teresa urrea, la santa de cabora
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TERESA URREA, LA SANTA DE CABORA
Mario GILL
P A Z . L a paz p o r f i r i a n a . . .
Se ha llegado a creer que éste fue efectivamente el signo de l a era
porfírica, pero nada es más extraño a la verdad. E n realidad, nunca hubo
paz durante el largo período de l a dictadura. Pero eso sí: ¡cuántos crí
menes se cometieron en su nombre! Desde el triunfo de Tuxtepec hasta
e l de l a revolución maderista, e l país estuvo estremecido por una serie
de movimientos de mayor o menor importancia. E l pueblo ofrecía re
sistencia a l modo de v ida que se le trataba de imponer, y defendía con
su sangre el derecho a v iv i r en l a desorganización conquistada en 1821,
desorden que no era sino u n a forma anárquica de la l ibertad.
D o n Por f i r io , educado en ese estilo de v ida política, no concebía otro
remedio contra el desorden que l a dictadura; y lo grave fue que en ese
intento de someter a los profesionales del cuartelazo y de l a proclamación
de planes de toda índole, acabó también con los derechos legítimos del
pueblo. " E l general Díaz —dijo en u n banquete el diputado Alfredo
Chavero— h a formado u n pedestal de sangre y cañones para levantar
sobre él la estatua de l a paz." Esa estatua era el símbolo de la era tux-
tepecana. Pero a pesar del terror impuesto como norma de gobierno, e l
pueblo no se sometió jamás, no abdicó nunca sus derechos.
Casi desde el tr iunfo de Tuxtepec empezaron las dificultades. E n el
Norte se sublevaron sucesivamente, en 1877, enarbolando l a bandera del
lerdismo, el coronel Pedro Valdez y e l general Mariano Escobedo. E l año
siguiente se rebeló en Jalapa Lorenzo Hernández, secundado en T l a p a -
coyan por Javier Espino. E l 2 de j u n i o de 1879 se lanzó a la lucha en
Tepozotlán el teniente M i g u e l Negrete, hi jo del héroe del 5 de mayo;
e l movimiento que se había originado en una proclama subversiva del
general M i g u e l Negrete tuvo ramificaciones en algunas regiones de los
Estados de Veracruz y Puebla .
E n ese mismo mes, e l día 24, se produjo l a famosa matanza organi
zada por el general L u i s M i e r y T e r á n en Veracruz en acatamiento a l
famoso "mátalos en caliente". Se produjo, por esos mismos días, la re
belión del barco de guerra Libertad. E n 1880 se alzó en armas en Sina-
loa el general Jesús Ramírez Terrón, secundado en l a sierra por Herac l io
Bernal . Siguieron luego los movimientos fracasados del general T r i n i d a d
García de l a Cadena, en Zacatecas, en 1886, y el del general Francisco
R u i z Sandoval en l a frontera, en 1890. Dos años más tarde se producían
LA SANTA DE CABO RA 627
los sucesos de Tomochic y en 1 8 9 3 los de Temosáchic, que son segura
mente los ejemplos más patéticos del sadismo porfiriano.
Simultáneamente el inquieto Catarino Erasmo Garza jugaba a las es
condidas con las fuerzas militares de México y los Estados Unidos, bur
lándose de unas y otras, golpeando con su guerri l la cuando l a prensa
porf ir ista lo daba por l iquidado. Y mientras el Norte ardía, en el Sur,
en Tehuantepec, Oaxaca, Michoacán y Guerrero surgían brotes rebeldes.
C o n el nuevo siglo se iniciaron las actividades de los magonistas, que
cubr ieron toda l a pr imera década del siglo xx . Fue ésta l a más sangrien
ta, l a más intranqui la , la más porf ir iana. E l vaso estaba ya por derra
marse. Las acciones populares tenían el arranque de la desesperación.
E n Cananea y R í o Blanco centenares de obreros fueron inmolados en
aras de l a paz, y los movimientos magonistas de Jiménez, Las Vacas,
Palomas, Viesca, Acayucan y V a l l a d o l i d fueron reprimidos brutalmente.
E n Yucatán, en e l Mayo, en el Y a q u i , en l a Huasteca, dondequiera que
había minorías indígenas, la insurgencia era el estado natural . E n 1 8 9 6
los yaquis se apoderaron de l a c iudad de Nogales, y los totonacas de l a
de Papant la .
Además, en toda l a extensión del país, particularmente en las zonas
rurales, ocurrían constantemente brotes rebeldes espontáneos como pro
testas desbordadas contra los abusos de esa tr in idad que ahogaba al pue
blo en todas partes: el cacique, e l cura y el jefe político. E r a n gestos
de desesperación que no tenían trascendencia nacional y que l a censura
of ic ia l procuraba ocultar a la nación. Caso típico de estas pequeñas re
beliones locales fue el levantamiento de más de doscientos hombres en
San Mateo Atengo, Estado de México, en a b r i l de 1 8 9 3 . E l ayuntamien
to de l lugar decidió repartir u n extenso terreno munic ipa l entre los ha
bitantes del munic ip io . Para que hubiese equidad en el reparto, se pen
só en e l cura del lugar como arbitro. Éste distribuyó unas cuantas
hectáreas entre los ricos y se quedó con l a mayor parte, como corres
ponde a u n buen repartidor. E l pueblo se alzó contra l a injusticia y
declaró l a guerra a l a iglesia, a los ricos y a l gobierno, y el gobierno
lanzó contra los sublevados una poderosa fuerza de caballería al mando
del coronel J u a n Vega. L a sangre derramada estuvo en éste, como en
todos los crímenes del porfir iato, en razón directa con el grado de jus
ticia que asistía a los grupos atropellados. Y como este caso, centenares
más forman el florilegio de l a paz tuxtepecana. N o era l a paz lo que
reinaba en México; era el terror y l a muerte.
E L M I T O C O N T R A L A DICTADURA
D e todos los crímenes del porfirismo los más monstruosos fueron se
guramente los cometidos contra los pueblos de l a sierra de Chihuahua:
T o m o c h i c y Temosáchic. N i en Río Blanco se inmolaron más víctimas
al dios de l a paz, n i se usaron métodos tan inhumanos y sádicos como
en estos dos pueblos serranos. E n el caso de Tomochic son particular
mente impresionantes las extrañas circunstancias que concurrieron y, so-
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bre todo, l a desproporción entre el motivo (o mejor, l a falta de motivo)
y la acción represiva llevada a extremos increíbles. T o m o c h i c es u n
episodio clásico de l a era tuxtepecana: por u n lado, u n pueblo dotado
de las mejores virtudes del hombre, defendiendo sus derechos y su dig
nidad, y por e l otro fuerzas más poderosas, instrumento de l a ambición,
pisoteando esos derechos y esa dignidad.
Aparte el heroísmo de los hombres de Tomochic , que parece una lec
ción extraída de las mejores páginas de l a historia de Esparta, intervie
ne en este caso u n hecho insólito: el de que l a inspiradora de l a lucha
y de la resistencia contra l a agresión haya sido una jovencita de ape
nas 18 años, Teresa U r r e a , con cuyo nombre en los labios fueron a l
sacrificio los rudos serranos tomochitecos. A l grito de " ¡ V i v a Teresa
U r r e a ! " los valientes tomoches se enfrentaron a l a dictadura y a l terror
tuxtepecano y fueron serenamente a l a muerte.
Salvando las proporciones, Teresita Urrea fue una Juana de A r c o me
xicana. Algo tenía Teresa de l a Doncella de Orleáns; no empuñó jamás
u n arma n i se puso al frente de ningún ejército, pero l a Doncel la de
Cabora supo inspirar en los hombres la fe y la confianza en l a fuerza
d e l derecho y lanzarlos a acciones heroicas de las que no hubieran sido
capaces sin l a inspiración de l a i luminada. L a Doncella de Cabora,
como la de Domrémy, recibía inspiración div ina y, como l a francesa, fue
declarada santa, aunque no por las altas dignidades de l a Iglesia, sino
p o r los indios. Y tan válida es en última instancia una declaración como
l a otra.
Teresa U r r e a nació en Ocoroni (Sinaloa), el 15 de octubre de 1873.
Su padre, don Tomás U r r e a , era dueño de u n pequeño pero próspero ran
cho ganadero en l a confluencia de las cuencas de los ríos Mayo y Y a q u i ,
Cabora, donde transcurrió l a infancia de la niña. Inesperadamente,
cuando ésta cumplía doce años y entraba en l a pubertad, empezó a
enfermar de ataques nerviosos al parecer de carácter cataléptico. Después
de uno de estos ataques, cuyos efectos se prolongaron demasiado, se dio
por muerta a Téresita. P o r eso l a ranchería de Cabora se estremeció
ante un hecho "sobrenatural": ¡la pequeña había resucitado! Nadie
podía dudar de aquel milagro. Todos l a habían visto rígida, con l a p a l i
dez de la cera; le habían rezado y l lorado, y ahora estaba otra vez allí
como si no hubiera ocurrido nada.
Pero lo más convincente para los indios fue el hecho de que, después
de haber "resucitado", Teresa apareció dotada de u n extraño poder: algo
raro había en sus ojos, en sus manos, en su voz. A su lado encon
traban tranqui l idad y consuelo quienes atravesaban por una crisis m o r a l ;
salían de su casa fortalecidos y animosos, con una gran confianza en sí
mismos. Luego empezaron a circular rumores de que hacía curaciones
maravillosas, con l a sola imposición de sus manos, con el f lu ido magné
tico de sus ojos. L a fama de Teresa se extendió p o r los valles y por l a
sierra. De todas partes llegaban peregrinos con su carga de dolores físi-
LA SANTA DE CABORA 629
eos y morales. Cuando se presentaban ante l a joven, ésta ya sabía cuáles
eran sus preocupaciones. Todos salían reconfortados y regresaban a su
pueblo a cantar las glorias de l a Santa de Cabora, bien provistos de la
panacea milagrosa: u n poco de aceite mezclado con tierra de Cabora.
D o n Tomás U r r e a , fastidiado con las impertinencias de tanto visitante
renegaba contra los importunos, con l o mejor del vocabulario campe
sino, hasta que l a realidad descubrió las ventajas que para él podría tener
aquel a lud humano. Naturalmente, dentro de la ortodoxia del nuevo
culto no se podía afirmar que don Tomás hubiera descubierto u n nego
cio productivo a l proveer de carne, leche y demás productos de su rancho
a los millares de peregrinos que llegaban a Cabora. D o n Tomás tuvo que
"convertirse" a l a nueva religión —el "teresismo"— mediante u n m i l a
gro, como es de r igor en estos casos de incrédulos. L a santa escogió para
su padre uno de los milagros más milagrosos que pudieran imaginarse,
a f i n de que no le quedara ninguna duda.
U n reportero de El Monitor Republicano que estuvo en Cabora cuenta
que en una ocasión llegó entre los peregrinos u n visitante con una cal
vicie m u y avanzada y preguntó por Teresita Urrea , l a Santa de C a b o r a . . .
— ¡Qué santa n i qué una c h i n . . . ! —contestó el ranchero malhumorado;
y luego, mirándose en el espejo de l a calva del peregrino añadió:
— M i hi ja será santa el día que a usted le salga el p e l o . . .
D o n Tomás se quedó pasmado —cuenta el reportero de El Monitor
(enero 3 de 1890)— cuando vio a l peregrino salir del despacho de l a santa
luciendo el esbozo de una abundante cabellera.
E l rancho de d o n Tomás se volvió floreciente. Se tenían que matar
todos los días varias reses, que, por cierto, reaparecían "milagrosamente"
vivas al día siguiente. Alrededor del nuevo culto surgieron luego todos
los vicios humanos: puestos de bacanora, de sotol, de albures, de loterías,
de fritangas, etc. L a feria de Cabora empezaba a hacerse famosa. A l
mito siguió l a realidad humana. L o pagano y lo místico, mano a mano.
Pero aparte los "milagros", a Teresita U r r e a le dio por predicar
"doctrinas muy l ibres" (según el reportero de El Monitor). A f i r m a b a , por
ejemplo, "que todos los actos del gobierno y del clero eran malos". Sus
doctrinas de l ibertad y justicia, atractivas de suyo, pero que además te
nían el prestigio de ser expuestas por una virgen a quien se suponía en
contacto con l a d i v i n i d a d , inf lamaron los pechos de aquellas víctimas
de la dictadura que no veían en el horizonte de México l a más remota
esperanza de salvación. L o sobrenatural era su último refugio. P a r a
aquellos indios perseguidos, despojados, deportados como esclavos a Y u
catán o Val le Nacional , a quienes la tiranía porfirista había quitado todo,
hasta el derecho a l a v ida, no había ninguna duda de que aquella m u
chacha devuelta a l a v ida por el cielo traía u n mensaje d iv ino: luchar
por l a l ibertad con apoyo en el G r a n Poder de Dios.
U n o de los peregrinos curados por Teresa Urrea , e l señor A n t o n i o S .
Cisneros, denunció u n a m i n a en el cerro de San Diego, cerca de L a Aseen-
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sión (Chihuahua), a l a cual puso el nombre de " L a Santa de Cabora".
A l mismo tiempo se convirtió en una especie de apóstol de la nueva
religión, extendiendo por l a sierra el prestigio de l a i luminada. L a fama
de Teresa cundió rápidamente, tanto por sus dotes de taumaturga como
p o r sus prédicas de l ibertad y justicia. Quienes podían hacerlo, cruza
b a n l a Sierra Madre para i r a visitar a l a Santa y volvían maravillados a
d i f u n d i r l a nueva f e . . . y el propósito de lucha contra la opresión. Teresa
U r r e a se había convertido en bandera política contra la dictadura.
E L CASO DE T O M O C H I C
Este pequeño pueblo de no más de 300 habitantes, perdido entre las
arrugas de l a sierra de Chihuahua, vivía una vida casi pr imit iva , defen
diendo su ganado contra las incursiones de los apaches y cultivando sus
pequeñas parcelas en el valle. E r a u n pueblo de cazadores que vivía con
e l wínchester al brazo tanto para defenderse de todos los peligros como
p a r a proveerse de las piezas de caza necesarias en su vida. E r a n por lo
mismo magníficos tiradores. Hombres rudos, leales, sinceros, sencillos, de
una sola pieza, y profundamente religiosos.
E n una ocasión hizo u n a visita a l pueblo el gobernador de C h i h u a
h u a , señor L a u r o Carr i l lo quien, en p l a n de turista, visitó irreverente el
pequeño templo donde descubrió, en l a composición de u n gran cuadro,
unas imágenes de San Joaquín y Santa A n a de mucho mérito artístico.
Ordenó a l a autoridad del pueblo que recortaran aquellas figuras y se
las remitieran a l a capital del Estado. Así lo hizo el jefe político, pero los
tomochitecos protestaron con tal energía y decisión, que el gobernador
se v io obligado a regresar las telas y hacer que fueran cosidas con pi ta
en el cuadro de donde se habían arrancado.
E l gobernador C a r r i l l o no perdonó nunca l a descortesía de los tomo
chitecos y se mostró siempre dispuesto a escuchar todas las quejas que
se le presentaban contra ellos, todas las calumnias de quienes habían
recibido alguna lección de dignidad de parte de los altivos serranos. U n
empleado de l a compañía inglesa que explotaba el mineral de Pinos
Altos, Joaquín Chávez, era el p r i n c i p a l instigador de esas calumnias;
l legó en alguna ocasión a amenazarlos con l a leva util izando su influen
cia cerca del gobernador. Habiéndolos denunciado como rebeldes y
autores de u n supuesto intento de asalto a l a conducta, el gobierno del
Estado ordenó, sin ninguna averiguación, que fuesen fusilados, sin for
mación de causa, aquellos a quienes se quiso acusar del imaginario
del i to.
T o m o c h i c fue declarado en estado de rebelión por el gobierno de
C h i h u a h u a y se organizó contra el pueblo u n a expedición punit iva de tipo
tuxtepecano para acabar de una vez con l a soberbia y altivez de los de
Tomochic . E l 7 de diciembre de 1891 se produjo el primer encuentro.
Los tomochitecos hicieron honor a su fama de fieros, indomables y buenos
LA SANTA DE CABORA 6 3 1
tiradores. Después del primer combate con los federales, los de Tomochic
tomaron u n a determinación: i r todos a visitar a l a Santa de Cabora,
tanto para evitar fricciones con los federales como para recibir consejo
e inspiración. Se encaminaron por l a sierra que conocían como nadie.
E l gobierno destacó en su persecución a l 11^ batallón, a l mando del
capitán E m i l i o Enríquez. E l encuentro fue en Álamo de Palomares
el 2 7 de diciembre. Los federales fueron vencidos; el capitán murió en el
combate l o mismo que otros oficiales, y los tomochitecos recogieron
u n importante botín de armas y parque.
D e T o r i n salió entonces en su busca u n a columna a l mando del
coronel Lorenzo Torres. H u b o encuentros en Peñitas y Estrella. Los
de T o m o c h i c procuraban rehuir el encuentro con los federales; pero,
atacados, se veían obligados a defenderse. N o tomaron nunca la ofensiva.
Su único deseo era regresar a su pueblo a trabajar. E n enero de 1 8 9 2
estaban de regreso.
A l g o extraordinario había ocurrido durante l a visita a l a Santa de
Cabora . U n o de los vecinos del pueblo, José Carranza, había sido curado
de u n tumor por Teresita; a l despedirse, el la le di jo, acariciándole las
barbas:
— ¡ C ó m o se parece usted a San José!
A l g u n a de las devotas que escuchó eso divulgó luego l a versión adul
terada de que l a Santa de Cabora había dicho que aquel hombre era
San José en persona. E l pobre serrano, víctima de l a histeria mística
colectiva, regresó a Tomochic decidido a c u m p l i r su destino sobrenatural.
Los tomochitecos habían tomado a su vez u n a resolución inspirada en las
prédicas de Teresa: en lo sucesivo no reconocerían más autoridad que
i a d i v i n a , n i obedecerían más ley que l a de Dios. E n su plan estaba la
transformación del culto católico desechando l a intervención de los sa
cerdotes y sustituyendo las imágenes p o r santos de carne y hueso.
E l día que llegó "San José" se le hizo u n a gran recepción y se le
condujo a l a iglesia. E l cura M a n u e l Gástelo intervino. Desde el pul
p i t o injurió a los tomochitecos por sus desviaciones y negó la santidad
de Teresa U r r e a y de José Carranza a quienes, por lo demás, reconocía
muchas virtudes personales. Los tomochitecos, indignados, arrojaron a l
sacerdote de l a iglesia y escogieron a l patriarca del pueblo, Cruz Chávez,
para que asumiera l a dirección del culto. E l cura tuvo que refugiarse en
casa del presidente m u n i c i p a l , J u a n Ignacio Enríquez, y finalmente
abandonó e l pueblo para instalarse en Uriáchic.
E n marzo de 1 8 9 2 se vencía e l plazo en que el sacerdote debía cubrir
u n a deuda que tenía con Cruz Chávez, consistente en dos yuntas de
bueyes. E l cura Castelo, aprovechándose de l a situación irregular que
prevalecía en T o m o c h i c , dejó de c u m p l i r su compromiso. Chávez envió
u n emisario a l sacerdote, pero los bueyes no llegaban a Tomochic . E n
tonces Cruz Chávez envió nuevamente u n propio con la siguiente carta
para e l cura:
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"Bista l a suya de fecha 4 de j u l i o Relat iva a la causa que usted
me manifiesta aberla ebitado y que a l a vez le está ebitando el
aserme el pago de que me es deudor N u n c a esperaba l i o que consep
tos tan inútiles le bastaran a usted para pretender distraerse de una
hobligacion tan justa y legal como l a que tiene de aserme m i justo
pago pues sin cansar mas l a atención suplico a usted que con el por
tador de esta que es Marsel ino Herrera me mande usted pagar $ 60
en moneda corriente balor que equibale de otras dos yuntas de
Bueyes que conseguí para remediar mis necesidades pues usted sabe
que la fuerza federal nos dejó c in elementos a entelijencia de que
ci en esta bez no tiene puntua l idad en aserme el pago de que re
fiero me bere obligado a pasar a ese lugar a consta de usted con
mis compañeros y por dondequiera que ande uno deberemos estar
todos a entelijencia que cada persona de los que me acompañen le
gana cuatro pesos diarios pues en este cuerpo no hay distinción
de clases todos somos iguales pues todos gosamos del mismo haber.
L o que pongo en conocimiento de usted para su entelijencia pues
como l a hobligacion de usted es pagar en este lugar cirbase usted
arreglar el biaje a l embiado según usted y el se convengan y Sin
mas quedo en espera de sus ordenes y SS Cruz Chávez. Tomochic ,
agosto 25 de 1892."
E l cura pagó en el acto los 60 pesos, más los gastos del emisario, pero
desde ese momento se convirtió en e l peor enemigo de los tomochitecos.
E L 2 DE SEPTIEMBRE DE 1892
E n Tomochic ocurría algo extraordinario. E l pueblo parecía atacado
p o r u n a psicosis colectiva de misticismo. U n a nueva y original reforma
de l culto católico se estaba operando allí. Teniendo a San José era ló
gico que apareciera también Jesucristo, y apareció en efecto, poco tiempo
después, en Chopeque, cerca de Tomochic , y luego surgieron otras dos
santas, Carmen María y Barbarita . E r a una verdadera epidemia de san
t idad.
Los tomochitecos se pasaban hasta seis horas diarias rezando, o entre
gados a l a meditación cuando se les agotaba el no muy variado reper
torio de oraciones y jaculatorias improvisadas, dirigidas principalmente
a l a Santa de Cabora. Terminados los extraños oficios, el patriarca Cruz
Chávez, convertido en director espiritual de la comunidad, daba l a
bendición a los fieles de l nuevo culto. Erguido, a l pie del altar, aquel
hombre de 40 años, corpulento, vigoroso, barbado (hubiera parecido u n
conductor de pueblos de l a antigüedad a no ser por las carrilleras que
cruzaban su pecho), destacaba su silueta sobre el nicho sagrado del
que había sido expulsado e l abstruso concepto de l a d iv inidad. Estaba
ahora allí u n Jesucristo de carne y hueso, tangible, dispuesto siempre a
LA SANTA DE CABORA 633
escuchar las quejas de los tomochitecos y a dar una respuesta inme
diata, concreta, u n consejo o una esperanza. E l Jesucristo de Chopeque
estaba en comunicación constante con Dios, y por lo tanto sus palabras
debían ser infalibles. ¿No daba l o mismo creer en esto que en lo otro?
Se había creado una nueva l i turg ia . L i t u r g i a sencilla, ranchera, de
hombres rudos, s in mucha imaginación. E l sincretismo tomochiteco se ins
p i r a b a evidentemente en el de los mayos y yaquis que también arrojaron
a los curas de sus iglesias y crearon su propia l i turgia y su propio
sacerdocio. L a Santa de Cabora se decía autorizada por Dios para bau
tizar, casar y administrar cualquier sacramento. ¿No era más satisfactorio
recibir éstos de manos de una virgen inspirada y no de las de u n sacer
dote explotador, ambicioso y pérfido como los que habían conocido?
E l r i t u a l del nuevo culto se basaba en l a natural idad y sinceridad
humanas. E r a una combinación ingenua de lo místico y lo real. A l
terminar los oficios de l a " fat iga" (nombre que daban a las ceremonias
que celebraban en el templo), Cruz Chávez, de espaldas a l altar, se pre
paraba para dar la bendición. Alzando el brazo poderoso, l o dejaba
caer rígido, bruscamente, cortando el aire como con dos hachazos defini
tivos, a l a vez que decía:
—Hermanos míos, os doy m i bendición.
Todos los fieles, de pie , alzando e l brazo derecho a la altura de l a
frente, contestaban en coro:
— L a recibimos.
R E I N A B A EN T O M O C H I C l a calma precursora de la tormenta. E l gobierno
se preparaba para el ataque pero, conociendo l a situación estratégica del
pueblo rodeado de montañas, l a condición de los tomochitecos, su reso
lución de defender sus derechos a toda costa y sobre todo su bravura y
su habi l idad en el manejo del wínchester, prefería llegar a u n arreglo
pacífico. Iban y venían emisarios tratando de lograr u n acuerdo enga
ñoso. E l más constante era el diputado Tomás Dozal Hermosi l lo ; estaba
empeñado en conseguir la sumisión de los tomochitecos; pero a cambio
de ese sometimiento no ofrecía nada. Rendición incondicional , tal era
l a última palabra de Tuxtepec. Y eso significaba para los hombres de
T o m o c h i c la ley fuga, l a leva, l a deportación, l a esclavitud. E l acuerdo
fue unánime: antes m o r i r que rendirse. Y se aprestaron para la
defensa.
E l gobierno federal mandó 200 soldados para someter a l pueblo alta
nero que se permitía la l ibertad de arrojar al cura de su templo y ne
garle a l gobernador unas cuantas imágenes de santos; que protestaba
porque los funcionarios de C i u d a d Guerrero se aprovechaban del candor
de alguna bella serranita, que se negaba a cooperar con e l funciona
rio de l a compañía inglesa de Pinos Altos, y que, peor aún, sostenía
que aquellas tierras eran suyas y no se mostraba dispuesto a cederlas
a n inguna des l indadora . . .
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Los de T o m o c h i c recibieron a los soldados en el valle. Les parecía
u n a ventaja excesiva, deshonrosa, cobarde, aprovechar las magníficas po
siciones estratégicas de sus cerros contra 200 soldados. L a batalla se
trabó en condiciones de relativa igualdad, pues en el pueblo no había
200 hombres armados. U n grupo de federales, mandados p o r e l teniente
coronel José María Ramírez, logró apoderarse del cementerio del pue
blo; Cruz Chávez, con cuatro tomochitecos, los desalojó de esa posición.
L o s del gobierno, en situación comprometida, se dispersaron dejando en
manos de los tomoches muchos muertos, armas y prisioneros, entre ellos
e l teniente coronel Ramírez.
De este desastre de las fuerzas federales no informaron los periódicos.
L a censura era absoluta. Además, Tomochic era u n pueblo perdido
en l a sierra de C h i h u a h u a , a 15 leguas de C i u d a d Guerrero y seis días
de camino de l a capital del Estado. Los periódicos de l a capital infor
m a b a n de movimientos de tropas sin que se supiera hacia dónde eran
destinadas. A l g o se preparaba, evidentemente. Tuxtepec trataba de ven
gar l a afrenta del 2 de septiembre.
L A LIBERTAD O LA MUERTE
Las gestiones para lograr l a rendición incondicional de T o m o c h i c ha
bían fracasado. E l diputado Dozal Hermosi l lo propuso u n decreto de
amnistía para los orgullosos serranos, pero el congreso de C h i h u a h u a
rechazó el proyecto. N o quedaba otro camino que el de someter por la
fuerza a quienes así desafiaban al régimen. E l prestigio del porfiriato
estaba empeñado en esa acción. ¿Cómo podría conservarse l a paz si no
se hacía u n buen escarmiento? Además, el país vivía en esos momentos
u n a situación crítica. E n varias regiones de l a república existía u n es»
tado de insurgencia: Catarino Garza en la frontera constituía una preocu
pación neurálgica de don Porf i r io , no tanto por l a personalidad del jefe
de l a rebelión como por el hecho de tener como base de operaciones el
territorio de los Estados Unidos , donde podía proveerse de armas y
municiones. Se sabía, asimismo, de una conspiración de mexicanos en
territorio norteamericano, con vistas al derrocamiento del régimen.
Hacía poco que los indios mayos se habían sublevado al grito de
" ¡Viva la Santa de Cabora!" , " ¡Viva l a L i b e r t a d ! " Más de 200 indios
mayos, encabezados por J u a n Tebas y M i g u e l T o r i g o q u i , tomaron l a plaza
de Navojoa el 15 de mayo de 1892, matando a l jefe político Cipr iano
Rábago y a varios vecinos prominentes, extorsionadores de los indios.
Otros movimientos subversivos se habían producido en el Noroeste, en
Michoacán, en Oaxaca y Tehuantepec.
E l general A b r a h a m Bandala, jefe de l a 1̂ zona mi l i tar , movilizó
sus fuerzas pero, conocedor de l a causa de las sublevaciones, y de que
el foco de l a agitación era el rancho de Cabora, se presentó con 100
hombres en casa de Teresita U r r e a . E l general hizo saber a l a mucha-
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c h a de 18 años que el gobierno "consideraba sumamente perjudicial su
permanencia en ese lugar" y, por lo mismo, exigía que se trasladara al
pueblo de Cócorit. Los Urrea, padre e hi ja , fueron expulsados de Ca-
b o r a , de esa nueva Meca adonde peregrinaban los indios en busca de
sa lud, de consuelo y . . . directivas políticas. De tan absurdo nadie se atre
vía a confesarlo entonces, pero esa muchacha que el reportero de El Mo
nitor describía como de "aspecto vulgar, fea, delgada, de tez amarillenta
y de ojos grandes, negros y sin b r i l l o " , tenía de hecho en jaque a l dicta
d o r omnipotente.
L a detención de Teresa agravó l a situación. Nuevos grupos indígenas
se lanzaron a l a lucha. E l general Bandala gestionó entonces por con
ducto de Izábal, gobernador de Sonora, que l a santa fuese expulsada del
terr i tor io nacional para impedirle todo contacto con los "fanáticos". E l
día 5 de j u l i o de 1892 el cónsul de México en Nogales informaba de
l a l legada a ese lugar de Teresa U r r e a y su padre; de que al día si
guiente habían quedado instalados en u n a casa, gracias a los donativos de
varios partidarios; que una corriente constante de visitantes entraba y
salía de esa casa, y que l a prensa norteamericana hablaba de ella como
de " u n a mártir perseguida por el gobierno de Porf i r io Díaz".
L a omnipotente dictadura había considerado necesaria, para la esta
b i l i d a d del régimen, l a expulsión de l a enferma de Cabora, Teresita
U r r e a , jde 18 años de edad!
E N T R E TANTO, se estrechaba el círculo de fuego sobre Tomochic. Los
federales incendiaron las trojes cercanas para dejar al pueblo sin víveres.
C r u z Chávez, e l patriarca, había permit ido l a entrada del doctor Fran
cisco Arel lano, de l 5^ batallón, para que curara a los heridos, pero éstos
se negaron a ser atendidos, prefiriendo el ungüento de jabón, sebo y
t ierra de Cabora que les había dado Santa Teresa. E l día 15 de octubre
de 1892, en vísperas del ataque de los federales, el teniente coronel R a
mírez solicitó hablar con Cruz Chávez, y le di jo:
— S i sigo aquí sin asistencia médica adecuada, me moriré lentamente.
L e suplico, pues, que me mande fusilar inmediatamente, o que me
ponga en l ibertad para i r a curarme a C i u d a d Guerrero.
C r u z Chávez reunió a l Consejo, compuesto por sus hermanos M a n u e l
y D a v i d , Jesús y Carlos Medrano, los hermanos Lozano y Jorge Ort iz .
Los jefes deliberaron y decidieron rechazar l a solicitud. Cuando se le
comunicó a éste l a decisión de los jefes tomochitecos, insistió con ener
gía en que se le fusilase en seguida. Y a no pedía la l ibertad, sino l a
muerte inmediata. L o demandó con tal convicción y sinceridad, que Cruz
Chávez consideró necesario convocar nuevamente a l Consejo y reconsi
derar el caso. Gracias a la intervención de los Chávez se convino entonces
en ponerlo en l ibertad absoluta, pero advirtiéndole que debía agradecer
ese beneficio a Santa Teresita de Cabora, cuyo santo se celebraba en esa
fecha, 15 de octubre.
636 MARIO GILL
Para despedir a Ramírez, Cruz Chávez, que sentía por e l m i l i t a r u n
g r a n respeto y simpatía a causa de su valor, hizo formar a todos los
tomochitecos armados para que les pasara revista antes de partir y p u
d i e r a n despedirse de mano del valiente enemigo. E l teniente coronel
revistó a la tropa serrana y estrechó l a mano de cada uno, emocionado
p o r aquel rasgo de nobleza; naturalmente tuvo el cuidado de contar
los apretones de mano: fueron 105. Bartolo Ledesma, que casualmente
pasaba por el pueblo, aceptó conducir a Ramírez hasta C i u d a d Guerrero.
E l mi l i te porfiriano habló luego en México ante los periodistas con
g r a n respeto y admiración hacia los tomochitecos. Chávez en persona
atendía a Ramírez, lo curaba y le llevaba de comer, cuando había qué
comer. Los de Tomochic compartían lo que tenían con los prisioneros:
dos tortillas en l a mañana y dos en l a noche. Ésa era l a ración normal
p a r a todos. Cuando conseguían carne o papas, los prisioneros partici
p a b a n del festín. Además, los tomoches dejaban a los presos en l ibertad
de asistir o no a las ceremonias de l a "fatiga"; nunca se les presionó en
ningún sentido; en Tomochic había u n régimen de hermandad y tole
rancia .
Contra esos hombres que no habían cometido ningún delito, a no
ser el de rechazar los ataques de que habían sido víctimas, se lanzó toda
l a fur ia tuxtepecana. Para T o m o c h i c no había ya ninguna alternativa
posible, porque l a rendición equivalía también a la muerte o, lo que
era peor, a l a esclavitud. Decidieron entonces m o r i r , pero cobrando u n
alto precio por sus vidas.
L a prensa del país hablaba de los tomoches como de unos fanáticos
que se habían vuelto locos. Y en real idad, en e l ambiente de terror
e n que se vivía, la gallardía y dignidad de T o m o c h i c era una locura;
fanáticos, lo eran efectivamente, pero era e l suyo u n fanatismo revolu
cionario: su culto a la Santa de Cabora, l a creación de sus propios
santos vivos y l a expulsión del cura Castelo eran, en efecto, una rebelión
en contra de l a Iglesia católica. Hasta llegó a hablarse en algunos
periódicos de u n a nueva reforma religiosa pretendida por los tomochi
tecos. Los valientes serranos habían identificado el culto a l a Santa de
Cabora con e l culto a l a l ibertad. Las prédicas ardientes de aquella
muchacha que en el nombre de Dios condenaba a los tiranos y a los
explotadores, habían calado m u y hondo en los espíritus primitivos de
los hombres de l a sierra. A falta de líderes políticos que encabezaran
a las masas oprimidas y las condujeran a l a lucha organizada mil i tar
mente, Teresa U r r e a había sublimado el descontento popular convir
tiéndolo en u n a aspiración mística.
L A EPOPEYA DE T O M O C H I C
E l ejército federal había estado preparando con todo cuidado l a ofen
siva del desquite. E l general Rosendo Márquez, jefe de la 2* zona mi l i tar ,
entregó el mando de l a fuerza expedicionaria a l general José María R a n -
LA SANTA DE CABORA 637
gel otorgándole a l mismo tiempo "facultades discrecionales". E l general
en jefe contaba con los contingentes de los batallones 5^, o?, n*?,
12<? y 24*?, más 150 guardias nacionales de Sonora a l mando del general
Lorenzo Torres y u n cuerpo de voluntarios reclutados en los pueblos de
San Andrés, Guerrero, Bachiniva y Arisiáchic. E r a n en total más de 1,500
hombres bien armados y amunicionados, con artillería y suficientes pro
visiones.
E n Tomochic habían quedado encerrados 105 hombres armados con
wínchester y tres cananas: u n a en l a cintura y dos cruzadas al pecho.
A los niños de 13 a 14 años que quisieron luchar a l lado de sus padres
se les proporcionó u n rémington por ser más l iviano. De los 105 hom
bres que había, Cruz Chávez hizo salir 40 a l mando de José María
Lozano, de Yoquibo, y A n t o n i o Chaparro, de Cusihuiriáchic, con ins
trucciones secretas. Así, pues, quedaron 65 hombres en el pueblo listos
para resistir el ataque de los 1,500 soldados federales: 23 por 1.
E l combate se inició e l 20 de octubre de 1892. Chávez había distr i
b u i d o sus hombres en los sitios estratégicos con órdenes de economizar
municiones. E l general Range l tomó el cerro de l a Medrano, frente a l
pueblo, para emplazar su artillería, y se inició el cañoneo sobre las po
siciones tomochitecas. E l pr imer objetivo fue l a casa de Encarnación
Lozano, donde se guardaban 1,000 fanegas de maíz, las cuales fueron
convertidas en cenizas. Todos los asaltos sobre el pueblo fueron recha
zados con pérdidas tremendas para los federales. Los tomoches eran
excelentes cazadores; sus blancos predilectos eran los quepis de los
oficiales.
E l cañón seguía su tarea de destrucción paulatina, pero como era u n a
pieza de pequeño calibre y sus efectos destructores resultaban muy len
tos, Rangel decidió incendiar el pueblo, casa por casa, de l a periferia a l
centro. Las mujeres y los niños que las habitaban salían a refugiarse
a l a iglesia. Los incendiarios, después de prender fuego, saqueaban las
casas llevándose cuanto había aprovechable, como gallinas y cerdos.
U n a de las operaciones más sangrientas fue l a ocupación del cerro
de l a Cueva, posición clave de l a defensa de Tomochic . Los intentos
duraron varios días. Las laderas de l a montaña quedaron cubiertas de
centenares de cadáveres de soldados. Rangel tuvo que echar mano de u n
recurso especial para animar a sus hombres. A su cuartel general llegó
u n cargamento de sotol. C o n este expediente y la orden de disparar
contra el que retrocediese, después de varios intentos los soldados del $>
batallón lograron apoderarse del cerro. E l combate duraba ya cinco días.
T o m o c h i c quedaba reducido, para su defensa, a l a iglesia y l a casa for
tificada de Cruz Chávez, E n el cuartel general se celebró l a victoria con
una gran comelitona y borrachera. Abajo, los tomochitecos distribuían
raciones de maíz tostado, rezaban, mataban desde sus troneras y ente
rraban a sus muertos en sus casas de acuerdo con las nuevas ceremonias
de su l i turgia .
638 MARIO GILL
Cuando escaseaba el agua a los sitiadores, las mujeres bajaban al
riachuelo del valle. Escribe Heriberto Frías en su Tomochic: " C o n toda
audacia, con plena abnegación, las pobres soldaderas bajaban por entre
las escarpaduras del flanco derecho del cerro, girando en torno de los
más altos picachos, sangrando sus p i e s . . . , agarrándose a los matorrales
para no caer, siempre parlanchínas, mezclando entre sus crudas obsceni
dades de léperas irreductibles, devotas invocaciones a los santos. . . Y a
riesgo de ser cazadas por los tomoches de las últimas casas del pueblo,
o por la guerri l la de la torre, avanzaban hacia el l lano, hasta l a margen
d e l río donde l lenaban por docenas las ánforas de l a tropa. Mientras unas
hacían provisión de agua, otras se arrodil laban, de cara a Tomochic , le
vantando los brazos en cruz, como en actitud de o r a r . . . Creían que,
viéndolas en tal actitud, los tomochitecos no se atreverían a disparar
sobre ellas, y en efecto, jamás esos maravillosos tiradores dispararon sobre
aquellas hembras que proveían de agua fresca y l i m p i a a «los hijos de
Lucifer». ¡Los caballerosos hijos de la sierra no mataban mujeres!"
Otro rasgo que define la caballerosidad de Cruz Chávez y su gente
fue el de poner en l ibertad a los prisioneros que tenía guardados desde
l a batalla del 2 de septiembre. Viendo que los federales incendiaban
metódicamente una a una las casas del pueblo y que llegaría su turno
a la que habitaban los prisioneros, dispuso que éstos fueran liberados;
ellos no tenían por qué participar en el sacrificio colectivo del pueblo.
Sólo quedaba a los de T o m o c h i c l a iglesia y la casa de Cruz Chávez.
Rangel ordenó el asalto al reducto más importante, el templo. D e esa
comisión se encargó al 11 9 batallón, a l que se distribuyó una ración ex
traordinaria de sotol. Los soldados, cargados de petróleo para incendiar
el portón de l a iglesia, cruzaban el río teniendo que afrontar las balas
tomochitecas si avanzaban, o las de sus propios oficiales si retrocedían.
Muchos cayeron antes de llegar al atrio. Desde el cerro de l a Cueva, a
cuyo pie se hallaba l a iglesia, se lanzaron sobre el templo muchos botes
de petróleo. E n pocos momentos l a vieja capi l la construida por los je
suítas era una hoguera espantosa en l a que se mezclaba el estruendo de
los techos que se desplomaban con los gritos de "¡Viva l a Santa de Ca-
bora!", " ¡Viva el G r a n Poder de Dios!"
Quienes podían h u i r de aquel infierno eran cazados al salir por los
soldados apostados a corta distancia; algunas mujeres se arrojaron desde
lo alto de l a torre, en u n ataque de desesperación. Los que pudieron
escapar se refugiaron en l a casa de Cruz Chávez, construida con adobes
m u y firmes y defendida por unas cercas de troncos; en lo alto, ondeaba
la bandera nacional. E l f i n se acercaba. E l fuego de los sitiados se ha
cía menos nutr ido . E l general Rangel tocó a parlamento y exigió nueva
mente la rendición incondicional .
— N o nos rendimos —fue l a respuesta.
Y de las aspilleras salieron los gritos obsesivos:
—¡Viva l a Santa de Cabora! ¡Viva Santa María de Tomochic! ¡Viva
l a Libertad!
LA SANTA DE CABORA 639
L o único que pidió Cruz Chávez fue que se dejara salir a las familias
de quienes habían muerto ya en la lucha. Las demás preferían morir
a l lado de sus hombres.
U n a caravana espantosa de espectros ennegrecidos por el humo, que
apenas podía arrastrarse después de ocho días de hambre, de v ig i l ia y
de terror, salió de la casa de Cruz Chávez^ E r a n 40 mujeres y 71 niños.
Dentro quedaban los muertos y los que pronto iban a morir .
LIBERTAD Y CONSTITUCIÓN
Las páginas más emocionantes del l ibro de Heriberto Frías son aque-
las en que describe los últimos momentos de Tomochic . E l espectáculo
de las casas ardiendo en la noche, en el pequeño valle; los aullidos de los
perros hambrientos que, a l lado de los cadáveres de sus amos, impedían
en luchas terribles con los cerdos que éstos devoraran los cadáveres pu
trefactos; l a desolación, el humo de los restos humeantes* el silencio
espantoso sólo turbado por los ladridos de los perros que l loraban a sus
amos.
E l último día en la madrugada el cañón inició l a faena definitiva:
demoler la casa de Cruz Chávez; pero en vista de su fortaleza, se prefirió
el fuego. E n u n arranque desesperado, los hermanos Carlos y Jesús Me-
drano se lanzaron con u n pequeño grupo hasta donde se hallaba el ge
neral Rangel , con propósito de matarlo. L a táctica de los tomochitecos
había sido siempre la de el iminar a los jefes y oficiales. Cruz Chávez ha
bía dado instrucciones de que se buscara pacientemente al oficial y se
respetara hasta lo último al soldado raso. L a guerri l la de los Medrano
luchó cuerpo a cuerpo a unos cuantos pasos de donde se hallaba R a n
gel. Todos cayeron en el intento.
E l acto f ina l consistía en prender fuego al último reducto y quemar
vivos a quienes mantenían aún la resistencia. Los últimos once hombres,
con Cruz Chávez al frente, se lanzaron al ataque entre las llamas. Fue
ron recibidos por una descarga cerrada, a corta distancia. Cuatro queda
ron muertos y siete heridos, entre ellos el patriarca del pueblo, con u n
balazo en el hombro derecho. Cogió el rif le con l a izquierda e intentó
prepararlo con el pie; ante la imposibi l idad de hacerlo, lo arrojó con
rabia al fuego. E r a el rifle que había usado e l general Rangel en el
combate del 2 de septiembre.
C r u z Chávez fue presentado al general Lorenzo Torres:
—Tengo mucho gusto en conocerlo —le dijo el vencido al vencedor—;
sólo lamento que no haya sido antes.
L e pidió u n trago de coñac, y que lo fusilara en el mismo sitio en
que había caído D a v i d , su hermano menor, quien con seis balazos en el
pecho tuvo fuerzas para clavar u n puñal en el pecho de uno de sus
enemigos.
Los siete prisioneros heridos, en contra de las leyes de la guerra y del
honor, fueron rematados en el lugar en que yacían. Los que aún podían
640 MARIO GILL
hablar m u r i e r o n invocando el nombre de Teresita Urrea , l a muchacha
q u e había sido capaz de inspirar aquel heroísmo y hacer que u n grupo
d e valientes legara a México una de las páginas más honrosas de su
historia.
Entre los héroes de Tomochic se recuerda a dos niños de 14 años:
Pedro Medrano, que cayó sobre los cadáveres de cinco soldados a quie
nes había matado, y Nicolás Mendía, que sucumbió después de l iquidar
a diecisiete "pelones". L a madre de los Medrano, A n t o n i a Holguín,
de 68 años de edad, estuvo al lado de sus hijos alentándolos en el com
bate, y cuando cayeron cogió el rifle y siguió luchando hasta morir . Los
jefes y oficiales que participaron en l a acción de T o m o c h i c confesaron
después "no haber visto en ningún otro hecho de armas mayor denuedo
y resolución".
Tres días permaneció todavía en Tomochic el general Rangel incine
rando los cadáveres. D e l pueblo no quedaba sino cenizas. Las pérdidas
de los federales se calcularon en 600 hombres, sólo en los 9 días de com
bate que duró la acción de Tomochic , s in contar las bajas del 2 de
septiembre. De los tomochitecos murieron 80 hombres y otras tantas per
sonas no combatientes. Rangel , conduciendo a los supervivientes, mujeres
y niños, entró en C i u d a d Guerrero a tambor batiente el 3 de noviembre
de 1892, orgulloso de su "gloriosa v ictor ia" tuxtepecana.
E l general Rosendo Márquez terminaba su parte oficial a la Secreta
ría de Guerra : " E n vista del enérgico castigo sufrido por los fanáticos de
T o m o c h i c , creo que será difícil una nueva revolución, pues los pueblos
y l a gente laboriosa de las rancherías han quedado agradecidos de l a efi
cacia con que el supremo gobierno nacional ha protegido sus vidas e
intereses. L i b e r t a d y Constitución. Cuartel General en C i u d a d Guerre
r o , C h i h . , el 15 de noviembre de 1892. G r a l . en jefe de la 2^ Zona
mi l i tar , Rosendo Márquez".
La Palanca, de C h i h u a h u a , comentaba el 13 de noviembre de 1892:
" H a terminado l a campaña de T o m o c h i c . . . Si el gobierno deja de perse
g u i r a los sediciosos, éstos por su propia v i r t u d terminan, porque tienen
necesidad de trabajar para mantenerse como siempre lo han hecho: hon
radamente. Está perfectamente averiguado que no roban, y este acto de
moral idad que los distingue de todos los revoltosos, hace sospechar que
dándoles tiempo para reflexionar volverán sobre sus p a s o s . . . "
A su vez El Nacional, de l a ciudad de México, publicaba el 12 de
enero de 1893 e l siguiente comentario: "Teniendo en cuenta que el mo
tín tuvo su origen fundamentalmente en las cuestiones de tierras condu
cidas imprudentemente por las autoridades locales; que ese pueblo fue
siempre trabajador y h o n r a d o . . . , tal vez l a hora de la clemencia haya
l l e g a d o . . . Se indica la conveniencia de indultar a los restos supervivien
tes de esa población para que puedan volver tranquilamente a sus ho
gares . . . "
El Diario del Hogar, por su parte, decía el 20 de diciembre de 1892:
LA SANTA DE CABORA 641
"Sabemos cuál fue el origen de esa desastrosa revolución: no fue el fana
t i s m o , c o m o se dijo, sino l a propia defensa de sus vidas amenazadas, de
su h o n r a y de sus intereses atropellados por graves violaciones".
C o n el lema que resulta u n grosero sarcasmo de " L i b e r t a d y Constitu
ción", Porf ir io Díaz había convertido en cenizas, literalmente, a todo u n
pueblo y asesinado a u n grupo de mexicanos honrados, valientes, caba
llerosos y nobles como es difícil encontrarlos ya en el mapa nacional, y
que no habían cometido más crimen que el de defender su derecho a l a
l iber tad , consagrado en l a Constitución.
SEGUNDO ACTO EN TEMOSÁCHIC
Rosendo Márquez, el valiente redactor de partes de guerra que n i si
q u i e r a se había asomado con sus catalejos a l campo de batalla de T o m o -
chic, había calculado m a l a l considerar que el "enérgico castigo impuesto
a los fanáticos" haría difícil u n a nueva revolución. Las "rancherías agra
decidas" al supremo gobierno por l a forma tan gentil como se había
conducido en Tomochic en octubre último, manifestaron muy pronto su
grat i tud. E l día 4 de a b r i l de 1893, u n grupo de tomochitecos de los
que Cruz Chávez había hecho salir del pueblo tal vez con l a consigna
de vengar a Tomochic , se sublevaron en e l pueblo de Temosáchic con
e l viejo grito de guerra: " ¡Viva el G r a n Poder de Dios!", " ¡Viva l a Santa
de Cabora!"
L o s jefes del movimiento eran los hermanos Celso y Simón Anaya.
N o era éste u n acto de defensa ante l a agresión como en el caso de
T o m o c h i c ; era una verdadera revolución en contra de la dictadura sa-
dista; era una guerra reivindicativa. E l pequeño grupo entró a la pobla
ción de A n i q u i p a y, reforzado allí con 400 hombres, se lanzó sobre C i u
dad Guerrero, que cayó en su poder. E l 9? batallón, veterano de l a
campaña de octubre, fue lanzado contra los sublevados; en l a batalla de
Casa Blanca los fieles de Cabora desbarataron a los federales; murieron
en l a acción el teniente coronel M i g u e l Alegría, jefe del 9? batallón, y
los tenientes coroneles Rosendo Al lende y Arcadio R u i z Cepeda, así como
otros muchos oficiales.
El Hispanoamericano, de E l Paso, informaba el 14 de abr i l de 1893:
" F u e encarcelado el general L u i s Terrazas por considerársele complicado
en e l movimiento de Temosáchic". E l mismo periódico aseguraba que
los sublevados eran cinco m i l , de los cuales tres m i l por lo menos eran
indios yaquis y mayos.
E l 26 de ese mes, El Diario del Hogar completaba l a información:
" E l día 20 de a b r i l se produjo u n combate con los federales: de 500 sólo
quedaron 20. Parece que se hizo una verdadera carnicería. D o n Porf i r io
no mueve sus tropas de donde están por temor de que a l desguarne
cer u n lugar se produzcan levantamientos en ese s i t i o . . . "
A l parecer la Santa de Cabora, en el exi l io , había cambiado de tác
tica; l a consigna no era ya el sacrificio heroico sino l a ofensiva, l a lucha
642 MARIO GILL
organizada, a fondo, contra l a dictadura. Para eso se requería dinero y
más dinero. Los sublevados exigieron impuestos en las zonas de que eran
dueños y se apoderaron de 66,000 pesos de una conducta del Banco de
Chihuahua, por cuya cantidad extendieron u n recibo en toda forma para
hacerlo efectivo al triunfo de l a revolución.
L o mismo que en l a campaña de octubre, se trajeron tropas de So
nora para auxi l iar a las de C h i h u a h u a . Las fuerzas federales se hallaban
en situación comprometida; las "rancherías agradecidas" se negaban a
proporcionar alimentos a los "pelones". Fue una campaña violenta, rá
p i d a y de una ferocidad sin freno. Las fuerzas federales, vencidas en
muchas batallas, lograron encerrar a los rebeldes en Temosáchic. N o ha
bía entre los sublevados dirección técnica sino sólo decisión, valor, des
esperación y odio contra el régimen tuxtepecano. Según las declaraciones
oficiales, el gobierno esperaría a que los rebeldes se r indieran cuando
quisieran, "para evitar derramamiento inútil de sangre", l o que inspiró
a La República Mexicana, el 23 de a b r i l de 1893, el siguiente comenta
r i o : "¿De dónde ha resultado Tuxtepec tan humanitario?"
N o obstante esas promesas, el pueblo de Temosáchic fue arrasado por
la artillería Bang. Fue aquello una segunda edición de Tomochic, que el
gobierno tuvo mucho empeño en ocultar mediante una severísima cen
sura. Se comunicó a todos los miembros del ejército que habían parti
cipado en esas acciones que, bajo pena de muerte, quedaba prohibido
revelar los hechos de l a campaña de C h i h u a h u a . Heriberto Frías, que
con el grado de teniente había participado en l a operación de Tomochic ,
fue procesado y condenado a muerte por suponérsele autor del l ibro que,
sin su f irma, se había publicado por primera vez en El Demócrata. Se
salvó gracias a l a intervención de don Joaquín Clausel, director del pe
riódico, quien asumió l a responsabilidad y dijo haber sido el autor del
l i b r o . A Clausel no se le pudo condenar a muerte, pero El Demócrata
fue clausurado y encarcelados sus redactores, entre ellos Querido Moheno.
Fueron clausurados asimismo La República Mexicana y El 93.
E L PLAN ERA LA LIBERTAD . . .
L a sublevación de Temosáchic fue aplastada por l a superioridad de
las armas y de la técnica. Algunos pequeños grupos siguieron operando,
en guerrillas, en l a sierra. L a última de ellas, l a del teniente coronel
Santana Pérez que se había unido a los hermanos Anaya, se rindió en
Temosáchic el 2 de a b r i l de 1894.
Pero Teresita U r r e a no se había rendido. Desde el destierro seguía
organizando l a insurrección. E n los Estados Unidos se había puesto en
contacto con algunos revolucionarios mexicanos desterrados como ella,
particularmente con don L a u r o Aguirre , que editaba en E l Paso el pe
riódico El Independiente, l leno de ataques contra el régimen de Porf i r io
Díaz. Teresa seguía siendo l a Santa de Cabora para los indios, tal vez
LA SANTA DE CABORA 643
a pesar suyo, pero su actitud no era ya l a de una taumaturga, sino la
de u n a revolucionaria.
Teresa había llegado a l a conclusión de que l a l ibertad había que
conquistarla en este m u n d o y no en el otro; de que para ello el único
camino era la lucha armada y el derrocamiento de la dictadura porfiria-
na, y de que era necesario crear u n ejército, para l o cual hacía falta
mucho dinero. Adelantándose a don L u i s Cabrera, dedujo que l a revolu
ción era l a revolución y que el dinero había que cogerlo de donde lo
hubiera . Entonces, Teresa organizó u n asalto a l a aduana de Nogales
(Sonora). Sus soldados eran los indios yaquis empeñados en seguirla con
siderando como santa.
E l 12 de agosto de 1896 u n grupo de 75 indios asaltó l a plaza de
Nogales y, a l grito de " ¡Viva Santa Teresa!", se apoderó de l a aduana.
E l p l a n consistía en echar mano del dinero para organizar con él la
lucha armada contra el porfiriato. A causa de las reparaciones que se
hacían en el edificio de la aduana, los caudales se habían trasladado
a una casa particular. E l pr inc ipa l objetivo de l a operación había fa
l lado por falta de informes.
E l comandante de l a 3^ zona de l a gendarmería fiscal, señor Juan
Fenochio, fue avisado a las seis de l a mañana p o r su asistente M i g u e l
Flores de que u n grupo de hombres había pasado por l a calle Arizpe
disparando y lanzando alaridos. Fenochio se dirigió a l a aduana y fue
rechazado por los indios. Después de algunas horas se reanudó el com
bate. E l vecindario armado se lanzó contra los asaltantes, quienes nue
vamente desbandaron a sus enemigos. Pocas horas después llegó a N o
gales u n tren procedente de Magdalena, con 30 gendarmes y 34 nacionales
mandados por el teniente coronel E m i l i o Kosterlitzky.
E n el combate murieron dos empleados de l a aduana, M a n u e l Dela-
hanty y Francisco Fernández, así como siete indios yaquis en cuyas ropas
se encontraron ejemplares de El Independiente, y u n volante que decía:
"Hermanitos: N o dejen de alistarse para el día 11 porque vamos a pegar
el grito luego que lleguemos; no tengan miedo; luego tenemos que en
trar en Sonora* p o r eso les digo que se alisten todos ustedes; yo voy a
llegar en l a noche a Nogales porque no se puede menos. L a paz y l a ley
sean con ustedes.—Teresa Urrea y J u a n Bautista". (Archivo de la Secre
taría de Relaciones Exteriores, exp. III/252 (73:72)"8g6").
Informó The Arizona Daily Star: " L a instigadora del asalto fue la
Santa de Cabora. D i c h a señorita, con L a u r o Aguirre y Flores Chapa }
han publicado tantas necedades, que los fanáticos l a creen mandada p o i
Dios para redimir a la República Mexicana".
" E l cónsul de México en Nogales (Arizona), M a n u e l Mascareñas — i n
formó El Independiente del 21 de agosto—, pidió auxi l io a las autorida
des yanquis. Se formó l a guardia nacional del territorio de Arizona y
atacó a los mexicanos. N o tienen facultades los cónsules para pedir la
644 MARIO GILL
intervención. N o fue reprobado esto porque primero es l a paz que l a dig
nidad y la honra nacionales".
Después del combate, los indios se retiraron rumbo a l a casa de
Teresita Urrea; 500 indios estaban listos para entrar en acción y atacar
l a población de Palomas, frente a Deming. Pero, fracasado el primer
objetivo —el apoderamiento de los fondos de la aduana—, se suspendie
r o n las acciones posteriores.
E l cónsul Mascareñas envió a l mariscal norteamericano W . K . Meade
u n a lista de los asaltantes para que fueran detenidos. Se denunció a
José Luis Vi l lanueva como el agente de Teresita para l a compra de las
armas. L a operación se había organizado en Greaterville, hacienda de
Santa R i t a , donde se concentraron los indios de H u a b a b i y T u b a c a . "Su
p l a n era l a l i b e r t a d . . . " (Archivo citado, expediente citado).
L a alarma cundió en toda l a frontera. E n Hermosi l lo se anunciaba,
para el 8 de septiembre de 1893, u n a sublevación general de las tribus
yaquis. E n E l Paso se publicó l a noticia de que se esperaba u n asalto
a l a aduana de C i u d a d Juárez. E l 16 de septiembre u n grupo de 50
hombres atacó l a población de Palomas. U n piquete de soldados yanquis
entró en territorio mexicano en persecución de los asaltantes.
T o d a l a frontera vivía en estado de alarma. Teresita U r r e a tenía
nuevamente en jaque a l terrible dictador. Las noticias de que se inten
taba la extradición de l a muchacha llegaron hasta ella; de caer en ma
nos del gobierno, su destino no hubiera sido muy diferente del de la
Doncella de Orleáns. Para burlar l a persecución porfir iana, Teresa soli
citó su nacionalización norteamericana y, respetuosa de el la, a l parecer,
se abstuvo en l o sucesivo de organizar revoluciones antiporfíricas, pero
formaba parte de las redacciones de los periódicos de oposición que se
publicaban de aquel lado de l a frontera.
A partir de entonces su fama se fue eclipsando poco a poco. Sus fie
les, los indios yaquis y mayos, fueron batidos por e l gobierno con sadis
m o increíble o deportados a Oaxaca y Yucatán. Teresa no volvió más
a México. Murió en Cl i f f ton (Arizona) el 12 de febrero de 1906 a l a
edad de Cristo a l ser crucificado.
Poco después, e l de j u l i o del mismo año, se publicaba en St. Louis
(Missouri) e l Programa del Part ido L i b e r a l Mexicano. L a bandera de
l a oposición contra Porf i r io Díaz desde el extranjero había quedado en
manos de Ricardo Flores Magón.