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El Mollete Literario Septiembre 15, 2013, Número 11, Segunda Época Director: Carlos Ramírez $10.00 pesos www.grupotransicion.com.mx [email protected] www.grupotransicion.com.mx [email protected] Tom Wolfe en El Mollete Literario Los eunucos del universo Rayuela y la juventud de Cortázar por Roberto Bravo

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El Mollete LiterarioSeptiembre 15, 2013, Número 11, Segunda ÉpocaDirector: Carlos Ramírez $10.00 pesos

www.grupotransicion.com.mx molleteliterario@grupotransicion.com.mxwww.grupotransicion.com.mx [email protected]

Tom Wolfeen El Mollete Literario

Los eunucos del universo

Rayuela y la juventud deCortázar

por Roberto Bravo

2 El Mollete Literario 15.09.2013

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director General

[email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Roberto Bravo Coordinador de Colaboradores

Consejo EditorialRené Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

María Eugenia Briones JuárezDiseño

Mathieu Domínguez PérezFormación

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A., el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. y el Grupo Editorial Transición. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670

Lo que me gusta de tu boca es la lengua. Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.

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16 1817 19

La bella vozPoesía

Eunucos del universo

EspiralLa Fragilidad en la música

(primera parte)

Libros LibrosDe cómo cobrar

viejas deudas

De periodista a escritor sin pasar por

el BoomAlberto Carbot

(1958)

Rayuela y la juventud de

Cortázar

A ContracorrientesLa revelación

poética

Teleras en serieHannibal

Arte ahoraGeometría en la

UNAM

Pasión y EscrituraLos paralelos de Vassilis Vassilikos

Por Amadeo Estrada

Cosecha RojaA sangre fría

Por Roberto Bravo Por Tom Wolfe

Por Mauricio Leyva

Por Porfirio Romo

Por Mauricio Carrera

Por Oscar Wong

Por Mónica Contreras

Por Elsie Méndez

Por Raúl Urbina C.

Por Alejandro García

DiccionarioBalandra

Índice

El Mollete Literario

Julio Cortázar

Papalote literario: vuelo infantilPor Luy

Coordinador:Freddy Secundino

Juan CúJosé Manuel Ruiz Regil

Ana Franco OrtuñoPaola Villa Loredo

3El Mollete Literario15.09.2013

“Novela de puentes entre lo perdido y recuperable, Ra-yuela se inicia bajo los arcos del Sena y culmina sobre unos raquíticos tablones que unen las ventanas de una pensión en Buenos Aires. La odisea de Oliveira lo lleva de París, el modelo original, a Buenos Aires, la patria falsa. Buenos Aires es la cueva en las que se reflejan las sombras del ser. La realidad de la Argentina es una ficción, la autenticidad de la Argentina es su falta de autenticidad, la esencia nacional de la Argentina es la imitación europea: la ciudad de oro, la isla feliz, no es más que la sombra de un sueño de fundación. Oliveira regresa a Buenos Aires para encontrar a Talita, la do-ble de la Maga parisina perdida.” (Carlos Fuentes, La Nueva novela hispanoamericana, Cuadernos de Joaquín Mortiz, México, 1969, 98 Pp.):

Rayuela y la juventud de CortázarPor Roberto Bravo

“Oliveira ha vuelto a Buenos Ai-res desmoralizado tras todos sus fracasos en París: la ruptura con la Maga, la muerte del hijo de la Maga, Rocamadour, sus pa-seos tristes bajo los puentes nocturnos del Sena. Se en-cuentra con un viejo ami-go, Traveler, en quien va reconociendo una espe-cie de doble avatar de una fase anterior de su vida y al mismo tiempo encarna-ción de muchas de

sus aspiraciones; y en un momento dado, en su des-concierto empieza a identificar a la mujer de Traveler, Talita, con la Maga. Oliveira se entrega generosamente a su delirio, y el problema estalla en una escena des-cabellada, desopilante y en apariencia sin sentido que se desarrolla entre estos tres personajes. Los amigos viven en lados opuestos de la misma calle, y sus ven-tanas se enfrentan. Oliveira, que ha estado haciendo vagas reparaciones en su cuarto, necesita clavos y un paquete de yerba. Talita se encargará de entregárselos. Para que no tenga que bajar y subir escaleras, Oliveira tiende un tablón de ventana a ventana. Talita, en bata, sube al tablón jugándose grotescamente la vida. En la inconsecuencia de la escena está su fatalidad. Cuando Talita está suspendida en el vacío, a mitad de camino entre Oliveira y su marido, caen las máscaras y aunque

los protagonistas sigan disimulando, los atravie-sa toda la gravedad del momento.” (Luis

Harss, Los Nuestros, Editorial Suda-mericana, Buenos Aires)

Para mí, dice Cortázar (Op.Cit.),

“el episodio del ta-blón es uno de los

momentos más hondos del libro, en la medida

en que allí se deciden des-tinos. Sin embargo, es una

broma desaforada todo el tiempo”.

Cortázar “Era el hombre más alto que se podía imaginar con

cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más

bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados como

los de un novillo y tan oblicuos y diáfa-nos que habrían podido ser los del diablo

si no hubieran estado sometidos al domi-nio del corazón. […], lograba seducir por

su elocuencia, por su erudición árida, por su memoria milimétrica, por su humor peligroso.

[…] En público, a pesar de su reticencia a convertirse en espectáculo, fascinaba al auditorio con una presen-cia ineludible que tenía algo de sobrenatural, al mismo tiempo tierna y extraña. Con Carlos Fuentes viajába-mos en tren desde París. […] A la hora de dormir a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo y en qué momento, y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolongó hasta el amanecer entre enormes vasos de cerveza y salchichas de perro con papas heladas. Cortazar, que sabía medir muy bien sus palabras, nos hizo una recomposición histórica y estética con una versación y una sencillez

El boom latinoamericano de la literatura no fue un hecho publicitario;

Julio Cortázar con Rayuela, Onetti con El Astillero, Rulfo con Pedro Páramo, Borges

con Ficciones, García Márquez con Cien años de soledad, Vargas

Llosa con La casa verde, etc., fueron novedosos y originales.

Aunque Cortázar ya había publicado “El perseguidor” y

novelas como Los Premios, con Rayuela, no sólo conmocionó

a sus jóvenes lectores, los escritores de su generación

le dedicaron ensayos y textos donde le declararon una

admiración sin paralelos:

4 El Mollete Literario 15.09.2013

ciles pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella para darle empujoncitos suplementarios con vistas a la eternidad y a las ediciones internacionales.”

No conocí a Cortázar en persona, ni en televisión ni en cine. Supe cuando vino a la ciudad de México; se presentó en Coyoacán y tuvo una recepción mul-titudinaria. Leí las crónicas en los periódicos. Todas coincidieron en su sencillez, naturalidad y su altura. Fue, recuerdo, un día fresco, benigno, lleno de luz y de la alegría que tiene Coyoacán y nuestra capital.

Poema 2Empapado de abejasEn el viento asediado de vacíoVivo como una rama,Y en medio de enemigos sonrientesMis manos tejen la leyenda,Crean el mundo espléndido,Esa vela tendida.Julio Cortázar

A su muerte el gobierno se tomó casi veinticuatro horas para enviar a Paris un telegrama seco, casi egoísta: “exprésole hondo pesar ante pérdida exponente genui-no de la cultura y las letras argentinas.” (Osvaldo Soria-no, Casa de las Américas número 145-146, La Habana)

“Soy maestro. Me recibí en la Escuela Normal Ma-riano Acosta de Buenos Aires; luego estudié el profe-sorado en letras e ingresé en la Facultad de Filosofía y Letras. Aprobé los exámenes de primer año, pero en ese momento me ofrecieron unas cátedras en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, y como en mi

casa había muy poco dinero y yo quería ayudar a mi madre que me había educado con mucho sacrificio –mi madre nos crió, a mi hermana y a mí; mi padre se fue de casa cuando yo era muy chico, y no hizo nada por nosotros-, apenas cumplí veinte años y me ofrecieron trabajo, lo acepté. Abandoné los estudios en la Facultad y me fui al campo. Allí pasé cinco años como profesor de enseñanza secundaria. Y allí empecé a escribir cuentos, aunque jamás se me ocurrió pu-blicarlos. Luego me fui a Mendoza, a la Universidad de Cuyo, donde me ofrecían unas cátedras de nivel

universitario. En los años 44-45, participé en la lucha política contra el peronismo, y cuando Perón ganó las elecciones presidenciales, preferí renunciar a mis cáte-dras antes de verme obligado a ‘sacarme el caso’ como le pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus puestos. Conseguí un empleo en Buenos Aires…”

Sobre el oficio del escritor, para Cortázar “Un escri-tor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mien-tras escribe y después lo cuelga de un clavo y se va a tomar vino con los amigos. La flecha ya anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el blanco; sólo los imbé-

apenas creíbles, que culminó con las primeras luces y una apología homérica de Thelonius Monk. No sólo hablaba con una profunda voz de órganos de erres arrastradas, sino también con sus manos de huesos grandes como no recuerdo otras más expresivas (Ga-briel García Márquez, Los Nuestros, Editorial Sudame-ricana, Buenos Aires).

“Alto, desgarbado, un hombro ligeramente más caído que el otro –sólo tal vez en este instante por el movimiento de la cabeza al mirar hacia arriba -, [Cor-tázar] sube un poco a tientas, olvidado de la costum-bre, los tres escalones que lo separan del portal del edificio bañado por la luz malva del atardecer. Se hace sombra sobre los ojos con la mano de dedos larguí-simos como si no fuera a encontrar a trasluz de esos dedos, a través de esos muros, ninguna forma desco-nocida, ninguna revelación nueva, nada más que esos muros mojados, la tarde, las nubes.

Lo que es evidente es que está absolutamente a sal-vo de toda prisa, y aún más: liberto de toda miseria, pese a la gastada cazadora, al grueso pulóver de lana azul, al aire de venir de lejos no a recuperar su sitio que se ha llevado su lugar a otro sino tal vez a dejar la ropa vieja y partir otra vez cuando caiga la noche.” (Augusto Roa Bastos, “Variaciones sobre un tema de Julio Cortázar”, Casa de las Américas 45-46, La Habana)

“Cortázar se sienta con las largas piernas cruzadas y las manos entrelazadas en las rodillas, y espera. Es un hombre de pasiones intelectuales que habla poco de sí mismo.” (Luis Harss, Los Nuestros, Editorial Sud-americana, Buenos Aires)

“Nos encontramos en una de esas raras mañanas de la Ciudad-Luz en el café Deux Magots. Cortazar, usando una campera gris sobre camisa de cuello abier-to, me esperaba fumando Gauloises y tomando jugo de tomate. A los 53 años, muy alto, delgado, de grandes ojos verdes, cejas espesas, pelo marrón más bien largo, aparentaba ser un hombre mucho más joven. Durante nuestra conversación, cordial pero impersonal y for-mal (se mantuvo siempre el usted), habló de su corto viaje a Nueva York, de Cuba, de China, de la reciente visita de la madre…, de la casa de Saignon, lugar al sur de Francia donde se retira para escribir (Rita Guibert, Siete Voces, Novaro, México).

El hombre que parecía eternamente joven debe ha-ber sentido que empezaba a morirse […] cuando sor-presivamente tomó un avión y llegó solo a Buenos Aires.

Quería ver a su madre, caminar ciertas calles don-de habitaron sus personajes, reunirse con el país que se libraba de sus enemigos militares. […]

Es posible que Cortázar haya ido a Buenos Aires para mirarse al espejo por última vez.

Dijo que estaba enfermo y que volvería en febrero. Quería eludir la prensa y escaparle a la admiración beata. Temía que no lo dejaran andar en paz por esas veredas y aquellas plazas que recordaba con la memo-ria de un elefante herido.

La flecha ya anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el

blanco; sólo los imbéciles pueden pretender modificar su trayectoria

o correr tras ella para darle empujoncitos suplementarios con

vistas a la eternidad

5El Mollete Literario15.09.2013

Tom Wolfe

Por Tom Wolfe

Eunucos del universo

¡Estamos ardiendo! —ardiendo de emoción, encen-didos, anhelando poder ver al John Jacob Astor, el Andrew Carnegie, el E.H. Harriman, el John D. Roc-kefeller, el Henry Ford, el Bill Gates de nuestro siglo... ¡Y ahí está! ¡Mírelo! No lleva el cuello de ala de Astor, del que emergía una corbata de seda impecablemen-te anudada, ni tampoco el rígido sombrero de copa de seda, el chaqué con un clavel rojo en el ojal de la solapa izquierda y el par de pantalones rayados de John D., y ni siquiera el traje de chaqueta holgada de Joseph A. Bank que usa Bill Gates. No, nuestro hom-bre tiene apenas 27 años y viste como un magnate de nuestro tiempo... En lugar de camisa, lleva una cami-seta gris, una de las aproximadamente 30 camisetas grises que tiene a mano para asegurarse de usar todos los días la misma vestimenta adolescente para desafiar a la moda... Y sobre ella, una chaqueta deportiva de color gris oscuro con capucha, una prenda conocida comúnmente como hoodie. A partir de ese día, el 7 de mayo de 2012, el hoodie se convirtió en su símbolo, su marca de fábrica, su estandarte de batalla.

Quince minutos después, estará dentro del salón de baile entre una exclusiva multitud de corbatas que sólo pudieron acceder por invitación y que confor-man al grupo de posibles inversionistas más ricos de EE UU y, de hecho, del mundo entero, en la oferta pú-blica inicial de un conjunto de acciones con un valor aproximado de US$104 mil millones en su compañía, una nueva adición a nuestra industria más moderna, conocida como TI, “Tecnología de la información”.

Como ya lo sabrá cualquiera que haya leído hasta aquí, su compañía se llama Facebook, y él es el primer magnate de la TI de nuestro siglo, Mark Zuckerberg. Hasta el 14 de mayo, Facebook tenía 901 millones de clientes, una de cada ocho personas sobre la tierra (y pronto tendrá mil millones, una de cada siete). Nadie había soñado nunca nada semejante, una “red social” que permitiría que personas de todo el mundo contac-ten gratuitamente unas con otras y compartan imáge-nes de ellas mismas y Dios sabe de qué más.

Las acciones se pondrán a la venta tres días des-pués, el jueves 17 de mayo, a las 11 a.m. Para enton-ces, se habían preparado y tamizado 82 millones de ofertas contra los primeros bloques. Zuckerberg había contratado a cinco bancos de inversión para que se ocuparan a su nombre de la mecánica de la oferta pú-blica inicial: JPMorgan Chase, Goldman Sachs, Bank of America, Barclays Capital, y el banco principal, encar-gado de supervisar toda la operación, Morgan Stanley, representado por James Gorman, su director ejecutivo, y Michael Grimes. Grimes había sido nombrado el “in-termediario” no. 1 de Wall Street en la Lista Midas de Forbes durante cuatro años consecutivos, de 2004 a 2007. A las 11 a.m. en punto, ¡Zas! Los 82 millones de ofertas salieron al mercado. Nuestros banqueros de inversión de la vieja línea están ansiosos. ¡Nunca ha-bían visto nada parecido a las hordas de compradores corriendo en estampida hacia ellos con miles de mi-llones de dólares (¡miles de millones!) en el bolsillo, desesperados por poner las manos sobre las acciones de Facebook a un precio de IPOffering de US$38 por acción antes de que se disparen a US$76 y quién sabe a cuánto más. ¡Increíbles multitudes de ellos! Nues-tros viejos entran en pánico. Se resbalan, se deslizan, se tambalean. Sin tener idea de lo que están haciendo, empiezan a ahogar la oferta pública inicial más grande y más publicitada de la historia bajo una ola de incom-petencia tras otra. Desconcertados, los viejos dicen que se trata de un “error técnico” cuando la arremetida de ofertas los agobia en tal forma que millones de transac-ciones se registran con precios equivocados. El jefe del banco principal, Gorman, de Morgan Stanley, culpa de todo a la Asociación Nacional de Corredores de Cotiza-

V enga con nosotros; retrocedamos siete meses

hasta la cúspide de la historia del capitalismo

estadounidense del siglo XXI. Nos encontramos entre un enjambre

de almas tan deslumbradas como nosotros en las afueras del hotel Sheraton en la Séptima Avenida

en Manhattan, arremolinándose y retorciéndose para esquivar a un

batallón de policías y un pelotón de agentes de seguridad enfundados

en trajes grises y con pequeños tecno-pólipos blancos en los oídos, conectados a bobinas de cables de intercomunicación de color blanco

tratando de mantenernos bajo control... mientras casi pisoteamos

a los andrajosos miembros de los equipos de televisión y a cualquier otro perdedor que se interponga en

nuestro camino.

Mark Zuckerberg

EU se tambalea al bor-de del abismo, y Tom

Wolfe hace una mordaz acusación de nuestra

inescrupulosa cultura financiera.

Tom Wolfe: Eunucos del UniversoPor Roberto Bravo

La hoguera de las vanidades (1987) , considera-da por los críticos la obra cumbre de Wolfe, describe la vida de los yupies, en los ochentas, en la persona de Sherman McKoy, un joven co-rredor de bolsa que de la noche a la mañana pierde su fortuna. La novela ocurre en Nueva York, donde en lujosas fiestas las celebridades y los triunfadores se abstraen de los perdedores y miserables que afuera, al encontrar una opor-tunidad, mostrarán su codicia. Los personajes son expuestos, en su compleja sicología, por la prosa realista y directa de Tom Wolfe, quien penetra los muros y las fachadas de los rasca-cielos y muestra a sus habitantes tan frágiles y humanos como los de cualquier provincia.

En todo un hombre (1998) , Tom Wolfe, in-tentó escribir una novela total que abarcara el mundo. Después de nueve años, al salir pu-blicada, confesó que en el tiempo que trabajó el libro no tuvo ingresos y arruinó su cuenta bancaria. Esto le provocó serios problemas en su matrimonio. Desechó al final mucha de la información que recabó, por ejemplo: un viaje a Tokio, para cenar con un empresario japonés teniendo únicamente cinco mil dólares en la cartera, y el hombre de negocios a quien que-ría describir en su novela, al principio de su cita llevaba consumidos más de tres mil dólares apenas en las entradas del menú. Aunque su desenlace es fallido, la novela revela el sistema de vida de los ricos, los empleados de cuello blanco, los pobres, y la violencia de las institu-ciones financieras en contra de sus deudores.

En Soy Charlotte Simmons (2004), puso al descubierto la existencia al interior de una uni-versidad de USA.

Recientemente, a sus 82 años, Alfaguara publicó su cuarta novela: Regreso a la sangre, una historia en Miami, repleta de turistas, dine-ro, sexo y lo que los estadounidense han dado en llamar hispanos, o inmigrante latinos.

En su entrevista con Aurelia Raya para XL Semanal (19-05-2013) Tom Wolfe dice a la re-portera: La gran felicidad de escribir es el des-cubrimiento. Todavía sigo amando la aventura de salir ahí fuera y hacer reportajes.

Es difícil establecer una línea divisoria en-tre las novelas y los reportajes de Tom Wolfe: Lo que hay que tener (1979), Ponche de ácido lisérgico (1968) , El nuevo periodismo (1973), y tantos otros, dan cuenta de su vocación: Na-rrar lo que ocurre en la sociedad contemporá-nea de manera realista.

“Eunucos del universo”, es una actualiza-ción de lo que escribió en La hoguera… En este reportaje que presenta El Mollete Literario, con su corrosivo estilo, Wolfe, desentraña el origen del crack financiero reciente, y el atraco que sufrieron miles de inversionistas cuando se es-fumaron del mercado financiero billones de dó-lares. En este reportaje, Tom Wolfe, confirma lo que J.K. Galbraith, no se cansó de repetir sobre la fantasía de creer en la libertad de los merca-dos cuando en ellos existen los monopolios, y por qué es él un gran maestro del periodismo contemporáneo.

6 El Mollete Literario 15.09.2013

ciones Automatizadas de Valores (NASDAQ), la Bolsa que maneja las transacciones. En tales circunstancias, concretamente, la oferta pública inicial más grande de la historia, es como si Napoleón echara la culpa de Wa-terloo al cuerpo de mayordomos por no entregar ropa interior limpia en el momento oportuno.

En las horas que siguieron, el mercado se convirtió en un caos. Un número no revelado de inversionistas que habían llegado, listos para gastar millones, echa-ron un vistazo a este retorcido y grotesco desbarajuste y volvieron a casa. Morgan Stanley y el resto de los Viejos Ayudantes Contratados y Cía. se las arreglaron para mantener el precio de la oferta pública inicial en US$38 por acción (sin cargo para ellos mismos), apuntalándolo hasta el final del primer día. Durante los siguientes 10 días, el precio se hundió casi 25 por ciento. Después de 18 días cayó hasta US$25.75, dos tercios del precio inicial. Para el 2 de septiembre, se había hundido hasta US$17.79, menos de la mitad del precio de oferta inicial.

Encima de todo, se produjo un aluvión de acusacio-nes que indicaban que, en realidad, Facebook había te-nido un mal desempeño en el primer trimestre y que no había mejorado en el segundo, una noticia que Morgan Stanley no había dado a conocer al público, conocido como compradores “minoristas”, sino solamente a aque-llas personas que contaban con información privilegiada y que habían invertido en Facebook antes de la oferta pública inicial. “No hicimos nada malo”, declaró Mor-gan Stanley. Pero grandes organizaciones con informa-ción privilegiada como Goldman Sachs, Accel Partners y Greylock Partners volcaron sus acciones en el mercado en cuan-to NASDAQ abrió la bolsa. De algún modo, si usted es un mi-norista, esto quiere decir que hay otra persona en el juego, llamada mayorista, y es… trampa. Se des-hicieron de millones de acciones, suficientes para bajar los precios por sí mismas. Un analista de Cowen Group llamado Peter Co-hen dijo, “En 43 años, nunca ha-bía visto algo tan jod…”.

Pero resultó ser más que una oferta pública inicial increí-blemente jod... El 17 de mayo fue el día en que el Wall Street se evaporó. Después del Día de Facebook, todo aquello por lo que “Wall Street” había sido una

metonimia, el abundante dinero, el panorama general de la economía de EE UU, la emoción, el sentido de que es allí donde las cosas pasan, había desaparecido.

Hasta 2006, un espíritu de arrojo varonil se había extendido entre los banqueros de inversión de Wall Street. Comerciar acciones y valores de renta fija era lo más parecido al combate armado. Los guerreros, es decir, los intermediarios financieros y los vendedores, conocedores de cómo luchar, enfrentando no a un ene-migo armado sino a un conjunto de pantallas de com-putadora distribuidas en forma de abanico, generaban una euforia más estimulante que cualquier otro estado de ánimo concebible. Era el más excitante de todos los “viajes”, y gracias no sólo al exorbitante éxtasis de la batalla. También estaba el no poco importante hecho de que estos Hijos de la Época del Boom, muchos de ellos con apenas dos décadas de vida, aún lo suficientemente jóvenes como para ruborizarse, obtenían un millón de dólares más al año en bonos, año tras año...

La victoria, registrada en esas pantallas, los hacía sentirse los Amos del Universo. La frase provenía de una novela de 1987, La hoguera de las vanidades, cuyo personaje principal, Sher-man McCoy, es un vendedor de acciones de 38 años que trabaja para un banco de in-versión, que gana un promedio de un millón dólares al año en bonificaciones y vive en la zona más exclusiva de Park Avenue. Un día, suena su teléfono en el piso de operaciones, y al contes-tarlo, recibe una orden de compra de tantos valores de renta fija de cupón cero que su comisión será de US$50 000. La operación le toma 20 segundos, tal vez 30, y así como así, ¡ya era US$50 000 más rico! Las pala-bras destellaron repentinamente en el área de Broca de su cerebro: “¡Soy uno de los Amos del Universo!” ¡Jesucris-to!, y provenían del juego de figurillas de plástico de su hija de 6 años, “Los Amos del Universo”, que tenían nombres como Ahor, Blutong, y Thonk y lucían como dioses escandinavos que levantaban pesas y bebían sorbetes de creatina y hormona del crecimiento humano.

En la vida real, los jóvenes de los pisos de cotiza-ciones en todo Wall Street leyeron ese libro y les gustó el nombre, Los Amos del Universo. Lo decían en voz alta sólo en forma jocosa (después de todo, no eran

tontos) y nunca mencionaban la ola de júbilo que les sacudía el alma misma: soy uno de los Amos del Universo...

La caída de la bolsa de no-viembre de 1987 no disminuyó esa dicha sublime por más tiem-po que lo que duraron algunos tragos de saliva. Igual que la caí-da de las empresas “punto com” de 2000-2002. Incluso después de 2002, los Amos del Universo resultaban tan fascinantes que aproximadamente 40 por cien-to del 10 por ciento superior de los graduados de Harvard, Yale y Princeton deseaban trabajar en Wall Street.

En 2004, un conocido inter-mediario financiero del Deuts-

che Bank, el canadiense John Coates, desconcertó to-talmente a sus compañeros, a sus colegas guerreros de las pantallas de lucha, al abandonar Wall Street y diri-girse a Inglaterra para volver a inscribirse en su alma mater, la Universidad de Cambridge, en un posgrado en neurociencias. ¡¿Neurociencias?! ¡¿En Inglaterra, un país de segunda?!

En realidad, Coates nunca sacó a Wall Street de su mente. Le intrigaba el hecho de que un grupo de jó-venes impulsivos, eufóricos, aullantes e irresponsables tuvieran en sus manos miles de millones de dólares todos los días. Recurrió a las neurociencias con la es-peranza de encontrar algo que pudiera explicar a... los Amos del Universo.

Tras haber formado parte de ese grupo hasta ha-cía muy poco, logró convencer a 17 intermediarios financieros de “The City”, la versión londinense de Wall Street, de que le permitiera registrar sus niveles endocrinos en tiempo real, mientras trabajaban en el piso de operaciones, justo antes de que comenzara la acción y por la tarde, justo después de que terminara.

La tecnología era muy simple. Lo único que los 17 tenían que hacer era escupir 3 mm de saliva, equivalentes a la mitad del 1 por ciento de un escupitajo, 2.1 por ciento de una flema y tres gotitas, en ampolletas de poliestireno. Si no podían salivar, se les daban tabletas de goma de mascar sin azúcar. An-tes de iniciar, digamos, una subasta de valores de renta fija del gobier-no a 20 años con un valor de 10 mil millones libras, el cuerpo de un intermediario financiero, sus entrañas mismas, daban un giro hacia atrás, se reiniciaban, se re-cargaban para tomar decisiones rápidas que tenían que ver con miles de millones de libras.

En palabras de Coates, “El metabolismo [del intermedia-

rio financiero] se acelera, listo para des-componer reservas de células hepáticas, musculares y adiposas”... la respiración se acelera... el corazón em-pieza a latir frenéticamente... Las células del sistema inmunológico toman sus puestos en los “puntos vul-nerables...”. Su sistema nervioso desvía la sangre del estómago, “haciéndole sentir mariposas” y de los ge-nitales (no va a necesitarlos sino hasta más tarde) y la dirige hacia los músculos grandes de brazos y muslos. Su testosterona ha aumentado rápidamente, y ahora sus testículos comienzan a bombear esteroides, junto con adrenalina y cortisol, hacia su torrente sanguíneo, lo que, a su vez, produce la liberación de dopamina, “la droga más adictiva conocida por el cerebro huma-no”. Esta emoción convence a los intermediarios fi-nancieros de que “No existe ningún otro trabajo en el mundo”. El intermediario se convierte en una persona diferente, no solo segura, sino dominante... un Amo. Está listo para asumir los riesgos que aterrorizarían a un hombre común. “Se inclina ante su pantalla con las pupilas dilatadas, respirando rítmicamente, los músculos tensos, el cuerpo y el cerebro unidos para la acción inminente”.

Lo cual quiere decir que se convierte en el doble endocrinológico de un tigre macho o de un toro sal-vaje o de un Comando Delta, un SEAL de la infantería de marina, un piloto de combate de la Fuerza Aérea, un pandillero del este de Nueva York, preparándose para un combate mortal. Al principio, la testostero-na, la adrenalina y los demás estimulantes endocrinos

7El Mollete Literario15.09.2013

están a su servicio para prepararse para la refriega. De hecho, Coates descubrió que los intermediarios finan-cieros con concentraciones de testosterona inusitada-mente altas al inicio del día bursátil seguramente ob-tendrían una ganancia al final del día. Aparentemente, la testosterona y todos sus complementos endocrinos hacían que un intermediario financiero pudiera des-cubrir más rápidamente una oportunidad y fuera más audaz al aprovecharla. Coates deseaba que este peque-ño estudio (compuesto sólo por 17 sujetos) fuera el preludio de uno mucho más grande. Pero su “testos-teronorama” y sus otras conclusiones fueron tan sor-prendentes y tan constantes en los 17 sujetos, que la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos la publicó en línea (14 de abril de 2008) antes de impri-mirla como “Esteroides endógenos y asunción de ries-gos financieros en un piso de operaciones de Londres”. (Más adelante, llevó a cabo un estudio más grande, con 250 sujetos, y el año pasado publicó un libro al respecto, The Hour Between Dog and Wolf.)

La excitación del intermediario financiero es tal que no puede dejarla en la oficina por la noche. Aho-ra, después de la batalla, una “euforia irracional” sale a la cuidad con ella... Y todavía está con ella, debajo de su piel, cuando vuelve a la oficina por la mañana. Su exaltación de sí mismo, al igual que su testosterona, está en un nivel más alto que nunca. Empieza a actuar como si fuera parte de una unidad de élite de Fuer-zas Especiales. Nunca espera a que algún superior en la cadena de mando imponga la disciplina. Se cuida a sí mismo... a voz en grito. ¡Usted! ... ¡Sí, usted! ... ¡No se permiten holgazanes en el piso de operaciones! ... No pierde el tiempo yendo a un almuerzo “de negocios”. Si realmente tiene que comer, cobarde, pídalo a la tienda de comestibles preparados... No hay que leer material irrelevante como The Economist (cuyas noticias ya son viejas para cuando sale a la venta), mucho menos The Racing Form o revistas de tetas y traseros, como grita Sherman McCoy en La hoguera de las vanidades.

Eran como guerreros, excepto por un detalle: las probabilidades de que un Amo del Universo muera en cumplimiento del deber eran estadísticamente nulas. La mayoría de ellos tenían menos de 40 años, y la proba-bilidad incluso de sufrir un ataque cardíaco mientras maldicen al destino con las manos a los lados de la cabe-za sacudiéndose espasmódicamente... era muy remota.

En el piso de operaciones, ellos eran versiones lige-ramente más viejas e infinitamente más ricas del chico universitario. En los universitarios, detrás de las épo-cas salvajes, las borracheras, la cocaína, las bromas pesadas, las borracheras, el sexo, las charlas sobre el sexo, las pros-titutas, las charlas sobre pros-titutas, las borracheras, los chistes sarcásticos clasificados como Sarc I, Sarc II, Sarc III, las disertaciones sobre temas tan esotéricos como el tamaño del excremento y el alcance del vómito a propulsión, las borracheras... se encontraba un sólo y simple deseo: pre-sentar la visión de un varón acerca del mundo.

Al Amo del Universo no le preocupa la virilidad. Es varonil. Tiene masculinidad para dar y regalar. Su proble-ma es el contrario. Tiene una euforia irracional bajo la piel

misma. Ahora, después de la batalla, cuando lo rodea la oscuridad, su exaltación de sí mismo, al igual que su testosterona, está en un nivel más alto que nunca. Permea todas las áreas de su vida, notablemente su apetito sexual.

Con un poco de suerte, algún equipo de antropó-logos emprendedores reunirá los miles de historias populares sobre la vida amorosa de los Amos del Uni-verso, algunas de las cuales han alcanzado el nivel de leyenda. Invariablemente, se trata de historias conta-das por chicas, ya que los Amos siempre logran con-seguirlas a todas... las chicas. A una chica le dijeron que todas las citas con el Amo del Universo se com-ponían de tan sólo dos temas: Mi Carrera y el sexo.

“No sé, ¿cuál?”“Un comerciante de acciones ordinarias en Da-

llas”. Éste era el sub-remate. En esa época, la década de 1980, la emoción, las grandes sumas de dinero, no estaba en las acciones ordinarias, sino en el mercado de valores de renta fija e indudablemente, no en Texas.

“Entonces, ¿cuál es la forma humana más baja?”“Un cliente”.Así era en Salomon Brothers. En Goldman Sachs, a

los clientes los llamaban muppets. Otros bancos de inver-sión llamaban sus clientes “guppys”, “imbéciles”, “mugre”, “borregos”, “tarados”, “corderos”, “focas bebé”... Sin duda, palabras como imbéciles, mugre y borregos eran conside-rablemente más mordaces que “pueblerinos”. Después de todo, ¿adónde van los corderos? Al matadero.

Los Amos del Universo siempre habían conside-rado a sus clientes como personas a las que nunca se debió dejar salir de su casa con dinero en el bolsillo. Pero ya que ocurrió, alguien tenía que sacar ventaja de ello. Para mostrar las manos vacías, encogerse de hom-bros y ver cómo se alejan, usted tendría que ser tan ignorante como ellos. Eran ignorantes, no estúpidos. Tenían dinero y un CI por encima de 98. Así que usted tenía que preguntarse por qué invertirían en un banco de inversión. En un fondo de cobertura, usted tenía por lo menos una mínima posibilidad de lucha. El di-rector invertía su propio dinero en la misma forma que usted. Bueno... seamos justos. No todos los bancos de inversión llevarían a sus clientes al matadero. Por otro lado, ¿qué hay de malo en trasquilar a las ovejas de vez en cuando?

Nuestros varoniles Amos, aún atiborrados con tan-ta testosterona y dopamina, simplemente no lo enten-dían todavía en 2009, ni siquiera cuando ocurrió lo más improbable del mundo: un grupo de debiluchos, un grupo de nerds conocido como quants, les cerró la puerta dorada en las narices.

Nerds... El nerd nunca ha sido definido con pre-cisión debido a la complejidad psicológica de la cria-tura. La palabra indica cierto nivel de inteligencia. El típico nerd es un varón con inteligencia pero sin la intención de darle un rostro varonil. No practica nin-gún deporte, no se parte de risa automáticamente al escuchar bromas sobre chicas con pinta de rameras, no refuerza su masculinidad con descargas frecuentes de la bomba P2, no se da cuenta de lo mal que se ve cuando lanza su brazo al aire y agita la mano como una bandera, ansioso por que el profesor le pida a él primero que responda la pregunta, no responde los insultos de sus colegas masculinos en el patio de la escuela; ¡Oh!, el patio de la escuela... El patio de la escuela... Es allí donde aprende que no es un Amo del Universo y nunca lo será... nunca en toda su vida... y así desarrolla intereses que no son ni masculinos ni no

En la vida real, los jóvenes de los pisos de cotizaciones en todo Wall Street leyeron ese libro y les gustó el nombre, los Amos del Universo. Lo decían en voz alta sólo en forma

jocosa (después de todo, no eran tontos) y nunca mencionaban la ola de júbilo que les sacudía el alma misma: soy uno de los Amos del Universo...

John Coates

Ellas calificaban sus discursos sobre Mi Carrera como interminables, interminables, interminables; aburri-dos, aburridos, aburridos: ¡no aguanto más! ¡VOY A PRENDERLE FUEGO A MI CABELLO PARA MATAR EL ABURRIMIENTO!

Cuando se trataba del sexo, por otro lado, su ex-plicación nunca era demasiado locuaz, nunca se iba por la tangente, y su demostración pocas veces tomaba más de 60 segundos. Era mete-saca mete-saca mete-saca mete-saca mete-saca oo-oo-oo-oo-oo-ooooh uh oo agghhh, y a roncar como un oso.

Naturalmente, al ser tan varoniles, tan decididos, tan... bueno... tan Amos, los Amos del Universo no pueden evitar sentirse superiores a la gente común y corriente con la que debían tratar todos los días. Tra-taban de no mostrarlo... pero cuando los guerreros es-

taban entre sus iguales, en el piso de operaciones por ejem-plo, ¿cómo podían evitar reír-se un poco de todas las almas simples con las que se topaban en el transcurso de su trabajo? Era como la forma en que los policías de Nueva York llama-ban “pueblerinos” a los ciuda-danos despistados con los que se encontraban.

Los Amos del Universo tenían el mismo tipo de ter-minología para referirse a los ciudadanos despistados en su mundo, pero ¿quiénes eran? De acuerdo con Michael Lewis, un ex vendedor de Sa-lomon Brothers, había una broma en Salomon que decía:

“¿Cuál es la segunda forma humana más baja?”

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masculinos, sino simplemente obsesivos, como captu-rar bichos por la noche y sujetarlos con alfileres en un tablero, clasificándolos concienzudamente según su género, especie y subespecie. No hay nada de malo en ello… es simplemente un poquito raro e intelectual; en pocas palabras, digno de un nerd. Si un nerd era un poco raro y nada inteligente, se le conocía como dork (baboso). No había ninguna connotación que indicara un comportamiento sexual desviado. El Amo del Uni-verso suponía que todas las clases de nerds (quants, dorks y simples nerds) eran asexuadas.

Un quant era el rango inmediato superior al que un nerd podía aspirar si resultaba ser un genio matemá-tico. Su nombre era la condescendiente contracción utilizada por los varoniles intermediarios financieros y vendedores del término real: analista cuantitativo. Los quants empezaron a aparecer en los pisos de ope-raciones a fines de la década de 1980 para instalar computadoras que podían obtener información y or-denarla más rápidamente que cualquier intermediario financiero, liberando así al Amo del Universo de una gran cantidad del tedioso trabajo de oficina. Al princi-pio, los intermediarios financieros despreciaban a los quants, considerándolos como nerds que carecían, uti-lizando el lenguaje de los Amos, de “las pelotas” nece-sarias para pararse en el piso de operaciones y asumir los grandes riesgos que se requerían si verdaderamente querían hacer dinero. Fue a comienzos de la década de 1990 cuando los Amos acuñaron realmente la palabra quant, posiblemente porque ese era el sonido que se producía cuando alguien aplastaba con el pulgar una chinche hinchada de sangre. No tenían ni la más lige-ra sospecha de lo que esos debiluchos perdedores sin pelotas iban a lograr.

En 1942, Joseph Schumpeter escribió que los va-lores de renta fija y las acciones eran “propiedad eva-porada”. Todo el mundo consideró esta frase como un ingenioso aforismo, pero para Schumpeter era un lamento. “El hecho de sustituir las paredes y las má-quinas de una fábrica con un simple paquete de accio-nes”, dijo, “le quita la vida a la idea de la propiedad”. Los nuevos propietarios, es decir, los accionistas, pier-den la voluntad del emprendedor, del fundador, de “pelear, económicamente, físicamente, políticamente, por ‘su’ fábrica y su control sobre ella y para morir si es necesario sobre sus pasos”. En lugar de ello, a la primera señal de problemas, los accionistas saltan en paracaídas y venden en el mercado de valores su participación en la propiedad a quienquiera que desee adquirirla... y les importa muy poco de quién se trate.

Fue así como los valores de renta fija y las acciones evaporaron la propiedad. Lo que los quants tenía en

mente era un salto cuántico (por así decirlo) hacia ade-lante, a la siguiente etapa: evaporar los valores de renta fija y las acciones... no la propiedad (esa ya había des-aparecido desde hace mucho) sino los valores de renta fija y las acciones mismas, y ganar algo de dinero real.

No era una idea nueva, pero muy pocos quants sa-bían de dónde provenía. En 1962 un joven catedrático de matemáticas del MIT (de apenas 30 años), Edward O. Thorp, publicó una forma matemáticamente infali-ble de ganar en el black-jack contando los números de las cartas ya jugadas. Lo demostró en vivo, jugando en varios casinos de Nevada... con el dinero de un aposta-dor profesional. El libro, y Thorp mismo, enfurecieron a la industria del juego. Ahora, cualquier pueblerino despistado podía entrar en un casino y vaciar la casa. Los casinos tuvieron que cambiar las reglas de un an-tiguo (y lucrativo) juego. Naturalmente, el público se lo tragó todo, y Beat the Dealer (Venza al dealer) se convirtió en un gran éxito de ventas. Para la mayoría de los matemáticos, era ingenioso (deseaban fervien-temente que se les hubiera ocurrido a ellos mismos) aunque muy simple cuando se profundizaba en él. Sin embargo, cinco años después, en 1967, Thorp captó toda su atención con un segundo libro, Beat the Mar-ket (Venza al mercado). En el libro se describía una forma infalible de ganar mucho dinero en los merca-dos bursátiles y de valores de renta fija. Sus colegas matemáticos de ese tiempo quedaron embelesados... hace 45 años. Sin embar-go, este libro desconcertó a los ciudadanos corrientes. Trataba acerca de la asigna-ción incorrecta de precios a los valores de renta fija y las acciones en comparación con sus derivados (futuros, derechos de suscripción de nuevas acciones, obligacio-

nes, forwards, opciones, swaps, convertibles... y ven-der los valores de renta fija y acciones esperando que su precio caiga en el futuro, y comprar los derivados esperando que su precio aumente, o viceversa. Tam-poco importaba qué acciones o valores de renta fija. Sus nombres, historias, reputaciones, posibilidades… todo ello era irrelevante. Lo único que importaba eran las extensiones, los períodos, y no tenían que ser muy grandes. De hecho, una diferencia de 2 centavos era…

¡Espere! ¡Espere! ... ¡¿Dijo derivados?! ¡¿Y obli-gaciones o algo?! ¡¿Y vender esperando que el precio baje?! ¡¿O viceversa?! Todo esto les provocaba jaqueca a los pueblerinos. Al igual que su teoría del black-jack, Thorp probó su teoría del mercado en vivo y en direc-to. En 1974 lanzó un fondo de cobertura denominado Convertible Hedge Associates y pronto le cambió el nombre a Princeton-Newport Partners. La sede admi-nistrativa se encontraba en Princeton, Nueva Jersey. Thorp mismo y un equipo de quants realizaba las tran-sacciones y creaba nuevas estrategias en un apartado la-boratorio monetario en Newport Beach, California. En 1983 estableció algunos StarStreamers en Wall Street cuando el monopolio de la Bell Telephone Company se dividió en ocho partes, siete nuevos “Baby Bells”, como se les conocía, además de la empresa matriz “Ma Bell”, cuyo nombre cambió a AT&T. Estas empresas lanzaron nuevas acciones. Cada nueva acción era una mezcla de acciones de Baby Bell y acciones de AT&T, o acciones que eran totalmente de AT&T. Sus precios en IPOffering eran idénticos. Pero la emoción la provoca-ban las nuevas Baby Bells y por tanto, el entusiasmo estaba en las acciones combinadas. Como resultado, se vendían por tres cuartos de 1 por ciento, 75 centavos por US$100, más que las acciones de AT&T solas. En 1983 nadie más que un quant como Thorp abrió tanto los ojos como un niño ante esta emocionante visión. En un momento, vendió simultáneamente acciones combinadas por un valor de US$332.5 que incluían a los emocionantes Baby Bells y adquirió acciones de AT&T por un valor de US$330 millones, obtenien-

do una ganancia de US$2.5 millones. Fue la mayor transacción realizada hasta ese momento en la historia de Wall Street. Los no en-terados no podían creerlo. Había apostado US$332.5 millones, prácticamente la tercera parte de mil millo-nes de dólares, vendiendo acciones esperando que su precio bajara, y había apos-tado otro tercio de esa canti-dad adquiriendo las mismas acciones para obtener una ganancia de una centésima de 1 por ciento. ¡Imagínese arriesgar un total de cerca

de dos tercios de mil millones de dólares para ganar US$2.5 millones! Demencia absoluta.

Thorp meneó la cabeza y rio. ¿Cómo había podido no verlo cualquier persona que se considerara a sí mis-ma un financiero? ¡No se trataba de ninguna apuesta! ¡Era una certeza matemática! Vender las acciones de alto perfil esperando que su precio baje y simultánea-mente adquirir un número igual de acciones de bajo perfil era la cobertura perfecta. Usted se embolsaba la comparativamente pequeña diferencia. Comparativa-mente pequeña, sí... Pero hey, US$2.5 millones aquí y US$2.5 millones allá, y en poco tiempo, tendría lo suficientes millones para hacer parpadear a Warren

www.grupotransicion.com.mx

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Buffett. Y una transacción completa podría tomar unos 10 segundos. Era comercio cuantitativo. No tenía nada que ver con el valor de ninguna acción o valor de renta fija. Era una manera puramente matemática de jugar en los mercados. Bell se convirtió en una de las com-pañías mejor conocidas en EE UU. Pero también pudo haber sido RadioShack en lo que respecta a Thorp. No compraba y vendía acciones. Jugaba un juego con los números que estaban detrás de ellas, y evaporaba a todo el instrumento.

Todo el tiempo fue claro que la verdadera ambición de Thorp no consistía en ganar dinero, aunque su fon-do de cobertura ha acumulado ganancias promedio de 20 por ciento al año desde entonces, ganancias que él ha cobrado; asimismo ha amasado una fortuna perso-nal de US$800 millones en los últimos 30 años. Estaba mucho más interesado en exhibir el genio matemáti-co de Edward O. Thorp en las más importantes mar-quesinas disponibles. Otros quants que jugaban en el mercado solían esconder sus estrategias como algo sagrado. Thorp no... No podía esperar a mostrar ante el asombrado mundo exactamente cómo había derro-tado al dealer y al mercado. Era un jugador ansioso de sorprender al mundo con demostraciones de la vida real de las acrobacias matemáticas más elevadas.

Su opuesto en este nuevo deporte de moda de apostar en los mercados de acciones y valores de renta fija, evaporándolos, desintegrando su candorosa pre-misa (comprar barato, vender caro), fue un tal James Simons. Simons era otro swami de las matemáticas que había salido del ámbito académico para incur-sionar en los mercados. Cuando era estudiante en la Universidad, tuvo una brillante carrera en el MIT, es-tudiando matemáticas como asignatura principal du-rante tres años y tomando cursos de posgrado porque los cursos de licenciatura lo hacían bostezar... obtuvo su doctorado en Berkeley... Se convirtió en descifrador de códigos de la División de Análisis de Inteligencia del gobierno estadounidense, interpretando claves hasta que pudieran leerse como si fueran cajas de ce-real... En 1974, hizo equipo con otro matemático de Berkeley, Shiing-Shen Chern, para crear el teorema de Chern-Simons, que de algún modo resultó útil en la teoría de las cuerdas y en la hipótesis del Big Bang. La frase “de algún modo” es clave. Sólo los matemáticos consumados podían empezar siquiera a comprender-lo. Simons ganó el cotizado Premio Oswald Veblen en Geometría de la Sociedad Matemática Estadounidense en 1976... y lo llevaron a la Universidad Stony Brook en Long Island como una estrella que atraería a otros matemáticos de alto nivel para incorporarse al cuerpo docente... Se frustró al tratar de resolver problemas de geometría aún más elevados para la edificación de los matemáticos consumados... Y empezó a asociarse con otros quants que experimentaban con fondos de cobertura... Y en 1988 estableció su propio fondo, el Fondo Medallion... que dio como resultado el surgi-miento de diversos fondos aglutinados bajo el nombre de Renaissance Technologies.

Simons ocultó tan bien su operación que tuvo que pasar más de una década antes de que Wall Street des-pertara ante lo que Simons tenía allí. Para empezar, se asoció con un equipo de otros quants, casi todos ellos

ajenos a Wall Street, en un pueblo en la ribera norte de Long Island en las afueras de Suffolk County, llamado East Setauket. East Setauket era el tipo de pueblo tan pequeño en tamaño y en el que abundaban tantos pe-queños edificios de estilo colonial de Nueva Inglaterra (los primeros habitantes habían navegado a través del estrecho de Long Island desde Nueva Inglaterra hacía tres siglos) que hacía decir a las personas, ¡Oh, qué pintoresco!”. East Setauket tenía dos ventajas: estaba muy cerca de la oficina de Simons en Stony Brook —y nadie, nadie, en el mundo financiero de Wall Street, había oído hablar jamás de él. Muy bueno. Simons no quería que nadie de Wall Street se acercara al sitio.

Con una excepción, no contrató a ninguna per-sona que hubiera sido corrompida por la ex-periencia en Wall Street o incluso por las ambiciones de Wall Street... como egresados de la facultad de negocios, licenciados en Administra-ción de Empresas. Sus jóvenes mentes ya habían sido retorcidas en exceso. Habían sido expertamente educados para convertirse en lerdos y jactancio-sos perdedores machistas. Simons sólo quería matemáticos y científicos. Más de un tercio de sus empleados tenía doctorados. Compartimentó sus tareas de manera que nadie conocía su gran estrategia. Sólo un valorado grupo de miembros de su círculo interno la cono-cían. Si en algún momento uno de estos Elegidos salía de East Setauket y mostra-ba señales de usar sus estrategias en el negocio de otra persona, él no dudaba en entablar una demanda. En realidad, Renaissance Technologies tenía una rotación de personal excepcionalmente baja. Simons había es-tablecido un fondo de cobertura exclusivo para em-pleados, el cual ponía mucho dinero en sus bolsillos durante todo el año, todos los años.

En sus primeros 24 años, Renaissance Technologies proporcionó a sus inversionistas (y a sus empleados) una rentabilidad anual de 38.5 por ciento en prome-dio... descontando tarifas y cobros, y sus honorarios eran los más rígidos del ramo: 5 por ciento de cada

cuenta cada año y 36 por ciento de las ganancias del fondo. Los propios ingresos anuales de Simons ron-daban los cientos de millones de dólares. En su tercer año, 1990, el fondo Medallion produjo una ganancia de 55.9 por ciento, también en este caso, descontando tarifas y cobros. En 2000, durante la burbuja de las em-presas punto com, el índice de Standard & Poor 500 cayó 10.1 por ciento, mientras que el fondo Medallion tuvo un crecimiento neto de 98.5 por ciento.

Las oficinas centrales de Renaissance Technologies en East Setauket se convirtieron en un campus común, con gimnasio, salas de billar, comedor, biblioteca, au-ditorio, y enormes y silenciosas oficinas para todo el mundo. El auditorio se usaba principalmente para presentar conferencias de eruditos en las ciencias, para quienes los mercados de inversión no podrían tener menos importancia. Simons había convertido su opera-ción en una cuasi-universidad... Una cuasi-universidad amurallada y de acceso controlado, con guardias de se-guridad de aspecto adusto.

Para 2007, él era, con mucho, el jugador más im-portante que había en los mercados. Junto a James Simons, Warren Buffett y George Soros eran simples duendes de la antigüedad. Sin embargo, los reporta-jes sobre Simons eran poco frecuentes. Las entrevistas eran aún más infrecuentes, e incluso en ellas, no res-pondía a las preguntas, sino que se burlaba de ellas:

¿Qué puede decir acerca de la estrategia mercantil de Medallion?

“No mucho”.¿Qué clase de instrumentos comercia?“Todos”.¿Cuántas estrategias diferentes usa?

“Muchas”.Tras su sorprendente desem-

peño en el peor momento de la burbuja de las empresas punto com, Simons y sus quants deja-ron de esconderse tras las puer-tas de East Setauket. Comenzó una fiebre desenfrenada. Nadie parecía conocer las estrategias exactas de Simons, pero obvia-mente eran de carácter cuan-titativo y requerían inmensas habitaciones llenas de compu-tadoras y servidores para ha-cer los cálculos. A partir de ese momento, los quants, estos nerds graduados con honores,

y no un grupo de ruidosos intermediarios financie-ros graduados con enormes piedras, era las estrellas a quienes había que contratar.

Hasta fines de la década de 1990, Thorp y Simons tenían la Gran Montaña de Caramelo casi para ellos solos. Sólo unos cuantos fondos de cobertura y bancos de inversión usaban su sistema puramente matemáti-co para descubrir asignaciones erróneas de precios y aprovecharse de ellas. En 1983, 10 segundos habían sido más que suficientes para vender caro y comprar barato, y terminar una transacción. Pero con varios miles de fondos y bancos realizando análisis cuan-titativos para aprovechar este nuevo truco de jugar

Edward O. Thorp

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en los mercados al detectar retrasos en la fijación de precios, la velocidad sería aún mayor... especialmente ahora que la SEC había prescindido de la regla de que las ofertas tenían que hacerse a través de un teclado. Todo el tiempo, el fondo de cobertura de Thorp había usado tantas computadoras y servidores que llenaban toda una habitación tan grande como su oficina mis-ma. Para el año 2000, Simons necesitaba tal potencia informática que la maquinaria ocupaba el equivalente de un depósito pequeño. Y este fue sólo el comienzo.

¡Adelante! ¡Adelante! ¡Más rápido! ¡Más rápido! En mil, dos mil, tres mil operaciones bancarias, fondos de inversión y operaciones, los quants seguían añadien-do computadoras y servidores y servidores y compu-tadoras fila sobre fila sobre fila en estantes de piso a techo que se extendían al infinito como las repisas de la biblioteca más grande del mundo... envueltos en kilómetros de cables de fibra óptica de color blanco que interconectaban las máquinas... Pero estas repisas no eran de ninguna manera tan silenciosas como las de una biblioteca. Había pasillos entre las repisas con el propósito de que alguien, presumiblemente un em-pleado del área de TI, pudiera llegar a cualquier má-quina y a cualquier conexión de cable si tenía que ha-cerlo. Pero cualquier ser humano que entraba, incluso un miembro de TI o un quant, era rodeado, oprimido, turbado, asustado por un zumbido monótono y abru-mador y una lámpara fluorescente de rayos X de color azul que hacían que su piel pareciera la de un muer-to. El zumbido parecía generar una presión sobre el cráneo. A veces, el zumbido aumentaba ligeramente, luego bajaba... y aumentaba... y volvía a bajar. Hacía pensar que este enorme robot-monstruo respiraba... Si una persona poseía los conocimientos suficientes para que se le permitiera entrar en una de estas in-mensas salas de servidores, sabía que la mayor parte del zumbido era producido por las unidades de aire acondicionado tan altas como una pared... que fun-cionaban constantemente para evitar que esta concen-tración de máquinas se derritiera debido a su propio e impío calor. En algunas instalaciones gigantescas, per-mitían que ese calor subiera a través de una tubería de ventilación hacia una cámara, y de ahí lo distribuían para calentar todo el edificio. Usted podía saber todo esto, pero el robot-monstruo montaría a su cabeza tan duro que usted se volvería antropomórfico a pesar de su cerebro superior... El robot-monstruo respiraba... comienza a moverse... Me ha tomado de la cabeza... piensa con su mente de CPU (unidad central de pro-cesamiento), pensando en algoritmos, secuencias de decisiones programadas como “Si A261, entonces G1432, y por lo tanto B5556 o QQ42”, descubriendo discrepancias, tomando decisiones de compraventa, e incluso realizando fintas engañosas para embaucar a robot-cerebros de la competencia para que realicen cálculos erróneos. El monstruo es humano... No, no es humano... Ningún cerebro humano podría pensar o actuar tan rápido, con tal exactitud, tan astutamente como un robot-cerebro.

Las transacciones de 10 segundos de Thorp du-rante la división de Bell habrían sido una eternidad en el robot-mundo. Los bancos de inversión de los fondos (y las transacciones) empezaron a añadir acres de robot-estantes en la carrera por descubrir primero las oportunidades de asignación errónea de precios y ejecutar las transacciones en el mismo instante. Ya no se trataba de las anticuadas fracciones de segundo. Se reducía a millonésimas de segundo. Esto llegó a cono-cerse como Transacciones de Alta Frecuencia.

Para 2006, el robot-monstruo era inmenso —no sólo en el sentido metafórico de su impacto, sino tam-

bién literal y físicamente, en su abrumador tamaño. Knight Capital construyó un robot-monstruo que ocupaba 5665 metros cuadrados en Jersey City, Nue-va Jersey. Equinix construyó uno que abarcaba 29 946 metros cuadrados en Secaucus, Nueva Jersey. La Bolsa de Valores de Nueva York, que era ahora una corpora-ción privada denominada NYSE Euronext, construyó una instalación de Transacciones de Alta Frecuencia de 39 762 metros cuadrados en Mahwah, Nueva Jer-sey: 39 762 metros cuadrados. Esto es 3.9 hectáreas de maquinaria interconectada y su alojamiento, dedi-cados no a invertir en los mercados sino a estafarlos. La NYSE era ahora una sociedad privada y también realizaba operaciones “privadas”, es decir, se convirtió también en un jugador y adquirió su propio mercado y otros. Si se apilaban unas sobre otras, estas máquinas de estafar habrían creado una estructura del tamaño de dos edificios tan altos como el Empire State, uno encima del otro, con 204 pisos en total. Cada riñón en el centro de Manhattan estaría vibrando con el zumbi-do zumbido zumbido las 24 horas del día, todos los días. Todo esto se añadía a nuevos sistemas que abarca-ban grandes distancias. La Hibernia Atlantic Corpo-ration intentaba tender cables de fibra óptica por todo el fondo del Océano Atlántico, lo cual reduciría en seis milésimas de segun-do (0.006 segun-dos) el tiempo que tardaba una señal en viajar de Nueva York a Londres. Los tiburones estaban misteriosamente robot-enloquecidos por los ca-bles de fibra óptica y tra-taban de comérselos, lo que significó otro gasto de millones de dólares para cubrir los cables con protecciones antitiburones.

La Perseus Corporation construía un robot-sistema que transmitiría robot-datos de Nueva York a Chicago en línea recta. Los cables del telégrafo y del teléfono siempre habían sido colocados al lado de las vías fé-rreas. La transmisión en línea recta sería una milésima de segundo más rápida. ¡Una milésima de un segundo ahorrado de Nueva York a Chicago! ¡Seis milésimas de segundo ahorradas de Nueva York a Londres! Piense en ello: una milésima aquí y seis milésimas allá; tal

velocidad era el sueño de un quant hecho realidad. El sueño máximo era transmitir los datos del mercado más rápido que la velocidad de la luz. ¿Más rápido que la velocidad de la luz? ¿Cómo?

¡Neutrinos! Los neutrinos (los académicos insisten en que son reales) se describen como “partículas suba-tómicas”, frágiles pero rápidas, rápidas, rápidas como polvo de hada. En 2011, un equipo de 170 ingenie-ros y científicos italianos llamado OPERA declaró con una certeza casi total, si no es que absoluta, que los neutrinos viajaban 0.002 nanosegundos más rápido que la velocidad de la luz. Si eso era así, eso reducía a Einstein, el amado equivalente a Darwin de la física moderna, a un viejo y solemne charlatán como Freud, Mesmer o Nostradamus. Cinco grupos diferentes de académicos ortodoxos se alzaron en un arrebato de ira para detectar inconsistencias en la metodología del equipo OPERA, y la discusión sigue. Sin embargo, ¡neutrinos! Los quants deseaban desesperadamente que todo esto fuera real... Significaba que sus robot-monstruos podían descubrir y aprovechar anomalías en los mercados bursátiles y de valores de renta fija incluso antes de que ocurrieran.

El robot-monstruo realizó 10 por ciento de to-das las operaciones financieras en 2000. De allí en adelante, la cifra aumentó de manera pronunciada y firme hasta llegar al punto máximo de 73 por ciento en 2009, cerca de tres de cada cuatro operaciones, ¡y ninguna persona del mundo exterior, ni siquiera la prensa, había oído hablar de ello! La primera mención de esto en la prensa no se produjo sino hasta el 23 de julio de 2009, en el New York Times.

La mayoría de los hombres que trabajaban a tiem-po completo aquí mismo en Wall Street no sabían mu-cho más. Eran tan inocentes como los imbéciles, los guppys, los muppets. Se enteraban tan poco a poco que no lograron ver el panorama completo sino hasta que fue demasiado tarde en el juego. Su primer indicio

se produjo cuando los pisos de operaciones de los bancos de inversión empeza-

ron a calmarse... cada vez menos intermediarios financieros

gritándose unos a otros, o al teléfono, o maldicien-

do al Destino. Pronto estuvieron sentados en escritorios detrás de bancos de panta-llas de computadora y comunicándose entre sí mediante mensajes de texto.

Los robots le costaron el trabajo a

algunos viejos inter-mediarios financieros y

vendedores pero, de nue-va cuenta, en forma gra-

dual e intermitente, alguien tenía que seguir atendiendo a los

muppets y a la mugre que seguía acu-diendo a Wall Street para invertir (para los

quants, la palabra parecía tan arcaica), para “invertir” su dinero. Lo que los Amos no lograron ver fue que sus muppets, mugre, guppys e imbéciles proporciona-ban sólo la liquidez, es decir, el efectivo... que es útil principalmente para abastecer a los robot-estafadores de los quants con números para jugar, con discrepan-cias con las que la maquinaria de lucha robot podía apostar y aprovechar. Los Amos no empezaron a intuir que algo estaba ocurriendo sino hasta que los direc-

James Simons

11El Mollete Literario15.09.2013

“abogado de derechos civiles” marxista de raza blanca al estilo de la década de 1960, reclutan a un reportero de tabloides alcohólico y convierten el accidente en un atentado racista. Hordas de manifestantes protes-tan frente al edificio de apartamentos de McCoy en la parte más elegante de Park Avenue.

¿Cómo le iría a McCoy si John Coates lo exami-nara hoy? Existe una vieja locución, “No podría ser arrestado”.

Para empezar, actualmente no tendría un nivel alto de testosterona. Tendría niveles altos de cortisol, in-dicadores de estrés. En el caso de McCoy, no sería el tipo de interés de luchar o huir, que aumenta al máxi-mo los niveles de cortisol. Pero sería un tipo de estrés suficientemente malo: estrés de estatus. ¡Dios mío!... Piense en los viejos tiempos, cuando estos pisos de operaciones rugían con el sonido de jóvenes machos como él aullando por dinero en el mercado de valores de renta fija... jóvenes de pie, bramando en teléfonos desenvainados en una mano mientras la otra forma un puño y hace agujeros en el aire... piense en la for-ma en que solíamos gritar y maldecimos unos a otros; no era muy agradable, y ciertamente, no era elegante, pero realmente hacía fluir la adrenalina y mantenía la

Tom Wolfe es autor de más de una docena de libros, entre ellos, varios clásicos como The Electric Kool-Aid Acid Test (Ponche de ácido lisérgico), The Right Stuff (Lo que hay que tener), The Bonfire of the Vanities (La hoguera de las vanidades), y, más recientemente, Back to Blood (Regreso a la sangre). Vive en Nueva York.

tores de varias mesas comenzaron a asignarles tareas extrañas como invitar a comer a los clientes grandes o a los clientes potenciales. ¿Invitar a comer? ¿Dejar el piso de operaciones en medio del día bursátil? ¿Ya no era válido aquello de, “Usted... Sí, usted... Si realmente tiene que comer, cobarde, pídalo a la tienda de co-mestibles preparados?” ... ¿Qué era esto? Pero incluso entonces, nunca fue tan evidente como para hacerlos darse cuenta del nuevo nombre del juego.

Actualmente, el mismo tipo de estudiantes de pri-mer nivel de la Ivy League (Liga de Universidades Pres-tigiosas de EE UU) que tanto deseaban trabajar en Wall Street hace apenas seis años... ahora se dirigen a Silicon Valley, porque es ahí donde está la acción. Y lo que ocu-rre allí es parte de unos EE UU más viejos y más típicos. Un Mark Zuckerberg y su Facebook y la industria de su Facebook, TI para la tecnología de la información... Y, capucha o no capucha, son perfectamente tradicionales en los lustrosos anales económicos de Estados Unidos.

Dos cosas mostraron muy concretamente cuán bajo habían caído los intermediarios financieros y los vendedores. Por un buen candidato a quant, los em-pleadores pagarían hasta cinco veces más que por un Amo del Universo. O como se lee en un reciente en-cabezado del New York Post: “Pulidos chicos de ‘Wall Street’ desbancados por geeks de US$1M”. Y el solita-rio algoritmo de un quant para una sola acción podía derrumbar a todo el mercado, como en el “flash crash” de 2010 y la caída en picada de 1000 puntos de 2012. Esta caída costó US$440 millones al Knight Capital Group. Nunca se recuperaron.

Los Amos del Universo nunca pudieron explicar a sus hijos a qué se dedicaban. La explicación estándar: “Bueno, creamos mercados”, parecía tan emocionante como ver crecer el césped artificial.

La forma más simple de ver cuánto han caído nuestros Amos dentro de nuestro Universo consiste en imaginar cómo se desarrollarían hoy las aventuras de Sherman McCoy. Hace 25 años, la gran verdad que comprendió en ese momento lo llenó de júbilo: “¡Soy un Amo del Universo!”

Si John Coates hubiera estado disponible para escupir en las ampolletas de poliestireno, Sherman habría superado a la tabla endocrina. Estaba sobre-cargado de testosterona. John Coates podía haber pronosticado fácilmente lo que ocurriría después. Mc-Coy se pone caliente, caliente, más caliente en el piso de operaciones. Está tan cargado de testosterona que está convencido de merecer aquello de lo que ahora se sirve: una chica candente, candentísima llamada María, 15 años más joven que su esposa, de 40. ¡Zas! Emprende una de sus acostumbradas juergas de emo-cionantes asignaciones y de relaciones peligrosas con María y sus frondosas caderas, sus lindas, jóvenes y frondosas, frondosas caderas, rezumando libidinosa-mente en cada cita.

Una noche, en el Mercedes deportivo de McCoy, dan un giro equivocado y serpentean por el Bronx has-ta que son obligados a detenerse por una tosca barri-cada de botes de basura que bloquea una rampa. De la nada, surgen dos jóvenes negros que se dirigen hacia ellos. Asustados, McCoy y su chica hacen chirriar los neumáticos del Mercedes para salir de la trampa, gol-peando de refilón a uno de los chicos, lanzándolo de cabeza contra el pavimento, sin la menor intención de detenerse. La policía localiza McCoy por su matrícu-la. El joven negro está hospitalizado en estado crítico. McCoy es arrestado bajo el cargo de agresión con da-ños físicos graves provocados con un arma peligrosa (su auto) y por abandonar el lugar de un accidente. Un grión de raza negra, el Reverendo Bacon, y un viejo

testosterona a tope. ¡Lo necesitábamos! Todo dependía de nosotros y de nuestras agallas y de nuestra dispo-sición de ponerlo al borde de la Tragantona Halusiana y asumir enormes riesgos ¡ahora! ¡Al momento! ¡No-sotros, nosotros y nadie más! Y no entregar nuestra masculinidad a los robo-monstruos que se baten en duelo con impulsos eléctricos tan rápidamente que no tenemos ni idea de lo que hacen, y mucho menos de cómo lo hacen.

Mírenos ahora, casi quebrados en nuestras sillas, mudos, tratando de mirar seis pantallas a la vez, seis pantallas que forman un abanico de tres sobre tres, oscureciendo cualquier conexión que pudiéramos te-ner con el mundo real. ¡No hay ni un sonido aquí! Es como una oficina de seguros. No luchamos por nada ni contra nadie.

¡No podemos ser arrestados! No tenemos las se-creciones endócrinas que se requieren para perseguir lindas jóvenes y lograr esas peligrosas reuniones. No tenemos la testosterona, pero tenemos más que sufi-cientes litros de cortisol para garantizar que nos preo-cupemos, nos preocupemos, nos preocupemos todo el tiempo. Pero suponga que hoy hubiéramos hecho algo en el Bronx que en 1987 hubiera logrado que un viejo abogado de derechos civiles de raza blanca y un gritón de raza negra fueran tras nosotros con falsas y escanda-losas muestras de cólera. Hoy ni se tomarían la moles-tia. Hoy, un Sherman McCoy no podría darse el lujo de vivir en Park Avenue y sería difícil mostrarlo como un capitalista despiadado —y ni siquiera valdría la pena demandarlo (a nombre de la familia de la víctima y tomar los dos tercios de la enorme indemnización del jurado, como planeaban hacerlo en 1987). Además, hoy los gritones han salido del negocio. Durante la campaña electoral de 2008, el presidente Obama nun-ca dijo, “¡Levántense! ¡Rompan sus cadenas y tomen lo que por derecho les pertenece!” No, manteniendo la cabeza erguida, dijo: “Todos nosotros debemos revisar cuidadosamente nuestras propias vidas y ver cómo po-demos mejorarlas”. Esto enfureció tanto al reverendo Jesse Jackson que durante una pausa comercial de un programa de Fox TV dijo, sin saber que había un mi-crófono encendido, “Quisiera cortarle las bolas a Oba-ma”. Pero pronto negó la declaración, dándose cuenta de que su desafío al primer presidente negro carecía absolutamente de posibilidades. Desde entonces, no ha dicho más que cosas amigables y educadas. El Re-verendo Al Sharpton lo comprendió de inmediato y, de hecho, se unió al gobierno de Obama como Ministro sin portafolios.

En cuanto a la crisis de 2008... En términos de or-gullo absoluto, fue un regalo del cielo para los pobres Amos del Universo. En números redondos, 460 000 miembros de la industria financiera, empleados de alto y bajo nivel, perdieron su empleo en la espantosa caída que comenzó en 2008. En medio de tantos escombros, no pareció tan malo, desde el punto de vista del orgu-llo, cuando los intermediarios financieros, vendedo-res, directores de escritorios, e incluso algunos quants aquí y allá, perdieron el suyo. La basura cubrió la farsa, la comedia, la estafa, la simulación de la que los Amos del Universo habían formado parte.

Sherman McCoy se mordió la lengua, pero se dijo a sí mismo, “¡Ah, vosotros, los Eunucos del Universo!”

Shiing-Shen Chern

12 El Mollete Literario 15.09.2013

R ubem Fonseca es un creador de personajes

subversivos, siempre en contra de una

realidad que amenaza con borrar su existencia, simplemente diluyendo

sus vidas en un marasmo inconsistente que significa

la sociedad de consumo, la que exige el tener como

premisa básica del ser.

Los suyos son antihéroes que agreden con una violencia brutal el estatus sin que me-die una razón consciente para tal compor-tamiento. Este insólito escritor brasileño nació en el estado de Minas Gerais el año de 1925 y se da a conocer con su primer libro de narraciones, Los prisioneros, en 1963. Sin embargo, no es sino hasta la publicación del polémico libro Feliz año nuevo, publicado en 1975, cuando el escándalo lo hace notorio en una sociedad que desdeña el talento y ad-mira la nota roja. Esta colección de cuentos es censurada y las autoridades obligan a reti-rar la edición de los escaparates, por tratarse de una obra que consideran una apología de la violencia, aunque la mayor parte de sus censores admiten no haber leído más allá de unas cuantas líneas. Baste conocer la narra-ción del mismo título del libro para entender cómo es que las buenas conciencias alcanzan tal nivel de espanto, en donde tres margina-les, de forma aparentemente tan natural, deciden ir por la cena para celebrar el adve-nimiento de un año nuevo, sólo que para esto pasan por el arsenal que, en el mismo edificio que habitan, sucio y sin agua, les guarda con celo una enternecedora mu-jer entrada en años que los llama “hijos míos”. Era esa la opción o cenar de lo robado a las ofrendas preparadas por los creyentes de la san-tería o macumba, ofrendas colocadas al pie de los ár-boles sagrados de las calles de Río de Janeiro. Llegan a una zona de casas elegantes y con ferocidad someten a los que allí celebran con enorme lujo el mismo acontecimiento, aunque lo que Fonseca cuida en detallar es la costum-bre de dos de ellos, consistente en apuntarle con arma de alto calibre a alguna víctima

previamente seleccionada, para conseguir que con el disparo quede pegado a la pared que está a espaldas del sacrificado. Sólo lo consiguen si tal pared es de madera, pues el truco no funciona si es pared sólida, esto es lo que discuten los atacantes ante el terror de los elegantes comensales que los escuchan tirados al piso, de donde dos de ellos serán levantados para este brutal ejercicio. Luego de hacerlo, recogen el botín y se marchan con toda calma a su edificio sin agua a con-tinuar con la celebración, avituallados de lo necesario así como de un buen tema de con-versación. No obstante, no son sólo los ex-cluidos los personajes creados por Fonseca que ejercen esa violencia sin tregua, los hay, como en el caso del cuento Paseo nocturno, en donde un hombre de cómoda posición disfruta de salir con su auto a matar viandan-tes, encontrando en ello un placer insustitui-ble. Estas historias esconden algo más, como su autor insiste al decir que el escritor debe recrear un lenguaje propio que no puede ser el de la simple crítica social o política, sino el del no-conformismo, el de la no-falsedad con el que se trasciende cualquier criterio de utilidad o nocividad. No es, por supuesto, un escritor moralizante sino uno que busca crear su propia estética a partir de una vio-lencia imperante como un hecho cotidiano.

La mejor respuesta como escritor que Fonseca pudo dar, según nos advierte Ro-meo Tello, prologuista y seleccionador de Los mejores relatos de Rubem Fonseca (Alfa-guara, México 1998), no fue a través de un juicio legal que suspendiera el impedimen-to de la libre circulación del libro Feliz año nuevo, sino con la publicación cuatro años después, en 1979, del libro de cuentos me-jor conocido en México de este autor, El co-brador. En la narración del mismo nombre,

Fonseca nunca nos aclara que la violencia de sus per-sonajes tiene una corres-pondencia profunda con un malestar social, no necesita decirnos mucho más, lo que hace es narrar con gran arte las actitudes y motivaciones internas de un asesino que deambula con una furia in-terminable otra vez por las mismas calles de Río, con una pistola 38 con la que decide ir cobrando las deu-das que supone el mundo

tiene con él. Es increíble descubrirlo, tan desamparado con un dolor de muela que no lo deja ni pensar, acudiendo a un den-tista que será para nuestro recuento como lectores el primero de una lista interminable de deudores a los que irá poniendo en or-

den uno a uno. Hasta el hombre que le ofre-ce una magnum pasará a pagar la factura de este irascible gestor de un sentimiento arrai-gado de despojo, que va haciéndose justicia una y otra vez, obteniendo por la fuerza lo que cree que por voluntad le pertenece, viajes, casa, salas, comidas y todo lo que implica comodidad, coños incluidos. Hay en las narraciones, casi siempre, imágenes eróticas bien desarrolladas, pero indefecti-blemente acompañadas de una fuerte dosis de violen-cia. En el caso de nuestro cobrador, tal erotismo es lo único que le mitiga esa sed abrasadora que lo acompa-ña permanentemente, sed provocada por un odio que no descansa, excepto cuan-do de manera justa obtiene los deleites del amor carnal. Y es esto justamente lo que consigue trastocar la desbo-cada carrera del cobrador, una mujer que le da una va-riante a su furia, y con ello cierta conscien-cia de lo que hace, aunque eso no significa, ni de lejos, que abandone la actividad des-tructiva que lo acompaña como los latidos de su propio corazón.

Abogado de profesión, Rubem Fonseca también es creador de personajes propios al prototipo del llamado género negro, por más que encuentre él mismo rechazo en tal clasificación. Tal es el caso de Mandrake, que aparece dentro de esta colección de El cobra-dor y el mismo aparecerá después en novelas como El gran arte y en otras narraciones. En este caso, el doctor, título que en Sudamé-rica se acostumbra utilizar para designar a los graduados, Paulo Mendes es un bon vi-vant aficionado al buen vino, al ajedrez y a las mujeres, que en sus ratos libres atiende casos complejos de extorsión y similares con gran éxito. Un acaudalado cliente lo busca para que le ayude a desmarcarse de la incri-minación de actos que dice que no cometió.

La estructura de este cuento corresponde en forma completa a las policiacas en don-de hay un crimen no resuelto, indicios de quién pudo ser el ejecutor del asesinato de una joven mujer, en este caso, y diversos distractores que van alrededor del gran des-cifrador del enigma, obviamente Mandrake, que por su alias se asume como un mago. El cinismo es una cualidad indispensable en quien desea develar un misterio que los mismos solicitantes de esclarecerlos son los que se encargan de enturbiar las aguas, y el Mandrake Mendes no sólo no carece de él, sino que es harto habilidoso para aplicarlo ante personajes que normalmente vencen el aplomo de cualquier ciudadano. Así es como nuestro héroe no se amilana ante las amenazas de poderosos que le conminan a abandonar la indagatoria, pues intereses de gente importante se ponen en juego. Es el cinismo de una persona ante el cinismo de una sociedad, que justifica y santifica el éxi-to acumulado a través de negocios sucios o fortunas mal habidas, luego protegidas por un aparato represor pasado por el tamiz de la justicia. Este es el origen de odios como el que ahoga las venas del cobrador, de la indiferencia de sicópatas que juegan a col-gar a sus víctimas como trofeos con certeros disparos. Entre una y otra narración, la de El cobrador y Mandrake, se enlazan las dos puntas de una misma correa que es la res-puesta a la corrupción social, de un lado el antihéroe que se cobra por propia mano, del

otro el despreocupado y bon vivant que resuelve de igual forma los actos injustos.

Gran lector de poesía, Rubem Fonseca se perdió en la comprensión de un verso de García Lorca, en el que decía que se llevaría consigo la cabeza de Fon-seca. Obsesivo, la duda lo picó por años. Al tiempo, invitado por el gobierno cubano a una premiación del premio Casa de las Américas, encontró en su

afición por los tabacos que, en Santiago de Cuba, existió una casa fabricante de puros, propiedad de la familia Fonseca. El anillo que rodeaba cada tabaco estaba engalanado con la cabeza del principal de la familia de fabricantes, con lo que el escritor brasileño pudo comprobar que el significado de la poesía no tiene demasia-da importancia, pues lo importante es la creación de un lenguaje que conforma una realidad nueva. ¿Quién iba a saber qué ca-beza de Fonseca era aquella? A nadie le importa, al lector le basta el lenguaje para sentir esa atmósfera recreada por el poeta. Y esta ha sido la pauta para nuestro autor, su escritura es cuidadosa del uso de cada palabra, seguro de que con ello consigue ya no digamos la atención del lector, sino incluso una verdadera transformación, porque de algo estoy seguro: nadie es el mismo antes y después de leer la impac-tante prosa de Rubem Fonseca.

Libros-Libros

Por Porfirio Romo

De cómo cobrar viejas deudas

Rubem Fonseca

13El Mollete Literario15.09.2013

veces caótica y devastadora, “puede ser transformada en pensamiento y fantasía” (Cesare Pavese, El oficio de poeta, Universidad Iberoamericana, Méx., 1994: 44-45).

Por supuesto que la Poesía está hecha de combinacio-nes silábicas, de una expresiva integridad dinámica, pero más que nada de silencios. He aquí la materia fundamental de la lengua poética: el Silencio. Vanguardia y sacralidad enfrentados en el nuevo milenio. En cierto sentido, la Poe-sía representa un discurso métrico, eufónico, que revela un pensamiento sensible. La expresión poética nos permite evocar y consagrar aquellas fases de nuestra experiencia que están en riesgo de ser olvidadas; esta vitalidad tiene un sentido vectorial, puesto que descubre nuestro caudal recóndito, nuestros sueños más profundos, esas creaciones ideales cuya configuración fónica nos permite continuar en este plano material. Aunque la palabra tiene un senti-do oracular, también representa un enigma que debe ser develado. En tal sentido, el artista no es un dominador, sino un conciliador. El arte es un momento único, a veces no siempre muy evidente. Puede existir esta manifestación artística sin que haya Poesía, porque cuando ésta resplan-dece, ya no es reductible al concepto burdo, simple, de arte: un nuevo elemento ha entrado en juego.

Lo que rige como principio es el estado de ánimo como cualidad del sentimiento. Y aunque la palabra técnica (te-chné) representa una especie de ejecución práctica, aquí la podemos rescatar como un saber, como una des-ocul-tación del ser poético, de acuerdo con Heidegger. Lo que Santayana concibe como “pensamiento práctico” no tiene lugar en esta esfera, tampoco el virtuosismo o la expresión sustentada en el mero sonido. “La poesía superior no es la de los versificadores, sino la de los profetas, o la de los poetas que interpretan verbalmente las visiones que los profetas han representado en la acción y el sentimiento con palabras más bien inadecuadas”, puntualiza Ramón Xirau (Cf. Dos poetas y lo sagrado, Edit. Mortiz, Méx., 1980: 11). Un alto saber, en términos generales, manifestado a través de la combinación de ritmos y acentos, de los silencios que se significan en una imagen sonora. Así, el poeta se erige en constructor de mundos y de espacios. Por su raíz etimo-lógica (poeta en latín es vate, que significa vidente) puede adelantarse a los acontecimientos, predecir los sucesos; mediante su pensamiento analéptico o proléptico, puede explicar sus orígenes arquetípicos o vaticinar la historia; en este sentido, el mito es claro: el poeta conoce la esencia de las cosas, su naturaleza. Y las determina y las canta. Como bardo o como poeta satírico, su función consiste en modifi-car al mundo con su canto. Hacerlo nuevo. Nombrarlo de nueva cuenta. Principio y recomienzo, siempre.

Aunque la hostilidad del universo está ahí, circundán-dolo, acosándolo, moviendo sus garras dulces para devas-tarlo. Por eso el poeta se duele. Y con este dolor genera su canto. Nombrar al mundo, exteriorizarlo, ordenar su esen-cia: una tarea terrible y demoledora. Por lo mismo, el Logos es determinante. El mundo es creación lingüística. El poeta nombra. Pero también ejerce su función conjuradora. “La sustancia de la poesía es inefable. Por ello, para entrar en sus abismos, se necesita un profundo grado de atención es-piritual, semejante al que exige la contemplación religiosa. Nacida de la oscuridad del recogimiento, su expresión tiene siempre un grado de oscuridad, cuyo misterio último sólo se revela a la luz de un conocimiento místico. Todo lo bello, aún en sus aspectos más terribles y dolorosos, es revelación oscura del espíritu, como el mar en calma o arrasado por la tormenta. Para comprenderlo hay que aprender a contem-plarlo”, expresa Javier Sicilia”.1

Como expresión estética y comunicativa, la poesía cons-tituye un espacio, un territorio donde las palabras y las frases se transforman en sentimientos y/o emociones. Se penetra a un universo, a otra dimensión, donde el poeta, metamorfoseado en mago o hechicero –puesto que nace con ese don– extrae la realidad y la modifica. En tanto locución litúrgica y expresiva, la poesía va de la mano de la población, aunque paulatinamente fue cobrando la perspectiva de un discurso estético, de un contenido bello. Al igual que la civilización, la poesía tiene su ori-gen en los pueblos orientales. Puede destacarse que en general, las literaturas orientales son muy ricas en dicho género literario. Homero, Ovidio, Virgilio y sobre todo Horacio en el ámbito grecolatino, dotaron de contenidos míticos la manera de entender a la poesía. Siempre des-de la perspectiva ritualistas, fue asumiendo diversidad de expresiones, exaltando la belicosidad y heroísmo de los dioses y guerreros; de manera que la poesía fue clasificada en épica, dramática y lírica. Catulo (82 a. C.–52 a. C.), por ejemplo, mostró gran variedad temática en epigramas y cartas. Fue el fundador del género autobiográfico, que distingue la elegía romana de la griega.

En la Edad media, los reinos cristianos europeos dan a luz sus propias líricas y epopeyas, sobre todo en el Me-diodía francés, en la zona conocida como Occitania y Galia Narbonense, se desarrolló una lengua románica, conocida como "provenzal" o "lengua de oc", que pronto fue apta para la expresión poética. El infaltable Robert Graves, en La diosa blanca nos habla del Alfabeto de los árboles, la lengua de inventada por el dios Ogma, u Oc, de donde viene esta relación con los trovadores provenzales, quienes inventa-ron el fine amour, conocido en la historia como amor cortés –aunque la traducción correcta debería ser amor cortesano o, según la expresión de los cantores, el amor de caballero–.

Denis de Rougemont, en Amor y Occidente (1938) esta-blece la relación entre los cátaros y trovadores y su reper-cusión en las cortes medievales del sur de Francia, donde se genera el concepto cultural del amor. Se manifiesta en-tonces una poesía popular cantada por juglares y una lírica caballeresca. Es capital esta época porque aquí se gesta la lírica europea y, desde luego, la castellana., que es la que nos corresponde. Conviene distinguir la figura del "troba-dor", el poeta, de la del "joglar", quien cantaba la poesía, aunque la línea no aparezca siempre clara. A partir del si-glo XI y sobre todo en los siglos XII y XIII los trovadores aparecen protegidos en castillos y palacios, componiendo canciones sujetas a férreos esquemas estróficos sin ningún tipo de libertad, de temas muy variados. Entre los numero-sos trovadores de los que se tienen constancia cabe desta-car a Ghilhen de Peitieu, Bernart de Ventadorn, Bertran de Born, Giraut de Bornelh, Raimon de Miravalh, y de manera especial a Arnaut Daniel (S. XII) máximo exponente del "trobar clus", una poesía hermética dirigida a un públi-co muy selecto. La figura de Eleanor de Aquitania y la de Guillaume de Portier son capitales. Éste último señala: “La mujer que inspira amor es una diosa y merece culto como tal”. Graves concilia esta tradición bárdica precisando: el poeta le sirve a la musa y el hombre a la mujer. Por supuesto que es obvio recordar que los tiempos heroicos ya caducaron. Y sin embargo la tradición aún considera al Poeta como un ente excepcional, como un ser privilegiado que tiene autoridad y relevancia sacra.

Dos vertientes de un mismo enunciado artístico: sal-mo y expresión singular; ritual mágico frente a la escritu-ra como una estricta forma lingüística, como un ejercicio

La revelación poéticaA contrAcorrientes

Por Óscar Wong

1 Cf. Poesía y espíritu, UNAM, Textos de Difusión Cultural, Serie Diagonal, Méx., 1998: 74. Cuando mi libro Poética de lo sagrado. El lenguaje de Adán (2006) estaba en prensa, conocí este volumen: su lectura seguramente hubiese mo-dificado mi investigación.

http://poesiadewong.blogspot.com

de comunicación, como un artefacto que contiene una información sensible, un experimento acústico en tanto factor monovalente de la materia verbal. El Bardo como intermediario entre los dioses y la humanidad; el Poeta como el hombre mágico que conjura, invoca y convoca a las fuerzas de la naturaleza. El individuo sensible inmerso en su tiempo, en su realidad, manifestando el espíritu de la época, buscando la sonoridad, o en ocasiones soslayando esos recursos líricos, esas expresiones metonímicas para entregar en versos directos una representación de su en-torno. Hércules sacro, el poeta es sacrificado por su tanista durante las sociedades totémicas; más tarde el bardo o can-tor sagrado disputa con los cantores ambulantes, quienes son acusados de abordar mentiras, de expresar situaciones imaginadas; más adelante estos cantos iniciales adquieren la forma artística con una clara intención estética.

“La materia del lenguaje es la palabra, y el material sensible de la palabra es el sonido; por ello si el lenguaje ha de ser perfecto, sus materiales habrán de ser embe-llecidos sujetándolos a una medida y dotándolos de una forma. Es cierto que el lenguaje es un símbolo de la inte-ligencia más que un estímulo para el sentido. De acuerdo con esto, la belleza del discurso que comúnmente atrae la atención es meramente la belleza de los objetos y las ideas que el lenguaje expresa; sin embargo, los símbolos tienen sentidos si los mantenemos alerta. La lengua elegirá aque-llas formas de expresión que tengan una gracia natural como meros sonidos y sensaciones; la memoria retendrá estas frases y así pasarán por la mente una y otra vez, hasta convertirse en tipos de habla instintiva y modelos de expresión placentera”, revela Santayana (George San-tayana, Interpretaciones de poesía y religión, Edic. Cátedra, Madrid, 1993: 203). Elección de la lengua, gracia natural, modelos de expresión. Los términos son claros, contun-dentes: Substancia poética, subjetividad y objetividad de la percepción sonora que encierra el concepto, la idea, el pensamiento. Signos de un sistema lingüístico, unidad artística, técnica subordinante, frente al concepto de Ilu-minación. Vanalidad frente a la sacralidad. La Palabra que estalla y devela significados; la dinámica del corpus lírico que abre mayores posibilidades retóricas y semánticas. Es evidente que a través de una representación fonológica, la Poesía exterioriza aquello que la experiencia vital señala como oscuro o misterioso, y además enseña a los hom-bres contemporáneos que la misma realidad, muchas

Cantigas de Santa María de Afonso X o Sabio (1221-1284)

14 El Mollete Literario 15.09.2013

implica arrestos morales. Sus actores centrales Hugh Darcy y Mat Mikkelsen logran crear dimensiones insospechadas en cada matiz, en cada expresión, y de esta manera, validan las perturbadoras imágenes que la serie televisiva ofrece y nos atrapa a pesar del azoro, la angustia, la repulsión, el miedo y la curiosidad que nos causan. No sólo la empatía del espec-tador con el atormentado de Will y el enigmático y frío Dr. Lecter tiene atractivos inusuales, sino el interés abarca a todos los personajes, todos los procedimientos policiacos, todas las relaciones que hay entre ellos porque están envueltos en una atmósfera enfermiza. Todos tienen problemas, todos se pro-vocan entre sí, se envilecen, se agravian, se degradan. Pocas series logran producir tan variadas emociones.

Con una cuidadosa producción, una fotografía sin dis-fraces pero de una belleza elegante y atractiva, una finísima trama de cristal cortado junto con las actuaciones magníficas, el éxito de esta serie se tambalea por los índices de rating. A pesar de la crítica favorable, la audiencia se retira de la proyec-ción semana tras semanas. Era de esperarse, el público esta-dounidense está acostumbrado a las comedias ligeras y vanas, a las historias superfluas, a los héroes dulces y blandengues como Peter Parker y Sheldon, a los asesinatos tras bambalinas de Duro de matar. Ese público de ojos vendados y corazones en almíbar se espantó al ver vísceras puestas sobre una vajilla inglesa Royal Worcester y un mantel brocado con ramilletes de violetas y rosas. De este modo, la productora que proyectó siete temporadas en la adaptación de las cuatro novelas de Harris, cruza los dedos para ganar algunos premios en los Emmy y emprender, más segura, la segunda temporada que deberíamos ver hasta el año entrante.

cosechA rojA

Por Mauricio Leyva

Hay novelas que nos mantienen al filo del balcón del suspenso, a punto casi de caer sobre la literatura como en un pozo cuyo fondo es siniestro y escalofriante. Tal es el caso de “A sangre fría” del maestro Truman Capote, autor también de la emblemática “Desayuno en Tiffany´s”. Tan polémica como trascendente, el mismo Capote recorrió las calles y avenidas de su propia histo-ria, la cual, conmocionó a una nación entera.

Su extravagante personalidad llamó la atención de los ha-bitantes de Holcomb, Kansas, en donde una familia fue asesi-nada de manera brutal. El trabajo de Capote le llevó poco más de cinco años, pero luego, salió a la luz pública con la misma intensidad con la que inauguró el non fiction novel: Todos los materiales de este libro que no derivan de mis propias observaciones han sido tomados de archivos oficiales o son resultado de entrevistas con personas directamente afectadas; entrevistas que, con mucha fre-cuencia, abarcaron un período considerable de tiempo.

Al tratarse de una historia veraz, el asunto se torna peligro-samente atractivo. Con una poderosa narrativa, Capote nos hace cómplices de su investigación y nos lleva con su estilo preciso y agudo, por los caminos de la muerte de una familia entera, y la mente de un asesino cuyo laberinto de locura nos apresa. La des-cripción del poblado es sencilla, pero sabemos que nada es más difícil de lograr que la belleza a través de la pureza de lenguaje: Holcomb también es visible desde lejos. No es que haya mucho que ver allí... es simplemente un conjunto de edificios sin objeto, divididos en el centro por las vías del ferrocarril de Santa Fe, una aldea azarosa limitada al sur por un trozo del río Arkansas, al norte por la carre-

tera número 50 y al este, y al oeste por praderas y campos de trigo. Después de las lluvias, o cuando se derrite la nieve, las calles sin nombre, sin árboles, sin pavimento, pasan del exceso de polvo al exceso de lodo. En un extremo del pueblo se levanta una anti-gua estructura de estuco en cuyo techo hay un cartel luminoso -BAILE-, pero ya nadie baila y hace varios años que el cartel no se enciende. Cerca, hay otro edificio con un cartel irrelevante, dorado, colocado sobre una ventana sucia: BANCO DE HOLCOMB.

De esta manera Capote nos sitúa en el con-texto, nos perfila al lugar como si fuese una persona y, luego, habla de uno de los actores principales de esta trama: El amo de la granja de River Valley, Herbert William Clutter, tenía cuarenta y ocho años y, como resul-tado de un reciente examen médico para su póliza de seguros, sabía que estaba en excelentes condiciones físicas. Aunque llevaba gafas sin montura y era de estatura mediana -algo menos de un metro setenta y cinco- el señor Clutter tenía un aspecto muy masculino. Sus hombros eran anchos, sus cabellos conservaban el color oscuro, su cara, de mandíbula cuadrada, había guardado un color juvenil y sus dientes, blancos y tan fuertes como para partir nueces, estaban intactos. Pesaba setenta y seis kilos... lo mismo que el día en que se había licenciado en la Universidad Estatal de Kansas terminando sus estudios de agricultura. No era tan rico como el hombre más rico de Holcomb... el señor Taylor Jones, propietario de la finca vecina.

Pero aún con su tan notable riqueza, Clutter y su familia padecen el acecho de la muerte y una noche de noviembre de 1959, los cuerpos de cuatro integrantes de la familia Clut-ter, clásica familia estadounidense, religiosa y esforzada, fue-ron encontrados asesinados en su casa. El crimen en cues-tión, no tenía un móvil aparente y carecía de rastros serios para una posible articulación del caso. En esa parte Truman Capote inicia una pesquisa en la que los personajes reales comienzan a apreciarse de forma magistral, desplegándose

con ello un vuelo literario de profundo psi-cología. En uno de los momentos cumbre, cuando de forma por demás interesante se descubre a los asesinos, la revelación se torna en un elemento de tensión que trastorna: «... después de su dramática confesión entre sollozos, Hickock salió del interrogatorio y se desmayó en el corredor. Agentes del KBI lo recogieron del sue-lo. Los agentes informaban que Hickock declaró que él y Smith asaltaron la casa de los Clutter es-perando hallar una caja 148 fuerte que contenía por lo menos diez mil dólares. Pero no había tal caja fuerte, de modo que ataron y amordazaron

a toda la familia, matándolos uno a uno. Smith ni ha confirmado ni ha negado que tomara parte en el crimen. Cuando le dijeron que Hickock había firmado una confesión, Smith dijo: "Quisiera ver la declaración de mi amigo". Pero la petición fue denegada. La policía no ha querido revelar si fue Hickock o Smith quien co-metió en realidad los asesinatos, y subrayó que la declaración es sólo la versión de Hickock. Los agentes del KBI que traen los dos hombres a Kansas, han salido ya en coche de Las Vegas. Se espera que lleguen a Garden City a última hora del miércoles. Mientras tanto, el fiscal del distrito Duane West...

-Uno a uno -dijo la señora Hartman-. Imagínate. No me extraña que el mal bicho ese se haya desmayado.

“A sangre fría” al editarse vende trescientos mil ejem-plares, se colocó en la lista de los más vendido de acuer-do al New York Times manteniéndose, en esa posición, treinta y siete semanas y en 1967 se llevó al cine, además de inaugurar la nueva clase de periodismo norteamerica-no. Pero quizás la mejor parte de la novela es la detención de los asesinos: Dick Hickok y Perry Smtih. Al ser pues-tos en prisión, Capote logró perfilarlos con precisión, después ambos fueron ahorcados luego de habérseles hallados culpables.

No he querido saber, pero he sabido que el asesino entró dan-do una patada en la puerta después de esperar la noche. No hacía mucho había diseñado este crimen. El homicida se ins-taló en la estancia, abrió las piernas en una posición ecuánime, segura, no sólo compensada por su anhelo sino por su cinis-mo; se puso frente a las escaleras, jaló el martillo de su Beretta 45 y esperó. Pronto bajó a saltos la escalera un hombre de su edad. Disparé dos veces al Sr. Marlow cortando la carótida y la yugular con una precisión quirúrgica. Morirá viéndome quitarle lo que es suyo. Este es mi diseño. Envuelto en un zumbido que lo arrulló, el asesino no se agitó más que por la recompensa que lo invadió. Quedó fascinado ante la caída del Sr. Marlow por las escaleras, y disfrutó del zumbido que lo envolvió en un arrumaco placentero. Después de atenuarse la sordera causada por las detonaciones, escuchó un llanto atrás. Se volvió y miró a la mujer que intentaba activar la alarma, pero sus dedos tropezaban con los números porque no podía dejar de mirarlo a él. Apuntó a la Sra. Marlow y le disparó al cuello. La sangre salpica la pared y parte del aparato de la alarma. Cae al piso. No es una herida fatal. La bala no alcanza ninguna arteria. Se queda paralizada sin abandonarse. Pero esto no significa que no pueda sentir ningún dolor. Significa que no puede hacer nada al respecto. La alarma se dispara. La policía llama a la Sra. Marlow. El asesino atendió. Respondió, no con su voz, tenía grabada la voz de la Sra. Marlow en su celular a partir de una llamada en falso de la semana anterior. La Sra. Marlow escuchó su propia voz, se escuchó tranquilizar a la policía, ofrécele disculpas por la pifia, asegurar que nada pasa, que no está sola, que la acompaña su marido. Y sin em-bargo, estaba tirada en el piso, desangrándose, inmóvil, parali-zada, sin poder gritar, sin pedir auxilio. Esto es lo que disfrutó el criminal: cuando las cosas para la Sra. Marlow se pusieron verdaderamente terroríficas al haber comprendido que el ase-sino planeó esa llamada, planeó dejarla con el tiempo de vida suficiente para conocer su diseño, su plan, su estrategia.

La serie de televisión Hannibal está basada en las novelas El dragón rojo, El silencio de los corderos, Hannibal y Hannibal: El origen del mal, escritas por Thomas Harris, novelista y guio-nista experto en historias de suspenso, entre ellas, las películas Domingo negro y Hunter, cazador de hombres. Harris es también el guionista titular de la serie creada por Bryan Fuller. La his-toria, en su adaptación a la tele, inicia igual como planeó sus novelas, con la extraña relación establecida por sus personajes principales, seres vacilantes, agónicos, crispados por la ten-sión que les provocan sus respectivos encuentros y el com-plejo vínculo de sujeción que, poco a poco, se genera entre ellos. Hannibal y Will, un doctor en psiquiatría, psicópata y caníbal, y un brillante agente del FBI, establecen una amistad insólita, de dependencias, de trampas emocionales y psicoló-gicas, de intimidad inexcusable, arriesgada, amenazante. Will, el personaje principal, es un investigador que sigue los pasos de un asesino en serie y destaca por su perspicacia pero tam-bién por su inestabilidad mental y sus delirios intelectuales. Ambos personajes se complementan e involucran agraviando al espectador y le cuestionan sin tapujos sus valores, le revelan sus más oscuros deseos, lo convierten en uno de ellos: extra-viados seres trastornados. La serie se dirige a un espectador poco común. El público masivo no tolera la propuesta. Verla

A sangre fría

HannibalteLerAs en serie

Por Elsie Méndez Baillet

Truman Capote

15El Mollete Literario15.09.2013

Por Amadeo Estrada

espirAL

E n un mundo de subjetividades, como lo es el de las disciplinas artísticas, la noción de

robusteza o fragilidad de una obra, pareciera más una pregunta epistemológica. Sin embargo, hay

un tema que explorar.

Existen obras de música que, por su escritura, clara y completa, evidencian su sentido, resisten incluso interpretaciones deficientes. “Es difícil que una sin-fonía de Beethoven suene mal, incluso con una mala interpretación” (Furtwängler, 1953). Las sutilezas, un punto frágil, forman parte de las mayores cualidades de una interpretación; pero en ocasiones, el simple paso de las notas escritas al sonido mantiene a la obra, sin que un intérprete impreparado o insensible pue-da hacer demasiada mella.1 Ese caso que menciona Furtwängler lo encontramos en numerosos músicos más. La mayor parte de las sonatas de Mo-zart, las obras para teclado de Bach, resisten incluso el ser interpretadas en instrumentos distintos, por ejemplo uno tan distante –el piano– de aquél para el que fueron concebidas –forte-piano en el caso de Mozart o clavicémbalo u órgano en el de Bach–. Conlon Nancarrow, uno de los músicos más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, naturalizado mexicano, creó la mayor parte de su música pres-cindiendo de los intérpre-tes, con pianos mecánicos. Pensemos que una obra como su Sonatina es, por la dificultad técnica –más que por la interpretación de sutilezas–, en extremo frágil cuando es interpreta-da por uno o dos pianistas. Así, po-demos pensar en la fragilidad en mu-chos aspectos, desde la posibilidad de tocar algo correctamente, hasta el sentido que se le pueda dar a una obra. Otro ejemplo bien pudiera ser el tercer concierto para piano y orquesta de Rachma-ninoff, del cual ha habido numerosas interpretaciones –incluida la del autor–, pero en donde la ejecución de Van Cliburn destaca las sutilezas y cantos que puede tener el tema principal. La escritura puntual y la inter-pretación son esenciales.

Una obra paradigmáti-camente frágil es el con-cierto para cello de Schu-mann, escrito en 1850. Forma parte de las obras escritas en el período más afectado por la sífi-lis terciaria –estado que afecta al sistema nervio-so– del compositor.2 En este instrumento algunos compositores han podido expresar música de las más altas calidades, incluso llama la atención que los conciertos para cello sean notorios como al-gunas de las obras más logradas den-tro del catálogo de varios autores –véan-se los casos de Monn, Boccherini, Dvoràk, Saint–Saëns, Élgar, Lalo, o Shostakovich–. El de Schumann es un caso distinto, sobresale por su fragilidad y se diferencia de la mayor parte de su producción. Si bien las sinfonías y conciertos de

Schumann tienen cualidades opuestas a sus obras más íntimas –donde las sutilezas

y el refinamiento son característica esencial–, en las orquestales se

vislumbra una violencia gran-dilocuente antes que nostál-gica y en el concierto para cello, una orquestación inconexa con el tema del solista, lo que divide la obra en lo que hace la orquesta y lo que hace el solista –salvo por escasos momentos–, él mismo compositor expresó que era una obra para cello

con acompañamiento de or-questa (Sánchez, 2011), al

escucharlo surgen dudas so-bre el acompañamiento, es lo

que no hace la orquesta ni en el tema ni en la intensidad –imbui-

da en tutti o pianissimo, sin términos medios–. Para hacer una apreciación justa de las orquestaciones de Schu-mann, vale la pena escuchar sus sin-

fonías en la versión original y en la versión orquesta-da por Mahler. Schumann escribió un concierto para cello cuyo tema principal son tres y luego dos notas repetidas obsesivamente, con una melodía en segun-do plano y acaso no llevada a todas sus posibilidades, quizás inspirada en el Nocturno No. 1 de Chopin. Cualesquiera de los dos elementos pueden ser toma-dos como tema principal o como puente, una fragili-

La Fragilidad en la música (primera parte)

Bibliografía: Furtwängler, Willhelm, Concerning mu-

sic. Greenwood Press. New York. 1953.Sánchez Guevara. Notas al programa

para examen profesional. Licenciatura- Vio-lonchelo, ENM, UNAM, México D.F. 2011.

1 La interpretación de la música del clasicismo y del Barroco durante el siglo XIX hasta bien entrados en el siglo XX fue muy distante del sentido de las obras de esos períodos –es-cúchese una grabación de estilo romántico de compositores como Bach, Haydn o Mozart–.

2 Este concierto es uno de los escasos creados para dicho instrumento desde el clasicismo de Haydn hasta la actua-lidad. Hay numerosos conciertos para el instrumento en el Barroco; en el clasicismo, Mozart escribió uno, desgraciada-mente es una de las escasas obras perdidas de dicho autor–.

dad aún mayor. En la inter-pretación de Christopher Coin, la reiteración de tres notas se convierten en el tema preponderan-te y la melodía principal queda olvidada e inco-herente en un segundo plano. Lo contrario ocu-rre en la interpretación de

Jacqueline du Pré, quien hace pasar casi inadvertido

el elemento obsesivo para resaltar la melodía principal,

que enfatiza dramáticamente con sonidos desgarrados del cello.

La fragilidad es tal que el concierto puede ser radicalmente distinto depen-

diendo de la interpretación –más aún, aca-so, que la mayoría de las obras–. Si bien

Coin recibe con la partitura una especie de vasija rota y se dedica a separar los pedazos para así mostrarlos, du Pré señala que existe una interesante silueta de un objeto completo, hace olvidar que en su interior haya fracturas. La orquesta que sigue a du Pré –dirigida por Barenboim– no tiene las sutilezas de la cellista, y no puede tenerlas: no están escritas. Du Pré establece un diálogo histórico con el compositor, le da cohe-rencia al concierto y esconde con refinado arte lo que lo fragmenta, lo interpreta como consideró que debía haber sido y no como ha sido o sigue siendo –lo que nos recuerda tan insistentemente Coin–. Si el con-cierto es frágil, du Pré lo interpreta con fuerza, arrojo, suavidad y sensualidad, reemplaza la fragilidad del escrito con coherencia. Conoce el drama y lo aborda. La ejecución de Coin, floja, sin energía, en el mejor escenario es escatológica, si bien el romanticismo no es su terreno.

La fragilidad nace en la transcripción de la ima-ginación a la partitura y luego continúa en la inter-pretación. Toda obra tiene este elemento en mayor o menor medida, pero pocas veces vemos con claridad lo que du Pré nos evidencia aquí. A pocos años de crear este concierto, Schumann escribió –en el asilo en el que estuvo confinado– un concierto para violín que tiene un problema similar pero llevado al ex-tremo, carece de cohesión y lleva al escucha a pre-senciar una sola idea obsesiva. Brahms, Clara Schu-mann y Joachim decidieron no publicarlo dentro del catálogo del compositor e, incluso, esconderlo del conocimiento público después de una premier hecha por Joachim –a su pesar– que evidenció las múltiples carencias de la obra, entre ellas un pensamiento afec-tado por la enfermedad, y que en mucho se aleja de las demás obras del compositor.

Wolfgang Amadeus Mozart

Robert Schumann

16 El Mollete Literario 15.09.2013

poesÍA

Coordinador: Freddy Secundino S.

MenúCazadora de instantes

En la calle

El amante (Notas para una redención)(Fragmentos)

Ana Franco Ortuño

Desayuno

Niño tierno

Niño revuelto

Niño estrellado

Niño pochado

Niño podrido

Niño crudo

Niño migajas

Comida

Carne mechada

deshebrada

carne picada

emparedada

embalada

ojo

morcilla

(nada de postre, fin de la dulzura)

Cena

Aligere:

Lechuga

Hojas para dormir tranquilo

Tila

para el miedo

Canela, limón y tomillo para los golpes,

las cicatrices

José Manuel Ruiz Regil

Atenta al primer atisbo de luz brinca del lecho

donde ha reposado la ilusión primaveral de

enfrentar un nuevo día con la sagacidad del

camaleón hambriento. Mira en derredor, viran-

do su tornasol cascaradura, otea a 360 grados

paralelos e, inadvertidamente, latiga un lengüe-

tazo de memoria al recuerdo moscardón que

azuza su mente. Recoge sus aperos y abandona la

cabaña improvisada del presente para remontar

el tiempo hacia el origen; los caminos hacia las

huellas, la nube que es hielo que ha sido agua,

al pan que está siendo trigo, a las lágrimas que

fueron deseos, a la soledad que amó una com-

pañía. Halla en cada uno de estos sitios ocasión

para la casa deportiva a veces; otras, necesaria,

del codiciado instante que habrá de entretejerse

en la telaraña inmarcesible de su devenir. Instala

hitos en esta esquina, tensa aquella otra, refuer-

za el centro del hallazgo y limpia del exceso

anecdotal todo argumento. Deja entrever ayer y

hoy, veladura liminal que transparenta lo real

de lo ilusorio; lo objetivo de lo tangible; el ser de

lo que ha sido. Espera paciente a que vuelva la

presa crónica. Pueden pasar infinitos segundos,

horas fugaces, oportunidades siempre esperadas,

momentos idos que no volverán, porque perviven

eternamente. Y cuando al fin su ansia cazadora

se siente colmada, saeta una palabra atravesando

el cuerpo del instante para

colmar la alforja que irá

a parar allá donde se

guardan los tesoros

más preciados, en

el lecho del sueño

cotidiano.

Paola Villa Loredo

En la calle

dibujo aquel niño que quiere

jugar con los cometas

aprender a deslizarse

en estrellas de hielo

el que muere

con un beso en mi noche

mientras tiembla el frío

en su mano

Juan Cú

El origen

Las mujeres son por su levedad dóciles o intensas.

Con las primeras el hombre se hace bueno,

con las otras no.

La intensidad es un desbordamiento que poco a poco

adquiere fuerza,

y ya no hay nada que lo pueda detener.

-La piel color violeta que te envuelve,

aura de ti, espíritu velado

a los ojos que cierran un alado

silencio de amores que al sueño vuelve-

…El silencio

El amante calla porque la naturaleza es muda.

El silencio es un constante diálogo con aquello

que se resiste a la palabra. El amante reza:

…Y escribió aquellos versos ambiguos a la noche:

que la noche estrellada… que tiemblan los azures

astros y estros celestes en el fondo aún muy negro…

que el cielo gime y canta de sus vientos augures…

(pero)

De su mano serena, acarició su espalda,

ella dijo: yo te amo, pero él volvió los ojos.

-Son esas noches donde la noche nos decide

el destino del que ama y aquellos labios rojos-.

Pausa.- Yo también te amo: como aman los árboles

las estrellas constantes, vívidas y arrogantes,

como se aman también dos luceros que besan

esa extraña fijeza de tus ojos amantes.

La bella voz

17El Mollete Literario15.09.2013

de periodistA A escritor sin pAsAr por eL boom

Alberto Carbot (1958)Por Raúl Urbina C.

D os años de trabajo periodístico, la consulta

exhaustiva de cientos de documentos y una

larga serie de entrevistas. Estas tres magnitudes resumen la dimensión

del trabajo de investigación periodística realizado por el

periodista y escritor tapachulteco Alberto Carbot, que dio como

resultado el libro: “Fausto Cantú Peña: Café para todos” (1989),

convirtiéndose en un importante documento al salir a la venta dos

años antes en que se desplomara el precio del café mexicano, que dejó

en la ruina o endeudados a miles de productores.

Para afrontar este trabajo Alberto Carbot, menciona que recurre a hacer un recuento casi cronológico, del surgi-miento y la caída de Fausto Cantú Peña quien fuera di-rector del Instituto Mexicano del Café (Inmecafé), en el gobierno de Luis Echeverría Álvarez. Durante la revisión de las exhaustivas entrevistas, él periodista se encontró con una gran maraña de los acontecimientos relatados por Cantú Peña.

Ante esta circunstancia se vio obli-gado a realizar un análisis más pro-fundo que le permitiera explicar los motivos por los cuales Cantú Peña fue condenado al sacrifi-cio sexenal por el presidente José López Portillo, y los funcionarios Mario Ramón Beteta, Javier Coello Tre-jo entre otros, así como empresarios y exporta-dores privados que mantenía el monopolio del café, entre ellos José G. López Portillo –por cierto pariente del pre-sidente-, que se vieron afectados al abrir la caja de pandora que puso al descubierto a quienes exportaban de contrabando el café mexicano y recibían beneficios fiscales a través de la secretaria de Hacienda que dirigía Mario Ramón Beteta.

Al leer con detenimiento “Café para todos” uno se da cuenta a lo largo de los once capítulos de los que está constituido el libro a lo que Carbot les denomina “tazas”, la lucha constante de funcionarios del gobierno Lopezportillista por deponer a Fausto Cantú Peña del lugar que había llegado y en el que permanecía después del sexenio echeverrista.

Se visualiza el modus operandi de funcionarios que van desde el mismo secretario de Gobernación hasta je-rarquías menores, para conquistar espacios prominentes de poder, en donde no escatiman medios ni modos que van desde los golpes bajos, el chisme y el rumor, prácticas de la política sucia que cobra mayor importancia en cada cambio de sexenio, como una vía para alcanzar la jerar-

quía y puestos más ele-vados para los grupos

de poder, Cantú Peña lo comprueba en carne propia,

más sin embargo nunca pudo contrarrestar la ofensiva puesta

en marcha en su contra y al final se cumplieron las palabras de Ro-

mero Kolbek, quien en una cena con banqueros expreso: “A los que vamos

a echar fuera, quienes siguen del sexenio de Luis Echeverría, son Francisco Javier

Alejo y Cantú”.La lucha que lleva a Cantú Peña duran-

te su estancia en INMECAFE para descubrir el,”Cartel secreto del café ” similar al del pe-

tróleo de los años 70, lo lleva a la confrontación no sólo con funcionarios del gobierno lopezportillista, que tenían nexos con los contrabandistas mexicanos del café, sino también con las cerca de 20 empresas transna-cionales que controlaban el 80 por ciento del mercado mundial del café.

La Cuarta TazaSin embargo en la Cuarta taza o capítulo del libro,

hay un tema que pasa inadvertido dentro del entrama-do político, y es el referente al movimiento guerrille-ro que encabezaba Lucio Cabañas en las montañas de Atoyac de Álvarez en el estado de Guerrero. En este capítulo plantea el interés del presidente Echeverría de otorgar un salvoconducto y amnistía a Lucio Cabañas y reconoce a la guerrilla.

Baste recordar que Lucio Cabañas desde 1967 se remontó a la Sierra de Atoyac de Álvarez, al frente de un grupo al que le imputaron cerca de 30 secuestros - entre ellos el del senador Rubén Figueroa, candidato en aquella época a gobernador del estado de Guerrero - y la muerte de más de 150 soldados en encuentros armados. Lucio Cabañas sería muerto en un enfren-tamiento la tarde del 2 de diciembre de 1974 en el poblado El Otatal, a 30 kilómetros de Tecpa de Galena.

En “Café para todos” hay más sobre el tema de Lu-cio Cabañas Barrientos, que mejor se lo dejo al lector para que lo disfrute con una taza de café, porque el libro es uno de esos que, como dice el autor: “Cuando los periodistas escribían libros”.

Alberto Ocampo Carbot nace Chiapas en 1958, es director general de la revista Gente Sur. Es egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, tiene la especialidad en Comunicación y Desarrollo Humano de la Universidad Panamericana. Ha sido profesor de periodis-mo en ambas instituciones. En dos ocasiones ha recibido el Premio Nacional de Periodismo. Prologó la edición del libro “Bonapak: Memorias de una expedición a la Selva La-candona”, que auspicio la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH), edición español-inglés con testi-monios gráficos de la Selva Lacandona. Asimismo, trabajó durante tres años con Rafael Guillen en la elaboración del libro: “El Taquito: una historia que contar.

www.grupotransicion.com.mx

18 El Mollete Literario 15.09.2013

A bordo de la balandra Reindeer Jack London corrió riesgos y aventuras. Se enfrentó a tipos desalmados que no se tentaban el corazón para sobornar a un policía o para matarlo.

-¿Tienes agallas, pequeño? –le pregunta el saqueador Alec el Fuerte, cuando Jack London se apresta a capturarlo.

Fruto de esta experiencia fueron sus Cuentos de la Patrulla Pesquera. No son sus mejores relatos pero están llenos de agilidad narrativa y de ese gusto por las cosas del mar que siempre caracterizó a Jack London.

Tiempo después Jack London cambiaría la balandra por un buque pesquero. En 1893, tras maravillarse con las historias que le contaba un cazador de focas llama-do Pete Holt, decidió embarcarse en el Sophie Sutherland, una goleta de ocho toneladas y tres mástiles. Navegó por el Pacífico con rumbo a Hawaii y más tarde por las islas Bonin y Japón. Se enroló como simple grumete. Llegó a la costa siberiana, en el estrecho de Behring, y de regreso a San Francisco, el Sophie Sutherland enfrentó la furia de un enorme tifón.

De vuelta a su hogar laboró en una lavandería. Ahí se enteró de un concurso convocado por el periódico San Francisco Call. Trabajó tres noches seguidas hasta termi-nar un texto que tituló “Tifón en Japón”. Lo envió al cer-tamen y esperó. El 12 de noviembre de 1893 el Call dio a conocer al ganador: se trataba de un joven llamado Jack London, con domicilio en el 1321 de la Avenida 22, en Oakland. Jack London tenía 17 años y un futuro prome-tedor como escritor.

Hay quien lleva en su sino la aventura. Son seres que se en-frentan con decisión al mundo y lo llenan de sus correrías. Algunos viven tanto en tan poco tiempo que mueren jóve-nes, en la plenitud de su muy aventurera existencia.

Tal fue el caso de Jack London. A él mismo le gustaba decir: “La función propia del hombre es vivir, no existir. No malgastaré mis días tratando de prolongarlos. Apro-vecharé mi tiempo”.

¡Y vaya que lo hizo! Fue escritor y aventurero. Le gustó probarse a sí mismo en condiciones extremas. Le gustaba montar a caballo, boxear, beber, viajar, navegar. Para él, la frase definitiva en todo ser humano es “Me gusta”. Escribió: “Es ese ME GUSTA lo que lleva al borracho a beber y al mártir a llevar el cilicio; lo que convierte a un hombre en un libertino y a otro en un ermitaño, lo que hace que uno persiga la fama , otro el oro, otro el amor y otro a dios. Con frecuencia, la filosofía es el modo en que el hombre se ex-plica su propio ME GUSTA”.

En persecución de ese ME GUSTA, Jack London se empeñó en vivir a su manera desde muy joven. Aposen-tado en Oakland, California, Jack London tuvo de joven la bahía de San Francisco para vivir sus aventuras. A los 15 años entró a laborar en una enlatadora y a los die-ciséis, con los 300 dólares que le prestó su nodriza (a la que llamaba “tía Jennie”), se compró su primer bote, el Razzle Dazzle, con el que se dedicó a robar enseres pesqueros, bancos de ostiones y redes con su captura del día. Fue apodado “El príncipe de los piratas”. Sus delitos eran tantos, aseguraba, “que si hoy tuviera que cumplir el castigo que merecía por todas mis fechorías, habría de pasarme a la sombra de la prisión una temporada de más de quinientos años”.

Su vida entonces era “desnuda y ruda, salvaje y libre”, como la describió en uno de sus cuentos. Era feliz a bordo de la Razzle Dazzle. No se trataba de una embarcación cualquiera. Era una balandra tal vez algo carcomida pero muy útil y efectiva en sus labores como pirata, como él se definía, o de simple ladrón, como le llamaban algunos.

Una balandra, se lee en el diccionario, “es una embar-cación pequeña de vela con un solo palo y cubierta supe-

rior. Las balandras son construidas con tablas de madera clavadas parcialmente una encima de la otra”.

En su Diccionario marítimo, Julián Amich nos señala que una balandra es un cúter, “una embarcación de cubier-ta con un palo, vela mayor, cangreja, escandalosa y dos o más foques, que se utilizó como embarcación de pesca”.

Por aquel tiempo Jack London tenía su propia ba-landra de mástil alto, una amante de nombre Mamie, un marinero a quien apodaban la Araña, un cuchillo al cinto y una escopeta de dos cañones. Ya desde entonces em-pezaba a beber mucho, al estilo de los hombres de mar. Frecuentaba la taberna The Last Chance, de Johny Hein-hold, pero para un trago de whisky le daba lo mismo ése o cualquier otro sitio. Una noche, al regresar borracho a su balandra, que estaba atada a un muelle rústico, perdió el paso y cayó al agua.

La marea era tan fuerte que lo arrastró con rumbo a mar abierto. Al poco tiempo se encontró, aterido de frío, atrapado en una corriente que lo llevó primero a un lado de las pescaderías de Solano y, más tarde, alrededor de la punta de la Isla del Muerto. Agotado, creyó morir. Conocería por fin a la Desnarigada, como llamaba a la muerte. Al despun-tar el alba, “estaba entumecido, aterrado, luchando con las corrientes rápidas de la marea, frente al faro de la isla Mare, en donde las corrientes de la bajamar, de los estrechos de Vallejo y Carniquez, se encontraban y se batían en com-bate”. Jack London empezó a tragar agua y a perder la fe y a hundirse, cuando de manera providencial fue divisado

diccionArio

Por Mauricio Carrera

Balandrapor un marinero griego. Éste se acercó a él, lo pescó de su chaqueta y, no sin esfuerzo, lo jaló al interior de su barcaza.

Tras de ese encuentro cercano con la desnarigada, la vida empezó a cambiar para London. Dejó de beber, por lo menos durante algún tiempo. La Razzle Dazzle se incendió por un descuido y quedó inservible. Aún era “el Príncipe de los Piratas”, pero en uno de esos actos contradictorios que lo acompañaron toda su vida, decidió que lo mejor era estar fuera de la ley y convertirse en la ley.

Ingresó a la Patrulla Costera. Se dedicaba a perseguir ladrones y maleantes a todo lo largo de la Bahía de San Francisco. Lo hizo a bordo de otra balandra, la Reindeer. Con esta balandra asoló a los pescadores furtivos. Se dio a la tarea de enfrentar a truhanes, infractores de la ley y saqueadores de ostras. Se enfrentó a pandillas de chinos y griegos, especialistas en el robo de camarón y salmón. De ahí provienen algunas de sus mejores narraciones juveniles, que más tarde publicó en la revista The Youth Companion, entre febrero y mayo de 1905. En estas aventuras se en-frenta a personajes como el temible Pañuelo Amarillo, un oriental de cuidado, el Cienpiés y la Marsopa, dedicados al saqueo de viveros de ostras, los Deportistas, una “pandilla de villanos y asesinos que aterrorizaban los barrios bajos de Oakland”, y a pillos como Alec el Fuerte, tan dispuesto “a sobornar a la policía como a luchar contra ella”.

Jack London

La marea era tan fuerte que lo arrastró con rumbo a mar abierto.

Al poco tiempo se encontró, aterido de frío, atrapado en una corriente que lo llevó primero a un lado de las pescaderías de Solano y, más

tarde, alrededor de la punta de la Isla del Muerto. Agotado, creyó morir.

Conocería por fin a la Desnarigada, como llamaba a la muerte.

19El Mollete Literario15.09.2013

este ejemplo es cómo la escritura de Z toma cuerpo a partir del reencuentro con el padre. Éste regresa a Australia y mue-re de cáncer. El alcohol y la cruda de escritura que no habían podido librar el caso Lambrakis se resuelve por la vía afec-tiva: la pérdida y el reencuentro. Reencuentro con su padre, reencuentro con la escritura. Lo curioso es que la novela no tiene nada que ver con el padre. Se refiere a un hecho históri-co de Grecia, un tema difícil que pudo ser cooptado por una literatura de combate. Es posible sostener que la escritura se corporiza a partir de la pérdida. Pero en lugar de caer al dolor chillón, a la queja, neutraliza así lo político con lo íntimo y cauteriza la herida interior con la objetivación de lo político, así el relato adquiere un equilibrio asombroso, una obra que no deja de llamarnos. ¿En qué medida Vassilikos piensa en su contradictoria visión del padre, Diario, ahora recuperado, mientras la viuda, Z, acompaña al cadáver?

Mi padre y yo estábamos en pie de guerra incesante, tratando de ver quién humillaba más al otro, y yo sabía que el único medio que tenía para contrariarlo era el de pedir prestado a sus amigos y pescar en la caja del nego-cio algunos dólares y cigarrillos […] Si hay alguna cosa que no puedo sacarme de la cabeza, si hay algo que ha hundido su punta en lo más profundo de mí y que se ha grabado hasta la médula, son esos diez minutos en que me quedé sentado al lado de mi padre enfermo, la última vez que lo vi, cuando le acaricié la mano, su mano puesta a prueba por los platos que fregaba y los “sándwiches he-roicos”, como los llamaba en otra época (pp. 107 y 105)

Nunca te he conocido. ¡Qué voluptuosidad perderse! ¡Qué alivio! Antes, quizá. No. Eres tú el que me ha traicio-nado, cuerpo rebelde. Has sido el primero en abandonar-me y en dejarme sin casa. Tuve que hacerme puta y olvidar-te en este burdel de la Osa Mayor. Te he olvidado porque lo merecías. Me has traicionado. Me has traicionado. Te he perdido y me he perdido. No te conozco. (p. 212)

Los lectores entramos al campo del dolor, vemos en su real dimensión esa tragedia del hombre sano frente a las aberraciones de la ideología. Y el cuerpo sufre, como ese cadáver trasmite dolor a la viuda, como ese cadáver en la literatura sin rostro, que bien pudiera ser el del padre de Vassilis Vassilikos.

Así, el misterio, la pasión de la escritura, su cuerpo toma forma a partir de los más disímiles orígenes. Oculta el referente, nos presenta un escudo al morbo y al chis-me. El dolor del cuerpo y el dolor del alma construyen la obra, densifican el discurso y se trasmiten al lector que se siente avasallado, maravillado, por esa fuerza.

Diario de Z termina siendo al final de cuentas una obra que escapa a su creador. Se puede leer como una novela y es independiente de Z. Puede y parece exigir ser traicionado. En él radica la pasión de la escritura, el fuego de la pasión contenida y militante que se hace palabra escrita, que levanta un universo que explica otro universo, pero que sobre todo se explica a sí misma sin necesidad de quien lo escribe.

de las más taquilleras exhibiciones de últimas fechas fue la de Cruz-Diez, pero en fin, los criterios son externos y es una selec-ción de obras procedentes de las colecciones de la Fundación “la Caixa” y el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.

El minimalismo y el arte conceptual han fungido como las grandes piedras angulares en las que gran parte de la pro-ducción de arte contemporáneo está basado, de una u otra forma estrategias basadas en estas tendencias se hacen pre-sentes en la obra de los artistas de la muestra, es una opor-tunidad perfecta para poder ver varios campos de acción en los cuáles éstas manifestaciones se han ido desarrollando a lo largo de aproximadamente los últimos cuarenta años y rastrear cómo hasta nuestros días están presentes, casi todos los artistas contemporáneos mexicanos que aparecen en los grandes circuitos del arte están influidos por ellas, bien vale la pena darles un buen vistazo.

Arte AhorA

pAsión y escriturA

Por Mónica Contreras

Por Alejandro García

Si bien es cierto que los desarrollos más importantes en el cam-po de las estrategias artísticas en la segunda mitad del siglo XX son primordialmente norteamericanos, en La persistencia de la geometría, exposición que se encuentra actualmente Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), podemos ver como el minimal art y el arte conceptual son desarrollados por otros artistas distintos, podemos ver parentescos y deudas que piezas famosas de los últimos tiempos tienen con artistas de otras latitudes, y que gracias a los procesos globalizantes te-nemos/podemos apreciar, la muestra es de sumo interés pen-sando en que hace gala de memoria histórica, algo a lo que suelen escapar muchas muestras en pos de no evidenciar las influencias, la honestidad curatorial de la muestra la convierte inclusive en un valioso aporte didáctico para una generación de artistas en ciernes que podrán apreciar un esfuerzo por

mostrar una diversidad de formas de abordar la geometría con contenidos muy diversos, aunque no dejamos de ver que por alguna razón, no hay pintura.

Podemos decir desde un punto de vista muy general que se entiende porque no hay pintura en esta muestra, es obvio que gran parte de la exploración pictórica en la modernidad con respecto a la geometría, le da un rasgo metafísico y esotérico que no empata con los criterios de la muestra, sin embargo, hay exponentes de la pintura que de forma muy intensa trabajaron sobre diferentes líneas en los mismos años y es de extrañar que no estén presentes, ya que sus aportaciones en el momento es-taban directamente ligadas a las de las otras disciplinas que si están representadas en la exposición, eliminarlos le da un crite-rio un tanto purista a la muestra, que no deja de ser excelente pero que extraña un poco, especialmente si pensamos que una

¿Cuál es la relación de las pasiones del escritor con el texto que escribe? Diario de Z no es acerca del caso Lambrakis, no aporta pruebas o documentos que permitan adentrarse en lo político o en la construcción de la novela en esta tesitura, no explicita los vericuetos del caso real e histórico. Reseña un viaje íntimo, las vicisitudes del escritor ayuno del oficio, que quiere escribir sobre los sucesos de mayo del 63 que lo in-dignan y lo llaman a literaturizarlos, al mismo tiempo que se reencuentra con su padre (residente en Australia, con varias décadas sin pisar Grecia), quien morirá unos meses después de la visita: lo recuperará perdiéndolo. Diario de Z es un rito de iniciación: permite al niño adquirir mayoría de edad; al izquierdista, al escritor comprometido, destrabar ese ayuno y llevar mediante la palabra el agobio sobre el cuerpo, al agobio sobre el lector. La pérdida del padre se iguala en el drama con la muerte de Lambrakis.

Ese paralelo entre Lambrakis y el padre —drama per-sonal, lo que pierde, y drama social, lo que cree— será el motor que mueva las páginas más intensas de Z. Quizás por eso la novela es tan obsesiva, tan laberíntica, tan intensa. La pasión política se disuelve en el dolor particular, en la pérdi-da o acaso será mejor decir que se arropa en él. La muerte, ese túnel oscuro que no perdona, sienta sus reales:

La noticia de la muerte de mi padre me llegó después del golpe de Estado de julio. Lo lloré muchas noches, oyendo la música que más le gustaba: las buzukia de Ka-zandzidis. Pero no llevé luto. El duelo que sentía en el alma lo ponía en mi proyecto más querido: escribir la muerte de Lambrakis (Diario de Z, Sudamericana, Bue-nos Aires, 1974, p. 169). Vassilikos confiesa aquí muchas cosas que complemen-

tan a la obra de ficción, pero que, de haber sido insertadas en ella, hubieran empobrecido el todo y renuncia a elaborar una novela que comunique su estado de infertilidad y su maltratada relación hijo-padre.

El caso Lambrakis es uno más de los incidentes que prolongan el desgarramiento de Grecia desde los años de la Segunda Guerra Mundial. Todavía en 1963 eran muchos los griegos presos por motivos políticos, ya fueran acusados de colaborar con los nazis o de guerrilleros comunistas, todavía en esos años los griegos habían tenido que realizar su diás-pora por Europa y por tierras ignotas, abonando por la vía de la emigración al transterramiento. El caso Z mostró también la gran cantidad de antisemitas, anticomunistas y germanó-filos que se incorporaron a la administración pública y orga-nizaron grupos de choque contra el “mildiu” ideológico: los rojos. Lo grave es que Grigoris Lambrakis no era un radical

Geometría en la UNAM

Los paralelos de Vassilis Vassilikos

ni un fanático, se trataba de un hombre de buena voluntad (de ésos que a veces estorban en el redondel político), un hombre carismático que con sus intenciones de sustraer a Grecia como base militar norteamericana y luchar por la paz mundial, amenazaba con alterar la correlación de fuerzas.

Lo grave es que el señor Vassilikos tuvo que optar por Australia ante la falta de alternativas. Lo grave es que el es-critor tiene que purgar sus pasiones en un mundo que se presenta injusto y despiadado. ¿Por qué hablar de un libro que apareció en 1974 en nuestro idioma?

1°, porque es un bajel perdido, un libro que pese a su calidad no ha sido muy conocido y vive acaso el sueño del que estoy seguro resurgirá. 2°, porque es un buen ejemplo de la conexión entre pasión y literatura política con un alto nivel estético. 3°, porque en nuestro país están ocurriendo cosas que tienden a agravar la polarización y porque se ob-serva la tendencia a ser juez y parte, la tentación a eliminar al adversario y al pensamiento diferente amparados en el tinglado legaloide y en la “decencia”. 4°, porque si bien es cierto que Costa Gavras realizó una película de culto a raíz del caso Lambrakis y la novela Z, también es cierto que años después se difundió la película Eleni, basada en el libro del mismo nombre, de Nicholas Gage. El filme es bueno en su realización y logrado en el asunto que trata. No la considero tan buena en su interrelación ideológica con los espectado-res, ya que parcializa un conflicto y aprovecha la rabia del espectador por la injusticia vista, para echar toda la culpa a los comunistas, sin mostrar los excesos propios de todos los bandos en una guerra civil. Pero lo que agudizó mi sorpresa y provocó mi desconfianza fue descubrir el libro, impreso en México, Kosmos editorial. Para colmo, cada ejemplar se vendía a fines de 1987 a la sospechosísima cantidad de dos mil pesos (unos veinte pesos de ahora). Por último, el libro muestra la siguiente leyenda: “Mi madre ejecutada por la guerrilla comunista griega... y mi venganza”. El libro no es comparable a ninguno de los dos de Vassilikos objeto de estas líneas, permanece en el terreno de la propaganda anti-comunista. No es una obra literaria. Sin embargo, entra de lleno en las agresiones al pensamiento de izquierda. Esto sucede, mientras libros como Z son difíciles de conseguir y además bastante caros. Vassilis Vassilikos no oculta sus ideas de izquierda (tampoco lo ha hecho Costa-Gavras), pero sus obras muestran una realidad compleja, sujeta a la crítica, nunca maniquea, nunca legitimadora del abuso del poder, al que muestra con toda su desnudez y cinismo sin ponerle color, y nos otorga el beneficio de la duda, llave de la crítica y vacuna contra el fanatismo. Quinto, lo que le da interés a

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