sociología después del holocausto, sigmund bauman

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Modernidad y Holocausto Zygmunt Bauman LA SOCIOLOGÍA DESPUÉS DEL HOLOCAUSTO Para la sociología, en tanto teoría de la civilización, consideramos que existen dos formas erró-neas de mirar el Holocausto. Una es considerándola como una historia que involucra únicamente a los judíos, es decir, como algo que no forma parte de aquello que involucre factores medulares del desarrollo social en su totalidad, sino que simplemente es un dato accesorio; intrascendente. Aquí destacamos en antisemitismo en general, con toda su progresión sistemática, global y dis- ciplinada por parte de la Europa cristiana a lo largo de los tiempos. Representaría entonces algo patológico y por ningún motivo un reflejo de la posibilidad de algo normal en la sociedad: por lo tanto no merece ser estudiado en profundidad. Una segunda opción sería que nos fuéramos al otro extremo y consideráramos el Holocausto como algo “natural”, pero primitivo, de toda so-ciedad de cualquier época: sólo es un hecho más de una línea definida de ocasiones de agresión a lo largo de la historia. Pensarlo como algo “único”, pero normal o esperable en definitiva. En ambos casos consideramos que se comete el mismo error: se piensa que la sociedad moderna va por buen camino (en general) y que su civilización, en tanto es desarrollo humano en parte moral, va cada vez mejor y éste hecho sólo representa algo que “no es parte de ella” pero que de modo que ocurrió debe tratar de ser evitado. La bomba queda desactivada. El hecho no forma parte de la teoría social en sí, sólo es un paréntesis que “no corresponde” a los ciuda-danos que la modernidad “pretende formar”. El error cometido entonces es una postura de ab-soluta autocomplacencia y orgullo para con la práctica sociológica. Hugues nos trata de enseñar que, de encontrar y enumerar las variables determinantes que generaron la tendencia a tales comportamientos “sucios” entonces estaríamos en instancia de

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Modernidad y HolocaustoZygmunt Bauman

LA SOCIOLOGÍA DESPUÉS DEL HOLOCAUSTO

Para la sociología, en tanto teoría de la civilización, consideramos que existen dos formas erró-neas de mirar el Holocausto. Una es considerándola como una historia que involucra únicamente a los judíos, es decir, como algo que no forma parte de aquello que involucre factores medulares del desarrollo social en su totalidad, sino que simplemente es un dato accesorio; intrascendente. Aquí destacamos en antisemitismo en general, con toda su progresión sistemática, global y dis-ciplinada por parte de la Europa cristiana a lo largo de los tiempos. Representaría entonces algo patológico y por ningún motivo un reflejo de la posibilidad de algo normal en la sociedad: por lo tanto no merece ser estudiado en profundidad. Una segunda opción sería que nos fuéramos al otro extremo y consideráramos el Holocausto como algo “natural”, pero primitivo, de toda so-ciedad de cualquier época: sólo es un hecho más de una línea definida de ocasiones de agresión a lo largo de la historia. Pensarlo como algo “único”, pero normal o esperable en definitiva.

En ambos casos consideramos que se comete el mismo error: se piensa que la sociedad moderna va por buen camino (en general) y que su civilización, en tanto es desarrollo humano en parte moral, va cada vez mejor y éste hecho sólo representa algo que “no es parte de ella” pero que de modo que ocurrió debe tratar de ser evitado. La bomba queda desactivada. El hecho no forma parte de la teoría social en sí, sólo es un paréntesis que “no corresponde” a los ciuda-danos que la modernidad “pretende formar”. El error cometido entonces es una postura de ab-soluta autocomplacencia y orgullo para con la práctica sociológica.

Hugues nos trata de enseñar que, de encontrar y enumerar las variables determinantes que generaron la tendencia a tales comportamientos “sucios” entonces estaríamos en instancia de evitar que estos comportamientos volvieran a ver la luz. Hele Fein continuó éste discurso a través de análisis estadísticos varios y se llegó a una conclusión que deslegitima, en parte, la tradición ortodoxa de la sociología. Pero hasta ahora el resultado es el mismo de siempre: se sigue pensando el Holocausto como producto de una “suspensión temporal” del imperio de la civilización, es decir, como algo que “no forma parte de ella” pero que ocurrió debido a la acu-mulación de factores específicos que le permitieron existir. Se piensa que es un fallo y no un producto de la modernidad (§ 25). Por otro lado Nechema Tec buscó analizar cómo es que per-sonas fueron capaces de abandonar su seguridad para ayudar al prójimo en conflicto. Sorpren-dentemente llegó a la conclusión de que nadie actuó por estar “pre-determinado socialmente” sino mediante actos absolutamente naturales. Actitudes netamente espontáneas. Entonces nos encontramos con una contradicción: por un lado se piensa que esto fue producto de un rasgo primitivo del hombre pero por otro lado alguien propone que fue ese mismo “instinto natural” el que llevó a otros a resguardar del prójimo.

No debemos pensar que es algo habitual, pero tampoco que resulta ser la verdad de la raza humana. Veremos cómo la idea es entenderlo como una posibilidad dentro del prototipo de persona propia de la modernidad: y que no está ajeno a ella, es parte de su propia producción.

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El Holocausto como prueba de la modernidad

Las entrevistas de un periodista de Le Monde nos permitirá llegar a dilucidar un primer aspecto clave sobre la cuestión del Holocausto. Al entrevistar varias parejas que habían sido secuestra-das se percató de que casi la totalidad de éstas se divorció luego de “vivir” la experiencia. Dicen haber conocido “otra faceta de su pareja” que no les agradó y entonces prefirieron cortar las re-laciones. Pero entonces ¿a caso una cara es la verdadera y otra es la falsa? Pues no creemos eso. Ambas viven dentro de las posibilidades de las personas, pero el contexto es el que incitará a que una, y no otra, de las dos se manifieste. Lo mismo ocurrió, desde una perspectiva histórica y sociológica, con la civilización moderna: se mostró su otra cara de la moneda, la personalidad oculta; todo gracias a que el contexto permitió que esto ocurriera. Ambas posturas coexisten con toda comodidad dentro del mismo cuerpo (de la modernidad)(§ 28).

Nechema Tec ya nos adelantaba con su propio estudio que “es imposible” descubrir por adelantado las señales o síntomas, o indicaciones, de una predisposición individual específica frente a una situación límite. Fuera del contexto nunca sabremos qué hace despertar la otra dua-lidad.

Debemos entender entonces que todo lo que ocurrió en el Holocausto fue perfectamente “normal” para su época. Se llevo a cabo en línea con toda la responsabilidad racional y tecnoló-gica de ese entonces. Todo lo que se hizo se ajustó perfectamente a lo que se acostumbraba ha realizar. El teólogo Richard Rubenstein piensa que sólo fue parte del progreso de la civilización, y lo dejó de manifiesto explícitamente en el simposio “La Sociedad Occidental después del Ho-locausto”, donde trató de explicar que él pensaba que nada de lo que ocurrió en Alemania en aquella época violaba los preceptos básicos de la racionalidad técnica de Weber. El espíritu ra-cional, la eficiencia y la eficacia, la mentalidad científica y la relegación valórica a la subjetivi-dad, nada de eso fue violado por los “excesos” cometidos por los nazis. Los tecnócratas alema-nes jamás violaron los ideales del imperio de la razón de Weber que hasta el día de hoy siguen vigentes. Es más, aquel momento histórico es todo un éxito frente a los desafíos industriales y tecnológicos propuestos en la época.

Entonces, cuando nos percatamos que no han desaparecido ninguna de las “condiciones sociales” que permitieron que Auschwitz se llevara a cabo, entra inmediatamente en nosotros una tremenda angustia. Incluso hasta el día de hoy la ONU considera como válido el genocidio con motivos de “defensa de Estado territorial”. El Holocausto entonces, proponemos, es aquello que nos permite conocer la “otra faceta” que la sociedad moderna construye y esconde hoy en día. El Holocausto siempre será una de las posibilidades ocultas de la civilización moderna.

El significado del proceso civilizador

Todas las construcciones teoréticas que existen hoy en día dentro del folklore de la sociología y la historia se fundamentan en la misma base etiológica: la humanidad surge desde la barbarie pre-social hasta la civilización racional que logra domesticar el animal que llevamos dentro; de-bemos lograr cada vez más con cada vez menos; todo problema humano tiene solución desde lo único que es problema realmente: la política. Si evoluciona la política y la razón entonces todo mejora. Desde éste mito masificado el Holocausto sólo puede entenderse como un fracaso de la civilización, y ¿por qué? Pues porque falta crear más civilización aún. El proceso civilizador aún

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no llega a su término y se necesita un mayor esfuerzo para lograrlo. En general, el mito nos en-seña que vamos en la dirección correcta pero que no con la suficiente rapidez (§ 34).

Pero existe una interpretación alternativa que es mucho más creíble, y ésta consiste en que el Holocausto sí es producto de la modernidad, ya que desenmascara la, muchas veces, in-creíble fragilidad del ser humano en su naturaleza. Esto lo afirmamos con seguridad ya que, como enseña la historia, el Holocausto no podría haberse llevado a cabo sin la tecnología, orga-nización y economía efectiva que la razón permite; la razón fue condición necesaria, pero no suficiente. Por lo tanto no es un problema de la razón, sí lo es la época moderna en general.

Son cuatro las cuestiones indispensables que se necesitaron para que el Holocausto se llevara a cabo: por un lado lo administrativo, lo Burocrático, aquello que aporta las meticulosas planificaciones y organizaciones; por otro está lo militar, lo cual aporta con la disciplina, insen-sibilidad y destrucción; también tenemos lo industrial, que permitió la eficiencia y eficacia en calid contable y funcional; finalmente tenemos la propia ideología nazi, que cimentó el “idea-lismo” mismo y su respectiva manipulación en el creer que “todo se hace por una misión”. Todo se realizó por mero cumplimiento del deber, de las leyes y de lo que estaba impuesto de manera racional y organizada. Basta con señalar que la oficina de la SS encargada de la destrucción de judíos se denominaba “Sección de Administración y Economía”. Debemos entonces, llenos de náuseas, reconocer que todo esto no era más que mero trámite legal.

Como podemos ver todo era mera formalidad (después de todo la burocracia sólo nos en-trega eso: formalidades. Todo se hacía “para cumplir con un objetivo”, y para que esto se llevara a cabo estaban todos los pasos previamente establecidos y delimitados. No había coherencia mo-tivacional ni malas intenciones, sí habían reglas estrictas y tareas por cumplir. El motivo del Holocausto entonces no es “intencional” sino meramente “funcional”. Se propuso un objetivo y se buscó, burocráticamente, la mejor forma de llegar ha cumplirlo.

¿Cuál era ese objetivo? Sin duda liberarse de los judíos y que los territorios de Reich fueran limpios de judíos (judenfrei); pero jamás explicitó cómo haría esto. Tomado ya el obje-tivo tenemos dos fases iniciales de evolución definidas por criterios estrictos de eficiencia y efi-cacia según las situaciones. Primero, cuando el impero no era tan grande aún, se limitaron a tras-ladar a los judíos a otros lugares. Pero cuando el territorio nazi se hizo cada vez mayor la cosa cambió. Los gastos y problemas organizativos que implicaban exiliar a tantos judíos autóctonos terminó por llevarlos ha tomar la decisión de matarlos. Esto, sin duda, era mucho más eficiente, eficaz y efectivo en pos del cumplimiento del objetivo general. Tomada ya ésta decisión el resto “sólo fue mero trámite burocrático de Estado cualquiera”. Simple rutina.

Fue, sin duda, la razón la que permitió que se creara Auschwitz. Fue la decisión más ra-zonable en función de lo que permitía mejorar la proficiencia de los procesos. De hecho, el Ho-locausto, en ningún momento de toda su realización, entró en conflicto con los principios racio-nales previamente dispuestos. Fue la Burocracia la que permitió parir a Auschwitz. No preten-demos afirmar que “es culpa” de la Burocracia lo que ocurrió, si deseamos expresar que, lamen-tablemente, ningún criterio racional burocrático está exento de que éste fenómeno ocurra. Para la Burocracia, en tanto racionalidad técnica administrativa, la sociedad sólo es un objeto a orga-nizar: dentro del gran jardín deben cuidarse las plantas buenas y “sacar” las malas. La Burocra-cia crea la ingeniería social y con ello una fría teoría que busca el control de la civilización.

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Producción social de la indiferencia moral

Sin lugar a dudas que de la defensa del doctor Servatius ante Eichmann podemos sacar una im-portante conclusión: las acciones no tienen ningún valor moral intrínseco y tampoco son Inma-nentemente morales. La valoración moral es algo externo a la acción, algo que se establece siguiendo unos criterios distintos a los que guían e informan la acción (§ 40). En vista entonces de esto podemos dar al Holocausto otra mirada, una nueva interpretación. Estudios y testimo-nios reafirman la idea de que las personas de la SS estaban, en su mayoría, cuerdos y que no actuaban de manera tan “a-normal”. Ellos podrían haber pasado cualquier examen psiquiátrico moderno con éxito. No eran personas torcidas, malvadas o sádicas, sí eran personas sumidas en una tétrica y caótica indiferencia moral.

Pero ésta conclusión, de que sociológicamente no existe patología alguna por parte de la mayoría de los funcionarios de la SS, es moralmente perturbadora. ¿Cómo es que ocurrió esto? Hannah Arendt nos comenta que “es probable que ellos se propusieran, inicial y globalmente, desapegarse del instinto de piedad animal”. Y esto en ambos extremos, es decir, no se permitía que una persona sintiera pavor de lo que hacía, ni tampoco que lo disfrutara demasiado: la inhi-bición de la animalidad corría en ambos extremos. Esto es, en su expresión más aterradora, el fenómeno de impersonalidad empresarial propuesto por la Burocracia de Weber. En base a una supuesta “objetividad” creada por la organización, las acciones dejaron de ser carga para el es-tado emocional y comenzaron a alienarse con el “deber mismo”; con lo que estaba escrito. La sangrienta historia escrita por el Holocausto no es producto de un fanatismo ideológico, sino de lealtad ciega hacia una “organización”.

Pero ¿cómo lograron crear a éstas ciegas máquinas de trabajo? Herbert Kelman nos co-menta que, posiblemente, se siguieron tres pasos rigurosos. Primero la creación de disciplina or-ganizativa en base a un inculcar respeto hacia las autoridades: todo se hace porque el departa-mento legal y competente “así” lo ha estipulado. Segundo está la cuestión de sumergirlo en una sugestionante y enviciante rutina: la exactitud de cada acción y la literalidad de las normas no debe dejar espacio para hacer nada que no se haya facultado y escrito por la misma organiza-ción. La tercera cuestión es fundamental, ya que hace que el Holocausto se diferencie, más allá de la rutina y la autoridad, de todas las organizaciones que conocemos hoy en día, y consiste en lograr que las víctimas se deshumanicen completamente: para que obedezcan y formen parte de la proficiencia de los métodos ha seguir. Incluso las víctimas tenían la opción de usar su propia razón hasta el final. El tema está en que se les sugestionaba, mediante días completos viajando entre la inmundicia, ha optar por ir a las “duchas” del campo, manipulándolos al punto de lograr que ellos mismos optaran por el suicidio. Este tipo de comportamiento exige, del funcionario, “una elevada disciplina moral y la negación de uno mismo” (§ 44). Si los tres requisitos están cumplidos en todo ámbito, podemos decir que se ha logrado implantar el modelo de “honor del funcionario” del que habla la Burocracia de Weber.

A través de la razón, tanto en funcionarios internos como en víctimas, la SS logró que todo calzara con sus propios objetivos. Así como la mano de midas transformaba todo en oro, todo aquello que pasaba por la administración de la SS y caía en dentro su órbita terminaba por hacerse parte de su cadena interna de órdenes y haciéndose partícipe de todas sus reglas, exento de todo juicio moral propio.

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Producción social de la invisibilidad moral

Pero la mayoría de los burócratas de la SS no formaban parte del campo de Auschwitz direc-tamente, muchos ejercían el poder desde los escritorios. Sale a la luz entonces una de las cues-tiones más siniestras del Holocausto: gran parte de los funcionarios que permitían que los geno-cidios masivos ocurrieran sólo andaban en conferencias y escribiendo papeles, jamás encerraron ni dispararon a nadie. Ésta absoluta desvinculación directa con las víctimas hacía, indudable-mente, que no se sintieran parte moralmente de las matanzas.

Pero ¿cómo fue posible esto? Basta tan solo con ilustrar dos ejemplos. Imagine una gran cantidad de funcionarios feliz porque mandaron desde fuera ha producir más armamento militar, ello les permitirá ganar más dinero: pero ahora imagínelos sintiéndose tristes por ver cómo los africanos se matan entre ellos. Imagine ahora compradores que están felices porque han bajado los precios de costo de muchas marcas en las tiendas: ahora imagínelos sintiéndose tristes por ver cómo en China, India y África la masa trabajador muere de hambre. El punto común en am-bos ejemplos es que, en sus inicios, existe una gran distancia entre las intenciones y las realiza-ciones prácticas y el espacio entre las dos está plagado de una multitud de actos pequeños y ac-tores intrascendentes. El “hombre intermedio” esconde los resultados de la acción de la vista de los actores (§ 47).

Entonces se produce, dese la burocracia, una situación lamentable: desde arriba la jefatura no reconoce su error porque “jamás tiene contacto directo” con nada de lo que aprueba y, desde abajo, ningún trabajador reconoce su falta porque las órdenes siempre “vienen desde arriba”. Por ejemplo, al principio los soldados disparaban directamente a las víctimas. Pero con el tiempo fueron alejándolos de ellas, de modo que la relación disparar/matar se hiciera cada vez menos “obvia”. Llega entonces el milagro de la ingeniería de la época: la cámara de gases. A través de ellas se logró, exitosamente, que ya nadie tuviera contacto directo con las víctimas. Vemos cómo el aumento de la distancia psíquica y física ocasiona que el significado moral de los actos se diluya: no hay relación entre la decencia moral y las consecuencias de los actos. Ya no hay opinión ni pensamientos personales, sólo existe el “universo de las obligaciones” (Helen Fein). Éste es su ethos.

Consecuencias del proceso civilizador

La sociología nace en mímesis con respecto a su propio objeto de estudio. Desde allí, casi pro-ducto de la imaginación, nacen sus propios discursos. Es por dicho motivo que la “moralidad humana” resulta algo tan difícil de cohesionar con su lógica interna, cosa que no ocurre, por ejemplo, cuando hablamos de Economía o Burocracia. Pero debe ser tomada en cuenta, ya que en el transcurso del desarrollo de la teoría de a civilización es inevitable, casi imposible, que no se topen con críticas relacionadas a la ética que sustenta la motivación de algunas acciones. Pero para lograr esto hemos de renunciar al “absoluto racionalismo” que impera hoy dentro del rubro. Parece ser que para lograr una economía racional de comercio más eficaz debemos desapegar-nos cada vez más de la solidaridad, el respeto recíproco y la empatía. Este efecto silenciador de la Burocracia debe ser evitado, sólo de ésta forma se logrará implantar un modelo que apele a la suspensión de impulsos anti-sociales y violentos, que logren la paz, sin caer en el reduccionismo racionalista que pretenda predecir o anticipar a los mismos. Estos siempre formarán parte del proceso emancipador de la razón. Hablar de razón no evita referirnos a la violencia.