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ADOLPHE Benjamín Constant (1767-1830) Adolphe es un engaño. No sólo por la trama, que toca la materia mencionada; sino porque detrás de una obra simple de gustar y de leer, de esas que se siguen de un tirón y parece de una sola lectura, se esconde un complejo mundo interior: el de sus personajes y el de una sociedad respecto de ellos. Una obra en donde la voz íntima que tiene lugar, la honestidad del narrador al penetrar y referir a la psicología de los personajes, al retratarlos en su plena humanidad, con sus delicadezas y con sus contradicciones, hace cómplice al lector del acontecer de la trama y de los personajes: “Ellénore era, sin duda, para mi vida una gran alegría, pero ya no era una meta: se había convertido en una atadura”, confiesa con toda sinceridad el protagonista y narrador de la obra. Esta novela es un engaño y lo es más allá del narrar la historia de un amor tormentoso. En este caso, la que sucede entre una mujer casada (Ellénore) y un hombre soltero y más joven que la susodicha (Adolphe); lo es también por todo lo que sugiere en un segundo plano y de un modo indirecto: el drama de los personajes principales y la del cinismo de la sociedad en la cual la acción se desarrolla. Por cierto que en la obra el lector se adentra en el drama de ese amor, en el castigo social, en las condenas públicas e intimas que se le infringe a los amantes y las que se auto imponen ellos mismos; pero Adolphe es también una mirada al corazón de un hombre y de una mujer que se encuentran y se desencuentran en el camino del romance, de la confianza depositada en el amante y de la traición al amor, del dolor del abandono, de la dependencia del amor como de un narcótico; del sueño inicial y de su ruptura. Adolphe es un mapa del corazón humano en la versión del amor de pareja idealizado y luego corrompido por la vida, los intereses personales, los temores, otras pasiones entremezcladas, en resumen, por el vagabundear propio del individuo que recorre senderos aunque se lo pretenda mantener cautivo: “Yo quería ser libre, y podía serlo con el

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ADOLPHEBenjamín Constant (1767-1830)

Adolphe es un engaño. No sólo por la trama, que toca la materia mencionada; sino porque detrás de una obra simple de gustar y de leer, de esas que se siguen de un tirón y parece de una sola lectura, se esconde un complejo mundo interior: el de sus personajes y el de una sociedad respecto de ellos. Una obra en donde la voz íntima que tiene lugar, la honestidad del narrador al penetrar y referir a la psicología de los personajes, al retratarlos en su plena humanidad, con sus delicadezas y con sus contradicciones, hace cómplice al lector del acontecer de la trama y de los personajes: “Ellénore era, sin duda, para mi vida una gran alegría, pero ya no era una meta: se había convertido en una atadura”, confiesa con toda sinceridad el protagonista y narrador de la obra. Esta novela es un engaño y lo es más allá del narrar la historia de un amor tormentoso. En este caso, la que sucede entre una mujer casada (Ellénore) y un hombre soltero y más joven que la susodicha (Adolphe); lo es también por todo lo que sugiere en un segundo plano y de un modo indirecto: el drama de los personajes principales y la del cinismo de la sociedad en la cual la acción se desarrolla.Por cierto que en la obra el lector se adentra en el drama de ese amor, en el castigo social, en las condenas públicas e intimas que se le infringe a los amantes y las que se auto imponen ellos mismos; pero Adolphe es también una mirada al corazón de un hombre y de una mujer que se encuentran y se desencuentran en el camino del romance, de la confianza depositada en el amante y de la traición al amor, del dolor del abandono, de la dependencia del amor como de un narcótico; del sueño inicial y de su ruptura. Adolphe es un mapa del corazón humano en la versión del amor de pareja idealizado y luego corrompido por la vida, los intereses personales, los temores, otras pasiones entremezcladas, en resumen, por el vagabundear propio del individuo que recorre senderos aunque se lo pretenda mantener cautivo: “Yo quería ser libre, y podía serlo con el beneplácito general; quizá lo debiera; la conducta de Ellénore me autorizaba y parecía obligarme a ello. ¿Pero acaso no sabía yo que esa conducta era obra mía?... ¿Podía yo castigarla por imprudencias que yo le hacía cometer y, con hipócrita frialdad, buscar en sus imprudencias un pretexto para abandonarla sin piedad?” refiere Adolphe.Esta novela, que está escrita cronológicamente, resulta fácil de comprender y seguir; pues carece de artificios y es muy clara en la exposición de los hechos. Sin embargo, tiene una profunda riqueza al ser capaz de adentrarse en la psicología del personaje, en sus contradicciones, en sus temores, en sus retrocesos y en sus avances sin perder el hilo conductor y manteniendo una línea argumental clara. “Nos establecimos en Caden (…) Me iba repitiendo que, ya que me había

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hecho cargo de la suerte de Ellénore, no debía hacerla sufrir. Conseguí dominarme; guardé para mis adentros hasta las menores señales de descontento, y todos los recursos de mi mente fueron empleados en crearme una alegría ficticia que fuera capaz de disimular mi profunda tristeza”, confiesa el protagonista, para agregar inmediatamente: “De vez en cuando me asaltaban inoportunos recuerdos. Me entregaba, cuando estaba solo, a ataques de inquietud; formada mil extraños planes para lanzarme de repente fuera de la esfera en que estaba colocado”.Es grata la sorpresa que otorga el autor al ser capaz de adentrarse no sólo en la psicología del narrador-protagonista, pues desde la voz escogida para el relato sería difícil adentrarse en el corazón y en la mente de los otros personajes, sobre todo en la de Ellénore, la otra protagonista de la historia y, sin embargo, Constant lo logra. No sólo capta a Adolphe en su drama, sino que a través de éste es capaz también de referir lo que le sucede a Ellénore ante los hechos y dar a conocer su dolor, sus contradicciones y su evolución como personaje. “Lo había sacrificado todo por mí, fortuna, hijos, reputación; sólo exigía como recompensa por sus sacrificios esperarme como una humilde esclava”.Asimismo, es palpable a través de los hechos y del mundo interior de los personajes captar la evolución de los mismos. Al comienzo de la narración se encuentra a un protagonista que declara: “Atormentado por una vaga emoción, me decía a mí mismo: “quiero ser amado”, y miraba a mi alrededor”. Poco más adelante añade: “Ante mis ojos en un momento en que mi corazón necesitaba amor y mi vanidad triunfos, Ellénore me pareció una conquista digna de mi”. Continúa al avanzar el relato: “No era ya la esperanza del éxito lo que me movía: la necesidad de ver a la amada, de gozar con su presencia me dominaba exclusivamente”. En esta línea, otra cita que ejemplifica lo señalado: “Cuando a fuerza de insistir sobre la necesidad de alejarme un rato, había conseguido dejarla, la imagen de la pena que le había causado me seguía a todas partes”.De este modo, si bien Adolphe ya tiene más de un siglo y medio de vida goza de muy buena salud y de actualidad, sus temas, su tratamiento y la humanidad de sus personajes, qué duda cabe, resuenan hoy en todas las esquinas del mundo.Lo que parece una obra simple nos remite entonces a un mundo complejo y en el que destaca a la vez la inserción de esta creación literaria en el acontecer creativo de la época: el naciente movimiento romántico que comenzaba a empapar el quehacer de entonces. Para cualquier lector salta a la vista un enlace en la temática a Flaubert (1821 – 1880) y su Madame Bovary.

Beatriz Croquevielle

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