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NDICEEjemplo VII. Lo que le pas a una mujer que se llamaba doa Truhana.Ejemplo XII. Lo que le pas a un zorro con un gallo.Ejemplo XVII. Lo que le pas a un hombre que tena mucha hambre y al que le invitaron a comer por compromiso.Ejemplo XXIII. Lo que hacen las hormigas para vivir.Ejemplo XXXII. Lo que le pas a un rey que quera probar a sus tres hijos.Ejemplo XXX. Lo que le pas al rey Abenabet de Sevilla con Ramayqua, su mujer.Ejemplo XXXIV. Lo que le pas a un ciego que guiaba a otro.Ejemplo XXXVIII. Lo que le pas a un hombre que iba cargado de piedras preciosas y se ahog en el ro.Ejemplo XXXIX. Lo que le pas a un hombre con una golondrina y un gorrin.Ejemplo XLI. Lo que le pas a un rey de Crdoba que se llamaba Alahaqun.

AutorDon Juan Manuel fue nieto del rey Fernando III y sobrino de Alfonso X el Sabio. Naci en el ao 1282, en Escalona. Desde muy joven intervino activamente en la vida poltica de su tiempo. Fue adelantado del reino de Murcia y muri en esta ciudad en el ao 1348.Se cas en 1299 con la infanta Isabel de Mallorca pero esta muri. En 1311 se volvi a casar, con Constanza, hija del rey de Aragn. Su hija Constanza fue reina de Portugal. En 1327 falleci su mujer y suegro. Se cas de nuevo en 1329 con doa Blanca Nez con la que tuvo una hija.Era un ambicioso seor feudal, muy aficionado a la caza. Estuvo implicado en las luchas y conflictos dinsticos en torno al trono de Castilla. En 1330 se alej de las luchas y de la poltica y se dedic a escribir.Sus obras estn escritas en prosa y casi todas aparecen en un carcter didctico o moral; ms en concreto se proponen la educacin de jvenes pertenecientes a la nobleza. As ocurre, por ejemplo, con el Libro del Caballero y el Escudero, donde el primero aconseja al segundo acerca de la caballera y lo instruye en la Teologa, Astronoma Su obra maestra es el conde Lucanor.Don Juan Manuel continu la empresa de forjar la prosa literaria castellana, iniciada por su to, Alfonso X: pero lo hiz de modo enteramente original. Ante todo, su creacin era personal, no de equipo. Adems no traduca, aunque se inspiraba en obras latinas anteriores, elaboraba lo que lea, aada experiencias personales y las escriba a su modo. Las obras de Don Juan Manuel son los primeros textos en prosa elaborados en castellano, sin la gua de un modelo que se traduce o se rehace.En cuanto a su estilo, en diversas ocasiones insisti en cuales eran las cualidades que le interesaban, y que pueden resumirse en tres palabras: precisin, claridad y brevedad.Don Juan Manuel, ante todo, era un educador. Es curioso comprobar que sus cuentos contienen una moral prctica, esto es, unos consejos para acertar o triunfar en la vida, para navegar en el mundo, para huir de los peligros que acechan a la sociedad. Don Juan Manuel predicaba cualidades como el realismo, el espritu prctico, la prudencia, la precaucin y hasta la desconfianza. Tena, sin duda, un gran sentido de la realidad y acaso un concepto un tanto desengaado del hombre.

ObraEl ttulo completo es Libro de los ejemplos del conde Lucanor y de Patronio.Es una coleccin de cincuenta y un ejemplos o cuentos que cuentan con una misma estructura: el joven conde Lucanor consulta a su consejero Patronio sobre diversos asuntos. Patronio en vez de darle una respuesta directa, le relata un cuento adecuado para el caso y, al final, resume la moraleja en un pareado. Todos esos cuentos no son originales, son relatos tradicionales, muchos son originales de oriente. Pero, conforme al mtodo del autor, estn narrados en un modo muy personal y con un notable arte del relato.Don Juan Manuel manda a escribir, es decir, manda que el copista escriba el ejemplo, cuya materia no es original suya, ya que son conocidas las fuentes de casi todas las historias y l aparece cerrando los ejemplos.Hay ejemplos protagonizados por animales, al modo de fbulas como el quinto lo que le paso a un zorro con un cuervo que tena un pedazo de queso en el pico. Y hay otros cuyos personajes son alegricos: el Bien y el Mal(XLIII).Entre las personas que protagonizan los ejemplos, encontramos a reyes o sultanes histricos que viven sucesos literarios. El propio padre de don Juan Manuel, es el propietario del halcn sacre que protagoniza el ejemplo XXXIII.Son tantos los personajes que desfilan y pertenecen a los distintos extractos de la sociedad de entonces que se nos abren las puertas de una supuesta realidad cotidiana al servicio de las enseanzas que nos ofrece el comportamiento correcto o equivocado, virtuoso o vicioso de tantos personajes. Nos seducirn sin duda el arte inolvidable de don Illn, o el soar de la ilusa doa Truhana, la de la olla de miel, o el amor del paciente Abenabet creando maravillas para satisfacer los caprichos de la bella Ramayqua: simular la neve con las flores del almendro.Son historias atractivas, sorprendentes, que ensean, pero que deleitan. Y no est mal seguir algunos de los consejos; no todos, porque los tiempos son otros y mudan como las costumbres.

CUENTO XII.

Lo que le pas a una mujer que se llamaba doa Truhana.

Otra vez estaba hablando el Conde Lucanor con Patronio de esta manera: -Patronio, un hombre me ha propuesto una cosa y tambin me ha dicho la forma de conseguirla. Os aseguro que tiene tantas ventajas que, si con la ayuda de Dios pudiera salir bien, me sera de gran utilidad y provecho, pues los beneficios se ligan unos con otros, de tal forma que al final sern muy grandes. Y entonces le cont a Patronio cuanto l saba. Al orlo Patronio, contest al conde: -Seor Conde Lucanor, siempre o decir que el prudente se atiene a las realidades y desdea las fantasas, pues muchas veces a quienes viven de ellas les suele ocurrir lo que a doa Truhana. El conde le pregunt lo que le haba pasado a esta. -Seor conde -dijo Patronio-, haba una mujer que se llamaba doa Truhana, que era ms pobre que rica, la cual, yendo un da al mercado, llevaba una olla de miel en la cabeza. Mientras iba por el camino, empez a pensar que vendera la miel y que, con lo que le diesen, comprara una partida de huevos, de los cuales naceran gallinas, y que luego, con el dinero que le diesen por las gallinas, comprara ovejas, y as fue comprando y vendiendo, siempre con ganancias, hasta que se vio ms rica que ninguna de sus vecinas. Luego pens que, siendo tan rica, podra casar bien a sus hijos e hijas, y que ira acompaada por la calle de yernos y nueras y, pens tambin que todos comentaran su buena suerte pues haba llegado a tener tantos bienes aunque haba nacido muy pobre. As, pensando en esto, comenz a rer con mucha alegra por su buena suerte y, riendo, riendo, se dio una palmada en la frente, la olla cay al suelo y se rompi en mil pedazos. Doa Truhana, cuando vio la olla rota y la miel esparcida por el suelo, empez a llorar y a lamentarse muy amargamente porque haba perdido todas las riquezas que esperaba obtener de la olla si no se hubiera roto. As, porque puso toda su confianza en fantasas, no pudo hacer nada de lo que esperaba y deseaba tanto. Vos, seor conde, si queris que lo que os dicen y lo que pensis sean realidad algn da, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no fantasas o imaginaciones dudosas y vanas. Y cuando quisiereis iniciar algn negocio, no arriesguis algo muy vuestro, cuya prdida os pueda ocasionar dolor, por conseguir un provecho basado tan slo en la imaginacin. Al conde le agrad mucho esto que le cont Patronio, actu de acuerdo con la historia y, as, le fue muy bien. Y como a don Juan le gust este cuento, lo hizo escribir en este libro y compuso estos versos: En realidades ciertas os podis confiar, mas de las fantasas os debis alejar.

CUENTO XXII.Lo que le pas a un zorro con un gallo.

Una vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: Patronio, sabis que, gracias a Dios, mis seoros son grandes, pero no estn todos juntos. Aunque tengo tierras muy bien defendidas, otras no lo estn tanto y otras estn muy lejos de las tierras donde mi poder es mayor. Cuando me encuentro en guerra con mis seores, los reyes, o con vecinos ms poderosos que yo, muchos que se llaman mis amigos y algunos que me quieren aconsejar me atemorizan y asustan, aconsejndome que de ningn modo est en mis seoros ms apartados, sino que me refugie en los que tienen mejores baluartes, defensas y bastiones, que estn en el centro de mis tierras. Como os s muy leal y muy entendido en estos asuntos, os pido vuestro consejo para hacer ahora lo ms conveniente. -Seor Conde Lucanor -dijo Patronio-, en asuntos graves y problemticos es muy arriesgado dar un consejo, pues muchas veces podemos equivocarnos, al no estar seguros de cmo terminarn las cosas. Con frecuencia vemos que, pensando una cosa, sale despus otra muy distinta, porque lo que tememos que salga mal, sale luego bien, y lo que creamos que saldra bien, luego resulta mal; por ello, si el consejero es hombre leal y de justa intencin, cuando ha de dar un consejo se siente en grave apuro y, si no sale bien, queda el consejero humillado y desacreditado. Por cuanto os digo, seor conde, me gustara evitarme el aconsejaros, pues se trata de una situacin muy delicada y peligrosa, pero como queris que sea yo quien os aconseje, y no puedo negarme, me gustara mucho contaros lo que sucedi a un gallo con una zorra. El conde le pidi que se lo contara. -Seor conde -dijo Patronio-, haba un buen hombre que tena una casa en la montaa y que criaba muchas gallinas y gallos, adems de otros animales. Sucedi que un da uno de sus gallos se alej de la casa y se adentr en el campo, sin pensar en el peligro que poda correr, cuando lo vio la zorra, que se le fue acercando muy sigilosamente para matarlo. Al verla, el gallo se subi a un rbol que estaba un poco alejado de los otros. Viendo la zorra que el gallo estaba fuera de su alcance, tom gran pesar porque se le haba escapado y empez a pensar cmo poda cogerlo. Fue derecha al rbol y comenz a halagar al gallo, rogndole que bajase y siguiera su paseo por el campo; pero el gallo no se dej convencer. Viendo la zorra que con halagos no conseguira nada, empez a amenazar dicindole que, pues no se fiaba de ella, ya le buscara motivos para arrepentirse. Mas como el gallo se senta a salvo, no haca caso de sus amenazas ni de sus halagos. Cuando la zorra comprendi que no podra engaarlo con estas tretas, se fue al rbol y se puso a roer su corteza con los dientes, dando grandes golpes con la cola en el tronco. El infeliz del gallo se atemoriz sin razn y, sin pensar que aquella amenaza de la zorra nunca podra hacerle dao, se llen de miedo y quiso huir hacia los otros rboles donde esperaba encontrarse ms seguro y, pues no poda llegar a la cima de la montaa, vol a otro rbol. Al ver la zorra que sin motivo se asustaba, empez a perseguirlo de rbol en rbol, hasta que consigui cogerlo y comrselo. Vos, seor Conde Lucanor, pues con tanta frecuencia os veis implicado en guerras que no podis evitar, no os atemoricis sin motivo ni temis las amenazas o los dichos de nadie, pero tampoco debis confiar en alguien que pueda haceros dao, sino esforzaos siempre por defender vuestras tierras ms apartadas, que un hombre como vos, teniendo buenos soldados y alimentos, no corre peligro, aunque el lugar no est muy bien fortificado. Y si por un miedo injustificado abandonis los puestos ms avanzados de vuestro seoro, estad seguro de que os irn quitando los otros hasta dejaros sin tierra; porque como demostris miedo o debilidad, abandonando alguna de vuestras tierras, mayor empeo pondrn vuestros enemigos en quitaros las que todava os queden. Adems, si vos y los vuestros os mostris dbiles ante unos enemigos cada vez ms envalentonados, llegar un momento en que os lo quiten todo; sin embargo, si defendis bien lo primero, estaris seguro, como lo habra estado el gallo si hubiera permanecido en el primer rbol. Por eso pienso que este cuento del gallo deberan saberlo todos los que tienen castillos y fortalezas a su cargo, para no dejarse atemorizar con amenazas o con engaos, ni con fosos ni con torres de madera, ni con otras armas parecidas que slo sirven para infundir temor a los sitiados. An os aadir otra cosa para que veis que slo os digo la verdad: jams puede conquistarse una fortaleza sino escalando sus muros o minndolos, pero si el muro es alto las escaleras no sirven de nada. Y para minar unas murallas hace falta mucho tiempo. Y as, todas las fortalezas que se toman es porque a los sitiados les falta algo o porque sienten miedo sin motivo justificado. Por eso creo, seor conde, que los nobles como vos, e incluso quienes son menos poderosos, deben mirar bien qu accin defensiva emprenden, y llevarla a cabo slo cuando no puedan evitarla o excusarla. Mas, iniciada la empresa, no debis atemorizaros por nada del mundo, aunque haya motivos para ello, porque es bien sabido que, de quienes estn en peligro, escapan mejor los que se defienden que los que huyen. Pensad, por ltimo, que si un perrillo al que quiere matar un poderoso alano se queda quieto y le ensea los dientes, podr escapar muchas veces, pero si huye, aunque sea un perro muy grande, ser cogido y muerto enseguida. Al conde le agrad mucho todo esto que Patronio le cont, obr segn sus consejos y le fue muy bien. Y como don Juan pens que este era un buen cuento, lo mand poner en este libro e hizo unos versos que dicen as: No sientas miedo nunca sin razny defindete bien, como un varn.

CUENTO XVII.Lo que pas a un hombre que tena mucha hambre y al que invitaron a comer por compromiso.

Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo: -Patronio, ha venido un hombre y me ha dicho que har una cosa muy provechosa para m, pero, al decrmelo, pens que su ofrecimiento era tan dbil que preferira l que no lo aceptase. Yo pienso que, por una parte, me interesara mucho hacer lo que me sugiere, aunque tengo reparos para aceptar su oferta, pues creo que me la ha hecho slo por cumplir. Como sois de tan buen juicio, os ruego que me digis lo que os parece que deba hacer en este caso. -Seor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que hagis en esto lo que me parece ms favorable para vos, me gustara mucho que supierais lo que sucedi a un hombre con otro que le convid a comer. El conde le rog que le contase lo que entre ellos haba ocurrido. -Seor Conde Lucanor -dijo Patronio-, haba un hombre honrado que haba sido muy rico pero se haba arruinado totalmente, y le resultaba muy vergonzoso y humillante pedir ayuda a sus amigos para poder comer. Por esta razn pasaba muchas veces pobreza y hambre. Un da estaba muy preocupado, pues no tena nada para comer, y acert a pasar por la casa de un conocido suyo que estaba comiendo; cuando su amigo lo vio pasar, le dijo por simple cortesa si aceptaba comer con l. El hombre honrado, movido por tanta necesidad, le dijo, despus de lavarse las manos: -Con mucho gusto, amigo mo, porque tanto me habis pedido e insistido para que coma con vos, que os hara una grave descortesa si rechazara vuestro amistoso y clido ofrecimiento. Dicho esto se sent a comer, saci su hambre y qued ms contento. Al poco, Dios le fue propicio y lo sac de aquella miseria en que viva. Vos, seor Conde Lucanor, como juzgis que lo que ese hombre os ofrece es muy provechoso para vos, simulad que aceptis por darle gusto, sin pensar que lo hace por cumplir, y no esperis a que insista mucho ms, pues podra ser que no os renovara su ofrecimiento y entonces sera humillante para vos pedirle lo que ahora os ofrece. El conde lo vio bien y pens que era un buen consejo, obr segn l y le result de gran provecho. Y viendo don Juan que el cuento era muy til, lo mand escribir en este libro e hizo estos versos: Cuando tu aprovecho pudieras encontrar no debieras hacerte mucho de rogar.

CUENTO XXIII.Lo que hacen las hormigas para vivir.

Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: -Patronio, como todos saben y gracias a Dios, soy bastante rico. Algunos me aconsejan que, como puedo hacerlo, me olvide de preocupaciones y me dedique a descansar y a disfrutar de la buena mesa y del buen vino, pues tengo con qu mantenerme y aun puedo dejar muy ricos a mis herederos. Por vuestro buen juicio os ruego que me aconsejis lo que debo hacer en este caso. -Seor Conde Lucanor -dijo Patronio-, aunque el descanso y los placeres son buenos, para que hagis en esto lo ms provechoso, me gustara mucho que supierais lo que hacen las hormigas para mantenerse. El conde le pidi que se lo contara y Patronio le dijo:-Seor Conde Lucanor, ya sabis qu diminutas son las hormigas y, aunque por su tamao no cabra pensarlas muy inteligentes, veris cmo cada ao, en tiempo de siega y trilla, salen ellas de sus hormigueros y van a las eras, donde se aprovisionan de grano, que guardan luego en sus hormigueros. Cuando llegan las primeras lluvias, las hormigas sacan el trigo fuera, diciendo las gentes que lo hacen para que el grano se seque, sin darse cuenta de que estn en un error al decir eso, pues bien sabis vos que, cuando las hormigas sacan el grano por primera vez del hormiguero, es porque llegan las lluvias y comienza el invierno. Si ellas tuviesen que poner a secar el grano cada vez que llueve, trabajo tendran, adems de que no podran esperar que el sol lo secara, ya que en invierno queda oculto tras las nubes y no calienta nada. Sin embargo, el verdadero motivo de que pongan a secar el grano la primera vez que llueve es este: las hormigas almacenan en sus graneros cuanto pueden slo una vez, y slo les preocupa que estn bien repletos. Cuando han metido el grano en sus almacenes, se juzgan a salvo, pues piensan vivir durante todo el invierno con esas provisiones. Pero al llegar la lluvia, como el grano se moja, empieza a germinar; las hormigas, viendo que, si crece dentro del hormiguero, el grano no les servir de alimento sino que les causar graves daos e incluso la muerte, lo sacan fuera y comen el corazn de cada granito, que es de donde salen las hojas, dejando slo la parte de fuera, que les servir de alimento todo el ao, pues por mucho que llueva ya no puede germinar ni taponar con sus races y tallos las salidas del hormiguero. Tambin veris que, aunque tengan bastantes provisiones, siempre que hace buen tiempo salen al campo para recoger las pequeas hierbecitas que encuentran, por si sus reservas no les permitieran pasar todo el invierno. Como veis, no quieren estar ociosas ni malgastar el tiempo de vida que Dios les concede, pues se pueden aprovechar de l. Vos, seor conde, si la hormiga, siendo tan pequea, da tales muestras de inteligencia y tiene tal sentido de la previsin, debis pensar que no existe motivo para que ninguna persona -y sobre todo las que tienen responsabilidades de gobierno y han de velar por sus grandes seoros- quiera vivir siempre de lo que gan, pues por muchos que sean los bienes no durarn demasiado tiempo si cada da los gasta y nunca los repone. Adems, eso parece que se haga por falta de valor y de energa para seguir en la lucha. Por tanto, debo aconsejar que, si queris descansar y llevar una vida tranquila, lo hagis teniendo presente vuestra propia dignidad y honra, y velando para que nada necesario os falte, ya que, si deseis ser generoso y tenis mucho que dar, no os faltarn ocasiones en que gastar para mayor honra vuestra. Al conde le agrad mucho este consejo que Patronio le dio, obr segn l y le fue muy provechoso. Y como a don Juan le gust el cuento, lo mand poner en este libro e hizo unos versos que dicen as: No comas siempre de lo ganado, pues en penuria no morirs honrado.

CUENTO XXIV.

Lo que pas a un rey que quera probar a sus tres hijos.

Un da hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo:-Patronio, en mi casa se cran y educan muchos mancebos, que son hijos de grandes seores o de simples hidalgos, y en los cuales puedo ver cualidades muy diferentes. Por vuestro buen juicio y hasta donde os sea posible, os ruego que me digis quines de esos mancebos llegarn a ser hombres cabales. -Seor conde -contest Patronio-, esto que me decs es difcil saberlo con certeza, pues no podemos conocer las cosas que estn por venir y lo que preguntis es cosa futura, por lo que no podemos saberlo con certidumbre; mas lo poco que de esto podemos intuir es por ciertos rasgos que aparecen en los jvenes, tanto por dentro como por fuera. As podemos observar por fuera que la cara, la apostura, el color, la forma del cuerpo y de los miembros son un reflejo de la constitucin de los rganos ms importantes, como el corazn, el cerebro o el hgado. Aunque son seales, nada podemos saber por ellas con exactitud, pues pocas veces concuerdan estas, ya que, si unas apuntan una cualidad, otras indican la contraria; con todo, las cosas suelen suceder segn los indicios de estas seales. Los indicios ms seguros son la cara y, sobre todo, la mirada, as como la apostura, que muy pocas veces nos engaan. No pensis que se llama apuesto al ser un hombre guapo o feo, pues muchos hombres son bellos y gentiles y no tienen apostura de hombre, y otros, que parecen feos, tienen mucha gracia y atractivo. La forma del cuerpo y de los miembros son seales de la constitucin del hombre y nos indican si ser valiente o cobarde; aunque, con todo, estas seales no revelan con certeza cmo sern sus obras. Como os digo, son simples seales y ello quiere decir que no son muy seguras, pues la seal slo nos hace presumir que pueda ocurrir as. En fin, estas son las seales externas, que siempre resultan poco fiables para responder a lo que me preguntis. Sin embargo, para conocer a los mancebos, son mucho ms indicativas las seales interiores, y as me gustara que supieseis cmo prob un rey moro a sus tres hijos, para saber quin habra de ocupar el trono a su muerte. El conde le rog que as lo hiciera. -Seor Conde Lucanor -dijo Patronio-, un rey moro tena tres hijos y, como el padre puede dejar el trono al hijo que quiera, cuando se hizo viejo, los hombres ms ilustres de su reino le rogaron que indicara cul de sus tres hijos le sucedera en el trono. El rey contest que, pasado un mes, les dara la respuesta. Al cabo de unos das, una tarde dijo el rey a su hijo mayor que al da siguiente, de madrugada, quera cabalgar y deseaba que lo acompaara. Aquella maana, lleg el infante mayor a la cmara del rey, pero no tan pronto como su padre le haba ordenado. Cuando lleg, le dijo el rey que quera vestirse y que le hiciera traer la ropa; el infante mand al camarero que la trajese, pero el camarero le pregunt qu ropa quera el rey. El infante volvi a preguntrselo a su padre, el cual respondi que quera la aljuba; el infante volvi y dijo al camarero que el rey quera la aljuba. El camarero le pregunt qu manto llevara el rey, y el infante hubo de regresar junto al monarca para preguntrselo. As ocurri con cada vestidura, yendo y viniendo el infante con las preguntas, hasta que el rey lo tuvo preparado todo. Entonces vino el camarero, que visti y calz al monarca. Cuando el rey estuvo ya vestido y calzado, mand al infante que le hiciera traer un caballo, y el infante se lo dijo al caballerizo; este le pregunt qu caballo quera el rey. El infante volvi a preguntrselo a su padre, y lo mismo ocurri con la silla de montar, el freno, la espada y las espuelas; es decir, con todos los aparejos necesarios para cabalgar, preguntndole siempre al rey lo que quera. Cuando ya estaba todo preparado, dijo el rey al infante que no poda dar el paseo a caballo, pero que fuera l por la ciudad y se fijara bien en todas las cosas que viera, para que luego se las contara. El infante cabalg en compaa de los hombres ms ilustres de la corte y con msicos que tocaban tambores, timbales y toda clase de instrumentos. El infante dio un paseo por la ciudad y, cuando volvi junto al rey, este le pregunt qu opinaba de lo que haba visto; le contest el infante que todo estaba muy bien, salvo los timbales y tambores, que hacan mucho ruido. Pasados algunos das, el rey mand al hijo segundo que fuese a su cmara por la maana. El infante as lo hizo. El rey lo someti a las mismas pruebas que al hermano mayor; el segundo obr como su hermano y respondi con las mismas palabras de su hermano. Y al cabo de pocos das, el rey mand al hijo menor que viniese a verlo muy temprano. El infante madrug mucho y se fue a las habitaciones del rey, donde esper a que el rey despertara. Cuando su padre estuvo dispuesto, entr en la cmara real el hijo menor, que se postr ante su padre en seal de sumisin y respeto. El rey le orden que le trajeran la ropa. El infante le pregunt lo que quera ponerse para vestir y calzar, y de una sola vez fue por todo y se lo trajo, no queriendo ni permitiendo que nadie le vistiera sino l, con lo que daba a entender que se senta orgulloso de que su padre, el rey, se viera cuidado y atendido solamente por l, pues era su padre y mereca cuantas atenciones le pudiera otorgar. Cuando el rey ya estaba vestido y calzado, orden al infante que hiciera traer su caballo. El infante le pregunt qu caballo deseaba, as como todo lo necesario para cabalgar, como la silla, el freno y la espada; tambin le pregunt quin quera que lo acompaase y cuantas cosas poda necesitar. Hecho esto, de una sola vez lo trajo todo y lo dispuso como el rey haba ordenado. Cuando estaba todo dispuesto, el rey dijo al infante que no quera salir a pasear, que fuera l solo y que luego le contase todo cuanto viera. El infante sali a caballo acompaado por cortesanos y caballeros como lo haban hecho sus dos hermanos. Ninguno de ellos saba qu pretenda el rey actuando as. Cuando el infante sali, mand que le ensearan el interior de la ciudad, las calles, el lugar donde se guardaba el tesoro real, las mezquitas y todos los monumentos; tambin pregunt cuntas personas vivan all. Despus sali fuera de las murallas y mand que lo acompaasen todos los hombres de armas, de a pie y de a caballo, pidindoles que combatieran y le hicieran una demostracin de su habilidad con las armas y cuantos ejercicios de ataque y defensa supieran. Luego revis murallas, torres y fortalezas de la ciudad y, cuando lo hubo visto todo, volvi junto a su padre el rey. Regres a palacio entrada la noche. El rey le pregunt por las cosas que haba visto, contestndole el infante que, con su permiso, le dira la verdad. El rey, su padre, le orden que se la dijera, so pena de perder su bendicin. El infante le respondi que, aunque lo consideraba un buen rey, no lo era tanto, pues si lo hubiera sido, como tena tan buenos soldados y caballeros, tanto poder y tantos bienes, ya habra conquistado todo el mundo. Al rey le agrad mucho esta crtica sincera y aguda que le hizo el infante, por lo que, al llegar el plazo que haba sealado a sus nobles, les seal como heredero al hijo menor. El rey, seor conde, actu as por las seales que vio en cada uno de sus hijos, pues, aunque hubiera preferido que le sucediera cualquiera de los otros dos, no lo juzg acertado y eligi al menor por su prudencia. Y vos, seor conde, si queris saber qu mancebo ser hombre ms valioso, fijaos en estas cosas y as podris intuir algo y aun bastante de lo que cada uno llegar a ser. Al conde le agrad mucho lo que Patronio le cont. Y como don Juan pens que era un buen cuento, lo mand poner en este libro e hizo estos versos que dicen as:

Por palabras y hechos bien podrs conocer,en jvenes mancebos, qu llegaran a ser.

Cuento XXX.Lo que pas al Rey Abenabet de Sevilla con Romayqua, su mujer.

Un da hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo:-Patronio, mirad lo que me sucede con un hombre: muchas veces me pide que lo ayude y lo socorra con algn dinero; aunque, cada vez que as lo hago, me da muestras de agradecimiento, cuando me vuelve a pedir, si no queda contento con cuanto le doy, se enfada, se muestra descontentadizo y parece haber olvidado cuantos favores le he hecho anteriormente. Como s de vuestro buen juicio, os ruego que me aconsejis el modo de portarme con l. -Seor Conde Lucanor -dijo Patronio-, me parece que os ocurre con este hombre lo que le sucedi al rey Abenabet de Sevilla con Romayqua, su mujer. El conde le pregunt qu les haba pasado. -Seor conde -dijo Patronio-, el rey Abenabet estaba casado con Romayqua y la amaba ms que a nadie en el mundo. Ella era muy buena y los moros an la recuerdan por sus dichos y hechos ejemplares; pero tena un defecto, y es que a veces era antojadiza y caprichosa. Sucedi que un da, estando en Crdoba en el mes de febrero, cay una nevada y, cuando Romayqua vio la nieve, se puso a llorar. El rey le pregunt por qu lloraba, y ella le contest que porque nunca la dejaba ir a sitios donde nevara. El rey, para complacerla, pues Crdoba es una tierra clida y all no suele nevar, mand plantar almendros en toda la sierra de Crdoba, para que, al florecer en febrero, pareciesen cubiertos de nieve y la reina viera cumplido su deseo. Y otra vez, estando Romayqua en sus habitaciones, que daban al ro, vio a una mujer, que, descalza en la glera, remova el lodo para hacer adobes. Y cuando la reina la vio, comenz a llorar. El rey le pregunt el motivo de su llanto, y ella le contest que nunca poda hacer lo que quera, ni siquiera lo que aquella humilde mujer. El rey, para complacerla, mand llenar de agua de rosas un gran lago que hay en Crdoba; luego orden que lo vaciaran de tierra y llenaran de azcar, canela, espliego, clavo, almizcle, mbar y algalia, y de cuantas especias desprenden buenos olores. Por ltimo, mand arrancar la paja, con la que hacen los adobes, y plantar all caa de azcar. Cuando el lago estuvo lleno de estas cosas y el lodo era lo que podis imaginar, dijo el rey a su esposa que se descalzase y que pisara aquel lodo e hiciese con l cuantos adobes gustara. Otra vez, porque se le antoj una cosa, comenz a llorar Romayqua. El rey le pregunt por qu lloraba y ella le contest que cmo no iba a llorar si l nunca haca nada por darle gusto. El buen rey, viendo que ella no apreciaba tantas cosas como haba hecho por complacerla y no sabiendo qu ms pudiera hacer, le dijo en rabe estas palabras: Wa la mahar aten?; que quiere decir: Ni siquiera el da de lodo?; para darle a entender que, si se haba olvidado de tantos caprichos en los que l la haba complacido, deba recordar siempre el lodo que l haba mandado preparar para contentarla. Y as a vos, seor conde, si ese hombre olvida y no agradece cuanto por l habis hecho, simplemente porque no lo hicisteis como l quisiera, os aconsejo que no hagis nada por l que os perjudique. Y tambin os aconsejo que, si alguien hiciese por vos algo que os favorezca, pero despus no hace todo lo que vos quisierais, no por eso olvidis el bien que os ha hecho. Al conde le pareci este un buen consejo, lo sigui y le fue muy bien. Y viendo don Juan que esta era una buena historia, la mand poner en este libro e hizo los versos, que dicen as:

Por quien no agradece tus favores,no abandones nunca tus labores.

CUENTO XXXIV.Lo que pas a un ciego que guiaba a otro.

En esta ocasin hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de esta manera: -Patronio, un familiar mo, en quien confo totalmente y de cuyo amor estoy seguro, me aconseja ir a un lugar que me infunde cierto temor. Mi pariente me insiste y dice que no debo tener miedo alguno, pues antes perdera l la vida que consentir mi dao. Por eso, os ruego que me aconsejis qu debo hacer. -Seor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para aconsejaros debidamente me gustara mucho que supierais lo que le ocurri a un ciego con otro. Y el conde le pregunt qu haba ocurrido.-Seor conde -continu Patronio-, un hombre viva en una ciudad, perdi la vista y qued ciego. Y estando as, pobre y ciego, lo visit otro ciego que viva en la misma ciudad, y le propuso ir ambos a otra villa cercana, donde pediran limosna y tendran con qu alimentarse y sustentarse. El primer ciego le dijo que el camino hasta aquella ciudad tena pozos, barrancos profundos y difciles puertos de montaa; y por ello tema hacer aquel camino. El otro ciego le dijo que desechase aquel temor, porque l lo acompaara y as caminara seguro. Tanto le insisti y tantas ventajas le cont del cambio, que el primer ciego lo crey y partieron los dos. Cuando llegaron a los lugares ms abruptos y peligrosos, cay en un barranco el ciego que, como conocedor del camino, llevaba al otro, y tambin cay el ciego que sospech los peligros del viaje. Vos, seor conde, si justificadamente sents recelo y la aventura es peligrosa, no corris ningn riesgo a pesar de lo que vuestro buen pariente os propone, aunque os diga que morir l antes que vos; porque os ser de muy poca utilidad su muerte si vos tambin corris el mismo peligro y podis morir. El conde pens que era este un buen consejo, obr segn l y sac de ello provecho. Y viendo don Juan que el cuento era bueno, lo mand poner en este libro e hizo unos versos que dicen as:

Nunca te metas donde corras peligro aunque te asista un verdadero amigo.

CUENTO XXXVIII.Lo que pas a un hombre que iba cargado con piedras preciosas y se ahog en el ro.

Un da dijo el conde a Patronio que deseaba mucho quedarse en una villa donde le tenan que dar mucho dinero, con el que esperaba lograr grandes beneficios, pero que al mismo tiempo tema quedarse all, pues, entonces, correra peligro su vida. Y, as, le rogaba que le aconsejase qu deba hacer. -Seor conde -dijo Patronio-, en mi opinin, para que hagis en esto lo ms juicioso, me gustara que supierais lo que sucedi a un hombre que llevaba un tesoro al cuello y estaba pasando un ro. El conde le pregunt qu le haba ocurrido. -Seor conde -dijo Patronio-, haba un hombre que llevaba a cuestas gran cantidad de piedras preciosas, y eran tantas que le pesaban mucho. En su camino tuvo que pasar un ro y, como llevaba una carga tan pesada, se hundi ms que si no la llevase. En la parte ms honda del ro, empez a hundirse an ms. Cuando vio esto un hombre, que estaba en la orilla del ro, comenz a darle voces y a decirle que, si no abandonaba aquella carga, corra el peligro de ahogarse. Pero el pobre infeliz no comprendi que, si mora ahogado en el ro, perdera la vida y tambin su tesoro, aunque podra salvarse desprendindose de las riquezas. Por la codicia, y pensando cunto valan aquellas piedras preciosas, no quiso desprenderse de ellas y echarlas al ro, donde muri ahogado y perdi la vida y su preciosa carga. A vos, seor Conde Lucanor, aunque el dinero y otras ganancias que podis conseguir os vendran bien, yo os aconsejo que, si en ese sitio peligra vuestra vida, no permanezcis all por lograr ms dinero ni riquezas. Tambin os aconsejo que jams pongis en peligro vuestra vida si no es asunto de honra o si, de no hacerlo, os resultara grave dao, pues el que en poco se estima y, por codicia o ligereza, arriesga su vida, es quien no aspira a hacer grandes obras; sin embargo, el que se tiene a s mismo en mucho ha de hacer tales cosas que los otros tambin lo aprecien, pues el hombre no es valorado porque l se precie, sino porque los dems admiren en l sus buenas obras. Tened, seor conde, por seguro que tal persona estimar en mucho su vida y no la arriesgar por codicia ni por cosa pequea, pero en las ocasiones que de verdad merezcan arriesgar la vida, estad seguro de que nadie en el mundo lo har tan bien como el que vale mucho y se estima en su justo valor. El conde consider bueno este ejemplo, obr segn l y le fue muy bien. Y como don Juan vio que este cuento era muy bueno, lo mand poner en este libro y aadi estos versos que dicen as:A quien por codicia su vida aventura, sabed que sus bienes muy poco le duran.

CUENTO XXXIXLo que pas a un hombre con las golondrinas y los gorriones

Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, de este modo: -Patronio, no encuentro manera de evitar la guerra con uno de los dos vecinos que tengo. Pero, para que podis aconsejarme lo ms conveniente, debis saber que el ms fuerte vive ms lejos de m, mientras que el menos poderoso vive muy cerca. -Seor conde -dijo Patronio-, para que hagis lo ms juicioso para vos, me gustara que supierais lo que sucedi a un hombre con los gorriones y con las golondrinas. El conde le pregunt qu le haba sucedido. -Seor conde -dijo Patronio-, haba un hombre muy flaco, al que molestaba mucho el ruido de los pjaros cuando cantan, pues no lo dejaban dormir ni descansar, por lo cual pidi a un amigo suyo un remedio para alejar golondrinas y pardales. Le respondi su amigo que el remedio que l saba slo podra librarle de uno de los dos: o de los gorriones o de las golondrinas.El otro le respondi que, aunque la golondrina grita ms y ms fuerte, como va y viene segn las estaciones, preferira quedar libre de los ruidos del gorrin, que siempre vive en el mismo sitio. Seor conde, os aconsejo que no luchis primero con el ms poderoso, pues vive ms lejos, sino con quien vive ms cerca de vos, aunque su poder sea ms pequeo. Al conde le pareci este un buen consejo, se gui por l y le dio buenos resultados. Como a don Juan le agrad mucho este cuento, lo mand poner en este libro e hizo estos versos que dicen as:Si de cualquier manera la guerra has de tener,abate a tu vecino, no al de mayor poder.

CUENTO XLI.Lo que pas a un rey de Crdoba que se llamaba Alhaqun.

Un da hablaba el Conde Lucanor con Patronio, de este modo: -Patronio, vos sabis que soy muy buen cazador y he introducido muchas innovaciones en el arte de la caza, antes desconocidas, as como reformas muy necesarias en las pihuelas y en los capirotes de las aves de cetrera. Ahora los que se quieren meter conmigo se burlan de m por mis invenciones, y as como alaban al Cid Ruy Daz o al conde Fernn Gonzlez por las victorias conseguidas o al santo y bienaventurado rey don Fernando por sus notables conquistas, me elogian a m diciendo que realic una gran gesta al cambiar un poco las pihuelas y los capirotes. Como comprendo que tal alabanza es slo una burla, os ruego que me aconsejis qu deba hacer para que no se mofen de m por aquellos inventos tan tiles. -Seor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que sepis lo que ms os conviene hacer a fin de evitar tales burlas, me gustara que supierais lo que ocurri a un rey de Crdoba llamado Alhaquen. El conde le pregunt qu le haba sucedido. -Seor conde -dijo Patronio-, haba en Crdoba un rey llamado Alhaquen, que, aunque mantena su reino en paz, no se esforzaba por acrecentar su fama o su honra con hechos notables, como deben hacer los buenos reyes, que no slo estn obligados a conservar su reino, sino tambin a engrandecerlo por medios lcitos y a esforzarse en vida por ser alabados de las gentes, para que despus de su muerte todos recuerden sus grandes hechos y conquistas. Este rey, sin embargo, no se preocupaba de esto, sino de comer, descansar y vivir ociosamente en su palacio. Sucedi que un da, por distraer al rey, tocaban delante de l un instrumento que gusta mucho a los moros, que ellos llaman albogn. Al rey le pareci que su sonido no era tan bueno como deba y, cogiendo el albogn, le aadi un agujero en la parte de abajo, a continuacin de los que ya tena. Con esta invencin consigui el rey Alhaquen que el albogn tuviera mejor sonido. Aunque aquella era una buena reforma, pero no digna de un rey, las gentes, en tono de burla, empezaron a elogiar su invento diciendo cuando queran alabar a alguien: Wa hedi ziat Alhaquim; que quiere decir: Este es el aadido de Alhaquen. Esta frase fue tan divulgada por aquellas tierras que lleg a odos del rey, que pregunt por qu la decan. Aunque al principio pretendieron ocultrselo, l tanto insisti que acabaron por decrselo. Al conocer los motivos, sinti gran pesar, pero como era buen rey, no quiso castigar a quienes decan aquello, sino que decidi hacer otro aadido que forzosamente mereciera los elogios de sus vasallos. Entonces, como la mezquita de Crdoba an no estaba acabada, le aadi cuanto le faltaba y la termin de construir. Esta es la mayor y ms hermosa mezquita que tenan los moros en Espaa y que, por la ayuda de Dios, ahora es una iglesia llamada Santa Mara de Crdoba, desde que el rey don Fernando conquist la ciudad y consagr la mezquita a Santa Mara. Cuando aquel rey hubo acabado la mezquita, haciendo tan buen aadido, dijo que, si hasta entonces se haban burlado por lo que hizo en el albogn, de ahora en adelante sera justamente alabado por el aadido que hizo terminando aquella grandiosa mezquita. Y, en efecto, el rey fue muy alabado; pero si los elogios antes eran una burla contra l, luego se convirtieron en alabanzas, hasta el extremo de que es muy corriente entre los moros, cuando quieren elogiar algo, decir as: Este es el aadido del rey Alhaquen. Vos, seor conde, si estis molesto o pensis que esas alabanzas son un escarnio contra vos por las modificaciones hechas en las pihuelas y capirotes de las aves de cetrera, o por otras innovaciones vuestras en el arte de la caza, haced otras cosas nobles e importantes, propias de seores tan distinguidos como vos. As todos alabarn vuestras gestas, del mismo modo que ahora elogian, burlndose, vuestros aadidos y modificaciones en la prctica de la caza. El conde vio que este era un buen consejo, obr segn l y le fue muy bien. Y como don Juan comprendi que este cuento era muy bueno, lo mand escribir en este libro e hizo estos versos que dicen as:

Si algn bien hicieresque importante no fuere,como el bien nunca muere,hazlo mayor si pudieres.

EPLOGO

CUENTO QUINTO.Lo que le pas a un zorro con un cuervo que tena un pedazo de queso en el pico.El cuervo y el zorro.En la rama de un rbol,
bien ufano y contento,
con un queso en el pico,
estaba el seor Cuervo.
Del olor atrado
un Zorro muy maestro,
le dijo estas palabras,
a poco ms o menos:
Tenga usted buenos das,
seor Cuervo, mi dueo;
vaya que estis donoso,
mono, lindo en extremo;
yo no gasto lisonjas,
y digo lo que siento;
que si a tu bella traza
corresponde el gorjeo,
juro a la diosa Ceres,
siendo testigo el cielo,
que t sers el fnix
de sus vastos imperios.
Al or un discurso
tan dulce y halageo,
de vanidad llevado,
quiso cantar el Cuervo.
Abri su negro pico,
dej caer el queso;
el muy astuto Zorro,
despus de haberle preso,
le dijo: Seor bobo,
pues sin otro alimento,
quedis con alabanzas
tan hinchado y repleto,
digerid las lisonjas
mientras yo como el queso. Quien oye aduladores,
nunca espere otro premio.

CUENTO XII. Lo que le pas a una mujer llamada doa Truhana.La lechera.

Llevaba en la cabeza
una Lechera el cntaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
Yo s que estoy contenta con mi suerte!Porque no apeteca
ms compaa que su pensamiento,
que alegre la ofreca
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz Lechera,
y deca entre s de esta manera:Esta leche vendida,
en limpio me dar tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al esto
me rodeen cantando el po, po.Del importe logrado
de tanto pollo mercar un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaa engordar sin tino,
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cmo se le arrastra la barriga.Llevarlo al mercado,
sacar de l sin duda buen dinero;
comprar de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaa,
hasta el monte cercano a la cabaa.Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cntaro cay. Pobre Lechera!Qu compasin! Adis leche, dinero,
huevos, pollos, lechn, vaca y ternero.Oh loca fantasa!
Qu palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegra,
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.No seas ambiciosa
de mejor o ms prspera fortuna,
que vivirs ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente est seguro.

CUENTO XII. Lo que le pas a un zorro con un gallo.El zorro y el gallo.

Ocurri una vez que se haba quedado en una tapera abandonada un gallo viejo y muy ladino, y por alI cerca viva un zorro que tena muchas ganas de comrselo, pero no hallaba forma de hacerlo bajar de un rbol. Cada vez que se daba una vuelta por la tapera, estaba el gallo arriba de unos sauces.Hasta que un da se fue el zorro a la sombra de unos rboles, con un diario, y se sent a leer, y de repente:Pero, ha visto, compadre gallo, lo que dice el diario?No he visto no le responde.No sabe nada entonces del nuevo reglamento que se ha dictado para los animales?No mi compadre zorro.Mire, aqu dice bien clarito que por el nuevo reglamento ni el compadre zorro puede hacerle nada al compadre gallo ni el compadre perro y el hombre le pueden hacer algo al compadre zorro, y todos tienen que vivir en armona. Por qu no se baja y lo lee compadre?Hoy ya es muy tarde, compadre; mejor maana, no veo bienBjese, yo no le voy hacer nada, ya oy lo que dice el reglamento.Est bien seguro que el compadre perro no le puede hacer nada, mi compadre? le pregunt el gallo que vea por el norte una polvareda, desde el rbol.S, s. Por qu?Pues porque lo veo venir con el hombre.Y de qu lado vienen, me puede decir? pregunt el zorro.Por el sur, mi compadre le minti el gallo.Y all sali el zorro que se las pelaba, y fue a dar de manos a boca con el montn de perros y el hombre, que Chua! Chua! chumbaba. Lo envolvieron a ladridos y mordiscos.Y a todo esto el gallo le gritaba desde el rbol:Mustreles el reglamento, mi compadre, mustreles el reglamento!

CUENTO XXXIII.Lo que pas a u halcn sacre del infante don Manuel con un guila y una garza.El guila y el escarabajo

Estaba una liebre siendo perseguida por un guila, y vindose perdida pidi ayuda a un escarabajo, suplicndole que le salvara.Le pidi el escarabajo al guila que perdonara a su amiga. Pero el guila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devor a la liebre en su presencia.Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el guila pona sus huevos, y hacindolos rodar, los tiraba a tierra. Vindose el guila echada del lugar a donde quiera que fuera, recurri a Zeus pidindole un lugar seguro para depositar sus futuros pequeuelos.Le ofreci Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la tctica escapatoria, hizo una bolita de barro, vol y la dej caer sobre el regazo de Zeus. Se levant entonces Zeus para sacudirse aquella suciedad, y tir por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso desde entonces, las guilas no ponen huevos en la poca en que salen a volar los escarabajos.

Nunca desprecies lo que parece insignificante, pues no hay ser tan dbil que no pueda alcanzarte.

CUENTO XXIII Lo que hacen las hormigas para mantenerse. La cigarra y la hormiga.El invierno sera largo y fro. Nadie saba mejor que la hormiga lo mucho que se haba afanado durante todo el otoo, acarreando arena y trozos de ramitas de aqu y de all. Haba excavado dos dormitorios y una cocina flamantes, para que le sirvieran de casa y, desde luego, almacenado suficiente alimento para que le durase hasta la primavera. Era, probablemente, el trabajador ms activo de los once hormigueros que constituan la vecindad.Se dedicaba an con ahnco a esa tarea cuando, en las ltimas horas de una tarde de otoo, una aterida cigarra, que pareca morirse de hambre, se acerc renqueando y pidi un bocado. Estaba tan flaca y dbil que, desde haca varios das, slo poda dar saltos de un par de centmetros. La hormiga a duras penas logr or su trmula voz.Habla! -dijo la hormiga-. No ves que estoy ocupada? Hoy slo he trabajado quince horas y no tengo tiempo que perder.Escupi sobre sus patas delanteras, se las restreg y alz un grano de trigo que pesaba el doble que ella. Luego, mientras la cigarra se recostaba dbilmente contra una hoja seca, la hormiga se fue de prisa con su carga. Pero volvi en un abrir y cerrar de ojos.Qu dijiste? -pregunt nuevamente, tirando de otra carga-. Habla ms fuerte.-Dije que Dame cualquier cosa que te sobre! -rog la cigarra-. Un bocado de trigo, un poquito de cebada. Me muero de hambre.Esta vez la hormiga ces en su tarea y, descansando por un momento, se sec el sudor que le caa de la frente.Qu hiciste durante todo el verano, mientras ye trabajaba? -pregunt.Oh No vayas a creer ni por un momento que estuve ociosa -dijo la cigarra, tosiendo-. Estuve cantando sin cesar. Todos los das!La hormiga se lanz como una flecha hacia otro grano de trigo y se lo carg al hombro.Conque cantaste todo el verano -repiti-. Sabes qu puedes hacer?Los consumidos ojos de la cigarra se iluminaron.No -dijo con aire esperanzado-. Qu?Por lo que a m se refiere, puedes bailar todo el invierno -replic la hormiga.Y se fue hacia el hormiguero ms prximo, a llevar otra carga.