tocqueville democracia y pobreza memorias sobre el pauperismo

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  • 8/12/2019 Tocqueville Democracia y Pobreza Memorias Sobre El Pauperismo

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    Cules son las causas de la pobreza moderna? Cu-les sus modalidades, y cul su singularidad respecto deotras formas de manifestacin histricas? De qu

    modo el desarrollo del capitalismo y la Revolucin in-dustrial han contribuido a labrar su peculiar fisonorria? Con qu nuevos peligros amenaza el futuro dela forma poltica es decir, la democracia queacompaa la evolucin de ambos fenmenos econ-micos y qu formas de redencin cabe esperar de lanlisma?

    Escritas entre el primer (1835) y el segundo (1840)volumen de La democracia en Amrica, lasMemoriassbre el pauperismo de Tocqueville constituyen unpuente de unin entre ambos, integrando con la pro-blemtica recogida en las interrogantes anteriores lade la tirana de la mayora y la centralizacin buro-crtica, objetos de atencin preferente de uno y otro

    volumen.

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    Democracia y pobreza

    (Memorias sobre el pauperismo)

    Alexis de Tocqueville

    Edicin y traduccin deAntonio Hermosa Andjar

    d i t o r i a l t r o

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    Ttulooriginal:Mmoiressur le pauprisme

    Lettresurle pauprisme en Normandie

    EditorialTrotta, S.A.,2003Ferrai, 55. 28008 Madrid

    Telfono: 91 543 03 61Fax: 91 543 14 88

    E-mail: [email protected]

    http://www.trotta.es

    AntonioHermosaAndjar,2003

    DiseoJoaqunGallego

    ISBN:84-8164-595-8Depsito Legal: M -1 .107-2003

    Impresin

    Marfa Impresin,S.L.

    mailto:[email protected]://www.trotta.es/http://www.trotta.es/mailto:[email protected]
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    NDICE

    Introduccin. POBREZA Y DEMOCRACIA ENToCQUEViLLE:A ntonio H e rm os a And j ar ................................................................................. 9

    DEMOCRACIA Y POBREZA(MEMORIAS SOBRE EL PAUPERISMO)

    M e m o r i a s o b r e e l p a u p e r is m o...................................................................... 4 7

    Primera parte: Del desarrollo progresivo delpauper ismoentrelos modernos, y de los medios empleados para com batirlo ... 49

    Segunda parte ....................................................................................... 61

    Se g u n d a m e m o r i a s o b r e e l p a u p e r is m o .................................................... 79

    C a r t a s o b r e e l pa u pe r is m o e n N o r m a n d a ........................................... 101

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    In t r o d u c c i n

    POBREZA Y DEMOCRACIA EN TOCQUEVILLE

    A n t o n i o H e r m o s a A n d j a r

    En su anlisis de la evolucin de las sociedades modernas,Tocqueville destacaba cmo la democracia, de mano de la

    igualdad, haba irrumpido para siempre en el destino delhombre contemporneo. Empero, pese a tratarse de la op-cin tomada por la Providencia, el resultado final admitauna doble y antagnica faz, dependiendo de si la igualdadconstrua la democracia en alianza con la libertad o sin ella.Era sa la pgina que ni la mismsima Providencia habapodido escribir.

    En su anatoma de la sociedad norteamericana, Tocque-ville no slo haba resaltado su constitucin esencial desde laforma y el sujeto del poder hasta las ideas y sentimientos queproduca y la reproducan, as como la singularidad histricade su conformacin. Igualmente, al penetrar hasta sus races,y en medio de tanta maravilla, no haba descuidado sealardnde y cmo el edificio fallara si no se proceda a repararlas grietas abiertas en su estructura. Ms que en ningn otrolugar, en Amrica la democracia pareca formar parte del plandivino del mundo, pero, como en todo lo producido por elhombre, la semilla del mal crece junto al bien, y viceversa, yconlleva una amenaza latente de autodestruccin.

    Precisamente, y aun cuando el talento, la brillantez y la

    originalidad de Tocqueville brillen por doquier, ha sido en

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    el diagnstico y tratamiento de dichos males donde talescaracteres han alcanzado momentos lgidos, como la inmen-sa mayora de la crtica ha acordado en realzar. Ahora bien,sta ha hecho hincapi casi exclusivamente en la tirana de lamayora y en la centralizacin burocrtica, segn aludiera alprimero o al segundo volumen de su Democracia.No es quea la inestabilidad legislativa y administrativa, a la represinmaterial y moral del pensamiento o a la degradacin delcarcter nacional, fenmenos que acompaan la fcil dege-neracin del principio republicano en una democracia

    asentada sobre la igualdad de condiciones, se les dejara sinreconocer su significacin y su espacio; pero era el carcterilimitado del poder superior, que volva virtualmente desp-tico al soberano democrtico, ms el cheque en blanco queextenda al arbitrio del funcionario, lo que centraba el inte-rs de la historiografa. Y esa tirana sala ulteriormente re-forzada porque no raramente se reconducan hasta sus do-

    minios el resto de males recin enumerados (por ceirnosslo al primer volumen de la obra citada).

    Ms raramente, y en parte con razn, la crtica se hahecho eco de otras amenazas, ya sea la encarnada por losnegros, ya sea la desplegada por las desigualdades de la pros-peridad conforme sta alargaba sus tentculos por el cuerpo

    social: y eso que Tocqueville las consideraba, y por igual!,como las ms peligrosas para el porvenir de los Estados Uni-dos'. Por un lado, la inasimilacin de dos clases a las que eldestino ha unido tanto como las leyes, las costumbres y laraza separan, hace pensar en la violencia como en un hus-ped permanente de las relaciones entre ambas. Por el otro, elansia de bienestar aade a la inestabidad social generada

    por el desplazamiento continuo de fuerzas que arrastra con-sigo, el cupo de envidias, de desconfianza y, en suma, dedivisin entre los distintos Estados integrantes de la Unin;un cupo fijado por el desigual ritmo con el que cada unotraspasa el dintel del templo de la Fortuna. Dos fantasmas

    1. De la Dmocratie en Amrique (en lo sucesivo DA), Pars, Galli

    mard, 1986, IIl, 10, pp. 499 y 557 respectivamente.

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    ms, por tanto, que sumar a los citados, y cuyas siluetas seadivinaban sobre el horizonte tan pronto como el analistaalzaba su mirada desde el presente hada el futuro.

    Resulta, pues, del todo comprensible, mxime tras la l-

    tima amenaza, que la historiografa haya desatendido lasexigencias de la pobreza por incorporarse a tan probada ge-nealoga, y que nadie haya conseguido en el mentado mundode sombras identificar la suya. Empero, su germen ya esta-ba all, agazapado e invisible bajo el envoltorio del comer-cio, pacientemente a la espera de que el desarrollo comercial

    una carrera que los americanos, asevera Tocqueville, estnllamados a ganar por razones intelectuales y morales^ lasacara a la luz. Ciertamente, a la pobreza no le ser tan fcilprosperar en el nuevo mundo como en el viejo, ni cuandoarroje su maleficio contra el vnculo social lo har con fuerzatan terminante ni con efectos tan duraderos. De hecho, sehabr de esperar hasta la segunda Democracia para percibir

    cmo se la llama por su nombre, y cmo tiene un tipo huma-no hecho a su imagen y semejanza. Pero ya para entonces elcomercio se halla incorporado en la esfera econmica, juntoa la agricultura y la industria, una esfera que desde su espe-cificidad contribuye, en la poltica, mediante la inestabilidadque le es inherente, a reforzar la centralizacin; y en la so-ciedad, mediante la desigualdad que le es inmanente, a re-crear la aristrocratizacin: una nueva feudalidad en la querico y pobre han descarnado la antigua pareja compuestapor noble y vasallo.

    Empero, entre una y otra Democracia Tocqueville dar ala luz varios trabajos, entre ellos las dos Memorias sobre el

    pauperismo aqu presentadas (bien que la segunda, manifies-

    tamente incompleta, quedara sin pubhcar)^; la pobreza suorigen y naturaleza, sus efectos y remedios adquiere ahoraun protagonismo antao desconocido; no slo; a partir deah adquirir el estatus de actor permanente en el pensa

    2. DA, ibid., p. 584.3. Cf. al respecto A. Jardn, Alexis de Tocqueville 180S-18S9, FCE,

    Mxico, 1984, pp. 195 ss.

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    miento de Tocqueville, segn se mostrar despus. Al exa-men de tal casustica de la pobreza, as como al de sus rela-ciones con la democracia, dedicaremos el grueso de las res-tantes pginas, que concluiremos enjuiciando la validez de la

    idea tocquevilliana en relacin a la pobreza actual.

    Es la constatacin de una paradoja, ms el consiguientedeseo de explicarla, lo que pone en marcha la reflexin tocquevilhana en torno al fenmeno de la pauperizacin. Losojo5, dan fe de una verdad en la que la razn ni habra dado

    en reparar: los pases ms ricos y desarrollados son los quecuentan con un mayor nmero de pobres. Esa verdad resultatan incontestable que opera con igual intensidad en el inte-rior de cada pas: por eso Inglaterra, el jardn que la civiliza-cin se ha construido en Europa, constituye asimismo el te-rreno en el que ms ha brotado la grama de la pobreza; poreso en Francia el rico departamento del Norte es tambin

    ms rico en pobres que el de la Creuse, plaza fuerte de lapobreza francesa. La explicacin, con todo, lleva a Tocque-ville a renunciar temporalmente a su viaje por el presentepara hacerlo hacia el pasado: hasta el origen mismo de lassociedades humanas.

    Lo que all halla son bandas errantes de hombres semisalvajes recin salidos de los bosques, cuyo goce principal ynico consiste en encontrar los medios con qu vivir; unrefugio y el alimento cubren sus necesidades fsicas y espiri-tuales, como el ahora agota su tiempo. Viven de la caza, sonfelices cuando no han de penar en exceso por satisfacer susdeseos, confundidos con sus necesidades, y no hay entre ellosms diferencias que las fsicas impuestas por la naturaleza.

    Descubierto el arte de la agricultura el hombre, sin habercambiado l en exceso, ha llevado a cabo, no obstante, suprimera gran revolucin. No slo se ha vuelto sedentariouna vez descifrado el secreto garante de su sustento, y noslo empieza a barruntar la existencia de otros bienes igno-rados hasta entonces; fijarse a la tierra significa haber creadola propiedad inmobiliaria, un bien de suyo susceptible de ser

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    transmitido a sus herederos. Pero, adems, si con el cultivode la tierra se asiste al nacimiento de lo superfluo, con suposesin se alumbra la desigualdad: y la pobreza con ella.Ese doble alumbramiento, apareado, permite asistir al parto

    de un tercero: nacen ahora casi todas las aristocracias. Lassociedades actuales ven concentrarse en uno de sus polos aunos pocos sujetos que renen riqueza, poder y disfrute delos nuevos bienes; y en el otro, a una multitud semisalvajeadscrita al suelo y que vende su libertad al mejor postor desu seguridad.

    El espritu de conquista, que es la vida de la aristocraciay tiene en ese ambiente su cuna, comienza a expandir sureino por el mundo; a la derrota del Imperio romano por losbrbaros sigue la consolidacin legal de las diferencias, quehan ido concentrando las mismas al repartir, de un lado, elpoder, la inteligencia y las riquezas, y de otro la debilidad, laignorancia y la pobreza. Es el rgimen feudal el que procla-

    ma esa victoria suprema de la desigualdad. Aun as, ciertointers comn une en parte al vasallo y al seor, pues aqulve en ste un garante de su seguridad, como ste en aqul unaextensin de su propiedad.

    El tiempo, al proseguir su viaje, muestra cmo el cultiva-dor, con el sustento garantizado por la tierra, no es ya aquelsujeto tosco que se conformaba con una fehcidad vegetati-va, la cual reposa en un cerco a sus deseos impuesto por sunulo poder; ha observado las dulzuras del bienestarpasar por su lado y no quiere dejar escapar la ocasin, mxi-me cuando advierte cmo el noble ha multiplicado el nme-ro de bienes y goces de que disfruta. Por lo dems, ese crcu-lo de bienes, deseos y goces nuevos no hace sino aumentar

    con el alud del tiempo.Aunque no hemos llegado al final de nuestra historia,podemos suspender aqu su decurso y preguntarnos por qulo ha hecho posible y con qu consecuencias. Decamos queuna cierta generahzacin del bienestar haba elevado, inclu-so entre la clase pobre, el nivel de las aspiraciones y necesi-dades por encima del dintel de la mera supervivencia; que

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    los deseos, atizados por la imaginacin, volaban hacia tierrasantao ignotas a la mayora en bsqueda de ms y mejoresbienes con los que procurar satisfaccin a los nuevos gustosy ansias de placeres presentes por doquier. A tal fin, y desde

    un principio, un ejrcito de brazos haba ido sustituyendo sinpausa los campos de labor por la manufactura, y en elloencarnaba la historia la escrupulosa fidelidad con la que cum-pla las leyes inmutables que presiden el crecimiento de lassociedades organizadas. Interpuesta entre las dos clases has-ta ahora naturales de la sociedad, la clase recin formada es

    tambin la mediadora entre los nuevos deseos y su realiza-cin. Su existencia profundiza la complejidad de una socie-dad que originariamente supuso sacar al gnero humano delgnero animal, y con el surgimiento de las aristocracias sacara ciertos individuos del gnero humano comn.

    La funcin de tal clase industrial es, en el decir de Toc-queville, proveer a la felicidad material de las dems, pero

    esa tarea, de suyo seal de cierto progreso y aun de abun-dancia, es asimismo, en determinadas circunstancias, el azo-gue que crucifica su existencia reducindola a pobreza. Enefecto, mientras la subsistencia del agricultor est aseguradaal producir gneros de primera necesidad, los cuales, cuandono son vendidos pueden al menos ser consumidos por l, lasnecesidades que producen al mundo industrial son todasfacticias y secundarias. El obrero que trabaja para proveer-las depende por ello ms naturalmente de la suerte que suantecesor del campo, y basta un cambio en las circunstanciasen circunstancias, por si fuera poco, en movimiento ince-sante y que penden de variables incontrolables, para quesu inestabilidad usual se agrave y d al traste no slo con sus

    expectativas, sino, en el caso extremo, con su propia vida.Por lo dems, la condicin de inseguridad estructural propiadel obrero se multiplica cuando el obrero en cuestin es elobrero ingls, habida cuenta de que la clase industrial in-glesa produce para dar satisfaccin no slo a las necesida-des y los goces del pueblo ingls, sino de una gran parte de lahumanidad. En tal caso, los factores en grado de intervenir

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    en la variacin de su fortuna amplan su radio de accin auna escala planetaria. Un crecimiento constante del comer-cio clausurara, cierto, esa puerta de incertidumbre que elfuturo mantiene permanentemente abierta ante la vida del

    obrero, pero a lo que la experiencia apunta respecto deldesarrollo comercial es a las continuas crisis que jalonan sucurso. Y el descenso del consumo se intercambia en el mer-cado por la mercanca de la pobreza para el productor debienes secundarios.

    Con todo, las causas de la pobreza no proceden slo delas crisis comerciales, si bien stas, con su orden fijo debidoa la sobreproduccin de algunos bienes, a la competenciaexterna, al aumento del nmero de productores sin que re-percuta en la produccin, o a la disminucin de sta restan-do invariable aqul, a la disminucin de salarios o al aumen-to del desempleo que ambos casos respectivamente entraan,etc., la acrecienten sin tregua. Y si el escenario es Inglaterra,

    la cantidad de miseria crece porque son ms los que llegan alos talleres y las fbricas arrancados de la tierra, y su cuali-dad tambin porque muchos de estos emigrantes forzosos loson a causa de la concentracin de la propiedad agraria, queles destierra del campo para siempre.

    Entre las causas de la pobreza es menester computar dosrdenes de motivos culturales diferenciables, aunque estre-

    chamente conectados. El hombre, encrucijada entre natura-leza y cultura, tiene necesidades provenientes de ambosmundos. Unas, relativas a su supervivencia, derivan de suconstitucin fsica, mientras las segundas lo hacen de su cons-titucin social, o, como Tocqueville dice, de las costumbresy de la educacin. Las primeras son las fisiolgicas, pero las

    segundas, o facticias, son tan naturales como las primeras,pues la dimensin social del hombre le es tan connaturalcomo la fsica. Como el hombre nunca deja de construir susocialidad, las necesidades facticias nunca son las mismas,pero como el hombre nunca ha dejado de ser social, nuncaha dejado de forjarlas. El proceso civizador es, precisamen-te, el escenario en el que stas, as como el crculo de deseos

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    y placeres que las originaron, no cesa de aumentar y reno-varse. A ello se debe que el hombre civilizado se halle muchoms expuesto a las vicisitudes del destino que el hombresalvaje: a que el nmero de necesidades sociales naturales

    ha aumentado exponencialmente, y a que no deja de au-mentar.

    Es en ese contexto'* donde es preciso ubicar al pobremoderno, el nico idneo para exphcar el carcter de lanueva pobreza. La insuficiencia de recursos para cubrir lasnecesidades humanas, es decir, la pobreza, significaba para elhombre salvaje simplemente no tener qu comer, mientraspara el hombre civilizado significa, en cambio, carencia demultitud de cosas. La pobreza absoluta de aqul se ha vuel-to relativa en ste, un pobre que lo es pese a tener la super-vivencia asegurada, pero no los bienes que han pasado a sernecesidades; en lugar de ser extrema, se mide por grados, yen vez de tener como referencia las necesidades fsicas es

    relativa a las necesidades sociales: y como stas se encuadrandentro de las condiciones de cada pas, cuyo nivel de desa-rrollo es distinto segn los casos, no es posible encontrar unamedida comn que la defina. Por eso un pobre ingls estenido casi por rico por otro francs, y sera la envidia deuno espaol^.

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    4. Contexto ste, de naturaleza psicolgica y moral, que desde luegoforma parte del sociolgico aludido un poco ms arriba, al enumerar algunosde los fenmenos causantes de la pobreza tpicos del desarrollo delcapitalismo moderno, y que conducirn al surgimiento de la Revolucinindustrial.

    5. Larra, harto probablemente, hubiera completado a Tocqueville aa-diendo una envidia psquica a la fsica del autor francs, sobre todo al apun-

    tar a esos pueblos enteros [...] que estn a dos dedos del estado de natura-leza (Impresiones de un viaje, en Fgaro. Coleccin de artculos dramticos,literarios, polticos y de costumbres. Crtica, Barcelona, 1997, p. 410). Obien habra ratificado su aserto aduciendo el ejemplo de aquellos capitalinosque festejan entre risotadas y gran algaraba la suerte que acab por hoy consu involuntaria y sempiterna huelga de hambre. Y si alguien preguntare:De qu se ren tanto? Han dicho alguna gracia?, se topar con la crudanaturaleza humana espaola por respuesta: No, seor; se ren de que hancomido (La fonda nueva, ibid., p. 103).

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    El segundo motivo cultural que ensancha los dominiosde la pobreza en los pases ms ricos proviene, en ltimainstancia, de su capacidad de sufragar materialmente los cos-tes sociales que conlleva la elevacin espiritual inherente al

    proceso civilizador. Cuando la conciencia moral ve en todapersona un sujeto de derechos, y cuando el desarrollo mate-rial ha realzado notablemente el ndice de bienestar de lamayora de la sociedad, la existencia de individuos a los quela falta de recursos niega el acceso y disfrute de los bienesbsicos en los que dicho bienestar se manifiesta alojamien-to, alimento, higiene y educacin^ es considerada comouna desdicha por la comunidad, desdicha que ella mismatiende a reparar. Tal es la filosofa que est en la base delasistencialismo^, o sea, de uno de los expedientes con los queel Estado moderno ha pretendido paliar o erradicar la po-breza. Una mansin entre palacios indica la morada de unpobre; una choza entre la multitud de chozas es seal de

    normalidad.Todo el progreso reseado tiene, no obstante, su precio.La entrada triunfal que, conducida por la necesidad, la nue-va clase como conjunto lleva a cabo en la estructura socialtiene lugar a costa de la incertidumbre ante el futuro de cadauno de sus miembros singularmente considerados, y aun dela precariedad material de la mayora de ellos (con la honro-

    sa, pero parcial, excepcin inglesa, en la cual esa mayora esmenor). La emigracin voluntaria del campo, que el cultiva-dor emprende ante el cebo de una riqueza cada vez mstangible, se revela a la postre tan insegura como la emigra-cin forzosa del cultivador al que la concentracin de lapropiedad o la miseria campesina ha expropiado sus tierras.

    Ya el abandono de la tierra significa abdicar de la seguridadde que, al menos, el estmago podr aguardar lleno la llega

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    6. Cf. al respecto Fitoussi y Rosanvallon, Le nouvel ge de lingalits.Seuil, Paris, 1996, pp. 225 ss.

    7. Una interesante exposicin y crtica del mismo puede verse en elsugerente libro de R. Susn Betrn La regulacin de la pobreza, Universidadde La Rioja, Logroo, 2000.

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    da de tiempos mejores, como significa perder parte del patri-monio de creencias, costumbres, ideas y gustos con los queel espritu agrcola redondeaba su mundo. Pero, adems,cuando el abandono es obligado, las cclicas oleadas de ma-

    sas de antiguos campesinos a talleres y fbricas no slo rom-pen el equilibrio que debe presidir la relacin entre pro-duccin y consumo, sino que refuerzan de este modo laincertidumbre estructural de la clase industrial con ataquescoyunturales contra su frgil estabilidad. Puntuales batallo-nes de desharrapados, por tanto, vienen a engrosar las filas

    del poderoso ejrcito de la miseria.De otra parte el obrero, propietario nicamente de susbrazos, no posee ms control de su vida que el que el azar, ouna voluntad ajena es decir, ms azar, le consiente. Deah que toda la cosmovisin proletaria se agote en el gocefebril del instante actual, una psique sa a la cual las ideas deprevisin, de planificacin, de futuro, etc., tienen totalmente

    prohibido el acceso.Si ocasionalmente una de las crisis peridicas del mundo

    industrial le expulsare del taller o de la fbrica, la rueda dela fortuna, su nuevo dueo, lo incluir sin mayores mira-mientos en esa selecta minora lista para morir de necesidadsi el apoyo del pbhco llega a faltarle, ese espejo al cual elprogreso no osa mirarse, y que ostenta el privilegio de mani-festar como nada ni nadie el precio con el que la sociedadflagela a una parte de s misma en sus ansias por mejorar.Cierta ampHacin de los bienes del espritu y del cuerpo acosta de impedir el desarrollo de una mayora de cuerpos aespritu, y a costa de segregar una minora de cuerpos delconjunto social constituye, as, pues, el precio pagado por la

    civilizacin en su desarrollo a partir de una sociedad en laque una minora gozaba de la totalidad de los bienes del esp-ritu y el lujo de los del cuerpo, pero que al menos mantenafelices los estmagos de la mayora reducida a cuerpo.

    Tal y como se ha podido comprobar, el intento de eluci-dar la paradoja de la mayor abundancia de pobres en lospases ms ricos, que pasaba por remontar el curso de la

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    explicacin hasta la cuna de la historia humana, ha termina-do por subsumirse en la de las causas de la pobreza moder-na, que nos ha devuelto al presente. A lo largo del trayectohemos tenido igualmente ocasin tanto de tropezamos con

    la nueva imagen de aqulla, si comparada a la que la historianos haba habituado, como de identificar al nuevo sujeto dela misma; el obrero, prevalentemente. En lo sucesivo hemosde centrar nuestros esfuerzos en exponer el expediente arbi-trado por Tocqueville con el propsito de eliminar dichapobreza, tarea que requiere, a modo de prefacio, mostrar su

    crtica a la ms original y significativa de las propuestas urdi-das por el mundo moderno a fin de presentarse ante el futu-ro limpio de su mancha original. En suma; cabe remediopara la pobreza?

    El primero es aquel al que un da el cristianismo llamcaridad y lo consagr como virtud; su origen se remonta has-ta el de las miserias humanas, pues naci cuando un indivi-

    duo dispuso aliviar los males de otro en la medida en que leera posible. Ha conservado desde entonces su esencia priva-da, pero con ello ha trazado tambin su lmite, pues ser vo-luntario lo vuelve aleatorio, como ser aleatorio lo hace frgil;y si bien no atrae hacia la sociedad males* con su ejercicio, serevela insuficiente en unos tiempos en los que el proceso civi-lizador no hace sino incrementar el cupo de las necesidadeshumanas, tanto como el monto de los necesitados. De ah laperentoriedad de acudir a nuevos medios con los que cortarel avance de la renovada plaga, de que la sociedad decidieraocuparse ella misma de sus propios miembros.

    Inglaterra alumbr el asistencialismo, esa doctrina y prc-tica sociales que confiere al pobre un derecho a que la socie-

    dad provea a sus necesidades. La revolucin religiosa ha-ba multiplicado el nmero de pobres porque el monarca

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    8. Males no, pero quiz s ms de un disgusto, como el de la ancdotaque cuenta Amrico Castro: Un mendigo, que semanalmente perciba ciertalimosna, fue preguntado por su favorecedora si no haba estado ya otra vezaquella semana; su respuesta fue as: Seora, bsquese usted otro pobre

    (Aspectos del vivir hispnico, Madrid, Alianza, p. 18).

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    protestante, para quitarle poder poltico y religioso a la com-petencia, decidi suprimir las instituciones que impartan lacaridad conventos catlicos en su mayora, sin que losbienes expropiados tuvieran por destinatario al pueblo, sinoa la aristocracia. Isabel, hija del monarca aludido, EnriqueVIII, ante el repugnante espectculo de las miserias del pue-blo, que constitua asimismo la brecha por la que la socie-dad expulsaba de s misma a un nmero creciente de susmiembros, quiso paliar la rpida disminucin de las hmosnascoru el establecimiento de subvenciones que los municipios

    habran de administrar. Constitua el paso inicial en direc-cin hacia el asistencialismo, al que las ulteriores remesas depobres que la industrializacin arrojaba a la arena social^acabaran otorgndole el ttulo de ley.

    En su anlisis del asistencialismo, Tocqueville separa deinmediato la apariencia de su realidad: la idea ms bella yms grande de cuantas han sido concebidas pronto se revela

    en gran parte, vista a travs del tornasol de sus consecuen-cias, como una pa ilusin. La poltica asistencial, en efecto,lesiona gravemente la prosperidad pblica, y por ms de unmotivo. Desde un punto de vista antropolgico, la tendencianatural a la ociosidad, propia de todo ser organizado, es elprimer ahado que el asistencialismo encuentra en la vidahumana. Si al hombre le lleva a trabajar slo la necesidadde vivir y el deseo de mejorar, la primera ms que el segun-do, y aun as no siempre experiencia dixit, un sujetoreforzado con un derecho absoluto a exigir auxilio a lasociedad, de consuno con una administracin preparada pararealizarlo, ve perecer o debilitarse en l la necesidad y pervi-vir el deseo, un impulso menos generalizado que aqulla. El

    inters por trabajar es, pues, la primera vctima, y llegado

    9. Por las razones antedichas: la naturaleza en s de la misma ms sunaturaleza particular inglesa, es decir, la centralizacin de la propiedad in-mobiliaria y el hecho de ser Inglaterra el granero industrial del mundo.

    10. A similar conclusin haba llegado igualmente Defoe, quien tambinse opondra a que el Estado diera al pobre trabajo pblico, pues el precio apagar sera la ruina del trabajo privado (cf. K. Polanyi, The Great Transfor-

    mation, Holt, New York, 1944, cap. 9).

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    el caso de que un pobre trabaje, lo har descuidando porentero el ahorro. El resultado, concluye Tocqueville, es quela mejor parte de la nacin trabaja para sufragar la incuriade la peor.

    Si la perspectiva es la legal el resultado tampoco mejo-rar. La ley, es cierto, prescribe atender slo a la miseriainocente, no al desmodado causante de la misma. Para elloexaminar previamente cmo ha llegado a su actual situa-cin, sin contar con que la limosna ser en realidad un sala-rio, pues la recibir tras haber desempeado un trabajo p-

    blico. Tal es la filosofa que la inspira, tales sus pretensiones.Cules, en cambio, sern los efectos, cuestiona Tocquevi-lle? En la primera tesitura los caminos son muchos, perotodos conducen al fracaso donde igualmente converge elde la segunda, es decir: al final toda miseria ser asistida,la involuntaria tanto como la del vicio. Ante todo porquenunca es fcil distinguir la que promana de una u otra fuen-

    te, y luego porque no siempre es posible: son muchas lasmiserias provinientes de ambas a la vez. Adems, el magis-trado que la juzgue, aun en los raros casos de que se leencuentre y se halle en grado de ejercer su labor, fcilmentese dejar arrastrar por la compasin ante la desgracia de unsemejante en lugar de por el inters del tesoro pblico; y sillegare a mostrarse insensible al dolor, apenas lo har ante eltemor de hacer uso del poder cuasi omnmodo que tiene enrelacin con el destino de, precisamente, la parte ms des-ordenada, ms turbulenta, ms grosera de la sociedad. Lasegunda tesitura, decamos, conducir al mismo lugar. Lostrabajos pbhcos nunca darn trabajo suficiente a las masasde pobres, pues no los hay siempre, y cuando los hay estn

    desigualmente repartidos por el territorio. Por si fuera poco,todas las fases de su ejecucin estn bajo la responsabiHdaddel vigilante, que a su celo como tal habra de unir el sinfnde cualidades tcnicas imphcadas en la realizacin de losproyectos. Para decirlo de otro modo: todo vigilante acaba-ra haciendo lo que ya hace el vigilante ingls: pagara elsalario a cambio de ningn trabajo.

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    De otra parte, tambin la moralidad eleva su protesta encontra de la asistencia legal, por cuanto observa a los sujetosde la misma an ms depravados que empobrecidos. Susalegaciones al respecto no son pocas, y todas de peso; no

    obstante, nos limitaremos aqu slo a resumir algunas deellas. Segn Tocqueville, la moral piensa que el derecho queasiste al pobre a reclamar auxilio de la sociedad humilla aldemandante, pues su satisfaccin no es sino el ndice que leacusa pblicamente de mala conducta, al tiempo que legalizasu inferioridad frente a los dems. Esa misma satisfaccin

    priva de otro lado al subsidio de la moralidad presente en lalimosna, al alterar las relaciones entre el rico y el pobre.Aqul, lejos de interesarse en la suerte de su favorecido,como ocurre cuando su piedad le impulsa a dar hmosna,contempla la ddiva como un hurto del legislador de unaparte de su superfluo, y al beneficiario como la avidez enpersona; ste, en lugar de mostrar gratitud y sentir reconoci-

    miento ante su benefactor, recoge lo debido con el senti-miento del deber cumphdo. El vnculo moral inherente a lalimosna ha sido reemplazado por una relacin ms enconadaque tensa progresivamente el vnculo social". Y como yase vio este singular rentista est ocioso, tiene todo el tiem-po a su favor para lograr deshumanizarse plenamente y con-vertirse en un perfecto bruto. Ni sus semejantes podrn es-perar ya nada de l, ni de su conducta cabe esperar lasmejoras susceptibles de cambiar su estatus o la opinin delos dems; de hecho todo se modifica excepto l, y cuandolo hace es para recular hacia la barbarie: sin esperanzas, sinconciencia del futuro y sin temor, se ha quedado sin destino.Se le podr contar entre los que multiplican el nmero de

    criminales, o bien entre los que incrementan sin cesar elnmero de hijos naturales^ porque la barbarie en un cierto

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    11. Norteamrica misma brindaba un excelente y vivo retrato al respec-to (DA, IIII, 20, p. 225).

    12. Es sta la nica alusin que Tocqueville hace al aumento de pobla-cin entre los pobres, pero sin ir ms all de la vaga denuncia moral aqu

    apuntada. Sin embargo, para el moralista fundador de la demografa como

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    momento gusta de nutrirse de vctimas inocentes , pero noentre aquellos que mediante previsin y ahorro combatenhoy los seguros caprichos futuros del azar, o entre los ilumi-nados por el expansionismo de las luces.

    La ltima crtica dirigida por Tocqueville contra el asis-tencialismo legal se debe a su poder para abrogar la libertadde circulacin del pobre. Cada municipio, dice, asiste slo alos pobres domicihados en l, con lo cual la vctima delinfortunio o de su mal andar queda por siempre, merced asu estrenada servidumbre, adscrito a la tierra que le vio na-

    cer. Quien se aleje de ella marcha solo hacia un pas enemi-go: el hambre. As, lo que el siervo de la gleba no podahacer, el pobre no lo puede querer. Reclamar el derecho aser asistido es crucificarse de manera voluntaria a un deter-minado trozo de tierra.

    Con todo, la ristra de males que cuelga naturalmente dela poltica asistencial no es motivo bastante para que el seve-

    ro juez que los juzga dicte una inapelable sentencia condena-toria contra ella. Cuando el principio que la rige se inspireen el bienestar de la mayora, cuando los infortunios queaspira a reparar son los de esa panopha de males inevita-bles integrada por la debilidad de la infancia, la caducidadde la vejez, la enfermedad, la locura, o incluso los de ciertas

    calamidades pblicas inesperadas y coyunturales, el asis-tencialismo se encuentra plenamente justificado. El delitocastigado por la sentencia es su transformacin en un siste-ma regular que acte de manera permanente en la sociedad

    A N T O N I O H I K M O I A A N D J A R

    ciencia (a igual ttulo que la fsica, afirmaba) es se el gran problema quehace inviable cualquier tentativa de supresin de la miseria (cf. Th. Malthus,

    An Essay on the Principle o f Population, Penguin, Middlesex, 1970, pp. 114y 102 respectivamente).

    13. Con devastadora irona propondr Swift, en sentido literal, tal re-medio como solucin al problema de la pobreza en Irlanda; el xito estasegurado, pues quin osar sustraerse a tan voluptuoso banquete, mximedespus de que su amigo americano le haya asegurado de que un infantesano y bien amamantado de un ao es el alimento ms delicioso, sano ynutritivo que quepa hallar, cualquiera sea la forma en que se le cocine:

    hervido, tostado, cocido, en rag, etc. (tal fue su modest proposal de 1729).

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    y haga del Estado un funcionario suyo. Pues se es el caso enel que una institucin, idealmente establecida con miras aaliviar las miserias de los pobres, terminar convirtindolosen una clase ociosa y perezosa que vive a expensas de la

    clase trabajadora, o lo que es igual, una clase depravada queobstaculiza el desarrollo econmico y mina la concordiasocial, y que dar lugar a una revolucin el da en que susmiembros casi igualen en nmero al de sus benefactores^*.

    Antes de extender su receta definitiva contra la pobreza,Tocqueville pasa revista muy someramente a otros dos^po-

    sibles tratamientos de la enfermedad, o mejor, en un caso, aotra variante de la misma, que admite un diagnstico separa-do y del que cabe esperar remedio tras su aplicacin; en elotro, s nos las habernos ante un tratamiento especfico.

    La pobreza moderna se divide en dos clases, a tenor delos sujetos afectados: la agrcola y la industrial. La primerano tiene futuro, vale decir, no se desarrollar al punto de

    representar un peligro para la sociedad. De hecho, basta conmirar a Francia para descubrir su remedio: la divisin de lapropiedad industrial. La simple posesin de un trozo detierra arranca el destino del campesino francs de la tiranadel azar, pues la propiedad crea sus hbitos y su psicologala previsin, la idea de futuro, el deseo de mejorar, elimpulso de resistir, y con ellos a un individuo que no esrico pero que tiene ya las cualidades que hacen nacer lariqueza. Se comprende, pues, el por qu de la desatencinque merece a Tocqueville.

    P O B R E Z A Y D E M O C R A C I A E N T O C Q U E V I L L E

    14. Paradjico destino, como se ve, el deparado por el asistencialismo ala clase pobre, devenida tan ociosa y haragana como buena parte de la clasede los ricos oligarcas de Platn, o como la entera clase noble de Quesnay.Por lo dems, tambin Polanyi reconoce entre las consecuencias del sistemaasistencial la degradacin del hombre comn, quien lleg a preferir, frenteal salario, el subsidio para los pobres (op. cit.).

    15. Tres si consideramos las asociaciones privadas de asistencia tratadasen la Carta sobre el pauperismo en Normandia, y apenas aludidas aqu.

    16. El reverso de la medalla es que ese remedio antipobreza es la enfer-medad que impedir el desarrollo del capitalismo en el campo, deja entender

    Tocqueville.

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    En cuanto al segundo medio citado, cabe decir que tienefuturo pero no presente. Digamos antes de nada que extra-polar el remedio contra la pobreza del campo a la fbrica noes posible porque, dividida, la propiedad industrial se volve-

    ra improductiva. Ahora bien, si el remedio es imposible, elprincipio infundir en el obrero el espritu y los hbitos dela propiedad no lo es, aunque todava sea pronto paracurar la enfermedad dando al obrero un inters en la fbri-ca; primero, porque los capitalistas no gustan de compartirbeneficios con sus obreros, ni de invertir en sus posesiones el

    pequeo fruto del ahorro de stos: ia qu aristocracia, des-pus de todo, gusta igualarse con la plebe? Segundo porque,hasta el presente, los intentos de los obreros por autoconvertirse en empresarios se han saldado con sonoros fracasos.Los tiempos, cierto, corren en esa direccin, la marcada porel cuquero Bellers^, y un da no muy lejano las asociacionesindustriales de obreros gestionarn colectivamente sus em-

    presas; en el nterin se han de pagar los costes del aprendiza-je en el arte de la asociacin, y los entraados por un cam-bio de hbitos y de mentalidad por el arte poltico.

    El medio hoy ms seguro^ para combatir la pobreza loproporcionan las instituciones del ahorro, esto es, las cajasde ahorro y los montes de piedad, bien que sometidas aseveros correctivos respecto de su actual funcionamiento.

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    17. Cf. K. Polanyi, op. cit.. Parte II, cap. 9.18. Arte que habr de ensear a los obreros exactamente lo contrario de

    aquello a lo que el capitalismo, segn Marx, es naturalmente proclive, asaber: a coadyuvar en la formacin de la conciencia revolucionaria de laclase obrera (cf. A. Giddens, El capitalismo y la moderna teora social. La-bor, Barcelona, 1977, p. 113).

    19. Arte en el que el Estado debe ser el principal alumno, y la enseanzabsica consistir en aprender a respetar sin temer la propagacin por lasociedad del arte anterior.

    20. Ms seguro, s: definitivo, no. Las palabras finales de la SegundaM em oria aluden claramente a la necesidad de un cambio de mentalidad, envirtud del cual el campesino deber cuestionar algunas de sus ms sagradascreencias, como la heteronomia de su racionalidad econmica o el dogma deque la tierra se compra pero no se vende. La recompensa que le espera sermonetaria, pues habr capitalizado su dinero.

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    Slo entonces estarn en grado de permitir al pobre capita-lizar y volver productivos sus ahorros, y a la propiedadadquirir para s a un nuevo sujeto social.

    En su disposicin actual las cajas de ahorro hacen del

    Estado, depositario del ahorro del pobre, el encargado derevalorizarlo dndole un inters del 4%. Mas, puntualiza deinmediato Tocqueville, hay razones econmicas, conjugadascon otras polticas, que vuelven indeseable dicha situacin.Empecemos por aqullas. No es seguro que el Estado quiera,mepos an que pueda, seguir soportando tal carga. Un dep-sito excesivo, superior a las necesidades del gasto pblico, leconstreira por ejemplo a dejar improductiva una parte deaqul. En tal caso, adems de los inconvenientes que suponeno obtener rendimiento de una suma que puede llegar a serconsiderable, el Tesoro se vera en una disyuntiva desfavora-ble en ambos extremos. En efecto, o bien daara al pobrecuyo ahorro forme parte del monto no invertido, o bien, de

    seguir pagndole intereses como a los dems, su financiacinrequerira un aumento en la fiscalidad del contribuyente or-dinario. Tres tipos de intereses divergentes podran resultarlesionados en semejante tesitura. El Estado, cierto, disponede un recurso habitual en la obtencin de intereses, a saber:la adquisicin de renta. No obstante, se trata de un recursocon su peligro incorporado, sobre todo porque est en la

    naturaleza del ahorro el de ser reembolsado a voluntad delacreedor, por lo que slo cabe la inversin en las mismascondiciones la mentada renta . Ahora bien, concluyeTocqueville, cuando se quiere comprar rentas se compranmuchas a la vez, o lo que es igual: se compra caro; cuando senecesita vender rentas se venden muchas a la vez o, lo que es

    igual: se vende barato. No parece ser se el modo en el queel Tesoro apruebe sus cuentas.Decamos que tambin la poltica presiona en la misma

    direccin; primero con un motivo compartido con la econo-ma: el dinero que emigra de la periferia al centro ms fcil-mente se queda en su lugar de llegada que retorna a su lugarde origen, y ms pronto detiene su carrera en el bolsillo del

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    rico que en el alivio de urgencias del pobre. Por lo dems, suviaje al centro lo mismo engrosa la bolsa del potentado queengrasa la maquinaria estatal, y ms an esto que aquello,pues la diferencia que pasa entre uno y otro destinos es la

    que hay entre lo posible y lo seguro. Ms dinero que gastarpor el gobierno significa mayor intervencin estatal en lavida social: ms nmero de decisiones que escapan a losafectados, ms poder y ms centralizado para tomarlas,ms burocracia para apUcarlas^. No slo eso; el depsitoconcentrado en manos del Estado puede, en reahdad, haberido a parar a manos de un gigante con pies de barro, pues lascircunstancias cuyo recuerdo es quiz ominoso, pero noomisible han convertido muchas veces en poco tiempo alleviatn en un ttere, por lo cual la prudencia aconseja pen-srselo dos veces antes de convertirlo en gestor del ahorropblico de tanto alto nmero de pobres. Sin contar con questos, segn se dijo, en tiempos de crisis o de revolucin, de

    pnico real o imaginario, al desear el reembolso urgente desus pequeos tesoros conduzcan a la bancarrota a las arcasdel Estado.

    El alegato contra la situacin actual de las cajas de aho-rro no concluye en favor de su abolicin, sino ms bien alcontrario: en su reforma. Lo cual, por otro lado, no es unacuestin puramente econmica, sino tambin de mentalidad.

    Para el campesino francs^^, en efecto, adquirir los hbitosde la propiedad significa, en primer lugar, hacer un hueco ensu cabeza para la idea de que el ahorro no ha de guardarseen casa a la espera del momento feliz en que pueda transfor-marse en ms tierra, sino que ha de fructificar en la espera.Es decir, ha de aprender a querer capitalizar sus ahorros, lo

    cual, a su vez, significa tanto aprender a confiar en una ins-titucin ajena a su control, como a bajar al centro de unmercado en el que hay una multitud de mercancas y no slo

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    21. Cf. al respecto DA, IIIV, 5, n. 2.22. El lector ha ledo bien: es l, y no el pobre de la industria, el verda-

    dero sujeto del presente discurso.

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    la tierra^^, y en el que caben ms formas de capitalizacinpara el ahorro aparte de las ofrecidas por las propias cajas.

    Un campesino que ha abandonado el nicho de su menta-lidad arcaica como rehquia del pasado, ms la puesta en

    juego de nuevas modalidades de inversin para los ahorrosde los pobres, constituyen pues dos puntos capitales de lareforma tocquevilliana. El futuro no se quedar sin cajas deahorros, pero querr juntarlas a otra institucin, el monte depiedad, en su respuesta a la cuestin social. La pobreza deja-r de ser problema para el porvenir de las sociedades, si el

    pobre, ya imbuido de nuevas ideas y costumbres, logra me-diante el fruto de su trabajo por una parte crear un lenitivoa las miserias de otros pobres, y por otra poner un diqueentre su futuro y la incerteza. A decir verdad, se trata de unanica y misma operacin, y las nuevas relaciones entabladaspor cajas de ahorro y montes de piedad aportan el recursonecesario al respecto.

    Hoy por hoy, nos dice el politlogo francs, el monte depiedad, en su cometido de banco de prstamo bajo empeo,es una institucin fuertemente usurera, aunque en su descar-go quepa alegar su finalidad filntrpica; la financiacin dehospicios. Ahora bien, del todo inadmisible resulta el modocomo se convierte en medio de dicho fin, pues prestar dine-ro sin riesgo y a un elevadsimo inters impulsa a considerar-los como instituciones con cuya ayuda se arruina al pobre afin de prepararle un asilo en su miseria. Si se les desvincula-ra de tal fin acabaran tambin con su condicin de usureroslegales. Y hgarlos a las cajas de ahorro sera la forma dedesvincularlos de tal fin. Con ello saldra perdiendo la in-digencia, pero ganando el pobre: y tambin el orden y la

    moral pblica.En ste su nuevo modo de ser el pobre prestara al po-bre, y la administracin sera slo el intermediario entre el

    P O B R E Z A Y D E M O C R A C I A E N T O C Q U E V I L L E

    23. Es lo que ha hecho el campesino americano, verdadero contramo-delo del francs, pues no slo ha hecho de la agricultura un comercio, sinoque, en el Oeste al menos, cuando rotura un campo [es] para revenderlo,

    no para recolectarlo (DA, IIII, p. 19).

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    pobre que da y el pobre que pide. El Estado compromete suhonor en salir de fiador de la transaccin, y as el enteroproceso se constituira quiz en uno de los pocos inventosdel hombre libres de culpa en sus consecuencias. En efecto,

    el dinero del pobre se quedara en su propia zona, en lugarde buscar residencia en Pars. Sin ese viaje, recurdese, losbaluartes econmico y poltico de la concentracin y de lacentralizacin respectivamente quedaran sin un aliado im-portante. Adems, el que presta no pierde, pues el que piderecibe en compensacin de la cosa empeada, shdo garantede su promesa de devolver lo obtenido; sin contar con que elque presta recibe ms por prestar y el que pide tiene menosque devolver gracias a la simplificacin de los trmites in-herente a la nueva situacin. Un proceso, en fin, sencillo yfiable, al que el razonamiento abona con su certeza y laexperiencia con hechos, entre los cuales cabe destacar cmoen Metz, el laboratorio donde el experimento fue antes rea-

    lidad, pervivi como estaba tras las turbulencias polticas dela Revolucin de 1830 y su anexa crisis financiera.Tal sera la solucin ideada por Tocqueville, al menos

    mientras no lleguen los tiempos en que el pobre quiera in-vertir y no slo prestar, y el Estado disponga las cosas demodo que aqul pueda hacerlo si quiere.

    Ante los ojos de su autor, las Memorias aqu presentadasno gozaban de un fuerte aprecio, mas el hecho manifiesto dequedar, ambas, sin perfilar quiz no sea la primera de lasrazones de su juicio^''. Con todo, el seguimiento de su cursonos ha permitido observar cmo el vasto teatro en el que lapobreza desempea un papel inexcusable, a saber, el de lasnuevas relaciones de propiedad, ha sido puesto en su integri-dad bajo la luz de los focos. En lo sucesivo, el pensamientode Tocqueville no sabr prescindir del antiguo advenedizo,cada vez ms presente cuando se habla de futuro, en el que

    A N T O N I O H I K M O I A A N D J A K

    24. Cf. la carta indita de Tocqueville a Duvergier de 4 de mayo de1837 (citada por Melonio en su Introduction, cit., p. 23).

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    representa una certeza que se explica con enigmas^^. Aunqueslo fuera por eso, las Memorias constituyen el nexo deunin entre la primera Democracia y la obra posterior, acomenzar por la segunda, pero sin excluir algunos de sus

    geniales escritos de oposicin al rgimen orleanista o su chef doeuvre sobre el Antiguo Rgimen. Tal significado, pues,vuelve de por s prescindibles tanto el juicio del autor comosu carcter incompleto. Mxime cuando en ellas, segn he-mos hecho notar, la pobreza, en cuanto artculo clave en laley^ de la propiedad, es presentada no slo como fenmenoeconmico, sino igualmente como problema poltico de pri-mera magnitud, y ello pese a haberse pasado por encima delos dos nuevos axiomas de la ciencia industrial; la nueva ymxima prioridad del legislador en el mundo poltico^^.An volveremos sobre ello.

    La pobreza que atrajo la atencin de Tocqueville era lapobreza moderna, en cuyo centro estaba precisamente el tra-

    bajador, no el mendigo que desde siempre ha deambuladopor las ciudades extendiendo su mano para recoger la cari-dad bien que tal metamorfosis acabara siendo el destinode muchos de aqullos, y ni siquiera, al menos en Francia,el campesino que haba heredado su pobreza de sus ances-tros. Se trataba en su mayora de antiguos agricultores oartesanos a los que el proceso de modernizacin haba ido

    arrancando de sus destinos marcados y llevado, en especial apartir del siglo xviii, cuando la Revolucin industrial inicisu andadura, desde la tierra o la manufactura a las fbricas.

    P O B R E Z A Y D E M O C R A C I A E N T O C Q U E V I L L E

    25. Baste un ejemplo: las crisis industriales forman parte del tempera-mento democrtico, son una enfermedad incurable de las democracias mo-

    dernas, en especial de la americana; su aparicin es perfectamente predictible: su estallido, su intensidad y su duracin no (DA, IIII, p. 19).

    26. DA, IIII, 20 (subrayado nuestro). Esos dos axiomas configuran en-tre s la alienacin del obrero, por decirlo en un lenguaje marxiano, cuyasideas aparecen aqu claramente anticipadas. Para Tocqueville, en efecto, conla divisin del trabajo el arte se perfecciona a medida que el artista se empo-brece, y la mayor productividad del trabajo se acompaa de una prdida deespiritualidad en el trabajo a causa de la maquinizacin experimentada por eltrabajador.

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    Aqu nada importa si entre esos trabajadores predominan losque han sido expulsados de sus hogares, de sus hbitos, desus creencias, y en general de la consolidada retcula de susrelaciones humanas; o bien son aqullos, desapercibidos por

    Engels en sus observaciones sobre los efectos de la Revolu-cin industrial en su manchesterizada Inglaterra, que hanemigrado voluntariamente a la ciudad, donde han encontra-do a parientes y amigos, y as recompuesto ciertas continui-dades familiares, culturales y sociales, o, en suma, una ciertafusin entre campo y ciudad^^. Slo su condicin de pobreses lo que en estos escritos atrae a Tocqueville, es decir, sloa los pobres de entre ellos, pues slo esta clase es lo que lver de la futura clase en s de Marx. Son aqullos a quienesviramos privados del maana en su tiempo porque la po-breza los fuerza a vivir al da, de quienes no vimos el plan nila previsin en su mente, ni la prudencia en sus actos por lamisma razn. Quienes cifraban su moralidad en apurar has-

    ta el fondo, y de un trago, la copa de placer que su urgidacondicin ocasionalmente les ofrece, agobiados como estnpor un horizonte preado mucho ms de miedo que de espe-ranzas aun cuando el miedo, recurdese, era nulo, y enel que la luz de la incertidumbre es la ms brillante estrellade su firmamento. Resistir el cerco diario de la muerte erapara muchos de ellos su gran victoria cotidiana, aunque no

    el mayor trofeo al que les caba aspirar, pues la necesidad ola indiferencia mantena permanentemente abierta a sus pa-sos la puerta de la transgresin. La pobreza la haba trado elprogreso, pero sera su negacin si el mismo progreso nohubiera trado con su amenaza ciertos medios para conjurar-la. En cualquier caso, con sus consecuencias sobre la socie-

    dad lo que el progreso s ha perdido para siempre ha sido lainocencia^*.

    A N T O N I O H I K M O I A A N O O j A K

    27 . P. Macry, La societ moderna, Bologna, 1992, pp. 135140.28 . Y, en especial, su forma extrema, la encarnada en la ficcin de la

    mano invisible. Por lo dems, Malthus ya haba dirigido contra ella toda suartillera, tanto en su crtica de la Ley de Pobres, como en las dirigidas aGodwin y Adam Smith, en las que responda tajante y negativamente a la

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    Ahora bien, ante el espectculo de un elevado y siemprecreciente nmero de individuos que se van amontonando enla periferia del sistema social, es posible seguir hablando dedemocracia? El rasgo definitorio de la misma en la vida so-

    cial era la igualdad de condiciones, como era la soberanadel pueblo su rasgo definitorio en la vida poltica; conformeaumenta el nmero de indigentes ocupados primariamentede su supervivencia, a medida que la sociedad experimentauna fractura tras otra y la voz del derecho queda ahogadapqr el grito del estmago, cabe seguir considerndola unnico cuerpo igualitario, contar a los marginados por la po-breza o a los deshauciados por el hambre entre los que haceno aplican las leyes?^*.

    Si redujramos a lasMemorias nuestro campo de investi-gacin el problema apenas si se planteara, pues siendo In-glaterra y Francia los dos referentes histricos principales, lapregunta por la composicin del soberano sencillamente so-

    bra, pues la pobreza poltica, esto es, la de quienes no po-seen derecho al voto, est an ms extendida que la pobrezasocial. Y la relativa a si es posible concihar pobreza e igual-dad de condiciones se saldara, pese a todo, con un s. Auncuando las lneas conducentes a la fractura social son yaplenamente visibles, hemos de recordar que cuando Tocque-ville traza el cuadro de la pobreza habla como Platn, vale

    decir, de una realidad partida en dos y sin apenas puntos encomn^. Los jirones humanos surgidos al desgarrarse el cuer-po de la sociedad el mendigo de siempre, cuya vida pendede la caridad, o el indigente de hoy al que el nuevo ordeneconmico mira con desprecio y trata sin contemplacionesvagan como almas en pena ms all de la esperanza y de la

    teora. A los otros, por el contrario, a los obreros pobres ancuestin acerca de la perfectibilidad del hombre y de la sociedad con la queabra sus reflexiones (op. cit.,caps. 5, 1014 y 16; cf., por ejemplo, las pp. 98,133134, 169 y 189). A lo sumo, deca Malthus, las clases bajas podrnmejorar, pero nunca suficientemente (p. 172).

    29. Son sas las funciones que distinguen al soberano (cf. DA, II, caps.3 y 4).

    30. Cf. La Repblica, VII, 551 b.

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    integrados en el proceso productivo, una conducta frugal lespermitira destilar cierto ahorro de su salario, y una adapta-cin de sus creencias a los tiempos les instara a desear capi-talizarlo. De este modo, no slo el futuro dejara de sorpren-

    derles desvalidos cuando les atacase con una de sus crisisrepentinas; asimismo, la igualdad de condiciones realidaden la otra orilla del Atlntico y tendencia dominante ensta podra proseguir, aun cuando de manera ms preca-ria, su providencial marcha.

    Una respuesta ms cabal a nuestra doble interrogante nos

    la proporciona el resto de la obra tocquevilliana, a comenzarpor la segunda Democracia, pues en ella el asunto de lapobreza, lejos de anahzarse por separado y como si de unproblema independiente se tratara, se ve insertada en su con-texto natural: el de la economa. Y una vez situados dentrode este mundo, las seales captadas en l poco o nada detranquilizador anuncian para el futuro de la democracia.

    Aunque la igualdad favorezca indirectamente el comercio,que, agradecido, le devuelve a su vez el favor^, y aunque laclase media que se va formando sea enemiga nata de la revo-lucin a causa de su amor al bienestar, la industria en cam-bio en poco tiene las exigencias de la igualdad, y por sunaturaleza tampoco las de la libertad. En efecto, la industriaincide de manera directa en el mbito poltico, donde seconstituye en un captulo aparte entre los procesos^^ que enel mundo contemporneo favorecen a esa enemiga jurada dela libertad que es para Tocqueville la centralizacin. La in

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    31. DA, IIII, p. 19.32. Son numerosos los factores a los que Tocqueville apunta cuando

    rastrea el porqu de ese descomunal crecimiento del poder soberano en losEstados modernos, y entre ellos desde luego descuella la industria; pero tam-bin ese mismo amor al bienestar con el que tropezramos hace un instante, oincluso el entero dispositivo financiero, sin excluir los prstamos y el mismsi-mo ahorro que antes vimos escudo del pobre contra la miseria. La casusticade los mismos puede hallarla el lector en DA, IIIV, 5. Por lo dems, el nexoindustria/centralizacin no se borrara ya del pensamiento de Tocqueville (cf.L Ancien Rgime et la Rvolution, Gallimard, Paris, 1974, II, 7, donde scdeclara que la industria francesa se va a vivir a Paris porque all estn tambin

    el ocio, el placer, el pensamiento y, por supuesto, la administracin).

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    dustria es el reino de la incertidumbre y de su causa, la crisis.Mejora la condicin econmica de los trabajadores con lamisma facilidad con que la hunde despus, por lo que re-quiere ms que ninguna otra actividad la existencia de reglas

    es decir: de un Estado que regule a fin de impedir que elfoco potencial de inestabilidad se transforme con el andardel tiempo en foco permanente de miseria.

    As, pues, la industria produce concentracin poltica co-mo consecuencia de su incidencia social; en su funcionafliiento es como una noria que eleva por un cierto periodo la

    vida de los obreros para bajarla a continuacin, convirtin-dose para algunos de ellos durante cada vuelta en una autn-tica ruleta rusa . De otra parte, la industria no slo actasobre la esfera poltica: simultneos, decamos, son sus efec-tos sobre la social, y si all permita la supervivencia de laigualdad mientras atentaba contra la de la libertad, aqu es elpropio dolo anterior el que ahora se derrumba a sus pies. El

    mismo proceso del que resulta econmicamente la produc-cin de ms y mejores bienes produce socialmente dos clasesde hombre cada vez ms desiguales entre s: el obrero y elpatrono; slo ste rene las cualidades que le hacen porta-voz de la humanidad en su persona, mientras aqul se degra-da irremisiblemente al punto que la mquina termina porreconocerlo como uno de los suyos. Dicho con otras pala-bras, lo que la industria produce es una rearistocratizacinde la sociedad, dos tipos humanos al que el contrato une ytodo lo dems espritu, intereses, gustos, etc. separa. Esposible en tal caso seguir sancionando la igualdad de condi-ciones como sea de identidad democrtica? La respuesta deTocqueville es mucho ms precavida que la de algunos de

    sus intrpretes, pues mientras l se limita a sealar que enrealidad la industria es una porcin muy pequea de la so-ciedad; que su desigualdad inmanente es contrarrestada porsu opuesta en las dems esferas de la sociedad; que la nuevaaristocracia ni siquiera forma una clase porque los ricos vie

    33. Para ellos o tambin para los mismos industriales, asevera Tocqu

    ville {DA, ibid., p. 423).

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    nen y van al socaire de la agitacin que preside la vida de-mocrtica, pero luego se muestra incapaz de concluir el ra-zonamiento sin mostrar su inquietud tras mirar el avenir^*;mientras hace eso, decimos, Aron, por ejemplo, se vale de

    esos y otros argumentos para concluir, con optimismo nocompartido por el autor, que a ste la nueva desigualdad nole parece contradecir la tendencia igualitaria de las socieda-des modernas, e incluso que se atenuar conforme las so-ciedades modernas se vuelvan ms democrticas^^. La obraposterior de Tocqueville, aun cuando centrada en Francia,muestra que sus recelos americanos tenan su razn de ser.

    Al escudriar en el actual desencanto poltico en queparece anegar la Francia contempornea durante gran partede la dcada de los aos cuarenta, el autor de la Democraciaen Amrica se topa con la Revolucin de 1830, que con suhomogeneizacin e incluso uniformidad de las clases habacompletado socialmente la gran Revolucin de 1789. En el

    Parlamento los dos partidos estn compuestos por hombresdiferentes por sus gustos, pero muy similares en sus opinio-nes; hombres a los que su ambicin les hace librar guerrasintestinas, ya que las medidas de direccin poltica se ase-mejan a las del bando nominalmente rival casi como dosgotas de agua. La sociedad, que asiste al espectculo, enabsoluto entiende a los actores ni vive su drama. Por qu?

    La razn es que el tejido social no cesa de desgarrarse pro-gresivamente, que las diferencias entre un grupo minorita-rio cada vez ms restringido y una mayora que no deja deampliarse dividen a la sociedad en dos campos enemigos, alpunto que un perfume de revolucin revolotea por los aires.Y si en esos momentos de tranquihdad poltica se anuncia

    ya el estallido de una conmocin social, ello es debido a quela industria y el resto del orden social francs marchan porcaminos enfrentados. Por su propia naturaleza, la propiedad

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    34. DA, IIII, 20, pp. 224225.35. Les tapes de la pense sociologique, Gallimard, Paris, 1967, pp. 228

    229. Cf. tambin la notable introduccin de Marino Revedin a su Prefazione

    a la edicin de estos mismos textos de Tocqueville (Roma, 1998, p. 50).

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    profundiza la desigualdad, mientras la igualdad preside inal-terable el resto de la vida social. Un mundo de riqueza yotro de pobreza, de extensin y poder inversamente pro-porcionales, miden sus armas en el territorio de un futuro

    cercano, cuando leyes y costumbres parecan tratar slo conciudadanos y entre iguales. Es la aristocracia, nueva pero yaconstituida en clase, frente al ejrcito de obreros, al que laindustria rene en los mismos lugares favoreciendo la rebe-lin, y el doble mal que contemporneamente le azota elde] sufrimiento y el de la frustracin por sus carencias leenciende la mecha con la chispa del resentimiento. Por sifuera poco, la igualdad es radicalmente iconoclasta con losvalores del pasado, por lo cual el antiguo respeto, y aundevocin, despertados por la propiedad en su calidad dederecho a los derechos, hoy es contemplado desde el camporival como el ltimo vestigio de una civilizacin aristocr-tica que ha perdido todos los dems. Tocqueville es tajante:

    en un futuro muy prximo habr revolucin: y toda revo-lucin futura, aqu y fuera de aqu, tendr por centro lapropiedad^ .

    La conclusin deducible de nuestro rpido recorrido porla obra tocquevilliana emite un veredicto negativo en la con-troversia entre industria y democracia, pues las declara in-

    compatibles^^. En Amrica como en Francia la industria, enpoltica, por su connatural inestabilidad, acenta la centrali-zacin, amiga posible de la igualdad, pero enemiga segura de

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    36. Cf. sus trabajos Les partis qui existent en dehors de la majorit nepeuvent faire la rvolution, publicado el 5 de enero de 1843 en Le Sicle,yDe la classe moyenne et du peuple, de 1847 (ambos en O.C., III, 2, pp.101106 y 738741, respectivamente). La revolucin, como es sabido, llega-ra algunos meses despus.

    37. El mago de la prediccin que fue Tocqueville no acert en cambio aprever que el inevitable desarrollo industrial traera riqueza tambin para laclase trabajadora, diferenciando en el seno de sta una clase media interpues-ta entre el rico y el pobre, del mismo modo que en los orgenes de la indus-tria sta haba creado en ella a la clase interpuesta entre la aristocracia y elcampesinado. Con todo, vista a escala mundial, la creencia de Tocqueville se

    revela sobre todo inexacta por incompleta.

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    la libertad. En Amrica, adems aun cuando desde un pun-to de vista social suscite ms perplejidad y preocupacin querechazo, a pesar del creciente nmero de pobres, incidenegativamente de otra manera en el mbito poltico. Ms

    arriba aludimos a la repercusin de la divisin del trabajosobre el obrero; decamos que aumentando la productividaddesbastaba la mquina que hay en l a costa de su espiritua-lidad, que el arte triunfaba a costa del artista. Pero el fen-meno de la aristocratizacin no era slo asunto monetario;frente al irremisiblemente bruto en que queda desde ahora ypara siempre^* el obrero, una figura mayesttica se alza, ladel empresario. Su mirada no choca permanentemente con-tra la cabeza del alfiler de smithiana memoria, sino que sepasea sobre un vasto conjunto de cosas y relaciones queaceran su vigor, su inteligencia y su sensibiHdad. La cuestinaqu no es que este abanderado de la humanidad parezcanacido para mandar como el bruto nacido para obede-

    cer; la cuestin es que esta negacin del gnero humano enla persona del ltimo, este ser dbil, limitado y dependien-te, este antiguo hombre al que su fijacin a un trabajo siem-pre idntico ha vuelto bruto y enfermo, podr desde luegoseguir siendo considerado por las leyes como parte del sobe-rano, pero la realidad ha dejado la teora sin aplicacin, puesnunca un sujeto como el descrito se hallar en condiciones

    de formar parte del proceso directivo de la sociedad. EnFrancia, donde el individuo en cuanto individuo no era so-berano, donde la creencia en la igualdad no tena transcrip-cin poltica inmediata, la industria slo poda dejar su hue-lla sobre la igualdad de condiciones imperante en la sociedad.Mas all, ciertamente, s se hizo notar con su devastador

    resultado: pobreza y riqueza eran las nuevas criaturas querepresentan la divisin en dos del antiguo cuerpo nico, losdos polos de una fractura social de impensable recomposi-cin. Se trataba, en definitiva, de una situacin revoluciona-ria cuyo estallido dependa slo del tiempo.

    38 . DA, IIII , 20, p. 222.

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    Ahora bien, la identidad de ese individuo doblementedespojado por la industria de su sustancia democrtica noses ya sobradamente conocida. El sujeto incapacitado poraqulla para el ejercicio autnomo y responsable de sus de-

    rechos a causa de la esterilizacin de su vida espiritual, elsujeto subordinado al nuevo aristcrata y relegado a la basede la pirmide social, es, en efecto, el mismo sujeto a quienvimos caer con suma facilidad en la pobreza y toparse contraun muro al intentar salir de ella. Nos hallamos aqu ante elcabal retrato de la mquina humana cincelada por la indus-tria, y ante ese pobre, habitante del hemisferio sur de lasociedad y desterrado del soberano o invalidado de oficiopara serlo, seguiremos reconociendo a un igual en un uni-verso de iguales, a un hacedor y aplicador de las leyes alldonde tambin se le reconoce hbre? O, para volver a las

    Mem orias, es suficiente con proyectar un salario del que laempobrecida hormiga humana logre acarrear cierto ahorro

    como alivio a su degradante situacin? Aun cuando el aho-rro resistiera las embestidas de las nuevas oleadas de proleta-rios llegadas del campo o de la manufactura; aun cuandoresistiera las todava mayores de las connaturales crisis pe-ridicas de la industria en suma, aceptando la excepcinpor norma a fin de avenirnos a los deseos de Tocqueville,las expectativas de mejora apenas si aadiran nada al man-

    tenimiento de la situacin actual. Es su trabajo el agenteprimero de su probreza, como lo es de su embrutecimiento yde su marginacin; el patrimonio psicolgico atesorado aladquirir los hbitos de la propiedad, en especial el de lapreocupacin por el futuro, le es expropiado con sorda vio-lencia por las relaciones de propiedad; el horizonte de sus

    esperanzas nunca estar muy alto cuando no cesan de rondaren torno a su morada el grito del hambre o la amenaza deldesempleo. La sombra humana a la cual el salario autoriza asobrevivir ordinariamente, el ahorro a no morir en circuns-tancias especiales de penuria al sobrevenir la ensima crisis,es la misma criatura inferior que previamente ha sido sacri-ficada por el instrumento que habra de representar su salva-

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    cin, esto es, su trabajo, la maquinal actividad mediante lacual canjea supervivencia fsica por muerte espiritual y leconstrie a ser la periferia de s mismo^^.

    En esta tesitura, qu valor teraputico cabra atribuirleal remedio propuesto por Tocqueville, qu beneficios podradeparar?, tiene sentido administrar una medicina que inci-de en los efectos sin tocar la causa? El ahorro se ofrece comohumilde panacea frente a las crisis de maana, mas el salariodel que se extrae lo es de un trabajo que deshumaniza yenferma a quien empobrece; y qu devuelve la humanidad

    a la mquina, el vigor a un cuerpo ya valetudinario?, porqu habra de querer ahorrar una mquina si su destino esperfeccionarse como mquina, es legtimo exigirle a un esp-ritu que ahorre trabajando por convertirse en cuerpo? Siahorra, dice Tocqueville, el pobre adquirir los hbitos dela propiedad, pero ese rgimen de propiedad est habituadoa dividir el mundo en ricos y pobres, en humanos y mqui-

    nas: quin podra convencer a un sujeto de que su inters esaspirar a un estatus de pobre e inferior en un mundo llenode riqueza y de seres superiores, de que su dignidad consisteen reproducirlo y ampharlo? O, en su defecto, quin podraconvencer a una mquina de algo?

    As, pues, el desarrollo del pensamiento de Tocqueville

    acerca de la propiedad en los textos ulteriores a las M emorias reduce notablemente la eficacia del tratamiento de lapobreza aphcado en stas. Ni la cuestin debatida la ca-sustica del pauperismo, ni la solucin aportada el aho-rro son asuntos meramente tcnicos; el contexto en elcual se insertan les confiere una carcter radicalmente an-tropolgico, en el que est en juego nada menos que la

    propia constitucin del hombre'*, en cuanto las relaciones

    39. El remedio propuesto por Tocqueville le alineara entre quienes nohan comprendido (K. Polanyi, op. cit.) la conexin sustancial entre libera-lismo y pobreza, que ha llevado a afirmaciones como la de Ewald, para quienel liberalismo define una poltica que produce necesariamente la miseria dela mayora (citado por R. Susn Beltrn, op. cit., pp. 7273 y n. 170).

    40. La maquinizacin del hombre en el proceso del trabajo le convier-

    te en un ser amoral, es decir, incapaz de libertad y de responsabilidad; de

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    de propiedad dominantes por doquier en los pases indus-trializados, en rpido proceso de universalizacin, adems,destinan a la inmensa mayora del gnero humano a unascondiciones infrahumanas de las que salen heridas de muer-te tanto la natural unidad del mismo cuanto la libertad detodos los individuos aherrojados al inframundo. La defini-tiva solucin adoptada por Tocqueville, y el modelo deEstado de raigambre liberal subyacente a la misma laapuesta por una solucin prevalentemente privada a la cuesti social, su intento por recomponer la armona entre

    el capital y el trabajo mediante la palanca del ahorro, semuestra impotente ante los estragos producidos por el pri-mero en el segundo, saldados como hemos visto en la ex-pulsin de la mayora de los hombres del mundo humano:en la conformacin de un individuo pobre, enfermo, enaje-nado e impotente, pero capaz de sobrevivir como tal me-diante el ahorro: el hombremquina.

    La genuina respuesta, como el propio Tocqueville indi-cara con el pasar del tiempo, aunque nunca llegara a desa-rrollar, pasaba por establecer modificaciones ms o menosprofundas al derecho de los propietarios'. Mas tan titnicatarea no se reahzara relegando el papel del Estado en lacuestin de la pobreza al asistencialismo del Antiguo Rgi-men, cuyos sujetos eran mendigos, expsitos, ancianos, mu-

    jeres, impedidos, etc. Entre otras cosas, porque la pobreza sehaba redefinido en los tiempos modernos Tocquevillemismo es ejemplo de ello, y extendido su radio de accinhasta, arraigando en pleno corazn del proceso reproductorde la sociedad desde la periferia de la misma, abrazar alsujeto del trabajo: al trabajador; y, en segundo lugar, porque

    en esta nueva figura no slo era una cuestin social, sino

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    hecho, en algo no humano, y que no podra tener cabida en el mundo de loshombres. Es quiz el punto donde, sin proponrselo, Tocqueville se vuelveroussoniano (acerca de las relaciones entre Rousseau y Tocqueville vale lapena consultar el texto anteriormente citado de Revedin, cuyas tesis, quemuestran dos teoras enfrentadas, suscribimos plenamente).

    41. De la classe moyenne..., cit., p. 741.

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    tambin una cuestin poltica: el ejercicio de los derechospolticos atribuidos a todos los individuos en cuanto indivi-duos exiga el establecimiento de los derechos de segundageneracin, los econmicosociales. De hecho, Tocqueville,

    en unas notas redactadas posiblemente en el otoo de 1847,ya abogaba por una nueva poltica fiscal que exonerase delas cargas a los ms pobres y dejara sin taxar las cosas nece-sarias, as como por la fundacin de instituciones destina-das a la elevacin y enriquecimiento del pueblo, entre lasque destacaban, junto a las cajas de ahorro y los institutos decrdito, otras como escuelas gratuitas o leyes restrictivasde la duracin del trabajo, etc.''^. En definitiva, postulandoun mayor intervencionismo estatal Tocqueville se aliaba conotros liberales que, como Bentham'*^, tambin optaron porasignar tareas sociales al Estado en lugar de pedirle que seretirase a la cuneta de la sociedad, como los fautores dellaissez-faire*'.

    Si al Tocqueville de 1847 le resultaba insuficiente el plan-teamiento del Tocqueville de diez aos atrs en la problem-tica objeto de nuestro estudio, qu decir hoy del mismo?Pobres sigue habiendo en los pases ricos, pero las masas de

    42 . Cf. O. C., III, 2, pp. 742744.43. Entre ios fines del legislador, segn Bentham, est el de proveer a la

    felicidad pblica, la cual pasa, entre otros objetos, por garantizar no slo lasubsistencia sino tambin la abundancia (Tratados de legislacin civil y penal,Editora Nacional, Madrid, 1981, pp. 105 s.).

    44. Liberar la economa del arbitrio del funcionario de turno, o delfuncionario mayor, era quiz el gran propsito de estos liberales, a comenzarpor los fisicratas, en su exigencia de libertad para la economa, esa extraacriatura, benvola por naturaleza incluso contra su voluntad, que repartien-do riqueza por donde pasaba terminara por liquidar aqu y all las relacio-nes polticas del monto de necesidades humanas, y ello tanto interna como

    internacionalmente. As de felices al menos se las prometa A. Smith (cf.Fierre Rosanvallon, Le libralisme conomique, Seuil, Paris, 1989, cap. III,secciones 1 y 3), como es sabido. La historia, empero, tena ya en su habercasos con los que hacer ejemplos de cmo a veces la fuerza tiene menospoder que la voluntad, y de que un no resulta en ocasiones ms daino quela espada. En esto el presente es como su madre, pues basta con lanzar unasuperficial ojeada al escenario internacional para advertir cmo el mal porexcelencia temido por la mayora de los pases no es la invasin, sino la noinvasin o la retirada: de capitales, se entiende.

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    pobres, la pobreza como institucin, tiene sus palacios en lospases del tercer y cuarto mundos, el actual inframundo delas sociedades postindustriales. Sealarles en el ahorro unpaliativo a sus miserias sera, en la ms benigna de las hip-

    tesis, slo una burla, algo que slo cabra en la mente de unloco o de un economista, segn reza el dicho. A cualquieractor de ese teatro de los horrores, la condicin del pobre delos pases del primer mundo, salvo excepciones, puede anto

    jrsele mucho ms paradisaca an de cuanto pareciera alpordiosero espaol la del pobre ingls en poca de Tocquevilfe. La pobreza, como el vicio segn Racine, tambin tienegrados, y en lo alto de esa lacra social campea una aristocra-cia de pobres que mira de espaldas al gran ocano de desha-rrapados.

    Mas, a pesar de la emigracin de la pobreza hacia lasrestante regiones del planeta, el primer mundo no se ha que-dado sin ella. Sin duda, el desarrollo econmico, al generar

    riqueza, logr desbastar en tan deleznable materia toda esaclase media que desde antiguo, desde Eurpides y Aristteles,ha sido considerada conditio sine qua nonde la conservacinde la democracia. Fue sta, a lo largo de un sHdo y conti-nuado proceso institucionahzador, la que as hizo en parterealidad el sueo liberal de erradicar la pobreza. El mercado,centro de aquel sueo, y a partir del cual la mano invisible

    irradiara sus taumatrgicos efectos por la entera sociedad,fue parcialmente contenido en su voracidad merced al esta-blecimiento de los derechos sociales y econmicos, un frenonormativo completado con el del sistema de seguridad so-cial, y aparentemente perfeccionado con la fijacin de unosingresos mnimos de insercin''^. El Estado social democrti-co perfeccionaba y refrenaba en tal modo, repetimos, el idea-rio que acerca de la pobreza forjara el liberalismo el cual,por lo dems, con el paso del tiempo haba visto desplomar-se uno a uno los pilares constitutivos del dogma: el librecam-bio haba devenido concentracin monopolista; el individua

    45. Cf. R. Susn Beltrn, op. cit., caps. IIIV.

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    lismo qued sepultado en medio de la floracin de organiza-ciones y grupos de inters que realumbraron una nueva ycorporativa edad media en el seno del sistema que se queracomo su inmediata negacin; por ltimo, el Estado, preten-dido mnimo, creci y creci hasta los lmites insospechadosde hoy da, y sin dejar de mantener durante su crecimientorelaciones estables con tales grupos'*.

    Por su parte, la pobreza, lejos de dejarse vencer por taleuforia, se ali de manera inextricable con ella, pues el cre-cimiento de la poblacin todava seal inequvoca de buen

    gobierno hasta bien entrado el siglo xviii'*'' que acompael desarrollo del capitalismo llevaba a la arena del mercadoun nmero de hombres muy superior al necesitado por lasfbricas; despus porque la economa nunca perdon suscclicas crisis, fueran sus motivos endgenos sobreproduc-cin, por ejemplo o exgenos polticos, ni olvid nun-ca cerrarlas con el sello de la casa, o sea, ehminando em-

    pleos, vale decir, expulsando trabajadores del mercado detrabajo'**. Asimismo, la pobreza atrajo hacia su mbito nue

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    46. Cf. P. Macry, op. cit., pp. 158159.47. Rousseau, como antes Montesquieu o Diderot, son fieles exponen-

    tes del para ellos axioma poltico. Malthus, por ejemplo, lo ampliar alterreno social y moral al convertirlo en el criterio por excelencia de la

    felicidad e inocencia de un pueblo (op. cit., p. 106).48. En realidad, y como vemos a diario en el comportamiento de las

    grandes empresas, stas no necesitan de crisis para hacer valer su amor porciertas tradiciones; en el mundo dominado por las revoluciones tecnolgi-cas, donde stas estn tan a la orden del da que ya ni el pobre de Tocquevi-lle es un punto fijo, aun cuando s lo sea la ley dominante en el mismo, la delbeneficio; en un mundo tal, decimos, incluso el instrumento que preservarasu libertad a la vez que garantiza la supervivencia de sus agentes ms nobles

    la libre competencia da por ello al traste con los ms innobles,entre loscuales, llegado el caso, cabra contar a sus propias filiales esas mquinas deganancia para sus dueos, pues pagan un salario ms reducido a los trabaja-dores y se deshacen de ellos a la menor eventualidad contraria; mquinasque lo son de extorsin para el Estado y de incertidumbre y fcilmente demiseria para los empleados antes de soltar lastre propio. Y ese caso llegaconstantemente, porque la competencia tiene por norma para aceptar clien-tes que stos aligeren sus costes de produccin para sobrevivir en ella. De ahla cantilena repetida tanto en frica como en Estados Unidos, en Japn

    como en Latinoamrica, y que el neoliberalismo ha hecho su estribillo prefe

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    VOS adeptos porque enriqueci su peculiar mercado con nue-vos y costosos productos, llegados hasta l en un procesoya notado por Tocqueville al socaire del aumento de lacivilizacin. Los derechos de segunda generacin, en efecto,

    elevaron de manera definitiva la educacin, la salud, la vi-vienda, etc., hasta el rango de necesidades primarias, por locual quienes carecieran de recursos suficientes para satisfa-cerlas entraban en el ahora ms muHido crculo de pobres.

    Con todo, no es la pobreza en s misma el principal problqpia planteado por su existencia. Un hecho privativo de

    nuestra poca, trado tambin y ante todo por la riqueza,por su escandalosamente'*' desigual reparto, es la concentra-cin de generaciones de pobres de orgenes y cualidades dis-tintos, de diversos niveles y culturas en un mismo mercadode trabajo, que por su especial y potencialmente conflictivadiversidad se constituye en un asunto tan poltico como eco-nmico; en un mercado nacional. Nos estamos refiriendo,

    lgicamente, al fenmeno de la inmigracin, y aun cuandono sea ste lugar adecuado para debatir los problemas deesta encrucijada en la que el futuro se juega su existencia, scabe al menos puntualizar que il principe nuovo de maquiaveliana memoria, y hoy de democrtica naturaleza, habr deencontrar respuestas originales para afrontar la presente ydrstica innovacin',slo entonces cabe augurar una respues-ta positiva a la pregunta radical formulada por Touraine enel ttulo de uno de sus ms recientes libros^. Entre talesrespuestas debe figurar una bsica: del mismo modo queTocqueville apunt la necesidad de introducir modificacio

    P O B R E Z A Y D E M O C R A C I A E N T O C Q U E V I L L E

    rido: flexibilidad y desregulacin... Bien mirado, en ese aspecto el mundo de

    la economa es el estado de naturaleza hobbesiano, donde por falta de segu-ridad, pese a la existencia de leyes, cada uno se ve obligado a querer yacumular ms para simplemente mantenerse en su ser, que dira Spinoza (cf.Th. Hobbes, Leviatn,Alianza, Madrid, 1989, caps. XI y XIII, pp. 87 y 106respectivamente).

    49. Quiz un poeta habra gustado aqu de inventar un neologismo:escandolosam en te.

    50. A. Touraine, Podremos vivir untos? Iguales y diferentes, Madrid,

    1997.

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  • 8/12/2019 Tocqueville Democracia y Pobreza Memorias Sobre El Pauperismo

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    nes a ese derecho a tener derechos que por entonces daba lapropiedad, hoy deben introducirse modificaciones en el ac-tual derecho a tener derechos, a saber, la ciudadana^^ Aun-que su concesin al inmigrante sea slo un primer paso, es el

    primero de todos si se aspira a dar pasos definitivos^^, auncontando con la suma provisionalidad de tal trmino referi-do a los asuntos humanos. Convertir al inmigrante en ciuda-dano no le garantiza desde luego un puesto de trabajo, nique ste sea indefinido cuando lo obtenga: tambin en eso elantiguo inmigrante es un ciudadano ms. Empero, la ciuda-

    dana^^ actuar como un disolvente de la cobertura legal quesuelen tomar por escudo las posturas racistas cada vez mspresentes por doquier, que la simple presencia cotidiana delotro en sus vidas hace brotar incluso en contra de los intere-ses materiales por no hablar de los profesados como espi-rituales de quienes las enarbolan. A fin de cuentas, es elnico modo de respetar la igualdad y dignidad consustancia-

    les a todos los miembros del linaje humano^'*, con indepen-dencia del origen de cada cual, dimensin sta en la que elazar es el padre comn de todos. se es el contexto bsicodonde ha de operar la mutua y necesaria adecuacin de losque llegan a los que estn, y de los que estn a los que llegan.En manos de la poltica est el desactivar el potencial ms

    A N T O N I O H I K M O S A A N D J A R

    51. Innovacin esta ltima que no deroga la tocquevilliana, por lo de-ms ampliamente consolidada. Al fin y ai cabo, el sujeto idealmente despoja-do de su condicin de emigrante mantiene la de trabajador.

    52. Mientras tanto, bienvenidos sean, desde luego, los provisorios queanticipan la conversin del hecho en derecho, como el proyectado estatutode residente de larga duracin, en curso de debate por la Comisin Euro-pea, y cuya aprobacin har realidad el sueo del emigrante ecuatoriano queescriba en su diario; Vengo como emigrante, espero que mis hijos no lo

    sean {El Pas, 12 de marzo de 2001).53. Con independencia aqu de la concepcin que se tenga de la misma,

    si integrada, diferenciada o compleja (cf. al respecto