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PINTOR (1969/1972) Notas tomadas de la autobiografía. Estando en Bilbao con la Escuela de Arquitectura de Barcelona cerrada por las huelgas, leí en el periódico que se estaba creando un grupo de artistas plásticos en el Ateneo. Tenía veintiún años y allí me fui a ver que encontraba. Para alguien tan aislado como yo, fue un descubrimiento conocer a otros jóvenes con inquietudes artísticas parecidas. Se inició un seminario bajo la dirección del pintor José Luís Gimeno del que pronto nos cansamos y decidimos caminar por nuestra cuenta. Por entonces las galerías de referencia eran Mikeldi y Grises. Nosotros revoleteábamos más entorno a esta última, por estar más vinculada a las vanguardias del momento y también, por la personalidad desbordante de su director, José Luís Merino. El nos habló por vez primera de Lezama Lima, por quien estaba deslumbrado, hasta el punto de llegar a montar una exposición con textos de Paradiso. Hasta muchos años después, yo no conseguí entrar en el mundo barroco del escritor cubano. Nos pasábamos el día hablando de arte, pintura y política. Empecé a leer con intensidad, todo lo que sobre arte caía en mis manos. El resultado fue la creación del grupo SUE formado por jóvenes pintores abstractos, del que, ¡iluso de mí! me convertí en su teórico. Conocimos por entonces a Maria Dapena, una pintora feminista y comunista, que nos dio una nueva dimensión a nuestro quehacer como incipientes artistas plásticos. Entonces estaba enfrentada a Ibarrola y a Dionisio Blanco, a cuenta de la invasión de

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Page 1: BEORLEGUI · 2011-08-25 · la misma pintura, hasta la escultura en hierro, en cualquier piedra, talla de madera, cerámica, grabados en las diferentes técnicas, esmaltes, etc. Todo

PINTOR (1969/1972)

Notas tomadas de la autobiografía.

Estando en Bilbao con la Escuela de Arquitectura de Barcelona cerrada por las huelgas,

leí en el periódico que se estaba creando un grupo de artistas plásticos en el Ateneo.

Tenía veintiún años y allí me fui a ver que encontraba. Para alguien tan aislado como

yo, fue un descubrimiento conocer a otros jóvenes con inquietudes artísticas parecidas.

Se inició un seminario bajo la dirección del pintor José Luís Gimeno del que pronto nos

cansamos y decidimos caminar por nuestra cuenta.

Por entonces las galerías de referencia eran Mikeldi y Grises. Nosotros revoleteábamos

más entorno a esta última, por estar más vinculada a las vanguardias del momento y

también, por la personalidad desbordante de su director, José Luís Merino. El nos habló

por vez primera de Lezama Lima, por quien estaba deslumbrado, hasta el punto de

llegar a montar una exposición con textos de Paradiso. Hasta muchos años después, yo

no conseguí entrar en el mundo barroco del escritor cubano.

Nos pasábamos el día hablando de arte, pintura y política. Empecé a leer con

intensidad, todo lo que sobre arte caía en mis manos. El resultado fue la creación del

grupo SUE formado por jóvenes pintores abstractos, del que, ¡iluso de mí! me convertí

en su teórico.

Conocimos por entonces a Maria Dapena, una pintora feminista y comunista, que nos

dio una nueva dimensión a nuestro quehacer como incipientes artistas plásticos.

Entonces estaba enfrentada a Ibarrola y a Dionisio Blanco, a cuenta de la invasión de

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Checoslovaquia que partió en dos al comunismo español. Nosotros no nos enterábamos

mucho, pero conocimos en su casa a un montón de gente de lo más diversa. Nos puso en

contacto con otros intelectuales en el resto del estado y nos embarcamos en una

recogida de obras de arte por todo el país, a fin de sacar fondos para los mineros

asturianos que llevaban varias semanas en huelga. Así conocí en Madrid al dramaturgo

Alfonso Sastre, a su mujer Eva Forest, a Juan Genovés, el pintor del nuevo realismo

socialista con sus cuadros de grandes masas obreras y sobre a José Hernández cuyo

surrealismo me deslumbró. En Barcelona conocí a la abogada feminista Lidia Falcón y a

su marido el escritor Eliseo Bayo. Visite también a Tapies, quien en la entrevista se

dedico a pontificar desde su nube, pero que al final no nos dio ni un triste grabado. El

conocimiento de toda aquella gente fue importante para abrir mi limitado mundo de

chaval de barrio.

En marzo de 1969 hicimos nuestra primera exposición colectiva en la sala de

Ayuntamiento de Baracaldo. A continuación vendrían otras exposiciones en la sala

Arteta de Santurce que había creado Mari Dapena, en la Sociedad Cultural Arrate de

Eibar (donde me atreví a dar mi primera conferencia) en la sala de la Caja de Ahorros

Vizcaína de Bilbao, en la de la Caja de Ahorros municipal de Vitoria, en la Galería

Antonio Machado de Madrid y algunas otras más. Yo me encargaba de los textos de los

catálogos, que vistos desde la perspectiva de hoy, son una sopa desordenada de ideas.

Por eso me sorprendió que en el libro “Arte e Ideología en el País Vasco: 1940-

1980“Ana Maria Guasch recogiera unas reseñas de aquellos textos, a los que nuestra

intrepidez juvenil calificaba de manifiestos.

Los padres de mi mujer tenían un piso en Zarauz para el verano. Allí pasábamos

temporadas (apenas tenía trabajo como arquitecto) desde donde hacíamos excursiones

para conocer la arquitectura popular de nuestro país, a la vez que nos dedicábamos a la

militancia clandestina. En la misma urbanización vivía Jorge Oteiza, a quien fuimos a

conocer. El y su mujer Itzíar nos recibieron muy cariñosamente, llegando a establecer

con ellos una cierta amistad. Hablar con Jorge era toda una experiencia. Te desbordaba

con sus ideas. Desde entonces su obra cada vez me intereso más. Visite la escuela que

había fundado en Deva, pero en aquellos momentos languidecía bajo la dirección de su

alumno Koldo Aspiazu. Para mi Oteiza sigue siendo el gran olvidado. Un artista

universal, muy superior a Chillida. El problema de Oteiza, a diferencia de Chillida, es

que siempre a resultado incómodo para el poder y nunca ha sabido venderse. Algo

parecido me decía Sáez de Oíza, comparándose con Moneo: “Para tener éxito hay que

ser político, como Moneo, y yo para eso no valgo”.

En Eibar con motivo de un primero de mayo María Dapena nos llevó a una comida para

festejar clandestinamente la efeméride y presentarnos a un grupo de pintores eibarreses.

De entonces viene mi amistad con Fernando Beorlegui, un pintor cuya figura se ha visto

acrecentada con el curso del tiempo, y que sería profesor de esmaltes en Deva y también

buen amigo de Oteiza. Por cierto por aquella época Fernando tenía un gran amigo al que

visitaba asiduamente en el sanatorio de Mondragón. Era el poeta Leopoldo Maria

Panero, con quien se entendía a las mil maravillas. Nos hicimos íntimos. Y aun lo

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seguimos siendo a pesar de que últimamente apenas nos vemos. Fue de las pocas

personas que me escribió a la cárcel dándome ánimos.

Por entonces Fernando andaba experimentando y dando tumbos con su pintura

buscando lo que él sabía que siempre había llevado dentro. Tenía una formación clásica,

sabia dibujar y pintar muy bien, pero parecía que huía de ella. Cuando pinto su primer

cuadro que lo consagraría como un pintor de lo que podríamos llamar un surrealismo

esperpéntico, me llamo para pedirme opinión y le felicite porque en mi opinión había

encontrado su mundo. Un mundo en donde para expresarse necesitaba precisamente

todas las herramientas aprendidas en una formación clásica. Yo le hable de Bacon y de

Hernández. Ahora es un pintor único y singular, uno de los más interesantes del País

Vasco. El dice que yo le descubrí, pero no es verdad, porque fue él, quien después de

darse contra todas las paredes durante mucho tiempo, de bastante mayor se encontró así

mismo. Acabe teniendo una buena colección de sus obras, que he ido perdiendo por el

camino, a partir del momento de mi encarcelamiento. Para el catalogo de su primera

exposición, que representó el giro clave de su pintura, escribí el texto de presentación.

Cuando lo releo, pienso supe acertar en mi análisis. Creo que su dimensión como pintor

no ha sido todavía valorada suficientemente (pienso que por su temática y acidez

crítica) pero estoy seguro de que el tiempo lo pondrá en el lugar que se merece, como

una de las cumbres de la pintura vasca de todos los tiempos.

Llegamos a montar conjuntamente en Eibar, un Estudio de Diseño Industrial, que no

tuvo mucho éxito, pues por entonces la industria guipuzcoana no estaba para aquellos

asuntos. Pero hablamos mucho, nos enseñamos mutuamente y completamos nuestra

formación. Desde entonces y hasta su fallecimiento Fernando sería en el mundo del arte

mi amigo del alma. Murió en Eibar el día seis de enero del dos mil ocho. Era un

hombre de una bondad infinita, humilde, tímido, familiar y ponderado en sus juicios.

Por eso resultaba más chocante que, pudieran salir de su interior aquellas aquéllas

imágenes esperpénticas. Siempre lo tendré presente en mi recuerdo.

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BEORLEGUI: EVOLUCIÓN DE UN ESTILO

Alberto López 8 de abril 1975

Fernando Beorlegui es un pintor que ha encontrado, después de muchos años de estudio,

trabajo y dedicación, profundizando en el conocimiento de la pintura de los diversos

medios de expresión y escuelas artísticas, un modo personal de decir, un lenguaje

propio que caracteriza ahora su pintura.

No ha sido para él fácil, no se conformaba con los primeros resultados y esto le ha

llevado a estudiar, con un acento mayor en la práctica, todas las técnicas, todos los

secretos de los medios plásticos de expresión, todas las teorías artísticas.

Después de pintar toda la vida, comenzando desde muy joven, Beorlegui consigue

formular un modo de pintar a sus cuarenta y siete años. Esto dice bien de su permanente

autocrítica, de su inquietud en el proceso de conocimiento y de su no conformarse

fácilmente.

Beorlegui, estando estudiando en Pamplona tuvo en su primera juventud de profesor a

Javier Ciga; más tarde, cumplido el servicio militar se traslada a Madrid con el ánimo de

estudiar bellas artes; tiene de profesor a Eduardo Chicharro, hombre adscrito, así como

el primero, a la herencia de Sorolla y de los cuales aprenderá el primer dominio técnico

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del medio, en su versión clásica. En Madrid aprenderá a dominar y valorar

perfectamente el dibujo, estudiará el cuerpo humano como modelo, aprenderá a modelar

al modo clásico, conocerá las teorías del color y las tradicionales de la proporción. No

se ceñirá exclusivamente al medio de la pintura y en los años posteriores irá estudiando

otras técnicas. Así hoy nos encontramos con un artista maduro, hecho, con un lenguaje

propio, perfectamente conformado y apoyado en un gran dominio técnico que va desde

la misma pintura, hasta la escultura en hierro, en cualquier piedra, talla de madera,

cerámica, grabados en las diferentes técnicas, esmaltes, etc.

Todo ello lo va experimentando Beorlegui a lo largo de los años, dejando multitud de

obras de innegable valor, pero muy influidos y determinados por la situación del

momento de su proceso de conocimiento y experimentación. A la vez de ir

descubriendo las técnicas de cada medio expresivo, Beorlegui estará atento a las nuevas

ideas, tendencias o teorías en el campo del arte que marca la vanguardia, tendencias que

experimentará y que siempre dejarán en él un poso positivo. Experimentará el

surrealismo que dejará en él una fuerte carga, el cubismo, que en la clave de Léger será

por él experimentado hasta cauces insospechados, aunque siempre – como en otros

aspectos- acentuando más la práctica frente al cuadro, el trabajo en el estudio, que la

también necesaria reflexión teórica. Esto quizás haya sido uno de sus puntos débiles en

su formación. Aun habiendo conocido las diversas tendencias teóricas del hecho

artístico, su profundización en el sentido teórico no fue demasiado importante, falto de

un método elaborado de pensamiento, siendo un hombre adscrito quizás a una idea del

pintor excesivamente de estudio, elaborador de objetos, con una reflexión conceptual

intrínseca a la pintura, pero sin una perspectiva externa que pudiera cuestionar su

ejercicio. Por otra parte, esta especie de profesionalidad, que le caracteriza, le ha librado

de muchas disquisiciones a veces inútiles e inhibiciones frente al hecho concreto, cosa

en la que caen muchos artistas de hoy excesivamente preocupados por el concepto y

olvidando que éste no es nada si no se refleja en algo concreto.

La evolución, el cambio de Beorlegui, ha venido pues siempre desde dentro de la

pintura, en un camino empírico que sin embargo ha dado ahora un importante resultado.

Los últimos años de Beorlegui vinieron caracterizados en su pintura por un cierto

cubismo adscrito a la herencia de Léger, unido a un gusto “fauvista” por el color, con lo

que Beorlegui obtenía unas obras bastante caracterizadas, con las que todavía se le

conoce e identifica. Existía dentro de ellas, así mismo, una intencionalidad

racionalizadora asumida a medias, productor de la relación con uno de los últimos

escultores racionalistas, Oteiza, con quien tuvo algunos contactos a través de la Escuela

de Deva. Pero aún así en estas obras la referencia al fenómeno cubisa resultaba

demasiado evidente, y aún más al cubismo maquinista de Léger, a un movimiento que

paradójicamente había agotado hacía mucho ya sus posibilidades. Por eso estas obras de

Beorlegui , aún con sus aportaciones personales, han de ser entendidas como un

momento más que el proceso de conocimiento, el último antes del presente en el que

por primera vez cuaja en su historia un modo nuevo, distinto y personal de entender y

realizar el hecho artístico y de la pintura en concreto.

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Las últimas tendencias, en pleno auge, hace unos años el op-art y el cinetismo, serán

también empleados por Beorlegui realizando construcciones tridimensionales con

mallas coloreadas, siempre referencias figurativas, cosa (la figuración) de la que nunca

se apartará, encontrándose por el contrario en muchos casos al borde entre ello y la

abstracción y traspasando ésta en muy contados casos.

Realizará en este sentido último, algunos dibujos y composiciones muy en la línea de

Vasarely y lagunas construcciones móviles y estables en la línea de Calder, pero sin

pasar nunca más allá de ser puros ejercicios de composición.

Beorlegui no dejará nunca de ser un pintor figurativo, ya que será en ello donde mejor

podrá expresarse y dar forma a sus ideas, como consecuencia de su formación.

Entiendo que la pintura de hoy de Fernando Beorlegui ha experimentado un importante

salto cualitativo. De unos años que vinieron caracterizados por la experimentación y el

conocimiento, se ha pasado a la formulación clara de un lenguaje propio y personal, que

se corresponde con una madurez profesional en la que ha de dar sus primeras obras

definitivas.

Un lenguaje en el que si bien se adivinan todavía distintos componentes,

experimentados a través de los años de trabajo y estudio, se encuentran ahora

reformulados en una nueva síntesis, en un producto distinto, en una nueva manera de

hacer, que caracteriza de una manera distinta y original a este artista.

La primera obra significativa de esta nueva manera de hacer es la de los tres mendigos,

el músico ciego, la joven y la madre con el niño a su espalda. Es una obra en la que se

aprecian importantes cambios en relación con su pintura anterior. Temáticamente, esta

obra apenas tendría que ver aparentemente con su próximo y pasado momento pictórico.

Para Beorlegui y en su pintura anterior, el tema no adquiría una importancia especial.

Generalmente le era indiferente, pintando lo que se pusiera delante. Entonces estaba

enfrascado en una experimentación del medio expresivo, en una profundización del

conocimiento del lenguaje y en una necesidad en el dominio de nuevas técnicas. Eran

cuadros - investigación-, desarrollados en un campo formal y del lenguaje, y casi nunca

temático.

En esta primera obra, el dramatismo de las figuras refleja por el contrario una relevante

preocupación por el planteamiento del contenido, aspecto nuevo en los niveles en que se

nos presenta la obra de Beorlegui. La lectura temática de la obra presenta por otra parte

un dramatismo social, que nos parece inusitado e inesperado en Beorlegui, en relación

con su obra anterior y que se desarrolla aún más en las obras posteriores. ¡Qué lejos

está, este músico ciego y mutilado, de los músicos de sus cuadros anteriores,

insensibles, geométricos, estáticos y fríos!. Tanto por el estatismo como por la

importancia del modelado en el tratamiento de los cuerpos y volúmenes, como en lo frío

y congelado de la escena. Esa intencionalidad dramática y patética viene reforzada por

el tratamiento pictórico de unas figuras sueltas, recortadas sobre el fondo plano del

cuadro. El dramatismo de esta obra conexiona con la pintura negra de Goya.

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Recordamos así mismo la imagen erótica a la vez mitológica, absurda y surrealista en la

obra de Beorlegui del preludio al acto sexual entre el macho- hombre- carnero y la

hembra- mujer- burra.

He mencionado en varios momentos sin puntualizar un importante matiz surrealista en

todas estas últimas obras. Ya experimentó Beorlegui estas tendencias en obras

primerizas en su pubertad. En estas obras últimas, tal componente se nos presenta claro

e importante tanto en la elección del tema, a veces recreándose en lo morboso; en lo

absurdo o, como ya lo hemos mencionado, en la ensoñación, que nos presenta actos o

combinaciones compositivas de figuras absurdas al menos en apariencia.

Recordemos ese cuadro surrealista, quizás el más desarrollado en este sentido de todos,

en el que la asociación de figuras, la parte trasera de una figura escultórica a la derecha

que se nos aparece en el aire, una luz al fondo que proporciona más dramatismo al

cuadro, una figura a la izquierda con un movimiento en espiral en la que todo es ropaje

y un recuerdo en su movimiento a Boccioni. En fin unas obras llenas de sugerencias y

significados, preñadas de manchas subjetivas, incomprensibles pero que nos inquietan,

realizados por un hombre sencillo y parco en las palabras, pero que en sus obras son al

exterior una procesión extraña que seguramente ni él mismo sabe que lleva por dentro.

Beorlegui nos ofrece también una componente crítica y satírica evidente en uno de sus

cuadros. Me refiero al dictador frente a sus micrófonos, ridículo, deformado, bombón de

labios saltones como los borbones, plagado de medallas inmerecidas y con gesto de

convencer que a nadie convence y es que el entorno social, la realidad próxima de su

medio, también influye en el artista, muchas veces sin darse él mismo cuenta.

Aparte del aspecto temático, se experimenta en la obra de Fernando Beorlegui y en

relación con su obra anterior una serie de cambios que son evidentemente significantes.

Todas sus obras nos parecen obras determinantes, obras acabadas, obras en sí mismas y

que reflejan además la intención de serlo. Obra de un pintor que está, que se encuentra

en el momento justo en que se puede dar toda la dimensión de que es capaz como

creador. Obra de un pintor formado y hecho.

Advertimos además un importante cambio en las medidas del cuadro. Son todos los

lienzos mucho más grandes que los de sus épocas anteriores, demostrándose con ello

una cierta necesidad expresiva, que le obliga a emplear elementos de gran dimensión.

Anteriormente los cuadros de Beorlegui eran de tamaño reducido, respondiendo más al

carácter de ensayo o experimento que al de obra total o definitiva como es ahora el caso.

En todos ellos se refleja su conocimiento del medio expresivo, su dominio,

experimentado en épocas anteriores. Tomando como ejemplo el cuadro de los

mendigos, adivinamos en él ese dominio técnico de la pintura clásica, reflejado en el

cuidado estudio de los pliegues de las telas, del ropaje, en los evidentes conocimientos

anatómicos que se evidencian en el cuerpo del músico ciego, en el tratamiento de las

manos, etc.

En todas las obras por otra parte y en ésta mencionada en particular, se nos aparecen

aspectos tratados y estudiados en su última época experimental, como resulta ser la

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importancia del color, con el que se sigue jugando siempre con el gusto fauvista de los

máximos contrastes, obtenidos en base a los complementarios.

Sigue apareciendo la geometrización de su cubismo anterior, reflejada en la madre y el

niño, en el que se denotan los valores del modelado, valores escultóricos, propios de la

misma obra escultórica de Beorlegui.

Ahora mencionaremos otro tipo de referencias, y en primer lugar la obligada de Oteiza,

especialmente en su obra de Aranzazu, así como la del escultor Henry Moore, también

íntimamente relacionado con Oteiza y cuya influencia podemos apreciar en la obra de

F. Beorlegui en importantes trozos de estas obras como es la parte del torso de la madre

y el niño, en el que además de su modelado se aprecia claramente las importantes

valoraciones del hueco como elemento importante.

Todas estas sugerencias y muchas más que podríamos encontrar, en nada quitan valor o

desmerecen la obra de F. Beorlegui, sino más bien todo lo contrario: se integran como

componentes válidos de una manera sintáctica dentro de un nuevo lenguaje totalmente

distinto a los demás, que es el nuevo lenguaje con el que hoy se expresa este artista ya

no joven en años, pero recién nacido en su pintura, que es Fernando Beorlegui.

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PINTURA E IDEA

Leopoldo María Panero

La pintura surrealista es una pintura conceptual o poética, es lo que puede llamarse

pintura literaria. Así tanto en la obra de Magritte como en la de mi amigo Fernando

Beorlegui se procede partiendo de un gag para llegar al cuadro. Así por ejemplo la

mujer que en lugar de ropa tiende unas sardinas y “esto no es una pipa” de Magritte.

Así ya el arte no se separa de la idea como en el ideograma chino. Se procede así a una

operación que podríamos llamar pintar un concepto.

El ideograma chino lejos de la idea gris a la que llamamos concepto no distingue entre

la figura y el pensamiento, como entre el arte y la idea. Así en la filosofía china no es

extraño que no se separe la materia de la forma o del alma, eso por cuento la filosofía no

parte de otra cosa que del signo. Es así que rompiendo con el estructuralismo Sassuriano

la idea-signo o el ideograma chino no parte el significante del significado. Lo mismo en

la pintura de Beorlegui el pensamiento quema la imagen y vemos así lo mismo que en la

pintura de Van Gogh a la realidad arder como en el ideograma chino, perfecto o fuego.

Con lo cual queremos decir que la pintura de Beorlegui escapa de la “manque” o de la

falta ontológica de signo partiendo de lo cual decimos que la palabra es el asesino de la

cosa.

Más podríamos decir aquí que la pintura no escapa a la “manque” esta dibujado en uno

de los cuadros más importantes de Beorlegui en el que el ser se dibuja en la figura de

una taberna donde una matrona espantosa recreativa de la madre devoradora, de la

madre fálica, representando al ser en lo que éste tiene de atroz y de asesino de la

palabra, donde una matrona espantosa decíamos nos sirve de beber.

Debajo de ella está el hombre como un hombrecillo mendigo de la idea y mendigo del

ser. Es la figura más realista de la condición humana. Es así que el arte dibuja lo que en

el hombre falta, lo que le separa de su condición de ser universal.

Queremos con ello hablar de la particularidad sangrienta que es lo que dibuja el arte

como una “manque” con algo que nos falta siempre de lo universal, que resulta tan

utópico como el paraíso cristiano.

Es así que pinta la mano de un muerto, la mano esquelética de una mujer que tiende

unas sardinas para siempre en el balcón de la muerte.

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Show Room en el Parque Empresarial de San Fernando de Henares.

Fernado Beorlegui colaboró con los dos óleos que se recogen en las imágenes

siguientes:

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Texto de nuestra común amiga escritora y periodista Carmen Torres Ripa

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