sobre don quijote auténtico y apócrifo

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EL QUIJOTE APÓCRIFO "Alonso Fernández de Avellaneda" Prólogo al lector José Antonio Millán La historia es bien conocida: en 1614, nueve años después de la aparición de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, vio la luz con pie de imprenta de Tarragona un libro titulado Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. La obra se presentaba con una continuidad perfecta con su antecesora: "contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras", lo que se contradecía desde luego con su autoría confesa: "Compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas". En el momento de la aparición de la obra de Avellaneda, el Quijote disfrutaba de un éxito notable (aunque en absoluto era la más famosa de su época): acumulaba casi una decena de ediciones y tenía ya traducción al inglés y al francés. La verdad es que Cervantes había dejado la puerta abierta a una continuación: su libro terminaba "con esperanza de la tercera salida de don Quijote", y añadía (conscientemente o no) una invitación a cambiar de autor, bajo la forma de un verso del Orlando furioso: "Quizá otro cantará con mejor plectro [púa para tocar instrumentos de cuerda]". El libro de Avellaneda comienza pidiendo guerra desde el mismo prólogo: "Como casi es comedia la historia de Don Quijote de la Mancha", y en pocas líneas se deshace en insultos a Cervantes: viejo, manco, orgulloso, deslenguado..., y sin cambiar de página le acusa de haber ofendido a dos personas: a 1

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EL QUIJOTE APÓCRIFO

"Alonso Fernández de Avellaneda"

Prólogo al lectorJosé Antonio Millán

La historia es bien conocida: en 1614, nueve años después de la aparición de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, vio la luz con pie de imprenta de Tarragona un libro titulado Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. La obra se presentaba con una continuidad perfecta con su antecesora: "contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras", lo que se contradecía desde luego con su autoría confesa: "Compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas". En el momento de la aparición de la obra de Avellaneda, el Quijote disfrutaba de un éxito notable (aunque en absoluto era la más famosa de su época): acumulaba casi una decena de ediciones y tenía ya traducción al inglés y al francés. La verdad es que Cervantes había dejado la puerta abierta a una continuación: su libro terminaba "con esperanza de la tercera salida de don Quijote", y añadía (conscientemente o no) una invitación a cambiar de autor, bajo la forma de un verso del Orlando furioso: "Quizá otro cantará con mejor plectro [púa para tocar instrumentos de cuerda]". El libro de Avellaneda comienza pidiendo guerra desde el mismo prólogo: "Como casi es comedia la historia de Don Quijote de la Mancha", y en pocas líneas se deshace en insultos a Cervantes: viejo, manco, orgulloso, deslenguado..., y sin cambiar de página le acusa de haber ofendido a dos personas: a quien escribe "y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras", larguísima perífrasis que descubre más que enmascara al entonces enemigo de Cervantes, Lope de Vega. El resto de la historia también es bien sabida: Cervantes conoció la continuación apócrifa cuando estaba redactando la Segunda parte, que publicó en 1615 (firmada "por Miguel de Cervantes Saavedra, autor de su primera parte"), y que está extraordinariamente influida por las peripecias del caballero y el escudero avellanedescos. ¿Quién era Avellaneda? Por supuesto, ni se llamaba así, ni era de Tordesillas. Los debates sobre su identidad se encabalgan a lo largo de varios siglos, durante los que se han dado un centenar de respuestas diferentes. La más famosa es la de Martín de Riquer, que quiere reconocer en el galeote Ginés de Pasamonte del Quijote (1 XXII) al soldado aragonés Gerónimo de Pasamonte, que compartió acciones militares y cautiverio con Cervantes, que escribió su autobiografía y que, ofendido por el trato que le dispensó Cervantes en su obra, se habría travestido de Avellaneda.

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Cervantes debía de saber muy bien quién era el autor de la continuación de su novela, y mucha gente de la época también; tanto, que nadie consideró necesario consignarlo por escrito (como ocurre hoy con la identidad de amantes de personajes encumbrados). Semejante dato, pues, no nos ha llegado, para satisfacción de incontables eruditos que podrán seguir ofreciéndonos páginas fascinantes al respecto. Además, a cuatro siglos de distancia, las claves pueden estar notablemente oscuras, y más por proceder de una época con gusto por la cifra y el ocultamiento. El mismo pseudónimo del autor, ¿no empezará ya remitiendo al "avellanado" del prólogo de Cervantes a la Primera parte? Estas páginas introductorias quieren proponer una lectura literaria de la obra. Ésta no es una edición filológica, ni anotada, y su prólogo sólo intenta ser la voz de un lector de Cervantes y de otros autores del Siglo de Oro que propone al lector actual algunas vías de acceso a una obra que está en el centro de un complejo nudo de tensiones históricas y literarias. Acercarse al Quijote (al Quijote "de verdad", al de Cervantes), bajo la espesa capa de erudición e interpretaciones que le oprime, es ya muy difícil: decía el Menard borgiano que "la gloria es una incomprensión y quizá la peor". De modo que imagínese el lector la dificultad de entrar en el de Avellaneda, una obra "apócrifa", "rencorosa", "inferior", una obra que —de creer a sus exégetas— empobrece a los personajes de Cervantes, y, por tanto (dado que estos son una encarnación del "ser español" o —todavía más— de lo "espiritual" y "material" del ser humano), resulta una caricatura de todo lo que hay de elevado... Lo curioso es que la mayor parte de la crítica anti-Avellaneda, por ejemplo el juicio sobre los personajes del falso tordesillesco, no hace sino seguir la que formula el mismo Cervantes en su Segunda parte. Así, para el personaje Don Álvaro Tarfe, el Sancho falso "más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso" (2 LXXII). Pero recordemos que es injusto comparar al caballero y escudero de Avellaneda con los muy desarrollados personajes de la Segunda parte cervantina (a cuyo crecimiento contribuyeron), sino, en todo caso, con sus antecesores de la Primera parte. Y ya que ha surgido el nombre de Álvaro Tarfe, llamaremos la atención sobre este personaje, porque resume muy bien el eco del apócrifo en Cervantes. En la novela de Avellaneda, Tarfe aparece tempranamente y se convierte en una especie de hilo conductor. Pues bien, Cervantes le introduce en el capítulo LXXII de su Segunda parte (¡robando así a un personaje al ladrón de Avellaneda!), con el exclusivo fin de desautorizar a su primitivo creador. Pero al hacerlo mediante un subterfugio narrativo (don Álvaro se ha encontrado antes con los falsos Quijote y Sancho) da carta de realidad en su ficción no sólo al ajeno Tarfe, sino a los mismos Quijote y Sancho espúreos, y a la propia obra de Avellaneda "recién impresa". ¡La fusión de los universos narrativos ha consumado una extraña realidad cuántica por la que deambulan, sin rozarse, dos versiones distintas de toda una serie de personajes! Y cuando entran en confrontación ("el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas"), el Tarfe cervantino toma partido, sobre bases que sólo

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pueden ser literarias: "Por Dios que lo creo —respondió don Álvaro—, porque más gracias habéis dicho vos, amigo, en cuatro razones que habéis hablado que el otro Sancho Panza en cuantas yo le oí hablar, que fueron muchas" (2 LXXII). Un digno remate de esta situación habría sido (y aquí sólo podemos dar la razón a Nabokov) que la Segunda parte cervantina hubiera terminado con el duelo entre ambos Quijotes... Al lector desprejuiciado y curioso (el lector por antonomasia) que se acerque a esta obra le espera una sorpresa. Desde las primeras páginas se verá ante una obra bien escrita, muy divertida, desvergonzada... y asombrosamente respetuosa con la de Cervantes. Respetuosa porque es perfectamente coherente con el hilo argumental de la primera entrega, y hace un buen ejercicio de continuación. Si prescindimos del prólogo y de una alusión a los cuernos de Cervantes (IV), nos encontramos con un libro que no pretende en absoluto molestar, sino continuar. Si un improbable hallazgo documental demostrara que Lope (o un partidario suyo) había encontrado ya escrita una continuación del Quijote, sin especial animus iniuriandi contra Cervantes, y se había limitado a ponerle un prólogo y a hacer una interpolación menor, nos lo creeríamos inmediatamente. El Quijote apócrifo es la obra de un autor a quien lo que más le interesa es escribir como Cervantes (...o tal vez escribir lo que Cervantes). La sutura de la obra avellanedesca con la Primera parte del Quijote es una constante. En un momento dice el Sancho apócrifo sobre su amo: “…es hombre que ha hecho guerreación con otros mejores que vuesa merced, pues la ha hecho con vizcaínos, yangüeses, cabreros, meloneros, estudiantes, y ha conquistado el yelmo de Membrillo, y aun le conocen la reina Micomicona, Ginesillo de Pasamonte y, lo que más es, la señora reina Segovia, que aquí asiste” (XXIX). Este párrafo alude sucesivamente a tres episodios de Cervantes, a dos de Avellaneda, a tres nombres propios del primero y a uno del segundo. Para que se vea qué entramado de referencias cubre el párrafo, estos son, ordenados en la cronología de la acción, los capítulos aludidos: de la Primera parte: IX, X, XI, XXI, XXII, XXIX; de Avellaneda: VI, XXII, XXV. Son nueve puntadas en vaivén que unen a la perfección las dos obras, y que además demuestran (dado que las seis referencias a la obra de Cervantes están ordenadas, con una sola excepción, según su aparición en la obra) el cuidado con el que el autor del apócrifo manejó su antecedente. La práctica de coger una obra ajena para continuarla era frecuente precisamente en los libros de caballerías, y es un uso que se mantiene vivo en el momento de aparición del apócrifo. Avellaneda alude a ello en su prólogo, y aporta el ejemplo de las descendientes de La Celestina (en la misma época que él escribía su continuación aparecía en Zaragoza La hija de Celestina de Salas Barbadillo)... Una razón para escribir secuelas podía ser sencillamente la económica: quien se aprovechaba de una fama preexistente tenía un buen punto de partida. Avellaneda es bien consciente de ello cuando habla de: "la ganancia que le quito [a Cervantes] de su segunda parte". Pero, insisto, la

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continuación no deja de ser una forma de homenaje. Hoy en día la Red hierve de entregas de fanfic, ficciones escritas por fans de películas anime japonesas o de libros de Harry Potter, que prolongan las aventuras de sus héroes más allá de donde el autor quiso o consideró conveniente llegar. Hemos dicho que el Quijote apócrifo es una obra bien escrita (aunque eso es una afirmación opinable, mientras la crítica literaria no se convierta en una ciencia exacta —lo que nunca ocurrirá), pero lo que no se puede negar es que es divertida y amena. Todo ello, incluso la buena escritura, es bien posible, por una sencilla razón: la época en la que vivió Cervantes brilla con fuerza propia en el teatro, en la poesía, en la prosa doctrinal... y en la narrativa. Si no dejamos que nos ciegue el monocultivo cervantista y la quijotelatría excluyente tan al uso, convendremos en que las letras españolas de la época tenían un nivel excelente. Hacia 1605 había muchos escritores o escribidores (¿los más de cien presuntos Avellanedas?) capaces dar buenos frutos a partir de la pauta de acción y lenguaje creada por Cervantes, muchos capaces de empuñar esa pluma "fácil, jovial, casi inconsciente" que Azorín reconocía en el apócrifo. La pluma de Avellaneda es, además de estas cosas, lasciva ("libidinosa", para Menéndez y Pelayo). Su Quijote incluye (a la manera de lo que hizo Cervantes con la novela del "Curioso impertinente", 1 XXXIII) la historia de "Los felices amantes". En ella se expone a lo largo de no pocas páginas el crecimiento del amor culpable entre Don Gregorio y Doña Luisa, priora de un convento. La relación tiene su primera culminación en una dilatada escena, de elevado voltaje erótico, con este remate fetichista:—[Lo que quiero] No es —respondió don Gregorio— sino una mano de plata, que tales son las blanquísimas de vuesa merced, para besarla por entre esta reja.—Aunque haya sido atrevimiento, señor don Gregorio —replicó la priora—, no dejaré de usar desa llaneza y libertad por haberlo prometido —y sacando de un curioso guante la mano, la metió por la reja, y don Gregorio, loco de contento, la besó, haciendo y diciendo con ella mil amorosas agudezas (XVII). Escena que es parodiada desde dentro de la misma obra, veinte capítulos después:—[...] Pero, si quiere que le diga la buena ventura en pago de la buena obra que me ha de hacer con darme la libertad que me ofrece, déme la mano por esta reja, que le diré cuanto le ha sucedido y le ha de suceder, porque sé mucho de la quiromancia. Quitóse don Quijote la manopla, creyéndole sencillamente, y metió la mano por entre la reja, pero apenas lo hubo hecho, cuando sobreviniéndole al loco una repentina furia, le dio tres o cuatro bocados crueles en ella, asiéndole a la postre el dedo pulgar con los dientes, de suerte que faltó harto poco para cortársele a cercén (XXXVI). Los amores pueden también entrar en un registro brutal, como en el cuento del "Rico desesperado":—¿Es posible, señor mío, que un hombre tan prudente como vos haya salido a estas horas de su aposento y cama para venirse a la mía, sabiendo estoy parida

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de ayer noche, y por ello imposibilitada de poder por ahora acudir a lo que podéis pretender? Tened, por mi vida, señor, un poco de sufrimiento; y pues soy tan vuestra, y vos mi marido y señor, lugar habrá, en estando como es razón, para acudir a todo aquello que fuere de vuestro gusto, como lo debo por las leyes de esposa (XV). Las numerosas escenas amorosas tienen su contrapunto jocoso en la vida erótica de Sancho Panza, en la que no existen los besos: También Bárbara le rogó la bajase de la mula, pues estaba tan cerca de la venta, el cual lo hizo tomándola en brazos; y como para hacerlo fuese forzoso juntar él su cara con la de Bárbara, ella le dijo:—¡Ay, Sancho, y qué duras y ásperas tienes las barbas! ¡Mal haya yo si no parecen cerdas de zapatero! ¡Jesús mío, y qué trabajos tendrá la mujer que durmiere contigo, todas las veces que las besare!—¿Pues para qué diablos —dijo Sancho— las tenga de besar? Béselas la madre que las hizo, o Barrabás, que no tiene mocos; que para lo deste mundo, yo no beso a nadie, si no es a la hogaza cuando la cojo por la mañana, o a la bota cualquiera hora del día (XXVI). Las insinuaciones de Bárbara la mondonguera, por cierto, llegan siempre a mal puerto:—De aquí adelante, amigo Sancho, nos hemos de querer con el extremo que dos buenos casados se aman, pues ha sido el padrino de nuestras paces el señor don Quijote; y en confirmación dellas, quiero que durmamos esta noche dambos en el mesón donde llegaremos; que el corazón me dice no dejará de correr fresco que me obligue a procurar cubrirme con gusto con alguna manta, como la del pelo de vuesa merced, mí señor Sancho. Verdad es que imagino será menester rogárselo poco, pues tiene más de bellaco que de bobo. No entendió Sancho a Bárbara de ninguna manera, y así le respondió:—Lleguemos una vez con salud al mesón y cenemos en señal de nuestras amistades, con el cumplimiento que mi amo nos tiene prometido; que en eso de la manta no faltarán dos y aun tres; que yo se las pediré al huésped para que las eche vuesa merced en su cama, cuanto y más que no hace agora tanto frío que obligue a procurarlas (XXVIII). El humor verbal, que continúa fielmente el de pasajes muy divertidos de la Primera parte, tiene momentos grandiosos. Cuando Don Quijote reconoce a "La gran Zenobia, reina de las amazonas" ésta protesta: —Yo señor, si bien soy mozona, no soy la reina Zenobia" (XXII). Y por supuesto Sancho pronto convierte este nombre en "la reina de Segovia" (XXVI). Otro rasgo frecuente de Avellaneda es la ironía, incluso en temas delicados: al comienzo, Don Quijote, en vías de curación, es alejado de las sanguinarias aventuras de caballerías para dedicarse a lecturas reconfortantes: Este libro trata de las vidas de los santos, como de San Lorenzo, que fue asado; de San Bartolomé, que fue desollado; de Santa Catalina, que fue pasada por la rueda de las navajas (I) El retorcimiento de Avellaneda queda patente en muchos lugares. El mencionado cuento de "Los felices amantes" tiene un argumento que sonará al

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lector: la monja pecadora cuya ausencia del convento guarda un ángel, o la misma Virgen. Viene de fuentes medievales, poco tiempo antes había dado lugar a La buena guarda o encomienda bien guardada de Lope de Vega y luego produciría Margarita la Tornera de Zorrilla. Avellaneda dilata, como hemos dicho, la parte amorosa, pero cuando llega el final no puede dejar de observar que el confesor de la priora del convento ha estado confesando y dando la comunión nada menos que... a la mismísima la Virgen María, que cubría su puesto (XIX). Tiene el Quijote apócrifo momentos groseros, como el episodio de los gargajos (XXIII) (que sin embargo Quevedo supera con amplitud en una famosa escena del capítulo V del Buscón), o abiertamente escatológicos: "me espantó denantes cuando la vi con tan mala catadura; que había, de la cera que destilaba la colmena trasera que naturaleza me dio, para hacer bien hechas media docena de hachas de a cuatro pábilos" (XXII); pero también lo es Cervantes en la aventura de los batanes (1, XX). Sin embargo, decir del libro de Avellaneda que "todo es batanes", como hizo don Marcelino Menéndez y Pelayo, resulta claramente excesivo. Asimismo Avellaneda puede ser crudamente misógino: "Las tetas, que descubría entre la sucia camisa y faldellín dicho, eran negras y arrugadas, pero tan largas y flacas, que le colgaban dos palmos; la cara, trasudada y no poco sucia del polvo del camino y tizne de la cocina, de do salía; y hermoseaba tan bello rostro el apacible lunar de la cuchillada que se le atravesaba" (XXIV) Pero este género de descripciones de mujeres abundan en Quevedo, e incluso las hay en Cervantes (1, XVI). En resumen: ni por la calidad ni por la cantidad de episodios del estilo ésta resulta una obra mucho más "grosera" que sus coetáneas. El Quijote apócrifo se cierra en un paralelo exacto del cervantino: se alude a las presuntas fuentes documentales de la historia, se anuncia una salida posterior, el resumen de cuyas aventuras se ofrece, y se hacen protestas de veracidad. Si la Primera parte del Quijote se cerraba con la petición de que le dieran "el mesmo crédito que suelen dar los discretos a los libros de caballerías" (2 LII), Avellaneda dice que las andanzas de su héroe son tan verdaderas "como las que recogió el autor de las primeras partes que andan impresas" (XXXVI). La burlesca operación transitiva de la Primera parte ha sufrido una nueva vuelta de tuerca, que a su vez es un elemento más de unión con ella. Y, como remate, un nuevo envite a que otro continúe el relato:“… él, sin escudero, pasó por Salamanca, Ávila y Valladolid, llamándose el Caballero de los Trabajos, los cuales no faltará mejor pluma que los celebre”. Es el genio de Cervantes refractado en el genio de Avellaneda, en una época en que brillaban muchos genios dominados por el Fénix de los Ingenios. Propongo al lector de hoy dos posibles itinerarios de acceso a la obra. El escéptico o apresurado podría empezar por los dos cuentos que tiene en su interior: "El rico desesperado" (XV-XVI) y "Los felices amantes" (XVII-XX). Ambos tienen autonomía para ser leídos aisladamente, son atrevidos y

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provocadores y, sobre todo, no implican ni a Don Quijote ni a Sancho: el lector estará ante unas obras que dejan en paz a Cervantes. Si cuando ha terminado estos dos cuentos no se vuelve corriendo hacia el capítulo I, por lo menos habrá disfrutado con su lectura. El itinerario normal (comenzar por el principio) sumergirá de pronto al lector —al que suponemos conocedor del Quijote cervantino— en una curiosa sensación de extrañeza: ante sus ojos se despliega una especie de universo paralelo por el que circulan los dos bien conocidos personajes de la Primera parte del Quijote, cuyas peripecias, como hemos dicho, recuerdan y emulan. Se trata (como no pudo menos de reconocer Menéndez y Pelayo), de "episodios interesantes y bien imaginados". Son una sucesión de encuentros, que la locura quijotesca malinterpreta, y a los que siguen los consabidos desengaños. La acogida que dispensan al caballero y el escudero nobles protectores (precursora de la aventura de los Duques en la Segunda parte cervantina) introduce variedad en esta pauta, que discurre con ligereza entre hallazgos verbales y una indudable comicidad. Cervantes, el viejo y desdentado escritor, habría de morir poco después de publicar su continuación, tan afectada por la aparición de la de Avellaneda. De éste nunca más se supo, pero la fama del Quijote no bastó para que sus coetáneos conservaran bien las obras de Cervantes (en las que nos han llegado hay atribuciones dudosas, y probablemente alguna se ha perdido), o sus manuscritos (casi todos perdidos), para que cantaran su gloria (Cervantes nunca fue puesto al nivel de un Góngora, Lope o Quevedo), y ni siquiera para que quedara un retrato suyo (los que pasan por tales son con seguridad falsos). El Quijote se publicó durante muchas décadas en ediciones infames, hasta que el fervor que los ingleses del XVIII manifestaron por la obra tuvo un eco en la península que condujo a su recuperación editorial (edición de la Real Academia de 1780). El tercer centenario de la publicación de la obra (1905) marcó el florecimiento de las interpretaciones filosóficas y nacionalistas de la obra, y fue el espaldarazo a lo que Daniel Eisenberg llama el "cervantismo oficial" (el de ayuntamientos, diputaciones o ministerios), que financia placas y monumentos más que investigaciones, y que rebrota en este cuarto centenario en el que estamos sumidos... En 1941 escribía Borges (por boca de su personaje Menard) que el Quijote de Cervantes "ahora es una ocasión de brindis patrióticos, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo". Ójala pueda ser también ocasión de deleite de lectura, de goce lingüístico, y —más que agujero negro literario— pórtico de entrada a la época más rica de la letras españolas. Azorín publicó unas páginas sobre Don Quijote con el título de Con permiso de los cervantistas. Cierro este prólogo con el permiso de los cervantistas, de los avellanedistas, de los lopistas y de todos los -istas que haya o que puedan surgir. Esta no ha sido sino mi lectura del Quijote de Avellaneda, y se la brindo a todos los lectores que quieran hacer algún uso de ella. Vale.

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AVELLANEDA IRRUMPE EN EL AÑO QUIJOTE

Poliedro rescata la obra que irritó a Cervantes y le hizo escribir la segunda parte de las aventuras de su hidalgo: "El Quijote son tres volúmenes; guste o no, no se entiende bien sin leer a Avellaneda", afirma la editora.

XAVI AYÉN - 22/03/2005BARCELONA

El Quijote tal vez no hubiera nunca pasado por Barcelona si no hubiera sido por el escritor que se escondía tras el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, quien, al publicar en 1614 el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, irritó tanto a Cervantes, que éste no sólo se decidió a concluir una segunda parte, sino que en ésta introdujo notables elementos que hacían referencia a las aventuras del apócrifo. Aprovechando el cuarto centenario de la primera parte del Quijote y el Any del Llibre i de la Lectura, la editorial Poliedro acaba de publicar con todos los honores El Quijote apócrifo, en una edición dirigida al gran público y prologada por el lingüista José Antonio Millán. Para Julieta Leonetti, editora de Poliedro, la cosa está clara: "El corpus quijotesco queda incompleto sin la obra de Avellaneda. En realidad el Quijote son tres. La intrincada intertextualidad que existe entre el de Avellaneda y la segunda parte de Cervantes hace incomprensible la obra cervantina para quien no esté familiarizado con el apócrifo. Esa intertextualidad ha sido negada por los académicos patrimonialistas -los dueños del Quijote- por temor a que la figura de Cervantes se vea menoscabada, pero la imitatio, en el siglo XVII, no tenía connotaciones de plagio, un temor a todas luces romántico o moderno. Cervantes se sirvió del Quijote de Avellaneda para construir la casi totalidad de los episodios de la segunda parte". Asimismo, afirma Leonetti: "Barcelona fue la que vio nacer la obra en las prensas de Sebastián Cormellas, ya que el pie de imprenta de Tarragona es tan falso como el nombre del autor. Por eso, en el capítulo 59, el Quijote cervantino cambia de rumbo -no sólo para no repetir el viaje de su imitador- y llega a nuestra ciudad a ver las correcciones de pruebas de su ´historiador enemigo´". Aunque utilizar a unos personajes ajenos supusiera una relativa herejía -tengamos en cuenta que en el siglo XVII no existía la SGAE-, lo cierto es que Avellaneda se despachó a gusto contra Cervantes en el breve prólogo de su obra, donde le llama manco ("confiesa de sí que sólo tiene una (mano)"), "agresor de sus lectores", bocazas ("tiene más lengua que manos"), vejestorio arisco ("por los años tal mal contentadizo, que todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de amigos") y envidioso. Eso sí, opina que "disculpan los yerros de su primera parte (...) el haberse escrito entre los de una cárcel; y así

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no pudo dejar de salir tiznada de ellos, ni salir menos que quejosa, murmuradora, impaciente y colérica, cual lo están los encarcelados". La identidad real de Avellaneda sigue dividiendo a los expertos, aunque Martín de Riquer afirma desde 1972 que era el aragonés Jerónimo de Pasamonte. Para Millán, "Cervantes debía de saber muy bien quién era el autor de la continuación de su novela, y mucha gente de la época también; tanto, que nadie consideró necesario consignarlo por escrito, como sucede hoy con los amantes de ciertos personajes públicos. Aquel era un entorno cultural rico, con varias personas capaces de escribir una obra semejante". A su juicio, se trate de quien se trate, ha sido "injustamente valorado, pues estamos ante un libro divertido y, en mi opinión, bien escrito, por alguien que demuestra sentir un gran aprecio por la obra original, a la que guarda gran fidelidad". El Quijote apócrifo no gozó, ya en su día, del éxito del original, y estuvo más de un siglo sin volverse a publicar en España (1732), aunque sí se tradujo a cuatro idiomas. En 1805, la censura arrancó de él cinco capítulos -por eróticos y tenebrosos-, que no volverían a ver la luz hasta 1905, en la edición que Marcelino Menéndez y Pelayo realizó para la Librería Científico Literaria. Sin embargo, el libro siguió sufriendo la crítica de los cervantistas, para quienes Avellaneda empobreció notablemente a los personajes originales. Para los defensores del apócrifo, sin embargo, no resulta justo comparar su calidad con una obra maestra de la literatura universal. Lionetti añade que "otra leyenda negra es que estuvo inspirado por la Inquisición porque vio El Quijote demasiado liberal". En fin, para la editora, "hace falta un poco de aire fresco en este cuarto centenario, que amenaza más a Cervantes y a su Quijote que cualquier libro que haya imitado a sus personajes. Ojalá hubiera menos Quijotes en papel gris y tipografía minúscula con leyendas como 1 Quijote, 1 euro, menos actos, menos filólogos patrimonialistas y muchos, muchos más lectores de esta obra que, guste o no, consta de tres volúmenes".

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EL CABALLERO DESAMORADO

Leopoldo de Trazegnies Granda

La intención del desconocido autor de la segunda parte apócrifa del Quijote fue la de suplantar a Cervantes e impedirle la continuación de su obra. Así se lo dice en el prólogo: "quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte". Pero no ocurrió como el falsario lo tenía planeado porque Cervantes se apresuró a terminar su obra y sacó la segunda parte auténtica un año después con lo que ensombreció toda posibilidad de éxito de la apócrifa. Sus contemporáneos entendieron que la obra de Avellaneda era una venganza, escrita desde el rencor por uno o varios de los que se consideraban agraviados por la suficiencia de Cervantes. El Parnaso español del Siglo de Oro estaba lleno de envidias y resentimientos. El falso Quijote no tuvo éxito, no se reimprimió hasta 1732 (sin contar una segunda edición poco conocida), es decir ciento dieciocho años después de la primera edición, al contrario que el de Cervantes que tuvo muchas reediciones en los primeros años del siglo XVII. En los siglos posteriores los críticos literarios han tratado la obra de Avellaneda con cautela, ignorándola las más de las veces, con esa mezcla de pudor y vergüenza que inspiran las obras espúreas. Los críticos no han querido tenerlo en cuenta, tal vez por temor a hacerle sombra al auténtico Caballero cervantino. Ha sido históricamente repudiado. Hubo casos extremos como el de José Fernández Bremón, por ejemplo, que proponía quemar todos los ejemplares apócrifos. Miguel de Unamuno en su profuso análisis del Quijote no se digna mencionarlo, ni siquiera cuando analiza el capítulo LXXII que Cervantes dedica íntegramente al encuentro de Don Quijote con ese personaje de Avellaneda que se ha colado en sus aventuras y que dice haber conocido al "otro" Don Quijote. El único comentario de Unamuno es: "Prosiguieron su camino, se encontraron en un mesón con don Álvaro Tarfe; a los dos días acabó con sus azotes Sancho, y a poco divisaron la aldea". No pudo ser más lacónico el catedrático de Salamanca para referirse indirectamente al apócrifo. No nos da ni una pequeña explicación de quién es ese extraño personaje. Pasa de puntillas como ante un pariente proscrito y lo nombra porque sabe que de no hacerlo su ausencia sería más llamativa que su presencia. Vicente Gaos considera que "el protagonista de la obra de Avellaneda es... por completo ajeno al de la obra de Cervantes". Con estas palabras trata de salvar la unidad de las aventuras quijotescas de la segunda parte, sin embargo sabemos que no es así ya que el propio Cervantes incluye en su segunda parte a personajes del Quijote de Avellaneda como es el citado don Álvaro Tarfe y también menciona a su émulo falso dentro de sus aventuras. Si Cervantes no

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tuvo miedo de citar a su impostor ¿por qué lo habrían de tener sus críticos? Lo único que dice Gaos sobre Avellaneda es que "no era de fiar". Es probable que si Miguel de Cervantes no hubiera escrito la segunda parte, el Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda habría sido tan famoso como el del genial alcalaíno. El de Avellaneda es la continuación natural del personaje cervantino pero con significativas variantes. Avellaneda le da un nuevo título a Don Quijote, el de Caballero Desamorado. No es algo gratuito, una de las principales diferencias entre los dos Quijotes es que el de Cervantes ama y confía en Dulcinea "nunca fui desdeñado de mi señora" le confiesa al Caballero del Bosque, en cambio el de Avellaneda ha sufrido una gran decepción amorosa, ha sido despechado y se ha desenamorado de ella, podríamos hasta pensar que se ha vuelto algo misógino. Muchos son los episodios donde lo manifiesta expresamente. Al pasar por el pueblo de Ariza, por ejemplo, quiere colgar un cartel en un poste de la plaza que diga: "Cualquier caballero natural o andante que dijese que las mujeres merecían ser amadas de los caballeros mentía... bien que merecían ser defendidas y amparadas en sus cuitas... pero que en lo demás, que se sirviesen los hombres dellas para la generación..." Lo dice por despecho. Haber sido rechazado por Dulcinea le ha dolido más que todas las palizas recibidas en la primera parte y ya no quiere saber nada de bellas damas ni de encantadoras princesas. Don Quijote es un caballero malhumorado y se expresa contra las féminas con ira. Sin embargo la decepción lo ha humanizado y en momentos de serenidad reconoce que no ha dejado de ser un romántico incorregible y apunta la posibilidad de un nuevo amor: "Pues Dulcinea se me ha mostrado tan inhumana y cruel y, lo peor es, desagradecida a mis servicios, sorda a mis ruegos, incrédula a mis palabras y, finalmente, contraria a mis deseos, quiero probar (a imitación del Caballero del Febo, que dejó a Claridiana, y otros muchos que buscaron nuevo amor) y ver si en otra hallo mejor fe y mejor correspondencia a mis fervorosos intentos..." No pasó mucho tiempo antes de que don Quijote cayera rendido ante otra mujer, una prostituta de Alcalá llamada "Bárbara la de la cuchillada", pero que el Caballero Desamorado toma por "la gran Zenobia, reina de las Amazonas", en una aventura hilarante. El caballero Desamorado es igual de fanático que el de la Triste Figura pero menos ingenuo. El haber sido rechazado por Dulcinea del Toboso lo hace menos idealista y más realista, el dolor de la pérdida lo ha humanizado aunque en nada ha mejorado su locura. El Quijote de Avellaneda tiene mayores delirios de grandeza, circunstancia que lo hace aún más risible y Avellaneda acentúa este aspecto de su obra, construye su sátira a costa de la sátira de Cervantes. Algunos capítulos están concebidos como verdaderos relatos de humor. En el décimo, relata "cómo don Álvaro Tarfe convidó ciertos amigos suyos a comer, para dar con ellos orden qué libreas habían de sacar en la sortija" y convencen a Don Quijote

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entre burlas y veras de participar en los juegos de anillas de las fiestas de Zaragoza en su rocín ridículamente pertrechado con todas sus piezas y armas de Caballero Andante. Don Quijote acepta complacido porque "suele suceder, en semejantes fiestas, venir algún famoso gigante o descomunal jayán, rey de alguna isla extranjera, y hacer algunos descomedidos desafíos contra la honra del rey o príncipes de la ciudad". Utiliza Avellaneda de contrapunto al sensato caballero granadino don Álvaro Tarfe, que fascinado por la imaginación del hidalgo manchego, y de su gracioso escudero, le alienta en su disparatado delirio. Avellaneda crea nuevos personajes, como el citado granadino, pero a su vez transmuta otros de la primera parte cervantina en sus equivalentes, así la rústica Aldonza y su sublimación en la dulcísima Dulcinea se convierte en la prostituta Bárbara con un tajo en la cara, idealizada por el Don Quijote de Avellaneda en la bellísima reina Zenobia. La reacción de Cervantes ante la aparición del Quijote apócrifo fue literaria. Se dio prisa en sacar su continuación auténtica en donde no sólo menciona su propia primera parte sino que también toma como ciertas las aventuras del Quijote de Avellaneda, recalcando que se trata de un impostor que se hacía pasar por Don Quijote. Al mencionar Cervantes su primera parte en la segunda introduce a los lectores en la ficción de su obra al mismo nivel que sus personajes porque tanto unos como otros conocemos la primera parte y por tanto ya nos situamos en el mismo plano casi como si fuéramos contemporáneos. Pero al referirse a las aventuras apócrifas y reconocer la existencia de un don Álvaro Tarfe, noble granadino, personaje de la obra de Avellaneda, está creando un espacio de ficción del que participan las dos obras. Don Álvaro Tarfe le cuenta al Ingenioso Hidalgo cervantino que ha conocido en Zaragoza al Caballero Desamorado y que hizo gran amistad con él. Cervantes acepta la existencia de ese otro Quijote de vida paralela al suyo y permite que su Don Quijote se interese por su homónimo preguntándole: "Y dígame vuesa merced, señor don Álvaro, ¿parezco yo en algo a ese tal Don Quijote que vuesta merced dice? ... Y ese Quijote traía consigo a un escudero llamado Sancho Panza?" El caballero granadino le contesta que no se parece en nada al Don Quijote que él conoció y que es verdad que traía un escudero llamado Sancho Panza reputado por muy gracioso, aunque "nunca le oí decir gracia que la tuviese". Cervantes se burla de Avellaneda haciéndole ver que su Sancho Panza no era tan gracioso como el suyo, y dice esto a pesar de que en el Quijote de Avellaneda don Álvaro Tarfe no ha parado de reírse de las ocurrencias de Sancho. Cervantes hace que don Álvaro Tarfe mienta o se desdiga con lo cual deja en ridículo a Avellaneda. Mezcla hábilmente la realidad con la literatura. El que sí se indigna al conocer la existencia de su suplantador es Sancho Panza que comenta: "y ese Sancho que vuesa merced dice, señor gentilhombre, debe ser algún grandísimo bellaco... que el verdadero Sancho Panza soy yo que tengo más gracias que llovidas". Y agrega que el verdadero Don Quijote, el famoso, el "enamorado... es este señor que está presente, que

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es mi amo; todo cualquier otro don Quijote y cualquier otro Sancho Panza es burlería y cosa de sueño". Entonces Cervantes hace que el gentilhombre granadino describa al Sancho apócrifo como un tonto comilón. Y no le falta razón, porque el escudero de Avellaneda es más zafio, de insulto fácil, con el "hideputa" siempre a flor de labios. Finalmente Don Quijote termina solicitándole a don Álvaro una declaración firmada ante el alcalde de que el único y auténtico Don Quijote es el que tiene delante con su escudero Sancho Panza y que el Caballero Desamorado que conoció en Zaragoza es un simple usurpador de su fama. El caballero granadino accede amablemente a su petición, perplejo de haberse encontrado en su viaje a Granada a dos Don Quijotes, ambos locos de atar con parecidos delirios y cada cual con su respectivo escudero llamados de la misma manera. Pero Cervantes quiere dejar bien claro que su Don Quijote y Sancho son los auténticos y los otros son unos advenedizos que se hacen pasar por ellos. La genialidad de Cervantes estriba en no negar las aventuras del Quijote de Avellaneda sino en incorporarlas a la verdadera historia de su Don Quijote. Con lo cual lo convierte en un impostor contemporáneo al suyo que realizó sus aventuras en distintos lugares de la geografía peninsular pero al mismo tiempo. De esa manera Cervantes diluye la fabulación de Avellaneda en la realidad de su propia ficción quijotesca. Habría sido ya un ejercicio surrealista hacer que se encontrasen y se retaran los dos Don Quijotes. El hidalgo de la Triste Figura, el verdadero, le confiesa a don Álvaro que evitó entrar a las justas de Zaragoza y prefirió seguir camino hacia Barcelona por no dejar en evidencia al falso Don Quijote que sabía que se hallaba en dicha ciudad. Es un último gesto de nobleza de Cervantes hacia Avellaneda.

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ALONSO FERNÁNDEZ DE AVELLANEDA

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Alonso Fernández de Avellaneda es el seudónimo del autor del Quijote apócrifo (título original Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha), publicado en Tarragona el año de 1614. Hasta el momento no se ha podido dar con su verdadera identidad.

Publicación

En 1614 aparece en Tarragona, al cuidado del librero Felipe Roberto, el Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, que contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas. La suya no constituye la única imitación del libro en tiempos de Miguel de Cervantes, pero si la más importante en su época como para ser citada en la 2ª parte de Don Quijote que apareció publicada al año siguiente. Para sorpresa general (siempre fue considerado pésimo por los comentaristas cervantinos), se ha demostrado que el llamado Quijote apócrifo alcanzó éxito entre los lectores, pues mereció ser reimpreso el mismo año de 1614. Ha habido múltiples conjeturas y teorías sobre la verdadera identidad de Fernández de Avellaneda. Hace algunos años, Martín de Riquer abrió una pista a partir de varios indicios —tics de escritura, incorrecciones y torpezas de estilo, repetidas alusiones al rosario— que denunciarían a Jerónimo de Pasamonte, soldado y escritor que fue contemporáneo de Cervantes y combatió en Lepanto, como él, y autor de una "Vida", que no llegó a ser impresa, y que se conserva en manuscrito. En la Primera parte puede haber inspirado el personaje de Ginés de Pasamonte, el galeote, que en la segunda se metamorfosea en Maese Pedro, el titiritero. De origen aragonés, Jerónimo de Pasamonte habría puesto su pluma al servicio de Lope de Vega para cortar el camino a Cervantes. Con todo, como ha mostrado Edward C. Riley, esta hipótesis carece de argumentos realmente probatorios, y es improbable desde el punto de vista estilístico, si se compara la autobiografía, que no alcanzó los honores de la impresión en el siglo XVII, del propio Pasamonte, de muy escaso nivel literario, y de la que Foulché-Delbosc dijo que "Pasamonte escribía tan mal como hablaba, o incluso peor", con la trabajada versión apócrifa de Avellaneda, de un estilo correcto y, en ocasiones, muy logrado. No obstante, cualquiera que sea la identificación propuesta, el prólogo de Avellaneda, atribuido por algunos a Lope de Vega,

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hirió profundamente a Cervantes, al invitarle a bajar los humos y mostrar mayor modestia, además de burlarse de su edad y acusarle, sobre todo, de tener «más lengua que manos», concluyendo con la siguiente advertencia: «Conténtese con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las más de sus Novelas: no nos canse». (Adaptado de Jean Canavaggio, Cervantes en su vivir). Otra hipótesis sostiene que la obra fue empezada por Pedro Liñán de Riaza, y luego fue acabada de consuno entre los amigos que Lope de Vega tenía en Toledo por entonces, el poeta Baltasar Elisio de Medinilla y el propio de Vega quizá. Recientemente, por análisis de léxico, se ha propuesto que Cristóbal Suárez de Figueroa sería el verdadero autor del Quijote apócrifo. Sería una venganza contra Cervantes por haberse interpuesto en sus planes de acompañar a Nápoles al Conde de Lemos, nombrado Virrey. Figueroa se desplazó a Barcelona en un intento desesperado de embarcarse con el séquito del Virrey, pero no consiguió audiencia. Rabioso por ello, deslizó en su libro España defendida unas durísimas estrofas contra Cervantes. Éste, a su vez, le satirizó en el conocido episodio de la imprenta de Barcelona, mofándose de cierto traductor de italiano y editor de sus libros.

Traducciones

El Quijote de Avellaneda fue traducido al francés por Alain-René Lesage, quien publicó en París en 1704 una versión considerablemente modificada de la obra, con el título de Nuevas aventuras del admirable don Quijote de la Mancha (Nouvelles Avantures de l'Admirable Don Quichotte de la Manche, composées par le licencié Alonso Fernández de Avellaneda). La versión de Lesage, que suprimió pasajes y episodios y agregó otros, alcanzó cierta popularidad, como también la continuación que del Quijote cervantino escribieron Filleau de Saint-Martin y Robert Challe. Sin embargo, no fue reimpresa sino hasta 1828.

Argumento

La obra se inicia con la llegada a la aldea de don Quijote, identificada con el nombre de Argamesilla de la Mancha (probable referencia a Argamasilla de Alba), de unos caballeros granadinos que se dirigen a Zaragoza a participar en unas justas. Uno de ellos, don Álvaro Tarfe, se hospeda en casa de don Quijote, que ha recuperado la razón y usa su nombre verdadero, Martín Quijada (en la segunda parte de la novela original es Alonso Quijano). Las conversaciones con Tarfe exaltan nuevamente la locura del manchego, quien después de la partida de los granadinos toma la decisión de reanudar su vida aventurera, con el nombre de Caballero Desamorado, porque decide renunciar al amor de Dulcinea del Toboso. Con el propósito de participar en las justas se

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encamina con Sancho Panza a Zaragoza, pero la pendencia que sostiene con un melonero en Ateca lo hacen detenerse en ese lugar y llegar a Zaragoza cuando ya han concluido las justas. Encuentra, sin embargo, a don Álvaro Tarfe y sus amigos, quienes le hacen objeto de una serie de burlas y le preparan aventuras ficticias. Como resultado de una de ellas parte a Madrid, donde piensa combatir con el gigante Bramidán de Tajayunque, pero antes le ocurren una serie de aventuras en Sigüenza y Alcalá de Henares, en el transcurso de las cuales se une a la pareja una mujerzuela llamada Bárbara, a la que don Quijote identifica como Zenobia, Reina de las Amazonas. En Madrid, los tres personajes son objeto de diversas burlas por parte de los aristocráticos amigos de don Álvaro Tarfe, hasta que finalmente se decide encerrar a don Quijote en el manicomio de Toledo, popularmente conocido como la Casa del Nuncio. Bárbara ingresa en una casa de arrepentidas, y Sancho se queda al servicio de un noble madrileño. La obra termina anunciando una tercera parte, en la cual don Quijote habría de recorrer Castilla la Vieja y visitar Salamanca, Ávila y Valladolid, con el nombre de Caballero de los Trabajos. Al igual que Cervantes, que incluyó en la primera parte del Quijote la historia del Curioso impertinente, sin relación con la acción principal, Fernández de Avellaneda intercaló en su obra dos relatos cortos, al estilo de las Novelas ejemplares: la historia del Rico desesperado y la de los Felices amantes.

Otras continuaciones del Quijote en los siglos XVII y XVIII

Después de la de Fernández de Avellaneda, las primeras continuaciones del Quijote fueron escritas en francés: la Historia del admirable don Quijote de la Mancha, en dos partes escritas respectivamente por Filleau de Saint-Martin y Robert Challe, y la Continuación nueva y verdadera de la historia y las aventuras del incomparable don Quijote de la Mancha, de autor desconocido.

Bibliografía

(es) Alonso Fernández de Avellaneda, Segundo tomo de las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, que contiene su tercera salida, y es la quinta parte de sus aventuras. Compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de Tordesillas, 1614, Tarragone ; disponible sur wikisource Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. (fr) Alonso Fernández de Avellaneda, Don Quichotte (trad. Alfred Germond de Lavigne, 1853), Klincksieck, coll. « Cadratin », Paris, 2006 (prés. et notes par David Alvarez), 455 p., broché ISBN 978-2252035818.

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(fr) Alain-René LESAGE, "Nouvelles Aventures de l’admirable Don Quichotte de la Manche", édition critique par David ALVAREZ, Paris, Champion, 2008. (fr) David ALVAREZ ROBLIN, Pratiques de l'apocryphe dans le roman espagnol au début du XVIIè siècle : Approche comparée du Guzmán de Luján et du Quichotte d'Avellaneda , thèse de doctorat préparée sous la direction de Maria ARANDA, Bordeaux, Université Michel de Montaigne - Bordeaux III, 2010.

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EL QUIJOTE DE AVELLANEDAAlonso Fernández de Avellaneda

Mucha gente sabe cómo empieza El Quijote e incluso conozco a una persona entrañable que, sin haberlo leído, ha tenido la curiosidad de saber cómo acaba (VALE). Algunos, quizá menos de lo que parecer pueda, hemos tenido la suerte y la paciencia de deleitarnos con todo lo que hay entre principio y fin. Sin embargo, con este Quijote apócrifo, no ocurre nada parecido. Casi todo el mundo sabe que existe, el título por el que se le conoce El Quijote de Avellaneda, les suena, pero nadie sabe (es una forma de hablar) cómo empieza o cómo acaba y muy pocos lo han leído. En 1614, un tal Alonso Fernández de Avellaneda, saca a luz un libro que lleva por título Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Los expertos aseguran que el nombre es ficticio y también que no es de Tordesillas, como él asegura. Esto ha dado pie a numerosas reflexiones sobre su identidad, aunque ninguna aporta pruebas contundentes, sino meras suposiciones. Lo que sí parece inducirse es que Cervantes debía saber quién era y probablemente más gente de la época, pero nadie dejó noticia escrita de este extremo y, a lo que parece, no hay visos de que se vaya a saber nunca. Sea quien fuere el autor, no es un cualquiera en esto de las letras, ni un mero aprovechado que estropea con la continuación lo que fue la primera parte de la obra. Probablemente fuera un escritor en activo y se ve que es una persona versada, que conoce y ha leído la literatura de la época, pues cita pasajes y obras de varios autores y, desde luego, ha leído la primera parte del Ingenioso Hidalgo. Sin querer justificar nada, pues no se trata de eso, por aquellos tiempos parece que no era del todo inusual escribir continuaciones de obras ya publicadas por autores que no lo eran del texto primigenio. No era extraño, por ejemplo, en el propio género de los libros de caballería y Avellaneda alude a alguna obra más en la que se había dado este uso cuando habla de La Celestina, pues en la misma época de este apócrifo Quijote, aparecía La hija de la Celestina, de Salas Barbadillo. De cualquier modo, del prólogo no se desprende que haya un motivo económico, como pudiera ser aprovecharse del éxito de la primera parte, más bien parece haber algo personal en la actitud del fingido tordesillano, pues aunque no dice qué es ello, sí alude a que se sintió ofendido por Cervantes y se despacha a gusto con el alcalaíno: …viejo, manco, orgulloso, deslenguado…, a ver quién da más. También dice que ha ofendido, en clarísima alusión a Lope, …a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras. Esto ha dado pie a más de uno a adjudicar la autoría de la obra al Fénix de los Ingenios, pero sin mayores fundamentos.

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A pesar de la inquina demostrada con el autor del genuino Quijote, se nota el respeto por la obra, puede parecer un contrasentido y, sin embargo, quien se aventure por las páginas del libro, verá tratados con cariño a los personajes, los lugares y los modos, que siguen, en todo momento, la estela marcada por Cervantes, como si Avellaneda se afanase por escribir tal cual escribiría el verdadero padre de la criatura. Creo que uno debe acercarse al libro sin prejuicios y seguramente se llevará una sorpresa, el libro está bien escrito, es ameno, el personaje de Sancho, por momentos resulta incluso más gracioso que en el original, el hilo argumental está bien llevado y si no supiéramos lo que sabemos, podría pasar perfectamente por una continuación de la novela de D. Miguel. Al igual que hace Cervantes, el desconocido autor introduce un par de novelitas en medio del conjunto, sirviéndose para ello de sendos relatos que hacen dos personajes en tanto descansan a la sombra de una arboleda. A mí me llamó la atención uno de los cuentos, que ocupa un buen número de páginas, el conocido como Los felices amantes, que relata la historia de amor pecaminosa del primogénito de un caballero y de la priora de un convento, con algunas escenas de cierto contenido erótico, llamativo para la época y un final altamente moralizante, con milagro incluido y que me ha parecido que está muy bien escrito. Aunque las alusiones a Dulcinea salpican el texto, sin embargo D. Quijote se muestra descorazonado y dolido por el rechazo y las chanzas de la moza de El Toboso y se introduce un personaje, el de Bárbara la mondonguera, a quien Quijano toma por la reina Zenobia, que da mucho juego en la novela, no sólo por los disparates a que da pie a Don Quijote, sino por las continuas puyas que le lanza Sancho y los dislates a que da lugar la mala relación que el escudero mantiene con la protegida de su amo. El libro narra la tercera salida de Don Quijote, éste encamina sus pasos hacia Zaragoza con el fin de asistir a unas justas de cuya celebración ha tenido noticias por boca de un caballero, Don Álvaro Tarfe, que continuará apareciendo a lo largo de la novela, por un lado organizando burlas con el caballero Quijano como protagonista y, por otro, convirtiéndose en una especie de protector (sui géneris, claro, después de lo dicho), pues es el que le saca de algún que otro apuro y el que pone fin a alguna de las situaciones en que se ve el manchego cuando considera que las cosas pasan de castaño oscuro. Tras la frustrada participación (en realidad llega cuando ha concluido) en el torneo zaragozano, el hidalgo se dirige a Alcalá y Madrid, para acabar rindiendo viaje en Toledo. Todo esto salpicado de aventuras en las que no faltan las ventas y otros elementos en los que la constante son las referencias a la primera parte del Quijote. Aunque la memoria colectiva lo haya olvidado, El Quijote no tuvo siempre la fama de que goza en la actualidad (al menos no tan alta) y las ediciones pobres y descuidadas se sucedieron durante décadas, hasta que en el siglo XVIII, el fervor que los ingleses mostraron por la obra, alcanzó a nuestro país, donde comenzó a ser más apreciada, teniendo, por fin, una digna edición en la

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que hizo la Real Academia en 1780. Fue ganando la fama de cumbre de las letras españolas, hasta llegar al tercer centenario de la publicación de la obra (1905) en que la publicación de estudios y otras interpretaciones que, en ocasiones, tienen más que ver con la filosofía, acompañadas de la erección de monumentos, confección de placas conmemorativas, o ediciones de superlujo, más destinadas al adorno que a otra cosa, han devenido en la obra reconocida y alabada que todos conocemos. Así, en ese sentido, Avellaneda fue uno de los primeros que apreciaron la novela cervantina y quizá sin quererlo, apremió al autor a que escribiera la segunda parte, pues estaba enfrascado en su Persiles y Segismunda, cuando cayó en sus manos esta obra apócrifa y se vio impelido a escribir la continuación de su puño y letra, publicándola en 1615 y muriendo poco después. Quién sabe si no nos la habríamos perdido de no haber sido por esta contingencia. Animo al lector a que se atreva con esta obra que nació maldita, que aunque por momentos pueda parecer algo lenta y en la que se nota que la pluma es otra, no desmerece en absoluto, no olvidemos que está escrita en pleno Siglo de Oro español y se ve que aquello debía marcar carácter en los coetáneos. Encontrará nuevos personajes, saboreará la ironía y el ingenio presentes en muchos pasajes y verá que es un libro divertido, con una nada despreciable calidad literaria y que sigue perfectamente, a veces de manera sorprendente, la línea argumental del Quijote de Cervantes.

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