superación crisis bajomedieval

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Lectura. “La superación de la crisis de la Baja Edad Media marca el inicio de la modernidad europea, tras un siglo de grave depresión y trágicas conmociones. Durante el siglo XIV, desde 1130 y especialmente a partir de 1350, la economía atravesó una fase de recesión general que afectó a casi todos los países con algunas excepciones regionales que han permitido considerar un fenómeno compensatorio en que los problemas de unas zonas se corresponderían con las ventajas de otras. Pero el panorama se mostraba predominantemente desolador. Las grandes epidemias, como la famosa Peste Negra, habían provocado una auténtica catástrofe demográfica, que había incidido gravemente en la crisis generalizada. Pueblos abandonados, campos sin cultivar, ciudades empobrecidas eran imágenes habituales. Población, producción e intercambios habían sufrido un retroceso alarmante. Conflictos sociales, políticos y guerras frecuentes, tanto locales como internacionales, así la célebre guerra de los Cien años entre Francia e Inglaterra, completaban el sombrío cuadro. Pero hacía 1400 comenzó a manifestarse la salida de la crisis, empezando por algunas regiones de Italia y de la península ibérica – Portugal y Castilla – y a mediados del siglo XV la recuperación abarcaba ya la mayoría de los países europeos, con un importante núcleo de desarrollo centrado entre el norte de Italia y los Países Bajos. La expansión que entonces se iniciaba se mantendría en pleno auge hasta mediados del siglo XVI- lo que ha permitido hablar de ese periodo como del “bello siglo XVI”, en contraposición a las depresiones anterior y posterior. La reconstrucción de Europa, durante la segunda mitad del siglo XV, se basaba en un complejo conjunto de factores interdependientes que abarcaban el restablecimiento de la paz y el orden, el aumento de la población, la recuperación rural y urbana, la expansión mercantil, el incremento de la circulación de los metales preciosos y el desarrollo cultural. En pocas décadas la situación europea cambió sustancialmente. Factor esencial para la superación de la crisis fue el demográfico. Resulta indiscutible el aumento de población, evidente desde mediados del siglo XV y consolidados a comienzos del siglo XVI ( siempre en el marco de una alta mortalidad y especialmente elevada mortalidad infantil), esto permitió recuperar al filo del 1500 los niveles de población anteriores a la gran crisis bajo medieval. Al incremento natural se sumó el factor de movilidad que terminó de redondear el fenómeno de ayudar unas zonas a la repoblación de otras. Campos y ciudades comenzaron a salir de un largo periodo de letargo y retroceso. La reconstrucción rural, sobre todo, fue el elemento básico para el nuevo despertar, donde vivía y trabajaba tres cuartos del total de la población, y el resto dependía de ellos para su subsistencia. Más habitantes significaban más trabajadores y más consumidores y a la vez mayor producción en el campo se traducía en mayores posibilidades de crecimiento demográfico y mejores condiciones de vida de la población. El resultado fue una gran avance de las roturaciones, variando sensiblemente el paisaje. Sobre el amplio telón de fondo del mundo rural, anclado en la tradición, en apariencia estático por la lentitud de su evolución, las ciudades, algunas grandes como París, Nápoles, Venecia, Lisboa, Sevilla o Amberes, y las mayorías muy pequeñas como las alemanas, representaban el dinamismo y la pujanza del cambio y la innovación. Por otro lado, en el campo social, grandes mercaderes y banqueros, como los famosos Fugger, fueron junto a reyes y nobles personajes principales de la representación social de la época. Sobre todo en los países más avanzados, es notable la ampliación de las capas intermedias de la sociedad, gracias al crecimiento económico general. Sin embargo continuaba un gran contraste entre los sectores privilegiados y la gran mayoría de la población que vivía en condiciones precarias tanto en el campo como en las ciudades. Parecidos contrastes se producían en el ámbito cultural, entre unos pocos que podían disfrutar de las artes, ciencias y las letras y la gran mayoría que estaba marginada de esa participación. El Renacimiento de Europa supuso también una reorganización del poder político. El modelo por excelencia de la época se basaba en la superación de la disgregación feudal mediante la concentración del poder en manos del príncipe. La difícil salida a la crisis de la Baja Edad Media parecía requerir una mano firme que dirigiera el timón. Esto llevaba aparejado en la concentración territorial. “ ( María de los Ángeles Pérez Samper, Las claves de la Europa Renacentista 1453-1556, editorial Planeta, 1991, Barcelona. ( adaptación) Lectura. “La superación de la crisis de la Baja Edad Media marca el inicio de la modernidad europea, tras un siglo de grave depresión y trágicas conmociones. Durante el siglo XIV, desde 1130 y especialmente a partir de 1350, la economía atravesó una fase de recesión general que afectó a casi todos los países con algunas excepciones regionales que han permitido considerar un fenómeno compensatorio en que los problemas de unas zonas se corresponderían con las ventajas de otras. Pero el panorama se mostraba predominantemente desolador. Las grandes epidemias, como la famosa Peste Negra, habían provocado una auténtica catástrofe demográfica, que había incidido gravemente en la crisis generalizada. Pueblos abandonados, campos sin cultivar, ciudades empobrecidas eran imágenes habituales. Población, producción e intercambios habían sufrido un retroceso alarmante. Conflictos sociales, políticos y guerras frecuentes, tanto locales como internacionales, así la célebre guerra de los Cien años entre Francia e Inglaterra, completaban el sombrío cuadro. Pero hacía 1400 comenzó a manifestarse la salida de la crisis, empezando por algunas regiones de Italia y de la península ibérica – Portugal y Castilla – y a mediados del siglo XV la recuperación abarcaba ya la mayoría de los países europeos, con un importante núcleo de desarrollo centrado entre el norte de Italia y los Países Bajos. La expansión que entonces se iniciaba se mantendría en pleno auge hasta mediados del siglo XVI- lo que ha permitido hablar de ese periodo como del “bello siglo XVI”, en contraposición a las depresiones anterior y posterior.

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Lectura. “La superación de la crisis de la Baja Edad Media marca el inicio de la modernidad europea, tras un siglo de grave depresión y trágicas conmociones. Durante el siglo XIV, desde 1130 y especialmente a partir de 1350, la economía atravesó una fase de recesión general que afectó a casi todos los países con algunas excepciones regionales que han permitido considerar un fenómeno compensatorio en que los problemas de unas zonas se corresponderían con las ventajas de otras. Pero el panorama se mostraba predominantemente desolador. Las grandes epidemias, como la famosa Peste Negra, habían provocado una auténtica catástrofe demográfica, que había incidido gravemente en la crisis generalizada. Pueblos abandonados, campos sin cultivar, ciudades empobrecidas eran imágenes habituales. Población, producción e intercambios habían sufrido un retroceso alarmante. Conflictos sociales, políticos y guerras frecuentes, tanto locales como internacionales, así la célebre guerra de los Cien años entre Francia e Inglaterra, completaban el sombrío cuadro.

Pero hacía 1400 comenzó a manifestarse la salida de la crisis, empezando por algunas regiones de Italia y de la península ibérica – Portugal y Castilla – y a mediados del siglo XV la recuperación abarcaba ya la mayoría de los países europeos, con un importante núcleo de desarrollo centrado entre el norte de Italia y los Países Bajos. La expansión que entonces se iniciaba se mantendría en pleno auge hasta mediados del siglo XVI- lo que ha permitido hablar de ese periodo como del “bello siglo XVI”, en contraposición a las depresiones anterior y posterior.

La reconstrucción de Europa, durante la segunda mitad del siglo XV, se basaba en un complejo conjunto de factores interdependientes que abarcaban el restablecimiento de la paz y el orden, el aumento de la población, la recuperación rural y urbana, la expansión mercantil, el incremento de la circulación de los metales preciosos y el desarrollo cultural. En pocas décadas la situación europea cambió sustancialmente.

Factor esencial para la superación de la crisis fue el demográfico. Resulta indiscutible el aumento de población, evidente desde mediados del siglo XV y consolidados a comienzos del siglo XVI ( siempre en el marco de una alta mortalidad y especialmente elevada mortalidad infantil), esto permitió recuperar al filo del 1500 los niveles de población anteriores a la gran crisis bajo medieval. Al incremento natural se sumó el factor de movilidad que terminó de redondear el fenómeno de ayudar unas zonas a la repoblación de otras.

Campos y ciudades comenzaron a salir de un largo periodo de letargo y retroceso. La reconstrucción rural, sobre todo, fue el elemento básico para el nuevo despertar, donde vivía y trabajaba tres cuartos del total de la población, y el resto dependía de ellos para su subsistencia. Más habitantes significaban más trabajadores y más consumidores y a la vez mayor producción en el campo se traducía en mayores posibilidades de crecimiento demográfico y mejores condiciones de vida de la población. El resultado fue una gran avance de las roturaciones, variando sensiblemente el paisaje.

Sobre el amplio telón de fondo del mundo rural, anclado en la tradición, en apariencia estático por la lentitud de su evolución, las ciudades, algunas grandes como París, Nápoles, Venecia, Lisboa, Sevilla o Amberes, y las mayorías muy pequeñas como las alemanas, representaban el dinamismo y la pujanza del cambio y la innovación.

Por otro lado, en el campo social, grandes mercaderes y banqueros, como los famosos Fugger, fueron junto a reyes y nobles personajes principales de la representación social de la época. Sobre todo en los países más avanzados, es notable la ampliación de las capas intermedias de la sociedad, gracias al crecimiento económico general. Sin embargo continuaba un gran contraste entre los sectores privilegiados y la gran mayoría de la población que vivía en condiciones precarias tanto en el campo como en las ciudades. Parecidos contrastes se producían en el ámbito cultural, entre unos pocos que podían disfrutar de las artes, ciencias y las letras y la gran mayoría que estaba marginada de esa participación.

El Renacimiento de Europa supuso también una reorganización del poder político. El modelo por excelencia de la época se basaba en la superación de la disgregación feudal mediante la concentración del poder en manos del príncipe. La difícil salida a la crisis de la Baja Edad Media parecía requerir una mano firme que dirigiera el timón. Esto llevaba aparejado en la concentración territorial. “ ( María de los Ángeles Pérez Samper, Las claves de la Europa Renacentista 1453-1556, editorial Planeta, 1991, Barcelona. ( adaptación)

Lectura. “La superación de la crisis de la Baja Edad Media marca el inicio de la modernidad europea, tras un siglo de grave depresión y trágicas conmociones. Durante el siglo XIV, desde 1130 y especialmente a partir de 1350, la economía atravesó una fase de recesión general que afectó a casi todos los países con algunas excepciones regionales que han permitido considerar un fenómeno compensatorio en que los problemas de unas zonas se corresponderían con las ventajas de otras. Pero el panorama se mostraba predominantemente desolador. Las grandes epidemias, como la famosa Peste Negra, habían provocado una auténtica catástrofe demográfica, que había incidido gravemente en la crisis generalizada. Pueblos abandonados, campos sin cultivar, ciudades empobrecidas eran imágenes habituales. Población, producción e intercambios habían sufrido un retroceso alarmante. Conflictos sociales, políticos y guerras frecuentes, tanto locales como internacionales, así la célebre guerra de los Cien años entre Francia e Inglaterra, completaban el sombrío cuadro.

Pero hacía 1400 comenzó a manifestarse la salida de la crisis, empezando por algunas regiones de Italia y de la península ibérica – Portugal y Castilla – y a mediados del siglo XV la recuperación abarcaba ya la mayoría de los países europeos, con un importante núcleo de desarrollo centrado entre el norte de Italia y los Países Bajos. La expansión que entonces se iniciaba se mantendría en pleno auge hasta mediados del siglo XVI- lo que ha permitido hablar de ese periodo como del “bello siglo XVI”, en contraposición a las depresiones anterior y posterior.

La reconstrucción de Europa, durante la segunda mitad del siglo XV, se basaba en un complejo conjunto de factores interdependientes que abarcaban el restablecimiento de la paz y el orden, el aumento de la población, la recuperación rural y urbana, la expansión mercantil, el incremento de la circulación de los metales preciosos y el desarrollo cultural. En pocas décadas la situación europea cambió sustancialmente.

Factor esencial para la superación de la crisis fue el demográfico. Resulta indiscutible el aumento de población, evidente desde mediados del siglo XV y consolidados a comienzos del siglo XVI ( siempre en el marco de una alta mortalidad y especialmente elevada mortalidad infantil), esto permitió recuperar al filo del 1500 los niveles de población anteriores a la gran crisis bajo medieval. Al incremento natural se sumó el factor de movilidad que terminó de redondear el fenómeno de ayudar unas zonas a la repoblación de otras.

Campos y ciudades comenzaron a salir de un largo periodo de letargo y retroceso. La reconstrucción rural, sobre todo, fue el elemento básico para el nuevo despertar, donde vivía y trabajaba tres cuartos del total de la población, y el resto dependía de ellos para su subsistencia. Más habitantes significaban más trabajadores y más consumidores y a la vez mayor producción en el campo se traducía en mayores posibilidades de crecimiento demográfico y mejores condiciones de vida de la población. El resultado fue una gran avance de las roturaciones, variando sensiblemente el paisaje.

Sobre el amplio telón de fondo del mundo rural, anclado en la tradición, en apariencia estático por la lentitud de su evolución, las ciudades, algunas grandes como París, Nápoles, Venecia, Lisboa, Sevilla o Amberes, y las mayorías muy pequeñas como las alemanas, representaban el dinamismo y la pujanza del cambio y la innovación.

Por otro lado, en el campo social, grandes mercaderes y banqueros, como los famosos Fugger, fueron junto a reyes y nobles personajes principales de la representación social de la época. Sobre todo en los países más avanzados, es notable la ampliación de las capas intermedias de la sociedad, gracias al crecimiento económico general. Sin embargo continuaba un gran contraste entre los sectores privilegiados y la gran mayoría de la población que vivía en condiciones precarias tanto en el campo como en las ciudades. Parecidos contrastes se producían en el ámbito cultural, entre unos pocos que podían disfrutar de las artes, ciencias y las letras y la gran mayoría que estaba marginada de esa participación.

El Renacimiento de Europa supuso también una reorganización del poder político. El modelo por excelencia de la época se basaba en la superación de la disgregación feudal mediante la concentración del poder en manos del príncipe. La difícil salida a la crisis de la Baja Edad Media parecía requerir una mano firme que dirigiera el timón. Esto llevaba aparejado en la concentración territorial. “ ( María de los Ángeles Pérez Samper, Las claves de la Europa Renacentista 1453-1556, editorial Planeta, 1991, Barcelona. ( adaptación)