barbara tuchman, los cañones de agosto (1962 -sobre la guerra del 14)

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Annotation Cuando terminó el mes de julio de 1914, Europa vivía aún inmersa en la engañosa placidez de la 'belle époque', instalada en la dilatada continuación de casi tres lustros de un siglo XIX, generoso y fructífero, que no acababa de pasar. Treinta y un días después había comenzado el siglo XX, y de la 'belle époque' no quedaba más que un montón de ruinas humeantes: habían tronado los cañones de agosto. A partir de un impresionante caudal de información histórica, Barbara W. Tuchman nos presenta en este libro clásico el panorama dramático, multicolor, cargado de tensiones psicológicas, abrumador por su incertidumbre, desconcertante por su rapidez, de aquel mes de agosto de 1914 que cambió la faz del mundo. Los hechos que se sucedieron sobre el complicado mosaico de Europa y los personajes que en ellos intervinieron reviven aquí con asombrosa fidelidad, con auténtico calor humano. Las pequeñas miserias, las virtudes, el genio, los rasgos más personales e incluso los defectos físicos de las figuras que entonces tuvieron en sus manos el destino de millones de seres, saltan ante nuestros ojos con expresivo vigor. LOS CAÑONES DE AGOSTO PREFACIO PRÓLOGO NOTA DE LA AUTORA INTRODUCCIÓN1 Unos funerales LOS PLANES2

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Los ca?ones de agosto(c.1)

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Cuando termin el mes de julio de 1914, Europa viva an inmersa en la engaosa placidez de la 'belle poque', instalada en la dilatada continuacin de casi tres lustros de un siglo XIX, generoso y fructfero, que no acababa de pasar. Treinta y un das despus haba comenzado el siglo XX, y de la 'belle poque' no quedaba ms que un montn de ruinas humeantes: haban tronado los caones de agosto. A partir de un impresionante caudal de informacin histrica, Barbara W. Tuchman nos presenta en este libro clsico el panorama dramtico, multicolor, cargado de tensiones psicolgicas, abrumador por su incertidumbre, desconcertante por su rapidez, de aquel mes de agosto de 1914 que cambi la faz del mundo. Los hechos que se sucedieron sobre el complicado mosaico de Europa y los personajes que en ellos intervinieron reviven aqu con asombrosa fidelidad, con autntico calor humano. Las pequeas miserias, las virtudes, el genio, los rasgos ms personales e incluso los defectos fsicos de las figuras que entonces tuvieron en sus manos el destino de millones de seres, saltan ante nuestros ojos con expresivo vigor. LOS CAONES DE AGOSTO

PREFACIO

PRLOGO

NOTA DE LA AUTORA

INTRODUCCIN1 Unos funerales

LOS PLANES2Dejad que el ltimo hombre de la derecha roce el Canal con su manga3 La sombra de Sedn4 Un solo soldado ingls5. El rodillo ruso

EL ESTALLIDO6. Primero de agosto: Berln7. Primero de agosto: Pars y Londres8. Ultimtum en Bruselas9. En casa antes de que caigan las hojas

LAS BATALLAS10. Goeben Un enemigo que huye11. Lieja y Alsacia12. El cuerpo expedicionario britnico hacia el continente13. Sambre y Mosa14 El desastre: Lorena, Ardenas, Charleroi, Mons15 Llegan los Cosacos!16. Tannenberg17. Las llamas de Lovaina18. Aguas azules, bloqueo y el Gran Neutral19. La retirada20. El frente es Pars21. El cambio de direccin de Von Kluck22. Caballeros, luchemos en el Marne

DESPUS

BIBLIOGRAFAPublicaciones gubernamentales oficialesFuentes no oficialesObras secundarias

notes

LOS CAONES DE AGOSTO

Cuando termin el mes de julio de 1914, Europa viva an inmersa en la engaosa placidez de la 'belle poque', instalada en la dilatada continuacin de casi tres lustros de un siglo XIX, generoso y fructfero, que no acababa de pasar. Treinta y un das despus haba comenzado el siglo XX, y de la 'belle poque' no quedaba ms que un montn de ruinas humeantes: haban tronado los caones de agosto. A partir de un impresionante caudal de informacin histrica, Barbara W. Tuchman nos presenta en este libro clsico el panorama dramtico, multicolor, cargado de tensiones psicolgicas, abrumador por su incertidumbre, desconcertante por su rapidez, de aquel mes de agosto de 1914 que cambi la faz del mundo. Los hechos que se sucedieron sobre el complicado mosaico de Europa y los personajes que en ellos intervinieron reviven aqu con asombrosa fidelidad, con autntico calor humano. Las pequeas miserias, las virtudes, el genio, los rasgos ms personales e incluso los defectos fsicos de las figuras que entonces tuvieron en sus manos el destino de millones de seres, saltan ante nuestros ojos con expresivo vigor.

Ttulo Original: The guns of august Traductor: Scholz Rich, Vctor 1962, Tuchman, Barbara Wertheim 2004, Pennsula Coleccin: Atalaya, 166 ISBN: 9788483076446 Generado con: QualityEbook v0.37 PREFACIO

Durante la ltima semana de enero de 1962, John Glenn pospuso por tercera vez su tentativa de viajar en cohete al espacio exterior y convertirse en el primer estadounidense en orbitar alrededor de la Tierra. A Bill Moose Skowren, el veterano primera base de los Yankees, tras realizar una buena temporada (561 at bats, 28 home runs y 89 carreras impulsadas) se le concedi un aumento de salario de 3.000 dlares, cosa que elev sus ingresos anuales a 35.000 dlares. Franny y Zooey ocupaba el primer lugar de la lista de las novelas ms vendidas, seguida unos puestos ms abajo por Matar a un ruiseor, mientras que el apartado de obras de no ficcin lo encabezaba My Life in Court, de Louis Nizer. sa fue tambin la semana en que se public una de las mejores obras de historia que un norteamericano haya escrito jams en el siglo XX. Los caones de agosto se convirti rpidamente en un gran xito editorial. Los crticos no escatimaron elogios y el boca a boca hizo que decenas de miles de lectores leyeran la obra. El presidente Kennedy entreg un ejemplar al primer ministro britnico Macmillan y le coment que los dirigentes mundiales deban evitar de un modo u otro cometer los errores que condujeron al estallido de la Primera Guerra Mundial. El Comit Pulitzer, que, segn lo estipulado por el creador de los galardones, no poda otorgar el Premio de Historia a una obra que no versara sobre algn tema estadounidense, encontr una solucin concedindole a la seora Tuchman el premio de la categora de ensayo. Los caones de agosto ciment la reputacin de la autora y, en adelante, sus libros siguieron siendo estimulantes y escritos con una prosa elegante. Pero, para que se vendieran, a la mayora de los lectores les bastaba saber que quien lo haba escrito era Barbara Tuchman. Qu es lo que le da a este libro bsicamente una historia militar del primer mes de la Primera Guerra Mundial un sello tan especial y la enorme reputacin de la que goza? En l destacan cuatro cualidades: la aportacin de numerosos detalles, cosa que mantiene al lector atento a los acontecimientos, casi como si se tratara de un testigo de los mismos; un estilo difano, inteligente, equilibrado y lleno de ingenio; y un punto de vista alejado de los juicios morales, pues la seora Tuchman nunca se dedica a sermonear o a extraer un juicio negativo de los hechos que analiza (opta por el escepticismo, no por el cinismo, y consigue no tanto que el lector sienta indignacin por la maldad humana, sino que se entristezca ante el espectculo de la locura de sus congneres). Estas tres virtudes estn presentes en todas las obras de Barbara Tuchman, pero en Los caones de agosto hay una cuarta que hace que, una vez iniciada la lectura del libro, resulte imposible dejarla. La autora incita al lector a suspender todo conocimiento que se posea de antemano acerca de lo que va a suceder. En las pginas del libro, Barbara Tuchman sita ante nuestros ojos un ejrcito alemn enorme tres ejrcitos de campaa, diecisis cuerpos, treinta y siete divisiones, setecientos mil hombres que avanza a travs de Blgica con un objetivo final: Pars. Esta marea de soldados, caballos, piezas de artillera y vehculos discurre por los polvorientos caminos del norte de Francia, avanzando de modo implacable, a todas luces imparable, hacia la capital francesa, con el objetivo de poner punto final a la guerra en el Oeste, tal y como los generales del Kaiser lo haban planificado, en cuestin de seis semanas. El lector, al contemplar el avance de los alemanes, sabr ya seguramente que no van a alcanzar su meta, que Von Kluck desviar sus tropas y que, tras la Batalla del Marne, millones de soldados de ambos bandos se agazaparn en las trincheras para dejar paso a cuatro aos de carnicera. No obstante, la seora Tuchman hace gala de tanta habilidad que el lector se olvida de sus conocimientos. Rodeado por el estruendo de los caones y el entrechocar de los sables y las bayonetas, se convierte prcticamente en un personaje ms de la accin. Seguirn avanzando los exhaustos alemanes? Podrn resistir los desesperados franceses y britnicos? El mayor mrito de la seora Tuchman es que, en las pginas de su libro, consigue revestir los acontecimientos de agosto de 1914 de tanto suspense como el experimentado por las personas que los vivieron realmente. Cuando Los caones de agosto apareci, en la prensa se describi a Barbara Tuchman como un ama de casa de cincuenta aos de edad, madre de tres hijas y esposa de un importante mdico de Nueva York. La realidad era ms compleja e interesante. Tuchman descenda de dos de las familias de intelectuales y comerciantes judos ms destacadas de Nueva York. Su abuelo Henry Morgenthau snior fue embajador en Turqua durante la Primera Guerra Mundial, su to Henry Morgenthau jnior fue el secretario del Tesoro de Franklin Delano Roosevelt durante ms de doce aos, y su padre, Maurice Wertheim, era el fundador de un importante banco. La infancia de Barbara Tuchman transcurri en dos hogares, primero en una mansin de piedra caliza roja, de cinco pisos de altura, situada en el Upper East Side, donde una institutriz francesa le lea en voz baja pasajes de las obras de Racine y Corneille, y posteriormente en una casa de campo en Connecticut, dotada de establos y caballos. El padre de Barbara Tuchman haba prohibido mencionar el nombre de Franklin D. Roosevelt en las comidas familiares, pero un da la adolescente incumpli la norma y se le orden abandonar la mesa. Erguida en la silla, Barbara dijo: Ya soy mayor para tener que dejar la mesa. Su padre se la qued mirando perplejo, pero ella no se movi del sitio. Cuando lleg el momento de graduarse en Radcliffe, Barbara Tuchman no asisti a la ceremonia y, en lugar de ello, prefiri acompaar a su abuelo a la Conferencia Monetaria y Econmica Mundial celebrada en Londres, donde Morgenthau encabezaba la delegacin estadounidense. Posteriormente pas un ao en Tokio como ayudante de investigacin del Instituto de Relaciones del Pacfico, y luego empez a escribir sus primeros textos para The Nation, que su padre haba salvado de la bancarrota. A los veinticuatro aos de edad cubri la Guerra Civil espaola desde Madrid. En junio de 1940, el mismo da en que las tropas de Hitler entraban en Pars, Barbara se cas con el doctor Lester Tuchman en Nueva York. El doctor Tuchman, que estaba a punto de partir hacia el frente de guerra, pensaba que traer hijos al mundo no tena sentido en Vista de la situacin mundial por la que se atravesaba. La seora Tuchman le respondi que si esperamos a que las cosas mejoren, tal vez nunca tendremos la oportunidad, pero si lo que realmente deseamos es tener un hijo, debemos tenerlo ahora, sin ponernos a pensar en los desmanes de Hitler. La primera de sus hijas naci nueve meses despus. En los aos cuarenta y cincuenta, la seora Tuchman se dedic a criar a sus hijas y escribir sus primeros libros. Bible and Sword (La Biblia y la espada), una historia de la creacin de Israel, apareci en 1954, y en 1958 vio la luz El telegrama Zimmermann. Esta ltima obra, que narra el intento por parte del ministro de Asuntos Exteriores alemn de involucrar a Mxico en la guerra contra Estados Unidos bajo la promesa de devolverle Texas, Nuevo Mxico, Arizona y California escrita con un estilo brillante y lleno de irona, constituy la primera muestra de lo que estaba por venir. Con el paso de los aos, cuando a Los caones de agosto le siguieron obras como The Proud of Tower (1890-1914. La torre del orgullo: Una semblanza del mundo antes de la Primera Guerra Mundial), Stilwell and the American Experience in China (Stilwell y la experiencia norteamericana en China), A Distant Mirror (Un espejo lejano: El calamitoso siglo XIV), The March of Folly (La marcha de la locura) y The First Salute (El primer saludo), Barbara Tuchman lleg a ser considerada casi como un tesoro nacional, y la gente no dej de preguntarse cmo lo haba logrado. Lo explic en una serie de conferencias y ensayos (recopilados en un volumen titulado Practicing History). Segn Tuchman, lo ms importante es estar enamorado del tema de estudio. En una ocasin, al describir a uno de los profesores que tuvo en Harvard, un hombre apasionado por la Constitucin norteamericana, record que sus ojos azules brillaban mientras imparta la leccin, y yo entonces me sentaba en el borde del asiento. Explic tambin que se sinti muy afligida cuando, aos despus, conoci a un insatisfecho estudiante de doctorado obligado a escribir una tesis sobre un tema que no le apasionaba, el cual le haba sido impuesto desde el departamento por razones prcticas. Cmo poda interesarle a otras personas, se preguntaba Tuchman, si no le interesaba al propio autor? Los libros de Barbara Tuchman versaban sobre personas o acontecimientos que le intrigaban. Haba algo que centraba su atencin, estudiaba el tema y, con independencia de que se supiera poco o mucho acerca del mismo, si notaba que su curiosidad aumentaba, segua adelante. Finalmente, Tuchman trataba de enriquecer cada uno de sus temas de estudio con nuevos datos, nuevos enfoques y una nueva interpretacin. En cuanto a ese mes de agosto en particular, lleg a la conclusin de que El ao 1914 estaba envuelto en un aura que haca que todo aquel que la percibiera sintiera compasin por la humanidad. Una vez que logra transmitir la fascinacin que siente por el tema, los lectores que se dejan llevar por la pasin y el talento de nuestra autora no pueden ya escapar al magnetismo de sus escritos. Barbara Tuchman empez investigando, es decir, acumulando datos. Durante toda su vida haba ledo mucho, pero en ese momento tena por objetivo sumergirse en los acontecimientos de la poca, ponerse en la piel de la gente cuyas vidas estaba describiendo. Ley cartas, telegramas, diarios, memorias, documentos oficiales, rdenes militares, cdigos secretos y misivas de amor. Asimismo, pas infinidad de horas en diferentes bibliotecas: la Biblioteca Pblica de Nueva York, la Biblioteca del Congreso, los Archivos Nacionales, la British Library y el Public Record Office, la Bibliothque National, la Biblioteca Sterling de Yale y la Biblioteca Widener de Harvard. (Segn record despus, durante esos aos de estudio las estanteras de la Biblioteca Widener fueron mi baera de Arqumedes, mi zarza ardiente, el platillo de ensayo donde descubr mi penicilina personal. [...] Era feliz como una vaca a la que hubieran puesto a pastar en un campo lleno de trboles frescos, y no me hubiera importado quedar encerrada all toda la noche.) Un verano, antes de escribir Los caones de agosto, alquil un pequeo Renault y se dedic a visitar los campos de batalla de Blgica y Francia: VI los campos sembrados de trigo que la caballera debi de echar a perder, constat la gran anchura del Mosa a su paso por Lieja y pude apreciar qu vista deban de tener los soldados franceses sobre el territorio perdido de Alsacia al contemplarlo desde las colinas de los Vosgos. En las bibliotecas, en los campos de batalla o en su mesa de trabajo, la fuente de la que Barbara Tuchman siempre beba era la de los datos grficos y especficos, que transmitiran al lector la naturaleza esencial de los protagonistas o los acontecimientos. He aqu algunos ejemplos: El Kaiser: el poseedor de la lengua ms viperina de Europa. El archiduque Francisco Fernando: El futuro causante de la tragedia, alto, corpulento y envarado, con plumas verdes adornando su casco. Von Schlieffen, el arquitecto del plan de guerra alemn: De las dos clases de oficiales prusianos, los dotados de un cuello de toro y los grciles como gacelas, perteneca a la segunda. Joffre, el comandante en jefe del Ejrcito francs: Imponente y barrigudo en su holgado uniforme [...], Joffre pareca Santa Claus y tena cierto aire de benevolencia e ingenuidad, dos cualidades que no formaban parte de su carcter. Sujomlinov, el ministro de la Guerra ruso: Astuto, indolente, amante de los placeres [...], con un rostro felino, quien, obnubilado [...] por la hermosa esposa de veintitrs aos de un gobernador de provincias, Sujomlinov se las ingeni para romper el matrimonio mediante la presentacin de pruebas falsas y convertir a la joven en su cuarta esposa. El principal objetivo de la investigacin de Barbara Tuchman era, simplemente, averiguar lo que haba sucedido y, en la medida de lo posible, determinar cmo percibi la gente esos acontecimientos. No le gustaban los sistemas ni los historiadores inclinados a usarlos, y se mostr enteramente de acuerdo con la siguiente afirmacin de un reseador annimo del Times Literary Supplement El historiador que antepone su sistema a todo lo dems difcilmente puede evitar la hereja de preferir los hechos que mejor se amoldan a dicho sistema. Tuchman recomendaba dejar que los hechos dirigieran la investigacin. En el terreno de la historia, al principio basta con saber qu ocurri dijo, sin tratar de responder demasiado pronto al "por qu" de las cosas. Creo que es ms apropiado dejar el "por qu" al margen hasta el momento en que se hayan no solamente reunido los hechos, sino en que se hayan dispuesto en una secuencia lgica; para ser precisos, en frases, prrafos y captulos. El mismo proceso de transformacin de una serie de personajes, fechas, calibres de municin, cartas y discursos en un texto narrativo conduce a la postre a que el "porqu" emerja a la superficie. El problema que entraa la investigacin, por supuesto, es saber cundo debe uno parar. Uno se debe parar antes de haber acabado explic, porque, de lo contrario, uno nunca se parar y nunca terminar. Investigar afirm en una ocasin es una actividad que siempre resulta seductora, pero ponerse a escribir requiere mucho trabajo. Sin embargo, al final empezaba a seleccionar, a destilar, a dar coherencia a los datos, a crear pautas, a construir una forma narrativa; en resumidas cuentas, a escribir. El proceso de escribir, afirm Tuchman, es laborioso, lento, a menudo doloroso y, a veces, agnico. Requiere reformular las ideas, revisar el texto, aadir nuevos fragmentos, cortar, volver a escribir. Pero eso proporciona una sensacin de excitacin, casi un xtasis, un momento en el Olimpo. Sorprendentemente, a Barbara Tuchman le llev aos perfeccionar su famoso estilo. La tesis que escribi en Radcliffe le fue devuelta con una nota que deca: Estilo mediocre, y su libro Bible and Sword fue rechazado en treinta ocasiones antes de encontrar editor. Con todo, no cej en su empeo y, finalmente, dio con la frmula adecuada: Mucho trabajo, un buen odo y practicar constantemente. La seora Tuchman crea ante todo en el poder de esa magnfica herramienta al alcance de todos que es el idioma ingls. De hecho, su fidelidad estaba a menudo escindida entre el tema escogido y el instrumento utilizado para expresarlo. En primer lugar soy una escritora cuyo objeto de estudio es la historia afirm. El arte de escribir me interesa en igual medida que el arte de la historia. [...] Me siento seducida por la sonoridad de las palabras y por la interaccin de sus sonidos y su sentido. A veces, cuando crea haber escrito una frase o un prrafo particularmente brillantes, deseaba compartir el hallazgo inmediatamente y telefoneaba a su editor para lerselo. El lenguaje elegante y dominado con precisin le pareca el instrumento ms adecuado para darle voz a la historia. Su objetivo final era conseguir que el lector prosiga con la lectura. En una poca marcada por la cultura de masas y la mediocridad, Barbara Tuchman era una elitista. En su opinin, los dos criterios esenciales de calidad eran un esfuerzo intenso y una actitud honesta en cuanto al propsito. La diferencia no tiene que ver tan slo con una cuestin de talento artstico, sino tambin con la intencin. O lo haces bien o lo haces medio bien, dijo. La relacin que mantena con los acadmicos, los crticos y los reseadores era de cautela. No estaba doctorada. Pienso que es lo que me salv, dijo, pues crea que los requisitos de la vida acadmica convencional pueden embotar la imaginacin, minar el entusiasmo y malograr el estilo. El historiador acadmico afirm padece las consecuencias de tener un pblico cautivo, primero con el director de su investigacin y despus con el tribunal examinador. Su principal preocupacin no es lograr que el lector pase a la siguiente pgina. En una ocasin alguien le sugiri que tal vez disfrutara impartiendo clases. Por qu tendra que gustarme ensear? respondi con firmeza. Soy una escritora! No quiero dar clases! No podra dar clases si lo intentara!. Para Tuchman, el lugar que debe ocupar un escritor es la biblioteca o el terreno donde va a realizar la investigacin, o en su mesa de trabajo, escribiendo. Como afirm, Herodoto, Tucdides, Gibbon, MacCauley y Parkman no posean un ttulo de doctor. Barbara Tuchman se sinti profundamente molesta cuando los reseadores, en especial los pertenecientes al mbito acadmico, afirmaron con desdn que Los caones de agosto era historia popular, queriendo decir con ello que, al venderse numerosos ejemplares de la obra, sta no satisfaca los niveles de exigencia en cuanto a calidad. Tuchman ignor por regla general la poltica, seguida por muchos escritores, de no responder nunca a las reseas negativas, porque hacerlo solamente provoca al reseador y le incita a cargar de nuevo las tintas. Por el contrario, ella devolva los golpes. Me he percatado escribi una vez al New York Times de que los reseadores que no dejan escapar la oportunidad de criticar a un autor por haber pasado por encima de tal o cual cuestin, normalmente no han ledo en toda su extensin el texto que estn reseando. Y en otra ocasin escribi: Los autores de obras de no ficcin entienden que los reseadores deben hallar algn error a fin de exhibir su erudicin, y nosotros esperamos ante todo saber cul ser ese error. A la postre, Tuchman consigui ganarse el favor de la mayora de los acadmicos (o, al menos, impedir que criticaran sus obras con excesiva dureza). Con el paso de los aos, pronunci conferencias en muchas de las universidades ms importantes del pas y recibi el reconocimiento de muchas de ellas, gan dos premios Pulitzer y se convirti en la primera mujer en acceder al cargo de presidenta de la Academia e Instituto de las Artes y las Letras Estadounidenses en sus ochenta aos de existencia. Pese a la combatividad que mostraba en el terreno profesional, en las obras de Barbara Tuchman poda constatarse una tolerancia poco frecuente. Los engredos, los presumidos, los codiciosos, los locos, los cobardes... a todos ellos los describi en trminos humanos y, hasta donde ello era posible, les concedi el beneficio de la duda. Un buen ejemplo de esto es el anlisis de por qu sir John French, quien anteriormente haba sido el fiero jefe del Cuerpo Expedicionario Britnico destinado en Francia, pareca renuente a enviar a sus tropas al campo de batalla: Tanto si la causa fueron las rdenes de lord Kitchener [el ministro de la Guerra] y sus advertencias contra "las prdidas y el despilfarro de material", o que sir John French se percatara sbitamente de que tras el CEB no haba tropas instruidas en las islas, o bien si al llegar al continente, a unos pocos kilmetros de un enemigo formidable y ante la certeza de tener que entrar en batalla, no pudo soportar el peso de la responsabilidad, o si bajo las palabras y maneras gradilocuentes de que haca gala se haban ido deslizando de modo invisible los juicios naturales del valor [...], nadie que no haya estado en la misma situacin puede juzgarlo. Barbara Tuchman escriba historia para narrar la historia de la lucha, los logros, las frustraciones y las derrotas del ser humano, no para extraer conclusiones morales. No obstante, Los caones de agosto ofrece algunas lecciones. En la obra el lector hallar monarcas, diplomticos y generales locos que se lanzaron ciegamente a una guerra que nadie quera, un Armagedn que se desarroll con la misma irreversibilidad inexorable que una tragedia griega. En el mes de agosto de 1914 escribi Tuchman haba algo amenazador, ineludible y universal que nos involucraba a todos. Haba algo en ese sobrecogedor trecho entre los planes perfectos y el error humano que hace que uno tiemble con una sensacin de "Nunca digas de esta agua no beber". La esperanza de Tuchman era que sus lectores aprendieran la leccin, evitaran esos errores y mejorasen un tanto como personas. Fueron este esfuerzo y estas lecciones lo que atrajo a presidentes y primeros ministros, as como a millones de lectores corrientes. La familia y el trabajo dominaron la vida de Barbara Tuchman. Lo que le procuraba ms placer era sentarse a una mesa y escribir. No toleraba las distracciones. Una vez, cuando ya era famosa, su hija Alma le dijo que Jane Fonda y Barbra Streisand queran que escribiera el guin de una pelcula. Ella neg con la cabeza. Pero, mam dijo Alma, ni siquiera quieres hablar con Jane Fonda?. Oh, no dijo la seora Tuchman, no tengo tiempo. Tengo mucho trabajo. Escriba los primeros borradores a mano, en un bloc de notas amarillo, en cuyas hojas anotaba todos los datos de forma desordenada, con multitud de tachaduras e indicaciones. A continuacin transcriba los borradores con su mquina de escribir, a triple espacio, para despus recortar los fragmentos con unas tijeras y volver a pegarlos sobre papel en una secuencia diferente. Normalmente trabajaba cuatro o cinco horas seguidas, sin interrupcin. El verano en que estaba finalizando Los caones de agosto recuerda su hija Jessica trabajaba a contrarreloj y estaba desesperada por ponerse al da. [...] Para mantenerse alejada del telfono, instal una mesa de juego y una silla en una vieja vaquera situada junto a los establos, una habitacin donde haca fro incluso en verano. Empezaba a trabajar a las siete y media de la maana. Mi tarea consista en llevarle el almuerzo a las doce y media, que inclua un sandwich, un zumo V-8 y una pieza de fruta. Todos los das, cuando me aproximaba silenciosamente sobre el manto de agujas de pino que rodeaba los establos, la vea en la misma posicin, siempre absorta en el trabajo. A las cinco de la tarde ms o menos sola parar. Uno de los prrafos que Barbara Tuchman escribi ese verano le cost ocho horas de trabajo y se convirti en el pasaje ms famoso de toda su obra. Es el prrafo con que da inicio Los caones de agosto, y dice as: Era tan maravilloso el espectculo aquella maana de mayo del ao 1910.... Con slo pasar unas pginas, la afortunada persona que hasta ahora no haba tropezado con este libro puede empezar a leerlo. ROBERT K. MASSIE PRLOGO

El origen de esta obra se remonta a dos libros que escrib anteriormente, centrados ambos en la Primera Guerra Mundial. El primero era Bible and Sword, acerca de los orgenes de la Declaracin Balfour de 1917, confeccionada en previsin de la entrada de los britnicos en Jerusaln en el transcurso de la guerra contra Turqua en Oriente Prximo. Como centro y lugar de origen de la religin judeocristiana y tambin de la musulmana, aunque en ese momento se trataba de una cuestin que no suscitaba demasiada preocupacin, la toma de la Ciudad Santa se consider un acontecimiento importante que requera un gesto a la altura de las circunstancias y que proporcionara un fundamento moral adecuado. Para atender dicha necesidad se ide una declaracin oficial que reconociera Palestina como el hogar nacional de los habitantes originales, no como resultado de una ideologa proclive al semitismo, sino como consecuencia de otros dos factores: la influencia de la Biblia en la cultura britnica, en especial del Antiguo Testamento, y una doble influencia, ese preciso ao, de lo que el Manchester Guardian llam la insistente lgica de la situacin militar en los bancos del Canal de Suez; en definitiva, Bible and Sword (La Biblia y la espada). El segundo de los libros que antecedieron a Los caones de agosto fue El telegrama Zimmermann, sobre la propuesta del entonces ministro de Exteriores alemn, Arthur Zimmermann, de convencer a Mxico, as como a Japn, para que declarara la guerra a Estados Unidos, bajo la promesa de una futura restitucin de los territorios de Arizona, Nuevo Mxico y Texas. La inteligente idea de Zimmermann consista en mantener a Estados Unidos ocupado en el continente americano a fin de impedir que se involucrara en la guerra que tena lugar en Europa. Sin embargo, Alemania logr justamente lo contrario cuando el telegrama sin hilos enviado al presidente de Mxico fue descodificado por los britnicos y transmitido al gobierno norteamericano, que acto seguido lo public. La propuesta de Zimmermann suscit la ira del pueblo estadounidense y precipit la entrada del pas en la guerra. Siempre he pensado, en el curso de mi relacin con la historia, que 1914 fue, por decirlo as, el momento en que el reloj dio la hora, la fecha en que concluy el siglo XIX y dio inicio nuestra era, el terrible siglo XX, como Churchill lo llam. Al buscar el tema para un libro, tuve la impresin de que 1914 se ajustaba a lo que estaba buscando, aunque no saba por dnde empezar ni qu estructura utilizar. No obstante, mientras estaba dndole vueltas al asunto, ocurri un pequeo milagro. Mi agente me llam para preguntarme lo siguiente: Te gustara hablar con un editor que quiere que escribas un libro sobre 1914?. Me qued atnita a medida que mi agente me formulaba la pregunta, pero no hasta el punto de no poder responderle: Bien, s, me gustara. La verdad es que me senta bastante turbada por el hecho de que alguien hubiera tenido la misma idea, pero el hecho de que esa persona, al ocurrrsele la idea, hubiera pensado en m me llenaba de satisfaccin. Se trataba de un britnico, Cecil Scott, de la Macmillan Company, quien, lamentablemente, ya ha fallecido. Como me dijo ms tarde, cuando nos reunimos, lo que quera era un libro acerca de lo que sucedi realmente en la Batalla de Mons, la primera ocasin en que el CEB (Cuerpo Expedicionario Britnico) entr en combate en 1914; la batalla puso a prueba hasta tal punto la capacidad de combate de los alemanes que dio lugar a leyendas sobre la posibilidad de una intervencin sobrenatural. Esa semana, tras entrevistarme con el seor Scott, tena previsto irme a esquiar unos das, as que me llev a Vermont un maletn lleno de libros sobre los inicios de la Gran Guerra. Regres a casa con el propsito de escribir un libro sobre la huida del Goeben, el acorazado alemn que, tras zafarse de los cruceros britnicos que lo persiguieron por el Mediterrneo, haba llegado a Constantinopla y haba conseguido que Turqua y con ella todo el Imperio otomano de Oriente Prximo entrara en la guerra, cosa que determin el curso de la historia en toda esa zona hasta nuestros das. Explicar la odisea del Goeben me pareca algo natural, puesto que se haba convertido en una historia familiar (yo tena dos aos de edad cuando sucedi). Asimismo, el acontecimiento se produjo cuando, junto con mi familia, estaba cruzando el Mediterrneo en direccin a Constantinopla para visitar a mi abuelo, quien por entonces era el embajador estadounidense en la capital otomana. Los miembros de mi familia a menudo explicaban que, desde el barco, pudimos ver la humareda de los disparos que efectuaban los caones de los cruceros britnicos y la posterior huida a toda mquina del Goeben. Despus, al llegar a Constantinopla, fuimos los primeros en informar a las autoridades y a los diplomticos de la capital del drama que habamos presenciado en alta mar. Cuando mi madre explic que el embajador alemn la haba sometido a un duro interrogatorio antes de que pudiera desembarcar e ir a saludar a su padre, tuve conciencia por vez primera, casi de primera mano, del brusco proceder de los alemanes. Casi treinta aos ms tarde, cuando regres de Vermont y le expliqu al seor Scott que sa era la historia de 1914 sobre la que quera escribir, me dijo que no le interesaba. Todava tena la mente puesta en Mons: cmo haba conseguido el CEB rechazar a los alemanes?, era cierto que haban visto a un ngel sobre el campo de batalla?, cul era la base de la leyenda del ngel de Mons, a fin de cuentas tan importante en el frente occidental? La verdad es que yo todava me senta ms inclinada a escribir sobre el Goeben que sobre el ngel de Mons, pero el hecho de que un editor estuviera tan interesado en publicar un libro sobre 1914 era lo que para m tena realmente importancia. Abordar la guerra en toda su extensin me pareca algo que escapaba a mi capacidad, pero el seor Scott insisti en que poda hacerlo, y cuando elabor el plan de ceirme al primer mes de la guerra, que contena el germen de todo lo acontecido posteriormente, incluidos los episodios del Goeben y de la Batalla de Mons con tal de satisfacer las preferencias de ambos, el proyecto empez a parecer factible. Pese a todo, cuando tuve que enfrentarme a todos esos cuerpos del Ejrcito numerados con cifras romanas y a los flancos derecho e izquierdo, no tard en sentirme una ignorante en la materia y en creer que debera haber estudiado durante diez aos en la Academia del Estado Mayor antes de escribir un libro de este tipo. Esa sensacin la not con especial intensidad cuando tuve que explicar cmo haban conseguido los franceses, que estaban a la defensiva, recuperar el territorio de Alsacia justo al principio de la conflagracin. De hecho, esto no acab de entenderlo nunca, pero decid pasar de puntillas sobre el tema y tratar otra cuestin, una artimaa que se aprende en el proceso de escribir historia (camuflar un poco los hechos cuando uno no lo entiende todo). Vanse, si no, las altisonantes y equilibradas frases que a veces escriba Gibbon, las cuales, si se analizan con detenimiento, a menudo carecen de sentido, pero uno acaba ignorando ese hecho ante la maravillosa estructuracin de las mismas. Yo no soy Gibbon, pero he aprendido a valorar el esfuerzo de adentrarme en materias que no me resultan familiares, en lugar de regresar a un terreno del que ya se conocen las fuentes primarias y todos los personajes y circunstancias. Ciertamente, optar por esto ltimo hace que el trabajo sea mucho ms fcil, pero impide la emocin del descubrimiento y la sorpresa, que es el motivo por el que me gusta adentrarme en un tema que no conozco con vistas a escribir un libro sobre el mismo. Puede que esto no resulte del agrado de los crticos, pero a m me satisface. Aunque antes de publicar Los caones de agosto los crticos apenas me conocan y no gozaba de la reputacin necesaria entre ellos para disfrutar automticamente de una buena acogida, el libro se recibi de forma muy calurosa. Clifton Fadiman escribi lo siguiente en el boletn del Club del Libro del Mes: Uno debe ser precavido ante las grandes palabras. No obstante, es harto probable que Los caones de agosto se convierta en un clsico de la literatura histrica. Posee unas virtudes que prcticamente lo emparentan con las obras de Tucdides: inteligencia, concisin y un distanciamiento mesurado. Los caones de agosto trata de los das que precedieron y siguieron al estallido de la Primera Guerra Mundial, un objeto de estudio que, como los de Tucdides, va ms all del limitado alcance de la mera narrativa. Y es que, con una prosa slida y muy trabajada, este libro establece los momentos histricos que han conducido de modo inexorable a la situacin actual. Sita nuestra terrible poca en una larga perspectiva, y sostiene que si la mayora de los hombres, las mujeres y los nios del mundo van a morir abrasados a causa de las bombas atmicas, la gnesis de esa aniquilacin seguramente deber buscarse en las bocas de los caones que hablaron en agosto de 1914. Esto que acabo de escribir puede parecer una simplificacin extrema de lo sostenido en la obra, pero describe la tesis de la autora, que expone con absoluta sobriedad. Tuchman est convencida de que el punto muerto del terrible mes de agosto determin el curso posterior de la guerra y los trminos de la paz, la configuracin del perodo de entreguerras y las condiciones de la segunda gran conflagracin. A continuacin, Fadiman describa a los principales personajes de la obra. Al respecto deca que una de las caractersticas que distinguen a un buen historiador es su capacidad para arrojar luz sobre los seres humanos en la misma medida que sobre los acontecimientos, y entre esos personajes destacaba a los siguientes: el Kaiser, el rey Alberto y los generales Joffre y Foch, entre otros, tal y como yo haba tratado de describirlos, cosa que me dio la impresin de haber logrado lo que me propona. Me sent tan halagada por las palabras de Fadiman por no mencionar la comparacin con Tucdides que me sorprend llorando, una reaccin que nunca he vuelto a experimentar. Lograr que alguien entienda perfectamente lo que uno ha escrito quiz slo puede esperarse que ocurra una vez en la vida. Supongo que lo ms importante a la hora de escribir la introduccin a una edicin conmemorativa es saber si la relevancia histrica del libro se mantiene intacta. Yo pienso que as es. No creo necesario modificar ni una sola lnea. Aunque la parte ms conocida del libro es la escena inicial del funeral de Enrique VII, el prrafo final del eplogo condensa el significado de la Gran Guerra en nuestra historia. Aunque puede resultar presuntuoso por mi parte decir algo as, pienso que ello se explica tan bien como en cualquiera de los manuales que conozco acerca de la Primera Guerra Mundial. Poco despus de los elogiosos comentarios de Fadiman pude leer una asombrosa prediccin en Publishers Weekly, la Biblia del mundo editorial. Los caones de agosto deca ser la obra de no ficcin ms vendida durante la temporada de invierno, e, inspirada por esta rotunda afirmacin, la publicacin se dejaba llevar por una cierta excentricidad al afirmar que el libro captar la atencin del pblico estadounidense y le infundir un renovado entusiasmo por los momentos elctricos de este ignorado captulo de la historia [...]. No creo que yo hubiera escogido el trmino entusiasmo para referirme a la Gran Guerra, o que alguien pueda sentir entusiasmo por los momentos elctricos, o que tenga sentido llamar a la Primera Guerra Mundial, que tiene la lista de referencias bibliogrficas ms larga de la Biblioteca Pblica de Nueva York, un captulo ignorado de la historia, pese a todo lo cual me sent muy agradecida por la calurosa bienvenida que PW le dispensaba a Los caones de agosto. Recuerdo que, mientras escriba el libro, en momentos de desaliento le preguntaba al seor Scott: Quin va a leer esto?, y l me responda: Al menos dos personas: usted y yo mismo. Esa observacin no resultaba muy alentadora, y por eso las palabras publicadas en PW me parecieron ms asombrosas an. Como pudo verse posteriormente, sus predicciones eran acertadas. Los caones de agosto empez a cosechar un gran xito de ventas, y mis hijas, a quienes destin los ingresos en concepto de derechos de autor y derechos de venta en el extranjero, desde entonces han ido recibiendo cheques con sumas nada despreciables. Cuando se tiene que dividir entre tres, la cantidad puede que no sea muy grande, pero es bueno saber que, treinta y seis aos despus, el libro todava sigue llegando a las manos de nuevos lectores. Con esta nueva edicin me siento feliz de que pueda darse a conocer a las nuevas generaciones, y espero que al llegar a la mediana edad no haya perdido su encanto o, ms precisamente, su inters. BARBARA W. TUCHMAN NOTA DE LA AUTORA

Deseo expresar, en primer lugar, mi deuda de gratitud al seor Cecil Scott, de The Macmillan Company, de Nueva York, cuyos consejos, estmulos y conocimiento del tema han sido un elemento esencial y un firme apoyo desde el principio al fin. He tenido, asimismo, la suerte de poder contar con la colaboracin crtica del seor Denning Miller, que me ha aclarado muchos problemas de lxico e interpretacin y ha conseguido un libro mejor de lo que hubiese sido en caso contrario. Por su ayuda le estoy eternamente agradecida. Quiero expresar igualmente mi reconocimiento a las fuentes tan valiosas de la New York Public Library, y, al mismo tiempo, el deseo de que, de algn modo, algn da se encuentre en mi ciudad natal un medio para que los recursos que los eruditos puedan hallar en nuestra Biblioteca puedan compararse con los de aqulla. Mi agradecimiento tambin va dirigido a la New York Society Library por la continua hospitalidad de sus miembros y por facilitarme un lugar donde escribir a la seora Agnes F. Peterson, de la Hoover Library de Stanford, por haberme prestado el Procs-Verbaux, de Briey, y haberse esforzado en todo momento en hallar la respuesta a muchas preguntas; a la seorita R. E. B. Coombe, del Imperial War Museum de Londres, por muchas de las ilustraciones; a los miembros de la Bibliothque de Documentation Internationale Contemporaine de Pars, por su material original, y al seor Henry Sachs, de la American Ordenance Association, por sus consejos tcnicos y por ayudarme con mi deficiente alemn. Quiero explicarle al lector que la omisin de Austria-Hungra, Serbia y los frentes ruso-austriaco y serbo-austriaco no ha sido enteramente arbitraria. El inagotable problema de los Balcanes se separa, de un modo natural, del resto de la guerra, y, en mi opinin, la obra adquiere de este modo mayor unidad, y se evita, al mismo tiempo, una ampliacin excesiva de su objeto. Despus de haberme sumergido durante mucho tiempo en los recuerdos militares, haba confiado en poder renunciar a citar con cifras romanas las unidades militares, que hacen que una pgina resulte tan fra, pero la costumbre ha resultado ms fuerte que las buenas intenciones. No he podido hacer nada con las cifras romanas que, al parecer, estn intrnsecamente ligadas a los cuerpos de Ejrcito, pero s puedo ofrecer al lector una valiosa regla de orientacin: los ros fluyen hacia abajo, y los ejrcitos, incluso cuando dan media vuelta y se repliegan, se considera que marchan hacia el lugar del que partieron, es decir, su izquierda y su derecha siguen siendo las mismas que en el momento en que avanzaban. En las notas que hay al final del libro, ofrecemos las fuentes de todas las citas. He tratado de evitar atribuciones espontneas y tambin el estilo debi de de los relatos histricos: Al contemplar cmo la costa de Francia desapareca a la luz del sol que se pona, Napolen debi de pensar en las largas.... Todos los datos de tiempo, pensamientos o sentimientos y estados de la opinin pblica o privada reseados en las siguientes pginas se basan en documentos originales. Cuando se ha considerado necesario, la prueba aparece en las notas. INTRODUCCIN

1 Unos funerales

Era tan maravilloso el espectculo aquella maana de mayo del ao 1910, en que nueve reyes montaban a caballo en los funerales de Eduardo VII de Inglaterra, que la muchedumbre, sumida en un profundo y respetuoso silencio, no pudo evitar lanzar exclamaciones de admiracin. Vestidos de escarlata y azul y verde y prpura, los soberanos cabalgaban en fila de a tres, a travs de las puertas de palacio, luciendo plumas en sus cascos, galones dorados, bandas rojas y condecoraciones incrustadas de joyas que relucan al sol. Detrs de ellos seguan cinco herederos al trono, y cuarenta altezas imperiales o reales, siete reinas, cuatro de ellas viudas y tres reinantes, y un gran nmero de embajadores extraordinarios de los pases no monrquicos. Juntos representaban a setenta naciones en la concentracin ms grande de realeza y rango que nunca se haba reunido en un mismo lugar y que, en su clase, haba de ser la ltima. La conocida campana del Big Ben dio las nueve cuando el cortejo abandon el palacio, pero en el reloj de la Historia era el crepsculo, y el sol del viejo mundo se estaba poniendo, con un moribundo esplendor que nunca se vera otra vez.1 En el centro de la primera fila cabalgaba el nuevo rey, Jorge V, flanqueado a su izquierda por el duque de Connaught, el nico hermano superviviente del difunto rey, y a su derecha figuraba un personaje al cual, segn resea del The Times, corresponde el primer lugar entre todos los extranjeros que asisten al funeral, y que incluso cuando las relaciones han sido ms tensas, no ha perdido nunca su popularidad entre nosotros: Guillermo II, emperador de Alemania. Montado sobre un caballo gris, luciendo el uniforme escarlata de mariscal de campo britnico, llevando el bastn de este rango, el Kaiser presentaba una expresin, con su famoso bigote con las guas hacia arriba, que resultaba grave, por no decir severa.2 De las varias emociones que agitaban su pecho tan susceptible poseemos algunas indicaciones en sus cartas: Me siento orgulloso de considerar este lugar mi hogar y de ser miembro de esta familia real,3 escribi a su casa, despus de haber pasado una noche en el castillo de Windsor, en las antiguas habitaciones de su madre. Los sentimentalismos y la nostalgia evocadas en estas ocasiones melanclicas en que conviva con sus familiares ingleses se mezclaban con el orgullo de su supremaca entre los potentados all congregados y el profundo alivio por la desaparicin de su to del escenario europeo. Haba llegado para enterrar a Eduardo, su tormento; Eduardo, el archiconspirador, tal como lo consideraba Guillermo, del bloqueo de Alemania; Eduardo, el hermano de su madre, al que no poda engaar, ni impresionar, cuyo obeso cuerpo arrojaba una sombra entre Alemania y el sol. Es el diablo. No os podis imaginar lo diablico que es!.4 Este veredicto, anunciado por el Kaiser antes de una cena a la que asistan trescientos invitados, en Berln, en el ao 1907, tuvo su origen en uno de los viajes que Eduardo emprendi por el continente con planes claramente sealados de cercarlo. Haba pasado una provocadora semana en Pars, haba visitado, sin ninguna razn aparente, al rey de Espaa, que acababa de casarse con su sobrina, y haba terminado haciendo una visita al rey de Italia con la evidente intencin de disuadirle de su Triple Alianza con Alemania y Austria. El Kaiser, poseedor de la lengua ms viperina de Europa, se haba dejado llevar nuevamente por sus impulsos y haba hecho uno de aquellos comentarios que, de un modo peridico, durante los veinte ltimos aos de su reinado, agotaban los nervios de los diplomticos. Afortunadamente, aquel diablo que pretenda bloquear Alemania haba muerto y haba sido sustituido por Jorge, que, tal como le confes el Kaiser a Theodore Roosevelt pocos das antes del funeral, era muy buen muchacho (tena cuarenta y seis aos; por lo tanto, era seis aos ms joven que el Kaiser). Es un ingls de pies a cabeza y odia a todos los extranjeros, pero eso no tiene importancia, siempre que no odie a los alemanes ms que a los otros extranjeros.5 Al lado de Jorge, Guillermo cabalgaba confiado, saludando, a su paso, a los regimientos de los dragones reales, de los cuales era coronel honorario. En cierta ocasin haba distribuido fotografas suyas luciendo el uniforme de este regimiento y con la inscripcin encima de su firma: Espero mi hora.6 Aquel da haba llegado su hora, era soberano supremo en Europa. Detrs de l cabalgaban los dos hermanos de la reina viuda Alexandra, el rey Federico de Dinamarca y el rey Jorge de Grecia, su sobrino, el rey Haakon de Noruega, y tres reyes que haban de perder sus tronos: Alfonso de Espaa, Manuel de Portugal y, luciendo un turbante de seda, el rey Fernando de Bulgaria, que irritaba a los otros soberanos hacindose llamar zar y que guardaba en una caja las insignias reales de emperador de Bizancio en espera del da en que pudiera reunir bajo su cetro los antiguos dominios bizantinos.7 Maravillados ante esos esplndidos prncipes montados, tal como los describi The Times, pocos observadores prestaban atencin al noveno rey, el nico que haba de alcanzar grandeza como hombre. A pesar de ser un hombre alto y un perfecto jinete, Alberto, rey de los belgas, al que no le gustaba la pompa de las ceremonias reales, obligado a cabalgar junto a aquellos compaeros, se senta embarazado y ausente. Tena treinta y cinco aos y haca solamente un ao que haba subido al trono. Incluso posteriormente, cuando su rostro fue ms conocido como smbolo de herosmo y tragedia, todava encontramos en l esta expresin ausente, como si su mente estuviera sumida en otros problemas. El futuro causante de la tragedia, alto, corpulento y envarado, con plumas verdes adornando su casco, el archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del anciano emperador Francisco Jos, cabalgaba a la derecha de Alberto, y a su izquierda otro heredero que no llegara a subir al trono, el prncipe Yusuf, heredero del sultn turco. Detrs de los reyes seguan las altezas reales: el prncipe Fushimi, hermano del emperador de Japn, el gran duque Miguel, hermano del zar de Rusia; el duque de Aosta, vestido de azul claro con verdes plumas, hermano del rey de Italia; el prncipe Carlos, hermano del rey de Suecia; el prncipe Enrique, consorte de la reina de Holanda, y los prncipes reales de Serbia, Rumania y Montenegro. Este ltimo, el prncipe Danilo, un amable y extremadamente apuesto joven de deliciosos modales, se pareca al amante de la Viuda Alegre por ms de un motivo, ya que, para consternacin de los funcionarios britnicos, haba llegado la noche anterior acompaado por una encantadora joven de grandes atractivos personales, a quien present como la dama de honor de su esposa, que le haba acompaado a Londres para hacer ciertas compras.8 Segua un regimiento de miembros de menor rango de la realeza: los grandes duques de Mecklenburg-Schwerin, Mecklenburg-Strelitz, Schleswig-Holstein, Waldeck-Pyrmont de Coburgo, Sajonia-Coburgo y Sajonia-Coburgo Gotha, de Sajonia, Hesse, Wrttemberg, Baden y Baviera; este ltimo, el prncipe heredero Rupprecht, haba de mandar muy pronto un ejrcito alemn en el campo de batalla. Figuraba tambin en el cortejo el prncipe de Siam, un prncipe de Persia, cinco prncipes de la antigua casa real francesa de Orleans, un hermano del jedive de Egipto, que luca un fez bordado en oro, el prncipe Tsia-tao, de China, con un manto bordado de color azul claro y cuya antigua dinasta haba de permanecer todava durante dos aos en el trono, y el hermano del Kaiser, el prncipe Enrique de Prusia, que representaba la Marina de Guerra alemana, de la que era comandante en jefe. Entre tanta munificencia haba tres caballeros vestidos de paisano: el seor Caston-Carlin, de Suiza, el seor Pichn, ministro de Asuntos Exteriores francs, y el ex presidente Theodore Roosevelt, enviado especial de Estados Unidos. Eduardo, objeto de esta reunin sin precedentes de naciones, haba sido llamado frecuentemente el To de Europa, un ttulo que, en lo que haca referencia a las casas gobernantes en Europa, poda ser tomado literalmente. Era el to no slo del Kaiser Guillermo sino tambin, por la hermana de su esposa, la emperatriz viuda Mara de Rusia, del zar Nicols II. Su sobrina Alix era la zarina, su hija Maud era reina de Noruega, otra sobrina, Ena, era reina de Espaa, y una tercera sobrina, Mara, sera pronto reina de Rumania. La familia danesa de su esposa, adems de sentarse en el trono de Dinamarca, haba educado al zar de Rusia y proporcionado reyes a Grecia y Noruega. Otros parientes, los descendientes de los nueve hijos e hijas de la reina Victoria, estaban desperdigados por las cortes de Europa. No eran nica y exclusivamente los sentimientos personales o lo inesperado y el choque de la muerte de Eduardo ya que la opinin pblica slo estaba enterada de que haba estado enfermo durante un da y de que haba muerto al siguiente la causa de las profundas muestras de condolencia al paso del fretro. Se trata, en realidad, de un tributo a las grandes dotes de Eduardo como un rey muy social que haba prestado servicios muy valiosos a su patria. Durante los nueve aos de su breve reinado, el frreo aislamiento de Inglaterra haba cedido, bajo presin, a una serie de entendimientos y acuerdos, que, sin embargo, no eran alianzas, pues Inglaterra no era partidaria de ligarse, de un modo definitivo, con dos viejos enemigos, Francia y Rusia, y con una nueva potencia en el firmamento, Japn. Este cambio de equilibrio se manifestaba en todo el orbe y afectaba las relaciones de todos los Estados entre s. A pesar de que Eduardo nunca inici o influy en la poltica de su pas, su diplomacia personal ayud a hacer posible este cambio. Cuando era nio lo llevaron a visitar Francia, y le dijo a Napolen III: Posee usted un bonito pas. Me gustara ser hijo suyo.9 Esta preferencia por todo lo francs, en contraste, o tal vez como protesta contra el favoritismo por todo lo alemn de su madre, lo domin profundamente, y a la muerte de su madre hara un mayor uso de esta preferencia. Cuando Inglaterra, irritada por el reto que representaba el Programa Naval alemn del ao 1900, decidi olvidar las viejas rencillas con Francia, las grandes dotes de Eduardo como Roi Charmeur lograron allanar el camino. En 1903 se fue a Pars, a pesar de los consejos de sus polticos de que una visita oficial sera recibida muy framente. A su llegada la muchedumbre estaba silenciosa y tensa, excepto unos cuantos gritos de Vivent les Boers! y Vive Fashoda! que el rey ignor. A un preocupado ayudante de campo que le musit: Los franceses no nos quieren, le replic: Y por qu habran de querernos?, y continu saludando y sonriendo desde su coche.10 Durante cuatro das se present al pblico, pas revista a las tropas en Vincennes, asisti a las carreras en Longchamps, a una representacin de gala en la pera, un banquete oficial en el Elseo, una comida en el Quai dOrsay y, en el teatro, inclin la opinin a su favor cuando, mezclndose con el pblico en un entreacto, dirigi galantes cumplidos en francs a una famosa actriz en el vestbulo. En todas partes dirigi graciosos y prudentes discursos sobre su amistad y admiracin por todo lo francs, su gloriosa tradicin, su hermosa ciudad, por la cual confes una admiracin basada en muchos y bellos recuerdos, su sincero placer por la visita que efectuaba, su firme creencia de que antiguos malentendidos haban sido felizmente superados y apartados a un lado, de que la mutua prosperidad de Francia e Inglaterra estaban ntimamente relacionadas entre s, y reafirm su amistad entre los dos pases. Cuando abandon la ciudad, grit la muchedumbre: Vive notre roi!. Nunca se haba observado en Francia un cambio de actitud tan rotundo como con ocasin de la visita del monarca ingls. Haba conquistado el corazn de todos los franceses, tal como inform un diplomtico belga. El embajador alemn era de la opinin de que la visita del rey era un asunto muy enojoso, y de que el acercamiento anglo-francs era el resultado de una aversin general contra Alemania. Al cabo de un ao, y despus de haber realizado los ministros una gran labor solventando todas las disputas, este acercamiento se convirti en la Entente anglo-francesa, que fue firmada en abril de 1904. Alemania hubiera podido llegar a una entente con Inglaterra si sus dirigentes, que crean ver doblez en los ingleses, no hubieran rechazado las insinuaciones del secretario de Colonias, Joseph Chamberlain, en 1899, y de nuevo, en 1901. Ni el oscuro Holstein, que diriga los asuntos exteriores de Alemania entre bastidores, ni el elegante y erudito canciller, el prncipe Blow, ni el propio Kaiser, estaban seguros de la razn de sus sospechas contra Inglaterra y tampoco estaban convencidos de si haba algo prfido en sus pretensiones. El Kaiser siempre dese llegar a un acuerdo con Inglaterra, siempre que se pudiera llegar al mismo sin dar la impresin de que l lo deseaba. En cierta ocasin, influenciado por el ambiente ingls y los sentimentalismos familiares con motivo de los funerales de la reina Victoria, le confes a Eduardo este deseo. Ni una rata podra moverse en Europa sin nuestro permiso, manifest, pues as era como l prevea una alianza anglo-germana.11 Pero tan pronto los ingleses mostraban seales de acercamiento, l y sus ministros cambiaban de rumbo, sospechando algn truco. En el temor de que les pudieran engaar en la mesa de conferencias, preferan mantenerse alejados y dedicar toda su atencin y esfuerzos a una Marina de Guerra cada vez ms poderosa para obligar a Inglaterra a aceptar sus condiciones. Bismarck haba aconsejado a los alemanes que se contentaran con ser una potencia terrestre, pero sus sucesores no eran, ni individual ni colectivamente, unos Bismarck, Haban perseguido unos objetivos claramente limitados, pero andaban tras unos horizontes ms ambiciosos, sin tener una idea clara de lo que deseaban. Holstein era un Maquiavelo sin una poltica decidida y que actuaba basndose, nica y exclusivamente, en un solo principio: recelar de todo el mundo. Blow no tena principios de ninguna clase: era un hombre tan escurridizo, se lamentaba su colega el almirante Tirpitz, que, comparado con una anguila, era una sanguijuela.12 El desconcertante, inconstante y siempre imaginativo Kaiser se fijaba un objetivo diferente a cada hora y practicaba la diplomacia como un ejercicio de movimiento continuo. Ninguno de ellos crea que Inglaterra pudiera llegar alguna vez a un entendimiento con Francia, y todas las advertencias fueron rechazadas, incluso por el propio Holstein, como ingenuas,13 y de un modo ms tajante an por el barn Eckhardstein, consejero de la embajada alemana en Londres. Durante una cena en Marlborough House, en 1902, Eckhardstein haba visto desaparecer al embajador francs Paul Cambon, en la sala de billares, acompaado de Chamberlain, sumidos ambos polticos en una animada conversacin que dur veintiocho minutos, y las pocas palabras que llegaron a sus odos en las memorias del barn no se dice si la puerta estaba abierta o estaba escuchando por la cerradura fueron Egipto y Marruecos.14 Ms tarde fue invitado a pasar a la sala de trabajo de Eduardo, en la que el rey le ofreci un cigarro Uppman de 1888 y le dijo que Inglaterra estaba a punto de llegar a un acuerdo con Francia sobre todas las cuestiones en litigio. Cuando la Entente se convirti en un hecho, la ira de Guillermo fue tremenda. Pero mucho ms rotundo an era el triunfo de Eduardo en Pars. El Reise-Kaiser (el 'emperador viajero'), como era llamado por la frecuencia de sus viajes, gozaba de las entradas ceremoniosas en las capitales extranjeras, y, sobre todo, deseaba visitar Pars, la inconquistable.15 Haba estado en todas partes, incluso en Jerusaln, en donde haba sido necesario ampliar las puertas de Jaffa para permitir su entrada a caballo. Pero Pars, el centro de lo que era maravilloso, de todo aquello que deseaba, que representaba todo lo que no era Berln, permaneca cerrada a l. Deseaba escuchar las aclamaciones de los parisienses y recibir el Grana Cordn de la Legin de Honor y hacer entender claramente a los franceses su imperial deseo. Pero la invitacin no llegaba. Entraba en Alsacia y haca discursos glorificando la victoria del ao 1870, presida desfiles militares en Metz, Lorena, pero tal vez sea sta una de las historias ms tristes. El Kaiser lleg a los ochenta y dos aos y muri sin haber estado en Pars. La envidia hacia las naciones ms viejas le atormentaba. Se lament delante de Theodore Roosevelt de que la nobleza inglesa en sus viajes por el continente nunca visitara Berln y siempre fueran a Pars.16 Se senta humillado. Durante todos estos aos de mi reinado, mis colegas, los monarcas de Europa, no han prestado la menor atencin a lo que yo digo. Muy pronto, con mi gran flota respaldando mis palabras, sern ms respetuosos, le dijo al rey de Italia.17 Estos mismos sentimientos conmovan a toda la nacin, que sufra, lo mismo que su emperador, por la falta de reconocimiento. Llenos de energa y ambicin, conscientes de su fuerza, alimentados por Nietzsche y Treitschke, se sentan poderosos para gobernar y estaban molestos ante el hecho de que el mundo no reconociera esta superioridad. Hemos de asegurar el nacionalismo alemn y el espritu germano en todo el mundo obligando a que se guarde el respeto que nos deben... y que no nos han demostrado hasta ahora, escribi Bernhardi, el portavoz del militarismo.18 Verdaderamente slo vea un medio para alcanzar este objetivo. Otros Bernhardi, de menor categora, trataban de ganarse este aprecio y este respeto con amenazas y demostraciones de fuerza. Exigan su lugar al sol y proclamaban las virtudes de la espada. Segn el concepto alemn, la mxima habitual del seor Roosevelt para tratar con sus vecinos era: Habla suavemente y ten al lado un buen garrote. Pero cuando los alemanes esgriman un arma, cuando el Kaiser orden a sus tropas que partieran hacia China para enfrentarse con la rebelin de los bxers como unos autnticos hunos de Atila (fue suya la comparacin de los alemanes con los hunos),19 cuando las sociedades pangermanas y las ligas navales se multiplicaban y se reunan en congresos para invitar a otras naciones a reconocer sus legtimas aspiraciones20 en pro de la expansin, y las otras naciones respondan con alianzas, entonces gritaban en Alemania Einkreisung! ('Cerco!'). Y el grito Deutschland gnzlich einzukreisen reson durante toda la dcada.21 Eduardo continuaba con sus visitas por el extranjero: Roma, Viena, Lisboa, Madrid... y no slo para visitar a otros monarcas. Cada ao tomaba los baos en Marienbad, en donde poda cambiar sus impresiones con el Tigre de Francia, nacido el mismo ao que l, y que haba sido primer ministro cuatro de los aos en los que Eduardo fue rey. El seor Clemenceau comparta la opinin de Napolen de que Prusia haba nacido de una bala de can y vea esta bala de can volar en su direccin. Trabajaba, planeaba, maniobraba a la sombra de una idea fija: que las ansias alemanas de poder... haban fijado como su ambicin la exterminacin de Francia. Le deca a Eduardo que cuando llegara el momento en que Francia precisara de ayuda, el poder martimo de Inglaterra no sera suficiente, y le recordaba que Napolen haba sido derrotado en Waterloo y no en Trafalgar.22 El rey, cuyas dos pasiones en la vida eran ir vestido de un modo correcto y disfrutar de una compaa no ortodoxa, pasaba por alto lo primero y admiraba al seor Clemenceau. En 1908, y con gran disgusto de sus sbditos, Eduardo visit al zar a bordo de su yate imperial en Reval. Los imperialistas ingleses consideraban a Rusia como el antiguo enemigo de Crimea y ms recientemente como la amenaza que se cerna sobre la India, mientras que para los liberales y los laboristas Rusia era el pas del ltigo, de los pogromos y de la revolucin ahogada en sangre del ao 1905, y el zar, en opinin del seor Ramsay Macdonald, era un vulgar asesino.23 Esta aversin era recproca. Rusia detestaba la alianza de Inglaterra con Japn y la odiaba como la potencia que haba frustrado las ambiciones histricas de Rusia sobre Constantinopla y los estrechos. Nicols II mezcl, en cierta ocasin, dos prejuicios favoritos en una simple afirmacin: Un ingls es un zhid ['judo'].24 Pero los viejos antagonismos no eran tan fuertes como las nuevas presiones, y ante la insistencia de los franceses, que tenan mucho inters en que sus dos aliados llegaran a un acuerdo, fue firmada en 1907 la Convencin anglo-rusa. Se precisaba de un toque personal de real amistad para dejar a un lado cualquier recelo, y por este motivo Eduardo embarc para Reval. Sostuvo largas conversaciones con el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Isvolsky, y bail el vals de La viuda alegre con la zarina, hasta el punto de hacerla rer, siendo el primer hombre en conseguir semejante hazaa desde que la desgraciada mujer colocara sobre sus sienes la corona de los Romanov.25 No se trataba de un hecho tan frvolo como pueda parecer a simple vista, puesto que la verdad es que el zar gobernaba Rusia como un autntico autcrata y l mismo estaba bajo la completa influencia de su esposa. Era una mujer hermosa, histrica y recelosa que odiaba a todo el mundo, con la excepcin de los miembros de su familia y a unos pocos fanticos o charlatanes lunticos que ofrecan consuelo a su alma desesperada. El zar, un hombre de mediana inteligencia y mal educado, estaba hecho, segn opinin del Kaiser, para vivir en una finca en la que se pudiera dedicar al cultivo de nabos.26 El Kaiser consideraba al zar dentro de su propia esfera de influencia, y trataba, por medio de unos hbiles esquemas, de hacerle abandonar la alianza francesa, que haba sido la consecuencia de la falta de habilidad del propio Guillermo. La mxima de Bismarck, amistad con Rusia, y el Tratado de Seguridad de Bismarck con los rusos, haba llevado a Guillermo y a Bismarck muy lejos durante su primer y peor acto de gobierno. Alejandro III, el zar alto, fuerte y grave de aquellos das, haba dado rpidamente media vuelta en el ao 1892 y haba concertado una alianza con la Francia republicana, incluso a costa de mantenerse firme cuando interpretaban la Marseillaise. Adems, despreciaba a Guillermo, al que consideraba un garon mal elev,27 y a quien miraba por encima del hombro. Desde el momento en que Nicols subi al trono, Guillermo trat de reparar aquel mal paso que haba dado escribindole al zar largas cartas, en ingls, dndole consejos, habindole de chismorreos polticos, dirigindose a l llamndole querido Nicky y firmando tu querido amigo, Willy. Una repblica atea, manchada por la sangre de los nobles, no era buena compaa para m. Nicky, te doy mi palabra, la maldicin de Dios ha cado para siempre sobre este pueblo, le dijo al zar.28 El verdadero inters de Nicols estribaba, tal como le sealaba Guillermo, en un Drei-Kaiser Bund, una liga de los tres emperadores de Rusia, Austria y Alemania. Sin embargo, recordando el desprecio con que le haba tratado el viejo zar, no poda por menos de patrocinar un poco a su hijo. Golpeaba amistosamente a Nicols en el hombro y le deca: El consejo que te doy son ms discursos y ms desfiles.29 Y ofreci mandarle tropas alemanas para proteger a Nicols contra sus rebeldes sbditos, lo que irritaba a la zarina, que odiaba cada vez ms a Guillermo despus de cada una de estas visitas. Cuando fracas, a causa de las circunstancias, en alejar a Rusia de Francia, el Kaiser urdi un ingenioso tratado obligando a Rusia y Alemania a ayudarse mutuamente en caso de ataque, un tratado que el zar, al firmarlo, tena que comunicar a los franceses e invitarles a unirse al mismo. Despus de los desastres de Rusia en su guerra contra Japn, una guerra que el Kaiser haba considerado necesaria, y los levantamientos revolucionarios que siguieron cuando el rgimen se encontraba en un punto difcil, invit al zar a una entrevista secreta, sin la presencia de ministros, en Bjrk, en el golfo de Finlandia. Guillermo saba perfectamente que Rusia no poda acceder a aquel tratado sin violar la confianza con Francia, pero crea que la firma de dos soberanos era todo lo que se precisaba para borrar todas las dificultades. Nicols firm. Guillermo estaba entusiasmado. Haba reparado su fatal error, haba asegurado la espalda de Alemania y haba roto el cerco. Las lgrimas se agolparon en mis ojos, le escribi a Blow. Y estaba firmemente convencido que su abuelo Guillermo I, que haba muerto murmurando unas palabras sobre una guerra en dos frentes, fijaba contento su mirada en l. Estaba seguro de que su tratado era el golpe maestro de la diplomacia alemana, y sin duda lo hubiera sido si no hubiese sido cancelado. Cuando el zar regres a palacio con el pacto, sus ministros, despus de una lectura del mismo, indicaron horrorizados que, comprometindose a unirse a Alemania en una posible guerra, haba repudiado su alianza con Francia, un detalle que, sin duda, haba escapado a la atencin de Su Majestad bajo el influjo de la elocuencia del emperador Guillermo.30 El Tratado de Bjrk slo tuvo un da de vida. Y ahora se entrevista Eduardo con el zar en Reval. Al leer el informe del embajador alemn sobre esta entrevista y al sugerir que Eduardo deseaba realmente la paz, el Kaiser escribi furioso, al margen: Miente. Desea la guerra, pero ser yo quien habr de empezarla.31 El ao termin con el ms explosivo faux paus de toda la carrera del Kaiser: una entrevista concedida al Daily Telegraph expresando sus puntos de vista sobre la situacin, y sobre quin haba de luchar contra quin, unos comentarios que no slo enojaron a sus vecinos, sino tambin a sus sbditos. El disgusto pblico fue tan manifiesto que el Kaiser se meti en cama, estuvo enfermo tres semanas y pas mucho tiempo antes de que se presentara en pblico.32 Desde entonces no haba tenido lugar ningn nuevo estallido. Los dos ltimos aos de la dcada durante los cuales Europa disfrut de una bien ganada siesta fueron los ms tranquilos. El ao 1910 fue pacfico y prspero. Todava no haba surgido la segunda crisis de Marruecos, ni la Guerra de los Balcanes. Un nuevo libro, La gran ilusin, de Norman Angel, que acababa de ser publicado, trataba de demostrar que la guerra era imposible. Gracias a unos argumentos convincentes y unos ejemplos irrefutables, Angel demostraba que, en la presente interdependencia financiera y econmica de las naciones, el vencedor sufrira tanto como el vencido, por lo que una guerra no entraaba ya ninguna ventaja ni beneficio, y, por lo tanto, ninguna nacin cometera la locura de iniciar una guerra. Traducido a once idiomas, La gran ilusin se convirti rpidamente en libro de culto. En las universidades de Manchester, Glasgow y otras ciudades industriales, se formaron ms de cuarenta grupos de estudio de firmes creyentes que se dedicaban a propagar su dogma. El ms firme seguidor de Angel era un hombre de gran influencia en la poltica militar, el amigo y consejero del rey, el vizconde Esher, presidente del Comit de Guerra, encargado de la reorganizacin del Ejrcito britnico despus de su deficiente actuacin durante la guerra contra los boers. Lord Esher pronunci conferencias basndose en La gran ilusin, tanto en Cambridge como en la Sorbona, tratando de demostrar cmo los nuevos factores econmicos prueban claramente la locura de las guerras agresivas. Una guerra en el siglo XX sera de tal magnitud, afirmaba, que sus inevitables consecuencias de desastre comercial, ruina financiera y sufrimientos individuales eran tan evidentes que la hacan completamente inconcebible. Le dijo a un grupo de oficiales en el United Service Club, entre los que figuraba el jefe del Estado Mayor, sir John French, que, debido a los vnculos entre las naciones, la guerra se haca ms difcil e improbable cada da que pasaba.33 Alemania acepta tan entraablemente como la propia Gran Bretaa la doctrina de Norman Angel, afirmaba lord Esher, firmemente convencido de lo que deca. No sabemos hasta qu punto el Kaiser y el prncipe heredero aceptaron estos puntos de vista despus de haberles regalado sendos ejemplares de La gran ilusin.34 No tenemos pruebas de que mandara un ejemplar al general Von Bernhardi, que en 1910 estaba escribiendo un libro titulado Alemania y la prxima guerra, que public en el ao siguiente y que haba de ejercer una influencia tan grande como el libro de Angel, pero desde un punto de vista completamente opuesto. Tres de los captulos, El derecho a hacer la guerra, El deber de hacer la guerra y Potencia mundial o hundimiento, resumen toda su tesis. Como oficial de caballera, a los veintin aos de edad, en 1870, Bernhardi haba sido el primer alemn en cabalgar por debajo del Arco de Triunfo cuando los alemanes entraron en Pars.35 Desde entonces, las banderas y la gloria le haban interesado menos que la teora, la filosofa y la ciencia de la guerra aplicadas a la misin histrica de Alemania, otro de los captulos de su libro. Haba sido jefe de la Seccin de Historia Militar en el Estado Mayor, era uno de los miembros intelectuales de aquel cuerpo de esforzados pensadores y duros trabajadores y autor de un libro clsico sobre caballera antes de escribir sobre Clausewitz, Treitschke y Darwin, escritos que reuni en un libro que haba de convertir su nombre en un sinnimo de Marte. La guerra, afirmaba, es una necesidad biolgica, es poner en prctica la ley natural sobre la que se basan todas las restantes leyes de la Naturaleza, la ley de la lucha por la existencia. Las naciones escribi han de progresar o hundirse, no pueden detenerse en un punto muerto, y Alemania ha de elegir entre ser una potencia mundial o hundirse para siempre. Entre las naciones, Alemania figuraba, a todos los efectos sociopolticos, a la cabeza de todo progreso en la cultura, pero est confinada en unos lmites demasiado estrechos, y, en consecuencia, poco naturales. No puede alcanzar sus elevados fines morales sin un creciente poder poltico, una mayor esfera de influencia y nuevos territorios. Este creciente poder poltico, que ser la base de nuestra importancia y que estamos autorizados a reclamar, es una necesidad poltica y el primer y ms importante deber del Estado. En sus propias declaraciones, Bernhardi anunciaba: Aquello que deseamos alcanzar es por lo que hemos de luchar. Y desde aqu iba hasta la consecuencia final: La conquista ha de convertirse, por tanto, en una ley de necesidad. Despus de probar la necesidad (la palabra preferida de los pensadores militaristas alemanes) Bernhardi continuaba estudiando el mtodo. Una vez reconocido el derecho a hacer la guerra, el siguiente paso estribaba en llevarla a un final triunfal. Para una guerra victoriosa, el Estado haba de lanzarla en el momento ms favorable por eleccin propia, ya que disfrutaba del reconocido derecho [...] de hacer uso de este privilegio por iniciativa propia. Por lo tanto, la guerra ofensiva se converta en otra necesidad y de ello resultaba otra consecuencia: Es de nuestra incumbencia [...] pasar a la ofensiva y asestar el primer golpe. Bernhardi no comparta las preocupaciones del Kaiser de no cargar con el odio del agresor. Ni tampoco se senta inhibido en decir dnde haban de asestar el primer golpe: Es completamente inconcebible que Alemania y Francia puedan negociar sus problemas. Francia debe ser aniquilada de tal modo que nunca pueda cruzarse en nuestro camino. Francia debe ser aniquilada de una vez como potencia mundial. El rey Eduardo no vivi para leer el libro de Bernhardi. En enero de 1910 le mand al Kaiser, como de costumbre, sus felicitaciones de cumpleaos, y, como regalo, un bastn de paseo antes de partir para Marienbad y Biarritz. Pocos meses despus, haba muerto. Hemos perdido el fundamento de nuestra poltica exterior, dijo Isvolsky cuando se enter de la noticia. Era una hiprbole, puesto que Eduardo era simplemente el instrumento, no el arquitecto, de la nueva situacin poltica creada en Europa. En Francia la muerte del rey caus profunda emocin y sincera consternacin, segn Le Fgaro. Pars, deca, lamentaba la prdida de un gran amigo tan profundamente como lo pudieran sentir en Londres. Las farolas y los escaparates en la Ru de la Paix estaban decorados de negro, igual que Piccadilly, retratos orlados de negro del difunto rey aparecan en las ciudades de provincias de Francia como a la muerte de un gran ciudadano francs. En Tokio, y en recuerdo de la alianza anglo-japonesa, colgaban de las ventanas banderas inglesas y niponas entrelazadas, con lazo negro. En Alemania, cualesquiera que fueran los sentimientos, se observ en todo momento un proceder muy correcto. Todos los oficiales del Ejrcito y de la Marina fueron obligados a llevar luto durante ocho das y los navos de la Marina dispararon las salvas de ordenanza e izaron las banderas a media asta. El Reichstag se puso en pie para escuchar un mensaje de condolencia ledo por su presidente, y el Kaiser se entrevist personalmente con el embajador britnico en una visita que dur hora y media.36 En Londres, durante la semana siguiente, la familia real estuvo atareada recibiendo a los reales invitados en la Estacin Victoria. El Kaiser lleg en su yate, el Hohenzollern, escoltado por cuatro destructores ingleses. Ech anclas en el Tmesis y recorri el ltimo trecho del viaje hasta Londres en tren, llegando a la Estacin Victoria como un prncipe ms. Extendieron una alfombra escarlata en el andn y en el corredor hasta el lugar en que haba de subir a su coche. Cuando su tren entr en la estacin, en el momento en que el reloj sealaba las doce, la silueta familiar del emperador alemn baj del tren para ser saludado por su primo, el rey Jorge, a quien bes en ambas mejillas. Despus del almuerzo fueron juntos a Westminster Hall, en donde estaba expuesto el cadver de Eduardo.37 Una tormenta la noche anterior y la lluvia de toda la maana no haban desperdigado a los silenciosos y pacientes sbditos de Eduardo que esperaban su turno para visitar la sala. Aquel da, jueves 19 de mayo, la fila de los que esperaban se alargaba cinco millas. Era el da en que la Tierra haba de pasar por la cola del cometa Halley, cuya aparicin recordaba la tradicin que era sinnimo de desgracia. Acaso no haba anunciado la conquista de los normandos? El que la desgracia hiciera acto de presencia en momentos como aqullos, hizo que los redactores de los peridicos se inspirasen en los versos de Julio Csar: Cuando mueren los pordioseros, no se ven cometas, pero el mismo cielo sopla cuando mueren los prncipes. En la sala, el fretro estaba expuesto majestuosamente, cubierto por la corona, esfera y cetro. Montando la guardia, en sus cuatro ngulos, haba cuatro oficiales, cada uno de ellos de diferentes regimientos del Imperio en la actitud tradicional de los oficiales que guardan un fretro, la cabeza inclinada y las manos con guantes blancos cruzadas sobre la empuadura de una espada. El Kaiser estudi todos los detalles con inters profesional. Qued profundamente impresionado, y aos despus recordaba todos los detalles de la escena con su maravilloso ambiente medieval.38 Vio cmo los rayos del sol se filtraban a travs de las estrechas ventanas gticas que iluminaban las joyas de la corona, y asisti al relevo de la guardia junto al fretro. Despus de depositar su ramo de flores rojas y blancas sobre el fretro, se arrodill al lado del rey Jorge, or silenciosamente y, al ponerse nuevamente en pie, cogi la mano de su primo en un apretn sincero y viril. Este gesto, que fue ampliamente comentado, caus una inmejorable impresin. Pblicamente, su forma de proceder fue perfecta, pero en privado no pudo resistir la tentacin de urdir nuevos planes. Durante una cena, ofrecida por el rey aquella noche en Buckingham Palace en honor de los setenta visitantes reales y embajadores especiales, se llev a un rincn al seor Pichn, de Francia, y le propuso que, en el caso de que Alemania se embarcara en una guerra contra Inglaterra, Francia se pusiera a favor del bando alemn.39 Teniendo en cuenta la ocasin y el lugar, este comentario imperial caus un profundo desconcierto, que oblig a sir Edward Grey, el secretario de Asuntos Exteriores ingls, a observar: Los dems soberanos son mucho ms silenciosos.40 El Kaiser neg posteriormente haber dicho nada por el estilo, ya que afirm haberse limitado a hablar sobre Marruecos y otros asuntos polticos.41 El seor Pichn declar, muy discretamente, que el lenguaje del Kaiser haba sido amistoso y pacfico.42 A la maana siguiente, en el cortejo, en donde no se le ofreca la ocasin de poder hablar, el comportamiento de Guillermo fue ejemplar. Mantuvo su caballo una cabeza detrs del corcel del rey Jorge, y a Conan Doyle, corresponsal especial en aquella ocasin, se le antoj tan noble que Inglaterra habr perdido algo de su antigua tradicin de amistad si hoy mismo no le encierra de nuevo en sus corazones.43 Cuando el cortejo lleg a Westminster Hall, fue el primero en saltar del caballo, y cuando lleg el carruaje en el que iba la reina Alexandra, corri hacia la portezuela con tal agilidad que lleg antes que los criados reales. Pero al comprobar que la reina bajaba del carruaje por el otro lado, Guillermo dio rpidamente la vuelta al frente de los criados, llegando antes que ellos, y ayud a bajar a la viuda y la bes con el afecto de un querido sobrino. Afortunadamente, el rey Jorge llegaba en aquel mismo instante para rescatar a su madre, sabiendo que sta odiaba al Kaiser, tanto personalmente como por lo de Schleswig-Holstein. Aunque Guillermo slo tena ocho aos de edad cuando Alemania se apoder de los ducados de Dinamarca, nunca se lo haba perdonado ni a l ni a su pas. Cuando su hijo, durante una visita a Berln en el ao 1890, fue nombrado coronel honorario de un regimiento prusiano, le escribi: De modo que mi hijo Jorge se ha convertido en un autntico y vivo soldado alemn de casaca azul... No crea vivir para llegar a ver una cosa as! Pero no importa... Ha sido tu desgracia y no tu culpa.44 Los tambores redoblaron amortiguados y se oy el quedo sonido de las gaitas cuando el fretro, envuelto en la bandera real, fue sacado por un grupo de soldados de la Marina de Guerra, cubiertos con sombreros de paja. Las hojas de los sables relucieron al sol cuando la caballera adopt la posicin de firmes. A la seal de cuatro agudos silbatos, los marineros subieron el fretro sobre el furgn militar pintado en prpura, rojo y blanco. El cortejo fue avanzando entre filas inmviles de granaderos que, como rojos muros, contenan al pblico, una muchedumbre que no emita un solo sonido. Londres nunca haba estado tan poblada, tan silenciosa. Al lado y detrs del furgn militar, que era conducido por la Royal Horse Artillery, marchaban los sesenta y tres ayudantes de campo de Su Majestad, todos ellos coroneles, capitanes de navo o pares, entre los que figuraban cinco duques, cuatro marqueses y trece condes. Los tres mariscales de campo ingleses, lord Kitchener, lord Roberts y sir Evelyn Wood, cabalgaban juntos. Les seguan seis almirantes de la Marina, y detrs de stos, completamente solo, el gran amigo de Eduardo, sir John Fisher, el violento y excntrico antiguo primer lord del Almirantazgo, con su curiosa cara de mandarn. Marchaban a continuacin destacamentos de todos los famosos regimientos, los Coldstreams, los Gordon Highlanders, la Household Cavalry, los Horse Guards y Lancers y Royal Fusiliers, los brillantes hsares y dragones de las unidades de caballera alemana, rusa y austriaca, de los cuales Eduardo haba sido coronel honorario, y los almirantes de la Marina de Guerra alemana. Para algunos observadores, este despliegue de fuerzas militares resultaba un poco exagerado en los funerales de un hombre que haba merecido el apodo de El Pacificador. Su caballo, con la silla vaca y las botas vuelta abajo, conducido por dos caballistas y el terrier Csar, aadan una nota de sentimiento personal. Segua la pompa de Inglaterra: los Poursuivants of Arms, en sus tabardos medievales, Silver Stick in Waiting, White Staves, caballerizos mayores, arqueros de Escocia, jueces con peluca y tnicas negras, y el lord Chief Justice, con su tnica escarlata, obispos con la prpura eclesistica, alabarderos de la Guardia con sombreros de terciopelo negro y cuellos blancos isabelinos, una escolta de trompeteros y el desfile de los reyes seguidos por la reina viuda y su hermana, la emperatriz viuda de Rusia, y otros doce coches en que iban las reinas, ladies y potentados orientales. A lo largo de Whitehall, Mall, Piccadilly y el Parque, hasta la estacin de Paddington, en donde el fretro haba de seguir en tren hasta Windsor para su entierro, avanzaba lentamente el largo cortejo. La banda de los Royal Horse Guards interpretaba la marcha fnebre de Sal. Despus del funeral, lord Esher escribi en su diario: Nunca se ha conocido un dolor tan intenso. Todos los viejos amigos que han marcado las sendas de nuestras vidas parecen haber desaparecido.45 LOS PLANES

2 Dejad que el ltimo hombre de la derecha roce el Canal con su manga

El conde Alfred von Schlieffen, el jefe del Estado Mayor alemn de 1891 a 1906, se haba educado, como todos los oficiales alemanes, en el precepto de Clausewitz: El corazn de Francia est situado entre Bruselas y Pars.46 ste era un axioma difcil de cumplir, pues la ruta hacia la que sealaba quedaba obstaculizada por la neutralidad belga, que Alemania, al igual que las otras cuatro grandes potencias europeas, haba garantizado a perpetuidad. En la firme creencia de que la guerra era inevitable y de que Alemania haba de entrar en la misma en las condiciones ms ptimas para asegurarse el xito, Schlieffen decidi que el problema belga desapareciera para Alemania. De las dos clases de oficiales prusianos, los dotados de un cuello de toro y los grciles como gacelas, perteneca a la segunda. Con su monculo y sus modales reservados, fro y calculador, se concentraba de tal modo en su profesin que, cuando en cierta ocasin un ayudante de campo, despus de una cabalgada durante toda la noche por la Prusia oriental, le llam la atencin sobre la belleza del ro Pregel, reluciente a la luz del sol que sala por el horizonte, el general ech una rpida y dura mirada al ro y replic: Un obstculo sin importancia.47 Y lo mismo decidi con respecto a la neutralidad belga. Una Blgica neutral e independiente fue creacin inglesa, o, mejor dicho, del ministro ingls de Asuntos Exteriores, lord Palmerston. La costa belga fue frontera para Inglaterra. En tierra belga, Wellington derrot a la ms grande amenaza contra Inglaterra desde los tiempos de la Armada Invencible. Por consiguiente, Inglaterra, desde aquel momento, decidi transformar aquella franja de terreno abierto y fcilmente transitable en una zona neutral, y despus del Congreso de Viena convino con las dems potencias adscribirla al reino de los Pases Bajos. Disgustados por la unin con una potencia protestante, dominados por la fiebre del nacionalismo del siglo XIX, los belgas se revolucionaron en el ao 1830. Los holandeses lucharon por conservar las provincias; los franceses, ansiosos de reabsorber lo que ya haban posedo en otros tiempos, intervinieron en la contienda, mientras que los Estados autocrticos, Rusia, Prusia y Austria, que trataban de mantener en Europa el statu quo acordado en Viena, estaban dispuestos a abrir fuego a la primera seal de levantamiento, fuese donde fuese. Lord Palmerston logr engaarlos a todos. Saba que aquella provincia poda ser una eterna tentacin, tanto para un vecino como para el otro, y que slo una nacin independiente decidida a conservar su propia integridad podra sobrevivir como zona segura. Despus de nueve aos de luchas, de tiras y aflojas, de mandar zarpar a la Marina inglesa cuando as lo crea conveniente, logr que fuera firmado un tratado internacional garantizando Blgica como un Estado independiente y perpetuamente neutral. Este tratado fue firmado en el ao 1909 por Inglaterra, Francia, Rusia, Prusia y Austria. Ya desde el ao 1892, cuando Francia y Rusia firmaron la alianza militar, se hizo evidente que cuatro de las cinco naciones firmantes del tratado de Blgica se veran comprometidas de un modo automtico, dos contra dos, en la guerra que haba de planear Schlieffen. Europa era un montn de espadas y resultaba completamente imposible sacar una sin poner en movimiento las dems. De acuerdo con la alianza germano-austriaca, Alemania estaba obligada a ayudar a Austria en el caso de un conflicto con Rusia, y segn las clusulas de la alianza entre Francia y Rusia ambas estaban obligadas a marchar sobre Alemania si una de las dos se vea embarcada en una guerra defensiva contra aquella nacin. Esta disposicin haca inevitable que, en cualquiera de las guerras en las que se viera comprometida Alemania, tuviera que luchar en dos frentes tanto contra Rusia como contra Francia. No se conoca an el papel que poda desempear Inglaterra. Poda permanecer neutral, o si se haca necesario, entrar en la guerra en contra de Alemania. No era un secreto para nadie que la causa poda serlo Blgica. Durante la Guerra Franco-prusiana, cuando en el ao 1870 Alemania era todava una potencia en ascenso, Bismarck haba tenido la suerte de reafirmar, a una insinuacin de Inglaterra, la inviolabilidad belga. Gladstone haba conseguido la firma de un tratado por ambos bandos en el sentido de que si alguien violaba la neutralidad belga, Inglaterra cooperara con el otro a fin de defender Blgica, aunque sin comprometerse en las operaciones generales de una guerra. Aun cuando esta frmula de Gladstone hubiese sido difcil de llevar a la prctica, los alemanes no tenan motivo alguno para creer que en el ao 1914 los ingleses la tomaran menos en serio que en el ao 1870. Schlieffen, sin embargo, decidi que en el caso de guerra, haba que atacar Francia atravesando Blgica. Sus razones eran una necesidad militar. En una guerra de dos frentes, escribi, todas las fuerzas de Alemania haban de ser arrojadas contra un enemigo, el ms fuerte, el ms poderoso, el enemigo ms peligroso, y ste era, nica y exclusivamente, Francia.48 El plan que Schlieffen complet hacia el ao 1906, el ao en que present la dimisin, prevea seis semanas y siete octavos de las fuerzas alemanas para aniquilar Francia, mientras que una octava parte haba de mantener el frente del Este contra Rusia hasta que el grueso del ejrcito pudiera ser destinado a combatir al segundo enemigo.49 Se decidi, en primera instancia, por Francia, dado que Rusia poda evitar una rpida victoria retirndose al interior de su inmenso pas, obligando a Alemania a una campaa interminable, como haba sido en el caso de Napolen. Francia estaba mucho ms cerca y era ms fcil de movilizar. Los ejrcitos alemn y francs slo necesitaban dos semanas para una completa movilizacin antes de poder lanzar un ataque de importancia al decimoquinto da. Rusia, segn la aritmtica alemana, debido a sus vastas distancias, su deficiente red ferroviaria y su gran nmero de soldados, tardara seis semanas antes de poder lanzar una ofensiva de mayor escala, y, para entonces, Francia ya podra haber sido derrotada. El riesgo de dejar que la Prusia oriental, el corazn de los junkers y de los Hohenzollern, slo fuera defendida por nueve divisiones, era difcil de aceptar, pero ya Federico el Grande dijo: Es preferible perder una provincia que desperdigar las fuerzas por medio de las cuales queremos alcanzar la victoria.50 Y nada conforta tanto a la mente militar como la mxima de un gran, aunque difunto, general. Slo lanzando el mayor nmero de fuerzas contra el oeste poda invadirse Francia en un plazo de tiempo relativamente breve. Solamente por medio de la estrategia del envolvimiento, usando Blgica como ruta de paso, podan los ejrcitos alemanes, segn opinaba Schlieffen, atacar con xito a Francia. Sus razonamientos, desde el punto de vista puramente militar, parecan no entraar ningn error. Los ejrcitos haban aumentado de entre doscientos y trescientos mil hombres en el ao 1870 a casi un milln y medio, y requeran ahora mucho ms espacio para maniobrar. Las fortalezas francesas, construidas a lo largo de las fronteras de Alsacia y Lorena a partir del ao 1870, impedan que Alemania pudiera lanzar un ataque frontal a travs de la frontera comn. Slo dando un rodeo podan los franceses ser sorprendidos por la espalda y ser destruidos. Pero a ambos extremos de las lneas francesas estaban situados pases neutrales: Suiza y Blgica. No haba espacio suficiente, para las inmensas fuerzas alemanas, para rodear a los franceses dentro del propio territorio de Francia. Los alemanes lo haban hecho en el ao 1870, cuando los dos ejrcitos haban sido ms reducidos, pero ahora se trataba de maniobrar con un ejrcito de millones y rodear a otro ejrcito de millon