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Los Grandes Enigmas De La Segunda Guerra Mundial (02)

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r Si la nariz de Cleopatra hubiera sido un poquito ms corta, la faz del m undo hubiera cambiado... Los ocho nuevos Enigmas de la Segunda Guerra Mundial qu e en este volumen presentamos han modificado, o hubieran podido hacerlo, el curs o de la Historia de nuestro tiempo. Cada uno a su manera ha sido el grano de are na que agarrot los engranajes del acontecer histrico o que entorpeci los planes de los ms grandes estrategas. Estos Enigmas son piezas e senciales de un titnico y gigantesco puzzle, y permitirn al que nos lea comprender mejor ciertos arduos misterios, inslitos y acia gos, de la Segunda Guerra Mundial. Varios AutoresLa extraa tregua de DunkerqueLa fuga abracadabrante de Rudol f HessSingapur, la gran humillacin de ChurchillDieppe, sangriento preludio del "da ms largo"Argel: Ptain no acude a la citaRichard Sorge : el hombre que saba demasiadoEl expediente del Vercorshpar notes Varios Autores LOS GRANDES ENIGMAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (02)

presen tados por BERNARD MICHAL con la colaboracin de Edouard Bobrowski, Claude de Chabalier, Max Clos, Claude Couband, Ren Duval, Marc Edouard, Georges Fillioud y Jean Martin-Chauffier. Traduccin de Jaime Jerez INTRODUCCIN Si la nariz de Cleopatra hubiera sido un poquito m5?s corta, la faz del mundo hubiera cambiado... Los ocho nuevos Enigmas de la S egunda Guerra Mundial que en este volumen presentamos han modificado, o hubieran podido hacerlo, el curso de la Historia de nuestro tiempo. Cada uno a su manera ha sido el grano de arena que agarrot los engranajes del acontecer hist243?rico o que entorpeci los planes de los ms grandes estrategas. Es tos Enigmas son piezas esenciales de un titnico y gigantesco puzzleu187?, y permitirn al que nos lea comprender mejor ciertos arduos misterio s, inslitos y aciagos, de la Segunda Guerra Mundial. * * *

r En su fantstica carrera a travs del terri torio de Francia, los Panzers del Fhrer han llegado el 24 de mayo de 1940 frente a Dunkerque. Lo que todava queda del Cuerpo Expedicionario brit?nico, al que han seguido en su retirada algunos millares de soldados franceses , se encuentra acorralado, con el mar a las espaldas. Es lgico pensar que prcticamente la guerra ha terminado: Hitler ha logrado convertir su sueo en realidad! Pero del modo ms inesperado, los Panzers interrump en su avance. La orden procede del propio Fhrer, quien de este modo permit e que decenas de millares de soldados aliados puedan alcanzar la tierra de promi sin: Inglaterra. Sern los mismos que, cuatro aos ms tard e, saldrn de la Isla a la reconquista de Europa. Cul fue el mo tivo de la extravagante orden de Hitler que hizo posible el milagro de Dunkerque ? * * *

r Rudolf Hess, el personaje ms importante del Rei ch despus de Hitler, el eventual sucesor del Fhrer, se lanza en para cadas sobre el suelo de Inglaterra el 11 de mayo de 1941. Qu f inalidad persegua tan abracadabrante fuga? Pensaba Hess proponer a C hurchill un reparto del mundo entre el Imperio Britnico y el Reich? Haba sido enviado secretamente por Hitler? Obraba por cuenta propia? Estaba loco? Pretenda realizar una hazaa extraordinaria para conquistar la admiracin del Fhrer? Se crea, acaso, el hombre elegido por ciertas potencias ocultas para la realizacin de una misin divina o mgica? * * *

r Durante el invierno de 1941 a 1942, el incendio de la guerra se ha propagado por toda la zona del Pacfico. Despus de Pear l Harbour los japoneses atacan en Malasia. Sin embargo, los ingleses estntranquilos: Singapur es una fortaleza inconquistable. Pero el hecho inconcebible se produce: El 15 de febrero de 1942, despus de breves das de lucha , los japoneses plantan su bandera en Singapur. Churchill pide que se abra una i nvestigacin y declara que se trata de la ms grave capitulaci243?n y el peor desastre de la Historia de Inglaterra. El dirigente brit225?nico quera saber cmo haba sido posible aquella catst rofe nacional. * * *

r El 19 de agosto de 1942, 5 000 canadienses desembarca ban en Dieppe. En el atardecer del mismo da, 3 500 haban sido puesto s fuera de combate por los alemanes. Montgomery hace un duro comentario: C reo que se hubieran podido conseguir los datos y la experiencia que necesitbamos sin tener por ello que sacrificar tan magnficos soldados. 1?Qu motivos tuvo el mando britnico para montar la operacin d e Dieppe? Era necesario aquel ensayo del Da ms largo? con dos aos de anticipacin? * * *

r Todo hubiera sido distinto si el anciano marisc al se hubiera decidido a tomar el avin, ha comentado el general De G aulle. Cuando en noviembre de 1942 tuvo lugar el desembarco aliado en fric a del Norte, pens Ptain en trasladarse a Argelia? Proyec taban los dirigentes de la Francia libre secuestrar al Mariscal? Qu ocurri por aquellos das en Vichy? * * *

r Los espas, an los ms destacados, vi ven siempre en la sombra. El espionaje es una actividad que todos los gobiernos prefieren mantener en secreto. Sin embargo, hay un caso excepcional: Richard Sor ge. Veinte aos despus de su ejecucin por los japoneses, que tu vo lugar en 1944, Sorge, elevado al rango de Hroe de la Unin S ovitica, aparece, incluso, en un sello de correos: 4 copicas ( 3 pesetas). Muri realmente Sorge en 1944? Operaba solamente po r cuenta de la Unin Sovitica o se trataba de un agente doble? En cua lquier caso, hay algo cierto: Sorge comunicaba al Kremlin los ms rec nditos secretos de Hitler. * * *

r En julio de 1944 tiene lugar el drama de Vercors. 20 000 soldados alemanes ponen cerco a 3 000 F.F.I. mal armados, que luchan hasta a gotar sus municiones. En uno de sus ltimos mensajes los guerrilleros dicen : Moriremos con la amargura de haber luchado solos y sin el apoyo de nadie : nos habis abandonado. Tena algn fundamento aquella grave acusacin? Y en caso afirmativo: Quienes eran los responsabl es? * * *

r En octubre de 1944 Hitler consigue su ltima vic toria: la Wehrmacht aplasta la insurreccin de Varsovia. El ejrcito s ovitico se encontraba a las puertas de la capital polaca, pero no intervin o: Por qu no lo hizo? Otra duda se plantea: Todos los dirigentes de la resistencia polaca estaban de acuerdo en que era prematuro desatar la insurre ccin. Quin dio la orden? Qu papel desempearo n los anglo-sajones en aquella tragedia? * * *

r Estos son los ocho expedientes secretos que el lector podr examinar. Cada uno de ellos representa un momento decisivo dela Segunda Guerra Mundial. Bernard MICHAL La extraa tregua de Dunkerque

El contramaestre electricista Bichon se deja llevar p or las olas, tendido sobre una tabla (en realidad una puerta de armario), frente a las costas de Dunkerque; aparece desnudo como una lombriz, salvo la venda que envuelve su mano derecha. En la noche del 23 de mayo de 1940, los alemanes atac aron su barco por dos veces; el segundo ataque dio resultado: El Jaguar7? escoraba a estribor de tal forma, que poda esperarse zozobrase de un m omento a otro. Alrededor del casco irremisiblemente condenado, los nufrago s, la mayora heridos, chapoteaban en el agua aceitosa, e intentaban con su s alaridos llamar la atencin de los que en la chalupa-viga Mat elot acudan en socorro de los supervivientes. En el litoral, all? sobre Dunkerque, la aviacin alemana se ha desmelenado; en la noche, la negra bveda del cielo es desgarrada por las pinceladas de luz de la D.C.A. y por el reflejo de las explosiones. Bichon se agarra con las uas a la gu indaleza que cuelga de la regala y consigue abordar la chalupa. Una sonrisa ilum ina su faz ennegrecida por el aceite: est salvado. Una hora ms tarde el Matelot atraca en los muelles del antepuerto al lado de la Monique Camille, de la que en aquel momento desembarcan otros supervivien tes. Bichon tirita bajo el capote que han echado sobre sus hombros. Mientras agu arda el camin que ha de llevarle al Centro de la Marina de Dunkerque, inst alado en los cuarteles Ronarc'h, el segundo contramaestre escucha lo que se habl a a su alrededor. Las sirenas anuncian el fin de la alarma; un agobiante silenci o de plomo se cierne sobre todo el sector. Un mdico desciende de una ambul ancia sanitaria; entre los salvados se encuentra su camarada de promocin, Herv Cras, mdico a bordo del Jaguar. Bichon no pierde un a palabra de lo que dice el doctor de la ambulancia al colega que tan cercana ac aba de ver la muerte. Llevar los heridos graves a Malo. Los menos gr aves irn con los dems al cuartel. Mejor es, camarada, que sepas cu225?l es la situacin: Las cosas no pueden ir peor; se espera que los alema nes lleguen de un momento a otro... Aquel mismo jueves 23 de mayo, el gene ral Rommel se encuentra en un camin de la 7. Divisin pan zer. Utilizando como escritorio un bidn metlico escribe a su m ujer: Para m divisin, es un triunfo sensacional: Hemos traspas ado la lnea Maginot; Dinant y Philippeville quedaron atrs. En una so la noche avanzamos 65 kilmetros; pasamos por Cambrai y Arras sin detenerno s; ahora estamos en Cateau. Sigue el avance. Ahora nuestro trabajo ser? dar caza a las sesenta divisiones britnicas, francesas y belgas que han quedado cercadas. No te preocupes por m. Creo que en dos semanas habremos dado fin a la campaa de Francia. * * *

r En el Felsennest (nido roquero), situado en el centro del bosque de Eifel, el Fhrer ha instalado su Gran Cuartel Ge neral. El soldado Hans se dispona a girar el pomo de una puerta, cuando su mano se inmoviliza en el aire... De la habitacin inmediata llegan unos al aridos que le dejan petrificado. Hans sostiene el equilibrio sobre un pie, luego sobre el otro; se pellizca el labio inferior, y se aleja de puntillas, llevando bajo el brazo la carpeta con los recortes de prensa que le haban ordenado entregar a uno de los ayudantes del Fhrer. En el despacho de Hitler, el c omandante en jefe del Oberkommando des Heeres (O.K.H., Estado Mayor del Ejrcito de tierra), general von Brauchitch, en posicin de firmes , aprieta las mandbulas y siente un escalofro recorrerle la espina d orsal. Los ladridos de Hitler, su arrebato de clera, ponen enfermo, en el sentido literal de la palabra, al aristocrtico general de la vieja escuela que es von Brauchitch. El Fhrer, en su clsico uniforme pardo, la cr uz de hierro de segunda clase sobre el pecho, totalmente fuera de s, solta ndo juramentos y exabruptos, recorre la estancia de un extremo al otro: 191?Puede decirme Herr von Brauchitch quin le autoriz a transferir l os blindados del grupo de Ejrcitos A de von Rundstedt al grupo de Ejrcitos B de von Bock?... Los carros no tienen nada que hacer en los pantanos de Flan des! He ordenado a las fuerzas blindad as que hagan alto. Todas las unidades de Panzers que hayan rebasado el canal de La Besse deben hacer marcha atrs y situarse tras de aquella ln ea, inmediatamente enviaris a Keitel para que personalmente compruebe que mis consignas son cumplidas. La aviacin se encargar de Dunkerq ue! * * *

r En aquel instante, el general Guderian derschnell Heinz, Enrique el rpido, como cariosamente le llaman sus soldados se dispona a inspeccionar una de sus tres divis iones acorazadas, la 10.* Panzer, que tiene rodeada la vieja fortaleza mar tima de Calais y se dispone a atacar. Guderian est de muy buen humor: el a sunto presenta un inmejorable aspecto. La 1. Panzerdivision oc upa una de las orillas del canal Aa y ha establecido cabezas de puente en Holque , Saint-Pierre-Brouck, Saint-Nicolas y Buorgbourgville. La 2. Panzer proce de a la limpieza de Boulogne. La mayora de las unidades de esta divisi?n han quedado disponibles y se incorporan a las fuerzas del canal Aa, donde oc upan la regin de Watten. En vanguardia se encuentra la unidad SS Lei bstandarte Adolf Hitler. El fuerte sol de mayo hace que los ojos de Guderian se entornen mientras su boca de labios golosos sorbe una taza de t negr o. Enhiesto en el camino, con la mano posada en la portezuela de su coche blinda do, Enrique el rpido es la viva imagen de la satisfaccin guerrera: Antes de veinticuatro horas se encontrar en la plaza Jean Bart de Dunkerque nada puede oponerse a ello y har desfilar ante s 400 000 prisioneros ingleses y franceses; entre ellos, el entero B.E.F. (Cuerpo Expedicionario Britnico). Una vez ms habr puesto en pr ctica su divisa: Cuando mis carros emprenden el viaje, van hasta la estacin final de trayecto. El estruendo de una moto sin silenciador le saca de su ensueo. Es un enlace con el rostro ennegrecido por el humo y el polvo; el cerco blanco que alrededor de sus rbitas han dejado sus gafa s protectoras le dan el aspecto de una mscara de carnaval. Cuando Guderian lee el parte que le entrega el enlace, siente que la propia nuez de Adn s e le atraviesa en la garganta: En la orden se le prescribe que detenga sus Panze rs sobre el Aa, con prohibicin expresa de atravesar el ro. El genera l, rabioso, arroja el pocillo y pega una patada a la cubierta de una de las rued as delanteras del coche; casi llora de indignacin mientras vuelve a recorr er las lneas del mensaje: La Luftwaffe se encargar de Dunkerqu e. Si la toma de Calais presentase dificultades, ser asimismo la Luftwaffe la que haya de resolverlas... Las fuerzas blindadas deben sostenerse en la l7?nea del canal. Se aprovechar el tiempo de descanso para revisar y poner a punto las unidades. * * *

r El general von Thoma (del grupo de Ejrcito de v on Bock) se encuentra en su carro de mando, a las puertas de Bergues, cuando rec ibe la imperativa orden de parada, e incluso de retroceso. Penetra como un loco en el camin del servicio de transmisiones y pide que le pongan en comunica cin directa con el O.K.H.: Me encuentro a 10 kilmetros d e Dunkerque!, La respuesta es categrica: Prohibido terminantemente c ontinuar el avance... Es orden personal de Hitler, Von Thoma no puede reprimir s u comentario: Es intil querer discutir con un idiota. * * *

r En lo ms alto de la torre del ayuntamiento de D unkerque, tirado en el duro suelo, y con la cabeza apoyada en un saco de paja, e l viga Bernard Vandewael ya no se acuerda de lo que significa la palabra d ormir. Siente en los brazos y en las piernas unos espasmos nerviosos que es inca paz de controlar; el dolor en la nuca es insoportable; ha rebasado el extremo lu237?mite de la fatiga. Se siente como hipnotizado por el timbre de su tel fono de campaa; en cualquier momento puede volver a orse aquel repiq ueteo que es su pesadilla. Tendr que abandonar otra vez su relativamente c moda posicin, tal como desde hace una semana ocurre quince veces al da, y escuchar la siempre repetida orden: poner en marcha la l gubre sirena e zar en el exterior de la torre la bandera de franjas blanca s y azules. El pabelln de alarma sirve de orientacin a los que puede n ser confundidos por la rapidez con que se suceden los toques de la sirena que sealan el comienzo y el fin de las alarmas. Adems del agotamiento, B ernard Vandewael es vctima de otro tormento: el miedo. Cuando contempla la s columnas de humo negro que cubren la zona del puerto, y cuando escucha el estr uendo de las explosiones, el silbido de las bombas y el maullido de los sc hrapnells siente toda su soledad, insignificancia y debilidad, en lo altode su campanario, sobre la atormentada ciudad de Dunkerque. Sin embargo, hay un hecho que todava tranquiliza a medas al pobre Bernard: cada vez que baja la palanca de contacto de las sirenas..., aquellas todava aullando cu al significa que, por lo menos, sigue llegando la corriente elctrica. * * *

r En la elegante villa de La Panne donde ha instalado u no de sus puestos de mando, lord Gort, jefe del Cuerpo Expedicionario brit nico, se siente muy alterado. No le ha sido posible tomar contacto telefni co con el general Blanchard, jefe del Primer Ejrcito francs, al que quiere explicar las razones del chaqueteo de sus fuerzas. La noche a nterior lord Gort dispuso que la 5.a y 50.a Divisiones britnicas evacuasen Arras y tomasen nuevas posiciones sobre el canal de la Haute Deule. Se daba el caso de que el general Blanchard contaba con el refuerzo de aquellas dos divisiones para proceder a un movimiento ofensiv o franco-britnico en direccin sur que habra de cortar la punta de lanza alemana y restablecer el contacto con el VII Ejrcito franc s del general Frre, que ocupaba la lnea del Somme. Si Gort tiene mot ivos de preocupacin, Blanchard, por su parte, est totalmente desespe rado. Aquella misma maana ha comunicado al G.Q.G. (Gran Cuartel General) f rancs la desastrosa noticia; en sus manos tiene la respuesta del general W eygand: He recibido vuestro mensaje: Si el repliegue de los britnico s sobre el canal de la Haute Deule hace imposible la maniobra prevista, procurad formar una amplia cabeza de puente alrededor de Dunkerque que cubra aquel puert o, indispensable para el envo de refuerzos. Ser usted el que haya de tomar la decisin ms conveniente con el fin de salvar lo que todav237?a sea salvable, y por encima de todo, preservar el honor de las banderas que se os han confiado. El general Blanchard arroja su kepis sobre una mesa, en la granja de Attiche donde ha acudido para conferenciar con el general Prioux . Blanchard se ha dejado caer en un viejo silln de mimbre y pasa la mano p or sus ojos fatigados; no se hace ninguna ilusin; los ejrcitos aliad os del norte se agolpan en derredor de Dunkerque, apresados por la tenaza que ha n formado los invasores alemanes... La bolsa no podr resistir mucho tiempo , y el fin ser la captura..., a menos de que ocurra un milagro . En el atardecer del 24 de mayo, Gorty Blanchard ignoran todava que aquel milagro Hitler lo har posible . * * *

r A ochenta kilmetros al sur de Dunkerque, cerca de Saint-Pol-sur-Ternoise, el general barn von Richtofen, comandante del 8 . Cuerpo areo de la Luftwaffe, siente que la inaccin destroza sus nervios. Su apellido pesa mucho; no en vano es el primo del diablo roj o Manfred von Richtofen, el as de las ochenta victorias en la guerra de 19 14. El barn, fogoso general de cuarenta y cuatro aos, piensa que est a guerra es la suya. Hizo sus primeras armas en Espaa, en la l egin Cndor; se haba especializado en las operaciones de apoyo areo a las fuerzas de tierra, y el equipo de pilotos formado por l e ra de primera calidad. Pero por muy aficionado que von Richtofen fuese a la acci n, no dejaba de percibir que aquel parn de los tanques en beneficio exclusivo de las fuerzas areas constitua un absurdo: Si su amigo Guderian ha tomadoel tren -piensa Richtofen, nadie debe impedir que sea l qui en llegue a la estacin de trmino. Al barn nunca le dio reparo saltarse a la torera los escalones de la jerarqua cuando se tr ataba de resolver algn problema. De modo que, pasando por alto a todos los mandos intermedios, se dirige en esta ocasin al dios padre de la aviacin, es decir, al jefe de estado mayor de la Luftwaffe, su amigo e l general Hans Jeschonnek. En la barraca de tablones de su puesto de mando, dond e los servicios de ingenieros han montado en pocas horas un sistema de radio-tel fono, von Richtofen va y viene incansablemente, mientras espera la comunic acin con el O.K.L. (Estado Mayor de la Luftwaffe). Cuando al fin tiene al jefe del estado mayor en el otro extremo de la lnea, el barn defiend e la causa de los blindados; se esfuerza en demostrar que la accin conjuga da de los panzers del cuerpo de ejrcito de von Kleist y de sus 180 S tukas habra de resultar totalmente eficaz... Von Richtofen pierde el tiempo. Sale de la barraca dando un portazo y soltando unos juramentos que hacu237?an temblar las esferas. Algunos de sus pilotos, que descansan tendidos en l a hierba, se incorporan estupefactos cuando le escuchan gritar: Qu233? demonios de juego se trae entre manos Herr Adolfo? Jeschonnek me dice que e l ms grande estratega de todos los tiempos ha parado los tanques de Dunker que para evitar a los britnicos una pldora demasiado vergonzosa. 1?Se ha vuelto todava ms loco de lo que normal mente est??. * * *

r El sbado 25 de mayo, a las siete de la tarde, s e celebra en el Elseo, bajo la presidencia de Albert Lebrun, una reuni?n del Comit de guerra. Los rostros reflejan la seriedad del momento. Ant es de que comience la discusin, el general Weygand informa sobre la marcha de las operaciones desde que dio comienzo el ataque alemn del 10 de mayo que trajo como consecuencia el cerco de los ejrcitos del Norte en la front era franco-belga donde la situacin se ha convertido en muy crt ica. Es la primera vez que se habla de negociaciones con los a lemanes y que alguien pronuncia la palabra armisticio... En su cuart el general de Charleville instalado en la vieja alcalda cuyos muros cubre la hiedra, a la misma hora, el general von Rundstedt se toma un corto tiempo de reposo mientras espera que le sirvan la cena. A sus sesenta y cinco aos, e l viejo patricio es ya incapaz de variar sus costumbres: Compartir su cola cin de carne y legumbres cocidas con alguno de sus oficiales, y luego pasa r la velada dedicado a un ejercicio de palabras cruzadas y a ojear algunas revistas. Apoltronado en el silln de su despacho, con las piernas estirad as, von Rundstedt contempla el gran mapa militar que pende de la pared opuesta, y donde los trazos en lpiz rojo, verde y amarillo, sealan el camino recorrido desde el 10 de mayo. En aquel da, a las 5,30 de la maana, los ejrcitos alemanes iniciaron su ataque desde el mar del Norte a la l7?nea Maginot. Durante los meses transcurridos desde que en otoo de 1939 tuvo lugar la campaa de Polonia, las unidades germanas, equipadas con un m aterial perfeccionado, han adquirido nuevos arrestos. A finales de abril de 1940 el nmero de divisiones disponibles pas de 104 a 148; Hitler ha empe ado 117 en la lucha del frente del oeste. El grupo de Ejrcitos B del coronel-general von Bock, apoyado por los paracaidistas de la infan tera aerotransportada del general Student, sell en menos de cinco du237?as la suerte de Holanda. En Blgica, las tropas del rey Leopoldo aband onaron sus posiciones del canal Alberto despus de la cada del fuerte de Eben-Emael y se replegaron buscando el apoyo de las fuerzas franco-inglesas que acudan en su socorro. Pero en el plan general de operaciones que Hitler haba adoptado, los movimientos en Blgica y en Holanda, que hab?an resultado un xito total, significaban simples acciones de diversi?n. La amenaza principal haba de producirse en el sur, en la zona de las Ardenas. El 13 de mayo, los tres cuerpos blindados del general von Kleist (punta de lanza del grupo de ejrcitos A del coronel-general von Rund stedt) rompan el frente del Mosa por Sedan... Los alemanes vean abie rta ante s la ruta de la Mancha. El 15 de mayo, el cuerpo blindado de Gude rian y el 51 Panzer Korps alcanzaban Montcornet, a 70 kilmetros al oeste d e Sedan. Dos das despus, el 17 de mayo, las divisiones blindadas se encontraban en la lnea Avesnes-Guisa-Marle-Rethel. El 18, Guderian llevaba su 2. Panzer hacia San Quintn y su 1 en direccin a P3?ronne. El 20 de mayo, la vanguardia blindada del grupo de ejrcitos ?A se apoderaba de Abbeville. Al da siguiente caan Saint-Pol y Montreuil-sur-Mer; entre tanto, el noroeste de Abbeville, el batalln Spi tta de la 2. Panzer era la primera unidad alemana que, por Noyelles, alcan zaba la costa de la Mancha. Von Rundstedt haba instalado, como hemos dicho , su cuartel general en la pacfica alcalda provinciana de Charlevill e, desde donde controlaba la progresin de sus tropas en direccin oes te a lo largo de la costa, al tiempo que las unidades del general von Bock se de scolgaban desde el norte. Las dos ramas de la tenaza iban estrechndose en torno de los ejrcitos aliados. El viejo general dirige una mirada maquinal a su juego de palabras cruzadas, mientras piensa: En el fondo, Hitler lle va razn. El da anterior von Rundstedt haba tenido una en trevista con el Fhrer. Este haba llegado a las once de la maan a en un Mercedes descapotable, muy tieso en el asiento trasero, acompaado del general Jodl, su jefe de operaciones. Von Rundstedt no puede evitar una sonr isa al recordar el azaramiento de sus oficiales al serles anunciada aquella visi ta: El jefe de estado mayor, von Sodenster se precipit sobre sus botellas de Cointreau y las escondi en un archivador; el ordenanza Klaus abri todas las ventanas para disipar el olor de tabaco (von Rundstedt es un empedern ido fumador). Ahora, con gestos lentos y minuciosos, casi como si se tratase de un ritual, el viejo general corta el extremo de su cigarro... Ser el ltimo antes de la cena. Piensa que, en efecto, Hitler saba lo que se hacu237?a cuando orden el parn de los carros: El esfuerzo que se ha exi gido a las unidades blindadas las ha dejado sin apenas alientos; por otra parte, hay que considerar que las operaciones deben seguir: El Plan Rojo, el cruce del Somme y la cabalgata hacia Pars. Qu podra o currir si los franceses atacasen en masa desde el sur, en tanto los Panzers, ata scados en los arenales de Dunkerque, no hicieran otra cosa sino estorbar la acci n de la Luftwaffe? La cosa no tiene mayor importancia piensa von Ru ndstedt. De acuerdo con el plan inicial, l, von Rundstedt, tena que ser el martillo y von Bock, el yunque... Ahora los papeles quedaran invertidos. Y de cualquier modo, algunos das de reposo no sentaran mal al grupo de Ejrcitos A. Blumentritt! Blu mentritt! Es la hora de la cena.,. * * *

r En su puesto de mando el general Blanchard exam nalos telegramas que se amontonan sobre su mesa. Las noticias son cada vez peore s. El frente belga ha quedado hundido en la regin de Courtrai. Los alemane s prosiguen su avance a lo largo de la Scarpe, entre Maulde y Cond; en el Escalda, los aliados se ven y se desean para poder colmar las brechas. En el sec tor de Lens y de la Basse, dbilmente defendido, parece inminente la reanudacin de la ofensiva alemana. El jefe del l,er Ejrcito francs reflexiona largamente antes de tomar una decisi243?n. Abandonar la idea de abrir brecha en direccin hacia el sur significa condenar los ejrcitos aliados a una lucha sin esperanzas, resignarse al asedio, teniendo el mar a la espalda, y con una sola y precaria base de abasteci miento: Dunkerque. Por otra parte, insistir en el plan de romper el cerco german o, puede llevar aparejado, en el caso de que la ofensiva fracasase, la prd ida del contacto con aquel puerto indispensable... En cualquier caso, antes habr a que convencer a los ingleses, que se niegan a participar en la accin, temerosos de ser envueltos por el norte. El general francs debe consid erar asimismo que la ofensiva significara abandonar a su suerte a los que combaten al sur del Lys, que no dispondran del tiempo necesario para el re pliegue. Es la nica solucin... El general Blanchard se d ispone finalmente a redactar su orden del da: El l.er Ejrcito francs, y los ejrcitos ingls y belga procede rn a reagruparse tras la lnea de aguas formada por el canal del Aa, el Lys y el canal de derivacin, constituyendo de esta forma una amplia cab eza de puente alrededor de Dunkerque. Esta cabeza de puente ser defendida a ultranza y sin espritu de retirada. La orden del da reproduc e casi literalmente las frases del general Weygand. Blanchard la firma con mano rabiosa y queda pensativo. Significa meterse en un callejn.sin salida. A m enos que... * * *

r En el hotel Trocadero, de la plaza dla estaci243?n, en Saint Pol-sur-Ternoise, el general-barn von Richtofen ent retiene su impaciencia tomando a pequeos sorbos una copa de coac y o jeando el ltimo nmero delBerliner Hlustrierte Zeitung que acaba de traerle el cabo de cartera. Es t deseoso de que se le brinde la ocasin de comprobar los efectos de su ltimo invento: el silbato. En el curso de sus vuelos de ent renamiento, von Richtofen imagin un pequeo artilugio que ayudara a hacer del Junker 87, el famoso Stuka, un arma m?s terrorfica an. El Ju-87, diseado por el as de la aviacin Ernest Udet, es un aparato muy silencioso; hasta el punto que R ichtofen suele decir bromeando que es un avin que camina descalzo7?. Al barn se le ha ocurrido colocar en las alas cuatro silbatos de cart n y una sirena entre las ruedas del aparato. Sus amigos le aconsejaban 1?que se dejase de nieras; pero Richtofen sabe lo que se hace . Ahora, cuando el Stuka se lanza en picado, produce un estruendo in fernal. Las 180 unidades que constituyen el 8.'Cuerpo van provistas todas de aqu el artilugio sonoro. El general sonre humorsticamente: Habr qu e ver si los franceses y los ingleses de Dunkerque encuentran de su gusto la bro ma que les ha preparado. * * *

r El 26 de mayo cae en domingo; por la maana, el ambiente de la pequea mansin de Premesque, donde el Cuerpo Expedicio nario britnico tiene instalado su Gran Cuartel General, est impregna do por el aroma del t de los desayunos. La niebla matinal se va disipando paulatinamente. El general vizconde Gort acaba de despachar su colacin: Do s galletas de municin untadas con mermelada de naranja. Es todo lo que se permite el comandante en jefe desde que hace tres das las raciones han sid o reducidas a la mitad. Alto, seco, parco de palabra (los subordinados le han pu esto el mote de El Tigre), Lord Gort es un hombre valeroso. Antes de1914 perteneca a un regimiento de la Guardia; en la Primera Guerra Mundia l gan en el frente laVictoria Cross, la ms alta condecoracin militar inglesa. Sin embar go, en esa maana, Gort se siente totalmente desanimado. El secretario de E stado para la Guerra, Anthony Edn, acaba de disponer el reembarco del Cuer po Expedicionario: Deberis abriros paso hacia el oeste. Para las ope raciones de embarque sern utilizadas las playas que se encuentran al este de Gravelinas. La marina proporcionar todas las unidades navales disponibl es, y la R.A.F. prestar apoyo total. El plan de operaciones debe ser previ sto inmediatamente. Los que Gort llama bocas intiles, ve intisiete mil no combatientes ya han sido evacuados. El general firma el cable de contestacin a Edn: No puedo ocultaros que, en el mejo r de los casos, una parte sustancial del Cuerpo Expedicionario britnico y de su equipo caern en manos del enemigo. A continuacin, lord G ort se sienta frente al tablero de madera desgastada que le sirve de mesa de des pacho y comienza a estudiar el plan de repliegue que le ha sometido el teniente coronel vizconde Bridgeman. Bridgeman tiene los ojos inyectados en sangre: Lleva cuarenta y ocho horas sin dormir, alimentndose con whisky y pastillas de chocolate; el dichoso plan de retirada le tiene al borde de la locura. Las ltimas esperanzas estn puestas ahora en esa batalla de retroceso a lo lar go del pasillo que conduce a Dunkerque: Hay que salvar ochenta kilmetros p or un cuello de botella cuya mayor anchura es de ocho mil metros, sin que pueda descartarse la eventualidad de dejar trescientos mil prisioneros en manos de los alemanes. El general Gort baja la cabeza, deja escapar un hondo suspiro, y volv indose hacia Bridgeman deja caer esta frase: Cuando ingres en la academia militar estaba muy ajeno de pensar que algn da tendr?a que conducir el ejrcito britnico en la peor derrota de su Histor ia... * * *

r Del otro lado del Canal, en el depsito de mater ial rodante de los ferrocarriles del Sur, situado en los suburbios londinenses, el inspector John Maitland espera una llamada telefnica. Maitland ejerce e l control de la circulacin en los ochenta kilmetros de vas f233?rreas que unen Londres con Brighton y con los puertos de la Mancha. Las ?rdenes recibidas cuatro das antes sealaban que deba estar di spuesto para transportar desde la costa hacia el interior un contingente de sold ados indeterminado: entre.veinte mil y... doscientos cuarenta mil hombres. Como puede verse, los datos no podan ser ms imprecisos. La consigna para la puesta en marcha de esta operacin sera la palabra Dinamo7? (nombre clave del puesto de mando aeronaval en Dover). Transcurren lentas la s horas sin que el timbre del telfono venga a perturbar la soporfera tranquilidad en el despacho del funcionario de ferrocarriles. A las seis de la tarde, Maitland ordena sus papeles y echa la llave en los cajones de su mesa. Av isa a sus subordinados de que piensa asistir al oficio de la tarde en la Catedra l de Southwark. Veinte minutos despus es uno ms en la multitud que l lena la iglesia. En medio del torrente de armonas que desciende del rgano, alguien toca en la espalda del jefe de los ferroviarios: Le esperan en la sacrista. Es Percy Nunn, inspector principal de la compaa, qu e con su voz nasal le dice: La operacin Dinamo ha comenz ado. Debe incorporarse inmediatamente a su puesto de mando en Redhill (est a localidad se encuentra a treinta kilmetros del centro de Londres, en la zona sur). * * *

r Hitler, que desde hace tres das tiene detenidos los carros de Guderian y de Rommel, es informado de que seis transportes atesta dos con tropas inglesas (las bocas intiles de lord Gort) han a bandonado aquella maana el puerto de Dunkerque. El Fhrer ordena que la Luftwaffe liquide la bolsa de Dunkerque y autoriza que los blinda dos vuelvan a reanudar su avance. Las rdenes pertinentes sern dadas en la tarde del da siguiente. * * *

r Aquel lunes 27 de mayo, y las jornadas que sigan, sig nificarn para los franceses, belgas e ingleses cercados, y para muchos de los alemanes que los persiguen, una pesadilla imposible de olvidar. * * *

r A las siete de la maana, en lo alto del campana rio de Dunkerque, Bernard Vandewael bajapor ltima vez la palanca de contacto de las sirenas de alarma (a partir de aquel momento la corriente elctrica ser cortada). Pese al extremo agotamiento, que casi le ha convertido en un autmata, es capaz todava de coordinar un pensamiento: le parece que ha sido el gesto de su mano el que ha desencadenado todas las fuerzas del infierno. Relevndose c ada cuarto de hora, acuden los bombarderos alemanes en oleadas de treinta o cuar enta aparatos, y se despliegan sobre la ciudad, sobre el puerto, y sobre los tre ce kilmetros de playas. Desde que tres das antes el mdico de I .* clase de la marina francesa Herv Cras lleg a los cuarteles Ro?are'h, no ha tenido un solo momento de reposo. Su barco, el contratorpedero 171?Jaguar, haba sido puesto fuera de combate cerca de la bocana del puerto de Dunkerque el 23 de mayo por una Schnell-boot (lancha r5?pida) alemana. El comandante del Jaguar, capitn de fragata Adam, ha sido designado como jefe de la zona martima de Dunkerque. El jefe de mquinas toma a su cargo la direccin del servicio de transportes y el agregado se responsabiliza del campo de prisioneros instalado en el pont3?n Saint-Octave; Herv Cras encuentra trabajo cerca de su ami go Bacquet, mdico mayor de la marina. Toda la tripulacin tiene donde ocuparse; unos hacen de cargadores, bajo la lluvia de bombas que envan lo s alemanes, y ayudan en el transporte de las municiones que algunos barcos han c onseguido llevar a Dunkerque; otros echan una mano en las bateras antia3?reas. Desde que a primera hora de la maana fue dada la alerta, ya Hervu233? Cras no es capaz de un solo pensamiento coordinado: A sus sentidos llegan las imgenes y los sonidos, mientras sin descanso cura y venda a la riada d e heridos que llega al puesto de socorro. En el exterior el estrpito es fr agoroso. A los silbidos y explosiones de las bombas se mezcla toda la gama de ru idos de la defensa antiarea: los roncos ladridos de los 119 pr ocedentes de los torpederos, el chasquido metlico de los Bofors y el crepitar de los pianos de Chicago, esas maravillosas ametrall adoras Vickers que disparan sus proyectiles del 12,7 a una cadencia de dos mil p or minuto. Hasta la vspera, la retirada inglesa se efectuaba en buen orden , por columnas organizadas y bien encuadradas. Lo que hoy desfila ante los ojos de Herv Cras es una marea ininterrumpida, una desbandada de hombres que semueven como autmatas, que corren de un lado a otro, aterrorizados por los incesantes ataques de los aviones que cada vez se atreven a volar ms bajo . Los cazadores alemanes realizan sus pasadas al nivel del agua para ametrallar incluso a los hombres que procuran ponerse a salvo a nado agobiados por su pesad o equipo guerrero; las balas caen en el mar como un chaparrn, produciendo un chirrido igual que el de la manteca al fundirse en una sartn. Bajo las bombas tiembla la arena y a veces sirve de sepultura a los que en el la excavaron un refugio. El puertoy la ciudad se han convertido en un inmenso brasero. De los retorcidos armatos tes en que s han transmudado las gras gotea el metal fundido. Bajo a quel diluvio de fuego los heroicos camilleros andan a saltos en busca de heridos . No es extrao que en aquel infierno sean muchos los que pierdan el contro l de sus nervios: algunos, atacados de sbita locura, corren por las dunas gritando como condenados. El maestro armero Dupr, que se hallaba en seguri dad bajo una espesa cpula de hormign, sale de su refugio, empu a una ametralladora pesada cuyos servidores haban abandonado en el muelle, y se pone a disparar sobre la oleada de bombarderos germanos. A la quinta r?faga, un casco de metralla le arranca casi de cuajo una de sus piernas. En la calle donde se levanta el cuartel Ronarc'h, y en la maestranza de la marina, son muchos los camiones atestados de municiones que arden, originando cada uno de e llos un autntico castillo de fuegos de artificio. El fuego se propaga a lo s pisos superiores del cuartel, que pronto queda convertido en una antorcha. Se hace necesario evacuar los heridos que se encontraban en el puesto de socorro in stalado en el piso bajo. Herv Cras corre desalado por las calles vecinas h asta que encuentra un camin abandonado; es intil: no consigue ponerl o en marcha. Aparece un marinero de voz aguardentosa, que en un santiamn l ogra que el camin arranque. Cras vuelve al Ronarc'h sorteando los muros de llamas que le rodean. Tan bien que mal, los heridos son apilados en la baca. Cr as conduce su carga de carne doliente por la nica va an practi cable: la que conduce al sanatorio de Zuydcoote por la carretera que flanquea el canal de Furnes. La estacin del ferrocarril se encuentra en llamas; en aq uella parte de la ciudad todo son restos informes, cadveres de hombres y d e caballos y esqueletos d casas donde solamente las chimeneas se mantienen en pie. En todas las esquinas la ambulancia provisional encuentra largas hilera s de pobres civiles, ancianos, mujeres y nios que intentan huir de aquel i nfierno. A la salida de la ciudad, la carretera aparece despejada; la consigna e s implacable: la va de acceso a Dunkerque debe ser mantenida abierta; una polica militar feroz arroja a la cuneta o al canal cualquier vehculo que entorpezca el paso. Cras ha olvidado colocar en su camin el pabell3?n de la Cruz Roja; remedia el olvido colgando del cristal retrovisor su braza l de sanitario; aquella minscula cruz encarnada le sirve de ssamo. * * *

r En el rompeolas de Dover el almirante Bertram Home Ra msay ha instalado su puesto de mando en una minscula oficina; todo lo que el almirante conoce de la situacin es a travs de los brevsimos informes redactados en estilo telegrfico que le llegan. Pero dentro de su castrense sequedad aquellos escritos resultan elocuentes. Se trata de un marino de cincuenta y seis aos, con un carcter insoportable, que viste sie mpre de modo impecable, enemigo, por encima de todo, del barullo y del desorden. Pero en aquella ocasin Ramsay tendr que improvisar: a u233?l incumbe la responsabilidad suprema de la operacin Dinamo. El capitn de navo William Tennant, que el Almirantazgo ha enviado a Home Ramsay como ayudante, escucha las explicaciones, tajantes y precisas, de su jefe superior. Las siete drsenas que hacen de Dunkerque el tercer puer to francs en orden de importancia, no se podrn utilizar: en los ataques areos de la segunda flota de Kesselring, desencadenados a partir del 1 8 de mayo, han quedado totalmente destruidas. nicamente siguen accesibles el muelle y los treinta y siete kilmetros de playa entre Dunkerque y La Pa nne. Para la evacuacin no se podrn utilizar unidades de gran tonelaj e: En algunos lugares de la costa el fondo no alcanza a las dos brazas, y abunda n los bancos de arena. Habr que recurrir a barcos de mnimo calado. E l capitn de Nabilo Tennant pega un respingo cuando Ramsay le dice sin rode os: Usted ser el comandante superior britnico en Dunkerque. Le acompaarn doce oficiales y ciento cincuenta hombres, con los que de ber componrselas. Tiene que asegurar las operaciones de reembarque p or tanto tiempo como los aliados puedan contener al enemigo. Cuando Tennan t consigue recuperarse de la desagradable sorpresa, pregunta, naturalmente, con qu medios podr contar. Ramsay no deja mucho margen a las ilusiones: De momento, no se dispondr sino de cuarenta torpederos, pero podrn u tilizarse cierto nmero de mercantes, buques de cabotaje, los ferry-b oats dela Mancha, y algunos schnits (barcazas holandesas de fondo plano). Se ha echado mano a todo lo disponible: Incluso los veteranos Mona's Isle y King Orry, que hacen el servicio de la isla de Man, han sid o convertidos en patrulleros auxiliares. El cuadro no puede ser ms sombr237?o. Pero Tennant no sabe todava lo peor: Los "Boches" han tomado Gravelinas le dice Ramsay, sealando en el mapa mural con su puntero. El nuevo comandante militar de Dunkerque frunce el entrecejo. Aquello significa que la ruta Dover-Dunkerque se halla al alcance de las bateras de campaa que sin duda los alemanes habrn emplazado en Petit-Fort-Phili ppe, a la derecha del estuario del Aa. Tambin habr que tener en cuen ta las minas magnticas, que seguramente la LuftwafFe ha lanzado a centenar es. Supongo que usted conseguir evacuar, todo lo ms, cuarenta y cinco o cincuenta mil hombres, son las palabras con que el almirante Ram say despide a su subordinado. Tennant no sabe que cuando abandona el minsc ulo despacho del almirante, varios de los barcos con que pensaba contar ya han s ido hundidos por el fuego enemigo, o no se encuentran en condiciones de prestar servicio. As, el Mona's Isle, que ha conseguido arribar renque ante a Dover; pero con las chimeneas convertidas en coladores, y el puente ba1?ado en sangre. La lista de bajas confeccionada por su capitn, John Dowd ing, incluye veintitrs muertos y sesenta heridos entre la tripulacin y los soldados que transportaba. * * *

r Cuando Tennant y sus hombres, a bordo del viejo torpe dero Wolfhound, se encuentran todava a cierta distancia de Dov er, comienzan a comprender aquello con que van a vrselas: Una escuadrilla de bombarderos alemanes aparece entre las brumas y les ataca. Durjante las dos h oras de la travesa el barco tiene que dar violentos bandazos para esquivar las bombas. En medio del terrible estrpito, Tennant y sus auxiliares ni s iquiera pueden trazar el esbozo de su plan de evacuacin. Todas las piezas del Wolfhound disparan hasta que los caones se ponen al rojo v ivo. Las fundas de los cartuchos y de los obuses cubren totalmente la cubierta. Ah est Dunkerque: Un espeso sudario de humo negro producido por el i ncendio de las refineras de petrleo envuelve toda la ciudad. Cuando el Wolfhound atraca, un rosario de bombas estalla a pocas brazas de su borda; un geiser de agua y de trozos de hormign es la nica bienve nida que recibe el barco... Bien comienza la operacin Dinamo187?! * * *

r El rey Leopoldo III, con las manos a la espalda y el rostro burilado por el cansancio, recorre de un extremo a otro el gran sal n del castillo de Wydendaele donde ha establecido su cuartel general. Da vueltas en su cabeza al ltimo, informe que ha recibido del general Michiels: ?Las ltimas reservas belgas han sido empeadas en la batalla; ya no disponemos sino de tres dbiles regimientos. Los ingleses se niegan a empre nder ningn movimiento ofensivo, y han evacuado las posiciones que ocupaban a nuestra derecha...Se han producido tres brechas importantes: al norte, en Mal deghem; en el centro, cerca de Ursel; y a la derecha, entre Thielt y Roulers. La situacin empeora de hora en hora; en algunos sectores el enemigo ha alcan zado los puestos de mando. En la regin de Thielt existe un boquete de seis o siete kilmetros sin un solo hombre que lo defienda. El enemigo no tendr ms que meterse por l y alcanzar Brujas. Las prdid as son cuantiosas; los hospitales no pueden ya recibir ms heridos. Faltan las municiones para la artillera... La zona todava ocupada por nosot ros se reduce por momentos: La poblacin civil desplazada hormiguea por tod as partes y tiene que sufrir el fuego directo de la artillera y de la avia cin enemigas... El rey Leopoldo detiene su vaivn y se deja cae r en un silln: La nica solucin es el armisticio... Proseguir e l combate no significara sino la prdida de ms vidas humanas. E l soberano convoca a los miembros de las misiones militares britnica y fra ncesa cerca del Gran Cuartel General belga y les comunica que piensa solicitar u n armisticio a media noche. Pone a disposicin del general francs Cha mpon la 60 Divisin gala que se haba incorporado a las fuerzas belgas al principio de la ofensiva alemana, y ordena que se entreguen a los franceses los camiones militares que hayan de llevarles hasta las lneas del Yser. In mediatamente el rey Leopoldo enva un parlamentario al Gran Cuartel General del Sexto Ejrcito alemn. Las tropas belgas deponen las armas. De es te modo se cierra la jornada del 27 de mayo. En el este luce un cielo azul de pe rfecta pureza. En el sur, Dunkerque, sometida a fuerte bombardeo, arde por los c uatro costados... * * *

r En lo ltimo que piensa Tennant es en admirar la pureza del cielo. Lo primero que ha hecho ha sido atravesar la ciudad en llamas para ir a echar un vistazo a las playas; lo que ha visto le tiene totalmente de primido: No se puede imaginar una costa menos apropiada para una operacin como la que tiene que realizar; el fondo presenta pocas brazas de profundidad, y lo que es peor: en la marea baja el mar se retira a ms de ochocientos met ros de distancia, Los torpederos tienen que mantenerse un kilmetro alejado s de la orilla; son las canoas de servicio las que deben acudir en busca de los heridos, que los camilleros embarcan chapoteando en el agua. Despus, los m arinos tienen que remar como condenados durante media hora, para en total poder embarcar veinticinco hombres en cada viaje. Por fortuna aquella noche el tiempo es favorable..., pero Tennant no quiere pensar en que pueda levantarse el noroes te: Ni una sola canoa conseguira abordar los torpederos! Cada uno de los buques de guerra podra recibir un millar de hombres. A tal tren, el e mbarque de aquellos mil evacuados durara, por lo menos, seis horas. El com andante Tennant regresa pensativo al muelle del Este. Un desembarcadero, montado sobre pilotes de madera, penetra bastante en el mar, partiendo del rompeolas; s i fuera preciso, los camilleros o los hombres vlidos podran avanzar de tres en tres por encima del estrecho andamiaje... Tennant reflexiona en voz alta: Iramos ms de prisa si los barcos pudieran atracar en el d esembarcadero... Se trata de un riesgo que es preciso correr. Haced que se acerque el buque ms prximo. Un marinero enfoca su l?mpara de seales al Queen of the Channel y transmite el mensa je. Diez minutos ms tarde el navo queda amarrado en el extremo del f rgil muelle. Media hora despus se presentan las primeras secciones d e hombres que han de embarcar. Se ha encontrado la buena frmula..., si es que el maderamen puede resistir yos repetidos atraques. En cualquier caso, la op eracin sigue resultando lenta. Aquel da solamente 7 669 hombres pudi eron abandonar Dunkerque. En el siguiente da, 28 de mayo, el cielo se pres enta cubierto de brumas; las volutas de la enorme columna de humo negro que sube desde las refineras en llamas, se pierden en el techo bajo de las nubes. En su puesto de mando de Saint-Pol, von Richtofen garrapatea en su diario de ser vicio. Est de un humor de todos los diablos: Goering le haba llamado por telfono una hora antes y le arm un escndalo, quejnd ose de que los ataques a Dunkerque hubiesen resultado poco eficaces. Las palabra s acuden por s solas a la pluma del barn: En cuanto a Dunkerqu e, el comandante supremo de la Luftwaffe no sabe lo que se pesca. Hacia me dioda el cielo comienza a despejarse por el oeste. * * *

r En el aerdromo de Beaulieu, el mayor Dinort, co mandante de la Segunda Escuadra de Stukas, explica sobre el mapa el plan de la operacin a sus tres comandantes de grupo. Dinort es un oficial a quien sus subordinados respetan. Ha sido el primer comandante de la Luftwaffe que haya recibido la ms alta condecoracin militar alemana: Las Hojas de Roble de la Cruz de Hierro. Su valor es legendario; pero cuida de sus tripul aciones: Ms de cien veces ha discutido con von Richtofen y le ha hecho anu lar misiones cuyos resultados no iban a estar en proporcin con el riesgo. El mayor Dinort es un jefe autntico, para quien la vida de sus hombres es lo primero. Los comandantes de grupo lo saben y le estiman. Porque de entre todo s los pilotos de la Luftwaffe, son los tripulantes de los Stukas aqu ellos que ms han de sufrir y ms peligros tienen que correr. Cada vez que realizan un violento picado, acortan su vida: el corazn se resiente. No es extrao que uno de aquellos aviadores, llegado al lmite de la l ocura decida sbitamente estrellarse en el suelo, para as acabar de u na vez su martirio. La salida del picado, la tremenda sacudida a seiscientos met ros del suelo, despus de una zambullida de tres mil, provoca traumatismos y choques en el organismo del piloto; los ms avezados terminan generalment e vomitando. Dinort lo tiene muy en cuenta, y por ello realiza un minucioso estu dio de cada misin que se haya de emprender. Con su voz breve y autoritaria , seguro de s mismo, transmite las consignas para el prximo ataque a Dunkerque: Despegue a las 16 horas con 45. Llegada sobre el objetivo a la s 17 horas. No preocuparse de las embarcaciones pequeas. Concentrar el ata que sobre los grandes navos, y transportes. Dinort levanta la sesi243?n. Todo est a punto. Sin embargo, el mayor no se siente tranquilo: Ser la primera vez que los Stukas emprendan un ataque contra el m vil blanco que presentan los navos. * * *

r En Dunkerque, el comandante Tennant y su estado mayor tienen que afrontar problemas cada vez ms difciles. nicamentehan conseguido evacuar 25 400 soldados y el ritmo de los embarques sigue siendo lentsimo. En el muelle del Este la marea produce un desnivel de ms de cuatro metros y medio. Las pasarelas corrientes no sirven; para lograr manten er la comunicacin entre los buques y el embarcadero, cada tripulacin tiene que recurrir al ingenio: En el torpedero Icaro utilizan las p orteras de waterpolo; el navo-hospital Saint-David emple a los andamiajes que normalmente sirven para repintar la chimenea. En la tarde d e aquel 28 de mayo, en el interior del puerto se encuentran tres torpederos fran ceses, el Mistral, el Sirocco, y el Cyclone; cerca del rompeolas aguardan su turno once navos ingleses. En columna de tres en fondo, y en medio de un relativo orden, los soldados franceses e inglese s proceden al embarque. De pronto, parece que una nube oscurece el sol: es la pr imera oleada de los Stukas de Richtofen. El primer buque alcanzado e s el Granada, que comienza a derivar por el canal, como si de un bru lote se tratase. Desde una chalupa consiguen lanzarle un cable; con penas y fati gas se logra apartar el desamparado buque del pasadizo, unos segundos antes de q ue se produjera la explosin del paol de municiones. El patrullero 171?King Orry cruzaba cerca del torpedero incendiado casi en el momento de producirse la explosin; de buena escap. Aunque la fortuna no le fue propicia por mucho tiempo: Pocos instantes despus una bomba le daba de pl eno en el castillo de popa y le arrancaba el timn. El King Orry, a la deriva a su vez, fue a chocar de proa contra los pilotes del muelle; 3?ste qued totalmente inutilizable. * * *

r A partir del 28 de mayo los brazos de la tenaza van a pretndose ms y ms en derredor de la cabeza de puente de Dunker que reduciendo la extensin de la bolsa; muchas de las unidades que combate n en el exterior del campo atrincherado han de abandonar la idea de llegar a la zona de embarque. As ocurre al Primer Ejrcito francs, cercado en Lille; el 4. y el 5. Cuerpos de Ejrcitos tampoco podr n atravesar el Lys. En su puesto de mando de Steenwerk, el general Prioux es hec ho prisionero con todo su estado mayor. En Lille, las tropas del general Moliniu233?, cuyo asedio comenz el 29, resistirn hasta la tarde del 31 de mayo, despus de haber agotado hasta el ltimo cartucho. En el momento de la rendicin, los alemanes otorgan los honores militares al general Mol ini y a sus tropas, que desfilan con sus armas ante el general von Reichen au. * * *

r Mientras de ese modo prosegua la resistencia de l Primer Ejrcito, en la cabeza de puente prosegua el embarque de fra nceses e ingleses, bajo un autntico diluvio de fuego. Agrupados por seccio nes en las playas, desde Zuydcoote a La Panne, los soldados esperan que los esfu erzos conju gados de las dos Marinas, la britnica y la francesa, les permi ta escapar de aquel infierno. El 31 de mayo, los alemanes desencadenan su ataque general por tierra contra el campo atrincherado. La lucha resulta aferrad sima, ya que los restos de unidades a las que se ha encomendado la defensa de Du nkerque nicamente ceden el terreno paso a paso. Las rdenes son termi nantes: Resistir y morir sobre el lugar. Era necesario, si es que se quera evacuar el mayor nmero posible de contingentes. La batalla si n esperanza, la lucha de los Sacrificados, bajo los incesantes ataques de la Luftwaffe, se prolongara hasta el 4 de junio. Pero la aviacin alemana no sali de rositas: Los pilotos germanos trabaron conocimiento con el Spitfire britnico, que hasta entonces haba sido v isto muy pocas veces en el cielo de Dunkerque, pero que en los ltimos d7?as de combate infligi a los alemanes dursimas prdidas. En l as cuatro jornadas postreras la artillera enemiga se encontraba tan cerca que incluso tena bajo su fuego los puntos de embarque. En la ciudad, los i ncendios formaban un nico brasero. En el puerto no se vean sino rest os de buques hundidos. Los muelles, las calles, todos los alrededores del puerto , se haban convertido en un inmenso cementerio de automviles, camion es y armones de artillera calcinados. Abundaban los soldados que hab an perdido l contacto con sus unidades y que, con gesto de resignaci n, se refugiaban en los stanos, mezclados con la poblacin civil. En la maana del domingo 2 de junio, todas las tropas que se ven en las playas son francesas (unos cuarenta o cincuenta mil soldados): El Cuerpo Expedicionari o britnico ha podido alcanzar, casi en su integridad, la costa inglesa. El permetro de la cabeza de puente, igual que ocurra a la piel d e zapa de Balzac, iba estrechndose de hora en hora; sin embargo, los veinticinco mil hombres que aseguraban la defensa (y que slo dispon an de armas ligeras, ya que todo el material pesado haba sido destruido o abandonado) seguan luchando encarnizadamente. Los alemanes ocupaban ya los barrios extremos de la poblacin; los ltimos embarques tuvieron luga r en la noche del 3 al 4 de junio, cuando los defensores haban agotado sus ltimas municiones y las rfagas de las ametralladoras alemanas ya ba rran las playas. Hacia las dos de la maana, unas tremendas explosion es hacen estremecerse las martirizadas ruinas de la ciudad; se trata de los equi pos de destruccin que cumplen las ltimas rdenes del almirante Abrial: los muelles quedan desmantelados y en la bocana de las drsenas son hundidos algunos viejos barcos, para impedir su utilizacin. El ltim o torpedero ingls, el Shikari, con un millar de hombres a bord o, abandona Dunkerque a las tres horas con cuarenta minutos. Todos los que perma necen an sobre la arena ven llegar el amanecer frente a un mar por el que ya no puede llegar ningn socorro: Los alemanes han llegado. * * *

r Los resultados de la operacin Dinamo rebasaron los clculos ms optimistas: Fueron evacuados 210 000 brit nicos y 120 000 franceses, sin contar los 27000 hombres que haban ab andonado Dunkerque antes del 26 de mayo: los que lord Gort llamaba sus boc as intiles. El 4 de junio Winston Churchill pronunciaba en la Cmara de los Comunes el histrico discurso en el que subray la determ inacin inglesa de combatir hasta el fin y de no rendirse jamsu187?. El premier britnico comunicaba a los diputados sobrecog idos las deducciones que, segn l, haba que sacar de Dunkerque: Hace una semana tema que me pudiera corresponder la pesada obligaci n de anunciar a los honorables miembros de esta Cmara el mayor desas tre militar de nuestra larga historia. Yo pensaba, y los tcnicos competent es estaban de acuerdo conmigo, en que, posiblemente, veinte o treinta mil hombre s podran ser reembarcados. No era lgico esperar que el Primer Ejrcito francs y el Cuerpo Expedicionario britnico, que se enc ontraban al norte de la brecha Amiens-Abbeville, seran despedazados en c ampo abierto, o bien obligados a capitular?... De este modo, el corazn, el cerebro y la columna vertebral del ejrcito britnico... pareca n condenados a morir en el combate, o a tener que someterse a un ignominioso y m iserable cautiverio. A continuacin, Winston Churchill renda su homenaje a los esfuerzos de la marina y de la aviacin: 335 000 hombres, franceses e ingleses, han sido arrancados de la muerte y de la vergen za y lograron ser llevados al lugar donde labores muy urgentes les esperan. No h emos de considerar que-esta liberacin constituya una victoria. No es con r etiradas que se gana una guerra. Pero Dunkerque, esto s, ha constituido un a prueba de fuerza para las aviaciones alemana y britnica. Pod an concebir los alemanes un objetivo ms apetecible para sus fuerzas areas que las tropas concentradas en las playas, en espera de ser evacuadas, y l os navos, que sus aviones podran echar a pique por centenas, casi po r millares? Acaso puede nadie imaginar un objetivo militar ms import ante y que mayormente haya de influir en el resultado final de esta guerra? En D unkerque los alemanes hicieron todo aquello de que fueron capaces... pero les re sult un fracaso. * * *

r La mayor parte de los historiadores coinciden en que del fracaso, el nico responsable fue el propio Hitler. Si el 24 de mayo el Fhrer no hubiese ordenado el parn de las divisiones blindadas que s e disponan a coger, como en una red, a la totalidad de las tropas francesa s e inglesas de la zona Norte, el futuro de la guerra hubiera cambiado. Es muy p osible que la Gran Bretaa se hubiese visto obligada a tratar c on los alemanes... En cualquier caso, el resultado victorioso se habra pre sentado para Inglaterra mucho ms aleatorio. Cules fueron las r azones que tuvo el dueo del Reich para tomar aquella determinacin? L as declaraciones de aquellos que tuvieron alguna relacin con los hechos no permiten todava, despus de los aos pasados, deslindar lo que en aquella singular decisin hubo de intuicin irracional, de maniobra poltica, o, simplemente, de error tctico. A principios de junio de 1940, muy pocos das despus de las fechas en que los acontecimientos ocurrieran, el general von Kleist, que tuvo una conversacin con Hitler en el aerdromo de Cambrai, lamentaba la ocasin perdida. Hitler le respo ndi: No he querido que nuestros carros quedasen atascados en las mar ismas de Flandes. Hay que tener en cuenta que el cabo Hitler haba gu ardado muy mal recuerdo de Flandes y de su barro. Pero en 1940 las condiciones n o eran iguales a las del invierno de 1916-1917. El almirante Abrial demor hasta el 21 de mayo la orden de inundar las tierras bajas. Todos los que conocen el pas saben que en pocas de mareas poco intensas (las de mayo alca nzan los niveles mnimos), se necesitan por lo menos diez das para qu e, despus de abiertas las compuertas, la inundacin se haga apreciabl e. Adems, haba que tener en cuenta otro importante factor: La primav era de 1940 fue especialmente soleada. El general Guderian, que el 24 de mayo se encontraba a la vista de Dunkerque, reduce su crtica de los argumentos de l Fhrer a una sola frase lapidaria: Aquellas razones no son aceptabl es. Ante otros generales alemanes, Hitler habra aducido, como pretex to, que antes de iniciar el ataque, haban de asegurarse los elementos nece sarios para la segunda fase de la batalla; es decir, para la ofensiva en el Somm e con direccin a Pars. Hay que tener en cuenta que en aquellos momen tos el porcentaje de carros inmovilizados por causa de avera era muy eleva do; se haca preciso un alto que permitiera reagrupar las divisiones y revi sar el material. Quizs la causa que motiv la decisin del F?hrer fue, en efecto, un exceso de prudencia; el general von Kleist piensa de o tro modo: en su opinin, los motivos fueron de ndole interna: G oering se haba comprometido a ajustar las cuentas a Dunkerque mediante el nico recurso de la aviacin. Insisti cerca de Hitler para que e l ejrcito de tierra no interviniese en la batalla, para que de este modo t odo el honor recayese en la Luftwaffe; as la conquista de Dunkerque se con vertira en una victoria del rgimen. Es muy cierto que en los medios dirigentes de la poltica alemana cada una de las tres armas tena su propia etiqueta. El ejrcito de tierra era considerado como rea l, puesto que haba sido creacin de Federico II; la marina era Imperial, ya que fue el almirante Tirpitz, bajo la gida de Gui llermo II, quien le dio impulso; el arma nacionalsocialista era la a viacin, formada en 1933, despus de la accesin al poder del r233?gimen hitleriano. El mariscal Kesselring nos explica: Cuando recib? la orden de liquidar con mi flota area al Cuerpo Expedicionario brit5?nico, qued grandemente sorprendido. El comandante en jefe de la Luftwaf fe (Goering) tena que saber que mis unidades, despus de tres semanas deservicio ininterrumpido, no estaban en condiciones de rendir aquel nuevo esfu erzo, que a duras penas hubieran sido capaces de realizar unas fuerzas totalment e frescas y descansadas. El general Jeschonnek comparta totalmente mi opin in; pero era un hecho que Goering, movido por un absurdo afn de vana gloria, se haba comprometido ante Hitler a que su Luftwaffe, ella sola, ap lastase a los ingleses... Lo cual era totalmente imposible! El gener al von Rundstedt apoya su tesis en confidencias que dice haber recibido del prop io Fhrer. Hitler estaba seguro de que las operaciones en el Oeste te ndran un rpido final. No quera que entre el Reich e Inglaterra surgiese lo irremediable, y esperaba que entre los dos pases se pudiese r establecer un acuerdo. Creyendo que de este modo dejaba abierto un camino para l as negociaciones de paz, dej adrede que escapase el grueso del Cuerpo Expe dicionario britnico. El 24 de mayo, da en que fue cursada la o rden de alto a las unidades blindadas, Hitler, en efecto, haba mantenido u na singular conversacin con von Rundstedt, en el puesto de mando de ste, en la ciudad de Charleville. El general Blumentritt hace referencia a la mi sma: Hitler se encontraba de muy buen humor; reconoci que la marcha de las operaciones tena algo de milagroso, y esperaba que la guerra habr237?a concluido antes de seis semanas. Finalizada la campaa, concedera a Francia unas condiciones de paz muy moderadas y le sera posible enten derse con Gran Bretaa. A todos nos sorprendi el tono de sus palabras : El Fhrr dedic los ms calurosos elogios al Imperio brit nico, que consideraba insustituible para el mantenimiento del orden mundia l y para proseguir la obra civilizadora en los mbitos alejados del orbe... Lo nico que pedira a Gran Bretaa sera que admitie se la posicin predominante de Alemania en el continente Estaba incl uso dispuesto a ofrecer a Inglaterra el apoyo de los ejrcitos alemanes en caso de dificultad... Subray que la paz con los ingleses tena que se r sobre unas bases que fuesen Compatibles con el honor de Inglaterra. Cree mos oportuno recordar que ya en 1937, hablando de las futuras posibles alianzas, Hitler haba afirmado, en tono de rechifla, ante algunos de sus oficiales superiores: Me considerara muy feliz si pudiese cambiar el mulo ital iano por un pura sangre ingls. * * *

r Sean cuales fueren los motivos que le impulsaron, que da el hecho de que el parn de los blindados en el canal del Aa resultar7?a el mayor error de discernimiento entre los muchos que cometi el amo d el Tercer Reich. * * *

r En 1940 los aliados no lo saban; pero luego lahistoria habra de demostrar que en la derrota de Dunkerque se encontraba y a la simiente de la victoria final. La gigantesca operacin del almirante R amsay hizo posible evacuar 300.000 hombres desde las playas del Canal hasta los puertos de las islas... Cuatro aos ms tarde, el 6 de junio de 1944 , la operacin se reanudara, pero en sentido contrario, desde las cos tas inglesas hasta las playas normandas. Y sera el propio almirante Ramsay quien tambin en aquella ocasin mandase las fuerzas martimas c ombinadas de los aliados. Ren DUVAL La fuga abracadabrante de Rudolf Hess

Durante la velada del domingo II de mayo de 1941, Win ston Churchill procura distraer su agobiada mente en las cmicas peripecias de una pelcula de los Hermanos Marx. Est pasando el fin de semana e n Ditchley-Park, la propiedad de unos antiguos amigos, que se encuentra a poca d istancia de Londres. Churchill tiene muchos motivos de preocupacin. En aqu ellos das la capital del Imperio se encuentra sometida a terribles bombard eos areos, y en el teatro de operaciones del Medio Oriente la guerra no pr esenta un aspecto muy halagador. De pronto, una de sus secretarias se presenta y avisa al viejo len que el duque de Hamilton le llama por telfono de sde Escocia, para una comunicacin de la mayor importancia. Chu rchill enva a uno de sus colaboradores para que se informe de qu se trata. A los pocos minutos regresa ste: Rudolf Hess est en Ing laterra. Ha saltado en paracadas cerca de la propiedad del duque de Hamilt on. * * *

r Churchill nos dice en susMemorias que, de momento, no prest crdito a la historia. Qui n poda imaginar que Hess, el segundo personaje del Reich, aquel a qu ien Hitler haba designado como su sucesor, miembro del Consejo de ministro s, el jefe del partido nacionalsocialista, pudiera saltar en paracadas sob re Inglaterra? No era posible. * * *

r Y sin embargo, as haba ocurrido. El duque de Hamilton, que ha sido convocado con la mxima urgencia, llega en el cur so de la misma noche y confirma que no puede caber la menor duda: se trata real y efectivamente de Hess. Haba conocido al jerarca nazi en Berl n, con ocasin de los juegos Olmpicos de 1936. Hess le haba recordado aquel encuentro. Qu es lo que pretende hacer aqu ? pregunta Churchill. Desea tener una entrevista con usted. Dice que se le ha encomendado una misin humanitaria. De este modo comenz243? una de las ms increbles aventuras de la segunda Guerra Mundial. * * *

r Al caer la tarde del 10 de mayo, los vigas de l a R.A.F. en la costa escocesa identificaban un aparato alemn que proced7?a del oeste. El caso no era frecuente: se trataba de un avin que volaba en solitario. Haba algo todava ms extrao: El aparato er a un Messerschmitt 110, modelo recin puesto en servicio, pero del que se saba que sus reservas de carburante en ningn caso podr7?an permitirle el vuelo de regreso. Un Spitfire intent dar c aza al intruso, pero fracas en su intento: El Me-110, bimotor rapidsimo, pic en la gruesa capa de nubes y prosigui su vuelo casi a ras del suelo, escapando as a su perseguidor. Alrededor de las diez de la noche, varios granjeros de la regin de Eaglesham, en las cercan?as de Glasgow, escuchan el estruendo de un avin que se estrella en el su elo. Alguno de ellos cree divisar la sombra de un paracadas que se posa le ntamente; inmediatamente es dada la alarma y se organiza la caza del solapado vi sitante. Un campesino descubre finalmente al hombre, que lleva el uniforme de lo s aviadores alemanes. Es un tipo corpulento, de mediada edad; al tomar tierra el paracaidista ha sufrido una ligera lesin en el tobillo. Soy oficial alemn, el capitn Alfred Horn declara el prisionero. Q uiero ver inmediatamente al duque de Hamilton. La singular peticin s orprende, naturalmente, al granjero. La residencia del duque, Dungavel House, se encuentra a 20 kilmetros de distancia; por otra parte, todos saben que Ha milton, comandante de un grupo de caza en la R.A.F., lleva mucho tiempo ausente de su casa. El granjero ofrece su morada al capitn Horn y le r econforta con la inevitable taza de t. A los pocos minutos se presentan do s soldados que se hacen cargo del prisionero y lo conducen a un hospital militar que se encuentra instalado en el castillo de Buchanan, a una veintena de kil3?metros de Glasgow. Durante el camino, el capitn Horn, que p arece muy prximo al ataque de nervios, repite una y otra vez la misma dema nda: Quiero ver al duque de Hamilton, y que sea ahora mismo; he de tratar con l un asunto importantsimo. El capitn es encerrado en una reducida habitacin, en cuya puerta hacen guardia dos sold ados con la bayoneta calada. Sin embargo, se considera conveniente avisar al duq ue. Al da siguiente por la maana llega ste, acompaado po r el oficial de informacin a quien se ha encomendado la misin de int errogar al prisionero. Este pide que le dejen a solas con Hamilton. Apenas han c errado la puerta, declara en un tono solemne: Soy Rudolf Hess, ministro de l Reich. Al principio, Hamilton se muestra incrdulo; pero pronto deb e rendirse a la evidencia: Aquel que se le enfrenta es, en efecto, el delf n del rgimen nazi. Recomienda que se ejerza sobre el prisioner o la ms rigurosa vigilancia y se apresura a llamar por telfono, prim ero al ministerio de Asuntos Extranjeros, y luego al Primer ministro. Inmediatam ente se traslada en avin a Ditchley. * * *

r Entre tanto, Hess, al que se ha proporcionado un pija ma gris, intenta conciliar el sueo, bajo las mantas reglamentarias del eju233?rcito britnico. Las cosas no estn ocurriendo como l hab237?a imaginado. El ministro del Reich pensaba que todo ira muy de prisa. En cuanto los ingleses supieran de quien se trataba, lo llevaran a presenc ia de Winston Churchill, quiz, incluso, ante el Rey en persona; pero, en e l peor de los casos, podra hablar con algn miembro importante del gabinete. Nada de esto ha ocurrido: Lo tratan como a un simple y vulgar prisionero ; ya lleva veinticuatro horas en Gran Bretaa, y todava no ha podido entrevistarse con ninguna personalidad de relieve. * * *

r Lo que Churchill quiere saber es el fin que persigue Hess con su extraa misin. Ni por un momento cruza por su mente la id ea de una entrevista personal. Quien mantenga el contacto ser un hombre qu e conoce perfectamente los medios y la mentalidad nazis: Ivon Kirkpa trick, a la sazn jefe de las emisiones de la B.B.C, para Europa, y que ant eriormente haba desempeado un puesto en la embajada inglesa de Berlu237?n. Kirkpatrick, siempre acompaado por Hamilton, llega a Buchanan Cast le en la tarde del lunes. Hess acoge al visitante con un suspiro de alivio. Inme diatamente comienza un discurso interminable, consultando de vez en cuando las n otas que ha preparado en sus breves das de encierro. Es difcil segui r el hilo de su confusa perorata. En la hojarasca verbal de Hess destacan alguna s ideas: Hitler es el hombre ms grande de todos los tiempos; durante los u250?ltimos treinta aos, Inglaterra ha seguido una poltica injusta y criminal con respecto de Alemania; la guerra entre los pases arios es una locura; los fautores de guerras, como Churchill y su pandilla, tienen engaado a su pueblo y son los que han impedido que se llegase a una gran alianza an glo-germnica, que hubiese logrado el aplastamiento del bolchevismo, etc., etc... Son las dos de la madrugada, y Hess sigue hablando. A Kirkpatrick le pare ce que la cosa ya est bien, y corta el discurso: No podr a ser usted ms preciso en cuanto al motivo de su misin? Hess, en efecto, quiere presentar algunas propuestas, y expone su plan, minuciosamente detallado, en el curso de tres largas conversaciones que tienen lugar en los du237?as 12, 13 y 14 de mayo. Churchill hace una sntesis en el telegrama se creto que remite al presidente Franklin Roosevelt. Los argumentos de Hess pueden reducirse, en ltima instancia, a dos puntos fundamentales: La victoria al emana es totalmente segura, e Inglaterra tiene inters en llegar a un acuer do con sus actuales adversarios. Desde el principio de la guerra, la Gran Bretau241?a ha ido de fracaso en derrota. Su situacin se agravar todav7?a ms. Los bombardeos areos se intensificarn. Jauras d e submarinos, cada vez ms numerosas, impedirn el paso de los convoye s aliados por el Atlntico. Despus de pasar por terribles sufrimiento s el pueblo ingls se ver obligado a capitular. En el caso de que los pases del resto del Imperio prosiguiesen la guerra, Alemania mantendr?a el bloqueo de la Gran Bretaa, an en el caso de que hasta s u ltimo habitante hubiera de morir de hambre. El Fhrer s iempre ha tenido a los ingleses en gran estima-prosigue Hess. Nuestro gra n dirigente piensa que todava es posible que los dos pases lleguen a un acuerdo, a condicin de que alguien abra los ojos a la opinin ing lesa, engaada por sus actuales jefes. Lo que en definitiva propone H ess es un reparto del mundo: Gran Bretaa dejara las manos libres a l os alemanes en Europa y a cambio, podra conservar su imperio. En tales con diciones, un armisticio podra ser inmediatamente concertado. Naturalmente, Gran Bretaa tendra que cambiar de gobernantes: Hitler jams co nsentira en negociar la paz con un fautor de guerras como Churchill. Los i ngleses, adems, tendran que hacer las paces con Italia, y habr an de evacuar el Irak. Las colonias que Alemania perdi en 1919 seran devueltas. Hess prosigue: Es la ltima ocasin que se le ofrece a Gran Bretaa. Si hoy no acepta tales condiciones voluntariamente, se ver ms tarde obligada a aceptarlas por la fuerza. Y perder el Imp erio, despus de haber experimentado terribles prdidas. Las con versaciones no van ms all. Sin embargo, unas semanas despus, Churchill enva el lord Canciller, sir John Simn, para que se entrevis te con Hess. El nuevo coloquio no aporta ningn elemento nuevo. Hess vuelve a repetir todo lo que haba manifestado a Kirkpatrick, e insiste una vez m s, en la inocencia de Alemania con respecto del conflicto, y e n la sinceridad con que Hitler desea poner fin a las hostilidades. S ir John Simn se limita a responder que al pueblo britnico y a su gob ierno no le gustan las amenazas. Este ser e1 ltimo contacto que las autoridades britnicas mantengan con Hess. El jerarca nazi se d a cuenta de que su misin ha fracasado totalmente. Se siente deprimido y fa tigado, pero sigue totalmente ajeno a la realidad que le rodea. Habla con el ofi cial del destacamento que le vigila y le expresa su deseo de regresar a Alemania cuanto antes. Para facilitar las cosas indica que, an en plena guerra, es perfectamente posible. Bastar con que le lleven a Lisboa. Desde all , el avin alemn que asegura el servicio Lisboa Berln lo devolver a su pas... Para Hess la cosa no puede ser ms sencil la. Al parecer, se considera a s mismo como un simple negociador protegido por una especie de inmunidad diplomtica. Como es natural, los ingleses ve n las cosas desde un punto de vista totalmente distinto: Para ellos Hess no es u n diplomtico sino un enemigo que se ha entregado. El 13 de may o, Churchill ha cursado instrucciones categricas: Rudolf Hess debe r ecibir el trato digno que se otorgara a un general que hubiese cado en nuestras manos. No debe permitrsele ningn contacto con el exterio r; no se le deben facilitar peridicos ni podr escuchar la radio. No debe olvidarse que, al igual que los dems jefes nazis, se trat a de "un criminal de guerra en potencia". Despus de pasados seis d237?as a partir de su rocambolesca llegada a Escocia, trasladan a Hess a la c3?lebre Torre de Londres, desde donde, poco despus, es enviado, en el m225?s absoluto secreto, a una residencia cerca de Farnborough. Se le instala en un viejo edificio habilitado para hospital militar. De su vigilancia se encargan dos destacamentos de guardias. Los ingleses toman toda clase de precauciones, y a que temen que los agentes del enemigo puedan intentar se secuestrarlo, o que, incluso, traten de asesinarle. En 1942 Hess es enviado a Abergavenny, en el Pas de Gales. Ya no abandonar aquella residencia hast a octubre de 1945, cuando es enviado a Nuremberg para comparecer ante el Tribuna l internacional, junto con los dems jefes nazis. * * *

r La fuga de Rudolf Hess produjo grandes preocupaciones a los dos hombres que en aquella poca tenan en sus manos los destin os del mundo: Hitler y Churchill. Es curioso que por razones muy diferentes, los dos adversarios recurrieran a la misma tctica: declarar que Hess estaba l oco. Ms adelante volveremos a tratar de esta extraa coincidencia. Ex iste un punto que jams ha sido aclarado: Conoca Hitler las int enciones de su lugarteniente? Ciertamente, Hess insisti siempre en lo cont rario; pero decir una cosa no significa que ello haya de ser necesariamente cier to. Los historiadores que han tratado el asunto presentan tesis totalmente contr apuestas. Existe un primer grupo para el cual Hess obr por su cuenta y rie sgo. Se trataba de un mstico que crea en la existencia de fuerzas oc ultas y que se crey investido de una misin divina: Conseguir la paz para su pas y al mismo tiempo, la victoria de su Fhrer bien amado. N o hay que descartar otras motivaciones ms nobles, de carcter humanit ario, que tambin influyeron en l. Hess insiste ante sus interlocutor es britnicos en el hecho de que le obsesionaba la visin de las mujer es y de los nios destrozados en los bombardeos areos. Continuamente vea en sueos largos cortejos de mujeres yendo hacia el cementerio tr as del atad de sus hijitos. En susMemorias, Churchill tiene en cuenta esta explicacin; pero al mismo tiemp o formula otro motivo: En su opinin, el gesto de Hess se vera explic ado por su infantil deseo de realizar un acto extraordinario que atrajese sobre s las miradas de Hitler. El jerarca nazi viva desde 1921 en el inmediato cortejo del Fhrer. Adoraba a su jefe, le haba consa grado la vida por entero, y se haba convertido, en efecto, en su favorito. La guerra introdujo un cambio en aquellas estrechas relaciones: Los mariscales y generales vencedores fueron, poco a poco, desplazando a los civiles a un segun do plano. Los militares rodeaban continuamente a Hitler, que los invitaba a su m esa. Esto ocasionaba a Hess un sincero disgusto y violentos arrebatos de celos. Se senta igual que una mujer abandonada por el hombre que ama; estaba disp uesto a hacer cualquier cosa con tal de reconquistar el favor de su amo. De aquu237?, su loca idea de conseguir arreglarlo todo por s mismo. Es as como Churchill describe su ntimo razonamiento: Yo, Rudolf, voy a ecl ipsarlos a todos mediante un acto de maravilloso sacrificio. Voy a conseguir yo solo, una cosa que ningn otro podra lograr: Har la paz con la Gran Bretaa. Mi vida no cuenta. Soy feliz al pensar que me sacrifico para dar al Fhrer lo que ste tan ardientemente desea. Churchill con cluye: Se trataba de un proyecto totalmente ingenuo e infantil; pero que, ciertamente, nada tena de bajo ni de innoble. Otro grupo de historia dores opina de otro modo. No puede olvidarse que la llegada de Hess a Escocia, e l 10 de mayo, tuvo lugar exactamente seis semanas antes de que se desencadenase la operacin Barbarroja, es decir, la invasin de la URSS, el 22 de junio de 1941. De acuerdo con tales expertos, Hitler no solamente tenu237?a conocimiento del viaje de Hess, sino que ste contaba con su total a sentimiento; Esta explicacin no carece de lgica. En 1941 el Fh rer estaba totalmente convencido de que el mundo le perteneca y de que sus ejrcitos eran invencibles. Llevaba mucho tiempo decidido a destruir la UR SS, y con ella el bolchevismo, que, en su opinin, era la encarnacin de todo mal. El Fhrer est convencido de que sus ejrcitos son c apaces de poner a Rusia de rodillas en pocos meses. Pero sus generales no piensa n igual: Ellos han estudiado la historia; cosa que, al parecer, el dictador ha d escuidado. Saben que jams conquistador alguno logr apoderarse de Rus ia; la catastrfica campaa de Napolen es un pensamiento que les obsesiona. Dicho en palabras llanas: En opinin de los jefes militares, Ru sia es un bocado demasiado grande; y al arriesgarse a tener que luchar en dos fr entes, Alemania se pone en peligro de ser aniquilada. Todos los generales est5?n de acuerdo en un punto concreto: La operacin es factible, pero a cond icin de que antes de emprenderla se haya firmado la paz con Gran Breta?a. Hitler no acepta aquellas objeciones; sus oficiales de estado mayor le pare cen unos pobres hombres a los que desprecia. A fin de cuentas, son los mismos qu e consideraban imposible la remilitarizacin de Alemania, porque provocara la inmediata reaccin de los franceses y de los ing leses; Renania fue reocupada sin que ocurriera nada. Cuando el Anschluss, tambin los generales pusieron trabas. Y en 1940 desconfiaban de que se pud iera vencer al ejrcito francs. En cada una de aquellas ocasiones Hit ler impuso sus puntos de vista, y luego los hechos vinieron a darle la raz n. Por qu no iba a ocurrir as ahora? Pero, a pesar de sus firm es convicciones, el Fhrer piensa que no estara de ms tomar tod as las posibles garantas: Un arreglo con Inglaterra facilitara grand emente las cosas. En vista de lo cual, cuando Hess le propone la expedicin , que en opinin de Hitler es totalmente descabellada, decide autorizarla, pese a que las posibilidades de xito sean mnimas. Era evidente que s i los ingleses, contra lo que se poda esperar, consentan en abandona r la lucha, la totalidad de las fuerzas alemanas podran ser llevadas al fr ente del Este. Entonces s que estara segura una maravillosa victoria relmpago sin dificultades ni problemas. Hitler decide intentar la aventur a: Se dejar que Hess parta para Inglaterra; aunque, bien entendido, el F252?hrer aparentar ignorar el caso. Si el asunto obtuviese resultado, tant o mejor. Si, como es de esperar, fracasase, todo se arreglara simplementecon desautorizar al loco. Los que defienden esta hiptesis, apa rentemente extravagante, aducen que resulta mucho ms verosmil si se tienen en cuenta las corrientes ocultas que discurran por el subsuelo del Tercer Reich, la atmsfera de enajenacin en la que vivan los je fes de la Alemania nazi, la firmeza con que Hitler crea que su polti ca se hallaba preservada y sostenida por misteriosas fuerzas ocultas. Este es un punto sobre el que deberemos volver. Los rusos, por su parte siguen convencidos , an hoy en da, de que el objetivo que persegua Hess era crear un frente anglo-britnico contra la URSS. Churchill relata en susMemorias que en ocasin del viaje que realiz a Mosc en 1944, Stalin le pidi que le revelase la verdad escondida tras de aquel misterio: Tuve la sensacin de que el dictador rojo crea en la existenci a de un tenebroso complot para organizar la invasin de Rusia conjuntamente por Alemania y Gran Bretaa; las conversaciones habran fracasado, no por falta de buena voluntad por parte de los dos gobiernos. Sabiendo cuan intel igente era Stalin, me sorprendi hallarle tan estpido en aquel punto. Cuando el intrprete ruso me hizo saber que Stalin se mostraba incrd ulo ante mis explicaciones, hice que el mo le respondiese: Cuando yo expongo algn hecho que conozco, espero que se crea lo que digo. El dictador acogi mi seca respuesta con una afable sonrisa: Incluso en Rusia ocurren muchas cosas de las cuales mi servicio secreto ni siquiera me habl a. Pens que lo mejor sera no insistir sobre el tema. Los historiadores que creen en una operacin montada de pleno acuerdo por Hitl er y Hess se apoyan en las raras circunstancias que rodearon la partida del jera rca nazi. El Reichsminister despeg desde la pista privada de la fbri ca Messerschmitt, en Augsburgo, a las 18 horas y 10 minutos del sbado 10 d e mayo. La distancia que separa Augsburgo del castillo del duque de Hamilton es de mil cuatrocientos kilmetros. El mximo radio de accin del 171?Me-110 es de 1.000 kilmetros. Se trataba de un vuelo extremadame nte difcil, realizado en plena guerra y sin contar con el auxilio de la ra dio-brjula. Ahora bien: Hess dispuso de las mximas facilidades para preparar concienzudamente la expedicin. Durante varios meses se entren? intensamente en el manejo del Me-110; es bien sabido que Hitler l e tena expresamente prohibido que volase a solas. Por otra parte, Rudolf H ess haba ordenado, sin que nadie se extraase por ello, que su aparat o fuese provisto de depsitos de combustible suplementarios. Pero esto no e s todo: El definitivo despegue del 10 de mayo estuvo precedido por dos tentativa s fracasadas: La primera vez Hess tuvo que dar media vuelta porque su motor rate aba, y la segunda por causa del tiempo desfavorable. Por ltimo: Al abandon ar el espacio areo alemn, el Messerschmitt 110 tuvo que franquear una zona prohibida, que ningn aparato poda atr avesar sin que automticamente se movilizase el sistema de alerta de la Luf twaffe. Hess haba pedido al oficial que custodiaba los mapas de aquella zo na que le facilitara un ejemplar de los mismos, sin que aqul le pusiera ni ngn impedimento. Hoy conocemos perfectamente lo que en la Alemania Hitleri ana significaba su rgimen de polica. Cmo es posible pens ar que los vuelos de entrenamiento, prohibidos por Hitler, las dos tentativas de despegue, la peticin de mapas secretos, pudieran pasar inadvertidos y no fueran motivo de un inmediato informe? Es inverosmil que la Gestapo y los dems servicios de informacin del Reich no tuvieran noticias de las s ingulares maniobras de Hess. Es preciso suponer que Hitler haba necesariam ente de estar informado. Los defensores de esta ltima hiptesis dispo nen todava de otro argumento en reserva: El castigo que el rgimen 171?nazi tena dispuesto para los traidores, y an p ara los simples sospechosos, era feroz y expeditivo. Pinsese, si no, en el destino que aguardaba a los cmplices en el atentado contra Hitler. Sin em bargo, ninguno de los que se vieron mezclados en la escapatoria de Hess fue obje to de represalias: La esposa del Reichsminister recibi la pensin seu241?alada a los generales prisioneros del enemigo; es ms: Hitler intervin o personalmente para que siguiera utilizando la residencia oficial de aqul. Al constructor de aviones Willy Messerschmitt la Gestapo le interrog; pe ro no ocurri ms. La misma fortuna tuvo el profesor Karl Haushofer, a l que no se molest despus de haber prestado declaracin. Aquell a inusitada benevolencia se aviene malamente con las tcnicas represivas al uso en el Tercer Reich. La nica sancin recay en el infortunad o ayudante de campo de Hess, el capitn Pintsch, a quien cupo el desgraciad o privilegio de llevar a Hitler la carta en la que Hess anunciaba a su amado F252?hrer el viaje a Escocia. Pintsch fue arrestado. Puesto en libertad pocos mes es despus, se le envi al frente ruso, donde tuvo la mala fortuna de ser hecho prisionero. Uno de sus subordinados revel a los soviticos que se trataba del ayudante de Hess. Los rusos lo sometieron a terribles tortura s: queran averiguar si, en efecto, hubo intentos de contubernio Hitler-Chu rchill para derrotar a la URSS... * * *

r En uno u otro caso, Hitler, conocedor o ignorante de la escapada de Hess, aparent una total sorpresa cuando fue informado del h echo. El portador de la mala noticia haba de ser, como hemos indicado, el pobre capitn Pintsch. El 10 de mayo Pintsch acompa a Hess al t erreno de aviacin de Augsburgo; su patrn le haba h echo partcipe del secreto haca ya varias semanas. Como suele ocurrir en todos los ejrcitos del mundo, el joven capitn era totalmente adi cto a su jefe; ni por un momento pas por su imaginacin que aqu l pudiese estar equivocado. Ahora bien: Pintsch se halla muy lejos de sentirse t ranquilo: La aventura le parece muy peligrosa. El joven oficial piensa, en prime r lugar, en las posibilidades, mucho ms que probables, de que Hess sea der ribado antes de llegar a su destino. Por otra parte, qu puede ocurri rle a l cuando su jefe haya llegado a Inglaterra? Pintsch es un simple cap itn y sabe por experiencia que los grandes jefazos no suelen p reocuparse mucho de lo que pueda pasarle a un capitn. Antes de despegar, H ess ha entregado a Pintsch un pliego, cuyo sobreescrito lleva el augusto nombre de Adolfo Hitler. De acuerdo con las instrucciones que recibe, el ayudante de ca mpo debe permanecer en el aerdromo durante un cuarto de hora. A continuaci n tiene que desplazarse a Berchtesgaden por la va ms rpi da y ha de poner en manos del Fhrer la confidencial misiva. Al capit n le parece oportuno tomarse algn tiempo ms del que se le ha ordenad o. Deja pasar una hora larga, y despus, sin tenerlas todas consigo, se dir ige a la estacin ferroviaria y ordena que el vagn privado del Reichs minister sea enganchado en el primer tren que salga; despus de lo cual se echa en una de las literas del vagn, con la vana esperanza de encontrar un poco de sueo. Al da siguiente, es decir, el domingo 11 de mayo, a l as 7 de la maana, el tren llega a la estacin de Berchtesgaden. Pints ch hace que inmediatamente le conduzcan al Berghof. All insiste en ser rec ibido inmediatamente. Hitler ordena que ib introduzcan en su despacho. Se trata de un vasto saln, con las paredes totalmente desnudas y desde cuyo amplio ventanal se domina el montaoso paisaje circundante. En medio de la habitac in se encuentra la inmensa mesa de despacho del Fhrer. Los testimoni os de lo que ocurri despus de qu