abba, padre - teología y psicología de la oración - josé y pablo martinez

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ABBA, PADRE

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ABBA, PADRE

Teología y psicologíade la oración

JOSÉ M. MARTÍNEZPABLO MARTÍNEZ VILA

Los autores ceden los beneficios que puedan ob­tenerse de la venta de este libro en ~avor de,la o?ra ,de

1, '6 de los Grupos BíblIcos Umversltanosevange lzaCl n(GBU) en España.

~~~~~

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editorial clie

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Prólogo

Índice

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PRIMERA PARTELa oración en su perspectiva bíblico-teológica

Preámbulo '" '" , 151. Observaciones preliminares 19

11. La oración a la luz del testimonio bíblico... 25-Naturaleza de la oración cristiana.

Libros CLlEGalvani, 11308224 TERRASSA (Barcelona)

ABBA,PADRE

© 1990 por lM. Martínez y Pablo Martínez Vila

Dep6sito Legal: B. 22.207-1990ISBN 84-7645-383-3

Impreso en los Talleres Gráficos de la M.C.E. Horeb,E.R. nQ 265 S.G. -Polígono Industrial Can Trias,e/ Ram6n Llull, s/n- 08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

Printed in Spain

III. Requisitos fundamentales de la oraciónIV. La oración y el Espíritu Santo .V. El poder de la oración ... .

VI. Preguntas y objeciones... . .-Un Dios tan grande como el revelado en laBiblia ¿va a interesarse por mí? -¿Por qué orarsi Dios ya conoce nuestras necesidades? -Laoración ¿no fomenta la pasividad? -La oracióncarece de sentido en un mundo regido por leyesnaturales -¿Puede la oración cambiar la voluntadde Dios?

VII. La práctica de la oración .-La oración individual -Dificultades de la oraciónindividual -Ayudas para la oración -La oracióncomunitaria.

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Administrador
Texto escrito a máquina
ex libris eltropical
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XI. La oración: ¿ilusión psíquica? Apologética dela oración. Un enfoque psicológico .El argumento de la autosugestión: «Tú te convencesa ti mismo». ¿La fe, una aspirina? -El argumentoconductista: la oración, una respuesta condicionada-El argumentos psicoanalítico: la oración, unailusión infantil.

XII. ¿Todas las oraciones iguales? La oracióncristiana ante las formas orientales demeditación .................................Sus diferencias: propósito, medios y marco. Laconciencia reflexiva, clave de la oración-Influencia actual del neoplatonismo en elconcepto de espiritualidad. La oración como éxtasis-Los cristianos ante el yoga, la MeditaciónTrascendental y las Psicologías Transpersonales;-La unión de Psicología y orientalismo: su influenciaen los creyentes -Distinción entre lo mágico y lomístico.

TERCE.RA PARTEEl Padrenuestro

Prefacio '" '" '" 237

Introducción . '" ... '" 239Observaciones sobre el texto -Estructura -La grandezade la oración modelo.

La invocación-: «Padre nuestro que estás en loscielos ... »

••• o ••••••••••••••••• o •••••••••••

Primera petición: «Santificado sea tu nombre» .Segunda petición: «Venga tu reino» '" ... '" .

Esencia del reino de Dios -La participación en elreino -El advenimiento del reino en nuestra vida.

IX. Venciendo dificultades: Los problemas emocionalesy la oración '" '" 141El papel de la personalidad: Nuestro pasado y nuestroinsconsciente -Problemas en el curso de la oración-«Mi problema es empezar»: personalidades perfec­cionistas y depresivas -«No siento a Dios cerca»:¿Hipocondríacos espirituales? Sentir a Dios y elsentido de Dios -«No quiero ser hipócrita al orar»:idealismo y realidad - «No logro concentrarme»:el carácter ansioso o nervioso -«Malos pensamientosen la oración»: personalidad obsesiva -La dificultadde orar en público -Recomendaciones prácticas-Problemas en el contenido de la oración: Losingredientes de la oración equilibrada -Adoración­alabanza -Confesión -Petición -Intercesión-Sus desequilibrios, ¿seí'ial de problema emocional?-Jeremías: clll1fscuros en la oración de un profeta.

X. Valor terapéutico de la oración: La oración,una relación de amor... ... ... ... ... ... '" ... 169La oración como terapia existencial: la sed de Diosy el sentido de la vida -La oración como procesoterapéutico. Proporciona: Intimidad -Liberación:descanso, fuerzas nuevas. Valor psicológico de laconfesión -Luz y clarividencia -Cambio.

SEGUNDA PARTELa oración en su perspectiva psicológica

Nota introductoria '" 119VIII. Oraciones distintas para personas distintas.

La oración según los temperamentos... ...... 121-Nuestro temperamento -Introversión y extraversión-Las funciones psíquicas -Tipo pensamiento -TipoSentimiento -Tipo Intuición -Tipo Sensación -Con­clusiones: aplicación práctica a la vida de oración-Nuestro temperamento, ¿enemigo o aliado?

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Tercera petición: «Hágase tu v.oluntad, como en elcielo así también en la tIerra» ... .,. .,. .,. .,.Natm'aleza Y alcance de la voluntad divina-¿Se cumple o no la voluntad de. Dios?-Actitudes ante la voluntad de DlOs.

Cuarta petición: «El pan nuestro de cada díadánoslo hoy» .. , ... ... ... ... ... ... ... ... ."Significado de la petici?n -La in,'por,tancia del pan-El alcance de la petiCión -ImphcaclOnes.

Quinta petición: «y perdónanos nuestras deudascomo también nosotros perdonamos anuestros deudores» .

Nuestros pecados -«Como nosotros perdonamos»

Sexta petición: «y no nos metas en tentación,mas líbranos del mal» .La experiencia de la tentación-La liberación del malo.

La Doxología. «Porque tuyo es el reino, el poder yla gloria, por todos los siglos. Amén» . .. . ..

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Prólogo

La palabra de Dios y la oración son las dos alas que,en perfecto equilibrio, permiten que el creyente vuele tanalto como el cielo y se mueva con soltura en el mundode los hombres. En la primera escuchamos la voz deDios; en la segunda hablamos con Dios. La vida espi­ritual en plenitud depende de una dedicación por iguala la lectura y a la oración. Mantener este equilibrio enun mundo confuso, inmersos en la complejidad de nues­tra propia experiencia de la vida, es nuestro deber y pri­vilegio. No es en absoluto fácil y quien suscribe estasbreves lfneas lo sabe muy bien.

En mis años de estudiante, en la universidad de Cam­bridge, descubr( elpoder de la oración. En casa, durantelas vacaciones, pasé todos mis ratos libres en oración.En la Facultad, nos reuntamos constantemente paraorar: largas horas, intensas luchas, veladas inolvidablesdedicadas a la oración. Devoraba cuantos libros sobrela oración catan en mis manos. La oración vino a serla fuerza motriz de toda mi vida creyente. Viv( en y parala oración.

Acabada la carrera me trasladé a España con el finde ayudar en el establecimiento de una obra estudiantilen la Complutense de Madrid. La poca experiencia dela juventud, el agotamiento flsico y mental de una in­tensa -excesiva- actividad minaron paulatinamente lavida de oración. A los tres años, el cansancio y el stress

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acabaron hundiéndome en una depresión que hubo dedurar casi un lustro. El Dios que antaño oía mis oracio­nes se había vuelto enemigo implacable de mis ilusionesy esperanzas. La oración era imposible. La presencia deDios me aterraba; la Palabra de Dios hería mi concien­cia lacerada. Mi alma se sumió en una larga y oscuranoche de desesperación.

Veinte años después, tras un proceso lento de reno­vación y crecimiento no exento de lucha y frustración,me pongo a escribir el prólogo de un libro que iluminaun tema tan vital y apasionante como complejo y difícil.A este privilegio acompañan tres motivos de gratitud yal placer de la amistad se añade el beneficio de la sa­biduría de sus autores.

En primer lugar, el libro descansa en una sólida basebtblica. El planteamiento de José M. Martínez tiene co­mo trasfondo la teoría y la práctica de la oración en lasSagradas Escrituras. Enjundiosas y variadas citas, en­tre ellas no pocas de clásicos como Lutero y Calvino,apoyan la teolog(a del autor; pero, ante todo, éste bebeen las fuentes b(blicas y a través de toda su exposiciónse respira el aire puro que emana de la misma Palabrade Dios. El lector encontrará aqu( una verdadera teolo­g(a de la oración y, en consecuencia, volverá una y otravez a las fuentes de su fe.

En segundo lugar, el libro es razonable y radical.Pablo Mart(nez Vila vierte su saber profesional en unaspáginas luminosas en las que cada lector se verá, sinduda, retratado. El enfoque del Dr. Mart(nez es equi­librado y práctico y sobre la base de una exposiciónamplia y completa de la Biblia, este autor construye conclaridad y sencillez el complejo cuadro de una psico­logra de la oración. Las doctrinas de Freud y Jung

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son tratadas con respeto crítico, y lo difícil y discutiblees hecho claro y comprensible en bien de una sanaespiritualidad.

En tercer lugar, el presente libro deleita instruyendo.A la claridad conceptual y amplitud de horizontes seañade un elemento sumamente positivo: una prosa pul­cra y limpia, y un estilo exento de toda afectación.

El broche de oro de la primera parte del libro loconstituye la tercera, un brillante comentario sobre laoración del Padrenuestro. En él confluyen las dos co­rrientes que sostienen el argumento de su autor: teoríay praxis, teología y vida en las palabras sublimes delSeñor.

La segunda parte del libro aporta una ayuda inesti­mable al perplejo y a veces acomplejado practicante dela oración. Según su autor, en la oración no sólo entra­mos en comunión con Dios, sino también aprendemosa descubrirnos a nosotros mismos. La oración enriquecey alecciona a quien la ejerce.

Un apunte final antes de recomendar la lectura de unlibro que sin duda ha de hacer un gran bien espiritual.El lazo humano que ejemplifica como ninguno la re­lación del orante con su Dios es el que une a un padrecon su hijo. José M. Martlnez, padre, desarrolla la teolo­g(a de esta relación con finura y claridad. Pablo Mar­t(nez, hijo, analiza con profundidad las implicacionesde la relación paterno-filial para una psicología de laoración. Ambos autores, padre e hijo, colaboran en estelibro, y su entrañable amistad y mutuo respeto informany revalidan el hermoso tema que juntos nos ofrecen.

Valladolid-S. STUART PARK, MA, PHD

Presidente de los GBU de España

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Primera Parte

LA ORACIÓNEN SU PERSPECTIVA BÍBLICO-TEOLÓGICA

José M. M artínez

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Preámbulo

La oración, latido del alma, hálito del creyente, movi­miento del corazón, nuestra defensa, fuente de poder, el ejer­cicio más distinguido de la fe ... Con estas expresiones y otrassemejantes se ha tratado de enfatizar la importancia de laplegaria, su carácter de necesidad vital en la experiencia delespíritu piadoso. Y debemos admitir que tal énfasis no debeatribuirse a la apreciación subjetiva de determinados autorescristianos. Es resultado del relieve que la oración tiene tantoen la enseftanza bíblica como en la historia del pueblo deDios.

Curiosamente, y de modo inexplicable, la oración apenasha sido objeto de estudio teológico serio. Abundan los librosde tipo devocional sobre el tema, algunos muy valiosos; pe­ro escasean las obras que 10 analicen con adecuada amplituden su perspectiva bíblico-teológica.

Los reformadores del siglo XVI, además de ser «hombresque oraron» (K. Barth), escribieron sobre la oración, pues éstavino a ser para ellos «parte esencial de la teología» (DeQuervain). Lutero, para quien orar era «la obra de la fe», sepreguntaba: «¿Qué es la fe sino pura oración?».l Aunque nosistematizó su pensamiento sobre la plegaria, no faltanpáginas sabrosas relativas a ella en su producción literaria.Mención especial merecen su Método sencillo de oraci6npara un buen amigo y su comentario sobre el Padrenuestro.

1. Cit. por H. Beintker, arto «Gebet» en Die Religion in Geschichte undGegenwart, VI, 1230.

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Calvino, de modo más amplio, dedic6 a la oraci6n un extensocapítulo (el XX) de sus famosas Instituciones.

Estos trabajos y algunos otros pudieron haber sido elprincipio de estudios más exhaustivos; pero, deplorable­mente, no fue así. En tiempos posteriores la oraci6n quedaríarelegada al campo de la liturgia y s610 tangencialmente apare­cería en algunos tratados de Teología. En nuestro tiempo,cuando proliferan estudios sobre las más variadas cuestiones,la oraci6n sigue siendo la «cenicienta» de la familia teol6gicay es limitadísimo el número de obras enjundiosas que seocupen de ella.

Esta limitaci6n se observa no s610 en la literatura evan­gélica en lengua espafiola, sino también en lenguas anglo­sajonas y germánicas. C.W.F. Smith, en la bibliografía queinserta al final de su artículo sobre la oraci6n (Prayer) en TheInterpreier's Dictionary of the Bible, (vol. III), deja cons­tancia del hecho: «Los libros sobre la oraci6n bíblica sonnotoriamente escasos». Ilustraci6n de esta realidad puede serel libro A Handbook ofChristian Théólogy (Manual de Teo­logía Cristiana), editado por Fontana Books. En él se estudianciento tres temas, pero entre ellos no aparece la oraci6n. Aná­loga aseveraci6n puedf hacerse respecto a obras en alemán.R. Mossinger afiadi6 a su libro Zur Lehre des christlichen Ge­bets (Hacia la ensefianza de la oraci6n cristiana) el siguientesubtítulo: «Pensamientos sobre un tema descuidado de lateología evangélica»; y S. Liebschner, en una conferencia dete610gos evangélicos alemanes celebrada en 1981, llamaba laatenci6n respecto' al déficit en la enseñanza relativa a laoraci6n en la literatura teol6gica.2 S610 algunos autores denuestro siglo, entre ellos Forsyth, KahIer, Brunner y Guar­dini, han incorporado la oraci6n con cierta amplitud y pro­fundidad en sus obras. Aparte de estas excepciones, casi todoes vado o superficialidad.

2. «Die Lehre vom Gebet als Testfall der christlichen Gotteslehre» Wer¡sI das - Gott?», ed. por H. Burkhardt. '

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Esta anomalía es perniciosa. La falta de una s6lida basebíbli.co-teoI6gica puede dar lugar a conceptos erróneos de laoracI6n.y, como consecuencia, a experiencias de frustraci6n.La oracI6n será estimulante y fructífera en la medida en queel orante. ~omprenda su verdadero significado y naturaleza,su.s reqUlsltos, su poder, sus problemas y la soluci6n a losmlsmos.

Éste es el motivo por el que nos hemos decidido a aportarnuestro modesto trabajo con miras a que se ensanche elcamino -hasta ahora asaz estrecho- del estudio sobre laoraci6n, y con la esperanza de que ese ensanchamientocontribuirá auna comprensi6n más clara y una práctica máseficaz de la plegaria cristiana.

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observaciones preliminares

La oración es la forma más elemental de la experienciareligiosa. El creyente siente necesidad de acercarse a Dios,bien sea para adorarle, bien sea para presentarle sus nece­sidades y pedir su ayuda. Como Jan Milic Lochman haafirmado con gran precisión: «La oración es el factor vitalde la fe. El creyente ora. El orante cree.»l

Aun en las religiones ajenas a la revelación bíblica, laoración ha constituido siempre un elemento esencial. A ve­ces, sobre todo en tiempos primitivos, ha aparecido combi­nada con la magia, aunque no hasta el punto de confundirsecon ella. Mediante ésta se expresa un deseo, bueno o malo,en forma de bendición, maldición o juramento, y se esperaque el deseo se cumpla por la fuena intrínseca de la fórmu­la mágica, independientemente de la intervención de un sersobrenatural. La oración, en cambio, aun en sus formas másrudimentarias, siempre va dirigida a un ser superior, divino,capaz de controlar las fuenas de la naturaleza y de..fº-ntes­tar la peti.ció]l que le ha sido hecha. Característica de esta ora:ción es, por lo· general, su carácter marcadamente antro~­

céntri~o. El hombre se dirige a la divinidad para asegurar suprotección y ~_abar beneficios temporales. Únicamente al­gunas minorías, en momentos de mayor sensibilidad moral,como sucedió en Grecia por la influencia de algunos de sus

1. J.M. Lochman, Unser Vater, Gütersloher. 1988, 12

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fil6sofos, usaron la oraci6n en demanda de auxilio espiritualque les librara de vicios y pasiones y les capacitara parapracticar la virtud. .

También en determinados lugares y momentos hist6ricos,aparece la oraci6n e.nJreverada con elementos místicos. Fre­cuentemente éstos son tan predominantes que la oraci6napenas resulta perceptible o desaparece por completo. Ejem­plos de ello los hallamos, tanto en las religiones orientales-hinduismo y budismo-, como en la mística griega que,preludiada por las ®-~triI1ªS órficas y la filosofía plat6nica,transforma la oraci6n en un ascenso escalonado del alma,desde el mundo transitorio a lauiilficaCl6ncon 10Tm~~se­dero. Exponentes de este tipo de misticismo podemos encon­fiii-los en los cultos mistéricos y en la sabiduría hermética.REllipiscencia.s de-ésta-concepci6n de IareiíiC1Óil""í1üñ1anacon lo divino reaparecerían, aunque con las 16gicas modifi­caciones, en la mística cristiana de siglos posteriores.

Con su gran diversidad, la historia de las religiones ponede manifiesto la conciencia que el hombre tiene de sus li­mitaciones y de su necesidad de Dios. De esa conciencia hasurgido la plegaria con dimensi6n de universalidad. No es deextrañar que ante el hecho de que los seres humanos oran «entodos los pueblos», se atreviera Tertuliano a pronunciar sufamosa, aunque discutible exclamaci6n: O testimonium ani­rrue naturaliter christiafllE! (jOh, testimonio del alma, cris­tiana por naturaleza!

Sin embargo, cuando los conceptos relativos al hombre ya Dios han evolucionado hasta alcanzar posiciones~~mehumanistas y secularistas, la oraci6n ha perdido su raz6n deser y ha sido desechada, e incluso ridiculizada. Ya en el an­tiguo mundo griego menudearon parodias bufonescas, comoalgunas de las comedias de Arist6fanes, en las que la oraci6na los dioses era objeto de ~a. Más tarde, como señalaJoachim Jeremias, «fue la filosofía la que se encarg6 de ente­rrar la oraci6n. La escuela estoica contribuy6 notablementea desarraigar la fe en Dios. Séneca pone a los dioses y a la

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naturaleza en el mismo plano. ¿Tiene algún sentido rezar ala naturaleza? "¿Qué sentido tiene elevar las manos al cie­lo? .. Dios está en ti"». 2 No fue más positivo el epicureís­mo. Y tampoco los cultos mi.s1~os contribuyeron a que laoraci6n recuperase el lugar perdido.

El advenimiento y la expansi6n del cristianismo cam­biaron radicalmente la situaci6n y la oraci6n se convirti6 enpráctica generalizada, aunque su calidad no siempre estuvieraa la altura de una fe genuinamente cristiana. Pero no manten­dría indefinidamente.un lugar indisc~!iQ.o. El ~º!!-ª!!~mO yel e?~i!h'i~1!19 resucitaron viejas objeciones. Partiendo de lanegaci6n de la personalidad de Dios, se lleg6 a la l6gica de­ducci6n de que toda oraci6n es irr~"cLQ!)al, sin otro efecto quee~ubj~J.Y0 que se produce en la mente del orante. Influy6en el arraigo de esta convicci6n negativa el menosprecio deKant -pese a su teísmo- hacia la práctica de la plegaria, porconsiderarla antifilos6fica. No menos negativa fue la teologíade Schleiermacher, teñida de pantel~!!1.2. En su opini6n, todaidea de que podamos influir en Dios debe ser firmementerechazada. «La única actitud ante el Altísimo que nos es per­mitida es o gratitud o ~~~c!Qn. Puede haber gratitud porotorgamientos pasados y simple aceptaci6n de todo lo queestá determinado para nosotros; pero la Iglesia no debe in­troducir ninguna petici6n en sus oraciones. »3

Lo pretendidamente superfluo de la oraci6n sería enfa­~za~o por un. ateísmo arrogante, convencido de que es~­~ano exclusI'yO de la verdad científica. Para Marx la oraci6nera una ~n. Para Freud, una ilusi6n .~m~_~lQ.ria. Ennuestros días piensan muchos que el progreso formidable enlos campos de la Astronomía, la Física, la Biología, la An­tropología, etc., hace innecesaria la «hipótesis de Dios». Con

2. 1. Jeremias, Abba, el mensaje central del NF. Sígueme, 1981, 75.~:it, por H.R. Mackintosh, Types 01 Modern Theology. Fontana, 1964,

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una concepción totalmente materialista del universo, puededarse a Dios por definitivamente muerto. Ante este hecho,¿qué sentido puede tener la petición a un padre inexistente,simple proyección psicológica de un anhelo humano?

Hoy, tras la turbulencia causada por las teologías de la«muerte de Dios» y de un «cristianismo sin religión», diver­sos movimientos teológicos siguen desvirtu3.!1P0 el verdaderosentido de la oración, que frecuentemenfé-queda reducido asimple meditación o, por el contrario, se transmuta en accióncomo efecto de unae~piril:!!ªHdad secu!ar. En algunos casoses ambas cosas a la vez: reflexión y acción. Esto se observa,por ejemplo, en la Teología del¡Í-Liberación. Juan Luis Se­gundo define la oración como ~Jl~~iºll.Y.ª~J:tula respectoa lo que pios está haciendo en la historia. Postura análogaadopta Dorothee Solle cuando habla de «oración política»,refiriéndose más al compromiso político-social que a la ado­ración y la súplica. Para la teóloga alemana resulta imposibleorar «en un mundo deshechizado ante un Dios que ya no pue­de ser concebido comoüñ-ser~bjetivamente situado frentea mí».4 «La oración sirve a la actual COnf!enci~ristianacomo sucedáneo. Cuando el capitán de.l barco, en uri--Iñ-ó­mento aeSUiñó peligro, dice: "Lo único que ahora podemoshacer es orar", se le escapa al capellán la exclamación: "¡Atal extremo hemos llegado!". El chiste muestra exactamentela situación del mundo moderno: Dios es colocado allí dondela inteligencia todavía no ha llegado; la oración sobrevive allídonde nada puede logra~ con nuestro poder. En lugar dela acción autónoma, profana, responsable de sí misma, endetenninadas situaciones límite se coloca la oración comoilusión, como evasión,-oomo- acción sustitutiva de una ac­tuación eficaz para la que falta el.poder o la voluntad».5

4. Cito por TIteo Sorg, Wenn ihr aber betet, Kreuz Verlag, 1973, 14.5. D. Solle. «Gebet», Theologie für Nichttheologen. Stuttgart, 1966, 102.

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Pero pese a la fuerte influencia de éstas y otras corrientesde pensamiento teológico, millones de creyentes en el mun­do entero siguen dirigiéndose diariamente a Dios con la mis-

o ma convicción coOresada'por el salmista de antaño: «Tú oyesvla oración» (Sal 65'2) A 'ó h 11 ----...------;..-:.- ..\'-.'.-_:._ . esa persuasl n an egado pon~l

conocimiento de la revelación divina depositada en las Sa­gradas Escrituras.

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La oración a la luz deltestimonio bíblico

Desde el principio aparece la oraci6n en la Escritura comom_ll!l!festaci6n de una relaci6n personal del hombre con Dios.Para efcreyiñie-Diosnoes-una-abstracC1Óiififosonca;noesel «Absoluto» o el «Infinito». Es el ~ª-l1Q! y sos!..~neg~r deluniverso, pero es también u.nJ2jj).s$~Jm.al que, en su sobe­ranía, ha querido mantener un .Yfn9JJ.~.2jal de relaci6ncon el ser por él creado a su imagen y semejanza.

Este hecho muestra la incomparable dignidad del hombre,criatura única en el mundo capacitada para vivir en comuni6ncon Dios. En esa comuni6n habría de descubrir que elCreador es un Dios trascendente, pero no_~~~!.o niJIl_<1!­~~Jl~ pues ~n<t~_scien.ge a un plano en el que el hombrepuede encontrarle y hablarle. Tal posibilidad subsiste aundespués de que el pecado arruinara moral y espiritualmentea la humanidad. El Dios de la Biblia no es solamente el Diosde la creaci6n, sino también el Dios de la redenci6ñ;de1areconclltaci~ny de l~~-º.!!!lJniºnreStaura.da:-Tfás la·carda-deA"-amr,seguirá Dios hablando, en espera de resp!1~~ta huma­na. y esta respuesta debe manifestarse no en palabras pro­nunciadas en situaciones esporádicas. Debe ser el testimoniode una relaci6n persisten&1?r~..sidiwLpor-Ja...confiaD~ª_y_la

gratitud. No ha de limitarse a hablar a Dios; tiene~ hablarconDios, coram Deo, CªJCl -ª-.C-lLI1LC-ºILé1.. -. _---

. En esa relaci6n-Oios toma la iniciativa. Es ~_paJabra laque inspira las palabras de quien le escucha. Siempre la

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oración. en .la. ªil:>liaJiene s\j origen. en la palabra de Dios.As{sé-Püne de manifiesto en la experi"e-nCia 'delospattiarcas,de los reyes y los sacerdotes, de los profetas y los sabios deIsrael. Abraham oro, intercediendo por Sodoma, porque an­tes Dios se había manifestado a él como «el Juez de toda latierra» (Gn. 18:25). Jacob suplicó la protección de Dios por­que Dios había hablado a sus padres Abraham e Isaac y tam­bién a él mismo con promesas de bendición (G. 32:9-12).Moisés dialogó con Dios y oró a él os.ªd~~Il!.e porque Diosse le había revelado como el eterno YO SOY Ycomo el Diossoberano que en su gracia redime a su pueblo (Ex. 3). Samuelfue un hombre de oración (l S. 12:23) porque muy tempranoen su vida oyóJiLYºLde-.D.iQs y respondió: «Habla, Señor,que tu siervo oye» (l S. 3:10). Fue la palabra de Dios y eltestimonio histórico de su fidelidad 10 que inspiro a Davidsus más bellos salmos, auténticas oraciones de alabanza ysúplica. Lo mismo puede decirse del resto de los salmistas,de profetas como Jeremías y Habacuc, de figuras públicascomo Daniel o de los autores sapienciales, quienes veían en~..9raciQn.de] juste> -<>idor y hacedor de la Palabra de Dios­algo en lo que Y@yéh se deleita (pr. 15:8)....~ La palabra de Dios llegó a Israel por una doble vía de re­

velación: el oráculo directo y la historia. Lo que Dios había~Q...a patriarcas, reyes y profetas y 10 que Dios había he­cho (el éxodo de Egipto, la conquista de Palestina, etc.) pro­porcionaron al pueblo escogido un conocimiento de Dios delque carecían los otros pueblos. Yahvéh no era una divinidadlocal, o regional entre otras, más o menos identificada conlas fuerzas de la naturaleza, ideada a imagen y semejanza delhombre en sus sentimientos y reacciones. El Dios de Israel,único, es el Creador de cielos y tierra, todopoderoso, sobe­rano, perfectamente justo y misericordioso. Es un Dios tras­cendente, pero también un Dios atento a cuanto acontece enel mundo. Su presencia ysu mtervenci6nse-hace"il--pareñresen e.!3cae~[histórico de todos los tiempos. En sus juiciosretribuye a hombres y pueblos según su maldad; pero reitera

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una y otra vez que es un Dios «lento para la ira y grande enmisericordia». 5.!L.P!ºm~ito predominante no es condenar,~_~Y-ªt Ese propósito se expresa en una -admiráblé--de­daración profética: «Deje_~U!!!pfº__S.!Lf,~i_noJ el hombrei!:1i~~Q_s.!!.~J2~JIS-ªº!i~m_Q.S__LY!1~lyªse ..ª. XªhY~~b-,--eLcj¡_ªrten­d~~í .<;_º-mpasiºn.J1e_él...Lªl1u~stm __Dio~.e1_cuaLser.á_aroi>f¡0e.I!~IªºnªI.~ __ (ls..55.:1).

El conocimiento de este Dios animó a los israelitas pia­dosos a dirigirse a él en oración, reverentemente, pero tam­bién con una COI11}[email protected]. pues Dios era su «roca», su«amparo y fortaleza», su «luz» y su «salvación». En elAntiguo Testamento la oración tiene un elemento de lógica.~LRios _€!§__ g\!i~n es. si -Sllcre..Yela.ció...n_.ate.~J:Wª .~_p<><l~r y:ti_del,i~~~~si invl!'i a º\JSf~S.!l ~fQ~lf9»,a invocarle en el díad.(~éW-ID!s1iik.e1camino-queda,expedita.PaIa.Jl-ue él~~y~n­te s~~~~t:9!!.~-ª_~!YE~~~ ..~º-S_lLQf.e~.~nciªJ~..fw..&a§.que

~~:~_~~¡tnati()jkd;~~~-·~~.-}f65:~-i~~a~~%~:~fuerte convencimiento íntimo: «ªJ?jQ~}l1Jº._Qle_oir.~_lMi.

11lNo faltaban ejemplos históricos que alentasen esta con­fianza. Las experiencias de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés,Josué, Ana, Samuel, David, Ezequías, Elías, Jeremías y demuchos más atestiguaban la realidad de que 'piº§__º'y~__'ycontesta a CJl!L~Qes le invocan de veras (Sal 145:]8, ]q).

Todo ello explica que la oración se convirtiese en Israelen práctica habitual, tanto a nível individual como colectivo.En el transcurso del tiempo llegó a regularse con normas bienestablecidas, entre ellas la de observar tres momentos diariosde p!egari~. «Tarde, J!1añ~a'y mediodía. oraré-y_..clamaré.. yª-Olrá mLY~~»_LS-ª.!~_.5~-=17).Esta costumbre, que proba­blemente tuvo su origen como complemento de la recitacióndel shema judío (Dl. 6:4-7) dos veces al día (<<al acostarte yal levantarte» -v. 7), pudo degenerar -y de hecho degeneró­en práctica rutinaria en la experiencia de muchos judíos; pe­ro también fue testimonio de la riqueza espiritual de no po­cos espíritus piadosos. Recuérdese a Daniel, por ejemplo

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(Dn. 6: 10). De un modo u otro la oración vino a ser el sig­n~B1áuJj~imi~º_~_la,_reljgiQsi~ª¡:{J~,d!á.-Como -afirmara1.Herrmann, «escribir la historia de la oración en Israel equi­valdría a escribir la historia del pueblo israelita».l

Cuando en el avance histórico llegamos a los tiempos delNuevo Testamento. advertimos el hondo enraizamiento queen la vida comunitaria de los judfostuvo-la'-oradóri~'frecuen­temente expresada en las formas litúrgicas usadas en la si­nagoga. Se mantienen las lJQt:.a.§,n~§.fr.i!ª§ para su práctica(Hch. 3:1) y aun entre los QrQsélitQll de otros pueblos secelebran cultos de oración (Hch. 16:13). Sin embargo, 10 quehabía de ser ~pr~&ón.z~mtinadepie.óad~Jr:Qf9 en muchoscasos en mera recitación mecánica e incluso en abominableexhibiciónreIrgÍosa:-en'ñ1áscaT; de hipocresía que ocultabalas-íriáifsoididas-intenciones (Mt. 6:5; 23:14).

Es en este contexto que las enseñanzas de Jesús y la prác­tica de la Iglesia apostólica relativas a la oración significanno sólo la recuperación de su verdadero sentido. sino un in­menso enriquecimiento.

Lo ensefl.ado por Cristo es fQ.rroborads:> por su propioejemplo. ~a oración ocupQ un lugar de la mª~iIIl~i!"~r­

~~o.No es mucho lo que los evangeliosnos dicen acerca de este aspecto de su vida; pero es suficiente.El Hijo se dirige al Padre con jaculatorias, de modo espon­táneo, siempre que la ocasión 10 requiere (Mt. 11 :25-27; Jn.11 :41, 42), en cualquier momento o lugar. Pero además pasanoches enteras orando (Mt. 14:23; Lc. 6:12; comp. Lc. 9:28).No nos es dado ~net!]! en la intimidad sacrosanta de larelación Cristo Hijo-Dios Padre. Jamás podremos sondear elmisterio inherente a esa relación, pues Cristo noerawla­mente hombre, sino el Dios-hombre. Sin embargo, ahí tene­mos el testimonio de lo,s evangelistas: Jesús oro como jamás,antes o después, ha orado ser humano alguno. Su oración no

1. Enciclopedia 41 Mundo Btblico. Plaza y Janés, n, 298.

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es la que pudiera elevar cualquier mortal. Es la oración delRedentor, del gran Sumo Sacerdote que intercede por elgrupo apostólico y por cuantos creerán en él (Jn. 17), comocorresponde al Mediador único entre Dios y los hombres(l Ti. 2:5).

Nadie como Cristo ha comprendido el valor de la oración.Era natural, pues, que instruyera a sus discípulos en cuantoa su naturaleza y contenido, sus requisitos, su alcance yeficacia. Y ellos, que habían sentido la necesidad de tal ins­trucción (Lc. 11:1), aprendieron las lecciones de su Maestro.La oración vino a ser distintivo sobresaliente de la primitivacomunidad cristiana.

Ascendido el Sefl.or a su gloria, los componentes del gru­po apostólico «perseveraban unánimes en oración y ruego»(Hch. 1:14). Con el mismo espíritu-los hallamos reunidos eldía de Pentecostés (Hch. 2:1). Asombrosamente multiplicadaaquella primera congregación con la conversión de tres milpersonas, la perseverancia «en las oraciones» fue una de lascuatro características esenciales ge la iglesia (Hch. 2:42). Loscreyentes participaban en las horas de oración en el templode Jerusalén (Hch. 3:1); pero también oraban en el aposen­to alto (Hch. 4:23) y en lugares privados (Hch. 10:8). Re­currfan a la plegaria ante la persecución (Hch. 4:23 ss; 12:5,12), ante importantes decisiones ec1esiales (Hch. 6:6), aliniciar obra misionera (Hch.. 13:3), enhoras de dolor (Hch.2:36 ss).

Obviamente los casos expuestos por Lucas en Los He­chos de los Apóstoles no son sino ejemplos de una prácticahondamente arraigada en la Iglesia naciente. Los motivos entales casos tampoco son exhaustivos. La Qración no es el me­dio ~-ª preselltar a Dios S-Ókl algunas necesiºª-de~ul~!ermi­

Pª.<.t-ª~-=-IººQ..QQdíé!J'debía ser inc1uidoen ella: las carenCiasteIll~ralesL~~~~SPír!~u~!~~;I~=i!1§fvidulues ylas-comu­~~.!i. De acuerdo con lo ensefl.adopor Jesds-en--'erPadfe­nuestro, habrían de ~!L_~~_Lnan nuestro de cada día»;podrían solicitar auxilio en la aflicción o en la enfermedad-----

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(Stg. 5:13, 14); pero ~ambién habrían de ~plorªrel perd6n(Mt. 6:12), abundanCIa de aIJior (Fil. 1:9), de conocimientoqe la voluntaodivipa'«en toda sabiduría e iIÍteligencia espl­ntual» (Col. 1:9; comp. Ef. 1:15 ss) y fortaleza interior (Col.1:11) para una más íntima comuni6n 'con Cristo (Ef: 3:14­19). Así Dios cumpliría en ellos «todo propósito de bondady toda obra de fe con su poder» (2 Ts. 1:11).

Por otro lado, la plegaria no se limita a peticiones surgidasde necesidades de toda índole. Incluye la acción de gracias(Fil. 1:6; Col. 4:2) por las bendiciones ya~iecibidas,la ad(J­!ación (I}ch. 4:24), tan inspiradamente expresada en lasdoxologías del Nuevo Testamento (Ef. 3:20, 21; Pil. 4:20;1 Ti. 1:17; 6:15, 16; Jud. 25; Ap. 1:5, 6; 4:8-11; 5:13, 14;19:1), 1(1 confesión de pecad.o (Hch. 8:22) y la .imercesión(Ro. 10:1; 2 Co. 1:11; 9:14; Ef. 6:18-10; Fil. 1:19; Col. 1:3;4:3; 1 Ts. 5:25). Esta Q!Oftlsi6n de motivos multiplica los~stímul0s. para la oraci6n y la enriquece.'

Naturaleza de la oración cristiana

Es iluminada por una palabra, el nombre especial con quese invoca a Di<?s: PADRE. Tendremos ocasi6n de considerarel significado y las implicaciones de este término en la in­vocaci6n inicial del Padrenuestro. Aquí nos limitaremos adestacar el e~~nto nuevo que Jesús introduce en la relaci6ne~tre ~ios y los d1sCfpuloi Los MÍ9-~..Y~Jan en Dios al Padrehlst6nco de Israel, pero no en el sentido ínqmo -y¡ir~naI:Por eso, al orar, generalmente no usaban el vocativo hebreoabi (padre mío). Inv-º.cabª-1!Jl Dios con las expresiones «Seflormío», «(mi) Dios» o, e!1 algunos casos, «Dios de mi padre»;pero sus .m:~~s «no contienen ningún equivalente de esta pa­labra de Jesús: "Yo te bendigo, Padre, Seflordel cielo y dela Tierra" (Mt. 11 :25; Lc. 10:21)>> (J. Jeremias).

<:risto introduc~ c-º!!-realce am~s inusitado el aspecto máss~bhme de la orac16n. A partir de ahora, el creyente se diri­guá a Dios no s610 como al todopoderoso ayudador de cuan-

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tos en él confían y como Seflor digno de suprema alabanza.~~1::>lará con él como un hijo con_~~~~, ~nnmiólJ tanÍI!!!I!!.a_~~~~º-~gQ~ºSª;,~9º_~~tQY,hUIllilclªcl~J~º- cOP. li­~~.aºf:i:!1~'!1: y con la seguridad de saberse oído aun cuando~.yº~_~~ª_~~!i~:sr~~ple balbuceü'·oomo·'el del'mno~ que em­pezaba a soltar su lerigiJididendo en arameo: abbá (papá).Qentro_<t(U~.~tª-~sfe~._~~i$_toda clase de oraciones: ello~r, la acción de gracias, la petici6n;Tá intercesi6n, la Jacula­tona, todo ello expresi6n del sentir del hijo convencido de1~~_~~º~i.ª_ª-ID_o!"t?,~ª_º~_!;!!.J>_~gre_~!~~!i.~ y de su constanteC~l<!~ºº-,.Ante él, ~Iªº~ ~ljstiaI!9:no perderá de vista queestá mvocando a un Dios santo. En todo momento será cons­ciente de sus imperfecciones, debilidades y pecados, pero noperderá el santo atrevimiento de acercarse al Altísimo yabrirle su coraz6n. ¡Es su Padre! Tenía raz6n E. Brunner alescri.bir que «2rar. e~JºJ.!1~_º~.ªº~J'_~.E!,i~o tiempo l() máshum~Iº~_.9!!.~,el hombre puede hacer». ... ..._-, ."-.Pero ¿c6mo.es·posibfe qile-un ser humano llegue a rela­

CIOnarse con DIOS en un plano tan elevado? Obviamente anin~ con?C.edo! del Evangelio se le ocurrirá pensar que tanglonoso.pnvl1egIO se debe a ningún ~1lum.aoo. No esqn premIO a buenas obras. fervor o ~rsistencia en la oraci6npor parte de quien ora. Los hijos de Dios no son engendra­dos «por voluntad de carne ni por voluntad de varón sinode Dios» (Jn. 1:13). Y la voluntad de Dios ha determinadoque sean hechos hijos suyos todos cuantos reciben mediantela fe a su ~i~o Jesucristo (J~. 1:12). Éstos experimentan unnuevo naCImIento por la acc16n del Espíritu Santo (Jn. 3:3,5, 6) y son «adoptados como hijos de Dios... conforme albeneplácito de su voluntad» (Ef. 1:5).

Todas las bendiciones que Dios nos concede, incluida lade nue~tra adopci6n C<?m~ hijos, d~pende de nuestra·Q2~.icil,j!1

«~~ Cns!Q..», como se mdlca ~larfslm~ en el primer ca­pítulo de la carta de Pablo a los Efesios. Fuera de Cristo, nadie~ede pretender el derecho a ser oído por Dips. Es cierto queDIOS, en su infinita misericordia, ha escuchado las súplicas

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hechas en momentos de angustia por personas que vivíanlejos de él. Esta acción compasiva de Dios, sin embargo, noes 10 que en buena lógica cabe esperar en la experiencia dequienes no están unidos a Cristo.

Pero ¿qué significa estar «en Cristo»? La respuesta es har­to sencilla. «E-Sla.r».en erisULes pennanecer unidos ª.éle!1u_~ªrela(;iº!Lyi!~.Es la relación del discípulo con su maes­tro, del siervo con su sefior, de la esposa con su marido, delcuerpo con la cabeza. Jesús misro.o ilustró esa relación me­diante la doble metáfora de la vilía y los pámpamos (In. 15:1 ss). La unión de sus discípºlQs con éL~sde tal naturaleza,tªºJntill1a_Y~fiCª1;~qye.lª.yirtud Y.el pQd~r:·desu~spíri~1}~yen.alespíriW de ellºs~apa~itándolos PélI1lllevar frutoque glorifique al Padre (In. 15:5, 8). Así vivificados por la«savia» de Cristo, los creyentes permanecen en él y laspalabras que él les ha dado permanecen en ellos iluminandoy modelando su vida. Y es entonces cuando se abren de paren par las puertas a la oración con sus ilimi!.a~~.-PQ~i.Qi­

lid~~!s; «~}·Jlla.J1ecéis.enmí YJllis pal.ab!-a~~fIllan~ce~en vosotros, PEDID TODO LO QUEQUERAIS y OS SERAiI.ÉSªº~(JIl. t5:_1). .-

Por supuesto, esta promesa de Jesús no es un taliSE'l~queel creyente pueda usar a su antojQ para lograr la r<?ali~ªfiQ.n

4e ~~~s s!!s"~~eos. No podemos ~~la segunda parteda versrculo (<<pedid todo 10 que queráis y os será hecho»)del factor condicionante de la primera: «si permanecéis enmí ymis--plilabras"pe-nnanecen en vosotros». plgt:'!J:U:>.Qº~rde la oración está subordinado a la identificación con Cristo,de-moaotaI5J!1~."~1janª§-e(~~~te -plde-aigo-·s·~=p~~uiX>Pe<il!.~º~a_º~!!!od~ análogo a como lo haría CristQ_g estuYieIaeº.§!1.!~ar. A esto"eqmvaIe,COmo veremos, la frase repeti­damente usada por Jesús: «Todo lo qt!e..r>idáis en mi nombre»(In. 14:13, 14; 15:16; 16:24;24"j:-De eSie-mc)dO-Ia"orncióñno ess61oÚnQ.trvnegloy-uiia/bend~i~!!; entrafia también una~nsabilJºª-<!. Perder de vista este aspecto esencial puededesvirtuar la naturaleza de nuestras preces, haciendo de ellas

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s.imple expresión de des~s eJC~siYaIJ-l~ntehumanos, quetienen como ~mmnll~strapr:opiaexaltaci6ii YIWestro bien­eS~!_!e.mPQral..más.queJ-ªYoIYI1tªº YJª~g~ºrta de-biC)s'- Ental caso poco .0 ~a~a cabe esperar de ellas. CorÚenguaje tre­mend~ente InCISIVO expuso Santiago esta verdad: «Pedís yno reCIbís porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites»(Stg. 4:3).

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Requisitos fundamentalesde la oración

En la Biblia entera, pero sobre todo en el Nuevo Testa­mento, aparecen claramente las características que distinguenla plegaria agradable de Dios. Cada una de ellas exigiría uncomeñtiii1o más amplio de 10 que este espacio permite, perolas exponemos resumidamente.

1. Conciencia de nuestra necesidadPrimordialmente se trata de 'nuestra necesidad de Dios

mismo. Como el salmista, todo creyente debiera poder deciral Sefior: «Fuera de ti, nada d~~eo enJa_ tierra)d§ª,,:._:u.~~5).

No significa este texto que el anhelo en éTexpresado excluyanecesariamente todo cuanto no sea Dios, sino que ~~~beocupar lugar prioritario en nuestra vida, pues es la fuente detodo bien. No podemos olvidar quemucho más importantequ~1~_~!!-cE.(;io~e~__~~_Q_~~_es ..~!!?j-ºIº~J~ .~ri.d.I~Io.ii~~.~mos satisfechos con él ann en situaciones de privaciónterrenal es evidencia de madurez espiritual y el mejor caminopara superar cualquier tipo de frustraciones.

Pero también debemos ser conscientes de los innume­rables problem~s, c.2.-nfl~ctos y ~~.§_~º_ª~es, tanto t~mp<Jrªl~

como ~!º!.tlales, que ponen al descubierto 10 li"!i!~<!<>. ..~e

~:a~~ifiAi*~~i\~~1irt~TI~i~~!~~J~º~lÜ~~h;~:~~~Con' sus propias fuerzas, en las luchas de liViaa,mucnas

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veces saldrá derrotado. El creyente 10 sabe; pero es precisa­mente el conocimiento de sus limitaciones y de su necesidad10 que, como ya hemos sefialado, le impele a buscar a Diosy a depender de él. En palabras de !?..:.../\JIllbbarg: <1.ª ºraci~nes nuestra Declaraci6n de Dependenciadepjos».l Así 10 en­tendieron los salmistas del Antiguo Testamento, quienes, im­potentes ante la adversidad, buscaban esperanzados el auxiliodivino. «Aunquejifligid.o yQ .. y Jl,e-Cesjtªdo, Yahvéh pensar~

en mí» (Sal. 40:17). Y así 10 entiende el cristiano.""--.. ..

2. En el nombre de Cristo

Seis veces, en su discurso de despedida, indica Jesús a susdisclpulos q~e 10 que pidieran al Padre debían hacerlo en sunombre (Jn. 14:14, 26; 15:16, 21; 16:24, 26), evidencia ine­quívoca de la importancia de este requisito en la oraci6n.Ello no puede sorprendemos si tenemos en cuenta 1Q-º~(;1siYo

que el nombre de Jesús es en el plan salvífico de Dios.El valor insuperable que el Nuevo Testamento otorga a

la denominaci6n de Cristo está en consonancia con el con­ceptoque losjiidfostenf.mdel nombre de una persona. Segúnese concepto, enraizado en el Antiguo Testamento, el nombrepropio era más que un medio para distinguir y designar a unhombre o a una mujer; en muchos casos expresaba 10 esencialde la personalidad o alguno de sus rasgos más acusados. Estehecho se hace patente en las Escrituras veterotestamentarias.Cuando se usa el nombre de Dios (shem Yahvéh), éste esindicativo de la gloria de los atributos divinos, del ser mismode Dios en toda su magnificencia.

Así es también en el caso de Cristo. Jesús, en hebreoYehoshuah, significa «Yahvéh .salYa~ o «Yahvéh es salva­f!Q!!.». La raz6n de que sedlera este nombre al hijo de Maríaes indicada por Mateo: «Por~~. él salv,!~,!_su 'p'ueblo-º-~_~s

pecados» (Mt. 1:21).

1. David ABan Hubbard, Teach us to pray, IVP, 1983, 13.

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Por supuesto, la obra salvadora de Cristo incluiría muchomás que el perd6n de los pecados. A esta bendici6n se unela ~~tau~~i6n deLpe~<!{).~_~<!o~ la comuni6n con Dios en un~nº--º~].~L~cl.ºI)_Q~t.~}:!!2ªliai,JªjJ()_~~~s!~ñ"deuna"ñueva-na­ty"~~le~-ª_~~l'JrjtY'!1_ªºqll!!1ºa._~!!-_~a experienCia -de "urinuevonacJ-;II11eD!º On,3:3>"~;.2 P~1:4)LJa~H~racI6il."JlerP9(feres­C@Yl~aI1te delpe;cado.(Jn..&:32__36~.6:14 ss), clinicioj¡e@li"vl~a<!eplel1ltud (J11' 7:37,..3.ª1_.eldºn del Espf.rituSanto(Jn._}"~:}(j,2();16:13-15; Ef. 1:13), lavictoria sobre todos losp()º~Jes".m'!1igº-º~jM~:J.º:1! ·_~;J};2.2~~O}y)ii¡(la eterna(!.º: 3:15, 16; ~:24), incomparable tanto por su calidad~~-mopor su ~rennidad. _ .....~

Todos estos-elemen~os de la salvaci6n se hallan implíci­tos en el nombre de Jesus. Y lo están de modo exclusivo, pues«n..9 hay ~tro nomb~ad{) a 10-ª.Jlombreukb¡ijo.Jiel cielo.ene! cual podam~s s~r salvos» (Hch. 4:111.tn.la expenencla de la comunidad cristiana, el nombre de

Jesucnsto sería no s610 el centro luminoso de su fe, sino elsecre~o de su poder (Hch. 3:6, 16; 4:10), la fuente de todaautondad (l Co. 5:4), el manantial de inspiraci6n para laalabanza (Ef. 5:20) y para la acci6n: «Hacedlo todo en elnombre ?el Sefio~ Jesús»J_~ol.:...l:l7).y eñéí--deSCansa-"ple­namente la confianza del 9rante cristiano, pues sabe que«el ~om?re que es sobre todo nombre~i1. 2:9) implica laplerutud ~e autoridad que- ~l Padre ha otor~do a SitHijo-yla. eficaCia total d~ su obra en calidad de. Mediador entreDlOS.J'Jºs h9mbres-:-Eñ palabras de Emin3-runñer, Q!§toes«~!!.daI!!~!!.~º!Jªjy-~tifj.~1l_Gjº[D~JªJegitimación.denuestrasoracIOnes».2 . "---

- Sin la mediaci6n de Jesucristo, la santidad de Dios vedaríanues~o acceso a él. Nuestros pecados constituirían uñai)i:rrera mfr~!!.~~le para llegar ante su trono. Nuestra propia

2. E. Bru~er, The Christian DOCtrine o[ the Church. Faith and theConsummatlOn. Dogmatics, m, Lutterworth Press, 1962, 329.

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conciencia<ie indignidad paralizaría todo intento de aproxi­miciÓñ a Aquel ante quien los serafines cubren sus rost.rosy dicen a voces: «Santo, santo, santo es ~ahvéh de los eJér­citos; toda la tierra está llena de su glona» (Is. 6:3). y nocabría por nuestra parte otro pensamiento que el ~xpresadopor Isaías en la exclamación que la contemplacIó.n de talgloria arrancó de sus labios: «¡Ay de mí! ... hombre mmundode labios» (Is. 6:5). De labios y de corazón (Mt. 15:18, 19).Pero «~~_~º_M~iÍj_ªººt~ntre ºio~.y 10$ ~9~b~s: Jesucristºhombre» (1 Tim. 2:5). Por su obra propIcIatona en la cruzsomos perfectamente justificados y santificados (Ro. 3:24­26; 1 Co. 6:11), y, además, él actúa como nuestro abogado(1 Jn. 2:1) e intercesor (Ro. 8:34; He. 7:25; 9:24), co?10

corresponde a su ministerio de sumo sacerdote estableCIdopor Dios mismo a nuestro favor (He. 8-10). Es sobre la basede estos hechos que el autor de la carta a los Hebreos hacea sus lectores la más alentadora de sus exhortaciones: «Asíque, hermanos, tl?~do enterª-~!!>ertª<i..Q.3.!-ª_~!!!I:~.e_I!~~.Lu­g~-~~-!o. por .1ª_~~g!!..<i~~~~.\l_c!L~to, por el cammo nuevoy vivo qüe él abnó para nosotros a través del velo, esto es,de su carne, y teniendo un gran sac~rdote sobre la casa d.eDios, acerquémonos col!.5QIazó!L_~!nceroL en pl~Ilª_C~I!!­dumbre de fe-:-:-~~e. 10:19-22).-Con esta libe~dycon esa~rtidumQre, el creyente elevaa Dios sus plegarias en el nombre de su Salvad~r, cuy~sméritos infmitos las respaldan. Como decía AmbroSIO ~~ MI­lán, Cristo «es núestra boca, por la cual. nos dirigimos alpádre; nuestro ojo, por el cual vemos al Padre; nuestra manoderecha, por la cual nos presentamos al Padre. Sin ~u me­diación, ni nosotros ni ninguno de todos los santos tiene lamenor comunión con Dios».3 Orar en el nombre de Jesús..eshacer uso de una sacrosanta iñffiiencíii-~rca(ferAI!íiímo.

Pero esfc)no'puede hacerse a la ligera, con una mentalidad,_.~._-_.... _._--- -_.--"'- .__.,_..~ ._ ..•_.•..-_-._..-.. _- .. _. _._---~ ...

3. Cito por Calvino. Inst., XX, 21.

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impregnada de reminiscencias mágicas. Pedir algo en el nom­bre de Cristo no significa af'i.adir rutinariamente al final de la<2@E!º-I!J-ª-L~~_~<..T~Jº_.~@!icoiº~ºQ!ic-ª-rnº~ en el nombrede..JesÚ~, como si' estas palabras aseguraseñ~ereCtibl!­mente la obtención de lo demandado. Esta creencia tendría_._------_._---:--_._------~

más de paganismo que de cristianIsmo. Como hizo notarHans Bietenhard, «1os papiros mágicos están llenos de ex­presiones que muestran confianza en el poder y eficacia delos nombres ... Si un hombre pronuncia el nombre de un diosy luego pide algo, lo pedido se cumplirá por haber pro­nunciado dicho nombre».·

Ninguna ensef'ianza del Nuevo Testamento da pie para tanvana esperanza. Orar en.e1nomb~_(l~Jesús sólo tiene sentidoverdaº~Iº-..u!l~acia ~~ando, comº ya-~~os-iI!dicado~!iosidentificamo~_con Cristo de modo tal que su voluntad vienea¿er nuestra voluntad; cuando nuestros supremos iñteresesson los intere.ses..de..su..ReinQ; cuando vemQ.s toJJº_cuaiiiO~on­

ciern~ a_I!uestra vigª'-ªJlºest~ ..Q~uns1l1!!f.i~.!.!1!1~~trl!Sn~~!.º-ªª~~I).lª~~ctiva de los propósitos del Padre ala luz de_ su f.al.!lbra. Salimos (leiSte marco-es-exPOnemosa profanar el santuario de la oración. Dicho de otro modo,y para resumir: no podemos~ el nombre de Jesús~iciones que él jamás habría hech9. Estampar ese sello-ronuestras oraciones implica el sello de su sef'iorío en nuestramente, en nuestros sentimientos, en nuestras decisiones, enla totalidad de nuestra vida.

3. FeDesde el punto de vista bíblico, la fe es primordial en la

oración. El autor de la epístola a los Hebreos afirma enfá­ticamente: «~~~j!!1.PQ~i!?!~r~ a Dl9.§!..n:!~_..JJ~~y no son menos expresivos otros textos del Nuevo Testa-

4. TheologicaJ Dictionary 01 the NT (Kittel). Eerdmans, V. arto «6noma»,250 S.

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mento. Mateo nos transmite una declaración Jnequíyocª- deJesús: «De cierto os digo, que si tenéis fe y no dudáis, nosólo haréis esto de la higuera [secada por la palabra deCristo], sino que si decís a este monte: "Quítate de ahí yéchate en el mar" os será hecho. Y todo 10 que pidáis en ora­ción, creyendo, 10 recibiréis» (Mt. 21 :21, 22). Estas palabrasvenían a ser una ratificación de las dirigidas al centurión deCapemaúm: «Como creíste te sea hecho» (Mt. 8: 13). San­tiago, refiriéndose al hombre carente de sabiduría, escribe:«Que la pida a Dios... , pero pida con fe» (Stg. 1:5, 6). Esque los logros de la fe, comose-atestiiua en Hebreos 11,pueden ser ilimitados.

Este requisito -la fe-, a la luz de los textos apuntados,puede parecer difícil. No todos los creyentes somos capacesde confiar, a semejanza de Abraham «en esperanza contraesperanza» (Ro. 4:18-21) cuando las circu!lst~cia~~n ad­versas y no se ven c~i!l-º~ de s.~i<!; A menudo, el creyenteexperimenta que 10 predominante en él no es la confianza,sino el temor y la duda. Calvino, buen conocedor <re1a-nafil­raleza humana, fue bien consciente de esta realidad, «Innu­merables ejemplos» -escribía- «se dan en las Escrituras, delos cuales se deduce que la fe de los santº.LestáJ~..f!!~n­

t~~~!!lezclada co,!}as d~-y-~itada J?O~~llas, de modoque en el~cicio..de la fe y la esperanza muestran, sin em­bargo, fi~º-~de jncred.uli<!ad.»5 Y es precisamente esto 10queSantiago, a continuación del texto antes citado, condenatajantemente: «... no dudando nada, porque el que duda essemejante a la ola del mar, que es arrastrada por el viento yechada de una parte a otra. No piense, pues, ese hombre querecibirá cosa alguna del Sefíor» (Stg. 1:6, 7). Esta aseveración¿no cierra las puertas a la esperanza de que Dios escuche lasoraciones de la mayoría de sus hijos? Porque son -somos­mayoría las víctimas de la duda.

5. Calvino, Inst. XX, 16.

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. ~st~ importante cuestión puede aclararse mediante unadIstmcI~n fun~amental. fu!~tell <los clas~s d.eduda.. Una que1l()~~~~d~.!?I()~.yotra .que,!()s!l~ya aél. La primera acabahundIén~onos en la incredulida~, en Ülrenuncia a la espe­~~ e mclu~o en. la rebeldía. este fue el tipo de duda quemduJo a los IsraelItas salidos de Egipto a la desobediencia.Empezaron preguntándose: «¿Está Dios entre nosotros on??» (Ex.. 17:7). Al aumentar las dificultades, la duda se acre­CIenta y sIembra en ellos una idea fatal: «¿No nos sería mejorvolvemos a Egipto?» (Nm. 14:3). Y, en efecto, aunque lite­ralment~ no regresaron a la tierra de su anterior esclavitud,en espíntu fueron des~rtores rebeldes a Dios. Resultado final:la duda los destruyó. Esta es la duda condenada por Santiago.

En el segundo caso, l~~~aesun acicate.que~l!evealC~~!1~.ª..~\l.s~~.cººmªy-ºL~dorJ.ª.ªYl!ºª _.<!el Sefíor. Éstáfue la expenencIa de Juan el Bautista. En la amarga soledadde ~u enc~elamiento, desconcertado por la actuación deJesus, empIeza a dudar de su mesianidad. ¿Era realmente «elque había de venif», el Cristo, o habían de esperar a otro?¡Pregunta tot:turadora! La reacción pudo haber sido total­mente negativa. Juan pudo haber llegado a la conclusión deque un Mesías J>?deroso: capaz de obrar los más grandes mi­lagros, que penmtía el tríunf~ de la injusticia y no le liberaba,no podía ser ~l Mesías auténtIco. Pero el Bautista no pennitióque la perplejIdad le arrastrara por este camino. Y 10 que hizofue lle.var su duda a Jesús mismo mediante dos de sus dis­cí~ulos (Mt. 11:2 ss). Con toda seguridad, la respuesta deCnsto desvaneció la incertidumbre del precursor. El resul­tado final de la duda fue el fortalecimiento de la fe.

.H~amos en los evang~lios .otro ejemplo nOIll~ºospa­tétIco:, el del padre de un epIléptIco endemoniado. El hombrehabía oído hablar de Jesús y sus prodigios de curación.¿P?dría sanar tam~ién a su hijo? Pero su caso... ¡era tan di­fíCIl! E~ c0Il!prensIble que dudara; sin embargo, la duda no1~ ~a~I~a. El acude con su hijo al encuentro de JeslÍs..Va­_~~I~l.do. Su alma es un campo de batalla entre la fe yIa

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incredulidad. Pero va, y con lenguaje desgarrador exponetanto la necesidad del muchacho como su propio conflictointerior. Con acento angustioso clama: «Si puedes hacer algo,ten compasión de nosotros y aYÚdanos». Jesús le dice: ~.~~puede~c~l', tºdoespºs!ºl~paJ.Cl__~Lgl.!~_~r~. ~ .Al ins~nte,efpadre del muchacho grita: «~Q....Y.eD eI1-ªº2tl11º<1_~__rnlPO­ca fe.» Y Jesús sanó a su hijo (Mc. 9:14-27). hª--º:t!<1_,!,lagran"dosis <le jI1.c~edulidacl m~Z91-ª<l_ª_~º1l1(lJ:~,}!ºhªº!a.I1_§.i:.qºi-~pedimentopara que la oración de aquel hombre tuvles_el!resm!~!ilª_al}slªQ.a. .

Gracias a DjQs. laefic~cia <1~I1!1es.tr~ or.aclon~s I1.0 _c!.e­pende-deía intensidad o de la .pureza de nuestra fe, sino deque, pese a lo débil de nuestra confianza, acud!lIl()s apios,«iLtrono Mlagracia,paf!l_~~~armisericordia y h~ar

~~~~i~~¡~~iin~~%rii()Jfiia-~~;~~~6~~~~s~:r:dbíblica y que sepamos discernir adecuadamente tanto el sig­nificado como los efectos de la fe, de la incredulidad y dela duda. Cualquier idea errónea al respecto puede fácilmen­te conducimos a la confusión..y al de~l!1:!eI1.!O---:.

Lo que llevamos expuesto podría resumirse con una frasedel profesor O. Hallesby: «L~ ese~~a d~e es ir a C~sto,.,

frase que él mismo completa al aftadir: «Esta es la pnmera,la última y la más segura indicación de que la fe está aúnviva.» «Tenemos fe suficiente cuando en nuestra impotencianos volvemos a Jesús... La impotencia-se-oonvférte-en-ora-=ción ~\.landº J1º~J~j!igimos-)~Jes\iS-_Lh-ªºI311]~Jran.fi"y.confradamente con él acerca de nuestras necesidades. Eso escreer~;6 ...- --------- -----------------------------------

- No menos iluminador es lo que el teólogo noruego escri-be acerca de la incredulidad y la duda: «La incredulidad esun atributo de la voluntad y consiste en la negativa delhombre a creer, es decir, el negarse a ver su propia necesidad,

6. O. Hallesby, Prayer. IVF, 1951, 23.

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reconocer su incapacidad e ir a Jesús ... La duda, por otro la­do, es una angustia, un dolor, una debilidad que a veces afec­ta a nuestra fe. Podríamos, pues, llamarla fe dolorida feangustiada, fe sufriente, fe atribulada. Esta enfermedad d~ lafe puede ser ?1ás o menos ~nosa, más o menos prolongada,como cualqUier otra dolencIa. Pero si podemos verla comoun sufrimiento que gravita sobre nosotros, perderá su aguijónde angustia y confusión.»?

.y cuando la fe, pese a todas sus dolencias, nos lleva aCnst~, se r~bustece. ~!.J?..ri_ncjp_aLsecretode.su_ vigori~ª_cjóne.s._~!.':~fQ-;-rnl~rnº--~IL<;.UYº-JlºJJ1bre-ºr.amos::-+..sucomp.a~6ny~lU!l!!llSteJjQ_ de.-intercesjºILª_[ªYºr<1~Jº§~uJ'os(He .. 2:17; j:_~1-:J.º;_Jº~ ~7). Fue esta intervención intercesora 3eJesús lo que salvó la frágil fe de Pedro del naufragiO (Lc.2~:31, 32). Yes su mediación lo.que garantiza~__~~E!i­~nto d~Jod~ sus.p~mes~s ~lativa~~-¡~~o~ón. Asegurala .favorable dlsposlclOñae Dios. «PediréiS en mi nombre~lce el Sefl.or-, y no OS digo que yo rogaré al Padre por vo­sotros, pues ~l Padre 1l!Jsmo O~---E..Qn. 16:26,27). Siendoesto ~í, resulta mucho más fácil confiaren lo-<lidio-por Jesús:«Eedld y se os dé!~,á, !.?-l!~~ªºY.h-ªUilréis, ~ªº)'_s~ºsªbrirá;PQ.f9llejQdº--ªq~~J.~:t!~-P!ºeJJ~-cj~; ~Lqu_eJ)usca,. ba.Üa~i.aj.~lle_ll~a. se l~ab1"!!á. ¿Quéhombre.1layentrevosotms -QUe.Sl_ S!1Jilio lePlde.pan.J~darál1napiedra? ¿Qsi .le pide unpe~~ª<1ºJ~djlr~ !llla.~erpjente? Py~s_-si vosotro~-, ami sleñdon:t'!1()s.s(lbéi~délt:buenas_d~~iv~ a vuesiros hijos:-¿cuáiíto"!ás vuestro Padre que está enJos cielos dará cosas buenasaJº~Jl!l_~~_~U~J'!º~~1! __{Mt.7:1--1l).... - --.. _.-íd~_~L~<!i-<::.!l'!_~.~!!i~.!1.1l!º~deque-..nues.tra._oraci6n serL

o--a;_IlQJ~n_un~ ca.j)acidadde fe extraordinaria.sino.en Jas~

p~e~~º~_!?!~~s~g~~bra_y.!va Ly.!'-'!.ficac,tQta. la cualnos asegura Vida y vlctona frente a todos los temores con­gojas y tribulaciones; incluso frente a la misma mue~. Así

7. Hallesby, op. cit., 24.

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lo entendía Lutero y así lo confesaba: «Esto debemos con­siderar en la muerte, en los abismos, en las dudas. Tengo lapalabra de que he de vivir, por más que me pueda estaramenazando la muerte ... Muerte o no muerte, el Sefior meha prometido que viviré y en eso creo». Este vibrante tes­timonio puede ser asumido por todo c~yen~ no sólo an!elas sombras de la muerte sino en toda SItuaCIón de angustIao de oscuridad. A Helmut Thielicke, la última frase citadade Lutero, «yen eso creo», le sonaba como una d~cisión:«¡Ahora basta! Dios sale responsable de lo que ha dIcho ~,por consiguiente, también de mi fe. Pue~ a mí se,~e obnubI­la todo y en especial mis buenos proPÓSItoS. Lo UOICO se~roes su palabra: "Vivirás". Yo me juego todo a esa carta. DIOSafirma que la tiene en la mano. Por tanto él es el responsable.En su nombre me lanzo a la noche esperando caer en lasmanos de Dios».8

Este salto puede darlo, incluso, el creyente más débil. yuna vez lo ha dado, ¿quién lo arrebatará de las manos delPadre?

4. ObedienciaYa hemos hecho notar que el Dios de la Biblia es un

Dios justo. La rectitud moral preside todas sus. obra~ '! seimpone en todas sus relaciones. Si e~ ~om.bre g~Iere VIVIr encomunión con Dios y gozar del pnvIlegIO de myocarle enoración, ha de hacerlo en un plano de comportamiento moralacorde con las santas leyes de Dios. .- Ya en el antiguo Testamento observamos que la oraCIóndebía ser más que una mera práctica litúrgica. De nada servíahonrara Dios con los labios si el corazón estaba lejos de él(Is. 29:13). Los sacrificios y las ofrendas carecían de valorcuando eran presentados por personas alejadas de Dios y

8.. H. Thielicke, El sentido de ser cristiano. Sal Terrz. 56 s.

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rebeldes (Am 4:4-6; 5:21-25). El culto se convertía en abo­minación (Is. 1:10-14). Esta falsa religiosidad era un insultoa ~ios. Con ella se pretendía ganar el favor divino sin ne­cesIdad de renunciar a la iniQl1idíld. Esta inconsecuencia ab­surda forzosamente había de provocar la indignación y el~pudi? por parte de Dios. Y para las plegarias de esta gentehipócnta sólo habría una respuesta: el silencio divino. «Cuan­do extendáis vuestras manos. yo esconderé de yosotroSlñisojOs; asimismo cuando multipliquéis la oración. yo no oiré»(~s. 1: 15). La piedad genuina del pueblo de Dios tenía queajustarse a las pautas dadas por Dios. Miqueas las resumeadmirablemente en lé! descripción que hace del pleito deYahvéh con Israel: «Oh hombre: te ha sido declarado lo Q\lees bueno y qué pide Yahvéh de ti: solamente hacer justicia.amar misericordia y Caminar humildemente ante tu Dios»(Mi. 6:~). La desobediencia deliberada y persistente rompetodo vínculo de relación con Dios y reduce la oración a unafarsa abominable. .

El mensaje del Nuevo Testamento confirma esa verdad.El valor de una súplica a Dios no depende de que se invo­que el nombre de Cristo diciendo con vehemencia: «¡Sefior.Sefior!», sino del cumplimiento de su voluntad (Mt. 7:21).Este requisito de la oración es explícitamente confirmado porel apóstol Juan: «~ntimos confianza para dirigimos a Diosy, además, obtenemos cualquier cosa que le pidamos, por(luecumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agra_a»(!-Jn. 3:21, 22). ¿Por qué Jesús pudo, dirigiéndose al Padre,declar¡u,-: «Yo sé que siempre me oyes» (Jn. 11:42)? Sin duda,p?rque también podía decir: «Yo lo que a él le agrada hagoSIempre» (Jn. 8:29).

La ensefianza y el ejemplo de Cristo nos presentan laobediencia a Dios como una ~xigencia absoluta, determinantede toda nuestra conducta. No sólo nos impone el deber decumplir los grandes mandamientos del decálolgo en su as­pecto literal o externo. Debemos llevar sus exigencias a lomás recóndito de nuestro interior: a nuestros pensamientos,

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a nuestros sentimientos, a nuestras actitudes íntim~s, invi­sibles a los ojos humanos, pero visibles a los de DIos (J:v1t.5:21 ss). No es suficiente limpiar el vaso por fuera; tambiénpor dentro debe estar limpio (Mt. 23:25 s). S?lo ~e este mo.dopodremos acercamos a Dios con Rura conclen.c.¡a, fac~or m­dispensable para asegurar la eficacia en nuestra vida deoración (He. iO:22). .El carácter absoluto de la ética cristian~ ~o ~ pierde engeneralidades. Ha de aplicarse en todas las situacIOnes ~rác­ticas imaginables. El Nuevo Testamento nos ofrece d~s eJem­plos significativos. El primero. n?s enseña la necesidad dedesterrar todo rencor resentimiento, toda forma de ene­mistad. alquier problema de relación a nivel humano deberesolverse cristianamente antes de presentamos delante deDios (Mt. 5:23, 24). Las palabras ~e Jesús, recogidas .porMarcos, no pueden ser más explícitas: «~uando .estéis...orando Perdonad lo que tengáis contra otros, para que ~­bién ~eSiro Padre celestial os rdone vuestras cul as»(Mc. 11 :25). y aún son más enfáticas las frases que en e~mismo sentido hallamos en el sermón del monte: «Porqu~ SIperdonáis a los hombres sus o~ensas, os. perdonará t~bléna vosotros vuestro Padre celestial; pero SI no perdonáis a loshombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonarálas vuestras» (Mt. 6:14, 15).

El segundo ejemplo se refiere a la ll!!,Ilonía conyu~ .(1P. 3:7). El apóstol Pedro ha esbozado algunos rasgos dlstm­tivos del matrimonio cristiano y concluye exhortando a losmaridos a comportarse con CQ!Ilprensión y delicade1a en larelación con sus esposas. El cumplimiento de esta ex~or­tación no se deja al libre arbitrio de ellos. Es un deber me­ludible para el mantenimiento de la vida.espiritual de ~boscónyuges parti~ularmente para la eficacia de sus oracIOnes:«Así podréis orar sin obstáculos».

Los ejemplos citados son suficientes para mostramos elimperativo de una obediencia integr~ si quere~o~ tener laseguridad de que Dios oye y acepta nuestras peticiones. De

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ahí ~ue, antes de orar, debamos hacer nuestra súplica delSalmista: «~xamín~e, oh ~ios, y conoce mi corazón; prué­bame y c~noce mis pensamientos; ve si hay en mí caminode perversidad y guíame en el camino eterno» (Sal. 139:23,~. La sincera asunción de este ruego facilitará que, pos­tenormente, podamos decir: «Si en mi corazón hubiese yoa~ariciado la inquidad, el Señor no me habría escuchado. Masc~rtamente me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica»(~al. 68:18, 19).

5. Sumisión a la soberanla de DiosVivir en actitud constante de obediencia al Padre celestial

contribui~á ~n gran manera a que nuestros deseos y su vO..:­luntad comcl~an, lo que asegurará una respuesta positiyít anuestras oracIOnes.. En algunos casos, creyentes dotados de especial J!t'rcep­

clón y sensibilidad espiritual llegan a tener una certeza casiabsoluta de que 10 que piensan y hacen corresponde plena­mente a la intención divina. Hallesby recuerda al respectouna anécdota de Lutero. Un amigo de éste, Federico Miconio,se encontraba g~vemente enfermo. Todos -y él mismo- pen­saban que monría en breve. Miconio .escribió una carta dedesP:edida al gran reformador alemán. Y Lutero respondió in­mediatamente en los siguientes términos: «Te mando en elnombre de Dios que vivas, porque todavía te necesito en laobra de ~formar la Iglesia... El Sefl.or no permitirá, mien­tras yo Viva, que lle~e a mí la noticia de tu muerte, sino quehará. que me sobreVivas. Esto es 10 que estoy pidiendo enoración; esto es mi vo~untad, y mi voluntad sea hecha, porquebusco solamente glonficar el nombre de Dios.» Miconio yahabía perdido el habla cuando le llegó la carta. Pero prontose recuperó y, en efecto, ¡sobrevivió a Lutero tres meses!'

Por supuesto, una pretensión de certidumbre absoluta

9. O. HaIlesby, op. ciJ., 103.

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respecto al conocimiento de la voluntad de Dios tiene susriesgos, sobre todo para quienes no poseemos la talla espi­ritual del padre de la Reforma. Es muy posible que aun enlosmomentos de mayor discernimiento y de más íntima co­munión con Dios tengamos ideas eguivocad~ acerca de suvoluntad y que, como consecuencia, hagamos peticiones con­trarias a ella. En tal caso no debemos~r esperando queel Señor nos conceda 10 que le solicitamos. ~i él nos niega10 que le pedimos no 10 hace arbitrariamente, sino porguetiene para nosotros propósitos superiores a nuestros deseos.é.Qmo Padre amante. jamás nos dará al~ que pueda petiu­dicarnos; ni siguiera nos dará 10 bueno si nos tiene reservado10 mejor.

Esta deducción es lógica. Incluso algunos pensadorespaganos la expusieron con gran lucidez. Según Calvino,«Platón, observando la ignorancia de los hombres al presen­tar sus súplicas a Dios, las cuales, en caso de ser concedidas,les resultaban con frecuencia sumamente perjudiciales yseñala como el mejor método de oración la siguiente plegariatomada de un antiguo poeta: "Rey Júpiter, danos aquellascosas que son óptimas, tanto si te las pedimos como si no;pero ordena que las malas se mantengan lejos de nosotros,aun a pesar de que te las imploremos." Y ciertamente la sa­biduría de aquel pagano se hace patente en este caso, ya queconsidera muy peligroso suplicar al Señor que satisfaga todoslos dictados de nuestros apetitos».lO í. .'\

No; Dios no puede -no debe- acceder~ nuestrassúplicas de acuerdo con nuestros deseos. :

No faltan en la Escritura ilustraciones de 10 desastrosaque puede ser la concesión de peticiones inspiradas en..!!!!:biciones malsanas. Lot pidió a Abraham las fértiles planiciesde Sodoma. y las obtuvo... para desgracia suya y de sufamilia. Los israelitas, hartos de maná, irritados. pidieron

1O. Calvino, Inst. XX, 34.

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carne. Ésta les fue dada en abundancia, pero la satisfacciónde .su apete!1cia se convirtió en heridora plaga (Nm. 11).<<Q.IOS les dIO 10 que pidieron, más envió mortandad entreellos» (sat. 106:15).

Aun peticiones aparentemente piadosas pueden ser eITÓ­~ y, por tanto, Lnconvenientes. Con toda seguridá<[eñmuchas ocasiones el Señor podría responder a nuestrasdemand~ con las mi,smas palabras que dirigió a Jacobo yJuan, qUIenes, por labIOS de su madre, solicitaron los puestosmás weminente§ en el reino celestial: «No sabéis 10 quepedís» (Mt. 20:22).

Si Dios otorgara todo cuanto los hombres le piden. el~ultado ine~table sería el caos total. Entre los antiguosrn­b~~os era conocida la anécdota de una madre que tenía doshiJOS; uno de ellos era jardinero; el otro, alfarero. El primeroJX:día a su madre: «Ora a Dios para qu0-llueva y así se rieguenmIS plantas». El segundo le. decía: «Madre, pide a Dios queluzca el sol para que se sequen mis vasijas». ¿Era posiblecomplacer a ambos? No es menos conocido el hecho de queen muchas guerras los dos ejércitos contendientes han ele­vado sus preces al Altísimo pidiéndole la victoria. Si Dioshubiera. obrado de acuerdo con estas oraciones, las fuerzascombanentes de ambos bandos habrían sido aniquiladas. Nole faltaba razón al poeta americano H.W. Longfellow cuando,en una. ~nversac~ón de sobremesa, exclamaba: «¡Qué di­sonanCIa IntrodUCIríamos en el universo si todas nuestrasplegarias fuesen contestadas! Entonces seríamos nosotrosquienes gobernaríamos el mundo y no Dios. ¿Y pensáis que10 gobernaríamos mejor? Siento dolor cuando oigo oracioneslargas, pesadas, de personas que piden no se sabe qué. Comolas mUjeres asustadas se asen a las riendas ante el peligro,así n?s aferramos al gobierno de Dios con nuestras súplicas.¡~CCI?n de g~c~as con un corazón henchido... y el resto~o y ~ón a la voluntad divina!».ll

11. Cit. por H.E. Fosdick, The meaning o[ prayer. Fontana, 136.

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Muchas veces hemos alabado a Dios porque nos ha con­cedido lo que le habíamos demandado. Algún día le bende­ciremos por no haber aceptado algunos de nuestros ruegos,pues su negativa encerraba una mayor bendici6n. Elocuentesejemplos bíblicos confirman esta verdad.

Elías, en un momento crítico de su ministerio, pidi6 lamuerte. Dios no s610 prolong6 su vida hasta la consumaci6nde su obra, sino que lo arrebat6 sin que la muerte hiciera presaen él. La negativa divina a la petici6n del profeta dio lugara una manifestaci6n gloriosísima del poder y la gracia de Dios(l R. 19:4; 2 R. 2:11).

Marta y María rogaron a Jesús que fuese sin demora aBetania para sanar a su hermano Lázaro, gravemente en­fermo. Pero el maestro, «cuando oy6 que Lázaro estabaenfermo, se qued6 dos días más en el lugar donde estaba»(Jn. 11 :6). Y el paciente muri6. La petici6n de las dos her­manas había sido denegada; pero no porque Jesús fuese indi­ferente al drama ciüe vivía la familia de Betania, sino porquehabía de manifestarse de modo mucho más impresionante lagloria de Dios: Lázaro, a quien Jesús rehus6 sanar, difuntoya, fue resucitado. Vali6 la pena que la súplica inicial deMaría y Marta no fuese contestada conforme a lo que ellasesperaban.

Pablo había orado repetidamente pidiendo a Dios que lelibrara del «aguij6n en la carne» que le afligía y humillaba.No hubo tal liberaci6n; pero Dios le concedi6 la gracia su­ficiente para convertir su espina en manifestaci6n del poderde Dios y en bendici6n, para él mismo, primeramente, y paramillones de creyentes, después (2 Co. 12:7-10).

El ejemplo supremo lo hallamos en el Sei\or mismo.Cuando en Getsemaní se inicia la primera fase de su pasi6n,a s610 unas horas de la cruz, con todo lo que ésta representa­ba, Jesús ora: «Abbá, Padre; todo es posible para ti; apartade mí esta copa» (Mc. 14:36). ¿Podemos imaginamos lo quehabría sucedido si Dios, en respuesta al clamor de su Hijo,lo hubiese librado de la muerte? ¡Adi6s salvaci6n de los seres

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humanos! Por eso no le fue apartada la copa Y Jesús sufri6y muri6. Así estaba determinado por la soberanía de Dios.Pero en la manifestaci6n de esa soberanía estaban incluidosno sólo «los sufrimientos de Cristo» sino también «las gloriasque vendrían tras ellos» (l P. 1:11). Al atardecer infausto del«viernes santo» sigui6 el radiante amanecer del domingo deI?!s9!a. A la cruz y el sepulcro sucedi6 la resurrecci6n. Jesúsera, sin duda, consciente de la enorme trascendencia de suhora en Getsemaní y entendía que lo importante, lo decisivo,n.o era la sati.sf~cci6n de un deseo humanamente legítimo,smo el cumplImIento de la voluntad soberana, siempre sabiaY.. ~~éfica, del Padre celestial. Por tal motivo, a su primerapetlcl6n (<<aparta de mí esta copa») aftadi6 una segunda:«pero no s~ !taga lo que yo quiero, sino lo que tú quieras».

La sU~ISI6n a la soberanía de Dios libra al creyente dela frustracl6n y resuelve el problema de «la oraci6n no con­testada». Quizá no podrá evitar la perplejidad ante las apa­~ntes faltas.d~ respuesta; pero no caerá en la qecepci6n niluzgará precIpItadamente el gobierno de Dios. No dirá: «Hepedido a mi Padre pan y me ha dado una piedra». No se hun­dirá en el desaliento pensando que su oraci6n ha sido en va­no. Mas bien, a semejanza de María, madre de Jesús, en lasbodas de Caná, ante la negativa inmediata del Sei\or (comoen aquel caso, puede ser incluso hiriente -Jn. 2:4), esperarásu úl~ma palabra.y su decisi6n final seguro de que en éstasno dejará de mamfestarse su gloria (Jn. 2:11). Su fe no sólose mantendrá; saldrá acrisolada. Será, como indicara P:r.Forsyth, una fe «segura de que Dios dice "No" con el espíritudel "sr' que da o niega siem re en CristO»12 lo al aran­tiza respue~tas regt as por un amor insuperable.

Así debl6 de entenderlo Pascal cuando escribía una desus oraciones más profundamemecristianas: «S610 Tú sabeslo que es bueno para mí. Haz, pues, lo que te parezca mejor.

12. Cito por O. Wyon, Prayer, 86.

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Dame o quítame; conforma mi voluntad a . -@me que, con humilde y perfecta sUlI~.isi6n. y en santa QQn­

fianza reciba las 6rdenes de tu rovIdencIa eterna' uep!e a' adorar por igual todo lo que me venga de ti. PorJesucristo nuestro Señor. Amén.»l3~ creyente debiera hacer suya esa plegaria.

6. PerseveranciaEs frecuente la experiencia de la persona que ora durante

un tiempo con una petici6n concreta. Lo ~ace persuadida ~eque el objeto de su oraci6n es razonable~ Justo, no contranoa la Palabra de Dios. Surge de una neceSIdad o de un anhelotan legítimo como intenso. Una respuesta positiva a esa ora­ci6n puede significar el robustecimien~o de la ~e del or~ntey un enriquecimiento espiritual de s~ VIda. InspIrará gr~tltudy un propósito firme de servir a J?IOS con mayor. fide~Idad.Pero transcurren días, meses, años mcluso, y todo SIgue IgUal.Dios no responde.

En algUIlas situaciones este silencio de Dios puede hacer-se amargamente angustioso. Y la petici6n se convierte en.!Yr­baci6n y queja: «Dios mío, clamo de día y no respondes; yde noche, y no hay para mí reposo» (Sal. 22:2). «¿Hastacuándo, oh Señor, clamaré y no oirás?» (Hab. 1:2). La esperaprolongada puede producir~mo,~cio, decepci9n.Finalmente, en muchos casos, el creyente acaba callandotambién, dejando de orar. ,

Esta decisi6n puede parecer natural y casi justificada, pe­ro no es correcta. Revela miopía espiritual. incapacidad paraentender el concepto divino del· tiempo. Nosotros tenemosnuestro sistema cronol6gico y nuestra propia valoraci6n delos días y los años. Para Dios «mil aftos son como un día yun día como mil años» (2 P. 3:8). Por otro lado, juzgamosnuestras situaciones según la limitada perspectiva de nuestra

13. Cit por H.E. Fosdick, op. cit., 74.

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propia vida. Dios, que en su providencia no se desentiendede las necesidades individuales de cada uno de sus hijos(Mt. 6:25 ss; 10:29, 30), aLctúa dentro del marco amplísimode su providencia general, conforme a los propósitos que tie­ñe respecto a su pueblo y al mundo entero y al desarrollo delos mismos en el curso de la historia. No podemos hacernosuna t~a centrada en nuestros intereses o anhelos par­ticulares. El gobierno divino del universo obedece a razonesinfinitamente más amplias, más sabias y, en último término,más benéficas para todos.

Somos Immensos a la impaciencia. Lo que deseamos qui­siéramos obtenerlo de modo inmediato. Razón tenía el Se­ñor cuando dijo a sus discípuÍOs: «Vuestro tiempo siempreestá presto» (Jn. 7:6). Siempre el «ahora» nos parece la horaoportuna. Pero muchas veces, como en la ocasi6n en quepronunCló esas palabras, el Señor tiene que añadir: «Mitiempo aún no ha llegado» (Jn. 7:6a). Su hora era la hora deDios.Habacuc fue uno de los espíritus torturados por el silen­cio y la aparente inacci6n de Dios (recuérdese el texto citado:Hab. 1:2). No podía comprender este f"n6meno. Los hechosparecían P!!&!!!f con la justicia, la soberanía y la fidelidad deDios (Hab. 1:3-17). Pero el problema de su fe se debía a lainmediatez de su visi6n hist6rica. Si hubiese contempladolos acontecimientos con los ojos de Dios, en el contexto dila­tado de la historia de la salvaci6n ensamblada en la historiadel mundo, su problema se habrla resuelto. Afortunadamen­te, Habacuc lleg6 a comprender que necesitaba una visi6ndiferente: la visi6n de Dios. «Estaré en mi puesto de ardiay sobre 1 ti rtaleza afirmaré el ie, vel ar ver, o ueDios me diJ! y .Qué responderá a mi queja» (Hab. 2: 1). Y larespuesta lleg6: «Aunque la visi6n esIá aún I?Qr cumpl.irse a~ tiempo, se apresura hacia el fin y no defraudará; aunquetaroe. espéwo, POfQJ1e. sin duda. vendrá y no se retrasará»(Hab. 2:3}. ~

Ciertamente Dios jam~efraia a quienes confían en él

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(Sal. 25:3). ,Pero no siempre obra con la celeridª<! con quesus hijos desearían. Ni del modo que ellos esperan. Agustíncuenta en sus Confesiones la patética experiencia de su madreM6nica, empefi.ada en disuadirle de su decisi6n de abandonarCartago para ir a Roma. La santa mujer pedía a Dios «concopiosas lágrimas» que impidiese la navegaci6n de su hijo.Pero todo fue en vano. Agustín parti6 de noche furtiyarneute,arrebatado por sus «mundanas codicias y deseos». El senti­miento de frustraci6n de M6nica al descubrir la huida erairreprimible. Y sigui6 orando, pero con la amargura de la de­cepci6n. El contenido de su oraci6n en este trance lo expresaAgustín con estremecedor realismo: «Mi madre, a la mafi.anasiguiente, hacía extremos de dolor y clamaba a Vos con que­jas y gemidos de que Vos al parecer no hacíais caso».14 PeroDios no era indiferente al clamor y el llanto de su sierva. Asu debido tiempo, según los pensamientos y por los cami­nos de Dios, siempre más altos que los nuestros (Is. 55:9),Agustín llegaría a convertirse de modo maravilloso y a seruna de las figuras más prominentes en la historia delcristianismo'.

La respuesta de Dios, si lá tici6n es conforme a su vo­lunta ,llegará en e momento oportullo. Es, pues, «necesarioorar Siempre y no desmayaT», como ensefi.6 el Sefi.or al referirla paráboladci juez injusto a.c. J8') ss).

Por otro lado, la larga espera tiene efectos saludables pa­ra el alma piado~a. Robustece,la fe y la paciencia, esencialespara la maduraci6n espiritual. Por prolongada que !Csulte,siempre será, en palabras de Pedro, «por un poco de ttempo»y con efectos sumamente beneficiosos: «Para que la pruebade vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual pere­c-e.au~se prueba con fueID}, se halle qUy resulta en~za, gloria y~ en la revelaci6n de Jesucristo» (1 P.1:6, 7).

14. Agustín, Con! Libro Y, cap. 8.

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Además, la per:severancia en la Qraci6n suplicatoria, cuan­d~ la fe se m~tlene esperanzada, aviva la comuni6n conDIOS. Es.a oracl~n no es una petici6n que se lanza al espaciocon desttno al Cielo. Es la Qresentaci6n personal del creyente,con su anhelo o su necesidad, delante del Padre. Es una com­~recencia ante el trono de la gracia, impregnado en san'tidady amo.r. Llegada :1 ~ma.a esta estera, aquello que fue objetoy ~OtIVO de l.a supltca pierde gran parte de su peso original.Su Impo~ancla ~e. ucho más trascendental que lo quese ha.pedldo a DIOS es Ojos mjsmo. Llegar a esta conclusi nconstttuy~ lo más PTQWPdo y. ~riquecedor de la oraci6n. Asílo entendl6 Oswald eKa~ «El significado de la oraci6nes que nos asirnOS de Dios, no de su respuesta». Y el poetay pastor escocés George Macdonald ilustró esta verdad consu ~~bitual ingenio: «El hambre puede obligar al muchachofuglttv~ a qu~ regrese a su hogar, y puede que encuentre ono comida.; pero lo que más necesita es su madre, no la cena,L,!i comum6n con Dios es la necesidad del alma que excedea toda otra neces~ad ... Cuando en todos los dones le en­contramos a él, en él hallaremos todas las cosas»,lS

Realmente vale la pen~ «orar y no desmayar»...7. DIsposición para el compromiso

L~ oración no ~lo nos introduce· en la presencia de Dios;tambIén nos .asocla aJI. Y nos obli~a. Frecuentemente esnuestra n~cesldad lo que nos mueve a dirigirnos a Dios; pero,en comumón con él. pronto nos son reveladas sus necesidadesy somos reaueridos a sUE.lirla~ para lo cual la oración ocupalugar primOñnat., .

~n este caso !a oración P,q...e~~tenet;. i~.~li~lcaciones quepo~lblemente no habíamos ,ptenito. Es ,~igroso» orarsenamente. La respuesta a nuestras peticionesi>uede pasar a

15. C. S Lewis, .George Macdonald: An Anlhology, nos. 91, 92, Cit. porO. Wyon. op. cit. 93.

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través de nosotros mismos; puede exigimos una p'articipaciónactiva. Negamos a ella convierte la oración en una farsa.--.-.Grandes figuras de la Biblia fueron personas de oración, pe-ro también de ¡icción. Mencionemos, a modo de ejemplo, aNehemías. La reconstrucción de los muros derruidos de Je­rusalén y la reorganización de la vida política el). la ciudadfueron el objeto especial de oraciones conmovedoras. Unamuestra de ellas la hallamos en el primer capítulo de su libro(1:5 ss). Pero Nehemías fue también un hombre ~mpren­

dedor, a!!ies~ado, intensamente comprometido en la obra porla cual oraba.

La mejor ilustración la ha11amos en un texto de Mateosumamente sugestivo. Ante el ~uadro patético de las mul­titudes «extenuadas y abatidas, como ovejas que no tienenpastoT», Jesús siente compasión de ellas. Ve la urgente nece­sidad de que sean socorridas. La tarea es ingent~, comparablea la de la siega de vastísimos campos de mies, y los obrerospara realizarla son pocos. ¿Solución? La apuntada por elSefior parece fácil: «Rogad al Sefior de la mies que envíeobreros a su mies» (Mt. 9:36-38). Pero a renglón seguido nosrefiere Mateo el llamamiento de l.os doce apóstoles para quefuesen a predicar el Evangelio y sanar las dolencias delpueblo (Mt. 10). A la oración debía seguir la misión-:' Delmismo modo que el activismo no debe excluir la oración,tampoco ésta debe ser sucedáneo de la acción.

El ejemplo citado tiene un valor 'permanente. Seguimosviviendo en un mundo extenuado por los más variados sufri­mientos: por el ermr,la injusticia, la opresióp,la enfermedad,la frustración, la soledap, la ~e, todo ello consecuenciadel pecado. Y sigue siendo intenso el sentimiento divino<Iecompasión, pues el amor constituye la esencia misma de lanaturaleza de Dios (1 Jn. 4:8): Él quiere que el Evangelio lle­gue hasta el último rincón de la tierra a fin de poner a dis­posición de todos los seres humanos la salvación de todas susmiserias, físicas, morales y espiritu~es. Para ello es necesario

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que cad~ cristiano y la Iglesia toda se comprometan en laparte actIva que les corresponde para que el propósito de Diosse cumpla: 1\ la plegaria debe unirse la entrega. Después dehabe~ pedIdo: «Sefior, envía obreros a tu mies», hemos deafiadlr: «Sefior, envíame a mí» (Is. 6:8)

~a tarea es tan amplia como ardua. Incluye la Qroc~a­maclón del mensaje evangélico, el kirvgma, instando a oshombres a la reconciliación con Dios, a la fe en Jesucristoy el seg~imiento en pos de él. Pero el kerygma es inseparablede la. dzako!!!;.a, del ~rvicio abnegado en favor de nuestrossemeJa~tes, Una vez más el ejemplo del Maestro es ilumi­nador. El «rec?rrfa toda ~a Galilea enseñando ... y predican­do el EvangelIo del Remo», pero también «sanando todaenfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt. 4:23). Las pa­rábolas d~l buen samaritano (Lc. 10:30 ss) y la de las ovejasy los cabntos (Mt. 25:31 ss) confirman la ensefian~á relativaa la responsabilidad social del cristiano en el cumplimientode los propósitos salvífic de Dios.

La provisión ara liT as más grandes necesidades hu-manas es obra de la gracia divina, pero en muchos casos s ollega a manos del necesitado a tavés de las manos mediado­ras del pueblo de Dio.s. La multiplicación de los panes y lospece.s fue obr~ de Cnsto, pero una vez hubo sido realizadoe~ mIlagro a ~Jos de la multitud, Jesús entregó la gran provi­sIón a sus dIscípulos para su distribución.

La conclusión de todo lo expuesto es obvia. No podemosorar. frfyolam~~e: Lo que pedimos nos compromete. Rogara ~IOS su bendICIón para que el Evangelio se extienda nosoblIga a consider~r s~riamen~ nuestra participación en latare~ de la evange.lI~aclón.PedIr que Dios edifique su Iglesianos Impone la revIsIón de nuestra posición y de nuestro modode actuar en la iglesia local.lnterced~en favor de otros paraque el Sefior l~s~a, ~le o esfuerce, exige que nospregu~t~mos SI n? somos nosotros los instrumento~quelo solICItado a DIOS se cumpla mediante nuestra Impat yayuda.

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Sin disposición para el compromiso serio, l~ oración nopasa de ser un simple ejercicio piadoso que fá.cl1mente pue­de rayar en la hipocresía. Ora et labora (oracIón.y aCCIón).Este binomio es otra de las características esencIales de laoración cristiana.

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IV

La oración y el.Espíritu Santo

El cumplimiento de los requisitos de la oración que aca­bamos de considerar no tiene nada de fácil. Y ello planteaun problema. Nuestra UUIorancia natural, nuestro egocen­

.!!:.ismQ y nuestras debilidades de toda índole .¿no pueóen dejarsin efecto nuestros mejores deseos de orar «como conviene»(Ro. 8:26)? ¿Debe esta dificultad llevamos a renunciar a laoración? La incertidumbre en cuanto a su calidad ¿no anulatoda posibilidad de confianza plena en su eficacia? Este pen­samiento ya había llevado a algunos filósofos de la anti­güedad a declarar inútil cualquier forma de petición a la di­vinidad. Pero la enseñanza bíblica relativa al Espíritu Santodesvanece la inquietud que pudiéramos sentir al respecto.

En el Nuevo Testamento se observa una estrecha relaciónentre la oración y el Espíritu Santo. Fue mientras Jesús orabaque el Espíritu descendió sobre él (Lc. 3:21,22). El Espíritufue prometido a quienes lo pidieran (Lc. 11: 13). El gran acon­tecimiento de Pe}1t~costés tuvo lugar cuando los discípulosesperaban ~rseverando unáni'!!.,es «en oración y ruego»(Hch. 1:14). Los creyentes de la naciente iglesia de Jerusalénfueron llenos del Espíritu Santo después de haber orado fer­vQ[Osame¡lte, a raíz de la primera persecución, en demandade valor y poder (Hch. 4:J1). Al Saulo convertido que estabaorando fue enviado Anamas para que recobrase la vista yrecibiese la plenitud del Espíritu Santo (Hch. 9: 11, 17). Esobvia, asimismo, la relación entre las oraciones de Comelio

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y de Pedro y el descenso del Espíritu Santo sobre los primerosgentiles (Hch. 10). Y es el Es íritu el que mueve al ere entea invocar a Dios con el nombre de «P» ., Gá.~, expresión inigualable del testimonio que da a nuestroespíritu de que somos hijos de Dios (Ro. 8:16) y punto depaItiA.a de la plegaria cristiana. - '

Tres textos adicionales merecen especial consideración:dos de ellos (Ef. 6:18 y Jud. 20) contienen sendas exhorta­ciones a orar «en el Espíritu». El tercero nos revela la acciónauxiliadora e intercesora del Espíritu (Ro. 8:26, 27fen nues-tra vida de oración. :>

¿Cómo debe interpretarse la expresión «orar en el Es­píritu»? ¿Se trata de un tipo especial de oración? Así parecenhaberlo entendido algunos exegetas y teólogos. En opiniónde Michael Green, puede indicar «un tiempo de oraciónp'rofundo, libre e intenso, c~do el Espíritu t0!!la posesiQ!1'controla y guía las oraciones~ uno puede seguir orando.-Sin¡ircatarse del paso dcl tiero ».1

Una segunda forma de oración -también según Green­es la inspirada por el Espíritu Santo mediante el don de len­guas (op. cit. p. 96). Pero ¿tiene tal interpretación suficientebase bíblica?

En nuestra opinión la acción del Espíritu en ~a vida deoración. del creyente dcQ.e examinarse a la luz de cuanto lapneumatología cristiana nos ensena· respecto a la obra delEspíritu Santo en cada uno de los hijos de Dios. Se iniciasu obra iluminando la mente ara hacer sible la c n­s.!... n de la revelación divina (l en. 2:10 ss): De este modose produce la convicción de pecado (Jn. 16:8), conducentea(arrepentimiento y a la fe en Cristo. Por obra del Espíritude Dios se produce el nuevo nacimiento (Jn. 3:3, 5, 6; Tit.3:5), momento a part!r del cual la presencia y la acción delEspíritu en el cristiano son 4.eterminan~s del crecimiento

1. M. Oreen, 1 believe in tlle Holy Spirit. Hodder & Stoughton, 1976,96.

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espiritual de éste. El Espíritu Santo no es sólo «arras» y«sello» de nuestra redención (2 Co. 1:22; 5:5; Ef. 1:13, 14).~s el Santificad.o~que hace posible lo que de otro modo seríamalcanzable: vIvir confonDe a las exigencias morales de la~e~ ~e Dios. El conocimiento de la ley divina había llegado~clalmente a través de la detra» de las prescripciones mo­saicas; pero todo intento de cumplirla satisfactoriamente seestrellaba contra «la ley del pecado y de la muerte» inheren­te a t~~ ~r humano (Ro. 8:2). Pero en Cristo y por Cristose h~ Imclado un nuevo régimen: el de «la ley del Espíritude vld~» (Ro. 8:2a) con toda su fuerza liberadora de la viejaesclavitud moral, «para que la justicia de la ley se cumplieseen nosotros, los que no andamos conforme a la carne sinoconforme al Espíritu» (Ro. 8:4). Nuestra relación con' ia leyes la que corresponde a nuestra nueva relacióp con Dios: noy~ la de esclavos, sino la ~~ hijos ~o. ,8:14, 15). Pero pre­clsame~te P.Q!'9~e somos hiJOS de Dios somos «guiados.QOrel Espíntu.de Dio~» (Ro. 8:14) a fin de poder vivir «no se~!Lcarne, SI~O segun el Espíritu» (Ro. 8.;9). El Espíritu Santoes el «Espíntu de Cristo» (Ro. ~:9) y su obra de santificaciónen el creyente es la de reproducir en éste la imagen de Cris­to, conforme al propósito de Dios (Ro. 8:29).

Cu~do, .s~gún la exposición de Pablo que acabamos debosquejar, VIVimos «en el Espíritu», pensando y ocupándonos«en las cosas del Espíri!!!» (Ro. 8:5b), !!uestra mente es ilumi­nada por él. Como consecuencia, nuestros pensamientos, alIgual que nues~s deseos, ~starán en <:<[""nsonancJi con lamente del Espíntu Santo y entonces, lógicamente, cuandoo~e~os, lo haremos «en el Espíritu,., conforme a la voluntaddivma y no según nuestras propias apetencias con frecuen­cia ~emasiado carnales. De este modo, en su 'práctica de laoración el ~reyenteviene a ser, como dijera Gregorio Nacian­ceno, .«un Instrumento tocado por el Espíritu Santo». Pero noes un Ins~~nto1?talmente pasivo. Orar en el Espíritu exigenuestra .Identtfi~aclón con él, nuestra participación en suspensamientos e mtenciones. Esta participación está implícita

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en la ~comunión del Espíritu Santo» a la que se refiere.Pabloen su doxología trinitaria (2 Co. 13:13). Así entendida, laoración en el Espíritu debería ser normal en ~odo c~yen~e yen todo momento, sin necesidad de experiencias cansrnátIcasespeciales. Y, por supuesto, tendría garantizada la respuestadivina.

Sin embargo, la bendita posibilidad de orar «en el Es-píritu» no siempre ~ traduce en realidad. Unas veces porquenuestra espiritualidad es raquítica, superada por ,las fuerz~specaminosasae nuestra humarndad caída. A semejanza de SI­món Pedro, no entendemos los pensamientos ~e Dios (Mi.16.:23). Nuestras aspiraciones suelen estar dommadas por losecular. En la lucha entre el Espíritu y la carne, es ésta la quearn:enudo vence. Nuestros instintos más rimarios se im ­nen a los dictados e una conciencia iluminada por la Palabrade Dios. Nuestras ansias de placer o <le gloria persO?~"pre.:varecensobre la acción del E~lrijU Santo, cuy~ ml~lón esglorificar a Crist()_Q~J6:ill ..-- btrasveces nuestra oración, por elevada que sea nuestra

posición espiritual, 1}9 sintoniza con el ~spúitu, pues nues~amás profunda necesidad y el pl~ de DI~s ~s~cto a la mis­ma escapan a nuestra comprensión. Las lImitaCIOnes de nu~s­

tra mente subsisten pese a la acción esclarecedora del EspíntuSanto. No son pocos los momentos en los que, como vere­mos, aun deseando sinceramente orar conforme a la vol?Otad@ Dios realmente no sabemos hacerlo «como conviene»(katho del) (RO: 8:26). Lo desconcertant~ de. las ci~uns­tancias, la complejidad de nuestro mundo mtenor, lo Ignotode los desigIrlos divinos respecto a aspectos. puntu~es denuestra vida o .en un plano mucho más amplIo- los pensa­mientos divinos que rigen la providencia y la historia de lasalvación (Ro. 11:33) nos dejan sumidos en la perplejidad.En tales situaciones podemos orar, y oramos, pero lo hacemoscon incertidumbre.

Si esto es así, como algunos se han preguntado, ¿vale lapena orar? Nuestras súplicas ¿no son palos de ciego? La

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cuestión es vital, tanto más cuanto más intesamente vive elcreyente su fe. ¿Podemos afrontarla con esperanza de hallaralguna luz alentadora? La respuesta la hallamos en la brevepero profunda exposición que sobre la oración del Esp(rituSanto hace Pablo en Ro. 8:26, 27.

El texto no es fácil de interpretar, como lo demuestra ladiversidad de opiniones de los exegetas y la superficialidadcon que muchos comentaristas lo han tratado. Pero en elpresente estudio no nos parece lícito soslayarlo o presentarlodifusamente, lo que nos privaría de la enorme riqueza quecontiene. Procuraremos, pues, analizarlo con el máximo rigorhermenéutico, de modo que la interpretación resulte no sóloplausible sino coherente con el conjunto de la ensefl.anza bí­blica y que, conforme al propósito del apóstol, sea fuente deestímulo y consolación.

Una exégesis que sólo tome en consideración el texto,aislado de su contexto, puede originar más problemas querespuestas. A primera vista la aseveración «qué hemos de pe­dir como conviene no lo sabemos» puede parecer perfec­tamente comprensible y de aplicación general. Pero tal idea¿no está en abierta contradicción con numerosos textosbíblicos que no sólo nos indican aquello que puede y debeser objeto de oración, por ser acorde con la voluntad de Dios,sino que inspiran gozosa confianza en el orante? Al «nosabemos» de Pablo en este pasaje podríamos oponer el«sabemos» de Juan: «y ésta es la confianza que tenemos anteél, que, si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, élnos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquier cosa quele pedimos, sabemos que tenemos las peticiones que le ha­yamos hecho» (1 In. 5:14, 15).

¿Acaso se refiere Pablo a alguna oración de carácter muysingular? Consciente del problema que la frase paulina en­cierra, KUsemann opina que sólo es explicable asumiendoque el apóstol tenía en mente el fenómeno de la glosolaliaen la iglesia, fenómeno que, según el teólogo alemán, evi-

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denciaba profunda debilidad e ignorancia.2 Pero la interpre­tación de Klisemann carece de base novotestamentaria sólida.Más aceptable es, a nuestro juicio, la sugerencia de C.E.B.Cranfield, quien ve en el problema expuesto una de las fre­cuentes paradojas que hallamos en los escritos de Pablo.3

Éste, al igual que Juan, tenía ideas claras respecto a lo quese debe pedir, como lo demuestran sus propias oraciones re­gistradas en sus cartas. En ninguna de ellas hay sombras deignorancia o inseguridad. Es, pues, realmente paradójico queen el texto que nos ocupa confiese desconocimiento en cuan­to a aquello que debe ser objeto de petición.

La paradoja solamente se explica si examinamos el con­texto. Pablo ha hecho un exposición magistral de la obra delEspíritu Santo en el creyente (Ro. 8:1-16). Ya nos hemos re­ferido a su acción santificadora en un proceso que tiene porobjeto la reproducción de la imagen de Cristo en el cristiano.Hacia esa meta guía el Espíritu a cuantos han sido adoptadoscomo hijos de Dios, como se desprende de los versículos 14y siguientes. De la realidad de nuestra fIliación divina el mis­mo Espíritu da testimonio. Y de ella se deduce una conclu­sión gloriosa: «Si hijos, también herederos; herederos de Diosy coherederos con Cristo», por lo que un día podremoscompartir su propia gloria (Ro. 8: 17).

Pero este destino es contemplado por el creyente en unmundo que sufre las consecuencias dolorosas del pecado. Sucondición de hijo de Dios no le libra de «las aflicciones deltiempo presente» (Ro. 8:18). El marco de su vida es el de una«creación sometida a vanidad» que «gime y está con dolo­res de parto» (8:22). Ante esta penosa situación de la ktisis(creación) el cristiano no es mero espectador. También par­ticipa en ella. «Nosotros también gemimos dentro de noso-

2. C.E.B. Cranfield TM InternatioNJl Critical Commentary. T. &T. Clark.1982, (Romans. 1, pp. 421 s).3. Id., 422.

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tros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestrocuerpo» (Ro. 8:23). Nos duelen los sufrimientos físicos; nosatonnentan nuestras debilidades morales y espirituales; nosacongoja el cúmulo de males que afligen a la humanidad, lascalamidades naturales, las guerras, la opresión de innume­rables seres humanos, el sinfín de injusticias e inmoralidadesque hacen de este mundo antesala del infierno.

Sí; también nosotros gemimos con el resto de la creación.Pero con una diferencia: gemimos con esperanza (Ro. 8:24),mientras que el mundo se ve abocado a una frustración(mataiótls, vanidad) desesperanzada e irremediable, pues ig­nora -y se empefia en ignorar- que «también la creaciónmisma será liberada de la servidumbre de la corrupción a lagloriosa libertad de los hijos de Dios» (Ro. 8:21). El gemidodel cristiano es aliviado por la escatología del Evangelio. El~reyente sufre, pero espera convencido de que lo que en estetIempo se padece «no es comparable con la gloria venideraque en nosotros ha de ser manifestada» (8:18).

Sin embargo, el mantenimiento de esta esperanza no esf~cil. .Exige paciencia (Ro. 8:25). Podríamos decir que la pa­cIencIa es el soporte de la esperanza, la ayuda que la sostiene.P~ro ¿qu.é o quién viene en ayuda de la paciencia para quem ésta m la esperanza tengan fm y la salvación del creyen­te no se malogre? En este capítulo 8 de la epístola a lósRomanos, la salvación se presenta en su perspectiva eterna,co~o. o;na cadena que, confonne a anterior propósito de Dios,se Imcla en el tiempo con el llamamiento, al que siguensucesivamente la justificación y la glorificación (8:30).Obviamente la solidez de esa cadena no puede depender nide nuestra esperanza ni de la paciencia que la sustenta. Sinduda, ha de depender de Dios mismo, de su poder y fidelidad.Pe~o en la perspectiva humana la situación no deja de ser in­qUIetante a causa de nuestras debilidades. Necesitamos recur­sos podersoso. Y pensamos en la oración. Pero es en estemomento precisamente cuando se revela nuestra inseguridadrespecto a lo que hemos de pedir.

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Veamos un ejemplo. Por un lado deseamos el fmal deleón presente con sus sufrimientos y tentaciones y el comienzodel nuevo, por 10 que nos sentirnos inclinados a orar: «Ven,Sef'ior Jesús, ven, "ya"». Por otro lado comprendernos queentretanto no llega el día de la parusía subsiste la posibilidadde que el número de los redimidos aumente. ¿Diremos, porconsiguiente, «No vengas aún, Sef'ior, no vengas»? Una ilus­tración paralela la hallamos en la confesión de Pablo a losfilipenses: «Para mí el vivir es Cristo, y el morir, ganancia;mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de laobra, no sé entonces qué escoger» (Fil. 1:21,22). En amboscasos cualquiera de las peticiones surge de anhelos piadososcon motivaciones santas. ¿Cuál sería la más atinada? «Nosabernos».

Algo análogo puede suceder en otros casos en los que, pe­se a la legitimidad espiritüal de la súplica, pueden coexistirmotivos que sugieran una petición diferente. Y, en cualquiercaso, a la «debilidad» de nuestro conocimiento se une la pro­pia de nuestra actual naturaleza, tanto en el orden físico cornoen el moral. Por tal razón, aun los anhelos más santos puedenentremezclarse con otros no tan santos. Corno consecuencia,difícilmente nuestras peticiones, expresión de nuestros de­seos, serán perfectas, plenamente aceptables por parte deDios. Siempre arrastrarán la ganga de nuestra incomprensióny endeblez. Pero esta realidad, que no hemos de perder devista, en modo algüno debe desanimarnos en nuestra prácticade la oración. Lo que Pablo afirma en este pasaje es tónicopoderoso que revigoriza nuestra confianza en las palabrasdivinas que nos instan a orar.

«El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad». El verbo,en el original griego (synantilambánetai) significa literal­mente asir algo juntamente con otra pe1'SOna. El segundoprefijo (amI) af'iade intensidad, 10 que sugiere una parti­cipación poderosa. El uso del término en la Septuaginta essumamente ilustrativo. Lo hallamos en Éx. 18:22, donde Jetroaconseja a Moisés el establecimiento de jueces auxiliadores:

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«Así aliviarás la carga de sobre ti y la llevarán ellos contigo(synantillmpsontai soi)>>. En Núm. 11:17, aunque en un con­tt:xto histórico distinto, el verbo se repite con el mismo sig­ruficado: «... tornare del espíritu que está en ti, y pondré enello, y llevarán contigo la carga del pueblo (kai synan­tillmpsontai meta sou ten hormen tou laou). Por tercera vezaparece el verbo en un precioso texto de los Salmos: «Mimano 10 sostendrá (synantilempsetai autó) y mi brazo 10 for­talecerá» (Sal. 89:21 - en la Sept., 88:22). En el Nuevo Tes­tamento no son menos significativos los pasajes en que esusado (Lc. 10:40 y Hch. 20:35).

Ver en el Espíritu Santo el gran ayudador del creyentees reconocer la misión específica que, según la ensef'ianza deJesús, le corresponde corno paráklltos (Jn. 14:16), alguienque está alIado para impartir paráklesis, es decir, estímulo,consuelo, auxilio. Y si tenernos en cuenta que parákllsistambién significa súplica o ruego, comprenderemos que elparákletos asuma también las funciones de intercesor. Juan,en su primera carta, aplica el término a Cristo (l Jn. 2:1),nuestro gran abogado (Ro. 8:34). Pablo atribuye esta funcióntambién al Espíritu Santo, de quien dice: «intercede pornosotros».

Esta intercesión del Espíritu tiene especial intensidad. Elverbo usado por Pablo (hyperentynjanei) no aparece en nin­gún otro texto del Nuevo Testamento o de autores griegosanteriores a la era cristiana. El verbo generalmente usado esentynjanei. Posiblemente la adición del prefijo hyper fue unalicencia literaria que Pablo se permitió para enfatizar el ca­rácter extraordinario de la intercesión del Espíritu. Unaversión portuguesaha traducido así la frase: «intercede pornosotros sobremanera» (Vers. Joao Ferreira de Alrneida). Y10 hace «con gemidos indecibles», inexpresables e inex­presados (stenagmois alaletois).

El pensamiento de Pablo alcanza profundidades cadavez mayores. Ha declarado que la creación toda gime, 10que, pese a 10 original de la afirmación, es en cierto modo

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comprensible. Gime también el creyente, hecho igualmenteinteligible, aunque tal gemido se amalgame con el gozo dela esperanza cristiana. Pero a ese doble gemido se suma untercero, el del Espíritu Santo. ¿Quién podría agotar la pleni­tud de significado de las palabras del apóstol? Dos realidadesigualmente preciosas aparecen con suficiente claridad. P<?run lado, la solidaridad del Espíritu con los hijos de Dios. Elno sólo mora en el creyente para guiarlo y darle fuerzas; tam­bién comparte sus experiencias dolorosas y sus clamores.Gime con él, a la par que intercede a su favor. Por otro lado,es evidente lo profundo de esa solidaridad y la pasión inhe­rente a la misma, expresada inefablemente, con gemidos sinpalabras. La misma compasión con que Cristo intercede enel cielo a favor de sus redimidos distingue a la intercesióndel Espíritu Santo en el interior de ellos.

Parece incuestionable cuanto acabamos de exponer. Que­da, sin embargo, una pregunta importante por contestar. Laoración del Espíritu ¿tiene lugar independientemente de no­sotros o inspirándonos y poniendo en nuestros labios ora­ciones correctas hasta el punto de que nuestras súplicas sonsus súplicas y nuestros gemidos sus gemidos? Las opinionesen tomo a la respuesta están divididas.

A nuestro modo de ver, ninguna de las dos proposicioneses correcta en un sentido absoluto. Afirmar que la intercesióndel Espíritu se reduce a oraciones inspiradas por él y expre­sadas a través de nuestras plegarias4

, ¿no equivaldría a unagran limitación? Como hemos comentado anteriormente,existe la oración «en el Espíritu,... fruto de nuestra comunióncon él; pero no parece acertado identificarla con la oracióndel Espíritu. Si ésta únicamente tiene lugar cuando se ma­nifiesta en oraciones perfectas que él mismo hace brotardel corazón creyente, ¿no quedaría su intercesión restringi­da a sólo algunos casos en la experiencia de cristianos

4. J. Calvino, Inst. XX, 5.

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excepcionalmente abiertos a su influencia? No parece quetal limitación esté en consonancia con la afirmación final delv. 27: «intercede por los santos», frase que, en sana exégesis,sólo puede interpretarse en su sentido más amplio: el Espírituintercede por todos los santos.

Pero si el punto de vista que acabamos de presentar es dedificil aceptación, no lo es menos el relativo a un ministeriointercesor del Espíritu Santo independiente de nuestras ora­ciones. No podemos perder de vista que lo que Pablo afirmasobre el Espíritu se halla en el contexto de nuestra prácticade la oración. «Qué hemos de pedir como conviene no losabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros».Existe una relación estrecha entre la plegaria del creyente,siempre caracterizada por una mayor o menor ignorancia, yla intercesión del Espíritu, siempre perfecta porque se efec­túa «según Dios» (kata theou). La naturaleza de esa relaciónno se nos indica en el texto, por lo que cualquier explicacióndebe rehuir el dogmatismo. Creemos, sin embargo, que unaequilibrada reflexión teológica puede ayudamos a entenderel pensamiento de Pablo en la cuestión que estamosconsiderando.

El cristiano tiene el privilegio de orar a Dios. Instruido porsu Palabra y guiado por su Espíritu, procurará orar conformea l~ voluntad divina. Y lo hará con humildad, felVor y sin­cendad. Pese a ello, como vimos, su oración siempre seráimperfecta; sus peticiones adolecerán de un cierto desco­nocimiento de los propósitos de Dios. ¿Será todo ello impe­dimento para que la oración sea oída y contestada? En modoalguno. El Espíritu Santo recoge, por así decirlo, esa oracióny la corrige ajustándola perfectamente a la voluntad de Dios.De este modo, corregida, purificada de error, divinamente re­formada, es elevada por él mismo al Padre.

¿Puede haber incentivo más poderoso para la oración? Noimporta que nuestras súplicas sean defectuosas en muchossentidos. Ello, como sugiere Hendrikus Berldlof, no debellevamos «a la resignación ni a privamos de la palabra.

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Podemos ir con nuestros deseos, confiando que el Espíritu lostransformará en conformidad con la voluntad de Dios, y queserán atendidos de manera que produzcan un bien paranosotros».s

Para concluir nuestras consideraciones sobre Ro. 8:26, 27,ya modo de resumen, citamos un texto de O.C. Berkouwer:«Este pasaje trata del secreto más pro~do de la o~ra queel Espíritu realiza en el creyente. La oraCIón ~el Espíntu ~stáen relación con nuestras debilidades. El Espíntu no está SIm­plemente presente en nosotros, sino e~ .relación con ~l fielque prosigue la lucha a pesar de su debIh~ad. Esta ~ccIón noelimina -al menos totalmente- nuestras ImperfeccIOnes. Deotro modo su auxilio habría sido superfluo. Es debido a queno sabemos orar como conviene que el Espíritu viene ennuestra ayuda... El cristiano no está solo en su oración. ElEspíritu viene en su auxilio y eleva esta oración a Dios "congemidos indecibles". Esto es un misterio insondable, pero de­bemos fiarnos del texto bíblico».6 Si lo hacemos, estaremosen condiciones de contemplar gozosamente la dilatada pers­pectiva que nos ofrece el pasaje siguiente (Ro. 8:28-30). Anteella, el gemido del creyente apenas es perceptIble entre lasvibrantes notas de un cántico triunfal (Ro. 8:31-39).

5. H. Berkhof, Christian Failh, p. 490.6. Cil por A.R. Kayayan, «La Priere en Esprit», Perspectives Reformées,1980, Ns. 3 y 4, p. 11.

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v

El poder de la oración

«Nada hay más poderoso que la oración; nada puedecompararse con ella». Con esta cita de Juan Crisóstomo dacomienzo Olive Wyon a su libro Prayer (Oración). Y no cabela menor duda de que todo cristiano reconoce la verdad ex­presada por el distinguido obispo de Constantinopla.

Sin embargo, no hay unanimidad en cuanto al modo deinterpretar la naturaleza y el alcance del poder de la plegaria.¿Se trata simplemente de un ejercicio de autosugestión o tieneefectividad exterior? ¿Actúa sólo subjetivamente en la per­sona que ora, a modo de saludable gimnasia espiritual, o in­fluye de algún modo en Dios y en sus actos? ¿Cambia única­mente nuestro interior o -usando conocida frase- también«cambia las cosas»?

Es obvio que la oración ejerce una acción poderosa en elespíritu de quién la practica. Descargar ante el trono de Diosnuestras congojas, temores e inquietudes nos reporta «lapaz de Dios que excede a todo conocimiento» (pil. 4:6, 7).La confesión de nuestros pecados libera nuestra concienciadel sentimiento de culpa y, sobre la base de las promesas deDios, n03 infunde el gow del perdón (Sal. 32:5; 1 Jn. 1:9).La acción de gracias nos hace más conscientes de la bondadde Dios manifestada en las experiencias de nuestra vida(Sal. 103:1 ss). La adoración hace más nítida nuestra visiónespiritual de la gloria de Dios, de sus atributos y de sus obras(Sal. 95-100). La intercesión ensancha los horiwntes denuestros intereses y nos hace más solidarios en relación con

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las personas por las cuales oramos.; n?s hace ~~s «huma~os».

Todo esto equivale a un enriquecimiento espmtual precladí­sima. Pero ¿es eso todo 10 que de la oraci6n podemos es~rar?Según algunos te610gos liberales, sí. Pero tanto la E~cntura

como la experiencia nos muestran 9u~ la expectativa delcreyente puede incluir resultados obJetiVOs, ade~ás d.e losmeramente subjetivos, pues «en respuesta a la oracl6~ tienenlugar hechos en el mundo exterior que no se produclrfa~ deno haber sido precedidos por la oraci6n».! Abundantes eJem­plos bíblicos corroboran la asevera~i6n precedente: !,or laoraci6n intercesora de Abraham, Ablmelec y su famlha fue­ron sanados (Gn. 20: 17). Las fervorosas súplica~ .de .A~a ob­tuvieron como respuesta el nacimiento del hiJO mSlsten­temente pedido (l S. 1:10 ss). En conte~taci?n al clamor deElías Dios le concedi6 una resonante vlctona sobre el baa­lism~ (1 R. 18:36 ss), y fueron las oraciones del mismo pro­feta las que influyeron decisivamente en la sequía y ~n lalluvia (Stg. 5:17, 18). Parla oraci6n de E,lis~o fue resucitadoelltijo de la sunamita (2 R. 4:33). Las suphc~ del rey Eze­quías le libraron de la invasi6n de Sennaquen~ (2 R. 19:15ss) yde la enfermedad (2 R. 20:2,ss).·El.arrepentI~o Manasés,exiliado y cautivo en Babilonia, oro a DlOs.«y habiendo oradoa él, fue atendido, pues Dios oy6 su oracl6n y 10 restaur? aJerusalén, a su reino» (2 Cr. 33:12, 13). Daniel or6 y DIOSle revel6 el sueñQ de Nabucodonosor (Dn. 2:17-19). Aten­diendo a las oraciones de Nehemías, Dios inclin6 el coraz6ndel rey persa ArtajeIjes para autorizar y favorecer la re­construcci6n de Jerusalén (Neh. 1:4 ss; 2:4). Y no son menosimpresionantes algunas de las respuestas a la oraci6n mencio­nadas en el Nuevo Testamento. Recuérdese la liberaci6nmilagrosa de Pedro, encarcelado y cond.e~ado a ~uerte (Hch.12), o 10 acontecido en la cárcel de FIhpos mientras Pabloy Sitas «oraban y cantaban himnos a Dios» (Hch. 16:25 ss).

1. A.H. Strong. Systematic Theology, The Judson Press, 1949, 433.

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También la historia de la Iglesia abunda en hechos queconfirman la eficacia objetiva de la oraci6n peticionaria, tan­to en el orden físico como en el espiritual e incluso en elpolítico. Serfan incontables los casos de curaci6n de gravesenfermedades o de liberaci6n asombrosa de otros peligrosno menos graves, hechos que habían sido objeto de oraci6nprevia.

Lutero, orante de gran fe, visit6 a Melanchton en unaocasi6n en que éste se encontraba en estado agonizante. Sumuerte parecía tan pr6xima como inevitable. Entre sollozos,oró Lutero pidiendo a Dios la recuperaci6n física de su másíntimo colaborador. Una exclamaci6n vehemente al final dela oraci6n hizo salir a Melanchton de su estupor. S610 pro­nunci6 unas palabras: «Martín, ¿por qué no me dejas partiren paz?» «No podemos prescindir de ti, Felipe», fue la res­puesta. Lutero, de rodillas junto al lecho del moribundo, con­tinu6 orando por espacio de una hora. Después persuadi6 asu amigo para que comiera una sopa. Melanchton empez6 amejorar y pronto se restableci6 totalmente. La explicaci6n ladaba Lutero con estas palabras: «Dios me ha devuelto a mihermano Melanchton en respuesta directa a mis oraciones». 2

Por supuesto, no todas las peticiones en favor de enfermoshan sido contestadas del mismo modo. En muchos casos lacuraci6n no se ha producido. Como vimos al considerar losrequisitos de la oraci6n, debemos sometemos a la soberaníade nuestro Padre, tan sabio como misericordioso. La diver­sidad de respuestas, positivas o negativas (a nuestro juicio),no invalida el poder de la oraci6n. La fe que nos mueve aella tiene en sus resultados una doble vertiente: la de losprodigios, a veces milagrosos, y la del poder espiritual pararesistir las mayores adversidades. Éste es el gran mensaje deHebreos 11 :32 ss.

2. Dictionary of illustrations for pulpit and platform. Moody Press, 1949,p. 442 (4253).

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Obras filantrópicas admirables, como la de Jorge Mülleren Bristol, en el siglo XIX, han puesto de relieve la efec­tividad de las peticiones hechas a Dios en demanda de laayuda necesaria. La experiencia de Müller es especialmentesignificativa. Al emprender su obra, aquel hombre de granfe se propuso firmemente no pedir nada a nadie sino sólo aDios. Pese a los muchos momentos de prueba extrema quehubo de pasar, se mantuvo en su propósito y siempre en elmomento oportuno llegó providencialmente la provisión so­licitada al Seflor.

La expansión misionera y los grandes avivamientos siem­pre han estado asimismo estrechamente relacionados con laoración. Muchos combates contra fuerzas políticas adversashan sido ganados orando. Así se puso de manifiesto en losdías de la Reforma. Bien conocido es el hecho de que la reinaMaría de Escocia temía más las oraciones de Juan Knox queejércitos de millares de soldados. Igualmente muestra la his­toria la efectividad de la oración en favor de las autoridadestemporales (l Ti. 2:2, 3) con miras a una convivencia civilpacífica y al triunfo de la justicia. Sólo Dios sabe hasta quépunto las plegarias de sus hijos han influido en el curso deimportantes acontecimientos históricos. Los capítulos 9 y 10del libro de Daniel merecen reflexión profunda. El autor sesintió hondamente impresionado en la Asamblea de la Alian­za Evangélica Mundial, celebrada en Singapur en junio de1986, al escuchar el testimonio del delegado filipino. Su in­forme sobre la experiencia vivida por su país a principios delmismo afto, cuando todo hacía temer una revolución san­grienta, destacaba el hecho de que millares de creyentes es­taban orando en las iglesias rogando al Todopoderoso unasolución pacífica mientras otros se manifestaban en las callescon el mismo fin. A esas oraciones atribuían él y muchos másla decisión de Fernando Marcos de abandonar el país, con loque se evitó el temido bafto de sangre.

A estos ejemplos, citados a modo de botones de muestra,podríamos aftadir muchos más, todos demostrativos de que

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l~ oración no es un simple ejercicio de gimnasia espiritual,~no una causa de efectos dentro y fuera de nosotros mismos.Esta era la convicción de r.S. Lewis cuando en una de-susfamosas «Cartas a Malcolm» escribía: «Si lo que en tu últimacarta querías decir es que debemos desechar la oración pe­ticionaria -oración que, como tú seflalas, pide a Dios queactúe a modo de "ingeniero" disponiendo acontecimientosparticulares en el mundo objetivo- y limitamos a actos depenitencia y adoración, discrepo de ti. Puede ser cierto queel cristianismo sería, intelectualment~, una religión muchomás fácil si nos dijera que es eso lo que debemos hacer. Ypuedo entender a quienes piensan que esa religión sería másnoble. Pero recuerda el salmo: "Señor, no soy persona de no­bles pensamientos". 0, mejor aún, recuerda el Nuevo Testa­mento. En él las oraciones peticionarias más osadas nos sonrecomendadas tanto por vía de precepto como por medio delejemplo».3

Con razón escribió Santiago: «La oración eficaz del jus-to puede mucho» (Stg. 5:16). .

3. C.S. Lewis. Letters to Malcolm, chiefly on Prayer. Fontana, 1966, p. 38.

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VI

Preguntas y objeciones

La ensefianza bíblica sobre la oración es clara y la eficaciade ésta, como hemos visto, se ve corroboradil por innume­rables experiencias. Ello, sin embargó, no excluye las dificul­tades que esa ensefianza entrafia para la mente racionalista.Hemos de reconocer que la oración, por su naturaleza misma,trasciende el orden natura¡. y nOSSftúa en un plano en el queno son plenamente aplicables los parámetros de la lógica hu­mana. Pero no sería prudente soslayar las cuestiones quesurgen en tomo al tema, haciendo deCmismo un objeto ex­clusivo de la fe, como si no hubiese explicaciones plausiblesdesde el punto de vista filosófico o teológico. Considerare­mos, pues, las objeciones que más frecuentemente se hanformulado respéCto a la oración.

1. Un Dios tan grande como el revelado en la Biblia ¿va ainteresarse por mi?La pregunta, a primera vista, puede parecer un tanto pue­

ril; pero es muy común. Ya en tiempos antiguos se preguntóel salmista: «Cuando contemplo los cielos, obra de tus dedos,lª luna y las estrellas que tú formaste. pienso: ¿Qué es el hom­b.[e, para que de él te acuerdes, y el hijo de Adán, para quecuides de él?» (Sal. 8:4).

En efecto, el Dios de la revelación bíblica es el Creadorde todos los astros, de todas las constelaciones y galaxiasque existen en los espacios inmensos del universo. Es el To­dopoderoso, el Santo que «habita en luz inaccesible» (l Ti.

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6: 16), el Rey de reyes y Sefíor de sefíores. ¿C6mo puede unacriatura humana esperar que ese Dios, que rige la existenciade miles de millones de seres se fije en ella, se preocupe desus necesidades y atienda a la voz de sus súplicas?

El interrogante revela un concepto excesivamente huma­no de Dios. Le atribuye limitaciones o modos de actuar se­mejantes a los de hombres encumbrados a las más elevadasalturas del poder en el gobierno de un estado. Pierde de vistaque dDios del macrocosmos es también el Ojos del micrQ­~s; que el creador de cielos y lierra lo es también de losátomos, de los cromosomas y los genes; que el Dios capazde una ºrovidencia general lo es también de una Qroviden­cia es¡:>ecial~alcanza e incluye hasta a los seres más ill­significantes. Aun los pajarillos del campo gozan de ella(Mí. 10:29).

El Dios de la revelaci6n bíblica no es solamente Dios deluniverso, de la humanidad o de un pueblo. Es también Diosde individuos. El Dios de Israel era el «Dios de Abraham,de Isaac y de Jacob)).

El interés divino por el individuo es bellamente ilustradoen la parábola del pastor que deja en el redil a las noventay nueve ovejas de su rebafío y sale.en busca de la extraviada(Lc. 15:4-7). Como toda ilustraci6n, s610 muestra un aspectode la acci6n divina y no todos sus detalles son aplicables alhecho que se ilustra. Dios, cuando atiende a una de sus cria­turas, no tiene necesidad de «dejar» a las demás. Por algo eso..mnipresente. y él pueqe oír simultáneamente todas las ora­ciones que se elevan a él en virtud de su 9mnipotenci! y suomnisciencia. A la luz de la Escritura, es absurda la afinna­ci6n de 10Santiguos romanos: Magna dii curant, parva ne-

U- unt (los <:boses cuidan de lo rande descui 1<ntefío). Cuan o a oraci6n reúne los requisitos necesarios,jamás se pierde en un vacío del que Dios esté ausente. Noimporta la individualidad, la peguefíez e incluso la indigJ!i­dad del orante. El Dios que le ama en sus limitaciones ñOdejará de escucharle.

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2. ¿Por qué orar si Dios ya conoce nuestras necesidades?El mismo Sefíor Jesucristo había afinnado: «Vuestro

Padre s~be.de qué cosas tenéis necesidad antes que YOSQtrQsse las pIdáIS». (Mí. 6:8, 32). De estas palabras muchos handeducido que el Padre, sabio y amante, nos dará siempre lomás beneficioso, se lo QL4~~s_0~. Nosotros podemos equi­vocamos. Recordemos el texto de Ro. 8:26: «qué hemos depe?ir como conviene, no 10 sabemos». ¿No es, pues, mejor,dejarlo todo en las manos de Diso y esperar confiadamenteen 10 que nos depare su providencia?

.A primera vista pueden parecer atinadas las palabras deRo~sseau: «Bend~go a Dios, pero no oro. ¿Por qué habría depedIrle que cambIe a mi favor el curso de las cosas? Yo, quede~ría amar por e~cima de todo el orden establecid9 por susabIduría y manterudo por su providencia, ¿desearé que eseorden sea disuelto por mi causa?».l

Aun cristia~os sinceros, en algún momento, han pensadode modo semejante. ¿Y no demuestra esta reflexi6n un con­cepto más elevado de Dios y un superior grado de fe? Nues­tras oraciones, más o menos afectadas siempre por la igno­r~cia, la debilida~y el egoísmo, ¿qué pueden aportar de va­lioso a los propóSItos perfectos y a la acción de Dios? 2

Estas consideraciones fácilmente podrían llevar a la deci­si6n de renunciar a toda fonna de oraci6n peticionaria. Comoindicaba Fosdick, «el hombre abandona la oraci6n Porque leparece absurdo y pres,untuoso que la ignorancia trate de ins­truir a la perfecta sabiduría, que el mal humano intente per­suadir al Amor perfecto para que haga 10 bueno».3. Pero este enfoqu~ de la cuesti~~ es incorrecto. El proW­

SIto de nuestras oraCIones no es ru mformar a Dios acerca de

1. Cit..por H.E. Fosdick, The meaning of prayer, 77.2. Emil B~er, The Christian doctrine 01 the Church. laith and theConsummatlOn, 331.3. H.E. Fosdick, 01', cit., 77.

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nuestras necesidades, ni persuadirle para que intetven a niinstr'r n m o e con es ar a nObviamente él no necesita nuestra infonnación para conocernuestras carencias. Tampoco es un Dios que sólo actúa afuerza de repetidas e insistentes peticiones de sus hijos; és­te era el concepto que los paganos tenían de sus divinida­des. Y mucho menos podemos indicarle cómo, una vez«persuadido», ha de realizar lo que le pedimos. Dios nonecesita en absoluto nuestras plegarias. Él podría desarrollarsu providencia benéfica independientemente de toda deman­da humana. Pero ,!osotros sí necesitamos la oración, pues no~ólo constituye lo esencial de nuestra comunión con Dios,sino que en la experiencia de pedir y recibir adquirimos ple­na conciencia de la realidad de nuestra filiación divina. En­tendemos que «Dios, quien en Jesucristo se declara comonuestro padre, declara de ese modo que somos sus hijos, aquienes otorga el derecho filial de la súplica»,4 Por másconvencido que un hijo esté de la bondad de su padre y dela fidelidad de éste en proveer cuanto necesita, son muchaslas ocasiones en que pide algo a su progenitor. Y la concesiónde su petición aumenta la gratitud a la par que r-efuerza loslazos de unióllPaternofilial. Podemos, además, aftadir que lapeticIón del creyente (hijo de Dios) tiene su fundamento enla invitación paterna (Sal. 50:15;.Is. 58:9; zac. 13:9).

Ni g>nceptos equivocados de la soberanía y la providen­cia divinas ni una interpretación erróne-ª de las promesas deDios debieran jamás inducimos a renunciar a la oración pe­ticionaria. Nuestra confianza en que Dios cumplirá lo que supalabra ha declarado no es incompatible con nuestra peticiónde que esa palabra se cumpla. Calvino entendió perfecta­mente esta verdad y la ilustró con gran acierto: «Cuanto ma­yor era la confianza con que los santos de la antigüedad segloriaban en los beneficios divinos que tanto a ellos como

4. E. Bnmner, op. cit., 332.

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a otros les habían sido concecidos, con tanto mayor ardor sesentían imp~sados a orar. El simple ejemplo de Elfas serásuficiente. El, aunque seguro del designio de Dios, y ha­biendo ya prometido con gran autoridad lluvia al rey Ajab,con todo, ora inquietante con su cabeza entre sus rodillas yenvía a su criado siete veces para ver si aparecían nubes; nocon la intención de desacreditar el oráculo divino, sino bajola convicción de que era su deber derramar sus oraciones anteDios a fin de evitar que su fe languideciera y se aletargase».5

Por otro lado, I.! oración convierte al creyente en co.ht­~ador de Dios. El hecho de que Dios tenga unos propósitos00 significa que éstos hayan de cumplirse siempre por lasimple intetvención directa de la mano divina. El deus exmachina no es la explicación cristiana del modo de obrar deDios. Él, en su gobierno del universo, ha decidido llevar acabo muchos de sus designios vaHéndose de medios hum~:]los. En no pocas esferas del humano acontecer es verdaderohasta cierto punto, el hiperbólico aforismo del teólogo me­dieval J.M. Eckhart: «Qjos puede hacer tan poco sin nosotros~mo nosotros sin é1». Y podemos asegurar que entre TosJ!ledios que Dios usa se incluyen las oraciones de sus hijos.~llas ha conocido anticipadamente (Is. 65:24); ha contadocon ellas y, atendiéndolas según su suprema sabiduría yvoluntad, las ha incorporado al complejo entramado de suprovidencia. Dicho de otro modo y en certeras palabras de~, «Dios instituyó la oración para concedemos a 00­sptros, sus criaturas, la dignidad de ser e4YJas.»6 Lo miste­rioso de este hecho no anula su realidad.

3. La oración ¿no fomenta la pasividad?No faltan quienes piensan que la oración hace innecesa­

ria toda acción del orante. Si es Dios mismo quien obra en

5. 1. Calvino, Inst., XX, 3.6. Cit, por David Evans en Diálogo con Dios, 20.

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respuesta a nuestras oraciones, ¿qué necesidad tenemos deactuar nosotros? ¿No es mejor, después de haber orado, ate­nerse a la exhortación del salmista: «Espera en él y él hará»(Sal. 37:5)? ¿No dijo Dios a su pueblo: «Paraos, estad quietosy ved la salvación del Señor con vosotros» (2 Cr. 20: 17)?

La respuesta parcial a estas preguntas ya la ha encontradoel lector en el punto anterior y en la exposición de uno delos requisitos de la oración: la disposición para el compro­miso. Sólo nos resta añadir algunas consideraciones comple­mentarias.

En primer lugar, los textos que pudieran, a primera vista,apoyar la pasividad en ningún caso pueden usarse con talpropósito. Veamos como ejemplos los ya mencionados. Laspalabras del Sal. 37:5 nada tienen que ver con un llamamien­to a la inacción escudada en la plegaria. El salmista estáaconsejando al hombre que, asediado por los impíos, está ex­puesto a dejarsearrastrar por la ira y tomarse la justicia porsu mano, con el consiguiente riesgo de actuar injustamente.Es a este hQmbre a quien se dice: «Encomienda al Señor tucamino y espera en él y él actuará». En 2 Cr. 20:17 se nospresenta otra situación especial. Lo que se dice se refiere con­cretamente a este caso. El pueblo de Judá., con su rey Josafat,está más que amedrentado ante la doble amenaza de Moaby Amón. Se hallan paralizados por el pánico (<<en nosotrosno hay fuerza contra tan gran multitud» -v. 12): Y oran aDios, pero con una fe que no logra superar el miedo. Elsentimiento de impotencia les domina. No entendían que elsecreto de la fuerza no radicaba en ellos, sino en Dios. Poreso necesitaron una palabra iluminadora (vv. 15-17) y unaexperiencia singular (18-29). En efecto su oración había sidocontestada sin que el pueblo hubiese tenido que luchar. Peroeste caso fue excepcional. Normalmente, la oración era con­testada mediante la intervención divina con el concurso dela acción esforzada del pueblo.

Así ha sido a lo largo de la historia, tanto en los tiemposbfblicos como en los siglos de la Iglesia cristiana. Moisés fue

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paradigma de oración y acción. También 10 fueron los pro­fetas y los apóstoles, los misioneros y los reformadores. Nila Escritura ni los anales del cristianismo dan pie a la ideaerrónea de que la oración, por su poder y eficacia, hace in­necesaria -¿carnal incluso?- la acción humana. Debe reco­nocerse cierta lucidez teológica al popular «A Dios rogandoy con el mazo dando».

Esta interdependencia de oración-acción tiene su funda­mento en la naturaleza misma de la plegaria, particularmente,en la de petición. Ésta es un don, un privilegio, un recursoadmirable que Dios concede a sus hijos. Pero no es el únicoque les otorga. También los ha dotado de inteligencia, ca­pacidad manual, voluntad y libertad. Él no quiere que estosdones se atrofien, sino que sean ejercitados. Y que lo seanespecialmente en la realización de sus propósitos. Dios podríahacerlo todo directamente, sin la instrumentalidad de ningúncolaborador humano. Recordemos la narración de 2 er. 20.Pero no es ése su método. Él, que hizo al hombre a su imageny semejanza, 10 colocó en una situación de activo señoríosobre el resto de lo creado en la tierra. y, en términos ge­nerales, no hará lo que el hombre puede y debe hacer. Fuevoluntad de Dios que en Israel se construyera un tabernáculo,pero la obra debió efectuarse mediante el trabajo de expertosartífices.

Es la oración combinada con el resto de dones y faculta­des puestos en acción 10 que hace de ella un medio efectivopara lograr resultados que de otro modo no se llegarían aproducir.

4. La oración carece de sentido en un mundo regido por leyesnaturalesEsta objeción nos introduce en lo que podríamos deno­

minar «metafísica de la oración». Aparentemente es de granpeso, sobre' todo si se aceptan las premisas de un raciona­lismo radicalmente materialista, padre del más absolutodeterminismo. Siguiendo una interpretación mecanicista de

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la relaci6n causa-efecto, todo acontece inexorablemente deacuerdo con determinadas leyes, tanto en el orden físico co­mo en el mundo del espíritu. Invariablemente, dada una cau­sa, se da necesariamente su efecto. Esta conexi6n es inalte­rable y universal; nada puede anularla. Por consiguiente,pretender que este orden sea modificado por fuerzas sobre­naturales como resultado de la oraci6n, es, desde el punto devista de la filosofía positivista, un absurdo.

Pero esta conclusi6n dista mucho de ser incuestionable.Parte del supuesto de la uniformidad de las leyes naturalesy de los fen6menos consecuentes. Pero esa presuposici6n haquedado en entredicho y más bien está desacreditada comoconsecuencia de las revelaciones de la Física cuántica. «Lanueva física está en guerra con las interpretaciones meca­nicistas de la naturaleza... ».? Y por más que algunos cien­tíficos atribuyan a la falta de métodos de investigaciónadecuados la indeterminabilidad de los fen6menos que seproducen en el mundo, lo cierto es que hoy ya no se puedesostener el determinismo como dogma irrefutable. Las men­tes más preclaras en el campo de la Ciencia reconocen quemás allá de los fen6menos de experiencia hay mucho deincognoscible ante 10 cual han de confesar: Ignoramus etignorabimus (ignoramos e ignoraremos).

En contraposici6n con las concepciones del positivismodeterminista, la revelaci6n bíblica nos presenta un univer­so creado y regido por un Dios libre y soberano, que puedeactuar sin las limitaciones rígidas de unas leyes que Él mis­mo ha establecido. Por supuesto, Dios no altera esas leyescaprichosamente como si jugase con el orden previamentedeterminado por su sabiduría. Normalmente todo sucederádentro del marco natural. Pero Dios dejaría de ser Dios siquedase encerrado en ese marco y no pudiera hacer nadafuera de él. El cumplimiento de las leyes naturales es uno

7. M.F. Sciacca, La Filosofla. hoy. L. Miracle, 1947, p. 389.

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de ~o~ méto~os de acci6n de Dios, el más frecuente, pero noel UOICO. DIOS, en su soberanía, puede intervenir sobrena­turalmente y modificar el curso normal de los aconteci­mientos. ~n este caso nos hallamos ante el milagro, hechoque s610 tIene lugar ocasionalmente.

Por otro lado, Dios puede disponer o combinar fuerzas yhechos naturales muy diversamente, de modo que los efec­tos sean los determinados por su voluntad en beneficio dequienes le invocan. Esto sucede en el mundo físico. El vien­to, por ej~mplo, es un fen6meno natural, y Dios lo us6 parah~cer poSible el paso de los israelitas a través del Mar Rojo(Ex. 14:21). El derrumbamiento de los muros de Jeric6 pudo~ner como. causa una fuerte sacudida sísmica, pero en lasCIrcunstancias en que el hecho se produjo se hada evidentela mano de Dios (Jos. 6). Algo análogo podría decirse del te­~mQtQ en Filipos durante el encarcelameinto de Pablo "jSllas (Hch. 16:25 ss). No es ningún milagro que un pez setrague una moneda y que sea pescado con ella en su vientre,pero resulta difícil reducir a mera casualidad -sin ver unhecho providencial-, la experiencia de Pedro relatada enMt. 17:27.

También se observa la intervenci6n divina en la acci6nhumana. Respetando plenamente el libre albedrío del hom­bre y sin coartar las iniciativas de éste, Dios ordena el cursode su providencia de tal manera que las acciones de los sereshumanos -justas ~ i~justas- vienen a ser elementos que élusa para el cumplImIento de sus propósitos. Dios se ha vali­do de hombres piadosos y probos para bendici6n del mundo.Pero también ha usado a personas que le sirvieron incons­cientemente. Ciro, con su política generosa, llev6 a efectoel plan de Dios relativo a la liberaci6n y regreso a su tierradel pueblo judío cautivo en Babilonia (Is. 44:25-45:4). Lomás sorprendente es que Dios convierte en bien aun el mal~e personas que actúan perversamente. La cruel Asiria fuelOstrumento de juicio divino sobre Israel (Is. 10:5 ss). Lamalevolencia de los hermanos de José fue tomada provi-

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dencialmente en causa de socorro y reconciliación familiar(Gn. 50:20). Supremo prodigio de la providencia divina fueque la ira homicida del sanedrín judío se convirtiese en elmedio para que, con la muerte de Jesús, se cumpliese lo queDios en su presciencia y designio había determinado parasalvación de la humanidad (Hch. 2:23).

La doctrina bíblica de la providencia sigue lógicamentea la de la creación. Dios no creó el mundo para dejarlo des­pués, como sostieneI! lo~ deístas, abandonado a la acción delas leyes naturales. El SIgue presente en el mundo, contro­lando, permitiendo o realizando todo lo que sucede, inclusolo que pudiera parecer tan insignificante como la muerte deun gorrión o la caída de un cabello (Mt. 10:29, 30). Cuantoacontece no es atribuible a un destino ciego, elfatum pagano,ni a la acción de fuerzas naturales igualmente ciegas y deresultados irreversibles. Todo acaece de acuerdo con la vo­luntad de Dios, que libremente actúa como mejor convenga,a fin de que sus propósitos se hagan realidad.

Y, en su libertad, ha querido Dios que algunos aconte­cimientos tuvieran lugar por su intervención en respuesta alas oraciones de sus hijos. Podríamos decir que la oración esun elemento causal entre los muchos de los que Dios haceuso en su gobierno del universo. Como ha escrito el profesorPaul Helm, «Dios ha ordenado la matriz total de tal modoque él hace algunas cosas porque alguien se las ha pedido,y sin la petición las condiciones suficientes para producir 10pedido no se habrían dado... » En palabras de Agustín: «Lasoraciones son poderosas para alcanzar aquello que Dios prevéque dará a quienes se 10 piden».

Es comprensible, si Dios, todopoderoso, soberano y libre,es nuestro Padre.

5. ¿Puede la oración cambiar la voluntad de Dios?¿Es posible que el hombre, mediante sus peticiones, mue­

va a Dios a actuar de modo diferente al que tenía previsto?La pregunta en sí revela cierto grado de incomprensión

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respecto a la naturaleza de Dios y a su modo de obrar. Aúnmás: parece apuntar la posibilidad de que el Creador del uni­verso se convierta en esclavo de su creación.

Hemos de admitir que siempre que nos adentramos en laesfera de los atributos y los propósitos de Dios aparecen an­te nosotros misterios insondables (Ro. 11 :33). Sin embargo,la Escritura nos da luz suficiente para comprender, aunquelimitadamente, la relación entre la oración y el ejercicio dela voluntad divina.

Si consideramos la voluntad de Dios en su aspecto esen­cial, resultante de sus atributos morales, hemos de decir quetal voluntad es inmutable. Ninguna oración podría modi­ficarla. Si, por ejemplo, es voluntad de Dios que el pecadotenga justa retribución, nadie puede moverle a tolerarlo im­punemente. Si su voluntad es nuestra santificación, ningúncreyente puede esperar que, en respuesta a sus plegarias, Diosle autorice para vivir una vida licenciosa. Si Dios quiere«que todos los hombres sean salvos ven an imiento

la verdad» Tim. 2:4), ninguna súplica podrá hacer deél una divinidad tn o nacional que de modo discrimina­torio excluya a una parte de la humanidad de las posibilida­des de salvación. Ninguna petición que responda a criteriosmeist~ o de algún modo haga acepción de oersopas podráinclinar el arbitrio divino a una respuesta favorable. La vo­luntad esencial de Dios no puede ser modificada: cualqúiercambio en ella, ajustado a deseos humanos, sería una corrup­ción de la deidad.

Pero la Biblia también nos muestra que, pese a la inva­riabilidad de la voluntad esencial de Dios, las intendones de~os sí pueden sufrir cambio sin que ello dé lugar a la con­t;radiccióp. Si, descendiendo de las alturas inescrutables dela eternidad, en las que se ordeno la provid~ncia, situamoslas acciones divinas en el plano temporal de la historia, ob­servamos un elemento de contingencia. Dios no Cambia ~n

~ carácter, pero actúa según el desarrollo de' los aconte­cimientos humanos y, en determinadas circunstancias, varía

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su decisión inicial. Una ilustración de este hecho la hallamosen el libro de Jonás. Dios había decidido destruir la ciudadde Nínive a causa de la maldad de sus habitantes; pero elarrepentimiento de los ninivitas hizo que el juicio divino setrocara en perdón misericordioso. La decisión divina fuemodificada, pero de acuerdo con los principios establecidospor los atributos inmutables de Dios y su plan fundamentalde salvación.

Este tipo de cambios es el que puede producir la oración.La intercesión de Abraham en favor de Sodoma y Gomorrahabría tenido éxito si entre sus habitantes se hubiesen halla­do solamente diez justos. Por amor a ellos, Dios habría va­riado su plan de destrucción en respuesta a la petición delpatriarca. En un momento dado Dios había decidido destruiral pueblo de Israel a causa de su persistencia en actitudes deincredulidad y rebeldía; pero la mediación de Moisés y la apa­sionada oración de éste hicieron que Dios se retrajese de suintento (Éx. 32:9-14).

Aun los ejemplos bíblicos de carácter negativo corrobo­ran la efectividad de la oración en relación con las decisio­nes divinas. Cuando Dios dice a Jeremías: «No ores por estepueblo, ni levantes por ellos clamor ni oración, porque no teoiré» (Jer. 7:16; 11:14 y 14:11), claramente da a entenderque. si no hubieran mediado unas circunstancias de endu­recimiento tan intolerable como irreversible, él habría aten­dido a la súplica del profeta y habría anulado o aplazado sudecisión de juicio. Algo análogo puede decirse respecto almensaje divino a Ezequiel (Ez. 14:14, 16,20). De no haber­se llegado a una situación límite, la intercesión de «Noé,Daniel y Job», habría tenido efectos positivos en la acciónde Dios.

La conclusión que se desprende de los datos bíblicos esclara. Karl Bartb la expresó con notable precisión: «Dios es­cucha y responde. Dios no es sordo, escucha; más aUn, obra.No obra de la misma manera, oremos o no. La oración tiene

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tlllil influencia sobre la acción. sobre la existcncia de Dios.E~ es lo que la palabra "respuesta" significa».8 .

Podría alegarse que tal conclusión conduce al indeter­minismo; pero todo cuanto de contingente pucda tencr la his­toria debe ser contemplado sub specie fEternitatis. Del planotemporal hemos de volver nuevamente al de la eternidad deun Dios omnisciente que todo 10 prevé y para todo hace laprovisi~ adecuada. Somos conscientes de que el problemametafíSICO que esta realidad plantea difícilmente ~rá serresuelto satisfactoriamente por vía racional. Siempre resulta­rá un misterio la idea de una previsión o conocimiento prcviode Dios que no parezca anular la libertad humana. Pero lasd,Q,s verdad~s coexisten: a) Para Dios todo futuro es presente;'todo cuanto ha de acontecer le es conocido. b) La prescienciade Dios no anula la libertad del hombre. Y Dios, en su om­nisciencia y previsión coordina 19s actos Ijbres de los sereshumanQs de modo que todo concurra a la realización de susdesignios supremos. Entre esos actos, como vimos, se inclu­ye la oración.

Por otro lado, es del todo razonable que la oración seatenida en cuenta por Dios y que, en cierto sentido, «~upedite))sus decisiones a las peticiones de sus hijos. Sólo así tieñesentido pleno el concepto de comunión, que, ineludiblemen­te. ha de incluir el de comunicación y en cierta medida el dep"articipaciófl. No olvidcmos lo que ya dijimos. que el cre-yente eS'«C01aborador de Dios» '9). Por inco~-sible que parezca, Dios ha des . o a un nivel en el uen.o sólo habla sino que escucha. Y l(,scucha seriam..wte. de talmodo que dentro de las limitaciones impuestas por sabiasrazones que él conoce, actuará teniendo en cuenta lo que sushijos le han solicitado.

¿Signiftea esto una autolimitaci60 de Dios? Tal vez; peroesta a.!!tolimitaciÓD no desdora ni -su grandeza ni su soberanía;-8. K. Barth, La oraci6n. La Aurora. 1986, p. 20 s.

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simplemente Q<me de relieve la magnificencia de su gracia,que del hombre, creado a su imagen y redimido por su Hijo,hace su imerlocu1Pr y copartíc,ipe en las divinas decisiones.Así lo entendi6 Barth: «El hecho de que Dios ceda a las de­mandas del hombre, que mude su intenci6n y siga la oraci6ndel hombre, no significa una debilidad. Él es quien, en sumajestad, e~ el esplendor de su poder, lo ha querido y loquiere así. El quiere ser el Dios que se ha hecho hombre enJesucristo. He ahí su gloria, su omnipotencia. No se dismi­nuye cediendo a nuestras oraciones; por el contrario, muestrade ese modo su grandeza».9 Y Emil Brunner ahond6 en estepensamiento con gran clarividencia: «... en uilllrearcorres­pondencia en el plano personal, la comunicaci6n que Dioshace de sí mismo se convierte en comunicaci6n en sentidoliteral. Dios nos permite que le digamos~go sobre la basede su comunicaci6n a nosotros. Por la limitaci6n de sí mismoDios deja espacio para la libertad de la criatura. A través desu comunicaci6n crea una relaci6n real· de confrontaci6n,que es la identidad con él postulada por el Espíritu Santo enla fe y al mismo tiempo la no-entidad, que recibe su mayorénfasis en la fe en él como Sefior y Creador. Dios, por asídecirlo, rescinde su omnipotencia a fin de dejar lugar paranuestra libertad, y en análoga medida renuncia aquí a su in­dependencia de la criatura. Por su propia elecci6n se hace así mismo dependiente de lo Q,Ye un hijo suyo le dice. Él ños610 oye, sino que responde ... Como Dios se ha limita'dO"'así mismo en la encamaci6n de su Hijo, sin dejar de ser elInfinito,·así se autolimita cuando en su gracia condesciendea oír y contestar las oraciones».lo

Esta maravilla es, sin duda, el exponente más impresio­nante de la dignidad que Dios ha querido otorgar a sus hijosy el más poderoso estímulo en nuestra relaci6n~ con él.

9. K. Barth, op. cit., p. 23.10. E. Brunner, op. cit., 332 s.

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VII

La práctica de la oración

Todo el conocimiento teol6gico relativo a la oraci6n es~ si no nos mueve a orar. No es suficiente tener ideascorrectas sobre la Qlegaria si éstas se mantienen en la esferade lo puramente te6rico,'pues, usando la famosa frase deGoethe, «todas las teorías son grises». Lo que el cristiano in­dividualmente y la Iglesia necesitan es la praxis de la ora­~. Ello nos obliga a dejar el plano de la teología sistemáti­~ para llevar el tema al terreno de la teología práctica.

L~ experien~ia cristiana debe estar impregnada de' uI].e@ín~ de oracI6~. La alabanza y las acciones de gracias, laconfesI6n de pecados, la presentaci6n de preocupaciones onecesidades propias ante Dios, los 'clamores en demanda deauxilio, las Peticiones y laintercesi6n no debieran tener ca­rácter.e~rádico o circunstancia!; no habrían de asemejarsea los géyseres que lanzan su líquido termal intermitentementede mOdo más o menos irregular. MáS bien deberían tener suil.ustra9i6n en el manantial cuyas aguas fluyen sin interrup­~. Este es el sentido de las palabras de Pablo: «Orad sincesar» (l Ts. 5:17), lo que equivale a decir: «Vivid en la ac­ti_tud de quien en todo momento se siente en la presencia 3e~». La oraci6n romo acto mental o vocal no puede serconstante, pero el espíritu de oraci6n· sí 10 puede ser.

Debemos, sin embargo, guardamos del error en que pa­recen caer algunos ~ristianos: que no importa demasiado eltiempo o la regularidad con que practiquemos la oraci6nformal si vivimos en el espíritu de la oraci6n. Esta idea es

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absurda, tanto como lo sería imaginar la relación de una pa­reja que pretende vivir en un espíritu de amor, pero que sóloocasionalmente dialoga. Si nuestra comunión con Dios esunare3.1ida(("nabremos de regular nuestra práctica de la ple­garia, máxime si tenemos en cuenta las múltiples dificultades~on que frecuentemeiÍte tropezamos para un recogimteñlointerior gue la haga fructífera. -- Ya en tiempos del Antiguo Testamento la oración no selimitaba a instantes de extraordinaria intensidad espiritual oa situaciones de gran apuro. Como vimos, los judíos teníansus horas fija.§ en las que diariamente elevaban sus preces aDios (Sal. 55:17; Dn. 6: 10). Esta costumbre proseguía en díasapostólicos (Hch. 3:1). Y, con variaciones en cuanto a los de­talles, ha caracterizado a los espírims piadosos de todos lostiempos. El hábito no ha sido impuesto por el peso de unatradición, a la queen cualquier momento pudiera renunciarse.Tampoco se debe a una decisión nacida del placer espiritualque la oración puede proporcionar. Como aseveró Karl Barth,«no es posible decir: oraré o no oraré, como si se tratase deuna cuestión de gustoS».l Es un imperativo, una cuestión des!:lpervivencia espiritual sana. Así 10 entendía Romano Guar­dini cuando en una de sus «oraciones teológicas» pedía aDios: «Enséfíame a ver que sin orar mi interior se atrofia ymi vida pierde consistencia y fuerza». 2

, -

. Los apóstoles entendieron bien la importancia de ese im­perativo cuando, expuestos a tensiones en la creciente iglesiade Jerusalén, se descargaron de responsabilidades adminis­trativas para dedicarse «asiduamente a la oración y al minis­terio de la palabra» (Hch. 6:4). No menos significativas sonsus reiteradas exhortaciones a que los creyentes oren (Ro.12:12; 15:30; 1 C. 7:5; Ef. 6:18; Fil. 4:6; Col. 4:2; 1 Ts. 5:17;1 Ti. 2:1; 1 P. 4:7).

1. K. Barth La oración, 24.2. R. Guardini, Oraciones Teol6gicas, 99.

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Sin embargo, a fuer de honestos, hemos de confesar queno suele ser la oración el punto fuerte de nuestra vida cris­tiana. En su ejercicio re~lar no parece ser, como afirmabaCarlyle, «el impulso más profundo del alma humana». Másbien solemos sentir la tendencia a reducirla a mínimos quenos avergüenzan. ¿A qué se debe la ipcongruencia resultantede ensalzar las excelencias de la oración por un lado, y tenerque admitir nuestra debilidad en su práctica por otro? ¿Haymétodos eficaces para su ejercicio? Las respuestas son vi­tales, aunque no fáciles. Teresa de Ávila así 10 reconoció alescribir la primera frase de su obra Las Moradas: «Pocascosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tandificultosas como escribir ahora cosas de oración». Compren­demos y compartimos su problema; pero es indispensableque nos ~es~emos a explorar el terreno y dejar algunasipdicacion~s que sirvan de orientación al orante.

Como el ejercicio de la oración posee características dis­tintas, según tenga lugar individualmente o comunitariamen­te, la consideraremos por separado en cada uno de los doscasos.

LA ORACIÓN INDIVIDUAL

En todos los tiempos el creyente ha podido dirigirsedirectamente a Dios, tanto en adoraci9n como en súplica. Asíse pone de manifiesto ya en la vida de los patriarcas, quienesvivieron algunos de los momentos más trascendentales de suvida a solas con Dios. En tiempos posteriores predomina elespíritu comunitario. Yahvéh es el Dios de Israel y el israeli­ta se relaciona con Dios en virtud de su pertenencia al pue­blo escogido. Pero aun en este período histórico abúndan lostestimonios de oraciones individuales; pueden hallarse fácil­mente tanto en los Salmos como en los Profetas.

En el período intertestamentario, tras las experienciashumillantes vividas por los judíos, el anterior concepto de

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pueblo se debilita y de nuevo la piedad israelita halla su másviva manifestación en experiencias individuales. Así puedeverse en las primeras páginas de los evangelios. Las figurasde zacarías y Elisabet, de José y María, de Simeón y Anason paradigmáticas al respecto.

El Señor Jesucristo corroboraría con nuevo énfasis la im­portancia que a ojos de Dios tiene la oración individual en.Qriv~do. En contraste con las exhibiciones teatrales de mu:C~lOS fariseos que gustaban de orar públicamente para serVIstos y alabados, Jesús dice: «Pero tú, cuando ores, entra entu aposento y, a puerta cerrada, ora a tu Padre que está en10 secreto; y tu Padre que ve en secreto te recompensará enpúblico» (Mt. 6:6). La propia experiencia del Señor en estapráctica, así como la de los ap6stoles.- refuerzan ese man­damiento. Su cumplimiento es la evidencia más genuina deuna auténtica piedad. Como ha afirmado Theo Sorg, «es in~

discutible que en el diálogo sosegado y solitario del hombrecon su Dios palpita el corazón de la oración. Aquí se halla~. "punto de Arguímede!' fuera del mundo·, del que SorenKlerkegaard decía que sirve para moveiTa tierra».3

Sin embargo, y pese a la enorme importancia de la oraciónindividual, ésta no es practicada con el empeño y la asiduidadque fueran de esperar. ..

Dificultades de la oración individual

Es innegble que en la experiencia del orante cristiano haymomentos en los que la presencia de Dios se hace extraor­dinariamente real y se convierte en fuente de~de alientode jOZO indesc~ptible. Pero también es cierto que frecueñ~temente la práctIca de la oración resulta rutinaria mecánicafría. '- '

3. T. Sorg, WeM ihr aber betet. Kreuz Verlag, 1973, 26.

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Con el estilo entre humorístico e incisivo que le carac­terizaba, C.S. Lewis escribía: «La oración es pesada. Unaexcusa para prescindir de ella siempre es bienvenida. Cuan­do ha concluido, deja un sentimiento de alivio y descansosobre el resto del día. ~os resistimos a empezar. Nos ale­gr~os al conc!!!ir. Mientras oramos -cosa que no sucedemlent~s leemos una novela o resolvemos un ctucigrama­cualqUIer ~a es suficiente para distraernos».4 Conidéntica sinceridad, el gran teólogo inglés Benjamín Jowettconfesaba en su diario: «Nada hace a uno más consciente depobreza y sUIJ.C~cialidad d~ carácter que la dificultad paraorar o para asIstir a la oraCIón. Cualquier pensamiento cen­trado en uno mismo, pensamientos malignos, sueños diurnos,fantasías amorosas, fácilmente encuentran cobijo en la men­te. Pero .el pensamiento de Dios, de la justicia y la verdad nose mantIenen en ella, con la excepción de muy pocas per­sonas. No llego.a entender mi propia naturaleza en 10 queatañe a este partIcular. NoJ1ay nada que, a distancia, parez­ca desear más que el conocimiento de Dios... y, sin embargo,no puedo conseguir que mi mente se mantenga pensando enél ~r espacio de dos minutos. Pero leo una gran obra defiCCIón y apenas puedo apartar mi mente de ella».5

Admitiendo 10 generalizado de esta experiencia, quizás~bríamos de confesar que 1,oración, gran privilegio, se con­VIerte a menudo en gran problema.

¿Se debe ello simplemente a ~stados de ánimo poco fa­vorables para la Qlegaria en un momendo dado u obedece aotras causas? Es obvio que el es.tado anímico, sea de eleva­ción espiritual, sea de depresión, influye en nuestra comunióncon Dios; en el primer caso para hacerla más viva; en el se­gun~o, para ensombrecerla y debilitarl¡l. Pero esta circuns­tanCIa, generalmente pasajera, no es la única que influye en

4. Letters to Malcolm, 113 s.5. Cit. por H.E. Fosdick, op. cit., 91.

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la calidad de la oración, ni quizá la más preocupante. Hayotras que debemos tomar en consideración.

Motivos frecuentes de pobreza en la oración son la frial­~ espiritual, el debilitamiento en la fe, la tibieza en elcom~promiso cristiano. En tales situaciones el creyente apenassiente la necesidad de orar. En estos casos~un autoexa­meº- profundo que conduzca por la vía del arrepentimientoy la confesión a un diálogo renovado, gozoso, con el Señor.

Otra dificultad para orar adecuadamente es la facilidadcon que nos distraemos. Mil y un pensamientos ajenos a iOsmotivos de nuestra oración pueden cruzar nuestra menteentretanto nos ocupamos en hablar a Dios, sobre todo cuandonuestra oración es sólo mental. Si pudiéramos reproducirlosdespués de concluida la plegaria, probablemente nos son­rojaríamos. Lutero describió con cierta crudeza, pero conrealismo, este tipo de experiencia: «... con los pensamientosde su corazón se conducen de esta manera: pasan del cen­tésimo al milésimo, y cuando todo se ha acabado, no sabena punto fijo qué es lo que han hecho ni 10 que ha pasado hastaentonces. Comienzan con el "Laudate" y ya están pensandoen las musarañ!s, hasta tales extremos, que me parece queno se podría ofrecer un espectáculo más ridículo que el derepresentar ante alguien los pensamientos que, durante laoración, agitan el interior de un' corazón sin fervor y pocopiadoso».6

Este problema se agudiza en nuestro tiempo. Vivim..Qscon rltmo acelerado un estilo de vida marcado por la multi­plicación de ocupaciones -y preocupaciones-, por la prisa,la ansiedad y el efecto de tensiones agotado~as. Pero hemosde señalar que este problema no es exclusivo de creyentesmediocres, como pensaba Lutero. Lb conocen igualmente, ymuy bien, personas piadosas que aman y sirven fielmente a

6. «Método sencillo de oración para un buen amigo», Lutero, Obras.Sígueme, 1977, 324.

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Dios. Ya en su día confesaba Juan Bunyan: «¡Oh, cuán sor­prendentes son los agujeros que el corazón tiene en el tiempode la oración! Nadie sabe cuántos caminos escondidos ycuántas $redas traseras tiene el corazón para deslizarse fuerade la presencia de Dios».7 Pero esta realidad no debe fomentaren nosotros un confonnismQ perniciQso. Hemos de hallar elmodo de bloquear esos camiOQs y esas veredas en la medi­da de 10 posible. Intentaremos en breve indicar el modo delograrlo. .

Causa no menos frecuente de dificultad en la práctica dela oración es el activismQ, la tiranía de la acción que acaparatodo el tiempo y apenas deja un Il}()mento, de sosiego paraestar en comunión <l..o1!l?ios. No parece muy convincente eldicho atribuido a Jerónimo: «Toda obra de los creyentes esoración», ni el proverbio que reza: «Quien trabaja fielmenteora dos veces». Si estas aseveraciones las intetpretamos be­névolamente, como hiciera Lutero, opinaremos como él, que«en su sentido más hondo, esto quiere decir que un fiel, mien­tras trabaja, está temiendo y honrando a Dios, pensando ensu.s preceptos para no perjudicar a nadie... Tales pensa­mIentos, tal fe, mdudablemente constituyen también una ora­ción y ~abanza».8 Y es verdad que un creyente puede vivirmuy act~vamente con un espíritu de oración. Pero es igual­mente CIerto que l!...menudo ese espíritu se debilita a causad,t un obrar incesante, aunque sea en la obra del Señor. Esosuce.d~ porque generaIíriente pensamos más en nuestroservICIO que en el Dios a quien servimos. ~obia.Q()~con<~muchos quehaceres», como Marta, descuidamos la «cosaecesarla»: estar sentados a los pies de' Jes6Si~·--4).

Cuan o somos conscientes de esta negligencia resulta difícilno pensar que vivimos en una inconsecueñcia humillante.Según A. Guerra, «Teresa de Jesús pasó una vida trabajo-

7. Cit. por H.E. Fosdick, op. cit., 99.8. Op. cit., 320.

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sísima y creyendo ser honesta abandon6 la oraci6n porquesu existencia no era coherente».9 A una decisi6n semejantepuede llegar más de un creyente inmerso en una vida deconstante acci6n.

La historia de la Iglesia deja constancia de dos erroresigualmente malsanos: el de situar la vida contemplativa enla cumbre de1apeifecci6n cristiana, en detrimento de la obraque somos llamados a realizarJ y el de otorgar a la actividaduna prioridad tan absoluta que casi menosprecia todo intentoserio de «dedicarse» a la oraci6n. Hubo un tiempo en que,como hizo notar Hugo U. voñBalthasar, «la contemplaci6nera el placer puro y la acci6n la fatiga pura». 10 En este criteriose hallan las raíces de ciertas fonnas de monasticisI.!!0' Hoyprevalece la idea opuesta; lo fatigoso es el recogimiento in­terior y la oraci6n; el placer lo proporciona la acci6n. Entreesos dos extremos el cristiano debe encontrar una sici6nde equilibrio. o se trata de una d~ntiva: oraci6!Lo acci6n,

e una conjunci6n co ulativa: oraci6n acci6n:- ­en cu quiera e estas os actividades podríamos aplicar

las palabras de Jesús en un contexto diferente: «Esto era ne­cesario hacer sin dejar de hacer lo otro» (Mi. 23:23).

También pueden influir en el ejercicio de la oraci6nfactores temperamentales. Algunas personas poseen.!lna pre­disposici6n innata a lo espiritual. §Cnsibles, introvertidé!,s,fácilmente· pueden sumirse en prolongadas reflexiones. Sison creyentes, no les resulta excesivamente dificil concen­trarse en la oraci6n. Por el- contrario, ~a persona temperal­mente ~~_travertida, dinámica, más dada a la acci6n que ª lameditaci6n, tropezará con mayores obstáculos cuando quie­ra orar. Esto no .significa que su cristianismo sea de inferior

9. A. Guerra, Conceptos fundamentales de pastoral, Cristiandad, 1983,671. ¡10. H.U. von Ba1thasar, Ensayós teológicos. Verbum Caro, Madrid, 1964,294.

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calidad, sino simplemente que su fe tiene fonnas distintasde expresi6n. Probablemente jamás llegará a «sentirla» comolos místicos, pero su comuni6n con Dios puede ser igual­mente real y edificante, pese a que le exija un mayor esfuerzo.Este punto será tratado más extensamente en la segunda par­te de esta obra al estudiar la psicología de la oraci6n.

Expuestas algunas de las trabas que pueden dificultar lapráctica de la plegaria, conviene pensar en modos y mediosque hagan de ella una experiencia tan saludable como gozosa

Ayudas para la oración

No es posible ofrecer f6nnulas mágicas para que en todos!os casos la oraci6n se convierta en una experiencia gloriosa,mefable. No existe ningún método que asegure ese resulta­do. ~da creye~te deberá buscar el que mejor se ajuste a S!lPArtIcular @ceS1~_y -ª su_tem~l'@le!1to, sin pretender al­terar~~~onal!9ad. Como decía Helmut Thielicke, «con laoraci6n sucede como con la fe: !lo !~ngo por qué ser otro delque soy».ll Renunciando, pues, de antemmo, a presentar unmétod~, nos limitamos a ofrecer simplemente algunas su­gerenCIas que estimamos positivas y eficaces de modogeneral.

Decisión

Si la oraci6n no ha de quedar reducida s610 a expresionesesporádicas de acci6n de gracias por detenninadas bendi­c~ones o de súplica en momentos de angustia y necesidad,SI ha de mantenerse la regularidad de nuestra comuni6n conDios y nuestro ministerio de intercesi6n, es imprescindiblere~ervar un tiempo para su ejércicio. No es algo que podamos~ar al albur de ratos disponibles. Hay que buscar esos i~os;

11. H. Thielicke, El sentido de ser cristiano. Sal Teme, 1978,47.

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mejor dicho, ha ue fi'arIos de antemano entre los me'oresdel día (o de la noche). Los apóstoles vieron esta necesi acon claridad ejemplar. Cuando dijeron: «nosotros nos dedi­caremos asiduamente a la oración y al ministerio de la pa­labra» daban a entender que para ellos tan importante era 10uno como 10 otro. Y si alguna prioridad hubiera de estable­cerse entre ambas actividades, el orden del texto bíblico su­giere que l-ª oración debiera ocupar el primer lugar.

La oración no debe estar sujeta a la irregularidad, la es­P2ntaneidad o la improvisación. E-xige dedicación; incluso-usando un término de nuestro tiempo- .12lMificjlQión. Puedehaber algo de hiperbólico en la frase de Lutero: «El oficiodel cristjano es orar»; pero enfatiza atinadamente la neée­sidad de que el creyente no vea en la oración una prácticapiadosa al margen de sus actividades. La plegaria es otra ac­tividad, y una actividad de primer orden. Es, pues, de todop~nto indispensable que le asignemos diariamente el tiem­122 necesario. De 10 contrario, la comunión con Dios iráenfriándose, por 10 que las oraciones cada vez serán másdistanciadas y más breves. Aun si se mantiene su frecuenciasu intensidad habrá disminuido. Serán como flechas dis­paradas con un arco débilmente tensado. Una vida de oraciónnormal exige la decisión depraCticarIa con la regularidad y>e.ntrega que su jmportancia demanda. Juan Wesley fue muyconsciente de esta exigencia y aunque no nos atreveríamosa afirmar que su «método» ha de ser seguido con la mismaextensión por todos los cristianos en toda época y circuns­tancia, consideramos muy digno de meditación el voto conque encabezaba cada uno de sus muchos diarios: «Decido,Deo juvante, 1) dedicar una hora por la manana y otra porla noche a la oración en rivado, sin excusa ni retexto al­~; y conversar /cata theo (cara a cara conDios)~infrivolidad, sin eutrapella (vulgaridad, bufonería)>>.12 ~o que

12. CiL por H.E. Fosdick, op. cit., 45.

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de este voto importa destacar no es la duración de la oración,cuestión de la que nos ocuparemos oportunamente, sino delaserieda9 con que el fundador del Metodismo pensaba yactuaba respecto a la misma.

Relajaci6n y concentrací6n

ES-iumamente dificultoso orar cuando la mente está~ de los más diversos pensamient9s y el espíritu es

presa de la inquietJJd. Una de las circunstancias más favo­rables para la oración es ~ sosiego interior que permita laconcentración en los motivos de la plegaria. Los eremitas deantaño se exhortaban mutuamente a la huida del mundo' y alsilencio. Era una forma de expresar l-ª necesidad que senÚande soledad con objeto de alcanzar la paz de espíritu. El mismosentimiento ha regido la vida monacal a lo largo de siglos.En nuestros días se han divulgado laÚécnicas del yoga y lameditación trascendental, encaminadas a lograr la relajacióny el ~ntrol del pensamiento. Ni el monasticismo ni las téc­nicas orientales son plenamente compatibles con la doctrinaevangélica; pero son exponentes de una precisión in­soslayable: la de lograr un estado mental y anímico -10 gues~ ~a venido ,a llam~ «unidad interior»- que permita la esta-bIlIdad del pensamIento en tomo a un solo objeto. ,

Eminentes teólogos cristianos así lo han entendido. Cal­vino escrib~a: «Para orar de manera correcta y adecuada,la primera regla es que nuestro corazón y nuestra mente sehallen en un estado conveniente, como corresponde a quie­nes entablan conversación con Dios. Alcanzaremos tal es­tado mental si, despojados de todo pensamiento y preo­cupación ~a~a!... la mente es entregada enteramente alsolemne eJercIcIo Yse eleva, d((ntro de 10 posible por enci-.ma de sí misma... Sostengo la necesidad de apartar todaslas inquietudes exteripres, por las que la mente distraídasea apresurada a ir de acá para allá y arrastrada del cielo a

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la tierra».13 Guardini dedica buena parte del primer cap~tulo

de su libro Introducción a la vida de oración a la necesIdaddel recogimiento como parte preparatoria ~se~cial enlapráctica de la ple~ari.a. Desta~a que ese recoglI~l1en~O, en s~sentido original, slgmfica «ymfic~e». Y at'iade.,,«~s m.aes"tros de la vida espiritual hablan sIempre de la dls~rslón

como de un estado en que el hombre carece de la um~adlle

un centro espiri~al, un estado e~ e~ que sus ~nsam~entos

van de un objeto a otro, sus sentImientos son Imprecl~s ysu voluntad no es capaz de llevar a término las más auténticasposibilidades. En este estado no hay un "yo" -una persona­~ habla y a qUIen se puede hablar, sino un emb!Ollo d~ I!.n­sarnientos, un flujo de sensaciones, unas m~ras ImpresIOnes.Así, pues, recogimiento quiere decir que qUIen desea orar ha"recogido" sus pens~ientos .y así h~ preparado para l~ .ora­ción un estado de espíritu "umficado . Es un estado espmtualen el que el hombre dice -como Samuel cuando fue ll~ado-:"Heme aquí, Seftor".»14 y Fosdick a~rma~ue «el éXito e~

la oración incluye no sólo la preparacIón general de una VI­da noble y un pensamiento justo; a menudo demanda unapreparación especial. Pue~e .suc~er que se. esté .de mal !!p­mor¡ que se interpongan la ImtacJ,ón o 11\ ~sledad, lapreoc'!­~c-mn por las obligaciones puede agobltu' nuestras mentesde tal manera que, si oramos, sólo una pequefta:p~ de no­sotros se ocupe en ello. Una docen~ de exigencI~ diferentespueden hacer la preparación especial una necesIdad a~solu­

ta para la oración real. Considerar con qué IPresuramlent0,con qué pensamientos improvisa~o~, mentes deSasosegadasy vidas no examinadas nos precIpitamos para entrar en lapresencia de Dios y salir de ella. El Dr. South.expon~ estacuestión con brusca frangu~za: "Solamente el IrrefleXIVO yel seguro de sí mismo entraría precipitada y toscamente en

13. J. Calvino, Inst. XX, 4.14. R. Guardini, Inlroducció a la vida d'oració. Nova Terra, 1966, 25.

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la presencia de un gran hombre; y nosotros, en nuestras pe_ticiones al gran Dios, ¿tomaremos por religión 10 que la razónhumana normal consideraría falta de buenos modales?"»15

Pero ¿cómo conseguir la concentración espiritual adecua­da? Debemos insistir en que ftohay normas fijas para tal fin;pero si tomamos en consideración la experiencia atestigua­da por cristianos que han sido ejemplos de orantes, habremosde recomendar la lechlra de las Escrituras y la meditacióncomo medios insuperables para lograr no sólo la preparaci6nprevia "a la oración, sino también la práctica satisfactoria dela oración misma.

Que los textos bíblicos son fuente de inspiración para elorante se hace patente en las mismas Escrituras. Las plea,a­rias más impresionantes del Antiguo Testamento, tanto en sucontenido como en su forma, evidencian que quienes orabanestaban ijñpregnados en la palabra de DjQ~ que les era co­nocida. Recordemos, sólo a modo de ejemplo, la magistralplegaria de Esdras (Neh. 9). La mayoría de los s3Imistas be­bieron de las fuentes de la revelación y tanto sus súplicascomo sus alabanzas expresan sentimientos nacidos del cono­cimiento de las páginas sagradas. En el Nuevo Testamentolos cánticos de María y Zacarías presentan la misma carac­terística. Nada como las Escrituras puede caldear el alma.Así 10 experimentaron los discípulos de Emaús (Le. 24:32).y los santos de todos los tiempos. Lutero comparaba la Es­critura al pedernal que enciende fuego en el Coraz.6n~

Es obvio, sin embargo, que el fruto de la lectura bíblicasólo se obtiene cuando ésta va acompat'iada d~ Uleditación enuna actitud de diálogo con Dios. En la lectura, más de unafrase dará seguramente lugar a reflexiones que muevan a orar,bien....sea con acciones de gracias, bien sea con la confesión

15. R.E. Fosdick, op. cit., 89 s.16. M. Lutero, «Método sencillo de oración para un buen amigo», Lutero.Obras, 331.

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de algún pecado o con una petición concreta. Después se con­tinúa leyendo y meditando, volviendo a orar cada vez que elespíritu encuentra nuevos motivos para dirigirse a Dios. Deeste modo el tiempo de oración puede prolongarse sin dema­siado esfuerzo mucho más de lo que por lo general se lograríaen un intento de larga plegaria ininterrumpida.

Esta forma de practicar la oración no sólo es deleitosa;suele deparar experiencias de especial enriquecimiento espi­ritual. Por un lado, hablamos a Dios con mayor inteligenciay, probablemente, con mayor fervor. Por otro lado, se da laoportunidad para que el Espíritu de Dios hable a nuestro es­píritu. Citamos una vez más a Lutero, cuya experiencia rati­fica la práctica propuesta: «Lo que me acaece con frecuenciaes que una frase o una petición me suscitan tantas reflexio­nes que prescindo de todas las demás. Y cuando fluyen todosestos pensamientos abundosos y buenos, es preciso dejar aun lado las restantes peticiones [se refiere a las del Padre­nuestro], detenerse en aquéllos, escucharlos en silencio, noponerles obstáculos por nada del mundo. Entonces es cuan­do está predicando el Espíritu Santo, y una palabra de supredicación es mucho más valiosa que mil de nuestrasoraciones».17

Pero este «círculo» espiritual debe ser completo. Nin­guna de sus partes ha de excluir a las restantes. Cuando al­guien preguntó a Paul Tillich: «¿Oras?», la respuesta fue:«Medito». Pero la meditación, pese a su gran valor, no es elpunto final en el camino de la comunión con Dios. No es su­ficiente que :nos hablemos a nosotros mismos a través denuestras reflexiones. Es men~ster que hablemos a Dios, tan­to en expresiones de adoración como en peticiones concretasde toda índole.

17. M. Lutero, op. cit., 323 s.

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Sugerencias complementariasEn la oración peticionaria puede ser de ayuda una lista

escrita de motivos que realmente pesan sobre nuestro espíritu.Con perseverancia y esperanzadamente, presentaremos esosmotivos ante Dios.

Apartado especial en nuestras peticiones debe constituirlala intercesión a favor de otras personas. El Nuevo Testamentoenfatiza este aspecto de la oración, comparable a un campoinmenso. Se debe orar por todos los hombres; por los reyesy gobernantes (1 Ti. 2:1-3), por los hermanos en la fe (Col.1:9; 2 Ts. 1:11), por los predicadores del Evangelio (Ro.15:30; Col. 4:3; 2 Ts. 3:1) y aun por los enemigos (Mt. 5:44).

Nada como la intercesión muestra la calidad de nuestrocristianismo. Nos atrevemos a decir más: es exponente deuna auténtica humanidad. Como alguien ha sugerido conprofunda agudeza, «ningún hombre es la totalidad de sí mis­mo; sus amigos son el resto de él». El cristiano, llamado aser el más humano de los hombres, no puede recluirse enel caparazón de su egoísmo. Ha de sentirse solidario de sussemejantes, particularmente de quienes, como él, formanparte del pueblo de Dios. Los problemas, los sufrimientos ylas necesidades de ellos, debe asumirlos como propios ypresentarlos en oración ante el Padre de misericordia. Laintercesión, en frase de Fosdick, «es el amor sobre lasrodillas».18

En cuanto a la forma, la oración puede ser mental o vocal.La mental está más expuesta a la divagación del pensamiento,por lo que algunos creyentes prefieren elevar sus preces conpalabras audibles.

Más importante que la forma es el espfritu con que ora­mos. A la reverencia debe unirse la seriedad. Lo que presen­tarnos a Dios en nuestras plegarias debe ser algo en lo queestamos verdaderamente interesados. «Nuestras oraciones

18. R.E. Fosdick, op. cit., 221.

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deben significar algo para nosotros si han de significar algopara Dios».19

En algunos casos, la seriedad irá acompañada de pasión.«¡Dame Escocia, o me muero!», clamaba Juan Knox. Cuandopresentamos a Dios cuestiones de gran trascendencia nopodemos orar como si se tratara de bagatelas. Y si oramoscon seriedad, el peso de nuestra oración, en cierto sentido,subsistirá. No parece lógico que el orante se olvide de suspeticiones tan pronto como ha dejado de orar. Los motivosseguirán más o menos en su mente y en días sucesivos le in­ducirán a reiterar sus súplicas hasta que obtenga contestaciónpor parte de Dios.

Otro punto al que hemos de referirnos es el relativo a laduración de la plegaria. Ningún texto de la Escritura nos in­dica el tiempo que normalmente debemos dedicarle. El SeñorJesucristo pasó noches enteras orando (Lc. 6:12). Algunossiervos de Dios han dedicado horas al mismo fin. J;:s archi­conocida la declaración que un día hizo Lutero: «Tengo hoytantas cosas que hacer que habré de pasar tres horas prando».Whitefield a veces empleaba un día completo en esta acti­vidad. Como hemos visto, el tiempo de comunión con Diospuede dilatarse sin demasiada dificultad cuando la plegariase combina con la lectura de la Biblia y la meditación. Sinembargo, sería absurdo pensar que la calidad, la intensidady la eficacia de la vida de oración de un creyente dependede la cantidad medida en unidades de tiempo. La oración nodebe ser medida con un cronómetro, sino más bien con unbarómetro que marque la «presión» espiritual del orante.

La imposición rigurosa de un determinado espacio detiempo, más bien prolongado, puede conducirnos a la escla­vitud dellegalismo. En esta caso, la oración, lejos de ser unaexperiencia vivificante, se convierte en agobiante carga quesoportamos, ora para evitar problemas de conciencia, ora para

19. Maltbie Babcock. ciL por H.E. Fosdick, op. cit., 222.

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complacernos en lo que consitleramos espiritualidad superior.Pero esta práctica ¿no está emparentada con la que el Señordesaprobó tajantemente como propia de paganos? (Mt. 6:7;comp. 1 R. 18:26,29). Debemos recordar que también en esteterreno hemos sido llamados a la libertad (Gá. 5:13), la liber­tad del hijo en contraste con la servidumbre del esclavo. Yserá inútil todo intento de «forzaD, en nosotros mismos o enotros, la práctica de oraciones de larga duración. Spurgeonconfesaba que no podría seguirla aun si de ella dependiesesu destino eterno.

Pero por otro lado no debe olvidarse 10 que ya hemosseñalado: la necesidad de que el creyente se tome en seriola .oraci~~ y l~ dedique el tiempo indispensable para que, sinpnsa ru mqUIetud, con la debida concentración realmenteviva una experiencia de comunión con Dios. '

No ~~traremos en minuciosas consideraciones respecto ala posIcIón corporal del orante. En la. Escritura tenemosejemplos para adoptar cualquier postura: de pie (1 Ro. 8:55);2 R. 5:11; Neh. 9:2) -a veces con las manos alzadas- (1 Ti.2:8), sentados (Neh. 1:4) o de rodillas (1 R 8:54; Esd. 9:5;20:36; .21:?; Ef. 3:14). A~n ~aciendo sobre el lecho, propicio~ n:laJamIento y la medItaCIón, aunque también al adorme­CImIento, se puede orar con reverencia y fervor (Sal. 63:6).Muc~s cristianos, si su condición física se 10 permite, oranarrodIllados po~ considerar que esta postura es la que mejorexpresa la humIldad, la reverencia y la sumisión con que de­bemo~ acercamos al Dios santo y soberano. Fue la posiciónprefenda por Jesús en momentos de gran intensidad espiri­tual (Lc. 22:41) y, al parecer, la habitual de Pablo (Hch.20:36; 21:5; Ef. 3:14).

En cuanto a la hora más adecuada para la oración tam­poco es posible extenderse en normas precisas. Para m'uchaspersonas, la primera hora del día es la ideal. Lo era tambiénpara el salmista (Sal. 5:3). Lo fue para Jesús (Me. 1:35).Agustín decía que «la hora matutina es el timón del día».Algunos creyentes prefieren otros momentos en los que

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pueden disfrutar de mayor tranquilidad que la que permite laprisa impuesta por el inicio del trabajo del día. Y no faltanquienes hallan en las horas noctu~as el espac~o de tiempoen que, libres ya de las preocupacIOnes de la Jornada: pu~­den concentrarse para orar. Jesús mismo tuvo esa expenenclaen alguna ocasión (Mc. 6:46,48). También en los salmos.en­contramos antecedentes de inspiradas oraciones vespertmas(Sal. 4). Y no faltan ejemplos de espíritus piadosos que, a se­mejanza de los antiguos judíos, oran tres veces al día.

También en este punto cada persona deberá optar por 10que estime más conveniente. Los aspectos secundarios de laplegaria han de ser decididos con libertad responsable. Loimportante es que de veras pueda el Señor decir de cadacristiano lo que un día dijo de Saulo: «He aquí, él ora»(Hch. 9:11).

LA ORACIÓN COMUNITARIA

Acabamos de ver que la comunión con Dios tiene unadimensión individual; y ésta es insustituible. Como se cantaen un conocido espiritual negro, «Soy yo, soy yo, Señor,quien desea a ti orar». Pero esa dimensión es inseparable deotra más amplia, la que nos incorpora al resto del pueblo deDios para rendirle culto y servirle comunitariamente. Por esono basta orar por los hermanos; es necesario orar con ellos.

Ya hemos hecho alusión al gran alcance que esta segundadimensión de la plegaria tuvo en los tiempos más esplen­dorosos de Israel, cuando la piedad individual tenía su puntode apoyo en el pacto establecido por Yahvéh con su pueblo.Era en virtud de su calidad de miembro de la comunidadescogida que el fiel israelita se relacionaba con Dios con­fiadamente. Y lógicamente las manifestaciones de su piedadtenían un carácter colectivo en los actos cúlticos normalesque se celebraban en el templo diariamente y en las solemnesfiestas anuales, como se pone de relieve en muchos de lossalmos.

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Los profundos cambios políticos operados en el períodoposexílico modificaron la conciencia nacional de los judíosy la piedad ahondó sus raíces en la fe individual de quienescomponían el «resto fiel». Con todo, la oración comunitariasiguió ocupando un lugar relevante en el judaísmo de esaépoca (Neh. 8:6; 9) y de tiempos posteriores. Así lo eviden­cia el amplio uso en las sinagogas de la liturgia rabínica, enla que la tefillah, oración esencialmente suplicatoria, llegó aocupar el lugar central del culto.

En el Nuevo Testamento el aspecto congregacional de laor~ción se mantiene. Es confirmado por el Señor Jesucristo,qUIen no sólo enseñó a orar a sus discípulos invocando a Dioscomo «Padre nuestro», sino que les hizo una significativapromesa: «Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierraacerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por miPadre que está en los cielos; porque donde están dos o trescongregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos»(Mt. 18:19,20). A menudo este texto se ha interpretado en­fatizando el hecho de que el Señor está entre los suyos porpocos que sean. Pero el contraste, como hizo notar Fosdick,no está entre los pocos y los muchos, sino entre la oraciónsolitaria y la oración .comunitaria.:ID

El núcleo inicial de la primera"iglesia cristiana se distin­guió porque «perseveraban unánimes en oración y ruego»(Hch. 1:14). El crecimiento en número no hizo disminuir eseespíritu" de oración comunitaria (Hch. 2:42), y las pruebasmás bien 10 I'Qbusfecieron (Hch. 12:5). En el seno de una~n?regación orante se gestó y nació la primera empresamiSIOnera (Hch. 13:3). La extensión del evangelio y la edi­ficación de la Iglesia tendría en la oración su más sólidoaJX?Yo (Col. 4:3). Y es de notar que las exhortaciones apos­tólIcas para fomentarla no van dirigidas a individuos sino aiglesias locales.

20. E.H. Fosdick, op. cit., 207.

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La respuesta fue ampliamente positiva. Al igual que en elculto de la sinagoga, en el de la comunidad cristiana ocupóla plegaria un lugar prominente, con la diferencia de que enésta privaba el elemento pneumático sobre el litúrgico. ElEspíritu Santo distribuía dones o carismas para que la vidaespiritual de la iglesia fuese enriquecida (l Co. 12:4 ss). Estosdones se ponían de manifiesto en las asambleas cúlticas yuna de sus expresiones era precisamente la oraci6n que, co­mún a todos los creyentes, en algunos casos se manifestabamediante la glosolalia (l Co. 14:14). Este fen6meno dio lugaren Corinto a algunas anomalías que Pablo tuvo que corregir(1 Co. 14:13-28); pero la oraci6n seguiría siendo una de laspartes esenciales del culto cristiano. Su forma ha experi­mentado variaciones en el transcurso de los siglos. En de­terminados lugares y épocas han predominado las formaslitúrgicas; en otros, la oraci6n libre. Sin embargo, siempre seha considerado que la plegaria es esencial en los serviciosreligiosos de toda iglesia cristiana.

La práctica de la oraci6n colectiva es consecuencia 16gi­ca de una característica esencial de la iglesia: la koinonia ocomuni6n de sus miembros entre sí. Es natural que quienescomparten una misma fe, una misma esperanza, un mismotestimonio, idénticos motivos de gratitud y alabanza, a la parque se enfrentan a análogos problemas, tentaciones y respon­sabilidades, unan sus corazones y sus voces en la oraci6n. Esinconcebible que un creyente, miembro del cuerpo de Cristo,viva en solitario sus experiencias de comuni6n con Dios. Talanomalía haría pensar en la probable existencia de problemascomo la misantropía, la introversi6n excesiva o el egocen­trismo espiritual desmesurado. En este último caso, el espíri­tu de oraci6n quedaría indefectiblemente lesionado. AdolfSchlatter afirmaba que «la oraci6n que se ocupa s610 de unomismo se marchita». Lo normal es que el creyente que oraa solas con Dios ore también a Dios con sus hermanos.

La bendici6n que de esa comuni6n en la plegaria puedeobtenerse es innegable. Algunas de las experiencias más

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e~riquecedoras de muchos cristianos fueron vividas en reu­ruones, más o menos formales, de oraci6n. Y la vitalidad demuchas iglesias se debe, sin duda, a esa actividad. La robus­~ez y ~l crecimiento de la obra evangélica en Corea es unImpresIonante ejemplo de ello en nuestros días.

El debilitamiento de los cultos de oraci6n en una iglesia-y hoy son muchas las que en el mundo occidental lo sufren­es ~v.iden~ia inequívoca de que algo inquietante ocurre en laespmtualIdad de sus miembros. Ese hecho debiera ser unaluz roja que· ?bligara .a éstos a detenerse, autoexaminarse yrenovar~ baJO la accI6n del Espíritu y de la Palabra.

ESpe~I~ atenci6n debe prestarse a tres factores que confrecuencIa Influyen negativamente en los cultos de oraci6n:

1. El formulismoSi somo honestos, admitiremos que muchas de las oracio­

nes que se oyen en las iglesias o en otros círculos cristianosadolecen de ese defect~. No importa que sean litúrgicas oespontáneas. En cualqUIer caso dan la impresi6n de que sedeben. más a una costumbre que a un sentimiento interiorauté~tlco, a una tradi~i6n más q~e a unas razones objetivasque mduzcan a la accI6n de graCIas, la confesi6n o la súplicacon men!e y coraz6n realmente abiertos a Dios, a la fuerzade la rutma más que a la acci6n del Espíritu. Cuando estosucede: la oración suele ser fría. No parece que tenga otrop~p6sItO que el de «cumplir» haciendo uso de la «fórmula»,ru otra esperanza que la de merecer la aprobación de quie­nes la es~chan. Este tipo de oración es la escarcha de lascongregacIones.

2. La hipocresfa

Está emparentada con el formulismo. Admite variedad degrados. El más eleva~o aparece en el fariseo que ora públi­camente con ostentacIón buscando su propia gloria. El másl~ve -¿o el más sutil?- es el del creyente que, aun siendoSI~cero en.su fe, descuida deplorablemente su comunión conDIOS en pnvado, pero aprovecha todas las oportunidades que

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se le presentan para orar en la iglesia. Hay u.na discordanciaentre su vida interior y su religiosidad extenor. En tal caso,lo más probable es que su plegaria no pase de ser otra cosaque «palabras, palabras, palabras, ... » y bien c~nocido e~ elprecepto de Jesús respecto al ~arloteo en la 0~a~16n (~t. .6.7).

Tal práctica es un descrédIto de la autentIcIdad cnstI~a,

por 10 que debería ser repro?ada en la vida eclesial. Lo escntopor Calvino todavía es válIdo hoy:. «Por cuanto esta garru­lidad es mofarse puerilmente de DIOS, no debe sorprender­nos que se haya prohibido en la I~lesia, a fin de que ~adase oiga en ella sino lo que es seno y proceda del mIsmocoraz6n».21

3 El fervor entusiasta incontrolado. Hallamos en él el polo opuesto .al formulismo. General-

mente este elemento se debe a un sentimiento exaltado quese desborda en la oraci6n mediante expresiones vehementes,no siempre «inteligentes».. ., .

En la antigua iglesia de Connto se dIO ese. tl~ de sentI­miento y su forma de expresi6n, como se ha mdlcado ante­riormente fue a menudo la glosolalia, con deficiencias quePablo hubo de subsanar. No basta «orar con el espíritu»; esmenester orar también «con el entendimiento» (1 Co. 14: 15).

Hay en el cristiano piadoso un fervor natural, mesurado,que, a través de la oraci6n, caldea saludablemente la atm~s­

fera espiritual de la comunidad orante. Pero el fervor qu~ tIe­ne necesidad de recurrir a la voz estridente, al tono queJum­broso u otras formas aparatosas de expresi6n fácilmente seráinterpretado por el observador ajeno al círculo religios? co~ouna forma de histeria, 10 que honra muy poco el testImOnIOcristiano.

Tampoco es menester que el fervor se e~prese con ma­nifestaciones místicas que, finalmente, tambIén conducen aalguna forma de paroxismo. Pese a lo duro del lenguaje, es

21. 1. Calvino, Inst., XX, 29.

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digno de reflexi6n lo que Jacques Ellul escribi6 en su obraL'impossible priere (La oraci6n imposible): «Orar no es esesubjetivismo que se encuentra en algunos círculos cristianos,esas oraciones frenéticas, exaltadas, de pietismo dudoso. Ora­ciones pronunciadas profusamente, en las que se proclamatodo lo que pasa por la cabeza o· luso un diluvio de f6r­mulas acabadas, de todos los clisés aprendidos por gene­raciones. Orar no es la acum acúSn verbal que lleva lasoraciones a un estado de exaltaci6n incontrolada. La oraci6nno es un ejercicio místico que escapa a la raz6n para con­vertirse en exaltaci6n, espuma de labios. Sería una blasfemiallegar a este resultado. Este delirio es una oraci6n demoníacaa la inversa de la verdadera oraci6n, una especie de mediomágico para constrefllr a Dios a prestar ayuda. La intensidadno es signo de la verdad de Jesucristo. Los derviches musul­manes, como la antigua pitonisa, conocían el pataleo, el za­randeo, las invocaciones con voz superaguda, la danza delos posesos».22

Con lo expuesto, en modo alguno pretendemos prejuzgarlas experiencias de algunos creyentes y mucho menos negarsu posible autenticidad. Simplemente sefialamos peligros ydefectos que se han visto en la vida de muchas iglesias y queen algunos casos han desfigurado la verdadera naturaleza nos6lo de la oraci6n, sino de la fe cristiana misma. Algunaspersonas no cristianas, ante detemlinadas formas de culto,han quedado confusas, sin poder precisar si lo que habíanpresenciado era una manifestaci6n de cristianismo, de espi­ritismo o de alguna forma nueva de paganismo comparableal baalismo de antafío.

Ninguno de los riesgos mencionados o cualesquiera otros,debieran, sin 'embargo, desalentar a nadie en la práctica dela oraci6n comunitaria, pues los beneficios que de ésta

22. Cit. por A.R. Kayayan en «Mystique ou Priere» PerspectivesReformées, 1980. Nos. 3 y 4, 70.

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pueden derivarse tanto para el creyente como para la con­gregación superan generalmente a los efectos negativos deposibles corrupciones. Hacemos nuestras las palabras deDietrich Bonhoeffer: «Es... 10 más normal de la vida cristianacomunitaria que los creyentes oren juntos y, por buenos yútiles que nuestros frenos aquí puedan ser, a fin de mante­ner la oración pura y bíblica, no pueden éstos estrangular laoración misma, pues ha recibido una gran promesa deJesucristo».23

Resumiendo todo lo dicho y en conclusión, la oración noes solamente un tema teológico para ser estudiado. Es unejercicio para ser practicado individual y comunitariamente.La interrelación entre las dos esferas, la individual y la co­lectiva, y su recíproca influencia debieran ser tenidas siempreen cuenta. El creyente que vive en la intimidad una vidarobusta de comunión con Dios contribuirá a que los cultosde oración en los que participa sean una fuente de inspiracióny estímulo. Y viceversa; esos cultos nutrirán la fe y el espíritude plegaria del creyente. Redondeamos este pensamiento-más bien realidad- con dos luminosas citas que debemosigualmente a Theo Sorg: «Una iglesia en la que la oraciónindividual y la comunitaria están en relación de polaridadadecuada es un beneficio de Dios para el mundo. De ellapuede salir un poder provechoso en todas las formas decomunión que unen a los seres humanos. De ningún otromodo se coordinan mutuamente el yo, el tú y el nosotroscomo en la oración». 24

23. D. Bonhoeffer, cito por Theo Sorg, Wenn ihr aber betet, 27.24. T. Sorg, Op. cit., 28.

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Que el camino recorrido en nuestro estudio sobre la ora­ción nos conduzca a su única gran meta: ser hombres y muje­res de oración. De ello se derivará bendición para nosotrosmismos, para la Iglesia y para la sociedad.

La última exhortación de Pablo a los Efesios debería serconstantemente nuestro lema: «Orando en todo tiempo contoda deprecación y súplica en el Espíritu y velando en ellocon toda perseverancia». (Ef. 6:18).

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Segunda Parte

LA ORACIÓNEN SU PERSPECTIVA PSICOLÓGICA

Pablo Martínez Vila

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Nota introductoria

Esta segunda parte, «La oración en su perspectiva psico­lógica», nace como resultado de la gran necesidad detectadaen este campo de la vida cristiana. Se ha foIjado mayormenteen el contacto viv~ =UChOS creyentes. Durante cuatroafios he estado(ic i datos prácticos sobre la relaciónentre la vida de oración y las características psicológicas dela persona. Ha sido el testimonio directo de estos hermanosy hennanas ~l de algunos en la intimidad de mi consultacomo médico y psiquiatra, el de otros mediante cuestionariosy entrevistas personales- el que me ha proporcionado uncaüdiíl de vivencias cuyo valor es insustituibl~.- Por ello quiero expresar mi gratitud a todos aquellos quehan enriquecido estas páginas con su testimonio íntimo. Sinsu generosa colaboración, el libro habría perdido interés prác­tico. Quisiera, en especial, agradecer a algunos estudiantesde los G.B.U. y a los jóvenes de mi iglesia local en Barcelona(cNerdi) su paciencia en responder a mis cuestionarios, a ve­ces bastante laboriosos.

Estos capítulos vañ dirigidos al pueblo evangélico engeneral, no a la comunidad científica de psicólogos y psiquia­tras creyentes. Por esta razón hemos procurado evitar la eru­<1!.9Q.n y el detalle académicos que podrían ser de muCfiointerés para el profesional, pero que dificultarían la com­p'rensión gen~ral. La claridad y la sencillez no deben restarQrofundidad al desarrollo de un t~a. Pensamos que la ora­ción, auténtica espina dorsal en la vida del creyente y de laiGlesia, necesita ser enriquecida en sus facetas más prácticas.Esta es nuestra meta. Si logramos contribuir a tal propósito,

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aunque sólo sea en una pequeña medida, nos daremos porsatisfechos.

Al terminar mi aportación a esta obra, varios motivos degratitud a Dios me vienen a la mente. Por un lado, se tratade mi primera publicaci6n en forma de libro. Además, escri­bir sobre la temática de la oraci6n constituye un privilegio,aunque también una responsabilidad moral que compromete.Pero, sobre todo, mi corazón alberga una emoci6n profundaporque he podido escribirlo conjuntamente con mi padre. Élha sido para mí un modelo que ha moldeado toda mi vidacristiana. Junto a mi madre, y por la" gracia oe Dios, ambossupieron crear un ambiente de piedad familiar que marcó miinfancia de manera imborrable. Porque ello~ me dieron calorde hogar y me criaron en el temor del Señor, por todo estoles debo un tributo muy especial de gratitud al publicarse estaobra.

De su propia vivencia aprendí que «mejor es un día en losatrios del Señor que mil fuera de eÚQs» (Sal. 84:10).---_.- - ~.~ _. - -

-PABLo MARTINEZ VILA

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VIII

Oraciones distintas para personasdistintas. La oración~egún

los temperamentos

«¿Por qué me cuesta tanto ponerme a orar?» «¿Por quéal~os creyentes parecen tener una facilidad natural para laoracI6n?», «¿Por· qué muchas veceS me siento hipócrita alorar?», «¿Por qué me es difícil sentir a Dios cuando oro?»«¿Es un problema de fe?»

Estos !!lterrogantes, tan frecuentes en la práctica, reflejanuna realidad: nuestras oraciones se ven afectadas por cir­cunstancias que no son s610 espirituales. En líneas generalespodemos reducir a tres los factores que van a influir pode­ro~amen~e en nuestra vida de oraci6n desde el punto de vista~slcoI6gICO. Dos de ellos tienen un influjo permanente, con­tmuo: nuestro temperamento y nuestra·personalidad. Estánfuertemente vinculados al~ carácter, forman parte de nuestraI!!.anera de ser. El tercer factor, las circunstancias del mo­mento, vaa depender de aspectos pasajeros; sUlnfluenciaqueda limitada en el tiempo.

En los siguientes capítulos vamos a analizar c6mo estasrealidades afectan a la oraci6n a dos niveles: en el procesoen sí de orar, lo que podríamos llamar el curso o dinámicade la oraci6n, y en el contenido de la oraci6n. En otras pala­b:as, nuestro tempe~ento, nuestra personalidad y las viven­CIas del mome~to mfluyen activamente en el cómo oramosy en el qué oramos.

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Desde luego no podemos llegar a pensar que la vida deoraci6n queda prácticamente a merced de factores emocio­nales y circunstanciales. Ello sería caer en el..!e~.enIlinismo

~fº-16gico, error importante en el que hist6ncamente hancaído diversas escuelas de psicolo a. Tanto el psicoanál~is

ortodoxo de Freu como el conductlsmo de Skinner, por citardosescuelas fundamentales, sostienen que la mente regulanuestra conducta y nuestra vida casi sin margen para otrasinfluencias. Desde el principio queremos enfatizar este aspec­to: la oraci6n se realiza bajo la influencia del Espfritu Santoy éste adquiere una función central en todo el acto de orar(como se ha seI\31ado en el capitulo IV). Al anallzar losfactores psicol6gicos de la oraci6n no podemos minimizarla figura de Aquel que «intercede por nosotros con gemidosindecibles» y relegarlo al papel de compaI]a. Nada más lejosde nuestra intenci6n. Pero sería un error igualmente olvidarla influencia extraordinaria que nuestro aparato psíquicoejerce sobre la vida espiritual en general y la oraci6n enparticular.

Esto sucede así porque el hombre es una unidad de cuer­po, mente y espíritu y estas partes están inextricablementeunidas entre sí. Cuando el cuerpo sufre,. afecta a la mente ya lo espiritual. Cuando la mente arrastra cicatrices del pasa­do, sea por complejos, !!]Y!!!.as, o vivencias dol01'9sas, ellova a pasar factura a nuestra vida espiritual e, incluso, a nues­tra salud física. No podemos aislar ninguna de estas dimen­siones, como tampoco podemos aislar este todo somático­psfquico-espiritual .de la influencia del entorno circund@te.Ñadie puede ser tan espiritual como para afirmar que a él «10psicol6gico» no le afecta. Ello sería tan osado, o tan ingenuo,como exclamar: «yo soy todo espíritu». A veces algunos cre­yentes quieren ser tan espirituales que llegan a considerar laparte psíquica del hombre como una consecuencia de lacaída. Esta idea, obviamente, no es correcta. Cuando Dioscreó al hombre no 10 hizo s610 espíritu, sin cuerpo o sin

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emocione.LEl elemento-1?síquico ya existía__éIDtesJ1~Ja en­trada del pecado en el mundo. ---

Ni siquiera el hombre por excelencia, el Sei\or Jesucristo,pretendi6 una espiritualidad tan pura que estuviera desco­nectada de las otras dimensiones de su persona. Volve'reiñossobre este aspecto más adelante, porque nos parece esencialen nuestros días cuando rssur.¡en con fuerza corrientes deneoplatonismo revestidas de superespiritualidad. Conclui­mos, por ahora, que el, creeyen~ -en tanto que persona- esuna unidad donde ninguna parte es su¡x;rior o mejor qy.e lasdemás, ni puede aislarse de las otras. ~ste es el conceptodehombre que e~contramos en las Escrituras; !g antropolo8.!abfblica es· holfstica, integral, como también 10 es, en con­secuencia, su concepto de vida cristiana, incluida la oraci6n.NadJe-Imede despojarse de su estado de ánimo al hablar conDios.--:.nAhí están, por tanto, derivadas de· nuestra estruetuJ'Ún­~-ª'..de nuestra esencia como seres humanos, las influenciassobre la vida de oraci6n. Tales influencias no:son negativasen sí ,mismas. No hemos de verlas siempre como un frenoo una limitaci6n. A veces, indudablemente, vana ser una ré:~, u_n }gÜjj6p en la carne, que nos impedirá una vidadeoracl6n como nos gustaría. Pero, de entrada, nuestro tempe­ramento, nuestra personalidad y las circunstancias del mo­mento no son un.obstáculo, sino el complemento que le daa nuestra vida espiritual un ~re distintivo. Podríamos resu­mir esta idea parafraseando la conocida afinnaci6n del fi­16sofo espafiol Ortega y Gasset: «mi oraci6n es yo y miscircunstancias». Lo psíquico ejerce una influencia parcial ylLmitada pero poderosa sobre la vida de oraci6n. Debemosaceptar esta realidad como una de las esferas sobre las queel Espíritu Santo ejerce su acci6n mol~ra.

Veamos ahora cómo operan, en la práctica, estas in­fluencias. Empezaremos con algunas consideraciones sobreel temperamento.

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Nuestro temperamento

El temperamento es la dimensión más constitucional uorgánica de nuestro carácter. Forma el aspecto más bioló­gicamente determinado de la personalidad. El glosario deFreedman y Kaplan 10 define como <~ predisposici6n 1n­trfnseca, constitucional a reaccionar de deteoninada man~aante diferentes estímulos». Por 10 general, se acepta 'un com­ponente genético, hereditario innegable en la formación deltemperamento.

Son muchas las clasificaciones sobre temperamentos. Lamayoría de ellas nos parecen útiles porque enfatizan aspec­tos determinados de la persona. La tipología de liip6cra~,

por ejemplo, a pesar de su antigüedad, goza todavía de granpredicamento, especialmente en círculos evangélicos. Es ad­mirable el trabajo que realizó Hallesby, teólogo noruego, ensu pequefio pero ameno libro Temperamento y[e cristiana!(hoy agotado). También Tim La Haye sigue el esquemaoeHip6crates en su libro Temperamentó controlado.2 La 'clasi­ficación en melancólico,~o, sanguíneo y fl~o pa­rece haber calado hondo en la psicología popular y creemosque tan amplia aceptación no debe ser casual:

Nosotros, sin embargo, hemos preferido una tipologíamenos conocida, pero más moderna, la clasificación del psi­quiatra suizo ~arl Gustav lung 0875-1961).3 lung es unpensador algo controvertido, tanto en círculos profesionales(fue uno de los primeros herejes en desviarse de la ortodoxiade Freud) como en ámbitos cristianos. Las razones para ob­jetar, desde una perspectiva cristiana, algunos aspectos de suobra, las exponemos en el capítulo XII. Pero lung tiene~­taciones enri<!ue~oras sobre la mente humana que nos son

1. O. Hallesby, Temperamento y fe cristiana.2. T. La Haye, Temperamento controlado por el ESpfrUll. Betania.3. Ver C.O. Joog, Tipos Psicológicos, 61 00. Sudamericana, 1954.

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muy útiles. No podemos rechazar la totalidad de su obraporque no compartamos algunos de sus conceptos. Su cla­sificación de las personas, según tipos psicológicos, formaparte de ese caudal que merece v,aloración y aprecio.

La clasificación de Jung se basa en QOs ejes funda-mentales: -

-Según el tipo de ~titud gen~al: introversión-extraversión.-Según la {ynci6n psíqujca predominante: cuatro tipos psi-

cológicos. . --Introversión y Extraversión

Jung divide la humanidad en dos grupos principales: aque­llos. cuya actitud general, interés..Y energía, están dirigidoshaCIa fuera son los extravertid!ls; el grupo cuyas actitudesgenerales están sobre' todo dirigidas hacia dentro son losi'E!0vertidos. Estas dos actitudes no son tanto el resultado delmedio social o la educación; son más bien formas es~n­táneas y automáticas de reaccionar.

En el fondo, toda persona encierra ambas posibilidades deorientación. Podemos observar épocas de nuestra vida en lasque tenemos unajendencia. por ejemplo, a la introversión.Observamos, por tanto, fJuctuacio~s en estas actitudes debase. A pesar de ello siempre va a predominar una de las dos'es la que reacciona de manera más espontánea y automátic~frente a los estímulos. Enfatizamos, no obstante, que no es­tamos ante una disyuntiva: o se es introvertido o se es extra­vertido; se trata más bien de una línea continua en la gue ca­dA persona puede ubicarse. Alguien puede tener un 60 %deextraversión y un 40 % de introversión; otro tendrá unaproporción distinta. El movimiento de las dos actitudes separece~~las flucnlliªoñe~de uó-Péndulo. Pero:a pe­sar de estas oscilaciones, siempre va a predomiñ"ar una de lasdos.

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En la introversiÓn se dirige la energía vital hacia adentro.La rsona es más bien tímida, le falta soltura y adaptabilidadenhis relaciones. TIene aCI I a para la.J:MJ ItacIQn yTa frf­t1'Ospeccj6n. se deleita en la vida interior. La profundizacIónen los asuntos del alma le es máSfáCil qué al extravertido.Por ello, no le cuesta cultivar una vida de oración más o me:nos regular. Con un rico mundo interior, vive de sus sueños,de sus especulaciones, de su universo. Posee \lna notableprofundidad de sentimiento y de pensamiento.

En la extraversiÓn la energía psíquica se dirige hacia fue­ra. El extravertido es una persona sociable. un elemento deunión. Se adapta fácilmente al ambiente, conecta con el ex­terior con prontitud; los jntereses. ya no estáIi -en-su un~rsointerior sino en la gente y en las cosas. Es abierto por natu­ralez~ y uno de ·sus peores enemigos:está en la soledad. S'()n~rsonas atractivas por su forma de ser. Por el contrariO:-en~lntrovertidola atracción hay que descubrirla en la medidaen que uno-llega a cono~rle. La tendencia natural del extra­

.. vertido no es a la meditación sino a la acciÓn. Por todas estascaracterísticas, le va a cOStar mantener una vida de oraciónregular. Cuanto más extravertida sea una persona, más difícille es ponerse a orar y concentrarse en la plegaria. La razónradica en su dificultad para el recogimiento, para cultivar estavida interior que tiene @ déficit; sus sentimientos y pensa­mientos fluyen de manera· espontánea hacia afuera. Para élempezar a orar representa algo así como tener que salvar unalarga distancia, dar un gran salto.

Pasemos ahora al segundo criterio de Jung:

Las funciones psíquicas

El individuo dispone, para adaptarse al mundo exterior ya sí mismo, de cuatro funciones principales: el pensamiento,&.sentimielltO, la sensaciÓn y la intuiciÓn. Estas funciones,al igual que las anteriores, soñ innata!. Cada ser humano

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posee la~atro, pero en grados de evolución diferente. Engeneral,~ de ellas está más desarrollada que las otras tres'es la (uncIÓn principal. Ésta es la que reacciona con m~espontaneidad. Otrá,la segunda, le sirve defunciÓn auiil.J.ar.La tercera y la cuarta son más o menos inconsci~ntes y ru­dimentarias. Según Jung, una gran panede los trastornospgguicos proviene del desequilibrio entre estas cuatro fun­~s. En la medida en que una de ellas se desarrolla exa­geradamente en detrimento de las otras, la persona quedaexpuesta a trastornos emocionales. Por ello, el ideal sería elestado de ~rfecto equilibrio entre las cuatro; pero la perso­na en posesIón de un pensamiento, una intuición, una sensa­ción y un sentimiento igualmente desarrollados no se sueleencontrar.

No obstante, ~ convenie~te saber que podemos estimu­lar el desarrollo de las_func!9neS menos evolucionadas; esdecir, &9 estado no es algo estático. irreversible algo queh~mos recibido y con 10 que debemos. conforma~os toda laVIda de ,!llanera fatalista. Una de las formas de maduracióndel indiyiduo, segtln Jung, consiste en la estimulación delas funCIones menos desarrolladas. A este proceso le llamaindividuaciÓn.

Las diversas funciones determinan los tipos psicolÓgicosque vamos a .consi~erar ~guidarnente. Recordemos que alhablar d~un tipo pslOOlóg¡co concreto aludimos a su funciónprin~ipal, la que reacciona de manera más natural. Pero ellod~ rungu~a manera quiere decir que carezca de las otras fun­cIones. SImplemente están menos evolucionadas. Cada unode estos tipos podrá ser, a su vez, introvertido o extravertido.E.n total, al combinar ambos ejes, tenemos ocho posibilidadesdiferentes. . --1. Tipo Pensamiento

En él p~o~inalalów:c~ sobre el sentimiento, lo pbjetivosobre 10 subjetivo. A ronta las situaciones con la razón. Su~regunta ante una situación es: «¿Qué significa esto?». Deja

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de lado el i~stinto; el sentimiento es su p~rcela menos d~a­JIQ11al:1a. Sin necesidad de llegar a ser un ~ntelectu~, ~ta

~nsar. Procede sobre todo por dedu~clOnes lógIcas y sesiente a gusto con lo que implica~n. Busca la verdag,el significado.-P-ara él las ~sas no son agradables o desa­gradables, bonitas o feas, smo v~rdaderas o falsas. ~antede los libros y de la lectura, disfruta en el mundo de las ldea.s.Clasifica, analiia-.-Diríamos que su cabeza es la parte másdesarrollada,desde luego mucho más que el C?razón. Ello leconvierte a veces en una persona poco sensIble. No s~ ~acuenta de las necesidades afeetivélS, de los estados de ánimode otros. Es un poco torpe para captar los matices del corazón.El caso más extremo sería el sabio que vive inmerso en sumundo. alf . S

Para él la oración es un proceso pensante, an ti~. eacerca a Dios con mentalidad racional. Lo importante ~o essentir a Dios, sino el caudal de ideas nuevas que ~e VIenenmientras ora. Incluso se sirve de un cuaderno para lf anotan­do estas sugerencias que acuden a su mente. A vece~ guar~a

un diario devocionaJ que le es de gran valor. Otros tip?S PSI­cológicos, el «Sentimiento», por eje~plo, se escandaliza~an

de esta actitud. ¡Cómo se puede acudIr a un acto tan emotivo,la oración con bolígrafo y libreta! ...

Poners~ a orar le será, en general, más difícil que a losotros tipos, porque la oración implica relación, expresió~ desentimientos. (Recordemos que esta esfera es la que ti.enemeñosdesarrollada). T.Q..da relación !e -.f~ta, y más SI. esuna relación íntima como la oraCIón. Por ello, el t~po

«Pensamiento» necesita hacer un esflleno mayor, la oraCIónno le sale espontáneamente. El autoexamen s~~ un factQreseñClal en su relación con Dios. El lado POSItiVO de estoradica en su «i!pacidad notable para la ~tica. y la con­fesión. Por otro lado, el peligro es un exceso de l~troSpeC­

ción qUe( puede llevarle a una «hipocondría espintual», esdecir, una preocupación desmesurada por su salud es­piritual.

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Por su déficit en la esfera de los sentimientos, otro de lospeligros de este tipo es la intoleren~ia; puede llegar a con­vertirse en un tirano que no acepte la idiosincrasia de losdemás. Este dogmatismo rígido, junto con un exceso de ra­cionalismo, le deben mantener en guardia. Debe cuidar quesu cabeza no crezca desproporcionaaamente en relación consu corazón. Debe recordar el equilibrio perfecto entre~dy yida gue caracterizó a Jesús. Debería cultivar sus senti­mientos y aceptar los dé los demás. Pensar más que otros noie confiere superioridad espiritual.

Suele ser disciplinado y metÓdico. Le ID!~ el orden.~­tes de orar prefiere tener una base objetiva. Por ello sueleinspirarse ~n una lectura bíblica; aquí, no obstante, tiene unalucha particular para mantener el aire devocional de la me­ditación. Su tendencia natural a intelectualizarlo todo le hacePleparar un sermón o analizar la exégesis del texto inw­luntariamente cuando se acerca con espíritu devocional. Detodas maneras, la lectura bíblica le da un fundamento mássólido para reflexionar sobre Dios. La médltacióñ para él serámás especulativa, buscando la armonía conceptual, la luz queviene de la lógica, de la coherencia argumental.

En sus oraciones suele haber pwcupación por la justiciay la verdad; siente especial simpatía por las Bienaventu­ranzas. Su estructura, tán lógica e interdependiente comolos eslabones de una cadena, y su énfasis en lo verdadero,encajan bien con su temperamento. Esta característica leconvierte normalmente en un buen intercesor en favor deotras personas o situaciones en el mundo, especialmente deinjusticia o necesidad.

Por su dificultad en las relaciones, sobre todo si es untipo «P» introvertido, el contacto directo con el Seftor se lehace difícil. «Escribirle a Dios me sería múcho más fácil»-me comentaba uno de ellos-. Más que ningún otro,«Pensamiento» debe encontrar estímulos adecuados qúe leayuden a empezar la oración. En este sentido, la plegaria co­munitaria le puede ser de gran ayuda. La vida ete oración de

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la iglesia local es un estímulo imprescindible para todo cre­yente, pero aún más para estas personas. La acJinul del tipo«Pensamiento» se resumiría en estos ténninos: «Meditar laPalabra no me cuesta nada. Disfruto mucho con ella. Peroom "se me hace difícil. Mis tiemposde plegaria s61osonfecuñdos muydevez en cuanQo. Curiosamente si consigo"sintonizar" con el Seftor, entonces mi oraci6n es intensa.Pero esto s610 ocurre ~rádicame!1te».

El problema de estos creyentes no radica tanto en su vidaespiritual como en su configuraci6n temperamental. La oro­grafía de su terreno psicol6~ico no pennite un fluir caudalosoy regular. Su vida de oraci6n se asemeja a los ríos medite­rráneos, de curso torrencial e imprevisible. Pueden estarsecos mucho tiempo, pero ¡siguen siendo ríos! Al fin y alcabo, la irregularidad del caudal no niega su realidad comoríos. ¡Cuando llevan agua pueden ser fértiles igualmente!Nunca deberíamos juzgar a un creyente sin conocer los in­trincados vericuetos de la personalidad humana. -

2. Tipo SentimientoEl sentimiento es la funci6n que nos transmite el valor de

las cosas. SJ!.aproximaci6n a la realidad es: ¿amo o ño amo?,¿deseo º rechazo? Ya no existe tanto la preocupaci6n por laverdad o la mentira como anterionnente. Esta funci6n seencuentra con frecuencia en el alma femenina, así como enartistas, músicos, poetas, etc. Es una persona tierna, íntima,con gran capacidad para dar calor y afecto. Las relaciones~rsonales que requieren sensibilidad son su unto fuerte. Sien e tipo« »pr omma a la cabeza, en éste ~redomina el~n, y nadie se atrevería a afinnar la superioridad de unosobre otro. Son distintos y, por tanto, complementarios.

Su vida de oraci6n revestirá todas las características deuna ~laci6n ,afectiva, personal. cálida. No le costará~d~ sentir a DIOS comO un amante sensi.ble. La bondad yla misericonlia del Seftor le serán los atributos más atracti­vos. En una predicaci6n busca la !nspiraci6n, mientras el tipo

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«P» busca?a j>uena teología y y'na aplicaci6n relevante.Una de las Imágenes que más le atrae de Jesús es la del buenQastor (Juan 10) que vela y cuida por las ovejas con áiñOrprofundo.

~l d..eseo de. intimidad con Dios es el rasgo destacado desu v~da de oracl6n. De tod~Jos !!~S es el mejor dotadoparasentIr al Seftor como un ser amante-y" entender la fe comou!Th relaci6n de amor (ver capítulo.. X):--- - .. ---

Los peligros estarán en un subjetivismo excesivo en suvid~ d~ oraci6n. Es elJip{Lmás expuesto a laJiranfu <kl,ossentlm.J.~S. «Cuando siento a Dios cerca, mi fe está bien.Sí!eslento lejos, mi fe no funciona y soy un hipócrita». Laspersonas tx:rtenecientes a este grupo deben aprender a ex­plo~ar las dm~et.tsiones más objetivas de laQ!:..a~j.6_n.;.Jªjnt~-cesl6n, la petlcl6n, etc. --

Para ellos ~ oraci6n fonnal. apartar un tiempo explícitoQara orar, lejos de sedes una carga les es un plac~r. Vibrinen el mundo de las relacio~s, su capacidad para dar y darseal Seftor no conoce apenas límites. -

3. Tipo Intuición

La intuici6n es la funci6n psíquica qu~as posibilida­des de una persona, cosa o situaci6n más"aiifde lo aparen­tem.e~~ visible. Advi~rt~ lo que se esconde detrás,~ lasposI~llidades, l~ antiCipa. Es ~~~a@i en el mejorsen?do d~l ténnmo (recordemos el sigru Icado etimol6gico~~ '~tuerl: contemplar). ~ un innovador, un pionero: es tIIIp.clador -aunque no seguidor- de pensamientos y acciooes.Por así ~ecn10, la persona tipo «Intuici6n» es como la ch1§paCll!.e enc~ende un fuegOL- pero no la lefta que lo continúa. SuonentaCl6n en cuanto al tiempo está casi siempre en ef.futu­ro, el. más állá. El presente, el aquí y el ahora, le parecen~rosalcos. Le atra~ lo d~sconºcido, lo nuevo. Se entusiasmasiempre ante !!..n proyecto, pero ~ele dejar muchas tareas~r acabar porque le falla el sentido de la realigad. Prototipos

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de un «Intuición» extrem los inventores o los expl~-

t~s. Sus ideas s VISIO ro ectos.Un rasgo interesan e intuitivo, al compararlo con los

demás, es su es iritualidad espontánea. De todos los tipos esel más dotado naturalmente ara rcibir 10 reli ioso~euna sensibilidad innata hacia las cosas espiritual~s; casi ha­blaríamos de un instinto religioso desarrollado, de una espi­Qtti<l1idad ternQC.ram~mal. Me decía un paciente: «Yo soies­piritual por carácter; me gUsta lo eterno, lo trascendental; meatrae de manera espontánea, 10 siento dentro de mí, no tengoque hacer ningún esfuerzo». Es una descripción muy exactade esta realidad.

Desde luego, esta religiosidad natural no equivale a la feen su sentido bíblico. Pero sí hemos de aceptar que el tipo«Intuición» estará más abierto a las realidades espiritualesque, por ejemplo, el tipo «Sensación», sobre todo si éste es,además, extravertido.

En su vida de oración será quien entre con más facili­dad en la presencia de Dios. Por constitución natural, latransición de su mundo interior al mundo de 10 divino esrápidé!z §!:mY.e, porque ambos le son vecinos. El camino a re­correr para empezar a orar es corto, mucho más corto quelos tipos «Pensamiento» y «Sensación», especialmente losextravertidos. "

Sus oraciones, sobre todo si es el tipo «Intuición» intro­vertido, se acercarán mucho a la idea mística. Como decía­mos, su realidad consiste en Isio ,ins iraciones, ricasJ1t!!ie~ Vive absorbido por su vida interior que percibecon tanta facilidad como el tipo «Sensación» percibe la vidaexterior. Teresa de Ávila y místic erían los proto-~de este grupo. Los mbol a etá son muy im-portantes en la oración del tipo ; el evangelio de Juan y ellibro de Apocalipsis se contarán entre sus favoritos. Por tan­to, su vida de oración se cent en 10 místico nQ ~n 10 con-

..f!!to. El intuitivo puede' agin coh extraordinaria riquezala vida en el cielo; pero ace más dificil orar por las

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necesidades inmediatas de su iglesia local. Se entusiasma yse deja arrebatar al participar de la Santa Cena, imaginandoel sufrimiento de Cristo; pero le es costoso identificarse conhermanos suyos que son perseguidos injustamente en otropaís.

Su ~orma natural de meditación tiende aser~, sincontemdo,~ los pel.igros que esto implica. Lo quele gusta eS~Qtro nesgo está en-su tendencia a lao@ción puramente contemplativa, no verbal, al éxtasis, a'launión mística con Dios, en menoscabo de otros ingredientesilllportantes en la plegaria.

Ijuye de los métodos; la libertad en la oración le es vitalporque le permite sumergirse en el «viaje interior del alma»,acceder a las rutas desconocidas y no exploradas del espíritu,llegar al misterio de Dios de manera experimental. Para ellopuede servirse de Q..raciones hechas, o frases, que repite demanera rutinaria hasta conseguir ~ estado de ánimo "necesa­tia para Imclar el «viaje».

De todos los tipos, el Intuitivo es el más expuesto a lospeligros que ampliamos en el capítulo XII, peligros que te­nemos hoy muy cerca en el mundo occidental:

1.- Un concepto falso de espiritualidad; falso en el senti­~o d~ que es más platónico que b~co. La supenw>i­ntualldad puede caer en la pseud~iritualidad confacilidad. .. - .. ".-

2.- Una práctica de la oración que tiene más de catarsis. psicológica, autoexpresión personal, que de relación

con el Dios de la Biblia. .3.-yn entregarse a los c~inos misteriosos de 10 espi­

ntual que nos deja expuestos a las influencias del ma­~ign~, tal como reconocen los expertos en' el «viajemtenor del alma» (inner journey). .

4.- Un flirteo sutil con las religiones orient'!les. En lapraCtica entregarse a una oración contemplativa puede

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ser una forma de mantra,4 aunque no seamos conscien­tes de ello. La ignorancia no nos libra de una prácticaque está mucho más cerca de la meditación trascen­dental que de la meditación cristiana.

La persona tipo «Intuición» debe esf~rzarse par~ tocarcon los pies en el suelo. Si quiere que su VIda.de or~clón searealmente una experiencia del amor de Cnsto, tiene que«descender» a las realidades terrenales; no puede estar oran­do siempre en las regiones celestes. Debe fomentar la ora¡jónde intercesión por necesidades concret;ls. ~be centrar suñiedItáCión en la Palabra de Dios, «en la ley del SefioT»,L.nodejar vagar su mente por el infinito cósmico. En resume~,

debe aprender a ~cipar!!1_~~c}ó~E~}~~ problelll-ªU.E"l­bulaciones de este mundo porque !lsílo hIZO nuestro_~aestro.

Hay fOrnlas sutiles de monasticismo que nos permiten dis­tanciamos de este mundo sin entrar físicamente en un mo­nasterio. El abuso de este tipo de oración es una de ellas.Debemos estar alerta para que algo aparentemente muyespiritual no se convierta en un escapismo. El Sefior no nosquiere «del mundo», pero sí «en el mundo».

4. Tipo Sensación (sensorial)Esta función psíquica constata lo que hay alrededor; es

~rcepción pura. Lo q~e eSiáce~ primer plano ~a no es ~acabeza (tipo «PensamIento»), m el corazón (tIpo «Senti­miento»), ni la contemplación (tipo «Intuición»), sino losórganos de los sentidos. Este tipo ve, oye, toca, etc., ~i~ ce~ar.

Para-er·es importante todo lo que puede perclblT: }ase~ructuras,los detalles prácticos. Se caracteriza por una granespon~dad. Sus se~timie~1tos se des~iertan con !acilidad;es efusivo. Le es poSIble Q!sgustarse, mcluso enojarse con- .4. Se denomina mantra toda fórmula sagrada a la que se atribuye podersobrenatural. Provistas de un valor mágico, se usan como repetición ritualy mecánica, en especial dentro del brahmanismo.

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Dios. Pero se le pasa pronto. ~or su naturaleza impulsivacambia con frecuencia de ánimo. Por su extraordinariacapacidad de percepción, capta intensamente multitud ~impresiones. Ello va a dificultar su concentración y su~rseverancia. -_. - ".- No tiene demasiadas dificultades para relacionarse con

Dios. Habla con él casi como si de un amigo se tratara. Perocon una particularidad:-S!ls oraciones son espontáneas. Unestímulo externo adecuado fácilmente le pone en oración,una oración «informal». Así, uña puesta de sol, un paisaje,una escena estética bastan para que brote espontáneamentesu adoración al Sefior. Dios es al~o inmediato. Sin embargo,no le "es tan fácil ponerse a orar de manera formal, estruc­!YIllda..L,.!disciplina y el método le cuestan. Uno de sus peli­gros eStá en la inconstancia, el dejarse llevar por el momento.No suele anotar sus ticiones, a diferencia del «ti P»: ysus oraciones se caracterizan por pensamientos sencillos~directo e ingenuo. Diríamos Que se acerca a Dios con eialmade un nifio. Vive el! el tiempo presente. Por ello su vida deoración está prioritariamente centrada en el ah~a.

Por su gran dependencia del ambiente sufrirá altib~os

conIreCüen(j:a. Un pequefio problema, una tensión, le hun­den con la misma intensidad con que antes se había animado.Está expuesto a bruscos cambios de humor.-TIene IIDJl!!ai­gado sentido de la obli ión el de r. Le disgustan loscambios. Es amante de las costumbres, lo cual puede llevar­le a la rigidez y el .anquilosamiento. No le preocupan dema­siado las abstracciones intelectuales del «Pensamiento» nitampoco los arrebatos místicos del intuitivo. Su dificultadprincipal radicará en sus problemas para ponerse a orar. Elloes comprensible por cuanto la transici~tl de su mundo exte­Q.or al interior le es difícil. No olvidemos que su funcióninferior, la menos desarrollada, es la intuición. Por ello, detodos los tipos, éste y el «Pensamiento» extravertido seránlos menos dotados, de manera temperamental, para la oraciónformal.

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Tengamos presente, sin embargo, su extraordinaria capa­cidad para la oraci6n improvisada y espontánea. En esto nohay quien le supere. Además, puesto que la solemnidad, losrituales y las formas cúlticas le son muy importantes, el tipo«Sensación» encontrará mucho más fácil orar en comunidad;de todos los tipos es el que más necesita del estímulo de lacomuni6n fraternal para orar. La oración en la iglesia le serámucho. más fácil que su oraci6n particular en casa. En estonos recuerda al «Pensamiento», sobre todo el extravertido.Ambos comparten esta característica.

Recordemos que cada persona tiene dos funciones desa­rrolladas, la principal y la auxiliar. Por esta raz6n, el lectorse identificará con más de un tipo psicol6gico. Si se identifi­ca con los cuatro, es buena sefial; ello quiere decir que susfunciones psíquicas están adquiriendo un equilibrio arm6­nico, va camino de la madurez.

Hasta aquí el esquema básico de Jung y nuestra aplica­ci6n particular a la oración. En el próximo capítulo iremosampliando estos conceptos aplicados al curso y al conteni­do de la oraci6n, pero antes debemos sacar~gunas con­secuencias.

Conclusiones

De todo 10 expuesto hasta ahora hemos de retener aquelloque nos sea más útil para nuestra vida cristiana. Esta descrip­ci6n psicol6gica no la hemos realizado con fines puramenteacadémicos ni mucho menos de entretenimiento. Nos hemosextendido en detalle para que el creyente pueda darse cuentade unas realidades importantes: .

1. Necesitamos aceptar a los demásLas personas somos muy distintas unas de otras. El con­

glomerado de factores genéticos, biográficos, circunstancia--136

les convierte a cada persona en un pequefio universo distintode los demás. Ello se manifiesta en nuestra forma de entendery vivir la fe~ Estas diferencias, a veces, llegan a ser tangrandes que nos encontramos en polos opuestos, incluso encuestiones espirituales. Nuestra tendencia humana es la de re­chazar las formas de conducta, los temperamentos que no soncomo los nuestros. Por naturaleza somos más bien rígidoseIntolerantes. Nos aéercamos al prójimo con mentalidad.tYdicial. --

Por ello necesitamos entender que muchas de estas di­ferencias no se deben a una fe mayor o menor, sino que sonfruto de nuestra constituci6n. Dios ha dotado al «Intuitivo»de gran capacidad para el misticismo. Pero éste no debe con­denar al «Sensorial» (Sensaci6n) como superficial O simpleporque su adoraci6n sea más espontánea y rápida. Igualmenteel «Sensorial» no debe acusar al «Intuitivo» de estar siempreen las nubes. El tipo «Pensamiento» no debe quejarse de queel «Sentimiento» es un sensiblero que s610 tiene coraz6n ycarece de cabeza. «Sentimiento» se abstendrá de incordiar altipo «Pensamiento» por ser cabeza fría e intelectual. Y asípodríamos seguir una lista larga de acusaciones que no soninfrecuentes, por desgracia, aun entre creyentes.

Somos distintos y hemos de respetarnos. Ninguna formade espiritualidad relacionada con el temperamento es superiora otra. ¡Nadie tiene el monopolio de la oraci6n! La Iglesiaes un cuerpo pluridimensional con multitud de diferencias.Una de estas diferencias es la temperamental. La unidad dela iglesia no depende de la uniformidad de sus miembros.

2. Necesitamos aceptar~os a nosotros mismosCada temperamento tiene su cara y su cruz. Muchos cre­

yentes anhelan ser de otra manera. Se comparan con herma­nos en la iglesia o miembros de su propia familia y envidiansu forma de ser. Debemos recordar que Jesús no cambi6 elte~peramento de los apóstoles después de llamarles, ni si­qUIera después de Pentecostés. Pedro, por ejemplo, sigui6

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siendo espontáneo, impulsivo, el prototipo de «Sensación»;el Espíritu Santo no alteró su temperamento de base, pero sílo pulió, lo fue moldeando. ¡Pedro no cortó ninguna orejamás después de Pentecostés! Pero siguió siendo espontáneoy sencillo. Las debilidades de nuestro temperamento debenser controladas por la acción del Espíritu Santo a fin de nocaer en pecado. Pero sería insensato esperar un cambio drás­tico en rasgos genéticos de nuestra persona.

Como hemos visto, no hay ningún temperamento que seamejor que otro. Todos tienen puntos admirables desde unaperspectiva espiritual, pero también presentan aspectos difi­cultosos. El Sefior puede utilizamos a cada uno tal como so­mos, con nuestras virtudes y nuestros defectos. Muchas vecesnos usa no tanto a pesar de nuestras debilidades, sino a travésde ellas. Las palabras del Sefior a Pablo, en 2 Co. 12:9 sonconcluyentes: «Mi gracia te es suficiente porque mi poder sehace perfecto en la debilidad». Ésta fue la respuesta de Diosante el deseo vehemente de Pablo de eliminar su aguijón enla carne. Si Dios nos acepta como somos, ¿por qué no nosaceptamos nosotros mismos? Debemos reconciliarnos conlas limitaciones que nuestro temperamento impone a nues­tra vida de fe en general y a nuestras oraciones en particular,excepto cuando se convierten en un pecado. Nuestro tempe­ramento no es un enemigo; es un aliado.

3. Necesitamos cultivar el equilibrioDicho esto, no podemos caer en la autoindulgencia o la

pasividad. Debemos cultivar el aspecto menos desarrollado,nuestra función psíquica más rudimentaria. Ello nos permiti­rá ir alcanzando un equilibrio entre la función principal y las«sombras» (funciones menos desarrolladas). A su vez, estova a acarrear una mejor relación con nuestro prójimo, connosotros mismos y con el Sefior.

Jesús, el modelo de hombre, tenía las cuatro funciones enun equilibrio perfecto. Ha sido el único ser humano, según

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John Sandford,s que tuvo las cuatro funciones en armonía.Por esta razón no podemos resignamos al desequilibrio ennuestro temper~ento, porque nuestra meta es parecemoscada vez ~ás a Cnsto. Abrámonos a la influencia del EspírituSanto, dejemos que el Alfarero por excelencia nos vayamoldeando, pero no olvidemos que somos vasos de barro node plata ni de oro. '

En de~mitiva, es reconfortante concluir que el tempe­~am.e~to vzene a ser ~~ sello que estampa una singularidadzndzvzdual en la relaclOn de cada uno con Dios. Nuestro có­digo temperamental no admite copias. Por este motivo aligual que ningún ser humano posee las huellas dactilares' de~tro, ~IX?co ningún creyente tiene una experiencia espi­ntualldéntlca. Este sello personal y distintivo de nuestra fe,tan ~ntro!1cado en el .temperamento, constituye uno de lospatnmomos más preCIOSOS en la vida de cada creyente.

5. John Sandford, The Kingdom within. Paulist Press, 1970.

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IX

Venciendo dificultades: losproblemas emocionales

y la oración

Hasta aquí hemos visto la influencia del primer factor:nuestro temperamento. Hemos comprendido que nacemoscon una predisposici6n a reaccionar de cierta manera y queello marca, aunque de modo parcial, la vida de oraci6n.

Vamos a considerar ahora el segundo factor fundamentaldel carácter: la personalidad. Dentro de ella quisiéramosdestacar dos elementos cuya influencia es prioritaria.;."mlestropasado y nuestro inconsciente... ambos factores siempre muyeñtrelazados. Debemos empezar aceptando no s610 su exis­tencia, sino también su influencia. Nuestra biografía pasaday el dwsito de vivencias archivadas en el subconscieñteactuarán como fuerzas poderosas en nuestra vida, incluida lavida espiritual. No nos influye hasta anular nuestra respon­sabilidad, el extremo determinista ya mencionado. Pero tam­poco podemos caer en la ilusi6n triunfalista de pensar que nonos afectan en absoluto.

Algunos creyentes piensan que con la conversi6n se puedeempezar partiendo de cero en todas las áreas de la vida. Escomo si el Espíritu Santo hiciera tabla rasa de nuestra per­sonalidad y borrara de golpe todo lo que pertenece al pasadoy al inconsciente. Esta forma de pensar refleja un deseo pro­fundo, urgente, de cambio; la persona anhela ser totalmenteotra, busca huir de su pasado. Algunos 10 intentan cambiando

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de área geográfica, incluso de país. CUando esta movilidadgeográfica es muy frecuente se conoce en psicología comoel «síndrome de Marco Polo». Otros intentan cambiarse elnombre. Todo ello refleja el deseo intenso de olvidar y em­pezar de nuevo. Llegan a querer tanto este cambio total queatribuyen al Espíritu Santo un papel que no le corresponde.

Sin duda las palabras del apóstol Pablo son ciertas: «Sialguno está en Cristo nueva criatura es; las cosas viejaspasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5: 17). Peroeste versículo no podemos interpretarlo a nuestro antojo.Cristo nos da una vida nueva en el sentido de que pone ennosotros una nueva naturaleza, somos engendrados «delEspíritu» (Jn. 3:6). Ello nos proporciona cambios radicales:actitudes diferentes, una perspectiva distinta ante la vida, unadignidad nueva, un sólido sentido de la identidad personal,una nueva esperanza futura y así podríamos seguir la lista de«cosas nuevas». Pero Dios no promete la eliminación denuestro pasado y "de nuestras. .limitaciones aquí en la tierra.

Ciertamente llegará el día cuando todos nuestros «handi­caps» van a desaparecer, pero esto no ocurrirá hasta «el díade Jesucristo» (pi!. 1:6). Mientras tanto nos toca vivir en unasituación de tensión. La fe es 'una tensión constante entre dosestados: ya no somos como antes, pero tampoco somos to­davía 10 que Dios y nosotros mismos queremos ser. Estatensión entre el tiempo'pasado y el tiempo futuro nos acom­pañará duranté toda nuestra vida cristiana. No podemos bo­rrar el pasado con todos sus traumas y recuerdos dolorosos,pero tenemos la promesa cierta de que Dios nos utiliza nosólo a pesar de nuestro pasado sino a través de él. Esto 10podemos comprobar en la vida de los patriarcas y de muchoshéroes de la fe. Si creemos verdaderamente en un Dios pro.vidente, Señor de nuestras vidas, el peso de nuestro pasadoadquiere una dimensión diferente. Si Dios está con nosotros,¿qué, o quién contra nosotros?

¿De dónde viene esta situación de tensión y de limi­taciones que caracterizan la vida de fe? No podemos pasar

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por alto una realidad que se esconde detrás de todos estosobstáculos: el pecado. Nos referimos no a actos concretos enc?ntra de la voluntad de Dios -pecados-, sino al pecado (ensmgular) como un estado. La explicación última a nuestraslimitaciones en la oración, como en otras áreas de la vidacristiana, se encuentra en la situación del ser humano despuésde la Caída. «~orque 10 que hago, no 10 entiendo; pues nohago 10 que qUIero ... El querer el bien está en mí, pero noel hacerlo ... Así que, queriendo yo hacer el bien hallo estaley: ~~e el mal está en mí» (Ro. 7:14, 15,21). La liberacióndefimtIva y total de estas ataduras sólo ocurrirá cuando, dis..~ru.tando de un cuerpo transfigurado, no quede ninián ves­tIglO del estado pasado, el pecado.

Analizarem?s ahora cómo influye la personalidad en ge­neral, l~ globalld~d de nuestro aparato psíquico, sobre la vidade ?raClón. ConSIderaremos dos aspectos: los problemas re­laCIOnados con la dinámica de la oración, es decir, el cómoa~anzar en el acto de orar y, posteriormente, veremos lasdificultades relacionadas con el contenido de la oración, elqué oramos. Para ello nos hemos basado fundamentalmenteen testim~nios prácticos de creyentes. Al elaborar esta listahemo~ usado un criterio de selección muy sencillo: su fre­c~encla práctica. La clasificación no pretende ser exhaustiva;sm duda habrá otros problemas que el lector no encontraráaquí.

Problemas en el curso de la oración

1. «Mi problema es empezar»

«No tengo nunca gaI?as, no me apetece». «Yo quisiera~r~, pero no puedo». «Siento una pereza intensa, es un sen­timIento de reticencia, casi como de rebeldía. Cuando piensoque he de o~r se me hace una montaña y 10 voy posponiendo.Encuentro tiempo para todo, para leer el periódico, para ver

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la televisión, para trabajar, incluso para leer la Biblia o parahacer estudios bíblicos. pero orar se me hace cuesta arriba».

En un sentido amplio este problema es común a todo cre­yente. Hay un componente de lucha por la tensión entre nues­tra naturaleza espiritual y el viejo hombre. La oración es unode los principales campos de batalla en el que se desarrollala lucha de Romanos 7: «El bien que quiero no lo alcanzo,y el mal que no quiero, esto hago». El diablo sabe que la ora­ción es una de las estrategias clave del creyente, su hálitovital. No deben sorprendernos sus esfuerzos ímprobos por1lQicotear esta actividad. C.S. Lewis, en su libro Cartas a undiablo novato,l ha descrito magistralmente esta preocupacióndel maligno por desbaratar la vida de oración del cristiano.Ello explica que muchos de nosotros sintamos, con frecuen­cia, como una fuerza misteriosa que nos arrastra a no orar.No debemos olvidar las realidades de Ef. 6:12: Nuestra luchatiene que ver con poderes invisibles.

En un terreno más psicológico, ya hemos mencionado lasdificultades temperamentales de los tipos extravertidos engeneral y de los tipos «Pensamiento» y «Sensación». Paraellos ponerse a orar supone un cambio total de aunósfera. Hande conseguir un ambiente que no les es natural: elrecogi­miento interior, una relación íntima, el expresar sentimientos,ete. Todo ello hace que estas personas necesiten estímulosexternos adecuados para la oración formal.

En cuanto a la personalidad en general, encontramos esteproblema más acentuado en dos situaciones:

-Personalidades perfeccionistas. El peñeccionista tieneuna tendencia natural a posponer las cosas. Quiere hacerlotodo tan bien que le da pereza empezar. Sólo cuando ya ñohay más remedio encuentra la tensión psíquica necesaria pa-

1. C.S. Lewis, Cartas a un diablo novato. Junta Bautista de Publicaciones1976. . '

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ra iniciar su tarea. Su nivel de @toexigencia es tan alto queóunca encuentra las circunstancias adecuadas para ponerse aorar. .

-Personalidades depresivas. LaS personas de este tipo tie­nen una verdadera cruz con cualquier comienzo. Al depresivole cuesta empezarlo todo. Desde que inician el día hasta quese acuestan, su vida es un batallar continuo contra los inicios.Son como los coches de motor frío; su problema es arrancar.Sin em?argo, una vez han empezado, pueden seguir pormucho rato entusiasmados con la actividad. Esto les ocurretambién en la oración.

A veces esta dificultad para iniciar la oración tiene rafeesmás profundas. Al sentimiento natural de pereza ya descrito,se le une algo más fuerte, casi como una rebeldía inexpli­cable. Es una resistencia profunda para la que no se encuentracausa lógica. La persona, por lo demás viva espiritualmente,quiere orar, tiene el deseo. La palabra «profunda» nos abrela vía para entender este fenómeno que está arraigado en subiografía. ~ trata de una reacción contra el deber, contracualquier cosa que él sienta como una obligación. Un repasocuidadoso de su imaneia suele mostrar una educación ríiiua,tevera, con obligaciones constantes y niveles de expectativamuy altos por parte de los padres. Luego, en la edad adulta,se produce el efecto contrario, lo que en psicología se llamaun mecanismo de compensación. Necesita sentirse libre. sino~ligaciones, el extremo opuesto de lo que había vivido de!!!flQ. Es lo que Paul T~urnier llama «la venganza de la natu­rale.za». Hay una verdadera alergi,a a cualguier tipo de obli­gaclóI!. Sólo pensar que «he de... , tengo que hacer algo»~ yak.produce una reacción negativa. Uña fonna de aliviar esteproblema sería contribuir a que descubra la oración como~ placer y no tanto como un deber.

En ocasiones la situación se complica todavía más cuandoha habido problemas psicológicos en la relación con el padre.La rebeldía, consciente o inconsciente. contra el padre camal~de ser un factor de dificultad en la vida de oración. EstO

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es así porque no podemos desligar del todo los conceptos dePadre celestial y padre terrenal. En la medida en que este tipode creyente madura en su conocimiento de Dios, estos pro­blemas se van aliviando, pero al principio de su vida cristianapuede encontrarse con muchas «adherencias» entre la figurade su padre y la de Dios. Si la rebeldía caracteriz6 la relaci6ncon nuestros padres, será fácil desplazar parte de estos sen­timientos hacia Dios.~ necesario, por tanto, aclarar cQ!l­c~ en colaboraci6n con un consejero compe~nte.:.-É1­resentimiento contra el padre puede bloquear, parCIalmente,nuestra relación con Dios; por ello debemos eliminar todovestigio de rencor u odio. Es aquí donde el Evangelio tieneun extraordinario valor terapéutico: es el bálsamo que puedecicatrizar heridas profundas.~ntalm~ podemos decir que ahí radica una expli­

caci6n, por lo menos parcial, de algunos casos de ateísmo.Cuanto más visceral y furibundo sea el ateísmo, tantas másposibilidades de que tenga raíces psico16gicas, entroncadasen la biografía de la persona. Desde luego, estos condicio­nantes emocionales no le eximen de responsabilidad en surechazo de Dios, pero a nosotros nos ayudan a entender laproblemática y, por consiguiente, a.encontrar puertas de en­trada para una evangelizaci6n eficaz y personal.

¿Qué recomendaciones prácticas podemos hacer al cre­yente en su dificultad para empezar a orar? La palabra clavees estfmulos. Hay que encontrar los estímulos adecuadosque facilIten el comienzo de la oraci6n. para la persona depre­siva la presencia de alguien va a ser muy útil. La soledad esun enemigo de su carácter. «Si alguien está conmigo no meocurre. En la iglesia, en campamentos, puedo orar con muchamás facilidad». Desde luego, ello no siempre será posible niaconsejable, pero con frecuencia la compat'iía de una personade confianza puede ser de gran valía en la oraci6n. En otrasocasiones el uso de himnos evangélicos va a ser un estímulo,ya sea en forma de disco, de cassette o simplemente con elhimnario. La letra de muchos himnos es un motivo de ins-

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piraci6n. De hecho, el cantar es ya una forma de oraci6n. Aveces podemos recurrfr a las oraciones de otras personas,oraciones escritas de grandes siervos de Dios. El diario de­vocional de hombres como ~utero, Wesley. Bunyan. To~r,y tantos otros, contiene oraciones que podemos hacer nues­tras, y de las que obtenemos la inspiraci6n necesaria para en­trar emocionalmente en la presencia de Dios. Obviamente,no debemos olvidar la más importante de las ayudas: lameditaci6n en la Palabra de Dios, como se indic6 en elcapít~o VII.

2. «No siento a Dios cerca»«~arece que esté hablando solo». «es como si le orara a

lª pared», «Dios me parece muy lejanp». Esta ausencia desentimientos es probablemente la queja más frecuente y todosla habremos experimentado en algún momento. Se trata deun sentido de irrealid¡ld, como si la oraci6n fuera un mon6­logo con uno mismo.

Incluso los salmistas tenían experiencias parecidas. Al es­tudiar los Salmos sorprende las veces en las que aparece eladverbio «lejos» referido a Dios. «Por qué estás lejos, ohJehová, y te escondes en el tiempo de la tribulaci6n?» (Sal.10:1). «¿Hasta cuándo, Sefior? ¿Me olvidarás para siempre?¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?», inquiere Daviden el Salmo 13.

Hay ocasiones en que Dios parece muy distante; pero,como veremos, la causa.del problema no está en él. Su pr2­ximidad a nosotros no depende de si 10 sentimos o no. Lasencilla ilustraci6n del sol y la nube es muy útil para entenderesta realidad. ¿Brilla el sol en un día nublado? La respuestaes sí. El sol está brillando, pero por encima de las nubes. Seha interpuesto una nube que me impide verlo y sentirlo, perola distancia entre ~l sol y nosotros no ha variado un ápice.L-ª realidad subjetiva, tal como la veo yo, es que el sol h!dejado de brillar. La realidad objetiva. no obstante. es qyeel sol sigue brillando exactamente igual que siempre. Si

~ ~

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pudiéramos remontarnos hacia arriba, por encima de las nu­bes, nuestra visi6n subjetiva cambiaría por completo.

¿Cuáles son estas nubes? ¿Qué causas producen nuestradificultad para sentir? A veces son causas pasajeras, duranunos pocos días y, luego, desaparecen. Entre ellas destacanel cansancio y el stress. Ambos actúan sobre nuestra ca­pacidad de sentir en general, no s610 a nivel espiritual. Porejemplo, tU! stress intenso disminuye notablemente la libidoo deseo sexual y la capacidad para experimentar placer.El<motamiento, físico o emocional, va a secar nuestros senti­mientos. Mientras dure este estado, no podemos esperar otracosa que dificultades para sentir a Dios.

Un efecto muy parecido produce la depresión. Uno de sussíntomas principales es la llamada anhedonia, la incapacidadparcial o total para sentir ilusi6n o placer. Aquí hay no s610dificultad para sentir (!odos los sentimientos parecen anes­tesiados), sino también para empezar aorar. La persona es­tá desinteresada, se siente apática. Ello hace que el deprimidoconfunda la causa de su problema, la depresi6n, con susconsecuencias, la aridez espiritual. Es importante diferenciarentre ambos a fin -de no acumular falsos sentimientos deculpa.

Escuchemos el testimonio personal de una joven en cir­cunstancias de depr:.esión:

«Cuando levantaba mi voz a Dios, sentía ~omo mis pro­pias palabrás chocaban en el tecbo, rebotaban, y se volvíancontra mí, aplastándome... ¿Con quién estás hablando? .. ¿Aquién te diriges? ¿No ves que eres hipócrita? ¿No ves que nosientes nada de lo que dices? Eres falsa. Mi voz no podía lle­gar hasta él. ~bía como un cristal que me separaba de Dios;yo sabía que él era real, que estaba ahí, pero, sin embargo,me era imposible sentirle, me sentía mue,rta. Dios era para míun ser lejano, distante, un Dios ausente imposible de alcan­zar, estaba perdiendo la fe, a la vez que me sentía rebekIecontra Dios.» -------

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En ocasiones la depresi6n no tiene un carácter epis6di­co pas~jero, sino crónico. Es 10 que se llama eersonalidad~res~. Es una fonna de ser que se remonta a la infanda.Nonnalniente está relacionada con traumas y heridas delambiente familiar. Un nino u n decúa-~amen~,.at: que no se le estimula para tener un Olmagen~~a, VI~.!.rá l~ego,. de, adult9' dominado~..! sentimientos del!!fapacldad e mfeooocjad. Estos constituyen el núcleo de unapersonalidad depresiva. Tomemos como ejemplo un jovencuyo padre pensaba que el mejor estímulo para el crecimientoemocio~al era el insulto: «Eres un desastre, no sirves paranada. SIempre serás un mútil. No llegarás a ningún sitio»,~nt~os van forjando en el nino sentimientos de

.usv í típICOS de una depresi6n crónica. Otra caracte­rísttca de esta persona es su dificultad para sentir el calor yel amor de los demás. Puesto que no ha aprendido a recibirel calor de su primer amor, padre o madre, le va a costar mu­cho,llegar ,a sentir el afecto de sus amores posteriores, novio,nOVIa, amIgos y Dios mismo. Por_ello, esta persona tieneproblemas de rel~ci~n, pero no tanto por ser hurafl.a, sino por­quepo logra senttrse amaqa. Obviamente, sucederá 10 mismoen su vida espiritual: Dios le parece siempre lejos.

La ~l~ve diagn6stica de que el problema es emocional yno esplOtual nos la da la amplitud de su dificultad' el de­presivo tiene problemas para sentir a todos los niv~Ies.OOSÓlo en su vida espiritu¡1. Si el problema estuviera en su rela­c~6n con Dios, a causa de un pecado, por ejemplo, la caren­CIa de sentim~entos afectaría sólo esta esfera, t\l depresivole cuesta senttr en cualquier relaci6n profunda. -

En ocasiones la incapacidad para sentir estotal. Este sín­toma se llama aplanamiento afectiyo y se ve enetapas avan­zada~ de ~ enfennedad mental grave, la esquizofreniacr6~ca. Es Importante hacerle entender al paciente, en lamedida de lo posible, que su problema no es origma1menteespiritual. .

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Ya vimos también como la constitución temperamentaljuega un papel en la capacidad de sentir. El tipo «Senti­miento» será el mejor equipad0l'ara disfrutar esta dlmensi6nde la oraci6n, mientras que el tipo «Pensamiento» tendrádificultades. .

Observamos, por tanto, c6mo los sentimientos son muyfrágiles y están expuestos a oscilaciones frecuentes~ Son co­mo un fuego que se apaga o se enciende según las condi­ciones del tiempo; basta un poco de lluvia para extinguirlo.Por ello no son un term6metro fiable para medir la calidadde nuestra oraci6n ni mucho menos la profundida de nues­tra fe.

Antes de terminar este punto debemos responder a unapregunta: ¿Qué importancia tienen realmente los sentimien­tos en la oraci6n? Abordaremos ampliamente esta cuesti6nen los capítulos siguientes. Pero queremos anticipar, a modode resumen, tres consideraciones.

En primer lugar, la oraci6n es un ejercicio en el Q,Ue in­t~rviene la globalidad de la personalidad humapa. La perro:nalidad tiene tres dimensiones: la volunt&1, que se manifiestaen decisiones;)a mente~ que se manifiesta en pensamientos,y el corazón (lo emocional) que se expresa en sentimientos.En el acto de orar estas tres partes deberían guardar un eqtli­librio arm6nico porgue ninguna de ellas es mejor o superiOra las <1e!!1ás. La oraci6n debe tener sentimientos; no pue<!econsistir en un ejercicio frío, intelectual. Pero no puede. sers610 emocional porque ello iría a expensas del equilibrio queDios quiere de nosotros en la oraci6n y en toda nuestra vida.Lo mismo podríamos decir de la mente y de la voluntad. Enla oraci6n equilibrada toda la personalidad está en acci6n yno s610 una parte de ella.

Por otro lado, la oraci6n 00 es algo qye ocurra-dentro denosotros. No ocurre dentro ni tampoco fuera. Ocurre «entre».Es una relaci6n entre Dios y nosotros. Ello debe librarnos dec~ntrar nuestra preocupaci6n sobreel estado i!tterior. «¿Quésient01, ¿CÓmo estoy?», etc. Nuestra mirada debe estar fija

~ ,

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~ DiQ,s. Cuando dejamos de mirar al Seftor para fijarnos ennosotros mismos quedamos expuestos a una tentaci6n sutilde Satanás: la hipocondr(a espiritual.

Por último, necesitamos ~render a distioWJir entre sentira Dios y el sentido de Dios. Son realidades distintas. Seii'tira DIOS es un acto excluyente. Por definici6n, mientras sientoa Dios no puedo hacer o pensar en otra cosa. Requiere unaatenci6n total; de lo contrario el sentimiento desaparecería.En cambio, <!.esarrollar el sentido de Dios en nuestra vida estomar conciencia de la presencia continua del Seftor en mí;eB>resándolo en otras palabras, es tener conciencia de Dios.Esto no es excluyente porque constituye una actitud vital. Yopuedo estar inmerso en una tarea absorbente y, portanto,incapaz de sentir a Dios. Pero sé, soy consciente de que Diosestá ahí, dentro de mí. Nicolás H. de Lorena, más conocidocomo el hennano LorellZQ, lo puso en práctica de maneraadmirable. En medio de sus tareas como cocinero practicabalo que él llamaba «una conversaci6n con Dios habitual, silen­ciosa, secreta». Y su consejo era que «debemos desarrollarel sentido de la presencia de Dios conversando continua­mente con é1».2

Esta hermosa realidad espiritual es lo que la Biblia des­cribe con la expresi6n «temor de Jehová». Dios es tan centralen nuestra vida que lo preside todo. Es «caminar con Dios»como hizo Enoc (Gn. 5:24). Es vivir «como viendo al In­visible» (He. 11 :27). Es requerir la presencia del Sefior enn~estro andar diario: «Si tu Presencia no ha dejr conmigo... »(Ex. 33:15). .

Así pues, necesitamoS no tanto sentir a Dios como desa­'.!:!!llar el sentido de Dios en nuestra vida.

2. Nicholas Hennan of Lorraine, The Practice 01the presence 01God.Allenson & Co. Ltd., London (sin fecha), 20.

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3. «No quiero ser hipócrita al orar»

«Sólo quiero acercarme a Dios si soy realm~nte s~ce­

ra. No deseo orar a la fuerza, porque toca, por rutina; 9UIeroque mi oración tenga siempre una dimensión especIal deautenticidad».

Las palabras de esta mujer, quien las decía de. maneramuy sentida, reflejan otro problema. La persona qUIere 9uesu oración sea espontánea, sincera. Para ello espera sentirseen plena forma espiritual porque, si no, tiene ~a impresión deque está fingiendo. Solamente o~ cu~do se sIe~te con ganasde hacerlo. Observemos el testimomo de otra Joven:

«Antes, para acercarme a Dios tenía que sentirme yo bienconmigo misma, tenía que sentirme aceptada por mí misma,limpia. Como la mayoría de veces no ocurría, o bien no ?raba,o mi oración se convertía en una lucha. No porque DIOS nome aceptase, sino porque yo no me aceptaba a mí misma».

Suelen ser personas a la vez inseguras y perfeccionistas,con una fuerte dosis de idealismo y un énfasis muy marcadoen los sentimientos. Entienden la oración como una relaciónsentimental a la que uno sólo puede acceder cuando se sienteemocionalmente bien. Huelga decir que el diablo aprove­chará esta estructura psicológica para que la persona no oreprácticamente nunca. De ahí la importancia de una cierta dis­ciplina. A veces es necesario orar aunque, por la forma, nosparezca un ritual. El Señor abomina los ,rituales sólo cuandoson expresión de un corazón alejado de El (Is. 1:10 ss.). Perolos ritos no son necesariamente negativos en sí mismos. Co­mo veíamos antes, la oración es una concentración no sólode sentimientos sino también de la voluntad.

Nuestra recomendación, por tanto, seria la de empezar aorar independientemente de como la persona se sienta. Esmejor empezar a orar sin sentirse bien que no orar enabsoluto.

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4. «No logro concentrarme»«Me pongo a orar pero no puedo fijar la atención más de

un minuto. La mente se me va a múltiples preocupaciones.¡De pronto me doy cuenta de que estoy en el supermercadocom'prando! ... »

Este es otro problema muy frecuente: la falta de concen­tración, la «mente viajera». Ya estudiamos cómo el tempe­ramento tipo «Sensación» tenía muchas dificultades en estepunto por la multitud de impresiones y estímulos que le ve­nían a la mente. Además de este factor temperamental, en­contramos otras dos situaciones en las que esta dificultad sehace manifiesta:

a) El carácter ansioso o nervioso. Son personas con lacabeza llena de preocupaciones y cavilaciones. Hay siemprealguna nube en su horizonte, se preocupan desmesurada­mente por todo. Al mismo tiempo, suelen ser hipersensibles,lo cual les hace imaginar y anticipar de manera pesimista losacontecimientos. A la persona ansiosa se le hace difícil laconcentración por el alto nivel de tensión interior. Está siem­pre alerta, inquieta. Su preocupación crónica absorbe casi porcompleto la capacidad normal de atención y sosiego. Como ,dice el himno, su mente «vaga ya incierta, ya veloz... »Cuando ha resuelto un problema, ya empieza a pensar en elsiguiente. Nunca puede relajarse totalmente, vive sin tregua,sin descanso.

Además, tiene tendencia a la obsesividad: le da mil vueltasa la misma cosa, no puede sacársela de la cabeza aunque quie­ra. Estos creyentes sufren al orar porque su déficit de con­centración impide el hilo conductor de la plegaria.

Asociado a este tipo de personalidad encontramos otrogran enemigo de la concentración y, por tanto, de la oración:la prisa. Por su forma de ser tan inquieta, vive y hace lascosas aceleradamente. Su vida es un correr continuo. A la luzde las características intrínsecas de la oración, no será difícilcomprender que la prisa le es un obstáculo serio. Aquí se

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aplica bien aquella frase de Jung: «la prisa no es del diablo;es el diablo». Será difícil encontrar el espíritu adecuado parael recogimiento y la meditación si estamos acosados por laprisa.

b) Malos pensamientos durante la oración«Mientras estoy orando, me vienen pensamientos blas­

femos, insultos e imágenes ofensivas para el Sef'íor. Yo noquiero tenerlos, pero se imponen a mi voluntad como si otrapersona estuviera en mi interior. Es un parásito que no puedosacarme de encima».

Este problema, muy doloroso, se da en personalidadesobsesivas. La obsesión es una idea o imagen persistente y ab­surda, contraria a la voluntad de la persona. A veces las ideasobsesivas están relacionadas con el estado de ánimo o conla ansiedad, y entonces adquieren un carácter pasajero. Perocuando se hacen muy perSistentes estamos ante una verdade­ra neurosis obsesiva que requiere tratamiento profesional. Esurgente en estos casos aclarar que el problema no tiene unaconnotación espiritual. La persona suele experimentar aliviocon este ejemplo: «Si -ahora escribiéramos en un papel estospensamientos o imágenes obscenas que le acosan al orar, ¿us­ted firmaría este papel?» La respuesta es rotundamente nega­tiva. Ello le hace ver al paciente que estas ideas son ajenasa su conciencia y qué el problema no radica en un pecado.

Las recomendaciones práctiéas para incrementar nuestraatención pueden ser múltiples. Orar en voz alta ayuda a al­gunas personas. Para otras, ha sido un gran descubrimientoescribir sus oraciones. Esta costumbre de hacer anotacionesha sido de inestimable valor para muchos creyentes. Será im­portante también buscar el momento del día menos tenso,quizás la noche, cuando ya no hay todo un día por delante;este horario puede ser útil para la persoña ansiosa, ya quela maf'íana suele ser la peor hora por las muchas preocupa­ciones de su mente. En cualquier caso, no hay normas fijas.Todo lo que contribuya a aumentar la concentración debe serbienvenido.

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Algunos abogan por la posibilidad de usar imágenes men­tales, por ejemplo, centrar nuestra atención en una de las per­sonas de la Trinidad. La más fácil será la imagen mental deJesús. Este método tiene fervientes seguidores y tambiéndetractores. Pensamos que el riesgo de idolatría es nulo cuan­do estamos utilizando exclusivamente imágenes mentales.Imaginar una escena de la vida de Jesús y fijar la atenciónen ella puede ser muy útil en algunos casos. Repetimos, sinembargo, que cada uno debe buscar aquellos estímulos quele sean más beneficiosos.

5. «No puedo orar en público»

Estos creyentes no tienen problema para orar a solas o encírculos muy reducidos, pero su contribución a una reuniónpública, por ejemplo el culto de oración de su iglesia, se leshace casi imposible. Suele ocurrir en personas tímidas, espe­cialmente cuando la timidez está relacionada con sentimien­tos de inferioridad. En estos casos nuestra recomendaciónsería hacer oraciones breves, de una o dos frases, dirigiendosiempre la atención a Dios y evitando pensar en las personasalrededor. En la medida en la que una persona empieza conestas plegarias breves y concisas, encontrará más fácil lapráctica pública de la oración. Sin embargo, si la dificultades intensa recomendamos un análisis más profundo del pro­blema psicológico subyacente. Puede beneficiarse de una psi­coterapia adecuada.

En cualquier caso, nunca debemos forzar a un creyente aorar en público. Algunos personas llegan a sentirse autén­ticamente torturadas ante la idea de tener que orar. Debemos~spetar sus problemas emocionales. La dificultad psicoló­gIca para orar en público nada tiene que ver con el compro­miso cristiano de esta persona o con la madurez de su fe.Cuanta más presión haya sobre el individuo, tanto más dificille será orar por el halo de expectativa que cae sobre él comouna losa y le incapacita.

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¿Sacaremos, después de todo esto, una conclusión nega­tiva de la oración? ¿Consiste la oración sólo en problemas?En ninguna manera. La oración es un vehículo de grandesbendiciones, aun a pesar de sus problemas. y en todas estasdificultades no podemos olvidar que «el Espíritu aboga pornosotros en nuestra debilidad, e intercede con gemidos inde­cibles» (Ro. 8:26). Llegará el día cuando se cumplirá la pro­mesa gloriosa de Dios: «He aqu[, yo hago nuevas todas lascosas» (Ap. 21 :5). A partir de aquel día, las opacidades queahora nos limitan la relación con Cristo y nos hacen ver«como por espejo» (11 Co. 13:12), desaparecerán y veremos«cara a cara». Aquel estado que encorseta nuestra capacidadde orar -el pecad(}- habrá desaparecido por completo y, li­bres de limitaciones, «Dios mismo» (Ap. 21:3b) estará connosotros.

Problemas en el contenido de la oración: La oraciónequilibrada

Hasta aquí hemos presentado las dificultades que surgendurante el curso de la oración, ya sea en su inicio, su desa­rrollo o al final. Es 10 que llamamos la dinámica de la oración.Nos quedan ahora por ver los problemas en cuanto a laoración en sí, su contenido. Es importante considerar cómooramos, pero también qué oramos.

El creyente que busque una vida de oración equilibradava a procurar incluir una serie de aspectos esenciales, ya men­cionados en la primera parte del libro y que ahora amplia­remos. Por el contrario, un énfasis excesivo en cualquiera deestos aspectos, cuando ocurre de manera habitual, produceoraciones desequilibradas y puede ser síntoma de problemasmás profundos. Sucede en la oración algo similar a nuestradieta. La comida más saludable es la que guarda una propor­ción adecuada entre hidratos de carbono, fibra, grasas, pro­teínas, etc. Si alguien se alimenta preferente o exclusivamen-

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te de proteínas, puede tener problemas, por ejemplo, con elácido úrico. y así podríamos mencionar otras ilustraciones.Cuando un creyente usa de manera sistemática sólo uno delos componentes de la oración, estamos ante una sefial dealarma.

Analicemos estos ingredientes de una oración equilibra­da y las patologías emocionales que pueden esconder susrespectivos desequilibrios; al mismo tiempo ello nos permi­tirá agrupar y resumir conceptos ya expuestos en relación altemperamento y la personalidad. Los ingredientes de la ora­ción van a reflejar la triple dimensión de nuestras relaciones:Con Dios, con nosotros mismos y con nuestro prójimo. Unavida armoniosa en estas relaciones se manifestará en oracio­nes equilibradas.~~ ~ U:.~

, ::k \I\.~ .... lAo"'V'1. ADORAC10N-ALABANZA: Centrar la atenclon en Dios

mismoAsí es como empiezan bastantes salmos y suele ser la

forma en la que muchos creyentes inician su oración. Fijarnuestra atención en los atributos de Dios: su poder, su fide­lidad, su santidad, su grandeza, etc. Meditar en 10 que Dioses y 10 que Dios hace. Ello nos lleva espontáneamente a unaactitud que debe estar presente en todo el curso de la oración:la gratitud.

En tanto que expresión de sentimientos, la alabanza y laadoración le van a costar más al tipo «Pensamiento». Ade­más, cuando llega a sentir le cuesta expresarlo y, más aún,verbalizarlo. Por el contrario, al tipo «Sensación» le será muyfácil esta faceta, pero siempre de manera espontánea. Su ora­ción automática ante una puesta de sol está llena de adoracióna un Dios Creador. Pero le será más diffcilla adoración enla quietud solitaria de su tiempo devocional. En el caso de«Sentimiento» la alabanza surgirá de estímulos más interio­res: una música, un paisaje, una acción noble, etc. Ello esti­mula a «Sentimiento» mucho más que 10 que capta la vistao los otros órganos sensoriales porque actúa por vía de los

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sentimientos. Este tipo temperamental no experimenta de­masiadas dificultades para adorar durante sus devocionesprivadas. No cabe duda que el tipo «Intuición», dotado deuna espiritualidad fácil, es quien más tiempo dedicará a laadoración. Su riqueza de imaginación le permite contemplarla grandeza de Dios de manera vívida.

Cuando la adoración y la alabanza constituyen el únicoingrediente de nuestras oraciones debemos revisar nuestroconcepto de espiritualidad. Se puede caer en un misticismoartificial que quizás esconda una necesidad de huir de noso­tros mismos o, 10 que es más frecuente, del mundo que nosrodea. Para relacionamos con Dios no podemos dejar de la­do nuestras relaciones horizontales. Profundizaremos en elloen el capítulo 12. Una espiritualidad desequilibrada puede serel eq~ivalente actual del monasticismo de la edad media; aun­que uno no se encierre literalmente en un monasterio, puedevivir en su casa de manera similar.

2. LA CONFESIÓN: Hablarle a Dios de nuestros pecadosEllo nos introduce en la segunda relación: con nosotros

mismos.Esta dimensión de la oración suele ser consecuencia de

la anterior. Como ampliaremos después, mirarse en el espe­jo 9ue es Dios nos hace conscientes de nuestra indignidad.Es mteresante ver cómo como en muchos pasajes de la Bibliaambas dimensiones, adoración y confesión, van entrelazadas.Nuestra confesión debe incluir tanto las faltas por comisióncomo nuestros pecados de omisión. No sólo el mal que hemoshecho, sino también el bien que hemos dejado de hacer re­quiere confesión.

. En cuanto al estudio de los tipos psicológicos, el «Pensa­mIent~» será el ~~ ~el en esta faceta. Su preocupación porla rectItud y la JuStICIa, sumada a su capacidad de análisis,le dan superioridad respecto a los otros temperamentos a lahora de la confesión. Al tipo «Sensación» quizás le cuestedarse cuenta de su pecado, le falla la introspección; pero tan

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pronto como 10 ve, prorrumpe en una confesión inmediatasentida y sincera. El caso del apóstol Pedro después de nega;al Señor es un buen ejemplo: «Entonces Pedro se acordó delas palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante elgallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amar­gamente» (Mt. 26:75).

¿Dónde puede radicar aquí el desequilibrio? Un principioimportante en el tema de la culpa nos recuerda que es posibleser culpable sin sentirlo, y sentirse culpable sin serlo. Centré­m?nos en l~ s~gunda parte de la frase. No siempre un senti­mIento SUbjetIvo de culpa se corresponde con una realidado~jetiva de ~cado. Es 10 que se llama culpa falsa o senti­~Iento~ mórbIdos de culpa. No es éste el lugar apropiado paradIscerrur entre culpa real y falsa. Nos basta aquí reconocerque e~sten sentimientos de culpa originados en problemasneurótIcos. Tomemos como ejemplo la conciencia hiperes­crupulosa, enfermiza, de un joven que sufre de neurosis ob­sesiva. Sus dudas constantes, su sentido difuso de culpa obe­decen más a la inseguridad -«No sé si he pecado, no sé sihe hecho ma1»-- que a una falta concreta.

Hemos de. tener .en cuenta, sin embargo, que estos pro­blemas obsesIvos, SI no se resuelve la patología psicológicas~byacente, pu~~en tener consecuencias espirituales, porejemplo, una cnSIS de fe. En el caso que nos atañe, el jovenbasaba toda su oración en la confesión. Se pasaba el díaco~fesándole a Dios. Pero como no se sentía perdonado -ylógIcamente no podía sentirse perdonado porque no habíapec~d~ empezó. ~ dudar de Dios. Pasó por un período deenfnamIento espmtual hasta que comprendió la verdaderanaturaleza del problema.

Esta conciencia enfermiza, que acusa constantemente portodo y que en~endra numerosos sentimientos de culpa falsos,aparece tambIén en personas con complejos de inferioridady ~~a ~bre autoimagen. Asimismo podemos encontrar dese­qUlhbnos en la confesión durante una depresión. Ciertas for­mas de depresión se caracterizan por profundos sentimientos

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de culpa. (De hecho la culpa falsa es uno de .los .síntomascaracterísticos de la depresión). Durante el.epIsodIo depre­sivo el creyente puede sentirse acusado contmuaI1'!ente. Ello,a veces, le lleva a huir de Dios: «Huía de la oraCIón porqueme sentía acusado por Dios», contaba un creyente despuésde superar una larga depresión.

3. PETICIÓN: Hablarle a Dios de nuestras necesidades

Este aspecto es el que menos esfuerzo requie~ porquetodos nosotros estamos siempre preparados para pedIT. Es unaparte integral de la oración y el Sefior Jesús mismo nos ex­hortó a usarla. No debemos sentirnos egoístas y culpables porel hecho de pedir. Haremos bien, no obstante, en recordar elrequisito bíblico: nuestras peticiones han de ser,hechas c?n­forme la voluntad de Dios, en el nombre de ~esus (Jn. 14:13y 14). No podemos pedir para nuestros capnchos y d~leltes

(Stg. 4:3). Lograremos pedir correctamente. en la medIda enque estemos en comunión c?n el Sefior mlsm~ (Jn. 15:?).

El desequilibrio más ObVIO aquí es conve~Ir la oraCIónen un ejercicio egocéntrico de petiG.iones C?ntmuas. .Me co­mentaba un joven: «A veces tengo la sensaCIón de acercarmea Dios como si fuera al supermercado a comprar, ~on unalarga lista de necesidades que voy presentando una a una... »Hemos de luchar constantemente contra nuestro egoísmo pa­ra evitar este tipo de plegaria centrada en no~otros y nuestrasnecesidades. Las peticiones complacen a DIOS porque él e~

un Padre amante que quiere satisfacernos. Pero cuando mIvida de oración no sale de esta esfera, estoy utilizando al Se­fior sin darme cuenta y reduzco la oración a su forma másprimitiva. ..

Por consiguiente, esta parte de la oraCIón no está relacIO­nada con aspectos temperamentales, sino mo~es. Nuestroegocentrismo no depende del temperament?, SIt.t0 ~el C?ra­zón. Por esta razón, no observamos diferen~Ias sIgmfic.atlvasen cuanto a los tipos psicológicos. En cambIO pare~ eVIdenteque la madurez emocional sí influye. Cuanto más mmadura

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o primitiva es una persona, tanto más se centra en sí misma.Su mundo, sus necesidades, sus problemas, son el centro degravedad de su existencia. Parece como si tuviera que invertirtoda la energía psíquica en su propia persona y no le quedarapara los demás. Esta conducta es bastante normal en los ni­ños, de tal modo que su persistencia en el adulto es síntomade estancamiento en el desarrollo evolutivo psicológico. Ha­blamos de personalidades primitivas.

4. INTERCESIÓN: Hablarle a Dios de otros

Éste es uno de los aspectos más nobles de la oración. Usarsu poder para ayudar a nuestro prójimo. La Biblia contienemuchos ejemplos de intercesión. Desde Abraham hasta losapóstoles, una larga lista de hombres de Dios fueron inter­cesores tenaces. Pero sin duda el clímax lo encontramos enla persona de Jesús. Él es el modelo supremo. Por ejemplo,su oración en Jn. 17 es la expresión de un amor intenso.

Rogar por otros es el resultado del ágape que Dios poneen nuestro corazón, es fruto del Espíritu. Por ello debe sercultivado. Pero en muchos de nosotros la intercesión es lacenicienta de nuestras oraciones. Le dedicamos apenas «laposdata» de nuestro tiempo. Nos entusiasmamos en la ala­banza; nos abrumamos en la confesión; hacemos un festivalde egocentrismo con nuestras peticiones. Pero acordarse delos demás... esto ya es otra historia. Por ello yo no me atre­vería a hablar de un exceso de intercesión. Su abundancia,mnca es negativa. Necesitamos formentar nuestro amor porlos demás a través de la oración, que el Sefior ponga en noso­ros un auténtico corazón de pastor, sensiblidad hacia laslecesidades de mi prójimo. Puede ser mi familia, mis padres,nis hermanos; pueden ser mis pastores en la iglesia, misunigos. ¿Cuánto tiempo invertimos en la intercesión,:omparado con los otros tres elementos? Si queremos una'ida de oración equilibrada, no podemos descuidar ningunole los cuatro ingredientes.

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Una última observación en cuanto a un hipotético excesode intercesión. Recordemos que las diversas partes de laoración son un reflejo de nuestras relaciones. Nunca debemosestar tan ocupados en los demás que nos olvidemos de Dioso de nosotros mismos. El activismo frenético, aunque sea enforma de servicio a otros, no puede ir en menoscabo de unarelación íntima con Dios o de una preocupación adecuada pornosotros mismos. De 10 contrario, acabaremos en el agota­miento y la sequía espiritual.

De los tipos psicológicos, «Pensamiento» será el másordenado y metódico en su vida de intercesión. Si a ello lesumamos su preocupación por la justicia y la rectitud, encon­traremos en estas personas a buenos intercesores. Observe­mos una vez más cómo cada temperamento tiene su cara ysu cruz.

JEREMÍAS: CLAROSCUROS EN LA ORACIÓN DEUN PROFETAHasta aquí hemos considerado cómo la oración presenta

dificultades. Unas veces están relacionadas con problemas denuestra personalidad; otras veces están relacionadas con cir­cunstancias pasajeras: la depresión, el cansancio, las dudas,la soledad. Antes de terminar este capítulo, vamos a centrarnuestra atención en la Palabra de Dios misma. En el libro deJerem(as encontramos una oración (Jer. 20:7-18) que es unas(ntesis admirable de 10 expuesto hasta ahora: la influenciamutua de los aspectos emocionales, espirituales y ambien­tales sobre la vida de un creyente plasmada en una oración.Examinémosla con detalle.

En cuanto a temperamento, vemos en Jeremías rasgosque le incluirían en el grupo de los introvertidos y que le defi­nen como una persona dotada de gran sensibilidad natura1.Esta sensibilidad se pone de manifiesto en detalles pequefios,pero significativos. Por ejemplo, su percepción de la natura­leza (cap. 24:1-10) demuestra algo más que un conocimien­to rutinario. Como dice R.K. Harrison, erudito en Antiguo

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Testamento, «Jeremías era un amante de la naturaleza».3 Po­siblemente predominaban en él las funciones tipo «Intuición»y «Sentimiento».

No se nos dice nada de su desarrollo biográfico exceptoque provenía de una familia de sacerdotes (cap. 1:1). Ello nospermite intuir un ambiente de religiosidad y piedad familiar.Contrariamente a 10 que piensan algunos comentaristas, ennuestra opinión Jeremías no fue un hombre depresivo. La ra­z?n de sus frecuentes crisis de tristeza hay que buscarla a unruvel más profundo: en su sensibilidad espiritual. En efecto,el profeta había llegado a un grado de madurez con el Sefiortan desarrollado que miraba la realidad circundante con losojos de Dios. La situación lamentable del pueblo le causabaun dolor profundo, casi hasta sangrarle el corazón (vg.15:18). Este dolor era tan grande no porque Jeremías fueseneurótico sino porque había aprendido a ver las situacionesy las personas desde la óptica de Dios. De la misma maneraque Jesús no pudo contener el llanto al entrar en Jerusalén(Mt. 23:37-39), tampoco Jeremías podía refrenarlas lágrimasal sentir tan vivas las heridas producidas por su entornodeplorable.

A estas características de temperamento y personalidadhabía que afiadir las circunstancias del momento. Llamadooriginalmente en contra de su voluntad (1 :6; 20:7), vivía enu.na sole~ad prácticamente total (15:17), sin familia (16:1-2),SIO po~slOnes (12:7-8), acosado sin cesar (18:18) incluso porsus amIgos (20:10). La burla y el escarnio eran sus acompa­fiantes habituales (20:7b).

No es de extrafiar que, en medio de esta situación, atra­vesara períodos frecuentes de crisis en su relación con Dios.No entendía la soberanía del Sefior; se sentía petplejo antesus planes y propósitos (12:1-4). Sus preguntas encuentran

3. R.K. Harrison, Jeremiah and Lomentations. Tyndale CornmentariesInter-varsity Press. England, 1973, 36. •

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eco en muchas personas .hoy: «¿p.o~ qU.é~ ~cómo es posibleque un Dios justo penmta tanta lOjUSUcla.»

Además, todos sus esfuerzos parecían.bal?íos. Habíapagado un precio muy alto para no ver mngun resultado(11:7-8). El ministerio de Jeremías, a pesar de su elev~docosto, era aparentemente estéril. Desde un punto de Vistahumano constituyó un fracaso rotundo (7:23-26).

La interdependencia de todos estos. factores, un ~empe­

ramento introvertido Y con gran capac~dad para .sentIr, unaexquisita sensibilidad espiritual y las clrcunstancl~ concre­tas de aquel momento se expresan de ma~era fonm.dable enla oración del capítulo 20. Con este pasaje la Escntur~.nosha legado un resumen vivo Y prácti~ sobre la complejidady la sencillez de la plegaria. Esta oración de Jeremías es unaobra maestra de 10 que podríamos llamar el claroscuro es­piritual. Se caracteriza por la mezcla de luces y sombras. Sonestos contrastes pictóricos los que le dan una fuerza,. unabelleza y un realismo con los qu~ todo creyent~ se sienteidentificado. Sus claroscuros constituyen un reflejo de nues-tra propia relación con Dios. .

No es sorprendente el tenebrism04 de esta oracló~. En suconjunto forma un lamento perfectamente comprensible a laluz de la situación descrita. Jeremías tenía una gran fe en suSeftor todopoderoso (32:17 y 27), pero era un hombre de car­ne y hueso. Por esto vuelca todo el .peso d~ su corazón sobreel Seftor. El pasaje se inicia con vanas quej~.El profeta pro­testa del ministerio al que Dios le ha «seducido» (20:7). Hoyhablaríamos de una frustración vocacional. Lamenta ~a totalineficacia de su trabajo y la reacción de burla que recibe co­mo recompensa (v. 8). Reconoce, sin embargo, que el Seftor

4. En pintura se conoce con el nombre de tenebrismo la tendenci~ queacentúa el contraste entre las zonas iluminadas y las oscuras, el Juegopictórico de las luces y las sombras.

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le ha contagiado de un celo misterioso por exponer su Palabray ahora no puede callar: «Había en mi corazón como un fuegoardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude»(v. 9). Sigue quejándose, con razón, de la oposición, inclu­so de la persecución literal, por parte de sus más allegados(v. 10).

Aquí nos surge un interrogante. ¿No es impropio que unhombre de Dios use la oración como vehículo de protesta?¿Es esto lógico en un creyente maduro? Jeremías en su de­sesperación se queja abiertamente. Ya 10 había hecho otrasveces, usando incluso un lenguaje fuerte, con un tono judi­cial: «oo. alegaré mi causa ante ti» (12:1). Yen todas estasocasiones no observamos palabras de reprensión por parte deDios. Incluso cuando el profeta vierte su disgusto de maneramuy vehemente, el Seftor no le reprende. ¿Por qué tiene Diosuna actitud comprensiva y no condenatoria ante esta oración?Creemos que hay dos rarones.

En primer: lugar, Jeremías protestaba desde una postura delealtad y sumisión plena a Dios. Podía querellarse contra élporque estaba del lado del Seftor; 10 hacía desde una posiciónde obediencia. Cuando esto es así, la expresión sincera denuestro enojo o de nuestras dudas no es una negación de laintegridad sino manifestación de la misma. Integridad y sin­ceridad van juntas. No es pecado decirle a Dios en oracióncómo nos sentimos aunque algunas -o muchas- de nuestraspalabras sean erróneas. Dios se complace más en la hones­tidad, aunque sea osada, que en una fe superficial, vacía deinquietudes. No podemos olvidar que, psicológicamente, elobstáculo más grande para llegar a la aceptación es el enojoreprimido.

La segunda razón radica en 10 que llamaríamos «las doscaras» de la protesta. Una relación de conflicto suele ofreceruna paradoja que debemos conocer. A primera vista Jeremíasparece rechazar a Dios porque lucha con él. Aparentementesu rebeldía expresa alejamiento. Sin embargo, la realidad escasi 10 contrario; Jeremías, en su queja contra Dios, se le está

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acercando. La lucha del profeta es el conflicto de un amante.Su alejamiento y rechazo aparentes nacen del deseo intensode acercarse para hallar luz y fuerza. Si Jeremías estuvieralejos de Dios, no pugnaría con él; simplemente le sería indi­ferente. La tensión y el conflicto son muchas veces expresiónde intimidad, no de indiferencia. (Esto 10 comprobamos tam­bién en las relaciones familiares, tanto entre esposos comoentre padres e hijos). En 10 profundo de mi corazón yo puedoestar muy cerca de Dios cuando externamente parezca quehay rebeldía en mí. Dios no tolera la soberbia y el orgulloen nuestras oraciones. Pero sí permite la expresión de senti­mientos negativos cuando proceden de un corazón amanteabrumado por la pena y el dolor. Si la oración es un desafío,vamos a ofender al Sefior. Por el contrario, cuando busca en­contrar a Dios cara a cara, redunda en una mayor intimidadaunque implique lucha.

II.asta aquí las sombras del cuadro. De súbito aparece unatisbo de luz en medio de tanta -oscuridad. Jeremías es unhombre abrumado por el dolor, pero no derrotado; anegadopor el sufrimiento, pero no hundido;.en crisis de fe, pero nolejos de Dios. Por ello surge de manera repentina, como unrayo fulgurante, el esplendor de una declaración de confianzainquebrantable: «Pero el Señor está conmigo como poderosogigante» (v. 20). Sin duda esto había sido el apoyo de su vi­da desde el día mismo de su llamamiento: «Antes que teformase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te san­tifiqué... No temas... porque contigo estoy» (l :5, 8).

A pesar de la fragilidad de sus sentimientos, Jeremías te­nía una fuente de fortaleza: la promesa de la presencia íntimay constante de Dios. «y pelearán contra ti, pero no te vence­rán; porque yo estoy contigo» (l :9). Este secreto le permitíasacar fuerzas de flaqueza en medio de tanta adversidad.

El paréntesis de luz va in crescendo, como si de una sinfo­nía se tratara, hasta prorrumpir en alabanza abierta: «Cantada Yahvéh, load al Sefiof» (20:13). El contraste de esta alegría

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con las sombra.s de los lamentos anteriores no puede serm~yor. E~ el mIsmo hombre. Es la misma oración. Son lasmIsmas clrcu~stanci~. ¿Qué ha ocurrido? Jeremías, por unmom~nto, deja de mIrar dentro de sí mismo y fija sus ojosen Dios. El profeta reivindicativo que protestaba de casi to­do. (7-10) pasa a la adoración genuina sin solución de conti­n~Id~d. La.clave de este cambio radica en su centro de me­dltacló~. SI se concentra en su propia persona, sólo ve lasdesgracIas que le afligen y cae en la autocompasión: «Mira,Sefio~, qué me pasa ¿No tienes cuidado de mí?» Pero si alzalos oJ.os hacia su fuente de socorro y fortaleza, entonces laoscundad es trocada en luz.

Si? embar~o volvemos de pronto a la oscuridad. OtroCa,mblO repentI~o. «Maldito el día en que nací; el día en quemI madre me dIO a luz no sea bendito» (v. 14). Una caídaabrupta que esta vez parece más intensa. Como si se hubierades~lomado emocionalmente, Jeremías cae de lleno en la de­preSIón. La vehemencia de sus maldiciones (v. 14 y 15), susdeseos de muerte (v. 17), su fastidio y dolor ante la vida (v18) son síntomas .inequívocos de una profunda depresión..

~<;ómo es poSIble pasar tan rápidamente de la euforiaeSpI?tual a la oscuridad más absolu~a? Ahí es donde radicaprecls~.ente la fuerza de esta oración y le da una dimensiónde clasICIsmo (en el sentido de que su valor se puede aplicara todos los creyentes en todas las épocas). En la primera parteencontramos un hombre abrumado y en crisis que a pesarde todo, no ha perdido su confianza. Luego se nos' apareceun hombre .renovado con el gozo de Dios que -no obstante­no ha perdido su dolor interior. ¡Extraordinario el realismod~ la P~~bra de Dios! No hay lugar para el triunfalismo. LaVIda cnstiana, incluida la oración, es una sucesión de clarosy oscuros, d~ lu~s y sombras, de altos y bajos.

Tales OSCI1aclOn~s no expresan inestabilidad emocional.Jerem(~ no fue un Inmaduro llevado «por cualquier viento»que agItara una personalidad débil o un compromiso medio-

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cre con su Seftor. Más bien todo 10 contrario. Estos contrasteseran -son- propios de la lucha interna de todo creyente.

Que Dios nos libre del derrotismo; no todo son sombras,hay luces. Pero que él nos libre asimismo del superespiri­tualismo; no todo son luces, también hay sombras.

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x

Valor terapéutico de la oración:la oración, una relación

de amor

La oraci6n produce unas consecuencias innegables en elcreyente. No es posible decidir cuáles de estos efectos sonespirituales y cuáles son emocionales, pero todos ellos sonterapéuticos. Como ya hemos expuesto anteriormente, elhombre es una unidad indivisible de cuerpo, mente y espíri­tu; por ello, ni podemos ni deseamos deslindar estos efectos.Están íntimamente unidos. Sí queremos afirmar, no obstante,que la oraci6n no es s610 una fuente de bendiciones espi­rituales. Es también vehículo de bienestar emocional que haaliviado la mente angustiada de muchas personas a 10 largode los siglos. Corno obsetvador de la naturaleza humana yprofesional cristiano de la psicoterapia, puedo testificar de losefectos psicoterapéuticos de la oraci6n. Ningún psicólogosecular que se precie de ecuánime y sensato puede negar elinestimable valor terapéutico de la fe en general y de la ora­ción en particular. Nos referimos a la fe bíblica, no a una re­ligi6n esc1avizante que puede ser más una forma de neurosisque de liberaci6n.

El soci610go norteamericano evangélico Vernon Groundsescribe: «La salud y la curaci6n mental requieren perd6ncomo antídoto contra la culpa; requieren comuni6n comoantídoto contra la alienaci6n; poder como antídoto contra laimpotencia y esperanza como antídoto contra el desespero.

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Por eso me continúo preguntando: ¿Dónde debemos encon­trar la provisión para todas estas necesidades psicológicas?El lugar más apropiado es el Evangelio, hasta el punto de quelo convierte en un antídoto sin rival contra la neurosis. Meatrevo a decir que si la salud y la curación mental exigen unacomprensión del yo, una identidad del yo, una aceptación delyo, una liberación del yo, si ésta es su demanda, entonces elEvangelio de Jesucristo posee recursos extraordinarios paraaliviar la salud mental».l

Grounds no ha sido el único en demostrar la evidencia ex­perimental del valor de la fe en la salud mental. Queremoscitar también la obra de Wayne Oates,2 entre otros destaca­dos autores anglosajones. En el campo hispano, el libro deAbraham Genis y Angel Brun titulado Más allá de la psiquia­tr(a3 expone la perspectiva de un psiquiatra y de un pastorconjuntamente. Son muchas la referencias profesionales queapuntan a la misma realidad: las implicaciones terapéuticasde una fe equilibrada, bíblica.

Pero no toda religión es buena y, de hecho, algunas sonclaramente perniciosas para la salud mental. Esto mismo lodenunció el Sefior Jesús en sus duras diatribas contra los fa­riseos (Mt. 23:13-36). De la misma manera hemos de reco­nocer que algunas formas de oración son tan primitivas o tandesequilibradas que llegan a constituir un descrédito para lafe y para los cristianos. La oración debe ser resultado de unavivencia espiritual interior, no la búsqueda de un tranqui­lizante magnificado. La oración sana nace del deseo de estarcon Dios, no de la necesidad compulsiva de un psiquiatrainfalible.

1. Vemon Grounds, E(Evangelio y los problemas emocionales. ellE,1977, 138.2, Wayne Oates, The religious dimensions o[ personality. New YorkAssociation Press, 1957.3. A. Genis-M.A. Brun. Más allá de la psiquiatrfa, La Aurora, Buenos,Aires, 1973.

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Si.de manera repetida la oración se presenta como una de­manda imperiosa, casi exigente, de ayuda, podemos hablarde una oración neurótica. ¿Por qué hemos dicho «de manerarepetida»? Ocurre con frecuencia que el primer contacto deuna persona con Dios reviste esta forma de necesidad urgen­te. En un momento de tribulación, de enfermedad, de sufri­miento emocional buscamos al Sefior. ¡Cuántos hombres deDios empezaron su camino de fe a través de una crisis pro­funda! La necesidad es a veces el despertador del EspírituSanto para llevamos a Dios. Esta puerta de entrada a la fees válida y legítima. Este tipo de oración es aceptable en unaetapa inicial. Pero ha de dar paso a una relación mucho másmadura; no podemos quedamos en un Dios psiquiatra o enuna oración aspirina. De lo contrario, tan pronto como desa­parezca el «dolor de cabeza» -la necesidad- en seguida sedisipará la espiritualidad. Es una fe evanescente, una seu­doespiritualidad que nace del deseo egoísta, aunque natural,de una ayuda poderosa.

Quizás ello explique por qué algunas personas abandonanla fe o la iglesia al cabo de cierto tiempo. Ya no necesitana Dios. Su fe fugaz era resultado de proyecciones psicoló­gicas. Tan pronto como se les solucionó el problema, dejaronal Sefior. En estos casos hemos de reconocer la justicia delas críticas del psicoanálisis freudiano. Para este tipo de per­sona Dios no ha sido más que una expresión de sus deseos.Si Dios no es más que un gestor, una hada madrina bonda­dosa, estamos ante un tipo de oración y una espiritualidaddesequilibradas y, por tanto, pisamos en falso. Nuestra vidade fe no puede ser'tan primaria e instintiva como la de aqueljoven inmaduro que decía: «Cuando no puedo hacer ya nadamás, entonces me quedan dos recursos: llorar y orar» ¡Es laoración «último recurso»!

Ya vimos en el capítulo anterior cómo la petición es parteintegral y legítima de la oración. Pero no podemos confundirlos beneficios con el propósito. No oramos, en primera lugar,para sentir paz, o tener gozo o evitar la soledad. Todo ello

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es consecuencia de la oraci6n, pero no su raz6n de ser. Cuan­do un creyente ve la oraci6n s610 o primeramente como elinstrumento para conseguir cosas de Dios, no ha entendidola esencia misma de la plegaria.

Después de estas consideraciones, vamos a analizar losefectos terapéuticos de la oraci6n.

La oraci6n como terapia existencial

El valor terapéutico de la oraci6n no se limita a los efectospsicol6gicos que mencionaremos más adelante. Además desu poder restaurador de las emociones, tiene un profundosignificado existencial que le otorga prioridad en cuanto a sucapacidad terapéutica. Para nosotros este aspecto viene antesque cualquier otro porque sus consecuencias son mucho mástrascendentales. Por esta raz6n empezamos nuestra descrip­ci6n de los efectos saludables de la oraci6n en este punto.

Ciertas escuelas modernas de psicoterapia, las llamadasescuelas existenciales, afirman que el problema central delhombre radica en su falta de significado en la vida. Autorescomo Victor Frankl4 y Binswanger sitúan el problema esen­cial del ser humano en la falta de sentido vital con su cortejoacompaf'l.ante: la desesperación, la sensaci6n de vértigo c6s­mico, la náusea de la que habla Sartre.s La solución, propug­nan, está en encontrar relaciones significativas, enriquecedo­ras. La clave terapéutica del hombre radica en el «encuentro»con otros, como ya anticipara el fil6sofo Manin Buber. Unarelaci6n genuina es el instrumento principal de curaci6n.

Este enfoque de las escuelas existenciales coincide, par­cialmente, con el diagnóstico bíblico sobre la naturalezahumana. Dios creó al hombre con la necesidad básica derelacionarse. Esto no debe sorprender ya que fue hecho a

4. Victor Frankl, Man's searchfor meaning. Boston, Beacon Press, 1959.5. lean Paul Sartre, lA náusea. Losada, Buenos Aires, 1947, 144 Y 176.

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imag~n y semejanza de su Creador, quien goza, desde laeterrudad, d~ ~na relaci6n arm6nica e íntima entre las perso­nas de la Tnrudad. Esta breve digresi6n teol6gica nos ayudaa entender que el ser humano nace con la necesidad profundade contacto con un «tú». (No olvidemos que el vocablo «tú»deriva originalmente de una primigenia lengua indoeuropeay significa, precisamente, «dos»).. Esta.s relaci.ones son bidimensionales: con el pr6jimo, la

dlmensl6n honzontal; pero también con el Creador la ver­tical. Así era la situaci6n original del hombre tal ~mo nosla describe la ensef'l.anza bíblica. Y es aquí justamente dondeentra de lleno el gran valor terapéutico de la oraci6n. En tan­to que comunión con Dios, la oración es un volver a la rela­ción primera, (con las obvias limitaciones que nuestra natu­ralez.a caída nos impone y que son, precisamente, las queconsIderamos en los capítulos VIII y IX.

La oraci6n nos permite reconstruir los fundamentos mis­mos de nuestra existencia. Le devuelve al hombre el verda­dero sentido de su vida, le ofrece una autorrealizaci6n autén­tic~ porque restaura el diálogo libre y constante, la comuni6níntlm~ co~ ~u Creador. La oraci6n es el vehículo que nospe.rmlte mitigar nuestra necesidad más profunda, la sed deDws. Por ello, afirmamos que contiene un elemento tera­péutico insustituible y de una significación profunda. Todaterapia existencial debe tener en cuenta que no basta con darleal hombre relaciones ricas con su prójimo. Por estas razonesestamos convencidos de que la oración contiene la clave te­rapéutica por excelencia: da sentido a nuestra existencia. 0,en otra.s palabras, llena aquel «vacío en forma de dios» quesólo DIOS puede llenar. Ahí radica el primer y más profundoefecto terapéutico de la plegaria.

El s~mista expresaba la misma idea con una gran fuer­za poética: «Como el ciervo brama por las corrientes de lasaguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tienesed de Dios, del Dios vivo» (Sal. 42: 1 y 2).

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La oración como un proceso psicoterapéutico

Ahora estamos ya en condiciones de examinar las con­secuencias positivas desde un punto de vista emocional. Sientendemos la oración como una relación personal con Dios,una comunicación rica y amplia en matices, sus efectos guar­darán cierto paralelo con los de una relación psicoterápicaeficaz.

De hecho, en toda relación fecunda, en todo verdaderoencuentro de dos personas, aparecen estos fenómenos emo­cionales. Mucho más aquí donde se dan dos realidades sin­gulares: el terapeuta -Dios- es el Príncipe de los Consejeros,el Médico por excelencia, el Consolador. Y el paciente, quees cada creyente, posee el Espíritu de este Consejero dentrode sí mismo. En este aspecto concreto la oración es una formamuy especial de psicoterapia. Ello dará lugar a los resultadosemocionales propios de una interacción profunda. Y es admi­rable descubrir cómo las aportaciones de la ciencia, en estecaso la psicología, no sólo no contradicen las realidades espi­rituales, sino que coinciden plenamente. Desde el punto devista emocional, la oración es el eco perfeccionado de unarelación terapéutica profunda.

Examinemos cuáles son estos efectos emocionales quetanto bien producen en el creyente:

1. Una relación intimaLa oración nos proporciona un calor emocional y es­

piritual que deriva del contacto íntimo con el Sefior. Es unencuentro genuino, una entrega mutua de dos personas. Enpsicología hablaríamos de un rapport adecuado, y en psicoa­nálisis de una transferencia positiva. Es un sentimiento cons­ciente de annonía, de entrega recíproca. Observemos lo quedice un experto psicoterapeuta: «No puede haber ningunaduda de que la relación del paciente con el terapeuta contie­ne las fuerzas más poderosas de la empresa terapéutica. Los

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cambios siempre ocurren en el contexto de una relacióninterpersonal».

Es en la oración donde experimentamos que Dios está pornosotros, con nosotros y en nosotros (ver Ef. 4:6). Expre­sándolo en términos más académicos, es ahí donde expe­rimentamos la simpatía y la empatía de Dios. Nos sentimosprofundamente comprendidos porque nuestro interlocutor, elSefior, no es alguien remoto, ubicado lejos en las regionescelestes, sino «Aquel que fue tentado en todo según nuestrasemejanza, pero sin pecado» (Heb. 4: 15). Por esta razón,puede «compadecerse de nuestras debilidades». Aunque nolo veamos, sabemos que Dios está presente porque, graciasa la realidad del Espíritu Santo, cada uno de nosotros llevaa Dios dentro. Y esto nos permite acercamos a su presencia«confiadamente... para alcanzar misericordia y hallar graciapara el oportuno socorro» (He. 4:16).

¿Cómo se produce esto en la práctica de la oración? En~ ~entido estricto, orar es hablar con Dios. Pero, ¿podemoslimItar el concepto de oración a esta idea restringida de lacomunicación verbal? Si la oración es ante todo diálogo conDios, el requisito esencial del diálogo es la comunicación. To­do diálogo fecundo incluye más que palabras. Éstas sonin~trumenlo precioso en una relación, pero no el único, ni si­qUIera el primero. Ya dijo alguien que «las palabras son deplata, pero el silencio es de oro». La realidad es que puedehaber mucha comunicación con pocas palabras. Y tambiéna la inversa, dos personas pueden estar hablando largas horasusando multitud de palabras, sin una verdadera comuni~cación. (Es lo que alguien ha llamado un «duólogo», es decir,¡un diálogo de sordos!).

Algo similar ocurre en la comunicación con Dios. Nopodemos limitar el concepto de oración a las palabras, porImportantes que éstas sean. El hablar con Dios es sólo unade las .dimensiones de este diálogo, de la misma forma quevet:t>alIzar es sólo una de las facetas de la comunicación.EXIste un lenguaje no hablado: el lenguaje de la intención,

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del deseo, del corazón. Lo mismo vemos en la vida diaria:¿Es justo que una mujer acuse a su marido de que no comu­nica nunca nada porque es poco hablador? El marido, o vice­versa, puede transmitir mucho a su esposa aunque hable poco,porque hay un tipo de diálogo no verbal, con los gestos, lamirada, las actitudes, cuya riqueza de matices escapa a laspalabras. De ahí que no podamos empobrecer la oración li­mitándola a la comunicación exclusivamente de palabra.

Este concepto nos introduce en un terreno fecundo, peroa la vez no exento de peligros. En el capítulo ~II intentaremosanalizar estos peligros, los que derivan de reducir la oracióncriStiana a una forma de misticismo orientalista, de medi­tación vacía de contenido, de silencio vago centrado en unomismo.

Pero ahora examinemos a fondo esta¡elación íntima, losaspectos de la comunicación no verbal con el Señor. Si es­tamos de acuerdo en que la vida del cristiano es, en primerlugar, una relación personal, haremos bien en recorqar cómoentiende Dios esta relación. Para ello vamos a usar la analogíaque el Señor mismo utilizó con su pueblo, tanto en el Antiguocomo en el nuevo Testamento: el amor en una relación depareja, el amor conyugal. «Como el gozo del esposo con laesposa, así se gozará contigo el Dios tuyo», dice el Señor enIs. 62:5. La epístola de Pablo a los Efesios (Ef. 5:23-30) nospresenta la misma realidad: el amor genuino de Cristo por suesposa, la Iglesia.

En una relación de amor la forma por excelencia de comu­nicación es estar junto al amado. Si la relación que el Señorquiere de nosotros se ha de caracterizar por el amor a él, en­tonces necesitamos fomentar ~n primer lugar- el estar en supresencia. Ésta es la idea que tantas veces aparece en losSalmos. David lo resume magistralmente en el Salmo 27:«Una cosa he demandado a Yahvéh, ésta buscaré; que estéyo en la casa de Yahvéh todos los días de mi vida... » (v. 4).Leamos Sal. 84: 1 y 2: «Cuán amables son tus moradas, ohSeñor de los ejércitos. Anhela mi alma y aun ardientemente

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desea los atri,os de Yahvéh». La palabra clave es «estar con»,«estar en». Este es el requisito inicial e indispensable paraque una relación de amor pueda crecer. Sin la presencia delamado no hay intimidad posible, y sin intimidad no hay pro­greso en la relación. Es importante observar cómo en elAntiguo Testamento, sobre todo en los Salmos, la idea de laoración va inseparablemente unida a los conceptos de comu­nión íntima y de meditación; son como un racimo donde esdifícil deslindar las fronteras entre uno y otro.

Sucede en ocasiones que un marido, atareado con milpreocupaciones, desarolla sentimientos de culpa porque nodedica suficiente tiempo a estar con su esposa. Para compen­sar estos sentimientos se presenta, de vez en cuando, con unregalo para ella: hoy un ramo de flores, mañana una caja debombones... Esto no es incorrecto; la esposa no debe recha­zar estas muestras de afecto. Pero los regalos nunca puedenser un sustituto del centro de su relación: estar juntos, pasartiempo el uno alIado del otro. Algo parecido ocurre a vecesen nuestra vida cristiana. Hacemos tantas cosas para Dios queno tenemos tiempo de estar con él. Trabajamos tanto en laobra del Señor que no hay lugar para el Señor de la obra.¡Cuidado con el activismo! Podemos hacerle muchos regalosal Señor, inmersos en mil actividades espirituales, pero en elfondo son sucedáneos del verdadero amor. Nos cuesta enten­derlo, y nos sorprende, pero Dios quiere estar con nosotros.El Señor. se co~place cuando sus hijos le buscan. Dios esautosuficlente, El no tiene· necesidad de ninguna cosa; sinembargo, se complace en nuestra relación con él, en nuestrasoraciones.

El estar junto a la persona amada es una forma sobresa­liente de comunicación. Transmite con su actitud un mensajeinsustituible: «Quiero estar contigo porq,.ue para mí eres im­portante, estar a tu lado me hace bien». Esta es la comunica­ción gestual que produce una forma de diálogo, sin palabras,pero igualmente profundo. El Señor busca «tales adoradoresque le adoren en espíritu y en verdad» (Jn. 4:23). Acercarnos

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a Dios para estar con él, dándole una sellal inequívoca deamor con nuestra presencia, es ya una fonna de oración.«Sellor, este tiempo es tuyo; aquí me tienes, háblame comotú quieras».

En esta línea, el médico francés Alexis Carrel, premioNobe1 en 1912, expone la misma idea con gran belleza lite­raria: «En la oración el hombre se ofrece a Dios como ellienzo ante el pintor o el mánnol ante el escultor».6

Aunque nuestras palabras sean escasas o torpes, aunqueno sintamos la presencia del Amado a nuestro lado, estar conÉl es una fonna de plegaria que satisface a Dios y, por tanto,debe satisfacemos también a nosotros. De ahí la importanciade la disciplina como apuntábamos en el capítulo IX. Tan im­portante como sentir a Dios es la voluntad de buscarle enoración. Tener el deseo de orar y tomar la decisión de hacerloes·ya obediencia q\!e glorifica al Sellor. Recordemos que lavoluntad no es menos importante que los pensamientos o los·sentimientos. La detenninación de apartar un tiempo especí­fico para el Seftor y cumplirlo con finneza es algo valioso.

Esta analogía del amor conyugal nos lleva a una segundaconsideración. El beneficio que nosotros podamos obtener deesta relación no es el motivo principal para estar junto alesposo o la esposa. El propósito primero de la oración no esque nos haga bién a nosotros. Esto, aunque legítimo, es unaconsecuencia. Pero ni es su razón de ser ni tampoco ocurresiempre. En'el sentido que nos atafte, el propósito de la ora­ción es fomentar la comunicación amplia y el crecimientode la relación con Dios. No oramos para, oramos porque. Notenemos derecho a buscar primeramente nuestro bien al orar.Éste es un enfoque egocéntrico tan frecuente en la vida deoración como en la relación de amor de bastantes parejas.

Hemos de reconocer y confesar· que muchos de nosotros

6. Alexis Canel, La inc6gnita del hombre. Ed. Joaquín Gil, Barcelona,1942, 161.

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hacemos que la vida de oración gire a nuestro alrededor y noen tomo a nuestro Dios. Somos egoístas, sin damos cuenta,aun en la actividad espiritual por excelencia. ¿Dónde quedaDios en la oración? ¿Nos preocupa 10 que él siente y piensa?¿O nos ocupamos sólo de nosotros mismos? A veces parececomo si lo único que importara fuéramos nosotros. Estaconducta, sutilmente egocéntrica, se puede percibir medianteuna actitud que observamos con frecuencia: medir la calidadde nuestra oración según nos sentimos al tenninar. Si mesiento bien, la oración ha sido un éxito; de 10 contrario, hefracasado. Este enfoque, aparte de poner el énfasis donde nole corresponde, en los sentimientos, pierde de vista su pro­pósito central. El centro de la oración debe ser Dios. A vecesaun las actividades muy espirituales pueden esconder rin­cones de egoísmo. Con más frecuencia nuestra pregunta altenninar de orar debería ser: «¿Qué piensa Dios?», y no«¿Cómo me siento yo?»

La oración, como relación de amor, implica dar y damos.Alguien 10 ha comparado a una planta: hay que regarla conregularidad, prestarle los cuidados propios de un organismovivo. De 10 contrario, se marchita y acaba secándose. Lo mis­mo ocurre en nuestra relación personal con Dios: si no la cul­tivamos con atención, sólo tendremos sequía y frustración.La oración es uno de los instrumentos básicos para «regar»nuestra relación con Dios, quizás el instrumento por exce­lencia. Por ello, estar con el Se1ior, respirar su presencia enoración, no es tanto un fin en sí mismo sino un medio parahacer crecer esta relación personal con él.

Vamos a resumir 10 expuesto hasta ahora:-Orar es más que hablar con Dios, es practicar la presencia

de Dios en nuestra vida cada día en un diálogo que seabre a todos los matices de la comunicación, verbal y noverbal.

-El centro de la oración no debemos ser nosotros sinoel Sellor. Nuestras oraciones deben ser teocéntricas, noegocéntricas.

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-La oración no es un fin en sí mismo sino un medio pararespirar la presencia de Dios y alimentar nuestra relaciónviva con él.

La plegaria así entendida será más un placer que una obli­gación. En una sociedad tan llena de deberes, nuestra vidade oración no debería convertirse en una carga más. Desdeluego que requiere lucha y disciplina. Pero es también unoasis de paz donde experimentamos el amor de Dios íntimoy personal.

Sin embargo, también aquí encontramos terreno abona­do para las dificultades. A los problemas mencionados en elcapítulo IX se le suman ahora los propios de este aspectorelacional de la oración. ¿Cuál es el motivo? Una relación noes algo tan sencillo como parece. Desde el punto de vista psi­cológico llega a ser un proceso complejo y delicado en elque influyen los factores ya mencionados del pasado y delinconsciente.

De hecho, cuanto más íntima es la relación, mayor com­plejidad. Por esta razón, en toda intimidad surgen senti­mientos inesperados que uno no llega a entender bien. Sonemociones sorprendentes, casi incomprensibles, que difi­cultan el proceso de acercamiento en contra de su voluntad.Estas reacciones se conocen en psicología con el nombre detransferencia. En pocas palabras, este fenómeno consiste enla repetición -como si de un eco se tratara- de los problemasvividos en las relaciones infantiles. Ello ocurre primor­dialmente en las situaciones en que existe un elemento deautoridad. Los problemas de relación con nuestras primerasautoridades, padre y madre, los transferimos (de ahí su nom­bre) a la vida presente. Y puesto que nuestra relación conDios, como ya se expuso en el capítulo anterior, presentaciertos ecos de esta relación paterno-infantil (amor, autori­dad, etc.), tenemos campo fértil para los obstáculos.

Así pues, en algunas personas la dificultad en su relacióncon Dios es la expresión parcial de un problema más

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profundo: su dificultad para relacionarse en general. Me co­mentaba un joven: «Me siento incómodo en todas las rela­ciones, no sólo con Dios. Siempre me siento desplazado, peroello es más fuerte en la oración».

En líne~ generales, las dificultades propias de este as­pecto relaclOnal confluyen en un sentimiento común: la sen­sación de malestar, casi desasosiego, al tenninar de orar. Esuna mezcla de impotencia e imperfección: «tengo la impre­sión de que 10 he hecho mal, he estado fatal. No he alabadoal Sefior con la intensidad que quería. No le he adorado conel fervor que merece. Pienso que me dejo alguna cosa queagradecer».

Queremos hacer tres observaciones con respecto a esteasunto.

En primer lugar, su origen radica nonnalmente en unaautoestima defectuosa, en la falta de confianza en sí mismo.El requisito necesario para acercamos a los demás adecua­damente es un finne sentido de identidad personal. El desa­rrollo. de la intimi~ad en las relaciones dependerá de lasegundad que uno tIene en sí mismo. Cuanto más inseguraes una persona, tantos más conflictos tendrá de relación.Cuanto más pobre sea su autoimagen, más intensa será ladificultad para acercarse a otros. En el fondo, la persona tieneproble~as para ~lacionarse con los demás porque no haaprendIdo a relaclOnarse consigo misma. Está en conflictocon otros porque está en conflicto consigo misma.. El resultad~ de todo esto será una dificultad para rela­

clOnarse con DlOS de manera íntima. Se le hará difícil confiaren Dios porque le es difícil confiar en sí mismo. Su temor~ ser herido le llevará a una actitud defensiva. Decía el mismoJoven después de un tiempo: «Mis problemas con la oracióneran U? reflejo de mis problemas con Dios, y mis problemascon Dios eran mis problemas conmigo mismo. La causa noestaba en Dios. ni en la relación, sino en mí».

Al afrontar este problema fácilmente se puede entrar enun círculo vicioso. Por un lado sabemos que un finne sentido

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de la identidad personal debe alimentarse de Dios. Comocreyentes, nuestra seguridad interior no depende.-en últimotérmin~ de lo que pensemos de nosotros mismos, sino delo que Dios nos dice que él piensa de nosotros. Inciden­talmente, éste es un punto muy terapéutico del mensaje delEvangelio. Pero, por otro lado, ¿cómo experimentarlo siprecisamente la relación con Dios queda bloqueada por elproblema emocional? Es ahí donde encontramos un buenejemplo de la posible colaboración entre la psicología y lafe. El trabajo d~ un buen consejero, que vaya clarificandoestos conflictos interiores, junto con la acción iluminadoradel Espíritu Santo, alcanzan niveles muy notables de efec­tividad terapéutica Se trata de una acción complementariaque se potencia. En términos más científicos hablaríamos deun sinergismo: la acción espiritual potencia la psicológica, yviceversa.

En segundo lugar, nuestra insatisfacción después de orarno necesariamente refleja una oración pobre o poco ferviente.Lejos de ello, puede ser seftal de madurez espiritual. Norevela pobreza sino la sensibilidad y la conciencia de pecadoque el Espíritu.Santo pone en nosotros. Ampliaremos estepunto más adelante. Por el momento, sólo diremos que nues­tro sentimiento subjetivo de imperfección no se correspondenecesariamente con la opinión de Dios. A veces nos juzga­mos con más severidad que el Seftor mismo. Por lo demás.si recordáramos el marco amplio de la oración como unarelación entenderíamos mejor la importancia relativa de losresultados. Tomar la decisión de orar ya tiene valor en símismo. Yo puedo tener un sentimiento de fracaso en la ala­banza o en la confesión. Puede que realmente, un día deter­minado, mi ánimo sea pobre y la forma de mis oracionesapagada. Pero cuando le digo a Dios: «Seftor, quiero acer­carme a ti de todo corazón, este tiempo te pertenece», estaactitud ya es en sí una oración. Su éxito no depende de micomunicación verbal sino de mi actitud. Sí, en la oración, elcorazón es tan importante como las palabras. Recordemos,

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además, que nuestra torpeza en la expresión verbal no impi­de que Dios entienda nuestra oración: «antes que la palabraesté en mi lengua, tú la sabes toda, oh SeftOf» (Sal. 139:4).

Supongamos, no obstante, que nuestro sentimiento defrustración se deba a alguna deficiencia de nuestra parte yque, efectivamente, la oración presenta lagunas. Ello noslleva a la tercera consideración: Dios mira nuestras oracionescon los ojos de la gracia, llegan a élpor los méritos de Cristo,no por los nuestros. El contentamiento de Dios con nuestrao.ración no depende tanto de lo bien o lo mal que lo hagamos,S100 de la gracia del Seftor. ¿Qué significado tienen, si no,aquellas breves expresiones con las que acabamos nuestrasoraciones? «En el nombre de Cristo» y «por los méritos deCristo» no son frases de adorno, rituales, sin sentido. Son laclave. teológica (como se indica en el capítulo IV) que nospermIte acercamos a Dios libres de la tiranía de tener queagradarle.

A veces enfocamos la oración como si de un examen setratara: «¿Qué tallo he hecho, bien o mal?», ¿Qué nota mepondrá el Seftor?». Este enfoque, acaso inconsciente, llega aconvertir la vida de oración en una carga pesada. Tenemosla idea de que nuestra forma de orar ha de agradar al Seftorporque, si no, él no nos escuchará. Desde luego, la forma es~portante. Como se ha mencionado en la primera parte dellibro, debe ser respetuosa, ferviente, perseverante, etc. En­contramos suficiente enseftanza al respecto en las epístolascomo para no minimizar este aspecto. Pero no es correctoasociar l~ forma de orar con la atención que Dios presta aesta oraCIón. Al poder aftadir «por los méritos de Cristo»nuestras oraciones llegan al Seftor perfectas. Esto nos libe~de ver cada oración como un examen. El principio teológicode la gracia se aplica también aquí. ¡Pobres de nosotros siel Seftor tuviera que evaluar nuestra conducta cristiana sobrela base de nuestros méritos! ... Dios mira toda nuestra vidaincluida la oración, con los ojos de la gracia. '

También en este punto podemos encontrar problemas

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psicol6gicos profundos. Sobre todo la falta de aceptación deuno mismo, el rechazo de nuestra personalidad, nos hacesentir indignos, no tanto moralmente como .emocionalmente.«Yo no podía acercarme a Dios, entrar en su presencia, por­que no me sentía limpia, justificada a través de Cristo; en elfondo el problema era que me rechazaba a mí misma pro­fundamente». «Nada de 10 que hacía me parecía bien, todome parecía poco, insuficiente, era esclava de un perfeccio­namiento neurótico». «Mi oraci6n era una lucha constantepor sentirme aceptada por el Seftor. Él ya hacía tiempo queme había aceptado, ¡el problema estaba en m!!».

¡Cuán consolador es en este contexto el texto de Ap. 5:8!Todos tenían «copas de oro llenas de incienso, las cuales sonlas oraciones de los santos». Las oraciones son consideradas«copas de oro» porque van envueltas en la gracia de Cristo.S610 hay una condici6n: deben.proceder de los santos. ParaDios no es tan importante cómo oramos sino quién ora.

Una idea similar encontramos en el libro de Proverbios:«La oraci6n de los rectos es el goÍO del" Seftof» (Pr. 15:8b).El contenido y la forma, aun siendo importantes, quedan enun lugar secundario. El sujeto de la oraci6n siempre es másimportante. De siempre, el punto de mira de Dios ha sido elcoraz6n. Hemos de procurar que la plegaria sea correcta ensu forma y equilibrada en su contenido, pero la primera preo­cupaci6n debe ser el espíritu de santidad y rectitud en nuestravida personal. La pregunta clave de evaluación no deberíaser «¿C6mo es mi oraci6n?», sino «¿Cómo soy yo?».

Recordemos, sin embargo, el problema de la persona enlucha constante consigo misma porque no logra aceptarse.Su nota de evaluaci6n será: «no estoy nunca contento, siem­pre puede ser mejor». Este tipo de perfeccionismo brota deuna autoimagen y de una autoestima-devaluadas; su seguri­dad depende constantemente de la opini6n de los demás. Suvida cristiana se ve atormentada por un sentimiento de indig­nidad permanente respecto a Dios; se saben limpios, pero nose sienten limpios. Ello convierte su tiempo de plegaria en

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una manifestaci6n más de la lucha contra sí mismos. Puestoque su vida es una dificultad permanente, la oraci6n es tam­bién un problema continuo. Su autoevaluaci6n será siemprenegativa. Por ello necesitan aferrarse, más que nadie, a lagracia liberadora de Cristo.

Ello nos lleva de manera natural a considerar la segundaconsecuencia terapéutica de la oraci6n desde el punto de vistaemocional.

2. Liberación

La oraci6n es vehículo excelente para la expresi6n, ladescarga de nuestros sentimientos, de nuestros problemas, detodas nuestras opresiones. En términos psicol6gicos habla­ríamos del valor catártico de la oraci6n. Se llama catarsis alhecho de verter libremente, sin cortapisas, todo 10 que sen­timos o pensamos. Esta libre expresión de emociones o pen­samientos tiene un efecto purificador (en el original griegola palabra «catarsis» significa purga, limpieza).

Es en este contexto donde adquieren pleno significadolas palabras de Jesús en Mi. 11:28: «Venid a mí todos losque estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar».El descanso es una consecuencia natural de la expresi6n,de la descarga en oraci6n. Por esta misma raz6n el apóstolPedro nos exhorta a «echar toda nuestra ansiedad sobre elSeftof» (1 P. 5:7). Pablo, en Fil. 4:6, nos habla de este efectoliberador en términos de paz: «Por nada estéis afanosos, sinosean conocidas vuestras peticiones delante de Dios, en todaoraci6n y ruego, con acci6n de gracias. Y la paz de Dios...guardará vuestros corazones».

El mismo Seftor Jesucristo conocía bien el efecto reno­vador de la oraci6n. Después de un día agotador, agobiadopor el trabajo intenso y la tentaci6n, busca descanso en larelaci6n con el Padre (Mi. 14:3). Lo mismo sucede cuandola intensidad del ministerio llega a ser casi febril (Lc. 5:15y 16). Situaciones parecidas ocurren en Mc. 1:35 y otros

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pasajes del Evangelio. Para el Sefl.or, la oraci6n era el ve­hículo de descanso por excelencia. Como dice Darling, psicó­logo cristiano, «a través de la oraci6n encontramos un hálitode vida nueva que renueva todo nuestro ser».7

No es s6lo una renovaci6n en el sentido de descanso, sinotambién de hacer acopio de fuerzas nuevas. Una consecuen­cia natural del descanso es el fortalecimiento. El mencionado~édico francés: Alex.is Carrel, escribía en un artículo apare­Cido en una revista sUiza: «La oraci6n no es solamente un actode adoraci6n, es una emanaci6n invisible del espíritu deadoraci6n, es decir, la forma de energía más poderosa que sepueda suscitar... La oraci6n es una fuerza tan real como lagravitaci6n universal ... Orando, nos unimos a la inagotablefuerza motriz que hace girar la tierra... ».8

Muchos siglos antes de Carrel, la sabiduría de Dios noshacía lleg~ una idea muy semejante a través del profetaIsaías: «Dios da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzasal que no tiene ningunas... los que esperan a Yahvéh tendránnuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, yno se cansarán; caminarán, y no se fatigarán» (ls. 40:31).

l..!na forma particular de liberaci6n o catarsis se consiguemediante la CONFESIÓN. Es aquí donde la oraci6n alcanza,pro~ablemente, el .clímax de su. poder terapéutico. En estesentido Paul Toumler llega a ser muy valiente cuando afirma:«La confesi6n cristiana conduce a las mismas liberacionespsicol6gicas que las mejores curas psicoanalíticas».9 El efec­to terapéutico de la confesi6n es una de las mayores bendicio­nes que puede experimentar el creyente. Sentir intensamenteel perd6n de Dios por algún pecado concreto es un bálsamoini~alable. Leamos las palabras de David en el Salmo 32:«MI pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Con-

7. H.W. Dar1ing, Man in His right mind. The Paternoster Press, 1969, 140.8. A. Cmel, f..:e pouvoir de la priere. Journal de Geneve, mayo 1940.~8iaul Tourmer, MediciM de la persona. Ed. G6mez, Pamplona, 1965,

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fesaré mis transgresiones al Sefl.or; y tú perdonaste la maldadde mi pecado... Tú eres mi refugio; me guardarás de la an­gusti~; con cánticos de liberación me rodearás» (vv. 5-7). Yespecialmente en el Salmo 51: «Contra ti, contra ti s610 hepecado. Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame, y serémás blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría y se re­crearán los huesos que has abatido». (vv. 4, 7, 8). La con­secuencia na~ral de la confesi6n es experimentar «gozo yalegría», sentirse rodeado con «cánticos de liberaci6n».

Algunas personas, sin embargo, no sienten este efectoliberador, ansiolítico de la confesi6n, aunque su oraci6n hayasido genuina. «Sé que Dios me ha perdonado, pero no 10siento así en mi interiOr». ¿Porqué? El problema suele radicaren que, a pesar del perd6n seguro de Dios, son ellas las queno se han perdonado a sí mismas. El pecado cometido ha si­do una ofensa tan grande para su autoimagen, su amor propiose ha sentido tan herido, que son incapaces de perdonarse.Esto ocurre especialmente en caídas de tipo moral. Si ha ha­bido una confesi6n genuina y no se experimenta la liberaci6nd~ la culpa, estamos ante un problema psicol6gico: la incapa­CIdad para perdonarse a si mismo. Reconocer esta realidadalivia mucho la angustia.

En ocasiones puede ser necesario realizar la confesi6n depe~ados juntamente con alguien: un consejero, un pastor, un~IllgO íntimo. No se trata tanto de confesar a otra persona,smo de .confesar a Dios en compañia de otra persona. Ellopro~rclOna ~ .elemento de objetividad muy saludable quecontribuye a dlslp~ dudas psicol6gicas. En el campo protes­tante hemos reaCCIOnado en contra de la confesi6n auricularde pecados por razones teol6gicamente justificadas. Perodebemos evitar caer en el extremo opuesto: el rechazo totalde cualquier confesi6n en ptesencia de otro hermano. La con­fesi6n con otra persona tiene un valor terapéutico inmensop~icol6gica y espiritualmente. Desde el punto de vista emo~clOnallas heridas cicatrizan con mayor rapidez cuando al­guien conoce la intimidad de nuestro pecado y ha orado con

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nosotros y por nosotros. Muchos pacientes me han expresadosu profunda gratitud porque en la consulta han podido abrir­me su corazón y volcar secretos de su vida que nunca anteshabían compartido con nadie. Las lágrimas vertidas en com­pafiía tienen un potencial terapéutico superior al de las emo­ciones expresadas en solitario.

Necesitamos hacer tres recomendaciones prácticas antesde concluir este punto. Son observaciones elementales perode importancia capital en un asunto tan íntimo como el quenos atafíe:

1.- La confesión de un hennano ha de ser siempre plena­mente voluntaria. No tenemos derecho a ejercer ningunapresión, de ningún tipo, para que se nos confiese un pecado.El uso de la manipulación para facilitar la «evacuación» delpecado puede tener efectos psicológicamente tan graves co­mo una violación. La intimidad es una parcela de nuestro pró­jimo donde no tenemos derecho a entrar si no se nos franqueala puerta voluntariamente.

En esta línea nos preocupa la facilidad, casi la alegríainconsciente, de algunos creyentes, especialmente en el mo­vimiento llamado «La curación de los recuerdos pasados»(Healing of past memories). Su actuación puede ser positivacuando el «paciente» es quien toma la iniciativa para abrirsu corazón. Pero hemos observado muchos abusos en el usode esta técnica, abusos realizados en el nombre del EspírituSanto, con consecuencias desastrosas para el equilibrio emo­cional del que sufre esta invasión de su intimidad. Dios nosexhorta a llorar con los que lloran, no a allanar moradasíntimas.

2.- La confesión de un pecado es siempre un secreto, esalgo estrictamente confidencial. Parece muy sencillo: un se­creto es un secreto, pero ¡cuántos problemas, cuántas rela­ciones rotas, cuántas tensiones en la vida de una iglesia, deuna familia, se han producido por no saber guardar algo tanelemental! Ante una confidencia, ni siquiera las personasmás allegadas --esposo o esposa- deben tener conocimiento

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de ello. La única excepción es cuando tenemos la autori­zación del interesado. Si vemos la necesidad de compartir es­te secreto con el cónyuge, quizás para descargarnos nosotrosmismos, podemos hacerlo siempre y cuando el interesado noshaya dado su consentimiento.

Ya nos dice el libro de Proverbios: «trata tu causa con tucompafíero y no descubras el secreto a otro». (pr. 25:9). Elque no sabe ser fiel en lo pequefío -guardar un secreto- tam­poco lo será en cosas grandes.

3.- Cuando alguien nos ha confesado una falta, es reco­mendable que nosotros oremos por esta persona en su presen­cia y en voz alta. Ello afiade una dimensión de objetividaden su relación con Dios que tiene un efecto muy positivo.De hecho, una de las peticiones que más nos hacen los cre­yentes en situaciones parecidas es: «Siga orando por mí». Esun gran alivio saber que alguien se preocupa de nosotros, enoración, después de una caída.

3. Luz, guia, clarividencia

Cuando nos miramos al espejo en una habitación casi aoscuras, no se ven nuestros defectos físicos. La media luz nosprotege de descubrir la realidad de las arrugas, de la calvicie,del acné. Basta con encender la luz para que comprobemoscuál es la verdadera situación. Algo parecido ocurre en nues­tra relación con Dios. Mientras nos comparamos con los de­más, con el promedio de los creyentes de nuestra iglesia opaís, nos parece que no vamos mal. La media luz alivia nues­tra inquietud e incluso'puede hacernos sentir optimistas. Perotan pronto como entramos en la presencia de Dios, empe­zamos a descubrir, una por una, la multitud de «arrugasespirituales» de nuestra vida. La presencia de Dios, su san­tidad, que podemos aprehender en oración, aunque sea demanera imperfecta, nos da luz sobre nuestra realidad es­piritual. Por ello el salmista le ruega al Sefíor: «Envía tu luzy tu verdad; éstas me guiarán» (Sal. 43:3).

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Éste es otro de los grandes beneficios terapéuticos de laoraci6n: la clarividencia sobre nuestra persona y nuestras fal­tas. En términos psicol6gicos diríamos que nos facilita laintrospección, el insight. A través de la oraci6n «nos damoscuenta de». Es muy interesante observarla estructura del Sal­mo 32, ya mencionado. Después de la confesi6n (vv. 5-7),encontramos un versículo aparentemente inesperado: «Teharé entender, y te ensefiaré el camino en que debes andar»(v. 8). Pero no es una sorpresa si entendemos que la guí~ deDios es una consecuencia natural de andar con él y respIrarsu presencia. Cuán profunda es, desde el punto de vista psi­col6gico, la plegaria de David en otro de los Salmos: «Ben­deciré a Yahvéh que me aconseja; aun en las noches meensefia mi conciencia» (Sal. 16:7). La Nueva Biblia Espaf\o­la traduce la última frase con gran belleza: «... hasta de nocheme instruye internamente».

«En el diálogo con Dios lo fecundo son las preguntas queél nos plantea, y no las que nosotros le formulamos».lo Sí,en la oraci6n Dios pone al descubierto aquellas áreas denuestra vida que necesitan reparaci6n o incluso cirugía radi­cal. -Nos permite tomar conciencia de nuestra persona ~on

mayor objetividad, avanzar a través del «mato~ pSICO­16gico» de nuestra personalidad. Dice Teresa de Avlla: «Laspalabras divinas interiores se producen en el alma en momen­tos en que ésta es incapaz de comprenderlas, y no respondena ningún deseo de oírlas».ll Este tipo de introspección nobusca hurgar en un laberinto de sensaciones interiores (vercapítulo X). No es un autoanálisis incesante en búsqueda dela panacea sobre nosotros mismos. Su propósito es mássencillo: descubrir, darse cuenta para corregir.

Por esta raz6n, muchas oraciones van acompaf\adas de unsentimiento de convicción de pecado. Esta sensaci6n no s610

10. Op. cit, 317.11. Citado por P. Tournier en Técnica psicoanaUtica y fe religiosa. LaAurora, Buenos Aires, 1969. 230.

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es positiva, sino que refleja madurez espiritual. Dios nos ~a­

bla por su santidad y nos hace ver el pecado en su sentidogenérico o los pecados concretos de nuestra vida. Este sen­timiento de culpa es positivo porque, a su vez, nos lleva aCristo de manera renovada. Es la lucha de Pablo en Roma­nos 7 al descubrir «bolsas» de impotencia moral. Su senti­miento de indignidad es tan abrumador que le lleva a excla­mar: «¡Miserable de mn, ¿quién me librará de este cuerpode muerte?» (Ro. 7:24).

Todo ello redunda en una mayor madurez en nuestrarelaci6n con Dios; nos lleva a un enriquecimiento de nuestrafe. El cristiano más maduro no es el que menos peca, sinoel que mayor conciencia tiene de su pecado y lo confiesa. Asípues, no hemos de entender como negativos los sen~mientos

de indignidad que nos invaden al orar. La segunda bienaven­turanza alude a este hecho. Al reconocer nuestra identidaddelante de Dios, nos sentimos «pobres». Esto nos hace llorar(segunda bienaventuranza). Pero son lágrimas que reflejanuna sensibilidad espiritual profunda porque brotan de nuestroexamen delante de la santidad iluminadora de Dios. Teníaraz6n Unamuno al escribir en su diario íntimo: «Las lágrimasde angustia irritan y excitan; pero las de arrepentimiento sonlas que lavan».12

La oraci6n, junto con la meditaci6n, es uno de los instru­mentos más poderosos para proporcionamos un autoco­nocimiento espiritual adecuado. Nos libra de nuestra fuertetendencia al autoengaño. Atinada es, al respecto, la oraci6nde David en el Salmo 19: «¿Quién podrá entender suspropios errores? Líbrame de los que me son ocultos... en­tonces seré íntegro» (Sal. 19:12 y 13). Todos tenemos unagran tendencia a engaf\amos. El no creyente, por su miopíaante las realidades espirituales (Ro. 1:21). Pero tampoco elcreyente está libre del problema porque el coraz6n humanoes «engaf\oso más que todas las cosas» (Jer. 17:9). En

12. Miguel de Unamuno, Diario Intimo. Alianza, 71 00., 1973, 23.

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psicoanálisis este fen6meno se llama negación. Es un me­canismo psicol6gico de defensa muy elemental que nosprotege de aquellas realidades que son demasiado duras odolorosas de aceptar. Es en estos rincones de oscuridad don­de la luz de Dios penetra y transfonna. La oraci6n es colirioque aclara nuestra visi6n y nos pennite percibir la realidadde nuestra persona. Nos da clarividencia sobre faltas y erro­res. La oraci6n es instrumento de Dios para evitar diagn6s­ticos tan equivocados como el de la iglesia de Laodicea enApocalipsis 3. Por ello el Sefior tiene que decirle: «Yo teaconsejo... que unjas tus ojos con colirio, para que veas»(Ap. 3:18). Como ha dicho el escritor francés Mathieu, «estasensaci6n de culpabilidad, de pecado, es la fonna superior deconocimiento».

Para C<Jncluir este aspecto vamos a citar una vez más alsalmista. El conocía por experiencia propia este poder escru­tador e iluminador de Dios: «Oh Sefior, tú me has examinadoy conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;has entendido desde lejos mis pensamientos; has escudrifia­do mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son co­nocidos ... Examíname, oh Dios, y conoce mi coraz6n; prué­bame y conoce mis pensamientos». (Sal. 139:1-3, 23).

4. CambioEn cuarto y último lugar, Dios usa la oraci6n para mol­

deamos progresivamente, para hacemos cambiar. Como elalfarero trabaja de manera artesanal el barro, el Sefior se valede la oraci6n para forjamos a semejanza de Cristo. De hechoeste beneficio es consecuencia natural de los anteriores. SiDios nos da su amor personal en una relaci6n íntima, nosproporciona descanso y paz mediante la expresi6n y la con­fesi6n, nos da clarividencia sobre nuestra persona y poneen nosotros convicci6n de pecado; todos estos efectos tera­péuticos redundan en una transfonnaci6n del creyente.

El te610go Richard Foster afinna en su conocido libro

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Celebration o/ Discipline: «Orar es cambiar. La oraci6n esel cauce principal que Dios utiliza para transfonnamos».13

Ahora bien, ¿cómo se produce este fenómeno? Lo enten­deremos al observar la meta de ese cambio: «... ensefiandoa todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfectoeI! Cri~o Jesús, a todo hombre» (Col. 1:28). El propósito qu~DIOS tIene para nosotros es confonnarnos a la imagen de suHijo Jesucristo, que podamos parecemos a él cada día másDios va forjando en nosotros un carácter moral que reflej~el carácter de Cristo.

¿Qué p~pel juega la oraci6n en este proceso de forja?Veamos la mterdependencia 16gica de todos estos pasos. Siqueremos parecemos a alguien hemos de saber c6mo es estapersona. Por tanto, necesitamos saber c6mo es Dios. Y elcono~imiento de Dios, igual que en toda relaci6n, s610 seconsigue a través del contacto personal. Cuanta más inti­midad, mejor se conoce. En resumen, nuestra meta como cre­yentes es parecernos cada día más a Cristo. Para ello hemosde conocerle cada vez mejor. Para conocer es imprescindibleesta~ con. Y esta comuni6n con Dios se logra, esencialmente,mediante la oraci6n, junto al estudio de su Palabra. En esteaspe~to, la p~e.garia cumple un propósito central en la vidacnstIana: faCIlIta nuestra semejanza progresiva a la imagende Cristo.

~spués de examinar las consecuencias terapéuticas de laoracl6n, una pregunta surgirá probablemente en la mente demuchos: ¿Qué lug~r ocupa la oraci6n en la psicoterapia, enun con~xto profeSional? ¿Puede el psic610go cristiano usarla ~racl6n directamente con su paciente? Y por parte delpaCiente, ¿qué puede esperar de la oraci6n? Ello nos lleva anuestra última consideraci6n.

13. Richard Foster, Celebration o[ Discipline. Hodder & Stoughton,1980, 30.

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El uso de la oración como terapia

Muchos psicólogos y psicoterapeutas cristianos conside­ran la oración un recurso válido en su trabajo. Como hemosvisto, es un medio adecuado para contribuir al cambio y alcrecimiento. Destacados profesionales creyentes como H.Clinebell, Gary Collins, Larry Crabb, Paul Tournier, ymuchos otros, mencionan con frecuencia en sus obras laexperiencia que han tenido en este campo. Ellos, igual quenosotros, no ven ninguna razón de peso para no usar el ex­traordinario potencial terapéutico de la oración en su prácticaprofesional. No obstante haremos bien en tener presentesalgunas obselVaciones:

La oración es un instrumento delicado que debe usarsecon equilibrio y cuidado. Si 10 utilizamos a la ligera, de mo­do irresponsable, puede hacer más daño que bien. A la luzde nuestra experiencia profesional podemos afirmar que eluso de la oración en psicoterapia viene a ser algo así comoun bisturí: su potencial terapéutico es extraordinario, perodebe ser manejado con sabiduría y precisión. Un uso inade­cuado puede despertar expectativas poco realistas en elpaciente. Si estas ilusiones no se cumplen, uno se siente de­cepcionado y duda no solamente de la oración, sino tambiénde su fe. En algunos casos puede, incluso, provocar resenti­miento contra Dios e inducir a un proceso de enfriamientoespiritual.

El apóstol Pablo hizo uso de la oración para conseguir al­go muy deseado: eliminar su aguijón en la carne; llegó a orarhasta tres veces. Podemos imaginar que 10 hizo con una feintensa, de todo corazón. Pero no se cumplió su deseo. Larespuesta del Sef\or fue clara: «No, porque mi poder se haceperfecto en la debilidad» (2 Co. 12:9). La razón a esta nega­tiva no la encontramos ni en falta de fe, ni en ambigüedadde la oración, ni en tibieza espiritual por parte del apóstol.La causa era simplemente que Dios tenía otros propósitos.

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Es legítimo usar la oración como agente coadyuvanteal~o así como un catalizador. Pero no podemos asumir qu~DIOS va a contestar afirmativamente todas nuestras oracio­nes, o 9ue las negativas del Sef\or se deben a falta de fe. Sila ora~lón es enfocada en estos términos, mejor no usarlacomo Instrumento de terapia porque es muy probable queestemos haciendo daf\o.

En segundo lugar, la oración no debe ser un sustituto deotras formas de ayuda, profesionales o no. El planteamientode algunos creyentes es: «Si tienes la oración, no necesitasnada más~ con ~a oración 10 p.uedes todo. No necesitas psi­c610~os nI mé?lcos, ~rque DIOS es el mejor psic610go y la~ra~16n la meJ?r terapl~». ~acen un planteamiento disyun­tIvo: «o la or~clón o la cIenCIa humana», como si ambos fue­ran. Incompat~bles. Este argumento, por desgracia frecuente,?lvIda que DIOS se ha vali?o siempre, como se vale hoy, deInstrumentos humanos guIados por su Espíritu Santo para~evar paz y salud a muchas personas. Dios tiene gran va­ned~d de .recursos, humanos o divinos, que él utiliza en suproVIdenCIa: Menospreciar estos. instrumentos de ayuda pue­d~ ser ofenSIVO, no s610 para el SIeIVo de Dios, sino para DiosmIsmo.

La oraci~n no actúa «en vez de» sino «junto a», «alIadode». En realIdad, está por encima, va más allá de todo esto'debe e~volver1o todo. Por ello, el uso de la oración no es in~compatible con otros agentes terapéuticos.

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XI

La oración: ¿ilusión psíquica?Apologética de la oración,

un enfoque psicológico

En la primera parte del libro se consideraron algunasobjeciones a la oración desde el punto de vista filosófico.Ahora nos ocuparemos de las más frecuentes desde el pun­to de vista psicológico.

«La oración no es algo real. Es un fenómeno puramentepsíquico». «Tú te lo ilI)aginas, en realidad estás hablando enel vacío, con la pared». O como dirían los jóvenes de hoy:«Te lo montas todo tú». «Si yo viera a Dios aquí al lado,entonces oraría; pero esto no es más que un engafio psi­cológico».

Esta fonna de pensar refleja la opinión de no pocas per­sonas en nuestros días. En el próximo capítulo examinare­mos la amenaza del sincretismo. Pero antes necesitamosanalizar la influencia de otro ídolo intocable de nuestra época:el materialismo científico. Vivimos en una generación quesufre lo que se ha venido en llamar «el síndrome de Tomás»:«Si no veo con mis propios ojos y toco con mis propiasmanos, no creeré».

Las objeciones a la oración procedcntes de este campolas podemos englobar en tres grupos. El primero, el argu­mento de la autosugestión, es el más popular y antiguo; noticne soporte teórico de ningún sistema psicológico. Los otrosdos, por el contrario, son reflejo de escuelas de psicología

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bien estructuradas: el conductismo y el psicoanálisis. Desdeestos tres frentes se intenta erosionar el valor de la oración.se niega la realidad espiritual de su significado, e incluso, sellega a ridiculizar a los que la practican. No d~be sorprender,por tanto. que dediquemos un ca~ítulo a ~~Izar los puntosde vista de estas ideologías. La mIOpía espmtual de nuestroscontemporáneos no debe irritamos. Por el contrario, tendríaque despertar en nosotros un profundo sentimiento de com­pasión por su estado. Pero al mismo. ti~mpo debemos estarcapacitados para responder a sus obJeCiones.

1 - El argumento de la autosugestión

Desde hace muchos siglos la religión, en sus diversas ma­nifestaciones, ha estado asociada con la sugestión. Bastantespersonas ven en la religión, incluida ~ ~ctividad cardinal-laoración-, una forma de autoconvenclmlento. «Te crees queDios está ahí y te lo imaginas, te convences a ti mismo deque es así». Observemos la defmición de suges.tión: «Influen­cia psíquica del propio sujeto por la que expenmenta estadosde ánimo sin causa objetiva. Convencerse por un esfuerzo devoluntad de que se tiene cierto estado o cualidad».l En otraspalabras, cuando la mente acepta una idea como verda~era,

si esta idea es razonable, tiende a hacerse real por medio deprocesos inconscientes. Vendría a ser el equ.ivalente del efec­to placebo en medicina.~i tomo un medIcamento que n?contiene más que agua destilada, pero creo que es un tranqUI­lizante, ejercerá, efectivamente, las funciones de sedante.En esta línea. la fe cristiana es presentada como una formade sugestión.

¿Qué podemos responder a ello? Vamos a considerar tresaspectos que nos ayudan a diferenciar, como cristianos, entrela sugestión y la fe bíblica:

1. María Moliner. Diccionario de uso del espafíol. Edit Gredos.

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1. El propósito de la sugestiónLa autosugestión siempre cumple un objetivo definido: la

evasión. Se busca escapar de una realidad dura. sea ésta unacircunstancia transitoria o algo más profundo como la vidamisma. El proPósito básico de la sugestión es evasivo. En es­te aspecto, la religión actuaría como el gran calmante, el opiodel pueblo del que hablara Marx, para mitigar un profundodolor existencial. Sería un escape supuestamente trascenden­tal que viene a satisfacer nuestras necesidades más profundas.La oración, a su vez, es el instrumento por excelencia, el me­jor medicamento, para lograr este efecto de huida.

No obstante, encontramos aquí una primera contradicción.El cristiano, cuando sigue verdaderamente a Cristo, escogeuna vía de evasión que no tiene un precio nada fácil. La obe­diencia a su Seftor es costosa, un camino estrecho que estácargado de espinas. La aflicción, la lucha, el dolor, la per­secución, parecen la marca distintiva del discípulo de Cristo.No tenemos más que leer el capítulo 11 de Hebreos cuandonos habla de «los otros héroes de la fe»: «Otros experimen­taron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles.Fueron apedre~dos, aserrados, puestos a prueba, muertos afilo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos conpieles de cabras, menesterosos, atribulados, maltratados... »(He. 11:36-37). ¡Bonita evasión! Podríamos hablar de auto­convencimiento e ilusión si la fe ·ofreciera un paraíso en latierra. Entonces sí que actuaría a modo de aspirina existen­cial. Pero la fe cristiana parece más bien lo contrario: «Mipaz os dejo, mi paz os doy... pero no como el mundo la da...en el mundo tendréis aflicción... porque el siervo no es mayorque su Seftof»

Ello nos pone ante dos opciones: o bien los cristianos sontodos masoquistas por naturaleza, o bien la fe no siemprecumple un propósito de huida. Hay formas mucho más agra­dables de escapar en nuestros días. Si la fe cristiana fuerafalsa, estar(amos ante una gran estafa, pero no ante unaevasión. ¿No es cierto que bastantes creyentes vivirían con

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menos preocupaciones si no fueran cristianos? El nivel ~etranquilidad, desde el punto de vista humano, con frecuenCIasería más alto sin los problemas derivados de una fe com­prometida. «Cristo no me ha hecho ~a vida fáci~. ~l contra­rio, habría sido más cómodo estar sm él que VIVIr con él»,afirmaba atinadamente el obispo luterano Dibelius.2

La fe puede proporcionar, y proporciona,. una paz Pf?fun­da que deriva del conocimiento de UI~as realIdades ?lonosas.Pero nunca ha sido camino de co~odIdad o de evasIón. Haceunos afios un autor, Emile Coué, dio una definición popularde autosugestión en forma de slogan: «Cada d(a, en todas lascosas, estoy cada vez mejor».3 ¡Qué contraste con la expe­riencia del creyente! Recordemos una declaración del apóstolPablo: «Estamos atribulados en todo, mas no estrechados; enapuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desam--­parados; derribados, pero no destruidos» (2 Co. 4:8-9). Fran­camente, explicar la existencia del cristianismo en términosde autosugestión requiere un esfuerzo mental superior a lapropia fe.

William James en su clásico libro The varieties o/ reli­gious experience profundiza en el tema de la expe~encia e~­

piritual humana y afirma, entre otras cosas: «La.mfluencIasugestiva del medio ambiente juega un papel muy ~mportante

en toda educación espiritual. Pero la palabra sugestIón ya estáempezando a tener, por desgracia, la función de una mantamojada que cubre la investigación y se usa para rec~az.ar elanálisis cuidadoso»! No se puede caer en el reduCClOmsmode encajonar todo 10 religioso en el baúl de la autosugestión.

2. Citado por J.M. Martínez, Por qué aún soy cristiano. CLlE, 1987,205.

3. Emile Coué, Better and better every day, citado por JoOO W.Drakeford, Psicologta y Religión. Casa Bautista de Publicaciones. 1980,251.

4. William James, The varieties 01 religious experience. The FontanaLibrary, 1960, 122-123.

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2. El objeto de la sugestiónLa persona objeto de la sugestión presenta una persona­

lidad caracter(stica. Observemos la definición que' apareceen el prestigioso libro de Freedman y Kaplan, una de lasvoces más autorizadas en el campo de la psiquiatría: «Lasugestión pretende lograr un estado de docilidad sumisa ysin capacidad crítica que conlleve la aceptación fácil de unaidea, creencia o aptitud. Se observa, por 10 común, en per­sonas con rasgos histéricos de personalidad».' La primeraparte de la definición ya la hemos comentado anteriormen­te. Pero, ¿qué nos dice de la personalidad sugestionable? Sila sugestión es propia de personalidades histéricas, ¿cuálesson sus características psicológicas? Observemos con aten­ción: «Está dominada por la necesidad apremiante de agradara los demás... ello se manifiesta en una actividad incesante,la tendencia a dramatizar y a exagerar, lá necesidad de seduciry conquistar, ya sea a nivel social o sexual, y una dependen­cia inmadura y poco realista de las otras personas».6 Perono acaba aquí la descripción de esta personalidad: «El histé­rico, por sus comedias, sus mentiras y sus fabulaciones, nodeja de falsificar sus relaciones con los demás, se ofrecesiempre como un espectáculo, ya que su existencia es, a suspropios ojos, una serie discontinua de escenas y aventurasimaginarias».7

De nuevo estamos ante una disyuntiva. Hemos de escogerentre dos opciones: si para ser sugestionado se requiere untipo de personalidad histérica, entonces o todos los cristianosson histéricos o bien las manifestaciones de fe no son, necesa­riamente, un ejercicio de sugestión. La argumentación lógicaes contundente. Creo que nadie se atrevería a afirmar que

5. Freedman and Kaplan, Comprehensive Textbook 01 Psychiatry.William & Wilkins, 31 oo. 1980. 3359.

6. Armand M. Nicholi, The Harvard Guide to Modern Psychiatry.Harvard University Press, 1978,287.

7. Henry Ey, Tratado de Psiquiatr(a. Toray-Masson, 81 00., 1978, 425.

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todos los cristianos son histéricos. Por ello debemos concluirque la fe, incluida la oración, no forzosamente es resultadode una autosugestión.

Dicho esto, hemos de reconocer que las formas y mani­festaciones de vida cristiana de algunos creyentes se parecena veces a un ejercicio de sugestión que no podemos aceptar.La autocrítica es siempre saludable. Y éste es el momento demostrar nuestra preocupación por algunas formas de culto,de adoración, de oración y de evangelización que llegan aterrenos fronterizos con la sugestión. Ello puede ocurrir anivel individual o de grupo y debe obligamos a revisar nues­tra espiritualidad. La oración verdadera, como las otras ma­nifestaciones de la fe, es 10 que más se aleja de la sugestiónporque mantiene a toda la personalidad, mente, v~luntad, yemociones, en estado de alerta. No puede convertlfse en larepetición rutinaria de frases o canciones hasta que uno lograempaparse de una idea o sentir una realidad. Esta manera depracticar la fe podría bordear la autosugestión.

3. La duración de sus resultados

En tercer lugar, la sugestión y la oración (o la fe en ge­neral) se diferencian por la duración de sus efectos. Ademásde su propósito evasivo y de ocurrir en una personalidaddeterminada, la sugestión se caracteriza por la fugacidad desus efectos. Tienen un carácter transitorio y la molestia quese pretendía eliminar reaparece al cabo de poco tiempo. Esun resultado limita(:1o que nos recuerda, efectivamente, laacción de un calmante. Pasada su acción analgésica, el nivelde dolor vuelve a ser exactamente el mismo de antes. No hahabido ningún tipo de mejoría. La sugestión cumple una fun­ción puramente sintomática. Alivia un s{ntoma.

Por el contrario, los efectos de la fe no son transitorios.Tienen carácter permanente. Cierto que puede desaparecerel primer amor, cierto que hay crisis o retrocesos. Pero loscambios radicales y profundos que opera el Espíritu Santo en

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la vida del creyente no se llegan a perder del todo, ni siquieraen épocas de crisis. En términos médicos, diríamos que la feactúa como un tratamiento etiológico, llega a la causa, no espuramente sintomático. A diferencia de la sugestión, la feproduce cambios, no solamente alivia s{ntomas. Los éxitosde la sugestión pueden ser espectaculares y brillantes, peroefímeros. Los éxitos de la fe son, con frecuencia, más lentos,pueden carecer de sensacionalismo, pero son radicales y pro­fundos. Penetran en el meollo del alma humana. La sugestióndesaparece con cualquier influencia que produzca un efectoopuesto, la de-sugestión. El creyente no es llevado por cual­quier «viento de doctrina», sino que permanece «fiel hastala muerte». Así podríamos seguir con las diferencias. Proba­blemente ésta es la razón por la que Weatherhead escribía:«la verdadera fe me parece tener poca relación con lasugestión».·

II - El argumento conductista: La oración,una respuesta condicionada

La segunda objeción a la realidad de la oración es másacadémica. No tiene el aire popular de la anterior y procedede una escuela estructurada de psicología, el conductismo.

Su forma de enfocar el fenómeno religioso sería, a grandesrasgos, la siguiente: la fe y la oración no son más que la puestaen marcha de ciertas áreas del cerebro dotadas biológica­mente para ejercer funciones superiores. Ocurre 10 mismocon otras manifestaciones psíquicas: la alegría, la agresivi­dad, etc. No se conoce aún con exactitud qué área concretadel hemisferio cerebral corresponde a la religiosidad, peroesto es sólo cuestión de tiempo. En un futuro se descubriráel sustrato anatómico, el lugar exacto en el que se origina la

8. Leslie Weatherhead, Psychology, Religion and Healing. Hodder andStoughton. 1952. Ver todo el cap. 3, secci6n 21, págs. 128 a 134.

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religiosidad de la persona. De la misma manera, estas fun­ciones cerebrales se ponen en marcha por la presencia dedeterminados estímulos, en este caso de tipo religioso, queoriginan una serie de reacciones bioquímicas. Todo ello ex­plicaría con exactitud el mecanismo de la oración y la fe.

Este enfoque de la religión refleja las premisas esencia­les del conductismo. A nuestro juicio se resumirían en trespuntos:

-Un determinismo extremo. Nacemos y vivimos progra­mados por condicionantes genéticos y factores ambien­tales. Estos estímulos, internos y externos, determinan elcomportamiento porque provocan respuestas invariablesy predeterminadas. Son los reflejos condicionados.

-El materialismo. El ser humano es, simplemente, un ani­mal más desarrollado. Es el ser más evolucionado en laescala zoológica, a cuya cima ha llegado después de unlargo proceso de selección natural. El hombre vendría aser algo así como «un mono vestido».

-Rechazo de cualquier elemento metafísico. Puesto quesu antropología es totalmente biológica y netamente ma­terialista, se aproxima al estudio del hombre como si deun animal se tratara. Por ello hay que prescindir de laintrospección y de todos los fenómenos relacionados conella. Observemos la actitud de un psicólogo conductista,Hull, hacia la conciencia: «La conciencia es una realidad.No podemos negarla, pero es un problema que requiereuna solución de nuestra parte... ».9

Para el conductismo, la verdad de las cosas no se encuen­tra a través de la reflexión, sino en el conocimiento expe­rimental del cómo y por qué se producen. El psicólogo RESkinner, uno de los representantes más destacados delconductismo, resume con sus propias palabras estos puntosbásicos:

9. Clark L. Hull, Psychological Review, vol. 44, p. 30, 1937.

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«Buscamos seguridad, y nuestra seguridad es la cienciay la tecnología... Debemos llevara cabo cambios enormes~r lo que a la conducta humana se refiere Lo que nece-SItamos es una tecnología de la conducta ése es el únicocamino para llegar a resolver nuestros problemas».lo

A l~ luz de esta escuela, la oración no sería más que laexpreSIón elaborada de un sofisticado instinto -el impulsoreligioso- del animal más desarrollado. No es más que unaemoción muy compleja sobre la que ha actuado un fuertecompone~te de aprendizaje. El instinto, por un lado, y elrefo~amIento por el aprendizaje, por otro lado, explican laoraCIón.

¿Cómo responderemos los creyentes a estas asevera­ciones? Una ilustración nos ayudará a clarificar nuestra res­puesta. Cuando un' muchacho está enamorado de su novia,se ~roducen una serie de cambios bioquímicos en su cerebro.Se l~~rementa la adrenalina, se liberan endorfinas, etc. Unéi?á11S1S de laJ>oratorio adecuacio nos daría evidencias expe­?mentales de estos cambios. ¡Pero nadie osaría decir que esteJoven está enamorado porque sus endorfinas han subido... !Los procesos neurobioquímicos no disipan la realidad de suamor, no niegan ni afirman su enamoramiento. ¡Y mucho me­nos nos hablan de la existencia o de la idoneidad de su novia!¿~or qU:é? La descripción experimental de un fenómeno no~ega nI prueba nada sobre la veracidad de este fenómeno.Slm~lemente describe un m~canismo, y los mecanismos nun­ca dIcen por qué, ni siquiera para qué, sino simplementecómo.

Refiriéndose. al estudiO de la religión en general, un ex­perto n~rteamencano, Mortimer Oslow, afirma: «El estudiode la pSIcología de la religión no nos indica nada acerca de

10. R.F. Skinncr, Más allá de la libertad y la dignidad. Fónlanclla Bar-celona, 1973, 9, 11 Y 37. •

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la validez o el valor de esta religión. Nos ayuda a comprendcrqué hace y cómo lo hace».ll . .,

Aunque un día se lleguen a describir con mmuclosldadlos fenómenos neurobioquímicos que ocurren en el cerebrod~ un creyente al orar, ello no restaría ni un grano de verdada aquella oración. Podríamos estar de acuerdo en que la ple­garia es una respuesta conductual. Pcro no podemos aceptarque la oración sea solamente una respuesta conductual. Po­demos aceptar que la oración tiene un componente d~ apren­dizaje y que puede ser estimulada por factores ambIentales.Pero rechazamos la idea de que sea solamente resultado deun aprendizaje y de un reforzamient? de la conducta. Todaslas explicaciones experimentales, CIentíficas, sobre la ora­ción, pueden ser exactas. Pero ello no es más que. una parcelade conocimiento. Existen categorías de conOCImIento, mora­les, espirituales, etc., que escapan a los instrumentos de .me­dición de cualquier científico. Esto es así porque l~ finall~adde la ciencia no es enjuiciar el valor de una reahdad, smomás bien descubrir cómo es. Por esta razón, los creyente.s nodeben sentirse amenazados por la ciencia autént~ca. Es CIertoque los representantes más notables del conduc~Ismo son co·nocidos ateos: Watson, Skinner, etc. Pero tambIén es verd~dque algunos psicólogos experimentales militan en e~ cns·tianismo evangélico y son hombres de una fe admirable.Recomendamos al respecto el libro de Malcolm Jeeves,Psychology and Christianity.l2 .

También aquí queremos termmar con una palabra deautocrítica. Debemos alejamos y luchar contra una forma deplegaria que sea respuesta a unos estímulos claramente ma­nipuladores. Tales estímulos, buenos en sí mismos, pueden

11. Mortimer Oslow, Religion and Psychiatry, artículo incluido en elComprehensive Textbook of Psychiatry, 3197-3198. .12. Malcolm Jeeves, Psychology and Christianity. Inter-varslty Press,1976. El autor propone cambiar las actitudes de hostilidad y sospecha enrespeto mutuo por parte de la fe y de la psicología.

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convertirse en un instrumento de presión psicológ~ca y conello darán la razón a las críticas que, en ocasiones, se nos ha­cen desde círculos no creyentes. La oración necesita estí­mulos adecuados, pero nunca puede ser el resultado de unamanipulación psicológica.

Los dos argumentos hasta ahora considerados, la auto­sugestión y la respuesta condicionada, tienen un denomina­dor común: son una manifestación más del secularismo deuna sociedad que le da la espalda a Dios. Vivimos en un mun­do positivista que mira con escepticismo toda experiencia queno provenga de la ciencia. Rechaza como irracional cualquierexpresión de vida espiritual. Diríamos que los rasgos quecaracterizan la mentalidad moderna son la racionalidad, laobjetividad, y la cuantificación. Esto se considera como van­guardia del pensamiento. Es la moda, lo que Jung llamabael Zeitgeist, el espíritu de la época. El apóstol Pablo lo de­nominaba «la forma de ser de este mundo».

Leamos lo que Jung mismo dice sobre la fuerza de su­gestión de estas modas: «No se puede jugar con el espíritude la época. Constituye una verdadera religión. Tiene ademásla molesta cualidad de querer pasar por el criterio supremode toda la verdad, y la pretensión de detentar el privilegiodel sentido común... Actúa sobre los espíritus débiles y losarrastra».l3 Debemos a Jung nuestra gratitud por ser uno delos pioneros, en plena fiebre de racionalismo y materialismocientífico, en denunciar el empobrecimiento de esta formade pensar tan reduccionista.

Gran parte del rechazo de la fe y de la oración en nuestrosdías se debe a este trasfondo intelectual. Aun sin darse cuenta,las personas están impregnadas del positivismo que se respiraconstantemente. Esta filosofía sostiene que a lo largo de lahistoria ha existido una sola categoría de pensamiento expre­sada de modos diversos. En sus etapas iniciales el hombre

13. C.O. Joog, Los complejos y el inconsciente. Alianza, 1983, 12.

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pensaba en ténninos religiosos, metafísicos, mágicos. Perocon el progreso del tiempo ha ido evolucionando hacia unafonna de pensar lógica, racional, objetiva, centrada en 10obsetvable, 10 mensurable. Se ha ido desarrollando verti­calmente de 10 inferior a 10 superior, de lo simbólico a 10científico. Las consecuencias son evidentes: cualquier tipode fe, incluida la creencia en Dios, es un vestigio de unafonna anticuada y primitiva de pensar, en vías de extinción.La oración no es más que una manifestación de este primi­tivismo, propio de una etapa poco desarrollada intelectual­mente. Cuando una persona sigue un proceso nonnal demaduración, los ritos mágicos, la oración, la fe, van siendosustituidos por la TaZÓn. Si un creyente en nuestros díasafirma que la plegaria tiene valor en su vida, es etiquetadode anticuado y primitivo. «Cuando seas mayor, adulto, ya nonecesitarás la oración».

No es éste el lugar para responder a estos argumentos delpositivismo. Nos limitaremos a transcribir algunos párrafosdel escritor argentino Ernesto Sábato. Nos parecen de un in­terés extraordinario no sólo por su contenido, sino tambiénporque proceden de un hombre formado en el campo~de laciencia. Sábato, actualmente escritor, se doctoró primero enciencias físicas y abandonó la práctica de la ciencia por ra­zones precisamente ideológicas. Estos fragmentos pertenecena su ensayo «Sobre el cuerpo, el alma y la crisis total delhombre»:

«La civilizaci6n occidental marcha hacia la cosificacióndel hombre como consecuencia de una sobrevaloración de laciencia positiva... La gente en el siglo pasado abandonabalas antiguas religiones para arrodillarse ante una pila de Volta,ahora lo hacen ante un ciclotr6n, lo que vuelve más espec­tacular su positivismo, pero no menos candoroso.

»El hombre moderno conoce las fuerzas que gobiernanel mundo exterior y las pone a su servicio: es el dios de latierra, sus armas son el oro y la inteligencia; su método esel razonamiento y el cálculo; su objetivo es el universo. A

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estos ingenieros no les interesa la causa primera. El sabertécnico toma el lugar de la metaffsica; la eficacia y la pre­cisión reemplazan a las preocupaciones metaffsicas...

»Lo grotesto es que esta mentalidad primaria no ha desa­parecido, SiDO que se ha acrecentado en el espíritu popular,fascinado por el misterio de los ciclotrones y los viajes in­terplanetarios.

»El intento por demostrar el paso de la mentalidad "pri_mitiva" a conciencia ''positiva'' concluirá tres décadas mástarde con la patética confesi6n de su derrota, cuando el sabiodeba, por fin, reconocer que no hay tal mentalidad primitivao prel6gica, como un estado inferior del hombre, sino que losdos planos coexisten en cualquier época y cultura».14

Para el hombre moderno, ebrio de autosuficiencia laoración es una forma de alienación, casi un síntoma de 'en­fermedad psíquica. Pero, en su orgullo, no se da cuenta deotra fonna de alienación mucho más sutil: la que provienedel culto a la tecnología y la razón. El diagnóstico de Dioses, una vez más, claro y penetrante: «profesando ser sabiosse hicieron necios» (Ro. 1:22). Tienen los ojos demasiad~entenebrecidos para poder percibir las verdaderas necesida­des del ser humano.

o Rech~e:m la oración, rech~an a ~os porque, en su opi­ruón, la umca fonna real de eXIstenCIa es corpórea, material.«Demuéstrame que Dios está aquí y entonces oraré». ¿Quéresponderemos? En el fondo la clave está en reconocernuestras limitaciones. Los órganos de los sentidos del serhumano no están preparados para percibir otras fonnas deexistencia que no sean las materiales Escribía el malogradoevangelista Paul Little con su habitual agudeza: «Nadie havisto nunca un metro de amor o un kilogramo de justicia».ls

14. Ernesto Sábato, Sobre el cuerpo, el alma y la crisis total del hombre.Ensayo escrito en exclusiva para «Tribuna Médica», núms. 588 y 589,diciembre 1974.15. Paul Little, lA raz6n de nuestra fe. Las Américas, México, 1973, 12.

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Efectivamente, existe otra clase de realidad inmaterialque, simplemente, nosotros no podemos percibir porque noestamos capacitados para ello. La constituci6n de nuestrossentidos nos lo impide. Sin embargo, ello no excluye' su exis­tencia. ¿O es que somos tan arrogantes para afirmar que s610existe aqueiIo a lo que alcanza nuestra capacidad de percep­ci6n sensorial? Sostener esto equivaldría a negar la realidadde las ondas de la radio s610 porque no podemos verlas. Enúltimo término, estamos ante un problema de orgullo. Hemosde aceptar con humildad nuestras limitaciones que son infi­nitamente mayores que nuestras capacidades. O poniéndoloen términos positivos: existen muchas realidades que noso­tros no podemos percibir porque somos seres fmitos.

El argumento de que «Dios no existe porque no puedoverle» es casi infantil. Dios es espíritu. ¡Qué afirmaci6n tansencilla y grandiosa! Está ahí, tan presente como el oxígenoque respiramos. Probablemente ésta era la idea de Pablo ensu discurso a los atenienses: «Dios no está lejos de cada unode nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos y somos»(Hch. 17:28). En la oraci6n Dios está a nuestro lado. «Es unprejuicio casi ridículo suponer que la existencia no puede sersino corp6rea».16 El rechazo de la oraci6n no se debe a causasintelectuales; el no creyente no rechaza la plegaria porquesea más inteligente o más maduro que el cristiano. El fondodel problema es moral. El hombre de hoy se considera dema­siado sabio y autosuficiente como para necesitar las muletasde la fe. Se burla de nuestra oraci6n por su miopía ante lasrealidades espirituales. Pero este Dios, invisible porque esespíritu, se ha hecho claramente visible en la persona deJesucristo. Dios se ha manifestado, ha hablado de muy di­versas maneras, pero especialmente a través de su Hijo, laPalabra encamada. La luz está ahí. Depende de nosotros elaceptarla o el rechazarla.

16. C.O. Jung, Psicologla y Religión. Paidos, 1981, 28.

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El materialismo"no obstante, lleva en último término ala sequía espiritual. Por esta raz6n, muchas personas hoy enoccidente anhelan realidades más trascendentales. «Los pue­blos están hartos ya de una cultura racionalista, que analizaincesantemente, pero que no les procura ni vida ni felici­dad».!' Tienen sed de significado para su existencia. Lo bus­can en el budismo, o en otra religi6n oriental. Por ello, conurgencia y profunda convicci6n, los cristianos tenemos unmensaje que proclamar en esta sociedad: la oraci6n es lapuerta de acceso a una relaci6n personal con Aquel que haprometido:

«Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed; peroel que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás; sinoque el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en unafuente de agua que mane para vida eterna» (Jn. 4:13-14).

ID - El argumento psicoanalítico: La oración,una ilusión infantil

Hay un tercer argumento que cuestiona la validez de laoraci6n. Proviene del psicoanálisis ortodoxo y se basa en losconceptos originales que Freud mismo tenía sobre Dios y lareligi6n..Hemos separado,.este argumento de los otros dosporque, de alguna manera, Freud escapó al positivismo másradical. Su énfasis en la instrospecci6n y en otras facetas delalma humana son una ligera desviaci6n del clima de mate­rialismo a ultranza que se respiraba en Europa a principiosde siglo. En algunos aspectos el psicoanálisis freudiano seacerca bastante a una religi6n y, desde luego, tiene muchode fe. Sin embargo, Freud no logra librarse por completo delmaterialismo científico ~e fines del siglo XIX. Prueba de elloes su modelo de la psique humana. Esta gran teoría, una delas contribuciones principales de Freud a la psicología, sigue

17. Paul Toumier. MediciNl de la PersoNl. 167.

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un esquema netamente mecanicista. Está tomado de las cien­cias experimentales, concretamente de la física. Este trasfon­do es importante porque nos ayudará a entender sus teoríasde la religión como una sublimación Ysu valoración negati­va de todo lo que parece irracional.

El psicoanálisis sostiene que la oración surge de la nece­sidad de relacionamos con un padre ideal. No es más que unailusión fruto de esta necesidad. Las creencias religiosas sonsolamente la realización de deseos interiores. Leamos tex­tualmente a Freud en su obra sobre Leonardo Da Vinci:

«El psicoanálisis nos ha hecho conscientes de la relaciónestrecha entre el complejo de padre y la creencia en Dios, ynos ha ensenado que el Dios personal no es más que un pa­dre magnificado. Nos demuestra cada día cómo los jóvenespueden perder su fe religiosa tan pronto como desaparece laautoridad del padre. Reconocemos que la raíz de la necesidadreligiosa radica en este complejo patemal».18

Si la hipótesis de Freud es cierta, vamos a llevarla hastasus últimas consecuencias. Examinemos la coherencia de esteargumento: si la fe en Dios se trata de un resto infantil, deuna parecela de la personalidad que no ha madurado suficien­temente en el adulto, por deducción lógica observaríamos en­tonces los siguientes fenómenos:

A. Ninguna persona emocionalmente madura creería enDios.

B. Toda persona psíquicamente inmadura creería en Dios.C. A medida que una persona crece en madurez psicoló­

gica, avanzaría de una etapa religiosa: a otra atea.D. El nitio, que ya tiene la figura de un padre, no debería

ser religioso porque no necesita sustitutos.

Éstas serían las consecuencias lógicas de la hipótesis de

18. Sigmund Freud, Leonardo Da Vinci. Kegan Paul, London. 1932.

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F~ud. No .obstante, sabemos que ninguna de estas afirma­CIOnes es CIerta. Por el contrario, vemos con frecuencia que:

A. ~uchas personas con plena madurez emocional, psí­qUlcamente estables, profesan fe en Dios.

B. Muchas personas con claros síntomas de inmadurez einestabilidad psíquica son agnósticos o ateos.

C. El crecimiento psicológico de una persona va acom­pafiado, a menudo, de una fe creciente, o por 10 menosde un~ mayor apertura a las realidades espirituales.

D. Los nifios son, por 10 general, muy religiosos. Aun conun padre amante y cercano, no pocos nitios muestranuna infancia pletórica de fe.

Unos ejemplos históricos nos ilustran este punto. Staliny Rousseau, entre otros, se declararon abiertamente ateos ysin e~bargo, mostraron síntomas de notable desequilibri~psíqUlCO. Por otro lado, J. Wesley y Pascal, por citar sólodos nombres, fueron. ~ig.antes d~ la fe y al mismo tiempohombres de gran eqUlbbno pSíqUlCO. Las listas podrían alar­garse hasta centenares de ejemplos. Es una simplificaciónfrívola pretender establecer una proporcionalidad directa en­tre la inmadurez psíquica y la necesidad de Dios.

Sorprende realmente que estos argumentos puedan pro­~eder de un hombre como Freud. Su simplismo y su dogma­~smo en este tema ensombrecen, a nuestro juicio, la estaturamtelectual de este notable observador de la naturaleza hu­mana. Muchos de los diagnósticos de Freud sobre el alma yla conducta del hombre fueron muy acertados. Especialmentesu realism~ ~obre la.mald.ad del corazón humano que le acer­ca a una VISIón caSI bíblIca. Pero nos parecen inaceptables,como c~eyente~,.sus. teorías sobre Dios y la religión. «Cuan­to ~l pSlco~állSIS dIce de la religión le resultará... a quien­q.ulera ~~~me las múltiples actividades del alma con mentesm preJUlclos y atienda a la singularidad de cada una de ellasle resultará ~arto insuficiente. Pues de reflexionar, aunqu~sólo sea un mstante, acerca del papel capital desempetiado

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por la religión en la historia;-no es posible seguir explicándo­la como mera sublimación de necesidades instintivas o comouna gran neurosis obsesiva».19

Por lo demás, resulta irónico oír a Freud expresarse entérminos tan críticos de la religión porque no podemos olvi­dar que su psicoanálisis es un sistema altamente mitológicoy profundamente religioso. Con sus teorías estamos ante todauna teología. La mayoría de sus conceptos básicos no deri­varon de experimentos objetivos y evidencias clínicas, sinoque en gran parte fueron una eSP,eculación ideológica. No­sotros no objetamos esta vía de conocimiento. Nos parecelegítima. Pero ello le desautoriza para atacar la experienciareligiosa, porque en gran parte de su trabajo lo que hace Freudes una especulación religiosa.

Aceptamos que las teorías del psicoanálisis ortodoxo tie­nen cosas importantes que ensefiamos en cuanto a los mo­tivos por los que el hombre cree en Dios. Pero esto nuncaniega o confirma la realidad de Dios ni la validez de la fe.Llegar a descubrir razones inconscientes en nuestra búsque­da de Dios o mecanismos psicológicos de defensa en nuestravida de oración no invalidan la verdad de su significado. Lasublimación, la negación o el desplazamiento, por citar tresde los mecanismos inconscientes de defensa más frecuentes,son negativos en la medida en que puedan distorsionar nues­tro conocimiento del Dios verdadero. (Sobre este punto vol­veremos en breve). El que la oración satisfaga mi sed de Dioso llene muchas de mis necesidades personales no desvane­ce en lo más mínimo su valor objetivo. En honor a la verdad,Freud mismo reconocía este aspecto a diferencia de sus segui­dores. Reconocía que un sistema de creencias que satisfaganuestros deseos puede ser verdadero o falso y que las eviden­cias hay que buscarlas fuera, en lo objetivo. Pero algunos desus discípulos, como ocurre con frecuencia, en su celo por

19. Enrique Butelrnan. prólogo a Psicologfa y Religión, de e.o. Jung. 12.

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la ortodoxia llegaron a afirmar que el mero hecho de demos­trar que una creencia era resultado de deseos inconscientes~a permitía rechazarla como falsa. Este w-gumento, en rea­bdad, es peligroso para ellos mismos porque se convierte enuna espada de doble fllo, tal como manifiesta el psicólogoholandés Rumke en su libro Psicologfa de la incredulidad.7IJ

La interpretación de Dios como producto de deseos incons­~ientes se puede aplicar exactamente igual al argumento delmcrédulo que desea refutar la religión. Su incredulidad tam­bién puede ser resultado de complicados mecanismos psi­cológicos.

La verdad o la falsedad de la fe cristiana se decide en úl­timo término, a la luz de las evidencias históricas y n¿ sobrela .b~e de unos o~~enes psicológicos inconscientes y re­pnnlldos. Jesús eXlsUó hace dos mil afios y resucitó de losmuertos después de ser crucificado. Esta información his­tó~ca es verdad independientemente de la psicodinamia deqUIen la crea o. la rechace. La vida psfquica de un creyentenos prop,orci~na datos sobre la madurez de su fe, pero nuncasobre su.validez. Una persona atormentada por complejos ytraumas !nfantil~s pu~e vivir una fe con lagunas; puede te­ner numerosas dIstorsIones en cuanto aquién o cómo es Diosverdaderamente. Pero todos estos conflictos interiores nopueden validar o invalidar su fe.

.La oración .de un .creyente puede contener aspectos neu­róuc~s, expreSIón de mmadurez emocional, pero ello no des­autonza todas sus oraciones ni la oración en general. Vamosa us.ar otra vez la ilustración del amor de pareja. El enamo­ramIento que el novio siente por su amada no está nuncato~al~ente exento de las proyecciones de sus propios deseose IlUSIOnes; no está libre de ver en ella, aunque sea parcial­mente, el «ánima», 'la mujer ideal que él tiene en su mentey de la que nos habla atinadamente Jung. La ve no como ella

20. H.e. Rumke. The Psychology o/ unbelieJ. Rockliff. London 1952.

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es realmente, sino como él quiere que sea. Sin embargo, es­tas proyecciones no invalidan ese amor. No podemos acusaral joven de iluso porque su enamoramiento sea inmaduro. Enel peor de los casos, si estas proyecciones llegan a ser masivaso intensas, el joven se está autoengañando y a la larga tendráque descubrir que su amada no es como él la había imaginado.Tendrá que aprender a verla tal como es en la realidad. Perotanto la relaci6n con su amada como la existencia de ésta sonindiscutibles.

Algo parecido ocurre en la oraci6n y en nuestra relaci6ncon Dios. Ninguno de nosotros, por maduro que sea espiri­tualmente, está libre de una cierta carga de idealizaci6n, deproyecciones sobre Dios. Una visi6n pura, libre de limita­ciones psico16gicas, no existe en nuestra relaci6n con Dios.Esto es así porque ninguna relaci6n en la que interviene elser humano está exenta de un cierto grado de proyecci6n.Pero ello no nos autoriza a concluir que la oraci6n es unailusi6n. En el peor de los casos, como el novio de la ilus­traci6n, nuestro concepto de Dios será tan subjetivo que seva a alejar mucho del Dios revelado en la Biblia. Nos ha­cemos un dios a nuestra imagen y semejanza. No le vemostal y como él es, sino como nosotros queremos que sea. Esto,ciertamente, puede falsear nuestra vida de oraci6n, pero nohasta el punto de despojarla de todo valor.

Así pues, la presencia de «restos psico16gicos» en laplegaria no s6lo no la invalida sino que demuestra la verda­dera naturaleza del ser humano. El hombre es una unidadindivisible. Es l6gico, por tanto, que el Espíritu Santo se val­ga de algunas o de todas las partes de este conjunto en suobra sobre el creyente. Puede actuar como le plazca, a travésdel consciente o del inconsciente, del elemento psíquico odel elemento pneumático (espiritual). La acci6n de Diossobre nosotros es integral. Nuestros esfuerzos deben irencaminados a conocer cada vez mejor c6mo es el Dios dela historia que ha hablado y cuya revelaci6n culmina enJesucristo.

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En la medida en que Dios sea fruto de nuestras ilusionesy. proyecciones, la oraci6n se verá afectada de manera cre­cIe~te porproblemas psico16gicos. Por el contrario, una re­lacl6n eqUilIbrada, a través de la oraci6n, con el Dios reve­lado en Jesucristo es probablemente la máxima expresión desalud emocional de un ser humano.

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XII

¿Todas las oraciones iguales?La oración cristiana ante las

meditaciones orientales

«Todo es lo mismo; en el fondo todo es igual. Lo im­portante no es cómo se ora, ni siquiera a quién se ora, sinoorar. No ha~ diferencia entre mi oración, el Nirvana, ~ la tu~aal Dios de la Biblia». Son palabras de un estudiante conver­tido al budismo. En una línea semejante, me decía un inte­lectual supuestamente creyente: «Hemos de estar abiertos aldiálogo con Oriente. Tenemos muchas cosas que aprender deellos».

Estos dos ejemplos nos muestran la atracción que ejercenen Occidente muchas formas de meditación oriental. Segúnun reportaje de la revista Time, el budismo ha conseguidomiles de convertidos en Europa occidental en los últimosaños.1 ¿Cómo vamos a enfrentamos a este reto? ¿Qué respon­deremos a las afirma.ciones mencionadas? Los nuevos misti­cismos aparecen revestidos de una espiritualidad «superior»que arrincona todas las formas tradicionales de religión, in­cluida la fe cristiana. Como creyentes evangélicos necesi­tamos hoy en Occidente estar preparados «para presentardefensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que nosdemande razón» de nuestras creencias (l P. 3:15). Éste es el

1. TiTM magazine, 21 noviembre 1988. 54-56.

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motivo por el que hemos decidido incluir un ~apí~lo de­dicado a este tema. En una época de marcado smcretIsmo yrelativismo, hemos de resaltar y defender la singular~d~ dela oración cristiana. El estudio comparado de las relIgIOnesnos muestra cómo la plegaria adquiere en el cristiani~mou~ascaracterísticas distintivas que chocan con el lema smcretlstade «todo vale, todo es bueno».

Uno de los fenómenos fundamentales que ocurren dentrodel acto de orar es la meditación. Para ser realmente fecunda,la oración implica recogimiento interior, ~flexión ~tal c~mose indica en la primera parte del libro). Sm esta dImensIón,la oración quedaría reducida a puro emocionalismo. Re~or­

demos la necesidad de que todas las facetas de la personalIdadestén en equilibrio. No es correcto, ni bíblico~ aquel con~ejo

que hace poco escuchamos en una conversaCIón:. «N? pI~n­

ses, ora». No es posible orar sin pensar. La oraCIón Ir.npl~ca

pensamiento reflexivo. Por ello, afirmamos que la meduaczónes parte integral de la oración.

Pero es justamente en ese terreno donde encon~ram.os lospeligros insinuados en el capítulo X. ¿SilVe cualguIer ~P? demeditación? No. La meditación propia de la oraCIón cnsuanatiene un propósito, unos medios y un marco que le imprime.nun carácter singular. Si la despojamos de estas característI­cas, puede quedar en un puro ejercicio de meditación tras­cendental o en un misticismo más emparentado con el pla-tonismo que con la fe bíblica. . .

Quizás éste es el motivo por el cual algunos cnstIano~ seasustan al oír la palabra meditación y muestran automátIca­mente una actitud defensiva, cuando no hostil. Esta posturade recelo, comprensible por el fuerte proselitismo de algunassectas en el fondo no tiene fundamento ni bíblico ni históri­co. La'meditación es un ejercicio tan hondamente bíblico queimpregna las páginas del Antiguo Testamento desde su ini­cio. Hasta tal punto es así, que si alguien pudiera atribuir­se el título de «inventor» de la meditación, sin duda le co­rrespondería a las grandes figuras de la fe judeo-cristiana.

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Igualmente, la historia de la Iglesia nos muestra una prácticaactiva de la meditación, aunque a veces excesivamente conta­minada por influencias no cristianas.

No obstante, en los últimos tiempos hemos asistido a undoble fenómeno que explica, por lo menos parcialmente, lareticencia de algunos creyentes a la meditación. Por un lado,el declinar progresivo de sus características bíblicas llegó aconvertirla en una práctica árida, desprovista de vida. Elloprovocó una reacción de indiferencia, especialmente en elcristianismo evangélico. Por otro lado, las sectas y religionesorientales han patrocinado una forma de religiosidad cen­trada, precisamente, en cierto tipo de meditación. Este doblefenómeno ha causado un abandono notable de su práctica.Pero la meditación entendida como un recogimiento interiorpara pensar reflexivamente en Dios es parte integral de laoración y, por tanto, de la vida cristiana. Un cristianismosin meditación, sin «oración meditativa» como la denominaRichard Foster,2 deja un vacío peligroso en una sociedadactivista hasta el frenesí. El hombre de hoy necesita muchodel bálsamo terapéutico de la meditación. Si no llenamosnosotros este vacío, lo harán otros. Y lo llenarán a su manera,con un panteísmo universalista que promete una vida sinansiedad para el presente y utopías para el futuro.

Somos nosotros, los cristianos, herederos legítimos de latradición bíblica, los que debemos recuperar y reivindicar elverdadero sentido bíblico de la meditación. Es una necesidadurgente. y el mejor lugar para empezar es la oración. Cuandole preguntaron a Dietrich Bonhoeffer por qué meditaba,respondió: «Porque soy cristiano».

Es una pena descubrir que muchos convertidos al budis­mo en Europa buscan originalmente una vida trascendental,pero rechazan el cristianismo porque lo asocian con el mate­rialismo. Hemos de reconocer el vacío que hemos dejado eneste campo.

2. Richard Foster, Meditative Prayer. Inter-varsity Press, U.S.A., 1983.

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Por todas estas razones, necesitamos analizar los rasgosdistintivos de la oración en el área de la meditación. Cono­cerlos va a enriquecer nuestra vida espiritual en su esenciamisma y puede transfonnarla en un oasis fecundo. Ignorarlosnos aboca a errores que ya tienen antecedentes en la historiade la Iglesia y que, como veremos, están rebrotando en nues­tros días. Así pues, 10 que hay en juego es muy importante.

Diferencias entre la meditación cristiana y lasmeditaciones orientales

En primer lugar, son distintas en su propósito. Las ~e- I

ditaciones orientales buscan conseguir un estado mental derelajación, de tranquilidad, en que uno ve los problemas des­de una óptica casi de impasibilidad. Observemos la defmiciónde Meditación Trascendental dada por su fundador, el GuroMaharishi:

«Técnica mental automática, sin esfuerzo, que consiste endirigir la atención hacia dentro en busca de los niveles sutilesde un pensamiento hasta que la mente trasciende la experien­eia de estos niveles y llega a la fuente original del pensa­miento (conciencia pura)>>.3

Esta definición resume de manera inmejorable los puntosclave de divergencia con la fe cristiana. Su centro es el hom­bre (<<dirigir la atención hacia dentro»). A este enfoque pri­mordialmente egocéntrico se le suma~ de manera lógica, elutilitarismo: busca unos resultados inmediatos, tangibles. Lameditación trascendental es algo que hay que «usar para». Eldestinatario de la oración no es, en último ténnino, un Diospersonal, sino yo mismo. En cualquier caso, la meta últimaes conseguir un estádo de liberación, de «bien supremo», enel que se produce la fusión de la identidad propia con la

3. Guro Maharishi, revista Hospital Times, mayo, 1970.

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conciencia cósmica. Un buen ejemplo 10 constituye el budis­mo con el estado de nirvana.

El énfasis está en la afirmación final del yo como unaexperiencia trascendental. Esta experiencia lleva al hombremás allá de s{ mismo, hacia niveles superiores cósmicosque aspiran a unirle, finalmente, con el universo. El hombrese encuentra a sí mismo cuando renuncia a su yo individualy llega a un estado despersonalizado. Se produce como unasalida del yo, una excursión a un yo distinto. De ahí el nom­bre de transpersonalismo que se da a muchas de estas me­ditaciones.

Nos interesa observar cómo algunas escuelas de psico­logía emplean estas meditaciones como técnica de relajaciónen el tratamiento de ciertos problemas psíquicos. Y 10 quees aún más notorio: algunos de los mejores tratados actualesde psiquiatría presentan, sin ninguna matización, la medi­tación trascendental y el yoga como una alternativa más enel tratamiento de la ansiedad.4 Como analizaremos másadelante, este hecho nos parece alarmante porque detrás deuna supuesta técnica se esconde una ideología. No hay nin­guna práctica que no tenga un soporte teórico.

Por el contrario, el propósito de la meditación y la oracióncristianas es casi el opuesto. Su destinatario es un Dios per­sonal y su propósito no es conseguir un estado, sino unarelación íntima con la persona de Jesucristo revelada en laBiblia. Busca conocer de manera vivencial a este Dios a finde parecerse cada vez más a su modelo (Ro. 8:29). Ésta esla meta de la meditación y de toda nuestra vida cristiana. Esteocéntrica en tanto que la mirada está puesta en Cristo. Por­que amamos a Dios, queremos hacer 10 que a él le gusta, ysu deseo es nuestra progresiva semejanza a su Hijo.

En cuanto a los medios, también son distintos. Las medi-

4. Así ocurre en los ya citados Comprehensive Textboolc 01Psychiatry deFreedman y Kaplan (ver pág. 3254) y en el Harvard Guuu lo ModernPsychiaJry (pág. 177).

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taciones orientales se acercan mucho a una técnica. Hay unaserie de ejercicios concretos, una metodología que uno debeseguir con más o menos exactitud a fin de conseguir el estadodeseado. La oración cristiana, por el contrario, es lo que másse aleja de una técnica. Esto es así por su esencia misma, unarelación íntima. «Si se le quieren fijar reglas, hacer de ellaun método, aplicarla como una técnica, ya no estará viva,estará vaciada de su sustancia religiosa. No tengo, pues, nin­guna receta que ofrecer a nadie»,' decía Paul Toumier alpreguntarle su opinión sobre este tema.

La meditación' oriental es fundamentalmente pasiva: unose abandona, se entrega. Busca desconectar, vaciarse. Comodice Gaius Davies, psiquiatra inglés, «pone la mente en pun­to muerto».6 También aquí las diferencias son totales. Laoración cristiana ni es una técnica ni es pasiva. Es un proce­so activo en el que la persona está plenamente ocupada enla verdad de Dios. No busca vaciar la mente, sino llenarla.No busca aflojar la atención, sino concentrarla. No busca re­lajarse, sino darse. No consiste en dejar vagar las ideas sinrumbo fijo, sino en fijarlas en unas realidades concretas: lapersona de Dios, sus hechos, sus promesas, sus mandamien­tos. Ello constituye el marco dentro del cual se desarrolla lameditación. No es una excursión sin límites, un viaje vagoen el que se carece de mapa y brújula.

El cristiano, en su ejercicio de la meditación, tiene unmapa preciso, la Palabra de Dios, y un norte visible, la per­sona de Jesucristo. Ambos puntos de referencia le impidenperderse en la oscuridad de la introspección y deambular atientas en una religiosidad difusa. Este marco juega una fun~

ción importante en la práctica de la oración. Nos recuerdaque orar no es miramos primero a nosotros mismos sino aDios. Cuando el centro es la Palabra de Dios, ello nos libradel peligro de una introspección excesiva.

5. Paul Toumier, Técnica Psicoanalttica y fe religiosa, 238.6. Gaius Davies, Stress. Kingsway, 1988, 68.

224

La oración no es comunicación con uno mismo. Cierta­mente a veces uno se encuentra hablando consigo mismo alorar. Pero éste no es su propósito. La meditación no está he­cha para escuchamos o hablamos a nosotros en primer lugar.Si esto fuera así, se convertiría en un mero ejercicio deautoanálisis. Sin duda, Dios puede utilizar el tiempo de me­dita~i~n, ~mo ya vimos en el. capítulo X, para damos luz yclanvIdencIa; problemas archIvados en el inconsciente ad­quieren a veces una perspectiva distinta en la oración. Éstey otros hechos pueden ocurrir porque el Espíritu Santo se va­le de todos los instrumentos útiles para «guiamos a todaverdad». Pero no oramos para escuchamos a nosotros mismosni (como decía el Guru Maharishi) para dirigir la atenciónhacia dentro.

Esta meditación bíblica se consigue a través de uno delos atributos más singulares del ser humano, la concienciareflexiva.

Analicemos esta característica única del hombre que al­canza su máxima expresión al orar. Un animal es consciente;el hombre es consciente de que es consciente. Esta doblevuelta de la conciencia es exclusiva de los seres humanos.Constituye el instrumento que no sólo nos diferencia de losanimales, sino que nos pennite este acto singular de meditar.Nos capacita para centrar nuestra atención en Dios. Es unejer~icio activo que consiste en «llevar todo pensamientocaut~vo a la obediencia a Cristo Jesús» (2 Co. 1O:5b). En estesenudo, podríamos comparar nuestra mente a un jardín. Aveces no tenemos opci6n de escoger las plantas que crecen(los pensam~entos), pero sí podemos escoger qué plantasvamos a cultIvar. Debemos regar, abonar ciertos pensamien­tos y dejar que otros se vayan secando.

Este proceso activo, semejante al del agricultor con suhuerto, es el que realiza la conciencia reflexiva a través dela meditación. «Llevar cautivo» un pensamiento a Cristonu~ca puede ser algo pasivo. Va a implicar lucha, actividad.PSicológicamente hablando, la oración es poner nuestra

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conciencia reflexiva al máximo de sus capacidades. Requiereun esfuerzo, una tensión, ausentes en las otras fonnas de me­ditación. Por ello, nunca podremos aceptar un concepto sin­cretista de la oración. Todas las oraciones no son iguales.

Una última diferencia que observamos entre las religionesorientales y la oración cristiana radica en el valor de la per­sona. En la meditación oriental la personalidad propia que­da, en último ténnino, anulada, absorbida en una conscienciauniversal, se pierde la identidad del yo. Por el contrario, enla oración es donde uno se encuentra plenamente a sí mis­mo, como seftalamos al mencionar su valor existencial(ampliaremos ese punto más adelante).

Hasta aquí los peligros que proceden de un campoconcreto: el orientalismo. Pero éste no es el único terreno mo­vedizo. Ya desde muy antiguo la oración, y la meditación,se han visto afectadas por corrientes de pensamiento no cris­tianas. Son influencias mucho más sutiles porque vienen re­vestidas de una espiritualidad aparentemente bíblica. Histó­ricamente, el peligro principal ha venido de la influenciaplatónica. El platonismo marcó de una manera importantela tradición m(stica cristiana desde el principio. Ya uno delos padres de la iglesia, Dionisio el Areopagita, bajo la in­fluencia inmediata de Plotino, filósofo alejandrino del tercersiglo, y más lejana de Platón, afinnaba que la oración verbalera sólo un sustituto pobre de la «verdadera oración». «Lacomunión auténtica con Dios se logra en el silencio total delalma con su Creador». En nuestros días asistimos a un rebrotede influencia platónica en algunos círculos cristianos, sobretodo en su concepto de espiritualidad. Ello moldea inten­samente su idea y su práctica de la oración. Entienden estoshennanos que el propósito de la oración es la unión con Dios,estar tan cerca de él en nuestro ser interior, que «llego apercibirlo, a sentirlo como mío». Implica un vaciarse de símismo, un quebrantamiento tan total que elimina su per­sonalidad, incluso los aspectos positivos de la misma. El

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creyente intenta alcanzar un punto donde la distinciónCreador-criatura ya no existe, 0, por lo menos, ya no se nota.

Esta espiritualidad no refleja la globalidad de la enseftanzabíblica. Como hemos visto, el propósito de la oración no escrear un estado místico en el que mi yo se fusiona con Dios.Ni siquiera es lograr que Dios se haga presente en mí a tra­vés de ciertas técnicas de meditación. El Señor ya está pre­sente con nosotros y en nosotros, lo sintamos o no, nos demoscuenta o no.

Un autor evangélico, Watehman Nee, sugiere que nues­tro espíritu y el Espíritu de Dios llegan a estar tan unidosque ya no se pueden distinguir ni diferenciar.7 Con el respetoque la obra y la persona de Watchman Nee nos merecen,creemos que en este punto no podemos concordar con él. Suafinnación deriva de un concepto de espiritualidad netamen­te pI.atónico. Esta idea, ~omo afinna Macaulay, «obliga a uncontInuo éxodo de sí mlsmo».8 La meta de la oración no esconseguir un estado de impasibilidad donde uno no es afec­?Id~ por nada, ni del mundo exterior ni de nuestros propiosmstmtos. Ello estaría más cerca de las religiones orientalesque del Evangelio.

Esta espiritualidad de origen platónico utiliza la oraciónverbal sólo como el motor de arranque para llegar al estadod.e éx~asis e~ el que el corazón se entrega totalmente y enSIlenCIO a Dios. Lo que importa en la oración es la actitudcont~mplati~a que experimenta de manera intensa la pre­~n~la de Dios, que se funde con él. Al percibir la realidaddlvma, sobran las palabras. En este sentido, la oración verbales un m~dio para conseguir el éxtasis contemplativo que esl~ plegana por excelencia. La experiencia es lo que cuenta.Esta es la fonna mejor y superior de oración. La plegaria vie­ne a ser el medio para sentir a Dios dentro.

7. ~atehman Nee, The Re/ease o[ the Spirit. Bombay: Gospel LiteraturaServlce, 1965.

8. Ronald Macaulay, Being Human. Inter-varsity Press, U.S.A., 1978,46.

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A nuestro juicio, esta idea de la oración como ~ fenó­meno de éxtasis no verbal está lejos del concepto ~fbhc~. Larazón para orar no es experimentar la realidad d~ DIOS ~ sen­tir su presencia, como ya indicamos. Ello no qUIere ~ecIT, deninguna manera, que debe .estar de~provista de emOCIOnes. Laconfesión, la gratitud, la mtercesIón puede~ es~r llenas desentimiento, envueltas por un corazón que VIbra .mtensamen­te, ya sea en el gozo o en el dolor: Estas e~oczones son uncomponente posible de una oraclón genuma, pero no uncomponente necesario. En otras palabras, 10 q~e hace q~e unaoración sea más o menos eficaz no es la cantIdad o la mte~­sidad de sus emociones. No es éste el tennómetro para medIrla calidad de una oración. Las emociones pueden ser el re-sultado de la oración, pero no su meta. . .

Sin duda, tenemos mucho que aprender de la tr~dIcIónmística cristiana, sobre todo en 10 que se refiere a ~a VIda ~e­vocional ya su percepción profunda.de la prese~cIa ~e DIOS.La aportación de los gra~des .místIc~~ a la. hist~na de laiglesia constituye un patnmomo espmtual nquísImo. PeT?hemos de ser conscientes de los errores Y de los deseqUI­librios. También aquí podemos aplicar el consejo del apóstolPablo, «examinadlo todo y retened 10 bueno».

Vamos a considerar someramente cómo las fonnas depensamiento oriental, así como el neoplatonismo, han pe­netrado en algunas escuelas de psicología conte~porán~a.Ello ños interesa no poT razones puramente académIcas, smopor la influencia práctica que esas fonnas tienen en algunoscreyentes.

Este grupo de escuelas constituye las p·sicolog{as trans-personales. Su énfasis se resumiría en la frase: .El hombre seencuentra más allá de si mismo. Uno de los mejores expertosen evaluar críticamente las diversas escuelas de psicoterapia,el americano T.B. Karasu, describe su objetivo con las si­guientes palabras: «Pretenden conseguir la unidad a un pla­no humano universal o cósmico... en el que la personaexperimen~ una- trascendencia de los límites de su yo hacia

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una consciencia universal».' Para ello se utilizan técnicaspropias de las religiones orientales: el nirvana, el zen, la me­ditación trascendental, etc.

¿Dónde radica el peligro? La trampa de estas fonnas demeditación y de psicoterapia está en su presentación, apa­rentemente inocua. Se trata de una fonna técnica, aséptica,de aliviar la ansiedad y las tensiones de la vida diaria. Se nospresenta como un instrumento neutro de naturaleza científica.En un primer nivel puede que sea cierto. Pero detrás haysiempre una filosofía, una religión. Por ese motivo, nosotrosdesaconsejamos estas fonnas «espirituales» de psicoterapia,porque contienen marcados componentes religiosos. La fron­tera entre 10 científico y 10 religioso es aquí muy borrosa.

Podríamos mencionar muchos representantes de estas psi­cologías. Nos limitaremos a los más prominentes. En EstadosUnidos, Abraham Maslow; en Europa, el italiano RodolfoAssagioli, creador de una psicoterapia llamada psicosíntesis.Queremos destacar, sin embargo, al americano Ken Wilber,porque es en este autor donde vemos la influencia del orien­talismo de una manera incuestionable. No es nuestra inten­ción aquí hacer una análisis crítico de estas escuelas. Elloescapa al propósito de este capítulo. Sólo queremos llamarla atención a dos hechos:

En primer lugar, la psicología secular en Occidente estáabrazando, de manera creciente, premisas orientales de tipopanteísta y sincretista. Es una muestra más del culto a la per­misividad y a la tolerancia, ídolos intocables para muchos denuestros contemporáneos. El secularismo llega también poresta vía aparentemente científica.

En segundo lugar, el creyente que se adentra en el campodel transpersonalismo corre un riesgo cierto de abrirse a lasinfluencias de «los principados, las potestades y los gober­nadores de las tinieblas» (Ef. 6:12). El médico inglés y

9. T.B. Karasu-L. Bellak, Specialized Techniques in Individual Psycho­therapy. Brunner/Mazel, 1980, 22.

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erudito en temas de psicoterapia, Roger Hurding, escribe alrespecto: «De la misma manera que encontramos en la Bibliaadvertencias claras contra los que practican "adivinación,agorenos, sortfiogos,hechicenos, encantadores, adivinos,ma­gos, o quien consulte a los muertos" (Ot. 18:10-11), vemosmuchos ejemplos de invasión del territorio enemigo entrelos defensores del transpersonalismo».lo El mismo Wilber,observando el interés generalizado de la gente de hoy por losfenómenos psíquicos, el yoga, las religiones orientales, losestados alterados de conciencia, las experiencias fuera delcuerpo, etc., advierte: «Este deseo de trascendencia ocasio­nalmente adquiere fonnas gnotescas, exageradas, tales comola magia negra, el ocultismo, el uso equivocado de drogaspsicodélicas Y la adoración cúltica a un guru».ll

Al principio, el cristiano se puede sentir muy atraído porlas psicologías transpersonales; su énfasis en el más allá, suconstante mención de la palabra «Dios», su búsqueda de unaauténtica espiritualidad acaban por deslumbrar al neófito. Eneste sentido la influencia de ciertos aspectos de la psicologíade Jung puede ser negativa. Su diálogo con Oriente fue, prác­ticamente, un sincretismo con las religiones orientales.

Su énfasis, por ejemplo, en la inmanencia divina llega alextremo de mezclar a Dios con el yo. Jung está en la líneaplatónica en el sentido de que su visión de 10 espiritual noes la de un Dios personal, que se ha revelado en la Historia.Para él, Dios es una experiencia. Lo importante no es creer,sino saber. Su rechazo de la Iglesia y de sus doctrinas es bienconocido: «La iglesia se convirtió gradualmente en un lugarde tonnento para mb.12

En el campo pnotestante dos psicoterapeutas han trabaja-do para dar una visión cristiana a la psicología de Jung:

10. Roger Hurding, Roots and Shoots. Hodder and Stoughton, 1985, 175.11. Citado por Hurding, op. cit., 174-175.12. C.O. Jung, Memories. Dreams.Reflections. The Fontana Library. 1967,

63.

230

Chri~topher Bryant y Morton Kelsey. Sus esfuerzos de inte­gracIón han pnoducido una obra interesante en algunos as­pecto~. Sus aportaciones nos recuerdan, sobre todo, la granne.ce.sIdad de la contemplación y la meditación en la vidacns~ana. No nos cansaremos de repetir, sin embargo que elcammo del misticismo no está exento de pelignos. Co~o cre­yentes hemos de acoger con reservas algunos de los argu­me~to.s de Kelsey y Bryant, sobre todo su énfasis en 10subJe~vo, la ~~cesidad de experiencias como medio de res­tauracIó~ ~SPIntual. Ello puede ir en menoscabo de los he­chos obJetIvos de la fe, sobre todo la expiación de nuestrospecados por Cristo. Ambos autores confinnan el peligno deadentrarse en esas «excursiones» porque uno queda expuestotanto a l~ influencia divina como a la del maligno. El pelignodel ocultismo aparece en la obra de Jung y es un factor a teneren cuenta.

Ello nos ~eva a una última pregunta: «¿Cómo distinguirentre lo mágIco y lo místico? Lo.prim~no ofrece pelignos porsus ~nteras borno~as con el onentalIsmo e incluso con loesoténco y el ocultIsmo. Lo místico, en cambio, puede con­tene~ ele~entos saludables que enriquecen nuestra vida deoraCIón SIempre que recordemos los posibles desequilibrios.l!n ~utor, Th~ Spoe~,nos ayuda con una sencilla descrip­CIón. «La magIa conSIste en poner a Dios a nuestno servicioen lugar de ponemos nosotnos al suyo». 13 Magia, en término~generales, es toda fonna de trascendentalismo que tiene elyo como centno y meta. El misticismo cristiano busca darofrecer..~ mágico oriental busca obtener, conseguir. '

E! cnstIano, a través de la oración, pretende, en últimoténnmo, n:s~nder ~ su amante, Dios, que es un tú objetivo.En la m~ItacIónonental se persigue una consciencia difusay generalIzada en la que uno llega a perder su personalidad

13..~eo Spoerry, citado por Paul Toumier en Técnica Psicoanalftica yfierelIgIOsa, 224.

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en aras de una identidad cósmica amorfa. En Cristo, el yocrece en su carácter singular y personal: «A mis ojos fuistede gran estima... y yo te amé... te redimí. .. te puse nombre,mío eres tú» (Is. 43:1, 4). La individualidad de cada uno ad­quiere su máxima expresión en Cristo, quien nos da unaidentidad nueva, una dignidad propia, un sentido de personaprofundo e intransferible. En las meditaciones orientalesocurre exactamente lo contrario: la anulación de la persona­lidad que se diluye en la piscina cósmica de la conscienciauniversal.

En resumen, en Cristo uno llega a ser plenamente perso­na; en el orientalismo, desaparece la esencia personal parafusionarse con el universo. El destino parece muy distinto.Entre la perspectiva gloriosa de Apocalipsis 21 y la utopíacósmica de las religiones orientales, nosotros personalmen­te escogemos la primera. Nos quedamos con el Dios personalque con voz íntima nos promete:

«Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamentede la fuente del agua de la vida.El que venciere heredará todas las cosas, yyo seré su Dios, y él será mi hijo»

(Ap. 2l:6b-7)

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Tercera Parte

EL PADRENUESTRO

José M. Martínez

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Padre nuestro que estós en los cielos,santificado sea tu nombre.

Venga tu reino.Hógase tu voluntad, como en el cielo,

así también en la tierra.El pan nuestro de cada día

dónoslo hoy.y perdónanos nuestras deudas,

como también· nosotros perdonamosa nuestros deudores.

y no nos metas en tentación:mas líbranos del mal:

porque tuyo es el reino,el poder y la gloria,por todos los siglos.

Amén.

(Mt 6:9-13)

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Prefacio

La oración no constituye sólo un tema teológico conramificaciones psicológicas. Es, como se ha indicado en laspartes precedentes de esta obra, un elemento esencial de laexperiencia cristiana. Su práctica -ya se ha visto- no es fácil.Exige un aprendizaje. Así lo entendieron los primeros dis­cípulos de Jesús (Le. 11:1). En respuesta a su necesidad, elSefior les enseM la oración del Padrenuestro. No para quela repitieran mecánicamente, de modo más o menos incons­ciente, sino a fin de que su contenido les orientase en cuantoal modo de orar y a aquello que se debe pedir.

Esta oración modelo es un testimonio de fe en el Padre,Dios todopoderoso y soberano. Nos eleva a la esfera trascen­dente del reino de Dios, donde la santificación de su nombrey el cumplimiento de su voluntad son necesidades de prime­nsimo orden. Pero Jesús sabía que sus seguidores no podíanaún vivir exclusivamente en las alturas espirituales de la tras­cendencia. Habían de seguir sujetos a necesidades de toda ín­dole, físicas o temporales (el «pan») y morales y espirituales(el perdón de los pecados y la liberación de la tentación ydel mal). Todas esas necesidades deben ser presentadas alPadre celestial con la confianza de que Dios concederá lo quese le pide. Es poderoso para hacerlo, pues «suyo es el reino,el poder y la gloria».

La plegaria del Padrenuestro se oye en todas las lenguas,en todos los países de la tierra. Su mensaje, y mucho más suasunción sincera por parte del pueblo de Dios, puede signi­ficar la mayor bendición para la Iglesia y para el mundo en­tero. Adentrémonos en su estudio con humilde actitud dediscípu,los, con fe y con espíritu de adoración.

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Introducción

La oración del Padrenuestro ha llegado a nosotros en dosversiones: la del evangelista Mateo (Mt. 6:9-13) y la de Lucas(Lc. 11:14). Ambas hacen clara referencia ala necesidad quelos discípulos de Jesús tenían de ser instruidos en la prácticade la plegaria.

El contexto de Lucas (Lc. 11:1) destaca la petición expre­sa de uno de ellos: «Maestro, enséfianos a orar como ensefióJuan a sus discípulos». Los rabinos judíos habían elaboradooraciones que el pueblo aprendía mediante la liturgia de lasinagoga. El precursor del Mesías, al parecer, había introdu­cido un modo de orar distintivo. ¿No tendría Jesús un modelonuevo de plegaria? Si así era, sus seguidores deseaban cono­cerlo. Y Jesús dio respuesta a su petición con una oraciónejemplar.

En el evangelio de Mateo el contexto varía. Jesús estádesgranando instrucciones sobre los más variados temas, en­tre ellos la limosna, la oración y el ayuno. Estas manifesta­ciones de religiosidad eran con frecuencia mero alarde depiedad, ostentación aparatosa carente de interioridad. La ple­garia no se valoraba tanto por el fervor sincero del orantecomo por la elocuencia y abundancia de sus palabras. Cuantomás extensas fuesen las oraciones tanto mayor era la po­sibilidad de que fuesen oídas por Dios. En este aspecto losjudíos tenían mucho en común con los paganos (Mt 6:7).Sobre estos conceptos y prácticas Jesús descarga un golpeimpresionante con su modelo de oración. A la retórica de lasplegarias judías se contrapone la simplicidad; a la larga du­ración, la brevedad. Con todo, la oración del Padrenuestro nopodía tener un contenido más denso. Ni más inspirador.

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Observaciones sobre el texto

Al comparar las versiones de Mateo y de Lucas se obser­va que la segunda es más breve que la primera. En ella algu­nos manuscritos omiten las frases «que estás en los cielos»,«sea hecha tu voluntad en la tierra como en el cielo» y «líbra­nos del ma!», así como la doxología final que también en eltexto de Mateo es considerada como una adición litúrgicaposterior.

Estas diferencias han suscitado preguntas de carácter crí­tico. ¿Cuál es el verdadero texto original, el de Mateo o elde Lucas? Muchos especialistas optan por este último y venen la versión de Mateo una ampliación acorde con la ten­dencia de la época a la expansión litúrgica de formas sim­ples. En su opinión, «nadie se habría atrevido a acortar untexto sagrado como la oración del Sef'ior excluyendo dos peti­siones si hubiesen formado parte de la tradición original».!Esta es también la opini6n de Joachim Jeremias,2 quien, pe­se a las razones que aduce, reconoce que la cuesti6n continúaabierta y sugiere otras posibilidades. «Verdad es que habre­mos de ser cautos en considerar resuelto el problema. Laposibilidad de que el mismo Jesús hubiese dado el Padre­nuestro a sus discípulos en ocasiones diferentes y con ver­siones distintas -una más larga y otra más corta-: no puedeser excluida a priori».3 De semejante parecer era Russel B.Miller cuando escribía: «No existe ninguna prueba de que laoraci6n fuera dada por Jesús una sola vez. No es necesariosuponer que sus discípulos fueron siempre los mismos ysabemos que él imparti6 instrucci6n sobre la oraci6n en va­rias ocasiones. Pudo haber dado la oraci6n modelo espontá­neamente en una ocasi6n y a petici6n de algún discípulo en

1. C. Brown. Dictionmy o/ New Testament Theology, n, «Prayer», 870.2.1. Jeremias, Teologfa del Nuevo Testamento. Sígueme, 227 ss y Abba,220 ss.3. 1. Jeremias, Abba, 222.

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otra. Es probable que los dos evangelistas, usando las mismaso diferentes fuentes, presentaran la oración en la conexiónque mejor se ajustaba al plan de sus narraciones».·

En nuestra opinión, ambos textos nacieron de las palabrasde Jesús, por 10 que ambos merecen idéntico respeto. Ennuestra exposición, no obstante, seguiremos el de Mateo,que es el que desde el primer siglo se ha venido usando enlas diversas liturgias de las iglesias cristianas.

Estructura

El Padrenuestro presenta dos partes claramente diferen­~iadas. ~a primera tiene que ver con Dios; comprende la~vcx:aCl6n al Padre y tr,$s peticiopes relativas a su nombre,~o y su voluntad. La segunda atiende a neceSRIades 1ielhOmbre: eíi>an, e.l perd..6n y la protecci6n.

Este orden es en sí aleccioñador. En nuestro pensamien­to y en nuestros anhelos Dios debe ocupar siempre el primerl~~ar. Cuando buscamos prioritariamente su reino y su jus­tICIa, todas las demás cosas nos son af'iadidas (Mi. 6:33). Laprimacía de Dios es esencial para el bienestar del ser humano.Per~ desgraciadamente el hombre se opone a ella. Desplazaa Dios del.centro de su vida y se coloca a sí mismo en él.De ese egocentrismo han nacido todos los males que ator­mentan a la humanidad. Para remediarlos sólo hay un medio:que se devuelva a Dios el lugar que le corresponde.

Esto ha de ser tenido en cuenta aun por los creyentes enel momento de orar. Muchas de nuestras preces también tie­nen un carácter eminentemente egocéntrico. A menudo 10primero -a veces 10 único- que presentarnos a Dios son nues­tros problemas, nuestras necesidades y deseos temporales.S610 superficialmente --cuando 10 hacemos- pensamos en la

4. R.B. Miller, The Internalional Standard Bible Encycloprzdia. Eerdmans1946, vol m, 1920 s. '

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gloria y los «intereses» de Dios. Demostramos así no haberentendido 10 más elemental del Padrenuestro: el orden deprioridades que debe regir nuestra vida.

Es también de notar la estrecha relación que existe entrelas tres peticiones de la primera parte. De hecho son inse­parables. El nombre de Dios no puede ser santificado si sureino está ausente; y el reino sólo es concebible en la medidaen que la voluntad de Dios se cumple.

Las peticiones de la segunda parte son, en cierto modo,consecuencia de las fonnuladas en la primera. Ante la gran­deza del Dios de los cielos y la gloria de su reino contrastannuestra necesidad y pobreza. Pero el Dios Reyes el Padre.Desu misericordia cabe esperar el «pan» sustentador en todaslas circunstancias. El solo pensamiento de «hacer su volun­tad» nos anodada; sobre nuestra conciencia gravita, el pesode nuestros pecados. Sólo el perdón divino podrá ser el puntode partida para una vida de obediencia. Sucede, sin embargo,que esta vida discurre en un mundo plagado de tentacionesy males, dominado por el maligno; de ahí la necesidad de laúltima súplica.

Algunos comentaristas han visto un paralelo entre la es­tructura del Padrenuestro y la del Decálogo (Éx. 20). Tam­bién en éste se observan dos partes; la primera con cuatromandamientos relativos a los deberes del hombre para conDios; la segunda con seis que conciernen al hombre en susrelaciones consigo mismo y con sus semejantes. Pero la com­paración de ambos textos de la Escritura nos pennite vermucho más que llna simple analogía estructural. Existe entreellos una conexión profunda. El Decálogo sólo puede sercumplido cuando el creyente eleva a Dios sinceramente laspeticiones del Padrenuestro.

La grandeza de la oración modelo

La oración ensefiada por Jesús a sus discípulos constituyeuno de los tesoros más preciados de la Iglesia cristiana. Es

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sumamente simple en su fonna, lo que constrasta con el estilosobrecargado de las oraciones judías de aquella época. Comohace notar Bomkamm, «la primera característica del Padre­nuestro es su gran sencillez, su sobriedad, la ausencia de~~o~as invocaciones y de alabanzas pomposas».s Pero lasImpltcIdad en la fonna no significa pobreza de contenido,pues éste es de una riqueza espiritual incomparable. «En po_cas palabras resume el corazón de la predicación de Jesús...Es la suma más clara y rica, pese a su brevedad, que tenemosdel ~ensaje de CristO».6 Posiblemente al expresarse J.Jerem~as en esto.s términos tenía eri mente la frase con queTertultano defimó el Padrenuestro: breviarium totius evan­gelii (compendio de todo el Evangelio). Sin duda, tenía razónSimone Weil al afirmar en su glosa sobre esta oración: «ElP~drenuestro ~ontiene todo ruego posible; nadie puede ima­gmar una oraCIón que no esté en él incluida. Es como oraciónlo que Cristo. es como hombre. Es imposible rezarlo fijandotoda la atenCIón en cada una de sus palabras sin que se ope­re e~ el alma una transformación, tal vez pequefia, peroefectIva».?

. ~o ~s de extrafiar que desde los primeros tiempos delcnstlamsmo el Padrenuestro ocupara lugar especial tanto enla catequesis como en formas litúrgicas más o menos desa­rrolladas. La Didajé o Doctrina de los Doce Apóstoles, unode los doc~entos más antiguos de la iglesia primitiva(finales del SIglO 1), lo cita literalmente siguiendo la versiónde Mateo, la doxología final incluida (8, 2) Yestablece el de­ber de rezarlo tres veces al día.

Su uso se había generalizado en el siglo IV, particular­mente en la celebración eucarística. Según la liturgia deJuan C?SÓS~O~o, el oficiante rezaba el Padrenuestro previala oraCIón SIguIente: «Dígnate, oh Sefior, que gozosos y sin

5. Günther Bornkarnm, Jesús de Nazaret. Sígueme, 1982, 143.6. 1. Jeremias, Abba, 71, 224.7. Cit. por T. Sorg, Wenn ¡Iv aber betet. Kreuz Verlag, 1973, 10.

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temeridad nos atrevamos a invocarte a ti, Dios celestial, co­mo a Padre, y que digamos: "Padre nuestro que estás en loscielos..."».

La inclusi6n del Padrenuestro en la liturgia ha sido comúna la mayoría de iglesias (cat6lica, protestantes y ortodoxas)hasta nuestros días. Y aun aquellas que carecen de f6rmulaslitúrgicas reconocen su valor insuperable como modelo deplegaria en el que se inspiran para la práctica de la oraci6nespontánea.

Aparte de su uso como elemento litúrgico, El Padrenues­tro ha sido siempre singular objeto de estudio y exposici6n.Desde los tiempos de Orígenes, Cipriano y Agustín, ha mere­cido hasta hoy una atenci6n muy especial tanto en la pre­dicaci6n como en la literatura cristiana. Pocos textos de laBiblia han sido objeto de tantos y tan variados comentarioscomo la oraci6n modelo. Es que en sus frases la Iglesia haencontrado el significado profundo de la plegaria: encuentrocon el Padre celestial.

Ese encuentro nos humilla y nos alienta, nos comprome­te y nos transforma. Orar de veras, asumiendo las peticionesdel Padrenuestro, nos obliga a revisar nuestra vida cristiana.Y, probablemente, a cambiarla.

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La invocación

«Padre nuestro que estás enlos cielos...»

«Padre». No podía ser más inspiradora la primera pala­bra de la oraci6n modelo. Ni más reveladora, pues de modoincomparable resume 10 esencial del Evangelio. Trascendien­do todos los conceptos anteriores de la paternidad divina, nossitúa en la esfera de la más gloriosa relaci6n con Dios envirtud de la obra salvífica de Cristo.

En cierto sentido el uso del término «padre» aplicado ala divinidad no fue totalmente nuevo cuando Jesús 10 intro­dujo como forma de invocar a Dios. En siglos anteriores escomún a distintas religiones; pero generalmente s610 expresala idea de poder creador y de autoridad. «El nombre "padre"aplicado a Dios en las religiones del antiguo oriente, así co­mo en la Grecia y la Roma clásicas, siempre se basa en ideasmíticas relativas a un acto original de engendramiento y dedescendencia natural, física, de todos los hombres de Dios.Así el dios El de Ugarit es llamado "padre de la humanidad";el dios-luna babil6nico, Sin, es denominado "engendrador ypadre de dioses y hombres"; y en Grecia, Zeus (a partir deHomero) recibe el nombre de "padre de hombres y dioses".En Egipto el fara6n es considerado de modo especial hijo deDios en sentido físico. El nombre de padre expresa sobre todola autoridad absoluta de Dios que exige obediencia... ».l

1. o. Hofius, Theological Dictionary ofthe New Testament, I. Paternoster,1975, «Father», 616.

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También en el pensamiento filosófico se incorporó la ideade paternidad al concepto de Dios. Tanto Platón como los es­toicos veían en la divinidad al «padre universal», al «creador,padre y sostenedor» de los hombres. Y la metafísica plató­nica, superando la simple idea del padre creador, identificaal padre divino con la «idea del bien».

Pero todos estos conceptos presentan una característicacomún: no influyen prácticamente en la fe o en el compor­tamiento de quienes los asumen. Envueltos en las fantasíasmitológicas o en ideas filosóficas, ni expresan la verdaderanaturaleza de Dios ni estimulan el anhelo de una comuniónviva con él.

Muy diferente es el concepto de Dios como padre quehallamos en el Antiguo Testamento. En primer lugar, llamala atención el escaso número de veces (quince solamente) quese nombra a Dios con esa palabra. Cuando se hace, nos indicala revelación de Yahvéh con el individuo o con la humanidaden general. Se refiere a la relación con el pueblo de Israel(Dt 32:6; Is. 63:16; 64:8; Jer. 31:9; Mal. 1:6; 2:10) y en.algunos casos al rey (2 S. 7:14; 1 Cr. 17:13). Pero en ningúncaso se sugiere paternidad en el sentido biológico. Menosaún se enmarca la idea en ficciones mitológicas. Dios se harevelado como padre en la historia de su pueblo, una historiade carácter eminentemente soteriológico. Con unos antece­dentes que se remontan a la época de los patriarcas, los ana­les de Israel tienen un punto culminante en el éxodo y en elestablecimiento del pacto. En esos acontecimientos y enotros muchos posteriores, Dios muestra su espíritu paternalal redimir, guiar, proteger y educar al pueblo de su elección(Jer. 31 :20). A la solicitud de este padre divino habría decorresponder Israel con su gratitud y obediencia. En comu­nión viva con él experimentaría la riqueza de bendición queentrafl.aba la promesa: «Pondré mi morada en medio de vo­sotros... y andaré entre vosotros; yo seré vuestro Dios y voso­tros seréis mi pueblo» (Lev. 26:11, 12).

Es de notar, no obstante, que con el transcurso del tiempo

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la descripción de Dios como padre disminuyó hasta el puntode que sólo muy ocasionalmente aparece en el judaísmo delperíodo precristiano. Posiblemente el ensombrecimiento dela fi~a del. Dios pad.re se debió al relieve adquirido por ladel Dios legtslador y juez. La ley dominaba el pensamientoy la experiencia religiosa del judío piadoso.

.Si tenemos ~~ cuenta este contexto, entenderemos mejorel I~paeto espl~tual que. había de producir el mensaje deJesus y. su relaCión con DIOS, a quien siempre, con una solaexcepción (Mt. 27:46), se dirigió llamándolo «Padre». Estainvocación tenía en él un carácter singularísimo. Expresabaun vínculo con Dios muy superior al que pueda tener cual­~ier ser hu~ano. Por tal motivo nunca en compat'Ua de susdiScípulos dijO «nuestro Padre», sino «mi Padre y vuestroPadre» (Jn. 20:17). Según su propio testimonio, su relacióncon Dios Padre era única, pues única era también su condi­ción de Hijo unigénito y mediador supremo de la revelacióndivina (Mt. 11 :27).. Si!! embargo, también sus discípulos gozarían del pri­

vIlegto de ~cercarse a Dios como hijos, con toda libertad yconfianza, mvoc.ándole con el familiar «abbá», papá. El uso~ esta palabra en la oración jamás habría sido usada por losjudíos contemporáneos de Jesús. La consideraban poco res­petu?sa. Pero Jesús acabó con los tabúes injustificados. Laoración de los suyos había de ser diálogo sencillo, bien querespetuoso, con el Padre celestial.

Este privilegio no iba a ser propio de todos los sereshum~os. Sólo l~ disfrutarían quienes fuesen «hechos hijosde DIOS», es decir, los que reciben a Cristo creyendo en él(Jn..1:12). Ésto~ han sido «adoptados como hijos suyos pormedio de Jesucnsto, conforme al beneplácito de su voluntad»(Ef. 1:5). Y no sólo han sido adoptados; han sido asimismoregenerados mediante un nuevo nacimiento operado por elEspíritu Santo (Jn. 3:5; Gál. 6:15), por el que han recibidouna naturaleza de origen divino (2 P. 1:4). Por la acción delmismo Espíritu, que «da testimonio a nuestro espíritu de que

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somos hijos de Dios» (Ro. 8:16), comprendemos el alcancede nuestra adopción y clamamos: «Abbá, Padre» (Ro. 8:15).

Las bendiciones inherentes a la condición de hijos deDios no podrían ser más ricas. El creyente disfruta de lamisericordia del Padre (Lc. 6:36), de su perdón (Mc. 11 :25),de su cuidado (Mi. 6:8, 32), de su beneficiosa disciplina(He. 12:5-11), de la participación en su reino (Lc. 12:32). Ala luz de estas bendiciones se comprende que los escritoresdel Nuevo Testamento -particulannente Pablo- encontrasenuna fuente inagotable de aliento y estímulo en el hecho deque Dios es «Dios nuestro Padre» (Ro. 1:7, 1 Co. 1:3), «Padrede misericordias y Dios de toda consolación» (2 Co. 1:3). Enese hecho se han gozado -y siguen gozándose- millones decristianos.

Contrasta este gozo con el sentimiento de soledad y des­amparo, de orfandad espiritual, en que viven multitud de se­res humanos. La incredulidad engendrada y alimentada porel materialismo de nuestro tiempo ha borrado de sus mentestoda idea de Dios. Sus aspiraciones son temporales, sin elmenor sentido de trascendencia. Pero una vida encerrada enlos límites de lo temporal está siempre marcada con el sellode la frustración. La satisfacción de los instintos más prima­nos, de las ansias de poder o de placer no siempre propor­ciona felicidad. Y en muchos casos los deseos humanosquedan insatisfechos. La vida para muchas personas es bregadura, conflicto, sufrimiento continuado, derrota. En cualquiercaso subsiste una sensación de vacío interior, de angustiaexistencial. fuera hay que hacer frente a un mundo plagadode elementos hostiles. Dentro el hombre siente su soledad eimpotencia. Y delante... Delante, el horizonte de la muerte.Sin Dios, sin trascendencia, ¿qué sentido tiene la vida? Sisuprimimos a Dios, ¿qué nos queda ante la vida y ante lamuerte? ¡Nada! ¿A quién clamar? ¡A nadie!

Esta realidad es expresada de modo impresionante porEmest Hemingway en uno de sus cuentos. Refiere la expe­riencia de un camarero en un pequefto café. Es ya más de

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medianoche. El último cliente se ha marchado. Fatigado ybostezando, contempla el local vacío. ¿Qué ha traído, mirán­dolo bien, el día. transcurrido? Y se dice a sí mismo: «Todoha sido una nada; el ser humano también es una nada». Yempieza a llorar en un soliloquio. Reza el Padrenuestro, pe_ro con una horrible variación. Ora en el vacío a la Nadaabsoluta: «Nada nuestra que estás en la nada. Nada sea tunombre. Venga tu nada. Hágase tu nada, así en la nada co­mo en la nada. Nuestra nada diaria dánosla hoy... Líbranosde la nada, pues tuya es la nada y la nada y la nada». Yconcluye parafraseando las primeras palabras del ángel aMaría: «Salve, Nada, llena de nada. La nada es contigo». 2

llustración patética, pero, en el fondo, reflejo de la ex­periencia de quienes viven «sin esperanza y sin Dios en elmundo» (Ef. 2:12). Sólo el creyente puede ser librado delabrumador vacío de la nada. Y al final de cada día, de cadahora, puede elevar su mirada por encima de los «locales»vacíos de la vida, fijarla en el cielo y sentir la paz profundaque emana de la exclamación: «¡Padre!».

Algunos han objetado que esta concepción de Dios esdemasiado romántica. Otros, inspirados en elucubracionesfreudianas, consideran que la idea de un Dios padre no esotra cosa que la proyección de un intenso deseo humano,objetivamente irreal. «En su sentimiento religioso el hombrese muestra como el nifto que busca en el amparo paternalprotección contra los peligros que le rodean. Sólo en Diospuede encontrar la ayuda y el consuelo necesarios frente ala hostilidad de la naturaleza. Pero estas ideas religiosas cons­tituyen "un sistema de satisfacción de deseos al margen dela realidad"».3

La creencia en un Dios padre ¿es realmente una ilusión?No es éste el lugar apropiado para refutar las teorías de Freud

. sobre la experiencia religiosa. De hecho son muchos los

2. Cit. por Theo Sorg, Wenn ihr aber betet, 33.3. José M. Martínez, Por qué aún soy cristiano. CUE, 1987, 104.

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ps~c6~ogos que han superado gran parte <le los conceptos delpSIquIatra austríaco. Para nosotros, de mayor importancia quel~ opiniones hu~an.~ es el testimonio de' Jesucristo, cuyaVIda, desde el pnnclplo hasta el fin, estuvo regida por laconciencia qUe tenía de su relaci6n con el Padre. Ya al prin­cipio de su adolescencia se ocupaba en los asuntos de su«Padre» (Lc. 2:49). En ellos continu6 durante su ministeriopúblico. Sus últimas palabras antes de expirar en la cruz fue­ron: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc.23:46). Y fue él quien instruy6 a sus discípulos respecto alcarácter paternal de Dios y quien les ensefi6 a orar diciendo:«Padre nuestro», con la confianza de que sus peticiones se­rían oídas. Sus repetidas promesas relativas a la oraci6ntienen la garantía de su autoridad y de su fidelidad. De ellaspudo haber declarado lo que manifestó en otro contexto:«Si asf 00 fuese, os 10 halJrfa dicha» (In. 14:2). Pero sus afir­maciones no dejaban lugar a dudas. Por la fe en él, sus dis­cípulos eran «hijos de Dios» que con plena certidumbre defe ~dían acercarse a su Padre, conscientes de sus propiasdeblbdades, pero confiados en la misericordia divina.

. Este dato ~e.la revelaci6n bíblica es de capital importan­CIa para el cnsttano. Configura el perfil decisivo de su iden­tid~. Por naturaleza es lo que es, un ser imperfecto, pecador,qUIzá objeto de autodesprecio. Pero por gracia es hijo de-Dios, «acepto en el Amado» (Cristo), lo que debe poner fina todo temor y a toda incertidumbre. Yo no soy solamenteel hombre que soy; soy también el hombre nuevo que Diosha hecho nacer en mí conforme a la imagen de su Hijo.Bonhoeffer nos dej6 un testimonio casi emocionante de estadualidad:

¿Quién soy yo? ¿Éste o el ou"o?¿Soy yo hoy una persona y matlana otra?¿Soy ambas a la vez? ¿Un hipócrita ante ou"osy ante mí mismo un ser despreci~le y débil?

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¿o hay aún algo en mí comparable a un ejército derrotadoque en desorden retrocede ante una victoria ganada?¿Quién soy yo? Estas preguntas en la soledad hacen burlade mí.Quienquiera que sea, tú me conoces, tuyo soy, oh Dios.4

Difícilmente hallaríamos un creyente que no se sintieraidentificado con el pastor alemán ejecutado por los nazis.Pero, gracias a Dios, la conclusi6n siempre es la misma:¡Somos suyos! Y él, Dios y Padre, es nuestro. Estamos abri­gados por su amor y su poder. En toda situaci6n, al final decada experiencia, siempre resplandecerá su bondad.

¿Siempre? ¿También cuando sobrevienen catástrofes quedestruyen pueblos; cuando enfermedades dolorosas e incu­rables siegan vidas jóvenes; cuando la maldad y la injusti­cia siembran a manos llenas opresi6n y miseria; cuando losnifios mueren de hambre o cuando sufren los traumas de ho­gares destrozados por las tensiones y el desamor o el odio;cuando esperanzas legítimas, nobles, se ven truncadas porexperiencias de frustraci6n de modo irreparable?

¿También cuando esos sufrimientos alcanzan a creyentespiadosos? Tendría cierta explicaci6n que las múltiples cala­midades desencadenadas sobre la tierra recayeran sobre losimpíos, rebeldes a Dios. La historia bíblica registra actosde juicio divino sobre hombres y pueblos que menosprecia­ron sus leyes. Una de las formas de juicio es que Dios ha«entregado» a sus pasiones más envilecedoras a aquellos quese han desentendido de él (Ro. 1:24, 26). De esa «entrega»se han derivado los peores males que azotan a la humanidad.Pero éstos a menudo son causa de padecimientos que afectana los mismos hijos de Dios. ¿Dónde está, entonces, el Padre?¿Qué se ha hecho de su bondad?

Por supuesto, nunca encontraremos una respuesta plena­mente satisfactoria al problema del sufrimiento. Y no falta-

4. Bonhoeffer, Lelters and papers from prison. Fontana, 173.

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rán ocasiones en las que el dolor propio o ajeno nos dejarántan perplejos como conturbados. Algunos rayos de luz surgende las Escrituras cuando nos anuncian que los gemidos delhombre y de la creaci6n entera en el actual desorden causa­do por el pecado tendrán un fin (Ro. 8:19-25). Así el dolorpuede ser mitigado por la esperanza. También se nos aseguraque las tribulaciones pueden enriquecer moralmente a quienha de arrostrarlas (Ro. 5:3-5) y que dan lugar a divinas con­solaciones (2 Co. 1:3-6). Estas ráfagas luminosas, sin em­bargo, no llegan a disipar la oscuridad del misterio. Más deuna vez habremos de avanzar entre sombras.

Pero es precisamente en medio de las sombras que ha­llamos a Cristo. También él sufri6. Y lloró. También él pas6hambre y sed. También se sinti6 fatigado. También fue víc­tima de la injusticia, de la incomprensi6n, de la deslealtad,del odio, de las envidias y las intrigas, de la violencia máscruel. El cáliz que hubo de apurar superó en amargura a to­das las copas de dolor que los seres humanos han tenido quebeber. Y también para él, en la hora de más intenso sufri­miento, la faz del Padre permaneci6 oculta. Su clamor sedirige al Dios que le ha abandonado (Mt. 27:46). Pero eseocultamiento del rostro paterno es pasajero. Pronto Jesús sedirigirá nuevamente al Padre y, en comuni6n con él, expirará.En compafiía de ese Cristo, el creyente avanza confiado enun mundo de angustia y turbaci6n. No .acaba de entender,pero cree. Tiene la certeza de que el Padre le ama y que dis­p?ne su providencia de modo que todo coadyuve para subIen (Ro. 8:28).

La imagen del Dios padre mostrada por Jesucristo ha deser expuesta con la máxima nitidez y debidamente contras­tada con la de algunos padres humanos que s6lo han sabidoproduci~ en ~us hijos aversi6n. No pocas personas tropiezancon senas dIficultades para entender la paternidad de Diosa causa del pésimo recuerdo que guardan de su progenitorhumano. Para ellas la 'figura del padre es la de un tiranoarbitrario, incomprensivo, brutal. Pero esta figura no es otra

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cos~ que la anti-imagen del verdadero padre. La auténtica pa­~TI1!~ad es la que refleja, aunque sólo sea pálidamente, laJuStICIa y el amor del «Padre de nuestro Seftor Jesucristo dequien toma nombre toda parentela en los cielos y en la tie~»(Ef. 3:14, 15). A la luz de ella se comprende que «como elpadre se compadece de sus hijos, así se compadece Dios delos que le temen» (Sal. 103:13). Por eso, invocar de veras sunombre infunde confianza y paz.

o «Padre nuestro». Como vimos en el último capítulo de lapnmera parte, la oraci6n cristiana no es de carácter exclusi­vamente individual. Tiene una dimensi6n comunitaria. Elcreyente puede decir con toda propiedad: «Padre mío». Peroesa invocaci~? le pone en comuni6n con un Dios que es Padrede m~chos hijOS. Sea o no consciente de ello, está orando co­mo mIembro de una gran familia. Y no puede realmente acer­carse al Padre si está alejado de sus hermanos o separado deellos.~r muros de enemistad o indiferencia. Esto es 10 queel adjetIvo «nuestro» viene a subrayar. «Esta palabra nos sacade la soledad» (T. Sorg) para incorporamos a la comunidad.

. Po~ supuesto, la enseftanza bíblica no indica que la indi­VIdualIdad del orante y la particularidad de sus motivos deora~i6n hayan de anularse, convirtiendo así siempre la ple­gana en la expresi6n de un sentir colectivo. Nacemos den~evo y entramos en el reino de Dios individualmente. Indi­vId~3:'- es también nuestra responsabilidad delante de Dios.IndIVIduales muchas de nuestras experiencias en relaci6ncon él, incluida la práctica de la oraci6n. Como afirmaba~n~.Ragaz, «.cuando oras a Dios, eres en primer lugar,un mdIvIduo... Dios no es un Dios de masas, ni un Dios deunificaci6n,~ U? ~i~s de seres gregarios... ».s Pero por otrolado la oracI6n mdIvIdual del creyente no es la oraci6n deun sol~tario encerrado en sí mismo y en sus intereses priva­dos, ajeno al mundo de los demás. Si puede dirigirse a Dios

5. Cito por J.L. Lochman, Vnser Vater, 27.

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y llamarle Padre es porque ha sido adoptado como hijo suyoen Cristo. Y en Cristo se encuentra con todos los que, comoél, han sido redimidos para formar el pueblo de Dios. Su vidaestá ligada a la de ellos. Las necesidades, los goces y lossufrimientos de éstos, son en cierta medida también los su­yos propios. Por eso dice: «Padre nuestro». Ragaz completaadmirablemente el cuadro de la oración cuando al aspectoindividual de la misma une su carácter comunitario. ElPadrenuestro «no es exactamente la oración egoísta de lareligión, sino la oración social del reino; no es la oración delyo, sino la del nosotros; no la del mí, sino la del nos. Cuan­do nos acercamos a Dios en una oración correcta, no nos alle­gamos a un Dios de nuestra privada propiedad, sino al Diosque es Dios de todos nosotros. Es el Dios que nos reúne atodos sus hijos como nuestros hermanos y hermanas... »6

Esta fraternidad cristiana implícita en el Padrenuestro noes simplemente un ideal hermoso, pero utópico. Es una reali­dad cuando los creyentes viven de acuerdo con el Evange­lio. Lo es con una doble manifestación, una negativa y otrapositiva.

Invocar al «Padre nuestro» implica acabar con toda formade discriminación o «apartheid», con todo tipo de separaciónpor motivos raciales, sociales, culturales, económicos o in­cluso temperamentales. Cuando ante el trono de Dios sonpresentadas «las copas de oro llenas de incienso, que son lasoraciones de los santos», se canta a Cristo: «Con tu sangrenos compraste para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo ynación» (Ap. 5:8, 9). Trasunto de esta escena celestial puedey debe ser la comunión de los santos en la tierra. Ante lapalabra y la mesa del Sefior han de estar juntos, sin distin­ción alguna, el noble y el plebeyo, el rico y el pobre, el sabioy el ignorante, el fuerte y el débil. «Uno es vuestro Padre,que está en los cielos... y todos vosotros sois hermanos»(Mt. 23:8, 9). El espíritu cristiano no permite segregacio-

6. Ibid.

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nes. El propósito de Dios es que en Cristo desaparezcantodos los muros de separación para formar un solo pueblo(Ef. 2: 14 ss).

Por otro lado, la fraternidad en Cristo debe manifestarsepositivamente. Si la invocación de Dios como Padre es elprincipio de nuestra comunión con él, debemQs aceptar todaslas derivaciones de la misma, entre ellas, la comunión conlos hermanos. El apóstol Juan presenta ambas en la másestrecha relación: «... que tengáis comunión con nosotros; ynuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con suHijo Jesucristo» (1 Jn. 1:3).

Conviene, además, que ahondemos en el significado de lacomunión cristiana. Si koinonia o comunión es la partici­pación de algo en común o el acto de compartir algo, hemosde pensar en el deber de participar del amor de Dios haciatodos sus hijos y de su solicitud a favor de ellos. Ello nosllevará a damos, como él se dio en la persona de su Hijounigénito, pues debemos ser «imitadores de Dios como hijosamados» (Ef. 5:1). Entonces compartiremos con nuestroshermé!Jlos no sólo su fe y su esperanza, sino también susproblema e inquietudes, sus aflicciones, sus necesidades. Alhacerlo, nuestra propia vida espiritual será enriquecida y lainvocación «Padre nuestro» producirá a nuestro alrededorlas más bellas resonancias.

«Padre nuestro que estás en los cielos». También esta fra­se de la invocación merece especial consideración.

Pensaban los israelitas que Dios había establecido sumorada primeramente en el tabernáculo y después en el tem­plo de Jerusalén. Pero las mentes dotadas de mayor discerni­miento comprendfan que el Creador de todas las cosas nopodía limitar su presencia a un santuario hecho por manohumana, pues "«ni los cielos de los cielos le pueden contener»(1 R. 8:27). Con todo, la expresión «en los cielos» llegaríaa ser hondamente significativa, no en sentido cosmológicosino teológico.

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La metáfora es rica en sugerencias. Nos habla de lainmensidad de Dios y del alcance ilimitado de su presencia.No existe ni un solo rincón en el universo donde él no es­té (Sal. 139:7-12). También se halla presente en el mundo,y de tal modo que «en él vivimos, nos movemos y somos»(Hch. 17:28).

Pero la inmanencia ilimitada de Dios no excluye sutrascendencia. También este aspecto de su naturaleza quedareflejado en el lenguaje del Padrenuestro. El Dios que estáinfinitamente cerca está asimismo infinitamente lejos denosotros. Es el «totalmente Otro». Pero esta lejanía no impi­de su relación con nosotros.

Que Dios esté «en los cielos» nos hace pensar igualmenteen su santidad. Él habita en aquella esfera en que los serafinesproclaman: «Santo, santo, santo es el Sefiof» (Is. 6:3). Ha­remos bien en no omitir este pensamiento al orar. La con­fianza ftlial jamás debe excluir la reverencia, la humildad yla confesión de nuestra miseria moral.

Las palabras que estamos considerando nos ayudan, fi­nalmente, a entender la soberanía de Dios. En el cielo estásu solio y la tierra es estrado de sus pies (Is. 66:1). Todoslos tronos humanos, todos los poderes, todos los aconteci­mientos quedan en último término sometidos a su sefiorlosupremo. Nada impedirá la realización de sus propósitos. Supalabra se cumplirá, pues «para siempre permanece en loscielos» (Sal. 119:89).

¡Maravilla incomparable! Este Dios tan grande es nuestroPadre. Y a él nos dirigimos cuando oramos.

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Primera petici6n

«Santificado sea tu nombre»

«¡Oh, cuán grande e insondable petición, a pesar de sub~vedad, si se ora de todo corazón! Entre las siete peticionesmnguna supera a ésta... ». Así comienza Lutero el capítulodedicado a comentar la primera súplica del Padrenuestro, con10 que se evidencia su honda percepción espiritual.

Alleetor superficial le puede parecer esa petición de im­portancia relativa. Las palabras «nombre», «santificaT», se lepueden antojar abstractas y poco relevantes desde la perspec­tiva de las necesidades humanas. ¿No habría sido más signi­ficativo empezar con la segunda: «Venga tu reino»? Es fácilentender 10 que el advenimiento del reino de Dios significará~ara nuestro atormentado mundo. Pero ¿qué sentido prácticotiene que el nombre de Dios sea santificado? Estas preguntasdemuestran escasa comprensión del significado y alcance dela frase. Convendrá, pues, que la analicemos con un mínimode profundidad. Concluido nuestro análisis, seguramente es­taremos de acuerdo con Lutero en que ninguna de las sietepeticiones del Padrenuestro supera a la primera y que, comoél afiadía, «de cumplirse la misma, queda todo ya cumplido».

El nombre de Dios

Ya es importante que Dios tenga nombre y que con élse haya dado a conocer. Lo es especialmente en nuestro tiem­po, cuando la tendencia creciente en la sociedad es a ladespersonalizaciqn y el anonimato. Más y más los nombres

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están siendo sustituidos por números que poco o nada tienenque ver con relaciones humanas, pues apenas salen del mun­do de los ordenadores. A esto puede aftadirse el incrementode la delincuencia en múltiples formas, algunas de ellas su­mamente refinadas, que exigen la ocultación o la falsifica­ción del nombre. Podría decirse que la eliminación de éstecorre pareja con algún tipo de maldad. En contraste con es­ta realidad, la Biblia nos presenta a Dios con nombre. Wal­ter Lüthi ha expresado esta antítesis con vigor y brillantez:«Dios tiene un nombre. Anónima es la miseria sobre estatierra, anónima es la pravedad entre los seres humanos,pues las tinieblas aman el anonimato. Cartas anónimas, sinnombre, cartas sin firma, suelen ser cartas ruines. Pero Diosno es un escritor de cartas anónimo. Dios pone su nombreen todo cuanto hace, permite y dice, Dios no tiene que temerla luz del día. El diablo ama el incógnito; Dios tiene unnombre».l

El hecho de que Dios tenga nombre facilita, lógicamen­te, su identificación. Con él Dios deja de ser una idea abs­tracta, nebulosa, inaprehensible; deja de ser «el Dios noconocido» de los antiguos atenienses (Hch. 17:23) o de losfilósofos; y aparece con perfiles claros, aunque no exentosde misterio por su magnificencia e infinitud. Nuestro cono­cimiento de él es limitado e imperfecto, pero suficiente paraque podamos relacionamos con él en una comunión vivi­ficadora. Por su nombre podemos saber lo indispensableacerca de su naturaleza y su personalidad, pues su deno­minación expresa su identidad. Hablar del nombre de Dioses hablar de Dios, como puede verse en multitud de textosbíblicos en los que el paralelismo es evidente. Un ejemploclaro lo hallamos en Jer. 10:6: «No hay semejante a ti, ohYahvéh; grande eres tú, y grande tu nombre en poderío», oen Sal. 9:10: «En ti confiarán los que conocen tu nombre,por cuanto tú, Yahvéh, no desamparas a los que te buscan».

1. W. Ulthi, Das Unservater. Basel, 18.

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Los que buscan a Dios son los que conocen a Dios nosimplemente los que saben que se llama Yahvéh. El no~brede Dios sin el conocimiento de Dios fácilmente se convierteen una palabra mágica que supersticiosamente puede ser pro­nunciada con la esperanza de que produzca los efectos desea­dos. Y esto no es fe inteligente; es fetichismo. Resumiendo,y como dijera Abraham Calov, Nomen Dei est Deus ipse (elnombre de Dios es Dios mismo).

Pero ¿cómo podemos conocer ese nombre? Lo ignora­ríamos por completo si no nos hubiese sido revelado por pro­pia comunicación divina mediante las palabras y los hechoshistóricos que encontramos en las Escrituras, tanto del An­tiguo como del Nuevo Testamento. Sólo en la luz de Diosvemos la luz (Sal. 36:9). .

En el Antiguo Testamento el nombre de Dios se nospresenta pluralmente, sin duda porque la grandeza de Dioscon todos sus atributos no puede expresarse con una soladenominación. Así al nombre El, comúnmente usado paradesignar a la divinidad, o al de Elohim, se afiaden calificati­vos o expresiones complementarlas de gran significación.Dios es el Todopoderoso (El Shaddal) (On. 17:1), el «Diossanto.» (Is. 5:16), el «Dios grande» (Sal. 95:3), el «Diosmisericordioso y piadoso» (Éx. 34:6), el «Dios del "amén"»o de la fidelidad (Is. 65: 16).

Particularmente revelador es el nombre de «Yahvéh», cu­yo significado es declarado a Moisés con motivo de su lla­mamiento: «Yo soy el que soy» (Éx. 3:14). Esta afirmaciónenigmática ha dado lugar a muy diversas interpretaciones;pero en el contexto histórico en que aparece es no sólo unaindicación de la esencia eterna de Dios sino también de susoberanía indiscutible, tal como se evidenciaría en breve, yde su fidelidad respecto a su pueblo. La frase «yo soy» teníaun complemento inspirador: «Yo soy contigo» (Éx. 3:12). Y,en efecto, la historia del Israel redimido sería a lo largo delos siglos testimonio de la presencia del poder y de la graciaque el nombre de Yahvéh encierra. Se comprende que los

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judíos 10 tuviesen en altísima estima y que a c~usa de lagran reverencia que les inspiraba acabasen absteméndose deusarlo y sustituyéndolo por el nombre de Adonai, Señor.

En el Nuevo Testamento el nombre de Dios nos es comu­nicado a través de Jesucristo. El mismo declaro en su oraciónintercesoria: «He manifestado tu nombre a los hombres quedel mundo me diste ... Yo les he dado a conocer tu nombrey 10 daré a conocer aún» (Jn. 17:6,26). Cumplió esta misiónmediante sus palabras y sus hechos, con su vida y con sumuerte. Todo en él proclamaba la grandeza del nombre deDios, de 10 que Dios es en la gloria de sus atributos: santo,justo, poderoso, señor del cielo y de la tierra, misericordio­so y perdonador, un Dios creador y sostenedor del universo,redentor y juez universal, el que era, el que es y el que hade venir, el único que tiene «gloria y majestad, dominio y au­toridad ahora y por todos los siglos» (Jud. 25). Tal nombre¿no es digno de suprema honra y alabanza?

La santificación del nombre de Dios

Lógicamente la petición del Padrenuestro no puede su­gerir la idea de que el nombre de Dios en sí no es aún sufi­cientemente santo, por 10 que ha de ser santificado. Esta ideasería absurda. Si el nombre expresa la naturaleza y los atri­butos de Dios, puede afirmarse que es santo desde la eterni­dad. La razón dada a los israelitas para que fuesen santoses dada por Dios mismo: «porque yo soy santo» (Lv. 11:44,45; 19:2). Este aspecto de la esencia divina fue amplia¡p.en­te reconocido desde el establecimiento de la alianza. «El esDios Santo», declaro Josué (Jos. 24:19). Yahvéh es «el Santode Israel»; nada menos que veintiséis veces se encuentra estaexpresión en el libro de Isaías y algunas más en los de Jere­mías y Ezequiel, así como en los Salmos. Es probablementerecogiendo esta riqueza de revelación que María afirmó ensu Magnificat: «Santo es su nombre» (Lc. 1:49).

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¿Qué significa, pues, el verbo «santificar» en la peticióndel .Padrenuestro? El verbo griego (hagiazo), poco usado enla literatu~ secular, tiene en el lenguaje bíblico dos signi­fic~os básICOS: el de convertir un objeto de uso común eno~Jeto sapado mediante la práctica de un rito de consagra­CIón (lógIcamente no puede ser éste el significado cuando eltérmino se aplica a Dios) y el de considerar sagrada unapersona ? un~ cosa, por 10 que debe ser objeto de respeto yreverenCIa. DICho de otro modo, santificar es reconocer co­mo.san~o (hagios) algo que es diferente y superior a todo 10ordmaryo; «pertenece a una esfera de calidad y esencia dife­rente. Esa es la.razón por la que Dios es supremamente elSanto, porque Dios pertenece supremamente a una esfera dis­tinta de vida y de ser».2

T~niendo en cuenta el significado bíblico de la palabra«sanuficar», podríamos expresar la petición con otra frase:«Que se dé a tu ~ombre el honor que le corresponde», quesea alabado, gloryficado y reverenciado universalmente y demodo sup~mo. Esta fue la interpretación de muchos padresde la IgleSIa y de los reformadores. Calvino escribió' «Allíd?nde ~os es conocido debe necesariamente haber ~a ma­?1fe.s~cIón. de .sus perfecciones de poder, bondad, sabiduría,J~stIcIa, mIsencordia y verdad, 10 cual nos causa admira­CIón. y nos mueve a celebrar su alabanza... La sustancia de10 dICho es: deseamos que Dios reciba toda la honra quemerece».3 y para Lutero el objeto de la petición es «que sebusque la gloria de Dios ante todo, sobre todo yen todo».4

¿Y por qué debemos pedir «Santificado sea tu nombre»?Pues, sencillamente, porque está muy lejos de serlo en nues~tro ~undo. En vez de ser honrado, el nombre de Dios esultrajado, menospreciado, ridiculizado. De los más diversos

2. William Barclay, rhe plain man loolcs al the Lord's prayer. Fontana,49 s.3. 1. Calvino, Inst. XX, 41.4. M. Lutero. op. cit., 43.

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modos se ha quebrantado el tercer mandamiento del decá­logo: «No tomarás el nombre de Yahvéh, tu Dios, en vano»(Éx. 20:7). Se profana este nombre con la blasfemia, con lanegación de la existencia de Dios, ~n el falso juramento, .consu uso en el lenguaje frívolo, con chistes o chanzas de pésImogusto. Hoy más que nunca el espíritu de la sociedad es mar­cadamente irreverente para con Dios. En numerosos lugaresel creyente ha de decir con el profeta: «Habito en medio deun pueblo de labios inmundos» (Is. 6:5).

Este hecho es demostrativo de una realidad más profun­da que el hecho de ofender verbalmente a Dios. Revela laactitud soberbia del hombre que se idolatra a sí mismo, quebusca apasionadamente su propia gloria. «Hagámol}os unnombre», dijeron los habitantes de Babel (On. 11 :4). Esa erasu obsesión. Y sigue siendo la de muchos que, consciente oinconscientemente, caen en .la tentación de un absurdo en­diosamiento. ¿Qué 'les importa a tales personas el nombre deDios? El suyo propio, 1su prestigio, su influencia, su poder,es lo único que cuenta en su vida. Así el nombre del Sefiorde cielos y tierra es injuriadQ..

Pero este pecado ~ es exclusivo de ateos, agnósticos eindiferentes en ~ateri. ~ligiosa: ~s frecuente t,ambién en loque ha venido a deno~marse cnsttandad. Son mn~~erableslas personas cuyos nombres están inscritos en el registro dealguna confesión cristiana; pero que espiritualmente estánmuertas. Son cristianos nominales. Participan con mayor omenor asiduidad en los cultos de su iglesia, contribuyen asu sostenimiento, p~cip~ en obras benéficas, cantan yquizás incluso oran; exclaman: ¡«Sei'ior, Sefior»! Pero de ellaspuede decir Dios lo que un día declaro del pueblo de Jeru­salén: «de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí»(Is. 29: 13). Su religiosidad es totalmente externa, fruto deuna tradición familiar o del entorno social; pero carece de 10esencial: una fe viva y una adhesión a Jesucristo manifesta­da en una vida de comprometido seguimiento. Para este tipo

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de «~reye~lt~s» el nombre de Dios poco o nada significa ensu VIda dIana ¡Otra fonna de ofensa a ese nombre!. No ~altan tampoco quienes creen en Dios, pero se man­

tienen dIstanciados de él y sólo le buscan cuando lo necesitanpara salir de una situación de apuro. Recurren a él como serecurre al médico, al abogado o al fontanero. No están ellosal ~ervicio de Dios; es Dios quien debe estar a su servicio,quIen debe pre~rvar ~u salud y la de su familia, hacer pros­perar su negocIo, abnrles las puertas del éxito en todas lasesferas de su existencia o «reparar» sus infortunios. Invocana Dios para utilizarlo. Rudolf Bohren ha ilustrado esta degra­dación con la metáfora del camarero, que es llamado cuandose le necesit~, se le pide lo q~e se va a consumir y finalmen­te se le despIde con una propma. «Eso es la profanación pia­dosa del nombre de Dios, el piadoso abuso, mucho peor quela blasfemia o la indiferencib.5

Deplorablemente aun entre verdaderos cristianos el nom­bre de Dios no siempre es debidamente santificado. Son mu­chas las debilidades que impiden al creyente vivir en todomomento a la altura de la vocación con que ha sido llamado.En la lucha del espíritu contra la carne es ésta a menudo laque triunfa. En el comportamiento diario aparecen muchosde los defectos propios del no creyente. En vez de la justiciay el amor, prevalecen el orgullo, el egoísmo, la insolaridad,el afán de vanagloria, el materialismo, el desenfreno en elconsumo: la falta de compromiso cristiano, las rivalidades,los COnflIctos en las relaciones humanas (familiares labora­les e incluso eclesiales). ¿Qué sucede entonces? Que'el nom­bre de Dios es igualmente profanado con efectos escanda­los?s a ojos del mundo. Con demasiada frecuencia podríaaph~arse a nosotl'?s el texto profético que Pablo aplicaba alos J~díos de su tlempo: «Por causa de vosotros el nombrede DIOS es blasfemado entre los gentiles» (Ro. 2:24). Teme-

5. R. Bohren, Das Unservater Mute. Zwingli Verlag, 1963, 30 s.

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rosos de Dios y celosos de la ley divina, los compatriotas delapóstol habían caído en una horrible incoherencia que desa­creditaba su testimonio. Su mensaje era excelente; su con­ducta, detestable; en nada se diferenciaba de la observada porlos paganos (Ro. 2:17-23). ¿No solemos caer nosotros en lamisma inconsecuencia?

El brillante pensador del siglo IV, Gregorio de Nissa, yapuso de relieve las tristes consecuencias de la incongruenciaentre la fe y el comportamiento. «El cristiano vive en un am­biente pagano; y si el pagano ve al cristiano viviendo una vi­da inmoral, irreligiosa y carente de amor, atribuye la fealdadde esa vida no a la falta del cristiano individual, sino al cris­tianismo, del que el cristiano individual es ejemplo y repre­sentante. El culpado por tal conducta no es el cristiano sinoel cristianismo».6

Pero no son sólo las formas más evidentes de inmorali­dad, injusticia y falta de amor las que impiden que el nombrede Dios sea santificado entre nosotros. Podríamos mencionarmás. Nos limitaremos, no obstante, a una que, por su sutileza,puede pasarnos inadvertida. Es un modo de afrentar el nom­bre de Dios en el que fácilmente puede caer el creyentepiadoso. Se trata del anhelo de crecer en la santificación pro­pia con una motivación egocéntrica. Podemos desear sersantos porque serlo nos distingue, nos eleva a una posiciónelogiosa desde la que podemos decir como el fariseo: «Tedoy gracias, oh Dios, porque no soy como los demás hom­bres...» Esta «santidad» probablemente reportará gloria anuestro nombre, pero no al de Dios. ¡Cómo debemos pre­cavemos contra ella! La obsesión por un «nombre» pres­tigioso que suscite el encomio de nuestros semejantes sueleser dominante en nuestro interior, aunque a menudo no nospercatemos de ella. Su fuerza arrolladora puede destruir otrosdeseos mucho más nobles y cristianos que el Espíritu Santotrata de desarrollar en nuestro espíritu. ¿Será por esto que el

6. W. Barclay, op. cit., 58 s.

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Senor no ensenó a sus discípulos a pedir: «Santifícanos», sino«Santificado sea tu nombre»?

«No a nosotros, Senor, no a nosotros, sino a tu nombreda gloria» (Sal. 115:1) fue la oración del salmista. Debe sertambién la nuestra. Cuando oramos así de todo corazón nues­tra san?ficación viene como consecuencia. ¿Desear y buscarla santidad? Sí, pero con miras no a nuestro ensalzamientosino al de Dios. Esto seguramente no nos costará demasiadosi consideramos cómo hemos llegado a ser hijos suyos, si re­cordamos nuestra indignidad anterior e incluso las debilida­des ~ caídas posteriores a nuestra conversión, si no perdemosde VIsta que todos nuestros privilegios y bendiciones se debentotalmente a su gracia.

Verdad es que mientras la Iglesia está en el mundo la com­"!unio sanctorum es communiopeccatorum; los santos siguensle~do pecadores. Cualquier intento de conseguir ya ahorala 1~~la ~rfecta ~l~ ~nduce al sectarismo farisaico; pero~as ~lmltaclOnes ~ ~ebilidades del pueblo de Dios no puedenJustificar la permIsIvidad. Por el contrario, debe movemos alautoexamen y la confesión. Pedir «Santificado sea tu nom­bre» nos impone el deber de descubrir qué aspectos de nues­tra vida lo deshonran. Probablemente más de una vez tendre­mos que apropiamos las palabras de Lutero: «Oh, Padreamado, sea santificado tu nombre en nosotros. Esto es, yo re­conozco que, desgraciadamente, he profanado tu nombre confrecuencia y que con mi orgullo, y llevado por mi propiahonra y mi propio nombre, blasfemo de tu santo nombre. Portanto, ayúdame mediante tu gracia, a fin de que mi nombreperezca en mí... y no haya en mí más que tu nombre y tugloria».7

Como hemos podido ver, es universal la necesidad de queel nombre .de Dios sea santificado, pues en todo lugar, aunen su IgleSIa, es de algún modo ultrajado. De ahí también lanecesidad de asumir la primera petición del Padrenuestro.

7. M. Lutero, op. cit., 43.

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Quizás hay poca esperanza de una respuest~ positiva en laesfera de la sociedad o de la cristiandad nommal. Llegará undía cuando al nombre de Jesús, expresión divino-humana delnombre de Dios, se doblará toda rodilla y toda lengu~ confe­sará que él es el Sefior, para gloria de Dios Padre (FIl. 2: 10,11). Pero entretanto la potestad de las tinieblas se ensefion:adel mundo. Los hombres se mantienen enhiestos en su ~l­vorcio de Dios y sus labios se abren para proclamar las glonasde su propio ensalzamiento. .

Por el contrario, el nombre de Dios puede y debe se~ san­tificado en la vida de su pueblo, aquí y ahora. La IgleSIa noha de esperar al día en que será presentada a su Espo~o ce­lestial cual novia inmaculada (Ef. 5:27). Ya en el uempopresente ha de responder santamente a su vocación, de m~­do que el nombre de Dios sea glorificado. Para ella la glonade Dios debe ser 10 primero y 10 postrero.

¿Y cómo es santificado el nombre d~ Dios entre sus ~­jos? En primer lugar aceptando el contemd.o de su revela~lóncomo el testimonio de la verdad, reconocIendo la autondadde las Escrituras en todas las cuestiones de fe y conducta. Ninuestras creencias ni nuestros principios morales pueden serdeterminados por nuestro propio juicio o por las teologías demoda. El nombre de Dios será santificado en nosotros cuan­do seamos santificados en mente y espíritu por su Palabra(Jn. 17:17).

Es santificado el nombre de Dios cuando reconocemos Yaceptamos la obra de Cristo como única esperanza ~e sal­vación, cuando confesamos nuestros pecados y supbcamosla misericordia divina confiando en los méritos infmitos delSalvador. Cuando hacemos nuestras las palabras de Pablo:«Lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro SefiorJesucristo», glorificamos a Dios.

Es santificado su nombre cuando sus hijos le adoran enespíritu y en verdad, pues tales adoradores busca el Padre(Jn. 4:23).

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Finalmente, es santificado cuando la santidad divina semanifiesta en nuestra vida, cuando, pese a nuestras limita­ciones, somos santos como Dios es santo (Lv. 11:44; 19:2;20:26; 1 P. 1:16), es decir, cuando nuestros pensamientos ysentimientos, palabras y actos, reflejan el carácter de Dios talcomo se reveló en Cristo. ¿Qué mejor modo de glorificar aDios que vivir de tal forma que 10 que somos y hacemosmerezca el sello de su aprobación? Theo Sorg ilustra estepensamiento comparando la vida cristiana a un texto quepuede ser suscrito por Dios. «Cuando firmamos una carta oun documento asumimos la responsabilidad por todo 10 queese escrito contiene. La lÚbrica al pie de una carta significaque digo sí a cuanto en ella se expresa, que me identifico consu contenido. Así el nombre de Dios será santificado entrenosotros cuando le permitamos que firme con su nombre latotalidad de nuestra vida».8

Obviamente jamás llegaremos a tal grado de santificaciónpor nuestros propios esfuerzos. Nuestras más nobles aspira­ciones, si sólo contamos con nuestros propios recursos mo­rales -siempre afectados por nuestra pecaminosidad natural­están condenadas de antemano al fracaso.

Sí deseamos que el nombre y la firma de Dios puedan serestampados al pie de nuestro diario vivir, es imprescindibleque él mismo realice-en nosotros su obra santificadora pormedio de su Santo Espíritu. En virtud de esa obra, «10 queantes era imposible a causa de la debilidad de la carne» ahoraes factible por el poder del «Espírini de vida» que nos librade las fuerzas del pecado y de la muerte (Ro. 8:2, 3). Nadacomo 10 santo de Dios en nosotros puede santificar el nombrede Dios.

Sin embargo, como tantas veces hemos indicado, la parte~e Dios en nuestra santificación no excluye la responsabi­bdad que tenemos de renovar constantemente nuestra dedi­cación a él y nuestra perseverancia en su santa comunión.

8. T. Sorg, op. cit., 56.

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De ello depende también que la primera petici6n del Padre­nuestro tenga el comienzo de su respuesta.

Antes de pedir a Dios «Santific~do sea ~ nombre», re­flexionemos sobre todo lo que implica. y dIspongámonos apagar el precio.

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Segunda petición

«Venga tu reino»

Ésta es la petici6n más breve del Padrenuestro. Consta desólo tres palabras; pero su contenido es ingente. Guarda es­trecha relaci6n con la anterior, pues el advenimiento del reinode Dios es una de las formas de que el nombre de Dios seasantificado. Por otro lado, el hecho de que ocupe el lugarcentral en el conjunto de las tres peticiones relativas a Diosnos hace pensar en el especial relieve de lo que en ella sepide.

También es digna de consideraci6n preliminar la iden­tificaci6n del Dios que es nuestro Padre con el Dios rey. Sinduda, el Seftor Jesucristo quiso ratificar la vinculaci6n exis­tente entre ambos conceptos en el judaísmo, tal como se ex­presaba en el culto de la sinagoga. En la Tefillah, la oraci6npor excelencia, hallamos las siguientes frases:

«Haznos volver, oh Padre nuestro, a tu leyy acércanos, oh Rey, a tu servicio...Perd6nanos, Padre, porque hemos pecado;perd6nanos, Rey nuestro, porque hemos transgredido... »lNo menos expresivas son las invocaciones y súplicas del

Abinu Malkenu (Padre nuestro, nuestro Rey) rezadas durantelos diez días penitenciales en que se enmarcaba el gran díade la expiaci6n:

1. Quinta Y sexta bendiciones.

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Nuestro Padre y Rey nuestro, hemos pecado ante ti.Padre nuestro, nuestro Rey, no tenemos más Rey que tú ...

Pero en el propósito de Jesús hubo indu~ablem~~te ,másque una mera ratificaci.ón de atin.adas expre~lOnes ht~rglcas.Teniendo en cuenta la ImportancIa que el remo de DIOS ocu­pó en su predicación, podemos deducir que su i,nserciónen el Padrenuestro tenía por objeto mover a sus dIScípulosa la reflexión en cuanto a lo que su adveni~i~nto signi~cae implica. De esta reflexión debemos partICIpar tambIénnosotros.

Esencia del reino de Dios

Los conceptos del reino han sido, y siguen siendo, muydiversos; a menudo, limitados, parciales o erróneos. Paramuchos creyentes el reino de Dios o de los cielos es el cielomismo, la morada reservada en la casa del Padre hasta el díade la muerte física o de la parousia. Para otros se trata deun reinado milenario de Cristo (reinado que ha sido interpre­tado de modos varios). En sectores teológicos liberales, bajola influencia de corrientes humanistas, ha prevalecido una vi­sión injustificadamente optimista, y se ha abrigado la es~­ranza de que la fuerza de los principios éticos del Evan~ehohará que un día prevalezcan la justicia y ,la paz en la tIerra.Así con la total cristianización de la socIedad en el mundoent~ro se establecerá el reino de Dios. Una perspectiva tanutópic~ como la presentada por la escatologí~marxist~. ¿Quéensefia realmente la Escritura acerca del remo de DIOS?

De modo claro la revelación bíblica nos muestra que elreino equivale al gobierno de Dios. Es la manifestación desu autoridad y soberanía sobre todo y sobre todos. ,Así se re­conoce ya en el Antiguo Testamento. Podríamos cItar nume­rosos textos, pero todos se resumen en dos: «De Yahv~h esla tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habItan»(Sal. 24:1) y «Yahvéh reina» (Sal. 93:1). Obsérvese que nodice «reinará», sino «reina».

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Este dominio divino es universal. Así lo comprendió elrey Ezequías y así lo expresó en una oración que revela suinteligencia espiritual: «Dios de Israel, que moras entre losquerubines, sólo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra»(2 R. 19:15). No fue menor la comprensión del salmista aldeclarar: «yahvéh estableció en los cielos su trono y su reinodomina sobre todos» (Sal. 103:19). El Creador del universoes también quien lo gobierna con soberanía perpetua.

No es fácil, sin embargo, aceptar esas afirmaciones bí­blicas si observamos el curso de la historia. La idea de unDios soberano en un mundo como el nuestro parece bastantecuestionable. Desde que el pecado entró en el mundo, la ma­jestad de Dios ha sido menospreciada; el hombre ha tratadode usurpar su sefiorío y ha intentado ser su propio dios yabsoluto duefio. Ha vivido en abierta rebeldía contra suHacedor, aunque de ello se hayan derivado consecuenciashorribles.

No es necesario que detallemos esas consecuencias. Lahistoria nos las muestra en el pasado; los medios de comu­nicación, en el presente. Injusticias, tiranías, violencia, vulne­ración de los derechos humanos más elementales, relajaciónmoral, incomprensión, egoísmo. Tales son los rasgos que dis­tinguen el comportamiento humano hoy como en todos lostiempos. Nuestro mundo parece estar totalmente dominadopor fuerzas demoníacas, sin el más leve destello del gobiernode Dios.

Esto es cierto; la humanidad vive bajo el régimen del«príncipe de este mundo». Pero esto no anula la soberaníadivina. Es haciendo uso de esta soberanía que Dios ha entre­gado a la humanidad a las consecuencias inevitables de surebelión (Ro. 1:24, 26 ss). Pero estos hechos sólo muestranuna parte de la realidad. A pesar de todas las apariencias, Diostodavía reina, y su reino ha irrumpido en la historia humana.El advenimiento del reino no es una simple esperanza esca­tológica. En el futuro, en el «día de Cristo», tendrá su con­sumación y su manifestación plena; pero el reino de Dios

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tiene ya una manifestación presente desde que Crist~ vinoal mundo. El centro del mensaje de Jesús fue: «El remo deDios se ha acercado (Mc. 1:15).

En él se cumplían las promesas del reino mesiánico anun­ciadas en al Antiguo Testamento (Le. ~:21). En su pe!'8.onay mediante su ministerio el reino de DIOS queda defimUva­mente insertado en la historia. Es precisamente este aconte­cimiento lo que constituye el meollo de la buena nueva, elevangelio. Ha llegado ya el reino, au~que sólo sea en ~usinicios. Ha sonado la hora de la salvacIón. Ahora el príncIpemaligno de este mundo va a ser derrotado y su casa serásaqueada. Ahora los hombres podrán gozar de una granliberación.

En Cristo se encama el reino de Dios. Por eso, cuando encierta ocasión los fariseos hicieron a Jesús una pregunta so­bre la venida del reino, el Seftor les contestó: «El reino deDios entre vosotros está» (Lc. 17:21). Esta afirmación es co­rroborada por otra no menos concluyente. Los oposi~o~s ~eJesús trataban de menospreciar la grandeza de su mlmstenoatribuyendo sus milagros a «Belze~ú, el príncipe ~e los de­monios», y Jesús refuta esta acusacIón con una lÓgIca aplas­tante: «Todo reino dividido contra sí mismo es asolado, ytoda ciudad o casa dividida contra sí misma no quedará enpie. Y si Satanás echa fuera a Satan~, está ~ividido cont~sí mismo; ¿cómo, pues, quedará en pIe su rem~? .. Pe~ SIyo echo fuera los demonios en virtud del Espíntu de DIOS,entonces es que· ha llegado a vosotros el reino de Dios»(Mt. 12:25-28). Ya está aquí. Ya están en acción sus fuerzasliberadoras que traen sanidad y vida nueva. .

Ya ahora quien se somete a Cristo disfruta de las bendI­ciones del reino, que podríamos resumir mediante el texto deRo. 14, 17: «El reino de Dios es justicia, paz y gozo por elEspíritu Santo».

La justicia tiene una manifestación fundamental en .n~es­

tra justificación delante de Dios. Nosotros, pecadore~ m~u~­

tos por naturaleza, hemos sido recubiertos de la JustIcIa

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perfecta de Cristo mediante la fe en él. Ésta es la preciosadoctrina desarrollada por Pablo en su carta a los Romanos(especialmente en los capítulos 3-5). Ahora, «justificadospor la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestroSeftor Jesucristo» (Ro. 5:1). Pero la justicia atribuida alcreyente en Cristo no puede quedar reducida a una acciónjurídica por parte de Dios, 10 que podría convertirse en unaentelequia. El creyente justificado ha de vivir justamente, deacuerdo con los principios morales del reino y con el ejemplodel Salvador, a cuya imagen debemos ser transformados(Ro. 8:29; 2 Co. 3:18).

Tambi~n, como bendición del reino, tenemos paz. No sólopaz con Dios, como hemos visto (Ro. 5:1), sino también pazen nuestra conciencia, pues todo sentimiento de culpa desa­parece cuando confiamos plenamente en los méritos infinitosde Jesucristo (He. 9:14; 10:22).. Y disfru~amo~ asimismo de gozo, el gozo inefable y glo­

noso de qUIen vIve en comunión con Aquel que es manan­~al de vid~ abundante (Jn. 10:10). Entre las parábolas rela­tivas al rell~ encont~mos varias en las que la experienciade la salvacIón como CIUdadanos del reino de Dios se compa­ra a una fiesta de bodas o a un banquete. Aun en las circuns­~cias más adversas y dolorosas puede el creyente regoci­jarse «con gozo inefable y glorioso» (1 P. 1:8).

Sin embargo, todas las bendiciones que podemos fruir yaahora no son sino anticipo de 10 que heredaremos en la con­sumación del reino de Dios. Parafraseando una declaraciónde Pablo, pode~os decir que «ahora poseemos en parte».Pero cuando Cnsto vuelva los propósitos salvadores de Diosse completarán gloriosamente. Cuando los reinos de estemundo vengan a ser los reinos de Dios y de su Ungido~Ap. 11: 15), concluirá el cumplimiento de cuanto se predi­jO tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En«cielos nuevos y tierra nueva» se iniciara el «eón» definiti­vo, con el goce pleno de la justicia y la paz, fundamentos dela verdadera felicidad.

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Por eso debemos pedir -y pedimos-: «Padre, venga tu rei­no». Que llegue, en su manifestación perfecta, a su capítulofinal, cuando eternamente, destruido todo poder hostil y todarebeldía, cielos y tierra alabarán al supremo Rey (Ap. 11:17,12:10; 19:1-6).

La participación en el reino

La perspectiva del reino de Dios, tanto presente comofutura, es realmente gloriosa. Gozar de él es lo único quepuede satisfacer los anhelos más nobles y profundos del serhumano. Pero no todos disfrutan -ni disfrutarán- de susbeneficios. Muchas personas desean la justicia, la paz y elgozo, pero en una sociedad totalmente secularizada de la quese excluya definitivamente a Dios. Desean lo imposible, co­mo ha demostrado la historia. Jamás los hombres conoceránutópicos reinos de bienestar creados por su propia iniciati­va. La verdadera felicidad sólo se halla en el reino de Dios,lo que nos obliga a planteamos una gran pregunta: ¿Cómose entra en él?

La respuesta bíblica es clara. No se entra por mérito oesfuerzo humano. No lo alcanzamos en virtud de pretendidas«buenas obras» ni mediante una religiosidad cuyo contenidoy formas determina cada uno a su antojo. Nosotros nuncapodemos ser conquistadores del reino; sólo podemos ser con­quistados. Lo único que podemos hacer es rendimos, some­ternos a la soberanía de Dios, Rey, Sefior y Salvador nuestro.Pero esto, como veremos más ampliamente, es lo que a mu­chas personas les cuesta aceptar, pues equivale a menospre­ciar y renunciar a los más caros valores de su personalidady de su vida. Es extremadamente dificil tener por «pérdida»lo que siempre se ha considerado «ganancia» (pil. 3:7 ss). Sinembargo, no hay otro camino de entrada al reino de Dios.

Esta verdad es expuesta diáfanamente en la primera biena­venturanza. «Bienaventurados los pobres de espíritu, porquede ellos es el reino de los cielos» (Mt. 5:3). Estos «pobres»

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eran seres marginados, el polo opuesto de quienes consi­deraban ~ricos en espí~tu», personas como los fariseos quehacían gala de sus oraCIones, ayunos y diezmos, seguros demerecer el beneplácito de Dios. Los «pobres» no contabancon nada para hacerse acreedores al favor divino. No obs­tante, «de ellos es el reino de los cielos». ¿Por qué? Porqueal no tener nada que ofrecer a Dios, cuando se acercan a élcon las manos abiertas, no es para dar nada, sino para recibirlos dones de su gracia.

Esta actitud es la propia de quien oye el Evangelio yresponde a su mensaje positivamente. Cuando Jesús fue aGalilea «predicando el evangelio del reino de Dios» lo hizosi~ ambigüedades: «El tiempo se ha cumplido y el reino deDios se ha acercado» e, inmediatamente después, ai'iadió:«Arrepentíos y creed en el evangelio» (Mc. 1:14, 15).

El arrepentimiento es metanoia, cambio de mente, de con­ceptos, ~e actitudes ante Dios, ante ~ mundo, ante la vida.PromOVIdo por el Espíritu de Dios, tiene a Dios como metay su Palabra ~mo ~ía. Esta experiencia equivale por 10general a un gIro de CIento ochenta; grados en la orientaciónde la existencia. Es un cambio ra<Jical. Equivale a pasar delas tinieblas a la luz; de la muerte a la vida.

El arre~ntimiento va acompflfiado de la fe. «... y creedel Ev~geho», la buena nueva dé la salvación en Cristo. Estac!CenCIa no es meramente intelectual; no es la simple adhe­SIón mental a las ensefianzas ~el Nuevo Testamento. Es estoy más. Es ~o~anza plena ~n Cristo, en los méritos de sumuerte expIatona, en la efiy'acia de su mediación entre Diosy los hombres, en la acci~n poderosa de su Espíritu en lafidelidad de sus promesas. Y a la confianza se une e~ la fela gratitud, la cual mue,e al creyente a su entrega a Cristopara seguirle viviendo/Conforme a sus ensefianzas.

No ~s i~pres~in~íb~e que esta fe tenga característicasextraord~nanas. SI .~s smcera, no importa que sea simple,tan sencIlla como/la de un nifio, «porque de los tales es el

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reino de los cieles» (Mt. 19:14) y quien no se vuelve nifioen el sentido espiritual no puede entrar en él.

Todo depende, pues, en 10 que respecta a la entrada en elreino de Dios, de nuestra actitud. O aceptamos a Cristo, contodo 10 que ello implica, o 10 rechazamos. Recordemos laparábola del banquete de bodas (Mt. 22:1-14). Todos son in­vitados a participar en él. Unos se excusan; otros aceptan.Los que rechazan la invitación no sólo se pierden el banque­te; son destruidos (¡y de cuántas maneras se destruye el hom­bre a sí mismo cuando menosprecia las ofertas de Dios!). Porel contrario, los que aceptan disfrutan de la abundancia delfestín.

Esta parábola y otras ensefian que la entrada en el reinode Dios es gratuita. La decisión de entrar, sin embargo, pue­de implicar un coste que se paga en renuncias a cuanto esincompatible con las leyes que 10 rigen. Pero vale la penapagar el precio. Revela sensatez «-vender» todo cuanto unoposee, si es preciso, a fm de adquirir el «tesoro» del reino(Mt. 13:44).

La decisión por Cristo siempre incluye un compromisoresponsable. De ello se deriva una última reflexión sobre lasegunda petición del Padrenuestro:

El advenimiento del reino en nuestra vida

Como ha podido verse, la ensefianza bíblica sobre el rei­no de Dios es mucho más que una doctrina. Afecta a 10 másprofundo de nuestra existencia, y no totalmente de modoagradable. Cuando decimos a Dios: «Venga tu reino» no po­demos pensar solamente en la segunda venida de Cristo,cuando el reino será consumado. Debemos actualizar la pe­tición y orar: «Venga tu reino a mi vida». Esta oración, sise hace de veras, es tremendamente seria. Puede ser dramá­tica. Puede constituir 10 que Rudolf B6singer denominaba«petición de un atentado». Y así es efectivamente. La implan­tación del gobierno de Dios en nuestra vida puede atentar

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contra mucho de 10 que más estimamos. Puede exigir ladestrucción de todos los ídolos que a 10 largo del tiempohemos ido erigiendo en el templo de nuestro coraión. Es, so­bre t<><;lo, un atentado contra nuestra propia soberanía, unaexplosIón que hace saltar por los aires el trono de nuestro yoy pone fm. a l.as funciones de gobierno que hasta ahorahabíamos ejercIdo en los reinos de nuestros sentimientosnues~os bienes, nue~tra familia, nuestra profesión, nuestra~relacIones, nuestros Ideales y metas. Y este atentado es do­loros? Puede hacer manar sangre y lágrimas de nuestroespíntu. Pero es indispensable.. Lo es por dos razones. En primer lugar, porque nuestra

VIda gobernada por nosotros mismos, independientementedel sefiorío de Dios, está plagada de males y frustraciones.En ~egundo lugar, porque nuestra total autonomía deshonraa Dios, tanto más cuanto más ostensible sea nuestra profesiónde fe. ~utero expus~ ~? lenguaje vívido esta deshonra, queé~ consIde~ba «peIJUlCIO lamentable»: «Dios, el Padre, haSIdo despojado de su reino en nosotros, viéndose así, a pesarde ~er ~l.duefio de todo, impedido por nosotros mismos enel ejercICIO de su·poder y en el uso de sus títulos. Tal desho­nor relega a Dios a la condición de un soberano sin país, ysus títulos se vuelven en nosotros motivo de escarnio...Afiádase cuán horrible es que hayamos de ser precisamentenoso~ros 9,!ienes. en,tpequefiecemos y ponemos obstáculosal remo dIvmo. SI Dios quisiera juzgarnos severamente, ten­dI!a que condenarnos como adversarios y expoliadores de suremo».1

Pero cuando asumimos conscientemente esta petición delPadrenuestro y somos consecuentes con ella, se acaba nues­tro sefiorío, porque el dominio de Dios 10 abarca todo. Su~beranía se hace manifiesta en todos los ámbitos de nuestraVIda. La respuesta a nuestra oración implica «que Dios tenga10 suyo en nosotros y él mismo viva en nosotros y nos

2. M. Lutero. op. cit.• 46.

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gobierne... Porque esto es ser salvo: que Dios nos gobierne• 3

Y seamos su remo». .En la experiencia del cristiano auténtIco ya ahora ~ebe

empezar a ser realidad el anuncio de ~p. 11:15: «Los remosde este mundo han venido a ser el remo del Sefior y de suCristo». Yo tengo que decir: «Los reinos de mi vida ahí están,Sefior, a tu disposici6n; gobiérnalos tú; manda en e~os».

Esto nos obliga a tomamos en serio ~a ~ti~a del remo, losprincipios morales que lo rigen. Estos pnnclplos los h~~mosmaravillosamente expuestos en el senn6n del monte. sm~e­ridad, rectitud interior, humildad, mansedumbre, toleranCIa,fortaleza de espíritu, abnegaci6n, amor hacia i?dos. Este p~­grama debe cumplirse en las e~f~~ co~céntn~as en que VI­ve el discípulo de Cristo: familIa, IglesIa, socIedad.

Las demandas morales del Evangelio son indudablemen­te muy elevadas. Tanto que mu~hos l~ consideran impracti­cables. ¿Es posible o no cumphrlas? Sm entrar en comenta­rios acerca de las diferentes interpretaciones del senn6n delmonte, fijaremos nuestra atenci6n en la qu~ consideramosmás aceptable a la luz del Nuevo Testame!1t~:

La ética cristiana es para un pueblo redImIdo. Descansasobre dos pilares: un indicativo y un imperativo. Por un ladotenemos algo, ya realidad, que Dios ha hecho. Po~ otro, loque Dios nos manda en virtud de lo que él ha realIzado. Elindicativo: Dio.s me ha salvado, me ha perdonado, me .hahecho hijo suyo, me ha dado su Espíritu y su P~abra; I?IOSestá actuando en mí. Sobre esta base se apoya el tmperatlvo.Habéis sido redimidos, pues vivid como redimidos; habéissido hechos hijos de Dios, obedeced la palabra de vuestroPadre. Veamos dos ejemplos concretos. ¿Por qué debo yoamar a mi prójimo? Porque Dios me ama .a ~í. ¿Por qué debotratar a mi prójimo del modo que se me mdlca en el senn6ndel monte? Porque es así como Dios me ha tr,atado a mí..

Es verdad que el cumplimiento de la nonnatIva evangéh-

3. M. Lutero. 01" cit., 52.

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ca no va a ser perfecto mientras estemos en nuestra imper­fecci6n humana. Pero eso no puede servir en modo algunode justificante para confonnamos con una vida moralmentedescuidada. Ha de haber un progreso constante que refleje lacoherencia entre lo que es el reino de Dios ahora y nuestrasantificaci6n. Ya hemos indicado que el reino en el momen­to presente no ha llegado a su consumaci6n. Es todavía, encierto modo, imperfecto. Está avanzando, pero todavía no haalcanzado su meta. Algo semejante sucede en el proceso dela santificaci6n. El creyente todavía no es lo que un día lle­gará a ser; pero ya ahora, en su dinámica espiritual, debe irtransfonnándose «de gloria en gloria» a la imagen de suSefior por la acci6n del Espíritu de Dios (2 Co. 3:18).

Este texto del apóstol Pablo, que acabamos de citar, eshondamente alentador. En la marcha y en la lucha de la san­tificaci6n no estamos solos. El Espíritu Santo está con y ennosotros y por su divina energía puede progresar la reali­zaci6n del propósito que Dios tiene para nuestra vida. No esextrafio que, consciente de esta verdad, la Iglesia relaciona­ra la segunda petici6n del Padrenuestro con la obra del Espí­ritu. Al parecer, ya en los siglos IV Y V, había manuscritosdel evangelio de Lucas en los que a la frase «venga tu Reino»se afiadía: «Que tu Santo Espíritu venga sobre nosotros y noslimpie». S610 el creyente que anhela la plenitud del Espírituy su obra santifiCante puede.pedir el advenimiento del reinode Dios, pues ello implica el reconocimineto pleno de suautoridad en la vida de sus hijos y la sumisi6n gozosa a susefiorío.

¡Dichoso quien puede hacer suyas las palabras de Ber­nardo de Clairvaux: «¡Oh, Rey de paz, ven y reina en mí!»!

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Tercera petición

«Hágase tu voluntad, como en elcielo, así también en la tierra»

Esta petición, derivada de la precedente, reviste la mismagrandiosidad. Debidamente meditada, genera pensamientostan inquietantes como saludables. Inquietantes porque pro­ducen una fortísima sacudida en lo más sobresaliente denuestra personalidad: nuestra voluntad. Saludables porquenos abren el camino a la meta suprema del ser humano: vivirconfonne a los sublimes propósitos que Dios tiene respectoa él.

El ruego contenido en esta frase nos introduce en una es­fera inmensa, trascendente, misteriosa. Nos sitúa ante cues­tiones que han desafiado la capacidad de filósofos y teólogos,han turbado a no pocos creyentes y han sido piedra de tropie­zo para muchos no creyentes. Cuando decimos: «Hágase tuvoluntad~, ¿qué pedimos realmente? ¿Qué entendemos porvoluntad de Dios? ¿Qué esperamos?

Naturaleza y alcance de la voluntad divina

Éste es uno de los puntos esenciales de la teología. A me­nudo es presentado como «doctrina de los decretos~, segúnla cual todo cuanto acontece ha sido predetenninado o«decretado~ por Dios. Esta dogmática afinnación exige unaaclaración. Si por decretos de Dios entendemos la ordenación

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providencial de todos los acontecimientos históricos, grande5y pequeftos, cuyo resultado final es el cumplimiento de lospropósitos divinos, la doctrina es bíblica, positiva y suma­mente inspiradora.

Pero si entendemos los decretos como una predestinacióna ultranza, en virtud de la cual todo, absolutamente todocuanto sucede, es voluntad de Dios, nos introducimos en unterreno resbaladizo en el que podemos deslizamos hasta caeren errores que rayen en la blasfemia.

No podemos atribuir a la voluntad de Dios lo que es re­sultado de lél aviesa voluntad humana. Pensemos en algunosejemplos que se multiplican a diario. Un hombre va por lacalle alegre y confiado cuando, de súbito, es asaltado brutal­mente por tres desconocidos que con violencia le arrebatancuanto lleva. Una joven regresa al anochecer a su casa; depronto unos gamberros la fuerzan a entrar en un coche, esconducida a un lugar solitario y allí es objeto de violación.Un nifto sufre malfonnaciones crónicas a causa de la intem­perancia de su madre durante los meses de gestación. Otropadece serios trastornos psíquicos, consecuencia de la atmós­fera infernal creada en el hogar por sus progenitores. En todosestos casos, y en muchos más que podríamos aftadir, ¿seríacorrecto afinnar: «Ha sucedido porque Dios lo ha querido»?Podemos decir que Dios 10 ha pennitido, pero no que ha sidosu voluntad.

El cristiano no debe caer en el fatalismo, propio de losantiguos paganos o de los musulmanes que todavía hoy iden­tifican absolutamente el acontecer humano con la voluntadde Alá. En el universo la voluntad de Dios es suprema, perono única. Entran en juego otras voluntades antagónicas a lasuya. J.C. Blumhardt ha expresado esta realidad con granclarividencia. Enfatizando el hecho de que no todo 10 queacontece corresponde indiscutiblemente a la voluntad divina,hace notar ·que en la creación actúan «muchas voluntadesignotas... que tienen las fuerzas de las tinieblas y se han he­cho poderosas, produciendo en éste y en todos los tiempos

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daftos incalculables».l Debiéramos, pues, ser sumamentecautos al hacer declaraciones respecto a 10 que es y 10 queno es voluntad divina. Tenía mucha razón William Barc1ayal aseverar que «nada ha hecho a la fe cristiana y a la Iglesiamayor perjuicio que el uso indiscriminado y blasfemo de lafrase "Es voluntad de Dios"».1

y debemos, sobre todo, tener ideas claras, sólidamentefundamentadas en la revelación bíblica. Se ha definido lavoluntad como «la facultad de los seres racionales de gober­nar libre y consientemente sus actos externos y su actividadespiritual» (J. Casares). Con las debidas matizaciones, pode­mos aplicar esta definición a la voluntad divina. Pero hemosde aftadir que el Dios que gobierna libremente como Seftorsupremo de todo 10 creado actúa también coherentemente, deacuerdo con su propia naturaleza. Sus propósitos y decisionessiempre están regidos por la sabiduría, la justicia y el amorinfinitos. Parafraseando un texto de Pablo, podríamos afinnarque «todo 10 que es verdadero, todo 10 honorable, todo 10justo, todo 10 puro, todo 10 amable» (Fil. 4:8), eso constituyela voluntad de Dios. Así se pone de manifiesto en todas lasacciones de Dios desde el principio.

La voluntad sabia, justa y bondadosa de Dios aparece cla­ramente en la creación. El propósito divino relativo a nues­tro mundo se realizó de modo tal que la tierra constituía unhabitáculo maravilloso para que el ser humano fuese feliz encomunión con Dios. Concluida su obra creadora, antes deque el pecado deteriorase el orden original, «vio Dios todo10 que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera»(Gn. 1:31).

Los mismos aspectos de la voluntad divina se destacanen la obra de la redención. Inmediatamente después de quela primera pareja humana cayera en el pecado, Dios inició

1. Job. Chr. Blurnhardt. Das ValerlU'lSer, Base11946, 34 s. Cit."por J. M.Lochman, 0,. cit., 64.2. W. Barclay, The plain man looks al the Lord'prayer. Fontana, 1964, 84.

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su doble obra de revelación y restauración. La humanidadhabría de sufrir las consecuencias dolorosas de su rebeldíacontra Dios; pero finalmente la gracia de Dios .daría origena una humanidad nueva por la obra liberadora y transforma­dora de Cristo, de acuerdo con un plan admirablemente sabio,justo y misericordioso. En Cristo se revela «el puro afecto»de la voluntad divina, que de criaturas rebeldes hace «hijossuyos» y miembros de una comunidad universal gozosamentesometida a Aquel que está destinado a ser no sólo restaurador,sino también cabeza «de todas las cosas... tanto las que estánen los cielos como las que están en la tierra» (Ef. 1:3-12).

La voluntad de Dios es «que todos los hombres sean sal­vos y vengan al conocimiento de la verdad» (l Tim. 2:4). Noquiere la muerte del impío, sino que el impío se vuelva desu camino y viva (Ez. 33:11). Así se evidenció a lo largo delministerio de Jesús. Él vino a «buscar y salvar lo que se habíaperdido» (Lc. 19:10), jncluido lo más despreciable y margi­nado de la sociedad. El impartió a manos llenas abundantesbeneficios. Dio a muchos lo que más necesitaban: perdón desus pecados, sanidad física y moral, poder espiritual para .ini­ciar uria vida nueva. El actuó con el poder de la resurreCCión,base y comienzo de una nueva creación.

Asimismo se muestra la voluntad divina en la providencia,en la que se enmarcan tanto la historia de los pueblos comola vida de los individuos. Es cierto que no siempre resultafácil descubrir la justicia y el amor de Dios en mucho de loque acaece en el mundo o en nuestra experiencia personal.En la providencia divina no sólo abundan los claroscuros. Amenudo su desarrollo se nos presenta como la negpción delos atributos más nobles de Dios. El desbordamiento de lainjusticia en la sociedad, el sufrimiento -tanto físico comomoral- la amargura de vidas que discurren por cauces apa­rentemente interminables de frustración. Todo da la impre­sión de que Dios ha dejado de ser justo y bondadoso o bienque ha perdido su omnipotencia.

Pero la Escritura hace patente, mediante ensefianzas y

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~j,",ul1-}lU~, 1d ptnecclOn oe la provlaencla. Aunque ésta enalgunos momentos parezca tenebrosa, aflictiva, desconcer­tante, al final se muestra esplendorosa y todo se trueca enbendición. Recordemos, entre muchas otras ilustraciones, laexperiencia de José. Vendido por sus hermanos, calumniado,encarcelado. Tenía motivos, desde el punto de vista humano,para exclamar -como hiciera su padre-: «Contra mí son todasestas cosas» (Gn. 42:36). Pero el drama concluye con unaconmovedora declaración del hijo de Jacob: «Vosotrospensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, parahacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a muchopueblo» (Gn. 50:20).

Dios no quiere el mal en ninguna de sus fonnas, y jamáses él su causante; pero lo pennite en muchos casos para unmayor bien de aquellos que le aman (Ro. 8:28). Al finalsiempre se hace evidente que Dios no abdica en ningúnmomento. Nada ni nadie puede despojarle de su soberanía.y su providencia, con todos sus misterios, tiene por objetola realización de sus propósitos relativos al mundo, a supueblo y a cada uno de sus hijos. Pese a todas las fuerzas devoluntades opuestas, la voluntad divina siempre prevalecerá.

Otra manifestación de la voluntad de Dios la hallamos enel orden moral establecido por él mismo. Él quiere que supueblo viva en confonnidad con los principios éticos y lasnormas que se derivan de su propio carácter. Esos principiosy esas nonnas los hallamos resumidamente en el decálogo yde modo más amplio en el sermón del monte. Su cumpli­miento perfecto lo vemos en la conducta de Jesús. Ahora esvoluntad de Dios que cada uno de sus redimidos viva de talmodo que sea una auténtica imagen de Cristo (Ro. 8:29).Ésta es la mejor explicación que pudiera darse a las pala­bras de Pablo: «La voluntad de Dios es vuestra santificación»(1 Ts.4:3).

En este aspecto de la voluntad divina no hay nada dehumillante para nosotros. Por el contrario, la aceptación dela ética del reino de Dios es el secreto de una vida digna y

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gozosa. Los preceptos morales del Evangelio no son cargaspesadas que coarten nuestra libertad. Son alas que nos elevana las cumbres de la suprema realización humana.

Sin embargo, la aceptación o rechazamiento del ordenmoral fijado por Dios no es algo que se puede decidir pres­cindiendo de las consecuencias. El Dios soberano es un Diosde juicio y su autoridad en la esfera moral es salvaguarda­da por una ley inexorable: «Todo lo que el hombre sembrare,eso también segará. El que siembra para su carne de la carnesegará corrupción; mas el que siembra para el espíritu, delespíritu cosechará vida eterna» (Gá. 6:7, 8).

Puede parecer a algunos que esta ley no. es tan inexorable.Muchas personas han sembrado abundantemente el mal y nohan cosechado el castigo que su maldad merecía. ¿Es estocierto? Si por retribución del pecado entendemos un castigofulminante de Dios en forma de enfermedad, desgracia graveo muerte, debemos admitir que muchos malvados viven hastael fin;U de una larga existencia impunemente. Pero hay otraforma de retribución de la que ningún rebelde a la autoridadde Dios puede librarse. Es una retribución en forma de degra­dación moral creciente, de embrutecimiento, de insensibili­zación, de deshumanización, como vemos en la exposiciónque Pablo hace en su carta a los Romanos y que resumerepetidamente con una frase impresionante~ «Dios los entre­gó... » (Ro. 1:24, 26). Los entregó «a la inmundicia, en lasconcupiscencias de sus corazones... a pasiones vergonzo­sas», a un incremento del pecado que convierte la vida huma­na en piltrafa moral y la sociedad en antesala del infierno.

¿Se cumple o .no la voluntad de Dios?

Si no perdemos de vista las consideraciones precedentes,habremos de contestar: «Sí y no», o más bien a la inversa«No y sÍ».

No se cumple en infinidad de casos porque el hombredesobedece a Dios en actitud de abierta rebeldía. Haciendo

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uso fatal de su libertad, se erige a sí mismo en señor de suvida. En su naturaleza caída NO hace la voluntad divina niquiere hacerla (Ro. 8:7). Prefiere permanecer divorciado' deDios imponiendo su propia voluntad en todas sus decisiones.

Aun el creyente, que se ha sometido a la soberanía deDios, deja de cumplir su voluntad. Por la debilidad de su«carne» incumple los preceptos de su Palabra. En un con­flicto de voluntades, la divina y la humana, con demasiadafrecuencia ~s la inclinación pecaminosa la que predomina.Como escnbía Lutero, «Esta petición [del Padrenuestro-"Hágase tu voluntad"] y, asimismo, su cumplimiento, duelemucho a la naturaleza humana; pues la "voluntad propia" esel más profundo y mayor mal en nosotros y nada apreciamostanto como esa voluntad».3

Ante estos hechos, ¿podemos pensar que en la pugnade voluntades Dios ha salido derrotado? En modo alguno.La rebeldía ~umana tiene unos límites y siempre está bajo elcontrol de DIOS. Los hombres, después de la caída, pudieronmultiplicar su maldad, pero sólo hasta el punto y el momentoen que Dios dijo: «¡Basta»! y sobrevino el diluvio. Tambiéntuvieron límites la perversión de Sodoma y los pecados demuchos pueblos, incluido Israel (Am. 1-4).

~a soberanía ~ivina,.patente en la historia de pueblos ynaCIOnes, se marnfiesta Igualmente en la vida de los indivi­duos. Recordemos a Nabucodonosor en su ensoberbeci­miento yen su humillación (Do. 4), o a Herodes Agripa ensu vanidad apoteósica y en la repugnante enfermedad queprecipitó su muerte (Hch. 12:20-23).

Pero no siempre Dios actúa de modos tan espectaculares.Muchas veces. demora la ejecución de sus juicios multipli­cando oporturudades para el arrepentimiento y la salvación.En cualquier caso, su soberanía se manifestará plenamenteen el día de la ~nsumaciónde su reino y del juicio final,cuando toda rod111a se doblará ante el supremo Señor.

3. M. Lutero, El Padrenuestro, 67.

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Por otro lado, Dios, en el ejercicio de su soberanía y consabiduría infinita, dispone el curso de los acontecimientosde tal modo que incluso «la ira del hombre» le reportaalabanza (Sal. 76:10). Aun en su rebeldía y maldad los hom­bres pueden servir a los propósitos divinos. Los caldeos noeran santos; eran gente cruel e idólatra; sin embargo, Dioslos usó como instrumento para disciplinar a Judá. El apóstolJudas, libremente, entregó a Jesús en manos de sus enemi­gos; pero mediante su horrible acción se cumplía el propósitoeterno de Dios: la muerte de su Hijo para salvación de lospecadores (Hch. 2:24). Las autoridades de Jerusalén desenca­denaron una persecución contra la naciente iglesia cristiana;pero su malevolencia dio como resultado la expansión asom­brosa del evangelio (Hch. 8:4).

En este sentido de instrumentalidad, los hombres, aunqueno sean creyentes, SÍ hacen la voluntad de Dios. Sorpren­dente y admirablemente Dios transforma las malas acciones,los errores y los pecados de muchos seres humanos en mediospara el adelantamiento de su reino. En resumen, no todo 10que sucede es voluntad de Dios, pero todo contribuye a quefinalmente sus propósitos se cumplan.

Lo ideal, sin embargo, no es que se haga la voluntad deDios a pesar de 10 que nosotros deseamos (esto es 10 quegeneralmente sucede en la tierra), sino que nosotros que­ramos 10 que Dios quiere, es decir, que nuestra voluntadcoincida con la suya. Por eso el Sef\or nos ensef\6 a pedir:«Hágase tu voluntad, como en el cielo, as( también en latierra». ¿Cómo? Nos apropiamos la respuesta de Karl Barth:«Allí[en el cielo] se hace como debe ser hecha, con plenoconocimiento de causa; sin obstáculos ni demoras, en plenalibertad, de tal modo que la gracia reina soberana y le res­ponde el reconocimiento por parte de la criatura».4

4. K. Barth, La Oración, 60.

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Actitudes ante la voluntad de Dios

Caben actitudes muy diversas ante la voluntad divina.Consideremos las más frecuentes:

1. Resistencia indignada

Es la propia de quien se empef\a en mantener su autono­mía plena a toda costa. Encontramos un ejemplo en el faraón~e altivamente,preguntaba: «¿Quién es Yahvéh para que yoOIga su voz?» (Ex. 5:2). En el fondo, es la reacción del hom­bre que pretende divinizarse a sí mismo. Nietzsche la expresóde modo drástico: «Si hubiera Dios, ¿cómo iba yo a soportarno ser Dios?»

Sin llegar a tal extremo, muchos rinden homenaje a losídolos de su época que no turban su conciencia; pero recha­zan irritados toda idea de un Dios que gobierne su vida. MayMassoud ha ilustrado vívidamente este hecho en su drama­tización del Padrenuestro:

Todos (arrodillados): Gloria a los dioses que satisfacen nues­tros deseos.Narrador (con voz de temor): Pero el Dios viviente...Mujer 2: El Dios que es una persona que quiere inmiscuirseen nuestras vidas...Hombre 1: Y someter nuestras mentes, nuestros corazones yalmas...Mujer 1: El Dios que estorbaría nuestros hábitos mentales ynuestra conversación...Hombre 2: Nuestros apetitos sensuales...Mujer 3: Y nuestros medios de progresar en el mundo...Hombre 1: De ese entrometido Dios...Todos (un paso atrás): ¡Huyamos!5

Particular virulencia suele tener la rebeldía contra Dioscuando es fruto del resentimiento causado por la desgracia.

5. Cit. por David Evans. En diálogo con Dios. Certeza. 1976.41.

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Barc1ay menciona la experiencia de Beethoven, frecuente­mente irritado por la sordera que le privaba de oír sus propiascomposiciones. «Se dice que cuando fue hallado muerto, suspuños estaban cerrados, como si tratara de golpear a Dios,y sus labios estaban contraídos como si, amargado y desa­fiante, quisiera escupir a Dios».6

Pero toda forma de hostilidad respecto a Dios redunda engrave dafio de quien la mantiene. Así lo demuestran infinidadde ejemplos históricos.

2. Resistencia pasivaÉsta es la actitud de quien no se rebela abiertamente contra

la voluntad de Dios, pero tampoco la asume interiormente.No está convencido de que esa voluntad es buena. Más bienle disgusta y hace todo lo posible por librarse de su cum­plimiento. De ese modo, al parecer, aún queda algún lugarpara vivir conforme a sus propios deseos. Estaba muy enlo cierto Lutero al afirmar que «nada ama tanto el hombrey de nada se desprende más a disgusto que de su propiavoluntad».'

Cuando asumimos la actitud de resistencia pasiva demos­trarnos que sólo a medias deseamos que se realice lo queDios quiere. Pero ¿somos conscientes de lo absurdo de talpretensión y de sus consecuencias? Merece detenida refle­xión lo escrito por Walter Lüthi: «Nuestra dificultad hoyesque, por miedo a hacer toda la voluntad de Dios, siemprepreferimos osadamente, por así decirlo, partirla con Dios endos partes ... Eso acontece cada vez que permitimos a Diosintroducirse en nuestra mente y en nuestros sentimientos, pe­ro no estamos dispuestos a entregarle nuestra voluntad. Lavoluntad la queremos guardar para nosotros mismos. Así na­ce ese cristianismo escindido, mediocre, dividido en mitades

6. William Barclay, op. cit., 80.7. M. Lutero, op. cit., 59.

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o en tercios, que tan bien conocemos. Ésa es la dolencia quepadece la cristiandad».8

~n el fondo, aunque sea inconscientemente, ¿no estaremosmodIficando la petición del Padrenuesto y en vez de decir«Sea ~echa tu voluntad» lo que queremos expresar es: «SeacambIada tu voluntad»? .

3. Una aceptación resignada

Es fr~cuente aun en creyentes sinceros. Se acata la volun­tad de DIOS, pero a menudo, sobre todo en circunstancias ad­versas; con ama~gura de espíritu, casi a regaftadientes. Contono lugubr.e dec~mos: «¡Que se haga la voluntad del Seftor!».. Esta reSIgnacIón tIene más de paganismo que de cristia­

msmo. También los <l?tiguos paganos se sometían al fatum,a la ~erza de un destmo que consideraban irreversible. Eral~ actItud de los estoicos. Es asimismo la de los ateos. Refi­néndose al destino, aconsejaba Nietzsche: «Ámalo; no tequeda otra alternativa».9

Para el cristiano sí hay alternativa:

4. Una aceptación gozosa inspirada en la fe

El c~yente en Jesucristo sabe que el arbitrio de Dios siem­pr~ ~s Justo, sabio y benéfico, fundamento de la verdaderafelICIdad..Y puede decir con el salmista: «El hacer tu volun­tad, oh Dios: me ~a agradado» (Sal. 40:8). Ha descubiertoque lo~ camI!10s de la obediencia a esa voluntad -caminosde sabIduría msuperable- son deleitosos (prov. 3:17). Y de­sea ~dar en ellos. Sigue así el ejemplo de su Maestro, cuya«comIda» e.ra hacer la voluntad del que le envió (Jn. 4:34).E? ese cammo de obediencia no faltarán la tensión y el con­flICto; pero siempre el gozo superará al sufrimiento.

8. W. LUthi, Das Unservater, 50.9. Cit. por H. Thielicke, El sentido de ser cristiano, 74.

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La misma actitud de gozosa sumisión mantendrá el cre­yente cuando Dios 10 someta a prueba mediante tribulacionesdiversas. Sabe que, al final, la tristeza se convierte en gozo(Jn. 16:20), que al término de cada prueba se demuestra que«el Sef'l.or es muy misericordioso y compasivo» (Stg. 5:11)y que «lo que al presente es leve y momentáneo de nuestratribulación nos produce, en una medida que sobrepasa todamedida, un eterno peso de gloria» (2 Co. 4: 17).

Tampoco este sometimiento a la voluntad de Dios queincluye cálices de dolor resulta siempre fácil. Para Jesúsmismo fue durísima su experiencia en Getsemaní. Inclusollegó a pedir: «Si es posible, Padre mío, pase de mí estacopa». Pero la lucha se resuelve victoriosamente: «Sin em­bargo, no se haga como yo quiero, sino como tú» (Mt 26:39).y concluido el conflicto nunca falta el «ángel» confortador(Lc. 22:43). Tampoco faltan los resultados maravillosos delcumplimiento de la voluntad divina. En el caso de Cristo elresultado fue la expiación del pecado que abría a los hombresd camino de la salvación. En nuestras experiencias per­sonales, el resultado -es nuestra purificación (1 P. 1:6-8) ynuestra maduración espiritual (Ro. 5:3-5) con todo10 que debendición entraf'l.a. Si esto es así -y 10 es- diremos a Dios:«Que en modo alguno deje de hacerse tu voluntad». Y 10 dire­mos no con resignación estoica sino con un deseo ardorosonacido de la confianza en la fidelidad de nuestro Padre.

5. Una actitud de colaboración

Es posible que para la realización de sus propósitos Diosquiera usar instrumentos humanos. Es voluntad de Dios, porejemplo, que el Evangelio se extienda hasta los últimos con­fines de la tierra; pero la evangelización ~l mundo no la vaa realizar él mismo directamente o por medio de ángeles. Suplan es usamos a nosotros. Por consiguiente, pedir que se ha­ga la voluntad de Dios nos compromete y nos obliga a seranunciadores de la buena nueva.

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Es voluntad de Dios que prevalezcan la justicia, la verdady la paz. Pero nada contribuirá más eficazmente para lograr­lo que el mensaje y el comportamiento cristiano de los redi­midos, luz del mundo y sal de la tierra.

Con mucha razón escribía Pablo: «Somos colaboradoresde Dios» (1 Co. 3:9). De ahí que cuando oramos: «Hágasetu voluntad» debamos af'I.adir con el converso Saulo: «Sef'l.or,¿qué quieres que haga?» (Hch. 9:6).

En comunión con Dios en la oración y en la acción. Ésees el secreto de que la voluntad divina se haga en la tierracomo se hace en el cielo. Y de que así tenga respuesta la ter­cera petición del Padrenuestro.

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Cuarta petición

«El pan nuestro de cada díadánoslo hoy»

Con esta frase se inicia la segunda parte del Padrenuestro.La primera, compuesta de tres peticiones, concierne a Dios:su nombre, su reino, su voluntad; la segunda, a nuestras ne­cesidades: el pan, el perdón, la liberación de la tentación ydel mal. Es comprensible .que estas necesidades sean pre­sentadas de modo más directo. Las peticiones de la primeraparte se expresan en tercera persona: «santificado sea tunombre», «venga tu reino», «sea hecha tu voluntad». Las dela segunda parte, en segunda persona: «danos», «perdóna­nos», «no nos metas», «líbranos». En las tres primeras ex­presamos anhelos profundos. «Nuestra oración es como unsuspiro» (K. Barth). En las siguientes presentamos a Diosnuestras carencias más apremiantes, tanto las de caráctertemporal como las de índole espiritual.

Puede llamar la atención el hecho de que la primera peti­ción de la segunda parte tenga como objeto el pan. Lo queanterionnente se ha pedido exalta la magnificencia de Diosy de su reino. Tiene que ver con 10 trascendental y eterno.Ahora, súbitamente, descendemos a 10 material y temporal,a 10 más común en la experiencia cotidiana de los seres hu­manos. Pero esta impresión de descenso es puramente subje­tiva por 'nuestra parte; no corresponde a la realidad desde elpunto de vista divino. Nosotros hacemos distinción entre 10sagrado y 10 profano, entre lo espiritual y 10 material. Para

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Dios esa distinción no existe. Su propósito es que todo ad­quiera un carácter sagrado. Aun los roquedales y la arena deldesierto se convierten con su presencia en lugares santos(Éx. 3:5). Los utensilios más ordinarios vienen a ser objetossantificados (zac. 14:20,21). El comer y el beber, como cual­quier otra cosa, puede hacerse «todo para la gloria de Dios»(l Co. 10:31). La grandeza de su gloria se manifiesta tantoen el mantenimiento del orden en las inmensas galaxias deluniverso como en el cuidado de los pajarillos y de los liriosdel campo (Mt. 10:29; 6:28, 29). Dios está interesado en elbienestar de todas sus criaturas. Por consiguiente, que sushijos le pidan el pan necesario para su sustento no tiene nadade profano. Es más bien una expresión de fe y de la comuniónque tienen con él.

Significado de la petición

La frase en el original griego (ton arton hemon tonepioúsion dos hemin semeron) es de difícil intetpretación.Contiene una palabra (epioúsios) que se incluye entre lasdenominadas hapax legomena, es decir, que sólo aparecenuna sola vez en el texto bíblico. La dificultad aumenta porel hecho de que ese ténnino tampoco se halla en ningún otrotexto fuera del Nuevo Testamento, con excepción de unpapiro (evangelio de los Nazareos), traducción al arameo delevangelio de Mateo. Aquí epioúsios se traduce por mahar(día de maftana), de lo que Jerónimo dedujo su traducción:quod dicitur crastinum (que se dice del día de maftana).

Todavía no existe unanimidad en cuanto a la traducciónpreferible, por lo que el texto de Mateo se sigue traduciendode diferentes modos: «nuestro pan cotidiano dánoslo hoy»,«nuestro pan del maftana dánoslo hoy», «danos hoy nuestropan para maftana», «danos hoy nuestro pan para el día queviene». Esta última traducción sugiere que se pide el pan ne­cesario para el día que comienza (oración matutina) o bien

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para ~l día siguienu: ~oración vespertina). En cualquier casoel objeto de la petICIón es la provisión adecuada para lanecesidad inmediata. .. ~uperadas las dificultades lingüísticas y establecido elsIgDl~cado li~eral del texto, todavía no quedan eliminadaslas dIvergen~IaS en su intetpretación. Un número importantede comentanstas le han dado un sentido espiritual. DesdeOrígen~s hasta el joven Lutero y otros exegetas posteriores,se h~ VIsto en ~l pan la palabra de Dios. Un antecedente deesta mtetp~tacIón se en~uentra en la literatura judaica, en la~ue co~ cIe~ frecuencIa se atribuye al pan un significadoSImbólico. EJempl? de e~o es la expresión «el pan de la Torá»(d~ la Ley). Este SImbolIsmo, en opinión de algunos comen­tanstas, se ve corroborado por Jesús, quien hace de sí mismoe~ verdadero «pan del cielo» (Jn. 6:32, 49, 50). Previamente,CItando palabras del Antiguo Testamento (Ot. 8:3), habíadeclarado: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda pa­labra ~ue sale de la boca de Dios» (Mt. 4:4). Él era la Palabrade Dios ~nc~d~ el alimento indispensable para que elhombre VIVa espmtualmente. De ahí su énfasis en recomen­dar a su~ seguidores que se afanen no por el alimento pere­cedero smo po~ el que pennanece para siempre (Jn. 6:27).

Otro~ han VISto en lo solicitado en el Padrenuestro unareferenCIa ~ pan eucarístico. Según Agustín, la petición de­be.ser conSIderada como una oración por «el sacramento deCnsto que recibimos diariamente».1

y Ambrosio escribía: «¿Por qué pedimos en la oración delS~ñ~r "nu~st~ pan"? Decimos "pan", pero epioúsios, es de­CIT, esenCIal (supe~substantialis). Eso no es el pan que entraen nuestro cuerpo, smo el pan de la vida eterna que fortale­ce la esencia de nuestra alma».2

1. Agustín,. El s~rmón del monte, 2.7.25, cito por W. Barclay, op. cit., 92.2. AmbroSIO, Libro V, 4, 24 S., cito por lean Carmignac Recherches surle «Notre Pere», 1969, 147. '

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Este tipo de exégesis ha subsistido hasta nuestros días yen algunos círculos ecuménicos parece gozar de especialsimpaúa. «Tales acentos de la herencia eucarística -ha mani­festado Lochman- han de ser desarrollados en la exposici6ny preservaci6n de la súplica por el pan diario. Con ello ad­quiere mayor significaci6n el tono bien perceptible de acci6nde gracias que ha de resonar en el concepto de la eucaristía,si no queremos perecer limitándonos solamente al pan... ».3

Una tercera corriente de intetpretaci6n figurada da alpan un sentido escatol6gico. Tomando como base algunostextos del Antiguo Testamento en los que se habla de unfuturo banquete universal (Is. 25:6-10; Pro 9:1-6) y de laliteratura judaica, en la que reiteradamente se exalta la dichade quienes comerán «el pan del mundo futuro», se ha con­siderado la petici6n del Padrenuestro como expresi6n deldeseo de participar en el festín mesiánico en la consumaci6ndel reino de Dios. Especial apoyo para esta intetpretaci6n seha buscado en la continuidad que la metáfora del banquetey del «pan escatol6gico» tiene en las ensefl.anzas de Jesús(Mt. 8:11; 26:29; Lc. 14:15-24; 22:16). Anticipo de ese panes el que ya ahora se concede a los «hijos» del Reino, panque equivale a la salvaci6n en Cristo (Mt. 15:25-28). S. Sa­bugal da a este aspecto del pan del Padrenuestro un espe­cial relieve: «Es del todo probable que, tras la súplica porla «venida» del ya inaugurado, pero aún no consumado,«reinado del Padre», «el pan» seguidamente suplicado poraquéllos [los discípulos] como su especifico y propio susten­to (<<el pan nuestro») escatol6gico (<<el pan... de mañana»),signifique también -iY sobre todo!- «el pan del mundo fu­turo», el nuevo «maná» o «el pan del Reino».4

No podemos negar el beneficio espiritual que se derivade las sugerencias simbólicas, eucarísticas y escatol6gicashalladas en el «pan» de la oraci6n ensefl.ada por Jesús; pero

3. Jan Milic Lochman, op. cit., 92.4. Santos Sabugal, Abba.... BAC, 1985, 570.

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ninguna de ellas debiera anular o relegar a segundo términoel sentido literal de la súplica, que es el que ha de prevalecersobre cualquier otro.

Sin embargo, ¿debemos pensar en el pan sola y exclu­sivamente como el producto alimenticio que se obtiene decereales molidos? Tampoco parece natural esta limitaci6n.Lo que con el pan se pide es que Dios provea cuanto nece­sitamos para nuestro sustento diario. Lutéro, después de unamayor reflexi6n, intetpreta el pan como una metáfora queincluye todo lo indispensable para una vida de bienestar. Ensu Catecismo breve, a la pregunta «¿Qué se entiende por elpan nuestro de cada día?», responde: «Todo lo que integrael alimento y manutenci6n del cuerpo, como la comida y labebida, vestidos y calzado, la casa y sus comodidades,campos, ganado, dinero, bienes; una esposa piadosa, hijosbuenos, buenos criados, magistrados píos y fieles, un buengobierno; tiempo favorable, la paz, la salud, una buenaconducta, honor, amigos buenos, veCinos leales y todo lodemás por el estilo».s Por supuesto, esta respuesta quizásexcesivamente amplia, exigiría matizaciones, pero en el fon­do está bien orientada. El creyente puede y debe pedir a Diostodo lo necesario para una vida digna.

Pero ¿qué debemos entender por vida digna? El conceptoes subjetivo y relativo. Observaríamos un abismo de dife­rencia entre el que püdo tener el hombre prehist6rico y el delhombre occidental de nuestro tiempo. Para aquél era dignauna vida en la que se satisfacían sus necesidades biol6gicasmás elementales. En el caso del hombre:modemo se afiadenmuchas otras neeesidades creadas por el progreso cultural yel estilo de vida impuesto por los logros de la técnica. Noobstante, toda persona debe determinar· su concepto de vidadigna y trazar la línea divisoria entre lo necesario y lo su­perfluo, entre lo' decoroso y lo escandalosamente suntuoso.

5. Lutero, Obras. S(gueme, 1977, 299.

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El cristiano debe rehuir por igual dos extremos: el de unaausteridad injustificada Y el del consumismo desenf~nado.No es llamado a interpretar la espiritualidad en ténnmos deascetismo que le lleve a privarse de muchas de las cosas queson no sólo lícitas sino incluso recomendables. Nada en laBiblia inspira esa línea de pensamiento. No parece, sin em­bargo, que éste sea el mayor peligro en nuestro~ días. El pe­ligro está más bien en el otro extremo, en las ansIas de poseermás y más, de dejarse seducir por la publicidad avasallad?rade los medios de comunicación o por la miserable concepcIónque del valor de la persona se está imponiendo en nuestrasociedad: «Tanto tienes, tanto vales».

Cada uno debe llegar a sus propias conclusiones tras unsincero examen de conciencia. Probablemente, si es objetivo,hará el mismo descubrimiento que hizo Sócrates: «¡Cuántascosas hay que no necesito!» No hay en la Escritura nonnascasuísticas acerca de lo lícito y de lo impropio en los deseosde un creyente; pero una cosa es clara: al pedir el «pan» nopodemos olvidamos de la petición anterior: «Sea hecha tuvoluntad». Sólo así será una petición responsable.

La importancia del ~pan»

Este punto exige especial atención. No podemos s~bes­timar la importancia de la provisión divina que provIden­cialmente supla nuestras necesidades. Ya hemos. hech~ no­tar lo antibfblico de las actitudes de menosprecIo hacIa lo

material.Es propósito de Dios que poseamos y disfrutemos de todo

lo necesario. Y no escasamente (1 Ti. 6:17). La naturaleza,obra del Creador, es suficientemente rica para que nadie pasehambre. La penuria en que viven muchas gentes no se. d~bea falta de recursos naturales, sino al egoísmo y a las mJus­ticias que prevalecen entre los hombres. Si éstos ajusta~ suestilo de vida a la voluntad de Dios, en todo lugar se cumphría

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10 dicho a Israel respecto a la tierra de Palestina: «tierra enla cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada enella» (Dt. 8:9).

La preocupación divina por nuestros menesteres se hacepatente a lo largo del ministerio de Jesús, particulannente enla alimentación de la multitud que le seguía (Mt. 14:15-21;15:32-38). Curiosamente Jesús no sólo pensaba en las nece­sidades más apremiantes de quienes le rodeaban, sino en to­do cuanto en un momento dado pudiera contribuir a la felici­dad humana. En las bodas de Caná proveyó el vino que llegóa f~tar (Jn. 2:1-10). Este hecho nos hace pensar que hayocasIones en las que no es suficiente el pan; se necesita tam­bién el «vino». Sería impropio de un cristiano celebrar unbanquete cada día; pero igualmente lo sería caer en un asce­tismo mezquino en seftaladas ocasiones festivas. Hay objetosy actos en la vida que, sin ser estrictamente necesarios parasobrevivir, son convenientes para dar a la vida un mínimo desabor existencial.

Dios conoce perfectamente todo lo que precisamos, así co­mo los peligros inherentes a nuestras privaciones. Un excesode pobreza u otras circunstancias calamitosas son el terrenomás abonado para que suIjan problemas, tanto físicos comoemocionales y espirituales. Es verdad que el cristiano ha depoder decir como el apóstol Pablo: «En todo y para todo estoyenseftado, tanto para tener abundancia como para sufrir nece­sidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:12,13). Sí, el creyente ha de estar por encima de las circuns­tancias cuando Dios pennite que éstas sean adversas. Perodebemos ser realistas y no olvidar que una persona sometidaa prolongadas y serias privaciones está muy expuesta a caervíc?ma de la duda o el desaliento. Corre asimismo el riesgode mtentar resolver sus problemas recurriendo a medios ilí­citos. La posibilidad de deterioro moral es grande. Si peligrosentrafta la abundancia, no menos peligrosa es la escasez.Realmente mostró gran sabiduría Agur al pedir: «No me despobreza ni riqueza, déjame gustar mi bocado de pan, no sea

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que llegue a hartarme y reniegue, y diga: "¿Quién es Yah­véh?"; o sea que, siendo pobre, me dé al robo e injurie elnombre de mi Dios» (pr. 30:8, 9 - BJ).

Dios, como veremos en la última petición, no quiere queninguno de sus hijos sucumba al ser tentado. Su voluntad esvoluntad de padre. Desea que toda necesidad auténtica de sushijos sea suplida adecuadamente, pues «¿cuál es el padre que«si su hijo le pide pan, le dará una piedra?» (Mt. 7:9). Deahí lo correcto de la oración en demanda de cuanto preci­samos. Los hombres luchan por el pan. El cristiano ora porél, aunque su plegaria no excluye el trabajo necesario paraobtenerlo. El no creyente se afana por el pan con ansiedad.El hijo de Dios lo pide y lo espera con paz de espíritu, con­fiadamente. Sabe que aun si el Padre celestial permite tempo­ralmente situaciones de estrechez lo hace con una finalidadeducativa, posiblemente para ensenarle a valorar y adminis­trar adecuadamente los dones de Dios, para autocontrolar­se y usar cuanto llegue a poseer de manera justa, sabia ygenerosa.

El alcance de la petición

«El pan nuestro... dánoslo hoy». Hemos de subrayar laforma plural de la súplica. No puedo pensar solamente en mipan ni puedo sentirme satisfecho al recibirlo si mi hermanocarece de él. El adjetivo «nuestro» me vincula a mis herma­nos y a todos mis semejantes.

Asimismo debemQs reiterar lo senalado en nuestro comen­tario sobre la petición anterior (<<Sea hecha tu voluntad»).Somos colaboradores de Dios. Él quiere dar respuesta a mu­chas de las demandas humanas mediante instrumentos hu­manos. Es mucho lo que sólo Dios puede hacer. Es él quienhace germinar la semilla en el seno de la tierra y medianteprocesos naturales por él mismo fijados proporciona allabrador la cosecha. Es él quien «sacia la tierra con el fruto

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de sus obras» (Sal. 104:13), por lo que puede decirse que esél quien.«d~ alim.ento a todo ser viviente, porque para siemprees su mlsencordla» (Sal. 136:25). Pero es igualmente ciertoque en el proceso de producción y distribución de los bienesnecesarios para un sustento digno es imprescindible el con­curso humano. Recordemos lo apuntado anteriormente. En laprovisión de alimentos para la muchedumbre que seguía aJesús, fue la acción milagrosa de éste la que multiplicó lospanes y los peces; pero cuando el Senor hubo realizado estep~odigio, ordenó a sus discípulos que distribuyeran lo pro­VIsto entre todos los presentes. Lo que ellos recibieron de ma­nos de Jesús lo pusieron en manos de la multitud.

. .Podem~s y debemos ser, en la medida de nuestras posi­blhdades, mstrumentos para que el abastecimiento divino lle­gue a los menesterosos. No nos es lícito consideramos duenosabsolutos de aquello que sólo por la voluntad bondadosa deDios ha llegado a nuestro poder. No somos duenos, sino ad­~inistradore~. Perder de vista este hecho nos expone a lahipocresía SI nos atrevemos a asumir el Padrenuestro. Secuenta de un hombre acaudalado, poseedor de extensionesinmensas de tierra, que diariamente oraba a Dios: «Senor,acuérdate de los pobres y suple sus necesidades». Un día suhijo, nino de corta edad, que había oído esa oración ~­nidad de veces, le dijo: «Papá, ¡cuánto me gustaría poderdisponer de todo lo que tienes antes de que te mueras!»<~¿Por qué, hijo mío?» -preguntó el padre con gran curio­sldad- «Porque entonces -afiadió el nino- yo daría respues­ta a tus oraCIOnes». La responsabilidad en el uso de nuestraabundancia implica una lucha constante contra nuestroegoísmo y contra la superficialidad de un cristia~ismo nocomprometido.

Es verdad que el problema del hambre y del subdesarro­llo en el mundo es sumamente complejo. Está determinadopor complicados factores políticos, sociales y culturales deamplitud no sólo nacional sino internacional. Es cierto tam­bién que la pobreza de muchos individuos y de numerosos

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pueblos se debe a la ignorancia, la indolencia, la imprevisióno el derroche. Una ayuda poco inteligente encaminada a aca­bar con esa situación más bien puede contribuir a perpetuarla.A pesar de todo, algo se debe hacer. Seguramente mucho másde 10 que nos imaginamos.

La conciencia social de la Iglesia cristiana ha de ser rea-vivada. En esa conciencia debieran sonar como un alda­bonazo las palabras que, en forma de oración escribiera KarlBarth: «Vela para que cada uno reciba sin querella ni disputasu pan. Que si alguno tiene exceso de pan sepa que, por e~omismo, se convierte en servidor, en dispensador de tu gracIa;que está a tu se~icio y al de los demás y que los que estánparticularmente amenazados por el hambre y por la muerte,por la precariedad de la condición humana, encuentren, to­dos ellos, a hennanos y hermanas que tengan ojos y oídosabiertos y que sientan su responsabilidad ante ellos. ¡Quévergüenza nuestra ingratitud, nuestra injusticia social! ¡Quéestupidez que en nuestra humanidad, rodeada de dones,rebosante de riquezas, haya todavía hombres que gimen dehambre! ».6

Probablemente nunca llegaremos a solucionar los pro-blemas económicos del mundo. Pero algo podemos hacer porlas personas necesitadas próximas a nosotros. y de esto sísomos responsables. El Seftor no me va a pedir cuentas enel día del juicio por no haber acabado con el hambre en laIndia; pero sí porque, en vez de socorrer al necesitado queun día se cruzó en mi camino, yo pasé de largo indiferente,insensible. Lo que hacemos o dejamos de hacer ante el ham­briento, el sediento, el forastero, el desnudo, el enfermo oel encarcelado, el afligido por cualquier causa, 10 hacemos-<J dejamos de hacerlo- a Cristo mismo (Mt. 25:31-45). Apartir de esa acción personal inmediata, podremos pensar enampliarla hasta donde sea posible con miras a la creación ouso de estructuras sociales justas y eficaces que contribuyan

6. Barth, op. cit., 73 s.

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a remediar o aliviar las Penalidades que afligen a incontablesseres humanos.

Implicaciones de la súplica

De la cuarta petición del Padrenuestro se derivan una se­rie de consecuencias:

1. Reconocimiento de nuestra dependencia de DiosFrecuentemente, cuando el hombre ha obtenido el pan,

piensa que ello se debe exclusivamente a su propio esfuerzo,a su trabajo; cree que 10 tiene bien merecido. Y es innegableque si queremos comer hemos de trabajar. El pan no des­ciende, cual maná, del cielo. Como ya hemos indicado, suconsecución hace imprescindible la labor humana. Pero, enúltimo término, es un don de Dios. No solamente es él quienda al hombre la salud y las fuerzas para ganarse el sustento.Es asimismo el que da su productividad a la tierra. El hombrepuede sembrar y regar, pero es Dios quien da el crecimien­to (l Co. 3:6). Hay mucho realismo en las palabras del salmis­ta: «Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comidaa tiempo. Abres tu mano y colmas de bendición a todo serviviente» (Sal. 145:15, 16). Análoga percepción espiritualtenían 10~Jjudíos contemporáneos de Jesús cuando antes delas comidas oraban: «¡Alabado seas tú, Seflor, nuestroDios, Rey del mundo que al mundo entero alimentas consus bienes! En gracia, amor y misericordia da pan a todacarne».'

Pedir «el pan nuestro de cada día» equivale a reconocerque «toda buena dádiva y todo don perfecto viene de arriba,desciende de parte del Padre... » (Stg. 1:17).

7. Cit. por P. Billerbeck, Kommentar zum NI' aus TalmÚd und Midrasch,IV,$ll.

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2. Actitud de confianzaSi la oración va dirigida al Padre bondadoso, fiel a sus pro­

mesas, ¿por qué desasosegamos? Un nifio jamás se inquietapensando qué comerá o con qué se vestirá; sabe que sus pro­genitores siempre le dan en el momento oportuno cuantonecesita. Con la misma tranquilidad de espíritu debe el cre­yente esperar en la providencia divina (Mt. 6:25-34). Por di­fíciles que sean sus circunstancias en un moment? dado, susexperiencias, al final de su vida,. podrán re~u~lfse con eltestimonio del salmista: «Joven fuI y he enveJecIdo, Yno hevisto justo desamparado ni hijo de justo que mendigue pan»(Sal. 37:25).

3. Renovación de nuestra comunión con el Dador del panComo ya se subrayó en la primera parte de este libro, la

finalidad más elevada de la plegaria no es tanto recibir donesde Dios como vivir en una más íntima comunión con él.Walter Aex, en su novela El caminante entre dos mundos(Del' Wanderer zwischen beiden Welten), ha ilustrado estaidea de modo difícilmente superable: «En la oración se debecoger la mano de Dios, no las monedas que hay e~ e~la».8

Obviamente esta prioridad no excluye el reconOCImIentode las dádivas de Dios y la gratitud que debemos sentir porellas. Con el salmista hemos de decir: «Bendice, alma mía,al Sefior y no olvides ninguno de sus beneficios» (Sal. 103:2).Pero dicho esto, hemos de poder afiadir:, «¿A quién, oh Dios,tengo yo en el cielo sino a ti? Y estando contigo, nada deseoen la tierra» (S31. 73:25).

4. Renovación de la solidaridad con nuestros semejantesNo vamos a insistir en 10 dicho respecto al alcance de la

petición del pan, pero sí en la necesidad de detenemos parareflexionar antes de pronunciar la palabra «nuestro». Y en

8. Cit por Helmut Thielicke, Das Gebet, das die Welt umspannl. 86.

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esa reflexión tendríamos que recordar que en la Escritura laidea del pan aparece unida a la de participación. La verdaderapiedad asume el mandamiento divino: «Comparte tu pan conel hambriento» (Is. 58:7). De este modo se realiza el propósitode Aquel que «hace justicia a los agraviados y da pan a loshambrientos» (Sal. 146:7). La comprensión de nuestra res­ponsabilidad social nos llevará a orar con la seriedad que lapetición exige. Una plegaria latinoamericana puede servimosde pauta: «Oh, Dios, a los que tienen hambre dales pan, ya nosotros, que tenemos pan, danos hambre de justicia».'

La fidelidad de Dios asegura la provisión adecuada parasuplir todas nuestras necesidades físicas, morales y es­pirituales. ¡Aalabémosle agradecidos! Y pongámonos en susmanos para servirle en beneficio de los menesterosos yafligidos.

Que su sabiduría y su gracia nos capaciten para que, demodo acertado y coherente, sepamos pedir, recibir y compar­tir «el pan nuestro de cada día».

9. Cit. por Krister Stendhal, «Your Kingdom come», Cross Curren/s, vol.xxxn, 1982, 3. 263.

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Quinta petición

«y perdónanos nuestras deudas,como. también nosotros

perdonamos a nuestros deudores»

Friedrich Hebbel, el gran dramaturgo alemán, dijo queasumir sinceramente las peticiones del Padrenuestro es másdifícil que ganar todas las batallas libradas por Napoleón. Laafinnación no es exagerada. Así lo entendemos a medida queavanzamos y profundizamos en su estudio.

La súplica que ahora nos ocupa pone al descubierto nues­tra miseria moral, esa miseria que nosotros nos empeñamosen ocultar, disimular o incluso justificar. Nos cuesta muchí­simo decir: «¡Perdón!». Tal exclamación implica humillaciónpara quien la pronuncia, y nada hay más arduo que descen­der a ese punto en que el orgullo y el amor propio son heridosdolorosamente. David fue capaz de las más grandes proezas,pero incapaz de confesar: «He pecado». Sólo cuando se vioseñalado por el dedo acusador de Natán vació el costal de sualma y pronunció la más difícil de las palabras (2 S. 12:13).

Pero no es menos escabroso el camino que nos conduceal ofensor para otorgarle el perdón. Por naturaleza somos da­dos al resentimiento, el odio y la venganza. El «ojo por ojoy diente por diente» nos 10 apropiamos con una interpreta- .ción mezquina sin ningún esfuerzo. En la defensa a ultranzade nuestros derechos ignoramos totalmente la generosidad.

Sí, la quinta petición del Padrenuestro pronuncia juiciocondenatorio contra nuestros impulsos y fonnas de compor-

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tamiento naturales. De ahí la dificultad para enfrentamos se­riamente con ella y para apropiárnosla con honestidad.

Pese a todo, es una súplica irrenunciable, tanto como laque nos llevó a pedir «el pan nuestro de cada día». Recor­damos que «no sólo de pan vive el hombre». El ser humanotiene profundas necesidades morales que deben ser satisfe­chas. Entre ellas una de las más importantes es la del manteni­miento de relaciones correctas con Dios y con sus semejantes,ambas terriblemente deterioradas por el pecado. Si el pro­blema del pecado no se resuelve, el hombre no saldrá de losabismos de su egocentrismo ni verá fin a sus conflictos.

Esta realidad es ampliamente desdefiada en nuestro tiem­po. La influencia de las corrientes de pensamiento derivadasdel Renacimiento y la nustración hace que tanto la palabracomo el concepto de pecado se consideren antiguallas sinsentido para el hombre de hoy. Son «sospechosos de misan­tropía: un bloque errático, prehistórico. Ante tales piedras detropiezo, el hombre pasé\Pe largo, procura ignorarlas o negar­les su importancia».l cMno ya en su día afirmara Sir OliverLodge, estamos viviendo en «una generación que no sientepreocupación por sus pecados». Se reconoce la existencia del«mal»; pero éste es atribuido a los defectos de la sociedad,a sus estructuras injustas. Sin embargo, en 10 más hondo dela conciencia de innumerables seres humanos palpitan sen­timientos de culpa. Los dramas trágicos de Shakespeare o lasobras de Dostoiewsky, Kafka, Golding, etc., no han perdidoactualidad y sus lecciones serían altamente saludables si losprejuicios y el orgullo no cegaran el entendimiento.

Piense 10 que piense y diga 10 que diga el homb~, la rea­lidad del pecado es insoslayable. Sus manifestaciones sonbien visibles. Como 10 son sus consecuencias. La liberaciónde tan gran mal no se logra mediante la negación, sino a tra­vés de la confesión y de la súplica de perdón ante Dios, con

1. J.M. Lochman, op. cit., 95.

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los consiguientes efectos en la relación con el prójimo. Dichode otro modo, la solución al problema del pecado en sus dosdimensiones, vertical y horizontal, se encuentra en la peticióndel Padrenuestro que estamos considerando.

Analicemos su contenido:

«Perdónanos nuestras deudas»

En la versión de Lucas se lee: «Perdónanos nuestros pe_cados» ~c. 11:4). Ambos términos, «pecados» y «deudas»,son eqUivalentes. El hecho de que sea este último el usadopor Mateo se debe, sin duda, a que éste se expresa de acuerdocon la terminología aramea de su tiempo. Como indica 1. Je­remias: «ya se sabe que una peculiaridad de la lengua madrede Jesus --el arameo- es emplear para decir pecado la palabrahoba, que propiamente significa deuda dineraria».2 El con­cepto religioso de hoba estaba en consonancia con la hamar­tología judaica, según la cual, toda transgresión de la Leyescontraer una deuda ante Dios que debe ser cancelada median­te el aument? ~e obras ~eritorias o por medio de la expiación,aunque, en último térmmo, el perdón se debe a la misericor­dia de Dios. Así se expresa en una de las peticiones del AbinúMalkenú: «¡Cancela, según tu misericordia, todas las notasde nuestras deudas!»

Otros textos de los evangelios confirman la equivalenciaentre «pecadores» y «deudores» (Mt. 18:21,28; Lc. 7:37, 39,41s; 13:2,24), con 10 que se da especial relieve a uno de losaspectos del pecado. Todo lo que somos y todo lo que tene­~os se lo debemos a Dios, a quien tenemos que servir obe­dIentemente, en constante actitud de dependencia y entrega.Así 10 expresaba Barth: «Somos deudores de Dios. No le de­bemos algo, ni poco ni mucho, sino, pura y simplemente,todo; nuestra persona en su totalidad, a nosotros mismos

2. 1. Jeremías. Abba, 222.

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como criaturas suyas que somos, sostenidas y nutridas por subondad».' El mismo carácter de totalidad debe tener nuestroamor a Dios (Mc. 12:29, 30) y nuestro cumplimiento de susmandamientos, pues «cualquiera que guarda toda la ley, peroofende en un punto, se hace culpable de todos» (Stg. 2: 10).Toda sustracción de esa totalidad, origina una «deuda», noshace culpables de infidelidad. Las parábolas de los talentos(Mt. 25:14-30) y del mayordomo infiel (Lc. 16:1-12) sonmagníficas ilustraciones al respecto. Todos hemos d~~au­dado a Dios. Todos hemos utilizado los dones de él reCIbIdosmás para nuestro propio provecho que para su gloria. Todoshemos sucumbido a la fuerza de nuestro egoísmo, 10 que nosha conducido a transgredir la ley divina, no en uno, sino enmuchos puntos. Nuestras deudas para con Dios se hanmultiplicado. ,. .. . .

Entenderemos 'mejor la realidad de esa multIplIctdclón SIuna vez más tenemos en cuenta la forma plural: «Perdónanosnuestras deudas». Mi preocupación no debe limitarse única­mente a mis pecados, como si careciese totalmente de ~s~n­sabilidad en los pecados de mis semejantes. Helmut ThlelIckeescribía: «Soy un eco del entorno que incide en mí».: ~eroigualmente podría decirse: «Mi entorno es un eco mu.ltIplede lo que hay en mÍ». Mi~ reacciones de mal humor, mIs pa­labras hirientes, mis silencios de complicidad, mis gestoshumillantes mis coacciones, mis actitudes de indiferenciafrente a la i~justicia, 'la mentira y la malevolencia a mi alre­dedor, pueden causar a otros daños graves. y la extensión d~l

mal es incalculable. Cualquiera de mis faltas puede prodUCIrreacciones en cadena de consecuencias imprevisibles.

Imaginémonos algo que con no poca frecuencia.p~edesuceder en la realidad. Una mujer, sin razón alguna, Imta asu marido. Éste entra en su lugar de trabajo intensamenteenojado. Alterca con su jefe quien, a su vez, increpa a otros

3. Karl Barth. La oración. 75.4. H. Thielicke, Das Cebet, das die Welt umspannt. 112.

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trabajadores. Uno de éstos se enciende en ira y airado llegaa su casa, donde entabla úna violenta discusión con su espo­sa, a la que llega a golpear en presencia de sus hijos, honda­mente traumatizados por la escena. Podría prolongarse elrelato ad infinitum. La primera mujer, ¿era o no responsable,aunque indirectamente, de cuanto sucedió después de ladisputa con su cónyuge?

¡Sólo Dios sabe cuántas veces, cuando mi hermano pe­ca, en vez de decir: «Perdónalo», tendré que suplicar:«Perdónanos»!

Pero no pecamos solamente cuando cometemos actosreprobables. También cuando nos abstenemos de practicar elbien contraemos una deuda moral. Tan grave son nuestrospecados de omisión como los de comisión. Los condenadosen la parábola de las ovejas y las cabras (Mt 25:31 ss) lo son,no por lo que habían hecho, sino por lo que habían dejadode hacer: «No me disteis de comef», «no me disteis de be­bef», «no me recogisteis», «no me vestisteis», «no me visi­tasteis». ¡Reos de pasividad!

En análoga condenación podemos caer cualquiera de no­sotros, dada nuestra proclividad a la indiferencia frente a losproblemas, necesidades y sufrimientos de nuestros semejan­tes. Son muchas las personas que, acorraladas por la adver­sidad y la tentación, sucumben y se hunden moralmente sinhaber hallado una mano amiga que les ayudara a evitar lacaída. Nadie ha tenido para ellas un sentimiento de simpatía,una palabra de consejo, una acción de auxilio. A su alrededorsólo han encontrado indiferencia, despreocupación. ¡Nos hanencontrado a nosotros, ciegos, sordos, insensibles! ¿Sólo lapersona así caída ha de implorar el perdón de Dios? ¿No se­remos muchos de nosotros los que nuevamente habremos deexclamar: «Perdona nuestras deudas»?

Pero aun en el caso de que alguien se comportara ejem­plarmente desde el punto de vista humano, sin grandes pe­cados que confesar y con loables virtudes filantrópicas, nopodría tener la pretensión de que puede justificarse ante Dios.

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La declaración bíblica es tajante: «No hay justo ni aun uno...Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios»(Ro. 3:10, 23). Una de las enseftanzas más radicales de Jesúspone al descubierto la verdadera naturaleza hum~a: «Lo quees nacido de la carne, carne es» (Jn. 3:6). Su radiografía delcorazón humano no podía ser más reveladora: en su interioranidan «los malos pensamientos, los homicidios, las forni­caciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias»(Mt. 15:19). Que todo esto salga o no al exterior depende engran parte de las circunstancias. Las guerras han demostradoque incluso hombres que en circunstancias normales habríansido modelos de bondad, se insebilizan y pueden llegar a lasformas más abyectas de crueldad. En determinadas situa­ciones, el más puro cae en la lascivia; el más probo, en lainmoralidad; el más fiel, en la deslealtad.

Si somos sinceros, habremos de confesar que mucho de10 que vemos y condenamos en el comportamiento de otrosse halla en estado latente en nuestro interior, tal vez sólo re­primido. Fue realmente perspicaz el nifto que vio venir haciaél un perro enorme con sonoros ladridos. Afortunadamentesu amo 10 detuvo a tiempo y el animal pareció calmarse. «Notengas miedo» ~ijo el hombre al muchach~ «¿Ves? Ya hacesado de ladrar», a 10 que el chico replicó: «Sí, pero aún lequedan ladridos dentro». Sólo el Dios omni~cien~e sabe cuán­tos «ladridos» quedan todavía en nuestro Intenor.

El problema es grave. Todos somos pecadores. Y «la pagadel pecado es muerte» (Ro. 6:23). Ningún mérito humanopuede establecer una distinción entre «justos» y «pecadores~.

Jesús aseguró que sin arrepentimiento «todos pereceréisigualmente» (Lc. 13:3); sin nuevo nacimiento espiritual, na­die puede entrar en el reino de Dios (Jn. 3:5). Tenían razónlos obispos reunidos en el XIV Concilio de Cartago, al con­denar la ~claración herética de que algunos santos ya notienen necesidad de pedir: «Perdónanos nuestras deudas».s

5. Carmignac, Recherches sur le «Notre Pere», 233.

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«Si decimos que no tenemos pecado, nos engaí'\amos a no­sotros mismos y la verdad no está en nosotros» (1 Jn. 1:8).

¿Cómo resolver el problema?Algunos, «dignos» hijos y émulos de Adán y Eva, han re­

currido a las excusas (Gn. 3:12, 13). El pecado no está en mí;está en los otros, en la sociedad, en las circunstancias, en elentorno. Siempre se encuentra un chivo expiatorio.

Otros han buscado solución por la vía de las comP,en­saciones mediante la acumulación de méritos propios. Esteera el camino preconizado por los rabinos judíos. En labalanza de la justicia divina, al peso de los pecados, coloca­dos en uno de los platillos, debe contraponerse en el otro elde las acciones meritOlias. Al comparar el «debe» con el«haber», el saldo debe ser cero, o positivo en el haber. Peroningún mérito humano puede cancelar las deudas contraídaspor el pecado. Ante los ojos de Dios nuestras mejores obrasson «como trapos de inmundicia» (Is. 64:6). .

Tampoco nuestros sufrimientos o el imponernos ngoresascéticos pueden compensar el mal brotado de nuestra peca­minosidad. Uno de los santos de la Iglesia Ortodoxa fue elpadre Serafín. Este ermitafto ruso pasó mil días y mil nochessobre una roca clamando: «Seftor, ten misericordia de lllí,pecador». Lo positivo de este comportamiento es que' aq~elhombre era consciente de la gravedad del pecado. Pero nIn­gún acto penitencial, por prolongado y duro que sea, puedehacernos acreedores a la misericordia divina.

Sólo hay una solución: el perdón gratuito de Dios otor­gado por su gracia. Es, sin embargo, impo~nte, no pe~er

de vista que el hecho de que el perdón de DIOS sea gratuitono significa que sea fácil. No surge del corazón de un padretolerante, bonachón, que pasa por alto o resta importancia alpecado. Menos aún es resultado de una necesidad inherentea su carácter. Las palabras de Voltaire: «Dios me perdonará,es su profesión», fluyen de una pésima teología. Cuando Diosperdona 10 hace justamente, no sólo misericordiosamente. Yjustamente ha de tratar el pecado. Por eso no 10 encubre ni

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lo minimiza. Su Palabra lo descubre mostrando toda su feal­dad y sus fatales consecuencias. Pronuncia veredict? de ~ul­pabilidad sobre el pecador y sentencia condenatona. SI hade perdonar, de algún modo la deuda contraída por el pecadortendrá que ser saldada. .

Según la ensef'íanza bíblica, la cancelación de ,la deuda seproduce mediante la obra expiatoria de Cristo. «El ~s la pro­piciación por nuestros pecados» (1 Jn. 2:2). Es CIerto quesomos perdonados y «justificados gratuitamente», pero sólo«mediante la redención que es en Cristo Jesús» (Ro. 3:24).Él pagó en la cruz todas nuestras deudas. De este. modo quedagarantizada la respuesta positiva de parte de DiOS a nuestrasúplica: «Perdónanos». En palabras de Wemer Pfendsack,«en la muerte de Jesucristo en la cruz, la deuda es saldada;se hace visible el no de Dios, la maldición de Dios sobre to­da culpa humana, a fin de que su sí, el sí de su amor puedasalvamos a los seres humanos».6 Ahora, sobre la base de laobra redentora de Cristo, «si confesamos nuestros pecados,Dios es fiel y justo para perdonamos nuestros pecados y l~m­

piamos de toda maldad» (1 Jn. 1:9). Confiados en los méntosde Cristo, confesamOS nuestra deuda, a la par que pedimosy esperamos el perdón. Es la mejor manera de expresar un.ade las frases finales del Credo Apostólico: «Creo en la remi­sión de los pecados».

~Como nosotros perdonamos a nuestros deudores»

Todos tenemos «deudores». Como decía Agustín, «cadacual es deudor de Dios y cada cual tiene también un deudor».Lutero af'íadía: «y si no lo tiene es porque está ciego y nose examina con la debida atención».7 .

Todos podemos recordar sin esfuerzo las palabras, l?s ac­tos y las actitudes con que algunas personas nos ofendieron.

6. Cito por Theo Sorg, Wenn ihr aber betet, 115.7. M. Lutero. El Padrenuestro. 104.

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Probablemente todavía el recuerdo mantiene abiertas heridasque supuran resentimiento. Quizá no llegamos a caer en elodio hacia tales personas, pero no podemos liberamos de laanimadversión. Una barrera de antipatía nos separa de ellas.La espina que un día nos clavaron ha abierto una sima en elcamino de la mutua relación. Las deudas nos alejan de losdeudores.

Pero esta situación ¿puede mantenerse tranquilamente? Laquinta petición del Padrenuestro nos lo impide. Suplicar elperdón de Dios para borrar nuestros pecados nos obliga aperdonar a nuestros ofensores. Este deber tiene un caráctermarcadamente imperativo. Su cumplimiento es condiciónsine qua non si queremos que Dios conteste favorablementea la primera parte de la petición. Las palabras de Jesús nodejan lugar a dudas: «Si no perdonáis a los hombrs susofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará las vuestras»(Mt. 6: 15). En algunos manuscritos, el verbo no aparece enforma presente, «perdonamos» (aflemen) , sino en forma depretérito, «hemos perdonado (afékamen). ¿Significa esto quenuestro perdón a favor de otros ha de preceder al perdón quesolicitamos a Dios? Esta idea puede tener cierto apoyo entextos como Mt. 5:23, 24 (aunque una exégesis rigurosa di­fícilmente lo permite). Pero ¿se ajusta a lo fundamental delmensaje bíblico? Dios no está sometido a ningún condicio­namiento humano. Su actuación no está sujeta a la nuestrani depende de nuestras iniciativas. Él es soberano. Somosnosotros los que hemos de vemos condicionados por lasiniciativas y la actuación de Dios. Lo que Dios hace ha deser determinante de lo que nosotros hacemos. Y ha de serlodesde el principio de nuestra vida cristiana. Desde el co­mienzo de nuestra experiencia como hijos de Dios hemos deestar bajo la dirección y el poder de su Espíritu. De este modose produce una afinidad, una identificación entre Padre e hi­jos, de modo que lo que el Padre hace, eso también -dentrode sus humanas limitaciones- hacen ellos. ¿Dios perdona?También nosotros perdonamos. Ya hemos perdonado. Ésta

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es la única expresión válida del significado del texto. Quevivamos o no de acuerdo con él mostrará la calidad de nuestrocristianismo. La conclusión sería que el perd,pn, a semejanzadel pan, no sólo es pedido y recibido. Debe ser también com­partido con espíritu perdonador.

La dificultad en el cumplimiento de este deber salta a lavista. Solemos ser mezquinos siempre que hemos de dar algo.Mucho más en el momento de otorgar perdón. Fácilmente 10cercenamos; prácticamente 10 anulamoS. Frecuentemente seoye decir: «Le perdono, pero para mí ha terminado». Se haextinguido la llama de un odio airado, pero queda el rescoldodel resentimiento. Se mantiene la enemistad. Al pensar en lapersona «perdonada», se sigue sintiendo la misma tensión in­terior, la misma amargura y desazón que se sentía antes delpseudoperdón. Pero la retención de esos sentimientos tieneefectos gravemente nocivos. Es cobija! una vfuOTa que vaemponzoñando el espíritu. ¡Cuán sens~ta la advertencia deLutero: «Ten cuidado, oh mortal; no quien te ofende te daña,sino tú mismo, que no perdonas, te causas un daño que niel mundo entero podría inferirte»!8

El perdón cristiano incluye el olvido de las ofensas. Ob­viamente no podemes olvidar en sentidO literal, a menos quesuframos una pérdida total de la"memoria. El olvido implícitoen el perdón equivale a enterrar la ofensa, a no permitir quesu recuerdo reavive la animadversión, a mantener la relaciónrestaurada con el ofensor como si éste nunca nos hubieseagraviado. Esto es 10 que Dios mismo hace cuando declara:«Nunca más me acordaré de tus pecados» (Is. 43:15). Sólola práctica de un perdón auténtico, pleno, nos permite pedircon confianza: «Perdónanos nuestras deudas».

Por supuesto, la cuestión del perdón es bastante más am­plia y compleja. Con 10 que acabamos de exponer no quedadicho todo. ¿Qué hacer, por ejemplo, en el caso de que elofensor persista en su actitud hiriente? En el plano de nues-

8. M. Lutero, op. cit., 97.

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tra reconciliación con Dios, la reconciliación sólo es posi­ble cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y se losconfesamos. De modo análogo, la restauración de una amis­tad rota a causa de una o muchas afrentas únicamente esfactible cuando el culpable reconoce su falta, la confiesa alofendido y cambia su comportamiento. Aquí sí es correctala referencia a Mí. 5:21-26. Sin embargo, aun en los casose!1.que la reconciliación no llega a producirse por insen­sIbIltdad o contumacia del ofensor, el ofendido si escristiano, debe~ .desterrar de su espíritu el resenti~iento yperdonar, «remItIendo la causa al que juzga justamente»(l P. 2:23).

Por desgracia, no siempre llegamos a ese nivel de madurezy coherencia cristiana. No tratamos a quienes pecan contranosotros con el espíritu propio de hijos de Dios. Ni olvida­mos ni enterramos sus faltas y ofensas. Más bien las descu­brimos y proclamamos a los cuatro vientos inflándolas conmalevolencia.

Pero ese modo de actuar ¿no nos condena inexcusa­blemente? ¿Qué significado puede tener nuestra petición:«Pe~dónanos... como nosotros perdonamos»? Equivaldría apedIr: «Padre, descubre mis pecados a ojos de todo el mun­do; critícalos sin misericordia. ¡Humfllame difámamehúndeme!». "

Gracias a Dios, por su gracia, podemos evitar la caída enla cicatería de quien, perdonado, no sabe perdonar. Pode­mos orar y .obrar impulsados por el amor, de modo tal quenos sea líCIto atrevemos Ji pedir ser tratados como noso'­tros tratamos a nuestros semejantes. Gregorio de Nyssa seatrevió a sugerir en uno dk sus sermones que nuestro com­~rtamiento puede llegar a ser paradigmático para DiosmIsmo: «Jesús quiere que vuestra disposición sea un buenejemplo para Dios. Invitamos a Dios a que nos imite: "Haz10 mismo que yo he hecho. imita a tu siervo, oh Señor, aun­que sólo es un pobre mendlgo V tú eres el Rey del universo.

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He mostrado gran misericordia a mi prójimo; imita la caridadde tu siervo, oh Señor"».9

Tres factores poderosísimos abren ante nosotros la po­sibilidad de vivir en la esfera del perdón:

1. El perdón que Dios nos ha otorgado a nosotros. Nues­tra deuda para con él era inmensa. Y él la ha canceladototal y definitivamente. Lo que ha hecho ha de inspirary determinar nuestras acciones. Ésa es la conclusión aque llega Pablo: «Sed benignos unos con otros, mise­ricordiosos, perdonándoos unos a otros, como tambiénDios os perdonó a vosotros en Cristo. Sed, pues, imi­tadores de Dios cOJl1o hijos amados» (Ef. 4:32; 5:1).Sólo caben dos opciones: o cumplir 10 indicado por elapóstol, o caer en la increíble villanía del siervo crueldescrito en la parábola de los dos deudores (Mt. 18: 23ss). Por mucho que nosotros hayamos de perdonar, se­rá siempre infinitamente mayor la deuda que Dios nosha condonado a nosotros. Su perdón debe generar nues­tro perdón.

2. El ejemplo de Cristo, quien «cuando le maldecían, norespondía con maldición» (1 P. 2:23), sino que clama­ba: «Padre, perdónalos, porque no saben 10 que hacen»(Le. 23:24). Sus palabras «ejemplo os he dado» (Jn.13:15) tienen aplicación a todos los actos de su vida.También al otorgamiento del perdón a quienes nosafrentan y nos hieren.

3. La acción del Esp{ritu Santo en nosotros. Por él, «elamor de Dios ha sido derramado en nuestros corazo­nes» (Ro. 5:5). Es el amor que llevó a Cristo a morir,por los impíos (Ro. 5:6), por los pecadores y enemigos(Ro. 5:9, 10). Si ese amor no se manifiesta en nuestrocomportamiento, ¿podremos asegurar que el EspírituSanto mora en nosotros? «y si alguno no tiene el Espí­ritU de Cristo, el tal no es de él» (Ro. 8:9).

9. Cito por W. Barclay, op. cit., 110.

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Los perdo~a~os somos llamados a perdonar. Y podemosre~ponder posItIvamente al llamamiento. Respondamos hu­m~ldemente.. Por nuestra práctica del perdón, el nombre deDIOS es santIficado, su reino se hace visible, su voluntad secumple en la tierra con un reflejo del cieJo.

«Padre ... jPerdónanos! ... Perdonamos».

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Sexta petición

«y no nos metas en tentación,mas líbranos del mal»

El perdón divino, solicitado en la petición anterior, no essuficiente para resolver la totalidad del problema espiritualque plantea el pecado. ¿De qué serviría que Dios nos per­donara una, cien, mil veces, si de modo inevitable siemprehubiéramos de sucumbir al impulso de nuestras tendenciaspecaminosas? Al perdón de Dios debe unirse su proteccióna fin de que no seamos víctimas constantes de las fuerzas delmal. A esta necesidad responde la sexta y última petición que,en frase doble, hallamos en el Padrenuestro. Si la anterior nosda paz tras las caídas de la jornada, esta última nos infundealiento para afrontar los riesgos morales del nuevo día. Todocreyente puede decir con Lutero: «Con la quinta petición meacuesto; con la sexta me levanto».

No nos metas en tentación

El verbo «tentar», tanto en el Antiguo Testamento (Heb.nasah) como en el Nuevo (gr. peirazo), significa, por logeneral, someter a prueba. Esta acción podía -y puede- tenerun propósito saludable: el robustecimiento de la fe y la de­mostración de su autenticidad. Tal fue el caso de Abraham,a quien Dios «tentó» o probó al pedirle el ofrecimiento desu hijo Isaac en sacrificio (Gn. 22). Análoga finalidad tuvie­ron las dificultades a que Israel fue sometido durante su pe-

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regrinación por el desierto (01. 8:2) o e~ problema d~ l~ con­vivencia con pueblos paganos en PalestIna (Jue. 2:22, 3.1,4).Benéfica fue también la intención divina al someter a pruebaa Job.

El mismo sentido positivo tiene la tentación en algunostextos del Nuevo Testamento (1 P. 1:6; 4:12), por lo que laexperiencia de la prueba, en el fondo, debe ser motivo degozo (Stg. 1:2,3, 12). La probación entra en el programa?eDios. Su propio Hijo unigénito «fue llevado ~r el Espíl!tual desierto para ser tentado» (Mt. 4:1), y el mIsmo CaIm~ohan de seguir los hijos de Dios en Cristo, pues «no es el dIS­cípulo más que su Maestro, ni el siervo mayor que su señor»(Mt. 10:24). Como aseveraba Tertuliano, «nadie que no ha­ya pasado por la tentación puede entrar en el remo de loscielos».!

Este elemento probatorio en la experiencia cristiana no.sedebe a ningún sentimiento de complacencia por parte de DIOSen el sufrimiento de sus hijos. Él «no humilla ni aflige porgusto a los hijos de los hombres» (Lam. 3:33). Pero sabe queno hay sucedáneos que pennitan prescindir de tal elemento,esencial para la vigorización espiritual. El árbo~ se enraízatanto más sólidamente cuanto más fuerte es el VIento que loazota. Nuestro organismo físico incrementa su capacidad in­munológica cuando ha sufrido el ataque de viru~ u otro~ ~gen­tes patógenos. y algo parecido suced~ en la VIda e~p~ntual.Como ya hemos indicado, la prueba tIene efectos v~vI~can­tes. Santiago expresa este hecho con palabras muy sIgm~ca­tivas cuando, refirié~dose al varón que soporta la tentaCIón,declara: «recibirá la corona de la vida» (Stg. 1:12). La fraseno debe hacemos pensar únicamente en una bendición esca­tológica, sino en una vida de plenitud espiritual resul.tantede la prueba, beneficio que sigue inmediatamente al tnunfosobre la tentación.

1. Tertuliano, De baptismo, 20, 2.

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. Tambi~n Pablo er:a consciente de esta realidad, y si San­tIago consIderaba «bIenaventurado» o dichoso a quien sufrey vence la tentación (Stg. 1:12), Pablo veía en las tribula­cipnes -siempre causa de prueba- un motivo para gloriarse(Ro. 5:3-5; 2 Co. 12:9, 10). Con más razón que Nietzsche,el creyente puede decir: «Todo lo que no me destruye me for­ta17ce», con la particularidad de que ninguna prueba es su­fiCIentemente poderosa para destruirlo (l Co. 10:13).

Pero la prueba siempre conlleva un riesgo, una posibili­dad de fracaso. Adán no salió airoso de ella. Tampoco Israel,en muchas ocaciones. Sería incontable el número de creyen­tes, antes y después de Cristo, que han salido derrotados dela tentación. Es obvio, pues, que cada vez que somos tentadoscorremos el peligro de sufrir grave dafio moral. De ahí la ne­cesidad de pedir: «No nos metas en tentación».

.Pero la súplica entrafia una dificultad teológica. ¿Es DiosqUIen nos «mete» en situaciones que amenazan nuestra inte­gridad espiritual? ¿Es él, en último ténnino, el «tentador»?En el Antiguo Testamento a menudo se atribuye a Dios lacausali?ad en todo cuanto acontece (Ej. Is. 45:7; Am. 3:6),con objeto de exaltar su soberanía. Ello, probablemente, diolugar a la redacción de plegarias en las que se invoca a Dioscomo si fuera de m~o directo el autor de la incitación al pe­~ado. 1. Jeremias cita una antiquísima oración judía vesper­tIna, supuestamente bien conocida en tiempo de Jesús:

«No conduzcas mi pie al poder del pecadoy no me lleves al poder de la culpa,y no al jxxler de la tentación,y no al poder de la infamia».

E inmediatamente después da su explicación exegética:«T~nto la yuxtaposición de los conceptos pecado, culpa, ten­taCIón, infamia, como el giro "conducir al poder de", mues­?,an que la oración judaica de la noche no pensaba en unam!e~ención inmediata de Dios, sino más bien en una per­mISIón suya: empleando una expresión gramatical técnica, el

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causativo tiene aquí matiz pennisivo».2 Lo mismo puededecirse de la petición del Padrenuestro.

Al considerar esta cuestión hemos de tener presente elconjunto de referencias bíblicas. De él se desprende que enalgunos casos es Dios mismo quien, con fines altamente pro­vechosos, dispone algún tipo de prueba para sus hijos. Es suEspíritu el que nos lleva al «desierto» de la tentación. Perono siempre es así. Independientemente de la iniciativa oca­sional de Dios, la mayor parte de nuestras tentaciones sonresultado o de nuestra propia concupiscencia (epithymia ­Stg. 1:13, 14), o de incitación satánica nacida del afán des­tructor del maligno. Éstas son las más peligrosas, pues no co­rresponden a un propósito positivo, sino todo lo contrario.

En cualquier caso, hemos de suplicar la protección del Pa­dre celestial, sin la que difícilmente podríamos evitar la caí­da. No pediremos ser librados de la experiencia -ineyitable­de la tentación, pero sí de sucumbir bajo su poder. Esta erala interpretación dada por Orígenes a la sexta petición delPadrenuestro, a la que aftadía la siguiente observación:«Quien cae en la tentación se queda dentro de ella, porque,a mi modo de entender, está apresado en su trampa».] Y lograve es que muchas veces la persona así caída se encuentraa gusto en su situación. Ha entrado en los dominios del maly se instala en ellos. Del mismo modo que hay una «entradaen el reino de Dios» (Mt. 19:23) y una «entrada en la vida»(Mt. 19:17), así hay una entrada, consciente y deliberada,en el feudo del diablo y de la muerte que subyace bajo latentación. Sabugal ha ampliado este pensamiento con granacierto: «"Entrar en la tentación" es, pues, una expresión deltodo análoga a entrar en el reino... o "entrar en la vida"... ,designando en ambos casos el ingreso en el interior delespacio metafórico de la "tentación" y el "reino" o "la vida".Ahora bien, el ingreso en estos últimos equivale a tomar

2. J. Jeremías, Abba, 233.3. Orígenes, De la oración, 29, 9.

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posesión definitiva de esa realidad salvífica: "entrar en latentaci~n" significa, en rigor, penetrar en su interior para-apropIándosela y poseyéndola- participar personalmente deella o entrar en comunión con ella; en otras palabras: insta­larse temporal o definitivamente en la tentaci6n o sucumbira ella».4 ¡Terrible tragedia! Urge clamar al Padre solicitandosu auxilio para libramos de ella.

Son muchas las situaciones en que hemos de acudir a Dioscon la sexta petición del Padrenuestro. En el Nuevo Testa­m.ento ~ay indicaciones de una hora escatológica de singulartnbulaclón (Mt. 24:21) y tentación (Ap. 3:10). Característicasde esa hora serán la persecución contra el pueblo de Dios yla apostasía. ¿No estaremos viviendo ya los antecedentes deesa época dramática? Nunca antes se habían coligado tantasy tan poderosas fuerzas contra Dios y su reinado. El mundo,particulannente el occidental, se va haciendo cada vez másateo y anticristiano. La fe y la moral cristianas son objeto derenovados ataques, frontales o solapados, o de menospreciocalumnia y escarnio. '

Pero la tentación no se limita a un momento detenninado~e la ~storia ni ~ unas fonnas concretas de oposición al tes­timomo evangélico. Es una experiencia común a todos lostiempos con una amplísima diversidad de manifestaciones.Lutero dividía las tentaciones en dos grandes grupos: las quenos vienen por el lado izquierdo y las que nos atacan por ellado derecho. «Las primeras incitan al odio, a la amargura,a la desgana y la impaciencia. Sobrevienen éstas a la enfer­meClad, la pobreza, la deshonra y a todo lo que causa dolor...Las.' ?ntaclo~es.dellado derecho son las que incitan a la im­p'udlcla, la lUJuna, la soberbia, la avaricia y la vanidad y con­SIsten, además, en todo aquello que nos complace, particular­mente cuando se hace nuestra voluntad, se alaban nuestraspal.abras, consejos y acciones y se nos honra y tiene en altaestima. Esta'clase de tentación es la más dafüna... ».5

4. Santos Sabugal, Abba, 710.5. M. Lutero, op. cit., 106, 109.

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Entre estas últimas formas de tentación podríamos colocarigualmente algunas en las que i~cl~so los más .«~antos~ pue­den caer con facilidad: el engreImIento, la envIdIa, l~ mtole­rancia la falta de amor, las ansias de poder y autondad, lahipoc~sía que envuelve en apariencias externas una granmiseria interior. Estos pecados pueden apare~r -y fr:ec.uen­temente aparecen- en el ámbito de la comumdad.cnsuana,en el campo del servicio al Sef\or. Por eso han sIdo.deno­minados «pecados del santuario». Quien queda prendIdo. ensus redes no sólo sufre personalmente las consecuencIas.Causa dolor y grave daf\o a su alrededor.

Más importante, sin embarg~, que las formas de pe~adoa que puede incitamos la tentacIón, es la naturaleza. mIsmade ésta. Siempre equivale a una tremenda confrontacIón..Porun lado, se yergue nuestro yo, ávido de autonomía, de bIen­estar y placer. Por otro, está Dios con las demandas moralesde su santa ley que exigen nuestra confianza y nuestra obe­diencia, cueste lo que cueste.

En esa confrontación podemos llegar a la osadía, tanridícula como impertinente, de «tentar a Dios», de pretenderque su voluntad y su actuaci~n se so~etan ~ nuestras ~pe­tencias, por lo general pecammosas. DIOS deja de ser sUjetopara convertirse en objeto de. mal~vola prueba. ¡Locura! Asítuvieron que reconocerlo los lsraebtas que una y otra.vez ten­taron a Dios en el desierto asediándolo con sus quejas y suspeticiones caprichosas (Éx. 17:7; Nm. 14:22,23; Sal. 78:18,41,56; 95:9). Pero esa pretensión sie~pre fraca~. No podríaser de otro modo. Dios no puede dejar de ser Dios. Ante elCreador, la criatura sólo puede adoptar una posición: la. dela sumisión. Pero no la sumisión forzada de un esclavo, smola de un hijo que confiadamente y. co~ go~o se pone en lasmanos del Padre sabio, justo y mlsencof(boso..

Apartar al hombre de esa sumisión e.s la finalIdad de todatentación satánica. Así se puso de mantfiesto en el Edén. Yen el desierto de Judea adonde fue llevado Jesús. En ambosejemplos se pone de relieve la sutilidad de la tentación. En

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el primero observamos una desfiguración de la verdad quepodía hacer pensar en arbitrariedad por parte de Dios. ¿Porqué había de reservarse exclusivamente para sí, sin com­partirlo con sus criaturas humanas, hechas a su imagen, elconocimiento del bien y del mal? ¿No sería cierto que Diosno quería rivales semejantes a él? Y no fue menor la sutilezaen la triple tentación de Jesús, ~unque las formas de éstavariaron considerablemente. El diablo insta al Hijo de Diosa realizar acciones totalmente lícitas en sí: satisfacer su ham­bre mediante pan, acreditar su filiación divina mediante unmilagro espectacular y conquistar el mundo por el caminomás corto y menos costoso. Pero las tres proposiciones satá­nicas estaban en oposición a los propósitos de Dios.

La verdad es que no siempre lo lícito es conveniente (1Co. 6: 12). Las cosas buenas intrínsecamente, como lo es elpan, si nos apartan de la lealtad a Dios, se convierten en pe­caminosas. Este hecho trae una vez más a nuestra mente lapeligrosidad de algunas bendiciones. Por ejemplo, la facili­dad con que un éxito, resultado de la gracia divina, nos hinchade vanagloria; el celo por la verdad nos hace excesivamenteintolerantes; la honrosa posición de ministros de Cristo nosencumbra a detestables alturas de autoritarismo; la posesiónde la verdad inculca en nosotros la idea falsa de que nuestrodogmatismo es fidelidad y que no caben más interpretacionesválidas de la verdad que la nuestra (de ese dogmatismo a lapretensión -má o menos inconscient~ de infalibilidad sólohay un paso). En todos estos casos se ha producido caída enuna tentación sutil generada en las regiones de la experien­cia misma de la fe. Expresa una verdad tan evidente comotriste el aforismo «la corrupción de lo mejor ~s lo peor».

Nadie está a salvo de las tentaciones, ni de las más clarasy violentas ni de las más suaves y solapadas. Pablo conocíamuy bien el porqué de su palabra admonitoria: «El que pien­sa estar firme, mire que no caiga» (l Co. 10:12). Ante tansolemne advertencia, no estará de más que hagamos nuestrala súplica del salmista: «¿Quién podrá descubrir sus propios

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errores? Absuélveme de los que me son ocultos. PreselVatambién a tu sielVo de la insolencia; que no se ensefioree demí; entonces seré irreprochable y quedaré libre de gravedelito» (Sal. 19:12, 13).

Pero no sólo de la soberbia insolente debemos serpreselVados, sino de toda claudicación y caída en el mal.Por eso una y otra vez hemos de pedir: «No nos metas ententación».

Esta petición, sin embargo, no debe estar inspirada sola­mente en 10 grave del peligro. Ha de brotar del corazón conacentos de triunfal confianza. A un santo temor debe unirsela certidumbre de que Dios atenderá favorablemente a quieninvoca su ayuda. Su respuesta está garantizada por el mi­nisterio intercesor de Cristo, quien, ante las tentaciones delos suyos ruega por ellos para que su fe no falte (Lc. 22:32;Ro. 8:34). La eficacia de su intercesión está asegurada no só­lo por la suprema autoridad que le ha sido dada en el cieloy sobre la tierra (Mt. 28: 18), sino también por la comprensióny la compasión de quien fue tentado en todo según nuestrasemejanza (He. 4:15). «En cuanto él mismo fue probado...es poderoso para venir en auxilio de los que son tentados»(He. 2:18).

Su socorro nos llega mediante la acción del Espíritu Santo;su vicario, a quien Jesús mismo dio el nombre de Paracleto(Jn. 14:16ss; 16:13-15), es decir, el que está al lado paraayudar guiando, aconsejando y fortaleciendo. Por su acción,el espíritu del creyente es investido de poder (2 Ti. 1:7) paraque logre ser «más que vencedor» en todas las pruebas «pormedio de Aquel que nos amó» (Ro. 8:37). De este modo secumple la alentadora promesa comunicada por Pablo: «No osha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; perofiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados más de 10que podéis resistir, sino que proveerá también juntamentecon la tentación la vía de escape para que podáis soportar»(l Co. 10:13).

Si hubiéramos de resumir 10 expuesto, diríamos que

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nuestra experiencia de la tentación presenta una doble faceta,con un contraste tan vivo como el que ofrece la comparaciónentre Adán y Cristo. En Adán -somos sus descendientes- ycomo Adán, somos tentados y caemos. En Cristo, por Cristoy como Cri~to, somos tentados y vencemos. ¿Siempre? Siem­pre que Cnsto nos llene por medio de su Espíritu.

Mas líbranos del mal

El término «mal» (gr. poneros) puede tener dos signi­1;icados: el mal o 10 malo y el malvado, el maligno. Ambosaparecen con frecuencia en el Nuevo Testamento. Unas ve­ces. pon,eros equivale a mal moral, a acción injusta, falta odelIto. Ese es el sentido de la palabra en la pregunta de Pilato:«¿Qué mal ha hecho?» (refiriéndose a Jesús) (Mt. 27:23).Otras veces el término es adjetivo unido a algún nombre. Asíleemos de hombres malos (2 Ti. 3:13), de tiempos malos~f. 5:1'6), de un mundo malo (Gál. 1:4). Desde el punto de~lsta m~ral, to~o 10 que nos rodea es malo. Todo ejerce unainfluenCIa daffina de la que debemos ser librados.

Pero también se hace mención en la Biblia de un corazónmalo (Heb. 3:12).-Es el corazón de todo ser humano por na­turaleza. El mal no se halla solamente en el exterior. Habitatambién en nuestro interior. Si me dispongo a hablar de hom­bres malos,.d:~ empezar hablarido de'ese hombre malo quesoy yo. Es mutil que tratemos de ocultar o disimular nuestraverdadera identidad. Juan Ramón Jiménez daba comienzo auno de sus poemos con esta frase: «Yo no soy yo... ». Porsupuesto, sus palabras no deben interpretarse literalmente. Loque sigue, de contenido profundo, muestra 10 .problemáticodel alma humana, dolorosamente escindida. Pero son muchaslas personas que, en su afán de exculparse a sí mismas de susmalos actos e inclinaciones, niegan ser 10 que realmente son.¡Vana quimera! Yo soy yo con toda mi carga de humanidadcaída, con mis pasiones y debilidades, con mi egoísmo y mi

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orgullo, con mis enojos y resentimientos, con mi tendenciaa lo terrenal y no a lo celestial. Verdad es que Dios ha puestoen mí una nueva naturaleza, un nuevo yo; pero sobrevive miyo antiguo, causa de gran parte de mis males. Por eso tengoque orar: «De ese yo, que yo aborrezco, líbrame, Sefíof».

Examinemos ahora la segunda parte de la petici6n tradu­ciendo el poneros por «el malo», es decir, Satanás. Ésta fuela traducci6n preferida por los padres orientales de la Iglesiaa partir de Orígenes.

Fue el diablo el que tent6 a Jesús, el que solicit6 poderpara zarandear a los apóstoles como a trigo (Lc. 22:31), elque incit6 a Judas a la traici6n (Lc. 22:3) e indujo a Ananíasy Safira a mentir (Hch. 5:3), el que intenta seducir al creyen­te para extraviarlo (2 Co. 11 :3), el que, «como le6n rugiente,anda alrededor buscando a quien devorar» (l P. 5:8). Él esel gran adversario, causante de incontables tentaciones.

Al pisar terreno de la demonología debemos ser prudentes.No podemos reavivar las fantasías medievales con sus extra­vagantes imágenes del diablo. Tampoco es sensato ver demo­nios por todas partes y atribuir a intervenci6n satánica hechos(enfermedades, por ejemplo), que tienen causas puramentenaturales. La puerilidad y la exageraci6n fertilizan el escep­ticismo de quienes tildan de ridícula toda idea de un diabloreal. .

Por otro lado, sería erróneo interpretar todos los textosbíblicos que se refieren al diablo y sus huestes como puramitología. Aun prescindiendo de la literalidad con que enbuena exégesis han de aceptarse muchos relatos bíblicos,en particular los relativos a exorcismos, parecen innegablesmuchos fen6menos difíciles de explicar si se rechaza total­mente la existencia de poderes espirituales invisibles queintervienen en la vida de los humanos. El auge de diversasformas de ocultismo en los países occidentales, con adeptosde todas las clases sociales y culturales, no puede identi­ficarse con la etiqueta de «snobismo». El hecho de que nos610 el ocultismo sino incluso el satanismo, con sus ritos y

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sus horripilantes sacrificios (algunos con víctimas humanas)se extiendan increíblemente en países civilizados, hace pen­sar que tales fen6menos tienen como causa raíces profundasque penetran en terrenos misteriosos más allá de la propiapersona y del grupo social a que pertenece.

El misterio es aclarado por la Sagrada Escritura y el re­sumen de lo que ésta nos ensefía nos lo ofrece Pablo al escri­bir: «No tenemos lucha contra sangre y carne -adversarioshumanos- sino contra principados, contra potestades, contralos dominadores de este mundo de tinieblas, contra huestesespirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef. 6:12),sometidas al «príncipe de la potestad del aire, el espíritu queahora actúa en los hijos de desobediencia» (Ef. 2:2), «elpríncipe de este mundo» (Jn. 16: 11).

Nadie debiera pasar por alto despectivamente la reve­laci6n bíblica. Nunca como en nuestro siglo había aparecidola humanidad con rasgos demoníacos tan sobrecogedores.La injusticia, la brutalidad y la violencia han llegado a talesextremos que cuesta ver en ello solamente la horrible capa­cidad del hombre para el mal. En algunos momentos pareCenextrahumanas las fuerzas que pugnan por la destrucci6n hu­mana, tanto en el orden físico como en el moral. La únicaexplicaci6n plausible, pese a las negaciones y burlas de losescépticos, es que detrás de todos los males que atormentanal mundo está «el Malo».

La influencia de tan siniestro adversario no afecta sola­mente al mundo, divorciado de Dios. Llega también al pue­blo de Dios. Se manifiesta en la experiencia de cada cristiano.El hecho de ser hijos de Dios no impide que el diablo nosasedie. Recordemos las palabras de Jesús recogidas por Lucas(Lc. 22:31). Sus discípulos pueden ser violentamente zaran­deados por el maligno. Como nos ensefl.6 a cantar Lutero,«con furia y con afán ac6sanos Satán».

Esa furia se hace patente en la persecuci6n, en las gran­des pérdidaS, en tribulaciones duras, en enfennedades dolo­rosas, en la muerte de seres amadísimos, en la angustia del

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abandono o la soledad. Ante el embate de estas aflicciones,¡cuánto necesitamos clamar a Dios para que nuestra fe nofalte! Pero la fe, robustecida en la prueba, resiste victorio­samente las mayores adversidades. Helrnut Sauter, en su co­mentario ilustrado sobre el Padrenuestro, refiere la experien­cia de un joven rabino que huía en un bote, con su esposay su hijito, de la Inquisición espafiola. En la travesía perecenla madre y el nin.o. Elevando sus manos al cielo, el judío sedirige a Dios con una oración patética: «Dios de Israel, aquíestoy, huyendo a fin de poder servirte sin ser molestado, paracumplir tus mandamientos y santificar tu nombre. Pero tú 10has hecho todo para que no crea en ti. Si piensas que lograrásapartarme de tu camino, te digo, Dios y Padre mío, que nolo conseguirás. Puedes matarme, quitanne lo mejor y lo másquerido de cuanto tengo en el mundo. Puedes atonnentannehasta la muerte, pero yo siempre creeré en ti, te amaré... ¡auna pesar tuyo! ».6 Podemos criticar la teología de este hombre,pero tenernos que admirar la victoria de su fe en una expe­riencia de tentación en la que probablemente muchos denosotros habríamos naufragado.

Pero no siempre ataca el diablo con la fiereza del lOOn.A veces lo hace como lobo vestido de oveja o como serpienteastuta que sabe adaptarse a todos los terrenos, a todas las si­tuaciones, usando en cada caso la táctica más conveniente.La mente demoníaca sabe combinar magistralmente todos losfactores y circunstancias que concurren en la vida de una per­sona para hacer de ella su presa. Un disgusto, un desengafio,una experiencia de gran frustración, una hora de desaliento,de soledad o depresión, un momento de perplejidad ante losproblemas teológicos que plantea el sufrimiento con la apa­rente ausencia de Dios, la prosperidad de los malvados y laspenalidades continuas de muchos creyentes, todo es materialexcelente que el diablo usa para aumentar la carga explosivaen el momento del ataque. Llegado el momento oportuno,

6. H. Sauter, Vater unser, tyrolia Verlag. Innsbruck-Wien. 77.

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susurra en el oído del alma: «Vive tu vida; no seas ingenuo.Tienes derecho a gozar de ella con todo 10 que te ofrece yte daría si no estuvieses cegado por tus prejuicios morales y~l!giosos, por tus pueriles ideales románticos sobre la jus­nCIa, el amor, la lealtad, la conciencia... Es hora de queacabes con tus represiones. Has perdido los mejores afios detu vida; pero aún te queda mucho por delante. Decídete antesde que sea demasiado tarde». ¿Quién no ha escuchado algunavez esa voz? Voz suave, con acentos de lógica, pero es la vozdel «padre de mentira» (Jn. 8:44), de aquel que es «homicidadesde el principio» (id.) ¡Cuán importante es que en esos mo­mentos de mayor vulnerabilidad, siguiendo la admonicióndel Maestro, velemos y oremos para no caer en la tentación!(Mí. 26:41).

Probablemente el gran Enemigo es sabedor de sus lindes.En el libro de Job se nos muestran las limitaciones a que sev~ sometido por la soberanía de Dios. Pero, si no puede hun­dimos, hará todo lo posible por anulamos espiritualmente.Puede resignarse a que sigamos siendo cristianos, pero inten­tará por todos los medios hacer de nosotros creyentes tibios,aletargados, dominados por la autocomplacencia, cuando nopor un espíritu genuinamente farisaico, alejados de toda acti­?Id ~ria de compromiso en.el servicio de Cristo; a poder ser,macuvos, pero en cualqUIer caso carentes de intensidadespiritual.

El «Malo» es tan terriblemente sagaz corno incansable.Ciertamente es temible. También en su famoso himno de laRefonna se refiere Lutero al poder demoníaco y declara:«cual él no hay en la tierra». Pero no debiera esta realidad,oscura y desalentadora, nublar otra superior, esplendorosa.Si el diablo es poderoso, Dios, nuestro Padre, es omnipoten­te. Es Seftor soberano en cielos y tierra. Además, Dios hairrumpido en la historia. Encarnado en Cristo, vino al mundo«para deshacer las obras del diablo» (l Jn. 3:8). Satanás esel «fu~rte», pero Cristo es «el más fuerte» que 10 vence ydespoja (Mí. 12:24-29). Algo de esta derrota se vislumbra en

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la visión·descrita por Jesús a sus discípulos: «Yo veía aSatanás caer del cielo como un rayo» (Lc. 10:18). Pero eltriunfo de Jesús se consumaría gloriosamente en su muertey resurrección. La cruz, que parecía el éxito definitivo de Sa­tán, fue el anna que hirió gravemente su cabeza, como sim­bólicamente se había anticipado poco después de la caída deAdán (On. 3:15). La gloria de este suceso sería aumentadael domin,go de pascua al levantarse Cristo vencedor de lamuerte. Este es el último gran enemigo (l Co. 15:26) depen­diente del imperio del diablo (He. 2:14). Pero es un enemigotan derrotado como el diablo mismo. Por eso, cuando en elPadrenuestro rogamos «líbranos del Malo», estamos invo­cando un beneficio garantizado por la gran victoria de Jesús.Por consiguiente, nuestra petición debe estar impregnada deconfianza. La vieja «serpiente», pese a haber sido irremisi­blemente herida en la cabeza, seguirá azotando con sus co­letazos a los santos del Senor; pero su poder y el tiempo desu acción están delimitados. Se acerca el día en que se cum­plirá la promesa apostólica: «El Dios de paz aplastará en bre­ve a Satanás bajo vuestros pies» (Ro. 16:20).

Entretanto habremos de luchar para no ser derrotados porél. Tendremos que «velar y orar» para no caer en tentación.A menudo el secreto de la victoria será la huida de las situa­ciones propicias a la derrota (l Ti. 6: 11 y contexto). Siemprees peligrosa la presunción de quien se cree a salvo de todacaída. Aun el más santo puede hundirse (1 Co. 10:12). Perouna fe humilde, nutrida de las promesas de Dios y enraiza­da en los triunfos de la cruz y la resurreción de Cristo, puedevencer al Maligno y sus aliados (l Jn. 2:14b; 5:4).

Con esa fe el creyente, al rogar: «Líbranos del mal (odel Maligno)>>, puede anadir, esperanzado y gozoso: «¡Noslibrarás!»

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La Doxología

«Porque tuyo es el reino,el poder y la gloria,

por todos los siglos. Amén.»

Estas palabras constituyen una confesión de fe con la quela Iglesia ha expresado su confianza en que Dios contestarálas peticiones del Padrenuestro. Suenan como una explosiónde júbilo triunfal. En medio y por encima de todos los males,peligros y pruebas, está nuestro Padre celestial como Senorsupremo, todopoderoso, eternamente soberano. Nuestras sú­plicas tendrán cumplida respuesta.

La crítica textual es hoy prácticamente unánime en reco­nocer que esta conclusión, que no aparece en los manuscritosmás antiguos y acreditados, no formaba originalmente partede la oración ensenada por Jesús, sino que fue anadida cuan­do el uso litúrgico de ésta se introdujo en el culto. Una adiciónd.e este tipo estaba en consonancia con la práctica judaica deconcluir las plegarias con aná1~gas doxologías. De todos mo­dos, la agregación al texto del Padrenuestro se efectuó enépoca muy temprana, pues aparece ya en la Didajé (proba­blemente finales del siglo 1).

Es indudable que muy pronto las comunidades cristianasasumieron la doxología como expresión de alabanza y comotestimonio de certidumbre respecto a la respuesta divina. Suspalabras están impregnadas de piedad bíblica y son Como uneco de la admirable oración laudatoria de David: «Tuya es,oh Yahvéh, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria

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y el honor... Tuyo, oh Yahvéh, es el reino, y tú eres excel­so sobre todos» (l Cr. 29:11). De ahí que cada una de esaspalabras sea una fuente de inspiración para cada creyente ypara la Iglesia.

En el fondo, la doxología del Padrenuestro es una res­puesta de fe relativa a las peticiones hechas: el nombre deDios será santificado. Vendrá su reino. Será hecha su volun­tad en la tierra como en el cielo. No nos faltará el pan nuestrode cada día. Nuestros pecados serán perdonados. En la ten­tación no seremos vencidos. Seremos librados del mal y delMaligno. Así será porque estamos en las manos de nuestroPadre y suyos son «el reino, el poder y la gloria».

«Tuyo es el reino»

La autoridad suprema no corresponde a ninguno de losreyes o gobernantes de este mundo. Corresponde a Dios. Laignorancia de esta verdad ha llevado a algunos hombres a pre­tensiones absurdas. Ya el antiguo rey de Babilonia, enso­berbecido, había dicho: «Subiré al cielo; por encima de lasestrellas de Dios levantaré mi trono... y seré semejante alAltísimo» (Is. 14:13ss). Pronto el curso de los aconteci­mientos pondría de manifiesto su locura y pudo decírsele:«Has sido derribado hasta el Seol, a lo profundo del abismo»(Is. 14:15).

Los sucesivos imperios surgidos a 10 largo de la historia,en sus épocas de apogeo, parecían indestructibles. Pero unotras otro fueron debilitándose hasta su completo desmorona­miento y extinción. Todavía recuerda el mundo la arroganciacon que el nazismo alemán proclamaba el establecimientodel milenio de su régimen y recuerda, asimismo, el estruen­doso derrumbamiento del III Reich. Hasta los gobiernos dic­tatoriales más ferreos tienen su fm. Así, al parecer, empiezana entenderlo muchos pueblos. Y avanza el «reino» de las de­mocracias. se perfila incluso la culminación de los procesos

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de integración económica y política que se obselVan en lospaíses occidentales, como la creación de un «imperio» de di­mensiones mundiales que regirá definitivamente los destinosde la humanidad. Los dirigentes de tal imperio -se piensa­serán los soberanos del mundo entero. ¡Vana ilusión! Siem­pre será cierto que, en último término, la soberanía pertenecea Dios y que, como reconoció Nabucodonosor, «el Altísimoes duet'io del reino de los hombres, y a quien quiere lo da»(Dan. 4:17).

Tampoco el príncipe de este mundo disfruta de un predo­mi~o absoluto. Como vimos al comentar la sexta petición,actúa como el gran derrotado. Dios puede permitirle aún laprosecución de su actividad maléfica, pero siempre bajo susoberano control. Como en el caso de Job, el diablo nuncapodrá traspasar los límites que Dios le imponga. Sólo de mo­do muy relativo puede aceptarse que son suyos «los reinosde este mundo y la gloria de ellos» y a quien quiere los da(Mt. 4:8, 9). Reina entre los hombres porque éstos se some­ten voluntariamente a las fuerzas del mal en su empet'io de«liberarse» de Dios. Pero ese reinado es una usurpación queconcluirá cuando los reinos de este mundo vengan a ser «denuestro Set'ior y de su Cristo» (Ap. 11:15). E incluso ahorasu dominio presente no equivale a soberanía absoluta. El úni­co Soberano, a quien todo y todos están sometidos, es nuestroPadre celestial. Él tiene la última palabra, porque aun ahora«suyo es el reino».

«y el poder»

La idea del poder ha cautivado siempre a los hombres. Yde ella han nacido la soberbia, la ambición, el afán de pre­dominio sobre otros seres humanos, la violencia, la tiranía.Los males ,más graves que ha sufrido la humanidad se handebido a 'las ansias de poder sentidas por individuos ypueblos.

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Esta triste realidad, sin embargo, no ha producido frutosde humildad. Más bien ha ocurrido lo contrario. Y hoy la fic­ción del «superhombre» predicada por Nietzsche parece ha­ber conquistado el pensamiento y la voluntad del mundo. Sebusca por todos los medios cuanto pueda proporcionar supre­macía: dinero, posición social, encumbramiento político. Lasnaciones aspiran a ser o seguir siendo grandes potencias. Seformenta con orgullo el poder de la ciencia, de la técnica,aunque frecuentemente sea en detrimento del equilibrio eco­lógico o social, aunque aumenten alarmantemente los másterribles medios de destrucción. Pese a todos los riesgos, elhombre de nuestro tiempo sigue obsesionado con la idea deun poder ilimitado, y sueña con una humanidad poco menosque omnipotente.

Lo más grave de esta obsesión es que a menudo va em­parejada con el desafío a la soberanía divina. El espíritu deBabel sigue inspirando gran parte de las empresas humanas.Hoy quizá más que nunca la actitud de la sociedad occidentales la de los reyes y príncipes del Salmo 2. Conspira «contrael Señor y contra su ungido diciendo: "Rompamos sus li­gaduras y echemos de nosotros su yugo"» (Sal. 2:2, 3). Laevolución histórica parece claramente encaminada al cum­plimiento de Apocalipsis 13. Fuerzas humanas y demoníacas,poderes políticos, económicos, sociales y religiosos se co­ligan para que triunfe el Anticristo. Pero «el que mora en loscielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego les hablaráen su furor y los turbará con su ira» (Sal. 2:4, 5).

El mayor poder humano está siempre expuesto a su des­trucción. Unas veces a causa de la fragilidad inherente a lahumana naturaleza. Nabucodonosor, orgulloso de lo grandede su imperio, fue humillado hasta el nivel de las bestias co­mo consecuencia de una enfermedad mental (Dn. 4). HerodesAgripa, cuando podía considerarse en el apogeo de su rei­nado, sufrió súbitamente una dolencia repulsiva que le llevóa la muerte (Hch. 12:20-23). Otras veces, la potencia huma­na sucumbe ante fuerzas superiores, particularmente cuando

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trata de oponerse a Dios. Tal fue la experiencia del faraónegipcio en los días del éxodo israelita. .

También los poderes diabólicos están condenados al fra­caso, como se puso de manifiesto durante el ministerio deJesús. El reino de Satanás fue mortalmente herido con lairrupción del reino de Dios en la persona de su Hijo. ¡Cuándébil resulta el poder de los demonios ante la fuerza delEspíritu de Dios puesta en acción por la voz de Cristo!(Mt. 12:24-29).

Sólo el poder de Dios permanece supremo, invencible. Yno como una mera fuerza arrolladora de toda oposición, si­no como expresión del carácter divino. Ese poder, al actuar,siempre muestra la justicia, la santidad, el juicio y la graciade Dios.

Su supremacía se mantiene desde el principio. Se hizopatente en la creación (Is. 40:26). No es menos evidente enla providencia, mediante la cual preserva su creación y ri­ge en último término el destino de individuos y pueblos(Jer. 27:5). Ves innegable su manifestación en el curso del~ historia. Así lo entendió Israel desde su salida de Egipto(Ex. 15:6; 32:11). De ello hay confirmación en toda la Es­critura. Los hombres pueden tomar libremente todas las de­cisiones que quieran; pero siempre, consciente o inconscien­temente, voluntaria o involuntariamente, contribuyen a larealización de los propósitos de Dios. Nabucodonosor yCiro, por ejemplo, fueron instrumentos en las manos de Diospara cumplir los designios divinos respecto a Israel (Jer.27:6ss; Is. 45:1-7). Esa hegemonía del poder de Dios perdu­rará hasta que se lleve a efecto la consumación de su reino.

Otro aspecto del poder de Dios es que tiene como finalidadla salvación de los seres humanos y la liberación de la crea­ción entera del yugo de servidumbre a que fue sometida comoconsecuencia del pecado (Ro. 8:19ss). En el Nuevo Testa­mento el poder de Dios aparece revelado en Cristo, de acuer­do con lo que anteriormente se había profetizado acerca delMesías (Is. 11 :2). Cristo es la imagen de Dios por excelencia

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y, en consecuencia, quien «sostiene todas las cosas con lapalabra de su poder» (He. 1:3). Yen él se revela la capacidaddivina para salvar eternamente a los que a Dios se acercanpor su mediación (He. 7:25). Esta salvación incluye el opor­tuno socorro y protección a favor de los redimidos (He. 2: 18;1 P. 1:5).

No podía haber mayor motivo de iRSpiFación para invo­car la ayuda de nuestro Padre frente a la necesidad, la culpay la tentación.

«y la gloria»

También la gloria, al igual que el poder, es afanosamentebuscada por el mundo.

La palabra, en sus acepciones más antiguas, significa luz,esplendor y también reputación, nombre, honra. Hoy se de­fine como «fama y honor que resulta de grandes hechos yexcelentes cualidades. Grandeza, magIílifiGencia». Con estesignificado hallamos ellérmino hebreo kabod en el AntiguoTestamento y el griego doxa en el Nuevo, así como en laSeptuaginta.

Es en virtud de sus hechos y de sus excelentes cualidadesque Yahvéh es llamado el Rey de la gloria (Sal. 24:8; comp.Sal. 71:19b; 145:4; Jer. 32:19).

Cuando Israel era instado a cantar la gloria del nombrede Dios (Sal. 66:2), se le invitaba a loar las excelencias delcarácter divino, 10 admirable de sus atributos: su justicia, sumisericordia, su fidelidad.

También se usa el ténnino kabod para expresar la manifes­tación impresionante de la presencia de Dios, como sucedióen el monte Sina{ (Éx. 24:17) o con motivo de la inaugura­ción. del tabernáculo (Éx. 40:34) y del templo (1 R. 8:10 ss).

A semejanza de la manifestación de su poder, la gloria deDios se hace patente en la obra de la creación. «Los cieloscuentan la gloria de Dios y la expansión anuncia la obra desus manos» (Sal. 19:1). Se revela igualmente en los grandes

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hechos históricos (Is. 66: 18, 19). Pero la manifestación supre­ma de la gloria de Dios tuvo lugar en la encamación de suHijo. «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y vimossu gloria, gloria como del Unigénito del Padre» (Jn. 1:14).En la persona y la obra de Cristo resplandecieron maravi­llosamente los rasgos del carácter divino: su santidad unidaa su amor infinito. Lo vemos «lleno de gracia y de verdad»(Jn. 1:14).

Grande fue la gloria de Cristo en el monte de la trans­figuración (LC. 9:28, 29ss) y en la operación de milagros(Jn. 12:11). Pero no fue menor la gloria de su carácter surectitud moral, su humildad, su espíritu compasivo y su'ab­negación, tan sobresalientes durante el tiempo de su humi­llación en la tiery-a (He. 2:7). ¡Cuán diferente la gloria divinade la humana! Esta fomenta el engreimiento, la vanagloria,y suele resultar hiriente para quienes la contemplan. La gloriade Dios inspira reverencia, temor santo y saludable, aliento.La gloria humana es transitoria, comparable a la flor de lahierba. «La hierba se seca y la flor se marchita, porque elviento del Seftor sopló sobre ella» (Is. 40:5). La gloria deDios, a semejanza de su Palabra, «pennanece para siempre»(Is. 40:5-8). Muy a menudo la gloria de los grandes de estemundo se ha convertido en humillación, miseria, muerte, an­te las cuales quien los ha visto .no ha podido menos queexclamar: Sic transit gloria mundi!

~n sentido absoluto y duradero, la gloria sólo pertenecea Dios (l P. 5:10). Esta gloria tendrá la plenitud de su mani­festación en la segunda venida de Cristo (Mt. 16:27; 19:28;Ro. 8:18) y de ella participaremos los redimidos (Col. 3:4).Este evento constituye la esencia de la esperanza cristiana(Ro. 5:2; 8:18; Col. 1:27; He. 2:10; 1 P. 5:1, 10). Pero la ma­nifestación de la gloria de Dios no está reservada exclusiva­mente para el futuro escatológico. Ya ahora se hace evidenteen la relación amorosa y solícita de Dios con su pueblo. Si,como hemos indicado, la gloria es la honra que resulta degrandes cualidades, hemos de recordar que una de las cuali-

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dades características de Dios es la fidelidad (1 Co. 10:13).Corresponde a su gloria que no sucumba ni uno solo de susredimidos (Jn. 17:12) y que todos ellos obtengan todo 10necesario para vencer y ser partícipes de su reino.

~Por todos los siglos~

El Reino, el poder y la gloria de Dios no son cosa de unmomento. Son tan eternos como él mismo. Anteceden a lacreaci6n y proseguirán cuando los cielos y la tierra actualeshayan pasado para dar lugar a una creaci6n nueva, cuandotodo haya sido·gloriosamente transformado, cuando hayancesado las luchas y las tentaciones, cuando, sin necesidadde nada, disfrutaremos de la plenitud abundante del reinoeterno.

Veinte siglos de cristianismo y los siglos anteriores sonsuficientes para demostrar que verdaderamente el reino, elpoder y la gloria pertenecen a Dios, nuestro Padre. Los siglosfuturos confirmarán su soberanía.

Bien podemos acercamos a él confiadamente asumiendolas peticiones del Padrenuestro con la certeza de que tendránfavorable respuesta. Por consiguiente, s610 nos resta afiadiruna palabra final:

Según 1. Jeremias, la palabra hebrea amen, tomada enpréstamo del arameo, significa «ciertamente». «Es una f6r­mula solemne de la que se servía ya el israelita en los tiemposdel Antiguo Testamento para hacer suya una doxología, unjuramento, una bendici6n, una maldici6n o una imprecaci6n.Se trata, sin excepci6n, de la respuesta de asentimiento quealguien da a las palabras de otro. Así ocurre también en 1 Co.14:16; 2 Co. 1:20; Ap. 5:14; 7:12; 19:4. Por el contrario enlos evangelios se usa amén -también sin excepci6n- para

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confirmar las propias palabras. y, por cierto, que este usosin precedentes se limita estrictamente a las palabras deJesús, en las que amén va seguido de lego hymin (<<os digo»),probable analogía con la f6rmula kerigmática empleada porlos profetll.S: «Así dice el Seno!'», f6rmula con la que ellosquerían expresar que sus palabras no eran de la propia sabi­duría, sino que eran mensaje de Dios. El amen lego hyminque introduce las palabras de Jesús expresa su autoridad».l

De la autoridad de la palabra de Cristo nace nuestracertidumbre. Por eso, al decir amén, expresamos no s610 undeseo (<<así sea»), sino la firme convicci6n de que así será.¡Palabra preciosa! ¡Lástima que en muchos de nuestros cultoscasi no se oye al final de una oraci6n! Si llega a ser pro­nunciada, la voz de la congregaci6n apenas es perceptible.Frecuentemente a la oraci6n sigue el silencio (¿de reverenciao de indiferencia?).

Que tras elevar a Dios las peticiones del Padrenuestrosalga de nuestros labios y de nuestro coraz6n un amén sono­ro, ferviente, expresi6n de una fe viva en el poder, el amory la fidelidad de nuestro Padre celestial.

1. 1. Jeremias, TeologÚl del NT. 50 s.

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OTRAS OBRASDE JOSÉ M. MARTÍNEZ

HERMENÉUTICA BÍBLICAAmplio estudio de los principios y nonnas que deben

regir la sana interpretación de las Sagradas Escrituras.(586 págs.)

MINISTROS DE JESUCRISTO (2 vols.)Vol 1: Consideraciones generales sobre el ministerio

cristiano y Homilética.Vol 11: Pastoral.

JOB, LA FE EN CONFLICTOComentario de gran valor exegético, rico en reflexiones

estimulantes, que ilumina de modo singular uno de loslibros más fascinantes de la Biblia.

LA BmLIA DICE•••Exposición evangeHstica de los grandes temas de la

Escritura. Su contenido, profundo, pero sencillo y ameno,hace del libro un instrumento ideal para comunicar a incon­versos las grandes verdades del Evangelio.

CRISTO, EL INCOMPARABLEBreve comentario sobre la carta a los Colosenses ~ali­

zado homiléticamente. (Agotado)

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TU VIDA CRISTIANA-MANUAL DE INSTRUCCIÓNPARA NUEVOS CREYENTES

Doce edificantes estudios sobre los puntos fundamenta­les de la experiencia cristiana. Especialmente útil para elrecién convertido; valioso para cuantos desean responderfielmente a la vocación divina.

POR QUÉ AúN SOY CRISTIANOUn testimonio apologético en el contexto del pensamien­

to contemporáneo. El autor escribió esta obra tras haber leídoel ensayo de Bertrand Rusell intitulado «Por qué no soy cris­tiano». En siete apretados capítulos hace José M. Martínezuna exposición luminosa de las razones por las que millonesde hombres y mujeres de todo el mundo siguen abrazados ala fe cristiana. Como obra apologética es probablemente lamás actual de cuantas se han escrito en espafíol. Sus páginaspueden resultar decisivamente orientativas para las personascon inquietudes religiosas. Y son, sin duda, bien apreciadaspor quienes buscan confirmación para su propia fe o unaayuda para la evangelización del hombre de hoy.

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OBRAS DE LAS QUEJOSÉ M. MARTÍNEZ

ES COAUTOR

ESCOGIDOS EN CRISTOEstudio bíblico-teológico de la doctrina de la Elección y

otras doctrinas correlativas, seguido de una amplia expo­sición histórica en la que se analizan las diversas posturassobre el tema a lo largo de los siglos. Coautor: ErnestoTrenchard.

IGLESIA, SOCIEDAD Y ÉTICA CRISTIANAEnjundioso análisis de las relaciones entre pueblo de

Dios y sociedad secular y documentado estudio acerca de laética evangélica en contraste con el relativismo de la «nuevamoral» propugnada en nuestros días. Coautor: José Grau.

TREINTA MIL ESPAÑOLES Y DIOSTestimonio de fe evangélica en torno a los puntos susci­

tados por el cuestionario de J.M. Gironella en su obra «Cienespafíoles y Dios». Coautores: Francisco Lacueva, José Grauy Jordi Tremoleda. (Agotado)

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Page 178: ABBA, PADRE - Teología y Psicología de la Oración - José y Pablo Martinez

LOS CRISTIANOS EN EL MUNDO DE HOYColecci6n de trabajos publicados por la Alianza Evan­

gélica Espaf'l.ola en el transcurso de los últimos af'l.os sobretemas teol6gicos y éticos de palpitante actualidad. Entreellos: la revelaci6n y la Biblia, la unidad de la Iglesia y losacuerdos del Concilio Vaticano 11, por escritores tan des­tacados como Ernesto Trenchard y José Grau. A una plura­lidad de colaboradores se deben otros capítulos, entre elloslos relativos al divorcio y el aborto. A la pluma de José M.Martínez se deben los capítulos «El Evangelio eterno»,«Teología de la liberaci6n» y «Martín Lutero, 500 af'l.os des­pués». El libro, en su conjunto, es una mina de instrucci6nque puede ayudar al lector creyente a enfrentarse con losproblemas y los retos que plantea el mundo contemporáneo.

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CASSETTESDEL DR. PABLO MARTÍNEZ

Una de las áreas más fructíferas en el ministerio de Pa­blo Martínez es la grabaci6n y difusi6n de «cassettes» sobretemas psicol6gicos que preocupan ~ innumerables personas.Están realizadas en forma de entrevIsta, con preguntas y res­puestas en lenguaje comprensible, y cubre~ un e~tenso a~a­ruco de problemas emocionales. Este ~atenal ha sIdo.ampha­mente utilizado en programas de radIO con una aCOgida muy'favorable por parte del público no evangélico. Su ~ifusi6n hallegado hasta lugares tan distantes como ColombIa, Cuba yHungría.

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Serie «El cristiano y las relaciones familiares.-Matrimonio sano, matrimonio enfermo(Otras en preparaci6n)

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