tango y amor

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Extracto del libro "Tango y amor" del autor Félix Páramo García

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Félix Páramo García

Tango y amor

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«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)»

© de los textos: Félix Páramo García© de las fotografías: sus autores© de la edición: EDICIONES DUERNA

Diseño y Maquetación: contactovisual.esPortada: Roy Páramo de Llano

ISBN: 978-84-943432-2-3Deposito legal: LE-195-2015Impreso en España - Printed in Spain

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Dedicado a Guillermoy a todos los actuales

y futuros amantes del seductor mundo del tango

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Créditos y agradecimientos

Vaya en estas líneas mi más sincero agradecimiento a todas aque-llas personas que de una u otra forma han contribuido a hacer realidad este proyecto.

Gracias a los fotógrafos y parejas de profesores de tango por ceder tan amablemente su trabajo e imagen.

Las fotografías pertenecen a:Artefijo fotografía Daniela Inglese & Ricardo AlbornozEster Inbar Félix PáramoFipudi fotografía Luis Miguel Ramos BlancoMaría Luz Calleja de CastroSantiago Legaria Benito

Las parejas de profesores de tango:Alejandro Regine y Umbe ArangurenArturo Gómez y Carolina PujadesEzequiel Herrera y María Antonieta TuozzoFernando Nahmijas y Valeria Laura CuencaLeonardo Mosqueda y Carina Lucca

Diseño de portadas: Roy Páramo de Llano

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Gracias igualmente al Club Gricel de Buenos Aires por autorizar-nos a incluir su rótulo luminoso y a Noemí González Martínez por el vestuario de Fernando y Valeria.

Finalmente, quedo en deuda con los lectores y correctores que aportaron sus opiniones antes de que estas páginas vieran la luz; en especial, Marta Prieto Sarro, Cristina Martínez Gago y Miguel Cordero del Campo por su puntual asesoramiento.

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Presentación

La palabra tango me hace evocar la radio. Tal vez se trate de una asociación cinematográfica que no logro ubicar con precisión. Pero lo cierto es que si cierro los ojos y escucho un tango, mi imaginación se sitúa inmediatamente en un viejo, humilde y caluroso barrio donde hay ropa tendida y por una ventana abierta salen las notas de esta música inconfundible. Sin embargo, sí que recuerdo que fue, allá por mi juventud temprana, cuando me tropecé con los primeros tangos. De aquellos tiempos ya lejanos, me ha quedado una querencia inevi-table por alguno de ellos. En concreto por dos. Uno es Volver, tango incomprensible en la juventud (cuando la vida no parece ser un soplo sino un tiempo largo e interminable) y el otro, Cambalache que, a diferencia del anterior, parece haber sido escrito para la rebeldía de la juventud. No hay más que reparar en la rotundidad de su comienzo: Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. Y, ante cualquier duda, proseguir tarareando hasta donde afloran otros versos: Si uno vive en la impostura / y otro roba en su ambición / da lo mismo que sea cura / colchonero, rey de bastos / caradura o polizón…

Solo tangencialmente me volví a cruzar con el tango. Fue en la época en la que las palabras comenzaban a tener otros significados o, tal vez habría que decir, cuando las palabras no eran sino sentimientos disfrazados de palabras: Y un rayo misterioso / hará nido en tu pelo / luciérnaga curiosa… Después el tango desapareció de mi existencia. Yo creo que porque nunca nada (o nadie) me empujó a bailar a su son.

Nunca pensé que Félix fuera (porque lo ha de ser, de hecho este nuevo libro lo demuestra) un amante del tango. No diré que me resulte

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insólito pero sí sorprendente. Parece que cierro un bucle iniciado en aquella juventud primera. El reencuentro con Félix me devuelve músicas y letras ya casi olvidadas a través de la literatura. El binomio música-literatura, tantas y tantas veces explorado a lo largo de la histo-ria, vuelve a hacerse realidad esta vez en forma de relatos que navegan sutilmente entre la realidad y la ficción. Gentes, que son o fueron, para las que el tango se convirtió en hilo conductor de la existencia. Historias que fueron de amor gracias al tango. Historias trágicas o de desespero que tuvieron al tango como leve o inconsciente leitmotiv.

Página a página he vuelto a caer en las redes del lunfardo. He descubierto personajes para mí desconocidos. Y hasta he tenido la oportunidad de disfrutar, ¡quién me lo iba a decir!, de un tango en griego, To tango tis nefelis, en el que Haris Alexiou pone una preciosa letra al conocido Tango to Evora de Loreena McKennitt.

He vuelto a la clarividencia del tango (¡Siglo veinte cambalache / problemático y febril! El que no llora no mama / y el que no afana es un gil); a su poesía (por tu milagro de notas agoreras / nacieron sin pensarlo las paicas y las grelas / luna de charcos, canyengue en las caderas / y un ansia fiera en la manera de querer). Y he vuelto a su manera de entender la vida en la que, muchos, verán reflejada alguna etapa de su propia existencia:

Che papusa, oí. Cómo surgen de este tango los pasajes de tu ayer.

Marta Prieto SarroLeón, Febrero de 2015

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Índice

Azul . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

Gricel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

A pesar de todo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

Mi cielo está aquí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

Amor más allá del tango . . . . . . . . . . . . . . 85

Papusa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97

Tis nefelis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121

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Alejandro y Umbe. Fot. Albornoz & Inglese

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AzulEs justamente la posibilidad

de realizar un sueño lo que haceque la vida sea interesante

(Thomas Mann)

Es curioso, pero debo decirte que ahora mismo me estoy acordan-do de la primera vez que salió de tus labios la palabra “azul”. Sí, Miguel ¡Cómo me iba a olvidar! Parece que fue ayer. Y, dime, ¿cuántos años han pasado ya? ¿cuarenta tal vez?

A Miguel, mi esposo, lo habíamos enterrado hacía ya once días. Sin embargo, a cada paso me sorprendo a mí misma hablando con él. Recordándole. ¡Cuánto le echo de menos! Él no respondía a mis preguntas pero yo no puedo evitar, en estos primeros días de su au-sencia, pensar en tantas cosas… Apenas dos fechas antes de cerrar definitivamente sus ojos, con una delicada sonrisa, me quiso tararear aquella letra del tango de Canaro.

Quiero verte una vez más amada míay extasiarme en el mirarde tus pupilas.

Fue en casa de Hebe Amaral. Justamente en su apartamento, durante el primer minuto que nos vimos, tú pronunciaste la palabra mágica que me ha acompañado toda mi vida: Azul. Yo tenía por entonces 19 años. Había llegado cuatro antes a Sao Paulo.

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–Hoy tenemos un chico nuevo en clase –dijo Hebe antes de iniciar la sesión. Se llama Miguel y viene de España. Es su primer día de tango. Tened paciencia y sed amables con él.

–Sí, desde luego, no faltaría más –replicamos las quince o dieciséis personas que habitualmente asistíamos a las clases de Hebe.

–A ver, Miguel, –atajó Hebe señalándome a mí– hoy formarás pareja con aquella señorita.

–¿La de azul? –repusiste, un tanto desconcertado y permitiendo que oyéramos apenas la última palabra: “azul”.

–Azul, sí –añadió Hebe– pero ¿cómo sabes su nombre? ¿os conocíais?

–No, no. Es la primera vez… Todos estaban riendo. ¿Te acuerdas Miguel? Yo llevaba puesta

aquella falda plisada azul que usé tantos años. Desde aquel día fui Azul sobre todo para ti. Tú, querido, asististe durante poco tiempo a las clases de tango, pero fue suficiente para enamorarnos y, apenas instalados en España, casarnos.

Azul no era mi verdadero nombre. Me llamo Gladis Guerrero. Pero da la coincidencia de que nací en Azul, un pueblecito cercano a Tandil, en la carretera que va a Mar del Plata. De niña viajé alguna vez a Buenos Aires, ya que no está muy distante de Azul. Siempre oí contar que mi pueblo se llamaba así porque las aguas que fluían por el arroyo que atraviesa la población eran muy azules.

Azul fue siempre mi color preferido, Azul era mi pueblo y como Azul me rebautizaban al preguntarme por mi lugar de origen: La de Azul, o simplemente Azul. Además, con el tiempo, adopté como música favorita el triste tango llamado Azul de Leroy Anderson.

Hay dos recuerdos que han permanecido indelebles en mi mente y corazón antes de mudarnos a Brasil. Uno es el de aquel boliche cer-cano a la casa donde vivíamos. Cuando pasaba por delante caminaba más despacio para escuchar la música de tango que salía al exterior. Mi padre iba a veces a beber y, de paso, bailar un tango.

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–Cuando seas un poco mayor –me decía– te enseñaré a bailarlo. Pero mi padre, como trabajaba tanto, nunca encontró momento de hacerlo. Cuando le ofrecieron un buen empleo en Sao Paulo, allá nos fuimos. Yo, una pibita de apenas quince años.

El otro recuerdo tuvo mucha repercusión en mis futuros años. Sucedió la última vez que mi papá me llevó con él a Buenos Aires. Exactamente un año antes de abandonar Argentina. Fuimos a la capi-tal con la intención de regresar a Azul aquel mismo día. Le acompañé hasta la hora de comer. Tras el almuerzo paseamos por las inmediacio-nes de la zona portuaria y nos dirigimos a un local de pobre aspecto exterior. Su interior, aunque un tanto abigarrado y de cariz mortecino, resultaba acogedor.

–Siéntate aquí –dijo mi padre mostrándome una silla– y espérame hasta que regrese.

Recuerdo que me dio unas monedas y añadió: “si quieres tomar algo se lo pides a alguna de las bataclanas del local”.

¡Bataclana! Esa es la palabra que empleó mi padre y cuyo significa-do comprendí tiempo después. Frente a mí había un antiguo reloj de pared. Mi único entretenimiento era ver pasar los minutos y escuchar algún tango que la vieja gramola repetía. Tita Merello interpretaba El Choclo, y aunque entonces no entendía las palabras, esta vez fueron premonitorias de lo que aconteció.

Con este tango nació el tango, y como un gritosalió del sórdido barrial buscando el cielo… Misa de faldas, querosén, tajo y cuchillo que ardió en los conventillos y ardió en mi corazón.

No había acabado de escuchar la última estrofa cuando observé a un hombre de mediana edad poniéndose en pie con cierta dificultad. Dando casi tumbos, aquel jastial se acercó a una mujer que estaba apoyada en la barra obligándola de manera más grosera que descor-tés a bailar un tango con él. Ella logró zafarse al principio pero de

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nuevo fue aprisionada entre los brazos del cachafaz que la sujetaba intentando bailar con ella.

–¡Déjame o lo sentirás! –gritó la mujer.–O bailas conmigo o no lo volverás a hacer ni con Contursi ni

con nadie.–Estás encopado. Suéltame ahora mismo y no le diré nada a

Contursi. –Tú no dirás nada a nadie –farfullaba el envinado con la típica

voz aguardentosa de quien ha bebido más de la cuenta. Ahora verás si bailas o no una milonga con Grimaldi.

Antonio Grimaldi –pues ese era su nombre– malevo y arrabalero, sacó una enorme navaja y tambaleándose hizo ademán de clavársela a la mujer. Ella repelió el ataque. Grimaldi chocó con la barra y perdió la faca que de inmediato recogió la mujer.

–Grimaldi, déjame en paz, o no sé lo que voy a hacer con tu navaja.–A ver si eres valiente, a ver, a ver, –fanfarroneaba Grimaldi a la

vez que se acercaba amenazante a la mujer. Lo demás fue puro tango. El miedo, los nervios, la dignidad… ¡Qué

sé yo! Lo cierto es que Grimaldi, a renglón seguido, yacía desangrán-dose en el suelo atendido por dos de las orilleras en el mismo instante en que mi padre hacía su entrada en el local. Una de las febas, al verlo, se le acercó y tras mediar entre ellos apenas cuatro palabras, me tomó de una mano y najamos aquel garito para nunca más volver.

Hebe Amaral tampoco había nacido en Brasil. Era argentina, como yo. Tras varios años a su lado, yendo a sus clases varias veces cada semana, paseando juntas por Amâncio de Carvalho, haciéndonos confidencias más o menos personales, un día, y sin razón aparente, Hebe me abrió su corazón. Me confesó su mayor dolor, su más íntimo secreto y el horrible calvario que llevaba arrastrando más de siete largos años ya.

Comprendí entonces la razón de sus lágrimas cuando en clase escuchábamos la letra de algún tango. Me dijo que el titulado Cada

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vez que me recuerdes era probable, solo probable, que Contursi lo com-pusiera pensando en ella:

Cada vez que me recuerdes tu pensamiento me besará y cuando el fin de tu vida llegue junto a tu vida me sentirás...

José M. Contursi, a pesar de su vida bohemia y su gusto por el alcohol fue siempre un romántico empedernido. Poeta, escritor, comentarista, excelente letrista de tangos y bacán a ultranza. Mantuvo un fugaz y apasionado idilio con Hebe Amaral. Ella, la misma Hebe era quien estaba esperando a Contursi en aquel garito de Buenos Aires la aciaga tarde en que accidentalmente rajó a Grimaldi en mi presencia. Fue Contursi, gracias a sus influencias, quien pondría tierra de por medio y libraría de la justicia a Hebe facilitando su huída a Brasil. Se instala en Sao Paulo y, como se canta en tanto tango, tal vez por culpa de un malquerer, del destino o mala suerte, continuaría ganándose la vida haciendo lo que mejor sabía: bailar el tango y enseñar a bailarlo.

Siempre me he preguntado si fue coincidencia, casualidad, o realmente fue el destino lo que me llevó a aquel tugurio y después a Sao Paulo. El tango, hasta la fecha del desafortunado incidente de Hebe, era sinónimo de alegría y felicidad. Desde entonces sería también reflejo de sufrimiento y muerte. Sin embargo, en mi interior, más que nunca, deseaba fervientemente conocer los misterios del tango a la vez que aprender a manejarlo. Viví para comprender que el tango no era un baile más. En sus pasos -como después adiviné en Hebe- se aprecia el desgarramiento del alma producido por una inacabable angustia, acedía interior y soledad. ¿Cómo podía soslayar Hebe el cotidiano sentimiento de amargura en su alma con el corazón hecho trizas? ¿Cómo podía aliviar su congoja por el daño infligido

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y el inevitable distanciamiento de su devoto y pituco admirador? Sólo el tango permitió a Hebe disimular su desesperación, tristura, desolación y pena.

Tu camino hasta Sao Paulo, Miguel, fue muy distinto. Y sobre todo, más largo. Nada menos que desde Villagarcía de Campos: pueblecito con un secular colegio de Jesuitas y la hermosa colegiata de San Luis. Me contabas que la iglesia la diseñó un arquitecto llamado Gil de Hontañón y que el retablo lo proyectó Juan de Herrera y que en tu pueblo estaba enterrada Magdalena de Ulloa, madre adoptiva de D. Juan de Austria... ¡Mi pueblo tiene mucha historia! –me decías con orgullo. Yo te pedía que me repitieras esos nombres para poco a poco memorizarlos y así manifestarte mi interés por tus gustos. O sea, mi interés por ti.

–Mi padre es labrador –me contabas hablando de su ocupación– pero esa actividad apenas nos daba ya para comer y en cuanto tuve ocasión escapé del pueblo donde nací.

Siempre me hablabas del hermano de tu papá, el cura Jesuita misionero que vivía en Obera, en la norteña provincia argentina de Misiones. En una de sus visitas a España te fuiste con él a Argentina. Tenías 18 años.

–En menos de un día montado a caballo –comentabas– puedo estar en Paraguay o en Brasil o al lado de las increíbles cataratas de Iguazú.

También recordabas con mucha felicidad la ciudad de Curitiba en la Provincia brasileña de Paraná. Era la ciudad más bonita que habías conocido hasta entonces.

Cuando destinaron a tu tío al, por entonces, recientemente creado Instituto de Estudios Filosóficos de Sao Paulo, tú te viniste con él. Yo ya llevaba en Sao Paulo varios años. Aún no nos conocíamos. Faltaban algunos meses. Pero allí estábamos tú y yo, en un país extranjero e inmenso como el océano.

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Yo vivía con mi padre en la calle José Antonio Coelho. Tú te instalaste en Doctor Amâncio de Carvalho. El apartamento de Hebe Amaral, con su estudio de baile de tango, estaba casi en la confluencia de ambas calles: la tuya y la mía.

Viviendo ya en España… hará unos 14 años, ¿te acuerdas de aquel día en que llegaste todo emocionado a casa y me comentaste lo de B’aires?

–Azul querida, –me contabas tomando mis manos entre las tu-yas– muy cerquita del apartamento de Hebe, allá en Sao Paulo, han abierto una gran escuela de tango: Tango B’aires. Sabías que yo había disfrutado tanto bailando el tango con Hebe, que cuando encontrabas un motivo para hablarme de este baile, te faltaba tiempo para hacerlo porque conocías perfectamente que ese comentario me haría feliz. Sí, Miguel, aunque no te lo dijera, yo percibía claramente que era tu manera de decirme que me amabas.

Gentileza Vallisoletango

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Tú siempre fuiste muy reservado. Hablabas lo justo, lo cual a mí, a veces, me enervaba. Yo necesitaba que me hablaras más. “No tengo nada que decir, ya lo hablas todo tú por mí”, me respondías. Tardé mucho en comprender esta manera tuya de ser, pero ahora entiendo que cuando yo hablaba eran también tus palabras, las sentías tuyas, hablábamos, sin duda, al unísono. Era otra forma de transmitirme tu callado amor por medio de mis propias palabras, que eran también las tuyas... Y ya ves, te lo cuento ahora que ya no puedes oírme ni escucharme.

Miguel, desde que nos instalamos en tu querida tierra de Valladolid, ¿recuerdas cuántas veces paseando juntos yo me marcaba unos pasos de tango y tú me decías ¡anda! no seas tonta? Y sin embargo, segui-damente, tú me canturreabas aquella letra de Coria Peñaloza:

Caminito cubierto de cardosla mano del tiempo tu huella borró yo a tu lado quisiera caer y que el tiempo nos mate a los dos.

Ahora comprendo que lo que me querías decir era que estar con-migo importaba más que nada. Vivos, o -como exige el guión del tango- sublimemente muertos, pero juntos. ¡Qué manera más extraña de mostrarme tu cariño! Pero así lo vi siempre, como cariño. Tal vez, yo entendí el ritmo del tango pero tú le robaste el alma. Ya, ya sé que si pudieras, me dirías que yo te contagié esta pena, pasión y emoción del tango.

¡Qué paradoja, Miguel! Deberías haber fallecido hace dos años y cuatro meses. El médico D. Cosme Ramos nos lo dijo bien claro: “Ni las medicinas ni la ciencia médica pueden hacer nada en esta situación. Sin embargo, dígame Miguel, ¿tiene Vd. alguna afición, algún deseo fuerte que quisiera ver cumplido?” Tú musitaste, vacilante, que no. Pero pronto corregiste con rotundidad: Sí, ¡quiero hacer realidad un deseo!

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–En ese caso, –terció D. Cosme– inténtelo desde ahora mismo con todas sus fuerzas y manténgame informado de los acontecimientos… si es que puede… ¡que seguro que podrá! –concluyó el médico ele-vando el tono de su animosa voz.

Miguel y yo, tras semejante e inusual pronóstico, y tras más de cuarenta años de dejar a Hebe allá en Sao Paulo, comenzamos a tomar clases de tango con la mayor entrega y dedicación que nos fue posible. Lo hacíamos con la asociación Vallisoletango que acababa de fundarse. Esta ilusión nos alargó la esperanza a los dos, y a ti, dos años y cuatro meses más de vida. Y es que el tango, Miguel, como tú me comentabas a veces, es el espejo de la vida misma donde cristalizan los sentimientos más encontrados del hombre como la unión y el éxtasis, la alegría y el dolor, el éxito y el fracaso.

¡Ah!, debo darte las gracias por animarme a bailar nuestro triste tango Azul, cuyas líneas ahora que aún te siento cercano te quiero dedicar:

Llorabas de amor tímida pasiónya te fuiste ilusión y llora mi corazón.

El consejo del médico en nuestro caso fue la mejor medicina posi-ble, ¿verdad Miguel? Te mantuviste vivo, activo, optimista y bailando tango durante dos años y cuatro meses más. Era el regalo que desde el primer momento, tras tu decisión ante el galeno, supe que deseabas hacerme. Continuaste siendo el alma de mi vida, a la vez que la vida de mi alma. Fue tu manera de decirme durante casi otros mil días: ¡Azul, te quiero!

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Alejandro RegineUmbe Aranguren

El libro consta de siete relatos cuyo hilo conductor es el tango. Son historias de amor, donde no falta la pasión, sueños y tragedia que todos experimentamos en nuestra vida. Su lectura es un agradable discurrir por páginas que suscitan preguntas, conforman imágenes y despiertan vivencias convirtiendo a los relatos en un gran texto connotativo y por tanto plenamente literario. Por otra parte, el planteamiento de los relatos, hace que el lector se implique en la realidad ficcionada y crezca en él la duda de si es el discurso narrativo el que apela a la letra del tango o si es el propio tango el que impone las idas y venidas de los personajes. Su título, Tango y Amor, son dos palabras con alma que entrelazan sus brazos y bailan con su cuerpo pegado al ritmo de los versos tangueros a la vez que enamoran al lector. Gricel, al armonizar la música con el mundo clásico y la letra del tango, hace del conjunto una original y exclusiva puesta en escena.El glosario lunfardo y la posibilidad que nos ofrece el autor de escuchar el listado de tangos mientras nos deleitamos con los relatos constituirá una experiencia inolvidable.

Tango

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ISBN: 978-84-943432-2-3