valdelomar, abraham - cuentos completos

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Cuentos completos

Abraham ValdelomarCUENTOS COMPLETOS

El Per es Lima, Lima es el Jirn de la Unin, el Jirn de la Unin es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo. ABRAHAM VALDELOMAR CUENTOSCRIOLLOS El Caballero Carmelo IUN da, despus del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellsimo caballo de paso, pauelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pelln de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en direccin a la casa.Reconocmosle. Era el hermano mayor, que aos corridos, volva. Salimos atropelladamente gritando:Roberto, Roberto!Entr el viajero al empedrado patio donde el orbo y la campanilla enredbanse en las columnas como venas en un brazo y descendi en los de todos nosotros. Cmo se regocijaba mi madre! Tocbalo, acariciaba su tostada piel, encontrbalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada an, Roberto recorra las habitaciones rodeado de nosotros; fue a su cuarto, pas al comedor, vio los objetos que se haban comprado durante su ausencia, y lleg al jardn.Y la higuerilla? dijo.Buscaba entristecido aquel rbol cuya semilla sembrara l mismo antes de partir. Remos todos:Bajo la higuerilla ests!...El rbol haba crecido y se meca armoniosamente con la brisa marina. Tocolo mi hermano, limpi cariosamente las hojas que le rebozaban la cara, y luego volvimos al comedor. Sobre la mesa estaba la alforja rebosante; sacaba l, uno a uno, los objetos que traa y los iba entregando a cada uno de nosotros. Qu cosas tan ricas! Por dnde haba viajado! Quesos frescos y blancos envueltos por la cintura con paja de cebada, de la Quebrada de Humay; chancacas hechas con cocos, nueces, man y almendras; frijoles colados, en sus redondas calabacitas, pintadas encima con un rectngulo de su propio dulce, que indicaba la tapa, de Chincha Baja; bizcochuelos, en sus cajas de papel, de yema de huevo y harina de papas, leves, esponjosos, amarillos y dulces; santitos de piedra de Guamanga tallados en la feria serrana; cajas de manjar blanco, tejas rellenas y una traba de gallo con los colores blanco y rojo. Todos recibamos el obsequio, y l iba diciendo, al entregrnoslo:Para mam... para Rosa... para Jess... para Hctor...Y para pap? le interrogamos cuando termin.Nada...Cmo? Nada para pap?Sonri el amado, llam al sirviente y le dijo:El Carmelo!A poco volvi ste con una jaula y sac de ella un gallo, que, ya libre, estir sus cansados miembros, agit las alas y cant estentreamente:Cocorocooo!...Para pap! dijo mi hermano.As entr en nuestra casa el amigo ntimo de nuestra infancia ya pasada, a quien acaeciera historia digna de relato; cuya memoria perdura an en nuestro hogar como una sombra alada y triste: el Caballero Carmelo.IIAMANECA, en Pisco, alegremente. A la agona de las sombras nocturnas, en el frescor del alba, en el radiante despertar del da, sentamos los pasos de mi madre en el comedor, preparando el caf para pap. Marchbase ste a la oficina. Despertaba ella a la criada, chirriaba la puerta de la calle con sus mohosos goznes; oase el canto del gallo que era contestado a intervalo por todos los de la vecindad; sentase el ruido del mar, el frescor de la maana, la alegra sana de la vida. Despus mi madre vena a nosotros, nos haca rezar, arrodillados en la cama, con nuestras blancas camisas de dormir; vestanos luego, y, al concluir nuestro tocado, se anunciaba a lo lejos la voz del panadero. Llegaba ste a la puerta y saludaba. Era un viejo dulce y bueno, y haca muchos aos, al decir de mi madre, que llegaba todos los das, a la misma hora, con el pan calientito y apetitoso, montado en su burro, detrs de dos capachos de cuero, repletos de toda clase de pan: hogazas, pan francs, pan de mantecado, rosquillas...Mi madre escoga el que habamos de tomar y mi hermana Jess lo reciba en el cesto. Marchbase el viejo, y nosotros, dejando la provisin sobre la mesa del comedor, cubierta de hule brillante, bamos a dar de comer a los animales. Cogamos las mazorcas de apretados dientes, las desgranbamos en un cesto y entrbamos al corral donde los animales nos rodeaban. Volaban las palomas, picotebanse las gallinas por el grano, y entre ellas, escabullanse los conejos. Despus de su frugal comida, hacan grupo alrededor nuestro. Vena hasta nosotros la cabra, refregando su cabeza en nuestras piernas; piaban los pollitos; tmidamente se acercaban los conejos blancos, con sus largas orejas, sus redondos ojos brillantes y su boca de nia presumida; los patitos, recin sacados, amarillos como yema de huevo, trepaban en un panto de agua; cantaba desde su rincn, entrabado, el Carmelo, y el pavo, siempre orgulloso, alharaquero y antiptico, haca por desdearnos, mientras los patos, balancendose como dueas gordas, hacan, por lo bajo, comentarios sobre la actitud poco gentil del petulante.Aquel da, mientras contemplbamos a los discretos animales, escapose del corral el Pelado, un pollo sin plumas, que pareca uno de aquellos jvenes de diecisiete aos, flacos y golosos. Pero el Pelado, a ms de eso, era pendenciero y escandaloso, y aquel da, mientras la paz era en el corral, y los otros coman el modesto grano, l, en pos de mejores viandas, habase encaramado en la mesa del comedor y rotos varias piezas de nuestra limitada vajilla.En el almuerzo tratose de suprimirlo, y cuando mi padre supo sus fechoras, dijo, pausadamente:Nos lo comeremos el domingo...Defendiolo mi primer hermano, Anfiloquio, su poseedor, suplicante y lloroso. Dijo que era un gallo que hara cras esplndidas. Agreg que desde que haba llegado el Carmelo todos miraban mal al Pelado, que antes era la esperanza del corral y el nico que mantena la aristocracia de la aficin y de la sangre fina.Cmo no matan deca en defensa del gallo a los patos que no hacen ms que ensuciar el agua, ni al cabrito que el otro da aplasto a un pollo, ni al puerco que todo lo enloda y slo sabe comer y gritar, ni a las palomas, que traen mala suerte?...Se adujeron razones. El cabrito era un bello animal, de suave piel, alegre, simptico, inquieto, cuyos cuernos apenas apuntaban; adems, no estaba comprobado que haba matado al pollo. El puerco mofletudo haba sido criado en casa desde pequeo. Y las palomas, con sus alas de abanico, eran la nota blanca, subanse a la cornisa conversar en voz baja, hacan sus nidos con amoroso cuidado y se sacaban el maz del buche para darlo a sus polluelos.El pobre Pelado estaba condenado. Mis hermanos le pidieron que se le perdonase, pero las roturas eran valiosas y el infeliz slo tena un abogado, mi hermano y su seor, de poca influencia. Viendo ya prdida su defensa y estando la audiencia al final, pues iban a partir la sanda, inclin la cabeza. Dos gruesas lgrimas cayeron sobre el plato, como un sacrificio, y un sollozo se ahog en su garganta. Callamos todos. Levantose mi madre, acercose al muchacho, lo bes en la frente y le dijo:No llores; no nos lo comeremos...IIIQUIEN sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila, vecina a la Estacin y toma por la calle del Castillo, que hacia el sur se alarga, encuentra, al terminar, una plazuela pequea donde quemaban a Judas el Domingo de Pascua de Resurreccin, desolado lugar en cuya arena verdeguean a trechos las malvas silvestres. Al lado del poniente, en vez de casas, extiende el mar su manto verde, cuya espuma teje complicados encajes al besar la hmeda orilla.Termina en ella el puerto, y, siguiendo hacia el sur, se va, por estrecho y arenoso camino, teniendo a diestra el mar y a izquierda mano angostsima faja, ora frtil, ora infecunda, pero escarpada siempre, detrs de la cual, a oriente, extindese el desierto cuya entrada vigilan de trecho en trecho, como centinelas, una que otra palmera desmedrada, alguna higuera nervuda y enana y los touces siempre coposos y frgiles. Ondea en el terreno la hierba del alacrn, verde y jugosa al nacer, quebradiza en sus mejores das, y en la vejez, bermeja como sangre de buey. En el fondo del desierto, como si temieran su silenciosa aridez, las palmeras nense en pequeos grupos, tal como lo hacen los peregrinos al cruzarlo y, ante el peligro, los hombres.Siguiendo el camino, divsase en la costa, en la borrosa y vibrante vaguedad marina, San Andrs de los Pescadores, la aldea de sencillas gentes, que eleva sus casuchas entre la rumorosa orilla y el estril desierto. All, las palmeras se multiplican y las higueras dan sombra a los hogares, tan plcida y fresca, que parece que no fueran malditas del buen Dios, o que su maldicin hubiera caducado; que bastante castigo recibi la que sostuvo en sus ramas al traidor, y todas sus flores dan frutos que al madurar revientan.En tan peregrina aldea, de caprichoso plano, levntanse las casuchas de frgil caa y estera leve, junto a las palmeras que a la puerta vigilan; limpio y brillante, reposando en la arena blanda sus caderas amplias, duerme, a la puerta, el bote pescador, con sus velas plegadas, sus remos tendidos como tranquilos brazos que descansan, entre los cuales yacen con su muda y simblica majestad, el timn grcil, la calabaza que achica el agua mar afuera y las sogas retorcidas como serpientes que duermen. Cubre, piadosamente, la pequea nave, cual blanca mantilla, la pescadora red circundada de caireles de liviano corcho.En las horas del medioda, cuando el aire en la sombra invita al sueo, junto a la nave, teje la red el pescador abuelo; sus toscos dedos audan el lino que ha de enredar al sorprendido pez; raspa la abuela el plateado lomo de los que la vspera trajo la nave; saltan al sol, como chispas, las escamas y el perro husmea en los despojos. Al lado, en el corral que cercan enormes huesos de ballenas, trepan los chiquillos desnudos sobre el asno pensativo, o se tuestan al sol en la orilla; mientras, bajo la ramada, el ms fuerte pule un remo; la moza, fresca y gil, saca agua del pozuelo y las gaviotas alborozadas recorren la mansin humilde dando gritos extraos.Junto al bote duerme el hombre de mar, el fuerte mancebo, embriagado por la brisa caliente y por la tibia emanacin de la arena, su dulce sueo de justo, con el pantaln corto, las musculosas pantorrillas cruzadas, y en cuyos duros pies de redondos dedos, pirdense, como escamas, las diminutas uas. La cara tostada por el aire y el sol, la boca entreabierta que deja pasar la respiracin tranquila, y el fuerte pecho desnudo que se levanta rtmicamente, con el ritmo de la Vida, el ms armonioso que Dios ha puesto sobre el mundo.Por las calles no transitan al medioda las personas y nada turba la paz de aquella aldea, cuyos habitantes no son ms numerosos que los dtiles de sus veinte palmeras. Iglesia ni cura haban, en mi tiempo. Las gentes de San Andrs, los domingos, al clarear el alba, iban al puerto, con los jumentos cargados de corvinas frescas y luego en la capilla, cumplan con Dios. Buenas gentes, de dulces rostros, tranquilo mirar, morigeradas y sencillas, indios de la ms pura cepa, descendientes remotos y ciertos de los hijos del Sol, cruzaban a pie todos los caminos, como en la Edad Feliz del Inca, atravesaban en caravana inmensa la costa para llegar al templo y orculo del buen Pachacmac, con la ofrenda en la alforja, la pregunta en la memoria y la fe en el sencillo espritu.Jams ria alguna manch sus claros anales; morales y austeros, labios de marido besaron siempre labios de esposa; y el amor, fuente inagotable de odios y maldecires, era, entre ellos, tan normal y apacible como el agua de sus pozos. De fuertes padres, nacan, sin comadronas, rozagantes muchachos, en cuyos miembros la piel haca gruesas arrugas; aires marinos henchan sus pulmones, y crecan sobre la arena caldeada, bajo el sol ubrrimo, hasta que aprendan a lanzarse al mar y a manejar los botes de piquete que, zozobrando en las olas, les enseaban a domear la marina furia.Maltones, musculosos, inocentes y buenos, pasaban su juventud hasta que el cura de Pisco una a las parejas que formaban un nuevo nido, compraban un asno y se lanzaban a la felicidad, mientras las tortugas centenarias del hogar paterno vean desenvolverse, impasibles, las horas; filosficas, cansadas y pesimistas, mirando con llorosos ojos desde la playa, el mar, al cual no intentaban volver nunca; y al crepsculo de cada da, lloraban, lloraban, pero hundido el sol, metan la cabeza bajo la concha polidrica y dejaban pasar la vida llenas de experiencia, sin fe, lamentndose siempre del perenne mal, pero inactivas, inmviles, infecundas, y solas...IVESBELTO, magro, musculoso y austero, su afilada cabeza roja era la de un hidalgo altsimo, caballeroso, justiciero y prudente. Agallas bermejas, delgada cresta de encendido color, ojos vivos y redondos, mirada fiera y perdonadora, acerado pico agudo. La cola haca un arco de plumas tornasoles, su cuerpo de color carmelo avanzaba en el pecho audaz y duro. Las piernas fuertes que estacas musulmanas defendan, cubiertas de escamas, parecan las de un armado caballero medieval.Una tarde, mi padre, despus del almuerzo, nos dio la noticia. Haba aceptado una apuesta para la jugada de gallos de San Andrs, el 28 de julio. No haba podido evitarlo. Le haban dicho que el Carmelo, cuyo prestigio era mayor que el del alcalde, no era un gallo de raza. Molestose mi padre. Cambironse frases y apuestas; y acept. Dentro de un mes topara al Carmelo, con el Ajiseco, de otro aficionado, famoso gallo vencedor, como el nuestro, en muchas lides singulares. Nosotros recibimos la noticia con profundo dolor. El Carmelo ira a un combate y a luchar a muerte, cuerpo a cuerpo, con un gallo ms fuerte y ms joven. Haca ya tres aos que estaba en casa, haba l envejecido mientras crecamos nosotros, por qu aquella crueldad de hacerlo pelear?...Lleg el da terrible. Todos en casa estbamos tristes. Un hombre haba venido seis das seguidos a preparar al Carmelo. A nosotros ya no nos permitan ni verlo. El da 28 de julio, por la tarde, vino el preparador, y de una caja llena de algodones, sac una media luna de acero con unas pequeas correas: era la navaja, la espada del soldado. El hombre la limpiaba, probndola en la ua, delante de mi padre. A los pocos minutos, en silencio, con una calma trgica, sacaron al gallo, que el hombre carg en sus brazos como a un nio. Un criado llevaba la cuchilla y mis dos hermanos lo acompaaron.Qu crueldad! dijo mi madre.Lloraban mis hermanas, y la ms pequea, Jess, me dijo en secreto, antes de salir:Oye, anda junto con l... Cudalo... pobrecito!...Llevose la mano a los ojos, echose a llorar, y yo sal precipitadamente y hube de correr unas cuadras para poder alcanzarlos.VLLEGAMOS a San Andrs. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas agitaban sobre las casas por el da de la Patria, que all saban celebrar con una gran jugada de gallos a la que solan ir todos los hacendados y ricos hombres del valle. En ventorrillos, a cuya entrada haba arcos de sauces envueltos en colgaduras, y de los cuales prendan alegres quitasueos de cristal, vendan chicha de bonito, butifarras, pescado fresco asado en brasas y anegado en cebollones y vinagre. El pueblo los invada, parlanchn y endomingado con sus mejores trajes. Los hombres de mar lucan camisetas nuevas de horizontales franjas rojas y blancas, sombrero de junco, alpargatas y pauelos audados al cuello.Nos encaminamos a la cancha. Una frondosa higuera daba acceso al circo, bajo sus ramas enarcadas. Mi padre, rodeado de algunos amigos, se instal. Al frente estaba el juez y a la derecha el dueo del paladn Ajiseco. Son una campanilla, acomodronse las gentes y empez la fiesta. Salieron por lugares opuestos dos hombres, llevando cada uno un gallo. Lanzronlos al ruedo con singular ademn. Brillaron las cuchillas, mirronse los adversarios, dos gallos de dbil contextura, y uno de ellos cant. Colrico respondi el otro echndose al medio del circo; mirronse fijamente; alargaron los cuellos, erizadas las plumas, y se acometieron. Hubo ruido de alas, plumas que volaron, gritos de la muchedumbre, y a los pocos segundos de jadeante lucha cay uno de ellos. Su cabecita afilada y roja bes el suelo, y la voz del juez:Ha enterrado el pico, seores!Bati las alas el vencedor. Aplaudi la multitud enardecida, y ambos gallos, sangrando, fueron sacados del ruedo. La primera jornada haba terminado. Ahora entraba el nuestro: el Caballero Carmelo. Un rumor de expectacin vibr en el circo:El Ajiseco y el Carmelo!Cien soles de apuesta!...Son la campanilla del juez y yo empec a temblar.En medio de la expectacin general, salieron los dos hombres, cada uno con su gallo. Se hizo un profundo silencio y soltaron a los dos rivales. Nuestro Carmelo, al lado del otro, era un gallo viejo y achacoso; todos apostaban al enemigo, como augurio de que nuestro gallo iba a morir. No falt aficionado que anunci el triunfo del Carmelo, pero la mayora de las apuestas favoreca al adversario. Una vez frente al enemigo, el Carmelo empez a picotear, agit las alas y cant estentreamente. El otro, que en verdad pareca ser un gallo fino de distinguida sangre y alcurnia, haca cosas tan petulantes cuan humanas: miraba con desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueo de la cancha. Enardecironse los nimos de los adversarios, llegaron al centro y alargaron sus erizados cuellos, tocndose los picos sin perder terreno. El Ajiseco dio la primera embestida; entablose la lucha; las gentes presenciaban en silencio la singular batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con bien a nuestro viejo paladn.Batase l con todos los aires de un experto luchador, acostumbrando a las artes azarosas de la guerra. Cuidaba poner las patas armadas en el enemigo pecho; jams picaba a su adversario que tal cosa es cobarda, mientras que ste, bravucn y necio, todo quera hacerlo a aletazos y golpes de fuerza. Jadeantes, se detuvieron un segundo. Un hilo de sangre corra por la pierna del Carmelo. Estaba herido, mas pareca no darse cuenta de su dolor. Cruzronse nuevas apuestas en favor del Ajiseco, y las gentes felicitaban ya al poseedor del menguado. En un nuevo encuentro, el Carmelo cant, acordose de sus tiempos y acometi con tal furia, que desbarat al otro de un solo impulso. Levantose ste y la lucha fue cruel e indecisa. Por fin, una herida grave hizo caer al Carmelo, jadeante...Bravo! Bravo el Ajiseco! gritaron sus partidarios, creyendo ganada la prueba.Pero el juez, atento a todos los detalles de la lucha y con acuerdo de cnones, dijo:Todava no ha enterrado el pico, seores!En efecto, incorporose el Carmelo. Su enemigo, como para humillarlo, se acerc a l, sin hacerle dao. Naci entonces, en medio del dolor de la cada, todo el coraje de los gallos de Caucato. Incorporado el Carmelo, como un soldado herido, acometi de frente y definitivo sobre su rival, con una estocada que lo dej muerto en el sitio. Fue entonces cuando el Carmelo, que se desangraba, se dej caer, despus que el Ajiseco haba enterrado el pico. La jugada estaba ganada y un clamoreo incesante se levant en la cancha. Felicitaron a mi padre por el triunfo, y, como sa era la jugada ms interesante, se retiraron del circo, mientras resonaba un grito entusiasta:Viva el Carmelo!Yo y mis hermanos lo recibimos y lo condujimos a casa, atravesando por la orilla del mar el pesado camino, y soplando aguardiente bajo las alas del triunfador, que desfalleca.VIDOS das estuvo el gallo sometido a toda clase de cuidados. Mi hermana Jess y yo le dbamos maz, se lo ponamos en el pico; pero el pobrecito no poda comerlo ni incorporarse. Una gran tristeza reinaba en la casa. Aquel segundo da, despus del colegio, cuando fuimos yo y mi hermana a verlo, lo encontramos tan decado que nos hizo llorar. Le dbamos agua con nuestras manos, le acaricibamos, le ponamos en el pico rojos granos de granada. De pronto el gallo se incorpor. Caa la tarde, y por la ventana del cuarto donde estaba entr la luz sangrienta del crepsculo. Acercose a la ventana, mir la luz, agit dbilmente las alas y estuvo largo rato en la contemplacin del cielo. Luego abri nerviosamente las alas de oro, enseoreose y cant. Retrocedi unos pasos, inclin el tornasolado cuello sobre el pecho, tembl, desplomose, estir sus dbiles patitas escamosas, y mirndonos, mirndonos amoroso, expir apaciblemente.Echamos a llorar. Fuimos en busca de mi madre, y ya no lo vimos ms. Sombra fue la comida aquella noche. Mi madre no dijo una sola palabra, y bajo la luz amarillenta del lamparn, todos nos mirbamos en silencio. Al da siguiente, en el alba, en la agona de las sombras nocturnas, no se oy su canto alegre.As pas por el mundo aquel hroe ignorado, aquel amigo tan querido de nuestra niez: el Caballero Carmelo, flor y nata de paladines, y ltimo vstago de aquellos gallos de sangre y de raza, cuyo prestigio unnime fue el orgullo, por muchos aos, de todo el verde y fecundo valle de Caucato. Los ojos de Judas IEL puerto de Pisco aparece en mis recuerdos como una manssima aldea, cuya belleza serena y extraa acrecentaba el mar. Tena tres plazas. Una, la principal, enarenada, con una suerte de pequeo malecn, barandado de madera, frente al cual se detena el carro que haca viajes al pueblo; otra, la desolada plazoleta donde estaba mi casa, que tena por el lado de oriente una valla de touces; y la tercera, al sur de la poblacin, en la que haba de realizarse esta tragedia de mis primeros aos.En el puerto yo lo amaba todo y todo lo recuerdo porque all todo era bello y memorable. Tena nueve aos, empezaba el camino sinuoso de la vida, y estas primeras visiones de las cosas, que no se borran nunca, marcaron de manera tan dulcemente dolorosa y fantstica el recuerdo de mis primeros aos que as formose el fondo de mi vida triste. A la orilla del mar se piensa siempre; el continuo ir y venir de olas; la perenne visin del horizonte; los barcos que cruzan el mar a lo lejos sin que nadie sepa su origen o rumbo; las neblinas matinales durante las cuales los buques perdidos pitean clamorosamente, como buscndose unos a otros en la bruma, cual nimas desconsoladas en un mundo de sombras; las paracas, aquellos vientos que arrojan a la orilla a los frgiles botes y levantan columnas de polvo monstruosas y livianas; el ruido cotidiano del mar, de tan extraos tonos, cambiantes como las horas; y a veces, en la apacible serenidad marina, el surgir de rugidores animales extraos, tritones pujantes, hinchados, de pequeos ojos y viscosa color, cuyos cuerpos chasquean las aguas al cubrirlos desordenadamente.En las tardes, a la cada del sol, el viaje de los pjaros marinos que vuelven del norte, en largos cordones, en mltiples lneas, escribiendo en el cielo no s qu extraas palabras. Ejrcitos inmensos de viajeros de ignotas regiones, de inciertos parajes que van hacia el sur agitando rtmicamente sus alas negras, hasta esfumarse, azules, en el oro crepuscular. En la noche, en la profunda obscuridad misteriosa, en el arrullo solemne de las aguas, vanas luces que surgen y se pierden a lo lejos como vidas estriles... En mi casa, mi dormitorio tena una ventana que daba hacia el jardn, cuya nica vid desmedrada y raqutica, de hojas carcomidas por el salitre, serpenteaba agarrndose en los barrotes oxidados. Al despertar abra yo los ojos y contemplaba, tras el jardn, el mar. Por all cruzaban los vapores con su plomiza cabellera de humo que se dilua en el cielo azul. Otros llegaban al puerto, creciendo poco a poco, rodeados de gaviotas que flotaban a su lado como copos de espuma y, ya fondeados, los rodeaban pequeos botecillos giles. Eran entonces los barcos como cadveres de insectos, acosados por hormigas hambrientas.Levantbame despus del beso de mi madre, apuraba el caf humeante en la taza familiar, tomaba mi cartilla e bame a la escuela por la ribera. Ya en el puerto, todo era luz y movimiento. La pesada locomotora, crepitante, recorra el muelle. Chirriaban como desperezndose los rieles enmohecidos, alistaban los pescadores sus botes, los fleteros empujaban sus carros en los cuales los fardos de algodn hacan pirmide, sonaba la alegre campana del cochecito; cruzaban en sus asnos pacientes y lanudos, sobre los hatos de alfalfa, verde y florecida en azul, las mozas del pueblo; llevaban otras en cestos de caa brava la pesca de la vspera, y los empleados, con sus gorritas blancas de viseras negras, entraban al resguardo, a la capitana, a la aduana y a la estacin del ferrocarril. Volva yo antes del medioda de la escuela por la orilla cogiendo conchas, huesos de aves marinas, piedras de rara color, plumas de gaviotas y yuyos que eran cintas multicolores y transparentes como vidrios ahumados, que arrojaba el mar.IIMI padre, que era empleado en la aduana, tena un hermoso tipo moreno. Faz tranquila, brillante mirada, bigote prdigo. Los das de llegada de algn vapor vestase de blanco y en la fala rpida, brillante y liviana, en cuya popa agitada por el viento ondeaba la bandera, iba mar afuera a recibirlo. Mi madre era dulcemente triste. Acostumbraba llevarnos todas las tardes a mi hermanita y a m a la orilla a ver morir el sol. Desde all se vea el muelle, largo con sus aspas montonas, sobre las que se elevaban las efes de sus columnas, que en los cuadernos, en la escuela, nosotros pintbamos as: ffff xxxxxxx Pues de los ganchitos de las efes pendan los faroles por las noches. Mi padre volva por el muelle, al atardecer, nos buscaba desde lejos, hacamos seales con los pauelos y l perdase un momento tras de las oficinas al llegar a tierra para reaparecer a nuestro lado. Juntos veamos entonces la procesin de las luces cuando el sol se haba puesto y el mar sonaba ya con el canto nocturno muy distinto del canto del da. Despus de la procesin regresbamos a casa y durante la comida pap nos contaba todo lo que haba hecho en la tarde.Aquel da, como de costumbre, habamos ido a ver la cada del sol y a esperar a pap. Mientras mi madre sobre la orilla contemplaba silenciosa el horizonte, nosotros jugbamos a su lado, con los zapatos enarenados, fabricando fortalezas de arena y piedras, que destruan las olas al desmayarse junto a sus muros, dejando entre ellos su blanqusima espuma. Lentamente caa la tarde. De pronto mam descubri un punto en el lejano lmite del mar.Ven ustedes? nos dijo preocupada, no parece un barco?S, mam respond. Parece un barco...Vendr pap? interrog mi hermana.l no comer hoy con nosotros, seguramente agreg mi madre. Tendr que recibir ese barco. Vendr de noche. El mar est muy bravo. Y suspir entristecida...El sol se ahog en sangre en el horizonte. El barco se divis perfectamente recortado en el fondo ocre. Sobre el puerto cay la noche. En silencio emprendimos la vuelta a casa, mientras encendan el faro del muelle y desfilaba la procesin de las luces.As decamos a un carro lleno de faroles que sala de la capitana y era conducido sobre el muelle por un marinero, quien a cada cincuenta metros se detena, colocando sobre cada poste un farol hasta llegar al extremo del muelle extendido y lineal; mas, como esta operacin hacase entrada la noche, slo se vean avanzando sobre el mar, las luces, sin que el hombre ni el carro ni el muelle se viesen, lo que daba a ese fanal un aspecto extrao y quimrico en la profunda obscuridad de esas horas.Pareca aquel carro un buque fantasma que flotara sobre las aguas muertas. A cada cincuenta metros se detena, y una luz suspendida por invisible mano iba a colgarse en lo alto de un poste, invisible tambin. As, a medida que el carro avanzaba, las luces iban quedando inmviles en el espacio como estrellas sangrientas; y el fanal iba disminuyendo su brillor y dejando sus luces a lo largo del muelle, como una familia cuyos miembros fueran muriendo sucesivamente de una misma enfermedad. Por fin la ltima luz se quedaba oscilando al viento, muy lejos, sobre el mar que ruga en las profundas tinieblas de la noche.Cuando se colg el ltimo farol, nosotros, cogidos de la mano de mi madre, abandonamos la playa tornando al hogar. La criada nos puso los delantales blancos. La comida fue en silencio. Mam no tom nada. Y en el mutismo de esa noche triste, yo vea que mam no quitaba la vista del lugar que deba ocupar mi padre, que estaba intacto con su servilleta doblada en el aro, su cubierto reluciente y su invertida copa. Todo inmvil. Slo se oa el chocar de los cubiertos con los platos o los pasos apagados de la sirviente, o el rumor que produca el viento al doblar los rboles del jardn. Mam slo dijo dos veces con su voz dulce y triste:Nio, no se toma as la cuchara...Nia, no se come tan de prisa...IIIPAP debi volver muy tarde, porque cuando yo despert en mi cama, sobresaltado al or una exclamacin, sonaron fras, lejanas, las dos de la madrugada. Yo no o en detalle la conversacin, de mis padres; pero no puedo olvidar algunas frases que se me han quedado grabadas profundamente.Quin lo hubiera credo! deca pap. T conoces a Luisa, sabes cun honorable y correcto es su marido...No es posible, no es posible! respondi mi madre, con voz medrosa.Ojal no lo fuese. Lo cierto es que Fernando est preso; el juez cogi al nio y amenaz a Luisa con detenerlo si ella no deca la verdad, y ya ves, la pobre mujer lo ha declarado todo. Dijo que Fernando haba venido a Pisco con el exclusivo objeto de perseguir a Kerr, pues haba jurado matarlo por una vieja cuestin de honor...Y ella ha delatado a su marido? Qu horrible traicin, qu horrible! Y qu cuestin ha sido sa?...No ha querido decirlo. Pero, admrate. Esto ha ocurrido a las cuatro de la tarde; Kerr ha muerto a las cinco a consecuencia de la herida, y cuando trasladaban su cadver se promovi en la calle un gran tumulto, omos gritos y exclamaciones terribles, fuimos hacia all y hemos visto a Luisa gritar, mesarse los cabellos y, como loca, llamar a su hijo. Se lo haban robado!Le han robado a su hijo?Sent los sollozos de mi madre. Asustado me cubr la cabeza con la sbana y me puse a rezar, inconsciente y temeroso, por todos esos desdichados a quienes no conoca.Dios te salve Mara, llena eres de gracia, el Seor es contigo, Bendita eres...Al da siguiente, de maana, trajeron una carta con un margen de luto muy grande y pap sali a la calle vestido de negro.IVRECUERDO que al salir de la poblacin, pas por la plazuela que est al fin del barrio del Castillo y empec a alejarme en la curva de la costa hacia San Andrs, entretenido en coger caracoles, plumas y yerbas marinas. Anduve largo rato y pronto me encontr en la mitad del camino. Al norte, el puerto ya lejano de Pisco apareca envuelto en un vapor vibrante, veanse las casas muy pequeas, y los pinos, casi borrados por la distancia, elevbanse apenas. Los barcos del puerto tenan un aspecto de abandono, cual si estuvieran varados por el viento del Sur. El muelle pareca entrar apenas en el mar. Recorr con la mirada la curva de la costa que terminaba en San Andrs. Ante la soledad del paisaje, sent cierto temor que me detuvo. El mar sonaba apenas. El sol era tibio y acariciador. Un ave marina apareci a lo lejos, la vi venir muy alto, muy alto, bajo el cielo, sola y serena como un alma; volaba sin agitar las alas, deslizndose suavemente, arriba, arriba. La segu con la mirada, alzando la cabeza, y el cielo me pareci abovedado, azul e inmenso, como si fuera ms grande y ms hondo y mis ojos lo miraran ms profundamente.El ave se acercaba, volv la cara y vi la campia tierra adentro, pobre, alargndose en una faja angosta, detrs de la cual comenzaba el desierto vasto, amarillo, montono, como otro mar de pena y desolacin. Una rfaga ardiente vino de l hacia el mar.En medio de esa hora me sent solo, aislado, y tuve la idea de haberme perdido en una de esas playas desconocidas y remotas, blancas y solitarias donde van las aves a morir. Entonces sent el divino prodigio del silencio; poco a poco se fue callando el rumor de las olas, yo estaba inmvil en la curva de la playa y al apagarse el ltimo ruido del mar, el ave se perdi a lo lejos. Nada acusaba ya a la Humanidad ni a la vida. Todo era mudo y muerto. Slo quedaba un zumbido en mi cerebro que fue extinguindose, hasta que sent el silencio, claro, instantneo, preciso. Pero slo fue un segundo. Un extrao sopor me invadi luego, me acost en la arena, llev mi vista hacia el sur, vi una silueta de mujer que apareca a lo lejos, y mansamente, dulcemente, como una sonrisa, se fue borrando todo, todo, y me qued dormido.VDESPERT con la idea de la mujer que haba visto al dormirme, pero en vano la buscaron mis ojos, no estaba por ninguna parte. Seguramente haba dormido mucho, y durante mi sueo, la desconocida, que tena un vestido blanco, haba podido recorrer toda la playa. Observ, sin embargo, los pasos que venan por la orilla. Menudos rastros de mujer que el mar haba borrado en algunos sitios, circundaban el lugar donde yo me haba dormido y seguan hacia el puerto.Pensativo y medroso no quise avanzar a San Andrs. El sol iba a ponerse ya, y restregndome los ojos, siguiendo los rastros de la desconocida, emprend la vuelta por la orilla. En algunos puntos el mar haba borrado las huellas, buscbalas yo, adivinndolas casi, y por fin las vea aparecer sobre la arena hmeda. Recog una conchita rara, la ech en mi bolsillo y mi mano tropez con un extrao objeto. Qu era? Una medalla de la Pursima, de plata, pendiendo de una cadena delgada, larga y fra. Examin mucho el objeto y me convenc de que alguien lo haba puesto en mi bolsillo. Tuve una sospecha, la mujer; quise arrojarle, pero me detuve.Guard la medalla y cavilando en el hallazgo, llegu a casa cuando el sol se pona. Mi curiosidad hizo que callara y ocultara el objeto; y al da siguiente, martes de Semana Santa, a la misma hora, volv. El mar durante la noche haba borrado las huellas donde me acostara la vspera, pero aproximadamente eleg un sitio y me recost. No tard en aparecer la silueta blanca. Sent un violento golpe en el corazn y un indecible temor. Y sin embargo tena una gran simpata por la desconocida que vestida de blanco se acercaba.El miedo me venca, quera correr y luchaba por quedarme. La mujer se acercaba cada vez ms. Me mir desde lejos, quise irme an; pero ya era tarde. El miedo y luego la apacible mirada de aquella mujer me lo impedan. Acercose la seora. Yo, de pie, quitndome la gorra le dije:Buenas tardes, seora...Me conoces?...Mam me ha dicho que se debe saludar a las personas mayores...La seora me acarici sonriendo tristemente y me pregunt:Te gusta mucho el mar?S, seora. Vengo todas las tardes.Y te quedas dormido?...Usted vino ayer, seora?...No; pero cuando los nios se quedan dormidos a la orilla del mar, y son buenos, viene un ngel y les regala una medalla. A ti te ha regalado el ngel?...Yo sonre incrdulo; la dama lo comprendi, y conversando, perdido el temor hacia la seora vestida de blanco, cogido de su mano, emprend la vuelta a la poblacin.Al llegar a la plazuela del Castillo, vimos unos hombres que levantaban una especie de torre de caas.Qu hacen esos hombres? me pregunt la seora.Pap nos ha dicho que estn preparando el castillo para quemar a Judas el Sbado de Gloria.A Judas? Quin te ha dicho eso? Y abri desmesuradamente los ojos.Pap dice que Judas tiene que venir el sbado por la noche y que todos los hombres del pueblo, los marineros, los trabajadores del muelle, los cargadores de la Estacin, van a quemarlo, porque Judas es muy malo... Pap nos traer para que lo veamos...Y t sabes por qu lo queman?...S, seora. Mam dice que lo queman porque traicion al Seor...Y no te da pena que lo quemen?...No, seora. Que lo quemen. Por l los judos mataron a nuestro Seor Jesucristo. Si l no lo hubiese vendido, cmo habran sabido quin era los judos?...La seora no contest. Seguimos en silencio hasta la poblacin. Los hombres se quedaron trabajando y al despedirse la seora blanca me dio un beso y me pregunt:Dime, t no perdonaras a Judas?...No, seora blanca; no lo perdonara.La dama se march por la orilla obscura y yo tom el camino de mi casa. Despus de la comida me acost.VIESTUVE varios das sin volver a la playa, pero el Sbado de Gloria en que deban quemar a Judas, sal a la playa para dar un paseo y ver en la plaza el cuerpo del criminal, pues segn pap, ya estaba all esperando su castigo el traidor, rodeado de marineros, cargadores, hombres del pueblo y pescadores de San Andrs. Sal a las cuatro de la tarde y me fui caminando por la orilla. Llegu al sitio donde Judas, en medio del pueblo, se elevaba, pero le tenan cubierto con una tela y slo se le vea la cabeza. Tena dos ojos enormes, abiertos, iracundos, pero sin pupilas y la inexpresiva mirada se tenda sobre la inmensidad del mar. Segu caminando y al llegar a la mitad de la curva, distingu a la seora blanca que vena del lado de San Andrs. Pronto lleg hasta m. Estaba plida y me pareci enferma. Sobre su vestido blanco y bajo el sombrero aln, su rostro tena una palidez de marfil. Era tan blanca! Sus facciones afiladas parecan no tener sangre; su mirada era hmeda, amorosa y penetrante. Hablamos largo rato.Has visto a Judas?Lo he visto, seora blanca...Te da miedo?...Es horrible... A m me da mucho miedo...Y ya le has perdonado?...No, seora, yo no lo perdono. Dios se resentira conmigo si le perdonase... Usted viene esta noche a verlo quemar?...S.A qu hora?...Un poco tarde. T me reconoceras de noche?... No te olvidaras de mi cara? Fjate bien. Y me mir extraamente. Fjate bien en mi cara... Yo vendr un poco tarde... Dime, le has visto t los ojos a Judas?...S, seora. Son inmensos, blancos, muy blancos...Dnde miran?...Al mar...Ests seguro? Miran al mar? Te has fijado bien?...S, seora blanca, miran al mar...Sobre la arena donde nos habamos sentado, la seora mir largamente el ocano. Un momento permaneci silenciosa y luego ocult su cara entre las manos. An me pareci ms plida.Vamos me dijo.Yo la segu. Caminamos en silencio a travs de la playa, pero al acercarnos a la plazuela donde estaba el cuerpo de Judas, la seora se detuvo y mirando al suelo, me dijo:Fjate bien en l... Me vas a contar adnde mira. Fjate bien... Fjate bien.Y al pasar ante el cuerpo, ella volvi la cara hacia el mar, para no ver la cara de Judas. Pareca temblar su mano, que me tena cogido por el brazo, y al alejarnos me deca:Fjate adnde mira, de qu color son sus ojos, fjate, fjate...Pasamos. Yo tena miedo. Sent temblar fuertemente a la seora, que me pregunt nuevamente:Dnde miran los ojos?Al mar, seora blanca... Bien lejos, bien lejos...Ya era tarde. La noche empez a caer y las luces de los barcos se anunciaron dbilmente en la baha. Al llegar a la altura de mi casa, la seora me dio un beso en la frente, un beso muy largo, y me dijo:Adis!La noche tena un color brumoso, pero no tan negro como otras veces. Avanc hasta mi casa pensativo, y encontr a mi madre llorando, porque deba salir un barco a esa hora y pap deba ir a despacharlo. Nos sentamos a la mesa. All se oa rugir el mar, poderoso y amenazador. Madre no tom nada y me atrev a preguntarle:Mam, no vamos a ver quemar a Judas?...Si pap vuelve pronto. Ahora vamos a rezar...Nos levantamos de la mesa. Atravesamos el patiecillo. Mi hermana se haba dormido y la criada la llevaba en brazos. La luna se dibujaba opacamente en el cielo. Llegamos al dormitorio de mi madre y ante el altar, donde haba una virgen del Carmen muy linda, nos arrodillamos. Iniciamos el rezo. Mam deca en su oracin:Por los caminantes, navegantes, cautivos cristianos y encarcelados...Sentimos, inusitadamente, ruidos, carreras, voces y lamentaciones. Las gentes corran gritando y de pronto omos un sonido estridente, caracterstico, como el pitear de un buque perdido. Una voz grit cerca de la puerta:Un naufragio!Salimos despavoridos, en carrera loca, hacia la calle. El pueblo corra hacia la ribera. Mam empez a llorar. En ese momento apareci mi padre y nos dijo:Un naufragio. Hace una hora que he despachado el buque. Seguramente ha encallado...El buque llamaba con un silbido doloroso, como si se quejara de un agudo dolor, implorante, solemne, fro. La luna segua opacada. Salimos todos a la playa y pudimos ver que el barco haca girar un reflector y que del muelle salan unos botes en su ayuda.El pueblo se preparaba. Estaba reunido alrededor de la orilla, alistaba febrilmente sus embarcaciones, algunos haban sacado linternas y farolillos y auscultaban el aire. Una voz ronca recorra la playa como una ola, pasaba de boca en boca y estallaba:Un naufragio!Era el eterno enemigo de la gente del mar, de los pescadores, que se lanzaban en los frgiles botes, de las mujeres que los esperaban temerosas, a la cada de la tarde; el eterno enemigo de todos los que viven a la orilla... El terrible enemigo contra el que luchan todas las creencias y supersticiones de los pueblos costaneros; que surge de repente, que a veces es el molino desconocido y siniestro que lleva a los pescadores hacia un vrtice extrao y no los deja volver ms a la costa; otras veces el peligro surge en forma de viento que aleja de la costa las embarcaciones para perderlas en la inmensidad azul y verde del mar. Y siempre que aparece este espritu desconocido y sorpresivo las gentes sencillas vibran y oran al apstol pescador, su patrn y gua, porque seguramente alguna vida ha sido sacrificada.An omos el rumor de las gentes del mar. Cuando empez a retirarse, se apagaron los reflectores y el piteo ces. Nadie comprenda por qu el barco se alejaba; pero cuando ste se perda hacia el sur, todo el pueblo, pensativo, silencioso e inmenso, regres por las calles y se encamin a la plaza en la que Judas iba a ser sacrificado. Mam no quiso ir, pero pap y yo fuimos a verle.Caminamos todo el barrio del Castillo y al terminarlo y entrar a la plazoleta, la fiesta se anunci con una viva luz sangrienta. A los pies de Judas arda una enorme y roja llamarada que haca nubes de humo y que iluminaba por dentro el deforme cuerpo del condenado, a quien yo quera ver de frente.Pero al verlo tuve miedo. Miedo de sus grandes ojos que se iluminaban de un tono casi rosado. Busqu entre los que nos rodeaban a la seora blanca, pero no la vi. La plaza estaba llena, el pueblo la ocupaba toda y de pronto, de la casa que estaba a la espalda de Judas y que daba frente al mar, salieron varios hombres con hachones encendidos y avanzaron entre la multitud hacia Judas.Ya lo van a quemar! grit el pueblo. Los hombres llegaron. Los hachones besaron los pies del traidor y una llama inmensa apareci violentamente. Acercaron un barril de alquitrn y la llamarada aument.Entonces fue el prodigio. Al encenderse el cuerpo de Judas, los ojos con el reflejo de la luz tornronse rojos, con un rojo iracundo y amenazador; y como si toda aquella gente semi-perdida en la obscuridad y en las llamas hubiera pensado en los ojos del ajusticiado, sigui la mirada sangrienta de ste que fue a detenerse en el mar. Un punto negro haba al final de la mirada que casi todo el pueblo seal. Un golpe de luz de la luna ilumin el punto lejano y el pueblo, que aquella noche estaba como posedo de una extraa preocupacin, grit abandonando la plaza y lanzndose a la orilla:Un ahogado, un ahogado!...Se produjo un tumulto horrible. Un clamor general que tena algo de plegaria y de oracin, de maldicin pavorosa y de tragedia, se elev hacia el mar, en esa noche sangrienta.Un ahogado!El punto era trado mansamente por las olas hacia la playa. Al grito unnime sigui un silencio absoluto en el que poda percibirse el nudo manso del mar. Cada uno de los all presentes esperaba la llegada del desconocido cadver, con un presentimiento doloroso y silente. La luna empez a clarear. Deba ser muy tarde y por fin se distingui un cadver ya muy cerca de la orilla, que pareca tener encima una blanca sbana. La luna tuvo una coloracin violeta y alumbr an el cadver que poco a poco iba acercndose.Un marinero! gritaron algunos.Un nio! dijeron otros.Una mujer! exclamaron todos.Algunos se lanzaron al mar y sacaron el cadver a la orilla. El pueblo se agrup al derredor. Le clavaban las luces de las linternas, se peleaban por verle, pero como all en la orilla no hubiese luz bastante, lo cargaron y lo llevaron hacia los pies de Judas que an arda en el centro de la plaza. Todo el pueblo volva a ella y con l yo cogido siempre de la mano de pap. Llegaron, colocaron en tierra el cadver y ardi el ltimo resto del cuerpo de Judas quedando slo la cabeza, cuyos dos ojos ya no miraban a ningn lugar sino a todos. Yo tena una extraa curiosidad por ver el cadver. Mi padre seguramente no deseaba otra cosa, hizo abrir sitio y como las gentes de mar lo conocan y respetaban, le hicieron pasar y llegarnos hasta l.Vi un grupo de hombres todos mojados, con la cabeza inclinada teniendo en la mano sus sombreros, silenciosos, rodeando el cadver, vestido de blanco, que estaba en el suelo. Vi las telas destrozadas y el cuerpo casi desnudo de una mujer. Fue una horrible visin que no olvido nunca. La cabeza echada hacia atrs, cubierto el rostro con el cabello desgreado. Un hombre de sos se inclin, descubri la cara y entonces tuve la ms horrible sensacin de mi vida. Di un grito extrao, inconsciente, y me abrac a las piernas de mi padre.Pap, pap, si es la seora blanca! La seora blanca, pap!...Cre que el cadver me miraba, que me reconoca; que Judas pona sus ojos sobre l y di un segundo grito ms fuerte y terrible que el primero.S; perdono a Judas, seora blanca, s, lo perdono!...Padre me cogi como loco, me apret contra su pecho, y yo, con los ojos muy abiertos, vi mientras que mi padre me llevaba, rojos y sangrientos, acusadores, siniestros y terribles, los ojos de Judas que miraban por ltima vez, mientras el pueblo se desgranaba silencioso y unos cuantos hombres se inclinaban sobre el cadver blanco.Ocultbase la luna... El vuelo de los cndores IAQUEL da demor en la calle y no saba qu decir al volver a casa. A las cuatro sal de la Escuela, detenindome en el muelle, donde un grupo de curiosos rodeaba a unas cuantas personas. Metido entre ellos supe que haba desembarcado un circo.se es el barrista decan unos, sealando a un hombre de mediana estatura, cara angulosa y grave, que discuta con los empleados de la aduana.Aqul es el domador. Y sealaban a sujeto hosco, de cnica patilla, con gorrita, polainas, fuete y cierto desenfado en el andar. Le acompaaba una bella mujer con flotante velo lila en el sombrero; llevaba un perrillo atado a una cadena y una maleta.ste es el payaso dijo alguien.El buen hombre volvi la cara vivamente:Qu serio!As son en la calle.Era ste un joven alto, de movibles ojos, respingada nariz y giles manos. Pasaron luego algunos artistas ms; y cogida de la mano de un hombre viejo y muy grave, una nia blanca, muy blanca, sonriente, de rubios cabellos, lindos y morenos ojos. Pasaron todos. Segu entre la multitud aquel desfile y los acompa hasta que tomaron el cochecito, partiendo entre la curiosidad bullanguera de las gentes.Yo estaba dichoso por haberlos visto. Al da siguiente contara en la Escuela quines eran, cmo eran y qu decan. Pero encaminndome a casa, me di cuenta de que ya estaba obscureciendo. Era muy tarde. Ya habran comido. Qu decir? Sacome de mis cavilaciones una mano posndose en mi hombro.Cmo! Dnde has estado?Era mi hermano Anfiloquio. Yo no saba qu responder.Nada apunt con despreocupacin forzada, que salimos tarde del colegio...No puede ser; porque Alfredito lleg a su casa a la cuatro y cuarto...Me perd. Alfredito era hijo de don Enrique, el vecino; le haban preguntado por m y haba respondido que salimos juntos de la Escuela. No haba ms. Llegamos a casa. Todos estaban serios. Mis hermanos no se atrevan a decir palabra. Felizmente, mi padre no estaba y cuando fui a dar el beso a mam, sta, sin darle la importancia de otros das, me dijo framente:Cmo, jovencito, stas son horas de venir?...Yo no respond nada. Mi madre agreg:Est bien!...Metime en mi cuarto y me sent en la cama con la cabeza inclinada. Nunca haba llegado tarde a mi casa. O un manso ruido: levant los ojos. Era mi hermanita. Se acerc a m tmidamente.Oye me dijo tirndome del brazo y sin mirarme de frente, anda a comer...Su gesto me alent un poco. Era mi buena confidente, mi abnegada compaera, la que se ocupaba de m con tanto inters como de ella misma.Ya comieron todos? le interrogu.Hace mucho tiempo. Si ya vamos a acostarnos! Ya van a bajar el farol...Oye le dije, y qu han dicho?...Nada; mam no ha querido comer...Yo no quise ir a la mesa. Mi hermana sali y volvi al punto trayndome a escondidas un pan, un pltano y unas galletas que le haban regalado en la tarde.Anda, come, no seas zonzo. No te van a hacer nada... Pero eso s, no lo vuelvas a hacer...No, no quiero.Pero oye, dnde fuiste?...Me acord del circo. Entusiasmado pens en aquel admirable circo que haba llegado, olvid a medias mi preocupacin, empec a contarle las maravillas que haba visto. Eso era un circo!Cuntos volatineros hay le deca, un barrista con unos brazos muy fuertes; un domador muy feo, debe ser muy valiente porque estaba muy serio. Y el oso! En su jaula de barrotes, husmeando entre las rendijas! Y el payaso!... pero qu serio es el payaso! Y unos hombres, un montn de volatineros, el caballo blanco, el mono, con su saquito rojo, atado a una cadena. Ah, es un circo esplndido!Y cundo dan funcin?El sbado...E iba a continuar, cuando apareci la criada:Niita, a acostarse!Sali mi hermana. O en la otra habitacin la voz de mi madre que la llamaba y volv a quedarme solo, pensando en el circo, en lo que haba visto y en el castigo que me esperaba.Todos se haban acostado ya. Apareci mi madre, sentose a mi lado y me dijo que haba hecho muy mal. Me ri blandamente, y entonces tuve claro concepto de mi falta. Me acord de que mi madre no haba comido por m: me dijo que no se lo dira a pap, porque no se molestase conmigo. Que yo la haca sufrir, que yo no la quera...Cun dulces eran las palabras de mi pobrecita madre! Qu mirada tan pesarosa con sus benditas manos cruzadas en el regazo! Dos lgrimas cayeron juntas de sus ojos, y yo que hasta ese instante me haba contenido no pude ms y, sollozando, le bes las manos. Ella me dio un beso en la frente. Ah, cun feliz era, qu buena era mi madre, que sin castigarme, me haba perdonado!Me dio despus muchos consejos, me hizo rezar el bendito, me ofreci la mejilla, que bes, y me dej acostado.Sent ruido al poco rato. Era mi hermanita. Se haba escapado de su cama descalza; ech algo sobre la ma, y me dijo volvindose a la carrera y de puntitas como haba entrado:Oye, los dos centavos para ti, y el trompo tambin te lo regalo...IISO con el circo. Claramente aparecieron en mi sueo todos los personajes. Vi desfilar a todos los animales. El payaso, el oso, el mono, el caballo, y, en medio de ellos, la nia rubia, delgada, de ojos negros, que me miraba sonriente. Qu buena deba ser esa criatura tan callada y delgaducha! Todos los artistas se agrupaban, bailaba el oso, pirueteaba el payaso, giraba en la barra el hombre fuerte, en su caballo blanco daba vueltas al circo una bella mujer, y todo se iba borrando en mi sueo, quedando slo la imagen de la desconocida nia con su triste y dulce mirada lnguida.Lleg el sbado. Durante el almuerzo, en mi casa, mis hermanos hablaron del circo. Exaltaban la agilidad del barrista, el mono era un prodigio, jams haba llegado un payaso ms gracioso que Confitito; qu oso tan inteligente y luego... todos los jvenes de Pisco iban a ir aquella noche al circo...Pap sonrea aparentando seriedad. Al concluir el almuerzo sac pausadamente un sobre.Entradas! cuchichearon mis hermanos.S, entradas. Espera!...Entradas! insista el otro.El sobre fue a poder de mi madre.Levantose pap y con l la solemnidad de la mesa; y todos saltando de nuestros asientos, rodeamos a mi madre.Qu es? Qu es?...Estarse quietos o... no hay nada!Volvimos a nuestros asientos. Abriose el sobre y oh, papelillos morados!Eran las entradas para el circo; venan dentro de un programa. Qu programa! Con letras enormes y con los artistas pintados! Mi hermano mayor ley. Qu admirable maravilla!El afamado barrista Kendall, el hombre de goma; el clebre domador Mister Glandys; la bellsima amazona Miss Blutner con su caballo blanco, el caballo matemtico; el graciossimo payaso Confitito, rey de los payasos del Pacfico, y su mono; y el extraordinario y emocionante espectculo El Vuelo de los Cndores, ejecutado por la pequesima artista Miss Orqudea.Me dio una corazonada. La nia no poda ser otra... Miss Orqudea. Y esa nia frgil y delicada iba a realizar aquel prodigio? Celebraron alborozados mis hermanos el circo; y yo, pensando, me fui al jardn, despus a la Escuela, y aquella tarde no atraves palabra con ninguno de mis camaradas.IIIA las cuatro sal del colegio, y me encamin a casa. Dejaba los libros cuando sent ruido y las carreras atropelladas de mis hermanos.El convite! El convite!...Abraham, Abraham! gritaba mi hermanita. Los volatineros!Salimos todos a la puerta. Por el fondo de la calle vena un grupo enorme de gente que unos cuantos msicos precedan. Avanzaron. Vimos pasar la banda de msicos con sus bronces ensortijados y sonoros, el bombo iba delante dando atronadores compases, despus en un caballo blanco, la artista Miss Blutner, con su ceido talle, sus rosadas piernas, sus brazos desnudos y redondos. Precioso atavo llevaba el caballo, que un hombre con casaca roja y un penacho en la cabeza, lleno de cordones, portaba de la brida: despus iba Mister Kendall, en traje de oficio, mostrando sus musculosos brazos, en otro caballo. Montaba el tercero Miss Orqudea, la bellsima criatura, que sonrea tristemente; en seguida el mono, muy engalanado, caballero en un asno pequeo, y luego Confitito, rodeado de muchedumbre de chiquillos que palmoteaban a su lado llevando el comps de la msica.En la esquina se detuvieron y Confitito enton al son de la msica esta copla:Los jvenes de este tiempousan flor en el ojaly dentro de los bolsillosno se les encuentra un real...Una algazara estruendosa core las ltimas palabras del payaso. Agit ste su cnico gorro, dejando al descubierto su pelada cabeza. Rompi el bombo la marcha y todos se perdieron por el fin de la plazoleta hacia los rieles del ferrocarril para encaminarse al pueblo. Una nube de polvo los segua y nosotros entramos a casa nuevamente, en tanto que la caravana multicolor y sonora se esfumaba detrs de los touces, en el salitroso camino.IVMIS hermanos apenas comieron. No veamos la hora de llegar al circo. Vestmonos todos, y listos, nos despedimos de mam. Mi padre llevaba su Carlos Alberto.Salimos, atravesamos la plazuela, subimos la calle del tren, que tena al final una baranda de hierro, y llegamos al cochecito, que agitaba su campana. Subimos al carro, son el pitear de partida; una trepidacin; soltose el breque; chasque el ltigo, y las mulas halaron.Llegamos por fin al pueblo y poco despus al circo. Estaba ste en una estrecha calle. Un grupo de gente se estacionaba en la puerta que iluminaban dos grandes aparatos de bencina de cinco luces. A la entrada, en la acera, haba mesitas, con pequeos toldos, donde en floreados vasos con las armas de la patria estaba la espumosa blanca chicha de man, la amarilla de garbanzos y la dulce de bonito, las butifarras que eran panes en cuya boca abierta el aj y la lechuga ocultaban la carne; los platos con cebollas picadas en vinagre, la fuente de escabeche con sus yacentes pescados, la causa, sobre cuya blanda masa reposaba graciosamente el rojo de los camarones, el morado de las aceitunas, los pedazos de queso, los repollos verdes y el pisco oloroso, alabado por las vendedoras...Entramos por un estrecho callejoncito de adobes, pasamos un espacio pequeo donde charlaban gentes, y al fondo, en un inmenso corraln, levantbase la carpa. Una gran carpa, de la que salan gritos, llamadas, piteos, risas. Nos instalamos. Son una campanada.Segunda! gritaron todos, aplaudiendo.El circo estaba rebosante. La escalonada muchedumbre formaba un gran crculo, y delante de los bajos escalones, separada por un zcalo de lona, la platea, y entre sta y los palcos que ocupbamos nosotros, un pasadizo. Ante los palcos estaba la pista, la arena donde iban a realizarse las maravillas de aquella noche.Son largamente otro campanillazo.Tercera! Bravo, bravo!La msica comenz con el programa: Obertura por la banda. Presentacin de la compaa. Salieron los artistas en doble fila. Llegaron al centro de la pista y saludaron a todas partes con una actitud uniforme, graciosa y peculiar; en el centro, Miss Orqudea con su admirable cuerpecito, vestido de punto, con zapatillas rojas, sonrea.Sali el barrista, gallardo, musculoso, con sus negros, espesos y retorcidos bigotes. Qu bien peinado! Salud. Ya estaba lista la barra. Sac un pauelo de un bolsillo secreto en el pecho, colgose, gir retorcido vertiginosamente, parose en la barra, pendi de corvas, de brazos, de vientre; hizo rehilete y, por fin, dio un gran salto mortal y cay en la alfombra, en el centro del circo. Gran aclamacin. Agradeci. Despus todos los nmeros del programa. Pas Miss Blutner corriendo en su caballo; cont ste con la pata desde uno hasta diez; a una pregunta que le hizo su ama de si dos y dos eran cinco, contest negativamente con la cabeza, en convencido ademn. Sali Mister Glandys con su oso; bail ste acompasado y socarrn, piruete el mono, se golpe varias veces el payaso y, por fin, el pblico exclam al terminar el segundo entreacto:El Vuelo de los Cndores!VUN estremecimiento recorri todos mis nervios. Dos hombres de casaca roja pusieron en el circo, uno frente a otro, unos estrados altos, altsimos, que llegaban hasta tocar la carpa. Dos trapecios colgados del centro mismo de sta oscilaban. Son la tercera campanada y apareci entre dos artistas Miss Orqudea con su apacible sonrisa; lleg al centro, salud graciosamente, colgose de una cuerda y la ascendieron al estrado. Parose en l delicadamente, como una golondrina en un alero breve. La prueba consista en que la nia tomase el trapecio que, pendiendo del centro, le acercaban con unas cuerdas a la mano, y, colgada de l, atravesara el espacio, donde otro trapecio la esperaba, debiendo en la gran altura cambiar de trapecio y detenerse nuevamente en el estrado opuesto.Se dieron las voces, se solt el trapecio opuesto, y en el suyo la nia se lanz mientras el bombo detenida la msica produca un ruido siniestro y montono. Qu miedo, qu dolorosa ansiedad! Cunto habra dado yo porque aquella nia rubia y triste no volase!Serenamente realiz la peligrosa hazaa. El pblico silencioso y casi inmvil la contemplaba y cuando la nia se instal nuevamente en el estrado y salud, segura de su triunfo, el pblico la aclam con vehemencia. La aclam mucho. La nia baj, el pblico segua aplaudiendo. Ella, para agradecer hizo unas pruebas difciles en la alfombra, se curv, su cuerpecito se retorca como un aro, y enroscada, giraba como un extrao monstruo, el cabello despeinado, el color encendido. El pblico aplauda ms, ms. El hombre que la traa en el muelle de la mano habl algunas palabras con los otros. La prueba iba a repetirse.Nuevas aclamaciones. La pobre nia obedeci al hombre adusto casi inconscientemente. Subi. Se dieron las voces. El pblico enmudeci, el silencio se hizo en el circo y yo haca votos, con los ojos fijos en ella, porque saliese bien de la prueba. Son una palmada y Miss Orqudea se lanz... Qu le pas a la nia? Nadie lo saba. Cogi mal el trapecio, se solt a destiempo, titube un poco, dio un grito profundo, horrible, pavoroso y cay como una avecilla herida en el vuelo, sobre la red del circo, que la salv de la muerte. Rebot en ella varias veces. El golpe fue sordo. La recogieron, escupi y vi mancharse de sangre su pauelo, perdida en brazos de esos hombres y en medio del clamor de la multitud.Pap nos hizo salir, cruzamos las calles, tomamos el cochecito y yo, mudo y triste, oyendo los comentarios, no s qu cosas pensaba contra esa gente. Por primera vez comprend entonces que haba hombres muy malos...VIPASARON algunos das. Yo recordaba siempre con tristeza a la pobre nia; la vea entrar al circo, vestida de punto, sonriente, plida; la vea despus cada, escupiendo sangre en el pauelo, dnde estara? El circo segua funcionando. Mi padre no quiso que furamos ms. Pero ya no daban el Vuelo de los Cndores. Los artistas haban querido explotar la piedad del pblico haciendo palpable la ausencia de Miss Orqudea.El sbado siguiente, cuando haba vuelto de la Escuela, y jugaba en el jardn con mi hermana, omos msica.El convite! Los volatineros!...Salimos en carrera loca. Vendra Miss Orqudea?...Con qu ansia vi acercarse el desfile! Pas el bombo sordo con sus golpes definitivos, los msicos con sus bronces ensortijados, platillos estridentes, los acrbatas, y despus, despus el caballo de Miss Orqudea, solo, con un listn negro en la cabeza... Luego el resto de la farndula, el mono impasible haciendo sus eternas muecas sin sentido...Dnde estaba Miss Orqudea?...No quise ver ms; entr a mi cuarto y por primera vez, sin saber por qu, llor a escondidas la ausencia de la pobrecita artista.VIIALGUNOS das ms tarde, al ir, despus del almuerzo, a la Escuela, por la orilla del mar, al pie de las casitas que llegan hasta la ribera y cuyas escalas mojan las olas a ratos, salpicando las terrazas de madera, senteme a descansar, contemplando el mar tranquilo y el muelle, que a la izquierda quedaba.Volv la cara al or unas palabras en la terraza que tena a mi espalda y vi algo que me inmoviliz. Vi una nia muy plida, muy delgada, sentada, mirando desde all el mar. No me equivocaba: era Miss Orqudea, en un gran silln de brazos, envuelta en una manta verde, inmvil.Me qued mirndola largo rato. La nia levant hacia m los ojos y me mir dulcemente. Cun enferma deba estar! Segu a la Escuela y por la tarde volv a pasar por la casa. All estaba la enfermita, sola. La mir cariosamente desde la orilla; esta vez la enferma sonri, sonri. Ah, quin pudiera ir a su lado a consolarla! Volv al otro da, y al otro, y as durante ocho das.ramos como amigos. Yo me acercaba a la baranda de la terraza, pero no hablbamos. Siempre nos sonreamos mudos y yo estaba mucho tiempo a su lado.Al noveno da me acerqu a la casa. Miss Orqudea no estaba. Entonces tuve una sospecha: haba odo decir que el circo se iba pronto. Aquel da sala el vapor. Eran las once, cruc la calle y atraves el jirn de la Aduana. En el muelle vi a algunos de los artistas con maletas y los, pero la nia no estaba. Me encamin a la punta del muelle y esper en el embarcadero. Pronto llegaron los artistas en medio de gran cantidad del pueblo y de granujas que rodeaban al mono y al payaso. Y entre Miss Blutner y Kendall, cogida de los brazos, caminando despacio, tosiendo, tosiendo, la bella criatura.Metime entre las gentes para verla bajar al bote desde el embarcadero. La nia busc algo con los ojos, me vio, sonri muy dulcemente conmigo y me dijo al pasar junto a m:Adis...Adis...Mis ojos la vieron bajar en brazos de Kendall al botecillo inestable; la vieron alejarse de los mohosos barrotes del muelle; y ella me miraba triste con los ojos hmedos; sac su pauelo y lo agit mirndome; yo la saludaba con la mano, y as se fue esfumando, hasta que slo se distingua el pauelo como un ala rota, como una paloma agonizante, y por fin, no se vio ms que el bote pequeo que se perda tras el vapor...Volv a mi casa, y a las cinco, cuando sal de la Escuela, sentado en la terraza de la casa vaca, en el mismo sitio que ocupara la dulce amiga, vi perderse a lo lejos en la extensin marina el vapor, que manchaba con su cabellera de humo el cielo sangriento del crepsculo. El buque negro INUESTRA casa, en Pisco, era un rincn delicioso: a una cuadra del mar, con una valla de touces por oriente, en una plazuela destartalada y salitrosa, desde la puerta se vea pasar el convoy que iba a Ica. Iba adelante de la enorme locomotora pujante, arrojando bocanadas de humo espeso y negruzco, le seguan los carros de primera clase, luego los de segunda y por fin las bodegas, en las que iba el pescado cogido la vspera en la ribera. Tenamos dentro un jardn que protega una higuerilla sembrada por mi hermano Roberto. Medraban a su sombra violetas raquticas, buenas tardes olorosas, malvas y resedas. Junto al tronco gris de la higuerilla el pozo abri su boca negra y peligrosa y en los bordes crecan trigos y maces abandonados a su propia cuenta. Un pallar, de enormes hojas verdes y blanquecinas, se enredaba con delicadeza en el enrejado que limitaba el jardinillo. Sobre la quincha que marcaba el fin de nuestro jardn y colindaba con el vecino, se haba recostado con gran desenfado un orbo en cuyos obscuros enramajes hacan nido los gorriones. Al fondo haba pozas donde cada uno de nosotros, por consejo y bajo la direccin de mi padre, sembrbamos y tenamos la responsabilidad de la cosecha. A Roberto, el mayor, que hoy es casado, le placa sembrar algodn para llevarlo a Ica y con sus blancas madejas limpiar el rostro sudoroso del Seor de Luren; a Rosa, la siguiente, gustbale simplemente coger las flores de todas las pozas; Anfiloquio placa de sembrar maz que una vez cosechado, l mismo comase; y a m y a Jess, mi hermana menor, nos encantaban las violetas y una higuera apenas crecida. As mis padres nos ensearon a sembrar la tierra, a pulir nuestras manos con el roce noble de los surcos; a conocer los misterios de la naturaleza y la bondad sublime de Dios Nuestro Seor y amar todo lo que es sencillo bueno, til y bello.Por la noche, en Pisco, despus de la comida y de rezar el rosario, hacamos un crculo en la puerta de la calle. All sentados, mi padre relataba todas sus ocupaciones durante el da, contbamosle nosotros sobre el jardn, pedamos datos sobre agricultura y generalmente resultbamos riendo por las excelencias de nuestra produccin agraria sobre la de los hermanos. Caa la noche, se bajaba el farol a cuya luz hablbamos y todos bamos a besar a nuestros padres y a retirarnos a dormir, llena el alma de cristalina felicidad, con la inquietud de que las gallinas se escapasen del corral, entrasen al jardn, picotearan los retoos y hubiera duelo en casa al da siguiente.Una de esas noches, mi padre se demor en la calle ms que lo de costumbre y al llegar le vimos triste.Mi madre le pregunt:Has visto a Isabel? La has visto? Vendr maana?...Est peor, est perdida dijo mi padre. Sentada junto a la ventana, y empeada en su eterna mana: el buque negro.Pero haba efectivamente un buque negro aquel da?Efectivamente. Fue extraa coincidencia. Despus del matrimonio, Isabel, alegre, riendo a todos, con su linda cabeza coronada de azahares y su vestido blanco, almorz alegremente con todos. Despus que hubo concluido, cuando quisimos despedirnos, echamos de menos a Chale. Se llam al novio intilmente. Dnde estaba? Isabel lo buscaba, llambasele a gritos, pero Chale no responda. Se le busc luego por todas partes, en la calle, en la ciudad, en el muelle. Chale haba desaparecido. La baha estaba agitada, haba paracas, el aire del sur levantaba encrespadas olas, un cielo amarillo entristeca el ambiente, y los barcos parecan arrojados sobre el mar, inclinados hacia el norte, como si una mano extraa los hubiera arrojado con ira. En el muelle se pregunt a un pescador.Cmo? Se ha perdido el seor Chale? dijo. Pero si ha pasado hace un instante. Yo lo he visto ir de prisa con dos hombres hacia el embarcadero y jurara que sos no son de aqu... Bajaron.No se saba ni nada ms se supo de Chale. Isabel vio tambin el buque negro y la pobrecita cree que en l se llevaron a su marido.Malvado!...No lo era. Chale haba vivido doce aos irreprochablemente. Chale era bueno, carioso, abnegado. Tena das en que no sala de su casa.Ese hombre era muy triste...Desde entonces continu mi padre, la pobre Isabel se dio a la pena. Lleva diez y ocho aos de esa vida atormentada, y ahora se va poniendo peor. Ya no quiere salir, ni moverse de la ventana, y a veces ni comer.Pero vendr? Vendr maana? pregunt mi madre.S, me ha prometido que vendr al paseo.Mis padres haban organizado un paseo con mis hermanos para que Isabel se distrajera un poco.Y a dnde vamos?Iremos a Santa Rita.Es muy lejos. Mejor al pepinal. All puede ser que Isabel se distraiga.Se despidieron los amigos. Mi hermano mayor corri la soga. Baj pausadamente el farol. Cerraron la puerta. Dimos un beso a nuestros padres. Rezamos y a poco el silencio envolvi nuestra casa y nos dormimos al blando arrullo lejano del mar cuya brisa acariciaba los rboles del jardn.IILa triste alegra del marAMANECI un da claro de octubre; las embarcaciones se distinguan tan preciso en el puerto, que parecan vistas a travs de un anteojo. Podan contarse los mstiles y las mltiples cuerdas y hasta letras de los barcos se distinguan vagamente. El mar estaba agitado, casi alegre, pareca rerse. Las olas, bajo un aire fresco y transparente, deshacanse en gotas brillantes. El sol era esplndido, pero tibio.Para m, fue aqulla una maana blanca. Nada pas por mi espritu. No tuve una alegra ni un temor ni una tristeza. Despus del almuerzo, mientras nos preparbamos para el paseo, mi padre fue a traer a Isabel. Mis hermanas pusironse sus alegres trajes dibujados con flores, y sus pastoras de paja, que se sujetaban graciosamente sobre el pecho con anchas cintas de seda.La sirvienta, en una canasta llevaba las provisiones, pan de manteca, carne fra y algunas cajas de conservas. Lleg Isabel, acompaada de mi padre. La infeliz causaba espanto. Qu palidez haba en su cara que envejeca, qu ojos profundos, qu manos afiladas! Vesta una liviana ropa negra. Salud a todos y a poco salimos.Qu tarde era aqulla, Seor! Qu claridad siniestra haba en el puerto? Qu trgico silencio envolvi las cosas? Dnde estaban las gentes del pueblo? Atravesamos la plazuela destartalada y salitrosa donde estaba mi casa, tomamos los rieles del tren, caminamos un poco junto a los touces, y despus pasamos por la factora, una casa hecha de carcomidas calaminas, donde se componan los carros, mohosos y rotos, haba muelles viejos, ruedas inmviles, calderos agujereados, piezas de mecnica, abandonados sobre la grama que trepaba, raqutica, sobre ellos.Pasamos despus por la palma donde decan que de noche sala un hombre y luego por un camino de sauces. Llegamos al pueblo. Atravesamos unas cuantas calles apartadas. Cruzamos por la plaza de armas, empedrada y sombreada por enormes ficus, en un ngulo estaba la Iglesia de la Compaa, con un mitolgico animal sobre la puerta y con sus torrecillas chatas. Entramos despus por un angosto camino pedregoso que sombreaban enormes y tranquilos sauces llorones, bajo los cuales corra una acequia, pero tan dbilmente que pareca estancada. Deba ser la suya un agua muy fra, transparente, poblada de berros y verdolagas.Caminamos as mucho tiempo. Pero todos iban en silencio. De vez en cuando las palabras sonaban huecamente, abovedadas y moran. Iba en medio Isabel. La rodebamos todos. Era una procesin de almas en pena. Por qu no se rea nadie, Seor, no haba alegra aquella tarde?Alguien dijo que aqul no era el camino. Hubo necesidad de volver un poco y cruzar. Estbamos bastante alejados de la poblacin. Era necesario pasar por la iglesia vieja. Y hacia ella encaminamos los pasos. Empez a soplar un viento seco. Por fin vimos a lo lejos, tras de las tapias, recortarse el redondo lomo de un templo abandonado, seguimos.IIIPASAMOS un puentecillo, saltando despus adobes enormes y llegamos a los muros de la iglesia. Entonces la criada, una vieja negra, empez a decir:Dicen que en esta iglesia penan. Que por las maanas, al rayar el alba, se ve, por las rendijas, salir un padre con su casulla y decir una misa, con un sacristn; y que los dos, solos, recorren despus la iglesia echando agua bendita, y se meten luego a la sacrista...Calla, mujer dijo mi padre. No digas tonteras...S, seor. Y por las tardes, a eso de las seis, se oye cantar muy bajito un coro, y suena tres veces una campana...Nos bamos acercando a la iglesia. Toda estaba tapiada. En la puerta mayor cubierta con adobes quedaban an algunos trozos de madera. Pequeos huecos por todas partes. Por las torres en escombros salan mechones de grama; acerqueme yo y observ por una rendija. Dentro no haba nada. Los nichos de los altares sin santos, la nave terrosa, abandonada; algunos trozos de madera cados y cubiertos de polvo, el altar mayor vaco, lleno de huecos y por las rendijas filtrbase la luz. Cruz un murcilago de un rincn a otro, y al retirarme y seguir con los dems, algunos bhos que desde el techo nos miraban, volaron gritando.Ya vamos a llegar dijo mi padre. All est el pepinal...En efecto, al frente se destacaba una choza; cercos verdes; una chacrita alegre. Los pepinos, con sus moradas hojas, cubran la extensin. Era necesario pasar un pequeo montculo, y lo ascendimos. Cansronse todos un poco en la ascensin, y una vez arriba nos detuvimos para hacer un pequeo descanso. All al lado estaba la casa del chacarero bajo unos sauces, al pie corra una linda acequia bordeada de ajes rojos y de margaritas olorosas. Ladr un perro, lo ri un viejo labrador y dijo:Buenas tardes nos d Dios!...Buenas tardes contest mi madre.bamos a descender. Isabel se detuvo de pronto, mirando fijamente el mar que se extenda muy lejos...Pero mujer, algrate un poco...Isabel miraba con los enormes ojos abiertos, ms plida an, sin escuchar nada. Dio un grito extrao; temblaba, sobre el montculo. Se acercaron a ella:Isabel!La mujer apretando fuertemente la mano de mi padre y sealando el mar grit con un grito fro:El buque negro! Vean, vean!...Miramos todos. A lo lejos, en la baha lejana se destacaba entre botecillos y balandras, la silueta de un barco, de tres palos...El buque negro! grit desesperada Isabel, bajando como loca.Tomronla en los brazos, y tornamos todos mientras mis padres y mis hermanos la conducan casi cargada camino de La Playa.Va a haber paracas dijo mi padre.El viento empez a azotar los rboles. Densos remolinos levantaban las hojas, a lo lejos. Obscureciose un poco el cielo. Omos ladrar lejanamente a los perros y seguimos de prisa, sin prorrumpir palabra. Todos estbamos plidos.IVCAMINAMOS mudos, sobre un sendero, nuestras pisadas producan un extrao sonido sobre las hojas secas que huan arrebatadas a nuestros pies, por el viento. Llegamos al puerto. Isabel, fija la vista en el mar, cogida del brazo de mi padre temblaba, castaebanle los dientes y a cada instante repeta como poseda:Ms de prisa, ms de prisa, all est el buque negro; ms de prisa por Dios!...Por fin, al llegar al puerto vimos algunas gentes que huan raudas de las paracas, que desplegaba los vestidos y arrebataba los sombreros. Algunos nios corran cogidos de las manos de sus padres.La paraca arreciaba. Cuando desembocamos en la plazoleta para llegar a la casa, el viento era tan fuerte que pareca detenernos.La plazuela pedregosa estaba abandonada. Habamos dejado de ver el mar, y al llegar a la bocacalle de la cual volva a verse, Isabel se puso de frente y dio un grito espantoso.Se va, se va! El buque negro se va...!Se iba! Lo vimos todos claramente. Una columna de humo se deshilachaba en el fondo ocre del cielo. Eran las seis. La paraca haba calmado. Las piedras estaban todas amarillas y todo cubierto por el guano que la paraca traa de las islas lejanas.Todo estaba amarillo, amarillo.Las casas, el cielo, el mar, la tierra! Qu desolacin infinita!El buque negro se fue. Borrose en el confn lejano. Cay el sol rojo muy grande, sobre el mar. Desfallecida, casi insensible, hablando entrecortadamente, acostaron a Isabel, en casa.Y sobre aquel da extrao, cay la noche negra y piadosa, mientras sobre el mar parpadeaban amarillentas luces, como fuegos fatuos, y en la orilla, las piedras, al golpe de las olas, producan un tosco ruido de huesos... Yerba santa Novela corta pastoril, escrita a los diez y seis aos, en mi triste y dolorosa niez inquieta y pensativa, que exhumo en homenaje a mi hermano JosEL autor a los sencillos labradores cristianos de la aldea:Como el de la Virgen que est en el altar de la capilla del pueblo atravesado por siete espadas, llorando lgrimas de sangre, as est hoy mi corazn, compaeros, por los dolores del Mundo. Por eso dirijo hacia vosotros mis palabras. El recuerdo de los campos por cuyos caminos sinuosos fui tantas veces de nio, cuando mi alma era blanca y leve como los copos maduros de los algodoneros, es hoy, para m, un lenitivo; la paz que necesita mi corazn, la encontrar evocando los das de la Semana Santa; la sana alegra desaparecida que busco en vano, he de hallarla quizs evocando la vendimia que hicimos juntos en las parras de la hacienda, las nocturnas pisas en el lagar antiguo, el alegre canto que ritmaban vuestros cuerpos sobre la uva madura, al sordo son de los tambores de pellejo de cabra, la guitarra, la copla...Como el hijo prdigo volv a vosotros despus de la ruda peregrinacin y me abristeis vuestros brazos, alborozados, y yo os abr mi pecho; y me sonrieron las mozas ruborizadas y cndidas mientras arreglaban el pliegue de sus faldas floreadas y tersas; y me llevasteis al huerto y juntos cogimos los azahares del pacae que nuestras manos sembraron cabe el broquelado pozo; y juntos fuimos en pos de la vieja parra, del floripondio, de la alameda de sauces. Y me rodeasteis, oh, viejos y amigos y parientes!, y refrescasteis mi corazn, endulzasteis mi vida, embalsamasteis mis heridas, y al dejaros, quizs para siempre, echasteis sobre mi cabeza, inquieta y triste, con vuestras manos buenas cual alas de palomas, el puado de monedas de oro de vuestras bendiciones.Agobiado por ellas pueda reposar mi cuerpo, cansado y joven, bajo los touces, en el cementerio del pueblo. Rezad por m, oh, viejos y mozos del campo cristiano!, mientras yo os dedico las ltimas flores de mi espritu y mientras voy, por la doliente ruta llena de asaltos y celadas, con el cuerpo cubierto de heridas, hacia el punto invisible, cercano, inevitable y definitivo, hacia la tumba donde pondris las simblicas flores albas, secas y finas, de los algodoneros...IOYE, Manuel le preguntamos un da, dnde est tu pap?...En Lima...Y t por qu no ests con l?Enrojeci, inclin la cabeza morena y echose a sollozar dolorosamente.Corrimos donde mi madre:Mam, Manuel est llorando...Por qu?Estbamos en el jardn. Jess le pregunt por su pap y se ha echado a llorar...Mi madre nos dijo que no debamos preguntarle nada sino quererlo mucho porque Manuel era un nio muy desgraciado. Desde entonces cuando alguno de mis hermanos le molestaba, nosotros le decamos en secreto:Oye; no le molestes. Dice mam que debemos quererlo mucho porque Manuel es un nio muy desgraciado...Y seguamos haciendo surcos en el jardn.IISE cri a nuestro lado como un hermano mayor. Le queramos porque nos haca buquecitos, gallos de papel, balsas con los viejos maderos que arrojaba el mar, y hondas de camo. Por las tardes bamos juntos a pescar y a la cada del sol volvamos con las cestas de las cuales pendan por las agallas rojas, las plateadas mojarrillas, las chitas de vientres blancos, y a veces ciertos peces raros, deformes y babosos.Los domingos, todos cuatro hermanos, bamos con Manuel a cazar con hondas de jebe, en el bosquecillo de touces y pjarobobos que se extenda tras de la factora calaminada, en aquel camino sombreado y fresco, abovedado y sinuoso que conduca al abrevadero, donde al atardecer iban a saciarse las yuntas de los campesinos, los jumentos lanudos de los pescadores y los transidos caballos de los caminantes. En las espesas copas de los sauces que bordeaban el remanso se detenan bandadas de aves confiadas, que se espiojaban al sol; cantaban alegremente, extraas del todo a la acechanza de la honda cuyo proyectil las sorprenda en plena felicidad. Heridas intentaban volar, pero al fin, desplombanse y caan a tierra redondas, inanimadas, perpendiculares y graves como frutos maduros.Volvimos a casa, al atardecer, cuando el sol hunda enorme y rojo en el horizonte, con algunas trtolas, algunos gorriones y una que otra ave marina que por curiosidad se aventuraba hasta aquellas arboledas tranquilas, bajo cuyas frondas acechaba la muerte.IIIMANUEL era bueno como el pan de Semana Santa. Ensortijado cabello, amplia frente de marfil, dulce mirar en los ojos morenos de pupilas hmedas y sombreadas bajo las prdigas cejas. Sobre sus labios carnosos apuntaba una sombra difuminada y azul. Perenne sonrisa, al par alegre y melanclica, vagaba entre sus prpados y las comisuras de sus labios bien dibujados. Una melancola fresca, jovial, sin amargura, pensativa y dulce, envolva todo su cuerpo esbelto y magro, flexible y de gratos movimientos. Gustaba del mar, del campo, de las noches de luna azules y consteladas, y de los cuentos de las abuelas. Alborozado en la alegra, mudo en el dolor, prdigo en sus dineros, en sus afectos tierno, fuerte en su voluntad, terrible en su clera, definitivo en sus resoluciones, y en su porte y decir leal y franco.IVUNA tarde lleg Manuel a casa muy preocupado. As lleg el segundo y lo mismo fue el tercero da. Nadie pudo conocer el motivo de su tristeza. Por la noche, fuimos al muelle a ver la luna sobre el mar. En un carrito conducido por los sirvientes, llegamos a la explanada sobre la cual eleva el faro su ojo ciclpeo y amarillo, cuyas miradas se quebraban en las aguas agitadas y sollozantes. Mientras conversaban las personas mayores, Manuel descendi por la escala del embarcadero y sobre el ltimo descanso se puso a cantar con la guitarra.En la paz de la noche, bajo la luna clara, en el frescor marino, la msica tena notas extraas que yo recuerdo medrosamente. Manuel cantaba un yarav que se deshaca en la brisa y se mezclaba al rumor de las olas. Yo he guardado un trozo de esa inolvidable cancin, toda mi vida, en la memoria:En su ventana mora el soly abajo, lento, cantaba el mar;y ella rea llena de amorrubia de oro crepuscular...No volvi nunca mi pobre amoryo desde lejos la vi pasar;todas las tardes mora el soly su ventana no se abri ms...y su ventana no se abri ms!Los versos eran de Manuel. Enmudecieron todos. Y aquella noche o desde mi cuarto sus sollozos de angustia.VMANUEL estaba muy enfermo y mi padre quiso mandarlo a Ica, a casa de la seora Eufemia, su madre. El tren sala a las ocho. Mis hermanos se levantaron temprano y en la casa haba la agitacin confusa de un da de viaje. Una criada arreglaba la maleta de Manuel mientras se serva el desayuno. Pona mi madre carne fra en las hogazas y humeaba el t en las jcaras. Terminado el desayuno, durante el cual Manuel no habl una palabra, mi padre le dijo:Todo est listo. Anda, Manuel, hijo mo, despdete!El criado haba marchado ya con las liadas ropas. Manuel se puso de pie, acercose a mi madre y al abrazarla ech a llorar. Apenas se le oan palabras inconexas. Se despidi de todos y sali rodeado de nosotros.A poco el convoy se perda, sobre los rieles, en las curvas brillantes, hacia el desierto amarillo y radiante, camino de Ica.VILLEG el lunes de Semana Santa y nosotros, segn la vieja costumbre, fuimos llevados a Ica por mi madre. Nos alojamos en casa de la abuelita. El tren haba llegado de noche y despus de cenar nos acostamos. Jams olvidar el amanecer de aquel Lunes Santo. Al abrir los ojos, en el estrecho cuarto, vi, iluminando la extensin, sobre una vieja puerta cerrada, por cuyas rendijas la luz de la maana entraba a chorros, una ventana de barrotes de madera tallados, entre los cuales jugueteaba el extendido brazo de una vid alegre, fresca e inquieta. Un vocero de gorriones poblaba el jardn cercano, y vibraban las voces familiares, y el mugir de las vacas y el sonar de baldes y cacharros...Nio, nio, vamos a tomar la leche cruda...!Y uno traa uvas pintas; y otro en el regazo, mangos, y otro rosquitas mantecadas. Qu olor de monturas, de menesteres de trabajo! Qu ropas tan buenas las de aquella cama tibia y amorosa! Qu maana tan hermosa donde todo era tan bueno, dulce y tranquilo! Vestidos de prisa, salimos todos. El cuarto daba a una enramada cubierta de parrales, entre cuyas hojas pendan maduros los racimos ubrrimos. Los sarmientos acariciaban los muros con sus retorcidos tentculos. Al fondo, ya en el corral, un floripondio con sus invertidas nforas, perfumaba; y junto al pozo de enladrillado broquel, sobre el guano oliente y blando, atada por una pata, la vaca, enorme y panzuda, de grandes ubres henchidas, se dejaba ordear tranquila. El blanco chorro caa al comps de la mano experta de un mocetn en un balde de zinc produciendo un ruido caracterstico y levantando espuma. Y un vapor de cosa caliente, de leche pura, que tena algo de la vida an clida, sala del balde y acariciaba la ubre, como una nube de incienso. Me ofrecieron un jarro, harto de espuma. Oh, el exquisito beber la dulce leche con calor de madre, con sabor de cosa sublime! Despus mi abuela nos llev al jardn, al pequeo jardn obra de sus manos sarmentosas. Sobre restos de botellas que antes sirvieran para guardar el agua y las lejas y los ponches de agraz de Navidad, ella haba puesto tierra nueva e improvisado macetas. Tena all violetas, la flor ms rara en la aldea; orbos, que sobre el enrejado de caas nacan, crecan y moran; raquticos y elegantes chirimoyos de perfumadas hojas; aristocrticos mangos, de finos tallos infantiles y transparentes, y paltos verdes que conservaban an la roja enorme semilla, pegada al tronco incipiente; y agua de lavanda y romero florecido y balsmico; y albahacas verdes, coposas y enanas; y, ya liberado del tiesto, en plena tierra, en un rincn del jardn, un jazminillo de la India... Tantas cosas, tan bellas que estn muertas como la buena abuelita y como el pobre Manuel y como mis ilusiones de esos das y como estas maanas de sol, que yo no he vuelto a ver nunca y como todo lo que es bello, y juvenil; y que pasa, y que no vuelve ms...VIIRECUERDO vagamente, como se recuerda un sueo, el da de Jueves Santo. Era el da del Seor de Luren, el patrn de mi pueblo. Durante muchas semanas antes, empezaban a llegar a Ica las ofrendas de todos los pueblos comarcanos; de los hacendados esplndidos de se y de otros valles. Los ricos hombres de Caete solan llevar, en persona, haciendo luengas caminatas, el presente de sus corazones agradecidos al Seor. Caballeros en potros briosos, brillantes, ricamente aperados, llegaban los seores dueos de grandes haciendas; y desfilaban por las calles montados en caballos de paso de grcil andar femenino: larga y peinada crin, vibrantes ijares, ceida cincha, negro y lustroso pelln, riendas lujosas de plata; e iban con sendos sombreros de ala curva y extensa; y ponchos de finos pliegues y pauelo al cuello con anillo de oro, y espuelas alegres y de argentino sonar; y cabriolaban las caballeras levantando nubes de polvo con gran asombro y desconcierto de la bulliciosa chiquillera, mientras los fieles, enlutados, cruzaban la caldeada acera, llevando flores, o sahumadores de filigrana, o cirios gruesos y decorados o ramos grandes de albahaca. Sonaban a muerto las campanas, chirriaban a ratos las matracas, y oase el singular sonsonete de los vendedores que ayuntados, de dos en dos, cargaban balaes tejidos con carrizo, forrados en pellejo de cabritillo, y anunciaban su apetitosa mercanca en tono musical:Pan de dulce, pan de dulce! A la regala! Pan de dulce!Y los balaes rebosaban con los bizcochos, que los haba de todo tamao; y ora llevaban dibujos los de a diez reales; y ora eran baados con azcar los de a cuartillo; y aquestos tenan almendras y esotros llevaban canelones y todos eran manjar imprescindible en el duelo aldeano de la Cristiandad.Ayunaba aquel da la gente del pueblo. Encerrbamos a los chiquillos en los jardines o corralones y a todos se nos deca:Hoy no se re, ni se canta, ni se juega, ni se habla fuerte, porque se ha muerto el Seor!Por la tarde las gentes con sus mejores trajes de luto, dirigindose a la Iglesia de Luren, donde estaba el Cristo que la vspera, con grandes ceremonias, haban bajado de su altar, en presencia de miles de peregrinos y gentes de lugar que llevaban grandes cantidades de algodn en rama, esponjoso y blanco, limpiaban con sus madejas el llagado cuerpo del Rab, y guardbanlas luego como panacea para todas las enfermedades. Ora serva para el mal de ojos, ora para quitar el demonio del cuerpo de los posedos, ora para recuperar un potro robado, ora, en fin, para curar las mil y una dolencias a que est sometido nuestro frgil natural.La iglesia del Seor de Luren era pequea como albergue de pobre, pero blanca, tranquila y soleada. Un techn abovedado y bajo, una sola nave, unas pocas ringleras de banquillos para los orantes; una vetusta, de granito, pila; sobre las columnas, y a la altura del techo, la fila de cuadros con los pasos del Calvario, viejos cromos con sendos marcos antiguos; pobres y desmantelados altares provistos en toda hora de margaritas y albahacas, entre las cuales agonizaban las amarillentas lenguas de los cirios, y aqu y acull, en dispersin y desorden, todo linaje de reclinatorios con sus respaldares de totora, y, en la madera rstica de sauce, las iniciales de sus poseedoras.Pegada a la iglesia como si en ella se cobijara, estaba la casa del seor cura. Grandes salas destartaladas por cuyos techos los huecos y rendijones dejaban pasar a chorros la alegra de los rayos del sol, alborotados y jocundos cual colegiales. Un aroma de albahacas y de sahumerio aleteaba en el pequeo templo. Aquel da los fieles iban todos a llorar la muerte del Redentor y haba de verse el rostro apenado, manso, dulce, triste, hermoso, radiante de ternura de aquel Cristo generoso a quien jams se demandara favor que fuese defraudada la peticin.El da de la procesin, las gentes ms distinguidas del lugar la presidan. A las nueve de la noche, con extraordinaria pompa sala el cortejo de la Iglesia, en cuya plaza y alrededores esperaba el pueblo, para acompaarlo. Salan las andas, con sus santos y santas; pomposos sus trajes de oro y plata relumbraban a las luces amarillas de los cirios. Las seoritas iban delante, rodeando a la cruz alta; haca calle el pueblo en dos hileras; cada persona llevaba en la mano un cirio encendido, en cuyo cuello se ataba una especie de abanico, para protegerle del viento. Grandes ramos de albahacas olorosas y flores de toda clase, tradas muchas de ellas desde comarcas lejanas, eran arrojadas al paso del Seor de Luren, que pasaba en hombros de gentes creyentes y distinguidas, envuelto en las nubes aromticas de sahumerio que hacan en sus sahumadores de plata las niitas y las damas que iban delante; las luces, el sahumerio, el perfume suave y exquisito de las albahacas, el singular olor de los cirios que ardan, la marcha cadenciosa y lamentable de la msica, que desde la capital era enviada especialmente y el contrito silencio de las gentes, daban a ese desfile religioso, admirable, amado y nico, un aspecto i