tlacaelel de antonio velasco piña

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    Antonio Velasco Pia

    TlacalelEl Azteca entre los aztecas

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    Antonio Velasco Pia Tlacalel

    Derechos reservados Copyright (c) 2002Las caractersticas de esta edicin son propiedad deEDITORIAL PORRA, S.A. DE C.V.-4 Av. Repblica Argentina 15, 06020 Mxico, D.F.Queda hecho el depsito que marca la leyISBN 970-07-3439-0 (Rstica) ISBN 970-07-3330-0 (Tela)IMPRESO EN MXICO PRINTED IN MXICO SCAN

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    A la memoria de mi hermano MiguelA Gaby mi esposa

    A Carlos Miguel mi hijo

    "...oquipan oquimatian mochiuh in tlacatl

    catea initoca Tlacayelleltzin Cihuacohuatl in

    cemanahuac tepehuan".

    "...y esto ocurri en la pocadel seor Tlacalel; el

    Cihuacatl, el Conquistador

    del Universo".Crnica Mexicyotl, de Fernando Alvarado Tezozmoc.

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    Captulo I

    EL EMBLEMA SAGRADO DE QUETZALCOATL

    Tlacalel recorri lentamente con la mirada el fascinante espectculo que se ofreca

    ante su vista:En el amplio patio interior del templo principal de Chololan, al pie de la gigantesca y

    antiqusima pirmide, estaba celebrndose la ceremonia de iniciacin de los nuevossacerdotes de Quetzalcatl.

    La luz de ms de un centenar de antorchas, en las que ardan aromticas esencias,iluminaba el recinto con cambiantes tonalidades. Una doble hilera de sacerdotes, alineadosen ambos costados del patio, entonaban con rtmico acento antiguos himnos sagrados.Centeotl, el anciano sumo sacerdote, oficiaba la ceremonia ostentando sobre su pecho" elmximo smbolo de la jerarqua religiosa: el Emblema Sagrado de Quetzalcatl. En el centrodel patio, dentro de un enorme crculo de pintura blanca, se encontraba el pequeo grupo dejvenes entre los cuales estaba el, propio Tlacalel que recibiran en aquella ocasin el

    alto honor de entrar a formar parte del denominado sacerdocio blanco, consagrado al cultode Quetzalcatl.

    Para los jvenes que en medio del complicado ceremonial iban siendo ungidos por elsumo sacerdote, aquel acto constitua la culminacin de una meta largamente soada, ylograda a travs de varios aos de incesantes esfuerzos.

    De entre varios miles de adolescentes que en todas las comunidades nhuatlaspiraban a ser admitidos en el templo de Chololan, se escoga cada cinco aos a cincuentay dos candidatos. El criterio selectivo resultaba riguroso en extremo; no slo era necesarioposeer una conducta ejemplar desde la infancia y contar con amplias recomendaciones delos principales sacerdotes de la comunidad donde habitaban, sino que adems, deban salirairosos de las difciles pruebas que los sacerdotes de Quetzalcatl imponan para valorar lacapacidad de los aspirantes.

    La extrema dureza de los sistemas de enseanza utilizados en el templo de Chololan,motivaba una considerable desercin a lo largo de los cinco aos del noviciado, por lo querara vez lograban ingresar como nuevos miembros de la Hermandad Blanca ms de mediadocena de jvenes.

    Una vez investidos con la prestigiada dignidad de sacerdotes de Quetzalcatl, los asungidos regresaban a sus lugares de origen, donde muy pronto ocupaban puestosrelevantes, ya fuera como jefes militares y dirigentes eclesisticos, o incluso como reyes delos mltiples y pequeos seoros en que haba quedado fragmentado el mundo nhuatl trasla desaparicin, ocurrida varios siglos atrs, del poderoso Imperio Tolteca.

    Diversas circunstancias singularizaban al grupo de novicios que en aquella ocasinestaban siendo ordenados como sacerdotes de Quetzalcatl. Una de ellas era la de que porvez primera figuraban en dicho grupo dos jvenes aztecas: Tlacalel y Moctezuma, hijos deHuitzilhuitl que fuera segundo rey de los tenochcas y hermanos de Chimalpopoca,quien gobernaba bajo difciles condiciones al pueblo azteca, pues ste se hallaba sujeto aun vasallaje cada vez ms oprobioso por parte del Reino de Azcapotzalco. Otro de losmotivos que singularizaba a la nueva generacin de sacerdotes, era el hecho de queformaba parte de ella Nezahualcyotl, el desdichado prncipe de Texcoco, quien a raz delasesinato de su padre y de la conquista de su reino por los tecpanecas, se haba vistoobligado a vivir siempre en constante fuga, acosado en todas partes por asesinos a sueldo,deseosos de cobrar la cuantiosa recompensa ofrecida a cambio de su vida.

    La admisin en el templo de Chololan, tanto de los jvenes aztecas como del prncipeNezahualcyotl, haba producido desde el primer momento un profundo disgusto en Maxtla,

    el desptico rey de Azcapotzalco, sin embargo, el monarca tecpaneca se haba cuidado muybien de no hacer nada que pusiera de manifiesto sus sentimientos. Centeotl, el sumosacerdote poseedor del Emblema Sagrado de Quetzalcatl, era ya un anciano de ms de

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    noventa aos cuya muerte no poda estar lejana; el sacerdote que le segua en jerarquadentro de la Hermandad Blanca era Mazatzin, un tecpaneca incondicional de Maxtla. Si,como era lo ms probable, al percatarse Centeotl de que su fin estaba prximo, entregaba aMazatzin el Emblema Sagrado, Maxtla vera aumentar el prestigio de su Reino hasta ungrado jams imaginado, lo que le facilitara enormemente la conquista de nuevos pueblos yterritorios. As pues, a pesar del odio que profesaba a Nezahualcyotl y de la posibilidad deque el honor de contar con miembros dentro de la Hermandad Blanca pudiese envanecer a

    los aztecas y despertar en ellos peligrosos sentimientos de rebelda, el monarca tecpanecase guard muy bien de cometer cualquier acto que pudiese disminuir las probabilidades deque Mazatzin se convirtiese en depositario del Emblema Sagrado.

    La ceremonia de admisin de los nuevos sacerdotes haba concluido. Tras formularlas ltimas palabras rituales, Centeotl se dirigi hacia el enorme incensario que arda al piedel altar central, en donde figuraba una impresionante representacin de Quetzalcatl enpiedra basltica; todos los concurrentes supusieron que Centeotl iba a extinguir las llamasdel brasero para dar as por concluida la ceremonia, pero en lugar de ello, al llegar frente alincensario el sacerdote arroj en l una nueva porcin de resinas, producindose con estouna fuerte llamarada que ilumin vivamente el recinto. Enmarcado en el resplandor de lasllamas, Centeotl se dio media vuelta quedando de frente ante todos los participantes,

    despus, con un movimiento repentino y en medio del asombro general, se quit del cuellola fina cadena de oro de la cual penda el Emblema Sagrado de Quetzalcatl.

    El hecho de despojarse en una ceremonia del smbolo de su poder, slo podasignificar una cosa: Centeotl juzgaba llegado el momento de transmitir a un sucesor lapesada responsabilidad de ser el depositario humano de todos los secretos y conocimientosacumulados al travs de milenios por la larga serie de civilizaciones que haban existidodesde los orgenes de la humanidad.

    Una paralizante expectacin dominaba a todos los que contemplaban el trascendentalsuceso y todos se formulaban una misma pregunta: Quien sera el nuevo poseedor delmximo smbolo sagrado?

    Los orgenes del Emblema Sagrado de Quetzalcatl se perdan en el pasado ms

    remoto. Segn los informes proporcionados por las antiguas tradiciones, existi muchotiempo atrs un Primer Imperio Tolteca, cuya capital, la maravillosa e imponente ciudad deTollan,1 haba constituido a lo largo de incontables siglos el mximo centro cultural delgnero humano. Durante todo este perodo, los gobernantes toltecas haban ostentadosobre su pecho, como smbolo de la legitimidad de su poder, un pequeo caracol marinoque le fuera entregado al primer Emperador por el propio Quetzalcatl, venerada Deidadtutelar del Imperio.

    Al sobrevenir primero la decadencia y posteriormente la aniquilacin y desaparicin delImperio, la unidad poltica que agrupaba a la gran diversidad de pueblos que lo habitabantambin haba quedado destruida, dividindose stos en pequeos seoros que vivan enmedio de luchas incesantes, sin que prosperasen ni el saber ni las artes. Escondida enalguna regin montaosa, una mstica orden sacerdotal la Hermandad Blanca de

    Quetzalcatl haba logrado preservar durante todos esos largos aos de oscurantismo,tanto el Emblema Sagrado, como una buena parte de los antiguos conocimientos.

    Ms tarde y teniendo como capital a la bella ciudad de Tula, se haba constituido unSegundo Imperio Tolteca, el que aunque no posea el grandioso esplendor que caracterizaraal primero, logr importantes realizaciones, como el unificar bajo un solo mando a un vastoconjunto de poblaciones heterogneas y el promover en ellas un renacimiento culturalbasado en una elevada espiritualidad.

    Complacidos por lo que ocurra, los guardianes del Emblema Sagrado haban hechoentrega de su preciado depsito a Mixcoamazatzin, forjador del Segundo Imperio y, a partirde entonces, los Emperadores Toltecas ostentaron nuevamente, como smbolo mximo desu autoridad, el pequeo caracol marino.

    Toda obra humana es perecedera, y finalmente, el Segundo Imperio corri la mismasuerte que el primero. Minado por luchas intestinas y por incesantes oleadas de pueblos

    1Teotihuacan.6

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    brbaros provenientes del norte, el Imperio comenz a desintegrarse y el Emperador CeAcatl Topiltzin Quetzalcatl se vio obligado a huir al sur acompaado de algunos miles desus ms fieles vasallos. Al pasar por la ciudad de Chololan centro ceremonial de mximaimportancia desde antes de la poca del Primer Imperio Tolteca los fugitivos fueronamistosamente recibidos y pudieron as interrumpir por algn tiempo su penosa retirada.

    Una tarde, agobiado por la tristeza y el abatimiento que le producan los males queafligan al Imperio, Ce Acatl Topiltzin Quetzalcatl se despoj del Emblema Sagrado y loarroj con furia contra el piso, partindolo en dos pedazos. A pesar de que los prestigiadosorfebres de Chololan lograron reparar el dao, injertando en ambas partes pequeosrebordes de oro que encajaban a la perfeccin y unan las dos piezas en una sola, elEmperador se empe en ver en aquella rotura un smbolo de la divisin que reinaba entrelos pueblos y prefiri encomendar a la custodia de los sacerdotes del templo mayor deChololan una de las dos mitades del caracol. Al llegar a territorio maya, Ce Acatl TopiltzinQuetzalcatl hizo entrega de la segunda mitad del emblema al mximo representante delsacerdocio maya, encomendndole que lo conservara hasta que surgiese un hombre capazde fundar un nuevo Imperio y de unir en l a los distintos pueblos que habitaban la tierra.

    A partir de entonces, las dos mitades del caracol sagrado haban constituido el ms

    prestigiado emblema de los sumos sacerdotes del rea nhuatl y de la regin maya, loscuales aguardaban ansiosos las seales que indicasen la llegada del hombre que lograradar fin a la anarqua y a la decadencia en que se debatan todas las comunidades.

    Portando en sus manos la cadena de oro de la cual penda el Emblema Sagrado,Centeotl descendi lentamente por la escalinata que conduca al altar mayor y se encamindirectamente a la fila de sacerdotes situados en el costado derecho del patio.

    Una extraa fuerza, pareca haber transformado sbitamente al anciano sumosacerdote: su viejo y cansado rostro reflejaba una energa poderosa y desconocida, sus ojoseran dos hogueras de intensidad abrasadora y su andar, comnmente torpe y dificultoso,pareca ahora el elstico desplazamiento de un felino.

    Al llegar frente a Mazatzin, Centeotl se detuvo. Todos los que contemplaban la escena

    dejaron momentneamente de respirar. Tlacalel pens que estaban a punto de realizarsesus temores y los de todo el pueblo azteca: un incremento an mayor en la pesada cargaque tenan que soportar como vasallos de los tecpanecas, lo que ocurrira fatalmente encuanto Maxtla contase con el apoyo del nuevo Portador del Emblema Sagrado.

    Las miradas de los dos sacerdotes se enfrentaron. Durante un primer momentoMazatzin se mantuvo aparentemente impasible, contemplando sin pestaear aquellamanifestacin desbordante de las ms furiosas fuerzas de la naturaleza que pareca emanarde las pupilas de Centeotl, pero despus, repentinamente, todo su ser comenz a versesacudido por un temblor incontrolable, mientras se reflejaban en su rostro, como en el msclaro espejo, sentimientos que de seguro haba logrado mantener siempre ocultos en lo msprofundo del alma: una anhelante expresin de ambiciosa codicia contraa sus facciones, los

    labios se movan en una splica desesperada que no alcanzaba a ser articulada en palabrasy las manos se extendieron en un intento de apoderarse del emblema, pero sus dedos slollegaron a tocar la cadena, pues en ese instante las fuerzas le abandonaron y cay al suelo,en donde permaneci sollozando como un nio.

    Imperturbable ante el evidente fracaso del sacerdote que le segua en rango, Centeotldio dos pasos y qued frente a Cuauhtexpetlatzin, el tercer sacerdote dentro de la jerarquade la Hermandad Blanca.

    Cuauhtexpetlatzin era el ms querido de los sacerdotes de Chololan. Su espritubondadoso y comprensivo era bien conocido no slo por sus compaeros y por los novicios,en cuya formacin pona siempre un particular empeo, sino por todos los habitantes de lacomarca, que acudan ante l en gran nmero, en busca de consejo y de ayuda.

    Un brusco estremecimiento sacudi a Cuauhtexpetlatzin al ver frente a s a Centeotlsosteniendo a cercana distancia de su cuello el caracol sagrado; cayendo de rodillas, suplicangustiado que no se le hiciese depositario de semejante honor, pues se considerabaindigno de ello.

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    Dando media vuelta, Centeotl se alej de la fila de sacerdotes y se dirigi en lnearecta hacia el crculo blanco donde se encontraba el grupo de jvenes a los que habaungido momentos antes.

    Un murmullo de asombro brot de los labios de la mayor parte de los presentes.Aquello no poda significar otra cosa, sino que el sumo sacerdote juzgaba que entre lossacerdotes recin ordenados haba uno merecedor de convertirse en su heredero.

    En medio de una expectacin que creca a cada instante, Centeotl traspuso el crculode pintura blanca y se detuvo frente a Nezahualcyotl. La mirada del sumo sacerdote seguasiendo una hoguera de poder irresistible; sus manos, fuertemente apretadas a la cadena dela que penda el venerado emblema, parecan las garras de una fiera sujetando a su presa.Tlacalel pens que si l se encontrara en el lugar de Centeotl, no vacilara un instante enescoger a Nezahualcyotl como la persona ms adecuada para sucederle en el cargo. Lainteligencia superior del prncipe texcocano, as como su profunda sabidura y elevadaespiritualidad, hacan de l un ser verdaderamente excepcional, merecedor incluso deconvertirse en el depositario del legendario emblema.

    Las manos de Centeotl se movan ya en un ademn tendiente a colocar sobre el cuellodel prncipe la cadena de oro, cuando ste, tras reflejar en su rostro un sbito desconcierto,dio un paso atrs indicando as su rechazo ante la elevada dignidad que estaba por

    conferrsele. Tal pareca que en el ltimo instante, y como resultado de un temorincontrolable surgido en lo ms profundo de su ser, Nezahualcyotl haba llegado a laconclusin de que la tarea a la cual tena consagrada la existencia liberar a su pueblo yreconquistar el trono perdido era ya en s misma una misin suficientemente difcil y llenade peligros, y que el aadir a esta carga an mayores responsabilidades, constitua unalabor superior a sus fuerzas.

    Manteniendo una actitud de impersonal indiferencia, como si actuase enrepresentacin de fuerzas que le trascendieran como individuo y de las cuales fuese tanslo un instrumento, Centeotl desvi la mirada del prncipe de Texcoco y avanzando dospasos qued frente a Moctezuma.

    Una sonrisa de regocijo estuvo a punto de aflorar en el rostro de Tlacalel. Nada poda

    producirle mayor alegra que la probabilidad de que su hermano quedase investido con laalta jerarqua de Sumo Sacerdote de la Hermandad Blanca, sin embargo, no alcanzaba avislumbrar la posibilidad de que el carcter de Moctezuma pudiese compaginarse con lasfunciones propias de semejante cargo. Moctezuma era la encarnacin misma del esprituguerrero. Un apasionado amor al combate y relevantes cualidades de estratego nato,constituan los principales rasgos de su personalidad.

    Moctezuma contempl con asombro la imponente figura de refulgente mirada quetena ante s y en cuyas manos se balanceaba la cadena de la que penda el EmblemaSagrado. Haciendo un esfuerzo sobrehumano trat de permanecer sereno, pero unsentimiento hasta entonces desconocido por su espritu rompi en un instante todaresistencia consciente y se adue por completo de su voluntad. Siguiendo el ejemplo deNezahualcyotl, Moctezuma dio un paso atrs. El ms valiente de los guerreros aztecas,acababa de conocer el miedo.

    En las facciones generalmente inescrutables de Centeotl, pareci dibujarse una muecade complacencia, como si en contra de lo que pudiese suponerse, el viejo sacerdote seencontrase preparado de antemano para presenciar todo lo que ocurra en aquellosmomentos trascendentales.

    Centeotl dio un paso hacia la derecha y qued frente a Tlacalel, sus miradas secruzaron y los dos rostros permanecieron en muda contemplacin durante un largo rato,despus el sumo sacerdote, muy lentamente, fue extendiendo las manos, hasta dejarcolocado en el cuello del joven azteca la fina cadena de oro con su preciado pendiente.

    Con la misma tranquila naturalidad con que poda llevarse el ms sencillo adorno,Tlacalel portaba ahora sobre su pecho el Emblema Sagrado de Quetzalcatl.

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    Captulo II

    CONMOCIN EN EL VALLE

    El cambio de depositario del Emblema Sagrado de Quetzalcatl dio origen a toda una

    serie de acontecimientos importantes que afectaron radicalmente a las diversascomunidades que habitaban en el Valle del Anhuac.

    Al da siguiente de aqul en que tuviera lugar la transmisin del venerado smbolo, fuehallado, colgado de una cuerda atada al techo de su propia habitacin, el cadver deMazatzin. La frustracin derivada de no lograr alcanzar el objetivo al cual consagrara toda suexistencia, haba resultado intolerable para el ambicioso sacerdote tecpaneca. Antes deahorcarse en un ltimo gesto de lealtad hacia su monarca Mazatzin haba enviado unmensaje a Maxtla, informndole con detalle de los recientes sucesos ocurridos en elsantuario de la Hermandad Blanca.

    El enviado de Mazatzin no era el nico mensajero que, portando idnticas noticias, sealejaba de la ciudad de Chololan.

    Guiado por esa intuicin que caracteriza a los autnticos guerreros y que les permitepresentir la existencia de algn posible peligro antes de que ste comience a manifestarseMoctezuma se haba percatado de que el alto honor conferido a su hermano entraabatambin una grave amenaza para el pueblo azteca, pues el disgusto que este sucesoproducira a los tecpanecas poda muy bien impulsarles a tomar represalias en contra de lostenochcas.

    As que, aprovechando los lazos de amistad que le unan con varios de los jefesmilitares de Chololan, el guerrero azteca se apresur a enviar un mensajero a Tenochttlan,que informara a Chimalpopoca del inesperado acontecimiento que haba convertido aTlacalel en el Heredero de Quetzalcatl y lo previniera sobre la posibilidad de algunareaccin violenta por parte de los tecpanecas.

    Cubierto de polvo y desfallecido a causa de la agotadora caminata, el mensajero deMazatzin atraves la ciudad de Azcapotzalco y penetr en el ostentoso y recin construidopalacio de Maxtla. En cuanto tuvo conocimiento de su presencia, el monarca acudipersonalmente a escucharle.

    Al conocer lo sucedido en la ceremonia de transmisin del Emblema Sagrado, la furiade Maxtla se desbord en forma incontenible: orden dar muerte al portador de tan malasnuevas, azot a sus numerosas esposas y mand destruir todas las bellas obras de finacermica de Chololan que adornaban el palacio.

    Una vez ligeramente desahogada su ira, Maxtla convoc a una reunin de susprincipales consejeros, para determinar el castigo que habra de imponerse a los aztecas,pues deseaba aprovechar la ocasin para dejar sentado un claro precedente de lo quepoda esperar a cualquiera que, voluntaria o involuntariamente, actuase en contra de losintereses tecpanecas.

    Al inicio de la reunin, Maxtla se mostr inclinado a adoptar el castigo ms drstico: ladestruccin total del pueblo azteca. Los consejeros del monarca, haciendo gala de una granprudencia que les permita no aparecer en ningn momento como abiertamente contrarios ala voluntad de su colrico gobernante, le hicieron ver que esa decisin resultaracontraproducente para los propios intereses tecpanecas: los aztecas pagaban importantes ycrecientes tributos y, por otra parte, su empleo como soldados mercenarios estaba rindiendomagnficos frutos, pues los tenochcas haban demostrado poseer admirables cualidadescomo combatientes.

    Despus de una larga deliberacin, uno de los consejeros encontr la que parecams adecuada solucin al problema, pues permitira a un mismo tiempo darle el debido

    escarmiento a los tenochcas y conservar intacta su capacidad productiva, que tan buenasganancias vena reportando para Azcapotzalco. Se trataba de dar muerte al monarca aztecaante la vista de todo su pueblo.

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    El mensajero enviado por Moctezuma, remando vigorosamente, cruz el enorme lagoen cuyo interior mediante increble y sobrehumana proeza los aztecas edificaran sucapital. Saltando a tierra, el mensajero recorri a toda prisa la ciudad, detenindose ante lamodesta construccin que constitua la sede del gobierno azteca.

    La noticia de que su hermano Tlacalel era ahora el depositario del Emblema Sagradoconstituy para Chimalpopoca una agradable y desconcertante sorpresa. Despus deordenar que colmaran al mensajero de valiosos presentes, mand llamar a las principalespersonalidades de su gobierno para comunicarles la inesperada noticia. Los tenochcasconvocados por el Soberano manifestaron al unsono su asombro y alegra.

    Tozcuecuetzin, supremo sacerdote del pueblo azteca, sufri de una emocin tangrande que perdi momentneamente el conocimiento; al recuperarlo, alz los brazos alcielo y, con el rostro baado en lgrimas, bendijo a los dioses con grandes voces,agradecindoles que le hubiesen permitido vivir hasta aquel venturoso instante, cuya dichaborraba todos los sufrimientos de su larga existencia.

    La reunin de los gobernantes tenochcas concluy con la decisin unnime departicipar inmediatamente a todo el pueblo el feliz acontecimiento, as como de organizaruna gran fiesta para celebrarlo.

    Abstrado en los preparativos del festejo y embargado por la intensa emocin que lodominaba, Chimalpopoca no tom en cuenta las advertencias de Moctezuma respecto a unaposible represalia tecpaneca, atribuyndolas a un exceso de suspicacia, muy propia delcarcter receloso de su hermano.

    La mayor parte de los integrantes del pueblo azteca posean nicamente una nocinvaga y un tanto deformada respecto a lo que en verdad significaba la posesin delEmblema Sagrado de Quetzalcatl; sin embargo, en cuanto se tuvo conocimiento de que unmiembro de la comunidad tenochca haba alcanzado tan alta distincin, se produjo unestallido de regocijo popular como jams se haba visto en toda la historia del pequeoReino.

    Hileras de canoas adornadas con flores llegaban sin cesar a Tenochttlan,provenientes de los mltiples sembrados en tierra firme que posean los pobladores de

    origen azteca en las riberas del lago. Las construcciones de la capital, incluso las msmodestas, fueron bellamente engalanadas con tejidos de flores de los ms variados diseosy sus habitantes rivalizaban en poner de manifiesto su alegra. Todo era bullicio, msica ycanciones.

    Se celebraron el mismo da dos solemnes actos religiosos. Uno en el Teocalli Mayor,situado en el centro de la ciudad, y otro en el templo que le segua en importancia, ubicadofrente al mercado del barrio de Tlatelolco. Al concluir la primera de las ceremonias,Tozcuecuetzin habl largamente ante la nutrida concurrencia, en un esfuerzo por tratar deexplicar, con lenguaje sencillo y popular, la gran trascendencia de lo ocurrido en Chololan yel inconmensurable privilegio que de ello se derivaba para el pueblo tenochca.

    En medio de la desbordante alegra que se haba posesionado de Tenochttlan, una

    joven azteca era al mismo tiempo el ser ms feliz y el ms desdichado de todos losmortales: Citlalmina, la prometida de Tlacalel.

    Citlalmina era uno de esos raros ejemplares en los que la naturaleza parece volcar almismo tiempo todas las cualidades que puede poseer un ser humano, hacindoloexcepcional.

    La resplandeciente belleza de la prometida de Tlacalel era conocida no slo entre losaztecas, sino incluso entre los nobles tecpanecas, varios de los cuales haban hechotentadoras ofertas de matrimonio siempre rechazadas a los padres de la joven.

    Las facciones armoniosas de Citlalmina posean una exquisita delicadeza y unencanto misterioso e indescriptible. Sus grandes ojos negros relampagueaban de continuoen miradas cargadas de entusiasta energa y toda su figura tena una gracia encantadora e

    incomparable, que se manifestaba en cada uno de sus actos.Pese a que los atributos fsicos de Citlalmina eran tan relevantes, constituan algo

    secundario al ser comparados con los rasgos distintivos de su carismtica personalidad.

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    Una voluntad firme y poderosa, unida a una inteligencia superior y a una gran nobleza deespritu, haban hecho de ella la representante ms destacada del movimiento deinconformidad que, en contra del vasallaje que padeca el Reino Tenochca, comenzaba asurgir entre la juventud azteca.

    Ni Tlacalel ni Citlalmina recordaban el momento en que sus vidas se haban cruzado.Las casas de los padres de ambos eran vecinas, y siendo an nios, surgi entre ellos unamutua atraccin y una slida camaradera infantil. Al llegar la pubertad, estos sentimientosfueron trocndose en un amor que creca da con da; muy pronto los dos se convirtieron enuna especie de pareja modelo de la juventud tenochca. La profunda y permanente comuninespiritual en que vivan, produca en todos la enigmtica sensacin de que trataban con unsolo ser, que por algn incomprensible motivo haba nacido dividido en dos cuerpos.

    Cuando Tlacalel march a Chololan como aspirante a sacerdote de la HermandadBlanca, Citlalmina no vio en ello sino una simple separacin transitoria, pues el hecho deformar parte de esta orden sacerdotal representaba una honrosa distincin, quecomnmente no requera de la renuncia de sus miembros a la vida matrimonial; sinembargo, el caso del Portador del Emblema Sagrado de Quetzalcatl era muy distinto, yaque constitua un cargo que por su altsima responsabilidad exiga de quien lo ejerca unaentrega total y absoluta.

    Sublimando la dolorosa frustracin de ver deshechos sus proyectos matrimoniales,Citlalmina enfrent los acontecimientos con un regocijo generoso y sincero. El inesperadohonor conferido a Tlacalel le enorgulleca como algo propio; y ante la trascendencia queeste suceso tena para todo el pueblo azteca, sus sentimientos personales quedaronvoluntariamente relegados a un segundo trmino.

    El festejo popular se encontraba en su apogeo, cuando arribaron a Tenochttlan variascanoas transportando a un centenar de guerreros provenientes de Azcapotzalco. Su llegadano ocasion alarma alguna en la capital azteca, ni siquiera sorpresa; sus moradores estabanacostumbrados a la continua presencia de soldados del poderoso ejrcito tecpaneca.Ingenuamente, una buena parte del pueblo pens que los recin llegados constituan unadelegacin enviada por Maxtla, que portaba una felicitacin al gobierno tenochca con motivo

    del venturoso acontecimiento que todos celebraban.Cruzando los canales de la ciudad y marchando a travs de sus congestionadascalles, los tecpanecas llegaron ante el edificio donde se encontraba Chimalpopoca, que enunin de los principales personajes del Reino, estaba por concluir un banquete. Mientras elresto de los guerreros permanecan aguardando en la calle, el capitn que los conduca, conalgunos de sus mejores arqueros, penetr al interior del edificio y anunci sus deseos detransmitir al rey tenochca un mensaje del mandatario de Azcapotzalco.

    Al enterarse de la presencia de los enviados de Maxtla, Chimalpopoca orden quefuesen conducidos a un saln cercano, en el cual se celebraban las audiencias pblicas. Alterminar de comer, el monarca azteca, acompaado nicamente de un ayudante, se dirigial encuentro de los tecpanecas. Mientras se aproximaba al saln de audiencias,Chimalpopoca record las advertencias de Moctezuma y un funesto presentimiento cruzpor su espritu, pero lo desech al instante, pensando que era imposible que un pequeopuado de soldados, rodeados como se encontraban de todo el pueblo azteca, se atrevieraa perpetrar una agresin en su contra.

    En cuanto el capitn tecpaneca vio aproximarse a Chimalpopoca orden a susguerreros disponer los arcos para el ataque. La actitud que asuman ante su presencia lossoldados de Azcapotzalco hizo comprender a Chimalpopoca la suerte que le esperaba.Reflexionando con la celeridad que alcanza la mente en los momentos de peligro, elmonarca sopes las probabilidades que tendra de sobrevivir si dando media vueltaemprenda una veloz huida; pero desech enseguida tal pensamiento ante la sola idea derecibir las flechas por la espalda y morir de forma tan ignominiosa.

    Asumiendo una actitud a la vez digna y despectiva, Chimalpopoca aguard erguido

    frente a sus verdugos el fin de su destino. El capitn tecpaneca dio una nueva orden y lasflechas salieron disparadas de los arcos de los soldados. El ayudante de Chimalpopocaprofiri un alarido y trat de cubrir con su cuerpo el del rey azteca, lo que logr slo

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    parcialmente, pues recibi la mayor parte de los proyectiles desplomndose en medio deterribles gemidos, mientras que Chimalpopoca permaneca en pie, al parecer insensible alas heridas de los dardos que atravesaban sus brazos. Una segunda andanada de flechasdio de lleno en el cuerpo del monarca, hacindole caer por tierra, siempre en silencio.

    Los gritos del ayudante de Chimalpopoca atrajeron la curiosidad de varios sirvientes,que al entrar en la habitacin y contemplar horrorizados lo ocurrido, salieron corriendo entodas direcciones, dando grandes voces de alarma.

    Actuando con una sorprendente serenidad y sangre fra, los tecpanecas salieron deledificio con toda calma, cruzndose a su paso con innumerables personas que acudanpresurosas y desconcertadas a tratar de averiguar lo que pasaba. Ya en el exterior, elcapitn y los arqueros se unieron a sus compaeros y huyeron hacia el lugar donde dejaransus canoas.

    En el edificio que albergaba al gobierno tenochca se cre una pavorosa confusin; losesfuerzos de aqullos que trataban de restablecer el orden e iniciar la persecucin de lostecpanecas resultaban intiles, pues se vean entorpecidos por los centenares de personasque sin cesar acudan al edificio y, que no pudiendo dar crdito a lo que escuchaban,deseaban corroborar por sus propios ojos la muerte de Chimalpopoca. Una vez cumplido supropsito, trataban de lanzarse a la calle en persecucin de los asesinos, pero se vean a su

    vez obstaculizados por los nuevos recin llegados, cuyo nmero siempre crecientenulificaba todos los intentos de una accin coordinada.

    Los soldados tecpanecas se encontraban ya sobre sus lanchas, cuando comenzaron aescucharse gritos airados en su contra y algunas flechas cruzaron los aires para luego caeren el agua sin lograr alcanzarlos.

    Siempre en medio del ms completo desorden, varios grupos de enfurecidos aztecas,muchos de ellos an sin armas, abordaron canoas y se lanzaron en persecucin de lostecpanecas. Aqullos que lograron darles alcance fueron recibidos por certeras andanadasde flechas, que les ocasionaron varias bajas. Poco despus, al caer la noche, fue imposiblecualquier accin efectiva de persecucin.

    Maxtla poda sentirse orgulloso de la eficacia de sus guerreros, un centenar de los

    cuales haba dado muerte al rey azteca en medio de su pueblo, sin que ninguno de elloshubiese sufrido el ms leve rasguo.

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    Captulo III

    LA REBELIN JUVENIL

    Acompaado de dos jvenes tenochcas Moctezuma recorra, con presuroso andar, el

    ltimo trecho del camino central que comunicaba a la ciudad de Chololan con las riberas dellago que albergaba la capital azteca.

    Los cansados caminantes se encontraban ya prximos al inmenso espejo de agua,cuando se cruzaron con un grupo de campesinos que vivan en un pequeo poblado situadoen las proximidades del lago, quienes los enteraron de los trgicos sucesos ocurridos enTenochttlan el da anterior. Sus informantes haban estado presentes en la ciudad durantelos festejos organizados para celebrar la designacin de Tlacalel como Portador delEmblema Sagrado, y por lo tanto, haban sido testigos del violento acontecimiento que diofin a la alegre celebracin.

    Al escuchar el relato de los hechos, Moctezuma comprendi al instante latrascendencia del dao inferido a todo el pueblo azteca con el asesinato de Chimalpopoca,

    pues no slo se le privaba inesperadamente de su legtimo gobernante, sino lo que eramucho ms grave, se le haca objeto de una intolerable humillacin que pona de manifiestosu incapacidad para defenderse del ataque sorpresivo de un insignificante nmero deagresores. Nada bueno poda esperarse de semejante debilidad, que de seguro impulsara aMaxtla a exigir de los aztecas condiciones de vasallaje an ms severas que las que habanvenido soportando.

    Caminando en medio de un opresivo silencio, los jvenes recorrieron la escasadistancia que les separaba del embarcadero ms prximo; al llegar a ste, Moctezumarompi su silencio para afirmar en tono lacnico:

    No retornar a Tenochttlan; si el rey fue muerto por nuestros enemigos, ello significaque de seguro antes perecieron defendindolo todos los hombres de la ciudad y al no haberya quien la resguarde, preciso es que alguien vele por ella.

    Despus de pronunciar estas palabras, coloc una flecha en su arco y adopt laposicin del arquero que espera la prxima aparicin del enemigo.

    Sus acompaantes se miraron, sorprendidos ante la inesperada conducta delguerrero; despus, temerosos de contradecirle y provocar su clera, optaron por abordaruna canoa. Muy pronto se alejaron remando con todas sus fuerzas, deseosos de llegar a laciudad antes del anochecer.

    En la orilla del lago slo qued Moctezuma, esperando la llegada de un adversario alcual hacer frente.

    Las palabras pronunciadas por Moctezuma en las cuales se contena una claraacusacin a todos los hombres de Tenochttlan por no haber sabido defender a su monarca

    se propalaron por toda la ciudad en cuanto llegaron a sta los acompaantes delguerrero.

    Los habitantes de la capital azteca se encontraban an inmersos en el dolor y laconfusin a causa de los infaustos acontecimientos del da anterior, y las lacerantes frasesde Moctezuma, repetidas de boca en boca por los cuatro rumbos de la ciudad, produjeronen todos un profundo sentimiento de culpa, que les hizo enrojecer de vergenza.

    Pero aquellas palabras no originaron nicamente pasivos sentimientos de culpa yfrustracin; en la ciudad hubo una persona que supo recoger el reto contenido en lasafirmaciones de Moctezuma a todos los hombres de Tenochttlan; paradjicamente, no fueun hombre sino una mujer.

    Desde tiempo atrs, la casa donde habitaba Citlalmina constitua el eje central de las

    ms variadas actividades, lo mismo se celebraban en ella reuniones conspirativas para urdirplanes contra la tirana tecpaneca, que funcionaban permanentemente una escuela paramujeres de condicin humilde y un taller donde se confeccionaban los mejores escudos yarmaduras de algodn compacto de la ciudad.

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    Aquella noche Citlalmina imparta su clase acostumbrada a un numeroso grupo demodestas jovencitas, cuando una muchacha que viva en las orillas de la ciudad llegcomentando lo que haba escuchado sobre las afirmaciones hechas por Moctezuma. Alconocer las palabras mordaces del hermano del hombre a quien amaba, se oper en ellauna sbita transformacin: con el bello rostro contrado por la ira y poseda por la ms vivaemocin, se encaram sobre un montn de escudos de guerra recin terminados y desdeaquel improvisado estrado, dirigi a sus alumnas una breve y encendida arenga:

    Tiene razn, est en lo justo Moctezuma cuando afirma que ya no hay hombres enTenochttlan. Si los hubiera, si de verdad existiesen, hace tiempo que Maxtla y su corte desanguijuelas habran dejado de enriquecerse a costa del trabajo de los aztecas. Pero seequivoca el valiente guerrero al creer que la sagrada ciudad de Huitzilopchtli no tiene yaquien la proteja, quien cuide de ella. Las mujeres sabremos defender a nuestros dioses, anuestras casas y a nuestros cultivos, tomemos las armas de las manos de aqullos que nohan sabido utilizarlas y vayamos con Moctezuma, a organizar de inmediato la defensa de laciudad.

    Citlalmina posea un magnetismo irresistible que le permita impulsar a los dems allevar a cabo acciones que hubieran sido consideradas comnmente como descabelladas.La pretensin de que fuesen las mujeres quienes se erigieran en defensoras de la ciudad,

    adoptando con ello una postura de franca rebelda ante el podero tecpaneca, resultaba atodas luces la ms disparatada de las proposiciones, sin embargo, en cuanto la joventermin de hablar, todas sus discpulas se comprometieron a secundarla en sus propsitos.Despus de darse cita en la explanada frente al Templo Mayor, las jvenes se dispersaroncon objeto de abastecerse en sus casas del armamento necesario y de invitar a susfamiliares y amigas a colaborar en aquel naciente movimiento de juvenil insurgenciafemenina.

    Muy pronto la actitud de las jvenes tenochcas produjo las ms variadas reaccionesen toda la ciudad. Aun cuando en muchas casas los padres lograron oponerse a lospropsitos de sus hijas utilizando incluso la violencia, la conducta adoptada por lasmujeres desencaden de inmediato una reaccin de los hombres jvenes que habitaban lacapital, los cuales se lanzaron a las calles y, reunidos en grupos cada vez ms numerosos,discutieron acaloradamente, bajo la luz de las antorchas, los recientes sucesos. Losimprovisados oradores expresaban los sentimientos que los dominaban planteandopreguntas, procedimiento muy generalizado en la oratoria nhuatl:

    Qu es esto que contemplan nuestros ojos? Hasta dnde ha llegado la degradacinde los tenochcas? Vamos a permitir que sean las mujeres las que tengan que encargarsede la defensa de la ciudad, mientras nosotros preparamos la comida y cuidamos a losnios? Somos acaso tan cobardes que tendremos que vivir temblando, escondidos bajolas faldas de nuestras hermanas:

    Cada vez ms enardecidos por las preguntas hirientes que sobre su propia conductase formulaban, los diferentes grupos de jvenes fueron coincidiendo en una mismaconclusin: era necesario armarse y acudir ante Moctezuma para organizar de inmediato,

    bajo su direccin, la adecuada defensa de la ciudad. Al igual que sus hermanas, los varonesse dieron cita en la Plaza Mayor, que se iba poblando rpidamente de jvenes de ambossexos, armados de un heterogneo arsenal y posedos de un belicoso e incontenibleentusiasmo. Sus cantos de guerra, incesantemente repetidos, parecan cimbrar a la ciudadentera.

    Los integrantes del Consejo del Reino organismo de facultades vagas eindeterminadas, pero al fin y al cabo la nica autoridad importante que exista en esosmomentos a causa del reciente asesinato del monarca no podan permanecer inactivosante los desbordados cauces de la actuacin juvenil. Presionados por los acontecimientos,sus miembros se reunieron apresuradamente y comenzaron a deliberar.

    Al enterarse de que estaba celebrndose una reunin de los integrantes del Consejo

    del Reino, surgi entre los jvenes la esperanza de que tal vez las propias autoridades seharan cargo de dirigir las labores tendientes a dotar a la ciudad de apropiados sistemas de

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    defensa. As pues, decidieron esperar a que concluyera la reunin del Consejo, antes delanzarse a la bsqueda de Moctezuma.

    Las esperanzas juveniles carecan en realidad de todo fundamento. El Consejo estabaconstituido en su gran mayora por individuos acostumbrados a utilizar su posicindentro del gobierno para la obtencin de privilegios y el acrecentamiento de sus muyparticulares intereses, y con tal de preservar su ventajosa situacin, estaban dispuestos asoportar cualquier incremento de las formas de vasallaje que les sujetaban a lostecpanecas, pues en ltima instancia, siempre encontraran la manera de eludirlastransfirindolas directamente sobre las espaldas del pueblo. Por otra parte, la conductaadoptada esa noche por la juventud tenochca haba suscitado en los representantes de laautoridad profundos sentimientos de alarma y disgusto, convencindolos de que debaprecederse, cuanto antes, a atacar a todos aqullos que desobedeciesen la orden dedesalojar las calles y retornar tranquilamente a sus hogares.

    Las represivas intenciones del Consejo tropezaron con la resistencia de uno de susmiembros: Tozcuecuetzin, el sumo sacerdote tenochca cuyo proceder se rega comnmentepor un criterio en extremo rigorista y autoritario, se opuso terminantemente a que seadoptase la decisin de disolver por la fuerza a la creciente multitud de jvenes quevociferaban en la Plaza Mayor.

    Al parecer la inexplicable actitud de Tozcuecuetzin era resultado de la profundaimpresin que haba dejado en l la reciente designacin de Tlacalel como Portador delEmblema Sagrado. El anciano sacerdote consideraba ser el nico de entre los aztecas queen verdad se haba percatado de los alcances que tena aquella designacin. A su juicio, elhecho de que se hubiese roto la tradicin de escoger para este cargo a un alto dignatario dela Hermandad Blanca (otorgndolo en cambio a un joven prcticamente desconocido,perteneciente a un pueblo dbil y oprimido) slo poda ser comprendido sobre la base deque el Supremo Dirigente de dicha Hermandad hubiese encontrado en Tlacalel atributossuficientes para llevar a cabo la anhelada restauracin del Imperio. De ser as conclua elsacerdote resultaba evidente que a partir de aquel instante no exista ya ninguna otraautoridad legtima sobre la tierra sino la de Tlacalel, el cual deba ser reconocido por todoscomo Emperador y Heredero de Quetzalcatl.

    Aun cuando los razonamientos de Tozcuecuetzin resultaban confusos eincomprensibles para los restantes miembros del Consejo, stos no se atrevieron acontradecir abiertamente al respetado sacerdote y, por lo tanto, se vieron imposibilitadospara llevar adelante sus propsitos de castigar drsticamente a la alborotada juventudtenochca. La reunin del Consejo concluy sin que se llegase a ningn acuerdo, como nofuese el de volverse a reunir al da siguiente para continuar deliberando.

    En cuanto la muchedumbre de jvenes que se hallaba congregada en la Plaza Mayortuvo conocimiento de que los integrantes del Consejo no haban adoptado ningunadeterminacin, decidi no esperar ms y como un solo y gigantesco ser, comenz a marcharentre cantos y gritos de guerra en direccin a los desembarcaderos.

    Los ramos de flores todava frescos que lucan las canoas, adornadas con motivo de lafestividad popular organizada el da anterior, fueron arrojados al agua y en su lugar secolocaron escudos y estandartes guerreros.

    Sobre la negra superficie de las aguas resplandecan las luces de innumerablesantorchas, portadas por jvenes que desde sus canoas miraban ansiosamente el horizonte,intentando descubrir en las orillas del lago la silueta del recin surgido caudillo, el valerosoMoctezuma.

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    Captulo IV

    EL FLECHADOR DEL CIELO

    Las primeras luces del amanecer comenzaban a reflejarse en las aguas del lago,

    cuando Citlalmina, desde la lancha que la conduca, avist en la cercana ribera lamusculosa figura de Moctezuma.

    El guerrero haba permanecido toda la noche montando su solitaria guardia, con elarco tenso y listo a lanzar sus flechas, slo cambiando de vez en cuando el arma de unbrazo a otro para evitar el cansancio.

    La figura del arquero azteca, apuntando su saeta a las ltimas estrellas que brillabanen el firmamento, constitua la representacin misma del espritu guerrero y su gestoaparentemente absurdo, de hacer frente a un enemigo en esos momentos inexistente, eratodo un smbolo que pona de manifiesto la indomable voluntad que animaba a la juventudtenochca, firmemente decidida a no tolerar por ms tiempo la opresin de su pueblo.

    Al contemplar la retadora imagen de Moctezuma, Citlalmina y las jvenes que la

    acompaaban guardaron un respetuoso silencio. Despus, condensando el pensamiento ylos sentimientos de cuantos presenciaban la escena, Citlalmina exclam:

    Ilhuicamina!1

    Roto el silencio, las acompaantes de Citlalmina profirieron vtores en favor deMoctezuma y llamaron con grandes voces a los ocupantes de las canoas ms prximas.

    En pocos instantes el lugar se vio pletrico de jvenes, que posedos de undesbordante entusiasmo acudan presurosos a ponerse bajo las rdenes de Moctezuma. Elguerrero abandon su esttica posicin y comenz a concertar una serie de medidas,tendientes a lograr el establecimiento de un slido sistema de defensa en torno a la capitalazteca.

    La primera disposicin de Moctezuma fue que se procediese a concentrar, en unos

    cuantos embarcaderos, todas las canoas que se encontraban en el lago. De acuerdo conuna antigua costumbre que tenia por objeto facilitar al mximo la movilizacin de personas ymercancas en la regin del Anhuac, la mayor parte de las canoas que transitaban por ellago no eran de propiedad personal, sino que pertenecan en forma comunal a las distintaspoblaciones asentadas junto a las aguas, cuyos moradores contaban entre sus obligacionesla de construir y mantener en buen estado un determinado nmero de lanchas, las cuales sehallaban diseminadas en los sitios ms diversos, destinadas para el uso comn de viajeros ymercaderes. Esta situacin haba contribuido enormemente a facilitar la ejecucin delsorpresivo ataque que costara la vida a Chimalpopoca y mientras subsistiese, continuaranulificando la natural ventaja defensiva que daba a Tenochttlan el hecho de estar rodeadade agua por los cuatro costados.

    En segundo lugar, Moctezuma orden que se diese comienzo a la construccin deslidas fortificaciones en torno a cada uno de los sitios seleccionados como embarcaderos.Finalmente, dispuso el establecimiento de un sistema permanente de vigilancia en derredorde la ciudad, realizado por jvenes fuertemente armados a bordo de veloces canoas.

    Una vez convencido de haber sentado las bases de una organizacin que terminarapor dotar a la capital azteca de efectivas defensas, Moctezuma reuni por la tarde a variosde los jvenes que consideraba ms capacitados para el mando militar y tras de exhortarlosa seguir adelante en la realizacin de las tareas que les encomendara, les particip sudecisin de retornar a la ciudad y presentarse a las autoridades.

    Todos sus amigos aconsejaron reiteradamente a Moctezuma que no fuese aTenochttlan, ya que se expona a ser juzgado como instigador de un movimiento derebelin y a sufrir por ello la muerte como castigo; sin embargo, el guerrero insisti en acudirde inmediato ante las autoridades, pues deseaba presionarlas para que terminasen pordesenmascararse, exhibindose como lo que en realidad eran: las encargadas de mantener1El Flechador del Cielo!

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    subyugado al pueblo tenochca al vasallaje tecpaneca. Solo y desarmado, Moctezumaabord una canoa y se alej remando en direccin a la ciudad.

    En Tenochttlan continuaba imperando la ms completa confusin. La segundareunin del Consejo del Reino haba tenido que celebrarse sin contar con la presencia deTozcuecuetzin. El sumo sacerdote tenochca confirm a travs de un mensajero el criterioexpuesto el da anterior: el Consejo no posea ya ninguna autoridad, pues sta se hallabaconcentrada en Tlacalel, y por tanto, cualquier resolucin que adoptasen sus miembroscareca de validez.

    La ausencia de Tozcuecuetzin en las deliberaciones del Consejo permiti a susintegrantes la posibilidad de lograr una rpida unanimidad en la adopcin de decisiones,pues todos ellos se hallaban dominados por el temor de las represalias tecpanecas quepodran derivarse a consecuencia de la actitud de rebelda asumida por la juventud azteca.Sin detenerse a meditar en los nobles propsitos que impulsaban a los jvenes, lasautoridades acordaron reprimir a quienes calificaban de simples revoltosos.

    Los caracoles de guerra sonaron por toda la ciudad convocando al pueblo. Una vezque ste se hubo congregado en la Plaza Central, Cuetlaxtlan, el mejor orador del Consejo,propuso se empuasen las armas para dar con ellas un adecuado escarmiento "alinsignificante puado de vanidosos y engredos jovenzuelos, que olvidando el respetodebido a sus padres y la obediencia a las autoridades, pretendan destruir el ordenestablecido e instaurar el caos y la anarqua".

    La mayor parte de quienes escuchaban tan encendida arenga eran padres de losjvenes cuyo castigo se solicitaba y si bien se inclinaban por desaprobar la conductaadoptada por sus vstagos, se resistan a secundar la drstica proposicin que lesconminaba a luchar contra sus propios hijos.

    La reunin se prolongaba sin que los oradores del Consejo lograsen sus propsitos deimpulsar al pueblo a la accin, cuando repentinamente, provenientes de uno de los costadosdel Templo Mayor, hicieron su aparicin en la plaza un numeroso grupo de sacerdotesencabezados por Tozcuecuetzin. Los recin llegados comenzaron a injuriar a los miembros

    del Consejo, acusndolos de pretender seguir fungiendo como gobernantes sin poseer yaautoridad alguna para ello.

    El pueblo tenochca no estaba al tanto de las profundas discrepancias surgidas entrelos integrantes de la autoridad. Durante un largo rato la multitud permaneci paralizada deasombro, contemplando el inusitado espectculo que daban sacerdotes y miembros delConsejo discutiendo e insultndose con creciente furia. Despus, varios de los presentescomenzaron a reaccionar y a tomar partido en favor de alguno de los contendientes; la plazase llen de una ensordecedora algaraba y gruesos pedruscos, arrancados del suelo,comenzaron a volar por los aires. La reunin habra concluido en una generalizadazacapela, de no ser por la inesperada llegada de Moctezuma.

    El Flechador del Cielo se abri paso entre la abigarrada muchedumbre y con rpidaszancadas ascendi por la escalinata del Templo Mayor, hasta llegar a la plataforma dondese encontraban los integrantes del Consejo y desde la cual los oradores acostumbrabandirigirse al pueblo. Una expresin de reprimida ira se reflejaba en las enrgicas facciones delguerrero. Sin solicitar a nadie el uso de la palabra, Moctezuma dej or su voz, exclamandocon acusador acento:

    Los tecpanecas han dado muerte a nuestro rey, manifestando as el desprecio quesienten por nosotros y en lugar de responder a semejante afrenta como autnticosguerreros, perdis el tiempo peleando como lo hacen los nios: lanzando piedras yprofiriendo insultos, Es que habis perdido el juicio? No comprendis que no slo peligrala ciudad que con tan grandes esfuerzos edificaron nuestros abuelos, sino que incluso la

    existencia misma del pueblo de Huitzilopchtli se halla en peligro?

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    Las palabras de Moctezuma hicieron el efecto de un blsamo tranquilizador en elnimo de sus oyentes. La airada multitud, que momentos antes estaba a punto de llegar alas manos, se apacigu de inmediato, aparentemente avergonzada de su conducta.

    Cuetlaxtlan comprendi que no deba permitirse que Moctezuma siguiese hablando,pues de hacerlo, concluira por ganarse a todo el pueblo para su causa. As pues,interrumpi al guerrero increpndole con frases que ponan de manifiesto sus ocultostemores.

    Engredo rebelde! Cmo os atrevis a erigiros en juez? Habis introducido ladiscordia en el Reino, enfrentado a los hijos contra sus padres y provocado la clera denuestros poderosos protectores. Qu pretendis con semejantes locuras? Buscis acasola destruccin de todos nosotros, con vuestros actos de insensata soberbia?

    Imperturbable ante las acusaciones de que era objeto, Moctezuma se limit aresponder lacnicamente:

    Slo deseo, nicamente ambiciono resguardar a nuestro Reino de los ataques de susenemigos; mas si esto es un delito me declaro culpable y entrar a la crcel; pido, tan slo,que cuando los tecpanecas inicien la destruccin de Tenochttlan, se me permita, al menos,morir combatiendo en esta ciudad cuya construccin ordenaron los dioses y que nosotros nohemos sabido defender.

    Sin detenerse a esperar la resolucin que respecto de su persona pudiesen adoptarlas autoridades, Moctezuma descendi de las escalinatas y encaminse en direccin a lapequea construccin que se utilizaba para mantener recluidos a los reos. Una granmayora del pueblo, conmovida por la evidente sinceridad contenida en las palabras delguerrero, lo acompa hasta la entrada de la prisin, vitorendolo incesantemente.

    En la plaza permanecieron los miembros del Consejo con un reducido nmero de suspartidarios, as como Tozcuecuetzin y los sacerdotes, rodeados estos ltimos de unaconsiderable cantidad de gente, que repeta una y otra vez con fuertes gritos:

    Tlacalel Emperador!

    Una furiosa tormenta que se desat intempestivamente sobre la ciudad oblig a todos

    a dispersarse y puso trmino a la tumultuosa reunin.La situacin en que se encontraban los miembros del Consejo del Reino (con suautoridad puesta en tela de juicio por el sacerdocio y por una abrumadora mayora delpueblo) comenzaba a tornarse insostenible, razn por la cual, sus integrantes decidieronllevar a cabo una astuta maniobra que les permitiese nulificar la creciente oposicin en sucontra y entronizar a Cuetlaxtlan como nuevo monarca: acordaron la incorporacin alConsejo de Tlacalel y Moctezuma.

    El propsito de los integrantes del Consejo de adoptar una resolucin que al parecerresultaba contraria a sus intereses, no era sino el de lograr neutralizar la fuerza que estabaadquiriendo el movimiento de rebelda juvenil, mediante el ingreso al gobierno de las dospersonalidades varoniles ms destacadas de la juventud azteca.

    Al ser informado en la prisin de la inesperada resolucin del Consejo, Moctezumarechaz el nombramiento que se le ofreca, manifestando que no se hallaba dispuesto aperder el tiempo prestando atencin a ninguna otra cuestin que no fuese la organizacin dela defensa militar de Tenochttlan.

    Los integrantes del Consejo fingieron una gran indignacin al conocer la respuesta deMoctezuma y clamando a voz en cuello, afirmaron que la intransigente actitud del guerrerono dejaba ya ninguna duda sobre sus intenciones de provocar una guerra que acarreara ladestruccin del Reino. Asimismo, y con objeto de completar la farsa tendiente a tratar dehacer creer al pueblo que la opinin de Tlacalel para la designacin del nuevo rey seratomada en cuenta, las autoridades enviaron un mensajero a Chololan, informando alPortador del Emblema Sagrado que haba sido incorporado al Consejo del Reino ypidindole uniese su decisin a lo acordado por dicho organismo, en el sentido de que fuese

    Cuetlaxtlan quien asumiese las insignias reales de los tenochcas.Adems del mensajero que partiera rumbo a Chololan por disposicin del Consejo,

    otro mensajero, cumpliendo rdenes de Tozcuecuetzin, haba salido el mismo da de la

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    capital azteca con idntica meta. A travs de su enviado, el sumo sacerdote tenochca sepona incondicionalmente bajo las rdenes de Tlacalel y solicitaba su autorizacin parainiciar de inmediato una revuelta popular que permitiese al Portador del Emblema Sagradoentronizarse como Emperador.

    La creciente pugna entre los distintos sectores que integraban la sociedad aztecatenda a transformarse en un sangriento conflicto. Evitar la lucha entre los propios tenochcaspara estar as en posibilidad de hacer frente con mayores probabilidades de xito a losenemigos externos constitua el primer problema al que Tlacalel deba encontrar unaadecuada solucin.

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    Captulo V

    LA ELECCIN DE UN REY

    La milenaria pirmide de Chololan, baada por los ltimos resplandores del atardecer,

    pareca una gigantesca escalera de piedra destinada a servir de slido puente entre el cieloy la tierra.

    Centeotl, el sacerdote que durante tantos aos y en las ms adversas condicionesrigiera los destinos de la Hermandad Blanca, yaca gravemente enfermo. Cumplida sumisin, la poderosa energa que le caracterizara pareca haberle abandonado y los rasgosde la muerte comenzaban a dibujarse ntidamente en su rostro. Con voz de tenue y apagadoacento, el anciano solicit la presencia de su sucesor.

    Tlacalel acudi de inmediato al llamado del enfermo. Recuperandomomentneamente un asomo de su vigor perdido, Centeotl explic al joven azteca, conpalabras saturadas de profunda esperanza, los motivos por los cuales le haba escogidocomo depositario del preciado emblema. La larga y angustiosa espera haba concluido,

    afirm Centeotl con segura conviccin, Tlacalel era el hombre predestinado queaguardaban los pueblos para dar comienzo a una nueva etapa de superacin espiritual. Sulabor, por tanto, no sera la de un mero guardin del saber sagrado, deba reunificar a todoslos habitantes de la tierra en un grandioso Imperio, destinado a dotar a los seres humanosde los antiguos poderes que les permitan coadyuvar con los dioses en la obra de sostener yengrandecer al Universo entero.

    Una vez pronunciadas tan categricas aseveraciones, Centeotl perdi hasta el ltimoresto de sus cansadas fuerzas, adquiriendo rpidamente todo el aspecto de los agonizantes.A la medianoche, en ese preciso instante en que las sombras han alcanzado el mximopredominio y se ven obligadas a iniciar un lento retroceso, el corazn del sacerdote dej depalpitar.

    Al da siguiente, cuando Tlacalel se dispona a dirigirse a Teotihuacan (con objeto deefectuar el entierro de Centeotl y llevar a cabo el retiro a que estaba obligado antes de iniciarsus actividades) fue informado de la llegada de los mensajeros provenientes deTenochttlan.

    Tlacalel escuch con atencin el relato de los trascendentales acontecimientos quehaban tenido lugar en la capital azteca, as como las contradictorias proposiciones que lehacan los integrantes del Consejo del Reino y el anciano Tozcuecuetzin. Despus, sinpronunciar palabra alguna, se encamin al cercano sitio donde le fuera conferido su altocargo (el bello patio bordeado por construcciones de simtricos contornos situado al pie dela pirmide) y a solas con su propia responsabilidad, reflexion detenidamente sobre lascuestiones que le haban sido planteadas.

    El Portador del Emblema Sagrado comprendi de inmediato el grave error de

    apreciacin en que estaba incurriendo el Consejo al pretender entronizar a Cuetlaxtlan. Lavaliente actitud asumida por la juventud azteca entraaba un reto al podero tecpaneca queMaxtla jams perdonara. La guerra entre ambos pueblos constitua un hecho inevitable. Yen semejantes circunstancias, la designacin de un monarca que hasta el ltimo instanteintentara evadir la dura realidad que le tocara en suerte afrontar, slo podra acarrearfatales consecuencias para los tenochcas.

    La proposicin de Tozcuecuetzin, en el sentido de que Tlacalel asumiesepersonalmente la direccin del gobierno tenochca, implicaba, al menos, evidentes ventajas:ninguno de los habitantes del Reino incluyendo a los integrantes del Consejo que semostraban ms serviles a los dictados de la tirana tecpaneca osara desafiarabiertamente a la autoridad del Heredero de Quetzalcatl; todo el pueblo se unira en forma

    entusiasta en torno suyo, desapareciendo al instante las distintas facciones en que se habaescindido la sociedad azteca.

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    Sin embargo, Tlacalel desech de inmediato la posibilidad de erigirse Emperador. Noslo porque estimaba que resultara absurdo ostentar este cargo sin la previa existencia deun autntico Imperio, sino tambin a causa de su particular interpretacin de losacontecimientos que haban precedido al desplome del Segundo Imperio Tolteca. A sujuicio, la centralizacin en una sola persona de las funciones de Emperador y SumoSacerdote de la Hermandad Blanca haba resultado igualmente perjudicial para ambasdignidades. Con su atencin centrada en la gran variedad y complejidad de los problemas

    derivados de la administracin de tan vastos dominios, los Emperadores Toltecas habanterminado por desatender las obligaciones inherentes a sus funciones de Portadores delEmblema Sagrado. El relato de los ltimos aos del gobierno de Ce Acatl TopiltzinQuetzalcatl, dividido internamente entre su preocupacin por los graves conflictos quepresagiaban el desmoronamiento del Imperio y su afn de continuar la tarea de lograr unaautntica superacin espiritual de la humanidad, constitua el mejor ejemplo de la dificultadque representaba, en la prctica, tratar de realizar ambas funciones.

    Tlacalel no deseaba incurrir en el mismo error cometido por su afamado antecesor ysi bien estaba firmemente decidido a llevar a cabo la restauracin del Imperio, juzgaba quesera mucho ms conveniente que fuese otra persona y no l quien ostentase el cargo deEmperador, para as poder dedicar lo mejor de su esfuerzo a las labores propias de su

    sacerdocio.Dejando para el futuro todo lo tocante a la cuestin de la posible designacin de un

    Emperador, Tlacalel se concret a tratar de resolver el problema de encontrar a la personaque en aquellas circunstancias pudiese resultar ms apropiada para desempear el cargode rey de los aztecas.

    Mientras repasaba mentalmente las cualidades y defectos de las principalespersonalidades tenochcas, acudi a la memoria de Tlacalel la figura de Itzcatl, quiengozaba de una bien ganada fama de hombre sabio y prudente.1 Su carcter amable yreservado enemigo de toda ostentacin le haba granjeado innumerables amigos, tantoentre el pueblo como entre los integrantes de las clases dirigentes. Itzcatl no era dado aentrometerse en asuntos ajenos, pero cuando las partes de algn conflicto acudan decomn acuerdo en su busca, lograba en casi todos los casos avenir a los contendientesmediante soluciones que entraaban siempre un profundo sentido de justicia.

    Entre ms lo pensaba, ms se afirmaba en Tlacalel la conviccin de que Itzcatl erala persona indicada para restablecer la concordia en el agitado pueblo azteca. A causa de lareconocida prudencia del hijo de Acamapichtli, los miembros del Consejo no podranacusarle de estar propiciando un conflicto que en verdad pudiese ser evitado, pero asimismoy como resultado de esa misma prudencia resultaba fcil prever que Itzcatl nocometera la torpeza de dejar a la ciudad sin salvaguardia, sino que sabra encontrar laforma de mantener la organizacin defensiva surgida bajo la direccin de Moctezuma.

    Retornando al sitio donde le aguardaban los mensajeros, Tlacalel expres ante stosla respuesta que deban memorizar para luego repetir ante quien les haba enviado.

    En su mensaje dirigido a los integrantes del Consejo del Reino, el Portador delEmblema Sagrado les reprenda severamente por la ofensa que le haban inferido alpretender otorgarle un cargo dentro de dicho organismo. Con frases speras y cortantes,Tlacalel record a los gobernantes tenochcas que l era ahora el legtimo Heredero deQuetzalcatl y, por tanto, toda autntica autoridad slo poda provenir de su persona,resultando por ello absurdo que intentasen igualarse con l incorporndolo como un simplemiembro ms del Consejo. Sin embargo, conclua, estaba dispuesto a pasar por alto elagravio que se le haba inferido estimando que haba sido motivado por ignorancia y nopor un deliberado propsito de injuriarle siempre y cuando acatasen de inmediato sudeterminacin de que se entronizase a Itzcatl.

    En la respuesta que enviaba a Tozcuecuetzin, Tlacalel agradeca al viejo sacerdote

    sus espontneas manifestaciones de lealtad. Le informaba, asimismo, que no pensaba

    1Itzcatl era hijo de Acamapichtli que haba sido el primer monarca azteca y de una mujer de muy modesta condicin perofamosa por su astucia y belleza.

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    ejercer sus derechos para ocupar en lo personal el cargo de Emperador, sino dejar estacuestin pendiente para el futuro, y por ltimo, le peda que procediese cuanto antes acoronar a Itzcatl como nuevo rey de los aztecas.

    Al trmino de cada uno de sus mensajes, Tlacalel formulaba la promesa de retornar aTenochttlan en cuanto terminase su retiro en Teotihuacan, la antigua y sagrada capital delPrimer Imperio Tolteca.

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    Captulo VI

    PROYECTANDO UN IMPERIO

    El entierro del pequeo envoltorio conteniendo los calcinados restos de Centeotl haba

    concluido. Con excepcin de Tlacalel y de dos modestos sirvientes, nadie ms habaacompaado los despojos del otrora poderoso sacerdote en su recorrido de Chololan aTeotihuacan, como tampoco nadie haba visto a las tres solitarias figuras excavar una fosajunto a uno de los numerosos montculos existentes en las cercanas de las derruidas eimponentes pirmides.

    De acuerdo con la tradicin, la trascendental importancia del cargo de SumoSacerdote de la Hermandad Blanca superaba con mucho a la siempre transitoria figurahumana que lo ocupaba. Era el cargo y no la persona el merecedor del mximo respeto. Laspersonas moran, pero el cargo subsista inalterable a lo largo del tiempo. Esta distincinentre el cargo y la persona se haca particularmente evidente en el momento de la muertedel Portador del Emblema Sagrado: no se guardaba luto por l, ni siquiera se celebrabaalguna ceremonia especial con motivo de sus funerales. El nuevo Sumo Sacerdotepreparaba personalmente la hoguera donde se efectuaba la cremacin del cadver de suantecesor y posteriormente, acompaado de los sirvientes estrictamente indispensablespara el transporte de los restos, conduca stos hasta el lugar donde se hallaban las ruinasde la primera metrpoli imperial de los toltecas y ah, sin mediar mayores formalidades,proceda a darles sepultura.

    Cumplida su ltima obligacin con su predecesor, Tlacalel, ayudado por la pareja desirvientes que le acompaaba, se dio a la tarea de construir dos improvisados alberguesbajo la sombra de la mayor de las pirmides. El primero de aquellos refugios estabadestinado a servir de morada al Portador del Emblema Sagrado. El segundo lo ocuparansus sirvientes, los cuales tenan la obligacin de suministrarle la escasa racin de alimentosque habra de requerir mientras durase su retiro.

    Rodeado por vestigios que denotaban la existencia de un grandioso pasado, Tlacaleldio comienzo a la difcil tarea de proyectar los cimientos sobre los cuales deba estructurarseel Imperio que pensaba forjar, as como los medios de que habra de valerse para lograr quela humanidad renovase su impulso hacia una siempre mayor elevacin espiritual.

    Durante los largos das de incesante meditacin transcurridos entre las ruinas de laabandonada Teotihuacan, el Portador del Emblema Sagrado fue repasando mentalmente,una y otra vez, los conceptos fundamentales de la Cultura Nhuatl, con objeto de fundarsobre stos sus futuras actividades.

    Segn los antiguos conocimientos, exista por encima y ms all de todo lomanifestado, un Principio Supremo, un Dios primordial, increado y nico. Pero esta deidad oenerga suma, aun cuando es el cimiento mismo del Cosmos, resulta por su misma

    superioridad incognoscible en su verdadera esencia.Ahora bien, al comenzar a manifestarse en los distintos planos de la existencia, el

    Principio Supremo se expresa siempre, ante la humana observacin, como una dualidad.Esto es, como una lucha de fuerzas aparentemente antagnicas que a travs de su perenneoposicin dan origen a todos los seres. Los dioses y las plantas, al igual que los astros y loshombres, son productos de esta interminable contienda creadora que abarca al Universoentero.

    Poder captar el ritmo conforme el cual van predominando alternativamente lasdiferentes energas contenidas en todas las cosas constitua uno de los objetivosfundamentales de la sabidura de los antiguos. Para lograrlo, se haban valido de unapaciente y metdica observacin de los astros, hasta llegar a precisar, con minuciosa

    exactitud, las diferentes influencias que los cuerpos celestes ejercen sobre la tierra,adquiriendo asimismo suficientes conocimientos para poder aprovechar adecuadamenteestas influencias.

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    Estar en posibilidad de conocer y aprovechar los influjos celestes representaba unelevado logro, pero no era el ms alto de los conquistados por los sabios de antao, loscuales haban alcanzado el mximo ideal al que ser alguno pudiese aspirar: colaborarconscientemente al armnico funcionamiento del Universo.

    Devolver a la humana naturaleza su olvidada misin de coadyuvar alengrandecimiento del Universo representaba el principal propsito al que Tlacalel pensabaencaminar su empeo, y mientras meditaba sobre los medios de que habra de valerse paraello, su atencin se vio atrada por los rojizos rayos de luz del amanecer, que al proyectarsesobre los costados de la pirmide mayor, parecan resaltar an ms las prodigiosasdimensiones de la milenaria construccin. Sbitamente, una idea que entraaba unaempresa de colosal magnitud cruz por el cerebro de Tlacalel: ya que el sol era la fuentecentral de donde dimana la energa que permite la vida, si se lograba contribuir a susustentacin e incrementar su desarrollo ello se traducira en un generalizado beneficio paratodos los seres que pueblan la tierra.

    Desde tiempos remotos, aqullos que se haban dedicado a observar condetenimiento el proceso que tiene lugar en los seres vivientes a lo largo de su existencia,haban llegado a la conclusin de que los seres humanos, en el instante de ocurrir sumuerte, generaban una cierta cantidad de energa que era de inmediato absorbida por la

    luna y utilizada por sta para proseguir su crecimiento. Con base en ello, Tlacalel concluyque si en un determinado momento el nmero de personas que moran era en extremoabundante, la luna se vera incapacitada para aprovechar este exceso de energa, la cualpasara a ser absorbida por el sol, pues ste, en virtud de sus proporciones, resultara ser elnico cuerpo celeste capaz de utilizar la sobreabundancia de energa intempestivamentegenerada desde la tierra.

    Resultaba evidente que tan ambicioso proyecto colaborar al mantenimiento yengrandecimiento del sol slo podra llevarse a cabo tras la previa unificacin de lahumanidad en un Imperio que nicamente reconociese como fronteras los cuatro confinesdel mundo: los dos mares insondables cuyas aguas flanqueaban la tierra, los calcinantes ylejanos desiertos del norte y las impenetrables selvas situadas ms all de las regioneshabitadas por los mayas.

    Una vez fijados los objetivos fundamentales del Imperio cuya creacin proyectaba,Tlacalel resolvi dar por concluido su retiro y retornar a Tenochttlan. As pues, orden auno de los sirvientes que le acompaaban se encaminase de inmediato rumbo a la capitalazteca, con la misin de informar a las autoridades tenochcas de la fecha en que habra dearribar a la ciudad el Heredero de Quetzalcatl.

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    Captulo VII

    DOS HOMBRES BUSCAN UNA CANOA

    La elevacin de Itzcatl a la dignidad real, propuesta por Tlacalel, se llev a cabo sin

    que se produjese en su contra una franca oposicin de los integrantes del Consejo delReino, pues stos, temerosos de contradecir abiertamente la determinacin del Portador delEmblema Sagrado y desatar con ello una revuelta popular de imprevisibles consecuencias,optaron por aceptar la designacin del nuevo gobernante, sin dejar por ello en su empeode procurar congraciarse a toda costa con los tecpanecas.

    La sencilla pero emotiva ceremonia de coronacin, presidida por Tozcuecuetzin,suscit en la poblacin azteca generalizados sentimientos de optimismo y confianza. Todosdeseaban ver en el ascenso de Itzcatl el feliz presagio de una pronta restauracin de laconcordia interior y de la desaparicin del grave conflicto externo que les amenazaba. Sinembargo, los ms conscientes de entre los tenochcas, se percataban claramente de que ellono era posible y que ambos peligros continuaban latentes y oscurecan el porvenir delReino.

    A los pocos das de celebrada la coronacin, una embajada proveniente deAzcapotzalco solicit permiso para arribar a Tenochttlan. Sus integrantes afirmaban veniren son de paz y ser portadores de un mensaje de salutacin para el nuevo monarca. Itzcatldio rdenes para que se permitiese a los embajadores llegar a la ciudad, ya que los jvenestenochcas que custodiaban el lago les haban impedido cruzarlo, disponiendo, asimismo, seles rindiesen los honores y atenciones acostumbrados.

    Los embajadores comenzaron por expresar ante Itzcatl el saludo que le enviabaMaxtla con motivo de su reciente entronizacin, pero acto seguido, cambiaron de tono paratransmitirle las duras exigencias acordadas por el soberano de Azcapotzalco: todos losjvenes que haban secundado a Moctezuma deban ser considerados como rebeldes,siendo obligacin de las autoridades tenochcas reducirlos por la fuerza, para luego

    entregarlos maniatados a los tecpanecas, los cuales les aplicaran el castigo que estimasenpertinente. Finalmente, Maxtla decretaba un considerable aumento en los tributos ya depor s elevados que deban pagar los aztecas.

    Al conocerse las pretensiones tecpanecas, renacieron de inmediato las diferencias decriterio entre los dirigentes tenochcas. Tozcuecuetzin las calific de inadmisibles y otro tantohizo Moctezuma a quien Itzcatl haba liberado el mismo da de su ascenso al poderpero en cambio, los miembros del Consejo del Reino vieron en el cumplimiento de dichaspretensiones la ltima posibilidad de lograr preservar la paz, e iniciaron una campaa derumores tendientes a convencer al pueblo de que las condiciones impuestas por Maxtla noeran tan severas como pudiera esperarse, y que los nicos obstculos que impedan lograrun acuerdo con sus poderosos vecinos provenan del orgullo de Moctezuma y de la

    senilidad de Tozcuecuetzin.

    Corresponda a Itzcatl decir la ltima palabra, pero ste haba resuelto no tomarninguna determinacin sobre tan importante cuestin hasta no conocer la opinin deTlacalel. As pues, se limit a responder con evasivas a los requerimientos de losembajadores.

    Percatndose de la inutilidad de sus esfuerzos para determinar cul sera la conductaque asumira en lo futuro el gobierno azteca, los emisarios de Maxtla dieron por concluida sumisin en la corte de Itzcatl y anunciaron su prximo regreso a Azcapotzalco.

    Las elegantes canoas que transportaban a los funcionarios tecpanecas se cruzaron ensu viaje de retorno con una modesta embarcacin tripulada por un solitario individuo.

    Ninguno de los orgullosos personajes prest mayor atencin a la figura de aquel sujeto,cuyo humilde atuendo revelaba su condicin de sirviente.

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    En cuanto hubo llegado a Tenochttlan, el cansado viajero se present ante lasautoridades para darles a conocer el mensaje del cual era portador: el informe que desdeTeotihuacan enviaba Tlacalel respecto de la fecha en que proyectaba llegar a la capitalazteca.

    A travs de la nica abertura que haca las veces de ventana en su pauprrima choza,la anciana Izquixchitl contemplaba con nimo entristecido las cercanas aguas del lago.

    Una completa y anormal quietud prevaleca en el ambiente. No se escuchaba vozalguna ni se vea una sola figura humana en las restantes casas que integraban la aldeadonde moraba Izquixchitl. Todos los habitantes del pequeo poblado se haban marchadomuy de maana rumbo a Tenochttlan, a participar en la recepcin que se haba organizadoen honor del primer azteca que alcanzaba el ms alto privilegio a que poda aspirar hombrealguno sobre la tierra: portar sobre el pecho el Emblema Sagrado de Quetzalcatl.

    Al recordar que ninguno de sus vecinos se haba ofrecido para llevarla a la ciudad apresenciar los festejos, un amargo resentimiento hizo brotar gruesas lgrimas de loscansados ojos de la anciana. Jams Izquixchitl haba sentido tan cruelmente el peso de suinvalidez como en aquellos instantes, en que de buena gana habra dado lo que le restabade vida a cambio de poder estar presente en Tenochttlan, asistiendo con todo el puebloazteca a la recepcin que se haba preparado a Tlacalel.

    La existencia de Izquixchitl se hallaba marcada por un trgico destino. Siendo anmuy pequea haba perdido a sus padres y a la mayor parte de su familia a resultas de lagrave epidemia de una misteriosa enfermedad que asolara, aos atrs, las tierras deAnhuac. Felizmente casada con el hombre a quien amaba (un pescador de muy modestacondicin, poseedor de un carcter en extremo bondadoso), su matrimonio se haba vistotan slo ensombrecido por la carencia de anhelados vstagos. Cuando ya en edad maduraIzquixehitl sinti al fin los primeros sntomas del embarazo, tuvo por cierto que estabaprximo el da en que habra de completarse su dicha. Pero el alumbramiento tuvo fatalesconsecuencias, produciendo la muerte del hijo tan largamente esperado y ocasionando en lamadre una extraa dolencia que paraliz casi todo su organismo, preservando tan slo sucapacidad de raciocinio y sus funciones vegetativas.

    Los constantes cuidados que prodigaba a Izquixchitl su devoto esposo, unidos allento transcurrir del tiempo, fueron devolviendo a la enferma algunas de sus perdidasfacultades: recuper el habla, as como el movimiento en la mitad superior de su cuerpo.

    Todos los das, tras de concluir sus cotidianas faenas, el esposo de Izquixchitlacomodaba a sta en una amplia y slida canoa que personalmente haba construido parael transporte de la invlida y efectuaba con ella largos paseos por alguno de los bellosparajes del lago. Mientras la balsa se mova pausadamente a travs de las aguas, la parejaacostumbraba entonar con alegre acento antiguas canciones.

    Al morir su esposo, Izquixehitl se vio reducida a subsistir gracias a la caridad de loshabitantes de la aldea. Nadie volvi ya a pasear a la anciana por las riberas del lago y statuvo que resignarse a contemplar el mismo paisaje a travs de la angosta ventana de su

    choza. La pesada canoa en que efectuara antao sus gratos recorridos lustres fue llevada alinterior de su habitacin y su contemplacin llenaba de recuerdos el lento transcurrir de sussolitarios das.

    Cuando los juveniles y entusiastas seguidores de Moctezuma se dieron a la tarea deestablecer un sistema defensivo en torno a la capital azteca, comenzaron por concentrar enunos cuantos embarcaderos, debidamente fortificados, las canoas dispersas por las distintasorillas del lago. Los encargados de llevar a cabo esta concentracin, tras previa inspeccinde la aldea donde habitaba Izquixchitl, decidieron que un poblado tan pequeo noameritaba la construccin de obras de defensa, y por tanto, resolvieron trasladar a otro sitiolas escasas lanchas existentes en aquel lugar.

    Al percatarse que intentaban despojarla de su querida canoa, Izquixchitl se habaaferrado a ella, implorando lastimeramente le permitiesen conservarla. Conmovidos por lassplicas de la anciana, los jvenes que tenan a su cargo efectuar la requisa de lanchashaban terminado por acceder a sus ruegos, contentndose con ocultar ingeniosamente lacanoa, convirtindola en una especie de aparente refuerzo del endeble techo de la choza.

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    Ante la imposibilidad de asistir a Tenochttlan a contemplar la llegada del Portador delEmblema Sagrado, Izquixchitl trat de compensar, mediante un esfuerzo de suimaginacin, la incapacidad fsica que la mantena inmovilizada. En su gil mente fuetrazando una completa representacin de todo lo que supona deba estar ocurriendo enaquellos instantes en la capital del Reino: centenares de sirvientes, ricamente vestidos,precedan al Heredero de Quetzalcatl anunciando su proximidad con rtmico toque detambores y atabales. A continuacin, veinte altivos guerreros marchaban sosteniendo con

    fornidos brazos una ancha plataforma elaborada con maderas preciosas. Sobre laplataforma, en un sitial bellamente adornado con incrustaciones de oro y jade, lucaimponente la figura de Tlacalel, ataviado con lujosos y vistosos ropajes. Pendiente de sucuello y sostenido por una gruesa cadena de oro, portaba el reverenciado emblema queostentaran en el pasado los poderosos Emperadores Toltecas: el enorme caracol marino deQuetzalcatl.

    Izquixchitl haba odo decir que Tlacalel era un hombre joven, pero ella se negabaterminantemente a conceder la menor validez a semejante absurdo. Sin duda alguna elHeredero de Quetzalcatl era un anciano de larga cabellera blanca y de rostro hiertico,desprovisto de toda pasin y emocin humanas, con la vista perdida en el infinito, atentoslo a las voces superiores de los dioses.

    La sbita aparicin de dos figuras humanas que avanzaban directamente hacia laaldea vino a interrumpir bruscamente las ensoaciones de la anciana.

    La presencia de extraos en aquella maana resultaba del todo inusitada, pues deseguro ya toda la gente de los alrededores se encontraba en esos momentos enTenochttlan, participando en la recepcin a Tlacalel. Un sentimiento de temor sobrecogiel nimo de Izquixchitl, quien supuso que muy bien poda tratarse de ladrones deseosos deaprovechar la ausencia de los moradores de la aldea para saquear las casas.

    Bajo el creciente impulso del miedo y la curiosidad, Izquixchitl trat de dilucidar, atravs de un atento examen, la clase de personas que podran ser aquellos dos sujetos quese aproximaban.

    A juzgar por el vestido y la actitud de uno de los recin llegados, la anciana no tuvo

    mayor dificultad para concluir que deba tratarse de algn modesto sirviente de un centroreligioso. Sin embargo, a pesar de su profundo sentido de observacin desarrollado a travsde largos aos de obligada inmovilidad, le result imposible emitir juicio alguno sobre la otrapersona.

    El sujeto que atraa la atencin de Izquixchitl era un joven de no ms de veintitrsaos, de estatura ordinaria y de recia figura y bien proporcionados miembros. Su atuendo,sencillo en extremo, constaba tan slo de un maxtlatl y de un tilmatli. 1 No era por tanto suindumentaria, idntica a la de cualquier campesino, la que desconcertaba a la invlida, sinola poderosa y extraa energa que pareca emanar de aquel individuo en cada uno de susfirmes y elsticos movimientos.

    Aparentemente los dos recin llegados conocan de antemano que Izquixchitl era en

    esos momentos la nica habitante presente en la aldea, pues sin vacilacin alguna seencaminaron hacia su desvencijada choza. Al llegar frente al umbral de la vivienda, una vozde firme y modulado acento solicit autorizacin para penetrar al interior.

    Sin superar an los cautelosos temores que le dominaban, Izquixchitl otorg elpermiso que se le peda. Al instante, los dos desconocidos se introdujeron en la habitacin yla anciana pudo contemplar, a escasa distancia de su propio rostro, las facciones del joven yenigmtico visitante: su firme mandbula de barbilla vigorosamente redondeada, su amplia ydespejada frente, sus labios de expresin a un mismo tiempo severa y amable, y resaltandode entre todos aquellos singulares rasgos, los ojos, negros y profundos, en los que se ponade manifiesto una voluntad indomable y una incontrastable energa, que pareca gritar suansia por transformarse de inmediato en acciones de fuerza avasalladora.

    Apartando la vista de aquella irresistible mirada, Izquixchitl observ que eldesconocido portaba sobre el pecho la mitad de un pequeo caracol marino pendiente deuna delgada cadena de oro. Al contemplar aquel objeto, la invlida se sinti sacudida en el1El Maxtlatl era un lienzo de algodn enrollado en torno a la cintura y el tilmatli una manta que colgaba de los hombros.

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    fondo mismo de su ser, percatndose repentinamente de la identidad del personaje que sehallaba frente a ella: Tlacalel, el Heredero de Quetzalcatl.

    Izquixchitl profiri un ahogado grito de asombro y trat de arrastrarse hasta los piesdel joven azteca, con la evidente intencin de besarlos respetuosamente. Mediante rpido yafectuoso ademn, Tlacalel impidi los propsitos de la anciana.

    Esbozando una amable sonrisa, el Portador del Emblema Sagrado tom asiento allado de la invlida e inici con sta una amena conversacin, relatndole un lejanoacontecimiento de su niez: tras de una infructuosa y agotadora maana dedicada a tratarde cazar patos silvestres con su pequeo arco, un pescador que observaba la inutilidad desus esfuerzos le haba enseado la forma de preparar trampas para atrapar a estas aves,aconsejndole que en lugar de perseguirlas aguardase con paciencia a que los animalescayesen en la trampa. Una vez comprobada la eficacia del sistema propuesto por elpescador, Tlacalel haba continuado durante sus aos infantiles entrevistndose confrecuencia con aquel hombre, aprendiendo, a travs de sus sabios consejos, incontablessecretos sobre la forma de proceder que caracterizaba a los numerosos seres que vivan enel lago: desde los lirios acuticos hasta las distintas especies de peces que velocescruzaban sus aguas.

    Para Izquixchitl no constituy mayor problema adivinar que el pescador de aqulrelato no era otro sino su extinto esposo: solamente l haba sido capaz de poseer en tanalto grado ese profundo conocimiento de las cosas de la naturaleza y ese bondadosoespritu siempre dispuesto a proporcionar ayuda a los dems, caractersticas claramentesobresalientes en el pescador de aquella historia. Cuando el propio Portador del EmblemaSagrado confirm sus suposiciones, dos lgrimas resbalaron por el agrietado rostro de laanciana.

    Dando por concluidas las aoranzas, Tlacalel expres con toda franqueza el motivode su presencia: necesitaba una canoa para llegar a Tenochttlan, y aun cuando estaba altanto de la requisa y concentracin de lanchas llevada a cabo por rdenes de Moctezuma,supona que esta disposicin no haba surtido efecto en lo concerniente a la canoa

    propiedad de Izquixchitl, pues conociendo la generosa condicin de sentimientos queanimaba a los jvenes que haban efectuado esta tarea, daba por seguro que no habransido capaces de despojarla de un objeto que para ella era tan preciado.

    Izquixchitl manifest de inmediato su consentimiento a lo que se le solicitaba, sinembargo, no dej de expresar la extraeza que le produca aquella peticin. La capital delReino esperaba presa de emocin la llegada del primer azteca a quien se haba confiado lacustodia del Caracol Sagrado. Por qu escoga Tlacalel una forma casi subrepticia pararetornar a su ciudad? En el embarcadero central le aguardaba, de seguro, una numerosaescolta con la misin de conducirle