verde oscuridad - anya seton
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Durante varios centenares de años
La Crónica de la familia inglesa
Marsdon ha sido registrada
cuidadosamente por los sucesivo
cabezas de familia: nacimientos
matrimonios, muertes. En 1559, se
ha registrado la muerte de uno d
sus jóvenes miembros, Stephe
Marsdon, ordenado monjbenedictino, y se especula con la
posible relación que existe entre esa
muerte y la simultánea desaparicióde una muchacha. Este interrogant
queda sin respuesta hasta 1968, e
que Richard Marsdon llega con s
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lamante esposa, Celia, a Medfield
Place. Verde oscuridad es la historia
de un amor prohibido en el siglo XV
y reencarnado en personajes de l
época actual.
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Anya Seton
Verde oscuridadePUB v1.0
theonika 28.08.13
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Título original: Green DarknessAnya Seton, 1972.Traducción: Elisa López de Bullrich
Editor original: theonika (v1.0)ePub base v2.1
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Prefacio
El tema de este libro es lreencarnación, un intento por demostraa acción recíproca —la ley de la caus
el efecto, del bien y del mal— entrciertos determinados individuos durantdos períodos de la historia de Inglaterra
Yo fui criada de acuerdo a estdoctrina en la cual mis padres creíanMi madre era teósofa mucho antes dque yo naciera: por cierto que consiguique le dijeran mi horóscopo cuando yno tenía más de un mes (¡No resultó semuy acertado!)
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Durante mi niñez me fascinaban lonumerosos volúmenes que había en lbiblioteca de casa, referentes misticismo, ocultismo, astrología emas semejantes. El estudio d
religiones comparadas me obsesion
durante mi adolescencia, y dicho interénunca me abandonó. Sigo pensando qua reencarnación es la única explicació
ógica de las injusticias de la vida medio mundo cree en cierta forma eello hoy en día.
No obstante, espero que los que ncreen en esta teoría disfruten de verdoscuridad por su argumento y lreconstrucción histórica y acepten s
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ema central como una especie dformalismo de la ciencia-ficción, comas «drogas destiempo» o eso
rebuscados «retornos al pasado», tan eboga entre numerosos y excrementeescritores durante los últimos cien años
Medfield place (y sus mil novecientosesenta y ocho habitantes y amigos) eforzosamente un lugar ficticio. Per
cualquiera que conozca la campiñaledaña a cuckmere en el este de Sussepodrá reconocer el prototipo.
Por otro lado, la partcorrespondiente al período Tudorcomprendida entre los años a miquinientos cincuenta y dos y mi
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quinientos cincuenta y nueve, estfirmemente basada en hechos históricos
Anthony Browne, vizconde dMontagu y lady Magdalen Dacre figuraen todas las cronologías exactas questuvieron a mi alcance durante tre
años de investigaciones que incluyerovarios meses de estadía en Inglaterra. Lmismo, por supuesto, es aplicable a l
descripción de la situación del paídurante ese período y los reinados dos miembros de la dinastía Tudor.
Celia y el hermano Stephen son mádifíciles de documentar, pero existieroen realidad. El médico ItalianoGiuliano di Ridolfi, fue en realidad u
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astrólogo vinculado con la casa deduque de Norfolk, tal cual lo presento.
La primera chispa de interés sdespertó en mí durante una visita aghtham mote durante el año mi
novecientos sesenta y ocho, al oí
mencionar al pasar «la muchachapiada» y al contemplar el nicho de
cual fue «sacada» en mil ochociento
setenta. Debo expresar mi gratitud haciel norteamericano propietario deencantador y misteriosos «mote» d
Kent, c. Henry Robinson, quien tuvo lamabilidad de recibirme allí variaveces y permitirme hace uso de suanotaciones particulares y de s
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excelente biblioteca.Las partes de este libro referentes
Cowdray han sido el resultado de largaestadías en el Spread Eagle en Midhurstrepetidas inspecciones de las ruinas dCowdray y estudios de la literatur
ocal.La historia particular de los d
Bohuns, los Brownes y todas su
amistades ha sido compaginada con layuda del complete peerage de collins, como siempre con el dictionary o
nacional biography.Siempre resulta aburrido hacer unista de los libros de consulta, pero hratado de asesorarme de los má
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adecuados.Por extraño que parezca
acontecimientos recientes resultan veces tan difíciles de investigar comos documentos del período Tudor
Baste este pequeño ejemplo. A pesar d
haber hecho el cruce en el queen Maryni mis amigos ni yo podíamos recordaa fecha exacta de sus últimos viajes
Tuve que averiguarlo en la compañícunard. Esto puede tener cierta conexiórespecto a las peculiaridades de l
memoria en general y por lo tanto con eema del libro.Mi profundo agradecimiento a l
actual familia howard de Cumberland
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en especial al conde y a la condesa dcarlisle que me recibieron amablementen el castillo de Naworth y fuerosumamente pacientes con mis intentos dresucitar las vidas de sus antepasadosos Dacre.
Numerosos y bondadosos médicosanto británicos como norteamericanos
me han ayudado con los aspecto
científicos correspondientes al año minovecientos sesenta y ocho. Estoy edeuda en realidad con muchísima
personas que se interesaron por estibro, pero muy especialmente cogeoffrey ashe, el erudito escritor inglésque fue capaz de perder tiempo con s
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propia obra para hacerme sugerencias desenterrar datos específicos que yo npodía encontrar.
En la antigua y solariosa mansión dMedfield place en el condado dSussex, hay un grueso volume
encuadernado en pergamino en el qufiguran anotaciones hechas por lfamilia Marsdon desde el año del seño
mil cuatrocientos treinta hasta el quincde setiembre de mil novecientos sesent siete, fecha en el que está registrado e
deceso de sir Charles Marsdon. Todaas anotaciones, salvo una, son concisafechas de nacimientos, casamientos fallecimientos.
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La excepción ocupa por entero lquinta página de La Crónica, y es lsiguiente:
«Víspera de la fiesta de todos losantos del año treinta, año del reinadde su majestad y tiempo de regocijo que nuestra flota ha hundido a la flotde los perversos españoles. Inglaterr
odrá ahora, Dios mediante, vivir eaz bajo el gobierno de su virtuosísim
reina.
El que suscribe, Thomas Marsdoesq., en plena juventud, per
ravemente enfermo con un
ersistente y devastadora tos y u
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uerte dolor en el pecho, desea escribien nuestra crónica familiar respecto un trágico y pasado evento que m
adre no quiso relatar aquí povergonzoso, pero que tuvo a biecontármelo en su lecho de muerte. H
ratado de encontrar el cuerpo de lnfortunada joven que debe estar po
cierto bien escondido en Ightham mote
ero sir Chris Allen y su fastidiosesposa niegan enfáticamente teneconocimiento alguno de ello, él parecí
algo confuso debido a su avanzadedad, pero ella tenía una miradunática y maligna. Quisiera darl
cristiana sepultura a la muchacha, y
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que fue mi tío Stephen el que larrastró a su perdición. Él sufriambién un penoso castigo y murió d
muerte violenta, aunque no sé en quorma.
Estos hechos inconfesables son un
vergüenza para nuestra casa. Mequeño hijo debe enterarse de ell
cuando sea lo suficientemente grand
ara seguir escribiendo en estoanales.
Mi tío Stephen era monje de l
orden benedictina durante los agitadoreinos del rey eduardo y la reina Marí(dios tenga piedad de sus almas), fucapellán en primer lugar del castillo d
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Cowdray en Sussex y luego de Ighthammote, en Kent.
El demonio le transmitió unerrible lujuria y quebró sus voto
sagrados. Dios lo castigó y castigambién a la compañera de su ruina
ero como yo he padecido un profund trágico amor, sólo abrig
sentimientos de compasión por esa
almas atormentadas. Mi tío ndescansa en paz. Estuve haciéndol
reguntas a un viejo pastor en lo
campos aledaños a Ightham, luego quady Allen me despidiera con tan maalante; dijo que el fantasma de u
monje con hábito negro rondaba cerc
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de Cowdray y de Ightham y que sabuela le había contado que lmuchacha había sido tapiada viva yque estaba embarazada.
Estoy muy débil y no puedo escribimás. Ordeno a mis herederos so pen
de eterna maldición, si es la voluntade Dios, que tomen medidas parubicar al fantasma y encontrar l
muchacha asesinada para darlcristiana sepultura.
Medfiled, Ann-dom, 1588
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Primera parte
1968
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Capítulo 1
Celia Marsdon, joven rica desdichada, acurrucada en una reposerubicada en el extremo más alejado de l
nueva pileta de natación, apenaprestaba atención a la conversación dsus huéspedes de ese fin de semana.
Del otro lado de la pileta, poencima del cerco de ligustro y de lpérgola cubierta de rosas, se extendía línea irregular que formaban los techo
de Medfield place, la mansión solariegubicada en el condado de Sussex. Ehogar de Richard y el actual hogar d
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Celia. «La señora de la casa»,. Una casque había conocido numerosas de esaseñoras con el correr de los siglos.
Durante el año mil doscientos, unde los Marsdon —¿Sería Ralph?—construyó un pequeño torreón de piedr
cerca del río cuckmere. Las piedrautilizadas todavía formaban parte de laparedes de lo que parecía ser una cas
estilo Tudor, con pronunciados alerosretorcidos sombreretes de chimeneasoscuras vigas de roble sobre uno
adrillos color durazno. Pero teníademás unos agregados posteriorescomo por ejemplo, una ventansobresaliente estilo georgiano agregad
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al comedor, unas inverosímiles lunetasobre las puertas, y, lo que más espantal joven arquitecto desprovisto desentido del humor que había veniddesde Londres para supervisar larefacciones, dos burdos agregado
victorianos. Sir Thomas, el únicmiembro masculino de la familiMarsdon al que podía calificársele d
adinerado, se había Enriquecido durantel reinado de la reina victoria gracias que su esposa había heredado una
minas de carbón en el condado ddirham. Un ala formado por unbiblioteca pseudo-gótica había sidagregada durante este breve período d
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opulencia, como también un jardín dnvierno con paredes de vidrio que eoven arquitecto pretendió demolenmediatamente.
Richard permaneció inconmovibleCada ladrillo y viga de Medfield plac
eran caros a su corazón y en realidad, lcasa descollaba sobre cualquiencongruencia arquitectónica
Descansaba plácidamente y comsiempre lo había hecho, entre doestribaciones de los south downe, esa
apacibles y sobrecogedoras colinas qurecortaban sus perfiles verdes purpúreos contra el cielo de Susseoriental.
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Celia, que lucía un discreto bikincolor turquesa, se quitó los anteojooscuros, cerró los ojos e hizo uesfuerzo para descansar y tomar un pocde sol mientras trataba de combatir unnueva crisis de angustia.
¿Por qué se sentía asustada? ¿Poqué y como tan a menudo le sucedía dun tiempo a esta parte, sentí
nuevamente un nudo en la garganta qua atoraba y una sensación de asfixia?
Hoy es uno de esos maravilloso
días de junio tan poco comunes englaterra, algodonadas nubes sdeslizan por un cielo azul, una suavbrisa agita las hojas y además, se dij
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Celia para sus adentros, tienes todo lque una mujer puede ambicionar .
Esta última frase se la habían dichcientos de veces y especialmente Lilysu madre. Celia abrió los ojos y lanzuna mirada hacia el lado opuesto de l
pileta donde su madre estaba enfrascaden una conversación con uno de esoextraños personajes que descubrí
constantemente.Sin embargo este recient
descubrimiento era distinto de lo
demás. Es verdad que era un hindú y qupracticaba yoga, pero se había opuesterminantemente a que Lily lo presentar
como un gurú; era doctor en medicina
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no ambicionaba ningún otro título. Sumodales eran agradables y modestosmuy diferentes por cierto de los de eshorroroso y lascivo swami al que Lilpuso por las nubes durante un cortiempo en los estados unidos de nort
américa. Este hindú, que se llamabJiddu Akananda, no usaba extrañoropajes; sus clásicos trajes ingleses era
de un corte impecable; había estudiaden Oxford y luego en guyʼs hospital, y uzgar por el tiempo transcurrido desd
que terminó sus estudios, debería tenealrededor de sesenta años. Sin embargosu rostro trigueño no reflejaba ningunedad determinada y vestido ahora co
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sus pantalones de baño, podíapreciarse que su cuerpo delgado y ágiera semejante al de cualquier hombroven. Celia no había tenido oportunida
de conversar con el doctor Akananddesde que éste llegó a la mansión l
noche anterior, pero había podidadvertir que tenía una mirada inteligent bondadosa a la par que sentido de
humor.Siento cierta admiración por él
pensó Celia asombrada. No habí
sentido admiración por casi ninguno dos numerosos swamis numerólogosastrólogos y mediums coleccionados posu madre. Lily era propensa a sufri
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repentinos entusiasmos y tenía ciertngenuidad que su hija respetab
benévolamente.Lily Taylor tenía más de cincuent
años pero no los aparentaba. Expertainturas mantenían su pelo rubio y un
dieta metódica impedía que unendencia natural a la gordura sransformara en obesidad.
Cuando Lily se excitabadesaparecía su involuntario esfurezo pohablar con acento británico, y en eso
momentos su típica pronunciación demedio o este norteamericanomanifestando estar totalmente dacuerdo con algo quedito el hindú.
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—¡Pero por supuesto! —exclamLily—. ¡Toda persona inteligente cree ea reencarnación!
—Pues yo no —acotó la elegantduquesa de Drewton mientras colocabun cigarrillo en una boquilla de jad
blanco—. Son puras pavadas —agregcon su habitual y sonriente seguridad.
Celia sintió un escalofrío. S
estremeció y se puso su salida de playde color dorado mientras observaba a lduquesa. La viuda del duque e
realidad, aún cuando Myra contabapenas treinta años; su marido habímuerto hacía poco tiempo debido a unafección a las coronarias y el títul
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había pasado a un sobrino suyo. Eempeño de Myra en rebatir una opinióajena como acababa de hacerlo con Lilyera una de sus formas de seprovocativa. Y al contemplar sbrillante pelo de color castaño rojiz
sujeto por una hebilla de ámbar y sboca ancha y sensual, Celia no puddejar de reconocer que era realment
provocativa. Advirtió también que Myrdirigía frecuentes miradas a Richard.
Celia suspiró para sus adentros
miró a su marido. Éste acababa drealizar una perfecta zambullida estil«palomita» y estaba secándose con unoalla haciendo caso omiso de lo
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aplausos de sus invitados.Pero ¿No habría respondido quizá
con una mirada de soslayo a la miradde Myra?
Ahora era muy difícil saber qupensaba Richard. No dejaba traslucir y
ningún tipo de emociones, especialmente cuando se trataba dCelia.
Todo el mundo, incluyendo a Lilque había venido a pasar una largemporada con ellos, consideraban
Richard como un modelo de amabilidadTenía además una sonrisa encantadoraPero con la excepción de Celia, a nadise le ocurrió pensar que esa sonrisa n
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luminaba jamás sus ojos castañobordeados por largas pestañas, qupermanecían siempre distantes y algcautelosos.
Lo quiero tanto. Las manos de Celiapretaron con fuerza los apoyabrazo
cromados. Todavía me quiere, aúcuando algo anda mal, muy mal.
Su corazón dio un resping
desagradable cuando ella hizo uesfuerzo para considerar lo que habípasado.
Todo pareció empezar con una visitque realizaron a Midhurst durante eúltimo otoño. Era la víspera de la fiestde todos los santos; los árboles de lo
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bosques estaban cubiertos de hojas dcolor amarillo y marrón rojizo, muchmenos violentos que los rojos intensode los arces norteamericanos, y locaminos estaban tapizados de hojacaidas y bellotas. Una bruma violet
flotaba entre los pliegues de los dowsnsel aire estaba cargado de sonidosRichard y ella se habían sentido ta
felices esa tarde cuando zarparon en snuevo jaguar para encontrarse con viejaamistades de su marido en el Sprea
Eagle inn.Habían hecho el amor la nochanterior y habían alcanzado un éxtasimayor que el que habian conocid
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durante su luna de miel en Portugadonde a pesar de su inexperiencia Celise había percatado de cierta reticencide parte de Richard, una mínima reservpara que la entrega fuera total. Pero lnoche última había sido perfecta
Especialmente después, mientras ellacía desnuda entre sus brazos, con l
cabeza apoyada sobre su hombro, ambo
musitando su satisfacción mientraobservaban la luz de las estrellas que sfiltraba a través de la ventana.
El entusiasmo perduraba todavícuando partieron de Medfield rumbo ewes, Richard conducía despacio
contrariamente a su costumbre y al cab
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de un rato acotó indolentemente: —Me alegra la idea de volver a ve
al viejo Holloway, era amigo de mpadre y tu romántico corazoncitnorteamericano quedará fascinado coa posada de Spread Eagle —tomó u
camino secundario bordeado de cercopara evitar la ruta principal—. Es muantigua, cubierta de madera, con oscuro
pasadizos y escondites de viejocontrabandistas.
—Mi corazón romántico ya h
quedado cautivado por Sussex, ponglaterra y especialmente por mmarido —dijo Celia riendo acurrucándose contra él.
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Él apoyó su mejilla durante usegundo contra su ondeado pelo castaño
—Pequeña tontuela —dijo—. Qudisparate enamorarse de su maridoquerida, eso no se estila.
—Qué lástima —murmuró ella—
Mira querido, han encendido una fogaten esa colina. ¿Será por la víspera dodos los santos?
—Supongo —dijo él—, aunqugeneralmente nosotros encendemofogatas el día de guy fawkes
«Recuerdan el cinco de noviembre, copólvora, traición y complot; al rey y scorte trataron de ultimar; espero que estdía no caiga en el olvido»
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—Ah, sí acotó Celia entusiasmad—, los malvados papistas encabezadopor guy fawkes que quisieron hacevolar el parlamento.
—Y que fallaron en su intentoLuego vinieron las decapitaciones y la
condenas a morir ahorcados por todoados. Y desde entonces nunca hemo
dejado de celebrar los felice
resultados. —Hablas concierta ironía —dij
ella lanzando una mirada a su perfi
enigmático. —Atavismo, sin duda —encendió ucigarrillo y se internó con el auto pootro camino secundario—. Lo
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Marsdons eran católicos fervientes eaquellos días. Recién nos convertimomansamente al protestantismo durante esiglo dieciocho, la edad de la razón.
—¿Y te arrepientes por esconversión?
—¡No, por dios! ¿Quién se preocuphoy en día por una u otra alternativaAunque a veces he tenido… bueno…
sueños extraños.Ella no dejó pasar esa oportunida
pues él rara vez hacía este tipo d
manifestaciones personales. —¿Sueños? ¿Qué clase de sueños?Él se retractó en parte. —Fantasías lunáticas que no vale l
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pena recordar.Ella suspiró, siempre le cerraba l
puerta cuando ya estaba por penetrar esu interior.
—En los estados unidos hacen ugran alboroto con motivo de la fiesta d
odos los santos —agregó sin perder ehilo de la conversación—. Qué curiosa cantidad de viejas costumbre
nuestras que exportaron los puritanos que aún perduran a través del océano.
—Así es, en efecto —respondi
Celia—. Los niños se disfrazan; van dcasa en casa solicitando que les dealguna cosa; se ahuecan los zapallopara encender velas en su interior
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convertirlos en truculentos faroles. —En la víspera del día de todos lo
santos —agregó Richard lentamente—cuando las brujas malas salen a paseamontadas en sus escobas, y se levantade las tumbas los cadávere
descompuestos. —Huy —dijo ella—, qué morboso
En los estados unidos sólo pensamos e
divertirnos. —Es claro, una raza nueva
despreocupada —Richard suspiró. Ell
enía la cabeza apoyada sobre shombro y percibió el suspiro—. Loenvidio. Ustedes no han sidprácticamente tocados por el espírit
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maligno, que sin embargo nos cubre odos con su sombra.
Ella permaneció en silencio, sograr entender qué era lo que él querí
decir cuando hablaba de esa forma.Cuando pasaron por el pueblo d
Easebourne al atardecer, Richard acotó: —Este edificio que tienes a t
zquierda era un convento de monjas
principios del período de los Tudor. Lglesia tiene unas esculturas bastantindas de los antiguos dueños de
castillo de Cowdray. —¿Oh? —dijo ella—. ¿Y quiéneeran? —siempre le había interesado lhistoria de Inglaterra, pero ahora qu
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gracias a su amor apasionado ella habípasado a formar parte de inglaterra y dsu pasado, se dedicó con graentusiasmo a hacer investigaciones arespecto, especialmente en Sussex quse había convertido en su hogar.
—Sir Davy Owen —respondiRichard—, hijo bastardo de OweTudor. Se casó con una Bohun, nobl
familia propietaria del castillo durantel siglo quince. Hay también unelegante efigie en mármol de Anthon
Browne, el primer lord Montaguarrodillado sobre las tumbas de sus doesposas: no recuerdo cuál era una dellas, pero sé que la otra era una tal lad
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Magdalen Dacre, que debió haber sidbastante alta a juzgar por su estatua.
—¿De modo que te dedicas a haceurismo y explorar iglesias? —pregunt
ella riendo—. Nunca lo hubiermaginado.
La risa con que Richard respondió este comentario pareció algo forzada—Por regla general, no. Pero he jugado a
polo en Cowdray y lo he visto figurar ea Crónica de los Marsdon. Sent
curiosidad.
Ella se estremeció de alegríaDespués de una niñez desarraigada qufelicidad sentía al pertenecer a unfamilia constituida desde la antigüedad
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aunque esta reflexión recién se le habíocurrido después de su precipitadmatrimonio: tampoco estabacostumbrada al uso del título de ladyelevación que databa de pocas semanaatrás cuando el viejo sir Charles muri
finalmente en un sanatorio. Antes dcasarse no había estado muy segura do que significaba ser un barón.
—Esas son las ruinas del castillo dCowdray —acotó Richard—. Creo quenemos tiempo de echarles un rápid
vistazo.Doblaron hacia la izquierda, pasaropor un portón y se internaron por unavenida de castaños, en dirección a la
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carbonizadas ruinas de un castillo estilTudor. Pasaron frente a un granero qudataba del siglo catorce, edificado sobrpilares para ahuyentar a las ratasdejaron atrás una hilera de casitas en laque una luz amarilla se filtraba a travé
de pequeñas ventanas y llegaron a lentrada que conducía a las ruinas.
—Se está haciendo un poco oscur
para poder ver bien; ¿Quieres echar uvistazo de todos modos? Tenemos uninterna —Richard detuvo el auto.
Celia siguió a su marido hacia enterior de oscuros cuartos desprovistode techo y de pisos, andando a tientasobre matas de pasto.
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—La capilla estaba aquí a lderecha, según recuerdo —dijo Richardomándola de la mano—. Y aquí estáos restos de la gran sala. ¡Cuidado coas piedras Sueltas!
Ella cruzó un umbral, entró a lo qu
había sido la gran sala y se quedmirando un enorme ventanal de piedrque debía haber tenido sesent
vidrieras, pero cuyos cristales habíadesparecido ya hacía mucho tiempo.
Su mano estrujó la de Richard.
—Me siento algo rara —dijo—como si hubiera estado antes aquí. Esque está allí arriba es la galería de lomúsicos ¿Verdad? ¿Ves esos venados d
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madera, quiero decir ciervos, allí arriben las paredes?
Él no le respondió y dirigirápidamente hacia arriba el haz de lude su linterna. No se veían actualmentninguna clase de imágenes en la
paredes derruidas, pero durante unvisita anterior el guardián le había dichque este cuarto se había llamado el gra
salón de los ciervos, debido a las oncestatuas de ciervos que representaban eblasón de sir Anthony Browne.
La voz de Richard resonó en loscuridad con un tono reprobador. —Los lugares muy viejos no
ransmiten extrañas sensaciones
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Vibraciones intensas del pasado, supongo que tu madre diría que tu haestado antes aquí, durante otrexistencia. En realidad los psicólogos ldefinen como dejà vu, la ilusión dhaber experimentado anteriormente algo
Ella no le escuchaba. —He estado antes aquí —repiti
con voz soñadora—. El salón está llen
de gente vestida de terciopelo y seda. Soye una música que ejecutan violas aúdes. Hay un perfume a flores, tomill
junquillos frescos. Estamos esperanda alguien, estamos esperando al joverey.
—Eres muy sugestionable, Celia —
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e dijo sacudiéndole el brazo—. Y leedemasiadas novelas históricas. Vamosos Holloways deben esta
preguntándose qué nos ha pasado. —Me siento muy desdichada porqu
ú no estás aquí —dijo Celia si
prestarle oídos—. Estás por aquí cercaescondido. Siento miedo por ti.
Richard lanzó un sonido agudo.
—¡Ven de una vez! —exclamó—No sé qué demonios te pasa! —la sac
a los tirones del castillo y la conduj
hasta el auto. Instantáneamente parecievaporarse la sensación de un sueño quno era un sueño. Se sintió mareada algo tonta. Se instaló en el asient
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delantero y buscó un cigarrillo en scartera.
—Qué gracioso —dio con una risemblorosa—. Cuando estábamos all
adentro, durante un momento tuve lsensación…
—No importa —retrucó él—Olvídalo!
Ella se sorprendió y se sintió alg
herida por su vehemencia, que más sasemejaba al miedo. Esta extrañexperiencia parecía revestir ciert
mportancia para ella, a pesar que casni recordaba lo que había dicho.Entraron a Midhurst por una
serpenteantes calles flanqueadas po
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negocios, atravesaron la plaza demercado y estacionaron el auto en epatio de entrada de la posada de SpreaEagle. Celia demostró interés por lescalera de roble oscuro y por el pasillcon la armadura completa de u
caballero ubicada al lado de una puertapero cuando entró al bar con su techbajo adornado con vigas y saludó a lo
Holloway, experimentó nuevamente unextraña sensación.
Una crispación, un toque d
atención. No tan definido como lo qusintió en las ruinas de Cowdray, siembargo no pudo evitar prestarle unfugaz atención antes de saludar a John
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Bertha Holloway. —Sentimos muchísimo haberlo
hecho esperar —dijo Richard—. Nodetuvimos en Cowdray para que Celipudiera ver las ruinas. No conocodavía esta parte de Sussex.
Siento como si la conociera, pensCelia, sabiendo que aún ese comentarian trivial misteriosamente molestaría
Richard. —Mi querida lady Marsdon —
exclamó Bertha Holloway miembras s
cara seria y redonda se iluminaba dalegría—. John y yo teníamos tantaganas de conocerla. No se imagina lsorpresa que tuvimos al enterarnos qu
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sir Richard se había casado con unnorteamericana —tragó saliva dándoscuenta al parecer que ese comentarinecesitaba cierta aclaración—. Quierdecir… —empujó h hacia atrás undisciplinado mechón de pelo colo
ratón—, lo que quiero decir es que nme parece raro que se haya casado couna norteamericana, muchos lo hacen
sino que se haya decidido a casarse, yque parecía ser un solteróempedernido, a pesar que en realidad e
muy joven todavía, pero tantamuchachas trataron…Su marido se quitó la pipa de s
boca, depositó en la mesa su vaso d
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whisky y con voz cansada dijo: —Bertha…Ella se sonrojó y se serenó, la
palpitaciones de su pecho eran visiblebajo su blusa de seda rosada. John lhabía dicho que no debía hablar mucho
Y que tratara en todas formas de nmeter la pata. Después de su casamientcon una rica norteamericana, sir Richar
comenzó paulatinamente a recuperar lobienes mueles que sir Charles se habívisto obligado a vender.
John Holloway era un prósperanticuario que con el correr de los añohabía ido comprando numerosas piezavaliosas de propiedad de los Marsdon,
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se contaba entre los amigos del últimbarón. Un espléndido aparador Isabelinperteneciente a Medfield place estabexpuesto para su venta en el salón denegocio de Holloway ubicado en Churcstreet. John había enviado una cart
anteando el terreno: sir Richard lcontestó aparentando interés en emueble. Tal vez podría conseguir u
buen precio, ya que un musenorteamericano estaba tambiénteresado en esa maravillosa pieza
admirablemente tallada.John Holloway dirigió una rápidmirada a Celia, que bebía su Martini grandes tragos mientras sonreí
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ausentemente, como si no hubiera oídos comentarios de Bertha.
En cierto sentido ella no era el tipde mujer que uno imaginaba que si
ichard elegiría como esposa, pensJohn. Una personita desabrida. Pequeñ
morocha, con unos lindos y brillanteojos grises, vestida con un elegantvestido de lana rosa, pero sin curvas qu
o realzaran. Buenos tobillos, emperocomo casi todas las norteamericanaspero poco conspicua o llamativa. Po
supuesto que estaba el dinero de pomedio. John meneó imperceptiblementa cabeza; su negocio lo habí
convertido en un excelente juez de la
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personas y sabía muy bien que Richarno era un cazador de fortunas.
Los matrimonios resultan siemprnexplicables. Su aguda mirada s
detuvo durante un momento en su propimujer, que había reaccionado y estab
hablando de quermeses parroquialessociedades de horticultura y el institutde mujeres a una ligeramente interesad
Celia. —¿Otra vuelta antes de sentarnos
comer? —le preguntó John a Richard
que meneó negativamente su cabezsonriendo.Celia dio un respingo. —Yo quisiera tomar otra copa —
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dijo con su voz grave en la que spercibía un leve acento norteamerican—. Un Martini verdadero, con muchgin. Después de todo esta es la vísperde todos los santos, deberíamocelebrarlo de alguna manera.
Richard rió y sus cejas oscuras upidas se arquearon ligeramente.
—Les aseguro que esto es poc
corriente —les dijo a los Holloway—o piensen que me he casado con un
esponja. Por favor, esta segunda vuelt
me corresponde a mí —se aproximó abar y al ratito volvió trayendo loragos.
—Me he tomado la libertad de pedi
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a comida —acotó John que habírehusado un segundo whisky—Lenguado a la dover y pato a laylesbury. Aquí los hacen bastante bienEspero que sea de su agrado, ladMarsdon.
Celia dio un nuevo respingo, suojos grises enfocaron a su anfitrión.
—Oh, por supuesto —dijo—. M
encanta… este… el lenguado y el pat—vació su copa y encendió otrcigarrillo.
¿Por qué estará tan nerviosa estmuchacha?, pensó John. ¿Se habráeleado?
En ese caso no es le moment
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propicio para tratar de vender eaparador. Codeó a Bertha la quobedientemente se puso de pie. Sdirigieron todos al comedor donde emozo Italiano los condujo a una mesa ea que los esperaba un añejo chablis.
El malestar de Celia comenzó disiparse cuando salieron del barEscuchó atentamente el agitado relato d
Bertha respecto a una comisión quhabía integrado junto con lady Cowdraypresto atención a una discusión sobr
antigüedades en la que tomaron partRichard y el señor Holloway. Yfinalmente, durante un momento dsilencio, manifestó que Midhurst l
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parecía una ciudad encantadora con uevidente e importante interés histórico.
—Oh, sí, por supuesto —asintiBertha algo confusa—. Yo soy oriundde Londres, pero John conoce toda lhistoria del lugar. Hay una curios
colina, un poco más allá de la iglesiadonde los lugareños creen que saparecen fantasmas, y debo reconoce
que a mí no me gustaría nada tener que iallí sola durante una noche oscura.
—¿Una extraña colina co
fantasmas? —inquirió Celia—. EsSuena interesante.Sintió realmente o imaginó percibi
cierta repentina rareza de parte d
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Richard, que estaba sentado del otrado de la mesa, desmembrand
hábilmente el pato, pero a ella lparecía quesos largas y sensitivas manoque tanto amaba se ponían algo rígidasHizo a un lado una débil advertencia e
su interior y dijo: —¡Oh, señora Holloway, cuéntem
odo lo que sabe respecto a esa colin
embrujada!Bertha inclinó la cabeza e
dirección a su marido.
—John es el que sabe bien todo esoYo me confundo un poco.Holloway sonrió con satisfacción a
ver queso invitada parecía reanimarse.
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—¿Cómo les gustan a lonorteamericanos las historias daparecidos, verdad? St. Annʼs hill tienuna atmósfera peculiar en realidad. Hpasado por allí muchas veces durante mniñez. El sendero es un atajo para lega
desde la ciudad al río Rother y desdallí hasta el castillo de Cowdray.
—¿Hubo alguna vez un castillo e
esa colina? —preguntnvoluntariamente Celia, haciendo cas
omiso aún de la prohibición qu
emanaba en parte de su interior y eparte de Richard que no apartaba lvista del ave.
—En efecto —replicó Hollowa
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evemente sorprendido—. Qué conjeturnteligente. Aún cuando supongo qu
deben haber pocos lugares en Inglaterren los que el hombre no haya construiduna vivienda. Durante siglos y hasta loprimeros albores de la dinastía Tudor
una antigua familia llamada los dBohuns tuvieron una plaza fuerte e«tans hills», pero ahora no quedan má
que fragmentos de piedras y restos dmuros. También se dice que allí salzaba un templo de los druidas much
antes que llegaran los romanos. —Fascinante —dijo Celia tomandun gran trago del chablis—. ¿Y qué es lque pasa con el fantasma?
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John Holloway rió. —Niños asustados y viejas crédula
afirman haber vito varios. El mápopular es el «monje negro». Mi tíabuela aseguraba que cuando ella erniña vio el fantasma del monje qu
bajaba por la colina en dirección a lciudad durante un atardecer de verano.
—¿Porqué lo llaman el monj
negro? —preguntó Celia sonriendo.Holloway se encogió de hombros. —Por el hábito benedictino
supongo. Existe una teoría respecto que el susodicho monje fue en una épocel capellán de Cowdray y que luego svio envuelto enana historia amorosa co
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una muchacha del pueblo. Un escándalque a los lugareños les encantransmitir de generación en generación.
Richard dejó a un lado sucuchillo enedor. Alzó su cabeza y dij
agudamente:
—En Inglaterra abundan las historiade monjes negros y damas grises. Svenden por docenas. Holloway, creo qu
no bien terminemos el café deberíamorasladarnos directamente a su salón d
ventas para revisar el aparador.
Celia permanecía con los ojocerrados, recostada en su reposera junta la pileta de natación de Medfielplace, haciendo un esfuerzo por recorda
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qué sucedió después, aún cuando lresultaba bastante penoso.
No sé qué me sucedió. Insistí en ququería explorar lanolina de St. Ann sipérdida de tiempo. Los otros no queríaque lo hiciera, pero cuand
atravesábamos la plaza del mercado, eseñor Holloway me indicó dóndquedaba. Me escabullí de la sala d
exposición mientras Richard examinabel famoso aparador. Corrí por ucallejón, dejé atrás la iglesia y m
deslicé entre los pequeños postes dmadera que se colocan para impedir epaso de los autos.
Trepé por el sendero barroso y m
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nterné en la niebla. No podía ver gracosa, salvo las enormes y oscurasiluetas de los árboles recortadas contrel cielo sombrío, sin embargo sabíperfectamente bien por donde seguía esendero.
Al llegar a lo alto de la colinadoblé hacia la derecha y trepé por unáspera pendiente. Las espinas de lo
arbustos me arañaban y las ortigas mpinchaban. Llegué hasta unas piedracubiertas de musgo y al instant
comprendí que habían formado parte dun muro. Algo me impidió pasar poencima de ellas. No podía hacerloEstaba asustada y agitada al mism
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iempo. Cuando de repente vi detrás demuro, una luz amarilla oscilantsemejante a una linterna. Junto a linterna había una silueta alta y oscura
Llamé ansiosamente a la silueta, perésta desapareció. Me puse a llorar
bajé la colina a los tropezones. Debhaber corrido hasta Spread Eagleporque los demás me encontraron en e
bar. Seguía llorando todavía junto a lenorme chimenea cuando Richard y loHolloway entraron precipitadamente
Habían estado buscándome por todoados. Los Holloway rieron algncómodos cuando finalmente balbuceo que había hecho.
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Richard no dijo ni una sola palabrapero su cara se demudó y sus ojorelampaguearon con tal furia comnunca lo había visto antes ni lo habícreído capaz de ello. Me metió dentrdel auto. Me dio cosas muy cruele
durante el trayecto de vuelta a casa. Questaba borracha, que estaba histéricaQue no había visto absolutamente nad
en la colina. Y esa noche no compartimi cama.
Su corazón dio un sobresalto y se l
secó la boca. Dios mío, ya van sietmeses de excusas. Dijo que tenía udolor en la espalda, que debía ser udisco. Dijo que iba a consular a u
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osteópata, pero se negó a responder mis preguntas. Últimamente ni siquierme he animado a hacer preguntas. Smudó a mi cuarto de vestir. Nunca mámencionamos a Midhurst, sin embargo lnoche anterior habíamos alcanzado tant
felicidad los dos juntos.Abrió los ojos al oír un pequeñ
movimiento junto a la pileta y vi
aproximarse a Dodge, el mucamo, quhabía salido de la casa por la puerta qudaba al jardín. Traía una bandeja co
whiskys, pink-gins y jerez. Era altosolemne, sumamente correctoExactamente el tipo de mucamo que lgente en Inglaterra decía que ya no er
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enido miedo de un embarazo. —¿Qué le pasa lady Marsdon? —
nquirió a su lado una voz aflautada igeramente maliciosa.
Celia se sobresaltó y dio vuelta lcabeza. Era Igor, el nuevo diseñador d
modas que hacía furor en Londres. Erun joven apuesto que lucía unespléndida cabellera rubia. Un leve dej
de acento cockney era perceptible en svoz.
Igor , pensó Celia volviéndos
gustosa a las trivialidades, seguramentse llama Ernie o Bert, o algo por eestilo. Y bueno.
—No me pasa nada —dij
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alegremente—. ¿Se han vuelto todovidentes o aficionados a lapercepciones extrasensoriales? Estoy upoco adormecida por el baño, eso eodo.
—Usted sabe muy bien que yo sient
ciertas cosas —dijo Igor sentándosranquilamente en otra silla y bebiend
su pink-gin—. Soy sensible a la
diferentes disposiciones de ánimo, cuando veo que mi encantadoranfitriona está hecha una piltrafa, com
Melpómene, la musa de la tragedia, o lque fuera, o posiblemente la infaustdeidre…
—Que terriblemente intelectual s
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está poniendo —retrucó Celiaabandonando su habitual cariñosolerancia por Igor—. Y usted, m
querido, es el perfecto productponzoñoso de la decadencia, diseñandvestidos para que las mujeres parezca
horribles. Oh, muy sutilmente, posupuesto, pero realmente Igor, esa capvioleta que hizo especialmente par
mí… no soy tan tonta como usted lcree.
Él se levantó graciosamente y le hiz
una pequeña reverencia. —Le prometo que le diseñaré algque seducirá por completo a Richard—Su tono se volvió repentinament
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después de la guerra, que murió dcáncer siete años atrás cuando ella tenídieciséis? Posiblemente habría dicho:
—Oh, habla con tu madre, pequeñaYo no sabría dar un consejo a una niñaClaro que si Lily y yo hubiéramos tenid
un hijo varón… Nunca se dio cuenta l
frecuentemente que repetía esa frase, n
o que le dolía a ella cada vez que loía. Celia abandonó a Igor y mientracontorneaba la pileta les dijo a su
nvitados: —Quédense tal cual estánAlmorzaremos en el jardín de inviernoDodge se niega a servirnos aquí, parec
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que su dignidad se resiente.Myra rió. —Estás aprendiendo bastant
rápido, querida. Yo vivo totalmentdominada por mi mucamo ¡Y eso que nes ni la sombra de Dodge! —la ris
puso en evidencia una reluciente blanca dentadura, probablemente falsa pesar de la relativa juventud de Myra
Parecería que a los ingleses no lemportaba mucho tener dientes postizos
aún cuando provinieran de salu
pública.Celia sonrió amablemente. Sudientes norteamericanos eran los suyopropios, pequeños, nacarados y e
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resultado de varios y costosos años dortodoncia. Advirtió que si bien Myra lestaba hablando a ella, sus grandes ojoverdes se dirigían hacia Richard.
No llegarás a nada con escandidato, mi querida Myra, pens
Celia. Ni tampoco tú, pensó dirigienduna cínica mirada a Igor que tambiéenía la vista fija en su marido. Ustede
ni siquiera comprenden a Richard, yampoco, pero por lo menos me he dad
cuenta de eso. Tragó con fuerza par
aliviar la presión que sentía en sgarganta. Como si se le hubieratragantado un bocado. Qué locura, sdijo a sí misma enojada, y avanzó haci
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el jardín de invierno.Se detuvo frente a la gran mesa d
vidrio para repasar la ubicación de locomensales. Había diez asientos, siethuéspedes más Lily y ellos dos. Enúmero corriente para un grupo de fin d
semana. A Richard le gustaba invita gente y aprovechar la casa de suantepasados, que durante tanto tiemp
estuvo vacía y en decadencia.Myra estaba ubicada a la derecha d
Richard por supuesto; Igor al lado d
ella; luego venía Sue blake, una azorad lejana prima de Kentucky. Tenídieciséis años, pelo largo de colocaramelo, una cara chueca desprovist
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de maquillaje y un gran entusiasmdebido tal vez a cierta nerviosidad o un auténtico éxtasis al estar viviendcomo «en un cuento de hadas», segúsolía repetir. Procedía de un modesthogar en las afueras de lousville y era l
primera vez que viajaba al extranjero.A la izquierda de Celia y juntoa Su
estaba sentado George Simpson. Era e
abogado londinense de Richard, uhombre pequeño, de edad madura couna voz chillona que hacía aparece
igeramente ridículo todo lo que decíaSus ojos claros se movían ansiosamentdebajo de sus párpados arrugadosSuestudi de abogado había cuidado d
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Simpson, suponiendo que Simpson tenguna esposa. Pero no importa, de todomodos parece que los invitados de estfin de semana van a ser algo dispares.
Bastante dispares, pensó Celiasonriendo en dirección a Lily y a
médico hindú mientras les indicaba suasientos. Y para contrabalancear a Myrestaba sir Harry Jones, un divorciado
que había sido antes miembro departido conservador y ocupado unbanca en el parlamento com
representante de algún lugar dshropsire. Era un hombre buen mozoalgo rubicundo, de trato jovial poseedor de una mirada admirativa
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franca. Veintitrés años atrás habíogrado una brillante foja de servicio
durante la guerra. Celia siempre teníntenciones de buscar su nombre e
algún registro genealógico de caballospero estaba satisfecha, como lo estaba
odas las dueñas de casa, de haberlconseguido como el hombre solo qunecesitaba. Era muy solicitado. Myr
había sido el anzuelo, a pesar de quella no daba gran crédito al rumocorriente de que era su amante. Myr
rataba a Harry con una levndiferencia.Pero de todos modos y por si acaso
Celia les adjudicó dos dormitorio
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contiguos.Celia estaba dispuesta a sentars
cuando percibió una leve miradnquisitoria de Richard y se percat
entonces que el asiento de su izquierdestaba vacío.
—Oh, caramba… —dijdirigiéndose a George Simpson—. Lsiento muchísimo. No me di cuenta qu
a señora Simpson no estaba aqu¿Sigue enferma todavía?
George hizo una mueca, alg
molesto. —Edna estaba mejor esta mañana —dijo—. Me dijo que bajaría a almorzar.
Celia se dirigió entonces a Dodge
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e dijo: —¿Puede preguntar si la señor
Simpson bajará a almorzar? —Por supuesto, milady —dij
Dodge arreglándoselas para demostracierto disgusto por su misión.
Celia estaba divertida. Desde hacívarios meses sehabía percatado de lforma en que los sirvientes clasificaba
a sus huéspedes y sabía que los Simpsono habían sido vistos con buenos ojos pesar que parecían ser bastant
nofensivos.Edna Simpson se había metido ecama inmediatamente después qulegaron la noche anterior, dando com
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excusa un fuerte dolor de cabeza. Lúnica impresión que Celia había tenidde ella, había sido la de una mujerobusta, de quijada prominente, anteojode armazón dorada y pelo enruladcomo el de una oveja.
Se ubicaron todos frente a la mesde vidrio y Celia esperó cortésmenthasta que Dodge volviera con su inform
antes de introducir la cuchara en econsomé helado.
Se hizo un silencio hasta que Dodg
abrió la puerta de la casa principaEdna Simpson «hizo toda una entrada»o existe otra frase para describirla
Avanzó precediendo al mucamo co
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paso lento y medido, se inclinó edirección a Richard y Myra y luego upoco más casualmente hacia el extremde la mesa donde estaba ubicada Celia.
Discúlpenme, pero les aseguro quno tenía la menor noción de la hora.
Los hombres se pusieron de pie Richard inquirió sobre su salud mientracorría la silla de Edna.
—Mucho, muchísimo mejor, graciassir Richard. Es este delicioso aircampestre después de las bruma
ondinenses.¡Cielos! Pensó Celia. ¿De dónde sha escapado? Ella no reconoció cómpodían hacerlo los ingleses, l
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pronunciación de las regiones del nortedeformadas con un gentil esfurezo podisimularla, pero no pudo evitasonrojarse innecesariamente por Ednaque se había vestido como ellconsiderada acorde con la
circunstancias.Lucía una toca azul sobre su pel
enrulado. Su vestido de encaje azu
ambién cubría justo sus rodillasemejantes a dos globos. Unos largoaros de perlas colgaban de sus orejas
una gargantilla de perlas rodeaba scuello. Todo ese equipo, comprado eharrods, le había costado una buensuma a George, y Edna solamente sentí
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desdén por los demás, repantigadossemidesnudos, vestidos solamente corajes de baño, salidas de playa
sandalias. Y además bebiendo. La mesestaba cubierta de vasos. Esrelajamiento era justamente lo que ell
esperaba de una aristocraciamericanizada. Sus fríos ojos azuledirigieron una rápida mirada apreciativ
a través de sus anteojos con montura doro. Ese hombre moreno, prácticamentun negro, sentado al lado de ella
Bueno! Naturalmente lonorteamericanos no tienen la inteligencisuficiente como para percatarse de lsensibles que son las mujeres inglesa
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respecto a esas cosas. Dirigió su mirada las norteamericanas; a Sue blake, qudebía haber estado en el colegio en vede hacerle ojitos a ese joven diseñadode modelos. Miró a Lily Taylor, unmujer de su misma edad, pero teñida
pintada y medio desnuda como todos lodemás. Toda sofisticada, pensó Ednenojada. Qué ejemplo para su hija. N
se molestó empero; en mirar a Celia en estudiar las razones que lprodujeron tal disgusto cuando conoci
a lady Marsdon por primera vez lnoche anterior. Edna no se permitía teneemociones repentinas y no se habípercatado que el dolor de cabeza habí
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comenzado cuando conoció a Celia y sir Richard. Edna tenía un tónico parcualquier malestar que la incomodaraEstaba enana botella común de un cuartitro con una etiqueta que decía «tónic
anodino de bell». El único que sabía qu
este fluido verde con olor a mentcontenía un treinta por ciento de alcohoera su farmacéutico y Edna se habrí
horrorizado al saberlo ya que desde locatorce años pertenecía a la liga dabstemios. El «tónico» había cumplid
con sus habituales condiciones dranquilizador la noche anterior y unopocos tragos más esta mañana habíacorroborado su efecto.
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Edna terminó su consomé, deposita cuchara y dirigiéndose a Myra le dijo
—¿Qué día encantador, verdadvuestra gracia?… —se detuvo rápidamente dijo—: duquesa.
Con antelación a esta visita habí
comprado un manual de etiqueta y lhabía estudiado cuidadosamenteParecía algo descortés abordar a un
duquesa tan chabacanamente, pero eibro había sido muy explícito en est
punto: «vuestra gracia» tratándose d
nferiores, «duquesa», tratándose dpares.Myra miró detenidamente a Edn
Simpson, sus rojos y carnosos labios s
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mirada de furia que le dirigió su mujer.Esta escena y sus razones era
obvias. Richard se apresuró en aliviar lconfusión de sus huéspedes, aunque unde ellos fuera tan ridículo como Edna.
—La duquesa es oriunda del nort
ambién —aclaró bondadosamente—Parecería que ustedes tuvieran poderemágicos para reconocerse.
Myra rió. —Así es —dijo—. Yo nací e
Cumberland.
El oído de Edna no era lsuficientemente sutil como para detectaa parodia de su propia pronunciación, nquirió no sin cierto alivio:
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—¿No me diga? Un lugar preciosocon tantos lagos tan bonitos.
Myra inclinó su cabeza cubierta dpelo rojizo y se volvió nuevamenthacia Richard. No valía la penmolestar a la señora Simpson, e
cambio Richard representaba ufascinante desafío.
La Mouse de salmón y pepino
estaba deliciosa, sin embargo Celia npudo probar bocado. Además de sentiese permanente nudo en la garganta, s
corazón comenzó a tener esas extrañapalpitaciones. Tendría que ir pronto ondres para consultar a es
especialista, pensó. Dirigió su mirada
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a otra punta de la mesa donde estabRichard y descubrió que estabobservándola. Con ea mirada profunda sombría que ella no acababa dnterpretar. ¿La habría tenido siempre
aún desde los primeros momentos?
Harry comentaba con entusiasmo coGeorge Simpson las iniquidades degobierno laborista. Ella no necesitab
prestarle oídos y su mente retrocedió esos resplandecientes y maravillosodías en el barco. «Amor a primer
vista», en efecto, a veces sucedía. Esfrase tan trillada, pero sin embargo lque realmente sucedió se asemejaba máa un re-descubrimiento.
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Durante el mes de mayo del añanterior a bordo del queen MaryEntonces comenzó. Súbitamenteviolentamente. A pesar de que el viajprometía ser igual a todos los otroviajes.
Acompañaba a su madre como todoos años desde que su padre murió
Viajar, viajar. Celia y Lily había
recorrido juntas casi toda europaHabían viajado por el caribe y hasthawai. Y también hubo un intervalo d
dos años en parís donde Celia estuvo eun colegio en el que aprendió muchacosas además del francés.
Naturalmente, de tanto en tanto habí
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enido unos ligeros festejos y tredeclaraciones no muy entusiastas. Celini siquiera recordaba a algunos de estoóvenes, a pesar que se había sentid
halagada por sus atenciones y divertidacon sus besos. Lily, por lo genera
bastante tolerante y buena confidentecambiaba de lugar antes de que lacosas se pusieran demasiado serias, a l
que Celia nunca se opuso. Al llegar os veintidós años, Celia decidió qu
era básicamente frígida. Sencillament
que no sentía entusiasmo sexual alguno.Discutió este triste estado con suamigas, que estaban casi todas casadas bien tenían amantes. Invocaron voluble
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nterpretaciones freudianas que Celiaceptó de mala gana. Que tenía ucomplejo paterno; que tenía vergüenzde ser una chica porque habídesilusionado a su padre; que debíener un olvidado trauma de su niñez.
Una vez discutió con Lily sncapacidad para sentirse excitada poos hombres. Y Lily rió.
—No seas tonta, querida. Espera nmás hasta que aparezca el hombrndicado. Además —agregó Lily, d
acuerdo a tu horóscopo te casarábastante pronto, cuando Venus entre econjunción con tu signo solar. De todomodos, ustedes los nacidos en acuari
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no se enamoras fácilmente como lonacidos en libra.
Lily había encargado a un astrólogpersa que le hiciera el horóscopo dCelia hacía ya diez años, y muchasaunque no todas de esas predicciones s
habían confirmado. Quizás esta tambiénPor lo que Celia, a pesar de se
bastante popular y sociable, se refugiab
especialmente en el mundo de los librosLeía incesantemente, escribía versos quuego rompía. Y en algunos aspecto
adquirió bastante seguridad y un sentidde la ironía.Pero el año pasado, durante el me
de mayo, Lily decidió visita
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Se embarcaron en el queen Mary, euno de sus últimos viajes. Lily, qusiempre tuvo habilidad para ese tipo dcosas, se ubicó, como lo habísolicitado, en la mesa del capitán. Celifue instalada enana mesa cercana par
cuatro personas. Dos de ellas eran unaburrida pareja de londinenses quhabían viajado a los estados unidos po
razones de negocios; el otro era unglés llamado Richard Marsdon.
Y así no más sucedió, pensó Celia
La larga y sorprendida mirada quntercambiaron. El descubrimiento y loextraños matices de consternación. Noenamoramos entre la sopa y el bife. A
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pesar que entonces apenas se había dadcuenta de lo buen mozo que era Richardsólo había notado que era alto, moroch que debía tener más de treinta años. L
único que vio fueron sus profundos ojocastaños enmarcados por unas ceja
negras y espesas.La primera noche se quedaron junto
después de comer viendo como jugaba
os demás a las carreras de caballosescuchando la orquesta, hablando pocohasta que Richard hizo una observació
personal. —Tu nombre es Celia —dijo—. Eun nombre por el que siempre me hsentido atraído. No sé muy bien por qué
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a que nunca he conocido a nadie que slamara así. Pero en una ocasión compr
una… bueno… me temo que unobscena grabación de una canción desiglo dieciséis respecto a una Celia.
Ella lanzó una risita excitada
ubilosa. —Me alegro tanto que te guste, per
debo confesarte que no me bautizaro
con el nombre de Celia. Mis padres mpusieron como nombre henriette, iguaque una de mis abuelas. Siempre odié e
nombre y supongo que no concordabcon mi parecer. Cuando tenía catorcaños, en el colegio representamo«como gustéis», a mí me dieron el pape
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de Celia y no sé porqué motivo enombre se me pegó. Lo he adoptaddesde entonces.
—Qué extraño —dijo epausadamente—. Muchas de lapequeñas vueltas de la vida resultan mu
extrañas.Ella nunca había dado demasiad
rascendencia a su cambio de nombre, l
pareció algo natural y su madre, que eese momento se interesaba mucho enumerología, lo había aceptad
entusiasmada y citando inclusive Pitágoras demostrando que los númeroncluidos en Celia concordaban much
mejor que los de henriette con la fech
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de nacimiento de su hija. Este aspectparecía algo tonto como parmencionarlo, de todos modos, Richare había dirigido una calurosa sonrisa e había preguntado:
—¿Te gustaría bailar, Celia?
El resto del viaje transcurrió emedio de una deliciosa nebulosa gradualmente se enteró de uno
pequeños detalles de la vida de Richarda pesar de su reticencia.
Richard Marsdon había nacido e
una casa muy vieja en Sussex, su familiera pobre, él ganó una beca en el balliocollage de Oxford y se recibi«realmente sin ninguna distinción, t
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aseguro, y sin ninguna aptitud eespecial salvo para leer; ningún deportampoco a menos que consideres el jud
como uno, que decidí aprender como upasatiempo para evitar cualquientrospección indebida».
Ella le preguntó azorada por quemía «una introspección indebida»
pero él se encogió de hombros.
—Tenía una tendencia a meditar, quuego neutralicé con los viajes, esper
haberlo logrado, por lo menos.
Tomó el primer puesto que lofrecieron, como secretario de uperiodista famoso y haragán, que lendilgó a Richard la tarea de deambula
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consiguiendo el material para poder éescribir los ágiles artículos qupublicaba regularmente. Y así fue comdurante los últimos años Richard habínvestigado no solamente los variado
acontecimientos locales, sino ademá
otros en australia, sud américa recientemente en los estados unidosHabía planeado volar como d
costumbre de regreso a su casa, perrecibió una llamada telefónica de nuevork en la que George Simpson l
comunicó la parálisis total consecuente incapacidad de su padre «parece que por fin me necesitan eMedfield».
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Ella comprendió al advertir el toncálido que adquiría su voz al mencionasu hogar, que sentía un profundo cariñpor esa casa como así también que shabía sentido exiliado de ella por algúmotivo que estaba relacionado con s
padre. Richard le explicó además qupensaba renunciar a su trabajo no bieentregara sus informes al periodista,
como el estado de su padre parecíhaberse estabilizado, decidisúbitamente volver en barco en vez d
en avión. —Parece que nuestro futuro dependde esas decisiones fortuitas —dijmirándola tristemente. Esta fue e
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realidad la única manifestación que hizhasta la última noche de la travesía, da atracción que sentía el uno por e
otro.Subieron hasta la cubierta de lo
botes después de comer y se sentaro
sobre un cajón ubicado debajo de uno dos botes salvavidas.
Pequeñas estrellas titilaban en e
cielo grisáceo del hemisferio norte. —Tierra —dijo Richard lentament
—. Puedo olerla. Debemos estar cerc
de las islas scilly y luego llegaremos nglaterra.Ella se estremeció, pero no po
culpa del viento húmedo. Richard l
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rodeó con un brazo. Ella se recostcontra él, era todo lo que ambicionabaque la sujetara fuertemente durante umomento eterno.
La inmensa nave proseguínormalmente su curso a través de
atlántico, hamacándose suavemente coel oleaje.
Con cierta sorpresa sintió qu
Richard estaba temblando, o serían lavibraciones del barco… no hizpregunta alguna ni se movió tampoc
cuando él se apartó. Y entonces él le dicon una voz áspera: —Te deseo, Celia. Sabes que t
deseo. Como tú también me deseas. Per
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engo miedo. Siento, por lo menos, quuna barrera se interpone entre nosotros.
Ella se puso rígida y el momento squebró. Trató de hablar casualmente.
—¿Una barrera? ¿Qué clase dbarrera? Sé que no tienes espos
¿Tienes entonces una amante? ¿O unmadre a la que adoras?
La mano larga y flexible con la qu
sujetaba su rodilla se aflojó y cayabierta.
—Nada por el estilo. No pued
explicar el problema salvo que es algprofundo… y que se remonta al pasadoAlgo que leí. No, eso es una tonteríapero cuando te vi, yo… —se detuvo.
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Atrás de ellos se percibía la estelbrillante del queen Mary. Hasta suoídos llegaba la música del verandgrill, los crujidos del barco, voces quse reían a lo lejos.
—Te deseo —repitió Richard en vo
muy baja—, sin embargo quiero estasolo. Quedarme solo… para servir Dios.
Celia se echó hacia atrás, incrédula. —Para servir a dios… —repitió—
Yo no pensé… por lo menos n
comprendo…Richard se sacudió y se volvió haciella.
—Por supuesto que no comprendes
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i siquiera yo consigo hacerlo.Ella no tuvo tiempo de romperse l
cabeza con todo esto que él parecídecir totalmente contra su voluntad¿Estaría borracho o habría oído mal? latrajo hacia él con gran frenesí. Le bes
el pelo, las mejillas, el cuello y luegcon gran violencia la besó en la bocaque se abrió contra la suya en un
entrega total.Ella se dejó empujar contra l
baranda sin sentir en absoluto la presió
de la varillas de hierro contra suhombros, experimentando tan sólo unalegría salvaje con el contacto de sucuerpos.
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—¡A ver, a ver, ustedes dos! —exclamó una voz indiferente desde lcubierta inferior—. Nada de jugueteosAl capitán no le gusta ese tipo de cosaen las cubiertas.
Celia y Richard se separaro
entamente. Ella estaba algo perturbadapero Richard reaccionó inmediatamenteSe puso de pie y dirigiéndose al oficia
encargado de la guardia nocturnaasintió levemente con su cabeza.
—Tiene toda la razón, oficial —di
con su voz tranquila, bien modulada—A pesar de que esta señorita es mi novi no estábamos jugueteand
precisamente.
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El oficial de guardia se sorprendióHabía dado por sentado que se tratabde un par de chiquilines que se habíaescabullido de la clase turista.
—Bien, verá usted señor —dijo eson de disculpa—, yo sólo estab
cumpliendo con mi deber. —Por supuesto —dijo Richard—
odos debemos cumplir con nuestr
deber. Lo difícil es saber elegir emomento adecuado.
El oficial se quedó boquiabierto.
—Por supuesto, señor —dijapresuradamente y desapareció.Richard y Celia caminaron e
silencio hasta la puerta más cercana y é
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lamó el ascensor. Bajaron sintercambiar palabra alguna hasta l
cubierta principal, en donde Richarenía su camarote y Celia compartía un
suite con su madre.Cuando llegó a la puerta de s
cabina, ella empujó hacia atrás su pelondulado y húmedo por la brisa marinasu boca magullada tembló ligeramente
evantó hacia él su mirada. —Cuando dijiste que yo era tu novi
¿Lo decías de veras? ¿Qué suceder
con… la barrera?Él pestañeó varias veces y luegpareció serenarse. Le tomó la mano y lbesó la palma.
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—Creo que nuestro casamiento estpredestinado —dijo—. Debemoarriesgarnos para ver cómo resulta —nclinó la cabeza y desapareció en e
pasillo oscuro y resonante.Se dio cuenta recién más tarde
mientras yacía sin poder dormir, que nse había mencionado para nada el amorPero no le pareció que fuera mu
mportante. Es algo más que amorpensó, esa gastada e insípida palabritque con tanta facilidad brota de lo
abios de una pareja de enamorados. Eralgo más y algo más profundo que esclase de amor. ¿Cómo qué, por ejemplo
Mientras gozaba del amparo de s
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cabina, Celia oyó el prolongado y tristsonido de una sirena. El barco debíhaber entrado en un banco de niebla so significa peligro, pensó. Consider
esa posibilidad durante un momenthasta que se quedó dormida; entonce
dejó ya de preocuparse por la sirena soñó en cambio con Richard.
El sol brillaba cuand
desembarcaron al día siguiente esouthampton y de ahí en adelante todsucedió como si fuera una película qu
se proyecta a toda velocidad.Richard parecía poseído por uapuro enfermizo y era debidamentsecundado por la agitada Lily.
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Celia y su madre se quedarodurante una semana en el claridgeatareadas con arreglos financierosocupadas en la compra de un pequeñajuar, asistiendo a fiestas que ofrecieroen honor suyo, antiguos amigos d
negocios en amos b. Taylor.Celia vio a Richard una sola vez
cuando vino desde Sussex para regalarl
un precioso pero extraño anillo dcompromiso.
Eran dos manos de oro que sujetaba
una amatista en forma de corazón. —Y todas las esposas de loMarsdons lo han usado desde… ohdesde la época de los Tudor, por l
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menos; creo que en una oportunidad fuun anillo de casamiento.
Ella olvidó su consternación, ya quhabía esperado el convencional solitarinorteamericano, y dijo con todsinceridad:
—Estoy muy orgullosa Richardorgullosa de usar el anillo de la esposde un Marsdon.
Él sonrió y dijo: —Es demasiado grande para ti. L
levaré a un joyero. En efecto, este e
nuestro anillo de compromiso y propósito, el lema de nuestra familia e«cuidado», pero como éramos papistasnormalmente debíamos tener cuidado
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excepto durante el reinado de María lsanguinaria.
—Algo siniestro —dijo elldeseando que se sentara y la sujetarcontra él, que no demostrara estar taapurado y ansioso—. Me siento alg
ntimidada ante la idea de tener qudirigir Medfield place como lo hicieromis predecesoras. ¿Crees que seré capa
de ello? —No temas —le dijo cariñosament
—. Podrás hacerlo y tu dinero t
ayudará.A pesar de que ya estabacostumbrada a su franqueza respecto os bienes materiales, se mordió el labi
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nferior, frunció el entrecejo y lpreguntó:
—¿Estás seguro que no es eso lúnico que te interesa?
Richard rió: —Sabes perfectamente bien que n
es así. He conocido a numerosaherederas dispuestas a casarse conmigoGriegas, norteamericanas, venezolanas
Pero nunca me enamoré de ninguna.Su respuesta la llenó de júbilo y Lil
se encargó de disipar cualquier otr
duda que hubiera tenido.El casamiento se celebró en uregistro civil. Richard dijo que no lnteresaba el casamiento religioso y l
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bambolla. Celia se avinnmediatamente. Y Lily, a la qu
normalmente le entusiasmaban laformalidades y tradicionalismos, no sopuso demasiado, a pesar de sentirsalgo desilusionada.
—Creo que es lo más práctico —dijo—. Sir Charles está tan enfermo os hombres detestan los alborotos. ¡T
das cuenta, mi querida, de lo afortunadque eres! no te imaginas cuánto hrezado para que tu casamiento fuera pur
exclusivamente por amor.Celia se sorprendió por estmanifestación, pues las oraciones dLily eran exitosas normalmente.
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Pequeños dolores, enfermedades, uuicio cuando el testamento de amo
Taylor fue objetado por un sobrinresentido, todo desaparecía frente a lserena filosofía de Lily.
—Debemos tener fe y todo suceder
como esperamos.Sin embargo, pensó Celia un añ
después durante el almuerzo que tení
ugar en el jardín de invierno de smansión, ella no tiene la menosospecha de lo mal que anda en esto
momentos mi matrimonio. —Sí, por supuesto —respondiCelia rápidamente a Harry—. Estoenteramente de acuerdo con usted —
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rató de encontrar una pista pero nhabía oído la pregunta. No era eerrible asesinato de Robert Kennedy l
semana anterior, ya habían habado dese tema. ¿Sería entonces el gobiernaborista? ¿O el mercado común? ¿Lo
mpuestos demoledores y lpronosticada devaluación de la libra?
—… y por desgracia ya no podemo
decir el «imperio», sino ecommenwealth… ¿Entonces está ustede acuerdo lady Marsdon?
—He oído decir que nueva zelandies un lugar encantador —murmurCelia. Fue suficiente para desviar lconversación de Harry, que habí
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visitado una vez ese país. —Un país maravilloso, montañas
cascadas y un desafío viril como el daustralia, ya no podemos encontrar máeso aquí.
Celia mantuvo una sonrisa receptiv
miró hacia el extremo de la mesdonde estaba Richard. Myra, algachispada, estaba haciendo gra
despliegue de zalamerías. Al miradncitante bajo sus pestañas embellecida
por un cosméticos, los rápidos
significativos golpecitos en la mano dRichard.Richard retiró tranquilamente s
mano y alzó la voz dirigiéndose a s
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esposa. —¿Qué tienes programado para est
arde, Celia? ¿Te parece bien un partidde tenis? O quizá será mejor organizauna partida de bridge ya que parece questá por llover. ¿Tienes algo planead
para nuestros huéspedes?Lily intervino antes que ella pudier
contestarle.
—¿No podríamos descansar un rat luego hacer una expedición?
Celia vio que su marido apretaba lo
abios y comprendió que estabfastidiado por la intromisión de smadre. Ella por su parte se sentíaliviada. No había hecho plane
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especiales para la tarde. Le habífallado nuevamente a Richard. A él lgustaba que todo estuviera bieorganizado. Además eran tantas laveces que Lily se hacía cargo, siagresividad, tan sólo por costumbre.
Qué maravilloso es sentirse segurde lo que uno hace, pensó Celia. Yo erasí antes ¿Verdad? Myra interrumpi
con su voz lánguida la cortés pausa qusiguió a la sugerencia de Lily.
—¿Qué expedición, señora Taylor
Le aseguro que no tengo ningún interéen visitar una «regia mansión» averiguar si las campanillas están eflor en el jardín de fulanita.
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Igor lanzó una pequeña risita, siHarry y George Simpson parecíaalarmados. Excepto la pequeña Sue, qusiempre parecía dispuesta parcualquier cosa, Richard, el hindú y EdnSimpson permanecieron impasibles.
—No, mi querida duquesa —dijLily—, no me refiero a esa clase dexpediciones. Es para ver un lugar mu
pintoresco en Kent, como a una hora daquí. Nadie vive allí excepto fantasmasAlgunos de ellos datan de seisciento
años atrás! Unos amigos míos conoceal dueño, un norteamericano que pasa lmayor parte del tiempo en los estadounidos o viajando; redijeron que s
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puede visitar si se arregla una citaTengo el número del teléfono.
Richard hizo un movimiento brusc volcó su vaso de vino.
—¿Se está refiriendo por casualidaa «Ightham mote»?
Se dirigió a Lily con un tono tan frí seco que ésta se quedó boquiabiert
mientras asentía con la cabeza.
Myra arqueó las cejas y los otronvitados se percataron súbitamente da tensión, como así también Celia qu
se las arregló para reí ry decir: —¡Dios mío! Qué nombre taextraño. ¿Qué clase de foso? ¿De quhablas, mamá?
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El doctor Akananda la miró. —No —dijo involuntariamente—
Por favor no prosigan —pero nadie lescuchó.
Richard transfirió su mirada sombríde Lily a Celia.
—Se refiere a una vieja mansión quo visité cuando tenía doce años y qu
me impresionó como excepcionalment
riste y deprimente —se puso de pie dirigiéndose a Dodge que estabcubriendo hábilmente la mancha de vino
e dijo: —A lady Marsdon le gustará siduda tomar el café junto a la piletaaprovechando que todavía hay sol.
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Myra alzó el mentón. —Pero querido Richard —protestó
cambiando rápidamente de opinión contenta de molestar un poco a Richarda que le parecía que estab
fastidiosamente indiferente—, l
expedición de la señora Taylor mparece fascinante.
»Quiero decir extraordinariament
errorífica. Yo adoraba el fantasma queníamos en Drewton castle. Una dam
vestida de blanco en el ala norte. Nunc
conseguí verla, pero el duque asegurabque él la había visto varias veces. Creque una vez la oí gemir, o como sea quse llame lo que hacen los fantasmas.
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Como este comentario no recibininguna respuesta, todos se dirigierohacia la pileta para tomar café.
Celia se encargó de servirlo; cuandRichard bebió el suyo, lanzó una mirada su reloj y dijo que acababa d
recordar que tenía una cita con uno dsus arrendatarios y que se demoraría urato. Se disculpó con una cortesí
mpersonal.Celia lo observo mientras caminab
rumbo a la casa. Su pelo oscuro estab
cortado bien corto, más que el de lootros hombres, salvo George Simpsoque era calvo, pero los rasgos dRichard no necesitaban suavizarse. S
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piel bronceada y su barba bien afeitadocultaban una estructura ósea digna duna escultura griega; no, griega no, mábien renacentista, con una nariz larga igeramente aguileña, labios gruesos
órbitas bien profundas debajo de lo
oscuros listones de sus cejas. —Mi anfitrión parece algo enfadad
—acotó Myra, encogiéndose d
hombros—. Es el hombre mámisterioso que conozco. Un dueño dcasa muy educado, pero uno sient
claramente que en algún rincón se ocultun ardiente heathcliff. ¿Estoequivocada, querida? —dijdirigiéndose a Celia mientras se untab
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voluptuosamente sus piernas largas algo pecosas con aceite bronceador.
—Richard no está enojado —replicCelia—. Simplemente se olvidó que hosin falta tenía que ver a hawkins. Estáconstruyendo una pocilga nueva en l
granja.Myra bostezó. —Qué pesado. Creo que inclusiv
os fantasmas serían preferibles. SeñorTaylor ¿A qué hora le gustaríemprender su «expedición»? Y
manejaré mi auto y llevaré a Harrynclinó su cabeza en dirección aagradecido caballero, cuyos saltoneojos marrones resplandeciero
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esperanzados—. ¿Vendrá usted conosotros, señora Taylor? —agregó Myrcon una risita ronroneante ante ecambio de expresión de Harry.
Después de ocho años daburrimiento, pasados en su mayor part
en warwickshire, domicilio oficial deduque, Myra se dispuso a disfrutar de sviudez.
Se divertía con los amoríos, laconquistas y a pesar de haber sido mufiel con su viejo y artrítico duque, tení
antos escrúpulos morales como loseñores de la frontera de los qudescendía. Su hedonismo y maliciestaban compensados por un carácte
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bueno y negligente y un innato sentido da responsabilidad. Mucho
arrendatarios vecinos del castillo de spadre en Cumberland, y luego los dDrewton, hablaban de ella con ardientgratitud.
Lily olvidó la extraña conducta dRichard al recibir el beneplácito dMyra, y proyectó con entusiasmo lo
planes para la tarde. —Siempre y cuando tú no t
opongas, querida —le dijo un poc
ardíamente a su hija.Celia sabía que debía decir: —Sí, me importa ya que Richard n
está de acuerdo —pero sonri
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complacientemente.Qué demonios le pasará a Richard
pensó. ¿Por qué le habló a mamá coal mal modo? ¡Tanto lío por unontería! Estas reuniones de los fine
de semana se habían vuelto alg
irantes, de todos modos. Sin embargRichard insistía en realizarlas
ecesitaba tener otras personas a s
alrededor. No quería y no pudo evitareconocerlo, quedarse solo con ella.
Edna Simpson se levant
pesadamente de una de las reposerasobre cuyo borde estaba incómodamentsentada. Su cara cuadrada como la de ubull-dog estaba colorada como u
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omate, y apretaba con fuerza sus labiofinos. Nadie le había preguntado qudegustaría hacer. ¡Norteamericanas maeducadas y descaradas! (la duquesestaba eximida de la furia de Edna). Lilrecibió una mirada hostil, y sus anteojo
con armazón de oro enfocaron luego Celia. Pequeña y estúpida criatura. Y nsiquiera bonita. La extranjera, la intrusa
o me gustó desde el primer momenten que la vi. Y mis primerampresiones son siempre correctas
Pronto se cansará de ella, si es que yno se ha cansado. —Hace calor —anunció Edna—
Comienza a dolerme otra vez la cabeza
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Me quedaré recostada esta tarde ¿Seríposible que subieran el té a mi cuarto?
—Por supuesto —respondió Celisorprendiéndose al toparse con esmirada malévola. Esta impresión lpareció tan ridícula, que la desech
nmediatamente.Todos se encaminaron hacia la cas
Celia se dispuso a buscar a Richard
Éste ya se había cambiado de ropa y yno estaba más en el cuarto de vestirpero se encontró allí con la señor
Cameron.Estaba acomodando el smoking dRichard para la comida de esa nochesobre el pequeño diván donde dormí
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últimamente. Sus manos arrugadas surcadas por venas purpúreaacariciaban la corbata negra y la camisblanca almidonada.
—Listo —dijo cariñosamentcuando vio a Celia parada en el vano d
a puerta—. No está por aquí, milady —su viva voz, con su acento escocéspodía ser tajante al amonestar un
mucama perezosa, podía inclusivadquirir un tono disciplinario coRichard, pero desde el día en que s
nclinó enana reverencia para saludar Celia que hacía su entrada comflamante novia en el hall de medfiledsiempre había sido suave
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comprensiva; a pesar de que Celia veímuy pocas veces a la señora Camerona que se mantenía dentro del al
destinada antes a los niños y salísolamente para cierta tareas específicacomo revisar la ropa blanca y ocupars
de los trajes de Richard, cosa que ndejaba hacer a ninguna otra persona.
—¿Estará en el escritorio, tal vez
—preguntó Celia—. ¿O se habrá idota a granja?
Nanny inclinó hacia un lado s
pequeña cabeza y u ojos brillanteparecieron considerar ambaposibilidades.
—No lo sé, milady. Pruebe usted e
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a biblioteca. Generalmente acostumbra consultar ese inmenso y pesado librsobre los Marsdons cuando está con estclase de humor.
—¿Qué libro? —inquirió Celisuspirando—. Oh, Nanny… —sus ojo
suplicantes denotaban su preocupación a vieja mujer emitió un suave sonid
con su garganta.
—Ay, pobre señora, son tantas lacosas que guarda para sí, siempre lo hhecho… aún cuando era pequeñito
Recuerdo el día que llegué aquí parocuparme de él. Una semana despuéque muriera la primera lady Marsdon master Dick tenía sólo dos años. N
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había cuidado jamás un cachorrito tasolemne y callado.
—¿Le importó mucho que su padrse casara otra vez? —Celia sabía mupoco sobre el segundo casamiento de siCharles. El viejo barón se volvió
casar cuando Richard tenía doce años lsegunda lady Marsdon murió en uaccidente automovilístico mientra
Richard estaba en eton. Richard le habícontado a Celia estos detallesecamente, de mala gana, como a un
persona que tiene derecho a conocerloa pesar de lo desagradables que lresultan.
—Por supuesto que el joven señor e
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señor viejo se chifló por esa descaradcon la que se casó. Mi pobre muchachse encerró en su cuarto durante variodías, y a veces por las noches lo oílorar, y entonces… —se contuv
abruptamente y agregó con voz baja—
el pobre muchacho estaba sediento dcariño y yo era la única que podíproporcionárselo.
—¿Su madrastra…? —preguntCelia suavemente y Nanny replicó:
—Una pícara charlatana, con tant
corazón como una morsa. Lo engañó edebida forma al obre viejo, que debihaber bendecido el día que el carro latropelló. Pero lo tomó muy a pecho
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uvo un shock y demás.Celia no estaba interesada en si
Charles, que parecía solamente uenanito encogido y desmemoriado lúnica vez que lo vio en el sanatoriusto antes de morir.
—Tengo que encontrar a Richard —dijo, un poco para su adentros sonriendo inciertamente a la señor
Cameron, se dirigió al piso bajo.La biblioteca era un cuarto mu
grande, con paredes cubiertas po
paneles de roble, tal cual el baróvictoriano la había dejado. La luexterior se filtraba por unas ventanacuyos llamativos cristales de color s
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suponía que representaban escenas depoema de tensión, idylle of the king. Ecuarto olía a encierro y a rancio.
Celia descubrió a Richard en urecoveco, parado frente a un atril. Lventana ubicada encima de él mostraba
mordred mirando maliciosamente Guinivere y Lancelot. El traje verdclaro de mordred proyectaba una lu
amarillenta sobre el inmenso libro questaba abierto sobre el atril. Richard lestudiaba con preocupación, y por l
fijeza de su mirada, ésta parecíconcentrarse solamente enana sola fraso palabra.
—¿Qué estás leyendo, querido? —
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preguntó Celia suavemente. Su maridse sobresaltó. Cerró el libro de golpe una nube de polvo voló hacia la ventana
—Creía que te habías ido con lootros a Ightham mote —dijo. Aenderezarse, el azul oscuro del casco d
Lancelot se reflejó en la cara dRichard, otorgándole una palideenfermiza y un extraño aspect
ndefenso. —Todavía no —dijo ella—. Y n
ré si tú no quieres, aunque n
entiendo… oh, mi querido, si tan sólquisieras explicarme. —No hay nada que explicar. Haz l
que te parezca. Yo me voy a la granja.
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Ella se puso rígida y su corazócomenzó a latir con fuerza desordenadamente. Lanzó una mirada aibro. Era grande, encuadernado en u
grueso pergamino amarillento, con ubasilisco, el emblema de los Marsdon
grabado en oro en la tapa. —¿Puedo ver el libro? —pregunt
ella—. ¿Puedo ver qué es lo que t
nteresa tanto?Por un instante le pareció que se ib
a negar, pero luego rió secamente y l
dijo: —Por supuesto. Es La Crónica dos Marsdon, contienen más d
quinientos años de historia de la famili
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—hizo un gesto y dio un paso atrás.Ella abrió el libro al azar y mir
azorada una página cubierta por unescritura antigua, un laberinto dfiruletes y adornos y un borrón aquí allá. Bajo esa luz vacilante y coloread
resultaba difícil inclusive distinguir linta desteñida.
—No puedo leer esto —dij
frunciendo los ojos tratando de descifraalgo que parecía ser una fecha. Parecídecir «iij jun».
—No creí que pudieras —cerró eibro y lo colocó en un estante alto junta otros volúmenes encuadernados epergamino.
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—Pero tú sí puedes —ella puso smano sobre la de él—. ¿Richard, haalgo en esa crónica de familia que creeque relaciona el pasado con el futuro?
Hubo un breve silencio, ella nestaba muy segura de su expresión, l
pareció que se le dilataban las pupilapero luego se encogió de hombros.
—¿No sería algo tonto si pensar
semejante cosa? ¿Acaso el pasado no herminado para siempre? —dirigió un
mirada a la mano que estaba apoyad
sobre su brazo; a la alianza de oro y apesado anillo de los Marsdon, y a pesade que no se movió, ella sintió uescalofrío, una retirada.
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—Por el amor de Dios, Richard¿Qué es lo que pasa? Fuimos tan feliceen portugal. Estábamos tan cerca. Ymismo aquí cuando volvimos…nclusive después que murió tu padre
Era tan lindo vivir contigo. Era com
estar en el cielo. ¿Qué ha sucedido? Ncreo que se trate de otra mujer, perambién es cierta que las mujeres so
engañadas frecuentemente.Los hombros de Richard s
sacudieron levemente, como si quisier
quitarse un peso de encima.Su mirada se suavizó y le habló coesa ternura burlona que no había oíddurante todos esos meses.
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—No, mi pichona, ninguna otrmujer. Una es suficiente. Lo único qusucede es que te casaste con un pesadmalhumorado. Tampoco puedentenderse él mismo —le besó violent rápidamente, como antes, apoyando l
mano suavemente contra su pechzquierdo—. Ve a vestirte, está
escandalizando esta vieja biblioteca.
Ella bajó la vista y se dio cuenta dque su salida color oro estaba abiertadejando ve su bikini turquesa y buen
parte de su esbelta y bronceaddesnudez. —Lo siento —dijo riendo con ciert
alivio en su voz y cerró la salida.
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—Eres una buena chica —dijRichard—. Caritativa con todos, pero mí me parece que esa mujer es siniestra
Celia apenas notó el sorprendentadjetivo, debido a su esperanzadexcitación. Alzó la vista hacia dond
estaba La Crónica de los Marsdon, eel último y oscuro estante y le hizo unmueca.
Subió corriendo alegremente por laescaleras hasta su cuarto, silbando la vien rose.
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Capítulo 2
Celia y la mayor parte de sunvitados zarparon rumbo a Kent a lares y media.
Edna y George Simpson no fueronEdna tenía jaqueca y cuando estuvieroos dos a solas, le indicó a George l
que debía hacer. —Tú te quedarás aquí, por supuestoTal vez sir Richard quiera hablar dnegocios contigo cuando vuelva de lgranja y además no tenemos por qusometernos a los caprichos de esnorteamericana.
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George suspiró. Le entusiasmaba ldea de la excursión pero sabia muy bie
que no debía discutirle a su mujecuando tenía la cara arrebatada, ojorelampagueantes y olía fuertemente menta.
—Lady Marsdon parece muagradable —dijo él—. Me he dadcuenta que a ti no te gusta, aunque n
entiendo bien por qué, y una esposflamante puede ejercer bastantnfluencia sobre su marido. Sería un
pena poner en peligro nuestra relaciócon clientes como los Marsdon, han sidfieles a los Simpson desde miochocientos ochenta.
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Edna lanzó un bufido, se acostó en lcama y cerró los ojos.
—Eres un pobre gusano, Georgesiempre lo has sido. Sé que yo puedcomportarme decentemente pero npienso adular a esos yanquis vulgare
por nada del mundo, de modo qucuídate bien de ir a ese Ightham mote
o degusta ese nombre.
Cundo George salió, cerrandsuavemente la puerta, el fastidio dEdna se transformó en un confus
nterrogante. Comprendía perfectamentbien que no existía razón alguna parque no le gustara ni siquiera el nombrde un lugar del que nunca había oíd
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por una mujer. Las otras fuerodemasiado fáciles.
Nada deportivo. Lo cual desvió supensamientos haciéndolo desear questuvieran ya en la época de caza poder dan un buen galope con lo
perros. Dio una pitada a su pipa prosiguió mirando a Myra, lo que no lmpidió observar que la señora Taylo
era a su vez bastante atractiva. Lodientes un poco largos, quizás, y de smisma edad en realidad, a pesar de l
cual seguía siendo bonita, en su estilrubio y algo regordeta, pero no tenívida, ni sex-appeal, un poco parecida su ex esposa Peggy, una mujercit
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agradable. Se había divorciado eérminos amistosos y seguí
escribiéndole unas cartas cariñosadesde la casa de su hija en cornwall.
Igor conducía el jaguar, siguiendo ebentley de Myra. Celia le había pedid
que manejara él, en parte porque sabíevidentemente que le gustaba y en partporque últimamente se ponía nervios
cuando manejaba, circunstancia que nograba entender como tampoco lo
otros nuevos y angustiosos síntomas
Había sido un volante experto desde lodieciséis años y desde entonces habímanejado toda clase de autos; hasta emes anterior había gozado manejando e
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aguar. Y ahora no. Pero, pensó Celiradiante todavía por la afectuosdemostración de cariño de Richard en lbiblioteca, me sentiré mejor ahora, manimaré inclusive a contarle a Richarestas tonterías nerviosas.
Sue blake ocupaba el asientdelantero junto a Igor y charlaba cogran entusiasmo, dirigiéndose a Celi
por lo general, pues Igor estaba muconcentrado en el camino.
—¡Oh, Celia, Inglaterra es ta
bonita, tan verde, y esas casitas con suechos de paja, parecen escapadas de ualmanaque que teníamos en la cocina dmi casa! Nunca había visto antes tanta
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ovejas; y los corderitos son tadeliciosos y ¿Qué son esas extrañacosas puntiagudas allí en el campo?
—Hornos para lúpulo —contestCelia sonriendo y explicó algo sobre lcosecha del lúpulo y la fabricación de l
cerveza.Celia advirtió distraídamente que e
hindú que estaba sentado al lado de ell
estaba muy callado, que tenía los ojoentrecerrados y que su cara delgada bronceada tenía una expresión como s
estuviera escuchando algo en su interior —Disculpe la vehemencia de Suedoctor Akananda —dijo riendo—nglaterra debe ser historia vieja par
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usted.Él le dirigió un breve y compasiv
mirada. No precisamente compasivapensó ella sorprendida, algo másemejante a lástima, lo que resultabgualmente molesto y gratuito.
—¿Por qué me mira de ese modo—inquirió involuntariamente.
Jiddy Akananda se disculpó con un
sonrisa. —Lo siento, lady Marsdon, m
gustaría transmitirle mi simpatía
ofrecerle toda la ayuda que puedbrindarle en las tribulaciones qupuedan sobrevenirle. Traté de impedirlque viniera hoy, pero usted no me oyó.
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—¿Tribulaciones? —repitió ellagudamente—. ¿Qué quiere decir?
Él levantó su mano delgada y le toca frente en el entrecejo, un toque ligero
como una bendición, sin embargo fuambién como una descarga eléctrica, u
fuerte resplandor que atravesó scabeza.
—Usted debe —dijo é
ranquilamente, como si fuera parte duna conversación—, mantenerse firmen su rumbo, tener fe, pues pued
resultar seriamente golpeada durante lempestad que mucho me temo se estpreparando.
Celia arqueó las cejas y hubier
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nsistido con las prguntas pero Sue oyas últimas palabras de Akananda y di
media vuelta para decir jocosamente: —¿Tempestad? Doctor Akananda
o hay duda que los hindúes tienen uespíritu poético, siempre lo he oíd
decir. Lo que es en Kentucky no se noocurriría pensar que este cielo presagiuna tormenta.
—Supongo que no, pequeña —uchispazo benevolente iluminó los ojode Akananda—. Sin embargo ha
muchas clases de tormentas. Laexteriores en la naturaleza; las interioreen el alma.
Sue rió e hizo un puchero.
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—Usted es terriblementdesconcertante, doctor ¿O deberídecirle señor guru? Siempre tuve ganade conocer uno de ustedes desde que mhermano Jack partió con gran entusiasmpara ver al maharishi y se lo pas
haciendo yoga y meditando. Jack sconvirtió en un verdadero hippie durantun tiempo, —explicó—. Mamá y pap
estaban desesperados. Pero me parecque ya se le pasó. Se cortó el pelo, dejde fumar pasto y ahora sale con un
chica encantadora. —Qué suerte —dijo Akanandsonriendo. Sue se dio vuelta parresponder a un comentario de Igor y e
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hindú dirigió una mirada a Celia—. Sprima es encantadora y muy jovenTambién es afortunada. Creo que la vidno tendrá problemas para ella.
—¿Predice usted el futuro? —preguntó Celia con un dejo sarcástico
o le había gustado la amenazmplícita en la alocución de Akanand
sobre tempestades, especialment
porque sentía cierto atractivo por eshombre. Una radiación emanaba de spersona, como si fuera un halo de lu
que lo rodeara. Y eso también es unontería, pensó. —No soy un adivino —replic
Akananda tranquilamente—. Per
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gracias a mucha disciplina entrenamiento percibo más sensacioneque la mayoría de la gente. Usted tienrazón, en efecto, al penar que yo estabratando de prepararla para un difícirance. Tanto como eso me est
permitido. También se me permite, nclusive ordena, que la ayude lo mejo
que pueda. Y a pesar que todos debemo
pagar nuestras deudas kármicas, ldivinidad que está sobre karma enfinitamente misericordiosa; con l
ayuda de Dios y sus propias accioneusted puede ser capaz de reducir unestocada a un alfilerazo. Todo depende.
Celia estaba mirando por l
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—¿Pero sus padres no eran católicoromanos, verdad?
—Oh, no, pero sí lo era la mejoamiga de mi madre y a ellos les parecique era un lugar bueno y seguro pardejarme. Yo me sentía sola y aburrida
realmente desgraciada… y antes de es—agregó quejumbrosamente—, fudurante un tiempo la Christian science
porque mi gobernante era un miembro desa secta. En chicago iba los domingos as clases de catecismo. Pero m
gobernanta se fue. Y mi madre se dedica la teosofía. Yo devoraba todos loibros que ella leía y me parecía
fascinantes. Pero después que mi padr
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murió… —¿Su padre no tenía inquietude
religiosas? —Ninguna en absoluto, se reía de m
madre y decía que esas tontería erasolamente para las mujeres, que a él l
bastaba con el sentido común. —¿Y usted está de acuerdo con es
dea?
—Creo que sí —dijo Celia—. Mvolví algo cínica con el correr de loaños. Veía a mi madre entusiasmada
enredada con charlatanes. Numerólogo astrólogos que cobraban quinientodólares por una «lectura» con usignificado tan impreciso que uno podí
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nterpretarlo como más le convinieraCuranderos de palabra que no eracapaces de curarse ellos mismos y uogui en california que predicab
pureza, sublimidad y continencia y qurató de seducirme un día que mi madr
había salido. Fue horrible. —¿Se lo contó usted a su madre? —Oh, sí, por supuesto —Celi
pareció sorprenderse con su respuest—. Ella nunca se asusta demasiado nhace gran alboroto.
Siempre le conté todo. Se mostrmuy apenada, me tranquilizó y lescribió una carta furibunda al yogu
unca volvimos a verlo, por supuesto.
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—¿Y ahora usted teme que la señorTaylor se haya enredado con otro yogui—preguntó Akananda divertido.
Celia se sonrojó. —Oh, no es eso lo que quisier
decir. No sé lo que quiero decir y quier
mucho a mi madre, confió en ella aúcuando comete errores. Siempre loreconoce y sigue teniendo fe en la gent
a pesar de sus equivocaciones. —Su madre —dijo él pausadament
— es una magnífica mujer. Busca l
verdad y muchas veces logrvislumbrarla. El vínculo entre ustededos es muy fuerte.
Ella asintió algo exasperada. N
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quería hablar sobre Lily. Toda esconversación la hacía sentirsncómoda.
—Oh, mi madre es muy buena. Y mvida entera debería andar muy bien dahora en adelante. Estoy segura que as
será.Akananda suspiró. —Así es, pero hay algo que uste
quiere a todo trance pero que no estmuy segura de ello… comprender a smarido. Me temo que entre usted y s
ambición se interponen insólitabarreras del pasado —fue unafirmación perentoria.
Celia dio un respingo y apretó la
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mandíbulas. —¡Qué comentario ridículo doctor
Las pequeñas reyertas son muy comuneen todos los matrimonios. No sé que eo que se propone de todos modos.
Akananda meneó su cabeza:
—Pobre niña, en su interior márecóndito usted sabe muy bien lo ququiero decir. ¿Por qué traga y jadea co
anta frecuencia, por qué le tiemblan lamanos?
Ella apretó las manos fuertemente.
—Nervios —dijo enojada—. Todel mundo exhibe síntomas nerviosos ealgunas oportunidades. Suspenda losondeos. No tiene ningún derecho y n
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me gusta. —Es bastante razonable y es s
privilegio —hablaba con pacientdignidad—. No obstante ello, sorealmente un médico, he estudiado en luniversidad de calcuta, luego en Oxford
en guyʼs hospital y después dos años dpsiquiatría en maudesley en LondresSoy además un discípulo de ese gra
maestro universal que durante un tiempse llamó nanak.
—¿Está muerto? —preguntó co
creciente furia. —Ha dejado de habitar un cuerpo —dijo Akananda—. Ha sobrepasado lmperiosa disciplina kármica de l
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reencarnación. —Oh, eso —dijo ella—. Supong
que debe tener sentido, pues de qué otrforma se explica que inocentes criaturanazcan mutiladas, ciegas… ¿Por quesas terribles injusticias? Oh, sé qu
medio mundo cree en la reencarnación, nclusive ciertos párrafos de la Bibli
parecen inclinarse hacia ella. ¿Pero po
qué no podemos recordar las vidaanteriores?
—Porque esos recuerdos serían po
o general un peso intolerable que Diosnfinitamente misericordioso, hdecidido evitarnos. Y en cuanto a estSe refiere lady Marsdon ¿Tiene uste
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memoria consciente de los dos primeroaños de esta vida?
Celia meneó negativamente lcabeza.
—¿Pero qué diferencia hace? —estaba cansada, agotada, aburrida con e
ema. Y seguía sintiendo ciertresentimiento hacia Akananda por habenterrumpido su esperanzado humor—
Usted no parece ser el tipo de hombrque se molesta en venir a pasar un fin dsemana tan poco interesante —dij
enojada—. Considerando además qucasi no conoce a mi madre ni al resto dnosotros.
Él guardó silencio, dudando si debí
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o no responderle con franqueza. Intuysu malhumor y lo comprendió, pero acabo de un momento decidió decirle lque sabía era la verdad.
—No quiero molestarla, mi queridniña, pero creo que las he conocido
usted y a su madre en una vida anterioraunque no sé en qué lugar. Mi presenciaquí tiene un motivo. Y usted también h
conocido a algunos de sus huéspedes euna vida anterior. Estoy seguro de elloLa gran ley kármica la ha llevado ahor
hasta el borde de un precipicio dondendrá lugar una batalla. —No me diga —dijo Celi
encogiéndose de hombros—. Espero qu
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ganen los buenos —abrió la carterasacó su lápiz labial y comenzó a pintarscuidadosamente. Su mano no temblabano sentía más un nudo en la gargantaSentía solamente cansancio.
—¡Mira Sue! —tocó el hombro de l
muchacha—. Allí, en esa hondonadaésa debe ser la casa que vamos a visitarMira, tiene realmente un foso!
La muchacha miró hacia dondseñalaba Celia y se quedó boquiabierta
Myra giró y avanzó lentamente co
su auto por el portón abierto. Igor lsiguió. Los autos se detuvieron junto aucamino de grava. Sus ocupantes sbajaron y avanzaron todos juntos s
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quedaron quietos durante un momentocontemplando la residencia iluminadpor el sol que resplandecía en sus teja ladrillos, y hacía brillar comopacios sus piedras cubiertas poiquen e interrumpidas aquí y allá po
relucientes vigas de roble recluidosolitario, encantador, Ighthadescansaba soñoliento circundado po
su foso, dando a primera vista a suvisitantes una romántica sensación dpaz.
El primero en hablar fue Igor. —¡Maravilloso, señora TaylorSencillamente fantástico! No tenía l
menor idea de que existiera semejant
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ugar y tan cerca de Londres. ¡Teníaque ser unos norteamericanos los qunos hicieran conocer nuestro país! Miraesos colores suaves pero brillantesobre esa faja de verde esmeralda. Spudiera conseguir esos tonos en lo
géneros… —frunció los ojos y con sumanso juntas parecía enmarcar distintasecciones—. Menos mal que se m
ocurrió traer el polaroid —corrió haciel auto en busca de su máquinfotográfica.
Harry y Myra se volvieron, tambiéhacia Lily. —Sumamente pintoresco —dij
Harry—. Realmente valía la pena verlo
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aunque debe costar una fortuna smantenimiento.
—Con toda seguridad —asintiMyra, echando una mirada apreciativa a casa, el pasto bien cortado ylo
canteros de rosas y peonías—
Encantador. Me pregunto cómo hará epropietario para conseguir personasuficiente. No me gustaría tener qu
vivir aquí, prefiero mil veces ucómodo departamento en eaton squarepero me parece precioso.
Lily se sintió complacida y dejó dpreocuparse por el éxito de sexpedición.
—¿Estás contenta de haber venido
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querida? —le preguntó a Celia pero snterrumpió—. Oh, este debe ser el guía
dijeron que habría uno esperándonos.Una mujer madura vestida con u
sencillo vestido floreado cruzó con pasrápido el puente de piedra en direcció
a ellos. —¿Es el grupo de la señora Taylor
—preguntó sonriendo—. Por lo genera
este lugar solamente se visita los viernepor la tarde, pero su dueño ecomprensivo y autoriza cierta
excepciones cuando está ausenteEspecialmente si se trata dnorteamericanos, ya que él también les.
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—Muy amable de su parte —diLily retribuyendo la sonrisa—. Erealidad no somos todonorteamericanos, esta es la duquesa dDrewton. Sir Harry Jones y el señor Igoson inglesas, el doctor Akananda, y est
es la señorita susan blake y mi hija ladMarsdon, nosotras somos lanorteamericanas.
La guía pareció algo sorprendidaaún cuando sabía que lonorteamericanos solían hacer una
presentaciones complicadas. Miró coatención a la duquesa cuya fotografíhabía visto en el «illustrated londonews» y se sorprendió de su presenci
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en ese lugar. Aunque en realidad era ugrupo asaz extraño, con un hindú, un sifulano de tal, un joven rubio con unombre raro y «mi hija, lady Marsdon»que se había apartado de los demás, estaba mirando la torre de piedra co
extraordinario interés. —Bien —dijo la guía encogiéndos
de hombros—. Comenzaremos la gira e
este puente, recordando que la mansiófortificada original fue construida por ucawne o bien por un de Haut durante e
reino de eduardo tercero, suponemoque alrededor de mil trescientos setentao ha sido posible identificar a todo
os primitivos dueños, pero encontrará
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una lista de ellos en el dorso del folletoTal vez les interese echarle un vistazantes de iniciar la gira —la guía leentregó lo folletos—. Cuestan seipeniques cada uno si quieren guardarlo—agregó.
Myra rehusó amablemente epanfleto.
—Me temo que no soy tan afecta
nspeccionar paso a paso las casaviejas —dijo—. ¿Y tú, Harry? —Harrmeneó la cabeza—. Entonces lo
esperaremos afuera —agregdirigiéndose a Lily—. Degustan muchos jardines —echó una mirada a s
reloj pulsera de diamantes—. Los bare
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no deben estar abiertos todavía y mvendría muy bien un trago; pero tenemoel termo con té en el auto. Podríabuscarlo, Harry.
Myra se alejó con su admirador. Igoambién prefirió quedarse afuera
fotografiando entusiasmado los efectode luz a lo largo del foso.
—Bueno —dijo Lily alg
desilusionada—. Nosotros queremos veodo —miró al doctor Akananda y a Sue luego más cautamente a Celia—. ¿Qu
e sucede, querida? —dijo riendo—Parece atontada.Celia dio un respingo. Dirigió un
rápida mirada al foso.
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—Estaba mirando los cisnes —docisnes avanzaban entre los juncos verdepor debajo del puente.
—Ah, sí —dijo la guía—. La reinen persona nos ha regalado un casal da bandada real, después que lo
marcaron. Veamos ahora esta torre dentrada que tiene una característicpeculiar. Pueden ver ustedes esta piedr
cortada en zigzag aquí, esto es erealidad un invento para que los questaban dentro de la casa pudieran ve
sin correr peligro a cualquier personque quisiera entrar. Muy ingeniosoPasemos ahora al patio, totalmentrodado por las construcciones, alg
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pequeño de acuerdo a los de la épocaEsos cepos que están allí cerca devestíbulo fueron usados frecuentementcomo instrumentos de castigo.
—¿Castigo? —repitió Sue azorad—. ¿Hay también una mazmorra dond
orturaban a la gente? —Hay una mazmorra —contest
pacientemente la guía—. Casi debajo d
a torre de entrada, pero no lmostramos, es demasiado oscura peligrosa.
La guía dirigió a su grupo hacia eado este del patio cubierto poadoquines y abrió el cerrojo de unpesada puerta de roble.
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—Esta entrada conduce al vestíbulque antecede al gran salón. Durante eúltimo siglo se hicieron algunos cambioen la estructura de este lado del salónsalvo esas modificaciones hpermanecido tal cual ustedes lo ve
durante quinientos años.Lily, Sue, Akananda y Celia entraro
al salón que súbitamente se iluminó co
a luz del sol que entraba por laventanas altas separadas por columnaen la pared izquierda. La guía prosigui
señalando detalles: las primitivas vigade roble del techo, las molduragrotescas que adornaban los voladizodel siglo catorce, las tapicería
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flamencas.Lily y Sue lanzaban entusiasta
exclamaciones. Akananda observaba Celia. Ésta tenía la cara arrebatada, lboca abierta y podía oírse srespiración entrecortada.
El médico hindú la tomó suavementdel brazo, y la condujo a un asientubicado debajo de la ventana
advirtiendo que su pulso estaba muacelerado.
—Ese fragmento de armadura qu
está sobre la chimenea —dijo la guímajestuosamente— se encontró cuanddesagitaron el foso hace muchos añossegún los expertos debe habe
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pertenecido a un soldado de roundheados dirigiremos ahora hacia la viej
cripta y luego al piso de arriba ¿Lsucede algo, lady Marsdon? —preguntal darse la vuelta—. Parece no sentirsbien… ¿Será el calor quizás?
Celia oyó la pregunta como si se lhicieran desde muy lejos, como si fueruna conexión deficiente enan
elefoneada trasatlántica. Se pasó lengua por los labios y dijo:
—Estoy bien, debe ser el calor
seguramente.Lily hizo un movimiento impulsivo estuvo por acercarse a su hija pero sdetuvo al advertir que Akanand
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meneaba imperceptible permperativamente la cabeza.
—Yo me ocuparé de ella, señorTaylor.
Lily obedeció inmediatamente lprohibición que leía en sus ojos. Ella s
ranquilizó como él quería que sucedier volvió junto a la guía.
—Estoy impaciente por ver el rest
de este lugar tan fascinante. —Yo también —dijo Sue—. ¿Par
qué es esa pequeña puerta junto a la otr
más grande en esa pared? No parecconducir a ningún lado. —Oh, esa —dio la guía sonriend
—. Es un nicho donde encontraron e
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esqueleto de una muchacha cuandreconstruyeron esta pared en miochocientos setenta y dos.
—¡Un esqueleto! —exclamó Suentusiasmada—. ¿Qué estaba hacienden la pared?
—Me temo que la pusieron allí. Ealgo desagradable, pero esto sucedió emuchas casas viejas, siglos atrás.
—¿Quiere decir que la tapiaroviva? —Sue miró azorada al nichpequeño y vacío—. ¿Dónde está ahor
el esqueleto? —Ah, eso sí que no lo sabemos —dijo la guía, aburrida con una preguntque había oído tantas veces—
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Seguramente dispersaron los huesos…si son tan amables como ara seguirmpor aquí…
Sue no estaba satisfecha. —¿Pero no saben cuándo la tapiaro
ni quién era? ¿Y su fantasma se aparec
por aquí?La guía respondió con ciert
sequedad.
—Se dio que el esqueleto debía seel de doña Dorothy Selby, quien ssupone que fue la que advirtió a
parlamento respecto del complot de lpólvora. Los Selby vivieron aqudurante trescientos años pero no puedhaber sido el esqueleto de doñ
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Dorothy, porque tenemos un retratauténtico de ella colgando de lescalera, y en él está pintada como unmujer vieja. Y en cuanto a fantasmas, sque a ustedes los norteamericanos leencantan esos cuentos.
—¡Por supuesto! —exclamó Sue—Son muy interesantes! ¿No es verda
Lily?
Lily asintió. —Mucha gente se interesa en l
psíquico. Siento muchísimo qu
Medfield place, la propiedad de merno en Sussex no tenga ningúfantasma. Pero he oído decir que aquhay muchísimos.
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—Más bien —respondió la guía—unca he visto ninguno, pero se dice qu
puede entirse una presencia helada en ecuarto de la torre y creo que lexorcizaron. Hay otras leyendas sobrcaballeros con armaduras
fantasmagóricos ruidos de cascos, umonje negro con una soga alrededodescuello, pero nunca oí mencionar a
fantasma de la muchacha tapiada —con gran determinación condujnuevamente a las dos mujeres hasta e
vestíbulo.Celia permaneció sentada en easiento de la ventana junto coAkananda. Su rostro había perdido tod
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color, estaba pálido y cubierto por gotade transpiración. Se recostó contra ehombro del médico.
—Me siento mal —susurró—. Mumal. No puedo respirar.
Akananda apoyó firmemente l
palma de su mano contra la frente dCelia. En medio de oleadas de náuseasella sintió una reconfortante presión.
Se enderezó lentamente y abrió loojos.
—¿Dónde se ha metido mamá? —
preguntó—. ¿Dónde están mamá y Sue—hablaba con la voz de una chicuelalarmada. Su mirada lánguida se pasepor el salón sin detenerse al pasar por e
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nicho. Él observó que tenía las pupilaan dilatadas que los ojos parecían ta
negros como los suyos. —Fueron con la guía a recorrer e
resto de la casa —respondiranquilamente—. Creo que mejor ser
que usted venga afuera conmigo iremoal jardín a buscar a la duquesa.
—Este lugar —repitió ell
frunciendo el ceño y mirando poencima de él el artesonado del techoCuando volvió a hablar, él se sorprendi
al notar una distinta inflexión en el tonde la voz. Era un poco más alta, no teníel menor dejo de acento norteamericanosin embargo la calidad tonal n
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pertenecía tampoco al inglés que éconocía. Tenía una extraña cadencicuando dijo—: este lugar eabominable. Sin embargo no puedo huirPorque debo verlo. Mi amor estesperándome en secreto. ¡Jesús
perdónanos Se santiguó con una manemblequeante.
Akananda meneó la cabeza. Intuí
algo de lo que estaba oculto para ella para cualquiera de las almas quuchaban y que estaban enredada
ciegamente en las consecuencias de unragedia del pasado. Pero como estaalmas tenían libre albedrío, él no podíprever el resultado. Sus pensamiento
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volaron hacia el elevado ashram en ehimalaya donde había pasado parte dsu niñez bajo la tutela de varioluminados y especialmente de nana
guru. Al codiciado recuerdo se le uniuna humilde plegaria implorand
sabiduría. —Salgamos al jardín, hija mía —
dijo apoyando su mano en el brazo d
Celia pues ésta ya se había puesto de pi—. Has aguantado bastante. El velprotector ya ha sido roto.
De un sacudón se libró de la mande Akananda. —¡Déjeme en paz —exclam
enojada—. Tengo que estar siempr
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unto a él. Tengo que contárselo —sacarició el vientre—. He cobrado vidaEsta mañana lo sentí moverse.
Akananda la miró fijamente percibió un ligero cambio, como si otrcara se reflejara fluctuosamente en la d
Celia Marsdon. El contorno se habíhecho más ovalado, los labios mágruesos y más atrayentes, las cejas má
arqueadas y los ojos brillaban intensos apasionadamente.
—Lady Marsdon —dijo en un ton
ranquilo destinado a penetrar en snterior—. ¿Quiere usted decirme questá embarazada de sir Richard?
Ella hizo un gesto impaciente.
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—¿Se está usted burlando de mí? —preguntó—. No conozco a ningún siRichard, Stephen es mi verdaderamor…
Dio media vuelta y salió corriendpor la puerta. Akananda la siguió d
cerca. Subió rápidamente por la pesadescalera jacobina. Al llegar al descansse detuvo y se llevó una mano a lo
abios. —Oigo voces. Nadie debe enterarse
Ella nos pescó una vez —Celia s
aplastó contra un rincón.Las voces eran las de la guía, Lily Sue, que estaban examinando la ventana través de la cual las damas de lo
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siglos pasados podían observadiscretamente las reuniones masculinaen el gran salón de abajo.
—Y ahora —decía la guía—visitaremos la habitación del sacerdot la capilla estilo Tudor. La capilla e
una verdadera joya. Fue construiddurante el reinado de Enrique octavoiene un artesonado de valo
napreciable, una cúpula abovedadpintada y algunos vitrales muy bonitos…—una voz se perdió al alejarse el grupo
Celia salió del rincón. —Se fueron —murmuró.Atravesó lentamente el pasillo y un
antecámara seguida por Akananda. E
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esos momentos estaba totalmente ajena su presencia y hablaba en voz altmientras avanzaba por un pasillo oscuro
—¿Dónde está la puerta? Él no ecapaz de cerrarla con llave para que yno pueda entrar. ¿Estará en el altar? A
esta hora tan avanzada de la noche no lcreo. Aunque en realidad reza un pocdemasiado.
Entró a una pequeña alcoba quenía una chimenea y que conducía a l
capilla.
—Stephen —susurró con urgenci—. Es muy poco amable esconderse —de repente levantó la cabeza y fijó lmirada en una oscura viga del techo—
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¿Qué es eso…? —susurró—. Eso negrque cuelga de allí… ¿Qué es eso?
Akananda no se movió. La luz desol que entraba por las ventanas de lcapilla iluminaba la alcoba vacía.
Celia dio un paso en dirección a l
chimenea. Levantó los brazos poencima de su cabeza y comenzó a damanotazos al aire. Cayó de rodillas
anzó un grito tan desgarrador, tapavoroso, que resonó en los silenciosocuartos de la mansión como una siren
antiaérea.La guía apareció corriendo, seguidde Lily y Sue. Durante un instante squedaron absortas mirando a Celia qu
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estaba tirada en el Suelo hecha uovillo, y Akananda inclinado sobre ellaagarrándole la muñeca.
—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? —exclamó Lily, besando a su hija acariciándole angustiada su pel
castaño. —Se ha desmayado —dijo el hind
—, pero pronto estará bien. Tal vez l
mejor sería llevarla a una cama. —¿Qué fue ese ruido espantoso? —
exclamó Lily—. ¡No pudo haber sid
Celia Akananda no dudó. Estaba segurque ya no era posible escapar a losufrimientos, pero por lo menos trataríde evitarle a la pobre madre todo lo qu
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pudiera —¿Se oyó algún ruido eespecial? —inquirió—. Yo estabpreocupado por lady Marsdon.
La guía inmediatamente dio señalede un amargo alivio.
—No lo duden, fueron las cañerías
Se sorprenderían si oyeran los silbido golpes producidos por los caños
Estas casas viejsa no han sid
construidas para tener baños.Se acercó para ayudar a Akananda
a los demás a levantar a Celia.
—La cama más próxima está en eala privada del dueño —dijo. Miró Celia y agregó—: pobrecita ¿Le dan menudo esos ataques? Una prima mí
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solía tener ataques.Lily, a pesar de lo asustada qu
estaba, se las arregló para decindignada:
—Celia no tiene ataques. Nunca lhe visto desmayarse. Pero claro está
usted sabe que las jóvenes esposas…odo es posible… —sonrió débilmente
se encogió de hombros.
La guía aceptó esta teoría como asambién Sue, que inmediatamente pas
revista a todas las cosas que había oíd
respecto a los embarazos y se puso observar con renovado interés a Celique seguía inconsciente.
Al cabo de veinte minutos Celi
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reaccionó por completo, sintiéndoscasi normal. Ocultó a todos que no tenía más remota idea de lo que habí
pasado desde que se bajó del auto y sacercaron al puente que atravesaba efoso.
La guía hizo salir al grupo por lpuerta de la torre, aceptó las propinas su paga y desapreció.
Encontraron a Igor que seguísacando fotografías; Myra y Harrflirteaban en un banco cerca de l
piscina de adorno. Cuando el grupo sreunió junto al puente, Myra los recibiamablemente.
—¿Y, fue realmente interesante l
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gira? Hace apenas una hora que sfueron.
—Fue fascinante —comenzó a deciSue—, pero creo que no vimos todporque mi prima Celia… —y snterrumpió lanzando una mirada absort
a la extensión de campo que se extendímás allá del foso—. ¿Qué es eso? ¡Efabuloso!
Todos miraron hacia donde apuntabel dedo de Sue.
Myra rió.
—Eso, mi querida, es un pavo real este en especial es una verdadercalamidad. Creo que se llama Napoleónsegún nos dijo el jardinero al qu
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uvimos que pedir ayuda para evitar quese maldito pájaro siguiera dandpicotazos a su imagen reflejada en lpuerta del auto. Pájaro agresivo consentido, como todo macho.
Lanzó una mirada de soslayo
Harry. Él le contestó con una cariñosrisita ahogada, y deslizó suavemente sdedo por el brazo desnudo de ella.
—Le sacaré una fotografía apoleón especialmente para ti —
ofreció amablemente igo a Sue—. Per
esos azules y verdes iridiscentes se havisto ya hasta el cansancio. Muchillones.
Aunque tal vez podrían quedarl
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bien a usted, duquesa. ¿Quiere qupruebe de mezclarlos en un vestido darde?
Myra se encogió de hombros. —Gracias, querido Igor, pero n
pienso pagar doscientas guineas por u
vestido de tarde, chilón o no, guarde salento para las artistas de cine —estuv
a punto de decir «las norteamericanas»
pero inclusive la egolatría de Myra shabía visto interferida por algo extrañconcerniente a la señora Taylor y s
hija, su silencio total y una expresión dpreocupación y agotamiento en lpequeña cara de Celia. Myra recibió unextraña impresión pues Celia le trajo
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a memoria el rostro de la mujer de unde los labriegos de la propiedad de spadre en Cumberland, una mujer a la qua madre de Myra siempre se referí
como trágica, sin que Myra nuncograra saber por qué. De todos modos
a susodicha mujer se había arrojado ahogado en el río irthing y la pequeñMyra, que contaba entonces diez años
sólo había conseguido oír fragmentos do que contaban los horrorizados
acongojados mayores. A Myra l
disgustaban los recuerdos desagradable desechó rápidamente este. —¡Los bares ya deben habe
abierto! —dijo—. ¡Vayamos a un
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cualquier para juntar fuerzas para eviaje de regreso a Medfield Sdistribuyeron en los autos igual que parel viaje de ida, y se dirigieron a upueblo cercano llamado Ivy Hatch.
Llegaron a Medfield a las siete de l
arde. Richard salió de la casa parrecibirlos.
—¿Se divirtieron? —preguntó e
ono cordial. Ya estaba vestido dsmoking, que le sentaba a las mimaravillas.
Myra olvidó instantáneamente Harry y dirigió una sonrisa lánguida dRichard.
—Te extrañamos, querido —dij
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seductoramente—. ¡Espero que hayaconstruido un chiquero divino!
—Bastante lindo —asintió—. Usantuario para super-lechones. Pareceun poco cansada, Celia, pero mucho memo que los Bent-Warner no demorará
mucho en llegar. —Es verdad —contestó ella al cab
de un momento—. Subiré a cambiarme.
—¿Los Bent-Warner? ¿Quiénes eraos Bent-Warner?
Pero había que complacer a Richard
Era peligroso contrariarlo.Celia dio media vuelta y subió loescalones que conducían a la casapisando cuidadosamente como si n
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estuviera segura de poder mantener eequilibrio.
Richard la observó copreocupación; una vez que entraron a lcasa, llevó a Lily a su escritorio.
—¿Le pasa algo a Celia? —pregunt
—. Se comporta de un modo extraño.Lily titubeó. —No me parece. Realmente no l
creo. Tuvo una especie de desmaycuando estábamos en Ightham mote…pero el doctor Akananda dice que y
está bien. Pensé que quizás sería… —sdetuvo y un rubor coloreó sus mejillaregordetas, ligeramente maquilladas.
La mirada de Richard se hizo má
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dura. Frunció el entrecejo y dijo: —¿Usted pensó que podía esta
embarazada? Le aseguro que no.Y tampoco considero a ese hind
como una opinión médica adecuada. Sno la veo mejor cuando suba, haré veni
al viejo Foster de lewes. —Me parece una buena idea —
musitó Lily, afligida por el tono d
Richard y por la súbita forma en que ldejó allí parada. Se comporta de esorma porque la quiere, pensó Lily, y
os hombres no toleran laenfermedades. Fue una estupidesentirse herida, o agrandar un simpldesmayo, una estupidez contagiars
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con ese extraño miedo que adivinabahora en su hija. Lily cerró los ojos rató de aclarar sus pensamientos
Durante sus innumerables búsquedareligiosas había tropezado en unoportunidad con sir Thomas browns,
podía haber resumido su propia fe couno de sus aforismos.
—La vida es una llama pura,
nosotros vivimos a la luz de un sonvisible que tenemos en nuestro interio
—ella se quedó allí parada tratando d
sentir ese sol interior, esresplandeciente consuelo que hastahora nunca le había fallado realmentepero que le fallaba en ese momento.
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Y como era una mujer de acciónsubió por la gran escalera de roble golpeó a la puerta de Akananda.
Él la abrió inmediatamente y dijo siaparentar sorpresa:
—Oh, señora Taylor. Entre por favo
—estaba vestido con una bata de sedblanca y su pelo negro brillaba comresultado de una ducha reciente. Lil
uvo una impresión de gran orden impieza y advirtió distraídamente qu
el cuarto parecía muy vacío. Él debí
haber sacado los adornos, ceniceros nclusive los grabados franceses qucolgaban de las paredes. El únicadorno era un florero repleto d
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fragantes heliotropos y rosas coloradas. —Sólo quería preguntarle…
bueno… sobre Celia… y Richard mrató de mal modo. Por supuesto que es
no tiene importancia… pero nunca lhabía hecho ¿Y cuál fue realmente l
causa del desmayo de Celia? De repentodo aparece tan confuso y raro —su
ojos azules se llenaron de lágrimas.
Akananda la miró apenado. Pero nera el momento de darle laexplicaciones que él conocía.
—Rezaremos los dos —dijo—Usted en su forma y yo en la mía. Todaas oraciones que provienen del corazó
son oídas. Todo incienso sube hasta e
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cielo, no importa el perfume con quhaya sido hecho.
—Oh, yo creo también en eso —dijLily y su rostro se serenó—. Me parecque mañana por la mañana voy a ir a lglesia. Siempre me siento mejor cuand
voy. ¿Pero usted no cree en ecristianismo, verdad doctor Akananda?
—Por supuesto que sí —dijo é
riendo—. Cristo fue enviado por Diopara mostrarles el camino, la verdad a vida en el hemisferio occidental. Per
han existido otros iluminados hijos dDios. Seres iluminados que redimen a lhumanidad. Krishna fue uno de ellos buda también. Ninguno de sus principio
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fundamentales son incompatibles entrsí. Porque preceden de una mismfuente. Señora Taylor, usted comprendodo esto intuitivamente. Y eso es todo que usted precisa. La acompañar
gustoso a esa encantadora iglesia de
pueblo mañana. Es más fácil entrar econtacto con Dios en los lugaredestinados a su culto. Catedrale
cristianas, templos hindúes, mezquitassinagogas. Amuchas personas la bellezde los alrededores les es de gran ayuda
para otras esencial, y sin embargo otrade temperamento distinto pueden senticon mas facilidad al espíritu en undesnuda casa de reuniones de lo
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cuáqueros. No interesa.Lily estuvo de acuerdo con él a
reflexionar sobre lo que había dicho, yque coincidía instintivamente cocualquier filosofía optimista. Sonrió dijo:
—Sí, usted me ha reconfortadmucho y estoy convencida que laoraciones son escuchadas. No sé po
qué me sentí tan perturbada en eescritorio.
—Las oraciones… —dijo é
gravemente—, son siempre escuchadas reciben respuesta de acuerdo a la ledivina. Las oraciones son en realidaexpresiones de deseos, y los deseos
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buenos o malos, se cumplen de acuerda su intensidad. Un buen deseo traaparejada una buena acción. La maldaambién tiene gran poder. Deseo
violentos inevitablemente ponen lmaquinaria en movimiento. Est
superficie terrestre está gobernada popasiones que reencienden sobre ella ysin embargo, siempre parte de la
lusiones de maya. Mientras hayviolencia, ésta siempre será retribuidde igual manera en esta vida o en la
subsiguientes. ¿Creo que ustecomprende esto, verdad? —Bueno —dijo Lily—, en ciert
sentido creo que sí —aunque se qued
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pensando qué tenía que ver ese solemndiscurso sobre la violencia con upequeño desmayo o la inesperadagresividad de un yerno—. Leí nrecuerdo dónde —dijo pensativament— que esta generación de hippies, est
uventud florida que quierendependizarse totalmente de la
estructuras sociales, según el artículo
eran la reencarnación de todos los quhabían sido muertos en plena juventudurante la última guerra. ¿Cree usted qu
eso sea posible? —Muy posible —respondisonriendo—. Por lo menos en parte. Yesas demostraciones contra la guerra
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odio y codicia, aunque con frecuencison falsas, son síntomas de progresespiritual. Sin embargo, mi queriddama, las fuerzas que nos amenazan aquen Medfield place se remontan más atráde la primera guerra mundial y tiene
una extraña fuerza personal. —Podía haber seguido tratando d
prepararla y darle fuerzas, como l
había hecho con su hija, pero Lilsúbitamente exclamó:
—¡Cielos! Acabo de oír el ruido d
un auto. Deben ser los Warner. No voy estar lista a tiempo —le dirigió unsonrisa y salió apresuradamente rumbo su cuarto.
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La vaguedad y el aspecto dcansancio de Celia habían desaparecidcuando Richard entró en su dormitoridiciendo:
—Acabo de enterarme que tdesmayaste en Ightham mote ¿Qué t
pasó?Estaba sentada frente a su tocado
pintándose los párpados con una sombr
verde iridiscente y sus tupidas pestañacon máscara marrón.
—No sucedió nada especial —di
con una sonrisa indiferente. Algo muejano y separado por una puerta dhierro se estremeció. Hostilidad haciRichard. Seguía sin recordar nada de l
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acontecido en Ightham mote, y muy pocde la vuelta a su casa; pero teníconciencia de una alteración en susentimientos.
Richard la miró con fijeza. Esa fríndiferencia en lugar del generalment
exaltado cariño. —Bueno, me alegro que estés bie
otra vez —dijo inseguro—. No parecí
muy bien cuando llegaste. Estabpreocupado.
Ella dio media vuelta en s
banqueta. Sus ojos grises que ahorparecían más grandes por el maquillajeo examinaron tranquilamente.
—¿Lo estabas, Richard? ¿Estaba
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realmente preocupado? —se pintó loabios con un lápiz color cereza bie
fuerte, lo que no hizo sino aumentar ssorpresa. Ella siempre usaba los tonorosados pálidos que estaban de modaSe puso de pie, vestida solamente con s
breve calzón de encaje, se dirigió hacisu ropero y sacó un vestido recto sencillo de gasa color naranja. Se l
pasó por la cabeza. —¡Súbeme el cierre, por favor! —é
obedeció torpemente y cuando tocó co
sus dedos la espalda suave y bronceadaella se estremeció y se apartó.Se cepilló su pelo oscuro y ondeado
haciéndose un peinado alto, se coloc
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unos aros grandes como pelotas de golhechos con cuentas de cristal y unpulsera haciendo juego. Las cuentaenían un reflejo grisáceo, com
diamantes mal tallados y le daban uaspecto extraño, exótico.
—Creí que no te gustaba usar cosapesadas como esas —dijo él frunciendel ceño.
—¿No son «mi tipo»? —inquiriCelia suavemente—. Igor me los trajde regalo. Dice que representan «un
masa de lágrimas petrificadas». Creque eso pega conmigo. —Santo cielo Celia ¡Qu
observación morbosa! ¿Qué demonios t
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sucede? —Absolutamente nada —dijo ell
abriendo un fragante botella de shalima poniéndose un poco de perfume en e
cuello y las muñecas. El perfume habísido un regalo de Navidad que no habí
abierto todavía pues sólo usaba locioneflorales muy livianas—. Me parece —agregó—, que voy a seducir a Harry
será muy divertido quitárselo a Myra.Él no se habría sentido má
ndignado si ella súbitamente le hubier
dado una cachetada. La petulanciaaunque no era propio de ella, era algque podía comprenderse. Como tambiébromear, que había formado parte de su
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amoríos cuando eran unidos. Cuanderan unidos. Su cara se ensombreció. Lseñora Taylor creyó que Celia podíestar embarazada. Pero él no habíenido relaciones con ella desde…
bueno… desde hacía bastante tiempo ¿Y
por qué no?Porque él no había querido. Porqu
de repente el sexo se había vuelto alg
repugnante. ¡No debías haberte casadoLas palabras resonaban en su cabeza.
—La ubicación en la mesa para est
noche —dijo Celia acercando hacia ellun montón de tarjetas con borde doradque estaban sobre su escritorio—. Laescribiré bien rápido. Doce es u
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número difícil porque no quedaparejos. Ah… —agregó al ver la carde su marido—, pensaste que me habíolvidado de este pequeño detalle, ¿Nes así? A pesar de mi vulgaascendencia norteamericana a vece
consigo acordarme de mis deberesociales. Sentaré a Harry a mi lado mudaré a Myra.
Richard tragó. —Si te has vuelto tan chiquilin
como para querer darme celos, t
esfuerzo es en vano. —No te hagas ilusiones —dijo ellaSus ojos intercambiaron una fugamirada airada. Pero ninguno de los do
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se percató que detrás de la ira sescondía el miedo.
Todos se sentaron a comer a lanueve. El gran comedor de Medfielsiempre había sido algo triste, el baróvictoriano lo había tapizado con u
brocato de color púrpura y había hechpintar los primitivos revestimientos dmadera de roble de color marrón com
el barro. Había agregado además unalfombra floreada donde se mezclabahojas y pimpollos de lo que antes fuero
irios acuáticos, pero que ahora tambiéhabían adquirido un tono marróbarroso. Había durado bastante Richard no quería reemplazarla.
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Unas cortina de pana color púrpurerminadas con flecos, impedían qu
entrara la luz del atardecer.La luz de treinta velas distribuida
sobre la mesa de caoba y en candelabroadosados a la pared iluminaban con s
uz oscilante diez retratos antiguosnueve de ellos feos y de mal gusto. Edécimo había sido pintado por u
discípulo de holbein durante el reinadde la reina Isabel y representaba a uThomas Marsdon, esquire, con jubón
medias largas. Un hombre joven delgado, cuya mano delicaddescansaba sobre la cabeza de un lebre cuyos ojos melancólicos y espantado
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seguían siempre con su mirada al quos observaba. Este retrato tenía u
pequeño parecido con Richard, lo qusiempre había hecho sentirse algncómoda a Celia, a pesar de que er
una prueba del antiguo linaje que tant
e entusiasmaba.Los Bent-Warner, que había
ncrementado el número de invitados
eran una bulliciosa pareja de alrededode los treinta años. Pamela era una rubian bonita, que podía perdonársele s
constante charla sobre los chicos o eeatro. Robin Bent-Warner se sentó a lderecha de Celia y era muy divertido. Sparecía y se comportaba como u
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gente. Lily pensó que tal vez algún virupodría ser la explicación de esdesmayo y de ese cambio de actitud. Nbien terminemos de comer averiguarsi tiene fiebre.
Otras personas observaban tambié
a Celia, y una de ellas era su marido.Richard no simulaba para nad
prestar atención al parloteo de Pam ni
as roncas zalamería de Myra hasta questa última le golpeó la mejilla con sdedo al mismo tiempo que le decía:
—¿Tienes que enfurruñarte de esmodo, muchacho? Es muy aburridoDurante este fin de emana he conocidun aspecto tuyo que nunca hubier
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maginado.Richard se dio vuelta lentament
hacia ella y sonrió, pero no con sus ojos —Quizás los hombres son un poc
más complicados de lo que tú imaginasmi querida Myra —alzó su vas
parodiando un brindis.Ella rió. —Bueno, Harry no es complicado
sin embargo. Es solamente susceptibleYo también podría enojarme ahora aver las significativas caídas de ojos qu
e está haciendo a Celia, pero para decia verdad, lo encuentro más biegracioso —y así era. Tenía toda lseguridad que pueden dar la belleza
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posición y experiencia. Un golpnesperado en el eterno juego no dejab
de tener su gracia. Qué les parece Celiaesa mosquita muerta, haciéndose drepente la provocativa y logrand
arecerlo además, pensó Myra co
crítico interés. Como si alguien hubierapretado un botón y se hubierencendido una bombita. Myra n
dudaba, ya que ella era una entusiasta deste sistema, que este súbito cambienía como fin excitar al misterios
Richard. Y lo que más le entusiasmaba Myra era que el sistema parecía teneéxito. Se encogió de hombros para suadentros, retirándose por el moment
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del marcador. Se ocuparía de Harry máadelante.
Abandonó también a Richard y sdirigió a Akananda que estaba sentado su izquierda.
—Hábleme sobre la India, doctor —
e ordenó—. Mi abuelo trabajó alldurante un tiempo, dirigiendo no sé quépero yo nunca he llegado más allá d
Estambul ¿Cree usted que me gustaría lndia?
Akananda, que estaba comiendo co
gran seriedad, le respondió con unamable sonrisa. La otra persona quobservaba atentamente a Celia era EdnSimpson. Edna había dormid
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silbaba y sacaba la lengupermanentemente mientras ella tratabde agarrarla y estrangularla. O tas veceella quería agarrar la serpiente acercarla a Celia Marsdon, que estabapoyada contra la pared de piedra co
os brazos abiertos, para que el reptil lmordiera.
La Celia del sueño tenía pelo rubio
muy largo que rehusaba cubridecentemente con un pañuelo. Ese eruno de sus crímenes. Otro era s
excesivamente profundo escote. Podíaverse los rosados pezones qucoronaban sus abultados y blandopechos. Asqueroso. Una criatura tan vi
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debía ser destruida. El crucifijo ldecía. Al llegar a este punto, Edna veísiempre un crucifijo de plata rodeado dserpientes que se retorcían y sir Richarparado detrás riendo. Dejaría de reícuando la muchacha estuviera muerta
Así lo decía Dios. Dios estaba trepadencima del crucifijo y tenía unos cuernopequeños y negros.
—¡Mata! —gritaba—. ¡Debes matarEs un mandamiento! —entonces la
víboras se apartaban del crucifijo y s
arrastraban hacia ella. Alzaban lacabeza dispuestas a morderla.Todas las veces que Edna s
despertó, se oyó lanzar el mism
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ahogado maullido. Y su cuerpo gruesestaba bañado en sudor.
Finalmente consiguió incorporarsotalmente al oír el ruido del auto qu
regresaba de Ightham mote. Se acercó a ventana. Vio a sir Richard corre
hacia el auto y vio bajarse de él a CeliaMiró fijamente a Celia. Sentía su cabezpesada, confusa. Sus manos temblaban
Estaba tratando de servirse un poco máde su tónico cuando George golpeímidamente a la puerta y entró.
—¿Descansaste bien, querida?La botella verde golpeó el borde devaso cuando Edna se dio vuelta hacia él
—Grandísimo torpe, que hace
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entrando aquí sigilosamente como ugato. Me has hecho volcar el tónic¿Qué estás buscando? ¡Vete de aquí!
George se mordió los labios y smandíbula redonda tembló. Hacíveintiséis años que se habían casado
él sentía bastante cariño por ella. Habíhecho frente a sus malos humorecapitulando o huyendo. Pero nunca l
había visto así. Ni oído hablar de esmodo. Dirigió una preocupada mirada a botella del tónico, aun cuando e
cuarto apestaba solamente a menta. —¿Te parece que debes seguiomando eso? —su voz se quebró
retrocedió al ver que Edna levantab
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uno de sus brazos robustos como si fuera pegarle.
Pero agarró el vaso en cambio, bebió de un solo trago el líquido que nse había derramado.
—Lo necesito para mis nervios —
dijo con un tono más normal—. Yademás tengo un terrible dolor dcabeza —eructó y luego comenz
sacudirse con hipo—. Creo que ndeberías bajar a comer, me parece quno estás en condiciones —exclamó é
ansiosamente.Edna se sacudió nuevamente por ehipo y se tiró en la cama.
—Oh, claro que estoy e
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condiciones. Debo… debo vigilar a esmentirosa y descarada.
—Por favor, Edna… por favor…Pero su mente se aclaró, se le pas
el hipo y avanzó decidida hacia earmario donde estaba colgado el nuev
vestido de noche que había comprado eharrods. Era de raso azul marino counares blancos; quedaba algo ceñid
sobre la prenda básica que transformabsus caderas generosas y sus pechos euna gruesa e informe columna. Se pas
un peine por su pelo ondulado, limpios anteojos y se los puso bien derechosobre su nariz enrojecida.
—Vamos —dijo con su habitua
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autoridad.Edna no despegó los labios mientra
estuvo sentada en la sala, salvo parrechazar desdeñosamente los cócteles.
—Me temo que no soy una adepta —en la mesa guardó también silencio
sentada como un monolito entre Igor sir Harry cuya atención estaba dedicadpor entero a Celia. El diferente aspect
comportamiento de Celia fueromotivo de una maligna satisfacción parEdna la intrusa, la entrometida
mostrando por fin la hilacha. Pequeñsinvergüenza, pensó Edna. Su mirada sdesvió durante un momento haciRichard, pero luego regresó nuevament
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a Celia, de la que no se apartó.Cuando terminaron el soufflé d
chocolate, Celia hizo una seña a lamujeres, se levantó y se dirigió al salónLos hombres se quedaron en el comedoesperando el café y el oporto, ya qu
Richard permanecía fiel a esa viejcostumbre.
Celia sirvió el café para las damas
Respondió a comentarios casuales dMyra y Pam Bent-Warner. Le aseguró Sue que el tiempo seguramente s
mantendría y que al día siguientpodrían jugar al tenis.Se negó rotundamente cuando Lily l
pidió en un susurro que se tomara l
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emperatura. —Estoy perfectamente bien, mamá
nunca me he sentido mejor.Pero estaba totalmente hueca debaj
de esas acciones. «Celia» se habímarchado muy lejos a un lugar pequeñ
apretado. Frío, húmedo, muy lejosOtra persona estaba usando el cuerpo d«Celia». Una persona que podía reír
hablar, que podía pensar lo ridículo quera Edna Simpson, desparramada sobrel sofá dorado, con los muslo
separados debajo de su vestido dmotas, los ojos pálidos impenetrabledetrás del reflejo de sus bifocales.
No bien los hombres entraron a
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salón, Celia pegó un salto y exclamó: —¡Hagamos algo! ¡Es sábado
endríamos que divertirnos! ¡Ya sébailemos! Vayamos al cuarto de músicde Richard.
—¡Espléndido! —exclamó Igo
dando una graciosa voltereta sacudiendo sus blancas y preciosamanos. Harry rió mientras observaba
Celia con renovada admiración. Estaban ocupado con Myra que nunca habí
prestado atención a esa chica. D
repente parece una gitana y por ciertque se recostó contra mí durante lcomida. Mujeres… sorprendenteanimalitos.
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Pam Bent-Warner exclamó: —«¡Ooh, qué divertido! ¡No sabí
que tenían una sala de música eMedfield place, Richard! Pero clarestá, no hubieron nunca fiestas durante lépoca de sir Charles.
Todas las miradas se concentraroen richrd, que apartó la insondablmirada suya de su mujer y dijo:
—«sala de música» es un título algexagerado para el viejo cuarto destudio del segundo piso. Tengo u
equipo estereofónico allí y uncolección de discos que a mí me gustanada moderno.
Su tono categórico aguijoneó a Myr
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que exclamó: —¡Vayamos a invadir el cuarto d
estudios y veamos qué es lo que Richariene allí! Es tan obvio su poc
entusiasmo por nuestra invasión, questoy por creer que los discos so
picarescos. ¿Es realmente así, Celia? —No lo sé —respondió Celia co
una voz tan alta y aguda como la d
Myra—. No me sorprendería ninguncosa de mi marido. Lo llamé el cuartde música porque Nanny lo llamó as
una vez. En realidad nunca estuve allRichard lo tiene cerrado con llave. —Emocionante —dio Myra. Su
grandes y burlones ojos verdes pasaro
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de la furibunda cara de Richard aarrebatado rostro de Celia, y advirtique la muchacha estaba sumamente tensdebajo de esa brillante máscara.
Sintió un chispazo de solidaridafemenina hacia Celia.
—¡Qué emocionante! —repitió—¿El cuarto de barba azul con uncolección de esposas estranguladas? ¿O
al vez una guarida de infamias, cortinapsicodélicas, nubes de cigarrillos dmarihuana, estatuas eróticas
Sospecharemos lo peor, mi queridoAbre la puerta del viejo cuarto destudios!
Richard se sonrojó. Casi se l
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escapa una furibunda negativa, perropezó con la mirada de Akananda. L
mirada afligida de un padre acongojadoRichard se dominó, arqueó las ceja
dijo encogiéndose de hombros: —Tus fantasiosas ilusiones no s
verán confirmadas, Myra., pero vayamopor favor a inspeccionar el cuarto destudio. Lo cierro con llave par
mpedir que entre una de esas mucamaentrometidas que cambian todo de lugar
Esto, en realidad, no era cierto
Richard cerraba la puerta con llavporque así lo había hecho desde quenía doce años, cuando el abandonad
cuarto de estudios era el único luga
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estado durante meses. La veía tentadoradeseable y sentía que había despertaden su más profundo interior una lujuricomo cuando tenía esos extraños desagradables ataques que lo llevaban os burdeles, durante los días en qu
estaba en la universidad.Richard condujo silenciosamente a
grupo por las escaleras hasta el ala sur
Abrió con una llave una puerta dmadera ordinaria y opaca por la falta dbarniz.
—La cámara de los horrores —dij—, y si les parece siniestra o biefestiva, tendré una gran sorpresa —encendió la única bombita de luz qu
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colgaba de una pesada araña de gas.El cuarto era bastante grande, pue
el barón victoriano, que había tenidnueve hijos, unió dos cuartos de servicipara convertirlos en una espacioshabitación destinada a los primero
estudios de su prole.Frente a la puerta había un
chimenea de carbón vacía. Uno
pupitres y taburetes rotos estabaapilados contra la pared. El piso estabcubierto parcialmente por una alfombr
ndia manchada con tinta. Le tocadiscoestereofónico estaba sobre una mesa duego común y debajo de éste había un
pila de discos. Los altoparlantes estaba
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colocados en cada extremo de una largrepisa con libros.
Había otros objetos en el cuartopero Akananda fue el único en verlos.
En el oscuro fondo del costado esthabían quitado la puerta de un ropero
formándose así un pequeño recovecoAkananda reconoció la silueta de ureclinatorio con una repisa de mader
detrás sobre la que descansaban docandelabros, y encima de éstos, contra pared, un crucifijo tan negro qu
debías ser de ébano; la figura del Cristparecía ser de plata.Akananda supo instantáneamente qu
el crucifijo era muy antigua, y con igua
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seguridad, supo que Richard no queríque lo vieran. Pero ninguno de lodemás pareció advertir la disimulada pequeña capilla.
El desilusionado grupo se reuniunto al tocadiscos, con excepción d
Edna y George que se quedaron en lsala. Edna enfadada por esta súbitexpedición y George por timidez.
—Dios mío, Richard —exclamMyra luego de una rápida inspección—Tú ganas nunca he visto un lugar, má
aburrido. Me parece un poco difícibailar aquí, Celia, pero veamos un pocos discos.
Se agachó para inspeccionar lo
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discos prolijamente ordenados y sacó uálbum. Leyó el título en voz altaitubeante:
—«cantos gregorianos», kyrialtissime, del «graduale romanum»¿Cielos, qué es eso?
Richard se encogió de hombrosContestó con rebuscada amabilidad:
—Es un canto común que entonaba
os monjes del mundo cristiano, durantsiglos. Ese que sacaste en un «Kyrieleison», que quiere decir «señor te
piedad de nosotros», lo que creo que esiempre apropiado, cantado en nuevpartes ¿Te interesa oírlo?
Myra tragó.
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—Este… creo que sí —contestarrepentida—. ¿Yo misma me lo busquéno es así? —dirigió una mirada a ldemás, que habían entrado al cuarto destudio, a los jóvenes Bent-Warner ySue, que escuchaba cortésmente, a Igor
que evidentemente se estaba divirtiendcon lo que inmediatamente se percatque sería una escena original: a Lil
Taylor que miraba algo nerviosa a serno.
A Celia que se había sentado en l
ventana con la cabeza dada vuelta; dmodo que solamente uno de sus arobrillaba con la cruda luz eléctrica y Harry, inclinado posesivamente sobr
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Akananda advirtió cómo lodistintos rostros adquirían gradualmentdiversas expresiones de aburrimiento, vio también como se ponía rígida lespalda de Celia y observó que agarrcon fuerza la manija de la ventana
Descubrió también una extraña y fugaexpresión de angustia en los ojos dRichard, y algo que parecían se
ágrimas. Pobre tipo, creo que él hcantado estos motetes en el pasadopensó Akananda.
—Señor ten piedad, Cristo, tepiedad… —tal vez él no lo sepa, pero siente, igual que yo.
Cuando el disco terminó, con u
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argo y prolongado lamento, Myra ssentó en el único banco sano y encendiun cigarrillo.
—Un poco monótono —acotó—decididamente un atemperante deespíritu. No me digas que tú escucha
esta clase de música encerrado aqusolo. Eres en realidad algo extrañoquerido.
—Sin duda —dijo Richard. Saccuidadosamente el disco y cuando sdispuso a guardarlo en su estuche Igor
que había estado espiando los título da pila de discos lanzó un grito dalegría.
—¡Pero aquí hay algo diferente
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«alegres canciones del jugo del amor»Me parece que las conozco! —examina lista de las canciones—. ¡Oh…
buenas y obscenas, eres humano despuéde todo, Richard! ¡Oigamos esto!
—Sí, oigámoslo… —exclamó Myra
que había estado estudiando por encimdel hombro de Igor los títulos de esacanciones del siglo dieciséis—. «u
ascivo herrero», «una doncella se fue bañar», «un gallo ufano». ¡Vaya, vayaparecen interesantes, y aquí hay un
sobre ti, Celia! «la rubia y pícarCelia». ¿Richard no te la hizo oír nuncaCelia dio vuelta lentamente s
cabeza.
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—No —susurró y carraspeó eseguida para repetir con más claridad—
o, no la he oído nunca. —Y yo estoy segura que esa
canciones no son para ser escuchadaenana reunión de ambos sexos —
nterpuso Lily con decisión, lanzanduna mirada a Sue—. Nosotravolveremos abajo. Debe haber alg
nteresante en la televisión o quizápodamos jugar al bridge.
Todos parecieron respirar aliviados
excepto Igor que quería escuchar lacanciones. Regresaron a la sala dondEdna permanecía sentada en silencio.
Como Celia pareció recupera
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Richard que se estaba sirviendo otrcoñac. Myra se le acercó y se sirvió uwhisky.
—¿Eres un tipo celoso, querido? —e preguntó suavemente—. Porque
bien yo no conozco a Harry o Celia n
regresará siendo la misma esposa castque era cuando salió, y en honor a lverdad no parecía estar muy dispuesta
defender su honor. A lo mejor se sientfrustrada sexualmente… —agregó Myrcon una voz meliflua.
El aburrimiento de esa velada y sdeseo de provocar a Richard la habíalevado más allá de lo que pensaba. L
forma en que la miró la sustó. Era un
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mirada asesina, congestionada, y scuerpo se agitó con un temblor. No dijuna sola palabra.
—Por Dios, Richard —dio ella eson de disculpa—. No tienes quconvertirte en un hombre de la
cavernas, recuerda que estamos mediados del siglo veinte; yo solamentbromeaba. ¿Qué es lo que te pasa
Antes eras un sujeto divertido!Él sonrió entonces con una sonris
más aterradora que su ira.
—Todas las mujeres son unasinvergüenzas —dijo con un tono tasuave como si le estuviera pidiendo que alcanzara la sal.
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Myra se sobresaltó. —Bueno, muchas gracias, querido
ese es un punto de vista, aunque algcrudo y absoluto. No pareces tenemucho en cuenta la teoría moderna dque el sexo es divertido y que…
Richard dio media vuelta y se alejde ella. Myra creyó durante un momentque se dirigía al jardín para buscar a s
mujer y hacer toda una escena, pero nfue así. Se sentó en el sofá al lado dEdna Simpson, que rebosab
agradecimiento. La mirada que le dirigia Richard detrás de sus anteojos erndudablemente apasionada.
Dios mío, pensó Myra. Esta reunió
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es realmente desagradable. Erotalmente distinta a las que ella estab
acostumbrada, pero había satisfecho scuriosidad. Mañana por la mañandebo recordar una cita importante e
ondres, pensó. Llamaré a Gilbert
remos a algún otro lado. De todomodos ya estoy harta de Harry, y
ichard está imposible, medio loco ta
vez.Se dirigió a la otra punta del cuart
en búsqueda de los otros y se encontr
con que Sue estaba bostezanddisimuladamente, Igor hojeaba unrevista vieja y Lily tratabnfructuosamente de convencer que n
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era realmente tan tarde a los BentWarner, que se sentían preocupados poa tos del pequeño Robin y por l
estúpida niñera dinamarquesa que no ercapaz de darle el remedio a la horndicada.
Celia y Harry volvieron del jardíen el preciso momento en que serminaba la reunión.
Lily suspiró aliviada, a pesar de quseguía preocupada por sufija, cuya voenía aún ese tono agudo y que todaví
parecía vestida como para un baile ddisfraz. Indiferente, desafianteseductora como nunca lo había sidhasta esa noche.
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Sin embargo Celia se despidicortésmente de los Bent-Warner, y comsus invitados parecían dispuestos parrse a dormir, les dio las buenas noche
con idéntica espontaneidad y no hubninguna diferencia aparente cuando hiz
o propio con Harry, a pesar que Ednno lo vio así. Edna estaba segura dhaber vislumbrado una seña, un chispaz
de entendimiento en la descarada parejaCon que esas tenemos!, pensó Ednao tuvieron mucho tiempo en el jardín
ero se encontrarán más tarde, cuandno corran peligro.El pobre sir Richard. Le est
poniendo cuernos y en su propia casa
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No te saldrás con esa, muchacha!Trepó las escaleras antes que e
resto y dejando entreabierta la puerta dsu dormitorio, tomó dos buenos tragode su tónico. Cuando los demásubieron, espió a cada uno de ellos po
a rendija de la puerta. La duquesa sdirigió a su cuarto, sir Harry al suyoque quedaba junto al departamento d
os Marsdon. Sue blake al fondo depasillo, ese médico negro o lo que fueree susurró algo a la señora Taylor
uego se dirigieron cada uno a surespectivos dormitorios George entró e preguntó asombrado:
—¿No piensas desvestirte, querida?
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—A su debido momento —contest—. Ve a acostarte, George. En el cuartde vestir. Tú roncas y yo necesitdormir.
Él obedeció sin más comentariosSiempre fue mandona y su mal carácte
no era una novedad, pero había sido unbuena esposa, si bienno le había dadhijos. Pero los médicos dijeron que n
era culpa de nadie. Su mutua desilusiócreó un vínculo entre ellos. Edna tenísus buenos momentos, o los había tenid
por lo menos, hasta hacia poco tiempoo eran exactamente ideales, pero lhacían pensar en la linda y frescmuchacha de yorkshire que conoci
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cuando trabajaba como camarera eSOHO, veinticinco años atrás. Se sintian agradecida por el interés que é
demostraba por ella y no volvía en sí dsu asombro al convertise en la mujer dun procurador, sintiéndose ta
avergonzada Portu propio origen qucasi no lo mencionaba. Finalmente dijser huérfana y que su padre habí
rabajado como plomero en ManchesterEra una asidua concurrente a los oficioreligiosos hasta hacía poco tiempo. A é
e gustaba ese rasgo, si bien juzgaba uanto exagerado su horror por la bebid los juegos de cartas. Las mujere
debían ser estrictas y defender l
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moralidad.Qué curioso lo de Edna y l
otografía de sir Richard , pensGeorge, aunque hasta ese momentnunca más había recordado esncidente. Fue el otoño pasado, cuand
Edna, que regresaba de su semianuanspección de la tienda army y navy, s
presentó en su oficina inesperadamente
Acababa de morir sir Charles Marsdo George estaba trabajando con e
grueso legajo caratulado «Charle
Marsdon, su sucesión». Edna parecinsospechadamente interesada. Sabalanzó sobre un recorte de un diarireferente al «nuevo barón, sir Richard».
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Era un artículo algo chistosopublicado por la revista del condado dSussex e incluía una fotografía dMedfield place y otra de sir RicharEdna se quedó mirando durante un ratargo a la última, que reflejaba un fie
parecido. —Creo que lo he visto en algun
parte —musitó a guisa de explicación—
Buen mozo el muchacho, me gustbastante.
George no precisaba el recorte
Edna se lo pidió, él penseque quizsería para darse aires con el importantcliente de su marido en una de lareuniones de la liga de mujeres. Nunc
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se le ocurrió pensar entonces que algúdía los invitarían a pasar el fin dsemana a Medfield place. Y ojalá no lhubieran hecho, pensó George. Era lque sea, ha estado rociada con un excesde tónico, y ella está bastante alterada
Realmente alarmante, no sé muy biequé debo hacer. Y finalmente se durmió
Su esposa prosiguió espiando detrá
de la puerta del dormitorio, hasta qufinalmente vio que sus anfitrioneentraban a su departamento en el má
profundo silencio. Edna movió scabeza, era lo que ella suponía. Y ahoraa esperar hasta que se abrieracuidadosamente dos puertas, la de Celi
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Celia advirtió objetivamente sespasmo de miedo enfermizo, como algque estuviera suspendido en el aire. Ssacó los aros, los guardó en un cajón se quitó el lápiz labial con una toallitde papel.
—No cabe la menor duda de quienes razón, Richard. Creo que estoy d
acuerdo contigo. Puede ser que e
nglaterra sea algo difícil obtener edivorcio, pero estoy segura que podríconseguirse.
Él la miraba fijamente. A pesar dhaberse quitado los aros y la pintura dos labios, era una persona extraña
hostil, pero su respuesta.
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—Los Marsdon no se divorcian…—dijo—. No quise decir eso, yo… —spercató del titubeo en su propia voz y sfuria recrudeció—. ¿Te divertiste en eardín con Harry Jones? —le pregunt
—. ¿Te divertiste también a obligarme
abrir el cuarto de estudio para demostrau poder?
Ella no le contestó y él se qued
mirándola cómo se quitaba el vestidprimero, y luego el viso y los calzonesSe quedó parada durante un moment
desnuda frente al espejo, una pequeñanagra de cuerpo bronceado coexcepción de sus pechos marfileñoerminados en unas aureolas rosadas y e
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riángulo alrededor de sus caderas qucubría el bikini. Comenzó a cepillarse epelo con movimientos lentos voluptuosos, arqueando su esbeltespalda. Richard se quedó observanda insolente y tentadora mujer hasta qu
as palpitaciones que sentía en su cabezdescendieron hasta su ingle.
—Por Dios —exclamó con vo
ronca—. ¡Eso es lo que quieres! ¡Perno lo conseguirás aquí!
La agarró por la muñeca, se l
retorció y la tironeó por encima de lalfombra. Los huesos de la muñeccrujieron en su puño.
—¡Qué estás haciendo! —exclam
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entonces la ropa, la depositprolijamente doblada sobre ereclinatorio y colocó los zapatos en episo. Se acercó al tocadiscos y pus«las alegres canciones del juego deamor» sintonizó el volumen, laúdes
violas y flautas dulces resonaban en ecuarto de estudio en una socarrona raviesa melodía. Celia gimió y se toc
con la mano la laringe, en donde él lhabía golpeado.
—Me duele… —susurró—. ¡M
odias, Richard! —lo miró fijamentluminado por la luz vacilante de lavelas—. ¡Estás desnudo!… qué estamohaciendo aquí…
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Él cubrió bruscamente la boca della con su mano.
—¡Escúcha!…Por encima de los instrumento
podía oírse la voz de un tenor qucantaba.
La rubia y pícara CeliaYa no necesita desesperar
Se ha valido de desvergonzadaartimañas
Para el dardo de la lujuria cautiva
Y sus consecuencias ahora sufriráY sus consecuencias ahora sufrirá.
—¡No! —exclamó contra su man
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—, así no, con odio no, por favor, asno…
Pero él la sujetó con fuerza y lposeyó salvajemente, mientras ellgemía y luchaba.
Ninguno de los dos se percató que l
puerta se había abierto ni oyó el grito dEdna.
—¡Dios todopoderoso! —tampoc
se dieron cuenta que el bulto vestido coraje de motas se acercó y permaneciunto a ellos hasta que el canto terminó
al cabo de una silenciosa pausa se alza voz chillona y temblorosa de Edna—Con que te pesqué, pequeña
asquerosa ramera, y en pleno acto, e
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encendió la luz, se puso los pantalones zapatos. Apagó de un soplido las veladel altar. Miró entonces a Celia.
—Lo siento, querida —susurró—Lo siento muchísimo. Fue todo mudesagradable. Mi conducta y es
ncreíble mujer…Celia no se movió. Sus ojo
ransfigurados miraban hacia la pared
su izquierda. Se veía sólo el blanco qurodeaba el iris, permanecían fijos, sipestañear.
—¿Cuánto tiempo faltará, Stephen—dijo con una voz débil, prudente—¿Cuánto tiempo demoraré en morir?
—No morirás —dijo él vivament
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—. Siento haberme portado como udegenerado. Aquí tienes… —envolviel cuerpo inerte en su camisa.
—Vas a dejarme morir —dijo ellao volvió a hablar.
Su cara se congestionó y adquirió u
ono violáceo alrededor de sus ojograndes que tenían una mirada fija.
Además de una sensación de culpa
un moletos resentimiento, pues pensabque en cierto modo ella habídesencadenado esta escen
desagradable y su consiguiente pérdidde control, Richard sintió miedo. ¿Poqué me llamó Stephen?
La levantó y la llevó por lo
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corredores hasta el dormitorio. Casi nrespiraba cuando la depositó sobre lcama. Súbitamente, levantó los brazosobre la cabeza, con los dedoencogidos como si tratara de asiste dun borde. Su cara se puso violeta
comenzó a jadear. —Ya pasó todo —susurró él
ratando de agarrar su mano rígid
semejante a una garra—. Fue mudesagradable, pero debes olvidarloCelia… baja los brazos!
Ella no respondió. Solamente se oíel jadeo y un sonido burbujeante en sgarganta.
—¡Dios mío…! —exclamó él
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salió corriendo del cuarto.
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Capítulo 3
El domingo por la mañana el tiempseguía manteniéndose bueno. La suavuz del sol iluminaba el jardín d
nvierno cuando los huéspedes de ese fide semana bajaron allí a desayunarseLa primera en llegar fue Sue, lueg
Harry, Igor, George Simpson finalmente Myra, que había disfrutadde un sueño reparador y estabresplandeciente con su informal pijamde jersey verde. Nadie habló muchhasta que el impasible Dodge trajo ecafé y los huéspedes se sirvieron cad
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uno de la mesa que tenía las vituallacalientes.
—¿Y los dueños de casa? —inquiriMyra mordisqueando una tostada—. ¿Lseñora Taylor tampoco bajó? Harrypareces algo cansado, querido ¿Tuvist
una noche muy agitada?Harry tragó un bocado de arenque
e dirigió una mirada resentida. Cuand
descubrió la noche anterior en el jardíque indudablemente no llegaría a nadcon Celia, sus esperanzas volvieron
cifrarse en Myra. Golpeó su puertdespués de la medianoche. La únicrespuesta que recibió fue una ahogadrisita burlona. Estoy harto de la
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mujeres, pensó Harry. Desperdiciando que me queda de vida en ellas. Dio
mío, me gustaría volver a ese mes dunio veintiocho años atrás. Luchandoeleando, retrocediendo, per
demasiado atareado tratando d
sobrevivir para sentir miedoConduciendo a mis hombres por esmédano arenoso, el único lugar po
donde podíamos avanzar y cuandmaté al alemán que creía que nos habíatrapado. Dios, cómo me gustarí
oder estar nuevamente allí, o mismun poco más tarde, durante lobombardeos, las bombas v-2, pero poo menos era un enemigo con el que s
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piedrita contra un macizo de iris. —¿Me pregunto si hay alg
decididamente dramático en el ambienteo si es que soy hipersensitivo? Quierdecir que son pasadas las once y quuno normalmente espera… —s
nterrumpió; todos se miraromutuamente al oír a sirena de unambulancia que resonaba en medio de l
pacífica campiña de Sussex, detrás de lpared de ladrillos del jardín.
Al mismo tiempo, Lily Taylor sali
corriendo de la casa y se dirigió haciellos. Estaba vestida todavía con ubatón azul, tenía la cabeza llena druleros, su cara radiante reflejaba un
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expresión triste, pero había recordados huéspedes de Medfield.
—Es Celia —explicó—Gravemente enferma, la llevan ahospital y Richard… —sollozó y smordió los labios.
Luego de un silencio cargado dasombro, Myra tomó a la mujer por ebrazo.
—Lo siento tanto, señora Taylor¿Qué podemos hacer? ¿Cómo no sea nentrometernos y volvernos a nuestra
casas? Qué terrible para usted ¿Puedayudarles con mi auto?Era demasiado bien educada par
nsistir pidiendo detalles, pero Su
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preguntó muy agitada: —¡Oh, tía Lily, no me digas que va
perder el bebé! —¿Bebé? —Lily meneó la cabez
aturdida—. Tengo que irme, quería quustedes estuvieran enterados. Supong
que Dodge les servirá el almuerzo…Lily volvió rápidamente a la casa. —Pobre mujer —dijo Myra—. Y
pobre Celia. Evidentemente, lo mejoserá que nos vayamos. Te llevaré dregreso a la ciudad si quieres, Igor… y
Harry también, si es que aparece. No msiento responsable de los Simpson, esmujer espantosa, pero me preguntdonde estará Richard. Creo que no es e
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ipo de hombre que se viene abajo pouna emergencia, pero entonces estactuando de un modo muy raro. Ohbueno… —encogió sus hombrodelicados y se marchó en búsqueda duna mucama.
Akananda estaba reunido en consulten el dormitorio de los Marsdon, con edoctor Foster que había llegado desd
ewes hacía una hora. El médico tenía easpecto y actuaba como un irritablhacendado, con su cara roja como un
remolacha y su bigotito gris bierecortado. Miraba a Celia copreocupación y le hablaba al hindú compaciente condescendencia.
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—Su aspecto es aterrador —anunci—. Evidentemente en estado de shockUna especie de ataque de histeriasupongo, pero debo reconocer que nunche visto nada semejante. ¡Qué les suceda los brazos! ¡Y los ojos!
Sacó de un tirón el pañuelo con quAkananda había cubierto la cara pálid sudorosa de Celia, antes que su madr
pudiera verla. Los ojos dilatados comos de un caballo asustado estaba
desviados hacia la izquierda. Foste
sacudió un extremo de pañuelo delantde un ojo pero no hubo ningunreacción. Todavía tenía los brazoestirados y rígidos sobre la cabeza y lo
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dedos encogidos como si estuvieraagarrándose de algo. Los dos médicohabían tratado de bajar los brazos, peréstos parecían inflexibles como ehierro.
—La muchacha no está muert
odavía —prosiguió Foster—. Creo quiene treinta pulsaciones ¿No le parece
usted? Y está respirando, en ciert
modo.Akananda asintió. —Creo que vivirá —dijo—, a pesa
que la adrenalina no parece habeproducido gran efecto. Tendremos undea más exacta de sus funcione
cardiacas cuando se rehaga u
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electrocardiograma. ¿Quizás entonceestricnina… o cortisona?
—¡Mi maldito aparato se ha vuelto romper! —dijo Foster—. ¡Un aparatan nuevo!
Dirigió una mirada a Akananda en l
que se mezclaban el asombro y edisgusto. El hombre hablaba coautoridad, la llorosa madre que lo habí
lamado por teléfono había dicho quera un médico, pero había algo extrañen todo esto. Una muchacha que parecí
estar muriéndose de miedo. ¿Y dóndestaba el marido? —¿Dónde está sir Richard? —
preguntó—. Debía estar aquí.
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—Está ausente. Y su presencia no enecesaria. ¿La llevamos ahora?
Foster se encontró llamando a locamilleros. Los hombres acostaron Celia sobre la camilla.
—Cuidado con los brazos —dij
Foster—. No se pueden doblar, debemoandar con cuidado por los pasillos.
Lily se había quedado en su cuarto
como se lo pidió Akananda. Estabvestida y esperándolo cuando él asoma cabeza al pasar la procesión frente
su puerta. —Venga —le dijo cariñosamente—La llevaremos al hospital de Eastbourne
—¿Pero dónde está Richard? —
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gimoteó ella—. ¿Dónde se metidespués que finalmente lo despertó usted?
—No lo sé —dijo Akananda—Salió corriendo escaleras abajo y tal vesalió de la casa…lo buscaremo
después. Rece, señora Taylor, por shija y por sir Richard.
—Por él no —dijo ella apretand
os labios—. Se ha ido. Es inhumano —se reunió con la camilla y suacompañantes en el vestíbulo.
Demasiado humano, pensAkananda. Ese vistazo que había tenidde Richard mientras gritaba con voronca.
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—Celia… vaya a ver a Celia, tengmiedo —si hubo alguna vez una cara una voz con semejante expresión dculpa y terror… ¿Qué podía habesucedido esa noche en untar de horapara producir semejantes desastres?
Su práctica psiquiátrica emaudesley lo habían familiarizado coesa maloliente áurea de locura
nminente suicido, pero nunca hastentonces se había visto implicado tapersonalmente con los pacientes, n
sentido tan indefenso.El sol estaba saliendo cuandRichard lo llamó y luego desaparecióAkananda no se apartó en ningú
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momento del lado de Celia durante eiempo que demoraron en localizar a
doctor Foster que estaba atendiendenllamado de urgencia; pero no teníningún remedio a mano y tuvo quimitarse a levantarle los pies, abrigarl
con varias frazadas y tratar de manteneviva a la muchacha inconsciente con lfuerza de su voluntad. Los mucamo
permanecieron en la ignorancia hasta llegada de la ambulancia y despué
Dodge los mantuvo bajo estrict
disciplina, susurrando y caminando duntado a otro en su sector. Sin embargohubo uno al que no pudo controlar cuando Lily subió a la ambulancia, l
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señora Cameron salió corriendo de lcasa.
—Señora —gritó agudamente—¿Qué le pasa a mi señora? —empujó Lily hacia un lado y echó un vistazo acuerpo inerte acostado sobre la camill
—. ¡No me diga que está muerta! —balbuceó.
—No, no —dijo el doctor forste
que conocía desde hacía muchos años a pequeña niñera escocesa—. Vuelva a casa. Vea si puede encontrar a si
Richard. —El señor… el joven señor… ¿Quha hecho? —su voz tembló y sus ojonegros y redondos se llenaron d
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angustia. —Que yo sepa no ha hecho nada —
dijo Foster con impaciencia—Simplemente no está aquí. Prosiga —ldijo al conductor, que puso en marcha emotor e hizo funcionar la sirena.
La señora Cameron se quedmirando la ambulancia mientras estavanzaba por el camino de salida
giraba rumbo a Eastbourne. —Oh, Dios, oh, mi Dios —susurró
Enderezó su espalda y lanzó un penos
suspiro. Cuando entró a la casa sencontró con Myra que bajaba lescalera.
Myra ya estaba vestida con u
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elegante vestido de ciudad y llevaba esu mano un bolsón de cuero dcocodrilo. Se dio cuenta inmediatamentque la señora Cameron era algo más quuna simple mucama, a pesar de nhaberla visto nunca antes, y dijo co
suave autoridad: —¿Habrá alguien que me traiga e
auto hacia aquí y que busque m
equipaje? El personal parecdesorganizado. Siento lady Marsdon shaya enfermado, nos iremos todos e
seguida. ¿No sabe usted dónde podríencontrar a sir Richard? —No lo sé, alteza —Nanny habí
oído descripciones de la duquesa en e
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comedor de servicio y había sentido unsatisfacción personal al enterarse de quMedfield place tenía una invitada taaristocrática, como las que solían venien el pasado, antes que muriera lanterior lady Marsdon.
—Buscaré al señor —y agregó eono suplicante—: no debe estar muejos, y se apenaría si ustedes se fuero
sin despedirse. El hijo del jardinero sencargará de su auto y del equipajealteza. ¿Pero no podría esperar usted u
momento?Myra recapacitó y aceptó sin mayoentusiasmo. Estaba ansiosa por salir desa atmófera confusa, ligerament
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amenazadora, pero al mismo tiempo ssentía un poco obligada a quedarseEstando ausentes ambos dueños de cas la señora Taylor, parecía necesari
que alguien rehiciera cargo, por lmenos temporariamente.
—Esperaré aquí —dijo señalando lsala.
La señora Cameron esbozó un
reverencia y desapareció. Los otronvitados se unieron sucesivamente
Myra, inclusive Harry, que había vuelt
de su caminata y estaba sumamentconmovido por la noticia. —Increíble… increíble —repetí
continuamente—. Celia no estab
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enferma anoche. ¿Dicen que la llevaroen una ambulancia? ¿Qué pudo haberlsucedido?
Nadie parecía saberlo, y Harry ssintió sorpresivamente afligido. Sentípena, casi cariño. Celia se habí
comportado como una pequeña ramera noche anterior, pensó asombrándos
por haber usado una palabra ta
anticuada. Insinuante, sería máacertado, permitiéndole besarla acariciarla en el jardín y lueg
apartándolo y cacheteándolo como uncualquiera. Se había enojado muchentonces, pero ya se le había pasadoSentía una oleada de tierno afecto
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enía la certeza de que cualquiera qufuera la enfermedad que la aquejaba eesos momentos, Richard Marsdon lestaba haciendo muy desgraciada
aldito sea, pensó Harry. Ojalá nhubiera venido a este espantoso fin d
semana.Todos los huéspedes compartían e
punto de vista de h arry en distinto
grados, pero George Simpson era el máarrepentido de todos, tratando de quesmujer recuperara un viso de normalidad
Edna se había despertado finalmente dsu sobresaltado y angustioso sueño aoír la sirena de la ambulancia.
Le dolía muchísimo la cabeza
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cuando trató de levantarla hizo unarcada.
—¿Dónde está mi tónico? —lpreguntó a George dificultosamentcuando lo vio parado junto a la cama.
—Se terminó —echó un vistazo a l
botella vacía tirada en la papelera—Levántate, Edna y vístete. Lady Marsdoestá muy enferma, acaban de llevarla a
hospital.Sus ojos tuvieron cierta dificulta
para enfocar correctamente.
—¿Lady Marsdon…? ¿Muenferma…?Eñl asintió y dio un paso atrás a
verla sonreír. La curva de sus labios
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sus ojos hinchados reflejaban unmaliciosa satisfacción.
—Ojalá se muera.Geoge la agarró por sus ancho
hombros y la sentó de un tirón. —¡Dios me ampare, no sé cómo ha
hecho, pero creo que estás borrachaVamos, camina al baño, te meteré baj
el agua fría!
Con un sacudón se libró de lamanos de él y se convirtió en la estampde la dignidad.
—¡George, cómo te atreves! Sabeperfectamente bien que en mi vida hprobado una gota de alcohol. Esimplemente un dolor de cabeza. M
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duele muchísimo, —se desplomnuevamente sobre la almohada. Su bocse abrió cuan grande era y un hilo dsaliva corrió por un costado.
George echó una mirada a la cama¿Qué haré con ella no puedo permiti
que nadie la vea en este estado. Lamucamas hablarán. Y sir Richard, quva a pensar… una firma tan seria… n
puedo haber visto esa mirada dsatisfacción. Se estremeció y se dejcaer en la silla junto al escritorio
omándose la cabeza entre sus manos.La señora Cameron buscaba a soven amo. Fue en primer lugar a l
biblioteca, donde se guardaba L
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Crónica de los Marsdon. La bibliotecestaba vacía, y el gran libro dpergamino descansaba en sacostumbrado lugar en el estante máalto. Nanny lo bajó y pasó su dedo poel basilisco grabado en oro de la tapa.
—Cuidado —dijo en voz alta, comvieja conocedora que era del lema—Dudo que hayan prestado suficient
atención a esa advertencia —meneó lcabeza y sintió de repente un chispazde «la visión» que formaba parte de s
herencia montañesa junto con su toscsentido común.Guiada por el chispazo, acarreó e
pesado libro hasta el atril y lo abrió a
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mucho tiempo atrás, sin embargpresente otra vez entre nosotros. Dioenga piedad de nosotros.
Suspiró tristemente, cerró LCrónica de los Marsdon y la colocnuevamente en su lugar. Salió presuros
de la biblioteca y comenzó unbúsqueda sistemática por toda lmansión. Había llegado al pie de l
escalera que conducía a la azotea en eala oeste, cuando recordó el cuarto dmúsica. ¡Ay! Con toda seguridad. S
dirigió por oscuros corredoressubiendo y bajando escaleras hastlegar al viejo cuarto de estudio.
—Sir Richard… —llam
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suavemente—. Señor Richard —no soía ningún ruido adentro. Nanny trató dabrir la puerta. Estaba cerrada colave. Golpeó y llamó otra vez—
Señor… soy yo, Nanny ¡Abra por favorSu oído era muy bueno y pud
distinguir un débil ruido adentro. Ecorazón latía con fuerza en su pechoveinte años atrás había golpeado e
déntica forma en esta misma puerta. Esmala época cuando el muchacho tenídoce años; el fatigoso cuidado, e
rabajo y los horribles recuerdosGolpeó otra vez, con más fuerza. —¡Abra, sir Richard! —gritó con l
voz de mando que usaba cuando era niñ
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—. ¡Es Nanny!Seguía sin recibir respuesta ni oí
más ruido. —¡Haré que tiren la puerta abajo! —
su voz se hizo chillona por el miedo.Al cabo de un momento una vo
ronca le respondió: —Déjeme en paz. ¡Déjeme en paz!Se apoyó contra la puerta
sujetándose en la manija. —Señor, la señora está mu
enferma, la han llevado al hospital. Su
nvitados están esperándolo. Baje verlos.Hubo otro largo silencio hasta qu
por fin oyó un grito ahogado.
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—¡Por el amor de Dios, déjemranquilo!
A pesar que insistió y suplicdurante unos cuantos minutos más, noyó ningún otro ruido en el interior decuarto.
Nanny recorrió otra vez los oscurocorredores. Bajó la escalera y entró a lsala. Todos la miraron ansiosa.
—¿Tuvo suerte? —preguntó Myr—. ¿Encontró a sir Richard?
—¡Ay! Alteza, ¿Puedo hablarle e
privado?Myra se levantó y la acompañó aescritorio de Richard.
—Bueno ¿Dónde está? —pregunt
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—. ¿Vendrá pronto?La señora Cameron meneó l
cabeza. —Se ha encerrado en el viejo cuart
de estudio y no quiere salir de allí. Ldesgracia ha caído sobre los Marsdon.
—Oh, vamos señora… a propósit¿Cómo se llama usted?
—Señora Cameron, Jeanni
Cameron, alteza. Era la niñera de siRichard desde sus primeros años.
Myra asintió. Su propia niñera s
había parecido mucho a la señorCameron. Sensible, sumamente leapero supersticiosa.
—Bueno, señora Cameron —
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prosiguió Myra sonriendo—, estosegura que no debemos temer undesgracia sólo porque lady Marsdoesté enferma y sir Richard quiera estasolo. Regresaremos a Londres y usted sencargará de transmitirle a sir Richar
nuestro cariño y agradecimiento cuando vea. Eso es todo.
Los ojos negros de Nanny miraro
con tristeza a ese rostro bonito mpaciente.
—No lo veré, alteza.
Era una manifestación categórica desagradablemente convincente.Myra suspiró, se sentó en el silló
estilo Tudor ubicado del otro lado de
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prolijo escritorio de Richard, encendiun cigarrillo y dijo:
—¿Qué es lo que quiere decir coeso? No comprendo.
—No —dijo la señora Cameron. Sumejillas rosadas se arrugaron como un
manzana pasada—. Usted no comprende Ay Dios ¿Tendría que comprender
Pensó Myra. Era una pena que Celi
estuviera tan enferma y que Richarperdiera totalmente la compostura y sencerrara atufado en ese siniestro cuart
de estudio, una conducta lamentablpero que no tiene nada que ver conmigoAprovechó que la ventana estaba abiertpara echar un vistazo a su auto qu
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estaba estacionado frente a la escalinatde entrada, con su equipaje en enterior.
Me demoraré dos horas en llegar a ciudad, llamaré entonces a Gilbert y
arreglaré algo para esta noche, alg
divertido para olvidarme de todo estbodrio.
—Alteza —dijo Jeannie Camero
suavemente—. Estoy muy asustada, y nhay ninguna otra persona aquí ala qupueda explicarle el motivo.
El tono suave y ese viejo, ansioso honesto rostro eran enternecedores.Myra suspiró y se instal
nuevamente en el sillón.
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—Siéntese entonces y cuéntemodo.
Myra se demoró un poco ecomprender lo que trataba de explicarla señora Cameron, no porque la viej
mujer se fuera por las ramas, sin
porque era muy vehemente y lenta parponerla al tanto de lo que había sido lniñez de Richard. Comenzó con l
muerte de su madre cuando él tenía doaños y parecía demasiado pequeño parextrañarla, sin embargo así sucedió.
Los otros sirvientes le contaron quel niño decía muchas palabras, inclusivfrases cortas, antes que su madrmuriera, pero cuando ella entró com
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niñera, él no hablaba en absoluto, ni lhizo durante muchos meses más. Nloraba tampoco, ni sonreía, bebía seche y comía los cereale
mecánicamente, como «esos extrañomuñecos que saltan cuando se les tira d
un piolín». Los otros sirvientes lconsideraban retardado; sir Charles «eviejo señor era muy serio», entraba un
vez por día al cuarto de juguetes y decíque el niño era anormal, y que debílevarlo a Londres para hacerlo ver po
un médico, a lo que la señora Camerosiempre se resistió. Ella quería a spupilo y nunca dudó de que con eiempo sería como todos los demás.
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—Y así fue, alteza. Cuando cumplires años era el niño más vivo qu
conocí de esa edad. Aprendió las letrae inventaba cuentos para contárselos a smismo, aprendió a sonreír también, pernunca fue un chico bochinchero
ravieso como los otros.Myra lanzó una mirada a su relo
pulsera. Esta historia banal de un niñ
huérfano de madre y con un padrdistante y poco afectuoso, no parecímuy pertinente. A pesar que u
psicoanalista podría sacar miles dconclusiones con ella. Pero la señorCameron prosiguió tenazmente. Myraque escuchaba a medias, recogió l
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mpresión de un niño que hablaba caminaba dormido, que parecíconvencido de haber tenido una vidanterior a ésta, que a veces insistía eque su nombre era Stephen, y quStephen se había portado muy mal en e
pasado Siempre pareció tener al mismiempo vergüenza y miedo de Stephen. Yanny era la única que conocía est
período. De todos modos, las pesadilla fantasías desaparecieron cuando elle encargó a su hermano, que era pasto
en argyll, un cachorro de «Collie»lamado Jock. —Ese perro fue una bendición par
el joven Dick, alteza.
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—¿No me diga? —dijo Myrpercatándose de repente que no habíperros en esta típica casa de campnglesa.
—Así es —la señora Cameropareció leer sus pensamientos—. Hoy e
día no hay ningún perro aquí. El seoDick no quiso tener más perros despuéque mataron de untito a jock. Él es así.
nunca más volvió a mencionar a jockporque quería a ese perro con todo scorazón y creía que todo lo que é
amaba tenía un triste final. —¿Al perro lo mataron de un tiro—dijo Myra algo apenada—. ¿Por qumotivo?
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—Sir Charles creyó que estabrabioso —se retorció las manos quenía cruzadas sobre su pollera d
poplin gris—. No esperó a tener lconfirmación, ni tampoco le dijo amuchacho el porqué en ese momento.
Myra tragó. —Bueno, creo que uno no pued
arriesgarse con un animal rabioso, per
me imagino lo terrible que debe habesido para Richard. ¿Cuántos años tenía?
—Doce, alteza, el año que l
sucedió de todo. —¿Qué otra cosa más? —Sir Charles se casó con es
sinvergüenza descarada y esa mujer l
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puso al viejo totalmente en contra de shijo. No había sido anteriormente upadre muy cariñoso, a pesar de que eoven Dick se esforzaba po
complacerlo, y a veces iban juntos pescar o a pasear por las montañas
Pero sir Charles se volvió brutadespués que cayó en manos de esmujer. No podía soportar la presenci
del joven Dick, se burlaba de él y ldecía que era un loco.
—¿Pero seguramente Richard fue a
colegio? Debía vivir lejos de su padrdurante el período escolar.La señora Cameron meneó l
cabeza.
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—Sir Charles no se molestó emandarlo al colegio. Recién después…el párroco de saint Andrewʼs se encargde la educación del muchacho.
Myra frunció el ceño. Vio el cuadrcon toda claridad, una niñe
patéticamente abandonada, lancomprensibles muertes de la madre
un perro y sus efectos en un niñ
sensible.Se dio cuenta inclusive, que l
enfermedad de Celia podía representa
una amenaza tan grande que podínducir a Richard a escaparse. Perentonces Richard debía tener uproblema mental, cosa que le costab
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creer. —Y después de todo —dijo en vo
alta—, no se puede culpar a Richard poos golpes que ha recibido.
La señora Cameron se puso de pie miró de frente a Myra.
—Eso es la clave del asunto, altezaÉl cree que lo es. Y también yo. Es unculpa del pasado. Figura en La Crónic
de los Marsdon. —Realmente, señora Cameron —
dijo Myra tan sorprendida que no pud
evitar una risa—. ¿Por casualidad no hestado hablando usted con la señorTaylor o el doctor Akananda? Usted euna persona demasiado sensata par
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creer en la reencarnación.La señora Cameron se puso tiesa
habló con dignidad. —No conozco esa palabra. No h
hablado con nadie sobre esto, ni lo haríahora si no fuera que sir Richard se est
comportado como lo hizo hace veintaños —su voz se hizo más baja y agregen un susurro—. Tengo mucho miedo po
él, cuando caiga la noche, a esa mismhora fue cuando ocurrió la vez anterior.
—¿Qué sucedió? —Myra hizo u
esfuerzo para efectuar la pegunta.La vieja mujer alzó la cabeza y mirsin ver hacia los estantes donde estabaos libros de cuentas de la granja.
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—Entramos justo a tiempo… —dijentamente—. Estaba colgado de l
vieja cañería de gas.Los ojos verdes de Myra s
dilataron y luego pestañeó. Apagó scigarrillo. Se hizo un silencio durante e
cual sólo oyó débilmente el tic-tac dereloj del vestíbulo y los arrullos de lapalomas en el palomar.
—Qué horrible… —dijo—, pereso sucedió hace mucho tiempo, señorCameron. Sir Richard ya no es más u
niño desdichado, creció y se casó, y sbien su esposa está enferma, eso npuede ser tan grave, no existcomparación entre esos hechos, much
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me temo que usted está algo nerviosapero realmente no debe imaginar…
Se detuvo al notar que la señorCameron lanzaba un suspiro y qudejaba caer sus manos abiertas en udesesperanzado gesto.
—Antes utilizó las sogas de lcortinas, alteza, y todavía están allí —otra categórica afirmación.
Myra se estremeció y luego hablvivamente.
—Bueno, ¿Y qué es lo que uste
quiere que yo haga? Si está tapreocupada, busque a Dodge y aardinero y pídales que fuercen l
puerta.
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—No me gustaría que los sirvientesospecharan ¿Se da cuenta?
Myra lo comprendió de mal ganao creía que la situación fuera ta
dramática como lo pensaba la viejniñera. Más aún, ella tenía esa innat
aversión típicamente inglesa, por todo lque fuera emocional y por entrometersen la vida privada de los demás, n
obstante… —Usted quiere que yo vaya a habla
con sir Richard —dijo—. ¡Quiere qu
vaya a ver qué le pasa!La señora Cameron la sorprendió. —No, alteza, no serviría de nada
Quiero que llame por teléfono a
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hospital y le diga al señor hindú quvenga. Es la persona indicada parayudarnos. A mí nadie me haría caso.
Myra comprendió que tenía razónUna duquesa podía pasar por encima da complicada rutina de un hospital —
cosa que por cierto no podría conseguia señora Cameron—, sin embargo l
urgencia, las explicaciones, qué molest
si los temores de la señora Cameroresultaban ser imaginarios, pero smirada suplicante e insistente l
conmovió. —Muy bien —dijo agarrando eeléfono que estaba sobre el escritori
de Richard—. ¿Dónde está el número?
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Un grupo ansioso rodeaba la camde hospital, blanca y sencilla, dondacía Celia, aún inconsciente e inmóvi
Tenía puesta en el brazo la banda paromar la presión arterial; los do
médicos, Foster y Akananda, esperaba
ver subir la temblequeante columna dmercurio, pero éste sólo se agitabdébilmente en la base. Foster, con e
ceño fruncido, apoyó con más fuerza eestetoscopio contra las costillas, debajdel pequeño pecho izquierdo.
—Mucho me temo que se novaya… —le dijo a Akanandaquitándose el estetoscopio—. Pruebusted una vez más.
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Lily, que estba al pie de la camanzó un sollozo ahogado.
La caba y otra enfermerntercambiaron una mirada y mirarouego el frasco con Suero glucosado qu
caía gota a gota en la vena del braz
zquierdo de Celia.Tuvieron ciertas esperanzas uno
minutos antes mientras estaban en la sal
de operaciones. Ella había reaccionadigeramente a las inhalaciones d
oxígeno acompañadas por las lentas
monótonas órdenes del doctoextranjero. —Descanse, Celia. Descanse
Afloje los brazos. Déjelos caer. Déjelo
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blandos. Cierre los ojos. DescanseAflójese.
Al cabo de cinco minutos la pacientsúbitamente obedeció. Después de uestremecimiento, sus manos cogidacayeron hacia delante y cerró lo
párpados. Entonces pudieron bajar loahora flácidos brazos y las doenfermeras, a pesar de lo acostumbrada
que estaban a ver espectáculodesagradables, se sintieron mualiviadas cuando desapareció es
aterradora mirada fija. Pero compartíaa opinión del doctor Foster de que lenferma se estaba muriendo. El mercuridel aparato para la presión dejó d
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moverse en absoluto. Era evidente quninguno de los dos médicos tenía certezde oír latido alguno.
—Saquen del cuarto a la madre —aulló el doctor Foster y dirigiéndose Akananda le dijo—: paro cardiaco
podríamos hacer un masaje. Maldiciónno hay ningún especialista del corazócompetente, salvo en Londres, y y
nunca lo he hecho.La caba hizo salir a Lily del cuart
con muy buen modo y sin hacer má
ruido que el crujido de su delantaalmidonado.Akananda meneó negativamente l
cabeza.
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—Un masaje del corazón implicromper costillas —dijo—. Gravpeligro de punción y no será de ningunayuda. Ella no morirá, por lo menoahora. Seguirá en este estado.
—Grandísimo tonto —exclam
Foster—. ¡Qué demonios sabe usted lque va a pasar!
—Lo sé —respondió Akanand
ranquilamente—. He visto varios casode vidas detenidos transitoriamente en lndia, algunos yoghis pueden hacerl
voluntariamente. En anticuados términomédicos occidentales, es una forma dcatalepsia.
—En efecto —la furia de Foster s
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apaciguó—. Siento haber perdido loestribos, pero sólo soy un clínicgeneral recargado de trabajo y nunca hvisto algo semejante. ¿Qué sucederá cosu cerebro si llega a reaccionar? ¿Y qudemonios haremos con la muchach
mientras tanto? —Desconozco la prognosis —dij
Akananda suspirando—. Debemo
conseguir un psiconeurólogo. Le sugiera sir Arthur Moore y creo que deblamárselo sin pérdida de tiempo. Y
respecto a lady Marsdon, opino que lúnica que podemos hacer es mantenerlabrigada y tal vez probar con cortisonaQuizás sir Arthur tenga otras ideas.
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—Sí —Foster se sintió aliviado. Esujeto parecía bastante sensato, y dodos modos nada más podía hacers
por el momento, salvo tratar dconseguir a sir Arthur Moore y volver éa la sala de operaciones donde debí
estar desde hacía un buen rato.Cuando Foster y la caba salieron de
cuarto, Akananda puso su delgada man
cobriza sobre la frente fría y húmeda dCelia. La enfermera que quedó en ecuarto lo miró con desconfianza.
—Celia Marsdon —dijo akananadsilenciosamente—. ¿Dónde te encuentraahora?
Esperó, mientras se sumergía co
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ella en esa profunda oscuridad, hastque finalmente sintió un cosquilleo en smano. El cosquilleo trepó por su brazo en su mente percibió una escenpequeña y nítida, como si fuera unescenografía vista por el mal lado d
unos largavistas. Vio la cima de uncolina cubierta de pasto, castaños robles; vio la característica forma de su
hojas y debajo de ellas el satinado brilldel acebo. Un muro de piedra gricubierto de musgo rodeaba los árboles
vio también las ruinas de una capillcontra el muro. Comprendió que era uncapilla por el arco puntiagudo de suventanas y por la tosca cruz de piedr
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que estaba sobre el portal. Contra lpared meridional de la capilla srecostaba una choza de madera coecho de paja, cuya puerta estaba sujet
por unas bisagras de cuero. Dos siluetaestaban paradas justo delante de l
puerta, sobre el pasto pisoteado. Una dellas era un monje con hábito negroenía un cordel anudado en la cintura
su cabeza inclinada permitía distinguiuna tonsura redonda rodeada de pelnegro y corto. El monje aprisionaba e
sus brazos una muchacha vestida con unpollera azul y un corselete atado cocintas. Le pelo ondulado y rubio de lmuchacha le llegaba hasta las caderas
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excepto unos mechones cuyos reflejodorados contrastaban con las manganegras del monje. Los dos estabanmóviles como las fotografías e
colores; pero a diferencia de unfotografía, la escena rebosaba emoción
unas ansias frenéticas e impacientes. Yuego la escena desapareció.
—¡Doctor! —repitió la jove
enfermera, como ya lo había hecho doveces.
El hindú abrió los ojos y se encontr
con una cara insolente y reprobadordebajo de una cofia blanda. —Sí, qupasa, señorita —dijo.
—Una llamada telefónica d
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Medfield, la duquesa de Drewton quierhablar con usted.
Akananda asintió, reaccionandentamente.
—Muy bien, ¿Dónde está eeléfono, en la oficina? No la toque n
moleste para nada, por favor —diseñalando Celia.
La enfermera le dirigió una mirad
desdeñosa. —No tema —dijo—. El próximo e
ocarla va a ser el de las pompa
fúnebres.Akananda habló por teléfono coMyra y luego se encontró con LilTaylor que esperaba angustiada en e
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hall. —Voy a regresar a Medfield por u
ratito —dijo él—. Pobre señora —exclamó luego al ver la cara de Lily—Acompáñeme y descanse un poco. Por emomento no podemos hacer nada por s
hija —tuvo un ligero titubeo percomprendió luego que de todas lapersonas afectadas por esa crisis Lil
era la única capaz de entender algoagregó—: creo que debido a unemoción intensa, lady Marsdon h
regresado al pasado, a una vida anteriorunto con sir Richard y también usted o. Entonces fue cuando tuvieron lugaas aciones y emociones violentas, cuya
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consecuencias debemos sufrinexorablemente hoy en día.
Lily lo tomó del brazo. —¿Pero cómo podemos hacer par
detenerlo? Celia se está muriendo. OhDios, yo no comprendo… —se cubrió
cara con las manos. —Nosotros debemos detenerlo,
más bien, con el auxilio de l
misericordia divina tal vez podamodetenerlo —hablaba con más seguridade la que realmente sentía. Porque segú
o que le dijo la duquesa cuando llamóambién sir Richard… rodeó a Lily cosu brazo y se dirigieron hacia el auto.
Myra los esperaba en la escalinat
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de Medfield; la señora Cameron estabparada justo detrás de ella.
—Qué contenta estoy de que hayvenido, doctor Akananda —dijo Myrcon vehemencia. Durante la últimmedia hora llegó a compartir la angusti
de la vieja escocesa y también sextraña fe en el hindú—. Richard siguencerrado. Yo misma fui hasta la puert
del cuarto de estudio. No se oye ruidalguno. ¡Apúrese!
Akananda inclinó su cabeza.
—Pero debo estar a solas ¿Seríaan amables de esperar todas bajo? —señaló la sala desde donde se oía umurmullo de voces apagadas.
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Myra pasó su brazo alrededor dLily que estaba tambaleándoseAkananda subió la escalera y se dirigia su cuarto, mientras la señora Camerorespetuosa y obstinadamente lo seguíres escalones más atrás. Ella esper
frente a la puerta cerrada mientras ehindú purificaba su mente para la luchaRecitó en voz muy baja, palabras de
athrava-veda. —Semejante a la noche y al día qu
no sienten miedo, ni sufren dolores
pérdidas mi espíritu no te teme…semejante a lo que ha sido y a lo quserá, que no sienten miedo ni sufredolores ni pérdidas, mi espíritu no t
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eme.Akananda esperó hasta que e
ranquilo dormitorio inglés se disolvien una luz blanquísima y dorada, lluminación de la compasiva sabiduría levantó entonces sus brazos uniend
as palmas de las manos en el universagesto de oración. Se puso de pie y abria puerta. Movió afirmativamente l
cabeza sin sorprenderse en lo mámínimo por la cara expectante de lseñora Cameron.
—Vayamos al cuarto de estudio —dijo.La puerta del cuarto de estudi
estaba abierta de par en par cuand
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legaron y Richard estaba entado frente uno de los viejos pupitres escribiendoLa señora Cameron lanzó unexclamación y corrió hacia él.
—¡Señor Dick! ¡Gracias a dios! qususto me dio.
Richard la miró severamente y sencogió de hombros.
—Ya no tengo doce años, Nanny,
estoy mejor entrenado para enfrentarmcon hechos desagradables ¿Viene dehospital? —dijo dirigiéndose
Akananda—. ¿Cómo sigue Celia? —sono era de una gran frialdad—Supongo que estará en el hospital ya quoí llegar una ambulancia.
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—Está realmente muy enferma, siRichard, sin conocimiento. Debe ir verla.
—¿Preguntó por mí o por HarrJones?
Akananda se sorprendió tanto com
a vieja niñera por el tono y lsugerencia.
—¡Por Dios, muchacho! —exclam
a señora Cameron, agarrando a Richarpor el brazo—. ¡Está inconscientemoribunda, tiene que ir a verla, es s
esposa!Richard se paró y dio un paso atrás. —Ya le he hecho suficiente daño
Celia. Mejor será que no nos veamo
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nunca más. Su madre se encargará dcuidarla y por supuesto, trataré dconseguir los mejores médicos.
Se hizo un silencio. Akanandobservó que el crucifijo y las velahabían desaparecido del pequeñ
recoveco, mientras luchaba poconseguir la guía y la sabiduría quhabía sentido pocos minutos antes
sabiduría para combatir lanflexibilidades, distorsiones
crueldades de la voluntad humana.
—¿Qué sugiere usted, sir Richard—preguntó nuevamente. —Desalojar a todos de mi casa,
odos los relacionados con estos último
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meses de mi equivocado matrimonioQuisiera vivir solo de hoy en adelanteel tiempo que desee seguir viviendo.
—Se ha vuelto loco —susurranny mientras las lágrimas corrían po
sus mejillas—. Mi pobre niño, te ha
vuelto loco. Es la maldición de LCrónica que lees tan a menudo en lbiblioteca, las viejas y antiguas culpa
han recaído sobre ti. —¡Bah! —exclamó Richard—
Morbosas patrañas! Nunca más volver
a pensar en el pasado. El libro estcerrado. —Eso, sir Richard —dijo Akanand
seriamente—, es imposible en su caso
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En la vida actual se han reproducidciertas circunstancias para que usteenga la oportunidad de redimir su
culpas del pasado. Usted y ladMarsdon. Ambos. Por el momento, usteestá aumentando lo malo.
Richard alzó el mentón. —No comprendo absolutament
nada de lo que usted está diciendo
doctor Akananda y no tengo intencionede seguir prestándole oídos ni un minutmás. Nanny, encárgate por favor d
decirles a las mucamas que me prepareel dormitorio colorado del ala este. Mmudaré allí hasta que saquen de aquodas las pertenencias de lady Marsdo
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me quede solo en Medfield place —salió del cuarto de estudio y avanzó poos pasillos en dirección al ala este.
El médico hindú y la niñerescocesa, esos dos seres tan disparesntercambiaron una mirada d
mpotencia y desesperación. —Él no es realmente desalmado
cruel, señor —dijo ella—. Nunca lo h
visto así —buscó un pañuelo en sbolsillo y se secó los ojos——. Usted loyó, el tiempo que desee segui
viviendo… ¡Oh, doctor! —Comprendo —respondió él—¿Podría mostrarme el libro del que mhabló, La Crónica?
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—Sí, señor —respondió y lo guiescaleras abajo hasta la biblioteca.
Akananda colocó el pesado volumesobre el atril que estaba junto a lventana. Estudió la anotación que lndicó la señora Cameron. Sigui
cuidadosamente los trazos de lescritura Isabelina con su dedbroncíneo mientras sentía que su
convicciones se confirmaban. Aquestaba la clave, que él todavía nograba descifrar, no obstante, a
mantener su receptividad, percibímágenes fugaces de hechos reales depasado, que hasta entonces sólo habípercibido como chispazos intuitivos
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conocimientos anteriores y ondaocultas de la psiquis de Celia.
—Ightham mote —movió su cabezen señal de asentimiento y luego leyotra vez con renovado interés lreferencia a los antiguos propietario
del período Tudor—: sir Chris; Allen su fastidiosa esposa… que tenía unmirada maligna —al releer este párraf
vino a su mente la imagen de EdnSimpson, la gorda del vestido comotas, mientras estaba sentad
comiendo la noche anterior, mirandndignada a Celia— y luegderritiéndose por sir Richard. Esdentificación parecía probable; e
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alguna forma esa mujer había vuelto repetir la noche anterior su crimen depasado. ¿Pero cómo? Meneó la cabezaSus posiciones y dudas. La situación yera bastante dramática en esomomentos, y quizá sería pero aún,
menos…Sintió la mirada ansiosa de lo
pequeños ojos negros.
—Así es —suspiró—, aquí hamuchas claves, si pudiéramos revivioda la historia, ver claramente lo qu
sucedió… —¿Podría hacerlo? —preguntó lseñora Cameron con vehemencia—¿Hacerlos ver el pasado?
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Akananda meneó la cabeza. —No lo sé. No poseo podere
milagrosos. Pero existen algunas droga tal vez por medio de la hipnosis…
sir Richard no, él se ha encerrado en smismo, pero posiblemente lad
Marsdon. —Cuando yo era una muchach
había una mujer sabia que vivía del otr
ado de la granja donde estaba nuestrcabaña, ella podía hacerlo, ella podíhacerle ver el pasado encendiendo un
fogata con pasto. Así fue como impidique jemmie mc cleod asesinara a shermano, mostrándole que lo habíhecho antes, en tiempos de Robert bruc
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que terminó colgando de la horca.Miró a la señora Cameron co
aprecio. La sangre oculta aceptaba esacosas con la misma naturalidad que lohindúes, y él aspiraba a poder penetrael torpe y ciego materialismo del mund
occidental. —Meg hizo otra cosa —prosigui
diciendo la señora Cameron casi si
respirar—, aunque el pastor y mi madrno lo creyeron. Mi pequeña hermanannie nació ciega, era sumamente trist
verla estirando sus bracitos y cayendo an bonita por otro lado. El sacerdotdijo que era la voluntad de Dios, lo quo consideré muy injusto pero Meg m
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mostró una noche en el humo del pastque annie había sido antes una mujemuy cruel y que le había quemado loojos a un hombre con un hierro al rojoPor eso ahora ella era ciega.
Akananda sonrió brevemente.
—Sí, a veces el castigo correspondexactamente al crimen, pero por lgeneral no podemos ver resultados ta
definidos. Como usted sabe, estamoenfrentándonos con grandes misterios.
—Así es —dijo la señora Camero
—, estamos en medio de una graconfusión y yo estoy muerta de miedo. —Trate de no preocuparse —dijo é
—. Mejor será que cumpla las órdene
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nerte de Lily—. Adiós, Sue —le dijo a chiquilina que parecía alg
desilusionada. Ese fin de semanerminaba de un modo tan triste
repentino y nadie quería contarle nad—. Llámame antes de volar a tu país —
agregó Myra amablemente—. Tpresentaré unos jóvenes buenos amigos.
Myra, Igor y Harry se marcharon
Los tres que quedaban en la sala oyeroel ruido del bentley al ponerse emarcha y el crujido de la grava de
camino. —Debo volver al hospital sipérdida de tiempo —musitó Lilomando un trago de café frío y haciend
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uego a un lado la taza—. Richard macompañará, por supuesto.
Akananda se sentó en una sillsheraton de respaldo curvo y juntó lamanos.
—Señora Taylor, tengo que habla
con usted.La opresión que Lily sentía en s
pecho aumentó, pero comprendió e
seguida lo que él quería decirle. Se divuelta hacia la muchacha y le dijo:
—Sue, mi querida ¿Podrías avisarl
al párroco que Celia está enferma y quno podrá asistir a la reunión de mañandel comité de la flor? Pero que cuentenpor supuesto, con el acostumbrado ram
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detrás de u muro impenetrable. Nada lhará cambiar su decisión.
Ella lanzó un sonido entrecortado. —¿Se ha vuelto loco? —Desde el punto de vista médico
no —respondió Akananda.
—Pero él la quería a Celia, lo spositivamente. Y ella está moribunda, umarido no puede comportarse de est
forma, no es… ¡No es decente!Akananda sonrió tristemente. —Las emociones violentas jamá
son decentes, señora Taylor. Son fuerzaciegas, a menudo lo suficientementfuertes como para seguir actuando máallá del curso de una vida.
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—No puede ser —dijo Lilcubriéndose con su mano los ojos—Tan sólo porque Celia flirteó un poccon sir Harry, y estaba algo rara anochepero no tiene sentido. Oh, me siento taristemente inútil.
—Dejó escapar unos sollozos buscó un pañuelo en su cartera—. Nquiero llorar, no sirve para nada, pero s
pudiera comprender qué es lo que nos hpasado…
Akananda se levantó y caminó haci
a ventana. Miró en dirección a la líneverde oscura de las montañas, que srecortaban contra el sereno cielo azul.
Misteriosas y eternas, tan lejos d
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as cambiantes pasiones humanas comel bienaventurado estado de samadhi, aque siempre había querido entrar. Y npodía hacerlo porque no se habíiberado todavía de una antigua deuda
Él también estaba atado a la rueda d
karma.Regresó junto a la afligida mujer y l
ocó el hombro.
—Yo también me encuentro emedio de la oscuridad, casi como ustedpero con su permiso me gustarí
practicar un experimento con sufijdespués de haber tenido una consultcon arhur Moore —y si ella vive, agregpara sí mismo.
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—Cualquier cosa —susurró ella—Cualquier cosa que usted crea que puedservir de algo.
—Y a propósito —dijo Akanandsuavemente—. ¿Qué pasó con loSimpson?
Lily se sobresaltó. —No lo sé. Me había olvidado d
ellos. ¿Será posible que estén aqu
odavía? —Así lo creo —sus sensibilizada
percepciones tenían conciencia de u
foco oscuro dentro de la casa, un vórticsiniestro como un lento remolino en uago oscuro—. No, espere —le dijo
Lily—. Y me encargaré de ellos.
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Subió hasta el cuarto de los Simpso golpeó la puerta.
—Entre —dijo una voz de mujerAkananda obedeció y se detuvo en lentrada al ver una escena que hubiersido ridícula si él no hubiese tenid
anta conciencia de la maldad.Edna, con su cara colorad
empapada de sudor y su cabeza cubiert
de rulitos húmedos que parecíapequeños cuernitos, estaba paraduchando para abrocharse la faja
mientras George la ayudaba a tirar de lsientas. —¡Cielos! —exclamó enojada—
Yo creí que era la mucama! —manote
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un kimono japonés, y cubrió sugenerosas carnes.
—Lo siento, señora Simpson —Akananda se inclinó levemente—. Lseñora Taylor me pidió que averiguarqué hacían ustedes. A lo mejor no se ha
enterado que hoy han ocurrido cosamuy serias en Medfield. Los otrohuéspedes ya se han ido.
Edna se había recuperado bastantde los efectos del tónico —excepto poun sordo dolor de cabeza— y habí
decidido que los horrorosos recuerdode la noche anterior formaban parte duna de las tantas pesadillas que lperseguían. Y en ese preciso moment
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recién pareció darse cuenta que enegro, al que había prestado tan pocatención hablaba un excelente ingléuniversitario, como el del locutor de lbbc, y parecía tener una gran intimidacon los Marsdons. Se arregló el kimon
con cierta dignidad diablo amablemente —¿Lady Marsdon está enferma? Sí
el señor Simpson me lo dijo —señaló
George que estaba parado detrás de lcama y que miraba a su mujer con unmezcla de asombroy alivio. Nadie podí
sospechar lo que parecía Edna una horantes. Edna tenía un espíritu fuertedespués de todo. Alguien sobre quiepoderse apoyar, ya pesar que a veces s
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volvía áspera e irritable, era un graestímulo para él. Lo mejor era olvidaashoras anteriores.
—Yo también he estado bastantenferma —dijo Edna—, tan incómoda euna casa ajena, pero estoy segura de n
haber dado trabajo. Si sir Richard y lseñora Taylor están deprimidosnosotros nos quedaremos para animarlo
un poco ¿No es verdad George?Akananda controló su cara y s
exasperación ante la increíble fuerza d
esa ciega estupidez y malicia. Podía veuna aureola oscura y sucia con rojodestellos zigzagueantes alrededor de lcabeza de esa mujer. Sabía que ell
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Richard. —Por supuesto, doctor —dij
George—. Estaremos listos en umomento ¿Verdad, querida?
Akananada, que los observaba coa clarividencia que a veces conseguí
obtener, percibió un cambio en laureola del pequeño abogado, la quhasta ese momento había sido débil
grisácea. Cuando Simpson se dirigió su mujer, adquirió un leve tinte rosado, más asombroso aún, los rojos violento
se acentuaron alrededor de Edna. Vilamas devoradoras que bailabaalrededor de una cara hinchadavociferante. Se estremeció y habló en u
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ono más suave. —Sin duda alguna pronto tendr
noticias de sir Richard, señor SimpsonTanto él como lady Marsdon querríadisculparse, si pudieran, por el abruptfinal de este fin de semana. Le diré a
mucamo que les traiga el horario drenes —se inclinó y cerró la puerta.
—Bueno —dijo Edna— ¡Me parec
que ese hombre se toma demasiadaatribuciones! ¿Qué supones que puedpasarle a los Marsdon? Me pregunto s
no se habrán intoxicado con la comidaA mí me pareció que el cangrejo danoche estaba un poco pesado. ¡Ypensándolo bien, yo también estuv
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enferma! ¡Apostaría la cabeza que fue ecangrejo!.
—Tal vez —dijo Georgafanadamente—. Me alegro que estébien ahora, mi vieja.
Entró apresuradamente al cuarto d
vestir y comenzó a preparar su valijaEdna comenzó a empacar tambiénmientras su resentimiento por se
despedidos de Medfield se convertía eun ansia creciente. Empezó a sentináuseas nuevamente, pero por suerte s
farmacia estaba abierta los domingosEn cuanto llegara a clapham podíbuscar una nueva botella del tónico. Eansia por su bebida eliminó muy pront
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oda otra consideración, pero no lmencionó este detalle a George.
En el hospital no se había registradningún cambio en el estado de CeliaCuando Akananda entró acompañadpor Lily, la pequeña enfermera petulant
se puso de pie, y sus ojos adquirierouna mirada reprobadora. Contemplaba Kananga con un silencioso desprecio
mientras el médico hindú examinaba Celia. Había tenido tres años dentrenamiento y sabía reconocer u
cadáver cuando se encontraba con unoLa caba había coincidido con ellacuando entraba al cuarto, de tanto eanto.
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—Tengo que sacarla de aquí —dija caba—. Necesitamos la cama. H
habido un choque múltiple en la aveintisiete, y los tenemos en el piso dabajo acostados en las camillas. Anuestros hospitales les preocupan lo
vivos, y esta mujer no lo está; baroneso no esto es ridículo.
Mientras realizaba su examen
Akananda estuvo muy próximo compartir en privado la opinión de laenfermeras. No encontró signo
fundamentales de vida, no tenía pulsorespiración ni reflejos, el cuerpo estabfrío y pálido, pero no tan frío como el dun muerto de verdad.
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Tampoco se advertían indicios derigor desde que el oxígeno la habíhecho aflojarse. Todos los músculos dCelia permanecían flácidos.
Akananda trató de ver su aureolacomo lo había hecho con los Simpson
pero su clarividencia le falló y lo dejsin nada en que apoyarse, como no fueren una fe obstinada. Y se encontró co
que resultaba muy difícil mantener estfe frente a las hostiles enfermeras.
—¿Pueden llevar el cuerpo de vuelt
a la casa, doctor? —espetó la cabuego de unos minutos de discusión—Supongo que lo llevarán a enterradesde allí, y además de que necesitamo
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a cama, este asunto no es natural perturba a las enfermeras jóvenes, nque hablar de los pacientes si llegaran enterarse —agarró a sábana y cubricon ella la cara de Celia.
Lily, que había estado observando
anzó un gemido y bajó la sábana. —¡No haga eso por favor, caba! Po
favor no lo haga. Espere por lo meno
hasta que llegue el especialista quviene de Londres —tomó la mano dCelia y la apoyó contra su mejilla.
La caba apretó los labios. —Bueno —dijo—. El doctor Fostedice que tal vez sir Arthur llegue estnoche, y bien contento que se ve a pone
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al descubrir que ha perdido su tiempo evano. Yo quería tratar de evitarle eviaje.
—No —exclamaron Akananda Lily al mismo tiempo La caba sencogió de hombros—. Acompáñem
entonces —le dijo a la enfermera jove—. La necesito abajo —las dos figuracon sus cofias blancas salieron de
cuarto. —¿Cree usted que Richard permitir
que la llevemos a su casa? —susurr
Lily, acariciando la mano de sufija.Akananda meneó la cabezaSolamente si estuviera realmentmuerta, pensó. No dudaba que s
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educación y tradición obligarían abarón a realizar un funeral acorde couna lady Marsdon. Aunque en realidadno se podía estar seguro ni siquiera deso. Cuando Akananda salía dMedfield place rumbo al hospital, se l
acercó la señora Cameron y le susurrhorrorizada que Richard estabrompiendo cuanta fotografía encontrab
de Celia y que había cortado en jironeel nuevo retrato al óleo de su esposa qucolgaba en el hueco de la escalera.
Las horas transcurrían lentamentmientras Lily y Akananda esperabasentados junto al bulto cubierto posábanas en la cama del hospital.
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Pero no era todavía medianochcuando sir Arthur Moore emergió dedaimler que conducía su chofer y subias escaleras del hospital rebosando es
seguridad y sutil amabilidad que lhabían sido de gran ayuda par
conseguir una abultada renta y un títulnobiliario. Era bajo, grueso, calvo y saspecto se asemejaba más al de u
próspero concejal que al de uneuropsiquiatra, famoso entre la noblezpor su discreto tratamiento de varia
enfermedades embarazosas como semal de san vito, epilepsiamanifestaciones histéricas e inclusivalcoholismo. Tenía plena conciencia d
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que últimamente su trabajo habícomenzado a aburrirlo, y levementsorprendido con su persona por habeabandonado dos horas antes la elegantcomida de lady blackwood, aún antes derminar un delicioso sufflé gran
marnier, para atender una llamadretransmitida de un desconocido clínicgeneral de Sussex.
La caba lo recibió en la puerta dehospital presa de gran agitación.
—Oh, sir Arthur, es un gran honor
qué barbaridad hacerlo venir desdLondres, es totalmente inútil, pero esmédico extranjero, si es que realmentes un médico…
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—¿Cómo? —la interrumpió Mooreagitando una mano gorda e impacient—. El sujeto que me llamó no erextranjero… se llama Foster.
—Ése no —tartamudeó la caba—Me refiero al otro, el que no quier
admitir que su paciente está muerta, estaba muerta cuando llegó, según creo, a pesar que obtuvieron una
reacciones post-morten, pero eso fuhace horas, y para mí es perfectamentobvio que…
Se interrumpió cuando el prominentmédico arqueó sus tupidas cejas blanca le dirigió esa mirada fría
especuladora que había silenciado
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estrepitosos miembros de la realezacolegas reprobadores e inclusivdirectores de hospitales.
—Llame al doctor Foster y avíselque he llegado —dijo—, pero primercondúzcame hasta la paciente.
Sir Arthur entró al cuarto de Celia se dirigió directamente a la camahaciendo caso omiso de las do
personas que estaban apenas iluminadapor una débil luz de la lámpara nocturnaEncendió el mismo la luz de arriba
omó la muñeca de Celia mientraobservaba atentamente su cara. Drepente soltó la mano, que cayó sobre epecho inmóvil produciendo un ruid
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amortiguado que resonó en los oídos dodos los que estaban en el silencios
cuarto. —Puede retirarse —le dijo si
Arthur a la agitada caba. Y agregó: —No tengo nada que decir hasta qu
legue el doctor Foster —borrando dese modo su sonrisa triunfante agregando para sí mismo mientras l
enfermera se iba—: qué mujer pesadaiene razón, por supuesto, la muchach
está muerta sin lugar a dudas, pero…
Súbitamente se percató de lpresencia del hombre y la mujer questaban parados del otro lado de lcama.
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—Lo siento —le dijo a lacongojada aunque bonita mujer madur—. ¿Usted es la madre? —Mientras Lilasentía en silencio, se dio vuelta haciel hombre y dio muestras de un inusitadasombro—. ¡Dios mío! —exclamó—
¿Es Jiddu? ¿Jiddu Akananda? —squedó mirando la cara afilada y siarrugas, el pelo negro y lacio, el cuerp
delgado que se adivinaba bajo un trajde sport de corte impecable. Uno de lomejores alumnos de su curso en guyʼs
en el Maudesley—. ¿Qué demonioestás haciendo aquí?Akananda sonrió tristemente. —Estoy tratando de evitar que est
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oven muchacha abandone totalmente scuerpo actual y haciendo lo posible parmpedir que otros la obliguen a hacerlo.
—En efecto —dijo sir Arthusuavemente, dando vuelta alrededor da cama y estrechando la mano del hind
—. ¡El mismo visionario de siempreNo has cambiado en lo más mínimo
Deben haber pasado treinta y cinco año
desde que sudábamos juntos en guyʼs¿Recuerdas el lío en que nos metimosUn shock eléctrico creo, y en contra d
órdenes expresas del viejo murdocQué flor de lío! ¡Qué has hecho durantodos estos años!
—Calcuta, Londres, investigaciones
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muy tranquilo en comparación con tcarrera, Arthur, y ahora preciso que mayudes —dirigió una mirada ala cama el otro médico se sobresaltó se habíolvidado de la situación actual por eplacer de encontrarse con un compañer
de estudios al que siempre habíestimado, a pesar de que la mayoría dos otros estudiantes lo consideraba
como un tipo raro. —Sí, cuéntame todo lo que sabe
sobre este caso —dijo sir Arthur, todo
os detalles.Lily, que había sido hecha aun ladpor los dos hombres, sintió un remotalivio al entregarse a una impotenci
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otal mientras esperaba el veredicto dos expertos.
Su tristeza se convirtió en apatía, salió del cuarto rumbo al escritorio das enfermeras musitando que tal ve
encontraría una taza de café en algun
parte.Sir Arthur se sentó en una silla d
respaldo duro mientras Akananda hací
o propio en otra igual. Sir Arthur sacun cigarro y cuidadosamente le cortó lpunta.
—Por lo general no hago estestando al lado de un paciente —dijencendiendo un fósforo—, pero mayuda a pensar y sinceramente, m
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querido amigo, no veo cómo podemoconsiderar a eso una paciente. Nobstante, adelante con los pasteles.
Akananda habló durante dieminutos, comenzando por detalles procedimientos médicos mientras s
colega escuchaba atentamenteasintiendo a intervalos.
—Ya no es tan simple establecer l
muerte clínica —acotó mientraAkananda hacía una pausa—, eso es lque están descubriendo los que s
dedican a hacer trasplantes de órganosPero a veces las ondas cerebralepueden ser de alguna ayuda. Tendríamoque llevarla hasta el aparato par
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averiguarlo, aunque si no fuera por tdeterminación, firmaría un certificadde defunción basándome solamente eas condiciones actuales. Es verdad qu
hasta que se manifieste el verdaderrigor y la putrefacción, no lo sabremo
con certeza. Mantendré alejados a lovampiros en tu beneficio.
—Gracias —dio Akananda—
rezaba para que así lo hicieras.El otro hombre pareció alg
ncómodo por el caluros
agradecimiento del hindú. Cruzó supiernas gordas y dijo: —Bueno, este es en realidad un cas
excepcional, a propósito, pareces tene
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cierto interés personal en él ¿Un golpde romanticismo quizás? Debe ser unmuchacha bastante atractiva cuando estcon vida, como quien dice ¿O se trata da madre? Recuerdo muy bien que tenía
mucho éxito con las mujeres, las chica
se morían por ti. Yo me sentía celoso menudo.
—No, no… —dijo Akanand
sonriendo—. Hace rato ya que serminaron esos días. Y si bien les teng
una gran simpatía a ambas mujeres, n
es del tipo carnal al que tú te refieres. —¿Siegues siendo tan ascético¿Nada de vino, mujeres o carnes rojas?
Akananda asintió.
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—Parece espantoso ¿Verdad? —Hay para todos los gustos… —
dijo sir Arthur algo ausente. Miró hacia cama y frunció el ceño, mientras s
mente reconsideraba el problema actua—. El marido, el barón, parece un bue
sinvergüenza de acuerdo a lo que tú mcuentas.
—Se está comportando como si l
fuera —asintió Akananda pausadament—. Patológicamente. Pero estrepresentando lo que reordena
malignas presiones del pasado y sufrmuchísimo. —¿Un trauma de la niñez? —
preguntó sir Arthur haciendo un anillot
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humo y mirándolo ascender hacia eecho blanco—. ¿Complejo de edipo odas esas teorías freudianas con las qu
nos llenaron la cabeza? —En parte quizás sea así —
Akananda dio vuelta la cabeza
contempló por la ventana oscura lnoche estrellada—. Sir Richard sencuentra en un peligroso estado d
escapismo, repudiando la realidad depresente. Como así también esta pobrmuchacha —hizo un gesto con la cabez
señalando la cama—. Y como podráapreciar, corriendo un serio peligroTambién del pasado.
Sir Arthur asintió no mu
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convencido. —¿Te parece indicado un análisi
profundo? Un asunto tedioso académico por el momento. No se puedanalizar a un virtual cadáver. Y propósito Jiddu, me pareció muy curios
a observación que hiciste respecto ratar de evitar que otras personas l
obligaran a entregar su cuerpo. Suena
brujería o peor aún —dejó su cigarro frunció el ceño—, Suena a crimen. ¿Nserá eso lo que quieres decir?
Akananda suspiró y se puso de pieagarrándose las manos detrás de sespalda.
—Crimen es exactamente lo qu
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—Terapia —dijo Akanandaseleccionando cuidadosamente supalabras—, medidas preventivas, iberación de sus emociones reprimida
—esperaba que estos términos sonorosatisficieran a su amigo—. Es decir
reconstrucción del trauma original coel objeto de producir una catarsierapéutica.
Pero sir Arthur refunfuñó enojado. —Demasiada fraseologí
pretenciosa para un lego, mi viejo, y
mismo la he practicado cuando no sabíbien qué decir. En idioma común corriente ¿Si la muchacha no está muertodavía, tú esperas poder sacarla de est
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rance cataléptico o lo que sea, parobligarla a revivir inconscientemente aceptar los desastres de los qusuicidamente trata de escapar?
—Algo por el estilo… —respondiAkananda al cabo de un instante. É
itubeó, deseando clarificar conceptospara conseguir la cooperación total dsu amigo y aventurarse a explorar e
pasado. Pero sabía que la franquezpodía provocar dudas, inclusivhostilidad. Arthur era un neuropsiquiatr
de primer orden y un firme convencidde la eficacia de métodos materialecomo la quimioterapia. Desde el puntde vista analítico, aceptaría una posibl
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regresión a cualquier pasado, inclusivel fetal, del cuerpo palpable en que se lpresentaba un paciente. Pero sentí auprofundo desdén por la existencia dotra vida anterior a la fetal o más allá da tumba. Así pensaba el joven arti
Moore cuando era un estudiante dmedicina y sir Arthur Moore, eeminente especialista, evidentemente n
había cambiado. —Este médico clínico se est
demorando más de lo debido —acotó si
Arthur e inmediatamente pegó un salg—. ¿Santo cielo, qué fue eso?Giró sobre sus talones y miró haci
a cama. Se dirigió rápidamente allí
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apoyó su oreja contra el pecho de CeliaEl estado de la muchacha no habícambiado, no se sentían latidos, no teníreflejos ni expresión alguna, excepto unde ligera sorpresa, muy común en lorostros de los muertos recientes.
—Me pareció haberla oído habar —dijo sir Arthur. Sacó su pañuelo de sed se secó la frente—. ¿Oíste algo, Jiddu
El hindú no había oído nada y menenegativamente la cabeza.
—¿Qué fue lo que le oíste decir? —
preguntó suavemente.Sir Arthur aplastó su cigarro. —Totalmente idiota, por supuesto
Debo tener alucinaciones. Me hace
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falta unas vacaciones. ¡Miren quponerme nervioso como mis pacientes!
—¿Pero qué fue lo que te parecioír? —insistió Akananda.
—Bueno, sonaba como «Stephen». —Ah-h —dijo Akananda suspirand
—. Oíste lo que ella estaba pensandoArthur, por lo menos oíste uapasionado grito de su alma.
—¡Mi querido amigo! —estalló siArthur—. Este caso ya es de por sbastante original sin que tú l
compliques con tus teorías metafísicaextrasensoriales, transmigratorias y Diosabe qué otras más. Las recuerdo mubien ¡Cómo discutíamos! Yo imagin
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haber oído algo, una simplísimalucinación auditiva. Siento haberlmencionado pero me sorprendió.
Al ver que su amigo estaba confusocambió de tema salvo por una pequeñobservación.
—Si puedes creer en la televisióArthur puedes creer en cualquier cos¿No te parece? Imágenes invisibles
palabras, continuas vibracionealrededor de nosotros y que recién sponen de manifiesto al apretar un botó
en un aparato debidamente sintonizado. —¡Tonterías, no existe paralelalguno! ¡Y maldito sea, yo no soy uncondenada radio! —oyó pasos afuera
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exclamó—: gracias a Dios, ese debe seFoster. ¡Ahora podremos entrar eacción!
El doctor Foster hizo su aparición sir Arthur procedió a impartir ladirectivas y a tomar decisione
prácticas, para lo que era un perito.A la mañana siguiente de otr
precioso día de junio, Celia fu
ransportada a Londres e instalada en uujoso cuarto en la london clinic. E
electroencefalograma que le tomaron n
bien llegó había registrado una mínimfunción cerebral, ondas tan débiles espaciadas que maravillaron nsolamente al especialista, sino a todo e
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personal que observaba fascinado egráfico. La prognosis era negra.
Akananda permaneció junto a siArthur mientras éste se encargabpersonalmente y con sumo cuidado dproceder a un tratamiento de shock. La
ondas cerebrales de Celia permanecíagual.
—Esto me supera. Nunca he visto n
oído hablar de algo semejante —admitifinalmente—. Un cadáver vivientecomo el que describió ese poet
norteamericano ¿Cómo se llama?… Poeo más de diez años atrás ya la habríaembalsamado o cremado, y entonces sque la habrían liquidado de veras. Per
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por el momento… me doy por vencidoJiddu, es toda tuya. ¿Qué quieres hacecon ella?
—Quedarme totalmente a solas coella, sin interrupciones.
Sir Arthur suspiró.
—Muy bien. Daré las órdenepertinentes ¿Supongo que probarás cohipnosis o alguna otra tontería hindú?
—Quizás —respondió Akanandsonriendo—. Ahora iré a casdescansar, y regresaré junto a m
paciente un poco más tarde. —¿A tu casa? —sir Arthur parecísorprendido. Su amigo parecía tan darraigado y tan dedicado—. ¿No t
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referirás a mujer e hijos o inclusivnietos? Yo tengo uno. Un nieto. Mi pobrmujer murió hace seis años.
—No, nada de eso. Yo recorro usenda muy solitaria, en esta vida —agregó intencionalmente observando l
expresión del otro, que se mantuvcariñosamente inquisitiva, pues siArthur permaneció serio a l
mplicación—. Tengo un pequeñdepartamento en Bloomsbury —agregó.
—Bueno, buena suerte —dio si
Arthur, que se había quedado sidesayuno y almuerzo en su lucha pohacer reaccionar a Celia y que pensabansiosamente en su elegante casa d
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mayfair, donde el cocinero le prepararíal instante una omelette de riñones—Dame un golpe de teléfono si se producel menor cambio. Mañana vendré verla —avanzó majestuosamente por ecorredor, haciendo caso omiso de la
numerosas enfermeras y mediquitos quesperaban poder cambiar unas palabracon él.
Akananda bajó hasta la sala despera y encontró a Lily Taylor con lmirada cavada en un ejemplar cerrad
de punch. —¿Alguna novedad? —preguntó simuchas esperanzas. Su cara ansiosa sin maquillaje, su pelo rubi
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despeinado, el sencillo traje de tweeque se había puesto el día anterior eMedfield cuando se desencadenó lragedia, todo contribuía a hacerl
aparecer más joven e indefensa. —Ninguna —dijo Akanand
gentilmente—. Más arde probaré mexperimento. Para eso debo estar solpero sé que usted quiere estar cerca d
ella. Trate de conseguir un cuarto en lciudad ¿Qué le parece el claridge?
—¿No puedo hacer algo? —exclam
ella—. Es tan feo no poder hacer nadmás que esperar.Él asintió. —De todas las desgraciada
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ensiones que sufren los hombres, esuspenso inactivo es probablemente lpeor. Le sugiero que se ponga a hacealgo.
—¿Pero qué? —exclamó—. Nquiero ver gente, ni ir al cine, ni trata
de distraerme. Tampoco puedo rezar, yo he probado. Celia está muriéndose e
una forma horrible que nadie logr
comprender; Richard se ha vuelto loco por lo menos insanamente cruel; estpesadilla no puede ser real —dobló l
cubierta de la revista y comenzó romper pequeños pedacitos de papecontemplándolos mientras caían sobre lalfombra.
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Akananda la observó preocupadoSe dirigió con paso rápido al escritoride las enfermeras y les dijo una ordenVolvió caminando resueltamente.
—Señora Taylor, quisiera quomara usted un taxi y fuera a un
glesia, a algún lugar espiritualmentsanto, donde se quedará sentada durantuna hora. ¿Dónde le gustaría ir? ¿A sain
Paul, quizás? —No, no —murmuró ella—. Much
movimiento, muchos turistas.
—¿A una iglesia más pequeña?Ella asintió sin dejar de doblar romper la revista.
—Lily Taylor ¡Míreme!
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Ella levantó lentamente la cabeza se encontró con la mirada seria de ésus ojos fijos y los iris de color marróoscuro enfocándola como si dos hacede luz lograran penetrar la pantalla dmiseria y fatiga total y una imagen s
deslizó en su mente. —Hay una iglesia —susurró—
aque me gustaríais a rezar. Estuve un
vez allí hace muchos años. —Sí —dijo él—, ¡Prosiga! —Queda del otro lado del río, e
Southwark… una catedral. Me gustabmucho. Creo que la llamaban sainSaviour, pero ese no es su verdadernombre —se detuvo sobresaltada por u
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estremecimiento en su espaldasemejante al estremecimiento que ssiente al oír las cadencias de una músicnostálgica. Trató de apartar su mirada dAkananda, pero no pudo.
—Cómo se llamaba antes es
catedral, su antiguo nombre —lpreguntó—. ¡Rápido! ¡No piense!
Su voz lo obedeci
nvoluntariamente. —St, Mary Overies. Al lado de
priorato de Montagu.
—Ah-h —murmuró Akananda con uhondo suspiro—. Montagu —le habíproporcionado una clave que necesitabpara ayudar a Celia.
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Él había vivido en Southwardurante su internado en guyʼs hospital, ambién se había sentido atraído po
saint Saviour y su historia. Se habísentido algo inseguro por la forma dguiar a Celia en su intento por penetra
su vida anerior. Parecía bastante posiblque Celia hubiera vivido en algúperíodo Tudor según los hecho
registrados en La Crónica de loarsdon, con el nombre «Stephen», qu
en forma tan curiosa sir Arthur crey
haber oído o imaginado, pero no teníningún oro dato aparte de su extrañcomportamiento en igtham mote. Sabíque «Montagu» le brindaba una clave
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que provenía de la recóndita memoride la desdichada madre.
Una enfermera entró trayendo esedante que él había ordenado.
—Tome esto, mi querida amiga —dio Akananda dándole a Lily un
cápsula roja—. La tranquilizará. Vaydespués a la catedral de Southwark qucomo usted bien lo dijo, antiguamente s
lamaba St. Mary Overies. Allí deberípoder rezar.
Lily asintió en silencio. La espantos
situación parecía haber dado un pasatrás; ella se encontraba en un estado dsuspensión transitoria donde lo únicreal era Akananda y sus órdenes se pus
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os guantes y se levantó, sonriéndolamablemente al hindú. Salió del hospita camino hacia la parada de taxis. Él l
seguía discretamente la vio subir a uaxi y él a su vez subió a otrndicándole que lo llevara al britis
museum. Pasó dos horas allí consultanda enciclopedia de collins sobre l
nobleza y el diccionario de biografía
nacionales. Después de haber recogidsuficientes datos, caminó hasta sapartamento de Bloomsbury dond
adoptó la posición asana y gradualmentse sumergió en una profunda meditaciónLa prolongada luz de ese día d
unio estaba tiñéndose de violeta, l
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nfinidad de luces que iluminaban lnoche londinense brillaban comopacios cuando salió de s
departamento y volvió al hospital dondacía Celia.
Había entrado el turno nocturno d
enfermeras, pero las órdenes de siArthur habían sido obedecidas y furecibido con amabilidad y velad
curiosidad. —El estado de lady Marsdon no h
variado, doctor —dijo la eficient
enfermera irlandesa que lo acompañhasta el cuarto de Celia—. La hvigilado atentamente pero sin tocarlapor supuesto. Sir Arthur dijo que no l
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hiciéramos ¿Le hará falta algúremedio? ¿O Suero tenemos preparadel cuarto goteo.
—Nada —dijo él sonriendo—excepto que no me interrumpan poningún motivo. Cerraré la puerta co
lave y asumiré toda la responsabilidadLas cejas rubias de la enfermera s
contrajeron, pero ella se limitó a decir:
—Muy bien, doctor —y luegagregó presurosa—; buena suertedoctor. Rezaré para que la salve, poca
veces he visto un aso tan triste, es peoque la muerte, parecería queso espíritestá ahogado, me produce escalofríosPavoroso. Que Dios todopoderoso y su
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santos ángeles tengan misericordia della —apretó los labios y se sonrojó—Disculpe, doctor —salió del cuarto cerró la puerta.
Akananda le echó llave. Acercó unsilla junto a la cama y tomó la man
flácida y fría de Celia entre las suyasObservó el plácido perfil con su narirespingada; parecía una efigie d
alabastro tan distante y desapasionadcomo la de una tumba de una iglesimedieval. Sus rulos oscuros, pegoteado
enredados por los electrodos, parecíaan desprovistos de vida como si fuerpelo pintado.
Su pecho cubierto por el camisolí
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del hospital no se movía. Akanandestaba consternado. ¿Se habríextinguido la débil llama de vida? ¿Nendría cura? Agarró su mano izquierd
con fuerza, tratando de transmitir algo dvida en su cuerpo a través de su brazo
su mano. El fuerte apretón tropezó couna resistencia fría y metálica, y advirtientonces que además de la alianza d
oro tenía un pesado anillo con unamatista en forma de corazón. El anillde casamiento de las esposas de lo
Marsdon. Lo había admiradcasualmente la noche que llegó Medfield y sir Richard le dijsonriendo:
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—¡Es el símbolo de la servidumbrde la dueña del castillo, rematado por emaligno basilisco! —todos rieron y cooda seguridad Richard dirigió a s
esposa una mirada burlona y cariñosasin embargo ya en ese moment
Akananda percibió cierta tensión eCelia, que tragó repetidas veces y cuyoojos grises adquirieron una expresió
recelosa.Preocupado y vacilante, Akanand
sacó el anillo del dedo pequeño y frío
o depositó sobre la cama. La observabatentamente y le pareció ver en su rostrun ligerísimo estremecimiento. Persabía qué fácil era engañarse por u
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deseo intenso. Movió tentativamente eanillo de casamiento. Esta vez no cabía menor duda de que habí
experimentado una leve reacción.La mano se estremeció bajo su
dedos, y pudo apreciar una débi
resistencia, a pesar de que eestremecimiento se desvanecinmediatamente.
Le dirigió la palabra tentativamentaunque bastante aliviado.
—El símbolo de servidumbre de lo
Marsdon se ha separado de ti, Celi¿Pero deseas conservar la alianza? No percibió ninguna clase d
estremecimiento en su mano. Ella s
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había refugiado otra vez en su lejanrance. Suspiró y apoyó su otra man
sobre la frente de Celia. —Celia… —dijo como lo habí
hecho antes en el hospital de Sussex—Celia… ¿Dónde estás? —no obtuv
respuesta. —Tienes que dejarme entrar, Celi
—dijo en voz muy baja—. Debe
conducirme al lugar donde te encuentrasDebes confiar en mí —recordó una das enseñanzas de su maestro. No exist
eso que llamamos tiempo limitado. Eiempo era una dimensión, como lhabía demostrado einstein a los hombredel hemisferio occidental capaces d
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comprenderle. Todo el tiempo existíahora. El maestro había hablado de lo«registro akashicos», también endestructile y etéreo registro de todoos acontecimientos, y les habí
explicado a sus jóvenes discípulos qu
era semejante a un archivo, en el que sguardaban películas animadas qupodían ser elegidas y estudiada
voluntariamente por todos aquellosuficientemente iluminados e instruidopara hacerlo ¿Pero cómo?
La frente de Akananda se cubrió dsudor, mientras permanecía sentado eel cuarto de hospital, oyendo débilmentel ruido del tráfico londinense; crujido
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ahogados y voces de la tumultuosa viddel hospital que seguía su curso en eexterior de ese tranquilo cuarto.
Le habló otra vez a Celiavaliéndose de palabras cuya fuerzsabía que podía llegar hasta ella.
—¿Está Stephen contigo? —preguntó ansiosamente. Pero no obtuvninguna respuesta.
—Montagu… —dijo luego—Cowdray… Ightham mote… ¿Tienemiedo, Celia?
La piel debajo de su man parecienfriarse, y experimentó nuevamente unabrumadora sensación de derrota. Lonumerosos años de práctica en el mund
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occidental se juntaron para reírse de él.Qué tonto ingenuo lo consideraría
Arthur Moore y sus maestros de guyʼhospital. El neurocirujano, doctoLawrence.
—Señor Akananda, quiere procede
ahora a disecar esta glándula pineaesperamos ansiosos hasta verldescubrir ese místico tercer ojo del qu
habla permanentemente y quizá logrencontrar el alma o por lo menos santigua habitación, pero debo ser justo
engo que asegurarme que este cerebrestá tan muerto como un fósil.Cómo se habían reído los otro
estudiantes, aprovechando el calce qu
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es brindaba su arrogante y elegantprofesor. Y yo reí con ellos. Temerosde su desprecio. ¡Apóstata, adulóncobarde! Transformé a esa disección euna brillante burla, repudiando todamis enseñanzas y certezas. Abandonand
os dos estudiantes que habían creído emi. Recuerdo sus miradas sorprendida desilusionadas. Yo querí
congraciarme con Lawrence, quería qume hiciera pasar el examen.
Una pequeñez, un incidente trivia
pero… —Te portaste anteriormente edéntica forma y el resultado no furivial.
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Akananda oyó la acusación. Y lapalabras fueron dichas en idiombengalí. Abrió sus ojos y vio uresplandor en la pared pintada damarillo detrás de la cama de spaciente. El resplandor dejó pasar un
figura luminosa y blanca. De ellemanaba piedad y autoridad. Akanandse postró en el Suelo.
La comunión no necesitó dpalabras. Una serie de preguntas órdenes. La presencia se desvaneci
cuando las campanas de St. Marylebondieron las diez. Akananda alzó scabeza, tenía la cara bañada en lágrima sabía finalmente qué era lo que debí
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hacer para remediar los errores quhabía cometido y ayudar a los questaban ahora en peligro. No podímantenerse apartado de antiguosufrimientos. Debía tomar parte en ello revivir el pasado.
Debía ignorar su actual humanidad nteligencia. Debía contemplar e
desarrollo de esa importante película
dentificándose plenamente con cadpersonaje.
Akananda se paró y se secó la cara
sus manos húmedas con un pañuelo dhilo blanco. Se acercó a la mesa de luz se sirvió un vaso de agua. Volvió ocupar su lugar junto a la cama y apoy
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sus dedos apretados contra el entrecejde Celia.
—¿Dónde estás, Celia? —preguntpor tercera vez, pero ahora coautoridad—. ¡Contéstame!
Al cabo de un momento ella suspiró
sus labios morados se movieron y él oyun débil murmullo.
—En el gran salón de los ciervos
estamos esperando al joven rey. Lfamilia está de duelo, pero debemoocultarlo. Una melodía alegre resuena e
el balcón de los músicos. Huelo perfume del tomillo y la lavanda entras pajas nuevas que han desparramad
por el piso. Temo por Stephen… lo ha
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encerrado. —Sí… —dijo Akananda. Pero debí
hacer otra pregunta. Faltaba todavía ueslabón—. ¿Quién soy yo, Celia? —preguntó pausadamente—. ¿Estoy allambién?
Él percibió un débil asentimiento esu mano.
—¿Y quién soy, entonces?
Esperó un buen rato mientras loabios de ella se estremecía
débilmente. No ejerció ninguna fuerz
de voluntad, ni órdenes interioresEsperó.Finalmente ella habló. —Eres Julian, el maestro Julian.
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Cuando ella pronunció el nombre ése puso tieso. La brecha había sidcubierta. Cerró los ojos y apoyó scabeza contra la pared.
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Segunda parte
1522 - 1559
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Capítulo 4
El día lunes veinticinco de junio deaño de nuestro señor mil quinientocincuenta y dos, el gran salón de lo
ciervos del castillo de Cowdray estabengalanado y decorado como nunca lhabía estado hasta entonces durante lo
cinco años que transcurrieron desde quel viejo sir Anthony Browne terminó dembellecerlo con el agregado de lnmensa ventana saliente con sesent
paneles de vidrio esmaltado dextravagantes colores y —en un alardde vanidad— la estatuas de tamañ
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natural talladas en madera de oncciervos, apoyadas sobre ménsulas biealtas, representativas del emblema dos Browne. Guirnaldas de flore
colgaban de las cornamentas, y coronade rosas rodeaban sus cuellos. Un
deliciosa fragancia se desparramaba poodo el salón porque el día anterio
habían barrido la paja vieja, apilándol
en un nauseabundo montón detrás degalpón de las vacas, y los tablones droble que formaban el piso estaba
cubiertos ahora por una alfombra dpaja verde entremezclada con lavanda omillo. Su perfume era tan fresco qu
contrarrestaba los habituales olores
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generosidad de Úrsula con la pequeñhuérfana que compartía su sangre comasí también su irregular situación en ecastillo.
Úrsula y Celia eran ambas de BohunSu familia había vivido allí durante cas
cuatro centurias. Los espléndidoBrowne, haciendo a un lado sndiferente generosidad, eran uno
advenedizos, usurpadores de Cowdray.Es verdad que la simpatía y lealta
de los hombres de la familia Browne s
había visto recompensada por el reEnrique en la persona del viejo siAnthony, que había sido un fiel emisari gobernador de las caballerizas,
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pesar de su acendrado catolicismo. Everdad también que los Browne habíacontrarrestado sus oscuros orígenes couna serie de astutos casamientos con lahijas menores de familias nobles, comel actual casamiento de sir Anthony co
ady Jane radcliffe.Pero ninguno de esos parentesco
mitigaba la oculta pena de Úrsula ante e
desalojo de su sólido y aristocráticinaje de su ancestral mansión. Hacíiempo ya que Úrsula había enviudado
no le faltaba mucho para cumplir sesentaños. Había aprendido a esconder susentimientos, excepto a Celia, y aceptcon genuino agradecimiento una pequeñ
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habitación en lo alto del castillo y unubicación bastante honorable en la largmesa de comedor montada sobrcaballetes. Cuando los empobrecidos dBohun se vieron obligados a vendeodas sus propiedades a la famili
Browne, lo lógico era suponer quÚrsula entraría a algún convento, quconstituía el habitual refugio para la
mujeres superfluas. Dos factores snterpusieron: la falta de una dote y s
propia falta de interés en una disciplin
monástica. Y luego, un poco despuésapareció Celia, la desamparada hija dsu hermano Jack.
Los músicos estaban ensayand
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nerviosamente en la galeríespecialmente preparada para ellos, unuevo madrigal francés, esperando llegada del niño-rey. Edwar
desaprobaba la música en general, comampoco veía con buenos ojos los baile
o cualquier otra diversión. El rey dcatorce años tenía serios prejuiciosrayanos en el puritanismo. Era meneste
ener cuidado de no escandalizarlo.Celia estaba parada con su tí
Úrsula junto al biombo que disimulab
a entrada de la despensa, en el grasalón de los ciervos, deleitándosentusiastamente con el espectáculo doda la nobleza reunida. Un ligero rubo
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luminaba sus mejillas y sus grandeojos verde-azulados resplandecían dentusiasmo. Lady Úrsula no tenía ningúespejo, pero la muchacha sabía que evestido de brocato tornasolado era musentador. Advirtió las mirada
sorprendidas de dos pajes del castillque habían parecido ignorarla durantsus anteriores visitas a Cowdray. Per
e esperaba un saludo mucho máhalagado.
Sir Anthony y su esposa, lady Jan
radcliffe, hija del conde de Sussexestaban dando la vuelta al salón parsaludar a los huéspedes importantes hacer un último giro de inspección
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Ambos estaban vestidos de terciopelcarmesí bordado con hilos de oro perlas. El lujoso atuendo le sentaba Anthony, que era alto, bien fornidconsiderando sus veinticinco años enía el porte de un jinete innato, ademá
de la seguridad que da el dinero.Lady Jane era pequeña y encogida
enía una triste cara de laucha ysus ojo
enrojecidos por el llanto. Tres días atrásu pequeño bebé había muerto durantuna convulsión. El pequeño ataúd
cubierto por un paño mortuorio de rasblanco, no estaba en la capilla comcorrespondía, sino en una habitacióadyacente al dormitorio de los padres
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o se rezaba ninguna misa por lpequeña alma y no debía mencionarse eabsolutota tragedia, para no empañar lvisita del rey.
—¡Fabricaremos nuevos niñosseñora! —le había dicho Anthony con s
entusiasta optimismo—. Es una tarefácily agradable.
Lady Jane no compartía esa opinión
Había tenido un parto dolorosísimo deque todavía no se había recuperadoPero nunca contradecía a su esposo.
Sir Anthony dio por terminada lnspección del salón y pasó junto a ladÚrsula al dirigirse hacia los biombopara salir al patio.
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Saludó a Úrsula con un pequeñmovimiento de la cabeza y vio entoncea Celia.
—¡Hola! —exclamó observando cosu mirada audaz a Celia—. ¿Y quién eesta niña?
—Celia Bohun, sir Anthony —dijÚrsula sonrojándose levemente—. Msobrina. Espero no haberlo ofendido a
haberla traído hoy aquí en este gloriosdía para Cowdray. Tiene muy pocadiversiones.
Anthony meneó la cabezcordialmente, desinteresándose por eparentesco o por Úrsula, que estaba a scargo desde que murió su padre y a l
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que veía poco. La muchacha debertenecer a esa rama bastarda de loohun, pensó mirando fijo a Celia. S
había enterado que algunos vivían en loalrededores de Midhurst.
—Una joven tan bonita es siempr
bienvenida —dijo—. ¿Cuántos añoienes, preciosa?
—Catorce, señor —respondió Celi
en seguida—. Los cumplí el mes pasadoel día de St. Anthony, el mismo día de ssanto, señor —hizo una reverencia.
Anthony lanzó una risita ahogadaolvidándose momentáneamente de lapreocupaciones pertinentes a la llegaddel rey, las distintas faccione
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nvolucradas, los peligros. La rápida atrevida respuesta de Celia rehizgracia, y advirtió también la inocente provocativa blancura de la cavidaentre sus generosos pechos, su rojo igeramente prominente labio inferior
su mentón cuadrado y saliente. —Este fruto delicioso est
madurando rápidamente ¿Verda
señora? —le dijo a Úrsula—. ¿Dónde lha mantenido oculta? Tendremos qubuscarle un marido. Un vigoros
campesino que le guste o tal vez uhacendado, si puedo obsequiarle unacuantas monedas para su dote, aunqumucho lo dudo después de esta visit
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real.Miró a su esposa, cuyos tristes ojo
estaban fijos pacientemente sobre lapicería que colgaba de la pared.
Úrsula habló sin perder un minutosabiendo que su amo podría olvidars
rápidamente de la existencia de Celia. —La muchacha es tan inteligent
como bonita. Le he enseñado labore
domésticas y también a leer y escribir, el hermano Stephen se ha encargado dsu instrucción religiosa.
—¡Qué! —exclamó Anthony. Suojos relampaguearon—. ¡No debmencionárselo, señora! Por lo menomientras el rey esté aquí. Usted y toda l
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casa lo saben, señora. ¡Fuerodebidamente advertidas!
Úrsula, cuya cara larga era algcaballuna, se enrojeció hasta la raíz dsus cabellos grises acerados.
—Ay, señor, mil perdones —dijo—
fue un desliz. —No deben haber deslices —dij
sir Anthony que a pesar de su juventud
podía ser tan formidable como lo habísido su padre en su esfuerzo poconservar la precaria buena volunta
que le brindaba el rey Enrique. Taremás simple, pensó Anthony, que tratade agradar a su hijo, el seriontolerante y autocrático vástago qu
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día a día estaba más influenciado poel verdadero enemigo. El peligro rea
orthumberland, hambrientos doder, escurridizo como un hurón
cruel como un lobo y virtual rey dnglaterra. Alabado sea el señor y s
bendita madre por mantener orthumberland en esos momentos e
a frontera escocesa.
Pero sus espías estaban diseminadopor todas partes por donde anduvierEdward.
—No debe haber ningún desliz —repitió Anthony con voz más suave—. Yse que los miembros de mi casa soeales. Vamos, señora —apoyó su man
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sobre el brazo de Jane.Úrsula hizo una reverencia mientra
a pareja se alejaba; luego se dio vuelthacia Celia y le dijo.
—Subamos a mi cuarto y esperemoallí. Desde mi ventana podremos ve
legar a los heraldos. Esta un pocencerrado aquí y estoy preocupada poel disgusto que le ocasioné a si
Anthony.Celia siguió obedientemente a su tí
subieron por una escalera circular d
piedra hasta llegar a un pequeño confortable cuarto en el tercer pisoQuedaba cerca de la terraza de losirvientes y en invierno tenía solament
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un brasero para calentarlo, percontenía los únicos tesoros de Úrsulauna cama de baldaquino de roble oscurapizada con un desteñido géner
colorado, que había compartido añoatrás con su marido, al pie de la cama e
cofre de talla acanalada que contenía sdote y una silla Italiana en forma dequis. Una tira de un fino tapiz turc
cubría la sencilla mesa cuadrada colgando de la pared de piedra y cercde la ventana, el único recuerdo de s
difunto esposo, sir Robert Wouthwell: lespada con su vaina dorada. El crucifijde Úrsula, de madera de ébano, colgaben la pared junto a la cama. Aparte d
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estas cosas había otros inesperadoobjetos sobre una repisa; unas pequeñaablas astronómicas para calcular l
posición diaria de las estrellas, y uprolijo rolo de horóscopos atado couna cinta dorada. Úrsula era aficionad
a la astrología; veinte años atrás habírecibido lecciones del astrólogo Italianque vivía con el duque de Norfolk
durante una visita que hicieron ella y smarido a los Norfolk en su residencia dkenninghall. Casi todas la grande
familias consultaban a los astrólogos; ambién existían astrólogos oficialepara la realeza. Cowdray no teníninguno. Sir Anthony era un hombr
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práctico y se sentía muy capaz dcontrolar su futuro.
Probablemente se habría reído encogido de hombros de habersenterado del pasatiempo de Úrsula. Pero ignoraba como también ignorab
muchas otras cosas sobre ella.Celia corrió hasta el asiento junto
a ventan ay espió por los cristale
romboidales para ver aparecer lprocesión real por el camino basebourne.
Pero por el momento no se veía nad volvió sobre sus pasos frunciendo eceño.
—Tía Úrsula ¿Por qué tiene qu
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esconderse el hermano Stephen? Mdijo tan poco.
La muchacha no se percató que svoz se hacía más suave y pausadcuando mencionaba el nombre del jovemonje, pero Úrsula sintió un culpabl
remordimiento. Suspiró y se sentó. —He hecho mal en no decírtelo
Celia. Me he comportado como un
doncella atolondrada en mi entusiasmal vestirte y poder presentarte por fin euna forma digna de una Bohun
Escucha! Hace tres días, cuando siAnthony tuvo la certeza de que el reyque estaba en petworth iba a venir aqunos reunió a todos en el salón, todo
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nclusive el más humilde mozo. Él subicó en la galería de los músicos y nohizo conocer sus órdenes. Dijo que ncabía duda alguna de que todos éramocatólicos, que éramos una de lafamilias más devotas de la verdadera f
que podían encontrarse en Inglaterra. Nobstante ello, le debíamos obedienciemporal a nuestro rey, y debíamo
respetar sus principios heréticos. Que nhabrían misas durante la visita reaaunque podría leerse un servici
religioso inglés extraído del nuevo librdel arzobispo cranmer. Que nadie debíhacer genuflexiones o santiguarse mencionar a los santos. Que se quitaría
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odas las imágenes de nuestra capillInclusive el crucifijo! Eso se cumpli
esa misma noche y no sabes mi querido terriblemente triste que está nuestr
capilla. Vacía, desierta.Celia reflexionó.
—Qué extraño —dijo luego—. Cooda seguridad un señor tan poderos
como sir Anthony debería poder hace
o que le plazca. —Evidentemente no —respondi
categóricamente Úrsula—. ¿No sabes
niña, que durante el mes de marzo deaño anterior sir Anthony fue encerraden la prisión como un criminacualquiera?
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La muchacha abrió bien grandes loojos.
—¿Prisión? —dijo—. ¿Por qué? —Por escuchar misa en su mansió
de Southwardk. Está prohibido. Oh, squedó en la prisión solamente sei
semanas. Tiene amigos poderosos y erey lo aprecia como también su padrapreciaba al padre de sir Anthony.
—Pero él permitirá que se dijeramisas aquí hasta ahora —argumentCelia.
—Así es —dijo Úrsula—, continuará haciéndolo. Él es el amo esu dominio, que queda bastante lejos dLondres. Ni el rey ni sus consejero
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necesitan enterarse de ello durante sbreve visita.
—Oh —repitió Celia—. Quextraño —y pensó con renovado temoen Stephen. Tenía un vago conocimientde las contiendas religiosas y drástico
cambios que habían sacudido nglaterra aún antes que ella naciera
pero hasta el último mes de septiembre
su infancia había sido monótona, aislad triste.
Apenas podía recordar a su padre
Fue muerto a puñaladas durante una riñen una taberna defendiendo el nombre dos Bohun, cuando ella sólo tenía tre
años. Celia vivió después en un altill
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de la posada del Spread Eagle eMidhurst junto con su madre qurabajaba como camarera. Celia hací
mandados, lavaba los pichelesdesparramaba arena por el piso nclusive daba vueltas al asador hast
que su suave y bonita madre comenzó quejarse de agudos dolores en svientre, que se le hinchó como s
estuviera embarazada. Celia se enterbien pronto que eso era lo que pensabaos otros sirvientes de la posada
escuchó muchos chistes groseros cuysignificado comprendía a medias comentarios vulgares sobre la supuestpaternidad. Alice toleraba eso
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nfundios con un paciente silencio.Pero si bien la joven mujer engord
anto como si fuera a tener mellizosestos no se manifestaron. Y durante lfiesta de san Miguel, cuando en lposada se asaba el consabido ganso y l
campana de la parroquia repicaba con eoque de descanso, Alice lanz
repentinamente un grito y cayó al piso d
su cuarto en el altillo. Al cabo de pocominutos su corazón dejó de latir cuando la aterrorizada Celia consigui
ayuda, Alice había muerto.Los dueños de la posada, el señor a señora Potts fueron muy buenos co
Celia. La instalaron detrás de
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mostrador para servir cerveza en lugade su madre, pero ella estaba aturdida perdida. Derramaba el contenido de lopicheles, confundía los pedidos loraba mucho por las noches. No tenía
nadie a quien dirigirse. Su madre n
había hecho relaciones en Midhurst.Alice había nacido en Londres y er
hija única de un respetable tabernero
dueño del golden fleece que era famospor su clientela de alcurnia. Allí fue quse alojó Jack Bohun durante su únic
visita a Londres durante el año miquinientos treinta y siete y estemperamental e iracundo solterón d
cuarenta años se enamoró perdidament
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de Alice.Jack Bohun no era ni caballero n
gentilhombre; sin embargo rara vehablaba de ello, era un Bohun bastardoPero hasta que su padre se vio obligada vender sus propiedades, siempre l
rató como su heredero legítimo. Fueducado junto con sus medias hermanaMary y Úrsula en St. Annaʼs hill. Jac
Bohun, hombre de fuertes pasiones orgulloso de su origen, se peleó coÚrsula cuando ésta aceptó l
hospitalidad de los advenedizoBrowne, que eran los dueños actuales dsus antiguas propiedades.
Úrsula aceptó esta ruptura con s
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ípica filosofía realista. Pero de tanteeanto se preocupaba por el estado de l
viuda de su medio hermano. Se enterrápidamente por intermedio de losirvientes de Cowdray de la muerte dAlice, y de las tristes condiciones e
que quedaba la pequeña Celia, sobrincarnal suya.
Un día del mes de octubre, Úrsul
cabalgó desde Cowdray hasta el puebl allí se dirigió a la posada del Sprea
Eagle donde inquirió por la joven Bohu
La condujeron a una pequeña habitaciócon vigas oscuras detrás del bar, esperallí sintiendo tan sólo una caritativcuriosidad hasta que apareció un
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muchacha esbelta con un pelo rubienmarañado y ojos asustados.
—¿Me mandó llamar, señora? —preguntó la joven con una voz jadeante apagada.
—Si es que tú eres Celia de Bohu
—dijo Úrsula. Su voz tembló. Aecharle el primer vistazo a esa carcompungida, sintió una oleada de un
nexplicable simpatía, de satisfacciócomo si fuera la hija que había perdidmucho tiempo atrás, a pesar de qu
Úrsula nunca tuvo hijos. —Siéntate por favor, querida —ldijo.
—Soy realmente Celia de Bohun…
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—la chicuela retorcía sus manoagrietadas por el trabajo y se inclinó euna reverencia, se paró luego en emedio del piso cubierto de arena, con uaire ligeramente hostil, casi sin ver a lseñora mayor cuyo nombre nunca habí
oído y que venía desde el castillo coDios sabe qué intenciones, aunquposiblemente significaría otra mal
ugada del destino.Úrsula miró nuevamente a la niña
calculó que tendría trece años, pue
habían transcurrido catorce años desdque Jack fue a Londres, se casó uvieron luego esa agria disputa
Advirtió que después de un buen lavado
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ese pelo enmarañado tendría uprecioso color rubio, que esa bata dana ordinaria disimulaba la forma d
sus pechos.Que si bien tenía las mano
agrietadas, éstas eran finas, que l
pequeña cara tenía una bellezncipiente, con sus labios carnosos, lo
grandes ojos turquesa y las largas
oscuras pestañas. Se adivinaba unfigura de gracia y donaire como nunchabía tenido Úrsula.
—Celia —dijo suavemente—, teres mi sobrina y como ahora no tieneningún allegado, y yo tampoco, eiempo ya que nos conozcamo
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mutuamente.Celia levantó la mano y se qued
mirándola, tratando de poner supensamientos en orden, temerosa dencontrarse con una nueva y estúpidbroma, de las que tanto abundaban e
este mundo. —Señora, yo soy una Bohun —dij
desafiante— y el patrón dijo que uste
era lady Wouthwell, pero yo no tengnada que ver con Cowdray.
—Ya lo sé querida —dijo Úrsul
cariñosamente—. Pero yo también souna Bohun, y tu padre era hermano mío.Celia observó entonces má
atentamente a lady Wouthwell, estudi
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su gastada capa de terciopelo negro, lcaracterística toca de gasa blanca de laviudas que cubría parcialmente el pelcanoso y su cara huesuda y bondadosanunca había visto tan de cerca de unseñora, solamente una vez, desde l
ventana de la posada cuando uncabalgata que se dirigía al castillo sdetenía allí para hacer averiguaciones.
—Mamá… —la voz de Celia squebró y se mordió el labio—. Mmadre —prosiguió cuidadosamente—
nunca me dijo que teníamos parientes eCowdray. Ella dijo que todos los Bohuse habían muerto. Y de todos modos, mpadre era un bastardo y se peleó con e
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resto de la familia antes que yo naciera. —Así es —dio Úrsula suspirand
—. La pura verdad y una vieja historidel pasado. Pero yo soy tía tuya quisiera ser tu amiga.
—Úrsula le tendió la mano, que l
muchacha tomó algo titubeante, persintiendo al primer contacto unsensación de amparo como no habí
experimentado en semanas o quizáaños; pues si bien su madre era mucariñosa, no hablaba mucho n
demostraba tampoco sus sentimientos.Así empezó su unión. Y muy despué gracias a los ambiciosos planes d
Úrsula, comenzó una unión con un amo
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distinto y trágico por alguien que sconvertiría en una hija bienamada.
Úrsula no poseía bienes propios y sorgullo le impedía solicitar a siAnthony que se hiciera cargo de otrpersona, como tampoco quería presenta
a Celia en Cowdray en calidad dsirvienta; más adelante y luego de undebida preparación, tal vez encontrar
a forma adecuada de introducir a lmuchacha en el altillo en calidad dacompañante.
Celia debía continuar mientras tantcumpliendo con sus tareas en el SpreaEagle.
—Y no olvides nunca, querida —
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dijo Úrsula—, que esta posada ernuestra en otra época, y que el águilcon las alas desplegadas es el emblemde los Bohun, por lo tanto tienes ciertoderechos aquí. Yo me ocuparé de hablacon tu patrón.
El señor Potts no parecimayormente impresionado con estógica, pero tanto él como su espos
eran personas bondadosas y sentíaástima por la niña a la que había
conocido desde su más tierna infancia.
Por lo tanto Celia vivía en lposada, ocupándose de servir cerveza comidas a los parroquianos como antespero visitando a Úrsula muy a menudo
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Su tía descubrió muy pronto que la niñera inteligente, que tenía grandes ansiapor aprender y que carecía totalmente deducación. Úrsula no se sorprendió dque Celia no supiera leer o escribir rató de solucionarlo lo mejor posibl
dentro de sus posibilidades. Celipasaba muchas horas estudiando y mediados de enero podía leer frase
enteras que Úrsula escribía cocaracteres de imprenta. Pero laambiciones de Úrsula para la niñ
crecían proporcionadamente con el amoque sentía por ella; empezó a sospechaque esta piedra sin tallar era capaz dener grandes reflejos. Se dio cuent
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ambién que debía solucionarse lausencia de educación religiosa y qumejor maestro para ello que el sacerdotde la mansión de los Browne, ehermano Stephen.
El día de la fiesta de la candelaria
el dos de febrero último, Úrsula squedó esperando afuera de la capillprivada después que terminó la misa,
condujo al monje hasta el locutoricontiguo al salón de los ciervos.
—Hermano Stephen —dio Úrsula—
no parece usted estar recargado drabajo. Me gustaría saber si podríayudarme en cierto asunto.
—Con el mayor gusto, siempre qu
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pueda hacerlo, señora —Stephen sonriónclinándose ligeramente y esperó. Er
un hombre joven y alto y su hábito negrde benedictino lo hacía parecer máalto. Cumplía puntillosa diligentemente con su tarea de cuidar d
a salud espiritual de las doscientaalmas que vivían en CowdrayCelebraba las mismas, administraba lo
sacramentos, bautismos, casamientosentierros cuando era necesario, durante su tiempo libre no alternaba co
nadie y vivía, por propia preferencia, euna cabaña desmantelada contigua a laruinas de la capilla de St. Ann en lcima de una colina que había sido ante
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una plaza fuerte de los Bohun. Guardabunos cuantos libros en su celda y se lconsideraba un erudito, pero no teníamistades.
Úrsula le explicó sus intenciones a situación.
—Comprendo —dijo Stephen acabo de un momento—. Y creo quessobrina debería recibir instrucció
religiosa, pero me parece algexagerado pretender que aprendaritmética y latín. ¿Para qué necesit
saber esas cosas una simple mujer? ¿Dqué beneficio le será en la posición eque Dios la ha colocado?
Le habló amablemente, como d
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costumbre, y no dejó entrever la gracique le había hecho la tierna fantasía da vieja señora. Comprendió que lad
Úrsula se sentía sola y que habíencontrado un objeto sobre el cuavolcar su encendido cariño. Le gustab
esa mujer y escuchaba con simpatía sunocentes confesiones, sintiendo ciert
solidaridad con quien se rebelab
ocasionalmente contra el patronazgo cuyo orgullo había sido herido menudo. Sabía que las dos virtude
cristianas que más falta le hacían a éeran la humildad y la obediencia. Lootros votos que formulaban lobenedictinos, pobreza y castidad, nunc
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o habían molestado. —No espero, buen hermano, qu
Celia permanezca en el presente estad—dio Úrsula, con un nuevo brillo en suojos apagados—. He preparado shoróscopo; Júpiter y Venus se presenta
enana faz benigna y lo mismo sucede comuchas estrellas favorables.
Stephen rió.
—Ah, había olvidado que usted eraficionada a la astrología —dijndulgentemente—. No se lo consider
un pecado y si le brinda satisfacción…no obstante, solamente la voluntad dDios es la que dispone de nosotros.
—Por supuesto —asintió Úrsul
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mirando al monje—, pero la voluntad dDios gobierna también a los cuerpocelestes.
Se dio cuenta en ese momento quStephen era un hombre buen mozo, drasgos agradables, que el pelo qu
crecía alrededor de la tonsura eroscuro y ondeado, y que su persona ermuy atrayente. Pero uno no piensa en u
monje como en un hombre verdadero. Yademás, éste tenía una dignidad y unndiferencia que lo hacían parece
mayor de los veintisiete años qualguien dijo que tenía. —Quisiera que viera a la niña por l
menos —agregó Úrsula suavemente—
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Es prácticamente una pagana. Ignora eabsoluto todo lo referente a la pasión dnuestro señor y a la Trinidad, apenasabe el nombre de la virgen bendita.
—¡Lamentable! —exclamó Stepheescandalizado—. No debe caer en la
execrables herejías que nos rodeanDígale que venga a verme mañana amediodía a St. Annʼs hill. Estar
esperándola —luego de decirl«Benedicite» salió del castillo, atravesel río Rother y trepó la colina hast
legar a su habitación.El castillo medieval de los Bohuestaba en ruinas, ya que la mayoría dsus piedras habían sido acarreadas haci
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el terreno llano cuando sir david Owese casó con Mary de Bohun y emprendia construcción de una confortable cas
de estilo Tudor en medio de ubosquecillo de avellanos, bautizándolcon el nombre francés normando de «l
coudraile».Los esfuerzos arquitectónicos de si
david se vieron entorpecidos por un
falta de fondos. Pero esto no pareciocurrir con sus nuevos propietarios. Econde de southampton y más adelante s
cuñado, Anthony Browne, convirtieron Cowdray en un verdadero palacio.A Stephen o le gustaba el lugar, n
sólo por su magnificencia sino por lo
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corrompidos ricos que lo habíaedificado. Dinero robado. Dinero qupertenecía a Dios. Stephen habíuchado angustiosamente con s
conciencia respecto a su posición, comcapellán de los Browne, a pesar de qu
era el resultado de su obediencia humillación.
Los pensamientos de Stephe
reanudaron al lucha mientras trepaba poel sendero de barro escarchado quconducía a la cima de St. Annʼs hil
Entró a su cabaña, atizó las brasas y girhacia elfuelo el soporte del que colgaba olla con su guiso de cordero.
Su hogar era espartano per
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confortable. Estaba hecho con madera piedras de la pared oriental del murque rodeaba la fortaleza. Tenía uprolijo techo de paja y piso de tablonesLa pequeña capilla de st, Ann lprotegía de los vientos del norte y er
usada por Stephen para sus devocioneprivadas.
La cama de madera tenía un colchó
de paja fresca que él se encargaba dcambiar frecuentemente, pues era limpipor naturaleza y tenía horror de la
alimañas y pulgas. Cuando se alejó das dos abadías en las que había sideducado y de la compañía de suhermanos religiosos, el superior francé
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o autorizó a aflojar un poco la reglsobre posesiones privadas.
Poseía por lo tanto unos cuantoibros encuadernados en pergamino
además de su crucifijo negro con eCristo de plata, junto a una ventan
colgaba una curiosa imagen de la virgenngenua y deliciosa. Tenía pelo rubio
estaba sentada en un prado florid
sonriendo misteriosamente. Estbrillante esbozo de un pintor Italiano —posiblemente Botticelli— le fue enviad
a Stephen cuando se ordenó en Francia.El abate francés de Marmoutier erun hombre razonable y cuando sdespidió sentidamente de Stephe
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agregó: —Hijo mío, tu situación en ese paí
bárbaro y herético va a ser bastantdifícil de por sí como para que te priveademás de llevar tus inocenteposesiones. Conozco tu verdader
carácter no sufrirás tentaciones que tharán transgredir nuestras reglas. Haformulado los votos sagrados y esto
seguro que harás honor a ellos más qucualquier monje que haya estado bajo mutela.
Stephen se sintió profundamentemocionado cuando se arrodilló parbesar el anillo y oyó semejantponderación del generalmente taciturn
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abad. Volvió a Inglaterra, su país nataembriagado de entusiasmo y apasionaddedicación. No imaginaba larebeliones, resentimientos y desprecioque iba a tener que soportar.
Stephen Marsdon nació en Medfield
cerca de Alfriston en Sussex. Por seelijo menor, fue destinado a la iglesidesde su infancia. Desde los tiempos d
Guillermo el conquistador, el hijo menohabía sido entregado a la iglesia Stephen aceptó su destino sin protestar
Su padre lo llevó cuando cumplió nuevaños, a la abadía de battle, donde hizngresar a Stephen como pre-novicio
alumno. El niño tuvo una niñez feliz. Er
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sano y descollaba en los deporteautorizados para los pupilos, carrerasuegos de pelota, luchas y otros. N
desperdició tampoco las otrahabilidades que se les enseñaban a locaballeros elegantes, ya que él nunc
había tenido oportunidad de conocerlascomo ser torneos de lidia, aprender ocar el laúd y a bailar.
Era estudioso además y aprendiatín con gran facilidad, como asambién todos los clásicos a los qu
pudo echar mano. Era popular asimismcon los otros chicos. Sabía que lomonjes encargados de la enseñanza lmiraban con buenos ojos y un día oy
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catástrofes. Los sucesos que laprovocaban no llegaron a oídos de lomuchachos recluidos en battle. Dos añomás tarde, el último golpe sorprendió eal forma a Stephen y sus compañeros
que al principio creyeron que se tratab
de una broma.El veintisiete de mayo de mi
quinientos treinta y ocho el aba
hammond reunió a su comunidad pronunció una alocución desde epúlpito durante la cual su voz temblaba
ágrimas de ira caían por sus mejillahundidas y sus manos finas y blancasacudían el atril con una furia impotente
El abad dijo que un decreto real d
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su graciosa majestad, el rey Enriquoctavo, defensor de la fe, ordenaba ldisolución de todos los monasterios, que este monstruoso decreto afectabahora también a battle. Ya habíacomenzado las intercesiones y oracione
perennes; era increíble pensar que labadía de battle, que había sido fundadcomo una sagrada acción de gracias po
Guillermo el conquistador en este exact milagroso lugar, fuera disuelta com
otras órdenes menores, que san martín
a virgen santísima jamás permitiríasemejante maldad. Tras lo cual el abadirigió una mirada fulminante a Richarayton, el comisionado del rey, qu
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permanecía sentado imperturbable en lglesia.
Los muchachos discutieron entrellos este extraordinario anuncio cuandsubieron al dormitorio común. Aprincipio hablaban en nervioso
susurros, a pesar de que el monje qugeneralmente los vigilaba estabausente, rezando con sus hermanos.
Uno de los muchachos pertenecía a famosa familia sackville de Kent
pasaba más tiempo en su casa que lo
demás y por lo tanto estaba mánteriorizado de los acontecimientoexternos que sus compañeros. Slamaba hugh y jamás había tenid
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ntención de formalizar los votosagrados. Se refirió entusiasmado aasunto y manifestó sentir graadmiración por el rey.
—Ése sí que es un hombre que sabo que quiere y lo consigue. Querí
divorciarse para casarse con ana bolenaesa bruja de pelo negro. Quería un hijvarón y no permitió que el papa se l
negara. Pero ana no pudo ofrecerle máque una mujer, la princesa Isabel comodos ustedes lo saben. Entonces el re
Enrique le cortó la cabeza a ana y scasó con nuestra última reina. Ahoriene un hijo varón, pero también quier
algo más.
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—¿Cómo ser qué? —inquiriStephen que todavía no conseguícomprender lo que el abad les habídicho.
Hugo hizo sonar ruidosamente sndice y su pulgar.
—Oro, muchacho —respondió—Riquezas, propiedades, como cualquieotro hombre. Ahora las tendrá.
—¿Qué quieres decir? —tartamudeStephen—. ¿Cómo hará para obtenerlo?
—Pues de los monasterios, tonto
Las abadías, los conventos ¿De qué otrugar si no? —Pero no puede hacerlo —exclam
Stephen—. No puede tomar para sí l
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que pertenece a Dios. —¿Con que no puede? —dijo Hug
riendo—. Pronto lo verás, pobrnocente.
Y Stephen lo vio muy pronto. Lmagnífica abadía de battle fu
nexorablemente disuelta, como todaas otras órdenes religiosas. Los monje
fueron expulsados. La iglesia, l
sacristía, los aposentos del abad fuerometódicamente despojados. Vajilla doro y plata, muebles, inclusive lo
mármoles del altar mayor, todo fuacarreado y enviado a otro lugarVaciaron las cocinas y bodegas. Loamones y todas las botellas de
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aromático licor benedictino, que tacuidadosamente destilaba año tras añel hermano sebastián, encargado de lbodega, fueron a parar a los castilloreales de Greenwich, windsor whitehall.
En el mes de noviembre, el reEnrique adjudicó la abadía de battle sir Anthony Browne, encargado de la
caballerizas, miembro del consejprivado, caballero de la orden de larretera.
Este generoso regalo era doblementnfame, porque sir Anthony era ucatólico.
Stephen, como todos los otros niños
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fue enviado a su casa cuando emonasterio fue disuelto; su padrcompartía su atónita indignación pero nse animaba a demostrarlo. Se decapitaba los nobles y caballeros y personas dmenor cuantía eran ahorcados po
criticar al rey.Pero Robert Marsdon er
comprensivo y autorizó a sufijo menor
seguir el único camino posible para uoven con verdadera vocación religiosa
Stephen comenzaría su noviciado e
Francia. Eligieron la abadía benedictinde san martín en Marmoutier, cerda dours.
Quiso la casualidad que Stephen s
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dirigiera de regreso a battle pardespedirse de su viejo abad el mismdía en que sir Anthony Browne iniciaruna serie de festejos para celebrar snueva propiedad. Stephen refrenó scaballo asombrado al ver que la
puertas del noble edificio gótico estabaabiertas de par en par y que el patiestaba atestado de caballos y lacayos
Gritos ahogados, carcajadas estridente una música atronadora emergían de
gran refectorio donde seis meses atrá
sólo se oía la suave voz que leía laescrituras mientras los monjes comíaen silencio. Estandartes rojos y doradoostentando el emblema de los ciervo
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colgaban de varias ventanas. Y Stepheobservó indignado cómo una jovemuchacha salía corriendo de la cocinen dirección a los claustros y erdetenida y violada a su paso por uacayo, produciendo el regocijo de su
compañeros que gritaban y aplaudíaentusiasmados.
Stephen no podía apartar la vista d
esos muslos rosados y desnudos, a pesaque sintió un espasmo de disgusto en lgarganta.
Cuando otro lacayo se arrojó sobra muchacha al haber terminado scometido el primero, stpehn tiró lrienda de su caballo y clavó la
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espálelas en sus flancos. El pobranimal partió al galope tendido por lcarretera que conducía a hastingsDespués de haber galopado más menos una milla, Stephen frenó scabalgadura y vomitó. El corazón l
atía con fuerza y su cuello estabempapado de sudor. Todo su ser ssentía revuelto, pero no podía apartar s
mente del lamentable espectáculo.Se bajó del caballo y metió l
cabeza en el arroyo que corría junto a
camino, cabalgó luego juiciosamenteevitando pasar por la abadía y se detuven una taberna para averiguar dóndpodái encontrar al viejo abad.
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El anciano vivía en la próximcuadra, no había querido abandonar lciudad que tanto quería y donde habíejercido una suprema autoridad. Émismo respondió a los golpes dStephen en la puerta.
—¡Ah, hijo mío! —exclamabrazando a Stephen—. ¡Benedicite¿Así que todavía hay alguien que tien
nterés en verme? —Oh, reverendo padre —exclam
Stephen—, he venido para que me dé s
bendición porque la semana próximparto para Francia. Santa madre de Dio—agregó, comenzando a temblar—. Lque le ha hecho a nuestra abadía es
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monstruo renegado, ese demonio… —Stephen se atragantó y continuó dicienden un susurro—: estaban fornicando eos claustros. Yo… yo lo vi.
—Ah… —dijo John hammonsuspirando. Sus ojos inteligente
examinaron al muchacho—. ¿Tquedaste mirando, hijo mío?
Un oscuro rubor subió hasta la
raíces del pelo negro de Stephen. —No podía apartar la vista. ¡Dem
una penitencia, padre! ¡Una dur
penitencia! —¿Sentiste ganas de hacer lmismo, hijo mío? sentiste una presión ecierto lugar, pues no eres tan niño ya.
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—Por las benditas llagas de nuestseñor… ¡No! —exclamó Stephen—. Mpareció bestial, asqueroso.
—Así es —dijo el abad asintiendcon la cabeza—, a menos que haya sidsantificado por el matrimonio para l
procreación de cristianos. ¿Por lo vistaún piensas formalizar tus votos?
—Sí —respondió Stephen—. Nac
para ser monje y no deseo ninguna otrclase de vida que no sea la que usted sus hermanos compartían en battle
Pacífica, hermosa, todos los actoejecutados para la mayor gloria de DiosLos ojos del anciano s
humedecieron; la sinceridad de
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muchacho era la primera sensación dalivio que había experimentado esemanas. Pero no había llegado a su altcargo sin adquirir un profundconocimiento de la naturaleza humanacomo de las cruces que debían llevar la
almas más espirituales y le impartió unadvertencia.
—Tendrás problemas, hijo mío…
deberás pelear más de una vez con eentador. Tal vez esas batallas no sea
contra la castidad, pues creo que n
ienes una naturaleza lasciva. Y con todseguridad no serán por la pobrezadurante los años que pasaste aquí jamárecibí informe alguno sobre egoísmo d
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parte tuya o apego a posesionepersonales. Pero… —hizo una pausa.
—Oh —dijo Stephen sacudiendo lcabeza—, nunca dejaré de obedecer mis superiores, reverendo padre. Nunca
El abad sonrió tristemente.
—La prueba puede manifestarse euna forma que te será más difícisoportar —hizo otra pausa—. Odias
sir Anthony Browne, verdad. —Pues por supuesto, padre. L
detesto a él y a todo su linaje. Es u
raidor a la iglesia, un traidor a Dios. Uanticristo. Un hereje servil y adulón, slame como se llame.
—Palabras muy duras, hijo mío, m
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nclino a pensar. En realidad el día quomó posesión de la abadía yo le hic
una terrible profecía—. ¿Qué profecíareverendo padre?
—Que su estirpe, su casa, todo sorgullo perecerían… que el agua
elfuelo los destruirán. Lo vi en unvisión.— ¡Pues que suceda mañanmismo! —exclamó Stephen—. ¿Qué dij
él? —Se asutó, se puso pálido., s
señora cayó de rodillas y lloró.
—Pues entonces deberían devolvea abadía —dijo Stephen severamente. —Eso no es tan simple —acotó e
anciano—. El rey se la dio. Y si
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Anthony es un siervo del rey. Perambién creo que ese caballero h
descubierto una forma para aliviar sconciencia.
—¡No puede haber ninguna! —pronunció Stephen—. ¡Ninguna salv
devolverla! —Quizás algún día tengas qu
cambiar de opinión —dijo el abad co
una leve sonrisa—, cuando se ponga prueba tu voto de obediencia.
Mientras comía su guiso de corder
en la pequeña cabaña de St. Annʼs hilStephen pensaba tristemente en ese díacatorce años atrás, en que fue despedirse del abad. No sospech
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entonces el significado de las palabradel anciano. Aunque más tarde, cuandestaba en Francia, se enteró que loBrowne habían tomado como capellán uno de los monjes expulsados y quhabían conseguido ubicar en otro
ugares a varios otros.Hoy en día Stephen sabía que si
Anthony había pensado en él much
iempo atrás para ocupar ese cargo, nbien se ordenara. Esa elección estabbasada en primer lugar en informe
brindados por el desposeído abad inglé luego por el abad de Marmoutier.Sir Anthony miraba favorablement
a los oriundos de Sussex y sabía que lo
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Marsdon, a diferencia de elloprocedían de una antiquísima familisajona. Sentía admiración por el linaje.
El viejo sir Anthony murió en miquinientos cuarenta y ocho, y su hijheredó numerosas propiedades, entre la
cuales se contaba ahora Cowdray.El joven Anthony sentía gran respet
por su padre, que se las había arreglad
para sobrevivir al imprevisible rey, hizo todo lo posible para mantener lpolítica de su progenitor.
Y así fue como por orden suya ehorrorizado Stephen fue enviado Cowdray el verano anterior, sintienduna rebeldía semejante a la prevista po
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el abad hammond. Se sentía feliz en loclaustros en la compañía de suhermanos, feliz con su recientdesignación como miembro del coropues tenía una agradable voz de baríton mucho oído.
Gozaba con las lujosas ceremoniadel año eclesiástico, las distintafestividades, las emociones qu
suscitaban y sus diferentes coloresvioleta para penitencia, rojo, blanco dorado para festejos.
Cuando se ordenó, tres años atrásexperimentó un éxtasis místico. Y en efondo de su corazón siempre habíesperado cumplir con la profecía de
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viejo abad, avanzando progresivamentde posición en la escala religiosa, hastlegar finalmente a dirigir una abadía e
algún lugar. En Francia, quizás, pueahora hablaba en francés perfecto. Oquizás en escocia, o a lo mejor, si la
oraciones de toda la orden benedictineran escuchadas, en una inglaterrnuevamente católica.
Pero fue Cowdray, en cambio, unndiferente, condescendiente y casotalmente frívola casa, donde debí
ejercer su ministerio como capellán duna familia que se había Enriquecido dan mala manera, aprovechando l
disolución de los monasterios.
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Sería un pecado muy grave rezapara que se cumpliera la otra erróneprofecía del abad hammond, ldestrucción de los Browne por el agua el fuego, y Stephen no lo hizo, pero rezen cambio para su liberación siempre
cuando fuera la voluntad de DiosTrataba de no pensar que se sentía solademás de aburrido. Y a eso se agregab
una inesperada mortificación.Antes de cumplir con su misión e
Cowdray fue a Medfield a visitar a s
familia.Sus padres habían muerto y shermano Tom se había casado con unencantadora y simpática prima de Kent
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enía un pequeño hijo, llamado Thomas.Stephen había olvidado po
completo su antiguo hogar y ssorprendió al descubrir cuánto lo queríaLa mezcla de cuartos desordenados, epalomar repleto de pichones, el estanqu
de los patos, el panorama de lamontañas, todo evocaba recuerdonostálgicos. Celebró la misa, a la qu
concurrieron sus familiares y demáocupantes de la casa, en la pequeñcapilla privada y apenas podía
concentrarse en el milagro de lransustanciación por el intensresplandor familiar que lo embargaba
unca había sido muy amigo de s
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hermano mayor, ni se sentía unido a éahora. Le asombraba la falta dnstrucción de su hermano, per
descubrió en él cierto agradablparecido con su padre; admiraba lhospitalidad cariñosa de Tom y s
marcado interés por el más mínimdetalle de lo que ocurría en spropiedad. Tom era de cabo a rabo e
hacendado incipiente, estricto perbondadoso, fiel cumplidor de suprincipios. Era muy cariñoso tambié
con nan, su joven esposa, y con spequeño hijito.Stephen experimentó un
desagradable sensación una tard
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cuando Nan se dispuso a amamantar a sbebé. Con toda naturaidad sdesabrochó la bata de su vestidmientras estaban sentados en el salódespués de comer, saboreando edelicioso licor que ella h abí
preparado con la miel de MedfieldStephen vio el voluminoso y blancpecho terminado en un rosado pezó
antes de que el niño lo cubriera con sboca hambrienta. Bajó rápidamente lvista a su vaso de metal y le hizo a To
una intempestiva pregunta respecto a suierras. Tom cruzó las piernas y le diuna detallada respuesta.
—Qué injusto —acotó Stephe
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amargamente, aunque su mente luchabcontra esa vergonzosa fascinaciónHabía visto a numerosas campesinaamamantando a sus bebés cuando iban a abadía a pedir limosna, y le habímpresionado tan poco como cuand
veía a cualquier miembro del reinanimal alimentando a su cría. ¿Por quentonces esta turbación con Nan? ¿Po
qué el niño es de mi propia sangre, lmás próximo a un hijo mío?, pensó. Ycomo estaba acostumbrado a examina
su conciencia, con gran disgustdentificó la otra sensación comenvidia. Tom no había sufrido súbitoarrincones en su vida, era el positiv
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dueño de Medfield place, dueño de sserena belleza, confort y abundancia; uesposo feliz con una mujer bonita paranimarlo y cuidarlo, y padre de urobusto niño que continuaría su obra.
—Pareces un poco triste, herman
—dijo Tom riendo—. Había olvidadque estás en camino de atender al mismseñor que te expulsó de la abadía d
battle. Debes considerarnos gente mumodesta después de todo lo que havisto durante tus numerosos viajes. L
que es yo… con una escapada a leweos días de feria cada seis meses ya mdoy por satisfecho. Medfield es lo qumás me interesa.
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—Ya lo sé —dijo Stephesuspiranod.
Stephen partió de Medfield rumbo Cowdray, dos días después, sabiendque se sentían muy aliviados con spartida, a pesar que nan, todas sonrisas
e entregó el niño para que lo sostuvier bendijera. La presencia de este monj
benedictino con su hábito largo y negro
su tonsura, una cuerda enroscada en lcintura y un crucifijo de madera en epecho, les resultaba algo incómoda. N
era a causa de los arrendatarios o lgente del pueblo, pues los Marsdosiempre habían hecho lo que les daba lgana y eran estimados por todos. Per
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Stephen ponía una nota discordante en larmonía de Medfield.
Sentían un poco de miedo de él, dsu cultura, sus viajes y su lenguajesmerado. Tom era aficionado a lapayasadas y chistes subidos de tono
pero le pareció que debía suprimirlomientras durara la visita de su hermano
an sabía instintivamente qu
perturbaba a su cuñado en alguna formaDejó de amamantar al pequeño Tom esu presencia. Dejó de apoyarse sobre s
hombro al inclinarse para alcanzarle eplato y suprimió los sonoros besos coque se recibía a los parientes, nclusive a personas extrañas, e
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nglaterra. Y como ambos esposohabían perdido la costumbre de oír misodos los días desde su niñez, le
parecía un poco pesada la insistencia dStephen.
Stephen terminó su comida y com
era la fiesta de la purificación de lvirgen, untó con un poco de miel lajada de pan blanco y bebió un vaso d
cerveza. Sus alimentos eran traídodiariamente por un pinche desde lcocina de Cowdray. Stephen podrí
haber comido en el castillo si hubierquerido, pero rara vez lo hacía. Sabíque su presencia era algo coartantecomo lo había sido en Medfield.
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Todavía no estaba acostumbrado a ldesfachatez y glotonería que lo rodeabani tampoco a las borracheras, lapequeñas intrigas para lograr sitiopreferenciales, ni las peleas qufrecuentemente tenían lugar entr
caballeros que venían de visita, ni lconstante y sutil chismografía de lcorte.
Sentía pena por la prohibición drealizar la tradicional procesión. El reEdward así lo había decretado. Vela
encendidas creaban un ambientdemasiado papista, y como el buen siAnthony era un fiel practicante, lpareció que no valía la pena incurrir e
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a desobediencia del rey por un rituaque no revestía mayor importancia.
Stephen la realizó a solas esa nocheLlevó la pequeña imagen de la virgen a fría y derruida capilla vecina, l
colocó sobre el desnudo altar de piedr
reverentemente encendió tres velas.Se arrodilló para rezar las oracione
la sonrisa de la imagen pareci
agrandarse con la luz vacilante de lavelas, le pareció ver un hoyuelo junto a boca y tuvo la impresión que l
miraba cariñosamente. Cuando termina última avemaría, sintió un estallido damor en su pecho, y un éxtasis piadoscomo el que sintió durante s
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ordenación. Su descontento y soledad sdisolvieron en un torrente de amorosentrega y alegre sumisión.
Stephen estaba demasiado exaltadcomo para poder dormir esa noche y salborozo subsistía cuando bajó la colin
levando un farol en su mano, pueodavía era noche cerrada, rumbo
Cowdray para celebrar la misa de la
seis. No recordaba las advertencias desabio abad de Marmoutier, según lacuales los momentos de éxtasis
comunión eran generalmente seguidopor pruebas rigurosas. Celebró gozosa misa, que fue escuchada por toda l
servidumbre y unas cuantas personas d
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alcurnia en la galería del señor. Cuatrdamas ese día.
La pequeña lady Jane Browne, quhacia un año que se había casado y questaba embarazada de cinco mesesparecía enferma. Su cara desabrida
angustiada estaba demacrada y tenígrandes ojeras. Siempre se incluíaoraciones para que tuviera un part
feliz. A demás de lady Jane estaba loven y altanera viuda del viejo si
Anthony, por la que setephen sintió u
profundo desagrado desde el primemomento en que la vio; y también estabsabel, la joven hermana del actual si
Anthony, una muchacha de dieciséi
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años, gorda y perezosa, cuyos continuobufidos y risitas disimuladas nrespetaban ni siquiera el confesionario.
Se sonaba cuando debía contestaas oraciones porque estaba resfriada,
no dejó de jugar durante toda la mis
con una pulsera de esmeraldas nueva.Entre los otros feligreses estab
Úrsula, que arrinconó nuevamente
Stephen cuando éste se retiraba, parrecordarle que su sobrina iría a scabaña a mediodía. Él lo había olvidad
le agradeció que se lo hubierrecordado. Al salir pasó frente a lpuerta de la capilla y vio a la viuda deviejo sir Anthony sentada en un banco
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con una extraña expresión en su cara. Normalmente Stephen habrí
seguido de largo, uno delos leñadoreque estaba muriendo y había solicitados últimos sacramentos.
Pero Geraldine Browne lo vio
exclamó imperiosamente: —¡Venga aquí, hermano!Stephen entró a la capilla y s
acercó al banco. —¿Sí, señora?Geraldine lo miró con sus llamativo
ojos azules, típicamente irlandesesbordeados por pestañas negras upidas, pero duros y opacos, qu
examinaron a Stephen insolentemente.
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—Quiero que entregue un mensajde parte mía —dijo finalmente sacanduna carta lacrada del bolsito derciopelo que colgaba de su cinturón—
Parece ser más discreto que muchos dsus congéneres.
Stephen se sonrojó. La viuda deviejo sir Anthony parecía tener entrveinte y treinta años. Se decía que sól
enía dieciséis cuando se casó. Su pelcobrizo estaba cuidadosamente peinadalrededor de su cofia de viuda. S
adivinaba una piel fina y muy blancdebajo de una capa de colorete polvos. Muchos hombres lconsiderarían bonita. Su nombre d
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cautelosamente—. ¿Y discretamente? Upedido extraño, señora. Seguramentalguno de los pajes…
—No —dijo ella apretando loabios—. Los pajes hablan. Todo lo que pido es que lleve esta carta a la
nueve de la noche hasta close walkedonde estará esperándolo un mensajero.
El tono con que hablaba le fastidió
Le repelía ese pedido de un servil actde complicidad en una intriga.
—Estoy aquí —dio Stephen— par
cumplir con mis deberes en Cowdrayo creo que este mandato forme partde ellos.
—¡Santo cielo! —exclam
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Geraldine entre dientes—. ¿Usted piensque mis órdenes no son importantesPronto cambiará de opinión. Por emomento soy la viuda… mi familia egnorada y yo también. ¡Pero le juro poa cruz que esta situación cambiará!
—Puede ser —dijo Stepheencogiéndose de hombros—. Si es lvoluntad de Dios.
—Sus modales dejan mucho qudesear, hermano Stephen —dio subiendel tono de su voz—. Detesto Cowdray
enterrado aquí en Sussex en medio destos campesinos. Ya era bastantpenoso mientras era la señora dueña dcasa, y ahora… ¡Teniendo que dejar m
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ugar a esa mojigata y carilarga de JanePero no importa, veo soluciones. Y lapondré en práctica.
Stephen no tenía la menor idea de lque quería decir y tampoco lmportaba.
—Debo apurarme —dijo—. El viejpeter cobb, el leñador, se está muriend—se inclinó levemente y se alejó co
paso rápido, olvidándose en seguida dady Geraldine.
El tañido de la gran campana de
castillo de Cowdray resonó por el valldel río Rother al repicar doce veces amediodía, y junto con ella, pero con uañido de retraso, sonó la campana de l
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parroquia de Midhurst. Stephen repitimecánicamente en su cabaña el oficio da hora y cuando terminó cortó u
pedazo de pan y una tajada de queso.Peter cobb murió mientras recibí
os últimos sacramentos y Stephe
estaba pensando en la muerte, en sdignidad, su horror, cuando oyó uímido golpe en la puerta de madera.
La abrió y se quedó mirando a lmuchacha humilde vestida con uvestido de lana ordinaria y un cha
ejido a mano. Tenía atado en la cabezun pañuelo blanco que ocultabparcialmente su pelo rubio que le caíhasta la cintura. Ella lo miró y él tuvo l
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extraña sensación de que la conocía, nsu cara ni la tímida mirada de subrillantes ojos azules, sino la personque estaba detrás de ellos.
—Mi tía, lady Wouthwell, me dijque viniera —dijo algo nerviosa
retorciendo sus manos agrietadas viendque él no hablaba—. Soy Celia Bohun.
—Así es —musitó Stephe
reaccionando—. ¿Me parece haberlvisto antes, verdad?
Ella meneó la cabeza.
—Yo lo he visto a usted una vez dejos, cuando cruzaba el Rother rumbo Cowdray. Nunca imaginé que algún dío conocería, pero mi tía Úrsula me dij
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que debía venir aquí hoy a mediodía.La actitud de él la desconcertaba
parecía tan negro y odioso allí paradapoyando una mano en cada lado demarco de la puerta, como para impedirlque entrara y mirándola con el ceñ
fruncido. —Puedo regresar —tartamude
sonrojándose—, no quiero molestar
padre.Soplaba un viento frío de la
montañas y Stephen se dio cuenta que l
muchacha estaba tiritando. —No, no —dijo bruscamente—Entra y siéntate junto al fuego. Lprometí a lady Wouthwell que te vería
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Y si bien es cierto Celia que soy usacerdote, soy un monje además. Debelamarme «hermano Stephen».
—Oh —dijo ella todavía algconfundida. Le parecía tan raro teneque llamar «hermano» a este dechado d
dignidad y renuencia. Entró junto con éa la cabaña sintiéndose un poco molestodavía. Él atizó elfuelo y le señaló u
banquito junto al hogar. —Siéntate, niña, y comenzaremo
averiguando el estado de tu alm
¿Puedes rezar el credo?Celia se pasó la lengua por loabios, aterrada por su tono perentorio.
—No, no muy bien —balbuceó—
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Mi madre solamente me llevaba a lglesia el día de Navidad y para pascua
me olvidé…Al ver que él esperaba si
pronunciar palabra, empezó a recitavacilante:
—Creo en Dios padreodopoderoso, creador del cielo y de lierra, y en todo lo visi… vis…
Stephen meneó la cabeza. —¿En inglés? —dijo agudamente—
Sé que es la ley del país por el moment
que los curas párrocos la obedecenpero eso está mal, Celia. Debeaprender a rezar en latín ¡De pie!
Juntó las manos e inclinándose haci
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el crucifijo comenzó a recitareverentemente:
—Credo un unum deum, patreomnipotentum, factores coeli et térrae…
Las sonoras palabras no teníaningún significado para ella, per
escuchó con asombro y placer lhermosa voz que las pronunciaba y sunió a ella diciendo «amén» en un débi
susurro. Él la miró y súbitamente sonrióLa sonrisa la sorprendió, el brillo de sudientes blancos y regulares y la curva d
sus labios trasformaron su cara triste.Ella retribuyó tímidamente lsonrisa, mirándolo con una expresión dristeza en sus ojos.
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—Jamás podré aprender esohermano Stephen. Suena como la músicdel órgano que tenía la iglesia cuando yera pequeña. Los soldados del rerompieron los tubos
—Ah… —Stephen suspiró y le hiz
señas para que se sentara otra vez.Ella nació justo antes de l
disolución, cuando el rey Enriqu
concentraba su atención en los grandemonasterios, pero él no se habídedicado a suprimir la música, como l
hacía el actual y joven rey, que cada añse aferraba más a un fanáticcalvinismo.
—Ya verás Celia que tú puedes
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vas a aprender el verdadero credo, epadre nuestro y el ave María; y tenseñaré también el catecismoTendremos lecciones durante emediodía.
—Si usted quiere, señor —di
nsegura. El programa le parecíformidable—. Por lo general a esta horno me necesitan en la posada, porque e
usto entre el desayuno y la comida. —Muy bien —se sentó en el silló
—. Hoy veremos qué es lo que lad
Wouthwell te ha enseñado. ¡Repite ealfabeto! —Stephen pareció habeperdido la impresión de que conocía dantes a la niña y se dedicó a cumplir co
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un deber pero era un buen maestro y apoco rato logró que se sintiera cómodaSus sentimientos de rebeliódesaparecieron y le contestaba corapidez. El tiempo pasaba velozStephen consultó su reloj de arena y s
puso de pie. —Por hoy basta. Eres bastant
despierta para ser tan joven. Muy pront
e daremos una sorpresa a tu tía. —Gracias, señor —dijo ella feliz—
Lo que más deseo es agradar a mi tí
Úrsula que es tan buena conmigo.Stephen inclinó la cabeza, pensandque tal vez estaban justificados loambiciosos planes de lady Wouthwel
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respecto a la niña, y que era muagradable estar encargado de moldeauna mente y conducir el espíritu hacia uestado de gracia.
Cuando Celia dio media vuelta parrse, echó un vistazo al rincón de l
cabaña junto a la capilla y exclamó: —Oh-h… —al ver el pequeñ
cuadro de la virgen. Corrió hacia allí
se quedó boquiabierta—. ¿Quién es? —preguntó—. Tan preciosa. Nunca vi unmujer más bonita. ¿Es un retrato de s
amante, señor? ¿La quiere mucho?Stephen se puso tieso y se sonrojó aoír la blasfema deducción. Celia lo mirconfundida e intrigada, hasta que por fi
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él sonrió dándose cuenta de su inocenciotal.
—La adoro —dijo suavemente—Mi pobre niña, esa es la bendita virgeMaría. La santa madre de Dios.
Celia se sonrojó al darse cuenta d
que había dicho una tontería. —Lo siento, hermano Stephen
supongo que usted no puede tener un
amante, por supuesto, un sacerdote npuede… es lo que he oído decir. Pero nsabái que la madre de Dios era así.
—Nadie sabe cómo era durante svida en la tierra, pero muchos pintorea han representado como piensan qu
debe ser ahora, como la reina del cielo.
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Celia asintió y recapacitó. —¿Este pintor creía que ella tení
pelo rubio como yo? ¿Y ojos como lomíos? He visto mis ojos una sola vezcuando entré a escondidas en el cuartde terciopelo rojo en Cowdray y m
miré en el espejo. Tía Úrsula me saccorriendo.
—Bien hecho. ¡Nunca debes dejart
dominar por la vanidad! —Stephehabló severamente porque los grandeojos de Celia se parecían bastante a lo
del retrato como así también el color dsu pelo. Se paró frente al cuadro comsi quisiera evitar que lo profanara—. Yahora, vete —agregó.
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Ella se envolvió en el chal. —¿Quiere que vuelva mañana?Estuvo por decirle que no, durant
un momento deseó no volver a verlnunca más, pero su deber se lo impidió
unca en su vida había dejado d
cumplir con su palabra. —Al mediodía —dio, bendiciéndol
a la ligera y dando media vuelta.
Así comenzaron seis meses atrás lavisitas diarias de Celia a Stephen en lcolina de St. Ann. Nunca quis
reconocer que las esperaba cada vez comás interés y que sentía una gradesilusión cuando se interrumpían yfuera por sus deberes en Cowdray o e
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rabajo de ella en la posada. No advirtió que ella floreció durant
este tiempo, que su figura adquirinuevas curvas y que su pequeña cara shizo más bonita. Él se permitiregocijarse con la rapidez de su
adelantos espirituales. Aprendió a lperfección el credo en latín y otraoraciones que le enseñó de memoria a
principio, repitiendo puntillosamentodas las palabras que él decía. L
enseñó luego a reconocer varia
palabras latinas en sus misaleencuadernados en pergamino, como asambién unas básicas nociones d
aritmética. Durante las clase
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gradualmente consiguió quitarle eacento de Sussex tanto en su modo dhablar como en la gramática. Tenía uoído muy bueno y nunca se le ocurripensar que tal vez esos progresos sdebían a algo más que una innat
habilidad o posiblemente su antiguestirpe. Celia tampoco sabía por quenía tanto interés en agradarle. Pero s
daba cuenta que trabajaba mucho parograr su poco frecuente sonrisa d
beneplácito.
Y mientras ese veinticinco de juliestaba sentada en la ventana del cuartde su tía, esperando ver llegar al rey, eentusiasmo que sentía no le impedí
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olvidar la actual humillación y epeligro que corría Stephen. Sir Anthonno quería correr ningún riesgo. No cabía menor duda de que los espías dorthumberland o el rey se enfurecería
si descubrían que en Cowdray tenían u
monje benedictino como capellánTampoco era muy seguro que Stephen squedara en su cabaña. Todos lo
habitantes del pueblo sabían donde viví siempre había descontentos a los qu
se les soltaría la lengua por un poco d
dinero.Sir Anthony había ordenado Stephen que fuera a un cuarto secretque quedaba debajo de los sótanos
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cerca del pozo negro en el ala sur. Uhúmedo recoveco que ya había sidusado anteriormente como escondite dfugitivos que escapaban a las iras de lcorona durante los últimos y agitadoaños.
Celia sabía muy bien lo indignadque se había sentido Stephen por estescondite y la consiguiente hipocresía
Ella adivinó por las pocas palabras que oyó decir al respecto, que habí
rezado intensamente para que ello n
ocurriera, y que finalmente consintió ehacerlo porque sir Anthony, sonrientpero obstinado, le preguntó qué creía éque opinaría el abad de Marmoutier s
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o consultaban.Stephen sabía cuál sería l
respuesta. —Obedece, debes obedecer en l
emporal a tu amo terrenal si la causcatólica no se beneficia con ese desafío
Tras lo cual Stephen fue encerraden la celda detrás del pozo negro y Celisabía que estaba sufriendo.
De repente oyó el ruido de larompetas, vio estandartes que s
agitaban y caballos que avanzaban a
rote por el camino de Easebourne. Locañones de Cowdray, que habían sidpreparados durante días, comenzaron ronar.
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—¡Aquí están, tía Úrsula! —exclamó Celia, apoyando la nariz contrel vidrio—. Ése que cabalga solo debser el rey. Qué sombrero rato tieneparece una torta con plumas… ¡Pero sno es más que un joven muchacho! —
agregó sorprendida.Úrsula se acercó a la ventana. —Por supuesto, mi niña, está e
plena adolescencia, y casi se murió dsarampión y varicela la primaverpasada. Que Dios lo guarde y l
bendiga. Creo que se parece a loseymour… —Úrsula frunció sus ojos—Y sin embargo, tiene algo que me hacacordar a su padre, una fanfarronada
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a forma de sentarse en su caballo.El rey y su procesión desapareciero
de su vista cuando dieron vuelta y snternaron por la soberbia avenida d
robles mientras la campana del castillcomenzó un desenfrenado repiqueteo.
—Bajemos ahora —dijo Úrsulenderezando su espalda huesuda—Mantente erguida. Los Bohun tiene
anto derecho como cualquier de los daquí de saludar al rey.
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Capítulo 5
El banquete que se realizó esa tardde julio en honor del rey en el gran salóde los ciervos del castillo de Cowdra
se prolongó hasta que el sol se ocultdetrás del grupo de edificios que salzaban en el lado oeste del patio, y l
campana del castillo repicó siete veces.La conversación del joven redecayó; miradas atentas observaron qusu tez blanca se volvía más pálida.
El banquete ofrecido por sir AnthonBrowne, que tenía un cocinero que habíaprendido las artes culinarias en Franci
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en la corte del rey Enrique II, fusuntuoso. Consistió en platos exóticoque el rey Edward jamás había probadopues siempre había mantenido una dietsencilla por orden de su celoso tutor, siJohn Cheke, y por las órdenes póstuma
de su padre que había muertamentándose de su glotonería.
John Cheke, no había podid
acompañar a su pupilo en esa girporque estaba convaleciente de ungrave enfermedad.
Edward, que desde que llegó Cowdray ya había asistido a unrepresentación en su honor, tomado part
en un concurso de arquería
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presenciado un importante partido denis, estaba bastante hambriento cuand
se sentó en el medio del estrado de lgran mesa. Comió una carne sazonadcon canela, un paté de conejo, y una grapierna de cordeo. Y a pesar qu
generalmente sólo bebía cerveza o vinblanco generoso, aceptó y bebicortésmente una gran copa de moscate
de la bien provista bodega de siAnthony.
Todavía duraba la procesión d
mucamos, que entrabaceremoniosamente de la cocina llevandbandejas de oro las que ofrecían drodillas al rey para su aprobación
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Rechazó unas alondras con gelatina, upavo asado y unas ensaladas, pero npudo resistir los dulces. Había tortas dmiel salpicadas de almendras, bombade dulce de zarzamora y grosellflotando en una crema amarilla
salpicadas con la rara y costosa azúcablanca que Edward había probado mupocas veces. Y no pudo rehusar la obr
maestra del cocinero, una torta dmazapán de casi dos metros de altorepresentando las armas reales a tod
color.Edward pareció sumamentdivertido al comerse un pedazo de lcola del león y la punta descuern
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dorado del unicornio. Eructó luegsonoramente y se dio vuelta hacia sanfitrión, sentado a su derecha.
—En honor a la verdad, sir Anthon—dijo Edward— el banquete que usteme ha ofrecido ha sido maravilloso, má
bien exagerado. Así se lo escribiré apobre Barnaby que sufre privaciones eFrancia representándome. Pobr
muchacho, lo extraño. —Cuanto siento, alteza —respondi
Anthony sonriendo—, que usted sufr
por la privación de una persona o dalguna cosa. Cómo me gustaría podehacer aparecer al joven Fitzpatrick eCowdray en este preciso momento. —
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mientras hablaba pensaba en estconfirmación del cariño que sentía erey por ese muchacho irlandés que shabía criado junto con él. Anthonrecapacitó rápidamente que esa amistapodrí ser útil, pues Barnaby estab
emparentado con Geraldine, smadrastra.
Anthony miró hacia la otra punta d
a gran mesa y vio a la joven viudenfrascada en una conversación con lorClinton, un astuto y sagaz barón y
cuarentón y viudo que había realizaduna brillante carrera en la corte y que ea actualidad era uno de los aliados de
poderoso duque de Northumberland
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¿Sería posible que lady Geraldinconquistara a lord Clinton?, pensAnthony mientras observabesperanzado a su madrastra. Quizás, esa alianza sería muy conveniente y ugran alivio para su esposa y su herman
que se librarían de la presencia de esarpía en Cowdray.
Northumberland había escalad
posiciones en la nobleza con un pasfirme e implacable hasta alcanzar sítulo actual. ¿Sería verdad lo que s
comentaba por todos lados, Zeusnfluencia sobre el joven rey era eresultado de brujerías? Anthony sestremeció y trató de pensar en cosa
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menos peligrosas, pero súbitamentrecordó al capellán de su castilloescondido en esa celda hedionda, detráde las cloacas. Pero solamente faltabaa dos días más para que el herman
Stephen pudiera salir de su escondite
a capilla volviera a ostentar ecrucifijo, las lámparas y las imágenes da virgen y de san Antonio de Papua s
patrono. Y patrono también de esatractiva muchachita que la vieja ladÚrsula le había presentad
sorpresivamente como su sobrinaAnthony vio el reflejo del pelo rubio da muchacha que estaba sentada en e
fondo del salón. Y pegó un respingo a
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oír súbitamente al rey dirigiéndose a él. —Estamos cansados de segui
sentados aquí, sir Anthony —dijEdward poniéndose de pie—. ¿Qusugiere usted que hagamos hasta laoraciones de la tarde, terminadas la
cuales nos retiraremos?Anthony se puso de pie de un salto
desechando inmediatamente todos lo
pasatiempos que normalmente ayudan pasar una velada, cartas, dados, bailespues el rey no consentía ninguno. ¿Má
música entonces? Pero si bien Edwardijo que le gustaba la música no habídemostrado mayor interés por las suavemelodías que provenían de la galería d
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os músicos. Cien personas se pusierode pie a la par de eduardo, y squedaron esperando, mirándolansiosamente —se encuentra aquí uuglar español, alteza, es muy bueno iene un mono… —dijo Anthony—. Si l
parece interesante lo mandaré llamanmediatamente.
—¿Español? —la mirada d
Edward se endureció y su voz de niño senronqueció de disgusto—. ¿Favorecusted a los españoles, señor?
Anthony enrojeció y se maldijo parsus adentros. —Por supuesto que no, alteza, fu
una expresión incorrecta. Sólo quis
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decir que tiene tez oscura como loespañoles y habla inglés como elosPensé que las pruebas que hace el monpodrían divertirle Edward seguíenfurruñado—. No siento ningún amopor España —dijo fríamente—. Lo qu
perjudica las relaciones con mi hermanMary es su sangre española, eso y sperversa y obstinada devoción al pap
—miró a Anthony y agregó—: no hhablado todavía con todos sus invitadosseñor. Tanto entendido que entre ello
hay varios nobles de los llamadopapistas. —Así es —dijo Anthony, sintiend
enfrío terror en su interior—. Antiguo
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católicos, pero han comprendido serror. Hoy han venido para rendirohomenaje, sire, son todos vuestros leale fieles vasallos.
Sir Harry Sydney, el inteligentesimpático, bien informado y gran a mig
del rey, se inclinó y murmuró algo en eoído del monarca que pareciranquilizarlo.
Edward asintió con la cabeza y coun tono más suave agregó:
—Bien, sir Anthony, mi padr
apreciaba al suyo y los hijos seguirásiendo amigos. Ahora me reunirgustoso con sus invitados —miró a lamesas abarrotadas de comensales y dij
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—: ¿Hay algunos oros cuatros dondpodamos estar más cómodos?
Anthony se inclinó y le indicó ecamino hacia la imponente profusamente tallada escalera nueva quconducía a las habitaciones privadas y
a gran galería.El rey subió solo, seguido de cerc
por Harry Sydney. Anthony le dio e
brazo a Jane y se sintió molesto al oírlsuspirar con cada escalón que subía.
—¡Contrólate, milady —musitó—
debes ocuparte de las presentaciones!Jane lo sabía, pues como era hija dun conde, su rango era superior al de smarido.
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—Así es… —suspiró.Anthony advirtió que su madrastr
subía del brazo de lord Clinton, y oyó lrisita nerviosa de su hermana Mabeque subía a los saltitos.
Qué pena que fuera tan gorda y fea
con tan pocas condiciones. Iba a ser mudifícil encontrarle un buen marido.
Llegaron todos a la gran galería, qu
había sido recientemente cubierta copaneles de madera y adornada cocandelabros de cristal para esta ocasión
El rey admiró cortésmente los cuadronuevos que colgaban de las paredecomo así también una tapicería dflandes. Se instaló frente a la tapicerí
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en un sillón cubierto de terciopelo esperó.
Lady Jane se acercrespetuosamente llevando de la mano una mujer flaca y seria.
—Me permito presentarle a m
antigua madrastra, al condesa dArundel —dijo con voz susurrante ojos tristes, pues sus pensamientos n
podían apartarse del pequeño cuerpque yacía en un ataúd junto a sdormitorio.
El muchacho frunció el ceño. La vode Jane era casi inaudible. —¿Eh… —dijo enojado—
¿Arundel…?
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Sabía que Northumberland detestabal conde de Arundel, pues era uno de loíderes católicos.
—¿Su distinguido esposo no estaquí, milady? —preguntó Edward.
—No, alteza —respondió la condes
con una voz suave—. Está enfermo debe guardar cama.
—Humm-m… —dijo Edward—. L
sentimos mucho. Que Dios le envíe unpronta mejoría —inclinó la cabeza, lcondesa hizo una reverencia y se alejó.
Hubo una pequeña y molesta pausaEdward, que estaba empezando cansarse, luchaba entre su deber de secortés con sus súbditos y su renuencia
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ener nuevos encuentros desagradables.Sir Harry murmuró nuevamente alg
en el oído bueno de Edward y emuchacho asintió.
—Milady —dijo dirigiéndose a Jan—. Harry me dice que cerca de la puert
hay un grupo integrante de la familiDacre —sonrió débilmente—. He oídhablar de ellos, por supuesto, pero no h
enido oportunidad de conocerlos.Anthony se dirigó en búsqueda d
os Dacre. Eran seis, pero pertenecían
dos ramas, los del sur, que vivían en ecastillo de Hurstmonceux en Sussex os Dacre de Gilsland, que había
venido desde Cumberland a pasar e
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verano con sus primos.Cuando Jane y Anthony s
dispusieron a presentar a los Dacre arey, se vieron en un aprieto, pues nsabían cuál de los dos grupos teníprecedencia sobre el otro.
Geraldine Browne que había estadobservando la escena junto a lorClinton, se adelantó súbitamente.
—Vuestra majestad… —dijmirando despectivamente a su hijastro a su achacosa mujer—. Permítame qu
e presente en primer término a ladDacre de gisland y Greystoke, que viven el castillo de narworth eCumberland. Su esposo está ataread
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momentáneamente con las luchas de lfrontera. Lady Dacre ha venido con trede sus hijos: sir Thomas, Leonard Magdalen.
—¿Ah, sí? —dijo el rey satisfechpor esta presentación clara y precisa
aunque algo sorprendido por la autoridde la joven viuda a la que casi no habívisto. Le tendió la mano a lady Dacre.
Ésta besó entusiastamente lofrágiles dedos mientras hacía una torpreverencia y le decía:
—Es un gran honor, alteza, que Dioos guarde. Estos son mis hijos —ladDacre empujó hacia delante a siThomas, un joven corpulento y pelirrojo
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Luego se adelantó otro joven más altque el primero, con un hombrigeramente más levantado que el otr
—Leonard —dijo lady Dacracariciándolo— y esta es mi hija Magie
Magdalen era pelirroja como su
hermanos y extraordinariamente alta. Apesar de tener sólo catorce años, no erdesgarbada ni tímida. Besó la mano de
rey con el mismo entusiasmo con que lhabía hecho su madre.
Los Dacre del norte formaban u
mpresionante cuarteto. Lady Dacre y shija sobresalían en altura entre lconcurrencia y los varones debían medipor lo menos dos metros. A demás su
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ropajes hechos con telas fabricadas eel telar casero parecían muy antiguos modestos al lado de los terciopelosrasos y encajes. Rústicos nobles de lrontera, pensó Anthony, ásperos ndependientes como los escocese
salvajes con los que luchabaermanentemente. No obstante elloenían una majestuosa sencillez.
Los Dacre Delsur esperaban todavísu turno y Geraldine fue menos concisa presentarlos al rey.
—La Rama Fienne, vuestra majesta—dijo mirando de soslayo a Clinton quera también un Fienne, y gracias al cuahabía obtenido toda esta información—
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Lady Dacre de Hurstmonceux y su hijgregory, que no es ya el barón tituladesde el trágico equívoco ocurriddurante el reinado de vuestro padre…
—Vuestra alteza —interpuso Clinto—. Lady Browne se refiere a
nfortunado ajusticiamiento de lorDacre hace doce años, y la consiguientexpropiación de sus propiedades y s
ítulo. Esperamos que vuestra reagenerosidad y clemencia consideren lrestitución de sus bienes a esta famili
an dedicada al culto protestante, como estoy yo. —Consultaremos este asunto, milor
—dijo Edward—, cuando el duqu
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regrese de Berwick. Y ahora vayamos a capilla para cumplir con la
oraciones de la tarde —agregó tomandel brazo de sir Harry—. ¿Supongo quvuestro capellán estará esperándonos—dio dirigiéndose a sir Anthony que y
enía la respuesta preparada. —Mi capellán particular est
enfermo, sire… nada grave, u
nconveniente intestinal solamente, perhemos hecho venir al párroco de idhurspara dirigir las oraciones —y por e
amor de Dios espero que no sequivoque —agregó Anthony para suadentros.
El rey y su corte se instalaron en l
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galería reservada para los señores y eresto de la concurrencia se distribuyó ea parte de debajo de la capilla. Est
noche no tenían cabida los sirvientes.Edward echó un vistazo y comprob
con satisfacción la desnudez del recint
por suerte estaba demasiado cansadpara percatarse de la torpeza depárroco para rezar las oracione
anglicanas que el propio Edward habíayudado a escribir.
Lady Úrsula y Celia se quedaron e
el salón con las personas menomportantes, mientras los privilegiadose dirigían al otro piso.
No conocían a nadie, y nadie le
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dirigió la palabra y Úrsula contra todógica, se sintió herida y desilusionada
Había abrigado tontas esperanzas paresta primera velada durante la estadídel rey; esperaba que alguien repararen Celia, que algo afortunado sucedier
para asegurar el futuro de su sobrina.Había estudiado concienzudament
otra vez el horóscopo de Celia y decidi
que este día era sumamente favorable.Pero nada había sucedido, salvo e
breve saludo de sir Anthony esa mañana
Celia y su tía estaban sentadas en upequeño cofre de madera cuando emayordomo anunció solemnemente quel rey estaba en la capilla y que todo
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debían ir allí para las oraciones de larde. Su tía le recordó la advertencia d
sir Anthony y agregó: —Pero sean lo que sean esta
oraciones heréticas, no prestes oídos ellas. Reza un padrenuestro y un av
para tus adentros.Celia olvidó esta recomendación n
bien llegó a la capilla. Estab
demasiado interesada en la muchachque estaba parada junto a ella. Todoestaban de pie. Habían quitado lo
bancos, ya que esta extraña religióaparentemente no permitía que sarrodillaran.
Celia, que no era precisamente baja
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miraba sorprendida a su vecina que llevaba una cabeza. Examinó el perfias pecas que cubrían una nari
respingada, el pelo tupido, ondeado rojizo que caía sobre una espalda anchacomo correspondía a una jovencita. S
vestido sencillo de lana rústica dejabentrever un viso de linón blanco. Teníaun escote cuadrado y amplio. Magdale
no lucía ningún volado ni frunces, y súnica alhaja consistía en un collarcithecho con esas cuentas de cristal pulid
que se conocían con el nombre d«diamantes escoceses» de la ropa de lmuchacha emanaba un agradable aromque Celia percibió inmediatament
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gracias a su sensible olfato, pero que npudo identificar como humo de hulla brezos, ya que no conocía ninguna de lados cosas. La muchacha sintió la miradde Celia, echó un vistazo a su alrededo sonrió dejando al descubierto uno
dientes grandes, parejos y blancos comeche:
—¿Durará mucho más este gorjeo
—susurró señalando al párroco con unnclinación de su cabeza— no oigo un
sola palabra de lo que dice y aquí hac
un calor digno del infierno. —Sh-h —susurró Celia dirigienduna mirada nerviosa a su alrededordisimulando una risita ahogada mientra
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se le formaba un hoyuelo junto a su bocrosada.
—Soy Magdalen Dacre —dijo lmuchacha haciendo caso omiso del sh-de Celia—. ¿Quién eres? —sus ojopequeños de color marrón clar
observaron a Celia con afectuosadmiración.
Al oír esta fresca interrupción, lo
vecinos de cada lado de las muchachase movieron simultáneamente. Úrsula sdio vuelta para vigilar a su sobrina y si
Thomas Dacre hizo lo propio con shermana. —Qué bocado apetitoso es la vecin
de Maggie —dijo disimuladamente a s
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hermano Leonard—. Una fiesta para loojos cansados. Echa un vistazo.
Thomas se echó hacia atrás para quLeonard pudiera examinar a Celia, lque se sonrojó al percatarse de lamiradas de los dos hombres, y baj
uego modestamente los ojos.Magdalen lanzó una risita y dijo: —Pareces haber despertado l
admiración de los Dacre, muchacha, tecuidado, no hay mujer segura con esodos alrededor.
Celia comprendió las insinuacioneocultas en las palabras de Magdalen y ssintió halagada. Sintió los primerondicios del poder femenino, un
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sensación deliciosa que perduró hastas últimas palabras del párroco.
—La gracia de nuestro señoJesucristo, el amor de Dios y las lucedel espíritu santo nos acompañeeternamente, amén.
Los fieles dieron media vuelta esperaron hasta que el rey saliera de lcapilla. Los Dacre, lo mismo que lad
Úrsula y Celia no conocían a nadie eesa muchedumbre de consejeroscaballeros, y escuderos que el rey habí
raído consigo, ni conocían tampoco os miembros de la nobleza de Sussexque pasaron todos junto a Celia y su tímientras Magdalen exclama:
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—¡Puf, salgamos de aquí de una vepor todas, estoy asfixiándome!
Celia estaba muy dispuesta; loóvenes salieron por el atrio de piedr
con su primorosa bóveda en forma dabanico y las muchachas se sentaron e
el borde de la fuente del castillo. Loóvenes Dacre permanecieron de piunto a ellas mientras todo
conversaban. Celia, algo tímida aprincipio, adquirió seguridad al cabo dun rato y prestamente contestaba la
preguntas que le hacían, aumentando enterés que había despertado eMagdalen y la admiración que brillaben los ojs de sus hermanos.
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Mientras tanto, lady Úrsula sdedicó a interrogar al mayordomo decastillo para averiguar quiénes eran lontegrantes de ese trío de pelirrojos. L
contestación que obtuvo la satisfizo. Apesar de sus trajes sencillos y su tosc
enguaje, los Dacre del norte erapoderosos barones de la frontera pocuyas venas corría sangre real d
resultas de provechosas uniones de suantepasados. Sir Thomas Dacre, eheredero, era casado, por cuyos motivo
Úrsula instantáneamente lo tachó, perexaminó con más interés a Leonard, esegundo hijo. Una pena que su espalduera ligeramente torcida, y que s
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elo y su tupida barba fueran de coloanahoria. Pero, pensó Úrsula, qu
estaba dando los primeros pasos en laambiciones maternales hasta ahordesconocidas para ella, una asociaciócon los Dacre no debía ser despreciada
Salió de muy buen talante al patio se reunió con Celia junto a la fuente.
Mientras estaban allí, oyeron u
nesperado toque de trompetas deheraldo anunciando la llegada de visitamportantes.
Edward, que ya había subido a suaposentos, reconoció en el toque drompeta el floreo espacial reservad
para un mensajero real, y a pesar que y
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estaba listo para acostarse, se acercapresuradamente a una ventana. Echó uvistazo al mensajero cuyo trajostentaba la insignia real y dirigiéndosa sir Harry Sydney le dijo:
—¿Será una nueva queja de es
naguantable embajador español? ¿Oquizás un mensaje de Barnaby? —agregó alborozado.
Ane semejante perspectiva olvidó scansancio y haciendo a un lado toddecoro, corrió escaleras abajo y salió a
patio. —¿Qué noticias nos traes, Dickson—exclamó.
El mensajero se arrodilló sobre un
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pierna y miró sonriendo al ansiosmuchacho.
—Cartas de Francia, señor y una deduque desde Berwick —Edward asintigozoso y agarró el pergamino doblado acrado en las cuatro esquinas.
—Bien —dijo— las leeremonmediatamente en nuestros aposentos.
—Además, sire… —dijo e
mensajero que continuaba arrodillado—he acompañado a dos caballeros desdLondres —señaló a dos hombres qu
esperaban junto a la entrada. Uno dellos era delgado y joven y estabvestido como un cortesano con un jubóde raso carmesí, una pequeña golill
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blanca y una capa corta bordadaCuando el rey lo miró, se quitó svistoso sombrero adornado con plumasdejando al descubierto una abundantcabellera enrulada de color castaño.
El otro hombre era indudablement
un médico. Su ropaje escolástico dmangas largas y anchas, la forma de scuello de piel y el bonete negro d
forma cuadrada eran claros indicios dsu profesión, como así también ecayado de ébano en el que estab
grabado el símbolo de esculapio, el grabolso de cuero negro que colgaba de sbrazo y la cadena de cobre con un zircóanaranjado oscuro, eficacísim
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preventivo de la peste.Celia, Úrsula y los Dacre s
evantaron presurosos de donde estabasentados junto al a fuente, cuando el recorrió para recibir al mensajeroseguidos por Anthony y Harry Sydney.
Celia no había tenido hasta ahoroportunidad de ver de cerca al rey, lhabía visto desde uno de los extremo
más alejados deliran salón de lociervos, y se quedó fascinada al ver aoven pálido vestido de raso violeta
cuajado de perlas y brillantes que lhacían brillar como si fuera una vela emedio de las sombras del crepúsculo.
Casi ni miró al médico de eda
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madura que permanecía parado en lainieblas mientras el joven cortesano s
acercaba al rey.Edward miró fijamente al joven d
nariz respingada y alzó su mentón cogesto reprobador, cuando Geraldin
Browne apareció corriendo y exclamconsternada:
—¡Gerald!… ¡Gerald, qué está
haciendo aquí?La actitud de Edward reflejab
déntica pregunta. Se volvió haci
gerladine diciéndole fríamente. —¿Con que éste es su hermanomilady? Lo hacíamos en Irlanda.
Lo que también suponía Geraldine
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que se sentí bastante alarmada por lntempestiva aparición de su hermanousto cuando sus esmerados plane
comenzaban a tener éxito. —Milord Fitzgerald, ¿Tiene uste
autorización para entrar a Inglaterra? —
preguntó Edward frunciendo el ceño—¿Y con qué derecho se presenta usted dmproviso ante nosotros?
Edward sabía poco respecto a lorlandeses en general, salvo que era
papistas fanáticos, pero sabía que e
duque de Northumberland les habídevuelto algunas propiedades a loFitzgerald, entre los cuales se contabavarios traidores a la corona, con l
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condición de que Gerald no saliera dsus tierras. Northumberland desconfiabde los irlandeses, había tenido ocasióde comprobar su desconfianza poBarnaby, pero en ese caso él se habípuesto firme. Pero es cierto que Edwar
no consideraba a Barnaby un irlandés.Pero se lo recordarían en contado
momentos, pues Gerald Fitzgeral
esbozó una sonrisa de disculpas dirigiéndose al rey con una voz suave meliflua le dijo:
—Imploro vuestra clemencia, mseñor y rey, y me alegro de ver qugozáis de buena salud. No habría salidde Kildare de no ser porque necesitab
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un consejo y confiaba en vuestrreconocida sabiduría.
—Bien —dijo Edwarevasivamente.
—Es respecto a Barnaby Fitzpatrickalteza…su anciano padre est
gravemente enfermo. En Irlanda nestamos muy bien informado de loasuntos de la corte, sire, y pensamos qu
Barnaby estaría con vuestra majestad.»Su pobre y afligida madre, parient
mía, me rogó que tratara de encontrarl
le avisara que su padre está en esriste situación. Perdóneme, majestad, she obrado mal.
Su voz seductora traslucía dolor
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sus encantadores ojos azules semejantea los de su hermana pero desprovistode dureza alguna, reflejabaarrepentimiento.
Edward, vivamente emocionado anta mención de Barnaby y de la grav
enfermedad de su padre, no pensó que lexcusa de Gerald era algo pobre y qupodían haber buscado cualquier otr
mensajero para traer esas noticias. Sapresuró a asegurarle a Gerald que nsería castigadoy dijo que prestarí
nmediata atención al asunto de BarnabyQue hablarían nuevamente por lmañana y dirigiéndose a sir Anthony lencargó que se ocupara de albergar
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ord Fitzgerald. —¿Ese médico ha venido con usted
—preguntó Edward. —¡Oh, no alteza! —dijo Geral
vivamente—. Creo que es un astrólogo médico. No habla mucho.
—¡A ver, usted! —exclamó Eduardhaciéndole señas—. ¡Acérquese explique qué lo trae aquí!
El hombre se adelantó, se quitó esombrero, hizo una reverencia y con vograve, tranquila y con un leve acent
dijo: —He sido enviado a vuestrmajestad por John Cheke, pues estodavía muy débil para viajar. Me llam
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Giulian di Ridolfi, y nacíen FlorenciaMe recibí de doctor en medicina en luniversidad de Papua, pero hace tiempque resido en este país donde me llamaJulian Ridolfi.
Edward no entendió bien lo qu
decía. Y algo enojado le pregunto Harry:
—¿Qué dice este hombre? ¿Quién l
envía? —John Cheke, alteza —dijo Sydney —¡Cheke! —exclamó Edward co
ncrédula furia—. ¿Para mí? mi salud eexcelente. Si precisara algún médicpara eso están los médicos reales, nnecesito médico extranjero. No creemo
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que Cheke lo haya enviado. Eprematuro y jactancioso —la cara demuchacho se puso colorada y lágrimade furia saltaban de sus ojos—Creemos que usted debe ser un espí
español!
Julian miró aterrado al furibundoven y le tendió una carta d
recomendación de John Cheke si
animarse a despegar los labios.Edward dio una patadita y arrebat
a carta que le tendía el médico; pero s
cayó a las lajas cubiertas de tierra. —Una falsificación, sin duda —exclamó Edward—. ¡No es ustebienvenido junto a nosotros; l
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ordenamos que se vaya inmediatamente—dio media vuelta y entró al castillseguido por Harry Sydney.
Julian Ridolfi se quedó parado solunto a la poterna. Numerosas luce
comenzaron a brillar dentro de la gra
mansión, reflejándose su brillo en epatio. Los espectadores, incluyendo os Dacre, habían seguido los pasos de
rey pero Úrsula puso su mano sobre ebrazo de su sobrina y le dijo:
—¡Espera, espera un momento! Cre
que conozco a ese pobre médico. Mparece que es el mismo astrólogo qume instruyó hace años en el palacio deduque de Norfolk.
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Úrsula titubeó, observando a lnmóvil silueta, dándose cuenta co
entusiasmo y aprensión a la vez, questaba por tomar una decisión mumportante que iba más allá deshecho d
abordar a un hombre que había desatad
a furia del rey.Julian no dejaba traslucir lo
esfuerzos que hacía para dominar s
humillación. Solamente sus ojos, loojos grises oscuros de un Italiano denorte habrían dejado ver la vehemenci
de sus sentimientos de no haber estadcubiertos por unos pesados párpadoso era exageradamente ambicioso, per
era orgullos y había sufrido bastant
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durante los últimos años. La misión que había encargado John Cheke lo habílenado de alegría. Estaba seguro qu
acabaría obteniendo un nombramientcomo médico de la corte; Julian sabíque estaba mejor preparado y que er
más capaz que los balbuceantes médicongleses. Este vergonzoso recibimiento había tomado totalment
desprevenido. No había podidprocurarse los informes astrológicos ques conseguía a los demás, ya que n
sabía la fecha cierta de su nacimientosólo sabía que había nacido durante emes de noviembre, cuarenta y ocho añoantes.
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Detestaba poscuartos que ocupabencima de una barbería en chepsiddesde que había caído en desgracia ldistinguida familia Norfolk, que lo habícontratado. El viejo duque estaba presen la torre y el patrón de Julian, el cond
de Surrey, había sido ejecutadsumariamente cinco años atrás.
Julian consiguió ganarse la vida
duras penas ayudando de vez en cuandal cirujano-barbero que vivía debajo dél, haciendo estudios filosóficos y d
alquimia y haciendo horóscopos.Había sido por pura casualidad quel otoño pasado John Cheke oyó hablade él a su propio sirviente, que habí
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do a la barbería muerto de miedo dque tuvieran que operarlo por un cálculen la vejiga. El barbero llamó a Juliapara que lo ayudara a sujetar apaciente, ero en lugar de ellos spresentó trayendo un espeso jarabe d
amapola para calmar el dolor deenfermo y luego le recetó una mezclcuya fórmula secreto había aprendido e
a universidad de Papua y que servípara desintegrar el cálculo. El sirvienteoco de agradecimiento, le comentó l
curación a su amo. Y un poco maadelante el propio Cheke mandó llamaa Julian.
Los dos hombres simpatizaron
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zambos eran cultos y compartían uprofundo interés por la astrología y lalquimia. Sus diferencias religiosas nchocaron. Julian, sitien ernominalmente católico, no era un fiepracticante y no se opuso a las teoría
protestantes de Cheke. Frecuentaba lcasa de este último, donde conoció otros astrólogos-facultativos.
Julian tuvo su gran oportunidacuando John Cheke se enfermó de pestdurante el mes de mayo. El rey, que s
mantuvo apartado de Cheke por miedal contagio, atribuyó la curación a laoraciones. Pero Julian estaba seguro quse debía a sus cuidados expertos. Chek
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se recuperó y se sentía tan agradecidque, la semana anterior, cuando comenza preocuparse por el joven rey y lfatigoso que resultaba su viaje, decidienviar a Julian a Cowdray.
No obstante la compasión que l
nspiraba ese exabrupto histérico del reque sabía que era un síntoma de esfuerzexcesivo a que estaba siendo sometido
Julian no podía reprimir la ira que sentípro ese repudio en público. Pertenecía una antigua familia de banquero
florentinos que se habían emparentadcon la nobleza y había tenido una niñesolitaria pero rodeada de lujos. Pero ne interesaba la vida fácil y disipada d
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a corte de los medici y sunclinaciones eran más bie
escolásticas. Desgraciadamente su padrse enfureció al enterarse que Julian shabía inscripto en la universidad dPapua, ya que aspiraba a que sufij
fuera un político o un cortesano. Al npoder disuadirle para que abandonaros estudios de medicina, pues lo
consideraba para personas de un nivenferior al suyo, renegó de él, nclusive un poco mas adelante llegó
desheredarlo. Pero su orgullo tampoce permitía saber que un miembro de sfamilia estaba pasando hambre, por lque decidió enviarle unos cuanto
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florines que sirvieron a Julian pardoctorarse en medicina y para viajar.
Estando en parís conoció a Henrhoward, conde de Surrey, que en esomomentos sentía una gran pasión poodo lo que fuera Italiano. Esa a mista
uvo como resultado una invitación nglaterra. La siguiente primavera
Julian ingresó al castillo de Norfolk
como médico de la casa y pasó allí dieaños felices, que se interrumpierocuado el rey Enrique VIII hizo decapita
al conde de Surrey acusándolo de altraición.Los soldados del rey se apoderaro
del castillo y expulsaron a todos lo
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ocupantes, entre ellos, Julian, que aceptcon amarga resignación los violentocambios de fortuna que traíaaparejados el despotismo y la codicia, que también había visto en su juventuen la corte de los medici.
Pero el golpe de esa noche lo afectmuchísimo a pesar de su filosofía. Nobstante, su disgusto no er
exclusivamente egoísta.El joven rey tenía mal aspecto
Julian estaba seguro que él podrí
contribuir a mejorarlo, por lo menodurante un tiempo. Y el deseo de curaprimaba en Julian sobre muchos otrorasgos menos altruistas.
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Durante los diez minutos qupermaneció allí parado en el patio dCowdray las luces del castillo se fueroapagando gradualmente. Cuando eguardián de la entrada se acercruculentamente al desacreditad
médico, Úrsula tomó una decisión.Caminó hacia donde estaba Julia
seguida por Celia y dijo:
—¿No es usted el astrólogo Italianque conocí hace unos años en lresidencia del duque de Norfolk?
Julian se sobresaltó pero luego sdominó; trató de distinguir en lainieblas el rostro de la mujer mayor co
cofia de viuda que le había hablado. Lo
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rasgos de su larga cara Italianreflejaron cautela.
—No comprendo, señora —dijoEra peligroso todavía mencionar a lo
orfolk, y se había guardado muy biede hacer partícipe a Cheke de su viej
amistad. —Sí, sí, ahora que lo he oído habla
estoy segura —exclamó Úrsula—. Uste
me enseñó unos rudimentos dastrología, fue muy amable conmigo además atendió a mi pobre marido, e
caballero Robert Wouthwell y me regalun amuleto para tener buena salud.Julian recordó entonces, entre lo
numerosos huéspedes que albergab
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kenninghall en esos días, a un achacos anciano caballero y su joven e inquiet
esposa, que lo había perseguidhaciéndole preguntas de astrología.
A pesar de su cara y su voz reflejabamabilidad, no comprendía por qu
motivo lo había abordado ni se sentímuy seguro por sus indiscretareferencias.
—Creo que está equivocada —comenzó a decir, pero Úrsula menenegativamente la cabeza. Echó un
mirada al guardián que se mostrabansioso por cumplir con su deber dandpataditas nerviosas en el Suelo empuñando su pica.
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—¿No tiene adónde ir, verdad? —susurró Úrsula—. No le permitiráquedarse en Cowdray. ¡Acompáñeme!
Apoyó su mano bajo el codo dJulian y lo empujó hacia el otro lado da entrada, por la rampa almenada
Recién entonces se percató de lpresencia de Celia, que estaba taazorada como él, pero que seguí
fielmente a su tía.Una gran fogata encendida por lo
campesinos, que se habían aproximado
Cowdray esperando poder obteneruvistazo del rey, ardía fuera del recintoEl guardia de sir Anthony y el guardireal estaban muy atareados tratando d
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mantener el orden mientras losirvientes del castillo acarreabacanastas con sobrantes de comida debanquete.
—Aquí —dijo Úrsula empujando Julian hacia el lado en sombra de u
gran roble—. Aquí podemos hablar coranquilidad.
—¿Sobre qué, señora? —su
sospechas iban en aumento y el apremi agitación de ella acrecentaban s
humillación.
—Vimos todo lo que pasó ¿No es asCelia? —dijo la dama rodeando con sbrazo a la joven cuyos ojos enormes azorados lo miraron cariñosamente.
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—Esta noche no quedará ninguncama vacía en Midhurst —prosiguidiciendo Úrsula—, y usted no pueddormir al sereno como un campesinoDebe quedarse aquí; quizás el recambie de opinión; los jóvenes son mu
proclives a los arrebatos que se pasacon la misma rapidez con que aparecenY un hombre de su posición no pued
volver caminando a Londres. Sería unvergüenza. Y no encontrará ningúcaballo en Midhurs a ningún precio.
Julian suspiró. Tenía muy pocdinero en su bolso. Su hostipreocupación se atemperó, puecomprendió lo que Úrsula decía era l
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verdad lisa y llana. Estaba cansado poel viaje, a pesar de haber hecho erayecto hasta Cowdray en uno de lo
caballos del rey, por mandato de JohCheke, evidentemente era imposiblpretender contar otra vez con es
caballo.Además no había probado bocado n
bebido absolutamente nada desde qu
comió la noche anterior en horsham. Emensajero del rey había adoptado uritmo veloz, y a pesar que el terren
estaba seco en los alrededores dCowdray, la mayoría de los campos quatravesaron tenían tanto barro que lelegaba hasta bien arriba de las patas d
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os caballos. —Así es, señora —dijo Julian—
o sé adónde ir. —Puede dormir en mi cuarto en e
altillo de Spread Eagle —dijo Celirepentinamente—. ¿Y yo puedo dormi
en su cama en Cowdray, no es verdaía?
El espontáneo ofrecimiento de Celi
era justamente lo que Úrsula tramaba sirvió para incrementar el cariño que lprofesaba.
Su herencia y su experienciaumentaban la desconfianza de JulianQué podían ganar con tanta amabilidaesta dos mujeres, aunque pensándol
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bien, un cuarto en el altillo de unposada no era precisamente lo que éhabía esperado, ya que confiaba en serecibido en el castillo de Cowdray coel respeto digno de su profesión.
—Las dos son sumamente amable
—dijo cautelosamente—. Señora —agregó dirigiéndose a Úrsula con eceño fruncido—, ¿Podría pedirle u
favor? Que no hablara más de nuestrencuentro en kennighall. Que recuerdmuy bien, pero mejor es olvidar es
época. Mejor para ambos. Uno de miantiguos patrones fue decapitado y eotro todavía sigue encerrado en la torreLe será fácil comprender que esa antigu
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amistad es algo peligroso en nuestrodías.
—Así es… —dijo Úrsula al cabo dun momento—. Ya lo veo. Y respetarsus deseos. Pero —agregó rápidament—, le ruego que le haga el horóscopo
Celia. Tengo miedo de habermequivocado. Es muy difícil y no soy muhábil para hacer cálculos.
Julian se inclinó. —Nihil esse grate animo honestiu
—murmuró con una irónica entonación.
—¿Eso que dijo es latín, señor? —preguntó Celia, dejando boquiabierto Julian que había estado hablando parsus adentros. Miró a la muchacha d
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abundante pelo rubio, pequeña encantadora cara, un poquito cuadrada mandíbula para el gusto Italiano, muoven y cuya voz a pesar de ser baja
suave tenía una entonación algo rústica. —Es latín, mi querida —dijo—
Séneca, que tiene una frase apropiadpara cada ocasión y que en este casquiere decir: «no hay nada más honros
que un corazón agradecido» y era mrespuesta al pedido de su señora tía.
—Se está haciendo de noche —dij
Úrsula—. Debemos apurarnos y mejoserá no tomar el camino principal pueallí podremos tropezar con ladronesmendigos… —se estremeció y a
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nstante divisó un muchacho vestido couna librea de Cowdray que pasabcorriendo llevando una linterna en lmano—. ¡Simkin! —llamó—. ¡Ven aquí
El muchacho se acercó regañadientes, pero sabía que lad
Wouthwell era una de las moradoras dCowdray y por lo tanto debía seobedecida. Les acompañó iluminand
con su farol el atajo que tomaroncruzando el puente sobre el río Rother repando por la colina de St. Ann.
Cuando llegaron a la cima de lcolina y sus muros derruidos, Celiropezó y dejó escapar un sonid
extraño, una mezcla de jadeo y quejido.
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—¿Se lastimó? —preguntó Julianvio que se había cubierto los ojos couna mano—. ¿Se torció el tobillo?
—No —susurró Celia, sofocada—Esta colina, tan oscura y desolada
unca había ido a ver a Stephen por l
noche, pero muchas veces había trepadhasta allí en secreto para observar la luamarilla y oscilante de la vel
encendida en el interior de la cabaña, yveces había tenido oportunidad de vesu agraciado perfil mientras rezab
reverentemente. La desolación del lugae hizo sentir un nudo en el pecho. Ellse había olvidado de Stephen, habíreído y bromeado con los Dacre, habí
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contemplado fascinada al rey, habíescuchado atentamente los pormenorede la delicada situación del maestrJulian y mientras tanto Stephen estabencerrado como una fiera enjaulada. Ydescubrió los riesgos que corría durant
ese día. Un terrateniente local habícontado jocosamente un cuento duranta comida sobre un capellán al qu
encontraron escondido en un arcón, solo diez millas de Midhurst. Y de cómel alguacil había ensartado a
«escurridizo y sinvergüenza papistapor la barriga con su espada, y lo habípaseado luego por las calles del pueblmientras el infeliz aullaba «misereres»
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descomponía al público con susanguinolentas contorsiones y gritoahogados.
Celia había prestado poca atencióal cuento, entonces y recién ahorpareció comprender la magnitud de s
significado y echó a correr barrancabajo, adelantándose a los demás.
Su corazón no había dejado de lati
fuertemente cuando los otros llegaron apatio de la posada del Spread Eagle.
El patio, los salones y el bar estaba
atestados de ruidosos parroquianos. Soía un permanente entrechocar dpicheles, un canturreo de lascivacanciones, el sonido de silbatos y flauta
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los gritos monótonos de los sirvientecontratados para la ocasión en respuesta los pedidos de los clientes sedientos.
—¡Ya va! ¡Ya va, vuestra mercedEn seguida, señor! ¡En seguida llenar
su vaso! —mientras la cerveza dorad
brotaba incesantemente de los barrileslenado los picheles—. ¿Adónde mleva, jovencita? —le preguntó a l
muchacha.Úrsula y Celia estaban po
conducirlo a través de una galerí
cubierta hasta la escalera externa qulevaba al cuarto de Celia cuando drepente se oyó una gritería y un tumultunto a una puerta del salón.
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—¿Dónde está el barbero? —gritalguien—. ¿Dónde está el médico? ¡So precisa urgentemente!
Un agitado hombrecito salicorriendo de un cuarto gritando:
—¡Un médico! ¡Un médico! —co
voz aterrorizada. El hombre acertó a vea Julian que se había poyado contra lpared para librarse del tumulto, per
cuyas mangas largas, toca rectangularcayado y bolsón eran inconfundibles.
—¿Usted es médico, señor? —
exclamó el hombrecito retorciéndose lamanos—. Mi mujer ha sufrido un ataquenecesita que le hagan una sangría.
Julian asintió de mala gana.
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—Soy médico. ¿Qué es lo qusucede?
—Mi mujer. La señora Allen. Le hdado un ataque. ¡Venga, señor, pofavor!
Una mujer gorda estaba tirada sobr
a paja del piso salpicada con svómito. Su cara estaba morada como unciruela y profería sonidos extraños
Alguien le había aflojado el corselete sus enormes pechos caían hacia ucostado. La posadera la abanicaba co
una pala de peltre. Julian la empujó a ucostado y le tomó el pulso a la pacienteLe abrió los párpados y olió su fétidaliento.
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—Tráiganme una palangana —dijmientras abría su valija y sacaba unfina lanceta de acero. Pinchó la vena debrazo, hasta donde consideró suficienta sangría era trabajo de barberos, y l
mujer estaba borracha.
Las personas de temperamentcolérico eran propensas a tener ataqucuando se emborrachaban.
—Póngale en la frente una compresde orina fresca de caballo —le dijo a lposadera y volviéndose hacia el marid
agregó—: acuéstela, no es nada grave.El hombrecito todavía parecípreocupado. Cubriéndose la boca con lmano le preguntó al médico:
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de Ightham mote en Kent, que sersiempre vuestro amigo.
Julian aceptó la moneda con unnclinación de su cabeza y dijo:
—Muy buenas noches, caballero.Al terminar el pequeño drama, lo
mirones y la posadera desaparecieronÚrsula y Celia presenciaron toda lescena desde la puerta y Julian las vi
esperándolo para mostrarle su cuarto eel altillo. Sintió una fugaz sensación dalegría, un toque de cariño hacia esta
dos mujeres a las que nunca había visthasta esa tarde. Era una curiossensación.
Los años que transcurrieron desd
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sus inquietas andanzas por la corte dos medici y su renovado interés en s
profesión, disminuyeron sus apetitocarnales. Las ocasionales necesidadeas satisfacía ampliamente con una muje
simple, la robusta hija del barbero qu
e alquilaba el cuarto donde vivía. Slamaba Alison y era viuda. El añ
anterior había tenido un hijo que le dij
que era de él. Julian le había pasado unmensualidad como correspondía y habídado su autorización para que bautizara
al niño con su nombre. Pero de uiempo a esta parte, desde que habíconocido a John Cheke, sus ambicioneatentes se habían despertado y habí
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comenzado a considerar la posibilidade un casamiento de conveniencia comos que veía realizar se diariamente eodas las distintas esferas sociales. Per
sus pensamientos no habían llegado máallá. Especulaba con su presentación a
rey.Pero todo lo que había conseguid
había sido una amarga desilusión, u
dolor en la cara y en el estómago, perque no le impedían sentir una cálidgratitud por esa mujer mayor y la niña
Era como abrir una ventana cerrada encontrarse con un jardín lleno de sol cubierto de flores, una sensación tadulce como inexplicable.
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Julian durmió muy bien esa noche eel camastro de paja de Celia. Úrsuldurmió feliz junto a su sobrina en la graacama de baldaquín en el castillo dCowdray. Los otros habitantes decastillo, incluyendo al rey, durmiero
como troncos, por el cansancio y lemoción o, como en el caso de siAnthony y Geraldine, por la certeza d
que sus proyectos iban por buen caminoque sus esperanzas crecían y lopeligros parecían haber pasado.
Había sólo dos personas que npudieron dormir. Stephen en snauseabundo cubículo del ala sur, Celia que lo amaba y que sentía en s
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propio cuerpo los sufrimientos demonje, y que sin embargo no podíapartar su mente de una escena que nenía nada que ver con sthepen. Un
monstruosa compulsión repetí la escende la mujer gorda que se retorcía en e
piso de la posada. En ese momento sólsintió la fascinación producida por unrepugnante curiosidad —como la qu
sintió por el bebé de dos cabezas quexhibían en la feria de Midhurst— peren su memoria había una sensación d
miedo que la razón no lograba explicar.Se sintió tan incómoda, qufinalmente se deslizó fuera de la camase arrodilló frente al crucifijo de Úrsul
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recitó un implorante padrenuestro en emelodioso latín que Stephen le habíenseñado.
—Libéranos de todo lo malo —susurró una y otra vez, hasta que lapalabra perdieron significado. Al cab
de un rato dejó de implorar e inclusivde sentir algo.
Se lavó la cara en la palangana d
peltre de Úrsula, se peinó y se puso evestido de brocato de la noche anteriorLa atmósfera del cuarto era sofocante
Abrió la ventana y olfateó el airhúmero del amanecer. Estabmpregnado con un perfume de rosas
alelíes y arbustos del jardín, con u
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perfume de las lejanas montañas, unmezcla de pasto húmedo y estiércol das ovejas.
Celia aspiró profundamente y sdeslizó afuera del cuarto. Bajó lescalera de servicio y salió al jardín po
una puerta lateral, en búsqueda de libertad.
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Capítulo 6
Nada desagradable ocurrió durantel resto de la permanencia del rey eCowdray. Edward se despertó de mu
buen humor y sir Anthony se ocupó dbrindarle las diversiones que más lagradaban.
Organizó una justa en la que tomaroparte dos equipos llamados: —loóvenes— y —los ricos—
respectivamente. Edward decidincorporase al equipo de —los jóvene
— y desafió a su anfitrión. Éste, que erun experto en torneos, se las arregl
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para que se le rompiera la lanza y caede su caballo sin que Edward supiermuy bien cómo había sucedido. Emuchacho se sentía feliz. Su cansancio malhumor habían desaparecido pocompleto. Todos se olvidaron de lo
médicos y no pensaron más en laparición del serio médico Italianenviado por John Cheke la noch
anterior.El sol brilló durante todo el día y l
uventud aprovechó para divertirse co
oda clase de juegos en los quparticipaba también el rey. Muy lejoestaban todos de las bacanales de loiempos del rey Enrique, y las persona
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mayores que todavía las recordabareconocieron el encanto de esa sanuventud y olvidaron sus preocupacione
viendo divertirse al joven rey. SiAnthony y los otros católicodisimulados olvidaron ese día su
emores por el futuro incierto y solvidaron también del siniestro duque sus espías. La misma Geraldine y s
arrogante hermano Gerald dejaron a uado sus maquinaciones ya qu
Geraldine se dedicó a conquista
definitivamente a lord Clinton. Su éxitfue total, pues Clinton finalmente lpropuso matrimonio y consintió esolicitarle al rey que bendijera s
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compromiso, lo que hicieron durante lcomida. Eduardo deseó por un momentener al duque a su lado par
consultarlo. Pero repentinamentdecidió que eso era una tontería. Era ybastante grande y no debía apoyars
ndefinidamente en sus consejeros regentes. El rey dio su consentimiento en ausencia de Gerald Fitzgerald qu
había preferido un apartida de dados abanquete, Anthony Browne respondipor él, autorizando a su madrastra
casarse por segunda vez. Lord Clintose quitó un anillo de oro y rubíes de spulgar y se lo puso en el dedo dGeraldine. El compromiso quedab
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formalizado.Celia observaba toda esa pantomim
que se desarrollaba en la mesa de honordesde su lugar en la otra punta del salón
o podía oír nada de lo que decían poo lejos que estaba ubicada, y eso
resplandecientes personajes que snclinaban en complicadas reverencia
no significaban nada para ella. Desde s
escapada matinal seguía sintiéndose tarreal como las cabezas de los ciervo
de madera que contemplaban a todo
con sus ojos sin ver nada eternamentaislados de todo brillo y ruido.Leonard Dacre se las habí
arreglado para sentarse junto a ella,
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pesar que su ubicación, inexorablementfijada por el mayordomo era «debajo da sal». Los pedidos y súplicas d
Úrsula para mejorar la ubicación dCelia fueron totalmente inútiles. Ningunmoza de una taberna, por más que fuer
a sobrina de una abandonada viuda dun caballero, tenía derecho a ubicarscon la gente bien nacida. La muchach
debía considerarse afortunada por emero hecho de haber conseguido unubicación por más baja que ésta fuera. Y
esto se lo debía exclusivamente a siAnthony, cosa que todos ignorabansalvo el mayordomo, que estabdemasiado ocupado para entrar e
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especulaciones.Como así también Celia, qu
escuchaba distraídamente lansinuaciones amorosas de Leonard, qunclinaba su cuerpo sobre el de ella y
cercaba su cara pecosa a la de l
muchacha.Celia seguía comiendo y bebiendo
escuchando indiferentemente la
proposiciones amorosas que le hacíLeonard en un idioma que le costabmucho entender, hasta que el jove
excitado por su belleza e indiferenciexclamó: —¡Por el amor de Dios, muchacha
¿No te vas a dignar mirarme? ¿So
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acaso tan feo?Ella dio vuelta su cabeza dorad
cubierta por la pequeña toca en forma dcorazón y le dirigió una sonrisa azoada.
—Estoy confundida —le dijdisculpándose.
La sonrisa lo enloqueció máodavía. Su encanto, el hoyuelo, s
misteriosa inconsciencia. Él se habí
acostado con mujeres desde los trecaños. Nunca había sido rechazado, tauego él, un Dacre de Gilslands. Lo
Dacre tomaban a las mujeres, de alta baja alcurnia, cuándo y dónde teníaganas. Él y su hermano Tom llevaban lcuenta, hacían una marca en un
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determinada viga de roble sobre lpuerta de la bodega del castillo d
aworth. Pero desde que Tom sconvirtió en un hombre cabal, tuvo ldesventaja de si casamiento.
Su esposa era celosa y su famili
política poderosa. Pero parcontrabalancear ese inconvenientecomo decía Tom afablemente, Leonar
enía el hombro torcido y era más feoPero estos detalles parecían no habeobrado en detrimento de Leonard
Conocía su verdadero valor y eramuchas las jóvenes de ambas orillas derío irthing, y más lejos aún, que recibíaunos cuantos peniques el primero de añ
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para educar a sus bastardos. —Escúchame, muchacha… —dij
en voz alta mientras Celia cortaba urozo de pastel y lo comí a totalment
abstraída—. ¿En dónde vives? ¿Con esseñora vieja que dice ser tu tía? —
señaló a Úrsula que los observabsatisfecha desde un poco más lejos—¿O vives en la taberna donde me dijero
que trabajas de camarera? —por lvisto Leonard también había hechaveriguaciones.
—A veces en un lugar ya veces en eotro —respondió Celia limpiando splato con un pedazo de pan.
—Virgen santísima ¡Piensas jugar a
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gato y al ratón con un Dacre! —exclamLeonard.
—No jure por la virgen —dijo Celidando un respingo—. Es peligroso. Mupeligroso.
—¿Qué dices? —inquirió Leonar
agarrando prestamente su puñal.Celia meneó la cabeza. —Es peligroso para todos, pero e
especial para… —suspiró y Leonarvio sorprendido quesos ojos verdecomo el mar se llenaban de lágrimas.
—¿Estás enamorada de un joven questá en peligro? —preguntrápidamente. No era una personntuitiva y esta deducción daba la paut
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de la emoción que había despertado eél esta extraña e inabordable criatura.
—Así es —replicó Celia inclinanda cabeza.
Los celos no se sumaron aentusiasmo de Leonard. Se despert
solamente su instinto natural de tomaposesión de un ansiado objeto. Agarró Celia por el cuello, le dio vuelta la car
le mordió los labios mientradeslizaba una mano en el escote. Srespuesta fue inmediata. Le dio un
sonora bofetada en la oreja.Los pajes y escuderos que estabapróximos a ellos reían a carcajadas. Lariñas entre enamorados eran bastant
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frecuentes, pero el sabor de ésta se veíaumentado por el hecho de que esenorme patán pelirrojo no tenía por questar sentado entre ellos. Por máordinario y mal vestido que estuvieraera un noble.
Leonard lnzó una mirada furibunda os que se reían, atravesó el salón
grandes trancos y se instaló al lado d
Magdalen. No miró a Celia al pasaunto a ella; sus sentimientos hacia ell
oscilaban entre un ofendido respeto y u
creciente deseo esa extraña mezclresultaba desconcertante y aguantó labromas de su hermana en un silenciastimoso.
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Sir Anthony, que tenía una vistdigna de un águila, vio e interpretó esescena muda a pesar de estarespondiendo a una serie de preguntaembarazosas del rey. ¿Había tenido quuchar contra muchos católicos furtivo
en sus propiedades? ¿O loarrendatarios de Cowdray, basebourneMidhurst, battle y el resto, estaba
debidamente convencidos de lodiabólicos errores de su antigureligión?
—Oh, completamente, vuestrmajestad —dijo Anthony pausadament en guardia. Pero los ojos del re
reflejaban una auténtica candidez
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evidentemente había olvidado quAnthony había estado preso el añanterior por haber oído misa, comhabía olvidado también muchas cosaque sucedieron antes de su enfermedad.
—El duque se reunirá pront
conmigo para proseguir nuestro viaje —continuó diciendo Edward, hablando eparte consigo mismo y en parte con s
agradable interlocutor—. En Salisburysegún creo.
Gracias a Dios, pensó Anthony y
ojalá fuera un poco más lejos de aquí . —¿Vuestra majestad recibió cartdel duque, anoche? —preguntó.
—Así es, me manda un dibujo de la
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nuevas fortificaciones de Berwickdeado con gran astucia y que asegurara paz en las fronteras. Todas las idea
del duque son de una extraordinarinteligencia… me sugirió inclusive u
cambio en la sucesión de la corona, qu
estudiaré detenidamente.Anthony se sorprendió tanto que e
primer momento no podía dar crédito
sus oídos, pero luego se le escapó udecididamente rudo:
—¿Cómo?
Edgar se puso tierno, levantó smentón en un gesto muy parecido al dsu padre.
—Cometí una indiscreción, si
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Anthony, pero usted se olvidará de ellnmediatamente. No se ha decidido nadodavía.
Anthony reaccionó inmediatamentese inclinó y sonrió formalmente:
—No mencionaré las nueva
fortificaciones de Berwick, sire, si bieel mencionarlas no me parece unndiscreción. No obstante, comprend
muy bien que los escoceses se havuelto muy escurridizos y que lafronteras es un asunto muy delicado, po
o que me parece mejor… —siguihablando hasta que Edward sranquilizó por completo e inclusivlegó a dudar que había mencionado e
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asunto de la sucesión.Anthony, que a la fecha conocía lo
gustos de su huésped, había ordenado su mayordomo que contratara unrouppe de saltimbanquis que vivíaemporariamente en unas carpas en la
cercanías del castillo. Eraauténticamente inglesas (no cometerínuevos errores al respecto) y entre su
variados números figuraba uno qurealizaba un perrito vestido como umonje y que era una parodia de los rezo
de los religiosos. El rey prorrumpió esonoras carcajadas al ver el número deperrito. Anthony no se conmovió eabsoluto pues para él la ridiculizació
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del animal no tenía nada que ver con sverdadera religión. Pero no sucedió lmismo con Celia, que al principio rió aver al perrito disfrazad, pero que acabo de unos minutos no pudo toleramás la pantomima. Dio vuelta su cabez
hacia la pared del sur. Por allí debíestar Stephen. Alo mejor podía oír todese alboroto.
La noche anterior había sufridvarios y diferentes disgustos. Su lozanuventud se negaba a seguir sufriendo
Pero no podía tolerar ese espectáculo nun minuto más.El maestro Ridolfi con tod
seguridad ocupaba todavía su habitació
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en la posada, la que de todos modos ne atraía en absoluto se escabulló po
una de las viejas escaleras de piedralegó al cuarto de Úrsula, se metió en s
cama y trató de dormir.Julian soportaba esa noche l
compañía de los Allen de Ightham moten la posada del Spread Eagle. Lseñora Allen se había repuest
otalmente de su súbito ataque de lnoche anterior. El señor Allen todavíse sentía agradecido por la oportun
ntervención de Julian. Y éste, aunqubastante aburrido por ambos, se sentía su vez moderadamente agradecido por lmoneda de oro y estaba dispuesto
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soportar cualquier cosa que le impidierponerse a considerar su futuro o meditaen sus frustradas esperanzas.
Se sentaron a comer juntos en esalón más apartado del bar que era muruidoso por las noches. Julian y el seño
Allen escuchaba hablar a ldicharachera Emma Allen.
Julian, triste y melancólico
escuchaba sin prestar mucha atenciónmás concentrado en el dolor de smejilla y su nariz tapada que en l
conversación de la mujer.Emma Allen tenía treinta y ochaños y era bastante bien parecida ahorque se habían pasado los efectos de s
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borrachera de la que no recordababsolutamente nada. Era algcorpulenta, pero estaba bien vestida coun elegante vestido de terciopelo marróque dejaba ver una falda de raso colocaramelo. El corsé que ajustaba s
cintura y la cadena de oro con upendiente que disimulaba su bustgeneroso, no la hacían parecer gorda.
Sus mejillas eran redondas rubicundas, su pelo de color negrbrillante, su boca de labios gruesos
relucientes dejaba entrever unos dienteorcidos las raras veces que sonreí. Suojos eran extraordinarios, no por samaño o simetría, estaban más bien u
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poco demasiado cerca del puente de lnariz, pero resplandecían como docuentas de azabache bajo sus párpadogruesos y ligeramente oblicuos. Teníaalgo que hacía pensar en un reptil, loojos de un lagarto o de una oriental
pensó Julian al ver por primera vez Emma ese día. Había conocido durantsu juventud en la corte de los medici,
una esclavas de cathay, que tenía noojos parecidos. Pero qué exóticoquedaban en esa cara tan inglesa.
El modo y el lenguaje de Emma neran en absoluto exóticos, cuando lrelató la historia de su vida y el motivde su presencia en Midhurst.
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Emma Saxby había nacido eHawkhurst, Kent, justo sobre la frontercon Sussex. Los Saxbyu eran unpróspera familia de hacendados y teníaparients en los dos condados. Un primejano, Thomas maarsdon, dueño d
Medfield, se había casado con nan, lhermana menor de Emma.
Un buen casamiento, dijo Emma, s
bien dejó entender que el suyo habísido mejor. Pero hacía poco tiemphabía surgido entre las hermanas u
problema con motivo de la herencia depadre. Y el problema parecicomplicarse por la incertidumbre deparadero de ladote de Emma cuand
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entró como novicia al convento dEasebourne, justo antes de la disolución
—Easebourne, maestro Ridolfi… —nterpuso el marido dando por sentad
que el médico estaría tan interesadcomo ellos en este asuntote dote
perdidas y herencias disputadas—Easebourne, del otro lado de Cowdracruzando el río, fue fundado por lo
Bohun, y a pesar de ser pequeño erconsiderado uno de los mejoreconventos de Inglaterra.
Julian suspiró. Nunca había oídhablar de Easebourne ni de Medfield nde Hawkhurst ni de los MarsdonsMovió sus piernas algo incómodo y s
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disolvió y su propiedad pasó a lfamilia Browne; las monjas fueroexpulsadas. Las dotes, que habían sidenviadas tiempo atrás junto con lanovicias, desaparecieron también, nadie supo adónde fueron a parar. L
abadesa desapareció también.Por eso los Allen decidieron hace
un viaje de inspección. Pensaba
encarar al propio sir Anthony Brownen persona ya que él debía conservar loarchivos de su padre respecto
Easebourne. Y en el camino sdetuvieron en Medfield para ver de quado soplaba el viento para reclamar l
herencia. El viento era de tormenta
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Thomas Marsdon se negó a discutir legitimidad de la herencia de su mujer
La ley era la ley y los testamentos eraestamentos. Y más aún, se atrevió
decir que los que eran dueños de ucastillo tan lindo y de tierras ta
valiosas como las de Ightham motdeberían sentirse avergonzados dquerer acaparar tanta cosa. La
relaciones estaban un poco tiranecuando se fueron. Pero los Alleconsiguieron obtener una informació
extra que podría serles de gran utilidaen Cowdray. —Tom Marsdon tiene un herman
menor… Stephen —dijo Emma com
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quien anuncia un milagro—. ¡Es ecapellán de Cowdray! ¡Imagínese qugolpe de suerte! no sabíamos muy biecómo hacer para que nos atendiera siAnthony, si bien es verdad que somomuy conocidos en nuestro condado, per
que el capellán estuviera emparentadcon nosotros y que fuera un monjbenedictino, como lo era Easebourne…
Oh, él se encargará de que se me hagusticia!
Julian pareció reaccionar por fin.
—Pero mi querida señora… —nterpuso—, los Browne y todos los dCowdray son protestantes —habíobtenido ese dato por el mensajero de
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rey, por Cheke y por el irlandés que shacía llamar «lord Gerald» en privad—. ¡Cómo van a tener como capellán un monje benedictino! Es absurdo…además, el rey… —hizo una pausa—. Erey está en Cowdray.
—Sí, por supuesto —dijo Allen algsorprendido pues no era un tipo suspica dejaba que su mujer se ocupara de lo
asuntos mundanos—. Quizás hahablado con demasiada franqueza, mquerida.
Los ojos negros de Emma svolvieron opacos. —No soy tan tonta. He hablado co
el posadero. Al principio no decía nada
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ni que sí ni que no, pero conseguatraparlo. Tienen un sacerdote, sidudas, pero está escondidmomentáneamente. Debemos esperahasta que se vaya el rey. Es muy simpl—suspiró profundamente y agregó—
cuando yo me propongo hacer algo, mávale considerarlo como hecho. Y cuandquiero conseguir algo, lo consigo. Tard
o temprano. Tengo recursos. Dios mescucha cuando hablo.
Julian la miró atentamente. Sus idea
vacilaron. La arrogancia ni la aparentpide eran sorprendentes en una mujeque casi había sido monja. La notdiscordante provenía más bien de u
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ono despiadado en su voz baja, de sumanos grandes apretadas fuertemente, dsus pulgares gruesos y doblados haciatrás. Y los ojos oblicuos y angostosFuera lo que fuera, esta vez vino a smemoria no el recuerdo de la enclav
oriental, sino el de un loco que estabencadenado a una pared en bedlam.
La impresión se disipó rápidamente
pues Emma se puso de pie, y se alisó lpollera.
—Y ahora que estamos aquí junt
con el rey, debemos tratar de echarle uvistazo —dijo riendo—. Eso será algpara contarle luego a nuestro pequeñCharles, ¿Verdad Kit? —agregó tocand
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el brazo de su marido. —Nuestro hijo —le aclaró a Julia
— cumplirá seis años la próximavidad y es la niña de nuestros ojos y
que parece que va a ser el único.Ese comentario tan maternal
natural convenció a Julian que suactuales dificultades lo hacían imaginacosas extrañas. La señora Allen era un
ípica dama provinciana, cuya actuapreocupación era recuperar un dinerque sospechaba que le habían robado
para lograr su propósito tendría qudiscutir o valerse de algunas personas.Había conocido cientos de mujere
como ella.
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Se despidió del matrimonio, leagradeció la comida y se dirigió a loestablos para hablar con el palafreneroque le aseguró que no quedaba ningúcaballo disponible en todo Sussex.
—Y lo que es más —agreg
pesarosamente—, el cortejo real hconsumido todo el pasto y forraje emillas a la redonda, ni siquier
encontrará una carreta de bueyes que lleve hasta Londres, maestro.
Julian subió al caluroso cuarto de
altillo y sacó de su valija un libro. Eraas meditaciones de marco aurelio, sibro favorito de temas no relacionado
con la medicina, pero los aforismos de
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emperador romano no lograron mejorasu abatimiento.
A la mañana siguiente el rey salió dCowdray rumbo al sur. Los Allen sencontraban entre el numeroso públicque se había juntado a la vera de
camino para verlo pasar como también su interminable cortejo de caballerosescuderos, carros y mulas.
Edward saludaba amablemente a suentusiastas súbditos, agitando su mano sonriendo. Solamente Harry Sydney y s
guardia sabían lo enfermo que habíestado la noche anterior, y su porfía ano querer consultar al médicextranjero. Afortunadamente cuando s
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despertó esa mañana, se habírecuperado totalmente y Harry olvidsus temores pero decidió restringir upoco las diversiones y las comidas en efuturo.
El nerviosismo reinante en Cowdra
se disipó también. Hasta el mismmayordomo suspendió sus afanosanspecciones y se retiró a su cuarto
haciendo caso omiso del increíbldesorden que había quedado.
Anthony y lady Jane permaneciero
unto a la entrada del castillo hasta vedesaparecer por la curva del camino eúltimo heraldo; Anthony rodeó entoncea su esposa con su brazo y se persignó.
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—Virgen bendita —dijo suavement—, todo anduvo muy bien, mi querida, por fin se terminó.
Ella apoyó su cara contra el hombrde su marido y sollozó.
—Ahora podremos llevar a nuestr
hijo a la capilla…Anthony asintió. —Y soltar a ese desgraciado monje
Debo confesar que pensé muy poco en é en el niño durante esta visita, por l
que ruego a Dios que me perdone.
Luego de un enorme bostezprosiguió diciendo: —Pero todavía quedan los Dacre. Y
Clinton. No tengo mucha fe en est
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último. Es capaz de ir a soplarle orthumbertland…¿Será posible qu
esté tan cansado que casi haya olvidada confabulación? ¡No me animo a solta
al cura hasta que se vaya Clinton!Lo único que Jane logró entender er
que las palabras de su maridsignificaban que habría más demoras. Lmiró lastimosamente y dijo:
—Anthony, yo no doy más… —cayó desmayada al piso.
A pesar de estar preocupado por e
estado de Jane que yacía en su camasemi desvanecida, inerte, negándose probar bocado, rezandntermitentemente, Anthony sentía ciert
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alivio.Lord Clinton y sus acompañante
partieron al día siguiente rumbo Greenwich.
Geraldine lloró a mares al separarsde su prometido. El casamiento se habí
fijado para el mes de setiembre. Estaban contenta con su buena suerte que s
volvió amable con todo el mundo y s
hizo cargo de Cowdray inmediatamentecomo lo había hecho antes. Anthony npudo dejar de reconocer su habilida
para dirigir al mayordomo y losirvientes. Todos sus actos denotabaque ya no era más la viuda abandonadsino la futura baronesa de Clinton y s
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os planes que había elaborado lograbaéxito, reconvertiría en uno de loprincipales miembros de la nobleza dereino.
El día siguiente a la partida dClinton le dijo a Anthony que debí
soltar al capellán. —Déjalo enterrar al bebé —dijo—
luego líbrate de él. No me gusta es
hombre y no quiero tenerlo en una casa a que me unen vínculos de parentesco
Me parece presumido y peligrosament
obstinada. Puedes encontrar alguien mámanuable.Anthony había quedado deslumbrad
por la eficiencia de Geraldine. Per
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decidió no obedecer esa sugestión y scontenida irritación estalló.
—Señora —dijo fríamente—, lagradezco muchísimo su dedicación yque mi esposa está enferma. Me alegrde sus nuevos planes para el futuro y l
deseo buena suerte. Pero hay muchacosas que no comprendo muy bien. Nquiero comprenderlas tampoco
Cualquiesquiera que sean sumaquinaciones con lord Clinton, nquiero formar parte de ellas.
Geradine frunció sus ojos oblicuosalzó la cabeza y lo miró. —¿Estás seguro de ello, Anthony
—pregunto suavemente—. Te conozc
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muy bien, eres ambicioso y creo que uítulo te gustaría bastante. Te gustarí
que te llamaran milord te gustarírecibir la orden de la jarretera tgustaría ocupar un lugar en el consejprivado…
—¿El consejo privado de quién? —dijo Anthony ásperamente—. ¿Y en quforma? Hay una persona ante la que n
pienso doblegarme, pues la desprecio. Ya lo que él llama su religión.
—Tan virtuoso… —murmur
Geraldine apretando los labios—, tarecto, tan honorable… sin embarglenaste de vergüenza a Cowdray esto
últimos días ¡Te lo pasaste adulando a
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rey! —Respecto las bien reconocida
deas del rey como así también sudeseos —exclamó Anthony furioso poa parte de verdad que contenía es
comentario y por la expresión sardónic
de Geraldine—. Pero no haré máconcesiones y no pienso despedir a mcapellán.
Geraldine se encogió de hombros. —Mientras yo viva bajo tu techo
leve tu nombre, no tendré más remedi
que hacer concesiones yo también…más adelante… —dejó sin terminar esfrase significativa y llena de amenazas.
Maldita mujer , pensó Anthon
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mientras su madrastra salía del saloncitprivado donde habían estadconversando.
Se dirigió por angostos pasillohasta una de las viejas escaleras dpiedra del ala sur, dispuesto a soltar a
sacerdote inmediatamente. En srecorrido pasó por habitaciones cuartos de depósito a los que poca
veces entraba. Se detuvo al oír unarisas que provenían de un cuarto quenía una vaga idea que era el de lad
Úrsula. La puerta estaba abierta y echun vistazo.Lo primero que vio fue a dos Dacr
pelirrojos, Magdalen y su herman
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Leonard. Su tamaño y el color de spelo dominaban el cuarto. Vio luego aperipuesto Fitzgerald, hermano dGeraldine. Los dos hombres estabaugando alas cartas y Magdalen lo
alentaba imparcialmente. Qué muchach
atractiva, pensó Anthony mirando Magdalen sin ser visto por los demásSana y fuerte como un roble. Qu
compañera de cama, pensó, si bien ean alta como yo y yo no soy tan baj
que digamos.
Anthony desechó rápidamente uncomparación con su enfermiza esposaque gemía en su dormitorio. Y entoncevio a Celia.
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La muchacha estaba sentada en uaburete junto a su tía, y miraba hacia eardín por la ventana. ¡Eso sí que er
belleza! Juventud inocente, bellezdelicada, realzada por su expresiópensativa. Sus ojos grandes y triste
enían el color del mar iluminado por esol. Sus cejas y pestañas eran oscuracomo algas, su pelo largo y abundant
enía el mismo color de la antigucadena de oro que no se había quitadodavía desde la visita del rey. S
parecía a esas cautivantes doncellas quacariciaban al unicornio en su tapicerínueva.
Magdalen dio vuelta la cabeza
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sintiendo que alguien los observabdesde la puerta.
—¡Oh, sir Anthony! —exclamriendo mientras apoyaba una mano sobrel hombro de su hermano comadvertencia—. ¿Ha venido usted
reprender a los jugadores? ¡No deje dhacerlo pues le aseguro que trampean!
Leonardo Gerald se pusieron de pie
Lo mismo hicieron Úrsula y CeliaAnthony se sintió molesto. Estohombres tenían su misma edad, pero l
hacían sentirse viejo, le demostrabaque era el poderoso dueño de casa, entruso…
—No —dijo sonriendo—, no teng
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ntenciones de interrumpir el juego ni dhacer de juez. Pasaba por aquí no má—les hizo señas que se sentara.
—Se está muy bien aquí —le dijamablemente a Úrsula—. ¿Esperseñora que no le haga falta nada?
—En absoluto, señor —estaba musorprendida por esta aparición. Nunchasta entonces las había honrado con un
visita, y durante muchos días seguidos después de la estadía del rey, lo habívisto solamente de lejos—. Espero qu
ady Jane esté mejor —Úrsula habíoído murmurar a los sirvientes que eestado de su señora dejaba mucho qudesear.
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—No ha empeorado… —dijAnthony escuetamente, recordando smisión. Echó un vistazo a los hombresDacre y Fitzgerald. Especialmente Fitzgerald, carne y uña con Geraldine.
Bueno, no tenía más remedio qu
averiguarlo. Estaba cansado ya de lodisimulos y algo avergonzado por epapel que había representado con el rey
Levantó la vista y miró el crucifijo dady Úrsula, lo miró durante un rato muargo, todos los demás se quedaro
azorados, y Anthony finalmente spersignó. —Esta es una casa católica —dij
duramente—. Mañana por la mañan
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asistiremos todos a misa, los que estáen mi casa y los que pertenecen a ella.
Leonard y Gerald se quedaron upoco desconcertados por el tondesafiante de su voz. Por eso y por lnsistencia con que miraba a Gerald.
—Por supuesto, señor —dijo Geralarqueando las cejas como su hermana—¿Por qué no? Todos somos católicos, s
bien es cierto que de vez encunado nhay más remedio que inclinarse hacia eado de donde sopla el viento…
¿Verdad, sir Anthony?Magdalen lanzó una sonorcarcajada.
—¡Nos vendrá bien a todos! No h
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do a misa desde que salí dCumberland y esas oraciones comgorjeos que hemos oído mañana y tarderan terriblemente aburridas. ¿Dónde va ser la misa, señor? La capilla estvacía como una tumba.
—Será amueblada nuevamente estnoche —dijo Anthony.
El corazón de Celia latí
rápidamente. Habían pasado dos díadesde la partida del rey y Stephen nhabía aparecido. Ella había imaginad
oda suerte de desastres, que lohombres del rey habían encontrado Stephen y lo habían atravesado de lado ado con una espada, o más posibl
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quizás, que sir Anthony se había vueltprotestante y no tenía la menor intencióde liberar a sacerdote, o que Stephehabía escapado y había regresado Francia. Había indagado a un pajamigo, pero no sabía nada. Finalment
se decidió a preguntarle a Úrsula, persu tía reaccionó con cierta brusquedad e dio a entender que esa preocupació
por el capellán era indecorosanmediatamente comenzó a habar d
Leonard Dacre, poniendo de manifiest
que era un noble joven y honrado y quCelia no debía mostrarse tan indiferenta sus demostraciones. Celia se sintiherida. No podía comprender que l
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brusquedad de Úrsula era producida posu acendrado amor, sólo sabía que emundo se había ensombrecido envilecido. No le correspondía ningúugar en Cowdray junto a Úrsula y habí
averiguado que el médico extranjer
seguía ocupando su cuarto en la posadaSe sintió terriblemente desdichada perno dijo ni una sola palabra al respecto.
La arenga de sir Anthony la sacudióo se animaba a ser tan caradura com
Magdalen. Pero tenía no obstante, u
ascendiente particular además del reciédescubierto poder sobre los hombres.Se acercó a sir Anthony y le dijo e
voz baja y firme:
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—¿No necesitará un sacerdote pardecir la misa, señor… al hermanStephen?
Anthony fue tomado por sorpresaEsa pensativa belleza, que al fin dcuentas era solamente una descendient
de una rama bastarda de los Bohun, lhablaba como si no existiera diferencialguna entre ella y su rango. En su clar
mirada se adivinaba inclusive unacusación.
Anthony sonrió tranquilamente.
—Tienes razón, pequeñaecesitamos al hermano Stephen parque diga la misa ¿Te gustaríacompañarme cuando lo ponga e
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ibertar? —Sí, señor —dijo Celia. Úrsul
advirtió el suspiro de Celia y el ligerasombro de los Dacre y de Gerald quno hizo mella en ella.
—Pues entonces… —dijo Anthony
divertido y excitado, indicándole lpuerta. Ella salió y él la siguió.
Los otros jóvenes se encogieron d
hombros y prosiguieorn con su juegoMagdalen reanudó sus graciosocomentarios. Úrsula frunció el ceño co
gran preocupación. Dirigió una mirada su astrolabio y luego a su crucifijo. Perno encontró allí ninguna ayuda paraliviar sus presentimientos. Dios t
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salve María… santa madre de dios…pensó como lo hacían generalmente lamujeres preocupadas por recelomaternales; pero qué podía saber erealidad la virgen inmaculada damenazas sensuales o de la forma d
defender a una niña de su propindocilidad.
Anthony y Celia bajaron por la viej
escalera circular de piedra hasta llegar a bodega. El lugar era húmedo luminado solamente por la luz qu
entraba por unas hendijas de las piedrabasales. El hedor del pozo negro ernaguantable. Anthony avanzó entr
barriles de cerveza, barricas de cerd
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salado, cajones de madera podrida qucontenían utensilios de cocina oxidadospicas rotas y otras armas en desuso.
Se detuvo al llegar a un rincón muoscuro en el que se adivinaba un hueco evantó la mano hacia un pesad
pasador de hierro que estaba disimuladpor una saliente del muro.
Celia emitió un sonido entrecortado
—No me diga que está allí —exclamó—. Usted lo ha encerrado couna tranca ¿Acaso no podía confiar e
él? Anthony detuvo su mano durante unstante.
—Así es —dijo con ciert
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remordimiento—. Yo no ordené qupusieran la tranca, debe ser un descuiddel mayordomo, él es el único que sabque el sacerdote está escondido aquí.
Anthony corrió la tranca y abrió unpuerta pequeña que no llegaba a u
metro de alto. Miraron al interior y pesar que una de las hendijas dejabpasar algo de luz, en un primer moment
no vieron a nadie. —¡Hermano Stephen! —dij
Anthony.
Oyeron un ruido en el Suelo y vieroun alarga figura tirada sobre un montóde paja.
—No quiero comida, un poco d
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agua solamente… —musitó una voz ea oscuridad.
Celia empujó a un lado a siAnthony, se deslizó por la puerta abiert corrió a arrodillarse junto al cuerp
que yacía en la oscuridad.
—¡No es el mayordomo! —exclam—. Soy yo. Celia y sir Anthony epersona. ¡Está libre, señor, libre!
Stephen oyó la voz suplicante asustada de la muchacha a través de unbruma ardiente, detrás de la cual veía
veces unos demonios rojos que lsonreían y otras las caras preocupadade sus hermanos del convento dMarmoutier.
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—¡Vete… Celia…! —susurró—. Eu pelo están enroscadas serpiente
doradas y quizás alguna rata se esconddetrás…
Levantó la mano para santiguarsepero no llegó a hacerlo.
—¡Oh, qué es lo que le pasa! —exclamó Celia, agarrando la manardiente y apoyándola contra su fresc
mejilla. —Está delirando —dijo Anthon
gravemente—. Espera aquí.
Ella obedeció, inclinándose junto Stephen, acariciándole la mano empapándola con sus lágrimas.
Anthony volvió enseguid
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acompañado por dos vigorosos pinchéide cocina. Éstos levantaron a Stephen o sacaron por la puerta. Celi
retrocedió para no interrumpirles epaso y tropezó con algo blando y fofoLo tocó y constató que era una rat
muerta. Había visto cientos de ellas y eolor de esta pasaba prácticamentnadvertido entre la pestilencia de lo
excrementos humanos que se filtraba poa pared.
Sin embargo la rata era la causant
del peligro en que se encontrabactualmente Stephen. Cuando acostaroal monje sobre una mesa larga en lcocina, encontraron la marca de un
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mordedura en su muslo derecho. Lohombres se habían olvidado de Celicuando le quitaron el hábito negro dejaron desnudo al joven. Ella sencogió y se apoyó contra la ventanillpor la que se pasaba la comida y s
quedó mirando atentamente. No había imaginado lo bien formad
que era Stephen, sus hombros anchos
caderas angostas, fuerte musculatura, lpiel rosada y sin manchas como la suyaSu mirada sorprendida pasó de la tupid
mata de pelo negro y enrulado en specho, al pelo negro un poco más abajque cubría parcialmente esas cosagrandes y rojizas que sabía vagament
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que tenían los hombres y que había visten pequeñas réplicas en los bebés desexo masculino. Sus mejillas sencendieron, sintió que el calor subíhasta su cuero cabelludo y desvió lmirada, confundida, fascinada. Y
entonces oyó que sir Anthony decía. —¡Santo Cristo! … ¡Miren allí! —
Anthony señaló con su dedo u
montículo de carne hinchada del qubrotaba un pus verde amarillento.
Rayas coloradas corrían a lo larg
de la pierna hinchada de Stephen que sestremeció cuando Anthony la tocó reanudó sus murmullos incoherentesmeneando la cabeza hacia uno y otr
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ado y tiritando con un repentino chuchde frío.
Anthony había visto pocas heridaen sus veinticinco años y nunca habívisto heridas graves ya que no habíparticipado en ninguna guerra, per
sabía que las mordeduras de las rataeran sumamente peligrosas.
—Dudo que sobreviva… —dij
Anthony tristemente.Los dos pinches menearo
negativamente la cabeza. Sentían afect
por el capellán, que nunca los reprendíndebidamente ni les daba largafilípicas en el confesionario.
—Deberíamos mandar a buscar a
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barbero —prosiguió diciendo Anthonyfrunciendo el ceño—. O quizás a lpartera, la vieja Molly de Whiphillmilady Jane tiene mucha fe en supociones.
—¡Sir Anthony! —Celia se atrgant
carraspeó luego para aclarar su voronca como la de un cuervo—. ¡SiAnthony! Hay un médico en la posada
El maestro Ridolfi. El que vino a ver arey pero que éste rechazó. Búsquelo.
Anthony miró fijamente a l
muchacha. Habían sucedido tantas cosadesde que presenció la breve escena eel patio y la cara de la muchachreflejaba tal angustia, que él pensó qu
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estaba balbuceando como un niño. —¡El médico Italiano! —exclam
Celia sacudiendo el brazo de Anthon—. El que mandó el señor Cheke…oh… ¡Lo buscaré yo! —salió corriendde la cocina y atravesó el patio d
servicio.Y fue así como Julian se instaló e
Cowdray, aunque no había sid
exactamente en la forma y circunstanciaque él había esperado e imaginado.
Stephen fue ubicado en un
habitación pequeña cerca de la dÚrsula durante la semana en la qumantuvo una dura lucha por su vida. Esnoche la dama se dedicó a cuidarl
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nspirada por su buen corazón, respetpor el maestro Julian, como lo llamabahora, y lástima por el joven monje quen las presentes condiciones nrepresentaba ningún peligro para Celini para nadie. No obstante ello n
permitió que Celia entrara al cuarto deenfermo, pero no fue tan mala como parenviar a la muchacha otra vez a s
cuarto en el altillo de la posada, que ersofocante durante el caluroso mes dagosto.
Celia daba vueltas por Cowdraguardando un triste silencio, tal como lhabía hecho antes de que liberaran Stephen de su encierro, pero con e
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agravante de una preocupación con justcausa.
Julian se valió de todas suhabilidades para salvar al enfermoaunque al principio no abrigaba grandeesperanzas sino solamente un interé
científico.Le aplicaba fomentos en zaherida
a que limpió y cauterizó prolijamente
Se negó a hacerle una sangría, ante egran asombro de sir Anthony, y ladministró a joven monje grandes dosi
de un preparado para bajar la fiebreRevisaba meticulosamente a stpehen doveces por día, sabiendo que la salivvenenosa de las ratas podía reaparece
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en otro lugar como un absceso. No sabícómo sucedía pero lo había visto variaveces anteriormente. No apareció ningúabsceso. La fiebre subió durante tredías y repentinamente cesó, dejando Stephen muy débil pero racional. El roj
violento de la herida disminuyó. Lhinchazón se redujo.
Julian entró una mañana al cuarto de
enfermo y se encontró con una gramejoría. Palpó la frente y las axilas dStephen y comprobó que estaba
frescas. El pulso era más lento. Miró lpierna que se había deshinchadnotablemente y advirtió que la heridestaba empezando a cicatrizar.
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—Benissimo… —dijo Julian en voalta.
Stephen abrió los ojos. —¿Quién es usted? —murmuró—
Yo creía que usted era el abad ¡Pero éno tiene barba!
Julian rió. —¡No soy ningún abad, por cierto
Soy un médico y usted se sanará, jove
monje. Tuvimos serias dudas. —Pues entonces Dios nuestro seño
ha obrado con infinita misericordia —
susurró Stephen al cabo de un momentoo recordaba con claridad nada de lque había sucedido después de esprimera y horrible noche en la celd
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cuando lo mordió la rata—. Loada sea bendita Virgen María.
Julian se encogió de hombros. —Alábela con todo entusiasmo si l
gusta, pero yo pienso que tambiécorresponde cierto agradecimiento en e
orden terrenal.La demacrada cara de Stephe
nsinuaba una pregunta y Julian acot
escuetamente. —A la pequeña Celia Bohun que m
fue a buscar… y a mis propia
medicaciones. Aunque también es ciertque su vigorosa juventud me fue de graayuda.
—¿Celia…? —Stephen no lograb
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entender esta parte. Sus pensamientoeran algo vagos y confusos.
—Y también a lady Úrsula que lo hcuidado fervorosamente. Pero nmporta. Ahora debe descansar.
El trece de agosto, dos días antes d
a festividad de la asunción de la virgenStephen comenzó a irritarse por sencierro. Ya podía caminar por su cuart
sin tambalearse y saboreaba gustoso laexquisitas comidas que le traían de lcocina. Esa mañana recibió a Julian co
una afable pero firme sonrisa. —Buenos días, doctor. Ya ve usteque estoy prácticamente sano. Debcumplir otra vez con mis deberes
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Pienso celebrar la misa en la capillpara toda mi feligresía el día de lvirgen. Me apena haberlos abandonaddurante tanto tiempo.
—Bene, bene… sed festina lente —dio Julian que consideraba el correct
conocimiento del latín de su pacientcomo uno de sustentos rasgoagradables. Sentía cariño por Stephen
en parte por simpatía natural hacia unpersona a la que le había salvado lvida con su esfuerzo personal y en part
porque descubrió en él un espíritsolitario semejante al suyo. —Se alegrarán mucho de volver
verlo —prosiguió diciendo Julian—
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Lady Jane sigue llorando porque spobre niño tuvo que ser enterrado por epárroco de Midhurst.
Stephen asintió pesarosamente. —He rezado por su alma. Maestr
Julian ¿Cómo está Celia?
—¿Celia? Ah, sí, Celia Bohun. Pueno lo sé. La vi dando vueltas por aqucon los Dacre hasta que estos s
volvieron a Hurstmonceux. Y también lvi con Mabel Browne. Todavía vive eel castillo en compañía de su tia, lad
Úrsula. —A quien le estoy sumamentagradecido —dijo Stephen—. Me hcuidado como lo hubiera hecho un
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madre. —Una noble dama —asintió Julia
algo distraído—. Me persigue para que haga el horóscopo a la pequeña Celia
cosa que pienso hacer hoy mismo ya qupronto volveré a Londres.
—¿Pero no es usted el nuevo medicde sir Anthony, no vive usted eMidhurs? —Stephen estaba atónito, y s
asombro aumentó cuando Julian lexplicó brevemente su fallida misión eCowdray.
—¿El rey no quiso saber nada cousted? Y conmigo tampoco —dijStephen con tristeza—, aunque surazones eran diferentes. Yo me sometí
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o que mi conciencia me indicó que era voluntad de Dios. Usted debe hacer l
mismo. —¡Bah! —exclamó Julian—. Ahor
sí que habla como un monje. Dios, si eque existe en realidad, no puede tene
cabida en los caprichos de un niño tont enfermo. Es cierto qeu ese niño tien
poder en sus manos y también es ciert
o que dice machiavello: «un príncipno necesita ser humilde ni teneescrúpulos, ni necesita ocultar e
egoísmo que es el verdadero meollo dodo corazón! —Ese comentario es arrogante —
dijo Stephen vivamente—. Los que ha
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encontrado la devoción y humildobediencia a la voluntad divina no soegoístas. Hay muchos que sacrifican supersonas cuando se entregan a esadoración, porque para esas personaes resulta más agradable adorar qu
cualquier otra cosa. Le hombre buscsolamente las sensaciones agradablesas físicas, si así es su naturaleza, fino
refinamientos, si es más exigente… usted, mi querido Stephen —dijo Juliacon una mirada burlona—. ¿Rezarí
oraciones, recitaría oficios, invocaría os santos, adoraría una deidad femeninsi no le resultara agradable?
Stephen se sonrojo enojado.
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—Usted es muy suelto de lengua. Saproxima demasiado a los argumentoretorcidos y engañosos de los herejesYo no he estudiado dialéctica ni pienshacerlo. Y a propósito ¿Fue por puregoísmo que se pasó tantos día
curándome? —Indudablemente, amigo —dij
Julian sonriendo—. Me gusta practica
mi profesión. Me gusta luchar contra eenemigo definido. Me gusta vencerUsted goza pensando que salva almas
Yo… los cuerpos. ¿Nunca he visto ualma, la ha visto usted? —No. Credo… et exspect
resurrectionem mortuorum.
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Stephen hablaba con tal vehemencique Julian, cuya mente era al mismiempo escudriñadora y elástica
abandonó súbitamente el tono irónico acomprender que no era justo. Y abordun tema que le había dado muchas vece
qué pensar. —Está bien, Stephen, pued
quedarse usted con su credo y l
concedo también el alma. ¿Ha leídusted las obras de Platón, OvidioVirgilio e inclusive Cicerón respecto
ese tema? —¿Sobre las almas…? —preguntStephen asombrado—. Teníamoalgunos clásicos en Marmoutier, per
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naturalmente el abad no alentaba lectura de obras paganas… ¿Qué es l
que quiere decir? —Lo que quiero decir, es que lo
hombres que mencioné y muchísimootros, creían que nuestra salmas volvía
una y otra vez a la tierra en otrocuerpos, que habíamos vivido antes viviríamos otra vez más, y que l
experiencia del bien o el mal, ladecisiones tomadas, los actos, lvoluntad… todo eso podría determina
distintos acontecimientos en nuestrpróxima encarnación. —¿Encarnación? —Stephen mene
a cabeza con gran seriedad—. Maestr
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Julian, no existe otra encarnación que lde nuestro señor. Lo que usted dice eblasfemia. ¡No puedo creerlo!
Julian se encogió de hombros. —Yo no estoy seguro de nada m
imité a decirle que muchas persona
más inteligentes que usted y que yo, aso creían. Es evidente que lo
seguidores de Jesús pensaban de igua
forma ¿De otro modo cómo habríapensado en un momento dado que él erElías?
—¡Eran unos miserables judíos! —exclamó Stephen indignado—. ¡Infieles —Orígenes y san Agustín no era
nfieles, eran padres de la iglesia,
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acaso san jerónimo no escribió en sepístla and demetriadem, «la doctrina da transmigración de las almas ha sid
enseñada en secreto a un pequeñnúmero de personas, como una verdaradicional que no debe ser divulgada».
Stephen hizo un esfuerzo pardisimular su disgusto, pensando que emédico estaba embromándolo, per
cada vez más consciente de su propideber A pesar que le estaba agradecida Julian y que tenía cierto respeto por él
e dijo: —No abuse de los sofismas, señorEstá poniendo usted en peligro a esalma inmortal que irá al purgatorio par
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expiar sus culpas; después depurgatorio y gracias a la misericordidivina y la intercesión de la santa madrde Dios, podrá ascender a los cielosEso es todo.
—Y la resurrección de los muertos
que usted acaba de citaren el credo, esocuerpos llenos de gusanos y envueltos emortajas, ¿Tendrá que volver allí e
alma, a esa podredumbre que dejó atrálena de gozo?
—Los cuerpos recuperarán s
antigua forma —dijo Stephen con durez—. Los mismos cuerpos. —Puede ser… —Julian lanzó un
repentina carcajada—. No no
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pelearemos por eso, Stephen, erealidad no conozco nada por lo quvalga la pena pelearse. Yo no nací paruchar —agarró un botellón co
hipocrás que estaba sobre la mesa y lsirvió un vaso—. ¡Tome, beba esto! L
he cansado con disquisicionefilosóficas. Y veo que todavía sigueniendo sudores —le secó la frent
húmeda de Stephen con el borde de sarguísima manga—. Acuéstese un rato.
Stephen obedeció de mala gana
avergonzado por la repentina debilidade su cuerpo. —Nadie sospecharía que es u
sacerdote al mirarlo —dijo Julia
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socarronamente al observar a spaciente.
Desde que lo autorizaron evantarse de la cama, Stephen habí
usado permanentemente una robe dchambre de terciopelo marrón; forrad
de piel y con vistas de raso amarillo.cabeza estaba rapada otra vez, como so pidió Úrsula cuando ésta se dispuso
afeitarle la cara, pero como tenía lcabeza apoyada contra la almohada nse le veía la tonsura. Su aspect
reflejaba una gran virilidad y no diferíde los cortesanos más elegantes quJulian había conocido. Inclusive entros medicis. Pero no así su cara que er
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ípicamente inglesa y tenía un aire dnocencia o inconsciencia que no tenía de ningún Italiano mayor de dieciséi
años. —Me han quitado el hábito —dij
Stephen disculpándose— para lavarlo
Esta noche ya va a estar listo. No mgusta estar metido dentro de esto —dijironeando desdeñosamente e
erciopelo—. Me desagrada. —Ah… —dijo Julian suavemente—
Usted goza sinceramente renunciando
o sensual… —pero, agregó para smismo—, creo que nunca hexperimentado una gran tentación —Julian hizo una pausa para pensar si é
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había sentido una tentación carnal poStephen. Y decidió que no.
Su única experiencia le habíbastado, y durante la última semanhabía sentido nuevamente deseos destar con Alison. Era gorda, sentimenta
estúpida, pero respondíentusiastamente a sus eventualearranques amorosos. Sería como u
bálsamo después de las amargadesilusiones que había sufrido eCowdray.
Alison no haría preguntas. Él no lhabía contado nada sobre sus planes. ¡Yqué ridículos habían resultado sus vagosueños de un casamiento ambicioso
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Prácticamente la única mujer que habíconocido en Cowdray era lady Úrsulaque indiscutiblemente le profesabcierto cariño. Su edad y flacura nhabría sido serios inconvenientes. Lohombres rara vez se casaban por amor
Pero sí eran importantes su total falta dfortuna o influencia y su evidentposición como dependiente. Tení
sangre noble, y él también, lo que eruna ventaja. Durante los días que habíauchado juntos para salvarle la vida
Stephen, había disfrutado de scompañía y apreciado su intelectoHabía sentido, inclusive, ciertadmiración por su ardiente devoció
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hacia la pequeña Celia. Estopensamientos lo llevaron hasta loAllen.
—Y a propósito —le dijo a Stepheque estaba recuperando el color—Abajo en el patio hay un par d
parientes suyos que están ansiosos poverlo.
—¿Parientes…? —repitió Stephe
—, los únicos que tengo son mi herman su esposa, pero no creo que haya
venido hasta aquí…
—No, no son ellos, estos se llamaAllen y vienen de Ightham mote en KentLa señora Allen es hermana de scuñada. Es una mujer enérgica. Me cost
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bastante mantenerla a distancia mientraduró su enfermedad.
—Nunca he oído hablar de ellos —dijo Stephen—. ¿Y qué demonioquieren conmigo?
—Quieren que usted interponga s
nfluencia con sir Anthony, por quien lseñora Allen siente profundo respeto. Epor un asunto de una dote qu
desapareció del convento de Easebournhace dieciséis años.
—Santo cielo… —dijo Stephen—
¿Y qué puedo hacer yo para remediarloSir Anthony tiene el convento y sin lugaa dudas también las dotes, esos asuntoson muy feos, pero están de acuerdo
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as leyes actuales. —Da vero una situación delicada
pero creo que usted debe ver a loAllen, ella está emparentada con ustedPrométale cualquier cosa —dijo Juliariendo—, así esa bendita mujer se irá d
una vez de Midhurst. Está enloqueciendal dueño de la posada ya mí también.
Stephen suspiró.
—La veré pero no le prometeré nadque no pueda cumplir. ¿Es católica?
—Todo parece indicarlo —dij
Julian maliciosamente—. Un crucifijcolgando sobre sus generosos pechos, ssantigua e invoca a los santos; fue unnovicia, después de todo, y según ella a
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poco tiempo la habrían designadabadesa.
—Por cierto —Stephen sintió unoleada de simpatía por alguien quhabía sido obligado a abandonar svocación religiosa. Imaginaba un
persona ascética, pensativa y dolorida.Stephen experimentó una gra
sorpresa cuando el médico hizo entrar
os Allen a su cuarto. Emma Alleparecía llenarlo con su sola presencique rebosaba obstinación
determinación. —¡Hermano…! —exclamó en voalta—. ¡Hermano Stephen! ¡Por finPobre hombre, pensé que no mejorarí
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nunca!Se arrodilló para recibir l
bendición y miró a Stephensolentemente; su mirada era tanquisitiva y provocativa que ése s
sonrojó, dándose cuenta al mism
iempo que su robe forrada de piedejaba entrever parte de su pecho. Lcerró rápidamente mientras le impartí
a bendición y bendijo también apequeño hombrecito que se agitabdetrás de la mujer.
—No entiendo cómo cree usted quo puedo ayudarle, señora Allen —dijStephen—, pero le ruego que lransmita mi afecto y mis saludos a m
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hermano Tom y a Nan si usted llega pasar por Medfield a su regreso.
—¡No pasaremos por allí! —dijEmma sacudiendo la cabeza—. Shermano Tom es un porfiado que nquiere reconsiderar la herencia de nan
quizás usted pueda ayudarme con esasunto más adelante, pero es aquí, eCowdray, donde preciso ahora su ayuda
—Así es —interpuso el señor Allenmesándose nerviosamente su barba epunta—. A Emma le han robado cie
monedas de oro que constituían su doten el convento de Easebourne. SiAnthony Browne debe saber qué se hizde ella.
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—¿Por qué han esperado tantiempo y por qué no le pregunta
directamente ustedes? —inquiriStephen suspirando nuevamente.
Los dos Allen contestaron aunísono; los susurros de Christophe
eran un eco de las vehementerespuestas de su mujer. Stephen senteró que el asunto de la herencia habí
despertado resentimiento por la pérdidde su dote de novicia que el viaje no lehabía parecido imperativo hasta es
verano, pues habían sucedido una seride desgracias en sus propiedades.Emma había solicitado a
mayordomo una entrevista con si
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Anthony pero se la habían negado. —Como verá, hermano Stephe
contamos con usted —dijo Emmadejando ver sus dientes torcidos en unsonrisa fugaz.
Stephen asintió. La mujer l
abrumaba, pero sabía que su deber erayudar a una católica que aparentementparecía ser muy devota y bastant
valiente en los tiempos que corrían paralbergar a un sacerdote en su casa.
—Trataré de conseguirle un
audiencia con sir Anthony —dijStephen que empezó a sentirse un pocmareado—, y le avisaré a la posadaHizo nuevamente la señal de la cruz e
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el aire, despidiéndolos. —Uff, Dios mío —dijo Julia
cuando la puerta se cerró detrás de loAllen—. Esa mujer… parece ubasilisco, «une force majeure» comdicen los franceses. La rodean efluvio
de violencia, y huele a azufre. Me hhecho picar la nariz.
Stephen se dejó caer en su silla y ri
débilmente. —Voyons, mon cher docteur —dij
saboreando la oportunidad de hablar e
francés que durante tanto tiempo habísido su idioma—. Nʼexagerons pasHein? Je nʼai rien eprouvé. Cʼest unfemme dominatrice comme maint
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dʼautres, cʼest tout. —¿No percibió usted nada extraño
maligno en su persona? —Julian arqueas cejas—. ¿No advirtió las mirada
cargadas de lujuria que le dirigía? —Por supuesto que no —replic
Stephen—. Maestro Julian, usted fucorrompido antes por la corte de lomedici, y me apena ver que esos efecto
perduran.Esta alocución no fue hecha en so
de reprimenda, tenía un dejo de brom
cariñosa y reflejaba un aspecto dStephen que desconocía por completoEsa ligereza sorprendió y encantó Julian, que lo miró fijamente y lueg
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dijo riendo: —¡Me parece que no ha tenido uste
muchos amigos y me alegra saber qume considera uno de ellos, como lconsidero yo a usted!
—En los conventos no se fomenta
as amistades personales —asintiStephen—. Van a desmedro de ldevoción de cada individuo y origina
vínculos terrenales que soaprovechados por satán para sus propiodesignios.
Julian se encogió de hombros sacudió las manos en un gestípicamente Italiano.
—No me parece que su maestr
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Jesucristo haya opinado lo mismo —dijo—. Demostró una marcadparcialidad por el apóstol Juan y poMaría Magdalena inclusive.
Stephen frunció el ceño, sorprendidpor este punto de vista y seguro qu
debía existir una respuesta. —¡Pax! No le molestaré más, n
perturbaré sus convicciones —dij
Julian observándolo—. Quizás estoy upoco envidioso ya que no tengo ningun—se paró y llenó con un líquid
colorado un pequeño jarro de metal—Es hora de tomar el elixir —agregpasándole el jarrito a Stephen—. Ldejaré la receta para que no deje d
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omarlo después que me haya ido.Stephen se inclinó hacia delante
miró a ese hombre maduro quprobablemente le había salvado la vid que al hacerlo había sido unstrumento de la voluntad divina
pesar que él mismo reconocía no ser ucreyente. Stephen descubrió otremoción oculta: agradecimiento. Pus
rígidamente su mano sobre el brazo dJulian y le dijo:
—Gracias, amigo, rezar
diariamente por la salud de su alma.Julian refunfuñó y luego sonrió: —No deje de hacerlo, herman
Stephen, las oraciones no hacen mal
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nadie y ese extraño e invisible hálitque usted llama «alma» es asunto suyocomo el cuerpo lo es mío. ¿Quién golpea puerta?
Los dos se dieron vuelta y mirarohacia la pesada puerta de roble. Julia
se dispuso a pararse, evitándolnstintivamente esfuerzos inútiles a s
paciente, pero Stephen lo obligó
sentarse. —No necesita seguir mimándome
señor —dijo con una sonrisa qu
ransformaba su cara seria. Se acercó a puerta y la abrió.Lady Úrsula estaba en el pasill
sujetando en sus brazos el hábito de
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monje. —Buenos días —dijo mirándol
sorprendida—, ¿Tan activo y alegrebuen hermano? ¡Esto sí que es unmaravillosa mejoría! —hablabentusiastamente tratando de disimular s
nquietud. Al ver al monje con esa batde terciopelo marrón, pensó como lhabía hecho antes Julian, que parecía u
apuesto cortesano y se alegró de que ne hubieran dado permiso a Celia par
verlo.
—Su hábito —dijo alcanzándole evestido de lana negra—. Seguramentdebe estar deseando ponérselo cuantantes.
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—Así es, lady Úrsula —dijStephen inclinándose—. Usted ha sidmuy buena conmigo. Mañana por lnoche oiré confesiones en la capillcomo de costumbre. ¿Podría avisarle os demás? ¿Y sabe por casualida
dónde está sir Anthony? Tengo quhablar con él.
Dirigió una mirada de resignación
Julian, sabiendo que el médiccomprendía el tedio que le producían laexigencias de los Allen.
—Está en el gran salón con ealguacil, juntando los impuestos alquileres. Hubo muchos remolones estmes, los arrendatarios se aprovecharo
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de la visita del rey y el ocultamiento dvuestra verdadera fe para no pagar.
—Ah —dijo Stephen frunciendo eceño—, no va a estar de muy buehumor cuando le haga mi pedido, perquiero sacarme eso de encima.
—Estará ocupado durante un rato —dijo Julian riendo—. Lady Úrsulamitaré al joven sacerdote y juntar
energías para trabajar en el horóscopde Celia Bohun como usted me lo pidió
La cara larga y bondadosa de Úrsul
se iluminó de alegría. —Vayamos a mi cuarto, doctor —dijo entusiasmada—. Allí tengo todo lque le hará falta.
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Úrsula y Julian dejaron a Stepheocupado en vestirse y cumplir con smisión. Avanzaron por un pasillo encontraron a Celia en el cuarto de su tísentada en un taburete, bordandrabajosamente una tira de tapicería
Úrsula le estaba enseñando a bordacomo correspondía a una dama.
Se pinchó el dedo cuando entraro
os mayores y murmuró: —¡Maldito sea! —se sonrojó lueg
se puso el dedo en la boca con u
gesto infantil. Se puso de pie y snclinó frente a su tía, mirándolo coojos angustiados.
—¿Cómo está él? —le pregunt
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ansiosamente a Julian. —Muy bien, en realidad ya est
repuesto del todo —respondió emédico observando con sorpresa srepentina alegría ¿Cómo… qué es esto?pensó. ¿Estará enamorada de
sacerdote esta niña? ¡Che peccato! Lovera… pero los corazones jóvenes s
recuperan rápidamente y este es muy
oven —. ¿Cuántos años tienes, Carina—le preguntó.
—Catorce años recién cumplidos —
nterpuso Úrsula—. Todo estespecificado en este pergamino que lpreparé— tuve que adivinar, la hora eque nació, porque…
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—Oh, estoy segura que fue a lmañana bien temprano, mi querida tía —a interrumpió Celia—. Recuerdo alg
que le oí decir a mi madre. Que sufridolores de parto durante toda la noche que yo nací cuando el sol entraba por l
ventana. —Muy interesante —dijo Julia
sonriendo. Dio luego un vistazo a
pergamino—. Después del amanecer mediados de junio debería ser según micálculos, alrededor de las cuatro.
—Usted me predecirá un futurafortunado ¿Verdad señor? —preguntCelia suavemente inclinándose sobre ésin darse cuenta del intenso perfume d
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alelíes que provenía de su escote, quhabía adornado con un ramito de esaflores y sin penar en lo provocativo quera su espléndido pelo rubio, lprofunda separación de sus pechos y ehoyuelo junto a su boca.
—Yo no adivino el futuro, pequeñ—dijo Julian refrenando un deseo docarla—. Yo me limito a interpretar l
que predecían las estrellas el día qunaciste. Y estoy seguro que debe sealgo bueno —sin embargo tuvo u
presentimiento mientras hablaba. —Creo que Celia debe salir decuarto —le dijo a Úrsula—. Necesitsoledad para poder concentrarm
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debidamente en esta tarea. —Oh, por supuesto, vete entonces
querida —dijo Úrsula planeando cómevitar que la muchacha se encontrarcon Stephen ahora que éte estaba san—. Ve por favor a Midhurst, hoy es dí
de feria, con toda seguridad encontraráa un vendedor de hilos, cómprame ucarretel de seda colorada, pues se me h
acabado —metió la mano en el bolsque colgaba de su cinturón y le entreguna moneda a Celia.
La cara de la niña adquirió otra veuna expresión de tristeza, su labinferior tembló un poco, pero sus ojo
reflejaron un dejo de rebelión.
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—Oh, tía —dijo—. ¿Necesita ustea seda enseguida? ¿Tengo que volve
otra vez al a ciudad? ¿No puedquedarme en Cowdray? Constantementengo que hacer mandados.
Ajá, pensó Julian, el viva
emperamento de géminis, sudisposiciones de ánimo cambiaácilmente.
—¡Haz lo que se te ordena, niña! —dijo Úrsula pero suavizó su orden couna caricia.
Celia sonrió débilmente y se inclinen una reverencia. —A todos ustedes les deb
obediencia —dijo con voz contrita. Y
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desapareció llevando la moneda.Los dos mayores intercambiaron un
mirada. —He adivinado lo que la preocup
—le dijo Julian a Úrsula—. Le asegurque no debe afligirse. Los entusiasmo
uveniles desaparecen con la mismvelocidad con que aparecen, pero serímejor si pudiera distanciarlos. L
pequeña es muy bonita. —Ay, ya he pensado en ello
Magdalen Dacre nos ha invitado
visitarla en su castillo de Naworth eCumberland. Creo que aceptaremos lnvitación. Leonard Dacre, el herman
de Magdalen está enamorado de Celia
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creo que no conviene despreciarlo, sbien es cierto que yo ambicionaba upartido mejor.
—Posiblemente —dijo Julian—. Yahora estoy ansioso por estudiar shoróscopo —se sentó y se dispuso a lee
el pergamino donde estaban registradoos esfuerzos de Úrsula—. Ha cometid
varios errores de cálculo —acotó—
Evidentemente no fui un buen maestraños atrás en kenninghall. Alcánceme sastrolabio. —Úrsula se lo entreg
ansioasmaente y se sentó en su sillón esperar mientras Julian escribínúmeros y símbolos en otro pergamino.
Se quedó silencioso durante u
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momento mientras estudiaba la posicióde los planetas de Celia. Úrsula, que ne perdía pisada, advirtió que apretabos labios, que su pluma se movía máentamente y que fruncía el ceño.
—¿Qué pasa? —preguntó ella co
voz cortada—. ¿Qué es lo que hencontrado?
Una muerte violenta, habría decidid
si se tratara del horóscopo de udesconocido, pero sentía una grasimpatía por estas dos mujeres, y la
predicciones no eran infalibles. Dejó lpluma y dirigiéndole una sonrisa Úrsula le dijo:
—Hay problemas que solucionar —
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dijo levemente—, sin embargo recuerdque las estrellas impulsan pero nobligan. Me gustaría ver las manos de lniña cuando vuelva. Siempre considera la quiromancia como una auténticguía del futuro.
»Muchas personas nacieron justdespués del amanecer ese trece de junioY por lo tanto comparten su horóscopo
Pero las manos de Celia son únicasotalmente personales. Vamos, señora
no se entristezca tanto. Hay datos qu
colmarán vuestras ambiciones. Ocuparuna buena posición en la sociedadnclusive llegará a cercarse a la realeza existen posibilidades de un espléndid
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casamiento.Úrsula pegó un respingo de alegrí
al ver restablecidas sus esperanzas. Agarró la mano de Julian y la apretó cofuerza.
—Oh, maestro Julian —exclamó—
qué feliz me ha hecho. ¿Pero por qué nserá hija mía Celia? Es lo que más mgustaría. La quiero más de lo qu
muchas madres quieren a sus hijos. ¿Ypor qué no soy rica y poderosa? ¿Porqumi espíritu debe ser castigado con est
estado de dependencia, humillación quno merezco? —El hermano Stephen debe tene
una respuesta para esos reclamo
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sinceros —dijo Julian riendo—. Lodesignios de Dios son inescrutables —lsoltó la mano suavemente.
—Así es… —dijo ella lanzando uprofundo suspiro—. La voluntad dDios —dirigió una mirada casual a s
crucifijo—. Sí, él la defenderá de todpeligro si yo tengo suficiente fe ¿No easí, maestro Julian?
Es una cosa bastante incierta, dijJulian cínicamente para sus adentrospensando en las desilusiones de la vid
en sus trágicas crueldades. Pensambién en su conversación con Stephe en la teoría de muchas vidas que habí
desarrollado más como un pasatiemp
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ntelectual que como una convicción. —Si sucede algo malo, podr
remediarse eventualmente quizás, y lfuerza de sus deseos a veces logrará questos se cumplan, sin duda —dijo todesto con la intención de confortarla per
ambién porque ya estaba aburridoTenía hambre, había reaparecidnuevamente el dolor de su cara, y é
ambién tenía que buscar a sir Anthonpara despedirse, ya que Stephen estabcurado.
Úrsula interpretó el comentario dJulian como una referencia al paraísopaciencia, penitencia, y volvió desanimarse. Se acercó lentamente a l
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ventana abierta y miró hacia el patio. —Allí viene Celia —anunció, per
se puso tiesa al ver que Stephen entrabal patio por el portal en forma dabanico. Vio cómo se saludabagratamente sorprendidos. Celia s
arrodilló para recibir la bendición, qua Úrsula le pareció demasiado larga durante la subsiguiente conversació
oyó con claridad la risa alegre excitada de Celia y vio inclinarse hacia muchacha la alta silueta vestida d
negro. —Por las llagas de nuestro señor…—dijo Úrsula a media voz; se asompor la ventana y llamó:
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—¡Celia! ¡Celia! ¡Ven enseguidaTe estoy esperando!
La muchacha levantó la cabeza asintió con la mano y le dijo unas pocapalabras más al monje.
—Eso no es muy hábil, señora —
dijo Julian—, no debe demostrar tafrancamente sus temores ni apremiarlndebidamente. Ambos so
completamente inocentes todavía. —Ya lo sé —asintió Úrsula—, per
zarparemos rumbo a Cumberland n
bien consiga la autorización de siAnthony… —hizo una pausa y agregrápidamente—. Él también mira a Celien una forma que no me gusta nada.
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—¡Dios mío! —Julian levantó lamanos y luego la dejó caer—. Cualquiehombre haría lo mismo, pero usted ndebe ser tan recelosa. Esa niña tiencarácter, gusto y lealtad. Además, sbien es totalmente inocente, no olvid
que se crió en una taberna y o debe sean ignorante. Lo que más me aflige n
es que pierda la virginidad sino lo
sufrimientos o desengaños que puedener. Stephen es tan casto como ella ncapaz de tocarla y los otros hombre
que pueden querer acostarse con ella habrá muchos, no pueden ser peligrososalvo que se trate de una violacióbrutal, pues la virginidad no se pierd
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sin un intimo consentimiento.Úrsula no lo escuchaba, estab
esperando ansiosa oír los ligeros pasoen el corredor y el golpe en la puertque no se hizo demorar.
Celia entró corriendo.
—¡Aquí tienes la seda, tía! —dijenarbolando la madeja—. Te la consegumás barata —depositó el cambio en l
mano de Úrsula—. Me encontré abajcon el hermano Stephen. Me pareció quenía mucho mejor aspecto que antes d
su enfermedad y me dijo que la semanpróxima reanudaríamos las lecciones.Úrsula apretó los labios, pero su
planes eran un poco prematuros. N
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podía desanimar tan rápidamente a lmuchacha. Guardó las monedas y sonri dijo.
—Maestro Julian ¿Podría ustemirar las manos de Celia?
No tenía ningún interés en hacerlo.
Su apetito y malestar habíaempeorado. Se habría negado de no seporque Celia se acercó saltando
extendiendo las palmas de sus manos. —¿Es parte del horóscopo? —
preguntó riendo—. El verano pasad
había una mujer en la feria de Cowdraque leía las manos. Yo quise probarpero no tenía dinero para pagarle.
Él tomó las manos pequeñas
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enrojecidas y echó una rápida mirada amonte de Venus, Júpiter y Saturno y a línea de la vida. Se sobresaltó y la
miró más detenidamente, confiando eque sus ojos lo habían traicionado. Dejcaer bruscamente las manos. La
mujeres esperaban pacientes. —Veo muy poca cosa —dij
finalmente encogiéndose de hombros—
Veo muy poco que pueda senterpretado y además estoy cansado
Les deseo muy buenos días; nos veremo
mañana cuando tomemos el desayuno —se inclinó y se fue.Julian siguió por el corredor hast
legar a su cuarto, donde se sirvió u
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vaso de vino y trató de olvidar lo quhabía visto. La línea de la vida era mucorta en ambas manos y se terminabcon una «isla» en el monte de Venus. Ypeor aún, en la mano derecha había uncruz perniciosa justo debajo del mont
de saturno, en la base del dedo anularueno, pensó, muchos mueren jóvenes y
de muertes violentes, y ella tenía un
estrella en el monte de Júpiter lo quera un buen signo; además no hay nadseguro en este mundo y he visto mucho
ronósticos equivocados, o quizás a lmejor puede haber tenido una heriddurante su niñez que le deformó lmano derecha. De todos modos, yo n
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uedo hacer nada. La buenaventura nes mi fuerte, yo soy un médico. Bebiotro vaso de vino y gradualmentempezó a sentir cierto resentimienthacia Úrsula que lo había fastidiadhasta conseguir hacerle sentir emocione
que detestaba. Se peinó el pelo y lbarba, se cepilló sus ropas y salió ebusca de sir Anthony.
Después de haber pasado todo el dídiscutiendo con los arrendatariosatendiendo distintos asuntos de su
propiedades y por ultimo las peticionede Stephen, Julian y lady ÚrsulaAnthony bostezó, vació el contenido dun frasco de hidromiel y se levantó de l
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mesa. —Excelente —dijo dirigiéndose
ord Gerald, el único huésped qupermanecía todavía en Cowdray—. Qunoche calurosa. Es un anoche paremborracharse y salir de parranda a l
uz de la luna. Qué pena que las ramerade Midhurst sean tan poco atractivas.
—Pero usted tiene una muchacha qu
rabaja en el tambo y que es bastantapetitosa. Se llama Peggy Hobson, ya hntimado con ella y la encontré bastant
competente. ¿Quiere que la busquemos—preguntó Gerald obsequiosamente.Anthony meneó la cabeza. —Yo no engaño a mi mujer
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Solamente de vez en cuando, cuando ellestá enferma, pero luego me confieso hago penitencia.
—¿Es muy severo su capellán? —preguntó Gerald perezosamente mientrasaboreaba una ciruela acaramelada—
Tengo entendido que el pobre sujetestuvo a punto de morir.
—Así es, pero consiguió reponers
o suficiente como para reanudar suobligaciones y endilgarme una fastidiosmatrona de Kent.
Anthony hizo una cara de disgusto arecordar su entrevista con Emma AllenSe había comportado en una formdominante, provocativa pero mu
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persistente al reclamar su dote perdidaCuando Anthony le dijo con todsinceridad que no tenía la menor idea ddónde podía estar, unos grandeagrimones corrieron por sus mejillas
Finalmente se desplomó sobre un banc
dejó escapar unos cuantos sollozomientras su marido le palmeaba ehombro afanosamente.
Anthony, igual que su padre, habísentido a veces remordimientos dconciencia por los inmensos beneficio
que habían obtenido con la disolucióde los monasterios, y con tal de librarsde Emma finalmente le entregó seimonedas de oro y un anillo con u
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brillante un poco imperfecto.Ella aceptó todo ávidamente, s sec
as lágrimas y se alejó rápidamentacompañada por su marido, sintiéndosfeliz por haber conseguido algo.
Anthony también había sid
generoso con Julian, agradeciéndole lexcelente y exitosa forma en que habíatendido al capellán y obsequiándol
una bolsita con monedas, agregandbondadosamente que si alguna velegaba a tener alguna influencia en l
corte, trataría de mitigar la antipatía que profesaba Edward. —Pero como usted habrá podid
apreciar mi querido doctor, yo tambié
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camino por la cuerda floja —dijencogiéndose de hombros. Julian asinti ambos se estrecharon las manos en un
cordial despedida.La entrevista con lady Úrsula habí
sido más inquietante. Anthony s
sorprendió, se sintió herido inclusive, apensar que algún miembro de su caspudiera querer ausentarse durante un
emporada larga de Cowdray.Y pensó que el proyecto de Úrsul
de viajar hacia las tierras salvajes junt
a la frontera era absurdo y peligroso. —¿A su edad, señora? —preguntagudamente—. ¿Y con esa… esa jovean bonita? Imposible —su molesti
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aumentó al darse cuenta que cada vez lresultaba más agradable ver diariamenta la muchacha sentada en la punta de lmesa o en el jardín juntando flores ugando con los nuevos cachorritos.
—Supongo que Celia no debe tene
ganas de hacer este viaje espantoso —dijo—. Pensaba que estaba muy contentde vivir en Cowdray.
—Todavía no lo sabe —dijo Úrsul—. Pero existen motivos… —su vovaciló y respiró profundamente—
Razones por las que debe ir. SiAnthony, me humillo ante usted parpedirle este favor, pero yo soy el únicpariente que tiene Celia, y sé qué es l
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que más le conviene. Me humillo máaún ante usted, al rogarle que nos dcaballos y una escolta.
—¿Qué razones? —inquirifogosamente Anthony—. ¡Explíquesseñora!
Ella se demudó pero sostuvvalerosamente su mirada hasta que épensó que esta mujer, a la que durant
anto tiempo había ignorado, era ucoloso.
—No puedo explicarle las razone
—dijo Úrsula tranquilamente—, sólpuedo decirle que están relacionadacon una grave amenaza para el alma dCelia y su salvación. Le he rezado a sa
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Antonio, vuestro patrono, señor, qunterceda en este asunto. Que le dé
usted una señal como lo hizo conmigo. —¿Señal…? —dijo Anthon
entamente—. ¿Ha tenido usted algunseñal?
—Así es, señor. El martes pasadencendí una vela junto a los pies de lmagen, lanzó una cantidad de chispas
su llama, que era más alta que lo normalluminó la cara del niño Jesús que e
santo sujeta en sus brazos y pude ve
claramente que el pequeño me sonreía. —Ah… en efecto… —Anthonestaba impresionado. No podía dejar dcreer en esa voz tranquila y reverente
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después de todo san Antonio erreconocido por sus milagros—. Acceda vuestra petición, lady Úrsula. QuDios os acompañe.
Gerald había estado observando a sanfitrión mientras éste reflexionaba y s
dirigió a él alegremente. —Está demasiado serio, no e
saludable sumergirse en meditaciones. Y
a que no quiere fornicar, probemonuestra suerte con éstos —sacó de sbolsillo una caja de cuero que contení
unos dados de marfil.
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Capítulo 7
El brumoso sol de agosto reciéaparecía sobre el bosque de troxtocuando los viajeros salieron d
Cowdray rumbo a Cumberland.Anthony, siempre dadivoso, habí
contribuido generosamente a l
expedición. Úrsula y Celia montabados caballos mansos y fuertes. Un amulrobusta cargaba lo cofres y locolchones y llevaban dos escoltas, uarguirucho muchacho de dieciséis añolamado Simkin y su padre, Wat Farrier.
Wat, que tenía treinta y nueve años
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era un hombre robusto, de barba negramejillas rubicundas y unos ojopequeños y agudos como los de un osoHabía nacido junto a los establos y shabía criado en ellos, pero desde niñhabía demostrado tanta inteligencia
habilidad para realizar cualquier clasde trabajo, que el viejo sir Anthony lenvió al colegio de Midhurst durante u
año.Así fue como Wat aprendió lo
números y las letras. Era un hábi
halconero y vigilaba los guardabosquesEra además el jefe de la caballeriza dCowdray y tan diestro en el manejo da lanza como cualquier caballero. E
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vida del viejo sir Anthony, Wat recorriun poco el mundo acompañando a samo en misiones diplomáticas militares. Llegó a la frontera norte emil quinientos cuarenta y tres, en una da esporádicas tentativas para dominar
os escoceses; lucho en el sitio dboulogne; y fue a cleves junto con siAnthony para traer a Inglaterra Anne, l
«yegua flamenca» que había disgustadanto al viejo rey Enrique, que si
Anthony pasó momento muy difícile
hasta la anulación de casamiento.A pesar de lo mucho que apreciabar Anthony, a quien había enseñado
andar a caballo ya cazar con un halcón
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Wat se sentía fastidiado por la vidapacible de Cowdray durante loúltimos cinco años.
Por lo tanto se sintió feliz con lnoticia de esta misión al norte, y feliambién de librarse durante un tiempo d
su mujer, que se había convertido en unflaca regañona.
Wat había pensado muchas veces e
mandarse mudar. Podía enlistarse parpelear en Francia o podía unirse a lexpedición de sebastián caboto qu
estaba reclutando hombres para zarpacon tres barcos en búsqueda de u nuevpaso hacia la India.
Pero la lealtad hacia la famili
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Browne, que venía de generacioneatrás, había sofrenado los deseomigratorios de Wat. Se había contentadcon galopar hasta portemouth en los díade fiesta, observar cómo cargaban lobarcos y beber unos cuantos jarros d
cerveza en el delfín en compañía de lomarineros.
Tener que acompañar a dos mujere
en lo que probablemente sería un viajcansador no era precisamente lo qumás le entusiasmaba, pero debía cumpli
con una misión secreta que podía hacemás interesante el viaje.Wat dirigió una mirada amenazador
Simkin, que se tambaleaba junto a l
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mula, pero que por el momento nestaba haciendo nada que mereciera lreprobación paterna; miró luego a lamujeres. Lady Úrsula cabalgabelegantemente a pesar de sus añosmantenía la espalda derecha y s
balanceaba siguiendo el movimiento dsu caballo sujetando las riendas conaturalidad en sus manos enguantada.
La muchacha era otro asunto. Sagarraba fuertemente a la montura y epie izquierdo estaba clocado al revés e
el estribo. Necesitaría muchaecciones, pensó Wat, tratándose de unohun bastarda y una camarera de losada. Era una muchacha bonita, si
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embargo, o lo sería mejor dicho, si nfuera tan tiesa y seria y posiblementmalhumorada.
Encogió los hombros cubiertos poun chaquetón de cuero que ostentaba ea manga el emblema del cierv
colorado y espantó un tábano mientracanturreaba alegremente.
Atravesaron basebourne y cuand
pasaron junto al convento Úrsula mirnuevamente a Celia que no había dichuna sola palabra desde que se despidi
de sir Anthony en el portal de CowdrayVirgen santísima!, pensó Úrsula, lchica parece abrumada. Pero ya se l
asará. Bendito sea san Antonio qu
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me permitió alejarla de aquí. Lugarenuevos y personas nuevas contribuiráa que desaparezca esta tristeza que n
uede ser producida sino por unniñería, ya que inclusive la nochanterior Celia había estado alegre
riéndose de sus errores mientras loven Mabel trataba de enseñarle a toca
el laúd y respondiendo con coquetería
as bromas del joven lord Gerald. Nada podía haber pasado desd
entonces para que guardara ese frí
silencio. La muchacha ni siquiera volvia cabeza cuando pasaron junto a StAnnʼs hill, donde un hilo de humazulado indicaba que el herman
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Stephen debía estar preparando sdesayuno.
Ùrsula estiró su brazo y apoyó smano sobre el hombro de Celia.
—¡Te das cuenta querida qumañana a la noche o tal vez pasad
legaremos a Londres! —dijalegremente—. Verás el puente y lorre, los palacios… iremos a un
corrida de todos, si quieres. ¡Ah, qudivertido!
Celia no contestó y mantuvo sus ojo
ristes fijos en las orejas de su caballo. —¿Te sientes mareada, querida? ¿Emovimiento del caballo al que no estáacostumbrada…?
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—No, tía —dijo finalmente Celidando vuelta la cabeza hacia el otrado.
Una buena cachetada, pensÚrsula. Los niños caprichosos debeser castigados. Su madre la habí
educado dándole pellizcos y bofetadacuando desobedecía. Pero Celia nhabía desobedecido, y no parecía un
niña; su cara delicada denotaba un fríalejamiento.
Durante varias millas no se oyero
más sonidos que el Clop Clop de locaballos y el ladrido de los perros das granjas.
Celia parecía ignorar a los demás
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ni siquiera prestaba atención al caminoLa pequeña fracción de su mente quhabía contestado a la pregunta de su tíano logró formar ninguna onda en lsuperficie del pozo negro y oscuro en eque estaba sumergida desde la víspera
En su pecho sólo sentía un vacío oscuroLa desolación había reemplazado a lfuria que sintió momentáneamente. Per
a furia era menos lastimosa y desepoder sentirla otra vez. Lo odio, pensó
o dije y lo pienso lo pienso ahor
ambién. Pero todavía perduraba eoscuro vacío, que se hacía más dolorosaún al ser atravesado de tanto en tantpor pequeñas ráfagas de humillación.
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Celia había ido a ver a Stephen lnoche anterior. De no haber sido por esentrevista, no estaría cabalgando al ladde Úrsula rumbo al exilio.
Había ideado unos planemeticulosos para poder escapar. Durant
os últimos tres días había escondidpan, queso y pescado ahumado en upequeño hueco de un árbol, y habí
planeado también esconderse en lcabaña de Molly Oʼwhipple hasta qupasara el alboroto. La vieja Molly, l
curandera, si bien era estimada por ladJane por sus hierbas curativas, erconsiderada por todos como una brujaTodos le tenían miedo y jamás la habría
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buscado en su choza. Esos eran loproyectos de Celia, ideados por efrenético deseo de permanecer junto Stephen y por la certeza de que él así lquería también.
Cuando se despidió oficialmente d
él en la capilla de Cowdraarrodillándose para recibir la bendicióne pareció que le pedía que se quedara
En medio de súbito éxtasis de felicidaque experimentó cuando él le tocó epelo y el cuello, le pareció haberle oíd
decir: —No me dejes, mi adorada —Úrsula la sacó de la capilla antes qupudiera contestarle a Stephen, pero n
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dudaba de su mutua comprensión.Ese secreto la había mantenid
durante toda la tarde y durante lcomida. Había reído alegremente hastque se levantaron de la mesa, despuéque sir Anthony brindara cariñosament
por las viajeras. Celia se disculpentonces con su tía, diciéndole ququería despedirse de los cachorritos.
Úrsula, agitada por los últimodetalles del viaje, se limitó a sonreícomprensivamente. Todos sabían qu
Celia estaba encariñada con locachorros.Pero cuando Celia entró al corral, s
detuvo un segundo solamente en l
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perrera donde los cachorros chillaban se apeñuscaban junto ala madre. Pascorriendo frente al granero y siguió scarrera rodeando las cabañas, hastlegar al prado. Era casi la hora de
crepúsculo y los campesinos estaba
odos adentro de sus casa, preparándospara dormir. Nadie vio a Celia cuandcruzó el puente sobre el río Rother y s
nternó por el bosque de robles y olmosrepando por el áspero sendero qu
conducía a la colina. Atravesó los resto
del muro cubiertos de musgo y sisorprenderse en lo más mínimo, vio Stephen parado a unos pocos metros dsu cabaña. Ella suponía que él estarí
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esperándola.Estaba preparando un cantero dond
pensaba sembrar las hiervas que lhabía hincado el maestro Julian. Tenía ehábito recogido y sujeto en la cinturcon el cordel. Sus piernas estaba
salpicadas con tierra. Tenía la cararrebatada y brillante. Se había quitadel crucifijo que se golpeaba contra e
mango de la pala. Parecía más joven menos monje de lo que jamás lo habívisto y Celia exclamó alegremente:
—¡Stephen! ¡Aquí estoy por fin!Corrió hacia él riendo.Stephen dejó caer la pala y la mir
azorado. La muchacha tenía puesto e
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vestido de lana color musgo que le habíregalado sir Anthony para el viaje y scubría con una capa de terciopelo coloostado. El capuchón estaba caído
dejando al descubierto su pelreluciente. Su cara tenía un brill
blanquecido y su aspecto era tan etéreoparecía una dríade corriendo por ebosque y él se santiguó. Los paganos
pensó confundido, los paganorealizaban sus ritos en esta colina
ntes que llegara a Inglaterra l
verdadera fe. —Por qué me miras así, mi amor —dijo Celia sin dejar de reír—. Sabíaque vendría a verte.
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Stephen inspiró tan hondo que eruido que hizo se oyó a pesar decastañeteo de las ardillas y el crujido das hojas.
—No —dio.Se bajó el hábito y se convirtió otr
vez en esa persona alta y severa quconocía tan bien.
—¿Para qué has venido, Celia? T
dije adiós esta mañana. —Fue una simulación —dijo ell
sonriendo—. ¿Pensaste que te dejaría
¿Qué me iría a cientos de kilómetros ddonde estás? Vi la mirada de tus ojosMe tocaste el cuello, me pediste quviniera aquí.
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Su rubor se acentuó y con voz tajante dijo:
—Lo único que dije fue eBenedicite —y era la pura verdad, siembargo durante todo el día habípenado con asombro que su mano l
había acariciado el pelo y la suave piede su cuello mientras estaba arrodilladpor voluntad propia—. Por supuesto qu
e irás mañana al amanecer rumbo Cumberland ¿Qué mas?
Ella percibió la debilidad en s
pregunta y rió suavemente otra vez. —Oh, es muy sencillo —murmurnclinándose hacia él—. Lo tengo tod
planeado. He juntado provisiones. M
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esconderé mientras tanto en la cabaña dMolly Oʼwhipple y por las noches podrvenir aquí. No queda lejos. Y Molly nhablará.
—Celia… —Stephen sabía que loven no tenía una idea cabal de
verdadero significado de su plan, sabíqueso inocencia era auténtica, perencontró rápidamente las palabras fría
razonables para disuadirla—. ¡Es unocura, pequeña! Una locura, un
desobediencia y una ingratitud. Tiene
anto cerebro como un pajarito. ¿Cuántiempo piensas esconderte en lo dMolly? ¿Qué harás después?
—Pues… —dijo ella titubeando—
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después de un tiempo volveré Cowdray. Y tú los convencerás a tíÚrsula y a sir Anthony. Ellos tescucharán… y los dos estaremountos.
—¿Para qué? —dijo Stephe
duramente—. Yo no quiero tenertcerca.
Ella dejó escapar un quejido y s
retorció las manos. —¡Eso no es verdad, Stephen! —
murmuró mirándolo fijamente—. ¡T
quieres tenerme cerca de ti! —sabalanzó hacia él y le rodeó el cuellcon sus brazos. Él sintió la suavpresión de su cuerpo y la vergonzos
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reacción del suyo cuando ella lo besóSus labios eran ardientes y dulces. Lvacilante llama que encendieron la habísentido solamente durante unos sueñomalos de los que se despertaba tiritand asqueado. Se separó de ella con u
empujón. —¡Ramera! —exclamó y la empuj
con tal fuerza, que el pie se le enganch
con la pala y cayó al pasto. Quedó allirada, tapándose la cara con las manos.
—Eres una pequeña tonta Celi
Bohun —dijo—, y por nuestra santísimmadre ¡Creo que te odio!Ella no se movió y él la mir
sintiendo una alegría salvaje al verla as
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humillada. Vio la curva de sus caderas una pierna esbelta y desnuda quasomaba por su pollera. Su pecho scomprimió con un agudo dolor.
—Misericordia —dijo en umurmullo—. Estos son trucos lujuriosos
rucos del mismo satán.Se oyó el tañido de la campana de l
glesia de Midhurst dando las ocho; un
oveja baló en el valle junto al río. Doramas de olmo crujieron a la vez, asoplar la fresca brisa del atardecer.
Celia se paró de repente. Lo enfrentapoyando sus brazos en la cinturaevantó el mentón y habló con l
entonación vulgar de una camarera.
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—¡Así es, monje timorato! Tienrazón. Soy una tonta. Me enamoré comuna chiquilla. Pero yo también puedodiar. Es mucho más fácil que todas laotras cosas que me enseñaste. No temasré a Cumberland. Allí hay unos cuanto
hombres que se alegrarán al verme, máde uno. ¡Adiós, hermano Stephen!
Se inclinó en una profund
reverencia, se alisó la pollera y echó spelo hacia atrás. Desapareció tal comhabía llegado, internándose en e
bosque. —Jesús bendito… —musitStephen. Se quedó un rato largo miranda pala. Los ojos le ardían y se l
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lenaron de lágrimas. Caminó lentamenthacia la pequeña capilla y se arrodillfrente al altar de piedra—. Ave Marígratia plena… —las palabras eran tasecas como las hojas que se movían coa brisa—. Pater noster… libera nos a
malo… —igual al castañeteo de laardillas.
Entró a su cabaña y se sentó en e
banquito; sus ojos se dirigieron comsiempre hacia el cuadro de la virgen. Lmirada bondadosa y llena de amor habí
desaparecido. Tuvo la impresión quesa cara tan bonita lo miraba coreprobación. Se quedó contemplándoldurante un momento. Luego se levantó
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cubrió el cuadro con el lienzo moradcon que la cubría durante la cuaresmaSalió de su choza y bajó la ladera oestde la colina, rumbo al pueblo, lejos dCowdray. Caminó toda la noche por epoblado de Midhurst.
Dos días después, Wat Farriecondujo a las damas confiadas a sucuidados, por Borreugh High Stree
hasta Southwark, en medio de uatronador repiqueteo de campanas qudaban las doce del día.
—¡Virgen santísima, qué bochinche—observó Úrsula sonriendo—. Habíolvidado lo ruidosa que es la ciudad.
Además de las campanadas de la
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glesias de ambas márgenes del ríhames, había un constante rumo
producido por los carruajes, relinchode caballos, ladridos de perros, órdenempartidas a los gritos a lo
changadores, y los gritos melodioso
ípicos de la calle. —¿Quién quiere comprar? ¿Quié
quiere comprar?
—¿Qué le hace falta? —¡Leche… leche fresca…! —¡Afilo cuchillos y tijeras…!
La calle se angostaba y se hacía máoscura por los balcones sobresalientede los cuales partían periódicamentgritos de:
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—¡Cuidado abajo! —mientraalguien arrojaba el contenido de unescupidera a la calle.
Pasaron frente a una posada y desda calle oyeron el agradable y plañider
sonido de un laúd acompañado por lo
cantos de una persona. —Era mucho más ruidosa antes —
acotó Wat, encasquetándose el sombrer
guiñándole el ojo a una muchacha quacarreaba unas canastas llenas dduraznos y damascos—. Tambié
repicaban las campanas de lomonasterios. A veces me parecía que sme iban a reventar los tímpanos. PoDios que era verdad.
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—Así es —asintió Úrsulpensativamente. Hacía muchos años quno iba a Londres y nunca había vividen la margen izquierda. Pensabaalojarse en la casa de sir Anthony eSouthwark, que había sido anteriorment
el monasterio de St. Mary Overies. Erey Enrique le había adjudicado estantiguo convento de los agustinos a
viejo Browne, junto con la abadía dbattle. Úrsula no había sentido hastentonces ninguna clase de escrúpulo
por los monjes desposeídos, ni por lougares sagrados convertidos epropiedades de particulares, pero aacercarse a la iglesia de la vieja abadía
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que ahora era la iglesia parroquiarebautizada St. Saviour y salvada por lanto de ser destruida, se quedó absort
al ver el estado lastimoso de las capillaadjuntas. Ambas habían sido tapiadas, as preciosas esculturas gótica
cubiertas con yeso, los cristales de coloestaban rotos y habían sidreemplazados por papeles rotos. L
capilla más pequeña se había convertiden una panadería y el horno estabemplazado en el lugar del altar, l
capilla de nuestra señora albergaba unpiara de chillones y malolientes cerdos.Wat, que compartía esto
sorprendentes descubrimientos, lanz
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una carcajada y dijo: —Ya lo ve, señora, los tiempo
cambian, y los cerdos y el pan son máútiles al hombre que una colección dmonjes que no hacen más que rezaraunque estoy seguro que mi antiguo am
amás hubiera permitido semejante cosaEl joven patrón no se interesa por supropiedades de la ciudad. Está metid
permanentemente en Cowdray.Úrsula no respondió, hasta lo
sirvientes más valiosos debían se
reprendidos cuando hablaban codemasiada confianza, pero se le ocurripensar que tal vez Anthony había obradprudentemente al no frecuentar su cas
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de Londres. Allí fue donde lo llevaropreso por asistir a misa.
Es en realidad un momento muyeligroso para los católicos, pens
Úrsula. No se había dado cuenta de ellmientras estaba en Cowdray, y obedeci
as órdenes de sir Anthony durante lvisita del rey, simplemente por temor desagradar a su patrón. No parecí
osible correr peligros serios, y pensÚrsula con un arranque de sinceridaalgo molesto ¿Acaso no había sentido u
secreto alivio cuando encerraron ahermano Stephen en ese sótano? ¿Y ualivio también cuando se enfermdespués de resultas de la mordedura d
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a rata?Se acercaron al río y Úrsul
exclamó mirando a Celia: —¡Oh, mi querida, mira allá! ¡Ese e
el puente de Londres!La muchacha miró ansiosamente
Durante los últimos días de viaje en loque anduvieron por caminos llenos dbarro, remontaron y bajaron el weald
entraron y salieron de una cantidad dpueblitos y pasaron la noche en doposadas mucho más lujosas que e
Spread Eagle. El punzante y oscurdolor de Celia desapareció. Lo habíencerrado en un compartimiento secretoSabía que estaba allí, pero podí
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gnorarlo.Se quedó contemplando el puente
Su madre le había hablado muchas vecede él, y le había enseñado la típiccanción infantil.
—Pero son puras casas, tía Úrsul
—dijo Celia—. Parece una calle. ¡Ycreía que era de mármol como lchimenea del gran salón de Cowdray!
—Ah, niña —dijo Wat riendo—, losueños rara vez se parecen a la realidadYa lo aprenderá con el corre
destiempo. —Por supuesto —replicó Celivivamente, sacudiendo su cabeza en unforma que hizo reír a Wat. Estab
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encantado de que a la muchacha se lhubiera pasado el mal humor con quempezó el viaje. Rehacía gracia ver qusu hijo, el joven Simkin, se sonrojaba abría desmesuradamente los ojos cuandayudaba a Celia a desmontar. Podría se
una buena candidata más adelantepensó Wat. Cuando el muchacho sea u
oco mayor. No va a ser un palafrener
durante toda la vida. Yo me encargarde ello. Si lo convierto en soldad
uede escalar rápidamente posiciones
Wat sabía que Úrsula abrigabesperanzas un poco elevadas para ssobrina, pero eso le parecía una tonteríaCelia no era más que una muchacha qu
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rabajaba en una taberna, cuyo padre erun bastardo de una familia extinguida. Emayordomo se negaba a darle un bueugar en la mesa, lo que demostraba s
posición. Y todos estaban al tanto de ldudosa situación de lady Úrsula e
Cowdray. —Es aquí, señora —le dijo a Úrsul
señalando una puerta y sujetando e
caballo—. Ésta es la casa de siAnthony. Espero que el casero esté poaquí, ya que no fue alertado de nuestr
venida.Wat hizo pasar a sus protegidas a loantiguos claustros. Le patio principaestaba plantado con nabos y hortalizas
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Cuatro cuartos de la antigua abadíhabían sido amueblados con unas camasunas cuantas mesas y taburetes y algunoaparadores. Pero estaban sucios y maventilados. El cuidador, un monjemblequeante, que el viejo sir Anthon
había querido guardar por pura caridadestaba durmiendo en un camastro dpaja.
—¡Despierte, hermano! —exclamWat sacudiendo el hombro descarnad—. ¡Venimos de parte del señor d
Cowdray!El viejo pegó un salto. Manoteó shábito rotoso y los miró asustado.
—No he hecho nada malo —susurr
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—. No se ha dicho misa aquí. Puedeverlo por ustedes mismos, no hapapistas por acá…
—No, no… —dijo Wat compaciencia—. No somos enviados de
rey. Venimos desde Cowdray, de la cas
de sir Anthony Browne. Noquedaremos aquí unos díasTranquilízate, viejo a migo.
Ante las afirmaciones conjuntas dWat y Úrsula, el hermano Anselm sranquilizó y se llenó de gozo. Hací
meses que estaba solo en la viejabadía, y tenía una pierna lastimada pouno de los hombres que habían venido apresar a sir Anthony.
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Celia mantuvo la vista apartada demonje mientras éste continuabhablando. Lo único que le hacírecordar su reciente disgusto era ehábito, pero como era un agustino además sucio, se parecía poco
Stephen, resolvió entonces dedicarse algo práctico y procedió a arreglar lacamas y ayudó a Simkin a encender u
fuego para cocinar. Había aprendido esu niñez que no hay nada mejor que lcomida y el trabajo para olvidar lo
nfortunios. Los dos días siguientes lodedicaron a visitar Londres. Úrsulestaba tan entusiasmada como Celimientras cabalgaban desde la torr
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siniestra hasta temple bar, contemplanda su paso los palacios que se erguíaunto al thames hasta que por filegaron a westmisnter. Como buena
campesinas se quedaron boquiabiertaal contemplar la abadía, pero no pasaro
de la entrada. Úrsula se negó a asistir os servicios que se rezaban allí
Mientras estaba en Sussex habí
considerado su catolicismo como algnatural, pero al llegar a Londres se dicuenta de lo destructiva que era est
nueva religión.Por todas partes se veían ruinas dabadías, conventos, hospitales e iglesiademolidas y cuyas cuadras habían sid
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aprovechadas para construir nuevacasas de protestantes. Las callequedaban muy raras sin los numerosofrailes, monje sy sacerdotes que dordinario pululaban en ellas. Habíasido reemplazados en cambio, po
mendigos hambrientos que se instalabaen los umbrales de las casas, gimiendodesesperanzados y desamparados.
—Qué horror… —dijo Úrsula unmañana que pasaban por el strancuando una mujer harapienta lanzó u
alarido, cayó vomitando sangre y murifrente a ellas—. Nadie se ocupa de elloahora. A nadie le importa nada de loviejos, los enfermos y los pobres —
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había repartido entre los menesterosoodo el dinero que Anthony le habí
dado para sus gastos de viaje, pero ercomo tapar el cielo con una manoAgregándole además, que los precios shabían duplicado desde su últim
estadía en Londres. Naturalmente, Celia no estaba ta
mpresionada. No tenía la madure
necesaria como para comprender losufrimientos humanas en los que ella nenía parte. Pero al oír los continuo
amentos de conmiseración de Úrsulano pudo dejar de reconocer la maldaque reflejaban esas duraransformaciones. Iglesias convertida
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en canchas de tenis, el hospital de StMary que contaba con cerca ddoscientas camas había sido arrasado entre sus ruinas crecían zarzas. Lglesia de los caballeros hospitalario
había sido volada con pólvora. Po
dondequiera que miraran se veíabrillantes fragmentos de cristales dcolores y cruces rotas, apiladas una
sobre otras. —Nunca imaginé que sería así —
dijo Úrsula—. El demonio se h
apoderado de la ciudad de Londres. —Sin embargo, querida tía —nterpuso Celia cuando volvían despué
de pasear por la ciudad—, Wat dice qu
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el rey Edward está edificando uhospital nuevo y que no es indiferente abienestar de la gente humilde.
Úrsula meneó la cabeza. —Dudo que ese flacuchín pálid
pueda ayudar a su gente, ni que viv
para poder hacerlo.Estaban acercándose al puente d
Londres, de regreso a Southwark cuand
Úrsula hizo este comentario en voz alte indignada. La súbita consecuencia dello fue como un rayo.
Una mano áspera sujetó a Úrsula posu hombro, haciéndola girar sobre smontura.
Una cara sardónica y barbuda s
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aproximó a la suya. —¡Vengan conmigo! —dijo e
hombre que tenía puesto un casco dbronce y una chaqueta acolchadaironeando de la rienda—. Y usteambién, jovencita —le dijo a Celia—
Las dos! —llevaba una pica y tenía undaga en el cinturón—. La oí claramenteseñora —refunfuñó golpeando la piern
de Úrsula con el pico—. Y tendrán quresponder por ello.
—¿Oír qué? ¿Responder porqué? —
exclamó Úrsula a pesar de que scorazón latía apresuradamente—. ¡No se ocurra tocarme!
—Por traición —el guardia escupi
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en el Suelo cubierto de adoquines—. Yresponderá por ello ante el duque. Esten Dirham House por el momento —agarró las riendas de los dos caballosos hizo dar vuelta y les pegó una fuert
palmada en las ancas. El tráfico de
puente se había detenido y se cercó ellas un grupo de aprendices y amas dcasa que las miraban y murmuraban.
—¿Qué pasa, tía? —susurró Celi—. ¿Qué es lo que quiere este hombre?
Úrsula oyo algunos de lo
murmullos: —Uno de los hombres del duque…orthumberland —mientras el grupo qu
aumentaba de número, se apartaba d
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ellos, mirándolos con curiosidad peremerosos.
—¡Virgen santísima! —exclamÚrsula—. Soy lady Wouthwell y esta emi sobrina, estamos de paso en Londrerumbo al norte. Vivimos en Southwar
donde están esperándonos para comer.El guardia se encogió de hombros. —Podría ser la mismísima reina d
España por lo que a mí me importa… ¡Envocando los santos, además! M
parece que olfateo una católica ¡Veng
conmigo! —Parece que tendremos que seguir este bribón, mi querida —dio Úrsuldirigiéndose a Celia que la miraba si
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entender nada—. Ha cometido unequivocación tonta.
La muchacha asintió, sintiendo máagitación que miedo, y totalmentconfundida. Nunca había oídpronunciar la palabra traición
desconocía su significado. Pensó qudebían haber infringido algunmisteriosa ley de la ciudad; a lo mejo
no debían haber cortado las flores qucrecía junto al portón de entrada de lresidencia de una persona de alcurni
que vivía en el strand. Comprendía mubien que existían derechos sobre lpropiedad.
El soldado del duque las conduj
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nuevamente por el strand hast allegar Dirham House, cuyo patio estaba repletde postulantes y malandrines como ellascustodiados por guardias. Emayordomo del duque iba solemnementde grupo en grupo, investigando e
motivo de la presencia de cada uno. Suojos pequeños brillaron y sus labios scontrajeron cuando abordó al guardia d
Úrsula. —Buen trabajo, Carson —le oyero
decir—. Sin duda su alteza querrá qu
Charles eche un vistazo a estas dos.Esperaron otro buen rato en el patiohasta que finalmente apareció uno de loguardias de la residencia, que con mu
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mal modo les ordenó desmontar a lamujeres y luego las hizo entrar apalacio. Las condujo a lo largo de upasillo hasta la sala de audiencias, quera más grande y lujosa que cualquierde las del rey. John Dudley, qu
recientemente había sido nombradduque de Northumberland, estabsentado en un trono con dosel, sobre e
que colgaba un enorme escudo que habínventado él mismo.
La sala de audiencias estab
colmada de adulones, caballeros dreciente designación, aspirantes distintas prebendas, y varios nobles quse habían acercado sagazmente al virtua
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gobernante de Inglaterra. Un escribientsentado frente a un escritorio ubicaddebajo del estrado esperaba, pluma emano, para hacer la próxima anotaciónFueron muy pocos los que se volvieropara mirar a Úrsula y Celia cuando ésta
entraron al salón, pero el duque se pusieso y miró fijamente a las dos mujeres
El duque era un hombre feo d
alrededor de los cincuenta años quocultaba parcialmente su calvicie bajun discreto gorro con plumas y qu
estaba vestido sobriamente comcorrespondía aun exponente decalvinismo.
—Buenos días, señora —le dijo
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Úrsula, mientras le hacía señas con lmano para que se acercara. Esperó hastque terminara su reverencia y agregó—mis guardias me informan haber oídexpresiones malignas… no… traidorade parte suya.
El escribiente anotaba todafanosamente en el pergamino. Úrsula squedó tiesa y callada durante u
momento. —No recuerdo semejante cosa
alteza; los que escuchan a escondidas
os espías se equivocan frecuentemente.El duque dejó caer los párpados bajó la vista, pues sabía que esto erverdad y pensó que realmente no valí
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perder su tiempo valioso con una viudde provincia y una muchacha inmadura.
—Hizo usted comentarios adversoa la persona del rey y a su salud. Hablusted del demonio —agregó el duque—E invocó un santo.
Úrsula titubeó, decidió ignorar lprimera acusación y respondirápidamente a la última.
—Fue un desliz, alteza. Soy unmujer vieja y tuve tal sorpresa por lfalta de respeto demostrada hacia un
persona de mi rango que pude habermolvidado y haber empleado algunapalabras de la vieja religión.
Northumberland se puso tieso
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dándose cuenta perfectamente bien quella había conseguido eludirlo. La mirfijamente y de repente exclamó en voalta:
—¿Qué es esa cadena que llevalrededor del cuello? ¿Qué es lo qu
cuelga de ella que está ocultoMuéstremelo!
Las mejillas sumidas de Úrsula s
enrojecieron, sus labios temblaron. Eescribiente alzó su cabeza y varios dos caballeros que estaban conversand
se dieron vuelta para ver lo que pasabaCelia se dio cuenta por primera vez qucorrían peligro.
El duque hizo un gesto con la mano
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uno de sus guardias, el que tironeó de lcadena de Úrsula dejando al descubiertel pequeño crucifijo de marfil qucolgaba de ella.
—Ah… —dio el duque sonriendafablemente y haciendo otro gesto a
guardia. Éste se acercó a él y luego dnclinarse le entregó la cadena de oro
Le duque arrancó el crucifij
deliberadamente, lo partió en dos, sagachó para recoger los pedazos y loiró en la papelera del escribiente.
—No puede negarse que usted erealmente muy olvidadiza, señora —ldijo a Úrsula—. Olvida usted un decretdel rey y una ley de Inglaterra —
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súbitamente se dio vuelta hacia Celia—¿Y usted, jovencita, también usa esoamuletos prohibidos?
Ella meneó negativamente la cabez abrió bien grande sus ojos luminosos.
—No, señor…
El duque colgó distraídamente de srodilla la cadena de Úrsula. Se acaricia barba mientras estudiaba a l
muchacha sincera, pensó. Suntuiciones habían sido una gran ayud
para subir al poder. Faltaba poco para l
hora de comer y su estómago se lrecordaba; pensó que un buen susto serímás que suficiente para estansignificantes personas. Una semana d
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cárcel y los comentarios sediciosos desobediencia a las leyes serminarían.
—¿En qué lugar de Southwark vivesovencita? —siguió dirigiéndose a Celi
porque la mujer mayor estaba enojada
empacada. Carson le había informadque vivían en Southwark, un suburbimodesto y su pregunta fue purament
formal. —En casa de sir Anthony Browne
en la vieja abadía de St. Mary Overies
alteza —musitó Celia—. Pero estamode paso. Cenismo de Cowdray.Las aletas de la nariz del duque s
ensancharon ¡Cowdray! Ese reconocid
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nido de católicos, si bien no habíarecibido ningún informe que lcorroborara después de la visita del reySe había opuesto a que Edward sdetuviera allí, pero luego permitió quel rey lo convenciera. Si lograb
conseguir el apoyo de Anthony Brownee sería de un gran valor en el futuro
Browne era un factor dudoso. Tení
buen carácter, era rico, algo tonto, un ecatólico, por supuesto, pero que podríconvertirse como tantos otros. Le duqu
miró más allá de Celia, hacia la puertmás alejada. —¡Milord Clinton! —el duque llam
en voz alta a un noble gordo y alg
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canoso que acababa de entrar al salón.Clinton se acercó al duque y s
detuvo asombrado al ver a las domujeres.
—Ajá —dio el duque observándol—. ¿Las conoce? Dicen que vienen d
Cowdray. —Recuerdo haberlas visto allí —
dijo Clinton perplejo. Había cruzad
unos cuantos saludos con lady Úrsula ea mesa y por supuesto que habí
admirado a Celia, como lo hubier
hecho cualquier otro hombre—. ¿Qusucede? ¿Tienen algún problema? —Tal vez… —respondió el duqu
entamente—. La mujer vieja es católic
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fue sorprendida hablando mundiscretamente sobre el rey. A lo mejo
está un poco reblandecida y la dejaré isi usted responde por ella.
El duque actuaba cautelosamenteHacía muy poco que había conseguid
que Clinton se contara entre supartidarios. Clinton estaba terriblementenamorado y lo proclamaba a vos e
cuello, de la madrastra de AnthonBrowne, con la que se casaría la semanpróxima en lincoln shire. Le primer lor
del almirantazgo no era una persona coa que convenía estar en malarelaciones.
—¡Bah! —dijo Clinton—. Tonterías
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orthumberland, está perdiendo eiempo con ellas, hay asuntos mámportantes… ¿Cuándo piensa reunirs
con el rey en Salisbury? —Dentro de una semana —
respondió el duque—. Pero Cheke est
ahora con él y yo tengo mucho que haceaquí.
—Ya lo veo —dijo Clinton co
mpaciencia—, tiene mucho que hace—agregó encogiéndose de hombrodando a entender lo exagerado que l
parecía la detención de las mujeres.Pero el duque, prudente comsiempre, sospechó algo distinto.
—¿Volverán en seguida a Cowdray
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—le preguntó a Celia, que se sonrojópercatándose que existían tensioneocultas. Pero no podia negarse contestar a la pregunta ni veía razóalguna para no hacerlo.
—En seguida no —balbuceó—. No
dirigimos rumbo al norte. —¿A qué lugar del norte…? —
preguntó el duque y esper
acariciándose la barba. —Al castillo de los Dacre d
Cumberland —¡Eso sí que era un
sorpresa! Acababa de regresar dBerwick donde había conferenciado coord Dacre. Dacre era el señor feudal das tierras que lindaban con la frontera
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Su poderío era de una importancia vitapara defender las fronteras. Era tambiéun católico recalcitrante, pero porazones prácticas era conveniente cerraos ojos a las diferencias religiosas coos aliados de las salvajes tierras de
norte, donde lo único importante era epoderío militar.
—Algunos de los Dacre de Gilslan
estaban en Cowdray durante su visitdel rey —interpuso Clinton—, y lcayeron en gracia su majestad. Basta d
onterías, John Dudley… las campanade saint Paul están dando las cuatro…Se ha vuelto usted tan chinche como un
vieja solterona!
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Los párpados bajos ocultaron lodestellos de furia de los ojos del duque
o le gustaba que lo llamaran por snombre de pila; no le gustaron loérminos de Clinton, y éste tendrí
ocasión de arrepentirse más adelante
o obstante, accedió, pero hizo unúltima y sutil pregunta.
—¿Piensan pasar por casualidad po
Hunsdon en su camino al norteovencita? —miró a la cara de l
muchacha y luego a la mujer madura
sólo encontró un auténtico asombro eambas. —¿Qué es Hunsdon, alteza? —
preguntó Celia—. Nunca he salido hast
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ahora de Midhurst, y no sé dónde nodetendremos durante el viaje.
—Usted, señora… —dio finalmentdirigiéndose a Úrsula—. ¿Sabe ustequién vive en Hunsdon?
—No, alteza —dijo con tod
sinceridad Úrsula—. No lo sé. —Me parece que ya tenemo
bastantes líos para inventar otros más —
dijo Clinton lanzando una risotada palmeando al duque en el brazo—Termine de una vez!
El duque asintió. —Pueden retirarse, señora… —diarrojándole la cadena—, pero cuide sengua en el futuro, fíjese en lo
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amuletos que usa y no obedezca aperverso obispo de roma a menos ququiera terminar entre rejas, como lhubiera pasado hoy de no haber sidporque lord Clinton quiso interceder poustedes.
Celia dejó escapar un sonidentrecortado y se prendió de la mano dÚrsula.
—Entre rejas… —hicierorespectivamente una reverencisilenciosa y salieron de la sala d
audiencia bajo la mirada curiosa dodos los presentes. Un paje las condujhasta el patio. Montaron en sus caballo volvieron a pasar por el strand rumb
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al puente de Londres. No hablaron hastque llegaron a su alojamiento en la eabadía de Southwark.
Wat Farrier las esperabansiosamente.
—Empecé a temer por ustedes
debieron haberse hecho acompañar poSimkin, no es aconsejable deambulasolas por las calles de Londres, podría
haber tenido problemas. —Y los tuvimos —dijo Celi
desplomándose sobre un banco—. Oh
Wat… —se agarró las manofuertemente y empezó a llorar como unniña asustada.
Wat se quedó mirándola y lueg
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volvió su mirada a lady Úrsula questaba pálida y demacrada. El hermanAnselm de cuclillas junto al fuegorevolvía un guiso de conejo. Simkiestaba disponiendo los cuchillos, plato jarros de metal sobre la mesa de roble
—Vamos, vamos, muchacha —dijWat rodeando los hombros de Celia cosu brazo—. ¿Qué te sucede, qué le
pasó? —Comeremos primero —dij
Úrsula— y luego le contaré todo —
había pasado ya la edad en que se llorfácilmente, y no podía reconfortarse da forma en que lo hacía Celia, pero su
manos temblaban mientras se esforzab
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por comer y luchó denodadamentcontra el pánico que no había sentiddurante la dura prueba que habíapasado.
Cuando finalmene le contaron lhistoria a Wat, éste se desesperó much
más que las mujeres, ya que estaba aanto de muchas cosas que ellagnoraban.
Wat sacó en limpio que el mayodisgusto de Úrsula era que el duquhubiera roto su crucifijo y que la hubier
ratado con una total falta de respetocomo si fuera una cualquiera. CuandCelia se recuperó, comenzó a pensar eel episodio como si se tratara de un
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nueva aventura. —Ese duque —dijo— no parecí
realmente temible, dijo que podíhabernos metido «entre rejas» perestoy seguro que no lo pensaba.
—Vaya si lo pensaba —dijo Wa
enfurruñado—. Fleet, Kingʼs bench Marshalsea, a cualquiera de esougares las habría mandado de no se
por lord Clinton. —Bueno, pero no nos mandó —dij
Celia—, en qué palacio tan lindo viv
ese hombrecito tan feo, qué tapiceríasqué dorados, alfombras y cristales. Emucho más grande que Cowdray. Wat…¿Dónde queda Hunsdon?
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—¿Hunsdon? —repitió Waalarmado—. ¿Se mencionó en algúmomento a Hunsdon?
—En efecto —dio Úrsulempujando hacia atrás su plato—. Salteza nos preguntó si pensábamos para
en Hunsdon durante nuestro viaje anorte. Nunca oí nombrar ese lugar.
Wat suspiró. A pesar de la visit
real, que había sido solamente un brev brillante interludio en el que casi nomaron parte estas dos mujeres, amba
vivían en Cowdray en tal inocencia y tarecluidas como si estuvieran en uconvento. Su ignorancia se estabvolviendo evidentemente peligrosa par
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ellas mismas y para los intereses de samo. Se secó la boca con su manga dcuero y con voz firme dijo:
—La señora Mary está en HunsdonQueda en hertiordshire y es el sitipreferido de ella haremos una etapa all
durante nuestro viaje.Úrsula tragó. —¿La princesa Mary? —pregunt
con incredulidad.Wat meneó la cabeza. —Mejor será que recuerde que y
no se llama así, o de lo contrariacabaremos todos en la horca, milady.Úrsula no habría tolerado semejant
observación esa misma mañana, pero e
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cambio ahora se limitó a decir: —¿Qué tenemos que ver con l
señora Mary?Wat titubeó. Dirigió una mirada a
monje que estaba refregando un pedazde pan por la cacerola y miró luego a s
hijo que estaba contemplando a Celiotalmente embobado, mientras la joven
haciendo caso omiso del muchacho
esperaba atentamente su respuesta. —Entregar un mensaje de si
Anthony —dijo Wat escuetamente—. E
muy natural que pasemos a saludarlaTodavía sigue siendo la heredera derono.
—¿Todavía? —exclamó Úrsul
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dando un respingo—. No cabe la menoduda de ello. Estaba escrito en eestamento del rey. Todo el mundo l
sabe. —Ah… —dio Wat—, una cosa e
saberlo y otra que se cumpla.
—La señora Mary es una fervientcatólica.
—Y la princesa Elizabeth no lo es…
—dijo Úrsula frunciendo el ceño. —La señora Elizabeth no lo es
ndiscutiblemente es una pobre persona
ímida, vestida con trajes oscurosdesmayándose permanentemente quejándose siempre de jaquecas, nsería capaz de matar una mosca. No m
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animaría a expresarme de esta forma sno fuera que el rey está ahora disgustadcon sus dos hermanas. No quiere nverlas.
—No obstante —dijo Úrsulansiosamente—, no puede modificar e
estamento de su padre. —Un rey puede hacer lo que le de l
gana —Wat se pasó la lengua por lo
abios y dijo que quizás esa tardpodrían asistir a una función en la quomaba parte un so y así distraerse u
poco de los acontecimientos del díenía tanta noción de la conspiración questaba en marcha, como la tenía siAnthony, que apenas le había insinuad
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algo. Pero los rumores corren en secreta gran velocidad. Los sirvientes sabíamucho más de lo que se imaginaban supatrones, y durante la visita del rey, Wahabía bebido unas cuantas copas con evalet de lord Clinton. Este sujeto le di
a entender que el duque dorthumberland tenía unas ambicione
erroríficas. Aunque nadie sabía mu
bien de qué podría tratarse. —Puedes llevar a la señorita Celia
ver el oso —dijo Úrsula—. Yo prefier
quedarme tranquila. Cuídala bien. —¿Se quedará usted aquí? —preguntó Wat con gran satisfacción—Me parece bien que descanse, señor
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partiremos rumbo a Hunsdon aamanecer.
Úrsula asintió distraídamenteQuería estar sola. Sacó de su bolsito lcadena de oro y se quedó mirando largolla rota de la que había colgado e
crucifijo.Sus ojos se llenaron de lágrimas
parpadeó rápidamente y comenzó
caminar de una a otra punta por el pisde piedra, sin saber qué hacer. Sintiunas ansias por tener alguien que l
aconsejara, por ver a un sacerdote, perno sabía dónde podía encontrar unosintió la necesidad de poder ir a un lugasagrado y volver a ver los símbolos ta
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caros a ella, que habían sido siemprmotivo de su devoción e inspiraciónMiró por la ventana a las cuatro agujde St. Saviour, se puso socapa, bajó apatio principal y entró a la iglesia.
Se quedó absorta al ver la desnude
del templo. No quedaba absolutamentnada, ninguna imagen, ningún altar, ni ubanco dónde sentarse. Los pasos d
Úrsula resonaban en la nave vacía. Sarrodilló en el presbiterio, sacó erosario que su madre le había regalad
para su primera comunión, pero antes dempezar a recitar el primer avemaríamiró rápidamente a su alrededor parver si alguien la estaba mirando
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Comenzó sus oraciones tratando drecuperar un poco de confianza, cosque no había hecho nunca antes. Pero nuvo éxito. De repente oyó un portazo
Pegó un salto y guardó el rosario en sbolsito. El mundo se ha vuelto loco
pensó. Soy una mujer muy vieja y no squé hacer .
Se paró, advirtiendo con sorpresa l
ágil que era todavía y salió de la iglesisin haber encontrado consuelo.
El sol se estaba poniendo. Camin
costeando el río sin que nadie lmolestara. Se internó por malolientecallejones hasta llegar a borough higstreet y de allí rumbeó otra vez hacia e
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río. De repente se vio impedida davanzar por una caravana de mulas quvenían del sur cargadas comercaderías. Se recostó contra unpared yoyó que la llamaban por snombre. Pero estaba tan abstraída qu
no prestó atención, pensando que habíconfundido su nombre con los gritos quproferían constantemente lo
vendedores.Dio un respingo al sentir una man
sobre su brazo y al oír la misma voz qu
repetía: —¡Lady Wouthwell! —Úrsulvolvió la cabeza y se encontró con emaestro Julian que la miraba sonriendo.
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—Su asombro no será mayor que emío —dio riendo al ver su expresión—Mire que encontrarnos en Southwark!
Pasado el primer momento dsorpresa, Úrsula sintió un gran placer un misterioso alivio. Su cara se iluminó
—¡Qué feliz encuentro! —exclamomándole la mano—. ¡Estaba ta
afligida!
—Me apena el oírlo —dijo Juliadivertido y un poco emocionado por scaluroso saludo. Sabía distinguir u
chispazo de amor en los ojos de unmujer y era suficientemente vivo compara despreciarlo, cualquiera que fuersu origen. Además, sentía cariño po
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Úrsula, y tuvo una agradable sorprescon este inesperado encuentro.
Caminaron juntos hasta la antiguabadía. Entraron al patio del claustro, ssentaron en uno de los bancos y Úrsule contó lo que les había sucedido es
mañana. Julian se dio cuenta que lo quperturbaba a esta buena mujer no eranto el susto por las amenazas d
orthumberland, como una sensaciónueva e inquietante al comprobar ederrumbe de valores que ell
consideraba fundamentales. Julian se dicuenta que era la primera vez quÚrsula, cuya vida había transcurridapaciblemente, se encontraba frente
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frente con la crueldad. —Y esa pobre iglesia —dij
gesticulando—, st, Mary Overies, mniego a pronunciar su nuevo nombre…lque le han hecho…¿Por qué Dionuestro señor y la virgen no defendiero
o que les pertenece? —Uno se pregunta… —dijo Julian
un poco para sí mismo—. Sin embargo
el mal triunfa a menudo en el curso de lhistoria. O lo que nosotros llamamos emal ¿Cómo estar seguros?
Ella se quedó mirándolo fijamente. —¿No estar seguros de lo que es emal? está bromeando, maestro Julian! Oel fétido aliento del demonio lo est
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corrompiendo también a usted en estmaldita ciudad.
Julian se encogió de hombros —quizás, nunca lo he visto, pero es verdaque tampoco he visto a un ángel —suojos grises pestañearon y Úrsula l
dirigió una tímida sonrisa antes dsumergirse nuevamente en supreocupaciones.
—¿Cree usted que encontraremonuevos peligros en nuestro viaje? Tengun poco de miedo de nuestra etapa e
Hunsdon para ver a la princesa Mary¿Por qué no me habrá prevenido siAnthony? Y ese hombre, el duque…sentado en su trono como una enorm
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araña tejiendo su tela. —Da vero… —asintió Julian
pensando por primera vez que samistad con Úrsula podía ser perjudiciapara él. No era aconsejable tener amigocatólicos.
Julian se levantó y agarró su maletín —Bueno, querida señora —dij
cariñosamente—. Debo volver a casa
a Alison. ¡Que tenga muy buen viaje!Úrsula se sobresaltó. —¡No me diga que se va! —su grit
fue tan lastimero que Julian le tomó lmano y se la besó con un gestípicamente cortesano.
—Lo siento, pero no tengo má
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remedio. Por lo menos… —agregsonriendo—, consiguió apartar a lpequeña Celia del enredo que tantemía en Cowdray. Eso ya est
solucionado. —Así es —dijo Úrsula tragando—
Y a mi pequeña Celia le espera un futurbrillante. Usted lo dijo… ¡Shoróscopo, sus manos!
Julian se inclinó disimulando enfríestremecimiento. Había visto otracosas en el futuro de Celia, pero nad
podía darse or sentado en los turbiodominios de lo profético, y últimamentse había negado a explorarlos.
—¡Maestro Julian! —exclam
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Úrsula involuntariamente—. ¿Se casarusted con su amante? ¿Con Alison? —sus mejillas sumidas se arrebataron.
—¡Per bacco, no! —Julian estabndignado—. ¡Casarse un Ridolfi d
Piazza con la hija de un barbero! ¡M
está insultando, señora!Úrsula se sonrojó más todavía, per
sus ojos reflejaron cierto alivio.
—Lo siento, maestro, estoy segurque podrá conseguir un partido mejor so desea.
Su ceño se distendió y la mircariñosamente, dándose cuenta mejoque ella, del entusiasmo que sentía poél. Si hubiera sido rica, si hubiera tenid
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una posición encumbrada, los diez o máaños de diferencia no lo habríadetenido. Era sana, lo quería, y ademásde noche todos los gatos son pardosPero en las actuales circunstancias simitó a inclinarse y decirle:
—Adiós lady Wouthwell, con todseguridad volveremos a vernos cuandregresen —salió del claustro y se olvid
de Úrsula no bien puso un pie en HigStrett.
Úrsula se quedó sentada en e
claustro, sintiéndose más perdida quantes de encontrar a Julian; suspirresignada y subió al otro piso paresperar allí a Celia.
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Úrsula y sus acompañantes llegaroa Hunsdon el día siguiente por la tardeestaban empapados por la lluvia hambrientos pero tuvieron que esperaun buen rato hasta que les permitieroentrar a la gran mansión de ladrillos
Las visitas desconocidas eran pocfrecuentes y siempre despertabaangustiosas sospechas. El guardia lo
dejó esperando junto al portón mientraél corría a consultar con alguien dmayor autoridad.
Finalmente apareció sir Thomawharton, el mayordomo de la princesMary.
—Deben explicarme a mí qué es l
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que buscan —dijo dirigiéndose a Úrsulque supuso que debería ser el personajmás importante de la comitiva por sporte y su vestido—. Su alteza real no ssiente bien y no debe ser importunadpor postulantes.
Wat dio un paso adelante ocn gradeterminación.
—Venimos de Cowdray, señor. So
portador de un mensaje de sir AnthonBrowne que desea que se entregupersonalmente.
Wharton frunció el ceño al advertiel blasón con la cabeza de ciervo. Nestaba muy seguro del catolicismo de siAnthony después de la visita real
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estaba al tanto del compromiso entre smadrastra y lord Clinton, reconocidpartidario del duque.
—Entrégueme a mí el mensaje, buehombre… —dijo sir Thomas—. Si mparece conveniente me encargaré qu
legue a destino.Wat lo miró severamente. —El mensaje está grabado en m
cabeza, mi amo quiere que lo entregupersonalmente.
—De ningún modo —respondió si
Thomas irritado por el tono del lacay— ya le dije que su alteza no se sientbien. Puedes retirarte… —le hizo unseña al guardia, pero luego se qued
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sorprendido e inmóvil como los demásal oír una voz profunda, casi masculinaque lo llamaba desde una de laventanas del otro lado del patio.
—¿Qué sucede, sir Thomas? ¿Quiées?
Miraron hacia arriba y vieron unmujer que asomaba por la ventana scabeza cubierta por una cofia cuajada d
piedras preciosas. —¡Hágalos pasar! —exclamó l
voz.
Wharton gesticuló exasperado, perno se animó a desobedecer.Cuando entraron al salón vieron a l
princesa Mary parada frente a l
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chimenea esperándolos.Qué pequeña es la princesa, pens
Celia mientras imitaba la reverencia dÚrsula, pequeña y delgada por más questé cubierta de alhajas y vestida dbrocato dorado. Nadie la miraría do
veces si estuviera vestida con usencillo traje de lana. Su pelo, quantes era rubio y brillante, estaba opac
seco como paja. Su boca de labiofinos tenía una expresión de obstinaciónSus ojos hundidos reflejaban dolor.
A pesar de que Mary tenía solamentreinta y cinco años, a Celia le parecivieja e insignificante. Consideraba quesa visita era desagradablement
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molesta, ya que tenía frío y hambre, y nsentía mucha curiosidad por el mensajmisterioso. Se quedó a un lado y de puraburrida se puso a contar los cristalede las ventanas, mientras Marnterrogaba a wharton con su voz dura
profunda. Wat esperaba agitado, pero sguardó muy bien de hablar. Úrsuladvirtió que la aguda cara de la princes
reflejaba cada vez más sospechascomprendió que prevalecería ldecisión de wharton y que lo
despacharían a todos otra vez fueraPero justo en ese momento descubrió ecrucifijo de oro que colgaba en el pechchato de Mary junto con otras joyas.
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Úrsula metió la mano en su bolso sacó su modesto rosario. Esperó hastque Mary advirtió su gesto y entoncebesó reverentemente la cruz de plata.
La princesa dio un respingo, su carse transfiguró y sus labios finos y tenso
se aflojaron en una sonrisasombrosamente afable.
—Ah-h… bueno… —murmur
ocando su crucifijo—. Bienvenidos Hunsdon —dijo—, en nombre dnuestro señor.
Impartió diversas órdenes al madispuesto wharton y decidió que ladWouthwell compartiría su mesa.
—Usted me contará cómo estaba m
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hermano el rey en Cowdray, ladWouthwell. Qué aspecto tenía y qucosas contaba, hace mucho tiempo quno lo veo y ya no podemos conversar solas. Antes me quería —agregó en vobaja—. ¡Virgen santísima, no es posibl
que ahora me odie!Y así fue como todos fuero
nvitados a pasar la noche en Hunsdon.
Mary se había resignado a essemiexilio, a ser dócil y tener pacienciaPero no había transigido con una cosa
Se negaba a alterar su religión, lreligión de su madre, y quería tener sconfesor y su misa. Para poder obteneesto contra la oposición de Edward y s
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consejo, había invocado a su primo, eemperador Carlos, cuyas amenazas duna intervención armada habíaprotegido hasta entonces a Mary. Percansado del mundo y de las guerras, se había pasado ya el entusiasmo po
defender a una mujer madura, sin amigo que probablemente no viviría par
ascender al trono de Inglaterra.
Mary estaba obligada ahora celebrar la misa en secreto; quería a shermano y estaba convencida que su
nuevas veleidades religiosas se lpasarían no bien fuera un poco mayorde lo que se convenció más aún al oíos cuentos de Úrsula sobre la visit
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real a Cowdray. Le pareció lamentablpero comprendió que fuera necesariencerrar al monje benedictino desnudar la capilla en deferencia a loactuales caprichos de Edward.
Las dos damas prosiguieron con s
conversación, comentandescandalizadas todos los últimoacontecimientos, mientras Celi
guardaba silencio en el otro extremo da mesa, añorando la deliciosa comid
de Cowdray.
Cuando terminaron de comer, Marrecordó a Wat Farrier y su insistencipor transmitirle un mensaje. De laconfidencias de Úrsula había sacado e
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claro que Anthony Browne era aúdigno de confianza y quiso satisfacer scuriosidad.
Se retiró por lo tanto a su salóprivado y mandó llamar a Wat.
—En efecto —respondió Mary d
buen modo pero cansada—. ¿Cuál es emensaje que tienes que transmitirme¿Te han dado bien de comer?
Él asintió. —Gracias, alteza… —y guard
silencio durante un moment
estudiándola disimuladamente.Sacó de un bolsillo interior de schaqueta un anillo de oro con un sello.
—Es éste, alteza… y le ruego que l
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mire cuidadosamente.Mary agarró el anillo y vio que tení
grabada una cabeza de ciervo rodeadpor el lema: «suivez raison», gastadpor el uso.
—Bien… —dijo—. ¿Y qué deb
hacer con él? —¿Lo reconocerá si lo vuelve
ver? —preguntó Wat ansiosamente.
Ella asintió frunciendo el ceño. —Si lo llega a ver otra vez, se
quien sea el que se lo entregue —di
Wat gravemente—, debe tener cuidadde todo lo que haya oído. De cualquientimidación.
Ella pareció más preocupad
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odavía. —Hablas muy confusamente, m
buen amigo. ¿Será posible que emensaje sea tan ininteligible? ¿Quntimidación?
Wat no sabía, sir Anthony le habí
hecho aprender de memoria solamentesas palabras.
—No me gusta —dijo ella sintiend
un chispazo de ira—. Supongo ququiere ser una advertencia, y bientencionada espero. ¿Sir Anthony te l
dio personalmente?Wat permaneció en silenciorecordando las palabras de su amo«muéstrale el anillo a su alteza, pero n
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digas una palabra que no sea las que tencargué que repitieras».
—¿Puedo irme, alteza? —preguntWat—. Me espera una buena cabalgatesta noche.
Mary se mordió los labios
fastidiada, comprendiendo que ehombre no diría nada más.
—¿Cómo? —dijo sorprendida—
No pensarán partir para Cumberlanahora!
Él meneó la cabeza.
—Voy a Londres, alteza. Mañanvendré a buscar a mis damas.Extendió respetuosamente la man
para que le devolviera el anillo. Mar
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se lo entregó, impresionada comsiempre le sucedía, con la fuerza viril a obstinación, así se tratara de u
sirviente. Sintió nuevamente un fuertdolor de cabeza y perdió todo interés eel episodio, en lady Wouthwell yen s
bonita sobrina.Wat regresó al día siguiente luego d
haber entregado el anillo a un joyero d
Lonbard street de acuerdo con lanstrucciones de sir Anthony.
La comitiva de Cowdray partió
mediodía rumbo al norte, sin quninguno de ellos tuviera la menopremonición de que volverían a ver otrvez a Mary.
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Hasta la misma Úrsula, que lo habípasado tan bien conversando con ella lnoche anterior, consideraba a lprincesa como una nulidad que acabarísu días recluida y abandonada, pasandristemente de uno a otro de sus rústico
castillos.
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Capítulo 8
Cuando llegaron a Cumberland, diedías después, el hartazgo de Úrsula poel viaje era solamente comparable a
entusiasmo de Celia. Ninguna de ellamaginó en qué mundo tan distinto snternarían gradualmente después d
cruzar el río trent. Los páramocubiertos de arbustos rojizos, lohelechos color púrpura y ahora lamontañas rocosas y flamígeras, lalenaron de asombro. Pero Úrsula tení
solamente conciencia de la soledad quas rodeaba, luego de haber andad
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kilómetros y kilómetros sin ver ningúser humano ni siquiera la choza de upastor. Las pocas casas que vieron eragrises y poco tentadoras. Se habíaacabado las posadas lujosas, y todo lque se podía conseguir era un cuarto e
el altillo de una granja y pagándolo precio de oro el idioma se volvininteligible, la comida diferente. El pa
había sido reemplazado por unagalletas secas, y la carne por entrañas vísceras; en lugar de cerveza tenían qu
contentarse con beber agua o un líquidblanco tan fuerte que les quemaba lgarganta.
Úrsula se sintió más deprimida aú
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cuando llegaron a ulswater y divisó lamontañas áridas y sombrías y el oscur sinuoso lago marrón. Eran pocos lo
sureños a los que podía gustarle uparaje tan austero. Era demasiadprimitivo, demasiado grotesca, y su
sentidos no descubrieron ningunbelleza romántica en ese paisaje agreste
—Creo que no deberíamos habe
venido… —dijo Úrsula expresando poprimera vez su disgusto.
—¡Yo no pienso así, tía! —exclam
Celia—. ¡Nunca imaginé que existierun lugar semejante! Miserioso, vasto…Se puede respirar bien hondo… —y aso hizo y con gran entusiasmo, aunque n
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ograba entender una sensación dalegría mezclada con temor quembargaba su corazón, como si tratarde estar a la par de las montañaoscuras, de los escarpados peñascogrises y las manchas anaranjadas de lo
helechos.Úrsula suspiró. Su plan para escapa
e parecía ahora tan estúpido como su
razones.Cowdray y el monje benedictino s
habían encogido con la distancia. Qu
mujer tonta soy, pensó mirando el lag luego el cielo que estaba cubierto pounas espesas nubes.
Siguieron avanzando entre la
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montañas áridas, atravesando infinidade arroyos, costeando precipiciospasando por lugares inhóspitos sufriendo penurias por el frío y laluvias a los que se agregaba un
alimentación deficiente.
Las pocas personas con las que sencontraron se mostraron decididamenthostiles, rehusando indicarles el camin
les negaron alojamiento.Finalmente, después de varios día
de angustia, llegaron a Brampton, un
ciudad edificada con unas piedras tacoloradas como el toro que adornaba eestandarte de los Dacre y que ondeabsobre el ayuntamiento.
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Dos kilómetros después dBrampton divisaron por fin el castillo d
aworth, rodeado de un tupido bosquunto a las márgenes del río rthing.
—No es más que una típica fortalezde la frontera —dijo Wa
despreciativamente, contemplando ecastillo que parecía más chico que otroque habían visto durante el viaje.
Úrsula sintió que el alma se le iba os pies. Pensó en la lujosa elegancia d
Cowdray, su infinidad de ventana
relucientes, sus molduras, sus rinconeconfortables y su propia habitación cosu alfombra turca y la mullida cama. Ldolían los huesos y comenzó a tiritar
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mientras esperaba que Wat golpeara a lpuerta cerrada con grandes trancas.qué pasará si no nos quieren dejaentrar , pensó Úrsula.
Celia miró ansiosamente a su tía questaba castañeteando los dientes y su
pensamientos volaron también Cowdray. Parecía tna distante y alejadoPero no se permitió recordar a sain
Annʼs hill y su pasado.Wat se cercó a ellas sonriendo
Detrás de él se aproximaba un
muchacha alta vestida con un trajrústico, que agitba los brazos mientrase acercaba a ellas.
—Bienvenidas, bienvenidas, mi
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queridas amigas. ¡Qué viaje terrible!Era Magdalen. Echó un vistazo a
astimoso grupo, le dio un beso a Celia ayudó a desmontar a lady Úrsula.
Lady Dacre salió también recibirlos.
Durante las horas siguientes, laenérgicas representantes del sexfemenino de la familia Dacre se hiciero
cargo de las agotadas viajeras. Úrsulfue obligada a meterse en cama previngestión de un reconfortante whisky
Celia se ubicó en un banquito junto a lchimenea del salón. Wat y Simkidesaparecieron en el sector destinado os sirvientes. Los caballos fuero
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levados a las caballerizas de piedrcontiguas a la vivienda. Esos establoestaban vacíos por el momento, leexplicó Magdalen, pues sus caballoestaban en la frontera luchando contros escoceses. Todos sus hermanos
agregó Magdalen, formaban parte de lexpedición, pero no así su padre lorWilliam, que además de sufrir de gota
era el castellano de las westermarches, además de ser el gobernadode carlisle, por lo que juzgab
conveniente quedarse en sus dominiomomentáneamente. —Pero mis hermanos volverá
mañana o pasado —dijo Magdale
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riendo—. Leonard estará muy contentde verte otra vez, querida —besnuevamente a Celia y agregó—: todos lestamos, no lo dudes. ¡Pero Leonard máque cualquier otro!
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Capítulo 9
Quince días después, Celia ansiabvolverse y por supuesto, no tenía mediopara poder hacerlo. Wat volvió al sur a
día siguiente deberlas depositado sana salvas en Naworth. Dejó a Simkin
cargo de los caballos de Cowdray, per
Celia no tuvo ocasión de verlo.Los Dacre regresaron de sncursión a la frontera escocesa
Trajeron con ellos varias vacas lechera un buey, los que fueron enviados
kirkoswald, otro de sus castillos, sipérdida de tiempo. A juzgar por la
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sonoras carcajadas que se oían en esalón durante la comida, Celicomprendió que el robo de la haciendescocesa era considerado como unhazaña. Como así también la derrota dos Maxwell, que habían sido obligado
a retirarse a su castillo de liddesdale.Si bien había muerto en l
escaramuza un par de hombres de lo
Dacre, los Maxwell habían perdidsiete por lo menos, y ahora smantendrían tranquilos hasta qu
erminara el invierno.El joven sir Thomas le relató a spadre con gran entusiasmo lopormenores del incidente, mientras lo
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hombres brindaban con whiskigeramente aguado y el gaitero de lo
Dacre resoplaba melodías triunfalesparado junto a la puerta.
—Los Smaxwell temblaban dmiedo cuando cargamos contra ellos e
bewcastle —exclamó Tom, enarbolandel estandarte rojo de los Dacreadornado con tres conchas de plata—
Un Dacre! ¡Un Dacre! ¡Un toro rojoUn toro rojo! —lanzó su grito de guerr
que fue coreado con entusiasmo por s
padre y hermanos.Celia se encogió al oír gritaambién a Magdalen que estaba sentad
a su lado. Los Dacre eran tan grandotes
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an ruidosos, tan numerosos. Tom Leonard tenían cuatro hermanomenores. Todos eran pelirrojos apestaban a sudor, bosta y whisky. Esalón no era muy grande y Celia, questaba acostumbrada a las chimeneas, s
sentía ahogada por le humo del grafogón encendido en el medio del cuartouna variada mezcolanza de perros qu
adraban y se arrebataban los huesos ques tiraban en la paja sucia, contribuía
a aumentar su confusión.
Estaba deseando volverse peremía herir a Magdalen. La ruidoscelebración se tranquilizó a medida quos Dacre se emborrachaban; y entonce
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fue cuando Celia reparó en uno de lohermanos que parecía distinto de lodemás. Su pelo era rojo, pero máoscuro y menos ondeado; era máesbelto y era el único de la familia aque podría haberse llamado lánguido.
—¿Y ése cuál es? —le susurró Celia Magdalen—. ¿Por qué se mantienalejado?
La muchacha miró al otro extremo da mesa.
—Ah, él —dio riendo. Los otro
están tratando de hacerlo mas duro. Eun poco demasiado el niño bonito. Perapenas tiene dieciocho años, yaprenderá. Leonard no te ha vist
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odavía —agregó consolándola—. Estmuy alborotado por la bebida y la luchaEspera hasta mañana.
Celia miró esperanzadamente Leonard tratando de imaginarse como umarido. Magdalen había dejado entende
claramente que estaba considerando esposibilidad. Celia tampoco ignoraba laesperanza de Úrsula y comprendió qu
debía sentirse halagada por ello. Le hijsegundo, que además posiblementheredaría parte de la fortuna de lo
Dacre, era un partido magnífico para unhuérfana sin un centavo. Celia habíconocido bastante el mundo de uiempo a esta parte como para dars
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cuenta que sus inclinaciones no contabaen absoluto para un futuro casamiento.
Leonard era grande, tosco, rudoTenía un hombro ligeramente torcidpero eso no interesaba. No hay ningúotro para mí , pensó Celia. Tenía mucha
perspectivas de quedarse solterona; udolor oculto y profundo conmovió specho.
Pero cuando Leonard comenzó prestarle atención el día siguiente, Celise sintió encoger. La manoseaba, l
pellizcaba el trasero, la llamaba smuchacha, pero no pronunciaba ni unsola palabra de amor. Celia se sintiperseguida y comenzó a eludirlo, lo qu
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resultaba bastante difícil en ese castillpequeño.
Con el correr de los días se vinieroabajo sus románticas y esperanzadalusiones respecto a Leonard. Y s
desilusión se vio aumentada por un
advertencia de Úrsula. —Yo pensé que sería un bue
partido para ti, mi querida —le dij
Úrsula—, no puedo negarlo. Pero ahormucho me temo que lo único que lnteresa es tu virginidad. Debe
conservarla a toda costa. Eso y tbelleza constituyen tu única dote. No tquedas a solas con Leonard, no importo que te prometa. Me gustaría —agreg
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suspirando— no haberte hecho veniaquí. Ten cuidado también con siThomas. Tiene una mirada lasciva estoy por creer que su pobre mujeencerrada en el castillo de Dacre no ean loca como dicen.
Una noche cuando estaban todos loDacre reunidos en el salón junto counos viajeros que venían del norte
Celia se instaló en un taburete próximo a escalera circular de piedra.
—Ven afuera, muchacha —le dij
Leonard—, es un anoche bastantemplada considerando que estamos eoctubre. Caminemos un poco antes quoscurezca del todo —no quiero —
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respondió ella—. Me quedaré aquí coos demás.
Estaba cansadaza de Leonard y teníganas de acostarse, pero las reglas deducación no le permitían hacerlo siprevenir antes a Magdalen. Alzó la vist
se encontró con los cuatro animales dmadera, chabacanamente pintarrajeadoque estaban suspendidos de una
ménsulas encima de la mesa principaLas efigies eran del tamaño de uhombre y bastante cómicas; un tor
colorado, un grifo, un pescado y unoveja ¡Qué zoológico!, pensó Celiaaunque sabía que representaban loanimales heráldicos de la familia y qu
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frecuentemente los llevaban en suuchas. Desde el ángulo donde estab
ubicada, le daba la impresión questaban mirándola y que la oveja y epescado intercambiaban una mirada hurtadillas.
Celia se olvidó por completo dLeonard y lanzó una repentina carcajada
El joven dio un respingo. Su cara s
puso tan colorada como su pelo. —¡Por dios! —exclamó—. ¡T
animas a reírte de mí! ¡Ya te enseñaré
no hacerte la mosquita muerta!La agarró de la cintura y la levanten vilo. Como ella trató de defendersee agarró las muñecas con una mano
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metió la otra por el escote, rasgando sbata de terciopelo azul y retorciéndolsu pecho derecho con tal fuerza que ellanzó un grito, tras lo cual le soltó e
pecho y le torció el cuello, obligándola dar vuelta la cabeza hasta que pud
darle un mordisco salvaje en la boca. —¡Basta, len! —Celia oyó el grit
ndignada, él no lo oyó pero se tambale
la soltó al recibir una sonorcachetada.
Se dio vuelta, ago mareado y vio
su hermana parada junto a él, que lmiraba con ojos relampagueantes dfuria.
—Suéltala, grandote ordinario —
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exclamó Magdalen—. ¡Nos cubres odos de vergüenza!
Celia aflojó las rodillas cuandLeonard la soltó para enfrentarse con shermana que era tan alta como él mucho más brava.
—Se rió de mí —musitó—. Se nega salir al jardín conmigo.
—¡Bah! —exclamó Magdale
empujándolo hacia la puerta—. ¡Vetafuera! no agregarás a Celia a tnterminable lista de conquistas.
Leonard titubeó pues n ose le ocurrínada qué decir. Magdalen siempre lhabía intimidado a pesar de su edadHundió la cabeza entre los hombros y s
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escabulló por la escalera. —¿Te lastimó, niña? —le pregunt
Magdalen a Celia que sollozabentrecortadamente—. Ay, ese mujerieggrosero, te ha roto el vestido —dejescapar un sonido de compasión al ve
as marcas azuladas en el pecho dCelia—. En seguida arreglaremos esoengo un ungüento en mi cofre —pasó s
brazo alrededor de la cintura de Celia a ayudó a levantarse—. Por suerte n
pasó nada y la única que te vio fui yo
porque pasaba por aquí rumbo al bañoos demás están todos muy borrachos.Subieron un tramo corto de l
escalera y entraron a su habitación
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Celia se quedó dormida al poco rato pesar de su pecho lastimado, su bocmagullada y el dolor de su espalda. Sranquilizó con las demostraciones d
cariño de la otra joven. —Tal vez len le pida tu mano a tu tí
después de esto, es un tonto si piensque te conseguirá de otro modo, perambién es cierto que los Dacre no so
muy inteligentes. —Yo no me casaré con él, Maggie…
—dijo Celia—. No puedo soportarlo, e
muy vil.Magdalen no respondió, pero penspara sus adentros que la pobre Celia nenía mucha alternativa si Leonard s
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ofrecía a casarse con ella. Lamuchachas no tenían ni voz ni voto eesos asuntos. Se había dado cuenta ldesamparada y desarraigada que erCelia. La única que podía defenderla erady Wouthwell. Cualquier marido serí
conveniente, y len no era peor qumuchos otros. Y lo que es yo… pensMagdalen. Sabía que sus padres tenía
varios candidatos en vista para ellaaunque su repertorio se había restringidun poco debido a la proliferación de
protestantismo a lo largo de la fronterai ella ni sus padres se animaban considerar la posibilidad de un maridprotestante y los dos candidato
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católicos posibles tenían sunconvenientes. Magdalen sintió nace
en ella cierta rebelión al recordar everano pasado en el sur. Sentía gracariño por Naworth y no podía negarsque le gustaban esas tierras próximas
a frontera, pero su estadía en Cowdraa había puesto en contacto con una seri
de refinamientos y elegancias que nunc
había conocido. La temporada que pasallí la había perturbado. Parte del afectque le profesaba a Celia se debía a qu
a muchacha suave y bonita le hacírecordar el sur. Cuando Magdalen sdurmió, su sueño se vio agitado por unaanhelantes pesadillas que se disiparo
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cuando la luz amarillenta del sol entrpor la angosta y única ventanaMagdalen se despertó y recuperó ssentido común. Era una Dacre. Su vidranscurriría irremediablemente e
medio de la revolucionada frontera
cumpliendo con las directivas de supadres que representaban naturalmenta voluntad divina. Esos eran hecho
ciertos y ella los aceptó.Los días comenzaron a hacerse má
cortos y consecuentemente la
actividades al aire libre disminuyeroncomo también las reyertas en la fronteraLos bosques lucían una alfombr
marrón de hojas secas, los jóvene
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untaban castañas y bellotas, arrancaban los juncos de las zanjas parpelarlos y convertirlos en leña. Locampesinos llevaban las mieses amolino del astillo para su molienda, lopastores juntaban los rebaños y en l
víspera de la fiesta de todos los santosos páramos estaban cubiertos de niev una capa de escarcha cubría el vall
de irthing.El treinta y uno de octubre, vísper
de la fiesta de todos los santos, l
malograda pasión de Leonard por Celifinalmente rebasó su cautela. Estsucedió en el salón, único lugar dreunión, mientras afuera el cielo estab
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luminado con la luz de las fogataencendidas para ahuyentar a loespectros, brujas y otros demonios quenían permiso para rondar esa noche.
Desde la acometida de LeonardCelia se las había arreglado para evita
verlo excepto durante las comidassentándose entonces junto a Magdalenratando de pasar inadvertida. Pero n
podía evitar las largas y profundamiradas de Leonard desde el otro ladde la mesa. Pero no la intimidaro
durante mucho tiempo. Al cabo de unopocos días le parecieron ridículas molestas, y así se encargó ddemostrarlo echando hacia atrás s
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cabeza y conversando animadamente coos otros hermanos menores, en especia
con George.George le hacía gracia y l
encontraba buen mozo. Sus rasgos erafinos, era más delgado que sus hermano
su pelo era mucho más oscuro y salva la luz del sol, parecía castañoFormaba suaves ondas alrededor de su
mejillas rosadas y erextraordinariamente brillante y limpio.
A veces se sentía un poc
confundida por sus bromas maliciosaspero se divertía en su compañía.En esta oportunidad, algunos de lo
más jóvenes tomaron parte en los típico
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ritos que se cumplían desde tiempoancestrales. Tocaban las cruces hechacon ramas de fresno y que colgaban das puertas y ventanas, tiraban al fuego
habiendo nombrado previamente esecreto a la persona de la que estaba
enamorados. —¿A quién nombrarás, Celia? —l
preguntó George cuando la muchach
arrojaba la nuez al fuego. —A nadie —respondió ella co
sinceridad y riendo—. No pensé e
nadie ¿Y tú a quién nombrarás?George bajó los ojos y ella advirtiasombrada una curiosa expresión en scara.
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—A nadie —respondió—, perconozco un joven que se pondría mucontento si tú lo nombraras.
Celia pensó durante un momento quse trataba de él mismo, y no le disgusta idea, pero George con un movimient
de su mentón señaló a Leonard questaba observándolos como dcostumbre.
—¡Jesús! —exclamó Celia—. ¡Seríel último hombre de toda Inglaterra!
George rió y se encogió de hombros
Celia rió, algo titubeante desconcertada por la expresión de lcara del muchacho.
No se dio cuenta cuando Leonard s
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evantó y se acercó a sus padres, questaban jugando a las damas a la luz duna de las pocas velas reservadas parocasiones especiales. No advirtiampoco que Úrsula se levantaba de l
mesa respondiendo a una invitación d
os hermanos menores. Siempre habímucho movimiento en el gran salón.
George estaba contándole un
historia sobre una aparición que vio ea anterior noche de la fiesta de todoos santos.
—Debes ser muy valiente, Georg—dijo Celia—. Yo me habría muerto dmiedo.
—No —dijo George—, yo no teng
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miedo de los aparecidos ni de las brujaque esta noche volarán en sus viejaescobas.
—¿Pasarán por encima de lafogatas? —preguntó Celiaestremeciéndose con la idea—. ¿Cóm
se animan a hacerlo? —Su amo, el diablo, les da el valo
necesario —dijo George—. Ese viej
con cuernos alienta a los suyos —dirigiuna mirada de soslayo a Celia, como squisiera significar algo más de lo qu
había dicho, pero ella no tuvoportunidad de interrogarlo porquMagdalen le tocó el hombro.
—Mi padre y mi madre desean vert
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sonrisa. —Bien mi querida… —le dijo a l
oven—, bien… —hizo una pausa, trag prosiguió diciendo—. Tenemosenemos algo que decirte —dirigió un
mirada a los Dacre.
El viejo barón asintió, cerró el puñcon fuerza y luego de aflojarlsúbitamente, habló con gran solemnidad
—Así es, muchacha… Leonarquiere casarse contigo… no voy a negaque es toda una sorpresa. Milady y y
pensábamos que se casaría con alguiede su familia, una Talbot, pero se hvuelto protestantes y ya que Leonarparece quererte tanto, no podemo
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negarnos a ello.Lady Dacre asintió y su cara larg
an parecida a la de Magdalen, sluminó con una sonrisa alentadora a
ver lo pálida y asustada que estabCelia.
—Vamos, vamos, querida —le dij—. Te trataremos bien, te recibiremocomo si fueras una hija. No temas.
Celia se pasó la lengua por loabios y miró a Leonard que seguí
estudiando el piso con su cara roja com
un tomate. Miró luego a Úrsula descubrió una mezcla de triunfo preocupación en los ojos de su tía.
—Pero yo no quiero —dijo Celia e
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La joven se estremeció hasta lo mántimo de su ser.
—No quiero… —repitió enojada—Prefiero no casarme nunca —agregibrando su mano de la de Leonard.
—Suficiente… —dijo el barón qu
no tenia paciencia con los caprichouveniles y que ya había decidido e
asunto para sus adentros. El asunt
estaba terminado y tenia cosas mámportantes que atender.
A lady Dacre y a Úrsula les pareci
que la reacción de Celia se debía pura exclusivamente a timidez, que el tiempse encargaría de borrar.
—Ya está decidido, Celia —dij
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Úrsula vivamente—. Lord y lady Dacrquieren que el casamiento se celebrdespués de Navidad.
—En efecto… —dijo lady Dacrsonriendo—, tendrás un casamientcomo se debe en Lanercost Church
uego haremos una gran fiesta esa nochea que de todos modos, nadie trabaja eiempo de Navidad —sus ojos marrone
brillaban de alegría y Magdalen reíentusiastamente.
Leonard dejó escapa
repentinamente una de sus incongruenterisotadas. Miró ansiosamente a Celia dijo:
—Será una verdadera noche d
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fiesta ¿Verdad muchacha?Estaba pasando por un raro moment
de recato y nadie oyó a Celia cuandmusitó.
—No lo haré. Prefiero morir.Los días pasaban inexorablemente
Pronto llegó la época de adviento y loDacre suprimieron la carne de sucomidas. Concurrían diariamente a l
capilla y el gaitero vio suspendidas sufunciones durante cuatro semanas. Lamujeres pasaban el tiempo preparand
el ajuar para el casamiento. Magdaleno era una experta en costura, pero coa ayuda de Úrsula consiguió fabricar uraje para Leonard y aprovechando u
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vestido de fiesta de su madre de brocatcolor crema, le confeccionó un vestidpara Celia.
Celia estaba cada vez más pálida flaca. Su terrible disgusto se transformen apatía; no lograba convencerse que e
casamiento se realizaría el veintinuevde diciembre. Leonard había seguido loconsejos de Magdalen, y ahora qu
estaba formalmente comprometido coCelia, sentía un gran respeto por ellque se veía aumentado por su frialdad
Pasaba la mayor parte del tiempo ecompañía de los otros hombrebebiendo, montando a caballo, jugando os dados y cuidando su armadura
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arneses y caballos y encontraba tiempambién para saciar su lujuria con l
viuda de un pastor que vivía en lacercanías.
Llegó finalmente el día de Navidad con él nuevamente la música y l
alegría. Siguiendo una vieja costumbrque introdujo en Cumberland ladDacre, eligieron al señor del desorden
que se encargaría de dirigir los festejodurante doce días. Este año la elecciórecayó en George Dacre, que recibió l
radicional corona de cartón pintada ddorado y adornada con piedritabrillantes.
Todos los habitantes del castill
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fueron buscados para participar de lfiesta. Cocineros y pinchespalafreneros, pastores, cazadores demás invadieron el salón. George acotal cabo de un rato:
—No lo veo a Simkin, el muchach
del sur —el jefe de los palafreneros lexplicó que como Simkin no formabparte de la casa, creyó que no debí
asistir a la reunión. —¡Qué tontería! —dijo George—
Ve a buscarlo.
Cuando Celia vio a parecer a Simkicon su pelo enmarañado y su chaquetde cuero, su apatía se quebró. Ella quse sentía tan desgraciada reconoció en é
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a un compañero de desgracia y penscon tristeza en las risas que habíacompartido el último otoño, cuando sconvirtió en su ferviente admiradordurante el viaje a Dacre.
—Ven a beber el ponche —le dij
George a Simkin que lo miraba en unforma extraña que no pasó inadvertidpara Celia.
Al cabo de un rato todos loconcurrentes comenzaron a bailarnclusive lord y lady Dacre y hasta l
misma Úrsula, y la gran ponchera dplata tuvo que ser llenada muchas vecesCelia tuvo ocasión de ver algo que llamó muchísimo la atención. Al pasa
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bailando frente a George, vio qusujetaba en su mano, la mano de Simkincon el que parecía tener ciertntimidad. Frunció el ceño sorprendida
pero no tuvo tiempo de seguir pensanden el asunto, pues el principal arquer
de sir Thomas la tomó a ella de la man la arrastró nuevamente al centro de
salón con los otros bailarines.
El baile duró hasta el amanecer, Celia se desplomó en su cama exhaustaPero esa noche soñó con Stephen; soñ
que se repetía la escena de la despediden St. Annʼs hill, pero en diferenteérminos. En el sueño, Stephen la besab la estrechaba entre sus brazo
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murmurando: —Nunca me dejarás, amor mío.Cuando Magdalen la despertó
nstándola a que se vistiera rápidamentpues llegarían tarde a misa, Celiempezó a elucubrar planes para salir d
aworth. Estaba decidida a evitar scasamiento con Leonard, aunque teníuna extraña sensación, casi u
presentimiento que le indicaba que ematrimonio no se llevaría a cabo.
¿Qué podría hacer para evitarlo
¿Simular una enfermedad?Magdalen no era ninguna tonta sería imposible engañarla. ¿Escapar a lfrntera? ¿Pero cómo haría par
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sobrevivir en esas montañas nevadas¿Y si dijera que estaba embarazadaTampoco la creerían, Magdalen sabímuy bien que esto no podía ser cierto, yque habían fijado la fecha decasamiento basándose en la fecha de s
ultimo período. ¿Virgen santísima, qupuedo hacer?
Magdalen la sacó de la capilla
lamando a su hermano le dijo: —¡Leonard! Celia está mu
cabizbaja. Ven a animarla un poco.
—Ya me encargaré de animarla epróximo jueves —dijo irónicamente—Ahora no sería correcto.
Mientras tanto Úrsula y lady Dacr
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seguían atareadas con los preparativodel casamiento, eligiendo cintasarreglando puntillas y seleccionandregalos para los invitados.
Al anochecer Celia zarpó en buscde Simkin, acuciada por l
desesperación. Necesitaba hablar coalguien amigo. Se dirigió al establo vio que uno de los cuartos donde s
guardaban los forrajes, se veía brillar luz de una vela. Oyó voces masculinas
súbitamente una risa extraña, seguida d
un canturreo, como cuando una madre lcanta a su bebé, pero con un tono cruel nsultante.
Celia estaba muy perturbada, per
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subió lentamente la escalera y asomó lcabeza por la puerta trampa. Lo que via llenó de asombro: dos hombreacían desnudos sobre la paja. Lo
reconoció inmediatamente: eran Georg Simkin; la enmarañada cabeza d
Simkin estaba junto al delicado perfil dGeorge.
—¿Con que ahora me encuentras feo
no? ¿Pero dónde conseguirás otro qusea tu esclavo y que se preste a tusucios jugueteos?
—Ah… pero bien que te gustan miugueteos, muchacho —dijo George coesa voz semejante a un arrullo mientraacariciaba el muslo velludo de s
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compañero.Celia se sujetó a la puerta trampa; s
e aflojaron las rodillas y sintió ganas dvomitar.
No la habían visto. Bajsilenciosamente la escalera y sali
corriendo al exterior, donde habíempezado a nevar.
—Cristo ten piedad… —susurró.
Entró al castillo por la poterna datrás. No había nadie que pudierayudarla. Nadie.
—Cristo ten piedad… —repitió y sapoyó contra la pared de la cocina. Pasun buen rato parada allí mientras lnieve seguía cayendo.
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Su pelo rubio estaba blanco dnieve. No alzó la cabeza cuando sonó lcampana del patio ni vio entrar un grupde hombres a caballo. Oyó apenas unavoces.
—¿Quién está ahí? ¿Porqué está es
muchacha agazapada contra la paredDebe ser una de las sirvientas de lcocina.
Virgen santísima ayúdame…mploraba fervorosamente Celia y aevantar la cabeza creyó que habí
ocurrido un milagro y que un ángel habíbajado del cielo para consolarla.Las luces de la cocina iluminaba
una figura alta y con ropajes blancos qu
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se inclinaban hacia ella y con una vodulce le preguntaba:
—¿Qué es lo que te pasa, pobrmuchachita?
Celia lanzó un hondo y largo suspir alzó sus manos en gesto suplicant
hacia la figura. —Ayúdeme… —susurró. Una man
fría, húmeda, pero muy suave, tomó l
suya.Sir Thomas se bajó de su caballo
se cercó:
—¡Pero si es la pequeña CeliBohun! —exclamó—. Bess, esta es lmuchacha que se casará con LeonardEs la novia!
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—Ah… —dijo la joven lady Dacr—, con razón está temblando y trata desconderse.
Bess Neville, la esposa de ThomaDacre, vivía recluida en el castillo dDacre, de resultas de un ataque d
ocura que había tenido al perder a sprimer hijo hacía un año. La locura erhereditaria en su familia, pero Bes
pasaba períodos lúcidos yen estoportunidad decidieron aprovechar unde ellos para que asistiera a
casamiento.Lord y lady Dacre recibierocariñosamente a su nuera, decididos pensar que había mejorado y aliviado
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al no advertir ninguna expresión extrañen su mirada.
Mientras comían, el viejo lordirigiéndose a Tom le dijo:
—Espero Tom que tu mujer pueddarte otro hijo ¿Por qué no pruebas est
noche?Tom no respondió. Por nada de
mundo habría reconocido que tení
miedo de su mujer, yque solamente epensar en acostarse con ella se le ponía piel de gallina a pesar que al mism
iempo lo excitaba.La comida transcurriranquilamente y el comportamiento d
Bess no dejó entrever ningún síntoma d
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anormalidad.Celia se acostó esa noche totalment
desesperanzada y atotntada, y sdescanso se vio interrumpido por otrsueño, cuyo personaje principal no erStephen sino el maestro Julian.
—¡Celia! —repetía Julian—. ¡Abros ojos!
Ella luchaba por obedecer, pero n
podía. Se despertó en cambio eaworth, tiritando y con toda la cam
desordenada.
—¿Qué estás haciendo? —lncrepó Magdalen que se despertambién por el frío—. ¡Acuéstate de un
vez que todavía es de noche!
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Pero Celia no podía dormipensando en que faltaban solamente dodías para su casamiento. Abandonó nobstante la idea de escapar. No serínecesario. No tenía la menor idea de lque podía suceder, pero tenía la certez
de que no habría casamiento.La premonición de Celia se vi
confirmada a la mañana siguiente, día d
os santos inocentes.El viento sopló despiadadament
durante toda la noche impidiendo qu
alguien oyera la conmoción y los gritoen el dormitorio que compartían Thomacon su esposa. Cuando Janet, la sirvientciega de la joven lady Dacre, gimiend
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tambaleándose logró encontrar lforma de salir del cuarto y prevenir a lfamilia, casi fue demasiado tarde parsalvar a Thomas. Bess estaba muertairada en un charco de sangre, con u
cuchillo clavado en el pecho y su espos
semi desvanecido perdía abundantsangre por una herida en su brazo.
Celia y Magdalen se enteraron de l
ragedia cuando fueron a la capilldispuestas a oír misa. La capilla estabvacía. Sorprendidas se dirigieron a
salón donde alguno sirvientes de habíauntado y murmuraban asustadospersignándose.
Las jóvenes se tomaron de la mano
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sospechando que algo terrible h bísucedido.
—¿Qué habrá pasado…? —susurrMagdalen—. ¿Qué será?
Vio entrar a su hermano George quavanzó decididamente hacia donde sub
el barril con whisky.George bebió un trago y se cercó
as muchachas. Estaba pálido y tenía l
frente cubierta de sudor. —¡George! —lo interpeló Magdale
—. ¿Ha muerto alguien?
—En efecto, la pobre Bess. Tom estmuy mal, pero nuestra madre dice que scurará. Ha conseguido parar lhemorragia y ya fueron a buscar a
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médico a Brampton.Magdalen dejó escapar un gemido. —¿Lady Bess ha muerto? —
preguntó Celia con gran serenidad persignándose al igual que Magdalen.
—Así es… trató de matar a Tom
uego se mató ella. Nos engañó a todoestas dos noches —miró a Celia con sacostumbrada malicia y le dijo—: ¡N
habrá casamiento mañana, muchachaTendremos un funeral.
—Sí —respondió Celia—. Pobre
pobrecita señora.Magadalen lanzó otro gemidosollozó entrecortadamente y rodeó Celia con sus brazos. Las dos lloraron
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pero Celia era la que consolaba.Cuando por la tarde llegaron
aworth varios invitados al casamientoel cuerpo de Bess yacía frente al altar da iglesia de Lanercost. Toda esa noch todo el día siguiente duró el desfile d
os deudos frente al féretro de ladBess. Cuando le tocó el turno a Celia darrodillarse sobre la dura piedra, llor
gual que los otros, pero su pena estabmezclada con gratitud. Esa tragedia taespantosa había significado s
iberación y después de todo ¿No habísido Bess el ángel que Celia habícreído ver?
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Capítulo 10
Celia y Úrsula acompañadas poSimkin partieron rumbo a Cowdray principios de junio de mil quiniento
cincuenta y tres, tan inseguras de lacogida que les brindarían como cuandlegaron a Naworth ocho meses atrás.
Úrsula le escribió a sir AnthonBrowne durante el mes de marzosolicitando su autorización para volveallí. Le relataba la tragedia de loDacre; sugiriéndole que la estadía eCumberland se había vuelto algncómoda y molesta para sus anfitrione
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le preguntaba si no podría enviar Wat a buscarlas ahora que empezaba lprimavera.
Como no recibió respuesta algunaÚrsula supuso que el comerciante con eque había enviado la carta no era un
persona responsable, y envió otra pontermedio del correo oficial entr
carlisle y Londres, que llevaba ademá
el informe de lord Dacre sobre suierras.
Pero no recibió ninguna respuesta d
Cowdray ni ningún otro correo para lorDacre. La situación en la frontera ersumamente peligrosa. Las escaramuzase sucedían sin cesar. Todos lo
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hombres de la familia Dacre estabaocupados en continuas reyertas, dejandel castillo de Naworth prácticamentdesamparado las provisioneescaseaban y si bien lady Dacre era unpersona bondadosa, no era muy difíci
darse cuenta que sus huéspedes sureñoresultaban algo molestos en esomomentos. Cuando George Dacre s
enfermó y en medio de su delirio dijque Simkin era una persona de maagüero, Úrsula tomó finalmente un
decisión.Le comunicó a lady Dacre que sestadía había tocado a su fin. Ldesdichada dama no protestó. La mism
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Magdalen pareció aliviada. Tenía gracariño por Celia, pero estaba dacuerdo con su madre en que lohuéspedes se habían quedado demasiadiempo y que les habían traído mal
suerte.
Las jóvenes se despidieron junto a lgran poterna de Dacre.
—Las cosas no sucedieron como l
esperábamos, querida —dijo magaleristemente—. Sin duda era la volunta
de Dios, me acordaré de ti en mi
oraciones —pero sus ojos miraban máallá de Celia tratando de adivinar si lpolvareda que se veía en el camino erproducida por el rebaño que esperaban
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De lo contrario tampoco comerían carnesa noche.
—Hasta pronto, Maggie querida —susurró Celia suspirando pero contentde que este período de angustia risteza se hubiera terminado. Ningun
de las dos se hacía ilusiones de volver encontrarse.
Simkin, a pesar de su aspect
aciturno y su cara desfigurada siemprcon el ceño fruncido resultó ser tabuena guía como su padre. Y todo
recordaban el camino de regreso. Celimiraba ansiosamente hacia delante, amás se dio vuelta para contemplar la
montañas y los páramos que l
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arrancaron exclamaciones de entusiasmel año anterior. Aprendió muchas cosaen esos meses, muchas cosas terriblesLa lujuria, la locura y la violencihabían estado muy cerca de ella eCumberland Cuando llegaron a Londres
as hojas de un color verde clarresplandecían bajo el sol, los cercoestaban salpicados de rosas salvajes
deliciosos corderitos saltaban en locampos, los pájaros trinaban de noche de día y Celia había recuperado s
alegría.Úrsula, a pesar de seguipreocupada, sonreía de vez en cuando hasta el mismo Simkin pareció animars
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se dedicó a tocar una flauta fabricadpor él mismo.
Fueron directamente a Southwark al monasterio de St. Mary Overiedonde esperaban poder pernoctar. Pera casa de sir Anthony estaba cerrada
apiada. El patio del claustro estableno de yuyos y basuras.
Simkin golpeó las puertas, se trepó
una ventana para tratar de ver un pocmás.
—No hay nadie —les informó—
Hay un colchón de tierra por todos lado telarañas tan grandes como cortinas.Úrula miró ansiosamente a Celia. N
es quedaba nada de dinero y ella estab
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segura de encontrar por lo menos ahermano Anselm.
—Los vecinos… —musitó.Simkin asintió y sali
apresuradamente del claustro. Volvió apoco rato.
—Encontré a una vieja en la calle —dijo— no tenía muchas ganas de hablarpero conseguí averiguar que el herman
Anselm murió el año pasado. SiAnthony no ha venido aquí para nadaParecía muy asustada.
Úrsula frunció el ceo, pero luego scara se iluminó. —El maestro Julian! —exclamó—
Él nos ayudará. Simkin, ve al hospita
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St. Thomas y allí te dirán dónde vive…Espera, iremos todos contigo!
Cuando se acercaron al hospitavieron a Julian caminando hacia eportón de entrada. Se dio vuelta al oír egrito de alegría de Celia y profirió un
exclamación de asombro al reconocer as mujeres.
—¡Mirabile! —dijo—. ¿De dónd
vienen? —agregó frunciendo el ceño.Úrsula y Celia le explicaron su
ribulaciones mientras el las escuchab
con una cara seria. —Entonces no están enteradas de lanovedades —dijo—. Los tiempos qucorren son muy malos… hay un poco d
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peste, pero eso no es lo serio… otracosas… —miró ansiosamente sobre shombro—. No puedo hablar aquí… ¿Nienen nada de dinero?
Úrsula meneó la cabeza, sintiéndoshumillada por el disgusto de Julian y po
su malhumor.Las dos menearon la cabeza y s
quedaron mirándolo.
Julian se sonrojó, miró otra vez a salrededor y estudió a Simkin.
—Puedes abrevar allí los caballo
—dijo Julian señalando el bebedero dpiedra junto al muro del hospital—. Yserá mejor que no la vean a usted aquseñora —hizo entrar a las dos mujere
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por un pasillo ruidoso y pestilentedonde se alineaban camillas cuyoocupantes esperaban ser admitidos eas salas.
—Hace quince días —les dijcuando estuvieron al resguardo de una
paredes— el duque de Northumberlancasó a su segundo hijo con lady JanGrey, la prima del rey. Edward h
modificado su estamento a favor de estdama. Veintiséis pares han firmado lmodificación de la sucesión al trono
orthumberland le ordenó a sir AnthonBrowne que la firmara, pero éste manddecir que n podía salir de Cowdray eese momento. Dicen que Edward est
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furioso. Y yo he sido llamado por fipara revisar a su majestad —agregJulian con una nota triunfal—. JohCheke, sir John como se llama ahoraconsiguió convencer al joven. ¡Mañandebo presentarme en Greenwich, y a l
mejor consigo curarlo! —Estoy convencida de ello —di
Úrsula lentamente—. Pero no consig
entender qué tiene que ver el casamientcon la modificación del testamento qusir Anthony se negó a firmar.
—Sh-h… —dijo Julian—. Nadie lsabe todavía, es decir la mayoría de lgente, pero es bastante obvio. SEdward muere, la corona pasaría a Jan
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Grey y por consiguiente a su Suegro, eduque de Northumberland.
—Pero eso no es posible —replicÚrsula categóricamente—. ¿Y lprincesa? ¿Qué sucederá con Mary?
Julian se encogió de hombros.
—Lady Mary es católica y no ssabe a ciencia cierta cuál es la religióde Elizabeth, pero cualquiera de ella
puede casarse con un príncipe extranjer ello sería la ruina de Inglaterra.
—¡Usted está de acuerdo con est
plan infame! —exclamó Úrsulndignada.Julian se puso tieso. —Soy un médico, lady Úrsula, u
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médico Italiano, no tengo nada que vecon juicios morales. Sir John Cheke emi amigo y mi patrón, de modo qucomparto sus ideas. Estoy seguro qupodré curar al rey, de modo que esproblema quedará solucionado.
—Dios mío… —musitó Úrsula. Sdio cuenta de por qué Julian no queríque lo vieran en compañía de persona
relacionadas con sir Anthony. —Siento haberlo molestado —
agregó—, pero no conozco a ningun
otra persona en Londres. Comprendque no debe usted enemistarse con eduque… o el rey.
Julian se inclinó.
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—Precisamente, señora —agregesbozando una sonrisa de disculpas—Apresúrese en volver a Cowdray convenza a su benefactor que debsometerse, pues ha perdido totalmente efavor del rey —dio media vuelta y s
dirigió a una sala donde impartidiversas instrucciones para el cuidadde los enfermos.
—¡Caramba! —exclamó Celia—Qué seco se ha vuelto. Pero menos maque por lo menos nos dio algo con qu
comer.Úrsula asintió. Buscaron a Simkinos caballos y al poco rat
emprendieron el camino rumbo
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Sussex.A las cinco de la mañana del dí
siguiente Julian salió rumbo al palacide Greenwich. John Cheke había dejadórdenes de que se lo hiciera pasanmediatamente al salón de audiencia
que estaba colmado de importantepersonajes locales y extranjeros, entros que Julian reconoció a lord Clinton.
John Cheke recibió a Julian y llevó a un saloncito adjunto al cuarto de
enfermo.
—Su majestad está peor —dijo siperder tiempo—. A pesar de la mejoríque experimentó cuando el duque hizvenir a esa curandera de cheapside. L
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administró unas pociones que lmejoraron muchísimo, pero desde hacunos días vomita continuamente, si biea tos parece haberse calmado.
Cheke condujo a Julian al cuarto deenfermo. éste yacía postrado, con un
mirada fija, respirando dificultosament apoyando su mejilla sobre la mano d
Harry Sydney. No tenía pestañas y su
manos flacas que semejaban unas garrashabían perdido las uñas y teníagangrenadas las puntas de los dedos. E
vientre del muchacho estaba tahinchado como el de una mujeembarazada.
Cuando Julian lo miró no pud
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evitar de exclamar: —¡El muchacho está envenenado! —¿Envenenado…? —irrumpi
Cheke conteniéndose luego—. Ustedebe estar loco, maestro Julian, loco dremate.
Los ojos de Sydney se llenaron dágrimas. Había sospechado esto desd
hacía varios días.
—¿Qué clase de envenenamiento—le preguntó a Julian en voz sumamentbaja.
—Arsénico —respondió éstdándose vuelta. —¿Y qué puede hacer por él? —dij
John Cheke tironeándolo de la manga—
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o puedo creer lo que acaba de decir…es demasiado terrible… emonstruoso… no debe ser mencionadbajo ninguna circunstancia.
—Puedo aliviarle un poco smalestar —dijo Julian inexpresivament
—. Pónganle ladrillos calientes bieacolchados y además puede tomar est—sacó de su maletín un frasco qu
contenía un elixir de mandrágora. Lacercó a los labios del muchacho quobedientemente tomó un trago. Pero a
momento se incorporó y vomitó. Amirar a Cheke primero y luego a Sydneysus ojos tropezaron con Julian.
—¡Ese espía! —exclamó dando u
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salto—. ¡Es un extranjero y católicoQué está haciendo aquí! ¡Guardias…
guardias!Julian recogió apresuradamente s
maletín y no esperó a que le dijeran qusaliera del cuarto.
Montó en el caballo que habíalquilado y al que pensó no ver nuncmás, convencido como estaba de que
partir de ese día gozaría del favor realPero en cambio su situación actual erpeor que la anterior. Cheke nunca l
perdonaría haber dejado escapasemejante indiscreción y prefería npensar en la reacción del duque d
orthumberland cuando se enterara, d
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o que no cabía la menor duda. Estoycorriendo un serio peligro, pensó Juliamientras se dirigía hacia el puente dLondres, no tengo ningún interés erecibir una puñalada por la espalda
ebo escapar. ¿Pero adónde y cómo
o tenía dinero suficiente para escapaa Francia. Recordó un muchacho al que había salvado de que le amputaran u
brazo. Alo mejor podría embarcarlclandestinamente en una lancha dpesca, ya que él trabajaba en el puert
de yarmouth. Sin pensarlo dos vecesJulian se dirigió resueltamente a su casadonde juntó sus pocas pertenenciasdejándole a Alison la mayoría de su
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ibros. —Tu padre no podrá leerlos pue
casi todos están escritos en griego atín, pero te ruego que no los vendas
menos que estés sumamente necesitad—dijo Julian con los ojos llenos d
ágrimas. Ella se asombró al verlo, puenunca se le había ocurrido pensar qualguien llorara por unos libros. Pero s
sorpresa fue mayor al oír que golpeabaa puerta.
—¡Mira en seguida por la ventana
—le dijo Julian.Obedeció y se dio vuelta diciéndolaterrada:
—¡Son los hombres del duque, lo
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guardias! —Tan pronto. Ve abajo y diles qu
no sabes dónde estoy pero quposiblemente me encuentren en ehospital de St. Thomas.
Ella asintió y le dijo:
—Toma, mientras tanto vístete coesta ropa de mi padre. Así pasarás mánadvertido.
Consiguió persuadir a los guardiasque para gran alivio de ambos salejaron sin investigar más.
Julian se vistió con la ropa debarbero, agarró su maletín y luego ddespedirse apresuradamente de Alisonsalió por la puerta de atrás. Un cuarto d
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hora más tarde, había salido de Londrepor bishopgate y caminaba por la rutrumbo a waltham y Norfolpreguntándose a sí mismo qué nuevfortuna le depararía el destino.
Úrsula, Celia y Simkin llegaron
Cowdray al día siguiente de la súbithuida de Julian. Al pasar por easbournvieron el magnífico palacio qu
resplandecía bajo la luz dorada del sosus innumerables ventanas que brillabacomo diamantes y oyeron una músic
alegre que provenía del prado junto arío Rother, que estaba salpicado diendas y banderas de colores, y replet
de gente luciendo vestidos de alegre
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onalidades. —¡Pero si es la quincena de la feri
de Cowdray! —exclamó Úrsula—. ¡Lhabía olvidado! ¡Virgen santísima, quindo es estar de vuelta en casa!
Nada parecía haber cambiado e
Cowdray. Todas las siniestrapredicciones de Julian parecíaabsurdas. Esos días de junio siempr
habían sido días de fiesta y diversioneorganizadas por el lord de CowdrayHabía torneos, tiro al blanco, juegos d
bochas, bailes, representaciones. —Ahí viene Mabel —exclamó Celicuando se internaron por la avenida drobles que conducía al castillo.
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—¡Bienvenidos! ¡Qué sorpresaPensábamos que se habían instalado e
el norte para siempre! —exclamó lhermana de sir Anthony que estabelegantemente vestida pero más gordque nunca.
—Le envié dos cartas a sir Anthon—interpuso Úrsula—. Espero que noreciba.
—Oh, sí. Por supuesto. Hay lugar dsobra en Cowdray. Hace meses que nenemos visitas. El ambiente está mu
deprimente. Anthony habla muy poco Jane está enferma, peor que cuandesperaba su primer hijo.
—¿Lady Jane está esperando famili
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otra vez? —inquirió Úrsula—. Nhemos recibido noticia alguna desde qunos fuimos.
—Gorda como un tonel —asintiMabel—. Pero todavía sigue vomitandmuchísimo.
Celia miró en dirección a St. Annʼhill.
—¿El hermano Stephen está bien
—preguntó en tono casual, mirando Úrsula que no oyó la pregunta.
—Así es —Mabel se encogió d
hombros—. Lo veo solamente durante lcomida o en la capilla. Sus penitenciason muy severas. Ojalá tuviéramos ucapellán menos estricto —lanzó u
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Cuando llegaron al patio dCowdray, el mayordomo salió corrienda recibirlas. No se mostró muy cordiacomo por otra parte nunca lo había sidoas saludó con poco entusiasmo, pero le
dio que podrían encontrar a sir Anthon
en su estudio, al lado de la gran galería. No se molestó en acompañarlas
Mabel, a la que ya se le había pasado e
entusiasmo por la llegada de lamujeres, se dirigió a la cocina parbuscar algo que comer.
La puerta del cuarto de estudio dsir Anthony estaba cerrada. Úrsulgolpeó con más fuerza de la qupensaba, porque estaba totalment
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desanimada. —¿Quién demonios golpea? —
exclamaron desde adentro, lo que nsirvió de mucho aliento.
Miró angustiada a Celia respondió:
—Soy Úrsula Wouthwell, siAnthony.
Oyeron una exclamación y el ruid
de una silla que se arrastraba.La puerta se abrió de golpe
apareció Stephen. Miró primero
Úrsula y luego a Celia. Ambas lo vierosonrojarse y ponerse tieso. —B-Benedicite… —tartamude
Stephen. Dirigió a Celia una mirada e
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a que relució un chispazo de alegríaApretó los labios y repitió en un tonmás firme e inclinándose ante lamujeres—. Benedicite.
La muchacha hizo una pequeñreverencia y alzó el mentón. Habí
madurado mucho durante la estadía en enorte, y en su convivencia con los Dacrcomprendió qué estúpido había sido s
comportamiento con Stephen, digno sólde una chiquilina. Pero ahora ya no eran inocente.
—¡Por todos los santos, tengaustedes muy buenos días! —exclamAnthony mirando de soslayo a scapellán—. Pero si es milady Úrsula
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su encantadora sobrina. Más bonita qununca, debo reconocer. Un verdaderdechado de belleza… ¡Pasen, pasen! Poo visto decidieron volver y buena ide
me parece. Pero creo haber oído urumor que ya se habían hecho la
amonestaciones y que te perderíamos os Dacre.
Úrsula meneó la cabeza.
—Le escribí dos vecesexplicándoselo. Espero señor que noperdone por haber vuelto sin s
autorización. Pero no podíamoquedarnos más tiempo enel norte —lsonrió amablemente, pero sus ojoreflejaban cierta ansiedad —no seremo
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una carga para usted.Anthony se emocionó. Se puso d
pie y besó a Úrsula en la mejilla. —Mi querida señora, este fue s
hogar mucho antes de ser el mío. Lúnico que temo es que tal vez hubiera
estado más seguras en el norte. Todoos días espero que vengan a buscarm
para llevarme a la torre. Para que trata
de engañarlas. Han insinuado qupodrían confiscar a Cowdray. Mejor eque lo sepan.
—¡No pueden hacer semejante cosa—exclamó Úrsula.Anthony refunfuñó y señaló una cart
con dos sellos rojos que estaba sobre s
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mesa de trabajo. —Eso es precisamente lo que s
nsinúa en esta misiva. Este sello es deconsejo privado y este es el sello derey.
—El rey está muy enfermo —susurr
Úrsula. —Es lo que se dice; Por lo tant
otros son los que toman las decisione
por él. Pero ha comenzado a odiarme anegarme yo a firmar la modificación deestamento.
—Eso fue lo que nos contó emaestro Julian con el que noencontramos en Londres. ¡Pero no lacusan a usted de traición!
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—No llegan a eso… todavía —Anthony se dejó caer en su silla. Loalegres sones de la feria entraban por lventana—. Que se diviertan mientrapuedan, pobre gente. Dentro de poco nhabrá quién les organice las fiestas.
—Valor mi amigo —dijo Stephemientras apoyaba su mano sobre ehombro de su patrón—. La virge
santísima lo protegerá pues usted está eo cierto. ¡Usted defiende al mismiempo la justicia divina y la terrenal!
—Ah… Stephen —respondiAnthony afectuosamente—. ¡Su fe hsido una gran ayuda para mí durantestos últimos meses!
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Se dio vuelta hacia Úrsula y le dijo: —Me alegro mucho que hay
venido, lady Úrsula, porque sé que lserá de gran ayuda a mi esposa. Estembarazada y no se siente nada bienPeor que la otra vez. Llora sin cesar y e
menor ruido la molesta. MollOʼwhipple está aquí, pero sus remediono parecen eficaces. Sin embargo —
agregó luchando por conservar eoptimismo—, el niño se mueve y patecon fuerza. Se lo puede sentir. Pero m
pobre lady Jane sufre mucho en lopartos. —¡Téngalo usted por seguro qu
haré todo lo que pueda por ayudarla! Y
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en cuanto a Celia… ya encontraremouna ocupación para ella. ¿Quiere quvaya a ver a lady Jane?
—Se lo agradecería muchísimo —dijo sir Anthony sonriendcariñosamente—. Y Celia acompañará
Mabel, que hace pucheros y da vueltpor los alrededores como si fuera ucachorro perdido. Debería casarse, po
supuesto, y siento en el alma no podeocuparme de ese asunto por el momento
Stephen se dio vuelta y mir
fijamente a Celia. Habló en un tonsevero, algo intimidatorio, como lhabía hecho cuando Celia fue a verlpor primera vez a St. Annʼs hill.
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—Estoy seguro que Celia puedayudar a levantar el ánimo de la señoritMabel —dijo—, pero considero qupuede ser útil en otros aspectos también
—¿En qué forma? —preguntó Celinvoluntariamente mientras tant
Anthony como Úrsula la mirabasorprendidos.
—Puede remendar los manteles de
altar que están en regulares condicione también dos casullas… le pedí a l
señorita Mabel que lo hiciera, pero n
uve mayor éxito. —¡Muy buena idea, excelente! —exclamó Anthony sinceramente, aunqualgo sorprendido por el tono del jove
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monje que parecía un viejo regañón descubriendo al mismo tiempo unmirada diferente en los hermosos ojode la muchacha. ¿Sería resentimiento?
A esta altura del partido, cuandÚrsula había abandonado toda idea d
que alguna vez podría haber habido algentre Celia y Stephen a Anthony se locurrió pensar en ello por primera vez
pero estaba demasiado complicado cootros asuntos para considerarlo con mádetención.
—No soy muy hábil con la aguja —dijo Celia lentamente. Miró al Suelo sus mejillas se sonrojaron.
—Yo te ayudaré, querida —
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nterpuso Úrsula.Stephen asintió sonriendo. —Y también pienso —agregó—, qu
Celia podría reintegrarse a sus laboreen el Spread Eagle. Los Potcolaboraron en su crianza y estoy segur
que se alegrarán de tenerla otra vez coellos.
—¡Pero qué idea! —exclamó l
oven mirando a Úrsula y Anthony quescrutaban el rostro impenetrable demonje—. Santísima virgen —exclam
Celia controlando apenas su ira—¿Quiere que trabaje otra vez comcamarera de una taberna? acaso usted hsido nombrado director de mi futuro?
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Anthony rió ante la reacción dCelia y reprimió una intervención dÚrsula con un gesto.
—Vamos, hermano Stephen…estamos muy pobres en comparación coel pasado, pero no estamos tan ma
como para que la sobrina de ladWouthwell tenga que reintegrarse a suareas anteriores. Me parece, igual qu
ella, que su sugerencia es ago extraña. —Celia… —dijo Stephen habland
como si la muchacha no estuvier
presente— tiene una inteligencia rápid tal vez haya aprendido a ser discretaPuede mantener sus oídos atentomientras trabaja en el Spread Eagle
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adonde paran muchas personas que nmaginarán jamás que está relacionad
con Cowdray. Como estamos taaislados… —hizo una pausa, alzando scabeza y arqueando sus ceja negras.
—Oh-h… —exclamó la muchacha
que comprendió antes que los otros—¿Usted quiere que me convierta en unespecie de espía? ¿Qué pueda enterarm
de noticias que entrañen un peligro parnosotros?
Stephen sonrió.
—Los carreteros que vienen dLondres, los vendedores de ovejas, lomarineros que vienen de la capital parembarcarse en la costa… todos ello
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comentan una serie de cosas de las qunosotros jamás nos enteramos.
Anthony asintió lentamente acomprender lo que decía el monje. Coexcepción de los mensajeros realescomo el que estaba ahora en el castill
bajo la vigilancia de su mayordomo quevitaba que hablara con los sirvientes se enterara de la presencia de u
capellán y que diariamente se celebrabuna misa en el castillo. Anthony no teníforma alguna de recibir noticias. S
estado actual equivalía aun arresto en scasa. Wat Farrier, su sirviente dconfianza, estaba en esos momentoalojado en una sucia posada vecina a
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castillo de Greenwich. Wat tenínstrucciones de avisarlnmediatamente que se enterara de l
muerte del rey. En ese caso, deberívolver a Cowdray a toda prisa, siempr cuando eso fuera factible.
—¿Te gustaría probar el plan dehermano Stephen, Celia? —preguntó siAnthony.
—No necesita preguntármelo —respondió la muchacha con ojoresplandecientes—. ¡Haría cualquie
cosa por usted y por Cowdray, y esto mparece una especie de juego, un juego davidad!
—Ojalá lo fuera —dijo Anthon
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agarrando la pluma de ganso dispuesto escribir un primer borrador.
Así transcurrieron trs semanasmientras todos los habitantes dCowdray, incluyendo a Mabel, vivían euna tensión e incertidumbre permanente
Celia iba diariamente a Midhurst rabajar en el Spread Eagle y escuchaboda clase de rumores contradictorios
el rey estaba mejor, el rey estaba peorel duque había concentrado fuerzas aquno, esas fuerzas habían partido e
dirección opuesta. El tañido de lacampanas estaba prohibido en LondresLos puertos estaban cada día mácelosamente cuidados.
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Celia juntaba todo este tipo de datoa los que Anthony prestaba una pacientatención, agradeciéndole su esfuerzopero sabiendo ambos que era inútil.
Y una noche, mientras todocontemplaban las fogatas encendida
con lo que culminaban los festejos de lferia de Cowdray, vieron llegar a docaballeros por el camino real. Uno d
ellos era el señor de Stedham, un pueblque quedaba a dos millas de distancia, el otro era el mayordomo del rey e
Perworth, John Hoby. Amboprotestantes empedernidos y amboenemigos de él.
—Buenas noches —dijo Anthon
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ranquilamente—. ¿Han venido a ver lafogatas?
—Así es —respondió Hoby—. Sven desde leguas a la redondaCabalgábamos rumbo a petsworth pounos negocios, pero nos dieron ganas d
venir a ver el fuego. —Y son bienvenidos —respondi
Anthony. Sabía muy bien que el duqu
de Northumberland tenía numerosafuerzas acantonadas en petwoerth y eseñor de Stedham era un personaj
nsignificante que el año pasado shabía dado por muy bien servido al seautorizado a compartir la mesa de siAnthony pero en un puesto no mu
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mportante precisamente. —¿Están celebrando la víspera d
san Juan? —inquirió cuidadosamentHoby.
Anthony titubeó un poco pero luege respondió con ironía.
—¿Cómo puede pensar semejantcosa, señor Hoby, cuando el culto de losantos ha sido prohibido en Inglaterra
La fogatas son para celebrar ecomienzo del verano. ¿Eso no se hprohibido todavía, verdad?
—¿Está usted bromeando, siAnthony? —dijo Hoby mirando a salrededor. Todas las personas quomaban parte en la celebración eran si
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duda alguna fieles a sir Anthony. Hobconsideró las instrucciones que habíarecibido: observar y esperar hastrecibir la orden de entrar en acción. Édebía tener Leonor de arrestar a siAnthony por traición.
—Espero señor —agregó—. Que lrespuesta que le envió al rey estmbuida de un espíritu más dócil del qu
ha demostrado tener hasta ahora. —Que pena que no rompió lo
sellos para enterarse por sí mismo —
dijo Anthony—. ¿O estoy equivocado?Hoy se sonrojó. Había tratadnútilmente de romper el sello qu
ostentaba la cabeza de ciervo, per
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estaba demasi do pegado. —Su tono me parece fuera de luga
—dijo Hoby—. Sólo le hice unpregunta cortés.
Anthony se inclinó. —Y será respondida com
corresponde. En mi carta rehusabciertas proposiciones y agregaba qusentía muchísimo que el estado actual d
mi esposa me impidiera salir dCowdray.
—Usted sabe señor que se cerca
nubes de tormenta. Creo que tal veusted se sintiera con ganas de ir cornwall… pero le aconsejo que nrate de huir al continente. La costa est
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permanentemente vigilada día y noche. —¿Está usted sugiriendo que pued
abrigar intenciones rehuir? —preguntsir Anthony asombrado.
—Si mañana por la noche tomara ecamino de trotten a petersfields, má
allá de Stedha, tal vez pasarínadvertido.
—¿Está usted tendiéndome un
emboscada, señor Hoby? —preguntAnthony realmente alarmado—. ¿O estdispuesto a cerrar los ojos si trato d
escapar? —Le estoy dando una oportunida—musitó Hoby.
—¿Porqué? Usted desprecia l
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verdadera fe y es un entusiastpartidario del duque y del rey.
—Sí, señor y le aseguro qucumpliré con mi deber… después quvaya. Creo que debe haber sido unborrachera del verano. He luchad
mucho en mi vida, pero no me gusta vederramar sangre inútilmente, ni sembrael pánico en una casa de puras mujeres.
Sir Anthony se dio vueltsúbitamente hacia lady Úrsula y se dicuenta entonces del gran peligro que é
corría, si un hombre así tenía umomento de debilidad, por más brevque fuera.
—Se lo agradezco, señor Hoby —
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dijo pausadamente—. Las buenaacciones no se ven con frecuencia. Perme quedaré en mi casa y aceptaré lo quDios me mande.
—El señor de Stedham y yo noretiraremos —dijo—. Me temo que n
nos encontraremos nuevamente eérminos amistosos, sir Anthon
Browne.
Los dos hombres subieron a sucaballos y se alejaron.
Sir Anthonyse dio vuelt
súbitamente hacia lady Úrsulay lpreguntó: —¿Encuentra usted que est
celebración es semejante a la que s
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hacía en tiempos de su padre, señora—dijo señalando las fogatas y laiendas de colores—. ¿Le hace recorda
a su niñez?Ella advirtió el tono angustiado
amablemente le dijo:
—Es muchísimo más grandiososeñor. En mi juventud no teníamoiendas de colores ni una música ta
agradable. A la gente se las convidabsolamente con sidra y pan.
Se dio cuenta que su comentari
había sido del agrado de Anthony pesar que éste suspiró y dijo: —Ah…, esos tiempos eran much
más tranquilos y felices.
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—Lady Jane parece sentirse mejorseñor —dijo Úrsula—. Creo que va recibir usted una gran sorpresa. ¡Mparece que hay dos niños en su vientre!
Anthony dio un respingo. —¡Virgen santísima! ¿Mellizos
Dios mío, qué idea fantástica! —recapacitó durante un momento y luegagregó—: ¡Dos herederos para mí, par
Cowdray! Es cierto que el vientre dJane es el doble de tamaño que la veanterior. Y es verdad que han ocurrid
varios portentos. Mi mejor yegua tuvdos potrillos la semana pasada y ayepor la mañana encontré dos insectos emi almohada. ¡Ah, señora, mil gracias
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—se inclinó y la besó.Úrsula lo tomó de la mano. —Será mejor que no le diga nada
Tal vez yo me equivoque y la pobrecita ha sufrido demasiado la vez pasada
está muerta de miedo. Oh, como m
gustaría que estuviera aquí el maestrJulian… —agregó Úrsulmpulsivamente.
Anthony alzó las cejas. —¿Cree usted que ese gran médic
se ocuparía de atender a una parturienta
—No lo creo, pero conoce muchapociones que calman el dolor y tiene ucorazón bondadoso, si bien… —su vose quebró. El último encuentro co
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Julian la había dejado muy mortificad—. Me pregunto si habrá conseguidcurar a su majestad. El maestro Juliaestaba muy seguro de ello.
—Recemos para que haya podidhacerlo —dijo Anthony. Pero su
ribulaciones continuarían así el rey ssanara o no. Que la ira de Dios sdescargue contra Northumberland
pensó; dio luego media vuelta y sdirigió a su mansión.
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Capítulo 11
El rey Edward murió el jueves seide julio en brazos de Harry Sydney. Edoctor Owen, su antiguo médico, s
nclinó sobre el cuerpo terriblementdesfigurado y meneando la cabeza ldijo a Sydney:
—Por fin, pobre muchacho. Quizáhubiera podido salvarlo si el duque nme hubiera desterrado de la cortdurante meses.
—Sh-h… —dijo Sydney mientragruesas lágrimas corrían por sumejillas—. Quédese con él, debo darl
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a noticia a su alteza, que quiere que sguarde un estricto secreto por emomento. Un secreto respecto a… —agregó señalándole cuerpo del rey.
En el preciso momento en que Harrse disponía a hablar, resonó un truen
fuertísimo y la luz de un relámpagluminó el cuarto.
—¡Es una advertencia, Harr
Sydney! —exclamó el viejo médico—Dígale al duque que la tenga en cuenta!
—Es una típica tormenta de veran
—respondió Harry con voz temblorosa salió apresuradamente en busca deduque.
Wat Farrier se enteró de la muert
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del rey diez minutos después del duqueWat estaba en el patio del palacio atráde las cocinas y junto al lavadero haciel que se acercaba corriendo betsy, unavandera, trayendo un atado de rop
sucia y maloliente.
Wat se había tomado el trabajo, nmuy desagradable por cierto de seducia betsy, que no opuso mayor resistenci
lo recibió con una mezcla de miedo placer.
—Ha muerto —susurró mientra
dejaba la ropa sucia en una bate—. Aso dijeron mientras estaba escondiddetrás de un biombo esperando a que mdieran la ropa.
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—Ah-h… —suspiró Wat—. ¿Estásegura, querida? —ella asintió y en esmomento resonó otro trueno que fuacompañado por un fuerte golpe dviento. Wat la besó cariñosamente—gracias muchacha.
—¿No te irás en medio de semejantormenta? —exclamó la muchacha.
Pero Wat no perdió tiempo e
contestarle. Montó en su caballo y partirumbo a Londres,. Adonde llegó al cabde una hora. Se detuvo frente a la cas
del joyero en Lonbard street. —¡Ha llegado la hora! —exclampor la hendija que finalmente se abriuego de sus insistentes golpes en l
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puerta.La puerta se abrió lo suficiente com
par que Wat entrara. —Tom está esperando y su caball
está preparado.El joyero buscó en un cofre el anill
de oro adornado con la cabeza dciervo. Wat comprobó que era el mismque él le había entregado.
—Tom debe ponérselo en la mande ella. «tendrá suficiente viveza coraje? Dios mío, espero que pued
alcanzarla e impedir que caiga en lrampa que le han tendido esos malditoraidores.
—No quiero saber más nada —
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acotó el joyero—, y si algo resultarmal, no te conozco ni he oído jamáhablar de tu amo.
—Pero bien contento que te pondrácuando cobres la recompensa si todsale bien —dijo Wat refunfuñando. Sali
de la tienda y montando nuevamente esu caballo empapado por la lluvia, sdirigió a Greenwich y sus sucio
muelles para esperar el desarrollo dos acontecimientos.
Tuvo que esperar dos días al cab
de los cuales todo Londres se conmovicon la noticia. El rey Edward habímuerto y Jane Grey Dudley fuproclamada reina de Inglaterra. Lo
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habitantes de Londres se quedaroboquiabiertos. ¿Quién era Jane GreDudley? Muchos protestantes inclusivestaban absortos. ¿Qué habí pasado coas hermanas del rey si bien era ciert
que una era católica, ambas eran hija
del rey Enrique.Wat se quedó otros cinco días e
Greenwich, pero betsy dejó de serle d
utilidad alguna pues toda la corte shabía trasladado a Londres parcomenzar los preparativos de l
coronación de la reina Jane. Wafrecuentó los muelles, tratando daflojarles la lengua a los marinoconvidándoles con cerveza. Por fin, e
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catorce de julio tuvo éxito. El capitán dun barco que venía de yarmouth no pudcontener su entusiasmo y le comunicque la princesa Mary estaba en castillde Franlingham en suffolk y qupersonas de distintas clases se estaba
uniendo a ella. Había sido proclamadreina en el castillo de norwich.
—¿Es eso verdad? —Wat a dura
penas podía contener su alegría—¿Cómo se le ocurrió ir a Franlingham?
—Dicen que alguien llegó
Hoddesden y le advirtió que le habíapreparado una trampa. Dio media vuelt volvió a su palacio de kenninghall coos hombres del duque pisándole lo
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alones. Pero consiguió burlarlos y huya Franlingham que era más seguro. Earmouth toda la población está a favo
de ella. —Dios la bendiga —dijo Wa
anzando un suspiro de alivio—. Voy
reunirme con ella. Va a necesitar todoos hombres disponibles —miró a s
alrededor, pues había dicho esto últim
en voz alta y temió tener que defendersepero en cambio oyó numerosas voceque le decían—: ¡Iremos contigo, Wat!
Wat cruzó el río junto con variohombres y esa noche llegaron chelmsford donde les informaron que eduque había enviado a un ejército d
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res mil hombres con la orden de detenea la princesa Mary viva o muerta.
Una hora después que Wat llegó Franlingham con sus amigos, la ciudase vio conmocionada por la aparición dun correo real. Desenrolló un pergamin
gritó con todas sus fuerzas: —¡Londres ha proclamado reina a l
princesa Mary! ¡Viva la reina! —tra
ocuaz hizo sonar con fuerza srompeta.
Harry jerningham, rico terratenient
gran partidario de Mary, aparecicorriendo desde el interior de lfortaleza.
—¿Qué has dicho? ¿Debo da
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crédito a mis oídos? ¿El consejo hproclamado reina a Mary?
—En efecto, señor —respondió eheraldo—. Esta es la proclama. Yambién han ordenado la detención de
duque de Northumberland.
Al oír esto el caballero cayó drodillas y tomando su espada besó lcruz. Su gesto fue imitad
fervorosamente por todos loespectadores.
—¡Viva la reina Mary! —exclamó e
heraldo mientras todos los hombres sdescubrían—. ¡Reina de Inglaterrarlanda y Francia y defensora de la fe!
Una figura pequeña vestida d
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erciopelo violeta y montada en ucaballo blanco apareció por el puentevadizo. Miró hacia jerningham qu
asintió con su cabeza. Tomó el crucifijde oro que colgaba sobre su pecho, lbesó y exclamó:
—¡Un milagro! Dios nuestro señor odos sus santos han contestado a mi
plegarias. Gracias a todos ustedes, mi
eales súbditos, gracias desde lo máprofundo de mi corazón.
Esa noche hubo un gran regocijo e
Franlingham, donde habían llegaddesde yarmouth numerosos tripulantede barcos enviados por Northumberlanpara luchar contra Mary, pero que a
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desembarcar cambiaron de lado. Wat, quien siempre le había entusiasmado emar, se unió a varios marinos y escuchentusiasmado sus relatos. Mientraconversaba con uno de ellos que teníunas manchas rojas en la cara y lo
abios hinchados, advirtió que uhombre de edad madura y modestamentvestido miraba fijamente al marino. E
personaje tenia una cara larga con unpeluca oscura en el mentón y a pesar qusus medias estaban agujereadas, su
zapatos eran de una excelente calidad. —Siéntese —dijo Wat— y no nomire de ese modo. ¿Le interesa el relatde venturas de Jack?
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El hombre se sorprendió y luegsonrió.
—Da vero… —dijo— me parecmuy interesante, pero estaba pensanden las manchas que tiene en la cara y esus ojos inyectados en sangre. Yo podrí
curarlo.Los otros dos lanzaron un
carcajada.
—Soy médico… me llamo JuliaRidolfi…y es la primera vez en quincdías que me animo a admitirlo —dijo e
extranjero imperturbable—. Buehombre —agregó dirigiéndose a Wat—no lo he visto a usted por casualidad eCowdray el verano pasado? ¿No e
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usted el encargado de las caballerizade sir Anthony Browne?
—Así es —admitió Wat después dun momento—. ¡Santo cielo! ¡Y usted eel médico que curó al hermano Stephede la mordedura de la rata! ¡Pero parec
que está un poco venido a menos, mamigo!
—No tuve más remedio qu
modificar un poco mi apariencia puepensaba huir al continente. Pero loúltimos acontecimientos loasen ahor
nnecesario. ¿Piensa volver ahora Cowdray? Su amo debe estar sumamentansioso.
Wat refunfuñó. Había estad
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haciendo toda clase de proyectos. Lvida en Cowdray se había vuelto tamonótona últimamente que laperspectivas de volver allí y encontrarsademás con su fastidiosa mujer y scaterva de hijos no le parecían mu
seductoras. Su cabeza estaba llena ddeas de resultas de sus conversacione
con los marineros. Viajes, travesías
puertos exóticos, lugares nuevos eramucho más atrayentes.
Julian interpretó los pensamientos d
Wat. —La situación ha cambiado ahor—dijo señalando al castillo dfrnalingham—. Sir Anthony y Cowdray
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saldrán muy beneficiados. Sería unontería abandonar a vuestro patrón e
estos momentos. —Tiene razón, señor —dijo Wa
suspirando—, pero me gustaría quSimkin estuviera en casa. Lo extrañ
mucho. Pero parece haberse quedado eCumberland con lady Wouthwell Celia.
—Está equivocado —dijo Julian—Me encontré con todos ellos en Londre se dirigían de regreso a Cowdray.
Wat se sorprendió. —¿La pequeña Celia no se casó coun Dacre? Eso fue lo que nos contaron.
—Por lo visto no.
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—Por dios… a puesto a que estenamorada de mi Simkin. Sería un buecasamiento.
Julian no podía dar crédito a suoídos. Estas ambiciones le parecieroasombrosas y más aún cuando habí
enido la impresión al ver a Simkin eSt. Thomas hospital que el muchacho nera muy hombre. Era suficiente observa
a forma en que caminaba y movía lobrazos. Es un pederasta, pensó Julian, ydudo que se acueste alguna vez con un
mujer . —Espero que sus ambiciones srealicen y envíe mis afectuosos saludoa todos los de Cowdray.
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—¿Y usted, que hará, doctor? —preguntó Wat.
—Ataré mi carro a la nueva estrell—dijo Julian señalando con su cabeza ecastillo—. Me he enterado que no tieneningún médico.
—Nunca pensarán que usted emédico si lo ven con esa facha. Perespere un poco —dijo Wat—. Quizá
pueda hacerlo llegar al mayordomo da reina, sir Thomas wharton. Él deb
conocer el anillo de sir Anthony, el qu
e enviaron a ella para avisarle quescpara. Dígales que viene de Cowdra que era el médico de sir Anthony. Aquiene mi emblema para probarlo —Wa
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sacó el emblema de su bolsillo. —¡Qué buena idea! —exclam
Julian sinceramente agradecidoEstrechó firmemente la mano de WaEchó los hombros hacia atrás y caminresueltamente hacia el puente levadiz
del castillo.Una gran desesperación reinaba e
Cowdray el veinte de julio. Las última
noticias que habían tenido fueron cuandlegó un heraldo del rey a Midhurst par
notificar a su población que lady Jan
Grey había sido proclamada reina dnglaterra. —Por fin acabó el suspenso —dij
sir Anthony—. Los hombres de Hoby s
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presentarán en cualquier momento y nme defenderé. Cowdray no era unfortaleza, era un elegante palacio coventanas llenas de cristales de coloresAdemás tampoco podían contar coayuda en Midhurst pues la mayoría d
sus habitantes se habían convertido aprotestantismo y si bien Anthony ermuy estimado, no debía olvidar que l
mayoría de sus arrendatarios le debíadinero, por cuyo motivo no arriesgaríasus vidas para salvarlo.
Hasta la misma Celia sufrió laconsecuencias de esa conversión, puea señors Pott, esposa del dueño de l
posada de Spread Eagle había abrazad
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a religión protestante y la veía a ellcon malos ojos.
Tanto que un día le dijo que preferíque no fuera más a trabajar a la posada.
—Tú perteneces a Cowdray —ldijo—. Cowdray es reconocido com
católico y esta religión está prohibida englaterra. Nos comprometes
Preferimos que esta semana sea l
última que vengas a trabajar —agregcomo gran concesión—. Te apreciamomucho pero no puedes pertenecer a do
religiones al mismo tiempo.Por ese motivo Celia no quería ir Midhurs ese día, pero al mismo tiempsintió cierto alivio de poder salir de
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castillo. Lady Jane había comenzado pegar alaridos desde el desayunoAlaridos espantosos que se oían hasta eel patio. Celia estaba aterrada y tambiée aterraba la cara preocupada d
Úrsula.
—Han comenzado los dolores departo —le explicó Úrsula al encontrar su sobrina pálida como una sábana
cubriéndose los oídos con ambas manosparada junto a la puerta del dormitoride lady Jane—. No, no puede
ayudarnos. Vete a trabajar a la posadaLas monedas que ganan pueden sernouego de gran utilidad. Pero espera…
mejor será que vayas a buscar a Good
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Pearson, la partera. La señora Pott debsaber dónde vive. Molly Oʼwhipple nsirve de mucho, se ha vuelto fastidiosa está asustada. Y yo también.
Ambas se estremecieron al oír unuevo grito.
—¡Corre! —la urgió Úrsula—. Hmandado buscar al hermano Stephen. Se encuentras con él por el atajo dile qu
se apure.Celia salió corriendo. Hacía much
que no tomaba el atajo. St. Annʼs hill l
raía malos recuerdos, pero un encuentrcon Stephen no parecía importante al oíahora esos gritos espantosos.
Lo encontró junto al pequeño puent
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sobre el río Rother. —¿Lady Jane? —preguntó él—
¿Está muy mal? —Sí —dijo ella sollozando—, grit
en una forma espantosa —vio qulevaba la cajita donde guardaba lo
sagrados óleos cubierta con un lienzblanco. Se arrodilló al verla y ssantiguó.
Stephen comprendió inmediatamentos sentimientos de la muchacha. Apart
del temor natural al presentir una agonía
Celia sentía miedo por su condición dmujer… la maldición de eva. La tompor el mentón y la besó en la frente.
—¡Debes tener fe, mi pequeña! —
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susurró con tanta ternura en su voz quella se quedó mirándolo mientras salejó corriendo por el campo edirección a Cowdray.
Prosiguió luego su carrera haciMidhurst, repitiendo todo el tiempo:
—La partera, debo buscar a lpartera —pero al llegar a la plaza unespesa muchedumbre le impidió el paso
La posada de Spread Eagle estaba pocos metros de distancia, pero la gentestaba tan apretujada que no podí
avanzar. —¿Qué sucede? —preguntó en voalta—. Hoy no es día de feria…
—No te afanes tanto, jovencita —l
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respondió un hombre—. Estamoesperando oír las noticias.
Y entonces vio un heraldo quostentaba las flores de lis y loeopardos en su chaqueta, ataread
clavando una proclama en la puerta d
a alcaldía. —¡Otra proclama! —exclamó Celi
enojada—. ¡Basta ya de la reina Jane
Lady Jane se está muriendo eCowdray!
—Sh-h… —le dijo el hombre—
Cállate y escucha.El heraldo se llevó la trompeta a loabios y luego de emitir unos estridente
sones anunció:
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—La reina Mary Tudor ha sidproclamada reina de Inglaterra, Irlanda Francia —se persignó solemnementdiciendo en voz bien alta: in nominpatri, et filii et spiritui sancti.
La multitud se quedó boquiabierta
pesar de que toda clase de rumorehabían corrido desde la llegada deheraldo.
—¡Viva la reina Mary! —exclamó ealcalde y al cabo de un instante la gentprorrumpió en un estruendoso—. ¡Viv
a reina Mary! ¡Hurrah! ¡Hurrah!Qué consecuencias tendrá estara Cowdray y para nosotros, pens
Celia sin entender mucho lo que sucedía
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Pero en eso vio a la señor apto recordó su misión.
—Ahora podrás practicaranquilamente tu religión, mucha —l
dio la señor apto en cuanto la vio—Respaldaste el equipo vencedor. Ere
ista como un hurón… —No, no señora, por favor, le rug
que me diga dónde está Goody Pearso
a partera. Lady Jane la precisa. —¿Cómo? ¿Qué es lo que quieres
—inquirió la posadera que estaba ta
enojada que no había comprendido lque le había dicho Celia. —Busco a Goody Pearson l
partera; lady Jane está muy mal.
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Celia consiguió finalmente que lseñora Pott le dijera dónde vivía lpartera pero cuando llegó allí, lnformaron que había tenido que ir
otro pueblo cercano y que no volveríen todo el día.
Volvió a Cowdray pesa de una graristeza y cuando llegó al portón d
entrada al patio se encontró con si
Anthony. Tenía los puños apretados y lohombros encogidos, se había abierto lgolilla, su chaqueta de raso estab
desatada y dejaba entrever su camisblanca abierta sobre su pecho cubiertde velo.
—¿Porqué repica en esa forma l
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campana de Midhurst? —le preguntcasi sin verla—. ¿Cómo se atreven hacerla repicar alegremente? ¿Malditsean… cómo se atreven? —repitihaciendo el ademán de desenvainar lespada.
—La princesa Mary ha sidproclamada reina de Inglaterra —dijCelia suavemente—. ¿No se h
enterado? —¿Dónde has estado pequeñ
raidora? No es el momento para hace
morisquetas. ¿Pensabas abandonar amaldecido Cowdray como lo hicieroellos?
Ella meneó la cabeza contempland
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con tristeza la cara demacrada y los ojohinchados.
—Fui a Midhurst a buscar a GoodPearson la partera. Pero no pudencontrarla.
—Ni será necesario tampoco… —
anzó un suspiro desgarrador—. Mmujer ha muerto.
Celia lanzó un gemido y tuvo gana
de rodearlo con sus brazos parconsolarlo, pero él parecía tampenetrable como un muro de piedra.
—¿Y la criatura…? —susurró.Anthony emitió un sonido de furia. —No lograrán vivir. Son dos, ta
repugnantes y deformes como ratas ma
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nacidas. Son una demostración de lmaldición que persigue a mdescendencia… maldita sea esalgarabía infernal… —exclamó al oíque la campana del ayuntamiento se unía la de la iglesia en sus alegres tañido
—deberían estar doblando por mdifunta esposa… le mandé avisar apárroco… el sacristán no deberí
demorarse tanto. Jane tenía solamentveinte años.
Celia se dio cuenta que la gra
risteza y sentido de culpa quembargaban a sir Anthony le habíampedido oír su anuncio previo.
—Señor —dijo con voz alta y clar
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—, las campanas repican por lady MaryAcaba de ser proclamada reina dnglaterra.
Anthony pegó un respingo. Meneó scabeza irritado y luego se quedboquiabierto.
—¿Mary es reina…? ¿Mary? —Sí, señor. Yo misma oí l
proclama.
—¡Bendita virgen María! —Anthonsuspiró y luego lanzó su cabeza haciatrás y comenzó a reír histéricamente.
—¿Quiere que entremos al salónseñor? —dijo Celia después dcontemplarlo durante un momento sisaber qué hacer—. ¿Quiere que le sirv
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una copa de vino caliente? Mi tía Úrsuldice que tranquiliza.
Lo tomó por el brazo y lo tironeóAnthony dejó de reír. Sucuerpo se aflojotra vez. No pronunció palabra algunapero dejó que Celia lo condujera al gra
salón donde estaban reunidos en silenciel mayordomo y muchos otros sirvientede Anthony, a los que acababan d
comunicarle la noticia de la muerte dady Jane.
Al cabo de tres días, los mellizo
parecieron tener perspectivas de vivirÚrsula se encargó de conseguirles uama, que fue nada menos que lmuchacha que había entusiasmado
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Gerald Fitzgerald durante su estadía eCowdray. La joven que trabajaba en eambo estaba feliz con su ascenso d
categoría.Durante esa semana Anthony no tuv
mucho tiempo para ocuparse de lo
mellizos ni de continuar con su duelpor Jane, debido al extraordinaricambio en su destino.
Wat Farrier llegó a Cowdray cuandady Jane no había sido enterrada aún uvo una enorme sorpresa mezclada co
emor al ver el estandarte de Cowdray media asta y una gran corona negra en eportal.
—¿No será por sir Anthony, verdad
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—le preguntó Wat al guardián que era uviejo amigo suyo—. Pobre señora, ermuy buena, y murió cumpliendo con sdeber que es más de lo que muchopueden decir.
Wat cruzó el patio y al llegar a l
casa se encontró con Stephen que salíde la capilla donde había estado rezandpor el ama de lady Jane.
—Buenos días, hermano —dijo Waalegremente—. Oh, ya sé quejes muriste —dijo señalando la capilla con s
cabeza—, pero aparte de esa tragediusted debe estar muy contento, ahorpodrá organizar un funeral como sdebe, con toda la antigua pompa
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ncienso, velas procesiones, misas y siemor alguno; inclusive podrá rezar en lglesia de Midhurst si así le conviene.
Stephen lo miró sorprendido. Habíestado acostumbrado a vivir en medide la persecución religiosa durante tant
iempo que no se le había ocurridpensar en ello.
—¿Está usted seguro Wat que l
reina Mary va a reinstaurar la verdaderreligión? Oh, ya sé que es una católicdevota ¿Pero se animará a hacerlo? Y
además, todavía no ha sido coronada. Nsiquiera ha llegado a Londres ¿Verdad? —No se preocupe —dijo Wa
cariñosamente—. Todos los señores de
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nterior están con ella, si usted hubiervisto la alegría que reinaba en todos lopueblos y ciudades por los que paséLos altares ostentaban otra vez locrucifijos, nuevamente habían salido relucir todos los adornos de las iglesias
os que no habían sido vendidos, posupuesto…
—¿Pero y Northumberland? —dij
Stephen—. Tiene un gran ejércitademás de esa cantidad de nobles qufirmaron la modificación del testament
de Edward y que lo apoyan. —¡El duque! —Wat echó la cabezhacia atrás y lanzó una carcajada—Ese gran cobarde! Está en la torre. L
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detuvieron en cambridge. Cuando se dicuenta que estaba perdido, decidiapoyar a la reina Mary, pero un pocarde. Dudo que logre salvar su cabeza.
—Deo gratias. Nuestro señor y sdivina madreña obrado un milagro
¿Cómo podía dudar de ello? —agregStephen en un susurro.
Stephen se dirigió a su cabaña en St
Annʼs hill. Una vez allí abrió uncofrque tenía cerrado con llave, y sacó de snterior su crucifijo de plata, el cuadr
de la virgen y el paño morado con quo había cubierto el día de la visita dCelia. Tuvo la impresión de que habíaranscurrido años desde esa tempestuos
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arde.Volvió a colocar todas las cosas e
sus antiguos lugares y se quedarrodillado frente al altar rebosante damor. Su exaltación se prolongó variahoras hasta que oyó las campanas de l
glesia del pueblo que tocaban eangelus. No había oído el ángelus desdsu llegada de Francia. Su sorpresa fu
al que exclamó en voz alta —¡Puedo ir a la iglesia del puebl
para rezar los oficios de las vísperas
—salió de su modesta capilla y lleghasta el frente de la iglesia de Midhurst —¿Quién es ése? —se preguntaro
dos muchachos al verlo, asombrados po
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el hábito que nunca habían visto. —¿Será un actor? —Stephen se di
vuelta y les dijo sonriendo. —No soy un actor, soy un monj
benedictino, un sacerdote.Igual conmoción suscitó al entrar
a iglesia, donde todos los fieles sdieron vuelta para mirarlo. El viejpárroco se interrumpió en medio de su
oraciones y se puso pálido. El mepasado se había casado y la presencide Stephen lo llenaba de temor. Lo
rumores que había oído parecían seciertos. Qué pena que no se murieror la mordedura de la rata, pens
mientras miraba a Stephen reflexionand
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que no sólo debería despedirse de smujer, sino también de la parroquiaOtros fieles compartían también surecelos, pero la mayoría se alegraba dpoder celebrar nuevamente las fiestas dos sanos, volver al antiguo ritual y n
ener que romperse el seso pensando sen la hostia estaba o no el verdadercuerpo de nuestro señor. Además s
alegraba que sir Anthony volviera adquirir importancia en los destinos depaís y que se reanudara otra vez e
ráfico entre el castillo y la ciudad.Sir Anthony había sido reclamado eLondres a pesar de su duelo y habíomado parte en la entrada triunfal de l
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reina, habiéndosele otorgado el honor dlevar su cola. Sir Anthony er
merecedor de un gran agradecimiento dparte de su majestad. Y así se encargWat Farrier de hacerlos saber a todoos parroquianos de Spread Eagle, si
omitir un solo detalle en su relato de lentrega del famoso anillo con la cabezde ciervo.
Wat Farrier adquirió grapopularidad entre los habitantes dMidhurst, que lo miraban y l
consultaban respetuosamente en todoos asuntos referentes a la reina ya lforma de celebrar su coronación.
Entre los proyectos para los festejo
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figuraba un baile tradicional en el qures hombres debían disfrazarse d
mujer s. Tenían dos candidatos segurospero no encontraban un terceroSorpresivamente Simkin se propuspara el papel. Todos rieron al oír e
ofrecimiento del muchacho, y Waambién rió, aunque algo forzado.
Desde que regresó de Londres habí
encontrado que su hijo se comportaba euna forma diferente a la de antes, estabmás callado, remiso y desaparecí
frecuentemente sin poder explicar luegdónde había estado. Y más grande fue ssorpresa, cuando un día encontró en ecurto de Simkin un cofre que contení
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vestidos de mujer. —¿A quién le has robado eso? —
preguntó Wat indignado pues nunchabía imaginado que sufijo podría ser uadrón.
—Son de un a migo mío —
respondió el muchacho con un gestburlón.
—Algo original tu amigo ¿No e
así?Wat recordó la escena al oír qu
sufijo se ofrecía a representar el pape
de la «joven marian» agregando que lharía mejor que cualquier otro.Pero Wat no se dejó perturbar po
ese episodio, achacándolo a lo
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frecuentes caprichos que tenían loóvenes y además tuvo ocasión d
presenciar un satisfactorio encuentro dsu hijo con Celia. Cuando Wat y Simkiestaban atareados cepillando locaballos, Celia entró al establo saltand
bailando, sumamente agitada. Corrihacia la yegua de lady Jane, a la quSimkin estaba atendiendo en es
momento y rodeándole el pescuezo coos brazos exclamó:
—¡Oh Simkin! ¡Ahora es mía! Si
Anthony me la ha regalado. ¡Qué buenes conmigo! —y acto seguido besó a legua en el hocico.
Simkin miró a la muchacha y sonrió
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Quién podía evitarlo, pensó Wat. Loven era tan bonita, joven y alegre
demostraba una felicidad que no habívisto durante el viaje al norte.
—¿Quieres dar una vuelta? —lpreguntó Simkin—. Te la ensillaré.
—Si tu me acompañas, Sim…no mconoce y tengo un poco de miedo.
—Ve, muchacho, acompáñala —di
Wat mirándolos satisfecho—. No tnecesitaré durante un buen rato —dirigiéndose a la muchacha le dijo—: l
felicito, señorita, es una espléndidegua. Sim se encargará de enseñarle manejarla. Llévala por los senderos Si—añadió hábilmente. Los sendero
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cubiertos de helechos y protegidos poaltísimos robles, el lugar predilecto dos enamorados.
Pero por suerte no oyó lconversación que mantuvieron Simkin Celia durante la cabalgata.
—Sir Anthony es tan bueno que mha mandado hacer un vestido nuevo para coronación. ¡Iré a Londres con lo
otros, estoy tan contenta! —¿De qué color y cómo será t
vestido? —preguntó el muchacho.
—No lo preguntarás en serio —dijCelia dándose vuelta y mirando Simkin asombrada—. ¿Qué demonios tpuede importar cómo es mi vestido?
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—¿Y por qué no? Porque soy feoporque trabajo en la caballeriza y apesta bosta?
—N-no… —respondió ellsintiendo otra vez esa desagradablsensación cuando presenció es
nexplicable escena en el granero dnaworty.
—Sir Anthony nos dijo qu
revisáramos los cofres del altilloEncontramos un corte de brocato rojpara la pollera y un terciopelo francé
de color amarillo para la bata. —El rojo y el amarillo no socolores para ti, Celia —dijo Simkin coseriedad—. Opacarán tu belleza. Elig
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algo de color claro y de seda.Celia se sorprendió pero luego lanz
una carcajada. —¿Oh, Simkin, de veras te interes
anto lo que voy a usar? —Ah, ya sé que no soy más que u
sirviente feo y tu te has convertido euna elegante dama. Pero algún dícambiará todo esto. No tendré qu
obedecer a nadie. Haré lo que mgusta… y sin tener que sentirmavergonzado.
Celia lo miró sin comprender bien lque decía. —Tal vez consigas lo qu
ambicionas —le dijo fríamente y clav
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as espuelas en su cabalgaduraGaloparon en silencio y bajo una lluvintempestiva.
Celia acarició el pescuezo de segua, pensando en todo lo que le debí
a sir Anthony, a Úrsula que la habí
rescatado de la posada y a Mabel que shabía convertido en su compañera y quhabía dejado de hacer pucheros
atufarse ante la perspectiva del viaje Londres para asistir a la coronación.
Stephen también formaría parte de l
comitiva. Celia había hecho a un ladsus locuras del pasado, al pensar que emonje podía albergar alguna clase dsentimiento amoroso por ella. Pero s
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alegraba de que las acompañara Londres y que después de tantos añopudiera presentarse tranquilamente epúblico como capellán de sir AnthonyVirgen santísima, pensó Celia, la vidno es tan mala después de todo. E
cuestión de tener paciencia y esperaque pasen los problemas. Comenzó canturrear una canción y todavía seguí
cantando cuando desmontó y Simkiomó a la yegua por las riendas parlevarla a la caballeriza.
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Capítulo 12
Sir Anthony Browne llegó Southwark acompañado por su familia reinta servidores, el veintiocho d
septiembre, el mismo día en que Marbajaría por el thames hasta la torre dLondres y de allí se dirigiría hacia l
abadía de Westminster para secoronada como correspondía a una reinde Inglaterra.
La mansión de sir Anthony, la viejabadía de St. Mary Overies, había sidransformada. Un ejército de albañile
había reacondicionado todas la
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habitaciones y las celdas agrupadaunto a los claustros. Después d
desalojar a varios vagabundos, loestablos de los monjes quedaron taimpios como los de Cowdray. Anthon
había traído varios muebles de Sussex
en su visita anterior había encargadvarias sillas y mesas a un reconocidartesano de lombard street, y tapice
nuevos colgaban de las paredes.Anthony escucho satisfecho la
exclamaciones de asombro de la
mujeres, pero no tuvo mucho tiemppara dedicarles pues el duque dorfolk, que había estado encerrad
durante seis años en la torre, lo habí
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mandado llamar a whitehall. —Vamos, Stephen —dijo Anthon
dirigiéndose al monje—, quiero que macompañe y vea un poco el mundo. Máaún, necesito que me ayude con snteligencia. Todavía quedan mucho
complots por descubrir.Stephen titubeó. Miró por la ventan
hacia la iglesia de st, Saviour. Habí
anto que restaurar en la iglesia; no puddar crédito a sus ojos cuando lnspeccionó apresuradamente a s
legada. Estaba prácticamentdesmantelada, los nichos estaban vacíosel altar mayor había desaparecido y poodas partes se veían excrementos d
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animales. —¡Oh! —exclamó Anthon
alegremente comprendiendo lopensamientos de Stephen—, eso puedesperar. Ahora que el obispo gardiner hsalido de la cárcel y está nuevamente e
su palacio, seguramente podráconseguir algún otro sacerdote que tayude a arreglar ese caos. Ven conmig
echa un vistazo al mundo real.Celia observaba este intercambi
sentada junto a Mabel en el extremo de
salón de la abadía. No se animó expresar en alta voz sus sentimientosporque sabía que el miedo que sentía nera razonable.
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No era asunto de su incumbencia eque Stephen acompañara a sir Anthony recorrer Londres o se quedara allocupándose de restaurar la iglesia. Siembargo mientras duró la indecisión dStephen no pudo evitar sentir miedo.
—¿Qué te pasa, Celia? —lpreguntó Mabel con cierta curiosiad—¿Por qué pegaste semejante respingo
¿Alguien pasó sobre tu tumba?La muchacha dejó escapar una risit
comió otro confite.
—Anthony —exclamó—. ¿No tencontrarás por casualidad con lorGerald en casa del duque de NorfolkDile que ya le hice el bolso que l
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prometí. —¿Oh-h? —dijo Anthony dirigiend
una mirada de soslayo a su hermanmientras se colocaba la espada. Habíadvertido un ligero festejo entre Mabel el joven irlandés el verano pasado—
Con toda seguridad no me encontrarcon Fitzgerald en whitehall, y mejor serque apuntes hacia otro candidato, m
querida niña. Fitzgerald firmó lmodificación del testamento de Edward¿O no estás enterada de ello? —Anthon
dejó escapar una exclamación. Nesperaba encontrar comprensión en lamujeres en general y no se hacía grandelusiones respecto a la inteligencia d
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Mabel— ya te encontraré un maridconveniente, ahora que el horizonte estdespejado —agregó impacientemente—pero no será precisamente mañanaVamos de una vez, Stephen!
Los hombres salieron. Celia s
asomó por la ventana y los vio montaen sus caballos en el patio del claustroCuando Stephen subió a su caballo, l
capucha se deslizó hacia atrás, dejandal descubierto su pelo tupido y oscuroque adquirió reflejos dorados con la lu
del sol. Parecía tan buen mozo arrogante como su amo, y pudo oír srisa, tan poco frecuente, en respuesta un comentario de sir Anthony. Confiab
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en que se le ocurriera mirar hacia lventana y se asomó más sobre ealfeizar. Pero Stephen o alzó la vistaSalió del edificio en compañía de siAnthony. Celia dio media vuelta regresó lentamente al salón, dond
Mabel estaba sentada enfurruñada Úrsula impartía órdenes a la coleccióde mucamas que había contratado e
mayordomo de Anthony.Dos días después, Wat Farrie
acompañó a Úrsula, Celia y Mabel
unos lugares reservados para ellas egrace Church street, en plena ciudadGradas de madera que se apoyabacontra las casas habían sido construida
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odo a lo largo del recorrido de lprocesión de la reina Mary desde lorre, y Anthony había elegido un luga
espléndido para las mujeres de sfamilia.
Estaban ubicadas justo debajo de
arco triunfal que había construido ugrupo de banqueros florentinos y quhabía sido hecho con ramos de lirios
rosas y heliotropos mezclados. Encimdel arco había un ángel de más de cuatrmetros de alto con un lienzo verde y qu
sujetaba una trompeta en su mano.El perfume de las flores erdelicioso y mitigaba el menos agradablolor de la gente… y especialmente e
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olor a vómito, pues desde el mediodíun clarete ordinario corría gratuitamentpor los vertederos de cornhill chepside.
A pesar de que la espera fue larga que las mujeres no se animaban
abandonar sus lugares en las gradasCelia estaba tan agitada que le parecique el tiempo pasaba volando. Es
mañana cuando se puso el vestido derciopelo amarillo y brocato rojo
recordó el comentario de Simkin y a
mirarse en el espejo de Úrsula, tuvo qupellizcarse con fuerza las mejillas parque tuvieran un poco de color, pero unvez allí, los colores de su vestido s
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mezclaban alegremente con los rojosverdes y dorados de las banderas estandartes que colgaban en las ventande todas las casa.
Úrsula y Mabel no se sentían tafelices. El duro banco de madera no le
resultaba cómodo a Úrsula a pesar de spollera nueva de un grueso terciopelnegro. Le dolía la espalda y no iba
ener más remedio que hacer sunecesidades en la mitad de la callcomo la gente común. La
preocupaciones de Mabel eran de otrorigen pero igualmente molestas. Selegante corsé de acero y su miriñaquestaban demasiado ajustados, sudab
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copiosamente por las axilas, manchandsu vestido color lila. Y estaba empacadademás por un sermón que le habídirigido Anthony antes de ir hacia lorre para integrar la procesión
explicándole que era mejor que s
olvidara de Fitzgerald pues éste habíhuido a Irlanda junto con su hermana ord Clinton. Pero Mabel encontrab
muy difícil poder olvidar al únichombre que la había besado y que lhabía dicho frases bonitas y con el qu
se consideraba prácticamentcomprometida.A las dos y media de la tarde s
evantó un viento fuerte que desvió l
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fragancia de las flotes hacia el norterayendo en cambio el desagradable olo
a excrementos de pollo y gallinas de logalpones ubicados algo más abajo egrace Church street.
—Parece algo disgustada a pesar d
esta jornada tan alegre, señora —diuna voz detrás de Úrsula haciéndole daun respingo. Dio media vuelta y s
encontró con el maestro Julian sentaden una grada un poco más atrás.
—¡Jesús bendito! —exclam
olvidando al punto sus incomodidade—. ¿Qué está haciendo aquí?Lucía nuevos ropajes doctorale
bordeados con piel de ardilla colorada
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enía bien encajado su bonetcuadrangular para que no se volara coel viento; su barba ondeada estabrecortada prolijamente, sus ojos griserefulgían y Úrsula se quedó pensando eo apuesto que era.
—Lady Wouthwell, mi presenciaquí se debe a que ayudé a micompatriotas florentinos a dibujar lo
planos para la construcción del arco —dijo sonriendo—. Dentro de pocpodremos ver cómo se mueve el ángel
Traté de recordar el mecanismo idea poel señor Leonardo da vinci para unfiesta de los medici. Buenos días Celia señorita Mabel —agregó cuando la
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dos jóvenes se dieron vuelta.La cara de Celia se iluminó al verlo
Admiraba al médico a pesar de lo fríque había sido su último encuentro, durante este último tiempo había tenidocasión de enterarse de los terrible
peligros que los amenazaban a todosncluyéndolo a él.
—Oh, señor —dijo Celia—, uste
estuvo con la reina en fralingha¿Verdad? Wat nos contó toda la historia¿Consiguió usted que lo nombrar s
médico particular? —Durante un tiempo su majestad mbenefició con sus favores —dio tocanduna cadena de oro que colgaba de s
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pecho y de la que pendía otra vez ecircón anaranjado. Tuvo oportunidad datender a una de sus camareras y luego a misma reina por uno de sus habituale
dolores de cabeza. El remedio que lrecomendó resultó tan eficaz que l
soberana lo premió con una moneda doro. Pero la importancia de loacontecimientos que se desarrollaban e
esos momentos hizo que Mary solvidara de Julian. La moneda de oro lsirvió para comprarse su nueva
elegante vestimenta en Londres, donddecidió golpear resueltamente a lapuertas de un compatriota florentinsolicitándole que lo alojara durante l
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coronación en méritos a su comúnacionalidad. Hasta entonces nunchabía querido tener nada que ver con loflorentinos que vivían en Londres a loque consideraba de baja estirpe avaros, pero había pagado su hospedaj
ayudando a su anfitrión a fabricar loplanos del arco de triunfo y emecanismo del ángel.
—¡Escuchen! ¡Son las campanas dSt. Sepulchre! —digo girando su cabezhacia el sur—. La procesión debe habe
salido de la torre.Transcurrió otra media hora hastque aparecieron por fin los servidores heraldos del corte despejando la calle
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arrojando pasto fresco y hierbafragantes, preparando el paso de lorepresentantes de la nobleza quavanzaban montados en sus caballos. Eprimer término pasaron los miembros da cancillería, del sello privado y de
consejo a los que seguían otrocaballeros de menor alcurnia finalmente los caballeros de la orden de
baño. Celia fue la primera en descubrientre éstos a sir Anthony que se divuelta hacia ellos agitando su mano.
La imponente procesión prosiguidesfilando. Jueces y magistrados, locaballeros de la orden de la jarreteraos oficiales de la guardia de Mary
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entre ellos, de a dos en fondo, y emedio de rebuscados toques drompeta, los nobles leales. Los barones
obispos, vizcondes, duques y por últimel lord mayor.
Pero Celia esperaba ansiosa ve
pasar al eje de todo este alboroto. Lmultitud quedó en silencio al veaparecer la magnífica carroza de Mar
irada por seis caballos blancos. Marresplandecía vestida de terciopelo azubordado en plata, forrado de armiño
Llevaba en su cabeza una corona de oradornada de perlas y brillantes, pero tapesada que tenía que enderezar el cuellconstantemente, sujetándola a ratos co
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pequeños movimientos nerviosos. Susonrisas eran forzadas y era visible eesfuerzo que estaba realizando. Parecímayor que los treinta y siete que tenía
o tiene pasta, pensó Julian coristeza, no durará mucho tiempo… ¿
entonces qué?La posible respuesta a s
nterrogante avanzaba en una carroz
apizada de terciopelo colorado, justdetrás de la reina. Era una joven dveinte años, castamente vestida d
blanco con bordados de plata, de pelenrulado y rojizo, cuya sonrisenigmática y suave recato no salteraron cuando el público prorrumpi
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en exclamaciones al reconocer a lprincesa Elizabeth.
—¡Es la verdadera hija del reEnrique —exclamaban—. ¡Miren quporte! «nglesa de punta a rabo! La pobrana bolena era inglesa. ¡Dios bendiga
a hija de ana bolena! —¡Observen bien ahora! —exclam
Julian.
La reina había llegado a menos dcien metros del arco cubierto de floresEl anfitrión florentino de Julian avanz
presurosamente, se inclinó en unprofunda reverencia y pronunció unabreves palabras elogiosas. La reina sdetuvo y pareció algo sorprendid
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mientras se oía el ruido del mecanismde relojería y el resoplido de unos fuellsen el interior del ángel. Julian contuvsu respiración. Los enormes brazoverdes se agitaron y alzaron lentamenta trompeta. No llegó justo hasta la boc
del ángel, ero seis estruendosos toquesemejantes a los de una trompetsalieron de los labios de lienzo
Resonaron mucho más fuerte que lo qucualquier pulmón humano podríhaberlo hecho y su sonido podí
nterpretarse como si exclamaran: Mari-a Re-gi-na.Los caballos se encabritaron. Mar
se encogió asustada al principio per
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uego rió entusiasmada. Las personaque estaban en las ventanas y los qulenaban la calle prorrumpieron e
sonoros aplausos.Mary, igual que todos los Tudor
enía marcada predilección por la
novedades estruendosas, agradecientusiasmada al florentino y miró lueghacia el estrado donde estaba Julian, qu
sonrió y se inclinó en una profundreverencia.
—Un método seguro para ganar e
favor de los príncipes —dijo citando maquiavelo— es combinar la diversiócon la adulación.
La procesión desapareció de la vist
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al dar vuelta hacia la izquierda pocornhill.
Julian ayudó a Úrsula ya lamuchachas a bajar las gradas. Úrsulmurmuró una excusa y desapareció poun callejón. Cuando volvió encontró qu
Julian y las jóvenes estaban paradounto al arco conversando con un
pareja de edad madura que llevaban a u
niño de la mano. Experimentó una levsorpresa ya que no conocían a nadie eLondres y le llamó la atención l
expresión cautelosa de Celia. —Ah —dijo Julian al acercarsÚrsula—, nos hemos encontrado pocasualidad con estos conocidos. Lad
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Wouthwell, estos son el señor y lseñora Allen, terratenientes de Kent, éste es su hijo Charles.
Úrsula inclinó cortésmente la cabez Emma Allen hizo una reverencia. E
marido se quitó el sombrero y sacudi
nerviosamente la cabeza. —Nos conocimos en Cowdray —
dijo Emma con su marcado acento d
Kent—, cuando fuimos allí el veranpasado para ver al hermano Stephennuestro pariente.
Úrsula miró más atentamente a lmujer. Era bonita pero un pocexuberante. Sus ojos negros oblicuoeran algo raros. Pero parecía ser l
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ípica matrona provinciana, venida decampo para presenciar la coronación.
—¿Les gustaría comer con nosotros—inquirió Emma cordialmente—Kingʼs head queda en frenchurch, nmuy lejos de aquí. Hoy deben servi
seguramente su mejor cerveza. Y eprobable que encontraremos algunofuncionarios. Le padre de mi marido fu
ord mayor veinte años atrás. Era tiempa que volviéramos a Londres. No no
habíamos acercado a este antro d
herejías desde la coronación dEdward. —Sus elevados sentimientos n
hacen más que honrarla, señora —dij
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Julian sonriendo. Qué estará tratandde conseguir , pensó, recordando senacidad en Cowdray y cuando l
manifestó en el Spread Eagle qucuando se proponía conseguir algo, mávalía darlo por hecho, pues Dio
siempre oía sus imprecaciones. Sintiotra vez las misma sensación ddesagrado que experimentó en Sussex
se dio cuenta que también Celia se habíapartado y estaba contemplandabstraídamente las flores del arco d
riunfo. —¿Estas jóvenes son sus hijasmilady? —inquirió Emma dirigiéndoluna sonrisa lisonjera a Úrsula—. ¡Qu
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niñas tan bonitas!Úrsula se dio cuenta que la mujer n
enía la menor idea de con quién estabhablando, se había limitado a oír sítulo y cuando Úrsula le explicó s
situación, sus ojos negros perdieron s
uminosidad. La señora Allen creyó, siugar a dudas que había tropezado co
alguien más importante, pero reiteró s
nvitación aunque con menoentusiasmo.
—Bueno, pero debe traer a esta
niñas a beber a la salud de la reina conosotros y de paso contarme qué sabe dmi cuñado, el capellán de Cowdray.
—Si se refiere al hermano Stephe
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—dijo úrula—, sepa usted que está aqumismo en Londres, en calidad dsecretario de sir Anthony. Su invitacióes muy amable…
Úrsula, que había decidido aceptarlpensando que sería un nuevo motivo d
diversión para las muchachas, se vinterrumpida por Celia.
—Tengo un fuerte dolor de cabeza
ía Úrsula —dijo repentinamente… mparece que Wat está allí. Él macompañará hasta la abadía.
—Oh, mi querida —exclamnmediatamente Úrsula algo alarmada—volveremos todos contigo.
—No —exclamó Mabe
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atropelladamente—. Yo no tengo ganade que me lleven a ese sofocantencierro de Southmark —sus ojos slenaron con lágrimas de ira.
—Si usted me permite ladWouthwell —dijo Julian algo divertid
con la escena—, yo acompañaré a aseñorita Mabel y la llevaré de vuelta una hora conveniente.
Úrsula asintió inmediatamente miró a Julian con tal gratitud en sus ojoque él se sitió avergonzado al pensar e
a trivialidad que había tenido comorigen. Esta mujer es realmente buenapensó y se asombró nuevamente por lsensación de protección que Úrsula
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Celia despertaban a veces en el. Y otrvez tuvo la sensación de que todo eso yhabía ocurrido anteriormente, como lhabía pasado en Midhurst. Sentía comsi ya se hubiera encontrado antes con lerrible personalidad de Emma Allen
disfrutado de la encantadora dulzura da tía y su sobrina, en grecia… qu
ridiculez, pensó súbitamente y s
concentró en su real interés. La señorllen no es la única persona que pued
aspirar a ascender de categoría. N
dudaba ni por un momento que lo questaba tratando de conseguir era el títulde caballero para su maridoSeguramente se encontrarían con alguno
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personajes con influencia en el actuagobierno, pero era muy difícil saber coquién convenía quedar bien. Después da coronación iré a ver a Norfolk
pensó Julian, le haré recordar la «ruedde la fortuna» que le fabriqué durant
mi estadía en Kenninghall. La ruedarece haber adquirido un nuev
movimiento y yo giro con ella. L
lecha apunta hacia la fama y riquezaero debo proceder con cautela poco oco.
Úrsula se sintió algo preocupada arato de llenar a la abadía de SouthwarkCelia estaba sumamente pálidanmediatamente acudieron a su mente lo
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relatos de pestes, plagas y enfermedadeque se presentaban en un abrir y cerrade ojos. Decidió entonces enviar a usirviente a buscar un poco de alcanfor vinagre aromático para preparar unacompresas y ponérselas sobre la frente.
Le hizo beber mientras tanto unbuena medida de hidromiel que siemprenía para casos de apuro. Celi
recuperó un poco de color después dbeber el fuerte brebaje y rompió esilencio en que había estado sumid
desde que salieron de gracechurch. —Me parece que no estoy realmentenferma, tia Úrsula… —susurró—. Lque sentí fue mucho miedo.
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—¿Miedo? —dijo Úrsulcariñosamente—. ¿Miedo de qué, mquerida?
—De esa mujer… —respondiCelia con una voz imperceptible.
Úrsula frunció el ceño. Le pareci
que lo que decía la muchacha era uno desos típicos disparates que muchaveces acompañaban a temperatura alta
—. ¿No te referirás a la señora Allen?Celia se estremeció y asintió. —e
año pasado encontré una serpiente cerc
del pequeño puente sobre el río RotherTenía los mismos ojos. Salí corriendo. —Mi querida niña —dijo Úrsul
rápidamente—. Qué tontería… ¿Segur
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que te sientes bien?Celia meneó la cabeza. —Presiento un peligro —di
resueltamente, llevándose la mano a lgarganta—. Falta de aire… el maestrJulian me está hablando; dice—
Despierta, Celia! ¡Celia, vuelve!Úrsula tragó y sintió un escalofrí
por la espalda. Miró el jarrito de plata.
—Te he dado una medida demasiadgrande —dijo—. El maestro Julian esten kingʼs head con Mabel y los Alle
¿No lo recuerdas?La joven suspiró y dejó caer la mancon que se agarraba la garganta con upequeño ademán de impotencia. D
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repente abrió los ojos y dirigió unmirada suplicante a Úrsula.
—¿Es preciso que suceda, mamá—susurró con voz lastimera—. ¿Npodemos impedirlo? ¡Te das cuenta quo quiero a Stephen! Pero tengo tant
miedo. Haz que el doctor… el doctor…el doctor me comprende.
Úrsula se estremeció sintiendo qu
el pánico se apoderaba de ella. Pero lniña cerró los ojos y comenzó a respiraenta y profundamente.
—Santísima virgen María… —Úrsula sacó su rosario y sujetfuertemente el crucifijo en su mano—Wat! —gritó—, ¡Wat! ¡Ven aquí!
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Wat acababa de instalarse a jugauna partida de dados con el mayordomopero advirtió que algo raro pasaba poel miedo que reflejaba la voz de ÚrsulaCorrió presuroso hasta el dormitorio.
—¿Sí, milady?
—La señorita Celia está muenferma, ve a buscar al maestro Julianestá en kingʼs head en fenchurch
Apúrate!Wat miró a la muchacha y pensó qu
su aspecto era completamente norma
pero obedeció. Partió al galopatravesando el puente de Londres hastlegar a kingʼs h ead, una posada de luj
para gente de categoría. Encontró
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Julian conversando animadamente coun hombre más joven vestido con eípico atuendo de un médico, mientra
Mabel estaba sentada sola y abatidahaciendo dibujos en la mesa con su dedmojado en cerveza.
Los Allen formaban parte de uruidoso grupo en el otro extremo desalón.
—Lo precisan en casa, maestro… —dijo Wat tocando a Julian en el hombro.
Julian levantó la cabeza, molesto po
a interrupción. Estaba conversando coun eminente alquimista y astrólogo quconoció en casa de John Cheke.
Julian escuchó las explicaciones d
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Wat. —¡Dice usted que la muchach
duerme tranquilamente, bah! Debratarse de una jaqueca, y nada más
Lady Úrsula se preocupa demasiado poesa niña. Y ahora que está aquí, Wat
acompaña de vuelta a casa a la señoritMabel. Tengo que conversar de temamuy importantes.
Wat asintió totalmente de cuerdoQué pesadas podían ponerse las mujerecon sus pánicos repentinos.
—Vamos señorita —le dijo a Mabeque lloriqueaba de desilusión. Habínumerosos jóvenes en la taberna perninguno había reparado en ella. Cuand
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legaron de vuelta a la abadía, sencontraron con que Celia dormíranquilamente pero lady Úrsula se pus
furiosa por la negativa del maestrJulian.
—¿Cómo te atreviste a volver si
él? —exclamó indignada—. ¡Por lvisto no fuiste capaz de explicarle quCelia está muy enferma y que no hací
más que llamarlo en su delirio!Wat arqueó una ceja y se escabull
rápidamente para proseguir con s
partida de dados, pero Mabel se lanzó lorar. —¿Y qué significan ahora eso
sollozo? ¡A ti no te pasa nada! ¡Segur
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que fuiste tú la que le dijiste al maestrJulian que no valía la pena que viniera!
Mabel dejó de sollozar al oísemejante injusticia y mirando indignada Úrsula le dijo:
—¿Cómo se atreve a hablarme e
semejante forma? ¡Recuerde que usteestá aquí gracias a mi caritativhermano! ¡Usted y su quejumbros
sobrina tienen tanto derecho a estar aqucomo una laucha cualquiera!
Úrsula se puso tiesa y luego le di
una cachetada. Las dos se quedaroestupefactas, mirándose mutuamente.Mabel estaba acostumbrada a lo
malos tratos de su madrastra,
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consideraba las reprimendas verbalede Úrsula como una muestra ddebilidad. Los mayores tenían todo ederecho de pellizcar, cachetear y dapalizas, y esta cachetada tan inesperadsirvió para hacerla reaccionar de s
aplastamiento. Alzó ligeramente lcabeza, se dirigió hacia la mesa dondhabía una fuente llena de manzana
confitadas. Tomó una y la comigolosamente.
Pero Úrsula reaccionó de otro modo
Comenzó a temblar y los ojos se llenaron de lágrimas. —Perdóname, Mabel… —dijo a
cabo de un rato—. Tienes razón en deci
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que todo lo que tenemos se lo debemos sir Anthony —miró hacia la cama dondCelia seguía durmiendo. Era imposiblratar de explicarle el terror que la habínvadido al escuchas las incomprensibl
divagaciones de Celia, en especial l
siniestra referencia a Stephen; era inútiratar de hacerle comprender que l
negativa del maestro Julian le habí
dolido y que la había apabullado tantcomo para provocarle ese arranque dra.
Este día todo ha salido al revéspensó, mientras recuperaba su sentidcomún. Se sentó en un banquito y bebiunos tragos de hidromiel. El licor dulzó
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reanimó su cuerpo fatigado. Estiró sbrazo y apoyó su mano sobre el brazo da muchacha dormida. Su piel era tibia
suave. Me llamó mamá, pensó Úrsulsintiendo una oleada de cariño que tratde transmitir a la muchacha a través de
contacto de su mano.Úrsula se quedó un rato muy larg
sentada en el banquito, emperrándose e
sentir arrepentimiento y contrición parcontrarrestas las misteriosas palabrapronunciadas por Celia en s
nconsciencia. —¿Es preciso que suceda? ¿Npodemos impedirlo?
—¿Impedir qué? —susurró Úrsula
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pero luego trató de serenarse pensandque sólo eran devaneos de la muchachproducidos por la emoción y lexcitación de ese día. Se levantó y scercó al pequeño nicho donde habíacolocado nuevamente el reclinatorio y e
crucifijo.Se arrodilló en el reclinatorio
nclinó la cabeza. Pero no conseguí
rezar ninguna de las oraciones, ningúpater, ningún avemaría… sólo podíarticular una plegaria que más que es
era una angustiosa súplica. Trató coodas sus fuerzas de conseguir algúalivio, un poco de tranquilidad. Fijó smirada en la pequeña figura de plat
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clavada en la cruz hasta que parecidesvanecerse.
Estando así arrodillada oyó lacampanas de St. Saviour llamando paras completas.
Mañana iré a la misa de seis, pens
Úrsula, allí encontraré consuelo; pernmediatamente este pensamientranquilizador fue borrado por el temor
El hermano Stephen celebraría la misaAsí se lo había oído decir a sir Anthonya que el propio obispo de Wincheste
había requerido la presencia de Stepheen la abadía para la coronación.¡Estoy volviéndome loca, pens
Úrsula, estoy reblandecida! Se levant
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del reclinatorio y comenzó desvestirse. Había asistido a cientos dmisas celebradas por el hermanStephen en Cowdray. El hecho de quahora estuviera empezando a mezclarscon la gente importante y se vier
favorecido por el obispo gardinerdisminuía el peligro que corría Celia
o existía ningún peligro. Era malo
nclusive pecaminoso pensar esemejante cosa. Úrsula se desvistió silamar a la camarera y se acostó al lad
de Celia.Durante el primer mes que siguió a coronación de la reina Mary lo
habitantes de la antigua abadía d
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Southwark se divirtieron en grandeAnthony volvía todas las noches despuéde haber pasado el día en la corteacompañado generalmente por otrapersonas. Se tocaba música y se bailaba las comidas eran casi tan fastuosa
como las de Cowdray. Úrsula y las domuchachas se deleitaban en medio duna alegría que jamás habían conocido
Celia se recuperó totalmente el ataquque tuvo el día de la procesión y nsiquiera lo recordaba. Los alegre
coqueteos parecían sentarle pues estabcada día más bonita. No había hombrque llegara a la abadía que no se fijaren ella y era siempre la primera qu
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buscaban como compañera de bailepero sabía eludir lances groseros por santerior experiencia cuando trabajaba ea posada.
Mabel podría haberse sentidcelosa, pero su estrella brill
nuevamente. El día de la fiesta de todoos santos, Anthony llegó acompañad
por un grupo de invitados nuevos.
Entre ellos estaba Gerald FitzgeraldAnthony tuvo la condescendencia dprevenirle a Úrsula antes de su llegad
que le advirtiera a Mabel que se vistiercon sus mejores galas y no pusiera carde empacada, pues había invitado Fitzgerald que había sido perdonado.
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—¡Qué sorpresa! —exclamó Úrsul—. Yo creía que estaba en Irlanda.
—Así es —replicó Anthonencogiéndose de hombros, pero nuestrgraciosa reina está perdonando a casodos. Especialmente a los católicos.
—¿De modo que usted ya no sopone a las aspiraciones de Mabel?
Anthony rió. —no me opongo a su
aspiraciones, pero dudo que Fitzgeralcaiga en la trampa. Si se tratara dCelia… quizás. Qué pena que l
muchacha no sea mejor nacida.Úrsula se sonrojó. Ambos miraroen dirección a la joven que estabsentada junto a la ventana tratando d
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ocar el laúd, tarea en la que la ayudabsir Thomas Wyatt.
—¿No puede traer alguna vez a uhombre que no esté casado? —preguntÚrsula fastidiada al advertir la forma eque sir Anthony miraba al a joven. N
cabe la menor duda que Celia es toduna belleza y su carácter apacible y sinaje como descendiente de los Bohu
a convierten en un partido convenientpara algún caballero.
—Así es, así es… —respondi
Anthony rápidamente—. Me ocuparé deasunto. No he olvidado mi promesaestoy seguro que debe haber muchocandidatos ¿Pero no hay tanto apuro
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verdad?Celia advirtió que la estab
mirando. Levantó el mentón y les sonridejando al descubierto sus dienteblancos y pequeños y agitó luego smano que ya no era más áspera ni rojiza
sino suave como terciopelo.Anthony tragó. —está cada día má
bonita —dijo con una voz ronca qu
atemperó con una risita incómoda.Úrsula lo miró de soslayo. ¿Ser
osible?, pensó. Viudo hace cuatr
meses… sin ninguna esposa eerspectivas… por lo menos que ellhubiera oído mencionar y durante sufiestas no había aparecido ningun
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posible candidata. La actitud dAnthony, la forma en que había mirado a joven, con toda seguridad que habí
algo de amor en ella… y se habían vistcasamientos más curiosos. Después dodo Anthony no era innoble y ahor
había recuperado sus riquezas de modque podía hacer caso omiso de una dote
Los pensamientos de Úrsula s
reflejaron en su cara; a pesar de nhaber pronunciado ni una sola palabraAnthony adivinó sus esperanza
sintiéndose al mismo tiempemocionado y molesto por la ingenuidade la dama. Se quitó los guantebordados de oro y se arregló la hebill
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de piedras que sujetaba su espada. —La reina me ha prometido un títul
nobiliario —dijo con seriedad—, qume será conferido con motivo de scasamiento. El título de vizconde, parel que elegiré el nombre de Montagu e
deferencia a la familia de mi abuelpaterna. Por lo tanto meditarcuidadosamente cuando tenga que elegi
una esposa digna de ser la vizcondesde Montagu, señora de Cowdray madre de mis hijos.
Úrsula comprendió que la habíareprendido, pero toda la perorata de siAnthony era tan sorprendente que ncaptó bien su significado.
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—Es claro, debí haberlo supuest—agregó rápidamente—, el maestrJulian dijo que su majestad lrecompensaría a usted, señor y bien quo merece, pero… ese matrimonio… e
de la reina… ¿Con quién se va a casar
¿Está ya decidido?El rostro de Anthony se ensombreci
agachó su cabeza para que su sirvient
e acomodara el sombrero de terciopelnegro adornado con una pluma negrambién en señal de duelo.
—Ya ha sido decidido —dio—aunque todavía no se ha dado a conocepúblicamente — Dios mío, qué alborotse va a armar , pensó para sus adentros
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Saludó con una inclinación de cabeza a azorada Úrsula y se dirigió a l
escalera para recibir a sus invitados.El antiguo refectorio de los monje
estaba esa noche atestado de invitadosHabía contratado a nuevos músicos y
un ex bufón de la corte de Enrique VIII.Sir Thomas Wyatt permaneció junt
a Celia mientras llegaban los invitados
Había bebido ya bastante y estaba algachispado. Tomó el laúd y comenzó cantar madrigales compuestos por s
padre. —La venganza recaerá sobre tdesdén, lo único que conseguirás ser
una pena permanente —cantó tratand
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de agarrar a Celia por la cintura. Percomo la tenía bien protegida por unarmazón de ballenas, se limitó a reír dél. Era un hombre de treinta años y ella le parecía bastante viejo, sobre toddebido a que su elegante sombrero d
erciopelo rojo no podía disimular sncipiente calvicie.
Ella tenía una remota idea de que er
casado y queso mujer estaba en Kentapreciaba sus cumplidos, pero no perdíde vista a su tía que estaba haciendo e
papel de dueña de casa, colaborandcon sir Anthony en la tarea de recibir sus invitados, y haciéndole una pequeñnclinación con la cabeza para indicarl
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que los recién llegados eran invitadomportantes y que debía ponerse de pie
hacer una reverencia. —¡Ah, muchacha cruel! —dij
Wyatt acariciándole el brazo—. Nquieres escuchar mis canciones… per
conozco otra que parece hechespecialmente para ti —apretó unclavija y comenzó a entonar con una vo
de tenor—: oh Celia, la bonita casquivana Celia… no necesitpreocuparse, pues se ha valido de mala
artes para atraer el dardo del amor… —se interrumpió al percatarse que Celise ponía tiesa. Comprobó con ciertmortificación que la poca atención qu
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e había prestado hasta ese momento shabía desvanecido. Miró hacia la puertdel salón donde se había producido ualboroto y vio un joven alto con pelrubio y ondulado cubierto parcialmentpor un gorro de raso violeta que tenía u
bordado con perlas en forma de corona. —Ah, con razón —dijo Wya
dejando su laúd—. Su «majestad» no
honra con su presencia. Debemorendirle pleitesía.
Pero Celia no miraba a Edwar
courtenay, conde de devon; sus ojos sfijaron en el monje benedictino quacababa de aparecer y que lcontemplaba enigmáticamente, aunque s
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mirada podría describirse con máexactitud como sombría y penetrantedando la impresión de que nunca antea hubiera visto.
Wyatt abandonó a Celia para ir saludar al conde. Ella rió nerviosament
al ver que Stephen se acercaba. —¿Celia… la bonita y casquivan
Celia? —dijo con voz áspera—. ¿E
blanco complaciente de los adúlterodardos musicales de Thomas WyattEstás poniéndote muy rápidamente a
día, mi querida. Dentro de poco tiempe pintarás la boca de colorado y tpondrás polvos en tus pezones como lhacen las otras damas distinguidas.
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Celia apretó los labios y sus pupilase dilataron.
—Da la impresión de que usted modia, hermano Stephen… —acotó couna mezcla de súplica y resentimiento.
Stephen reaccionó pero sigui
frunciendo el ceño. —Lady Úrsula te precisa —dijo co
frialdad—. Te está llamando. Ha
muchos invitados importantes esta noch te divertirás con la fiesta mucho má
que los otros.
—Ah, usted los conoce a todoahora… a los personajes importantes —dijo Celia enojada—. Ha alternado coellos diariamente desde nuestra llegada
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Usted también ha cambiado, hermanStephen. Ahora sus pensamientos no sconcentran solamente en los oficios y lsalud espiritual de sus feligreses. Estoadmirando su nuevo crucifijo de oro. Emuy bonito.
Stephen tragó, y tuvo que hacer uesfuerzo para no cachetearla.
—El obispo de Winchester me l
regaló —dio secamente señalando ecrucifijo—. Y me ha enseñado tambiésistemas muy prácticos para hace
conocer la verdadera fe en este mundo. —No lo dudo —dijo Celiafablemente. Dio media vuelta y saproximó a Úrsula que estaba saludand
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a Gerald Fitzgerald, mientras trataba ddisimular el evidente entusiasmo dMabel. Mabel estaba casi bonita Gerald, con su sonrisa traviesa, parecíencantado de verla. Durante la opíparcena, que consistió en variados
deliciosos platos presentados en unujosa vajill ay los mejores vino
servidos en finísimos cristales, Celi
estuvo sentada entre sir JohHutchinson, un caballero ya madurprocedente de Lincolnshire y el segund
hijo del duque de Norfolk, un muchachde trece años.El conde de devon presidía la mesa
Celia no entendía muy bien por qué e
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oven ocupaba el sitio principal y así so preguntó a su vecino.
—¿Qué dices? —dijo sir John—¿¡Oh, te refieres a él! acaba de salir da torre… tiene sangre real y me h
enterado que se va a casar con la reina
Una elección bastante lógica. Ella tienque casarse con un miembro de lrealeza de Inglaterra.
Celia perdió interés en el asunto yque no le interesaba mucho ecasamiento de esa pequeña mujer d
edad madura que conoció en Hunsdon que vio luego durante el desfile. Mirhacia la otra punta de la mesa dondestaba sentado Stephen en compañía d
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otros dos monjes sir John se dio vuelthacia Celia y siguió la mirada de loven.
—¡Tres cuervos negros comiendas migajas! Como siempre lo han hech
—dio haciendo su vaso a un lado
mirando hacia el otro extremo de lmesa—. Siento mucho volver a verloen circulación otra vez. No me gust
nada la bambolla de roma. La Biblia una buena oración anglicana sosuficientes para mí. Y no me importa qu
o sepas. —¿Es usted protestante, señor? —exclamó Celia tan asombrada que dejcaer sucuchillo. Nunca había conocido
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un protestante, excepto la señora Pott—Pero si son unos herejes malvados!
—Tonterías —dijo sir John y apercatarse de la expresión horrorizadde Celia sonrió ampliamente—. ¿Qué lparece señor? —dijo dirigiéndose
Henry howard—. Usted fue educado ea religión protestante, su tutor fue Joh
foxe. ¿Le enseñó muchas cosas malas?
Howard se sobresaltó y se sonrojó—aprecio mucho al maestro foxe —dijcautelosamente—. Pero parece habe
estado equivocado en muchas cosas.John Hutchinson lanzó un resoplid se concentró en la comida, qu
encontraba por cierto deliciosa
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Acababa de darse cuenta además, que lmuchacha sentada a su izquierda era duna singular belleza. Fresca y lozancomo una flor , pensó sintiendo unoleada de romanticismo como no habíexperimentado en años.
John Hutchinson tenía cincuenta nueve años y era viudo. Se había casadcon una prima lejana de lord Clinton
mejorando por tanto Durango. Estrelación había contribuido al progresde su carrera que empezó com
comerciante de géneros en bostonconvirtiéndose luego en propietario dvarios barcos y ocupado un sitio en eparlamento. Tenía frecuentes ataques d
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gota e indigestiones y sabía que sus díaestaban contados. Había concentradodos sus esfuerzos en pro de l
recuperación de la anterior importancidel puerto de boston. Sabía que suconvicciones religiosas no serían bie
vistas por el régimen actual, pero nestaba en su carácter el disimularlas.
—¿Estás emparentada con si
Anthony? —le preguntó a Celia. —No —respondió ella mirándol
ristemente—. Soy una Bohun, pero viv
en Cowdray. Esa propiedad perteneciantes a los antepasados de mi padre y siAnthony ha tenido la amabilidad dampararnos a ti Úrsula y a mí.
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—Ah, comprendo —dio sir Johasintiendo. Pensionistas, pensódependientes. Pobre niña. Diversopensamientos atravesaron fugazmente smente—. ¿Y tu madre?
Celia lo miró sorprendida. Nadi
mencionaba jamás a su madre. —Nació en Londres… —dijo Celi
entamente—. Creo que su padre era e
dueño del goleen fleece. Nunca mcontó mucho sobre su pasado, ni era muconversadora tampoco —recordaba ta
pocas cosas de su madre. Dudo que mhaya querido mucho, pensó Celia. Qudiferencia con tía Úrsula que me besa yme mima, y que a pesar de sus reto
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siempre deja entrever un gran cariño.Mientras John Hutchinson observab
os distintos cambios de expresión de lmuchacha se enamoró de ellpedidamente. Solamente una vez en svida se había enamorado de veras
muchos años atrás, y su padre lo habímandado a lincoln; nunca más habívuelto a pensar en ello hasta es
momento, en el salón de la abadía de siAnthony, cuando su corazón volvió enfrentarse nuevamente con todas esa
violentas emociones. —¿Cómo te llamas, querida? —Celia, señor —respondió con s
acostumbrada desfachatez y divertid
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por la mirada tierna de su vecino. Siembargo en los ojos agudos decaballero se reflejaba algo más quujuria. Reflejaban cariño, proteccióno hizo tampoco ningún intento po
ocarla. Sonrió amablemente y se limit
a decir—: un nombre muy bonito…Celia… y muy caro para mí desde ahor—se dio vuelta e hizo a un lado su vas
de vino.Celia lo miró más atentamente. Un
cara tosca parecía recién afeitada, e
pelo oscuro adelante y gris en locostados estaba bien cuidado. Su bocgrande no se había deformado pues tenía suerte de conservar todos sus dientes
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Su traje de terciopelo marrón y negrera lujoso pero sobrio y los volados dencaje que rodeaban el cuello estabanmaculados. Las manos de dedos largo
estaban limpias, lo mismo que las uñaprolijamente recortadas. Lucía en s
dedo pulgar un anillo con un gran rubUna gruesa cadena de oro de la qucolgaba una oveja de oro también (e
emblema de su gremio) descansabsobre su vientre prominente.
¿Sería así mi padre?, pensó Celia
Lo único que sabía de él era que habímuerto en un riña en una taberna, persupuso que no debía haber tenido estaspecto de solidez y abundancia.
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Los músicos dejaron de tocar mientras duró el intervalo pudo oírsclaramente la alegre risa de courtenayTodos los comensales centraron en ésus miradas.
Sir John ignoraba igual que Celia, l
hábilmente que había sido planeada estvelada para investigar las reacciones dos invitados respecto a los futuro
planes de la reina.Anthony se recostó contra e
respaldo de su silla tratando d
disimular lo ansioso que estaba posaber qué resultado daría la jugarretque había planeado junto con Stephen John Heywood.
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Su mirada pasó de Henry Sydney egran amigo del desgraciado rey Edwarcuya fidelidad a la reina no era musegura, a Gerald Fitzgerald. Éste ecambio podía considerarse partidario da nueva soberana, si bien los Clinton s
habían negado a asistir al a comida. SiAnthony siguió recorriendo la mesa cosu mirada, que se detuvo en sir Thoma
Wyatt, al que consideraba como mududoso, dado que era famoso el odique sentía por los españoles de resulta
de una estadía en España donde habísido juzgado como hereje por lnquisición. Tampoco era muy segura l
posición de todos esos grandes señore
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provincianos como sir John Hutchinsonpor ejemplo, sin embargo se inclinaba pensar que seguirían siendo fieles a ladecisiones de la corona. Estabapresentes además el embajador francésDe Noailles y el embajador de carlo
quinto, renard.Y a mi derecha, pensó Anthony co
risteza mientras miraba a courtenay, e
candidato favorito del pueblo inglésdel cual quieran Dios y la virgeibrarnos. Todos sus intentos po
entablar una conversación con él fueronútiles. Si bien mucho se le podídisculpar teniendo en cuenta que habíestado quince años encerrado en la torr
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de Londres, Anthony lo considerabcomo un joven sumamente antipático.
John Heywood se cercó y lmurmuró unas palabras en voz baja a siAnthony. Éste se puso de pie, impartirápidamente unas órdenes a su
servidores y dirigiéndose a sunvitados les anunció que a continuació
había preparado un entretenimiento qu
era una gran novedad, pero que debíamolestarse hacia la otra punta del salódonde ya estaban colocando vario
bancos.Cuando el público se instaló en elloJohn Heywood desapareció detrás duna gran caja de madera que tenía un
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pequeña ventana cubierta con uncortina en el frente. Anthony intercambiuna mirada con Stephen. Eran los únicoque sabían lo que había planeadHeywood, y que resultó ser una funcióde títeres, pero cuyos personajes, d
gran actualidad, deberían suscitadistintas reacciones entre loespectadores.
Rieron alborozados cuando acorrerse la cortina vieron una figurita dmadera que avanzaba a saltitos por e
pequeño escenario. Ninguno de los ingleses había vistantes una función de títeres y sdemoraron un rato en darse cuenta que l
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que caminaba por el escenario y ssentaba en uno de los dos tronos era lreina, la que al cabo de un momento sevantaba de su tono y se arrojaba sobr
el otro abriendo los brazos en un gestsuplicante.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó courtenay cuando se corrieroas cortinas—. Yo creí que íbamos a ve
una representación de autores realesEso parece un juguete de niños.
—Un poco de paciencia, milord —
dijo Anthony— tal vez la próximescena le resulte más interesante.En la siguiente escena estab
representado sobre un lienzo azul un ma
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con olas en el que navegaba un galeóde madera con velas de pergamino quostentaban un escudo de exageradaproporciones que nadie del públicreconoció salvo dos excepciones. Unde ellas era el embajador de España
que sonrió complacido. La otra, eembajador francés, que pegó un resping se puso rojo de ira.
El barco se movió de uno a otrextremo del escenario hasta que todo epúblico advirtió la pequeña figur
masculina parada en la proa y que teníun gran sombrero negro adornado con ueón dorado.
—Eso fue un poco más divertido —
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dio courtenay al caer el telón. Aunque erealidad no hay mucha acción. Mgustaría ver alguna lucha o quizás unescena de amor.
Las cortinas volvieron a abrirse otra vez aparecieron los dos tronos, un
de los cuales estaba ocupado por lreina que tenía la cabeza inclinadristemente. La proa del barco se veí
aparecer apenas por un costado. Lfigurita del sombrero negro saltó debarco y se acercó hacia la reina
nclinándose en una reverencia. La reinse irguió súbitamente y bajrápidamente del estrado estirando lobrazos. Las dos figuras se abrazaban
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uego subieron al estrado tomadas de lmano. La figura masculina se sentó en eotro trono y en ese momento apareció ea parte de atrás del escenario un gra
cartel en el que estaban pintado eescudo de Inglaterra y el del otro país
unidos entre sí por cinta y cupidosEncima de los escudos podían verse un«m» y una «f» pintadas en dorado.
Las cortinas cayeron lentamente poúltima vez e inmediatamente ThomaWyatt pegó un alto y desenvainó
medias su espada. —¡Por dios! —exclamó—, ¡Quclase de porquería es ésta! ¡Browneusted debe estar loco! —agregó mirand
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furioso a sir Anthony. —Calma, calma amigo —dijo e
embajador francés dirigiéndose a byat—, es tan sólo una pequeña comedia qunuestro anfitrión inventó pardivertirnos ¿Verdad, milord?
Courtenay miró al embajador. —Me pareció bastante aburrida —
dijo—. ¿Y a quién se supone qu
representa ese personaje del sombrernegro? ¿Se trata de una broma?
—¡Grandísimo tonto! —exclam
Wyatt mirando a courtenay—. ¡Ehombre del sombrero negro es epríncipe Felipe de España!
La furia de Wyatt y sus última
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palabras produjeron una gran conmocióentre los espectadores.
—¿Ese muñeco era Felipe dEspaña? —inquirió courtenafrunciendo el ceño— ¿Usa un sombrerasí? Me pareció algo cómico.
Al mismo tiempo, sir John que tenídolor de estómago y estaba tratando dver en qué momento podía levantarse si
pasar como un mal educado, dijo: —Todos los españoles son alg
cómicos, milord. Y según teng
entendido un poco depravados, tambiénSi a algún español se le ocurre golpear as puertas de i casa, le diré al guardiá
que le eche los perros encima. Ya ha
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demasiados extranjeros en InglaterraHolandeses, flamencos, florentinos…quitándole el pan de la boca a nuestrohonestos compatriotas.
Lo demás caballeros murmuraron sasentimiento.
Anthony y Stephen intercambiarouna mirada. Más valía no insistir, eralgo prematuro todavía.
—Y ahora que la representación deseñor Heywood ha terminado ¿Qué leparece si bailamos? —se inclinó haci
el conde de devon y agregó—: mimúsicos saben tocar los últimos bailesestoy seguro que usted debe ser un grabailarín.
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El rostro del conde se animó. Ncomprendía el arranque de ira de Wyani por qué De Noailles habíenmudecido en esa forma. Le habíaasegurado que se casaría con la reina, lque no le entusiasmaba demasiado, per
De Noailles lo tranquilizó explicándolque un príncipe consorte podíconsolarse con otras personas.
—Me parece una excelente idea —dio buscando entre la concurrencia unbuena pareja. Acababa de descubrir
Celia cuando Wyatt le tironeó de lmanga y le dijo enojado: —Milord, no me parece correct
que se quede en una casa donde lo ha
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nsultado a usted y a todos los inglesede verdad.
—¿Insultado? ¿Usted se refiere a esrepresentación?
—Me refiero a la advertencia quhemos recibido de nuestro anfitrión
¿Usted cree que va a ser rey, verdadPues parecería ser que nuestra reina snclina hacia otro candidato.
El conde se quedó boquiabiertoEmpezó a comprender lo que le queríexplicar Wyatt.
—Pero… pero… —mirnquisitivamente hacia De Noailles cogran consternación en su cara—. ¡Yestá todo arreglado! —exclamó—. L
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gente me aclama cuando paso por lcalle.
De Noailles recuperó entonces ehabla y acercándose a courtenay le dijo
—Yo no veo ningún insulto en lrepresentación ofrecida por sir Anthony
gnórelo, milord… más tardhablaremos. Tal vez la elección de lordevon no se restrinja aun sol
pretendiente al trono… —dijo esto evoz tan baja que pareció no semportante. Pero renard levantó l
cabeza hijita y Anthony entendieron lamenaza implícita en esas palabras. Sno se casaba con la reina… estabElizabeth, la joven y enigmátic
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princesa y segunda pretendiente al tronoAnthony hizo una seña a los músico
en el salón resonaron inmediatamentos compases de una alegre melodía. Si
John apoyó la cabeza sobre un banco se quedó dormido. Al cabo de un rato s
oyeron numerosos ronquidos de otronvitados.
Anthony se acercó a John Heywoo
le dijo: —Nuestro truco fue muy exitoso
Sabemos que debe vigilarse a Thoma
Wyatt. Y a De Noailles, por supuesto¿Cree usted que la princesa Elizabetpuede representar una real amenaza parnuestra causa? ¿Será capaz de traiciona
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a la reina? —No lo sé —respondió Heywoo
—. Pero los ingleses no quieren tenenada que ver con los españoles. Lmayoría no quiere obedecer al papaPero la reina no se da cuenta de ello
Ella sigue contemplando diariamente eretrato de Felipe. ¿Pero qué se puedhacer con una virgen de treinta y siet
años? —Quizás nos estamos preocupand
nútilmente —dijo Anthony a Stephe
cuando se fueron todos los invitados—La reina tiene gran fe y nosotrodebemos tenerla también.
—Así es —respondió Stephe
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pausadamente; estaba por dirigirse a unde las vieja celdas de la abadía que nhabía sido reformada por Anthony.
Stephen había incorporado a esmodesto cuarto, una cama de madera coun colchón de lana, bastante má
cómoda que el jergón de paja que teníen la cabaña de St. Annʼs hill. Colocunas cuantas perchas de madera en e
pasillo para colgar el hábito nuevo que regaló Anthony, además de varia
casullas y mudas de ropa que guardab
en su cofre. Colocó su crucifijo y docandelabros en el nicho y colgó en lpared que enfrentaba la cama, su taquerido retrato de la virgen, para pode
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saludarla cuando se despertaba. Losirvientes desparramaban paja frescsobre el piso de piedra como si fuera lmás natural y él gozaba con su aroma. Llevaban además una jarra de agu
caliente para lavarse, que depositab
sobre una repisa junto a una palangana su navaja.
Tenía también un brasero qu
permanecí prendido durante toda lnoche. Stephen no objetaba los lujos quconvertían su celda de Southwark en u
cuarto mucho más confortable que lcabaña de Midhurst llena de chiflones.Stephen entró a su celda lentamente
Se arrodilló frente al crucifijo y rez
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mecánicamente un padrenuestro. —Fiat voluntas tua —repitió y s
estremeció de satisfacción—. ¡Hcumplido con tu voluntad lo mejor quhe podido!
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Capítulo 13
El seis de enero de mil quinientocincuenta y cuatro, Celia se despertó esu cuarto de la antigua abadía, por e
ruido del granizo que golpeaba contros vidrios y se estremeció al sentir e
aire frío y húmedo que venía del thames
Se puso a contar la siete campanadas dSt. Saviour. Advirtió que Úrsula, qudormía junto a ella ya se habíevantado, posiblemente para ir a misemprano.
Es el día de Reyes, pensó Celia pifanía, el final del ciclo d
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avidad… ¿Y el principio de qué? Nhabía nada en especial que esperar . Eiempo había sido malo desde el día da fiesta de los títeres. Anthony
Stephen no estaban nunca en casa Úrsula y Celia se contagiaron de uno d
os frecuentes resfríos de Mabel osieron penosamente durante diez días.
Celia todavía seguía tosiendo. Alz
a cabeza y sintió nuevamente ese doloen la frente que la molestaba desdhacía varios días. Dejó caer la cabez
otra vez y cerró los ojos. Los abrinuevamente cuando una mucama que lraía una bebida caliente corrió la
cortinas de la cama.
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—Buenos días, niña —dijo la mujecon una voz simpática—. LadWouthwell me encargó que ldespertara.
Celia suspiró y murmuró: —Buenos días —agregando en vo
baja— ay, qué pereza tener que ir misa.
—Pues entonces no vaya —dijo l
mujer—. Dios no quiere que vaya.Celia se demoró un instante e
reaccionar ante las palabras de la mujer
Era muna mucama que había entrado edía anterior. —¿Qué ha dicho? —exclamó Celi
—. ¿Qué es lo que quieres decir?
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—Que nuestro padre celestial nquiere que vaya a la iglesia y simule questá masticando los huesos de su hijo bebiendo su sangre.
—¡Debes estar loca! —exclamCelia azorada aunque sintiendo ganas d
reír—. ¡No debes decir cosas tahorribles! ¡Eso es una herejía! Si mi tíe oyera…
Celia miró el jarro con la bebidcaliente y agregó:
—No puedo beber esto. No pued
omar nada antes de comulgar. Tú npuedes dejar de saberlo.La mujer asintió. —Por eso mismo se lo traje. En l
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Biblia no está escrito que hay que ir misa, ni que hay días de fiesta, ni shabla de agua bendita o de rezar dolos hechos por manos humanas, o co
cuentas o que un hombre vestido coraje largo y encerrado en una casilla d
madera pueda personar nuestropecados…
—¿Estás segura? —dijo Celi
sorprendida. Nunca había leído lBiblia, por supuesto, pero sabía que lreligión cristiana se basaba en ella—
¿Y cómo lo sabes? —dijo fastidiadbajándose de la cama y vistiéndosapurada para llegar a la misa de ocho.
—Porque he leído toda la Biblia d
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punta a rabo —dijo la mujer con voriunfante—, sir John Cheke fue e
responsable de mi instrucción. —¿Sir John Cheke? ¡Está encerrad
en la torre por traición! Has recibidmuy malas enseñanzas. ¡Tendré qu
pedirle al hermano Stephen que tencamine, pues de lo contrario npodrás quedarte aquí!
—¡Oh, señorita Celia…! —lmucama la miró tristemente—. Usteestá tan ciega… pobrecita. Ningú
hombre con polleras podrá apartarme da verdadera palabra de Dios. Ustedebería leerla, la confortará en suribulaciones y no necesitará ir a es
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glesia llena de muñecos.Celia estaba confundida. Sabía qu
a mujer tenía que estar equivocada perno encontraba palabras para refutarlaLanzó un suspiro y comenzó a toserCuando la tos se calmó un poco, tomó e
arro con la bebida caliente y bebió todsu contenido. Sintió un alivio en specho. Desterró todas sus intenciones d
asistir a misa. La enfermedad era unexcusa admisible, pero sería un pecadvenal que debería confesar el próxim
sábado.La mujer observó la cara bonita atribulada y dijo rápidamente:
—Nuestro señor le proporcionará u
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buen marido señorita… si se lo pidcomo se debe, sin velas ni palabras eatín.
—¡Oh…! —exclamó Celiexasperada—. ¡No sé qué es lo ququiero! Déjeme en paz. Y no siga
hablando así porque tendré qucontárselo a mi tía por lo menos. Npodemos albergar a protestantes en est
casa. Y nada de alborotar a los demásirvientes, tampoco.
—Haré lo que Dios me ordene hace
—respondió la sirvienta de buen mod—. Y él está siempre conmigo… en mcorazón —no pronunció ninguna otrpalabra y se dedicó a cumplir con su
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areas habituales.Ojalá tuviera yo algo en m
corazón, pensó Celia, pero luego se dicuenta que era una tontería tener envidide una pobre sirvienta.
Terminó de vestirse y baj
entamente las escaleras, pero cuandlegó a la puerta del salón se detuv
sorprendida al oír la voz de su tía dand
una entusiasta bienvenida. ¿Quién habrlegado? Pensó Celia sin mayor interés
Entró al salón y la estrecharon en u
fuerte abrazo. —¡Dios te bendiga, querida, cuántiempo sin vernos!
—¿Maggie…? —dijo Celia absort
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echándose hacia atrás para poder vequién le abrazaba. Era la mismísimMagdalen Dacre, pero totalmentdistinta de la muchacha ansiosa mpetuosa que había visto e
Cumberland.
Esta Magdalen estaba vestida derciopelo verde y brocato plateadoenía una capa forrada en armiño blanc
su pelo rojizo e indómito estabcubierto por un gorrito bordeado dpiel. Su cuello largo y su pecho cubiert
de pecas estaban enmarcados por ugran volado muy a la moda. De scinturón dorado colgaba el rosario además un perfumero adornado co
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piedras preciosas del que fluía uperfume a claveles. Sus manos grandes fuertes estaban cubiertas por un par dguantes primorosamente bordados.
—¿Qué sorpresa, eh, muchacha? —di Magdalen cuyos ojos pardo
resplandecían—. Nunca adivinarás poqué estoy en Londres. ¿O ya se los hcontado sir Anthony?
—N-no… —dijo Celia—, hace díaque no lo vemos. Está siempre en lcorte.
—¡Y allí es donde iré yo! —acotMagdalen riendo—. No puedo creer emi suerte.
—¿Te casaste? —preguntó Celi
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sintiendo un nudo en el pecho. —No… no… —dijo Magdale
riendo—. Nada de eso —se dio vueltpara hacer partícipe también a Úrsula dsu anuncio—. Su majestad la reina, Dioa guarde, me ha nombrado dama d
honor. Mi padre se puso tan contento qume compró todas estas elegancias.
Magdalen aceptó las entusiasta
felicitaciones con su modo tan cabal, sininguna falsa modestia. Pero no era sropa elegante la que le daba a su siluet
ese aire de esplendor, pues Celia sintiambién un impacto al darse cuenta de lenorme diferencia de Durango. Celinunca se había sentido inferior mientra
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estuvo en Cumberland en medio de lorústicos, violentos y groseros Dacrepero ahora comprendió que Magdalepertenecía a la nobleza, que su linaje sremontaba quinientos años atrás a lodías de la conquista, que con excepció
del nacimiento de Cristo, era la únicfecha histórica que Celia conocía.
—Pareces algo debilucha, muchach
—dijo Magdalen súbitamentexaminando la cara de Celia—. Pálida enfermiza ¿Será por el clima d
Londres? —Estuvo enferma —interpusÚrsula—. Ambas estuvimos enfermasCatarro y tos. Pero nos estamo
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reponiendo. Qué buena eres en venir visitarnos, Maggie. Hemos estado muaburridas, encerradas siempre aquí. —ella también estaba absorta ante lransformación de Magdalen y alg
apabullada, lamentándose de que Celi
estuviera vestida con su pollera dentrecasa, como correspondía parrealizar su tareas domésticas.
—No te ha olvidado —dijMagdalen dándose cuenta de lsituación. Su cariño por Celia habí
permanecido latente durante los últimomeses y aprovechando que ese día nenía que estar en whitehal
acompañando a la reina y siguiendo u
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generoso impulso, decidió visitarlaEstaba muy impresionada por la flacur el abatimiento de Celia.
—Bueno, mi querida —dijo aocurrírsele súbitamente una idea—, nienes por qué quedarte aquí encerrada
hoy es el día de reyes, tenemos qudivertirnos. ¿Irás esta noche con tu tía a recepción que ofrece la reina e
whitehall? —¿A la corte? —preguntó Úrsul
azorada—. Pero nosotros no podemos ir
sir Anthony jamás mencionó semejantcosa. —No le importará, tal vez se h
olvidado de decirles porque está ta
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ocupado con asuntos muy importantes —dijo Magdalen—. Pero estoy segura qusi tuviera tiempo para dedicarles, no lgustaría nada verlas tan aplastadasAdemás el palacio está abierto parodos esta noche. Habrá mil o má
personas. Las mandaré buscar con upaje a las tres. Queda arregladentonces y nada de complicaciones.
Abrazó cariñosamente a Celia, ldirigió una sonrisa a Úrsula y smarchó.
Pasados el primero momento dsorpresa, Úrsula se dedicó afanosamenta preparar el vestido… y el ánimo… dCelia, sin pérdida de tiempo. Quizás es
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noche, pensó con su consabidoptimismo, quizás esa noche algsucedería para cambiar el destino dCelia como se lo había pronosticado emaestro Julian.
El palacio de whitehall estab
atestado de gente. La reina Mary sentaden su trono de la sala de audienciaresplandecía de felicidad. El emisari
del rey de España, conde de egmontestaba parado al lado de la soberanahabía sido enviado para ratificar e
contrato matrimonial de Mary con epríncipe Felipe.Hacía mucho frío afuera, el támesi
estaba parcialmente congelado y e
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granizo se había convertido en una fuertnevada, pero los numerosos candelabroadosados a las paredes y la infinidad dchimeneas encendidas, así como lorajes de terciopelo forrados de pielesmpedían que los invitados sufrieran lo
efectos del frío.Anthony estaba parado cerca de
rono conversando sin mayor entusiasm
con el altanero y poderoso conde dPembroke, que había sido amigo d
orthumberland y que no aprobaba e
casamiento de la reina con el príncipespañol. Era el noble más importantdespués del duque de Norfolk, uenemigo acérrimo del catolicismo
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hasta pocas semanas atrás, muy pocamable con sir Anthony, pero su actitucambió cuando la reina demostró unmarcada predilección por el señor dCowdray.
—¡Qué concurrencia ta
desagradable! —observó Pembroke—uestro malogrado y joven rey jamá
hubiera tolerado semejante cosa
Algunos son simples plebeyos!Anthony arqueó las cejas y dijo: —En efecto, milord ¿Y se refier
usted especialmente a mí? —No, no, mi querido caballero, mrefería —y con una mano señaló hacia eextremo del salón—: me refiero a es
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grupo parado junto a la puerta.Anthony miró en esa dirección y vi
al maestro Julian conversando con loAllen y un hombre joven vestido coropas doctorales.
—Los conozco a todos menos a
hombre joven. Son gente muy respetable —Como lo es la cuarta parte d
nglaterra —refunfuñó el conde—. E
hombre joven es John dee y no lconsidero respetable, dice ser médico ahora es el astrólogo real. Un sujet
peligroso, practica magia negraalquimia, brujerías… ¡No es posiblener semejante clase de sujeto en l
corte!
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Anthony no daba mucho crédito a laacusaciones del conde, pero decidinvestigar qué clase de persona era dee
Cuando se cercaba al grupo vio la altsilueta de Magdalen Dacre qusobresalía entre la concurrencia y vi
que estaba acompañada por otras domujeres a las que inmediatamente y cogran sorpresa reconoció: eran lad
Úrsula y Celia. Avanzó rápidamenthacia ellas sintiendo al mismo tiempuna gran alegría y un sentimiento d
culpa. —Así es, señor —dio Magdaleadvirtiendo el arrepentimiento dAnthony—, como usted parece alg
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descuidado con las mujeres de su casaalguien tuvo que recordarle sus debereesta noche de fiesta.
Anthony rió y golpeándose el pechagregó:
—Mea culpa, señoras, me alegr
mucho de verlas.Y así era en efecto, aunque no sabí
muy bien qué hacer con ellas. Anthon
se dio cuenta que tanto Úrsula comCelia era lo que el conde de Pembroklamaba plebeyas, no eran pariente
suyas y no era admisible que comieraen el salón con la reina.Magdalen se apercibió de su dilem
dio alegremente:
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—Yo puedo encargarme dpasearlas por el palacio. Un poco máarde servirán comida y tortas en lo
cuartos del fondo —dijo dirigiéndose Celia—, tienes que tratar de cortar biea tajada para sacarte el poroto de l
suerte, así serás reina durante estnoche, igual queso majestad.
—Gracias Maggie —dio Úrsul
vivamente—, pero Celia y yo nos laarreglaremos lo más bien las dos solasYa hiciste demasiado en mandarno
buscar —tomó a Celia por el brazdándose cuenta perfectamente bien deproblema que le suscitaban a lmuchacha con su presencia y apreciand
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su buen corazón. —No vayamos allí… —dio Celi
con una voz apagada.Úrsula vio entonces al maestr
Julian conversando con los Allen. —¿Y pensándolo bien, porqué no
—dijo Celia súbitamente. Alzó ementon y con voz dura agregó—: nenemos por qué circular entre todo
esos pavos reales como unos alicaídogorriones, y por lo menos ellos seráalguien con quien poder conversar.
Úrsula asintió aliviada al notar qua muchacha había superado su aversióhacia la señora Allen.
El público era tan numeroso qu
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Celia se ha recuperado aunque la notalgo pálida y delgada…
—Tal vez podamos darle a lseñorita una muestra de nuestro «elixivital» —interpuso John dee inclinándoshacia ella—. Sería más prudente ante
probarlo con … otras personas. —¿Qué es lo que quiere proba
conmigo, señor? —inquirió Celi
conteniendo la risa—. Suena a algespantoso.
—Es el «agua de la vida», m
querida. El doctor dee y yo hemonstalado un laboratorio. Se asombraríusted señora de la cantidad de retorta crisoles, y el cristal en el que el maestr
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John puede ver seres angelicales. —¿Magia…? —susurró Úrsul
entusiasmada—. Pero seguro que… —Magia blanca, señora. Nada d
brujerías. La alquimia es una rama de lmedicina —explicó Julian.
—Por supuesto —asintió Úrsulrápidamente—. Y cómo me gustarísaber más de esas cosas. Tal vez ustede
señores podrían decirme si deberípreparar mi purga de azufre durante luna llena y si sería mejor que l
agregara una clara de huevo pues nconsigo que me salta transparente.Celia escuchaba distraída la
preguntas de su tía que eran respondida
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con gran seriedad por el doctor deeSintió que su corazón palpitaba cofuerza nuevamente y se lamentó de habevenido. Se sentía sola y abandonada.
—¿Señorita de Bohun? —dijo unvoz mientras una mano masculina l
ocaba el brazo.Se dio vuelta y se encontró con si
John Hutchinson. —¡Jesús bendito! —
dijo—. Qué susto me dio, señor —agregó sonriendo. El robusto caballerse estremeció de alegría pensando qu
a radiante sonrisa se debía a uauténtico entusiasmo de Celia por spersona.
—He p-pensado mucho en usted
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señorita, pero m-me enfermé esa mismnoche de la comida —dijo Hutchinsoartamudeando como un muchacho—
¿Pensó usted alguna vez en mí? —agregó tocándole la mejilla.
—Una que otra vez —dijo ell
mintiendo caritativamente—. Yo tambiéestuve enferma —y acto seguidcomenzó a toser.
—No debería haber salido con estiempo —exclamó el caballero—
debería cuidarse, deberían mimarla… s
ía me parece que es algdespreocupada —agregó mirandenojado a Úrsula.
—¡Mi tía no es despreocupada! —
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exclamó Celia—. Siempre es muy buen cariñosa conmigo.
—¿Qué pasa? —dijo Úrsulacercándose a ellos pero sin poderecordar quién era Hutchinson—Precisas que te defienda, mi querida. S
que nos conocemos, señor, pero nrecuerdo su nombre.
—John Hutchinson, caballero
viudo, procedente de bostonLincolnshire, comerciante en génerospariente de lord Clinton, con una fortun
que asciende a diez mil libras, siempre cuando no se hundan mis barcos qunavegan rumbo a calais.
—Lo que usted tiene, sir John es un
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buena cantidad de aire en su pulmone—dijo Úrsula.
—No me gusta andar con rodeos —dijo él—. Es una pérdida de tiempo —sus penetrantes ojos azules se clavaroen Úrsula y ella comprendi
nmediatamente elsignificado de tantexplicación, sobre todo al ver la miradierna que le dirigió luego a Celia, qu
estaba a mil leguas de las intencionedel robusto caballero.
—Hay demasiado ruido para pode
hablar aquí como es debido —dijo siJohn—. Mañana por la mañana pasarpor la abadía. Y ahora llévela a la camaseñora y cuídela de las corrientes d
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aire —se inclinó y se alejó rengueandevemente en medio el gentío.
Úrsula se sonrojó y se mordió loabios. Su primera reacción fue dndignación. ¡Cómo se animaba u
comerciante gordo y viejo a enseñarl
cómo debía cuidar a Celia! ¡Cómo sanimaba a codiciar su preciado tesoroUnvulgar mercader tan viejo como ella
o permitiría que pusiera un pie en labadía.
—Veo que está algo fastidiada, lad
Úrsula —dijo Julian suavemente. Habíobservado de lejos toda esa escena como le sucedía frecuentemente cuandse trataba de Úrsula y Celia, el presente
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odo el alboroto, la gente, la músicaparecía diluirse, esfumándose hastdesaparecer por completo. Tenía lsensación de estar a solas con ambamujeres hacia las que se sentía traídpor fuetes y misteriosos lazos. Se sentí
en cierta forma, como si estuvierpredestinado a salvarlas de algo, comsi estuvieran atrapadas por una extrañ
elaraña de la que solamente él podíiberarlas. Y al mirar a Úrsula, su rostr
pareció desfigurarse. Sus clásico
rasgos ingleses, sus arrugas, su pelo grise volvieron transparentes, dejando adescubierto otra cara más joven, de piecolor mate, ojos oscuros y vivaces, un
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cara a la que una vez había amado herido dolorosamente… en una épocmás allá de los límites de su memoria.
—Debe irse de Londres —dijnclinándose hacia Úrsula—. Llévesel
a Celia sin pérdida de tiempo. ¡Vayan
Cowdray! ¡Mañana mismo! —¡Cowdray! —exclamó Úrsula—
Pero maestro Julian, los caminos está
cubiertos de nieve. Sir Anthony no lpermitiría y además…
—Agregó con voz vacilante—, m
precisa aquí para correr con la casa as mucamas ya veces hacer de dueña dcasa. No tenemos nada que hacer eCowdray.
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Úrsula no tuvo necesidad denfrentarse con sir John Hutchinson lsiguiente mañana, pues el impaciente enamorado caballero había abordado lnoche anterior a sir Anthony después debanquete de whitehall.
—El viejo mercader está trastornadpor su Celia —le dijo Anthony riend—. Quiere casarse con ell
nmediatamente y no le interesa eabsoluto que no tenga ninguna dote. Estconvencido que ella lo quiere. ¿Qué h
estado haciendo esa muchacha? —Nada —respondió Úrsulvivamente—, anoche fue la primera veque lo vio desde la función de títeres
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Sir Anthony… esa unión seríabsurda… espero que usted no lo hayalentado.
—No, lo saqué con cajadestempladas, aunque debe consideraque Hutchinson está muy bie
considerado en los círculocomerciales, y es además bastante ricondudablemente tiene edad suficient
como para ser el abuelo de ella, peruna vez que Celia enviude y tenga unacuantas propiedades, le resultará má
factible hacer un buen casamiento. Haque ser sensato. —¿Y entonces por qué lo despachó
—preguntó Úrsula.
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—Mi querida lady Úrsula —dijAnthony asombrado—. ¡Porque es uprotestante!
—¡Jesús bendito! —susurró Úrsuldando un suspiro de alivio.
—Entonces el asunto está terminado
Sir Anthony… ¿Seguro que no somouna carga para usted? Alguien insinuque sería mejor que volviéramos
Cowdray. Yo trato… ambas tenemos quser útiles…
Anthony agarró unas cartas y s
dispuso a leerlas. —Usted… ustedes son muy útiles —dijo distraídamente frunciendo el ceñal leer una misiva del embajador renar
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escriba en latín—. Qué demoniospodría escribir más claro… ¿Dónde estStephen? Dónde se ha metido ese monjedesaparece todo el tiempo, seguro questá en casa del obispo conversando cosus hermanos. Descuida su trabaj
conmigo y mucho me temo que tengamoproblemas.
—¿Problemas…? —inquirió Úrsul
ímidamente—. ¿Qué problemas puedesurgir ahora que la reina está coronada?
Anthony respondió con un gruñid
pero su cara se animó al ver entrar Stephen. —¿Quiere decirme qué demonio
quiere decir todo esto? —dij
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pasándole la carta de renard.Stephen la ojeó rápidamente y dijo: —El embajador teme una revuelta
dice que tenemos que prepararnos. Sespera que los rebeldes ataquen Londres desde aquí… desde Southwark
Le ruega que junte todos sus hombres odas las armas que tenga.
—No puedo creerlo… —dij
Anthony mirando a su capellán—. Tenía impresión de que los ánimos s
habían calmado. Y ese loco de Thoma
Wyatt está tranquilamente en su casa dKent. —Está tranquilamente en Ken
preparando un ejército —dio Stephen. Y
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o que es courtenay no le va en zagacomo así también el viejo duque dsuffolk al que le gustó mucho ver a sufijocupando el trono aunque más no fueranueve días. Y sitien esa pobre chiquillno tiene suficiente arrastre como par
hacer una revolución no puede decirso mismo de la otra.
—¿Qué otra? ¿Qué revolución? —
exclamó Úrsula que se había quedadparada en silencio junto a la chimenea.
Los dos hombres se dieron vuelta
Habían olvidado a Úrsula. Anthonsonrió. —no se preocupe, lady Úrsul—dijo cariñosamente—. Todo pasará.
—No soy tan tonta como a veces l
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parezco —dijo Úrsula—. Y si estamocorriendo peligro en Southwark, exijsaber por qué.
—Y lo sabrá, señora —dijo Stephesúbitamente—. ¿No compendio usted lque significaba la representación d
íteres?Úrsula titubeó. —me pareció que er
una mímica del futuro casamiento de l
reina con el príncipe Felipe de EspañaMe parece muy conveniente.
—Así piensa también su majestad
pero no precisamente el resto dnglaterra. La mayoría de los inglesecree que serán convertidos en vasallode España y súbditos de su santidad e
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roma. Muchos quieren rebelarse ante taperspectiva. Y en eso estamos¿Entendido? Y como conozco sdiscreción —prosiguió diciendStephen—, le responderé a su segundpregunta. La otra, es la princes
Elizabeth, la gran esperanza de lafacciones protestantes.
—Comprendo… —dijo Úrsula a
cabo de un momento—. Graciashermanos tephen y gracias sir Anthonpor su paciencia y por ocuparse d
Celia.Stephen alzó la cabeza y frunció eceño. —¿Celia? ¿Qué pasa con Celia?
—Oh —dijo sir Anthon
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encogiéndose de hombros—, hrastornado a ese viejo de boston, Joh
Hutchinson ¿Recuerdas? Supongo ququerrá tener un hijo mientras todavía lsea posible. Su mujer anterior erestéril.
Stephen hizo un rápido ademán—Hay muchísimas otra mujeres para eso
sin necesidad de que se trate de Celia
—su cara se arrebató y su voz adquiriun tono extraño.
—Por supuesto —dijo Anthon
empuñando su pluma—, pero el sujetquiere a Celia. Está loco por ellaPasión otoñal.
—Es indecente… —dijo Stephe
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con el mismo tono. —No, muy honesto. Siento much
por el pobre viejo, una pena que sea uhereje. Le estaba diciendo a Úrsula quno le será fácil a Celia encontrar otrpartido como él.
—Con sus modos de pequeñibertina no le costará mucho encontra
alguien que se acueste con ella —di
Stephen—. Dudo mi querida ladÚrsula, que pueda guardar su virginidamucho más, tiene «le diable au corps».
—No comprendo el significado dsus últimas palabras ¡Pero puedo decirlque no me gustan! —dijo Úrsulvivamente—. Monje o no usted no tien
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derecho a calumniar a Celia. Se hvuelto usted muy duro, hermano Stephenme cuesta ver ahora la suave bondad qudemostraba en Cowdray.
El monje se sonrojó más aún. Tomcon su mano el crucifijo de oro que l
había regalado el obispo de Winchester —Sirvo a Dios mejor que entonce
—dijo enojado.
—Ojalá él piense lo mismo —replicó Úrsula dando media vuelta saliendo del cuarto.
Anthony rió al ver la cara de scapellán. —¿Cómo se le ocurre insultar a s
an preciado tesoro? Y en realida
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estuvo demasiado duro. Ayúdeme ahora confeccionar analista de mis sirviente de las armas y armaduras que tenemos
—¿De modo que ahora se convencide que va a haber una revuelta? —dijStephen.
—En efecto… renard no es ningúonto y ahora recuerdo la extrañ
conducta de courtenay durante l
recepción de noache, cuchicheando coel embajador De Noailles y el duque d
orfolk. Presiento que corremo
peligro. —Tenemos una pequeña pieza dartillería en la casa de byfleet. Lprecisaremos para defender el puente
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¿Cuál de mis hombres será capaz dmanejarla?
—Posiblemente el viejo Hobson —dio Stephen pensativamente—. ¿No erel artillero de su padre?
Anthony asintió y prosigui
estudiando qué medidas defensivaomar ayudado por Stephen.
El treinta y uno de enero el ejércit
rebelde había llegado a dartforddistante diecisiete milla de Southwark
adie ignoraba la crisis que s
avecinaba. El pánico cundió en LondresAnthony no consiguió reunir lcantidad de hombres que esperaba, y lopartidarios de la reina disminuían día
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día.El primero de febrero Anthony cruz
a todo galope el puente de Londrerumbo a Southwark. En los pasillos corredores de la vieja abadía samontonaban numerosos hombre
vestidos con cotas de malla y cascos dbronce. Entró al antiguo claustro, subicorriendo las escaleras y les anunció
odos los habitantes de su casa. —¡Por fin! ¡Vamos a entrar e
acción! ¡Londres se ha levantado e
armas! ¡Wat, junta rápidamente todos lohombres, debemos llegar al otro laddel puente antes que lo hagan volar! SiJohn Wyatt está a punto de cruzar el rí
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se supone que tratará de tomar la torreCelia oía todos los comentarios per
no podía creer que se tratara de algreal. Le parecía estar viendo unrepresentación como la que vio una veen blackfriars.
Dentro de un momento los atores srían, se apagarían las velas y todo
volverían tranquilamente a sus casa.
Sus fantasías se disiparon cuandvio que Stephen entraba al salónAnthony se dirigió hacia él alcanzándol
una cota de malla. —¡Debe ponérsela! Los herejes nrespetarán los hábitos. Y además quierque se quede aquí para cuidar a la
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mujeres. Le dejaré cuatro guardias. Nnecesita empuñar las armas si sconciencia se lo prohíbe, pero por lmenos puede impartir órdenes.
Stephen asintió y dirigió una mirada las mujeres que quedaban a su cargo
Úrsula no había perdido la tranquilidadestaba seriamente preocupada por laprovisiones de la casa que estaba
comenzando a escasear. Mabel estabsentada junto al fuego; no había visto Gerald desde que se desató la crisis
estaba otra vez malhumorada empacada.Stephen miró Celia y experiment
una sorpresa. Desde el día de la fiest
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de todos los santos no había tenidiempo de pensar mucho en ella, habí
estado demasiado ocupado ayudando sir Anthony para perder tiempo con unchiquilla de quince años, una muestra das típicas tentaciones carnales de
demonio, que sería mejor ignorar.Pero la mirada fija y enigmática d
sus grandes ojos no era la de un
chiquilla. Ni contenía ningún dejo dcoquetería. Sus ojos reflejaban unextraña intimidad, y algo que no quería
demostrar, una antigua ciencia… pero éno podía apartar su vista de ella. Sintique su pulso latia rápidamente y unoleada de calor que le hacía bullir l
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que invocando la protección de Dios de la virgen.
—Muy bien —dijo Úrsulrelajándose luego que Stephen impartia bendición—. ¡Escuchen! ¿Qué es eso
Oyeron tres explosiones lejanas qu
hicieron vibrar las ventanas de lantigua abadía.
—Son los cañones de la torre
milady —dijo Anthony—. Wat, apúratpor Dios antes que destruyan el puente.
Las tropas de sir Thomas Wya
legaron a Southwark dos días despuésel sábado tres de febrero. La victoriestaba al alcance de su mano.
A las once de esa noche fría
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Stephen oyó en el portón de entrada da abadía el alboroto que había estad
esperando. Reunió a todas las mujereen el salón, Úrsula, las dos muchachas odas las sirvientas. Nueve en total.
Todos oyeron el ruido de lo
cañones que golpeaban contra la pesadpuerta de roble de la abadía.
—¿Qué pasa abajo? —inquiri
Úrsula tranquilamente—. Parece questuvieran tratando de forzar la puerta.
—Así es —dio Stephen dejando s
brevario y poniéndose de pie—Quédense aquí y no se muevan —salió cerró la puerta con una tranca. Bajó lescalera y se encontró con el patio d
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entrada lleno de hombres armados. Loguardias de Anthony habían sido atadocon unas sogas y encerrados en ucuarto. Uno hde los arqueros de Wyacustodiaba al cocinero y sus ayudantes.
Thomas Wyatt, con la espad
desenvainada se acercó al pie de lescalera donde estaba Stephen.
—Buenos días, hermano —di
dirigiéndole un mirada irónica—Benedicite! Disculpe esta intromisión
pero pensé que la casa de sir Anthon
me serviría maravillosamente bien comcuartel general. A nadie le pasará nadsi hacen lo que yo les ordene.
—¿Por ejemplo qué? —dijo Stephe
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abriendo instintivamente los brazos pardefender la escalera—. Usted prometino emplear violencia, yo mismo lo osin embargo ha apresado a los guardiasLe prohíbo subir las escaleras, se l
prohíbo en nombre de Dios y bajo l
amenaza de eterna condenación! —svoz resonó con fuerza.
—¿Cómo? Usted se ha equivocad
de vocación, hermano. Las armapueden resultar convincentes, pero nasí las arengas violentas. ¡Apártese d
mi camino!Levantó su espada y le asestó Stephen un golpe en el hombro que lhizo caer al Suelo.
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—Átenlo —dio Wyatt a sus hombre— y enciérrenlo con los otros. ¡Lodemás, síganme!
Subió la escalera acompañado poreinta hombres. Quitó la tranca de
salón y entró. Las mujeres se quedaro
mirándolo. Una lavandera lanzó un gritoMabel se acurrucó contra la pared rató de disimular sus sollozos. Úrsul
se acercó a él, seguida por Celia. —Buenas noches, sir Thomas —dij
Úrsula con fía dignidad—. Su aparició
no es muy decorosa. ¿Qué ha hecho coel hermano Stephen y los guardias?La mirada de Wyatt deambuló po
odo el salón cerciorándose que n
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hubieran otros hombres, y se detuvo eCelia.
—No tiene nada que temer, señor—le dijo a Úrsula—. Quédese aquí…aunque en realidad me haría falta ungíaEsta vieja casona tiene infinidad d
vericuetos y pasillos. Tú, mi querida —dijo tocándole el brazo a Celia—. Hacunas cuantas semanas te canté cancione
de amor, ahora es la ocasión dagradecérmelo.
—¿Y si me niego a hacerlo? —dij
Celia con gran dominio de su personamientras Úrsula reprimía un gemido as demás mujeres dejaban escapa
sonidos entrecortados.
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—Pues entonces no tendrá máremedio que obligarte, mi querida —diWyatt tomándola de la cintura.
—¡Acompáñalo Celia! —exclamMabel en medio de sollozos—. Haz lque te dice pues de lo contrario no
matará a todas. —Lo dudo —dijo Celia—. Si
Thomas es todo un caballero, si bien su
opiniones son equivocadas. Pero lacompañaré, no se aflijan por ello. Trao cual le dirigió una sonris
encantadora, la famosa sonrisa dehoyuelo junto a la boca y la miradvelada por la larga pestañas.
Wyatt se sorprendió tanto como la
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a tranca.Guió a Wyatt a través de pasillos
corredores hasta la torrecilla donde eviejo Hobson custodiaba la pieza dartillería.
Wyatt entró seguido de sus hombres
Se oyó un corto forcejeo y luego la voriunfante de Wyatt.
Los hombres bajaron llevand
consigo un bulto, que depositaron sobrel piso sucio de la buhardilla.
—El viejo vive todavía —dijo un
voz—. Peleó más que todos los otrocon libreas adornadas con flor de lis qucustodiaban el portal.
Celia miró sin comprender. Vio qu
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el bulto era el viejo Hobson y que uhilo de sangre corría por la comisura dsus labios. Se acercó con su vela parmirar.
—¿Sangre…? —susurrretrocediendo—. ¿Lo han muerto? —
preguntó dirigiéndose a Wyatt. —No, no, mi querida. Se pondr
bien —dijo el caballero co
mpaciencia—. Y ahora Celia, llévame un cuarto más abrigado, a uno desde eque se pueda ver el río. Vamos, niñ
¿Qué te ocurre?, pareces dormida. —Solamente mi cuarto… —dijo covoz trémula, sin poder apartar la vistde Hobson, cuya cara no er
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precisamente un espectáculreconfortante.
Wyatt agarró a la muchacha por ebrazo y la dio vuelta para que npudiera seguir mirando al viejo.
—Vamos a tu cuarto —dijo, molest
por el infortunado episodio, advirtiendque se había roto el ambiente propicio una aventura amorosa, que la coqueterí
de la joven había desaparecido y que svería obligado a forzar sconsentimiento.
—A tu cuarto, querida —dijo covoz suave y cariñosa—. Solamentporque necesito ver qué pasa en el río en el puente, ¿Comprendes? —
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omando un mechón del pelo rubio dCelia agregó—. Esta es la red en la quhe caído y de la que no me puedapartar; estoy preso en las redes deamor, Nadie le había hablado en esforma nunca a Celia, y la joven s
estremeció. Lo condujo sin decipalabra alguna por los corredoreoscuros y vacíos hasta llegar al cuart
que compartía con Úrsula. —Allí está la ventana que mira a
río —dijo Celia.
Wyatt lanzó una carcajada. —¡Al diablo con la ventana! Lúnico que veo es la cama, mi querida, una muy buena cama además.
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Wyatt comenzó a desabrocharse scota de malla en medio de maldiciones forcejeos. Se desató luego su chaleco se quitó las medias.
—¿Qué está haciendo? —susurrCelia retrocediendo contra el arcón.
—No te hagas la inocentconmigo… —dijo Wyatt—. No tenemomucho tiempo. No puedo dejar a mi
hombres solos. —Tiempo… —susurró Celia. S
apretó más aún contra el arcón cruzand
os brazos sobre su pecho, en esancestral gesto de defensa de lvirginidad.
—Parecías bastante entusiasmad
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cuando estábamos en el salón y tambiédurante la fiesta de todos los santos, npienso perder tiempo en galanteríaahora. Hace semanas que no me acuestcon una mujer… ¡Y tú fuiste la que mrajiste a este cuarto! —se acercó a ella
a agarró con fuerza y le rompió la blusde un tirón. Agachó la cabeza y lmordió el cuello. Celia lanzó un grito
e arañó la cara. —¡Grita todo lo que quieras qu
nadie te escuchará, pequeñ
sinvergüenza!La agarró por los brazos y comenza arrastrarla hacia la cama cuando drepente se abrió la puerta y apareci
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Stephen. Los guardias lo habíadesatado para que pudiera administrarlos últimos sacramentos al viejo hogso luego salió en busca de Celia a
comprobar que no estaba en el salón coas otras mujeres.
—¡Vete de aquí, miserable eunuco—exclamó Wyatt soltando a Celia.
Stephen se puso pálido. Se quitó e
crucifijo que cayó sobre la cota de mallde Wyatt, se acercó a éste y le asestó ugolpe en la mandíbula. El caballer
cayó al Suelo cubierto de paja. Stephe Celia se quedaron inmóviles mientraas campanas de St. Saviour repicaban.
Wyatt reaccionó y se sent
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entamente agarrándose la quijada. —Quién lo hubiera dicho —dijo a
cabo de un rato—, el monje, el poderosmonje y la muchacha, desperdicias tudones en un extraño candidato mquerida. Sin embargo le esto
agradecido al hermano Stephen pues mha recordado mi deber —se levantcuidadosamente, se puso la cota d
malla, se ajustó el cinturón y la espadaSe acercó a la ventana, la abrió y mirhacia fuera. ¡Dios mío! —exclamó— u
barco avanza por la otra orilla. Parecque tiene intenciones de volar el puenteSe oyó una explosión y una lu
blanca iluminó la noche oscura. La
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piedras de la vieja abadía sestremecieron.
—¡Es un cañoncito! —exclamWyatt con voz de triunfo—. ¡El cañón dsir Anthony! Gracias mi querida pondicarme el camino hacia la torre —
agarró su casco de bronce, hizo unreverencia en son de burla y salió a ldisparada, dando un portazo.
Stephen y la muchacha permanecíanmóviles. Súbitamente se dieron vuelt
el uno hacia el otro.
Celia vio la cara de Stephen comnunca la había visto: joven desnudondefenso. Reprimió un sollozo
susurrando: ¡Oh, mi amor, mi amo
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querido…! —se arrojó en su brazos. Éa apretó contra sí, pero como si fuer
algo sagrado. Temblaba como una hojal sentir sus pechos desnudos apoyadocontra su hábito negro.
—Virgen santísima, perdóname —
musitó. Inclinó su cabeza y la besó en lboca.
Debilitada por la emoción, Celia s
ambaleó y se aferró a él.Él la levantó en sus brazos y l
depositó sobre la cama. —Amor mío
amor querido —susurraba mientras écubría de besos sus pechos. No se dieron cuenta que un vient
helado entrada por la ventana abierta n
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oyeron tampoco los estampidos de locañones de la torre.
La única vez que él habló, lo hizgimiendo tan intensamente que su voparecía un lamento iracundo.
—Te quiero, Celia, Dios mío…
perdóname… —No pienses más, mi amor, n
pienses —susurró ella besándole e
cuello, su oreja y el mechón de peloscuro que caía sobre su frente—Tómame, Stephen, solamente as
podremos seguir viviendo…Él se estremeció, besó otra vez supechos y su boca ardiente que olía violetas.
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Finalmente oyeron una voz qususurraba —¡Jesús! — y el ruido dunos angustiosos sollozos. Stephen sdio vuelta lentamente y se levantó. Celise encontró con la cara de Úrsula.
—No llores, querida tía —dij
Celia con voz lánguida y tranquila. —¡Cúbrete el pecho, jovencit
desvergonzada! —exclamó Úrsul
arrojando sobre el cuerpo de lmuchacha su tupido velo—. ¡Dios míoDios mío! ¡Haber vivido para ve
semejante cosa! ¡Qué monstruosidad!Stephen dio vuelta a la cama y apoysu mano sobre el hombro de Úrsula.
—Tiene razón, señora, e
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monstruoso —dijo con una gran tristez—. Pero ella está intacta, lady ÚrsulaQuiero a la muchacha más que a mmismo y casi más que a mis votos. No lsabía hasta este momento.
Úrsula lo miró angustiada en medi
de las tinieblas del cuarto. —¡Cállese, monje hipócrita! Cóm
voy a poder creer que usted no h
violado a mi sobrina y en cuanto ella… parece una gata en celo… ¡Oh, smuy bien qué es lo que vi…!
Stephen se acercó hacia dondestaba tirada la cadena con el crucifijde oro y la agarró. —le juro por esto —dijo pausadamente—. Por el cuerp
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destrozado de nuestro señor. —Ah… —suspiró Úrsula—, po
esta vez pasa, Stephen Marsdon, no llamaré más hermano, pero cuando sujuria reaparezca y la de ella… no, ¡N
me interrumpa! ¡Conozco el remedio!
Stephen inclinó su cabeza. —Y yo también, señora —salió de
cuarto y cerró la puerta.
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Capítulo 14
La rebelión de Wyatt terminó tredías depués, cuando éste se rindió eudgate, fuera de los muros de la ciudad
El siete de febrero lo encerraron en lorre y pocos días después le hiciero
compañía courtenay y el viejo duque d
suffolk. En la abadía de Westminster en la catedral de St. Paul se cantó un tdeum en honor de la reina.
Al cabo de unos días Anthonregresó triunfante a la vieja abadíadonde Úrsula le había preparado unsuculenta comida para celebrar su vuelt
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al hogar. —¿No tuvieron mucho
nconvenientes aquí, verdad? —lpreguntó alegremente a Úrsula—. No msentí nada tranquilo cuando vi que lorebeldes estaban acampados e
Southwark, pero por suerte no squedaron mucho tiempo.
—Lo suficiente —dijo Úrsul
ristemente. —Es claro —dioj Anthon
comprensivamente—. Me imagino e
disgusto que habrán tenido cuando entrWyatt e hirió al pobre Hobson. No estonada satisfecho con la conducta de lootros guardias. Pero por suerte eso fu
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odo. No he visto todavía al hermanStephen, me dejó una nota avisándomque volvería un poco más tarde.
Úrsula apretó los labios. Habílegado el momento tan temido. Esper
hasta que Anthony bebiera un vaso de s
vino preferido y luego le dijo: —Señor… señor —repitió—, Celi
iene que casarse con sir Joh
Hutchinson —dijo casi sin aliento. —¿Cómo —dijo Anthony ordenand
dificultosamente sus pensamientos, qu
estaban concentrados en los distintoproblemas de la reina. —Celia tiene que casarse con si
John Hutchinson —repitió Úrsula má
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pausadamente—. ¿Podría usted llamanmediatamente a ese caballero?
Anthony fijó por entero su atencióen ella.
—Pero mi querida lady Wouthwellusted estaba decididamente n contra d
ello. ¿A qué se debe este cambio? ¿Yqué opina Celia al respecto?
Úrsula se sonrojó. Sus ojo
adquirieron una expresión de tristeza. —Celia obedecerá… —dijo débilment—. Ha ocurrido algo muy triste en l
abadía, señor, pero todavía puedevitarse que ocurra algo peor. —¿Peor? ¿Qué es lo que quier
decir, señora?
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—Deshonra y sacrilegio —Úrsula sretorció las manos y luego las dejó caesobre la mesa—. No sé cómdecírselo…
Anthony se inclinó hacia delante siograr comprender por qué esta señor
por lo general tan equilibrada, drepente parecía tan abatida.
La interrogó cariñosament
pensando que se trataría de una pequeñpela con Celia.
Pero su sonrisa indulgente s
desvaneció al enterarse de los hechosBastante serio era ya el intento de Wyapor violar a la muchacha, pero la escensubsiguiente, como había podid
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reconstruirla a través de las palabraentrecortadas de Úrsula, según quien ldesvergonzada joven y el austercapellán estaban acostadosemidesnudos sobre la gran camaabrazándose y besándose… l
descarada confesión de amor dStephen…
—Ah…, es espantoso —exclamó si
Anthony—. ¡Es una perfidia! Ahorcomprendo por qué Celia debe casarsrápidamente y marcharse d
incolshire… ¡Dios mío! A lo mejor estembarazada.Úrsula se estremeció. —él jur
sobre su crucifijo que no la habí
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ocado, sin embargo parece que no sabmantener bien sus votos, y lo que eCelia se niega a hablar. No hace sinlorar y mirarme con odio —dijo Úrsul
con voz quebrada por la emoción. —Enviaré a Wat inmediatamente e
busca de sir John —dijo Anthony—¿Pero querrá aceptar éste una espospoco dispuesta y que inclusive pued
haber perdido su virginidad? ¡Dios míoQué confusión. Y pensar que creía quese monje lascivo era amigo mío
maldito sea, haré que lo garroteen y lexpulsen de su orden. ¡Y además de todsu desagradecida sobrina fue la que guia Wyatt hasta el cañón de la torre! —
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pegó un fuerte puñetazo sobre la mesa—una gran vergüenza —djio Úrsula en ususurro—. No encuentro ninguna excuspara que justifique su proceder —advirtió que sir Anthony había pescaduna de sus raras rabietas y salió de
salón arrastrando los pies.Celia se casó con John huthinson e
el atrio de St. Saviour el veintidós d
febrero. No hubo invitados. Estabapresentes Úrsula y Mabel. Anthony fusu padrino.
Sir John trajo a un mercader amigpara que hiciera de padrino suyo. Epequeño grupo se trasladó luego a lvieja abadía donde Anthony habí
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organizado una fiesta para celebrar lboda. Su furia se apaciguó después quhabló con Stephen y su generosidad sentido del deber lo instaron a cumplicon ciertas reglas como correspondíhacerlo con cualquier doncella de s
casa que se casara, aunque sólo fuera ucasamiento tan modesto como éste.
Sir John aceptó casarse con Celi
con un entusiasmo conmovedor. No hizninguna clase de preguntas evidentemente atribuía el silencio d
Celia y su mirada ausente a undemostración de modestia de parte de loven.
Tampoco fue necesario, como l
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emía Anthony, tener que recurrir amenazas para que la joven aceptarcasarse. Había manifestado sconsentimiento con una totandiferencia.
—Así es, señor… —dijo cuand
Anthony le comunicó la noticia—. SiJohn parece muy bueno y estoy segurque me gustará vivir en Lincolnshire
Me es totalmente indiferente, erealidad.
Anthony sospechaba y Úrsula sabía
que la actitud de Celia era el resultadde una nota que le había enviadStephen antes de partir de Southwarrumbo a Francia. Durante una entrevist
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que Anthony tuvo con el monje, éste lcomunicó que debía llevar a Franciunas caras que le había dado el obispgardiner. La reina quería reinstalar a lobenedictinos en la abadía dWestminster, Stephen se encargaría d
niciar el trámite y luego se retiraría aclaustro otra vez.
—Pero yo lo necesito, Stephen —
dijo Anthony desesperado olvidando senojo y las causas—. Usted es algo máque mi capellán… es mi amigo, m
secretario… y ahora que…bueno…Quiso decirle que ahora que Celino estaría más entre ellos Stephen nnecesitaba irse, pero el monje lo mir
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con unos ojos tan duros y fríos que npudo pronunciar el nombre de lmuchacha.
—Mi superior será quien decida svolveré o no como capellán suyo —dijStephen—. He disfrutado muchísimo co
su amistad, lo que constituye una de mianta faltas. Adiós, señor…que Dio
nuestro señor y la virgen santísima l
bendigan —y se fue.Anthony miró a la silenciosa novi
sentada a su lado. Celia no tenía u
vestido nuevo, pero Úrsula le habídado su antiguo velo de novia, algamarillento y le había fabricado uncoronita con lo único posible d
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encontrar en esa época: hoja de hiedra espigas de trigo.
¡Virgen santísima, qué fiestaÚrsula sin siquiera hacía un esfuerzo pocomer; ni siquiera hablaba con emaestro Julian a quien quiso invitar a l
reunión alegando que era la únicpersona que ella y Celia conocían eLondres. Mabel estaba inquieta pue
enía ganas de que acabara de una vez lfiesta para encontrarse con Gerald ecasa del conde de Arundel. El novi
ampoco hablaba, se limitaba a mirafijamente a su nueva esposa como si sratara de una aparición.
Anthony se puso de pie
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dirigiéndose a los criados alzó su vaso dijo:
—¡Brindemos por la noviaBrindemos por el novio! —se volvi
hacia Celia e inclinándose le dijo—vamos, milady, empezaremos el baile
Empezará la diversión!Celia dio un respingo. Miró atrás
alrededor de ella con gran sorpresa
Anthony comprendió al punto y lanzuna carcajada.
—Tú eras milady… te has casad
con todo un caballero, Celia… ¡Piensen ello! ¡Venga, sir John! ¡Venga a bailacon su esposa!
El mercader se levant
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majestuosamente y tomó a Celia por lmano. El cuarto dedo lucía ahora upesado anillo de oro: dos manosujetaban una amatista en forma dcorazón.
Sir John acercó a Celia contra s
pecho e inclinándose susurró: —No temas, mi querida. Vales par
mí más que todo el oro de las indias,
este es el día más feliz de mi vida.Ella oyó sus palabras como a travé
de un torrente de agua y se prendió co
fuerza de su brazo. —Bueno, bueno, preciosa —dijo siJohn—, si no quieres bailar no te aflijaspero yo no soy un gran bailarín
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Beberemos juntos del cáliz del amo¿Quieres?
El novio alzó el pesado bol de platleno de un vino especial preparado co
pimpollos de romero, la famosa hierbde la virilidad siempre presente en lo
casamientos.Bebieron con los brazo
entrelazados, como era la costumbre,
uego pasaron el bol a los demás. —Que vivan muchos años junto s
que vuestra unión sea fructífera —
exclamó sir Anthony, codeandigeramente al novio y guiándole el ojo Celia. Pero nadie rió salvo el amigo dsir John. Éste frunció los ojos
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dirigiéndose a Anthony le dijo: —Le estamos muy agradecidos si
Anthony, por esta espléndida fiesta. Permi joven esposa parece un poccansada, creo que mejor será que noretiremos.
Anthony protestó, por pura cortesíapero se sintió aliviado. Era totalmentmposible convertir a esta reunión e
una fiesta alegre. Ni siquiera lamelodías más populares y conocidaprovocaban alguna reacción en lo
concurrentes. Anthony, lo mismo quMabel, tenía ganas de ir a la reunión ecasa del duque de Arundel, se esperabque la reina asistiría también y quizás l
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levara a Magdalen Dacre.Sir John Hutchinson había alquilad
un carruaje para llevar a su novia hastsu actual alojamiento en Londres.
—No es lo que ella se merece, peres lo mejor que he conseguido. Pront
endré toda clase de comodidades en mcasa cerca de boston. Vendrá visitarnos algún día ¿Verdad, señora? —
dijo ansioso por irse y juzgando un pocexcesiva la emoción demostrada poÚrsula al despedirse de Celia. Ésta l
siguió dócilmente, permitiéndole que lubicara en el lugar de honor en ecarruaje.
El pesado vehículo avanzó po
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borough high street en dirección apuente de Londres.
—Icuore lacerato sempre riparas—le dijo Julian a Úrsula cuando scerró el pesado portón de madera.
Le había hablado instintivamente e
taliano y se apresuró a traducirlo. —El corazón herido siempre s
repone, mi pobre señora… uste
volverá a verla. Vamos, este casamientno es exactamente lo que usted esperabapero tampoco es una tragedia.
—Usted no sabe… —dijo Úrsula—Y la obligué a casarse, y ahora ella modia. Si hubiese sido su verdadermadre hubiera obrado más sabiamente
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Trato de rezar… pero no puedo. Lapalabras se me escapan y suenan huecacomo las cuentas de mi rosario… ya nienen significado. Y ahora se ha ido.
—Esto también les sucede a laverdaderas madres —dijo Julian
examinándola con su ojos clínico. Spiel tenía un color grisáceo y alrededode las comisuras de los labios estaba u
poco azulada. Se apretaba fuertementcon la mano el pecho izquierdo.
—¿Siente un dolor allí? —l
preguntó Julian tranquilamente—¿Siente dolor en su brazo también? —ella miró el brazo sorprendida.
—Me parece que sí —dijo Úrsula.
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Él le tomó el pulso y agregó: —Debe recostarse. No tengo ningú
remedio pero buscaré uno en la boticde high street.
Úrsula permitió que Julian layudara a subir la escalera hasta llega
al gran salón donde se instaló en ubanco. Julian le colocó un almohadóbajo la cabeza y se fue en busca de
remedio. Ella cerró los ojos sintiéndosmuy débil y se adormeció mientras lsirvientes iba y venían recogiendo lo
restos del banquete.Julian volvió al rato trayendo ufrasco con un líquido.
—¡Tómelo! —le ordenó. Ell
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obedeció sin protestar mientras él lomaba nuevamente el pulso.
—E digitalina —dijo al advertir lmirada interrogadora—. Pero no estmuy bien destilada. Tengo una muchmejor en el laboratorio del doctor dee
mañana se la enviaré. —Gracias, Julian —dijo ella—
¿Pero… quizás podría traérmela uste
mismo?Él la miró sabiendo que el uso de s
nombre de pila había sido totalment
nconsciente, como tampoco se habídado cuenta queso actual malestar erdebido al disgusto que tenía.
Recurrió nuevamente a l
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mpaciencia para librarse de lsensación de culpa y lástima que estmujer le producía.
Era vieja, era flaca y allí tirada eese banco parecía la estampa de lristeza.
—Ah —exclamó ella mirándolo coojos tristes—. Ya sé que no soy atractiv—y dejó caer la mano que tenía apoyad
sobre su brazo. —¡Sancta María! —exclamó Julia
poniéndose repentinamente de pie—
Ahora tiene que descansar. Mucho memo que no voy a poder venir mañanapero trataré de hacerlo lo más prontposible. Busque consuelo en su religión
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Parece que puede conseguir todo lo ququiere sin necesidad de esas cosas. ¿Oquizás lee usted su porvenir en laestrellas?
—Ignoro mi horóscopo —dijo Juliasecamente—. Yo forjaré mi propi
destino y sin dejarme influenciar por lsentimientos… ¡La droga de los tontos!
—Quizás —dijo Úrsula inclinand
a cabeza—. Y adiós, maestro Julian. —Addio, cara donna… —le palme
cariñosamente el hombro y salió de
salón.Úrsula cerró los ojos y se quedrecostada sobre el banco mientras losirvientes terminaban de limpiar
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ordenar las mesas y apagaban las velasdejando que el fuego se convirtiera ecenizas.
Los aposentos que ocupaba sir JohHutchinson en leadenhall street estabdecorados con ramas de muérdago
floreros con rosas de papel en honor dCelia. Habían preparado también unpequeña cena con varios manjare
raídos expresamente de Lincolnshire, un botellón de un clarete de la mejocosecha. Pero a gran consternación de s
flamante esposo, Celia meneó la cabez pidió hidromiel. —Pero mi querida —dijo John pres
de una gran agitación— es una bebid
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anticuada y muy fuete. Y tendré qupedirle a alguien que vaya a buscarla no sé que taberna…
—Quisiera beber hidromiel —dijCelia. Se sentó en un sillón junto afuego y cruzó sus manos sobre la falda.
—Si tú quieres… por supuesto —dijo John— por supuesto… —despachó a un sirviente.
Celia no despegó los labios hastque llegó la botella del licor, a pesaque John tocó varios temas. La joven s
imitó a apoyar el mentón sobre su man mirar elfuelo de la chimenea.Cuando trajeron el hidromiel, tom
un vaso de un solo golpe y acto seguid
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repitió la operación. Sus mejillaadquirieron un tono rosado. Se recostcontra el respaldo del sillón y comenza pasar su dedo por una de las volutaalladas en la madera, negándoserminantemente a probar los manjare
que le ofrecía John.Pero cuando se sirvió un tercer vas
de licor, John perdió la paciencia.
—Maldita sea, Celia ¡Has bebidmás que un carrero!
—Quiero emborracharme —dij
ella—. Así será mejor.John tragó. —Mira, mi querida, quiero hablart
con franqueza. No es necesario que t
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conviertas esta misma noche en mesposa. Si eso es el motivo que tnduce a comportarte en esta forma
piensa que tenemos toda la vida podelante y que además yo no estoy taseguro de mi virilidad como en otra
épocas; a mi edad es algo riesgoso, pere aseguro que te deseo… y así cre
haberlo demostrado… y también quier
ener un hijo… te deseo con toda malma, pero debo confesar que mntimidas un poco.
Celia se dio la vuelta y lo miró. —lsiento —dijo—. Usted es un buehombre, sir John.
—¡Nada de sir John! —exclamó é
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—. ¡Soy tu marido!De repente ella se levantó y se quit
a capa. Se movió lánguidamentacercándose a uno de los floreros corosas. Sacó dos flores y echando el pelhacia atrás con un movimiento de s
cabeza, se colocó una flor detrás dcada oreja. Le daban un aspecto extrañ exótico.
—¿Qué haces, Celia? —Debía haber música —dijo ell
riendo—. Musica para la novia. ¿N
sabes tocar la flauta, sir John? ¿Nsabes cantar?Él movió la cabeza negativament
observándola fascinado.
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Pero súbitamente reaccionó yle dijo —No conozco ninguna canción
ovencita, y tu estás extenuada, debeacostarte, allí está la cama, detrás de lapicería.
—Ah-h… —dijo ella suspirando
mirándolo inclinado ligeramente lcabeza—. Entonces yo cantaré una«Celia, la coqueta y rubia Celia» ¿T
gustaría oírla, sir John?Ella se le acercó, levantando lo
brazos y haciendo un gesto suplicant
con sus manos. Él advirtió súbitamentque detrás de toda esa representación socultaba una niña triste y desesperada, comprendió que si bien jamás lograrí
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obtener su amor, ella en cambio lnecesitaba a él.
—Sh-h… —le dijo pues seguícantando la misma canción con una voquebrada y áspera. La tomó en subrazos y la depositó sobre la cama. Ell
permaneció inmóvil mientras él ldesvestía y se acostaba a su lado. Lbesó en el cuello y apoyó su cabez
contra su delicado hombro. Ella sacurrucó junto a él, sollozando como ucachorrito. Se durmió inmediatamente
pero sir John no tenía intenciones ddormirse. Se quedó mirando al techo ea oscuridad, deleitándose con l
proximidad de ese cuerpo joven
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aspirando el fresco aroma de su peloPero no era en realidad la noche dbodas con que había soñado. Supensamientos daban vueltas y vueltasRecordó su primera noche de bodasQué distinta había sido! ¡Qué flaca
poco agraciada su novia, pero qué jove qué entusiasmo el suyo!
Las campanas sonaron a medianoch
Celia se movió en sueños. Apoyó sbrazo derechos obre el pecho de él murmuró:
—Stephen.John se quedó inmóvil. ¿Stephen¿Quién sería Stephen? ¿Algún galán qua había enamorado? Qué poco sabia d
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a joven con la que se había casado qué viejo se sentía.
Retiró su brazo de debajo de lcabeza de Celia y al cabo de un rato sdurmió. Las campanas lo despertaron as cinco.
Se demoró unos instantes ecomprender por qué había una muchachen su cama. Luego pasó sus manos por e
cuerpo de la joven y sintió una reaccióen su sexo. Ella no se movió ni siquiercuando empezó a besarla. Permaneci
nmóvil y de no haber sido por el tibicalor que brotaba de su cuerpo podípensarse que era un cadáver.
—¡Despiértate, maldición! —
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exclamó él—. Deben haberte explicadque debes cumplir con tu deber desposa aún si no tienes mayores ganas—y como ella seguía sin reaccionarprocedió a poseerla pero con granseguridad y torpeza.
—Conozco mis deberes, sir Johno estoy impidiéndole que usted cumpl
con los suyos —dijo ella súbitamente.
Su voz tranquila y resignada lnhibió totalmente, si bien prosiguió e
su vano intento, castañeteando lo
dientes y tratando con todas sus fuerzahasta convencerse de su fracaso. Se dimedia vuelta entonces hacia el otro ladde la cama sollozando de ira.
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Celia se apoyó sobre un codo y cogran asombro dijo:
—Pobre hombre… ¿Será posiblque esto signifique tanto para él? —snclinó hacia él y le acarició su
robustos y temblequeantes hombros—
Estoy segura que la próxima vez todsaldrá bien. Así lo dijo usted.
Él lanzó un grito y se levant
corriendo de la cama. —Te veré a la hora del desayuno —
e dijo dando un portazo.
Esa fue la noche de bodas de Celia.Cuatro días después los Hutchinsolegaron a Skirby hall, la mansión de si
John, distante una milla de boston.
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Si bien el viaje y los nuevopaisajes contribuyeron a levantar eánimo de Celia a medida que se alejabde Londres, esos terrenos bajos anegados no le produjeron el mismentusiasmo que el paisaje agreste d
Cumberland. La monotonía del lugar lparecía ser un anticipo de su futurpróximo.
—¿Qué es esa especie de muñón quse alza contra el cielo? —inquirió Celia
—John rió. —¡Has encontrado l
palabra justa! Lo llamamos el muñón dboston y es el campanario de la iglesiapodrás ir allí cuando quieras. Yo no somuy afecto a las iglesias.
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—Ya lo sé —dijo Celia—. Y yampoco— —agregó por lo bajo. Mir
el pequeño bolso que colgaba de scintura. Allí estaba guardada la nota dStephen.
¿Qué objeto había en segui
guardando ese trozo de pergaminounca olvidaría las palabras escritas e
él:
«Después que te hayas confesado…como lo haré yo también, le pediremos Dios que nos ayude a olvidar l
sucedido y nunca más volveremos pensar en ello» —Yo pensaré lo que se me dé l
gana —dijo Celia dirigiéndose a s
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egua. No se había confesado desde l
noche en que Wyatt invadió la abadíaTodo el entusiasmo de Celia por lreligión se lo debía a Stephen. Pensó esu retrato de la virgen como si fuera e
su rival. —La odio— musitó. De repent
metió la mano en el bolso, sacó e
pergamino y lo dejó caer en las aguabarrosas de una charca.
—¿Se te cayó algo? —inquirió John
pero antes que ella tuviera tiempo dcontestarle agregó: —¡Ah, ya hemos llegado! ¡Allí est
Skirby hall, han izado el estandarte en t
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honor, mi querida, y ya verás qué clasde bienvenida se le tributa a la esposde sir John!
El recibimiento era sorprendente erealidad. Todos los arrendatarios sirvientes de John estaban parados a l
argo del camino. Las mujeres snclinaban en reverencias y los hombre
se quitaban los sombreros. Una trompet
resonó por encima de los gritos dbienvenida. El mayordomo de John sacercó y besó respetuosamente la man
de Celia. —Milady, milady —oía que repetíasin cesar. Y oyó también sus elogiosocomentarios—: tan joven, tan rubia y ta
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bonita. El amo es un hombre de suerte…John los oyó también. Rió y tomó
Celia en sus brazos, subiendo lescalinata de entrada como si fueramuchacho y al trasponer el umbral lmurmuró al oído:
—Ya verás querida que lograremoener un hijo. Ya verás… no
olvidaremos de Londres y del resto de
mundo, sólo tendremos presente nuestrhogar.
Ella esbozó una sonrisa y lo besó e
a mejilla, mientras sus servidoreprorrumpían en aclamaciones. Perbastante más tarde, cuando ambos yacíaen la gran cama de John tapizada d
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erciopelo colorado, lo que él ansiaba svolvió imposible cuando ella se recostcariñosamente contra él y susurró:
—Ah… qué agradable…estaprotegida como por un padre… lrecuerdo apenas… era fuete y grand
como usted… cómo me gustaría quusted fuera mi padre, señor…sería tafeliz.
Los brazos de John se pusierorígidos y luego los dejó caer. Lanzó uargo suspiro.
—¿He dicho algo que no debía? —preguntó ella—. No quería… usted ean bueno conmigo. Estoy ta
agradecida… nunca soñé con que m
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lamarían milady… le aseguro que se lretribuiré.
—Sh-h —dijo él—. Basta dconversación. Duérmete ahora. Mañanengo mucho que hacer. He estad
ausente demasiado tiempo.
Después de esa noche John ordenque le prepararan otro cuarto para él dejó que Celia ocupara la suntuosa cam
de la gran habitación…La trataba cariñosamente en privad
con el respeto debido a su esposa e
público, pero sus relaciones simitaban a un beso en la mejilla por lmañana y a la noche. Ella se sentía mualiviada a pesar que se daba cuenta qu
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e había fallado en algo.Celia aprendió al poco tiempo e
dialecto de Lincolnshire y pudorganizar su casa como correspondíaponiendo en práctica los conocimientoadquiridos durante su aprendizaje co
Úrsula.A medida que se aproximaba e
verano y los días se hacían más largos
ibios, la joven se habituaba más y más ese paisaje chato y anegadizo, llegandnclusive a encontrar cierto encanto
esas tierras bajas, pero se guardó mubien de hacer partícipe de ello a Johque no compartía su tranquilidaespiritual.
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Cabalgaba diariamente a bostondonde se ocupaba de sus negocios juntcon sus otros colegas.
Pero su ánimo no era muy bueno ello se reflejaba en sus negocios que neran tan prósperos como antes. Él l
atribuía a su fracaso matrimoniapensando que al fallar en lo esencialhabía perdido todo su optimismo
energías que habían sido las causas dsu éxito anterior. Tuvo además un fuertataque de gota, durante el cua
permanecía encerrado en su cuartrehusando ver a otra persona que nfuera su criado.
Celia sentía pena por él y se dedic
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a prepararle brebajes y pociones. Estaborgullosa de su éxito como ama de caspero encontraba tiempo suficiente pardar largos paseos en la yegua que lhabía regalado sir Anthony. Nunca mávolvió a la iglesia y su marido jamás l
hizo preguntas al respecto.Al aproximarse la fiesta de sa
Miguel, sir John se recuperó y decidi
nvitar a unos parientes a Skirby halPero había pedido su anterior jovialida se había vuelto fastidioso y rezongón
A veces pasaba horas enteras sentadmeditando en silencio.Celia había adquirido un nuev
compañero, un cachorrito de una raz
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ndeterminada, al que cuidamorosamente desde los primeros días que no se separaba de ella, ni siquieren la cama.
John advirtió que la vida al airibre favorecía enormemente la bellez
de Celia, devolviéndole el color a sumejillas y el brillo a sus ojos y su peloconvirtiéndose en una mujer de un
excepcional belleza. Ella parecígnorar la admiración que se reflejab
en las miradas de cuantos la rodeaban
pero John recordaba con cierta alarmsu excitante comportamiento en la nochde bodas.
—Durante mi enfermedad te ha
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paseado demasiado libremente —le dijun día—, deshora en adelante tquedarás más en casa. Tendrás costuraque te mantendrán ocupada… —y aobservar la sorpresa reflejada en scara, agregó más suavemente—. T
enseñaré a jugar a las damas y te leerpasajes de la Biblia de vez en cuandomuchos de ellos te resultarán mu
nteresantes. —¿La Biblia? —repitió ell
débilmente—. ¿La Biblia protestante
Su lectura está prohibida por mreligión…Stephen dijo… —snterrumpió y apretó los labio
fuertemente—. Si así lo quieres, seño
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—dijo inclinándose y estrujando a sperro con tal fuerza que lo hizo gemir.
—¿Quién demonios es Stephen? —dijo John vivamente—. Ya lmencionaste en otra oportunidad.
Celia dejó al perrito, se puso de pi
se alisó la pollera. —El hermano Stephen es un monje
el capellán de Cowdray… no e
mportante. —Oh, es cierto —dijo Joh
encogiéndose de hombros—. Uno d
ellos, un cuervo negro. Espero que hayaolvidado todas las tonterías que tenseñó. Así lo parece.
—En efecto… —dijo Celia al cab
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de un rato—. Lo he olvidado todo.La fiesta ofrecida en Skirby hal
para celebrar el día de san Miguel hizhonor a los Hutchinson y así lo juzgaroos invitados que si bien preferían urato más rústico se quedaro
deslumbrados por el nuevo aspectrefinado que había adquirido lmansión, así como por los recatado
modales de la dueña de casa.Sir John le encargó varios vestido
nuevos al poco tiempo de instalarse
aduciendo que los que tenía no eraadecuados.Los nuevos modelos eran meno
escotados, la hacían parecer mayor y s
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bien no lograban disimular su bellezahabían conseguido hacer desapareceodo resto de coquetería.
Ella aceptó todo mansamenterebelándose solamente al descubrir quno habría ninguna clase de músic
durante la fiesta. —¿A quién le interesa oír trinos
gorjeos mientras se está comiendo? —
dijo John rudamente—. Si te gustaanto, tendremos música para Navidad
pero debes comprender que esto no e
Cowdray ni Londres. Y mejor será quolvides tus aficiones cortesanas.Durante el mes de octubre Skirb
hall recibió una visita que sacó a l
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superficie todos los recuerdos emociones que Celia había logradenterrar.
Sir John partió una tarde brumosrumbo a boston para haceaveriguaciones sobre unos barcos qu
ransportaban un valioso cargamento que llevaban varios días de atrasoCelia salió a caminar acompañada de s
fiel perrito y mientras esperaba eregreso de su marido sentada sobre uronco de un árbol caído, vio la siluet
de un jinete que avanzaba por el caminoQué suerte, pensó, por fin vamos comer . Pero el jinete no parecía ser siJohn por la forma en que montaba
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porque era más chico, además parecíno conocer muy bien el camino.
Ella se quedó mirándolo, ya qucualquier extranjero que rompiera lmonotonía de su vida le resultabnteresante. Pero cuando vio que dirigí
su caballo hacia el castillo, salicorriendo hasta el portón. Todavía habíuz suficiente como para reconocer a
inete. —¡Wat! —exclamó, advirtiendo e
emblema con la cabeza de ciervo—
Wat Farrier… qué sorpresa… estoaturdida…! —corrió hacia él que yhabía desmontado.
—¡Dios la guarde, señorita
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Milady… perdón. ¡A qué lugar infernaha venido a parar! ¡Casi me ahogo juntcon mi caballo al atravesar esomalditos pantanos!
—Cuánto lo siento —dijo ellsonriendo—. Entre, por favor. ¡Cóm
me alegro de verlo! —Es más difícil llegar aquí que
Cumberland —refunfuñó Wat—. ¿Habr
alguien que me pueda dar un trago? —Por supuesto —respondió ella co
orgullo—. Tengo muchos sirvientes
pero usted no irá a la cocinaacompáñeme al salón. ¿Oh, Wat, cómestán todos? ¿Cómo está mi tía?
Wat la miró con curiosidad.
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—¿No ha tenido noticias de ella…usted no le escribió?
—No —dijo ella sonrojándose—Usted sabe que no sé escribir muy bien no me gustaba pedirle a sir John que lhiciera. Pensé que tal vez ella m
escribiría, aunque para decirle lverdad, trataba de no pensar mucho en epasado.
—Lady Wouthwell está muy bien —dijo Wat rezongando—. Puede estasegura que no la ha olvidado, e
realidad ella fue la que me pidió quviniera aquí ya que debía entregar umensaje de milord a los Clinton, ahorque estamos doblemente emparentado
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—Celia frunció el ceño mientrs lservía un jarro de cerveza.
—No comprendo, Wat. ¿Quién emilord y quién está doblementemparentado con los Clinton?
—¿No reciben ninguna clase d
noticias en este lugar dejado de la mande dios?
—Nos enteramos del casamiento d
a reina con el príncipe Felipe dEspaña, pero no bien se fue emensajero real, nadie más volvió
hablar sobre el asunto pues aquí estáodos en contra de esa uniónncluyéndolo a sir John.
—Ah —dio Wat asintiendo—. Ha
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muchos ingleses que no están de acuerdcon el casamiento. Y a muchos les hacortado la cabeza durante este tiempo…waytt, lady Jane Grey y su marido…
—Nunca lo hubiera pensado… —dijo Celia recordando el episodio con e
galante Thomas Wyatt—. ¿Sir Anthonno corre peligro? —preguntsúbitamente.
Wat echó la cabeza hacia atrás y ria carcajadas.
—¡Al contrario! Sir Anthony ha sid
designado vizconde de Montagu y es eencargado de las caballerizas del reFelipe. Es el niño mimado de la reina está alegre como unas castañuelas.
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—¿Se casó? —preguntó en voz bajal cabo de un momento.
—No… todavía no, pero no dudque lo haga con lady Maggie en cuantse le presente el momento oportuno. ¿Yampoco está enterada del casamient
que tuvimos en Cowdray durante el mede abril?
—¿Mabel? —inquirió ella.
—Justamente. Se ha convertidahora enana condesa, ya que lorFitzgerald recuperó su título de conde d
Kildare y se fueron a vivir a Irlanda.Celia guardó silencio. Sabía qudebía alegrarse por las noticiaconcernientes a sus amigos, pero e
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cambio se sintió desterrada y no pudevitar experimentar cierta envidia por lsuerte de sus protectores. Mabel podríhaberlos invitado al casamiento, Úrsula bien podría haberle escrito.
Wat, que no era ningún tonto
advirtió al punto su pensamientos. —Mire, señorita Celia —dij
vivamente—, su tía la quiere igual qu
antes, pero está convencida que usteestá resentida con ella. Su despedida fumuy fría y ella es una señora mu
orgullosa para entrometerse donde lparece que no la quieren. Pero me pidique viniera aquí para decirle todo est—Wat hizo una pausa y paseó su mirad
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por el salón—. No se puede negar questa es una casa muy confortable. Se vque su marido la mima, y cuando tengfamilia, lo que no demorará muchiempo en suceder, los niños s
encargarán de alegrarle.
—No habrá niños —dijo Celia. —Ah-h-h… —dijo Wat sorprendid
al principio y comprendiendo luego—
¿De modo que el caballero ha perdidsu vigor? Es una pena, aunque quizápueda tener solución. ¿No le ha sid
nfiel, verdad?Ella meneó su cabeza negativamente —Pues entonces lo que debe trata
de conseguir es un amuleto. Con tod
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seguridad debe de haber alguncurandera por aquí.
Celia se sonrojó. —está la bruja demar —dijo en voz muy baja mirando dsoslayo a su alrededor—. He oído a losirvientes hablar de ella. Pero es un
mujer mala. El diablo es su amante odas las noches entra a su cabañ
adoptando la forma de una gran garz
negra. —Puras tonterías —dijo Wat—
usted es valiente y tiene dinero
Cómprele un filtro y sir John y usteserán felices. Cale la pena probarlo.Celia tragó y apartó la mirada. L
dea de «la bruja del mar» er
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repugnante y fascinante al mismiempo. Decían que podía predecir e
futuro y que tenía poderes sobre lamareas, habiendo producido unaerribles inundaciones el año anterior
pues no le satisfacían las provisione
que los habitantes de la regiódepositaban todos los viernes por lnoche a unos cien metros de su choza.
—Debería probarlo —insistió Waseriamente—. Es su deber de esposa después podrá confesarse. El sacerdot
comprenderá y la perdonará. —No he visto a ningún sacerdotdesde que vine aquí —dijo Celia en vobaja—. Esta es una casa protestante.
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—¡Caramba, lo había olvidado! —dijo Wat frunciendo el ceño. Pero dígala sir John que mejor será que cambie ddeas pues de lo contrario no podr
prosperar. Inglaterra se ha vueltcatólica otra vez, ahora que se h
convertido también en súbdito dEspaña. El hermano Stephen tendría uataque si se enterara que usted se h
vuelto hereje —dijo mencionando enombre tan temido por Celia.
—¿El hermano Stephen celebró e
casamiento de Mabel… quiero decir dady Kildare? —preguntó ella con unvoz fría e indiferente.
—¿Y cómo iba a poder hacerlo s
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partió para Francia dos o tres díadespués de la rebelión de Wyatt? Ustedebe saberlo ya que todavía estaba en labadía.
—Por supuesto… —dijo Celia—Lo había olvidado. Recuerdo que s
mudó al palacio de Winchester.En realidad no tenía la menor ide
de lo que había sucedido con Stephe
pues nadie había vuelto a mencionar snombre después de la noche en quÚrsula los sorprendió juntos.
—Fue a un lugar llamadMarmoutiers, creo que era su viejabadía. Lo envió la reina para trata dconseguir que los benedictinos se haga
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cargo nuevamente de Westminster. Estoseguro que va a ocupar un alto puesto ea iglesia. Quizás lo nombren obispo. O
arzobispo de canterbury tal vez. Hasucedido cosas más extrañas.
El corazón de Celia latía fuertement
contra sus costillas. —Tal vez… repitió. Un gran alivi
mitigó el dolor oculto durante tant
iempo. Estaba muy lejos de ella, en otrpaís; no había tomado parte de lofestejos de Cowdray. Nunca más tendrí
que pensar en él, tal como se lo habíordenado.Cuando John llegó finalmente a s
casa a la hora de la comida, Celia l
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recibió con inusitado cariño. Lo besó eos labios y le presentó a Wat con tantino, que su esposo, que se mostró alg
renuente al principio, al cabo de un ratestaba encantado con la conversación dWat y su descripción del casamiento d
a reina. —¡Pobre país! —dijo de repente—
Gobernado por España a través de un
solterona libidinosa. Yo no me someteré —¡Sh-h! —dijo Wat vivamente—
Cuidado con esos comentarios, sir John
muchos hombres han sido encarceladopor menos —prosiguió comiendo uexcelente guiso de liebre mientrarecordaba los comentarios que habí
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oído en una taberna de boston respecto su anfitrión. Había un grupo de tejedore ovejeros que en su conversació
mencionaban a sir John y él habísacado en conclusión que éste estabfuertemente endeudado y que todos l
boicoteaban debido al fracaso de suembarques de mercadería rumbo calais, por la plaga que atacaba a su
ovejas y por su manifiestprotestantismo.
—Pero estoy seguro que no ha oíd
una noticia que le resultará munteresante —dijo Wat tratando dbuscar un tema que interesara adesafortunado caballero—. Acaban d
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regresar de una expedición a moscovia se ha abierto una nueva ruta parcomercial con el este. Debería ir Londres para conversar con loenviados del zar iván.
—Ah… —dijo John suspirando—
me gustaría mucho tratar de invertidinero en esa nueva compañía, pero…—se detuvo, porque sabía que n
contaba con dinero suficiente como parque les interesa su colaboración—. Msalud no está muy bien últimamente —
agregó. —Estoy seguro que podrá curarseseñor —dijo Wat meneando su cabezcariñosamente—. Su esposa es mu
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nteligente y aprendió a preparar unamagníficas pociones con ladWouthwell, que con toda seguridad lharán sentirse bien otra vez —dijguiándole un ojo a Celia.
Sir John no advirtió el guiño n
ampoco que los labios de Wat formabaa palabra «gruja del mar», pero Celi
emprendió inmediatamente y dej
escapar una leve exclamación. ¿Y poqué no?
Sería algo nuevo, algo que romperí
a monotonía de sus días… y a lo mejopodría conseguir cierto remedio que lhiciera recuperar a sir John su virilida brindarle el hijo que tanto ansiaba
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Wat tenía razón. Valía la pena intentarloWat partió a la mañana siguient
rumbo a semprhinghan, llevándole Úrsula un caprichoso mensaje de Celia otro menos entusiasmado de sir Johnnvitándola a pasar la Navidad e
Skirby hall. La visita de Wat le hizpensar en lo poco que se habípreocupado por entretener a su jove
esposa. Decido entonces llevarla visitar a unos parientes en lincolndonde pasaron varios días, durante lo
cuales ella se aburrió en grande, sitiese comportó con toda amabilidadadmirando y ponderando todo lo quveía. Pero en su interior estab
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deseando volver para poder consultar a bruja del mar.
Sabía que no debía mencionarle lbruja a sir John, pues era enemigacérrimo de ese tipo de cosas, aucuando reconocía que en la Biblia s
hablaba de brujerías.Tenía que esperar una oportunida
conveniente, y ésta se presentó al tene
noticias de su esposo que uno de subarcos había naufragado frente a la costde yorkshire. A pesar que no abrigab
muchas esperanzas de recuperar algoesto podía representar su ruina y npodía dejar de ir a ver qué se podísalvar. Celia trató de consolarlo, pero é
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a hizo a un lado y se encerró en usilencio inquebrantable.
Cuando apenas había transcurriduna hora desde que sir John se marcharen su caballo acompañado por uescudero, Celia llamó a su mucama, un
mujer charlatana de alrededor dcuarenta años que había sido la que lhabía hablado de la bruja del mar. L
mujer no se sorprendió por las preguntade Celia, considerándolas otroriginalidad des u señora, pero cuand
quiso explicarle dónde quedaba la chozsus indicaciones fueron tan confusas quCelia comprendió que nunca podrílegar allí sin alguien que la guiara. L
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preguntó entonces si ella sabía quiépodría acompañarla. Recién entonces lmujer pareció asustada.
—Nadie se acerca allí, ni es buenhacerlo tampoco.
—Pero —interpuso Celia—, t
dijiste que alguien se encargaba dlevarle comida los viernes pues de l
contrario haría que la marea subiera y s
nundarían todas nuestras tierras. —El loco Dickon de la parroquia d
frampton —dijo retorciend
nerviosamente el delantal con sumanos. Es demasiado tonto para tenemiedo.
—Gracias, Kate —dijo Celi
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sonriendo. —No vaya allí, señora, por favor n
vaya —dijo la sirvienta—. Traerá malsuerte a toda esta casa…
Celia meneó la cabeza. —Tranquilízate, Kate… lo qu
conseguiré será algo afortunado, olvida toda esta conversación. No tienmportancia de todos modos.
Kate pareció más tranquilizada, hizuna reverencia y salió del cuarto.
Celia se instaló en el asiento junto
su ventana y comenzó a planear supróximos movimientos presa de una graagitación. El sol del mediodía iluminabcon luces doradas el paisaje otoñal. Al
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ejos el azul del cielo se confundía coel azul del mar. El paisaje irradiaba pa tranquilidad, no se oían ninguna clas
de ruidos en la gran mansión, ni siquieros ladridos de los perros ni lo
relinchos de los caballos. Celia se di
cuenta que lo único que perturbaba lcalma del lugar era su propia excitació se sintió extrañamente culpable. Per
entonces ocurrió algo muy raro.Oyó unas voces. Unas voces qu
hablaban con una cento que ell
desconocía. Sin embargo, hablaban englés. Una de ellas era una voz dmujer, tajante, autoritaria; desdeñosa.
—Lady Marsdon está peor, dudo qu
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Celia no pudo entender bien lo qudecía. Creyó haberle oído decir.
—¡Espere! Y luego agregar: —No hay duda alguna que h
legado a un punto crítico, su salvacióestá en manos de Dios.
Celia seguía sentada junto alventana, preguntándose de dóndprovendrían esas voces, pues ella estab
sola en su cuarto y no se veía a nadipor los alrededores de la casa. Algunade las palabras que oyó le resultaba
completamente ininteligibles, lo que lprodujo cierto fastidio. —Electroencefalograma… —¿Y po
qué le pareció oír que hablaban de dios
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a voz masculina le hizo recordar amaestro Julian y se puso a pensar en lsuerte que habría corrido el médictaliano. Pero ese episodio duró brevenstantes y se interrumpió cuando s
perrito, que había estado sentado en su
faldas, lanzó un ladrido agudo, saltó apiso y se puso a temblar mientras se lparaban todos los pelos del cuello.
—¿Qué te pasa, precioso? —dijCelia riendo. Se inclinó para acariciarlpero el perrito retrocedió, aull
astimosamente y se escondió debajo da cama, sin dejar de gemir. Cuando ellrató de agarrarlo, le tiró un tarascón.
A lo mejor le hace falta una purga
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pensó Celia desconcertada. Nunca se hortado así . Y prosiguió con sus plane
para encontrar al loco Dickon.Dos días después Celia ya tenía tod
planeado. Había localizado en framptoa casa donde vivía Dickon en compañí
de suabuela. La vieja se encogió dhombros cuando ella le preguntó cómpodía hacer para ver a la «bruja de
mar» y le dijo: —Dickon irá mañana como lo hac
odos los viernes… —murmuró con s
boca totalmente desprovista de diente—. Pero bastará con que ella la mire unsola vez para que usted estrremisiblemente perdida… esa mujer e
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un monstruo… tiene algo de pez. —¿Una sirena? —inquirió Celia qu
se había quedado fascinada por lnsignia de una taberna de Londres
Luego de indagar insistentemente a lvieja, logró averiguar que hacía mucho
años que se había instalado allí la brujdel mar, mucho antes que naciera Dickocuya edad oscilaría entre los veinte
reinta años. Los retardados mentaleeran los candidatos indicados parlevarle los alimentos que l
proporcionaban los habitantes depueblo, ya que la misericordia divinos protegería de la brujería.
Celia volvió a Skirby hall cuando l
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vieja cayó en un sopor típico de savanzada edad y no pegó el ojo en toda noche por la agitación que l
embargaba ante la perspectiva dembarcar se en una aventura que ncontaría con la aprobación de ningun
de las personas que la rodeaban. Hasta el mismísimo Wat , pens
Celia trataría de disuadirla s
sospechara la diferencia que existíentre Molly Oʼwhipple y la bruja demar.
Antes de montar en su yegua, zarpar en busca de Dickon, Celia sintiun vergonzoso escrúpulo, subicorriendo hasta su cuarto y sacó de u
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cofre el rosario de plata que estabguardado allí desde el día de scasamiento. Lo guardó en el bolsito qucolgaba de su cintura y que contenínumerosas monedas de distinto valor.
Dickon estaba esperándola en l
puerta de su cabaña en frampton, y teníuna gran canasta junto a él.
—Buenos días, señora —dijo co
gran sorpresa de Celia que lo creímudo—. Debemos partir sin pérdida diempo, pues de lo contrario se enojará
hará crecer la marea.Celia levantó la tapa de la canastque contenía las ofrendas propiciatoriasHabía trece huevos, tres rebanadas d
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pan fresco, un trozo de manteca y upescado enorme que todavía meneaba lcola.
Dickon encabezó la marcha, seguidpor Celia sentada en su yegua. No habíningún camino, a veces ni siquiera u
sendero, pero el pobre tonto conocíadmirablemente bien el trayectoAtravesaron unos pantanos, esquivaro
os peores y contornearon las arenamovedizas, hasta que finalmentlegaron a un promontorio de aren
desde donde se podía oír el ruido demar al golpear contra las piedras. —Esa es la choza de bruja —dij
señalando con el dedo por encima de s
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hombro—. Dickon no sigue máadelante —agregó depositando lcanasta sobre unas matas de hinojo.
Ella miró por encima de los arbustohacia el médano arenoso que se extendíhasta el mar y vio un hilo de hum
azulado. —¿La bruja vive allí?Dickon asintió y dio media vuelta
—Dickon se vuelve a casa —musitó—Mi abuela me está esperando. Me va dar unas tajadas de tocino.
Celia recuperó repentinamente esentido común. —Oye, Dickon —le dijo—. Debe
quedarte aquí. Debes esperar hasta qu
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o vuelva. Tú sabes cómo volver y yno. Me perdería en estos pantanos
ecesito que tú me guíes.Pero se dio cuenta que sus palabra
no habían llegado a la mente del joven. —Mi abuela está cocinando e
ocino —dijo él—, y unos buñuelos paracompañarlo.
Dio media vuelta y emprendió l
caminata de regreso.Celia sintió miedo. Se bajó de s
egua, ató las riendas a una rama de u
árbol y salió corriendo en pos dDickon. —¡Detente! —exclamó tomándol
del brazo. Él la miró asustado.
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—¿He hecho algo mal? —No —dijo ella—, ¡No si t
quedas aquí! Te daré un plato entero docino en Skirby hall, lo prometo, s
haces lo que yo te digo… —se dicuenta que este discurso había sido ta
poco convincente como el anterior, permientras lo sujetaba fuertemente debrazo atrayéndolo hacia ella de mied
que la dejara, vio una curiosa chispa quse encendía en su mirada. Entrecerró loojos y la aletas de su nariz s
distendieron. Ella lo tomó de la cabeza o besó en los labios—. Ves, podrárecibir más besos si me esperas.
Él se pasó la lengua por los labios
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se quedó mirándola boquiabierto. Ello besó nuevamente, sin importársele e
sistema que debía emplear parobligarlo a esperarla.
Él emitió un sonido ahogado y lestrujó, baboseándole la mejilla. Celi
comprendió que había ganado. —Suéltame, Dickon —dijo ella co
una voz tranquila—. Suéltame y cuid
mi yegua hasta que vuelva junto a ti.Los brazos con que la sujetaba s
aflojaron inmediatamente y cayeron
ambos lados de su cuerpo. —¿Dickon se queda aquí? —preguntó apoyando una mano sobre lmontura. Y cuando ella asintió con l
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cabeza, dejó escapar una risita nervioay se sentó en el Suelo al lado de legua. Mientras Celia atravesaba e
médano lo oía repetir como un cantmonótono:
—Dickon se queda aquí… Dicko
se queda aquí.Cuando Celia llegó arriba de
médano vio que la choza no estab
situada en la parte baja, sinnteligentemente ubicada sobre una roc
bastante alta, y protegida de las marea
por otro médano igualmente elevado cubierto de arbustos. La choza de lbruja estaba hecha de barro y paja comodas las otras chozas de la región, per
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al acercarse vio que las paredes dbarro estaban adornadas con caracoles.
Celia se quedó absorta al advertique el humo salía por una chimenechata y pequeña.
Siguió avanzando y en eso vio que l
puerta hecha con tablones de madera sabría y que una foca gris salía denterior, dando pequeños ladridos.
—¡El demonio que la acompaña! —pensó Celia, ahogando una risitnerviosa al oír una voz de mujer qu
decía—: ¡Ne va pas trop loin, mochéri!Celia no conocía esas palabras, per
su significado era obvio. Eran la
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mismas recomendaciones que le hacíella a su perrito cuando los acaba aardín.
Caminó resueltamente hacia lcabaña y golpeó la puerta.
Un silencio de muerte reinaba en e
nterior. Golpeó nuevamente al tiempque decía:
—Buenos días, señora, le traigo l
canasta.Al cabo de un minuto de silencio un
voz indignada exclamó:
—¡Váyase! —No —respondió Celia—, estosola y vine especialmente aquí parverla y traerla las provisiones.
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La puerta se entreabrió y Celia sestremeció ligeramente porque se dicuenta que la estaban examinando, perella sólo podía ver una melena largablanca y ondulada.
—Damoiselle… —dijo la voz—
usted es muy valiente… ¡Entreentonces! —la puerta se abrió de golp Celia retrocedió.
La bruja del mar estaba totalmentdesnuda, salvo por su larga cabellerque le llegaba hasta los muslos y l
cubría parcialmente. Su desnudez fue lprimero que impresionó a Celia, qupudo ver claramente la curva de supechos y su vientre ligerament
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redondeado como el de una mujer joven decididamente no era una sirena, pueenía dos piernas. Se sinti
desilusionada a la par que impresionadcuando la mujer se echó el pelo haciatrás y avanzando desafiantemente, sali
a la luz del sol.Celia vio entonces las cicatrices
Las rayas amarillentas en sus piernas
os pies deformados y con muñones eugar de dedos. Y la cara… una mejill
desfigurada por protuberancia
violáceas, la boca torcida hacia la orejderecha. —Cielo santo… —musitó Celia
dejando caer la canasta—. Virge
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santísima… ¿Qué le pasó? —Le feu… —dijo la mujer como a
pasar—. Ils mʼont brulé pour unsorcière, ah jʼoublie… —hizo una pausbuscando las palabras—. Longtemps…hace mucho tiempo que no hablo e
nglés, que no hablo con nadie, exceptcon odo, mi foca —dijo señalando hacia orilla por donde había desaparecid
a foca—. Me quemaron en Francia poser una bruja —dijo—. Mi amantnglés me rescató.
Celia dio un respingo y sintió lboca reseca. —¡Qué horror! —susurró—. Qu
crueldad…
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—Cruauté —repitió la mujer comsi estuviera examinando la palabra—Posiblemente justicia —dijo mirandrónicamente a Celia con sus ojo
enormes y brilloso—. ¡Ya que soy unbruja!
Celia lanzó un largo suspiro. Queríhuir pero sus pies parecían haber echadraíces. Estaba aterrada, fascinada.
—Le… le traje la canasta… —dijdébilmente.
—Ah-h —dijo la mujer—. Pero es
no fue el único motivo por el que vinhasta aquí… precisa mi ayuda —su bocdeforme no podía sonreír, pero sus ojose iluminaron con un chispazo de alegrí
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—. No tiene por qué sentir miedo —agregó con voz tranquila—, si scorazón es puro —tenía unas manopreciosas que no estaban estropeadapues se las habían atado en la espaldcuando la pusieron en la hoguera. Apoy
una de ellas sobre el brazo de Celia—Entre —le dijo suavemente—. Es muagradable tener con quien conversar…
hace tantos años que no he tenidoportunidad de hacerlo.
Celia la siguió lentamente hasta e
nterior de la cabaña, que tenía olor mar y era muy limpia; el piso estabcubierto con una arena apenas un pocmás amarilla que la abundante cabeller
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de la bruja. En un rincón del cuarthabía un rudimentario colchón hecho coalgas secas cubiertas con arpilleras. Epequeño fuego estaba alimentado comaderas arrojadas por el mar en lplaya y las llamas lanzaban destello
azules y verdosos. Sobre el fogón dierra apisonada había una pava d
hierro y una pequeña olla. Pero lo qu
más llamó la atención de Celia fue unmesa redonda ubicada en el medio de lcabaña y una silla plegable en forma d
equis, por lo incongruentes ququedaban en ese ambiente desolado.Estaban delicadamente talladas
odavía podían apreciarse restos d
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pintura. Celia no había visto ni siquieren Cowdray unos muebles tan refinados
La mujer, que no dejaba dobservarla, asintió con la cabeza.
—Milord, primero por amor y luegpor compasión, quiso brindarme cierta
comodidades. Después se fue. Murinoyé… ahogado, cuando navegaba dregreso.
—¿Cómo puede saberlo? —lpreguntó Celia algo perturbada ratando de luchar contra una sensació
de impotencia. Com prendió que eamante que había rescatado a la mujede la hoguera debía haber sido un lornglés, que la había hecho construir est
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cabaña y que luego la habíabandonado.
—Sé muchas cosas, muchas cosaque los demás no pueden saber, somelusine —dijo orgullosamente la mujealzando su mentón.
Celia pensó que era un nombre mubonito, aunque no comprendió por quo decía de ese modo. Se dio cuent
entonces que los enormes ojos que lmiraban fijamente no eran oscuros come pareció en un primer momento, sin
verdes, verdes amarillentos como los dun gato y con pupilas alargadas en vede redondas.
Sintió miedo otra vez y deseó pode
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escapar de allí. —Nenni… ma belle… —la man
delgada se apoyó contra su brazo—os conoceremos mejor después d
compartir… las flores del sureño.Melusine acarreó la canasta a
nterior de su choza. Celia notó la formen que se balanceaba sobre sus piedeformados, apoyándose ligerament
sobre la pared para no perder eequilibrio, lo que la hacía parecemenos lamentable. Ya no l
mpresionaba tanto su desnudez, permelusine se aproximó a un gran arcón droble y sacó de su interior un vestidransparente de color gris y adornad
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alrededor del escote con pequeñaperlas. Celia recordó haber visto entros vestidos viejos de Úrsula un
bastante parecido. —Así era yo —dijo melusine—
muchos hombres se enamoraron de m
Pero cuando estoy sola prefiero estadesnuda.
Celia se quedó parada junto al
mesa, observando cómo la mujer sponía el vestido.
—Pues bien, mi querida —dijo d
repente—. ¡Toma y come! —abrió lcanasta y sacó un paquete con hoja dcáñamo que le había enviado la abuelde Dickon. Dejó caer unas cuantas sobr
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a palma de la mano de Celia y le dij—: acuéstate y mastícalas.
—No… no quiero —dijo Celia pera obedeció. Se encontró con la boclena de pequeñas partículas marrones
Su sabor no era muy distinto de la salvi
el tomillo que crecían en su huertaUna parte de su persona pensaba quodo eso era una ridiculez y que la pobr
mujer debía estar loca después de habevivido tantos años sola en ese lugar, siembargo por otra parte no pudo evita
obedecerle Se acostó junto a melusinsobre el colchón de algas, masticando ragando las hojas de cáñamo. Melusin
hizo lo mismo.
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No tocó para nada a Celia.Y al cabo de un rato ésta sintió u
vago sopor, dejó de pensar y alzó lcabeza apoyándose sobre un codo parmirar las llamas que chisporroteaban ea chimenea y que le parecían joya
vivientes y más preciosas que cualquieotra que había visto. Aspiro en medio da fragancia del mar, el perfume del traj
de melusine, más dulce y persistente quel de las rosas. Oyó la voz de melusinpero no sabía a qué idioma pertenecía
esos sonidos suaves y lánguidos. Shabían convertido en una melodía lejanque no necesitaba traducirse. Sabía qua mujer hablaba de ella misma
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Melusine de lusignan, siempre habíexistido una melusine, desde los máremotos anales de la historia. Melusinnació enana fuente, pero tuvo numerosoamantes mortales. Melusine conocímuchos sortilegios, pero estaba dotad
de un alma mortal. Asistía a misdiariamente, no hacía mal a nadie, sdefendía de las tentaciones del demonio
Hasta que un día se presentó la graentación… en forma de una promesa
Había un duque que quería ser rey. S
melusine, valiéndose de suextraordinarios poderes conseguía quel rey muriera, obtendría inmensariquezas y el duque la proclamaría s
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amante oficial o tal vez llegaría a sereina.
Su tarea se reducía a fabricar unmagen del rey en cera y atravesarle e
corazón con una aguja previamentempapada en la sangre de un crimina
ahorcado, y pronunciar luego unacuantas palabras mágicas.
Eso fue exactamente lo que hizo, y a
día siguiente el rey comenzó a sentirsmal.
La voz de melusine se interrumpió
Tomó otro puñado de hojas secas dcáñamo y las masticó lenta voluptuosamente. Celia se estremeciigeramente. Le parecía estar oyendo lo
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antiguos romances que Úrsulacostumbraba a leerle cuando estaban ea antigua abadía. Ellos tambié
hablaban de reyes, asesinatos, hechizo¿Y no mencionaban acaso un hada de laaguas llamada melusine?
Su mirada lánguida pasó de lchimenea a un grupo de conchas marinancrustadas en una de las paredes. La
conchas formaban una estrella cuycentro era un caracol rosado. ¡Qubonito era… ese retorcido caraco
rosado! Refulgía y centelleaba. Npodía apartar de él su mirada.Melusine comenzó a hablar otra vez
Su voz era más enfática y perturbó e
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rance en que estaba sumergida Celia.El rey moriría indefectiblemente
dijo melusine. Pero las descubrieron ella y a la imagen de cera. Esa infammedicid la descubrió, pues ella tambiéestaba versada en las malas artes.
—¿La infame medici? —dijo Celidespertando de sus sueños.
—La reina… —respondió melusin
—. Catherine… la hija deprestamista… ella ordenó que mquemaran en la hoguera…era justo.
Celia tragó y su cerebro se despejóLas paredes cubiertas de conchilla, ecaracol rosado, las llamas de coloresodo recobró un aspecto tan norma
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como su propia habitación de Skirbhall. La mujer era real… el rey erreal… era el rey. Enrique que vivía eun palacio de Paris llamado el louvre. Yesta extraña mujer, semimutilada, cosus facultades mentales alteradas por lo
horrores que había sufrido… —Celia sevantó del camastro de un salto.
—Se está haciendo tarde —dijo—
Dickon está esperándome, no era mntención quedarme un rato tan largo.
Los ojos enormes de melusine s
agrandaron más aún. —Pero antes… ¡El filtro de amoque viniste a buscar! ¿Algún caballerque te desprecia a pesar de lo bonita qu
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eres? —No, no —dijo Celia—, eso no. E
mi marido… no puede… —Ah-h… —dijo melusine—
Lʼimpuissance… ¿Viniste para podeayudarlo?
Celia inclinó la cabeza en señal dasentimiento si bien en ese momento nenía presente la imagen de sir John.
—¡Debes hacer lo siguiente! —dijmelusine sacando unas ramitas del fueg dibujando con ella un pentágono sobr
a arena que cubría el piso—. Cincpuntas, como estas. Luego tomas estpolvo —tomó un pequeño recipiente agregó—: lo pones en el centro y dice
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«istareth, istareh» tres veces. Vuelcas epolvo en su copa. Y él arderá en deseode poseerte… con todo su cuerpo, thará un hijo, no lo dudes pues este polvestá hecho con la raíces de lmandrágora.
Celia frunció el ceño y dio un pasatrás, mirando alternadamente epentágono y el recipiente con el polvo.
—A lo mejor le hace daño. —Ah, me tienes miedo y tiene
miedo de lo que hice —dijo melusine—
pero Dios me ha perdonado, te laseguro… voyons petite, tienes ucrucifijo en tu bolsito… ah, te asustaPero yo adivino todas esas cosas…
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Sácalo!Celia, cuyo corazón comenzó
palpitar con fuerza como cuando reciéentró a la cabaña, la obedecientamente.
Melusine tomó reverentemente e
rosario en sus manos, se inclinó y besa cruz con su boca desfigurada.
—Je jure que si ton coeur est pur, s
o único que buscas es hacer el bien…con tu marido… no ocurrirá nada maloRepite ahora la palabra todopoderos
stareht. Es tan vieja como la mismbabilonia… istar era la diosa del amo—le entregó el pequeño recipiente Celia.
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—Adieu —dijo—, nunca mávolveremos a vernos. Quand vient lgrande marée… la gran marea la vísperde la fiesta de todos los santos… ydesapareceré con ella.
—¡Melusine! —exclamó Celi
sintiendo repentinamente una gran penque mucho tenía de amor.
Pero la mujer la empujó hacia fuera
—Bonne chance. Adieur. —Dijo inexorablemente.Celia atravesó nuevamente e
médano. Cuando llegó a la parte máalta se dio vuelta y vio a melusine, quotra vez estaba desnuda, parada en lpuerta de su cabaña y la oyó llama
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dulcemente a la foca. —Odo… odo, reviens mon ami, j
ʼattende.Cuando Celia llegó a Skirby hall e
episodio de la bruja del mar se habíconvertido en un recuerdo doloroso
Sentía vergüenza de lo que había hechoPensó en tirar el pequeño recipiente coel polvo mágico pero luego lo guardó e
su cofre junto con el rosario. Borrambas cosas de su mente.
Durante los días que precedieron a
retorno de sir John, los sirvientes nvolvían en sí del revuelo que creó en lgran casa. Una verdadera limpieza fondo: ordenó renovar la paja de lo
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pisos, a pesar de que no hacía un meque se había cambiado; hizo lustrar lomuebles con cera de abejas, hasta quos brazos de todos los sirvientes s
acalambraron; el cervecero y epanadero tuvieron que fabricar cervez
pan como para abastecer a uno de lomás grandes castillos de Inglaterra.
Cuando John volvió, ella lo recibi
entusiastamente. Pero nunca ladministró el polvo mágico de la brujdel mar.
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Capítulo 15
John Hutchinson murió durante everano del año del señor mil quinientocincuenta y ocho y Celia volvió otra ve
a Cowdray. En el mes de agosto recibia carta en la que la mandaban llamar,
que le fue entregada por un elegante
oven escudero llamado EdwiRatcliffe, uno de los tantos jóvenecaballeros que formaban parte entoncede la inmensa mansión del vizconde dMontagu.
Edwin, igual que Wat cuatro añoantes, tenía que llevar otros mensajes
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distintos lugares de linclonshire, a loClinton y los cecil, y al tomar el desvírumbo a Skirby hall se sintió mudeprimido por ese paisaje monótono poco atractivo. Pero se deprimió máaún al llegar a Skirby hall y encontras
con que la casa estaba de duelo.Las ventanas estaban cubiertas po
ienzos negros, el escudo de armas de
caballero estaba clavado en el portón dentrada esperando se trasladado a lglesia parroquial donde estaba
preparando su tumba.Fue recibido por un viejo jardinerque se encargó de comunicarle la tristnoticia; Edwin quiso dejar la carta
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rse, suponiendo que la desconsoladviuda no tendría ganas de ver a nadie por otra parte, él tenía bastantes ganade divertirse un poco en boston, antes dreanudar su tedioso viaje. Pero eardinero no lo dejó, e insistió e
conducirlo hasta el salón, aduciendo qua pobre dama necesitaba compañía. L
escasa concurrencia que asistió a
funeral de sir John se retirnmediatamente después a su
respectivas casas, lo que fue realment
vergonzoso considerando la posicióque había tenido el caballero.Edwin, un joven apuesto de no má
de veinte años, que había entrado
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formar parte del numeroso séquito devizconde a título temporario antes dcumplir su mayoría de edad, asintió dmala gana. Pero se quedó mudo dasombro cuando entró al salón y lviuda se levantó solemnemente par
saludarlo. —¡Jesús bendito! —exclamó Edwi
dando un respingo.
Celia, ataviada con su vestido duto, la cofia negra con un volad
blanco, sus mejillas pálidas y su
grandes ojos oscuros, le hizo pensar euna monja. En la actualidad se veíabastantes monjas por las calles dLondres gracias a que la reina estab
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abriendo nuevamente los conventospero nunca había visto una tan bonita.
Apoyó la rodilla en el Suelo y lentregó el pergamino doblado y lacrado
Celia tomó la carta y examinó esello con la cabeza de ciervo.
—¿De lord Montagu? —preguntcon voz tranquila y reposada—. Hacanto tiempo que no veía su emblema
Muy cariñoso de su parte esolidarizarse con mi pena, aunque msorprende que se haya enterado ta
rápido… —Creo que no se trata de esoseñora —dijo Edwin sonrojándose hasta raíz de su pelo marrón enrulado yl
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pequeña barbita cortada al estilespañol—. Creo que se trata de otrasunto, tengo varios otros menajes quentregar.
—Ah, por supuesto —dijo CeliaLas últimas semanas le parecía
sumamente confusas. En realidadpensó, John murió de veras hace diedías. Está en un ataúd en la iglesia
odeado de velas encendidas. Lacompré a pesar que a él no le gustaban
ecía que eran cosas del papa. E
último día, hizo una semana el sábadasado, me habló durante un momentoacía mucho tiempo que no hablaba.
Tenía la impresión de que estab
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muerto. ¿Cuándo fue eso? ¿Eavidad? No, mucho antes. ¿Para l
iesta de san Miguel? No, un pocdespués. Para la fiesta de san martín
ues recuerdo que matamos al buey yo estaba preparando las tartas cuand
o oímos dar ese grito tan espantosoasta en la cocina se lo oyó. Creí qu
moriría entonces, pues tenía la cara d
color violeta como el paño que cubrahora su ataúd. Yo esperaba qumuriera. Pero se mejoró durante u
iempo. Estaba tan preocupado por luerra con Francia, furioso con loespañoles, el rey Felipe y la reina
ecibió las noticias de la caída d
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calais en el mes de febrero. Pobrhombre, cómo lloró, dijo que calaihabía sido nuestro durante doscientoaños; perdió muchos almacenes ecalias. Lloraba y desvariaba y esnoche lanzó otro grito espantos
mientras dormía. Cuando entrcorriendo al cuarto me pareció que shabía convertido en una piedra. N
odía moverse, lo único que podíhacer era cerrar un párpado. Nuncmás movió sus piernas.
—Señora… —dio Edwin—. ¿No va abrir la carta de mi señor?Ella reaccionó. Sonrió débilmente
Lo miró con más atención y advirtió qu
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su vestimenta y su espada correspondíaa un caballero; hacía mucho tiempo qunadie la miraba en forma en que lhacían esos ojos redondos y azules.—Pero me he olvidado de ofrecerle alg
de beber! —exclamó ella—. Qué mal l
he recibido. Discúlpeme. Hay bastantcerveza, y creo que todavía tenemopan… —hizo sonar la campana par
lamara las mucamas—. Tengo nada máque dos sirvientas ahora. No puedpagar más Sueldos. Verá usted, m
marido no me dejó nada. Nada más qudeudas. El heredero de sir John es usobrino que vive en alford y me hpermitido quedarme aquí durante u
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iempo, ero no me quiere. —¿Cómo es posible? ¡Qu
miserable! —exclamó Edwinsorprendiéndose él mismo por su súbitreacción tan poco caballeresca. No erun gran lector. Cuando era niño habí
oído cuentos del rey arturo y sucaballeros, dedicados a rescatar belladamas en apuros y siempre le pareciero
aburridos. Lo que más le gustaba ercazar con sus halcones, practicapuntería con el arc, jugar al tenis
farrear de vez en cuando con algunadamiselas. Estaba comprometido pacasarse desde los trece años con la hijde un terrateniente vecino.
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Anne cumpliría quince años y estaríen condiciones de casarse cuando élegara a la mayoría de edad e
noviembre y recibiera entonces lherencia de su madre. Durante lceremonia del casamiento se celebrarí
además la anexión del castillo de Anne sus propiedades. Conocía a la muchachdesde pequeño y la encontrab
agradable, cuando se molestaba epensar en ella. No le provocaba pocierto la mismas sensaciones que l
oven viuda había despertado en él.Guardó silencio cuando Kate entrrayendo un jarro de cerveza
mirándolo con indiferencia.
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—Esto es lo que quería que lrajera ¿Verdad señora? —dijo Kate d
mal modo—. Es casi el fondo del barrY tendrá que esperar un poco para que traiga el pan, pues todavía no estisto, además queda muy poca manteca.
Celia se mordió los labios y con unvalentía que Edwin encontró deliciosdijo:
—Mala suerte. Como decía Jobhemos nacido para sufrir.
Edwin, que era de familia católica
no tenía la menor idea de quién podíser el tal job y tampoco le importabaMiró a Celia totalmente deslumbrado.
Celia le sirvió un jarro de cerveza
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dijo: —Que Dios lo bendiga —mientra
se sentaba en un banco y le hacía señapara que se ubicara a su lado—. No scómo se llama, señor.
—Edwin Ratcliffe, milady —dijo é
confusamente.Su piel era luminosa como una perl
dorada. Olía a flores de lavanda. S
preguntó para sus adentros cómo seríese cuerpo esbelto sin todos esoropajes negros que lo cubrían, y s
sonrojó otra vez por haber tenidsemejante pensamiento. No tocó sbebida.
Ella rompió lentamente el sello d
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acre que cerraba la carta de lorMontagu y miró la rebuscada complicada escritura del nuevsecretario de Anthony.
—No puedo leer esto, es demasiadcomplicado —dijo tendiéndole la cart
—. ¿Podrá leerlo usted, señor?¿ —estdirigida a sir John Hutchinson —dijpersignándose—, que Dios lo tenga e
su santa gloria. Y a usted tambiénseñora, en ella les anuncian ecasamiento de mi señor, el vizconde d
Montagu con lady magadalen Dacrecelebrado en la capilla real el díquince de julio. El casamiento se realizen la mayor intimidad y sin pomp
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alguna debido a la precaria salud de lreina, que los honró con su presencia.
Mi señor y mi señora anuncian suexcusas a todos los amigos que estabaen sus propiedades rurales.
—Ah-h… —dijo Celia—. M
alegro que se acordaran de nosotros. —Hay una posdata escrita por otr
mano y firmada «Úrsula Wouthwell» —
dijo Edwin.Celia tragó y entrecerró sus ojos
sintiendo una mezcla de dolor
resentimiento e inclusive irá —déjemverla— dijo agarrando el pergamino. Lescritura era tan temblorosa y a pesaque el mensaje era muy breve, le result
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mposible descifrarlo—. ¿Podríeérmelo usted? —inquirió—. Es d
parte de mi tía.¿Tía? Pensó Edwin. Qué curioso
o tenía la menor idea que ladyutchinson tuviera parientes e
Cowdray. —Creo que dice —agreg
estudiando la nota—. «Celia te suplic
que vengas. Ruego a Dios que sir John tautorice a hacerlo así podré morir epaz».
—¿Se está muriendo? —susurrCelia. —No tengo la menor idea, señora
unca la he visto. No sale de su cuart
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de Cowdray. No fue a Londres parasistir al casamiento.
Celia se acercó a la ventana y srecostó contra el alfeizar. Corrió lacortinas y miró hacia fuera. Hacímucho tiempo que había apartado
Úrsula de su corazón, tal como creíqueso tía lo había hecho con ella. Úrsulno fue a pasar Navidad a Skirby hall
en cambio envió una nota muy concispor un correo ordinario, que llegó manos de los Hutchinson después d
avidad. La nota, firmada por esecretario de lord Montagu, decía qupor el momento era imprescindible lpresencia de lady Wouthwell e
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Cowdray.John se había sentido aliviado
resentido al mismo tiempo. —Olvídate de tu tía y tus relaciones
mi querida —le había dicho—, npueden molestarse en alternar co
nosotros. Olvídate de tu falsa tíPermanece junto a tu marido como l
dice la Biblia!
Es claro, pensó ella, permanecunto a tu marido que no es un marid
que me fue impuesto por una tía qu
adujo quererme; así era como ellensaba entonces de su matrimonio. Lresultó casi un alivio el poder odiar Úrsula.
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Edwin se acercó tímidamente Celia y le dijo:
—Señora…Ella dejó caer la mano con la qu
sujetaba la cortina y sus enormes ojoclaros se toparon con la mirad
suplicante del joven caballero. —¿Sí…? —Usted querrá indudablemente ir
verla, es una lastimosa súplica, y…y ypuedo escoltarla. Hasta Cowdray. Msería… me sería muy placentero. Y e
honor a la verdad —agregó Edwin quera esencialmente práctico—, en lsituación en que usted se encuentra aqu¿Qué otra cosa puede hacer?
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as ató a su montura.Sir John había hecho un testamento
favor de la joven, dejándole su castillo demás propiedades de calais. Pero lonumerosos fracasos con sus barcos cargamentos y también con sus oveja
dieron cuenta rápidamente de su fortunaCelia se fue de Skirby hall si
derramar de una sola lágrima. Por fi
podía sentir cierta alegría. Volvía a shogar de Midhurst, tenía solamentveinte años y sabía que seguía siend
atractiva. Las miradas de Edwihablaban por sí solas.Cuando pasaron por el pueblo d
frampton evitó mirar hacia la cabañ
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edad. Y cuando conocieran a Celiodos le darían la razón. Nadie podí
dejar de reconocer que era irresistibleY además ella lo amaba. Estaba segurde ello a pesar que su duelo reciente lobligaba a disimularlo. Tendría qu
esperar un poco.Pero cuando se acercaban
Cowdray comprendió lo poco qu
faltaba para que ella prácticamentdesapareciera en el castillo y no pudcontenerse más.
—¡Señora…! ¡La amo… la deseoiene que ser mía!Celia frenó su cabalgadura y se di
vuelta sorprendida.
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—¿Qué es lo que está diciendoseñor? —dijo sonriendo—. ¿Me estpidiendo que sea su amante? Me parecque usted es un poco atrevido.
—No, no, señora —exclamó Edwi—. No quiero nada deshonesto ¡Quier
que usted sea mi esposa!Celia inclinó la cabeza y acarició l
crin de su yegua.
—Es usted muy bueno, señor —dijevantando la vista hacia Edwin cuy
cara estaba colorada como un tomate—
o soy desagradecida… —agregó y svoz se hizo más apagada a medida qupronunciaba esas palabras.
—No eran mis intenciones hablarl
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an pronto —musitó Edwin—. Celia…Celia, déme alguna esperanza… un amocomo el mío tiene que provocar amor.
—Ah, pero no siempre —dijo Celien voz muy baja, manteniendo la cabezgacha y su cara prácticamente oculta po
a cofia de viuda. Sentía aprecio poEdwin, pero comprendía que si bien erunos cuantos meses mayor que ella, s
falta de experiencia y su mentalidad lhacían aparecer mucho menor. Amor dchiquilín, pensó y sin embargo… ella n
enía ningún plan para el futuro, nestaba segura tampoco de lo que lesperaba en ese precioso palacidorado que se alzaba al final de l
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avenida de árboles ¿Acaso una mocualquiera no es mejor que nada?
—No puedo contestarle sí o no —dijo tocándole la cara con su manenguantada—. Y como por lo vistmilord está en Cowdray, podremo
volver a vernos.Él se acercó e inclinándose, tomó s
mano y la besó.
Es un joven muy galante, pensemocionada por el beso silenciosoQuizás… pero su corazón comenzó
palpitar aceleradamente y se olvidó dEdwin cuando se acercaron al portón dentrada del castillo.
—Puede esperar en el salón d
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audiencias, señora —le dijo el nuevcuidador de la entrada—. Masteradcliffe la conducirá. Pero me temo qusu espera va a ser algo larga puemilord y milady se fueron a Arundehace tres días y recién los esperamo
para la hora de comer. —Yo he venido a ver a lady Úrsul
Wouthwell —dijo Celia.
—Ah… —exclamó el cuidador algconfundido, pues hacía sólo dos meseque estaba en Cowdray—. ¿La viej
señora que vive en el ala sur? No smueve de su cama. —Ya lo sé —dijo Celia—,
conozco el camino. No, señor —agreg
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dirigiéndose a Edwin que estaba dandvueltas alrededor de ella, evidentementsin ningunas ganas de dejarla—. Tengque ir yo sola.
Él se resignó con tristeza y se quedmirándola mientras atravesaba ágilment
el patio. Se dirigió luego hacia eruidoso salón, que como de costumbrestaba atestado de gente, en su mayorí
ntegrantes del séquito de Anthonydedicados a jugar a los dados algunos a las cartas otros, pero todos bebiendo.
Celia subió por una escalera dpiedra del ala sur y llegó a su antigucuarto. Golpeó dos veces antes drecibir una débil contestación de
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nterior.Se quedó paralizada de asombr
cuando entró y vio lo terriblementcambiada que estaba su tía. Úrsularecostada sobre varias almohadaparecía completamente marchita, su car
arga y decidida era un filo sin coloalguno, salvo el azul-violáceo de suabios, y sus ojos hundidos tenían un
expresión de tristeza y resignación. Spelo gris estaba peinado en una largrenza que caía sobre las fundas y l
daba un absurdo aspecto juvenil.Miró a Celia fijamente, respirandentrecortadamente y le tendió una mandescarnada.
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—Por fin llegaste, mi querida, mhijita —susurró—. Le he rezado seinovenas a san Antonio. Mañana tendráque agradecérselo por mí.
Celia atravesó el cuarto corriendo sarrodilló junto a la cama. Sin decir un
sola palabra apoyó su frente sobre lmano temblorosa de Úrsula que smovió para acariciarle la cara.
—¿De negro? —dijo Úrsula con vosorprendida mientras tocaba con sudedos la cofia de Celia—. ¿No me diga
que sir John ha muerto?Celia asintió con un débimovimiento y reprimió un sollozo.
—¿Oh, por qué me echaste? ¿Po
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qué no viniste nunca a verme? Yo pensque te odiaba.
—Ya lo sé… —susurró Úrsula. Emedio de su alegría sintió uno de suhabituales mareos. Hizo un gestseñalando un frasco de vidrio que estab
sobre un taburete junto a la cama—. ¡Lagotas, querida… el tónico! Tengo quuntar fuerzas suficientes para pode
hablar.Celia echó unas cuantas gotas en e
ónico y acercó el recipiente a los labio
de Úrsula. Esperó con los ojos llenos dágrimas hasta ver que las mejilla de sía adquirían un poco de color y que s
respiración jadeante se tranquilizaba. E
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cuarto tenía olor a rancio; los rinconeestaban cubiertos de telarañas; lapulgas saltaban entre la húmeda paja depiso; las sábanas estaban manchadas húmedas. La suciedad y el desorden neran cosas que asustaran a Celia qu
había dormido en peores cuartos peréste daba una sensación de abandono aislamiento que la afligía.
—¿Quién te cuida, tía Úrsula? —preguntó aparentando indignaciócuando en realidad lo que sentía era un
errible congoja—. ¿No tienes ningunsirvienta? —Pues… de vez en cuando… vien
alguna. —Úrsula meneó la cabez
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demostrando impaciencia ante unpregunta tan trivial—. Antes venía agne¿Te acuerdas de ella, querida? Entró rabajar cuando vivíamos en la viej
abadía de Southwark. Era muy buenconmigo.
Celia recordaba a la mucama quuna mañana de invierno había dicho unserie de herejías respecto de la misa
os sacramentos. —La recuerdo muy bien ¿Qué l
pasó?
—Fue condenada a morir en lhoguera por hereje —dijo Úrsulsuspirando—. Al pensar en todas lapersonas que fueron condenadas a l
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hoguera se me revuelve el estómagopero sir Anthony, quiero decir su altezasiempre está de acuerdo con lo qudispone la reina. Los herejes debemorir por el fuego. Volví en unoportunidad a Londres cuando todaví
podía viajar. El olor a carne quemadlegaba desde el otro lado del río. Pud
oír sus gritos cuando me animé a ir hast
cheapside.Celia dio un respingo. —No —dijo—, olvídate de tod
eso, tía Úrsula. —No puedo olvidarlo…comprendes… es el motivo por el quguardo silencio.
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—No te agites, querida tía —dijCelia frunciendo el ceño al ver loemblores que sacudían a Úrsula. E
esfuerzo que estaba haciendo la habíagotado evidentemente. Hizo un gestseñalando el tónico.
Al cabo de un rato parecireaccionar y resumió su relato. Celia senteró entonces de muchísimas cosa
que ignoraba durante los años daislamiento que pasó en Skirby hall.
Ignoraba que la reina creyó esta
embarazada y que llegado el momentde dar a luz, ningún niño salió de svientre. Le rey Felipe regresó a Españ la reina lo consideró como un castig
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a su persona, un ejemplo de la ira divinpor haber sido demasiado débil con loherejes. De ahí en más las hogueraproliferaron, y en ella murieron nsolamente los protestantes de graalcurnia, sino también unos pobre
plebeyos. Ni la edad, ni la cegueraenfermedad o condición humilde podíasalvar a cualquiera que osara expresa
a menor duda respecto de cualquieprincipio de la religión católica.
Agnes había sido sorprendida e
Cowdray en plena lectura de la BibliaEl mayordomo la encerró en una celdhasta que sir Anthony decidió enviarla su lugar de origen con la recomendació
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de que fuera quemada por hereje. —Y desde entonces todos m
hicieron a un lado —dijo Úrsula—adie podía dudar abiertamente de mi f
—dijo mirando con sus ojos fatigados ecrucifijo que colgaba en una de la
paredes de su cuarto—, pero sabían quo apreciaba a agnes y entonce
comenzaron a sospechar y sospechar.
—Por lo visto lord Montagu hcambiado muchísimo —dijo Celia—. ¡Ypensar que me hizo casar con u
protestante y que inclusive recibió varios de ellos en su casa! —En efecto —dijo Úrsul
recuperando nuevamente el aliento—
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Ha cambiado mucho, pero recuerda quodo eso sucedió antes que la reina s
casara con el príncipe español, anteque el papa perdonara a inglaterra y lreina se convirtiera en una fanáticreligiosa. Cuando tú te fuiste, yo no t
escribí porque pensaba que estabaresentida conmigo. Cuando Wat volvicon tu mensaje, Montagu me prohibi
comunicarme contigo en cualquieforma, y desde que descubrieron lherejía de agnes, yo he estad
virtualmente presa. ¿Puedeperdonarme, ahora? —Con todo mi corazón —dijo l
muchacha —y respecto a tu casamient
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—prosiguió diciendo Úrsula—, ypensé que era lo mejor para ti, me asustanto la… la noche que Wyatt entró en l
abadía.Celia hizo a un lado la cabeza. —Esa noche está enterrada desd
hace mucho tiempo. ¿Pero cómo pudistmandarme ahora ese recado?
—Maggie —respondió Úrsula—
Lady Magdalen. Cuando ella llegó aquel mes pasado como recién casadasintió lástima por mí. Me mandó a
nuevo capellán y también a un médicque me hizo unas sangrías, sin ningúresultado. Todos saben que no pasaré everano, ni necesito hacerlo ahora, po
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otra parte.Celia profirió una serie de protestas
que ambas sabían que no eran valederasUn ambiente a muerte podía percibirsclaramente en todo el ámbito del cuarto
—Tengo una mancha en mi alma —
dijo Úrsula súbitamente—, no se lconfesé al nuevo capellán, pues siemprparecía tan apurado, como si temier
que yo estuviera enferma de peste. —¿Una mancha en tu alma? —
nterpuso Celia sonriendo—. No deb
ser muy negra… —Creo que sí —dijo Úrsulgravemente—. He conservado la Biblide agnes y la he leído en varia
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oportunidades cuando todavía podíevantarme de la cama.
—¿Pero cómo? —Agnes escondió el libro debajo d
ese tablón del piso, justo en frente de lventana. Todavía debe estar allí.
Celia se incorporó y cerró la puertcon llave. Se acercó luego a la ventana evantando la paja húmeda y pegajosa
sacó de un pequeño hueco entre loablones del piso, un libro encuadernad
en pergamino.
—Es la Biblia de matthew —dijCelia reconociendo los grabados—. Egual a la que tenía sir John.
—¡Virgen santísima! —la voz d
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Úrsula se estremeció de miedo—. Erde suponerse; pero el que tradujo lBiblia y agregó todas esas notas fue emaestro John rogers y él mismo fue eque se la entregó a agnes cuando estuvrabajando en su casa. ¡Escóndela
rápido! —¿Será un pecado tan grande lee
este libro? —musitó Celia—. En él s
cuenta la historia de nuestro señor. —¡Lo es! —exclamó Úrsula dand
un salto en la cama—. Está prohibid
por nuestra religión. ¡Celia, John rogerfue el primero en morir en la hogueraEra un hereje, un sacerdote que colgos hábitos y se casó! El libro es un
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abominación. ¡Dios mío! ¡Si llegaran enterarse que yo lo tengo y que tú lo haeído…!
—Tranquilízate —dijo Celimientras Úrsula se retorcía las manos aborde de un ataque de histeria—. Yo t
desembarazaré del libro en cuantpueda.
Volvió colocar la Biblia en s
escondite previo y se acercó a la camde su tía, acariciándola hasta que ésta squedó finalmente dormida.
Al cabo de un rato oyó enconfundible ruido de unos caballoque avanzaban por el camino dEasebourne. Se asomó a la mism
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ventana por la que había visto llegar arey Edward y su séquito y viaproximarse a los mantagu. Las dos altasiluetas que encabezaban la procesiódebían ser sin duda alguna Anthony Magdalen. Pero Celia abrigaba seria
dudas en esos momentos, sobre la formen que la recibiría el señor de Cowdray
Al ver los perros que trotaban junt
a los caballos, Celia recordó que habídejado en el patio la canasta con sperrito.
Susurró una disculpa a Úrsula quseguía durmiendo, y corrió escaleraabajo esperando poder sacar al perritantes que lo Montagu aparecieran por l
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avenida. Al apretar al pobre animalitcontra su pecho, sintió una oleada dcoraje. Se cercó a la entradamanteniendo su cabeza en alto, justantes que sonara la trompeta anuncianda llegada del señor del castillo.
Anthony y Magdalen se bajaron dsus cabalgaduras y atravesaron el portóde entrada. Magdalen fue la primera e
ver a Celia y le dio a Anthony: —¿Qué es esto, señor? ¿Una pobr
viuda en el recinto de Cowdray? E
encargado de las limosnas deberíhaberse ocupado de ella. —Tienes razón —dijo Anthon
fastidiado—. Los sirvientes están cad
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día más descuidados. ¿Qué deseaseñora? Las limosnas se reparten todaas mañanas. Si lo que necesita es un
cama para pasar la noche siempre hauna disponible en el hospedaje dEasebourne.
Celia dio un paso adelante, el soluminó su silueta, pero su car
permaneció en sombras.
—Dios los bendiga, lord y ladMontagu —dijo haciendo una reverenci—. Lo que preciso es una cama, pero n
en Easebourne. Con vuestro permiscompartiré la de mi tía, lady Wouthwelque está muy enferma.
Anthony se quedó confuso. Habí
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pasado una mala noche en el castillo dArundel, y estaba cansado por la largcabalgata. Le preocupaba seriamente lsalud de la reina, pues según el maestrJulian, que había conseguido convertirsen uno de los médicos de la corte, l
soberana tenía pocas probabilidades dvida.
Además, en un ataque de celo
contra Felipe, la reina había nombradcomo su sucesora a la princesElizabeth y se negó a recibir a Anthony
a Magdalen.Magdalen reconoció a Celia despuéde un primer momento de asombro.
—¡Cielo santo! —exclamó—. ¡Per
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si es Celia Bohun! ¡Nunca pensé quvolverías! ¡Cómo!, estás vestida dviuda. ¿Ha muerto realmente eshombre? Otro hereje más que sufrirá lusticia divina. Espero que no te haynfluenciado con sus maléfica
convicciones, mi querida.Celia meneó la cabeza y fijó s
mirada en esos pequeños ojos marrone
que ya no la contemplaban con el cariñde antes.
—Lady Magdalen, usted sabe po
qué he venido, usted sabe que mi pobría me mandó llamar. No quiero serleun estorbo.
—¡No, no, no se te ocurra pena
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semejante cosa! —un chispazo del viejcariño suavizó su mirada, pero luegitubeó un poco. No podía recordar qu
era lo que había oído mencionavagamente a Anthony respecto a CeliaY además ese casamiento espantoso
Magdalewn recordaba lo impresionadoque se quedaron todos los Dacre dCumberland cuando se enteraron.
—Bienvenida a Cowdray ¿No everdad, milord? —dijo Magdalepausadamente.
Anthony reacción y miró a la viudaLa deliciosa joven se habíransformado en una mujer preciosa
Había sido la cusa de vario
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problemas… la rebelión de Wyatt, lvergonzosa partida de Stephen y ecasamiento con un protestante… pero ehonor a la verdad él había dado saprobación. Deseó con toda su alma quCelia se hubiera quedado para siempr
en Lincolnshire, pero su hospitalidad erproverbial y nunca había rechazado nadie que la solicitara.
—Bienvenida, lady Hutchinson —dijo con seriedad—, por supuesto que eusted bienvenida. ¿Con cuánto
miembros de su familia ha venido? —No tengo hijos, milord —dijCelia—. Todas mis posesiones simitaron a la yegua que usted me regal
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un pequeño perrito. Sir John murió ea ruina.
—Cuanto lo siento por usted —dijAnthony fríamente, quitándose ssombrero negro con copa alta, alredonda y adornado con una hebilla a l
usanza española—. Seguramente ustepodrá ocuparse de este asunto, milad—dijo dirigiéndose a su esposa.
Magdalen se dio vuelta con airmajestuoso y le dijo a Celia:
—Entremos, mi querida y bebamo
un vaso de vino. ¿Has visto ya a ladÚrsula?Celia asintió. Qué diferente er
Magdalen de la muchacha cariñosa
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simple que conoció años atrás junto esa misma fuente y con la que compartiantos juegos y diversiones e
Cumberland. Durante su fugaz encuentren Londres, Celia atribuyó el cambio a nueva posición que ocupab
Magdalen como dama de honor de lreina. Pero ahora advirtió que el cambiera más profundo. La vizcondesa d
Montagu parecía un personajmponente, con su gran sombrero que l
hacía parecer más alta aún y con uno
cuantos kilos de más. Sus pecas estabadisimuladas por una capa de polvo y sacento del norte era menos evidentepero lo que más mortificaba a Celia er
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que advertía además un cambio en enterior de su amiga, un halo de poder
aspereza.Pero esa impresión se desvaneci
igeramente cuando se instalaron en esaloncito de Magdalen, en el prime
piso. Anthony había redecoradCowdray en honor a su nueva esposa, en las molduras de las paredes s
mezclaban el toro de los Dacre con eciervo de los Browne.
—Siéntate y beberemos juntas —
dijo Magdalen luego de saludar a sudos damas de compañía—Conversaremos un ratito. Pero no quiersaber nada de tu vida con ese hereje…
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por más que ya haya terminado. ¿Dóndestá tu rosario? —agregó vivamentnspeccionando la cintura de Celia.
—Junto con mis ropas —respondiCelia sintiendo un sobresalto en snterior—. Está roto… se me rompió —
se dio cuenta que se había sonrojadoHacía varios años que no rezaba erosario.
Magdalen asintió. —el herrero te larreglará. ¿Qué planes tienes Celia parcuando tu pobre tía vuele hacia e
señor? —dijo persignándose.Celia se sonrojó más aún, —no…odavía no he pensado en ello, señora.
—¿No tienes nada de dinero?…
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Dios, eso si que es malo. Pero a pesade ello, y pienso que en el fondo tal vesería la mejor solución, quizápudiéramos hacerte entrar en syon, uconvento de monjas que acaba dreabrir sus puertas.
Celia trató de sonreír pero se vinvadida por una oleada d
desesperación. ¿Syon? ¿Un convento
Encerrada para siempre. No era posiblque pudieran decidir semejante cosa aúen contra de su voluntad. ¿Pero qué otr
alternativa existía? Sabía que Úrsula shabía enfrentado con la misma situacióaños atrás. Úrsula se negó a entrar a uconvento ¿Pero dónde había acabado
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Dependiendo permanentemente de lcaridad de un buen señor y pasando suúltimos momentos en un cuarto roñosen un sector abandonado del castillo eel que había vivido durante tantos añosolvidada de todos.
Celia pensó en Edwin Ratcliffe. Siduda alguna sería mucho mejor que viviencerrada en un convento y además n
moriría virgen, pensó, mientras unoleada de furia brotaba en su interior.
—Vuelve junto a tu tía, Celia —dij
Maggie suavizando la despedida con unsonrisa cariñosa—. Me alegro de veraque te haya mandado llamar. Puedepedir cualquier cosa para tratar que pas
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o mejor posible los últimos momentoso tienes más que pedírselo al ama d
laves. Y si lady Úrsula quiere ver a lomellizos no dejes de avisarme. Aunqumilord no quiso que los viera cuandhubo ese alboroto con la muchach
protestante hace un par de años. Nestoy muy enterada del asunto pero nquiero ser dura con la pobre dama. L
convenceré a Anthony si se le ocurrhacer preguntas, lo que dudo pues estmuy preocupado con otros asuntos.
Ese discurso estaba mucho más dacuerdo con a vieja Maggie, y Celirespiró aliviada. Sonrió, hizo unreverencia y agarró su perrito. Salió de
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pequeño salón y entró a una nueva fasde su vida.
Esa noche compartió la cama dÚrsula, que parecía mucho más contenta
Se preocupó por el bienestar de sía y se encargó de mejorar notablement
el estado del cuarto. Almorzaba todoos días en el gran salón, los Montagu n
comían ya con su séquito, sino que l
hacían en privado. Celia alentaba Edwin siempre que lo veía, lo que nsucedía con mucha frecuencia, pue
generalmente estaba ausente, entregandmensaje a los castillos vecinos. Pero ésí era invitado a compartir la mesa dos Montagu.
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Úrsula nunca pidió ver a lomellizos y cuando Celia se encontrfinalmente con ellos, jugando en eardín, no se sorprendió por lndiferencia de su tía. Físicamente s
parecían a su madre, lady Jane, pue
eran muy flacuchos. Pero el pequeñAnthony ya tenía conciencia de su rang se encargaba de hacérselo saber
cualquiera que se le cercara, y no dmuy buen modo precisamente.
Qué distintos hubieran sido si m
ía hubiera podido seguir haciéndoscargo de ellos, pensó Celia.Una noche bastante fría durante e
mes de noviembre, Úrsula había lograd
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sobrevivir al verano. Celia se levantde la cama y encendió una vela en labrasas de la chimenea. Magdalecumplió con su palabra y Celia obtuvodo lo que le hacía falta para hacer má
confortable y acogedor el cuarto de s
ía. La luz de la vela iluminó el crucifijfrente al cual había rezado una veapasionadamente, cuando Stephen estab
encerrado en la celda junto a lacloacas. Se sentó en la silla de Úrsulen forma de equis y se puso a recorda
el dolor que había sentido en esomomentos. Y sorpresivamente, el mismdolor reapareció otra vez. Qué extrañoHizo un gran esfuerzo y se puso a pena
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en Edwin. En esos dos meses la pasióque el joven sentía por ella parecíhaber aumentado. Se había enteradahora que Edwin estaba comprometidpara casarse y que si bien todavía no shabía animado a comunicar a su padr
sus nuevas intenciones, se las habíarreglado para postergar el casamienthasta Navidad, alegando que en es
época sería más alegre. Pero ella sabique lo que esperaba era cumplir lmayoría de edad a fines de noviembre
entonces poder obrar como mejor lparecía. Celia le hablaba siemprdulcemente y llegó inclusive a permitique la besara en los labios, lo que llen
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de entusiasmo al joven, si bien ella nexperimentó más que un ligero placer.
Su mirada se paseó por el cuarto se detuvo en el lugar donde estabescondida la Biblia. No la había tocaddesde su primera conversación co
Úrsula.Se acercó a la ventana y levantó e
ablón de madera. John encontrab
consuelo, enseñanzas y hastpremoniciones en las páginas de esibro. Agnes, la mucama protestante
ambién encontraba consuelo como asambién todos los demás herejecondenados a la hoguera. ¿Qunspiración obtenían en esas palabra
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como para poder tener el corajnecesario para sufrir la más terrible dodas las muerte?
Celia abrió al azar el librenmohecido. Su escritura le resultabbastante fácil de leer. Sus ojos s
detuvieron en las palabras «virgen» «viuda». Leyó detenidamente el séptimcapítulo de las epístolas de san pablo d
os corintios y se quedó consternada adescubrir que el apóstol considerabmucho más meritorias a las vírgenes y
as viudas que a las otras mujeres. Celiera virgen y viuda y no se considerabprecisamente bienaventurada. Prosiguieyendo sobre gentiles y judíos. Nunc
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había visto un judío, pero creyó entendeque gozaban de la gracia de Dios, no asos gentiles que eran objeto de continua severas críticas.
«Todo lo cual hago por amor deevangelio, a fin de participar de su
promesas». ¿Qué quería decir? «amor»ndudablemente era indispensabl
encontrarlo primero antes de pode
gozar de él. Y en cuanto al evangelioquién sabe qué era lo que prometíaCelia decidió que no le gustaba sa
pablo.Siguió hojeando y pasó a loevangelios. Se detuvo en el que narra lparábola de la higuera. Éste no era e
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dulce y suave Jesús, el redentor salvador que mencionaba en suoraciones. Le dio la impresión de uhombre arrogante, desilusionado por scomida, y le hizo recordar una vez qusu marido se enojó porque no le trajero
el plato que deseaba comer ese díaHabía dado un fuerte puñetazo sobre lmesa, desparramando platos y cubierto
por el Suelo. Comprendió que escomparación era una blasfemia y squedó helada. Colocó nuevamente l
Biblia en su escondite y resolvió tirarlal río al día siguiente. No encontrningún consuelo ni enseñanzas en supáginas; los católicos tenían razón.
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Se arrodilló en el reclinatorio dÚrsula sintiendo un gran arrepentimient balbuceó un padrenuestro. Cuandlegó a la última frase se detuv
asombrada. «et ne nos inducas ientaciones». ¿Por qué un padre lleno d
amor por su hijo podía permitir qucayera en la tentación? ¿Por qué habíque suplicarle que no lo permitiera?
Y en se preciso momento y en escuarto fío, Celia renunció a Dios.
Dejaría de preocuparse por l
religión. Se limitaría a cumplir con lademostraciones externas de rigor en esmomento, pero manejaría su vida commejor le pareciera. Su propia voluntad
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sus deseos serían sus guías. Todo eresto eran nimiedades y mentiras. Y nvalía la pena sufrir por ello.
Se acostó en la cama junto a Úrsulaestrechó a su perrito entre sus brazos se quedó dormida.
Dos días después, el diecisiete dnoviembre, la reina Mary moría en epalacio de St. James y toda Inglaterra s
sacudían.Wat irrumpió a medianoche y si
ninguna clase de ceremonia en e
dormitorio de los vizcondes dMontagu. —Ya sucedió, milord —dij
adeando—. Y he reventado un caball
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para poder decírselo cuanto antes… —¿Ha muerto? —musitó Anthon
sentándose en la cama—. Que descansen paz. No tuvo mucho en la tierra.
Magdalen se demoró un poco más ecomprender.
—La reina ha muerto —repitió Wa—, y mejor será que se apresure en ir hatfield a jurar obediencia a la nuev
reina. Todos los integrantes de la cortse lo pasaron yendo allí durante lúltima semana. Pero usted me dio qu
debía esperar. Como lo hice cuandmurió el pobre rey eduardo. —Ah… —dijo Anthony—, per
ahora es muy distinto.
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—Pobre reina. Fue una buena mujerun verdadero modelo de piedad —dijMagdalen—. Busque al mayordomoWat. Llame al sirviente de sir AnthonyLa campana del castillo debe comenzaa repicar y milord debe prepararse.
—¿Para qué? —dijo Anthonorpemente. Se sentía vacío. Perdido
Lehabía profesado un verdadero cariñ
a la infortunada reina. Pero ésta cambimucho después de las derrotas eFrancia.
—¡Milord! —exclamó magadalesacudiéndolo—. ¡Despiértate! ¡Tieneque ir!
—¿Adónde? —dijo Anthony—. Oh
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el funeral… —¡No, mi querido, no! Eso será má
adelante. Tienes que ir a hatfield comodos los otros. ¡Apúrate antes que ell
salga para Londres! —¿Ir a ver a Elizabeth? —dij
Anthony con desdén—. Esa hipócritbastarda.
Magdalen se bajó de la cama de u
salto. Parecía una torre… fuertenexpugnable. —Anthony Browne, t
guste o no te guste, Elizabeth es tu nuev
reina —dijo— y si te interesa ser evizconde de Montagu y conservar tcabeza sobre tus hombros, mejor serque te apresures a jurarle obediencia.
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—Milady tiene razón, milord —dijWat pausadamente—. Después de todoel pueblo entero está loco de alegríaTienen finalmente a una inglesa auténticcomo reina. Y que además es hija derey Enrique.
—Quién sabe —dijo Anthonenazmente—. La reina Mary no estaban segura. Ana bolena era una ramera
Fue ahorcada por ese motivo. ¿Quiépuede afirmar que la muchacha que viven hatfield tiene sangre real en su venas
Magdalen lanzó una exclamación agarrando a Anthony por un brazo, lsacó de la cama a los tirones.
—Es la impresión lo que le hac
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decir esas cosas —dijo dirigiéndose Wat—. Tráele un poco de hidromieEso lo hará reaccionar. Nunca creí vertan dudoso cuando es tan claro tu deber
Te acompañaría pero estoy embarazadde tres meses y dicen que es el peo
momento. Piensa en tus hijos, en los quienes y en los que yo te daré. ¿T
gustaría que quedaran huérfanos
¿Desposeídos?Anthony inclinó lentamente l
cabeza. Se acercó a un taburete dond
estaba su ropa limpia prolijamentdoblada. —No renunciaré a mi fe par
satisfacer a esa p…, a la reina —dij
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alzando el mentón. —¡No te lo exigirá! —dij
magadalen con gran seguridad—. Fue misa en richmond. Es inteligente cuando tuve la oportunidad de verla mpareció que era amable y que estab
ansiosa por quedar bien con todos. Túsabes bien cómo hacer para caerle egracia. Anthony, tienes ese don —
Magdalen rodeó con sus brazos el cuellde su marido y lo besó ardientemente.
Anthony se dirigió a hatfield dond
fue amablemente recibido. El pequeñpalacio de ladrillos estaba repleto dcortesanos como le habían anunciadWat. Cuando Anthony llegó a jura
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obediencia a su nueva soberana, lencontró vestida de negro y rodeada povarios reconocidos protestantes, caídoen desgracia durante el reinado de Mary
—Sabemos con cuanta devociósirvió a nuestra querida hermana —
murmuró con su enigmática sonrisa—o tenemos ninguna duda sobre s
ealtad, milord Montagu…
—Seré vuestro fiel servidor eodos los asuntos temporales —
respondió Anthony mirándola a los ojo
agregando en un tono más amable—¿Qué hombre podría resistirse ante undama tan encantadora?
Se dio cuenta que eso le habí
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gustado. Elizabeth había aprendido detectar la verdad en medio de tantadulonería. Durante la velada en ecastillo de hatfield, le sonrió repetidaveces con gran amabilidad, pero ldestituyó del consejo privado y nombr
encargado de las caballerizas reales Robert Dudley. Resultaba evidente quAnthony no ocuparía ningún carg
oficial en el nuevo reinado. Volvió Cowdray pocos días antes de Navidagualmente deprimido como cuando s
fue. Y por lo tanto no estaba de humocomo para ser indulgente con lacontrariedades que le esperaban en scasa.
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Magdalen prefirió dejarlo tranquilesa noche, sin importunarlo con malanoticias.
Al día siguiente, víspera davidad, Magdalen esperó hasta que s
esposo se desayunara y recién despué
abordó los temas desagradables. —Murió lady Úrsula —le comunic
ranquilamente—. Ordené que l
condujeran a la capilla, ya qupertenecía a tu establecimiento y habínacido en Cowdray.
Anthony se santiguó y murmuró: —Requiescat in pace —luegagregó—: qué pena, pero hacía tiempa que esperábamos este final. Hay u
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sitio para ella en la iglesia dEasebourne, cerca de su cuñado siDavy Owen. ¿Recibió los últimosacramentos?
Magdalen meneó la cabeza y frunciel ceño… —a menos que Celia… per
ni el doctor langdale ni el padre Mortofueron llamados hasta el día siguiente pesar que los dos se encontraban e
casa. Celia reconoce que no hubiempo. No puedo comprender a es
muchacha, ni siquiera la he visto reza
unto al cajón. —Debe estar muy perturbadseguramente —dijo Anthony—Mandaremos decir misas por su alma
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con toda seguridad esa pobre señormurió en estado de gracia. ¡Pero basta de funerales! Mañana festejamos e
nacimiento de nuestro señor y debemoalegrarnos. ¡Organizaremos loentretenimientos de Navidad! —dij
Anthony con una miradresplandeciente.
—Saldremos a cazar, será fáci
seguir las huellas en la nieve. ¡Hacanto tiempo que no empuño un arco
Tendremos actores y mucha
diversiones. Edwin fue designado redel desorden y se encargará de hacernoreír. Debo ver a Edwin en seguidanecesito que me ayude con unas tarea
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aburridas. —Milord… —dijo Magdalen co
muy pocas ganas de empañar su recienteuforia—. Milord, Edwin Ratcliffe sfue.
—¿Se fue? —Anthony la mir
fijamente—. Yo no lo envié a ningúado.
—Se fue a su casa, donde está e
pugna con su padre. El señor Ratcliffestuvo aquí dos veces. Es muy crueAbofeteó a los pajes. Y tuve l
mpresión de que estaba por pegarme mí también.Anthony se puso rojo de ira
asombro.
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—¿El señor Ratcliffe? ¿Qudemonios pasó? ¿Qué es lo que sucede?
Magdalen lanzó un bufido dmpaciencia.
—Bastante. Edwin se ha enamoradperdidamente de Celia. Jura que s
casará solamente con ella. —¡Pero si ha formalizado s
compromiso matrimonial con la pequeñ
Anne weston, está comprometido! —Lo estaba. Rompió s
compromiso el día que alcanzó l
mayoría de edad. Los Ratcliffe afirmaque se ha vuelto loco y basándose en espresunción no le quieren entregar lherencia que le correspondía de s
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madre. ¡Qué lío!Anthony tragó y lanzó un bufid
como su mujer. —Es la expresión correcta. ¡Es
Celia! Ya me ocuparé de ella erminaré con este escándalo.
—No es tan fácil —dijo Magdalesirviéndose otra tajada de pan colocándole un arenque encima—. Est
encerrada en su cuarto sumamentapenada, no quise ser muy ruda, aunquestoy segura que la muchacha h
alentado a Edwin ¿Pero qué podemohacer con ella? se me ocurrió que lmejor sería enviarla a un convento, syon. Pero ahora lo cerrará
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seguramente otra vez. —En efecto —dijo Anthon
frunciendo el ceño—. Ya lo han hechoPero por dios! ¿Por qué no encontrar
esa joven alguien conveniente? Conseguibrarme de ella una vez.
Magdalen asintió. —pero yo sigeniendo cariño por Celia. Me da much
pena… no podemos echarla, no sería d
buenos cristianos.Anthony ¿No podrías hablar con e
señor Ratcliffe y tratar de apaciguarlo
Alo mejor lo consigues y entonces ssolucionaría el futuro de Celia. —Bastante tengo con pensar en m
propio futuro, señora. Y no piens
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arruinar la Navidad tratando dapaciguar a un padre furibundo ndefendiendo a un muchacho enamoradoY en cuanto a Celia… ¡Mejor será quse mantenga lejos de mi vista! Si fuerun poco decente no se dejaría ver por l
menos hasta después que enterraran a sía. Y no me importa un comido lo qu
suceda con ella después.
Mgdalen no insistió en el tema.Los festejos navideños de Cowdra
no contaron con la presencia de Celia n
de Edwin. Este último seguía encerraden su cuarto en el castillo de su padredonde lo trataban como si hubiera tenidun ataque de locura. Celia pasaba l
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mayor parte del tiempo en el cuarto dÚrsula, urdiendo planes y esperando emomento oportuno para realizarlos. Nestaba encerrada como una prisioneraen realidad Magdalen le había dicho qupodía bajar al salón siempre y cuando s
mantuviera alejada de Anthony, pero loven o tenía ganas de participar en lo
festejos. Úrsula murió mientras dormía
con la cabeza apoyada sobre el hombrde Celia. Ésta recién se dio cuenta de lsucedido cuando el cuerpo se enfrió
Sintió entonces una triste resignación a que sucedió una intensa repulsión. Lque estaba en la cama no era ÚrsulWouthwell como tampoco lo era e
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cadáver expuesto en la capilla. Úrsulse había ido para siempre y Celia nestaba tan segura de lo que le habísucedido a su alma, de la que tanthablaban los clérigos. Sabía que habíaoraciones para los muertos, pero no la
recordaba. Y de todos modos ¿Qué errealmente el objeto de sus rezos? Uvacío indiferente. Se alegró cuando s
levaron el desgastado cuerpo de su tíaAhora tenía el cuarto sólo para ella y sperrito. Había querido a Úrsula
ambién había querido a su madreAmbas habían desaparecido. El amoambién había desaparecido
perdiéndose en una antigua tristeza
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persistente como el humo de las maderaviejas. Por lo tanto tendría que encendenuevos fuegos, fuegos ardientes capacede brindar cierto calor antes que sextinguieran igual que los otros.
Durante esa semana de Navidad
Celia adquirió conciencia de ciertanclinaciones latentes en su cuerpo. S
acariciaba los muslos, los pechos
masajeándolos con una pomada quencontró en un cajón de Úrsula, que lhabía fabricado para ahuyentar la
pollillas, pero que Celia usaba por eplacer sensual que le brindaba.Celia encontró en los cajones de s
ía muchas cosas para realzar su bellez
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sintió una gran alegría al percatarsque ahora eran suyas, como lo habídispuesto Úrsula en el testamento quescribió cuando Celia se fue Lincolnshire.
Cambió totalmente la disposición d
os muebles de su cuarto. Descolgó ecrucifijo de Úrsula y colgó en su lugaun espejo que su tía adquirió cuand
vivían en southmark, y así, cuando sarrodillaba en el reclinatorio, podía vesu imagen reflejada en el vidri
empañado. En el fondo del arcóencontró el vestido de casamiento dÚrsula, cuidadosamente envuelto eunos lienzos amarillentos. El vestido d
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raso había sido blanco originalmentepero con el correr de los años habíadquirido un tono marfil. Las mangaargas teñían incrustaciones de brocat
plateado, igual que el cinturón, perahora se habían vuelto negras. Si
embargo el delicado género no se habíajado. Celia se probó el vestido. Lquedaba grande, pues Úrsula había sid
una mujer alta, pero la pollera era lsuficientemente amplia como para podeagregarle un miriñaque; la bata podí
achicarse y hacer más profundo eescote, los hilos de plata ennegrecidovolverían a brillar cuando los limpiarcon alumbre.
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Usaré este vestido para mcasamiento, pensó Celia que estabdecidida a casarse con Edwin. Nestaba muy segura de cómo se laarreglarían para lograrlo, pues sabía questaba encerrado en su casa como u
prisionero, pero tenía la certeza quodas esas barreras se desplomarían poa fuerza de su voluntad. Ella y Edwin s
habían encontrado muchas veces escondidas en Cowdray, y habíaconseguido convencerse que lo amaba
Por lo menos sentía una leve excitaciócon sus besos y estaba segura que él ersu esclavo.
Daba por sentado que podrí
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convencer a los dos obstáculoprincipales: Ratcliffe y sir Anthony
unca más me desposeerán de lo ququiero, pensó. Pero debía esperar hastdespués del funeral de su tía. Mientraanto, se iría preparando.
Como primer paso, decidió no usamás la cofia de viuda, y reformar uvestido de terciopelo negro de Úrsula
dándose cuenta perfectamente bien quel terciopelo realzaba la belleza de spiel y felicitándose al no haber aceptad
a sugerencia de Magdalen de enterrasu tía con ese traje.El funeral tuvo lugar el veintisiete d
diciembre y fue muy breve. El docto
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angdale rezó la misa pero le encargó su asistente, el padre Morton que shiciera cargo del entierro efectuado ea iglesia de Easebourne. Anthony
Magdalen asistieron a la misa, percomo era un día muy frío no se uniero
al cortejo fúnebre. Celia lo encabezabaseguida por un grupo de dependienteque habían conocido a Úrsula,
naturalmente por Wat Farrier. —La va a extrañar, señora —dij
Wat—. Siempre recordaré lo bondados
que era: la quería a usted de veras —llamó la atención, igual que a Magdaleno distante y poco emotiva que parecí
Celia—. Fue una suerte que uste
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pudiera estar presente durante su fin —agregó.
—Así es —dijo ella—. Me alegrde haber estado. Pero la muerte erealmente el fin, Wat. Creo que lo únicque importa es seguir viviendo. Y
rataré de arreglármelas lo mejoposible y nunca miraré hacia atrás.
—Pero con toda seguridad rezar
por la salud de su alma —acotó Waconfundido—, para poder sacar a su tídel purgatorio.
—¿Alguna vez has visto un almaWat? —le preguntó Celia con unpequeña pero decidida sonrisa—¿Sabes dónde queda el purgatorio?
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Wat se sobresaltó. ¡Qué preguntasÉl no era un hombre sumamentreligioso. Confesaba y comulgaba par
avidad y pascua y eso le parecísuficiente. Pero Celia tenía fijos suojos en él como si esperara un
contestación a su pregunta. —Nunca se me ocurrió pensar e
ello —dijo mirando la lápida qu
ndicaba el lugar donde estaba enterradÚrsula—. Debemos tener un alma… aso dicen todos los sacerdotes. Y e
cuanto al purgatorio… —se mordió loabios y se acomodó su chaqueta dcuero—. Bueno —dijo algo incómod—, nunca he visto a jerusalén, ni h
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hablado con nadie que haya estado allpero sin embargo creo que existe.
—Jerusalén es un lugar de estmundo —dijo Celia—, pero me cuestcreer en otra vida más allá de estmundo.
—La mujer no ha sido hecha parpensar —dijo bondadosamente, y sengua siempre ha sido un arm
peligrosa. Guarde la suya en su vaina. —Así lo haré —dijo Celia—
excepto cuando me haga falta par
uchar.Dio media vuelta y salió de lglesia. Wat la siguió, algo sorprendid
por su tono pero sin dejar de admirar s
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pelo dorado oculto parcialmente por scofia de viuda. Celia se detuvo al llegaal portón mientras Wat lo abría.
—¿No tienes noticias de Simkin? —e preguntó.
Wat se sonrojó penosamente y u
destello de ira iluminó sus ojopequeños.
—No, desde hace años. Se escap
con un actor, destrozándole el corazón su pobre madre. Se escapó vestido dmujer —agregó Wat entre dientes—
Potts lo vio cuando pasó por Midhursdel brazo de su amiguito roland. No mgusta pensar en ello… mi pobre hijo…—Wat ahogó un sollozo.
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Celia meneó tristemente su cabezaComprendía ahora lo sucedido muchmejor que antes. Recordó la vehemencide Simkin cuando paseó por primera veen su yegua, recordó sus observacionerespecto al colorido de su vestido y s
última exclamación: —¡Dios te maldiga por ser mujer! —
sin embargo siempre había existid
cierta simpatía entre los dos. Pobrmuchacho.
—Lo siento, Wat —dij
cariñosamente—. Pero por suerte tieneotros hijos y nietos para consolarte. —Bah… —exclamó—. Un
colección de flacos y llorones. Yo n
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soy capaz de quedarme sentado junto afuego. Todavía no. Me gustaríembarcarme en una de esaexpediciones que zarpan rumbo al nuevmundo. He hablado con unos pescadoreque dicen que más al norte todavía, ha
unas tierras muy parecidas a Inglaterra.Celia sonrió algo distraídamente
Las aventuras a tierras extrañas no l
nteresaban en absoluto. Estabcalculando cuidadosamente cuál sería emejor momento y el mejor lugar par
abordar a sir Anthony, lo quconstituiría el primer paso para el logrde sus fines. La noche de reyes, decidiópues entonces estaría de mejor humo
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por el tradicional festejo. Le mandarun mensaje a Edwin, pensó. En realidaa había intercambiado mensajes con é
El pequeño paje que le habían asignada Úrsula estaba perdidamentenamorado de Celia. Un primo de él er
uno de los sirvientes de la mansión das Ratcliffe. Celia lo había sobornad
enviándole con el paje, unos cheline
que encontró en el bolso de Úrsula.El duodécimo día después d
avidad cayó una granelada. Lo
árboles y cercos brillaban como sestuvieran cubiertos de diamantes.El aire era seco y tonificante. Disip
bastante el frío húmedo que invadía lo
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numerosos salones de Cowdraadornados con ramas de muérdagoguirnaldas hechas con hojas de hiedraramas de ciprés y abetos.
Celia recuperó su alegría con ebuen tiempo. Estaba tan agitada como e
día que fue a ver a la bruja del marDurante toda la mañana no cesó de teneanuncios de buena suerte. Estornud
fuertemente antes que Robin, el jovepaje, le trajera el desayuno. Un pocdespués, cuando se cercó al armario
una araña le cayó sobre la cara y aasomarse por la ventana vio una carretcargada con pasto y tirada por dobueyes, uno de ellos blanco, y el otr
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colorado como una remolacha.Esta sucesión de buenos presagio
disipó un malestar pasajero. Antehubiera ido a la capilla y le habrírezado unas cuantas canciones a su santpatrono, implorándole que la ayudar
ese día para conseguir que scumplieran sus aspiraciones. Pero edesprecio que John Hutchinson sentí
por las «imágenes talladas» habídejado su marca en ella. Cualquiera das dos religiones era una tontería
parecía un juguete que se disputabaunos niños malos. Yo no quiero tenenada que ver con ese asunto, pensCelia y desenvolvió el traje que Robi
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e había traído de contrabando.El baile de los bufones era el últim
entretenimiento con que se cerraba eciclo de Navidad. La costumbre sremontaba a muchos años atrás, cuandos de Bohun eran dueños de Cowdray,
esa tradición fue mantenida por AnthonyCelia había visto el baile en varia
oportunidades, cuando su madre l
levaba desde Midhurst y espiabadesde la entrada del castillo junto coos otros habitantes del pueblo,
ambién cuando Úrsula la llevó a viviCowdray y tuvo oportunidad de ver lfiesta desde el interior de la gramansión. Esperaba poder repetir lo
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pasos de baile y confiaba que no snotara la presencia de otro bufón entra numerosa concurrencia. La tradició
exigía que hubieran doce bufones, unpor cada mes del año y por cada día quhabía pasado desde Navidad. S
dentidad era secreta. Eran jóveneelegidos por el rey del desorden. Lobufones se vestían con los trajes qu
usaban los bufones de la corte en lodías de eduardo tercero, y que sguardaban desde entonces en los arcone
de los altillos de Cowdray.Celia ya estaba vestida a la caída da tarde. El capuchón de color le llegab
hasta la cintura y disimulaba sus pechos
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Había llenado los cuernos con aserrín cosido cascabeles en sus puntas. Localzones cortos de colores eran lbastante anchos como para ocultar sucaderas. Se fabricó una máscara copergamino, dibujándole una cara d
payaso triste y agrandando bastante loagujeros de los ojos. Robin le consiguiuna vejiga de un cerdo y la ató a un palo
Se puso unos guantes de cuero parocultar su anillo de casamiento. Estuvo punto de sacárselo, pero al recordar l
contento que había estado sir John el díque se lo puso, sintió cierto resquemorQué pavada, pensó luego. John estmuerto y ella aseguró que nunca má
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recordaría el pasado. Bueno, dentro dpoco tendría otro anillo.
Bajó a su cuarto y se puso a mirapor la ventana que daba al patioEstaban encendiendo una gran fogatunto ala fuente, y a lo lejos, hasta en l
colina más distantes podía verse eresplandor de la fogatas que sencendían para desanimar a las brujas
espíritus malignos y al diablo epersona, que podrían animarse aparecer alentados por los licencioso
festejos.Los doce bufones estaban yreunidos junto al portón de entradaCelia se cercó al grupo sin que nadie l
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advirtiera.Anthony apareció en el porta
siguiendo la ancestral costumbre y evoz bien alta exclamó:
—¡Bienvenidos, señores bufones¿Quieren alegrar con sus bailes a lo
señores de Cowdray?Los bufones sacudieron las vejiga
atadas a los palos y respondieron:
—¡Así lo haremos si tú noobedeces durante esta noche!
Anthony se inclinó en una profund
reverencia: —Serán losamos del castillo…Gaudeamus igitur!
Se hizo a un lado mientras lo
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bufones hacían sonar los cascabeles saltaban. Luego entraron trotando undetrás del otro hasta llegar al gran salóde los ciervos. Magdalen, elegantementvestida de brocato verde y dorado, bajde la tarima para saludarlos.
Anthony y Magdalen se quedaroabajo de la tarima que estaba ocupadahora por el rey del desorden. Estab
ataviado parte como rey y parte comobispo. Tenía una mitra resplandecientobre una coronita hecha con hiedr
dorada. Su traje era una casullbordada, pero sujetaba un cetro en smano. Estaba tan borracho, que lconsabida bienvenida que deberí
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haberles dado a los bufones fusolamente un murmullo incoherente.
Anthony rió nerviosamente, golpesus manos y exclamó:
—¡Prosigan!Había llegado el momento temid
por Celia. El baile empezaba cuando laseis parejas se saludaban con unreverencia y luego daban vuelta
omadas de la mano, sacudiendo sucuernos y haciendo gestos amenazadorecon las vejigas de cerdo. Un participant
extra sería advertido instantáneamente, sabía que Anthony no perdía detallalguno de toda la ceremonia. Se laarregló para esconderse detrás de un
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de los que estaban disfrazados dcaballo y a pesar que el salón establuminado por cientos de bujías, pud
encontrar una mancha de sombra.Durante el siguiente movimiento, lo
bufones debían realizar una serie d
piruetas individuamente, y Celiaprovechó la ocasión para unirse ellos, tropezando de vez en cuando, per
copiando todos sus movimientos, girando con ellos al compás de loambores. Al poco rato el baile s
ransformó en lo que Celia esperaba. Egrupo se deshizo y cada uno de sucomponentes se mezcló con loespectadores, golpeando sucesivament
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a unos y otros con la vejiga de cerdo exclamando detrás de sus máscaras:
—¡Ven conmigo, pobre tipo, ahorlegó el momento de expiar las culpas!
En breves momentos, la mayoría dos concurrentes habían sido golpeado
por lo bufones y se habían unido a ellosprecedidos por los músicos, pasaron degran salón a la capilla donde cometiero
oda clase de irreverencias. Los bufonesaltaban y bailaban por el recinto, unde ellos corrió sobre el altar y rehiz
pito catalán al crucifijo. Otro golpeó a estatua de St. Anthony en la cabezaOtro hizo pis en el agua bendita salpicón con ella a los invitados; otro s
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repó a una columna y luego de besar ea boca a la imagen de la virgen, le hiz
un gesto obsceno que fue festejado coentusiastas risas por toda lconcurrencia.
Anthony y sus capellane
contemplaban parsimoniosamente lescena. Anthony había bebido muchmás que de costumbre, se habí
olvidado de sus preocupaciones marcaba con el pie el ritmo de lmúsica; disfrutaba al sentirs
desposeído esa noche de su título dvizconde de Montagu, y las faltas drespeto hacia él y hacia el sagradrecinto se explicaban como un
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iberación momentánea de toda clase dimitaciones.
Se dio vuelta al oír una voz irónicque decía a su lado:
—Esto es realmente interesantemilord, es una verdadera saturnalia. A
decir verdad, los ingleses conservan laradiciones paganas con una gra
fidelidad.
Anthony refunfuñó, enfadado por lnterrupción. Había invitado al maestr
Julian a para las Navidades en Cowdra
cuando se encontró con él en el tristbanquete que tuvo lugar después defuneral de la reina Mary. Se alegró aver aparecer al médico el día anterior
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a habían llegado numerosos invitados uno más sería igualmente bien recibidopero no le gustó la observación.
—No soy ningún milord esta noch—respondió Anthony ásperamente—. Yel baile de los bufones ha sido un
costumbre cristiana durante siglos. Lreina anterior, Dios la tenga en su santgloria, la alentaba entusiastamente.
—Da vero, da vero… —en verda—dijo Julian sonriendo—. Estabhaciéndole un cumplido, mi amigo ¡Est
espectáculo me parece fascinante! —retrocedió discretamente al veacercarse al más pequeño de lobufones.
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El bufón golpeó a Anthony en ehombro con la vejiga de cerdo susurró:
—Ven…Anthony estaba encantado pues habí
recuperado su buen humor.
—Por supuesto que te seguiré, buebufón —dijo—. ¿Adónde iremos?
El bufón agitó sus manos cubierta
con unos guantes negros y señaló uno dos corredores.
El baile de la capilla ya habí
erminado, los músicos avanzaban hacias cocinas, guiando detrás de ellos lalegre procesión de bufones y lonvitados a los que éstos había
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golpeado. Antes que la veladerminara, recorrerían todo el castilloibrándolo de ese modo, que le resultab
comprensible al mismo diablo, de todclase de encantamientos. Los capellanese encargarían de santificar a Cowdray
a medianoche, agitando sus incensario rezando las oracione
correspondientes a la celebración de l
epifanía.El pequeño bufón mene
negativamente la cabeza cuando Anthon
se dispuso a seguir a los demás, y lironeó del brazo. —¡Caramba! —dijo Anthon
ahogando una risa—. Éste parec
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bastante impertinente, pero debobedecerle, —siguió las indicaciones da mano enguantada con gran entusiasm luego de subir por la enorme escalera
entraron a un pequeño salón quAnthony usaba como cuarto de trabajo
En su interior había un escritorio dmadera tallada, dos sillas y unestantería repleta de libros y anales de
castillo.Tenía nada más que una puerta, com
que en realidad era solamente un
especie de nicho adjunto a la gragalería.El bufón instaló a Anthony en un
silla y cerró la puerta con llave.
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—¿Qué es esto, querido bufón? —dijo Anthony riendo pero ligeramentpreocupado—. ¿Qué es lo que quierede mí?
—Obediencia, como lo prometist—dijo el bufón arrancándose e
capuchón y la máscara.Anthony se quedó boquiabierto. —Cielo santo… —susurró—. ¡Per
si es Celia!El pelo rubio de la joven le caí
hasta la cintura. Su cara era de un
belleza sorprendente. Y como sabía quen ese cuarto, que había elegiddeliberadamente, no había mucha luz, shabía pintado los labios de rojo
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sombreado sus párpados. Lransformación era impresionante
Anthony sintió un escalofrío en sespalda. Le costó un poco comprendepor qué uno de los bufones se habíransformado en una mujer tan atractiva.
—Soy Celia, en efecto —dijo ellanzando una carcajada—. Y usted hurado obedecerme —se acercó un poc
más a él, permitiéndole observar lcurva de sus pechos y las puntas de supezones bajo su fina camisola de lana.
—¿Qué quieres de mí? —musitdificultosamente. Se incorporigeramente en su silla y la tomó por l
cintura—. ¿Esto es lo que quieres, m
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pequeño demonio? Ah…, es una nochmandada hacer para satisfacer nuestroapetitos.
—No —dijo ella, escabulléndose dsu mano—. No quiero decir que mdesagrades, todo lo contrario, pero esto
segura que tú no eres un hombre capade deshonrar a lady Maggie… ¡Ni dviolar a una virgen!
Él pestañeó y sus manos se aflojarosúbitamente. Sacudió la cabeza pardespejarla de los efectos del alcohol
a lujuria. —Virgen —dijo—. ¡Señora, te estáriendo de mí! ¿Quién es la virgen?
Ella suspiró y dijo:
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—Yo soy virgen —a pesar de la luitilante pudo ver su sonrisa malicios
—. Soy virgen —repitió tranquilament—. Sir John era impotente.
Anthony se echó atrás sin podeapartar su mirada de Celia y acept
gradualmente la verdad de lo que ésta ldecía, sintiendo luego un poco dremordimiento.
Todos los años que había pasadcon ese viejo mercader dLincolnshire… un matrimonio estéril a
que él había contribuido a sentenciarla. —Pobre pequeña —dijo con una vomuy suave—. Cúbrete otra vez con ecapuchón, hace bastante frío en est
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cuarto. ¿Qué quieres de mí, Celia? —Que disponga de mi casamient
con Edwin Ratcliffe —dijo ella—Usted puede hacerlo, milord… unpalabra suya al señor Ratcliffe será máque suficiente. Usted tiene el poder par
ello.Anthony se sentó. Su mirada pas
del encantador rostro de la joven a su
manos poderosas apoyadas sobre eescritorio. Sí, él tenía poder suficientcomo para decidir este pequeño asunto
si bien había perdido otros mucho mámportantes con la muerte de la reinMary. ¿Y por qué no? La unión no eran despareja. Celia era un
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representante de la familia de Bohun, lviuda de un caballero meritorio. Erpreciosa y evidentemente el joven lquería. Es verdad que no tenía ni ucéntimo, pero, pensó Anthony con sacostumbrada generosidad, él podí
proveerle de una pequeña doteEntonces el señor de Ratcliffe sablandaría.
—Juré obedecerte cuando eras ualegre bufón, mi querida —dijsonriendo—. Y no puedo hacer meno
por una estupenda mujer.Celia corrió hacia él, se arrodilló e besó la mano.
—¿No está enojado conmigo por l
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broma que le hice?Anthony le acarició su pel
resplandeciente. —Fue una broma muy divertida
que demuestra tu inteligencia. ¡Edwin eun joven afortunado! Y ahora Celia
vístete como corresponde a una dama únete a nosotros en el salón. Mañanendrás ocasión de comprobar cóm
cumplo con mis promesas.
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Capítulo 16
La reina Elizabeth fue coronada e15 de enero, fecha elegida por el doctoJohn dee de cuerdo a meticuloso
cálculos con su horóscopo. Dee cayó edesgracia durante el reinado de Marypasó inclusive una breve temporada e
a torre al sospechárselo cómplice dElizabeth. Pero su pronóstico y el dJulian, resultaron exactos. Mary murióElizabeth heredó la corona recompensó a su nuevo astrólogo reacon numerosas promesas, pocas de lacuales llegaron a materializarse.
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La nueva reina parecía inclinarse fomentar la lealtad con puraesperanzas.
Juian di Ridolfi no recibió idénticofavores. Se separó de dee después de scasamiento, y al morir la reina Mary e
médico Italiano se encontró con questaba siendo alejado de la corte en unforma sutil pero decidida. Igual a lo qu
e pasó a Anthony, sitien los motivoeran diferentes.
Elizabeth sabía que la popularida
de que gozaba entre sus súbditos sbasaba exclusivamente en que ernglesa cien por ciento, y decidió seguios mismos pasos que su infortunad
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hermano con respecto a los extranjerosHabía aprendido unas cuantas cosadurante la dominación española.
El casamiento de Julian fue breve poco feliz. Las propiedades de su mujeno resultaron ser tan maravillosas n
antas como lo creyó en un primemomento y además al poco tiempgwen, a pesar de su juventud y belleza
sufrió largos períodos de melancolía, eos que se pasaba hablando consig
misma en el dialecto galés. Al cabo d
un año Julian se vio forzado a reconoceen ella síntomas de demencia. Probodos los remedios que conocía, per
sin éxito. Llegó a consultar inclusive a
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conde de Pembroke, quien le dijo que eesa rama de la familia Owen habíahabido varios casos de locura.
Para gran alivio de Julian, gwen nuvo hijos y cuando el conde le particip
que el padre de su esposa creía ser u
perro y vivió enana perrera, decidió ncompartir más el lecho conyugaDurante el año mil quinientos cincuent
seis, gwen se enfermó con varicela murió poco tiempo después. Todo lo que quedó a Julian era una ruinosa casa e
Londres, unos terrenos áridos en gales un amargo recuerdo que trató dendulzar con los escritos filosóficos dmarco aurelio y séneca.
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Se encontró con Anthony y Magdaledurante los funerales de la reina Mary sintió gran pena al enterarse de lmuerte de lady Úrsula. Se mostrencantado cuando lo invitaron Cowdray para estar presente para e
parto de Magdalen. Sabía que en esupuesto caso que la joven tuviera algúnconveniente, sus conocimientos era
muy superiores a los de una partercomún. Se alegró también con lperspectiva de volver a ver a Celia, qu
estaba radiante de felicidad y muranquila.Anthony había conseguid
solucionar todos los inconvenientes qu
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mpedían el casamiento con Edwin, cuyfecha ya se había fijado para el diez dabril. El señor Ratcliffe había sido fácide convencer y Edwin pasaba la mayoparte del tiempo en Cowdray desde quse dio por terminado su encierro. E
casamiento se celebraría en la capillaun poco antes que se cumpliera eradicional año que debía esperar un
viuda para poder casarse, perMagdalen, con su típico sentido práctic siguiendo el ejemplo de su marido, s
nteresó vivamente en los preparativos decidió que se anticipara la fecha parpoder asistir ella a la ceremonia.
La primavera no se demoró en llega
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ese año. Las primeras golondrinavolvieron a sus nidos, las plantas árboles comenzaron a brotar. El aire shizo más tibio y fragante. Unocorderitos recién nacidos brincabaunto al río. La presencia de l
primavera despertó esa ancestrasensación de alegría en todos lohabitantes de Cowdray, desde su
señores hasta el último peón de cocina.Celia rebosaba de felicidad. Todo l
que había deseado que pasara se estab
convirtiendo en realidad y sin necesidade haber tenido que invocar a los santosni rezar oraciones. Asistía a miscorrectamente, pero cerraba sus oídos
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odas las palabras en latín. Se sentífuerte, triunfante y aislada. Recibía Edwin cariñosamente cada vez que lveía, sin negarle besos ni palabras damor. Lo olvidaba cuando él volvía a scastillo. Jugaba con su perro, cabalgab
en su yegua y aprendió cazar con uhalcón.
Edwin la llevó a comer a su cas
para que conociera a su pares. Cautivrápidamente a su futuro Suegro, tal comEdwin lo había imaginado, por s
formalidad, miradas recatadas, su gravélelas realzada por el vestido derciopelo negro, las ponderaciones qu
hizo de la casa, sus muebles, el parque
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os ciervos, pero la señora Ratcliffe nse mostró tan entusiasmada. Era unmujer algo antipática y desconfiada.
—Esa mujer es demasiado bonita —dijo vivamente a su marido—. Manejara Edwin por la nariz. No le confiaría n
el dedo meñique. Ya sé que milorMontagu le ha dado una generosa doteSé también que es su protegida, pero n
entiendo por qué. No es pariente suyaTe lo aseguro, aquí hay gato encerrad
o sería la primera vez que un gra
señor despide a su amante cuando lconviene.Su marido, que estaba acostumbrad
a sus desconfianzas y rezongos, lo
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gnoró olímpicamente y se limitó decirle: —cuida tu lengua, mujer.
Había decidido entregarle lherencia a Edwin y en cuanto a loweston… mala suerte. Tendrían qubuscar un nuevo marido para la pequeñ
Anne.El jueves anterior a su casamient
fue un día lluvioso. Celia estaba e
compañía de Magdalen y sus damas, eel pequeño saloncito privado, adondera ahora bien recibida. La viej
amistad se había renovado. Magdaleestaba próxima a dar a luz y se sentípesada. Estaba instalada en sconfortable asiento lleno d
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almohadones. Su vientre era muprominente, a pesar de ser ella unmujer tan grande y lo acariciabfrecuentemente, deleitándose con lapequeñas patadas que lo sacudían. Lmás joven de sus damas de compañí
ocaba una triste melodía en su laúd, lotra cortaba fajas y pañales. Celia cosíunas tiras de encaje que le habí
regalado Magdalen en el vestido dnovia de Úrsula, para reemplazar laviejas y manchadas. En el cuarto reinab
a paz. Hasta la misma Celia podíapreciarlo. Soy feliz, pensó. Todo estbien.
Se sorprendió por tanto a
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experimentar un estremecimiento, comsi se tratara de una advertencia. Muparecido a lo que le pasó esa vez en scuarto en Lincolnshire, oyó nuevamentunas voces. Parecían mezclarse con eruido del agua en las canaletas de plom
del castillo. Oyó una voz de mujersollozando de pena.
—¡Sir Arthur! —decía—. ¡No pued
soportar esto! Parecía tanto mejor ahora está empeorando visiblemente nme importa lo que diga Akananda. Y e
cuanto a Richard, sigue todavíencerrado en ese cuarto. No quiercomer. La señora Cameron está taasustada. Se lo pasa escuchando por l
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puerta cerrada y dice que no hace sindesvariar sobre el pecado mortal y esoontos Simpson. ¿Qué les pasó a eso
dos? —la voz se quebró—. Es trágico…rágico. Una voz aparentement
masculina murmuró algo en respuesta
uego se hizo nuevamente silencio.Celia dejó la aguja y miró alrededo
del cuarto, desconcertada más qu
asustada. La voz angustiada no sparecía a la de Úrsula, era más nasal su entonación muy distinta. Sin embarg
se encontró pensando en ella. Pero todoos nombres mencionados por la mujeno tenían significado alguno.
Magdalen tomó un trago del jarab
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hecho con garra de león y recetado poJulian. Miró a Celia y lanzó uncarcajada.
—¿Qué le pasa, querida? ¿Pasó unsombra sobre tu tumba?
Celia se estremeció y rió a su vez.
—Debo haber estado dormitando, euna tarde somnolienta. Me pareció oíuna voz de mujer, sumamente triste
quejumbrosa. —Bah… —dijo magadalen—
seguramente era una vaca que llamaba
su ternero. —¡Mira los perros! —dijo Celiazorada.
El perrito de Celia y el lebre
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favorito de Magdalen habíaretrocedido al rincón del cuarto máalejado de Celia y estaban parados coas patas rígidas y aullandastimeramente.
—A lo mejor han visto un fantasm
—dijo Magdalen persignándosseriamente—. En Naworth había muchofantasmas. Pero no eran malos. No h
visto ninguno aquí. Por supuesto que tdebes poder verlos por tu sangre Bohu—bostezó profundamente y agregó: —
me recostaría un ratito si no fuera que mseñor llegará esta tarde de Londres. Haanto alboroto con los cambios en e
parlamento y las modificaciones que h
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nventado su majestad. —¿Cambios? —dijo Celi
ranquilizándose al ver que el perrito shabía acercado nuevamente a sus pies.
—La reina quiere retroceder a loiempos del rey Enrique, o mejor dicho
de Edward. Misa anglicana, libro doraciones, comunión bajo las doespecies. Quiere ser el jefe de la iglesia
Está loca! Puras tonterías parcontentar a los comunes. Aunque debreconocer que es más hábil de lo que y
suponía.Celia no estaba interesada en todeso. Había renunciado a cualquier clasde religión esa noche en el cuarto d
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Úrsula. ¡Qué se pelearan todo lo ququisieran! Ella no percibía ningunamenaza a su propia tranquilidadcualquiera fuera la decisión que tomara reina.
Los Ratcliffe eran católicos, pero s
vendrían rápidamente a cualquiecompromiso como sin duda alguna lharía también Anthony. Celia recordab
perfectamente lo desilusionada que ssintió con motivo de la visita del reEdward a Cowdray. Cuand
desmantelaron la capilla y obligaron esconderse al capellán. El capellán. El hermano Stephen
Pensó en él tranquilamente, con ciert
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risteza, como si hubiera muerto hacímucho tiempo. Las sensaciones quhabía experimentado, inclusive esobreves momentos de amor prohibido ea antigua abadía, pertenecían a otr
mujer.
A una chiquilina tonta. Agarrnuevamente la aguja y comenzó a cosepensando resueltamente en Edwin
Dentro de tres días sería su esposa. Ubuen muchacho. Un muchacho alegreamable y lleno de condiciones… s
único defecto era que la quería tanto qua veces la cansaba.Pero sabía por experiencia, que es
defecto pasaría con el tiempo. Y lueg
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vendrían años felices, niños, una casespléndida, mucho más grande y lujosque Skirby hall. Y estaría cerca dAnthony y Magdalen. Sería recibida eCowdray a la par de sus dueños. Sintiuna oleada de gratitud hacia Edwin po
su cariño. Recuperó su felicidaperturbada sólo momentáneamente poesa voz fantasmal de una Úrsula que n
era Úrsula. No sintió ninguna clase dpresentimiento ni premonición. Cuanda más joven de las damas de compañí
comenzó a cantar una cancióacompañándose con el laúd, Celia sunió al canto con su voz firme y claraMagdalen canturreó un poco y bostez
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otra vez.Fue el último día de paz para Celia.Anthony llegó muy tarde. La lluvi
había cesad, pero el barro lo habídemorado. Se sentó a comer en grasilencio. Comían en el pequeño comedo
privado en el primer piso, al que Celihabía sido recientemente admitida, comasí también Julian y ambos estaba
presentes esa noche.Magdalen no pudo dejar de adverti
el abatimiento de su marido a pesar d
o abstraída que estaba por su propiestado.Anthony comió y bebió si
pronunciar una sola palabra.
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En un momento dado la puerta sabrió y entraron sus hijos, los pequeñoAnthony y Mary, que se arrodillaropara recibir la bendición paternaAnthony los miró seriamente y dijo: —eseñor los bendiga —acarició luego su
cabezas y los despachó. —Muy pronto tendrás otro hijo —
dijo Magdalen tratando de animar e
ambiente—. Y por la fuerza con qupatea presumo que será un varón.
—¿Así lo crees…? —dijo Anthon
esbozando una sonrisa—. Que Dios layude entonces, pues no tendrá nadie eeste mundo que lo haga.
Julian que lo había estad
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observando, comprendió la situaciómejor que las mujeres y sintió mayocuriosidad que ellas.
—¿Aprobaron el juramento dsupremacía, milord? —preguntpausadamente—. ¿La reina ve ahora l
cabeza de la iglesia?Anthony levantó su copa y la dej
nuevamente sobre la mesa. Miró
Julian. —Así es. La reina Elizabeth se h
convertido en su santidad el papa —s
encogió de hombros y rió amargament—. Yo fui el único que se opuso. Yovizconde de Montagu, único opositoentre los cuarenta y tres pares, rechaz
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esa monstruosa modificación.Magdalen dejó escapar un gemido. —Solamente tú —susurró—
Anthony… no debiste hcerlo. ¿Qué pascon los otros nobles católicos. Arunde
orfolk?
—Todos votaron afirmativamente —dijo Anthony entre dientes.
Su mujer se puso pálida y sus peca
se hicieron más evidentes. —¿Pero y los obispos? —interpus
Julian que consideraba que el peligr
era mucho más grande de lo que lsuponía Magdalen.Anthony refunfuñó y se encogió otr
vez de hombros—. —¡Oh los obispos
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Votaron negativamente pero no leservirá de mucho… ¡Cuando estén en lorre!
Magdalen repitió: —en la torre… —con un tono horrorizado—. ¡OhAnthony, qué te impulsó a votar e
contra de la reina! Te pusiste tan eevidencia. ¿No podías engañarla quedarte callado?
—Pude haberlo hecho… y fue lo ququise hacer… —reconoció Anthonentamente—. ¡Pero fue culpa de es
monje testarudo! —¿Quién… qué monje? —El hermano Stephen. Se pasó tod
a noche convenciéndome. Como s
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estuviera expulsando un demonio. Mexhortó. Fustigó mi conciencia. Me dijque la maldición de Cowdray recaerísobre todos, que moriríamos quemado ahogados si yo no defendía es
posición. Dijo que era la única forma d
evitar el castigo por el terrible pasadde mi padre al apoderarse de laabadías de Easebourne y battle.
Se hizo un largo silencio que fuquebrado finamente por Julian.
—Por lo visto nuestro buen amig
Stephen se ha vuelto tan persuasivcomo un jesuita. Lo felicito por svalentía, milord. ¿La reina está muenojada con usted?
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Anthony frunció el ceño. —Creo que sí, pero no la he viese
Ese zalamero cecil me abordó en lmañana de ayer. Me dio a entender qusu majestad estaba muy disgustada, perque gracias a la estima que su padr
enía por el mío y el afecto que ellsentía por mi persona, no me impondríningún castigo por el momento.
Magdalen suspiró con alivio. —Te dije que tenía un corazó
bondadoso y que no era una protestant
en realidad. —Tal vez —dijo Anthony—. Siembargo me envía fuera del país. Debr a España para ver a Felipe y cumpli
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con una misión absurda inventada poella para alejarme. Debo recuperar lorden de la jarretera.
Magdalen empalideció nuevamente se pasó la lengua por los labiosRecordó el día en que la reina Mary l
otorgó a Felipe la orden de la jarreteraMiró luego a su vientre, en el que eniño se movía violentamente.
—¿Cuándo…? —preguntó—¿Cuándo debes partir, señor? ¡Diobendito, que no sea antes de que nazc
este pequeño! —Espero que no —dijo Anthonmeneando la cabeza—. Cecil me dio umes para hacer mis preparativos. Pobr
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mujer, no te aflijas tanto. Es mejor qua torre, de la que muy pocos salen co
vida.Magdalen no estaba mu
convencida. El largo viaje por el mar lparecía bastante peligroso. Y además, s
daba cuenta que a Anthony no ldisgustaba tanto la idea del viaje, quprometía ser una aventura excitante. S
emor se convirtió en una explosión dra. —¡Dios maldiga a ese monj
entrometido dondequiera que s
encuentre! ¡No tenía ningún derecho presionarte, ojalá estuviera aquí parpoder decirle lo que pienso!
Anthony esbozó una sonrisa y le dij
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unas palabras al sirviente que rondabdetrás de su silla. El hombre se inclinó desapareció detrás de una tapicería.
—Creo que puedo satisfacer tdeseo, señora —dijo Anthony—. Ojalodos fueran tan fáciles.
Celia había escuchado con grapreocupación y se sintió aliviada aenterarse que Anthony no se iría antes d
su casamiento. Pero súbitamentcomprendió el verdadero significado dsu última frase. Su corazón dio un salt
sus manos se empaparon de sudor. —No… —susurró—. No, nquiero… —se puso tiesa y se agarrfuertemente de la mesa con sus manos a
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ver entrar a Stephen. —Benedicite —dijo ést
ranquilamente. Miró a Magdalen que npodía ocultar su sorpresa y agregó: —milady, comprendo muy bien lomotivos que usted tiene para odiarme. Y
con la ayuda de Dios espero podemitigar su disgusto.
Celia no pudo levantar la cabeza. S
voz profunda y sonora se abrió paso poconductos largo tiempo olvidados cuando llegó a su pecho desató ta
conmoción que la hizo estremecerJulian, que estaba sentado al lado de loven, la miró de soslayo y vio que teníos nudillos blancos por la fuerza co
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que se aferraba a la mesa. Per baccopensó, ¿Será posible que todavía ldure? Meneó su cabeza y miró Stephen. Bello, beluomo! Alto y despaldas anchas que su hábito nograba disimular. Debía de tener má
de treinta años, sin embargo su carmorena y delgada no había cambiadocon excepción quizás de sus ojo
castaños. Reflejaban mayor seguridad, nclusive un dejo de humor. Su boc
parecería sensual en cualquier otr
hombre. Sus labios gruesos y rubicundoestaban separados de su nariz larga recta por una profunda hendiduraCuando el monje sonreía, como lo hací
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en esos momentos mirando a Magdaleque a todas luces estaba calmándose, lboca se contraía en las comisuras, lseriedad desaparecía y era reemplazadpor un tranquilo encanto. Julian pudpercibir bajo las apariencias externa
una fuerza viril. La virilitá, pensó, durcomo la piedra, ardiente como lalamas. Este hombre nunca debió habe
sido monje… sin embargo… Julian hizuna pausa y se reprendió a sí mismo.
—Tuttavia e realmente dedicato
Dedicación, una rara y sorprendentcualidad, y que él había perdido durantos gratificantes años que pasó en l
corte. No había puesto los pies en e
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hospital St. Thomas ni había realizadninguna clase de experimentos desdque se separó de John dee. Estabponiéndose viejo, cansado y afecto rabajos fáciles como el que le esperab
en Cowdray.
Se sobresaltó al oír su nombre. —¿Conoce al maestro Julian, verda
hermano? —dijo Magdalen.
—En efecto —respondió Stephesonriendo—. Me curó una vez de lmordedura de una rata. Dios lo guarde
señor, tiene muy buen aspecto. —Y quizás haya conocido también ady Hutchinson —prosiguió diciend
Magdalen, que comenzó a comprende
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por qué su marido había sido fácilmentpersuadido por este monje alto solemne.
Celia se había recostado tan atrás esu silla que Stephen solamente vio lcofia de viuda y supuso que era una d
as damas de compañía de ladMontagu. Empezó a murmurar un amablsaludo. Pero Celia alzó entonces l
cabeza.Sus ojos se encontraron en un
mirada larga y fulminante.
Los labios de Stephen sestremecieron, inspiró tan hondo quJulian sintió una especie de latigazo quagitaba el aire con la fuerza de u
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rueno. Advirtió el temblor que sacudía Celia. ¡Dios mío!, pensó. Todos tieneque darse cuenta de lo que est
asando, están devorándosmutuamente con sus miradas. Yentonces tiró súbitamente su copa d
vino.El pequeño accidente y la rápid
ntervención de un sirviente para seca
el líquido, le dieron tiempo a Stephepara reaccionar.
—Ah, sí —dijo sentándose en l
silla que le ofrecía Magdalen—. Conoca la señora Celia cuando era capellán dmilord.
Celia no podía pronunciar una sol
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palabra. Seguía aferrándose al borde da mesa. Se sintió mareada y co
náuseas.Magdalen y Anthony, demasiad
preocupados con sus problemaparticulares no advirtieron nada. E
efímero recuerdo de lo acontecido añoatrás en la abadía le pareció demasiadremoto y trivial a Anthony como par
relacionarlo actualmente con ellosStephen había pasado mucho tiempo eFrancia y bastante tiempo también en l
abadía benedictina de Westminster ecalida de asistente del abad fecknhamen la actualidad era un hombre taaccesible y tan recto que Anthony habí
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aceptado su pronunciamiento. Y ecuanto a Celia, parecía muy contenta dcasarse el domingo con el hombre quhabía elegido. Jamás se le pasó por lcabeza que este encuentro podríresultar embarazoso. Los capricho
uveniles aparecían y desaparecían codéntica rapidez. Había otros asunto
mucho más importantes.
—Stephen —dijo—. ¿Macompañarías a España como confesorMe haces falta. Sabes hablar latín
francés, y no te costará mucho aprendeespañol. Es un viaje inútil. Pero tú fuistresponsable en parte y tal vez la reinme perdone si consigo tener éxito.
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El joven monje meneó la cabeza. —Tal vez… —dijo—. Sería u
pasatiempo agradable, pero existen otraformas más seguras para poder servir mi religión. Y si bien han suprimido otrvez las abadías, el abad fecknham sigu
siendo mi superior. Tiene otros planepara mí.
—¡Bah! ¡Tonterías! —exclam
Anthony enojado—. Querrá que lacompañes a la torre adonde sin dudalguna va a ir a parar. ¿De qué le servir
eso a tu religión? —Quizás sea la torre —dijo Stepheruborizándose—. Pero por el momentha decidido mandarme a Kent, a casa d
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sir Christopher y lady Allen que tienegran necesidad de un capellán y que so han solicitado directamente.
Celia se estremeció. Mirnuevamente a Stephen, pero luego bajsu mirada. No podía dejar de temblar.
—¡Los Allen! —exclamó Anthon—. No me digas que son esa parejvulgar y adulona que vinieron
Cowdray durante la visita del reEdward. ¡Cielo santo! ¿Y nuestra pobrreina lo nombró caballero? Su mujer e
odiosa. Lo siento, Stephen, olvidé ques parienta tuya, pero ese no es motivsuficiente para que te encierres en uugar ordinario y lejos de todos
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Feckenham no sabe lo que hace. Pues sodo lo que quieres es ser un simpl
capellán, puedes volver aquí ecualquier momento.
—Aquí ya tienes dos capellanesmilord —dijo Stephen—. Ellos l
servirán mucho mejor que yo. Sosumisos. Conozco sus antecedentes. Msuperior me envía a una casa donde n
hay la menor sospecha de herejía. Ydebe ayudarse a las pocas familias dese tipo que aún quedan en Inglaterra.
—El buen hermano tiene razónmilord —dijo Magdalen suavemente— debe obedecer a su conciencia, como to hiciste gracias a él.
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—¡Bah! —dijo Anthony, pero asintide mala gana—. ¿Cuánto tiempo puedequedarte con nosotros? Así podráayudarme a preparar mis papeles comantes. Mi secretario es un tonto —tengquince días de licencia —dijo Stephe
entamente—, pero quería ir a Medfielpara visitar a mi hermano tom.
—¡Pues bien! —dijo Magdalen—
Podrá asistir al casamiento de Celia edomingo! ¿Verdad que te gustaríaquerida? Como el hermano es un antigu
amigo…Stephen respondió rápidamente anteque Celia pudiera abrir la boca.
—Tengo que irme de aquí el sábado
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pero le deseo toda clase de felicidad ady Hutchinson.
Celia lanzó un gemido y las velas soscurecieron y giraron a su alrededorSe desmoronó súbitamente y hubiercaído al Suelo si Julian no se apresura
sujetarla. —Un pequeño mareo —dijo Julia
al oír el grito de alarma de Magdalen—
Una indisposición estomacal pajeraHace mucho calor aquí y me pareció qucomió la carne demasiado rápido —
mojó con vino la servilleta y la colocdebajo de la nariz de Celia—. Le hacfalta una sangría. La harnmediatamente.
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—Estoy bien —musitó Celia—. Nes nada —se sentó bien derecha y mirnuevamente a Stephen—. Creo que lanovias se desmayan fácilmente —dijcon una risita ahogada—. ¿No es ashermano Stephen?
Él no pudo responderle, perMagdalen se apresuró a manifestar.
—Es bien cierto. Yo me desmay
varias veces poco antes de mcasamiento. Puede instalarse en ecuarto azul mientras esté con nosotros
hermano Stephen. —Muy amable de su parte, miladypero tengo ganas de volver a mi antigucabaña de St. Annʼs Hill, si usted me l
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permite. Un recuerdo nostálgico. —Está desmoronándose —objet
Magdalen—. No es nada abrigada. Peren fin —dijo al ver su obstinación—, lenviaré un paje con un colchón de pajnuevo, unas cuanta velas y un jarro d
cerveza. Me parece que es lo menos qupuedo ofrecerle.
Stephen se inclinó y le dio la
gracias y solicitó permiso para retirarspues quería rezar las oraciones de larde en la abandonada capilla de St
Annʼs. Vendría a trabajar con Anthony a mañana siguiente. Los bendijo odos, evitando mirar a Celia.
—Es un buen sacerdote —acot
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Magdalen entusiastamente—, por máque se parece a bonnie black will, ehombre más mujeriego y el mejoguerrero de toda la frontera…
—Milady Maggie —le interrumpiCelia—, estoy algo mareada todaví
¿Podría retirarme a mi cuarto…? —sevantó y salió casi sin darle tempo
Magdalen para contestar.
—No, Carina, no mi povera — ¡Nopensó Julian mirando a Celia. Se levantpara seguirla. Había dicho que le harí
una sangría. Podría detenerla, pensócualquiera que sea su descabellado planPodría detenerla. Pero el mullidalmohadón de su silla era tan cómodo…
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no no había terminado aúnesdelicioso bocadito de mazapán que tante gustaba. A demás en ese precis
momento entró el juglar de Anthony comenzó a cantar «da bel contrada» umadrigal Italiano que el propio Julia
había introducido en Cowdray. Srecostó contra su asiento para disfrutade la canción.
Celia corrió escaleras abajo, cruzel vestíbulo y salió al patio. Vio Stephen caminando a grandes tranco
hacia la entrada del castillo. Corrió ogró adelantársele, obligándolo detenerse. — Stephen, tengo que hablacontigo. Es preciso. Dios mío, nunc
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maginé que me sentiría otra vez asQué tormento, qué angustia.
Él alzó el mentón y clavó su miraden el precioso rostro iluminado apenapor las antorchas del patio.
—No tenemos nada que decirnos.
—Sí. ¡Lo vi en tus ojos! Tengo quhablar contigo. Solamente hablar… —artamudeó—. Necesito tu consejo. Ir
más tarde a St. Annʼs hill. —¡No! —exclamó él con voz grav
—. Lo prohíbo. ¡Déjame en paz, Celia
—la empujó a un lado y avanzó copaso rápido, casi corriendo hasta el graportón envuelto en la oscuridad.
Celia se quedó parada en silencio.
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—Tengo que hablar con él —musit—. Tengo que verlo a solas. No hanada malo en ello. ¡Dios benditoayúdame! —apretó los labios con fuerzal oírse hacer esa instintiva súplicaQué tontería!
Recobró su lucidez y se puso pensar con fría determinación.
Entró a la cocina y al poco rat
encontró a Robin, el pequeño paje. Lhizo señas para que se cercara.
—¿Qué paje está encargado d
levarle las provisiones al hermanStephen, ese monje forastero que vive eSt. Annʼs hill?
Robin la miró con adoración y dij
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que inmediatamente lo averiguaríaVolvió a los pocos minutos diciéndolque los sirvientes acababan de recibir lorden, pero que le habían dicho que épodía hacerse cargo si quería.
—Muy bien —dijo Celi
acariciándole la mejilla—. Trae a mcuarto el jarro de cerveza. Quierprobarlo antes que lo beba el bue
hermano. No tiene que estar demasiadamarga.
Robin asintió. No se le ocurri
preguntarle por qué. Y le llevó a scuarto el jarro lleno hasta el borde duna espumosa cerveza, y se quedesperando en el pasillo junto a la puerta
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mientras Celia la cerraba con llave revisaba el contenido de su arcónEncontró el frasquito que le había dada bruja del mar, prolijamente envuelt
en una vieja sábana de hilo que habíraído de Skirby hall.
Celia, respirando agitadamente, sacun carbón apagado del brasero. Aparta paja que cubría el piso y dibujó un
estrella de cinco puntas sobre loablones de madera, tal cual le habí
enseñado melusine. Colocó el frasquit
en el centro del pentágono. —Istareth —repitió tres vecemirando el frasco. Una vez terminada lnvocación, tomó el recipiente y volc
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su contenido en el jarro de cervezaAbrió la puerta y le dijo a Robin: —estbien.
El inclinó la cabeza y agarró earro.
—Querido Robin —dijo ella—. M
pequeño y dulce muchacho, eres un graconsuelo para mí.
Él se sonrojó y le besó la man
helada. A pesar de su extrema juventuadvirtió la extraña mirada de Celia. Suenormes ojos resplandecían como e
zafiro del anillo de lady Montagu.¿Se siente bien, milady? —balbuceó —Sí, sí —respondió ella co
mpaciencia—. ¡Vete de una vez!
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Sabía que debía esperar un rao hastque cesara todo el bullicio del castillo hasta que Stephen terminara suoraciones y bebiera la cerveza. Se quitsu traje de viuda, arrojó la cofia a urincón y se puso el vestido de novia. S
soltó el pelo, que cayó sobre suhombros como una cascada dorada. Smiró en el espejo y pellizcó ligerament
as mejillas para no estar tan pálidaDestapó un pequeño frasco de plata que había reglado Edwin, diciéndole qu
e encantaba el perfume de los clavele que esperaba que lo usara el día de scasamiento. Se perfumó los brazos y ecuello.
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—Istareht… —dijo riendo. La rise sonó algo extraña, como si fuera otr
persona la que reía. Miró durante untente a la cama que había compartid
con Úrsula. Estaba vacía y su colcha dbrocato no tenía una sola arruga, ta
como la había dejado la mucama esmañana. Su perrito estaba acostado a lopies de la cama, con la cabeza apoyad
sobre sus patas, mirándola fijamentepero no intentó seguirla, como siempro hacía, cuando se puso su capa negra
Se quedó inmóvil, mirándola sipestañear.Celia se colocó el capuchón
ratando de ocultar lo más posible s
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cara. Salió del cuarto, corrió escaleraabajo y salió al patio. Había perdido yoda cautela y cuando el guardián de l
entrada le dio con ciertos titubeos: —¿Qué pasa, señora? ¡Es muy tarde parsalir! —no le contestó, dejándolo qu
pensara lo que quisiera. Corrió por epasto hasta llegar al pequeño puentsobre el Rother. Cruzó el río y trepó po
el sendero que conducía a St. Annʼs hilhasta llegar alas ruinas de la fortaleza dos Bohun. Una vela ardía en la cabaña
Robin ya había estado allí.La puerta estaba cerrada pero nenía puesto el cerrojo. Stephen estab
parado junto a la puerta de la pequeñ
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capilla con la cabeza inclinada sujetando el breviario en su manos.
Ella dejó caer la capa y se adelantentamente, tendiéndole los brazos.
—Celia… te prohibí que vinieras…—exclamó él. El libro cayó al piso d
ierra—. ¿Qué demonios es ese vestidoNo me mires de ese modo! —se cubrios ojos con una mano y murmuró—
María beata… miserere mei. —Ah… —dijo Celia dulcemente—
Ella no está aquí ahora —señaló l
pared medio derruida donde anteestaba colgado el cuadro de la virgen—Así es como quiero mirarte, Stephen y evestido que tengo puesto es mi vestid
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de novia que he decidido usar en thonor. Y solamente para ti.
—¡Dios! —exclamó el—. ¡Diomío, por qué habré vuelto a Cowdray!
—Casi no has probado la cerveza —dijo ella mirando rápidamente e
contenido del jarro—. Beberemos juntoa copa del amor. Aquí tienes, m
querido.
Ella bebió un trago y le acercó erecipiente a los labios. El lo rechazó.
—No te quiero —exclamó—. No t
deseo. Olvidé esa pasión hace muchiempo. Cuando volvía a Marmoutier me confesé todo al abad me sentí felizUsé el cilicio y me azoté. Celia, h
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urado fidelidad a Dios y a ella. Lúnico que conseguiríamos sería uhorrible castigo si cometiéramos un…un pecado tan horrible.
—¿Ah, sí? —dijo ella—. Pero nrehusarás beber por el éxito de m
matrimonio, por lo menos, no puedes sean grosero, hermano Stephen —señal
el camastro y agregó—. Tampoco cre
que rehagas mucho daño a tu almsentarte a conversar un rato conmigoEstoy cansada. Sabes que me sentí ma
durante la comida. —Así es —dijo él al cabo de umomento—. Y lo siento. No quiero sedescortés contigo —había recuperado s
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ono de voz habitual. Se sentcuidadosamente al lado de ella, bien aborde del camastro y bebió un buerago de cerveza—. A tu salud y ala du novio. Rezaré por los dos —mir
fijamente en dirección a la pared.
—Te lo agradezco —dijo Celia—Qué rico olor hay aquí. El colchón estrelleno con pasto fresco y tomill
¿Percibes el perfume que me he puesto—se inclinó hacia él—. El perfume dclaveles que infunde una lánguid
ranquilidad al corazón… ¡Stephenmírame!Él se dio vuelta lentamente, contr
su voluntad. Los ojos de Celia estaba
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lenos de lágrimas. Unas gotacristalinas brillaban en sus mejillas. Suabios rosados temblaban como los d
un niño. Él había resistido su voz, sperfume, sus atractivos femeninos, peras lágrimas lo tomaron por sorpresa.
—No, querida, no llores —susurróSus brazos se levantaron por sí solos, latrajo hacia él y besó su cara húmeda
Besó suavemente su boca, que se abrisuavemente bajo la suya.
Al poco rato ambos yacían desnudo
sobre el camastro. Ella habló solamentuna vez. —Un amor tan maravilloso no pud
ser malo.
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Él no escuchó. La última barrercayó y dejó abierto el paso a una oscuroleada de triunfo.
Un dulce fuego consumió a amboshasta que finalmente se quedaronmóviles, apoyando ella la cabeza en e
hueco de su hombro. Los trinos dalondra saludaron al amanecer. Sevantó un poco de viento que hizo cruji
as hojas nuevas de las bétulas. Lcampana de la iglesia de Midhursrepicó llamando a los fieles para la mis
de las seis. —Dios mío… —dijo Stephen. Sapartó de ella y lanzó un quejido.
—No, mi amor… no te alejes —dij
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ella lastimosamente—. Ahora que pofin somos una sola persona, como debihaberlo sido desde el primer día en qunos conocimos aquí en St. Annʼs hill…recuerda como nos sentíamos aún eesos lejanos días —no puedo pensar…
—prorrumpió él, sin embargo recordabmuy bien cuando ella se paró junto acuadro de la virgen y él habí
encontrado cierto parecido entre ambasqué disgusto tuvo. Y pensar que ahorhabía traicionado nuevamente a s
madre celestial.Se levantó del camastro de un saltocubrió con el hábito su cuerpo desnudo corrió afuera, hasta el grupo de roble
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que se alzaban detrás de la capilla. Luz de la mañana se reflejaba sobre loroncos oscuros. Un aligera niebla s
alzaba del colchón de hojas caídas eaño anterior. Se quedó allí parado, tiescomo los troncos de los árboles
mirando sin ver los nuevos brotes quasomaban entre las hojas.
Un zorzal saltó entre las ramas de u
arbusto próximo a Stephen; ensayímidamente unos gorjeos y lueg
arremetió con su canto en el que lo
campesinos creían oír siempre la mismpregunta. —¿Lo hizo? ¿Lo hizo? Seguro que l
hizo.
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Stephen alzó su vista hacia dondestaba el pájaro.
—Tienes toda la razón —dijo. Lanzuna carcajada y pegó un fuerte puñetazal tronco de un árbol. El zorzal agitó lcola y se voló. El familiar del diablo s
ríe de mí , pensó Stephen. El diablhabitaba en este bosque donde lodruidas se reunían para realizar su
ceremonias. Le pareció que algo smovía detrás de un viejo roblretorcido. Algo negro y colorado co
pequeños cuernos y una boca con unsonrisa horrible que dejaba entrever sucolmillos. Stephen miró atentamentepero sólo vio un tronco mutilado de u
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viejo olmo, partido en dos por un rayaños atrás. Me estoy volviendo locopensó. Se acercó al pozo de agua questaba lleno gracias a las lluvias de esprimavera. Se mojó la cabeza y el cuelo
Su mente se despejó, su terro
desapareció, lo único que sentía era uembotamiento cargado de trágicopresagios.
Volvió a la cabaña. Celia estabacurrucada y desnuda igual que como ea había dejado; al verlo entrar lo mir
asustada. —Debes irte, mi querida —dijo écariñosamente—. Esperemos que nhayan notado tu ausencia en el castillo
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nventa alguna excusa. Yo me iré homismo.
—¡No! —exclamó ella aterrada pesa de una gran desesperación. ¡Npuedes irte! ¡No puedes dejarme otrvez más! ¡Ya no es posible!
—¿Y qué otra cosa pretendes? —preguntó él—. Con el tiempo serás mufeliz en tu nueva vida con Edwi
Ratcliffe. —¿Y tú? —inquirió ella—. ¿Podrá
ser feliz en tu nueva vida? ¿Podrá
olvidar esta noche?Él meneó la cabeza. —Yo no pretendo ser feliz. Cuand
me sienta capaz de rezar otra vez, l
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haré para pedir misericordia, perdónuestro amor carnal…
—¡Amor carnal! —interpuso ellndignada—. ¿Eso es todo lo qu
representa para ti? ¿Eso es todo lo qusoy yo para ti?
Ella advirtió un destello en smirada y notó también que se mordía loabios como reprimiendo las palabras.
Acarició tiernamente el relucientmechón que cubría en parte su pechzquierdo pero retiró súbitamente l
mano. —¡Vete, Celia! —Me iré —dijo ella. Se sentó y s
puso primero la enagua y después s
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vestido de novia—. Esto no puede ser efin para nosotros. No lo permitiréPodría odiarte, si no fuera que te amo
Stephen Marsdon!Él no la vio salir de la cabaña. S
sentó sobre el camastro, ocultando l
cara entre sus manos, su cabeznclinada permitiendo ver el blanc
reflejo de la tonsura en su pelo oscuro.
Julian se despertó el viernes a lmañana de muy mal humor. Teníacalambradas todas sus articulaciones
sentía un dolor agudo en la parte datrás de los ojos. Tenía varios remedioen el arcón pero no se sentía con fuerzacomo para levantarse y buscarlos
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Cuando el sirviente le trajo el desayunoa había desaparecido el débil sol qu
brillaba esa mañana temprano, y soplaben cambio un fuerte viento del oeste qurajo nuevas lluvias. Corrientes de air
helado se colaban por las rendijas de s
ventana. —Clima sporco —dijo Julia
enojado cuando entró el sirviente.
—¿Cómo dijo, señor? —preguntó ehombre sorprendido—. ¿Le hace faltalgo más?
—Me limitaré a observar que este eun clima inmundo —dijo Juliamasajeándose los dedos hinchados—Este cuarto está tan frío como una tumba
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Enciéndeme un fuego!El hombre meneó la cabeza. —¡Pero si es abril! No tengo orde
de encender las chimeneas de lahabitaciones en abril… no sé…
—Tráeme madera y leñitas, gra
onto —exclamó Julian—. Quiero por lmenos un pequeño fuego.
—¿Solamente un pequeño fuego? —
el hombre no parecía muy convencidoSalió del cuarto refunfuñando.
Sancta María, pensó Julian
cubriéndose los hombros con lafrazadas, soñando con el sol de Italiaansiando con una pasión que ningunotra cosa podía despertar en él ahora, u
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clima cálido. No bien lady Montagdiera a luz y él se juntara con las diemonedas de oro que esperaba recibirrataría de vender las miserable
propiedades que había heredado de smujer y volvería a su país. ¿A
Florencia? No, hacía mucho frío en enorte. ¡Iría al sur, bien al sur! Calabriasicilia ¿Qué importaba si no encontrab
ningún patrón rico?Podría tirarse al sol y morirse d
hambre o si no tal vez podría mendigar.
—Signori, gentile signor!… pepietá…Oyó que golpeaban a la puerta
pensó con alegría que el sirviente habí
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conseguido por lo visto un poco de leña —¡Adelante! —Exclamó y sufrió una gra
desilusión al ver entrar a Celia. —D-discúlpeme, maestro Julian —
dijo la joven intimidada por su cara d
furia—. Pregunté dónde quedaba scuarto… —tragó y se interrumpió.
—¡Chiaro! Por supuesto… ¿Per
por qué? —Yo… este… yo pensé que uste
podría… que usted querría… ayudarme
o tengo a nadie más a quien recurrirComo siempre demostró cariño pomí… —su voz se esfumó.
Julian se incorporó y la miró d
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mala gana. ¡El típico egoísmo de luventud! Y de la belleza. Pero s
belleza había experimentado un cambiapenas perceptible: había perdido eshalo de inocencia.
Los enormes ojos azules estaba
rodeados por ojeras oscuras; su bocparecía magullada; su cuello tenía unmarca colorada que el reconoci
nmediatamente. Había hecho marcasemejantes en muchos cuellos jóvenes esbeltos hacía muchos años.
—El monje, seguro —dijo cofastidio—. Pobre tipo… y no vale lpena que te molestes en confesarme tujuria. Es inútil pues no me interesa e
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absoluto.Ella se puso colorada como u
omate y dio un paso hacia atrás. —¡No es eso, no es lujuria! —
exclamó—. ¡Es amor, maestro Julianamor! ¿Le cuesta tanto entenderlo?
—Ah, sí —dijo encogiéndosigeramente de hombros—, un
sensación sumamente agradable, per
sin duda gozarás también de ella coEdwin. Él tiene que ser más ducho en easunto. No cuentes a nadie más t
aventura de anoche. Las mujeres hablademasiado.Celia lo miró con tal expresión d
horror, que Julian se olvidó de lo
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dolores que afligían a su cuerpo. Urecuerdo viejo y enterrado tiempo atráafloró nuevamente a su memoria. Esconfusa sensación de culpa… estsucedió otra vez… bajo los olivos… as columnas de mármol blanco…
súplicas y negativas. —¡Es amor, es un verdader
ormento… no puedo vivir sin él! —
musitó Celia en un ahogado susurro—Me va a abandonar otra vez, maestrJulian, y eso no podré soportarlo. Y si
embargo, él me ama, él tiene quamarme, le hice tomar el polvo que mdio la bruja del mar —se dejó caer drepente sobre un banquito y ocultó l
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cara entre sus manos. —¿Qué hiciste? —preguntó Julia
—. ¿Qué le diste?Le relató con frases entrecortadas, l
visita a melusine, el pentágono, lapalabras mágicas, el polvo hecho con l
raíz de la mandrágora. La más poderosde todas las hierbas, pensó Julian, loestículos del diablo, como la llama
os árabes. Sin embargo a juzgar por lforma en que se miraron Celia Stephen, no creía que fuera necesari
ninguna clase de hierba. Las pasionehumanas pueden crear suficiente maginegra sin tener que recurrir a pocioneespeciales.
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No era un hombre de muchoescrúpulos y su ética se basaba en loalgo olvidado principios involucradoen el juramento hipocrático, sin embargsintió miedo. Miedo por ella, miedo poél mismo.
—¿Qué te dijo esa bruja cuando tdio el polvo? —le preguntó gravemente
Celia levantó la cabeza pero s
mirada fue más lejos que donde estabJulian.
—Que si mi corazón era puro, que s
o amaba solamente para… para ayudaa mi marido… que en ese caso no serípeligroso —habló con una voz monótoncomo un niño que repite una lección d
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memoria. —¿Y fue así como lo hiciste?Ella meneó la cabeza lentamente. —¿Usaste entonces la mandrágor
solamente para aumentar tu lujuria? ¿Oa usaste para… para… bueno, par
ograr la felicidad para el hermanStephen ¿Fue ese tu motivo?
Él vio que sus ojos azorados s
volvían impenetrables e inexpresivos. —Lo quiero —dijo ella—. Es l
único que importa.
Julian suspiró. —¿Y si es lo único que te importapor qué vienes a molestarme?
Celia se restregó las manos.
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—Llámelo a Stephen. Dígaleexplíquele, que podemos huir acontinente europeo. Podríamos casarnosEn Alemania los sacerdotes puedecasarse. Y también en suiza. Puedseguir siendo un sacerdote. Lo único qu
iene que hacer es renunciar a suabsurdos votos de benedictino.
Al cabo de un rato de silencio
Julian dijo: —estás exigiendo un pocdemasiado, Celia. Y por lo visto ncomprendes al hombre que crees amar
Piensas solamente en tu persona. Y yestoy cansado. Dentro de unos días se tpasará todo este loquero y te casarácomo se debe. Ahora vete, y s
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encuentras algún sirviente en tu caminopídele que me traiga leña.
Su rostro tenso adquirió unexpresión de angustia; sus grandes ojoclaros lo miraron reprobadoramente.
—A usted no le import
absolutamente nada de lo que puedpasarme a mí a Stephen. Y pensándolbien ¿Por qué habría de importarle? Si
embargo yo creía… me pareció. Imaginque usted estaba tratando de ayudarme…en sueños… una especie de sueño en e
que yo estaba muriéndome… corría userio peligro. —Mi querida niña —dijo Julian co
mpaciencia—, está agotada. Ayer por l
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mañana estabas muy alegre. Te ocuando reías junto a lady Montagmientras discutían respecto a ldecoración de la capilla para tcasamiento. Puedo asegurarte que lodesgraciados arrebatos a los que t
entregaste anoche son solamente unocura pasajera. Pronto lo olvidarás.
—¿Eso es lo que cree? —dijo Celi
con un tono tan tajante y desusado quJulian parpadeó. Ella agarró su pollernegra, esbozó una reverencia y salió de
cuarto diciendo: —ordenaré que lraigan más leña.Julian sintió una mezcla de ira
consternación. Un comportamient
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absurdo, infantil. Qué ridiculepretender que él se entrevistara con emonje que con toda corrección habídecidido alejarse. Y la insolencia dpretender mezclarlo en un sórdidasunto que sin duda llegaría a oídos d
os montau y que no sería precisamentbeneficioso para él. Necesitaburgentemente esas monedas de oro.
Qué locura perder tantos años en uugar tan extraño. ¿Qué bicho le habí
picado? Una fuerza que no lograb
comprender. Por su mente paso raudcomo una centella, una cita de Platón«en cada sucesión de vida y muerte tcomportarás y sufrirás como t
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correspondería en el lugar de tusemejantes…» —Julian se habídeleitado antes con la certeza de Platórespecto de la trasmigración, sobrcómo cada alma elegía su vida… algo amismo tiempo melancólico, ridículo
absurdo… cómo la experiencia de unvida anterior constituía generalmente lguía para elegir una nueva existencia.
¿Sería ésa realmente lcontestación? Julian consideró lposibilidad durante un momento. Y
olvidándose luego del dolor en suarticulaciones, sacó de su cofre unvieja libreta en la que había escritdurante los años que estuvo en Papua
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ciertos preceptos que habían llamado latención de su mente juvenil. Recordabuna de francesco guicciardini, uhistoriador florentino que frecuentaba lcorte de alessandro medici. Juliarevisó las páginas hasta encontrar l
cita: «lo que haya sucedido en el pasado suceda en el presente, se repetirdurante el futuro, pero los nombres
apariencias de las cosas estarán tadesfiguradas, que únicamente el quposea una clara visión podr
reconocerlas, saber cómo comportarsde acuerdo a ellas…» Posiblemente… pensó Julian co
cierto disgusto, posiblemente. Al fina
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de la página tropezó con un pasaje eatín perteneciente a san gregori
nacianceno que escribió en el siglercero: «es absolutamente necesari
que el alma se recupere y se purifiqueSi esto no se logra durante la vid
errenal, debe conseguirse durante lavidas subsiguientes»
—Vidas futuras —pensó Julian. Qu
erspectiva fatigosa. Volvenuevamente a la tierra para luchardesilusionarse, sufrir y desesperar .
—¿Cui bono? —dijo en voz altaevantando la cabeza y mirando lopequeños vidrios unidos con plomo otalmente empañados.
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«Y así, desposeídos finalmente doda voluntad propia, de cualquie
ambición, el alma se une a dios». —¿Quién le dijo semejante cosa, cuarentaños atrás en Papua? Julian recordó uncara muy morena bajo un turbante. Ojo
negros como aceitunas. ¿Era un árabeJulian se esforzó por recordar el nombrdel sujeto y lo que le había dicho en un
mezcla de latín y un rudimentaritaliano. Estaba tan absorto en su
pensamientos que no advirtió que entr
al cuarto un sirviente y qudiligentemente se dedicó a encender upequeño fuego. Mientras miraba lalamas totalmente abstraído recordó e
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nombre del sujeto: ¡Nanak! Un ruidoschisporroteo del fuego volvió a Julian amomento actual. No tenía ganas dseguir pensando en el pequeñhombrecito pero no pudo evitar recordauna frase suya: —ten cuidado con lo qu
ambicionas —le había dicho nanak—pues eventualmente lo conseguirás.
Julian insistió con sus pregunta
respecto a otras vidas hasta qufinalmente nanak, con gran tolerancia condescendencia por la impertinenci
del joven se había dignado contestarle: —A veces, y siempre que tengcomo fin el bien del alma, uno recuerdciertas cosas. Puede servir para evita
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un mal a otras personas o corregir viejoerrores. Tienes ciertas aptitudes parello, pues de lo contrario no te habrídirigido la palabra. Pero recuerdsiempre lo siguiente: los que haconseguido llegar tan lejos como tú l
has hecho, deberán sufrir una pena poo pecados de omisión comparable a l
de los actos de violencia.
Julian se sintió desilusionadentonces. Le pareció que esadmonición era puro palabrerío y si
rascendencia alguna. Perturbado poantos recuerdos, se puso de pie y sacerco al fuego para calentarse lamanos. Quiero un clima cálido, much
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sol y no pienso esperar a una dudosvida futura para conseguirlo.
Se quitó la ropa y se vistielegantemente con uno de sus trajenuevos, mientras oía las campanas de lorre que daban las onces. No faltab
anto para la hora de almorzarDesgraciadamente era viernes y lopiadosos Montagu jamás comían carn
os viernes. Pero quizás podrídeleitarse con una exquisita carprellena. Se le hizo agua la boca ante ta
perspectiva.Celia no se presentó durante ealmuerzo y nadie notó su ausenciaJulian supuso que debería esta
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dijo inclinándose ligeramente sobre unrodilla—. He buscado por todapartes… y su yegua también hdesaparecido.
—¿Su yegua tampoco está? —dijAnthony haciendo un esfuerzo po
concentrarse en la joven. Tenímuchísimas cosas que discutir y arreglacon Magdalen antes de viajar a España.
—Mucho me temo que se ha idomilord —dijo Robin ahogando usollozo—. Sus arcones están vacíos y h
dejado a su perrito, como así tambiéuna nota dirigida a usted.Anthony frunció el ceño y tomó e
rozo de pergamino que le tendí
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Robind. Leyó su contenido que decía lsiguiente:
—Milord. No puedo casarme coEdwin Ratcliffe. Le ruego que me olvid me perdone. Celia. Robin deb
hacerse cargo de mi perro.
Anthony releyó la nota y luego se lpasó a su mujer.
—¿Qué demonios quiere decir? —
Magdalen leyó el contenido y se quedboquiabierta—. A chica debe estar loc—dijo—. Su mente está alterada. Qu
molestia. Pero estoy segur que debratarse de una broma. Posiblemente lque quiere es que Edwin salga en sbusca.
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—Tras lo cual le entregó la nota Edwin.
El joven la leyó y un lamentablrubor coloreó su rostro. No podíarticular sonido. El pergamino temblaben su mano.
—La pequeña zorra —dijo Anthonysintiendo gana de reír. Recordó sactuación la noche de la víspera d
reyes y el violento deseo que habíconseguido despertar en el—. Yencontraré a tu prometida, Edwin —dij
ahogando una risita—, si tú no tienes ecoraje para salir de cacería.Magdalen miró inquisitivamente a s
esposo. Últimamente éste había tenid
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varias ausencias inexplicables. La nochanterior, sin ir más lejos, habídesaparecido durante dos horaaduciendo inconvenientes intestinalesPero como ella era una mujer realista nteligente, no había hecho hincapié e
el asunto, sitien no perdía de vista a unoven que trabajaba en el tambo. Pero l
sombra de una nueva sospecha s
nterpuso en su profunda amistad coCelia.
—Ratcliffe puede buscar a s
prometida por sí solo —acotó fríamenteMiró a Anthony con tal vehemencique éste respondió rápidamente: —siduda. Por supuesto, es lo que debe hace
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sin pérdida de tiempo —se sintió heridante la sospecha de su esposa, ya que eo que concernía a Celia era totalmentnfundada.
—Iré a buscarla… —dijo Edwifríamente—. No comprendo… parecí
estar enamorada, pero nunca tuve plenseguridad.
—Vamos, vamos —interpus
Magdalen vivamente—, no te dejeamilanar. Estoy segura que encontrarás a pícara joven. Y debe considerars
muy afortunada por haberte conseguidoApúrate! Con esta lluvia no debe habedo muy lejos.
Edwin saludó con una reverencia
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salió arrastrando los pies.Su terrible humillación no lograb
disimular la certeza de que Celia habídesaparecido de su vida tan súbitamentcomo había irrumpido en ella, sietmeses antes. Semejante a los cohete
que habían iluminado el cielo durante lcoronación de la reina. Una veapagados los brillantes destellos, sólo l
quedaba un pelo chamuscado en lmano. Su entusiasmo se desvaneció caspor completo al recordar la
advertencias de su madre y la triste carde Anne weston al saberse repudiada.Edwin montó su caballo y titubeó u
momento considerando el rumbo qu
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podía haber tomado Celia. Nunca habíconocido sus pensamientos íntimosAflojó las riendas, espoleó al caballo se dirigió hacia el camino de petwortque conducía a su castillo.
Los Montagu se quedaron solos e
su saloncito privado. Anthony sencogió de hombros y ante la miradrequisitoria de su mujer le dijo: —n
engo nada que ver con los caprichos dCelia, mi querida. Lo juro por Dios.
Magdalen suavizó su mirada, s
nclinó hacia él y le besó en la mejilla. —¿Y entonces por qué ha huido…suponiendo que haya huido…?
—Por qué sopla hoy el viento de
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norte y del sur mañana. Hemos hechodo lo que podíamos por ella y má
aún. Y no es la primera vez que estoven me crea problemas —s
sobresaltó al recordar que Stephen shabía marchado esa mañana, después d
para una hora trabajandconcienzudamente con el secretario. Emonje se había mostrado cortés
correcto; le había dicho inclusive, questudiaría la invitación a España y ququería irse un poco más temprano que l
que había pensado, para poder consultacon el abad Fecknham. No, pensAnthony, no podía existir en esmomento ningún entendimiento entr
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Stephen y Celia. ¡Al demonio coCelia! Se puso a pensar en un asuntmucho más interesante: el compromismatrimonial del pequeño Anthony.
Y como Magdalen ignoraba eabsoluto los detalles del pasado, olvid
al punto todas sus preocupaciones.
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Capítulo 17
Celia llegó al pueblo de Ightham eel condado de Kent el primero dagosto. Habían pasado cuatro mese
desde que huyó de Cowdray, cuatrmeses borrosos.
Había vivido prácticamente en e
imbo desde que tomó esa drásticdecisión cuando el maestro Julian snegó a ayudarla.
Al salir de Cowdray se diriginstintivamente a Londres, pero e
dinero se le acabó al llegar a Surrey. Ne quedó más remedio entonces qu
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dormir al sereno, con su yegua por todcompañía. Pero un alguacil la detuvacusándola de vagancia, invasión dpropiedad ajen y robo de forraje. Lamenazó con ponerla en el cepo, peruego la soltó a cambio de la yegua
Celia no objetó. No tenía con qualimentarla, por lo tanto se despidió deanimal dándole un beso en el hocico
caminó hacia Southwark, sin detenersni siquiera para echar un vistazo a labadía. Se dirigió hacia la única tabern
que conocía: kingʼs head en la callfenchurch, donde los había invitadEmma Allen la noche del desfile de lreina Mary.
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Solicitó trabajo y la tomaron. Volvia realizar una vez más las mismas tareade su niñez, servir cerveza, atender a loclientes y soportarlos, sin tener ningunclase de esperanza ni ningún tipo dproyecto. Se despertaba a menudo co
una sensación de pánico que le oprimíel pecho y por las mañanas se sentígeneralmente mareada y con náuseas
Pero todos sus malestares desaparecíaal llegar el mediodía y ejecutaba srabajo indiferentemente. Esa rutina dur
hasta el último sábado de julio, tres díaantes de que llegara a Ightham.Kingʼs head estaba lleno d
borrachos pendencieros. Celia despert
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a lujuria y luego la ira de un regidoque la tomó de la cintura cuando subíde la bodega trayendo una botella dvino. El hombre la besó y cuando ellpercibió su aliento fuerte, su bocardiente y áspera barba, sintió ta
ndignación que le golpeó con la botellen la entrepierna y le rasguñó la cara. Eregidor cayó al Suelo y cuando se pus
de pie, la sangre chorreaba por locuatro salvajes arañazos con que lhabía atravesado la cara; se dirigi
entonces hacia donde estaba epropietario de la taberna protestandenfurecido contra Celia. El regidor erun hombre influyente y el mejor client
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del negocio. Llevaba a sus amigos a lposada y diariamente gastaba allí unacuantas coronas. Amenazó al dueño comudarse a otro lugar con sus amigos éste despidió a Celia sin más trámite
o le sería difícil conseguir otr
muchacha de mejor carácter, y si bieésta cumplía con su trabajo, no era mupopular con los otros sirvientes.
Era demasiado bonita, su modo dhablar era demasiado refinado y mudistante. Y ade´mas había alg
misterioso en ella. Y los misterios erapeligrosos.Celia aceptó su despido en silencio
Había ganado unos cuantos penique
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además de haber tenido techo y comid el ataque del regidor fue la llave que abrió el paso a un deseo avasallador
Hizo un atado con sus pocapertenencias y partió rumbo a Kent.
El pueblo de Ightham estaba lleno d
visitantes. Era el día en que se pagabaos tributos. Granjeros, agricultores
pastores estaban reunidos en la posad
de George y el dragón.Los campesinos comían ese pa
especial que se preparab
exclusivamente para la festividad deprimero de agosto. Un grupo dsaltimbanquis realizaban sus piruetas ea plaza del pueblo. El cálido sol d
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agosto desparramaba un perfumdelicado que provenía de barriles cocerezas y damascos.
Nadie advirtió a Celia, que estabvestida con un traje sencillo que shabía fabricado antes de salir d
Cowdray, reformando uno viejo suyo otro que había sido de Úrsula. Tenícorselete anudado, pollera un poco cort
se había atado un pañuelo en lcabeza. Sus pies desnudos estabacubiertos de tierra, pero no l
suficientemente curtidos. Decidió nusar sus zapatos de cuero y guardarlopara una ignota oportunidad. De scuello colgaba una pequeña bolsita qu
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contenía su anillo de casamiento. Entró a taberna mezclándose con los cliente
más humildes y pidió un poco dcerveza y una rebanada de pan.
—Toma lo que quieras —le dijo lcamarera—, la cerveza cuesta medi
penique pero el pan de hoy es gratisSiempre nos mandan panes desde ecastillo.
—Ah-h —dijo Celia—. ¿Se refierusted a los Allen de Ightham mote?
La camarera asintió.
—Sir Christopher mantiene laviejas costumbres, aunque se rumoreque no se avienen a nuestra nueva reinElizabeth. ¿Qué haces en este lugar
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¿Has venido para trabajar en lcosecha?
Celia se alegró al encontrarse coesa simple demostración de amistad, tadistinta a lo que había visto en LondresLe sonrió afectuosamente a la rubicund
camarera y su sonrisa, con el clásichoyuelo, a pesar de no haber sido mufrecuente durante los últimos tiempos
dejó boquiabierta a la otra joven. —Pero querida —le dijo—, sería
inda como un pimpollo si no estuviera
an flaca. ¿No tienes ningún joveapuesto que se ocupe de ti? tu aspectno es el de una trabajadora.
—No tengo ningún muchacho —
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respondió Celia—, y soy unrabajadora. Trabajaré en la cosecha, s
ello fuera necesario, pero preferiría urabajo estable. ¿No sabes de nadie qu
precise una persona para cubricualquier tipo de trabajo por aquí?
—Pensaré un poco —dijo lcamarera—. Me llamo Nancy. Espera ea cocina mientras llevo las bandejas
Los clientes deben estar furiosos —salial jardín donde se habían dispuestnumerosas mesas para recibir a lo
visitantes.Celia se acurrucó en un banquitunto al fuego. Bebió la cerveza y comi
una rebanada de pan. Eso alivió s
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cansancio y su languidez. Encontró urepasador, lo mojó con el agua calientde la pava, se limpió con él unastimadura del pie y se puso a esperar.
Nancy no se olvidó de ella y volvial cabo de un rato.
—Acabo de enterarme de algo qupuede ser que te interese —le dijo—. Eesa mesa estaban reunidos vario
óvenes que se ocupan de lacaballerizas de Ightham mote. Creo qupodrás encontrar trabajo allí com
ayudanta de cocina. Milady Allen acabde despedir a la que tenía y le dio unbuena paliza además. Descubrió questaba embarazada de varios meses per
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que no sabía quién era el padre de lcriatura. Esa señora es muy severasegún dicen es muy dura cuando estalgo tomada, lo que sucede cofrecuencia.
Celia no mosqueó.
—¿Los dueños del castillo son unfamilia numerosa? —preguntó—. ¿Es urabajo pesado?
—No estoy segura de ello —respondió Nancy—. Pero puedes proba ver qué tal te va.
—Lo que quiero decir —dijo Celicuidadosamente—, es si deberé atendea muchas personas. ¿Chicos, grandes…el mayordomo… el capellán, po
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ejemplo. —El único niño es el pequeñ
Charles, el heredero de la casa; emayordomo es un hombre modesto. WilLarkin no será muy severo contigo y hoído decir que tienen un nuevo capellá
que se ocupa de la educación del joveCharles, pero no lo hemos visto en epueblo todavía.
—Me gustaría conseguir ese trabaj—dijo Celia—. Nancy querida ¿Cómpodría hacer para solicitarlo?
—Pues es bien fácil —dijo Nancsonriendo—. Will Larkin está en lplaza viendo a los saltimbanquis. Acabde verlo y no pasará mucho tiempo ante
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que venga aquí a beber cerveza. Puedepreguntarle cuando llegue.
—No tengo recomendaciones —dijCelia llenando de consternación
ancy. Al ver la sorpresa de lcamarera, se apresuró a explicarle qu
venía de una casa de Sussex pero que nhabía trabajado allí como sirvienta; lcontó que se casó y que enviud
mientras vivía en LincolnshireMencionó superficialmente el episodide la taberna londinense.
—Si lo sabré —dijo Nancmeneando la cabeza—. La primerección que debe aprender una camarer
es no peder la paciencia. ¡No e
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aconsejable golpear a los clientes en lapartes sensibles! —dijo lanzando uncarcajada—. Varias veces tuve ganas ddarles un rodillazo a unos cuantos, perno serviría de nada. Y ahora, mquerida… ¿Cómo te llamas?
—Cissy… —dijo Celia luego de unbreve pausa—. Cissy Boone.
—Pues bien Cissy, me parece qu
hablas como una dama… a menos quese sea el dialecto de Sussex. Supongque sabrás escribir. Pues entonce
escribe tu recomendación. —Trataré —dijo Celia en voz bajEn el salón hay una pluma y tinta —dij
ancy—. Yo debo continuar con m
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rabajo.Celia se dirigió al salón, que en eso
momentos estaba vacío, y comenzó escribir una nota en la mejor forma qupodía.
—Cissy Boone —rezaba l
recomendación— es una sirvienta dconfianza. Trabajó durante un año eLincolnshire bajo mi supervisión. Lad
Hutchinson. Nancy, que ni siquiera sabía e
alfabeto, se quedó encantada cuand
Celia le leyó el resultado de suesfuerzos.El resto fue muy sencillo. Larkin n
era un tipo muy instruido y la nota l
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mpresionó. Como así también Celia a lque vio algo borrosa debido a sucartas. Era además un poco sordo y nadvirtió su modo de hablar, que tanto llamó la atención a Nancy. Lady Allen l
había encargado que consiguiera un
ayudanta de cocina a prueba, un albañi un deshollinador. Larkin consiguió lo
otros dos luego de contratar a Celia
cuando terminaron los festejos del díaos transportó a todos al castillo en un
carreta.
La distancia del pueblo de Ighthaal castillo era de casi tres kilómetros os pesados bueyes se demoraron cas
una hora en llegar. Pero Celia estaba ta
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contenta de no tener que seguicaminando y tan nerviosa por ldecisión que había tomado, que estabfeliz de que el tiempo pasara lentamente
El camino pasaba en medio de losembrados listos para cosechar, entr
hornos para lúpulo y huertas fragantes.pesar de ser un día de fiesta, se veíaunos cuantos hombres trabajando en e
campo, pues el cielo se mostraba algamenazador. El carro bajó una pendient repentinamente tuvieron frente a su
ojos el castillo, ubicado en unhondonada.Celia, que estaba acostumbrada
Cowdray, encontró que Ightham mote er
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una mansión pequeña y pocmpresionante. La típica residenci
fortificada de antaño igual a muchaotras que había visto. El foso que lrodeaba denotaba también santigüedad. Miró otra vez y súbitament
uvo la impresión que no era anticuadsino siniestra, semejante a una fieragazapada en su madriguera. Celi
paseó su mirada por la hilera dventanas que tenía frente a ella, y viuna cara de mujer en una esquina de
piso superior, una cara blancaigeramente luminosa. —¿Y ésa quién es? —preguntó Celi
nvoluntariamente—. Parece una loca.
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El mayordomo se dio vuelta y dijo: —¿Eh…? ¿Qué dices, querida? —¡Eso! —exclamó Celia señaland
—. ¡Esa mujer, está sacudiendo algo poa ventana, algo que parece el pañal d
un niño!
—Oh, ella —dijo el mayordomo—Esa es Isabel. Suele pasearse a vecepor las tardes. Yo no puedo verla. Dice
que llora un bebé que fue muerto en esahabitaciones cuando los de Haut vivíaaquí, hace como doscientos años.
—Jesús… —dijo Celia espantadaMiró otra vez pero la cara habídesaparecido.
—Hay muchos fantasmas e
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nghtham —dijo el mayordomalegremente—. Pero lo único que a mme gusta es el «cuarto frío» —dijseñalando el cuarto ubicado justencima del portón de la torre de entradaCuando entro allí inmediatament
empiezo a tiritar. —¿Qué pasó en ese cuarto? —dij
Celia que se vio obligada a repetir l
pregunta en voz alta. —No tengo la menor idea —dijo e
mayordomo—. Un crimen sin duda
Estos viejos castillos han sido escenaride muchos crímenes. No es agradablvivir en ellos.
Impartió una orden a la yunta d
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bueyes y la carreta avanzó pesadamenthacia un grupo de casas formado por loestablos, la cervecería, la lechería y lherrería, separados de la casa principapor una extensión cubierta de pastoTodos se bajaron del carro al llegar all
Larkin dejó al albañil y al deshollinadoen manos del herrero, pero sabía que éera el encargado de presentar la nuev
ayudanta de cocina a lady Allen. Ermuy exigente respecto a la servidumbrde su casa.
Celia sintió que el corazón le latíapresuradamente cuando cruzó el fospor el puente, entró a la torre y salió apatio.
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La luz era suficiente todavía compara permitirle observar que el patio nera muy grande y que estaba cubierto dadoquines, que le hacían doler los pies pesar que se había puesto zapatomientras estaba en la carreta.
—Si están en el salón —le dijLarkin—, tendrás que esperar. A miladno le gusta que la interrumpan durante l
comida y no se te ocurra jamás poner upie fuera de los cuartos de servicio.
—Sí, señor… —dijo Celi
débilmente. Se quedó parada en eumbral, inclinando la cabeza cubiertpor un pañuelo, sintiendo que cada fibrde su cuerpo vibraba ante la proximida
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de Stephen.Emma estaba de buen humor es
noche. Habían descorchado la cerveznueva y resultó excelente. Su esposseguía siendo el mismo personaje débi bondadoso y el pequeño Charle
acababa de hacerlos reír a todos con uncanción que le había enseñado ehermano Stephen. La sabiduría d
Charles iba en aumento día a día graciaa las lecciones que le impartía ehermano Stephen. Y Emma resplandecí
día a día también, pero sin percatarse dello. Se alegraba de tener quiécelebrara isa y escuchara suconfesiones y su placer se veí
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aumentado al pensar que podíamantener su antigua religión a pesar da nueva reina. Estaba feliz, además
pues habían sido invitados por el nuevord cocham a visitarlo en su castillo e
mes próximo. Se habían sentido bastant
desilusionados por la indiferencia dsus vecinos ante el nuevo título dcaballero que ahora ostentab
Christopher.Escuchó de buen grado el informe d
su mayordomo.
—Bien, bien ¿Has oído, esposoLarkin contrató tres personas de servicien el día de hoy.
Sir Christopher asintió y repitió la
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palabras de su mujer. —Bien, bien. Mañana por la mañan
hablaré con el albañil. La chimenea desaloncito de arriba necesita arreglarse si demuestra ser un buen albañil quizáe encargue la construcción de un nuev
honro para lúpulo en Wilmot hill. —Y además yo quiero construir un
alacena en el salón —dijo Emma—. L
caja de seguridad que tanto necesitamoseso será lo primero que haga. ¿Dóndestá la nueva mucama? —agreg
dirigiéndose a Larkin—. La veré en lcocina.Celia se mantuvo lo más silencios
que pudo durante la entrevista.
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Emma echó un vistazo a larecomendaciones y las juzgó aceptablesAdvirtió que estaban firmadas por unady. Pero el aspecto delgado
cariacontecido de Celia no le permitiasociarla con la joven resplandeciente
vestida de amarillo y colorado quhabía visto durante el desfile de la reinMary. Los «sí milady» y «no milady
con que Celia respondía a sus preguntae hicieron pensar solamente que era un
mucama bien adiestrada.
—Entonces ya está arreglado —dijEmma—, casa y comida y un chelín lodías de pago cuatrimestrales. Irás a misodas las mañanas —mir
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nquisitivamente a Celia y agregó—¿Dijiste que te educaron en la religiócatólica, verdad?
—Sí, milady. —Parece realmente milagros
considerando que vienes de Lincolnshir
—dijo Emma—. ¡Y nada de tonteríacon los hombres! —agregó, pensandcon satisfacción que este ejemplar ta
flaco y deslucido no era un bocadentador—. Dormirás en el altillo coas otras sirvientas y no espero volver
verte hasta el día de mi cumpleaños. —Sí, milady —dijo Celia.Antes de retirarse miró una vez má
a su nueva patrona. Lady Allen seguí
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siendo una mujer atractiva a pesar dsus cuarenta y tres años. Los pómulorojizos resaltaban en su cara maciza, sbien la luz de la cocina no le permitíver la cantidad de venitasobresalientes. Su pelo negro y brillant
estaba parcialmente oculto por ugorrito de terciopelo verde. Los ojonegros y oblicuos resplandecían baj
sus pestañas tupidas y no habían perdidsu belleza. Fui una tonta en tenemiedo de ella, pensó Celia. Creo qu
debe ser algo estúpida, a pesar darecer tan dominante.Celia compartió esa noche la comid
con los demás sirvientes de Ightha
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mote y luego durmió pacíficamente en ealtillo. Había llegado adonde se habípropuesto. Stephen dormía bajo emismo techo y al pensar en ello clamoque sentía por él y que habípermanecido oculto durante tant
iempo, la invadió en cálidas oleadas.Durante los dos días siguiente
cumplió exactamente con las órdene
recibidas y no salió del sector reservada los sirvientes, salvo para asistir misa. Tenía mucho que hacer… llena
baldes con agua del pozo, lavar uncantidad de cacerolas, jarros, vasijasplatos y cubiertos amontonados en lmesada de piedra. Debía hace
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mandados tamicen para el cocinero, uhombre maduro que no hacía sinquejarse de la humedad del lugar, de lcocina y de la calidad de la comida qudebía cocinar.
El personal de la casa era bastant
reducido, pues Emma era bastantacaña. Se las arreglaba con tre
mucamas y un mucamo para servir l
mesa. Se llamaba Dickon coxe y era hijde uno de los principales plantadores dúpulo. Dickon había pensado que s
rabajaba en el castillo podría progresaun poco más, pero como además dservir la mesa tenía que hacer dmucamo y asistente de sir Christopher
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se consideraba malbaratado.Al cabo de dos días de trabajo Celi
advirtió que el castillo estaba muy madirigido. Emma Allen realizabesporádicamente sus tareas como amde casa, pero criticaba severament
cualquier cosa que la incomodara. Si se ocurría comer un pastel de pichone
pretendía verlo aparecer durante l
comida, aunque no le había dicho nadie que debía ir a buscarlos apalomar. Las llaves de la despens
colgaban en su cinturón, pero nunca sacordaba de usarlas.Dormía hasta tarde, despertándos
usto a tiempo para llegar a la misa d
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diez. El personal asistía a misa a laseis de la mañana.
Los oficios se realizaban en lo quodavía se llamaba la capilla nueva,
pesar que había sido construida cuarentaños atrás. La capilla vieja, que habí
sido utilizada por los señores de la casdurante cuatro siglos, había siddesconsagrada y convertida en u
pasadizo y cuarto de depósito.La capilla nueva, a la que Celi
entró con gran agitación, tenía la
paredes cubiertas por madera finamentalladas como así también los bancos destilo gótico. La madera, a pesar dhaber sido lustrada muchas veces co
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cera de abeja, conservaba el color clarque recién el curso de los años sencargaría de oscurecer.
Los cristales de color de origeflamenco representaban figuras dsantos.
Celia se puso el pañuelo duniforma que ocultaba parcialmente scara y se ubicó en el último banco entr
una joven que trabajaba en el tambo y enuevo albañil. Se le cortó la respiraciócuando vio aparecer a Stephen frente a
altar, vestido con una lujosa casullverde y dorada. Le pareció que su amoera tan notorio que él tendría qupercatarse de su presencia, pero nunc
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miró hacia donde ella estaba. Se quedacurrucada en su asiento como muchootros que no se habían confesado y poo tanto no podían recibir la comunión.
Una vez acabada la misa, Stephen sretiró al cuarto destinado al sacerdot
detrás del altar. Celia volvió a ladependencias de servicio donde lesperaban una cantidad de ollas
cacerolas. —Ese es un trabajo para hombres —
dijo Dickon que pasó por la cocina a
dirigirse a la bodega para buscarlcerveza de sir Christopher—. Si tuvierun poco de tiempo te daría una manoCissy. Pareces muy delicada para esa
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areas. —Ya me las arreglaré… —dij
Celia a pesar que la espalda le dolía devantar esas ollas tan pesadas y que su
manos estaban llagadas por la arena quutilizaba para limpiarlas.
—Antes teníamos un pinche —dijDickon—, pero ella descubrió que lsalía más económico tener una sirvienta
Te daré un consejo. Si alguna veprecisas algo, no se lo pidas amayordomo, él tiene miedo de s
sombra y para qué hablar de la dmilady. Prueba con sir Christopher, si eque alguna vez consigues encontrarlo solas. A veces ella le hace caso.
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—Gracias, Dickon —dijo Celidespacio—. Así lo haré —le parecique Dickon, que era un hombre pequeñcon pelo colorado, nariz larga y mentópuntiagudo, se parecía bastante a uzorro y su instinto le decía que no debí
confiar en él. Quizás en ese momenthabi sentido compasión por esa pobre bonita ayudanta de cocina, pero no harí
nada que no redundara en su propibeneficio. Y su impresión se viconfirmada por una repentina mirad
maliciosa. —Existen ciertas tretas para podepasarlo bien en esta casa si eresuficientemente viva.
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—¿Ah, sí? —dijo Celia agarrandotra fuente de metal.
—Cuando te mandan a buscar algo a despensa, no te será difícil esconde
unos terrones de azúcar o alguna nuemoscada en una bolsita debajo de t
pollera. Si me lo das a mí, yo puedvenderlo en Ightham y luego dividiremoa ganancia.
—Comprendo —dijo Celia. —No temas que no te pescarán —
prosiguió diciendo Dickon—. E
cocinero no se dará cuenta y la patronampoco, pues está siempre borrachpor lo general, pero eso sí, cuídate de sfuria si la encuentra atravesada. Po
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poco le rompe la espalda a la últimfregona que tuvimos. Y el mes pasadmató a uno de los cachorros.
—Mató a un cachorro… —susurrCelia mirando a Dickon boquiabierta—¿Y por qué?
—Porque tropezó con él cuando sdirigía a la cama. Le retorció epescuezo. Ah, se convierte en u
demonio cuando le dan esos ataques.Celia se estremeció. Pensó co
nostalgia en su perrito, pero nada podí
desviarla ahora de su rumbo. —¿Qué tal es el capellán nuevo? —preguntó volcando el agua sucia en edesagüe.
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Dickon se encogió de hombros. —Ella se muere por él. Se sient
unto a él durante las comidas, le toca ebrazo mientras conversan y no hace sindecir «¿Le parece bien esto, hermanStephen? ¿O le parece mejor aquello?
—dijo Dickon imitando una vofemenina—. «Por favor, no se sirva tapoco, exagera demasiado con su
ayunos» y para decir la verdad, creo quiene razón. Nunca había visto u
monje… y éste usa un cilicio debajo d
su hábito. Lo vi una vez que ella mencargó que llevara un mensaje a scuarto. Cómo debe picar toda lcamiseta cubierta con crin de caball
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recortada. —Oh —dijo Celia. No albergaba l
menor duda sobre cuál era le motivo poel que usaba ese castigo y al pensar eello se indignó. ¿Por qué se empeñaben repudiar el momento más feliz de s
vida y de la de ella? ¿Por qué tendríque castigarse por ello como la habícastigado abandonándola? ¿Serí
posible que un Dios que era puro amor su bondadosa madre exigieran semejantcosa a un ser humano? La Biblia decí
que un padre no debía darle una piedrsu hijo cuando éste le pidiera un pedazde pan. Y no pienso aceptar ahora un
iedra, pensó Celia. Pelearé por l
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vida nueva que llevo en mis entrañacomo no lo hice por la mía. Apretó loabios y secó la última fuente.
Una campanilla sonó en un tablerubicado en el corredor que conducía a lcocina. Celia levantó la cabeza.
—¿Será para ti, Dickon? —No —respondió él—. Es para l
niñera del niño Charles. Sería muy tont
si recomenzó sus jugueteos con ecocinero. Ella se enterará tarde emprano.
Celia rió débilmente. —Me parece que tienes miedo dady Allen.
Dickon irguió la cabeza.
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—Es mejor obedecerle. Vivlorando miserias pero tiene un
cantidad de monedas de oro guardadaen un cofre, y yo aspiro a conseguialgunas.
—¿Cómo podrás lograrlo? —
nquirió Celia. —Manteniendo mi boca cerrad
respecto a las prácticas religiosas de l
casa. Al alguacil del condado lnteresaría saber que aquí se reza l
misa en latín, que hay crucifijos, velas
como si eso fuera poco, un monje negrcomo capellán. —Ah…comprendo… —dijo Celi
frunciendo el ceño—. No se le habí
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ocurrido pensar que con el reinado dElizabeth, Stephen volvía a correpeligro, que podría repetirsnuevamente lo sucedido en Cowdradurante la visita del rey eduardo.
—¿Y no te sería más fácil robar una
cuantas del cofre? —le preguntó con uono tan casual que engañó por complet
a Dickon. Pensó que la nueva mucam
era bastante viva y acababa de darscuenta que era muy atrayente además. Ése sentía orgulloso por su viveza y nad
e resultaba más agradable que podedarse aires ante una interlocutora tabonita.
—Veo que eres una muchacha de la
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que a mí me gustan —dio con una brevrisita—. El cofre es demasiado fuertpara mí, y ella tiene la llave colgando dsu cuello. Y además piensa construir eel salón un armario para guardar allí sumonedas. Puedes estar segura que tendr
oda clase de trancas. No, debe habeuna forma menos complicada dconseguir el oro.
Salió silbando y trotando hacia lbodega.
Esa tarde, justo antes del crepúscul
después que terminó de comer con lootros sirvientes, Celia quebró las reglade la casa y se apartó de ladependencias de servicio.
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Fue en primer lugar al jardín dflores y revisó las distintas plantas hastque descubrió un grupo de clavelesSacó dos flores de color rosa.
Subió luego por una escalerubicada en la parte posterior de l
mansión y llegó a un cuarto llamado e«solar», que había sido usado durante esiglo catorce como cuarto de estar. Tení
una pequeña ventana que daba a lcapilla desde la cual los inválidopodían ver el altar. El «solar» tení
además otra pequeña ventana que dabal salón del piso bajo. Celia se cercó a reja para mirar.
Emma y Christopher Allen estaba
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sentados uno al lado del otro, en dosillones ubicados en la cabecera de lmesa; el pequeño Charles estaba sentadal lado de su padre; Stephen ocupaba ubanquito al lado de Emma y Larkin, emayordomo, estaba totalmente separado
hacia el otro extremo de la mesa.Y si bien Stephen no había advertid
a Celia en la capilla cuando todos su
pensamientos estaban concentrados en lcelebración de la misa, la miradpenetrante de la joven pareci
perturbarlo en esa ocasión. Ella lo oydecir a Emma: —Tengo la extraña sensación de qu
alguien está mirándonos.
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—Qué tontería —exclamó Emmanzando una carcajada—. Jamá
hubiera pensado que usted podría sepropenso a tales ideas, hermano Stephe—le dio un ligero golpe en las costilla le dirigió una mirada que sólo podrí
describirse como lánguida Stephen sapartó y cambió el tema.
—Veo que el albañil ha realizad
grandes adelantos en la construcción denicho para guardar su cofre —dijseñalando un lugar justo debajo de l
ventanita por la que Celia estabmirándolos. —Así es —dijo Emma—, pero l
vieja pared tiene casi un metro d
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espesor y él trabaja con una lentituespantosa. A demás es tan estúpidcomo una oveja. Larkin, tendrás quconseguir algo mejor que este jornaler—dio Emma dirigiéndose súbitamente su mayordomo, que cuando se le pasó e
atoro consiguió decirle: —Por supuesto, señora, el lune
buscaré un maestro albañil.
El pequeño Charles cuyo pelo eran renegrido como el de su madre, dej
entrever entonces un violento deseo po
más dulces, pues se le habían terminados que su padre le había traído dLondres. No era posible satisfacer spedido, por lo que casi rompió lo
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ímpanos de los allí presentes con sualaridos.
—Le hace falta una buena palizaseñor —dijo Stephen—. Si no se laplica un castigo le hará daño al niño.
Pero los Allen menearon la cabeza
Aunque sus opiniones diferían emuchos otros asuntos, estaban totalmentde acuerdo en malcriar a su heredero.
Celia se apartó de la ventana y pasa otro cuarto que tenía un miradorLuego de una cuidadosa inspección, s
profundo estudio de la topografía decastillo se vio recompensado. Abriotras puertas y entró en un cuarto quenía que se indefectiblemente e
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dormitorio de Stephen. Había un catrde madera con sábanas de lienzo colocrudo. Sobre la cómoda estaba su misaY de la pared colgaba el cuadro de lvirgen, tan bonita y tan pacíficaluminado por una vela.
Celia se detuvo frente a la imagen. —¿Qué sabes tú de amor? —dijo e
voz alta. La cara inexpresiva
desprovista de toda pasión la mirabcon una sonrisa protectora—. Yo lconseguiré… —dijo Celia—. ¡Y
entonces me reiré de ti! —oyó un pocalarmada su voz enfurecida. Había dichuna gran blasfemia, y el diablo estabsiempre al acecho de las blasfemias
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Tenía en su mano dos claveles cuyperfume inundaba el pequeño cuarto desacerdote.
Celia se arrancó un mechón de pel lo enroscó alrededor de las flores
haciendo un moño con las puntas
Depositó luego el ramito sobre lalmohada de Stephen. Saliapresuradamente del cuarto y volvió
as dependencias de servicio¿Adivinaría quién había estado allí? Nestaba segura, pero se sentía tranquila
de muy buen ánimo. Ya había dado loprimeros pasos. No se preocupó en lo más mínim
cuando Emma Allen entró un poco má
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arde a la cocina, hecha una furia golpeó al cocinero con un cucharón dhierro, porque se le habían quemado lopastelitos. Y su furia empeoró cuanddescubrió que la niñera de Charlehabía estado sentada en la faldas de
cocinero. —¡Traficante de blancas! —exclam
Emma—. ¡Fornicador! Y tú, pequeñ
sinvergüenza… vete de aquí. Mañanpor la mañana te haré poner en el cepo.
Celia pudo observar desde s
rincón, que Emma estaba lívida de irasu cara era grotesca; se inclinaba haciadelante y se tambaleaba mientraprofería toda clase de insultos
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Evidentemente estaba borracha y sugesticulaciones no impresionaron más Celia de lo que lo habría hecho lrepresentación de un actor.
Stephen se sintió algo perturbadcuando encontró esa noche el ramito d
claveles atado con un mechón de pelrubio. No se le ocurría quién podríhaberlos colocado allí, aunque de l
primera persona que sospechó fue dEmma Allen.
Tuvo que reconocer, muy a pesa
suyo, que la mujer estaba enamorada dél. Lo tocaba a menudo. Cuando sarrodillaba en el confesionario, sreclinaba contra su rodilla y los pecado
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que confesaba eran tan intrascendenteque él tenía que hacer un esfuerzo parno sonreír. Parecía ignorar totalmentsus pecados graves, y sus discretasugestiones tenían como único resultadunas sonrisase inclinaciones de cabeza
una mirada de soslayo de sus ojonegros en la que se reflejaba todo sdeseo. Se lamentó de no habe
acompañado a España a sir Anthony, siembargo en esa oportunidad lo únicque le pareció una penitencia adecuad
al terrible pecado de St. Annʼs hill, ercumplir una tarea desagradable y unotal obediencia. Stephen agarró lo
claveles atados con el pelo rubio y lo
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miró otra vez atentamente. No habínadie en Ightham mote que tuviera escolor de pelo, amarillo como el oro. Nes posible… pensó. Ella se casó co
dwin Ratcliffe y ya debe habersolvidado de mí como corresponde
Levantó su mirada al cuadro de la virge con gran fervor rezó:
—Salve regina, mater misericordiae
vita, dulcido et spes nostra.La imagen conservaba su expresió
ranquila yd istante. Stephen se quitó e
cilicio antes de acostarse. La piel de svientre y su espalda tenía un color rojviolento y estaba salpicada popequeñas pústulas. El abad, su confesor
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e dio que usara el cilicio nada más qures meses. Ya habían pasado cuatro
durante los cuales se había azotaddiariamente con el cordel que usabcomo cinturón. Pero mucho peor quesos castigos había sido la desilusió
del abad feckenham. —Nunca esperé esto de ti, hijo mío
nunca pensé que cometerías los bajo
pecados de la carne, siempre tconsideré tan casto, tan correcto, qupensé que serías inmune a la
entaciones del demonio. —Ah, padre… no soy tan fuertcomo pensaba —eso fue lo que lcontestó y se esforzó por olvidar es
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noche, pero su recuerdo se hizo presenten sueños que lo llenaban de vergüenza
Sus manos temblaban al sujetar loclaveles. Quería arrojarlos al fosdesde su ventana, pero no podía hacerloEl perfume lo perturbaba y finamente lo
guardó dentro de su cofre. Se sentírodeado de sensaciones misteriosas quo impulsaban hacia un precipicio qu
sabía que no existía.Se sentó en el catre y se puso
pensar intensamente en recuerdo
agradables.En la semana que pasó en Medfielunto a Tom y su familia. Lo recibiero
con todo cariño y Stephen sintió un
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gran alegría al ver el grado dprosperidad alcanzado por su hermanoTom se había convertido eprácticamente el señor de Medfield
an le seguía el tren, vistiéndose con uraje de terciopelo los domingos
uciendo una vajilla de plata en su mesaLo único que Nan tenía en común con shermano era el colorido; era una muje
dulce y tranquila. Había tenido otros dohijos además del pequeño Tom, que erun niño de cinco años, vivo, sensible
un poco tímido con su tío vestido con uhábito negro. Tom Marsdon, su padreque era un poderoso terrateniente ssentía orgulloso de su linaje y una tard
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e mostró a Stephen un libro muy grandeencuadernado en pergamino, en el ququería que su ilustrado hermanescribiera los nombres, fecha dnacimiento y muerte de todos loMarsdon que ambos podían recordar.
—Sabes, Stephen —dijo Tom riendevemente—, nosotros, los Marsdonenemos un emblema, por lo menos en e
viejo copón de plata que perteneció nuestro abuelo, he descubierto ugrabado que representa una serpient
con alas y una inscripción.Stephen se interesaba en cualquiecosa que le impidiera pensar en lpecaminosa pero deliciosa noche de S
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Annʼs hill. Examinó cuidadosamente ecopón, a pesar de haberlo visto muchaveces en su niñez, cuando se los usabpara Navidad u otras ocasionesemejantes.
—Por supuesto, Tom —dijo—, es
animal es un basilisco y las palabragrabadas debajo —agregó mirando letras gastadas—, creo que están e
francés… «en garde», lo que equivale decir «Atención». En efecto, Tom, no mparece un mal lema, debemos esta
atentos para no caer en las tentaciones en el orgullo —agregó de repente, couna gran sonrisa.
—Pues yo estoy orgulloso —dij
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Tom sonriendo a su vez—, Orgulloso da familia Marsdon que ha vivido e
Medfield durante cientos de años sique jamás se haya podido decir nada econtra de ellos. Orgullos de que mpequeño Tom será más adelante e
dueño de una propiedad mucho mágrande, con muchas más cabeza dganado y una casa mucho mejor que l
que me dejó mi padre. ¿Pero, te animaa escribir esta crónica?
Stephen accedió. Luego d
nspeccionar las tumbas del cementeriunto a la iglesia de Medfield, nconsiguieron remontarse más lejos qusu abuelo, que había nacido en mi
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cuatrocientos treinta.Stephen anotó la fechas y prosigui
con La Crónica hasta el nacimiento depequeño Tom y sus hermanas.
Nan lo observaba mientras escribí contemplaba en silencio y con gra
admiración su elegante caligrafía. Ssonrojó de placer al ver escrito snombre:
—Thomas Marsdon se casó coAnne Saxby el doce de noviembre deaño del señor, mil quinientos cincuenta.
—Y ese, Nan, será el últimcasamiento que se inscriba en el libr—dijo él sonriendo—, hasta que crezcaus hijos.
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Nan lo miró con ojos tristes. —Oh, cuanto me gustaría que n
fueras un monje, Stephen —dijo llena dpesar—. Sé que no está bien decirlopero estoy segura que serías un maridexcelente y un buen padre, ahora qu
odos parecen abandonar nuevamente lvieja religión.
—Lo que no es razón suficiente par
que lo hagamos tú y yo —dijo Stephegravemente.
Nan suspiró.
—Ya sé que tienes razón. Pero haanta confusión en estos momentosCuando yo era niña se rezaba una solclase de mis, luego apareció el re
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Edward y entonces se prohibieron lamisas. Cuando la reina Mary subió arono, volvimos al sistema de antes, qu
me gustaba mucho porque sabía lo quhacía. Pero ahora con la reina Elizabetno se sabe en qué creer. Han desnudad
nuevamente la iglesia de Medfield. Estvacía como la cáscara de un huevo, nhay velas ni siquiera cánticos.
—Ya lo sé, Nan —dijo Stephesuspirando a la par de ella—. Pero Dioriunfará. La verdadera fe vencerá.
—Así lo espero —dijo ella algitubeante—, pero preferiría que nfueras como capellán a casa de Emma…
—¿Y por qué? —preguntó Stephen.
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Nan frunció el ceño ya garrpensativamente una hebra suelta deapiz turco que cubría la mesa.
—Emma es mi propia hermana… o no debería…pero siempre fue u
poco rara, un poco… extraña. Yo l
enía miedo… cuando la mandaron dvuelta del convento de Easebourndespués de la disolución, yo er
entonces una niña… hacía trampas parcazar pajaritos, zorzales, calandrias… después de atraparlos les retorcía e
pescuezo y lso conservaba muertos en scuarto durante muchos días, simportarle el olor… sin embargo. Per
esto es una tontería, se casó felizment
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con el viejo Kit… sir Christopher… sé quejes muy devota y que no se hapartado de la verdadera fe.
Stephen no había vuelto a pensar eesa confidencia de nan, pero desde qulegó al castillo de Ightham habí
advertido varios incidentedesagradables. La muerte del cachorrit la paliza a la fregona. Había esperad
advertir cierto arrepentimiento, algunmención de esos sucesos en suconfesiones. Pero no fue así y su
preguntas sólo tenían como resultadunas confusas lagunas. Stephen habísacado en conclusión que Emma nrecordaba absolutamente nada de lo qu
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había hecho durante sus borracherasEsa situación era nueva para él. Habíoído numerosas confesiones dborrachos y bebedores, pero en unsociedad en la que todo el mundo bebíicores fermentados, inclusive su
hermanos benedictinos, una borracherde vez en cuando no era considerada upecado mortal.
Stephen decidió redoblar suesfuerzos para regular la conductespiritual de los habitantes de la cas
que ahora tenía a su cargo, y después drezar sus habituales oraciones, se metifinalmente en cama. Sus pensamientoeran agradables, ya que había cumplid
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con su penitencia y confiaba en alcanzael perdón divino. Su mente disciplinadse negó a seguir pensando en loclaveles atados con el mechón de pelrubio, sin embargo le resultabagradable la idea de que estuviera
guardados en su cofre.Celia se despertó presa de gra
agitación a la mañana siguiente, s
evantó de un salto de la cama qucompartía con las otras mucamas corrió hacia la pequeña ventana de
altillo. —¿Qué sucede? —preguntó lniñera bostezando.
—Nada —dijo Celia—. Esto
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viendo salir un sol maravilloso poencima de la niebla.
—¿Y de qué te servirá el solmuchachita, encerrada todo el día en lcocina?
—Voy a caminar un poco —dij
Celia—. Después de misa. No quierque llueva. ¿Alice, crees que la señore pondrá en el cepo?
La muchacha refunfuñó. —No temas. El pequeño Charles m
quiere mucho. Y además, ella n
recordará lo que sucedió anoche. —Es lo que pensaba —dijo Celisonriendo.
Llevó un balde lleno de agua d
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luvia hasta su cuarto y Alice la mirabcon gran interés mientras Celia savaba el pelo.
—Qué lindo te ha quedado —dij—. Amarillo como un narciso y taargo. Nunca lo imaginé, como siempr
o llevas cubierto por un pañuelo.Celia se lavó el resto de su cuerpo
uego se pasó perfume de claveles po
su piel. Se puso una enagua limpia y scambió de pollera. Se ató el corseletnegro, esperando que la mirad
perspicaz de su compañera no advirtierque la cinta estaba más floja que dcostumbre en la cintura.
Alice dejó escapar súbitamente un
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risita. —¿Quién es él, Cissy querida? —l
preguntó—. Espero que valga la penodo el trabajo que te estás tomando.
—Oh, pero… por supuesto que sí —dijo Celia riendo alegremente—. Es u
muchacho fuerte, alegre como un grillorabaja con el arado en Ivy Hatch
planeamos casarnos el próxim
nvierno. —Qué me cuentas, mosquita muert
—dijo Alice riendo—. Yo pensé qu
eras una extraña en estos parajes¿Dónde lo conociste? Deben habepasado ya unos cuantos meses, pues mparece que estás embarazada.
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Celia se sonrojó. —¡No! —exclamó con un
convincente indignación—. Siempre henido un vientre prominente, desd
chiquita, y mi madre se quejabamargamente por ello.
Alice no pareció muy convencidapero se limitó a agregar:
—Ten cuidado, Cissy. Sabes lo qu
ella le hizo a la última ayudanta dcocina.
—Ya lo sé —dijo Celia—. Po
favor, dile al cocinero que no me sientbien, pero que bajaré a tiempo paravar los platos del desayuno.
Alice asintió de buena gana y ocult
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nuevamente su cabeza en la almohada.Celia había averiguado durante eso
últimos días, las costumbres diarias dStephen. Después de rezar la primermisa para los sirvientes, realizaba unpequeña caminata hacia la colina que s
evantaba detrás del foso, y dondcrecían unos magníficos abedules. Celino fue a misa esa mañana y se encamin
hacia donde lo había visto dirigirsdesde la ventana de la cocina. No tenía menor idea de hasta dónde se alejaba
de modo que decidió esperarlo en eprimer claro cubierto de musgorecostada contra uno de los suaveroncos grises, escuchando el crujido d
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as hojas y el martilleo de un pájarcarpintero, observando las pequeñamariposas azules y una curiosa mariposcolorada.
Sintió que se le humedecían lapalmas de las manos cuando vio la alt
silueta de Stephen trepando por la colincubierta de pasto.
Corrió a esconderse detrás de u
abedul un poco más alejado para podeobservarlo. Su cara parecía la de umuchacho, joven, llena de vida
pensativa.Lo vio inclinarse súbitamente parrecoger una malva colorada y acariciaos pétalos con su dedo.
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Celia respiró profundamente y salide atrás del árbol.
—¿Quieres darme la malva, Stephe—le preguntó suavemente—, a cambide los claveles?
Él levantó la cabeza de golpe. S
quedó inmóvil como si se hubierconvertido en una estatua de mármonegro, sin poder apartar su mirada de l
cara de Celia enmarcada por uncascada de pelo dorado.
—¿Quieres darme la flor, m
querido? —le dijo ella acercándose quitándosela de la mano—. Y ahora quhemos intercambiado prendas de amordeberíamos hacer otro intercambio.
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Ella acercó su cara a la de StephenÉl la atrajo hacia sí lanzando un sonidnarticulado… y se besaron.
Él no estaba preparado para esoestaba totalmente indefenso. Se dejconsumir por el fuego que ella habí
encendido y nada en el mundo habrípodido impedir su imperiosa necesidade unirse.
El cuerno de un pastor los llamó a lrealidad mientras yacían uno junto aotro sobre el musgo verde, bajo l
sombra de los susurrantes abedules.Stephen se estremeció. —¿Cómo es posible que estés ahor
aquí? —le preguntó con una vo
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aún… —se levantó la pollera y lcolocó la mano sobre su vientre—. Yaquí adentro tengo a tu hijo.
Él dejó escapar un gemido y retiró lmano.
—Dios me perdone —susurró—
Que Dios nos perdone a los dos.Sus ojos, que hasta ese moment
estaban llenos de amor, se volviero
duros otra vez. Se puso de pie. —Virgen santísima… —dijo—
¿Qué podremos hacer?
Ella le dijo tranquilamente. —Podrías llevarme a mí y al bebé acontinente. A Alemania, quizásPodríamos… —se interrumpió asustad
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al ver su expresión—. Los sacerdotepueden casarse en Alemania, StephenMartin Luther era un monje… usacerdote.
—¡Martin Luther! ¡Serías capaz dobligarme a cometer una herejí
semejante! —No te lo estoy pidiendo… —dij
ella con una débil voz—. Pero si m
amas… —Te amo… —dijo él en voz baj
—, por sobre todos los seres vivientes
pero eso no interesa…Ella permaneció sentada sobre epasto, sin moverse en absolutomirándolo con ojos tristes.
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—Tengo que pensar… tengo qurezar… —dijo Stephen—. Le rezaré urosario a nuestra señora. Y Celia, tepaciencia… Dios nos concederá unrespuesta.
—¿Crees que lo hará? —dijo Celi
—. ¿O tal vez tu santísima virgen? Dudque existan. Y si realmente existen ncreo que se preocupen por nosotros. T
yo somos los que debemos decidir estasunto, olvídate de ellos.
Stephen abrió la boca y luego l
cerró. La miró con una pena mezcladcon horror y una nueva sensación dculpa.
—De modo que debo agregar a mi
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pecados la pérdida de tu fe. Oh, mpobre niña por lo menos haz esto por míCelia, ve a la capilla y rézale a nuestrseñora. Reza todos los días, como yambién lo haré. ¿Recuerdas que yo fu
quien te enseñó a rezar el avemaría
¿Tienes todavía tu rosario? Úsalentonces.
Celia inclinó la cabeza. Súbitament
o miró. —Tengo miedo, mucho miedo, va
suceder algo horrible. Lo siento. ¿N
podríamos irnos ahora? ¿Hoy mismo? —No —dijo él—. Debemos esperarLe escribiré al abad pidiéndole consejoY posiblemente no estés embarazada. S
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que las mujere se equivocan muchaveces. La reina Mary se equivocó doveces.
—¡Ay de mí! —meneó la cabeza y squedó un rato en silencio—. Stephen…he oído hablar de una partera que viv
en Ightham. A veces ella puede…puede… eliminar a los bebés. Losaca… los saca del vientre. ¿Quiere
que vaya a verla?Stephen se quedó mirándola. Su
palabras serenas y secas no le decía
nada. No podía comprender que dentrde ese cuerpo tan bonito hubiera unvida de la que él era responsable. Ldea le resultaba tan repugnante que l
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parecía absurda. —No sé qué es lo que quiere
decir… —dijo—. No se puede asesinaa un bebé, su vida pertenece dios… perestoy seguro que no existe bebé alguno.
—¿Quieres que pruebe? —repiti
ella imperturbable—. No es aconsejablraer al mundo el bastardo de u
sacerdote.
Lo miró fijamente con sus ojoazules. La boca amplia y rosada se habíconvertido en una línea delgada.
—No… no puedo creerlo, no snada de esas cosas… a menos que seun castigo por… por nuestro lamentablamor.
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—Lamentable amor —repitió ell—. Pobre Stephen ¿Te resulta taamentable, tan odioso? ¿Te parece ta
desagradable esto…?Alzó los brazos y rodeó su cuell
con ellos, besándolo en la boca. Un
oleada de pasión lo envolvió de arribabajo, como el estallido de un trueno, efogonazo de un relámpago, sin darl
iempo para pensar ni razonar. El desecontenido durante tanto tiempo quebrodas sus defensas y el mundo se detuv
en un momento de éxtasis. Nuevamente yacían inmóviles sobra hierba, contemplando las hoja
ovaladas de los abedules —mi amor…
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susurró él dándose vuelta hacia ella. —Ah… —dijo Celia al cabo de u
momento. ¿Y este amor no te parece mápróximo a tu persona que el otro… quel de ella, en tu cuadro? ¿No puedo seo la primera?
Él se apartó, resentido por lpregunta. ¿Qué derecho tenía parhacerle esa pregunta? ¿Por qué tenía qu
hablar? —No puedo contestarte —dij
finalmente—. Déjame ir, Celia debe se
arde. Debo llegar para la próxima misaaunque no soy digno de celebrarla. QuDios me perdone… el sol está altolegaré tarde… tengo que pensar
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rezar… mi deber… mi orden me envió servir a los Allen…
Celia lo miró enojadla verlevantarse y arreglarse la ropa. L
observó mientras se ajustaba el cordóalrededor de la cintura, el rosario estab
enredado y lo colocó otra vez en sugar.
—No puedo pensar —repitió él—
Dios mío… llegaré tarde para decimisa, por qué habrás venido aquí estmañana. Yo creí que ya todo habí
acabado. Pensaba que estabas casada feliz.Salió de la arboleda y corri
barranca abajo.
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Celia sintió un nudo en la gargantaRecogió la malva colorada que a lfecha estaba marchita. Su furia sconvirtió en pena. Por primera veempezó a comprender a su amante y darse cuenta del terrible dilema en qu
se encontraba. Iré a ver a la partera, pensó, ver
qué se puede hacer. Me iré de aquí . Y
uego en un destello de lucidecomprendió que si lo obligaba irse Alemania y quebrar sus votos par
casarse con ella, lo único quconseguiría sería que la odiara de veramás adelante. El maestro Julian me dijque yo no comprendía a Stephen, d
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modo que huiré, pero dentro de uiempo. Puedo quedarme cerca de é
unos cuantos días más. Después me iré¿Pero cuándo…? Una voz interrumpisu angustia, una voz firme y clara comsi alguien hubiera hablado en voz alt
entre la arboleda. La voz dijo: —El ocho de agosto.Ella miró a su alrededor asustada
Pero no vio a nadie entre los abedulesLa voz provenía de su cabeza, nparecía real como las otras voces qu
había creído oír y decía simplemente: —El ocho de agosto. No, tan pronto no, pensó, sól
altan tres días. Y además no teng
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dinero. Stephen tampoco tiene, lobenedictinos no pueden tener dineroTocó con su mano la pequeña bolsitque colgaba de su cuello. Podría vendeel anillo de casamiento en Londres quizá en Ightham; podría encontrar a
o mejor un trabajo en otro lugar… per el bebé… la partera exigiría algo eago.
Stephen le dio que debía rezar… avMaría, gratia plena… lo único quobtuvo como respuesta fue la cara d
Úrsula, pero no como estaba durante loúltimos días de su enfermedad, sino uncara firme, severa y distante.
Celia se alejó de los abedules
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caminó lentamente hacia la casaatravesó el foso y entró por la puerta dservicio.
Antes de llegar a la cocina sencontró con Dickon que estaba allharaganeando.
—¿Estuviste paseando? —lpreguntó guiñándole el ojo—. Parececansada. Por lo visto tu candidato e
muy exigente —evidentemente Alichabía estado haciendo cuentas.
—Así es —dijo Celia con una risit
forzada. La mesada estaba cubierta ypor pila de cacerolas y platos sucios. —No necesita ir tan lejos —dij
Dickon sonriendo irónicamente—. So
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an eficiente como tu amiguito y nendría ningún inconveniente e
complacerte. —Te lo agradezco —dijo Celi
arremangándose—, pero no me interesaLe he prometido fidelidad.
—Bah…, tonterías —dijo Dickoomándola por la cintura y metiendo s
otra mano por el escote.
Celia sintió una indignación tagrande que le impidió reaccionar en lforma que lo había hecho en a taberna d
kingʼs head. Todo lo que pudo hacer fuexpresar su furia incontenible copalabras llenas de veneno.
—No te atrevas a tocarme
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asqueroso enano ladrón, me das ascome haces sentir ganas de vomitar.
Dickon frunció los ojos y dio upaso atrás.
—Gracias por esas palabrasmilady. No las olvidaré. Puedes esta
segura que no las olvidaré —y se dirigial salón llevando una bandeja llena dpicheles. La familia estaba desayunand
después de haber asistido a misa.Celia se percató vagamente que s
había ganado un enemigo. Mientra
refregaba y enjuagaba los platos smente no cesaba de dar vueltas y vueltacomo un viejo caballo de noria. Girab giraba y no había forma de hacerl
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detener. Vete ahora, vete ahora… npuedo irme ahora, no puedo irme ahoraengo que verlo. Reza como te dijo é
que lo hiciera. No puedo rezar. Hastque finalmente una niebla espesoscureció su ente y dejo de pensar.
El domingo seis de agosto era un díde fiesta para Ightham mote. Ecalendario católico indicaba ese día l
festividad de la transfiguración dnuestro señor en el monte tabor. Yademás Emma Allen celebraba e
cuadragésimo cuarto aniversario de snatalicio, por lo tanto todos lontegrantes de la comunidad del castill
estaban invitados a una pequeña fiesta.
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Cuando Emma se acercó aconfesionario el sábado por la tardeStephen se dio cuenta que ellconsideraba esa coincidencia como usigno especial con que el señor se habídignado favorecerla y si él hubier
enido una conciencia tranquila, habríencontrado muy graciosa semejantpresunción.
Pero después de oír su confesiónque fue hecha con gran apuro y quconsistió en puras trivialidades (que n
había sido suficientemente severa con epequeño Charles cuando éste se portmal, que se había olvidado de rezar eúltimo padrenuestro de la penitenci
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anterior, que posiblemente había pecadde gula al comer otra tarteleta dcerezas durante la comida…) Emmrecibió su rápida absolución y sevantó apresuradamente y se sentó en e
otro banquito.
—Tenemos que conversar umomento, hermano —dijo sonriéndolen una forma que lo hizo olvidar su
preocupaciones.El confesionario era pequeño, estab
ubicado detrás de la capilla y como cas
odos los de las casas particulares, nenía tabique de separación entre econfesor y el penitente. Stephen advirtique Emma estaba tan cerca de él, qu
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sus rodillas se apoyaban contra lasuyas. Su labio superior estabigeramente húmedo, sus mejilla
coloradas y olía a vino. Él había bebidambién un poco de vino qu
acostumbraban a servir durante l
comida, pero este olor era diferente y drepente lo identificó como el aliento dun monje que estaba en Marmoutier qu
bebía un ardiente licor de color blancproveniente de cognac, y que terminescapando del convento totalmente loco
Stephen apartó sus rodillas pero sconciencia le obligó a interrogar a estalma que estaba aún a su cargo.
—Lady Allen —le preguntó en vo
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baja—, ¿Será posible que… este… quusted beba alguna bebida muy fuerte qupueda poner en peligro su salud?
—Oh, no, por supuesto que no… —respondió ella mirándolafectuosamente—. Pero me parece mu
amable de su parte interesarse por msalud. Usted sabe… —dijo poniendo smano sobre la de él—, yo creo que uste
se parece a él. La víspera de la fiesta da transfiguración suelo tener visiones
Veo cosas con gran claridad. Vestidura
blancas como la nieve sobre la cima demonte… mañana leerá usted esapalabras en la capilla, yo lo mirarentonces y pensaré en él.
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Stephen retiró violentamente smano que estaba debajo de la de Emm levantó el mentón.
—No me parezco en absoluto a élady Allen… y dentro de muy pocendré que irme de Ightham mote. L
escribiré al abad. Él le enviará otrcapellán.
Emma sonrió y sus diente
puntiagudos quedaron al descubierto. —No querido —le dijo—
Feckenham ya no está en Inglaterra
Quizá se haya ido a Francia. La reina lechó de Westminster el mes pasadoAhora yo soy su único director. Quierque se quede aquí y aquí se quedará.
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Sus ojos miraban incesantementhacia uno y otro lado… estirentamente sus manos anchas
musculosas adornadas con anillos y lacerró con fuerza. Luego las abrió y squedó mirándolas como si fuera
objetos extraños. Lanzó una carcajada con una voz ronca, dulce y amenazadora la vez le dijo:
—¡Usted es un miembro de mfamilia, Stephen! Mañana es mcumpleaños y la fiesta de l
ransfiguración del señor. Lsaludaremos juntos, Stephen, suvestiduras negras se volverán blancacomo la nieve, puras, puras com
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pequeños copos de nieve, usted y yo…san…santificados…usted y yo.
Stephen se levantó bruscamente. —Bien, lady Allen. Suficient
conversación por esta noche. Debdescansar para poder celebrar su día
Hay muchos o tros en la capilla questán esperando para confesarsBenedicite!
Habló con tanta autoridad que sevantó y se fue, a pesar de habeitubeado durante un momento y de habe
estirado el labio inferior en un gesto denojo Borracha… pensó Stephen, ndebe ser otra cosa. No está loca n
osesa, sin embargo durante ese instant
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en que ella se quedó mirándose lamanos él sintió otra presencia en econfesionario además de Emma Allenalgo «distinto» y muy maligno… m
ran pecado me ha vuelto susceptible semejantes fantasías… misericorde…
o único que le pasa es que estborracha…
Se sacudió y se inclinó formalment
cuando el carpintero del castillo entró aconfesionario, se arrodilló y le dijo:
—Perdóneme, padre, porque h
pecado.Stephen escuchó una tras otra laconfesiones de los sirvientes y de variocampesinos. Stephen impartió penitenci
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distribuyo absoluciones hasta lmedianoche. Pero durante todo esiempo, y en un recóndito lugar de su ser
soñaba desesperadamente con Celia.Iththam mote celebró el día de fiest
con un alegría inusitada. Emma, que po
o general escatimaba el dinero para lmayoría de la fiestas, inclusive par
avidad, ese día le dio rienda Suelta
su marido, dejándole impartir generosaórdenes a Larkin, que se tradujeron efaena de un buen que fue asado en un
gran fogata más allá del foso yen lrepartición de una docena de barriles dcerveza entre sus súbditos.
Emma presidió elegantemente l
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mesa tendida en el patio. Su belleza sveía realzada por el nuevo vestido draso colorado que se había mandadhacer en Londres. Su tocado terminabcon una franja adornada con perlas dagua dulce.
Un gaitero y dos violinistas dejabaoír sus melodías desde un extremo depatio. El día era espléndido, caluros
sin ser sofocante y a pesar de ser un díperfecto para cosechar las mieses, erabajo de los campos fue suspendido e
honor al afortunado natalicio de ladAllen.Esa mañana temprano, cuand
Stephen recitaba el evangelio durante l
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misa, al llegar a la parte en que hablabde los «vestidos blancos como la nievemiró temerosamente a Emma, que estabsentada junto con sir Christopher Charles en los sillones de respaldoaltos reservados para los señores de
castillo. Pero su cara permanecimpasible, casi indiferente. Cuando s
cercó al altar y se arrodilló sobre e
almohadón de terciopelo para recibir lcomunión, tuvo la impresión de que ellevantaba la vista hacia él, pero n
estaba seguro y mantuvo la suya fija eos bancos del fondo de la capilla.Celia no había asistido a ninguna d
as dos misas. Mañana, pensó Stephen
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añana hablaré con ella. Después quermine todo esto. Pero su ansiedad ib
en aumento hasta que durante lofestejos alcanzó a divisarla durante unstante, cuando le entregaba a Dicko
una bandeja llena de jarros de cerveza
Se levantó en un primer impulso, pero svolvió a sentar. Sir Christopher sdisponía a incidir los brindis por s
esposa.Emma respondió a los elogios
aplausos con pequeños movimientos d
su cabeza, sonriendo ampliamente poniendo en evidencia sus dientepuntiagudos que por lo general tratabde ocultar. Pero sus vivaces ojos negro
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no perdían detalle alguno. Súbitamente hizo una seña a Larkin.
—¿Dónde está la nueva ayudanta dcocina… Cissy? No la veo junto con laotras sirvientas.
—Iré a ver, milady —dijo e
mayordomo inclinándose desapareciendo.
Encontró finalmente a Celia en l
húmeda y fría despensa, impregnada poel olor del agua del foso que bañaba sumuros externos. Estaba parada junto a l
pequeña ventana enrejada examinandsu anillo de casamiento, pero la débivista del mayordomo no le permitiverlo que sujetaba en su mano y estab
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demasiado aturdido para advertir que nse había dado el trabajo de sujetarse epelo que caía sobre su hombros.
—¿Cissy…? —balbuceó—. Ah, sía te reconozco. Milady quiere qu
vayas al patio con los otros. Apúrate…
Celia guardó el anillo en la bolsit—. No me siento con ánimos pardiversiones.
—Vamos, ven conmigo… —dijLarkin que no había oído bien lo qudijo y que pensó que no quería ir po
pura timidez—. Lo único que deberhacer es una pequeña reverencia decirle que le deseas mucha salud, unarga vida o algo por el estilo…
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después podrás bailar ¡Pues hoy es egran día de Ightham mote!
—¿Ah, sí…? —dijo Celia—. Echa cabeza hacia atrás y lanzó una gra
carcajada mientras el mayordomo lironeaba impacientemente del brazo.
—Pues bien, vamos entonces —djioSacudió a cabeza, se alisó el pelo siguió a Larkin por los intrincado
corredores hasta llegar al patio.Úrsula, John Hutchinson o el mism
sir Anthony habrían advertido el desafí
de su mirada y la transformación de unhumilde ayudanta de cocina en un seetéreo y provocador. Julian hubierdicho:
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—Ah… el verdadero géminis… eotro mellizo se impone.
Pero ninguno de los presentes en ecastillo y Stephen menos que cualquieraestaban prevenidos, si bien él recordno sin cierta pena, su comportamient
durante la noche que sir Thomas Wyahabía cantado «Celia, la rubia casquivana Celia».
Pasó de largo junto a todos loocupantes de las mesas y se detuvfrente a sir Christopher, inclinándose e
una rebuscada reverencia que caspodría considerarse insolente repitiendo la misma operación frente Stephen y a Emma Allen.
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—Hubiera venido antes, milady —dijo—, pero creí que no podía alejarmde las dependencias de servicio. ¡Qudisfrute muchas veces más de estofestejos en su honor!
Emma la miró fijamente. ¿Por qué l
resultaba algo familiar esta joven coesa indecente profusión de pelo rubioesos enormes ojos azules como el mar
enmarcados por oscuras pestañas?¿Qué le hacía recordar…? ¿Y e
ono de su voz clara y casi irónica serí
posible que ese fuera el acento dLincolnshire? Emma frunció las cejas e dijo fríamente:
—Gracias, muchacha, puede
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pedirle al mayordomo que te dé algo dcomer —cuando Celia inclinó la cabez se dirigió hacia la torre de entrad
meneando las caderas, Emma le dijo Stephen—: tendré que librarme de ellasu aspecto y la forma en que s
comporta pueden ocasionar problemasMe parece que debe ser una mala mujer¿Qué opina usted, hermano Stephen?
Él no pudo contestar, pues tenía unudo en la garganta, en parte por deseo en parte por temor.
Christopher dio benévolamente. —Es de una belleza poco comúnpero no me parece que era lasciva, no lcreo…
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Emma dirigió una miradreprobadora a su marido que fusuficiente para hacerlo guardar silencio durante el resto de la fiesta, inclusiv
durante los bailes en los que ellconsintió en ser guiada primero por si
Christopher y luego por Larkin, no lperdió pisada a Celia. La chispa estabencendida, pero ninguna de las dos l
sabía.Celia bailó con el carpintero y co
dos palafreneros. Dickon no se le cercó
Comió y bebió vorazmente. Esa noche, diferencia de los días anteriores, tenímucho apetito. Cuando el reloj decastillo dio las ocho, se escabulló
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aprovechó para pasar al lado de Stepheque estaba parado en silencio junto apuente y mirándolo a los ojos le susurró
—Mi amor… iré a tu cuarto estnoche. Deja la puerta abierta.
Él se sonrojó, quiso decirle algo
aunque no sabía bien qué, pero ella yse había alejado corriendo por el patio.
Celia estaba aparentemente dormid
cuando Alice y la otra mucama subieroa acostarse. Según parece, lady Allees ordenó repentinamente alrededor d
as nueve que se retiraran y las domujeres estaban muy enojada. —El año pasado nos dejó quedarno
hasta medianoche —dijo la mucama—
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o que justamente estaba por bailar coel herrero.
—Mala suerte —dijo Alice que nhabía estado el año pasado en el castill— pero por lo menos comimos bastant nadie puede saber qué es capaz d
hacer ella oí decir que tal vez epenshurst conseguiría trabajo. Tengganas de ir allí a ver qué pasa —
bostezó, tiró su vestido en un rincón y smetió en la cama.
Celia creyó aconsejable moverse
refunfuñar un poco. —Quédate quieta… estoy cansada.Alice rió. —No parecías muy cansada mientra
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bailabas… todos los muchachos teníafijos sus ojos en ti, pero por supuestcomo tu novio no estaba allí, pobrecitaperdiste todas tus energías.
—Así es… —dijo Celia dándosvuelta hacia un lado. Se quedó bie
quieta mientras las otras dos dabavueltas sobre el ruidoso colchón dpaja. Al cabo de un momento amba
roncaban al unísono y Celia aprovecha ocasión para deslizars
silenciosamente fuera de la cama.
A través de la ventana se veía luna menguante, finita y anaranjada y lasiluetas ondulantes de las colinas qurodeaban al castillo.
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No se había quitado la enagua, lmejor que tenía, heredada de ÚrsulaEstaba confeccionada con una tela dhilo importada y ya estaba tan vieja gastada, que era suave como una gasaSe colocó encima de la enagua la cap
colorada que le llegaba hasta lapantorrillas y se cubrió la cabeza con ecapuchón. Las mucamas ni siquiera s
movieron cuando Celia salió del cuart comenzó a bajar la escalera de maderanteando cuidadosamente casa escaló
para evitar que crujiera. Bajó hasta esegundo piso y se dirigió al cuartlamado el «solar».
Sus ojos jóvenes se acostumbraro
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rápidamente a la oscuridad y cuando viel vago perfil de la ventana angosta qumiraba a la capilla, comprendió que lpuerta del cuarto que tenía el miradodebía estar a su izquierda. Esperescuchando atentamente.
Lo único que se oía era el ladrido dun perro en las caballerizas. Perdurante un breve momento le pareció oí
un murmullo y luego una voz de mujerclara y animada.
—Y ahora —decía— pasaremos a
cuarto del sacerdote y luego a la capillde estilo Tudor. La capilla es unverdadera joya… fue construida en miquinientos veintiuno durante el reinad
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de Enrique octavo…Celia estiró el brazo para apoyars
contra la pared. El contacto de su mancon la madera le resultó agradable ranquilizador. Se quedó así durante u
rato, espirando agitadamente. No oy
ningún otro ruido en el solar, ni eningún otro cuarto de esa ala de la viejmansión, salvo las corridas de un
aucha detrás de los paneles de madera. Era una laucha, seguramente…
no ser que quizás fuera un fantasma
pensó. La pobre Isabel que se paseabpor los cuartos de los niños, no le haríningún daño y esta parte de la casestaba muy separada también del cuart
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frío que había mencionado Larkin. Celiuvo miedo durante un breve momento
pero su amor y su determinación ldevolvieron el coraje que había pedido
Pasó del solar al cuarto del mirador cuando llegó al fondo de esa larg
habitación se detuvo frente a la puertaEstaba entreabierta, como lo habísupuesto. Entró y la cerró suavemente.
Stephen estaba parado junto a scatre. Ninguno de los dos habló. Ella sarrojó en sus brazos abiertos.
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Capítulo 18
Emma Allen dejó de disfrutar de sfiesta después de la aparición de Celicon sus reverencias e insolente belleza
Su mirada no se apartó ni un minuto da muchacha y fue así como observ
claramente que Celia se detenía junto a
hermano Stephen y le decía algo. Emmestaba demasiado lejos para poder vea expresión de la cara del monje, per
sabía que era totalmente distinta de laque ella conocía. Y la forma en que shabía inclinado cariñosamente haciella… esa sospecha era demasiad
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monstruosa, sin embargo lntranquilidad de Emma fue en aument
hasta que en un momento dado no pudolerar más el rasguido de los violines
el ruido de los pies de los bailarinesmpartió entonces la orden que pus
érmino a ese día de fiesta, ignorandas protestas de sir Christopher, que n
comprendía lo que le pasaba.
—Pero si todavía es muy tempranomi querida… siempre nos hemoquedado hasta más tarde… ni siquier
han terminado la cerveza… el añentero se lo pasaron esperando estfiesta…
—Ya ha sido suficiente —dij
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Emma ordenándole a Larkin qudespachara a toda la gente de vuelta sus casas— siento necesidad de rezar —dijo Emma—, y te agradecerías que mdejaras tranquila.
—Como quieras —respondió s
marido—. ¿No te sentirás mal, pocasualidad querida? —le preguntpreocupado.
Nunca lograba comprender lodiferentes estados de ánimo de su mujer no se daba cuenta que durante lo
últimos años cada vez eran más raros menos previsibles. Sentía cariño poella y estaba orgulloso por el hijo que lhabía dado. Era en realidad un hombr
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feliz. Había tenido una gran satisfaccióal recibir el título de caballero y sabíque se lo debía pura y exclusivamente a tenacidad de Emma.
Disfrutaba con su propiedadadquirida por su padre, un tender
ondinense que había realizado mubuenos negocios. Sir Christopher queríconservar las tradiciones de los señore
feudales y se esforzaba por hacerlopero lo que más le interesaba era vagapor su establecimiento. Sus exitosa
plantaciones de lúpulo, la construccióde nuevos galpones y tambos, la repesque había construido debajo deestanque de los peces, esas eran la
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cosas de las que se ocupaba durante edía. Por la noche dormía como un lirónEra un hombre sano, flaco pero fuerteque ya había pasado la cincuentena y salguna vez se sorprendía por ladivagaciones de su mujer, pensab
entonces cariñosamente en su juventud a terrible forma en que había sid
desalojada del convento de Easebourn
a pesar de tener una auténtica vocacióncomo se lo había contado repetidaveces y de los escrúpulos religiosos qu
uvo en consecuencia.Sir Christopher se metiranquilamente en cama cuando l
música terminó y el castillo recobró s
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calma habitual.Pero Emma no hizo lo mismo. Di
unas cuantas vueltas por el patio durantun rato y luego subió a la capilla, qupor supuesto estaba vacía, las dos velagruesas del altar irradiaban una lu
bastante fuerte. La luz de la lámpara desantuario parecía un pequeño ojcolorado ubicado arriba del crucifijo.
Emma se arrodilló, pero sus oídoque permanecían atentos, no tardaron epercibir un pequeño movimiento, uno
pasos a corta distancia de donde estabaen el cuarto del sacerdote, justo detrádel altar. Esperó unos minutos más uego se levantó despacito. Entró si
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hacer ruido al locutorio de Stephen y squedó escuchando junto a la puerta de sdormitorio. Le pareció oír un murmulloAbrió apenas la puerta y oyó la voz dStephen que decía:
—Mi amor, nos iremos de aquí
huiremos a Francia.El cuarto de Stephen estab
luminado por la débil luz de la lámpar
votiva colocada debajo del retrato devirgen. Emma vio unas piernas desnudaentrelazadas en la cama.
Vio también unos largos mechonede pelo rubio que caían hasta el piscubierto de paja. Retrocedisilenciosamente.
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Celia levantó su cabeza que estabapoyada contra el hombro de Stephen.
—La puerta está abierta —susurr—. Vi una cara.
—No, querida —dijo éestrechándola contra su cuerpo—. Es
puerta nunca queda bien cerrada menos que se corra el pasador. No hanadie allí.
—Tengo miedo… —dijo ellacurrucándose contra su pecho.
—No tienes por qué… —dijo él—
Todos duermen. Mañana nos iremos. ALondres. Dentro de pocos días debzarpar un barco rumbo a Francia… a lmejor el maestro Julian pued
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ayudarnos… o si no pensaré en algunotra persona…
—Tenemos mi anillo… —dijo ell—. El anillo del pobre sir John, pero éme lo regaló y ahora es mío. ¡PóntelStephen! Será una especie d
casamiento, antes de que nos veamoobligados a venderlo.
Le colocó el anillo en el dedo co
cierta dificultad. —¿Y qué puedo darte yo a ti, m
amor…? —su voz se hizo más ronca
se le llenaron los ojos de lágrimas. —Me has dado el bebé que llevo emi interior. ¿Te has convencidfinalmente que es vedad?
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—Ah… —susurró—. Mi hijo… mpobre hijo. Dios todopoderoso, cómme gustaría ser Tom…el señor de todaesas hectáreas… de Medfield… pero ycreí tener vocación religiosa… la tuvde veras…
La vela votiva vaciló y Celia sncorporó.
—¿Tendremos siempre eso entr
nosotros, Stephen? ¿No puedes cambiade modo de ser… por mí? y pensar que hice beber la poción que me dio l
bruja del mar. El maestro Julian me dijque había hecho mal en dártela. Que ndebías haber sido tú el destinatario.
—Sh-h… —dijo él—. No diga
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pavadas —acaricio con su mano emuslo tibio y suave de Celia. La besó ella se apartó.
—Seremos castigados en algunforma —dijo Celia con una voz mudébil.
—Tonterías yo soy el que deberídecir esas cosas, pero ahora no msiento inspirado —le cubrió de beso
os pechos y agregó—: cállate, mpequeña tontita. Mañana… después da primera misa. Cuando me dirija haci
el monte de abedules, sígueme. Prontlegaremos a Londres y allí no podráencontrarnos, por más que nos busquen.
—Sí —dijo ella—, lo sé —s
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nclinó y lo besó suavemente en la bocaLanzó luego un prolongado suspiro y lsusurró—: adiós.
Él no se movió cuando ella salió decuarto; se quedó dormitando hasta quse apagó la vela que iluminaba el retrat
de la virgen. Miró brevemente epequeño rectángulo apenas visible uego se dio vuelta hacia un lado. Com
a había decidido cuál sería su camino estaba cansado no tardó mucho edormirse.
Celia atravesó el cuarto del miradoabandonando toda clase de sigilo. Nexperimentó sorpresa alguna al ver unuz en el otro cuarto llamado el «solar
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tres personas paradas frente a ella. Sdetuvo y se enroscó en su capa. Una dellas era Emma Allen y sus doacompañantes eran Larkin y Dickon.
—¡Ahí tienen a la amante del cura—exclamó Emma triunfalmente—. ¡Y
saben lo que hacer con ella!Los dos hombres estaban atónitos. E
mayordomo dejó escapar un lev
gemido. Dickon se relamió y dijo: —Ah-h… —pero ninguno de los do
se movió.
—¡Cinco monedas para cada uno! —dijo Emma.Pero a pesar del ofrecimient
ninguno se movió y siguieron mirando
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Celia que permanecía paradranquilamente junto a la puerta.
—Ya verán cobardes —exclamEmma. Miró primero a la derecha uego hacia la izquierda, emitió u
sonido salvaje con su garganta y s
abalanzó.Sus manos se aferraron al cuello d
Celia, retorciéndolo brutalmente.
Al día siguiente Stephen se dirigió amonte de abedules después de celebraa primera misa y se quedó esperand
allí hasta la hora en que debía decir lmisa para la familia. Sentía una grapena y al mismo tiempo cierto alivio dque Celia no hubiera aparecido. Bajo l
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uz fría y gris de esa mañana húmedaresultaba obvia la impracticabilidad dsu plan. Le parecía mejor esperar upoco más. Lo correcto era pedirlconsejo al abad y estaba seguro dpoder encontrar a feckenham en algun
de las familias católicas mámportantes. Alguno de sus miembro
debía haber concedido asilo al pobr
viejo.Le parecía que tenía que consulta
con su superior antes de dar un paso ta
drástico… pero que no era precisamentuna novedad. Feckenham tendría userio disgusto, pero estaba al tanto declima de reformas que se vivía en eso
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momentos en Inglaterra y era además uhombre justo. Stephen pensó quambién el maestro Julian podría darle
un buen consejo. El médicposiblemente no estuviera ya eCowdray, pues se había enterado qu
ady Magdalen había dado a luz con todfelicidad un robusto niño, bautizado coel nombre de Felipe, en recuerdo del re
anterior. Stephen miró durante un largrato el anillo de amatista que Celia lhabía colocado en el dedo meñique
comprendió que su valor real no serísuficiente como para pagar los pasajede ambos para Francia y poder vividurante un tiempo con el resto. Debía
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encontrar otros medios.Esa mañana cumplió con sus debere
sacerdotales con calma y precisión. Ne sorprendió que lady Allen no asistier
a la misa. Sir Christopher, que estabpresente, le dio a entender que su espos
se sentía muy cansada y algo indispuestpor los festejos del día anterior y quhabía decidido quedarse en cama. N
apareció por lo tanto a la hora dealmuerzo ni a la hora de la comidaComo tampoco lo hizo su mayordomo
Stephen tuvo la impresión de quDickon le dirigió varias miradas dsoslayo mientras estaban comiendopeor no le dio mucha importancia. E
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oda la casa reinaba un gran desordecomo resultado de las diversiones dedía anterior. Comieron los restos de lcarne y pan viejo.
Pero la apatía de Stephen sdesvaneció a medida que avanzaba l
arde. No pensaba ya que Celia sestaba comportando con moderación ino y comenzó a sentir unas terrible
ganas de verla. A las nueve de la nochsu desesperación era tal, que sin tomarsel trabajo de inventar una excusa, s
dirigió a las dependencias de servicidonde se encontró con Alice la niñeraque lavaba cacerolas indignada.
—¿Qué puedo hacer por usted
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padre? —dijo inclinándose. —Buscaba… este, quería saber…
—no recordaba el nuevo nombradoptado por Celia—. ¿Donde está lnueva ayudanta de cocina? No la vi emisa, esta mañana.
—Oh, ella —dijo Alice—Sospecho se ha mandado mudar. Tienun amante en Ivy Hatch que la tien
rastornada. Parece ser una muchachbuena, aunque algo atolondrada. Nos hdejado recargados de trabajo, por eso e
que estoy aquí fregando platos. —Comprendo… —dijo StephenSintió de repente un dolor agudo—¿Dices que tiene un amante en Iv
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Hatch? —Alice se sintió fastidiada poa forma en que fruncía el ceño y porqu
consideraba que estaban exagerando upoco la nota respecto a los coqueteofemeninos.
—¿Y por qué no habría de tenerlo
—le respondió golpeando una fuentcontra la pileta de piedra—. Es joven bonita, es lo más lógico. Y yo me iré d
esta casa dentro de poco. Buscaré uugar más agradable… donde no tendr
miedo. Después de la fiesta de sa
Miguel vence mi contrato. —Me imagino… —dijo Stephen—¿Estás segura que… que la ayudanta sfue? A lo mejor estaba cansada y s
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retiró a descansar.Alice echó la cabeza hacia atrás y s
cara rubicunda se volvió totalmentnexpresiva. No le gustaban lo
entrometidos, por más que vistierahábitos sacerdotales.
—Puede que sí y puede que no —dijo—, y sin duda alguna se enterará dodo lo sucedido cuando vaya
confesarse… si es que lo hace.Stephen salió de la cocina y s
dirigió al pequeño patio de servicio
Cruzó el foso por el puente ubicado ea parte de atrás del castillo. Recorrisin saber adónde iba, el sendero quconducía al monte de abedules.
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El cielo estaba despejado despuéde tanta lluvia. Alzó su mirada hacia laestrellas y hacia la luna plateadapequeña y distante. Un silencio profundreinaba en el bosque húmedo y oscuro
añana, pensó él, mañana vendr
aquí. No existe el tal amante de Ivyatch, eso lo inventó ella par
ranquilizar a la otra muchacha. Deb
estar durmiendo o preparando sucosas como convinimos.
Pero mientras estaba allí parad
debajo de los frondosos árboles y cercdel musgo verde donde habían gozadde su amor, sintió de repente una terriblduda que golpeó y resonó en lo má
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recóndito de su ser con un estrépitdigno de címbalos y timbales y que traja su memoria un recuerdo de suprimeros años en la abadía de battle. Uueves santo, mucho tiempo atrás… e
oficio de las tinieblas, en el que s
apagaban las velas una a una y lomonjes, tan puros y desprovistos dpasiones, recitaban los cánticos, l
oraciones fúnebres., hasta qufinalmente la iglesia quedaba totalmenta oscuras. Stephen, que ya pertenecía
a orden, acongojado por el duelo de esdía, había derramado lágrimas por lsoledad, la traición y la muerte dnuestro señor.
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Traición. —Yo he traicionado… —murmur
en voz alta, pero no pudo acallar langustia contenida en su próximpensamiento. ¿Lo habría traicionadCelia? ¿Qué había querido significa
cuando dijo esa desaprensiva frase: te da poción de la bruja del mar? ¿Estarí
poseído por un arte de magia? Levant
el crucifijo hasta sus labios pero luego dejó caer. ¿Un amante en Ivy Hatchmposible. Y sin embargo recordab
muy bien el porte seductor que tenímientras escuchaba la canción que lhabía dedicado Thomas Wyatt; y estabfresca su imagen de la noche anterio
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durante los festejos: provocativa, riend bailando de la mano con todos eso
patanes. ¿Sería alguno de ellos eamante de Ivy Hatch? ¿Cuántas veces lhabían prevenido los monjes contra lujuria tentadora? No. ¿Sería posibl
que una mujer pudiera fingir el amor quella le había demostrado?
Es mi hijo… lo es a menos que ell
mienta y sé que ha mentido otras vecesEnloquecido por unos celos cuyexistencia ignoraba, comenzó a camina
de untado a otro entre los árbolempávidos. Su hábito se enganchó en unrama de muérdago, agarró con furia lahojas llenas de espinas, deleitándos
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con el dolor, contemplando las pequeñagotas de sangre que rodaban por lpalma de su mano y que dejaban unmarca oscura a su paso.
Era pasada la medianoche cuandStephen volvió al castillo, ese ocho d
agosto. La puerta de la cocina que dabal foso estaba abierta todavía, lo que ndebería haber sucedido si el mayordom
hubiera realizado su ronda nocturnaStephen avanzó por los pasillos oscurosdecidido a subir a los cuartos d
servicio y comprobar si Celia estaba eel altillo, aunque la puerta abierta podíquerer decir que ella se había encargadde dejarla así para facilitar su entrad
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clandestina. En la misma forma en quapareció subrepticiamente en mcuarto, pensó, puede presentarse en ecuarto de cualquier otro ¿Por qué nvino verme esta mañana?
Se detuvo al pie de la escalera d
servicio sorprendido por su penfuribunda. Oyó un ruido extraño en esalón, un golpe rítmico, áspero, miró e
esa dirección y advirtió que se filtrabun rayo de luz por la hendija de lpuerta. Stephen contuvo la respiración
o debería haber ningún ruido en esalón a esta hora, y no recordaba habeoído nunca un ruido semejante. Abrió lpuerta y se encontró con Emma Alle
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sentada en un extremo de la mesa con ementón apoyado sobre las manos, lmirada fija en su dirección.
Oyó un sonido burbujeante como ede una risa contenida.
Stephen se quedó parado en e
umbral. La luz de las velas le permitidiscernir claramente la presencia dotros hombres en el salón. Larkin, e
mayordomo estaba acurrucado junto alchimenea. Dickon esgrimía en su manuna pala de albañil y producía ese ruid
semejante al de una bofetada, al cubricon una mezcla de cemente cada ladrillque colocaba en el nicho.
—¿Qué es esto? —dijo Stephen co
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una voz no muy firme—. ¡Qué horextraña lady Allen, para cerrar su cajfuerte!
Emma dejó de reír. Su cara macizadquirió una expresión cautelosa al fijaentamente su vista en Stephen.
—¿Y no es acaso una hora extrañpara que mi capellán salga a pasear habrá salido en busca de su amante, po
casualidad?Su arenga fue bastante clara, si bie
hubieron varias pausas entre alguna
palabra. —Está casi terminado Dickon —dijo ella—. Faltan dos o tres ladrillono más.
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Dickon miró a Stephen aterrorizad tiró la pala.
El mayordomo comenzó a gimotear. —Yo no tuve nada que ver, señor…
la pobrecita estaba prácticamentmuerta. Yo no sabía que contenía e
bulto envuelto en trapos que subimos da mazmorra. Juro por Dios y la virge
santísima que no lo sabía…
Emma se dio vuelta y le dirigió unsonrisa indulgente a su mayordomo.
—Por supuesto que lo sabías, com
ambién lo sabía Dickon. Ambos sabíaque Cristo vestido con sus blancavestiduras les pedía que tapiaran a lamante del cura. Es lo que se hac
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siempre. En Easebourne, por lo menoshabían tapiado a una monja en eclaustro hace muchos años. Tal vez eiempo del rey Ricardo… y ahora ya n
sufrirás más tentaciones, mi querido —agregó dirigiéndose a Stephen—
Viviremos en esta casa juntos ranquilos.
Stephen se quedó mirándolo durant
un segundo y luego se abalanzó contra enicho, arrancando ladrillos y el cementhúmedo, hasta que consiguió hacer u
agujero grande y vio lo que había en enterior, acurrucado contra el pisoenvuelto en arpillera.
—¡Deténganlo…! —exclamó Emm
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—. ¡Está casi muerta, no debe tocarla—mientras profería esas palabras diunos pasos hacia delante, recogió lpala y golpeó a Stephen en la cabeza coal fuerza que éste cayó largo a larg
sobre la paja que cubría el piso.
—Llévenselo de aquí —les dijEmma a sus sirvientes—. Arriba a scuarto, atenlo a la cama con las sábanas
después vuelve aquí, Dickon, debeerminar el trabajo —levantó una bolsitlena de moneda de oro y la hiz
intinear—. Recuerda esto, mi queridopodrás vivir como un gran señor, ya lverás.
Dickon miró al sacerdote tirado e
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el suelo y se encogió de hombros. —Como usted diga, señora…
vamos, viejo veleta, dame una mano.El mayordomo se estremeció
resopló y tragó con fuerza. —¿Qué dirá el señor? ¿Qué dir
cuando se encuentre con que la alacena está cerrada?
Emma parpadeó y pareci
igeramente sorprendida. Estiró la man agarró la copa que estaba junto a s
brazo y vació su contenido de un trago.
—No se dará cuenta, él… él creercualquier cosa que le diga. Él… él no…no… —se interrumpió y miró comatontada el agujero de la pared—. ¡Ha
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que llenar ese hueco! —exclamó coono de sorpresa—. Allí no hay más qu
una fregona, una lasciva fregona… —agarró la pala, colocó un ladrillo emprendió la tarea de terminar la parepor su cuenta.
A la mañana siguiente Stephen no spresentó para celebrar la misa de losirvientes. Alice lo encontró un poc
más tarde colgado del cordón que usabcomo cinturón y que había estado atada una viga ubicada sobre la chimenea
cerca del confesionario.El veintinueve de septiembre lfestividad de san Miguel, fuconmemorada en el castillo de Cowdra
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con gran regocijo pues sir Anthony habívuelto de España y su nuevo hijoFelipe, iba a ser bautizado ese díaTodas las puertas estaban adornadas coguirnaldas de rosas y margaritas. Unbandera de raso blanco con bordado
dorados flameaba en el mástil encimdel estandarte con la cabeza de ciervo.
El delicioso aroma de centenares d
gansos asados se mezclaba con el de laartas de manzana y el del pasto fresc
que cubría todos los pisos. Además de
castillo, el pueblo de Easebourne y lciudad de Midhurst estaban en galanazacomo en ninguna otra ocasión. Los quno se habían tomado el trabajo d
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fabricar guirnaldas, habían colocadramas de muérdago en los llamadores dsus puertas.
Alegres compases de una músicninterrumpida se oían en el Sprea
Eagle y en el ángel. Se cantaba y s
bailaba en las calles. Los campanerocontribuían al alegre bullicio con sucampanas de mano y con las de la
glesias y si bien no faltaba quien spreguntara si semejante algazara no lresultaría molesta a la reina protestante
Sir Anthony, que la conocía algo mejoahora y que había cumplido con éxito smisión en España, no abrigaba ningunclase de temor. Elizabeth no se oponía
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ese tipo de diversiones, y además lhabía enviado un jarrito dorado apequeño Felipe como regalo dbautismo.
El obispo se trasladó desdChichester para celebrar la ceremonia
mismo el joven Anthony que estabceloso de toda esa pompa y movimientuviera como centro su pequeñ
hermano, olvidó su malhumor y sdedicó a jugar a la gallina ciega con lohijos de los huéspedes má
aristocráticos.Julian era el único de los huéspedede Cowdray que no compartía eregocijo general. Todos los días, desd
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el nacimiento del niño había comenzada planear su regreso a Italia. Y todos lodías los hacía a un lado. Fugenerosamente recompensado por latención que le brindó a lady Magdalenpero él sabía muy bien queso presenci
había sido innecesaria. Ella había dada luz con la misma rapidez y facilidaque una oveja de las colinas del sur
Había sido invitado a quedarse hastque se realizara el bautismo, y paraliviar su conciencia de vez en cuand
curaba una quemadura o cosía laheridas de alguno de los habitantes decastillo. Pero dejaba que el médico dMidhurst se ocupara de las sangrías d
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rutina. Se sentía casa vez más aburrido deprimido. Le aterraba la idea de pasaotro invierno en inglaterra, sin embargno tenía fuerzas suficientes para irseCalmaba sus frecuentes dolores en laarticulaciones con jugo de amapolas.
El siete de agosto tuvo un sueñotalmente distinto de las fantasías qu
soñaba después de tomar su remedio
Fue una angustiosa pesadilla en la quse encontraba dentro de un oscuragujero junto a Celia, luchando par
salir de ahí y escuchando la voz ahogadde la joven que murmuraba su nombreAl horror de la pesadilla se sumaba unsensación de culpa que perduró durant
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un rato después que se despertó.Se quedó pensando unos minutos e
a insensatez de los sueños. No habívuelto a pensar en Celia desde el día eque ésta se escapó, posiblemente en pode su monje, aunque según había oíd
decir, el hermano Stephen estaba eghtham mote con los Allen.
¿Por qué al soñar con Celia sentí
ese angustioso remordimiento, como sél le hubiera causado intencionalmentalgún daño? Celia, pensó — ragazz
estaruda —, muchacha porfiada quhabía despreciado un buen casamientobuenos amigos y que inclusive habíreconocido practicar brujerías con e
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in de satisfacer un obsesionante yvergonzoso deseo. Aunque existíambién la posibilidad de que hubier
encontrado un protector en Londres y shubiera embarcado en oque parecía sesu inevitable carrera como cortesana
uena suerte, pensó, riendo secamenteEn Italia tendría muchas posibilidadede alcanzar éxito en esa carrera, pue
allí podría conservar a su lado a esbendito monje y convertirse inclusive eel amante de un cardenal ¡Eso sí que l
gustaría Julian se enfureció al pensaque Celia había sido la causante de espesadilla tan desagradable. No obstantocuaz, cuando finalmente se levantó
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atravesó el patio en dirección a lcocina y mandó a buscar al pequeñpaje llamado Robin. Cuando emuchacho apareció, Julian le preguntó.
—¿Te preocupas de cuidadebidamente al ridículo perrito de lad
Hutchinson? —Sí señor —dijo Robi
sorprendido, agregando luego con gra
agitación—: ¿Milady piensa volver¿Han tenido alguna noticia de ella?
Julian meneó la cabeza.
—Tú la querías mucho, verdad.El muchacho se sonrojó. —Sí señor, y el perrito la extrañ
mucho también. A noche aulló en ta
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forma que el palafrenero principal quisdarle una paliza. Pero yo no lo dejé. Npermitiría que le tocara ni un pelo emismísimo señor Farrier.
Julian palmeó a Robin en el hombro —Ah… tienes un buen corazón —
dijo suspirando—. El mío está marchit reseco.
Robin lo miraba sin comprender
Julian dio media vuelta y se alejsúbitamente.
Julian no tuvo más pesadilla
después de ese día y tampoco volvió preguntar por el perro. Su malhumoaumentaba diariamente y miraba comala cara los festejos del día a pesa
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que para variar, el tiempo era bueno emplado. No bien terminó el bautismo
salió de la capilla en busca de un bancpara poder disfrutar del sol en un lugaranquilo. Pero ese día no había ningúugar tranquilo. La gente había invadid
odos los jardines del castillo, lacanchas de bochas, la palestra, hasta lhuerta de verduras.
Los mendigos se amontonaban deotro lado del portón, algunos habíavenido desde southampton y Chicheste
para participar de las generosas dádivaque repartían los limosneros de lorMontagu y que consistían en carne, pancerveza y las típicas monedas.
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Julian se sintió asqueado por el olode los mendigos, a pesar de habecuidado a infinidad de mortalemalolientes. Le asqueaba también ldea del banquete que tendría luga
dentro de un rato en el gran salón de lo
ciervos. Todos esos lords y ladies, esocaballeros y poderosos terratenientesas sedas, rasos, terciopelos y encajes…
o ahogaban y mareaban. Olían un pocmejor que la horda de mendigos, perampoco sentía ninguna afinidad co
ellos.Llevaba consigo el cayado, sobre eque se apoyaba pesadamente mientrarecorría la venida de robles e
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dirección a la casa. Se dirigía hacia ubanco ubicado cerca de la torre de aguque a esta hora recibía el sol de llenoesperando que estuviera desocupado yque quedaba algo alejado del castilloMientras avanzaba rengueando, tuvo qu
hacerse a un lado para dejar pasar a ugrupo de jinetes y cual no sería sasombro al ver que uno de ellos tirab
as riendas de su caballo y lo saludaba. —¡Hola, maestro Julian, muy bueno
días tenga usted.
Julian levantó la vista y reconocios pequeños ojos centelleantes de WaFarrier. Wat estaba un poco alegreHabía estado celebrando en el Sprea
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Eagle, en Midhurst. —Buenos días, Wat —dijo Julia
prosiguiendo dificultosamente scamino.
Pero Wat se bajó del caballo y sacercó al médico.
—¡Y ahora que pienso en ello, ustees justamente el hombre que necesitoTengo que ocuparme de organizar e
orneo de esta tarde, como me lo pidimilord, y no me gustaría molestarlo eun día así, de ningún modo. Pero uste
puede elegir el momento apropiado. —¿Qué es lo que dice? —inquiriJulian refunfuñando—. Yo quiernstalarme al sol, mientras dure, si
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nadie que me moleste. —Es claro, señor, por supuesto —
Wat prefería no discutir con excéntrico—. Es un asunto de poca monta, aunqual vez milord tenga un disgusto
considerando el cariño que le tenía. S
nclusive, cuando estábamos en Españao oí mencionar al monje unas cuanta
veces —Wat había acompañado a s
amo durante la breve visita que realizó a corte española.
—¿El monje? ¿Qué monje? —Julia
estaba exasperado—. Estádesvariando. Ve a ocuparte del torneo.Wat asintió bonachonamente. —Así lo haré. El hermano Stephe
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es el monje al que me refería, posupuesto. Ha muerto. Dios lo tenga en ssanta gloria —Wat se persignó—. Shermano, el señor Marsdon está en eSpread Eagley quiere que milord le dun consejo. Vino cabalgando desd
Sussex. Y por supuesto, no estuventerado del bautismo.
Julian sujetó con fuerza el cayado a
sentir que se le aflojaban las rodillasHabía visto infinidad de muertesesperaba la suya dentro de poco ¿Po
qué entonces se había impresionadanto al enterarse de la muerte dStephen y porqué había vuelto a sentir lmisma sensación de asfixia qu
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experimentó en la pesadilla de Celia? —¿Cuándo murió? —pregunt
Julian. —No lo sé. Supongo que el me
pasado. El señor Marsdon no dijmucho, pero tengo la impresión de qu
hay algo raro en ese asunto. Por lmenos parece que fue repentinamente —Julian apretó los labios y sus rodilla
dejaron de temblar—. Será mejor quvea a Marsdon —dijo dirigiendo unriste mirada al banco bañado por el so
—. ¿Podrías prestarme tu caballo? —Por supuesto —dijo Wat—. Mparece una buena idea. Es manso y estcansado de galopar. Lo ayudaré
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subir… ¡Ahí está —Wat se dirigió grandes pasos hacia el castillo.
Julian cabalgó hasta Midhurstsorprendiéndose por su repentinmpulso y enojado consigo mismo.
Encontró un muchacho que lo ayud
a desmontar en la caballeriza del SpreaEagle, que antes le había sido tafamiliar. Preguntó en primer término po
el dueño, el viejo Potts y luego localiza Tom Marsdon en el salón de bebidasentado solo en un rincón, mirando co
cara larga a un jarro de cerveza que nhabía ni siquiera probado todavía.Juian le aclaró el motivo de s
presencia y Thomas le dijo:
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—He oído hablar de usted a mpobre hermano cuando vino a Medfieldurante la última primavera, ¿Cuándo lparece aconsejable que sea lorMontagu?
—¿Para qué? —le preguntó Julia
afectuosamente—. Si el hermanStephen ha muerto, lo siento muchísimodebe estar enterrado hace tiempo ya.
—De eso se trata justamente —dijom—. No está enterrado en Medfielunto con los demás Marsdon, su ataú
sigue estando en Ightham mote y mcuñada, Emma Allen, se niega entregármelo. Lo conserva en la capillaYo fui hasta allí cuando sir Christophe
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hermano?Una gran preocupación se reflejó e
a cara de Tom y sus ojos sentristecieron.
—Creo que sir Christopher no lsabe. Lo único que dijo fue que habí
sido algo inesperado… pero tuvoportunidad de conversar con la niñerdel pequeño Charles mientras el niñ
estaba entretenido pesando ranas en efoso. Cuando le pregunté, la mujer lanzun grito, se puso blanca como un
sábana y tuvo un ataque de histeria. Ellsabe que hay algo raro y yo tambiénSiento una opresión en mi corazón, nanmi esposa llora continuamente y no ha
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forma de consolarla. Ella tenía miedo dque Stephen se convirtiera en ecapellán de su hermana. Pero nobstante —agregó Tom esbozando unsonrisa—. No hay que dar demasiadcrédito a las fantasías de las mujeres
an está embarazada además. Pero yolfateo algo raro en todo estoy ademáquiero que mi hermano esté enterrad
como se debe, junto a sus antepasados. —Eso sería lo correcto —dij
Julian. La intuición, que tanto le habí
servido para sus diagnósticos, se filtró ravés de su muro de defensa. Estabseguro que en Ightham ote ocurría algmás que la estúpida negativa de un
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mujer menopáusica de separarse de uataúd.
—¿No mencionaron por casualidauna muchacha llamada Celia, nunca oyusted a su hermano hablar de ella? —preguntó Julian suavemente.
Tom parpadeó y frunció el ceño. —No, nunca oí ese nombre. ¿Qu
relación podía tener ese nombre co
Stephen? Era un monje muy correctonosotros estábamos orgullosos de él. Nha habido ninguna mujer en su vida…
Por la sangre de Jesucristo, yo serícapaz de matar al que dijera semejantcosa —su cara huesuda se enrojeció y smano se dirigió a la empuñadura de s
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daga. —Calma, calma —dijo Julian co
una débil sonrisa, dando un paso atrá—. No me haga picadillo, amigo míosólo hice una pregunta.
Tom se tranquilizó y mir
ímidamente al médico flaco circunspecto, con su barbita gris manos retorcidas.
—Fue un arrebato —dijo a guisa ddisculpa—. Los Marsdon tenemos eorgullo de no haber tenido jamás u
escándalo en la familia desde suorígenes que se remontan a bastantantes de la invasión normanda.
Julian inclinó su cabez
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solemnemente. —Comprendo muy bien, seño
Marsdon y mañana sin falta hablaré coord Montagu de parte suya.
Acusó recibo silenciosamente deagradecimiento de Tom y volvió
Cowdray.La mañana siguiente esperó hast
que Anthony se recuperara de lo
festejos del día anterior y lo intercepten su saloncito privado, en el precismomento en que se disponía a salir
cazar ciervos en compañía de algunonvitados. —¿Podría dedicarme uno
momentos, milord?
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Anthony no disimuló su impacienciaLos batidores le habían informado qucuatro ciervos grandes acababan dcruzar por el parque, los perros estabareunidos en el patio, los caballoestaban preparados y las corneta
lamaban a los cazadores. Se habíolvidado por completo que el maestrJulian estaba todavía en Cowdray, pue
hacía dos días que no lo veía. —¿Qué le pasa? —dijo cubriend
sus hombros anchos con el nuevo traj
de montar de terciopelo azul encasquetándose firmemente el gorrcon plumas. Además de la caza deciervo estaba interesado en otro tipo d
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deporte. Los fitz allan habían venidacompañados por una joven prima dsingular belleza y que participaría en lcacería. Anthony había intercambiadunos cuantos besos con ella la nochanterior, cuando Magdalen subió
echarle un vistazo a su niño. —Es por el hermano Stephen
milord… ha muerto.
Anthony, que estaba haciéndolseñas a un paje que para que le trajera ecarcaj con sus flechas de madera d
ejo, dejó caer la mano y después de umomento se santiguó. —¿Qué…qué le pasó?Julian le relató brevemente s
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conversación con Tom Marsdon. —Terrible… —dijo Anthony—
Verdaderamente lamentable. Debe habesido la plaga lo que los hizcomportarse de ese modo. Le pediré adoctor que celebre una misa por s
alma.Magdalen salió del dormitorio. —¿Has dicho plaga? —susurró e
voz baja con ojos bien abiertos—¿Dónde? —estaba vestida con un saltde cama, no le gustaba la caza… s
grueso pelo rojizo estaba sujeto en unrenza y su traje tenía manchas de lechepor su insistencia en alimentar ella a sbebé a pesar de haber contratado a u
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ama—. ¿Espero que no sea eCowdray? —sus mejillas redondaempalidecieron Julian la tranquilizó.
—No creo que se trate de plagamilady.
—Bueno, entonces… —dij
aceptando el jarro de cerveza que lofrecía un sirviente—. Es una tristnoticia. No debió haber dejado a m
esposo cuando le rogó que se quedaraquí.
—En efecto —dijo Anthony dand
unos pequeños golpes en el Suelo cosus botas al oír el insistente llamado das cornetas—. Me habría sido de gra
utilidad en España, pero conseguí otro
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hombres que me atendieron… oh —agregó al advertir la miradreprobadora de Julian—, dígale a msecretario que le escriba unas líneas Cobham. Usted sabrá qué conviendecirle; entrégueselo después al otr
Marsdon y dígale que rezaremos aquuna misa de réquiem por su hermano nbien se hayan ido los invitados —sali
del saloncito dando grandes trancos. —Sí, excellenzia, como vuole —di
Julian en voz baja. Magdalen n
comprendió el significado de lapalabras, pero advirtió el tono amargo sarcástico con que fueron pronunciada la expresión reflejada en la mirada de
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médico Italiano. —Le agradeceré que no refunfuñe —
dijo fríamente—. Mi marido acaba dacceder a su petición y si usted no estcontento en Cowdray… ah-h… cómo hcambiado usted doctor. La seman
pasada le pedí que le revisara el pie a lpequeña Mary… ni siquiera se dignacercarse a ella y según tengo entendid
hace mucho tiempo que no asiste a mis—el acento norteño de Magdalen shacía más evidente cuando se enojaba,
en esos momentos no hacía ningúesfuerzo por disimular su cólera. Juliahabía traído una noticia fúnebre a lcasa; y parecía reprocharle algo
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Anthony. Se mostraba descontento perezoso a pesar de que había sidrecompensado generosamente por supingues servicios.
Y más difícil le resultabcomprender a magadalen su disgusto po
a presencia de Julian durante la épocen que Celia se comportó tan mahuyendo y dejando en esa vergonzos
situación al pobre Edwin Ratcliffe, ambién las sospechas que había tenid
respecto a Anthony y Celia.
Julian se mordió los labios y cerros ojos durante un instante. —No se verá obligada a soportar m
presencia durante más tiempo, milady —
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dijo—. Lo siento… lo siento… —persu frase quedó trunca.
Magdalen se quedó mirándolmientras salía del cuarto. Su espalda sveía ligeramente encorvada bajo suropas doctorales. Advirtió su renguera
Estaba viejo. Una momentánesensación de lástima dio paso a ciertalivio. Nunca le había gustado much
ese médico. Fue al cuarto de los niñopara echarle un vistazo a su bebé y darlde mamar.
Una semana más tarde, Julian y ToMarsdon bajaban la pendiente quconducía al dominio de Ightham moteTom tenía en su poder una orden de lor
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Cobham, y el coche fúnebre, que habíalquilado por segunda vez, avanzaba os tumbos detrás de los dos.
Todos se detuvieron frente al puentdel foso. El guardián de la entrada sacercó para averiguar quiénes eran
qué querían. Tom esperaba ser recibidcon la misma hostilidad con que sencontró durante su primera visita, per
os hicieron entrar sin ponenconvenientes.
—Sir Christopher y lady Alle
estaban comiendo, pero recibiríaencantados a cualquier persona enviadpor lord Cobham.
A pesar de estar algo envarad
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después de pasar tantos días arriba dun caballo, Julian se sentía mucho mejoque durante los últimos meses, y Tom salegraba de que lo acompañara parcumplir con su siniestra misión.
Atravesaron el patio y entraron a
salón, donde estaban solamente loAllen y un sirviente joven y lánguidcontratado en el pueblo de Wrotham po
el propio sir Christopher. Dickon habídesaparecido desde hacía variasemanas; la nueva fregona, que habí
entrado a trabajar el primero de agostohabía desaparecido también. Con todseguridad los dos huyeron juntosafirmaba Emma. Y como si eso fuer
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poco al viejo Larkin, el mayordomo, lhabía dado por hablar entre dienteslorar y hacerse encima sus necesidades
cuando no estaba durmiendo la mona.Tuvo que ser expulsado a una casit
de los alrededores, donde lo cuidab
una de las muchachas que trabajaba eos tambos.
Emma se metió en cama, después d
a inexplicable muerte del hermanStephen y se negó a levantarse y a habladurante días y días, excepto para pedi
que le subieran de la bodega una botellde un alcohol fuertísimo y siChristopher se vio obligado a tomar lariendas de la casa. Estaba buscand
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ahora un nuevo mayordomo y esperabque le enviaran uno de Londres dentrde unos pocos días.
Recibió encantado a los visitantes se sintió muy contento de que Emma yse hubiera mejorado.
—Bienvenidos, qué alegría de vertotra vez, hermano Tom —le dio Marsdon al ver entrar a los dos hombre
—. ¿Y, doctor…? Lo recuerdo mubien… en el kingʼs head durante lprocesión de la reina Mary y antes d
ello en Midhurst. Emma querid¿Recuerdas al maestro Julian, eeminente médico?
—Claro que lo recuerdo… —dij
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Emma, vestida de terciopelo negro cubierta de alhajas. Estaba comiendavellanas y debía masticarlacuidadosamente pues le hacían doler sudientes puntiagudos y flojos—Siéntense, por favor —dijo
dirigiéndose al sirviente agregó—raiga vino.
—Me alegro que estés mejor, Emm
—dijo Tom algo titubeante—. Mucho memo que he vuelto para cumplir con unarea no muy agradable. Tengo un coch
fúnebre esperando junto al puente…vengo a llevarme el ataúd de Stephen…engo… tengo una orden de lor
Cobham.
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Christopher miró ansiosamente a smujer, pero ella se limitó a sonreíafablemente como cuando había vistentrar a los dos hombres.
—¡Qué triste —dijo—. Pero eclaro que sí. No deberías habe
molestado a lord Cobham. Me parecmuy natural que quiera enterrar al pobrsacerdote en Medfield. ¿Cómo está
an y los niños?Tom se tranquilizó inmediatament
al oír su comentario tan razonable, per
Julian miró a Emma y advirtió un ligerestremecimiento en sus manos cuadrada fuertes mientras partía una avellan
con una pinza de plata. Vio cómo s
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dilataban las pupilas de sus ojoextraños. Y percibió una irradiaciómaligna, que no provenía totalmente dsu persona, si bien podía sentir que ellera su foco.
El salón no difería del de la mayorí
de las residencias inglesas, elfuelencendido en la chimenea, la mesa droble tallada, los bancos, dos silla
dénticas con respaldo alto, el aparadorapices de colores brillantes colgand
de las paredes, un lebrel dormido sobr
a paja del piso junto al fuego, platos dmetal, botellones sobre la mesa y el bode plata con la al.
¿Por qué sentía él algo extraño? S
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mirada se desvió entonces hacia eextremo sur del salón, cerca de lentrada. Sobre la pared podía verse ugran rectángulo de argamasa más oscurque el resto. Frunció el ceño al verlopreguntándose para sus adentros qu
podía ser. Sir Christopher, que se sentímás animoso por la inesperadcompañía y deseos de comportars
como un buen anfitrión, observó lmirada del médico.
—Allí es donde mi señora guarda l
caja fuerte —le explicó—. Acaban drellenar el hueco y estropea el aspectdel salón, pero ya he encargado unapicería flamenca para cubrirlo. Deb
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legar cualquiera de estos días, perusted sabe qué lentos son para entregaos encargos que se hacen en Londres.
—Yo no quiero taparlo —dijEmma—. Ya te dije Kit, que quierenerlo descubierto para poder vigilarlo
—Pero mi querida —interpuso smarido—, dijiste que sería un buen lugapara guardar la herencia de Charles
Tomaría horas hacer un agujero en espared, ningún ladrón trataría de hacerloEs un buen invento, pero el saló
quedaría mucho mejor con una tapiceríen ese lugar.Emma miró a Tom y luego a Julian. —Como quieras —dijo dirigiéndos
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a su marido y tomando otra avellana.Reanudaron la comida, pero lo
manjares presentados dejaban muchque desear. Christopher se disculpó poello y Julian, desconcertado e incómodno encontraba explicación a la confus
sospecha que estaba cobrando forma esu mente. Finalmente trajeron el vino Julian permitió que esa bebida dulce
fuerte brindara nuevas calorías a sestómago. Los invitaron a pasar la noch Tom, sociable por naturaleza, y qu
había comenzado a pensar que habíexagerado demasiado al recurrir a lormontagzu primero y lord Cobhadespués, recuperó su cordialida
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habitual.Se mostró encantado cuando s
cuñado le dijo: —¿Sabes que ese muchacho de car
arga que contraté en Wrotham toca eviolín? ¿Qué les parece si le pedimo
que toque algo alegre? —¿Y por qué no? —dijo Emma—
aunque me parece que no sería correct
que fuera demasiado alegrconsiderando que nuestro pobrhermano yace todavía en la capilla
Desaparecer así, en la flor de suventud… como si hubiera sufrido uataque. ¿Los Marsdon son propensos os ataques, querido? —le preguntó
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Tom. —Que yo sepa, no —Tom se di
vuelta hacia Julian y le preguntó cogran preocupación—. ¿Es hereditariodoctor?
—Rara vez —respondió Julia
entamente—. Esos ataques pueden seproducidos por una alteración de lohumores o inclusive por una nefast
conjunción de las estrellas, si Saturno efavorable a Marte… —se detuvo. Eese preciso momento en que trataba d
encontrar una explicación razonable poa repentina muerte de Stephen, cuandestaba por creer que Tom tenía razón adecir que la imaginación y l
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desconfianza los habían impulsado exagerar su preocupaciones, tuvo lcerteza de que algo había sucedido allLa muerte rondaba en ese salón, se habícometido un asesinato. Y esa mujer questaba allí sentada tan contenta, ta
convincente, estaba engañándolos odos.
—Cantemos la vieja canción de l
adivinanza —dijo Emma escupiendo urozo de cáscara de avellana—. Todos lconocemos y a mí me gusta mucho
Busca tu violín —le dio al sirvienteCuando éste regresó, ella dirigió ecanto con su voz ronca y áspera—. Le da mi amor una cereza sin carozo, le di
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mi amor un pollo sin huesos…Julian no se unió al canto. Sentía qu
el peso de una tragedia lo envolvía cosu espeso manto y comprendía tambiéa inutilidad de tratar de entender que eo que le pasaba. Fuera lo que fuere l
que allí había sucedido, ya no tenísolución y nunca se descubriría. Lmujer prosiguió cantando la tont
canción, retorciendo sus manos en laque relucían las piedras de sus anillosEra mala y no sería castigada. El diabl
riunfaba con bastante frecuencia, pomás que les costara creerlo a locristianos de verdad. Julian miró otrvez hacia la pared que tenía una manch
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rectangular más oscura en el revoqueDe allí emanaba una sombra mucho máoscura que la mancha de ladrillos cemento y mientras tenía u vista fija eese lugar, en el centro de la manchresplandeció una luz amarilla y suave
En el medio apareció la cara de nanakLa cara fea semejante a la de un batracidel hombre que había conocid
personalmente muchos años atrás ePadua.
Julian distinguió los ojos colo
azafrán protegidos por unos pesadopárpados. Una mezcla de compasión reproche se reflejaba en la mirada dehombre. ¡Lascia! Le dio mentalment
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Julián. ¡Déjame en paz! Estoy cansadde este ajetreo, cansado de estpersecución, cansado de tantpreocupaciones. ¿Qué quieres que haga?
La alucinación se desvaneció. Debser efecto del jugo de amapola, del vin
de la larga cabalgata. Esta personas nsignifican nada para mí. Tengo frío. Y eefecto comenzó a temblar con un fuert
chucho. Debe ser la humedad , pensóesa fría humedad de este desgraciad
aís.
Emma y los dos hombres terminarosu canción y entonces Tom no se pudcontener.
—Conozco otra canción mucho má
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divertida, no tenemos por qué estar taristes, ésta siempre la hace reír a Nan.
Y con su alegre voz de barítoncomenzó a cantar.
¿Qué será un fraile sin un pelo ea cabeza? ¿Una verga dejar muerto
un cornudo?¿Qué será un arma que apunta si
vacilaciones y hace blanco entre laiernas de una doncella?
Emma empujó la silla hacia atrás se puso de pie.
—¡Suficiente, Tom! ¡No tolero es
clase de groserías en mi casa, te está
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extralimitando!Tom se calló inmediatamente
Msuitó una disculpa quema recibifríamente. La reunión se deshizo y Tommuy sumiso, se dirigió a la capilla parrezar una oración frente al ataúd d
Stephen que tenía cuatro cirioencendidos a su alrededor.
Emma fue a la capilla mucho má
arde, cuando todos los demás se habíaretirado a dormir. Recorrió locorredores muñida de un candelero cuy
lama oscilaba, amenazando coapagarse, debiendo protegerla de lanumerosas corrientes de aire con smano temblequeante. La luz de la vel
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luminaba su cara cuadrada y dexpresión decidida a pesar que su boccon las comisuras caídas, hacía pensaen una máscara trágica.
Cundo llegó a la capilla se acercó acatafalco y golpeó con su mano la tap
del ataúd. —Bien… —dijo dirigiéndose a
cajón—. Con que ahora me has puest
en peligro, monje falso. No te bastó coabandonarme de ese modo. Mi casa sve ahora amenazada por tu culpa.
Depositó cuidadosamente ecandelero sobre el atril y siguigolpeando la tapa del cajón hasta qufinalmente sonrió y sus mejilla
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recuperaron el color. —Maldito seas… —dij
suavemente y suspiró aliviada. Sumaldiciones eran totalmentnnecesarias, su alma inconfesa pagarí
por su crimen, no encontraría reposo. U
eve olor a podrido salía del ataúd. —Puej —dijo ella—. Ahora apesta
ya no quiero tener nada que ve
contigo. Será como si nunca te hubiervisto —dio media vuelta y agarró ecandelero—. Pero seguiré vigilando a t
amante —agregó—. Ella no se escaparáEmma recorrió nuevamente lopasillos hasta volver a su cuarto. Squitó cuidadosamente el vestido d
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erciopelo negro. —No usaré más luto —musit
mientras se ponía el camisón y se metíen cama junto a su esposoprofundamente dormido.
El grupo de Medfield partió rumbo
Sussex a la mañana temprano. Emma nbajó a despedirlos, pero mientras lohombres colocaban el ataúd en el coch
fúnebre, Christopher le dio a Tom: —Emma me pidió que te entregar
ese anillo. Parece que Stephen lo tení
en el dedo meñique y ella dice que túdebes guardarlo.Era una amatista en forma d
corazón y sujeta por dos manos de oro
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Tom, totalmente tranquilizado y mualiviado por haber cumplido tafácilmente con su misión, aceptó eanillo con emocionada gratitud. Estabdeseando estar en su casa junto con sfamilia, y ocupándose de su propieda
que podría convertirse en poco tiempen un establecimiento tan importantcomo Ightham mote.
—Mire, doctor —dijo mostrándolel anillo a Julian—, es una piedra mubuena, me preguntó cómo llegó a mano
de Stephen, él no era muy afecto a esacosas. Creo que lo llevaré al joyero dLewes para que la grabe nuestro escud nuestro lema. A Nan le encantar
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usarlo, le gustan mucho las alhajabonitas y además será un recuerdo dnuestro desdichado hermano.
Julian miró el anillo que Tom teníen la rugosa palma de su mano. Lreconoció en seguida… era el anillo d
casamiento de Celia, el que sir JohHutchinson le puso en el dedo en labadía de Southwark hacía cinco años
El que usaba en Cowdray seis meseatrás.
—Estoy seguro que la señor
Marsdon se va a poner muy contenta —dijo Julian e inmediatamente emprendia difícil maniobra de subirse a s
caballo.
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Tenía la certeza de habersenfermado, le dolían todos los huesoademás de su habitual dolor en laarticulaciones. No estaba en condicionede montar a caballo, pero por nada demundo se habría quedado otra noch
más en Ightham mote, por lo que trató ddisimular su estado precario. Cuandlegaron al camino real, él se dirigí
hacia el este por sus propios mediosdebía haber una posada en seven cakeTendría que aguantar hasta llegar allí. Y
descansar… descansar… olvidar…Sir Christopher los despidiceremoniosamente en el puente del fosocon la mano sobre el pecho y la cabez
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nclinada reverentemente ante el carrfúnebre y su carga. El cortejo arrancpor el camino mientras los habitantedel castillo que no estaban trabajando eesos momentos, se alinearon a lo largdel trayecto, murmurando en voz baja
mirando con temor reverente a locuatro caballos negro sy las ajadaplumas de avestruz sujetas a su
cabezadas. Se persignaron azorados apasar el coche frente a ellos y se oyerounos cuantos Dios guarde su alma, per
muchas caras reflejaban una gracuriosidad. Alice, la niñera, que era lque había encontrado muerto asacerdote, se negaba a hablar del asunto
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pero había algo en su comportamientque daba margen a diversas conjeturasLa muchacha se había quedado asustadantimidada el resto del tiempo qu
permaneció en el castillo.Cuando llegaron al portón, cerca de
estanque, doblaron por el sendero que sdirigía a Ivy Hatch, desde dondomarían el camino real. Un anciano qu
estaba sentado sobre un viejo tronccomiendo una rebanada de pan untada emiel se acercó a Tom ágilmente y l
ironeó del pie. —¿La llevan ahí dentro? —dijseñalando con un dedo huesudo el cochfúnebre—. ¿De modo que sacaron de l
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pared a la pobre joven?Tom miró hacia abajo y vio un pel
gris enmarañado y unos ojos vidriosofijos en él.
—No, no, pobre viejo —dijo dbuen modo pero enérgicamente—. L
que llevamos allí es el cuerpo de mhermano Stephen Marsdon parenterrarlo junto al resto de su familia.
—Yo no lo hice —dijo el viejo covehemencia—. Fue milady, yo juré nhablar nunca más de ello y no lo h
hecho. No sabía qué era lo que subíamode esa vieja mazmorra y de todos modoprácticamente no respiraba, milady lestranguló bien fuerte.
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Tom lanzó un gemido y Julian, questaba detrás de él, se ferró a lmontura.
—Suelta la rienda, viejo —dijTom, pues el hombre acababa dagarrarla—. Vuelve a tu asiento qu
nosotros estamos apurados.El viejo meneó su cabeza y sujetó l
rienda con fuerza.
—Yo soy Larkin el mayordomo —dijo con un dejo de enojo—. Y comhan venido para llevarla a su cas
quiero que sepan que yo no lo hiceJamás lo hubiera hecho aunque fuera dveras la amante del monje.
Tom dio un respingo. Julian vio qu
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se sonrojaba hasta el pescuezo. —Estás chocheando —refunfuñ
Tom—. El que se ocupa de ti deberíestar aquí —el dio una suave patada eel pecho—. ¡Suelta la rienda o tpatearé con ganas!
—Y además estaba embarazada —dijo Larkin aflojando la mano—. Miladdijo que esa perversidad debería se
castigada. Pero le aseguro que yo no lhice, no tenía la menor idea de lo qusubimos esa noche del sótano y tapiamo
con una pared. Pero me alegro qureciba finalmente sepultura cristianpara que así su alma descanse en pazMe alegré mucho cuando vi el coch
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fúnebre que se detenía en la casa parbuscarla.
—¡Dios mío, tus sesos están mámezclados que unos huevos revueltosviejo tonto! —Tom espoleó el caballo partió al galope. Julian prosiguió con l
procesión que avanzaba a un paso taento como el de los bueyes.
Al cabo de un rato se reunió co
Tom que estaba esperándolo en la cimde la colina. Los dos hombres smiraron a los ojos. Julian se encogió d
hombros tristemente y no dijo nada. —¿Escuchó lo quedito ese viejo, esoco? —exclamó Tom cuya cara seguí
colorada como un tomate—. Dijo cosa
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espantosas.Julian se encogió nuevamente d
hombros. —Lo oí, señor Marsdon. Y uste
puede pensar lo que más le guste… —hizo una breve pausa y agregó—
después de todo, me parece que el pobrhombre es senil —se dio cuenta quTom no había comprendido sus palabra
trató de simplificarlas—. Que estelo, chocho. Le aconsejo que no d
mucho crédito a su historia.
Tom miró durante un momento amédico Italiano por el que sentía ahorcierto respeto.
—Es claro, por supuesto —dijo—
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Chochera… lelerías…eso es todo —dirigió una mirada la castillo, relucient tranquilo, rodeado por su foso.
Sacudió las riendas contra epescuezo del caballo.
—Debe haber una taberna en Iv
Hatch. ¿Qué le parece si nos detenemoallí un momento para alegrarnos upoco?
—Como usted quiera —dijo Julia—. Tenemos un largo viaje por delanteun camino muy largo —miró hacia e
coche fúnebre que también se habídetenido mientras los caballoadornados con las plumas negraresoplaban y resollaban en la punta de l
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colina. —Pero de todos modos —agregó e
voz baja—, creo que algo de verdad haen lo que dijo el mayordomo.
Tom lo oyó, pero cerró lacompuertas de su mente, como si fuera
persianas que se cierran tras laventanas exteriores para aislarnos defrío y la terrible oscuridad.
—Ese lúpulo —dijo señalando ucampo cubierto de plantas que ya habíasido desprovistas de sus semillas po
os campesinos— crece muy bien eesta zona. Tengo ganas de plantar upoco en Medfield, el suelo no es mudiferente de este. Apuesto a que ganarí
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un platal… —Da vero —dijo Julian—, todo
deberíamos hacer planes para nuestrfuturo bienestar y no permitir que edesasosiego invada nuestras vidas.
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Tercera parte
1968
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Capítulo 19
A las once de esa mañana de juniocuando ya habían pasado dos días desda internación de Celia en la clínica d
Londres, sir Arthur Moorer pasrápidamente frente a la taciturna caba demás enfermeras y golpeó co
nusitada fuerza en la puerta del cuartde la joven. —¡Abre la puerta, doctor Akananda
Este disparate ya ha durado demasiadiempo!
Sintió un gran alivio al oír que llave giraba en la cerradura y ver que l
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puerta se abría inmediatamente, pero ssorprendió al advertir un pronunciadono grisáceo bajo la piel cetrina de
hindú y numerosas arrugas que surcabasu rostro: el hombre había envejeciddiez años, por lo menos.
—¡Dios mío, qué mala cara tienes—dijo sir Arthur—. ¿Cómo está lpaciente? Todo el sanatorio est
convulsionado. Creo que debo estar upoco loco por haber autorizado todoestos trucos.
Akananada se hizo a un lado señaló la cama.Sir Arthur se cercó y se qued
mirando a Celia boquiabierto.
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—¡No puedo creerlo! ¡La has vuelta la vida! —se inclinó sobre Celia y lomó el pulso. Apoyó su mano sobre e
pecho de la joven que subía y bajabentamente. Le pellizcó una mejilla
observó la reacción sanguínea— n
cabe la menor duda que está viva —dij—. ¿Pero qué sucede con su cerebroCon estos catalépticos nunca se pued
estar seguro. —Su mente… se despejar
gradualmente —dijo Akananda. Tragó
se sirvió un vaso de agua. Se tambaleóse sujetó a la baranda de la cama y luegse desplomó sobre el sillón—. Ha siduna verdadera lucha —dijo débilmente.
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Sir Arthur miró afectuosamente a scolega.
—No tengo la menor idea de lo quhiciste, Jiddu, pero la mujer se hevantado de la tumba. Buen
demostración. Tienes que enseñarm
unas cuantas cosas —dijo riendo—¿Tienes algún remedio desconocido? ¿Oa hipnotizaste? Ese maldito recurso s
ha puesto otra vez de moda. Parece qua veces da resultados. Existen muchomisterios… a pesar de todos nuestro
conocimientos… necesitas algreconfortante, mi viejo —dijo dirigiéndose a la caba que estaba paradal lado de la puerta agregó—: lad
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Marsdon está mucho mejor. Tráigale upoco de coñac al doctor Akananda—Se lo merece.
—No… gracias, Arthur —dijAkananda lentamente—, preferiría unaza de té, indio por favor —agreg
sonriendo levemente—, todavía faltalgo por hacer, pero no médicamente poel mismo momento. Un poco má
adelante podríamos hacerle la reaccióecg.
—¿Qué? —dijo sir Arthur—. ¿Cree
que está embarazada? —Así es —respondió Akananda. —Pero la madre dijo… —sir Arthu
se encogió de hombros—. Bueno, est
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sumamente nerviosa como es lógico, mlama todo el tiempo y se lo pasa yend viniendo a Sussex, donde está su yern
que según parece está medio chiflado. Ya propósito, la señora Taylor estesperando allí afuera, como así tambié
un grupo bastante curioso. A duquesa dDrewton, sir Harry no sé cuanto y esdudoso Igor no recuerdo bien qué, es
modisto por el que todas las mujerericachonas se vuelven locas.
—Aja… —dijo Akanand
pensativamente. Recostó la cabezcontra el respaldo del sillón y suspir—. Todos estuvieron muy próximos ella en una oportunidad. Aunque no l
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hubiera imaginado de Igor. Supongo quhabrá sido Simkin, aunque él la quería su modo…, y en esta cosas, no podemover claramente… los vínculos que uneal odio con el amor… su acciórecíproca… las compensaciones…
—Mira mi viejo amigo —dio siArthur frunciendo el ceño—. Hapasado un momento muy bravo. Vete a t
casa a dormir después que te traigan eé. O prefieres que te dé una inyección
un calmante. Yo me haré cargo de ell
de ahora en adelante. —Me tranquilizaré —dio Akanand—, cuando la espiral divina hayascendido otra vuelta, o si así l
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prefieres, cuando termine de conseguiun equilibrio entre aquellas personas das cuales soy deudor sir Arthur lo mir
sorprendido y alarmado. Lo que eshombre decía no tenía sentido algunobueno, es verdad que pertenecía a un
raza diferente, pero si bien no tenía idede lo que había hecho, había conseguidsalvarle la vida a la paciente.
No parecía posible cuarenta yo ochhoras antes… y allí estaba, de buecolor y no gris, durmiendo como u
niño. —Maldición —dijo sir Arthur—Esto es realmente milagroso. Tendríque hacer un informe… y reconocer t
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gran mérito por supuesto. Lo que no sermuy fácil en realidad puesto que no sodavía qué fue lo que hiciste.
—Muy difícil —dijo Akananda, aque se le estaba pasando su agotamient en cuyos ojos brillaba nuevamente un
chispa de buen humor—. No creo qupuedas escribir que gracias a la ayuda dirección de mi maestro, que era un suf
lamado nanak, Celia Marsdon acaba drevivir, y no junto con ella, una vidanterior durante el período Tudor.
Sir Arthur carraspeó y cambió dpostura algo incómodo. Trató de reírpero Akananda reflejaba tantseguridad, tanta soltura, que lo hací
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realmente impresionante. —No —dijo—, a mi mujer l
fascinaban todas esas cosas, y tú tcriaste en medio de ellas por supuestopero yo no veo, médicamente hablandono, no comprendo absolutamente nada.
—Tal vez comprendas… máadelante —dijo Akananda suavement—. Y si bien ella se curará, y se ver
ibre del pasado, todavía no ha llegadel fin, para los demás… para repararpara redimir.
Sir Arthur resopló. —Esos son sentimientos muentremezclados. Mi padre predicaba eStaffordshire, yo recibí instrucció
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religiosa, pero he tratado de olvidarlaél decía cosas parecidas, hablaba sobrredención y demás.
—La verdad es por su naturalezuniversal —dio Akananda— y brilla eventanas muy dispares, aunque mucha
permanecen entornadas. Arthur, deberíahacer entrar a la señora Taylor, pobrseñora, y veo que la enfermera est
mpaciente por atender a su enferma ventilar el curto.
—Así es —dijo el otro médic
haciendo gustosamente aun lado lmetafísica—. El cuarto tiene un oloextraño… la falta de ventilación, posupuesto, pero sin embargo siento u
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aroma a flores o tal vez esa otra cosa¿La enferma movió el vientre?
Akananda asintió. —Su cuerpo ha recuperado su
funciones normales. Haz pasar a lseñora Taylor y tranquiliza a los demás
Ella no debe verlos durante un bueiempo.
Lily Taylor entró muy asustada. N
podía creer lo que le había dicho siArthur:
—El problema ha sido superado
Saldrá adelante —pero cuando Lily via Celia que dormía pacíficamente comcuando era una niña, con una mandebajo de la almohada y la otr
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sujetando la sábana en la misma formen que antes agarraba a su oso duguete, no pudo reprimir un sollozo
Besó a su hija en la mejilla y pasó lmano después por su pelo enmarañado pegoteado.
Celia abrió los ojos. —¿Tía Úrsula? —dijo—. ¿Estuv
enferma?
—No, no, mi querida —exclamLily—. Yo soy tu madre…
Celia pensó un momento, y lueg
asintió. —Es claro, por supuesto…prácticamente lo eras, y tú queríaserlo… yo también, desde el primer dí
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cuando llegué a Cowdray. Y sir John, éera mi padre ahora, y consiguió lo qumás quería: dinero. Murió dicienddinero, sabes, pero no consiguió un hijouvo que conformarse conmigo.
Lily miró angustiada a Kananga qu
estaba parado junto a la cómodbebiendo su té; sus ojos se encontrarocon los de ella y sonrió afectuosamente.
—Parece… oh, parece normal —susurró Lily—, pero está delirando. Ohdoctor ¿Funcionará normalmente otr
vez su cabeza?Él asintió. —Prácticamente ya ha realizado l
ransición.
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—¿Transición de qué? —preguntLily vivamente.
—Del pasado y sus desgracias.Lily, cuyos ojos azules tenía
grandes ojeras y que tampoco habídormido las últimas dos noches
exclamó: —¡Desgracias son las que no
suceden ahora! Quiero decir qu
comprendo que mi hijita ya ha pasado epeor momento y confío en que usteenga razón. Pero Richard…
Akananda depositó la taza sobre eplato. Frunció el ceño y agregó: —Sí, todavía nos queda sir Richard
su karma es mucho más difícil d
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comprender y expiar. Iré verlo mañandespués de descansar un poco recuperar mis fuerzas con la ayuda dDios.
—Gracias —dijo Lily—. Pero nentiendo. No entiendo tampoco qué es l
que lo impulsa a ayudarnos, excepto quusted es un médico y que los médicoayudan a la gente.
—Generalmente —dijo Akananda eun tono más liviano—. Todos prometehacerlo. Las promesas son mu
mportantes, señora Taylor. Y yo quebruna que hice cuatrocientos años atrás, mi falla fue peor aún porque sabía quno debía hacerlo. La ignorancia pued
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disculparse a veces. Sabe usted que yenía un único deseo cuando estaba po
morir. Ver el sol, sentir calor…y pocierto que lo conseguí. Nací hacsesenta y dos años en madrás —landuna triste carcajada.
—¿Ah, sí…? —dijo Lilestúpidamente. Estaba demasiadpreocupada para esforzarse e
comprender lo que decía. Pegó un saltal advertir un movimiento en la cama ver que Celia estiraba su mano. La tom
entre la suya y sintió los dedos que saferraban con fuerza. Lily apoyó smejilla sobre la pequeña mano comenzó a llorar suavemente.
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—Y tampoco fue esa vez durante lépoca Tudor en Inglaterra, la primervez que les fallé a ustedes dos —dijAkananda, pero Lily no lo oyó. Miriernamente a las dos mujeres y s
dirigió hacia la puerta—. Le enviaré un
enfermera con una pastilla que quierque tome usted, señora Taylor. Puedquedarse con Celia un rato, pero po
favor, no le hable. Déjela descansar —agregó con voz alta.
Lily asintió sin pronunciar palabr
alguna.La visita de Akananda a Medfield adía siguiente, se atrasconsiderablemente. Fue primero a
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sanatorio par ver cómo seguía senferma y la encontró sentada en la camomando una taza de caldo, luciendo un
bata de cama de raso rosa que le habílevado su madre. La enfermera kell
estaba junto a la cama y recibió
Akananda con una gran sonrisa. —¡Oh, doctor, nos sentimos much
mejor! Esta tarde nos sentaremos en e
borde de la cama y quizás mañandemos uno o dos pasitos ¿No es verdad
Celia asintió con un pequeñ
movimiento de cabeza y esbozó undébil sonrisa. —Todavía estoy un poco confundid
tuve además unos sueños extraños
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Usted figuraba en ellos, doctor, percreo que tenía una barbita —arrugó lfrente y sus ojos grises parecieron algconfusos—. Había pasado algo, alghorrible…
—Bah —dijo la enfermer
rápidamente—. Todo el mundo tienpesadillas. Termine el caldo, señora, después comerá un flan muy rico.
Celia bebió el caldo obedientementmientras Akananda la observaba.
Le habían quitado prácticament
oda la grasa de los electrodos de spelo, que enmarcaba su cara como upequeño gorro oscuro.
Podía advertirse un color saludabl
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debajo de su piel bastante cetrina, perodavía se apreciaban signos de fatig
en los músculos que rodeaban sus ojogrises, y los pómulos estaban demasiadprominentes, como era lógico despuéde un prolongado ayuno. Una carit
agradable, pero que no tenía el atractivono rosado y el magnífico pelo dorad
de Celia de Bohun, cuya cara recordab
claramente. Esta cara no enloquecería os hombres, ni llevaría a su propietari
al libertinaje y la destrucción.
Recordó la noche que comieron eMedfield. —¿Será posible Dios mío qu
solamente hayan pasado cuatro día
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desde entonces? —cuando esta Celia sfusionó súbitamente con la otra, lchispa salvaje que la animaba, semeraria incursión al jardín e
compañía de Harry, su desafío. HarrJones costaba creer que hubiera sido un
vez Anthony Browne, lord Montagu, siembargo eso era lo que pensabAkananda. Pero si la ley del karm
pudiera explicarse claramente, spreguntaba qué le habría pasado a lorMontagu durante el resto de su vida par
que su alma eligiera en esta oportunidael cuerpo de un hombre bastante comúndedicado a las mujeres y que solamentdemostraba cierta elocuencia cuand
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hablaba de sus hazañas durante lguerra. En su caso particular, la religiónsu catolicismo no habían perduradoposiblemente porque sus conviccioneno eran suficientemente profundas. Y lduquesa no parecía ser muy diferente d
su antigua personalidad como ladMagdalen, excepto su belleza sofisticación, productos ambos del sigl
actual. Había sido una gran señora, unaristócrata de entonces y lo seguísiendo. Había nacido nuevamente en u
castillo de Cumberland; se habírasladado al sur al casarse, igual quantes; y posiblemente su vida srepetiría de acuerdo al mismo patrón, y
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que hasta el presente momento no habíasurgido motivos para cambiarla. Siembargo, se había producido un cambioDurante su afanosa búsqueda en loarchivos del museo británico, Akanandencontró un pequeño libro del sigl
diecisiete en el que figuraba la biografíde lady Montagu. Al hojearlrápidamente se quedó impresionado po
a intolerancia y exagerados remilgodemostrados por Magdalen Dacrdurante los últimos años de su vida. L
que es ahora, su personalidad no scaracterizaba por una remilgadntolerancia.
Celia estaba dormida, y Akananda s
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quedó junto a ella durante un momentesperando que volviera la enfermera quhabía salido a cumplir con undiligencia. Reconsideró brevemente lvívida y penosa experiencia por la quhabía pasado durante estos últimos días
o era como si se hubiera sentado a veuna película cinematográfica sino mábien como leer una novela absorbente e
a que el autor penetra cuando se le da lgana en la mente de cada personaje. Ldiferencia estribaba en el propósit
perseguido… el de Akananda y el deser iluminado que lo guiaba.Indudablemente la mayoría de lo
personajes principales habían sid
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reunidos para pasar el fin de semana ecasa de los Marsdon para poder teneuna oportunidad de resolver una antiguragedia que seguía ocasionando nuevaragedias.
Sin embargo Sue blake no habí
figurado en la época Tudor. Y por otrparte no existía en la actualidad ningunpersonificación de Wat Farrier o de lo
res reyes Tudor de esos días. Por lo menos, pensó Akananda, hoy
en día no se tolera ya semejante
crueldades. Tenemos algunas terribleersecuciones religiosas, pero englaterra no se condena a nadie
morir quemado en una hoguera por s
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rincipios religiosos, ni tampoco sortura o mata a la gente cumpliendos caprichos de un déspota.
Hemos adquirido en cambio, unvaga tolerancia en general, menoexcitante, pero un escalón más arrib
en la espiral .Sus consideraciones se viero
nterrumpidas por Celia:
—¿Dónde está Richard? —preguntsúbitamente con voz quejumbrosa—¿Acaso no debería estar aquí? Quier
verlo.Akananda se sobresaltó. Lofascinantes misterios del pasado quperduraban todavía no eran lo má
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mportante. Todavía subsistía el dilemcentral.
—Sir Richard no demorará en veni—dijo Akananda—. Él también hestado enfermo.
—Oh, pobrecito —dijo Celia—
¿Tiene dolor de espalda? O quizás estengripado. Parecía algo afiebrado anteque… —frunció el ceño tratando d
recordar—. … ¡La reunión del fin dsemana, cuando me enfermé!
—Estará bien dentro de poco —di
Akananda tratando de transmitirle unseguridad que él no sentía—Perfectamente bien.
La enfermera kelly entró al cuarto e
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el preciso momento en que Celia asentícon la cabeza.
—Estoy deseando verlo —snterrumpió y miró su mano izquierda—
¿Dónde está mi anillo… el anillo de loMarsdon?… lo tenía junto con l
alianza. ¡Alguien me lo ha quitado! —Calma, señora, calma —dijo l
enfermera rápidamente—. No deb
agitarse… ¿Es éste? —sacó el anillo damatista del cajón de la mesa de noch—. Estaba en el lavatorio, l
encontramos cuando la lavamos.Celia agarró el anillo y sonrió. Lcolocó en su dedo.
—Es claro. Por lo visto he olvidad
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un montón de cosas, pero supongo quno importa. ¿Tuve una caída, verdad? ¿Ofue un accidente? Alguien hablaba de uaccidente automovilístico en la rutveintisiete y que precisaban camas…¿Richard no está herido, verdad? —su
pupilas se dilataron y se mordió loabios.
—No… —dijo Akananda con ta
convicción que Celia se tranquilizó—Sir Richard no está herido. Y ahora mgustaría que no hablara más, qu
comiera lo que le trae la enfermera que después durmiera pacíficamentdurante tres horas —levantó la manmorena, la movió lentamente haciend
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—Tengo fe en usted, doctor, Dios bendiga… y que la caba piense lo que ldé la gana —agregó para sus adentros.
Akananda salió del cuarto de Celia se dirigió a la planta baja. Cuandpasaba frente a la ala de espera, u
hombre de pelo gris se le acerccorriendo y lo tomó del brazo.
—Doctor… por favor… —dijo co
un quejido ahogado—. ¡Hace una horque estoy aquí y nadie quiere decirmnada!
Akananda, cuya mente estabotalmente concentrada en el problemque le esperaba, no lograba reconoceesa cara contorsionada, los ojo
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fruncidos y enrojecidos por el llanto. —¿Y qué es lo que quiere saber? —
e preguntó. —Usted me conoce, doctor. So
George Simpson. Nos conocimos eMedfield. ¿Cómo está lady Marsdon?
—Está mejorando —dijo Akanandsorprendido aunque percibía una señaen su interior—. No hay razón par
desesperar —los recuerdos de esa vidpasada que había revivido en el cuartde Celia comenzaban a desvanecerse
con lo único que podía asociar a GeorgSimpson era con ineficacia y terror, dos que ya había tenido bastante,
aparte de eso casi no recordaba al pobr
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hombre—. No debe alarmarse tanto poady Marsdon… —repitió fríamente.
—Bueno, pues verá… —GeorgSimpson mordisqueó su bigotito gris—Se trata de Edna, anoche tuvo uaccidente, un accidente muy grave. Est
en el hospital, en una sala a la que no mdejan entrar. Pero la única cosa queditantes que el dolor se hicier
nsoportable fue Celia y como ese es enombre de lady Marsdon y sé que estmuy enferma, pensé venir aquí
preguntar cómo seguía. —Ah-h… —dijo AkanandaConcentró toda su atención en GeorgSimpson y lo condujo a su consultori
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privado—. Siéntese, señor. Cuéntemqué fue lo que le pasó a la señorSimpson.
El pequeño hombre hizo un esfuerzoBuscó su pipa, trató de llenarla, perrenunció al desparramar el tabaco sobr
sus rodillas. —Se quemó— dijo sofocando u
sollozo—. Cuando llegué a casa despué
del trabajo, ya habían olido el humo habían entrado… la oyeron gritar… lovecinos del departamento de al lado. L
apagaron… no era un incendio dproporciones, pero se le prendió fuegel kimono y Edna estaba envuelta elamas, la enroscaron en la alfombra —
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George hizo un ruido seco y se cubrios ojos con la mano—. Es horrible —
murmuró—. No creen que sobrevivaiene quemaduras de quinto grado, s
piel quedó carbonizada, su cara…Akananda guardó silencio durante u
momento y luego apoyó su mano sobrel hombro de Simpson.
—Lo siento mucho. ¿Podrí
contarme cómo sucedió? Se sentirmejor si habla un poco.
—Debe haber sido el calentador d
alcohol —dijo George lentamente—debe haberlo encendido para preparaun poco de té… ella… le gustabahorrar gas. Y además… a lo mejor n
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estaba muy lúcida. Tenía un… un tónicque le preparaba el farmacéutico. Ycuando tomaba demasiado… no estabmuy lúcida.
—Entiendo… —dijo Akananddespués de una breve pausa—. U
amentable accidente. Lo siento muchpor usted, señor Simpson —su voreflejaba compasión pero en su interio
sentía un gran alivio. La ley de karma shabía cumplido finalmente, aunque no ea medida esperada para compensar e
crimen y suicidio provocados por EmmAllen, pero con una terrible agonía purificada por un fuego aparentementaccidental. Pero había una relación qu
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solamente él podía advertir. Eaccidente de Edna Simpson habíocurrido la noche anteriorprobablemente durante el precismomento en que Celia revivía su propimuerte en Ightham mote.
—¿Quiere que llame al hospital pregunte cómo se encuentra la señorSimpson? —preguntó—. Posiblement
o consiga averiguar más que usted.George asintió y le dio el número.Akananda agarró el teléfono y lueg
de una breve conversación, colgó eubo lentamente.George levantó el mentón y fijó s
mirada en el rostro del médico hindú.
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—Ha muerto… —dijo.Akananda inclinó lentamente l
cabeza. —Debería tener alguien que l
acompañara ¿Tiene hijos? ¿Parientes? —Ella siempre se lamentó de que n
hubiéramos tenido hijos… tengo uhermano, John Simpson, trabaja en ecentro. Oh, doctor, no puedo creerlo…
ella… ella era a menudo muy difícimuchas persona son la querían últimamente había cambiado mucho
estaba tan susceptible y descontentapero yo la quería…y oh, Dios mío, qumuerte tan horrible… no puedcreerlo… una muerte tan cruel… cuánd
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pienso en que estaba sola en edepartamento, pidiendo socorro a logritos…
Akananda suspiró. —Con el tiempo lo olvidará —dij
—. Dígame por favor cuál es el númer
de su hermano.Jiddu Akananda y Lily Taylo
legaron a Medfield place esa mism
arde en un auto guiado por un chofeque Lily había alquilado en Londres…
Hablaron muy poco durante e
rayecto y las terrible sospechas quenía Lily se desvanecierogradualmente con la tranquila presencidel hindú. Sentía una fuerza qu
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emanaba de su persona y se refugió eella. Una última revisación demostrgrandes mejorías en Celia además duna nueva serenidad Si bien estaba mudébil todavía, habían desaparecidotalmente esa puerilidad y confusió
que demostraba cuando recién sdespertó de su trance.
No mencionó para nada s
enfermedad ni tampoco a RichardConversó un poco con la enfermerkelly sobre Irlanda y norteamérica
donde la enfermera tenía muchoparientes. Justo cuando Lily estaba porse, Celia pidió que trajeran una Biblia
—Un antojo muy sano, mamá —dij
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sonriendo al ver la cara preocupada dLily—. No te asustes. Recuerda que tme enviabas a las lecciones dcatecismo en lake forest. Quiero leealgunos versículos. Qué graciosodetestaba las clases en que nos hacía
eer la Biblia, sin embargo se me haquedado grabadas algunas cosas.
Encontraron una Biblia y cuand
Lily se fue, Celia estaba hojeando supáginas tranquilamente, deteniéndose dvez en cuando para leer algún párrafo.
—¿No le parece algo raro? —lpreguntó Lily a Akananda con grapreocupación mientras caminaban por ecorredor del sanatorio—. Lo que quier
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decir res que es tan poco de ella pediuna Biblia, siempre fue bastantagnóstica.
—No creo que sea nada anormal —dijo Akananda—, y creo que sencontrará con que Celia ha cambiad
en muchos aspectos. Mi querida señoraposiblemente sus propios sondeos ensayos, así como la esencia
espiritualidad que la caracteriza a ustedhayan sido las cosas que hicierorebelar se contra todo eso a su hija; l
que es muy natural pero no definitivo.El auto avanzaba hacia Sussex a luz del crepúsculo, pero recién cuandlegaron a Alfriston, Lily se despertó de
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sopor en que había caído y suspiranddijo:
—Sir Richard se niega nuevamente dejarme entrar supongo que tendremoque dormir en el star. El teléfono dMedfield place no funciona, Richar
cortó los cables. ¿No sería mejoreservar un par de habitaciones?
—Sería prudente —dijo el hindú—
En realidad ya lo hice antes de qusaliéramos de Londres —rió con unrisita leve, casi infantil—. Por lo vist
estoy mejorando en mi previsión preocupación por su comodidad —falthacía…
Lily giró rápidamente la cabeza e
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medio de la oscuridad del asientrasero.
—Qué tontería —dijo con una risitubeante—. Se ha portado uste
maravillosamente bien durante todeste… todo este lío espantoso. Y… —s
detuvo buscando la palabra correctaalgo incómoda—. Usted es uprofesional, ha permanecido todo e
iempo junto a nosotras, ha perdidmuchísimo tiempo… y afortunadamento puedo.
—¿Recompensarme con una sumgenerosa? —dijo Akananda—. Lo sé, mquerida, lo sé, pero en esta vida edinero no representa una recompens
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para mí. Más adelante… quizás…podremos hablar de formas específicaen las que podría ayudar a otrapersonas.
Súbitamente puso su mano sobre lde ella. Ella se sobresaltó con la grat
sorpresa y luego aflojó totalmente smano al sentir ese tibio cosquilleo.
—¿Qué es lo que ve? —le pregunt
él en voz muy baja.Ella miró asombrada el camp
verde, la pesada flecha de la iglesia d
Alfriston ubicada sobre una loma y cuysilueta se recortaba contra los árboleoscuros y los techos con aleros de loviejos edificios.
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—Veo Alfriston —dijo ella—. ¿Qumás?
—¿Qué siente, entonces? —preguntél apretando con á fuerza la mano.
—Pues… —dijo Lily lentamente—Parece una tontería, pero súbitament
uve la impresión de ver unas columnblancas, como las de un templo, contrun cielo muy azul, sentí amor, abandono
pena… un hombre que me habíabandonado… a mí y a nuestra pequeñhijita… con gran pena.
—Así es —dijo Akananda. No hablaron más durante un ratomientras el auto avanzaba por la rutflanqueada por cercos silvestres y por l
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silueta verde oscura y misteriosa de lacolinas hacia la derecha.
Akananda rompió nuevamente esilencio con una voz baja y cariñosa.
—Mi amor por usted siguexistiendo, aunque en una forma má
elevada. Ahora puede confiar en él.Lily se estremeció. Contuvo l
respiración como si fuera una niña. S
esas palabras hubieran sido dichas pocualquier otro hombre, había pensadque se estaba tirando un lance; habí
recibido muchas propuestas de esndole desde que enviudó, como ernormal tratándose de una mujer bonita rica. Pero sabía que proviniendo d
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Akananda no podía ser algo tan crudo que el derretimiento y alivio que sentíno eran materialistas.
Él habló nuevamente cuando pasarofrente a la iglesia de un pueblo:
—Cuando Celia estaba en grav
peligro, usted fue a rezar a la catedral dSouthwark. ¿Sabe por qué se sintiatraída hacia ese lugar?
—No… —respondió ella luego duna breve pausa—, y no me sirvió dmucho. Me quedé sentada allí durant
una hora, como usted me dijo, pero npodía tranquilizarme. Tenípermanentemente la sensación de quhabía algo detrás de la iglesia, edificios
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unos edificios muy lúgubres… percuando salí a mirar, no encontré más quunos cuantos depósitos. Tomé un taxi volví al Claridge.
—Usted pasó unos momentos muristes hace muchos años en donde s
alzan hoy esos depósitos —dijAkananda—, allí estaba la abadía dord Montagu cuatrocientos años atrás.
—¿Y yo vivía allí? —preguntó Lilcon un susurro—. ¿Usted sabe que yvivía allí?
—Sí —dijo él—. Pero no vale lpena que se preocupe pensando en elloFue pura curiosidad de parte mía ¡Mire—agregó con voz más animada—. ¿N
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es ése el portón de Medfield place? Estcerrado, espero que no le hayan echadlave. ¿Por qué no le dice al chofer qu
se fije?Lily golpeó en el panel de vidrio qu
separaba el asiento delantero de
ocupado por ellos y transmitió emensaje con una voz ahogada. El chofeasintió, se llevó la mano a su gorra y n
se demoró mucho en abrir el portón parpermitir el paso del auto.
Los rododendros y el laurel qu
bordeaban el camino de entrada estabacubiertos de flores, grupos de estrellas sus débiles destellos podían apreciarsen el cielo oscuro del atardecer. A pesa
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de que ya era más de las nueve, emisterioso brillo de una tarde de junibañaba la extensa mansión y sudiferentes estilos arquitectónicos.
Akananda recordaba ligeramentcómo era el lugar cuando él, bajo l
personalidad de Julian, se detuvbrevemente allí, antes de dirigirse ghtham mote en compañía de To
Marsdon. Era mucho más chica, no tenípor supuesto el ala victoriana nclusive algunos de los cuartos d
estilo Tudor que seguramente Tom debíhaber agregado posteriormente. Pero epalomar y el granero no parecían habesido modificados. Lo que confirmaba
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pensó él, que un alma, igual que uncasa, puede sufrir muchos cambioexteriores sin que por ello se veafectada su esencia.
El auto se detuvo frente a lescalinata de entrada, el chofe
descendió y abrió la puerta de atrás. —Parece que no hay nadie señor
—le dijo a Lily—. ¿Quiere que llame?
—Sí, por favor —dijo ella mientrapermanecía sentada muy tiesa sujetandsu cartera de gamuza y con la mirada fij
en el casa oscura y silenciosa.El chofer tocó el timbre y esperóo obtuvo respuesta. Tocó otra vez
uego de una breve espera, se acercó a
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auto. —¿Hay personal de servicio
señora? Podría probar por la entrada datrás. Traté de abrir la puerta del frentpero está cerrada con llave.
—Había gente de servicio… —dij
Lily tristemente—, por lo menos lseñora Cameron estaba aquí emiércoles cuando vine a ver a Richard
aunque se comportó en una forma muextraña, parecía asustada, entreabriapenas la puerta y se limitó a decirm
que Richard había dado orden de ndejar entrar a nadie, y especialmente mí —Lily apretó el pañuelo de encajcontra su boca—. ¿Oh, doctor, qué es l
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que pasa aquí?Akananda no le contestó. Se bajó de
auto y dio la vuelta al jardín que estabmpregnado por el perfume de las rosas
alelíes y claveles. Las luciérnagabrillaban entre el follaje y sobre l
pileta de natación. Miró hacia la piletaUnos cuantos pétalos marrones flotabasobre el rectángulo de agua rodeado d
baldosas azules. Parecía imposible quhubiera transcurrido solamente unsemana desde que ese despreocupad
grupo estuvo reunido junto al aguaexponiendo a los rayos del sol sucuerpos bronceados. La conversaciónas banalidades. Y la audaz y elegant
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zambullida de Richard…Akananda se acercó a la pileta
miró al agua ligeramente turbia cocierta aprensión. Pero se tranquiliznmediatamente. No. Sabía que Richar
estaba vivo, y si bien la guía no er
perfecta, o tal vez la falta estaba en sreceptividad, había obtenido una seride evidencias. Richard estaba vivo e
algún lugar de esa casa oscura cerrada, pero no podía prever epróximo desenlace. Akananda hizo u
esfuerzo para reunir las fuerzas doraden su cuerpo, en su mente, como se lhabían enseñado, tratando de luchacontra una debilidad, un inmenso dese
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de verse libre de presiones, de podedescansar nuevamente en sus tranquilo aislados cuartos de Londres, lejos de
bochinche, de la miseria, de loesfuerzos.
Sentía inclusive cierta impacienci
respecto a Lily que estaba esperándolen el auto. Qué todos se las arreglecomo puedan, pensó, Celia ya está
salvo.Y a pesar de los pocos ortodoxo
métodos de que se había valido par
ograrlo, de lo que había sufrido coella, él tendría que seguir expiando sculpa. Sentía una opresión en el pecho unas puntadas en su brazo izquierd
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desde que terminó con su experimenten la clínica londinense, y sabía mubien lo que eso significaba. Habíenido que sacrificar su magnífica salu
física y el cuerpo había quedaddeteriorado.
Qué tontería perder el tiempolpeando esta puerta, pensó. Elfriston nos esperan uno
confortabilísimos cuartos y allí podrlamar a la farmacia y pedir que m
manden un poco de digital, por l
menos. Pero quiero estar solo. Se ldiré a Lily Taylor y ella hará cualquiecosa que le pida. Y en realidad n
odremos hacer nada esta noche
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rthur creería que estoy loco… tal veesto sea una alucinación, una authipnosis. Cuando trabajaba en ehospital todos me creían loco dremate.
—Y ahora, señor Akananda, tendrí
usted la gentileza de disecar la glándulpineal, donde usted dice que está ealma… que estaba… o estuvo… per
debo manifestarle que este cuerpo estmás muerto que un fósil —y las risaadulonas y burlonas.
Akananda se apartó rápidamente da pileta de natación; había oído unodébiles compases musicaleprovenientes de la casa. Se qued
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escuchando durante un instante y luegse dirigió hacia la parte correspondiental período Isabelino. Erandudablemente unos cánticos… voce
masculinas… la cadencia… lamelodías gregorianas, armoniosas
fluctuantes, loores a la virgen y a dios…dénticas a las que había oído en es
misma casa la semana pasada,
dénticas a las que había oídcuatrocientos años antes.
Suspiró, inclinó la cabeza y estir
sus brazos hacia delante con las palmade las manos dadas vuelta hacia arribaen señal de entrega y hastío. Músicextraña, voces extrañas, per
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apremiantes y significativas.Caminó hasta la puerta que dba a
ardín y la encontró abierta. Siguió loacordes con paso decidido y resignadoSubió la escalera del frente, atravespasillos y corredores, dio vuelta a u
recodo, subió otro pequeño tramo descaleras y llegó al viejo cuarto destudio. El volumen de las voce
masculinas que propalaban los parlanteera realmente ensordecedor. La puertestaba totalmente abierta y pudo ver
Richard arrodillado en la pequeñcapilla provisoria con la cabezapoyada sobre sus manos entrelazadasPegó un salto cuando vio al hindú
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parado a su lado. —¡Salga de aquí! —exclamó—
Cómo se atreve a espiarme! ¿Y cómdemonios hizo para entrar?
Akananda inspiró profundamentmientras el joven noble, ojeroso y si
afeitar se inclinaba sobre él. Los ojomarrones tenían una mirada salvajeparecían los de un criminal acorralado
peligroso. Paranoia, pensó AkanandaHabía visto frecuentemente esa mismmirada.
Akananda señaló al equipestereofónico. —Está un poco fuerte —dij
suavemente—, pero qué bonita es… es
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vieja música religiosa. Me gustaríescucharla junto a usted, pero bajemoun poco el volumen.
Richard lanzó una mirada fulminantal delgado y ya maduro médico vestidcon un elegante traje marrón.
—Usted estaba aquí cuando muriCelia —exclamó—. Lo recuerdo mubien. ¡Váyase inmediatamente, espía
Eché a los sirvientes y cerré las puertacon llave.
—En efecto —dio Akanand
sonriendo—, no dudo de sus palabraspero se olvidó de cerrar la puerta que dal jardín, a menos que esa cerradura nfuncione bien —se acercó al tocadisco
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bajó el volumen hasta que sólo se oyun murmullo tranquilizador—. Mi latídeja algo que desear —dijo—. ¿Qué eo que cantan?
—Un salve Regina… —respondiRichard cautelosamente después de un
omento. Sus ojos no tenían ya esexpresión peligrosa, parecían más bieasustados y confundidos—. N
comprendo qué es lo que ha venido hacer aquí.
—Siéntese por favor —dij
Akananda—. ¿No cree que es muncómodo escuchar música parado? —se sentó en uno de los viejos pupitres esperó, observando a Richard con gra
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calma, hasta que éste se sentó también. —Siempre quise saber un poco má
sobre la música religiosa de occident—dijo Akananda como al pasar—. Tuvoportunidad de escuchar algunas obracuando estudiaba en Oxford, pero n
ogré comprenderlas; me crié entrnstrumentos muy distintos, como el sita
por ejemplo, pero las canciones hindúe
siempre me parecieron, inclusivcuando era un niño, algo nasales. Muchme temo que no tengo buen oído.
—¿Ah, sí? —Richard seguímirándolo azorado pero sus manos shabían aflojado. Tragó una o dos veces.
—Y a propósito —dijo Akananda—
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su mujer, Celia, no está muerta… vinpara informarle que está en un clínica eLondres y que ha reaccionadfavorablemente.
Richard hizo una mueca y pegó usalto.
—Está equivocado… por supuestque está muerta. Yo la maté, yo y esgorda Simpson. Ambos la matamos
sabe, y le aseguro que Celia lo merecíaCelia, la rubia y casquivana Celia.
—Edna Simpson ha muerto —dij
Akananda, sintiendo que su corazón latíapresuradamente. ¿Hasta dónde y a quritmo podría proseguir?— tuvo uaccidente, se quemó al prenderse fueg
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un calentador de alcohol. Está muertapero Celia vive —repitió con vopausada y cadenciosa—. Y ahora siRichard, me gustaría que usted sacostara y descansara. Podemos oír lodemás cantos gregorianos mañana por l
mañana —advirtió otra vez síntomas densión y un chispazo de furia en su
ojos—. ¿Todavía está aquí la señor
Cameron? —preguntó Akanandafablemente—. ¿O la despachó tambiéa ella?
Richard pareció sorprendido. —¿Nanny? No lo sé. No hacía máque fastidiarme. Creo… que le dije quse fuera.
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Akananda asintió. —A nadie le gusta que lo fastidien
pero supongo que no debe haber ido muejos. ¿Qué le parece si echamos u
vistazo? Tengo entendido que siempruvo un gran cariño por usted.
—Cariño… —repitió Richard. Squedó pensando en esa palabra y sestremeció—. No existe cariño —dij
—. Siempre lo traicionan… tarde emprano, pero nos traicionan… ¡Y
usted también! —se dio vuelta haci
Akananda, mirándolo con los ojoentrecerrados y la boca abierta como lfauces de un tigre.
A pesar de toda su experiencia
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Akananda sintió un estremecimientproducido por un miedo innato. Teníque sacar a este hombre de ese cuarto, enía que dominarlo valiéndos
solamente de su voluntad, no tendríninguna otra clase de ayuda, no recibirí
ayuda física. —¡Ponga la mano sobre el crucifijo
Stephen Marsdon! —exclamó Akanand
con una voz tan fuerte y penetrante quRichard pegó un respingo. Sacudió lcabeza como un toro herido—. ¡Qué e
o que se propone! —miró de soslayo ealtar. —Haga lo que le ordeno, herman
Stephen —dijo Akananda—. Usted jur
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obedecer a su superior. ¡Yo soy ssuperior!
Richard obedeció lentamente bajo lfuerza oculta en la mirada del médicosemejante a un fuerte rayo luminoso. Épasó la lengua por los labios
respirando dificultosamente manoteó scinturón de cuero marrón.
—No, el rosario que cuelga de s
cintura no —dijo Akananda—. Ponga smano sobre el crucifijo que está en ealtar.
Richard se arrastró prácticamentehasta el altar, y puso su mano sobre lcruz de madera, justo debajo de los piede plata.
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—Ecce agnus dei, ecce qui tollipeccata mundi… —dijo Akanandmientras las voces de los monjemurmuraban su súplica desde el otrrincón donde estaban los parlantes.
Richard se quedó paralizado en e
ugar, apoyando su mano sobre ecrucifijo.
—Domine non dum dignad ut intre
sub tectum meum —dio con una voahogada como un niño asustado. Ycomenzó a temblar.
Akananda dio tres pasorápidamente y tomó a Richard por lotra mano.
—Vamos —le dijo—. Buscaremos
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a señora Cameron. Ella nos prepararun poco de té y unas tostadas. Así lespero. Me gustan mucho las tostadacon manteca.
Richard siguió obedientemente lmano que lo guiaba, y abandonaron e
viejo cuarto de estudio.Más o menos un ahora después
Akananda hizo entrar a Lily a Medfiel
place. Estaba parado en el umbral de lpuerta, esbozando una débil sonrisapero ella pudo apreciar gracias a la lu
del vestíbulo, que estaba muy cansado. —¿Es algo grave? —susurró—¿Consiguió encontrarlo, verdad?
Él asintió.
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—Creo que se recuperará. Ladministré un sedante que había traídpor las dudas. Está dormido. La señorCameron está acompañándolo. Durantunos momentos la situación fue museria —Akananda rió sarcásticamente.
No pensaba contarle a Lily lerrible que había sido, a pesar de qu
Richard permitió que Akananda l
nyectara un sedante cuando salieron decuarto de estudio. Afortunadamenthabía comenzado a surtir efecto ante
que Richard viera que el cuadro dCelia que colgaba en la escalera estabhecho trizas.
—¡Vio… le dije que había muerto
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que yo la había matado! —exclamndignado dirigiéndose al médico—Ella me traicionó!
Akananda miró las tiras de telpintada que colgaban del marco, y ndijo nada.
Prosiguió avanzando con spaciente, mientras su ansiedad iba eaumento. ¿Qué le había sucedido a l
pequeña niñera escocesa? No sanimaba a dejar que Richard realizara lbúsqueda por su propia cuenta. Al cab
de un rato ya habían recorrido la mayoparte de la vieja casona y Akanandhabía gritado en repetidas ocasiones.
—¿Señora Cameron, dónde está? —
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repitiendo su llamado a lo largo de lontrincados corredores e inclusive en l
azotea. Se dio cuenta queso pacientestaba flaqueando y que debía hacerldescansar, pero estaba seguro quJeanne Cameron se encontraba mu
cerca de ellos, tan seguro como cuandun poco más temprano había intuido lproximidad de Richard. Su intuición s
acentuó cuando bajaron a la cocinaDebía haberlo adivinado, gracias a todo que sabía del pasado, que en la ment
de Richard estaba groseramentmezclado con el presente. —¿Encerró a Nanny en la bodega
—le preguntó manteniendo su ton
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casual. Richard lo miró estúpidamenteSe le cerraban los párpados. Bostezgroseramente. Akananda lo hizo sentaen una de las sillas de la cocina consideró durante unos momentos lposibilidad de llamar al chofer qu
esperaba afuera, para que lo ayudaraprobablemente el paciente ya no estaben condiciones de tener ningún rapt
criminal, pero no era aconsejable lpresencia de u nuevo estímulo.
—¡Siéntese allí! —repitió—. ¡No s
mueva! ¡Es una orden!Akananda bajó a la bodega questaba atestada de bolsas de carbónbarriles de vino y mercaderías e
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depósito. Encendió la luz y vio que en eotro extremo había un pequeño recoveccon una puerta de madera que estabcerrada con una pesada tranca del ladexterno.
Y esta vez su llamado recibió un
débil respuesta. La señora Cameroestaba sentada en medio de la oscuridadsobre una pila de herrumbrado
utensilios caseros, arrojados allí hacímucho tiempo e ignorados por loMarsdon del siglo veinte. Esa pequeña
valiente mujer recibió a Akananda coun débil sollozo y luego dijo: —Loado sea el señor. He rezad
continuamente, oraciones que aprendí e
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mi infancia. ¿Cómo está el señoRichard? ah, me dio tal susto, doctorMe parece que se ha vuelto loco.
Akananda no perdió el tiempo copalabra—. ¿Cuánto tiempo hace que estaquí?
—Desde anoche —dijo ella—Tengo un poco de sed ¿Pero cómo estél?
—Está en la cocina ¡Apurémonos!La señora Cameron salió de l
bodega con asombrosa agilidad y trep
a escalera delante de él. Cuando vio Richard derrumbado sobre una silla, sabalanzó sobre él y lo rodeó con subrazos.
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—Eres un muchacho muy travieso —e dijo—, no debes hacerle estaugarretas a tu vieja niñera.
Richard la miró ligeramente aturdid luego apoyó su cabeza contra el pech
de la señora Cameron.
—Tengo sueño… —le dijo.A Akananda se le ocurrió pensa
cuál había sido el origen de ese cariño
o existía nadie del período Tudorsegún sus conocimientos, que pudierhaber sido la señora Cameron, pero es
no era importante. Habían existido otravidas, o quizás esa relación recién soriginaba en esta vida.
Entre los dos consiguieron meter
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Richard en cama.Los ojos azules de Lily miraba
ansiosamente al hindú. —Parece estar agotado —le dij
suavemente—. ¿Qué le parecería scomiéramos algo? Tengo entendido qu
odo el personal de servicio se ha idoPero la heladera debe tener unas cuantaprovisiones. Le prepararé unos huevo
revueltos, y me parece que le diré achofer que puede volver a Alfriston. Nsé si me equivoco, pero creo que no l
vamos a precisar por el momento.Akananda dijo: —No, creo que no, pero me gustarí
que me trajera mi maletín pues tengo all
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otra dosis de sedante. Aunque me parecque no va a ser necesaria. Este intervalpsicótico ha pasado y no era en realidaun caso típico A la mañana siguientRichard dormía profundamente mientraMedfield recuperaba su aspecto normal
Lily, descansada y con sacostumbrada eficiencia, habíconseguido, gracias a una generos
propina, que el chofer hiciera numerosolamados telefónicos en el pueblo
consiguiera una casera suplente hast
que le enviaran un personal nuevo desdLondres. Entre ella y Akananda hicierodesaparecer todos lo rastros de lfuerzas destructivas engendradas durant
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esa semana de violencia y angustiaantes que llegara la nueva ayudanta.
Descolgaron el cuadro de Celia como no tenía arreglo, tiraron lofragmentos a la basura. Quedabasolamente dos fotografías de Celia si
destruir, pero como tenían el vidrio rotoLily la guardó en el cajón del escritorihasta que fueran enmarcadas otra vez.
Un empleado de la compañía deléfonos se encargó de arreglar l
cables cortados, sin demostrar ningun
curiosidad por el accidente. Cuando eaparato estuvo en condiciones dfuncionar, llamaron inmediatamente asanatorio de Londres donde le
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nformaron que Celia estaba muy bienque había pasado muy buena noche y quacababa de tomar un opíparo desayuno.
—¿Y qué haremos con el cuarto destudio? —preguntó Lily—. ¿No seríconveniente hacer algunos cambios all
ambién? Parece haber sido una ala dortura para él durante todos estos días
pobre hombre.
Akananda frunció el ceño y dijo: —Vayamos a echarle un vistazo.La diáfana luz de esa mañana d
unio no reflejó nada anormal en emodesto cuarto con su chimenea, lopupitres rotos, los taburetes y lalfombra manchada de tinta.
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—¡Dios mío! —exclamó Lily—Qué sucio está! No cabe la menor dud
que este cuarto necesita una buenimpieza. ¿Y qué es eso que veo en es
hueco? ¿Un altar? —Así es —dio Akananda—. L
capilla de sir Richard.Lily miró atentamente el crucifijo
as velas.
—¡Pero él no es católico! Siempruve la impresión de que se mofaba de l
religión. De cualquier religión.
—Lo que no impide que haya sidprofundamente religioso en otroiempos, y los objetos que adornan es
pequeño altar fueron los que lo salvaro
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anoche.Lily se estremeció, parte de asombr
parte de alegría, desviando su miradde la de Akananda al deslucidcrucifijo.
—La oración… —dijo en voz baj
—. ¿La luz redentora…?Él sonrió. —Usted comprende muy bien, m
querida. Pero me parece que ndebemos tocar este cuartmomentáneamente. Dejemos que si
Richard decida lo que quiera hacer coél cuando esté en condiciones dhacerlo.
Ella asintió.
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—Sabe una cosa, es algo curiosopero recuerdo que cuando Celia vino Medfield por primera vez, alguien dijque la vieja capilla de los Marsdon, lque tenían hace muchos años, muchantes que tuvieran un título nobiliario
había sido construido en esta parte de lcasa ¿Cree usted que habrá sidustamente aquí?
—Posiblemente. Los Marsdoconservan con el pasado lazos máfuertes que la generalidad de la gente,
en especial sir Richard, si bien él no henido conciencia de ello. —Usted sí puede recordar ¿Verdad
—dijo ansiosamente—. Oh, cómo m
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gustaría poder recordar.Akananda meneó la cabeza. —Los recuerdos pueden produci
grandes sufrimientos. Recuerdomperfectos, incomprensibles fueron lo
que casi produjeron la muerte de Celia
sir Richard, aunque la fuerza de la leque castigó a Edna Simpson fue algdistinto y lógico.
Lily lanzó un profundo suspiro. —No entiendo muy bien —dij
mientras miraba hacia el jardín y e
viejo palomar a través de los pequeñocristales romboidales. —Hace muchos años aprendí u
poema, no recuerdo bien quién l
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escribió, creo que se llamaba phillips…—hizo una pausa y con voz balbuceantagregó:
Fue ese momento profundo en el quenemos conciencia del secret
amanecer entre esa verde oscuridad.
—Me parece haber visto tu rostro eotro mundo. Murieron por su casaaunque no se cuándo Cantaron en s
honor, aunque no recuerdo dónde…Se interrumpió sonrojándos
evemente.
—Muy romántico —dijo con unsonrisa irónica—. Pero cómo no iba ser romántica a los catorce años, ysentía, yo tenía la impresión que habí
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algo de verdad en todo eso. Reciéacabo de recordarlo.
Akananda se acercó también a lventana. Pasó su brazo alrededor de lohombros de Lily y la besó en la mejilla.
—Hay algo de verdad en todo eso
mi querida, y por lo menos ustesiempre abrigaba la esperanza de usecreto amanecer —se dio vuelt
súbitamente y agregó—, tengo qunvestigar cómo sigue sir Richard. S
está despierto, será necesario llevarl
algo de comida: el pobre hombre hpasado varios días sin probar bocado.
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Capítulo 20
Celia volvió a Medfield place ecuatro de julio, en compañía de smadre y del doctor Akananda. Arthu
Moore los despidió desde la escalinatdel sanatorio. Se mostró muy amable pesar de estar bastante apurado, pue
debía asistir a una reunió de ejecutivodel hospital y luego tenía una cita couna condesa sumamente afligida pues shijo acababa de manifestarlesúbitamente y sin ambages, que erhomosexual.
—Bien, bien —dijo sir Arthu
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alegremente—, está usted sana y buenaady Marsdon. Me siento feliz. Un
buena forma de celebrar este dí¿Verdad? Cuando ustedes los yanquis sndependizaron. Y desgraciadamente no
obligaron a imitarlos, aunque no no
resultó muy provechoso. Debíamohaberle hecho caso a pitt. No puednegar que me dio un buen susto, per
esos episodios como el suyo saledelante. He visto varios, el doctoAkananda fue una gran ayuda —l
dirigió una cálida sonrisa de descans—. Es un tipo de suerte. Mal no mvendría un poco de aire puro de Sussex.
El auto de los Marsdon se intern
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por el denso tráfico londinenseAkananda ocupaba el asiento dadelante junto con el chofer contratadpor Lily. Había completado en realidael elenco de servicio de Medfield plac justo cuando se disponía a disfruta
del primer momento de serenidadespués de la tensión de los últimodías, Celia la interrumpió con un
pregunta. —¿Porqué no vino Richard? —Pero mi querida —dijo Lily—
sabes muy bien que todavía no hrecuperado totalmente sus fuerzasEstuvo muy enfermo, también, pero estdeseando verte.
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Eso no era verdad. Richard estabapático, indiferente. Cuando Lily le dijque iban a buscar a Celia al sanatoriose limitó a decir:
—Supongo que como ya está biequerrá volver. Yo me casé con ella.
—Está mucho mejor… ya no tienmás alucinaciones —le dijo Akanandun poco más tarde a Lily—. Per
odavía no se ha recuperado totalmenteAhora pasaría por una fase intermediapero no existía prácticamente peligro d
paranoia. —Sin embargo, queda mucho siresolver —agregó, y Lily, que creíconocer bien al hindú, captó s
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nseguridad. Miró ansiosamente a shija.
Celia lucía un vestido de hilvioleta, muy sencillo pero muy caro, cuyo único adorno era un monograma. Ecolor le sentaba a su piel clara y tostada
su pelo oscuro y ondulado le daba uaspecto de niña. Sin embargo Liladvirtió la madurez de sus ojos grises
unas nuevas líneas alrededor de la bocapintada de un color rosa iridiscenteParecía algo mayor que sus veintitré
años, quizá porque tenía cierto airriste, como de otro mundo. Tal vez era certeza de su embarazo. El análisis d
orina había dado resultado francament
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positivo.Cuando atravesaban Southwark e
dirección al puente de Londres, Lilmiró hacia la catedral que se alzaba a sderecha y le preguntó a Celia con ciertitubeo:
—Esa iglesia ¿Te trae alguna clasde recuerdos o sientes algo en especiaal pasar por aquí?
—Pues no —dijo Celia mirando edenso tráfico que las rodeaba, lmezcolanza de galpones y lo
presurosos peatones—. Me parecsolamente una parte muy fea derayecto, pero que no podemos evitar
¿Debería sentir algo en especial? —
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agregó mirando a su madre con unndulgente sonrisa.
Lily meneó la cabeza. —No creo, pero como el docto
Akananda dijo…Celia la interrumpió frunciendo e
ceño. —Me parece que no me gusta much
ese hombre. Oh, ya sé que se portó mu
bien conmigo mientras estuve en esanatorio, pero…
—Te salvó la vida, Celia —dij
Lily severamente— ¡Es un buen hombr un gran médico! —Sí, lo sé… —Celia se sorprendi
por la vehemencia de su madre. Ya s
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que hizo no sé qué cosa, pero la cabacomo así también sir Arthur, dijeron quo me habría salvado de todos modos
Parecen creer que sus métodos fueroarbitrarios y no muy éticos. Yo sólsiento que no puedo confiar enterament
en él, y no quiero tenerlo de huésped eMedfield.
Lily reprimió un arrebato de furia
se dedicó a mirar por la ventanilla lninterrumpida sucesión de casas d
altos y bajos que se alzaban a ambo
ados del camino. —Por lo menos —dijo con un tonseco y autoritario que rara vez empleabcon Celia—, necesitamos su
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excepcionales habilidades parproseguir con el tratamiento de RichardY además, mi querida niñaafortunadamente no tienes la más levdea de los peligros superados gracias a intervención de ese hombre. No m
nteresa lo que Arthur Moore y las otraenfermeras te hayan dicho la semanpasada, pero lo que sé es que le debes l
vida, y la del hijo que llevas dentruyo, pura y exclusivamente a Jidd
Akananda.
Las discusiones entre esta madre su hija eran tan poco comunes, quambas se quedaron perturbadas. Lilcambió inmediatamente de tema.
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—¿Te resultó interesante la lecturde la Biblia? —le preguntó sonriend—. ¿Encontraste lo que buscabas?
—Encontré —respondió Celia acabo de un momento de reflexión, aceptando la rama de olivo—, e
muchos versículos, especialmente en enuevo testamento, un nuevo significado un consuelo que jamás había advertid
en ellos.El reencuentro de Richard y Celi
fue semejante al de dos desconocido
muy corteses. Richard salió a recibirloa la escalinata al oír el ruido del auto sus labios se levantaron ligeramente eas comisuras cuando vio a Celia.
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a oyó reprimir un sollozo. Había alzada cara para recibir un beso, per
rápidamente disimuló el gestocambiando la cartera de brazo.
—Me parece una buena idea la deé… —dijo ella—. ¿Y cómo te siente
ú, Richard? Qué gracioso que los donos hayamos enfermado al mismiempo, pero aparentemente tú estás mu
bien, aunque me parece que te hablanqueado un poco. Mañana podremoomar un poco de sol… entre uno y otr
chaparrón. Ella saldrá adelante, pensAkananda. Está manejando muy bieeste asunto. Sería mejor tal vez que él y
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ily Taylor se fueran y los dejarosolos a ellos dos; pero no se animabaa hacerlo.
Mientras estaban sentados tomandé, hizo un gran esfuerzo y se concentr
para poder ver las emanaciones qu
rodeaban a Richard todavía se advertícierto peligro en ellas. Lo vio con sercer ojo, con ese pequeño órgano qu
e habían enseñado a usar, pero qudesde los atribulados día en questudiaba en el hospital guy, ya n
estaba tan seguro de que estuvierubicado en la glándula pineal o en algúotro lugar. ¿Estaré perdiendo fe? Y lmuchacha, mi Celia, sintió una opresió
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en el pecho y un gran desánimo. No biebajaron del auto advirtió la hostilidade Celia. Hostilidad justificadconsiderando sus otras vidas, pero bieriste.
La tarde transcurrió tranquilamente
como si Akananda, Celia y Lily fueraunos habituales huéspedes de siRichard Marsdon.
Comieron a las ocho, miraroelevisión hasta las nueve y media
entonces Lily, que sentía una gra
angustia y que apenas podía aguantar lridícula comedia que transmitían, dijque le parecía conveniente que Celia sfuera a dormir, ya que acababa de sali
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del hospital donde había estadseriamente enferma. Richard asintiafablemente y dijo que creía que edormitorio principal estaba preparado.
Haciendo un esfuerzo por manteneun tono casual en su voz, Celia l
preguntó: —¿Y tú dónde duermes, Richard? —Pues, en el cuarto colorado com
siempre —arqueó sus cejas oscuras espesas, como si se tratara de unpregunta impertinente—. Creo que ha
una mucama que se ocupará de tucosas, o si no tal vez lo haga Nanny. —Comprendo —dijo Celia—
¿Dónde está la señora Cameron? Y
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pensé que vendría a saludarme. —Oh, no —dijo Richard—. Nunc
saluda a las visitas, prefiere quedarse eun cuarto a no ser que la precisen. ¿Lgustaría tomar un trago antes dacostarse? —agregó cortésment
dirigiéndose a Akananda que meneó lcabeza—. ¡Pues entonces, todos a lcama! —dijo señalando la escalera.
Lily lanzó un profundo suspiro percomenzó a subir la escalera.
—¿Tú también te vas a acostar
Richard? —preguntó Celia suavement—. ¿O qué piensas hacer?Él parpadeó. La voz clara de Celi
rrumpió en su mundo privado y la mir
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más atentamente.Era una voz agradable, no gangosa
pero tampoco era típicamente inglesaUna extranjera de pelo corto y elegantesin embargo era una persona coderecho a hacer ciertas preguntas.
—Tal vez dé una vuelta por el jardí—respondió a regañadientes—. Oquizás vaya un rato a la biblioteca, h
estado leyendo muchísimo. Miantepasados reunieron una fascinantcolección de libros con el correr de lo
años. Tendría que catalogarlos. —¿Y el más fascinante de todos ea Crónica de los Mardson? —dij
Celia con el mismo tono indiferente per
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sin poder evitar sonrojarse al recordaa última vez que había entrado a l
biblioteca, vestida con un bikini, lúltima vez que él le había demostradernura y cariño, o inclusive, amo
verdadero. Y después de eso… la visit
a Ightham mote… miedo, oscuridad y ugrn vacío. Un túnel oscuro.
—Bueno —dio Richard con un ris
forzada—, es verdad que los archivofamiliares me parecen muy interesantes
o creo qeu puedan tener ninguna clas
de interés para ti. Tú no formas parte dellos. —¡Por supuesto que formó parte d
ellos! —dijo Akananda desde el oscur
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rincón junto al pie de la escalera.Ambos se habían olvidado de
hindú. Celia se dio vuelta algo enojadaRichard, sin embargo, se qeudó mirandfijo al otro hombre; su cara apuestaigeramente hostil, reflejaba la mism
perplejidad que esa noche, dos semanaantes, cuando se habían encontrado en eviejo cuarto de estudio.
—¿Celia figuró dónde? —dijRichard tratando de reír—. Excepto qucreo haber anotado la fecha de nuestr
casamiento en La Crónica el añpasado, o tal vez pensé hacerlo… nrecuerdo.
Celia emitió un sonido ahogado. Su
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fuerzas comenzaban a derrumbarseSabía, como también lo sabía Akanandaque Richard no había registrado scasamiento en ese libro maldito cuyexistencia ignoraba hasta el famossábado en que habían invitado a tod
ese grupo a su casa. Se sintió ahogaden un mar de desolación y se sujetó cofuerza de la baranda.
Akananda miró la pequeña manaferrada a la baranda y dijo:
—Sir Richard, su esposa luce e
anillo de casamiento de los Marsdonusted se lo regaló a ella, pero ella se lregaló a usted en cierta ocasión.
—Tonterías —dijo Richard mirand
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a gran amatista con forma de corazón sujetada por dos manos de oro—. Mhace sentir incómodo doctor, usted es upsiquiatra ¿Verdad? Supongo que comusted está en contacto con chifladosusted… bueno…
—¿Soy un poco chiflado también—dijo Akananda asintiendo mientrapensaba esto, está avanzando mucho má
rápido de lo que suponía y con una partde su mente que no estaba cansada nemerosa, entonó un mantra para recibi
ayuda—. Lady Marsdon —dijo— commédico delegado por sir Arthur parcuidad de usted, y en vista de que usteacaba de salir del hospital, me gustarí
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que fuera a acostarse. Su madre layudará.
Celia agarró con más fuerza lbaranda y con una mirada furibunda ldijo:
—Ya no soy un aniña, docto
Akananda y no preciso que usted o mmadre me digan qué es lo que debhacer. ¡Déjeme sola con mi marido! —
pero su voz flaqueó al pronunciar lúltima palabra. ¿Qué podría decirle Richard? Cómo podría abordar es
figura alta e indiferente que ni siquiera miraba a ella o al anillo y que shabía vuelto de espaldas para corregia ubicación de un florero de porcelan
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con un ramo de glossophylias y clavelesempujándolos bruscamente hacia atráde la consola de nogal.
—Valor… mi querida —dijAkananda en una voz tan baja que Celino captó lo que decía, aunque lo miró
sintió una vaga sensación de consuelo pesar de la desconfianza que lnspiraba.
—Te veré mañana, Richard —diesforzándose por demostrar la mayondiferencia posible—. Creo que e
doctor tiene razón. Estoy un pocmareada.Subió las escaleras lentamente. —Qué flor tan bonita es el clavel…
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—dijo Akananda sacando una flor dcolor rosa pálido del florero quRichard había movido de lugar. Lacercó a su nariz para aspirar sperfume—. Delicioso aroma, una mezclde clavo de olor con jazmín. L
clavelinas de antaño, aunque por ciertno eran tan grandes como éstas.
—Detesto su perfume —dij
Richard—. En realidad detesto todclase de perfumes, me producen alergi¿No piensa acostarse? No tengo mucha
ganas de conversar.Akananda movió afirmativamente lcabeza.
—Estoy enteramente de cuerdo. Per
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primero me gustaría que me mostrara sbiblioteca. Soy de los que no puededormirse sin leer algo. Aunque sea uibro de crímenes ¿O no tiene ninguno?
Richard sonrió casi naturalmente. —Es claro que sí. Mi padre tenía u
estante repleto de novelas policialesConan Doyle y otros.
Se dirigió con paso rápido hacia e
ala victoriana seguido por el hindú.Cuando Richard encendió la luz
Akananda pudo apreciar el aspect
sencillo y común de ese cuarto pseudgótico con sus bibliotecas hechas corústicos tablones de roble barnizado donde se apilaban miles de libros. La
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ventanas cuyos cristales representabacoloridas escena de la obra de tensióndylle of the king, estaban abiertas y po
ellas entraba el caluroso y sofocantaire de esa noche de julio. No seria rarque se aproximara una tormenta, pens
Akananda al ver una extraña luz amarillsobre las colinas. Y qué bien vendríuna ayuda exterior para aliviar l
creciente tensión del ambiente. —Allí están las novelas policiale
—dijo Richard señalando un estante e
el vano más cerca del patio—. Elija lque quiera.Akananda inspiró profundamente
retuvo su respiración durante un minuto
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Paseó su mirada por la hilera de libromientras Richard esperaba a un ladmpacientemente.
—¿No cree usted que los misterioactuales son mucho más interesantes? —dijo Akananda dirigiéndose al otr
cubículo donde estaban el atril y loibros antiguos—. He oído hablar tant
de su crónica —luego de una paus
prosiguió—. Quiero decir —agregcuidadosamente—, que tengo una ideaaunque posiblemente esté equivocado
que existe un misterio en sus propioarchivos, un problema del pasado quaún no ha sido resuelto.
Richard se puso tieso y su cara s
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ensombreció. —¿Quién dijo eso? —Esta noche… la forma en que s
expresó lady Marsdon y otras cosaademás; y usted también me dijo algcuando estuvo aquí hace quince días. S
subconsciente lo recuerda y es mi deseque pase a su conciencia. ¡Siéntese, siRichard! —dijo Akananda señalando u
sillón que estaba debajo de la ventan—. Usted me obedeció cuandestábamos en el cuarto de estudio
aunque ahora lo ha olvidado. Y ahorme obedecerá otra vez por que lo únicque persigo es ayudarlo.
—¡No puede! ¡Yo no quiero que m
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ayuden! ¡Déjeme en paz! —Richarretrocedió.
—Oh si, ahora no es más umaniático, sir Richard, no precisa que se pongan inyecciones ni que se l
administren compuestos químico
sedantes, usted se entregará a spersonalidad oculta y a sus verdaderodeseos, de modo que si no piens
sentarse ¡Tráigame La Crónica! Noespere, yo la buscaré. ¡Sé en dónde está
Akananda buscó el enorme libr
encuadernado en pergamino y se lentregó a Richard. —Busque el párrafo que lo perturb
desde hace tanto tiempo. ¡Ah! ¿Vio co
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qué facilidad se abre en esa página? Yahora léalo en voz alta. ¡Rápido!
Richard fijó la vista en la caligrafídesteñida y adornada con toda clase dfiruletes, pero repitió de memoria couna voz uniforme y mecánica:
—Hoy es la víspera de la fiesta dodos los santos y el décimo tercer añ
del reinado de su majestad, y una époc
de regocijo ya que nuestra flota hundios barcos de los perversos españoles…
—echó la cabeza hacia atrás y mir
furibundo a Akananda—. ¿Qué es lo questá haciendo? Esto es solamente unarga historia sobre un miembro de l
familia que era monje y que de resulta
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de una aventura que tuvo con unmuchacha, ésta quedó embarazada¿Pero qué importancia tiene todo eshoy en día?
—¿Qué le pasó a la muchachaRichard?
Los dos hombres dieron un resping miraron a Celia boquiabiertos. Estab
parada inmóvil en un ángulo de l
biblioteca, vestida con una bata de camde seda amarilla brillante.
—Se aproxima una tormenta —dij
Celia—. Sabes que los truenos masustan —miró a su marido y le dirigiuna sonrisa tierna, implorante—. Nquería quedarme sola. Y escuché lo qu
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estaban diciendo… ¿Qué le pasó a lmuchacha… a la muchacha embarazada
Richard retrocedió y no contestó: spasó la mano sobre la frente como sestuviera tratando de apartar telarañas.
Akananda salió de ese sector de l
biblioteca y se deslizó rápidamente aque contenía las novelas policialesPermaneció allí, controlando s
respiración, sumergido en los destellode una reconfortante luz interiorEscuchó con alivio el ruido de un truen
escuchó también las voces quprovenían del otro lado de la estantería. —Leamos toda la anotación —dij
Celia—, me gustaría leerla yo también
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siempre que me ayudes a descifrar esaetras tan raras y esa curiosa ortografía
Veamos.Akananda escuchó ese dúo de voces
en el que la voz grave y contrariada dRichard le soplaba a Celia cuando ést
itubeaba. Pero al final de la nota fudicha solamente por la voz de Celia…
—Encontrar a la muchach
asesinada para darle cristiansepultura…
Hubo un largo silencio interrumpid
por un trueno que sonó muy cerca daflriston. —¿Tú piensas que fuiste Stephen
que yo fui la muchacha encerrada en e
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hueco de la pared? —la pregunta dCelia era clara, suave, asertiva, siembargo, contenía cierta tristeza. Ehindú estaba tenso, a la expectativaPero esperó.
—¡Sí, por Dios, así lo creo!
Fue un grito violento y ahogado qualertó inmediatamente el instinto médicde Akananda. Palpó la jeringa que tení
en el bolsillo. Nunca se podía estaseguro, y mucho menos en el caso dRichard; esa súbita aceptación de l
realidad y sólo con la mujer a la quantes había amado, odiado, por la quhabía quebrado sus votos y que habísido la causa de su suicidio, creyend
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que ella lo había traicionado. —Pero entonces… —dijo Celia co
el mismo tono tranquilo y desapasionad—. Te sería muy difícil poder darleahora una sepultura cristiana a miviejos huesos. La guía de Ightham mot
dijo que habían sid«desparramados»… prefiero nbuscarlos, y además, mi querido, s
parecen bastante a un vestido que usabpermanentemente en chicago cuandenía doce años. Mi madre acab
cortándole las mangas para que mi tíhiciera un alfombra de retazos y creque el resto fue a parar al ejército dsalvación.
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Se oyó el estallido de un truenoAkananda vio la zigzagueante luz de urelámpago y cerró tranquilamente lventana. La lluvia comenzó a golpeacontra las tejas, pero todavía podía oíhablar a Celia.
—Richard, mi amor querido Stephen si así lo prefieres, todo eso herminado. Yo llevo ahora a tu hijo e
mis entrañas, en el tiempo presente. ¿Nserá bien recibido, ni tendrá tampoco upadre como el anterior?
No se oyó ninguna respuesta durantun buen rato. Cayó otro rayo y un truenresonó un poco más al sur, luego hubo umomento de calma y silencio durante e
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cual Akananda oyó un sonido diferenteel de un hombre que sollozabentrecortada y quedamente.
A las cuatro de la tarde del jueveocho de agosto, los habitantes depueblo de Medfield y algunos invitado
que habían venido desde Londres, scongregaron en la iglesia parpresenciar una ceremonia que tuv
ciertos rasgos que a algunas personaes resultaron extraños, en especial l
celebración de un casamiento en un dí
ueves, aunque las sentimentales señorade la parroquia estuvieron de cuerdo euzgar que era encantadorament
distinto. Sir Richard y lady Marsdo
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habían decidido recientemente casarsde acuerdo a los ritos de la iglesia parcomplementar su casamiento realizaden Londres de acuerdo a las leyeciviles.
El cura párroco estaba en la gloria
Siempre se sospechó que tenínclinaciones ortodoxas, y sir Richar
que le otorgaba los medios d
subsistencia, debía haberle dado víibre. La iglesia estaba saturada por e
perfume del incienso, y sobre el alta
habían numerosas velas encendidasRamos de flores de los jardines dMedfield place adornaban el pasillo dentrada. El coro entonaba no sin cierta
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dificultades, unos antiguos cantos eatín, que habían sido solicitado
expresamente.La ceremonia del casamiento s
realizó de acuerdo a la versióautorizada y fue muy breve, pero mucho
se sorprendieron ante una pequeñvariante introducida antes de lbendición final. La concurrenci
esperaba paciente y educadamente hastque todo terminara para poder retirars trasladarse hasta la gran mansió
donde todos habían sido invitados participar de la recepción.La variante consistió en una
oraciones para el reposo de las almas d
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setphen Marsdon y Celia de Bohun. —Eso es siniestro —susurró Myra
Harry Jones que estaba sentado a sado en uno de los bancos laterales—
El padre está rezando un responso. Ymira esto —dijo señalando la lápida d
mármol de una vieja tumba ubicada eun nicho al lado de ellos y tocando lueguna inscripción nueva y relucient
ubicada justo encima—. StepheMarsdon, osb, 1525-1559, requiescat ipace. Misereatu tui omnipotens deus, e
dismissis peccatis tuis, perducat te avitam aeternum. ¿Crees que estarrezando un responso por este StepheMarsdon?
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—Todo es muy extraño —susurrHarry—. Nombran también a una Celiame pregunto quién sería. ¡Y rezar uresponso en un casamiento! ¿Habrámuerto el mismo día? Pero es cierto quRichard siempre fue medio raro.
—No obstante, es conmovedor —musitó Myra mientras su grandes ojoverdes se llenaban de lágrimas. S
arrodilló, inclinando su cabeza cuypelo cobrizo estaba cubierto por un tudorado, cuando el párroco alzó su
manos regordetas y dijo—: recemos poas almas de tus siervos difuntosStephen y Celia, que encomendamos a lmisericordia y protección divina. Qu
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Dios los guarde y los bendiga.El señor los ilumine con su luz. Qu
el señor se digne alzar hacia ellos sdivino rostro y les otorgue la paz, ahor para siempre…
—Bajó majestuosamente las manos
as apoyó sobre los hombros de lpareja que estaba arrodillada frente aaltar. Prosiguió tranquilamente con l
ceremonia nupcial tal como Richard so había pedido —Dios padre, Dios hij Dios espíritu santo os bendigan y o
guarden…y que viváis de tal forma eesta vida, para poder gozar en el cielde la vida eterna… amén.
Richard y Celia Marsdon no s
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besaron cuando se pusieron de pie. Smiraron largamente a los ojos mientrael órgano soplaba primero y mugídespués hasta que finalmente se oyeroos acordes de la marcha d
mendelssohn.
Los Marsdon recorrieron el pasilldel medio con paso lento. Celia lucía uvestido largo de gasa color crema, qu
al moverse adquiría reflejos rosados. Lhacía parecer más alta, como asambién su pequeño tocado plateado e
forma de corazón. Únicamente Igor ercapaz de diseñar un modelo tan bonitasentador, y en efecto él fue el que lhabía ideado y enviado a Celia dos día
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antes desde Londres como regalo dcasamiento.
Richard tenía un aspecto solemnevestido con el tradicional jaquet y eípico clavel blanco.
No hubo ningún cortejo, solament
Lily y Akananda, que ocupaban eprimer banco, unos metros más atrás da pareja de novios. Los rostros de l
norteamericana y del hindú reflejabauna auténtica alegría; Lily derramabundantes lágrimas durante l
ceremonia pero ahora estaba tranquila su capelina de color azul clardisimulaba cualquier rastro de lágrimas
La campana de la iglesia repicó co
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anto entusiasmo que hizo estremecer epequeño campanario, mientras loMarsdon se detenían un poco más alldel atrio y antes del cementerio, parsaludar a sus invitados.
Myra se acercó a Celia antes qu
nadie y la besó entusiastamente. —¡Oh, mi querida! —dijo—, ¡Tod
fue tan emocionante, muchísimas gracia
por habernos invitado! —dio vuelta lcabeza y miró al radiante Harry questaba parado a su lado—. ¡Estoy ta
enternecida que me dan ganas dmitarlos! Que Dios los bendiga a ambo—agregó con seriedad—. Pasaron umal rato desde ese famoso fin d
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semana. Estuve muy preocupada por t—Myra se sorprendió al oír sus propiapalabras, pues éstas no eran tan sólo unfrase amable. Todos los días habípreguntado por Celia mientras éstestuvo en el sanatorio y había tenido do
sueños muy desagradables respecto Celia—. Te quiero mucho, mi querida.
Se hizo a un lado para permitir qu
a señora Cameron, que estabresplandeciente con su vestido dbombasi gris y un sombrero redondo co
flores, pudiera felicitar a los novios alzar lo más posible la cabeza cuandRichard se inclinó para besarla.
—Este es mi buen muchacho —
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musitó—. Y bendita sea la mirada quhoy alegra tu gentil rostro—. Agregóescabulléndose rápidamente hacia lcasa.
Le tocó luego el turno a Igor, questaba muy a la moda, aunque bastant
lamativo, con unos pantalones ajustadode terciopelo colorado y una camisa covoladitos.
—Todo fue encantador —dijbesando a Celia en a mano—, y quoriginal ese toque de la vieja Inglaterr
¿Supongo que ahora seguirán loradicionales bailes en la plaza? Mencantaría ensayar unos pasos de bailen tu honor aunque en realidad n
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viviría en esa época por nada demundo. Estoy muy contento con epresente.
—Y yo también —dijo Richarrodeando a Celia con su brazo sonriendo. Ella se recostó contra él, co
una expresión de felicidad en su cara.Akananda se mantenía un poc
apartado y los observaba. Su alm
rebosaba gratitud, pero físicamentestaba exhausto. Le resultó penosonclusive, la breve caminata para sali
de la iglesia y tuvo que recostarse contrun contrafuerte. Vio a George Simpsorondando entre los invitados, advirtió ebrazal negro en su manga y su car
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compungida y preocupada. El hindú lsaludó con una sonrisa y George se lacercó.
—Un lindo casamiento —dijo—. Lglesia estaba muy bien arreglada,
Edna le hubiera gustado mucho, l
encantaba ir a los casamientos, es decirhace tiempo, cuando nosotros nocasamos. Pero durante los últimos año
no iba a ningún lado. Pero le hubiergustado este casamiento. Lo quería tanta sir Richard.
—Ah, sí —dio Akananda. Suemociones estaban prácticamentagotadas, pero no pudo dejar de senticierta pena por este hombrecito bueno
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orturado, que lloraba la muerte de esmujer que ocasionó tanto daño. No sveía blanco ni negro en los rayos de lrueda que nunca cesaba de girar. Y vista la luz de la evolución todos se volvíagrises y eventualmente, eventualmente
ransparentes al mezclarse con la luz. —¿Se siente mal, doctor? —
exclamó George tomando en su mano e
brazo de Akananda—. Tiene muy malcara. Lo acompañaré hasta ese bancoYa no somos tan jóvenes como antes
¿Verdad? Y el perfume del incienso…sofocante… no me gustan mucho esacosas —acompañó a Akananda hasta ebanco que estaba cercad el portón de
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entrada del cementerio. —Gracias —susurró Akananda
dejándose caer sobre el banco—. Desdun tiempo a esta parte, tengfrecuentemente estos malestares. Ya spasará —metió la mano en el bolsill
nterior del saco y extrajo una cápsulde trinitrina, la mordió y luego se la pudebajo de la lengua.
Los invitados se retiraban ya deugar y muchos de ellos lo hacían a pie
pues Medfield place estaba a och
cuadras de distancia. Los Marsdon ya shabía nido, Myra y Harry se volvierountos en el auto de Myra e Igor lo
siguió en su nueva isotta fraschini, lueg