teoría de la historia

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V. GORDON CHILDE TEORÍA DE LA HISTORIA -ooo0ooo- Biblioteca Virtual OMEGALFA www.omegalfa.es

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Childe, Gordon

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  • V. GORDON CHILDE

    TEORADE LA HISTORIA

    -ooo0ooo-

    Biblioteca VirtualOMEGALFA

    www.omegalfa.es

  • V. Gordon Childe - Teora de la Historia pg. 2

    CAPITULO I

    SOCIEDAD, CIENCIA E HISTORIA

    En el curso de los ltimos cien aos las sociedades que habitanEuropa Occidental y Amrica del Norte han alcanzado notabledominio sobre la naturaleza exterior. El espectro del hambre, queacechaba constantemente a las civilizaciones antiguas y medieva-les y que an hoy amenaza con la destruccin a las masas campe-sinas de Asia y a las tribus brbaras del Pacfico, ha sido eficaz-mente desterrado, salvo en aquellas ocasiones en que la propiasociedad lo evoca a travs de su conducta belicosa. Las plagas yla peste, que, conjuntamente con el hambre, constituan un peligrogeneral cuando se compil la Letana de la Iglesia de Inglaterra,son problemas que el hombre es capaz de controlar, salvo -tam-bin en este caso- cuando la guerra favorece su aparicin.

    Como consecuencia de ello, la vida media del ser humano se haalargado considerablemente. Las estupendas fuerzas naturalesencauzadas por la turbina, el motor elctrico y el motor de com-bustin interna trabajan en beneficio de los fines sociales -y de losantisociales- del hombre ms eficazmente que los msculos demillares de sudorosos jornaleros o de robustos bueyes. El aireacondicionado emancipa a la actividad humana de los caprichosdel tiempo, y hace a la vida igualmente tolerable, sana y cmodaen medio de una tormenta de polvo o bajo una nevada. El hombrepuede circunvalar el globo rpida y seguramente por tierra, mar yaire, transportando de un polo al otro tanto los artculos de prime-ra necesidad como los superfluos. El telgrafo, el telfono, la ra-dio y la televisin han anulado todas las limitaciones de carcterespacial que estorbaban las relaciones humanas.

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    En cambio, el control sobre el medio social -sobre las relacionesentre individuos, grupos, naciones y clases- no ha alcanzado xitocomparable con aqul. En el lapso de veinticinco aos dos guerrasmundiales (adems de una serie de conflictos permanentes perolocalizados) han liberado fuerzas destructivas que amenazan ba-rrer todo cuanto las fuerzas productivas han organizado lentamen-te, y quizs promover la extincin de la humanidad misma. Du-rante los breves intervalos de tregua se limitaron deliberadamentelas fuerzas productivas, se suprimieron las invenciones, se reduje-ron y an se destruyeron las cosechas. Millones de trabajadoreshbiles y deseosos de producir quedaron sin empleo y se vieronreducidos a un estado de semiinanicin. Otros tantos estn malalimentados y viven en condiciones incompatibles con la buenasalud y la eficiencia. La repeticin de las crisis ha desconcertado alos estadistas y a los financieros, y ha despojado aun a las clasesms prsperas de la posibilidad de planear racionalmente su pro-pia vida privada.

    Como es sabido, el control del hombre sobre la naturaleza exteriorha sido alcanzado mediante el conocimiento de la naturaleza. Seha desarrollado al mismo tiempo que la sistematizacin de dichoconocimiento en la esfera de las ciencias naturales. Y el progresoha sido ms veloz all donde los resultados de las ciencias expe-rimentales -geometra, mecnica, fsica y qumica- puede ser apli-cado y se ha visto acelerado por la adopcin, en otras ciencias -medicina, gentica, agronoma- de los mtodos experimentales.De lo anterior puede inferirse razonablemente que la dolorosafalta de armona entre el control humano sobre el medio exterior yla incapacidad para controlar el medio social se debe a la ausenciade una ciencia de la sociedad, al hecho de que la sociologa no halogrado cobrar carcter autnticamente emprico, y a la imposibi-lidad de realizar experimentos de laboratorio sobre las relacioneshumanas.

    Es evidente que en el plano de la economa, de la poltica o de laorganizacin internacional, nadie puede realizar dichos experi-

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    mentos. En la prctica es imposible preparar condiciones que nospermitan aislar un factor, para descubrir de ese modo cierta "cau-sa" nica, segn el significado que se atribuye a dicha palabra enfsica experimental, en gentica o en medicina. Ciertos supuestosexperimentos, por ejemplo la Liga de las Naciones, las LogiasMasnicas y diversos organismos de cooperacin no renen, nimucho menos, las condiciones que es posible obtener en el labo-ratorio. Los organizadores de estas entidades pueden siempre ar-gir, plausible e irrefutablemente que los fracasos sufridos se de-bieron a circunstancias extraas, y al observador desinteresado letocar cavilar sobre la causa exacta del fracaso. Tampoco tienemucho valor la existencia de una sociologa comparada que seproponga la fijacin de reglas generales y de un esquema generalrepetido en muchos "casos", cuyas respectivas diferencias puedanser ignoradas, del mismo modo que la anatoma traza un diagramageneral del cuerpo humano sobre la base de los aspectos que serepiten regularmente en la gran mayora de los cadveres diseca-dos. Por una parte, el nmero de casos observados y susceptiblesde observacin es muy limitado; por otra, es discutible hasta qupunto estos "ejemplos" poseen verdadera independencia, hastaqu punto una sociedad humana es realmente comparable a uncadver y no, en todo caso, al rgano o miembro de un cuerpo(problema sobre el cual volveremos).

    Desde el momento de su aparicin sobre la superficie de la tierra,la humanidad ha realizado constantes experimentos, no slo sobreel control de la naturaleza exterior, sino tambin sobre la organi-zacin cooperativa de dicho control. Los resultados de estos expe-rimentos estn representados, por una parte, en el archivo arqueo-lgico -las reliquias y los monumentos materiales del pasado- ypor otra por los documentos transmitidos por medio de la palabra,de la representacin grfica y especialmente de la escritura. LaHistoria debera ser el estudio cientfico de todas estas fuentes.Debera constituir una ciencia del progreso, aunque no necesaria-mente una ciencia exacta, como la fsica, ni abstracta y descripti-va, como la anatoma. En otras palabras, debera revelar, si no

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    leyes matemticas o un esquema general esttico, por lo menoscierto orden, a su propio modo tan inteligible como el de la astro-noma o el de la anatoma.

    El valor de las leyes cientficas reside en que suministran precep-tos para la accin. Pero hoy se acepta generalmente que an en lasciencias ms exactas la precisin de las leyes cientficas no es tanabsoluta como parece. Por el contrario, dichas leyes son formula-ciones de probabilidades de elevadsimo grado, aplicables a lamasa de hechos, pero de muy limitada utilidad cuando se trata deobjetos o de acontecimientos particulares. El hecho es bastanteevidente en el caso, de las leyes mendelianas; del conocimiento deestas ltimas, ningn especialista en gentica pretender deducirsi cierto pollo ser X o Y. Lo mismo puede decirse de la fsica. Elllamado Principio de Indeterminacin afirma que an conociendola velocidad de un electrn dado no es posible siquiera calcular suposicin en un momento determinado.

    En definitiva, an en estos dominios chocamos con un factor in-calculable, impredecible e incontrolable al que podemos denomi-nar "casualidad".

    Pero en el conjunto, los movimientos individualmente imprevisi-bles y los hechos casuales constituyen efectivamente un orden quepodemos reconocer, utilizar y comprender. Las leyes matemticasde la fsica, la qumica o la astronoma son expresiones abreviadasde un orden de este gnero. No son leyes impuestas desde el exte-rior sobre la naturaleza, para constituir un orden, como, en cam-bio, las leyes sancionadas por los parlamentos o por los soberanos(cuando la polica obliga eficazmente a su cumplimiento) consti-tuyen un orden poltico.

    De un modo ms o menos semejante, el diagrama anatmico delcuerpo humano revela la disposicin y la interconexin ordenadasde los huesos, los msculos, los vasos sanguneos, los nervios ylos rganos. Pero no es el orden mismo. El cuerpo humano indi-vidual puede apartarse del modelo en la posicin de un rgano, en

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    la insercin de un msculo, y an en el nmero de costillas. Detodos modos, el diagrama constituye una gua indispensable parael cirujano que opera.

    La ciencia demuestra que en la naturaleza subhumana existenotros tipos de orden, que no pueden ser expresados en frmulasnumricas precisas, y tampoco en diagramas abstractos de carc-ter general, pero que son, de todos modos, inteligibles. Y el cono-cimiento de este orden tiene tambin utilidad prctica. Por ejem-plo, en cierta regin natural, el valle de Yosemite, en California,crecen, como consecuencia de su forma, suelo y clima, determi-nados rboles, pastos y hierbas. Gracias a esta vegetacin, puedenvivir (y viven) diversas especies de insectos, de aves y de bestias.A su vez, estos ltimos sirven de alimento a otros animales. Aprimera vista, creeramos hallarnos frente a un rgimen cruel,insensato y desordenado. El venado perseguido por el lobo o porel oso no podra advertir la presencia de ningn orden. Sin embar-go, del conjunto de actos individuales (ramonear, cazar a otrosanimales, matarlos) surge, efectivamente, cierto orden, ciertoequilibrio natural, que en conjunto resulta beneficioso para loscompetidores individuales. Si se lo perturba, es probable que to-dos padezcan las consecuencias. En el Yosemite se protegi alvenado exterminando o confinando a los animales que se alimen-taban de l. Pronto se advirti que el venado se estaba multipli-cando con excesiva rapidez, y que este animal estaba acabandocon los alimentos disponibles. Toda la poblacin de venados em-pez a mostrar signos de mala alimentacin y de enfermedad. Enotras palabras, an para el venado perseguido -considerado comoespecie- el equilibrio natural haba resultado ventajoso, aunque nopudiera decirse lo mismo, claro est, desde el punto de vista decada una de las vctimas. Y es evidente que el conocimiento deeste orden tiene valor prctico para los guardabosques interesadosen la conservacin de los recursos naturales.

    La Ley de la Evolucin sera la denominacin de un tipo semejan-te de orden, aunque en este caso se trata de un proceso. Las frases

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    de Darwin "seleccin natural" y "supervivencia del ms apto" sonsimples hitos destinados a facilitar el reconocimiento de dichoorden en la "lucha por la vida", proceso que, como su propianombre lo sugiere, puede parecer brutal, extravagante e insensatocuando se lo mira desde adentro, por as decirlo. Al dinosaurio oal pterodctilo, condenados a la extincin, este orden debi pare-cerles ininteligible (en el supuesto caso de que estas criaturas po-seyeran un cerebro capaz de concebir un orden). En general, yenfocando el proceso desde el exterior, se advierte la existencia deuna direccin; todos los hechos que lo componen demuestran unainterrelacin inteligible.

    Al historiador toca revelar la existencia de un orden en el procesode la historia humana. Este libro no se propone formular leyesgenerales expresivas del orden histrico, con lo cual dejara a losrestantes volmenes la sencilla tarea de suministrar "ejemplos" dela operacin de aquellas leyes. No existen leyes de esta clase; sien el movimiento fsico no hay normas impuestas desde el exte-rior, lo mismo puede decirse, y con mayor razn, del proceso his-trico. Nuestro propsito es, en todo caso, el de mostrar, medianteuna resea de las diversas teoras sobre el orden histrico, qutipo de orden podemos realmente hallar en historia, y de qu mo-do podr ser til el estudio del mismo. Pero antes de examinar lasteoras de los historiadores, ser til ofrecer una ilustracin delorden histrico, para que sirva de pauta, y tambin para explicarde qu modo los historiadores acumulan hechos sobre los cualesteorizan despus.

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    CAPITULO II

    EJEMPLO DE UN ORDEN HISTRICO

    El tipo de orden que estamos autorizados a anticipar se aclararmejor mediante un ejemplo obtenido aislando un factor del proce-so histrico. Elijo la tecnologa, es decir, las herramientas y lasmquinas de produccin, no slo porque soy arquelogo, y por-que mi ciencia se ha organizado sobre una clasificacin fundadaprecisamente en este factor, sino tambin porque, debido precisa-mente a que l es accesible al estudio arqueolgico, es posibleseguir su desarrollo a lo largo de un perodo ms prolongado queen el caso de cualquier otro factor. El anlisis demostrar muypronto la necesidad de considerar tambin otros factores. Sin em-bargo, en el ltimo captulo defenderemos la opinin de que elfactor tecnolgico es a la larga el decisivo.

    Es sabido que, desde que adquirieron su condicin humana, loshombres actuaron sobre la naturaleza exterior principalmente me-diante la ayuda de las herramientas que ellos mismos forjaron. Ysi acentuaron su control sobre la naturaleza hasta alcanzar las altu-ras indicadas en el primer prrafo de este libro, ello ocurri gra-cias al desarrollo de estas herramientas.

    Desde la poca de aparicin de los primeros hombres, quizs hacemedio milln de aos,* y a lo largo del 98 por ciento de la exis-tencia de la especie, las mejores herramientas utilizadas por el serhumano estuvieron hechas de piedra. De ah que se aplique alprimer estadio de la clasificacin arqueolgica la denominacinde Edad de la Piedra; o, ms exactamente, la de Edad de la Anti-

    * Actualmente se sabe que la antigedad de los primeros antepasadosfabricantes de instrumentos de piedra (homo hbilis), se remonta a ms dedos millones de aos./Nota del maquetador.

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    gua Piedra o Era Paleoltica. Muy lentamente los hombres adqui-rieron autntico dominio por lo menos sobre ese nico material, yaprendieron qu tipo de herramientas podan construir con l, ycules eran los mejores procedimientos de manufactura.

    Pero despus de aproximadamente 400.000 aos ya haban apren-dido a fabricar cuchillos, raspadores, punzones, leznas, cuchillas,trituradores, y con la ayuda de estos instrumentos, a trabajar tam-bin la madera, el hueso, el cuerno y el marfil. De estos materialespudieron fabricar tambin agujas, arcos y flechas, dardos, y mstarde trineos y canaletas. Pero todo el trabajo de fabricacin yposteriormente la utilizacin de las herramientas se basaban ex-clusivamente en la fuerza muscular humana, y todo el alimentodeba ser cazado o recogido.

    Hace aproximadamente 10.000 aos algunos hombres comenza-ron a cultivar el trigo y otras plantas y a criar ovejas y otros ani-males. De ese modo empezaron a someter a una fuerza natural, acontrolarla y a obligarla a que trabajara para ellos. Pues la simien-te del trigo o la oveja es un mecanismo bioqumico, y desde esemomento comenz a trabajar bajo la direccin del hombre paraproducir ms trigo o ms ovejas. Este paso recibe de los prehisto-riadores la denominacin de revolucin neoltica; la cra de gana-do y el cultivo de plantas caracterizan la era neoltica de la Edadde la Piedra.

    Luego, entre los aos 4000 y 3000 a.C., algunos pueblos descu-brieron el modo de fundir y de vaciar el cobre, y posteriormente elde preparar aleaciones con estao u otros metales. De ese modo seinici la siguiente etapa arqueolgica, denominada usualmenteEdad del Bronce. Con el metal era posible preparar herramientasms durables y precisas, o diferentes, por ejemplo la sierra, concuya ayuda se podan fabricar ruedas y asegurar slidamente losmstiles a la estructura de las naves. Es probable que a este perio-do corresponda el empleo de bueyes, asnos o an caballos paraarrastrar arados, carros o carretas, y del viento para impulsar na-ves de vela. De ese modo se alivi al ser humano de algunas de

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    las tareas ms pesadas, tanto en los transportes como en los culti-vos al mismo tiempo que se aceler la velocidad del trfico. Peroel cobre (y, con mayor razn, el bronce) fue siempre muy costoso,pues se trata de un metal relativamente raro, extrado casi siempreen zonas montaosas, alejadas de los frtiles valles donde losagricultores solan vivir.

    Al divulgarse el secreto del fundido y forjado del hierro, alrededorde 1200 a.C., se inici la Edad del Hierro y las herramientas demetal reemplazaron a las de piedra, y lo hicieron en proporcinque el costoso cobre y el bronce ms costoso an jams habanlogrado alcanzar. Entre el nmero de trabajadores, enormementeincrementado, que entonces se acostumbraron a emplear herra-mientas de metal, algunos posean condiciones que los habilitabanpara inventar nuevas herramientas. Los cinco siglos que comien-zan alrededor del ao 600 a.C. asistieron a la creacin de una ex-traordinaria gama de nuevas herramientas, entre ellas tenazas,cizallas, cepillos, guadaas, palas... hasta que, a principios denuestra era, las ms modernas herramientas manuales han cobradoya formas tipificadas. Ms significativo an es el hecho de quealrededor del ao 500 a. C. los bueyes y los asnos fueron utiliza-dos para mover molinos de cereales, lagares y molinos de mineral,y despus del ao 100 probablemente tambin para impulsar apa-ratos de irrigacin. Antes del comienzo de nuestra era ya se apli-caba la energa hidrulica al movimiento de los molinos de cerea-les. Condicin necesaria fue la invencin del engranaje, artefactoque tambin fue empleado en los relojes movidos por energahidrulica. Para levantar pesos se inventaron gras, poleas y apa-rejos de poleas, as como una bomba impelente para elevar agua.

    Aparentemente, hubiera debido comenzar una nueva era de laproduccin de energa, pero su iniciacin real se demor duranteun millar de aos. Hasta el ao 1100 de nuestra la energa hidru-lica fue utilizada casi exclusivamente para impulsar los molinosde cereales, y aun as muy parcialmente hasta el ao 500. Pero losmolinos de viento con el mismo propsito aparecen en Irn antes

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    del ao 700 y despus del ao 1000 tambin en Normanda. Du-rante la Edad Media europea la energa hidrulica fue aplicadatambin para abatanar, reducir materiales a pulpa, moler mineral,mover los fuelles para los hornos de fundicin, fabricar alambre yeventualmente para hilar. Durante el mismo perodo se mejoraronmucho los mecanismos de relojera y se desarroll una eficientebomba de succin. Todava en el siglo XVI los cilindros de bom-ba parecen haber sido fabricados de madera, lo mismo que la ma-yora de las piezas de los molinos de viento, de los molinos movi-dos por energa hidrulica y de las mquinas que stos impulsa-ban. Aun as, una fundicin mecnica movida por energa hidru-lica permiti por primera vez fundir y forjar el hierro, y en el sigloXVI se fundan caones y otros tipos de cilindros.

    Esta evolucin prepar el camino para una nueva etapa del desa-rrollo tecnolgico, basado en la explotacin de las reservas deenerga trmica solar, acumulada en las entraas de la tierra bajola forma de carbn, gas natural y petrleo. La era del carbn em-pieza con la utilizacin en la metalurgia de combustible mineralen lugar de vegetal (para la fundicin de hierro alrededor de 1700,el vaciado en 1783, y la fabricacin de acero en 1856), y con elempleo del vapor para impulsar las primeras plantas de bombeoen las minas (el motor de Newcomem en 1705, el de Watt en1770), luego diversos tipos de maquinaria fabril, y finalmentelocomotoras y vapores de ruedas. Entretanto, las antiguas mqui-nas de madera eran reproducidas en hierro y en acero, y cada vezms velozmente se inventaban nuevas mquinas. Posteriormente,la dnamo y el motor elctrico iniciaron una segunda fase, y elmotor de combustin interna una tercera.

    Los prrafos anteriores han resumido muy brevemente cierta se-cuencia de hechos histricos. Se trata de una secuencia ordenadano slo porque los hechos aparecen segn el orden de ocurrencia;es ordenada tambin, y principalmente, porque podemos advertirque los hechos mencionados no slo se sucedieron unos a otros eneste orden, sino que forzosamente deba ocurrir as; y se trata de

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    una secuencia ordenada, finalmente, porque los hechos no slo sesuceden unos a otros, sino que tambin se orientan todos conarreglo a una direccin visible; es decir, configuran una pauta.

    Por ejemplo, es casi evidente por s mismo por qu el motor devapor poda ser inventado solamente despus de descubierto elmtodo apropiado para vaciar el hierro, y despus de la invencinde la bomba y, naturalmente, de la rueda. Por una parte, los cilin-dros de bronce fundido de la bomba impelente romana eran cier-tamente demasiado costosos y, lo mismo que los cuerpos de ma-dera de las bombas medievales, demasiado dbiles para cumplir eltrabajo asignado a las mquinas de Newcomen y de Watt.

    A decir verdad, ya los griegos de Alejandra haban soado lograrque el vapor imprimiera movimiento a un objeto, pero aunquehubieran dado en la idea de conseguir que el vapor, al expandirse,impulsara un pistn, la cosa no habra pasado de mero juguete.Adems, para producir la temperatura exigida por la fundicin yel vaciado del hierro, se requera un horno mecnico, de modoque el vaciado del hierro tena que venir despus de la aparicinde la rueda movida por agua. Esta ltima presupone, evidente-mente, la existencia de la rueda propiamente dicha, igualmentenecesaria para todos los motores de vapor de carcter prctico. Yas sucesivamente. Cada invencin est determinada y condicio-nada por los hechos que la precedieron. La secuencia es necesariay su necesidad es inteligible.

    Por otra parte, esta necesidad nada tiene de trascendental; noconstituye una imposicin exterior sobre el proceso. Y tampoco elorden mismo puede ser deducido a priori de ciertos principios,generales superiores a la secuencia misma. Desde el punto devista puramente terico nada hubiera impedido que la era de laenerga elctrica surgiera directamente de la produccin de ener-ga hidrulica, sin interposicin de una era del carbn o del vapor.Histricamente no ocurri as, y sera muy fcil demostrar de qumodo los descubrimientos electroqumicos que por primera vezatrajeron la atencin sobre la electricidad como corriente estuvie-

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    ron en realidad vincula, dos con el carbn y con la metalurgia, ycmo las mquinas y los cables que permitieron la produccin yla transmisin de corriente en condiciones econmicas dependanrealmente de las industrias mecnicas movidas por la fuerza delvapor.

    Cuando recapitulamos objetivamente el proceso, resulta no menosevidente la existencia de una direccin. En realidad, cada paso hasido consecuencia de la ampliacin del control humano racionalsobre la naturaleza bruta, y ha realzado la independencia de lasociedad respecto del medio no humano. Pero reconocer que, des-pus de medio milln de aos, podemos advertir la existencia deuna direccin en un proceso, no es lo mismo que afirmar que hasido dirigido. Dar por sentado que la tecnologa ha avanzado co-mo sobre rieles hacia un objetivo fijo, predeterminado, es sosteneruna tesis sin fundamento. Por el contrario, es perfectamente razo-nable afirmar que el proceso ha determinado su propia direccin,y que los rieles han sido tendidos paso a paso, de acuerdo con elpropio desarrollo. El carcter histrico de un proceso reside preci-samente en su autodeterminacin.

    Acabamos de presentar el progreso de la tecnologa como unasecuencia ordenada de acontecimientos histricos. Examinmosloahora ms atentamente. En tal caso se advertir la complejidad decada hecho. El aspecto ms destacado de los hechos consideradoses la invencin o descubrimiento de la nueva herramienta, de lanueva mquina o del nuevo proceso. Mquina, herramienta o pro-ceso, se trata de la realizacin de un inventor individual. En reali-dad, algunos se elevan a las alturas de la fama: Arkwright, Darby,Newcomen, Stephenson, Watt, etc. Pero los individuos que des-cubrieron cmo vaciar y fundir el hierro, o el cobre, quienes in-ventaron un tipo de molino de viento, o una bomba de alimenta-cin, quienes concibieron el carro de ruedas, la sierra o el hacha,se han mantenido en el anonimato y en la impersonalidad.

    Supongamos que el proceso de invencin fue el mismo, ms omenos, que el del motor de vapor. Se trata, en todos los casos, de

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    la recombinacin, del reordenamiento y de la modificacin deelementos ya familiares al inventor. Seguramente en todas lasinvenciones de carcter histrico, y probablemente en la mayorade las prehistricas, la invencin empieza no con la manipulacinde fragmentos de materia, sino con la recombinacin mental desmbolos. Por smbolos entiendo no tanto cifras o diagramas tra-zados sobre el papel, sino ideas o imgenes psquicas que sloexisten en la mente (pero que, de todos modos, son imgenes deobjetos materiales con los que el inventor est familiarizado).

    Dicha familiaridad deriva, por una parte, de la propia experienciapersonal, y por otra de la experiencia acumulada y depurada de lasgeneraciones anteriores, transmitida por el ejemplo, por va deprecepto y, desde el siglo XVI, mediante la tradicin escrita. Porejemplo, Watt estaba familiarizado con el vapor y con las calde-ras, por una parte, y con los cuerpos de bomba y las vlvulas, porotra, resultados de anteriores experimentos, descubrimientos einvenciones. En realidad, tambin estaba familiarizado con elmotor de Newcomen, de modo que slo necesit agregar el con-densador y otros artefactos. Sin duda, fueron progresos revolucio-narios y decisivos, y dieron por resultado la transformacin de unaparato atmosfrico en una mquina de vapor, pero la contribu-cin de Watt fue pequea si la comparamos con el capital social alque vino a sumarse, es decir, con la suma de invenciones v dedescubrimientos que la sociedad le transmiti, desde los ltimosprogresos en la fundicin del hierro y en la fabricacin de vlvu-las hasta el control del fuego y el calentamiento del agua en laAntigua Edad de la Piedra. No se trata aqu de subestimar el papeldel genio, sino de poner en guardia contra la concepcin mgicaque ve en el genio a una especie de figura sobrenatural, que surgede la nada y acta en el vaco, para crear algo all donde nadahaba (una concepcin por cierto muy en boga en ciertas escuelashistricas).

    A decir verdad, la invencin es slo un aspecto o factor del hechohistrico. Watt pudo obtener no slo los materiales, los instru-

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    mentos y el trabajo exigidos por la construccin de su mquina devapor; tambin se le asegur un mercado consumidor de su pro-ducto, el cual, en realidad, fue concebido para satisfacer una ex-traordinaria demanda de mejores mtodos para el drenaje de mi-nas. En una palabra, Watt estaba seguro de que una mquina ade-cuada seria aceptada y utilizada por la sociedad. Desde el puntode vista del hecho histrico, dicho uso es tan esencial como lainvencin. Una invencin que nadie conoce ni utiliza no es unhecho histrico; si la nueva herramienta o el nuevo proceso quedaconfinado en los lmites del taller o de la caverna del inventor,carece de valor histrico. Es indudable que en nuestros tiemposexiste la posibilidad de que los planos sean rescatados de los ar-chivos de la oficina de patentes, para ser convertidos en hechosreales y puestos a trabajar. Pero estas condiciones han aparecidorecientemente y no existan cuando se dieron los primeros y mu-chos ms difciles pasos del progreso tecnolgico. Supongamosque, efectivamente, un artesano de la Edad del Bronce descubreuna aleacin mejor que el cobre y el estao; si no consigue ense-ar la aplicacin del proceso a un grupo de aprendices y si noencuentra consumidores que utilicen regularmente los productosde su taller, el descubrimiento desaparecer con el descubridor.Por lo tanto, en nada ha contribuido al desarrollo tecnolgico, y,como esto ltimo es precisamente lo que el historiador puede ydebe estudiar, el descubrimiento en cuestin carece de valor hist-rico.

    Ninguna herramienta, ningn proceso, salvo quizs algunos de losms sencillos y primitivos, es asunto individual absolutamenteprivado. En la prctica, tanto la confeccin como el empleo de lasherramientas es un problema de carcter social. Hoy es un hechonormal comprar herramientas que otros fabricaron; aun en el casode una sencilla herramienta de hierro, participan en la manufactu-ra y distribucin enorme nmero de individuos, desde el mineroque extrajo el mineral hasta el empleado que vende el utensilio, ycada uno de ellos ha aprendido de sus padres, o de sus maestros, ode los capataces, o de los ingenieros cmo ejecutar su parte de los

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    complejos procesos correspondientes. Lo mismo puede decirse,aunque no de un modo tan absoluto, de la etapa artesanal, de lasprimeras fases de la Edad del Hierro, de la Edad del Bronce y aunde la Edad de la Piedra. No cabe duda de que durante esta ltimala mayora de las familias fabricaban sus propias herramientas.Pero sus miembros haban aprendido de sus padres y de sus ma-yores cmo deban fabricarlas y la forma que deba drseles.Nunca se abandonaba a cada individuo la tarea de descubrir por simismo qu tipo y forma de piedra serva para derribar un rbol opara despellejar un gamo. En cada caso, la sociedad haba tipifi-cado una forma apropiada de herramienta y un mtodo de manu-factura de dicha herramienta, sobre la base de la experiencia acu-mulada y de la experimentacin de las generaciones pasadas, yhaba trasmitido esta prctica tradicional a los novicios de la gene-racin siguiente.

    Del mismo modo, no necesitamos descubrir por nuestra propiacuenta cmo debemos manejar un destornillador o un berbiqu.Casi todos recibimos instrucciones de nuestros padres, de nuestroscondiscpulos, o del comerciante que nos vendi el coche. Y lomismo puede decirse, sin limitacin de ninguna especie, de todaslas etapas anteriores.

    Por lo tanto, toda herramienta y todo proceso es un producto so-cial. Para que una invencin se convierta en acontecimiento hist-rico, es preciso que el nuevo instrumento sea aceptado por unasociedad, por un cuerpo organizado de personas, ms numeroso yms permanente que el individuo aislado. Un examen un pocoms atento destacar otros aspectos del hecho, o, por lo menos,ciertas condiciones indispensables para la transformacin de unainvencin en hecho histrico. Asegur a Watt el suministro de losmateriales y de la fuerza de trabajo necesaria para la fabricacinde las mquinas de vapor un sistema econmico especfico quehaba organizado la distribucin de productos y que obligaba a loshombres a trabajar un sistema que no existi siempre, y que, porel contrario, se desarroll gradualmente en Inglaterra durante los

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    siglos XVI y XVII. Por consiguiente, para comprender la inven-cin de Watt como un hecho histrico debemos tener en cuentaestas relaciones de produccin. Y un examen ms atento revelarala existencia de factores polticos, legales y aun religiosos.

    He esbozado el progreso tecnolgico como una secuencia linealpermanente de hechos. Pero los diversos hechos parecen consti-tuir una lnea recta slo cuando se los contempla desde muy lejos,es decir, muy abstractamente. En realidad, el camino del progresose dibuja como una lnea definidamente errtica. Distintas socie-dades se han desarrollado a distintas velocidades en perodos dife-rentes. Es sabido que el motor de vapor fue inventado y usado porvez primera en Inglaterra cuando ningn otro pas haba pasado dela energa hidrulica o animal. Tambin la utilizacin del carbnen metalurgia comenz en Europa Occidental -si no en Inglaterra-a principios del siglo XVIII. Hasta fines del siglo XIX en los Ura-les todava se utilizaba normalmente carbn de lea para fundir elhierro, a pesar de que alrededor de 1750 Rusia cuadruplicaba laproduccin inglesa de hierro en lingotes. En el frica negra laproduccin de hierro de carbn de lea es norma todava hoy.

    La energa hidrulica fue aplicada por vez primera a manufacturasdistintas de la molienda de cereales en Europa Central -Alemaniay norte de Italia- desde donde las mquinas, con sus correspon-dientes operarios y artesanos, fueron introducidas en Inglaterra,durante los siglos XV y XVI. Pero la rueda de agua propiamentedicha fue casi seguramente inventada por los griegos y utilizadapor primera vez en el Mediterrneo Oriental. Su precursora, labomba impulsora y las nuevas herramientas de hierro indispensa-ble para la fabricacin de estas mquinas, fueron inventadas en lamisma regin, y probablemente por obra del mismo pueblo.

    Transcurrieron todava dos siglos, durante los cuales los artesanosgriegos utilizaron este equipo mejorado, y mientras tanto los tra-bajadores egipcios continuaban luchando con los anticuados ins-trumentos inventados mil o dos mil aos antes, durante la Edaddel Bronce. Pero durante ese perodo la tecnologa egipcia haba

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    estado muy por delante de la griega, as como era inferior a staen el ao, 400 a. C. La rueda aparece por primera vez en los regis-tros arqueolgicos entre el Indo y el Tigris, antes del ao 3000a.C., y se la encuentra en los monumentos griegos y egipcios slomil o mil quinientos aos despus. Pero en esa poca Alemania sehallaba todava en la Edad de la Piedra, del mismo modo que Bri-tania haba estado en la Edad del Bronce cuando los griegos in-ventaban las bombas de alimentacin. La explicacin de estoscaprichos y fluctuaciones nos obligara a echar mano de hechos deotro orden. Las instituciones sociales, econmicas, polticas, jur-dicas, teolgicas y mgicas, las costumbres y creencias han tenidoefecto de acicates o de frenos sobre la inventiva de los hombres.El anlisis de estos procesos nos forzara a superar los lmites deuna mera ilustracin, introducindonos en toda la complejidadorgnica de la historia.

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    CAPITULO III

    LA FORMACIN DE UNA TRADICIN

    HISTORIOGRFICA

    El proceso de desarrollo tecnolgico esbozado como ilustracinen el captulo anterior ha dejado expresiones concretas, que elarquelogo puede estudiar. Gran parte de las reliquias del pasado,organizadas y clasificadas en las colecciones de los museos, sonprecisamente las herramientas de produccin empleadas por nues-tros antepasados y predecesores. Como se trata de un material queya est organizado cronolgicamente, la dilucidacin del desarro-llo histrico de las fuerzas productivas debera ser relativamentefcil, a pesar de las lagunas que ofrece el material. Si el progresotecnolgico agotara el contenido de la historia, la direccin y lapauta del proceso histrico sera fcilmente reconocible. Peroacabamos de ver que, en la prctica, deforman esa pauta las rela-ciones econmicas, polticas y de otro tipo.

    Ahora bien, las reliquias y los monumentos arqueolgicos sumi-nistran escasa informacin directa y clara sobre las condiciones detrabajo y la distribucin de los productos de ste o sobre las insti-tuciones polticas y los sistemas legales que los sancionan.

    Por s solos, las ruinas de San Esteban y un fragmento deterioradode la Maza del Speaker dejaran a los futuros arquelogos ampliasposibilidades de especulacin con respecto a la estructura polticay econmica de Gran Bretaa en el siglo XX; la hiptesis mspopular, si la actual generacin de especialistas en antigedadesdebiera interpretar dichos restos sin la ayuda de la tradicin escri-ta u oral sera que existi una monarqua desptica, simbolizadapor un palacio y un cetro, y mantenida por una poblacin de es-clavos y de siervos. Felizmente, durante varios milenios el archi-

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    vo arqueolgico se ha visto complementado por escritos y portradiciones que arrojan considerable luz sobre estos tpicos.

    Muchas tribus "atrasadas", hasta hace poco tiempo en la Edad dela Piedra, han preservado, empero, tradiciones que se remontan amuchas generaciones. Los ejemplos ms conocidos correspondena los polinesios del Pacfico, particularmente a los de Nueva Ze-landia. Estas familias maores han trasmitido de padres a hijosgenealogas que pretenden abarcar varios siglos. Aunque comien-zan con seres divinos evidentemente imaginarios, las partes res-tantes de estas listas de antepasados son extremadamente conse-cuentes entre s, y muy probablemente fidedignas. A veces seincluyen referencias a los hechos de los antepasados, y sobre todoa los grandes viajes de los maores de Tahit a Nueva Zelandia;pues la jerarqua social de un hombre se determina parcialmentepor la posicin que su antepasado ocupaba en la canoa que lotransport.

    Los pueblos ms avanzados tecnolgicamente han complementa-do y reemplazado estas tradiciones orales mediante registros es-critos. Los sistemas de escritura utilizados para registrar hechospor medio de smbolos convencionales, sobre piedra, arcilla opapiro, fueron inventados por los egipcios en el Nilo, y por lossmerios en el delta del Tigris y del ufrates (Mesopotamia meri-dional) hace aproximadamente 5000 aos. Durante los siguientesmil quinientos aos se adoptaron estos sistemas o se inventaronotros en casi todas las regiones de Cercano Oriente, en Creta ytambin en China. Luego, despus del ao 1500 a.C., los feniciossemitas de Siria concibieron un sistema alfabtico ms simple,basado sobre un principio similar al nuestro.

    Durante el ltimo milenio antes de nuestra era la escritura alfab-tica fue llevada por los semitas a Cartago y a las colonias cartagi-nesas en frica del Norte y en el Mediterrneo occidental, almismo tiempo que era adoptada y adaptada por los griegos y porlos pueblos de Irn y de la India. Los colonizadores griegos lleva-ron versiones de su alfabeto a las costas del Mar Negro, a Italia y

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    al sur de Francia. En Italia, los alfabetos griegos fueron adopta-dos, con modificaciones apropiadas, por los etruscos y por losromanos, y la versin de estos ltimos, el alfabeto latino emplea-do en este libro, se difundi, durante los primeros siglos de nues-tra era, primero por intermedio del Imperio Romano, y luego gra-cias a los misioneros cristianos, ms all de sus primitivas fronte-ras, entre los brbaros celtas y las tribus germnicas. Del mismomodo se trasmitieron versiones del alfabeto griego a los puebloseslavos de Rusia y de los Balcanes, por intermedio de los misio-neros de la Iglesia Oriental de Bizancio (Estambul). Antes an,los misioneros budistas haban llevado los sistemas indios de es-critura a numerosos pueblos de Asia central y sudoriental, al pasoque en Corea y en Japn se adoptaban sistemas basados sobre lossmbolos chinos.

    La esencia de cualquier sistema de escritura consiste, naturalmen-te, en que posibilita la confeccin de registros fidedignos de he-chos importantes no slo para el individuo que los escribe, sinotambin para sus colegas y para sus sucesores. Podemos demos-trar que en la Mesopotamia (y probablemente lo mismo ocurri entodas partes) los primeros documentos escritos fueron cuentascomerciales y contratos, hecho que nada tiene de sorprendente.Luego vienen los textos religiosos, dado que la mayora de lospueblos primitivos crean que la eficacia de las plegarias y de losencantamientos dependa de la fiel repeticin de las frmulas pre-cisas supuestamente reveladas a los videntes, o cuya eficacia sehaba demostrado prcticamente. Luego, siguieron los "textoscientficos", con frmulas matemticas, tratamientos mdicos,etc.; adems, tratados, leyes, y aun poemas y romances, y tam-bin, ms o menos en los comienzos, "textos histricos", en elsentido ms estrecho de la expresin, al principio inscripcionesconsagratorias o epitafios, a los que se atribua el mgico poder deperpetuar las hazaas mencionadas, y poco despus "anales".

    Naturalmente, todos los documentos escritos contienen datos his-tricos. Los documentos comerciales, desde las cuentas de los

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    templos smeros del tercer milenio a.C. a los balances de abadasy de los fundos medievales suministran informacin muy fidedig-na sobre las condiciones econmicas y sobre las relaciones deproduccin. Las ricas bibliotecas de tabletas teolgicas y mgicas,de papiros, de pergaminos y de libros, atesoradas durante siglos,constituyen no slo la prueba principal del desarrollo de las ideasreligiosas y filosficas, sino que tambin suministran vvidasimgenes de las condiciones sociales, econmicas y polticas; lanica fuente contempornea de la primitiva historia china, porejemplo, consiste en las preguntas planteadas a los orculos, enlas que no slo se mencionan nombres de reyes y batallas, sinoque se inquiere tambin cuntas decenas de vctimas humanas hande ser sacrificadas para asegurar el xito en una ocasin dada.

    Pero si la mayora de los documentos escritos pueden ser fuenteshistricas, algunos se atribuyen funcin de historias, o por lo me-nos de registros de memorabilia, de los acontecimientos que lasociedad considera dignos de conmemoracin. Sobre esta base ycon estos elementos se ha desarrollado gradualmente una tradi-cin de obras histricas. Y todas ofrecen, de un modo ms o me-nos inevitable, ciertas caractersticas comunes.

    Hasta hace poco, la lectura y la escritura eran "misterios" revela-dos solamente a una minora de iniciados de cada sociedad. Cier-tamente, en Rusia, antes de la Revolucin, la inmensa mayora dela poblacin era analfabeta, y lo mismo ocurre hoy en China y enla India. Esta situacin era inevitable al principio. Los primerossistemas de escritura -el smero y su sucesor, el sistema cunei-forme de Babilonia, los jeroglficos egipcios y los caracteres chi-nos- eran sumamente complicados e incmodos. El arte de utili-zarlos exiga un aprendizaje ms prolongado an y ms tediosoque las artesanas del joyero o del escultor. Quienes saban leer yescribir, los empleados o escribas, formaban por lo tanto una claseespecializada de expertos. En la Mesopotamia, la escritura sume-ria parece haber sido inventada por los sacerdotes, y en todas lascivilizaciones antiguas, lo mismo que en el medioevo europeo, los

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    sacerdotes generalmente saban leer y escribir. Adems de ellos,unas pocas clases, particularmente los mdicos, los abogados ylos funcionarios pblicos, combinaban el conocimiento de la es-critura con sus respectivas profesiones.

    Con la adopcin de la escritura alfabtica se redujeron enorme-mente los obstculos de carcter tcnico que se oponan al apren-dizaje de la lectura y de la escirtura. De todos modos, la mayorade la gente no se senta particularmente atrada por la posibilidadde aprender. Los comerciantes y los financistas, naturalmente,aprendan con el fin de llevar sus propias cuentas y de leer su co-rrespondencia, sin necesidad de depender totalmente, como antes,de asalariados o de siervos. Pero, en general, no haba mucho queleer; los libros laboriosamente copiados a mano sobre costosopapiro y sobre pergamino, ms costoso an, alcanzaban un costoprohibitivo, y posean valor prctico slo en pocas profesiones.Aunque era elevado el porcentaje de personas que saban leer yescribir en las poblaciones urbanas del mundo grecorromano,donde el gran desarrollo del comercio, de la finanza y del derechodeterminaba la multiplicacin de los documentos escritos, la ma-yora de la poblacin rural sigui siendo analfabeta, y a ella perte-neca el mayor porcentaje de la poblacin general.

    En la Europa cristiana, a pesar de que la Biblia era reconocida-mente el libro sagrado, la capacidad de leer y de escribir se vio enla prctica virtualmente limitada a la Iglesia. En Inglaterra, porejemplo, slo posteriormente a la reforma fue necesario distinguirentre "Clerk" en el sentido de clrigo y "clerk" en el sentido deindividuo que sabe escribir, mediante el agregado de las palabras"en las sagradas rdenes". Aunque en el mundo musulmn la lec-tura del Corn era deber de todos los creyentes, y su transcripcinobra de mrito, la situacin real no era mucho mejor. En realidad,la virtud atribuida al acto fsico de copiar a mano los textos sagra-dos vino a estorbar la adopcin de la imprenta. Pero precisamentegracias a la imprenta, despus del ao 1500, los libros se abarata-ron gradualmente, y de ese modo se despert en los artesanos y

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    aun en los campesinos cierto inters por la lectura. Puesto que losautores de crnicas y de historias pertenecan a tan limitadoscrculos, y que escriban para un pblico tambin tan limitado, eranatural que consideraran memorable slo lo que despertaba supropio inters y el de los grupos sociales con los cuales estabanestrechamente relacionados.

    Ahora bien, todas las sociedades que conocieron la escritura fue-ron tambin sociedades de clases, divididas en grupos dominantesy grupos sometidos. Las ms antiguas sociedades letradas deEgipto, de Cercano Oriente y de China fueron monarquas desp-ticas o teocracias. Un monarca de carcter divino, a la cabeza deuna nobleza de grandes terratenientes, y apoyado por un cuerponumeroso de sacerdotes privilegiados gobernaba sobre las grandesmasas de arrendatarios semilibres o de siervos y sobre ncleos deartesanos y de mercaderes. Durante la Edad de Hierro, en el Me-diterrneo, el gobierno era a menudo republicano, y la clase go-bernante mucho ms numerosa: una "aristocracia" de terratenien-tes prsperos, una plutocracia de mercaderes, de propietarios deesclavos y de financistas, o aun una democracia en la cual tam-bin los artesanos y los pequeos propietarios tenan voz en unademocracia los varones liberados constituan quizs una minora,frente a las mujeres sometidas, a los residentes extranjeros y a losesclavos. En la Europa medieval, la situacin del rey y de susterratenientes feudales (entre los que se incluan numerosos digna-tarios eclesisticos y miembros de rdenes monsticas) se oponaa la del campesinado sometido y de los artesanos y burgueses delas ciudades.

    A su tiempo, estos ltimos absorbieron o fueron absorbidos por laaristocracia terrateniente, como en la Gloriosa Revolucin de1688, o la reemplazaron, como en la Revolucin Francesa. Peroaunque estos procesos sociales modificaron y ensancharon lasfronteras de la clase superior, los terratenientes, los financistas ylos industriales conservan el carcter de clase dominante, debido aque poseen exclusivamente la tierra, las minas y las mquinas de

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    produccin al paso que el proletario, separado de la propiedad dela tierra, de las materias primas o de las herramientas, debe vendersu fuerza de trabajo por un salario a quienes todo lo poseen.

    En las sociedades divididas en clases, los letrados o intelectuales,la minora que sabe leer y escribir, ha pertenecido casi siempre ala clase dominante, o se ha identificado ntimamente con ella. Losprimeros intelectuales sumerios fueron reclutados entre los sacer-dotes del templo y los servidores del dios urbano, que era, simul-tneamente, el principal terrateniente de cada Estado-ciudad. Elrey urbano comenz, segn parece, como sumo sacerdote o repre-sentante terrenal del dios. Posteriormente habra de instruirsetambin a grupos de legos, pero en ese caso stos desempeabanfuncin de servidores (aunque siempre servidores privilegiados)del rey o de sus nobles. En Egipto, donde el faran era un autnti-co dios, los intelectuales fueron funcionarios del monarca o repre-sentantes de sus nobles. Aunque siempre subordinados a quienesdetentaban efectivamente el poder, gozaban de una privilegiadaposicin de autoridad sobre las grandes masas de campesinos y deartesanos. "Ser escriba est exceptuado de todas las tareas manua-les, l es quien manda", reza la exhortacin de un padre a su hijoen edad escolar.

    Los amanuenses de la Edad Media ocupaban una posicin seme-jante a la de los escribas sumerios; pues todos eran "amanuensesinvestidos de rdenes sagradas", y la iglesia que confera estasrdenes era el mayor y ms rico de todos los seores feudales, yfirme sostn del orden establecido. En una repblica del perodoclsico o en una democracia burguesa la situacin no es tan senci-lla. En Grecia y en el Imperio Romano, aun los esclavos a menu-do saban leer y escribir. Pero los autores de historias eran gene-ralmente ciudadanos, y de los ms acomodados. En todo caso,estaban obligados a escribir para protectores cuya riqueza lespermita adquirir las obras, o que podan recompensar de otromodo la labor intelectual. Aun en la Gran Bretaa contempornea,donde todos saben leer y escribir, el principal mercado de los li-

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    bros de historia est formado por la clase gobernante, y por sussubordinados privilegiados y sus imitadores de las clases medias.Es perfectamente natural, por lo tanto, que los editores se mues-tren particularmente inclinados a difundir historias atractivas des-de el punto de vista de la clase gobernante.

    Ahora bien, ni el cronista ni el historiador pueden aspirar a regis-trar todos los hechos; de la masa de acontecimientos, el autor debeelegir los materiales que l considera memorables. Sus propiasinclinaciones personales ejercen escaso influjo en el carcter de suseleccin; sta se encuentra determinada, esencialmente, por latradicin y los intereses sociales. Ciertamente, salvo el caso de lasmemorias y de los diarios personales, la pauta de lo que es memo-rable reviste carcter social, y est dictada por los intereses com-partidos por toda la comunidad, o ms exactamente por la clasegobernante de cada comunidad.

    Tambin los juicios del historiador sobre el material narrado obe-decen a una norma de valor determinada socialmente. Carece desentido exigir de la historia total ausencia de prejuicios. El autorno puede evitar la influencia de los intereses y de los prejuicios dela sociedad a la que pertenece: es decir, la influencia de su clase,de su nacin, de su iglesia. Un antiguo sacerdote sumerio de La-gash, que escribi el relato de la derrota de esta ciudad por surival, Umma, presenta la tragedia como una agresin enemiga noprovocada e injustificada. Los redactores de anales egipcios, babi-lonios y asirios, y todos sus sucesores describen guerras y con-quistas desde un punto de vista exclusivamente nacionalista.

    El relato histrico asirio que describe la implacable destruccin deSusa y la masacre de los elamitas como un castigo de los rebeldescontra el dios nacional Asur, slo expresa francamente lo que laobra Expansion of England, de Seeley, plantea de un modo mssutil. Aun en aquellos casos en que un autor intenta desembara-zarse de estos prejuicios y explicar "el otro punto de vista", gene-ralmente incurre en mero sentimentalismo. Cuando Tcito descri-be la conquista romana de Escocia, expone el caso de los britanos

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    con aparente equidad, pero sin la menor comprensin de las con-diciones reales imperantes en las tribus brbaras del norte, segnlas pone de relieve la arqueologa prehistrica y el estudio crticocomparativo de la literatura cltica.

    La calificacin de memorables que el historiador hace de los he-chos se ve constantemente controlada por los factores ya mencio-nados, pero el efecto de estos ltimos es variable, pues a medidaque las clases gobernantes cambian, tambin se modifican susintereses. Por otra parte, tambin influye sobre la seleccin lapropia tradicin historiogrfica. Los banqueros y los industrialesde Europa occidental de ningn modo alientan por la guerra uninters tan absorbente como hara creer el texto de la mayora delos modernos libros histricos. Pero los historiadores profesiona-les han absorbido de sus maestros y de sus modelos la conviccinde que la guerra, debe ser un tema histrico fundamental, y casihan persuadido a sus tmidos protectores de la necesidad de in-teresarse por l. Sin embargo, Henry Ford, uno de los ms origi-nales y exitosos miembros de la clase gobernante, tuvo el valor deafirmar: "La Historia es pura faramalla".

    Esta tradicin es ms antigua que el principio mismo de la escritu-ra. Pues, como ya lo hemos sealado, los brbaros que no sabanleer ni escribir, y aun los salvajes registraban los hechos que lesparecan memorables. Los indios norteamericanos conmemorabanas las guerras, los tratados, las caceras particularmente exitosas,las hambres, las grandes fiestas. Para el individuo, estos registrosposean valor prctico. Realzaba el prestigio de un hombre lasproezas de sus antepasados en la caza, en la guerra y en la magia.Entre los kwakiutl de la Columbia Britnica, donde el prestigiodependa del despliegue de generosidad en ocasin de celebracio-nes de carcter competitivo, se encomendaba a uno de los clientesde un ambicioso jefe la tarea de recordar qu regalos haba recibi-do y cules haba ofrecido a su vez. Ms an, los relatos de gran-des hazaas y maravillas son con frecuencia populares, aunquecarezcan de dicho toque personal.

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    Ahora bien, a falta de un sistema de escritura, la versificacinayuda a la memoria. Este es uno de los factores que engendran lasbaladas de carcter heroico, la poesa pica y los cuentos folklri-cos. Estas tradiciones poticas, trasmitidas oralmente, estn a sal-vo de los controles competitivos que imponen cierta precisin alas genealogas polinesias y de otros lugares. Ciertamente se bus-ca la exageracin que halaga el orgullo del jefe y acenta la exci-tacin del auditorio. Sin embargo, los elementos picos y folklri-cos han sido aceptados en la mayora de las historias primitivas(la Cancin de Dbora y muchos otros pasajes del Libro de losjueces suministran ejemplos familiares).

    Los salvajes y los brbaros relatan mitos explicativos de las razo-nes y de los orgenes de las costumbres, de los ritos y de las insti-tuciones, tanto de la tribu como del "mundo", en la medida que latribu se ha forjado una concepcin del mundo. Dichos mitos re-visten la forma de historias de hechos que ocurrieron hace muchotiempo, pero los actores son dioses, animales o seres fabulosos.Los orgenes de los mitos han provocado acaloradas disputas,pero desde el punto de vista cientfico todos constituyen formasde la ficcin. An as, buena proporcin de mito ha sido incorpo-rada a los primitivos relatos histricos. Los primeros libros delAntiguo Testamento son particularmente ricos en mitos, porejemplo la historia de la Creacin, la leyenda de No y la Torre deBabel.

    Despus de la invencin de la escritura en Mesopotamia, los reyescomenzaron a registrar, en dedicatorias grabadas sobre los murosde los templos, o guardadas en los cimientos, los hechos piadosos,las obras pblicas y las victorias alcanzadas en la guerra, proba-blemente con el propsito de conservarlas mgicamente ante losojos de sus dioses, asegurando de ese modo la permanencia delfavor de estos ltimos. (Naturalmente, se supona que, cuandohaca la guerra, el monarca actuaba por mandato del dios, al pasoque los tratados se concertaban en nombre de los dioses, no de losreyes de los Estados contratantes.) Dichas inscripciones reales

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    eran, al mismo tiempo que material histrico, pauta de lo memo-rable. Despus de aproximadamente mil aos, se convirtieron enlos anales reales regulares de cada reino. En ellos, los reyes asi-rios y babilonios enuncian orgullosamente, en orden cronolgico,los templos que construyeron, las obras pblicas que ordenaron y,sobre todo, las victorias que ganaron en la guerra.

    Pero mucho tiempo antes ya haba aparecido una especie de "his-toria mundial", bajo la forma de crnicas, para complementar losanales de los reinos individuales y de las dinastas. El ms antiguoejemplo conocido de este tipo de documento es la llamada lista delos reyes sumerios, compilada por un escriba desconocido alrede-dor del ao 2000 a.C. Comienza con el mito de la Creacin, deforma muy semejante a los que aparecen en el Gnesis (I y II)seguida por una lista de monarcas antediluviano, y luego por unahistoria del Diluvio, tambin parecida a los relatos bblicos. Lue-go sigue una ms prosaica lista de los reyes que probablementetuvieron soberana sobre las ciudades de la baja Mesopotamia(posteriormente Babilonia); inclyese la duracin del reinado decada monarca y, por excepcin, agrganse algunos detalles bio-grficos.

    Puede presumirse que la primera parte no es otra cosa que mito;casi todo el resto, con excepcin de algunos prrafos derivados dela pica, parece fundado en fuentes fidedignas. Vale la pena con-siderar estas ltimas, a pesar de que no han sobrevivido, por locual es preciso inferir su existencia. Es sabido que los antiguossumerios no establecan las fechas, como lo hacemos nosotros,sobre la base de una nica era. Esta prctica fue adoptada porprimera vez durante el Imperio neobabilonio, cuando la ascensindel rey Nabonidus, en 747 a.C., se convirti en el punto de partidade todas las fechas subsiguientes de la historia Imperial. La prc-tica general de cada ciudad sumeria consista en designar cada aode acuerdo con cierto acontecimiento de importancia. De ese mo-do tenemos el "Ao en que fue levantado el templo del dios A"; el"Ao de la excavacin del canal F"; el "Ao en que el rey X des-

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    truy la ciudad Y", designaciones que ilustran el tipo de hechosconsiderados memorables. Se fechaban los contratos incluyendoen ellos el nombre del ao. Es muy probable que tambin se utili-zara otro sistema; quizs se fechaban los documentos, como enInglaterra las leyes del Parlamento, indicando el ao de reinadodel monarca reinante.

    De todos modos, a medida que se multiplicaban los prstamos ainters y los arrendamientos, la actividad econmica acentuaba lanecesidad de compilar listas de aos con arreglo a su adecuadoorden serial, de modo que, por ejemplo, fuera posible calcular losintereses acumulados. Como originalmente cada ciudad tena dife-rentes reyes y atribua diferentes nombres a los aos, cuando segeneralizaron las transacciones entre ciudadanos de diferentesEstados, se torn, indispensable armonizar de algn modo losdistintos sistemas locales. Y sa precisamente es la funcin de lalista de reyes. Quizs no fue la primera y, en todo caso, est pla-gada de errores. Pero revela sin lugar a dudas los motivos prcti-cos que inspiraron este tipo de crnica (aunque, como veremos enel captulo IV, el autor tena tambin su propia teora).

    Mientras tanto, la historiografa egipcia se haba desarrollado conarreglo a principios ms o menos semejantes, sobre la base de losanales reales y de los epitafios, concebidos con el propsito inme-diato de inmortalizar las hazaas memorables de los muertos.Otros pueblos orientales, a medida que adoptaban la escritura yque se organizaban en Estados civilizados, comenzaron a preser-var anales y crnicas, de forma y contenido semejantes a los delos babilonios y los egipcios, y hasta cierto punto inspirados enellos; la influencia babilonia fue, con mucho, la ms importante,dado que la mayora de los Estados orientales adoptaron la escri-tura babilonia y que seguramente al principio importaron escribasbabilonios para que realizaran los correspondientes trabajos deescritura.

    Es indudable que los reinos de Jud y de Israel llevaban documen-tos de este tipo. Cabe presumir que stos, a su vez, constituyeron

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    la fuente principal que permiti la compilacin de los libros hist-ricos del Antiguo Testamento. Despus del ao 500 a.C., los sa-cerdotes editores agregaron mitos completos, fragmentos de poe-sa heroica o resmenes en prosa de esta ltima, y genealogasque, hasta cierto punto, probablemente descansan sobre buenosfundamentos tradicionales, como en Nueva Zelandia. La influen-cia de la tcnica de la crnica sumeria y babilonia es evidente enla disposicin y en la seleccin de los hechos memorables, con suhincapi sobre las guerras y batallas, las proezas de reyes y desumos sacerdotes y las ceremonias religiosas, aunque estos lti-mos temas reciben ms detallado tratamiento (y desde un punto devista ms doctrinario) en otras historias orientales. Por lo tanto, atravs de la Biblia la produccin histrica del antiguo Oriente seconvirti en una de las influencias formativas de la historiograflaeuropea, ya que el Antiguo Testamento fue uno de los dos mode-los de que se sirvieron los historiadores cristianos.

    La otra corriente de inspiracin provino de los historiadores grie-gos clsicos y de sus sucesores romanos. A travs de los grandespoemas picos atribuidos a Homero, tambin la tradicin histricagriega se remonta a la Edad del Bronce, pero a una Edad delBronce ms brbara que la oriental, ya que en ella los jefes o re-yezuelos, aunque "divinos" slo controlaban minsculos domi-nios, apenas merecedores del nombre de ciudades. Las baladasque celebraban las hazaas guerreras y las aventuras de viaje deestos reyezuelos se transmitieron oralmente, enriquecidas y bor-dadas por generaciones de bardos, que las recitaron primero en lascortes de los prncipes de la Edad del Bronce, luego en los ban-quetes de los aristcratas de la Edad del Hierro y, finalmente, anteuna audiencia ms popular, en las ciudades comerciales e indus-triales.

    Naturalmente, los poemas as compuestos y trasmitidos no son,desde el punto de vista del detalle histrico, ms fidedignos queun romance. Pero muchos griegos vieron en los poemas homri-cos, aparte de los incidentes sobrenaturales, un material de carc-

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    ter histrico. Y sirvieron de modelo a los autores posteriores, en lamedida que stos comprendieron que la historia deba ser presen-tada como una narracin coherente, con cierto grado de formaartstica y, en menor medida, como resea del material digno deser recordado. Pero los autnticos historiadores griegos escribie-ron para una nueva clase dominante de mercaderes, artesanos,marineros, soldados y profesionales, cuyos intereses eran diferen-tes y ms amplios que los de una tribu brbara o que los de lacorte de un dspota.

    La organizacin social haba perdido la rigidez caracterstica de labarbarie o de la monarqua teocrtica; los nuevos medios de pro-duccin haban disuelto el orden establecido, y la moneda acua-da, y el influjo de la civilizacin oriental sobre la semibarbariehaban promovido nuevas relaciones de produccin. Interesaba alos ciudadanos la posibilidad de experimentar la creacin de unnuevo orden poltico adecuado a las necesidades de la nueva eco-noma. Cada ciudadano era tambin soldado, y probablementehaba tomado parte, si no en la impresionante lucha nacional con-tra los persas, en tiempos de Daro y de Jerjes, por lo menos enalguna de las interminables guerras entre los Estados-ciudades.Por otra parte, la eliminacin de los reyes de carcter divino y elxito de la nueva tecnologa en la tarea de controlar a la naturale-za haba eliminado a la magia del lugar principal que ocupaba enel espritu popular, y permitido a los antiguos dioses retirarse alOlimpo.

    De ah que el primer gran historiador griego, Herodoto, registre enforma artstica, en el rubro de acontecimientos polticos memora-bles, hechos como las constituciones, los conflictos polticos, lasmaniobras diplomticas y, naturalmente, las guerras y las batallas.Ciertamente, estaba en condiciones de afirmar que el conocimien-to de los experimentos polticos realizados, de sus mecanismosinternos y de las razones de su xito, as como de las causas y dela estrategia de las guerras deba ser til para los ciudadanos quevotaban en las asambleas y combatan en los ejrcitos.

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    Tucdides, el siguiente y quizs el ms grande de los historiadoresgriegos conocidos, adopt pautas semejantes para determinar elmaterial digno de rememoracin en su historia de las guerras delPeloponeso. Pero al mismo tiempo, y en otro sentido, era tambinun artista, y confiri a su historia cierta unidad dramtica, como siel orden propio de la historia debiera ser presentado con arreglo anormas de carcter esttico. Ms an, all donde un autor modernodesarrollara sus propios comentarios sobre los motivos y los ob-jetivos de sus personajes, Tucdides adopt la convencin consis-tente en atribuirles discursos imaginarios, lo cual, dicho sea depaso, le sirvi para demostrar su estilo retrico. La oratoria eracapacidad muy estimada e influyente en los tribunales populares yen las asambleas de la democracia ateniense, lo mismo que poste-riormente en Roma y, para el caso, en nuestro propio Parlamentoy en nuestros tribunales.

    Los sucesores helensticos y romanos de Tucdides aceptaron lasnormas literarias y artsticas de composicin histrica que steestableci. Lamentablemente, muchos fueron los que se limitaronslo a eso. El libro histrico mostr tendencia a convertirse enejercicio retrico, y el autor sola prestar ms atencin a los efec-tos estilsticos que a la exactitud de los hechos relatados y a lasrelaciones entre ellos. Cicern, el creador ms celebrado del pe-rodo final de la Repblica Romana, dice de la historia que esmunus oratoris y opus maxime oratorum (el grato deber del ora-dor y principalmente asunto de oradores).

    Finalmente, el sistema econmico clsico, fundado en la esclavi-tud se derrumb. A pesar de los xitos tcnicos alcanzados en elcontrol de la naturaleza exterior, los griegos y los romanos fraca-saron evidentemente en la tarea de dominar las fuerzas sociales yeconmicas. Despus del ao 250 de nuestra era, las ciudadesromanas decayeron. El despotismo ahog la vida cvica. Pocodespus el Imperio occidental fue asolado por las hordas brbaras;en el ao 410 la capital, Roma, fue saqueada. Los hombres perdie-ron confianza en la razn y en la ciencia; pareci intil todo inten-

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    to de planificacin racional. Al espritu desesperado, los portentossobrenaturales le parecieron plausibles, y vio en los milagros lanica salvacin. De ah que los historiadores cristianos retornarana la redaccin de anales, tpica de los despotismos orientales, yque se ajustaran al modelo ofrecido por el Antiguo Testamento.Para los monjes cronistas, los milagros y los portentos, las perse-cuciones y las controversias teolgicas constituyen el ncleo de lahistoria, a pesar de lo cual continan jalonndola de guerras, debatallas y de intrigas de las cortes de los dspotas. La tecnologaque los historiadores clsicos ignoraron por baja y por servil (sal-vo cuando era aplicada a fines blicos) fue ms que nunca desde-ada por los clrigos de mentalidad estrecha.

    Pero aunque los cronistas nada nos digan sobre ellas, cuando llegel Renacimiento ya haban entrado en accin nuevas fuerzas pro-ductivas. En las ciudades italianas una burguesa era nuevamentela clase gobernante. Los historiadores revivieron las tradicionesclsicas y tomaron como modelos a los autores romanos, con to-das sus ambiciones y convenciones estilsticas, incluidos los dis-cursos ficticios atribuidos a los personajes. En el siglo XV, "losbanqueros y los industriales florentinos no incluan la influenciadel milagro en sus actividades comerciales" (Fueter). Los huma-nistas que escribieron historia, la despojaron tanto de los portentoscomo de la teologa de la Edad Media. Para ellos, la historia eraresultado exclusivo de la actividad humana, y su tema natural,como en la poca clsica, era la poltica, la diplomacia y la guerra.Ninguna atencin prestaron a las grandes invenciones tcnicas dela poca. Vean en la historia una serie de ejemplos destinados adesarrollar la instruccin poltica de los gobernantes (al principio,la plutocracia mercantil, pero despus de 1494, ms frecuente-mente los prncipes despticos).

    Pues aun en Italia la burguesa pronto cay en la dependencia delos dspotas militares, y en el resto de Europa apoy a los monar-cas autocrticos contra los nobles feudales. Pero los autores italia-nos, a invitacin de estos monarcas, introdujeron en las cortes

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    europeas las concepciones historiogrficas humanistas. As, Poli-doro Vergil (?) de Urbino fue comisionado por Enrique VII paraescribir la Historia de Inglaterra, obra que complet (en latn) en1533 y que present a Enrique VIII.

    El primer triunfo de la burguesa -los mercaderes, los banqueros ylos maestros artesanos de las ciudades- en su lucha subconscientepara ocupar el lugar de las clases gobernantes feudales -la noblezaterrateniente- fue conquistado en la esfera religiosa durante laReforma, y revisti el disfraz teolgico del protestantismo. Poresa va se revitaliz el inters por la teologa, y los historiadoresse vieron inducidos, aunque de mala gana, a reintroducir los pro-blemas religiosos excluidos por el humanismo. Por ejemplo,Camden, el fundador de la historiografa inglesa, declara a finesdel siglo XVI: "Ser, naturalmente, el ltimo en negar que la gue-rra y la poltica son los temas naturales de la historia. De todosmodos, no podra ni sera propio omitir la mencin de los asuntoseclesisticos".

    Luego, los historiadores racionalistas del Iluminismo en la Fran-cia del siglo XVIII "comenzaron a escribir historia desde el puntode vista de quienes an se hallaban sometidos, e introdujeron lasopiniones de las clases productoras, de la burguesa, que no parti-cipaba del gobierno" en los pases del continente (Fueter). Pero detodos modos escribieron para esclarecimiento de prncipes, en laingenua creencia de que stos podan (y de que as lo haran) le-gislar para armonizar las relaciones de produccin con las nuevasfuerzas productivas. Sin embargo, el desarrollo de estas ltimasan estaba excluido del cuadro general de la historia. Ciertamente,slo en el ltimo cuarto de siglo los historiadores profesionalescomenzaron a tomar seriamente en cuenta los factores econmi-cos, segn los desarroll Adam Smith en La Riqueza de las Na-ciones.

    Ni la rotunda victoria de la burguesa sobre el feudalismo en laRevolucin Francesa ni los triunfos tcnicos de la RevolucinIndustrial alcanzaron a alterar la tradicional concepcin de los

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    hechos memorables, para armonizarlos con los intereses funda-mentales de la nueva clase gobernante. Por el contrario, sus gru-pos ms acomodados se sintieron aterrorizados ante los "excesos"de la Revolucin. La reaccin correspondiente est representadaen historiografa por la escuela de los "romnticos", que se opusotanto a los movimientos populares de la Revolucin como al ra-cionalismo del Iluminismo, que haba inspirado aquello. Vieron elmejor medio -y no se equivocaban- de contrarrestar la propagandarevolucionaria en la idea de que las constituciones y los credos nopodan ser apropiadamente comprendidos exclusivamente desdeel punto de vista de la influencia de legisladores y de profetas, sinreferencia a los informes y vagos hbitos de accin y de sensibili-dad arraigados en las masas del pueblo. "Ya no se vio en la hu-manidad a una masa uniforme que en todas partes reaccionaba delmismo modo ante los actos de los polticos, sino a una multitud de"nacionalidades" diferenciadas, cada una de las cuales poda res-ponder de un modo particular, con arreglo a los modos tradiciona-les de conducta desarrollados por sus propias y particulares tradi-ciones" (Fueter). Desde ese punto en adelante se admiti en elescenario de la historia la presencia del pueblo bajo, al lado de losreyes y de los prelados, de los generales y de los profetas.

    Sobre los cimientos echados en 1815, en 1859 la arqueologaprehistrica se haba elevado a la categora de ciencia, y ese hechopermiti a los nacionalistas europeos reconstruir la historia de susiletrados antepasados, remontndose a una antigedad que rivalizacon los captulos recientemente descubiertos de la historia escritaegipcia y babilonia. Pero durante mucho tiempo, los historiadoresacadmicos, particularmente en Gran Bretaa, se mostraron es-cpticos frente a los materiales de origen arqueolgico, y hostilesa sus implicaciones.

    Los prejuicios de carcter profesional se hallaban tan firmementearraigados en la tradicin, por lo menos en Gran Bretaa, que enla prctica los portales de la historia acadmica franquearon elpaso a lo largo del siglo XIX slo a la trinidad de temas prescritos

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    por Camden: la guerra, la poltica y la religin institucional. Elaforismo de Seeley resume la actitud oficial en 1883: "La historiaes la poltica pasada, y la poltica actual es la historia futura". Na-turalmente, existan historias del arte, de la ciencia, del comercioy de la industria, pero eran escritas por y para artistas, hombres deciencia y economistas. En las escuelas de historia en las que debestudiar, a fines del siglo pasado, sin duda se mencionaba a Sha-kespeare y a Milton, a Galileo y a Newton, el clculo y el motorde vapor, el mercantilismo y la revolucin industrial. Pero losnombres de los artistas y de los hombres de ciencia, los descubri-mientos y las invenciones, las relaciones tcnicas y las transfor-maciones econmicas se hallaban convenientemente aisladas enprrafos bien diferenciados, que podan ser omitidos sin interrum-pir la narracin del material dinstico, militar y eclesistico, y sincorrer el menor riesgo de que disminuyera la nota en los exme-nes tomados por profesores universitarios. En el mismo sentido,hasta 1914, las matemticas, la escultura, la tecnologa y los sala-rios en Grecia eran tratados en forma igualmente subrepticia enlos libros corrientes de texto recomendados a los estudiantes deOxford, y podan ser omitidos con idntica indiferencia.

    Especialmente despus de 1920 historias tan autorizadas como laCambridge Ancient History o tan populares como la History of theWorld, de Harmsworth, han intentado realmente encarar la des-cripcin de la sociedad y de la cultura humanas, sin limitarse sim-plemente a los "fenmenos mrbidos", a "la hipertrofia de losrganos de defensa" y a los "restos de los Estados fracasados"

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    CAPTULO IV

    CONCEPCIONES TEOLOGICASY MGICAS DEL ORDEN HISTORICO

    Siempre hubo autores que, lo mismo que Sir Charles Oman ac-tualmente, vieron en la historia "una serie de hechos interesantes,a menudo ilgicos y catastrficos, pero nunca un desarrollo orde-nado, de la causa a los inevitables resultados". La tarea del histo-riador consistira en dilucidar los hechos de inters y en describir-los en su secuencia cronolgica y con arreglo a formas literariasartsticas.

    Si de ello se tratara, sera difcil comprender por qu razn ha-bramos de estudiar historia. Si la meta es interesar al lector, porqu no inventar los incidentes, como lo hace un novelista? En esecaso, se dispondra de mayor libertad para desplegar el propiotalento retrico, o para utilizar el estilo que el autor juzgara msapropiado en relacin con la forma artstica del relato. Si tambinse aspira a que la obra sea edificante, una serie de ejemplos ima-ginarios poseera el mismo valor de ilustracin de los valores mo-rales que se desea inculcar y de los vicios contra los cuales sepretende advertir al lector. En realidad, esta sencilla receta fueadoptada por algunos escritores, desde los redactores de analesreales de Asira y de Babilonia, que compusieron lisonjeros rela-tos de las conquistas y victorias del monarca, hasta los autorespatriticos, cuyos libros de texto pretenden convencer a las masasde que la ms elevada virtud y la ms alta gloria consiste en sercarne de can en las guerras imperialistas.

    Los trabajos de este tipo pueden ser desechados como "faramalla"y "veneno". En el mejor de los casos, si se los utiliza con precau-

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    cin y conocimiento de los motivos del autor, pueden ser materialde la historia, es decir, crnica. Pues los autores clsicos distin-guan ya entre crnica e historia. La primera registra "el hecho yel ao en que ocurri"; la historia debe explicar tambin "las ra-zones y las causas de los acontecimientos". En realidad, la historiadebe poseer cierto orden que trascienda la mera sucesin tempo-ral. El resto de este libro se consagrar a diversas concepciones envirtud de las cuales las escuelas histricas pretenden hallar unorden en esa serie de interesantes acontecimientos que otros con-sideran "ilgicos y catastrficos".

    El escriba que compil la lista de los reyes sumerios, alrededordel ao 2000 a. C., crey que estaba registrando una serie de tr-gicas catstrofes que provocaban la destruccin violenta de im-portantes ciudades y la transformacin de varios imperios. Peroms all de los cambios, del tumulto y del entrechocar de armas,cree discernir un principio permanente y estable. Cada uno de loscaptulos (es decir, cada dinasta) en que se divide la lista de losreyes posdiluvianos, concluye con la misma frmula montona:"La ciudad X fue arrasada con armas; el reinado fue trasladado ala ciudad Y; en Y hubo reinado". El autor, un sacerdote, sugiereque estos desconcertantes cataclismos no eran accidentales. Msall de la infernal baranda de calamidades, meditaba un poder, lainescrutable voluntad de los dioses. stos intervenan en los asun-tos humanos del mismo modo que el dspota que rega el Estado-ciudad oriental.

    Este ltimo era al mismo tiempo legislador y juez. Su voluntadcreaba la ley y el orden, pero l mismo interpretaba su propia le-gislacin y la aplicaba. Los dioses de la Edad del Bronce fueronconcebidos imagen y semejanza del hombre que gobierna otroshombres, y tambin del artfice, que moldea y da forma a la mate-ria amorfa, exactamente como el alfarero. Por supuesto, eran mu-cho ms poderosos que cualquier monarca terrenal, y su reinadoms duradero que cualquier imperio temporal. As la voluntadsuprema y la soberana legislacin de los dioses establecen y sos-

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    tienen un orden de los asuntos humanos, y aun de los asuntos in-ternacionales.

    La concepcin teolgica introduce cierto orden en la historia, unorden comparable al de la sociedad real. Pero se trata de un ordenimpuesto a la historia, del mismo modo que el despotismo era unrgimen impuesto a la sociedad. Ese tipo de historia no parecerintil. Poda ser admonicin a los gobernantes, indicacin sobre elmodo de complacer a los dioses y, por lo tanto, de conservar eltrono; y, en todo caso, contribua a inculcar la sumisin a la vo-luntad divina.

    Naturalmente, la historia bblica est bajo el signo de la mismaconcepcin teolgica, ms explcitamente y sistemticamenteelaborada por los sacerdotes que la compilaron. La suerte de Is-rael, de sus jueces y de sus reyes, es obra de Jehov, que intervie-ne milagrosamente para salvar o para castigar, y que permanen-temente gua y dirige. Pero ahora su intervencin se relaciona conlos actos del pueblo o de sus gobernantes. Cuando Israel "idolatrafalsos dioses", la derrota militar y la opresin representan la eje-cucin del justo juicio de Jehov. Jehu, el regicida, no es sino elagente de la divina sentencia pronunciada contra Ahab y Jezabel acausa de las transgresiones de stos contra la Ley. Pues la volun-tad de Jehov se ha revelado por intermedio de Moiss y de losprofetas. Dios no dispensa arbitrariamente sus recompensas y suscastigos, sino de acuerdo con la Alianza y con la Ley proclamada.

    Aun los desastres, la derrota y el exilio son ingredientes ingenio-samente incorporados al plan general, con arreglo al principiosegn el cual "Dios castiga a aquel a quien ama". De ese modo semantienen la unidad y el orden, si bien a costa de importar unadeidad que lo mantenga, y de adaptar buen nmero de hechosregistrados para que encajen en el plan trascendental. As, la his-toria se convierte en una serie de ejemplos saludables que confir-man la fe en que la mano divina gua al Pueblo Elegido, y queconjuran a la obediencia de la Ley y a la observancia de la Alian-za.

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    La tradicin histrica de la Iglesia Cristiana acepta el mismo prin-cipio extrao, pero de manera ms universal y espiritual. El ver-dadero orden de la historia no era otra cosa que el plan divinopara la redencin del mundo, preestablecido (por lo menos en suslneas ms generales) desde la Creacin hasta el Juicio Final.Ahora que la plenitud del Plan se ha revelado en el Nuevo Testa-mento, slo resta al historiador registrar los pasos de su ejecucin.Y cuando se derrumb la economa del Imperio Romano, y losbrbaros ocuparon la Ciudad Eterna, los desilusionados sobrevi-vientes de aquella minora que haba gozado exclusivamente de la"cultura" del mundo antiguo dio la bienvenida a ese concepto dela historia.

    Agustn apel a la historia antigua para demostrar que "la huma-nidad habla sido una raza pecaminosa y rebelde, castigada porguerras y desastres bien merecidos. Ahora, Roma estaba siguien-do los pasos de Nnive y de Cartago; slo el alma individual podasalvarse. Poco, importaba la suerte del mundo, si la Ciudad deDios triunfaba en la salvacin del cristiano individual. La historiase converta en una especie de fantasmagora, y mereca ser estu-diada slo para reconocer los avisos que ella aportaba" (Oman).Sin duda, seguan escribindose historias, pero slo en mrito a suinflujo edificante y con arreglo al espritu del Antiguo Testamen-to. "Si la historia relata buenas acciones de los hombres buenos, eloyente atento se sentir impulsado a imitar el bien. Pero si men-ciona las malas acciones de los malvados, el lector piadoso apren-der a huir del dao y de la perversin", escribi Bede. Cierta-mente, puesto que slo se ha revelado el desenlace del Plan, y nosus detalles, la historia puede suministrar tiles indicaciones de laaproximacin del fin. Mil aos despus de Agustn el Cronista deNuremberg estaba seguro de que la penltima Sexta Era haballegado ya, de modo que la ltima deba estar prxima... pero enlugar de ello Coln descubri el Nuevo Mundo!

    Es evidente que el Gobierno Divino del mundo confiere unidad ala historia; todos los hechos histricos significativos quedan redu-

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    cidos a la condicin de efectos de una sola causa: la voluntad deDios. Pero el principio unificador no puede ser demostrado por lahistoria o deducido de ella, y por el contrario debe ser importadodesde fuera. Es asimilado por va de fe, no de razn. Por consi-guiente, no puede ocupar un lugar en la ciencia histrica, y perte-nece, como corresponde a su origen, a la era precientfica.

    Una concepcin de la historia todava muy respetable es an msantigua y ms primitiva que la teolgica. Quizs antes de que loshombres concibieran la existencia de dioses, y ciertamente antesde que comenzaran a realizar la distincin entre naturaleza exte-rior y sociedad humana, que tan conveniente nos resulta, y sinduda antes de que se hubiera formulado claramente cualquier ideade orden, los salvajes y los brbaros imaginaron a la naturalezapoblada y determinada por poderes o espritus tan caprichososcomo la propia voluntad indisciplinada de aquello. Pero esos pue-blos se conducan, y an lo hacen, como si creyeran que podancontrolar directamente a estas potencias mediante actos apropia-dos -ritos, encantamientos, sortilegios-, es decir, mediante actosde magia. La magia constituye un medio de hacer creer a la genteque conseguir lo que desea, mientras que la religin es un siste-ma para persuadirla de que debe desear lo que consigue. Desdeeste punto de vista la magia es ms primitiva, si no ms antiguaque la religin.

    En las monarquas teocrticas de Egipto, Mesopotamia y China,durante la Edad del Bronce, el rey no slo era el creador de la leyy el sostn del orden social; adems, se le consideraba responsa-ble del bienestar material del reino. Mediante ritos mgicos queslo l poda ejecutar, el faran egipcio aseguraba la salida delsol, la creciente anual del Nilo y en general la fertilidad de lascosechas y de los rebaos y el xito de la caza. Cabe sealar queFrazer y otros han ofrecido serios argumentos en favor de la tesissegn la cual los faraones y otros dspotas orientales, as como losreyezuelos y los jefes de las actuales tribus brbaras deben suautoridad precisamente a este poder mgico sobre la naturaleza.

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    En el marco de esta teora, sera perfectamente razonable atribuiral monarca el carcter de nica causa eficiente de todos los acon-tecimientos histricos. Los antiguos anales reales son, por consi-guiente, las primeras expresiones de la teora histrica del GranHombre (una concepcin que todava hoy goza de popularidad).Si la magia es lgicamente anterior a la religin, la teora mgicapuede subordinarse fcilmente a la teolgica, sin perder por ellosu carcter distintivo. Los historiadores de la casta sacerdotal f-cilmente combinaron ambos puntos de vista. En la lista de reyessumeros los actos del monarca forman todava el contenido de lahistoria, pero a, la larga estn limitados o determinados por losdecretos superiores de los dioses. As, en el Antiguo Testamento,las buenas o las malas acciones del rey son responsables de losxitos o de los desastres del pueblo, y las recompensas o los casti-gos caen no slo sobre el agente responsable, sino tambin sobresus indefensos sbditos.

    La teora mgica del gran hombre armonizaba bastante bien con laestructura conceptual de una monarqua desptica. Aunque parez-ca extrao, hall tambin cierto grado de aceptacin entre losgriegos, que rechazaban las explicaciones teolgicas y que ya sehaban desentendido de todo lo que tuviera relacin con los pode-res mgicos de los monarcas. Quizs deba verse la razn de estefenmeno en la exagerada importancia que atribuyeron a las cons-tituciones.

    En Grecia, la disolucin del orden esttico de la sociedad brbarafue rpido y violento, y se vio acompaado de perturbacioneseconmicas y de prolongados desrdenes civiles. La lucha fratri-cida, la stasis, vino a ser la ms terrible y absoluta de las calami-dades, de modo que la restauracin del orden y de la tranquilidadinteriores se convirti en la ms apremiante necesidad. Para aca-bar con los conflictos partidarios y entre las clases muchos Esta-dos-ciudades confirieron el poder de legislar a ciertos ciudadanossabios y respetados, y les encomendaron la tarea de redactar unaconstitucin para el futuro y leyes destinadas a remediar los males

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    inmediatos. Soln en Atenas y Licurgo en Esparta son solamentelos ms famosos de este grupo de legisladores. La posterior esta-bilidad y la prosperidad de los Estados fue atribuida por el puebloa los mritos de las respectivas constituciones, y stos a la sabidu-ra de sus redactores. En la mayora de las ciudades el msticorespeto al legislador y a sus obras era ms hondo an que el quese dispensa a la Constitucin y a los Padres Fundadores en Esta-dos Unidos.

    De ah, que, en un perodo posterior, cuando todos los Estados-ciudades griegos pasaban por situaciones de evidente perturba-cin, el filsofo Plantn, que no comprenda que estas enferme-dades eran solamente sntomas de una dolencia orgnica del pro-pio sistema econmico clsico, soara con un "rey filsofo", undspota esclarecido, capaz de imponer una constitucin apropiaday, por ese medio, de curar el organismo poltico. Slo estaba repi-tiendo, de un modo distinto, el anhelo tan a menudo expresado enla literatura oriental de un dspota justiciero, de un salvador capazde rescatar al pueblo de la opresin; es decir, de un mesas. Ale-jandro, Ptolomeo Soter (Salvador) y Csar vinieron a dar satisfac-cin a estos anhelos. Con el retorno del despotismo, se infundinueva vida a los correspondientes conceptos historiogrficos m-gicos, enriquecidos por las concepciones griegas y santificadospor la historia teolgica de la iglesia cristiana.

    El Renacimiento liber a sus grandes hombres de la dependenciarespecto del gobierno de Dios. Pero aun los racionalistas francesesdel Iluminismo compartieron con los humanistas "la ingenua ideade que la organizacin poltica es obra deliberada del sabio legis-lador", y escribieron historia con el propsito de convertir a losautcratas de la poca en reyes filsofos, como en el sueo dePlatn. El resultado de esta concepcin recibe a menudo el nom-bre de Teora Catastrfica de la historia. Pues para ella "las reli-giones y las constituciones surgen de la nada, por un mero acto devoluntad". Su expresin ms extravagante se encuentra en el cele-

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    brado "Aforismo" de Pascal: "Otro habra sido el destino del uni-verso de haber sido ms corta la nariz de Cleopatra".1

    En los tiempos modernos Toms Carlyle fue naturalmente, el msnotable exponente de la teora del Gran Hombre. Para l, "la His-toria Universal, la historia de todo lo que el hombre ha realizadoen este mundo, es, en esencia, la Historia de los Grandes Hombresy de su accin". Sus extravagancias contribuyeron mucho a des-acreditar la teora, pero sta vive todava. En 1939 Sir CharlesOman compuso una lista de algunas de las "personalidades catas-trficas", de algunos de los hombres que "hicieron poca" y"cambiaron el curso de la historia": Gautama Buda, Alejandro elGrande, Augusto Csar, Mahoma, Carlomagno, el Papa GregorioVII, Guillermo el Conquistador, Napolen, Pedro el Grande, Fe-derico de Prusia...

    Es evidente que si estas personalidades cataclismi