andreiev leonidas - el abismo

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Notas y apreciaciones sobre temas de poesia y litaratutat

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El abismo

La coleccin de cuentos recogidos en El abismo es un descenso a las profundidades humanas por muchas y muy intrincadas escaleras de caracol: una versin del Lzaro milagrosamente resucitado en clave zombie, donde el muerto propaga entre los vivos el vaco de la muerte; Guillermo el Grande, victorioso en una humeante y sangrienta Blgica, padece insomnio y desahoga sus delirios de grandeza con un pobre prisionero ruso; un solista de pera decide derrotar al mito de Orfeo y trata de conmover con sus arias a un auditorio de burros; el vigilante de una pequea estacin de provincias se aburre, se convierte en un peligroso hombre gris que ostenta la autoridad Escritos entre 1901 y 1926, estos relatos se convierten en metforas que narran el horror de aquella Europa desmoronada en la que la lucha del individuo libre contra la maquinaria del estado hizo surgir hroes y mrtires. Muchos viven en estas pginas.

Leonid Andriev

El abismo

ePub r1.0

Blok 09.12.14

Leonid Andriev, 1926

Traduccin: Marta Snchez-Nieves Fernndez

Editor digital: Blok

ePub base r1.2

El final de John el Predicador

(1916)

En la corbeta americana George Washington naci un cachorro bajo un can. Su mam era una perra fea e inmoral: le gustaba el gritero, el escndalo y la ria y distraa su alma no la contemplacin de la belleza del ocano, sino las trifulcas con perros en tierra y el robo en la cocina de la corbeta; de haber sido marinero, hubiera sido la primera en emborracharse y no hubiera podido salir de la sombra celda de castigo. Y no tena nada femenino ni atrayente: despeluzada como una escoba seca, manchada de brea y pez, apestaba a humo de tabaco de los pies a la cabeza, ella no fumaba, claro, pero adoraba a los fumadores. Slo tena un ojo e incluso ste era una estafa; el otro lo perdi durante la guerra de los estados del norte contra los del sur, mientras hua sin xito del cautiverio sureo.

Tras parir al cachorro bajo el can, y ya slo por esto en contra de la costumbre de todas las perras respetables, al principio se pasm y desconcert, hasta ese punto fue para ella inesperado. Pero ciertos sentimientos an vivan en su alma tabacosa, maldita, y durante dos semanas, para vergenza de sus amigos marineros, se concedi el papel de una mam cariossima, interpret una comedia desvergonzada. Cuando amamantaba al cachorro bajo el can, su cara era santurronamente bendita y pura, como la del pastor del barco cuando lee el sermn los domingos. Los marineros la maldecan por mentir y fingir, pero al cachorrillo le daba igual con tal de mamar y estar caliente: estaba ciego y no entenda nada de los asuntos de este mundo.

Por supuesto, a las dos semanas, y stas no haba transcurrido en su totalidad, la perra fea e inmoral regres a su perniciosa vida; agotada por aadidura debido a la abstinencia y la santidad, organiz en tierra jarana tal que hasta el contramaestre, l mismo un borracho, la conden, mientras que el capitn, fuera de s, orden darla de baja de la corbeta.

Tenemos un cachorro, dijo el capitn, edquenlo en las normas de la fe y la buena moral y no lo colgar. De lo contrario, le colgar.

Y as, el cachorrillo sustituy a su inmoral madre, a sta la veran ms tarde los marineros en las cuevas de ladrones ms turbias de San Francisco y en el puerto, donde se estaba buscando un barco comercial conveniente. Su carrera militar, ay!, ya estaba daada para siempre.

Sin ni siquiera sospechar que de la altura de sus peculiaridades morales dependa su propia vida, el cachorrillo aun as era muy agradable y honrado. Probablemente, su desconocido padre fue un perro bueno. Llamaron al cachorrillo John y le dejaron vivir debajo del can, al que con el tiempo, debido a la ingenuidad del cachorro, ste comenz a tomar por su verdadera madre. Enemigo del ruido y de los fuertes gritos que acompaaban el trabajo de los marineros en la corbeta, amaba su refugio silencioso; escandalizado por los juramentos y maldiciones de los marineros, su alegra desbordante en los das de fiestas y borracheras, apreciaba sobre todo el silencio del can, su tranquilidad severa y grave.

Es poco probable que alguien tenga una mam como la ma, pensaba mientras se acostaba bajo la curea, desde luego, me la ha enviado Dios para que no cometa pecados.

En esto ya se pasaba de la raya, cualquiera lo comprende, pero su actitud de agradecimiento oracional hacia lo existente no escap a la mirada atenta del contramaestre. Tras recordar esa expresin de la cara como la que tena la madre durante la lactancia y la del pastor durante el sermn dominical, el contramaestre, de acuerdo con la tripulacin, le puso al cachorro el ttulo de Predicador. As que se llamaba John el Predicador, pero el capitn no lo saba. Difcilmente le hubiera gustado tal grado de perfeccin en un cachorro!

Pero he aqu lo que sucedi en una ocasin. Los marineros se reunieron junto al can, la madre de John, y empezaron a hacer algo divertido a su lado. Ya haba pasado antes, limpiaban el can y le sacaban brillo; a John el Predicador le gustaba, puesto que indirectamente segn su opinin de cachorro le daban brillo a todo su linaje. Y, efectivamente, su madre se pona ms guapa tras la limpieza, y su silencio se volva pensativo, como en todas las mujeres bellas; y la luz soadora de la luna se reflejaba ms gustosamente en sus tersos costados.

Pero en esta ocasin los marineros hicieron algo distinto: o bien estaban alimentando a su madre, o bien la estaban curando de algo, John el Predicador no poda entenderlo debido a su juventud y falta de experiencia. Pero todos se rean y se lo estaban pasando bien, y con expresin agradable en el rostro John se desliz bajo el can y desde all sonri al contramaestre. Sin embargo, el contramaestre no le respondi, sino que con el extremo de una cuerda sac al cachorro y dijo aproximadamente lo siguiente:

Si me la juegas, te la devuelvo! Sintate aqu y observa.

Dnde?

Ah mismo. Te lo pasas bien?

Oh, s, mi querido seor contramaestre! Soy verdaderamente feliz y slo deseara una cosa, que tambin otros perros pudieran decir esto de s mismos y con similar solidez con que yo lo digo

No gimotees. Ahora vers.

Y entonces el can tron! Pero c--m-o tron! Cmo! Y no haba tenido tiempo John el Predicador de llevar a cabo su primer pensamiento natural, el suicidio, cuando su madre tron por segunda vez. Pero c--m-o tron! Cmo!

John el Predicador ech un vistazo a todos lados, hasta el punto que an poda ver, puesto que sus ojos temblaban, y vio que haba una fila de madres igual de elegantes que la suya y que una a una iban tronando. Pero c--m-o tronaban! Cmo!

Y entonces muchos de los asuntos de este mundo se volvieron claros para John y se hizo filsofo. Y pasado ms o menos un ao tena el pelo despeluzado, igual que su mam fugitiva, ojo y medio en lugar de dos, beba ginebra, fumaba y maldeca desvergonzadamente. Y el capitn, bondadoso y afligido, ya estaba buscando la cuerda para colgarle conforme a su promesa, y al contramaestre le atormentaban unos remordimientos inenarrables y dijo a la tripulacin:

Y yo que le haba llamado el Predicador!

Me perdonars alguna vez, John?

No lo s. Si, bueno, si no me ahorcan te perdono!

Dos cartas

(1916)

I. Todo llega demasiado tarde

Quera una explicacin, aqu la tiene. S que sentir fro y dolor, que va a llorar toda la tarde, quiz tambin maana, pero no me da pena, no. Es demasiado joven para merecer mi pena. Joven su corazn, joven su risa y jvenes sus lgrimas, yo no puedo compadecerme de usted, no me reproche mi frialdad. A una persona joven parecida a usted le vi una carta parecida a la ma, o de gnero similar, y en la carta haba huellas de lgrimas. En esa misma carta haba otra huella posterior: el redondel de una taza de caf que la persona joven gustaba de beber y sabe cuntos aos haban pasado entre las amargas lgrimas y el confortable caf? Un ao. Un ao, querida.

Creer ahora que estoy cansado? Slo los cansados as son indiferentes a las lgrimas jvenes, a todo un ao de luto joven y bello; slo a ellos les resulta penosa una mano fra. Un cadver no se levanta y no pelea, pero la cada de su brazo flcido es ms penosa que un golpe. S, estoy cansado. Ayer, mientras usted llamaba a mi puerta, yo estaba en casa solo, a oscuras, pero no dorma. Y o su voz y el roce de su lindo vestido Casi poda or el golpeteo abatido y asustado de su corazn estrellndose contra una puerta cerrada y muda. Pero no me levant a abrir, y con igual acierto podra haber llamado a la lpida de un sepulcro: nadie saldr. No, ste no es el cansancio del que lleva un tiempo dedicado a una tarea y que tan tiernamente me reproch mientras me apartaba de mi trabajo, ste no es un sueo de fuerzas agotadas, la quietud antes del movimiento: ste es el cansancio de toda una vida y, a cambio de toda esa vida, una quietud penosa, un pasillo fro en cuyo final est la puerta de la Muerte. Como si me hubieran arrojado de golpe todos los aos vividos, como si durante una nica hora hubiera dado todos los pasos con los que he caminado por la redondez de la Tierra, hubiera pintado todos mis cuadros, hubiera experimentado todas las tristezas y alegras de mi agitada existencia. El corazn no quiere latir, puede entenderlo, querida? Se cansa con cada uno de sus latidos, igual que un reloj de torre antiguo que lleva mucho tiempo hacindonos saber la hora.

Los fatigados tienen das as. Hoy ya estoy en movimiento y mis ojos desean ver, atisban la belleza de las nubes, y mi mano ya se estira hacia el pincel y el lienzo tirante parece tentador. Qu pueden hacer los ojos, sino ver? Qu puede hacer la mano, sino trabajar? Y hoy ya he pasado por la barbera, oh, cunto trabajo van a tener los fgaros el da de la resurreccin de los muertos!, y mi Jean hizo una observacin acertada al terminar la ceremonia: Cmo ha rejuvenecido. S, he rejuvenecido, mis ojos mienten luminosos y serenos y todo yo soy como un caballo gitano en un mercado que entusiasma a los compradores por su aspecto bravo; y hace falta una mirada terrible y muy atenta para advertir la sombra de cansancio mortal sobre ese rostro que irradia armona. Lo expresar de forma potica: una serpiente ha dormido entre las flores toda la noche, pero quin va a sospecharlo por la maana?

Y de haber llamado hoy, quiz le hubiera abierto la puerta demasiado de prisa; y una vez ms hubiera pasado toda la tarde estafndola a usted y a m mismo, a dios y a la gente, a la muerte y al amor. Recuerda nuestro paseo, aquella vez que yo, dejndola atrs, sub corriendo todo valiente a un cerro muy alto? Mientras jadeaba por las intermitencias de mi corazn, para los viejos tales experimentos son un peligro, esper arriba la corona de laureles de sus manos, igual que un joven griego en la palestra, pero usted ni siquiera repar en mi agilidad, para usted era tan natural! Claro que fue una autntica tontera, mi mentira de hoy sera ms hbil, ya siento en la boca su sabor dulce, a cloroformo, a narctico. Hablara de mis futuros cuadros. Igual que un tenor de moda en una cita entona los arias en falsete qu puede hacer un tenor, sino cantar? yo pintara mis cuadros en falsete, me brillaran los ojos, me inspirara y mentira a la gente y a la carrera, igual que el peor de los truhanes. Para animar vuestros ojos lindos e infantilmente sabios estoy dispuesto a convertirme en un genio durante una hora! Pero es una simple estafa, amiga ma, una simple estafa. No soy un genio. Qu cuadros? No voy a pintar MS cuadros.

Estoy cansado. No les diga esto a mis compradores de la feria, an necesito alargar el da de trabajo pero estoy terriblemente cansado. Todo ha llegado demasiado tarde a mi vida, y no se enoje, querida ma, no llore, mi nia: no necesito su amor. Y qu bien que no se haya dicho ni una palabra sobre ello y que la semilla maldita de la mentira no haya brotado: hubieran sido unas flores horribles, despreciables! Querida ma, he visto todo. Hace ya un mes o ms que busca dolorosamente el pretexto y el momento para abrirse conmigo y decir: le amo. Hace ya un mes que yo, cual experto donjun y el cobarde ms ruin, me deleito con la visin de esa lucha, la empujo, con gestos de hipnotizador inspiro an ms amor, la llevo hasta el borde y corro asustado, simplemente me largo. El pelo se levanta en mi cabeza, siento un miedo trgico, puesto que me acosan las Eumnides, pero voy al trote, como el miserable carterista al que persigue la polica. Habr notado que al principio de cada una de nuestras veladas es usted quien habla, yo guardo silencio, sin embargo al finalizar parloteo como posedo por la palabrera, cual personaje moralizante en una mala obra, y usted calla desconcertada, muda, afligida, sin saber a qu agarrarse en ese mar de palabras. Y as, callada, la acompao a la puerta, con hipocresa retengo su mano, fra por culpa de la pena y la perplejidad, y de prisa cierro la puerta: por hoy estoy salvado. Usted se aparta enseguida de la puerta, o an se queda all? Yo me aparto enseguida. Pero esa semana, se acuerda? Me qued diez minutos frente a esa estpida puerta tras la cual yo acababa de despedir a mi ltima, pero tarda, demasiado tarda, felicidad. Parece que por primera vez comprend lo que significaba esa puerta al contemplar durante diez minutos su plano iluminado; y si oyera su suspiro No!

Todo llega demasiado tarde.

Mi tren parte por la maana, las maletas estn preparadas y la caja de pinturas est lejos, no tengo nada que hacer en toda la noche: una ocasin excesivamente oportuna para este ltimo acceso de razonamiento. Mire lo que eso significa. Cuando era un cro de siete u ocho aos, me apasionaban las rosquillas de menta baratas que vendan en nuestra apartada calle, en el pequeo puestecito los llamaban, no s por qu, melindres y por un kopek te daban dos. No s por qu nunca tuve suficientes kopeks para darme un atracn: en esa poca mis padres no eran pobres y no sufr ninguna otra carencia, pero para los melindres nunca tena suficiente. Claro que era una pequea locura, una mana infantil. Pero recuerdo mis sueos con los melindres y la envidia insana de quienes los coman; recuerdo su extraordinario sabor y su aspecto, la fina corteza caliza que se quebraba suavemente entre los dedos, recuerdo mi tormento por un milln de melindres, por una montaa entera de rosquillas! Probablemente, coma muchos, pero quera ms y ms; y hasta ahora, muchas dcadas despus, mi hambre ha quedado insatisfecha. Lo comprende? Puedo comprar un milln de melindres y, a veces, es cierto que compro una libra o dos y se las comen los criados: stos no los necesito, son extraos y no reconozco su sabor.

Lleg, pero demasiado tarde. Todo llega demasiado tarde y mis queridos melindres eran slo el timbre del inicio de este estpido espectculo. Deseaba seguir viajando y cmo lo deseaba! Usted comprende esa pasin por los pases nuevos y las orillas nuevas, y ms de una vez, mientras hablaba de mis vagabundeos por Europa y Amrica, advert en sus ojos el imprudente fuego de la curiosidad, de la sed del movimiento continuo, la ansiedad sumisa y sagrada del alma humana arrojada a la tierra para vagar. En los nmadas y los aventureros innatos ese fuego se convierte en llama devoradora, pero en m probablemente slo arda dbilmente, tal y como corresponde a un joven culto til a su patria y consuelo de sus padres; y no me fui a ningn sitio mientras no acab todos los cursos correspondientes. Y cuando me fui

La verdad, es agradable y cmodo viajar en un vagn internacional o con suelas herradas de turista deambular por el Tirol, y es totalmente parecido, engaa por completo, a un viaje. Pero por qu, cuando miro por la ventana espejada del vagn, siempre veo la imagen del estudiante de ojos hambrientos que rpida y desesperadamente se precipita al tren, desaparece sin dejar huella en las ruidosas estaciones y de nuevo vuela hasta el tren, aparece y desaparece como una pequea sombra sobre los valles soleados del Arno, sobre los rpidos de Noruega, sobre el vasto espacio agitado de la Atlntida? Puesto que persigue a los barcos igual que a los trenes, y slo en los Grand Hotels o en los suntuosos Excelsiors no lo vers nunca. Y qu aburrido se ha vuelto un mundo en el que el turista ha sustituido al aventurero, y las almas muertas, en lugar de Caronte, las transporta Cook!

Lleg, pero demasiado tarde. Todo llega demasiado tarde y ah est el misterio de mi desesperacin. El amor S, el amor. He aqu el pas maldecido por dios donde el retraso es ley, donde ni un solo tren llega segn su horario y los jefes de estacin de gorro rojo estn todos locos o son idiotas. Pero aqu hasta los guardas se volvieron locos por culpa de un accidente! Llegan tarde todas las declaraciones y besos, siempre son demasiado prematuros para uno y demasiado tardos para el otro, mienten todos los relojes y encuentros y, como un corro de espectros bebidos, unos corren en crculo, otros les dan alcance aspirando el aire con las manos extendidas. Todo en el mundo llega demasiado tarde pero slo el amor sabe convertir un minuto de retraso en la eternidad infinita de la separacin eterna!

Le he hablado poco de mi gran pasado, y ahora no voy a molestarlo: hay muchos muertos y por los muertos he empezado a sentir simpata y su tranquilidad me parece digna de respeto. Sin embargo a una mujer no le dejara en paz ni en la tumba, tan tonta era la mujer, inconcebiblemente tonta; y si se muere y yo an sigo vivo, contratar a una persona con un bastn que todo el tiempo, da y noche, va a golpear su losa, no le va a dejar reposar ni de da ni de noche. Piense, querida ma, que supo retrasarse seis aos!

Durante seis aos solicit su amor, todas las fuerzas de mi alma estaban encaminadas a servirle, y durante seis aos ella se opuso, llegaba tarde a las citas mendigadas, se casaba con uno, se divorciaba, volva a casarse. Y de este mundo lo ltimo en lo que pensaba era en m y mi amor. Seis aos enteros! No voy a despertar sus gentiles celos con un relato demasiado largo sobre las tonteras que hice con aspecto lamentable y demente s, era lamentable y un demente, como todos en este maldito pas de horarios falsos y trenes que chocan a cada instante. Slo dir que la ltima de mis locuras fue el hachs, que arrastr mi corazn a un pas an ms salvaje de terrores seductores y encantamientos terrorficos; y cuando regres de all estaba en los huesos, como un maniqu, amarillo como el ocre y tranquilo como un turco. Ha tenido ocasin de ver los rboles viejos junto al camino grande a los que les cay un rayo: verde en las ramas, pero un hueco negro carbonizado en lugar de mdula. Yo convert mi amor en cenizas, querida ma, y hasta ahora, si no tengo a mano ocupacin mejor, con orgullo recuerdo mi heroica contienda y la gloriosa victoria.

Y ella mientras tanto ella me amaba. No era importante el que entre nosotros hubiera dos mil verstas de distancia y que a su lado revoloteara un segundo o puede que incluso un tercer marido, ella me amaba, como una Margarita un poco ajada a un Fausto no del todo fresco. A m no me reciben en el despacho del diablo y no conozco sus planes: probablemente fuera el habitual deseo de fastidiar, nada ms. Pero ella me encontr y vino en un tren rpido, se dio mucho prisa!, y durante dos semanas bajo el cielo maravilloso de Italia tuvo lugar una de las comedias ms disparatadas, de esas que slo un genio humano puede crear. Perdone a esa tonta, querida ma, haba llorado y sufrido tanto.

S, fue una poca de extraordinaria suerte para el maniqu amarillo como el ocre. Al mismo tiempo que la mujer, y por lo visto en el mismo rpido, vino a verme otra amante atrasada: mi fama. Le he hablado un poco de ese tiempo y se acuerda de la rpida serie de fogonazos deslumbrantes: exposicin en Roma, exposicin en Venecia y Pars, mi nombre por todas partes y carteles luminosos y las bengalas, simplemente era maravilloso! Y adems el silln de acadmico, muchsimo dinero y muchsimos retratos en el psimo papel de los peridicos baratos donde pareca un negro que haba palidecido hace nada que me estuve riendo de una de esas dulces imgenes, y usted me mir con sorpresa y reprobacin: esa sucia mancha tipogrfica le pareca el mximo de la belleza humana y de la gloria. Claro que s, que la vean todos, incluso los que no lo necesitan. Qu ms debo enumerar como prueba de mi fama? S, un automvil propio que por poco no me rompe la crisma; vend a ese asesino. Una villa para el reumatismo a la orilla del mar? Flores frescas en la mesa, el aire deteriorado de mi estudio? Antes me gustaban las flores antes, antes!

Debo decirle, luz de mi vida, que tambin esto lleg demasiado tarde? Respeta usted con tal sinceridad e inocencia mi gloria otoal, en sus ojos claros hay orgullo y brillo cuando camina a mi lado, y debe entender, encanto, que esa gloria maravillosa y tan sabrosa de repente puede ser innecesaria! Y as es, luz de mi vida, hace tiempo que prefiero un ama de llaves buena y sensata a esta patrona bulliciosa y sucia que ni siquiera sabe hacer una comida pasable. Y cmo se ha relajado el servicio! Cuntas huellas sucias se quedarn as en mi parqu: en lugar de limpiarlas con un trapo hmedo, la tonta de mi patrona marca los contornos con carboncillo y las cubre con fijador de lo contrario los nuevos visitantes pueden no dar crdito a mi fama!

Por otra parte, a todos los maridos ancianos les gusta regaar a sus jvenes esposas y es muy posible que mi joven fama no sea para nada tan ramera y que sea incluso una persona seria con rarezas pequeas e inocentes. Una esposa respetable. Pero esta esposa respetable tiene una falta: lleg demasiado tarde y no cuando se la quera con ardor, no entonces. Dnde estaba mientras yo la llamaba da y noche? Dnde se ocultaba cuando yo la buscaba en todos mis lienzos y sorprenda miradas indiferentes que mataban mis cuadros, que desposean del lenguaje a mis pinturas? Alternaba con otros que tampoco la queran?

Disculpe mi vocabulario grosero, querida ma, en la amargura est mi absolucin: dios la ampare, a la que lleg tarde, que siga alborotando y danzando. Estoy cansado igual que un picador al caer la tarde, mis maletas estn preparadas para el remoto viaje, y yo me separo de usted para siempre y por eso soy tan perverso y odiosamente injusto. Que siga alborotando. Pero permtame slo una cosa, con todo no puedo no hacerle un reproche: para qu subi tanto el precio de mis cuadros. Comprndalo, tengo mucho dinero, pero soy pobre para comprar mis propios cuadros as que son caros y accesibles slo para los ricachones! Y precisamente los primeros, los extinguidos, los en su momento no conocidos, que vend por un haz de lea para la estufa de hierro de mi estudio helado. Precisamente esos aprecian los coleccionistas y hace poco, en un ataque de sentimentalismo propio de un anciano, estuve admirando uno de esos valiosos bocetos: un coleccionista bondadoso me dej pasar a verlo, me explic sus mritos y prometi dejarme entrar en lo sucesivo, cuando yo quiera, un ignorante muy bondadoso y atento, el coleccionista. Una pena no haber ido con usted; en las ventanas brillaba tantsimo el sol y se vea un patio cubierto de hierba verde.

Todos llegan demasiado tarde y ah est el misterio de mi litera y de las maletas liadas. No, no son cosas de valor, es mi vejez, mi desesperacin y mi cansancio mortal que voy a arrastrar no s a donde, y en vano los maleteros se quejarn de su peso, a m tambin me gustara que fueran un poco ms ligeras, un poco ms ligeras. La noche se acaba ya ha comprendido todo, querida ma?

Oh, no, claro que no lo ha comprendido, y tiene usted razn. Qu le importan una mujer tonta que lleg seis aos tarde, mi cansancio y las quejas gruonas de mi bonita fama? Esto es slo un prlogo para usted con una numeracin especial de las pginas, y el presente empezar slo all donde empiece a hablar de usted: sa ser la cuestin y entonces aceptar comprender. No es verdad, querida ma? Dejemos que sea as: cerremos el prlogo y pasemos a la novela.

Entonces, usted me ama. Es verdad? S, es verdad y me emociono descaradamente al subrayar esa palabra: amor. Aunque su significado hace mucho que se perdi para m, el sonido en s tiene tanta magia, tanto encanto sagrado, que no puede quedarse tranquilo el corazn de un mortal y responde con un toque, igual que un reloj que se ha despertado en mitad de la noche. Las doce, dice. Medianoche, dice: el sol est en el otro lado de la tierra, durmete otra vez, el sol est en el otro lado de la tierra Pero, en verdad, me he despistado y an sigo con el enojoso prlogo, puesto que este tema no le incumbe a mi lectora, el que ella me ame, eso ella ya lo sabe, sino este otro: lo que yo le dir. Veamos, qu le dir?

Perdneme, estoy ligeramente emocionado y s, yo tambin la amo.

Qu le vamos a hacer, la amo. Pero estoy terriblemente cansado no, no es eso. No encuentra usted que ha nacido demasiado tarde para m, demasiado tarde? Hace ya tiempo que lo calcul: el retraso ha sido de veintiocho aos, quiero decirle que se demor en nacer exactamente veintiocho aos. Entindalo, querida, usted an no exista, simplemente no exista cuando yo ya exista, y haca mucho que exista. No encuentra usted que aqu se oculta un despropsito? Dira que un crimen, si supiera quin es el criminal. Ya saba todo, llevaba barba y ya tena peluquero, iba solo en el coche de plaza y algo ms: beba vino, en una palabra, exista, pero usted an no. Pinselo, semillas de cansancio ya haba sido lanzadas a mi alma, pero usted an no exista, an no! Despus cierta nia de dos coletas empez a ir a una pequea escuela y jugaba con muecas, era usted que vino al mundo. Pero tan pequea que ni merece la pena hablar de ello: coletas y muecas. Dios mo, coletas y muecas!

Despus, tras convertirse en una belleza, lleg hasta m, simplemente se abri la puerta una vez y en ella apareci usted, convertida en belleza. No encuentra usted que aqu se oculta un despropsito: para qu usted, precisamente usted, naci tan bella, precisamente sa, punto por punto esa que siempre me haba hecho falta? Ya haba decidido que no exista la que me haca falta y de repente se abri la puerta innumerables veces se haba abierto, igual que la ms corriente de las puertas. Y qu sucedi esta vez? A quin dej pasar? Crame, querida, no necesito aos para conocerla, en un instante la conoc, y supe que haba llegado demasiado tarde, que era una desgracia. As vio Dante a su Beatrice Pero usted ha llegado demasiado tarde como para descubrir siquiera un trocito de su alma, ya estaba toda repartida entre otros, l es pobre, Beatrice!

Es pobre, Beatrice he escrito. Y en otro tiempo, al haber escrito algo as, seguramente me hubiera echado a llorar o hubiera ido a buscar un veneno, pero ahora ahora he mirado el reloj y he meditado seriamente si me dar tiempo a desayunar antes de la partida, suelo sentirme mal todo el da, si no tomo algo por la maana. Comprende o sigue sin comprender? En ese caso: le he mentido al decirle que yo tambin la amaba. Yo no amo a nadie y no quiero nada, excepto soledad y reposo, reposo y muerte o como se llame eso donde ya nadie molesta, ni te nombra, ni viene tarde o pronto. Estoy cansado.

De nuevo le pido perdn por mi brusquedad involuntaria, querida ma, la noche de insomnio afecta a los nervios y engendra la imagen de ciertos miedos y terrores. No estn en m, es una simple representacin, y slo hay una cosa: el cansancio del picador en el ocaso, cuando cae el sol prpura. Yo me ir tras l, eso es todo, y no hace falta preguntar nada ms, ni decir nada ms, querida ma! Hasta siempre. Beso su mano. S, esto s es verdad: beso su mano.

Qu ms? Usted vendr y mi cuarto estar vaco No, no es eso. Ya vale. Hasta siempre. Sea hermosa para otros, pero para m ha llegado demasiado tarde todo llega demasiado tarde, querida ma, todo llega demasiado tarde!

Mi nombre miente, no voy a firmar con l. Llmeme:

El que se ha ido.

II. No quiero que sea demasiado tarde

Es indignante! Se ha ido de improviso, sin haber hablado conmigo, y ni siquiera ha dejado una direccin donde escribirle. Simplemente no entiendo qu voy a hacer ahora. Y, adems, usted sabe muy bien que yo no s escribir, y qu puede haber de verdad en una carta?

Escuche, para qu ha hecho todo eso sin haber hablado conmigo! Qu tontera. De haber sabido que usted poda ser tan imprevisible, no me hubiera apartado de su puerta y le hubiera vigilado da y noche. Se ha ido por la maana? La verdad, llegu antes incluso de su carta, pero el piso estaba vaco, y ha sido horrible, no vea ni el camino mientras regresaba, poda haberme atropellado un automvil. Gracias a dios, sigue vivo Pero dnde est? En un barco o en el tren? Estoy tan acostumbrada a saber siempre donde se encuentra, y ahora me resulta muy extrao. Por culpa de no saberlo y de haberle perdido, igual que a un portamonedas, en ocasiones es como si hubiera perdido el habla y guardo silencio. A quin hablar? Hoy, por si acaso, he llamado a su nmero y me han respondido, por supuesto, que el telfono est descolgado, no responden. Faltara ms!

Es usted tan inteligente, y cmo no comprendi que yo saba todo? En primer lugar, aquel da, en el cerro, me di perfecta cuenta de que le costaba subir, y anduve ms despacio a propsito, para que usted no fuera apurado, an as usted fue corriendo y, claro, empez a jadear. Estuvo tan encantador entonces y me dio tanta pena que estuviera tan plido, porque no haba necesidad de ello. Como si no supiera los aos que tiene, me lo ha repetido miles de veces, as que lo recordar aunque no quiera, como si eso tuviera alguna importancia para m! Como si yo necesitara que usted sea capaz de subir corriendo una montaa! Adems saba, mientras llamaba, que estaba en casa y que no me responda a propsito, porque est muy cansado y no quiere ver a nadie, sobre todo a m. Pero es que acaso es tan malo el que una persona est cansada? Le dir que si su cansancio tuviera manos, las besara de la misma forma que beso las manos a mi madre, slo que usted es muy usted no es nada sencillo!

Por ejemplo, esa tarde pens que yo llegara y deseara sus atenciones, y que a usted le costara. Justo lo que necesita un hombre tan cansado que se siente casi muerto! No, yo ni siquiera le hubiera mirado, simplemente me hubiera sentado en silencio en otra habitacin y hubiera ledo, ni siquiera me hubiera movido para no rozar el vestido, y slo saldra una finsima franja de luz desde la puerta, soy yo all sentada. En realidad, en vano se ha esforzado en hablar tanto, a pesar de todo yo saba que usted me ama y cerca de la puerta, cuando usted se qued diez minutos, yo tambin me qued al otro lado, pero no respiraba, sino que sonrea de felicidad. Tan encantador era usted y yo le amaba tanto!

Pero su proceder es de locos. De locos! Seamos lgicos. Si su vida es tan desgraciada porque todo le llega demasiado tarde, entonces hay que luchar contra ello y no hacer que para los dems tambin sea demasiado tarde. Lo comprende? No quiero que sea tarde para m. Y hubiera estado bien haber nacido veintiocho aos antes, es el resultados de sus clculos. No, qu tontera! Sin nombrar que sera una vieja, es que, al conocernos, podamos no habernos querido. Es muy posible. Cmo sera usted entonces? Un joven de cabello largo siempre enamorado sin discernimiento de alguien con tal de estar enamorado. Quiz ahora hay pocos as, de cabello largo, pero por qu no les quiero a ellos, sino a usted?

Qu ilgico es usted, qu loco! Usted se parece ms a una mujer que yo. De repente no tena nada en claro y al mismo tiempo sali corriendo sabe Dios adnde! Entindalo, sucedi as a propsito, que yo naciera ms tarde y que en el momento de nuestro encuentro, cuando se abri la puerta, usted fuera como es y yo como soy. Porque tambin recuerdo cuando se abri esa puerta y le vi, por primera vez en mi vida. Tiene una sonrisa que ni usted mismo conoce, porque ante un espejo esa sonrisa no puede salir, y entonces, cuanto usted sonri as, al instante se puso fin a toda mi vida anterior. Incluso amo a vuestra gloria slo porque es una recompensa no por su talento, como usted mismo cree, sino por esa sonrisa que usted ni adivina. Qu encantador es!

Pero ahora tengo miedo, usted se ha ido. Qu loco proceder! Y si, de pronto, no le encuentro nunca, o de pronto usted nunca lee lo que estoy escribiendo o la carta llega demasiado tarde. Es terrible! Y no comprendo como puede llegar demasiado tarde, pero usted me ha asustado, y siento tanta tristeza y miedo y tanta congoja me oprime el corazn. Un corazn joven dijo usted, pero acaso por eso duele menos? No, no voy a ponerme a llorar sobre la carta, igual que vuestra joven, ni colocar una taza de caf sobre las lgrimas, pero si pudiera ser una bala, le alcanzara y penetrara justo en su corazn. Y que entierren juntos al asesinado y a la bala! Es usted un ingrato, un obtuso e, incluso, un poco cruel. Cario mo

De repente me escribe, se tortura y escribe que es demasiado tarde. No quiero discutir, dejemos que sus rosquillas de menta lleguen tarde y tambin la desdichada del tren rpido, pero yo no. Yo no quiero que sea tarde. Ay, ojal supiera escribir, pero soy de lo ms incapaz y, cuando escribo, hasta a m me parece que soy rubia y que llevo una cinta azul en el pelo odio a las rubias y las cintas azules! Y creo que tampoco me gusta mucho cuando me llama luz, no, yo soy toda oscuridad, y en mi alma hay una gama distinta a la de las rubias, para hacerme sonar son necesarias las teclas negras, en todo caso. Pero eso usted no lo sabe, de lo contrario, tampoco me amara y no hace ms que torturar con palabras vanas y crueles. No quiero que sea demasiado tarde, no quiero!

De acuerdo, era una nia con trenzas y jugaba con muecas mientras usted viajaba solo en coche de plaza un joven de pelo largo bastante desagradable, un hombre! Pero as tena que ser para ambos. No me hace ninguna gracia la idea de haber podido cruzarme con vuestra desdichada dama del tren rpido e, incluso, competir con ella, no, yo quiero ser la nica en vuestra alma, y la ltima, al igual en mi universo usted es el nico, el primero, el ltimo. Hasta resulta ridculo: el primero, el ltimo Sera como decir que hay dos mundos, dos razones, dos soles. El primer sol, el segundo sol, qu tontera! Acaso no le gusta ser usted el nico que ilumine toda mi alma?

Pero me da tanto miedo el que se haya ido. Ahora me arrepiento de no haberle hablado antes de mi amor. Cree que me asustaba decrselo. Cierto, me asustaba un poco, pero an ms me gustaba ver como sonra, y siempre pens que tena tiempo. Porque lo que usted no sabe es que todo este tiempo yo fui locamente feliz, y que al finalizar nuestra velada yo callaba, pero no por pena y perplejidad, sino porque en mi interior poco a poco se desataba una msica completamente extraordinaria. Por entonces dorma con los ojos abiertos y no oa en absoluto lo que decan de sus cuadros futuros, perdneme, pero yo slo le vea a usted y escuchaba mi msica. S, es usted terriblemente obtuso.

Tengo mucho miedo, querido, mucho miedo. Adnde ha podido irse? He vuelto a leer su carta una vez ms y es horrible lo que escribe sobre su cansancio, sobre su desesperacin. Gracias a Dios, est vivo porque est vivo, verdad, cario mo? Pero dnde? Enviar esta carta a lista de correos y an escribir diez ms como ella y las distribuir por diferentes lugares, que avancen por todos los caminos, le alcancen, le custodien y acechen. Quiz en tierra extraa se le pase su cansancio y, de repente, le entren ganas de reclamar alguna carta, de acercarse, por si acaso, a correos y de repente la ma!

No quiero que sea demasiado tarde y todos los das voy a enviar una carta a diferentes ciudades porque una es suficiente para que regrese, verdad, querido? Regresar? Acurdese de cmo soy y regrese cuanto antes, cuanto antes. Me da miedo estar sola y sin usted, me ha asustado. Confo en que mi carta le alcanzar a tiempo, sin embargo si por alguna razn resultara tarde puede suceder y yo no lo s? Por qu puede ocurrir? O puede que muera antes de que usted la lea y regrese? O qu? Qu ms hay? Qu puede ser?

No puedo escribir por culpa de ideas terribles. Si le ocurriera algo o si ya le ha ocurrido porque no s nada, donde est, quien est junto a usted, como viaja. El mar es tan terrible. La tierra tambin es terrible y los trenes se mueven tan rpido. Solo, sin m. De repente usted recibe mi carta y le entran ganas de regresar y ya est de camino y ocurre un accidente No, pensarlo es insoportable, no quiero!

Regrese rpido. Enve un telegrama en cuanto le llegue, yo voy a esperar. O yo misma ir hasta usted, ser ms tranquilo, la pena me consume, querido, apidese de m! No estoy llorando sobre la carta, pero tengo tanto dolor y miedo que no puede no apiadarse de m. Regrese pronto, enve un telegrama, dese prisa, dese prisa!

Le espero.

Su M.

Lzaro

(1906)

I

Cuando Lzaro sali de la tumba donde haba estado tres das y tres noches bajo el poder enigmtico de la muerte, y regres vivo a su morada, durante mucho das no se percibieron en l esas rarezas funestas que con el tiempo hicieron terrible incluso su nombre. Mientras disfrutaban de la alegra luminosa de su regreso a la vida, amigos y allegados lo mimaban sin cesar y entre las preocupaciones por la comida y la bebida y por ropa nueva para l se apacigu la atencin voraz. Le vistieron pomposamente con los colores brillantes de la esperanza y la risa, y cuando l, cual novio con la indumentaria nupcial, se sent de nuevo a la mesa con ellos y comi de nuevo y bebi de nuevo, lloraron de ternura e invitaron a los vecinos para que vieran al milagrosamente resucitado. Llegaron los vecinos y se alegraron enternecidos; llegaron desconocidos de ciudades y pueblos lejanos y con exclamaciones agitadas manifestaban su adoracin al prodigio: como abejas zumbaban sobre la casa de Mara y Marta.

Y lo nuevo que apareci en el rostro de Lzaro y en sus movimientos se interpret, naturalmente, como huellas de la grave enfermedad y de la conmocin sufrida. Por lo visto, la labor destructora de la muerte sobre el cadver haba sido simplemente detenida por un poder prodigioso, pero no suprimida del todo; y lo que la muerte ya haba tenido tiempo de hacer en la cara y el cuerpo de Lzaro era como el dibujo inacabado de un pintor bajo un cristal fino. En las sienes de Lzaro, debajo de los ojos y en los hoyuelos de las mejillas se perciba un azul fuerte terroso; igual de azul terroso eran los dedos largos de las manos y en las uas que haban crecido en la tumba el azul se haba vuelto purpreo y oscuro. Por algunas partes de los labios y del cuerpo la piel se haba rajado, al haberse inflado en la tumba, y en esos lugares haban quedado unas finas grietas rojizas que relucan como si estuvieran cubiertas de mica transparente. Y se haba vuelto gordinfln. El cuerpo hinchado en la tumba conserv esas dimensiones colosales, bultos horrorosos a travs de los que se perciba la humedad hedionda de la descomposicin. Pero el olor penoso, a cadver que impregnaba la ropa mortuoria de Lzaro, y parece que tambin su cuerpo, pronto desapareci del todo, y despus de cierto tiempo se atenu el azul de las manos y de la cara, y se alisaron las grietas rojizas de la piel, aunque nunca desaparecieron del todo. Con ese rostro apareci ante la gente en su segunda vida; pero a aquellos que le haban visto sepultado les pareci natural.

Aparte del rostro, el carcter de Lzaro pareca haber variado; pero tampoco esto sorprendi a nadie y no le prestaron la atencin debida. Antes de morir, Lzaro estaba siempre alegre y despreocupado, le gustaban las risas y las bromas inofensivas. Por esa alegra agradable y caracterstica, desprovista de maldad y oscuridad, le amaba el Maestro. Sin embargo ahora estaba serio y taciturno; no bromeaba y no responda con risas a las bromas de los dems; y las palabras que de vez en cuando pronunciaba eran las palabras ms sencillas, comunes e imprescindibles, tan desprovistas de contenido y profundidad como los sonidos con los que un animal expresa dolor o placer, sed o hambre. Tales palabras las puede decir un hombre durante toda su vida y nadie sabr nunca por qu sufre o se alegra su profunda alma.

As, con la cara de un cadver al que tres das haba dominado entre tinieblas la muerte, con suntuosas ropas nupciales que resplandecan por el oro amarillo y el prpura rojo sangre, serio y taciturno, excesivamente diferente y peculiar, pero sin que an nadie lo hubiera reconocido, se sent al banquete entre amigos y allegados. En olas amplias, ya delicadas, ya torrencialmente sonoras, a su alrededor se propagaba el jbilo; y tibias miradas de amor eran lanzadas a su cara que an conservaba el fro de la tumba; y la mano clida de un amigo acariciaba su mano azul, pesada. Y sonaba msica. Haban llamado a msicos y stos tocaban con alegra: el tmpano y el caramillo, la ctara y la gusla. Como abejas zumbaban como cigarras chirriaban como pjaros cantaban sobre la casa dichosa de Mara y Marta.

II

Algn imprudente descorri el velo. Alguien con el hlito imprudente de una palabra suelta rompi el hechizo y descubri la verdad en toda su fea desnudez. Todava el pensamiento no se haba aclarado en su cabeza cuando los labios, sonriendo, preguntaron:

Y por qu no nos cuentas, Lzaro, qu haba all?

Todos callaron, estupefactos por la pregunta. Como si slo ahora se hubieran dado cuenta de que Lzaro haba estado muerto tres das y le miraron con curiosidad, esperando una respuesta. Pero Lzaro guardaba silencio.

No quieres contrnoslo, se sorprendi el que haba interpelado. Acaso es tan horrible?

Y de nuevo su pensamiento iba detrs de la palabra; si hubiera ido delante, no hubiera planteado una cuestin por cuya causa un miedo insoportable estaba oprimiendo su propio corazn. Todos se inquietaron y con angustia aguardaban las palabras de Lzaro, pero ste guardaba un silencio fro y severo y haba bajado la vista. Y de nuevo fue como si por primera vez repararan en el azul horrible de la cara y en el grosor repulsivo; en la mesa, como olvidada por Lzaro, yaca su mano azul purprea, y todas las miradas se quedaron sin movimiento ni voluntad clavadas en ella, como si de ella esperaran la respuesta deseada. Los msicos seguan tocando, pero entonces les lleg el silencio y, al igual que el agua apaga el carbn diseminado, as aqul sofoc los alegres sonidos. Call el caramillo; callaron el tmpano sonoro y la gusla susurrante; y como una cuerda desgarrndose, muri incluso la cancin: la ctara respondi con un sonido vacilante, desgarrador. Y se hizo el silencio.

No quieres? repiti el que haba interpelado, impotente para controlar su lengua charlatana. Reinaba el silencio y la mano azul purprea yaca inmvil. Y he aqu que se movi ligeramente y todos suspiraron aliviados y levantaron la vista: fijamente, abarcndolos a todos con la mirada, penosa y terriblemente les miraba Lzaro, resucitado.

Haban pasado tres das desde que Lzaro saliera de la tumba. Desde entonces muchos haban experimentado la fuerza perniciosa de su mirada, pero ni aquellos que ya haban sido doblegados por ella para siempre, ni aquellos que en los mismos orgenes de una vida tan enigmtica como la muerte haban encontrado voluntad para oponerse, nunca han podido explicar el horror que se encontraba inmvil en el fondo de las pupilas negras. Lzaro miraba con tranquilidad y sencillez, sin deseo de ocultar nada, pero tambin sin intencin de contar nada; incluso tena una mirada fra, como el que siente indiferencia sin lmites hacia lo vivo. Y muchas personas despreocupadas se topaban con l y no lo advertan, pero despus con sorpresa y miedo se daban cuenta de quien era ese gordinfln tranquilo que les haba rozado con el borde de sus vestimentas suntuosas y vistosas. El sol no dejaba de lucir cuando l te miraba, no dejaba de sonar la fuente e igual de azul y despejado permaneca el cielo, pero la persona que caa bajo su mirada enigmtica ya no senta el sol, ya no oa la fuente ni reconoca el cielo. A veces esa persona lloraba amargamente; a veces, desesperado, se tiraba de los pelos y, como loco, peda socorro a otra gente; pero lo que ms sola ocurrir era que empezara a morir impasible y tranquilamente, y mora durante largo tiempo ante los ojos de todos, mora descolorido, mustio y aburrido, como un rbol que se seca en silencio en un terreno pedregoso. Los primeros, los que gritaban y actuaban como locos, a veces volvan a la vida; los segundos, nunca.

Y entonces, Lzaro, no quieres contarnos que viste all? por tercera vez repiti el que haba interpelado. Pero ahora su voz era indiferente y opaca, y desde sus ojos un aburrimiento mortal, gris, observaba inexpresivo. Y a todos los rostros los cubri, como el polvo, ese mismo aburrimiento mortal y gris y con asombro torpe empezaron a examinarse unos a otros y no comprendan por qu se haban reunido y estaban sentados a una mesa tan abundante. Dejaron de hablar. Con indiferencia pensaban que probablemente deban irse a casa, pero no podan superar ese aburrimiento pegajoso e indolente que les debilitaba los msculos, y continuaban sentados, apartados unos de otros como llamas dbiles desparramadas por un campo nocturno.

Pero a los msicos les haban pagado para que tocaran y de nuevo cogieron los instrumentos y de nuevo empezaron a fluir y empezaron a saltar sonidos artificialmente alegres, artificialmente tristes. Seguan desplegando la misma armona habitual, pero los huspedes atendieron sorprendidos: no saban por qu eran necesario y por qu era bueno que la gente tire de una cuerda, toquen un caramillo fino inflando las mejillas y produzcan un ruido extrao, polifnico.

Qu mal tocan! dijo alguien.

Los msicos se ofendieron y se fueron. Tras ellos, uno a uno, se fueron los huspedes, pues ya se haba hecho de noche. Y cuando una oscuridad serena les envolvi por todas partes y ya les resultaba ms fcil respirar, de repente frente a cada uno de ellos se levant entre un resplandor terrible la imagen de Lzaro: el rostro azul de difunto, las vestimentas de novio, suntuosas y vistosas, y la mirada fra en cuyo fondo se haba quedado inmovilizado el horror. Como petrificados estaban en diferentes lugares y la oscuridad les rodeaba, y en esa oscuridad con ms viveza brillaba la terrible visin, la imagen sobrenatural de quien haba estado tres das bajo el poder enigmtico de la muerte. Tres das haba estado muerto: tres veces sali y se puso el sol y l estaba muerto; los nios jugaban, murmuraba entre las rocas el agua, el polvo abrasador se levantaba en el camino, y l estaba muerto. Y ahora est de nuevo entre la gente, les toca, les mira, les mira! y desde los crculos negros de sus pupilas, igual que tras unos cristales oscuros, mira a la gente el mismsimo e incomprensible Ms All.

III

Nadie se preocupaba por Lzaro, no le quedaron allegados ni amigos, y el enorme desierto que abrazaba la ciudad santa se acerc hasta el mismo umbral de su vivienda. Y entr en su casa y se instal en su lecho, como una esposa, y apag las luces. Nadie se preocupaba por Lzaro. Una detrs de otra se fueron sus hermanas, Mara y Marta, durante mucho tiempo Marta no quiso dejarlo, pues no saba quin le iba a dar de comer o a compadecerle, lloraba y rezaba. Pero una noche en que el viento volaba hacia el desierto y los cipreses se encorvaban silbando sobre los tejados, se visti en silencio y en silencio se fue. Probablemente Lzaro oy como bati la puerta, como, al no estar bien cerrada, golpeaba contra el quicio bajo las rfagas de viento, pero no se levant, no sali, no mir. Y toda la noche hasta la maana silbaron sobre su cabeza los cipreses y lastimeramente golpete la puerta, dejando pasar a la vivienda el desierto fro que correteaba con avidez. Como a un leproso, todos le evitaban, y como a un leproso, queran colocarle una campanita en el cuello para evitar a tiempo un encuentro. Pero uno que estaba plido dijo que dara mucho miedo si por la noche bajo las ventanas resonara el sonido de la campanilla de Lzaro, y todos, palideciendo, estuvieron de acuerdo con l.

Y puesto que ni siquiera l se preocupaba de s mismo, quiz hubiera muerto de hambre si los vecinos, temiendo no se sabe el qu, no le hubieran dejado comida. Se la llevaban los nios; ellos no tenan miedo de Lzaro, pero tampoco se rean de l, como suelen rerse de los infelices con crueldad inocente. l les era indiferente y con la misma indiferencia les pagaba Lzaro: no tena ganas de acariciar la cabecita negra y de mirar a sus ojos inocentes, brillantes. Entregada al poder del tiempo y el desierto, su casa se deshizo y sus cabras hambrientas se dispersaron balando entre los vecinos. Tambin se le quedaron viejas las vestimentas nupciales. Igual que se las puso aquel da feliz en que tocaron los msicos, as las llevaba, sin cambiarse, como si no viera la diferencia entre lo nuevo y lo viejo, entre lo desgastado y lo firme. Los colores vistosos se deslucieron y se ajaron; los perros malos de la ciudad y el espino afilado del desierto transformaron en harapos la tela delicada.

A medioda, cuando el sol implacable se volva asesino de todo lo vivo e incluso los escorpiones se ocultaban bajo las piedras y all se contraan por el inmenso deseo de picar, l se quedaba sentado sin moverse bajo los rayos con el rostro azul y la barba desgreada, salvaje, hacia arriba.

Cuando todava le hablaban, una vez le preguntaron:

Pobre Lzaro! Te resulta agradable quedarte sentado y mirar el sol?

Y l respondi:

S, es agradable.

Seguramente tan intenso fue el fro en su tumba de tres das, tan profunda la oscuridad que no hay en la tierra ni el calor ni la luz que pueda calentar a Lzaro e iluminar las tinieblas de sus ojos pensaba el que le haba interrogado y se alejaba suspirando.

Pero cuando la esfera rojo prpura, aplastada, descenda hacia la tierra, Lzaro parta al desierto y andaba en direccin al sol, como si ambicionara alcanzarlo. Siempre andaba en direccin al sol, y a los que intentaron seguir su camino y averiguar qu haca por las noches en el desierto se les grab en la memoria de manera indeleble la silueta negra de un hombre alto, gordinfln, sobre el fondo rojo de un enorme disco comprimido. La noche y sus amenazas les expulsaron y por eso no averiguaron qu haca Lzaro en el desierto, pero la imagen del negro sobre el rojo se marc a fuego en su cerebro y no se iba. Igual que una fiera a la que le ha entrado algo en el ojo se restriega el hocico con las patas, as se restregaban tontamente los ojos, pero lo que Lzaro daba era indeleble y se olvidara, quiz, slo con la muerte.

Sin embargo, haba gente que viva lejos y que nunca haba visto a Lzaro y slo haba odo hablar de l. Con curiosidad temeraria, que es ms fuerte que el miedo y se alimenta del miedo, con la burla oculta en su alma, llegaban hasta el que estaba sentado bajo el sol y entablaban conversacin. En esa poca el aspecto de Lzaro ya haba mejorado y no era tan horrible; y al principio chasqueaban los dedos y con desaprobacin pensaban en la estupidez de los habitantes de la ciudad santa. Pero cuando la breve conversacin se acababa y se iban a casa, tena tal aspecto que los habitantes de la ciudad santa enseguida les reconocan y decan:

Ah va otro insensato al que ha mirado Lzaro, y, apenados, chasqueaban los labios y alzaban los brazos.

Vinieron blandiendo las armas guerreros intrpidos que no conocan el miedo; vinieron entre risas y canciones jvenes felices; tambin hombres de negocios abrumados echaron a correr al instante, haciendo resonar sus dineros; y los arrogantes servidores del templo colocaron sus bculos junto a las puertas de Lzaro, pero nadie regresaba como haba llegado. La misma sombra espantosa se posaba en sus almas y daba un aspecto nuevo al viejo mundo conocido.

As interpretaban sus sentimientos los que an tenan ganas de hablar.

Todos los objetos visibles y tangibles se volvieron vacos, ligeros y difanos, parecan sombras claras en medio de la oscuridad; pues la gran oscuridad que abarcaba a todo el universo no se desvaneca ni con el sol ni con la luna ni con las estrellas, al contrario, un manto negro infinito cubra la tierra, la abrazaba como una madre; penetr en todos los cuerpos, en el hierro y la piedra, y se quedaron solos las partculas de cuerpo al perder sus vnculos; penetr hasta el fondo de las partculas y se quedaron solas las partculas de las partculas, puesto que el gran vaco que abarcaba el universo se llenaba con las cosas visibles, no con el sol, la luna o la estrellas, y tena un poder ilimitado, infiltrndose por todas partes, desuniendo todo: un cuerpo de su cuerpo, una partcula de sus partculas; en el vaco extendan las races rboles y ellos mismos se quedaban vacos; en el vaco, amenazando con cadas fantasmagricas, se erguan templos, palacios y casas, pero estaban vacos; y en el vaco se mova con inquietud el hombre, pero estaba vaco y ligero, como una sombra; pues el tiempo desapareci y el inicio de cada cosa se aproximaba a su fin: an estaban construyendo un edificio y los constructores an estaban dando martillazos, y ya podan verse sus ruinas y el vaco en el lugar de las ruinas; no acababa de nacer una persona y sobre su cabeza ardan velas funerarias y ya se han extinguido y el silencio se ha instalado en el lugar de esa persona y de las velas funerarias; y, envuelto en el vaco y las tinieblas, temblaba desesperado el hombre ante el horror de ese infinito.

As hablaban aquellos que an tenan ganas de hablar. Pero seguramente mucho ms hubieran podido decir aquellos que no queran hablar y que moran en silencio.

IV

En esa poca en Roma viva un escultor famoso. De arcilla, mrmol y bronce creaba cuerpos de dioses y de personas, y tal era la belleza de los dioses que la gente la calificaba de inmortal. Pero l no estaba contento y afirmaba que exista algo realmente mucho ms bello que no poda fijar en mrmol o en bronce. An no he recogido un claro de luna, deca, no me he embriagado con la luz del sol y mi mrmol no tiene alma, no tienen vida mis hermosos bronces. Y cuando en las noches de luna caminaba despacio por los caminos, atravesando sombras negras de cipreses, haciendo refulgir su tnica blanca bajo la luna, los que se le encontraban se rean amistosamente y le decan:

No digas que vas a recoger la luz de la luna, Aurelio! Y por qu no has cogido una cesta?

Y tambin de broma ste sealaba a sus ojos:

stas son las cestas en las que recojo la luz de la luna y el brillo del sol.

Y era verdad: la luna brillaba en sus ojos y el sol resplandeca en ellos. Pero no poda trasladarlos al mrmol y en ello resida el sufrimiento evidente de su vida. Proceda de una familia ancestral de patricios, tena una mujer buena e hijos y no soportaba la escasez de nada.

Cuando le lleg un rumor poco claro sobre Lzaro, pidi consejo a su mujer y a sus amigos y emprendi el largo viaje hasta Judea para contemplar al resucitado. Estaba un poco aburrido por aquel entonces y por el camino esperaba agudizar su atencin fatigada. Lo que le haban contado sobre el resucitado no le asustaba: haba reflexionado mucho sobre la muerte, no le gustaba, pero tampoco le gustaban los que la confundan con la vida. Por este lado, la vida maravillosa, por ese lado, la muerte enigmtica cavilaba, y el hombre no puede inventar nada mejor que, al vivir, gozar de la vida y de la belleza de lo vivo. Y hasta tena cierto deseo vanidoso: convencer a Lzaro de lo cierto de su opinin y traer su alma de vuelta a la vida, igual que regres su cuerpo. Pareca fcil, tanto ms cuanto que los rumores acerca del resucitado, temerosos y raros, no comunicaban toda la verdad sobre l y slo advertan vagamente de algo horrible.

Ya estaba levantndose Lzaro de una roca para seguir al sol que parta al desierto, cuando se le acerc un romano rico, acompaado de un esclavo armado, y le llam en voz alta:

Lzaro!

Lzaro vio un rostro bello y orgulloso, iluminado por la fama, ropas claras y piedras preciosas que resplandecan bajo el sol. Los rayos rojizos le daban a la cabeza y al rostro un parecido con un bronce de brillo opaco, y Lzaro lo percibi. Se sent obediente en su sitio y baj la mirada cansinamente.

En efecto, tienes mal aspecto, mi pobre Lzaro, dijo tranquilamente el romano mientras jugueteaba con una cadena de oro, incluso horrible, mi pobre amigo; y la muerte no fue perezosa el da en que tan imprudentemente caste en sus manos. Pero ests gordo como un tonel, y la gente gorda no suele ser mala, deca el gran Csar, y no comprendo por qu la gente te tiene miedo. Me permites hacer noche en tu casa? Ya es tarde y no tengo refugio.

Todava nadie le haba pedido a Lzaro pasar la noche en su casa.

No tengo lecho, dijo.

Tengo algo de guerrero y puedo dormir sentado, respondi el romano. Encenderemos fuego

No tengo fuego.

Entonces a oscuras, como dos amigos, charlaremos. Supongo que algo de vino tendrs

No tengo vino.

El romano se ech a rer.

Ahora entiendo por qu ests tan tristn y no te gusta tu segunda vida. No hay vino! Qu le vamos a hacer, no nos queda otra: y es que hay palabras que dan ms dolor de cabeza que el falerno.

Con un movimiento de mano despidi al esclavo y se quedaron los dos solos. Y de nuevo empez a hablar el escultor, pero como si junto con el sol que se retiraba, se retirara la vida de sus palabras y stas se volvieron plidas y vacas, como si se tambalearan sobre unas piernas poco seguras, como si resbalaran y cayeran tras embriagarse con el vino de la angustia y la desesperacin. Y un foso negro apareci entre ellos, como indicios lejanos del gran vaco y la gran oscuridad.

Ahora soy tu invitado y no puedes ofenderme, Lzaro! dijo. La hospitalidad es obligatoria incluso para los que han estado tres das muertos. Porque me han dicho que estuviste tres das en la tumba. Deba hacer fro y de all te trajiste esta mala costumbre de pasar sin fuego y sin vino. Pero a m me gusta el fuego, aqu oscurece tan rpidamente Tienes unas lneas muy interesantes en las cejas y en la frente: como tradas por la ceniza de las ruinas de varios palacios despus de un terremoto. Pero por qu llevas esa ropa tan extraa y fea? He visto a los novios en vuestro pas, se ponen un vestido como se, un vestido tan ridculo, un vestido tan horrible Es que eres un novio?

Ya se haba ocultado el sol, la enorme sombra negra haba echado a correr desde el este, como si unos pies enormes y descalzos susurraran por la arena, y el hlito de esa carrera ligera haca sentir fro en la espalda.

A oscuras pareces todava ms grande, Lzaro, parece que hubieras engordado en un instante. No te alimentars de las tinieblas? Pues a m me gustara tener fuego, aunque sea un fuego pequeo, aunque sea un fuego pequeo. Tengo un poco de fro, en vuestro pas las noches son salvajemente fras Si no estuviera tan oscuro, dira que me ests mirando, Lzaro. S, creo que ests mirando Me ests mirando, puedo sentirlo, y ahora has sonredo.

Se hizo de noche y el aire se llen de oscuridad penosa.

Se estar bien cuando maana vuelva a salir el sol Sabrs que soy un gran escultor, as me dicen mis amigos. Yo creo, s, se llama crear pero para eso necesito el da. Al mrmol fro le doy vida, fundo en el fuego al bronce estridente, en el fuego brillante, clido Para qu me tocas!

Vamos, dijo Lzaro. Eres mi invitado.

Y se fueron a la casa. Y una noche larga cay sobre la tierra. El esclavo no esper ms a su amo y fue en su busca cuando el sol ya estaba en lo alto. Y lo vio: justo bajo sus rayos abrasadores estaban sentados juntos Lzaro y su amo, miraban hacia arriba y guardaban silencio. El esclavo se ech a llorar y empez a gritar:

Amo, qu te ocurre? Amo!

Ese mismo da sali para Roma. Durante todo el camino estuvo pensativo y silencioso, examinaba todo con atencin: a la gente, el barco y el mar, como si estuviera intentando memorizar algo. En el mar los sorprendi una violenta tempestad y en todo momento Aurelio estuvo en cubierta y escrutaba ansioso los golpes de mar que se aproximaban y caan. En su casa se asustaron por la terrible transformacin que haba experimentado el escultor, pero ste tranquiliz a su familia al decir con aire de importancia:

Lo he encontrado.

Con la misma ropa sucia que no se haba cambiado en todo el camino, se puso a trabajar y el mrmol empez a sonar con humildad al son de los golpes estridentes del martillo. Larga y vidamente estuvo trabajando sin dejar entrar a nadie y, por fin, una maana dijo que la obra estaba lista y orden llamar a todos los amigos, a los severos especialistas y entendidos en arte. Mientras los esperaba, se visti suntuosamente con vistosa ropa de fiesta que resplandeca por el oro amarillo, que haba coloreado con prpura de biso, de seda marina.

Esto es lo que he creado, dijo con aire pensativo.

Los amigos lo ojearon y una sombra de profundo dolor cubri los rostros. Era algo monstruoso que no tena ni una sola de las formas conocidas por el ojo, pero tampoco privado de alusiones a una figura nueva, ignorada. Sobre una ramita fina, curva, o algo monstruoso que lo pareca, yaca atravesada y de forma extraa un cmulo borroso, deforme y abierto con una parte metida hacia dentro, otra parte sacada hacia fuera, con algunos fragmentos ridculos que sin fuerza se afanaban por salir fuera de s mismos. Por casualidad, debajo de uno de los salientes que gritaban absurdos, repararon en una mariposa maravillosamente tallada de alas transparentes que pareciera estremecerse por un deseo impotente de volar.

Para qu es esa mariposa tan maravillosa, Aurelio? pregunt uno con poca decisin.

No lo s, respondi el escultor.

Pero haba que decir la verdad y uno de sus amigos, el que ms amaba a Aurelio, dijo con firmeza:

Es horroroso, mi pobre amigo. Hay que destruirlo. Dame un martillo.

Y de dos golpes ech abajo el monstruoso cmulo, dejando slo la mariposa maravillosamente tallada.

Desde ese momento Aurelio no volvi a crear nada. Con indiferencia profunda miraba el mrmol y el bronce y sus anteriores creaciones de dioses, en las que se haba quedado dormida la belleza inmortal. Con intencin de inspirarle su antiguo fervor por el trabajo, de despertar su alma muerta, le llevaban a ver creaciones preciosas de otros, pero se quedaba igual de indiferente y ninguna sonrisa animaba su boca cerrada. Y slo cuando le hablaban largo y tendido de la belleza, replicaba agotado e indolente:

Pero es que todo eso es mentira.

Pero un da soleado, sali a su magnfico jardn, arreglado con maestra, y al encontrar un lugar sin sombra entreg la cabeza descubierta y los ojos opacos al resplandor y al bochorno. Revoloteaban mariposas rojas y blancas; en el aljibe de mrmol corra, derramndose, el agua de los labios contrados de un stiro entre feliz y ebrio, pero l segua sentado inmvil, como un reflejo plido de aquel que muy lejos, a las mismas puertas del desierto pedregoso, tambin estaba sentado inmvil bajo el sol ardiente.

V

Y entonces Lzaro fue invitado a visitar al divino y gran Augusto.

Vistieron suntuosamente a Lzaro, con ropa nupcial solemne, como si el tiempo la hubiera legitimado y hasta el momento de su muerte debiera seguir siendo el novio de una novia misteriosa. Se pareca a cuando a un fretro viejo, que se est pudriendo y ha empezado a desmoronarse, vuelven a dorarlo y le cuelgan borlas nuevas, alegres. Solemnemente le condujeron, todos elegantes y vistosos, como si en verdad estuviera movindose un cortejo nupcial, y las avanzadillas hacan sonar las trompetas con fuerza para abrir camino a los mensajeros del emperador. Pero despoblado estaba el camino de Lzaro: toda su tierra natal haba maldecido ya el odioso nombre del milagrosamente resucitado y el pueblo se dispersaba ante la primera noticia de su terrible cercana. Solitarias sonaban las trompetas de bronce y slo el desierto responda con un eco prolongado.

Despus le llevaron por mar. Y fue el barco ms elegante y ms triste que se haya reflejado nunca en las olas azules del mar Mediterrneo. Haba mucha gente en l, pero, como un sepulcro, estaba silencioso y tranquilo, y el agua pareca llorar desconsolada mientras cercaba la proa saliente bellamente encorvada. A solas se sentaba Lzaro ofreciendo la cabeza descubierta al sol, escuchaba el murmullo de la corriente y callaba, y a gran distancia en un montn confuso de sombras abatidas estaban echados, sentados, impotentes y flojos los marineros y los mensajeros. Si por entonces un trueno hubiera retumbado, el viento hubiera dado un tirn a las velas rojas, seguramente el barco hubiera naufragado, puesto que ninguno de los que se encontraba en l tena fuerza ni ganas de luchar por vivir. En un ltimo esfuerzo algunos se acercaron a la borda y ansiosamente escrutaron el abismo azul, transparente: no surgira en las olas el hombro rosado de una nyade, no trotara salpicando con los cascos un centauro alegre hasta la locura y bebido? Pero el mar estaba desierto y el abismo marino mudo y desierto.

Indiferente pis Lzaro las calles de la Ciudad Eterna. Como si toda la riqueza, toda la grandeza de sus edificios erigidos por gigantes, todo el brillo, la belleza y la msica de la vida refinada fueran slo el eco del viento en el desierto, el resplandor de arenas movedizas muertas. Volaban las cuadrigas, se desplazaban multitudes de hombres fuertes, guapos y arrogantes, de constructores de la Ciudad Eterna y de participantes orgullosos en su vida. Sonaba una cancin: se rean las fuentes y las mujeres con su risa perlada, filosofaban los borrachos, los escuchaban sonriendo los sobrios y golpeaban las herraduras, golpeaban las herraduras contra el empedrado. Y rodeado por todas partes de ruido alegre, como una mancha fra de mutismo se mova en medio de la ciudad un hombre gordinfln, serio, e iba sembrando a su paso enfado, ira y melancola angustiosa y oprimente. Quin osa estar triste en Roma? se indignaban los ciudadanos y fruncan el ceo, pero dos das despus ya toda la Roma del correveidile saba del milagrosamente resucitado y, temerosa, se mantena aparte de l.

Pero tambin haba mucha gente valiente que deseaba poner a prueba su fuerza y a su llamada irreflexiva acuda obediente Lzaro. Ocupado en asuntos de estado, el emperador tardaba en recibirlo y hasta siete das anduvo entre la gente el milagrosamente resucitado.

Y as lleg Lzaro junto a un borracho alegre y el borracho lo recibi con una risa en sus labios rojos.

Bebe, Lzaro, bebe! gritaba. Anda que no se va a rer Augusto cuando te vea borracho!

Se rean las mujeres bebidas y desnudas, y ptalos de rosa caan sobre los brazos azules de Lzaro. Pero el borracho le mir a los ojos y se acab su alegra para siempre. Se qued borracho toda la vida, ya no beba, pero se qued borracho, pero en lugar de las ilusiones alegres que da el vino, sueos horribles ocuparon su cabeza desgraciada. Los sueos horribles se convirtieron en el nico alimento de su alma derrotada. Los sueos horribles da y noche le mantuvieron embriagado de creaciones monstruosas y la muerte misma no era ms terrible que los crueles presagios con los que se haba manifestado.

Y lleg Lzaro junto a un joven y una muchacha que se amaban y a quienes el amor les haca bellos. Mientras estrechaba con orgullo y firmeza la mano de su enamorada, el joven dijo con un poco de lstima:

Mranos, Lzaro, y algrate con nosotros. Acaso hay algo ms fuerte que el amor?

Y Lzaro los mir. Y toda su vida se siguieron amando, pero triste y sombro se volvi su amor, como los cipreses sepulcrales que nutren sus races de la descomposicin de las tumbas y con el afilado de sus cimas negras buscan en vano el cielo en la tranquila hora vespertina. Arrojados a los brazos del otro por la fuerza misteriosa de la vida, sus besos se mezclaban con lgrimas, el placer con dolor y se sentan esclavos por partida doble: esclavos sumisos de una vida exigente y siervos humildes de la Nada que guardaba un silencio amenazador. Unidos para siempre, separados para siempre, prendan como chispas, y como chispas se extinguan en una oscuridad sin lmites.

Y lleg Lzaro junto a un sabio orgulloso, y el sabio le dijo:

Ya conozco todo el horror que puedas contar, Lzaro. Con qu ms puedes aterrarme?

Pero pas un poco de tiempo y el sabio sinti que el conocimiento del horror no es horror de verdad, y que la visin de la muerte no es morir de verdad. Y sinti que la sabidura y la estupidez son exactamente iguales en presencia del Infinito, puesto que el Infinito no los conoce. Y desapareci la frontera entre el conocimiento y la ignorancia, entre la verdad y la mentira, entre arriba y abajo, y su pensamiento amorfo qued suspendido en el vaco. Entonces se agarr la cabeza canosa y empez a gritar frenticamente:

No puedo pensar! No puedo pensar!

As pereca bajo la mirada indiferente del milagrosamente resucitado todo lo que invitaba a la afirmacin de la vida, del pensamiento y de sus alegras. Y empezaron a decir que era peligroso permitir que fuera ante el emperador, que mejor sera matarle y, tras enterrarlo en secreto, decir que haba desaparecido. Ya estaban afilando las espadas y jvenes entregados al bien del pueblo se preparaban con abnegacin para ser asesinos, cuando Augusto exigi que por la maana se presentara ante l Lzaro y con ello se desbarataron los violentos planes.

Si no era posible eliminar a Lzaro, s deseable al menos suavizar un poco la impresin que produca su cara. Y a ese fin reunieron a hbiles pintores, barberos y artitas y toda la noche estuvieron atareados con la cabeza de Lzaro. Le cortaron la barba, se la ondularon y le dieron un aspecto aseado y bonito. El azul cadavrico de sus manos y cara era desagradable y lo eliminaron con pintura: le blanquearon las manos y le enrojecieron las mejillas. Repulsivas eran las arrugas de sufrimiento que surcaban su cara y las cubrieron, pintaron y alisaron por completo, y sobre el fondo limpio con pincelitos finos hbilmente trazaron arrugas de risa bondadosa, de alegra agradable y dulce.

Con indiferencia acat Lzaro todo lo que hicieron con l y en breve se transform en un anciano gordo por naturaleza, hermoso, en un abuelo tranquilo y bondadoso de numerosos nietos. Todava no haba salido de sus labios la sonrisa con la que relatara cuentos graciosos, todava no llevaba en el ngulo de sus ojos la ternura sosegada de un anciano y ya lo pareca. Pero la ropa nupcial no se atrevieron a quitrsela, pero no pudieron cambiarle la mirada: los cristales oscuros y terribles tras los que miraba a la gente el mismsimo e incomprensible Ms All.

VI

No emocion a Lzaro el esplendor de los aposentos imperiales. Como si no viera la diferencia entre su casa desmoronndose a la que haba llegado el desierto y el palacio de piedra hermoso y slido, as de indiferente miraba y no miraba al pasar. El mrmol slido de los suelos bajo sus pies se volvi semejante a la arena movediza del desierto, y la multitud de soberbios magnficamente vestidos se volvi, bajo su mirada, similar al vaco del aire. No le miraban a la cara cuando pasaba, temiendo quedar expuestos a la influencia terrible de su mirada; pero, cuando por el sonido de su andares pesados intuan que iba esquivando a los que estaban en pie, levantaban la cabeza y con curiosidad temerosa examinaban la figura del anciano gordinfln, alto y ligeramente encorvado que despacio se internaba en el mismsimo corazn del palacio imperial. De haber pasado la propia muerte, no se hubiera asustado ms la gente, puesto que hasta entonces haba sucedido que la muerte slo la conocan los muertos, mientras que los vivos slo conocan la vida y no haba habido puentes entre ellas. Pero ste, el extraordinario, conoca la muerte y ese saber maldito era enigmtico y terrible. Matar a nuestro divino y gran Augusto pensaba la gente asustada y lanzaban dbiles maldiciones tras Lzaro, quien se adentraba con lentitud e indiferencia cada vez ms lejos, cada vez ms profundamente.

Tambin el Csar saba ya quin era Lzaro y se haba preparado para el encuentro. Era un hombre valeroso, senta su fuerza inmensa e invencible y en el fatal duelo con el milagrosamente resucitado no quiso apoyarse en la ayuda dbil de la gente. A solas, cara a cara, se encontr con Lzaro.

No levantes la vista hacia m, Lzaro, le orden segn entraba. He odo que tu cabeza es igual que la cabeza de Medusa y convierte en piedra a todo aqul al que miras. Pero yo quiero observarte y hablar contigo, antes de convertirme en piedra, aadi con chispa regia no exenta de miedo.

Mientras se acercaba, observ con detenimiento el rostro de Lzaro y su extraa ropa de fiesta. Y se dej engaar por la hbil falsificacin, aunque era de mirada perspicaz y penetrante.

Bueno. Tu aspecto no da miedo, viejecito venerable. Pero para la gente es peor cuando el horror toma un aspecto tan respetable y agradable. Y ahora, hablemos.

Augusto se sent e, interrogando con la mirada tanto como con las palabras, empez a hablar:

Por qu no me has saludado al entrar?

Lzaro respondi indiferente:

No saba que haba que hacerlo.

Eres cristiano?

No.

Augusto aprob con la cabeza.

Eso est bien. No me gustan los cristianos. Estn agitando el rbol de la vida sin haberle permitido cubrirse de frutos y dispersan al viento su flor odorfera. Bueno, quin eres?

Con cierto esfuerzo Lzaro respondi:

Fui un muerto.

Eso he odo. Pero quin eres ahora?

Lzaro tard en responder y al final repiti indiferente y opaco:

Fui un muerto.

Escchame bien, desconocido, dijo el emperador expresando con distincin y severidad lo que ya haba pensado de antemano, mi reino es el reino de los vivos, mi pueblo es un pueblo de vivos, no de muertos. Y t sobras aqu. No s quin eres, no s qu viste all, pero si ests mintiendo, odio tu mentira, y si ests diciendo la verdad, entonces odio tu verdad. En el pecho siento temblores de vida; en las manos siento poder, y mis ideas majestuosas como guilas recorren circunvuelan el espacio. Y all, detrs de m, bajo la proteccin de mi poder, al amparo de leyes hechas por m, la gente vive, trabaja y est contenta. Oyes esa armona maravillosa de vida? Oyes esa grito belicoso que lanza la gente a la cara del porvenir invitndolo a combatir?

Augusto tendi las manos piadoso y exclam solemnemente:

Bienaventurada seas, vida grandiosa, divina!

Pero Lzaro guard silencio y el emperador continu con severidad incrementada:

Aqu sobras. T, un residuo miserable que no termin de devorar la muerte, inspiras a la gente melancola y aversin a la vida; t, como una oruga en el campo, mordisqueas las espigas frtiles de la alegra y expulsas flemas de desesperacin y pesar. Tu verdad es como una espada oxidada en manos de un asesino nocturno, y como al asesino, har que te ejecuten. Pero antes quiero mirarte a los ojos. Quiz slo los cobardes les teman, y en el intrpido despierten ansia de lucha y de victoria: en ese caso merecers no la ejecucin, sino una recompensa Mrame, Lzaro.

En el primer instante al divino Augusto le pareci que un amigo le estaba mirando as de dulce, as de encantadoramente tierna era la mirada de Lzaro. No horror, sino reposo sereno prometa, y a una amante cariosa, a una hermana compasiva, a una madre se pareca el Infinito. Pero cada vez ms fuertes se fueron volviendo los abrazos cariosos y los labios vidos de besos empezaban a cortarle la respiracin, a travs de la tela suave del cuerpo se filtraba el hierro de unos huesos que se empalmaban formando un crculo de hierro, y unas garras obtusas, fras, le rozaron el corazn y con indolencia se hundieron en l.

Me duele, dijo el divino Augusto palideciendo. Pero sigue mirando, Lzaro, sigue mirando!

Pareca que muy despacio se estuvieran separando unas puertas pesadas, cerradas desde hace siglos, y por la abertura en aumento se vertiera fra y tranquilamente el horror terrible del Infinito. Y como dos sombras entraron el vaco inmenso y la oscuridad inmensa y apagaron el sol, a los pies le quitaron el suelo, el techo le quitaron a la cabeza. Y dej de doler el corazn al helarse.

Sigue mirando, sigue mirando, Lzaro! orden Augusto mientras se tambaleaba.

Se detuvo el tiempo y terriblemente se acercaba el inicio de cada cosa a su final. Apenas acabado de erigir y ya se haba destruido el trono de Augusto y ya haba vaco en el lugar del trono de Augusto. Sin ruido se deshizo Roma y una ciudad nueva apareci en su lugar y fue tragada por el vaco. Como gigantes fantasmagricos rpidamente caan y desaparecan en el vaco ciudades, estados y pases, y con indiferencia los tragaba, sin saciarse, las entraas negras del Infinito.

Para, orden el emperador. La indiferencia ya sonaba en la voz y sin fuerzas cayeron los brazos y en la lucha vana contra la oscuridad que avanzaba, se inflamaban y extinguan los ojos de guila.

Me has matado, Lzaro, dijo opaco e indolente.

Y esas palabras de desesperacin le salvaron. Record al pueblo cuyo escudo estaba destinado a ser, y un dolor agudo, salvador, atraves su corazn yerto. Condenado a morir, pens con melancola. Sombras claras en la oscuridad del Infinito, pens con espanto. Recipientes frgiles con un corazn vivo, emocionante, con un corazn que conoce el pesar y numerosas alegras, pens con ternura.

Y as, reflexionando y sintiendo, inclinando la balanza bien al lado de la vida, bien al lado de la muerte, lentamente regres a la vida para entre sus sufrimientos y alegras encontrar la defensa contra la oscuridad del vaco y el horror del infinito.

No, no me has matado, Lzaro, dijo con firmeza, pero yo te matar a ti. Lrgate!

Con especial alegra sabore esa noche la comida y la bebida el divino Augusto. Pero a ratos una mano alzada se quedaba rgida en el aire y un brillo opaco sustitua el resplandor deslumbrante de sus ojos de guila, era el horror que corra en oleadas glaciales por sus piernas. Vencido pero no muerto, esperando su hora con frialdad, se convirti en una sombra negra junto a su cama durante toda su vida, dominando las noches y cediendo los das claros a los pesares y alegras de la vida.

Al da siguiente por orden del emperador quemaron con hierro candente los ojos de Lzaro y le enviaron a su patria. El divino Augusto no se decidi a darle muerte.

Regres Lzaro al desierto y lo recibi su desierto con la respiracin silbante del viento y el bochorno del sol incandescente. De nuevo se sent en una roca alzando la barba desgreada, salvaje, y dos agujeros negros en el lugar de los ojos quemados miraban al cielo inexpresiva y terriblemente. A lo lejos, inquieta, alborotaba y se mova la ciudad santa, pero las cercanas estaban despobladas y silenciosas: nadie se acercaba al lugar donde acababa sus das el milagrosamente resucitado, y haca tiempo que los vecinos haban abandonado sus casas. Acorralado por el hierro candente a las profundidades del crneo, su saber maldito se qued oculto all como para una emboscada; como si salieran de una emboscada se quedaron fijos miles de ojos invisibles para el hombre. Y ya nadie se atrevi a mirar a Lzaro.

Por las tardes, cuando enrojeciendo y ensanchndose, el sol declina, tras l avanzaba lentamente Lzaro ciego. Tropezaba con las piedras y se caa, gordinfln y dbil, se levantaba con dificultad y echaba de nuevo a andar; sobre el velo rojo del crepsculo el torso negro y los brazos extendidos asemejaban una cruz.

Y sucedi, una vez se fue y no volvi ms. As, al parecer, acab su segunda vida Lzaro, quien haba permanecido tres das bajo el poder enigmtico de la muerte y milagrosamente resucit.

Conversacin nocturna

(1915)

Parte 1

Era un da lleno de rabia.

Durante dos jornadas las tropas alemanas, en su avance hacia Pars, asaltaban sin xito la ciudad belga de N., defendida por cuerpos mixtos de ingleses, belgas y franceses. Masas de gente plida con horribles cascos puntiagudos iban al ataque y perecan a mitad de camino; los sustituan nuevas masas de gente igual de plida y cascos puntiagudos y tambin perecan: ms intenso que las gotas de lluvia, ms intenso que el pedrisco, era la granizada de ametralladoras y de la artillera, y era ms fcil no empaparse con la lluvia torrencial que esquivar las balas y la metralla. Porque suceda que un muerto, mientras caa, en su corto camino hacia la tierra era de nuevo alcanzado por numerosas balas; el aire estaba atestado de ellas, volaban furiosas y carniceras, como si se les hubiera transmitido la rabia de la mano que haba apretado el gatillo. Pero la reserva de los cascos puntiagudos pareca inagotable y su avalancha segua creciendo. Devorando con los cuerpos las balas, embebiendo la muerte del aire y absorbindola como esponjas, redujeron la frecuencia del fuego y crearon un hueco por el que pasaban nuevas masas de gente plida; y as llevaban dos jornadas, por el da bajo el brillo del sol, por la noche bajo la luz azul de los focos, bajo la cual los rostros de vivos y muertos parecan iguales y desde un montn de cadveres caan sombras negras inmviles.

Durante dos das Guillermo II casi no haba comido, dorma mal y con unos anteojos, sostenindolos convulsivamente junto al rostro, observaba la batalla. Cuando la ciudad fue tomada y sus defensores en parte exterminados, en parte hechos prisioneros, entr con su squito en sus calles y se aloj en el Grand Hotel; all estuvo todo el da recibiendo felicitaciones, repartiendo condecoraciones y bromeando con los generales. La ciudad an despeda emanaciones de sangre y en todas partes ola a cido por el humo de la melinita sin asentar; parte de la ciudad an arda y en el crepsculo las ventanas del Grand Hotel brillaban rojas desde la calle; despus colgaron pesados cortinajes y encendieron velas, pero la melinita y la sangre olan como antes y el veneno azul de la combustin flotaba bajo los techos altos, como si se acabara de celebrar una enorme reunin y todos hubieran fumado cigarros malolientes, amargos.

Por orden de Guillermo por la maana fueron fusilados los rehenes, doce distinguidos ciudadanos. Haban sido capturados por la maana, en cuanto los alemanes entraron en la ciudad, pero durante el da alguien dispar a un soldado-merodeador prusiano que haba saqueado una casa, y los rehenes fueron fusilados. En vista de que slo haba habido un disparo, de que a quien haba disparado lo mataron en el acto y de que el soldado era un merodeador, en el Estado Mayor decidieron preguntarle a Guillermo en persona, pero ste respondi categrico:

La sangre del peor soldado prusiano vale la sangre de toda Blgica. Explquenselo, que lo entiendan, y fuslenlos.

Y as hicieron.

Al llegar la noche la ciudad se calm y en el incendio no qued nadie: solo, en silencio y sin gente, chisporroteaba y se contraa el fuego, calmndose. Todos aquellos a los que el servicio no les haba llamado a la vela dorman el sueo del cansancio infinito, del agotamiento espiritual; y pareca que sera ms fcil despertar a un muerto en el campo que al que as dorma. Unos cuantos deliraban en sueos, pero sus voces eran sordas y apagadas, como las voces de las sombras del otro mundo: en su cabeza an segua el combate, y alrededor de su cabeza se extenda el silencio.

Como cajitas de msica escondidas bajo la almohada, en su interior estaban llenos de voces, gritos y gemidos los hospitales de sangre provisionales, pero al exterior llegaba poco: todo se quedaba tras las paredes de piedra, y el que sala del hospital a la calle tena la sensacin de haberse sumergido de golpe en el silencio, como en el agua, y quien desde fuera entraba a las habitaciones iluminadas, a se le pareca que haba ido a parar a algn centro de dolor donde a miles de personas le dolan los dientes, le dolan los nervios, le dola la piel desgarrada y los huesos fracturados.

Haba un especial silencio alrededor del Grand Hotel. Haca ya tiempo que el emperador sufra de insomnio y se tomaban todas las medidas para defender su sosiego: los guardias se relevaban sin el habitual pataleo, los convoyes atronaban en las calles ms apartadas y ni un solo ruido surga sin extrema necesidad. A lo lejos, donde las tropas alemanas ya estaban acosando a los aliados en retirada, rotundos y unidos silbaban los disparos de la artillera: como si varios gigantes acuclillados y con las mejillas infladas, regularmente se hincharan unos a otros, sin ira y sin especial pasin, ms bien con aspecto tranquilo y bobalicn. Para los dichosos que estaban durmiendo, a quienes la vida insistentemente haba arrancado de las representaciones de la muerte, ese rumor lejano se convirti en sueos claros sobre tormentas de verano y trboles aromticos en campos de rosas; otros simplemente no lo oan, igual que el molinero no oye el molino. Tampoco oa los disparos el emperador, pero a veces su eco pareca esparcirse, el rumor se volva ms claro y preciso, pero esto no irritaba, sino que ms bien tranquilizaba a Guillermo, pues en mitad de la noche y del silencio nocturno era agradable el golpe del guarda nocturno velando por los durmientes.

Pero no era por el ruido por lo que el emperador no consegua dormir. Incluso dorma mejor con ruido y haba dicho muchas veces, incluso lo haba ordenado, que alborotaran, pero no le creyeron, puesto que no podan entenderlo; y slo haba que propagar por el palacio temporal el aviso de que el emperador se haba retirado a su habitacin, para que en ese mismo momento las voces disminuyeran por s solas y se reforzara la gesticulacin silenciosa. As suceda ahora: acababa de entrar a su habitacin y ya estaba esperando al insomnio, y todo alrededor se haba calmado, como si hubiera enmudecido, y le envolva el silencio de un sarcfago. Entr un anciano ayuda de cmara y enfad a Guillermo, que empez a murmurar:

Qu te crees, bobo? Que me voy y enseguida estoy durmiendo? Largo de aqu.

El ayuda de cmara sali corriendo, pero en la otra habitacin continu hablando en susurros, sin entender la causa de la ira del emperador. Mientras, Guillermo continu andando, aunque ya le dolan los riones y las piernas del largo da de cansancio; pero como el Judo Errante, no poda detenerse y deba andar y andar, de una pared a otra. Tampoco poda detener sus pensamientos: stos tambin se movan sin ruta y se estrellaban contra la pared; y en todo su cuerpo se haba derramado cierto deseo confuso, agudo, pero obviamente irrealizable, y es que por eso era irrealizable, porque era desconocido. As era el inicio del insomnio. Despus la marcha de sus pensamientos de pared a pared se convertir en una carrera loca, en un baile de brujas en Brocken, y el deseo irrealizable le agarrar por la garganta y empezar a estrangularle hasta que grite; ser insoportable.

Adems le inquietaba el champn bebido en la comida tarda, que haca rer a una mitad de su alma, al mismo tiempo que la otra se enfureca sin fuerzas consigo mismo y exiga tranquilidad; le irritaban las inalcanzables emanaciones de sangre, le apeteca hablar, le apeteca dar rdenes, le apeteca prolongar sin fin el da interminable. Pero ellos dorman! Y si despertaba a alguien y le ordenaba escuchar, ste escuchara, pero su rostro estara somnoliento y atontado y sus respuestas seran insufribles por absurdas. Quiere dormir!.

Pero an no se haba retirado del rostro del emperador la mueca de aprensin con la que pensaba en los que queran dormir, cuando otro sentimiento le envolvi con calor y ternura: como si alguien le hubiera dado la vuelta a la desagradable idea sobre los durmientes y le hubiera dado un significado nuevo y enternecedor. Comprimido en un nico rayo, refulgi antes sus ojos el cuadro abigarrado de los dos das de agotadores combates, del penoso trabajo en honor del emperador y de Alemania, cmo trabajaron, cmo se cansaron, cmo quieren dormir y consiguen dormir gloriosamente sus cuerpos extenuados! Soldados valientes Guillermo dio un parte breve, y su pecho se ensanch y se alz por una afluencia de fuerza y felicidad extraordinaria. Soldados valientes!

La felicidad se volvi an ms aguda, creci como una nube y se apart de la tierra y, de repente, en los ojos de Guillermo brillaron lgrimas enternecidas por la exhibicin momentnea y brillante de cierta grandeza extraordinaria, por la imagen poderosa y clara en la que confluan los rasgos de todos los dueos del mundo, todos los tronos, todas las tierras y mares, todos los nombres enigmticamente hechizantes de soberanos antiguos. Como una escalera de Jacob luminosa, en cuya cspide, en el escaln supremo, el que desaparece, se encuentra l, el emperador de los germanos y de todo el mundo.

Un texto, un texto, pens con alegra Guillermo mientras abra la Biblia de campaa, debo encontrar un texto, debo leer un sermn, debo, debo

Pero en el texto result no estar lo que deba y al instante se sinti apesadumbrado casi hasta la desesperacin, hasta el fro mortal y la angustia. Despus otra vez felicidad. Despus otra vez desesperacin y angustia. Ya empezaba el insomnio con sus convulsiones y aversin a la vida. Y an no se haba desvestido, qu pasara cuando se tumbara? Angustia!

Angustia!

Y entonces se le ocurri una idea feliz: entre los prisioneros hoy capturados probablemente haba alguien con cabeza, con quien poder hablar y hasta discutir. Es magnfico: discutir! Permitir al prisionero expresar sus ideas y despus empezar a hablar l y le fascinar, desacostumbrado a conversar con reyes. Incluso le pondr en libertad: que vaya con los suyos y cuente a todo el mundo lo que piensa el emperador Guillermo, tan grande y terrible y tan sencillo.

Pero es indispensable que tenga cabeza!

Parte 2

Era un revolucionario ruso, un emigrante, que llevaba ya muchos aos viviendo en Blgica y que ocupaba una ctedra en la universidad de Bruselas. No estaba en su primera juventud, pero march voluntario al pequeo ejrcito belga, haba participado ya