teorico24 fabián schejtman - inhibición, síntoma y angustia

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1 MATERIA (049): Psicoanálisis Freud – Cátedra I TEÓRICO: 24 FECHA: 10 de octubre de 2007 PROFESOR: Osvaldo Delgado INVITADO: Fabián Schejtman Osvaldo Delgado: Tal como les había anunciado hoy tenemos como invitado para hablarnos sobre el texto “Inhibición, síntoma y angustia” al profesor Fabián Schejtman. El próximo miércoles voy a trabajar dos textos articulados: “Análisis terminable e interminable” y “La escisión del yo en el proceso defensivo”. Luego, tenemos el último ateneo clínico a cargo de Jorge Chamorro. El profesor Schejtman, además de ser un querido amigo, es el profesor titular de la Cátedra II de Psicopatología, materia que van a cursar próximamente ¿quién mejor que él para darnos una lectura de “Inhibición, síntoma y angustia”?, que a la vez les permita conectarse con la materia Psicopatología. A la vez, es coordinador de la práctica profesional Clínica del Síntoma, es Consejero Directivo en esta Facultad, miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y director del Departamento de Estudios Psicoanalíticos sobre Anorexia y Bulimia. Los dejo con él. Fabián Schejtman: Le agradezco especialmente la invitación para dirigirme en este caso a los alumnos de Psicoanálisis Freud, estudiantes que cursarán Psicopatología el año próximo o el siguiente; y le agradezco especialmente el haberme invitado a releer “Inhibición, síntoma y angustia”, texto de Freud de 1925 que, por cierto, no tomaré entero puesto que es un escrito riquísimo, uno puede incluso perderse a veces en esos laberintos que Freud propone. Entonces, como una especie de hilo de Ariadna, quisiera recomendarles unas pocas claves que permitan una lectura, en todo caso, me la ha permitido a mí. Tomaremos unos pocos capítulos, que me parecen que son los que entregan, como la nervadura de una hoja la estructura misma de la planta, la estructura de esta obra tan compleja de Freud. Verán que me referiré especialmente a los capítulos III y V, aunque haré alguna referencia a la “Addenda”, en la que Freud propone esa diferenciación, que quizá conocen, de cinco clases de resistencias: tres que ubica del lado del yo, y las más oscuras y problemáticas, en lo que a la práctica analítica se refiere, que son las del ello y del superyó. Antes de introducirnos en el texto, permítanme enmarcarlo, en relación con el que es su antecedente más inmediato: “Más allá del principio de placer”, escrito de 1920, es decir, cinco años antes de “Inhibición, síntoma y angustia”. Creo que hay algunas nociones que Freud introduce en “Inhibición, síntoma y angustia” que no pueden entenderse sino a la luz de las innovaciones que plantea en 1920 en “Más allá del principio de placer”.

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Page 1: Teorico24 Fabián Schejtman -  Inhibición, Síntoma y Angustia

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MATERIA (049): Psicoanálisis Freud – Cátedra I TEÓRICO: 24 FECHA: 10 de octubre de 2007 PROFESOR: Osvaldo Delgado INVITADO: Fabián Schejtman

Osvaldo Delgado: Tal como les había anunciado hoy tenemos como invitado para

hablarnos sobre el texto “Inhibición, síntoma y angustia” al profesor Fabián Schejtman.

El próximo miércoles voy a trabajar dos textos articulados: “Análisis terminable e

interminable” y “La escisión del yo en el proceso defensivo”. Luego, tenemos el último

ateneo clínico a cargo de Jorge Chamorro.

El profesor Schejtman, además de ser un querido amigo, es el profesor titular de la

Cátedra II de Psicopatología, materia que van a cursar próximamente ¿quién mejor que él

para darnos una lectura de “Inhibición, síntoma y angustia”?, que a la vez les permita

conectarse con la materia Psicopatología. A la vez, es coordinador de la práctica profesional

Clínica del Síntoma, es Consejero Directivo en esta Facultad, miembro de la Escuela de la

Orientación Lacaniana y director del Departamento de Estudios Psicoanalíticos sobre

Anorexia y Bulimia. Los dejo con él.

Fabián Schejtman: Le agradezco especialmente la invitación para dirigirme en este caso

a los alumnos de Psicoanálisis Freud, estudiantes que cursarán Psicopatología el año

próximo o el siguiente; y le agradezco especialmente el haberme invitado a releer

“Inhibición, síntoma y angustia”, texto de Freud de 1925 que, por cierto, no tomaré entero

puesto que es un escrito riquísimo, uno puede incluso perderse a veces en esos laberintos

que Freud propone. Entonces, como una especie de hilo de Ariadna, quisiera recomendarles

unas pocas claves que permitan una lectura, en todo caso, me la ha permitido a mí.

Tomaremos unos pocos capítulos, que me parecen que son los que entregan, como la

nervadura de una hoja la estructura misma de la planta, la estructura de esta obra tan

compleja de Freud.

Verán que me referiré especialmente a los capítulos III y V, aunque haré alguna

referencia a la “Addenda”, en la que Freud propone esa diferenciación, que quizá conocen,

de cinco clases de resistencias: tres que ubica del lado del yo, y las más oscuras y

problemáticas, en lo que a la práctica analítica se refiere, que son las del ello y del superyó.

Antes de introducirnos en el texto, permítanme enmarcarlo, en relación con el que es su

antecedente más inmediato: “Más allá del principio de placer”, escrito de 1920, es decir,

cinco años antes de “Inhibición, síntoma y angustia”. Creo que hay algunas nociones que

Freud introduce en “Inhibición, síntoma y angustia” que no pueden entenderse sino a la luz

de las innovaciones que plantea en 1920 en “Más allá del principio de placer”.

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Voy a señalar dos cuestiones entonces como antecedentes en “Más allá del principio de

placer” respecto del planteo freudiano de “Inhibición, síntoma y angustia”.

El primero, es la introducción del dualismo pulsional entendido en términos del par

pulsión de vida-pulsión de muerte. Señalemos de paso, tan poco aceptado por los

psicoanalistas de su época. Les propongo un esquema sencillo para ver qué es lo que

fuerza a Freud a introducir esa oposición en 1920, luego de una obra que tenía ya por lo

menos unos 25 años de desarrollo.

Inicialmente, espero que ya lo sepan, Freud planteaba una oposición que distinguía en el

aparato pulsiones del yo o de autoconservación y pulsiones del objeto, sexuales. O como

señala el poeta, hambre y amor.

Esto es, Freud piensa al aparato psíquico y a sus patologías como el resultado de un

conflicto, y los síntomas se explican por ese conflicto que emerge a partir de esta disyunción

pulsional: conflicto entre las pulsiones sexuales y las pulsiones de autoconservación.

Ahora bien, en 1914 con la “Introducción del narcisismo” –se trata de una introducción no

“al” narcisismo sino “del” narcisismo a la teoría psicoanalítica, ese es el título del texto-,

Freud encuentra pulsiones sexuales del lado del yo, y de este modo el dualismo pulsional,

planteado inicialmente en términos de pulsiones sexuales versus pulsiones del yo o de

autoconservación, se diluye: hay sexualidad del lado del yo. Entonces, como ven, la

“Introducción del narcisismo” viene a poner en cuestión el dualismo pulsional inicial

freudiano.

Es cierto que Freud lo resuelve en esa época apelando a una divisoria endeble: libido del

yo y libido objetal. Es decir, intenta mantener el dualismo a toda costa, ahora distinguiendo

esas dos vertientes de la libido que, como sabrán, es en verdad una teoría de vasos

comunicantes: la libido puede trasvasarse, digamos del vaso yoico al vaso objetal. Sin

embargo, no es algo que a Freud lo convenza en última instancia. No hay allí un dualismo

drástico que sostenga la perspectiva conflictiva en la base del aparato, como Freud prefería.

Es recién en 1920 que el dualismo pulsional es restituido cuando Freud hace confluir la

libido objetal y la libido yoica del lado de lo que llama Eros, es decir pulsión de vida, y opone

esta pulsión a Tánatos, la pulsión de muerte. Efectivamente, es recién en “Más allá del

principio del placer” que el dualismo pulsional freudiano se reconstruye.

Luego de esta apretada historia, señalo que ante la resistencia de los psicoanalistas de

su época e incluso posteriores a aceptar especialmente la pulsión de muerte Freud,

apelando quizás a un criterio de autoridad, indica que 2500 años antes que él había ya un

tipo que se había ocupado de introducir este dualismo (pulsión de vida y pulsión de muerte)

en la filosofía griega. Freud presenta estas ideas citando –es en “Análisis terminable e

interminable”– a un filósofo presocrático que seguramente conocen llamado Empédocles de

Agrigento. Un tipo bastante importante en su época, también Jacques Lacan se refiere a

Empédocles, especialmente cuando le toca avanzar sobre la noción de acto refiriéndose al

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último acto del filósofo de Agrigento: arrojarse al volcán Etna realizando su “ser-para-la-

muerte”.

El punto es que Empédocles tenía una cosmogonía muy particular, que hace más de 20

años tuve la oportunidad de examinar detenidamente cuando era estudiante de la facultad

de Filosofía y Letras. Proponía que el universo como tal se había formado a partir del trabajo

conjunto de dos fuerzas, el amor (philía) y la discordia (neikhos). Cuando Freud tiene que

convencer a sus colegas analistas de aceptar la pulsión de muerte, se retrotrae a

Empédocles de Agrigento que vivió casi cinco siglos antes de que naciera Jesús, es decir,

hacia el 500 a.C., y señala que retoma textualmente el planteo de Empédocles. Ya veremos

enseguida que esto no es tan así.

En todo caso, cito ahora un breve texto que tuvimos la oportunidad de publicar en una

revista que se llama Más Uno, de la Escuela de la Orientación Lacaniana. Publicamos ahí el

fragmento 17 de “Sobre la naturaleza de los seres”, uno de las dos obras que quedan de

Empédocles. Allí dice: “Debo anunciarte dos cosas: tanto, en efecto, a partir del múltiplo crece el uno hasta

quedarse solo, como se divide de nuevo y del uno surge el múltiplo. Lo mortal tiene dos

formas de nacer y dos de destruirse: de una parte, la reunión de todo genera vida,

después la destruye, según la primera forma; de otra, lo formado se dispersa en todos los

sentidos al separarse de nuevo, y este cambio continuo no tiene nunca fin, ya

reuniéndose todo en el Uno gracias al Amor, ya siendo separado de nuevo cada

[elemento] por la repulsión del odio.”

Vean ustedes esta relación entre lo que hace la philía como tendencia hacia el Uno, y

neikhos, hacia la destrucción.

Ahora bien, vale la pena señalar que si en Empédocles se plantea un trabajo simétrico de

esas dos fuerzas en su cosmogonía, lo que vamos a ver en “Inhibición, síntoma y angustia”

es que esas dos pulsiones no son simétricas. Verán que a pesar de que Freud, cuando

introduce la díada pulsional pulsión de vida-pulsión de muerte, se basa en Empédocles, el

planteo es sutilmente diferente. Lo señalaremos especialmente cuando abordemos la

llamada “desmezcla pulsional”, y lo vamos a examinar clínicamente, porque vamos a

ubicarla precisamente en relación con la neurosis obsesiva. Veremos así que esas dos

fuerzas no corren parejas en Freud, que no son dos fuerzas simétricas sino que algunas

consideraciones clínicas, algunas inhibiciones, algunos síntomas, algunas angustias, dan

cuenta de la prevalencia de la pulsión de muerte a secas. Lo indicaremos muy precisamente

cuando entremos de lleno en el texto.

La segunda cuestión que está presente en este texto que hoy comentaremos, pero que

no puede leerse sino a partir de los despliegues que Freud realiza en “Más allá del principio

de placer”. Es que en este texto de 1920 Freud señala con todas las letras que el

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inconciente no ofrece ninguna resistencia a la curación, y sin embargo, en “Inhibición,

síntoma y angustia” Freud llega a aislar un inconciente que resiste. ¿Cómo es esto?

En el texto de 1920 señala: “[…] Lo inconciente, vale decir, lo «reprimido», no ofrece resistencia alguna a los

esfuerzos de la cura; y aún no aspira a otra cosa que a irrumpir hasta la conciencia [...].”

(p.19)

Destaco esta frase de “Más allá del principio de placer”, que parece entrar en

contradicción con lo propuesto precisamente en la “Addenda”, la parte final del texto de

1925, que hay sin embargo un inconciente que resiste: el ello, la resistencia del ello.

En “Inhibición, síntoma y angustia”, después de hablar de las resistencias del yo, Freud

dice: “[…] tras cancelar la resistencia yoica, es preciso superar todavía el poder de la

compulsión de repetición, la atracción de los arquetipos inconcientes sobre el proceso

pulsional reprimido; y nada habría que objetar si se quisiese designar ese factor como

resistencia de lo inconciente.” (p.149)

Quiero poner el acento y dedicarle unos minutos a esta aparente contradicción.

En “Más allá del principio de placer” señala que el inconciente no resiste, no ofrece

resistencia alguna a la cura y, aquí indica la resistencia de lo inconciente.

Hay que subrayar que en “Más allá del principio de placer dice “lo inconciente, vale decir,

lo «reprimido», no ofrece resistencia”, porque lo reprimido retorna en una serie de síntomas,

de lapsus, de sueños, ahí vemos insistencia no la resistencia. Quizá no corresponde

superponer esta insistencia palabrera del inconciente, con la resistencia pulsional del ello.

No es lo mismo el retorno de lo reprimido que la compulsión de repetición

(widerholungzwang). La compulsión de repetición es la resistencia del ello.

Veámoslo de este modo para que se vuelva aun más clara esta oposición que pretendo

introducir, para que se entienda por qué Freud habla de resistencia del ello, cuando cinco

años había dicho que el inconciente insiste, no resiste.

¿A qué llamamos insistencia del inconciente? Freud pudo decirle al mundo que nadie

puede soltar de su boca un número al azar, que si digo ahora 4982, no es azaroso, tiene

una determinación, y si uno se entrega a la asociación libre quizás pueda ver que a los 49

años mi padre no se qué cosa, y en el año 1982 no se qué otra. Y que si dije 4982 y no dije

538 es por algo. Más aun, que si ahora se me ocurrió el 538 tampoco este número fue dicho

al azar. Freud enseñó que hay una determinación inconciente que comanda lo que un

humano dice, que en lo que se dice se dice más que lo que se cree y se quiere decir.

Esa determinación inconciente se manifiesta en el retorno de lo reprimido, en lo que

produce sueños, en lo que provoca lapsus. Lacan llama a eso memoria simbólica, lo

despliega puntualmente en El Seminario 2, en el que señala que hay una memoria simbólica

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que insiste que Freud denominó lo inconciente y que hace que haya una determinación

desde un plano que es el de la cadena de los significantes, la insistencia de las

representaciones inconcientes, como decía Freud.

No hay que confundir esa insistencia, ese retorno de lo reprimido, con lo que Freud llama

compulsión de repetición en 1920. La compulsión de repetición, ciertamente, es un orden de

la repetición pero que no está regido por las leyes del retorno de lo reprimido.

Fíjense, por ejemplo, en la época en que los boletos de colectivo eran de colores y

cuando uno era pibe viajaba por la mañana, y podía intentar leer algo en esos boletos. Por

ejemplo sumar los numeritos y después alcanzar la letra que de allí podía salir. Supónganse,

para usar este 4982, 4+9=13, más 10 = 23; 2+3=5. Bien, A, B, C, D, E. Podía concluir que

con Elena me iba a pasar algo ese día (risas).

Resulta que a la vuelta no había pasado nada con Elena, pero entonces al tomar el

colectivo miro el boleto, sumo los números y otra vez me sale el 5. Pero ahora supongan

que uno se sube al colectivo todos los días, una semana, un mes y de mañana y de noche

vuelve a salir el 5. Ahí se empiezan a preguntar ¿qué pasa?, ¿por qué sale el 5 siempre?

Indudablemente eso cobra un aspecto siniestro. Hay allí una repetición de cierto orden, que

no es la comandada por el automatismo de las representaciones sino que es una repetición

que aparece como al azar, algo que vuelve siempre al mismo lugar pero que no depende de

la determinación de la cadena de representaciones. La compulsión a la repetición es la que

produce esta repetición azarosa, traumática.

O tomemos otro ejemplo freudiano: la mujer que se casa. Todo bien pero el marido

muere en la noche de bodas. Pasan unos años y se vuelve a casar con otro tipo que se

muere también en la noche de bodas. Como ven esta mujer no es muy supersticiosa, así

que se casa por tercera vez, y este señor también se muere en la noche de bodas. Allí hay

una repetición que supone el azar, la contingencia.

Por cierto que si ella es paciente, si es una analizante, si se recuesta en un diván, quizá

puede asociar y conectar eso con algo, pero en sí misma esa repetición no obedece a la

determinación inconciente: se trata de la repetición de un trauma.

Aristóteles, según Lacan, designaba a esa repetición como tyché, el encuentro con lo

inesperado, lo no está determinado simbólicamente, lo que no está determinado a nivel del

retorno de lo reprimido. No es algo que ocurre porque hay una determinación inconciente,

no es lo reprimido que está retornando en síntomas, lapsus, fallidos. Es otro orden de

repetición, al que me parece que se acerca la noción freudiana de compulsión de repetición.

El retorno de lo reprimido en el nivel de la insistencia de lo inconciente, eso opera, para

Freud en la vía del principio de placer. Lean sino “La interpretación de los sueños”, el

capítulo VII, el sueño es, para Freud, guardián del dormir, y el trabajo del inconciente por la

vía del retorno de lo reprimido lo que hace es tramitar lo que llama el quantum afectivo,

desplazarlo, transferirlo entre las representaciones. El sueño liga la energía libre y por eso

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nos mantiene adormecidos, el trabajo del inconciente en el retorno de lo reprimido, eso

conduce al principio de placer, a mantener la homeostasis en el aparato. La compulsión de

repetición, tal como Freud la introduce en 1920, va a contramano del principio de placer,

quiebra la homeostasis, no es una repetición que adormece, es una repetición que

despierta, eventualmente angustia.

Introduzco esta idea entonces para hacerles notar la diferencia que hay entre la

insistencia del inconciente y lo que en la “Addenda” de “Inhibición, síntoma y angustia” Freud

introduce como resistencia del ello, la compulsión de repetición.

El ello no es el inconciente palabrero, el inconciente lenguajero que se nos aparece en

los síntomas como formaciones inconcientes, en los lapsus; el ello es reservorio de lo

pulsional.

Quería situar estas dos cuestiones –el dualismo pulsional desde “Más allá del principio de

placer”, de 1920, esa disimetría entre la pulsión de muerte y la pulsión de vida, que vamos a

corroborar enseguida; y la oposición entre el retorno de lo reprimido y la compulsión de

repetición, que no es lo mismo), como antecedentes de importancia para la lectura de

“Inhibición, síntoma y angustia” que haremos hoy. Fue una introducción un poco larga, pero

me parece que vale la pena situar algunos elementos que son cruciales para la lectura de

este texto.

Vamos entonces al capítulo III de “Inhibición, síntoma y angustia”.

Freud trabaja allí la noción de síntoma. De hecho vamos a abordar solamente cómo

piensa Freud en este texto al síntoma y algunas cuestiones que indica para la clínica de la

neurosis obsesiva. Quizás en eso haga seguramente un puente con lo que van a estudiar el

año que viene, o el otro, en Psicopatología.

Si tienen alguna duda hasta aquí levanten la mano, podemos si quieren detenernos un

poco, antes de meternos de lleno en el texto, para que formulen alguna pregunta.

Alumna: La resistencia del ello, o sea la compulsión de repetición, ¿cómo se expresa?

Fabián Schejtman: Freud toma en “Más allá del principio de placer” algunos ejemplos

clínicos: el juego infantil del Fort-Da, en donde el niño juega con el hecho de que la madre

se va y extraña. Pero si se angustia cuando la madre se va ¿por qué repite ese juego más o

menos angustioso? Ubica también algunas cuestiones de la transferencia en relación con la

compulsión de repetición; y aborda también las neurosis traumáticas, que no presentan

síntomas que son claramente explicables como retorno de lo reprimido. Luego generaliza la

idea de que hay un núcleo de compulsión a la repetición en cualquier síntoma neurótico.

Lo que se puede observar es que Freud, después de 1920 no era optimista respecto a

interpretar y acabar absolutamente con un síntoma: se podrá interpretar lo que del síntoma

tiene una determinación inconciente, el retorno de lo reprimido; pero habrá un núcleo

sintomático –que por cierto está desde muy temprano en Freud, lo que llamó el núcleo

patógeno del síntoma en “Estudios sobre la histeria” o el grano de arena de la perla

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neurótica, en el caso Dora–, ininterpretable. Y lo aborda en esta época como compulsión de

repetición o resistencia del ello, o incluso del lado del superyó como resistencia del superyó

y necesidad de castigo. Se trata de un hueso sintomático que no se deja reducir tan

fácilmente por la interpretación del analista, ofrece una resistencia que es de otro orden que

la resistencia del yo: es la resistencia de una satisfacción pulsional que es difícil de

domesticar. No corresponde al inconciente entendido como represión y retorno de lo

reprimido, sino a la resistencia pulsional, a una satisfacción que hay en el corazón del

síntoma.

Alumna: Quería pedirte en una frase la diferencia entre el retorno de lo reprimido y la

compulsión de repetición.

Fabián Schejtman: Si quiere una frase diría lo siguiente: el retorno de lo reprimido

supone la cara simbólica del inconciente, y lo designa la determinación de esa memoria que

insiste en los síntomas, en los lapsus, en los fallidos, en los sueños. Una cosa es la

insistencia y otra cosa es la resistencia. Hay una resistencia, no del inconciente sino del ello

pulsional, que comporta una satisfacción oscura, una satisfacción que no puede terminar de

decirse. Y el trabajo del inconciente, en el retorno de lo reprimido, de algún modo, es

intentar decir de ese indecible. Podemos decir, hay “lo indecible” de una satisfacción, que

está recluida en el núcleo del síntoma. Es muy evidente en las neurosis traumáticas pero

Freud termina por extender esta idea más allá de las neurosis traumáticas, sobre todo para

dar cuenta que en el fondo de toda neurosis hay un trauma que no termina de dialectizarse

por el trabajo de represión y retorno de lo reprimido.

Avanzo y vamos a ver cómo Freud piensa el síntoma en “Inhibición, síntoma y angustia”.

Voy a partir del capítulo III del texto para señalar lo que Freud llama “el problema del yo”.

Es interesante que se vea de esta manera: para Freud el yo es un problema. Algunos

“continuadores” de Freud, norteamericanos, hicieron del yo más bien un aliado para el

trabajo analítico, pero esa no es la perspectiva de Freud. Van a ver cuando uno quiere

levantar el síntoma y Freud se percata de que terminamos encontrando al yo más bien del

lado de aquello que resiste a que el síntoma sea levantado. No, para Freud el yo no es

ningún aliado, ninguna zona libre de conflicto, es parte del conflicto.

Esa es la idea que introduce Freud: el yo con el tiempo, esa instancia que él ha

introducido, en otro texto de esta época que es “El yo y el ello”, ha conseguido obtener una

ventaja del síntoma, una ganancia del síntoma que, en este texto que estamos examinando,

sitúa como ganancia secundaria de la enfermedad o del síntoma. Por eso, entre otras cosas,

el yo es un problema, y lejos de considerarlo un aliado en la cura psicoanalítica, hay que ver

hasta qué punto el yo se beneficia con el síntoma, del que sin embargo se queja.

En todo caso, vamos a retomar esta frase de Freud, dice así:

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“[…] Si el acto de la represión nos ha mostrado la fortaleza del yo, al mismo tiempo

atestigua su impotencia y el carácter no influible de la moción pulsional singular del ello

[…].” (p.93)

Este Freud, posterior a “El yo y el ello”, trabaja la perspectiva sintomática a partir del

aparato psíquico que él construye, que tiene que ver con cuatro instancias: el ello, el yo, el

superyó –quizás la instancia más original que se introduce en ese texto y que no figura en el

título–, y también la realidad. La realidad, en verdad, es para Freud una cuarta instancia que

está en juego: la realidad es aquí la realidad psíquica.

A partir de ese esquema que Freud propone en “El yo y el ello”, el trabajo de pensar lo

que es un síntoma está planteado en término de oposición entre el yo y las mociones

pulsionales del ello. Entonces dice: “[…] el proceso que por obra de la represión ha devenido síntoma afirma ahora su

existencia fuera de la organización yoica y con independencia de ella. Y no sólo él:

también todos sus retoños gozan del mismo privilegio, se diría que de

«extraterritorialidad» […].” (p.93)

Es interesante la idea de Freud: un síntoma es algo extraterritorial, un síntoma es tierra

extraña interna. En medio del yo algo extraño se ha introducido, como un cuerpo patógeno,

extranjero. Vieron cómo son las embajadas, están, por ejemplo en Argentina pero en verdad

es tierra de otro país, extraterritorialidad interna. Lacan introduce en El Seminario 7 una

noción que es la de “extimidad”, algo exterior íntimo. El síntoma, para el yo, es algo

absolutamente ajeno y que, sin embargo, está allí, jodiéndolo en el lugar mismo donde él se

asienta. El síntoma es una piedra en el zapato, un cuerpo extraño dentro.

Entonces, la idea de Freud es que el yo intenta volver familiar eso extranjero del síntoma,

eso extranjero del síntoma tiene que ver con la satisfacción pulsional. Lo que dice Freud, de

algún modo, es que la satisfacción pulsional del ello, eso es lo que está en el fondo del

síntoma, es con lo que el yo se las tiene que ver. Otro párrafo: “[…] Una comparación que nos es familiar desde hace mucho tiempo considera al

síntoma como un cuerpo extraño que alimenta sin cesar fenómenos de estímulo y de

reacción dentro del tejido en que está inserto […].” (p.94)

Es decir que el yo responde a ese nódulo patógeno que es el síntoma y lo que intenta es

familiarizar, cancelar esa cara parásita del síntoma, que es lo que se le vuelve insoportable.

Esa lucha del yo contra esa cara extranjera del síntoma, Freud la llama lucha defensiva

secundaria. Es decir, en la represión ya operó una defensa, a nivel del síntoma tenemos una

satisfacción pulsional que resiste, esta es la perspectiva que Freud anticipa a través la

resistencia del ello, porque la pulsión resiste, no insiste; lo que insiste es el trabajo del

inconciente. Hay una satisfacción que resiste en el núcleo del síntoma y a esa resistencia de

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la satisfacción se le opone la lucha defensiva secundaria del yo, para tratar de cancelar lo

ajeno de la satisfacción que allí está en juego.

Por eso la satisfacción del síntoma que Freud llama, en ese nivel –el nivel de la pulsión

misma–, ganancia primaria de la enfermedad, es paradójica, porque uno tiene que

preguntarse ¿quién se satisface en la ganancia primaria de la enfermedad, en el nivel de

esa satisfacción pulsional? No el yo, que empieza a luchar contra esa satisfacción pulsional.

Es el ello el que se satisface. ¿Quién se beneficia con el beneficio primario del síntoma? El

ello. Es la satisfacción pulsional del ello que es, aún no lo he dicho, acéfala –a eso llama

autoerotismo–, satisfacción anárquica de las pulsiones parciales. Estoy señalando que en el

núcleo del síntoma hay una satisfacción pulsional, que es anómala, parásita, patógena, en la

que se juega lo que también es compulsión de repetición y resistencia del ello, y que el yo

en su defensa secundaria intenta tramitar. Entonces dice: “[…] Sin duda, la lucha defensiva contra la moción pulsional desagradable se termina a

veces mediante la formación de síntoma; hasta donde podemos verlo, es lo que ocurre

sobre todo en la conversión histérica. Pero por regla general la trayectoria es otra: al

primer acto de la represión sigue un epílogo escénico {Nachspiel} prolongado, o que no

se termina nunca; la lucha contra la moción pulsional encuentra su continuación en la

lucha contra el síntoma.” (p.94)

Estamos hablando de la lucha del yo contra esa moción pulsional, que ahora devino

síntoma como tal, a esto es a lo que Freud llama lucha defensiva secundaria.

¿En qué consiste? Freud lo dice en la página 94. Se trata de cancelar la ajenidad y el

aislamiento del síntoma aprovechando toda oportunidad para ligarlo de algún modo a sí, hay

que ligar lo ajeno al yo, hay que volverlo parte del yo.

Tomemos un ejemplo clásico de Freud, un hombre que ha perdido una pierna en la

guerra. Hay aquí cierta tristeza pero con el tiempo hay que encontrarle alguna utilidad a lo

que ya está allí. Aconteció por azar, recuerden la tyché, aconteció por azar que pierda la

pierna en la guerra, pero puede tratar de extraer de ello una ganancia secundaria. Freud

señala que por lo menos puede pedir limosna y mendigar, y saca mejor limosna que el de al

lado al que no le falta la pierna. Le encuentra, a algo que está allí y de lo que no puede

deshacerse, una utilidad, una ganancia secundaria. La ganancia secundaria de algún modo

pone al síntoma en el campo del sentido, le da un sentido, una utilidad al síntoma.

Claro que más oscura es la ganancia primaria de la enfermedad, es la satisfacción

masoquista de haber perdido una pierna por ejemplo, eso es más oscuro, pero comporta

esa resistencia del ello, o incluso, lo vamos a ver luego, la resistencia del superyó. Esas dos

resistencias no se confunden con las tres resistencias del yo. Lean la “Addenda” de

“Inhibición, síntoma y angustia”. A la resistencia del superyó Freud la llama necesidad de

castigo. En textos anteriores la llamaba, paradójicamente, conciencia inconciente de

culpabilidad. Es la que implica, dice Freud en “El yo y el ello”, lo que llama reacción

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terapéutica negativa: pacientes que frente a cualquier avance de la cura empeoran. Uno le

dice “¿sabe una cosa? usted anda muy bien”, se lo saluda, se va y viene la sesión que viene

destrozado, lleno de síntomas (risas).

Así, en efecto, cualquier mejoría lo empuja a empeorar. Se trata dice Freud en “El yo y el

ello” de una satisfacción en el padecimiento. La reacción terapéutica negativa, como

necesidad de castigo, supone un aferramiento a un goce extraño, sufriente, que está en el

nivel entonces de esa resistencia del superyó en el nódulo del síntoma.

Alumno: La ganancia secundaria y la lucha defensiva secundaria contra el síntoma ¿son

lo mismo?

Fabián Schejtman: Digamos que en la lucha defensiva secundaria del yo contra el

síntoma, se termina por obtener de ello una ganancia secundaria, que es haber encontrado,

en esa satisfacción extraña, pulsional, que está en el nódulo del síntoma, alguna utilidad,

algún sentido incluso. La ganancia secundaria sería así una consecuencia de la lucha

defensiva secundaria.

Alumno: ¿La lucha defensiva secundaria implica una lucha defensiva primaria?

Fabián Schejtman: La represión que opera como saben desde “Las neuropsicosis de

defensa”, a partir de la hipótesis auxiliar, separando el afecto de la representación, ya

supone un primer orden de defensa. Ahora bien, el núcleo del síntoma va a estar constituido

por ese quantum afectivo, que es lo que Freud en 1894 llama así, y luego será la cara

pulsional del síntoma. Después, hay una defensa secundaria contra ese quantum afectivo,

pero ahora en el nivel del síntoma mismo. Porque lo que Freud señala aquí es que la lucha

contra la moción pulsional encuentra su continuación en la lucha contra el síntoma.

Primero, había luchado contra la moción pulsional, ahora secundariamente la defensa es

contra esa moción pulsional que encuentra una satisfacción en el síntoma mismo. Lo que

quiero que noten es que la lucha del yo, que Freud termina por indicar aquí como lucha

secundaria, que termina por conseguir una ganancia secundaria, tiene por fin cancelar la

ajenidad del síntoma, y lograr, dice Freud, un compromiso entre la necesidad de satisfacción

y la necesidad de castigo.

Freud retoma la idea de que el síntoma es una formación de compromiso, pero aquí no

sólo entre la instancia represora y lo reprimido, sino entre la necesidad de satisfacción y la

necesidad de castigo, de modo de cancelar lo ajeno de esa satisfacción. El yo logra cerrar

un trato, digámoslo así, es lo que llamamos usualmente una tranza: tranza con la pulsión.

Muy bien, acepto la satisfacción pulsional que me pedís, pero encontré la manera de darle

una significación, alguna utilidad.

Freud, en el caso Dora, en 1900, indica que lo que se agrega allí es una intencionalidad

psíquica. Es interesante porque el síntoma se vuelve plenamente psíquico en el nivel de

esta defensa secundaria. La metáfora que Freud da en 1900, como lo anticipaba recién, es

la del grano de arena y la perla, el síntoma es inicialmente –lo dice así en el caso Dora– un

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11

huésped mal recibido; lo tiene todo en contra, inicialmente el síntoma no tiene ningún

sentido, dice Freud. Inicialmente es el producto de un trauma, de un encuentro contingente,

el trauma deja esa marca, ese hueso, y luego el trabajo del inconciente va a recubrir con

sentido ese grano de arena, y van a tener la perla neurótica. Hay un núcleo del síntoma que

no está causado por la determinación del inconciente y el retorno de lo reprimido, y tiene

que ver con una satisfacción pulsional ligada con la marca del trauma: allí se juega la

resistencia del ello.

Es importante que se distingan los motivos del síntoma, que vienen a agregarse a

soldarse secundariamente, y son los sentidos que se le encuentran secundariamente a un

síntoma que ya está allí y cuya causa no es el sentido. Lo que está en el nivel de la causa

del síntoma es esa satisfacción pulsional a la que luego el aparato en esta lucha secundaria

le encuentra un sentido, una utilidad.

Entonces dice Freud:

“[…] el yo se comporta como si se guiara por esta consideración: el síntoma ya

está ahí y no puede ser eliminado; ahora se impone avenirse a esta situación

[…].” (p.94-5)

El yo es conformista, ya no podemos deshacernos del síntoma, entonces, bueno

pongámoslo a jugar para nuestro equipo. La moción pulsional es un jugador un tanto

descontrolado y acéfalo, una especie de Maradona, está allí y no se puede hacer otra cosa,

tratemos entonces de domesticarlo un poco, internémoslo en una clínica para desintoxicarlo

un poquito, y que juegue para el equipo del yo (risas).

Traigamos una definición de esa satisfacción, de lo que Lacan llama el goce. Es una

definición muy sencilla que encuentran en El seminario 20. Lacan dice el goce es lo que no

sirve para nada. Bueno, en el nivel de esa satisfacción pulsional, no hay utilidad, la utilidad

se agrega secundariamente a partir de esta lucha defensiva. Y el síntoma termina entonces

sirviendo para algo, a eso lo llamamos ganancia secundaria del síntoma. El yo, como ven,

es utilitarista.

Freud continúa: “[…] el síntoma ya está ahí y no puede ser eliminado; ahora se le impone avenirse a esta

situación y sacarle la máxima ventaja posible. Sobreviene una adaptación al fragmento

del mundo interior que es ajeno al yo […].” (p.95)

Vean claramente la idea: el síntoma es algo interior ajeno, una anticipación de la noción

lacaniana de extimidad. El yo intenta cancelar esa ajenidad del síntoma y, entonces, se

fusiona cada vez más al síntoma. El síntoma se vuelve cada vez más indispensable para el

yo. Dice Freud:

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“[…] Sólo en casos muy raros el proceso [físico] de enquistamiento de un cuerpo extraño,

puede repetir algo semejante. Podría exagerarse también el valor de esta adaptación

secundaria […].” (p.95)

Una vez más vean cómo Freud señala que es un movimiento secundario, una adaptación

secundaria. Lo primario es la satisfacción pulsional en el núcleo del síntoma y la adaptación

secundaria, la lucha defensiva secundaria, es intentar cancelar esa amenidad volviéndolo

útil. Y cuando el yo ha conseguido volver útil al síntoma –aunque en verdad nunca lo

consiga absolutamente–, cuando ha conseguido sacarle mucha ventaja, cuando lo ha

puesto a jugar para su equipo, no es raro que uno encuentre que, cuando el psicoanalista

quiere operar para levantar el síntoma, también el yo se muestre renuente a abandonarlo.

Es que se ha acostumbrado tanto a él, duerme con su síntoma cual si fuera su mujer. Aquí

se cuela la idea de Lacan, que no desarrollaré hoy, que para un hombre una mujer es un

síntoma. Un hombre a veces se acostumbra a ella, aunque nunca completamente (risas).

Cuando el yo se ha familiarizado con el síntoma ya no reconoce ninguna diferencia entre

él y su síntoma. Cuando el yo se ha adaptado al síntoma, ama a su síntoma como a sí

mismo.

Diré algo más simple, y esto me permite llegar a un abordaje propiamente clínico. Freud

tiene una conferencia que se llama “El estado neurótico común”, que les recomiendo que

lean, es una de las “Conferencias de Introducción al psicoanálisis”, porque una neurosis, no

es necesariamente una neurosis desencadenada. Por cierto hay neurosis sufrientes que

merecen ir al consultorio del psicoanalista. Es el tipo o la mujer que viene diciendo: “no

soporto más este síntoma”. Claro, es un síntoma que ha roto el compromiso; pero ese es un

segundo estado de la neurosis, cuando la neurosis se desencadenó, cuando el síntoma

devino un padecimiento que uno quiere sacarse de encima.

Pero, y acá está el asunto, hay un primer estado neurótico, que Freud llama “el estado

neurótico común”, en el que el yo se ha hecho muy amigo del síntoma. El yo, como les

decía, ama a su síntoma como a sí mismo, entonces eso en verdad no es un síntoma para

él. Vean el obsesivo, se lava veinte veces las manos por día. Tiene muchas justificaciones

para lavarse las manos, hay muchas enfermedades en la calle, hay hepatitis B, hay gripes

de todo tipo, virus y bacterias pululando por aquí y por allá, debe lavarse 20, 30 veces las

manos por día. Entonces esto no es sintomático para él, es sólo un tipo muy limpio. Claro

que esto puede ser un síntoma para el otro, para su entorno familiar, gasta mucho jabón,

ensucia muchas toallas. Pero es así: es el síntoma del otro, no es el síntoma de él.

Una neurosis estabilizada puede estar llena de síntomas pero el enfermo no los

reconoce, ama a sus síntomas como a sí mismo, es un primer estado de síntoma.

Y si no, esto lo vamos a abordar en Psicopatología, Freud se refiere a un paciente suyo

que porque era funcionario del Estado le pagaba con billetes que sacaba de la tesorería,

billetes nuevos, hermosos. Esto es lo que creía Freud. Pero no, el tipo se tomaba el trabajo

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de lavarlos en su casa, lavaba los billetes y los planchaba, por una cuestión de escrúpulos

no podía entregar billetes en mal estado, eventualmente contaminados, etcétera. Para Freud

esto era un síntoma obsesivo pero no para el obsesivo, que está conforme con su síntoma:

él es un tipo limpio, pulcro.

No se si conocen como sigue el asunto. Freud que en esa época ya tiene alguna idea de

lo que son las relaciones entre el síntoma neurótico y la sexualidad y le pregunta ¿cómo

anda usted en relación con esto? ¿Qué tal su sexualidad? ¡Ah! Muy bien, responde. Ahora

van a ver a qué se reduce su vida sexual. Él se hacía amigo de una familia y lleva a la chica

de la familia a un viaje al campo y arregla todo para perder el tren y pasar la noche en el

campo con ellas; y como es un tipo muy digno, alquila dos piezas: la chica dormía en una y

él en otra. A la noche, pasa a la pieza de la muchacha de turno y la masturba con los dedos.

A eso se reducía su vida sexual. La intervención de Freud es sorprendente, le dice “¿y no

tiene miedo de contagiarles algo con sus dedos roñosos?”. ¡Claro! ¡Tanto cuidado con los

billetes y tan poco cuidado con las muchachitas! ¡Tanto escrúpulo con los billetes y con las

chicas no tiene problema! El tipo le responde algo enojado a Freud que las chicas no han

tenido ningún problemas, que les ha gustado lo que les hacía y que ahora están bien

casadas, son muy felices y la han pasado muy bien, y se va.

Esto es, no entra en análisis, el síntoma en ese caso –esta escrupulosidad con los

billetes– no devino síntoma para este sujeto. No padece por ello ¿por qué? Porque en este

caso el yo, según estamos viendo, ha encontrado una ganancia secundaria en el síntoma.

¿Qué quiere decir? No cuestiona su limpieza ni su pulcritud, dice Freud, entonces cómo se

va a cuestionar lo que hace con esa chica a la noche en esos lugares alejados de la ciudad.

El yo saca una ventaja del síntoma y las neurosis que no se han desencadenado, que no

han llegado a ese punto crítico, son neurosis en donde vence –al menos en ese momento–

la ganancia secundaria, el síntoma se ha vuelto familiar.

Para que una neurosis llegue a un análisis tiene que desencadenarse, tiene que

descomponerse el síntoma; el síntoma tiene que mostrar su vertiente de grano de arena, su

hueso, tiene que haber perdido la ventaja secundaria en algo, tiene que haber perdido

utilidad. Para que un análisis comience el síntoma tiene que mostrar una cara de

padecimiento, tiene que haberse vuelto otra vez algo extranjero.

Señalo estas cuestiones porque tienen una perspectiva clínica muy importante, en lo que

a la práctica psicoanalítica se refiere. Por lo general recibimos sujetos, en los que ya ha

fallado esa ganancia secundaria, ya no le pueden encontrar una ventaja al síntoma, es algo

que los desborda. Aparece esa satisfacción extraña que empuja al más allá del principio de

placer; pero debo decirles que la mayor parte de las neurosis, no son neurosis que se

desencadenan y consultan al psicoanalista. La mayor parte de las neurosis, es esa gente

que anda más o menos adormecida y con una felicidad atontada, cada uno ha conseguido

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arreglárselas, extrayendo una ganancia secundaria, una ventaja, que hace que el síntoma

no lo sea tanto.

Paso ahora de lleno al capítulo V de “Inhibición, síntoma y angustia” y la neurosis

obsesiva. Freud toma la obsesión para abordar clínicamente sus desarrollos. Señala: “Nos volvemos hacia la neurosis obsesiva en la expectativa de averiguar en ella algo más

acerca de la formación de síntoma.” (p.107)

Voy a ser breve porque quiero, por lo menos, dejar diez minutos de la clase de hoy para

volver sobre vuestras preguntas. Freud dice que los síntomas, en la neurosis obsesiva, son

en general de dos clases: “[…] O bien son prohibiciones, medidas precautorias, penitencias, vale decir de

naturaleza negativa, o por el contrario son satisfacciones sustitutivas, hartas veces con

disfraz simbólico […].” (p.107)

Es interesante que Freud proponga que, en general, en la lucha defensiva la histeria

logra triunfar y las neurosis obsesiva fracasar. Quiero decir que para Freud el síntoma

conversivo histérico logra una tramitación más acabada de esa excitación pulsional, tramita

mejor esa satisfacción que está en juego que proviene del ello, que la representación

obsesiva, que la ideación obsesiva.

Podríamos decir que el síntoma histérico es en el cuerpo –han leído el texto de 1894

“Las neuropsicosis de defensa”–, una vez que se produce el divorcio del afecto de la

representación intolerable, ese afecto se desplaza a una representación que tiene que ver

con en cuerpo, es una conversión histérica. O bien ese afecto, dice Freud, puede quedar en

el campo del pensamiento y eso va a llevar a la representación obsesiva.

Lo que señala Freud, y también lo muestra indudablemente la clínica, es que la

tramitación de ese quantum pulsional en la vía del pensamiento es mucho menos feliz y

comporta una defensa secundaria y un trabajo, un intento de tramitar mucho más

prolongado que en la histeria.

En todo caso, la inclinación a la síntesis que está en juego en el yo, tiene un fruto menos

perfecto en la obsesión que en la histeria. La síntesis yoica, se logra mucho mejor en la

histeria que en la neurosis obsesiva. Freud dice que los síntomas conversivos histéricos

logran armar una formación de compromiso en un solo acto, mientras que los síntomas

obsesivos en muchos casos son síntomas de dos tiempos, no se logra ese compromiso que

en la histeria, digámoslo así, mata dos pájaros de un tiro.

Lo que Freud propone es que los síntomas obsesivos, en dos tiempos, suponen un

primer tempo, donde se presenta la satisfacción pulsional, y un segundo tempo, en el que

van a recibir el castigo por haberse satisfecho en ese nivel.

Para tomar el ejemplo del caso del Hombre de las Ratas, en el nivel del amor que tiene

por la dama de sus pensamientos. En una noche de tormenta se le ocurre ponerle el abrigo

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y luego, de repente, casi sin sentido, sacárselo y ponérselo otra vez. Esto es una tendencia

sádica que se satisface (le saca el abrigo) y la contrapartida (se lo pone otra vez). Primer

tempo, obedece a la tendencia de la pulsión sádica; segundo tempo, es la defensa contra

esa pulsión. Son los síntomas en dos tiempos, recreados, repetidos, en donde el primer

tiempo muestra una satisfacción pulsional y el segundo una cancelación de esa satisfacción

pulsional. No logra, dice Freud como la histeria, consolidar eso en un mismo síntoma, como,

por ejemplo, la tos de una histérica en una identificación con la madre.

Freud señala en el capítulo VII de “Psicología de las masa y análisis del yo”, que una

histérica puede toser como su madre, por ejemplo, y así satisface el impulso libidinal hacia

el padre y, a la vez, se castiga por ello. Porque si se identifica con la madre quiere decir que

quiere ocupar su lugar edípicamente pero con esa tos al mismo tiempo se castiga. Es algo

así como “¿quieres ser como tu madre?, muy bien, sufre como ella”. Pero la histeria

consigue en un solo tiempo aunar esas dos perspectivas mientras que en la neurosis

obsesiva, asevera Freud, estos síntomas son síntomas en dos tiempos.

Es lo que lo llevó a un psicoanalista francés que se llama Jacques-Alain Miller –que es

quien establece los seminarios de Lacan– a escribir un texto que se llama “H2O”, que se

encuentra en su libro Matemas II. Por supuesto en ese texto Millar juega con lo que es agua

pero está señalando que la histeria logra en un tiempo lo que la neurosis obsesiva hace en

dos.

Vamos a la cuestión en relación con la obsesión en la que me quiero detener. Freud

señala que en la neurosis obsesiva la situación inicial es la misma que la de la histeria: “[…] a saber, la necesaria defensa contra las exigencias libidinosas contra el complejo de

Edipo […]. Empero, la configuración ulterior –en la neurosis obsesiva– es alterada

decididamente por un factor constitucional.” (p.108)

Lo llama la “endeblez de la organización fálica”. La traducción dice ahí “genital”, yo diría

fálica. Si leen el texto de 1923, “La organización genital infantil” van a ver que no hay

ninguna organización genital sino que la oposición en el inconciente es fálico-castrado. Así

es que, “la organización genital de la libido demuestra ser endeble y muy poco resistente”, y

entonces lo que ocurre en el nivel de la defensa es una regresión a la fase sádico-anal. “[…] Cuando el yo da comienzo a sus intentos defensivos, el primer éxito que se propone

como meta es rechazar en todo o en parte la organización genital (de la fase fálica) hacia

el estadio anterior, sádico-anal. Este hecho de la regresión continúa siendo determinante

para todo lo que sigue”. (p.108)

Freud señala como una nota particular en la neurosis obsesiva esta regresión a la fase

sádico-anal. Ahora, ¿cómo explica metapsicológicamente esa regresión? De esta manera:

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“Busco la explicación metapsicológica de la regresión en una «desmezcla de pulsiones»,

en la segregación de los componentes eróticos que al comienzo de la fase genital se

habían sumado a las investiduras destructivas de la fase sádica.” (p.109)

A esto quería llegar. Freud señala que en la neurosis obsesiva se vuelve hipersevero el

superyó mostrando en las neurosis algo que sólo es analogable a lo que pasa en la

melancolía –que no es una neurosis, lo vamos a ver en psicopatología. La melancolía y la

neurosis obsesiva dan el paradigma de la severidad con que el superyó puede atormentar a

alguien. El superyó, no es ninguna instancia reguladora, ni civilizadora. Uno puede leer, por

cierto, esa perspectiva en Freud, el superyó como heredero del complejo de Edipo tiene una

cara de regulación, ciertamente. Pero el superyó al que se refiere aquí Freud, en “Inhibición,

síntoma y angustia”, muestra especialmente otra vertiente que nos hace considerar, nos

empuja a pensar a este superyó freudiano como estrábico: no mira para un solo lado, un ojo

mira para un lado y el otro para el otro.

Hay, por cierto, el ojo de la regulación superyoica, del superyó civilizador, es el superyó

heredero del Edipo, pero hay en Freud un superyó que mira para otro lado, un superyó

terrible, severo, cruel, que se ensaña con el yo y al que Freud, como señalé, le endilga la

reacción terapéutica negativa. Por cierto, este es el superyó al que se refiere Lacan, uno

más bien antilegal, que no regula el goce sino que empuja a gozar.

Voy a señalar entonces que algunos síntomas de la neurosis obsesiva dan cuenta del

sadismo del superyó, y lo que quiero destacar es que ese sadismo del superyó está ligado

por Freud en el capítulo V de “Inhibición, síntoma y angustia”, a esa regresión a la fase

sádico-anal, que explica a partir de una desmezcla pulsional.

Acá es donde retomo a Empédocles, para mostrarles que en la desmezcla de pulsiones

no es que queda por un lado la pulsión de vida y por otro lado la pulsión de muerte. Fíjense

que, en la cita que les leía, Freud dice que la desmezcla de pulsiones es la “segregación de

los componentes eróticos”. En la desmezcla pulsional eso da por resultado la prevalencia de

la pulsión de muerte, hay una disimetría entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte en

Freud. Lo que Freud señala es que en la desmezcla pulsional caen los componentes fálicos,

los componentes que se agregan en la fase fálica y el sujeto queda a merced del empuje de

la pulsión de muerte que, en este caso está capitalizado por el superyó. A eso Freud lo

llama desexualización, deslibidinización, caída de los componentes eróticos, deflación de la

pulsión de vida.

Uno podría decir así, el principio de placer se mantiene estable si nos mantenemos en la

homeostasis, mientras la batidora –enseguida les voy a decir el nombre de esa batidora–

mantiene mezclados pulsión de vida y pulsión de muerte. Pero hay un momento en que la

batidora fracasa y ese es un momento de desmezcla pulsional que, no es, insisto, que la

pulsión de vida queda por un lado y la pulsión de muerte queda por el otro, sino que supone

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la drástica prevalencia de la pulsión de muerte por el quite de los componentes fálicos,

eróticos.

En Psicopatología estudiaremos lo que se llama función del padre y veremos que, entre

otras cosas, es lo que permite que se mantengan ligándose pulsión de vida y pulsión de

muerte. Podemos decir, el padre es la batidora.

Y es el fracaso de esa batidora, la falla de la función del padre, lo que hace que aparezca

estas contracara, que empuja al aparato al más allá del principio de placer. Estoy hablando

del superyó y siguiendo a Freud de su prevalencia en la neurosis obsesiva.

Es un modo de entender la regresión freudianamente. Se trata de la prevalencia de la

pulsión de muerte en el nivel de la incidencia del superyó. Insisto, no es un superyó

regulador, civilizador, es la incidencia de un superyó terrible, insensato, antilegal, en los

síntomas obsesivos.

Continúa Freud:

“Puede aceptarse simplemente como un hecho que en la neurosis obsesiva se

forme un superyó severísimo, o puede pensarse que el rasgo fundamental de esa

afección es la regresión libidinal e intentarse enlazar con ella también el carácter

del superyó. De hecho, el superyó, que proviene del ello, no puede sustraerse de

la regresión y la desmezcla de pulsiones allí sobrevenidas […].” (p.110)

Ésta es la cuestión. Una cosa es la idea del superyó como heredero del complejo de

Edipo, y otra cosa es este superyó que proviene del ello, de la satisfacción pulsional misma.

Termino entonces, para que podamos conversar.

Ante esta invasión que supone este desmedido superyó, Freud presenta, en el capítulo

VI, dos técnicas auxiliares de la neurosis obsesiva, que suponen la lucha asegurada y

continua contra ese empuje mortuorio del superyó. Las llama anular lo acontecido y la

técnica del aislamiento. No son muy complejas, así que dejo aquí para que continúen la

lectura por vuestra cuenta.

Osvaldo Delgado: Le agradecemos mucho a Fabián, para mí es una alegría escucharlo

por dos razones. Una, por el ordenamiento preciso que hizo en el trabajo sobre el texto, las

articulaciones, los antecedentes, las consecuencias clínicas. Y también escuchándolo, veía

cómo el trabajo que venimos realizando durante todo el año prepara muy bien para lo que

van a trabajar en Psicopatología.

Alumno: No me quedó claro cuando dijiste que la realidad no era exterior, sino la

realidad psíquica, que vendría a ocupar el lugar de una cuarta instancia. ¿Cómo entraría en

la tópica?

Fabián Schejtman: En Psicopatología tomamos dos textos de Freud de esta misma

época que se llaman “Neurosis y psicosis”, y “La pérdida de la realidad en neurosis y

psicosis”. Son artículos en los que aborda la oposición entre las neurosis y las psicosis a

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partir de la segunda tópica. Piensa, por ejemplo, que una neurosis supone un conflicto entre

el yo y el ello; y opone a la psicosis que el conflicto se juega entre el yo y la realidad. Está

pensando a las estructuras psicopatológicas a partir de conflictos intrapsíquicos, entre las

instancias psíquicas y agrega como una cuarta instancia psíquica a la realidad. Propone el

conflicto entre el yo y el ello en la neurosis, y entre el yo y la realidad en la psicosis; y

distingue neurosis y psicosis, en ese momento de su obra, por esa vía. La realidad está

pensada, efectivamente, como una instancia más del aparato psíquico.

Osvaldo Delgado: En relación con dos preguntas que han hecho. Preguntaron por la

compulsión de repetición. Recuerden cuando hablamos de repetición lo que han trabajado

en Seminarios respecto a transferencia motor y transferencia obstáculo. Lo que sostiene las

condiciones de la transferencia como motor, la apertura del inconciente esto es repetición.

La compulsión de repetición se juega en la articulación transferencia-resistencia, que

nombra un obstáculo en la transferencia pero un momento fecundo a su vez.

Y también, en los primeros textos, todo lo que ocurría a nivel de la separación del

representante del monto de afecto ubicaba la diferencia en la neurosis obsesiva y en la

histeria. Pero, lo compulsivo del síntoma insiste, no termina de tramitarse. Por ejemplo, en la

neurosis obsesiva, en el desplazamiento del monto de afecto de un representante a otro,

aparecían los rituales, los ceremoniales, etcétera, en un intento del símbolo por tratar de

domeñar a aquello que era imposible de domeñar. Esto como un ejemplo a lo largo de lo

que trabajamos en el año.

La otra cuestión, que introducía Fabián respecto a la realidad psíquica. Tomando

cualquiera de los productos de las formaciones del inconciente –y les mostré cómo eso ya

estaba en el texto “Lo inconciente”–, por ejemplo el sueño, tenemos un texto, una cadena de

representantes psíquicos, una puesta en imágenes, una figurabilidad y lo pulsional. En todo

sueño tenemos esas tres cuestiones: una articulación de representantes psíquicos, que es

lo que hay que descifrar; una puesta en imágenes de esa articulación; y un resto, que es lo

hipernítido, la pulsión. El sueño como tal, como formación, anuda esos tres. Cuando uno

está en determinada situación de la vida, tomado por incierto exceso de desmezcla

pulsional, algo que puede ocurrir es que tenga trastornos en el dormir, que el sueño falla,

como realidad psíquica, para anudar esos tres.

Fabián Schejtman: Lo indicado en los sueños traumáticos me parece que viene justo a

cuento de eso: hay algo en el síntoma, en el nivel de la fijación pulsional, que lo hace distinto

al resto de las formaciones del inconciente. Esa fijeza y permanencia propia del síntoma,

que no se halla en la instantaneidad de los lapsus, de los chistes, de los sueños; salvo, en

los sueños traumáticos que, quizás por ello, cobran a veces el estatuto de síntomas y

ejemplifican no el retorno de lo reprimido sino la compulsión de repetición.

Osvaldo Delgado: Le agradecemos mucho al profesor Fabián Schejtman.

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Bibliografía trabajada

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adquirida, de muchas fobias y representaciones obsesivas, y de ciertas psicosis

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1989.

---------------, “Estudios sobre la histeria. (En colaboración con Breuer)” (1895), en: Obras

Completas, tomo II, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1990.

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(1954-1955), Paidós, Buenos Aires, 1984.

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