tuchman barbara - los cañones de agosto

Download Tuchman Barbara - Los Cañones de Agosto

If you can't read please download the document

Upload: jlmansilla

Post on 27-Dec-2015

33 views

Category:

Documents


3 download

DESCRIPTION

historia

TRANSCRIPT

{\rtf1{\info{\title Los ca?ones de agosto(c.1)}{\author Barbara Tuchman}}\ansi\ansicpg1252\deff0\deflang1033{\fonttbl{\f0\froman\fprq2\fcharset128 Times New Roman;}{\f1\froman\fprq2\fcharset128 Times New Roman;}{\f2\fswiss\fprq2\fcharset128 Arial;}{\f3\fnil\fprq2\fcharset128 Arial;}{\f4\fnil\fprq2\fcharset128 MS Mincho;}{\f5\fnil\fprq2\fcharset128 Tahoma;}{\f6\fnil\fprq0\fcharset128 Tahoma;}}{\stylesheet{\ql \li0\ri0\nowidctlpar\wrapdefault\faauto\rin0\lin0\itap0 \rtlch\fcs1 \af25\afs24\alang1033 \ltrch\fcs0 \fs24\lang1033\langfe255\cgrid\langnp1033\langfenp255 \snext0 Normal;}{\s1\ql \li0\ri0\sb240\sa120\keepn\nowidctlpar\wrapdefault\faauto\outlinelevel0\rin0\lin0\itap0 \rtlch\fcs1 \ab\af0\afs32\alang1033 \ltrch\fcs0 \b\fs32\lang1033\langfe255\loch\f1\hich\af1\dbch\af26\cgrid\langnp1033\langfenp255 \sbasedon15 \snext16 \slink21 heading 1;}{\s2\ql \li0\ri0\sb240\sa120\keepn\nowidctlpar\wrapdefault\faauto\outlinelevel1\rin0\lin0\itap0 \rtlch\fcs1 \ab\ai\af0\afs28\alang1033 \ltrch\fcs0 \b\i\fs28\lang1033\langfe255\loch\f1\hich\af1\dbch\af26\cgrid\langnp1033\langfenp255 \sbasedon15 \snext16 \slink22 heading 2;}{\s3\ql \li0\ri0\sb240\sa120\keepn\nowidctlpar\wrapdefault\faauto\outlinelevel2\rin0\lin0\itap0 \rtlch\fcs1 \ab\af0\afs28\alang1033 \ltrch\fcs0 \b\fs28\lang1033\langfe255\loch\f1\hich\af1\dbch\af26\cgrid\langnp1033\langfenp255 \sbasedon15 \snext16 \slink23 heading 3;}{\s4\ql \li0\ri0\sb240\sa120\keepn\nowidctlpar\wrapdefault\faauto\outlinelevel3\rin0\lin0\itap0 \rtlch\fcs1 \ab\ai\af0\afs23\alang1033 \ltrch\fcs0\b\i\fs23\lang1033\langfe255\loch\f1\hich\af1\dbch\af26\cgrid\langnp1033\langfenp255 \sbasedon15 \snext16 \slink24 heading 4;}{\s5\ql \li0\ri0\sb240\sa120\keepn\nowidctlpar\wrapdefault\faauto\outlinelevel4\rin0\lin0\itap0 \rtlch\fcs1 \ab\af0\afs23\alang1033 \ltrch\fcs0 \b\fs23\lang1033\langfe255\loch\f1\hich\af1\dbch\af26\cgrid\langnp1033\langfenp255 \sbasedon15 \snext16 \slink25 heading 5;}{\s6\ql \li0\ri0\sb240\sa120\keepn\nowidctlpar\wrapdefault\faauto\outlinelevel5\rin0\lin0\itap0 \rtlch\fcs1 \ab\af0\afs21\alang1033 \ltrch\fcs0 \b\fs21\lang1033\langfe255\loch\f1\hich\af1\dbch\af26\cgrid\langnp1033\langfenp255 \sbasedon15 \snext16 \slink26 heading 6;}}{\s3 \afs28{\b{\qlAnnotation\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}{\line } Cuando termin\u243? el mes de julio de 1914, Europa viv\u237?a a\u250?n inmersa en la enga\u241?osa placidez de la 'belle \u233?poque', instalada en la dilatada continuaci\u243?n de casi tres lustros de un siglo XIX, generoso y fruct\u237?fero, que no acababa de pasar. Treinta y un d\u237?as despu\u233?s hab\u237?a comenzado el siglo XX, y de la 'belle \u233?poque' no quedaba m\u225?s que un mont\u243?n de ruinas humeantes: hab\u237?an tronado los ca\u241?ones de agosto. A partir de un impresionante caudal de informaci\u243?n hist\u243?rica, Barbara W. Tuchman nos presenta en este libro cl\u225?sico el panorama dram\u225?tico, multicolor, cargado de tensiones psicol\u243?gicas, abrumador por su incertidumbre, desconcertante por su rapidez, de aquel mes de agosto de 1914 que cambi\u243? la faz del mundo. Los hechos que se sucedieron sobre el complicado mosaico de Europa y los personajes que en ellos intervinieron reviven aqu\u237? con asombrosa fidelidad, con aut\u233?ntico calor humano. Las peque\u241?as miserias, las virtudes, el genio, los rasgos m\u225?s personales e incluso los defectos f\u237?sicos de las figuras que entonces tuvieron en sus manos el destino de millones de seres, saltan ante nuestros ojos con expresivo vigor. {LOS CA\u209?ONES DE AGOSTO\par\pard\plain\hyphpar}{PREFACIO\par\pard\plain\hyphpar}{PR\u211?LOGO\par\pard\plain\hyphpar}{NOTA DE LA AUTORA\par\pard\plain\hyphpar}{INTRODUCCI\u211?N1 Unos funerales\par\pard\plain\hyphpar}{LOS PLANES2 \u171?Dejad que el \u250?ltimo hombre de la derecha roce el Canal con su manga\u187?3 La sombra de Sed\u225?n4 \u171?Un solo soldado ingl\u233?s\u187?5. El rodillo ruso\par\pard\plain\hyphpar}{EL ESTALLIDO6. Primero de agosto: Berl\u237?n7. Primero de agosto: Par\u237?s y Londres8. Ultim\u225?tum en Bruselas9. \u171?En casa antes de que caigan las hojas\u187?\par\pard\plain\hyphpar}{LAS BATALLAS10. \u171?Goeben\u8230? Un enemigo que huye\u187?11. Lieja y Alsacia12. El cuerpo expedicionario brit\u225?nico hacia el continente13. Sambre y Mosa14 El desastre: Lorena, Ardenas, Charleroi, Mons15 \u171?\u161?Llegan los Cosacos!\u187?16. Tannenberg17. Las llamas de Lovaina18. Aguas azules, bloqueo y el Gran Neutral19. La retirada20. El frente es Par\u237?s21. El cambio de direcci\u243?n de Von Kluck22. \u171?Caballeros, luchemos en el Marne\u187?\par\pard\plain\hyphpar}{DESPU\u201?S\par\pard\plain\hyphpar}{BIBLIOGRAF\u205?APublicaciones gubernamentales oficialesFuentes no oficialesObras secundarias\par\pard\plain\hyphpar}{notes\par\pard\plain\hyphpar} {\s1 \afs32{\b{\qlLOS CA\u209?ONES DE AGOSTO {\line }\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {\line } {\bCuando termin\u243? el mes de julio de 1914, Europa viv\u237?a a\u250?n inmersa en la enga\u241?osa placidez de la 'belle \u233?poque', instalada en la dilatada continuaci\u243?n de casi tres lustros de un siglo XIX, generoso y fruct\u237?fero, que no acababa de pasar. Treinta y un d\u237?as despu\u233?s hab\u237?a comenzado el siglo XX, y de la 'belle \u233?poque' no quedaba m\u225?s que un mont\u243?n de ruinas humeantes: hab\u237?an tronado los ca\u241?ones de agosto.} {\b A partir de un impresionante caudal de informaci\u243?n hist\u243?rica, Barbara W. Tuchman nos presenta en este libro cl\u225?sico el panorama dram\u225?tico, multicolor, cargado de tensiones psicol\u243?gicas, abrumador por su incertidumbre, desconcertante por su rapidez, de aquel mes de agosto de 1914 que cambi\u243? la faz del mundo.} {\b Los hechos que se sucedieron sobre el complicado mosaico de Europa y los personajes que en ellos intervinieron reviven aqu\u237? con asombrosa fidelidad, con aut\u233?ntico calor humano. Las peque\u241?as miserias, las virtudes, el genio, los rasgos m\u225?s personales e incluso los defectos f\u237?sicos de las figuras que entonces tuvieron en sus manos el destino de millones de seres, saltan ante nuestros ojos con expresivo vigor.} {\line }{\line }T\u237?tulo Original: {\iThe guns of august} Traductor: Scholz Rich, V\u237?ctor \u169?1962, Tuchman, Barbara Wertheim \u169?2004, Pen\u237?nsula Colecci\u243?n: Atalaya, 166 ISBN: 9788483076446 Generado con: QualityEbook v0.37 {\s1 \afs32{\b{\qlPREFACIO {\line }\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} Durante la \u250?ltima semana de enero de 1962, John Glenn pospuso por tercera vez su tentativa de viajar en cohete al espacio exterior y convertirse en el primer estadounidense en orbitar alrededor de la Tierra. A Bill \u171?Moose\u187? Skowren, el veterano primera base de los Yankees, tras realizar una buena temporada (561 {\iat bats}, 28 {\ihome runs} y 89 carreras impulsadas) se le concedi\u243? un aumento de salario de 3.000 d\u243?lares, cosa que elev\u243? sus ingresos anuales a 35.000 d\u243?lares. {\iFranny y Zooey} ocupaba el primer lugar de la lista de las novelas m\u225?s vendidas, seguida unos puestos m\u225?s abajo por {\iMatar a un ruise\u241?or}, mientras que el apartado de obras de no ficci\u243?n lo encabezaba {\iMy Life in Court}, de Louis Nizer. \u201?sa fue tambi\u233?n la semana en que se public\u243? una de las mejores obras de historia que un norteamericano haya escrito jam\u225?s en el siglo XX. {\iLos ca\u241?ones de agosto} se convirti\u243? r\u225?pidamente en un gran \u233?xito editorial. Los cr\u237?ticos no escatimaron elogios y el boca a boca hizo que decenas de miles de lectores leyeran la obra. El presidente Kennedy entreg\u243? un ejemplar al primer ministro brit\u225?nico Macmillan y le coment\u243? que los dirigentes mundiales deb\u237?an evitar de un modo u otro cometer los errores que condujeron al estallido de la Primera Guerra Mundial. El Comit\u233? Pulitzer, que, seg\u250?n lo estipulado por el creador de los galardones, no pod\u237?a otorgar el Premio de Historia a una obra que no versara sobre alg\u250?n tema estadounidense, encontr\u243? una soluci\u243?n concedi\u233?ndole a la se\u241?ora Tuchman el premio de la categor\u237?a de ensayo. {\iLos ca\u241?ones de agosto} ciment\u243? la reputaci\u243?n de la autora y, en adelante, sus libros siguieron siendo estimulantes y escritos con una prosa elegante. Pero, para que se vendieran, a la mayor\u237?a de los lectores les bastaba saber que quien lo hab\u237?a escrito era Barbara Tuchman. \u191?Qu\u233? es lo que le da a este libro \u8212?b\u225?sicamente una historia militar del primer mes de la Primera Guerra Mundial\u8212? un sello tan especial y la enorme reputaci\u243?n de la que goza? En \u233?l destacan cuatro cualidades: la aportaci\u243?n de numerosos detalles, cosa que mantiene al lector atento a los acontecimientos, casi como si se tratara de un testigo de los mismos; un estilo di\u225?fano, inteligente, equilibrado y lleno de ingenio; y un punto de vista alejado de los juicios morales, pues la se\u241?ora Tuchman nunca se dedica a sermonear o a extraer un juicio negativo de los hechos que analiza (opta por el escepticismo, no por el cinismo, y consigue no tanto que el lector sienta indignaci\u243?n por la maldad humana, sino que se entristezca ante el espect\u225?culo de la locura de sus cong\u233?neres). Estas tres virtudes est\u225?n presentes en todas las obras de Barbara Tuchman, pero en {\iLos ca\u241?ones de agosto} hay una cuarta que hace que, una vez iniciada la lectura del libro, resulte imposible dejarla. La autora incita al lector a suspender todo conocimiento que se posea de antemano acerca de lo que va a suceder. En las p\u225?ginas del libro, Barbara Tuchman sit\u250?a ante nuestros ojos un ej\u233?rcito alem\u225?n enorme \u8212?tres ej\u233?rcitos de campa\u241?a, diecis\u233?is cuerpos, treinta y siete divisiones, setecientos mil hombres\u8212? que avanza a trav\u233?s de B\u233?lgica con un objetivo final: Par\u237?s. Esta marea de soldados, caballos, piezas de artiller\u237?a y veh\u237?culos discurre por los polvorientos caminos del norte de Francia, avanzando de modo implacable, a todas luces imparable, hacia la capital francesa, con el objetivo de poner punto final a la guerra en el Oeste, tal y como los generales del {\iKaiser} lo hab\u237?an planificado, en cuesti\u243?n de seis semanas. El lector, al contemplar el avance de los alemanes, sabr\u225? ya seguramente que no van a alcanzar su meta, que Von Kluck desviar\u225? sus tropas y que, tras la Batalla del Marne, millones de soldados de ambos bandos se agazapar\u225?n en las trincheras para dejar paso a cuatro a\u241?os de carnicer\u237?a. No obstante, la se\u241?ora Tuchman hace gala de tanta habilidad que el lector se olvida de sus conocimientos. Rodeado por el estruendo de los ca\u241?ones y el entrechocar de los sables y las bayonetas, se convierte pr\u225?cticamente en un personaje m\u225?s de la acci\u243?n. \u191?Seguir\u225?n avanzando los exhaustos alemanes? \u191?Podr\u225?n resistir los desesperados franceses y brit\u225?nicos? El mayor m\u233?rito de la se\u241?ora Tuchman es que, en las p\u225?ginas de su libro, consigue revestir los acontecimientos de agosto de 1914 de tanto suspense como el experimentado por las personas que los vivieron realmente. Cuando {\iLos ca\u241?ones de agosto} apareci\u243?, en la prensa se describi\u243? a Barbara Tuchman como un ama de casa de cincuenta a\u241?os de edad, madre de tres hijas y esposa de un importante m\u233?dico de Nueva York. La realidad era m\u225?s compleja e interesante. Tuchman descend\u237?a de dos de las familias de intelectuales y comerciantes jud\u237?os m\u225?s destacadas de Nueva York. Su abuelo Henry Morgenthau s\u233?nior fue embajador en Turqu\u237?a durante la Primera Guerra Mundial, su t\u237?o Henry Morgenthau j\u250?nior fue el secretario del Tesoro de Franklin Delano Roosevelt durante m\u225?s de doce a\u241?os, y su padre, Maurice Wertheim, era el fundador de un importante banco. La infancia de Barbara Tuchman transcurri\u243? en dos hogares, primero en una mansi\u243?n de piedra caliza roja, de cinco pisos de altura, situada en el {\iUpper East Side}, donde una institutriz francesa le le\u237?a en voz baja pasajes de las obras de Racine y Corneille, y posteriormente en una casa de campo en Connecticut, dotada de establos y caballos. El padre de Barbara Tuchman hab\u237?a prohibido mencionar el nombre de Franklin D. Roosevelt en las comidas familiares, pero un d\u237?a la adolescente incumpli\u243? la norma y se le orden\u243? abandonar la mesa. Erguida en la silla, Barbara dijo: \u171?Ya soy mayor para tener que dejar la mesa\u187?. Su padre se la qued\u243? mirando perplejo, pero ella no se movi\u243? del sitio. Cuando lleg\u243? el momento de graduarse en Radcliffe, Barbara Tuchman no asisti\u243? a la ceremonia y, en lugar de ello, prefiri\u243? acompa\u241?ar a su abuelo a la Conferencia Monetaria y Econ\u243?mica Mundial celebrada en Londres, donde Morgenthau encabezaba la delegaci\u243?n estadounidense. Posteriormente pas\u243? un a\u241?o en Tokio como ayudante de investigaci\u243?n del Instituto de Relaciones del Pac\u237?fico, y luego empez\u243? a escribir sus primeros textos para {\iThe Nation}, que su padre hab\u237?a salvado de la bancarrota. A los veinticuatro a\u241?os de edad cubri\u243? la Guerra Civil espa\u241?ola desde Madrid. En junio de 1940, el mismo d\u237?a en que las tropas de Hitler entraban en Par\u237?s, Barbara se cas\u243? con el doctor Lester Tuchman en Nueva York. El doctor Tuchman, que estaba a punto de partir hacia el frente de guerra, pensaba que traer hijos al mundo no ten\u237?a sentido en Vista de la situaci\u243?n mundial por la que se atravesaba. La se\u241?ora Tuchman le respondi\u243? que \u171?si esperamos a que las cosas mejoren, tal vez nunca tendremos la oportunidad, pero si lo que realmente deseamos es tener un hijo, debemos tenerlo ahora, sin ponernos a pensar en los desmanes de Hitler\u187?. La primera de sus hijas naci\u243? nueve meses despu\u233?s. En los a\u241?os cuarenta y cincuenta, la se\u241?ora Tuchman se dedic\u243? a criar a sus hijas y escribir sus primeros libros. {\iBible and Sword} (\u171?La Biblia y la espada\u187?), una historia de la creaci\u243?n de Israel, apareci\u243? en 1954, y en 1958 vio la luz {\iEl telegrama Zimmermann}. Esta \u250?ltima obra, que narra el intento por parte del ministro de Asuntos Exteriores alem\u225?n de involucrar a M\u233?xico en la guerra contra Estados Unidos bajo la promesa de devolverle Texas, Nuevo M\u233?xico, Arizona y California \u8212?escrita con un estilo brillante y lleno de iron\u237?a\u8212?, constituy\u243? la primera muestra de lo que estaba por venir. Con el paso de los a\u241?os, cuando a {\iLos ca\u241?ones de agosto} le siguieron obras como {\iThe Proud of Tower (1890-1914. La torre del orgullo: Una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial), Stilwell and the American Experience in China} (\u171?Stilwell y la experiencia norteamericana en China\u187?), {\iA Distant Mirror (Un espejo lejano: El calamitoso siglo} XIV{\i), The March of Folly} (\u171?La marcha de la locura\u187?) y {\iThe First Salute} (\u171?El primer saludo\u187?), Barbara Tuchman lleg\u243? a ser considerada casi como un tesoro nacional, y la gente no dej\u243? de preguntarse c\u243?mo lo hab\u237?a logrado. Lo explic\u243? en una serie de conferencias y ensayos (recopilados en un volumen titulado {\iPracticing History}). Seg\u250?n Tuchman, lo m\u225?s importante es \u171?estar enamorado del tema de estudio\u187?. En una ocasi\u243?n, al describir a uno de los profesores que tuvo en Harvard, un hombre apasionado por la Constituci\u243?n norteamericana, record\u243? que \u171?sus ojos azules brillaban mientras impart\u237?a la lecci\u243?n, y yo entonces me sentaba en el borde del asiento\u187?. Explic\u243? tambi\u233?n que se sinti\u243? muy afligida cuando, a\u241?os despu\u233?s, conoci\u243? a un insatisfecho estudiante de doctorado obligado a escribir una tesis sobre un tema que no le apasionaba, el cual le hab\u237?a sido impuesto desde el departamento por razones pr\u225?cticas. \u191?C\u243?mo pod\u237?a interesarle a otras personas, se preguntaba Tuchman, si no le interesaba al propio autor? Los libros de Barbara Tuchman versaban sobre personas o acontecimientos que le intrigaban. Hab\u237?a algo que centraba su atenci\u243?n, estudiaba el tema y, con independencia de que se supiera poco o mucho acerca del mismo, si notaba que su curiosidad aumentaba, segu\u237?a adelante. Finalmente, Tuchman trataba de enriquecer cada uno de sus temas de estudio con nuevos datos, nuevos enfoques y una nueva interpretaci\u243?n. En cuanto a ese mes de agosto en particular, lleg\u243? a la conclusi\u243?n de que \u171?El a\u241?o 1914 estaba envuelto en un aura que hac\u237?a que todo aquel que la percibiera sintiera compasi\u243?n por la humanidad\u187?. Una vez que logra transmitir la fascinaci\u243?n que siente por el tema, los lectores que se dejan llevar por la pasi\u243?n y el talento de nuestra autora no pueden ya escapar al magnetismo de sus escritos. Barbara Tuchman empez\u243? investigando, es decir, acumulando datos. Durante toda su vida hab\u237?a le\u237?do mucho, pero en ese momento ten\u237?a por objetivo sumergirse en los acontecimientos de la \u233?poca, ponerse en la piel de la gente cuyas vidas estaba describiendo. Ley\u243? cartas, telegramas, diarios, memorias, documentos oficiales, \u243?rdenes militares, c\u243?digos secretos y misivas de amor. Asimismo, pas\u243? infinidad de horas en diferentes bibliotecas: la Biblioteca P\u250?blica de Nueva York, la Biblioteca del Congreso, los Archivos Nacionales, la {\iBritish Library} y el {\iPublic Record Office}, la {\iBiblioth\u233?que National}, la Biblioteca Sterling de Yale y la Biblioteca Widener de Harvard. (Seg\u250?n record\u243? despu\u233?s, durante esos a\u241?os de estudio las estanter\u237?as de la Biblioteca Widener fueron \u171?mi ba\u241?era de Arqu\u237?medes, mi zarza ardiente, el platillo de ensayo donde descubr\u237? mi penicilina personal. [...] Era feliz como una vaca a la que hubieran puesto a pastar en un campo lleno de tr\u233?boles frescos, y no me hubiera importado quedar encerrada all\u237? toda la noche\u187?.) Un verano, antes de escribir {\iLos ca\u241?ones de agosto}, alquil\u243? un peque\u241?o Renault y se dedic\u243? a visitar los campos de batalla de B\u233?lgica y Francia: \u171?VI los campos sembrados de trigo que la caballer\u237?a debi\u243? de echar a perder, constat\u233? la gran anchura del Mosa a su paso por Lieja y pude apreciar qu\u233? vista deb\u237?an de tener los soldados franceses sobre el territorio perdido de Alsacia al contemplarlo desde las colinas de los Vosgos\u187?. En las bibliotecas, en los campos de batalla o en su mesa de trabajo, la fuente de la que Barbara Tuchman siempre beb\u237?a era la de los datos gr\u225?ficos y espec\u237?ficos, que transmitir\u237?an al lector la naturaleza esencial de los protagonistas o los acontecimientos. He aqu\u237? algunos ejemplos: El {\iKaiser}: el \u171?poseedor de la lengua m\u225?s viperina de Europa\u187?. El archiduque Francisco Fernando: \u171?El futuro causante de la tragedia, alto, corpulento y envarado, con plumas verdes adornando su casco\u187?. Von Schlieffen, el arquitecto del plan de guerra alem\u225?n: \u171?De las dos clases de oficiales prusianos, los dotados de un cuello de toro y los gr\u225?ciles como gacelas, pertenec\u237?a a la segunda\u187?. Joffre, el comandante en jefe del Ej\u233?rcito franc\u233?s: \u171?Imponente y barrigudo en su holgado uniforme [...], Joffre parec\u237?a Santa Claus y ten\u237?a cierto aire de benevolencia e ingenuidad, dos cualidades que no formaban parte de su car\u225?cter\u187?. Sujomlinov, el ministro de la Guerra ruso: \u171?Astuto, indolente, amante de los placeres [...], con un rostro felino\u187?, quien, \u171?obnubilado [...] por la hermosa esposa de veintitr\u233?s a\u241?os de un gobernador de provincias, Sujomlinov se las ingeni\u243? para romper el matrimonio mediante la presentaci\u243?n de pruebas falsas y convertir a la joven en su cuarta esposa\u187?. El principal objetivo de la investigaci\u243?n de Barbara Tuchman era, simplemente, averiguar lo que hab\u237?a sucedido y, en la medida de lo posible, determinar c\u243?mo percibi\u243? la gente esos acontecimientos. No le gustaban los sistemas ni los historiadores inclinados a usarlos, y se mostr\u243? enteramente de acuerdo con la siguiente afirmaci\u243?n de un rese\u241?ador an\u243?nimo del {\iTimes Literary Supplement} \u171?El historiador que antepone su sistema a todo lo dem\u225?s dif\u237?cilmente puede evitar la herej\u237?a de preferir los hechos que mejor se amoldan a dicho sistema\u187?. Tuchman recomendaba dejar que los hechos dirigieran la investigaci\u243?n. \u171?En el terreno de la historia, al principio basta con saber qu\u233? ocurri\u243? \u8212?dijo\u8212?, sin tratar de responder demasiado pronto al "por qu\u233?" de las cosas. Creo que es m\u225?s apropiado dejar el "por qu\u233?" al margen hasta el momento en que se hayan no solamente reunido los hechos, sino en que se hayan dispuesto en una secuencia l\u243?gica; para ser precisos, en frases, p\u225?rrafos y cap\u237?tulos. El mismo proceso de transformaci\u243?n de una serie de personajes, fechas, calibres de munici\u243?n, cartas y discursos en un texto narrativo conduce a la postre a que el "porqu\u233?" emerja a la superficie\u187?. El problema que entra\u241?a la investigaci\u243?n, por supuesto, es saber cu\u225?ndo debe uno parar. \u171?Uno se debe parar antes de haber acabado \u8212?explic\u243?\u8212?, porque, de lo contrario, uno nunca se parar\u225? y nunca terminar\u225?\u187?. \u171?Investigar \u8212?afirm\u243? en una ocasi\u243?n\u8212? es una actividad que siempre resulta seductora, pero ponerse a escribir requiere mucho trabajo\u187?. Sin embargo, al final empezaba a seleccionar, a destilar, a dar coherencia a los datos, a crear pautas, a construir una forma narrativa; en resumidas cuentas, a escribir. El proceso de escribir, afirm\u243? Tuchman, es \u171?laborioso, lento, a menudo doloroso y, a veces, ag\u243?nico. Requiere reformular las ideas, revisar el texto, a\u241?adir nuevos fragmentos, cortar, volver a escribir. Pero eso proporciona una sensaci\u243?n de excitaci\u243?n, casi un \u233?xtasis, un momento en el Olimpo\u187?. Sorprendentemente, a Barbara Tuchman le llev\u243? a\u241?os perfeccionar su famoso estilo. La tesis que escribi\u243? en Radcliffe le fue devuelta con una nota que dec\u237?a: \u171?Estilo mediocre\u187?, y su libro {\iBible and Sword} fue rechazado en treinta ocasiones antes de encontrar editor. Con todo, no cej\u243? en su empe\u241?o y, finalmente, dio con la f\u243?rmula adecuada: \u171?Mucho trabajo, un buen o\u237?do y practicar constantemente\u187?. La se\u241?ora Tuchman cre\u237?a ante todo en el poder de \u171?esa magn\u237?fica herramienta al alcance de todos que es el idioma ingl\u233?s\u187?. De hecho, su fidelidad estaba a menudo escindida entre el tema escogido y el instrumento utilizado para expresarlo. \u171?En primer lugar soy una escritora cuyo objeto de estudio es la historia \u8212?afirm\u243?\u8212?. El arte de escribir me interesa en igual medida que el arte de la historia. [...] Me siento seducida por la sonoridad de las palabras y por la interacci\u243?n de sus sonidos y su sentido\u187?. A veces, cuando cre\u237?a haber escrito una frase o un p\u225?rrafo particularmente brillantes, deseaba compartir el hallazgo inmediatamente y telefoneaba a su editor para le\u233?rselo. El lenguaje elegante y dominado con precisi\u243?n le parec\u237?a el instrumento m\u225?s adecuado para darle voz a la historia. Su objetivo final era \u171?conseguir que el lector prosiga con la lectura\u187?. En una \u233?poca marcada por la cultura de masas y la mediocridad, Barbara Tuchman era una elitista. En su opini\u243?n, los dos criterios esenciales de calidad eran \u171?un esfuerzo intenso y una actitud honesta en cuanto al prop\u243?sito. La diferencia no tiene que ver tan s\u243?lo con una cuesti\u243?n de talento art\u237?stico, sino tambi\u233?n con la intenci\u243?n. O lo haces bien o lo haces medio bien\u187?, dijo. La relaci\u243?n que manten\u237?a con los acad\u233?micos, los cr\u237?ticos y los rese\u241?adores era de cautela. No estaba doctorada. \u171?Pienso que es lo que me salv\u243?\u187?, dijo, pues cre\u237?a que los requisitos de la vida acad\u233?mica convencional pueden embotar la imaginaci\u243?n, minar el entusiasmo y malograr el estilo. \u171?El historiador acad\u233?mico \u8212?afirm\u243?\u8212? padece las consecuencias de tener un p\u250?blico cautivo, primero con el director de su investigaci\u243?n y despu\u233?s con el tribunal examinador. Su principal preocupaci\u243?n no es lograr que el lector pase a la siguiente p\u225?gina\u187?. En una ocasi\u243?n alguien le sugiri\u243? que tal vez disfrutar\u237?a impartiendo clases. \u171?\u191?Por qu\u233? tendr\u237?a que gustarme ense\u241?ar? \u8212?respondi\u243? con firmeza\u8212?. \u161?Soy una escritora! \u161?No quiero dar clases! \u161?No podr\u237?a dar clases si lo intentara!\u187?. Para Tuchman, el lugar que debe ocupar un escritor es la biblioteca o el terreno donde va a realizar la investigaci\u243?n, o en su mesa de trabajo, escribiendo. Como afirm\u243?, Herodoto, Tuc\u237?dides, Gibbon, MacCauley y Parkman no pose\u237?an un t\u237?tulo de doctor. Barbara Tuchman se sinti\u243? profundamente molesta cuando los rese\u241?adores, en especial los pertenecientes al \u225?mbito acad\u233?mico, afirmaron con desd\u233?n que {\iLos ca\u241?ones de agosto} era \u171?historia popular\u187?, queriendo decir con ello que, al venderse numerosos ejemplares de la obra, \u233?sta no satisfac\u237?a los niveles de exigencia en cuanto a calidad. Tuchman ignor\u243? por regla general la pol\u237?tica, seguida por muchos escritores, de no responder nunca a las rese\u241?as negativas, porque hacerlo solamente provoca al rese\u241?ador y le incita a cargar de nuevo las tintas. Por el contrario, ella devolv\u237?a los golpes. \u171?Me he percatado \u8212?escribi\u243? una vez al {\iNew York Times}\u8212? de que los rese\u241?adores que no dejan escapar la oportunidad de criticar a un autor por haber pasado por encima de tal o cual cuesti\u243?n, normalmente no han le\u237?do en toda su extensi\u243?n el texto que est\u225?n rese\u241?ando\u187?. Y en otra ocasi\u243?n escribi\u243?: \u171?Los autores de obras de no ficci\u243?n entienden que los rese\u241?adores deben hallar alg\u250?n error a fin de exhibir su erudici\u243?n, y nosotros esperamos ante todo saber cu\u225?l ser\u225? ese error\u187?. A la postre, Tuchman consigui\u243? ganarse el favor de la mayor\u237?a de los acad\u233?micos (o, al menos, impedir que criticaran sus obras con excesiva dureza). Con el paso de los a\u241?os, pronunci\u243? conferencias en muchas de las universidades m\u225?s importantes del pa\u237?s y recibi\u243? el reconocimiento de muchas de ellas, gan\u243? dos premios Pulitzer y se convirti\u243? en la primera mujer en acceder al cargo de presidenta de la Academia e Instituto de las Artes y las Letras Estadounidenses en sus ochenta a\u241?os de existencia. Pese a la combatividad que mostraba en el terreno profesional, en las obras de Barbara Tuchman pod\u237?a constatarse una tolerancia poco frecuente. Los engre\u237?dos, los presumidos, los codiciosos, los locos, los cobardes... a todos ellos los describi\u243? en t\u233?rminos humanos y, hasta donde ello era posible, les concedi\u243? el beneficio de la duda. Un buen ejemplo de esto es el an\u225?lisis de por qu\u233? sir John French, quien anteriormente hab\u237?a sido el fiero jefe del Cuerpo Expedicionario Brit\u225?nico destinado en Francia, parec\u237?a renuente a enviar a sus tropas al campo de batalla: \u171?Tanto si la causa fueron las \u243?rdenes de lord Kitchener [el ministro de la Guerra] y sus advertencias contra "las p\u233?rdidas y el despilfarro de material", o que sir John French se percatara s\u250?bitamente de que tras el CEB no hab\u237?a tropas instruidas en las islas, o bien si al llegar al continente, a unos pocos kil\u243?metros de un enemigo formidable y ante la certeza de tener que entrar en batalla, no pudo soportar el peso de la responsabilidad, o si bajo las palabras y maneras gradilocuentes de que hac\u237?a gala se hab\u237?an ido deslizando de modo invisible los juicios naturales del valor [...], nadie que no haya estado en la misma situaci\u243?n puede juzgarlo\u187?. Barbara Tuchman escrib\u237?a historia para narrar la historia de la lucha, los logros, las frustraciones y las derrotas del ser humano, no para extraer conclusiones morales. No obstante, {\iLos ca\u241?ones de agosto} ofrece algunas lecciones. En la obra el lector hallar\u225? monarcas, diplom\u225?ticos y generales locos que se lanzaron ciegamente a una guerra que nadie quer\u237?a, un Armaged\u243?n que se desarroll\u243? con la misma irreversibilidad inexorable que una tragedia griega. \u171?En el mes de agosto de 1914 \u8212?escribi\u243? Tuchman\u8212? hab\u237?a algo amenazador, ineludible y universal que nos involucraba a todos. Hab\u237?a algo en ese sobrecogedor trecho entre los planes perfectos y el error humano que hace que uno tiemble con una sensaci\u243?n de "Nunca digas de esta agua no beber\u233?"\u187?. La esperanza de Tuchman era que sus lectores aprendieran la lecci\u243?n, evitaran esos errores y mejorasen un tanto como personas. Fueron este esfuerzo y estas lecciones lo que atrajo a presidentes y primeros ministros, as\u237? como a millones de lectores corrientes. La familia y el trabajo dominaron la vida de Barbara Tuchman. Lo que le procuraba m\u225?s placer era sentarse a una mesa y escribir. No toleraba las distracciones. Una vez, cuando ya era famosa, su hija Alma le dijo que Jane Fonda y Barbra Streisand quer\u237?an que escribiera el gui\u243?n de una pel\u237?cula. Ella neg\u243? con la cabeza. \u171?Pero, mam\u225? \u8212?dijo Alma\u8212?, \u191?ni siquiera quieres hablar con Jane Fonda?\u187?. \u171?Oh, no \u8212?dijo la se\u241?ora Tuchman\u8212?, no tengo tiempo. Tengo mucho trabajo\u187?. Escrib\u237?a los primeros borradores a mano, en un bloc de notas amarillo, en cuyas hojas \u171?anotaba todos los datos de forma desordenada, con multitud de tachaduras e indicaciones\u187?. A continuaci\u243?n transcrib\u237?a los borradores con su m\u225?quina de escribir, a triple espacio, para despu\u233?s recortar los fragmentos con unas tijeras y volver a pegarlos sobre papel en una secuencia diferente. Normalmente trabajaba cuatro o cinco horas seguidas, sin interrupci\u243?n. \u171?El verano en que estaba finalizando {\iLos ca\u241?ones de agosto} \u8212?recuerda su hija Jessica\u8212? trabajaba a contrarreloj y estaba desesperada por ponerse al d\u237?a. [...] Para mantenerse alejada del tel\u233?fono, instal\u243? una mesa de juego y una silla en una vieja vaquer\u237?a situada junto a los establos, una habitaci\u243?n donde hac\u237?a fr\u237?o incluso en verano. Empezaba a trabajar a las siete y media de la ma\u241?ana. Mi tarea consist\u237?a en llevarle el almuerzo a las doce y media, que inclu\u237?a un {\isandwich}, un zumo V-8 y una pieza de fruta. Todos los d\u237?as, cuando me aproximaba silenciosamente sobre el manto de agujas de pino que rodeaba los establos, la ve\u237?a en la misma posici\u243?n, siempre absorta en el trabajo. A las cinco de la tarde m\u225?s o menos sol\u237?a parar\u187?. Uno de los p\u225?rrafos que Barbara Tuchman escribi\u243? ese verano le cost\u243? ocho horas de trabajo y se convirti\u243? en el pasaje m\u225?s famoso de toda su obra. Es el p\u225?rrafo con que da inicio {\iLos ca\u241?ones de agosto}, y dice as\u237?: \u171?Era tan maravilloso el espect\u225?culo aquella ma\u241?ana de mayo del a\u241?o 1910...\u187?. Con s\u243?lo pasar unas p\u225?ginas, la afortunada persona que hasta ahora no hab\u237?a tropezado con este libro puede empezar a leerlo. {\iROBERT K. MASSIE} {\s1 \afs32{\b{\qlPR\u211?LOGO {\line }\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} El origen de esta obra se remonta a dos libros que escrib\u237? anteriormente, centrados ambos en la Primera Guerra Mundial. El primero era {\iBible and Sword}, acerca de los or\u237?genes de la Declaraci\u243?n Balfour de 1917, confeccionada en previsi\u243?n de la entrada de los brit\u225?nicos en Jerusal\u233?n en el transcurso de la guerra contra Turqu\u237?a en Oriente Pr\u243?ximo. Como centro y lugar de origen de la religi\u243?n judeocristiana \u8212?y tambi\u233?n de la musulmana\u8212?, aunque en ese momento se trataba de una cuesti\u243?n que no suscitaba demasiada preocupaci\u243?n, la toma de la Ciudad Santa se consider\u243? un acontecimiento importante que requer\u237?a un gesto a la altura de las circunstancias y que proporcionara un fundamento moral adecuado. Para atender dicha necesidad se ide\u243? una declaraci\u243?n oficial que reconociera Palestina como el hogar nacional de los habitantes originales, no como resultado de una ideolog\u237?a proclive al semitismo, sino como consecuencia de otros dos factores: la influencia de la Biblia en la cultura brit\u225?nica, en especial del Antiguo Testamento, y una doble influencia, ese preciso a\u241?o, de lo que el {\iManchester Guardian} llam\u243? \u171?la insistente l\u243?gica de la situaci\u243?n militar en los bancos del Canal de Suez\u187?; en definitiva, {\iBible and Sword} (\u171?La Biblia y la espada\u187?). El segundo de los libros que antecedieron a {\iLos ca\u241?ones de agosto} fue {\iEl telegrama Zimmermann}, sobre la propuesta del entonces ministro de Exteriores alem\u225?n, Arthur Zimmermann, de convencer a M\u233?xico, as\u237? como a Jap\u243?n, para que declarara la guerra a Estados Unidos, bajo la promesa de una futura restituci\u243?n de los territorios de Arizona, Nuevo M\u233?xico y Texas. La inteligente idea de Zimmermann consist\u237?a en mantener a Estados Unidos ocupado en el continente americano a fin de impedir que se involucrara en la guerra que ten\u237?a lugar en Europa. Sin embargo, Alemania logr\u243? justamente lo contrario cuando el telegrama sin hilos enviado al presidente de M\u233?xico fue descodificado por los brit\u225?nicos y transmitido al gobierno norteamericano, que acto seguido lo public\u243?. La propuesta de Zimmermann suscit\u243? la ira del pueblo estadounidense y precipit\u243? la entrada del pa\u237?s en la guerra. Siempre he pensado, en el curso de mi relaci\u243?n con la historia, que 1914 fue, por decirlo as\u237?, el momento en que el reloj dio la hora, la fecha en que concluy\u243? el siglo XIX y dio inicio nuestra era, \u171?el terrible siglo XX\u187?, como Churchill lo llam\u243?. Al buscar el tema para un libro, tuve la impresi\u243?n de que 1914 se ajustaba a lo que estaba buscando, aunque no sab\u237?a por d\u243?nde empezar ni qu\u233? estructura utilizar. No obstante, mientras estaba d\u225?ndole vueltas al asunto, ocurri\u243? un peque\u241?o milagro. Mi agente me llam\u243? para preguntarme lo siguiente: \u171?\u191?Te gustar\u237?a hablar con un editor que quiere que escribas un libro sobre 1914?\u187?. Me qued\u233? at\u243?nita a medida que mi agente me formulaba la pregunta, pero no hasta el punto de no poder responderle: \u171?Bien, s\u237?, me gustar\u237?a\u187?. La verdad es que me sent\u237?a bastante turbada por el hecho de que alguien hubiera tenido la misma idea, pero el hecho de que esa persona, al ocurr\u237?rsele la idea, hubiera pensado en m\u237? me llenaba de satisfacci\u243?n. Se trataba de un brit\u225?nico, Cecil Scott, de la {\iMacmillan Company}, quien, lamentablemente, ya ha fallecido. Como me dijo m\u225?s tarde, cuando nos reunimos, lo que quer\u237?a era un libro acerca de lo que sucedi\u243? realmente en la Batalla de Mons, la primera ocasi\u243?n en que el CEB (Cuerpo Expedicionario Brit\u225?nico) entr\u243? en combate en 1914; la batalla puso a prueba hasta tal punto la capacidad de combate de los alemanes que dio lugar a leyendas sobre la posibilidad de una intervenci\u243?n sobrenatural. Esa semana, tras entrevistarme con el se\u241?or Scott, ten\u237?a previsto irme a esquiar unos d\u237?as, as\u237? que me llev\u233? a Vermont un malet\u237?n lleno de libros sobre los inicios de la Gran Guerra. Regres\u233? a casa con el prop\u243?sito de escribir un libro sobre la huida del {\iGoeben}, el acorazado alem\u225?n que, tras zafarse de los cruceros brit\u225?nicos que lo persiguieron por el Mediterr\u225?neo, hab\u237?a llegado a Constantinopla y hab\u237?a conseguido que Turqu\u237?a \u8212?y con ella todo el Imperio otomano de Oriente Pr\u243?ximo\u8212? entrara en la guerra, cosa que determin\u243? el curso de la historia en toda esa zona hasta nuestros d\u237?as. Explicar la odisea del {\iGoeben} me parec\u237?a algo natural, puesto que se hab\u237?a convertido en una historia familiar (yo ten\u237?a dos a\u241?os de edad cuando sucedi\u243?). Asimismo, el acontecimiento se produjo cuando, junto con mi familia, estaba cruzando el Mediterr\u225?neo en direcci\u243?n a Constantinopla para visitar a mi abuelo, quien por entonces era el embajador estadounidense en la capital otomana. Los miembros de mi familia a menudo explicaban que, desde el barco, pudimos ver la humareda de los disparos que efectuaban los ca\u241?ones de los cruceros brit\u225?nicos y la posterior huida a toda m\u225?quina del {\iGoeben}. Despu\u233?s, al llegar a Constantinopla, fuimos los primeros en informar a las autoridades y a los diplom\u225?ticos de la capital del drama que hab\u237?amos presenciado en alta mar. Cuando mi madre explic\u243? que el embajador alem\u225?n la hab\u237?a sometido a un duro interrogatorio antes de que pudiera desembarcar e ir a saludar a su padre, tuve conciencia por vez primera, casi de primera mano, del brusco proceder de los alemanes. Casi treinta a\u241?os m\u225?s tarde, cuando regres\u233? de Vermont y le expliqu\u233? al se\u241?or Scott que \u233?sa era la historia de 1914 sobre la que quer\u237?a escribir, me dijo que no le interesaba. Todav\u237?a ten\u237?a la mente puesta en Mons: \u191?c\u243?mo hab\u237?a conseguido el CEB rechazar a los alemanes?, \u191?era cierto que hab\u237?an visto a un \u225?ngel sobre el campo de batalla?, \u191?cu\u225?l era la base de la leyenda del \u193?ngel de Mons, a fin de cuentas tan importante en el frente occidental? La verdad es que yo todav\u237?a me sent\u237?a m\u225?s inclinada a escribir sobre el {\iGoeben} que sobre el \u193?ngel de Mons, pero el hecho de que un editor estuviera tan interesado en publicar un libro sobre 1914 era lo que para m\u237? ten\u237?a realmente importancia. Abordar la guerra en toda su extensi\u243?n me parec\u237?a algo que escapaba a mi capacidad, pero el se\u241?or Scott insisti\u243? en que pod\u237?a hacerlo, y cuando elabor\u233? el plan de ce\u241?irme al primer mes de la guerra, que conten\u237?a el germen de todo lo acontecido posteriormente, incluidos los episodios del {\iGoeben} y de la Batalla de Mons \u8212?con tal de satisfacer las preferencias de ambos\u8212?, el proyecto empez\u243? a parecer factible. Pese a todo, cuando tuve que enfrentarme a todos esos cuerpos del Ej\u233?rcito numerados con cifras romanas y a los flancos derecho e izquierdo, no tard\u233? en sentirme una ignorante en la materia y en creer que deber\u237?a haber estudiado durante diez a\u241?os en la Academia del Estado Mayor antes de escribir un libro de este tipo. Esa sensaci\u243?n la not\u233? con especial intensidad cuando tuve que explicar c\u243?mo hab\u237?an conseguido los franceses, que estaban a la defensiva, recuperar el territorio de Alsacia justo al principio de la conflagraci\u243?n. De hecho, esto no acab\u233? de entenderlo nunca, pero decid\u237? pasar de puntillas sobre el tema y tratar otra cuesti\u243?n, una artima\u241?a que se aprende en el proceso de escribir historia (camuflar un poco los hechos cuando uno no lo entiende todo). V\u233?anse, si no, las altisonantes y equilibradas frases que a veces escrib\u237?a Gibbon, las cuales, si se analizan con detenimiento, a menudo carecen de sentido, pero uno acaba ignorando ese hecho ante la maravillosa estructuraci\u243?n de las mismas. Yo no soy Gibbon, pero he aprendido a valorar el esfuerzo de adentrarme en materias que no me resultan familiares, en lugar de regresar a un terreno del que ya se conocen las fuentes primarias y todos los personajes y circunstancias. Ciertamente, optar por esto \u250?ltimo hace que el trabajo sea mucho m\u225?s f\u225?cil, pero impide la emoci\u243?n del descubrimiento y la sorpresa, que es el motivo por el que me gusta adentrarme en un tema que no conozco con vistas a escribir un libro sobre el mismo. Puede que esto no resulte del agrado de los cr\u237?ticos, pero a m\u237? me satisface. Aunque antes de publicar {\iLos ca\u241?ones de agosto} los cr\u237?ticos apenas me conoc\u237?an y no gozaba de la reputaci\u243?n necesaria entre ellos para disfrutar autom\u225?ticamente de una buena acogida, el libro se recibi\u243? de forma muy calurosa. Clifton Fadiman escribi\u243? lo siguiente en el bolet\u237?n del Club del Libro del Mes: \u171?Uno debe ser precavido ante las grandes palabras. No obstante, es harto probable que {\iLos ca\u241?ones de agosto} se convierta en un cl\u225?sico de la literatura hist\u243?rica. Posee unas virtudes que pr\u225?cticamente lo emparentan con las obras de Tuc\u237?dides: inteligencia, concisi\u243?n y un distanciamiento mesurado. {\iLos ca\u241?ones de agosto} trata de los d\u237?as que precedieron y siguieron al estallido de la Primera Guerra Mundial, un objeto de estudio que, como los de Tuc\u237?dides, va m\u225?s all\u225? del limitado alcance de la mera narrativa. Y es que, con una prosa s\u243?lida y muy trabajada, este libro establece los momentos hist\u243?ricos que han conducido de modo inexorable a la situaci\u243?n actual. Sit\u250?a nuestra terrible \u233?poca en una larga perspectiva, y sostiene que si la mayor\u237?a de los hombres, las mujeres y los ni\u241?os del mundo van a morir abrasados a causa de las bombas at\u243?micas, la g\u233?nesis de esa aniquilaci\u243?n seguramente deber\u225? buscarse en las bocas de los ca\u241?ones que hablaron en agosto de 1914. Esto que acabo de escribir puede parecer una simplificaci\u243?n extrema de lo sostenido en la obra, pero describe la tesis de la autora, que expone con absoluta sobriedad. Tuchman est\u225? convencida de que el punto muerto del terrible mes de agosto determin\u243? el curso posterior de la guerra y los t\u233?rminos de la paz, la configuraci\u243?n del per\u237?odo de entreguerras y las condiciones de la segunda gran conflagraci\u243?n\u187?. A continuaci\u243?n, Fadiman describ\u237?a a los principales personajes de la obra. Al respecto dec\u237?a que \u171?una de las caracter\u237?sticas que distinguen a un buen historiador es su capacidad para arrojar luz sobre los seres humanos en la misma medida que sobre los acontecimientos\u187?, y entre esos personajes destacaba a los siguientes: el {\iKaiser}, el rey Alberto y los generales Joffre y Foch, entre otros, tal y como yo hab\u237?a tratado de describirlos, cosa que me dio la impresi\u243?n de haber logrado lo que me propon\u237?a. Me sent\u237? tan halagada por las palabras de Fadiman \u8212?por no mencionar la comparaci\u243?n con Tuc\u237?dides\u8212? que me sorprend\u237? llorando, una reacci\u243?n que nunca he vuelto a experimentar. Lograr que alguien entienda perfectamente lo que uno ha escrito quiz\u225? s\u243?lo puede esperarse que ocurra una vez en la vida. Supongo que lo m\u225?s importante a la hora de escribir la introducci\u243?n a una edici\u243?n conmemorativa es saber si la relevancia hist\u243?rica del libro se mantiene intacta. Yo pienso que as\u237? es. No creo necesario modificar ni una sola l\u237?nea. Aunque la parte m\u225?s conocida del libro es la escena inicial del funeral de Enrique VII, el p\u225?rrafo final del ep\u237?logo condensa el significado de la Gran Guerra en nuestra historia. Aunque puede resultar presuntuoso por mi parte decir algo as\u237?, pienso que ello se explica tan bien como en cualquiera de los manuales que conozco acerca de la Primera Guerra Mundial. Poco despu\u233?s de los elogiosos comentarios de Fadiman pude leer una asombrosa predicci\u243?n en {\iPublishers Weekly}, la Biblia del mundo editorial. \u171?Los {\ica\u241?ones de agosto} \u8212?dec\u237?a\u8212? ser\u225? la obra de no ficci\u243?n m\u225?s vendida durante la temporada de invierno\u187?, e, inspirada por esta rotunda afirmaci\u243?n, la publicaci\u243?n se dejaba llevar por una cierta excentricidad al afirmar que el libro \u171?captar\u225? la atenci\u243?n del p\u250?blico estadounidense y le infundir\u225? un renovado entusiasmo por los momentos el\u233?ctricos de este ignorado cap\u237?tulo de la historia [...]\u187?. No creo que yo hubiera escogido el t\u233?rmino \u171?entusiasmo\u187? para referirme a la Gran Guerra, o que alguien pueda sentir \u171?entusiasmo\u187? por los \u171?momentos el\u233?ctricos\u187?, o que tenga sentido llamar a la Primera Guerra Mundial, que tiene la lista de referencias bibliogr\u225?ficas m\u225?s larga de la Biblioteca P\u250?blica de Nueva York, un \u171?cap\u237?tulo ignorado\u187? de la historia, pese a todo lo cual me sent\u237? muy agradecida por la calurosa bienvenida que {\iPW} le dispensaba a {\iLos ca\u241?ones de agosto}. Recuerdo que, mientras escrib\u237?a el libro, en momentos de desaliento le preguntaba al se\u241?or Scott: \u171?\u191?Qui\u233?n va a leer esto?\u187?, y \u233?l me respond\u237?a: \u171?Al menos dos personas: usted y yo mismo\u187?. Esa observaci\u243?n no resultaba muy alentadora, y por eso las palabras publicadas en PW me parecieron m\u225?s asombrosas a\u250?n. Como pudo verse posteriormente, sus predicciones eran acertadas. {\iLos ca\u241?ones de agosto} empez\u243? a cosechar un gran \u233?xito de ventas, y mis hijas, a quienes destin\u233? los ingresos en concepto de derechos de autor y derechos de venta en el extranjero, desde entonces han ido recibiendo cheques con sumas nada despreciables. Cuando se tiene que dividir entre tres, la cantidad puede que no sea muy grande, pero es bueno saber que, treinta y seis a\u241?os despu\u233?s, el libro todav\u237?a sigue llegando a las manos de nuevos lectores. Con esta nueva edici\u243?n me siento feliz de que pueda darse a conocer a las nuevas generaciones, y espero que al llegar a la mediana edad no haya perdido su encanto o, m\u225?s precisamente, su inter\u233?s. {\iBARBARA W. TUCHMAN} {\s1 \afs32{\b{\qlNOTA DE LA AUTORA {\line }\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} Deseo expresar, en primer lugar, mi deuda de gratitud al se\u241?or Cecil Scott, de {\iThe Macmillan Company}, de Nueva York, cuyos consejos, est\u237?mulos y conocimiento del tema han sido un elemento esencial y un firme apoyo desde el principio al fin. He tenido, asimismo, la suerte de poder contar con la colaboraci\u243?n cr\u237?tica del se\u241?or Denning Miller, que me ha aclarado muchos problemas de l\u233?xico e interpretaci\u243?n y ha conseguido un libro mejor de lo que hubiese sido en caso contrario. Por su ayuda le estoy eternamente agradecida. Quiero expresar igualmente mi reconocimiento a las fuentes tan valiosas de la {\iNew York Public Library}, y, al mismo tiempo, el deseo de que, de alg\u250?n modo, alg\u250?n d\u237?a se encuentre en mi ciudad natal un medio para que los recursos que los eruditos puedan hallar en nuestra Biblioteca puedan compararse con los de aqu\u233?lla. Mi agradecimiento tambi\u233?n va dirigido a la {\iNew York Society Library} por la continua hospitalidad de sus miembros y por facilitarme un lugar donde escribir a la se\u241?ora Agnes F. Peterson, de la {\iHoover Library} de Stanford, por haberme prestado el {\iProc\u233?s-Verbaux}, de Briey, y haberse esforzado en todo momento en hallar la respuesta a muchas preguntas; a la se\u241?orita R. E. B. Coombe, del {\iImperial War Museum} de Londres, por muchas de las ilustraciones; a los miembros de la {\iBiblioth\u233?que de Documentation Internationale Contemporaine} de Par\u237?s, por su material original, y al se\u241?or Henry Sachs, de la {\iAmerican Ordenance Association}, por sus consejos t\u233?cnicos y por ayudarme con mi deficiente alem\u225?n. Quiero explicarle al lector que la omisi\u243?n de Austria-Hungr\u237?a, Serbia y los frentes ruso-austriaco y serbo-austriaco no ha sido enteramente arbitraria. El inagotable problema de los Balcanes se separa, de un modo natural, del resto de la guerra, y, en mi opini\u243?n, la obra adquiere de este modo mayor unidad, y se evita, al mismo tiempo, una ampliaci\u243?n excesiva de su objeto. Despu\u233?s de haberme sumergido durante mucho tiempo en los recuerdos militares, hab\u237?a confiado en poder renunciar a citar con cifras romanas las unidades militares, que hacen que una p\u225?gina resulte tan fr\u237?a, pero la costumbre ha resultado m\u225?s fuerte que las buenas intenciones. No he podido hacer nada con las cifras romanas que, al parecer, est\u225?n intr\u237?nsecamente ligadas a los cuerpos de Ej\u233?rcito, pero s\u237? puedo ofrecer al lector una valiosa regla de orientaci\u243?n: los r\u237?os fluyen hacia abajo, y los ej\u233?rcitos, incluso cuando dan media vuelta y se repliegan, se considera que marchan hacia el lugar del que partieron, es decir, su izquierda y su derecha siguen siendo las mismas que en el momento en que avanzaban. En las notas que hay al final del libro, ofrecemos las fuentes de todas las citas. He tratado de evitar atribuciones espont\u225?neas y tambi\u233?n el estilo \u171?debi\u243? de\u187? de los relatos hist\u243?ricos: \u171?Al contemplar c\u243?mo la costa de Francia desaparec\u237?a a la luz del sol que se pon\u237?a, Napole\u243?n debi\u243? de pensar en las largas...\u187?. Todos los datos de tiempo, pensamientos o sentimientos y estados de la opini\u243?n p\u250?blica o privada rese\u241?ados en las siguientes p\u225?ginas se basan en documentos originales. Cuando se ha considerado necesario, la prueba aparece en las notas. {\s1 \afs32{\b{\qlINTRODUCCI\u211?N {\line }\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {\s2 \afs28{\b{\ql1 Unos funerales {\line }\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar}\par\pard\plain\hyphpar} {\line } Era tan maravilloso el espect\u225?culo aquella ma\u241?ana de mayo del a\u241?o 1910, en que nueve reyes montaban a caballo en los funerales de Eduardo VII de Inglaterra, que la muchedumbre, sumida en un profundo y respetuoso silencio, no pudo evitar lanzar exclamaciones de admiraci\u243?n. Vestidos de escarlata y azul y verde y p\u250?rpura, los soberanos cabalgaban en fila de a tres, a trav\u233?s de las puertas de palacio, luciendo plumas en sus cascos, galones dorados, bandas rojas y condecoraciones incrustadas de joyas que reluc\u237?an al sol. Detr\u225?s de ellos segu\u237?an cinco herederos al trono, y cuarenta altezas imperiales o reales, siete reinas, cuatro de ellas viudas y tres reinantes, y un gran n\u250?mero de embajadores extraordinarios de los pa\u237?ses no mon\u225?rquicos. Juntos representaban a setenta naciones en la concentraci\u243?n m\u225?s grande de realeza y rango que nunca se hab\u237?a reunido en un mismo lugar y que, en su clase, hab\u237?a de ser la \u250?ltima. La conocida campana del Big Ben dio las nueve cuando el cortejo abandon\u243? el palacio, pero en el reloj de la Historia era el crep\u250?sculo, y el sol del viejo mundo se estaba poniendo, con un moribundo esplendor que nunca se ver\u237?a otra vez.{\super1} En el centro de la primera fila cabalgaba el nuevo rey, Jorge V, flanqueado a su izquierda por el duque de Connaught, el \u250?nico hermano superviviente del difunto rey, y a su derecha figuraba un personaje al cual, seg\u250?n rese\u241?a del {\iThe Times}, \u171?corresponde el primer lugar entre todos los extranjeros que asisten al funeral\u187?, y que \u171?incluso cuando las relaciones han sido m\u225?s tensas, no ha perdido nunca su popularidad entre nosotros\u187?: Guillermo II, emperador de Alemania. Montado sobre un caballo gris, luciendo el uniforme escarlata de mariscal de campo brit\u225?nico, llevando el bast\u243?n de este rango, el {\iKaiser} presentaba una expresi\u243?n, con su famoso bigote con las gu\u237?as hacia arriba, que resultaba \u171?grave, por no decir severa\u187?.{\super2} De las varias emociones que agitaban su pecho tan susceptible poseemos algunas indicaciones en sus cartas: \u171?Me siento orgulloso de considerar este lugar mi hogar y de ser miembro de esta familia real\u187?,{\super3} escribi\u243? a su casa, despu\u233?s de haber pasado una noche en el castillo de Windsor, en las antiguas habitaciones de su madre. Los sentimentalismos y la nostalgia evocadas en estas ocasiones melanc\u243?licas en que conviv\u237?a con sus familiares ingleses se mezclaban con el orgullo de su supremac\u237?a entre los potentados all\u237? congregados y el profundo alivio por la desaparici\u243?n de su t\u237?o del escenario europeo. Hab\u237?a llegado para enterrar a Eduardo, su tormento; Eduardo, el archiconspirador, tal como lo consideraba Guillermo, del bloqueo de Alemania; Eduardo, el hermano de su madre, al que no pod\u237?a enga\u241?ar, ni impresionar, cuyo obeso cuerpo arrojaba una sombra entre Alemania y el sol. \u171?Es el diablo. \u161?No os pod\u233?is imaginar lo diab\u243?lico que es!\u187?.{\super4} Este veredicto, anunciado por el {\iKaiser} antes de una cena a la que asist\u237?an trescientos invitados, en Berl\u237?n, en el a\u241?o 1907, tuvo su origen en uno de los viajes que Eduardo emprendi\u243? por el continente con planes claramente se\u241?alados de cercarlo. Hab\u237?a pasado una provocadora semana en Par\u237?s, hab\u237?a visitado, sin ninguna raz\u243?n aparente, al rey de Espa\u241?a, que acababa de casarse con su sobrina, y hab\u237?a terminado haciendo una visita al rey de Italia con la evidente intenci\u243?n de disuadirle de su Triple Alianza con Alemania y Austria. El {\iKaiser}, poseedor de la lengua m\u225?s viperina de Europa, se hab\u237?a dejado llevar nuevamente por sus impulsos y hab\u237?a hecho uno de aquellos comentarios que, de un modo peri\u243?dico, durante los veinte \u250?ltimos a\u241?os de su reinado, agotaban los nervios de los diplom\u225?ticos. Afortunadamente, aquel diablo que pretend\u237?a bloquear Alemania hab\u237?a muerto y hab\u237?a sido sustituido por Jorge, que, tal como le confes\u243? el {\iKaiser} a Theodore Roosevelt pocos d\u237?as antes del funeral, era \u171?muy buen muchacho\u187? (ten\u237?a cuarenta y seis a\u241?os; por lo tanto, era seis a\u241?os m\u225?s joven que el {\iKaiser}). \u171?Es un ingl\u233?s de pies a cabeza y odia a todos los extranjeros, pero eso no tiene importancia, siempre que no odie a los alemanes m\u225?s que a los otros extranjeros\u187?.{\super5} Al lado de Jorge, Guillermo cabalgaba confiado, saludando, a su paso, a los regimientos de los dragones reales, de los cuales era coronel honorario. En cierta ocasi\u243?n hab\u237?a distribuido fotograf\u237?as suyas luciendo el uniforme de este regimiento y con la inscripci\u243?n encima de su firma: \u171?Espero mi hora\u187?.{\super6} Aquel d\u237?a hab\u237?a llegado su hora, era soberano supremo en Europa. Detr\u225?s de \u233?l cabalgaban los dos hermanos de la reina viuda Alexandra, el rey Federico de Dinamarca y el rey Jorge de Grecia, su sobrino, el rey Haakon de Noruega, y tres reyes que hab\u237?an de perder sus tronos: Alfonso de Espa\u241?a, Manuel de Portugal y, luciendo un turbante de seda, el rey Fernando de Bulgaria, que irritaba a los otros soberanos haci\u233?ndose llamar \u171?zar\u187? y que guardaba en una caja las insignias reales de emperador de Bizancio en espera del d\u237?a en que pudiera reunir bajo su cetro los antiguos dominios bizantinos.{\super7} Maravillados ante esos \u171?espl\u233?ndidos pr\u237?ncipes montados\u187?, tal como los describi\u243? {\iThe Times}, pocos observadores prestaban atenci\u243?n al noveno rey, el \u250?nico que hab\u237?a de alcanzar grandeza como hombre. A pesar de ser un hombre alto y un perfecto jinete, Alberto, rey de los belgas, al que no le gustaba la pompa de las ceremonias reales, obligado a cabalgar junto a aquellos compa\u241?eros, se sent\u237?a embarazado y ausente. Ten\u237?a treinta y cinco a\u241?os y hac\u237?a solamente un a\u241?o que hab\u237?a subido al trono. Incluso posteriormente, cuando su rostro fue m\u225?s conocido como s\u237?mbolo de hero\u237?smo y tragedia, todav\u237?a encontramos en \u233?l esta expresi\u243?n ausente, como si su mente estuviera sumida en otros problemas. El futuro causante de la tragedia, alto, corpulento y envarado, con plumas verdes adornando su casco, el archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del anciano emperador Francisco Jos\u233?, cabalgaba a la derecha de Alberto, y a su izquierda otro heredero que no llegar\u237?a a subir al trono, el pr\u237?ncipe Yusuf, heredero del sult\u225?n turco. Detr\u225?s de los reyes segu\u237?an las altezas reales: el pr\u237?ncipe Fushimi, hermano del emperador de Jap\u243?n, el gran duque Miguel, hermano del zar de Rusia; el duque de Aosta, vestido de azul claro con verdes plumas, hermano del rey de Italia; el pr\u237?ncipe Carlos, hermano del rey de Suecia; el pr\u237?ncipe Enrique, consorte de la reina de Holanda, y los pr\u237?ncipes reales de Serbia, Rumania y Montenegro. Este \u250?ltimo, el pr\u237?ncipe Danilo, \u171?un amable y extremadamente apuesto joven de deliciosos modales\u187?, se parec\u237?a al amante de la Viuda Alegre por m\u225?s de un motivo, ya que, para consternaci\u243?n de los funcionarios brit\u225?nicos, hab\u237?a llegado la noche anterior acompa\u241?ado por \u171?una encantadora joven de grandes atractivos personales\u187?, a quien present\u243? como la dama de honor de su esposa, que le hab\u237?a acompa\u241?ado a Londres para hacer ciertas compras.{\super8} Segu\u237?a un regimiento de miembros de menor rango de la realeza: los grandes duques de Mecklenburg-Schwerin, Mecklenburg-Strelitz, Schleswig-Holstein, Waldeck-Pyrmont de Coburgo, Sajonia-Coburgo y Sajonia-Coburgo Gotha, de Sajonia, Hesse, W\u252?rttemberg, Baden y Baviera; este \u250?ltimo, el pr\u237?ncipe heredero Rupprecht, hab\u237?a de mandar muy pronto un ej\u233?rcito alem\u225?n en el campo de batalla. Figuraba tambi\u233?n en el cortejo el pr\u237?ncipe de Siam, un pr\u237?ncipe de Persia, cinco pr\u237?ncipes de la antigua casa real francesa de Orleans, un hermano del jedive de Egipto, que luc\u237?a un fez bordado en oro, el pr\u237?ncipe Tsia-tao, de China, con un manto bordado de color azul claro y cuya antigua dinast\u237?a hab\u237?a de permanecer todav\u237?a durante dos a\u241?os en el trono, y el hermano del {\iKaiser}, el pr\u237?ncipe Enrique de Prusia, que representaba la Marina de Guerra alemana, de la que era comandante en jefe. Entre tanta munificencia hab\u237?a tres caballeros vestidos de paisano: el se\u241?or Caston-Carlin, de Suiza, el se\u241?or Pich\u243?n, ministro de Asuntos Exteriores franc\u233?s, y el ex presidente Theodore Roosevelt, enviado especial de Estados Unidos. Eduardo, objeto de esta reuni\u243?n sin precedentes de naciones, hab\u237?a sido llamado frecuentemente el \u171?T\u237?o de Europa\u187?, un t\u237?tulo que, en lo que hac\u237?a referencia a las casas gobernantes en Europa, pod\u237?a ser tomado literalmente. Era el t\u237?o no s\u243?lo del {\iKaiser} Guillermo sino tambi\u233?n, por la hermana de su esposa, la emperatriz viuda Mar\u237?a de Rusia, del zar Nicol\u225?s II. Su sobrina Alix era la zarina, su hija Maud era reina de Noruega, otra sobrina, Ena, era reina de Espa\u241?a, y una tercera sobrina, Mar\u237?a, ser\u237?a pronto reina de Rumania. La familia danesa de su esposa, adem\u225?s de sentarse en el trono de Dinamarca, hab\u237?a educado al zar de Rusia y proporcionado reyes a Grecia y Noruega. Otros parientes, los descendientes de los nueve hijos e hijas de la reina Victoria, estaban desperdigados por las cortes de Europa. No eran \u250?nica y exclusivamente los sentimientos personales o lo inesperado y el choque de la muerte de Eduardo \u8212?ya que la opini\u243?n p\u250?blica s\u243?lo estaba enterada de que hab\u237?a estado enfermo durante un d\u237?a y de que hab\u237?a muerto al siguiente\u8212? la causa de las profundas muestras de condolencia al paso del f\u233?retro. Se trata, en realidad, de un tributo a las grandes dotes de Eduardo como un rey muy social que hab\u237?a prestado servicios muy valiosos a su patria. Durante los nueve a\u241?os de su breve reinado, el f\u233?rreo aislamiento de Inglaterra hab\u237?a cedido, bajo presi\u243?n, a una serie de \u171?entendimientos\u187? y acuerdos, que, sin embargo, no eran alianzas, pues Inglaterra no era partidaria de ligarse, de un modo definitivo, con dos viejos enemigos, Francia y Rusia, y con una nueva potencia en el firmamento, Jap\u243?n. Este cambio de equilibrio se manifestaba en todo el orbe y afectaba las relaciones de todos los Estados entre s\u237?. A pesar de que Eduardo nunca inici\u243? o influy\u243? en la pol\u237?tica de su pa\u237?s, su diplomacia personal ayud\u243? a hacer posible este cambio. Cuando era ni\u241?o lo llevaron a visitar Francia, y le dijo a Napole\u243?n III: \u171?Posee usted un bonito pa\u237?s. Me gustar\u237?a ser hijo suyo\u187?.{\super9} Esta preferencia por todo lo franc\u233?s, en contraste, o tal vez como protesta contra el favoritismo por todo lo alem\u225?n de su madre, lo domin\u243? profundamente, y a la muerte de su madre har\u237?a un mayor uso de esta preferencia. Cuando Inglaterra, irritada por el reto que representaba el Programa Naval alem\u225?n del a\u241?o 1900, decidi\u243? olvidar las viejas rencillas con Francia, las grandes dotes de Eduardo como {\iRoi Charmeur} lograron allanar el camino. En 1903 se fue a Par\u237?s, a pesar de los consejos de sus pol\u237?ticos de que una visita oficial ser\u237?a recibida muy fr\u237?amente. A su llegada la muchedumbre estaba silenciosa y tensa, excepto unos cuantos gritos de \u171?{\iVivent les Boers}!\u187? y \u171?{\iVive Fashoda}!\u187? que el rey ignor\u243?. A un preocupado ayudante de campo que le musit\u243?: \u171?Los franceses no nos quieren\u187?, le replic\u243?: \u171?\u191?Y por qu\u233? habr\u237?an de querernos?\u187?, y continu\u243? saludando y sonriendo desde su coche.{\super10} Durante cuatro d\u237?as se present\u243? al p\u250?blico, pas\u243? revista a las tropas en Vincennes, asisti\u243? a las carreras en Longchamps, a una representaci\u243?n de gala en la \u211?pera, un banquete oficial en el El\u237?seo, una comida en el {\iQuai d\u8217?Orsay} y, en el teatro, inclin\u243? la opini\u243?n a su favor cuando, mezcl\u225?ndose con el p\u250?blico en un entreacto, dirigi\u243? galantes cumplidos en franc\u233?s a una famosa actriz en el vest\u237?bulo. En todas partes dirigi\u243? graciosos y prudentes discursos sobre su amistad y admiraci\u243?n por todo lo franc\u233?s, su \u171?gloriosa tradici\u243?n\u187?, su \u171?hermosa ciudad\u187?, por la cual confes\u243? una admiraci\u243?n \u171?basada en muchos y bellos recuerdos\u187?, su \u171?sincero placer\u187? por la visita que efectuaba, su firme creencia de que antiguos malentendidos hab\u237?an sido \u171?felizmente superados y apartados a un lado\u187?, de que la mutua prosperidad de Francia e Inglaterra estaban \u237?ntimamente relacionadas entre s\u237?, y reafirm\u243? su amistad entre los dos pa\u237?ses. Cuando abandon\u243? la ciudad, grit\u243? la muchedumbre: \u171?{\iVive notre roi}!\u187?. Nunca se hab\u237?a observado en Francia un cambio de actitud tan rotundo como con ocasi\u243?n de la visita del monarca ingl\u233?s. Hab\u237?a conquistado el coraz\u243?n de todos los franceses, tal como inform\u243? un diplom\u225?tico belga. El embajador alem\u225?n era de la opini\u243?n de que la visita del rey era \u171?un asunto muy enojoso, y de que el acercamiento anglo-franc\u233?s era el resultado de una aversi\u243?n general contra Alemania\u187?. Al cabo de un a\u241?o, y despu\u233?s de haber realizado los ministros una gran labor solventando todas las disputas, este acercamiento se convirti\u243? en la Entente anglo-francesa, que fue firmada en abril de 1904. Alemania hubiera podido llegar a una entente con Inglaterra si sus dirigentes, que cre\u237?an ver doblez en los ingleses, no hubieran rechazado las insinuaciones del secretario de Colonias, Joseph Chamberlain, en 1899, y de nuevo, en 1901. Ni el oscuro Holstein, que dirig\u237?a los asuntos exteriores de Alemania entre bastidores, ni el elegante y erudito canciller, el pr\u237?ncipe B\u252?low, ni el propio {\iKaiser}, estaban seguros de la raz\u243?n de sus sospechas contra Inglaterra y tampoco estaban convencidos de si hab\u237?a algo p\u233?rfido en sus pretensiones. El {\iKaiser} siempre dese\u243? llegar a un acuerdo con Inglaterra, siempre que se pudiera llegar al mismo sin dar la impresi\u243?n de que \u233?l lo deseaba. En cierta ocasi\u243?n, influenciado por el ambiente ingl\u233?s y los sentimentalismos familiares con motivo de los funerales de la reina Victoria, le confes\u243? a Eduardo este deseo. \u171?Ni una rata podr\u237?a moverse en Europa sin nuestro permiso\u187?, manifest\u243?, pues as\u237? era como \u233?l preve\u237?a una alianza anglo-germana.{\super11} Pero tan pronto los ingleses mostraban se\u241?ales de acercamiento, \u233?l y sus ministros cambiaban de rumbo, sospechando alg\u250?n truco. En el temor de que les pudieran enga\u241?ar en la mesa de conferencias, prefer\u237?an mantenerse alejados y dedicar toda su atenci\u243?n y esfuerzos a una Marina de Guerra cada vez m\u225?s poderosa para obligar a Inglaterra a aceptar sus condiciones. Bismarck hab\u237?a aconsejado a los alemanes que se contentaran con ser una potencia terrestre, pero sus sucesores no eran, ni individual ni colectivamente, unos Bismarck, Hab\u237?an perseguido unos objetivos claramente limitados, pero andaban tras unos horizontes m\u225?s ambiciosos, sin tener una idea clara de lo que deseaban. Holstein era un Maquiavelo sin una pol\u237?tica decidida y que actuaba bas\u225?ndose, \u250?nica y exclusivamente, en un solo principio: recelar de todo el mundo. B\u252?low no ten\u237?a principios de ninguna clase: era un hombre tan escurridizo, se lamentaba su colega el almirante Tirpitz, que, comparado con una anguila, era una sanguijuela.{\super12} El desconcertante, inconstante y siempre imaginativo {\iKaiser} se fijaba un objetivo diferente a cada hora y practicaba la diplomacia como un ejercicio de movimiento continuo. Ninguno de ellos cre\u237?a que Inglaterra pudiera llegar alguna vez a un entendimiento con Francia, y todas las advertencias fueron rechazadas, incluso por el propio Holstein, como \u171?ingenuas\u187?,{\super13} y de un modo m\u225?s tajante a\u250?n por el bar\u243?n Eckhardstein, consejero de la embajada alemana en Londres. Durante una cena en {\iMarlborough House}, en 1902, Eckhardstein hab\u237?a visto desaparecer al embajador franc\u233?s Paul Cambon, en la sala de billares, acompa\u241?ado de Chamberlain, sumidos ambos pol\u237?ticos en una \u171?animada conversaci\u243?n\u187? que dur\u243? veintiocho minutos, y las pocas palabras que llegaron a sus o\u237?dos \u8212?en las memorias del bar\u243?n no se dice si la puerta estaba abierta o estaba escuchando por la cerradura\u8212? fueron \u171?Egipto\u187? y \u171?Marruecos\u187?.{\super14} M\u225?s tarde fue invitado a pasar a la sala de trabajo de Eduardo, en la que el rey le ofreci\u243? un cigarro Uppman de 1888 y le dijo que Inglaterra estaba a punto de llegar a un acuerdo con Francia sobre todas las cuestiones en litigio. Cuando la Entente se convirti\u243? en un hecho, la ira de Guillermo fue tremenda. Pero mucho m\u225?s rotundo a\u250?n era el triunfo de Eduardo en Par\u237?s. El {\iReise-Kaiser} (el 'emperador viajero'), como era llamado por la frecuencia de sus viajes, gozaba de las entradas ceremoniosas en las capitales extranjeras, y, sobre todo, deseaba visitar Par\u237?s, la inconquistable.{\super15} Hab\u237?a estado en todas partes, incluso en Jerusal\u233?n, en donde hab\u237?a sido necesario ampliar las puertas de Jaffa para permitir su entrada a caballo. Pero Par\u237?s, el centro de lo que era maravilloso, de todo aquello que deseaba, que representaba todo lo que no era Berl\u237?n, permanec\u237?a cerrada a \u233?l. Deseaba escuchar las aclamaciones de los parisienses y recibir el {\iGrana Cord\u243?n} de la Legi\u243?n de Honor y hacer entender claramente a los franceses su imperial deseo. Pero la invitaci\u243?n no llegaba. Entraba en Alsacia y hac\u237?a discursos glorificando la victoria del a\u241?o 1870, presid\u237?a desfiles militares en Metz, Lorena, pero tal vez sea \u233?sta una de las historias m\u225?s tristes. El {\iKaiser} lleg\u243? a los ochenta y dos a\u241?os y muri\u243? sin haber estado en Par\u237?s. La envidia hacia las naciones m\u225?s viejas le atormentaba. Se lament\u243? delante de Theodore Roosevelt de que la nobleza inglesa en sus viajes por el continente nunca visitara Berl\u237?n y siempre fueran a Par\u237?s.{\super16} Se sent\u237?a humillado. \u171?Durante todos estos a\u241?os de mi reinado, mis colegas, los monarcas de Europa, no han prestado la menor atenci\u243?n a lo que yo digo. Muy pronto, con mi gran flota respaldando mis palabras, ser\u225?n m\u225?s respetuosos\u187?, le dijo al rey de Italia.{\super17} Estos mismos sentimientos conmov\u237?an a toda la naci\u243?n, que sufr\u237?a, lo mismo que su emperador, por la falta de reconocimiento. Llenos de energ\u237?a y ambici\u243?n, conscientes de su fuerza, alimentados por Nietzsche y Treitschke, se sent\u237?an poderosos para gobernar y estaban molestos ante el hecho de que el mundo no reconociera esta superioridad. \u171?Hemos de asegurar el nacionalismo alem\u225?n y el esp\u237?ritu germano en todo el mundo obligando a que se guarde el respeto que nos deben... y que no nos han demostrado hasta ahora\u187?, escribi\u243? Bernhardi, el portavoz del militarismo.{\super18} Verdaderamente s\u243?lo ve\u237?a un medio para alcanzar este objetivo. Otros Bernhardi, de menor categor\u237?a, trataban de ganarse este aprecio y este respeto con amenazas y demostraciones de fuerza. Exig\u237?an su \u171?lugar al sol\u187? y proclamaban las virtudes de la espada. Seg\u250?n el concepto alem\u225?n, la m\u225?xima habitual del se\u241?or Roosevelt para tratar con sus vecinos era: \u171?Habla suavemente y ten al lado un buen garrote\u187?. Pero cuando los alemanes esgrim\u237?an un arma, cuando el {\iKaiser} orden\u243? a sus tropas que partieran hacia China para enfrentarse con la rebeli\u243?n de los b\u243?xers como unos aut\u233?nticos hunos de Atila (fue suya la comparaci\u243?n de los alemanes con los hunos),{\super19} cuando las sociedades pangermanas y las ligas navales se multiplicaban y se reun\u237?an en congresos para invitar a otras naciones a reconocer sus \u171?leg\u237?timas aspiraciones\u187?{\super20} en pro de la expansi\u243?n, y las otras naciones respond\u237?an con alianzas, entonces gritaban en Alemania \u171?{\iEinkreisung}!\u187? ('\u161?Cerco!'). Y el grito \u171?{\iDeutschland g\u228?nzlich einzukreisen}\u187? reson\u243? durante toda la d\u233?cada.{\super21} Eduardo continuaba con sus visitas por el extranjero: Roma, Viena, Lisboa, Madrid... y no s\u243?lo para visitar a otros monarcas. Cada a\u241?o tomaba los ba\u241?os en Marienbad, en donde pod\u237?a cambiar sus impresiones con el Tigre de Francia, nacido el mismo a\u241?o que \u233?l, y que hab\u237?a sido primer ministro cuatro de los a\u241?os en los que Eduardo fue rey. El se\u241?or Clemenceau compart\u237?a la opini\u243?n de Napole\u243?n de que Prusia hab\u237?a \u171?nacido de una bala de ca\u241?\u243?n\u187? y ve\u237?a esta bala de ca\u241?\u243?n volar en su direcci\u243?n. Trabajaba, planeaba, maniobraba a la sombra de una idea fija: que \u171?las ansias alemanas de poder... hab\u237?an fijado como su ambici\u243?n la exterminaci\u243?n de Francia\u187?. Le dec\u237?a a Eduardo que cuando llegara el momento en que Francia precisara de ayuda, el poder mar\u237?timo de Inglaterra no ser\u237?a suficiente, y le recordaba que Napole\u243?n hab\u237?a sido derrotado en Waterloo y no en Trafalgar.{\super22} El rey, cuyas dos pasiones en la vida eran ir vestido de un modo correcto y disfrutar de una compa\u241?\u237?a no ortodoxa, pasaba por alto lo primero y admiraba al se\u241?or Clemenceau. En 1908, y con gran disgusto de sus s\u250?bditos, Eduardo visit\u243? al zar a bordo de su yate imperial en Reval. Los imperialistas ingleses consideraban a Rusia como el antiguo enemigo de Crimea y m\u225?s recientemente como la amenaza que se cern\u237?a sobre la India, mientras que para los liberales y los laboristas Rusia era el pa\u237?s del l\u225?tigo, de los pogromos y de la revoluci\u243?n ahogada en sangre del a\u241?o 1905, y el zar, en opini\u243?n del se\u241?or Ramsay Macdonald, era \u171?un vulgar asesino\u187?.{\super23} Esta aversi\u243?n era rec\u237?proca. Rusia detestaba la alianza de Inglaterra con Jap\u243?n y la odiaba como la potencia que hab\u237?a frustrado las ambiciones hist\u243?ricas de Rusia sobre Constantinopla y los estrechos. Nicol\u225?s II mezcl\u243?, en cierta ocasi\u243?n, dos prejuicios favoritos en una simple afirmaci\u243?n: \u171?Un ingl\u233?s es un {\izhid} ['jud\u237?o']\u187?.{\super24} Pero los viejos antagonismos no eran tan fuertes como las nuevas presiones, y ante la insistencia de los franceses, que ten\u237?an mucho inter\u233?s en que sus dos aliados llegaran a un acuerdo, fue firmada en 1907 la Convenci\u243?n anglo-rusa. Se precisaba de un toque personal de real amistad para dejar a un lado cualquier recelo, y por este motivo Eduardo embarc\u243? para Reval. Sostuvo largas conversaciones con el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Isvolsky, y bail\u243? el vals de \u171?La viuda alegre\u187? con la zarina, hasta el punto de hacerla re\u237?r, siendo el primer hombre en conseguir semejante haza\u241?a desde que la desgraciada mujer colocara sobre sus sienes la corona de los Romanov.{\super25} No se trataba de un hecho tan fr\u237?volo como pueda parecer a simple vista, puesto que la verdad es que el zar gobernaba Rusia como un aut\u233?ntico aut\u243?crata y \u233?l mismo estaba bajo la completa influencia de su esposa. Era una mujer hermosa, hist\u233?rica y recelosa que odiaba a todo el mundo, con la excepci\u243?n de los miembros de su familia y a unos pocos fan\u225?ticos o charlatanes lun\u225?ticos que ofrec\u237?an consuelo a su alma desesperada. El zar, un hombre de mediana inteligencia y mal educado, estaba hecho, seg\u250?n opini\u243?n del {\iKaiser}, \u171?para vivir en una finca en la que se pudiera dedicar al cultivo de nabos\u187?.{\super26} El {\iKaiser} consideraba al zar dentro de su propia esfera de influencia, y trataba, por medio de unos h\u225?biles esquemas, de hacerle abandonar la alianza francesa, que hab\u237?a sido la consecuencia de la falta de habilidad del propio Guillermo. La m\u225?xima de Bismarck, \u171?amistad con Rusia\u187?, y el Tratado de Seguridad de Bismarck con los rusos, hab\u237?a llevado a Guillermo y a Bismarck muy lejos durante su primer y peor acto de gobierno. Alejandro III, el zar alto, fuerte y grave de aquellos d\u237?as, hab\u237?a dado r\u225?pidamente media vuelta en el a\u241?o 1892 y hab\u237?a concertado una alianza con la Francia republicana, incluso a costa de mantenerse firme cuando interpretaban la \u171?{\iMarseillaise}\u187?. Adem\u225?s, despreciaba a Guillermo, al que consideraba \u171?{\iun gar\u231?on mal elev\u233?}\u187?,{\super27} y a quien miraba por encima del hombro. Desde el momento en que Nicol\u225?s subi\u243? al trono, Guillermo trat\u243? de reparar aquel mal paso que hab\u237?a dado escribi\u233?ndole al zar largas cartas, en ingl\u233?s, d\u225?ndole consejos, habi\u233?ndole de chismorreos pol\u237?ticos, dirigi\u233?ndose a \u233?l llam\u225?ndole \u171?querido Nicky\u187? y firmando \u171?tu querido amigo, Willy\u187?. \u171?Una rep\u250?blica atea, manchada por la sangre de los nobles, no era buena compa\u241?\u237?a para m\u237?. Nicky, te doy mi palabra, la maldici\u243?n de Dios ha ca\u237?do para siempre sobre este pueblo\u187?, le dijo al zar.{\super28} El verdadero inter\u233?s de Nicol\u225?s estribaba, tal como le se\u241?alaba Guillermo, en un {\iDrei-Kaiser Bund}, una liga de los tres emperadores de Rusia, Austria y Alemania. Sin embargo, recordando el desprecio con que le hab\u237?a tratado el viejo zar, no pod\u237?a por menos de patrocinar un poco a su hijo. Golpeaba amistosamente a Nicol\u225?s en el hombro y le dec\u237?a: \u171?El consejo que te doy son m\u225?s discursos y m\u225?s desfiles\u187?.{\super29} Y ofreci\u243? mandarle tropas alemanas para proteger a Nicol\u225?s contra sus rebeldes s\u250?bditos, lo que irritaba a la zarina, que odiaba cada vez m\u225?s a Guillermo despu\u233?s de cada una de estas visitas. Cuando fracas\u243?, a causa de las circunstancias, en alejar a Rusia de Francia, el {\iKaiser} urdi\u243? un ingenioso tratado obligando a Rusia y Alemania a ayudarse mutuamente en caso de ataque, un tratado que el zar, al firmarlo, ten\u237?a que comunicar a los franceses e invitarles a unirse al mismo. Despu\u233?s de los desastres de Rusia en su guerra contra Jap\u243?n, una guerra que el {\iKaiser} hab\u237?a considerado necesaria, y los levantamientos revolucionarios que siguieron cuando el r\u233?gimen se encontraba en un punto dif\u237?cil, invit\u243? al zar a una entrevista secreta, sin la presencia de ministros, en Bj\u243?rk\u243?, en el golfo de Finlandia. Guillermo sab\u237?a perfectamente que Rusia no pod\u237?a acceder a aquel tratado sin violar la confianza con Francia, pero cre\u237?a que la firma de dos soberanos era todo lo que se precisaba para borrar todas las dificultades. Nicol\u225?s firm\u243?. Guillermo estaba entusiasmado. Hab\u237?a reparado su fatal error, hab\u237?a asegurado la espalda de Alemania y hab\u237?a roto el cerco. \u171?Las l\u225?grimas se agolparon en mis ojos\u187?, le escribi\u243? a B\u252?low. Y estaba firmemente convencido que su abuelo Guillermo I, que hab\u237?a muerto murmurando unas palabras sobre una guerra en dos frentes, fijaba contento su mirada en \u233?l. Estaba seguro de que su tratado era el golpe maestro de la diplomacia alemana, y sin duda lo hubiera sido si no hubiese sido cancelado. Cuando el zar regres\u243? a palacio con el pacto, sus ministros, despu\u233?s de una lectura del mismo, indicaron horrorizados que, comprometi\u233?ndose a unirse a Alemania en una posible guerra, hab\u237?a repudiado su alianza con Francia, un detalle que, sin duda, \u171?hab\u237?a escapado a la atenci\u243?n de Su Majestad bajo el influjo de la elocuencia del emperador Guillermo\u187?.{\super30} El Tratado de Bj\u243?rk\u243? s\u243?lo tuvo un d\u237?a de vida. Y ahora se entrevista Eduardo con el zar en Reval. Al leer el informe del embajador alem\u225?n sobre esta entrevista y al sugerir que Eduardo deseaba realmente la paz, el {\iKaiser} escribi\u243? furioso, al margen: \u171?Miente. Desea la guerra, pero ser\u233? yo quien habr\u225? de empezarla\u187?.{\super31} El a\u241?o termin\u243? con el m\u225?s explosivo {\ifaux paus} de toda la carrera del {\iKaiser}: una entrevista concedida al {\iDaily Telegraph} expresando sus puntos de vista sobre la situaci\u243?n, y sobre qui\u233?n hab\u237?a de luchar contra qui\u233?n, unos comentarios que no s\u243?lo enojaron a sus vecinos, sino tambi\u233?n a sus s\u250?bditos. El disgusto p\u250?blico fue tan manifiesto que el {\iKaiser} se meti\u243? en cama, estuvo enfermo tres semanas y pas\u243? mucho tiempo antes de que se presentara en p\u250?blico.{\super32} Desde entonces no hab\u237?a tenido lugar ning\u250?n nuevo estallido. Los dos \u250?ltimos a\u241?os de la d\u233?cada durante los cuales Europa disfrut\u243? de una bien ganada siesta fueron los m\u225?s tranquilos. El a\u241?o 1910 fue pac\u237?fico y pr\u243?spero. Todav\u237?a no hab\u237?a surgido la segunda crisis de Marruecos, ni la Guerra de los Balcanes. Un nuevo libro, {\iLa gran ilusi\u243?n}, de Norman Angel\u237?, que acababa de ser publicado, trataba de demostrar que la guerra era imposible. Gracias a unos argumentos convincentes y unos ejemplos irrefutables, Angel\u237? demostraba que, en la presente interdependencia financiera y econ\u243?mica de las naciones, el vencedor sufrir\u237?a tanto como el vencido, por lo que una guerra no entra\u241?aba ya ninguna ventaja ni beneficio, y, por lo tanto, ninguna naci\u243?n cometer\u237?a la locura de iniciar una guerra. Traducido a once idiomas, {\iLa gran ilusi\u243?n} se convirti\u243? r\u225?pidamente en libro de culto. En las universidades de Manchester, Glasgow y otras ciudades industriales, se formaron m\u225?s de cuarenta grupos de estudio de firmes creyentes que se dedicaban a propagar su dogma. El m\u225?s firme seguidor de Angel\u237? era un hombre de gran influencia en la pol\u237?tica militar, el amigo y consejero del rey, el vizconde Esher, presidente del Comit\u233? de Guerra, encargado de la reorganizaci\u243?n del Ej\u233?rcito brit\u225?nico despu\u233?s de su deficiente actuaci\u243?n durante la guerra contra los boers. Lord Esher pronunci\u243? conferencias bas\u225?ndose en {\iLa gran ilusi\u243?n}, tanto en Cambridge como en la Sorbona, tratando de demostrar c\u243?mo \u171?los nuevos factores econ\u243?micos prueban claramente la locura de las guerras agresivas\u187?. Una guerra en el siglo XX ser\u237?a de tal magnitud, afirmaba, que sus inevitables consecuencias de desastre comercial, ruina financiera y sufrimientos individuales eran tan evidentes que la hac\u237?an completamente inconcebible. Le dijo a un grupo de oficiales en el {\iUnited Service Club}, entre los que figuraba el jefe del Estado Mayor, sir John French, que, debido a los v\u237?nculos entre las naciones, la \u171?guerra se hac\u237?a m\u225?s dif\u237?cil e improbable cada d\u237?a que pasaba\u187?.{\super33} \u171?Alemania acepta tan entra\u241?ablemente como la propia Gran Breta\u241?a la doctrina de Norman Angel\u237?\u187?, afirmaba lord Esher, firmemente convencido de lo que dec\u237?a. No sabemos hasta qu\u233? punto el {\iKaiser} y el pr\u237?ncipe heredero aceptaron estos puntos de vista despu\u233?s de haberles regalado sendos ejemplares de {\iLa gran ilusi\u243?n.}{\super34} No tenemos pruebas de que mandara un ejemplar al general Von Bernhardi, que en 1910 estaba escribiendo un libro titulado {\iAlemania y la pr\u243?xima guerra}, que public\u243? en el a\u241?o siguiente y que hab\u237?a de ejercer una influencia tan grande como el libro de Angel\u237?, pero desde un punto de vista completamente opuesto. Tres de los cap\u237?tulos, \u171?El derecho a hacer la guerra\u187?, \u171?El deber de hacer la guerra\u187? y \u171?Potencia mundial o hundimiento\u187?, resumen toda su tesis. Como oficial de caballer\u237?a, a los veinti\u250?n a\u241?os de edad, en 1870, Bernhardi hab\u237?a sido el primer alem\u225?n en cabalgar por debajo del Arco de Triunfo cuando los alemanes entraron en Par\u237?s.{\super35} Desde entonces, las banderas y la gloria le hab\u237?an interesado menos que la teor\u237?a, la filosof\u237?a y la ciencia de la guerra aplicadas a la \u171?misi\u243?n hist\u243?rica de Alemania\u187?, otro de los cap\u237?tulos de su libro. Hab\u237?a sido jefe de la Secci\u243?n de Historia Militar en el Estado Mayor, era uno de los miembros intelectuales de aquel cuerpo de esforzados pensadores y duros trabajadores y autor de un libro cl\u225?sico sobre caballer\u237?a antes de escribir sobre Clausewitz, Treitschke y Darwin, escritos que reuni\u243? en un libro que hab\u237?a de convertir su nombre en un sin\u243?nimo de Marte. La guerra, afirmaba, \u171?es una necesidad biol\u243?gica, es poner en pr\u225?ctica la ley natural sobre la que se basan todas las restantes leyes de la Naturaleza, la ley de la lucha por la existencia\u187?. \u171?Las naciones \u8212?escribi\u243?\u8212? han de progresar o hundirse, no pueden detenerse en un punto muerto, y Alemania ha de elegir entre ser una potencia mundial o hundirse para siempre\u187?. Entre las naciones, Alemania figuraba, \u171?a todos los efectos sociopol\u237?ticos, a la cabeza de todo progreso en la cultura, pero est\u225? confinada en unos l\u237?mites demasiado estrechos, y, en consecuencia, poco naturales. No puede alcanzar sus elevados fines morales sin un creciente poder pol\u237?tico, una mayor esfera de influencia y nuevos territorios. Este creciente poder pol\u237?tico, que ser\u225? la base de nuestra importancia y que estamos autorizados a reclamar, es una necesidad pol\u237?tica y el primer y m\u225?s importante deber del Estado\u187?. En sus propias declaraciones, Bernhardi anunciaba: \u171?Aquello que deseamos alcanzar es por lo que hemos de luchar\u187?. Y desde aqu\u237? iba hasta la consecuencia final: \u171?La conquista ha de convertirse, por tanto, en una ley de necesidad\u187?. Despu\u233?s de probar la \u171?necesidad\u187? (la palabra preferida de los pensadores militaristas alemanes) Bernhardi continuaba estudiando el m\u233?todo. Una vez reconocido el derecho a hacer la guerra, el siguiente paso estribaba en llevarla a un final triunfal. Para una guerra victoriosa, el Estado hab\u237?a de lanzarla en el \u171?momento m\u225?s favorable\u187? por elecci\u243?n propia, ya que disfrutaba del \u171?reconocido derecho [...] de hacer uso de este privilegio por iniciativa propia\u187?. Por lo tanto, la guerra ofensiva se convert\u237?a en otra \u171?necesidad\u187? y de ello resultaba otra consecuencia: \u171?Es de nuestra incumbencia [...] pasar a la ofensiva y asestar el primer golpe\u187?. Bernhardi no compart\u237?a las preocupaciones del {\iKaiser} de no cargar con el \u171?odio\u187? del agresor. Ni tampoco se sent\u237?a inhibido en decir d\u243?nde hab\u237?an de asestar el primer golpe: \u171?Es completamente inconcebible que Alemania y Francia puedan negociar sus problemas. Francia debe ser aniquilada de tal modo que nunca pueda cruzarse en nuestro camino. Francia debe ser aniquilada de una vez como potencia mundial\u187?. El rey Eduardo no vivi\u243? para leer el libro de Bernhardi. En enero de 1910 le mand\u243? al {\iKaiser}, como de costumbre, sus felicitaciones de cumplea\u241?os, y, como regalo, un bast\u243?n de paseo antes de partir para Marienbad y Biarritz. Pocos meses despu\u233?s, hab\u237?a muerto. \u171?Hemos perdido el fundamento de nuestra pol\u237?tica exterior\u187?, dijo Isvolsky cuando se enter\u243? de la noticia. Era una hip\u233?rbole, puesto que Eduardo era simplemente el instrumento, no el arquitecto, de la nueva situaci\u243?n pol\u237?tica creada en Europa. En Francia la muerte del rey caus\u243? \u171?profunda emoci\u243?n\u187? y \u171?sincera consternaci\u243?n\u187?, seg\u250?n {\iLe F\u237?garo}. Par\u237?s, dec\u237?a, lamentaba la p\u233?rdida de un \u171?gran amigo\u187? tan profundamente como lo pudieran sentir en Londres. Las farolas y los escaparates en la {\iRu\u233? de la Paix} estaban decorados de negro, igual que Piccadilly, retratos orlados de negro del difunto rey aparec\u237?an en las ciudades de provincias de Francia como a la muerte de un gran ciudadano franc\u233?s. En Tokio, y en recuerdo de la alianza anglo-japonesa, colgaban de las ventanas banderas inglesas y niponas entrelazadas, con lazo negro. En Alemania, cualesquiera que fueran los sentimientos, se observ\u243? en todo momento un proceder muy correcto. Todos los oficiales del Ej\u233?rcito y de la Marina fueron obligados a llevar luto durante ocho d\u237?as y los nav\u237?os de la Marina dispararon las salvas de ordenanza e izaron las banderas a media asta. El {\iReichstag} se puso en pie para escuchar un mensaje de condolencia le\u237?do por su presidente, y el {\iKaiser} se entrevist\u243? personalmente con el embajador brit\u225?nico en una visita que dur\u243? hora y media.{\super36} En Londres, durante la semana siguiente, la familia real estuvo atareada recibiendo a los reales invitados en la Estaci\u243?n Victoria. El {\iKaiser} lleg\u243? en su yate, el Hohenzollern, escoltado por cuatro destructores ingleses. Ech\u243? anclas en el T\u225?mesis y recorri\u243? el \u250?ltimo trecho del viaje hasta Londres en tren, llegando a la Estaci\u243?n Victoria como un pr\u237?ncipe m\u225?s. Extendieron una alfombra escarlata en el and\u233?n y en el corredor hasta el lugar en que hab\u237?a de subir a su coche. Cuando su tren entr\u243? en la estaci\u243?n, en el momento en que el reloj se\u241?alaba las doce, la silueta familiar del emperador alem\u225?n baj\u243? del tren para ser saludado por su primo, el rey Jorge, a quien bes\u243? en ambas mejillas. Despu\u233?s del almuerzo fueron juntos a {\iWestminster Hall}, en donde estaba expuesto el cad\u225?ver de Eduardo.{\super37} Una tormenta la noche anterior y la lluvia de toda la ma\u241?ana n