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============= Geografía III – ISFD Nº 46 – 2016 ============== ISFD y T Nº 46 – 2016 PANORAMA DE LA GEOGRAFÍA: ESTADO DEL ARTE GEOGRAFÍA III Prof. Luis María Carrizo Extraído de: http://aportes.educ.ar/geografia/nucleo-teorico/estado-del-arte/introduccion/ la_geografia_estado_del_arte.php Introducción o La geografía, estado del arte El espacio geográfico o Introducción o El espacio social o La escala geográfica La cuestión ambiental o Introducción o Modernidad, capitalismo y ambiente o Posmodernidad y cuestión ambiental o El rol de la geografía física La organización económica del espacio o Las perspectivas neopositivistas y radicales Territorios y geografía política o Un nuevo enfoque de la geografía política El nuevo interés por la geografía cultural o La cultura constituida espacialmente La geografía social o La población como tema central de la geografía social Los ejes integradores o Geografía urbana, rural, regional o La geografía urbana o La geografía rural o La geografía regional Bibliografía o Textos consultados Introducción: La geografía, estado del arte En este módulo abordamos las principales tendencias actuales de la geografía en términos de los temas de interés, los principales conceptos, los alcances y limitaciones para la generación de conocimiento o la respuesta a demandas sociales. Organizamos el módulo a partir del tratamiento de un concepto que, entendemos, tiene una gran centralidad en la geografía, el de espacio geográfico, abordando la discusión en torno a sus características y en particular acerca de su condición de producto social. Junto a este concepto presentamos también la cuestión de las escalas. 1

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============= Geografía III – ISFD Nº 46 – 2016 ==============

ISFD y T Nº 46 – 2016

PANORAMA DE LA GEOGRAFÍA: ESTADO DEL ARTE

GEOGRAFÍA IIIProf. Luis María Carrizo

Extraído de: http://aportes.educ.ar/geografia/nucleo-teorico/estado-del-arte/introduccion/la_geografia_estado_del_arte.php

Introducción o La geografía, estado del arte

El espacio geográfico o Introducción o El espacio social o La escala geográfica

La cuestión ambiental o Introducción o Modernidad, capitalismo y ambiente o Posmodernidad y cuestión ambiental o El rol de la geografía física

La organización económica del espacio o Las perspectivas neopositivistas y radicales

Territorios y geografía política o Un nuevo enfoque de la geografía política

El nuevo interés por la geografía cultural o La cultura constituida espacialmente

La geografía social o La población como tema central de la geografía social

Los ejes integradores o Geografía urbana, rural, regional o La geografía urbana o La geografía rural o La geografía regional

Bibliografía o Textos consultados

Introducción: La geografía, estado del arteEn este módulo abordamos las principales tendencias actuales de la geografía en términos de los temas de interés, los principales conceptos, los alcances y limitaciones para la generación de conocimiento o la respuesta a demandas sociales.

Organizamos el módulo a partir del tratamiento de un concepto que, entendemos, tiene una gran centralidad en la geografía, el de espacio geográfico, abordando la discusión en torno a sus características y en particular acerca de su condición de producto social. Junto a este concepto presentamos también la cuestión de las escalas.

Ambos conceptos están presentes en el tratamiento de las distintas temáticas que se realiza en las secciones siguientes, organizadas en función de las grandes subdisciplinas tradicionales. Por último, hemos dedicado una sección también a las cuestiones vinculadas con los abordajes integradores.

Los contenidos del módulo rescatan, en la medida de lo posible y necesario, los que han sido planteados en el módulo anterior, en tanto entendemos que es imposible separarlos

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completamente. La forma en que hoy abordamos determinados temas se relaciona con las perspectivas conceptuales actuales y también pasadas, da respuestas a problemas y desafíos provenientes de distintas perspectivas, de distintos autores, resignificadas a la luz de las características y tendencias que muestra el mundo actual, a cuya comprensión, en definitiva, nos orientamos.

Los contenidos del módulo son fundamentales también, o al menos esto entendemos, para pensar la geografía escolar, la práctica educativa, la labor docente en geografía, metas últimas de estos textos. Esto es así porque no es posible pensar la práctica docente en el marco de una disciplina sin que se cuente con un claro fundamento respecto de sus contenidos, que permitan no sólo comprenderlos adecuadamente sino también transformarlos en función de cumplir los objetivos educativos que se persiguen.

La geografía escolar tradicional ha recibido en diversas ocasiones críticas relacionadas con la desactualización de sus contenidos. Las propuestas que se han orientado a superar esta situación, sin embargo, no siempre han sido lo suficientemente exitosas como se esperaba y necesitaba. Entendemos que, en gran medida, esto ha sido así porque la actualización de contenidos ha tenido escasa fundamentación conceptual y no ha sido capaz de articularse adecuadamente con los contenidos que los docentes manejan. Esperamos que los temas tratados en estos dos primeros módulos contribuyan a superar esta situación.

El espacio geográfico

IntroducciónHemos expuesto en el módulo anterior que, en las últimas décadas, la geografía ha visto un incremento del interés y la necesidad de fundamentar teóricamente su labor y su producción; el contacto con las grandes líneas de pensamiento social, por ejemplo, se encuentra vinculado con esto. También se ha visto un creciente interés por la búsqueda de marcos teóricos y conceptuales que sean específicos de la disciplina, tratando de ir más allá de la mera incorporación de la producción de otras disciplinas del campo social. Y al mismo tiempo –y en parte también como herencia de las tendencias radicales– se ha ido poniendo un énfasis creciente en la construcción de un conocimiento geográfico que contribuya a la comprensión –y posible solución– de los problemas que son considerados importantes para la sociedad (Ortega Valcárcel, 2004), sin que esto lleve a desconocer que la definición de estos problemas y de sus posibles soluciones no son ni lineales ni compartidos por todos.

Lo anterior remite a la necesidad de revisar una noción que, a lo largo del tiempo, ha ocupado un lugar central en la disciplina, la de espacio. En las últimas décadas se han producido en torno a ella intensos debates y, entendemos, avances conceptuales significativos en función de dar fundamentos teóricos más claros a la geografía como ciencia social. Edward Soja (1993) ha señalado con claridad que la tradición de estudios sociales ha descuidado la consideración del espacio, centrando su interés en el tiempo; según el autor, los grandes marcos interpretativos de lo social han sido capaces de abordar los procesos de forma clara y significativa, con lo cual la dimensión temporal que está implicada en lo social ha sido ampliamente considerada. Pero no ha sucedido lo mismo con el espacio, cuyo rol en estos procesos ha quedado en la oscuridad, lo que desembocó en su no consideración o incluso en su ocultamiento. Reconociendo que esta situación ha comenzado a revertirse, considera asimismo que esto es fuente de enriquecimiento tanto para la teoría social como para la geografía.

Tradicionalmente, la teoría social habría dejado en manos de la geografía la consideración del espacio, razón que lleva a indagar acerca de qué se ha entendido por tal en nuestra disciplina. La geografía tradicional ha considerado al espacio fundamentalmente como un absoluto, como algo que existe en sí al margen tanto de sus contenidos como de su percepción. Esta concepción de espacio absoluto, que según Ortega Valcárcel “...es una operación intelectual, exclusivamente intelectual” (2004:32) proviene del pensamiento clásico griego y ha imbuido el conocimiento y la ciencia moderna. Se trata de un espacio geométrico, lo que ha permitido establecer sobre el mismo

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un sistema de coordenadas que posibilita la ubicación de distintos puntos y la distancia entre ellos. La idea de espacio contenedor también está vinculada con esta perspectiva: el espacio es el ámbito donde las cosas están, y por lo tanto permite captarlas y realizar distintas operaciones intelectuales relativas a ellas (describirlas, compararlas, representarlas). Hacer esto ha sido visto como el estudio del espacio.

La geografía tradicional asumió esta noción de espacio como un dato de la realidad, como algo dado, no sujeto a indagación ni cuestionamiento en sí mismo. A él se refieren los autores clásicos cuando hablan de “la Tierra” o la “superficie terrestre”, y al tratamiento de sus características dedican sus esfuerzos. Como contenedor, este espacio está cargado de objetos, sean naturales o producto de la actividad humana, que deben ser descriptos no en sí mismos sino en su desigual distribución, en su presencia/ausencia en los distintos puntos (¿lugares?, ¿sitios?) del espacio, que pueden ser individualizados por un nombre y por su ubicación según la grilla de coordenadas (posición). Dicha distribución también puede ser explicada si se logra establecer, como indicaba Ritter, las relaciones causales entre los objetos y cualidades. Como escenario (palco, soporte) el espacio es considerado como el ámbito donde los hechos suceden entre las cosas que están en él, ya se trate de hechos del orden natural o del orden humano (distinción que, cabe advertir, también puede ser considerada una operación intelectual). Los hechos ocurren en el espacio, de manera diferencial en su extensión, y diversa también a lo largo del tiempo. La descripción geográfica tradicional asume esto al describir las características del espacio en sí mismas, tanto cuando se orienta a la descripción sistemática de las regularidades, como a la descripción de corte regional, privilegiando las particularidades.

El espacio también fue considerado como una categoría del pensamiento, al igual que el tiempo, que son previas e indispensables para la experiencia humana. Kant los considera categorías a priori, ya que no hay experiencia humana al margen del espacio ni del tiempo. Este tipo de concepción del espacio ha sido privilegiado por las perspectivas idealistas, que han puesto énfasis en las condiciones humanas para conocer y en el modo en que estas influyen en el mismo (Ortega Valcárcel, 2004). Por ejemplo, cabe recordar el énfasis en la percepción sensible o empática que la geografía regional coloca en el acto de conocer, oponiéndose a la neta distinción entre objeto y sujeto del positivismo.

Estas concepciones de espacio han dificultado la elaboración de conceptualizaciones y marcos teóricos relativos al espacio geográfico. Pero no han impedido que el conocimiento alcanzado sobre el mismo fuese socialmente útil, como lo muestran los resultados de las expediciones geográficas o también, y de manera paradigmática, las representaciones cartográficas con su clara utilidad práctica. Ortega Valcárcel señala esto con gran claridad, por lo que conviene reproducir aquí sus palabras:

De forma espontánea, la noción de espacio y el conjunto de referencias espaciales, han permitido la constitución de un saber social que de modo práctico y de modo teórico o reflexivo, han facilitado el desarrollo social. Es lo que habitualmente se llama geografía, aunque no sobrepasa el carácter de saberes no rigurosos ni teoréticos, y de saberes de la experiencia social. Son patrimonio de cualquier sociedad, sea cual sea su grado de desarrollo, aunque presenten un grado diferente de elaboración y sofisticación. (Ortega Valcárcel, 2004: 32, destacado nuestro)

El espacio socialActualmente, existe un amplio consenso en considerar que el espacio geográfico, o si se quiere, el espacio objeto de la geografía, es un espacio social. Es un producto de la acción humana, de aquí que no sea un objeto dado ni preexistente a la misma, sino que se produce socialmente y, como tal, también históricamente. Este consenso implica un cambio muy importante respecto de las posturas tradicionales en geografía, en la medida en que deja de suponer que a través de su estudio se dará cuenta de la realidad en sí (lo cual se asocia, además, con el recurso al arsenal metodológico de las ciencias naturales), para aceptar en cambio que el espacio es un objeto a ser indagado en el marco de los procesos sociales que lo involucran, como parte de los mismos, y que esto debe realizarse con las mismas herramientas metodológicas.

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El espacio como producto social es un objeto complejo y polifacético: es lo que materialmente la sociedad crea y recrea, con una entidad física definida; es una representación social y es un proyecto, en el que operan individuos, grupos sociales, instituciones, relaciones sociales, con sus propias representaciones y proyectos. El espacio se nos ofrece, además, a través de un discurso socialmente construido, que mediatiza al tiempo que vehicula nuestra representación y nuestras prácticas sociales. Es un producto social porque sólo existe a través de la existencia y reproducción de la sociedad. Este espacio tiene una doble dimensión: es a la vez material y representación mental, objeto físico y objeto mental. Es lo que se denomina espacio geográfico. (Ortega Valcárcel, 2004: 33-34 destacado nuestro)

La definición precedente es interesante por la riqueza de contenidos y porque permite presentar, de modo resumido, resultados y aportes de diversos autores. Soja (1985), por ejemplo, utiliza el término espacialidad para referirse al espacio social, también resultado de la acción social y, al mismo tiempo, instancia o parte constitutiva de la misma. Esto último representa un avance conceptual significativo en la medida en que deja de lado la posibilidad de que el espacio sea un simple reflejo de lo social; así como la acción social transcurre en el tiempo (y estamos acostumbrados a pensar en procesos) también se despliega en el espacio, y las características que este posee inciden o participan en lo social, forman parte de lo social.

El espacio es material, y como tal tiene un conjunto de características que, en sí mismas, no dependen de lo social. En primer término, sus atributos naturales, cuya existencia y dinámica no responden a la sociedad, pero que se transforman en sociales en la medida en que la sociedad los incorpora a su dinámica. En segundo término, la carga de constructos y transformaciones relictos del pasado, lo que Milton Santos (1986) denomina rugosidades, y que suele considerarse como tiempo pasado materializado en el espacio; ellos pueden ser pensados como una “segunda naturaleza” que, en tanto materializados en el espacio, y al igual que la primera, podrán intervenir en los procesos sociales en la medida en que la sociedad los reincorpora según sus intenciones o necesidades. En tercer término, la cualidad de extenso que posee el espacio material hace intervenir la distancia, que sumada a la cualidad de desigual distribución y presencia de atributos en dicha extensión, imponen a las prácticas sociales una mediación necesaria para acceder a aquellos atributos necesarios allí donde estén y contar con ellos allí donde se los requiera. Así, podemos ver que, como espacio material (con sus atributos) exclusivamente, el espacio no depende de lo social, sino que se transforma en social cuando lo consideramos a la luz de sus relaciones con la sociedad, y como tal lo abordamos para comprenderlo.

El espacio también es mental, en la medida en que los individuos lo perciben, imaginan y valoran de modos diversos, y estas percepciones y valoraciones subjetivas también condicionan la relación con el espacio, al igual que lo hace, por ejemplo, la presencia de ciertos atributos naturales. Hemos visto ya los aportes realizados desde perspectivas humanísticas en este sentido, los cuales son retomados aquí enriqueciéndose en su articulación con la dimensión material del espacio. Y al mismo tiempo, el espacio también sustenta un conjunto de discursos y representaciones sociales que incidirán tanto en las formas (materiales o simbólicas) de articularse con el espacio, como en los resultados que estas formas específicas de articulación provoquen en los procesos sociales.

Conviene aclarar que cada uno de estos espacios (material, mental o perceptivo, representacional) podría ser considerado en sí mismo, individualmente, y podría dar lugar a conocimientos válidos y útiles a partir de teorías y métodos que sean adecuados. Por ejemplo, el espacio material podría ser objeto de las ciencias naturales (o materia de arquitectos e ingenieros), el mental de la psicología, el representacional de la literatura. Pero todos reunidos y en interacción con lo social constituyen el espacio social o geográfico (o espacialidad), de interés para las ciencias sociales en general y la geografía en particular. Y es de interés para estas porque el espacio social interviene, con sus cualidades, en lo social, dándole especificidad. Si no lo tuviésemos en cuenta, nuestra comprensión de lo social sería parcial o insuficiente.

La escala geográfica

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La cuestión de las escalas geográficas está muy vinculada a la discusión en torno a la forma en que la geografía ha abordado el espacio. Tradicionalmente, la disciplina abordó la escala como un dato fijo, asociado al tipo de espacio que se estaba considerando. De esta manera, la escala geográfica se aproximó fuertemente a la noción de escala cartográfica (la que define la relación entre superficie real y superficie representada). De acuerdo con el tipo de estudio o la dimensión a ser analizada, el recurso a la escala permitía definir o “recortar” el territorio que resultaba más adecuado; con esto, la escala intervenía en el proceso de producción de conocimiento antes de que el mismo se llevase a cabo. Una vez establecida, la escala se mantenía fija y dejaba de ser objeto de interés. Por ejemplo, la escala estatal ha sido una escala privilegiada por la geografía tradicional, contribuyendo a que los territorios de los estados se consideraran como unidades fijas e inamovibles (y a su naturalización); era el punto de partida del análisis, y todo aquello que se hiciese quedaba incluido en dicho territorio.

Diversas razones han ido llevando a modificar esta forma de conceptualizar y utilizar la escala. Por una parte, los cambios sociales generales, asociados en gran medida al crecimiento de las articulaciones entre diversos lugares y sociedades del planeta, han planteado la necesidad de recurrir a un mayor número de escalas para comprenderla en forma acabada. El predominio de la escala estatal se ha visto, de este modo, cuestionado por una parte por la creciente importancia de la escala global, y por otra, por el énfasis que se ha puesto en escalas subnacionales, tales como las locales o regionales.

Más importante aún, la creciente complejización de lo social ha demandado un nuevo tratamiento de la cuestión de las escalas, fundamentalmente a partir del reconocimiento de que los fenómenos sociales, aun aquellos que están siendo estudiados en un ámbito espacial concreto, definido a una escala determinada, requieren para su comprensión del tratamiento de aspectos del fenómeno que acontecen en otras escalas. La noción de articulación escalar (o juego de escalas) ha ido cobrando fuerza para dar cuenta de esta cuestión (Herod, 2003). Desde esta perspectiva, la escala deja de ser un dato previo, para convertirse en un recurso al que se acude en la medida de lo necesario para comprender el objeto de investigación que se ha definido. Así por ejemplo, si estuviésemos interesados en analizar los procesos de desindustrialización o empobrecimiento de la población de una determinada localidad, el análisis que llevaríamos a cabo (definido en la escala local de “esa” localidad), muy probablemente requerirá que incorporemos procesos sociales y económicos que acontecen en otras escalas, por ejemplo la escala global en la que se llevan a cabo las estrategias de división espacial del trabajo de grandes empresas que actúan en todo el mundo, pues son estas estrategias globales las que explican, en último término, las decisiones de localización de sus plantas; quizás debamos también recurrir a la escala estatal, pues probablemente las políticas del Estado (definidas no sólo para la localidad que nos ocupa) tengan injerencia en lo que en dicha localidad sucede, o incluso medien entre las decisiones globales de las empresas y las consecuencias que se perciben en el ámbito local.

La cuestión de las escalas ha cobrado importancia también a partir de un conjunto de trabajos que vienen considerando el juego o articulación escalar como un “recurso” al que los actores sociales acuden en pro de la consecución de sus objetivos; en general esta temática está siendo denominada política de escala (González, 2005; Herod, 2003). Interesa aquí reconocer cómo, actores situados en ámbitos espaciales concretos (por ejemplo una ciudad, un municipio o un país) se relacionan con otros que actúan en otros ámbitos para, con esto, alcanzar objetivos que se definen y pueden realizarse en el primero. Esto es lo que sucede, por ejemplo, cuando ante un problema local (escala local) se llevan a cabo acciones de reclamo en otras escalas, por ejemplo nacional o global, tratando de modificar las condiciones locales que generan el problema en cuestión, y obtener una solución que les resulte favorable. Muchos movimientos ambientalistas recurren también a este tipo de estrategia.

La cuestión ambiental

Introducción

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Los temas ambientales ocupan un lugar destacado en la geografía actual. En parte, esto se debe a la centralidad que los mismos han adquirido en las últimas décadas en prácticamente todas las sociedades, muy vinculada con la diversidad y envergadura de lo que se considera como problemáticas ambientales. En parte también porque la relación entre los hombres y el medio, con la que estos temas podrían ser emparentados, tuvo este mismo destaque también en la mayor parte de las perspectivas de la geografía en el pasado.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de ambiente y de problemáticas ambientales? Sin dudas, hay frente a esta pregunta un amplio conjunto de respuestas, que no pueden abordarse en su totalidad aquí (véase, al respecto, Reboratti, 1999). Sin embargo, sí pueden presentarse dos posturas que resultan centrales para entender el tema. Por una parte, aquella proveniente de las ciencias naturales, específicamente de la ecología, que asimila el concepto de ambiente al de ecosistema; desde esta perspectiva, los seres humanos se incorporan al mismo como una especie más, en interacción con las restantes y con las condiciones del medio. Las problemáticas ambientales, aquí, se relacionan con los fenómenos que provocan la ruptura del equilibrio del ecosistema, y que pueden desembocar en su degradación o incluso en su desaparición; las soluciones tienen que ver con propuestas de manejo más adecuado, de exclusión de uso, o de mitigación de consecuencias negativas.

Por otra parte, la definición de ambiente remite a las condiciones en que los seres humanos, organizados socialmente, se relacionan con la naturaleza con el fin de asegurar su sobrevivencia. Esta definición muy general puede adscribirse al dominio de las ciencias sociales. Desde esta perspectiva, las problemáticas ambientales son:

...una cuestión de carácter eminentemente social. La problemática ambiental surge de la manera en que una sociedad se vincula con la naturaleza para construir su hábitat y generar su proceso productivo y reproductivo. Es decir que está directamente e indirectamente vinculada al modelo de desarrollo presente en un determinado tiempo y espacio. (Galafassi, 2002: 21)

Desde esta última perspectiva, queda instalado el carácter social y cultural del concepto de ambiente. Diversos autores han abordado esta cuestión a partir de considerar el proceso de conformación de las sociedades humanas (yendo en algunos casos más allá hasta incluir la evolución de la especie humana) como un proceso de permanente articulación con los elementos naturales. Así por ejemplo, Moraes y da Costa (1987) señalan que los seres humanos se definen por su capacidad de trabajar para extraer de la naturaleza aquellos elementos que les son necesarios, utilizando en muchos casos algunos de estos elementos como instrumentos para llevar a cabo esta tarea (lo que da lugar al surgimiento de la técnica); la especialización y la diferenciación de roles en esta tarea (en el trabajo) sería una de las bases de la diferenciación social. A medida que las sociedades se hacen más complejas, la mediación técnica (incluidos los conocimientos acumulados) y la diferenciación social se hacen crecientes, lo que dará lugar a la conformación de sociedades humanas como las que conocemos. A su vez, esta labor sobre la naturaleza la modifica, alterando su equilibrio original; parte de estas modificaciones tendrán valor para generaciones futuras (por ejemplo la modificación de ciertas especies o la alteración de un curso de agua), las que se apropiarán de estas transformaciones para sus objetivos. Este proceso, que el autor denomina proceso de valorización espacial, sería un rasgo constitutivo de la humanidad, aunque las formas en que se lleva a cabo en cada momento y lugar sean muy variables.

Vinculado a lo anterior, uno de estos autores planteará en otra de sus obras que la cuestión ambiental no remite a la relación entre sociedad y naturaleza, sino que en rigor es una relación social, entre los hombres, mediada por la naturaleza (Moraes, 1994). La idea misma de recursos naturales se engarza perfectamente en esta definición, en la medida en que por ellos deben entenderse no los elementos naturales en sí, que están presentes en el orden natural (formando parte de él), sino el proceso social que consiste en recurrir a ellos para satisfacer las necesidades de cada grupo en cada momento y lugar concretos. Es esto lo que permite comprender el hecho de que los elementos naturales pasen a ser –o dejen de ser– recursos aprovechables según las necesidades, intenciones o capacidad de las distintas sociedades, en distintos momentos y lugares.

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Incluso las estimaciones de sus existencias (como sucede con el petróleo) están tan condicionadas por el nivel de conocimientos, la tecnología disponibles o la relación con los precios y los costos, que queda muy en claro que dichas estimaciones están lejos de ser “datos de la naturaleza”.

Modernidad, capitalismo y ambienteYa hemos dicho que la modernidad instala al discurso científico en un lugar destacado, en un proceso muy relacionado con la desacralización de la naturaleza. Junto a esto también se consolidará la diferenciación entre el orden natural y el orden humano.

La indagación científica sobre la naturaleza tendrá, en este contexto, un carácter fuertemente instrumental, esto es, orientado a fines prácticos. La industria, el comercio y en general las actividades económicas harán un uso intenso de los resultados de investigación, en la medida en que permiten implementar nuevos procesos productivos o producir nuevos bienes, con el consiguiente beneficio económico y también en la satisfacción de necesidades de las personas, beneficios ambos que, cabe señalar, se distribuyen muy desigualmente entre los grupos sociales. La imagen de la ciencia como una fuente de poder se vincula con estas cuestiones.

El desarrollo tecnológico resultante de los avances científicos se incrementó paulatinamente, y permitió un creciente uso y manipulación de la naturaleza. Los elementos que se extraen de ella son transformados en productos que circulan como mercaderías y dan lugar al desarrollo de actividades económicas y la generación de ganancias. Luego de ser utilizados o consumidos, de diversas maneras y con distintas características, estos elementos vuelven a la naturaleza, que cumple entonces otra función, la de repositorio de desechos.

Si observamos este proceso poniendo en foco a la naturaleza, veremos que es causa de una profunda alteración o transformación de la misma, que ha llegado a niveles impensados escaso tiempo atrás. Prácticamente toda la superficie del planeta ha sido puesta en función de estos procesos y participa en ellos de diversas maneras: como proveedora de elementos (minerales, forestales, etc.), como recurso para la obtención de otros productos (suelo agrícola), como lugares para recibir desperdicios (fondo del mar, aire, áreas desvalorizadas).

Esto ha provocado reacciones negativas crecientes entre la población mundial; en particular a partir de la década de 1960 y en fuerte relación con el peligro nuclear, las amenazas de agotamiento de los recursos y los crecientes niveles de contaminación, lo que en un primer momento se denominó “conciencia ecológica” fue creciendo y generando un contexto de crítica y rechazo frente a esta situación, con propuestas de resolución por cierto muy disímiles (sobre las características de los movimientos ecologistas, puede consultarse, entre otros, Ballesteros y Pérez Adan, 1997). Las condiciones de la naturaleza se convierten, de este modo, en un problema social.

La manipulación de la naturaleza y su instrumentalización en función de las actividades económicas, al mismo tiempo, sustentaron también un orden social y económico que fue consolidándose junto con ella, el capitalista. El trabajo humano aplicado a la manipulación de elementos naturales se convirtió en una fuente de valor cuya desigual apropiación y distribución fue la fuente de la acumulación de capital, capital que, en parte, se reinvirtió para reforzar este proceso. Los procesos productivos se fueron especializando, alejando al trabajador del producto de su trabajo, en pro de la mayor productividad. El desarrollo conllevó bienestar para una parte de la población, pero no para todos. Este fue otro frente de insatisfacción y conflicto, claramente social.

En esta apretada síntesis, no deberían dejar de mencionarse las dimensiones políticas implicadas en la apropiación y uso de la naturaleza. Los conflictos por el acceso y control de los recursos naturales, en cualquier nivel escalar, son la manifestación más evidente de esta cuestión.

Posmodernidad y cuestión ambientalLas críticas a la modernidad fueron uno de los ejes sobre los cuales se consolidan, en las dos últimas décadas del siglo XX, nuevas matrices de pensamiento y acción social, que han dado en conocerse como posmodernidad. Uno de los blancos privilegiados por esta crítica ha sido la ciencia, y en

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especial su carácter de saber instrumental a un orden social determinado, que también es cuestionado.

Las problemáticas ambientales tendrán un lugar central en estas nuevas perspectivas, que denuncian las nefastas consecuencias del deterioro y “destrucción” de la naturaleza y los riesgos de agotamiento de los recursos necesarios para la humanidad. El peso social y la participación política de los movimientos ambientalistas irán instalando demandas de preservación que desembocarán en las propuestas de desarrollo sustentable, claramente establecidas en la Agenda XXI (programa 21) elaborada a partir de la Cumbre para la Tierra ECO92 de Río de Janeiro . La sustentabilidad ambiental, nuevamente, será planteada en términos de la protección de la naturaleza, pero también en términos sociales y culturales, con lo cual se refuerzan los vínculos entre crítica ambiental y crítica al orden social general. Los movimientos ambientalistas se consolidan en este contexto, cobrando muchos de ellos un carácter global (Gonçalves, 2001).

Sin embargo, la ciencia y la técnica no dejarán de tener un papel central, aunque ahora se reorientarán en gran medida a la búsqueda de formas más eficientes de utilización de los recursos, a la disminución de la contaminación y el deterioro ambiental, o a la implementación de medidas correctivas o paliativas del daño ambiental ya ocasionado o que no puede dejar de ocasionarse. Se ha señalado ya que, por detrás de las buenas intenciones que guían este accionar, anidan nuevas formas de acumulación económica, adaptadas al nuevo contexto social.

Por otra parte, la preservación de la naturaleza se vincula cada vez más con nuevas formas de valorización social –y económica– de la misma. Un papel destacado cobran los denominados “usos estéticos” de la naturaleza vinculados con el turismo y la recreación, a través de los cuales, nuevamente, se da valor económico a la naturaleza, ahora gracias a su preservación. El paisaje –y particularmente el paisaje natural– cobra aquí una gran importancia, en la medida en que se transforma en un recurso escénico o estético primordial.

El rol de la geografía física“La articulación sociedad-naturaleza no puede pensarse como formada por relaciones lineales que se establecen en forma simple y directa entre fenómenos de racionalidades similares. Los procesos naturales se configuran en base a una serie de principios propios de lo físico y biológico, los procesos sociales y culturales se definen y cobran significación a partir de condiciones y factores específicos pero conformados sobre y en conjunción con los físicos y biológicos a partir de variados procesos de articulación.” (Galafassi, 2002: 32)

Hemos elegido el párrafo precedente porque, entendemos, permite recuperar la importancia de los contenidos de Geografía Física en el tratamiento ambiental, que de acuerdo a lo que hemos planteado precedentemente, parecerían quedar totalmente marginados de nuestro tratamiento. Esto no es así, ya que los contenidos de Geografía Física resultan indispensables a fin de comprender las características propias del orden natural, pues son ellas las que definen en gran medida las formas específicas en que se concreta la relación con la sociedad.

Los principios propios del orden físico y biológico de los que habla el autor son, precisamente, objetos de indagación de la geografía física, cuyos conocimientos resultan indispensables a la hora de comprender las cuestiones ambientales. Si tomamos como ejemplo la cuestión del calentamiento global y sus consecuencias en las condiciones climáticas, es posible sostener que, más allá de las consideraciones acerca de si el mismo es resultado de acciones humanas o no, o más allá de tener en cuenta sus efectos sociales, existe un núcleo irreductible de cuestiones que remiten al orden natural (¿cuáles son los cambios climáticos?, ¿cómo se producen?, ¿cómo inciden en otros procesos naturales?, ¿qué medidas podrán tomarse para controlar estos cambios?) y que, como tales, exigen la indagación de los principios y leyes del orden natural. Como otro ejemplo, los procesos erosivos provocados por un río, aunque estén causados por una modificación de su régimen debida a la instalación de una represa y al ritmo en que sus administradores liberan el paso del agua (muy probablemente determinados por los intereses sociales y económicos relacionados con la producción de energía hidroeléctrica), son procesos

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erosivos cuyas leyes son de orden natural, y requieren ser trabajados como tales; sólo así podrán ser comprendidos y, eventualmente, proponerse medidas de solución. Claro que estas últimas sí volverán a integrarse al orden social: serán objeto de debate, intereses encontrados y acciones diversas, de todo lo cual dependerá el resultado final.

La geografía física ha mantenido un alto nivel de producción científica a lo largo del tiempo, realizada en íntima relación con las distintas disciplinas que se ocupan de estos temas. La incorporación de perspectivas sistémicas desde mediados del siglo XX ha conducido a avances importantes en la consideración de las interrelaciones entre los elementos y en las especificidades que de ellas derivan. También los estudios de las consecuencias de las acciones humanas en la esfera física y biológica, denominados en general estudios de impacto ambiental, han contado con aportes significativos de la geografía física, beneficiados por el conocimiento que sus responsables tienen también del orden social.

La organización económica del espacio

Las perspectivas neopositivistas y radicalesEl interés por las cuestiones vinculadas con la economía ha ocupado un lugar destacado en la geografía, particularmente en las perspectivas neopositivistas y radicales. A las tradicionales descripciones del despliegue espacial de las diversas actividades económicas en la superficie terrestre, típicas de las perspectivas más tradicionales, las nuevas tendencias incorporaron la preocupación por dar cuenta o explicar sus razones. En el caso del neopositivismo, el énfasis estuvo puesto en la elaboración de modelos y leyes que permitieran comprender el orden subyacente a una realidad que, en su observación directa, lo ocultaba. Los modelos de localización industrial (por ejemplo de A. Weber), de centros de servicios (Christaller) o de la actividad agrícola (von Thunen) son algunos ejemplos. En el caso de las tendencias radicales, el interés se centró, en cambio, en la comprensión y crítica al modo de producción capitalista, ya que era este el que permitía comprender las pautas de distribución y localización de las actividades. El interés por las diferencias que el desarrollo económico mostraba a escala planetaria, las relaciones de dependencia y explotación involucradas en estas diferencias, y sus consecuencias en las condiciones de vida, también fueron tema de interés (Sánchez, 1991).

La profunda reorganización del capitalismo, cuyo inicio se acepta ubicar hacia mediados de la década de 1970, afectará fuertemente los contenidos y metodologías de análisis de la geografía económica. Globalización económica e ideologías neoliberales, redes empresariales y financieras, sistema posfordista de producción y cambio tecnológico, pueden considerarse los ejes temáticos que permiten organizar esta presentación del tema (Méndez Gutiérrez del Valle, 2004). Atravesándolos a todos, está siempre la preocupación por la dimensión espacial de estas transformaciones.

La crisis capitalista de mediados de los años setenta en las economías más desarrolladas impulsa una profunda transformación de la organización económica en general, y de la productiva en particular. La reorganización de los procesos productivos, muy vinculada a la incorporación de nuevas tecnologías que ahorran mano de obra y permiten diversificar la producción (que ha dado en denominarse posfordismo), conlleva una nueva división espacial del trabajo, que permite el máximo aprovechamiento de las ventajas comparativas de cada lugar, para la producción de aquellos productos o partes de los mismos que posteriormente podrán ser ensamblados y vendidos en el mercado mundial. Nuevas áreas de industrialización, mayormente en los países subdesarrollados, se correlacionan con la decadencia de áreas industriales tradicionales de los países ricos.

El proceso de globalización económica de las últimas décadas sustenta estas transformaciones y al mismo tiempo se alimenta de ellas. Las ideologías neoliberales y las relaciones de poder internacional facilitan la liberación de los flujos comerciales y, más aún, los financieros. Las grandes empresas adquieren mayor relevancia aún, concentrando porciones de poder muchas veces superiores a las de más de un Estado. Todo el planeta se ve transformado en un inmenso mercado

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de producción y consumo de bienes cuya circulación en el espacio es ampliamente facilitada. Las imágenes y discursos sobre el mundo global e integrado complementan este proceso de homogeneización.

Enfatizar exclusivamente en la homogeneización que acompaña el proceso de globalización, sin embargo, sería erróneo, como lo han ya señalado varios autores, mostrando el carácter ideológico de estos supuestos. Es aquí donde el espacio geográfico juega un papel fundamental, ya que así como su “acondicionamiento” ha sido un requisito fundamental para el proceso de globalización y la consecuente homogeneización, el espacio instala nuevas divisiones y fragmentaciones, que conviene considerar con atención.

La importancia que las tecnologías de la información y la comunicación han adquirido en estos años ha llevado a diversos autores, entre ellos Manuel Castells (2000), a hablar de sociedad de la información. Uno de los componentes fundamentales de esta nueva forma de organización sería la existencia de redes de todo tipo, en las cuales se articulan procesos fragmentados tanto social como territorialmente. Grandes organizaciones, en particular las empresas pero no sólo ellas, organizan su accionar a través de estructuras reticulares que atraviesan y articulan distintas funciones, lugares o grupos sociales. Las grandes compañías industriales son un ejemplo paradigmático de este tipo de organización: sus procesos productivos se fragmentan y llevan a cabo en distintas plantas productivas, otras unidades procesan su contabilidad o administración, otras realizan su publicidad y otras se ocupan de las ventas; y todo esto sucede en distintos lugares al mismo tiempo, que están conectados en red, gracias a las posibilidades que las nuevas tecnologías ofrecen, y que el contexto social y económico permite y justifica.

Así, el mundo globalizado podría ser pensado como una totalidad vinculada y atravesada por un conjunto infinito de redes; viviríamos hoy en sociedades en red. Estas redes tendrían nodos, es decir puntos donde se concretan, y estos nodos son lugares concretos, que se ven beneficiados por su inclusión en las redes. La competencia entre los distintos lugares para formar parte de alguna red (o mejor aún, de la mayor cantidad posible) sería exacerbada al máximo. En cada uno de estos lugares, sin embargo, sólo una parte de su población o de sus actividades tradicionales serán de interés para estas redes, lo que reproduce en ellos los mismos procesos de selección y diferenciación que se dan a escala global. Inclusión y exclusión de estas redes son, por lo tanto, las dos caras de la misma moneda, que se procesan social pero también espacialmente (Castells, 1998). Las sociedades, grupos sociales dentro de ella, lugares en distintas escalas que no son incluidos en red, quedan al margen; la inclusión en las redes se constituye en el nuevo mecanismo de inclusión y exclusión y marginación.

La cuestión fundamental para el abordaje de estos temas desde la geografía es qué atributos debe tener un lugar para formar parte de alguna (muchas) red, y no quedar excluido. A responderla se han orientado los aportes realizados, entre otros, por Doreen Massey (1984) o David Harvey (1998), quienes muestran que por detrás de la homogeneización que origina la globalización y las nuevas formas de organización económica es posible observar que se produce, al mismo tiempo y en forma articulada, un proceso de diferenciación, en la medida en que esta homogeneización sólo es tal para ciertas porciones o fragmentos de las sociedades y el espacio: sólo aquellos individuos que resultaban interesantes para sus fines son incorporados y, en tanto tales, formaban parte de la totalidad homogénea; y lo mismo sucede a nivel espacial. Sólo aquellos lugares que tienen “algo interesante que ofrecer” a las lógicas globales que organizan las redes podrán convertirse en nodos, los restantes serán excluidos. La competencia capitalista exacerba la búsqueda de especificidades como fuente de mayores ganancias (lucro diferencial), al tiempo que individuos, sociedades y lugares implementan mecanismos diversos que les permitan quedar incluidos evitando la exclusión (por ejemplo, el desempleo del individuo, el empobrecimiento para la sociedad, la pérdida de actividades, trabajo, etc., para un lugar) o, según la expresión de Romero y Nogué (2004), caer en la irrelevancia.

Más aún, cabe advertir que esta forma de homogeneización y diferenciación de los lugares es parte constitutiva del proceso de acumulación capitalista en su fase actual. Y por supuesto, permiten comprender no sólo la diferenciación espacial resultante, sino y fundamentalmente, el rol que

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dicha diferenciación juega en este proceso. La importancia que las condiciones de los lugares ha adquirido en el proceso de desarrollo económico actual ha dado lugar también a diversas posturas que, desde lo económico, han acompañado y complementado el énfasis que, desde lo político y también lo cultural, se viene poniendo en las escalas locales. Las denominadas propuestas de desarrollo local, y también las de desarrollo territorial (una sistematización de esta discusión puede verse en Manzanal, 2005), se orientan en este sentido, en la medida en que ponen énfasis en la activación de aquellos rasgos o atributos específicos de los lugares que puedan dar base a procesos de desarrollo genuino o sustentable, evitando caer en la implementación de mecanismos espurios (como el abaratamiento de la mano de obra, el debilitamiento de las regulaciones ambientales o, más frecuente aún, las exenciones e incentivos impositivos) para atraer inversiones, que en muchos casos han dado lugar a consecuencias negativas mayores que los beneficios obtenidos.

Por otra parte, también se han desarrollado formas de analizar la dinámica económica a nivel regional, particularmente a través de los denominados circuitos económicos espaciales o regionales. Se trata de una metodología de análisis que parte del reconocimiento de los distintos agentes económicos que se articulan a lo largo de las distintas etapas de determinado proceso productivo o circuito económico, procediendo a su localización en el territorio. Esto permite analizar las formas en que distintas áreas quedan articuladas en torno a un proceso productivo específico, viendo las relaciones de complementación o cooperación, y también las de dependencia o explotación, sociales y territoriales, que acontecen en los mismos.

Cabe advertir, por último, que estas cuestiones no son exclusivamente económicas sino que presentan desdoblamientos y articulaciones con muchas otras dimensiones.

Retomando los contenidos del título anterior, podemos señalar por ejemplo que las condiciones ambientales valoradas como “adecuadas” se encuentran entre uno de los factores de atractividad que los lugares pueden ofrecer para posicionarse adecuadamente en las redes económicas actuales; el ejemplo de ciudades como Seattle, en Estados Unidos, o Vancouver, da cuenta de ello, lo mismo que la localización del Silicon Valley en las afueras de San Francisco (sede de grandes empresas de informática), todos lugares que promocionaron sus excelentes condiciones ambientales como factores para atraer inversiones y sedes empresariales. Veremos que otro tanto sucede con las dimensiones políticas, culturales o sociales.

Territorios y geografía política

Un nuevo enfoque de la geografía políticaLos rasgos esenciales de la radiografía geopolítica de nuestros días son la heterogeneidad, el contraste y la simultaneidad de escalas, así como la alternancia entre unos espacios perfectamente delimitados sobre el territorio y otros de carácter más difuso y de límites imprecisos.

(...)

La geopolítica contemporánea se caracteriza por una caótica coexistencia de espacios absolutamente controlados y de territorios planificados, al lado de nuevas tierras incógnitas que funcionan con una lógica interna propia, al margen del sistema al que teóricamente pertenecen. Los narcotraficantes colombianos o del sudeste asiático, los señores de la guerra subsaharianos, las tribus urbanas, las mafias rusas o las masas de refugiados se nos aparecen como nuevos agentes sociales creadores de nuevas regiones, con unos límites imprecisos y cambiantes, difíciles de percibir y aún más de cartografiar, pero enormemente atractivas desde el punto de vista intelectual. (Romero y Nogué, 2004: 103)

Hemos elegido los párrafos precedentes para iniciar esta sección pues entendemos que expresan con claridad la diversidad de temas y la envergadura de los desafíos que la realidad actual plantea a la geografía política. Se trata, sin dudas, de una realidad muy diferente de la que marcó la consolidación de esta temática en la disciplina, temática que, podríamos decir, se estructura en torno a las relaciones entre espacio geográfico y poder.

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En el primer módulo hemos expuesto la centralidad que la dimensión política tuvo en el pensamiento ratzeliano, y es posible afirmar que, de modos más o menos explícitos, este fue dominante por muchas décadas para tratar estos temas. La geografía centró su atención en una unidad política, el Estado, cuya condición de resultado de procesos sociales concretos no fue ni presentada ni discutida, lo que produjo una visión esencialista del mismo. El núcleo de interés estuvo puesto, en gran medida, en el territorio, que compartió los rasgos precitados, al tiempo que sus cualidades fueron vistas como atributos del Estado y, más aún, de la nación (esto es, se cualificó a la nación a partir de los atributos del territorio). El concierto internacional fue, para esta geografía, un ámbito en el que sólo importaban o “jugaban” los estados. Y los niveles subestatales fueron muy descuidados, en muchos casos reemplazados por las regiones en cuya definición y caracterización la dimensión política tenía escasa presencia. Difícilmente esta matriz de interpretación pueda dar cuenta de hechos y procesos como los que Romero y Nogué reconocen en el mundo actual.

Sin embargo, debe señalarse que la geografía política se ha transformado profundamente en los últimos años, renovando temáticas y enfoques. Avances importantes se han realizado en la revisión de las relaciones entre Estado, territorio e identidad (Nogué Font y Vicente Ruti, 2001), mostrando los roles que la geografía –especialmente la geografía escolar– ha cumplido en esto (Escolar, Quintero Palacios y Reboratti, 1994). El interés por las cuestiones vinculadas con la identidad coincide también con un renacimiento de la cuestión nacional y los reclamos de autonomías y reconocimiento de las llamadas minorías, que han puesto en cuestionamiento la relación lineal entre Estado y nación, obligando a revisar la forma de abordar el tema, en especial en su relación con el territorio.

El Estado y su territorio no han dejado de tener importancia, como es lógico. Pero junto a él se han consolidado otras instituciones y otros niveles de interés, como los subestatales y locales. Los procesos de integración obligan a considerar nuevas unidades político-territoriales (tales como la Unión Europea o el Mercosur), al tiempo que la articulación con la escala global (y sus instituciones) se hace más presente y compleja. En estas cuestiones, avances importantes se han realizado también en la consideración de las articulaciones entre todos estos niveles escalares (Taylor, 1994), permitiendo superar el tratamiento en compartimientos estancos.

También el concepto de territorio se ha visto “rejuvenecido”. Por una parte, los aportes realizados para revisar su carácter social han permitido no sólo comprender mejor su génesis a lo largo de la historia, sino también sus funciones sociales (Sack, 1986). El vínculo del territorio con la noción de territorialidad, esto es las acciones humanas de ejercicio de poder vehiculizadas a través del control territorial, han llevado a que el concepto resulte de utilidad para abordar cuestiones más amplias que las relacionadas con los territorios políticos (Sack, 1983). Territorios vinculados con la nacionalidad no estatal, territorios “alternativos”, de la prostitución o de “tribus urbanas”, son temas que han aprovechado la matriz conceptual subyacente al territorio como un espacio que ha sido apropiado por un grupo que, mediante esta acción, ejerce algún tipo de poder social.

Las cuestiones vinculadas con los límites y fronteras, centrales en el tratamiento tradicional del territorio, que los abordó fundamentalmente como ámbitos de separación y distinción, mantienen hoy su centralidad, aunque en gran medida resignificados como ámbitos de intercambio e integración, en particular las fronteras, que ofrecen particulares oportunidades a lo nuevo (Nogue Font y Vicente Ruti, 2001). A esto han contribuido, también, los procesos de integración y la globalización, que han dado nuevas funciones y sentidos a estos ámbitos.

Las relaciones entre política y territorio, y en particular las cuestiones relativas a la representación política y el voto, también han cobrado nuevo impulso, destacando el rol de las bases territoriales de la representación, y su importancia en el juego político (Taylor, 1994).

El nuevo interés por la geografía cultural

La cultura constituida espacialmente

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Tradicionalmente, la cultura ha sido objeto de interés de la geografía, en particular a través del análisis de los denominados “paisajes culturales”, expresión de las formas de organización territorial propias de las distintas culturas. La referencia a la obra de Carl Sauer publicada entre las décadas de 1930 y 1950 (Gómez Mendoza y otros, 1994) es aquí ineludible. Pero es a partir de la década de 1980 cuando se instala un nuevo interés y una nueva forma de pensar las relaciones entre geografía y cultura:

En el Reino Unido, Peter Jackson y Denis Cosgrove lanzaron sendas llamadas a favor de un a “nueva” geografía cultural, capaz de recoger este concepto politizado de cultura, de dirigir la atención hacia aspectos de la vida social que no habían sido tratados hasta entonces por la geografía (género, sexualidad, identidad) y de reconceptualizar las ideas de paisaje y de lugar, en el sentido de ser consideradas más que simples artefactos materiales o contenedores sobre los que se desarrolla la acción social. Esta “nueva geografía cultural”, con un cariz político, crítico y comprometido, pretendería evidenciar que la cultura no es sólo una construcción social que se expresa territorialmente, sino que la cultura está, en sí misma, constituida espacialmente. (Nogué y Albet, 2004: 163)

La revitalización de la geografía cultural se inscribe, en gran medida, en el contexto del posmodernismo y en el énfasis que, en estas posturas, se otorga a lo particular, a lo múltiple y diferente, por oposición a las grandes narrativas (una de ellas, como ya hemos visto, es la científica). Frente al tradicional énfasis puesto en cuestiones estructurales y consideradas universales (por ejemplo la lógica de la organización económica, o del Estado y la nación) en la geografía, esta orientación de estudios culturales trata de rescatar aquello que había quedado subsumido o no considerado en estas grandes narrativas y procura echar luz sobre ello, en la conciencia no sólo de su importancia social, sino también de que son indispensables para comprender acabadamente los mecanismos a través de los cuales dichas cuestiones estructurales se realizan y especifican.

Quizás sea conveniente presentar aquí el concepto de lugar, no sólo por la centralidad que tiene en esta perspectiva, sino también porque puede servir para aclarar lo anterior. En su acepción tradicional, y bastante obvia, el lugar remite a un punto concreto de la superficie terrestre, identificable por un nombre y una posición determinados. Esta noción se ha visto enriquecida, en las últimas décadas, por múltiples aportes que han ido sumando sentidos, para otorgar al concepto de lugar una gran riqueza y especificidad. Por una parte, y tal como ya hemos comentado en la sección sobre geografía económica, la existencia de lugares que poseen especificidades propias es un motor de la economía capitalista, en la medida en que dichas especificidades forman parte de los procesos productivos y permiten obtener beneficios diferenciales respecto de los que se obtendrían en otro lugar; Massey (1984) utilizó el término “localidad” para referirse a esta dimensión del lugar, advirtiendo acerca de que su estudio es ineludible para comprender la lógica general del espacio capitalista (¡y del propio capitalismo!).

Por otra parte, y tal como hemos visto en la sección sobre política, el ámbito local ha venido siendo privilegiado como ámbito relevante, vinculado esto con la crítica al tradicional énfasis en el Estado, con el rescate de las prácticas a nivel comunitario y las ideologías que colocan positividad en estas, y también con las posturas posmodernas que privilegian lo particular y los fragmentos por encima de lo general y la totalidad. Asimismo, el que estas posturas enfaticen también en la consideración de las identidades, ha permitido rescatar y articular en el concepto de lugar toda la tradición de estudios humanistas en geografía que habían ya trabajado en torno a las “identidades del lugar” y los sentidos de pertenencia o “sentido de lugar”, es decir las dimensiones más subjetivas vinculadas al mismo.

Así, el lugar se convierte en un concepto central, en la medida en que permite abordar un ámbito concreto del espacio geográfico, considerando en forma conjunta y articulada sus dimensiones materiales, simbólicas y subjetivas (Agnew, s/f; una discusión más amplia sobre este concepto puede encontrarse en Barros, 2000).

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El interés por estos temas se encuadra también en las tendencias de la globalización, que no es sólo económica. La noción de “compresión o achicamiento del mundo” que la acompaña remite al hecho de que tenemos noticias acerca de lo que sucede en todo el mundo prácticamente al tiempo que ello acontece, lo que facilita el contacto cultural y el conocimiento de otras culturas; también y al mismo tiempo, pautas de producción y consumo se difunden y comparten cada día más. Todo esto lleva a tendencias hacia la homogeneización cultural y a la pérdida de las diferencias y especificidades culturales, que han sido ampliamente señaladas y denunciadas.

Frente a esto, diversos estudios han advertido que esta homogeneización cultural está produciendo, al mismo tiempo, nuevas formas de diferenciación, destacando las formas en que las pautas homogéneas son reprocesadas por los distintos grupos (sociales, étnicos, culturales) en los distintos lugares. Y esto reafirma la importancia del estudio de los lugares, pues es en estos donde se pueden captar estas diferencias. Más aún, diversos autores han enfatizado también en la potencialidad que las especificidades de los lugares tienen para contrarrestar las tendencias globalizadoras, ya sea oponiéndose a ellas o dándoles nuevos sentidos, y en cómo desde aquí puede construirse una “conciencia global” alternativa a la dominante (Santos, 1996a, b). (Nuevamente vemos aquí abordajes que requieren trabajar con la articulación de escalas.)

La asociación entre comunidad y lugar, asimismo, se ha visto enriquecida en la medida en que, poniéndola en cuestión, se ha dado lugar a la consideración de las diferencias en su interior. La cuestión de las minorías y del multiculturalismo tiene aquí un lugar destacado. En efecto, así como la nación homogénea asociada al Estado fue cuestionada, también la idea de comunidad sin conflictos e idealizada, asociada al lugar, puede serlo: se habilita con esto el ingreso a la escena de aquellos que nunca lo habían hecho. La geografía cultural ha desarrollado estudios de gran interés relativos a la relación entre el espacio (entendido en las múltiples dimensiones implicadas en el lugar) y los grupos tradicionalmente denominados “minoritarios”: grupos étnicos, sexuales, de intereses específicos; y por encima de todo, la consideración del género, en primer término de las mujeres, pero más recientemente también de los varones, en sus específicas formas de relacionarse con el espacio. En algunos trabajos, los grupos marginales fueron asociados con los contextos de frontera, analizándose sus particulares condiciones para el intercambio y la generación de lo nuevo: hibridación, mestizaje, nomadismo, son términos habituales en este tipo de trabajos (Nogué y Albet, 2004).

En el contexto de exacerbación de los particularismos y la multiplicidad, la formación de nuevas comunidades también ha sido indagada desde la geografía cultural, poniendo particular atención sobre su vinculación con las identidades de lugar y sobre las articulaciones entre procesos globales y lugar. La globalización económica homogeneiza pautas de consumo, vinculadas a modas, gustos, etc., y los shopping centers parecen ser su expresión más acabada (no-lugares por excelencia, según Marc Augé); en este marco, nuevas comunidades se constituyen en torno a estas pautas de consumo, ya sea aceptándolas y convirtiendo a estos centros de compras en sus lugares (nuevos lugares), o rechazándolas y provocando la formación de lugares y tendencias alternativas; unos y otros, particularizados, localizados y “lugarizados”. Pero al mismo tiempo, las nuevas tecnologías de la comunicación habilitan la formación de otras comunidades, estas virtuales como los grupos de interés que se forman a través de internet: ¡sin localización clara, pero nuevos lugares al fin! La coexistencia de todas estas comunidades en un lugar que los incluye a todos provoca, al mismo tiempo, transformaciones importantes en el mismo: la ciudad posmoderna como una especie de colcha de retazos, cada uno de ellos sin relación con los otros, es una metáfora ya reiterada para hablar de esto, siendo la ciudad de Los Ángeles la que se ha instalado como su ejemplo paradigmático.

En el marco de la geografía cultural puede inscribirse también un conjunto de líneas de indagación que se han abocado al análisis de discursos y representaciones, particularmente los geográficos, poniendo en evidencia tanto su carácter constitutivo del espacio geográfico como sus funciones sociales. El análisis de relatos de viajes, textos geográficos, cartografía, literatura y arte en general, ha permitido realizar notables avances respecto de la forma en que estos relatos construyeron una “geografía imaginaria” que dejó de ser tal cuando se consolidó como un saber aceptado que influyó

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(influye) en las prácticas concretas. Piezas geográficas como las monografías regionales han sido puestas bajo análisis, para mostrar en qué medida construyeron imágenes sobre los otros que, con el tiempo (y en muchos casos, a través de la geografía escolar) acabaron cristalizando como verdades obvias y aceptadas por todos. Pero estos trabajos han permitido, a su vez, volver la mirada sobre quien escribió o realizó las obras analizadas, pues así como ellas permitieron construir las imágenes sobre “los otros”, también reflejan el “nosotros” desde el cual han sido elaboradas. El Orientalismo o las geografías poscoloniales han realizado aportes de gran interés sobre estas cuestiones.

Por último, y retomando las palabras del párrafo citado al inicio de esta sección, resulta de interés advertir que el énfasis puesto en la cultura no debe llevar a pensar que esta se desvincula de otras dimensiones, como la política o la económica. Y efectivamente, las formas actuales de trabajar en geografía cultural no sólo no lo han hecho sino que se han ocupado activamente en analizar estos vínculos. Así por ejemplo, la transformación de las pautas culturales en mercaderías, a través de las denominadas industrias culturales, o del turismo, también han concitado su interés. El papel del paisaje en estas cuestiones es fundamental.

La geografía social

La población como tema central de la geografía socialLa geografía social, en gran medida heredera de la larga tradición de la geografía humana, también refleja cambios significativos en las últimas décadas. En gran medida, ellos se expresan en uno de los temas que tradicionalmente han ocupado su atención, la población, tema en el que se observa no sólo un desplazamiento de las cuestiones consideradas más importantes, sino también la inclusión de otras nuevas.

Las temáticas vinculadas con la distribución y el crecimiento de la población siguen siendo importantes. Sin embargo, el énfasis en la descripción ha dado paso a una mayor carga interpretativa, que pone énfasis en la consideración de los procesos sociales que permiten dar cuenta de las pautas de distribución, desplazando la consideración de las condiciones naturales.

Esto mismo se observa en cuanto al crecimiento poblacional, el cual se articula más con las condiciones del desarrollo y el bienestar de la población. En este sentido, se reconocen avances importantes en el tratamiento de la relación entre crecimiento poblacional y ambiente, superadoras de las tradicionales perspectivas centradas en el agotamiento de los recursos y la “capacidad de carga” del planeta. El análisis de los grandes discursos sobre el tema (por ejemplo el maltusianismo) entronca con las perspectivas culturales; la revisión de las teorías y metodologías para el abordaje de las cuestiones ambientales también contribuye a esto (relacionándose con aportes de la geografía ambiental y económica).

La movilidad territorial de la población en general, y las migraciones en particular, tienen hoy un lugar central en la geografía social. Su interpretación se ha visto enriquecida por la incorporación de nuevos conceptos, que permiten considerar la dimensión territorial de modo más claro. Sus relaciones con el desarrollo desigual, la política o la cultura también contribuyen a esta mejor comprensión. Así por ejemplo, la movilidad territorial es interpretada como una de las estrategias de base territorial que permiten a los individuos y grupos sociales enfrentar los desafíos que les plantean las transformaciones sociales; movilidad y fijación territorial, en conjunto, son interpretadas en este sentido y como dos caras de la misma moneda.

Las temáticas vinculadas con el trabajo han adquirido un rol central en la geografía social, siendo esta una diferencia marcada respecto de las perspectivas más tradicionales. La participación de la población en la actividad económica está en estrecha relación con los conocimientos de la geografía económica, y los procesos que ya hemos presentado en la sección correspondiente valen también aquí. Por ejemplo, la observación de las transformaciones provocadas por la globalización económica en su incidencia sobre la población trabajadora en el marco de procesos territorialmente específicos. Desde la perspectiva social, el tratamiento del tema se enriquece

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con la consideración de las características diferenciales (en términos de calificación, niveles de participación, etc.) de la población de cada lugar, que generan contextos específicos frente a los procesos globales.

Uno de los temas que más presencia ha adquirido en la geografía social actual es el relacionado con las condiciones de vida en general de la población, y en particular con la pobreza, en sus relaciones con el hábitat y el territorio. Por una parte, el reconocimiento de las grandes diferencias en la distribución social y territorial de la riqueza y la pobreza viene concitando creciente atención, en articulación con las dimensiones económicas, políticas y, también, culturales. Ejemplos de esto son cuestiones tales como las transformaciones del Estado de bienestar, los efectos de políticas de ajuste estructural y liberalización económica, las políticas sociales del Estado, entre otras.

Por otra, la distribución territorial de la riqueza y la pobreza tiene, en sí misma, un lugar destacado, no sólo en términos de su descripción (valiosa en sí) sino también en tanto dicha distribución contribuye al reforzamiento de las desigualdades y a su reproducción. Así por ejemplo, los denominados “bolsones de pobreza” o “territorios de la exclusión”, áreas marginadas que concentran muy altos porcentajes de población pobre y excluida, son analizados en sus características particulares (marginación, aislamiento, deficientes condiciones de vivienda, falta de servicios), y también en su incidencia en los procesos de reproducción de la pobreza y la exclusión. Los fenómenos de violencia en sus diversas manifestaciones, así como los problemas ambientales (contaminación, inadecuadas condiciones de habitabilidad, etc.) también han adquirido creciente importancia.

Los ejes integradores

Geografía urbana, rural, regionalDedicamos esta última sección a presentar las temáticas que pueden considerarse integradoras de las dimensiones que hemos abordado en las secciones anteriores. Se trata de formas de trabajar en geografía que rescatan la tradición de ciencia sintética, esto es, que observa en ámbitos espaciales concretos la presencia e interrelación de las diversas dimensiones consideradas relevantes. No reiteraremos lo que ya hemos presentado, sino que, a modo de cierre, señalaremos aquellas que son más específicas de esta forma de abordaje.

La geografía urbanaLas cuestiones vinculadas con lo urbano han adquirido una gran centralidad en la geografía, en gran medida en correlación con su presencia e importancia social. Todas las dimensiones que hemos presentado se aplican en los estudios urbanos.

Cuando se considera el conjunto de lo urbano en su conjunto, se observa un creciente interés por los procesos de urbanización y su desigualdad a escala planetaria. Cobran aquí relevancia las temáticas vinculadas con las grandes áreas metropolitanas con problemáticas específicas, y también el mayor crecimiento que han registrado las ciudades intermedias.

El conjunto de asentamientos urbanos registra cambios importantes en el contexto actual. Las transformaciones asociadas a la globalización han dado lugar a nuevas jerarquías, en las cuales destacan las denominadas ciudades globales, aquellas que han logrado ser sede de las funciones de comando y gestión de la economía y la política global (Sassen, 1999). Las grandes ciudades vinculadas con las actividades industriales tradicionales (las ciudades “modernas” por excelencia), marcadas por la desindustrialización, la decadencia económica y el crecimiento de los conflictos sociales y la pobreza.

La dicotomía que se acaba de presentar puede reconocerse también cuando se analiza el espacio urbano de cada ciudad: la integración y la exclusión se procesan en forma marcada sobre una urdimbre que ya era muy heterogénea, dando lugar a procesos de creciente diferenciación social y territorial. Áreas centrales pujantes conviven con barrios próximos marginalizados y deteriorados, y

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lo mismo sucede en las áreas periféricas, donde suburbios ricos y barrios cerrados coexisten con asentamientos marginales carentes de las condiciones más elementales de habitabilidad.

En relación con las transformaciones actuales, las ciudades cambian sus perfiles productivos. Muchas de las grandes ciudades ven disminuir el peso de sus industrias (y en particular del empleo industrial) y orientan sus economías hacia los servicios de todo tipo. La refuncionalización de sus distintas áreas se hace necesaria, y en ocasiones se torna una oportunidad a través de procesos de revitalización y reciclado, que aprovechan la condición patrimonial que viejos constructos han adquirido para asignarles nuevas funciones, como sucede en muchas antiguas áreas portuarias o industriales hoy transformadas en áreas de negocios, turismo y entretenimiento. Con esto, las ciudades buscan adaptarse a las tendencias dominantes, compitiendo entre sí para ubicarse en forma favorable en ellas. Aquellas que no lo logran, o las áreas que no comparten esta condición, quedan excluidas y en decadencia.

La geografía ruralTradicionalmente la geografía rural ha estado claramente asociada a la consideración de lo agrario y ha prestado especial atención a los modos de vida asociados a este tipo de actividad. Actualmente se registran cambios importantes en esta cuestión.

Los procesos de modernización agraria han aproximado fuertemente esta actividad a las lógicas de la producción económica general. Esto ha requerido una mayor articulación de su tratamiento con fenómenos que exceden el tradicional tratamiento de los establecimientos y paisajes agrícolas. El uso de tecnologías y servicios nuevos y diversos, la articulación con los mercados internacionales, requieren nuevas formas de abordaje. De todos modos, no debería desconocerse que la actividad agraria presenta una gran heterogeneidad, manteniéndose situaciones tradicionales, en muchos casos vinculadas con contextos de pobreza y marginación.

Por otra parte, los ámbitos rurales son cada vez más lugares donde se desarrollan actividades no agrarias, cuya consideración ha tenido que ser incluida en la matriz tradicional. Además de usos industriales de todo tipo, las áreas rurales son valoradas hoy como reservas de patrimonio natural o cultural tradicional, y crecientemente utilizadas para usos turísticos y recreativos.

La geografía regionalTras un largo período de “ostracismo” de la región, que había sido el objeto privilegiado de la geografía por largo tiempo, se asiste hoy a su revitalización como unidad significativa para el estudio geográfico. Entendemos que esta revitalización se basa en una de las características constitutivas del tratamiento regional, a saber, las posibilidades de analizar, más allá de las características específicas de las dimensiones y temáticas que estemos teniendo en consideración, las múltiples relaciones que su interrelación en un ámbito concreto genera, dando lugar a lo específico; sólo el enfoque regional permite captar esto último.

Es claro que el interés por lo específico no debería llevarnos nuevamente a la descripción en sí misma de la porción de la superficie terrestre que se ha definido como región como si fuese un compartimiento estanco. Por el contrario, interesa comprender los procesos generales que permiten entender esa región, muchos de los cuales la excederán ampliamente, al tiempo que otros requerirán la consideración de otras regiones, o la redefinición de la misma. El énfasis que tradicionalmente se colocó en la definición de la región (basándose en muchos casos más en establecer sus límites que sus características) parece perder prioridad, pero no así el reconocimiento de sus especificidades, siempre que estas sean inscriptas en marcos interpretativos más amplios que permitan entenderlas, al tiempo que este entendimiento regional contribuya en sentido contrario: a la comprensión de lo general. Concluimos recurriendo a las palabras de Nogué y Albet, quienes dicen:

...la región, el lugar, siguen siendo la quintaesencia de la geografía, pero el énfasis radica cada vez más en el proceso de construcción de la región, producto de aquella múltiple combinación de poderes, conocimientos y espacialidades. La formación y transformación de las regiones está hecha

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de procesos materiales y discursivos, físicos y simbólicos, palpables y representados, económicos y culturales, humanos y sociales, reales e imaginados; y todo ello sedimentado en paisajes físicos, políticas públicas, geografías imaginativas. (Nogué y Albet, 2004: 169)

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