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28 de Enero de 2012 Paraninfo de la ULPGC SOLEMNE ACTO ACADÉMICO DE INVESTIDURA DE DOCTORES 2012 DE LA UNIVERSIDAD DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA La Universidad: ciencia e investigación frente a la crisis económica” DR. D. JUAN FRANCISCO CORONA RAMÓN

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28 de Enero de 2012Paraninfo de la ULPGC

SOLEMNE ACTO ACADÉMICO DE INVESTIDURA DE DOCTORES 2012DE LA UNIVERSIDAD DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA

“La Universidad: ciencia e investigación frente a la crisis económica”Dr. D. JUAN FrANCISCO COrONA rAMÓN

SOLEMNE ACTO ACADÉMICO DE INVESTIDURA DE DOCTORES 2012“La Universidad: ciencia e investigación frente a la crisis económica”DR. D. JUAN FRANCISCO CORONA RAMÓN

La Universidad: CienCia e investigaCión frente a La Crisis eConómiCa

JUan f. CoronaCatedrátiCo de eConomía apLiCada

reCtor Honorario de La Universidad abat oLiba CeU

La premisa mayor para evaluar la principal contradicción que anida en la Universidad actual se desprende de constatar la concurrencia de

opiniones contrarias, y aún contradictorias: las de los que nos movemos en su seno y las del resto de ciudadanos. Aquéllas y éstas son frecuentemente irreconciliables, y su disparidad está en el origen del tan traído y llevado “problema” de la Universidad y de su supuesta crisis permanente.

Para empezar a analizar el tema, hay que aclarar que al hablar de las dificultades de la Universidad nos estamos enfrentando a una contradicción básica, pues sólo es percibido como tal por los profesionales que trabajamos en ella, mientras que la mayoría de la población considera que a la Universidad no le pasa nada.

Por tanto, deberemos desentrañar por qué se da esta distinta percepción, resultado de la concurrencia de distintas apreciaciones de la Universidad, es decir, de su función académica y social, composición, estructura estamental y finalidades prioritarias y secundarias.

Primera cuestión. Si nosotros, que conocemos la Universidad, tenemos claro que algo le pasa, que es mejorable, y la sociedad piensa que no, ¿cómo se explica esta contradicción? Los economistas tenemos el vicio de buscar hipótesis o ideas que expliquen razonamientos más o menos racionales, en el sentido en el que los economistas entendemos la racionalidad. Y desde

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este punto de vista, la respuesta a esta primera cuestión es bastante clara: la sociedad no percibe la Universidad como un problema porque le pide muy poco, y esos mínimos exigidos los cumple perfectamente. Pero lo cierto es que, si analizamos punto por punto, la valoración que la sociedad hace de la Universidad obtendremos resultados muy desiguales. Hay aspectos que se valoran muchísimo, como por ejemplo la capacidad que tiene la Universidad de otorgar títulos. En nuestros días, una de las prioridades de los padres con respecto a la formación de sus hijos es el acceso a la enseñanza superior. Se valora muchísimo el paso por la universidad y la obtención de un título de licenciado.

La positiva valoración de la obtención de un título al final de los estudios contrasta vivamente con la de la institución que los expende, la Universidad (sea pública o privada), a la que se achaca carestía y excesiva duración de los estudios, objetivos abstractos, poco pragmatismo, excesivo envaramiento o autocomplacencia, lejanía entre la demanda social y la oferta académica, etc. Tampoco se valora en absoluto la implicación moral y el esfuerzo intelectual, el “coste de capital humano” (en términos economicistas), que hay detrás de cada plan de estudios.

Podríamos dar muchos ejemplos de este contraste que se da en la valoración de la Universidad y de cada una de sus funciones. Consideramos, por ejemplo, el tema de la investigación.

Circula la idea de que la investigación es extremadamente importante para la valoración social de las universidades. Se dice que la Universidad que tiene buenos profesionales y buenos equipos de investigación está mejor valorada. Esto no es así en absoluto. He colaborado en un estudio sobre la valoración social de la investigación universitaria y los resultados nos llevaron a concluir que es bajísima. Cuando se pregunta sobre los factores más importantes a la hora de escoger una Universidad, los docentes situamos la investigación en el tercer puesto pero, ni los alumnos, ni los padres, ni las empresas la colocan en un nivel tan alto de prioridades. La investigación, por tanto, es totalmente independiente de la valoración social y no figura en ningún baremo cualitativo.

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Por lo dicho, la primera cuestión que esgrimía arriba es la principal: hay una radical desvinculación entre la sociedad y la Universidad, consecuencia del desconocimiento mutuo y de la pérdida de sentido de algunos estudios universitarios tradicionales de origen (y a veces funcionamiento) medieval. Pero resulta que en la Edad Media, y hasta bien entrado el siglo XX, en la Universidad se matriculaban una parte muy pequeña de bachilleres, fuera cual fuera la selección natural, intelectual o económica. Quien accedía a los estudios superiores tenía, casi garantizada, una salida laboral digna, una formación sólida y una buena consideración social. Pero eran pocos, muy pocos. Actualmente el acceso masivo, poco menos que automático (la selectividad la aprueba el 90% de los matriculados), a la Universidad ha supuesto que aquellos estudios superiores sean apreciados como una continuación “natural” de la secundaria y se accede a ellos con iguales o parecidos métodos de estudio, actitud y motivación.

Gran parte del problema se explica también por la actual división en dos bloques (enseñanza no universitaria y universitaria), la anterior de las tres: Primaria, Secundaria y Universidad. Al igualar “por la base” los estudios, al suprimir un escalón que suponía un estímulo, un afán (también para los profesores, como sigue ocurriendo, por ejemplo, en Francia), se ha desmotivado en gran medida al potencial estudiantado universitario. Los futuros universitarios, además, están lastrados por las tropelías de la Reforma de la Enseñanza Secundaria, cuyos logros más llamativos son, entre muchos otros, que el alumno nunca repita curso, el ostensible desprecio de la formación humanística y la incomprensible descalificación de la memoria y la escritura, piedras sillares de cualquier disciplina. No se tiene una idea clara de lo que representa la institución universitaria, y éste es un problema serio que hace que el mal funcionamiento que desde nuestro punto de vista tiene la Universidad se tenga que analizar desde una perspectiva mucho más global.

La segunda cuestión es que cuando hablamos de Universidad hay que tener en cuenta a los tres agentes, o estamentos, implicados: el alumno, la sociedad y los profesionales universitarios.

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EL ALUMNO

El alumno presenta unas carencias muy graves. Si se matricula en Derecho, la tarea de la Universidad es ofrecerle conocimientos jurídicos y humanísticos, éticos, más generales, pero no técnicas o métodos de lectura, escritura o de razonamiento verbal, que ya debería haber adquirido antes de acceder a los estudios superiores. La idea de mejorar la enseñanza secundaria es esencial. Los alumnos deben llegar a la universidad con un nivel mínimo; de otro modo, no podremos hacer gran cosa.

Soy consciente de que la idea y su razonamiento no son novedosos, pero no por ello debemos dejar de insistir. La Universidad no es una academia ni debe tener como objetivo prioritario despertar o desarrollar las capacidades de razonar, redactar, exponer o argumentar. Esos procesos cognitivos, lógicos y retóricos ya deberían haberlos desarrollado en los grados de enseñanza previos.

Los alumnos tampoco llegan demasiado preparados por lo que respecta al trabajo en equipo. Se percibe la Universidad como trabajo individual, percepción que el paro ha reforzado, haciendo que los alumnos consideren los estudios como una competición para obtener el mejor curriculum. Trabajar conjuntamente y en grupo para obtener mejores resultados no es una idea demasiado extendida entre los universitarios. Nos cuesta mucho transmitirlo y hacerlo entender, seguramente porque tampoco se ha fomentado demasiado durante la secundaria.

La participación de los estudiantes es muy pasiva. Responden bien tomando apuntes, pero cuando tienen que hacer el esfuerzo personal de buscar bibliografía, asistir a una conferencia, hacer valoración de artículos de prensa…, entonces ya no dan tan buenos resultados, pues eso les obliga a trabajar, a tomar iniciativas y a asumir su responsabilidad, actitudes a las cuales no están acostumbrados. Esta deficiencia tiene su origen en el sistema de enseñanza, aunque también en el seno de las familias, que no han creado o incentivado esta responsabilidad en el estudiante.

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Creatividad e iniciativa individual. Los alumnos empiezan queriendo emular cualquier paradigma o arquetipo, pero cuando cursan segundo ciclo solamente aspiran a la consecución inmediata de un trabajo. Valga una anécdota: hace unos años, en una determinada Facultad de una determinada Universidad, puse un examen un poco diferente, y ésa ha sido la única vez que he tenido problemas con los estudiantes. Cuando vinieron a protestar argumenté que la materia se había explicado en clase y que las preguntas eran clarísimas; me respondieron que para contestar aquel examen ¡se tenía que pensar! Esta es la tónica general: la Universidad es una maquina de transmisión de conocimientos donde la actitud del alumno es predominantemente pasiva, y eso es lo que tenemos que cambiar si no queremos que la Universidad sea una absurda continuación del colegio.

La Universidad no fue sólo concebida para capacitar laboralmente, también debe dar conocimientos y herramientas que permitan madurar al estudiante, hacerle asumir sus responsabilidades e integrarlo socialmente. Para todo ello, el mejor aprendizaje es el de sí mismo: ayudarle a que conozca sus potencialidades y que las desarrolle y compruebe; aplicarle una suerte de mayéutica socrática que le lleve a preguntarse y, por ende, a conocerse. Sólo así podrá desarrollar exhaustivamente sus capacidades y en cualquier disciplina o área del conocimiento.

LA SOCIEDAD

¿Qué debe tener la sociedad para mejorar esta situación en la que nos encontramos?

En primer lugar, valorar adecuadamente la Universidad, el esfuerzo y el trabajo que implican la dedicación y la función de esta institución. Esto supone, en primer lugar, valorar la formación del personal docente e investigador. No se puede pensar que la Universidad es únicamente una herramienta para conseguir trabajo para los hijos, es mucho más que eso. Por eso la sociedad debe implicarse en la idea de que el alumno tiene que abandonarla no sólo con un título, sino con unos buenos conocimientos técnicos y humanísticos. Es muy triste que tengamos licenciados con

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currícula magníficos, pero incapaces de hablar y escribir correctamente en ninguna lengua.

A estos conocimientos se les viene llamando complementos de formación, no porque “completen” o abunden, sino porque aportan todo lo que no ofrecen los áridos programas y planes de estudios de las titulaciones específicas. No se trata meramente de dar una “formación transversal”, sino que debemos preocuparnos estrictamente de desarrollar las capacidades innatas de los estudiantes, dedíquense a lo que se dediquen durante sus estudios universitarios o una vez licenciados y socialmente insertados.

En segundo lugar, no puedo dejar de insistir en que la sociedad y sus representantes deben presionar para introducir mejoras en el sistema educativo básico. Es decir, mientras los alumnos lleguen como llegan, no podemos hacer demasiado. Esto significa que la presión debe empezar mucho más abajo, sin que eso quiera decir que estemos eludiendo el problema. La mejora de la Universidad no excluye que tengamos que mejorar mucho la formación básica. El nivel de llegada de los alumnos, comparado con la evolución histórica de los últimos años, es preocupante.

En este sentido, no estaría de más que la Universidad implementase su relación con la enseñanza secundaria, ya fuera estableciendo nuevas modalidades de jornadas de puertas abiertas, ya organizando ciclos de conferencias en los centros, difundiendo informativamente sus estudios y actividades, combinando la enseñanza presencial con la virtual, etc.

Para cerrar este punto, quisiera remarcar la importancia, la necesidad de implicarse en el funcionamiento de la Universidad. La sociedad se queja de que la Universidad no proporciona la formación que debiera. La cuestión es cuál sería esa formación. Me gustaría mucho que hubiera una implicación clara y directa, porque cada cual argumenta una cosa diferente: unos quieren más clases teóricas, otros piden más clases prácticas. Tenemos que ver, pues, qué se pide en la Universidad y cuál es la demanda social.

Y si antes he indicado que se debiera cuidar el ingreso desde la secundaria, digo ahora que no es menos importante preocuparnos por la habilitación

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laboral o social, mediante la puesta en marcha de posgrados, master y afines que completen los estudios y los adecuen a la demanda social. Porque si reparamos en las ultimas estadísticas, los estudios que han sufrido más la crisis son los “clásicos”: derecho, ciencias (en todas sus ramas), letras y algunas ingenierías.

LA UNIVERSIDAD

La Universidad debe adaptarse a las necesidades de los tiempos. No puede seguir su camino independientemente de lo que pasa en el mundo. Eso no implica, no obstante, una adaptación directa de mercado. No, eso no es la Universidad; eso sería una academia, un centro de formación. Es decir, y con matices, tenemos que estar con lo que nos piden los tiempos, pero sin olvidar que estamos hablando de una institución con una tradición milenaria que debemos mantener.

En segundo lugar, la Universidad debe primar también la capacidad docente, tan olvidada en los últimos tiempos. La capacidad de enseñar de un profesor, es decir, que sea buen o mal profesor, no se valora en general en la carrera académica. En ambos casos se discrimina por su capacidad de investigación, pero no olvidemos que la Universidad implica la transmisión fluida, fiable y convincente de conocimientos, tarea que únicamente corresponde al profesor. Un buen docente es lo mejor que puede tener el alumno, porque es una de las pocas vías que tiene para entusiasmarse por una determinada materia o disciplina.

En cuanto a la investigación, es obvio que se tiene que valorar, porque una Universidad basada sólo en la docencia no sería una Universidad. Quiero dejar clara la diferencia entre la investigación aplicada y la investigación básica, que puede dar mucho prestigio pero que no tiene ninguna aplicación. Es muy importante primar la investigación que tenga efectos prácticos y aplicaciones concretas y directas con las necesidades de nuestra sociedad.

Baste ver como se ha desarrollado el programa I+D en los últimos años para darnos cuenta de hasta qué punto es necesario ese esfuerzo de

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pragmatismo investigador. Y así como la orientación del estudiante a la hora de elegir estudios superiores ha ido variando, también los campos de investigación evolucionan constantemente.

También tenemos que incentivar la formación humana e integral. El objetivo de la Universidad no es fabricar profesionales, sino colaborar en la formación de personas que sean al mismo tiempo bueno profesionales.

Recapitulando, se ha dicho básicamente que las tareas de la Universidad son tres: formación del alumnado, investigación, preparación o habilitación profesional. Yo añadiría algo más: formación del alumno, sí, pero aquilatada, es decir, formación integral. En segundo lugar, la investigación, también, evidentemente, pero con prioridad de investigación aplicada. En tercer lugar, preparación y habilitación de la formación profesional, pero hay que matizar que no debería basarse únicamente en las demandas actuales del mercado, sino que debería de anticipar un poco el futuro. Es decir, no ser cliente directo del mundo económico y las empresas, sino anticipar y prever las necesidades.

Y, por ultimo, añadiría una cuarta función de la Universidad, que se olvida con frecuencia. La Universidad debe ser un centro de debate y un semillero de nuevas ideas. La historia nos demuestra que los adelantos que se han producido básicamente en la cultura occidental y en los últimos siglos han salido de la Universidad. Y no me refiero únicamente a adelantos tecnológicos, sino también a los sociales, a los políticos, a la propia democracia. En definitiva, ésta es una tarea que debe asumir la Universidad y que no debe olvidar el beneficio de otras funciones más directas y fáciles de vender a la sociedad.

La propia etimología de la Universidad la aleja de la concreción roma, del pragmatismo miope y del resultadísimo a toda costa.

Maquetación y fotos:Gabinete de Comunicación ULPGC

Febrero 2012