tema 4 la racionalidad del comportamiento humano. la ética
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Filosofía y Ciudadanía Tema 4: La ética
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1. ¿QUÉ ES LA ÉTICA?
En el tema anterior hemos visto distintas teorías filosóficas sobre cómo se concibe la
realidad y la existencia de los seres humanos dentro de esa realidad. Esta sería la dimensión
teórica de la filosofía. Pero toda teoría es susceptible de tener una aplicación práctica. Por
ejemplo, la medicina sería la dimensión práctica de la biología, la programación de ordenadores
la programación práctica de las matemáticas, la restauración de piezas antiguas solo es
posible con el conocimiento de la historia del arte. En el caso de la filosofía la dimensión
práctica lo constituye la ética.
La ética consiste en utilizar los resultados y descubrimientos de la filosofía para
mejorar la vida de las personas. Este objetivo es también el que se plantea desde la religión
o la ciencia. Sin embargo, la ciencia solo puede resolver los problemas concretos que se
refieren a la especialidad de la que se ocupa (por ejemplo, un médico puede ocuparse de
mejorar la salud de un paciente pero los conocimientos médicos no pueden resolver los
problemas de ruptura familiar). Por su parte, la religión intenta proporcionar a los fieles una
solución integral de los problemas humanos, sin embargo solo puede hacerlo a condición de
que se acepte la fe que la religión establece.
La ética, por su parte, no pretende ocuparse
de problemas de salud o de relaciones personales
sino que trata de establecer cuál puede ser la
mejor manera de que las personas integren los
diversos aspectos de sus vidas, es decir, de
elaborar un proyecto vital. Pero, a diferencia, de la
religión, no se somete a ningún dogma establecido
sino que pretende elaborar este proyecto vital desde parámetros estrictamente racionales.
A lo largo de la historia se han elaborado diversos sistemas éticos. Todos tienen en
común el objetivo de buscar de manera racional cual ha de ser la mejor forma de vivir. En lo
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que no se ponen de acuerdo es sobre lo que cada uno entiende por una buena vida. En algunos
casos, la buena vida se entiende como tener una vida feliz; en otros casos sería la búsqueda de
la perfección o la excelencia de las capacidades naturales las que proporcionarían una vida
mejor; otros proyectos éticos aspirar a que la vida de las personas y las sociedades sean
mejores porque desarrollan la justicia o la dignidad.
En la actualidad las propuestas éticas tienden a concentrarse en dos grupos: aquellas
que tienen como meta la felicidad y aquellas que tienen como meta la conducta correcta, el
deber y la dignidad. En realidad cada grupo pretende que su manera de interpretar el
concepto de “buena vida” incluye a los demás. Por ejemplo, la ética de la felicidad de
Aristóteles interpreta que esta solo se alcanzaría cuando los seres humanos desarrollásemos
nuestras potencialidades en una sociedad justa. Para Kant, que pertenecería al otro grupo, la
felicidad es un objetivo secundario pero posible siempre y cuando las persona puedan vivir con
dignidad.
En definitiva, estamos haciendo una partición un tanto radical de los sistemas éticos.
Sin embargo, a efectos de trazar un panorama general de los sistemas éticos puede
resultar útil.
2. ÉTICAS DE LA FELICIDAD.
2.1. ARISTÓTELES: LA FELICIDAD INTELIGENTE
Aristóteles es uno de los principales sabios
de la antigüedad y uno de los referentes
universales del pensamiento de todos los tiempos.
Su filosofía toca todos los temas: la física, la
metafísica, la biología, la medicina, la política… y,
por supuesto, la ética.
2.1.1. La felicidad
Según Aristóteles todas las realidades naturales tienen potencialidades que tienen que
desarrollarse. Todos los cambios de la naturaleza se producen para conseguir un fin (por
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este motivo se ha denominado a la filosofía Aristotélica “teleologismo” es decir, filosofía de
los fines – del griego “telos” fin y “logos” interpretación, investigación).
También los seres humanos actuamos para alcanzar nuestros objetivos, nuestros fines.
Conseguir lo que deseamos genera en nosotros un grado de satisfacción que conocemos como
felicidad (“eudaimonía” en griego significa plenitud, bienestar). Según Aristóteles todas las
personas podemos tener diferentes objetivos en la vida pero todos coincidimos en que cuando
conseguimos los objetivos que nos hemos propuestos obtenemos un bien mucho mayor que es la
felicidad. En otras palabras, todos los seres humanos pretendemos conseguir la felicidad.
Sobre lo que no nos ponemos de acuerdo es la manera de conseguir la felicidad, es
decir, los objetivos que nos permitirán disfrutar de una vida plena. Muchos piensan que la
felicidad se encuentra en el placer, otros en el honor o la fama, la mayoría piensa que es el
dinero y las riquezas y otros piensan que es el poder. Ahora bien, piensa Aristóteles que
ninguno de estos fines nos puede garantizar la auténtica felicidad.
La auténtica felicidad, es decir, la satisfacción por lo que se ha conseguido sólo se
puede dar cuando los objetivos son realmente valiosos. Todos
los anteriores pueden interesar, incluso pueden llegar a
obsesionar pero no son valiosos por sí mismos sino por lo que
nos pueden proporcionar. Solo son valiosos los fines que valen
por sí mismos, es decir, fines últimos y no fines que, en
realidad son medios para obtener otras cosas
Por ejemplo, el dinero, el prestigio social, el aprobado
del examen solo son importantes en la medida que nos acercan
a otros fines más deseados: comprar cosas, obtener el
reconocimiento de los demás, sacar el título del curso. En
realidad los verdaderamente importantes son aquellos fines
que valen por sí mismos y no por lo que se pueda obtener con ellos. Por ejemplo, la amistad, el
conocimiento, la solidaridad.
Si no existiesen estos fines valiosos por si mismos nuestra vida sería absurda
porque la vida se convertiría en una lucha por obtener objetivos que solo sirven para obtener
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otros objetivos que serían, a su vez, medios para potras cosas, etc. Al final, ante la
imposibilidad de obtener algo que fuera valioso por sí mismo nuestra vida se paralizaría. Por
eso tiene que haber fines que valgan por sí mismos, es decir, fines últimos.
Para Aristóteles cada persona decide cuales serian sus fines últimos en la vida. Sin
embargo, todos los seres humanos tenemos elementos en común por lo que sería posible
establecer también el ingrediente común de la felicidad humana. Puesto que todos somos
seres humanos y todos los seres humanos tenemos la capacidad de pensamiento, entonces,
poder pensar, investigar, descubrir, en definitiva, el conocimiento es el elemento
imprescindible para que podamos ser felices. En otras palabras si el fin último de la humanidad
es conseguir la felicidad, la felicidad solo es posible cuando conocemos. O, al contrario, los
ignorantes serían desgraciados.
2.2. La areté
Aristóteles es consciente de que conseguir la felicidad y, menos aún, mantenerla no es
fácil. Sin embargo, nos resultaría más fácil llegar a
ser felices si vamos aumentando nuestras
capacidades, si vamos mejorando en nuestras
aptitudes. La capacidad de mejorar se denomina en
griego “areté” (perfección, excelencia) y los latinos la
tradujeron como “virtus” de donde proviene nuestro
término virtud. Por tanto, podríamos decir que para
Aristóteles, la felicidad se consigue mediante la
virtud, o, en otras palabras, la felicidad se consigue
si conseguimos ser cada vez mejores.
Entendida de esta forma, la virtud o consistirá
en ir perfeccionando nuestras capacidades para obtener los objetivos que nos hemos
propuesto en la vida, especialmente la felicidad. Cada persona tendrá capacidades diferentes,
aptitudes distintas que puede perfeccionar. Por ejemplo, alguien es fuerte o se relaciona bien
con las personas o es apasionado, etc. Ahora bien, en muchas ocasiones a pesar de tener estas
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cualidades no las sabemos emplear correctamente. Esto ocurre porque o nos pasamos o no
llegamos, cuando usamos nuestras cualidades con defecto o en exceso
En realidad, solo conseguimos llegar a ser mejores, obtenemos la virtud o “areté”
cuando encontramos el equilibrio. El equilibrio o justo medio consistirá en ejercer nuestras
capacidades de manera inteligente tal como se ve en cuadro siguiente
Ahora bien, de todas las cualidades de los seres humanos como ya se ha dicho, es la
inteligencia la que nos caracteriza. Por eso Aristóteles considera que la virtud por
excelencia, será aquella que sea el resultado de aplicar la inteligencia: la prudencia. Sólo
las personas sabias, es decir, prudentes pueden encontrar el equilibrio en las acciones y sólo
encontrando el equilibrio uno puede mejorar en la vida y, por tanto, llegar a ser feliz.
2.2. LA FELICIDAD COMO PLACER: EPICURO
Epicuro coincide con Aristóteles en que el fin último del ser humano consiste en la
felicidad. Pero discrepa en lo que se entiende por felicidad y en los modos de conseguirla. Para
Epicuro la vida es feliz cuando se consigue el placer y se evita el dolor. Placer en griego se
dice “hedoné” de ahí que a los epicúreos se les conozca también como hedonistas.
EXCESO VIRTUD DEFECTO
Temeridad Valentía Cobardía
Desvergüenza Modestia Timidez
Adulación Gentileza Mezquindad
Prodigalidad Generosidad Tacañería
Ostentación Magnificencia Avaricia
Desenfreno Templanza Insensibilidad
Irascibilidad Afabilidad Indolencia
Fanfarronería Sinceridad Pusilanimidad
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2.2.1. El hedonismo
La filosofía de Epicuro ha sido criticada y despreciada como ejemplo de egoísmo porque
no piensa en los demás sino solo en el propio placer y de
irresponsabilidad porque buscaría el placer inmediato sin pensar
en las consecuencias. Evidentemente, esto es una interpretación
superficial, ya que si fuera algo tan simple las teorías de Epicuro
no hubieran sobrevivido tanos siglos.
“Hedoné” en griego ha de interpretarse no como placer
sino como gozo. La diferencia está en que mientras el placer es
algo inmediato y que, por tanto, desaparece pronto, el gozo es un
placer continuado y duradero. De hecho el primer consejo de la filosofía de Epicuro es que
para obtener la felicidad debemos buscar los placeres estables y duraderos. Estos solo se
identifican porque se caracterizan por la ausencia del dolor en el cuerpo, aponía y de
perturbación en el espíritu, ataraxia.
2.2.2. Aponía: la liberación del dolor
Con respecto a la ausencia de dolor, Epicuro piensa que resulta imposible liberarse totalmente
del dolor porque somos seres humanos y, por tanto, el dolor nos acompaña en todos los
momentos de nuestra vida. Pero lo que sí podemos conseguir es mitigar o controlar el dolor
que en un podemos llegar a tener en un futuro. Esto se mediante el autocontrol de los deseos.
Según Epicuro, el dolor es consecuencia del deseo incontrolado por lo que conocer los
deseos y aprender a satisfacerlos adecuadamente ha de ser una tarea fundamental de la
filosofía de vida.
Epicuro distinguía entre tres tipos de deseos
• Deseos naturales y necesarios: son aquellos que son imprescindibles para alcanzar la
supervivencia y la felicidad: comer para satisfacer el hambre, beber para satisfacer la
sed, guarecerse del frio, etc. Estos deseos deben satisfacerse siempre porque son
imprescindibles para la vida
• Deseos naturales pero no necesarios: son aquellos que tienen un origen en nuestra
naturaleza pero no son imprescindibles para la supervivencia: el amor, la seguridad, el
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sexo, etc. La satisfacción de tales deseos suele producir un placer pero se corre el
riesgo de un dolor futuro (la separación, el miedo, la insatisfacción…) por lo que su
satisfacción está sometido a un uso inteligente y no descontrolado.
• Deseos innaturales e innecesarios: son deseos que se imponen, generalmente por
moda, por conveniencia o por presión social y que son siempre fuente de dolores y
angustias por lo que el sabio deberá evitarlos en toda ocasión. Son, por ejemplo, los
deseos de fama, triunfo político, honor, etc.
2.2.3. Ataraxía: la liberación del miedo
Ahora bien, ¿cómo podemos llegar a controlar nuestros deseos innecesarios? Según
Epicuro para conseguir la felicidad es necesario también la ataraxia la liberación de las
preocupaciones que nos hacen desgraciados. Para alcanzar la ataraxia es necesario liberarse
de falsas opiniones, creencias irracionales y esperanzas sin fundamento que causan continuas
angustias y desconcierto impidiéndonos conseguir la imprescindible serenidad de una vida
placentera. Y el origen de todas estas angustias está en el miedo. Según Epicuro, hay tres
tipos de miedos.
• El miedo a los dioses. Tememos que los dioses
estén vigilándonos para castigarnos por nuestros
errores. Sólo podemos liberarnos de este temor si
nos damos cuenta de que los dioses no se
preocupan de la vida de los seres humanos (de
hecho la vida de los dioses es una vida sin
preocupaciones). Los dioses, por tanto existen sin
castigarnos pero tampoco sin ayudarnos por lo que
ni las plegarias ni los temores tiene ninguna
utilidad.
• Tampoco hay motivo para temer a la muerte porque no es nada para nosotros: mientras
vivimos no está presente y cuando está presente nosotros ya no vivimos.
• El dolor y el mal son fáciles de evitar. Ningún sufrimiento dura mucho tiempo y, cuanto
más agudo, menos tiempo permanece.
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Ahora bien, no todo en la vida consiste en evitar el dolor sino que los seres humanos
debemos buscar todo aquello que nos proporcione un placer duradero. De entre los placees,
como ya se ha dicho, los placeres del espíritu son siempre más prolongados en el tiempo y
entre estos es la amistad uno de los más importantes para conseguir la amistad. La amistad no
solo proporciona la serenidad necesaria para afrontar los retos de la existencia sino que la
amistad es la base de la generosidad necesaria para vivir en sociedad. Sólo por amistad
estaríamos dispuestos a la perturbación, el sufrimiento e incluso el sacrificio de la propia vida.
2.3. EL UTILITARISMO
2.3.1. El principio de utilidad
El utilitarismo o hedonismo social es una corriente de pensamiento
que se desarrolla en el siglo XIX. El movimiento utilitarista fue iniciado
por Jeremías Bentham (filósofo inglés, 1748-1834), pero su
representante más destacado es John Stuart Mill.
Stuart Mill comienza diferenciando entre Ciencia y Arte. La
Ciencia trata de lo que hay, del mundo de la experiencia (está guiada por
lo que hemos denominado racionalidad teórica). El arte trata de lo que
queremos que haya, propone fines para nuestra acción (está guiada por lo que hemos
denominado racionalidad práctica). La tarea fundamental del arte es desarrollar un arte de
vivir, que constaría de tres disciplinas: la ética práctica o moral, la prudencia y la estética
La ética práctica o moral, es un arte que trata de lo moralmente correcto. Trata, por
lo tanto, de aquellos fines que “debemos” proponernos. Por ello, el primer problema que debe
resolver es el de cuáles sean estos fines. O, dicho de otro modo, el de cuál sea el criterio
para decidir qué fines son los moralmente correctos, los buenos, los deseables. Según Mill,
ese criterio es el principio de utilidad. Tal criterio dice que lo bueno es lo útil, pero
entendiendo por útil aquello que nos causa placer y felicidad y disminuye el dolor y la
infelicidad.
Pero como de lo que se trata es de encontrar un criterio racional (pues la ética tiene la
pretensión, como hemos visto, de desarrollar morales racionales), el utilitarista ha de
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mantener una actitud imparcial entre su felicidad y la de los demás. Esto es, debe encontrar
un criterio que pueda aplicarse sistemáticamente, en cualquier circunstancia. Por ello, el
principio de utilidad debe ser formulado de la siguiente forma: bueno, justo, etc., es aquello
que produce más cantidad de felicidad a mayor número de personas (y aun de seres
sentientes en general).
2.3.2. La calidad de la felicidad.
El principio de utilidad suscitó un debate en el seno del
movimiento utilitarista. Si la felicidad se reducía a una cuestión
de número, la existencia humana se puede reducir a un cálculo
matemático con lo que nuestra vida se convertiría en una
existencia fría e impersonal. Por ejemplo, a la hora de decidir
cuál ha de ser nuestra pareja tendríamos que dejar de lado el
amor o la necesidad de estar con es persona y simplemente
calculara si nuestra unión nos proporcionaría una cantidad suficiente de placer y sería de
utilidad al conjunto de la sociedad.
Mill es consciente de estas críticas al pensamiento utilitarista por lo que reconsidera el
criterio de utilidad y establece que debemos tener en cuenta no solo la cantidad de
felicidad que se proporcione sino también la calidad. Por calidad de placer hay que entender
todos aquellos que nos proporcionan las cualidades más elevadas o espirituales del ser humano.
De ese modo dice que hay tipos de placer o de felicidad superiores a otros, más deseables que
otros, que hay placeres nobles y placeres bajos. Así dice, por ejemplo, que «vale más ser un
Sócrates insatisfecho que un cerdo satisfecho».
Si entre dos tipos de placeres, la totalidad, o la mayoría de los que los han
experimentado, se inclina por uno, ese será más deseable. Y es un hecho que quienes han sido
capaces de experimentar «placeres nobles», placeres en cuyo disfrute están involucradas
las facultades humanas más elevadas, no los cambiarían por los «placeres bajos», aquéllos
para cuyo disfrute se requiere una inteligencia, sensibilidad o complejidad espiritual menor.
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Además, dado que los seres humanos somos seres sociales, podemos encontrar
felicidad en procurar la felicidad de los demás, en el esfuerzo, y aúnen el sacrificio, por
aumentar la cantidad general de felicidad.
2.3.3. Defensa de la libertad individual
Una condición esencial para que los individuos puedan llevar una vida plena, de acorde
con sus caracteres, y por lo tanto feliz, es que éstos gocen de libertad plena para dirigir su
propia vida. Mill hace una defensa radical de la libertad de los individuos en el seno de la
sociedad y el Estado. Esta defensa de la libertad puede ser resumida en tres puntos:
• Defensa de la soberanía del individuo sobre su propio cuerpo y espíritu. En el caso
de los individuos adultos e intelectualmente sanos, la libertad de éstos para dirigir su
propia vida debe ser absoluta. El Estado sólo podrá, legítimamente, poner límites a esta
libertad para defender la libertad y los intereses de los demás individuos. No está, por
lo tanto, justificado que el Estado pretenda dirigir la vida de los individuos ni siquiera
«por su propio bien». Nadie más que los individuos puede decidir cuál es su propio bien.
• Libertad de discusión pública de las opiniones. Mill defiende la libertad de expresión
basándose en cuatro argumentos:
1. Una opinión reducida al silencio podría ser verdadera (pues nadie, a no ser que se crea
infalible, puede asegurar con absoluta certeza que no es así).
2. Aun cuando una opinión sea errónea, podría contener algo de verdad; si la condenamos
de antemano, cerraremos el paso para descubrir la verdad entera.
3. La discusión pública de la verdad establecida, aun cuando fuese toda la verdad, permite
una mejor comprensión de ésta.
4. La discusión pública de la verdad establecida ayuda a que permanezca viva y no se
convierta en simple dogma.
• Defensa de la individualidad y la
diversidad. A Mill le preocupaba un
fenómeno nuevo que se estaba
imponiendo en las modernas sociedades
democráticas: el de la tiranía de la
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opinión pública, que lleva a la uniformización general. Frente a esto Mili considera
necesario defender la diversidad de modos de vivir, como un componente esencial para
alcanzar la felicidad y el progreso, tanto individual como social. Cuando los individuos se
limitan a seguir las costumbres no ejercitan sus capacidades, su vida se vuelve vacía,
carente de energía, y la sociedad acabará resintiéndose por la falta de personalidades
fuertes e innovadoras.
3. ÉTICAS DE LA DIGNIDAD
Las anteriores teorías éticas tiene en común la idea de que el objetivo fundamental de
los seres humanos es obtener la felicidad. Existen, por otra parte otro conjunto de
pensadores que consideran que la ética no se puede fundamentar en el concepto de felicidad
porque es demasiado impreciso y subjetivo. Subjetivo porque cada persona, cada sujeto
puede tener su propia idea de felicidad e impreciso porque si preguntáramos a cada uno que
entiende por felicidad probablemente daría una definición bastante confusa.
Otros pensadores piensan que la felicidad es un objetivo deseable en la vida pero que
no es lo más importante para los seres humanos. Proponen que el propósito de la ética no
consiste en decirnos qué es o como se consigue la felicidad sino averiguar qué es lo que
realmente hace importante la vida humana. Lo importante, es decir, lo valioso se dice en
latín “dignus”, de ahí que entiendan que el objetivo de la ética consiste en averiguar en qué
consiste la dignidad humana.
3.1. KANT: LA ÉTICA FORMAL
3.1.1. Ética material y Ética formal
Emmanuel Kant es un filósofo del siglo XVIII. Sus teorías están influenciadas por la
corriente de pensamiento que se conoce como Ilustración. Según Kant la Ilustración consiste
en conseguir que el ser humano adquiera los suficientes conocimientos para que pueda tomar
decisiones por sí solo. Por tanto, desde su punto de vista, lo importante para las personas no
es obtener la felicidad sino poder decidir libremente. Lo importante, lo valioso es decir, la
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dignidad de los seres humanos consiste en ser libres para decidir por sí mismo qué es lo que
quiere hacer.
Pero ¿somos realmente libres cuando tomamos una
decisión? Pudiera suceder que los seres humanos creen
ser libres cuando, en realidad, son las circunstancias o la
presión de los demás los que nos hacen actuar de una
manera u otra. Kant piensa que no se puede ser
absolutamente libre porque estamos sometidos a pero al
menos podemos tener una cierta autonomía personal.
¿Cómo podemos tener una vida lo suficientemente
digna, una vida autónoma? La mayoría de las personas siguen lo
que Kant lama una conducta heterónoma (de “heteros” extraño, ajeno, distinto y “nomos” ley,
norma en griego) es decir, una moral en la que las normas de conducta se imponen desde fuera
de la propia persona. Esto ocurre siempre que tratamos de imponernos un objetivo, es decir,
cuando seguimos una ética material, que son aquellas en las que establecemos un objetivo y
unas normas o consejos para obtener ese objetivo.
Podemos entender que esos objetivos que pueden ser tan variados como conseguir la
felicidad, encontrar el amor o aprobar el curso son objetivos que nosotros mismos podemos
establecer y, por tanto, hacerlo libremente. Sin embargo ¿cómo podemos saber de antemano
que esos objetivos son los que realmente deseamos? y lo que es peor ¿cómo sabemos cuál es la
mejor manera de conseguirlos? Estas críticas llevan a Kant a pensar que las éticas materiales
son éticas heterónomas porque trabajan con hipótesis, son hipotéticas. Una regla de conducta
es hipotética cuando condicionamos su cumplimiento a la obtención de un beneficio. Por
ejemplo, respetamos los diez mandamientos porque creemos que nos va a proporcionar una
vida eterna, cumplimos la ley porque nos va a evitar problemas con la policía.
Ahora bien ¿Quién nos garantiza que cumpliendo con las normas nos van a asegurar el
premio que nos prometen? No lo sabemos. No sabemos si tendremos la vida eterna o si la
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policía no va a molestarnos. Sólo tenemos la palabra de quien ha impuesto las leyes o los
mandamientos de que si seguimos las normas conseguiremos el premio que nos han prometido.
En realidad si lo pensamos de esta manera es porque seguimos, los consejos o las directrices
de otras personas que creen qué puede se lo mejor para nosotros
Kant piensa que la autonomía de nuestra
conducta solo se puede conseguir si seguimos
una ética formal. La ética formal es aquella en
lo que importa no es que consigas lo que quieras
sino cómo lo consigues. Es decir lo importante
en las acciones no es el resultado sino la
voluntad con que lo hagas. Puede que los
resultados que obtengas no sean los que
esperamos, puede que ni siquiera consigamos ningún resultado pero lo que hacemos habrá sido
completamente voluntario y, por tanto, completamente libre.
3.3.2. El deber
Tenemos, entonces, que la voluntad es libre cuando se da órdenes a sí misma,
cuando actúa movida por el deber. La expresión de una orden, de un deber, es lo que
llamamos un imperativo (que, como sabemos, es un enunciado que expresa un mandato).
Existen dos tipos de imperativos:
1. Imperativos hipotéticos: son aquéllos que expresan un mandato
condicionado; es decir, un mandato que solo vale si se quiere alcanzar un determinado
fin. Por ejemplo: «Si quieres estar sano "debes" hacer deporte», «Si quieres ser feliz
"debes" rodearte de buenos amigos», «Si no quieres sufrir "debes" mitigar tus
deseos», etc.
2. Imperativos categóricos: son aquéllos que expresan un mandato sin
condiciones, un mandato absoluto. Ejemplos de imperativos categóricos pueden ser:
«¡No "debes" robar!», «¡"Debes" respetar a tus padres!», etc.
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Tenemos, de momento, que la voluntad es libre cuando se da órdenes a sí
misma, pero esas órdenes no pueden tener la forma de un imperativo hipotético, por lo
que habrán de tener la forma de un imperativo categórico.
Un imperativo categórico es una orden que nos damos a nosotros mismos. Estas
órdenes es lo que llamamos deber. Por lo que paradójicamente, resulta que somos
libres cuando cumplimos con nuestro deber.
Somos libres cuando cumplimos nuestro deber porque no estaríamos cumpliendo
con nuestras obligaciones porque vayamos a conseguir algún tipo de premio o
reconocimiento. Hacemos lo que debemos porque sólo así se garantiza que sólo
nosotros somos dueños de nuestra vida, es decir, que nuestras acciones no dependen
de nadie que nos de su aprobación o su generosidad.
Claro que esto puede convertirse en un problema. Si somos libres y, por tanto,
dignos cuando cumplimos las obligaciones que nosotros mismos nos hemos impuesto
¿qué pasaría si esas obligaciones tienen que ver con el crimen o la maldad o el
aprovechamiento de los semejantes? Por ejemplo, si alguien decide ser pirata puede
que las leyes le impidan ser un ladrón y un asesino pero su conducta será moralmente
irreprochable si sigue el código de honor de los piratas, es decir, si cumple con las
obligaciones que ser pirata conlleva.
Según Kant esto no puede ser así porque los imperativos categóricos
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Sólo son categóricos si son universales. Kant lo formula de la siguiente manera:
«Debes obrar de modo que puedas querer la máxima de tu acción como ley
universal».
Por máxima, entiende Kant, la regla que constituye mi acción particular. Así,
por ejemplo, si robo, debo considerar que el robar (la máxima de mi acción) es bueno
para todo el mundo y debo quererlo también cuando me roben a mí. Dado que no puedo
querer tal cosa incurriría en una contradicción al aceptar esta máxima, por lo que no
puede ser aceptada como una máxima moral.
Veamos otra versión del imperativo:
«Debes obrar de modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en
la de cualquier otro, siempre con un fin y no solo como un medio».
De esta manera un pirata, un ladrón o un asesino puede que cumplan con sus
obligaciones cuando cumplen con las tareas que se han propuesto (robar y asesinar)
pero sus acciones no pueden considerarse morales porque o bien su conducta no puede
ser universalizable o bien a empleado las demás personas como si fueran un fin para
satisfacer sus deseos y no como un medio en sí mismo. En cualquier caso han ejercido
su libertad a acosta de la libertad de los demás personas y eso supone no tener en
cuenta que la dignidad humana es una cualidad de todas las personas y no solo de
algunas
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3.2. John Rawls: La justicia como dignidad
3.2.1. La justicia
Hemos señalado anteriormente que frente a las éticas de la felicidad, las éticas
de la dignidad pretenden fundamentar las decisiones en el valor de la vida humana.
Kant entiende que el valor de la persona está en la capacidad de decidir libremente
cuales tiene que ser sus obligaciones, Esta teoría Kantiana (fundamentar la dignidad
en la libertad) ha tenido una gran influencia sobre las teorías éticas de la modernidad.
Sin embargo, también ha sido muy discutida porque consideran que el planteamiento
kantiano es demasiado abstracto.
Estas críticas se basan en Kant parece olvidarse del componente social de la
vida humana, es decir, que las decisiones que tomamos pueden ser todo lo libres que
queramos pero son decisiones que afectan a los demás miembros de la sociedad en que
vivimos. El problema entonces no es que las decisiones sean libres sino si las acciones
que realizamos son justas. El valor, la dignidad de una persona, entonces, no ha de
medirse solo por su libertad sino también por la justicia de sus actos.
La justicia es un valor que afecta por igual al individuo y a la sociedad. El
problema consiste en encontrar una idea de
justicia que pueda ser aceptada por todos. La
justicia tiene que convertirse en un principio ético
universal capaz de guiar las acciones políticas de
una sociedad
El problema es, ¿cómo podemos llegar a un
acuerdo semejante? La obra de John Rawls (1921 –
2002) trata en gran parte de responder a esta
pregunta. Según este autor, puesto que la justicia
es un valor universal tiene que basarse en unos
principios que puedan ser aceptados por todo el mundo. El problema es que cada uno
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tenemos una idea de justicia que beneficia a nuestro propio interés: seguramente los
patronos no tienen un mismo concepto de justicia que sus empleados, ni los ricos que
los pobres, ni las mujeres que los varones, etc.
Por eso Rawls considera que para encontrar estos principios básicos de la
justicia, hay que partir de una situación hipotética, que él denomina posición original,
a partir de la cual podamos sacar consecuencias racionales. Vemos en qué consiste esa
posición original y cómo se pueden deducir de ahí esos principios de justicia que
estamos buscando:
3.3.2. La posición original
Imaginemos un grupo de hombres que poseen íntegras sus facultades siéntales,
y una capacidad de razonar apropiada, y además tienen un cierto conocimiento de lo
que es el ser humano y su historia.
Ahora imaginemos que tal grupo
de seres humanos está cubierto por un
velo de ignorancia que les impide saber
si son varones o mujeres, ricos o
pobres, cuál es su raza, si practican
alguna religión, etc. Esto es, sufren un
desconocimiento total acerca de aquello
que pudiese orientar sus intereses en
un sentido diferenciado.
Este grupo de hombres se encontraría en la situación que Rawls llama posición
original y que permite elaborar una teoría sobre los principios que han de establecer
la justicia dentro de la sociedad.
3.3.3. La justicia como imparcialidad
Ahora supongamos que a tal grupo de hombres se les pide que elaboren los
principios básicos por los que ha de regularse la distribución de bienes, derechos y
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deberes de una sociedad en la que, además, les va a tocar vivir cuando se levante su
velo de ignorancia.
Puesto que los individuos encargados de establecer los principios básicos por los
que ha de legislarse esa sociedad no conocen cuál va a ser su sexo, estatus, clase
social, etc., buscarán aquellos principios que les permitan obtener el máximo
beneficio posible sea cual sea su situación social.
Estos principios serán los siguientes:
1. Los individuos tendrán igualdad de libertades, pero además cada individuo
tendrá el máximo de libertades posibles que sea compatible con el máximo de
libertades de todos los demás.
2. La distribución de los bienes en esa sociedad será tal que:
(1) Solo se admitirán las desigualdades económicas en caso de que esa
desigualdad resulte más beneficiosa para todos que la igualdad.
(2) Los individuos accederán a los distintos cargos o posiciones sociales en
igualdad de condiciones.
Estos dos principios garantizan el máximo de beneficios posibles derivados
del hecho de vivir en sociedad, para cada individuo. Por lo tanto, unos individuos
absolutamente imparciales (unos individuos que desconozcan sus circunstancias
personales diferenciadas) tendrían que acordar gobernarse por leyes que respetasen
tales principios, con objeto de garantizarse el máximo de
beneficios posible en cualquier situación.
A parir de aquí, Rawls define la justicia como:
aquella situación en la que todos los valores sociales
fuesen distribuidos igualitariamente, salvo que una
distribución desigual beneficiase a todos los miembros de
la sociedad.