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SILENCIOS. NICOLÁS ZIMARRO.

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Page 1: Y sin embargo, ¡tengo tanto! · Dedicatoria: A Agurtzane, luz en la sombra. A Ibone, arco iris de amor. Agradecimientos: A Mitxelko Uranga, por su incondicional sonrisa. A todos

SILENCIOS.

NICOLÁS ZIMARRO.

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Dedicatoria: A Agurtzane, luz en la sombra. A Ibone, arco iris de amor. Agradecimientos: A Mitxelko Uranga, por su incondicional sonrisa. A todos los aprendices de ruiseñor que me han animado con sus trinos.

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INDICE: FUEGO Sobre la mesa hay una pluma……………………………….. Guitarra, yaces en el suelo…………………………………... Piano mudo………………………………………………….. Como dos disparos en la boca………………………………. Daga damasquina……………………………………………. Tengo en mi mano una caja…………………………………. Banco de piedra……………………………………………… Marilyn………………………………………………………. En un rincón de una plazuela………………………………… Los hombres y mujeres te miran……………………………… Luna llena del parque…………………………………………. Cuando la nieve no cubre aún los montes……………………. Nicho de latón………………………………………………… AGUA La barca azul celeste estaba triste……………………………. Las gotas de lluvia resbalan por el cristal……………………. La nube es agua………………………………………………. Caracola………………………………………………………. TIERRA Fantasmagórico……………………………………………….. Chabola……………………………………………………….. ¿Para qué sirven dos centímetros cuadrados de tierra?............... Piedra pequeña…………………………………………………. Porque quiero ser como tú……………………………………… Que tu superficie sea lisa……………………………………….. Nadie cuida de ti………………………………………………… Tu cuerpo……………………………………………………….. Las cánulas de trigo……………………………………………… Muro……………………………………………………………... Viejo zapato………………………………………………………

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AIRE En el bolsillo de un chaleco gris………………………………….. Cruz………………………………………………………………. ¿Quién perdió una bufanda de colores?.......................................... El preludio de un nuevo comienzo……………………………..... Rojo, verde………………………………………………………. He encontrado una niña en el desván…………………………….. Una película de barro……………………………………………… Una figura sin rostro………………………………………………. Un día más el tiempo se divide……………………………………. ¿Por qué se hunden los barcos?........................................................

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SILENCIOS. SILENCIOS

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Deja que me establezca en tu silencio. Afuera, las tinieblas liberan sus jaurías… “ A pesar de la sombra”, Norma Segades Manias (…) ¿no habrá un cansancio de las cosas, de todas las cosas, como de las piernas o de un brazo? Un cansancio de existir, de ser, sólo de ser, el ser triste brillar o sonreir… ¿no habrá, en fin, para las cosas que son, no la muerte, mas sí otra suerte de fin?... “Me da lástima de las estrellas”, Fernando Pesoa Son los pies los que hablan. Al caminar sin rumbo. Se agosta el surco y se desciende a una planicie sin principio para hallar la palabra que contenga al silencio… “Horas diurnas”, Ketti Alejandrina Lis (…) No tengo miedo nombraros ya con vuestros nombres, cosas vivas, transitorias. (unidas sois un acorde de la eternidad; dispersas, -nota a nota, nombre a nombre, fecha a fecha- vais muriendo al son del tiempo que corre)… mías sois, cosas fugaces, bajo marchitables nombres… “ Lo que vi (nombrar perecedero)”, José Hierro

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FUEGO.

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Amo la compostura ordenada del viento, su crespa uña de enredadera llega hasta mí, y trae unos olores de fuego al atardecer… “ Caminando solo”, Elías Letelier Las rosas de papel no son verdad, y queman. Lo mismo que una frente pensativa o el tacto de una lámina de hielo. Las rosas de papel son en verdad demasiado encendidas para el pecho… “Canción final”, Jaime Gil de Biedma ¡Salve, llama creadora del mundo, lengua ardiente de eterno saber, puro germen, principio fecundo que encadenas la muerte a tus pies! Tú la inerte materia espoleas, tú la ordenas juntarse y vivir, tú su lomo modelas, y creas miles de formas sin fin… “Himno a la inmortalidad”, José de Espronceda Al fuego lento templé la guitarra de mi pensamiento. Al fuego lento hice una girándula de cohetes nuevos. Al fuego lento oreé su espalda a los cuatro vientos. Lancé las semillas a que germinaran en llanos de hielo. Segué con la brisa campos florecidos bajo el fuego lento. “ Idea”, José María Hinojosa.

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FUEGO Siempre aspiré a que mis palabras,

las que llevo al papel, continuasen llorando

-de pena, de felicidad, de desesperanza, al fin, todo es lo mismo-,

por que yo las había llorado antes, antes de que desembocasen en el papel blanquísimo, en el papel deshabitado que es el morir… “A orillas del East River”, José Hierro

Ahora escribo pájaros. No los veo venir, no los elijo. De golpe están ahí. Son esto: Una bandada de palabras posándose una a una en los alambres de la página, chirriando, picoteando, lluvia de alas. Y yo sin pan que darles, sólamente dejándolos venir…

“Cinco últimos poemas para Cris”, Julio Cortázar

Sobre la mesa hay una pluma y una hoja de papel. los útiles de Dios

que obran el prodigio del parto de un poema y de la presencia en metáforas del principio de la vida.

¡Qué terroríficas armas

en manos de un poeta visionario! Armas para crear galaxias de amor libre, y para variar la órbita de los planetas. Armas para aniquilar mentiras y espantos y para vertebrar la eternidad.

Miro la blanca cuartilla. y veo la realidad desierta. Veo el espacio vacío de un universo increado,

un agujero negro de miedos y odios, la tiniebla de las frustraciones…

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Después, observo la pluma encarnada en acero. Y pienso que esconde en su entraña el aliento del orden cósmico, la fuerza de la luz y la esencia del tiempo palpitando con la cadencia de los latidos del lenguaje. Todo lo que existe. Todo lo que es posible: Columnas infinitas de palabras, sueños, caricias y sentimientos en tinta… Todo lo que podría escribir está en un cartucho de plástico relleno con sangre negra. Sangre de recuerdos. Sangre de futuro. Sangre de pasión bruta. Al fin, tomo la pluma en mis dedos. Y me enfrento solo a los límites del mundo, encarando el horizonte de las verdades inefables. Y de su punta brota este verso:

¡SILENCIO! COMIENZA LA TRAGEDIA.

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Firme, bajo mi pie, cierta y segura, De piedra y música te tengo; no como entonces, cuando a cada instante Te levantabas de mi sueño.

“Cumbre”, José Hierro

Guitarra, yaces en el suelo.

Malherida. Sangrando notas mudas por el vientre.

Un hombre, presa de la canícula, ahíto de falsa hombría y huera soberbia, te golpeó contra una piedra.

Y estás ahí. Moribuna. Rota. Tu piel, tu cuello y tu cintura ya no serán de nadie.

De nadie, mártir del amor. Porque el viento se ha llevado tu último acorde, el beso definitivo.

De nadie, guitarra muerta. Nunca más.

Hoy, luego, ante tu cadáver, la alegría, las confidencias y las caricias se ahogarán en el sopor de una noche de estío;

las sonrisas serán una mueca de dolor; los susurros, sollozos; y los dedos, frías agujas de cristal.

Hoy, sí, tu amante te llorará en silencio. Y las lágrimas no vertidas serán la savia del árbol de los recuerdos.

Y la carraca de una cigarra será su voz, la elegía recitada, noche tras noche, a ritmo de letanía.

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Guitarra yaces en el suelo

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(…) El silencio que habita los espejos Ha formado su cárcel. La oscuridad es la sangre De las cosas heridas En el incierto ocaso…

“Atardeceres”, Jorge Luís Borges

(…) Son sensibles al tacto las estrellas. No sé escribir a máquina sin ellas.

Ellas lo saben todo. Graduar el mar febril

y refrescar mi sangre con su nieve infantil.

La noche ha abierto el piano y yo las digo adiós con la mano.

“Nocturno”, Gerardo Diego

Piano mudo. Piano oculto por una sábana cenicienta. En la casa deshabitada eres como una ara al silencio, el silencio de un cementerio. Silencio que es la presencia de los cadáveres. Silencio que es la voz de los objetos olvidados.

Te he quitado la mortaja de polvo, y he descubierto tu reluciente negrura. Negro. Piano, eres muy negro. Como un ataúd abandonado en el cuarto de la música. Te he tocado, piano, como se toca el hielo. Y estás frío, muy frío. Frío como la muerte.

El atril de tu frente está vacío, como vacía está una calavera. Y como una calavera, piano, muestras tu dentadura perfecta e impoluta. Pero sigues mudo. Inexpresivo. Ni una carcajada, ni un gemido, ni una nota; tus sonidos se perdieron para siempre

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Latió el metal y luego Cayó muerto: Cedió su voluntad al ejercicio del crimen Y se marchó como el óxido, Sangrando por los andamios de la tierra.

(…Mientras el viento con su cuartel de cascadas balancea el caminar equino de las mariposas, alguien recoge el bulto y eso es casi el final, Solamente, aquí, algo queda temblando Como un raro puente roto.

“El ejecutado”, Elías Letelier

Al que a muerte condena le ensalzan… ¿Quién al hombre del hombre hizo juez?...

“El verdugo”, José de Espronceda

Como dos disparos en la boca

son el silencio de las palabras. Como una ráfaga de metralleta es lo más contrario a una oración, así tú, soga de la horca, eres lo absolutamente contrapuesto a la esperanza.

¡Cuántos besos ahogados en la boca de tu lazo! ¡Cuántos poemas estrangulados por tu nudo corredizo! ¡Cuántas vidas precipitadas al vacío! ¡Cuántos muertos a menos de un metro del suelo!

Estás ahí, cuerda fatal, colgada del brazo patibulario, amenazante y terrible, a la espera de un nuevo holocausto, como la serpiente que cuelga del árbol (impávida, mortífera)

al acecho de la próxima víctima.

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Pero, ¡nunca debiste existir, soga, fiel de la balanza de la muerte! ¡Nunca debió morir nadie, en nombre de la justicia! Porque los hombres y mujeres son aliento y sangre circulando por las venas. Porque los hombres y mujeres son amor, palabra, besos, esperanza y poesía.

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Como dos disparos en la boca

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Daga damasquina, eres un singular espejo en el que me miro y veo la muerte. La muerte en tus dos caras. La muerte en tu hoja cortante. La muerte en tu aguda punta. Eres una luna que empuño tembloroso. La luna de los asesinos. La luna de las traiciones. Una luna que hiede a sangre. Sangre derramada en antiguos holocaustos. Sangre que fue la savia de las flores del mal. Por tu filo,

luna de plata, resbalan cadáveres y rostros cenicientos

de mujeres y hombres degollados. Por eso, daga, tu nombre es horror.

Horror milenario estampado en una luna de metal.

Horror que la pátina del tiempo ha revestido de misterio y de silencio. Horror que en este poema es denuncia. Horror que enterraré para siempre, cuando te clave en tierra de nadie. Donde la luna no esté ensangrentada. Donde los seres humanos no maten. Donde simplemente mueran.

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Daga damasquina

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Tengo en mi mano una caja. En ella hay sólo una cerilla. Una simple cerilla. Cera y fósforo, y nada más.

Y sin embargo, ¡tengo tanto! Tengo el poder del fuego, el calor y la lumbre del hogar, la fuerza de la dinamita…

Tengo la llave de una sonrisa, de la alegría que se dibujará en los labios, en el momento de decir el último adiós a un amor imposible.

La alegría de la liberación, cuando una llama azul queme su nombre (despacio; letra a letra), el nombre que encabeza las cartas que nunca escribí.

Tengo un soplo de esperanza y de vida. El aliento que encenderá la llama del cirio que está sobre una tumba.

Llama que será un silencio, una comunicación sin palabras, un corazón que late, una presencia …

Y tengo también algunas formas de la fantasía: La luz de las velas de una tarta de cumpleaños, los colores de los fuegos de artificio, la magia de una hoguera…

Sí. ¡Tengo tanto! Tengo el poder del fuego. Una cerilla.

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Banco de piedra,

permaneces en el paseo de la playa y perduras, desafiando al paso de los años. En otro tiempo,

sentado en tu regazo cálido, todas las tardes esperaba ansioso

a la mujer de mis sueños marineros, a aquella mujer de salitre y resaca. Todas las tardes acudía a la cita. Y, cuando la veía a lo lejos venir hacia mí, caminando por la arena, sentía que todo era posible, porque una vez más se cumplía el sueño de verla. En ti, banco de piedra, sí, se abría el horizonte, cuando ella llegaba, perfumada de algas y coral, nos cogíamos las manos y buscábamos el futuro en la línea de luz que en la mar dejaba el sol de poniente. Eras el altar de nuestros secretos, el mudo testigo de los besos que robé a su vergüenza. Guardabas el compás de nuestros pálpitos, la sal de las lágrimas, la brisa de los susurros y la miel de las caricias. Pero, los vientos glaciares de la ruptura y la lluvia del olvido han borrado los dos corazones ensartados por una flecha que un día dibujé en tu superficie. Ahora aquel amor en graffiti está sepultado por el polvo de los años. Y tú, banco solitario, eres una tumba, un mausoleo habitado por ausencias y fantasmas.

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Señor recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el nombre de Marilyn Monroe aunque ese no era su verdadero nombre (pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los nueve años y la empleadita de tienda que a los dieciséis se había querido matar) y ahora se presenta ante ti sin ningún maquillaje sin su agente de prensa sin fotógrafos y sin firmar autógrafos sola como un astronauta ante la noche espacial. (…) Señor en este mundo contaminado de pecados y radioactividad Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda que como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine. Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del Tecnicolor). Ella no hizo sino actuar seún el script que le dimos -el de nuestras propias vidas-. Y era un script absurdo. Perdónala Señor y perdónanos a nosotros.

“Oración por Marilyn Monroe”, Ernesto Cardenal

Marilyn, te veo todas las tardes.

Siempre estás igual, en pose de objeto. Siempre sola, como el fantasma triste

de una ilusión desvanecida. Languideces sentada en un banco, esperando a que alguien te mire a los ojos, a la cabellera, a la boca…,

para ofrecerle en tus manos en bandeja unos labios de neón luminiscente. Esta noche, Marilyn, te he soñado mujer, mujer sensual, rutilante, mujer

de ardientes labios. Bailabas en el centro de una constelación de labios de plástico. Y me enviabas besos pintados con carmín sangre,

fresones de lujuria que prometían saciar mi sed febril.

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Yo quería morderlos, y he corrido a tu encuentro sorteando los besos fósiles suspendidos en el aire. Y cuando, al fin, mis labios rozaban los tuyos tu cabeza se ha caído al suelo. ¡Una muñeca, Marilyn!

Eras una muñeca. Tu pelo rubio, fibra de nylon. Tus labios, carne de látex. Y tus ojos, mares muertos de cristal. Quizá fuiste una mujer de labios agraces, o quizá una muñeca de beso fácil. Quizá.... Pero, en otro tiempo. Ahora, en mi vigilia, sólo quedan las cenizas de un fuego extinto. Y ya no eres una mujer. Ni un sueño. ni tan siquiera una fantasía. Eres simplemente un maniquí que habita el escaparate de una tienda

de la calle “Las princesas”.

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Marylin

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En un rincón de una plazuela, junto a un árbol con las ramas mutiladas, te he visto esta tarde. Esplendorosa. Enigmática. Presente.

Y mi mirada se ha clavado en tus formas asimétricas, rectilíneas y oblongas, resueltas en un triángulo, un oval y un dedo apuntando al cielo, como siluetas en el espacio sobre un pedestal de piedra.

Perfiles en hilos de hierro, ¿por qué os siento tan tremendos? Triángulo, ¿tú qué expresas? ¿Los tres estados de la materia? ¿La trilogía de la verdad? ¿La Trinidad divina?

Oval, círculo deforme, ojo sin pupila, ¿significas la ceguera de los incrédulos, o simplemente la imperfección del círculo? Y tú, dedo, ¿qué eres? ¿El símbolo de un grito de socorro? ¿El “sí” de la autoinculpación?

Escultura, quizá seas el flash de un sentimiento. Quizá tú y el árbol seáis un todo. Quizá… Escultura, quiero conocerte. Entender tu pálpito. Por eso volveré aquí mañana.

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Los hombres y mujeres te miran en silencio. Y sus ojos se llenan de tu vida, de los colores que tiñen la sangre de inconsciente colectivo y de patria.

Todos ellos, vivos y muertos, están en ti, como tus átomos. Y sus corazones laten al unísono. Los de los vivos, con la fuerza de un pueblo en pie. Los de los muertos, con el misterioso pálpito de la memoria.

Los hombres y mujeres te miran en silencio. Y los ojos son una ventana al tiempo. Y los corazones mariposas que vuelan libres en él, para posarse en el mástil del futuro.

Y tú estás ahí, bandera, desplegada en una izada solemne, ondeando en lo más alto de ese mástil, a merced de los elementos, a merced de los hombres y mujeres que te miran en silencio

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Tómame, oh noche eterna, en tus brazos Y llámame hijo. Yo soy un rey Que voluntariamente abandoné

Mi trono de ensueños y cansancios.

“Abdicación”, Fernando Pessoa (…) las noches tienen el hábito de dones y rechazos misteriosos, de cosas medio dadas, medio retenidas, de gozos con hemisferio oscuro…

“Dos poemas ingleses”, Jorge Luís Borges

Luna llena del parque, luna fluorescente, esta noche todo es noche. Noche en la pérgola. En los bancos. En el ánimo de dos hombres.

Noche en los ojos de un borracho que no encuentra el camino de regreso a casa. Noche en el corazón de un enamorado que espera sentado a la amada anónima Que nunca llegará.

Esta noche todo es noche, porque alguien destrozó la luna en mil pedazos de cristal. Y la noche es un manto oscuro que cubre los caminos y la hierba, un agujero negro, un pozo de sombras… ¡Pobre borracho perdido en la noche! ¡Pobre amante con el corazón de luto! Esta noche todo es noche. No hay caminos. No hay amor. Sólo noche (una farola que no enciende, una bombilla rota a pedradas).

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Luna llena del parque,

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Cuando la nieve no cubre aún los montes del septentrión, los gansos se dirigen al tórrido sur desperezando madrugadas, rezumando escarchas y atravesando nieblas en bandadas que forman en punta de flecha. Cuando el sol besa la tierra, las espigas de trigo se llenan de luz y sonríen en los campos, el esplendor del fruto maduro fulge en los árboles

y las golondrinas vuelan alto, poniendo halos a los campanarios.

Cuando es de noche, un ciprés, en un cementerio cualquiera, apunta erguido al cielo en pose de eternidad.

Y ni unas ni otros saben que estás ahí, colgado en la pared de la cocina. Nunca te han mirado, calendario. No conocen el santoral, ni los días azules y blancos,

ni distinguen el martes del domingo.

No te necesitan, no, aborto impreso, aunque signifiques lunas, eclipses, mareas, muerte de las hojas, ausencia, nostalgia, vacaciones, cita de amor, trabajo y presidio. Porque no eres más que negro y rojo en un papel, y no eres vida. Eres un constructo de los seres humanos,

que precisan designar la vida con nombres y dividir el tiempo

en un orden matemático. Sólo ellos inventan conceptos y números que cifran en fechas los recuerdos y los sueños. Solo ellos crean palabras

que significan su propia existencia, que concretan cada amanecer

y que llaman primavera a las flores de los almendros.

Sólo ellos…

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Sólo materia de sombras, Criaturas de la noche, Nubes espectrales, seres Dolorosamente informes,

Visiones o pesadillas Llegadas no sé de dónde, Ráfagas resucitadas Que fueron mujeres y hombres,

Que tuvieron carne y sueños Donde anidaban los soles y ahora son sólo penumbra, Ríos de negros acordes,

Tristezas desenterradas, Pesadillas o visiones, Llamando siempre a la puerta de quienes no los conocen.

“Sólo materia de sombras”, José Hierro.

Nicho de latón oculto debajo del escritorio. Nicho rebosante de vida hecha añicos y de dolor en bolas de papel,

a tu fondo oscuro y terrible arrojo mis frustraciones, traumas y muertos en tinta:

mis dibujos (niños rubios con ojos azules, el Edén, trenes con vagones cargados de cariñogramas...), mis poemas (odas a la libertad, un soneto a la esperanza, una elegía a la ola que se marchó para siempre...),

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también mis cartas de amor a una amante imaginaria y las máximas, entelequias y axiomas que intentan explicar el orden del mundo...

Y aunque te vacíe los lunes, los viernes vuelves a estar repleto de sueños rotos y demonios tachados con borrones.

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AGUA.

Page 33: Y sin embargo, ¡tengo tanto! · Dedicatoria: A Agurtzane, luz en la sombra. A Ibone, arco iris de amor. Agradecimientos: A Mitxelko Uranga, por su incondicional sonrisa. A todos

…) No tengo que cerrar los ojos Ni amanecer en la hoguera de la noche Para escuchar la navegada voz de la sal Que se ahoga en el imperio del agua.

“Abandono”, Elías Letelier

Mirar el río hecho de tiempo y agua Y recordar que el tiempo es otro río, Saber que nos perdemos como el río Y que los rostros pasan como el agua… …tal es la poesía.

“Arte poética”, Jorge Luís Borges

Mamá, yo quiero ser de agua. Hijo, Tendrás mucho frío.

“Canción tonta”, Federico García Lorca

Me han traído una caracola. Dentro le canta Un mar de mapa. Mi corazón Se llena de agua Con pececillos De sombra y plata.

“Caracola”, Federico García Lorca

Con montones de nieve hice el contorno de tus letras, Edifiqué tu nombre en la altura; Luego salió el sol Y deshizo tu nombre convirtiéndolo en agua. Acabo de beber tu nombre en el único charco...

“Invierno”, Gloria Fuertes

Agua. La del río, ¡qué blanda! Pero qué dura es ésta: ¡la que cae de los párpados es un agua que piensa!

“Agua”, Manuel del Cabral

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La noche de ojos de caballo que tiemblan en la noche, la noche de ojos de agua en el campo dormido, está en tus ojos de caballo que tiembla, está en tus ojos de agua secreta. Ojos de agua de sombra, ojos de agua de pozo, ojos de agua de sueño. El silencio y la soledad, como dos pequeños animales a quienes guía la luna, beben en esos ojos, beben en esas aguas…

“Agua nocturna”, Octavio Paz

Albahaca tronchada. Sobre la rama calla la cigarra. Un átomo de ruido ha caído en el agua y ha engendrado una ola perfecta y elástica. Luz en tamiz de plata.

Quietud”, José María Hinojosa

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AGUA La barca azul celeste estaba triste, como engriseciendo; y muy sola, sola como una amante de luto la primera noche de vigilia.

En ella languidecían los sueños, hedían el sudor y la sangre, dormía el tiempo y expiraba el recuerdo del viejo pescador que murió en tierra. Esa barca anegada de olvido hoy no está en la ensenada de la ría. Esta noche de mar colérica ha roto el cabo de amarre y ha desaparecido en las tinieblas. ¿Adónde habrá ido? ¿Dónde estará?

La he buscado en el amasijo de barcas apelotonadas en el embarcadero, como timoratas ovejas en medio de la tormenta;

ría arriba, por si la hubiera arrastrado la corriente; en los rizos rotos de la mar; en la línea del horizonte... Pero no la he encontrado en ninguna parte.

Quizá se haya estrellado contra las rocas, en un rapto de rabia y orgullo.

Quizá navegue libre por otros mares. Libre, como en los sueños del viejo pescador.

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La barca azul celeste

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No veían la lágrima. Inmóvil En el centro de la visión, brillando, Demasiado pesada para rodar por mejilla de hombre, Inmensa, Decían que una nube, pretendían, querían No verla Sobre la tierra oscurecida, Brillar sobre la tierra oscurecida.

“Lágrima”, Jaime Gil de Biedma

Las gotas de lluvia resbalan por el cristal. Libres. En hilos de silencio.

Mas tú, gota menuda, estás quieta. Como sentada en una mota de polvo. Como queriendo ser heteróclita.

¿Acaso no eres una gota de lluvia? ¿Qué eres entonces? ¿Una lágrima perdida? ¿El punto de un signo de interrogación?

Pero si fuera así, gota extraña, ¿dónde están los ojos que te han llorado? ¿Dónde la mano que ha dibujado tu estela de agua?

Cierro los párpados, e imagino una respuesta. Imagino el llanto de una nube triste. Imagino una pluma entre los dedos del viento.

Y al abrirlos de nuevo, te vuelvo a encontrar ahí, gota de lluvia, simple gota de lluvia. Como esperándome.

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La nube es agua. Es agua el caballito de mar que a impulsos del viento se mueve en el cielo azul

El iceberg es agua. Es agua el gigante solitario con cuerpo de hielo y piel de escarcha, que habita en los polos del planeta.

El océano es agua. Es agua el corazón de la ballena, y el flujo de las mareas o la espuma de una ola.

Y tú, gota, estás ahí presente. En la niebla, en la nieve, en el piélago. En la imaginación de una niña. En las tres formas de la materia...

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¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo, mientras el mar las conchas de la ribera halaga con apacibles olas… “A la nave” Andrés Bello

Caracola, la marea te trajo a la playa una noche de tormenta. Llegaste muerta, concha deshabitada. Muerta al cementerio de las conchas.

Seno arrancado a la luna, ya no alimentas los sueños de los amantes. Estás seco, semienterrado en la arena. No eres más que una tumba vacía profanada por un cangrejo solitario.

A veces, caracola, las olas te envuelven y anegan. Y parece que cobras vida. Vida, si, en los brazos de la resaca que te adentra en la mar.

Pero, la mar no te quiere en su vientre, Y por la noche, con la nueva marea,

te vomita a la orilla. Muerta. Muerta al cementerio de las conchas.

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TIERRA.

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A ti, casi innombrable tierra que vas a los mares, desola tu luz vestida.

“A ti, casi innombrable”, Dámaso Alonso

Creo estar sentenciado a quietarme en tu entraña, Creo que allí, todavía, disuelto en tus terrones, madre mía siempre agónica, repasaré tus letras, las seis letras que cifran tu siempre por hacer, tu mal rehecho o imposible camino…

“A ti, casi innombrable”, Antonio Martínez Carrión

No te hablé, nunca te hablé del acento emboscado del mármol, del granito del sueño, del arpa hecha de verbos de la estatua, de todo lo que fue causa de vida, bronce, adjetivo, oscuro, la luna y la hojarasca que besa el amarando y la luna que muerde mi cinta color vino. No te hablé, nunca hablé de la mica que irradia angustia, espejos… “ Agosto. Agosto, la vaga reverencia…”, Blanca Andreu

Yo, Continente de huesos y delirios, milito al sur con la tierra, por eso afirmo que ando sobre mi larga y buena madre arrastrando un Edipo que no quiero que muera.

“ De límites y militancias”, Julio Leite

Los pájaros anidan en mis brazos, en mis hombros, detrás de mis rodillas, entre los dedos tengo codornices, los pájaros se creen que soy un árbol. Una fuente se creen que soy los cisnes, bajan y beben todos cuando hablo. las ovejas me pisan cuando pasan, y comen en mis dedos los gorriones; se creen que yo soy tierra las hormigas, y los hombres se creen que no soy nada.

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“Los pájaros anidan en mis brazos…”, Gloria Fuertes

Himnos a la sagrada naturaleza; al vientre de la tierra y al germen que entre las rocas y entre las carnes de los árboles, y dentro humana forma, es un mismo secreto y es una misma norma, potente y sutilísimo, universal resumen de la suprema fuerza, de la virtud del numen.

(“Abantes”, Rubén Darío)

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TIERRA Fantasmagórico. Espectral. Solo en medio del huerto. Siempre has estado ahí, muñeco patético. Siempre ignoto.

Esqueleto de madera, un sombrero de paja y unos harapos visten tu cuerpo, que es simplemente una cruz sin sangre, sin piel, sin vida.

¡Qué ridículo estás con los brazos abiertos! Como esperando a que alguien te abrace. Como queriendo volar. Pero, ¿quién te va a querer, si no tienes corazón? ¿A donde vas a ir, si estás clavado en la tierra?

Hoy te he mirado a la cara, y no tienes rostro, ni ojos, ni boca. Es una luna nueva de trapo

que delata el hielo de tu noche sin una lágrima, sin una sonrisa.

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Fantasmagórico

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Sé que el invierno está aquí, detrás de esa puerta. Sé que si ahora saliese fuera lo hallaría todo muerto, luchando por renacer. Sé que si busco una rama no la encontraré. Sé que si busco una mano que me salve del olvido no la encontraré. Sé que si busco al que fui no lo encontraré.

“Fe de vida”. José Hierro

Chabola del arrabal, en el gancho de tu puerta cuelgan inviernos perpetuos que llegan hasta el suelo de tierra y lo escarchan. Tus paredes tiritan a golpe de trueno (con un temblor de cuerpo frío), como el hombre que te habita, que tiembla, acurrucado en un catre, tiembla porque tiene el tuétano de los huesos hecho hielo. Llueve sobre tu tejado. Siempre llueve. Llueve sobre el tejado roto de la vida. Y por los gotarios penetra el agua

que moja la noche del vagabundo que está ahí, en tu interior, útero de chapa y madera, esperando a que amaine la tormenta y aclare el día, para volver a nacer mañana y hundirse de nuevo en el barro.

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Chabola

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¿Para qué sirven dos centímetros cuadrados de tierra? ¿Para qué? Para nada. Para mucho.

Para que crezcan en ella las hojas de hierba. Hojas que serán cuna de las gotas de rocío. Bosque de las hormigas. Hamaca de las mariquitas.

Para hundir en ella el mástil de una bandera. Una bandera sin colores. Sin dueño. Una bandera que sea el símbolo de la vida.

Para plantar en ella un rosal de rosas rojas. Rosas de sangre de futuro. Rosas de amor para una mujer. Rosas de recuerdo para una tumba.

Para clavar en ella una argolla que sirva de amarre para mi barca. Esa barca que me llevará a otros mundos. Esa barca que me traerá de nuevo a casa.

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(…) ¡Juega! Al coger una piedra que te cabe en la mano sabes que te cabe en la mano. Cuál es la filosofía que llega a alcanzar mayor certeza? Ninguna. Y ninguna podrá venir jamás a jugar ante mi puerta.

“Desconocida y sucia criatura que juegas delante de mi puerta”, Fernando Pesoa

Piedra desnuda, piedra minúscula, te he encontrado en medio del camino. Semienterrada. Solitaria.

La luna se refleja en tu piel mojada por el rocío. Y tú, Luciérnaga de plata, Titilas con luz trémula.

Pero, no eres más que una piedra corriente Que mañana, a la luz del sol, volverá a estar cubierta de polvo e indiferencia.

Y te he dejado donde estabas, insignificante piedra: en el anonimato de las sombras, en la soledad de la noche.

Quizá, un día cualquiera algún niño travieso te dé un puntapié y te lance a otro lugar. O quizá la pesada bota de un caminante te hunda en la tierra o en el barro. Quizá...

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(…) ¡Y la verdad! ¡Y la verdad! Buscada a golpes, en los seres, hiriénonos e hiriéndome; hurgada en las palabras; cavada en lo profundo de los hechos mínimos, gigantescos, qué mas da: después de todo nadie sabe qué es lo pequeño y qué lo enorme

“Cae el sol”, José Hierro…

Porque quiero ser como tú,

grano de arena: suficiente, insignificante, replicado mil millones de veces. e idéntico a cualquier otro grano de arena.

Porque nunca estás solo. Porque eres en plural. Y con tus iguales conformas playas, levantas montañas y vistes desiertos. Por eso,

ya no miro al infinito; no busco el horizonte al final del camino áureo que la hogaza solar deja en la mar. No.

No se me ha perdido nada en ningún agujero negro. No tengo que hacer funambulismo en el borde del precipicio. Porque quiero ser como tú.

Como tú, átomo de piedra: ínfimo, callado, Simple...

Como tú, que te dejas pisar y arrastrar por la fuerza de las olas, que te dejas coger en las manos. Quiero ser como tú.

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En ésta, mi memoria de árbol, a pesar de la tortura de la sierra que al caer el cielo se me iba para siempre, me han quedado ráfagas de nidos, chisporroteos, digo, que confundo con viruta y garlopa, lágrimas de madera… pues bien, ahora mi altura se dispersa en esta sala de frondosas copas que se posan sobre la llanura redonda de mi tabla…

“Yo mesa”, Julio Leite

Que tu superficie sea lisa.

Que tu pie sea tronco enraizado en el suelo, o tus patas recias columnas asentadas en el gres o la alfombra. Estas son las únicas exigencias, para que tú, objeto de madera noble, ara de mármol o compuesto de plástico, tú, materia con corazón de hierro, árbol, petróleo o roca y con piel de laca, formica, cristal o piedra, seas simplemente una mesa.

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Yo, la hija del extranjero que lleva una india tras la cara, alzo mis manos en las cumbres y pateo firme la tierra larga…

“Alto Mañana”, Claudia Erodier

Nadie cuida de ti, dominicana de barro. Nadie te acuna en los brazos. Los niños y las niñas se fueron de las playas, De la selva y de las ciudades; se marcharon a otras tierras. Y te dejaron tirada en el suelo de la casa abandonada. Esa casa allanada sin escrúpulos y tomada por la fuerza, como a los hombres y mujeres, como los sueños y los dioses. Muñeca de tez esmaltada en tierra cobriza, ellos te robaron el nombre, la estirpe, la libertad y la vida. Por eso, tu cara no tiene rostro, ni ojos, ni nariz, ni boca. Y ahora eres el símbolo de siglos de sangre putrefacta estancada en las acequias de los corazones de los criollos.

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Tu cuerpo, esa masa de goma y azúcar arropada en papel de aluminio, esa cascada mágica de frescura vertida en clorofila y resuelta en formas rectilíneas, está desnudo, informe magullado, inane, contrahecho en plenitud...

Ahora es la entraña seca del disimulo de un hálito hediondo, el repugnante fruto de un capricho

o el desperdicio de un placer momentáneo, satisfechos en los brutales revolcones

y las fieras dentelladas propinadas por un monstruo indolente, ávido de su dulzura. Tu cuerpo, sí, chicle, es mera materia impregnada de nadería. Es la realidad de la apariencia, la carne de la vanidad que de modo inexorable acaba en despojo, como los cuerpos de muchos hombres y mujeres. Es una piltrafa, un miserable pegote en la suela de un zapato. Definitivamente... es eso.

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Las cánulas de trigo parecen lanzas rotas

abandonadas en los campos,

tras la derrota de la siega.

Calló la carraca de las cigarras

en los trigales esquilmados.

Concluyó la batalla del grano maduro

y la alegría de la vida.

He cogido un puñado de cánulas,

y he sentido la levedad de la paja

y el silencio del estío que duerme.

He sentido el cielo azul,

en los ojos de una niña feliz

que juega a ser una princesa,

y los vahídos de un burrito

que sueña con montañas de paja seca.

Y es que tú, paja, eres una diadema áurea

que corona la cabeza de la niña,

y más valiosa que el oro mismo,

para un burrito hambriento.

Eres el culmen de un festín,

la victoria del tiempo para crecer,

y el cuerpo presente

de un sueño cumplido.

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¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño de espadas que los tártaros soñáron, dónde los fuertes muros que allanaron? (…) El presente está solo. La memoria erige el tiempo. Sucesión y engaño…

“El instante”, Jorge Luís Borges

Muro. El azote del abandono y el goteo de los años te han derruido. Pero tú quieres seguir siendo algo. Ser vestigio. Pasado con etiqueta.

Muro, ¡Qué tristes están tus piedras! Unas, caídas, cubiertas de polvo o vestidas con musgo. Otras, las menos, una sobre otra, luchando por seguir en formación de pared.

¿De qué lugar las trajeron? ¿Quién cargó con ellas? ¿Quién rompió las manos y sudó sangre? Muro, ¿quién? ¿Quién mandó hacerte? ¿Quién te hizo?

En otro tiempo, ¿qué guardaste? Imagino un jardín florido, con sus caminos de grijo, su pérgola y su fuente. Los bailes de verano. Los nidos de los petirrojos ocultos entre la hiedra. Los besos de un amor prohibido.

Aunque, muro, fortaleza rota, ¿qué puedes ser, si no eres un muro? Solamente ruina. Piedras. Silencio.

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Detrás del monasterio, junto al camino, existe un cementerio de cosas gastadas, en donde yacen el hierro sarroso, pedazos de loza, tubos quebrados, alambres retorcidos, cajetillas de cigarros vacías, aserrín y cinc, plástico envejecido, llantas rotas, esperando como nosotros la resurrección.

“Detrás del monasterio”, Ernesto Cardenal

Viejo zapato, eres una cosa absurda. Cuero amorfo. Un deshecho Que está ahí, en el suelo, Presente, solo, sin nombre...

¿Dónde está tu pareja? ¿Dónde tu usuario? ¿Qué caminos recorristeis juntos? ¿Cuántas veces te hundiste en el barro? ¿Cuántas fuiste espejo en el que se miraba la luna, o noche alumbrada por luces de neón?

Silencio. Silencio. Tu puntera rota es una boca abierta, muda. Una tumba que oculta una lengua Abarquillada y muerta. Eres eso. Silencio. Cadáver. Nada.

Nada, objeto inútil. Nada. Nada. Nada. Nada en medio de la acera. Nada que me molesta. Nada que recojo del suelo y tiro a la basura.

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AIRE.

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(…)Del aire al agua del agua al aire ¡pobre cuerpo suelto en sí mismo! caduco vencido corrupto desde siempre . de la luz a la sombra de la sombra a la luz y después el grito primero. “Acta de nacimiento”, Lauren Mendinueta

(…)Sobre el pecho del cielo, palpitando, son como el aire de la voz. Palabras van a decirse ya. Oíd. Se escucha rumor de pasos y batir de alas. “Canción para ese día” Jaime Gil de Biedma En una esquina está el aire de rodillas… Dos sables analfabetos lo vigilan. (…)Aquí está el aire en su sitio y está entero…

“Aire”, Manuel del Cabral

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AIRE

En un rincón de tu cuarto hay un caballo sonámbulo que no te dejará dormir con sus mármoles desvelados. Hay una hoja de amianto finísima que busca colocación entre la pared y tu alma, entre hielo, hermosa muchacha, no mires, no te muevas, no constates…

“Allegro bárbaro”, Eduardo Anguita

En el bolsillo de un chaleco gris, has aparecido tú, hilo mágico, como un crespón de tiniebla. Tú, insignificante hilo negro, tú, cordón umbilical de un sueño roto. ¿Cómo has llegado a esa cripta de antelina? ¿Qué destino fatal rige tu presencia? ¿Por qué irrumpes en los sueños de una niña? Esa niña que dibujaba en una lámina un tren multicolor con los vagones cargados de cariñogramas, circulando por el valle de “Las Sonrisas” en dirección a un desierto de gotas de lágrima,

lejos de la estación solitaria de la que partió, y que te ha encontrado hecho una pelota en la oscuridad recóndita del bolsillo de su chaleco. Esa niña que te ha cogido en sus dedos, que has burlado inmisericorde, hilo diabólico, escurriéndote como un suspiro de vida al balcón con forma de labios que adorna la casa de la estación, y colgando en él la suerte del tiempo sin tiempo con la palabra “felicidad”.

Y la ”felicidad”, ese anhelo de los mortales, el supuesto de un flujo perpetuo de latidos sucediéndose en arpegios de bienestar, ese viento que modula los bucles de las olas, y que deviene en brisa y caricia en el arenal de la fantasía, es ahora una sanguijuela

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en el corazón de una niña triste, un hilo extraño enredado en unos labios imaginarios, que ésta toma por un extremo para convertirlo en una línea vacía de sangre, en un simple hilo que zarandea, estruja y aplasta a su antojo y finalmente deja caer al suelo. Pero tú, hilo impertinente, vuelas en oblicuo, arrastrado por una misteriosa inercia que desafía la ley gravitatoria, y te posas de nuevo en la lámina de dibujo desplegado ahora en el nombre “imposible”.

¿”Imposible”. “Imposible” un mundo ideal

cifrado en milenios de alegría auténtica, en un tiempo más allá del tiempo finito? ¿”Imposible arrancar los cuchillos clavados en los ojos de la esperanza? ¿”Imposible” un eón ilusorio? ¿”Imposible” el adviento de un nuevo ángel? ¿”Imposible” el paraíso y Dios? ¿Es esto lo que expresas, mensajero insólito, látigo de la incertidumbre que te enredas en nombres de nueve letras? Silencio. Guardas silencio, monstruo impávido. Y tu silencio es una nota muda en la garganta de una sombra, que anuncia a la niña que sólo le queda la náusea, la humanidad heroica o la muerte. Silencio que alberga los gritos de socorro de millones de muñecas de trapo olvidadas en los desvanes. Silencio que es el cristal translúcido de una hilaridad mórbida Que se plasma en la palabra “carcajada”, cuando la niña te coge con rabia y arroja el “imposible” a la papelera. Silencio, sí, hilo esotérico, silencio con forma de serpiente que acecha en una bola de papel, angustia que ha mordido a la niña ingenua, inoculándole dolor y escarnio, la ponzoña que contamina para siempre

el ensueño de la infancia

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¡Ay, terca niña! Le dices que no al viento, a la niebla y al agua: rajas el viento, partes la niebla, hiendes el agua. Te niegas a la luz profundamente: la rechazas, ya teñida de ti: verde, amarilla -vencida ya-, gris, roja, plata.

“Cosa”, Dámaso Alonso

Cruz

del monte Esperanza, lejanía y misterio, una niña te busca con la mirada limpia de la inocencia. Pero sólo ve la mortaja que te cubre (la niebla) y el sudario que blanquea las faldas del monte (la nieve).

Niebla y nieve, bruma y luz cegadora que en sus ojos acrisolan espejismos que transforman el monte en el limbo de las sonrisas infantiles, en un enorme terrón de azúcar que pende del cielo gris, en el resplandor del rostro de un ángel... Niebla y nieve que hacen de ti, cruz y estupor, una presencia desvanecida, una “te” que abre los brazos al infinito,

de los que tal vez cuelguen espadas de cristal de hielo,

o tal vez sólo el silencio.

¡Cómo llegar a tu lar, si los caminos están sepultados, como serpientes que hibernan bajo nieves perpetuas! ¡Cómo abrazarte, si eres un fantasma!

Cruz tremenda. Ara de hierro y hormigón, la niña te siente distante y extraña, imposible, como imposible le resulta el sueño del paraíso.

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Y cierra los ojos para encontrarse a si misma en las sombras, en los límites del cuerpo; mientras tú te pierdes para siempre en el enigma del principio de los tiempos.

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¿Quién perdió una bufanda de colores? ¿Quién olvidó el invierno

en una estación de tren?

¿Quién despreció las caricias

de la lana fina,

y el abrazo de la primavera anudada al cuello?

Quizá fue una niña

la que dejó caer al suelo el amor de la abuela.

Amor que es savia,

sangre

y sentimientos en punto bobo

que ahora no alimentan sueño alguno.

Quizá fue una colegiala

la que extravió el corazón del primer amante.

Un corazón hecho regalo,

un beso en la boca hecho prenda,

una mariposa agónica

con las alas rotas.

Nadie reclama la bufanda.

Y el amor sin límites,

Los besos al vacío

y los latidos

se apagan, retirados en una esquina

de un despacho de billetes,

al tiempo que el invierno se esconde

en un pliegue de la bufanda triste que cuelga del brazo de un perchero, como una serpiente muerta en cuya piel cuarteada y seca declina el arco iris.

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Las pompas de jabón que este chiquillo

Se entretiene en soltar por la pajita

Son, traslúcidamente, toda una filosofía.

Claras, inútiles y pasajeras como la naturaleza,

Amigas de los ojos como las cosas,

Son lo que son

con una precisión redondita y aérea,

Y nadie, ni aún el niño que la suelta,

Pretende que sean más que lo que parecen ser.

“Las pompas de jabón”, Fernando Pesoa

El preludio de un nuevo comienzo Se agotará en el ritus de triunfo

de una niña que juega en el jardín,

la diosa que te tiene en las manos

(en sus manos pulcras),

pipa de plástico,

humilde instrumento de la creación auténtica,

en el instante que ella sople por la boca

de la cánula

y su aliento irrigue de vida

el vientre de tu cazuela,

porque en ese momento en su útero

se gestará un torbellino de fantasías

y tendrá lugar el sortilegio

de la formación de nuevos mundos

envueltos en atmósferas de pompas de jabón,

el nacimiento de sueños

en un parto de esferas de espuma,

uno a uno,

leves, evanescentes, ingrávidos,

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revestidos por burbujas cristalinas.

Sueños y realidad sin límites,

que se sustanciarán en tres bombas mágicas,

tres estrellas nacientes

que pulularán en el espacio

de un universo insólito,

anárquicas,

ajenas a las órbitas de los planetas,

dejando tras de sí una estela imaginaria

de silencio y esperanza.

Una, la más grande,

estará habitada por una arpía histriónica

(el cuerpo presente de la mendacidad de siglos

de maldad hecha carne)

que se divierte a lomos del palo de una escoba,

poniendo halos de burlas

a la niña que la observa atónita

sin saber que ella era la víctima

que pretendía inmolar inmisericorde,

para saldar su deuda con el diablon

en pago a su delirio de eternidad.

En el jardín se oirán sus risotadas de hiena,

en el aire se sentirá su nauseabundo hálito

y en los dibujos de sus cabriolas

se percibirá el rastro ancestral de la miseria.

Mas los juegos cesarán pronto,

la perfidia se convertirá en súplica

y se desvanecerá la euforia,

cuando la bruja advierta que la bomba

toma rumbo hacia la casa

(lenta, en oblicuo,

bamboleándose mecida por la brisa)

y que el viaje llega a su término

(inevitablemente trágico, fatal).

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Entonces las risotadas tornarán en insultos,

amenazas, aspavientos y maldiciones,

y acabarán en estertores de dolor,

en la manifestación material de los miedos

de la humanidad en plenitud

ante la visión de la guadaña de la muerte,

y las cabriolas devendrán en un espectáculo

de horror y espanto,

en el que los ojos llorarán lava de odio

en un flujo de legañas putrefactas,

la boca será un reguero de baba verdusca,

la piel se desgarrará en hilos de sangre

y las heridas se abrirán en senos de pus.

Aunque todo será inútil,

E inevitable el holocausto.

Así, la bomba chocará contra el alero del tejado

(sin remedio

sin estrépito)

estallando en miles de partículas de agua,

y la bruja será una pesadilla hecha aire

que se comprime en el silencio del pretérito.

Otra bomba, del color del arrebol,

volará alto, muy alto,

hasta confundirse con la luz mortecina y tenue

de la claridad crepuscular,

como un sueño que es bruma impresa en una nube.

En ella aleteará un colibrí

(libre, libre,

glorioso)

que se transformará en espejo

de la alegría de vivir,

en una sonrisa de azúcar,

en la hidromiel de la victoria de la inocencia,

en una gota de amor en la piel de una sombra...

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¡Quizá la pompa sea una aureola rosácea

de primavera perpetua,

en la que la vida no tiene minutos,

ni destino, ni historia, ni régimen,

sino sólo pálpitos de libertad en un flujo continuo

de batido de alas!

¡Quizá el colibrí sea un duende

que anida en el corazón de la niña,

un presagio

o una lágrima vertida a un sueño roto!

Y la tercera, una pompa fugaz,

será un cometa diáfano, rutilante

Como una bola navideña,

en la que discurrirá un tiro de renos

arrastrando un trineo repleto de caramelos.

Volará en línea recta

en dirección a un abeto,

como si la guiara una mano invisible,

y cuando roce sus erizadas hojas

se partirá en una explosión de gotas de vaho,

en un brote de paz y de incontenible júbilo,

en una eclosión de regalos, figuras,

lazos de charol y luces de colores

que adornarán el solitario árbol,

copado ahora con la presencia de Santa Klaus.

Al final, pipa de la ilusión y el misterio,

la diosa te guardará en un estuche,

hasta mañana que volverá a usarte

para obrar nuevos milagros.

Y la niña cerrará los ojos

e imaginará que nieva.

Nieve al atardecer. Nieve salvífica,

nieve de ensoñación redentora

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precipitada en copos de lágrimas de bruja,

alas de pájaro

y barbas canas de San Nicolás.

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Azul loco y verde loco

de lino en rama y en flor. Mareando de oleadas Baila el lindo azuleador.

Cuando el azul se deshoja, Sigue el verde danzador: Verde trébol, verde oliva Y el gallo verde limón.

¡Vaya hermosura! ¡Vaya el color!

Rojo manso y rojo bravo, rosa y clavel reventón… Cuando los verdes se rinden Él salta como un campeón.

Bailan uno tras el otro, No se sabe cuál mejor, Y los rojos bailan tanto Que se queman en su ardor.

¿Vaya locura! ¡Vaya el color!

“La ronda de los colores”, Gabriela Mistral. Rojo, verde,

blanco y azul son los colores del mundo. Y el mundo es una pelota que una niña tiene en las manos.

Rojo, rojo. Bota, bota. El mundo es una pelota. Sangre vieja. Sangre nueva, sangre que fluye con fuerza.

Verde, verde. Corre, corre. El mundo es una pelota. Un planeta fuera de órbita que se mueve en libertad.

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Blanco, blanco. Sueña, sueña. El mundo es una pelota. Luz. Sol. Luna. Una perla entre bolas de alcanfor.

Azul, azul. Juega, juega. El mundo es una pelota. Una burbuja. Mar. Cielo. Todo en las manos de una niña.

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Rojo, verde,

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Una niña -qué lejos- me sonríe. Y, desde allí, me mira. Infancia de mi madre. Vieja fotografía.

“A lo lejos”, Eloy Sánchez Rosillo

¿Y las pobres muchachas muertas, escamoteadas en abril, las que asomáronse y hundiéronse como en las olas el delfín?…

“Canción a las muchachas muertas”, Gabriela Mistral

He encontrado una niña en el desván. Está sentada en una banqueta roja. Me mira tranquila, retenida en el tiempo. Sus ojos parecen dos estanques ovales de aguas profundas que invitan a un baño de dulzura. En sus labios yace una luna mortecina, una mueca impertérrita de aurora disecada. Una mar derramada en rizos rubios le cae hasta el hombro formando bucles, como olas estáticas perfiladas en oro por los rayos del sol. Viste un jardín con flores de lino -flores marchitas en la tela, que nunca brotaron a la vida- y unos zapatos negros de charol, brillantes como la titilante bóveda celeste. ¿Quién la habrá abandonado en el trastero estampada en una imagen, hibernando tras el cristal de un portarretratos en pose de soledad? ¿Quién huirá de sus demonios, ocultando la infancia en un baúl y ahogando el pasado en el polvo del olvido?

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La niña de ojos de alberca

me mira y me mira, fijamente. No dice nada, ni siquiera su nombre. Y su silencio es una súplica larvada a la sombra de un sueño, el pálpito de un corazón oculto en el papel. Es una mano abierta al viento, a la memoria y al futuro; una mano que aprieta con fuerza la mía y me arrastra al abismo de sus ojos, esos pozos de remansadas aguas que fulguran primaveras inéditas, esconden crepúsculos y desbordan amor, en los que me zambullo venturoso, nado de espalda a los recuerdos, hago piruetas a un imposible y en cuyas aguas diáfanas me purifico y hallo la paz. La paz que borra la pátina de la desidia, la paz de la resurrección de la niña del portarretratos-sarcófago, que desde hoy cuidaré con celo.

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Una película de barro Y polvo borra las listas curvilíneas De un sombrero de paja Heptacolor Abandonado en la hierba. Barro que es el poso de muchos días de lluvia Horadando la tierra. Polvo que es la secuela De infinidad de rocíos fosilizados En otras tantas noches de olvido.

Una niña lo dejó allí, a pie de un rosal, enrabietada porque el verano tocaba a su fin.

Y los paseos en bicicleta, Los castillos de arena, Los collares de conchas, La persecución a los cangrejos alevines, Los filmes en el cine al aire libre, el susurro trémulo de su caracola verdirrosa, Las “margaritas” de la pizzería…, el tiempo más querido, las vacaciones…, todo se acababa con él.

El sombrero está copabajo, Boquiabierto En su perplejidad perpetua. Tiene un ala rota Y una espina clavada en una ínfula.

La niña se lo quitó de la cabeza Y lo arrojó al suelo, en un pronto de rebeldía y de capricho, al tiempo que lloraba lágrimas invisibles en la eclosión de un llanto silencioso. Era como descabalgar al arco iris de una nube, Estamparlo en una lámina de dibujo Y tirarlo a la papelera, En señal de protesta Porque la tormenta que trajo la magia Del estruendo de los truenos, El fulgor de los relámpagos Y la frescura de la lluvia se desvanecía Ante el majestuoso cuerno de colores celeste.

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El próximo verano Un nuevo sombrero, Quizá de color crisantemo, Quizá floreado con lilas, ibiscus y albahacas, Volverá a guardarla del sol, Y a dar sombra a sus sueños.

Y se repetirá la historia:

las golondrinas regresarán al sur, Languidecerá el rododendro, La caracola enmudecerá en la mesilla de noche Y las vacaciones serán pasado.

Entonces, un sombrero de paja Se pudrirá en cualquier esquina del pensil, Mordisqueado por las hormigas Y cubierto por antiguas telas de araña, Quizá copabajo, Quizá boquiabierto En su absoluta impotencia, Y será la corona mortuoria De un borrón y cuenta nueva En la tumba del difunto estío.

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Adoro las ciudades que son viejas ciudades de provincia y los puentes de piedra y los de hierro y los puentes en ruinas, viejos puentes de piedra solitarios invadidos de ortigas…

“Adoro las ciudades que son viejas”, Andrés Trapiello

Una figura sin rostro, una silueta en la bruma. Así te ha dibujado una niña, como una fantasmagórica mole de ojos sin pupila.

Y es que tu mirada fría de siglos con los ojos abiertos hiela las aguas que acarician tus columnas, como la visión de un cadáver escarcha el tuétano de los huesos.

La ingeniería de tu tiempo, esa madre de pecho rancio, te alumbró prematuro. Abigarrado. Con el cuerpo de piedra y un corazón viajero.

Naciste para ser atrio de reencuentros y de buenas nuevas, mano tendida a la otra orilla, portal a los cinco océanos y testigo mudo de auroras y solsticios.

Pero, las gélidas aguas del río corren turbias, los hombres y mujeres que poblaron sus veras se fueron a otra parte, y nadie recorre tu lomo, nadie cruza el umbral del pasado.

Así que, puente, no eres más que una ruina, Una herida que sangra nostalgia. Eres un gigante con dos ojos ciegos, que ya nunca verán nada.

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Y sólo la niña pintora imagina que un barco cargado con sueños atravesará tu corazón maltrecho. Ella te guarda en una lámina. Ella te ha rescatado del olvido.

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Si el sueño fuera (como dicen) una Tregua, puro reposo de la mente, ¿por qué, si te despiertan bruscamente sientes que te han robado una fortuna? ¿Por qué es tan triste madrugar? La hora nos despoja de un don inconcebible, tan íntimo que sólo es traducible en un sopor que la vigilia dora de sueños que bien pueden ser reflejos truncos de los tesoros de la sombra, de un orbe intemporal que no se nombra y que el día deforma en sus espejos. ¿Quién serás esta noche en el oscuro sueño del otro lado de su muro?

“El sueño”, Jorge Luís Borges

Un día más el tiempo se divide. Tú, reloj despertador, lo has roto.

acechabas a las siete y cuarto (en la mesilla de noche, como de costumbre),

y a esa hora ha cantado tu gallo con timbre metálico, “Kikirikííí”, “kikirikííí”, “kikirikííí”,

despertando a la niña que dormía.

Y la mañana se cuela por la ventana, cotidiana y generosa.

Como ayer, se desplegará en tiempo trepidante,

“tic tac tic tac tic tac tic tac”, en frenesí de quehaceres.

Se brindará en luz: En el arrebol de las nubes

En los espasmos de los letreros de neón remisos a cesar su parpadeo,

en las lenguas de fuego que coronan las chimeneas de las fábricas,

en la policromía de las tulipas de las lámparas que adornan los techos, en los ojos abiertos ante el espejo vaporoso de un baño...

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Se expandirá en sonidos: En el “ring-ring” de cualquier despertador inoportuno, en el gorgeo de los jilgueros y los petirrojos, en el ulular de las sirenas de las empresas, en el ronroneo de los motores de los automóviles, en la voz neutra del presentador de las noticias

de una emisora de radio, en el atropellado “tic tac tic tac tic tac tic tac” de todos los relojes...

Se abrirá en olores: En aroma de café hecho al punto,

en fragancias viejas – siempre las mismas, repetidas-, en perfume de sándalo, en esencia de jazmín...

Se proyectará en sensaciones: En la lluvia tónica del agua de la ducha, en la frescura de la hierba del pensil Bañada en escarcha, en la calidez de la caricia del primer rayo de sol en la cara,

en la seguridad y el equilibrio que proporcionan unos zapatos recién puestos…

Y se liberará en energía y apetitos: En la acidez de un zumo de naranja,

en el dulzor de la miel y la mermelada, en la bondad del trigo amasado en una tostada de pan,

y en el amor de una madre expresado en engrudo de lechefrita. Pero, como ayer, la luz, los sonidos, los olores,

las sensaciones, las energías y los apetitos que anuncian el alumbramiento de un día nuevo, a su vez, amalgamarán incipientes futuros, que se explicitarán en presentes continuos ahogados en obligaciones y trabajo,

diversión y ocio, misterio y vacíos

para la niña, que ha de arrancar una hoja más del almanaque.

En obligaciones y trabajo: La apertura de los párpados, hinchados a golpe de horas de sueño hondo y clavados a la piel con agujas de legañas; el desayuno apurado en dos tragos y tres mordiscos; la desabrida salida a la calle,

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desangelada, gélida, desdibujada en el humo y en el polvo de fundición impregnado en la neblina;

la oración que preludia la primera clase; el tormento de la recitación de los versos de una epopeya infantil;

el suplicio del examen de aritmética; la carrera contra el reloj en el tiempo, “tic tac tic tac tic tac tic tac”;

la pesadez del bocadillo de chorizo en la merienda; el hastío de la interpretación al piano de trémolos, arpegios y acordes en la clase particular de música; el látigo cotidiano de los deberes para casa...

En diversión y ocio:

Los balonazos en el cuerpo a ritmo de “campo yermo”, Los partidos de fútbol y los saltos a la cuerda en el tiempo de asueto, las guerras galácticas a los mandos de la GAME BOY,

los manotazos a la alfombra del cuarto de estar para invertir la cara de los “tazos”, el cambio de traje a alguna Barbie”...

En misterio: La caída de una hoja de árbol, la omnipresencia de la custodia materna, el desparpajo de una paloma que se acerca al banco del parque a comer copos de maíz, el fulgor del fogonazo de un rayo, la levedad de una pelusa de polvo,

la apertura de un capullo de rosa en pétalos de flor, el terrorífico estruendo de un trueno, el encendido de un flexo,

el enfado de la mar que se levanta en gigantes de agua que braman al romperse en los arrecifes…

En vacíos: La pompa de chicle que se malogra en la boca, el barco de papel que choca contra un iceberg de espuma y se hunde en el piélago de la bañera, el pinchazo de una rueda de la bicicleta, la regañina de la madre iracunda por haber ensuciado el vestido de los domingos, el llanto inconsolable de una amiga, la lejanía de las vacaciones de verano,

la desfiguración de un castillo de arena barrido por un lametón de ola, la bolsa de golosinas olvidada en un autobús...

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Y, como ayer, las obligaciones y el trabajo, la diversión y el ocio,

el misterio y los vacíos se diluirán en las lágrimas provocadas por un bostezo, al igual que el agotamiento, las dudas, la insatisfacción y los miedos

se emborronan en la oscuridad de unos párpados cerrados, en los instantes previos al sueño.

El sueño...

El sueño que llegará, poco a poco, en un irrefrenable desprendimiento de consciencia, precedido por una suerte de levitación ilusoria que desafía a la fuerza de la gravedad.

El tiempo ahora, “tic”, transcurrirá lento, “tac”, muy lento,

como habitado por el cansancio, mientras la niña duerme plácidamente. Nada la perturbará. No la molestará nadie.

Y dormirá una eternidad de números, dibujos y nombres acrisolados en una imagen difusa.

Aunque el tiempo, “tic”, pasará, “tac”.

Indefectiblemente pasará (preciso y exacto), y por la madrugada se desgranará en pesadillas, en las perlas negras del rosario de las tinieblas

que, “clac”, “clac”, “clac”, una tras otra caerán al suelo, en un golpeo de cuentas de angustia, cuando la niña duerma un calvario de fobias, monstruos y espanto.

Como ayer, sí, el tiempo, “tic”, seguirá, “tac”, su marcha inexorable, en un incesante goteo de segundos que se sucederán en hitos de júbilo en los últimos retazos de la noche, esos en los que la niña duerme una fiesta

de juegos, cabriolas y risas hasta que al fin se presenta el alba.

Entonces, el tiempo del sueño se detendrá, “tic”. Eres tú, reloj despertador, que sonarás bronco respondiendo a la ineludible llamada diaria de la aurora, que irrumpirá en el dormitorio reverberando en el sonido estridente de tu alarma,

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“kikirikííí”, “kikirikííí”, “kikirikííí”.

Es el momento de la ruptura: Y como hoy, el silencio se sumirá en la vorágine de otro día más, la niña se levantará de la cama

y comenzará un tiempo distinto, “tac”, el tiempo de la vigilia.

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¿Por qué se hunden los barcos? ¿Por qué se desvanecen los sueños?

¿Por qué tienen que llorar las niñas?

Son preguntas en la soledad de un cuarto de baño.

Preguntas cardinales. Preguntas necesarias.

Preguntas en el aire,

formuladas por una niña atrapada en su inocencia,

que buscan una respuesta

en los agujeros negros de su mente,

ante el trágico espectáculo del naufragio

de un barco de papel.

El barco que ella misma botó en una mar

con agua de sales

y aceites aromáticos,

una mar fantástica

desplegada en una bañera,

en la que flotan burbujeantes icebergs

y habitan sirenas de vapor.

El barco que navegaba al pairo

anclado en las aguas muertas

de una mar que languidecía en su quietud,

y que fue sorprendido por una tempestad

de viento huracanado en soplos de histeria

y por un maremoto de batidos de mano

que lo arrastró contra los arrecifes de espuma

de una montaña de jabón.

Ese barco que fue mojándose poco a poco:

la popa... La proa... El casco entero... El velamen...

Mojándose, hasta hundirse bajo las olas

de una mar iracunda.

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Ese barco que es ahora un engrudo

de pasta de papel informe

que la niña sostiene en sus dedos,

como quien se aferra a un lamento, a un suspiro

o a los restos de un sueño imposible.

Y por eso, la niña pregunta.

Preguntas que son la resaca del oleaje,

el estigma de un capricho de niña traviesa

y el eco de una tempestad efímera

gestada por una broma de niña cándida.

Preguntas que nadie responde,

y que acaban ahogándose en el llanto de la niña ingenua,

en un dolor hondo

que llueve en la mar un aguacero de lágrimas,

en el llanto de las paredes

vertido en gotas que se escurren por las baldosas

y en el silencio del espejo

que le devuelve una mirada llorosa y triste.

Nicolás Zimarro.

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DATOS BIOGRÁFICOS: Poeta contemporáneo nacido en Abadiño, Vizcaya. Realizó estudios de Filosofía pura y de Psicología en la Universidad de Deusto, Bilbao, y de Doctorado en Filosofía en la Universidad de Navarra, Pamplona. Obras publicadas: Narrativa: “La última noche”, “El tren de la vida” y “El barco de papel”. Poesía: “El ser vencido” y “Cartas a Fan”. Y además artículos de opinión y ensayo y poemas sueltos en distintas publicaciones. CONTRAPORTADA: “Silencios” es una introspección caleidoscópica en la conciencia del autor, que se revela en una expresión poética de su interpretación del mundo. Es un diálogo íntimo con los seres inertes, esos seres sin vida que forman parte de nosotros mismos, y que es necesario mirar, sentir y pensar, para conocernos mejor. Así, por ejemplo, un viejo zapato informe tirado en la esquina de una acera es algo más que cuero amorfo, es la expresión del sinsentido de un objeto inútil. Sugiere la soledad y el amandono de quien ha perdido a su pareja, pero también nos permite imaginar las veces que fue charol en el que se miraba la luna. Una concha vacía que arriba a la playa es una tumba en el cementerio de las conchas, mas pronto se convierte en el hogar de un cangrejo solitario. Una pequeña piedra perdida en cualquier camino es ciertamente insignificante; pero, cuando la luna se refleja en su piel mojada por el rocío, se torna en una luciérnaga de plata que titila con luz trémula. Un piano abandonado en una casa deshabitada es como un ataúd guardado en un mausoleo, es la muerte que desola el cuarto de la música… Y si quisiéramos hablar con ellos, su respuesta sería el silencio. El silencio de una boca abierta en forma de puntera rota que esconde una lengua abarquillada y muda. El silencio que presagia la presencia de un cadáver. El silencio de quien perdura hundido en el barro o a golpes de puntapié. El silencio de una sonrisa de hielo, la misma que esboza el piano que muestra una dentadura perfecta e impoluta, que no es sino la mueca de una calavera… Deja que el silencio te pringue los poros y se impregne en la piel. Ese silencio que alberga los gritos de socorro de las muñecas de trapo abandonadas en los desvanes. Ese silencio que fulge en la mirada de la niña de una fotografía que hiberna en un portarretratos. Ese silencio que ignora las respuestas. Ese silencio que es la voz apagada de los objetos olvidados. Ese silencio que es una nota átona en la garganta de las sombras…

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