ventanas y los temblores de mis huéspedes. abrí el cajón ,1ventanas y los temblores de mis...

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ventanas y los temblores de mis huéspedes. Abrí el cajón ,1 moda y no me molestó tanto comprobar que alguien ha u i ya entre mis ropas, como la rápida constatación de que la pi« n.l. gida fuera precisamente un abrigo de mohair adquirido .H|H. n ma mañana. Observé la etiqueta recién arrancada y munnm. dita Jezabel. No cambiará nunca». Al punto me arrepentí .1. > dado rienda suelta a mi fastidio. Porque no estaba sola. heni. pejo se hallaba una mujer menudita y rechoncha ajustámlo mono. Parecía tan complacida ante su propia imagen que, .il |U pió, no reparó en mí, o tal vez fingió por cortesía no haba |-i- atención a mis palabras. -¡Oh! -dijo a modo de excusa-. Mi vestido estaba ilion. .. Le sonreí. Ella se apresuró a presentarse. -Soy Laura -dijo-. Laura -repitió. Y entendí que se h.ill.ili.» mámente orgullosa de su nombre-. Sé que has preparado uní > estupenda pero, por desgracia... ¡estoy a régimen! No conseguí mostrarme sorprendida. Al bajar las escal» i i servé cómo el ampuloso kimono se revelaba incapaz de dr.u unas flaccidas redondeces que ella, sin embargo, balanceaba «>u . ta gracia y con el más absoluto desenfado. La idea del régimai, . prendí enseguida, tenía que ser una imposición de su prima. Y nip virtió imaginar la relación entre la exuberante y espontánea la refinada y contenida Jezabel. -Bien -dijo Arganza-. Por orden de edades. Junto a la chimenea condenada se hallaba en pie mi al>n)-." .1 mobair envolviendo el cuerpo de un demacrado joven de ojos u. ^m y mirada altiva. Peinaba raya en medio, el cabello empapado |>i...ln cía la ilusión de un uso desenfrenado de gomina, y si no fua.i \>•• que, al verme, se acercó hasta mí, me hubiera creído frente .1 uní tatúa de cera o una fotografía ampliada y macilenta de cualqina.i .1. mis antepasados. -Tenía muchas ganas de conocerte -dijo, y pronunció un ii"in bre que no conseguí retener-. Jezabel me ha hablado mucho de u De nuevo Jezabel. Miré a mi alrededor con la secreta espei.111/ de no tener que toparme con otro rostro desconocido. Laura <-,i.il conversando con Arganza, y Jezabel seguía empeñada en abrí j-,.u Mortimer con la capa del abuelo. Discretamente, me escabullí li.n la cocina. Sabía lo que presagiaba aquel inocente por orden de cil<i,l< \n pueblo de mil almas, un extraño hecho que la razón de Arg.ui/ 150 ' I I <l I r, pero, sobre todo, una prueba definitiva para mi mimo. Encendí el horno y saqué un par de solomillos de i i.ib.m congelados. Me acordé del inexistente hielo que i i. ((iidía romper con su relato y me reconocí dispuesta a .i- i.nlo el tiempo del mundo. Corté unos tacos de jamón, ni i lonchas de queso sobre una bandeja y, sin ninguna pri- Lis l.is latas que se me pusieron por delante. Unas risota- I- ni es del comedor, me enfrentaron de pronto al panta- i niivo que acababa de preparar. Resultaba extraño. Nunca ii"ix es, que yo recordara, el relato de Arganza había provo- Mt.i'. mínima hilaridad en su público. Pensé que, seguramen- había decidido arrinconar hoy su eterna historia en favor i"., u de las anécdotas festivas que jalonaron su prolongada i >i. 11.)nte y me arrepentí de haberme escabullido. Pero, cuan- i . n el comedor con la bandeja en la mano, el narrador se tu el punto de: ' ' . l< odio. Del odio más aberrante que jamás haya podido al- » us ojos se leía la inconfundible sensación de descanso del . |ue acaba de confesar públicamente sus faltas. mué uno a uno. Más que a una cena de final de verano, me i r.nr a la agonía de un aburrido baile de máscaras. El joven i. • • »le mohair no había abandonado su posición junto a la chi- i Mortimer se le notaba incómodo dentro de la capa; Jeza- miiireostada en el sofá, escuchaba atentamente a Arganza, y H desperdiciaba ocasión para mirarse de reojo al espejo y aca- ..n lomplacencia mi viejo kimono. Constaté que existía más p. . jueño error en la precipitada elección de vestuario. A Lau- il.Ku sentado mucho mejor el abrigo que envolvía al joven i .u lo, a éste la capa del abuelo y a Mortimer, tal vez, la pren- mesa. Pero jamás a Laura. La suavidad de la seda no conseguía (i la primera visión que había tenido de ella hacía menos de lioi.i. Vestía mi kimono, sí... Pero yo la adiviné enseguida an- por su casa con un batín de fibra guateada y el cabello agui- 0 de pinzas. Jezabel, desde el sofá, acababa de poner la habi- >l el 11 la a la narración de Arganza. 1 gc'nte, en los pueblos, es ruin y mezquina -y luego, mirán- (on exagerada sorpresa, añadió-: Me cuesta comprender que ecidido pasar el invierno aquí. 151

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ventanas y los temblores de mis huéspedes. Abrí el cajón , 1moda y no me molestó tanto comprobar que alguien ha I » u iya entre mis ropas, como la rápida constatación de que la p i « n . l .gida fuera precisamente un abrigo de mohair adquirido .H|H. nma mañana. Observé la etiqueta recién arrancada y munnm.dita Jezabel. No cambiará nunca». Al punto me arrepentí . 1 . >dado rienda suelta a mi fastidio. Porque no estaba sola. h e n i .pejo se hallaba una mujer menudita y rechoncha ajustámlo •mono. Parecía tan complacida ante su propia imagen que, . i l |Upió, no reparó en mí, o tal vez fingió por cortesía no haba | - i -atención a mis palabras.

-¡Oh! -dijo a modo de excusa-. Mi vestido estaba i l i o n . ..Le sonreí. Ella se apresuró a presentarse.-Soy Laura -dijo-. Laura -repitió. Y entendí que se h . i l l . i l i . »

mámente orgullosa de su nombre-. Sé que has preparado u n í >estupenda pero, por desgracia... ¡estoy a régimen!

No conseguí mostrarme sorprendida. Al bajar las escal» i iservé cómo el ampuloso kimono se revelaba incapaz de dr.uunas flaccidas redondeces que ella, sin embargo, balanceaba « > u .ta gracia y con el más absoluto desenfado. La idea del régimai, .prendí enseguida, tenía que ser una imposición de su prima. Y nipvirtió imaginar la relación entre la exuberante y espontáneala refinada y contenida Jezabel.

-Bien -dijo Arganza-. Por orden de edades.Junto a la chimenea condenada se hallaba en pie mi al>n)- ." .1

mobair envolviendo el cuerpo de un demacrado joven de ojos u. ̂ my mirada altiva. Peinaba raya en medio, el cabello empapado | > i . . . l ncía la ilusión de un uso desenfrenado de gomina, y si no fua.i \>• • •que, al verme, se acercó hasta mí, me hubiera creído frente .1 u n í i »tatúa de cera o una fotografía ampliada y macilenta de cualqina.i .1.mis antepasados.

-Tenía muchas ganas de conocerte -dijo, y pronunció un i i" inbre que no conseguí retener-. Jezabel me ha hablado mucho de u

De nuevo Jezabel. Miré a mi alrededor con la secreta espei.111/de no tener que toparme con otro rostro desconocido. Laura < - , i . i lconversando con Arganza, y Jezabel seguía empeñada en abrí j-,.uMortimer con la capa del abuelo. Discretamente, me escabullí l i . nla cocina. Sabía lo que presagiaba aquel inocente por orden de cil<i,l< \n pueblo de mil almas, un extraño hecho que la razón de Arg.ui/

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r, pero, sobre todo, una prueba definitiva para mimimo. Encendí el horno y saqué un par de solomillos de

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. i - i . n l o el tiempo del mundo. Corté unos tacos de jamón,n i i lonchas de queso sobre una bandeja y, sin ninguna pri-

Lis l.is latas que se me pusieron por delante. Unas risota-I - ni es del comedor, me enfrentaron de pronto al panta-

i n i i v o que acababa de preparar. Resultaba extraño. Nuncai i " i x es, que yo recordara, el relato de Arganza había provo-Mt.i ' . mínima hilaridad en su público. Pensé que, seguramen-

había decidido arrinconar hoy su eterna historia en favori " . , u de las anécdotas festivas que jalonaron su prolongada

i > i . 11.)nte y me arrepentí de haberme escabullido. Pero, cuan-i . n el comedor con la bandeja en la mano, el narrador se

tu el punto de:' ' . l < odio. Del odio más aberrante que jamás haya podido al-

» us ojos se leía la inconfundible sensación de descanso del. |ue acaba de confesar públicamente sus faltas.mué uno a uno. Más que a una cena de final de verano, mei r.nr a la agonía de un aburrido baile de máscaras. El joven

i . • • » l e mohair no había abandonado su posición junto a la chi-i Mortimer se le notaba incómodo dentro de la capa; Jeza-

miiireostada en el sofá, escuchaba atentamente a Arganza, yH • desperdiciaba ocasión para mirarse de reojo al espejo y aca-..n lomplacencia mi viejo kimono. Constaté que existía másp. . jueño error en la precipitada elección de vestuario. A Lau-i l . K u sentado mucho mejor el abrigo que envolvía al joven

i .u lo, a éste la capa del abuelo y a Mortimer, tal vez, la pren-mesa. Pero jamás a Laura. La suavidad de la seda no conseguía( i la primera visión que había tenido de ella hacía menos del i o i . i . Vestía mi kimono, sí... Pero yo la adiviné enseguida an-por su casa con un batín de fibra guateada y el cabello agui-0 de pinzas. Jezabel, desde el sofá, acababa de poner la habi-> l el 11 la a la narración de Arganza.

1 gc'nte, en los pueblos, es ruin y mezquina -y luego, mirán-( o n exagerada sorpresa, añadió-: Me cuesta comprender queecidido pasar el invierno aquí.

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