tido único

O tra línea d e jazo n am ien to consiste en afiriuaí: d e un conjunto lo que e§, cierto de las partes, o d e ja s , partjes lo que es cierto para el conjunto, y es que parece que es lo m ism o lo que m uchas veces no es lo m ism o. Y conviene hacer lo que resulte m ás ventajoso. Éste es el razon am ien ­to de Eutidem o; por ejem plo saber que hay una trirrem e en el Pireo, porque conoce cada un o de los térm in os O decir que, conociendo las letras, se conoce la palabra , dado que la palabra es lo m ism o que las letras que la com ­ponen. O afirm ar que, com o la d osis doble es perjudicial, tam poco la sim ple es saludable, porque sería ab surdo que si d os cosas son buenas, el conjunto form ado p o r las d os sea m alo. A sí expuesto , es refutativo, pero sería d e m o s­trativo en esta o tra form a: pues no es p osib le que una cosa sea buena, y d os, m alas. Pero to d a esta línea de razo ­nam iento es falaz, com o la que em pleó P olícrates con Trasibulo al afirm ar que había d errocado a treinta t i­ranías, pues contaba la de los Treinta com o si fueran una detrás de otra*^^. O lo que se dice en el O restes de Teo- d ec te s ' donde el argum ento es p arte de un todo :

170. Se juega con los diferentes sentidos del griego lagos.171. Lo conocido del sofisma hace innecesario que Aristóteles lo cite por extenso, pero a nosotros nos resulta, tal como aparece aquí, muy confuso. Probablemente se trataba de una frase ambigua, que podía in­terpretarse de dos maneras, cf. Alejandro de Afrodisias, Comentario o Tópicos 177bl2.172. Cf. n. XXIII, Fr. 3, II, 221 Baiter-Sauppe.173. Sobre los Treinta cf. n. 153 a este mismo Libro. Parece que el sofista Polícrates pedía para Trasibulo una recompensa por cada uno de los Treinta, pero es una falacia contar como «derrocamiento de treinta tira­nías» lo que sólo lo fue de una.174. 72 F 5 Snell. Según la leyenda, Orestes mató a su madre, Clitemes- tra, para vengar a su padre, Agamenón, que había sido asesinado por

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Pues es justo que la que mata a su esposo...muera también ella y que el hijo vengue a su padre.

i4oií> A sí que am b as co sas se llevaron a efecto. Y qu izá las d os a la vez ya no resultan ju stas. Tam bién p odría haber una falacia debida a om isión, pues om ite decir por quién debía m orir.

g u m e n t o jq ^ ^ e c h a z a r l o ^ A sí ocurrecuando se cargan las tintas en un delito sin haber dem os­trado que la p ersona a quien se acusa de él lo ha com eti­do realm ente. Pues eso hace que, o bien parezca que es inocente, cuando quien carga las tintas es el inculpado, o que es culpable, cuando es el acusador quien lo hace. No obstante no se trata de un entim em a, pues el oyente se ve inducido por engaños a decidir que es culpable o inocen­te sin que se haya dem ostrado.

O tra se deriva del «ind icio», y^tampofo se deriva deoyi razonam iento. Por ejem plo, si uno dice «a las ciudades les convienen los am ores, pues fue el am or de H arm odio y A ristogitón lo que derrocó al tirano H iparco» O si alguien dijera que D ionisio es un ladrón porque es malo, pues no todo hom bre m alo es lad rón , aunque tod o la­drón es m alo.

O tra se basa en lo accidental, com o lo que dice Polícra- tes de los ratones que prestaron su ayuda royendo las

ella. Del hecho de que es justo que la homicida muera y que un hijo ven­gue d su padre no necesariamente resulta que también lo es que Orestes mate a su propia madre.! 75. Alusión a una parte del discurso de Pausanias en Platór, Banquete 182c.176 Sobre Harmodio y Aristogitón, cf.n. lOOalLibroI.177. Kn su Elogio de los ratones, cf. n. XXIII, Fr. 8, II, 221 Bailer Sauppe. l-.nl re los oradores griegos no son raros estos discursos en defensa de lo

228 RETÓRICA

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cuerdas de los arcos. O si alguien afirm ara que la m ayor m uestra de estim a es ser invitado a un banquete, porque Aquiles se encolerizó con lo s aqueos en T én ed os p o r no haber sid o in vitado p ero él se encolerizó porq u e se le había faltado al respeto, y es puram ente casual que fue­ra por no haber sido invitado.

O tra línea se fu n d a en la continuación ; p o r ejem plo, en el Alejandro se dice que era altanero, pues d esd eñ a­ba el trato con la gente y vivía solo en el Ida, porque, com o los altaneros se com portan así, tam bién él daría la im pre­sión de serlo . O que si un o se p asea p o r la noche y bien arreglado es que es un adúltero, porque éste es el com po r­tam iento de los adú lteros. A lgo parecid o ocu rre con el hecho de que en los tem plos los p obres cantan y bailan y de que a los d esterrad o s les es posib le v iv ir donde q u ie­ran; com o am b as co sas están al alcance de quienes p are­cen ser felices, parecerían ser felices aquellos a cuyo a l­cance estén ‘®“. La diferencia reside en las c ircunstancias

IIB P O 11,24 229

indefendible (como el Elogio de la mosca, de Luciano), como puro ejer­cicio retórico.178. Se trata de un episodio de la guerra de Troya. La armada estaba en Ténedos, donde se celebra un banquete, al que Aquiles no es invitado en primer lugar. El héroe, indignado, se retiraba de la lucha. El tema se na­rraba en el poema épico perdido Las Ciprias (cf. n. 89 de este mismo Li­bro y A. Bernabé, Fragmentos de épica griega arcaica, Madrid 1979,104 \ 121) y luego fue tema de una tragedia de Sófocles, Los comensales, cf. J. M. Lucas, ob. cit., 286 ss.179. C f n.XXIII.Fr. 16p. 223 Baiter-Sauppe 1802.180. Una alusión similar aparece en Isócrates, Elogio de Helena (n. 10) H- «se atreven a escribir cómo la vida de los mendigos y de los desterra­dos es más digna de envidia que la de los demás hombres», alusión in­terpretada por W. Jager, Paideia, trad. española, México 1957, 855, como una crítica de posturas como la de Antístenes y Aristipo, defen­sores de conductas individualistas y cusmopolitas.

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en las que se disfrutan, y por eso hay un razonam iento fa­laz por om isión.

O tra lín£a^Qjasist&£n.Rre§.en]tar. com o c a u sd .a .q m a p es una c au s? ,^ p j„e jem p ]o lo q u & h a .Q q w jr id q .^ J .§ j^ d espués de o tra cos.a> pye5,j;L «después.de eso«..s^4 Q5 j^ com o «p o r cau sa de e so » , especialm ente en lo s a su m as políticos.P or ejem plo, D em ades decía que el gobierno de D em óstenes era la causa de todas las desgracias p or­que después de él sobrevino la guerra.

se.a$ientq la nmi^ión.del mnmentn.y d e la s g r - c jin stan ciai^P o r ejem plo, a firm an do que A lejandro raptó a Helena con justic ia, porque su padre le había de­jad o a ella libertad de elección. Pero es que no fue para siem pre p or igual, sin o para la prim era vez ya que su

1402a padre sólo hasta entonces estaba autorizado a hacerlo. O si alguien afirm ara que golpear a hom bres libres es ultra­je. Y es que no siem pre es así, sino cuando se da el prim er golpe sin razón.

A dem ás, igual que ocurre en las d iscu sio n es erísti- cas un razonam iento espurio puede basarse en consi­derar lo general com o no general, sino particular. Com o en la dialéctica, por ejem plo, el no-ser es, pues el no-ser es no-ser, y lo desconocido puede saberse, pues puede sa­berse que lo desconocido es desconocido tam bién en los retóricos hay un entim em a espurio que se b a sa en lo

230 r e t ó r ic a

181. Orador promacedonio, muerto en 318 a .C .; n. LII, Fr. 3, II. 315 Baiter-Sauppe.182. Polícrates, n. XXIII, Fr. 17, p. 223 Baiter-Sauppe, aunque es posi­ble que se refiera ai prólogo de la Iftgenia enÁulide, de Eurípides.183. Es decir, cuando se le permitió elegir entre los pretendientes que querían casarse con ella.184. Cf. Refutaciones: <:nfísticas 166b37, donde se desarrolla esta idea.185. similares discusiones en Platón, Euíidemo 293c.

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que es probable pero no en general, sino probable en d e­term inada circunstancia. Pero ésta no será universal, com o lo que dice A gatón

Quizá alguien diría que eso mismo es probable,que a los mortales Ies ocurren muchas cosas improbables.

Pues tam bién sucede alguna cosa que va contra lo p ro ­bable, de suerte que es probable tam bién lo que va en contra de lo probable. Y si es así, lo improbable es proba- ble, pero no en gexieral, sin o que, igual que ocurre.e.n.las d iscusiones erísticas, donde lo que suscita el engaño es no añadir la n iención de la relación, la referencia y el m od o , tam bién en este caso que lo que va contra lo probable sea probable no es cierto en general, sino en una d eterm in a­da circunstancia. Sobre esta línea de razonam iento está com puesta el Arte de C órax.

Si uno no está exp u esto a u n a acu sac ión - p o r e je m ­plo, una person a que es débil, a una acusación de v io len ­c ia- p o d ría librarse p orque no es probable que sea c u l­pable.

Pero si está expuesto a una acu sación , p o r e jem plo porque es fuerte, p o d ría hacerlo arguyen do que n o es probable que haya hecho algo que a todo el m undo le p a ­recería probable que hubiera hecho él. Y algo sem ejante ocurre con lo d em ás, p u es es forzoso que uno esté e x ­puesto o no esté fv p u esto a un a acusación , así que parece que uno y otro caco son probables, pero uno lo es en ge ­neral y el otro lo es, pero no en general, com o se ha dicho.

IU ÍR 0IU 4 -232

186, Agatón es un trágico del s. v a.C. El fragmento es citado también en la Poétirn 1456a23 y recogido como 39 F 9 en la edición de los trági- lOS de Snell.

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En oso consiste precisam ente convertir el argum ento m ás débil en el m ás poderoso . Y p o r eso la gente se irritaba con razón con la propuesta de Protágoras pues es una falsedad y una probabilidad no verdadera, sin o só lo ap a­rente, adem ás de que no se da en o tra m ateria m ás que en la retórica y la erística. A sí pues, term inam os la d iscusión de los oniim cnias que lo son de verdad y de los que lo pa­recen.

¿32 :-CTóRiCA

C apítu lo XXV

El s ig uiente tem a.delqu e cojjegpjjQde^hab^^ refu­tación . Se puede refutar, b ie g pQi:Ja preisentacipn de razonam iento con trario, bien su sc itan d o u n a ob iecióq. Es evidente que cabe b a sar un razon am ien to contrario en las m ism as líneas de razon am ien to . Y e s que lo s ra- zo n am ien tos se derivan de lo s pareceres, co rr ie jite s .y mu_chus p arecere s.so n _ m u tu am en te co n trario s. En c u a a to a j a s ob jecion es, igu a l q u e en lo s Tópicos, p u f- den su sc ita rse de cu atro rn an gra^ ;ja Jb ie ii.a p a r t ir dej m israQ ^n tim em a que.ha.pxop,.uesto su opon en te , o_df uno sem ejante, Q del contrarÍQ,.o.dfi decision es previa- rnente lom adas.

C uan do hablo de «a p artir del m ism o » m e refiero por ejem plo ai caso de que un en tim em a a firm ase q u e el am o r es im portante. La re fu tació n p o d r ía h acerse de d o s jn a n e ra sa iJ jie n d ic ien do en g en era lq u e toda caren­cia es m align a, o bien, en particu lar, q ue no se h ab la jía

187. El famoso sofista del s. v a.C. Este pasaje aparece entre los testimo­nios recogidos por Diels y Kranz como 80 A 21. Cf. asimismo Platón, Pro.'iigoras 319 a.

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de <<arnor,d,^Caunu>> ‘“ -si n o h u b iera tam b ién am o res m alignos.

Ejem plo de entim em a su scitado a p artir de uno sem e­jante sería , si el entim em a fuera que el hom bre de bien beneficia a to d o s su s am igo s, que tam p o co el hom bre m alo hace m al a todos.

E jem plo de entim em a su sc itado a p artir de otro co n ­trario sería , si el entim em a fuera que los que han sido m altratados siem pre responden con od io , que tam poco los que han sid o bien tratad o s respon den siem pre con amor.

En cuanto a las decisiones de p erson as reputadas, un ejem plo sería, si el entim em a d ijera que se debe perdonar a los b o rrach o s porque yerran sin percatarse de ello, la objeción sería que entonces Pitaco no fue prudente, pues dictó castigos m ás graves si alguien com etía un delito por estar b o rrach o ’ *®.

Por otra p a r te Jo s entim em as se basan en cuatro líneas de razonam iento, que son la probabilidad, el ejem plo, la prueba yjeLÍJadicio. Los entim em as que se suscitan a p a r ­tir d e Jac ju e sucede o parece suceder las m ás de las veces son los que se-basa n .ea la p robabilidad-O tros^e b a san en unQp..yarios caso^ sieniej,antes, cuando tom an com o pre- m is i lo general y luego llegan a lo p articu lar a través de un razonam iento; éstos so n lo s que se b a san en el ejerp- plpí O tros se atienen a lo jiecesar io y a lo que es siem pre: éstos ^on los b asad o s en la p rueba. O tros, a lo que es ge-

1,1 l!KO 11,25 2 .H

188. La hermana de Cauno, Biblis, se enamoró de él y, ai no ser corres­pondida, se suicidó. «AmordeCauno» pasó a ser una expresión prover­bial de las pasiones ilícitas, cf., entre otras fuentes, Diogeniano 5.71, Ovidio, Metamorfosis 9.453 ss.189. CLPolítica 1274bl9. Concretamente, la pena era doble.

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neral o particular, tanto si existe com o si no; éstps so n jg s ^asaidos ejx in d ic io s. Pero com o lo probable no ocurre siem pre, sino las m ás de las veces, es evidente que es posi­ble refu tar los en tim em as de esta clase su sc itan d o una objeción, pero la refutación será aparente, no real, pues lo que refuta quien la suscita no es que el hecho en cuestión no sea probable, sino que no es necesario.

Por tal m otivo, el que se defiende puede sacar m ás par­tido del u so de esta falacia que el que acusa. Y es que, quien presenta una acusación debe dem ostrarla basándo­se en probabilidades, y refutar una acusación porque no es probable no es lo m ism o que refutarla porque no es ne­cesariam ente cierta, y siem pre cabe la objeción a los argu­m entos b a sad o s en lo que ocurre generalm ente, pues en caso contrario no estarían basad os en lo que ocurre gene­ralm ente y es probable, sino en lo que ocurre siem pre y es necesariam ente cierto. A dem ás, el juez piensa, si se refuta de esta m anera, o bien que la cuestión no es probable, o bien que no debe ser juzgada por él, al ser un razonam ien­to falaz, com o decíam os. Y es que no só lo debe ju zgar a partir de lo que es necesariam ente cierto sino tam bién de lo que es probable, pues eso es lo que significa «juzgar con el m ejor criterio». D e acuerdo con ello, no es suficiente que se refute que la acusación no es necesariam ente cier­ta, sino que se debe refutar tam bién que no es probable que lo sea. Y eso sucederá $i la objeción s e.hasa e n J f i ^ e es m ás cie^rto.enla m ayería¿g jfis ,casp s. Y puede plantear- j¿ d e dos m aneras: q respecto a la frecuencia, o respecto^ la exactitud. Pero son m ás convincentes si se asientan en am bos principios, pues lo que ha sido de una determ ina­da m anera y m últiples veces, es m ás probable.-

Se.refutan igualm ente los ind i cio.sy los itíimen33..s,qup se basan en un in dicio, au nque sean correcto s, cam o.se

234 r e tó r ic a !

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dijo al p rin cip io es que dem ostram os-ya,des.de los Analíticos''^' que ningún indicio puede form ar parte de un razonam iento.

En cuan to a los que se ba^gyii .^Aejemplo*;, )a r.efq|t,ación es J a iB Í s a a ^ u e co n tra Jo s que se asientan ejn lo pxQ,babIe. Pues s i tenernos un. so lo caso d iscordante, el arguijiento queda refutado, porq u e no es necesariam ente cierto, in ­cluso si los caso s coincidentes son m ás o ha ocurrido m ás a m enudo de este m odo. Y si no, hay que d ispu tar o bien d iciendo que el caso presente no es sim ilar o no se ha dado de form a sem ejante o presenta alguna diferencia.

En cuan to a las.pjr.uebas, o J o s en tim em as b a sad o s e n jiru e b a s * n o .p u ed en re fu tarse p o r l a d em o strac ió n de que no pueden fo rm ar parte de un razon am ien to (co sa que tam bién d em o stram o s ya d esd e lo s A nalíti- C 0 5 d e _ m o d o que el único recurso que q u eda es d e­m o strar que lo que se ha d em o strad o no tiene que ver con el caso. Y si es evidente que es pertinente y que es una prueba, el argu m en to se torn a irrefutable, p u es ya se convierte en todo en una dem ostración evidente.

Lil)W> 11,26 235

C apítulo X X V I

La am plificació ji y_ia_ atenuación no son elem entos de] eDlim ema, pues con elem ento quiero decir lo m ism o que con línea de razonam iento Y es q ue elem ento y lugar com ún son una clase general en la que se incluyen m u -

190. 1357bl3ss.191. Primeros analíticos II, 27,70a 24.192. Primeros analíticos II, 27,70a 12ss.193. Afirmación que ya había hecho en I396b21.

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chos entim em as. La am p lificación y la atenuación sirven p ara dem^osirat.que_,alg0_«5_graníl£-O p eq u eñ o , co m o tam bién se argum enta que algo.e§J)ueno o m alo, j[usto o in justo o cualquier o tra cosa. Pero todas estas son las co- sa s que sirven de m ateriales p ara razonam ientos y„eJOíi- m em as, y en consecuencia si n inguna de ellas es una línea de razonam iento de los entim em as, tam poco lo s e r á a la arnplificación y la atenuación.

T am poco los refutativos son una especie pai ticu lar de los entim em as, pues es evidente que se refuta o bien de­m ostran do algo o bien suscitando una objeción; en am ­b o s casos se dem uestra lo opuesto a la tesis del contrario. Por ejem plo, si uno dem o stró que algo ocu rrió , el otro d em u estra que no ocu rrió , y si uno dem uestra que no ocurrió , el otro dem uestra que ocurrió . En consecuencia, no habría diferencia alguna (pues am bos usan de los m is­m os argum entos, ya que aportan entim em as de que algo es o no es).

L a .ob jeción no es tam poco un entim em a, sin o que, com o se dijo en los Tópicos se trata de m anifestar una op in ión acep tad a de la que resultará evidente que no se ha construido un razonam iento o que ha dado p o r ad m i­tida alguna falsedad.

A sí que pueden estudiarse tres cuestiones en relación con el d iscu rso . Es suficiente con lo d icho acerca de los e jem plos, las sentencias, los en tim em as y en gen eral lo que se refiere a la inteligencia: de dónde hem os de o b te­nerlos y cóm o hem os de refutarlos. N os queda tratar d e la expresión y del orden de las partes.

¿36 r e t ó r i c a

194. C,t. Tí'picosl.cap. 10, \4, Refutaciones sofísticas, c?;' 9.

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LIBRO III

C apítu lo I

Son tres ks. cuestiones que pueden estudiarse en relación cp_n el d iscurso : una, sobre qué bases se asentarán los a r­gum en tos, la segu n da, sobre la expresión , y la tercera, cóm o deben d isponerse las p artes del d iscurso . Se ha h a­blado de los argu m en tos, de cuán tas fuentes proceden (decíam os que de t r e s ') y de qué clase son , y p o r qué sólo ésas, y es que los que ju zgan solo son p ersu ad id os o bien porque han experim entado alguna em oción , o bien p o r­que les da la im presión de que quienes hablan tienen d e­term inadas cualidades, o bien porque se les ha d em o stra­d o el aserto . Tam bién se ha h ab lado de los en tim em as y de las fuentes de donde p odem os configurarlos, ya que de io s entim em as hay, p o r un lado, vario s tipos, y p o r otro, varias líneas de razonam ieiilo . Lo siguiente es, pues, tra ­ta r de la expresión , ya que no es suficiente que sep am o s qué d eb em os decir, sin o que es forzoso tam bién sab er

1. En Libr"^ I, cap.2.

237

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cóm o debem os decirlo, pues eso tiene una gran im por­tancia para que el d iscu rso parezca poseer una determ i­nada calidad.

A sí pues, lo prim ero que se investigó, sigu iendo el o r­den natural, es lo que viene n aturalm ente en prim er lu­gar, es decir, aai.lPll.0Jliif:.lft.v.0nfie-i:e a Ins propio& asum- tos su carácter p ersu asiv o JE n _segu n d o lugar h ay qyg exam in ar có m o d isp o n e r .e sto s asu n tos dentro de lo que d ec im os^ y lo tercero, que tiene la m áx im a im p o r­tan cia p ero qu e.aú n jao h em os ab o rd ad o ; l a puestaten escena-Y es que se ha d esarro llado con retraso, incluso en la traged ia y en la recitación épica, pues al principio eran los p rop io s p o etas lo s que representaban las trage­d ias , a s í que es evidente que tiene que ver con la retórica tan to com o con la poética . D e ello se ha ocupado , entre otros, G laucón de Teos^.

La puesta en escena se re n tra en la voz, en la m anera en que debe u sa rse jja ia ía d a jn x Q c ió n , por ejem plo cuándo hay que hablar en voz alta, en voz baja y en un tono nor­m al, o en la m anera en nue hay que em plear las entonacio­nes, aguda, grave o interm edia, a sí com o los ritm os ade­cu ad os a cada asunto. A sí pues hay tres aspectos a los que d d b e m o sjte sd e iu .d io lu r i«O a Ia jn o d u la c iá a .y .el ritm o. D e este m odo es com o se ganan los prem ios en los con­cu rso s dram áticos, y de igual m od o que en ellos los ac­tores tienen m ás éxito que los prop io s poetas, tam bién ocurré así en los debates políticos por causa de las in su­ficiencias de los u sos civiles^.

2. Platón, Ion 530 d, menciona un Glaucón estudioso de Homero y Aristóteles, Poefíca 1461bl,se refiere aun Glaucón de Región, autor de un tratado sobre los antiguos poetas.3. Se encuadra esta afirmación en la convicción del aristócrata Aristó­teles de que el sistema político ateniense había entrado en decadencia de

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No se ha com puesto aún ningún tratado sobre estas cuestiones, dado que tam bién se ha desarro llado con re­traso lo que se refiere a la m an era de hablar. A dem ás de que parece que es un asunto vulgar, si se considera ad e­cuadamente"'. Con todo, com o toda la práctica de la retó­rica se refiere a apariencias, hay que cu id ar este aspecto , no por ser correcto, sino por ser inevitable, pues en el d is­curso lo justo no busca otra cosa que no afligir ni regocijar, pues es ju sto no debatir m ás que los pu ros hechos, de suerte que todo lo que excede a la dem ostración es super- fluo. Con todo, tiene m ucha im portancia, com o se ha d i­cho, por las in suficiencias del oyente. A sí que lo que se refiere a la m anera de hablar tiene, pese a todo , una n ece­sidad, aunque sea pequeña, en toda enseñanza, pues.para la dem o strac ió n tiene su im p ortan cia expresarse de un

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la mano de los demagogos. Basta leer unos pasajes de su Constitución de los Atenienses 28.3-3 para corroborar esta impresión;\Pero a la muerte de Pericles acaudillaba... al pueblo Cleón, el hijo de Cleéneto, que pasa por ser quien más daño hizo a la causa popular por sus arrebatos y fue el primero que dio voces y profirió insultos en la tribuna y que se ceñía la ropa para hablar en público, mientras que los demás hablaban de for­ma decorosa. Después fue líder... del pueblo Cleofonte, el fabricante de cítaras, que fue también el primero en conceder la remuneración de dos óbolos; y durante un cierto tiempo se siguieron pagando, pero luego Calícrates de Peania los suprimió, aunque había prometido primero añadir un óbolo a los otros dos. Pues bien, a ambos los condenaron lue­go a muerte, pues suele suceder que, cuando el pueblo se ve engañado, aborrece luego a los que lo han inducido a hacer algo indebido. Después de Cleofonte fueron accediendo sucesivamente al liderazgo popular personas cuyo principal interés era hacer gala de su descaro y captar el favor de la mayoría, sin atender más que a los asuntos inmediatos».4. Como en otros lugares de esta obra, Aristóteles insiste en la diferen­cia de métodos que existe entre la retórica y lo que podríamos llamar «verdaderos saberes». En la investigación de la verdad no deberían in- f.'.iir actitudes del que habla o elegancias de la expresión, pero todo eso tiene su importancia en un arte que lo que busca es la persuasión.

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m odo u o tro, pero no tanta com o se cree; lo que ocurre es que todo ello es una especie de alarde pensando en el oyente, por eso nadie enseña geom etría de esta m anera.

C uan do d isp o n gam o s de tal tratado , tendrá los m is­m os efectos que p ara la puesta en escena, y de hecho en c ierto m od o se han o cu p ad o de h ab lar de ello algunos, com o Trasím aco en sus M aneras de provocar la piedad^. A dem ás, la facilidaH para la representación es un don n a­tural y difícil de estudiar en un tratado. Lo que se refiere al m o d o de hablar s í puede estudiarse. Por eso lo s pre­m ios van a parar a ios que dom inan esta habilidad, igual que a los oradores por su cap ac id ad p ara la representa­ción, y los d iscu rsos literarios producen m ás efecto por su expresión form al que p o r su contenido.

Pues bien, este proceso® lo in iciaron en un principio, com o es natural, los poetas. Los nom bres son im itaciones y d isponen de la voz, que es, de todo lo que form a parte de nosotros, la m ás capacitada p ara la im itación . A sí se configuraron las artes: la recitación épica, la representa­ción dram ática y otras. Y, d ado que los poetas, aunque d ijeran sim plezas, daban la im presión de que se g ran jea­ban fam a p o r su m anera de decirlas, la prim era form a de expresión fue la poética , com o la de G orgias^. T odavía ahora la m ayoría de la gente sin cultura cree que éso s son los orado res que m ejor hablan. Pero no es así, sin o que la form a de expresión del d iscurso es diferente de la p o é­tica. Y lo prueba la situación actual, pues ni siquiera los

5. Trasímaco fue un retor y sofista de Calcedonia, del iv a.C., cuyos fragmentos han sido recopilados por Untersteiner, So/ístilII, n. 7, pp. 2-37, además de por Diels y Kranz en su edición de los Presocráticos. Este pasaje corresponde al 85 B 5 D.-K.6. I n tendencia a cultivar un lenguaje artístico.7. 82 A 29 D.-K. = II, n. 4, p. 30 untersteiner.

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autores de traged ias em plean ya estas m ism as form as, sino que, de la m ism a m anera que cam biaron el tetrám e­tro por el y am bo, porque este esquem a m étrico es el m ás sim ilar a la p ro sa , renunciaron tam bién a los nom bres que están fu era del len guaje com ún, que u sab an com o adorn o los an tiguos y aún ahora los que com ponen hexá­m etros. Y es que es rid ícu lo im itar los m o d o s que ya no usan ni siq u iera ellos m ism o s. En consecuencia resulta evidente que no hem os de referirn os p orm en oriza- dam ente a tod o cuanto puede decirse acerca del m odo de hablar, sino só lo a la p arte que nos concierne. De la otra form a hem os tratado en la Poética

UBKO 111,2 241

Capítulo II

C onsiderem os, pues, tra tad as estas ú ltim as cuestiones y definam os la claridad com o una Y jrtjid .de.kior.raa de-ha­blar (buena señal de ello es que si un d iscurso no dem ues­tra algo, no logrará.§u ob jetivo), que no debe ser ni ram ­plona ni excesivam ente elevada, sin o la adecuada. Pues el lenguaje poético seguram ente no es ram plón , pero tam ­poco es aprop iado para el d iscurso. D e los nom bres y ver­bos hacen c lara la expresión lo s que tienen un sen tido [jropio®, m ien tras que los d em ás n om bres de los que se ha h ablado en la Poética no la hacen ram plona, pero sí adornada. Y es q u t la desviación de la expresión norm al la hace parecer m ás m ajestuosa, pues la m ism a diferencia de sen sacion es que tienen lo s h om bres frente a lo s ex-

8. Caps. 20-22.9. Por oposición a los metafóricos, propios del uso poético.10. Caps. 21-22,14573.31 ss.

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tran jeros y frente a los con ciu dadan os se tiene con res­pecto a las m aneras de hablar. Por eso convieneilai:.aLLeD- guaje un tono al^o fuera de lo-com ún, pues se adm ira lo fu era de lo com ún, y lo adm irab le resulta g r a t^ A hora bien, en los verso s hay m uchas m an eras de lo grar ese efecto y son adecuados en ellos (pues las personas y asun­tos de los que se habla están m ás ale jados de lo cotidiano, porque incluso en este caso si un esclavo o una persona m uy joven hablara elegantem ente resultaría bastante ina­propiado, igual que si se refiriera a asuntos dem asiado ni­m ios, porque lo apropiado en estos caso s es la concisión y la am plificación). En cam bio en la p ro sa hay m uchas m enos, pues el tem a es tam bién de m enor porte. Eor ello no conviene que se note la e laboración ni d ar la im pre­sión de que se habla d e .u n jjio d o artific ioso , sino natuxal (esto últim o es lo persuasivo, m ientras que aquello p ro­duce el efecto contrario, pues los oyentes se predisponen en contra, en la idea de que se les está tendiendo una tram pa, igual que ocurre con los v inos m ezclados) “ . Eso ocurría por ejem plo con la form a de hablar de Teodoro frente a la de los dem ás actores; m ientras que la suya p a­recía ser la de su personaje, las de los dem ás parecían aje­nas a los suyos. Podem os ocultar bien la elaboración si se hace la com posición escogiendo las palabras de la lengua corriente. Eso es lo que hace Euríp ides, y fue el prim ero en m ostrar ese cam ino.

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11. Probablemente se refiere a vinos a los que se han añadido aromas fuertes y que suscitan en quien los bebe la idea de que «sos aromas sólo están pdi a disimular la mala calidad del vino.12. Actor del s. iv a.C. muy afamado, citado por Demóstenes 19.248 y Aristóteles, Política 1336b27. Es también quizá el mismo a quien Did- genes Laercio 2.103 le atribuye un tratado sobre la forrna de impostar la

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Es de nom bres y de verbos de lo que se com pone el len­guaje, y las clases de nom bres han sido ya exam inadas en el tratado sobre la Poesía Las palabras raras, las com ­puestas y las inventadas deben usarse p oco y en pocos p a­sajes (luego direm os d ó n d e l a razón ya la hem os dicho, porque su exceso aleja la expresión de lo conveniente). La palabra usual, la apropiada y las m etáforas son las únicas adecuadas para la expresión en prosa. Y buena m uestra de ello es que son solam ente éstas las que todos usan. En efec­to, todos em pleam os en la conversación de las m etáforas, los térm inos usuales y los aprop iados. En consecuencia, en caso de que uno haga bien un discurso, es evidente que s“'rá algo fuera de lo com ún, pero resultará claro, sin que se note cóm o se ha logrado. Ésta decíam os que era la exce­lencia del d iscu rso retórico '^. De los nom bres, »on ú ti­les para el sofista los equívocos (pues posibilitan su s fala­cias); para el poeta, los sinónim os. C om o ejem plo de tér­m inos apropiados y sinónim os pueden citarse «cam in ar» y «andar», pues am bos son apropiados y sinónim os entre sí.

En la Poética com o decíam os, se habla acerca de qué es cada uno de estos tipos de palabras, de cuántos tipo s de m etáforas hay y de que éstas tienen la m áxim a eficacia tanto en p ro sa com o en poesía . Pero en la prosa hay que esm erarse tanto m ás en ellas cuanto m enores son los re­cursos de la prosa frente a los de la poesía . La claridad, el encanto y la sin gu laridad las aporta especialm ente la m e­táfora. Y no es posible tom arlas de otro Las m etáforas,

13. Es decir, la Poéí/'ca, concretamente en 1457a31 ss.14. Cf. 1406a35,b3,1408bl0-20.15. Cf. 1404b 1-4.16. Poética, cap. 21-22,1457a31 ss.17. Es decir, la capacidad de hallar una metáfora distingue a un autor, por lo que nadie puede tomarlas de otro.

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com o los epítetos, deben ser apropiadas, lo cual ocurrirá si tienen una correspon den cia con lo que se dice. De no ser así, resultará m anifiestam ente inapropiada, porque la d iscordancia entre d o s co sas se m anifiesta m ucho m ás cuando aparecen juntas. A sí que hay que plantearse: «si a un joven le cuadra una vestim enta roja, ¿cuál, a un viejo?», pues a am bos no les es ap rop iad a la m ism a. En caso de que se quiera em bellecer, habrem os de buscar la m etáfora en lo m ejor del m ism o género de aquello de que habla­m os; en caso de que se qu iera desm erecer, en cosas peo­res. Por ejem plo, dado que hay opuestos en un m ism o gé­nero, hacer aquello a lo que acabo de referirm e es decir o bien que uno que m endiga, pide, o bien que uno que pide, m endiga, porque en am b os casos se trata de peticiones. Y así Ifícrates le llam a a C alías pordiosero de la D iosa M adre y no portador de la antorcha ‘®. Y éste le replicó que no p a­recía haber sido in iciado, pues de ser a sí no le habría lla­m ado pordiosero de la D iosa M adre, sino portado r de la antorcha. A m bos bon del ám bito religioso, pero uno es honroso, y el otro, deshonroso. Y alguno llam a «adu lado­res de Dioniso>/ a los que se dan a sí m ism os el nom bre de «artistas» A m bas son m etáforas; una, prop ia de quie-

18. Sobre Ifícrates, cf. n. 96 a Libro 1. «Portador de la antorcha» es un tí­tulo sacerdotal del culto de Elcuils al que se tenía acceso sólo de forma hereditaria, por pertenecer aun círculo familiar muy cerrado y selecto. Es por tanto un título que prestigia. Calias (el personaje citado en el Pro- lágoras de Platón como mecenas de sofistas) era una de esia:, personas y era por ello mencionado como «Portador de la antorcha» (cf. Jenofnnte, Helénicas 6.3.3). hn cambio, los «pordioseros» eran sacerdotes exuan- jeros que vivían de la caridad pública, propagando el culto de la Cibele frigia, y estaban muy mal considerados por la clase alta ateniense. Am­bas, pues, son manifestaciones religiosas pero de muy diferente nivel social. Cf. Ifícrates, n. XX, Fr. 6, II, 219 Baiter-Sauppe.19. La designación de los actores de teatro como «aduladores de Dioni- s()>> debía de ser una torma popular y despectiva de llamarlos, como

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nes desean m anchar su reputación, la otra, de quienes de­sean lo contrario. También los p iratas se dan a sí m ism os el nombre de «sum in istradores». Por eso es posible decir que el que delinque, yerra, y que el que yerra, delinque, y que el que roba algo, lo ha tom ado y se lo ha procurado.

En cam bio, lo que dice el Télefo de Eurípides^":

Soberano del remo y tras haber arribado a Misia

es inapropiado, porque ser «so b eran o » es d em asiad o para la d ignidad de lo que se está hablando, así que el a rti­ficio no pasa inadvertido. Tam bién se yerra en las sílabas si no resultan m anifestación de una expresión agradable.Por ejem plo, D ionisio «el Broncíneo» en sus elegías^ ' le llam a a la poesía «ch irrido de C alíope», porque en am b os casos se trata de son id os. Pero la m etáfora es ram plon a porque se refiere a son id os no significativos^^. T am poco se deben hacer m etáforas sobre co sas ale jadas, sin o del m ism o tipo y em parentadas para denom inar lo que no se nom bra, de m odo que tal parentesco sea evidente, tan pronto coinu se haya dicho, com o ocurre por ejem plo en esa adivinanza tan celebrada: uosfc

modernamente «gente de la farándula». Los actores se organizaban en cofradías (cf. A. W. Pickard-Cambridge, The dramatic festivals of ,Af/ie«s. OxfordM968,279-321.20. Eurípides, Fr. 705 Nauck^.21. Se trata de un poeta de mediados del v a.C. El fragmento en cues­tión se recoge como n. 7 de las ediciones de West y de Gentili-Prato.22. En mi opinión este pasaje ha sido mal comprendido por los traduc­tores: Racionero opta por las socorridas cruces, Dufour y Wartelle tra­ducen «parce que les syllabes ne signifient pas ce qu’il faudrait», y Rhis Robert, que traduce, en mi opinión correctamente, «because the sounds of “s^ieeching”, unlike those of poetry, are discordr.nt and unmeaning», señala en nota que las sílabas deKpauyri se ven, parece, como «ugly and non significant». Pienso que Aristóteles se limita a señalar que la mef á-

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Vi un hombre que pegaba con fuego bronce sobre otro hombre^'.

Esta operación carece efectivam ente de nom bre, pero tanto en ella com o en «p egar» hay una form a de ap lica­ción, a sí que le llam a «pegar» a la aplicación de la ventosa. En general, de las adiv inanzas bien construidas es posible obtener m etáforas ap ro p iad as (pues las m etáforas re­quieren que se ad iv inen) y en consecuencia es evidente que sirvan com o m etáforas.

Deben obtenerse, adem ás, de cosas bellas, y la belleza del nom bre, com o dice Licim nio^'', reside en su so n o ri­dad o en lo que significa, y lo m ism o ocurre con su fealdad. H ay adem ás un tercer punto q " e refuta un argum ento so­fístico, y es que no es cierto, com o dice Brisón que nin­gún lenguaje es sucio, porque, p or m ás que se aplique una palabra por otra, no variará el sign ificado. Eso, efectiva­m ente, es una falacia, pues una p a lab ra puede ser m ás p recisa que otra, m ás sem ejante y m ás aprop iad a para pon er la cosa ante nuestros o jos^*. A dem ás pueden tener

fora de «chirrido» por «poesía» es inapropiada, porque el chirrido se re­fiere a un sonido no significativo, lo cual no conviene a la poesía.23. La antigüedad atribuía algunas adivinanzas en dísticos a Cleobulina, considerada hija de Cleobulo, uno de los Siete Sabios, aunque esta atribu­ción es puramente convencional. Conocemos por otra fuente el verso que formaba con éste el dístico completo: «tan estrechamente como para ha­cerse de una misma sangre». La solución del dístico es «la ventosa». Sobre Cleobulina, cf. C. García Gual, Los Siete Sabios (y tres más), Madrid 1989, 115 ss.; A. Bernabé y H. Rodríguez Somolinos, Poetisas griegas, Madrid 1993,127 ss.,E.Matelli, «SuUetracce di Cleobulina», Aerum 71,1997,11-61.24. Poeta ditirámbico y retor de la escuela de Gorgias, maestro de Polo, oí Sofista, cf. Radermacher, Artium Scriptores B XVI3.2 S, Maestro de Pirrón, quizá discípulo de Sócrates. C f la extensa y do­cumentada nota de Wartelle ad loe.2(i. Aristóteles refuta el parecer de Brisón por no tener en cuenta dos fjctores que hoy llamamos «niveles de lenguaje» y «connotaciones».

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un sign ificado distinto si no están en el m ism o contexto, y en consecuencia tam bién hay que aceptar que una p a la­bra es m ás h erm osa o m ás fea que otra, pues am bas sign i­fican que algo es h erm oso o es feo, pero no en lo que es h erm oso o en lo que es feo, o bien sí lo sign ifican , pero en m ayor o m enor m edida.

De ah í deben pues obtenerse las m etáforas, de lo her­m oso, p o r su son orid ad , p o r la sign ificación , o p ara la v ista o para cualqu ier otro sentido. Es preferib le decir, por ejem plo, «la aurora de d edo s ro sad o s» a decir «de dedos escarlata», y aún sería m ás ram plón decir «d e de­dos ro jo s».

Tam bién en los epítetos es posible ap licar térm inos a partir de una perspectiva m ala o vergonzosa, com o por ejem plo «m atricida», pero se puede hacer a partir de una perspectiva m ejor, com o «vengador de su padre» Y así Sim ónides, cuando el vencedor de una carrera de m uías le ofrecía honorarios escasos, no quería com ponerle un p o e­ma porque no le agradaba hacer versos en honor de m uías, pero cuando le ofreció honorarios suficientes, escribió:

Salve, hijas de corceles de pies de torbellino

aunque tam bién eran h ijas de asn os.

27. Se trata de una fórmula homérica; cf. entre otras citas, Ilíada 1.477, Odisea 2.1.28. Aristóteles toma ambos ejemplos del Orestes de Eurípides, versos 1587 y 1588. Ambos epítetos se refieren a un mismo hecho: Orestes mata a su madre por vengar a su padre. De modo que es posible insistir en la faceta mejor, «vengador de su padre», o en la peor, «matricida».29. Simónides, Fr. 10 Page (PMG 515). No sabemos hasta qué punto la reluctancia del poeta a escribir sobre carreras de muías vencida por un aumento de los honorarios no es más que un rasgo de humor de Aristó­teles.

l,IBROII[,2 247

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T am bién pueden u sarse d im inutivos^ q ue hacen Jo m aío, m enos m alo, y lo bueno ,. m eAPS.buejio, com o cuan do A ristó fanes se burla en los Babilonios^° al decir «o rito » en vez de oro, «m an tito» en vez de m anto, «insul- tito» en vez de insulto, o «arrechuchito». Ahora bien, tan­to en el epíteto com o en el dim inutivo debem os ser pru­dentes y no sob repasar la m edida.

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C apítu lo III

L a fr ia ld ad en .la exp resió n se p rod u ce p or cu atro cau- sas. B ien p o r los c o m p u e s to s p o r ejem plo , L icofrón^* u sa «c ie lo ro str iv a r ia d o » , «d e la tie rra cu m b ria lta » y «c o sta an go stifran q u eab le» , G orgias^^, h ab la de «m u-

06fl s im e n d ica n tia d u lad o re s , p e r ju ro s y b ien ju ro s» y Al- c idam ante^^ escrib e : «el a lm a h en ch ida de có lera y la faz flam ico lo rad a» y creía que su en tu siasm o sería «fi- n ia lca n z a d o r» , y que h ab ía con segu id o un a p e r su a ­sió n «fin ia lcan zad o ra» y que la llar.'jra del m ar era «c o ­lo r ia z u la d a » . T o d o s e sto s v o ca b lo s p arecen p ro p io s de la p o e sía p o r su co m p o sic ió n . É sta sería la p rim era cau sa .

O tra se r ía -¿ L u s o de p a la h ra s- ja ta s . com o hace Licofrón que llam a a Jerjes «m irífico varón» yh ab la del

30. fr. 92Kassel-Austin.I. Se trata del sofista, repetidamente citado por Aristóteles (por ejem­

plo, en Política I280h\0, Metafísica 1045b 10), no del poeta, también ca­racterizado por su oscuridad, autor de la Alejandra. Cf. Untersteiner, i'oyí-í.'II,n. 5, pp. 150-155.'2. S2 B ? D. K., Fr. 15 Untersteiner.'.V Mi.idamante,n. VI, Fr. 10-13,11,156 Baiter-Sauppe.3-1. c;i'. II 33.

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«despojador Escirón» o A lcidam ante que se refiere al «juguete en la poesía», a la «arrogan cia de la naturaleza», y dice «aguzado por el im pulso no m ixturado de su m od o de ser».

U na tercera ca^ga sería usar.epíteíQ £,largns. ipfípnf- tunos o frccuentes. Y es que en poesía es aprop iado decir «b lanca leche» pero en prosa estos epítetos o son to tal­mente inadecuados o, si m enudean, dem uestran y ponen de m anifiesto que se trata de p oesía , g ien es c ierto q i ^ hay,que u sara lgu n o .(pu es se sale de lo corriente y d a s in ­gu laridad a la expresión), pero debe m antenerse la m ed i­da, pues el exceso produce un efecto p eo r que la exp re­sión descu idada, ya que lo segundo no está bien, pero lo prim ero está m al. Por eso es p or lo que las expresiones de A lcidam ante ’ * parecen frías, porque no u sa lo s ep ítetos com o condim iento, sin o com o si fueran la com ida, de tan frecuentes, h inchados y previsibles com o son ; por e jem ­plo no dice «su d or» , sino «húm edo su d or», ni «a los Ist­m icos», sino «a la concurrencia de los Istm icos» , ni « le ­yes», sin o «leyes so b eran as de las c iu d ad es» , ni «a la carrera», sin o «al im pu lso corretón de su án im o », y no «escuela de las M u sas», sin o «h abien do ap ren d ido en la escuela de las M usas de la naturaleza». Tam bién d ice « ta ­citurna preocupación del alm a» y no dice «artífice de en­canto», sino «artífice de un encanto p ara el pueblo entero

IIB R Ü lil,3 249

35. Famoso bandido mítico, cuya derrota constituye uno de los traba­jos de Teseo.36. Alcidamante, n. VI, Fr. 14, II, 156 Baiter-Sauppe.37. Por ejemplo, Homero, ¡liada 4.434,5.902.38. Cf. Alcidamante, n. VI, Fr. 15-25, II, 156 Baiter-Sauppe. F. Solm- sen, «Drei Rekonstruktionen zur antiken Rhetorik und Poetik I», Mermes 67, 1932, 133-144 cree que forman parte de un panegírico de la poesía.

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y d ispen sador del placer de su audiencia», y no «lo ocultó con ram as» , sin o «con las ram as del bo squ e», y no «c u ­brir con un m anto su cu erp o », sino «el pudor del cuer­p o » , o «el d eseo con traim itado r del a lm a» (lo que es, a la vez, un com puesto y un epíteto, a s í que el resultado es p oético ), o tam bién «exceso tan extravagante de su m aldad».

Podem os ver cóm o quienes com ponen d iscu rso s en un tono poético producen, por su im propiedad, ridículo y frialdad, adem ás de falta de claridad por esa verborrea, pues am ontonar palabras cuando ya se entiende algo d i­luye la claridad , por la acum ulación de oscuridad.

La gente em plea com puesto.»; r iian do a lgo no ti^np

ci-

2 5 0 RETÓRICA

lidad, com o p or ejem plo «pierdetiem po», pero el exceso viene a r#»sultar totalm ente propjp de la poesía . Por ello la expresión a base de com puestos es la m ás u tilizada p or los autores de d itiram bos, que son rim bom bantes, y las palabras raras lo son por los poetas épicos, pues el suyo es un estilo solem ne y enfático

Una cuarta causa de frialdad del estilo se encuentra en es qujíJa.s m £ t á É ^ ^ se r jn ad e -

c uadas, u nas, por ridículas,(pues tam bién lo s autores de com edias las usan), y otras, porexcesivam ente aoleraaes V trág ic a s . A dem ás, son poco claras si son rebuscadas, com o las de Gorgias'*'’: «acontecim ientos pálidos y desco­loridos» y «tú sem braste vergüenzas y cosechaste d esgra­c ia s» , p orque son dem asiado poéticas. O com o A lcida- m ante^', que llam a a la filosofía «fortaleza de las leyes» y

39. El texto presenta la frase «y la metáfora a los yambos, que aún se «■ian, como se ha d¡cho>-, secluida por Kassel.40. 82 B 16 D.K./•>. 16 Untcrsteiner(II,p. 138).41. Alcidamante, n. VI, frr. 26-28, II, ISóBaiter-Saupjje,

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a la Odisea «h erm oso espejo de la vida hum ana» o dice «sin in troducir en la poesía ningún juguete de este tipo». Estas m etáforas no resultan convincentes por lo que ya se ha dicho. Y lo que Gorgias"*^ le d ijo a una go lon drin a que se le había cagado encim a cuan do volaba sobre él form a parte del m ejor estilo trágico . Efectivam ente, le d ijo : «¡Q ué vergüenza, Filom ela!», y e s que lo que había hecho no es vergon zoso p ara un pájaro , pero sí p ara una m uchacha, de m odo que la censura era ju sta si le hablaba a lo que había sido, no a lo que ahora es.

LIBRO 111,4 251

C apítu lo IV

El sím il es tam bién una m etáfora, pues se d iferencia p oco d ^ d la . Pues cuando se dice'*"' «se lanzó com o un león» es un sím il, p ero cu an do se dice «se lanzó el león », es una m etáfora. C om o los d os son valerosos, transfiere el n o m ­bre del león a A quiles. El sím il es útil tam bién en la p rosa , pero u sad a con m oderació n , pues resulta poética . Y d e­ben in troducirse com o las m etáforas, pues la d iferen cia de las m etáforas con ellos es la que ya se ha dicho.

42. Esta censura puede resultar chocante al lector actual, acostumbra­do a frases de este ti^o, casi triviales, como «espejo de caballeros», «la novela como espejo de la vida», etc., pero, como señala Rhis Robert en nota al pasaje, Aristóteles debía de considerar esta calificación inapro- piadaen tanto que el espejo sólo refleja la superficie de la s cosas.43. 82 A 23 D.-K. 23 Untersteiner, Sofisti II, p. 26. Repite la anécdota Plutarco, Cuestiones del banquete VIII, p. 727 D. Se retiere a la fábula de Filomela, metamorfoseada en golondrina para escapar del acoso de Te- reo (Apolodoro, Biblioteca 3.14.8).44. «De Aquiles» añade el texto, pero lo secluye Ross, seguido por Kas- sel. Se refiere, aunque no literalmente, a una comparación repetida­mente empleada por Homero, por ejemplo en Ilíada 20, 164 dicho de Aquiles, o en Ilíada, 11,129 de Agamenón.

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Un ejem plo de sím il es el que em pleó A ndroción con­tra Idrieo cuando le dijo que era sem ejante a los cacho­rros cuando se les desata, pues se tiran a m order, m ientras que Idrieo era peligroso cuando se le liberaba de su s ca­denas. O Teodam ante, que com paró a A rquidam o con un Euxeno que no sabía geom etría. Se trata de una com para­ción proporcional, pues de acuerdo con ella Euxeno sería un A rquidam o que sí sabía g e o m e t r í a O los que hay en la República de Platón: que quienes despojan a los cadá­veres se parecen a perrillos que m uerden las p iedras sin tocar a los que se las a r r o j a n s o b r e el pueblo"**, que es sim ilar a un patrón de barco vigoroso , pero un poco sor­do, y sobre los versos de algunos poetas"'®, que se asem e­jan a quienes carecen de belleza en la flor de la juventud, y es que estos últim os cuando pasa su sazón y los prim eros

i407<i cuando pierden su ligazón ya no parecen los m ism os.O tros sím iles son los de Pericles; uno aplicado a los sa-

m ios: que se parecían a chiquillos que se tom an la papilla, pero llorando y otro a los beocios, com parados con las

2 5 2 RETÓRICA

45. N. XXVII, p. 245 Baiter-Saupe, 324 F 72 Jacoby. Androción fue un orador, adversario de Demóstenes, quien compuso un discurso en su contra. Idrieo fue un príncipe de Caria que visitó Atenas, donde perte­neció al círculo de Isócrates (cf Herpocración s. v. Idrieus).46. No sabemos nada ni de Teodamante ni de los dos individuos que intervienen en la comparación. Con todo, se entiende perfectamente el ejemplo de comparación proporcional. En términos modernos, Cari Lewis podría ser calificado de Induráin sin bicicleta e Induráin de Cari Leviris con bicicleta.47. Platón, i?epúWicfl 5.469 d-e.48. Ib .6 .844 a.•IS Ib. 10.601b.50. Probablemente se refiere a la época en que los samios, ensu afán de clifcndcr.se de los persas, aceptaban la protección de los atenienses, lo q ue Implicaba someterse a ellos (la «papilla»), pero lo hacían mal de su gr.idi>(..|lor.;;',do»).

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encinas, porque las encinas son ab atid as por o tras en ci­nas, y los beo cio s, por su s luchas in testinas. O el de De- m óstenes ap licado al pueblo^ ', que se parece a quienes se m arean en los barcos. De m o d o sim ilar D em ócrates^^ com para a los oradores con las n o drizas que se com en la papilla y luego les untan a los n iños los labios con su sa li­va, y Antístenes'^' com paró al en juto C efiso d o to con el incienso, porque es su consunción la que produce placer.

T odos los ejem plos que acab o de citar pueden decirse com o sím iles o com o m etáforas, pues tod as las exp resio ­nes que resultan bien dichas en form a de m etáforas ev i­dentem ente tam bién lo harán com o sím iles, y los sím iles, si se om ite la expresión com parativa, resu ltarán bien com o m etáforas.

En todo caso , |a m etáfora que es resultado de una p ro ­porción debe siem pre p od er ap licarse recíprocam ente a uno y otro de ios elem entos que se han em parentado:, por ejem plo, si la copa es el escudo de Dioniso^'’ , tam bién es apropiado llam arle di escudo «copa de A res» Tales son , pues, los com ponentes del d iscurso.

51. No sabemos a qué Demóstenes se refiere, ya que no hay nada pare­cido en toda la obra conservada del famoso orador.52. Personaje mal conocido; quizá es el mismo mencionado por Plutar­co, Preceptos políticos 803 e-f Esta práctica de las nodrizas hambrien­tas, para engañar a las madres, haciéndolas creer que el niño se ha co­mido la papilla, nos la cuenta también Aristófanes en Caballeros 715.53. El socrático predecesor del cinismo, cf fr. V A 51 Giannantoiii. Ce- fisódoto es probablemente el orador contra el que escribió un discurso Licurgo (n. XLII, 11,266 Baiter-Sauppe).54. Timoteo de Mileto, Fr. 21 Page (PMG 797), cf 1412b35. C f Poética 1457b21, Ateneo 502 b lo atribuye a Anaxándrides, autor de la Comedia Media.55 <"orno ejemplo de la posibilidad de hacer reversibles las metáforas (a la manera en que cabe decir que si el camello es el «barco del desier­to», el barco será el «camello de la mar») se cita un caso que para el lee-

l ib r o ¡11,4 253

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Capítulo V

{ in d a m e n t o del buen estilo es el u so correcto del-grie- fj¡o. a l que se llega a través de cinco condic io aes:

La prim era es el uso d e las conjunciones^^ si se d isp o ­nen tal com o deben ir naturalm ente, u n as p rim ero y o tras después de otras, com o algunas exigen; por ejem plo ho mén y egó mén exigen d é jh o dé. D ebe m arcarse esta correspondencia m ientras aún es posib le recordar la p ri­m era y no debe separarse dem asiado una de otra ni em ­plear o tra con junción antes de la conjunción que es requerida, pues p ocas veces resulta apropiado. Por e jem ­plo, en la frase: «Pero yo, tan pronto com o m e habló (pues Cleón había venido rogando y suplicando), m e fui llevándom elos» se han in sertado m uchas con junciones antes de la que se requiere p ara com pletar el sentido, y si el inciso es m uy largo, hay falta de claridad . Así.que upg condición del buen uso reside en las conjunciones.

La segundares llam ar a las cosas p or su nom bre p recijo y no uUlizar rodeos.

La tercera es evitar la am bigü.eda.4 A .m enos que se bu sq u e p rec isam eo te ip x o n tiax ip , gom o, h acea.cuan do n ^ tjen en nad.a-que decir, pero quieren d a r la impr.esÍQn d e ju e dicenj^^lgq. Este tipo de autores utilizan ta les ex-

tor moderno puede resultar desconcertante si no tiene en cuenta que Dioniso es el dios del vino, ajeno por completo a la guerra (de ahí quesu único escudo posible es la cop?}, mientras que Ares es el dios de la gue­rra, por lo que puede decirse que su única copa posible es su escudo.Sfi. La palabra tiene en griego un sentido más amplio que nuestra "Conjunción», que engloba también partícula y la propia proposición iniroducida por partícula. Cf. V. Bécares, Diccionario de terminología ¡¡rnmiiiicalgriega. Salamanca 1985,360 s. Es un término que desborda los Mil., Jos puramente gramaticales, como puede ser español «cohe­sión».

2 5 4 RETÓRICA

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presiones en la poesía , com o E m p é d o d e s P u e s encan­dilan su s ab un dan tes c ircun loquios, y a los oyentes les pasa com o a la gente que acude a los ad iv inos, pues hacen s ign o s de aqu iescen cia cu an do é sto s pronun cian p a la ­bras am biguas, com o:

Si Creso cruza el Halis hará caer un gran imperio

y com o las expresiones generales dan lugar a m enos fa ­llos, los ad iv in os se expresan en térm inos generales sobre el asunto en cuestión, igual que cuando se ju ega a pares o nones es m ás fácil acertar si se dice «p ar» o «n on » que si se dice el núm ero exacto '' , y decir que algo va a ocurrir, m ás que decir cuándo. Por ese m otivo los in térpretes de orácu los nunca concretan el m om ento preciso. T odas las am bigüedades son de este estilo y en consecuencia d eb e­m os huir de ellas, a m enos que ten gam os un m otivo com o el que señalé.

LIBRO 111 255

57. Cf. 31A 25 Diels-Kranz, donde se recopilan otros testimonios para­lelos. En realidad Aristóteles es aquí injusto al aplicarle aun autor arcai­co como EmpéHnrles los moldes literarios de su época. Empédocles, como otros autores antiguos, descubrió las grandes posibilidades de la ambigüedad como rccarso poético deliberado. Su discurso (como el de Heráclito) se hace así susceptible de diversas lecturas a la vez. Cf. De Ta­les a Demócrito, Madrid 1988,191,yunejemploenp. 220.58. La referencia es a un famoso oráculo délfico respuesta a una consul­ta de Cieso, rey de Lidia, acerca de si debía iniciar una guerra contra los pi. > oas (cf. Heródoto 1,53 y orác. n. 53 de la recopilación de Parke- Wor- mell). Creso lo interpretó en el sentido de que destruiría el imperio per­sa. Tras una campaña desastrosa en la que fue vencido por Ciro y hecho prisionero y una reclamación al oráculo, se le contestó que el oráculo era cierto, pues un gran imperio, el lidio, había caído, y que la culpa fue suya por no haber preguntado cuál sería el imperio que iba a caer.59. En un ejemplo moderno se podría decir que es más fácil acertar en la ruleta jugando a pares o impares que a un número concreto.

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La cuarta condición es d istinguir, com o Protágoras®”, los géneros .de AQSJjom bres:. m ascu lin os, ,femeninos_y neutros, pues de.heJi expr.esarse_correctam ente: «Y ella, una vez llegada y tras haber hablado, se m archó» .

:lsiiTgu-

2 5 6 RETÓRICA

lar «y ellos, una vez llegados, m e pegaron».En general, pues, lo escrito debe ser fácil de leer y de

decir, pues lo uno y lo otro son una m ism a cosa. No con­tribuyen a ello ni la ab un dan cia de con junciones ni los textos difíciles de puntuar, com o el de Heráclito. En efec­to cuesta trabajo puntuar el texto de Heráclito porque no está claro si una palabra va con lo que le precede o con lo que le sigue, com o ocurre ya en el propio com ienzo de su tratado, pues dice:

de esta razón que existe siempre desconocedores resultan los hombres.

Efectivam ente no está claro con cuál de los d o s va «siem pre»

60. A quien se atribuye la primera doctrina del género gramatical. Cf. el jocoso pasaje de Aristófanes, Nubes 658 ss.. en que Sócrates trata de instruir a Estrepsíades en la necesidad de innovar en algunas palabras para distinguir los géneros. Cf. en general 80 A 24,26-28 D.-K. y Unters- teiner Sofisti, n. 2, pp. 68-71, con abundantes notas.61. El ejemplo es difícil de comprender en español. En griego la frase lle\ U dos participios concertados, que deben ir ambos en femenino. En definitiva, en la cuarta y la quinta condición se advierte contra lo que hoy llamamos «errores de concordancia».62. El texto dice el plural, lo poco y el singular. Obviamente se trata de un.i referencia al número, y Kassel acierta secluyendo «lo poco».6.V Lj frase (recogida como Fr. 1 en todas las ediciones del filósofo) puede interpretarse; «de esta razón, que existe siempre, desconocedo­res resultan los hombres», con lo que «siempre» se referiría al modo de c.\isl irla razón, a su existencia eterna, o bien «da esta razón, que existe

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Tam bién contribuye a caer en el solecism o no in trodu-: conviene a los

LIBRO 111,6 257

dos. Por ejem plo, si hay un son ido y un color, «h ab ien do v isto» no puede aplicarse a am bos, pero sí puede ap licar­se «habiendo percibido». La frase sería o scu ra si an tes de acab ar un g iro in trodu jeras m uchos in cisos, co m o «Ib a yo, después de hablar con aquél, tal cosa y tal o tra y de este m odo , a irm e», en lugar de «iba yo a irm e, d esp u és de hablar con él, y entonces sucedió tal cosa y tal o tra y de este m odo».

C apítu lo VI

A la m a je stu o sid ad del estilo contribu yen lo s s ig u ^ n te s rasgos;

1) U sar una expresión en .yez.de una p a lab ra , p o r ejem plo no decir «círculo», sino «superficie equ id istan te de un centro». A la concisión , lo contrario : u sar un n o m ­bre en vez de una expresión . A hora b ien , si el a su n to es indecente o inapropiado, debe usarse el nom bre si lo ver­gonzoso consiste en la expresión, y la expresión si co n sis­te en el nom bre.

2) E xpresarse p or m edio .de n ietáforas y epítetos^ c u i­dando de no caer en lo poéticoj^

(e.d., que es real), siempre desconocedores...», con lo que «siempre» se referiría a la eterna ignorancia humana con respecto a la existencia de la razón. Lo más probable es que la ambigüedad haya sido deliberada­mente buscada por Heráclito, con un «siempre» que se refiere a lo uno y a lo otro. En el texto de Aristóteles Kassel ha secluido la palabra «puntuar». Lo que se leía en el texto era «con cuál de los dos se puntúa “siempre”».

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3) U sa r ji lu ia L p o r sin gu]aLm m olJ3C ,en Ip?. poetas, que aunque se trate de un solo puerto, dicen

a los puertos aqueos

o bien:

los pliegues de múltiples hojas de mi carta

4) No unir d o s palabras.cQ iLel.m ism o artículo^ sino u tilizar uno con cad a una, «d e la m ujer, de la n uestra», y ,Jo . con trario , s i se b u sca la concisión , «d e n uestra m ujer»

5) U tilizax ja con jun ción , .pjer.Q...si.sje.busca la c o l i ­sión, no usarla (m as sin perder la trabazón); ejem plo del

1408(1 prim er caso sería «habiendo ido y h ablado», y del segu n ­do, «habiendo ido, habló».

6) Tam bién es útil ia práctica.de A ntím acoj hablar^de cualidades que no tiene lo descrito, com o hace con Teu- m eso: «hay una colina ventosa y pequeña...» A sí puede am plificarse indefin idam ente. Puede ap licarse lo de

64. Fragmentos de autor desconocido, n. 83 Kannicht-Snell.65. Eurípides, ¡ftgenia entre ¡os Tauros 727; curiosa.T'.ente el texto de A l istóteles permite corregir un error producido en la transmisión del texto de Eurípides, en que se leía «los pliegues de múltiples trenos». La carta es un díptico, y las dos hojas del díptico (entiéndase «hojas» como las dé una puerta, no de las de papel) ichiben el ampuloso nombre de «pliegues de múltiples hojas».66. En todo caso, obsérvese que Aristóteles usa, además, el plural poé­tico «nuestra» en vez de «mi».67 Fr. 2 Wyss. La parte citada del texto no corresponde a lo quese trata de ejemplificar con él. Sí debía de correspondería continuación, que di­ría algo así como «no hay en ella tal y tal cosa...» Aristóteles enuncia el co]iilcn/,o del texto, sin duda lo suficientemente conocido como para que b a s t a s e iniciarlo.

258 r e t ó r ic a

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cóm o no es una cosa tanto a lo bueno com o a lo m alo, del m odo que sea m ás útil. De ello obtienen nom bres los poetas, com o «d e se n co rd a d a »** o «can to d eslirad o »*^ , que derivan de caracteres que el objeto no tiene. Tal p ro ­cedim iento resulta bastante bien utilizado en las m etáfo­ras proporcionales, com o p or ejem plo decir que la tro m ­peta es una m elodía sin lira.

LIBRO 111,7 259

C apítu lo VII

La expresión será aprop iad a si expresa sentim iento y m odos de ser y si se cp jresgo n d e con los tgmas;. Se corres - ponde si no se habla a la ligera sobre a suntos graves n i s o ­lem nem ente de asuntos triviales, ni se califica una p a la ­bra vu lgar de un a form a orn am en tal. D e no ser a s í el estilo parecerá el de la com edia, com o hace C leofonte pues utiliza algu n as expresiones tan im p rop ias co m o si dijera «soberan a h igu era»"'..

Expresará sentim ientos si en caso de ultraje la e x p re ­sión es la prop ia de un a p erson a encolerizada; en c a so de acto s im p íos y vergo n zo sos, la de qu ien está ir r ita d o y m uestra reverencia, y en caso de acciones d ign as de a la ­banza, se habla adm irativam ente ; en caso de h ech os la ­m entables, con sencillez, y de form a sem ejante en lo s de-

68. Recogen este ejemplo Kannicht y Snell como Fragmentos de au :c ' tlesconoddo 83a.69. Me permito el neologismo (no muy poético ni elegante, lo reconoz­co) tar sólo para que se advierta que se trata de una palabra alyros y no una expresión. La paL'ora está en Sófocles, Edipo en Colono 1222, Eurípi­des, ffe/eno 165, Fenicias 1028, Alcestis 447, Ifigenia entre los Tauros 146.70. Poeta trágico, aludido en Poética 1448a 12 por su realismo.71. Cleofonte 77 T 4 Snell.

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m ás casos. La expresión ap rop iad a presta verosim ilitud a lo que se dice, p u es lleva lo s án im o s a la fa lsa conclu­sió n de que uno está d ic ien do la verdad p orque o tro s se com po rtan a sí en tales c ircu n stan c ias, de suerte que creen que lo s hechos son com o uno los cuenta, aunque no lo sean , ya que el oyente se so lid ariza siem pre con el que habla con sentim iento, aunque no diga nada de p ro­vecho. Por eso m uchos im presionan ? su s oyentes r. base de alboroto.

La fo rm a d e jd ero Q str.a f-a-partiiu ie iadk ios tam b ién se re fiere a lo s m o d o s d e se r , p o r q u e a c a d a c la se y a cada^es-

t ie n c n q u ^ yer con.la edad , com o n iñ o , adulto o_viejQ,.o_|i las m ujeres y los varones, o a los laconios y.los_ te,saUo.^jf e stad o s a los que hacen que cada, uno sea com o es en^ii m anera de vivir, porque no todos los estados tienen.esta cu_alid_ad. En consecuencia, si se usan los térm inos adecua­d o s a cada estado se expresarán m o d o s de ser, pues no d ir ía lo m ism o ni de la m ism a m an era el rústico y el hom ­bre educado. Tam bién experim entan ciertos sentim ien­tos los oyentes con eso que los que les com ponen d iscur­so s a su s clientes u sa n h asta la sac iedad : «¿quién no sabe...?», «todos saben...». Pues el auditor asiente por ver­güenza, para com partir un parecer que todo s tienen.

E n ja d a s io s , t ip o s de d isc u rso cabe que se em p leep e sto s recu rso s op o rtu n a o in o p o rtu n am en te , pero hay un rernedio trillad o p a ra cu a lq u ie r excgs,o ;^ jr e l ^ i - m ero en cen surarse a un o m ism o p u es parece que el

>„() RETÓRICA

72. Anota Wartelle el caso de Isócrates, Panatenaico (n. 12) 84, «no desconozco lo mucho que he hablado sobre la virtud de Agamenón». La I raducción, como la de los demás pasajes de '«'^■-rates citadre, es de J. M. ( iu/,nián Hermida, en Isócrates, Discursos I, Madrid, Credos, 1979.

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o ra d o r d ice la verd ad p orq u e no es in co n scien te de lo que está haciendo. Sin em bargo , no se debe u sa r la c o ­rre sp o n d en c ia con e! tem a en to d o s lo s re cu rso s a la vez, p o rq u e a s í se ocu lta el artific io M e refiero , p o r ejem plo, a q u e si las p a lab ras son d u ras, no d eb en a d e ­cu arse a ellas la voz y el gesto , p orque si no se p o n d rá en ev iden cia , y en cam b io si se u sa en un re cu rso s í y en o tro no, qu ien lo hace no m an ifiesta su e lab o rac ión . A h o ra b ien , s i d ec im o s p a lab ra s d u lces de u n a fo rm a d u ra y p a lab ra s d u ras de fo rm a du lce no resu ltarem o s convincentes.

L os nornbies com puestos, la abun dan cia de e p íte to sy las .palabras insólitag..son p articu larm en te ap rp p iad p s p^ra quien hab la con em oción . Pues a quien está in d ig­nado se le d iscu lpa que afirm e que un m al alcanza los c ie­los o que d iga que es m onstruoso , especialm ente cuando ya se ha hecho con el auditorio y los ha en tu siasm ado con alabanzas o censuras o ira o aprecio, com o hace Isócrates al final del Panegírico, d icien do «g lo ria y m em o ria» y «quienes soportaron » Pues expresiones de este tipo se profieren cu an d o se está en tu siasm ad o , de m o d o que tam bién se aceptan porque se está en p arec id a d isp o s i­ción. Por eso tam bién son adecuadas a la poesía , ya que la

73. Ésta es la traducción del pasaje si se secluye, con Kassel, «el oyente», detrás del verbo.74. Se refiere, respectivamente, a dos pasajes del Panegírico (n. 4) 186 («¿qué gloria y memoria h:-./ que pensar que tendrán, si viven, o deja­rán, al morir, quienes se distingan en estas acciones?») y 96 («¿Cómo podrían señalarse hombres mejores o más amigos de los griegos que quienes soportaron, para no ser culpables de la esclavitud de otros, ver su ciudad desierta, devastada su tierra, saqueados sus santuarios, que­mados sus templos y todos los rigores de la guerra en su propi? pn- tiia?'), que, en un tuiiosirnilai <i! üc los actuales mítines, debían de en­fervorizar al auditorio, al tocar su orgullo nacional.

U B R O III,7 261

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poesía es tam bién una form a de p osesión divina Y este tipo de lenguaje debe usarse en estas condiciones o con ironía, com o hacía Gorgias^® y com o en los pasa jes delFedro' '’ .

262 RETÓRICA

C apítu lo VIII

La form a de la com posición en prosa no debe ser en verso pero tam poco carente de ritm o ya que lo prim ero no resulta convincente (pu es parece artific ial), adem ás de que d istrae la atención, pues hace que se esté pendiente de cuán do volverá a aparecer el elem ento recurrente, igual que los n iños, a la pregunta de los heraldos

¿a quién escoge como protector el liberto?,

/ 3. La h ase bt; entiende mejor en griego, ya que «posesión divina» (én- theon) y «entusia'Tio» (enthousiasmós) tienen un origen etimológico similar.76. Aristóteles se refiere también al uso gorgiano de la ironía, con un ejemplo, en Política 1275b27. En él Gorgias juega con dos dobles senti­dos, ei lie demiurgos «artesano» y nombre de magistrado oligárquico en Larisa, y el de larisaios, nombre del ciudadano de Larisa y también nom­bre de un tipo de vaso: «los utensilios hechos por fabricantes de morte­ros son morteros, así que los lariseos son fabricados por sus demiurgos, pues algunos magistrados son fabricantes de lariseos (larisaiopoioi)».77. Cf. Fedro 238d 241e, cuando Sócrates, al hablar del amor, declara sentirse arrebatado por las Musas.78. Para todo lo que sigue conviene recordar que los fundamentos del ritmo en griego no dependen del mímero de sílabas y del acento, como en español, sino de las alternancias regulares entre silabas largas y síla- ba.s bre-, :s. Para la divisibilidad del ritmo cf Aristóteles, Poéticíí I •Mab21, para el ritmo en la prosa c f Dionisio de Halicarraso, Sobre el ori/cii lie palabras 197-198, E. Norden, Die antike Kunstprosa, Leipzig- Herlin !S98 (Darmstadt’ 1983] 141 ss.

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se adelantan a responder:

¡ACleón!"''

Pero la form a caren te^e-ritm o es inde.fiiiiíiat y debe ser defjuiddi^uQ que no.sea en verso, ya que lo in defin ido es desagradab le y diñ'cil de entender, ^ h o ra bien, es p o r ei núm ero por lo q u e tod o a d quiere defin ición , y.el nú- m ero de la form a de la e locución es el ritm o , del que lo s rnetros n o s o n sin o ap artad o s. Por ello el d iscu rso debe tener ritm o, pero no m etro, pues sería un poem a, a sí que será un ritm o no absolutam ente r igu roso , y será así si no p asa de un cierto lím ite

D e los ritm o s el heroico *** es so lem n e, no p ro p io d e la conversación y carente de arm on ía . El y am b o es la fo r­m a de expresión de la gente com ún. Por ello to d o s al h a ­b lar u tilizam os pred om in an tem en te r itm o s y ám b ico s. Pero jel d iscu rso d ebe tener d ign id ad y conm over. El tro-

l ib r o 111,3 263

79. Probablemente se trata de una referencia a una comedia, quizá Los Babilonios de Aristófanes (aunque Kassel y Austin no lo recogen en su edición de los fragmentos de esta obra). Cleón, el demagogo, sucesor de Pericles al frente de los destinos de Atenas, fue repetidas veces blanco de las críticas de los cómicos.80. De acuerdo con lo dicho en la n. 78 hay unas secuencias más rígi­das, que son percibidas inmediatamente como verso, y otras más laxas (porque admiten sustituciones más libres de unas secuencias por otras), en que se advierte el ritmo, pero no forman versos. Estos aspec­tos son estudiados minuciosamente por tratadistas antiguos (cf apara­to de referencias de Kassel ad loe., en que se citan, entre otros, Dionisio de Halicarnaso, Cicerón y Demetrio).81. Esto es, el basado en la secuencia de dáctilos (una larga y dos breves

usado especialmente por la poesía épica.82. El que se basa en la secuenci?. de metros yámbicos ( x - -). En grie­go ocurre con los yambos como en español con el octosílabo, que es la forma de verso más similar al habla corriente.

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queo**' es un ritm o dem asiad o parecido al de un a danza i409fl desen fren ada , com o ponen de m anifiesto lo s te trám e­

tros, pues los tetrám etros poseen un ritm o m uy acelera­do. Q ueda el peón®'*, que em pezó a usarse en ép o ca de Trasím aco*®, si bien no eran capaces de decir qué era®*. De hecho el peón es una tercera clase de ritm o afín a los que acaban de m encionarse. Sus d o s com ponentes están en una relación**^ de tres a d o s, m ien tras que en el p r i­m ero de los o tro s están en una relación de un o a uno, y en el segu n d o , de d o s a uno. A sí que hay que a ñ a d ir a am b as p roporciones la de uno y m edio a uno, esto es, el peón .

A h ora bien , los d em ás ritm o s deben d escartarse por las razon es exp u estas y p orq u e so n m étricos, p ero hay que acep tar el p eón , pues es el único d é lo s ritm o s m en c lo n ad os que no es m étrico, de m o d o que tam b ién pas ■ m ás in advertido . A h ora se u sa un so lo p eó n al co m ien ­zo y al finai, pero debe d iferenciarse el final del princá- p io . Y es que hay d o s clases opu estas de peón , de las q.i una es ad ecu ad a p ara el prin cip io , donde se u sa d e he

ÍD1

83. El metro trocaico presenta la estructura rítmica-----x.84. El peón es un ritmo un tanto impreciso, ya que adopta diversas for­mas.85. SobreTrasímaco.cf. 1404al485A11 D.-K(Untersteiner,So/isííIII, Fr. 11 con nota).86. Esto es, no le dieron nombre; usaron inconscientemente una técni­ca antes de haber construido una teoría (y consecuentemente una ter­minología) sobre ella.87. Para entender lo que se refiere a «relaciones» debe tenerse en cuenta que una larga vale por dos breves, de forma que en el dáctilo la propor­ción eses 1/1 (- = „ ^), en el yambo -),de 1/2 en el troqueo (- v ),<ie 211, etc. Aristóteles cita el llamado peón primero ^ y el peón cuartoí— ^ -). La relación en el primer caso sería de 2/3, y en el se­gún Jo, do 3/2 (o si se quiere, respectivamente de 1 a 1 1/2 y de 1 1/i a 1).

2S4 RETÓ RíCA

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cho. Es la que com ienza por una larga y term ina p o r tres breves:

Nacido en Délos, a menos que Licia...

LIBRO III,8 265

Certero flechador de áurea melena, hijo de Zeus"''.

La otra, por el contrario , em pieza por tres breves y ter­m ina p or una larga:

Después de las tierras y las aguas, la noche cubrió el océano

Éste es el que sirve de final, y es que una sílaba breve, ■íor ser incom pleta, da la im presión de dejar trun cado el ■ nal. A sí que debe term inarse en larga, de m odo que el fi- al resulte evidente, y no por el copista ni por la m arca de nal de p árra fo '” , sin o por el ritm o.

Q ueda pues expuesto que la expresión debe ser rítm i- \ y no carente de ritm o, a sí com o qué ritm o s son rít-

nicam ente ad ecu ad os y en qué d isposición .

88. AaXO'yfufí; leTTf AüKf I cTi'. Este v los dos fragmentos siguientes se atribuyeron inicialmente a Pear.^o de Simónides, pero ya Diehl los con­sideraba anónimos. Se recogen como Fr. anónimo n“ 32 de Page (PMG 950).89. xpOtJfOKen la fK C ÍT f lirai Alix90 . n f T f l 5 f y a v I O S a T S t ’ ¿ok I f d i ' ó i ' r f l c í j c í n a f

91. Es decir, por medios puramente gráficos. El final de una unidad li­teraria se marcaba con un signo al margen (llamado parágraphos) que encontramos a menudo en los papiros antiguos. Aquí se contraponen los recursos escritos con los orales.

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Capítulo IX

Forzosam ente kexprfi5ÍPíi h a d e^ e t o bleacontinua^estp es, ligada sólo g o r ja s conjuiiciones*^, com o los.pxeludÍQs de los d itiram bos, o bien estru ctu rada y sem ejante a las antístrofas de los p oetas arcaicos. La expresión continua es la antigua, por ejem plo:

Éste es el relato de la investigación de Heródoto de Turio^^.

Prim ero la usaron todos, pero ahora no m uchos. L la­m o «continua» a la expresión que no tiene por s í m isjgia un lugar en que a c a b ^ a menQ&jque-termine. eljtem a ¿ g l q ^ se habla. N o es agradable p o r su indefinición, pues todo s desean tener netam ente a la v ista un final. Por la m ism a razón los corredores se quedan sin aliento y d es­fallecen en las curvas, pues m ientras tienen a la v ista la m eta, no se cansan. É sta es, pues, la expresión continua.

La estru c tu rad a se articu la en p e r ío d o s . Llam o p erío ­do a la expresión que tiene un principio, un fin en.slítjís-

¡409b m a y una dim ensión que puede abarcarse con la m irada. Resulta agradable y fácü de com prender. A gradabJe, p or ser lo opuesto a lo indefinido y porque el oyente creejie- ner siem pre ante sí algo concluido, pues no prever ni con­cluir nada resulta desagradable. Y es fácil de com prender porque es fácil de retener, lo cual ocurre porque la expre­sión articulada en p eríodos es num erable y eso es lo m ás fácil de recordar. Por la m ism a razón, to d o s recuerdan

‘)2. Cf.n.56.93 i-.s una cita aproximada del comienzo de las Historias de Heródoto. ! nuestros manuscritos de esta obra aparece «Heródoto deHalicarna- '■D " N'o es la frase, obviamente, sino toda la obra de Heródoto ia que sir­ve-mnio ejemplo.

266 RETÓ RICA

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m ejor el verso que la prosa, porque aquél tiene elem entos num erables por los que se puede m edir.

El p eríodo debe term inar a la p ar que el sentido, y no quedar cortado com o los yam bos

Calidón es este lugar, de la tierra de Pélope,

pues es posib le com prender el sentido contrario del que tiene. Por ejem plo, en el pasaje c itado es posib le entender que C alidón está en el Peloponeso^'’ .

Un período o bien se articula en m iem bros o es sim ple. El articu lado en m iem bros es una expresión com pleta en sí m ism a, d iv id ida y fácil de pronun ciar sin que se le aca­be a uno el aire, no en la d iv isión , sin o com o un todo. El m iem bro es una de las p artes del todo.

L lam o «sim p le» al p erío d o de un so lo m iem bro. Los m iem bros y los perio do s no deben ser n i «de cola de ra­tón» ni largos, pues lo breve m uchas veces provoca que el oyente sienta una especie de tropezón, pues forzosam en ­te, cu an do todavía está lanzado hacia adelante y h asta la m edida que él m ism o se ha m arcado, se ve em pu jado h a­cia atrás, al detenerse el orador, com o si un ob stácu lo le hiciera tropezar. L os largos, p or el contrario , hacen que el oyente se quede atrás, com o los que tom an la cu rv a d e­m asiado se p arad o s de la m eta y se q u edan atrá s de sus com pañeros de carrera®®. D e form a sim ilar, los períodos

LIBRO 111,9 267

94. El texto añade «de Sófocles», lo que es secluido por Kassel, aunque puede tratarse de un error de memoria de Aristóteles. El verso, en reali­dad, es de Eurípides, Meleagro, fr. 515 Nauck.95. En griego «Peloponeso» significa «isla de Pélope».96. Inicialmente se consideraba esta frase como una alusión jocosa a los paseos de los discípulos de Aristóteles en el Perípato. Kassel, que cre­yó inconveniente esta frase, la secluye. Fcio N. A. Harris, «A simile in

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dem asiado largos se convierten en un d iscurso y se pare­cen al preludio de un d itiram bo. D e esta form a sucede aquello por lo que D em ócrito de Q uíos se burlaba de Me- lanípides, porque había escrito preludios en lugar de an- tístrofas:

contra uno mismo trama males el varón que los trama contra otro, pues un largo preludio es lo peor para quien lo compone®^

pues es adecuado decirles tal co sa a quienes com ponen m iem bros largos.

En cuanto a los m iem bros d em asiad o breves no fo r­m an un período, así que dejan aturdido al oyente.

Las expresiones fo rm ad asp p r rniem bros son de ,dos4i- pos: yuxtapuestas o antitéticas. E jem plo de yuxtapuesta sería:

A menudo admiré a los que convocaron las fiestas nacionales y a los que instauraron las competiciones gimnásticas®®.

268 RhrORiCA

Aristotle’s Rhet. 1119», CR 24,1974,178 s., explica que Aristóteles prosi­gue el símil de la carrera que había iniciado en la frase anterior. «Meta» es la señal que indica dónde se da la vuelta. Cuanto más «abierta» se tome la curva tanto más hay que correr.97. Demócrito de Quíos fue un músico (contemporáneo del otro De- iiuicrito más conocido, el de Abdera) citado Diógenes Lrercio 9.49. •Melanípides fue un autor de ditirambos. Los versos son una parodia de 1 Ic' ■■■'■!o, Trabajoíy días 265 s. El primer verso es idéntica al hesiódico, pero en el segundo Hesíodo concluía: «pues un mal consejo es lo peor p.ira quien lo da».98. Isócrates, Panegírico (n. 4) 1. De la misma obra proceden todos los ejemplos que siguen (respectivamente parágrafos 35,36,41,48,72,89, 105, 149, 181, 186), con algunas variaciones, probablemente debidas a que memoria.

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La antitética, en cam bio, e„s g4 u e lla£ aJa .q u eD bien se presenta cada m iem bro com o contrario del otro m iem bro, o^ ien la m isrna palabra se une a contrarios. Por ejem plo: m í o

Beneficiaron a unos y otros: tanto a los que se habían quedado como a los que les acompañaron; a éstos, porque les consiguie­ron un territorio mayor que el patrio, a aquéllos, porque les de­jaron una patria que daba abasto para todos.

Los con trario s son «perm an ecer» y «aco m p añ ar» , «suficiente» y «m ás». En

De suerte que, a los que necesitaban medios y a los que querían disfrutar de los que tenían,

el d isfrute se opone a la adquisición.

A menudo ocurre en estas empresas que los prudentes fra­casan y los imprudentes tienen éxito.

En seguida merecieron los premios por su valor y no mucho después consiguieron ti dominio del mar.

Navegar por tierra firme y atravesar el mar a pie,

p o r haber tendido un puente sobre el H elesponto y cava­do u n canal en el Atos

A los que por naturaleza eran ciudadanos, por ley les priva­ron de la ciudadanía.

Pues unos murieron lastimosamente, otros se salvaron ver­gonzosamente.

En la vida privada tener bárbaros como criados y en la públi­ca no importarles que muchos aliados estén reducidos a

esclavitud.

Para poseerlas mientras vivan o dejarlas en herencia, una vezmuertos.

LIBRO 111,9 269

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O lo que d ijo alguien contra Pitolao y Licofrón''® en el tribunal;

Ésos, mientras estaban en su patria os vendían, y al llegar a la vuestra os tienen comprados.

Todos estos ejem plos form an la antítesis que he dicho. Es una expresión agradable, porque los contrarios resul­tan m uy fam iliares y, opu esto s entre sí, m ás fam iliares aún, y porque parecen un razonam iento, pues la refuta­ción es una reunión de prem isas contrarias. Tal es la na­turaleza de la antítesis.

,H ay p a r iso sis si lo s m iem b£as.^Qnigiialgs, y parom eo- sis si_son sem ejan tes lo s térm in os extrem os de cad a m iem b ro ^ H o debe suceder o al com ienzo o al finaj. Si es_ al principio, la sem ejanza es siem pre de las palabras com ­pletas, pero si es al final, p o d ría ser de las sílabas o del caso de la palabra o la prop ia palabra.

En el principio:

Recibió de él un campo yermo

Resultaban connuistables por regalos y persuadibles porpalabras

2 7 0 R ETÓ RICA

99. No sabemos a qué orador se refiere Aristóteles (cf. Fragmentos de autor desconocido, n. LXXIV, fr .l, II, 346 Baiter-Sauppe). En cuanto a Pitolao y Licofrón, fueron cuñados del tirano Alejandro de Peras, a quien dieron muerte para arrebatarle el poder.100. Se trata de un fragmento de Aristófanes (Fr. 666 Kassel-Austin). I f-i> un j uego de palabras entre agros, «campo», y argos, «yermo». Tam­bién los hay en los demás ejemplos, pero sería fatigoso poner en griego ii>i' " |<)¡ casos, de modo que el lector español deberá aceptar que son luK-iiDs rjcmplos como muestra de confianza hacia el Estagirita.101 1 9 .5 26 .

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y en el final

Pensarías no que había engendrado un niño, sino que el niñoque había nacido era él mismo.

Entre múltiples preocupaciones y poquísimas esperanzas.

Ejem plos de casos *“ de la m ism a palabra:

¿Es digno de que se inmortalice en bronce a quien no es digno de una moneda de bronce?

O del p ropio nom bre:

Y tú, incluso cuando aún estaba, hablabas mal de él, y ahoratambién escribes mal de él.

Ejem plo de rim a de sílaba:

¿Qué terrible sensación habrías experimentado, si a un hombre perezoso hubieras visto?

Es posib le que una m ism a frase presente to d o s estos recursos a la vez y que haya antítesis, p ariso n y hom ote- mob leuton.

En cuanto a los com ienzos de los períodos, se enum e­ran casi tod o s en los libros de Teodectes

102. Los ejemplos que siguen no han sido identificados como pertene­cientes a ninguna obra de las conservadas. No hay que descartar que ha­yan sido fabricados al efecto.103. Obviamente casos gramaticales.104. Sobre los llamados «libros de Teodectes» hay una gran oscuridad.No sabemos si son obras de un tal Teodectes, quizá resumidas por Aris­tóteles, o si se trata de una obra aristotélica dedicada a él o publicada por él. Las alusiones a estos libros se recogen entre los fragmentos de Rose. Ésta, coiicretamente, como Fr. 132.

LIBRO 111,9 271

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Hay tam bién falsas antítesis, com o la que hace Epicar- m o'°^:

Unas veces estaba yo en casa, otras yo con ellos.

2 7 2 RETÓ RICA

Capítulo X

Una vez que han quedado defin idos estos puntos, hem os de tratar del m od o de em plear expresiones in gen iosas y .logradas; crearlas es cosa del talento y de la práctica, pero m ostrar en qué consisten lo es de nuestra investigación. H ablem os, pues, de ello y enum erém oslas.

Sea nuestro punto de p artid a el siguiente: que apren­der con facilidad es algo naturalmente agradab le para todos y que, por otra parte, las palabras tienen un sign i­ficado determ inado , a ^ que lQSJtombre§_que nos ense­ñan algo son los m ás agradables.

En consecuencia, las palabras raras nos son descon o­cidas; las p recisas ya las conocem os, así que es la m etáfo- Xa la que con sigue m ejor lo que b u scam os. En efecto, cuando el poeta llam a a la vejez « r a s t r o jo » p r o d u c e en n o so tro s un aprendizaje y el conocim iento a través de una clase, pues am bas cosas im plican que algo se ha m ar­chitado. Tam bién producen el m ism o efecto lo s sím iles de los.pqetas, porque, si son buenos, son una m uestra de uigenio. Y es que el sím il, com o antes se d ijo sólo se inferencia de la m etáfora en la palabra que lo precede. Por

105. F.picarmo, Fr. 147 Kaibel. Sobre este verso, cf. Demetrio, Sobre el cslilo 24.Klfi Odisea 14.214: «tú mismo podrás comprender, contemplando el r.i'.irojo, cómo ha sido la mies».¡1)7. M 0 6 b 2 0 - 2 2 .

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eso es m enos agradable , porque es m ás largo, adem ás de porque no se refiere a una cosa com o si fuera otra, así que el espíritu no tiene que indagar. Es forzoso, pues, que sean ingeniosos los en tim eij^ s y la ejcpresión que producen en nosotros, t í^ ^ x e n d iz ia je xáp ido . Por eso no resultan lo ­grados ni los entim em as ban ales (llam am os «b an ale s» a aquellos evidentes p ara tod o el m undo y en los que no hay nada que indagar) ni aquellos que no entendem os lo que son cuan do nos los d icen; sin o só lo aquellos que com prendem os al tiem po en que se dicen, aunque no los conociéram os antes, o que tardam os p oco en entender. Y es que se produce una especie de apren dizaje que no se produce ni en los banales ni en los o scuros.

A sí pues, en cuanto al fondo de lo que se dice, son é s­tos los entim em as que resultan logrados; en lo que se re­fiere a la expresión , lo tienen grac ias a la form a, si se enuncian por m edio de antítesis, com o p or ejem plo:

pensando que esta paz, de interés común para los demás, era una guerra para el suyo personal'™,

donde «guerra» form a una antítesis con «p az».Tam bién lo tiene el u so de lo s nom bres si contienen

una m etáfora, a con d ición de que no sea ni rebu scad a, porque sería difícil de com prender, ni banal, porque en­tonces no p roduce ningtin efecto. D e igu al m o d o que si las palabras ponen el asunto ante los o jos, pues el oyente debe ver las co sas en su d esarro llo y no com o si estu v ie­ran en trance de ocurrir.

E n sum a, d eb em o s b u scar tres ob jetivos: m etáfora , a n t i í^ ^ 'a c tu a l id a d .

108. Cita (algo imprecisa) de Isócrates, Filipo (n. 5)73.

LIBRO in .io 273

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141 ifl De las cuatro clases de m e t a f o r a l a s m ás logradas son las proporcionales, com o la que usaba Feríeles “ “ al decir de la juventud perdida en la guerra que había d esa­parecido de la ciudad com o si alguien le hubiera arreba­tado al año la prim avera. O la de Leptines " ' , que decía acerca de los lacedem onios que no se debía perm itir que Grecia se q u edara con un so lo ojo. En cuanto a C efisó- doto cuando C ares se afanaba en rendir cuentas p or los gasto s de la guerra O lintíaca, se in dignaba, diciendo que aquél intentaba rendir las cuentas m ientras estaba es­trangulando al pueblo hasta la asfixia. Y otra vez que ex­h ortaba a los aten ienses a p artir hacia Eubea d ijo que debían hacerlo aprov isionándose con el decreto de Mil- cíades ‘ En cuanto a Ifíc ra te s ' in dign ado por la tre­gu a que los aten ienses hiceron con E p idauro y la costa

274 RETÓ RICA

109. De cuatro clases de metáfora habla Aristóteles en Poético 1457b 7- 9. Las divide en cuatro tipos; (}egérieroa£specie,iÍ£especieagénero,.$ie especie a especie y pioporcional.Tío. Cf. 1365a3 l'y n787 al Libro I.111. Orador ático del s. i v a.C. El pasaje citado formaba probablemente parte de un discurso en favor de los lacedemonios, cuando pedían ayuaa a los atenienses contra Epaminondas y los tebanos (Leptines, n. XXXVI,II, 250 Baiter-Sauppe). La imagen fue muy repetida. Por ejemplo. Plutar­co, Vida de Cimón 489c, Cicerón, En defensa de la LeyManilia 5.11.112. Es un orador del i v a.C. citado en III4. Cita los fragmentos recogi­dos en n. XXII, Frr. 1-2, II, 220 Baiter-Sauppe. Cares participó en 349 a.C. al frente de un grupo de mercenarios en la guerra de Olinto contra Pilipo; La presencia de los mercenarios constituía una especie de chan­taje que impedía una rendición de cuentas con mínimas garantías.113. Los escolios explican esta frase (p. 204 Rabe). Milcíades entiú en Hucrra contra Jerjes sin mediar ninguna deliberación, lo que converti­ría la frase «con el decreto de Milcíades» en sinónimo de «sin pensarlo ni un momento».III. ("f n, XX, Fr. 8, II, 219 Baiter-Sauppe. Una tregua (y, por tanto, el I e s c lie las hostilidades) implicaba que los soldados no podían saquear el t e n i d i jo enemigo para avituallarse.

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vecina, d ijo que se habían privado a sí m ism os de recur­so s de guerra. O Pitolao'*®, que llam ab a a la Páralo «m aza del pueblo» y a Sesto «arca del Pireo». Por su p ar­te, Pericias o rden ó la d estru cción de E gina, « légañ a del Pireo» y M erocles' afirm aba que no era m ás corru p­to que un cierto ciudadano respetable al que nom braba, pues aquél se corrom pía por un treinta y tres por ciento y él só lo por un diez. Tam bién puede citarse el yam bo de A naxán drides ‘ sobre las m uchachas a las que se les p a­saba la edad de casarse;

hijas mías, prescritas ya para las bodas'

O lo que d ijo Polieucto contra un tal E speusipo , en­ferm o de apoplejía: que no p o d ía descansar, atado com o estaba p o r la suerte al cepo de la en ferm edad . C efisó- doto llanidba a las trirrem es «m olin os coloreados», y

115. P i t o l a o e s q u i z á ol p c r ' i o n a io c i t a d o cii el c a p . 9 d e e s l e L ib r o , cf. n. L1V, II, 318 Baiter-Sauppe. La Páralo era una trirreme ateniense '■ti- pleada en misiones oficiales importantes. Sesto era un punto funda­mental en la ruta que llevaba el trigo de la actual Ucrania hasta Atenas.116. El dicho era atribuido a Demades por Plutarco, I'ieceptospolíticos 803 a, Apotegmas de reyes y generales 186 a, y por Ateneo 59d. El aconte­cimiento histórico que motivó esta expresión fue el sitio y conquista de Egina por los atenienses en 458-456 a.C., pero Wartelle en nota ad loe. apunta que puede haber una especie de etimología sui generis del nom­bre de la isla, sobre la palabra aigias, «mancha blanca» del ojo.117. Salaminio contemporáneo de Demrvctenes; n. XLV, II, 275 Baiter- Sauppe.118. Poeta cómico de la Comedia Media. Se cita el Fr. 67 Kassel-Austin.119. «Prescritas» es un excelente hallazgo de Tovar, quien pone de re­lieve que en griego se trata de un término jurídico.120. Orador contemporáneo de Demóstenes, cf. n. XLIII, Fr. 3, II, 274 Baiter-Sauppe.121. Sobre el cual, cf. n. 112 de ccte mismo Libro. El molino era para los ¿riegos li imagen del poder que «muele» (nosotros diríamos «expri-

LIBRO 111,10 275

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el P e r r o l l a m a b a a las tab ern as «com id as en com ún áticas». Y Esión dijo que la ciudad se había vaciado en Sicilia. Esto es una m.etáfora y tam bién pone el asunto ante los ojos. En cuanto a «com o p ara hacer gritar a Gre­cia» es en cierto m odo una m etáfora y pone el asunto ante los o jos. O com o C efisódoío, que ordenaba que se cu ida­ran de no convocar m uchos a lborotos igual que Isó- crates a los que venían corriendo a las fiestas naciona­les. O tro ejem plo es el del Epitafio que era ju sto que G recia se co rtara lo s cab e llo s so b re la tu m b a de los que habían m uerto en Salam ina, porque con el valor de aquéllos se había enterrado la libertad. Y es que, si hubie­ra dicho que era ju sto llo rar p o r el valor enterrado con ellos habría sido una m etáfora y poner el asunto ante los o jos; pero lo de «el valor con la libertad» añade una esp e­cie de antítesis.

2 7 6 RETÓ RICA

me») a los gobernados. Las trirremes, en tanto que eran la base del po­derío militar ateniense, eran el símbolo de ese poder.122. Es decir. Diógenes el Cínico. La contraposición se establece entre las comidas en común espartanas (las llamadas phiditia) propias de un estado militarizado como Esparta, y las tabernas llenas de jóvenes bo­rrachos atenienses. Un equivalente contemporáneo sería decir «las ta­bernas son los cuarteles de los atenienses».123. Probablemente es un orador del v a.C. y se refería a la fracasada expedición ateniense contra Sicilia (n. LUI, II, 318 Baiter-Sauppe).124., Cf. n. XXII, Fr. 4, II, 220 Baiter-Sauppe. Se esperaría «muchas asambleas». En esta forma de hablar habría una crítica contra las desor­denadas asambleas de la época. En el texto aparece luego la palabra «asambleas», que con toda probabilidad fue una glosa explicativa luego i Mt roduc ida en el texto.12:. hócrates, Fitipo (n. 5) 12, en que se refiere a la inutilidad de pro- nun -' r discursos en las fiestas nacionales.12() ( f pseudo-Lisias 2.60. En el texto de Lisias que tenemos no se ha- l'la de Salamina, sino de Egospótamos, desastre del 405 (lo que, por I urtd, sería másadecuadoen este contexto).

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En cuanto a lo que d ijo Ifícrates

pues la senda de mis razones pasa por medio de las hazañasde Cares,

es una m etáfora proporcional, y lo de «p asa r por m edio» pone el asun to ante los o jos. D ecir que se invocan p e li­gros para librarse de peligros pone el asunto ante los o jos y es un a m etáfora. O lo que Licoleonte afirm ó en defensa de C abrias:

sin respetar siquiera la súplica por éste de la imagen debronce'^»

es un a m etáfora circun stan cial, no p ara siem pre, pero pone el asunto ante los o jos, pues la estatua suplica por él cuanto está en peligro, así que aparece com o an im ado lo inanim ado: la conm em oración de h azañas en defensa de la ciudad. A lgo sim ilar ocurre con

ejercitándose de todas las maneras en una forma de pensarhumilde

pues lo de «e jerc itarse» es una form a de am plificación ; con

JBRO 111,10 277

127. Sobre Ifícrates, cf. n. 96 a Libro I, y sobre Cares, n. 112a Libro IH. El fragmento está recogido como Lisias, n. XIV, Fr. 129, II. 191 Baiter- Sauppe y probablemente pertenece al mismo discurso que el citado anteriormente.128. No sabemos nada de este orador Licoleonte. Cabrias fue acusado por haber perdido Oropo. Probablemente Licoleonte señaló la estatua de Cabrias atribuyéndole una postura de suplicante (cf. n. XXXVII, II, 249 Baiter-Sauppe).129. Isócrates, Panegírico (n. 4) 151. Se refiere a las actitudes serviles de los persas ante sus gobernantes.

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la divinidad prendió la inteligencia, una luz en el alma '

pues una y o tra ponen algo en evidencia. O con

no acabamos las guerras, sino las diferimos

porque am b os térm inos: la d ilación y una paz de este tipo, son algo que se deja para m ás tarde. O decid ir que los tra tad os son un trofeo m ucho m ás h erm oso que el que se erige en las b a t a l l a s p u e s é sto s se erigen por pequeños triunfos y por un solo azar, m ientras que aqué­llos se consiguen p o r to d a una guerra. Pero am b o s son s ign os de v ictoria . O que las c iudades rinden gran des cuentas con la censura de los hom bres pues la rendi­ción de cuentas es una especie de daño, aunque producto de la ju stic ia . A sí pues queda dicho que las expresiones ingeniosas se obtienen bien de una m etáfora p rop orcio­nal, bien de poner el asunto ante los ojos.

C apítu lo XI

H ay que decir a qué llam am os «p on er ante lo s o jo s» y cóm o se logra que eso suceda. L lam o <<pone.r a n te j^ s o jos» a lisa r expresiones que significan cosas en situación

2 J S RETÓRICA

130. Desconocemos al autor de esta cita.131. Isócrates, PiJ/ie^ínco (n. 4) 172.132. Isócrates, Panegírico (n. 4) 180. El «trofeo» (tropaion) era un mo­numento conmemorativo que se erigía en el lugar en que los enemigos habían dado la vuelta (tropé) para huir, es decir, el punto en que se había producido la victoria.133. También desconocemos de quién procede esta referencia, aunque ri'cucrda vagamente a Isocraics, Sobre la paz (8) 120.

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de ac tiv idad Por ejem plo, decir que un hom bre de bien es un cu ad rad o es hacer una m etáfora, pues lo uno y lo otro son cosas perfectas, pero no expresan acti­vidad. Pero

en la plenitud de su florecimiento

expresa actividad. Tam bién

pero tú, que estás libre '

expresa actividad , igual que

entonces los griegos, lanzándose con sus pies...

p u es lo de « lan zán d o se» expresa activ id ad y es una m e­táfora, ya que sug iere velocidad . Igual ocu rre con el fre­cuente u so de H om ero de con vertir lo in an im ad o en an im ad o p o r m edio de una m etáfora. T odos estos p a sa ­je s resu ltan lo g ra d o s p o rq u e exp resan activ id ad . Por ejem plo:

LIBRO 111,11 279

134. Deiuro del esquema conceptual de Aristóteles se opone a signifi­car «cosas en potencia».135. Se atribuye esta expresión a Simónides, Fr. 37.3 Page (PMC 542). No obstante, la idea del cuadrado como figura perfecta, cuyos lados y ángulos son iguales, puede proceder de los pitagóricos.136. lsócrates,fi7ípo(n. 5) 10.137. Isócrates, Filipo (n. 5) 127. El orador trata de convencer a Filipo de que emprenda una guerra contra los persas. La frase completa dice «pero tú, que estás libre, tienes que considerar a toda Grecia como tu patria... y correr peligros en su defensa».138. Eurípides, ¡figenia en Aulide 80. En el texto que conservamos de esta tragedia dice «blandiendo la lanza» en vez de «lanzándose con sus pies».

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Y otra vez por el llano rodaba la piedra descarada

Echó a volar la flecha

Ardiendo en deseos de volar'" .

En tierra se quedaban, deseosas de cebarse en la carne

La punta de la lanza atravesó, ansiosa, su pecho

En todos estos ejem plos en efecto expresa actividad al dotar lo an im ado de vida. Pues ser descarado , arder en deseos y lo dem ás son actividades. Y ha pod ido aplicarlas porque se trata de m etáforas proporcionales, pues lo que la piedra es para Sísifo, es el descarado con quien sufre su descaro. El m ism o efecto se logra en los con segu idos sí­miles referidos a seres inanim ados:

corvas, empenachadas, unas delante, otras detrás

y es que las torna vivas y d o tad as de m ovim iento, p u g sJa acl¡\ ¡dad os m ovim iento.

Deben con stru irse las m etáforas, com o antes se d ijo de cosas aprop iadas, p e to jió evidentes, igual que ocurre en la filosofía, donde advertir la sim ilitud incluso en cosas que difieren considerablem ente es propio de una m ente aguda. C om o lo que dice A r q u i t a s q u e es lo

2S0 R ETO RICA

! .'y Homero, Odisea 11.598. Se refiere a la piedra de Sísifo. Ello explica mic M' a' iida luego a Sísifo.14(1. Homero,//íadn 13.587.14 1. Homero, ¡liada 4.126, habla también de una flecha.141 Homero, llíada 11.574, dicho de lanzas que no han dado en el hl.mco i’rcvi.slo.14.<. Humero, lliada 15. 542.144 nuhodclac r>l.\sen Homero, Híada 13.799.M"' I41()b.í2,ss.14(. I il osolo y matemático de Tarcnto, del siglo IV a.C.Cí47A 12D.-K.

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m ism o un arb itrador y un altar, pues a am bos se acoge quien es in justam ente tratado. O com o si uno d ijera que un ancla y un gancho son una m ism a cosa, d ado que am ­bos en cierto sentido hacen lo m ism o, con la diferencia de que una lo hace desde arriba, y el otro, desde abajo. O lo de «n ÍY d arJa s c iu d ad es» es un m ism o térm ino para cosas sum am ente diferentes, pues la «n ivelación» puede aplicarse a una superficie o a los poderes.

A sí que la m ayoría de las expresion es in gen iosas se consiguen por m edio de la m etáfora y p o r haber con se­gu id o previam ente en gatusar al oyente. Pues le resulta m ás claro lo que aprende en una d isp osic ión de án im o con traria , de m o d o que su án im o parece decirle: « ¡P or supuesto , y yo sin darm e cuenta!»

Tam bién resultan expresiones in gen iosas de los a p o - tegma^s, con tal de no decir a las claras lo que se quiere ex­presar. Por ejem plo, el de E stesícoro de que las c igarras les cantarán desde el suelo Por el m ism o m otivo son agradab le s los acertijo s bien p lan teados, pues co m p o r­tan una en señ an za y contienen un a m etáfora , co m o lo que T e o d o r o d e n o m i n a «d ecir p a lab ra s n o ved osas» . Eso sucede cuan do se dice algo parad ó jico , que, com o él m ism o dice, no va de acu erdo con la op in ió n prev ia, com o las sa lid as in esperad as de lo s ch istes. El m ism o efecto p roducen los ju eg o s de p a lab ra s, pues n o s so r ­prenden. Tam bién se hace en verso, cuan do se acab a con una palabra que no era la e sp erad a por el oyente, com o por ejem plo:

L IU R Ü lll.l l 281

147. Sobre los arbitradores y el arbitraje en Atenas, cf. n. 143 al Libro I.148. Isócrates, Filipo (n. 5) 40. Se habla de ciudades niveladas por la desgracia.149. Cf.n.77alLibroIl.150. Cf. n. 158 al Libro 11.

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marchaba con los pies calzados de... sabañones' ,

cuando lo que se esperaba que dijera era «sandalias». Pero el efecto debe resultar evidente en el m ism o m om ento en que se dice. En los ju egos de palabras el efecto consiste en no decir lo que se dice, sino lo que resulta del cam bio de la palabra, com o lo que le dijo Teodoro a Nicón el cita- redo: «te m olestará», pues pretendía decirle «eres un tra- c io» y produce sorpresa porque se quiere decir otra cosa. Por ello resulta agradable al que lo entiende pues si no entiende lo de que «es un tracio» no le parecerá una exp resió n in gen io sa . Igu al p a sa con lo de «q u ieres s a ­quearlo»'^®. Es, con todo, preciso que am bos sentidos de la p alab ra resulten adecuados. Lo m ism o puede decirse de expresiones ingeniosas com o decir que para los atenienses el im perio sobre el m ar no fue el principio de sus desgra­cias pues se aprovechan de él. O com o dice Isócrates que el im perio fue para la ciudad el principio de los males, pues en am bos casos se dice lo que no se esperaba que se d ijera , pero se reconoce com o verdadero. Pues decir que un principio es un principio no tiene nada de inteligente,

151. Parodia de autor incierto (cf. F' Brandt). Recuerda Homero, Oííisea 21.341.152. Probablemente el citado en 1404b22.153. Juego de palabras intraducibie, y que ha provocado dificultades en los copistas del texto. Acepto las conjeturas de Ross: thráxei se, «te mo­lestará», y Thráx eisu «eres un tracio(y por tanto un bárbaro).154. En el sentido en ijue le preguntamos a quien oye un chiste y no se ríe «¿lo has entendido?», es decir, 'le resulta agradable a quien se da cuenta del doble sentido».155. Nuevo juego de palabras intraducibie entre persai, infinitivo del ver­bo que significa «saquear», y Persai, nominativo plural de la palabra «per­sa» (cf. un juego similar en un autor tan serio como Esquilo, Persas 178).156. En griego arc/ie significa «dommio, imperio» y «principio».157. Isócrates5 CFi/ipo^61,8 (Délapaz) lOl,Panegírico (n. 4)119.

2S2 r e t ó r i c a

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pero no es eso lo que se dice, sino otra cosa, porque arché no tiene en los dos casos el m ism o sentido, sino diferentes. En am bos casos el efecto resulta de la conveniencia del nom bre introducido por hom onim ia o por m etáfora. Por ejem plo, en «A násqueto no es soportable» h a / hom oni­m ia, pero sólo es adecuada si Anásqueto es desagradable. Igual ocurre en «N o serías m ás extraño que un ex tra­ño» o no m ás de lo que se debe, pues es lo m ism o: «el extranjero no debe ser huésped para siem pre», pues el sen ­tido de la palabra es tam bién aquí diferente.

Igual ocurre con el celebrado verso de A naxándri- d e s '“ :

hermoso es morir antes de hacer algo que merezca la muerte,

pues eso es tanto com o decir: «d ign o es m orir sin ser d ig ­no de m orir» o «e s d igno que m uera sin ser d ign o de la m uerte» o « sin h aber hecho nada d igno de la m uerte».

T odas estas expresiones son de un m ism o tipo , pero resultan tanto m ás lo grad as cuanto m ás concisa y m ás antitéticam ente se digan. La causa es que se captan m ejor por m edio de una antítesis y m ás rápidam ente por su bre­vedad. D eben añ ad irse la adecuación con la p erson a de quien se dicen y la justeza en la expresión, si lo que se dice es verdadero, y que no sea banal, pues es posib le que e s­tas condiciones no se den juntas, por ejem plo en «es ne-

158. En griego aparece el nombre propio Anáschetos seguido del adjeti­vo anáschetos. En español se podrían citar casos como «Valiente no es valiente» o «Rojo no es rojo».159. Fragmento cómico anónimo (Fragmentos de autor desconocido 209 Kock) que juega con el doble sentido de la palabra griega «extraño» y «huésped». He intentado fabricar en la traducción otro doble sentido sobre «extraño»: el de «raro» y el de «persona ajena».160. Fr. 65 Kassel-Austin.

LIBRO ill.ll 2S3

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cesario m orir sin haber hecho nada m alo», pero entonces el resultado no es ingenioso, o en «debe casarse la m ujer digna con el hom bre d igno» pero tam poco es ingenio­so, a no ser que am bas cualidades vayan juntas, com o en «es digno m orir sin haber sido digno de m orir». Cuantas m ás aúne, tanto m ás ingenioso parece, por ejem plo si los térm inos son m etáforas, y m etáforas de una determ inada clase, hay antítesis y parisosis y sugiere actividad.

También los sím iles que resultan logrados, com o se ha d icho arriba son en cierto sentido m etáforas, pues siem pre se habla de d o s térm inos, com o en la m etáfora proporcional. Por ejem plo, decim os que el escudo es la copa de Ares y el arco una form inge sin cuerdas Así no lo expresam os de una form a sim ple, pero sí lo hace­m os si le llam am os al arco form inge, y al escudo, copa. Es de este m odo com o se hacen los sím iles, por ejem plo, lla­m ándole al flautista «m ono» o al m iope «candil en d ía de lluvia» porque am bos parpadean. El sím il es bueno cuan­do com porta una m etáfora, porque es posib le com parar el escudo con la copa de Ares y las ru inas con los h arapos de una casa, o decir que Nicérato es un Filoctetes m ordi­do por Pratis; una com paración que hizo T rasím ac cuando veía a N icérato con el pelo largo e incluso sucit- tras su derrota por Pratis en el concurso de recitadores

161. Nuevo juego basado en el doble sentido de «digno», «decoroso*'';? «merecedor de». Cf. Fragmentos de autor desconocido 206 Kock. ^162. Cf. 1406b20,1407al0-13,1410bl8-19.163. Cf. 1407al6s.ynotafld/oc.164. Según Demetrio Sobre el estilo 85, se trata de un pasaje de Teognis. Los autores modernos lo atribuyen al autor trágico de este nombre (2B f 1 Snell).165. Recogido como Fr. de Trasímaco 85A5 D.-K. (Untersteiner, Sofisti111, pp. 2-37). Habla de un hijo de Nicias, gran recitador de Homero, mencionaao por Jenofonte, Banquete 1,2, etc. Filoctetes fue uno de los

¿84 RETÓRICA

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Es en esto en lo que m ás tropiezan los poetas si no lo h a­cen bien, y en lo que m ás logros obtienen si lo hacen bien. Me refiero a cuando dejan clara la sim ilitud. Por ejem plo:

Como el perejil, tiene las piernas torcidas

Como Filemón, peleándose con su saco de boxeo

Y todos estos so ri si'rrmeg. Y que los sím iles son m etá- foras, lo^fiemos repetido m uchas veces

T am b iéa io s xefran es sojojii.e.t.áfoxas de ujaa especie a otra'^^. Por ejem plo, si uno se hace con algo convencido de que es bueno y luego sufre un daño, se le dice:

Como al de Cárpatos con la liebre

pues a los dos les ocurrió lo que acabo de decir.R especto a la form a d e co n segu ir exp resio n es in ge­

n iosas y la razó n de e llo , se h a ex p licad o ya p rá c tic a ­mente.

Tam bién las h ipérboles_m ás lo grad as son^m etáfpras, om o p or ejem plo decir a quien le han puesto un ojo m o-

Iicipantes en la guerra de Troya que, mordido por una serpiente, fue donado en Lemnos porque el hedor de su herida molestaba a los is guerreros.Fragmentos cómicos de autor desconocido 207 Kock.

j7. fragmentos cómicos de autor desconocido 208 Kock. Filemón era m famoso boxeador (cf. Demóstenes, Sobre la corona 319, Esquines, Contra Ctesifonte 189),68. Cf.n.l62aestem''moLibro.69. Una de las formas de metáfora, según la Poética cap. 21, cf, n. 109 a ■ste mismo Libro.70. Cf. Zenobio s, v. lagos. Al tal personaje de Cái patos se le ocurrió ntroducir una liebre en la isla y el efecto terrible fue que la incesante re- ’roducciónde estos animales acabó por plagar la isla de ellos.

LIBR O 111,11 285

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I413Í)

rado: «creeríais que era un cesto de m oras», pues la con­tusión del o jo es ligeram ente m orad a, pero la exagera­ción consiste en la in tensidad. Y expresiones del tipo de «esto es com o aquello» só lo se distinguen de la hipérbole por la form a:

Como Filemón, peleándose con su saco de boxeo

frente a «creerías que era F ilem ón, peleán dose con su saco de boxeo», o

2S6 r e t ó r i c a

Como el perejil, tiene las piernas torcidas,

frente a «creerías que no tiene piernas, sino perejiles, delo torcidas que las tiene». A dem ás las h ipérboles dan un ajre juven il, pues m an ifiestan vehem encia. Por eso las usnn especialm ente quienes están indignados:

Ni aunque me dieras tantos regalos como granos de arena[o motas de polvo

ni así me casaría con la hija del Atrida Agamenón, ni aunque compitiera en hermosura con la áurea Afrodita y en habilidad con Atenea

Por ello no son aprop iadas p ara la form a de h ablar de un v ie jo '

171. Homero, ¡liada 9.385 y 388-90. En el texto sigue la expresión «uti­lizan especialmente este recurso los oradores áticos» que varios autores, entre ellos Kassel, consideran una interpolación.172. l.os manu.scr¡tos añaden «utilizan especialmente este recurso los oradores áticos», lo que desentona totalmente del texto y con toda pro­babilidad es también una interpolación posterior.

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C apítu lo XII

No debe o lvidarse que a.cada género le es ap rop iad a una expresión distinta, p ues no es la m ism a la de la com posi- cigo^escrita que la p ro p ia del debate, n i la de la s a sa m ­bleas es igual que la de los tribunale.s. Pero am b as deben conocerse. La una im plica conocer el buen uso del griego, la otra supone no verse ob ligado a callar cuando se quiere com unicar algo a los dem as, cosa que les ocurre a quienes no saben escribir.

^a expresión escrita es la m ás precisa, la h ab lada es la m ás apropiada para la interpretación. De ésta hay d o s t i­pos: una relacionada con el com portam iento, otra, con los sentimientos. Por tal m otivo los actores persiguen los d ra ­m as de este últim o tipo, y los poetas, a los actores adecu a­dos para ellos. Con todo tienen bastante difusión los p o e­tas apropiados para la lectura, com o Queremón (que es preciso como un logógrafo) y Licimnio ‘ entre los autores de ditiram bos. Cuando se los com para, ios d iscursos escri­tos quedan deslucidos en los debates, m ientras que los de los oradores parecen obras de aficionados cuando los tene­m os en las m anos. El m otivo es que son apropiados p ara el debate. Por eso los aprop iados para la in terpretación, cuando prescindim os de dicha interpretación y no cu m ­plen la función para la que se han com puesto, parecen sim ­plones. Por ejem plo, las frases sin conjunciones y las m úl­tiples repeticiones se proscriben , con razón, en ia p ro sa escrita, pero no en la expresión propia del debate, y los o ra ­dores las usan, pues son adecuadas para la interpretación.

i .iB K o lli.iz 287

173. Poeta trágico del iv a.C. Este testimonie "p recoge comc 71 T 3 Snell.174. Cf.n. 24 de este mismo Libro.

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Sin em bargo es necesario variar cuando se dice lo m is­m o, lo cual, p or a sí decirlo, abre cam ino a la in terpreta­ción: «É se es quien o s ha robado, ése es quien o s ha bur­lado, ése es el que ha intentado llegar al extrem o de la traición». Éste es el tipo de expresión que em pleaba File- m ón el actor en la Dem encia senil de A naxándrides cuando dice «R adam an tis y Palam edes» y «yo» en el p ró­logo de Los piadosos Pues si no se interpretan esos p a­sajes, resulta com o cargar una viga.

Lo m ism o ocurre con las frases sin conjunciones: «V ine, fui a su encuentro, le suplicaba», pues hay que in­terpretarlas y no decirlas com o una so la cosa, em pleando el m ism o registro y la m ism a entonación. A parte de eso, las frase s sin conjunciones tienen un a particu laridad , que parece que se dicen m uchas cosas en el m ism o tiem- po. Y es que la conjunción convierte en un idad lo que es m últiple, de suerte que, si se elim ina, es evidente que, a la recíproca, lo uno se convertirá en m últiple. De este m odo se logrará una am plificación: «Vine, fui a su encuentro, le su p licab a» (parecen m uchas cosas), «desd eñ ó cuanto le d ije».

Es el efecto que H om ero pretende lograr con eso de:

NireodeSime...Nireo, hijo de Aglaya...Nireo, elmás heimoso

2íi\S RETORICA

175. Actor, también citado por Esquines 1.115. Aparece en la Prosopo- X'fpliia de O’Connor (Chicago 1908) como n. 477.176. fr. 10 KasselAustin.177 Fr, ; 3 Kassel-Austin. Desconocemos a qué alude Aristóteles, por­que no sabemos nada más de esta obra.1 7n. Como en tantas otras ocasiones Aristóteles cita abreviadamente lo ']tK' i n 1 lomero es un pasaje más largo, concretamente de cuatro versos:

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Y es que de aquel de quien hay m ucho que decir hay que hablar m uchas veces, así que si se habla m uchas veces de él tam bién parecerá que hay m ucho que decir de él. En consecuencia, aunque só lo se acuerda de él una vez, H o­m ero ha acrecentado su im port^ncia por este en gañ oso recurso , y hace que lo recordem os, aunque no vuelve a hacer m ención de él en ningún pasaje.

Así pues, la expresión propia de las asam bleas se parece en todo a un d ibu jo con perspectiva. Pues cuanto m ayor es la concurrencia, m ás alejado debe estar el punto de v is­ta, razón por la cual los detalles precisos son superfinos e incluso producen peor efecto en am bos casos. La judicial es m ás precisa, pero m ás aún cuando se trata de un so lo juez, pues queda m uy poco terreno para los artificios re­tóricos, porque se abarca m ejor con la m irad a lo que es propio del caso y lo que es ajeno, el debate falta, de form a que nada em paña la decisión. En cam bio, donde hay m ás interpretación, hay menor precisión, lo que ocurre cuan ­do hay que alzar la voz y m ás, si hay que alzarla m ucho.

La expresió n de la oratoria de exhibición es la m ás p a­recida a la p rosa escrita, pues su función p rop ia es la lec- tjira. La sigueen eilalafo jcen se .

C on tinuar el análisis de la expresión afirm an d o que d ebe ser ag ra d a b le y elevada resu lta o c io so , p u es ¿po r qué habría de serlo m ás que sob ria , liberal y cualqu ier otra excelencia del carácter? Q ue sea agradable lo logrará evidentemente cuanto se ha dicho, si que se ha definido correctam ente la excelencia de la expresión En efecto.

LIBRO III 12 289

Nireo de Sime capitaneaba tres naves iguales / Nireo, hijo de Aglaya, y del soberano Cáropo / Nireo, el más hermoso varón que llegó al pie de Ilion / de entre todos los dáñaos, después del irreprochable hijo de Peleo. 179. Libro III, cap. 2.

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290 RETÓ RICA

¿por qué m otivo debe ser clara y no ram plona, sino ap ro ­piada?, pues si cae en la charlatanería, no será clara, ni tam poco si es d em asiad o concisa, sin o que es evidente que lo aprop iad o es un térm ino m edio'*® . C au sarán a ^ a d o los recu rsos a lu d idos si se m ezclan adecuada- m^nfe lo usual y lo in sólito , el ritm o y la verosim ilitud producida por la expresión adecuada. A sí que queda di- choTo referente a la expresión, tanto en lo que es aplicable a los tres géneros com o en lo específico de cada uno de ellos. Q ueda por tanto hablar del orden de las partes.

C apítu lo XIII

fjay dQ<maxles..del discurso,, pues e s io r z o so exponer el asunto del que se trata y dem ostrarlo. Por ello es im posible decir algo sin dem ostrarlo o dem ostar algo sin haberlo enunciado previ.inicnto. Y es que quien dem uestra, de­m uestra algo, y el que hace una declaración previa la hace para dem ostrarla. De las dos partes, una es la proposición, la o tra el argum ente', al m odo en que se d istingu iría que una cosa es el problem a y otra su dem ostración Pero ahora se hacen divisiones ridiculas. En efecto, la narración es en todo caso propia tan sólo del d iscurso forense, pero el de exhibición o el que se pronuncia ante el pueblo ¿qué necesidad tienen de esa narración que dicen? ¿Y qué decir

li ti. de la refutación del contrario o del epílogo en los de exhi­bición? En cuanto al preám bulo, el contraste y la recapitu-

I fiO, Es característica de Aristóteles la apelación al «término medio» int reloj excesos.1 I. Aristóteles t raslada a las partes del discurso la división que hace i n la dialéctica entre cuestión y demostiai-ión en Primeas nnaliticos 62 .121, (ó a 36.

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lación algunas veces tienen lugar en el d iscurso ante el pue­blo, cuando hay posturas encontradas, así com o tam bién m uchas veces la acusación y la defensa, pero no en cuanto d iscurso deliberativo. Por su parte el epílQ&a tam poco se dajen todo d iscurso forense, por ejem plo, si el d iscurso es breve o el asunto es fácil de recordar, pues sucede que se le resta cuerpo al d iscurso En sum a, las partes irnprescin- dibles son la proposición y el argum ento. Éstas son las que les son propias, y a lo m ás, preám bulp, proposición, argu­m ento y epflogo. Y es que la refutación del contrario form a parte de los argum entos, y el contraste es una m agnifica­ción de los de uno m ism o, de suerte que es una parte de los argum entos, y es que quien hace eso, dem uestra algo. No así el preám bulo ni tam poco el epílogo, que sirve para re­cordar. De m odo que si se hacen tod as esas d istinciones, habrá, com o hacían los de la escuela de l'eodoro ad e­m ás de la narración , la posnarración y la prenarración , la refutación y la posrefutación. A m ás de que sólo debe crearse un térm ino para aludir a una especie y una diferen­cia, pues si no, resulta vano y gratuito, com o lo que hace Licimnio en su A rte '®‘‘ , al crear térm inos com o «viento en popa», «divagación» y «ram ificaciones».

LIB R O III.H 291

Capítulo X IV

El p r^ m b u lo es el com ienzo del d iscu rso , com o el p ro e­m io en p oesía y el preludio en la com posición p ara fiau-

182. Dado que un resumen de un tema que, ya de suyo, da poco de sí puede hacer parecer el discurso demasiado corto y con poca entidad.183. Autor al que también se refiere Platón, Fedro 266d, cf. n. 153 a! Li­bio II.184. Cf.n. 24 de este mismo Libro.

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2 9 2 RETÓRICA

e x o r d i o^ P u e s todo s ellos son com ienzos y una^ m an era de abrirle cam ino a lo que sigue. A sí pues, el preludio, es sg- m ejante al p reám bulo del disgarsQ^de exhibición. Pues tam bién los flautistas tocan lo prim ero el pasaje cuya eje­cución dom inan y lo enlazan con la tónica de la pieza; en los d iscursos de exhibición debe escribirse el preám bulo de la m ism a form a: com enzar por lo q ue se qu iera d e­cir de inm ediato y ju eg o enlazarlo^pn lo dem á^, y a sí Ip hacen todos^ Un ejem plo es el preám bulo de la Helena de Isócrates pues los d iscu rso s erísticos no tienen nada en com ún con Helena. Si adem ás de ello se hace una d i­gresión, resulta apropiado, para no hacer m onótono todo el d iscurso.

L^s preám bulos de los d iscursos de exhibición se b a­san en una alabanza o en una reprobación , com o hace G org ias en el D iscurso Olímpico^^^: «P or m uchos so is d ignos de ser adm irados, griegos», pues encom ia a qu ie­nes instituyeron las fiestas nacionales. Isócrates en cam ­bio los reprueba porque honraron con d istinciones las excelencias del cuerpo, m ientras que no establecieron ningún prem io para quienes destacan por su inteligencia.

TjWnbién pueden basarse , en una deU beración; por ejem plo, que se debe h on rar a las p erson as de bien y p or ese m otivo uno elogia a A rístides o a las person as que, sin tener gran reputación, no son m alos, pero que, pese a ser buenos, nadie los conoce, com o A lejandro , hijo de Príam o. En estos casos, efectivam ente, el orador está dando un consejo.

IHi. I'ócrates, Hefc/iíi{n. 10), 1 -13, en que el orador se refiere a la inuti- liil.ul de determ inados argum entos en ciertos temas.1K6 (¡orgias, Fr. B 7 Diels-Kr-nz, Fr. 7 Untersteiner (II, p. 48).I><7. Isócrates, Píi/iegiríco(n. 4) 1-2.

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Incluso puede hacerlo en lo s preámhiilos.£Dj:enses, es decir, en las apelaciones al oyente p ara pedir d iscu lpas si el d iscu rso va a referirse a asuntos p aradó jicos, m uy d ifí­ciles o m uy trillados. C om o hace Q uérilo con lo de

ahora que todo está distribuido

A sí que los preám b u lo s de los d iscu rsos de exhibición p u e d e jlb a sa rse en elogio , cen sura, exh ortación , d isu a ­sión o apelaciones al oyente. Y puede elegirse p ara estos pasa jes in iciales asun tos relacionados o no relacionados con el tem a.

D ebe adm itirse que lo s p reám b u los del d iscu rso fo ­rense tienen el m ism o valor que los p ró logos de las ob ras de teatro y los proem ios de los p oem as épicos, pues los de los d itiram bos tienen un m ayor parecido con los p reám ­bulos de los d iscu rso s de exhibición; por ejem plo en

por ti y por tus dones... Escila

En estos d iscu rso s y en los verso s épicos el preáinbulo es una m uestra del d iscurso , p ara que se sepa de antem a- no^de qué trata el d iscu rso y su com pren sión no quede en su spenso, p u es lo in defin ido provoca descon cierto .

188. Q uérilo de Sam os, poeta épico del s. v a.C., consciente de que en su tiempo se ha cerrado para la épica el cam iro de la creación y es difícil ser originales, echa de m enos con nostalgia en el proem io de su poem a Las Pérsicas los tiem pos en que aún todo estaba por escribir con estos \ ersos (fr. 2 Bernabé): «¡A h, feliz el que en aquel tiem po era versado en poesía, siervo de las M usas, cuando aún virgen era el prado! Ahora que todo está distribuido, tocan a su límite las artes, así que en la carrera nos han dejado los últim os, y por m ás que uno mire a su alrededor no hay un carro recién uncido al que acercarse».189. Timoteo de M ileto ,fr. 18 Page (PAÍG794).

LIBRO 111,14 293

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Quien nos brinda un com ienzo, por así decirlo, al alcance de la m ano, nos hace segu ir de m odo continuo el d iscu r­so. D e allí viene lo de;

Canta, diosa, la cólera...,

Hábianic, Musa, del varón...,

Condúct-me a otro relato: cómo desde la tierra de Asia llegó a liuropa una gran guerra

Tam bién los poetas trág icos in dican de qué trata la pieza, si no inm ediatam ente, com o Eurípides, sí al m enos en algiín lugar del prólogo, com o hace Sófocles:

Mi padre era l’ólibo

Y de rr.odo sim ilar tam bién la com edia. Así que¿§/m i- cion m ás m.'Lcs.u la del preám bulo y la que le es propia es indicar cuál es el fin al que se en cam in a el discurso.. Por tal m otivo si el asunto es e m e n te o de poca im portancia no debe usarse p reám bulp lLos dem ás recursos que usan los oradores tratan de rem ediar las taras de lo s oyentes,y valen para cualquier d iscurso. T a le s je cu rso s se refieren b ie n jl orador, bien al oyente, bien al tem a, bien al contra­rio. Se refieren a uno m ism o y al contrario los que tieaen por ob jeto d isipar o provocar una in culpación . PerojOD se hace de m odo sem ejante en am bos casos: p ara q uien se.

190. Se trata, respectivamente, d é la s prim eras palabras de la//iW fl, la Odisea y de Las Pérsicas de Quérilo de Sam os (Fr. 1 Bernabé).191. Sófocles, H.íiipo rey 774. Ha extrañado a los estudiosos que A ristó­teles atribuya el verso 774 de la tragedia al prólogo. Spengel quiso corre­gir el texto, l'ucde sli una referencia de tipo general «en algún lugar a guisa de prólogo».

2 9 4 RETÓRICA

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defiende, lo que se refiere a la inculpación debe ir lo p ri­m ero; para el que ataca, en el epílogo. El m otivo no es d i­fícil dF ver: en efecto, el que se defiende está ob ligado, en cuanto se presenta ante el tribunal, a librarse de ob stácu ­los, de suerte que ha de d isipar lo prim ero la inculpación. El que inculpa ha de hacerlo en el epílogo, para que se le recuerde mejor.

L os recursos que se retieren al oyente tratan de ganarse su benevolencia y a veces atraer su atención, pues no siem pre conviene atraer su atención, por lo cual m uchos intentan provocar su risa.

A la buena com prensión del d iscurso contribuirá todo e jb , si se quiere, y tam bién el presentarse com o persona h on rada, pues a éstas se les hace m ás caso.

Los oyentes prestan m ayor atención a los asuntos im ­portantes, a los que les conciernen, a los adm irab les, a los agradab les. Por ello el o rad o r debe esforzarse en hacer ver que su d iscu rso trata de esta clase de tem as. Si se pre­tende que el aud itorio no preste atención , debe d e m o s­trar que se trata de un asunto sin im portancia, que no les afecta y que es fastid ioso . Pero no debe olvidarse que to ­d os los recu rsos de este género son ajen o s al d iscu rso , pues se d irigen a un oyente de pocd dltura y que atiende a lo que está fuera de cuestión , porque en caso de que no sea así, no hay ninguna necesidad de preám bulo, a m enos que sea p a i .. exponer les puntos p rincipales del asunto, a fin de que, com o u ü cuerpo , el d iscu rso tenga tam bién una c a b e z a '” .

192. Algunos m anuscritos añaden aquí la frase: «y suscitar su cólera» y luego, tras «atraer su atención», añaden «o lo contrario». Kassel secluye todas estas palabras.193. Una com paración sim ilar del d iscurso con un cuerpo aparece en Platón. Fedro 264c.

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A dem ás, atraer la atención es algo que afecta a to d as las partes del d iscu rso , cuando hace falta. Pues en cu a l­quier punto de su desarrollo la relajan m ás que en el co ­m ienzo, razón por la cual es ridículo poner un a llam ada de atención en el com ienzo, cuando to d o s atienden con m ayor interés. E j consecuencia, hay que (kcir,.en donde sea oportuno, «H acedm e caso, pues no os in teresa m enos que a m í», o bien:

Os diré algo tan terrible como nunca habéis oído

o tan adm irable. Esto es, com o decía Pródico cuando los oyentes com enzaban a dar cabezadas, in troducirles lo de las cincuenta dracm as.

Q ue todo esto va d irig ido al oyente, pero no en tanto que oyente es evidente, pues en los preám bulos lo que todos tratan de hacer es o bien inculpar de algo o bien re­futar inculpaciones:

Soberano, no voy a decir que por la prisa...

2 9 6 R ETÓ RIC A

¿Para qué este preámbulo? .

194. D esconocem os qué obra está citando aquí Aristóteles.195. Fródico, Test. A 12 Diels-Kranz. Recoge tam bién la anécdota Quintiliano 4, 1,72. Se alude a las lecciones de Pródico, que reservaba liis conocimientos m ás profundos a las clases m ás caras (las de cincuen- t .1 ilracnias, una cantidad muy considerable de la época).I I s () es, al oyente con que se contaba en la realidad, con sus Ínsu­la ii-ncias, no porque sea esencial a un oyente ideal.197 Principio del parlamento del guardián en hAntígom de Sófocles, '"■iMi ’ ;.í. «So'ucrano, no voy a decir que por la prisa vengo sin aliento n.is li.'.ÍHT nnn ido ligero mi pie». l ‘ ' ‘< I Ifigenia entre los T a u ro s \\6 2 .

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y lo hacen aq u e llo s a q u ien es el a su n to se les p resen ta m al o les da esa im presión , pues m ás les vale d isertar s o ­bre cu alq u ier asu n to an tes que so b re el que les o cu p a . Por esa razón lo s esclavos no respon den a las pregun tas, sin o que se an d an p o r las ram as y hacen largos p re ám ­bulos.

Ya hem os h a b l a d o d e los recursos para lograr la b e ­nevolencia del au d itorio y d em ás cu estio n es de este j a e z P e r o com o se ha dicho, con razón:

Permíteme entrar en tierra de feactos como amigo digno de compasión?”',

estos d os son los fines a que debem os tender. En los dis- c iirsos _de exhibición es necesario que ei oyente crea que es p artíc ipe del elogio: él m ism o, o su famiUa, su m anera de vivir o cu alqu ier o tra cosa. Pues lo que dice Sócrates en el Epitafio es cierto:

lo difícil no es elogiar a los atenienses entre atenienses, sino entre lacedemonios^“ .

Los preám bulos de los d iscu rsos ante el pueblo se con ­figuran sobre los m ism os m ateriales que los de la o ra to­ria forense, pero naturalm ente desem peñan un papel m í­nim o, pues ya se sabe de qué se está tratando y el asunto no requiere preám bulos, a m enos que se refiera al p rop io orador, a su s oponentes o si los oyentes no le dan al a su n ­to la im portancia que uno pretende, sin o m ayor o m enor.

199. 1378al9ss.200. Libro II, caps. 1-11.201. Homero, Odisea 6.327.202. Platón,M enexeno235 d.

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298 RETÓRICA

Por ello hay que hacer una in culpación o refutarla, y en consecuencia presentar la cuestión com o m ás o m enos im portante, y p ara eso se requiere un preám bulo. O p or puro em bellecim iento, en la idea de que parecería im pro­visado si no lo tiene, com o en el encom io de G orgias a los eleos^“ , que sin el m enor calentam iento p re v io ™ y sin haber provocado la m enor em oción , com ienza sin m ás: « Élide, ciudad feliz».

( ’apítulo XV

lin cuanto a lain cu lpación , un.prixner recurso consiste^n utilizar los que cualquiera em pleada para d isipar un p j^- juicio contrario. D a lo m ism o que alguien haya hablado antes o que no haya sido así, de m odo que se trata de una regla general.

O tro recurso para enfrentarse a las cuestiones en liti­gio sería argü ir que el asunto no existe, o que no es perju ­dicial, o que no lo es p ara el oponente, o que no llegó a tal grado, o no es in justo o no es im portante o no es vergon­zoso o no tenía tal m agnitud, pues la d iscusión se centra precisam ente en estas cuestiones; p or e jem plo Ifícrates argum entó contra N ausícrates que reconocía que hab ía hecho aquello de que lo acu sab a y que le h ab ía cau sad o i:n perju icio , pero no que hab ía '-'^metido injusticia^®®. También se puede reconocer que se ha delinquido, pero atiuciendo algo com o con trapartida : si fue dañ ino, que

.¡ii' Ir. II lO D iels-K ran z.N oten em o sm ásn otic iaqu eéstasobree ld is- iu r«>cn cuestión.M I Si-ulili/.a una metáfora del mundo del deporte.

V •' '.ú rates era discípulo de Isócrates, cf. n. XX , Fr. 4 (II, 219 Bai- icf Vmppc).

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fue tam bién noble, si penoso, tam bién útil, o argum entos por el estilo.

tó tro recurso es afirm ar que hay un error, un caso de m ^ suerte o de fuerza m a y d ^ o m o Sófocles, que decía que tem blaba no para parecer viejo, com o afirm ab a su acusador, sin o porque no p od ía hacer o tra cosa, pues no tenía ochenta añ os por su gusto

\T am b ién lo es aducir com o contrapartida el fin: lo que se pretendía no era hacer daño , sino esto otro, y que no pretendió com eter el perjuicio del que se le inculpa, sino que d io la casu alid ad de que alguien sa lió perju d icado , y que «sería ju sto que m e od iáseis si hubiera pretendido que ocurriera esto>>^^ O tro se em plea cuan do el acu sad or se encuentra in-

curso en la m ism a acu sación , en el presente, o antes, él m ism o o a lguno de su s allegados?

Otro, cuan do pueden estar incursos en la m ism a acu ­sación o tro s sobre quienes hay acuerdo en que no son culpables de ella. Por ejem plo, si es adúltero el que se ac i­cala, Fulano tam bién lo será.

Otro, si el m ism o acu sador u otro acusó de lo m ism o a otros, o bien, sin m ediar acusación , se sospech ó de o tros que estaban in cu rsos en ella y dem ostraron que no eran culpables.

Otro, respon der a una acusación con otra, pues sería ab surdo que si él m ism o carece de cred ib ilidad pu edan tenerla sus palabras.

O tro es si la causa se ha ju zgad o ya, com o lo que Eurí­p ides le respon dió a Higienón^®^, que, en un proceso de

206. Quizá se refiera al fam oso pucta trágico, ya que tenem os noticia de que sufrió un pen oso proceso cuando era muy anciano207. No sabem os nada de este personaje; cf.fr. 1 (Il,216B aiter-Sauppe).

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intercam bio de bienes^'”*, le había acusado de im piedad porque exhortaba a perjurar cuando escribió:

Mi lengua ha jurado, que no mi pensamiento

Su respuesta fue que era él quien com etía un delito p or presentar ante el tribunal decisiones del concurso dioni- síaco, pues era allí donde había dado cuenta de sus p a la­bras o la daría si se le quería acusar.

O tro es denunciar la m ism a inculpación, por su m ag­nitud, tanto porque su sc ita o tros ju ic io s com o porque resta credibilidad al asunto.

Un recurso ú t'l p a ra las d o s p artes es recurrir a lo s in ­dicios. Por ejem plo, O d iseo en el Teucro^^° d ice que Teu- cro está em paren tad o con P ríam o, p u es H esíone era su h erm an a, pero éste rep lica que su p ad re , T elam ón, era enem igo de P ríam o y que no h ab ía denunciado a los esp ías.

\ ^ t r o recurso para quien inculpa consiste en alabar gran dem ente un m érito pequeñ o y p asar ráp idam ente sobre los im portantes, o bien, después de haber enum e­rado previam ente m uchas buenas cualidades, censurar

^1)0 RETÓRICA

208. Este tipo de procesos son muy típicos del sistem a ateniense de subvenir a los gastos del Estado. El procedim iento era asignar a ciu­dadanos privados costear determ inados gastos concretos (por ejem plo, construir una nave), loque se denom inaba una liturgia. Si el ciudadano afectado alegaba no tener recursos para ello y proponía a otro ciudada­no, y éste consideraba que sus bienes eran menores que los de quien lo había propuesto, podía contestar pidiendo un intercambio de bienes.209. Eurípides, } iifnitiío (¡\2.210. O bra perdida de Sófocles, cf. Fr. 579a Radt y la traducción d é lo s

.-.gmentos de I .M. I.ucas, ob. cit., 294 ss. Hesíone era h ija de Laom e-donte de Troya y hermana de Príamo, y estaba casada con Teucro, hijo de Telamón. Dcs^onucem os a qué espías se refiere el texto.

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com o única m ala la que conviene al caso.) De este m od o actú an ios m ás hábiles, que son a un tiem po los m ás in ­ju sto s , pues intentan prod u cir d añ o con los bienes, al m ezclarlos con lo m alo.

También es válido indistintam ente para quien inculpa y quien se defiende, sobre la base de que la m ism a acción puede haberse hecho p o r diversos fines, que el que incul­pa debe presentar los hechos a la luz de los peores, m ien­tras que el que se defiende debe hacerlo a la de los m e jo ­res. Por ejemplo, ante el hecho de que D iom edes escogiera a O diseo com o acom pañ an te^", uno lo explicaría porque consideraba a O diseo el m ejor, m ientras que el otro d iría que no fue por eso, sin o porque era el único que no p od ía com petir con él por su falta de valor. H asta aquí lo que se refiere a la inculpación.

LIBR O 111,16 301

C apítu lo XVI

La n arración en los d iscu rso s de exhibición no es segu ida sin o que se hace p or partes, pues hay que referir en d e ta­lle las acciones de que trata el d i s c u r s a j es que el d iscu r­so tiene d os com ponentes: uno que no tiene que ver con el arte de la oratoria (pues el que habla no es responsable de las acciones) y el otro que se atiene al arte, es decir, que debe dem ostrar que algo es, en caso de que resu ltara in ­creíble, o que es de determ in ada m anera, de d eterm in a­d a m agnitud o tod as estas co sas a la vez. Por tal m otivo a m enudo no hay que n arrarlo todo de un m od o segu id o , ya que sería d ifícil de recordar lo que se d em o strara de esa m anera. De m od o que debe decirse que tales hechos

211. En un episuüio de la guerra de Troya, cf. Humero, Itíada 10.242 ss.

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revelan que una determ inada person a es valiente, tales otros, que es sab ia o ju sta , y el d iscurso se torna así senci­llísim o; el com puesto de la otra m anera, ab igarrado y fal­to de unidad.

Los hechos con o cidos deben tan só lo m encionarse, razón por la cual m uchos d iscursos carecen de narración; por ejem plo, si quieres elogiar a Aquiles, pues tod o s co­nocen su s hazañas, a sí que sólo hay que sacar partido de ellas. En cam bio , si se trata de C ritias, s í es necesario, pues no m uchos lo conocen^'^. { * * * )

De hecho es ab su rdo decir que la n arración debe ser ráp ida Es com o le que le dijeron al panadero que pre­guntaba si debía hacer la m asa dura o blanda:

¿Es que es imposible hacerla en su punto? ^

En este caso ocurre algo sim ilar. Pues no se debe hacer una narración prolija, com o tam poco se debe ser prolijo en el preám bulo ni en la exposición de argum entos para persuadir. Pues lo bueno no está en la rapidez o la conci­sión , sin o en la ju sta m edida. Y eso consiste en decir cuanto sirve p ara aclarar la cuestión, o cuanto h ará que los oyentes crean que el asunto ha ocu rrido , o que se ha hecho un perju icio o que se ha com etido un delito o cual­quier co sa que uno pretenda. Lo contrario, producirá los efectos contrarios.

3 0 2 RETÓRICA

112. Critias, Test. A 14 Diels-Kranz. Después de estas palabras parece iiuc hay una laguna en que aparecería el final de la narración dem ostra-I i% a y el principio de la judicial.213. Quizá referencia a Isccrates, según Quintiliano, Instituciones orato- nii < •t J .S 1 ss., si es que el autor latino se basa en este pasaje aristotélico. 21). Como en otras ocasiones, Aristóteles no tiene empacho en combi- ii.ir con las citas de «alta literatura» anécdotas o chascarrillos de su época.

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D ebe n arrarse asim ism o en el d iscu rso todo cuanto sirva p ara realzar tu propia excelencia, com o

yo siempre estaba reprendiéndole, diciendo que lo justo era no abandonar a los niños,

o la m aldad del contrario , com o

y él me respondió que allá donde estuviera, tendría otros hijos,

que es lo que cuenta H eródoto^'^ que respondieron los egipcios que se pasaron al enem igo. O cualquier cosa que resulte agradable a los jueces. Para el que se defiende la n a­rración debe ser m ás breve. Pues lo que se d iscute es si el hecho no ha sucedido o no es perjudicial o no es in justo o no es de tal m agnitud, de suerte que no hay que perder el tiem po en aquello en lo que hay acuerdo, a no ser que ten­gam os que extendernos en dem ostrar algo del tipo de que se ha com etido, pero no es injusto. D ebem os hablar de los hechos com o ya p asad os, a m enos que su n arración en presente provoque piedad o temor. Un ejem plo es el relato de Alcínoo, que se le hace a Penélope en sesenta versos^ ’®,

215. Se refiere a los sucesos n arrados por H eródoto 2.30, cuando d u ­rante el reinado de Psam ético I (prim era m itad del s. v ii a.C .) un cuarto de m illón de so ld ad o s egipcios que no habían sid o relevados en tres años de su puesto en la frontera con Etiopía se pusieron al servicio del m onarca etíope. El faraón los persiguió y les suplicó que no aban don a­ran a los dioses de su s antepasados, a su s hijos y a su s m ujeres. Lo que refiere H eródoto, de un m odo m ucho m ás gráfico, es que uno de los etíopes, señalándose su s partes, le contestó al faraón que allí donde é s­tas estuvieran, ellos tendrían hijos y m ujeres.216. Se trata del relato de Odiseo a Penélope en Odisea 23.264-284 y310- 343, en que resume en pasado lo que en el poem a se narraba en los cantos 9 al 12 en presente. Estos cuatro cantos recibían el nombre de «Relato de Alcínoo» (cf. Platón, República 614 b, Aristóteles, Poética 1455a2).

LIBRO 111,16 303

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el tratam iento del p oem a cíclico que hace Failo^'^y el p ró­logo del Eneo^'^.

< a narración debe referirse a los m odos de señjY ello será así si sab em os lo que expresa los m odos de ser. Una de las form as de hacerlo es ijian iíesiarJain ten ción . Pues un determ inado m o d o de ser correspon de a una deter­m inada intención. Y esa determ inada intención, a u n fin . Por tal m otivo los tra tad o s de m atem áticas no im plican m odos de ser, porque tam poco hay intención (ya que no tienen una finalidad), m ientras que los socráticos, sí^'®. H ay otros rasgos que m anifiestan el carácter y que acom ­pañan a cada m odo de ser. Por ejem plo, que no parab a de andai m ientras h ab lab a, pues m uestra insolencia y un m odo de ser tosco. O bien no hablar com o si se sigu ieran los d ictados de la in teligencia, com o los de ahora, sino com o si se obedeciera a una intención: «yo tenía un d e­seo, y concebí este propósito , pero si no m e fuera de p ro ­vecho, sería m ejor». Lo uno es propio de una p erson a inteligente lo otro, de un hom bre de bien. Pues lo propio del inteligente reside en buscar lo provechoso, y lo propio del hom bre de bien, en b u scar lo bueno. Pero si a lgo no resultara creíble, pu ede añad irse el m otivo, com o hace Sófocles. Un ejem plo de la Antígona es que se preocupaba m ás de su herm ano que de m arido o hijos, pues éstos p o ­dían reem plazarse, si se perdían

,3 0 4 RETÓRICA

2 17. Desconocem os a este poeta, que debió de resum ir un poem a cí­clico218. Eurípides, f r 558 Nauck.219. El texto presenta a continuacicr. <pues tratan acerca de ese lom a», que Kassel considera una glosa :atroducida por un copista im - l'crito que ha entendido que los socrátL os se refería a los filó sofos y no a los diálogos.22(1. SóÍDcles, 909 ss., con a ic_ "a variante en c¡ texto.

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Mas como mi padre y mi madre se me fueron al Hades, no podría nacerme otro hermano.

En caso de que no tengas un m otivo que alegar, d irás q u e eres con scien te de q u e lo que d ice s es in creíb le, pero que ése es tu m odo de ser natural, pues la gente nu cree que se pueda buscar con un acto voluntario otro fin que el interés.

H abla tam bién m an ifestan do sentim ientos, sin o m i­tir la s con secu en cias de é sto s que to d o s con ocen y las que te afectan a ti o a tu adversario : «Se fue tras m irarm e torvam en te», o lo que d ice E sq u in es de C rátilo^^ ', que se m archó silb an d o con fu ria y ag itan do am b as m an os.Y es que tod o s e sto s gestos son convincentes, p orque co ­n o cid os com o son , se torn an en m anifestación de lo que desconocen . En su m ayoría pueden en con trarse en H o­m ero:

Así dijo, y la anciana se cubrió la cara con las manos

p u es lo s que se echan a llo rar se llevan las m an os a los o jos.

M anifiesta en segu ida un d eterm in ado m o d o de ser, p a ra que te vean de ese m od o , y lo m ism o con tu rival. Pero hazlo sin que se den cuenta. Que eso e? fácil puede verseen el caso de los m ensajeros, pues sin conocer la n o­ticia que traen p o d em o s suponerla en cici lo m odo.

Las narraciones deben introducirse en cualquier parte del d iscurso pero a veces no en el com ienzo.

LIBRO 111,16 305

221. Se trata de E squines el Socráticu , no el orador, cf. C rátilo , fr. 3 Diels-Kranz.222. Homero, Odísen 19.361.

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Es en los d iscu rso s ante el pueblo donde es m enos ne­cesaria la narración , ya que nadie narra sucesos venide­ros. Pero en caso de que haya narración , deberá referirse a hechos p asad o s, a fin de que con su recuerdo puedan tom ar una d ecisión m ejo r sobre el porvenir, tanto si se censuran com o si se elogian. Pero entonces no se cum ple la tarea del consejero . Y si no fueran creíbles, debe p ro ­m eterse que en segu id a se d irá el m otivo, sigu ien do la d isposición d eseada por el auditorio, com o hace la Yocas- ta de C árcino en el Edipo^^^, que continuam ente asegura que son ciertas las respuestas que le da a quien está b u s­cando a su hijo. Y lo m ism o el H em ón de Sófocles

306 RETÓRICA

C apítu lo XV II

Los argum entos han de ser p robatorios. Y hay que ap o r­tar las p ruebas sobre el asunto en litigio, teniendo en cuenta que son cuatro los puntos sobre los que puede ver­sar un litigio Por ejem plo: si se discute en el ju icio que algo no ocurrió , debe aportarse sobre todo la prueba de ello; si es que no se causó un perjuicio , de eso; y de m od o sim ilar, si es que no fue tan grave o que se hizo con ju s t i­cia. Y si el litig io es sobre si algo ocurrió , no se olvide que es forzoso , só lo en e sta clase de litig ios, que una de las p artes sea un m alvado, pues no puede argüirse ignoran-

223. Cárcino 70 F 1 Snell.224. Probablemente se refiere a Sófocles, Antígom 688-704; c f L. Coo- per, «A ristotle,R /ieíonc3.16,1417bl6-20», Am./ourn. Phil. 50,1929,175.225. Aun cuando no se enuncian cuáles son los cuatro puntos, los ejem plos perm iten aclarar que serían: 1) que la acción de que se acusa no ocurrió en realidad, 2) que ocurrió, pero que no causó perjuicio, 3) que lo causó, pero no hubo intención, y 4)<jue no fue injusta.

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cia com o si se d iscutiera acerca de si algo es justo . A sí que en este caso, no en los otros, debe usarse este argum ento.

En los d iscursos de exhibición lo principal e s ja im p li- ficaciíSn Hp que los h e c l^ _ S 0n„h£rJiÍDS0 s y benefic iosos, p u es se parte de la base de que son creíbles, así que rara vez se aportan pruebas de ellos: só lo en caso de que fu e­ran increíbles o de que se hayan atribuido a otro.

En los d iscu rsos ante el pueblo lo que se d iscutiría es o bien que aquello a que se exhorta no ocurrirá , o que o c u ­rrirá , pero no es justo o no es conveniente o no es tan im ­portante. Hay que observar tam bién si no m iente en algo fuera del tem a, pues resultaría una buena m uestra de que tam bién m iente en lo dem ás.

L os ejem plos son m ás propios de los d iscu rsos ante el pueblo; los entim em as, de los forenses. Y es que los p r i­m eros se refieren a lo venidero, de form a que es forzoso d ar ejem plos de acontecim ientos p asad o s; los segun dos, a si las co sas son o no son , a lo que le correspon de la d e ­m ostración y la necesidad, pues lo que ha sucedido nece- san am en te ha sucedido de una m anera.

C L os en tim em as no deben enunciarse segu id o s, sin o entreverados, porque si no se perjud ican m utuam en te, pues hay un lím ite para su cantidad^j

amigo, puesto que has dicho tantas cosas como un varón inspirado...

pero no «ta les» . Tam poco debes bu scar entim em as para cad a cuestión , porque si no h arás com o a lgu n o s f i ló so ­fos, que obtienen de sus razonam ientos conclusiones m ás con ocidas y creíbles que las p rem isas de que p arten . Y

226. Homero O d isea 4.20'!.

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cu an d o apeles a los sentim ientos, no enuncies entim e- m as; en caso contrario, o neutralizará el sentim iento o re­su ltará inútil el entim em a que hayas dicho. Pues entran en colisión los m ovim ientos opuesto s y sim ultáneos, de m odo que o desaparecen o se tornan débiles. C uando el d iscu rso verse sobre los m o d o s de ser tam poco debes buscar un entim em a al m ism o tiem po, pues la d em o stra­ción no com porta ni m odos de ser ni intención.

En cam bio hay que u sar sentencias tanto en la n arra­ción com o on la form a de persuad ir, pues se refieren a m o d o s de ser; «yo tam bién lo di, y eso que sab ía que no hay que ser confiado». Y si se quiere apelar a los sen ti­m ientos; «Y no m e arrepiento, pese a ser el perjudicado, pues lo suyo es el provecho, lo m ío, la ju stic ia».

H ablar ante el pueblo es m ás diñ'cil que ante el trib u ­nal, probablem ente porque en el prim er caso se habla de lo v'enidero, y en el segundo, de lo pasado, que es ya con o­cido incluso por los adivinos, com o decía Epim énides de Creta (pues aquél decía que no profetizaba sobre lo veni­dero, sino sobre lo que ya había ocurrido , pero resultaba incierto) - A dem ás de que en los d iscu rsos forenses la ley constituye un basam ento, así g u e a lte n e r un pnncip io es fácil encontrar una dem ostración . El d iscu rso ante el pueblo no perm ite m uchas d igresion es, por ejem plo, contra el adversario o acerca de uno m ism o, o para ap e ­lar a ¡Oí, so'ii uuientos. Incluso es el que m enos las p erm i­te. a nieno-; se salga uno del tem a. De m odo que sólo el que se encuentra en d ificu ltades lo hace, y ésta es la práct ica de los oradores aten ienses y de Isócrates. En

3ÜS R U ó R iC A

' r ií 4 niils-K rdnz. Epiménides fue un fam oso adivino d é la anti- que’ en Atenas se requirieron sus servicios para puri-

ti. 1 - 1.1 V u;.!,u! del asesinato de Cilón y d esú s partidarios.

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efecto hace acusaciones en un d iscu rso de deliberación , com o a ios lacedem onios en el Panegírico^^'^ y a C ares en el Discurso acerca de los a l i a d o s En los d iscu rsos de ex­hibición deben introducirse elogios a m odo de ep isodios, com o hace Isócrates, que siem pre los introduce^^*’. O es lo m ism o que tlecía G orgias, que nunca le faltaba de qué hablar, pues hablando de Aquiles, elogia a Peleo, luego a Éaco, luego a la d i v i n i d a d ‘ , y de form a sim ilar si hab la­ba de la valentía, que tiene tales y cuales efectos o es de tal naturaleza. En definitiva, si se d isp on e de p ru eb as hay que u sarlas, al tiem po que se expresa el m odo de ser y se le d a al d iscu rso un tono espectacu lar, pero si no tienes entim em as, céntrate en el m odo de ser. Para el hom bre de bien m ostrarse honesto es m ás adecuado que m ostrarse riguroso en el razonam iento.

De los en tim em as tienen m ás aco g id a los refutativos que los dem ostrativos, porque en todo lo que im plica una refutación se pone m ás de m anifiesto que ha h ab ido un razonam iento, ya que los contrarios se reconocen m ejor cuando se presentan en paralelo.

La refutación del adversario no es una form a d istin ta de d iscurso, sino que es uno de los a r g u m e n t o s T a n t o en una deliberación com o en un proceso debe com en zar­se por d ecir prim ero las p ru eb as a nuestro favor. Luego, enfrentarse a las del oponente refu tán do las y d e sp re sti­giándolas. Pero si el d iscurso del oponente contiene argu-

LIBIÍO 111,17 309

228. Isócrates, Panegi'nco(n. 4) 122-128.229. Isócrates, Discurso acerca de los aliados (n. 8) 27,61.230. Cf. por ejem plo Isócrates, Helena (n. 10) 22-38, sobre Teseo, Pana- tenaico (n. 12) 74-83, sobre Agamenón.231. Gorgias, Fr. B 17 Diels- Kranz, 1 7 U n te r s te in c r Téngase en cuenta que Aquiles es hijo de Peleo, éste, de Éaco, y este últim o, de Zeus.232. Secluye Kassel aquí una frase.

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32Í) RliTORiCA

m entos variad o s, hay que com enzar por los co iu rario s, com o hizo Cah'strato en la asam blea de M esenia hasta que no hubo refutado cuanto habían dicho, no expuso su propuesta.

Si nos toca hablar en segundo lugar, hay que contestar prim ero al argum ento contrario y construir un razon a­m iento contrario al expuesto, sobre todo si los argum en­tos han tenido buena acogida. Pues de igual m odo que el ánim o no es receptivo con un hom bre sospechoso , tam ­poco lo es con un d iscu rso si parece que el contrario ha hablado bien. A sí que hay que «hacerle sitio» al oyente para el resto del d iscurso . Y só lo será a:.í si desalo jas el otro. Por consiguiente hay que buscar la credibilidad de los p rop io s argum en tos después de haber com batido contra todos los del adversario, o los m ás im portantes o los que hayan tenido m ejor acogida o los que m ejor haya refutado. Por ejem plo:

F rin ie ro voy a p o n e rm e d e p a r le d e la s d io sa s

p u e s y o a H e r a ^ ’ “ ...

en este pasaje ha tocado prim ero lo m ás insustancial.H asta aqu í lo referente a los argum entos. C on respecto

al m odo de ser, com o decir algunos detalles acerca de uno

233. C dlístrato, n. XIX , Fr. 1 (II, 218 Baiter-Sauppe). Calístrato pudo hablar ante los m esenios en una em bajada anterior a la batalla de Manti- nea.en 362 a.C.234. Eurípides, Troyanas 969 ss., citado, com o otras veces, de form a abreviada. La cita completa dice: «Prim ero voy a ponerm e de parte de las d iosas, y dem ostraré que ello no tiene razón en lo que dice. Pues yo a Hera y a la virgen Palas no las supongo llegadas a tal grado de ignoran­cia com o para que una vendiera Argos a los bárbaros y Palas esclavizara Atenas.

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m ism o puede suscitar envidia, aburrim iento o contradic­ción , y decirlas acerca de! con trario puede degenerar en in juria o en m ala educación , es preciso ponerlos en bo ca de otro, com o hace Isócrates en el Filipo y en el d iscu rso Sobre el intercam bio de bienes Es tam bién el m odo en que satiriza A rquíloco , pues presenta en el yam bo a un padre hablando de su hija:

No hay nada que no pueda esperarse ni jurarse-’'’.

Y a C arón el carpintero, en el yam bo que em pieza:

No me tientan los tesoros de Giges

De m odo sim ilar Sófocles presenta a H em ón ante su padre defendiendo a A ntígona com o si fueran o tro s los que hablaran

Conviene tam bién ocasion alm en te cam biar los enti- m em as y convertirlos en proverb io s; por ejem plo; « las personas sensatas deben pactar cuando la suerte les es fa ­vorable, pues así obtendrán los m áxim os beneficios» se ­ría, en form a de entim em a: «pues, si es cierto que se debe

l,IB R O III,l7 311

235. Isócrates, Filipo (n. 4-7, 17-23, y Sobre el intercambio de bienes (n. 15)141-149.236. Arquíloco Fr. 206, 1 .Adrados; el fragm ento continúa: «ni sorpren ­dente, después que Zeus, padre de los O lím picos, ha cam biado en no­che el m ediodía, tras haber ocultado la luz del sol resplandecieaie», refi­riéndose a un eclipse. El padre es Licam bes, y su hija, Neóbula,237. Arquíloco Fr. 102 Adrados. También se conserva la continuación: «rico en oro, ni me posee la am bición ni envidio las acciones de los d io­ses ni am o la grandeza del m onarca, pues está fuera de mi vista».238. Sófocles, A«fígonfi 688-700, donde H em ón trata de convencer a Creonte de que cambie de actitud sobre la base de que ha oído conversa­ciones en que se critican sus actuaciones.

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pactar cuando los pactos son m ás provechosos y benefi­cio sos, se debe pactar cuando la suerte es favorable» ’

3 22 KtlOKICA

C apítu lo XVIII

En cuanto a la pregunta es m ás oportun o form ularla:

1) C uando el oponente ha dicho lo contrario, de suerte que basta una pregunta para producir el absurdo. Por ejem plo, Pericles le preguntó a Lam pón acerca de la iniciación en los m isterios de la Salvadora^ '", después de que él había dicho que no podía escucharlo quien no estu­viera iniciado; le preguntó si él lo sab ía y ante su respuesta afirm ativa añadió: «¿y cóm o sin haber sido in iciado?»

2) C uando algo resulta evidente pero para quien pre­gun ta está claro que le contestarán afirm ativam en te a otra cosa, a sí que se debe hacer la p rim era pregunta, pero no añ ad ir la segun da, la evidente, sin o decir la conclu­sión. C om o Sócrates, cuan do M eleto aseguraba que no creía en los dioses, le preguntaba si los seres sobrenatura­les eran h ijos de d ioses o algo divino, y cuando éste ad m i­tió que lo eran , añad ió : «¿así que es posib le que alguien crea que existen h ijos de d io ses pero no dioses?»^"*^

3) Cuando se pone en evidencia que el adversario va a decir algo contradictorio o peregrino.

4) C uan do el ad versario no puede librarse m ás que con uña respuesta sofística; pues si se responde que algo

239. Parece referirse a Isócrates, Arquidamo 51.240. Adivino, contem poráneo de Pericles, a quien no sólo se le hacían consultas privadas, sino que incluso el Estado recurría a él ante decisio­nes difíciles (cf. Plutarco, Vida de Pericles 6, Suda s. v. Lam pón).241. Deméter, en los M isterios de Eleusis.242. Platón, Apo/ogía 27 d.

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es, pero no es, o unas veces sí, o tras no, o en un sentido sí, en otro no, protestan los oyentes ante su em barazo.

En o tras c ircunstancias no debe intentarse, pues si el contrario hace una objeción, dará la im presión de que te ha vencido, habida cuenta de la falta de p reparación del público, la m ism a razón por la que se deben concentrar los entim em as.

Se debe responder a las cuestiones am bigu as estab le­ciendo d istinciones en el razonam iento y no de una for­m a concisa. A las que parezca que nos llevan a una con ­tradicción , aportar inm ediatam ente una so lución , antes de que el contrario vuelva a preguntarn os o llegue a una conclusión , pues no es difícil prever en qué va a resolver­se su razonam iento. Sea evidente para n o sotros tanto eso com o las soluciones a partir de lo dicho en los Tópicos^‘' . A m odo de conclusión, en caso de que el contrario haga de una pregunta su conclusión, hay que explicar el m oti­vo de que lo haya hecho. Por ejem plo, Sófocles, cuando Pisandro ' le preguntó si le parecía bien, igual que a los d em ás m iem bros del C on sejo , que los C uatrocien tos se estab lecieran en el poder, respon d ió que sí. Y cuan do éste añadió: «¿Y qué? ¿No te parece que eso es una villa­n ía?», volvió a contestar que sí; y al decirle él: «¿Entonces tú tam bién has hecho una villan ía?», repuso: «Sí, pero no había una solución m ejor». Igual que el lacedem onio que rendía cuentas de su cargo de éforo; cuando le pregunta­ron si le parecía que la m uerte de su s co legas había sido ju sta , respondió que sí; «¿Y no hiciste tú lo m ism o?- -;En absoluto -co n te stó - pues ellos lo hicieron p o r dinero, y

LIURO 111,18 373

243. TópicosV lli, cap. 4.244. Pisandro fue un aristócrata ateniense cuya intervención favoreció la suspcr.sión de b demo>;racia en .\tenas en 411 a.C.

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yo no lo hice p or eso, sin o de acuerdo con m i criterio .» Por tal m otivo, ni se debe in terrogar desp ués de hacer la conclusión ni hacer la conclusión en form a de pregun ­ta, a m en os que la verdad esté m anifiestam ente de tu parte.

En cuanto al recurso a la risa, dad o que parece tener cierta utilidad en los p rocesos y que G orgias^ '* afirm aba -y hablaba con razó n - que se debía refutar la seriedad de los oponentes con la risa y su risa con la seriedad, en la Poética^'*^ quedó dicho cuántas clases de recursos a la risa hay, de los cuales unos son apropiados para un hom bre li­bre y o tro s no, de m odo que deberá u sarse el que sea ap rop iad o p ara uno m ism o. La ironía es m ás ad ecu a­da para el hom bre libre que la payasada, pues quien p rac­tica la p rim era lo hace para su prop io divertim ento, m ientras que el payaso busca el de los dem ás.

314 RETÓRICA

C apítu lo X IX

ElepílogQ co jista de cuatro com ponentes: a) d isponer fa­vorablem ente al oyente hacia n uestra p rop ia p ostu ra y m al hacia la del contrario; b) am plificar o atenuar; c) pro­ducir d eterm in adas em ociones en el oyente; y d) refres­car su m em oria.

a) Y es qi'p resulta natural que, después de haber de­m ostrado que uno es si acero y el contrario un m entiroso, por m edio de este recurso se elogie, se censure y se rem a­che. D ebe p ro cu rarse un o de lo s sigu ien tes ob jetivos: parecer bueno p ara ellos o en general, y que el otro es

215 G orgias, F,. ü '.2 Diels-Kranz, 12 Untersteiner.2 K). /•>. 2. Sobre el Libro II de la Poética, cf. n. 121’al Libro I

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m alo, para ellos o en general. Los recursos por los que se debe d isponerlos de esa m anera ya se han dicho

b) Una vez que los hechos se han probado , el p a so s i­guiente es am plificarlos o atenuarlos, de acuerdo con su naturaleza, pues tiene que haber acuerdo con respecto a que algo ha sucedido si se quiere hablar acerca de su m ag­nitud, ya que tam bién el crecim iento de los cu erp o s se deriva de algo que ya preexistía en ellos. Los recursos por los que se debe am plificar o atenuar tam bién se en cuen ­tran antes

c) D espués, cu an do se han aclarado los hechos, las cualidades y las p roporciones, hay que em o cio n ar al oyente, llevándolo a la p iedad , el tem or, la furia, el od io , la envidia, la em ulación y la agresiv idad . Tam bién se ha hablado antes de los recursos para provocarlos

d) Así que lo único que queda es refrescar la m em oria sobre lo que se ha dicho.

A lgunos recom iendan, erróneam ente, que todo eso es adecuado hacerlo en los p roem ios, pues p ara resu ltar m ás fáciles de com prender, exhortan a decir las co sas m uchas veces. Si bien es cierto que en ese punto del d is­curso se debe presentar la cuestión, para que no se oculte sobre qué se juzga, en el epilogo deben resum irse los pu n ­tos esenciales en los que se ha b asado la d em ostración . Su com ienzo será que se ha cum plido lo prom etido, de su er­te que hay que señ alar lo que se ha dicho y por qué, y se habla haciendo una com paración con los argum entos del contrario. Se com para lo que am b o s han dicho so b re el m ism o asunto, b ien contraponiéndolo («A hora bien, ése

linR()lll.i>) 375

247. I,(ap .9 .248. I,cap .9 , 15; II, 19,26.249. II.caps. 1-11.

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1420a ha dicho tal co sa sobre tal punto, y yo, tal o tra y por tal m otivo»), bien p or m edio de la ironía (po r ejem plo; «Pues ése d ijo tal cosa y yo tales o tras, y ¿qué h aría s i hu­biera d em ostrado tal cosa en vez de tal otra?») o p or m e­d io de una pregunta («¿Q ué es lo que no se ha dem ostra­do?» o «¿qué dem ostró ése?»). En efecto puede hacerse esta m anera, en confrontación, o según un orden nat

1420b tal com o se hizo la refutación, los argum entos propic luego, si se quiere, los del contrario, por separaf^ , u p ^.

Para el final del d iscu rso es aprop iada l a ' junciones, para que sea un epílogo y no un ra. ;«H e hablado, habéis escuchado, aquí lo tenéis, : í | ,.[p ,

3 3 6 r e t ó r i c a

t f

250. Cf. el final del discurso 12 de Lisias: «H abéis oído, habéis visto, ha­béis sufriáu, aquí lo tenéis, juzgad».

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ÍNDICE GENERAL

"te Alberto Bernabé...................................... 7

¡obra........................................................ 7

.......................................................................................................... 11

ducción.................................................... 33

................................................................... 35

45

139

237