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Troteras y danzaderas. Ramón Pérez de Ayala

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    in 2014

    http://archive.org/details/troterasydanzadeOOprez

  • TROTERAS Y DANZADERAS

  • OBRAS DEL MISMO AUTOR

    La paz del sendero. Poesa.Agotada.Tinieblas en las cumbres.Novela.Publicada

    con el seudnimo de Plotino Cuevas.A. M. D. G.La vida en los Colegios de jesutas.

    Novela.Cuarta edicin. Traduccin alemana deMario Spiro.

    La pata de la raposa.Novela.

    EN PRENSA

    Espritu recio.Novela.

    Fe y Encarnacin.Novela.

    Tanto estas obras como la presente sonpropiedad de su autor, quedando prohibi-da su reimpresin sin su autorizacin.

    Imp. de Prudencio Prez de Velasco, Campomanes, 4, Madrid.

  • RAMON PEREZ DE AYALA

    TROTERAS YDANZADERAS

    (NOVELA)

    Despus fise muchas cntigas de danca troterasPara judias, et moras, para entendederasPara en instrumentos de comunales manerasEl cantar que non sabes, oilo cantaderas.

    Juan Ruiz (Arcipreste de Hita).

    vRENACIMIENTO

    SOCIEDAD ANNIMA EDITORIALCalle de Pontejos, nm. 8, 1.

    MADRID

  • DON MIGUEL DE UNAMUNOPoeta y Pilsofo espafiol del siglo XXI*.

  • PARTE PRIMERA

    SES0STRI5 V PLATN

    Vedere adunque dovev, amore essereuna passione accecatrice dell' animo, dis-viatrice dello ingegno, ingrossatrice, anziprivatrice della memoria, dssipatrice delleterrene faculta, guastatrice delle forc delcorpo, nemica dellagiovinezza, e della vec-chieza; morte, genitrice de' vizi, e abila-trice de' vacui petti; cosa senza ragione, esenza ordine, e senza stabilit alcuna; vi-zio delle menti non sane e sommergitricedella amana libert.

    Boccaccio.

    I

    Tefilo Pajares, el prncipe de los poetas espao-les, cuyo paso deba tenderse por tierra un tapiz derosas al decir de algunos diarios de escasa circula-cin, el autor de Danza macabra y Muecas espectrales,bajaba poco poco y como embebecido en cavilacio-nes por la calle de Cervantes, cara al Botnico. Erauna maana de otoo; el cielo, desnudo, y la luz,agria. Neblina incierta, de color hez devino, satura-ba sombras y penumbras.

    Lo primero que se echaba de ver en la persona delpoeta Pajares era lo aventajado de su estatura, loinslito de su delgadez y el desalio de la indumen-taria: desalio de penuria econmica y tambin por

  • o RAMN PREZ DE ATALA

    obra de cierto desdn hacia las artes cosmticas. Lasbotas y los pantalones, en particular, delataban consauda insolencia la inopia y desaseo de Tefilo. Sinduda, ste lo echaba de ver, porque, segn caminabacon las manos la espalda y la cabeza cada hacia elpecho, miraba pertinazmente pantalones y botas, ysu rostro aguileno, cetrino y enjuto, languideca conmueca de consternacinuna mueca espectral hubieradicho l

    , como si encarndose con aquellas pren-

    das tan deleznables y mal acomodadas los miem-bros las motejase de falta de tenacidad ante el infor-tunio y de adhesin su amo.

    Detvose Tefilo delante de una puerta y mir elnmero pintado, en el dintel: el 26. Volvi sobre suspasos y penetr en el portal del 24. Arrancaba su-bir las escaleras, cuando la portera, enarbolando unescobn, se precipit atajarle el paso: Eh!, to frescales, adnde va usted?Rugi la

    mujer, con iracundia que Tefilo le pareci incon-gruente en tai caso. Continu, casi frentica: Aquno se admiten mndigos, lo oye ust, so sinvergen-za, tsico?

    Tefilo sinti helrsele el alma. Sus ojos perdieronpor un segundo la visin. Tefilo, que haba suspi-rado infinitas veces en verso por la muerte, y habadescrito con cnica deleitacin y nauseabundos deta-lles la orga que con su carne ptrida haban de cele-brar los gusanos, y tambin el fantasmagrico haz desus huesos, ya mondos, la luz de la luna; l, el can-tor de la descomposicin cadavrica, as que escuchabamentar la palabra tisis desfalleca de miedo. Su zozo-bra constante era si estara tsico.

    La portera haba ganado la delantera Tefilo.Estaba dos escalones ms alta que el poeta, con elescobn empuado la ofensiva y muy despatarrada,de manera que, dado el terrible volumen de su vien-tre y caderas, poda obstruir el paso con slo ladear-

  • TROTERAS Y DANZADERAS 7

    se un poco diestra siniestra, segn por donde vi-niera el ataque.Seora...Tartamude Tefilo.Como si del calificativo hubiera recibido la ms

    brbara injuria, la portera reanud sus voces confuror prximo al paroxismo. Esgrima el escobn conentrambas manos modo de mandoble; amagaba,pero no acometa.

    Tefilo se mantuvo vacilante en un principio. Re-cobrado del desfallecimiento, por reaccin la sangrele invada acelerada los pulsos. Temblaba, sintiendolevantarse dentro de s una fuerza indcil la vo-luntad.Pero, es que no tiene usted orejas, so tsico?

    Grit exasperada la portera.Mujer, est usted loca no lo est, esto se acab,

    porque se me ha acabado la paciencia.MascullTefilo atropellando las slabas. Inclin la cabeza,adelant con el pie derecho un escaln y descargsecamente sobre la barriga de la portera, y en suzona central y ms rotunda, un golpe recto con elpuo. Como si el vientre fuese el fuelle de una gaitagigantesca, y por la colisin del puo se hubiera va-ciado de pronto, los mbitos de la caja de la esca-lera retemblaron: tal fu el alarido de la portera.Cay sentada la mujer, y Tefilo brinc sobre ella,con propsito de huir escaleras arriba; pero la por-tera logr asirle un pie, y en l hizo presa. TirabaTefilo con todas sus fuerzas, y la mujer aferrabasin ceder, pidiendo auxilio. Oanse pasos apremian-tes dentro de las viviendas. Tefilo, la desespe-rada, di una sacudida y libert el pie; pero al po-nerlo en firme recibi rara impresin de fro y faltade tacto, como si el pie no le perteneciese. Mirse yvi que le faltaba la bota y le sobraban agujeros alcalcetn, color cardenal retinto. Vergenza y rabiale encendieron las mejillas. Le acometi la tentacin

  • 8 RAMN PREZ DE AYALA

    de patear, con la bota que le quedaba, la cabeza dela portera, la cual agitaba en su mano la otra bota modo de trofeo, y vociferaba: Este ladrn... este ladrn... Emeteriooo...!

    Pero, en dnde te metes, bragazas? Emeteriooo!

    Y

    poniendo un descanso en sus clamores, hizo hito dela nariz de Tefilo y le lanz la bota con tanta vio-lencia como pudo. La bota pas por encima de lacabeza del poeta, rebot en el muro y deslizndoseentre dos hierros del barandal fu caer al pie de laescalera. Para recobrarla, Tefilo deba pasar otravez por encima de la portera.En el rellano del piso primero asom un cnerpecito

    muy bien cortado; una apicarada cabeza femeninapor remate de l. Pero, qu pasa, se Donisia? Es c'a cado un

    blido?Tefilo levant la cabeza y respir: Conchita! Dijo Tefilo Con qu oportuni-

    dad sale usted... Esta arpa

    y seal la porterayacenteno me dejaba subir; me amenaz, quisoagredirme con la escoba, y me dirigi los insultosms groseros.

    La portera comenzaba incorporarse. El seorEmeterio, portero consorte, surgi en este punto,liando un cigarrillo y en mangas de camisa. Yenacon aire pachorrudo y ceo escrutador, como hombreque no se deja alucinar, sino que examina cabalmentelos hechos antes de emitir juicio. Adelantse, con esaprosopopeya cmica del pueblo bajo madrileo. Elfrunce de su cara pareca decir: vamos ver lo queha pasao aqu. Pero no sabe ust, se Donisia pregunt

    desde lo alto Conchita ,

    que el seor Pajares es vi-sita de casa, amigo de la seorita?Cmo iba fegurarme yo que este mndigo?...

    Comenz decir la portera, adelantando, al llegar

  • TROTERAS Y DANZADERAS 9

    mndigo, el labio inferior, en seal de menosprecio.El seor Emeterio mutil la frase incipiente de su es-posa con una mirada de travs. Suba ust, don Tefilo.Habl Conchita,La se Donisia no pudo reprimir una exclama-

    cin sarcstica. Uy, don Tefilo! Qu mono!El seor Emeterio dobl el brazo derecho en forma

    de cuello de cisne y puso la mano como para oprimirun timbre; el dedo ndice muy erecto, apuntando los labios de su mujer. Orden campanudamente: T, callar!Y enderezando la mirada Te-

    filo.Vamos ver, le ha faltao mi seora?Disponase la portera protestar, pero el seor

    Emeterio, con un movimiento autoritario del brazoizquierdo, la redujo silencio y sumisin.

    Tefilo estaba aturdido y nervioso. Comprendaque el seor Emeterio estaba en la duda de dar nouna paliza la se Donisia, y que el porvenir col-gaba de su respuesta. Vaya!intervino Conchita, impacientndose

    ,

    que se hace tarde y no puedo estar toda la maana la puerta. Suba ust, don Tefilo. Vaya si son uste-des pelmas!... Un hemistiquio, Conchita!Rog el seor Eme-

    terio.

    Un hemis... qu?Y Conchita ri alegremente. Quiere decirse un momento. E! seor Emete-

    rio enarc las cejas y chasc la lengua; daba en-tender que era tolerante con la ignorancia de Conchi-ta. Dirigindose Tefilo, repiti: Vamos ver,le ha faltao mi seora? Oh... ver usted!... No; de ninguna manera

    .

    Tefilo no saba qu decir. Crea...Insinu el seor Emeterio. Bah! Concluy Tefilo, esforzndose en son-

    rer.Una equivocacin cualquiera la tiene.

  • 10 RAMN PREZ DE ATALA

    Pero que muy bien dicho.Coment el seorEmeterio

    . Quiere decirse entonces que ust sabedisimular si mi seora ha tenido un lsus qui-procu

    .

    Claro, claro.Asegur Tefilo sin atreverse reconquistar la bota y sustentndose en un pie.Pues, buenos das y disimular. T, anda pelan-

    te! Y el seor Emeterio, en funciones de imperioconyugal, acompa esta orden haciendo castauelasde los dedos.

    La sea Donisia comenz retirarse con paso re-moln y gesto reacio. Volvase de vez en vez mirarde soslayo, tan pronto Conchita como Tefilo, ysus ojeadas eran, respectivamente, de servilidad y deencono. Desde el comienzo de la escena la conductade la se Donisia haba sido ejemplarmente canina.Recordaba esos perros de casa grande que ladran conrabia descomunal al visitante humilde; luego, si porventura se han excedido en su celo, el visitante es ad-mitido la mansin del dueo y ellos golpeados porun sirviente, vanse mohinos y rabigachos, con ojosinquietos, tan pronto recelosos del castigo como co-lricos hacia el intruso.

    As como la se Donisia descendi los cuatro es-calones, Tefilo recuper y se calz la bota, que erade elsticos, aun cuando haba renunciado ya suscualidades especficas de elasticidad; y como si se hu-biera ajustado al tobillo, no una bota, sino las alasde Mercurio, vol, ms que subi, al piso primero.En estando solas los dos porteros se les seren la

    cara: la de la se Donisia dej de ser iracunda y ser-vil, y la del seor Emeterio perdi su prosopopeya ytoda suerte de aderezo figurado. Mirbanse llanamen-te el uno al otro, como matrimonio bien avenido, yera evidente que se comprendan sin hablarse. Pero mi t que la seorita Rosa!... Chacha-

    re la mujer, conduciendo involuntariamente la mano

  • TROTERAS Y DANZADERAS 11

    al paraje en donde Tefilo haba descargado el gol-pe . Si son unas guarras... Ya ves t si el seor Si-cilia, y ms ahora que le han hecho menistro, le darlo que la pida el cuerpo...

    iQu ha de dar, Donisia! A su edad...

    No seas picante, Emeterio. Digo que si le dartantas pelas, qu pelas!, tantos ppiros como pesa.Pues n, que le ha de poner la cornamenta. Y enta-va, si fuera aquello de decirse con un seorito de-cente. Pero, hay que ver el chulo que ha selecio-nao!... Con una cara de tsico... Pues, y los toma-tes del calcetn? Te has fijao?No m'haba de fijar, Donisia? Las hay pa toos

    los gustos. Pero t, tambin, vaya que has dao gus-to la muy! Y hay que tener ppila...Peroacordndose del golpe recto de Tefilo

    ,

    si es que me ha soltao un mamporro talmenteaqu...Sealaba lo ms avanzado del vientre.Ya, ya. Y n, que hay que cerrar el pico, por-

    que las propis de la seorita Rosa...Es la princesa del Caramnchimai, Emeterio.Y que lo digas, Donisia.Y se engolfaron en las tinieblas del cuchitril.

    II

    Habanse entrado en la portera el seor Emete-rio y la se Donisia cuando se oyeron grandes ymajestuosas voces llamando al marido y la mujer.Acudieron stos al lugar de donde las voces partan,para lo cual hubieron de atravesar un pasadizo quedaba un angosto patizuelo; en l, una puerta condos escalones, y por ella se entraron una pequeaantesala y luego una ancha pieza, con vidrieras un costado y en el techo modo de estudio de pin-tor. Estaba esta pieza atalajada con pocos y vetustos

  • 12 RAMN PREZ LE AYALA

    muebles de nogal denegrido; un arcn tallado, sillo-nes fraileros, y en el respaldo de uno de ellos una ca-sulla, una mesa de patas salomnicas trabadas entres por hierros forjados, un veln de Lucena, algunoscacharros de Talavera y Granada, una cama con col-cha de damasco de seda carmes, y en la cama unhombre flaco, barbudo y sombro. A la primer ojea-da, este hombre ofrecase como el ms cabal trasun-to corpreo de Don Quijote de la Mancha. Luego, seechaba de ver que era, con mucho, ms barbado queel antiguo caballero, porque las del actual eran bar-bas de capuchino; de otra parte, la aguilea nariz deDon Quijote haba olvidado su joroba al pasar al nue-vo rostro, y, aunque salediza,"era ahora ms bien na-riz de lezna.

    Estaba el caballero sentado en la cama, con unapierna encogida y la rodilla muy empinada, ha-ciendo de pupitre, sobre el cual sustentaba un cartncon una cuartilla sujeta por cuatro chinches. Con lamano derecha asa un lapicero. Despojse con la iz-quierda de las grandes gafas redondas, con armaznde carey, y mir severamente al matrimonio. Sin em-bargo, sus ojos, fuera por sinceridad, fuera por con-dicin de la miopa, delataban gran blandura de sen-timientos.Me quiere usted decir, Dionisia, qu obedece

    el escndalo que usted ha movido en las escaleras?No sabe usted, mujer, que no puedo trabajar si hayruido? Quiere usted obligarme que busque nuevoalojamiento cien leguas de su desordenada vocin-glera?Habl el caballero, con un tono semejante alde un actor joven representando un papel de arzo-bispo. Por Dios, seorito! Rog el seor Emeterio. Por Dios, don Alberto!Suplic la se Doni-

    sia con extremada y dolida humildad.Marido y mujer acercbanse siempre don Alber-

  • TROTERAS Y DANZADERAS 13

    to posedos de medrosa devocin. Lo amaban comoel perro ama al hombre y el hombre ama Dios,como un sr medias familiar y medias miste-rioso.

    Don Alberto del Monte-Valds, como los espao-les de antao, haba dado los nerviosos aos de lajuventud las aventuras por tierras de Nueva Espa-a, en cuyo descubrimiento y conquista, al decir dedon Alberto, haban tenido gloriosa parte antepasa-dos suyos. Acercbase la mitad del camino de lavida cuando retorn la metrpoli y cay en la villa

    y corte, luciendo extraa indumentaria y anuncian-do la buena nueva de un arte extrao. Los transen-tes rean de su traza; los cabecillas literarios hostili-zaron con mofas sus escritos. Monte-Valds, comohacindose fuerte en un baluarte, enton la vida con-forme una pauta de orgullo, mordacidad y extra-vagancia, que tales eran los tres ngulos de su de-fensa contra burlas, insidias y rutinas ambientes. Al-gunos escritores mozos le seguan y remedaban. Y todo esto, el escaso dinero con que haba llegado Madrid andaba punto de consumirse. No conseguapublicar ningn artculo en los peridicos, y si poracaso alguna revista de poco fuste se lo acoga, no selo pagaba, como no fuera en elogios. Habindose re-ducido su caudal diecisis duros mal contados, ca-minaba cierto da sin rumbo por las calles, conside-rando lo que daran de s y el tiempo que tardara enganarse otros diecisis, cuando un corro de apretadagente, al pie de una casa medio construir, le atrajola atencin. Abri brecha entre los mirones codazosy descubri en el centro un hombre lvido y quejum-broso, yaciendo en tierra. Dos personas parecan pres-tarle auxilio y examinarlo. Trajeron una camilla y enella acomodaban al herido tiempo que Monte-Val-ds, llegndose al lugar de la escena, interrog una

  • 14 RAMN PREZ DE AYALA

    de aquellas dos personas, que result ser mdico:Qu ha ocurrido?Monte-Valds, como Don Quijote, suspenda quien

    por primera vez hablaba, con una emocin entre im-ponente hilarante. El mdico examin despacio aladvenedizo, se encogi de hombros y respondi des-pegadamente:Nada; ya lo ve usted. Un albail que se ha ca-

    do del andamio. Nada.Cmo que nada?Rezong lo sordo Monte-

    Valds, sacudiendo barbas y quevedos.El mdico volvi examinar al intruso, pensando

    si estara loco. Y habl de nuevo, esta vez con cortesa:Digo que nada precisamente por eso, porque este

    nada quiere decir todo: quiere decir que el hombrequedar intil para toda su vida, cosa que, en resumi-das cuentas le estar bien merecido, porque son unosbestias, que no se cuidan de nada; eso, como no estu-viera borracho. Y digo que se quedar intil porqueel arreglo del brazo, que es donde tiene la quebra-dura, no se puede hacer sino con un aparato ortop-dico que vendr costar setenta y cinco pesetas, ycomo l no tiene las setenta y cinco pesetas ni quiense las d, pues, nada!Y quin le ha dicho usted que no tiene quien

    se las d?Bram opacamente Monte-Valds, des-pidiendo centellas por los ojos. Ahora fueron tanviolentas las sacudidas de los quevedos que hubo deafianzarlos en la nariz con insegura mano.Digo; como usted no las...Naturalmente que yo las doy.En este punto apareci una mujer que hipaba y

    gema, conduciendo de la mano una chicuela more-nucha y enclenque. El mdico se acerc la mujer,y, en hablndole unas palabras, la mujer acudi Monte-Valds, y quera besarle las manos. El escri-tor, con ademn y son evanglicos, dijo:

  • TROTERAS Y DANZADERAS 15

    Mujer, no llores, que lo que hago no vale lapena. Toma los quince duros.

    La mujer quiso saber el nombre y domicilio delprotector de su marido. Resistase Monte-Valds,pero hubo de ceder al fin.Una modistilla, arrastrada por ese instinto senti-

    mental y burlesco que es toda el alma de las ma-drileas de clase humilde, grit: Viva Don Quijote!Y los testigos de lo acaecido, en su mayora de

    pueblo bajo, hicieron coro: Viva!Monte-Valds, gran enemigo de la plebe y despre-

    ciador de sus arrebatos, huy con ligero comps depies. Las menestralas, que le vean de espaldas, consu larga cabellera y extrao pergeo, lloraban de risa.

    El albail herido era el seor Emeterio; la mujersollozante, la sea Donisia.A solas ya, Monte-Valds cont el dinero que le

    quedaba; cuatro pesetas y veinte cntimos. Tenaarrendado un cuarto y sola comer en cafs y restora-nes de precio mdico, slo dos veces la semana, por-que su sobriedad era tanta como las de algunos c-lebres espaoles de otros siglos. Es decir, que susarbitrios pecuniarios no alcanzaban procurarle elsustento ms arriba de una semana. No tena amigos quienes acudir, ni, de otra parte, se hubiera doble-gado nunca solicitar dineros.

    Esforzbase en resolver tan intrincado problemacuando acert pasar frente la iglesia de las Gn-goras. Entr en el templo, sentse en un banco, yall, estando con la cabeza gacha, los ojos entorna-dos, las aletas de la nariz dilatadas por el olor in-cienso y peinndose despaciosamente las barbas conlos dedos, tuvo una revelacin. Sali confortado de laiglesia y se encamin una panadera, en donde com-pr pan para un mes. Pan que luego conserv blando

  • [6 RAMN PREZ DE AYAL A.

    envolvindolo en paiznelos, los cuales mantenahmedos siempre, como los escultores hacen con sushocetos en barro. Antes de terminar el mes, y con lel pan, Monte-Valds coloc dos artculos que cobr cinco duros cada uno. Casi al mismo tiempo pre-sentaronsele Emeterio, repuesto ya del percance, y lamujer. Su agradecimiento y adhesin al caballeroeran tales, que la vuelta de lagrimear y dar graciascentenares de veces, la Dionisia habl as:Seorito, nosotros queremos servirle ust,

    estar siempre con ust y sus rdenes pa lo que nosresta de vida.Me place. Yo no puedo vivir sino rodeado de

    servidumbre.Y comenz peinarse las barbas, sig-no en l de reflexin.Pero debo advertirles que yosoy un hidalgo pobre.Con ust

    ,

    aunque fuese morir de hambre.

    Afirm decidido Emeterio.

    Mejor que con el Ro-chil!

    Sea!concluy Monte-Valds.A partir de este punto comenz la poca misterio-

    samente heroica de la vida de Monte-Valds, lapoca de la conquista: conquista de renombre y, ensegundo trmino, si ello viniera de aadidura, con-quista de bienestar. Y as como la enjuta Castilla delos tiempos del Emperador, con el hambre en casa yla miseria, conquistaba el mundo lidiando por la fe,y tanto como se le apretaban las tripas se le erguala cabeza ante ojos ajenos, Monte-Valds peleaba, su modo, por un ideal de arte, y cuanto ms reciaera la escasez en casa, ms se le entiesaba y endure-ca la raspa, que no la doblaba ante nadie. Sola-mente entre espaoles se encuentra el tipo de hombreque ha hecho compatible el hambre con el orgullo y quien no envilece la pobreza. No era raro que du-rante aquella poca de conquista Monte-Valds per-maneciera algunos das sin salir del lecho, habiendo

  • TROTERAS t DANZADERAS 17

    empeado el nico traje que posea, por no morirsede hambre l y su servidumbre. Y si acaso en talesocasiones aportaba un amigo de visita , recibaleMonte-Valds en cama, con afable prestancia y uncomo natural olvido de las humildes cosas en tornode ellos, que no pareca sino que el lecho era estrado.

    Era pendenciero, porque consideraba que en laadversidad los nimos nobles se enardecen. Una desus pendencias hubo de costarle una pierna, la dere-cha, que sustituy con otra de palo. Si se le hubierade creer l, de este accidente recibi gran contento,porque le haca semejante Lord Byron, que tam-bin era cojo, si bien de distinta cojera.Lo que me dueleexclamaba veces compo-

    niendo un gesto de consternacin irnica es sentir-me incapacitado para aplicar puntapis los galopinesde las letras y no poder desbravar potros cerriles.

    Cosa la ltima que dejaba un tanto perplejo al inter-locutor.

    Tras muchas y speras campaas, la fortuna co-menz serle amiga y el xito lisonjearlo. Ibacamino de alcanzar cuanto se haba propuesto.

    El seor Emeterio, que haba dejado el oficio, y lase Donisia, que haba incurrido en menesteres por-teriles por distraerse, deca ella, haban seguido ca-ninamente Monte-Valds en todas sus andanzas yparticipado, con resuelto corazn,' de sus privaciones.Sentan, adems de amor, cierto orgullo reflejo porsu seorito: esa jactancia de servir buen amo, quees la verdadera cadena y muestra visible de todas lasservidumbres. Por eso le amaban como el perro amaal hombre y el hombre ama Dios, como un &r medias familiar y medias misterioso.

    Es que, ver ust, seorito empez explicarla se Donisia

    , se cuela un mndigo en el portal,

    porque talmente era un mndigo. Ya sabe usl que2

  • 1 KAtotf ri'REZ D AVATi

    el casero no quiere mndigos* Lo mismo da decirladrn que mndigo. Mendigo, mujer, y no mndigo, como ha dicho

    usted por cuatro veces.Ladrn me paece ms al caso. Pues como le

    digo, voy y no le dejo pasar. Pues que se arranca decirme perreras, y va y me da un puetazo en elvientre; y n, que resulta que es el chulo de la seo-rita Rosa.

    Monte-Valds se peinaba las barbas. Al oir elnombre de Rosa, alarg el brazo y dijo: Basta, Dionisia. Que no le oiga usted llamar

    seorita una mala mujer. Veo que en esta casa nose puede vivir. Y como quiera que ya vengo pensn-dolo hace varios das, usted, Emeterio, ir hoy verse con el casero y le dir que me mudo en seguida.Yo mismo buscar nuevo cuarto, y ustedes, si quierenseguir sirvindome, me acompaan; si pretieren laportera y los gajes que le pueden venir de una malamujer, se quedan.

    -P

  • TROERAS Y DANZADERAS 9

    Es usted tremenda, Conchita.Balbuce Tefiloazorndose.Trteme usted de t, D. Tefilo.Tefilo pensaba: Conchita se figura que estoy

    muerto de hambre. Con mi facha...Es que en el comedor hay ms luz, Conchita.Ms luz, eh? Est usted apaao del quinqu.

    Cmprese unas gafas ahums.Tefilo pens ahora: Se est burlando de m.

    Le parezco ridculo. Aquella fuerza tirnica, ind-cil la voluntad, que le haba movido descargargallardo golpe sobre el vientre de la portera, comen-zaba insurgirse y dominarlo. Quin me manda m venir casa de una prostituta?... Cerebro y co-razn se le quedaron en suspenso unos instantes.Prosigui el hilo del soliloquio mental: Al fin yal cabo, una prostituta. Al fin y al cabo vala tantocomo aunque yo est enamorado de ella; aunquequizs llegue enamorarse de m y se regenere; aun-que ando loco entre esperanzas y desesperanzas. YTefilo, dolido por lo que l juzgaba burlas de Con-chita, continuaba pensando: Lo natural, lo decoro-so, el gesto bello de este trance risible sera que lediese un puntapi en el trasero Conchita, para queaprenda no ser desvergonzada. Y aquella fuerzaagresiva irreprimible le hormigueaba ya en unapierna. Pero de pronto tuyo la sensacin de quedarexange, con las venas vacas, y as como si el cora-zn fuese una cosa lcida y hueca, susceptible de servuelto del revs. A pesar suyo, volvi formular conpalabras las ideas: Pobrecita! Qu culpa tiene ellade que yo sea pobre y grotesco? Y otra vez, de lapalabra concreta descendi derretirse en neblina yangustias sentimentales. Era que tena miedo de laspalabras: miedo de desvelar la verdad acerca de spropio; y tie*mpo que todo su sr, tientas, aspira-ba interrogarse y conocer si en realidad era un sr

  • 20 RAMN PREZ DE AYALA

    grotesco, Tefilo se obstinaba en ignorar esta aspira-cin perentoria. Cerraba los ojos de la conciencia igualque, despus de algunos das de hambre y algunas no-ches sin sueo, sola cerrar los del rostro al pasarante uq espejo, por miedo verse con toda la traza deun tsico rematado. Tales estados de nimo iban uni-dos siempre, en lo afectivo, una rara ternura y tole-rancia hacia la maldad ajena, un movimiento deamor por todos los seres y las cosas, y en las lneasde la cara trasparecan modo de mueca simptica ypueril, como si con el gesto dijese: uYo os perdonoque seis como sois. Perdonadme que sea como soy,porque la verdad es que yo no tengo la culpa. Parece mentira! Y yo que te quiero tanto, Con-

    chita...Cuando le entr por los odos el compun-gido acento de sus propias palabras, Telo quedestupefacto y corrido de haber hablado como pormquina, sin el concurso de la voluntad. A ver, ver, que yo me entere!Conchita co-

    loc los brazos en jarras, se empin sobre las puntasde los pies, entiesando el grcil torso, y lade la ca-becita para oir mejor. Ahora era Conchita quienpensaba que se burlaban de ella.Su engallada actitud de braveza y enojo era tan

    linda y graciosa que Teilo se deleitaba contem-plndola y no pudo menos de sonrer.Te quiero como amigo, Conchita; nada ms que

    como amigo. Sabes que las aguas van por otro lado;aparte de que t ya tienes novio.Eso es lo que ust menos le importa.Dijo

    Conchita con sequedad que no era hostil. Claro que no me importa, si t te empeas*

    Bien; ahora llvame al comedor. Y dale! Qu pelmazo es ust, seor Pajares!Conchita tom de la mano al poeta, y corriendo de

    suerte que Tefilo iba remolque, le condujo al co^medor.

  • Troteras y danzaderas 21

    Lo ve ust?Pregunt la muchacha, mostrandoel desorden de la habitacin.

    Las sillas estaban unas encima de otras y algunassobre la mesa; los cortinajes, recogidos en los ba-tientes de las puertas. Una vieja criada barra.Se quiere ust quedar aqu, don Tefilo?Ya veo que tenas razn; pero es que el tal ga-

    binetito me es antiptico.-Anda, que si le oye usted la seorita; est loca

    con l.

    Concha!...Grit una voz tumultuosa, mas-culina, desde el interior de un aposento.

    -Qu hay?Respondi Conchita.Quin est ah?Pregunt la voz.Y Conchita:Un amigo de la seorita.Y la voz:Es el seor Menistro? Por el tono se com-

    prenda que lo pronunciaba con letra mayscula.Y Conchita:No, seor.Y la voz:Pero, ser amigo del seor Menistro...Y Conchita:No lo s. Es un seor poeta.Y la voz:Qu cosa ye ms: Menistro poeta?Y Conchita:Luego se lo dir, en cuanto lo averige.Volvi

    tomar de la mano Tefilo y salieron del co-medor.Quin era? Interrog Tefilo muy sorprendido.El padre de la seorita. Era marinero, al pare-

    cer, all por el Norte, no s en dnde. Ahora estciego.Y, desde luego, como si lo viera: al padre le pa-

    recer muy bien la vida que lleva su hija.

  • RAMN PREZ D AYALA

    Ma t ste; como al mo, si yo tuviera la suer-te de ella. Vaya, entre eu el gabinete, que yo tengoque vestir la seorita.

    IV

    Conchita penetr en la estancia y, sumindose en-tre tinieblas, con gran desenvoltuia y tino *u dere-chamente abrir las contraventanas. A travs de lascortinas de delgado lino blanco, lisas y casi conven-tuales, fluy la luz, fra, pulcra. La habitacin eraamplia y rectangular, de una blancura mate, ntida,que en los ngulos menos luminosos degradbase envelaturas azulinas y marfileas. Hubirase credo vi-vienda amasada con sustancia de nubes no ser porel estilo tallado, perpendicular, de los muebles, delaca blanca. Las puertas estaban aforradas con unacuadrcula de sutiles listones, encerrando espejillosbiselados. La alfombra era espesa y muelle. Habapocos muebles, y stos ingrvidos, sin domesticidad.De las paredes colgaban tan slo tres cuadros, unaguafuerte y dos grabados en sepia, con mucho mar-gen, y por marco un fino trazo de roble color ceniza.Daban las nicas notas de color una butaquilla

    baja, de respaldar sinuoso y con orejeras entram-bos lados del respaldar, tapizada de pana gris perla,y dos lechos, uno matrimonial y el otro infantil, losdos de hierro dorado y diseo muy simple; la cabe-cera, sendas cabecitas rojiareas, y ios pies, edre-dones de seda oro viejo.En aquel fondo inmaculado, el cuerpo menudo y

    gil, vestido de negro, de Conchita, destacaba comoun ratoncillo cado en un cuenco de leche.

    Las dos cabezas, encendidas por el sueo y sumer-gidas en una masa de cabellos de miel, yacan pro-

  • 23

    fundamente, ajenas al advenimiento de Conchita y dela luz.

    La doncella se acerc la cama de la seorita y lazarande con suavidad.Qu hora es?-Pregunt Rosina, con voz algo

    ronca.

    Las diez y media, sobre poco ms menos. Por qu me despiertas tan temprano?El seor Pajares est ya en el gabinete, espern-

    dola ust.Es verdad. Ya no me acordaba.Sac los desnudos brazos de entre las sbanas y los

    elev al aire, desperezndose. Eran bien repartidos decarne, gordezuelos quizs, dctiles, femeninos por-que aparentaban carecer de coyuntura y msculos,cual si ondulasen, y tenan, as como el cuello y loshombros, una suave floracin de vello entre rubio ynevado, travs del cual se meta la claridad de ma-nera que trazaba en torno los miembros un doblepeiil, como si estuvieran vestidos de luz.Que no se despierte la nia. Bisbise Piosina,

    incorporndose y haciendo emanar del interior del le-cho una fragancia clida, semihumana y semiyegetal.

    El tibio olor llegaba hasta Conchita, sugirindoleideas de voluptuosidad. Se dijo: No me extraa quelos hombres, cuando tropiezan con una gach comosta, se entreguen hasta dar la pez. Dnde est Celipe? Pregunt una clara voz in-

    fantil.

    Rosina y Conchita volvironse mirar hacia lacama de Rosa Fernanda. La nia se haba puesto derodillas en el lecho y sentado sobre los talones, escon-didos entre rebujos del luengo camisn de dormir. Tesoro! Gloria! Picarona! Quin la quiere

    ella? Ven aqu, que te coma un poco de esa carina derosa, que la mamita tiene mucha hambre. Ven, ven.Y Rosina tenda los brazos su hija, tiempo que

  • 24 RAMN PRE2 DE AYALA

    murmuraba ms y ms ternezas y amorosos dislates.Rosa Fernanda, que restregaba desesperadamente

    los ojos con los puos, repiti:Dnde est Celipe? jAh, malv;\da! Quieres ms Celipe que tu

    mamita. Ahora voy llorar.y comenz simular afligido llanto.Rsa Fernanda arrug el entrecejo hizo un pu-

    cherito, en los barruntos de una llantina. Rompi en-tonces la madre reir, y la nia, dando con los ojospatentes muestras de que no le haba hecho graciala burla, repiti indignada:Dnde est Celipe?Oyse cauto rumor la puerta, como de alguien

    que la araase. Ah tienes Celipe, picara, ms que picara!

    Refunf i Rosina, fingindose enojada.Rosa Fernanda salt del lecho tierra, punto

    que el llamado Celipe forzaba la entrada, y corrieronel uno al encuentro del otro. Pero Rosa Fernanda,cuyo camisn era dos palmos ms largo que su di-minuta persona, se enred y di en el suelo, al airelas rosadas piernecillas y los desnudos pies, de plan-ta y taln ambarinos. Entonces Celipe, que era unperro faldero tan velludo que pareca una pelota delana sin cardar, llegse la nia, comenz botaren torno ella, gruir, con acento ridculo y amis-to 50, y toparla con su cabezota cubierta de tupidascerdas cenicientas, informe y sin ninguna aparienciaorgnica, como no fueran dos ojos brutales, duros,de azabache. Desternillbase reir ia nia; conta-gise de la risa la madre, y, la postre, tambinConchita, ele suerte que entre las tres, con su alegreconcierto, enardecan Celipe y le inducan come-ter mayores incoherencias.Seorita atrevise sugerir la doncella

    ,que

    el pobre seor de Pajares est esperando.

  • TROTERAS Y DANZADERAS 25

    S, tienes razn; dame ac el kimono.Rosina vistise el kimono que Conchita le presen-

    taba; una manera de holgada vestidura de seda car-mes, bordada de dragones verd^ malva, gliciniasvioleta y plateadas zancudas volantes. EL kimono es-taba guateado por dentro, y as Rosina gustaba dearrebujarse en l y sentir cmo le abrazaba el cuer-po aquella levedad mimosa y tibia.

    Rosina tom en el aire Rosa Fernanda y la bescon apasionada efusin, sin cuidarse de las protestasy pataleos de la nia, ni de los ladridos del informeCelipe, el cual se haba alongado como cosa de unacuarta, verticalmente, en el espacio, demostrandocon esto y la incertidumbre del equilibrio que se ha-ba puesto en dos pies. La madre deposit de nuevo la pequea sobre la alfombra, y dejndola a su pla-cer en la amiganza del jocoso Celipe, sali al cuartode bao, seguida de la doncella.En el cuarto de bao sentse esperar que la pila

    se llenase. En tanto Conchita azacaneaba el agua conel termmetro, previniendo la temperatura adecuada,Rosina permaneca con los ojos perdidos en el vahocaliente que del bao suba. Como Conchita espiasede soslayo la distraccin de su ama, por entretenerlale refiri el lance que haba acaecido entre Tefilo yla se Donisia.Pero, qu bestia es esa mujer!Coment Rosina

    nerviosamente.Y L no le dijo alguna frase opor-tuna?Arpa; fu lo nico que yo le he odo. Pobre Pajares!Quite ust, seorita, si ti la sangre ms gorda...Rosina y su doncella mantenan entre s un trato

    de familiar llaneza, si bien Conchita, por mucho quele aguijase la curiosidad, abstenase de preguntar:tarde temprano, Rosina se lo contaba todo.Cmo viene vestido hoy?

  • IUMON pArZ fitS ATALA

    Cmo? Anda, pues de prncipe ruso. Ya conoceust la mise en escene: pantalones con fondillos y susflecos, calzao americano, que es la moda (quiero de-cir, calzao que pioviene de las Amricas del Rastro),y La chaqueta que puede pasar... que puede pasar alcarro de la basura. Pues no le ha visto ust en cal-cetines. Claro que no. Es que le has visto t?Natural que le he visto. Pero no le he dicho

    ust que la se Donisia le haba sacao una bota? Qu bestia de mujer!Pues nada, que haba que ver la tontera de cal-

    cetn.Bueno, basta Conchita. Parece que no te has

    enterado de que no me gusta oir hablar mal de Pa-jares. Si es que le tengo lstima.Lstima de qu? Pe su pobreza? Eso le honra.

    Has de saber que es un hombre de gran talento; quepoda ganar lo que quisiera escribiendo en los peri-dicos; pero como ocurre que su carcter noble y re-belde no le deja doblarse ante nadie... eso es todo.Adems, que le tienen envidia...

    Rosina exterioriz con gran vehemencia sus opi-niones; opiniones que haba contrado directamentedel propio Tefilo.No lo dudo, porqu mire ust que en el mundo

    hay envidiosos y envidiosas... Ya est el bao.Rosina sumergi el desnudo cuerpo en el agua,

    templada y olorosa. Era una de esas bellezas ureasde los climas hmedos, productos de jugosa madu-rez, que afectan, con ligadura de fruicin deleitable,tanto los ojos como el paladar de quien las mira,sugieren nebulosamente una sensacinde melocotonesen espaldera, ya sazonados, y hacen la boca agua. Acausa del sedoso vello, la piel de Rosina, como la delas frutas frescas, dentro del lquido semejaba estar

  • 27

    cubierta con polvo de plata cristalina. Rebullase lamujer con molicie y entornaba los ojos. Estaba pen-sativa. Oye, Concha, no te parece que Pajares no se

    puede decir que sea feo?No es un bibel; pero no se puede decir que

    sea feo.

    Tiene as un no s qu de distinguido, no teparece? AJgo en el aire. Una cosa de orgullo, ve-ces de desprecio, que est bien. Bueno; t no te pa-ras mirar esas cosas. Si me lo vistes como los ni-os de la Pea, pongo al caso... Mire ust, seorita; pa m que el hbito no hace

    al monje. Yo me pongo los vestidos de la seorita,y sigo siendo la Concha.No estoy conforme contigo; habas de verme

    m cuando no era mas que una pobre rapazuca depueblo, una sardinera, hija de un pescador. No de-ba de haber por dnde cogerme.Ya, ya; dejara ust, cuando se quedaba en cue-

    ros, como ahora, y se meta en el agua, como aho-ra, digo que si dejara list de ser, como es al) ora:una alhaja, que toda ust parece plata, oro y bri-llantes.

    Rosina sonri las lisonjas de su doncella.Pues digo ms, y esto para el seor Pajares

    Prosigui Conchita.Y digo que no s por qu seme figura que todo el aquel que ust le encuentra, encuanto que se vistiera como un nio litri, no quedabapero que ni esto.Es decir, que segn t, el hbito hace al mon-

    je. Pues yo te digo que Tefilo tiene una gran figura.Rosina sala del bao. Conchita la arrop en la

    sbana, y se dijo para sus adentros: Est chal porel poeta.

    Volvieron la alcoba. Rosa Fernanda y Celipe sehaban marchado. En tanto la muchacha pein, le

  • 28 RAMN PREZ DE AYALA

    acical las manos y visti Rosina no volvieron cambiar una palabra.

    v

    Tefilo hubo de resignarse esperar en el gabine-te que. en electo, le era muy antiptico, le exaspe -raba los nervios. Pajares haba definido este senti-miento enemigo sirvindose de una imagen: lo odiocomo un ruiseor odiara un solo de cornetn.

    El gabinete haba sido planeado por don Sabas Si-cilia, ministro de Gracia y Justicia y amante de Ro-sina. Era una pieza amueblada y decorada al estiloImperio, y, mal que pese todas las antipatas, Tefilo le haba servido para hacer las siguientes ano-taciones literarias: La gama completa de los rojos sefusiona en un conjunto de incandescencia aguda y ce-sreo esplendor. Los muros tapizados con seda rojomate, como ladrillo romano, y en ella esparcidas co-ronas de laurel, de color vermelln anaranjado. Lacaoba bruida de los muebles, trasunto del rub tras-lcido de los vinos de la Campania. La alfombra, deun carmn intenso, casi violceo, como purpura an-tigua.

    Dentro de aquella habitacin, los pobres atavos dePajares se trasmutaban en andrajosidad. Cierta hi-dalgua misteriosa que correga la fealdad y desgar-bo del poeta era devorada por el fuego purpreo delaposento.

    El insolente imperialismo de la estancia determi-n que Tefilo, reaccionando por instinto, se sintiesetraspasado de mstica humildad. Dejse caer sentadoen una butaca, cuyas patas terminaban en garras deesfinge, cinceladas en cobre; hinc los codos en laspiernas y hundi el rostro en el hueco de las manos.

  • TftOTEBAS Y DNZADERAS

    Dios mo, Dios mo!, murmur, considerndosehorriblemente desgraciado, sin saber por qu.Un aullido alfeicado y la vez rioso le oblig

    levantar los ojos, y vi en la abertura de la puer-ta dos ojos de azabache que le miraban con durafrialdad, entre vedijas de lana cenizosa. Gelipe! Celipe!

    Grit de fuera una voz aniada, y Tefilo volvi quedar solas y murmurar: Dios mo! Veaseobjeto de escarnio y odio universales: los hombres seburlaban de l; las bestias lo odiaban; hasta las co-sas se le mostraban hoscas, con una hosquedad do-blemente irritante por ser arcana, indefinible. No en-contraba dentro de s propio escondrijo adonde aco-gerse, ni fuerza con qu valerse y luchar. En estosdesmayos y trances de humildad llegaba confesarseque su espritu era tan seco y flojo como su cuerpo, ylas galas de sus versos no menos desastradas que suscalzones, calcetines y botas. Reconoca no ser poeta,sino grrulo urdidor de palabras inertes, y desespe-raba de llegar serlo nunca. Pero haba algo en elpropio tutano de su alma que l no lograba desen-traar; algo modo de angustia perdurable, un ansiade luz, y un creerse punto de verla, un desasosiegoperenne, el cual, en la vida de relacin, se manifes-taba ya como hermtica timidez, ya por exabruptosde energmeno.

    Segn estaba con el rostro escondido entre las ma-nos en el gabinete Imperio, aquella angustia de todomomento le seore con no acostumbrado podero,imbuyndole la ilusin de la omnipresencia. Veaplsticamente, en la memoria, toda su vida pasadacomo un momento actual. En su historia, tal comol la vea, do se engendraba la vida costa de lamuerte, no haba la funcin materna de un hechopara con el que le sigue, de una nota para con lanota que va detrs, como acontece con la poesa y con

  • RAMN PitaK2 Df AtALA

    la msica, sino que todos sus pasos y estados de ni-mo, aun los remotos de la infancia, destacaban sobreun mismo plano en estado de presencia, guardandoentre s la coordinacin de valores y armona estti-ca de las figuras en una pieza pictrica. Esto es: nosenta el pasado lrica ni musicalmente, modo denostalgia de melancola, sino que lo contemplabacomo lienzo medio pintar. Tal era su manera decomprender el libre albedro; cada momento en suexistencia no era obra fatal del momento precedente,sino la nueva figura del cuadro, hija de la voluntadgil del pintor. Y amando locamente Rosina, nose juzgaba constreido ello por la fuerza de unoshechos necesariamente concatenados, sino por propiaeleccin y apasionada voluntad de coronar el fondotenebroso del cuadro de su vida con aquel vivo orode aurora guisa de firmamento. De esta cualidadmaterialista de su imaginacin provena que Tefilono comprendiera el arte de la pintura, si bien gus-taba mucho de perorar acerca de ella, con entonacio-nes crticas.

    Pero si la voluntad era libre, el arte era escaso.Cuntas veces no haba hallado Tefilo que, trasmucho trabajar, todo lo que consegua era una malacaricatura de su propsito primero!

    Era Tefilo hijo nico de una mesonera de Valla-dolid. Cuando Tefilo era muy nio, sus padres ha-ban gozado ms holgada fortuna: la casa de huspe-des de ahora haba sido fonda en otro tiempo. Recor-daba Tefilo la larga mesa redonda, cubierta con untul color de rosa, y las moscas luchando encarniza-damente por quebrantarlo y llegar hasta los frutos ygalletas, ms incitativos y codiciables por estar de-trs de un imposible falaz, sonrosado y transparente.Tefilo acostumbraba descifrar en esta imagen deltul el smbolo de su vida entera. El era la mosca;entre l y los bienes del mundo se extenda no s qu

  • fr&OTfaAS Y DANZDERA 8

    velo de ilusin que lo exaltaba todo, y, en acercn-dose, el velo era muralla.

    Oyronse carcajadas de Rosa Fernanda. Tefilolevant la cabeza y se llev las manos al pecho. Mur-mur por vez tercera: Dios mo! Dios mo!

    VI

    Ea, ya estoy vestida. Cuando usted quiera...Dijo Rosina, sonriente, apareciendo en la puerta delgabinete.Vesta un traje, hechura sastre, de homes-pun: spera estofa de un medio color parduzco, mo-teada de acres colorines, en velloncitos sin hilar.Avanz hacia un espejo, con los brazos en alto, pren-diendo los alfileres del sombrero, de manera que subusto destacaba sobre el fondo carmes desembaraza-damente, como el de las Venus mutiladas.

    Tefilo se puso en pie, haciendo cloquear las cho-quezuelas. Di dos patadas nerviosas, por estirar lospantalones y corregirlos de sus pliegues inveterados,los cuales se haban recrudecido en la postura se-dente.Andando.Indic Rosina.Pero Tefilo no se movi; deseaba examinar los

    pantalones al espejo y no quera que Rosina se dieracuenta de ello. Rosina le aguardaba que saliese.Andando, s; qu espera usted ah mirndo-

    me? Teme usted que me lleve algo del gabinete?Murmur Tefilo con esa voz spera y ruin que pe-sar suyo emite el hombre cuando por hallarse irrita-do consigo mismo se esfuerza en hallar ocasin aleno.

    ;o en la conducta ajena.

    Rosina sonri con benignidad, y tiempo que gi-raba sobre los talones y parta, murmur llanamente:Por m se puede usted llevar la consola en el

    bolsillo del chaleco, seor Erizo. Voy andando de-

  • 32 RAMN f>IREZ DE AtALA

    lante.No le desplaca la hosquedad de Tefilo, pre-sumiendo todo el amor que tras de ella se ocultaba.Eu el minuto que Teilo estuvo solas, con-

    templse de perfil en el espejo. Los pantalones eranrealmente execrables. Tenan tales depresiones yabombamientos que era casi imposible suponer quedentro de ellos se albergaban miembros humanos.El color de pizarra haba degenerado en lila, y en laparte superior externa de los muslos estaban negros.

    Cmo voy salir la calle con esta mujer?, sedijo Teilo, y la angustia le detena la respiracin.Como por arte sobrenatural, sinti algo as como sisu espina dorsal se hiciera de acero, inopinadamente;algo como frentica necesidad de erguirse con des-esperado orgullo y desafiar al mundo. Sali del gabi-nete cesreo como un Csar de verdad. losina yConchita, que estaban en la antesala, vironle venircon aquel aire de realeza, y la primera le admiraba,mientras la otra luchaba por contener la risa, que la postre dej en libertad como Tefilo tropezase conun galpago que la sazn tranquilamente cruzabapor aquella parte, y diese un traspis, y luego unrmidable puntapi al estorbo, envindolo largo tre-cho por el aire. Pobre Sesostris!Exclam Conchita.Sesostris era un galpago que la cocinera haba

    comprado para que devorase las cucarachas. La im-posicin del nombre haba sido cosa del ministro.

    Rindose, Conchita acudi socorrer Sesostris,que haba cado en mala postura, y al inclinarse tierra la muchacha descubra sus delicados tobillos.Tena Conchita la frgil finura de cabos y el voltajelatente de las razas intiles y de excepcin, como loscaballos de carrera, que ganan un Derby hacen undos de Mayo, pero no pueden arrastrar un camin elpeso de la vida normal civilizada.

    Tefilo, aunque ello le incitase Conchita con sus

  • TROTERAS Y DANZADERAS 33

    risas y vayas, no consegua enfadarse con ella. Con-templndola ahora, par par de Rosina, se le apa-recan, si bien muy por lo turbio y lejano, como en-carnaciones, Conchita, de la pasin, y Rosina, dlavoluptuosidad, los dos polos del amor ilcito.

    Listos?Pregunt Rosina.Cuando usted ordeneRespondi Pajares, que se

    haba dulcificado por extrao modo.Al bajar las escaleras, dijo Rosina: No me ofrece usted el brazo?El brazo y el corazn.En habindolo dicho, se

    arrepinti, reputndolo impertinente y temiendo unarespuesta desdeosa. Pero Rosina volvise hacia l,con mimosa incertidumbre, como suplicando no serengaada, y murmur:A ustedes los poetas no les cuesta trabajo ofre-

    cer el corazn; pero desgraciada la que se lo crea.Porque la poesa no es mas que eso, verdad? Unamentira bonita. En medio de todo, la verdad sueleser siempre tan sosa y desairada que todos prefierenlas mentiras bonitas.No, Rosa; la poesa es la nica verdad.Paja-

    res asumi un continente sacerdotal por que la sen-tencia adquiriera cierto valor religioso.No, no. Si es verdad, ya no es poesa.Cmo, Rosa? Es usted verdad?Que si soy verdad? No entiendo. Existe usted? No es usted una cosa eal y ver-

    dadera? Claro que lo soy. Y dice usted que la poesa es una mentira boni-

    ta... Poesa es una verdad bella, la nica verdad.Ya lo dijo nuestro gran poeta: Qu es poesa? Y tme lo pregunta^? Poe a eres t.

    Rocina no saba qu decir. Experimentaba unafruicu nueva; la sangre aflua sus mejillas. Esasatisfaccin inocente de complicar el propio instinto

    3

  • 34 RAMN PREZ DE AYALA

    con la vida del Universo y encubrir la venustidadcon las ropas hechas de] bazar del Arte, satisfaccinque h gustado cualquiera criada de servir cuyo no-vio sea un hortera sentimental, era absolutamentedesconocida para Rosina. Era la primera vez que lehablaban de esta vierte. Las proposiciones de amorque de los ltimos tiempos recordaba tenan un ca-rcter espartano, propsito, por la sobriedad, parala epigrafa: Cundo y que precio. No poda darsems laconismo. Pajares, ahora y por contraste, le pa-reci adorable diciendo aquellas cosas tan sencillasy tiernas con gran ternura y sencillez, porque, enefecto, para decirlas Pajares se haba despojado delartificio infatuacin que en l eran frecuentes,

    Llegaron al portal en ocasin que sala don Alber-to del Monte-Valds componiendo un ritmo trocaicocon la pierna de palo sobre el pavimento, el haldudogabn flotando la espalda.

    Tefilo quiso satisfacer una doble vanidad, la demostrarse ante Monte-Valds en compaa de tan her-mosa hembra y la de alardear ante Rosina de la con-fianza con que trataba al renombrado escritor.Adnde vamos tan de prisa, Monte?Interrog

    Tefilo, procurando traducir con el acento la estre-cheza de su amistad con Monte-Valds.

    El cojo volvi la cabeza, aborrasc el entrecejo ysigui andando, sin dignarse contestar. Para Tefilola vejacin fu muy dolorosa, porque iba acompaa-da de un oscuro sentimiento de haberla merecido.Rosina, replegada an en sus emociones, no conce-di mucha importancia al incidente.No le ha reconocido usted, sin duda.Explic

    al observar el mutismo de Tefilo.No me haba de reconocer? De sobra. Qu s yo;

    le habrn ido con algn chisme...He odo decir que escribe muy bien. Psss...

  • TROTERAS Y DAN ZADERAS 35

    Puede usted prestarme algn libro que l hayaescrito?No vale la pena. Es todo falso y afectado.Continuaron en silencio. Tefilo, despus de aque-

    llos momentos espontneos que haba vivido segnbajaba las escaleras del brazo con Rosina, despus deltropiezo con Monte-Valds haba vuelto perder elequilibrio interior, como si le hubieran revuelto elespritu y las entraas. Irritbase, y luego desalent-base creyndose vctima de un extrao fatalismo, elcual le espiaba de continuo y, en vindole ligero decorazn y punto de ser feliz, le pona por delante unlazo en que se enredase, dando de narices en tierra.Tefilo lo expresaba as dentro de su pensamiento:Es ya mucho moler, que en cuanto me entrego alentusiasmo ocurre algo ridculo para darme en lacresta. Era la voz de esa conciencia inferior en don-ce se reflejan los fallos de la justicia mecnica delmundo; la conciencia de los jactanciosos y de los pe-dantes.

    Rosina, engolosinada con el exordio lrico de Te-filo, haca los imposibles por que hablase, y todo eraen vano. A las observaciones que la mujer le ofrecacontestaba l con rplicas cortadas, y siempre en unsentido pueril de contradiccin.

    Iban paseando por la avenida del Botnico, rostroal Museo del Prado.Parece que est usted de mal humor hoy, Paja-

    res. Yo le haba rogado que me acompaase al Museoporque soy una ignorante y usted sera para m elmejor gua. Pero si le molesta, como parece, y notieneganas de hablar, yo renuncio al capricho, aunquelo siento mucho, porque la pintura me gusta tanto...S, s, lo creo. Arte de mujeres. Arte materia-

    lista, sensual, burdo, inferior...Sin embargo, creo que alguna vez me ha dicho

    usted...

  • 36 RAMN PREZ DE AYALA

    Que? Lo contrario? Tefilo eyacul una risi-ta antinatural.Es posible. No le pida usted unamariposa que vuele en lnea recta. En lnea rectavuelan los escarabajos peloteros.Y acabando deeentar la sentencia, pens: Apuesto que he dichouna sandez... y una grosera. Con lo cual su irrita-cin y desasosiego subi de punto.

    Rosina se encontraba como se haba encontrado enotras ocasiones, que habindole cado una mancha enun vestido sin estrenar, la mancha pareca haberherido la retina y adondequiera que volva los ojosla mancha flotaba en el aire, oscureciendo la reali-dad. Ahora todas las cosas las vea feas; el cielo, losrboles, particularmente los mendigos y los campe-sinos manchegos que pasaban la vera de sus muasen reata. La posea ese pesimismo placentero, florde piel, de las personas ociosas, el cual constituye unabuena preparacin espiritual para el esteticismo.

    Entraron en el Museo.Qu es lo que vamos ver primeramente?

    Consult Rosina.Pues, primeramente, Velzquez, que es el pin-

    tor ms pintor; es decir, el que vea la materia msmaterial Respondi Tefilo con intencin agresiva.No senta la pintura, achaque antiguo en los poetas

    de su tierra, pero hablaba y discuta menudo deella. En lo ntimo no estimaba el arte pictricosino como arte ancilario, siervo del arte retrico, yaun ms por bajo, como pretext para abrillantar laprosa el verso con ciertas alusiones, ora al rojo ti-cianesco, ora la diafanidades de Patinir, cundo la doncellez de los primitivos, cundo la perversi-dad de las marquesitas de Walteau; no de otra suer-te que el petimetre, por ejemplo, opina que la ca-beza humana ha sido creada como los boliches de unapercha, para colocar sobre ella un sombrero de copa.

    Pasaron de largo por la rotonda de entrada, y en-

  • TROTERAS Y DANZADERAS 37

    filaron el pasillo central, hasta la sala de Velzquez,en la cnal penetraron. Antes que nada fueron a lasaleta de las Meninas.A Rosina lo primero que hubo de sorprenderle

    en el cuadro fu la acabada simulacin de ambiente,y cmo los seres, pesar de yacer aplastados en unlienzo, se presentaban aparentemente slidos, su-mergidos en un caudal de aire, y con distancias en-tre s que ojo pudieran calcularse con ligero error. Qu cosa!...Murmur Rosina, y se acerc al

    cuadro.Nadie dira que este caballete este pintado.Si es de bulto...Y se volvi hacia Tefilo, que son-rea con afectado desdn.Pero, de veras no lo en-cuentra usted maravilloso? Ver usted qu tonterase me ha ocurrido... No se ra usted de m. No havisto usted nunca los ;peces detrs de los vidrios enlos acuariums?Naturalmente ques.Cort rudamente Tefilo,

    que, en efecto, no los haba visto nunca, lo cual, enrigor, no era bochornoso.En casa tengo una pecera con un pez. Bueno;

    pues no se ha fijado usted en que cuando el pez estjunto al vidrio se le ve de su tamao; pero se apartanada ms que una cuarta y se le ve muy lo lejos,muy lo lejos? Y, sin embargo, se ve y se conoce queanda muy cerquita. Lo mismo ocurre con las guin-das en aguardiente. Y ahora viene la tontera. Alver este cuadro me acord de cuando yo pona guin-das en aguardiente. Nada, que parece que hay unvidrio por delante, y detrs est todo lleno de esp-ritu de vino, y las personas estn flotando en l yconservadas para siempre. Mire usted este hombrn,vestido de negro, all, muy all, en el fondo, y, sinembargo, se ve y se comprende que est diez pasos. S, s; algo hay de eso...Claro que no pretendo que le haga usted esa

    impresin. Son tonteras mas. Usted es un artista.

  • 38 RAMN PREZ DE AYALA

    Rosina permaneci largo tiempo en un leve xta-sis sensual, contemplando la pintura. Tefilo sali sentarse en el divn de la sala redonda. Anonad-bale la esperanza y crea tener en lugar de coraznun montoncito de cenizas, y una burbuja de aireturbio en lugar de sesos, Rodaba los ojos en torno,demandando las pinturas de D. Diego Velzquezuna emocin una idea; mas su espritu permane-ca rido. Por qu son estos cuadros mejores queotros cuadros; en qu aventajaban un cromo?, sepreguntaba y se retorca las nudosas, viscosas ma-nos. Llegse Rosina l y se sent su lado. Cerrlos ojos, y estvose unos minutos en silencio. Alabrirlos, exclam con voz brumosa: Oh, Pajares! Si me parece que no existimos...

    Si las cosas parecen una ilusin, como en aquel cua-dro... Ruborizse como observase que Tefilo lamiraba severamente, y aadi: Qu bobada; comono estoy acostumbrada madrugar, eso debe de ser.Estos otros cuadros son preciosos tambin.Levant-base mirarlos de cerca, cundo uno, cundo otro, ytornaba sentarse junto Tefilo.Es curioso. Nole ha llamado usted la atencin que este pintorhace casi siempre los ojos con las nias muy gran-des, muy abiertas? Como los mos. Son de color cas-tao, como la castaa de Indias, me los tengo bienestudiados; pero veces la nia los cubre todos yentonces son negros. Ahora deben de ser negros,porque estoy algo nerviosa. Mremelos usted.

    Inclinse Tefilo examinarlos y declar, con in-flexiones lricas:Negros, negros..., abismticos. Bah... esa es una palabra!Corrigi Rosina, que

    posea un claro buen sentido. S, una palabra hueca. Tiene usted razn.

    Asinti Tefilo en uno de aquellos estados suyos derenunciamiento. Y pens: Qu soy todo yo, sino un

  • TROTERAS Y DANZADERAS 39

    amasijo de palabras huecas? Su rostro se inclina-ba en aquel instante en actitud [de serena amargura.Como volviera al acaso sus ojos hacia Rosina, descu-bri que la muchacha le miraba con simpata, quizscon amor. Tefilo, sin poder reprimirse, le estrechla mano y se aventur interrogar:En qu pen-saba usted?No pensaba en nada, lo que se dice pensar cla-

    ramente; pero andaba as como buscando no s quparecido entre usted y los cuadros de Velzquez. Nocon un cuadro solo, con tal cual cara, sino unacosa de aire... Qu se yo. No me lo puedo explicar.

    Visitaron despus diferentes salas, y ya cerca de launa salieron la calle.

    Rosina estaba tan colmada de sensaciones que laspalabras fluan sin tasa de sus labios: Qu da! Qu hermoso da! Verdad, Pajares?

    Este cielo de Madrid... Dicen que es profundo y alto,y no s cuntas cosas ms. Es mucho mejor que eso;es aquella cosa mate y tierna como la carnecita demi Rosa Fernanda, si la carne fuera azul; pero mme da la misma impresin. Eso es; aquella cosamate de aquel cuadro que vimos, de quin era? DeGoya, no? Pues mire u^ted aquel pobre, aquella capade color chocolate, aquellos ojos... Si es el..., cmose llamaba?, el Esopo, justo, el Esopo. Pues esos ca-rreteros? No es todo hermoso?

    La fluencia de Rosina anegaba Tefilo, llenn-dole los vacos pmulos con una sonrisa densa, bon-dadosa y feliz.S, Rosa, todo es hermoso. A m se me figura

    que lo veo por primera vez.Rosina tom el brazo de Tefilo.-Usted lo ha dicho, con cuatro palabras, lo que

    yo senta y no era capaz de expresar. Parece que seve por primera vez, como si lo hubiera acabado de ha-cer Dios y no pudiera ser de otra manera que como es.

  • 40 RAMN PKRF.Z DE AYA LA

    Detuvironse junio una de las fuentes del Paseodl Botnico. Al pie de ella, unos obraros municipa-les haban levantado una hoguera con ramazn secay hojarasca. Agua y fuego cantaban su modo. Qu hermosa es el agua! Que hermoso es el

    fuego! Suspir Rosina.Y Tefilo, quien agua y fuego sugeran emocio-

    nes ideas, aadi: Las dos cosas ms hermosas de la tierra. Dos

    cosas que no se pueden pintar. S, las dos cosas ms hermosas quizs.Como no sea la mujer, que tiene algo de agua

    y algo de fuego.Rosina, instintivamente, se cea al flanco de s

    amigo.En la puerta d casa, Tefilo quiso despedirse.Cmo? ataj Rosina hoy almuerza usted

    conmigo.Al subir las escaleras Tefilo se arrepinti de haber

    aceptado el convite, porque tema hacer errneo usodel cuchillo y desmerecer los ojos de Rosina.

    VII

    El don de la palabra ha sidootorgado al hombre por que puedaocultar lo que piensa.

    Padre Malagrida.

    Rosina haba dispuesto que comiesen solas Tefilo

    y ella. El marinero ciego y Rosa Fernanda comanen otra habitacin.

    El comedor tena dos balconcitos que daban unespacioso patio. Los balcones estaban abiertos y co-rridas las cortinas de muselina, tan livianas que el

  • TROTERAS Y DANZADERAS 41

    aire y el sol las pasaba (Je claro, pero bastante densaspara guardar de ojeadas fisgonas el recinto.

    Conchita sirvi el almuerzo, y no era raro que semezclase la conversacin, solicitada siempre por Ro-sina Tefilo. Uno y otro hablaban con exceso in-coherencia; una afable sonrisa social, sin expresin,superpuesta al rostro, como personas que ms que pordecir lo que quieren luchan por no decir lo que pien-san. Daban escape al exceso de energa nerviosa porla vlvula de los labios; pero el espritu permanecaausente de la palabra, vagaba agitadamente en unangosto mbito de pensamientos, como el viajero queaguarda en los andenes la llegada de misteriosotren. Los dos pensaban: no es tiempo aun. Por esorequeran Conchita de continuo que les distrajeracon una de sus graciosas y prolijas parrafadas. PeroConchita, por desgracia y raro caso, no estaba aquelda en modo elocuente.En terminando de almorzar, Rosina envi de paseo

    su hija, en compaa de la criada vieja. Quera des-embarazarse de gente. Tena un criado para sacar la calle al ciego; pero coma y dorma fuera de lacasa y no se presentaba sino las horas de servicio.

    Rosina condujo Tefilo una salita de confianza,en donde ella acostumbraba vestirse, leer, ensayarcanto y coser algunas veces. Estaba amueblada hete-rogneamente, como habitacin en donde cada mue-ble obedece una necesidad. Haba un piano verti-cal, un perchero con cortinas que bajaban hasta casirozar el suelo, un tocador, fotografas empalidecidaspor los aos, y los sillones eran cmodos y de unasuave y muelle adaptabilidad, obra del uso. Sobre elpiano, una pecera con un pez color azafrn.A poco de haber llegado Tefilo y Rosina, y cuan-

    do no haban abierto an la boca, entr el ciego, elcual saba andar tientas por toda la casa. Eran susficciones redondas y muy curtidas; el rostro, afeita-

  • 4? RAMN PEREZ DE AYALA

    do, y por debajo de la quijada u rollo de barbas, la marinera, blanquinosas. Los ojos azules, portento-samente serenos y como si no estuvieran privados devisin. Las espaldas, rotundas; largos los brazos y lasmanos chatas; corvas las piernas. Toda la traza delhombre que ha vivido adscrito muchos aos al remo.Fumaba un cigarro habano, con la sortija puesta, y loasa con dos dedos, muy cerca de la lumbre.Rosina, ponme una silla.Rosina le gui hasta una butaca. Luego, por seas,

    inst Tefilo que diese la mano al ciego.Ust ye el poeta, verd?Quin se atrever decir que es un poeta? Y

    menos, el poeta. Oh!Habl Tefilo tanto con el movimiento de las fac-

    ciones como con las palabras, sin darse cuenta de queestaba frente un ciego. Pero ust ye no ye poeta?Hombre, hago versos.Tefilo se cort un tanto. Padre, tiene ust unas preguntas.,. No ve que

    l no puede responderle?Por qu no?Porque no.La seca respuesta abati la cabeza del ciego. r-

    guila poco despus, inquiriendo.Qu ye ms, poeta Menistro? Poeta, padre, ministro lo es cualquiera.Cualquiera?S, cualquiera.Y este seor es amigo del Menistro.No lo soy. De su hijo Pascual, s. Por l conoc

    Ro-a.Y cmo viene esta casa sin ser amigo del Me-

    nistro?Porque esta casa, padre, es mi casa, y no la casa

    del ministro.

  • TROTERAS Y DANZADERAS 43

    Eh?Que esta es mi casa y recibo quien me da la gana.S, s; tienes razn, Rosina. Rosina ye muy gua-

    pa verd, seor poeta?HermossimaExclam Tefilo con mpetu.Rosina le sonri.Cuando salga al teatro..., verd?, la gente va

    quedar toa. Chiflada, quiere decir.Explic Rosina. Desde luego. Asinti Tefilo, penumbrosa-

    mente.Rosina, sbeme la anilla.Y alarg el cigarro su hija. Esta apart dos cen-

    tmetros la sortija del fuego y devolvi el cigarro alpadre.A m estropaseme el cigarro al subir la ani-

    llaExplic el viejo.Estos cigarros dmelos el Me-nistro. Diz que son los mejores. Fumlos porque elMenistro me los da; pero dende que non veo non yeraro? non me sabe n el tabaco. Tien que ser muyfuerte. Como que non s si arde non arde si no pon-go al lao los dos... Uno cree que pierde la vista slo,eh?; pues pirdense tantas cosas con ella...

    Son el timbre de la puerta. Padre, debe de ser Rufino. Ea, pasear, que

    hoy hace un da muy guapo.Era Rufino, el criado. El ciego sali con l y que-

    daron solas Tefilo y Rosina.

    VIH

    Ahora tiene que ser, pensaron la mujer y elhombre. Tena que ser, pero an no saban cmo iba ser. No saban si alegrarse apesadumbrarse. Elfuturo inminente gravitaba sobre ellos, pero ignora-ban lo que iba ocurrir.

  • RAMN PREZ DE AYALA

    Rosina haba entrado con toda su alma en estaaventura, prometindole deleites de un linaje desco-nocido, elevados deleites, porque no era carnal sinovoluptuosa. Durante el almuerzo se haba pregun-tado repetidas veces: Le quiero? La respuesta su-cedase siempre en afirmacin. Y ya en los umbra-les del misterioso trance, cerraba los ojos y humi-llaba el espritu ante el nuevo yugo, ansiando sentircuanto ms pronto su contacto y con l el trminode aquella congoja. Qu va hacer? Qu va ha-cer, Dios mo?, se deca. Y luego: Y si hiciera lode todos? Lo de todos era tomarla, gustarla y po-seerla, con ms menos fruicin, y despus dejarlade lado 'riamente, hasta que el deseo la avalorase denuevo. Y se le desparramaba en el paladar un gus-to amargo, astringente. Permaneci con los ojos ga-chos.

    Tambin Pajares mantena bajos los prpados.Pero su zozobra era ms profunda y doliente que lade Rosina. Apretbale la urgencia de hacer deciralgo, y el corazn, impaciente por asomarse suslabios, haba subido la garganta y le ahogaba.Pero la voluntad le haba desertado y un fro co-barde se alojaba en sus huesos. En el Museo, y mstarde, la hora de almorzar, le haba parecido des-cubrir patentes indicios de amor en Rosina. Peroahora echaba de ver claramente que no eran sinomeras afabilidades sociales, cuando no sutiles y crue-les artificios de cortesana. Espantbale amar y quele hicieran befa del amor. El vrtigo se apoderabade l y le nublaba los ojos con un velo de sangreanmica, color de rosa. Entonces decidi dar fin desemejante martirio, salir huyendo esconderse en elltimo rincn de la tierra, pero no pudo. La cabezale vacilaba sobre los hombros y cay en tierra, elcorazn desfalleciente y como ajenado de los sentidos.Cayen tierra de rodillasy llorando; desplom la cabe-

  • TROTERAS Y DANZADERAS 45

    za sobre el regazo de Rosina, le asi de las maoos y selas cubra de besos.Tan inesperado fu todo, tan fuerte, que Rosina,

    causa del choque y pesar suyo se encontr desdo-blada en dos personalidades diferentes: la una estabaplenamente dominada por la situacin, la otra habasalido de fuera, como espectador, y exclamaba casien arrobo: Es posible que existan estas cosas?Pero, poco, las dos personalidades se fundieron enuna como inconsciencia y sabrosa conturbacin delnimo. Rosina estaba atacada de una breve risa ner-viosa que sonaba sollozos y que por sollozos tomPajares.A seguida, parecindole mal la mujer que aquel

    hombre estuviera hinojado sus pies, deslizse de labutaca y descendi sentarse en la alfombra, endonde abrazados, besndose y suspirando palabrasborrosas, se estuvieron un buen rato. Cuando se re-cobraron y se levantaron, no sabiendo qu decirsese sonrean mutuamente.

    Pajares se sent en una butaca y atrajo Rosina que se le sentara sobre las piernas, y en tenin-dola sobre s la cerc con los brazos, enjutos y ner-viosos, que Rosina senta travs del vestido comoun aro de hierro inquebrantable.

    Pajares conservaba an humedecidos los ojos; lopropio le suceda Rosina. As como en la historiado la humanidad el agua fu la grande y primera sol-dadora de pueblos (porque mares y ros son lazos,montes son barrera y desierto es aislador), as en lahistoria de los amores individuales las lgrimas unen,la altivez separa y la llaneza rida aisla.

    Presa entre sus brazos y recibiendo de ella la ca-lidez de sus besos, Pajares experiment perentoria vo-racidad de poseer Rossina enteramente. Pero estaentera posesin no era la posesin fsica concupis-cencia de gozarla como hembra, sino la sed de be-

  • 46 RAMN PREZ DE AYALA

    berle el alma, de conocer toda su vida, de atraer elpasado diluido en sombras hacia el presente y tras-plantar las oscuras races de aquella amada criatura su propio corazn. Porque en la posesin fsica pasael hombre por la mujer como el ave por el cielo lasierpe por La hierba; pero en este otro linaje de pose-sin Pajares adivinaba extraas virtudes de recie-dumbre duradera. Gomo buen espaol, amaba de lamanera ms espiritual, que es lo que vulgarmente sedice de una manera brutal, y apenas haba besado la mujer por vez primera, y antes de hacerla suya, leinvada el furor de los celos retrospectivos.Quiero que me lo cuentes todo, todo, todo.

    Exiga Pajares, paladeando el placer equvoco de pro-curarse seguros sinsabores.

    Rosina reclin la cabeza sobre el hombro de Paja-res, entorn los ojos, como recogindose dentro de smisma, y con voz lenta y segura, y procurando evitartoda ficcin, comenz referir lo que recordaba de suvida (1). Sus aos jvenes, en Arenales; su deshonra;su cada en el primer burdel y cmo dio muy prontocon un amante que la llev Madrid; sus primerospasos en la corte, en calidad de hetera de alto rango;su relacin con un ingls rico de la embajada, el cualla mantuvo consigo como amante cerca de dos aos, yla trat siempre con tanto mimo y regalo como unayegua pursang; su vuelta Madrid y la buena impre-sin que hizo en los crculos alegres y adinerados; susnuevas amistades, entre ellas la de Pascualito Sicilia,para quien sirvi de modelo fotogrfico, desnuda, ycmo don Sabas Sicilia sola contemplar los artsticosretratos que el hijo tomaba, y habindole causadoparticular entusiasmo el de Rosina, determin conocerel original, y Jas palabras contadas le propuso sos-tenerla como amante, lo cual ella acept, porque se-

    (1) Tinieblas en las cumbres. Novela,

  • TROTERAS Y DANZADERAS 47

    gn propia confesin no haba nacido para ser demuchos hombres, pues esto le repugnaba, sino paraburguesa y madre de familia, y la vida que ahorallevaba era muy quieta y hasta casta, y era D. Sa-nas afectuoso, inteligente, liberal y poco chincho-rrero.

    Hablaba Rosina, y el corazn de Pajares, que pocoantes se haba abierto y esponjado maravillosamente,iba empapndose poco poco de amargor, de talsuerte que al final de la historia le gravitaba dentrodel pecbo como una masa enorme. El cerco de susbrazos, con que tena asida Rosina, se relaj, comosi no fuera ya necesario oprimirla tan recio para sen-tirla dentro de s. Contrariamente, Rosina haba idoalivindose, segn hablaba, de una gran pesadumbrecordial, y su corazn hallse tan ligero que se le su-bi la cabeza; y as, era como si el corazn discu-rriese y la cabeza amase. Viva unos momentos deilusin. Pero, es posible que haya llegado querer-le tanto, sin haberme dado cuenta?, pensaba Rosi-na, ingenuamente, asombrndose de aquel cario.Contempl el rostro de Pajares y su entrecejo con-trado y ojos ausentes, por donde se echaba de verque se hallaba en ese estado de infinito estupor quesigue las grandes emociones. Besle Rosina el pa-ciente entrecejo con ahincado beso, y levantndose desobre l fu sentarse en la butaca. Hubiera deseadoloquear, saltar, cantar, sentirse nia, porque tra-vs de toda su carne y alma se derramaba una inun-dacin de olvido, como renacimiento de la doncellez;y hubiera deseado tambin que Pajares se sintiera,como ella, con mpetu de realizar locuras y obrar demanera pueril inconsciente, que para ella vala tan-to como inocente. En amor, la mujer se entrega, elhombre posee; lo que es lo mismo, la mujer endo-sa al hombre la responsabilidad de su vida y la cus-todia de su corazn y conducta, y desembarazndose

  • 48 RAMN PREZ DE AYALA

    de tan frgil y pesada carga, recibe la ms honda,placentera inefable sensacin de libertad.

    Son el timbre de la puerta. Rosina hizo un mohnde disgusto y aguz el odo. Oy una voz conocida,hablando con la Concha. Es Angel Ros, pens; sile da por ponerse pesado...)) El visitante y la criadahablaban gritos. Que no est! Que no est! Y que no est!

    Deca Conchita.Bah; no seas boba... Si l mismo me dijo que

    estara estas horas... Replicaba el visitante.No se ponga ust pesao, Ros, que no est. Pues entro ver Rosina.Vaya; pues no faltaba otra cosa...Conchita, que te doy dos azotes...Y el visi-

    tante rea carcajadas.A ver... No haga usted la prueba por un si

    acaso.

    Entre las risas varoniles y las voces airadas deConchita oase traqueteo y sordo rumor de lucha.Tefilo, retrotrado ya la realidad, se puso en pie.Estaba plido; murmur: Qu ocurre?Nada; bromas de Angeln Ros. No lo conoces?

    Aqu se nos colar, porque se cuando dice all voy...No, no, Rosina. Cuando dice all voy como si

    no lo dijera, porque si t no quieres que entre, yo loarrojo patadas.Pero t conoces Angeln? Pregunt Rosina,

    algo asombrada, ante la erupcin blica de Tefilo,haciendo un cotejo mental entre la fortaleza de uno yla flaqueza del otro.

    S, le conozco.Y revelaba una energa latentecapaz de consumar hechos increbles.Bu^no; no va e la pena. Angeln es simptico y

    como viene se va. No nos cansar mucho tiempo.Avecinronse las risotadas de Angeln y los chilli-

  • TROTERAS Y DANZADERAS 41

    dos de Conchita; abrise la puerta y apareci unhombre inmenso, sofocado de risa, con dos piernasde mujer, muy bien calzadas de transparentes me-dias, colgndole entrambos lados del pescuezo, pe-ch abajo, las cuales sujetaba con fuerza por los to-billos, condenndolas la inmovilidad. Arrodillseel hombre, y pudo verse entonces que traa horca-jadas sobre sus hombros Conchita. Vena la mu-chacha en estado de frenes; asa* con rabia los cabe-llos de la cabalgadura y se esforzaba en arrancrse-los puadas, maniobra que para Angeln era lomismo que si le hicieran cosquillas, juzgar por elcontento que mostraba. Anduvo unos pasos de rodi-llas, porque Conchita no tropezase en el dintel de lapuerta, y en estando dentro de la salita psose enpie, y habl:Ests que tocas el cielo con las manos, Conchi-

    ta.Y luego, dirigindose Tefilo y Rosina, gui-ando un ojo lo picaro y con el otro sealando laspiernas de la muchacha, agreg:Est bien la cu-caera chiquilla.

    Sonrea Rosina del cuadro, y Pajares tambin.Conchita, harta de protestar sin fruto, rompi rerde pronto, y entre los golpes de risa, murmur:A ust hay que dejarlo emplumarlo.Lo mismo digo, ConchitaRespondi Angeln,

    colocando Conchita en tierra. La muchacha huyavergonzada.

    Ros salud Rosina y Tefilo, con franca ligere-za, como se acostumbra hacer con amigos quie-nes se ve todas horas: era este un hbito adquiridode sus muchas relaciones polticas. Acercse despusal espejo y con las manos orden los alborotados ca-bellos.

    Entonces, no est don Sabas?No, hombre. Ya te ha dicho Conchita que no.Y propsito de Conchita, sabes que est bien/

    -i

  • )() UMN Pil DB A^AL-

    ^ .1 - .. t^v.^^w^ .h^"ffMtit3a

    i*i(Mi mal, me parece que no es para ti. Quin sabe? Tiene novio? S, un encuadernador. Pues, avsame cuando la engae, porque, eso s,

    m no me gusta engaar una mujer. Puedesprestarme papel y pluma? Quiero escribir don Sa-las, y en seguida me voy, que no quiero estorbar.Vaya, vayase acerc Tefilo y le di una palma-dita en los muslos

    , tambin los poetas... Las prin-

    cesas plidas estn muy bien en los versos; pero devez en cuando, eh?, un cogollito de carne y hueso,tan rico como Rosina, no est mal, verd nea?

    Tefilo procur adoptar una actitud altiva, porsostener distancia los entremetimientos de Ange-ln, el cual, sin hacer caso alguno del poeta, tom elpapel y pluma que Rosina le presentaba y se aplic escribir. A mitad de la carta, levant la cabeza:A que no aciertas, Rosina, quin es el intere-

    sado en el asunto que le recomiendo D. Sabas?Quin?Echa ver.Yo que s. Cualquier amigacho tuyo.Y tuyo.Mrmol?No, Alberto.Qu Alberto?Inquiri aqu Tefilo. Daz

    de Guzmn?S, el mismo.Respondi Ros.

    Sabes, Rosi-

    na, que vive en mi casa?Tengo deseos de verle. Dile que venga por aqu.

    Cmo est ahora?Estos das parece que anda algo malucho.Ros concluy su carta, la engom y se la entreg

    Rosina.Nea, qu pez tan apetitosoExclam Ros, con-

    templando el pez color de azafrn, que daba estpida-mente vueltas y ms vueltas dentro de la bola de vidrio.

  • TROTERAS DANZADORAS

    Quin, Platn?Digo este pez.S, Platn.Cmo Platn?Cosas de Sabas. Dice que Platn era un filsofo,

    y que todos ios filsofos son como peces en pecera,que ellos toman por el universo mundo, y que losfilsofos son castos idiotas, como los peces, y qu syo. Habas de oirle l. Ya sabes que tiene la mana. .

    .

    S, de decir gracias que no son gracias. Nea,es una mana de todos los polticos espaoles. Lesgusta ms hacer el payaso y abrir la boca que abriruna carretera. Hasta cuando son dspotas, son paya-sos. Por qu crees t que yo soy un payaso, sino por-que siempre he vivido entre gente poltica? Pero, nonos desviemos de la cuestin. Este pez me parece su-culento.Suculento? S, suculento. Me lo comera de buena gana.Es una payasada?Es la verdad.Quieres que te lo fra Conchita?Quita all. Tal como est.Ros sumi la mano en la pecera, pesc el pez y se

    lo llev la boca. Volvise hacia Tefilo y Rosina,con medio pez fuera de los labios, coleando. Hizoluego con el cuello un movimiento de ave que bebey se engull el pez. Por ltimo, se di unos golpeci-tos en el estmago y afirm:Exquisito.Qu atrocidad?Coment Tefilo, sonriendo. Qu brbaro eres!Dictamin Rosina.Oye,

    te advierto que si quieres hacer sopa de tortuga den-tro del buche tambin hay un galpago en casa; Se-sostris, este es su nombre, puesto por Sabas, comopuedes suponer; pero las razones las ignoro.

    Gracias, nea, me basta con Platn, que por

  • 5? RAMN PREZ DE YALA

    cierto era muy sustancioso, aunque filsofo. Pero,chica; es que hoy no he comido an... Ando tan apu-rado... De tiempo? Hall! De dinero. Qu payaso eres!Asever Rosina, mirando de

    arriba abajo Angeln y su distinguida, flamanteindumentaria.Ya ves, y no me han hecho an director gene-

    ral. Ea, adis y buen provecho.Lo mismo digo, Angeln.Ros sali de la estancia como un torbellino.Apenas se quedaron solas, Tefilo se adelant

    decir:

    De manera que Daz de Guzmn ha sido amigotuyo...

    No ha sido, sino que es.Ya puedes presumir lo que quiero dar enten-

    der con la palabra amigo.No lo presumo...No? Pues es muy fcil. Qu clase de relaciones

    has tenido tienes con l? Pero, hombre qu te importa?Eh?Pajares livideci. Rosina acercse acariciarlo y

    le rode el cuello con los brazos.No seas nio; no he querido molestarte. He di-

    cho, qu te importa, porque la cosa no tiene impor-tancia. Te lo contar todo, ya lo creo. Es preciso quesepas que no te oculto nada. Vers, conoc ese mu-chacho el mismo da que me llevaron aquella malacasa, en Pilares, ya sabes. Ya puedes figurarte si yoestara como loca. Bueno, pues l me trat con mu-

    cho afecto, no como una cosa, sino como una per-sona. Esto es bastante raro, y yo le conservo agra-decimiento: eso es todo. Ah!, luego me escap de Pi-lares, y como no daban conmigo creyeron que l,

  • TROTERAS Y DANZADERAS 53

    Guzmn, me haba asesinado; nada menos que eso.Hasta le metieron en la crcel. Es una historia ri-dicula.Y nada ms?Nada ms, hombre.Le bes en los ojos.Bueno, Rosa; t no puedes seguir llevando esta

    vida.Qu vida? Ms tranquila, ms formal, no pue-

    de ser.Tranquila y formal, si as lo quieres, para una...Tefilo titube antes de pronunciar la palabra co-

    cota.

    Rosina se acurruc los pies de Pajares, recli-nando la cabeza en sus piernas.Y qu soy yo sino una cocota? Si lo eres, es preciso que dejes de serlo.S, s; pero, cmo?Cmo?Pajares aup la mujer y la estruj contra su pe-

    cho, besndola con arrebato.T no puedes ser ya sino ma, ma, ma y para

    siempre, para siempre. Viviremos juntos, retiradosde la gente, uno para el otro, uno para ei otro.

    Cmo me quiere!, pens Rosina. Intent imagi-nar aquel futuro que Pajares le ofreca; pero no lo-graba darle cuerpo, carne sonriente y atractiva. Sale iba llenando el pecho de tenue desazn, como sihubiera debido hacer decir algo de importancia yno consiguiera recordar qu era ello.Por lo pronto aadi Pajares

    ,hay que rom-

    per con don Sabas.S, s.Contest Rosina sin conviccin. Hoy mismo.Determin Tefilo. Por Dios, eso es imposible. No me ha dado mo-

    tivos, y es muy duro, as de repente. Hoy mismo.Repiti Tefilo.

  • 54 RAMN PREZ DE AYALA

    No seas cruel Rosina avencid al de Pajares surostro, contrado implorante . Me haces sufrir. Yono deseo otra cosa; pero ljate que no es tan fcil comoparece... Hay que ir preparndolo poco poco... Tencompasin de m.

    Tefilo permaneca en silencio. Rosina se envalen-ton:Tengo una idea. Lo mejor es que vayamos

    pasar unos das fuera de Madrid: en Aranjuez, en ElEscorial, en Toledo, donde te parezca, y all arregla-mos todas las cosas y le escribo Sabas rompiendocon l, qu tal?Y envolvi en mimos Tefilo;pero Tefilo no desplegaba los labios. Qu feliz voy ser con mi poeta! Y qu feliz

    voy hacerle l! Qu felices, qu felices vamos ser!Continu prodigndole blandas, enervantes ca-ricias; Tefilo permaneca sin hablar.Y es que Pajares ahora sufra una nueva tortura.

    En su cerebro haba destacado de pronto y con im-periosa sequedad una idea: Esta mujer me desea, yaunque sin atreverse declararlo con palabras, ne-cesita la satisfaccin de su deseo. As interpretabaPajares las ternezas y mimosidades con que Rosinapretenda aturdirlo por desviarle la voluntad de aque-lla absurda exigencia de romper con don Sabas. Y latortura de Pajares era que tema ser despreciado ydesconsiderado virilmente por Rosina. De una parte,no le encenda en aquellos instantes ningn linajede torpe concuspiscencia; de otra parte, aun ha-bindose sentido inflamado de deseos, no se hubieradejado tiranizar por ellos buscado su saciedad, porque el estado de su ropa interior era miserable y ver-gonzoso, y por nada del mundo se hubiera presen-tado ante Rosina en tan triste intimidad. Se acor-daba de una frase de no saba qu autor, oda nosaba qu amigo: El dinero es el afrodisiaco super-lativo.

  • TROTERAS Y DAN ZADERAS 55

    Qu te ocurre? Habla por la Virgen Santa. Note parece bien lo que te propongo? Cuatro cincodas, ms, en El Escorial, por ejemplo; s, en ElEscorial. Di algo! S, Rosa; tienes razn.De veras te parece bien?S, mujer. Qu felicidad! Qu felicidad! Me liars versos,

    verdad?S, te har versos.Asinti Tefilo sonriendo

    con amargura.Y luego los publicas en Los Lunes. Calla; pues

    resulta que el viajecito te va dar dinero...Ponin-dose en pie Rosina palmoteaba como nio rico anteel escaparate de una confitera.

    Dinero..., pensaba Tefilo. Haba escrito algu-nos das antes su madre pidindole, con mil apre-miantes pretextos, un extraordinario, adems de lahumilde mensualidad que de ella reciba. Aun cuan-do se vea y se deseaba para poder vivir ella mis-ma y sostener la casa de huspedes, en donde mu-chos huan sin pagar y los que pagaban pagabanpoco, la madre haca el milagro de raer aqu y acu-ll en su comida y vestido unos ahorros, hasta sumarde 12 15 duros que enviaba cada mes al hijo, y, aunen ocasiones, cinco seis ms, fuera de cuenta. Qucanalla soy!, pens Tefilo recordando su madre.Mi vida no tiene sentido, cavil. El corazn se leredujo cenizas nuevamente, y, nuevamente, losojos se le envolvieron en un tul de sangre anmicacolor rosa. Se le elimin en un punto la voluntad.Imaginaba ver su propia alma la manera de esos pe-rros vagabundos que miran de reojo todas partes por-que saben que el universo est poblado de garrotes,botas y piedras invisibles, los cuales, repentinamente,se materializan donde menos se piensa.

    Entr Conchita, desvariada, empavorecida.

  • 56 RAMN PtlEZ DE AYALA

    Qu ocurre?Interrog Rosina, contagiada delpavor de la doncella.

    Algo de Rosa Fernanda?

    Teo tuvo el presentimiento de que la bota invi-sible comenzaba materializarse y abri alelada-mente los ojos. Que, querompi explicar Conchita temblan-

    doque... don Sabas... ha entrado en el portal... yya debe estar llegando la puerta del piso. Bah! Djalo que llegue, que entre... Qu susto

    me habas dado!...Tefilo se haba puesto en pie, demudado el rostro.

    Le acosaba un terror irracional, casi zoolgico. Ech correr hacia la puerta; pero Rosina le detuvo, aga-rrndole de la chaqueta.Qu vas hacer? Por Dios! Tranquilzate!

    De los arrestos blicos de Tefilo la llegada de An-geln, de sus posteriores exigencias de un rompimien-to con don Sabas y del actual desconcierto, Rosinahaba deducido que le posea una furia loca de agre-dir al ministro.

    Son el timbre. Conchita interrogaba con los ojos.Tefilo permaneca en pie silenciosamente, por dondeRosina consider que se haba tranquilizado. Orden la doncella:Vete abrir y que pase aqu como siempre.

    Sali Conchita. Rosina implor. Djalo! Todo searreglar en seguida, te lo prometo. Que venga, ynosotros como si tal cosa; por ahora como si fuerasun amigo que est de visita.

    Pero Tefilo no poda oir porque le ofuscaba unespanto absurdo, algo as como terror atvico.

    Sintironse los pasos cadenciosos, graves y lentosde don Sabas, y cuando se acercaban ya al umbralde la puerta, sin que Rosina pudiera impedirlo, Te-io huy refugiarse detrs de las cortinas del per-chero.

  • TROTERAS Y DANZADERAS 57

    IX

    If music be the food of love, play on.

    Shakespeare.

    ... como la vihuela en el odoQue la podre atormenta amontonada.

    Fray Luis de Len.

    Entr don Sabas, acercse Rosina, le di dospalmaditas en la mejilla, con gesto paternal, y salu-d con estas palabras: Hola, Pitusa! Hace fro.Siempre con fro metido en los huesos. Pues no

    eres tan viejo para ser tan friolero.No es cosa de la edad. Desde nio he sido frio-

    lero. No puedo vivir sin calor; necesito toda especiede calor, calor en el cuerpo y calor de afecto en elalma.Su afirmacin contrastaba con la frialdad deltono en que la haca y con la indif rencia de la son-risa.Me consentirs que no me quite el gabn. Claro, hombre. Pues no faltaba otra cosa.Se sent y se restreg las manos. Echbase de ver

    al punto que era hombre pblico por la cartula quellevaba puesta, ocultndole la verdadera y mvil ex-presin del rostro: esa cartula social de las personasque han vivido muchos aos ante los ojos de la mu-chedumbre, cartula que tiene vida propia, pero vidaescnica, y tiende tipificar con visibles rasgos sio-nmicos el ideal y singulares aspiraciones del indivi-duo, de manera que facilita la labor del caricaturista,porque la cartula tiene ya bastante de caricatura.Lo tpico en el semblante social de don Sabas era elescepticismo y cierta afabalidad protectora que l re-putaba como la ms cabal realizacin expresiva del

  • RAMN PREZ DE AYALA

    maghificum cum comitate dignidad benvola de S-neca. Su voz era ms que recia, tonante, incompa-tible con el aire de duda que cuidaba de imprimir sus dichos. Eu su perfil dominaba la vertical, con oen el de las cabras, y de hecho, primera vista, coneu faz alongada y huesuda, sus barbas temblantes,saledizas y demasiado lbregas por la virtud del tin-te, sus ojos oscuros y disirados y el despacioso mo-vimiento de la mandbula, segn daba mesuradocurso la densidad del vozarrn, haca pensar enuna cabra negra, rumiando beatficamente un pastoabundoso y graso.

    Rosina estaba sentada de espaldas al perchero;don Sabas, cara Rosina.

    - Estoy cansado, Pituca.Has trabajado mucho hoy? Trabajar? Qu inocentes eres, Pitusa. T crees

    que le hacen uno ministro para trabajar? Te figu-ras de veras que los ministros servimos para algo,que el Gobierno sirve para algo? Sabes qu papelhace el Gobierno en una nacin? El mismo que hacela corbata en el traje masculino. Para qu sirve lacorbata? Qu fin cumple qu necesidad satisface?Y, sin embargo, no nos atrevemos salir la callesin corbata. Dnde est Platn?Desde que habacomenzado negar la utilidad del Gobierno habaechado de menos Platn; pero como tena orgu-llo poner en orden sus ideas y emociones y hacerlesguardar cola, esto es, conservar en todo momentouna perfecta y estoica serenidad, tanto intelectualcomo afectiva, no haba inquirido acerca del pezhasta que no hubo dado lento y adecuado desarrolloal parangn entre los ministros y las corbatas.

    Ros.na refiri concisamente el triste acabamientodel pez de color de azafrn. Qu hermosas enseanzas nos ofrece la realidad

    cada paso! Ya ves de qu manera han concluido los

  • TROTERAS Y DANZADERAS 59

    das de Platn, embuchndoselo un hombre comoAngeln Ros, un libertino que no piensa mas que engozar mujeres, y mujeres, y ms mujeres. Y es quetoda filosofa, Pitusa, tarde temprano no sirve sinopara alimentar el amor carnal.A Rosina le haba parecido siempre que en el tono

    que don Sabas imprima su charla haba un nos qu implcito que poda traducirse as: No pres-tis mucha 'e lo que digo, porque lo mismo me dadecir esto que todo lo contrario. La cuestin es pasarel rato. Y este tono Rosina lo haba juzgado en otrasocasiones como buen tono y sutil elegancia, aunqueen rigor un poco ofensivo. Pero ahora le ofenda ex-traordinariamente. En realidad, no saba si echarlela culpa don Sabas echrsela s propia y la